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su
estructura
Contenido: Plan general de las basílicas constantinianas. Características y disposición
general de las iglesias orientales. El iconostasio. Diakonikon y próthesis. Solea, naves y
nártex. La decoración de la iglesia. Simbolismo teológico y litúrgico. El Mobiliario
Litúrgico. Los Vasos e Instrumentos Litúrgicos. Los Lienzos Litúrgicos. Vestiduras,
Ornamentos e Insignias Litúrgicas. Vestiduras E Insignias Sagradas. Los Libros
Litúrgicos.
Las iglesias orientales, de modo especial las de rito bizantino conservan en su plan
estructural el modelo de las basílicas constantinianas. Construidas éstas, a su vez, según
el delineamiento general de las basílicas profanas, bueno será remontarse a ellas para
comprender la disposición y distribución de sus diversas partes.
Eran las basílicas profanas amplios edificios públicos, rodeados de pórticos, donde el
pueblo encontraba abrigo para tratar sus asuntos comerciales o judiciales, e incluso para
distraer sus ocios.
Su planta, de forma rectangular, se dividía en tres naves por medio de dos hileras de
columnas. Dentro de este plano, tres secciones aparecían bien característicamente
determinadas: las naves, el transepto -así llamado por hallarse emplazado más allá de la
barrera (trans septum) que separaba esta parte de la nave principal de las otras naves y de
las dos extremidades de la misma principal- que era el lugar destinado a los juristas, y,
finalmente, el ábside, donde se colocaban el tribunal y los asientos para los jueces.
La nave central, más elevada que las laterales, permitía, a causa de su misma elevación,
la solución de un doble problema capital: la iluminación del edificio y la visualidad de las
galerías erigidas sobre las naves laterales y destinadas a los ociosos y los espectadores.
Todo esto por lo que respecta al interior del edificio; en cuanto a su exterior, las basílicas
profanas se caracterizaban por su extrema sencillez. Puede decirse que todo adorno
quedaba reducido a una simple ventana de forma circular (óculus) abierta en el
frontispicio, correspondiente al encuadramiento de las vertientes de la. techumbre, y al
pórtico, levantado delante de la fachada, que daba una nota de solemnidad al lugar de
acceso.
Tal era, en esquema, el plan estructural de la basílica, conforme al cual se erigieron las
antiguas basílicas cristianas, comúnmente llamadas constantinianas, y cuyo
delineamiento, en lo esencial, es fácil descubrir en las iglesias orientales antiguas y
modernas.
Plan general
de las basílicas constantinianas
En el fondo del ábside, un trono de mármol blanco (thronos o cathedra) señalaba el lugar
del obispo, presidente de la asamblea litúrgica. En derredor suyo se colocaban los
sacerdotes formando el llamado presbyterium (asamblea de ancianos) y que los griegos
denominan synthronon. Los clérigos inferiores ocupaban el transepto, y allí cantaban y
salmodiaban, alternando a dos coros, de donde el nombre de choros dado a este lugar. En
la parte superior de éste se colocaba el altar; y a derecha e izquierda se elevaban dos
tribunas o ambones desde los que se leía la Epístola y el Evangelio. Las naves laterales
estaban destinadas a los fieles: la derecha a los hombres y la izquierda a las mujeres. La
nave central quedaba libre, con el fin de permitir los movimientos del clero. En el
extremo de esta nave más cercano al coro, denominado solea o liminar, recibían la
comunión aquellos a quienes la entrada en el coro les estaba prohibida. Esto explica el
que dicho lugar estuviera más ricamente pavimentado que el resto de la nave. Las
galerías superiores estaban destinadas a las vírgenes y viudas consagradas a Dios, y de
ahí el nombre de gineceo con que se las designaba.
El nártex o pronaos, especie de pórtico cerrado, daba acceso al templo por medio de tres
puertas correspondientes a las tres naves. Era además el lugar destinado a los
catecúmenos y a los penitentes de segunda clase (audientes) hasta tanto fuesen admitidos
al bautismo o a la reconciliación, respectivamente
No sin frecuencia, el nártex estaba precedido por un atrio, especie de patio abierto y
bordeado de pórticos, en cuyo centro se colocaba una fuente (cantharon, labron,
nymphaion, phialla), en la que los fieles lavaban sus manos y rostro en señal de
purificación.
En los pórticos de este atrio permanecían los penitentes de la primera clase (plorantes)
hasta pasar al grado de audientes. Finalmente, un segundo pórtico (exonartes), especie de
peristilo abierto, precedía, en algunos casos, al susodicho atrio. En este nártex exterior
debían permanecer los pecadores públicos, separados de la comunión de los fieles.
A todos estos diversos elementos del edificio basilical hay que añadir el secretarium,
llamado por los griegos diakonikón, que. corresponde a las sacristías, y el oblationarium
o gazophylakión, destinado a depositar las ofrendas de los fieles.
Tal era, en general, la estructura de la basílica constantiniana. Muy pronto, sin embargo,
la arquitectura cristiana vio ampliarse su horizonte. A las iglesias de plano basilical se
añadieron enseguida los edificios de planta central con domo o cúpula esférica, tales
como San Vidal de Rávena, San Sergio de Constantinopla, etcétera. De la combinación
de la planta central con la planta basilical surgió un nuevo género arquitectónico: la
iglesia de cúpula (tholos, trulos), cuyo máximo exponente fue Santa Sofía de
Constantinopla. El desarrollo sucesivo y la adaptación funcional de los diversos
elementos condujo al tipo, clásico en Oriente, de la iglesia en forma de cruz griega.
Al hablar ahora de las iglesias orientales, queremos aclarar una vez más que tomamos
como modelo la basílica bizantina. A. ello nos mueven dos razones fundamentales: en
primer lugar, que, las iglesias de los otros ritos guardan, en general, su misma
distribución y estructura; y en segundo término, que sólo las iglesias mayores, de tipo
basilical, y no las menores, pueden darnos una, idea clara y completa de esa misma
distribución y estructura.
En cuanto al interior, la semejanza con el tipo basilical común es grande. Dos columnatas
y los cuatro grandes pilares que sostienen la cúpula dividen la basílica en sus diversos
compartimientos. El área del ábside, casi siempre sobreelevada con relación a la planta
del edificio, se extiende en forma de hemiciclo, formando, propiamente, el santuario en el
que se colocan el altar y el trono del obispo. Este carácter sagrado del ábside está bien
señalado por los diversos nombres con que se lo designa: hagion bema (santo bema),
hierateion (sagrario), hagia ton hagion (Santo de los Santos).
El iconostasio
Ya hemos dicho más arriba que el ábside aparece al exterior como un anexo o apéndice
del edificio. Pues bien: por dentro se encuentra también aislado del resto del edificio por
una especie de mampara fija de madera o mármol, ricamente decorada con imágenes
sagradas. Es el comúnmente llamado iconostasio (eikonostasis). Debemos advertir, sin
embargo, que este término no es original, ni tampoco hasta punto oficial que haya
desplazado otras denominaciones. Así, por ejemplo, se le da a veces el nombre de
katapésmata, indicando que, en su origen, consistía en una gran cortina, recuerdo, a su
vez, del velo existente en el templo de Jerusalén. Esta cortina subsiste todavía entre los
armenios. El término de cancela (kinklides) con que también se lo designa, pudo ser
exacto en otro tiempo en que estaba constituido por una especie de reja, pero ahora
resulta del todo inadecuado, ya que más que una reja de separación es un verdadero muro
cerrado. Otro tanto cabe decirse de los términos dryphakta y diástyla. El primero indica
una barrera de madera y el segundo es una palabra clásica para significar una
construcción con columnas espaciadas por una distancia de seis módulos. Es evidente que
al denominar diástyla al elemento de que venimos hablando se amplía el significado
clásico para designar, simplemente, una barrera construida entre columnas.
Conviene advertir que los modernos iconostasios, fruto de una progresiva evolución,
están muy lejos de su sencillo delineamiento originario y de evocar la idea exacta de lo
que fue en un principio. Parece ser que la excesiva acumulación de iconos fue causa,
primero en Rusia y luego en el resto del Oriente, de que la primitiva barrera fuera
elevándose más y más hasta llegar a las altas proporciones que caracterizan a los actuales
iconostasios.
Mas como se han generalizado bastante ciertas inexactitudes respecto a dicha evolución,
será útil dar aquí algunas indicaciones históricas.
"La arquitectura de las antiguas iglesias que se han conservado -escribe S. D. Filimonoff-
nos demuestran que los iconostasios, tales como hoy día los conocemos, están lejos de
corresponder a una costumbre primordial, y que durante los primeros siglos del
cristianismo las iglesias (el autor habla de las iglesias rusas, pero podemos hacerlo
extensivo a todas las iglesias orientales) presentaban un delineamiento más conforme con
los principios del arte bizantino. Por lo que al iconostasio se refiere -explica Filimonoff-,
en un principio consistió en una reja baja o cancela que aislaba el altar. Más tarde, en la
edad de oro de Bizancio, la cancela fue sustituida por una barrera baja en forma de
columnata y arcadas, que soportaba un entablamiento bastante bajo. En esta forma se
conserva todavía en algunas iglesias de la región balcánica pertenecientes a los siglos X
al XIII. Dentro de los módulos artísticos de la iglesia bizantina, esta barrera tenía
fundamentalmente una función arquitectónica, pero ofrecía, por su parte, un magnífico
pretexto para colocar en ellas imágenes decorativas, como se hizo, en efecto. Los iconos
portátiles tuvieron también su lugar sobre los pilares de esta barrera. La Pintura, por su
parte, constituyó el elemento decorativo de los muros, brillantes con el esplendor de sus
frescos y sus mosaicos." ()
Este texto de Filimonoff nos da una idea justa de los principios arquitectónicos y
decorativos del arte bizantino; en el que, escultura y pintura se armonizan . Si, para dar
cabida al elemento escultural nada se prestaba mejor que la barrera de mármol o piedra
de que hemos hablado, sin embargo ésta debía ser baja a fin de no impedir la visión del
fondo del ábside en el que resaltaba la maravilla de las obras pictóricas.
Esto nos permite concluir que no puede ser originario del arte bizantino ese tipo moderno
de iconostasio, elevado y abigarrado de pinturas. Su origen debe buscarse en una
influencia ajena a los cánones artísticos bizantinos. Y como dice Mouratoff: "No es
temerario considerar esta revolución introducida en el estilo original como un efecto de la
influencia rusa, pues está en la más perfecta armonía con las exigencias de su estética
nacional." ()
Parece cierto que el origen exacto de esta innovación hay que buscarlo en Novgorod y en
su región, donde aparecieron los primeros iconostasios en madera, a fines del siglo XIV y
principios del XV. ¿Cómo, empero, pudo extenderse esta innovación en todo el Oriente?
La explicación la da suficientemente el hecho de la creciente influencia de los artistas
rusos, junto con una tendencia, popular muy acentuada a la exageración en el culto de las
imágenes, que habían sobrevivido a la victoria sobre los iconoclastas.
El iconostasio tiene tres puertas. En el centro, la puerta real o puerta santa, reservada a
los obispos y a los sacerdotes oficiantes; los diáconos no pueden franquearla sino en
algunos momentos especialmente solemnes, durante el desempeño de su oficio. Si las
hojas de las puertas no son suficientemente elevadas para. ocultar totalmente el altar, lo
que acontece con frecuencia, entonces se añade una cortina (velothyron) que cierra la
parte superior y que solamente se descorre en aquellos momentos, previstos por el
ceremonial, en los cuales pueden los fieles ver el altar. A la derecha se halla la puerta
diaconal, reservada, como su nombre lo indica, al diácono. A la izquierda, está la puerta
común, destinada a los clérigos inferiores.
Diakonikon y próthesis
Las naves laterales, cuando se prolongan más allá del transepto, terminan en absidiolas.
Estos no forman capillas laterales, como frecuentemente sucede en Occidente, sino que
forman parte del santuario, que está de la parte de allá del iconostasio, y cada uno tiene su
destino especial. El de la derecha es el skevophylakión, en dónde se guardan los vasos y
los ornamentos sagrados, bajo la vigilancia de los diáconos; de aquí su otra
denominación, más frecuente, de diakonikón. La absidiola de la izquierda contiene la
próthesis, pequeña mesa, especie de altar secundario, en que se realiza, antes de la misa,
la preparación del pan y del vino destinados para el sacrificio: de ahí las denominaciones
de paratrapezion (mesa lateral, altar lateral) y proskomide (oblación, ofertorio), con que a
veces se la designa.
Delante del iconostasio, pero sólo en el espacio de la nave central, entre los dos coros,
se extiende la solea (del latín solea, solium, solum; los griegos escribían también soleas),
especie de plano elevado una o varias gradas sobre el nivel del coro. En la solea se
colocaban en otro tiempo los subdiáconos y los lectores, lo que exigía un espacio bastante
amplio. En la actualidad, la solea se reduce, con frecuencia, a una simple escalera de
mármol colocada delante de la puerta real; allí se colocan los fieles de uno en uno para
recibir la comunión.
El doble nártex de las iglesias primitivas apenas si se conserva hoy en día más que en los
monasterios. En el interior o esonártex los monjes recitan la mayor parte de sus oficios,
reservando el coro solamente para el de Vísperas, Laudes y la Liturgia. Por razón se
colocan sillas o escaños en el esonártex, ya que en verdad hace las veces de oratorio
monástico.
El nártex exterior o exonártex está destinado a preservar los fieles de la intemperie tanto a
la entrada como a la salida los oficios divinos.
No debemos confundir el nártex con el émbolos, pórtico situado a un lado de la iglesia y
correspondiente al deambulatorio las iglesias occidentales.
La fachada de las iglesias, de líneas simplicísimas posee una o tres puertas, según el
número de naves, que dan acceso al interior. Delante de ella existe, generalmente, un
pórtico (proaulia) que recuerda el antiguo atrio.
La decoración de la iglesia
Pero no se crea que sólo en la Edad Media se comenzó decorar en Oriente las iglesias. La
costumbre es mucho más antigua. Ya en la segunda mitad del siglo IV la historia bíblica
aparece reproducida en cuadros sobre los muros de las iglesias y en las miniaturas de los
manuscritos. El templo venía a ser un catecismo viviente. Por tal razón, el autor del
Tratado sobre las imágenes contra Constantino escribía: "Si un pagano viene y te dice:
Muéstrame tu fe..., condúcele a la iglesia y hazle ver la decoración que la adorna. Si él te
pregunta: ¿Quién es ese crucificado? ¿ Quién es ese hombre que resucita y que pisa la
cabeza de ese anciano?... ¿ No es de la imagen de donde sacarás entonces la doctrina para
enseñarle que el crucificado es el Hijo de Dios muerto por nosotros, que ese resucitado ha
resucitado a su vez a Adán, y que con sus pies pisa el infierno?..." Estas palabras fueron
escritas hacia fines del siglo VIII.
Por breve que esta descripción resulte, basta para darnos una idea del plan de conjunto
que presidía desde entonces toda la obra decorativa de las iglesias bizantinas. La gran
figura del Cristo Pantocrátor domina desde la cúpula, rodeado de una corte de ángeles,
de profetas, de patriarcas, de apóstoles y de mártires. La Virgen, por su parte, desde la
cabecera del edificio, parece recoger las alabanzas de los santos y las oraciones de los
fieles para ofrecerlas a su Hijo. Y siendo la iglesia, por sobre todo, el lugar del sacrificio,
esta idea viene pronto a plasmarse en el orden decorativo mediante la imagen del Cristo
Pontífice, yuxtapuesta a la del Pantocrátor. Un cortejo de espíritus celestes rodea al
Sacerdote divino, llevando en sus manos los instrumentos del sacrificio de la cruz y del
altar: tal es la representación de la divina liturgia. Las figuras de Abel, Melquisedec y
Abraham, como evocación de los sacrificios preparatorios y simbólicos del Antiguo
Testamento, junto con las de algunos grandes pontífices de la Nueva Ley (Basilio,
Gregorio, Juan Crisóstomo, etc.) y de los diáconos Esteban y Lorenzo, forman la
hierática corona de la divina liturgia. Por último, siendo la misa, según el precepto del
Salvador, la anámnesis o recuerdo de todos los misterios de su vida, de su muerte, de su
resurrección y de su ascensión, se eligen diversos episodios de estos mismos misterios,
los que se juzgan más elocuentes, según las fiestas más destacadas presentadas por el
calendario eclesiástico. No es raro, por otra parte, ver junto a la representación de los
triunfos del Cristo glorioso, el eco de los mismos en la representación de los triunfos de
la Iglesia, su Cuerpo místico. Así, con alguna frecuencia, puede contemplarse la escena
que reproduce el triunfo de la ortodoxia en los siete grandes concilios ecuménicos y otras
parecidas.
Los hechos y los documentos se presentan como prueba irrefragable de que este plan de
conjunto se ha fijado después de varios siglos de una tradición firme, y sobre la base de
una indisoluble unión entre teología, liturgia y simbolismo A este respecto, resulta
sumamente elocuente la obra de Dionisio de Furna: Guía de la pintura (siglo XVIII),
reproducción probablemente, de un manual técnico de varios siglos de anterioridad, en el
que se detallan las reglas de arte que deben regir la decoración pictórica de los diversos
monumentos.
El autor de la Guía de la pintura lo describe del modo siguiente: "Una cúpula. Debajo,
una mesa sobre la cual está depositado el santo Evangelio; encima, el Espíritu Santo. El
Padre eterno, sentado sobre un trono, imparte con sus divinas manos la bendición, al
tiempo que pronuncia estas palabras, escritas sobre un cartel: Ante luciferum genui Te. Al
lado derecho de la mesa, aparece Cristo revestido de ornamentos pontificales y en actitud
de bendecir. Delante de él, todos los órdenes angélicos, con vestiduras sacerdotales,
forman un círculo rodeando el altar. Un ángel, revestido de diácono, presenta a Cristo una
patena; otros dos lo inciensan, y otros dos, finalmente, permanecen de pie con sendos
candelabros encendidos. En el fondo aparecen otros ángeles cada uno con un instrumento
relacionado con el sacrificio de la Cruz: una esponja, una lanza, una cruz, una caña." ()
No cabe duda de que nos hallamos ante un verdadero catecismo de imágenes o, por mejor
decir, ante una verdadera teología litúrgica. Cristo, único Redentor y Sumo Sacerdote de
la Nueva Alianza, prefigurado por los patriarcas, anunciado por los profetas, nacido entre
nosotros, inmolado sobre la cruz y perpetuando sobre nuestros altares un sacrificio, con el
cual, al decir del apóstol, "consumó a los santificados", dando fin a los sacrificios rituales
de la antigua Ley.
Pero a esta idea central conviene añadir algunos otros conceptos de orden secundario,
aunque no menos interesantes y elocuentes; nos referimos al simbolismo de la iglesia en
cuanto tal.
Según San Máximo de Crisópolis, "la iglesia es la imagen de Dios, pues, a semejanza de
El, realiza la unión de todos los seres. Es el tipo (símbolo) del mundo: del mundo
espiritual, por el santuario; del mundo sensible, por la nave. Es la imagen del hombre,
cuyo cuerpo está figurado en la nave, y el alma en el santuario. Es, en fin, símbolo del
alma, cuyas facultades sensibles están representadas por las naves, al tiempo que las
facultades intelectuales lo están por el santuario. En cuanto a los ritos sucesivos de la
sinaxis sagrada, nos recuerdan las diversas fases de los acontecimientos de la vida de
Cristo." ()
De modo parecido se expresa San Germán: "La iglesia es el cielo sobre la tierra, el lugar
en que el Dios celestial mora. La iglesia representa la crucifixión, la sepultura y la
resurrección de Cristo... Ella ha sido prefigurada en los patriarcas, anunciada por los
profetas, fundada en los apóstoles, adornada en los obispos, consumada en los mártires..."
()
"El templo, como casa de Dios, figura al mundo entero: pues Dios está en todas las partes
y por encima de todo. Para indicar esto, el templo se divide en tres partes: porque Dios es
Trino. Esto mismo estaba representado en el Tabernáculo, dividido también en tres
partes, y en el templo de Salomón, el cual, al decir del apóstol, estaba dividido en estos
tres compartimientos: el Santo de los Santos, el Santo y el atrio... El santuario es el
símbolo de las esferas celestes y supracelestes, donde, se dice, está el trono de Dios
inmortal y el lugar de su reposo. Esto mismo lo representa el altar. Por doquier se hallan
las jerarquías celestiales; pero entre ellas tienen su lugar los sacerdotes. El pontífice
representa a Cristo; el templo representa a este mundo visible; el pavimento, las cosas de
esta tierra y el paraíso terrestre; el exterior, las partes inferiores y aquellos seres que no
viven según la razón y no poseen ningún impulso hacia las cosas superiores... El
santuario recibe en su interior al Pontífice, que representa al Hombre-Dios, Jesús, que
posee todo poder en el cielo y en la tierra; los otros ministros sagrados representan a los
apóstoles, y de modo especial a los ángeles y arcángeles, cada uno según propio orden.
Menciono a los ángeles con los apóstoles, los pontífices y los sacerdotes, con el fin de
manifestar que no hay más que una sola Iglesia desde el momento que Dios ha
descendido hasta nosotros y ha cumplido su misión entre nosotros y para nosotros. Por
eso hay un solo sacrificio del Señor, una sola comunión y una sola contemplación. Todo
esto se realiza en el cielo y en la tierra. Pero con esta diferencia, que en el cielo ya no
existe velo alguno que nos oscurezca la claridad de las realidades divinas, mientras que
en la tierra, donde vivimos sujetos al yugo de esta carne corruptible, todo se nos presenta
a través de los velos de símbolos y figuras. El trono del santuario significa la ascensión
de Jesús al cielo, donde reina cual Soberano universal, sentado a la diestra del Padre. Las
gradas, por su parte, simbolizan las diversas jerarquías de ángeles, representados en los
grados de la jerarquía eclesiástica." ()
El Mobiliario Litúrgico
1) El altar y sus accesorios
En todas las épocas el Oriente griego tuvo, para designar el altar, un cierto número de
nombres, entre los cuales dos sobre todo se han hecho clásicos: thysiasterion (Hebr
13:10) y trapeza Kyriou (Cor 10:21). Pero, hoy en día la expresión más usada es la de
hagia trapeza.
El altar primitivo de las iglesias cristianas era, por lo general, una simple mesa de
madera. Esta clase de altar-mesa se conservó en las basílicas constantinianas; hoy, es
todavía común entre los orientales. Con alguna frecuencia, la plancha superior de la mesa
descansa sobre un macizo o sobre cuatro soportes de madera, dando al conjunto un
aspecto de sepulcro. Otras veces, descansa simplemente sobre cuatro columnas o bien
sobre una sola, colocada en medio y denominada calamos o bomos.
Cuando se consagra un altar se emplea, para unir la mesa a su pie, una mezcla de cera,
almáciga y mármol molido (keromastikós), a todo lo cual se añade un poco de polvo de
reliquias.
Hasta el siglo IV, el altar se colocaba directamente sobre el pavimento, al nivel del plano
del ábside; pero a partir de esa época, se lo comenzó a colocar sobre una plataforma
(grada). Asimismo, desde el siglo IV, por decreto del Papa San Silvestre, se hizo
obligatorio el construir los altares de piedra y no de madera. Entre los orientales se
observa todavía esta prescripción: la mesa santa debe ser de piedra; el pie puede ser de
otro material, pero debe estar revestido de láminas de oro o de plata.
En cuanto al ornato del altar, conviene advertir que durante los primeros tiempos, a saber,
durante la época de las persecuciones, se pensó muy poco en ello; puede decirse que todo
él se reducía a una gran profusión de lámparas de cobre o arcilla. Pero, acabadas las
persecuciones, se pudo ya pensar en rodear al altar, elemento primordial del templo, de
un mayor lujo. Téngase, sin embargo, en cuenta que con esto no queremos decir que se
convirtiera el altar en un receptáculo de obras de arte. En realidad, sobre él solamente se
colocaban los vasos sagrados y el santo Evangelio, único que era juzgado digno de
figurar junto a la Eucaristía. Este uso se observa así entre los orientales. La decoración
del altar, propiamente dicha, consistía en adornos de oro y plata, de prederías y esmaltes,
de lujosos y riquísimos tapices colocados delante o sobre el altar.
Entre los paramentos actuales, es preciso señalar el hyphasma, trozo de lino con la
imagen, o simplemente con el nombre, de uno de los cuatro evangelistas. El obispo lo
coloca de modo fijo en cada uno de los ángulos del altar después que éste ha sido
consagrado. Sobre los hyphasmata se extiende un primer mantel que por su nombre,
katasarkion, recuerda el lienzo en que fuera envuelto el cuerpo del Salvador. Este mantel
está fijo por medio de unos cordones que, cruzando la mesa del altar, se anudan alrededor
del pedestal. Sobre éste se coloca otro segundo mantel, denominado endyton, ependitês o
ephaplôma. Durante la celebración del santo Sacrificio se despliega un tercer mantel, el
eilêton, que envuelve el antimension. Pero debe tenerse en cuenta que tanto el eilêton
como el antimension no son paramentos del altar propiamente dichos, sino más bien
lienzos sagrados destinados al momento de la celebración de los santos misterios.
El adorno característico del altar de las basílicas era, y sigue siéndolo todavía en casi todo
el Oriente, el kibôrion, llamado también trullion, pyrgós. Se trata de un baldaquino fijo,
soportado por cuatro columnas, que cubre el altar. Para provocar mayor veneración en el
ánimo de los fieles, en los respectivos intercolumnios solían colocarse, en otro tiempo,
unas cortinas que en determinados momentos se corrían, ocultando de ese modo el altar
Este uso parece haber ido desapareciendo conforme se fue ampliando la estructura del
iconostasio.
En algunos casos, bajo el kibôrion principal, existía, y aun existe en ciertas iglesias, un
kibôrion más reducido cuyas columnitas se apoyan en los cuatro ángulos del altar: es el
denominado peristerion, porque allí se coloca la paloma eucarística (perístera)
Por regla general en las iglesias orientales existe un solo altar Esta unicidad de altar es el
símbolo elocuente de la unidad del Sacrificio. Por lo demás, la unidad de Sacrificio es
también plásticamente enseñada por el rito de la concelebración de todos los sacerdotes
en el único altar de la iglesia.
Detrás del tabernáculo, o encima de él, se coloca la cruz con la imagen del Crucificado,
que domina todo el conjunto del altar. Más tarde hablaremos de los flabelos
(hexaptérigos), especie de abanicos litúrgicos de metal que se colocan delante de los
candeleros.
El ambón, especie de tribuna o de cátedra a la que se asciende por medio de uno o dos
escalones, tenía en otros tiempos diferentes destinos. En la actualidad, éstos se reducen a
dos: la lectura solemne del Evangelio y la predicación. Antiguamente se erigía en medio
de la iglesia, en el eje de la nave: aquí tiene su origen el nombre de eukhê opisthambonos
(oración teniendo detrás el ambón), dado a la oración final que sirve de epílogo a las
oraciones de la liturgia y que el sacerdote recita en el coro, delante de la puerta santa y
vuelto hacia el icono de Cristo que preside la primera fila de las imágenes del
iconostasio; en otro tiempo, cuando el ambón se colocaba en medio del coro, el sacerdote
se encontraba al recitar esta oración teniendo al mismo tiempo el iconostasio delante y el
ambón detrás. Algunas iglesias tienen doble ambón, uno frente al otro. En la parte
delantera de los mismos y formando un atril para colocar el Evangeliario, suele ponerse
un águila de madera o metal con las alas extendidas.
Debemos señalar aquí la importancia que tiene en las iglesias orientales la cátedra
episcopal. Se trata de la sede, más o menos rica, desde la que el obispo preside las
asambleas litúrgicas y predica la palabra de Dios al pueblo. El nombre de trono o cátedra
refleja perfectamente esta doble función que desde ella realiza el obispo. En realidad
existen dos cátedras episcopales. Una, es colocada en el fondo del ábside, detrás del altar,
como en las antiguas basílicas. El obispo se sienta allí cuando celebra la liturgia
pontifical. A derecha y a izquierda, se colocan otras sedes destinadas a los
concelebrantes, de ahí el nombre de synthronon con que se designa a todo este conjunto.
El segundo trono o cátedra episcopal entre los griegos se coloca a la derecha de la nave,
del lado de acá del coro. Está protegido por un baldaquino y sobreelevado respecto del
pavimento por medio de dos o tres gradas. Este segundo trono recibe el nombre de
archieraticós thronos o también despótikon. En Constantinopla, sin embargo, este
término se usaba para designar el trono reservado detrás del coro para el emperador.
Cuando, empero, el patriarca comenzó a ocuparlo con exclusividad se continuó
denominándolo así. En las ceremonias no pontificales el obispo toma asiento en una silla
más sencilla y baja colocada cerca del despótikon y llamada parathronos; en
Constantinopla lleva el nombre de gedekion, que es de origen turco. Su análogo
occidental es el faldistorio.
Entre los eslavos el segundo trono de ubica en medio de la nave central, sobre una tarima,
mirando hacia el iconostasio.
Desde la edad media comenzó a colocarse una serie de sillas a derecha e izquierda de la
nave destinadas al clero y a los cantores. Antes de esta época, tanto los fieles como los
clérigos permanecían de pie. Sin embargo, a fin de que esta posición no resultara
excesivamente molesta para los que tenían que soportar así ceremonias de una
considerable largura, se permitía llevar una especie de bastón (dekanikion) para poder
apoyarse en él. Este uso se conserva aún en gran número de iglesias coptas y maronitas,
así como en muchos monasterios.
A la altura de las primeras sillas del coro se coloca un analogion, especie de pupitre
destinado para colocar sobre él los libros de los cantores.
2) El baptisterio
Las fuentes bautismales se hallan constituidas por una piscina (loutron) en la que el
bautizando es sumergido totalmente, ya que se practica el bautismo por inmersión.
También se denomina a veces la fuente bautismal con los términos kolymbethra y
fotisterion; este último, que significa lugar de iluminación, nos recuerda el nombre
especial conque los antiguos cristianos designaban el bautismo, como sacramento en el
que por primera vez se recibe la iluminación de la gracia divina por la infusión del
Espíritu Santo.
Cuando el baptisterio forma parte del edificio del templo se lo coloca, de ordinario, en el
nártex. Sin embargo, hoy en día existen muchas iglesias que no poseen pila bautismal
fija; en este caso, se sirven de una especie de pila bautismal móvil, que se coloca
momentáneamente en el nártex y, una vez terminado el rito bautismal, se la transporta
hasta la piscina del santuario (khoneuterion) para depositar allí el agua usada en el rito
sagrado.
Panfleto Misionero #