Está en la página 1de 31

JUAN MANUEL PÉREZ GARCÍA

SIDRAGASO
EL PLACER DE LA TENTACIÓN

LD
Lemnos Drawing
Primera edición: 2012

Diseño editorial y forros: Juan Manuel Pérez García


Ilustración de portadilla: «Baphoment» de Eliphas Levi
(1854) Dominio Público. Wikimedia Commons

© Juan Manuel Pérez García


© Lemnos Drawing
lemnosdrawing.blogspot.com

Comentarios: lemnosdrawing@gmail.com

CC BY-ND 2.0

Usted es libre de compartir, copiar, distribuir, ejecutar y co-


municar públicamente la obra, bajo las siguientes condicio-
nes. Debe reconocer los créditos de la obra de la manera espe-
cificada por el autor o el licenciante (pero no de una manera
que sugiera que tiene su apoyo o que apoyan el uso que hace
de su obra). No puede utilizar esta obra para fines comercia-
les. No se puede alterar, transformar o generar una obra deri-
vada a partir de esta obra.
En la ciudad de Augsburgo, en Baviera, vivía un
hombre modestamente rico, quien se dedicaba
al comercio de textiles flamencos, seda floren-
tina, lana inglesa, algodón cremonés y cáñamo
normando; así como de la pañería y el lino
local. Entregado a sus negocios, había pasado
su juventud viajando por toda la Cristiandad
comprando y vendiendo las más finas telas. A
causa de esta nociva dedicación, Günther, que
así era como se llamaba, se había convertido en
un hombre de edad madura, que había alargado
la soltería por demasiado tiempo.
Si bien había conocido a un gran número de
mujeres en sus largos viajes, no había encon-
trado a la doncella que le despertara el deseo
de contraer nupcias con ella. Hasta ahora solo
tenía muy gratos recuerdos de la Toscana y la
calidez de sus damas; en especial de Amanetta,
una bella joven florentina con quien había te-
nido furtivos encuentros nocturnos y con quien
se había solazado, muy gratamente, como con
ninguna otra.
Sidragaso
Ella, con la maestría de sus habilidades,
llegó a despertar en él una gran pasión, al punto
de que Günther pensara en el matrimonio; sin
embargo la fatalidad impidió que aquel vago
propósito se cumpliera, ya que cuando la peste
negra asoló las regiones mediterráneas, Ama-
netta fue una de sus tantas víctimas. Con cierto
grado de desconsuelo y abrumado por tanta
muerte, él decidió abandonar aquellas tierras,
otrora tan cálidas y alegres, y regresar a su
ciudad natal.
Estando nuevamente en Augsburgo, consi-
deró que había llegado el momento de buscar a
una joven recatada para convertirla en su esposa
y con ella procrear una gran familia. Pasados un
par de años después de su regreso, una mañana
él vio salir de la basílica de San Ulrich y Santa
Afra a una casta dama, que de tan solo contem-
plarla quedó cautivado; y de inmediato ordenó
a su fiel sirviente Hans la siguiera discretamente
hasta su casa e hiciera todas las averiguaciones
pertinentes sobre su familia y estado.
Cuando el asistente llegó con toda la infor-
mación que de manera solícita había recabado,
este vio como Günther se encontraba suma-
mente ansioso, caminando de uno a otro lado
en la estancia de su casa, deseando con premura
conocer todo de ella; y queriendo apaciguar un
poco el malestar de su señor, así le dijo:
―«Mucho me place traeros muy buenas no-
ticias, pues con gran diligencia pregunté aquí
7
Sidragaso
y allá acerca de la moza que habéis visto esta
mañana y corrí con mucha suerte, pues me topé
con gentes muy amables, que a cambio de al-
gunas monedas me proporcionaron datos muy
precisos. Ella se llama Sylvia y es la sexta hija de
un matrimonio de artesanos, que, según estas
personas, se destacan por su honradez.
»Siendo la más joven, sus padres la han
consentido y le han prodigado amor, al punto
que ya estando en edad núbil, rechazaron pro-
puestas de matrimonio de diferentes man-
cebos pertenecientes a otros gremios. Según lo
que me comentó una de sus vecinas, sus padres
tomaron esta decisión, pues consideran que la
más hermosa de las gemas no puede ser entre-
gada a gente plebeya y que su hija merece la
mejor de las fortunas.
»Cuando esto escuché pensé de inmediato
en vuestra buena estrella, pues quién sino Vm.
para desposarla. Vos sois uno de los más ricos
comerciantes de la ciudad; no sois un inexperto
mozalbete sin caudal ni un enriquecido viejo
impotente y de vil talante, sino un maduro
hombre de patrimonio envidiable y de agra-
dable aspecto, que ligeramente le dobla la edad,
pues dejadme deciros que ella apenas ha cum-
plido la edad de quince años».
Muy agradecido se encontraba Günther por
los informes que su sirviente le había propor-
cionado, que de manera muy dadivosa agra-
deció con una merecida recompensa. Después,
8
Sidragaso
sin demora alguna, ordenó nuevamente a Hans
que comprara muy caros presentes y los entre-
gara a los padres de Sylvia, de parte suya, soli-
citando de la manera más atenta, le pudieran
conceder, en alguna tarde, el gusto de conversar
con ellos.
Al recibir los espléndidos presentes que
aquel acaudalado comerciante les enviaba, la
pareja de artesanos quedó gratamente com-
placida y dijeron al fiel sirviente que su noble
señor podía visitarlos el día que mejor le com-
placiera y a la hora en que dispusiera, pues
ellos estarían gustosos de recibirlo y entablar
amistad con hombre tan honorable como lo era
él; de esta manera ambas partes quedaron en
que Günther pasaría a saludarlos a la semana
siguiente, para hablar sobre asunto tan impor-
tante como era el futuro de Sylvia.
Cumplido el plazo, el enamorado preten-
diente asistió a su compromiso en la casa de
aquella modesta familia, quien le abrió las
puertas y le tendió la mano con tal naturalidad,
como si lo trataran de muchos años. Acompa-
ñado por su asistente, él entró con las manos
llenas de nuevos obsequios para todos; pero
principalmente para aquella núbil manceba
que lo había cautivado, a quien le entregó unos
valiosos pendientes.
Luego de conversar largamente sobre las
virtudes y cualidades que Sylvia poseía, así
como los muchos valores que ellos le habían
9
Sidragaso
inculcado para que fuera una mujer recatada
y una casta esposa, Günther tomó la palabra y
se dirigió a los padres de ella de esta manera:
—«No tengo ninguna duda de que la virtud
de su hija es solo comparable con su belleza
y de que ella es un ángel que ennoblece todo
lo que mira. Ante ella el desdén y la ira huyen
y aquel quien la logra contemplar es dichoso.
¡Bendito el lugar, el día, la hora, el punto en el
cual mi mirada se encadenó a la suya! Desde
aquel día ya mi mente en ella solamente se em-
plea y a cada momento siento surgir más de un
suspiro. Una honda herida ha dejado su encan-
tadora mirada, de donde surgió el dardo que
de esperanza y deseo me llena, de poder hallar
piedad entre virtudes tantas y a esta hermosa
dama hacer pueda compañía».
Al escuchar tan delicadas y corteses pala-
bras, aquella joven ruborizóse y candorosa-
mente sonrió y agachó la mirada. Los padres,
complacidos por tan afortunadas declaraciones,
accedieron gustosos a que él pudiera frecuentar
a su hija cuantas veces quisiera. De esta manera
Günther se volvió un asiduo visitante de la fa-
milia, llevando para Sylvia hermosos presentes;
los cuales despertaron en ella gran atracción
por tan desprendido enamorado.
Al cabo de un año ambos contrajeron matri-
monio y ella, en la noche de bodas, sacrificó su
virtud en el altar de la pasión con tal docilidad,
que su marido quedó ciegamente prendado de
10
Sidragaso
su esposa, al punto de elevarla a seráfico es-
tado y fijar su residencia en el mismo Paraíso.
Ella, aunque inexperta en las artes amatorias,
pronto adquirió tal habilidad y maestría, que
Günther, siempre generoso, supo recompensar
a su esposa con aquello que conquista el co-
razón de toda mujer: prendas confeccionadas
con exquisitas telas y joyas de los más preciosos
metales y las más valiosas piedras.
Pronto Sylvia tomó gran apreció por tales
obsequios; y aunque su vida siempre había sido
modesta o tal vez porque había vivido de esta
manera, la recién casada se envaneció y co-
menzó a pedir con mayor frecuencia tales ob-
jetos. No cabe duda que cuando se alimenta la
ambición y vanidad de una mujer, no hay for-
tuna que no mengüe ni marido que la aguante;
pero también es cierto que cuando una dama
domina las altas técnicas de la seducción y el
quehacer erótico, cautiva de tal manera a su
consorte, que este no hace otra cosa que com-
placerla en todos sus caprichos. Esto fue lo que
le ocurrió a Günther.
Al notar que su modesta fortuna había dis-
minuido de manera considerable, algo alarmado
por esta situación, se vio obligado a abandonar
el lecho marital y viajar por el Sacro Imperio
Romano, comprando todo tipo de telas en los
principales centros textiles. De esta manera ad-
quirió lino de gran calidad en Augsburgo, Ulm
y Constanza; pañería en Friburgo, Brabante y
11
Sidragaso
Nuremberg; algodón en Cremona y Pisa, y seda
en Lucca y Florencia. Al no poder viajar a Nor-
mandía y Bretaña por el apreciado cáñamo de
la región, a causa de la guerra que enfrentaba
a ingleses y franceses desde hacía diecinueve
años, se conformó con comprar la prestigiada
lencería de Reims.
Un año le tomó este viaje por todas estas
ciudades. En él invirtió gran parte de su ha-
cienda, seguro de duplicarla más adelante; pero
antes de partir hacia la Feria de Primavera en
Frankfurt, donde pretendía vender su mercan-
cías, quiso descansar por breves semanas en
su casa y estar al lado de su hermosa esposa, a
quien deseaba ver y estrechar entre sus brazos.
Después de un año de ausencia, Sylvia recibió
y atendió a su marido de forma tan amorosa,
que en ambos se renovó la pasión común en los
recién casados.
Llegado el tiempo en el cual Günther tenía
que partir, ella le pidió que la llevara, pues
no deseaba estar más tiempo alejada de él;
además de que anhelaba visitar aquella ciudad
y ser parte de un evento al cual acudían distin-
guidas personas de todas partes. Ante los in-
sistentes ruegos de su esposa, él no pudo ne-
garse y ambos dispusieron todo lo necesario
para su viaje. Sylvia, que nunca había salido
de Augsburgo y poco conocía del mundo fuera
de sus calles, vio todo aquello como una gran
aventura.
12
Sidragaso
En la primera noche de su trayecto, ellos
descansaron en un mesón en la ciudad de Ulm.
Al entrar en aquel lugar, la aún candorosa be-
lleza de ella atrajo la atención de varios de los
comensales; pero especialmente de un miste-
rioso ser, que se encontraba apartado en una
de las esquinas de la habitación. Los recién lle-
gados se sentaron a una mesa y a la moza que
los atendió le solicitaron una opípara cena; y
mientras ellos consumían sus alimentos, el ig-
noto hombre discretamente no dejaba de mi-
rarla. De pronto, cuando en su mente cruzó un
inquietante pensamiento, él sonrió con cierta
malicia.
Decidido a cumplir su voluntad, mandó
llamar a una de las mozas y por una buena suma
de dinero, le pidió que averiguara todo acerca
de ellos. Esta, de manera muy astuta, desplegó
los artificios de la coquetería y logró la atención
de Hans con miradas y sonrisas sugerentes. Al
cabo de un rato, en el cual ella logró su pro-
pósito de seducirlo, ambos buscaron un lugar
más propicio para poder intimar. Ocultos en la
despensa del mesón, los dos pudieron gozar,
hasta ya muy entrada la noche, los placeres de
las carnales pendencias; y una vez satisfechos,
ella comenzó a averiguar todo acerca de aquel
matrimonio.
Poco pudo descansar Hans en aquella oca-
sión, pues en cuanto el gallo cantó, tuvo que
levantarse y disponer todo, para continuar el
13
Sidragaso
viaje en el momento en el que su señor lo or-
denara. Por otra parte, aquella moza cautelosa-
mente se dirigió a la habitación del misterioso
personaje y le contó todo lo que había podido
inquirir. Complacido por ello, él cumplió y pagó
lo pactado. Después llamó a uno de sus tantos
criados y le ordenó partir de inmediato hacia
Frankfurt, para que su residencia estuviera
preparada y pudiera hospedar al acaudalado
mercader y a su esposa; además le mandó otras
tantas cosas, que permitirían llevar a término
todo lo que había maquinado.
A mitad de la mañana los dos viajeros se
despertaron, se alistaron y bajaron de su apo-
sento para desayunar. Cuando terminaron,
un sirviente de aquel desconocido hombre se
acercó a la mesa y de manera muy cortés, le
habló a Günther de esta manera:
—«Disculpe Vm. el atrevimiento, pero mi
señor me ha enviado para invitarlo a su mesa,
ya que se complacería mucho el poder con-
versar con vos e invitarle una buena copa de
vino, que los padres cistercienses realizan en el
valle del Mosella. Seguramente vuestra encan-
tadora esposa aún querrá ocupar más tiempo
para su perfecto arreglo, antes de partir de la
ciudad, en el cual tanto Vm. como mi señor po-
drán tratar algunos negocios».
El mercader de Augsburgo aceptó la invita-
ción y se sentó a la mesa de aquel atento caballero,
quien después de saludarlo, se presentó y le dijo:
14
Sidragaso
—«Mi nombre es Theodor y al igual que
vos soy un acaudalado comerciante, que tiene
su residencia en la ciudad de Frankfurt. Toda
mi vida la dediqué a comprar y vender dife-
rentes productos y logré acrecentar la riqueza
de mis arcas, al punto de no tener necesidad de
trabajar el resto de mi vida. Así que he viajado
por los lugares más placenteros del Sacro Im-
perio, he conocido el amor de las más hermosas
damas, así rústicas como principales, y he lo-
grado alcanzar una holgada vida, libre de cual-
quier preocupación.
»Ahora comparto con vos el mismo destino
y me dirijo a mi casa, donde estoy por recibir a
grandes amigos míos, que visitan la ciudad para
mercar las mejores telas. Anoche me percaté de
vuestra llegada al mesón y a la distancia pude
observar que transportáis precisamente todo
tipo de paños y de los más selectos; mismos que
estoy seguro les encantarán a mis huéspedes y
por los cuales, seguramente, seréis recompen-
sado con una cuantiosa fortuna.
»Por tal motivo me atreví a invitaros a mi
mesa y a compartir una buena copa de vino del
Mosella, pues deseo, si vos y vuestra encanta-
dora esposa así me lo permiten, poderlos hos-
pedar en mi residencia, donde podrán disfrutar
de todas las comodidades y serán atendidos
como su alta distinción lo merece».
Günther, encantado por tal propuesta, no
dudó un momento y aceptó gustoso la invita-
15
Sidragaso
ción. Al poco rato Sylvia descendió del dormi-
torio luciendo radiante, atrayendo la atención
de los caballeros y despertando la envidia de
las damas. Theodor, hombre conocedor de las
sutilezas femeninas, pudo observar en el rostro
de ella un gesto de completo regocijo en su
vanidad; lo cual le aseguraba que todo lo que
había planeado se cumpliría sin contratiempo.
Todos partieron de Ulm poco antes del
mediodía y continuaron su trayecto sin tener
algún incidente digno de mención, haciendo
escalas para descansar por las noches en las
ciudades de Stuttgart, Pforzheim, Heidelberg
y Darmstadt, hasta finalmente llegar a Frank-
furt. Durante estos cinco días, Theodor supo
ganarse muy bien la confianza de Günther y la
simpatía de Sylvia. Ella, desde el primer con-
tacto que tuvo con este misterioso personaje,
se sintió extrañamente complacida con su
compañía, ya que se mostraba como una per-
sona agradable y de conversación muy amena;
además de que parecían envolverlo fragancias
deliciosas.
Estando ya en la ciudad, él los condujo a su
residencia, la cual se encontraba en el lateral
sur de la Catedral de San Bartolomé y sepa-
rada por una calle de la Gran Casa de Piedra
de los Judíos, un edificio donde se almacenaba
madera y se encontraban también los libros de
la ciudad; mismo que poco tiempo después fue
demolido por su gran deterioro y en su lugar se
16
Sidragaso
edificó la Casa de los Lienzos, la tienda de telas
más antigua de Frankfurt.
Sylvia quedó fascinada al transitar por aque-
llas calles bulliciosas, llenas de personas que
venían de todos los lugares de la Cristiandad.
También quedó asombrada cuando contempló
la alta torre de la catedral erguirse hacia el cielo,
pues era el edificio más alto que había visto en
toda su vida; y su admiración creció, cuando
Theodor comentó que un año antes Carlos
IV de Alemania, había señalado aquel recinto
como la sede donde se reunirían los siete prín-
cipes electores, fijados en la Bula de Oro, para
designar a los emperadores del Sacro Imperio
Romano.
La residencia del acaudalado mercader era
un amplio edificio de tres niveles, cuya fachada
presentaba paredes entramadas. Al entrar,
todos fueron recibidos por el sirviente a quien
se le había ordenado tenerlo todo preparado
para su llegada y quien tenía listo, para su señor
y sus huéspedes, una espléndida cena acompa-
ñada con vino tinto. Al término del banquete, el
anfitrión ordenó que los condujeran a su habi-
tación, la cual era muy cómoda, pero algo apar-
tada. Theodor se excusó diciendo que cómo es-
peraba más visitas, no deseaba que la hermosa
Sylvia se pudiera incomodar por la presencia
de sus demás invitados. En los siguientes días,
llegaron a aquella casa un mercader de Venecia
que se llamaba Laurencio, otro proveniente de
17
Sidragaso
Cracovia de nombre Valdemar, uno más, Yani,
originario de Copenhague, un cuarto natural
de Gante llamado Tarek y por último Nicholo,
un comerciante de Génova.
Como ya estaba próxima a iniciarse la
feria, el ambiente en toda la ciudad era fes-
tivo y muchas de las familias principales or-
ganizaban banquetes, a los cuales asistían
los más prestigiados comerciantes, para
estrechar amistad con ellos y entablar con-
tratos mercantiles. Theodor tenía relaciones
muy cercanas con las familias más acauda-
ladas de la ciudad, mismas que lo invitaban
con especial empeño a este tipo de eventos;
pero el de mayor ralea, sin duda, era el que
organizaba la familia Römer en su magnífica
residencia, que se encontraba precisamente
frente a la plaza en donde se llevaba a cabo el
tal renombrado evento.
Por su puesto él asistió a este banquete
acompañado por Günther, Sylvia y los otros
cinco invitados. El anfitrión fácilmente pudo
percatarse de la viva emoción que ella sentía,
pues se mostraba encantada de poder convivir
con personas tan distinguidas y selectas. Ur-
gida por su propia vanidad, la joven vistió sus
mejores galas, con el único deseo de ser acep-
tada por esas personas. En el banquete, su lo-
zana belleza se ganó la lisonja de todos los asis-
tentes, quienes no dejaron de alabar también
su gentileza, porte y elegancia. Embriagada en
18
Sidragaso
el placer de la adulación, Sylvia no se percató
de la hipocresía de aquellas gentes. Atento al
comportamiento de ella, Theodor sonreía con
malicia, ante la pronta caída de aquella mujer.
Interesado siempre en descubrir las de-
bilidades del hombre, él también advirtió la
atracción que tenía Günther por el vino, ya que
bebía de forma considerable y esto favorecía a
sus aviesos planes. Atento al comportamiento
de todos los convidados, miraba como varios de
los caballeros presentes se esforzaban por tener
la atención de la joven esposa de su invitado,
quien gustosa se dejaba conducir a los mun-
danos intereses de la época y se entregaba feliz
a los vicios de aquella disipada sociedad.
Cuando el banquete finalizó, aquel pérfido
personaje ordenó a uno de sus criados decirle a
todos aquellos gentileshombres, quienes mos-
traron afición por su bella huésped, que con-
currieran a su residencia, de manera muy dis-
creta, ya que allí tendría lugar un evento que
les complacería enormemente. Cuando todos
regresaron a la morada de Theodor, este pidió a
Günther que se quedara a beber, con él y sus in-
vitados, un excelente vino borgoñés, al mismo
tiempo que trataban algunos negocios; pues sus
huéspedes estaban muy interesados en com-
prar todos los paños que él poseía.
Por otra parte, el anfitrión sugirió a Sylvia
pasara a su aposento y se alistara para des-
cansar, ya que seguramente aquellos asuntos
19
Sidragaso
le aburrirían sobremanera. Ella, aunque no se
sentía cansada, se retiró a su habitación, per-
turbada todavía por todo lo que había experi-
mentado hasta aquel momento. Camino al dor-
mitorio, la ofuscada dama descubrió que una de
las tantas habitaciones se encontraba abierta y
que de su interior provenía una tenue luz. Mo-
vida por la curiosidad entró en ella y en su inte-
rior halló un cirio casi consumido, al lado de un
magnífico espejo con marco de nogal imperial,
laminado en oro.
Atraída por aquel objeto, ella se acercó para
mirarse en él y este le mostró una imagen se-
ductora, fascinante, que despertó en su interior
una viva alegría y una intensa satisfacción hasta
ese instante nunca experimentadas en toda su
vida. Complacida por aquella visión, no dejaba
de mirar lo que el cristal le mostraba. Absorta
en ello, no pudo percatarse que el ambiente se
llenaba de fragancias tan exquisitas, que la en-
volvían y despertaban en su interior confusas
pasiones, que ofuscaban y debilitaban su vo-
luntad. De pronto, a su espalda, escuchó una
sonora voz que le decía:
—«Todo esto puede ser tuyo. Tu vida puede
ser así como lo estás viendo. Todos te honrarán
y sentirán admiración por ti, como este maravi-
lloso espejo te lo está mostrando. El placer expe-
rimentado con las distinciones que esta noche te
prodigaron, no se compara con el deleite que te
espera y que puedes mirar en este frío cristal».
20
Sidragaso
Sin dejar de observar lo que aquel objeto le
presentaba, Sylvia, con una expresión de abso-
luta complacencia, preguntó:
—«¿Cómo? ¿Cómo puedo alcanzar todo
esto? ¿Qué tengo que hacer para que esta visión
se cumpla? ¿Cuál es el precio a pagar por tanta
dicha?».
—«¿Estás dispuesta a cumplir mi
voluntad?».
Al decir esto, la visión que en el espejo se
revelaba se obscureció y mostró la natural
imagen de aquella dama. Ella, rota la fascina-
ción del maléfico artificio, volteó y se vio frente
Theodor, quien, con mirada serena y expresión
afable, se acercó, tomó sus manos y le dijo:
—«¿En verdad deseas que se cumpla lo que
has visto?».
—«¡Sí, lo deseo, lo deseo sobre todas las
cosas! Sin embargo ¿quién sois? ¿Cómo haréis
para cumplir esta revelación?».
—«Mi nombre es Sidragaso y soy un po-
deroso barón en la infernal corte de Satanás.
Tengo poder para cumplir lo que tú quieras,
puedo darte todo aquello que tú desees. Abajo,
en la estancia, acompañan a Günther mis hués-
pedes y otros tantos mercaderes, dispuestos a
comprar todos los paños, al precio que tu ma-
rido fije. Una fortuna obtendrá él si esta venta
se concreta y tú podrás poseer todo aquello que
has visto, solo te pido un gesto de obediencia».
21
Sidragaso
—«¿Qué solicitáis? ¿Qué deseáis que haga
para que se cumpla lo que se me ha mostrado?».
—«Ellos, cautivados por tu gracia y belleza,
solo desean contemplar tu hermosura en todo
su radiante esplendor, libre de cualquier prenda
que pueda ocultar las atractivas cualidades de
tu marmóreo cuerpo».
—«Pero… ¿y mi esposo? ¿Él aprueba esta
petición? ¿Él está conforme con lo que vuestros
invitados ansían?, ¿su honra está dispuesta a
sacrificar por la riqueza y la opulencia?».
—«Günther no será testigo de estos hechos,
él nunca sabrá lo que en la estancia suceda; sin
embargo ¿eres tú capaz de realizar este sacri-
ficio?, ¿podrás complacer a mi petición por lo
que yo te ofrezco?».
Tras decir esto, el cirio, casi por extinguirse,
vaciló en su tenue luz y Sylvia, extasiada en
los aromas que a aquel oscuro ser envolvían,
guardó silencio y trató de reflexionar sobre
todo lo que él le había dicho; mas las esencias
que respiraba, despertaban en ella inquietudes
malsanas, lascivos deseos, voluptuosas fanta-
sías que mermaban su voluntad. Además, en-
torno suyo, comenzó a escuchar las voces de
infernales espectros, que en caótica alternancia
decían:
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
—«Tendrás todo lo que has deseado».
—«Todos te admirarán».
22
Sidragaso
—«Todos te amarán».
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
—«Tendrás todo lo que has deseado».
—«Las más costosas joyas serán tuyas».
—«No habrá prenda que no puedas
adquirir».
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
—«Todos te admirarán».
—«Te honrarán como a ninguna otra».
—«Vivirás en opulencia».
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
—«Todos te amarán».
—«No habrá mujer más bella que tú».
—«Tu dicha será inconmensurable».
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
—«¡Acepta Sylvia! ¡Acepta!».
Abrumada por tal acoso, el profuso llanto
brotó de sus ojos y ella aún alcanzó a escuchar,
débilmente, la armónica voz de una mujer que
le decía:
―«¡Detente Sylvia! ¡No lo hagas! ¡No con-
denes tu alma! ¡No claudiques! ¡Acógete en
mi amoroso regazo! ¡Cúbrete con mi divino
manto! ¡Entrégate a mis maternales brazos!
¡No lo hagas Sylvia! ¡No lo hagas!».
Sin embargo, la voz fue acallada por las
fascinadoras palabras de aquellos espectros
y, dibujándose en el aire una delgada línea de
23
Sidragaso
humo, el cirio terminó de consumirse. Ella, en-
vuelta en la oscuridad y sometida a sus turbias
pasiones, con voz sumisa a Sidragaso dijo:
—«Mi señor, haré lo que vos me orde-
néis, cumpliré con vuestra voluntad, ahora y
siempre».
Él, con una sonrisa malévola, soltó de ella las
manos y la abrazó con codicia, como el avaro lo
hace con el cofre donde deposita sus riquezas.
Theodor entró a la estancia donde se en-
contraban todos sus invitados, quienes durante
todo ese tiempo habían estado bebiendo. Gün-
ther, sin sentido por el exceso de vino, dormía
apoyado sobre la mesa. Al verlo en tal estado, el
perverso anfitrión ordenó a dos de sus criados
lo condujeran a su habitación y no lo importu-
naran en el resto de la noche. Después se dirigió
a sus huéspedes con potente voz y les anunció:
—«¡Señores! Habéis sido invitados a mi re-
sidencia, para ser partícipes de un evento en el
cual se complaceréis muy gratamente; solo que
para recrearos en él, tenéis que pagar por ello un
precio nada gravoso. Todos habéis venido a esta
ciudad para mercar las telas más finas y llevarlas
cada uno a su ciudad. Aquí tenéis ya todo género
de paños. En toda la feria no encontraran me-
jores y con ellos, les aseguro, podrán acrecentar
sus fortunas. Comprad a Günther sus mercan-
cías, al precio que él os indique, y tendréis hoy
un convite inolvidable».

24
Sidragaso
Embriagados por el vino y confundida su
mente por los efectos del mismo, todos acep-
taron tal propuesta sin meditarlo un momento.
Theodor dio entonces dos fuertes palmadas y
la puerta de la estancia se abrió de par en par.
En la entrada se encontraba Sylvia, quien solo
vestía la blanca camisa de lino y sobre esta una
capa escarlata con capucha. Ella entró y se
quitó el capuz dejando ver su blonda cabellera,
que enmarcaba el candoroso rostro, en el cual
resaltaban los azules ojos y los rosados labios.
Luego desató la capa, que cayó tras su es-
palda, y caminó con solo la camisa, entre los
atónitos comerciantes, hasta llegar al centro de
la estancia, donde se levantó y quitó la prenda,
terminando completamente desnuda ante el
nutrido grupo de varones. Estos, jubilosos,
contemplaban extasiados el marmóreo cuerpo
y se miraban unos a otros haciendo sátiras
muecas. Dominada por la voluptuosidad, ella
se contagió de aquella impúdica alegría y em-
pezó a bailar en medio de los hombres, quienes
entre risotadas comenzaron a marcar el ritmo
con palmadas.
Atento a todo lo que ocurría, Theodor or-
denó a sus criados traer instrumentos músicos,
para acrecentar aún más el festivo ambiente.
Sylvia, entregada por completo a la efusión de
sus ardores, continuó bailando e incitó a todos
los presentes a acompañarla y a desnudarse
como ella. Despojados de todo vestido y con los
25
Sidragaso
turgentes espetones, aquellas lascivas mario-
netas no pudieron contener más sus pasiones y
lanzáronse sobre ella como hambrientas onzas;
siendo los primeros Laurencio, Valdemar, Yani,
Tarek y Nicholo, cerrándose así el infernal pen-
táculo. La ofuscada mujer, en lujuriosa crápula,
se entregó al obsceno placer de la orgía y con
todos yació. No hubo ni uno solo que tuviera
sentido suficiente, castidad bastante para no
pecar con ella.
Embriagado y apartado de la estancia, Gün-
ther no pudo escuchar ni saber todo lo que
en aquella habitación ocurría; por otra parte
Hans, fiel sirviente de la familia, retozaba con
una mozuela de la casa, ajeno a tan escandaloso
suceso; solo el perverso barón del infierno fue
testigo de la caída de aquella mujer y de la co-
rrupción de su alma, a la cual pudo contemplar,
con aguda mirada, en los rictus de placer que
en su rostro se dibujaban.
El convite finalizó poco antes del alba. Los
invitados, plenamente satisfechos, abando-
naron uno a uno la residencia. Ella terminó
agotada y tendida sobre la mesa. Theodor or-
denó que cubrieran su desnudez, la condujeran
al dormitorio y la depositaran en el lecho junto a
su marido. Ya muy avanzada la mañana, ambos
se presentaron ante su anfitrión, quien los sa-
ludó muy cortésmente y les comunicó después,
que todos sus invitados estaban dispuestos
a comprar las telas y solo faltaba que él fijara
26
Sidragaso
el precio. En el transcurrir del día, la venta de
todos los paños se realizó y Günther amasó una
cuantiosa fortuna.
Dichosos por tales acontecimientos, el mer-
cader y su esposa regresaron a Augsburgo y se
dedicaron a llevar una vida de opulencia. Él no
escatimaba en gastos por complacerla y man-
daba confeccionar y traer los más preciados ar-
tículos de todos los lugares del Sacro Imperio,
así como de tierras lejanas. Por otra parte, ella
vivía feliz en medio de las adulaciones que le
prodigaban las más distinguidas familias de la
ciudad. La dicha se completó, cuando meses
después ella presentó claras evidencias de em-
barazo. Todos en Augsburgo se alegraron con
tal noticia y felicitaban a la pareja, deseando
que el hijo primogénito pudiera ser un varón.
Sylvia mantuvo ocultó su oscuro secreto y
dejó creer al marido lo que más le convenía. Fi-
nalmente, con grandes complicaciones que la
llevaron al borde de la muerte, ella dio a luz y las
consecuencias de su aberración se manifestaron,
cuando la matrona recibió un producto deforme
y grotesco, que al mirarlo no pudo evitar emitir
un grito de horror. Al contemplar la madre el en-
gendro que había concebido, le causó tal desola-
ción, que el alma abandonó su cuerpo y expiró su
último aliento.
Enloquecido por el dolor, Günther tomó al
recién nacido y con sus propias manos le dio
muerte; y sin poder comprender lo que había
27
Sidragaso
sucedido, él corrió violentamente a todos los
presentes y abandonó los inertes cuerpos de
su esposa e hijo. Luego partió de la ciudad, con
toda su hacienda, y poco se supo de él después.
Una vez que toda la casa quedó sola, maléficos
espectros aparecieron y entre golpes e insultos
condujeron el alma de aquella dama al abismal
infierno.

28
Lemnos Drawing es un proyecto y marca personal
bajo el cual se edita y publica el trabajo creativo y
académico realizado por Juan Manuel Pérez Gar-
cía, escritor, editor y docente, con estudios en Len-
gua y Literaturas Hispánicas, en la Universidad Na-
cional Autónoma de México. Si deseas conocer más
sobre su labor literaria y leer diversas publicaciones
de su autoría, como son microcuentos, cuentos bre-
ves, cuentos, poesías, ensayos y crónicas, accede al
siguiente enlace:

https://lemnosdrawing.blogspot.com
LD
Sidragaso. El placer de la tentación, de Juan Manuel
Pérez García, se terminó el mes de julio de 2012 en
los estudios de Lemnos Drawing. Primera edición.
Su composición se realizó en tipo Georgia en 12:00,
14:00 y 16:00 puntos. La edición es exclusivamente
digital.

También podría gustarte