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COLECCIÓN

PENSAMIENTO DOMINICANO
VOLUMEN V

Historia
COLECCIÓN
PENSAMIENTO DOMINICANO
VOLUMEN V

Historia
américo lugo  |  antología
emiliano tejera  |  antología
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero
pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

IntroducciÓN: Frank Moya Pons

Santo Domingo, República Dominicana


2009
Sociedad Dominicana
de Bibliófilos

CONSEJO DIRECTIVO
Mariano Mella, Presidente
Dennis R. Simó Torres, Vicepresidente
Antonio Morel, Tesorero
Juan de la Rosa, Vicetesorero
Miguel de Camps Jiménez, Secretario
Sócrates Olivo Álvarez, Vicesecretario

Vocales
Eugenio Pérez Montás • Julio Ortega Tous • Eleanor Grimaldi Silié
Raymundo González • José Alfredo Rizek

Narciso Román, Comisario de Cuentas

asesores
Emilio Cordero Michel • Mu-Kien Sang Ben • Edwin Espinal
José Alcántara Almanzar • Andrés L. Mateo • Manuel Mora Serrano
Eduardo Fernández Pichardo • Virtudes Uribe • Amadeo Julián
Guillermo Piña Contreras • María Filomena González
Tomás Fernández W. • Marino Incháustegui

ex-presidentes
Enrique Apolinar Henríquez +
Gustavo Tavares Espaillat • Frank Moya Pons • Juan Tomás Tavares K.
Bernardo Vega • José Chez Checo • Juan Daniel Balcácer
Banco de Reservas
de la República Dominicana
Daniel Toribio
Administrador General
Miembro ex oficio

consejo de directores
Lic. Vicente Bengoa Albizu
Secretario de Estado de Hacienda
Presidente ex oficio

Lic. Mícalo E. Bermúdez


Miembro
Vicepresidente

Dra. Andreína Amaro Reyes


Secretaria General

Vocales
Sr. Luis Manuel Bonetti Mesa
Lic. Domingo Dauhajre Selman
Lic. Luis A. Encarnación Pimentel
Ing. Manuel Enrique Tavares Mirabal
Lic. Luis Mejía Oviedo
Lic. Mariano Mella

Suplentes de Vocales
Lic. Danilo Díaz
Lic. Héctor Herrera Cabral
Ing. Ramón de la Rocha Pimentel
Dr. Julio E. Báez Báez
Lic. Estela Fernández de Abreu
Lic. Ada N. Wiscovitch C.
Esta publicación, sin valor comercial,
es un producto cultural de la conjunción de esfuerzos
del Banco de Reservas de la República Dominicana
y la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.

COMITÉ DE EVALUACIÓN Y SELECCIÓN


Orión Mejía
Director General de Comunicaciones y Mercadeo, Coordinador
Luis O. Brea Franco
Gerente de Cultura, Miembro
Juan Salvador Tavárez Delgado
Gerente de Relaciones Públicas, Miembro
Emilio Cordero Michel
Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Asesor
Raymundo González
Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Asesor
María Filomena González
Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Asesora

Los editores han decidido respetar los criterios gramaticales utilizados por los autores
en las ediciones que han servido de base para la realización de este volumen

COLECCIÓN
PENSAMIENTO DOMINICANO
VOLUMEN V

Historia
américo lugo  |  antología
emiliano tejera  |  antología
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero
pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

ISBN: Colección completa: 978-9945-8613-96


ISBN: Volumen V: 978-9945-457-16-2

Coordinadores
Luis O. Brea Franco, por Banreservas;
y Mariano Mella, por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Ilustración de la portada: Rafael Hutchinson  |  Diseño y arte final: Ninón León de Saleme 
Revisión de textos: Juan Freddy Armando y José Chez Checo  |  Impresión: Amigo del Hogar
Santo Domingo, República Dominicana.
Noviembre, 2009

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contenido

Presentación
Origen de la Colección Pensamiento Dominicano y criterios de reedición................................... 11
Daniel Toribio
Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana
Exordio.......................................................................................................................................... 15
Reedición de la Colección Pensamiento Dominicano: una realidad
Mariano Mella
Presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Introducción
Historiadores y patriotas .............................................................................................................. 17
Frank Moya Pons

américo lugo
antología
Introducción . ............................................................................................................................. 29
Vetilio Alfau Durán
emiliano tejera
antología
(Prólogo) Emiliano Tejera .............................................................................................................. 111
Manuel Arturo Peña Batlle
bernardo pichardo
resumen de historia patria
Bernardo Pichardo. Noticias biográficas . ............................................................................................ 203
Emilio Rodríguez Demorizi
carlos larrazábal blanco
los negros y la esclavitud en santo domingo
Notación preliminar . ..................................................................................................................... 421
manuel arturo peña batlle
obras escogidas. cuatro ensayos históricos –tomo primero–
Unas palabras .............................................................................................................................. 517
pedro troncoso sánchez
estudios de historia política dominicana
Intención .................................................................................................................................... 609
manuel arturo peña batlle
LA REBELIÓN DEL BAHORUCO..................................................................................... 687
ANTONIO HOEPELMAN y juan A. senior
Documentos históricos
Introducción............................................................................................................................... 797
Semblanza de Julio D. Postigo, editor de la Colección Pensamiento Dominicano........... 969

9
presentación

Origen de la Colección Pensamiento Dominicano


y criterios de reedición
Es con suma complacencia que, en mi calidad de Administrador General del Banco de
Reservas de la República Dominicana, presento al país la reedición completa de la Colec-
ción Pensamiento Dominicano realizada con la colaboración de la Sociedad Dominicana de
Bibliófilos, que abarca cincuenta y cuatro tomos de la autoría de reconocidos intelectuales
y clásicos de nuestra literatura, publicada entre 1949 y 1980.
Esta compilación constituye un memorable legado editorial nacido del tesón y la entrega
de un hombre bueno y laborioso, don Julio Postigo, que con ilusión y voluntad de Quijote
se dedica plenamente a la promoción de la lectura entre los jóvenes y a la difusión del libro
dominicano, tanto en el país como en el exterior, durante más de setenta años.
Don Julio, originario de San Pedro de Macorís, en su dilatada y fecunda existencia ejerce
como pastor y librero, y se convierte en el editor por antonomasia de la cultura dominicana
de su generación.
El conjunto de la Colección versa sobre temas variados. Incluye obras que abarcan desde
la poesía y el teatro, la historia, el derecho, la sociología y los estudios políticos, hasta incluir
el cuento, la novela, la crítica de arte, biografías y evocaciones.
Don Julio Postigo es designado en 1937 gerente de la Librería Dominicana, una de-
pendencia de la Iglesia Evangélica Dominicana, y es a partir de ese año que comienza la
prehistoria de la Colección.
Como medida de promoción cultural para atraer nuevos públicos al local de la Librería
y difundir la cultura nacional organiza tertulias, conferencias, recitales y exposiciones de
libros nacionales y latinoamericanos, y abre una sala de lectura permanente para que los
estudiantes puedan documentarse.
Es en ese contexto que en 1943, en plena guerra mundial, la Librería Dominicana publica
su primer título, cuando aún no había surgido la idea de hacer una colección que reuniera
las obras dominicanas de mayor relieve cultural de los siglos XIX y XX.
El libro publicado en esa ocasión fue Antología Poética Dominicana, cuya selección y pró-
logo estuvo a cargo del eminente crítico literario don Pedro René Contín Aybar. Esa obra
viene posteriormente recogida con el número 43 de la Colección e incluye algunas variantes
con respecto al original y un nuevo título: Poesía Dominicana.
En 1946 la Librería da inicio a la publicación de una colección que denomina Estudios,
con el fin de poner al alcance de estudiantes en general, textos fundamentales para comple-
mentar sus programas académicos.
Es en el año 1949 cuando se publica el primer tomo de la Colección Pensamiento Domini-
cano, una antología de escritos del Lic. Manuel Troncoso de la Concha titulada Narraciones
Dominicanas, con prólogo de Ramón Emilio Jiménez. Mientras que el último volumen, el
número 54, corresponde a la obra Frases dominicanas, de la autoría del Lic. Emilio Rodríguez
Demorizi, publicado en 1980.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Una reimpresión de tan importante obra pionera de la bibliografía dominicana del


siglo XX, como la Colección Pensamiento Dominicano, presenta graves problemas para edi-
tarse acorde con parámetros vigentes en nuestros días, debido a que originariamente no
fue diseñada para desplegarse como un conjunto armónico, planificado y visualizado en
todos sus detalles.
Esta hazaña, en sus inicios, se logra gracias a la voluntad incansable y al heroísmo
cotidiano que exige ahorrar unos centavos cada día, para constituir el fondo necesario que
permita imprimir el siguiente volumen –y así sucesivamente– asesorándose puntualmente
con los más destacados intelectuales del país, que sugerían medidas e innovaciones ade-
cuadas para la edición y títulos de obras a incluir. A veces era necesario que ellos mismos
crearan o seleccionaran el contenido en forma de antologías, para ser presentadas con un
breve prólogo o un estudio crítico sobre el tema del libro tratado o la obra en su conjunto,
del autor considerado.
Los editores hemos decidido establecer algunos criterios generales que contribuyen a
la unidad y coherencia de la compilación, y explicar el porqué del formato condensado en
que se presenta esta nueva versión. A continuación presentamos, por mor de concisión, una
serie de apartados de los criterios acordados:

d Al considerar la cantidad de obras que componen la Colección, los editores, atendien-


do a razones vinculadas con la utilización adecuada de los recursos técnicos y financieros
disponibles, hemos acordado agruparlas en un número reducido de volúmenes, que
podrían ser 7 u 8. La definición de la cantidad dependerá de la extensión de los textos
disponibles cuando se digitalicen todas las obras.

d Se han agrupado las obras por temas, que en ocasiones parecen coincidir con algunos
géneros, pero ésto sólo ha sido posible hasta cierto punto. Nuestra edición comprenderá
los siguientes temas: poesía y teatro, cuento, biografía y evocaciones, novela, crítica de
arte, derecho, sociología, historia, y estudios políticos.

d Cada uno de los grandes temas estará precedido de una introducción, elaborada por
un especialista destacado de la actualidad, que será de ayuda al lector contemporáneo,
para comprender las razones de por qué una determinada obra o autor llegó a conside-
rarse relevante para ser incluida en la Colección Pensamiento Dominicano, y lo auxiliará
para situar en el contexto de nuestra época, tanto la obra como al autor seleccionado. Al
final de cada tomo se recogen en una ficha técnica los datos personales y profesionales
de los especialistas que colaboran en el volumen, así como una semblanza de don Julio
Postigo y la lista de los libros que componen la Colección en su totalidad.

d De los tomos presentados se hicieron varias ediciones, que en algunos casos mo-
dificaban el texto mismo o el prólogo, y en otros casos más extremos se podía agregar
otro volumen al anteriormente publicado. Como no era posible realizar un estudio
filológico para determinar el texto correcto críticamente establecido, se ha tomado
como ejemplar original la edición cuya portada aparece en facsímil en la página pre-
liminar de cada obra.

12
PRESENTACIÓN  |  Daniel Toribio, Administrador General de Banreservas

d Se decidió, igualmente, respetar los criterios gramaticales utilizados por los au-
tores o curadores de las ediciones que han servido de base para la realización de esta
publicación.

d Las portadas de los volúmenes se han diseñado para esta ocasión, ya que los plan-
teamientos gráficos de los libros originales variaban de una publicación a otra, así como
la tonalidad de los colores que identificaban los temas incluidos.

d Finalmente se decidió que, además de incluir una biografía de don Julio Postigo y
una relación de los contenidos de los diversos volúmenes de la edición completa, agregar,
en el último tomo, un índice onomástico de los nombres de las personas citadas, y otro
índice, también onomástico, de los personajes de ficción citados en la Colección.

En Banreservas nos sentimos jubilosos de poder contribuir a que los lectores de nuestro
tiempo, en especial los más jóvenes, puedan disfrutar y aprender de una colección biblio-
gráfica que representa una selección de las mejores obras de un período áureo de nuestra
cultura. Con ello resaltamos y auspiciamos los genuinos valores de nuestras letras, ampliamos
nuestro conocimiento de las esencias de la dominicanidad y renovamos nuestro orgullo de
ser dominicanos.

Daniel Toribio
Administrador General

13
exordio
Reedición de la Colección Pensamiento Dominicano:
una realidad
Como presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, siento una gran emoción al
poner a disposición de nuestros socios y público en general la reedición completa de la Co-
lección Pensamiento Dominicano, cuyo creador y director fue don Julio Postigo. Los 54 libros
que componen la Colección original fueron editados entre 1949 y 1980.
Salomé Ureña, Sócrates Nolasco, Juan Bosch, Manuel Rueda, Emilio Rodríguez Demorizi,
son algunos autores de una constelación de lo más excelso de la intelectualidad dominicana
del siglo XIX y del pasado siglo XX, cuyas obras fueron seleccionadas para conformar los
cincuenta y cuatro tomos de la Colección Pensamiento Dominicano. A la producción intelectual
de todos ellos debemos principalmente que dicha Colección se haya podido conformar por
iniciativa y dedicación de ese gran hombre que se llamó don Julio Postigo.
Qué mejor que las palabras del propio señor Postigo para saber cómo surge la idea o la
inspiración de hacer la Colección. En 1972, en el tomo n.º 50, titulado Autobiografía, de Heriberto
Pieter, en el prólogo, Julio Postigo escribió lo siguiente: (…) “Reconociendo nuestra poca
idoneidad en estos menesteres editoriales, un sentimiento de gratitud nos embarga hacia
Dios, que no sólo nos ha ayudado en esta labor, sino que creemos fue Él quien nos inspiró
para iniciar esta publicación” (…); y luego añade: (…) “nuestra más ferviente oración a
Dios es que esta Colección continúe publicándose y que sea exponente, dentro y fuera de
nuestra tierra, de nuestros más altos valores”. En estos extractos podemos percibir la gran
humildad de la persona que hasta ese momento llevaba 32 años editando lo mejor de la
literatura dominicana.
La reedición de la Colección Pensamiento Dominicano es fruto del esfuerzo mancomunado de
la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, institución dedicada al rescate de obras clásicas domi-
nicanas agotadas, y del Banco de Reservas de la República Dominicana, el más importante del
sistema financiero dominicano, en el ejercicio de una función de inversión social de extraordinaria
importancia para el desarrollo cultural. Es justo valorar el permanente apoyo del Lic. Daniel
Toribio, Administrador General de Banreservas, para que esta reedición sea una realidad.
Agradecemos al señor José Antonio Postigo, hijo de don Julio, por ser tan receptivo con
nuestro proyecto y dar su permiso para la reedición de la Colección Pensamiento Dominicano.
Igualmente damos las gracias a los herederos de los autores por conceder su autorización
para reeditar las obras en el nuevo formato que condensa en 7 u 8 volúmenes los 54 tomos
de la Colección original.
Mis deseos se unen a los de Postigo para que esta Colección se dé a conocer, en nuestro
territorio y en el extranjero, como exponente de nuestros más altos valores.

Mariano Mella
Presidente
Sociedad Dominicana de Bibliófilos

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introducción
Historiadores y patriotas
Frank Moya Pons

Me complace mucho haber sido escogido por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos y


el Banco de Reservas de la República Dominicana para escribir esta breve introducción a
este volumen que recoge varias obras de historia publicadas inicialmente en la Colección
Pensamiento Dominicano que dirigía el inolvidable Julio Postigo desde la irrepetible Librería
Dominicana.
Para formar este libro los editores general de esta nueva colección han escogido varias
obras que marcaron hitos intelectuales en la época en que fueron publicados. Sus autores,
bien conocidos entonces, no han sido olvidados todavía, sino todo lo contrario pues fueron
escritores y pensadores seminales que dedicaron gran parte de sus vidas a reflexionar sobre
el acontecer nacional y dejaron numerosos escritos que han contribuido a la construcción de
la conciencia nacional dominicana.
Los que conocimos a Julio Postigo lo recordamos como una persona de hablar suave que
derramaba naturalmente una humildad cristiana, siempre dispuesto a servir y afanosamente
dedicado a administrar aquella inolvidable gran librería, la mejor del país, especializada en
literatura evangélica pero que contenía, al mismo tiempo, un extenso inventario de obras
seculares procedentes de los mejores catálogos editoriales de España e Iberoamérica.
Jovencito yo, apenas comenzando mis estudios universitarios, empecé a frecuentar la
Librería Dominicana y siempre me impresionaba que desde que yo asomaba a la puerta
Don Julio se levantaba solícito de su escritorio o se desplazaba de cualquier punto en que
se encontrara para venir a mi encuentro. Ese gesto siempre me pareció desmedido pero me
complacía mucho. Yo no era más que un adolescente, y Don Julio me hacía sentir que alguien
importante, como él, apreciaba mi interés por los libros.
A pesar de mi escaso presupuesto, le compré muchas obras a la Librería Dominicana en
el curso de los años pues Don Julio siempre insistía en que yo aprovechara las oportunidades
y no las dejara para un futuro en que ya no aparecerían. Una de sus mayores insistencias fue
tratar de que yo adquiriera, a crédito, la gran Enciclopedia Espasa-Calpe. Corría entonces
el año 1968 y yo me encontraba de vacaciones en el país pues entonces estudiaba en Was-
hington, D.C., con una beca Fulbright. Ya Don Julio había dejado la Librería Dominicana
y había fundado la Librería Hispaniola, en la calle José Reyes, en un pequeño local cedido
por la Logia Cuna de América.
Me dijo que esa gran enciclopedia de casi cien tomos estaba esperándome y que él ne-
cesitaba hacer espacio en sus estanterías. Me pidió que me la llevara al fiado por un precio
de 622 pesos. Le dije que no los tenía, y comenzamos una pequeña amistosa discusión, él
diciendo que la llevara y yo resbalando con el argumento de que no tenía el dinero y que,
además, estaba viviendo fuera de país y no tendría dónde colocarla.
En realidad, yo le tenía miedo al endeudamiento pues en aquellos años mi dinero era
escaso y yo debía pensar en mis gastos de sustentación mientras duraran mis estudios en el
extranjero. No compré la enciclopedia y Don Julio quedó frustradísimo. Yo también, pero

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

salí de allí con una sensación de alivio porque no me había endeudado por esa “enorme”
suma. Pasados los años lamenté mucho no haber tenido la valentía de haberle aceptado
aquel fiado a Don Julio Postigo, y él ocasionalmente me lo echaba en cara pues mantuvimos
siempre una gran amistad hasta sus últimos días en este lado del mundo.
Don Julio continuó publicando su serie de autores dominicanos desde su exilio empresa-
rial en la Librería Hispaniola pues consiguió que los socios de la antigua Librería Dominicana
le reconocieran la propiedad de la marca “Colección Pensamiento Dominicano”. Publicó en
aquellos años varios títulos bajo el sello editorial de “Julio Postigo e hijos, editores”.
De ellos, cuatro están contenidos en este volumen que hoy presentamos. Son éstos los
Estudios de Historia Política Dominicana de Pedro Troncoso Sánchez; unas Obras Escogidas y
La Rebelión del Bahoruco de Manuel Arturo Peña Batlle; y una reedición de los famosos Docu-
mentos Históricos que se refieren a la Intervención Armada de los Estados Unidos de Norte-América
y la Implantación de un Gobierno Militar Americano en la República Dominicana, recopilados por
Antonio Hoepelman y Julio A. Senior. Este último título salió bajo el sello de una Editora
Educativa Dominicana.
Los demás libros que han sido incluidos en este volumen fueron publicados mientras
Postigo era gerente general de la Librería Dominicana. El más antiguo de esta nueva com-
pilación que hoy nos ocupa lo preparó Vetilio Alfau Durán con varios ensayos y estudios
de Américo Lugo, y lo tituló, apropiadamente, Américo Lugo: Antología. Le sigue otra obra
similar preparada y prologada por Manuel Arturo Peña Batlle, titulada Emiliano Tejera:
Antología. Además de ésas, este nuevo volumen recoge el conocidísimo Resumen de Historia
Patria, de Bernardo Pichardo, en uso obligatorio en las escuelas dominicanas durante más
de tres décadas, y un pequeño libro que adquirió gran popularidad por la novedad de su
tema en aquel entonces, Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo, de Carlos Larrazábal
Blanco. Acerca de estos libros vamos a hablar a continuación.
Comencemos con la obra de Hoepelman y Senior. Este libro fue publicado en 1922 con la
intención de mostrar otra cara de la intervención militar norteamericana, distinta a aquella
que presentaban los estadounidenses. Para entonces ya habían salido a la luz pública nume-
rosos artículos en revistas noticiosas y académicas que presentaban una versión civilizadora,
modernizadora y constructiva de la intervención militar norteamericana. Para balancear esa
perspectiva Hoepelman y Senior utilizaron una fuente norteamericana de impecables cre-
denciales: el informe que rindió al Congreso de los Estados Unidos una comisión senatorial
que visitó el país en diciembre de 1921 para indagar acerca de los hechos del gobierno y
determinar si era atendible la demanda nacionalista dominicana de poner fin a la ocupación
militar. El título en inglés de ese informe, traducido y comentado por Hoepelman y Senior
es: Inquiry into the Occcupation and Administration of Haiti and Santo Domingo. Hearings Before
A Select Committee on Haiti and Santo Domingo, 67th Congress (Washington, D. C.: Government
Printing Office, 1922).
En ese informe aparecen las declaraciones de numerosos testigos dominicanos así
como de algunos informantes norteamericanos, y el retrato que surge de la lectura de esas
declaraciones y de los documentos que les acompañan es muy distinto al que presentaban
algunos publicistas que defendían la obra modernizadora del gobierno militar que estaba
a cargo del Departamento de Marina de los Estados Unidos.
Aun cuando todos los textos de esta obra son igualmente necesarios para entender el
proceso histórico que ella retrata, hay varios que han quedado en la memoria nacional como

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INTRODUCCIÓN  |  HISTORIADORES Y PATRIOTAS  |  Frank Moya Pons

ejemplos de la clarísima inteligencia y valentía de los líderes cívicos del país en aquellos mo-
mentos decisivos en que la República se debatía entre seguir ocupada por tropas extranjeras,
como ocurrió en Haití, o lograr una desocupación negociada, como ocurrió finalmente con
la instalación de un gobierno provisional, la celebración posterior de elecciones libres, y la
instalación de un gobierno constitucional de corte liberal.
Sin restar mérito a los demás documentos, deseo llamar la atención de los lectores
hacia la famosa “Carta del Monseñor Nouel al Ministro Americano Russell”, fechada el 29
de diciembre de 1920, y el “Informe del Licenciado Francisco J. Peynado a los Honorables
Miembros de la Comisión Especial del Senado de los EE.UU. para Investigar los Asuntos
de Haití y Santo Domingo”. Ambos documentos resumen, mejor que cualesquiera otros, la
visión dominicana acerca de los resultados de la primera ocupación militar norteamericana.
Sin ser exhaustivas, porque no podían serlo, estas piezas argumentan con gran realismo las
poderosas razones que tenían los dominicanos para exigir la pronta retirada de las tropas
norteamericanas de este país.
Como los dominicanos de hoy, comienzos del siglo XXI, particularmente los jóvenes,
conocen muy poco acerca de los comienzos del siglo anterior, este libro editado originalmente
por Hoepelman y Senior es una fuente indispensable para conocer la estatura histórica de
los hombres más influyentes de aquella época, cuyos nombres llenan la lista de informantes
de la referida comisión senatorial, y cuyos testimonios no tienen desperdicio alguno.
Es de aplaudir que esta obra sea recogida hoy conjuntamente con otra casi contempo-
ránea que estudia la acción política de algunos de estos protagonistas durante los primeros
tres lustros del siglo XX. Me refiero al Resumen de Historia Patria, de Bernardo Pichardo,
publicada por primera vez en Barcelona en 1930, escrita por un destacado publicista que
participó activamente en las luchas cívicas y políticas de aquella época.
El Resumen de Pichardo fue obra de texto obligatorio para el estudio de la historia domini-
cana durante más de treinta años, y sirvió para informar a dos generaciones de dominicanos
acerca de la historia política nacional anterior a la Era de Trujillo. Menospreciada hoy por
algunos debido a su precaria estructura formal, pues está compuesta de fichas muchas veces
inconexas que rompen la continuidad de la narración y de los acontecimientos, esta obra era
detestada por los escolares que se veían obligados a memorizar sus datos. No obstante, este
libro es una rica mina de datos cronológicos y políticos que se va haciendo más interesante
a medida que su narración se acerca y se adentra en el siglo XX.
Bernardo Pichardo fue testigo de muchos de los acontecimientos que narra y llegó a ser
Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Juan Isidro Jimenes, derrocado por Desi-
derio Arias en 1916. Creo que los dominicanos que desechan hoy esta obra están perdiendo
la oportunidad de contar con una visión inmediata y objetiva, aunque a veces interesada,
de la política dominicana en las primeras dos décadas del siglo XX.
Pienso que la obra de Pichardo, leída conjuntamente con la de Hoepelman y Senior,
permite a las personas interesadas captar mejor cómo fue aquella época conocida como
de “Concho Primo”. Aquel fue un tiempo en que las pasiones políticas y contradicciones
de los partidos llevaron al colapso de la soberanía en 1916. El Resumen de Pichardo ha
sido sobrepasado desde hace más de treinta años por varias obras generales de historia
dominicana escritas por autores más modernos, pero es todavía útil para entender aquel
difícil período de inestabilidad política, revoluciones e ingerencia extranjera en la Repú-
blica Dominicana.

19
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Recuerdo que los muchachos rechazábamos este libro en la escuela secundaria porque
los profesores nos hacían aprender las fichas de memoria sin conexión unas con las otras, y
sin explicarnos la dinámica de los acontecimientos. El libro servía a los profesores de enton-
ces como guía de un anecdotario nacional que a veces llegaba a los límites de lo fantástico.
Los estudiantes se quejaban mucho entonces de que no entendían la escritura de Bernardo
Pichardo, pero una nueva lectura de la obra, particularmente del período posterior a la
Guerra de la Restauración, nos dice que Pichardo realizó un esfuerzo loable por presentar la
historia política intentando una objetividad difícil de alcanzar en medio de tantas pasiones
partidarias.
Muerto Trujillo, Julio Postigo quiso publicar una cuarta edición del Resumen de Pichardo
y pidió a Emilio Rodríguez Demorizi una actualización de esta obra cuya narrativa terminaba
en 1916. Rodríguez Demorizi acometió la tarea y compuso una “Síntesis Cronológica” que
fue incorporada a modo de Apéndice, manteniendo la misma estructura del texto dividido
en fichas encabezadas por un título. Hoy esta forma de escribir historia está completamente
desfasada y obras como éstas corren entonces el destino de ser más útiles como anecdota-
rios y ficheros que como narraciones estructuradas conforme a la propia dinámica de los
acontecimientos.
Recuerdo que algunos críticos le señalaron a Rodríguez Demorizi haber utilizado
este Apéndice para desvincularse del trujillismo que este prominente historiador abrazó
durante gran parte de su vida. Comoquiera que fuera, la obra de Pichardo quedó “actua-
lizada” y sirvió brevemente en las escuelas hasta que apareció la Historia de Santo Domingo
de Jacinto Gimbernard, en 1966, la cual gozó de varias ediciones y sirvió de puente en la
enseñanza de la historia nacional por más de diez años, siendo a su vez sucedida por obras
más modernas.
La apertura democrática que tuvo lugar en el país después de la Era de Trujillo estimuló
un interés más amplio por la historia dominicana. A finales de la Dictadura circuló breve-
mente una obra de historia dominicana que pudo haber sustituido la de Pichardo de no ser
porque su autor, Ramón Marrero Aristy, importante colaborador del régimen de Trujillo,
fue asesinado por el Dictador casi al mismo tiempo en que terminaba de imprimirse su obra
en tres volúmenes titulada República Dominicana: Historia del Pueblo Cristiano Más Antiguo
de América (1957-58).
La muerte de Marrero Aristy hizo que el régimen detuviera la circulación de esta obra
y casi toda la edición quedó guardada por años en los almacenes del Archivo General de la
Nación. Su tercer tomo comprendía la Era de Trujillo y contenía una interpretación trujillista
de la historia dominicana que, según me contó César Herrera, no fue escrita por Marrero
Aristy, sino por el mismo Herrera ya que Marrero tenía entonces muchas ocupaciones como
Secretario de Estado de Trabajo.
Narro esta versión para dar a conocer que entre 1961 y 1967 la historiografía dominica-
na o, dicho de otra manera, los textos generales de historia dominicana en uso eran los de
Bernardo Pichardo y Marrero Aristy pues aunque la obra de Marrero permanecía guardada
en el Archivo General de la Nación, los directores de esta institución y algunos empleados
regalaban libremente esta obra a todo el que la requería. La obra de Gimbernard, que sus-
tituyó la de Pichardo, se nutrió de ambas y significó un paso de avance en la historiografía
escolar dominicana aun cuando este autor no era historiador profesional sino músico e
instrumentista clásico.

20
INTRODUCCIÓN  |  HISTORIADORES Y PATRIOTAS  |  Frank Moya Pons

La historiografía trujillista enfatizó mucho una interpretación de la formación socio-


cultural del pueblo dominicano basada en la noción tradicional, construida por la élite
intelectual capitaleña, de que los dominicanos eran una colectividad fundamentalmente
blanca, católica e hispana.
Las raíces de esta concepción son bastante antiguas y han sido estudiadas amplia-
mente por muchos intelectuales dominicanos que han señalado sus orígenes coloniales y
la reafirmación de una identidad socio-racial distinta al pueblo vecino de la República de
Haití. Las invasiones haitianas (1801-1805), la dominación haitiana (1822-1844), la guerra
dominico-haitiana (1844-1859), la ocupación haitiana de tierras fronterizas (1865-1937), así
como la continua disputa diplomática por la definición de la frontera dominico-haitiana
(1874-1936), sirvieron de estímulo a la reafirmación de esa identidad socio-racial construida
por los intelectuales dominicanos.
Dos eventos vinieron a conmover este bloque de creencias sustentado en la blancura,
hispanidad y catolicidad dominicanas. Uno de ellos fue la publicación del libro Los Negros y
la Esclavitud en Santo Domingo, de Carlos Larrazábal Blanco, dentro de la Colección Pensamiento
Dominicano, en 1967, y el otro fue la celebración de un “Primer Coloquio sobre la Influencia
de África en las Antillas y en el Caribe”, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo,
en 1973. En esos años aparecieron las obras Los Negros, los Mulatos y la Nación Dominicana
(1969), de Franklin Franco, y Vodú y Magia en Santo Domingo (1975), y La Esclavitud del Negro
en Santo Domingo, 1492-1844 (1980), de Carlos Esteban Deive.
A partir de entonces surgió una nueva tradición antropológica e historiográfica de
cuestionamiento a los supuestos raciales de la historiografía trujillista. Esta tradición se ha
enriquecido con numerosas obras en los últimos cuarenta años, pero es de justicia señalar
que comenzó con la aparición de la obra de Larrazábal Blanco que editaba Julio Postigo
desde la Librería Dominicana.
La obra de Larrazábal Blanco se incorpora, muy tardíamente, a un movimiento historiográ-
fico, de larga data en América Latina, que intentaba buscar las raíces africanas en sociedades
tropicales inicialmente colonizadas por España y Portugal como Venezuela, Brasil, Hondu-
ras, Cuba, Santo Domingo y Panamá, en adición a las zonas costeras de México, Ecuador y
Colombia que también contienen grupos significativos de población de origen africano.
Me vienen a la mente las obras del Fernando Ortiz, Miguel Acosta Saignes y Gilber-
to Freyre, entre otras, que sirvieron de estímulo a Larrazábal Blanco para proponer a los
dominicanos que, aparte de la mirada tradicional, también había otra forma de percibir la
sociedad dominicana: explorando la trata de esclavos y la introducción de miles de personas
procedentes de distintas tribus, castas, naciones y culturas africanas, y buscando en la cultura
dominicana aquellos rasgos de origen africano enterrados en el folklore y las costumbres.
La primera parte del libro de Larrazábal Blanco recuerda bastante a la clásica obra de
José Antonio Saco, Historia de la Esclavitud de la Raza Africana en el Nuevo Mundo publicada
casi un siglo antes (1875) y poco conocida en el país entonces, pero su aparición causó una
gran sorpresa en el medio intelectual dominicano y abrió una compuerta que ha creado un
torrente de revisiones de las tesis tradicionales sobre la identidad dominicana.
Muchas de esas tesis fueron recogidas en estas obras que hoy comentamos. Dos de sus
autores más destacados son Américo Lugo y Manuel Arturo Peña Batlle. En ambos los domi-
nicanos de todas las tendencias reconocen dos vigorosos pensadores que dejaron implantadas
ideas sociológicas e historiográficas que todavía hoy perduran y se discuten apasionadamente

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

porque dieron lugar a una tradición de pensamiento que algunos intelectuales llaman “el
gran pesimismo dominicano”, pero que examinadas más profundamente revelan hondas
preocupaciones patrióticas por el destino del pueblo dominicano.
Américo Lugo fue, ante todo, un patriota ejemplar, como lo retrata con elocuente precisión
Vetilio Alfau Durán, el concienzudo compilador de sus escritos en la Antología publicada
por Postigo. Lugo fue también historiador y literato, aun cuando se ganaba la vida como
abogado. Como historiador dejó dos obras de mucha importancia, agotadas hoy, pero que
influyeron notablemente en su discípulo Manuel Arturo Peña Batlle, de quien hablaremos
más adelante. Esas obras son su breve estudio titulado Baltasar López de Castro y la Despobla-
ción del Norte de la Española (1947), y la Historia de Santo Domingo, 1556-1608: La Edad Media
de la Isla Española (1952), que incorpora el anterior estudio.
Lugo también escribió otros trabajos históricos como fueron sus estudios de rectificación
de la historia eclesiástica, y dejó una inmensa colección documental recogida en archivos
españoles y franceses pertinentes a los siglos XVI, XVII y XVIII, en la cual se destaca la co-
rrespondencia entre los gobernadores de las colonias francesa y española de la isla de Santo
Domingo en el siglo XVIII. Esta “Colección Lugo” fue publicada in extenso en el Boletín del
Archivo General de la Nación en el curso de varios años.
La obra patriótica de Lugo aparece consignada en varias publicaciones periódicas, entre
ellas el periódico Patria, desde el cual combatió arduamente la primera ocupación militar
norteamericana y demostró su activismo político a favor de la desocupación pura y simple
del territorio por las tropas estadounidenses.
La Antología de Vetilio Alfau Durán es una excelente muestra de dos aspectos de la
multifacética personalidad de Américo Lugo: el historiador y el activista patriótico. También
retrata esta compilación al fino escritor que sus contemporáneos reconocían como consumado
estilista y crítico literario.
Del jurista, Alfáu Durán recoge una de las obras más citadas y discutidas de Lugo: El
Estado Dominicano ante el Derecho Público, su tesis para graduarse de doctor en Derecho. A
pesar de su brevedad, esta es una de las reflexiones más dolorosas y demoledoras realizadas
por pensador alguno acerca del pueblo dominicano. Valiéndose de argumentos postulados
por otro pensador igualmente influyente, José Ramón López, en su obra La Alimentación y
las Razas (1899), Lugo realiza un diagnóstico pesimista acerca de la capacidad del pueblo
dominicano para constituirse en nación, pero no lo hace con la intención de quedarse en el
retrato, sino de llamar la atención de los líderes de su tiempo hacia la necesidad de despertar
del letargo, invitándolos a constituirse en un partido que luchara por el desarrollo del país
infundiéndole a éste “nueva sangre” mediante la inmigración.
Las ideas de López y Lugo fueron asimiladas por el pensador político más orgánico que
dio la República Dominicana en el siglo XX: Manuel Arturo Peña Batlle. Abogado de pro-
fesión y político por obligación, puede decirse que todo lo que escribió Peña Batlle estuvo
dirigido a defender las “esencias de la dominicanidad” (hispanidad, catolicismo, blancura),
amenazadas, creía él, por la vecindad y la penetración haitianas, por un lado, y por el racio-
nalismo y el positivismo hostosiano, por el otro.
Peña Batlle fue a la historia a buscar elementos con los cuales definir los orígenes de la
nacionalidad e identidad dominicanas, así como los peligros que las asechaban, entre ellos el
nacimiento del Estado haitiano y la presencia haitiana en el territorio dominicano. Todas sus
obras estuvieron dirigidas en esa dirección, desde sus tempranos y magníficos estudios sobre

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INTRODUCCIÓN  |  HISTORIADORES Y PATRIOTAS  |  Frank Moya Pons

Las Devastaciones de 1605 y 1606: Contribución al Estudio de la Realidad Dominicana (1938), La


Isla de la Tortuga (1951), y El Tratado de Basilea y la Desnacionalización del Santo Domingo Español
(1952), hasta resumir sus ideas en los sólidos prólogos a la obra de Emilio Rodríguez Demorizi,
Antecedentes de la Anexión a España (1955), a la historia de Antonio Valle Llano, La Compañía
de Jesús en Santo Domingo durante el Período Hispánico (1950), y a la Antología de Emiliano Tejera
(1951) que preparó el mismo Peña Batlle para la Colección Pensamiento Dominicano.
En esos escritos están las piedras angulares del pensamiento nacionalista dominicano que
dominó todo el siglo XX. Este fue un nacionalismo conservador, dolorido por la conciencia
que tenían sus sustentadores de que el país no había avanzado al ritmo de otras naciones,
como por ejemplo Cuba. Los ideólogos de este nacionalismo buscaron en la historia las
causas del atraso nacional que ellos percibieron como fracaso de la nación dominicana.
Como pruebas de ese fracaso señalaban las constantes asonadas militares y el permanente
gavillerismo rural, así como la incapacidad de las élites urbanas de mantener en orden las
finanzas públicas. La más grande y dolorosa evidencia del fracaso de la nación fue para ellos
el derrumbe de la soberanía en 1916.
Terminada la ocupación militar norteamericana, estos ideólogos, patriotas sin lugar a
dudas, muchos de ellos procedentes de los sectores medios, anhelaban un régimen de orden
que diera continuidad a la estabilidad y modernización experimentadas durante el gobierno
militar, y por ello muchos se alinearon desde temprano con el Jefe del Ejército, Rafael Trujillo,
pues este soldado prometía la construcción de una patria nueva que surgiera de las cenizas
del ciclón de San Zenón que devastó la ciudad capital el 3 de septiembre de 1930.
Peña Batlle no estuvo entre ellos. Para entonces su perfil profesional estaba claramente deli-
neado como un abogado nacionalista que había combatido la ocupación militar y que trabajaba
para resolver otro de los más amenazantes problemas para la nación dominicana: la indefinición
de la frontera con Haití. Peña Batlle dirigió los trabajos que culminaron con el Tratado de Límites
con Haití en 1929, pero no era un joven trujillista como otros de su generación.
Circunstancias muy bien estudiadas en las obras de Juan Daniel Balcácer, Andrés L.
Mateo, Danilo Clime y Manuel Núñez, entre otros, acerca de Peña Batlle, dan cuenta de
la transición política de este autor hacia el trujillismo, así como de sus esfuerzos por dar
sustancia ideológica a un régimen que en 1937 intentó poner fin, de manera cruenta, a un
problema territorial y político que arrastraba la nación dominicana desde antes de 1844: la
ocupación de tierras nacionales por inmigrantes haitianos ilegales.
A partir de su famoso discurso de Elías Piña, en 1942, Peña Batlle emerge en la escena
intelectual y política dominicana como el ideólogo de una generación de intelectuales que
buscaba entender y explicar la construcción de una nueva patria dominicana por un dictador
sangriento de origen haitiano que, al tiempo que abrazaba los postulados del nacionalismo
hispanista, católico y racista, también se proponía industrializar y modernizar el país.
Dos de los escritos donde más claramente se ve el hispanismo de Peña Batlle es en su
ensayo de juventud El Descubrimiento de América y sus Vinculaciones con la Política Internacio-
nal de la Época (1931), y en su controversial obra La Rebelión del Bahoruco (1948), reproducida
por Julio Postigo en 1970 en la Colección Pensamiento Dominicano. Este libro le valió no pocos
disgustos a Peña Batlle con Fray Cipriano de Utrera, pues le discutió con gran vehemencia al
fraile franciscano sus tesis sobre el cacique Enriquillo y sus ideas y datos sobre la temprana
historia colonial dominicana. Si se ve en detalle, este fue un debate entre “españoles hispa-
nistas”, más que entre historiadores dominicanos. Le tomó a Utrera muchos años contestar

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

adecuadamente a su interlocutor, muriendo antes de lograrlo, siendo así que su obra Polé-
mica de Enriquillo vio la luz en 1973 como edición póstuma ejecutada por Emilio Rodríguez
Demorizi en un intento de revindicar a Utrera ante las acusaciones de Peña Batlle.
Como puede verse, aquellos fueron tiempos de mucho fermento intelectual, contraria-
mente a lo que piensan algunos intelectuales que creen hoy que la Era de Trujillo fue un
periodo de total oscurantismo. Es cierto, como ha demostrado muy bien Andrés L. Mateo,
en su obra Mito y Cultura en la Era de Trujillo (1993), que la mayoría de los escritores de en-
tonces no tenían el vuelo intelectual de Peña Batlle y sus escritos no eran más que una jerga
repetitiva de ditirambos dedicados al Dictador, pero no es menos cierto que en las obras de
otros varios escritores importantes como Joaquín Balaguer, La Realidad Dominicana (1947),
Emilio Rodríguez Demorizi, Invasiones Haitianas 1801, 1805, 1822 (1955), César Herrera, De
Harmont a Trujillo (1953) y Las Finanzas de la República Dominicana (1955), y Ramón Marrero
Aristy, República Dominicana: Historia del Pueblo Cristiano Más Antiguo de América (1957-58),
las ideas de Peña Batlle son el soporte ideológico e historiográfico de sus argumentaciones,
como lo fueron de otros escritores trujillistas.
Con estos antecedentes intelectuales no es de sorprender que Peña Batlle fuera el encar-
gado de preparar, en 1951, la Antología de Emiliano Tejera que recoge este volumen. Tejera
fue, en su época, un modelo de rectitud y patriotismo. Actuó en la política después de la
dictadura de Ulises Heureaux, y luchó, como otros de su generación, por salvar al país de
la ruina en que lo sumió la pesada deuda externa dejada por Lilís. Fue durante varios de
esos años Secretario de Estado de Relaciones Exteriores en el gobierno de Ramón Cáceres y
recibió uno de los mayores impactos de su vida cuando su hijo, el General Luis Tejera, jefe
militar de Santo Domingo, asesinó al Presidente Cáceres el 19 de noviembre de 1911.
Abogado de profesión e historiador de vocación, Emiliano Tejera fue altamente respetado
y hasta venerado en vida. Fue testigo del descubrimiento de los restos de Cristóbal Colón en
la Catedral de Santo Domingo en 1877. Para defender la autenticidad de ese descubrimiento
escribió una obra que todavía constituye un monumento a la verdad y al método histórico.
Guardó una amplia colección de documentos coloniales que sirvieron mucho a José Gabriel
García, el Padre de la Historia Dominicana. Su hermano Apolinar Tejera también practicó
la crítica histórica, realizando numerosas rectificaciones a muchas tradiciones históricas y
despejando leyendas que anteriormente se aceptaban como verdades.
En adición a su clásico libro Los Restos de Colón en Santo Domingo (1878), completado
luego en 1926 y 1928, Emiliano Tejera dejó también una obra muy útil titulada Palabras
Indígenas de Santo Domingo (1935) que fue luego ampliada por su hijo Emilio Tejera en un
monumental trabajo titulado Indigenismos, rescatado del olvido y publicado por primera vez
por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos en 1977.
La Antología de Emiliano Tejera que hoy recoge esta compilación de obras históricas
de la Colección Pensamiento Dominicano contiene varios escritos que Peña Batlle consideró
de importancia para la posteridad. Uno de ellos es un argumento a favor de la autentici-
dad del hallazgo de los restos de Colón en 1877. Otro es un ensayo biográfico acerca del
Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, para solicitar y justificar ante el Congreso Nacional
la erección de una estatua del Fundador de la República. Otros dos documentos son frag-
mentos de sus memorias como Ministro de Relaciones Exteriores durante los años 1907 y
1908, piezas éstas que demuestran la calidad de estadista de Emiliano Tejera. Dos piezas
más cortas acerca de la educación religiosa y la crianza libre en Santo Domingo completan

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INTRODUCCIÓN  |  HISTORIADORES Y PATRIOTAS  |  Frank Moya Pons

esta Antología. La última retrata a Tejera como un agudo observador sociológico y es una
lástima que no cultivara más esa forma de mirar la realidad porque es probable que hubiera
dejado algunos trabajos a la altura de los que nos legó Pedro Francisco Bonó, el Padre de
la Sociología Dominicana.
Concluimos esta presentación con el libro de Pedro Troncoso Sánchez, el amable his-
toriador y filósofo que dedicó varios años de su vida a biografiar y rescatar la figura del
Fundador de la República, Juan Pablo Duarte, quien dejó una biografía hagiográfica de
Ramón Cáceres, y quien también combatió públicamente la tesis de quienes sostienen que
los restos de Cristóbal Colón no están en Santo Domingo.
Conocí muy bien a Don Pedro Troncoso Sánchez. Fue mi profesor de Introducción a la
Filosofía y de Teoría del Conocimiento en la universidad en los años 1962 y 1963, y desde
entonces nos unió una gran amistad. Juntos estuvimos en la fundación y dirección de la So-
ciedad Dominicana de Bibliófilos inspirada y motorizada por el filántropo Gustavo Tavares
Espaillat, y juntos también compartimos tareas en la Academia Dominicana de la Historia,
de la cual él llego a ser tesorero y yo secretario.
Hablábamos con mucha frecuencia, y recuerdo que a él le impresionaba mucho que
yo me dedicara más a la historia socioeconómica que a la historia política o a la biografía,
campos que él cultivaba con dedicación como se observa en sus obras. Por lo que recuerdo
de sus cátedras, Don Pedro Troncoso Sánchez era un filósofo moralista, creyente en una
escuela que tuvo muchos cultivadores en una época: la axiología de Max Scheller. Esta le
venía muy bien a su formación y creencias religiosas pues era un católico practicante, muy
dedicado a su familia.
Julio Postigo le publicó en 1973 un libro que hoy es reeditado en este volumen: Estu-
dios de Historia Política Dominicana. Estos son realmente varias conferencias que Don Pedro
pronunció en su madurez, producto de sus reflexiones acerca de la vida dominicana en el
siglo XIX, aunque la primera, “Una Sinopsis de la Historia Dominicana”, es un esfuerzo
por recoger en una sola mirada la evolución política del país desde Cristóbal Colón hasta
la guerra civil de 1965.
Don Pedro Troncoso Sánchez era un abogado conservador, pero era un historiador
liberal y sus escritos lo reflejan, según se ve en su ensayo titulado “Santana en la Balanza”.
Su dedicación a la defensa de Duarte se convirtió en un activismo misionero. Una de sus
grandes preocupaciones fue reivindicar la figura de Duarte como un hombre activo, com-
bativo y viril muy distinto al ser angelical y pusilánime que proyectaban algunos escritores
contemporáneos de Troncoso Sánchez, como Joaquín Balaguer. Por eso Don Pedro escribió
“Faceta Dinámica de Duarte”.
Troncoso Sánchez también quiso rectificar la óptica provinciana de algunos historiadores
y muchos intelectuales dominicanos que tienen la tendencia a pensar que la historia nacional
ha ocurrido independientemente de la evolución general de la humanidad como si la isla
fuese un territorio aislado. Por ello Don Pedro escribió los ensayos “Las Guerras Europeas
de Santo Domingo” y “La Restauración y sus Enlaces con la Historia de Occidente”.
Su último ensayo, “Posiciones de Principio en la Historia Política Dominicana”, fue un
esfuerzo para mostrar que a pesar del cinismo y del pesimismo intelectual, y a pesar de la
larga dominación de las dictaduras y los regímenes corruptos, siempre ha habido sectores
nacionales que han enfrentado el autoritarismo y la corrupción desde la fundación de la
sociedad secreta La Trinitaria hasta nuestros días.

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No. 2

AMÉRICO LUGO
Antología
Selección, introducción y notas de
Vetilio Alfau Durán
Introducción
La personalidad de don Américo Lugo es muy bien conocida en su patria y fuera de ella;
de modo, pues, que estas líneas liminares son menos necesarias de lo que parecen. Quien
en medio de aquel largo ciclo de cuarteladas, alzamientos y contralzamientos que llevó al
país por la más tortuosa calle de amarguras hacia el calvario de la Ocupación extranjera,
tuvo, como Eugenio Deschamps, la visión radiante de una patria libre, próspera, íntegra y
respetada; quien dice a sus conciudadanos que “gobernar es amar” y desde la alta tribuna
de la Cuarta Conferencia Panamericana grita, con unción evangélica, que “el ideal es más
necesario que el pan”; quien comparece ante una Alta Comisión Militar impelido sólo por la
fuerza y silencia como Jesús en el Pretorio, cuando los jueces le ordenan defenderse, señalando
así el camino de la dignidad y del honor que debe trillar siempre el verdadero patriotismo;
quien ha consagrado su vida a la patria, al amor hermoso, a lo bueno, a lo bello, a lo noble
y a todo cuanto dignifica y engrandece, no necesita de palabras para que su nombre y su
obra irradien perpetuamente con relieve inconfundible.
De su actitud frente a la Alta Comisión Militar, habla con precisión un periodista dis-
tinguido: H. Blanco Fombona, en la página publicada en la revista Letras, de esta ciudad, en
su edición núm. 170, correspondiente al 12 de septiembre de 1920. La escogemos de entre
los muchos trabajos que se escribieron entonces, porque su autor fue de los que sufrieron
prisión y ruina por la misma causa. La Alta Comisión Militar, ante la dominicana entereza
del Doctor Lugo, se desconcertó, aplazó la causa y el fallo no fue pronunciado.
He aquí la palabra del ya fenecido periodista cuya memoria nos merece respeto:

Lugo ante la Comisión Militar


Américo Lugo es un hombre maduro. El respeto que se le profesa en la República
no es, pues, nada a priori; es algo a posteriori, granjeado, con dificultad, aunque sin
proponérselo, por su vida vivida altamente, pulcramente, fructuosamente. El talento y el
donaire para expresarse por escrito, son dones que, al nacer, le otorgaron las hadas. Pero
el uso que ha hecho de estas cualidades no comunes obra es de su conciencia. Centro de
un hogar todo honorabilidad; doctorado en leyes, autor de estudios literarios y científicos
de gran interés; cuando la patria ha necesitado el consejo de sus hijos más eminentes, la
voz de Américo Lugo se ha dejado oír, no como la de un profesional de la política, que
busca medro para bastardos intereses, sino como la de un probo pensador, que ama por
sobre todas las cosas, a su patria, que tiene, a toda hora, presentes, para defenderlos con la
fogosidad de un buen tropical, los intereses permanentes de la nacionalidad dominicana.
Cuando la patria no reclama el concurso de sus capacidades, él se aleja a su gabinete de
trabajo, y reconstruye benedictinamente, el pasado de esta isla que es también el pasado
de América o cincela una página de amena literatura o busca soluciones legales a los inte-
reses en conflicto que se le han encomendado. Fuera de su hogar y de su oficina es difícil
hallarlo en parte alguna.
Acordóse de él la República cuando quiso mandar a un hombre bien preparado a la
Cuarta Conferencia Panamericana reunida en Buenos Aires, en donde con honradez y sin-
ceridad, que algunos creyeron poco diplomáticas, denunció ante el mundo al imperialismo
norteamericano.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Hombre de carácter, no rehúye responsabilidades, llama a las cosas por su nombre, da


la cara al conflicto.
Iniciada hace poco en el país una campaña doctrinaria que contaba para ser respetada,
solamente con su propia respetabilidad, ya que según la ley de censura que se ha impuesto
a la prensa dominicana no se tolera sino una propaganda complaciente, es decir de complici-
dad; Américo Lugo salió a la palestra armado de todas las armas: de un conocimiento cabal
del caso dominicano y de una copiosa doctrina jurídica, a llamar las cosas por su nombre
dentro de un plan científico de propaganda doctrinaria nacionalista. Esa campaña lo condujo
a donde se encuentra hoy: ante una Comisión Militar. Al convocar estas Comisiones se les
indica el máximum de pena que pueden aplicar. La Comisión que conoce de la causa que
se sigue contra Américo Lugo, puede llegar según expresa la convocatoria, hasta a la pena
de muerte. Los artículos doctrinarios de Lugo fueron reproducidos por toda la prensa del
país a título de aprobación y contribuyeron grandemente a triplicar la venta del diario Las
Noticias en donde aparecían. Se le redujo a prisión y se le permitió la libertad mediante una
fianza de $3,000.
Juzgados el exdiputado Castillo y el poeta Sanabia, y condenados por supuestos deli-
tos de prensa a un año de presidio y mil quinientos pesos de multa; juzgado Fabio Fiallo y
condenado a un año de presidio y dos mil quinientos pesos de multa; juzgado el diarista
Flores Cabrera, y pendiente la causa de sentencia, toca a don Américo su turno. Comparece
en juicio público ante la Comisión Militar. (Los anteriores juicios habían sido secretos).
El país esperaba ansioso algo importante en la defensa de don Américo. Y el país se
sintió alborozado, dignificado cuando el supuesto reo dijo:
“Señores: No estoy listo para ser juzgado. Al escribir el artículo por el cual se me
imputa un delito, he entendido que cumplía un deber de dominicano. En mi calidad de
ciudadano dominicano, no puedo reconocer en la República Dominicana la existencia de
otra soberanía sino la de mi patria. Toda suplantación de esta soberanía, sea cual fuera
el principio invocado, no es ni será a mis ojos sino un hecho de fuerza. Por consiguiente,
y puesto que creo que no he cometido ningún delito y que no puedo reconocer ninguna
jurisdicción sobre mí a este tribunal, no he venido a defenderme: he comparecido sola-
mente obligado por la fuerza”.
Es esta una muralla más inaccesible que la china, tras la cual se coloca el reo, y coloca
también al país al colocarse él. Este desconocimiento, escapado de las especulaciones teóricas,
se irgue vivificado, concreto, preciso, en un acto, con un valor de suma trascendencia. En
el proceso de la Ocupación Militar esta declaración tan categórica hecha por tan conspicua
personalidad, se levanta como un faro para sus compatriotas contemporáneos. La historia
dominicana guardará amonedada esa contestación para enseñarla a las generaciones veni-
deras cuando tengan que hacer gala de sus magnos gestos. Esa tabla de mármol le hablará
al porvenir de patriotismo, de dignidad, de valentía.
El Dr. Américo Lugo es desde 1913 Consejero de las Legaciones Dominicanas en los
Estados Unidos de Norteamérica y en Europa y Comisionado Especial para el estudio de
los archivos extranjeros; y está, desde 1909, adscrito a la Sección Tercera de Washington,
que fue una de las siete Secciones que se constituyeron en el Congreso de Delegados de
todas las Repúblicas de América reunido en Río de Janeiro con el fin de preparar un Código
de Derecho Internacional Público y otro de Derecho Internacional Privado que reglen las
relaciones de todos los Estados del Nuevo Mundo.

30
américo lugo  |  antología

Nació en esta ciudad, en la amada calle del Conde de Peñalva, en la casa marcada con
el número 75 el 4 de abril del año 1870, hijo legítimo de D. Tomás Joaquín Lugo (1836-1921)
y de Da. Cecilia Herrera y Veras (1841-1924). Es primer nieto de D. Nicolás Lugo (1807-1845),
nacido en Maracaibo, Venezuela, a donde se establecieron sus padres, cuando de nuestra patria
emigró la flor de las familias dominicanas por causa del maldecido Tratado de Basilea, y quien
no solamente figura en nuestros anales como maestro de varios próceres distinguidos, sino
que fue de los firmantes del Manifiesto de la Independencia y de los legionarios del Baluarte
en la noche redentora del 27 de Febrero de 1844, y de Da. Juana María Alfonseca; segundo
nieto de D. José Joaquín Lugo, rico propietario, dueño de tierras y de esclavos en los días de la
Colonia, y de Da. Felipa Yépez. Contrajo matrimonio en la blasonada ciudad de Puerto Plata
el 12 de abril de 1893 con la distinguida señorita Dolores Romero y Correa, de origen cubano;
y de cuya feliz unión es único y vigoroso fruto Américo Lugo Romero (n. en 1894).

Bibliografía
1. ¿Es arreglada al derecho natural la investigación de la paternidad? Tesis para la Licenciatura en Derecho,
S. D., 1889.
2. A punto largo, S. D., 1901. Segunda edición, París, 1910.
3. Heliotropo, S. D., 1903. Segunda edición: C. T., 1939. (Aumentada con una segunda parte).
4. Defensas, Litis Alfau-Vicini, Dos tomos, S. D., 1905.
5. La concesión Ros, S. D., 1905.
6. Ensayos dramáticos, S. D., 1906.
7. Bibliografía, S. D. 1906.
8. Flor y lava, (Antología de Martí), París, 1909.
9. La Cuarta Conferencia Internacional Americana, Sevilla, 1912.
10. El Estado dominicano ante el derecho público, S. D., 1916. (Tesis para el Doctorado en Derecho).
11. La intervención americana, S. D., 1916. (Las núm. VI, IX, X y XV de la serie de cartas al Listín).
12. Asuntos prácticos, S. D., 1917, tomos I y II. (Litis Minier-Grangera-Hihlt & Co.).
13. Camafeos, La Vega, 1919.
14. Por la raza, Barcelona, 1920.
15. El plan de validación Hughes-Peynado, S. D., 1922.
16. Lo que significaría para el pueblo dominicano la ratificación de los actos del Gobierno Militar Nor-
teamericano, S. D., 1922. (Conferencia dictada en Santiago el 25 de junio de 1922. Hay tres ediciones
hechas el mismo año).
17. El nacionalismo dominicano, Santiago, 1923.
18. Declaración de principios, S. D., 1925.
19. Colección Lugo, S. D., 1927. (Separata del semanario Patria).
20. Los restos de Colón, C. T., 1936.
21. Manifiesto… al pueblo y al gobierno de España, C. T., 1938.
22. Minas en la Española, C. T., 1940.
23. Recopilación diplomática relativa a las colonias española y francesa de la Isla de Santo Domingo
(1640-1701), C. T., 1944, Tomo 13 de la Colección Trujillo, dirigida y nominada por el Lic. Manuel A.
Peña Batlle.
24. Baltasar López de Castro y la despoblación del norte de la Española, México, D. F., 1947.
25. Emilio Prud’Homme, Esbozo, C. T., 1948.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Fuera de volumen
Colección Lugo. (97 libretas. Documentos, relaciones, cartas, notas bibliográficas, etc., copiadas en
archivos de España, Francia y de los Estados Unidos). Publicada en el Boletín del Archivo General
de la Nación, desde el núm. 1, que apareció en 1938, y continúa aún. En la Colección Trujillo, que
apareció en 1944 con motivo del Centenario de la República, bajo la dirección del Lic. Manuel A.
Peña Batlle; en las revistas La Cuna de América y Letras, publicados y anotados por Don Emiliano
Tejera; en Renacimiento, publicados y anotados por el propio Dr. Lugo; en su semanario Patria; en
la revista Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, publicados y anotados por Don
Emilio Tejera, han sido publicados documentos pertenecientes a esta Colección).
Cómo murió la Primera República. (Serie de artículos publicados en el semanario El Progreso, en el año
1915).
Historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo. (Serie de artículos, rectificativos y ampliativos,
consagrados al primer tomo de la Historia eclesiástica del canónigo Carlos Nouel, publicados en
el semanario El Progreso, en el año 1914).
La Española en tiempo de Fuenmayor. (Ensayo histórico publicado, fragmentariamente, en la revista Clío,
órgano de la Academia Dominicana de la Historia, núm. 27-29, 35, 36, 38 y 39).
Historia colonial de la Isla Española o de Santo Domingo. (De esta obra, inconclusa, se publicaron varios capí-
tulos en Clío, números 40-42, 44, 45 y 47. Cuando la publicación iba por el núm. 45 de la mencionada
revista, el autor modificó el título así: Historia de la Isla de Santo Domingo, antigua Española).
Patria. (Periódico fundado y dirigido por el Dr. Lugo en San Pedro de Macorís en 1922 y trasladado
después a esta Capital, donde se publicó hasta mediados de 1928. Los editoriales de este sema-
nario, debidos a la pluma de su director, pueden compilarse en varios volúmenes).
Artículos. (En el Listín Diario, en el Nuevo Régimen, en El Progreso, en La Cuna de América, en Letras, en
El Tiempo, así como en otras publicaciones nacionales y extranjeras, hay dispersos numerosos
artículos literarios, jurídicos, políticos e históricos que tenemos anotados en nuestros ficheros
bibliográficos).

Algunas opiniones de la crítica dominicana y extranjera


Opiniones generales
Pedro Henríquez Ureña: “Es la primera figura de nuestra juventud literaria. El primer prosador de la
juventud antillana, estilista fino, intenso en el decir, docto y elegante –dice Rubén Darío– perito
en cosas y leyes de amor y galantería, y al mismo tiempo serio analista de cuestiones sociales”.
(Horas de estudio, París, 1910). “El gran representante de nuestras tradiciones castizas, en quien
los dioses infundieron el don de la palabra perfecta”. (Listín Diario, no. 13729, de 19 de mayo de
1932). “Nuestro gran investigador y admirable escritor”. (La cultura y las letras en Santo Domingo,
Buenos Aires, 1936). “En prosa es particularmente rico en palabras y giros clásicos el lenguaje de
D. Américo Lugo” (El español en Santo Domingo, Buenos Aires. 1940).
Pedro de Répide: “Príncipe de las letras”. (La saeta de Abaris, Madrid-Buenos Aires, 1929).
José D. Corpeño: “Es uno de los hombres de letras que más honran la lengua de Cervantes”.
L. E. Villegas: “Es el más clásico de los escritores jóvenes de América”.
Arturo R. de Carricarte: “La primera figura literaria de la juventud dominicana. Si Rodó y Juan P. Echa-
gue y Francisco Castañeda se suman a Torres, Caicedo, a Francisco G. Calderón Roy, a Américo
Lugo, entonces, ese don raro y divino de la crítica honda y artística ¿cómo podría negársele a
nuestra América?”.

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américo lugo  |  antología

Max Henríquez Ureña: “Escritor eminente y uno de los pensadores más hondos de mi tierra. Maneja
el lenguaje con arte supremo”.
Tulio M. Cestero: “Esta carta es un homenaje rendido a tu espiga plena de granos de oro, la más alta
en el huerto patrio; a tu blanco penacho lírico que prócer y victorioso, ondea al sol de la gloria.
Cuantas veces escribo tu nombre en carta a algún compañero de América, expreso que eres el
primero de cuantos escritores han nacido en tierra dominicana. Y lo digo con la sinceridad mía
que ninguna palabra ni acción desmiente”.
Félix E. Mejía: “El más alto, altivo, activo y docto. La primera pluma del país”.
Miguel Ángel Garrido: “Uno de los príncipes de la prosa en América”. “Reina en el concierto de las
letras patrias”. “Ha tomado de los clásicos maestros del habla castellana la corrección de la forma,
y es el primero entre la juventud literaria de la República”.
A. R. Nanita: “Es el príncipe de nuestros escritores y autoridad innegable en cuestiones de crítica
literaria”.
Horacio Blanco-Fombona: “Héroe civil dominicano. Capaz de continuar la inconclusa obra de Martí”.
“Cumbre del pensamiento en Santo Domingo”.
Manuel A. Peña-Batlle: “Paradigma de dominicanidad. Maestro y guía de su generación”.
Carlos Thomson: “La pluma más fina de la nación”.
Federico García Godoy: “Ha escrito páginas admirables dignas de figurar en la mejor Antología”.
Manuel Arturo Machado: “Puede afirmarse que no hay entre los prosadores dominicanos, quien le
supere por el vigor de la frase emotiva y por la frase brillante y numerosa. Como artista de la
palabra escrita no hay entre nosotros quien logre aventajarle”.
Luis Armando Abreu: “Galván y Lugo son nuestros dos más excelsos prosistas. Por la técnica en la
adjetivación, por la sobriedad y belleza de las imágenes, por la gracia y claridad de la sintaxis,
por el profundo conocimiento filológico que se advierte, por la musicalidad del estilo, por
lo personal de la disposición, la prosa de Lugo debe ser considerada, universalmente, como
'arte mayor ̓”.
Manuel Fernández Juncos: “Escritores de la cultura, estilo y valentía de pensamiento de Américo Lugo,
bien merecen ser leídos, comentados y estimados por nuestros más competentes pensadores y
hombres de letras”.
Jacinto López: “Es un escritor artista, un talento auténtico, un poeta genuino”.
Eugenio María de Hostos: “Dominicano de los mejores por la cultura, la doctrina y la razón. Es uno de
los mejores hijos del pueblo dominicano. Agrega a la elocuencia de las ideas la de los sentimientos
elevados. En sus escritos es de notar que el movimiento, la viveza, la elocuencia, resultan de la
correspondencia entre la forma clausular de su estilo y la precisión de sus ideas”.
Samuel Montefiore Waxman: “Don Américo Lugo está generalmente reconocido como el más grande
hombre de letras de Santo Domingo entre los vivientes. Es un historiador y al mismo tiempo
artista creador y crítico”.
Enrique Henríquez: “Ilustre por su culminante significación universal como pensador y hombre de
letras, ilustre asimismo por su tenaz y férvida proceridad nacionalista”.
Juan José Llovet; “Lugo no necesita de la historia. Es hombre de leyenda”.
F. X. Amiama Gómez: “Ocupa el sitial de príncipe de la prosa”,
Gabriel B. Moreno del Christo: “Verdadero príncipe entre los intelectuales”.
Osvaldo Bazil: “Es el primero en mi tierra. Américo Lugo es el maestro de la juventud mental de estos
días. Nadie como él realiza obras perdurables de belleza en mi tierra”.
Gustavo Adolfo Mejía: “El primer escritor dominicano de todos los tiempos”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Manuel de Jesús Goico: “Galván y Américo Lugo han sido en nuestro país los estilistas que más impecabilidad
y belleza han logrado en sus sonoras prosas exornadas con clásico lirismo”.
Mariano Lebrón Saviñón: “El hombre más admirable y puro que he conocido”.
Alberto Baeza Flores y Franklin Mieses Burgos: “Representa para la República lo que Romain Rolland
para Francia o lo que Unamuno para España”.
Domingo Moreno Jimenes: “Gran escritor, poeta y esteta, patriota de alma de acero, maestro de la juven-
tud, hombre de justicia y de fe, cuyas provechosas enseñanzas han germinado en mi espíritu”.
Emiliano Tejera: “Los documentos que se principian a publicar hoy son las primicias de los muchos
e importantes beneficios que producirá el trabajo del señor Américo Lugo en los ricos archivos
de España. Ya era tiempo de que esa labor se iniciase. No tenemos realmente historia antigua.
Creo finalmente que es dinero bien gastado el que se emplee en copiar fielmente en España los
documentos que deben constituir nuestro archivo histórico antiguo. Me parece que sería bien
que por quien tenga facultad para ello, se ordenase al Sr. Lugo que hiciese copiar exactamente
todos los documentos relativos a Santo Domingo, del 1548 en adelante: que esos documentos se
remitiesen a esta capital tan pronto como estuviesen copiados, i que aquí se publicasen, inme-
diatamente, empleando para ello un medio parecido al que se siguió para publicar los informes
geológicos del Sr. W. Gabb. Queda entendido que el Ejecutivo debía recabar del Congreso los
medios necesarios para realizar obra tan útil i conveniente”.
Samuel Montefiore Waxman: “En experto consejo y orientación, debo mucho al Sr. D. Américo Lugo,
reconocido generalmente como el más grande entre los hombres de letras vivos de Santo Domingo.
Como muchos hispano-americanos, es un historiador al par que un artista creador y crítico, y
tiene varios volúmenes manuscritos que aún aguardan editor. Es de esperar que algún Mecenas
o alguna sociedad ilustrada de los Estados Unidos se presente y le ofrezca la ayuda financiera
que permita la publicación de esas inapreciables contribuciones a la antigua Historia domini-
cana… Como bibliografías existentes, las Notas sobre nuestro movimiento literario, de Lugo, en su
libro intitulado Bibliografía, y más recientemente, su prólogo a Pinares adentro (1929) de Pedro
Archambault, son las más valiosas en la literatura dominicana”. (A bibliography of the belles-lettres
of Santo Domingo, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1931).
Erwin Walter Palm: “Permítame que le diga que he quedado profundamente conmovido por la lectura
de sus manuscritos. Porque es raro que en estos tiempos de puro afán documental se cristalice un
estilo monumental como Ud. lo ha encontrado, restableciendo el equilibrio entre lo que hay de
científico y lo que hay de artístico en la obra del historiógrafo. ¡Qué placer en transformar en his-
toria definitiva lo que fue recuerdo vivo! ¡Qué envidiable don! ¡Y qué cerca de los antiguos!”.
Monseñor Adolfo A. Nouel: “Lugo es el Solís dominicano”.
José María Chacón y Calvo: “Don Américo Lugo, autor de una excelente historia documental de Santo
Domingo en los dos primeros siglos de la colonización, es un investigador formado de la mejor
escuela, que concierta armoniosamente el tenaz esfuerzo erudito con el espíritu de la creación
artística”.
Eugenio M. de Hostos: “El asunto de las intervenciones está muy bien tratado; tan bien tratado, que su
autor, como nosotros desearíamos, para darle una prueba de confianza en su juicio, en su talento
y su doctrina, podría seguir desarrollando el tema”.
Manuel Ugarte: “Es una obra (A Punto Largo) que se sale del nivel general y denuncia en su autor un
gran espíritu generoso y alto. Si me entusiasma el fondo, no me agrada menos la forma: ésta
muestra un buen escritor, aquél un buen ciudadano”.
Contreras Ramos: “El hombre que dice, ’Gobernar es amar ̓, ya está juzgado”.

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américo lugo  |  antología

Manuel Arturo Machado: “Heliotropo no tiene, en su género, émulos en la literatura nacional, y puede
resistir, con ventaja, la comparación con cualquiera obra análoga de Hispanoamérica”. (1903).
Federico Henríquez y Carvajal: “Es un raro nido de pétalos, de astros y de alondras. Es un nido de celestes
melodías”. (1903) “El paralelo que hago entre la primera y la segunda parte del renovado volumen
de Heliotropo, no es óbice a la confirmación del concepto emitido por Machado. Digo, pues, que los
nuevos poemas incluidos en el renovado volumen de Heliotropo superan, en emoción y en estilo,
a los insertos en el pequeño volumen publicado hace siete lustros; y confirmo que Heliotropo no
tiene, en su género, émulos en la literatura nacional… y puede figurar en el primer plano de la
literatura américo-española. La flor del jacinto es el mejor regalo que ofrece a sus lectores el nuevo
breviario y florilegio”. (1939).
Pedro René Confín Aybar: “A principios del siglo un nuevo libro reanimó nuestra poesía. Era un libro
en prosa: Heliotropo… Ningún libro nuestro de poesía contiene tanta corrección, tanta belleza, tal
pulcritud. Los poemas de Heliotropo son bellos todos. ¿Preferencias? Las preferencias nacen del
gusto personal. Yo selecciono Sor Teresa y Las hojas. Pero Sor Teresa y Las hojas no son las mejores.
No hay mejor en Heliotropo”.
Enrique Deschamps: “Es (Heliotropo) el libro más bello que se ha escrito en la República Dominicana”.
Arturo B. Pellerano Castro (Byron): “No puedo poner en mi verso toda la poesía que hay en tu prosa”.

Américo Lugo fue apreciado por el ilustre crítico Pedro Henríquez Ureña (Horas de
Estudio, París, 1910), como “el primer prosador de la juventud antillana”; y el alto poeta
Osvaldo Bazil, en su interesante ensayo Movimiento intelectual dominicano, Washington, D.
C., 1924, estimó que “si dentro del actual ambiente de las letras dominicanas, discurriéramos
por una escala de estricta selección, podría la República presentar al juicio extraño la suma
de una trilogía consagrada, compuesta por los escritores Américo Lugo, Pedro Henríquez
Ureña y Tulio M. Cestero, en la seguridad de que con ella obtendría Santo Domingo puesto
de honor en la conciencia literaria de América y de España”. Hoy es don Américo Lugo,
sin disputa alguna, el primer escritor dominicano; y si recorremos las páginas de nuestra
historia cultural, evidenciamos que no ha tenido igual en nuestra tierra. Es el príncipe de
nuestras letras.
Vetilio Alfau Durán

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¿Es arreglada al derecho natural


la prohibición de la investigación de la paternidad?
Al Señor Don Eugenio María de Hostos, como prueba de que el discípulo no olvida al maestro.
Américo Lugo.

Señor rector. Señores miembros del Consejo. Señores jurados:


“¿Es arreglada al derecho natural la prohibición de la investigación de la paterni-
dad?”
El azote de la sociedad, el monstruo social, la investigación de la paternidad. Lo han
anatematizado conciencias repletas de impurezas: Napoleón, Cambacérès… Lo condenan
aun los representantes de una sociedad muerta. La república de Santo Domingo también lo
ha pisoteado. ¿Qué más hay que hacer?
Pobre legislación la que echa sus cimientos en el polvo podrido de los tiempos, la que
recoge en el pasado decrépito los elementos de su vida como la joven raíz alimento en secas
rocas; aunque el pasado brotó genios y aunque la decrepitud del genio es sublime, la legislación
pretérita, la mejor, la legislación romana no puede servir como legislación moderna. Legislación
es expresión social, y, ¿puede ser la expresión social del siglo XIX la misma de los tiempos del
Digesto? ¿Es el hombre de hoy el mismo para quien Justiniano compilaba? El cristianismo,
las revoluciones de sentimientos y de ideas, las inmensas revoluciones de las necesidades y la
potente acción de la gota de tiempo cayendo incesantemente, ¿no han cambiado la faz de la
humanidad?
Nuestro código es hijo del francés. Tiene todos sus vicios, sólo que, al ser adoptado
por la joven antilla, tuvo que conformarse a sus estrechos límites. Títulos hay que son
leyes muertas. La oscuridad que ya es grande en el padre, es completa en el hijo, y las
materias que el legislador francés dejó truncas aparecen en el código dominicano más
mutiladas todavía. Pero hacemos notar la superioridad de nuestra parte penal respecto
de la francesa.
Busquemos, pues, siempre que se trate de la historia, de la causa, del objeto, de la razón
de nuestras leyes civiles, en el arsenal francés, no en el dominicano. El código dominicano
no tiene antecedentes. Árbol trasplantado de muy lejos a nuestra región, nada nuestro nos
dará el motivo de dar más sombra aquí, menos allá. Obra octogenaria que sobrevive entera
por la fuerza de unidad que le dieron los hombres que la formaron, lucha aquí algo más de
lo que en Francia lucha por retratar tiempo, ideas, sentimientos que ya no son los suyos. Un
siglo nunca pasa impunemente. La legislación de 1804, con todas sus reformas francesas y
dominicanas, se ha quedado detrás del derecho que avanza siempre, como avanza todo, por
la ley del progreso. Ya no organiza, sino que en vez de organizar, perturba.
¿Y ha sido acaso buena legislación la de 1804, aun en el año mismo de 1804? ¿Se con-
formaba con su tiempo, con las ideas que la revolución prendió en el seno de la sociedad
francesa, con los principios de igualdad y de equidad que hervían en el fondo de la razón?
¿Le dio el legislador el derecho natural como base, la moral como objeto? Compárese el
código Napoleón con el código frustrado de la Convención, y se verá qué abismo media

*Tesis exigida para la Licenciatura en Derecho por el Reglamento del Instituto Profesional de Santo Domingo.
Publicada en folleto, S. D., 1889. Escrita a los 19 años, mereció un juicio crítico de D. Eugenio María de Hostos, en el
cual éste transcribe “por su mérito literario,” el párrafo “Sólo hay un hogar, un hogar inmenso, de techo azul”, etc.; y
también el párrafo relativo al análisis del Código Napoleón, “por su mérito lógico.”

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entre los dos, abismo que, en todo un siglo de incesante moverse y adiestrarse, no ha podido
salvar el código militante.
Puede servir, y en efecto sirve para juzgar una obra cualquiera, el examen de sus autores:
el hombre jamás está oculto, y su maldad o su bondad se imprime claramente dondequiera
que deja la huella de su paso. Podríamos juzgar esa legislación haciendo comparecer a los
que la amasaron: el primer Cónsul, el segundo, Portalis, Tronchet, Bigot de Préameneu,
Maleville, Treilhard, Thibaudeau, Réal, Emmery, Albisson, Duveyrier… Pero ya que hay
otros medios, dejemos dormir los muertos, si es que duermen.
Para juzgar el código Napoleón basta examinar un solo artículo, el 340, que dice así:
“Queda prohibida la investigación de la paternidad. En caso de rapto, cuando la época en
que se hubiere realizado corresponda próximamente a la de la concepción, podrá el raptor
ser declarado padre del niño, a instancia de los interesados”. Digamos ante todo que esta
disposición se refiere al hijo natural, al triste hijo natural expuesto al abandono de su padre
y sometido aun antes de nacer al abandono de la ley: el legítimo, por provenir del lazo legal
del matrimonio, el mal llamado legítimo exclusivamente, pues que no hay más razón de lla-
marlo así que al hijo natural, puede muy bien indagar cuando le plazca quién es su padre.
Considerando al hijo natural como el producto de una falta, la ley castiga en el inocente
la falta de su padre, dando a éste la careta de la sombra ante la sociedad y la de la impuni-
dad ante el hijo.
¿Es eso justo? No. El hijo no merece reproches de la ley por el hecho de no haber nacido
del matrimonio de sus padres; si la ley ve en la ausencia del matrimonio una falta, culpe al
padre, pero no haga sufrir las consecuencias al hijo que tiene, por ser hijo natural, más de-
recho a la protección de la ley que el hijo legítimo, porque, si en ambos casos hay un deber
igual en el padre, en el caso primero el deber acrece con la falta.
¿Es moral? No. La ley sustrae al padre del deber que ser padre conlleva; priva al hijo
del inapreciable consuelo de conocer a quien le dio el ser; rompe lazos naturales que son los
verdaderos lazos de la familia, y todo eso es inmoral. La ley niega al hijo el ejercicio de un
derecho que la moral le reconoce; hace suyo el abuso cometido por el padre en la madre de su
hijo; fomenta instintos depravados, pasiones vergonzosas con el acicate de una escandalosa
presunción en obsequio del escándalo, y todo eso es inmoral. La ley consiente en el matri-
monio del padre con la hija, del hijo con la madre, del hermano con la hermana; el artículo
340, prohíbe formalmente la investigación de la paternidad. He ahí el amontonamiento de
escándalos que la ley sustenta con el pretexto de evitar escándalos.
La ley admite una excepción: el caso de rapto, cuando este corresponda a la concepción.
Esta disposición no se refiere a la violación. Napoleón dijo que la ley debía castigar la vio-
lación, pero que no debía ir más lejos. El artículo 340, según un autor francés, establece la
presunción juris et de jure, de que la mujer violada lo ha sido por otro que el violador.
¿Merecen mención los pretextos que se alegan para justificar la ley?
Si se niega la existencia de pruebas, niéguese para todos los casos. Si se teme el escándalo,
prohíbanse la denegación de paternidad y todas las acciones del mismo género.
La distinción que hace la ley entre el hijo legítimo y el hijo natural no tiene razón de ser
ante el derecho natural. Para éste todos los hijos son iguales y todos tienen iguales derechos.
¿Qué importan edad, condición, sexo, ante la naturaleza? La legitimidad consiste en el hecho
de ser hijo, no en serlo bajo determinadas condiciones. Si todos los derechos del hijo fundados
en los deberes del padre son de derecho natural, la investigación de la paternidad, permitida

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por la ley a unos y negada a otros, es de derecho natural y la prohibición es absurda, pues
todos los hijos son iguales. Para el derecho natural no puede haber privilegios: quédense
éstos para el derecho civil, que siempre invoca la moral para apartarse del derecho natural.
El principio de la moral es la libertad. La legitimidad del derecho positivo está en el derecho
natural. El derecho positivo es la aplicación de todo el derecho natural posible a las relaciones
humanas para hacerlas morales siendo libres. En cuanto se separe del derecho natural, todo
régimen que establezca es inmoral y abusivo.
Todos los hijos tienen derecho a ser reconocidos por sus padres porque la paternidad im-
pone a éstos el deber del reconocimiento. Es el primero de los deberes paternos. ¡Y la ley que
organiza la familia comienza por decir al padre: “Puedes renegar de tus hijos. Entre aquellos
que son iguales ante tu corazón, puedes rechazar los que tu conveniencia te aconseje. Tu ini-
quidad quedará cubierta porque haré mía la responsabilidad de tus hechos”! Y la misma ley
divide la familia estableciendo dos hogares: uno, para la familia que ella llama honrada, el
otro, para la otra familia, para la no honrada. Absurda distinción. Sólo hay un hogar, un hogar
inmenso, sin puertas, de techo azul, de una lumbre sola: el sol, de una sola autoridad: el amor.
Allí van todos los hijos que vienen a la vida; todos llegan gritando, desnudos, con frío, y todos
encuentran un puesto al sol, un pedazo de la lumbre común, y un pedazo de amor que los
recoja. ¿Qué importa la fragua legislativa? La ley no puede imperar sobre la naturaleza.
Los hijos crecen. Un día el mundo se acerca a ellos, a los inocentes, y les dice: “Vosotros
no sois iguales. Habéis venido por el mismo camino, bebisteis en el mismo seno la leche de
la vida, es cierto, pero ¡existe algo que se llama privilegio, que la moral impone! Los que
tengan el privilegio de legítimos ejercerán todos los derechos que el nacimiento da. A los
que no lo tengan se les restringirá el ejercicio de sus derechos, se les llamará hijos naturales,
y por la tremenda falta de ser naturales, será potestativo a sus padres cumplir sus deberes
respecto de ellos. Los hijos naturales pueden disputar:
—¿Pero qué hemos hecho nosotros para que así se nos castigue?
—Vosotros, nada. Pero vuestro padre pudo casarse con vuestra madre y no lo hizo. No
sois pues de unión legítima.
—Nuestro padre cometió, no casándose, una falta para la ley. Nosotros hemos nacido
después. ¿Por qué hemos de sufrir las consecuencias de faltas que no cometimos?
—Porque es justo.
—Y ¿por qué es justo? ¿Es justo, acaso, que los hijos sean castigados por la falta de su
padre? Si alguien merece castigo es nuestro padre, porque abusó de nuestra madre: ¿por
qué la ley le premia permitiéndole sustraerse a sus obligaciones?
—Porque es moral.
—¿En qué consiste, entonces, la moral? ¿En seducir mujeres y tener hijos, y, amparándose
en la ley, negar a las madres indemnización del daño, y a los hijos la cualidad de padre para
hacer ilusorios los deberes más sagrados?
Noción de justicia, moral, razón, naturaleza, todo lo atropella el artículo 340. Ese artículo,
el 335, la teoría entera del hijo natural, deshonran el código que los contenga.
La legislación clama reformas. Es menester adelantar, pero no lo es quedar estacionados.
Permanecer quietos cuando todo el mundo avanza, es lo mismo que marchar hacia el pasado.
La idea del derecho brotó en el siglo XVIII. No se ha pasado de ahí. ¿Por qué? Busquemos las
razones en Francia porque nuestro derecho es el francés, y porque la Francia ha sustentado los
obstáculos que en todas partes harían imposible la creación de la ciencia del derecho.

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La gran revolución estableció en Francia un régimen de libertad, régimen que murió a


manos de Brumario, la primera caída de la libertad. Se trata de nuevo de hacer leyes, mas no
para consagrar el principio, caído, sino para desconocerlo: es innegable que el código Napo-
león es un código restrictivo de libertad. Sin duda que había en Francia un espíritu guerrero
semejante al romano. Y la Francia se puso a retroceder en el pasado, y trajo del pasado los
elementos de su obra. No podemos negar que era difícil prescindir de ello: la misma Con-
vención no pudo prescindir, pero se apartó, especialmente en el estatuto personal, de todo
lo que era inferior a la concepción nueva del derecho. Mientras que Napoleón puso afán en
recordar las formas angostas en que el hombre no cabe desde el siglo XVIII, la revolución
buscó en el porvenir, y realizó en parte la libertad. Napoleón perseguía un objeto; la cons-
titución Siéyes se prestaba, con una ligera enmienda. Los hombres relativamente liberales,
Benjamín Constant, Ganilh, J. B. Say, y otros, fueron expulsados del laboratorio de la ley.
Hecho con materiales de opresión, amasado por hombres de opresión, y respondiendo a
un objeto de opresión, el código Napoleón fue promulgado. No era el producto de la revolu-
ción filosófica del siglo XVIII, siglo que en el camino de la libertad dejó huellas adelantadas y
profundas; era la obra del despotismo que se cernía en Francia con el siglo XIX para borrar esas
mismas huellas. ¿Qué mucho que el derecho no haya adelantado en Francia, que no haya podido
formarse la doctrina, que la ciencia esté todavía en pañales? El decantado código, el adoptado
por varias naciones, el adoptado en 1884 por la República Dominicana por considerarlo una obra
monumental de legislación, no merece siquiera nombre de leyes. La ley del privilegio no es ley. El
código Napoleón es un sistema de privilegios. Basta un ligero análisis para demostrarlo.
Objeto primero de la ley civil: la familia. En el matrimonio, privilegio en obsequio del
marido; en vez de la igualdad de derechos que la razón predica, la autoridad marital. Privile-
gio en obsequio de los ascendientes respecto de los contrayentes: en vez de fijar a la misma
época en que el hombre adquiere el libre ejercicio de sus derechos el del derecho de casarse,
la teoría del consentimiento, que falsea el matrimonio, porque aleja de él lo que siempre debe
ser norma de la vida social: la conciencia plena de la responsabilidad de sus hechos en el
que los ejecuta. En vez de declarar que los esposos son libres de reglamentar como quieran
sus intereses pecuniarios, la ley establece regímenes matrimoniales, enmarañado sistema de
privilegios absurdos a favor de cualquiera de las dos partes, y en el régimen de derecho
común establece como base la desigualdad.
En filiación, privilegio en obsequio de los hijos legítimos: en vez de declarar igual lo que
igual es ante la razón y la conciencia, la teoría del hijo nacido fuera del matrimonio, el artículo
335, la prohibición de la investigación de la paternidad.
En tutela, privilegio en obsequio de los incapacitados ordinarios, respecto de los nacidos
fuera de matrimonio no reconocidos…
Pero la extensión del análisis se sale de los límites de una tesis y basta lo aducido para
probar de sobra que la obra que examinamos ni es legislación racional, ni es principio de
libertad, ni puede tampoco servir para fundar ciencia del derecho. La filosofía de éste está
por crearse; los fragmentos de una sociedad cuyo sepulcro se pierde en las nubes del pasado,
la tradición romana y la del antiguo derecho están por abolirse; el verdadero espíritu de doc-
trina está por formarse; las bases de una buena codificación por discutirse, y la refundición
de la legislación actual por intentarse.
El hervidero inmenso que, en el fondo de las sociedades, estrecha y golpea, y deshace y
funde los elementos de bronce del progreso, consume en vano su fuego en fundir la arenosa

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piedra humana: húmedos de sudores, y hasta de lágrimas y sangre, salen de la eterna gesta-
ción los difíciles productos, y el régimen representativo junto con los derechos individuales
y la federación aumentan la comunidad; pero el hombre no se funde con el hombre, y la
verdadera igualdad nunca rompe el broche del ideal.
¿Será un dulce sueño irrealizable el que la ley corresponda a la noción más elevada
del derecho que la razón concibe? En el pasado sólo se lee una palabra: abuso. Es la misma
que se lee en el presente. ¡Rompamos, pues, la tradición, salgamos de nosotros mismos, e
internémonos en el porvenir a fabricar la ley para nuestros hijos! He dicho.

El Estado dominicano ante el derecho público*


A mi Padre.
El país. El pueblo. La historia
La isla de Santo Domingo está compartida por dos Repúblicas: la Dominicana, dueña de
las dos terceras partes de ella, y la de Haití, poseedora de la otra tercera parte. Haití es hija
de Francia: el fundador de la parte Francesa fue Bertrand d’Ogeron, en 1664, ayudado de los
filibusteros y bucaneros que desde 1629, tal vez desde 1627, se habían establecido en la isla
de la Tortuga. Reconocida por España desde el tratado de Nimega, gobernada a veces por
hombres eminentes como Ducasse, llegó a constituir una gran colonia cuyos límites fueron
fijados en 1777 por el tratado de Aranjuez. En 1795 la isla entera fue cedida a Francia; pero
arrastrados los negros de la primitiva parte de ésta por el mal ejemplo de la Revolución
Francesa, concluyeron por matar a los blancos, destruir la colonia y declararse en 1804 en
Estado independiente con el nombre de Haití. La República Dominicana es hija de España:
el fundador de la parte española de la isla es el propio Cristóbal Colón, el cual la descubrió
y colonizó. Después de haber alcanzado con Ovando y Fuenleal breve esplendor, la colonia
decayó para siempre bajo el restrictivo y suspicaz sistema político español, el cual la aisló
del comercio del mundo, dejándola a merced de los piratas, hasta que tras larga y gloriosa
pero infecunda resistencia contra la creciente ocupación francesa, sirvió de refugio a los
franceses después de la cesión de la isla a éstos. Permanecieron los franceses en la antigua
parte Española bajo el mando del General Ferrand hasta 1809, en que Juan Sánchez Ramírez
reincorporó dicha parte a España. El 1 de diciembre de 1821 fue proclamada por primera vez
la independencia por José Núñez de Cáceres; pero pocas semanas después el nuevo Estado
cayó inerme bajo la soberanía haitiana. En 1844 Francisco del Rosario Sánchez proclamó de
nuevo la independencia, la cual se sostuvo en pie de guerra contra Haití hasta que, cansado
de la lucha, el General Pedro Santana, imitador de Juan Sánchez Ramírez, lo incorporó de
nuevo a España el 18 de marzo de 1861. Mas, convencida ésta de que los dominicanos no
deseaban la anexión, se retiró el 11 de julio de 1865, dejando en la Historia un ejemplo digno
de imitación. Proclamada por tercera vez la República Dominicana, desde el 16 de agosto de
1863, comparte hoy con Haití, como se ha dicho al comenzar, el señorío de la isla, invocando
para la delimitación de las fronteras, el antiguo tratado de Aranjuez, cuyos límites dejaron
de ser coloniales para convertirse en soberanos el 1 de diciembre de 1821, fecha de nuestra
primera independencia. ¿Qué valor tiene, desde el punto de vista del Derecho Público mo-
derno, este pequeño Estado dominicano que tantas veces ha declarado y afirmado con las
armas su voluntad de ser independiente?

*Tesis sustentada en la Universidad de Santo Domingo para el Doctorado en Derecho. Publicada en folleto, S. D., 1916.

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El país
El Estado dominicano ocupa un territorio insular. Nada más favorable que las islas para
la formación de los Estados. Basta citar a Grecia. Y entre las islas del mundo la situación de la
de Santo Domingo es envidiable. Parece el corazón del Nuevo Continente, y la reina del Archi-
piélago.1 Su extensión es de 50,070 kilómetros cuadrados, mayor que la de Bélgica, Holanda o
Dinamarca,2 pero poca en realidad para esta época tan desfavorable a los pequeños Estados,
cuya existencia es cada día más azarosa ante los absorbentes intereses de los grandes Estados
imperialistas. La igualdad entre éstos y aquéllos es relativa. A la disgregación de los tiempos
medios ha sucedido la agregación de pequeñas fracciones en vastas unidades. Las pequeñas
fracciones aisladas representan un papel desairado, sólo por mera cortesía son consultadas y
su vida misma pende, en las grandes conmociones, de un cabello. Aun los Estados pequeños
mejor organizados descansan hoy sobre el acuerdo o la protección tácita de los grandes Estados.
Su papel será siempre secundario en política, aunque no sea imposible que se convierta en
gran factor de civilización, como lo fue Grecia, gracias a su incomparable unidad intelectual. El
camino señalado por la razón y la historia para la República Dominicana es el de las alianzas:
con Haití, su aliada natural, en primer término; y luego, siguiendo la geografía y el origen,
guías seguros, con la República de Cuba. La poca extensión ofrece, en cambio, incontestables
ventajas para la descentralización y el ejercicio de la democracia directa.
El clima es cálido y húmedo. A las lluvias suceden las sequías, y frecuentes huracanes
y ciclones destruyen las cosechas. El sol tropical es potente generador de pereza. Bajo sus
terribles dardos el hombre se acoge instintivamente a la sombra de los árboles. A causa del
clima, el estadista dominicano debe estimular el trabajo e inclinarse al proteccionismo. Con-
dición adversa, también, es la fertilidad del suelo. El clima enerva; la fertilidad hace inútil
el esfuerzo. Cesa la necesidad. Sólo actúan las pasiones. No existe el ahorro. La despropor-
ción entre los patrimonios es excesiva. No hay barreras. El pueblo es un montón informe.
Jornaleros y obreros son alta clase, porque no existe clase media. El territorio, en cambio, es
montañoso: Haití significa tierra alta. El valle de la Vega Real es “cosa de las más admirables
del mundo”.3 Una multitud de ríos y lo vasto del litoral marítimo, son, también, excelentes
condiciones. Pero la falta de vías de comunicación mantiene la separación. El provincialis-
mo reina en las regiones. La ignorancia se perpetúa en lo interior. El producto no paga su
transporte. No hay mercado, ni existe la ley de la oferta y la demanda.

El pueblo
Los primitivos habitantes de la Española, a pesar de sus caciques, nitaínos y buitios,
no parece que hayan tenido más aptitud política que los demás indios. Los descubridores,
pueblo mezclado, menos ario que semita, aunque incomparablemente superior a la raza
conquistada, no eran los más perfectos representantes del espíritu público en Europa. Ade-
más, el fervor político de la metrópoli se enfriaba con la travesía del Atlántico, y bastardeaba
bajo la influencia del ambiente americano. La fuerza de la poderosa mano central hería casi

1
“La nature a placé notre isle presque au milieu de toutes les autres qu’on diroit n’etre qu autant de Dames
d’atour qui l’ accompagnent par honneur et qui semblent lui faire la Cour comme a celle qui merite un jour de leur
commander”. (Persel, P. Le Pers., mission. a St. Dom. Histoire Civile Morale et Naturelle de l’ Isle de St. Domingue. Ma-
nuscrita en la Sala Mazarin de la Biblioteca Nacional de París).
2
C. Armando Rodríguez, Geografía de la Isla de Santo Domingo o Haití, p.226.
3
Las Casas, Hist. de las Indias.

41
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

siempre en el vacío. Los negros contribuyeron a la relajación de las costumbres públicas. El


establecimiento de los franceses en la parte occidental habría podido señalar algún progreso;
pero la parte española no les imitó en el trabajo agrícola y continuó el pastoreo. Al crearse
el Estado dominicano, de estos elementos antropológicos habíase formado una variedad
predominante: el mulato. Esta variedad constituye hoy el elemento criollo por excelencia.
Los negros ocupan el segundo y último lugar. La raza blanca pura está representada casi
exclusivamente por extranjeros. Entre éstos abundan los turcos, los cocolos, los chinos y los
haitianos. El pueblo dominicano es tan mezclado como los pueblos que más han figurado en
la historia; pero es de dudarse que saque verdaderos a los antropólogos cuando afirman que
“cuanto más mezclado es un pueblo, tanto más fecundo y apto es para la civilización”.4
Un pensador dominicano que en el primer período de su vida tuvo tendencias a producir
obras maestras,5 describe en un folleto admirable la vida de nuestros campesinos, raza de
ayunadores que vegetan sin higiene, presa de las enfermedades más repugnantes, que a causa
de su imprevisión, su violencia y su doblez son, por lo general, incestuosos, jugadores, alco-
hólicos, ladrones y homicidas. Explica López cómo la raza conquistadora perdió, al arraigarse
en Santo Domingo, la costumbre de comer lo suficiente, por la frugalidad de los vencidos y la
resistencia física del negro.6 Para la época de la Independencia, las guerras, que antes habían
sido concausa de la degeneración, vinieron a ser su efecto permanente, destruyendo la riqueza
y habituando a la delincuencia.7 Desde el punto de vista político, la violencia resuelve las cues-
tiones públicas en el campo de batalla, como las personales por el revólver o el puñal. “Cuando
el interés de la República y el particular suyo le exigen más cordura y más comedimiento,
sigue la bandera del primero que lo embulla… Jamás da su verdadera opinión si la tiene… En
elecciones, en guerras, casi todos los jefes rurales se comprometen con ambos contendientes,
reciben mercedes de ellos, les prestan por mitad su gente; y sólo se deciden formalmente por
uno cuando ven al otro completamente perdido o inexplorable”.8
En cuanto a la población urbana, no existe la clase media, granero de ciudadanos, orden
político perfecto, centro de las masas, contrapeso y equilibrio de los unos, guía y defensa de
los otros. Todo es clase elevada y clase inferior. Esta carece de freno, aquella de seguridad.
Llámanse estas clases sociedad de primera, y sociedad de segunda. De primera son los ricos,
los gobernantes mientras gobiernan, los hombres muy instruidos, los profesionales sobresa-
lientes. Para esta elevación importa poco la clase de medios empleados; el apellido apenas
cuenta; los antecedentes no se consultan, la solidaridad no existe, la reputación no es timbre,
la edad no se respeta y el crimen mismo no es mancha perdurable. De segunda clase son los
obreros, excluidos en general de la primera y que no constituyen ninguna fuerza colectiva;
los jornaleros y los proletarios. Amparada en las frecuentes conmociones revolucionarias,
irrumpe violentamente en las más altas esferas de la vida social y política y por un momento
las domina y señorea, a la manera de la encrespada ola sobre el peñasco inaccesible al mar
sereno. Esta clase y la de los agricultores, que nunca deberían ser clases gobernantes sino
gobernadas, han dado altos funcionarios y aun jefes del Estado. Inútil es decir que estos
han sido los peores. El habitante de las ciudades, casi tan frugal como el de los campos, es

4
Altamira, Hist. de Esp. t. 1.
5
José Ramón López.
6
La Alimentación y las razas.
7
Ibídem.
8
Ibídem.

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américo lugo  |  antología

imprevisor, perezoso, sensual, orgulloso y violento. La clase elevada no carece de cultura


literaria; pero su cultura científica y artística es muy deficiente.
¿Qué aptitud para el Estado se derivan de tales condiciones? Oigamos al estadista más sabio
y de más templanza de la República: “esa masa caótica de crímenes y de sangre” que se llama
sociedad dominicana, como la definió un día el senador norteamericano, no se depurará definiti-
vamente sino por el buen sentido junto al continuo esfuerzo vigoroso de los buenos dominicanos,
que por desgracia no son muy numerosos. No lo son efectivamente, porque la mayor parte de
los dominicanos son seres enfermos, inficionados de vicios morales o de ilusiones que falsean
completamente su esfuerzo intelectual…9 Planta exótica, la libertad, en nuestra tierra, en donde
todas las condiciones biológicas parecen serle adversas, clima, medio social, tradiciones, leyenda,
raza, confusión de elementos étnicos, educación incipiente o violada, desarrollo individual exiguo,
desenvolvimiento mental reducido; cuánto esmero no reclama su cultivo para que no perezca
en el ensayo de aclimatación…”10 ¿Queréis que un pueblo que ha vivido en la atmósfera de la
inmoralidad pública y la injusticia, que está inficionado de vicios, de errores fundamentales, que
no conoce más prácticas gubernativas que las que en estas tierras han podido perdurar, las de la
tiranía; que está revuelto siempre por ideas subversivas contra el orden gubernativo instituido,
sea éste bueno o malo, poco importa; queréis que un pueblo semejante, que carece en absoluto
de tradición aprovechable y de educación se convierta de un día a otro, surgiendo de la noche
de los horrores todo estropeado, harapiento, hambriento, con el rostro pálido y demacrado a la
mañana deliciosa de un despertar inesperado, se convierta, lo repetimos, en un pueblo adulto,
robusto y sano, lleno de vigor moral, con ideas justas, con nobles propósitos, con hábitos sociales
y políticos que le permitan dar en su nuevo género de vida la misma notación de los pueblos que
como Suiza, Inglaterra y los Estados Unidos de América, no sólo necesitaron siglos para llegar
ahí, sino que contaban con elementos étnicos superiores por una preparación y una adaptación
lenta y natural al medio geográfico y al medio internacional?11

La Historia
La Española no tenía representante en las Cortes12 y su Gobierno reposó siempre en la
voluntad del monarca, cuyo órgano inmediato era el Real Consejo de Indias, el más vasto
tribunal que recuerda la historia, con jurisdicción completa y absoluta sobre la administra-
ción de las Indias, y al cual estaba subordinado el ministerio mismo de Indias. Ejercíase la
autoridad real en la Colonia por medio de un Gobernador y Capitán General y Presidente
de la Real Audiencia de la isla Española, cargo que recaía por lo común en militares, aunque
fue desempeñado aun por obispos. Este funcionario proveía sólo a lo militar, ayudado por
un Comandante de Armas que lo reemplazaba en ocasiones; asesorándose para el buen
gobierno y policía de las ciudades, de la Audiencia, a la cual competía la administración de
justicia. La de las finanzas correspondía a tres Oficiales Reales. No parece que los cabildos
y regimientos, compuestos de dos alcaldes y doce o seis regidores, hayan tenido una vida
brillante y eficaz, aunque elevaban representaciones a S. M. en los casos graves y a veces con
valor y decisión. Entre las excelencias del sistema colonial español merecen ser señaladas la
temporalidad de los cargos y el pase de una Audiencia a otra; la residencia o examen de la

9
Francisco Henríquez y Carvajal, El Liberal, 24 de oct. 1900.
10
Edición del 26 de oct. del 1900, El Liberal.
11
Ibídem.
12
El 21 de febrero de 1813 fue nombrado diputado a Cortes por Santo Domingo Don Francisco Xavier Caro.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

conducta de todo funcionario cesante; el favor acordado a la prueba testimonial, el derecho


de constatación por la Audiencia de los servicios prestados y la democrática costumbre de
escribir el súbdito libremente al rey. Regíase la colonia por las famosas Leyes de Indias, per-
fumadas por el aliento de Las Casas. Si permanecían mudas, hablaban las de Castilla. Del
rey emanaban nuevas leyes y cédulas, ésas para seguir al derecho en su evolución; éstas
para explicar leyes preexistentes.
Muy temprano fueron declarados comuneros los terrenos de la isla, daño que aún hoy
surte sus efectos. El habitante fue pastor cuando pudo haber sido agricultor. La prohibición
del comercio con los extranjeros era absoluta. La Casa de la Contratación hizo de Sevilla la
heredera de los beneficios del Descubrimiento, adjudicándole el monopolio del comercio colo-
nial, que luego pasó a Cádiz. Las necesidades de la isla no podían ser satisfechas. La piratería
perturbó entre la metrópoli y la colonia relaciones que la decadencia de ésta hacía cada vez
menos frecuentes. Comenzaron los rescates, y, para impedirlos, el gobierno español no vaciló en
destruir las poblaciones del litoral. Este crimen mató la isla. El establecimiento de los franceses
en ella dióle nueva vida. El ganado tuvo un mercado. Organizóse el contrabando y la colonia
española se levantó de nuevo ayudada por el enemigo mismo que procuraba suplantarla. La
cruzada contra el usurpador proseguía sin cesar, atizada por las declaraciones o rumores de
guerra entre las metrópolis, pero nunca extinguida por los tratados de paz. Sólo hubo tregua
hasta cierto punto cuando subió al trono de España un príncipe francés. Así se formó el genio
belicoso que aún anima hoy al pueblo dominicano, cuyos arreos y descanso fueron siempre
las armas y el pelear. A cada acto de usurpación de terreno de parte del francés, respondía el
español con otro de sonsaca de esclavos franceses, con los cuales se fundaron pueblos como
el de Los Minas. Montero, lancero y contrabandista, el criollo español, bajo un gobierno semi-
patriarcal que toleraba y hasta encubría sus fechorías contra los franceses, desarrolló las ten-
dencias individualistas de la raza española y los torpes instintos de la raza africana. Valiente,
fino y leal en yendo de España, solía mostrarse cruel, jactancioso y servil con sus vecinos, a
quienes no perdonaba ocasión de vengarse por la usurpación del territorio.
El tratado de Aranjuez puso paz al fin entre ambas colonias; pero la Revolución Francesa
repercutió en la de Francia con nuevos y no imaginados horrores. La alta y sombría figura
de Toussaint L’Ouverture se alzó y lo dominó todo, recibiendo al cabo las llaves de la invicta
y, por decirlo así, sagrada ciudad de Santo Domingo. Con esto emigró la flor de las familias
para siempre; que no lograron que volviesen los resonantes triunfos de la Reconquista.
Reducida a escombros la que antes era modelo de colonia, pasmo de naciones y delicia de
su metrópoli, estableciéronse los franceses en la antigua parte española cuyos negros había
preservado del contagio revolucionario la prudencia del gobernador Don Joaquín García y
la noble templanza del carácter español. Echólos de allí para colocar de nuevo a España, un
precursor de Santana el Anexador. Mas ¿a qué repetir lo ya dicho en la introducción? ¡Grande
debió de ser la incapacidad para el Estado del pueblo que soportó durante un cuarto de siglo
yugo tan ominoso como el haitiano! Pero aun los pueblos degradados tienen su libertador.
La víspera misma de caer en manos de Haití, Núñez de Cáceres había levantado el suyo al
cielo de la independencia. Juan Pablo Duarte recogió esta aspiración de Núñez de Cáceres y
Francisco del Rosario Sánchez la selló con el cuño de su alma en las piedras del Baluarte.
El Estado dominicano no nació viable. Murió asfixiado en la cuna. Proscriptos salieron los
padres de la patria, condenados por el crimen de haberla creado. Un valiente hatero –hijo de
un soldado de Palo Hincado– se apoderó del poder. Uno de sus amigos, hombre ilustrado, pero

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américo lugo  |  antología

adversario de la idea de independencia, se lo disputó. Ambos se rodearon de facciones; ambos


defendieron contra Haití el territorio; ambos buscaron ansiosamente el protectorado o la anexión;
ambos ensangrentaron el país; ambos provocaron o consintieron humillaciones para la República.
Los rasgos más salientes de la época son el ejercicio absoluto de la fuerza, el abuso de la pena
de muerte, la insolencia de los cónsules extranjeros, las misiones con propósito de anexión, la
ingratitud hacia los fundadores de la República, la absoluta falta de conciencia nacional. Santana
creyó extinguir con las ejecuciones de 1845, 1847, 1855 y 1861, la idea de la independencia, flor
de la solitaria mente de Núñez de Cáceres, recogida y cultivada por Juan Pablo Duarte; pero la
idea brilló un instante en la frente de los hombres del 7 de julio de 1857. Santana se apresuró a
suplantarlos, envió al General Felipe Alfau ante S. M. Católica, a Don Pedro Ricart y Torres a La
Habana y entregó la República a España. Séame permitido detenerme en el umbral de la historia
contemporánea, campo movedizo cruzado de senderos todavía sin término. Basta decir que
este segundo período de independencia es una repetición del primero. El personalismo llevó a
la antigua República de error en error, al 18 de marzo de 1861. El personalismo nos llevará de
nuevo, de error en error, a la pérdida de la nacionalidad. El 29 de noviembre de 1869 se firmó
un nuevo tratado de anexión que no tuvo efecto. El 9 de agosto de 1897 se agregó sin causa, ni
objeto ni motivo un millón quinientas mil libras a la deuda. La influencia americana apareció
al fin con la Improvement en 1892 y ha dado por fruto la Convención de 8 de febrero de 1907
y el gran empréstito de 1908. La importancia y delicadeza de nuestras actuales relaciones con
los Estados Unidos de América no han menester encarecimiento. La proximidad de esta gran
nación, la triunfante doctrina de Monroe, su política panamericana, su expansión imperialista,
su culpable apartamiento de sus generosos fundadores, la ocupación de Puerto Rico, su control
en Cuba, la dolorosa situación presente de Haití, todo mueve a la reflexión y a la cordura. Sin
embargo, la República Dominicana corre a su ruina.
De la lección atenta de la historia se deduce que el pueblo dominicano no constituye
una nación. Es ciertamente una comunidad espiritual unida por la lengua, las costumbres
y otros lazos; pero su falta de cultura no le permite el desenvolvimiento político necesario a
todo pueblo para convertirse en nación. El pueblo en que él se opera, aunque no constituya
Estado, está en vísperas de formarlo, va a fundarlo. Aquel en que todavía no se ha operado,
aunque proclame el Estado y lo establezca y organice, no logra constituirlo. La infancia no
puede ser adulta por su propio querer. El Estado dominicano refleja lo que puede, la variable
voluntad de las masas populares; de ningún modo una voluntad pública que aquí no existe.
El pueblo dominicano no es una nación porque no tiene conciencia de la comunidad que
constituye, porque su actividad política no se ha generalizado lo bastante. No siendo una
nación, el Estado que pretende representarlo no es un verdadero Estado.

Conclusiones
Por la posesión de un territorio demasiado fértil bajo un clima tórrido, la deficiencia de
la alimentación, la mezcla excesiva de sangre africana, el individualismo anárquico, y la falta
de cultura, el pueblo dominicano tiene muy poca aptitud política. El hombre de Estado debe
dirigir sus esfuerzos a aumentar esta aptitud contrarrestando esas causas. Aun con su corta
extensión y sus defectos naturales, el país podría servir de asiento a un Estado, siempre que
una reforma constitucional que ya comienza a ser tardía, restringiese la enajenación de la pro-
piedad territorial en manos extranjeras. Aunque el concepto del imperium sea esencialmente
distinto del dominium, en los Estados pequeños la pérdida de la propiedad privada implica la

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pérdida de la soberanía. Lo que con sus actuales defectos de ningún modo puede servir para
la formación de un Estado, es el pueblo dominicano. Hay que transfundirle nueva sangre. La
inmigración tiene aquí la importancia de los cimientos en el edificio. Las leyes deben tener un
carácter tutelar. Puesto que el pueblo es incapaz de gobernarse y que no quiere después de
cincuenta años de independencia, ser gobernado por un Estado extranjero, la minoría ilustrada,
que es su más noble elemento, que forma un embrión de Estado, debe constituirse en partido
político, menos para aspirar a gobernar las masas que con el propósito de educarlas y suplir
la de otro modo inevitable intervención extranjera. En vez de ser lo que hoy disgregada es,
puente echado a los pies del primer jornalero audaz victorioso en las luchas fratricidas, esa
minoría, suerte de transitoria aristocracia, sería valladar indispensable contra la clase inferior
que vive sin freno asaltando el poder a toda hora. Los partidos políticos no deben tener aquí
por objeto el gobernar, sino preparar al dominicano para el ejercicio por ahora imposible del
gobierno republicano, democrático y representativo, a fin de ir realizando poco a poco este
ideal de nuestra Constitución.

Defensa de S. Williams*
Un hombre cualquiera comete un delito, es aprehendido, se le instruye proceso y se llama
a un abogado para que lo defienda. ¿Por qué se busca un hombre honrado e ilustrado que
represente a un bribón, un asesino, un bandolero? ¿Por qué la ley, dudando de sí misma y de
los jueces que ella misma escoge, declara sagrado el derecho de defensa? ¿Por qué se viene
aquí, en el instante supremo, a presentar ante la sociedad, control anónimo pero respetable,
el severo plenario de una causa secretamente instruida? Se busca, se declara, se hace todo
esto, por el mismo motivo que hace que el abogado mire con respeto aun al acusado del peor
de los delitos, que al juez le tiemble el corazón si no la mano, al firmar la sentencia del mal-
hechor más convicto y confeso. Este motivo poderoso, insuperable, es la duda, la tremenda
y silenciosa duda que surge lentamente de la conciencia humana, muralla formidable contra
los asaltos de las pruebas, tanto más formidable cuanto estas parezcan más convincentes
y expresivas. Esta duda es sagrada. Honra al género humano. No es la duda de un hecho,
que se tiene por cierto; nace de la certidumbre misma del hecho cometido. Es el saludo res-
petuoso de la razón ante la responsabilidad de un juicio, de la libertad ante la ejecución de
un hecho. Es la protesta callada y solemne que el corazón eleva, pugnando por ausentarse
de estos sitios donde la fragilidad se convierte en resistencia para el que juzga, la resistencia
en fragilidad para el juzgando, y la falibilidad, pensión invencible del entendimiento, se
convierte, a usanza papal, en arma para el poderoso en vez de escudo para los miserables.
Es la plegaria del alma dolorida ante las miserias del mundo, perfume purificador, humo
sagrado que busca las azules y serenas regiones del perdón y del olvido.
El ánimo fuerte, el pecho varonil, el espíritu vigoroso se rebelan, ¿por qué no decirlo?,
contra este aparato teatral combinado y preparado con antelación, que constituye la justicia

*A Punto Largo, S. D., 1901, pp.83-90.


Con esta defensa ocurrió lo que sigue: “En la audiencia de S. Williams, del Tribunal de Primera Instancia de Monte
Cristy, que tuvo lugar hacia 1895 más o menos, siendo yo Alguacil de estrados, sucedió que cuando el licenciado Lugo acabó
de leer la defensa, en el momento en que iba a formular las conclusiones, fue interrumpido por los aplausos del público
que llenaba la sala, de tal manera, que por fin el Juez de Primera Instancia que era Don Ezequiel García, el secretario que
era Salvador Dionisio Carvajal y el Fiscal que era Francisco Emilio Reyes, se levantaron y unieron sus aplausos a los del
público y yo también, de modo que todo el Tribunal aplaudió”. Euclides González. Ciudad Trujillo, enero 12, 1946.

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américo lugo  |  antología

penal moderna, con sus códigos de cien años ha, con sus procedimientos siempre bárbaros
por lo subrepticio y dudoso, donde como si no fueran hombres, es decir, barro frágil y lodo y
podredumbre, los hombres vienen a representar una tragedia de Shakespeare, o a realizar un
sacrificio parecido a los sacrificios humanos con que los salvajes apagan la cólera de los dioses
o imploran su misericordia. Cuanto más no valía, antes que ejercer una pública venganza
de un agravio particular, dejar que el juicio de Dios decidiera entre el ofensor y el ofendido.
Al menos esta venganza resultaba más legítima, dejaba independencia y personalidad al
culpable, y se desplegaba ante la curiosidad pública con todos los atavíos de las armas y
con todo el esplendor de la gloria. ¡Pero hoy…! Para castigar un delito, cometido tal vez en
hora súbita, se reúnen los hombres a fraguar despacio, tranquilamente, otro delito mayor,
porque si el malhechor arriesga la vida en cada uno de sus pasos, la omnipotencia de la ley
no arriesga nada y gana, en cambio, aplausos y condecoraciones.
Bentham se disgustó del ejercicio de la profesión de abogado, dedicándose luego a
mejorar las leyes. Si hubiera sido juez, habría preferido sentarse junto al acusado antes que
juzgar a sus semejantes. El banquillo es el único puesto humilde donde la sabiduría, libre de
la presunción y errores terrenales, y la prudencia, libre de toda pasión mundana, encontra-
rían su más cumplido asiento. Un filósofo entrando a este recinto, Sócrates, el dios pagano
o Platón el divino, dudo mucho que escogiera el sitio de donde se descargan los rayos de
la ley. Imaginaos una paloma blanca batiendo sus alas puras en este ambiente: después de
revolotear sobre nuestras cabezas orgullosas, iría a posarse junto al acusado, es decir, al lado
de la debilidad y la ignorancia, porque la ignorancia y la debilidad constituyen la inocencia,
inocencia no menos digna de respeto cuando produce crímenes, que cuando sólo exhala el
aroma estéril de la continencia o el fecundo aroma de la virtud.
Si la historia de la pena es una abolición perpetua, las ciencias contemporáneas han cavado
ya el ancho sepulcro donde irán a sepultarse, en breve, los restos de ese andamiaje siniestro
sobre el cual se yergue la justicia penal con todos sus errores. Con la mano sobre el corazón,
más de un juzgador de sus semejantes, heridos los ojos por la ley de los estudios sociales,
herida el alma de pesar inmenso, está preguntándose a sí mismo con qué derecho condena
a la cárcel dura o envía a la horca infame a quienes no son ni pueden ser esclavos suyos ni
esclavos de la ley, cuando la ley ni los mantiene, ni los instruye, ni los salva de la mordedura
rabiosa de la herencia; con qué derecho pone su inteligencia al servicio de la severidad en vez
de ponerla al servicio de la piedad; con qué derecho se va a agostar voluntariamente las fuen-
tes de la vida humana en vez de abrirles ancho y venturoso curso; con qué derecho detiene
la corriente del trabajo, del amor y de la dicha, y lleva a un calabozo un ideal, y amordaza
las energías del espíritu, y abate el vuelo de las almas; con qué derecho, en fin, dispone de lo
que no es suyo, confiscando, multando, encarcelando, matando, obligando a retractaciones
que ofenden el honor, hiriendo así a título de castigo, como un legionario de César, sobre las
frentes inmaculadas de la libertad y la justicia misma cuyo nombre invoca?
Si en tu nombre, Libertad, se cometen tantos crímenes, ¡cuántas injusticias, oh, Justicia,
se cometen en tu nombre! Innúmeras, como las estrellas del cielo, como la arena de las playas
dilatadas, como los pasos del tiempo, como las olas que causan los naufragios; irreparables,
como el choque ciego y violento de las fuerzas de la pujante, salvaje naturaleza; avasalla-
doras como el remordimiento que provocan, son las sentencias que el hombre ha pronun-
ciado sobre el hombre desde que pudo creerse no mejor sino más fuerte que aquel a quien
condenaba. El castigo sustituyó a la venganza como los dorados reflejos de un incendio a

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las ondas impetuosas de una inundación. Mal por mal, preferible es al castigo la venganza,
más personal y sincera y por tanto más humana. El hombre es animal que no escarmienta:
el castigo es flor siniestra que ha necesitado para brotar que el hombre haya aguzado sus
instintos y educado sus pasiones sin corregirlas, formando la trama en que viven enredados
los malvados. La venganza es la flor, a menudo bella, de la tumba, que espontáneamente
brota así para los dioses como para los pecadores y en cuyo perfume insiste a las veces el
aliento del heroísmo y la nobleza.
No es la venganza, y menos el castigo, lo que necesita el delincuente y lo que el hombre
que se llama juez y la ley que se llama obligatoria deben proporcionarle. Es la corrección,
mediante la instrucción sana y vigorosa que mejora el alma con el entendimiento. El nivel
del corazón no se levanta de la jurisdicción del vicio hasta las regiones donde reina la pu-
reza, sino llevado de ese lazarillo que llamamos inteligencia. La vida afectiva tiene que ser
necesariamente defectuosa, allí donde la vida intelectual sea casi nula. Los movimientos del
afecto son siempre provocados por un destello de razón que da la medida de su valer. Esta
luz, antorcha de la vida, faro de nuestro destino, es estrella que guía al alma al cielo de la
virtud, que el alma sigue y no abandona sino con la muerte, dispuesta a ser así su víctima
como su protegida. Castigue quien se atreva en una época en que no hay padres que no se-
pan que no deben castigar a sus hijos; castigue el juez que quiera trocar su misión de padre
por la de verdugo. Mas, si la razón le guía tanto como el reflejo dudoso de leyes muchas
veces faltas de toda razón, absténgase de castigar, en lo posible; trate de que su ministerio
sea fecundo en buenos consejos y buenas obras; piense que más vale una palabra persuasiva
para el corazón empedernido, que el más fiero castigo que martirice esta noble entraña sin
conmoverla. Mientras el hombre no se despoja de esa arma fratricida que se llama ley penal,
mientras lo que se gasta en cárceles no se consuma en escuelas de corrección, busque el juez
con ánimo celoso en el tenebroso bosque de los artículos del Código, no la encina sino el
arbusto donde ahorque los principios y naturales derechos que la ley le manda colgar arre-
batándolos a un miserable para servir de escarmiento a otros miserables. No aplique nunca
pena máxima, sino pena mínima, defienda al reo de las asechanzas de la ley y regálese el
corazón con las atenuaciones que su inteligencia sepa hallar. ¡Todo lo que pueda mejorar la
condición del reo, es una perla que el juez ostentará orgullosamente en su birrete, una cinta
de honor que ostentará en el ojal de su toga, toga y birrete que simbolizan al hombre sabio,
al hombre piadoso, al hombre prudente, al hombre justo!

De la intervención en Derecho Internacional*


Existe una sociedad natural de naciones como existe una sociedad natural de individuos
en la familia, una sociedad natural de familias en el municipio, una sociedad natural de mu-
nicipios en la provincia y una sociedad natural de provincias en la nación. Indudablemente
el individuo es el sujeto primordial de cuantas sociedades naturales existen; mas como en
cada una de las sociedades enumeradas va desarrollando facultades y aplicándolas en la

*A Punto Largo, S. D., 1901, pp.103-141. Trabajo leído en el Liceo de Puerto Plata, el 11 de diciembre de 1897. En
esta obra sólo reproducimos un fragmento.
Este trabajo fue uno de los que escribió el autor “a la hora de la Contienda de Cuba con España”. En él se toca
la hoy palpitante manera de cómo debería ser organizada la vida de relación entre las naciones. De lo expuesto aquí
se deduce cuán anticientífica es la actual organización de la ONU.

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américo lugo  |  antología

sociedad inmediatamente superior, resulta que el espíritu individual en la familia es ya dife-


rente al espíritu individual en sí, como en el municipio es ya distinto al que informa la familia,
elevándose gradualmente, tanto mejor cuanto mejor organizados constitucionalmente estén
los medios sociales naturales, hasta formar el espíritu nacional que, comprendiendo todas las
facultades del individuo, le presenta como sujeto de la sociedad internacional. Cada asocia-
ción natural forma, pues, un ser complejo con vida propia y particular que viene a ser como
laboratorio de otra vida social más comprensiva. Sendas series de instituciones diversas van
realizando las funciones cada vez más complicadas de la vida de esas asociaciones, y todas
juntas bastan a realizarlas por completo dentro de los términos de la nación, que constituye así
uno como laboratorio inmenso de vida universal. El conjunto de instituciones políticas deno-
minado Estado es también el encargado de poner en la comunidad del mundo el espíritu vital
de la nación, expresión de toda su actividad interna, y ello, desde luego, no de conformidad a
un plan constitucional sino arbitrariamente. Lo que podría llamarse gobierno internacional se
cumple como función accesoria de gobierno nacional. De todos modos, la organización actual
del mundo, muchísimo mejor que la del mundo antiguo, en que la actividad interna no salía
afuera sino en son de conquista o atropello, ha creado cierta comunidad de derecho entre las
naciones y hecho de cada una de éstas un ser jurídico igual a todas. Así, la suma de naciones
constituye la familia humana, como la suma de asociaciones que integran la nación constituye
la familia nacional. La misma capacidad de realizar por medio de funciones propias el destino
nacional de los individuos ciudadanos, da a toda nación derecho absoluto para ejercer todos los
derechos nacionales naturales de la vida internacional al modo que, en la corporación nacional,
el ciudadano ejerce sus derechos individuales naturales sin restricción de ninguna especie.
Aunque aquellos no aparezcan o no estén bien definidos, como están éstos, en las constituciones
de los pueblos, no habría razón para desconocerlos: la nación constituye el elemento primero
de nuevas asociaciones, las confederaciones, realizadas hasta hoy sólo excepcionalmente en
la historia, por no haber llegado los pueblos a su completa organización jurídica interna.
Para que el derecho de las naciones pueda existir, se necesita que el derecho reine en su
interior. La fuerza individual, dice Ihering, engendró el derecho: dijera el poder individual y
sus palabras representarían mejor su idea profunda e intensa. El derecho individual engendró
el derecho de la ciudad; el derecho de la ciudad, el derecho de la nación: el derecho de la nación
es, pues, el que puede engendrar el derecho internacional. El derecho positivo internacional
será obra del derecho positivo nacional público y privado. Definidos y consagrados derechos y
deberes de la vida internacional, ejercidos los nacionales naturales directamente por el gobierno
nacional, los demás por delegación de función gubernativa internacional propia y distinta de las
funciones de gobierno nacional, mediante ampliación de la función electoral, creación de una
segunda cámara legislativa para fines internacionales, refundición completa del actual sistema
diplomático en función ejecutiva internacional y ejercicio de la función judicial internacional
por arbitraje electivo y temporal, las intervenciones, producto de la fuerza, consecuencia del
estado de desorganización de la vida interna y externa de las naciones, desaparecerán ante el
ejercicio constitucional del poder internacional. Hay en las palabras fuerza y poder un abismo:
fuerza no es medio de derecho para individuos ni naciones; poder es medio de organización
jurídica tan eficaz para éstas como para aquellos: mas es cierto que mientras la fuerza pueda
introducirse por los resquicios de la organización jurídica interna para disputar al poder el
ejercicio del derecho, será utopía, no ideal, pensar en la capacidad de la sociedad internacional
para anular las tentativas de fuerza de cualquiera nación aislada.

49
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La intervención no es un derecho ni un principio, sino un derecho y un principio de fuerza


admitidos en la práctica y teorías internacionales ya como derecho común, ya como derecho
excepcional que encuadra bien en el régimen general de conducta egoísta y brutal que aquella
acusa y estas aconsejan; un modus procedendi, al cual apelan casi siempre los fuertes para abu-
sar de los débiles, casi nunca los débiles contra los fuertes; una puerta de Jano por donde toda
nación puede penetrar a voluntad en el templo que Rómulo erigió a la paz y que los romanos
dejaron abierto para que no lo cerrara nunca la posteridad. Grocio, escritor de genio y padre del
derecho internacional, condena las intervenciones. Mientras no aparezca otro escritor de genio
en tal materia, mientras no estalle una como nueva Revolución francesa, mientras la fuerza rija
las relaciones internacionales, el principio de intervención no podrá ser rechazado como arbi-
trio capaz en casos determinados, como todo arbitrio, de eficacia y salvación. A medida que el
derecho y el poder vayan sustituyendo a la arbitrariedad y a la fuerza, las intervenciones irán
perdiendo la virtud funesta que también tiene todo arbitrio, de servir al interés egoísta de las
naciones. Las intervenciones jurídicas vendrán. Así como los individuos capaces de su derecho
terminan por no auxiliarse para despojar de él a nadie, por el mismo caso las naciones acabarán
por no intervenir sino en defensa del derecho. Las intervenciones están, pues, llamadas no a
pisotear las nacionalidades sino a desarrollar el sentimiento de solidaridad entre los pueblos.
Sirvieron de herir a Polonia en el corazón, llagado ya de las heridas profundas que esta nación
suicida se infiriera; pues han de servir para curar a su propia víctima, y en no lejano día. Louis
Blane, levantando la bandera polaca al tiempo que hablaba sobre la emancipación de las nacio-
nalidades en la Asamblea francesa, es para mí imagen de la posteridad reparadora. Comienza
apenas la aurora de otro siglo; en el cielo europeo esplenden nuevas estrellas; mil esplenden
también, algunas de primera magnitud, en el cielo americano y no las únicas: levantad vues-
tras cabezas y veréis, señores, el nacimiento de otra estrella. Esta época, en la que los Estados
poderosos hacen los mayores alardes de fuerza, es, sin embargo, época de renacimiento de
nacionalidades: de la fuerza misma brotan, como de fragua ciclópea, las armas del derecho.
Anhelo serenidad de juicio para observar los grandes sucesos: el entusiasmo ciego es nube que
empaña la mirada de las almas. El espectáculo que Cuba ofrece no es desconsolador: Cuba
no está completamente sola. Está con ella el espíritu republicano de los pueblos americanos y
europeos, espíritu sagrado, que está salvando a la especie humana de la ruin vergüenza que
han querido arrojarle encima sus gobiernos, hasta los sedicentes democráticos cuya ausencia
dice solamente cuánto dista el mejor gobierno actual de representar con fidelidad el espíritu
nacional. La intervención respecto de Cuba y España podría hacer obra buena en servicio del
derecho: la teoría internacional moderna faculta y hasta prescribe la intervención cuando una
de las partes contendientes la solicita, cuando una metrópoli es impotente a sofocar una insu-
rrección, cuando se perjudica considerablemente a otro Estado y en interés, por último, de la
humanidad ultrajada. Si la intervención tampoco sirve para la defensa del derecho en Cuba,
¡cuánto debemos apresurarnos a sustituir arbitrios por medios orgánicos!
Un escritor francés aboga calurosamente por la práctica de las convenciones (demandas)
extranjeras intentadas por las potencias del Viejo Mundo contra los Estados americanos según
el bárbaro procedimiento de la regla inglesa, como único medio de asegurar los derechos de
vida y propiedad de los europeos en América. Para él, la América hispana, asolada por la
anarquía, debe hallarse sometida al dominio eminente de la Europa civilizada. Revoluciones
incesantes, barbarie popular, debilidad gubernativa, todo está haciendo de estos pueblos
unos enemigos irreconciliables del género humano. Pero Thiers fue político sin principios e

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américo lugo  |  antología

historiador sin dignidad: al hablar del Nuevo Mundo, no había de honrar al derecho ni a la
libertad sino al interés y al despotismo. Francia ha tenido casi en vida de Thiers once cam-
bios de forma de gobierno y con ellos reyes, emperadores, presidentes: presa de los déspotas,
entre los cuales figura el mismo Thiers, ¿hubiera admitido nunca éste la aplicación de la regla
inglesa, para salvar de atropellos los intereses extranjeros? En cuanto a barbarie popular, no
era ningún pueblo americano a quien se refería el hijo de un obrero marsellés cuando, orador
y ministro, hablaba de la “vil multitud”. Las clases populares, sumergidas en la ignorancia, no
tienen la culpa de “su vileza”, cuando ministros inmorales no aplican toda la capacidad de que
se hallan investidos a adaptar el medio social al mayor desarrollo y a la mejor satisfacción de
las necesidades afectivas e intelectuales. Y, finalmente, nuestra debilidad gubernativa implica
descentralización republicana, ideal hacia el cual se arrastra, adonde no acabará de llegar nunca
la Francia, mientras no le quebrante por completo la cabeza a esa unidad política que hace de la
práctica de las instituciones libres una farsa en cualquier latitud, americana o europea. Desde
su advenimiento a la vida internacional, las sociedades hispano-americanas se constituyeron
en Repúblicas, forma de gobierno que no han abandonado a pesar de esfuerzos franceses. El
publicista llama instabilidad de instituciones a la instabilidad de personal gubernativo; pero
ningún personal más instable que el gubernativo en Francia, aparte la instabilidad misma de
las instituciones. La anarquía que alega para someternos a la regla inglesa, en ninguna parte ha
hecho más estragos que en el territorio francés. Anarquía existe en todas partes; pero la nación
que ejerce la función social judicial mediante la aplicación de leyes preestablecidas, no puede
ser tildada de anárquica. Todo lo que puede exigir el mundo civilizado es que los extranjeros
merezcan en el territorio que pisen igual amparo que los ciudadanos. Ninguna nación europea
ha consentido nunca en otra cosa. Pues bien: los extranjeros son tratados en América sobre
el mismo pie que los nacionales; y, en algunas partes, como la República Dominicana, con
marcado interés y deferencia, resultado del afán de población y de la índole nuestra, sociable
además. Pero la enorme desproporción de fuerzas entre ciertas Repúblicas hispanoameri-
canas y ciertas potencias europeas, despertando en éstas la ambición y la concupiscencia,
convierte a aquéllas en víctimas de sus propias virtudes afectivas. Hasta el crimen, cometido
por extranjeros, viene entonces a servir de pretexto para reclamaciones internacionales con
aplicación de la regla inglesa. Envalentonados con el fácil oído prestado a sus quejas por los
representantes de sus gobiernos, franceses, ingleses y alemanes se cuidan poco de respetar las
leyes de esas Repúblicas, viven amenazando a cada paso con “su cónsul” a los empleados de
policía y hasta a los magistrados judiciales, y sólo aspiran a que el azar les ponga en la trilla
internacional para “salir de pobres”. La lotería no es medio tan anhelado y socorrido de “hacer
fortuna” en estos pueblos como las reclamaciones internacionales con que muchos emigrados
europeos sueñan noche y día. ¡A tal punto llega la perversión del sentimiento de solidaridad
internacional bajo la práctica de los abusos de fuerza preconizados por publicistas inmorales!
América tiene estatuas y recuerdos para más de un francés: para Augusto Thiers sólo debe
tener desprecio y olvido.
Mientras no llegue para el mundo la era definitiva del derecho, ¿cómo evitar las inter-
venciones injustas? Trabajando cada nación, especialmente las que hoy son víctimas de la
fuerza, por la mayor consagración del derecho. No de otro modo. La libertad de un Estado
es una parte de la libertad humana. Ninguna nación, por débil que sea, deja de crecer y cen-
tuplicar su poder cuando logra organizarse jurídicamente de modo que todas las energías
individuales y sociales estén constantemente promovidas hacia la busca y consecución de la

51
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

utilidad general de la nación entera. Las fuerzas con que la nación más pequeña cuenta, son tan
grandes, si bien se considera, que se puede asegurar, sin temor de equivocarse, que la que después
de cien años de vida independiente no constituye potencia respetable, no ha sabido, en ese tiempo,
gobernar sus destinos con acierto y discreción. Si la evolución es ley biológica internacional, el
establecimiento de una colonia no debe mirarse sino como preparación de un Estado indepen-
diente. Todas las Repúblicas hispano-americanas fueron colonias: si consiguieron independizarse
fue porque al fin se amayoraron a pesar del mal régimen gubernativo de la metrópoli. Sin caudal
propio ninguna nacionalidad subsistiría: la aspiración suprema, en toda función de gobierno, debe
ser el aumento del caudal nacional. Este se compone de tesoros de tres clases: materiales, morales
e intelectuales. Dirigir el esfuerzo al acrecentamiento del caudal material es la aspiración de los
gobiernos egoístas; propender a la vez al desarrollo de la riqueza moral e intelectual es el objetivo
de gobiernos verdaderamente previsores. Porque las riquezas morales e intelectuales aumentan
mucho más presto la riqueza material que ésta aumenta a aquéllas. Mucha razón de nuestra lenti-
tud se esconde en lo pasado; pero la gran falta política de los Estados hispano-americanos estriba
en no mirar con preferencia hacia lo porvenir, y no otra es la causa de su perpetua debilidad. Si
el más infeliz de todos ellos, tirando sólo a lo presente líneas de economía previsora, acudiese
con el grueso de sus energías y recursos a preparar convenientemente la generación juvenil para
una vida moral e inteligente, no en ésta tal vez, mas en la generación subsiguiente comenzaría
a palpitar la realidad de una nacionalidad grande y poderosa. El culto interno por el derecho, lo
vuelvo a decir, es el único contingente verdaderamente eficaz que toda nación puede prestar a
la formación del culto por el derecho externo o internacional. Por supuesto, culto por el derecho
interno implicaría propósito serio y sostenido de formar de la sociedad nacional un medio inte-
lectual y moral tan grande, tan benéfico, tan puro como lo sueñan los poetas bien intencionados,
como lo anhelan los hombres de buena voluntad, como lo vislumbran los espíritus vigorosos que
beben, libres de prejuicios, en las claras fuentes de las ciencias contemporáneas. ¿Cómo se quiere
que haya solidaridad internacional si ni siquiera la hay en la vida de familia? La patria potestad, al
desconocer el derecho del hijo; el centralismo, al vulnerar los derechos de municipios y provincias,
ahogan en flor las esperanzas, los esfuerzos individuales, y circunscriben la eficacia del gobierno
nacional al círculo reducido de la conservación egoísta. Para que un pueblo levante su espíritu a
la cumbre de la evolución, mirando a sus pies, respetuoso y sumiso, el globo de los pueblos; para
que, desbordando la áurea copa de la civilización fuera de sus propias fronteras, lleve al seno
doliente de la vida internacional el aliento de la solidaridad, necesita dar resueltamente la espalda
a lo pasado e internarse en lo porvenir, guiado sólo por los principios rigorosamente científicos,
rayos primeros de un sol moral que alumbra hoy las inteligencias privilegiadas, porque ningún
sol ilumina, en su aurora, sino las partes sobresalientes de la naturaleza.

Sobre Política*
A Fabio Fiallo
I
Si el tiempo me viniera holgado, yo escribiría a los amigos que me asedian, que me
excitan y hasta me reprochan de egoísta, una larga carta. En ella expondría despacio, sose-
gadamente, mis impresiones, mi pensamiento, mis anhelos en estos instantes supremos para

*A Punto Largo, S. D., 1901, pp.7-30. Se publicó en 1899, en varias ediciones del periódico El Nuevo Régimen.

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américo lugo  |  antología

la patria y su felicidad. Desgraciadamente sobre mí pesan agobiadoras responsabilidades


profesionales; sobre mí ruedan, gastando juventud y fuerza, ocupaciones incesantes que no
me dan punto de reposo.
Política es amor y tolerancia. Gobernar es amar, porque gobernar es dirigir la educación
de un pueblo; y no educa quien odia, ni gobierna quien no pone sobre su cabeza a unos,
junto a su pecho a otros y en sus rodillas a la generación naciente. Gobernar es tolerar, por-
que es armonizar las partes que forman el todo; y no armoniza quien segrega, ni gobierna
quien no suma los intereses, afectos y opiniones del ciudadano más humilde a los de todos
los demás interesados.
Para oír claramente la voz de un pueblo, es necesario dejar que pasen los momentos de
cobardía o excitación. Pueblo privado ayer de todo, hoy lo quiere todo, así en la medida de
lo que le conviene, como en la largueza del exceso.
Cuando se aplica un régimen cualquiera a un organismo, durante algún tiempo la ten-
dencia a la práctica del régimen sobrevive al régimen. El primer deber del patriotismo ha de
ser modificar la vida instintiva cuando fuere mala, impulsarla cuando fuere buena.
La sustitución de un régimen por otro, es uno de los actos más serios y delicados de la
vida política. Un cambio completo de personal puede dejar en pie un sistema de gobierno,
mientras que un cambio de sistema puede dejar en pie una parte del personal gubernativo.
Demostración cumplida de esta verdad es la corta pero edificante vida de la administración de
Figuereo. Figuereo tenía, como Júpiter, en la mano el rayo; pero ni la venganza en el corazón,
ni desapoderadas ambiciones. Amayorado por la experiencia, fue cómplice voluntario de la
evolución y se vistió de gala con las insignias de la libertad, para caer dignamente.
Funciones que se ejercen por delegación, menester es, para ejercerlas eficazmente, progra-
ma definido que aleccione a los funcionarios todos y les sirva de pauta general. Ese programa
debe ser como un resumen de las necesidades y aspiraciones legítimas del pueblo.
La elección del personal debe ser tal que responda a los propósitos del programa, a fin
de que el espíritu de solidaridad entre los funcionarios, impida la creación de obstáculos
dentro del seno mismo del gobierno.
La condición suprema para la fundación de un Estado de derecho, es un profundo con-
cepto del derecho. Las falsas, empíricas ideas jurídicas, que flotan en las alturas del poder,
causan tanto daño como la falta de honradez. No basta la voluntad de gobernar: se necesita
la capacidad de hacerlo real y efectivamente.
Hay una fuente, que la ninfa Egeria guarda, a donde ir a beber cordura y sabiduría gu-
bernativas: la iniciativa individual. Sociedades comerciales, industriales, agrícolas, benéficas,
artísticas, recreativas, instituciones complementarias son de todo Estado jurídico. La prensa
discreta e ilustrada, la callada opinión de los hombres de valer dominicanos y extranjeros,
el ejemplo de la lucha por la vida jurídica en la historia y en el mundo, son auxiliares pre-
ciosísimos que el hombre de Estado puede y debe aprovechar.
......................................................................................................................................................

IV
He afirmado que el Gobierno Provisional ha dejado en pie el antiguo régimen, acatando
una Constitución que lo condena, y doy paso a la prueba.
El antiguo régimen es el centralismo: y el centralismo está en pie. Centralismo es predo-
minio del Poder Ejecutivo sobre las demás funciones de gobierno: el Poder Ejecutivo invade

53
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

legalmente la jurisdicción de lo electoral, legislativo y judicial; pone la mano en todo; es dueño


exclusivo de la fuerza pública; y en virtud de discrecionales facultades, tiene la ciudadanía
a merced, a merced las arcas nacionales, y la honra y la dignidad nacionales a merced.
El antiguo régimen es el centralismo.
Causa de todos nuestros males, causa hoy mismo de los desaciertos del Gobierno Pro-
visional, tiene hondas raíces en las costumbres y en la tradición, sanción cumplida en las
leyes. El personalismo, el falso principio de autoridad, el apócrifo Orden Público, meras
manifestaciones son de esa enfermedad política mortal.
Combatir un síntoma, el personalismo, por ejemplo, no es emprender una acertada cura-
ción. Para sustituir el antiguo por el deseado nuevo régimen político no basta hacer cumplir
las leyes. El centralismo es legal, insisto en decirlo. Dentro de nuestras leyes cabe, pues, un
déspota, lo que solemos llamar tirano solamente, y vive holgadamente un tirano, por la falta
de responsabilidad que ellas exigen y por la falta de sanción que ellas conllevan.
El antiguo régimen es el centralismo: ciudadanos cuyos incompletos derechos individuales
pueden ser suspensos sin apelación; ayuntamientos sin autonomía ni personalidad jurídica,
en cuanto instituciones integrantes del Estado; gobernaciones que no saben siquiera los fines
para que han sido creadas, ni responden a verdaderas necesidades regionales, ni son más
que ciegos instrumentos del Ejecutivo; tribunales donde el poder judicial yace postrado de
debilidad y de impotencia, desautorizado y hambriento de justicia para sí propio, de tal modo
que ni parece poder en el sentido técnico de la palabra, ni representa en realidad sino el valor
de un cero a la izquierda de la suma de los poderes del Estado; congreso que comparte sus
atribuciones propias con el Ejecutivo, que legisla los tres primeros meses para todo el año y
cede luego el puesto a los refrendados decretos del Presidente de la República; electorado
nulo y de ningún valer; Ejecutivo servido de Secretarios irresponsables que el Presidente de la
República escoge, sin asesores, entre los ciudadanos que le son adictos; y, finalmente, delega-
ciones que por todas partes reproducen la imagen presidencial, no la impersonal imagen del
gobierno, aplastando con el número y diversidad de sus atribuciones así a la ciudadanía como
al gobierno mismo de la ciudadanía. Decidme ahora, en presencia de esta exacta descripción
de nuestro sistema de gobierno, ¿cuál es el antiguo régimen?, ¿quién el tirano?, ¿quién el
déspota? Decidme si hay en el mundo un hombre noble y justo que jurando la Constitución
y las leyes que tales abominaciones jurídicas consagran, pueda darnos con ellas libertad y no
la esclavitud, paz y no la guerra, prosperidad y no miseria; decidme, en fin, si es nombre de
persona el sujeto que causa los males de la patria o si es nombre de institución anti-jurídica,
y si puede ser alguna persona quien la salve, o el cambio radical de institución.
El antiguo régimen es el centralismo: sólo la descentralización podría salvarnos.
......................................................................................................................................................

VI
Tal vez sí.
No hay que forjarse ilusiones sobre el valer moral del pueblo dominicano. El valer moral
alcanza siempre el límite de la capacidad intelectual, y nuestra capacidad intelectual es casi
nula. Una inmensa mayoría de ciudadanos que no saben leer ni escribir, para quienes no
existen verdaderas necesidades, sino caprichos y pasiones; bárbaros, en fin, que no conocen
más ley que el instinto, más derecho que la fuerza, más hogar que el rancho, más familia que
la hembra del fandango, más escuelas que las galleras; una minoría, verdadera golondrina de

54
américo lugo  |  antología

las minorías, que sabe leer y escribir y de deberes y derechos, entre la cual sobresalen, es cierto,
personalidades que valen un mundo, tal es el pueblo dominicano, semi-salvaje por un lado,
ilustrado por otro, en general apático, belicoso, cruel, desinteresado. Organismo creado por el
azar de la conquista, con fragmentos de tres razas inferiores o gastadas, alimentado de prejuicios
y preocupaciones funestas, impulsado siempre por el azote o el engaño, semeja, mirado en la
historia, uno de esos seres degenerados que la abstinencia de las necesidades fisiológicas lleva
al cretinismo, y la falta de necesidades morales lleva a la locura, en cuya frente no resplande-
cen ideales, en cuyo pecho yacen, secas y marchitas, las virtudes; estatua semoviente que no
recuerda nunca la de Amón. Pero semejar no es ser: el pueblo dominicano no es un degenerado,
porque, si bien incapaz de la persistencia en las virtudes, tira fuertemente hacia ellas; porque
aunque falto de vigor y vuelo intelectuales, tiene todavía talento y fuerzas para ponerse de pie
y dominar gran espacio de la bóveda celeste; porque aun postrado y miserable, está subiendo,
peregrino doliente, el monte sagrado donde el águila de la civilización forma su nido.
Este peregrino doliente necesita reposo, comida, abrigo.
Este degenerado aparente necesita salud. Esa mayoría ignorante necesita instrucción.
Esa minoría ilustrada necesita ideales patrios. La hermosa Revolución de julio trajo en su
bandera el alma de la minoría ilustrada, un pedazo del alma de la patria. La ha colocado
en el palacio de gobierno, y allí flota todavía sostenida por un grupo de hombres de bien, y
desde allí envía, ondeante y libre, besos de paz que van en alas del viento al último confín de
la República. ¡Que la mayoría ignorante no derribe, como otras veces, esa bandera sagrada,
para plantar la negra enseña de la iniquidad, bajo cuyo imperio puede medrar el hombre,
pero sólo a costa de los más caros intereses sociales!
Y la mayoría puede derribarla si la minoría no procede con prudencia y con firmeza.
Elegido está el personal del gobierno definitivo: el Gobierno Provisional está despidiéndose
del poder, sin haber dado vado a la concupiscencia.
De dos modos puede la mayoría ignorante asediar al gobierno: por petición o por rebe-
lión. El primero es el más peligroso de ambos modos.
La mayoría carece de patriotismo y desinterés. Falta de bienes de fortuna, sin hábitos de tra-
bajo e inclinada a la disipación, querrá continuar su vida de siempre. El contrabando, la vagancia,
el juego, la empleomanía, la vida de expedientes, el fraude, el peculado, la impunidad, la mentira,
el fiado, son cauce por donde gusta de correr hacia su subsistencia, su lujo y su holganza. No hay
un solo dominicano falto de hombría de bien que, a esta fecha, no se haya acercado a Jimenes
para “colocar su piedrecita”, por el mismo caso que todo hombre de bien le habrá dicho: “Señor,
sólo los servicios previstos y efectivos deben ser remunerados. No dé entrada a la concupiscencia
pública y acalle en su pecho la lástima que han de inspirarle los paniaguados que, sorprendidos
por la enfermedad o la vejez, contaban con seguir viviendo del presupuesto, y sea fuerte y ani-
moso para barrer del templo de la República a quienes ni en su casa ni en la calle le rindieron
culto de trabajo, de honradez y de orden. Ahogue así mismo el temor de verse derrocado por el
segundo modo de asediar que tiene esta gente, la rebelión. Billini, Espaillat, González, cayeron del
solio, es cierto, aplastados por esa mayoría brutal; pero cayeron porque no tocaron fuertemente
en la conciencia del país; porque no asumieron una actitud completamente enérgica; porque no
pusieron a su lado la juventud, que es la fuerza y la esperanza; porque no pusieron de su parte la
fuerza de los intereses particulares, el aliento de la opinión pública, la estimación de los extraños;
porque, finalmente, no se sustrajeron de toda influencia del personalismo, impersonalizándose
ellos también para que la autoridad de las leyes surgiera omnipotente, como el sol. Mire que

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ninguno de ellos llegó al poder en hora tan solemne como esta, en que toda la parte sensata del
país está dispuesta a sostener un buen gobierno…”.

VII
Mi pluma es lo único que hay de amable en mi persona: su iridio derrama caudal de
tolerancia que sorregando el campo de la crítica, mitiga el calor que lo fecunda, y deja que el
rosal crezca al lado de la ortiga. Nunca rasgó la tersura, nunca el blancor manchó del papel
en que escribe, porque antes que ella detenga el vuelo sobra el vacío ideal de una hoja en
blanco, he colmado el vacío con mi propio corazón. Sus picos no recuerdan el del águila,
pero buscan, sin embargo, el cielo, y es en lo azul y no en el fango donde va a perderse el
ramo de ensueños, esperanzas e ilusiones que desprendió del árbol de mi vida.
Al dirigirme al público, nunca fue el lazarillo de mi inteligencia el gusto sino la necesi-
dad: la vocación literaria no palpita en mí, ni la afición florece. Ante el espectáculo de una
revolución que presenta todos los caracteres de una evolución verdadera, sentí la alegría
del náufrago que, al hundirse el bajel que lo sustentaba con su familia, amigos y patrimo-
nio, vislumbra la salvación de su familia, de sus amigos y de su patrimonio. Quise decir
de mis alegrías, de mis esperanzas; deseo perdonable en quien haya tenido puesta el alma
en los sufrimientos de su patria, en quien la ame con reflexivo amor, en quien haya tenido
en cuenta que la grandeza nacional se mide y aprecia solamente por el valer individual de
cada ciudadano. He aquí por qué, sin justificación ninguna, estoy hablando de política, en
sentido universal, pero con aplicación al estado y necesidades actuales del país. Porque la
política es una ciencia cuyos principios se aplican a toda porción de humanidad, dominicana
o extranjera. Precisamente por haberse apartado de los principios científicos, por haberse
pretendido inventar “una política práctica” dizque adecuada a los dominicanos, es que
hemos sufrido tantas vejaciones y quebrantos. Los dominicanos deben gobernarse confor-
me al derecho, que es como todos los hombres deben gobernarse: las líneas generales de la
política científica no pueden ser alteradas acá como en ninguna parte, si bien todo pueblo,
como todo organismo individual, adolece de defectos y enfermedades sociales que le son
propios y que son para tenidos en cuenta al gobernarse.
......................................................................................................................................................
1899.

Reflexiones*
Si la lucha común por la vida exige la concurrencia de virtudes apreciables en el indivi-
duo, la lucha por la patria exige la aplicación de virtudes supremas. El bien de la patria es
alta y noble empresa: acometerla acusa nobleza en la cuna, cultura en la educación, mora-
lidad en el hogar, tolerancia en sociedad, consecuencia en la amistad. El avaro, el borracho,
el mentiroso, el inculto, el libertino, el egoísta sólo excepcionalmente podrán ser buenos
ciudadanos; y cuerdo se muestra y sabio el primer magistrado de una nación cuando mide
la capacidad política por las virtudes domésticas y sociales. Todo funcionario es, en el ejer-
cicio de su cargo, padre de familia; y éste ha de ser en todo caso prudente y moderado. Los
desórdenes, irregularidades, inconsecuencias que suelen acompañar al genio, no cuadran

*A Punto Largo, S. D., 1901, pp.31-33.

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a la felicidad pública, cuya base y sustento es el orden que priva en las organizaciones que
respiran la rara salud del talento modesto.
Las virtudes privadas son la leche de la vida social. El amor al trabajo, el ahorro, el estudio,
labran cauce de oro, amplio y profundo, a la reputación. Más vale un pueblo de trabajado-
res entusiastas y más adelante llega y el sello imprime y fija la bandera de su nacionalidad
más clara y firmemente, que lo pudo ni pudiera nunca un pueblo de conquistadores. Las
armas han sojuzgado siempre menos mundo que el trabajo: el hombre pierde al morir todo
cuanto ganó por la violencia y gana todo aquello de que se despojó en vida por su caridad
y tolerancia. La muerte no tolera la injusticia, y despojando a los reyes de su corona para
colocarla en la frente de los humildes, vive corrigiendo a la fortuna y haciendo perpetuos
legados a la vida. Obscuro, paciente, virtuoso, el obrero que viste a los héroes triunfa de los
héroes, y la gloria sólo es campo sin tinieblas cuando guarda en su seno un gran apóstol de
la ciencia. Fomentar las virtudes privadas, elevarlas hasta convertir en costumbres cientí-
ficas las buenas costumbres, es la mayor hombría de bien que pueda mostrar un estadista;
y un buen modo de fomentarlas y elevarlas es confiar a la mayor competencia, a la mejor
conducta, el desempeño del servicio administrativo, público y privado.

Debemos defender nuestra patria*


I
Sea cual fuere el grado de aptitud política alcanzado hasta ahora por el pueblo dominica-
no, es indudable que existe una patria dominicana. Los españoles, al mando, al principio, del
Gran Almirante, descubrieron, conquistaron, colonizaron y civilizaron las Indias, y primero
y muy principalmente esta maravillosa Isla Española. Entre nosotros, pues, ha brillado la luz
del Evangelio, e impreso su belleza el arte y derramado la ciencia sus inapreciables dones,
siglos antes que en Washington, Boston y Nueva York. Fuimos y somos el mayorazgo de la
más grande entre las nacionalidades de la Edad Moderna. La incipiente nacionalidad luca-
ya puede simbolizarse en la frágil y como etérea constitución fisiológica del dulce lucayo:
pereció y se extinguió con éste sin dejar siquiera un solo monumento artístico o literario
que la historia pudiese colocar sobre su tumba. Ovando y Ramírez Fuenleal poblaron nues-
tro suelo de monasterios e iglesias que desde la cumbre de tres siglos miran altivamente a
Trinity Church y San Patricio; y de palacios y alcázares soberbios, cuando todavía América,
medio sumergida en el seno de los mares y velada la faz por el velo del misterio, casi no era
sino un fabuloso cuento de hadas. Santo Domingo de la Mar Océana fue el brazo potente que
sacó de las saladas ondas a esta encantadora mitológica Venus del planeta, servicio tan notable
ciertamente, y más, si cabe, para la humanidad, y tan español, como la detención del turco en
Lepanto, porque ese brazo estaba animado y fortalecido por corazón, cerebro y alma iberos.
Ya estaban bien caracterizados los elementos que, andando el tiempo, debían constituir la
nacionalidad dominicana, cuando los bravos lanceros del conde de Meneses dieron al traste
con el ejército traído por la poderosa flota inglesa de Venables, vengando de terrible modo el
ultraje que sesenta años antes había hecho a sus hogares el príncipe de los piratas, sombrío
inspirador de la Dragontea. La lucha secular entre las posesiones españolas y francesas de la
isla, no hizo sino afianzar en aquellas el espíritu propio, estrechar la comunidad de intereses

*Patria, revista, primer editorial.

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e ideales y acendrar el amor al terruño. En vano hacían las paces España y Francia allá en la
lejana Europa; perpetuaba el estado de guerra en la isla, el odio de los habitantes de la parte
española a los intrusos franceses. La primera afirmación incontestable y notable proeza de
la nacionalidad o sea del pueblo dominicano como personalidad propia y diferenciada de
todo otro pueblo, aun del mismo que es su progenitor insigne, fue la Reconquista, efectuada
contra los franceses en 1809: con ella borró con su espada el caudillo dominicano Don Juan
Sánchez Ramírez una cláusula festinada y complaciente del tratado de Basilea e impuso a la
Madre Patria su amorosa y heroica voluntad. Ese mismo espíritu dio en 1821 un paso hacia
la independencia política, aspiración necesaria a toda nacionalidad en formación y que luego
de realizada se convierte en condición vital sin la cual el espíritu nacional decae, languidece
y muere. La dominación haitiana no logró modificar el genio dominicano ni quebrantar la
unidad espiritual; y cuando Duarte preparó los ánimos, el libertador Francisco del Rosario
Sánchez dio a su pueblo la independencia política a que aspiraba. Del breve eclipse de la
anexión a España, la nacionalidad salió con mayor pureza y brillo, y de entonces a hoy una
más prolongada comunidad de ideales, sentimientos e intereses, ayudada por una mayor
cultura y unida al vivo amor al suelo, ha acrecentado en nosotros la solidaridad, vigorizado
el carácter, y creado, en fin, aquel modo de ser peculiar que es sello inconfundible y propio
de toda personalidad individual o nacional. Aunque abierta la mente del dominicano a toda
sana influencia extranjera (v. g. la adopción de la legislación civil y comercial francesa), el
fondo de su cultura, aunque todavía deficiente desde el punto de vista político, por el sentido
práctico e ideal de la vida permanece siendo española, basada en la lengua, en el culto, en las
costumbres, en la herencia, en la historia, en las tradiciones y recuerdos. Asociados en cierto
modo a España, si puede decirse así, en la obra, sin igual, del descubrimiento, población y
colonización del Nuevo Mundo, desde los primeros días de la invención de América, nuestra
misión histórica ha sido gloriosa y útil a la humanidad. De nuestros sentimientos dan cuenta
nuestra ejemplar fidelidad a la madre patria, nuestra conducta, tan fina y leal con ella, que
poníamos sobre el corazón sus victorias y reveses, y el carácter heroico, noble y desinteresa-
do que se refleja de modo claro y visible en la historia de la República Dominicana. Hemos
conservado la civilización que nos trasmitió la nación que era, al crearnos, la más adelantada
de Europa, y podemos afirmar, nosotros los dominicanos, que somos fieles depositarios y
guardianes de la civilización española y latina en América; que somos, por consiguiente,
como nacionalidad, superiores en algunas cosas a los norteamericanos ingleses que ahora
pretenden ejercer sobre nosotros una dictadura tutelar; y que debemos, finalmente, defender
nuestra patria, fundada con crecientes elementos propios de cultura en suelo fértil, hermoso
y adorado, con todas las fuerzas de nuestros brazos y nuestras almas.
Abril de 1921.

II
El hombre que no es ciudadano de una patria libre carece de todo valor legal. La perso-
nalidad política es tronco y raíz de la personalidad civil. El Estado da un nombre nacional
al ciudadano. El pueblo que se inscribe como tal en los inmortales registros de la Historia,
asume el augusto carácter de nación, consagra su personalidad internacional y se eleva desde
la baja e insegura situación gregal hasta las dominadoras cimas de la potestad soberana.
Setenta años hace que Francisco del Rosario Sánchez estampó con el troquel de su alma
el nombre de la República Dominicana en el cielo de las nacionalidades libres; setenta años

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américo lugo  |  antología

hace que el dominicano tiene un suelo libre en que plantar su bandera, un suelo firme en
que pisar con seguridad y confianza; un suelo propio para su disfrute y sustento; un suelo
patrio, donde levantar sus templos, donde enterrar y honrar a sus muertos, donde formar
sencillos y felices hogares que la virtud y la alegría animan y presiden, donde cultivar tran-
quilamente sus tradiciones, su vocación y su genio.
“Hebreos”, es decir, “extranjeros venidos de lejos”, que en su propio país todavía no
constituyen nación porque sus inmigrantes no hablan el inglés, nos despojan de la corona
de la soberanía ganada en luchas heroicas, y nos reducen a la condición de colonos, y nos
quitan la tierra feracísima, acaparándola toda por medio de exorbitantes impuestos y de
rapaces corporaciones todopoderosas. Verdaderas Compañías de Indias, que se apoderan
de los terrenos ajenos y desalojan a los infelices propietarios indemnizándoles después con
un fajo de sucias papeletas; y finalmente, y para colmo de desdichas, se intitulan hermanos
nuestros, salvadores nuestros, regeneradores nuestros, tutores nuestros, maestros nuestros,
cuando, en realidad, nos desprecian profundamente…, ¿qué nos falta, decid, para morirnos de
pena y de vergüenza, si no ponemos nuestros cinco sentidos, y toda la luz de nuestra mente,
en defender lo muestro, lo que Dios nos dio con infinita bondad para que lo gozáramos en
santa paz y lo transmitiéramos incólume a nuestros descendientes?
Guardar los estatutos nacionales, he ahí la divisa. Nada de partidos, no haya divisiones,
abajo banderías. Sólo son dignas de vivir las naciones que proceden con honor. La única
fuerza suprema es el derecho, la fuerza injusta no es nada, ni puede nada, ni vale nada, sino
ante hombres o pueblos corrompidos o imbéciles. Mejor armado está desarmado, y más
invencible es un solo hombre de bien, con sólo la pureza de su corazón, que mil canallas.
No hay cañones bastante potentes para destruir la fortaleza de una conciencia. Adquiramos
la de nuestro derecho, y sigamos la senda de la dignidad y el decoro, desasidos de todo vil
interés, puesta el alma entera en la patria adorada.
Hay que predicar paciencia a los débiles, a los pobres de espíritu, a los impacientes, a los
transigentes, a los que contemplan la posibilidad de renuncias de irrenunciable orden público:
esta clase inferior de ciudadanos es la única calamidad temible y verdadera para la República.
En estos momentos difíciles para la honra de ésta y su futuro destino, un ratón de casa podría
causarnos más daño que el águila de fuera: sus dientes nos roerían en poco tiempo las entrañas,
mientras que el ave de rapiña, con todo su poderío, no ha podido hacer otra cosa, durante un
lustro mortal, sino revolar inútilmente sobre nuestras desnudas cabezas.
Grave, solemnemente, la pública voluntad de la nación dominicana ha resonado al
fin y por la vez primera, por órgano del Presidente Henríquez y Carvajal, en los ámbi-
tos mismos del Capitolio de Washington: Independencia absoluta, desocupación inmediata.
¿Cómo es posible que haya todavía Juntas Consultivas? ¡Funesta cooperación la de los
jefes de partido que ayudan al poder Extranjero de Ocupación a poner mano sacrílega
sobre nuestra Constitución y nuestras leyes! ¡Actitud vergonzosa la de aquellos otros jefes
que, sin valor para dar la cara, apoyan a la Consultiva! ¡Debilidad inexcusable la de un
prelado, notable como tal, que presta su innegable valer representativo a la realización
de las abusivas e ilegales pretensiones de Wilson! ¡Evidente falta de claridad de concepto
jurídico sobre el caso dominicano y de energía, la de un presidente que hasta ahora había
considerado y aun propuesto soluciones incompatibles con el Credo Nacional! ¡Obstinada
ceguera de la legendaria Vega Real…! Ya tarda el apartarse resueltamente de toda cola-
boración con nuestros interventores. Esta colaboración es la única cosa que no acertamos

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

a comprender. Al cabo de cinco años, no podemos ver a un soldado de la Ocupación sin


que se nos enciendan las mejillas de rubor.
A pesar de las promesas del nuevo rey de la imperial democracia anglo-americana,
nuestra gloriosa República, cubierta de altas sombras, aún no ilumina la triste frente de sus
hijos con sus divinos resplandores. Tengamos, pues, el valor del sufrimiento; sacrifiquemos
sacrificios de unión y solidaridad. Depongamos a las puertas del templo de la patria, temor,
odio, egoísmo, ambición, interés, y armémonos de fe, de amor y de bondad. Oremos a Dios
para ser fuertes y no doblegarnos al poder de las potencias codiciosas e injustas. Y luego
juremos no renunciar a lo propio por temor de que nos lo quiten. Resistamos con todas
nuestras fuerzas; y si caemos, que sea de un modo digno de nuestros antepasados.
Mayo de 1921.

III
Si no tuviésemos, nosotros los dominicanos, un abolengo más ilustre que los yanquis;
si Santo Domingo no fuese la cuna en que se meció la infancia de esos mismos Estados
Unidos que desvanecidos con sus montones de oro nos desprecian hoy; si nuestra tierra, la
predilecta de Colón, la primera en poblarse, colonizarse y civilizarse en el Nuevo Mundo,
no hubiese iluminado y presidido el alumbramiento de cuantas son las sociedades civiles
que ahora constituyen naciones en América, tanto con el caudal de sus arcas y el tesoro
de sus venas, cuanto con las aulas de su Universidad, los talentos de sus capitanes y la
piedad de sus prelados; si Colón mismo, y Cortés y Pizarro y mil guerreros, argonautas
y misioneros dignos de ser cantados por Homero e historiados por Plutarco no hubieran
concebido y organizado sus empresas en esta isla Española, sacando del corazón de ésta
el oro, la firmeza evangélica y el brío heroico necesarios; si Vázquez de Ayllón no hubie-
se encontrado entre nosotros recursos y elementos para poblar la primera Colonia en el
entonces solitario seno de las tierras que habían de ser, andando los siglos, los Estados
Unidos de América; si la magnificencia de la ciudad de Santo Domingo no hubiera sido
tal que se pudo decir a Carlos V que ella poseía palacios superiores a aquellos en que él
se aposentaba; si nosotros no hubiéramos combatido, vencido y rechazado a los abuelos
anglosajones de estos mercaderes anglo-americanos, cuando desembarcaron, trescientos
años ha, en cantidad de ocho o diez mil hombres, en el mismo sitio en que recién des-
embarcó su gente Caperton; si nuestra historia no fuera tan dramática, tan heroica, tan
hermosa, tan pródiga en grandes y fecundas enseñanzas; si no hubiésemos conquistado
nuestra independencia derramando nuestra sangre a torrentes y arrojando, con patricio
gesto, bienes de fortuna, patrimonio de las familias, ciudades enteras en la pira ardiente
en que se forja, para la frente de los pueblos varoniles, la corona de la libertad; si Sánchez
y Duarte y Mella no estuvieran mirándonos desde el cielo con adusto ceño y austero
continente, y señalándonos, con diestra extendida e índice severo, la ruta del honor y el
deber; cuando tanta gloria, tanto servicio a la comunidad de los pueblos, tanto sacrificio,
tanto heroísmo, tanto ejemplo ilustre nada significasen ni valiesen a nuestros ojos; cuando
después de casi un siglo de marcha, independiente y gallarda, hacia el cumplimiento de
nuestro destino nacional, nos fuese dado hacer alto bruscamente, ante el grosero “¡quien
vive!” de una nación intrusa y extraña, para deponer ante ella, cobardemente, el cetro
de nuestra soberanía; cuando, finalmente, fuera posible aceptar la dictadura tutelar que
los Estados Unidos de América pretenden ejercer, a todo trance, sobre nosotros, Patria

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américo lugo  |  antología

aconsejaría, exhortaría, conminaría a no aceptarla jamás, primero, porque nuestro espíritu


es diferente, segundo, porque la dirección de nuestra educación y cultura es diferente y
tercero, porque nuestro carácter es diferente. Poner nuestro gobierno político en sus ma-
nos sería darles nuestra dirección espiritual. Hay diferencias características y esenciales
entre nosotros y ellos: la adopción de sus leyes, costumbres, etc., nos mataría con la peor
de las muertes, la muerte por medio de una lenta degradación, porque para modificar en
nosotros el elemento espiritual, que es el verdadero patriotismo, se necesitan siglos. Re-
sistamos, pues, con todo nuestro aliento vital, a la dictadura de Washington. La resistencia
es el comienzo de la libertad. Oigamos en el fondo de nuestra conciencia la voz que nos
dice: “Sois un pueblo libre ante Dios y ante los hombres, y tenéis el derecho y el deber
indeclinables de continuar siéndolo. No os dejéis sobrecoger de temor y cobardía ante el
poderío de vuestros dominadores. Rechazad la protección que éstos os ofrecen; aceptarla
sería la confesión y la prueba de vuestra total depravación moral. Las naciones sólo pueden
aceptar la protección de Dios. La soberanía de vuestra República es un depósito sagrado
que habéis recibido de sus manos. No os pertenece el disponer de ella, mutilándola en un
vergonzoso tratado, sea por temor, sea por utilidad. Al temeroso, cuando os diga “que los
americanos no nos la devolverán completa”, respondedle que no se trata de que quieran
devolvérosla o no, sino de que vosotros no tenéis facultad para cederla, ni para dejar que os
la quiten sin defenderla como hombres; que si los americanos no quieren devolvérosla toda,
se habrán convertido en ladrones de aquella parte de soberanía que retuvieren, y que si los
dominicanos de la generación actual no tienen la contextura de Sánchez y Duarte, deben
al menos comprender que su más elemental deber es protestar contra el robo y acusar al
ladrón de su soberanía, hasta que en lo porvenir otra generación más viril reivindique, con
la ayuda de Dios, aquello de que ahora con dolo, engaño, fraude y violencia habéis sido
despojados. Y a los utilitaristas y gente práctica que os proponen resolver con un criterio
de utilidad la usurpación de vuestra soberanía, es decir, un caso de conciencia, de moral,
de honor y dignidad nacional, contestadles que ese criterio estaría bien para aplicarlo a la
usurpación de los derechos de propiedad de un ingenio de azúcar, verbigracia, pero que
resulta mezquino, improcedente y bochornoso aplicarlo a la independencia y soberanía de
la República, y que si el caso de ésta hubiese de ser resuelto con un criterio de utilidad, el
país se perdería irremisiblemente”.
Mayo de 1921.

Historia de la Isla de Santo Domingo


Introducción
I
1. España. 2. Cisneros. 3. Carlos V. 4. América en general. 5. Valer de la Isla Española.
6. Crónicas e historias americanas. 7. Cortés, organizador y político. 8. Magallanes.
1. España. Para ayudarnos a comprender los sucesos de que ahora se trata, será bien referirnos
antes al estado en que se hallaban las Indias Occidentales y a la situación particular de la isla
Española, después de echar una ojeada sobre España, reflejando en algunos rasgos de la época
el carácter del pueblo español y del monarca que lo regía. Era éste Carlos V de Alemania y I de
España, que llegó flamenco a ésta en 1517, viniendo de Gante, para salir español de Barcelona en

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1529 rumbo a Italia, después de haberse fundido su alma en el crisol ibérico con la dura prueba
de las Cortes de Castilla y Aragón y, sobre todo, con el hecho que ha debido de revelar mejor a su
preclara mente el temple del pueblo español como instrumento para su aspiración a la supremacía
europea: me refiero a la resistencia contra los vejámenes de los favoritos extranjeros por parte
de los Comuneros dirigidos por Juan de Padilla, uno de los más grandes españoles de todos los
tiempos, el cual, abandonado, herido y prisionero, antes de morir decapitado en Villalar el 24
de abril de 1521, escribió una carta a la ciudad de Toledo en que decía: “A ti, corona de España y
luz del mundo; a ti que fuiste libre desde el tiempo de los godos y que has vertido tu sangre para
asegurar tu libertad y la de las ciudades vecinas, tu hijo legítimo, Juan de Padilla, te hace saber
que tus antiguas victorias van a ser renovadas con la sangre de su cuerpo”. Otra enseñanza fue
la rebelión de los agermanados de Valencia. Autorizados por Carlos en 1520 a armarse contra
los argelinos, volvieron sus armas contra la nobleza, después de constituir una junta dirigida
por el cardador Juan Lorenzo y en que figuraban tejedores, alpargateros y labradores, plebeyos
que toman el castillo de Játiva al mando de un confitero y derrotan al virrey Diego Hurtado de
Mendoza al mando de un terciopelero, el heroico Péris, y conmueven durante más de dos años
al país. Y en 1538, por último, la voluntad de Carlos se estrella ante la entereza de las Cortes de
Toledo, negadas a aceptar la imposición del tributo de la sisa.
2. Cisneros. Al rayar el alba del siglo XVI, la España que otrora había dado a Roma
emperadores y filósofos, se había impregnado de Oriente, y por otra parte, la religión cris-
tiana, adoptada por los godos a fines del siglo VI y para la cual la guerra de la Reconquista
sirvió de precioso cultivo, había producido esa flor de catolicidad que fue Cisneros, “en
quien Castilla admiraba un político y santo”13 y cuya palidez y austeridad recordaban a
los Pablos e Hilariones”.14 La teoría del grande hombre está con razón hoy desacreditada,
porque éste depende esencialmente del medio en que se ha formado; pero esta dependen-
cia prueba, sin embargo, que sólo es grande quien expresa con más fuerza y claridad los
rasgos fundamentales de su medio social. En tal sentido, el carácter de Cisneros refleja el de
su pueblo. “Observaba Cisneros rigurosamente, en medio de la grandeza, la regla de San
Francisco, viajando a pie y mendigando su alimento. Menester fue una orden del Papa para
obligarlo a aceptar el arzobispado de Toledo y para forzarle a vivir de modo conveniente
a la opulencia del más rico beneficio de España. Se resignó a llevar abrigos preciosos, pero
por encima del sayal; amuebló sus aposentos con magnífico lecho, pero siguió durmiendo
en el suelo; vida humilde y austera que le dejaba intacta, en los negocios públicos, la altiva
grandeza del carácter español. Los nobles que él aplastaba, no podían dejar de admirar
su valer. Una acta habría puesto en malos términos a Fernando con su yerno: Jiménez osó
romperla. Atravesando una plaza durante una corrida de toros, soltóse el animal furioso
e hirió a algunos de sus acompañantes, sin hacerle apresurar el paso”.15 Individualista
el español y, por tanto, ciudadano primario en su tierra, era cosmopolita por su sentido
religioso. Siete siglos de lucha le habían dado maestría en valor y audacia, y la enseña de
la cruz, opuesta a la de la media luna, la fe como ideal. La unión, por fin, de castellanos y
aragoneses, entregó a España, durante un siglo, el imperio de dos mundos. Grande había
de ser para un rey de tan extraordinarios talentos como Carlos V, el fruto de la adhesión,
siempre más personal que teórica, de pueblo tan bien preparado.

13
Michelet.
14
Petri Martyris Anglerü, opist.
15
Gomecius, de Rebus gestis a Fr. Ximenio Cisneric 1569, fol. 2, 3, 7, 13, 64, 66, cit. por Michelet.

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américo lugo  |  antología

3. Carlos V. En cuanto a Carlos V, reflejar aquí en un párrafo las ondas dilatadas y profun-
das de su glorioso reinado, sería reducir al hueco de la mano la cuenca del océano. Inflexible
hasta la crueldad en los primeros tiempos, dulcificó después de 1526 su prístina dureza. Sabía
que las fábricas del amor son más duraderas que las del odio, y trató siempre de prevenir la
guerra con la conciliación. Ante los avances y la resistencia de la Reforma, engendrada por
la emancipación política del Estado llano, desatada por mero pretexto de unas indulgencias
plenarias, sostenida por el incentivo de la secularización de los bienes de la Iglesia y creadoras
de luchadores tales como Lutero, Melanchthon, Zuinglio y Calvino, proclamó la libertad de
conciencia en la dieta de Spira y en la de Ausburgo; e insistiendo en la reconciliación, a su
iniciativa convocó Paulo III el Concilio de Trento, del cual fue esforzado defensor: ocasión
señalada de mostrar, una vez más, sus grandes dotes políticas. En su rivalidad con Francisco I
mostró noble consideración, y de su guantelete férreo salió ileso el honor del Rey Caballero. Antes
de Cervantes, nadie encarnó como él la antigua caballería española, cuando propuso partir
el campo, ante Paulo I, en términos que parten límites con el exquisito furor de Don Quijote:
“Yo prometo a Vuestra Santidad, delante de este sacro colegio y de todos estos caballeros que
presentes están, si el rey de Francia se quiere conducir conmigo en armas de su persona a la
mía, de conducirme con él armado, o desarmado, en camisa, con espada o puñal, en tierra, o
en mar, en un puente, o en isla, en campo cerrado o delante de nuestros ejércitos, o doquiera, o
como quiera que él querría y justo sea”. Se llenó de gloria combatiendo al Turco. Utilizó en sus
campañas, algunas de las cuales dirigió personalmente, a grandes capitanes extranjeros como
el Condestable de Borbón y Andrés Doria; y entre sus generales se cuenta al navarro Antonio
de Leyva, el defensor de Pavía, a quien honró figurando como simple soldado, con una pica
en la mano, en una revista, diciendo en alta voz al pasar ante el maestre de campo: “Carlos
de Gante, soldado del tercio del valeroso Antonio de Leyva”. No confundía los límites de la
firmeza con los de la obstinación, y en 1552, ante la viril defensa de Metz por Guisa, y en cuyo
sitio perdió 30,000 hombres, se retiró exclamando melancólicamente: “La fortuna es como las
doncellas; sólo se enamora de los jóvenes, y vuelve la espalda a los viejos”. Finalmente, joven
todavía, aunque desengañado y enfermo, reunió en Bruselas a príncipes, princesas, reinas,
grandes, magistrados y señores; les narró su vida épica, enumeró sus viajes, sus luchas y sus
triunfos, señaló sus obligaciones y tratados, rememoró sus aspiraciones y deseos, exhortó a
su hijo y a sus pueblos, y abdicó en Felipe los estados de Flandes y Brabante; y abdicando en
el mismo, al año siguiente, la corona de España y la de Nápoles, con los dominios de Amé-
rica, y luego el imperio en su hermano Fernando, murió en 1558, en el monasterio de Yuste,
adonde se había retirado desde 1556 y donde celebró en vida sus exequias, después de pasar
el resto de sus días en aquel sitio amenísimo, rodeado de numerosa servidumbre y ocupado
moderadamente en ejercicios devotos, sin abdicar de su interés por los negocios del mundo ni
de los placeres de la mesa. César por naturaleza y por la cuna, orgulloso y ambicioso, nieto de
Fernando el Católico, que no es sino un felón afortunado en opinión de Maquiavelo, y cuya
tradición política siguió sin recurrir a medios reprobables y elevándose del estiércol político de
la edad precedente hasta encarnar en el trono la grandeza y seriedad del siglo XVI, preocupóse
en todos los problemas políticos del mundo, aunque no pudo comprender los balbuceos de
los pueblos, políticamente recién nacidos, y aplastó las libertades de Castilla, reprimió cruel-
mente el movimiento de las clases populares en Valencia y en Mallorca, obligó a los moriscos
al bautismo, combatió la Reforma, y dejó impune el asesinato del gloriosísimo descubridor del
Mar del Sur; pero fue hombre de Estado antes que guerrero, diplomático antes que fanático.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Educado en Flandes, llegó a España sin hablar el castellano; dio la espalda a Cisneros, se
rodeó de una corte de flamencos, abusó, con exacciones, de las Cortes, que conservaron, no
obstante, su firmeza; despilfarró los recursos de la península y el oro de América, inagotable
como el tesoro de los adorables cuentos árabes; pero el espíritu español señoreó su espíritu. De
la estirpe de Carlomagno, habiendo reinado al mismo tiempo que Francisco I y Enrique VIII,
es él el prototipo del monarca moderno. Inferior sólo a su excelsa abuela materna, superior a
Fernando el Católico y a todos los reyes de España, austrias y borbones, ejerció en la suerte de
ésta influencia decisiva, y es una de las grandes figuras de la historia universal.
4. América en general. Cabría relatar aquí, a grandes rasgos, el descubrimiento de América
por Cristóbal Colón, los viajes posteriores de éste en que descubrió la América del Sur que
él llamó Nuevo Mundo, y la América Central; las expediciones de Ojeda y Nicuesa, en las
que del fondo de un barril del barco de Enciso surgió inesperadamente el futuro descubridor
del Mar del Sur, Vasco Núñez de Balboa, prototipo de conquistadores que tuvo rasgos de
rey y a quien luego todos imitaron; las expediciones de Juan Ponce de León a la Florida, y
la conquista de México, en la cual Cuauhtémoc salvó en el Nuevo Mundo el concepto de la
dignidad humana ultrajado luego en su persona por Cortés.
5. Valer de la isla Española. Esta conquista de México y la del Perú, de la que ahora habla-
remos, y la conquista y colonización de la isla Española son los tres hechos más notables de
la historia de las Indias Occidentales. México y Perú resplandecen por su respectiva civi-
lización autóctona, por su extensión y gran potencia minera; la Española, por su primería,
su fertilidad copiosísima y su clima acogedor, que hicieron de ella cabeza, granero, arsenal
y centro de aclimatación de España en el Nuevo Mundo. El historiador mexicano Carlos
Pereyra dice con razón: “En gran parte la isla Española fue la conquistadora de México, de
la América Central, de Venezuela, de la Nueva Granada, del Bajo y el Alto Perú, de Chile y
hasta de algunas zonas tributarias del Río de la Plata”.16
6. Crónicas e historias americanas. Entre las historias de la conquista de México y del Perú
conviene dejar las que tiran sus líneas a atribuir todo el mérito al caudillo principal. Dice Solís
de Bernal Díaz del Castillo que “en el estilo de su historia se conoce que se explicaba mejor
con la espada”;17 pero en el estilo de la suya, se advierte que la pluma pulcra, conceptuosa
y poética del más elegante de los cronistas de Indias, maneja mejor el panegírico. Y así en
Gómara. En la de estas apasionantes conquistas, Bernal Díaz del Castillo, en lo que a México
respecta, se lleva los sufragios de Carlos Pereyra y de Ballesteros Beretta: para ambos la crónica
de aquél es el mejor relato de la conquista. Menos acordes, en cambio, están ambos autores
al señalar el mejor relato de la del mayor de los imperios de las Indias: para el historiador
español, el más notable de los historiógrafos del Perú es Pedro Cieza de León, mientras el
formidable publicista mexicano parece inclinarse al inca Garcilaso de la Vega.
7. Cortés, organizador y político. Tan pronto como venció a los aztecas en 1522, Cortés se ocupó
con gran actividad en la integración territorial y organización de Nueva España, revelándose
como hombre capaz de fundar y regir imperios. Desafortunada, con la temprana cesación de
sus funciones, estuvo América. En 1526 fue nombrado para residenciarlo Luis Ponce de León,
el cual murió antes de dar comienzo a su encargo y lo mismo le ocurrió a su sustituto Mar-
cos de Aguilar. La opinión pública había rodeado siempre el nombre de Cortés de sombrías

16
Historia de América Española, Madrid, 1925, t. V, p.41.
17
Historia de la Conquista de México, Madrid, Gaspar y Roig, 1851, p.21.

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sospechas; se le acusaba de haber asesinado a su primera mujer y tenido participación en la


muerte de Francisco de Garay. Bajo el peso de nuevas acusaciones partió seguido a España el
gran conquistador, de donde regresó en 1530 confirmado en su título de Capitán General, y con
nuevo título de marqués, pero sin ejercicio de gobierno. Durante su ausencia se había creado
la Audiencia en 1528. En 1535 fue nombrado Antonio de Mendoza primer virrey de Nueva
España y Presidente de la Audiencia. El conquistador de México murió en 1547 en Castilleja,
lugar de Sevilla, pobre y olvidado. Carlos V, que llamaba padre a Andrea Doria, fue ingrato
con el más grande de sus capitanes como había sido ingrato con el Cardenal Cisneros.
8. Magallanes. No era, sin embargo, Carlos V incapaz de comprender y admirar a Her-
nán Cortés. Como éste, era su rey, en gran manera activo, capitán y político. Incesante era
la actividad del hombre que realizó en su época, nueve viajes a Alemania, seis a España,
siete a Italia, cuatro a Francia, dos a Inglaterra, diez a Flandes y dos a África. Solía dirigir
personalmente sus campañas al frente de sus tropas, como el magno rey de los antiguos
francos; y su habilidad diplomática vertió casi ininterrumpidamente a sus pies el favor de
la fortuna. Pero la profusión de asuntos que solicitaba su atención, le hizo desatender no
pocas veces los negocios de España y dilatar algunas demasiado la solución de los proble-
mas de América, aunque en las grandes ocurrencias obró con la prontitud y perspicacia de
Isabel I, cuya tradición siguió en punto a descubrimientos. Así lo prueba el viaje propuesto
por Magallanes, el más importante en la historia de la navegación después del primero de
Colón, y que no vaciló en acoger y decidió sin demora; del cual puede decirse que es la más
preclara hazaña heroica conocida y, con más propiedad que lo dijo Cervantes de la batalla
de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos y esperan ver los venideros”.

Ojeada retrospectiva sobre la Iglesia en Santo Domingo


Capítulo II
4. El obispo Geraldini. 5. Disposiciones relativas a Geraldini. 6. Fray Luis de Figueroa.
7. D. Sebastián Ramírez de Fuenleal. 8. Ramírez de Fuenleal pasa a México.
9. Juicio sobre Ramírez de Fuenleal.
4. Geraldini. Antonio de León Pinelo trae el dato siguiente: “Libro General de 1516 a 1517.
Posesión del obispado de Domingo se dé a don Alejandro Geraldini, presentado y proveído
por León 10, en lugar y por muerte de don fray García de Padilla. A 13 de febrero (115). Esta
provisión está refrendada del secretario Pedro de Torres (7). Humanista y poeta italiano, Geral-
dini había sido llamado junto con su hermano Antonio por Isabel la Católica a España, donde
fue diplomático y preceptor de los príncipes. Vino Geraldini, ya obispo de Vulturara desde
1496, a su nueva diócesis de Santo Domingo en febrero de 1520, y nos trajo, en ánforas latinas,
mieles del Renacimiento. Puso en 1523 la primera piedra de la Catedral de Santo Domingo;
pero fatigado por los servicios prestados a la corona española. ‘Agobiada su naturaleza por
la inclemencia del clima tropical, libre la mente de menoscabo consecutivo, sorprendióle la
muerte cuando estaba entregado de lleno a la obra material de su Iglesia’”.
5. Disposiciones relativas a Geraldini. En 9 de marzo de 1519 “se dio a Geraldini, obispo de
Santo Domingo, la mitad de la vacante, y la otra mitad a la iglesia, y no se dice en la cédula
que es por merced, sino que el Rey tiene por bien que se le acuda con ella”. (9) Y en 29 de
septiembre de 1526, por muerte de dicho obispo, se hizo a la iglesia limosna de sus espolios

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y de lo que rentase, y la sede vacante, hasta que se provea de obispo, cumplidas las limosnas
que sobre lo susodicho estuviesen hechas”.
6. Fray Luis de Figueroa. A la muerte de Xuarez Deza, que ha debido de ocurrir el 25 de
diciembre de 1522, fue proveído por el obispo de la Concepción de la Vega, fray Luis de Fi-
gueroa, aquel antiguo prior de la Mejorada y gobernador gerónimo de la Española en 1516;
el cual había sido proveído también el 27 de marzo de 1523 para la Abadía Jamaiquina por
no haber tenido efecto la presentación del licenciado Andrés López de Frías, hecha a prin-
cipios de marzo de 1522, cuando ocurrió la muerte del primer abad D. Sancho de Matienzo.
A la muerte del obispo de Santo Domingo, Alejandro Geraldini, verificada el 8 de marzo de
1524, uniéronse los obispados de Santo Domingo, y de la Concepción; “y el propio fray Luis
de Figueroa fue presentado nuevamente para la Concepción, para Santo Domingo y para la
Abadía de Jamaica, después de la muerte de Geraldini; pero murió sin haberse consagrado,
cuando preparaba el viaje, año de 1524”.
7. Ramírez de Fuenleal. Enriquillo. Piratería. D. Sebastián Ramírez de Fuenleal fue pre-
sentado en substitución de fray Luis de Figueroa para ambos obispados. Sus ejecutorias
son de fecha 28 de junio de 1527. Natural de Villaescusa de Haro (Cuenca), colegial de
Santa Cruz, e inquisidor de Sevilla, Ramírez de Fuenleal era a la sazón oidor de Granada.
Tan pronto como llegó a Santo Domingo a principios de 1529, electo obispo y presidente
de la Audiencia, emprendió con el receloso cacique Enriquillo las gestiones de arreglo que
culminaron más tarde en el restablecimiento de la paz en la isla. Trató también de remediar
la novedad de la piratería, por el peligro que había en ello, para lo cual hizo junta; y ésta,
después de estudiar bien el problema, informó al rey que no había cosa poblada de asiento
en todas aquellas partes, sino en Santo Domingo; que el robo del oro, el anegarse los navíos,
el riesgo que estos corrían, la falta de respeto a los mandatos reales y los desacatos consi-
guientes de los gobernadores de aquellas provincias, todo, finalmente, mantenía a éstas en
absoluta confusión; para cuyo remedio propuso que la Española fuese la feria y comercio
de todas las Indias, y única puerta por donde entrase y saliese la gente, el oro, la plata, los
bastimentos, las mercaderías; y ello por concurrir en dicha isla las mejores circunstancias y
condiciones marítimas y terrestres, comprobadas cuando de donde ella partieron todos los
descubrimientos y pacificaciones de todas las Indias; y poblada y abundante de todo con
infinitas maderas e innumerable ganado; “siendo cosa clara que estando poderosa la isla
Española, aquello estaba más firme y seguro, ni México podía gobernar lo de la navegación
como la Española”.
8. Ramírez de Fuenleal pasa a México. Mientras gobernaba Ramírez de Fuenleal con sin-
gular tino y eficacia en la Española, todo hacía presagiar una sublevación en México; los
desmanes de la Audiencia, las arbitrariedades y excesos de Ñuño de Guzmán, las acusa-
ciones contra Cortés, el extraordinario prestigio y poderío de éste. La Corte, después de
dirigirse inútilmente al conde de Oropesa y don Antonio Mendoza, determinó enviar al
obispo de Santo Domingo a Nueva España, para lo cual la Emperatriz, que en ausencia
del Emperador gobernaba, le escribió de su propia mano, “que se diese priesa en dejar
compuesta las cosas de la Española, para que no se detuviese”; y como se excusase, se
le reiteró, en febrero de 1531 “que fuese luego, porque de ninguna persona tenía tanta
confianza”. Dejó el sabio prelado y presidente, antes de partir una instrucción a la Real
Audiencia de Santo Domingo, formada por Zuazo, Infante y Vadillo, en la cual encargaba
a estos, “que sentenciasen sin pasión ni amor y que guardasen el secreto del acuerdo”.

66
américo lugo  |  antología

Para el 11 de marzo de 1531, ya Don Sebastián Ramírez de Fuenleal se encontraba al frente


de la nueva Audiencia.
9. Jucio sobre Ramírez de Fuenleal. No podemos seguir a este triunfador en su incomparable
actuación en México. Ya rebosa los bordes de una ojeada lo apuntado sobre la vida de este
hombre extraordinario, uno de los grandes estadistas que España envió en todo tiempo a
América, y el más grande honrador de nuestra patria dominicana, y confirmador de las altas
calidades que Colón en ella adivinó. Parece mentira que en el corto tiempo que estuvo en
Nueva España hiciese obra tan útil, que fuese permitido decir sin gran hipérbole, como decía
Alcedo en 1787, “que a él debe la Nueva España toda su felicidad”. Era D. Sebastián Ramírez
de Fuenleal flor de la prolongada, brillante, recia y paradójica estirpe medieval, mitad siervos
de Dios, mitad siervos del mundo, que produjo a Cisneros y a La Gasca y al gran capitán
místico Loyola que puso en manos del Papa, en nuevo y más vivo fuego templada, la antigua
espada con que Roma hería a la vez en todo el universo. En el obispo Ramírez de Fuenleal el
hombre de Estado eclipsa al prelado, puesto que fue piadoso, fundando en México un colegio
donde doctrinar quinientos niños y un convento de dominicos en el lugar de su nacimiento.
Acabado ejemplar de ministros, y no sólo para aquella época en que éstos eran las manos y
en ocasiones la cabeza de príncipes distantes y desorientados, sino para todas las épocas, fue
Ramírez de Fuenleal bondadoso aunque severo si lo exigía la ocasión: manso, prudente; leal
y desinteresado: de buenas costumbres, que en el gobernante son cimiento y fianza de todo
buen gobierno; de mucha delicadeza y recato; vigilante, fuerte, sabio y de gran autoridad.

Baltasar López de Castro


y la despoblación del norte de la Española
1. Memoriales del arbitrio de despoblación
La desacertada orden de despoblar los puertos de Plata, Bayahá y la Yaguana en la isla
Española, fue determinada por virtud de un Memorial de arbitrio para el remedio de los rescates
de dicha isla, presentado a S. M. por Baltasar López de Castro y fechado en Madrid a 20 de
noviembre de 1598. Con esta misma fecha presentó al rey un segundo Memorial de arbitrio. En
el primero había propuesto “los medios que le parecieron más eficaces para que se estorben
los rescates que en la Isla Española se hacen con los herejes”.18 El segundo es aclaratorio y
complementario del primero.

2. Idoneidad del arbitrista


El autor y solicitante de este formidable arbitrio contaba a la sazón 38 años de edad.
Desde los 21 servía el oficio de escribano de cámara de la Audiencia, en el cual sucedió a su
padre Nicolás López Cornejo, que lo había servido, a su vez, durante 35; y servía, asimismo,
los oficios de alférez mayor y regidor de la ciudad de Santo Domingo, por venta que de ellos
le había hecho el Presidente de la Audiencia Lope de Vega Portocarrero. Repite que “ha más
de sesenta años que su padre y él sirven los oficios de escribano de Cámara, de civil, criminal
y gobierno”.19 Habla de su continuo estudio y de su larga experiencia en estas cosas. “En
su oficio de escribano –dice– habían pasado casi todas las causas contra rescatadores; casi
18
Archivo General de Indias. Escribanía de Cámara. 7. B. Segundo Memorial de López de Castro al rey.
19
Id. Primer Memorial al rey. Súplica primera al rey.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

siempre había residido en dicha ciudad, había visto mucha parte de aquella isla; y por papeles
que se han hecho por jueces de comisión y por otros autos e informaciones, ha entendido
el exceso grande que hacen los vecinos de ella que rescatan con corsarios herejes”.20 Aunque
haya escrito y firmado sus memoriales en Madrid, se ve que aderezó aquí el primero. Con
las fuerzas que tuvo como regidor prominente, “procuró –dice– que hubiese carne de vaca
continuamente en la ciudad… y como se estorbaban estos rescates, hizo este discurso con
que mediante Dios, se remediarán todos estos daños”.21 “Con trabajo y estudio de muchos
años –añade– halló y dio la traza con que tan grande mal se cure”.22 Era natural de aquella
tierra, según Osorio. ¿Qué mucho, si no lo fuera? Estaría en la línea, precursora del carácter
nacional, como el obispo Bastidas, Miguel de Pasamente, el bígamo don Luis Colón o el mag-
nate don Rodrigo Pimentel, moradores de la isla en los cuales se observa la huella territorial,
hábito o costumbre, bastardeando unos o bien purificándose; sin mencionar a otros, como
Cristóbal Colón, al filántropo Las Casas o el benefactor Hernán Gorjón, a quienes se les ve
la huella en el corazón, clara e indeleble, cautivados de particular y profundo amor por ella.
Considerando los memoriales en que nos ocupamos, López de Castro escribe bastante bien,
pero con desleimiento y redundancia; juzga el estado presente por antecedentes apropiados;
enumera los inútiles esfuerzos de la corona y de la Audiencia. Exagera la gravedad del mal,
abona su parecer dando por seguro probables resultados. Insiste en los aspectos seductores,
abrillanta los detalles, desecha objeciones. Sostiene la excelencia e infalibilidad de su peligroso
instrumento con el arte de un experto sofista. Encubre su ambición en una traza de modestia,
y muestra preocupación religiosa y celo por la grandeza del reino y la gloria del monarca.

3. Particularidades biográficas23
Baltasar López de Castro, hijo legítimo de Baltasar López Cornejo y María Cataño, fue
bautizado en la catedral de Santo Domingo el día 15 de junio de 1559. Aunque sin la edad
requerida fue nombrado con facultad de sustitución, tres años después del fallecimiento de
su padre, escribano de la Audiencia, en consideración a que éste lo había sido. Pero no pudo
entrar en posesión de su oficio sino en 1580, ya en edad legal; y con tan poca suerte, que
fue suspendido dos años después por el visitador D. Rodrigo de Ribero, lo que le desalentó
hasta pensar en mudarse a otro lugar de Indias, y aun efectuó algunas diligencias al respecto;
mas al fin se quedó. En 1586, cuando las velas de Francis Drake desembarcaron en Jayna,
López de Castro fue del pequeño grupo de jinetes que salió de la ciudad de Santo Domingo
a hacer rostro al enemigo. El 20 de agosto de 1592 recibió de manos del factor real Juan de
Castañeda, a quien más tarde suspendió el visitador Juan Alonso de Villagra o Villagrán,
la dignidad del alferazgo mayor de la ciudad; pero como si viviera entonces bajo signo de
infortuna, en 1596 se vio suspendido de nuevo del oficio de secretario, probablemente por
el visitador que acabamos de mencionar, aunque éste se encontraba a la sazón en México;
“mas en caso de no haber sido el licenciado Villagrán, dice fray Cipriano de Utrera, lo fue D.
Diego Osorio, que entró a gobernar en 1597, con encargo de visitar la Audiencia”,24 si bien
no hay correlación entre el año de la suspensión y el de la entrada de Osorio en el gobierno.
20
Id, Primer Memorial al rey. Súplica primera al rey.
21
Ibídem.
22
Ibídem.
23
Basadas en la interesante noticia biográfica por Fr. Cipriano de Utrera en Relaciones históricas de Santo Domingo.
Colección y notas de Emilio Rodríguez Demorizi, Vol. II, pp.161 y s., nota 2.
24
Utrera, ibídem.

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américo lugo  |  antología

Como se ve, “no se ha podido dar con el juez cuya pesada mano cayó sobre Baltasar”.25 La
historia es Minerva cautiva del dato. Humillado pero no vencido, el alférez real de Santo
Domingo dio consigo en la metrópoli, donde había de tocar a sus puertas la mano de la
ventura. Allí, después de proponer al Consejo arbitrios sobre repoblación de la Española,
viró en redondo, presentando uno de despoblación, como medio de suprimir en ésta los
rescates; el cual naufragó en el olvido, de donde no habría debido volver, pero desgracia-
damente dicho cuerpo recogiólo al cabo de tres años, a consecuencia de haberle el porfiado
arbitrista señalado la inutilidad del envío de una costosa armada con el fin de remediarlos;
y consultado al rey, su ejecución fue decretada.

4. Aprobación del arbitrio


En efecto, cuando López de Castro, separado de su familia y caído de su estado, presentó
sus memoriales para remedio de rescates en la Española, nadie paró en ellos la atención. El
presidente Paulo Laguna los dejó dormir en el seno del Consejo Supremo de Indias. Este
cuerpo gubernativo y judicial dictaminó favorablemente sobre el proyecto de López de Castro
en fecha 23 de abril de 160326 bajo la presidencia de don Pedro Fernández de Castro, conde
de Lemos, Andrade y Villalva, marqués de Sarriá, aquel mecenas para quien Cervantes, con
las ansias de la muerte, escribió su última maravillosa carta; y que fue virrey de Nápoles
como su padre y luego presidente del Consejo de Italia, es decir, uno de los numerosos re-
presentantes de la política española de opresión que sofocó el libre espíritu del genio italiano
en el siglo XVII, haciéndole caer del pináculo del Renacimiento a baja esfera de decadencia
y mal gusto literario.

5. El arbitrante espera ser nombrado comisario. Mercedes que pide


Dos veces suplicó López de Castro mercedes por su arbitrio. La vez primera se adelanta
a la ejecución de éste como Colón en las Capitulaciones de Santa Fe, y pide enriquecerse con
una merced de mil licencias de esclavos, y un “mandato de acrecentarle sobre el acrecenta-
miento que habrá en ciertas rentas y derechos Reales, la sexta parte”; limitando la petición
de cargos al de alguacil mayor de la Audiencia. La segunda vez, después de ejecutado el
arbitrio, solicita honores y dignidades. Sin duda acarició desde el principio la esperanza de
ejecutar su arbitrio, acrecentada luego por los términos de la cédula que le rehabilitó, de 25 de
febrero de 1602; la cual ha debido de mirar como premio y promesa de singulares mercedes,
en pago de la receta propuesta para curar la dolencia de los rescates. Ejemplos había en la
historia, y él bien la conocía, en que el hombre de nada puede verse encumbrado súbitamente
al cielo de la grandeza; y tampoco ignoraba que la mano de un rey, que otorga la limosna de
la dádiva, es de la misma naturaleza que la del pordiosero que la recibe, y que unas veces
sin discernir la astucia de la magnanimidad o inclinando otras el ánimo a su capricho o a su
propio interés, recompensa el error, perdona el crimen y galardona la injusticia. Pero la es-
peranza de López de Castro de poner por obra el extraordinario medio que había propuesto,
era vana presunción. Fray Cipriano de Utrera juzga “que nunca se pensó en darle tal labor
“por no ser sujeto suficiente”. Todo lo más se le encomendó la asistencia del gobernador
Osorio, como instrumento circunstancial para actos dependientes del asunto.

25
Utrera, ibídem.
26
Resoluciones del Consejo de Indias, de 22 y 24 de septiembre de 1603. (Cfr. Cipriano de Utrera).

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6. Solicita el alguacilazgo mayor de la Audiencia


Pensando en lo futuro, pidió López de Castro ser remunerado “ejemplarmente”: el oficio
de alguacil mayor de la Cancillería de Santo Domingo, “con décimas de las ejecuciones y
con dos mil ducados anuales de salario mientras no se resolviese el pleito pendiente sobre si
aquéllas pertenecían a esos alguaciles o a la ciudad; la alcabala de la cárcel, adjunta al dicho
oficio; y que los oficios que sirve de escribano de Cámara, de civil, criminal y gobierno, fue-
sen renunciables y pudiesen ser servidos por sustitutos”. Respecto de la petición de López
de Castro, acordóse por el Consejo en 22 y 24 de septiembre de 1603 diferir la merced para
después de la ejecución del arbitrio; y que durante ésta, pueda servir por sustituto su oficio
de escribano de Cámara de gobierno.27 Es de notar, por otra parte, que López de Castro
tiende a asegurar, en su primer Memorial, la estabilidad de la despoblación, cuando previene
que el alcalde mayor “ha de ser persona de buena razón y entendimiento y práctico en los
negocios; que se le ha de dar título de alcalde mayor de toda la isla, y que se le ha de dar
facultad para que traiga consigo doce hombres bien armados y comisión para que en todas
las ciudades, villas y lugares de la isla, y en la de Santo Domingo, pueda entrar con vara
alta de justicia y sus ministros y personas que ha de traer para su defensa con sus armas,
y prender y poner presos en las cárceles, y proceder contra los culpados y castigarlos por
justicia sin que lo estorbe el Audiencia ni otra justicia”. Quería, como se ve, un alcalde con
facultades extraordinarias absolutamente inadmisibles.

7. Comisión para ejecutar el arbitrio


El nombramiento para la ejecución del arbitrio recayó en don Antonio Osorio, gobernador
y presidente de la Audiencia Real de Santo Domingo, y en el reverendo arzobispo de Santo
Domingo fray Agustín Dávila y Padilla. Encargóles el rey que diesen la orden y traza para la
mudanza de los tres pueblos mencionados, ayudándose para ello y cometiendo la ejecución
de lo que resolvieran a uno de dos oidores, Francisco Manso de Contreras o Marcos Núñez
de Toledo “y Balthasar López de Castro, mi secretario de Cámara, que, como persona tan
plática de esa tierra y de buen celo, podrá ser de provecho su inteligencia y diligencia, ha-
ciéndole la onrra y favor quando se permitiere”.28 Procedió solo al cometido el gobernador
y presidente, por fallecimiento del arzobispo; pero trató de ayudarse del oidor Manso de
Contreras, y se ayudó siempre de López de Castro. Más tarde, cuando el capitán Jerónimo
de Agüero Bardecí, Juez de Comisión en la Yaguana, fue procesado por haber dado licencia
para que se leyese ante él, en el puerto de Guanahibes, una proclama del conde Mauricio,
príncipe de Orange, Manso declinó, en defensa de su deudo, la jurisdicción que había re-
conocido en Osorio, alegando que éste carecía de la facultad de obrar solo por muerte de
Dávila y Padilla.29 Esto bastaría para juzgar a Manso de Contreras.

8. Ficción y realidad
Presentaba López de Castro la cosa al pobre rey Felipe III como una futura escena de
la feliz Arcadia que el gran pastoralista Sannazaro sublimó. “La mudanza de los lugares

27
R. Cédula de 6 de agosto de 1603, basada en la Consulta del Consejo de 23 de abril de 1603.
28
R. C. de Despoblación dada en Valladolid a 6 de agosto de 1603. S. D. 868 lib. 3, p.165.
29
Testimonio del escribano de la Yaguana, Francisco Atanasio Abreu, del 21 de enero de 1605 y Carta del gober-
nador D. Antonio Osorio a S. M., de 8 de julio de 1605. Segundo Memorial, V. Relaciones históricas de Santo Domingo,
Vol. II, pp.231 y 294.

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américo lugo  |  antología

–decía– y traer los ganados de sus vecinos, se puede hacer con facilidad y sin costa ni riesgo
alguno, porque para fabricar sus casas de madera y paja, como agora las tienen no ha de
faltar dinero, y los ganados se podrán traer en tropas o atajos sin que se las pierda una res,
por tener, como tienen, muchos esclavos, vaqueros, cabrestos y caballos; y por donde han de
venir a los nuevos sitios hay grandes prados muy abundante de buena yerba y agua”.30 Mas
¡ay! Para efectuar la mudanza fueron menester fuego y sangre; quemar hogares y haciendas
y ahorcar más de setenta personas. De las ciento diez mil cabezas de ganado vacuno manso
que había en ciento veinte hatos cuando la despoblación comenzó, no se sacaron más de
ocho mil, porque el resto se alzó con el ganado montés; en el camino hacia los nuevos sitios
murieron seis mil y sólo quedaron unas dos mil que llegaron a San Juan y San Antonio. En
cuanto al ganado bravo y cimarrón, que era lo más, todo, naturalmente se perdió. Unos
sesenta vecinos lograron pasar a Cuba con sus familias y esclavos, cuyo obligatorio regreso
parece haber sido una odisea de desgracia y martirio; y muchos de los negros (solamente
en la Yaguana y su término había más de mil quinientos), se internaron en los montes.31
Dice luego López de Castro que los lugares escogidos para la mudanza, “donde antes se
apacentaban doscientas mil cabezas de ganado, eran los mejores y desembarazados para
pastos, abrevaderos y sesteaderos, donde las vacas paren cada una en veinte meses dos
veces; y los sitios para las ciudades y villas, maravillosos, frescos y sanos, donde rara vez
se ve persona enferma”. No dudo que el fino, brillante y delicioso ambiente de aquella
región influyera en los infelices inmigrados. De la extremada virtud de nuestro suelo para
la crianza da testimonio el apodo de Pastores de la Española. Pero si una batalla puede ser
origen de un imperio, las ciudades no pueden ser creadas por decreto, efímera excrecencia
que debería ser borrada de la legislación política civil. A pesar de las cautelas y cuidados
de López de Castro, ni los hombres ni el ganado prosperaron en Bayaguana y Monte de
Plata. Don Antonio Sánchez Valverde y M. L. E. Moreau de Saint-Méry, escriben a fines del
siglo XVIII que ambos pueblos, tras breve lustre, se convirtieron rápidamente en lugares
miserables.32 En cuanto a los puertos despoblados, ellos y la islita de la Tortuga fueron la
cuna del imperio colonial francés en América.

9. Retorno a Santo Domingo


Partió de Madrid Baltasar López de Castro por orden del conde de Lemos, el día 6 de
noviembre de 1603, llevando el pliego de comisión de despoblación, las cédulas que con este
motivo habían sido formuladas y un mensaje del referido presidente del Consejo. Detúvose
en Sevilla por falta de navío, casi siete meses. Consiguió uno de cien toneladas, pero nadie
quería cargar si no fuese de doscientas y con licencia hasta Nueva España. Porque había
premura en la salida del portador de los pliegos, escribióse a la Casa de Contratación para
que el capitán que le llevase tocara en la Guadalupe, y allí recogiera la carga de una flota
perdida, prestándosele para ello a López de Castro dos mil ducados con que transportarla

30
Segundo Memorial.
31
Memorial sobre excesos... por B. Cepero y G. Xuara: Revista La Cuna de América, de Santo Domingo, años de
1913-1914, en que apareció la serie de documentos de las devastaciones de 1605-1606 en la Española, copiados por mí
en el A. G. I. y entregados a D. Emiliano Tejera para su publicación.
32
Idea del valor de la isla Española, 2a edición, 1853, p.53; Description de la Partie Espagnole de L’lsle Saint Domingue,
vol. I. pp.159-160. Esta obra de Moreau de Saint-Méry ha sido traducida al castellano por el geógrafo, historiador y
jurisconsulto don C. Armando Rodríguez: Descripción de la parte española de Santo Domingo. Editora Montalvo. Ciudad
Trujillo, Distrito de Santo Domingo, Rep. Dom., 1944.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

a Santo Domingo. Así pudo por fin tomar vela el 2 de julio de 1604, llegando a esta última
ciudad el 11 de agosto con su cargamento de mercancías de la Guadalupe.33

10. Persuade a Osorio de la ejecución inmediata


En la casa real, en presencia del oidor y del fiscal entregó el pliego de comisión y demás
papeles al presidente, don Antonio Osorio. Tres días después, como el arzobispo Dávila y
Padilla había fallecido antes del recibo del pliego, juntáronse el presidente, los oidores, el
fiscal y López de Castro. Opúsose éste al parecer sustentado por los oidores Gonzalo Mexia de
Villalobos y Francisco Manso de Contreras, y el fiscal Arévalo Cedeño, de que se consultase
a S. M. sobre la circunstancia de la muerte del arzobispo. El oidor Marcos Núñez de Toledo
apoyó al arbitrista, y se resolvió al fin proceder a la ejecución inmediata sin consulta.

11. Cómo recibe el pueblo a López de Castro


De España salió el arriesgado inventor y movedor de esta peligrosa máquina de remediar
rescates, con justificado temor de que el pueblo le tomase ojeriza y aversión. Hemos dicho
que en su presunción llegó a figurarse que sería el ejecutor, y decía al conde de Lemos “que
había de ocuparse muchos meses con excesivo trabajo de día y de noche, asistiendo por su
persona a despoblar los viejos pueblos y sitios de ganado y poblar los nuevos, y en todo
este tiempo que asistirá en el campo, ni en el que viviere en la ciudad de Santo Domingo, no
tendrá hora segura de vida, ni hay potestad en la Isla que se la pueda asegurar”.34 La confir-
mación de su recelo no tardó. Mucha gente fue a recibirle y acompañarle con regocijo a su
llegada, dice. Observa fr. Cipriano de Utrera que esto se debió a verlo llegar “hecho dueño
y propietario de tantas cosas necesitadas de todos, en donde por milagro surgía navío de
registro con mercancías de la Metrópoli”.35 Pero el gozo se trocó en odio y rencor, continúa
diciendo López de Castro, cuando la orden real que trajo fue publicada, maldiciéndole a
una y tratando de persuadirle a atajar y suspender la empresa.36 Mas él a todos se oponía,
hasta a sus propios deudos,37 contrastando la voluntad popular.

12. López de Castro endereza la vacilante voluntad de Osorio


Por las serias dificultades que ofrecía naturalmente la mudanza; por la ineficacia de la
merced de perdón hecha por S. M. a los rescatadores y ofrecida a éstos en agosto y las nuevas
venidas en septiembre, después de la publicación del perdón, de haber llegado a las costas del
norte, una armada de cincuenta y seis navíos de piratas que traía gente de guerra y materiales
de fortificación; por la resistencia sorda y firme de los habitantes de la isla, revelada en las
relaciones de decaimiento y ruina de ésta, leídas públicamente en la plaza; por la contradicción
de las Justicias y Regimientos, de eclesiásticos y seglares, con fingimiento de cartas de S. M.
y de ministros de la Corte, mandando sobreseer; por la propagación de sueños y consejas,

33
V. nota 2 de Utrera, cit. supra 6, en Relac. hist. II, p.165.
34
Memorial al Conde de Lemos y señores del Consejo sobre Suplica Primera, publicado por Utrera en Relaciones
ya cit., como texto, p.211.
35
Utrera, nota 2 cit., p.165.
36
Relación de la ejecución del arbitrio, V. Rel. hist. II, p.219.
37
Id. Carta de Manso de Contreras a S. M., fecha 18 de diciembre de 1604. Esta Relación contiene la Información
con parecer del fiscal presentada al rey por López de Castro, y la cual fue hecha por octubre de 1605 en la Española.
Ella y la Consulta del Consejo de 14 de diciembre de 1604, copiadas por Utrera. V. Relaciones compiladas por Demorizi,
tomo II cit. supra 5, p.220; carta de Manso.

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abrumadores del vulgo, en que los muertos se levantaban de sus sepulcros anunciando la
perdición de la isla, don Antonio Osorio, gobernador, capitán general y presidente de la
Audiencia, árbitro absoluto en el negocio de la despoblación, pero en quien se juntaba la
prudencia a la energía, “estándose ejecutando el arbitrio y disponiendo los nuevos sitios y
otras cosas necesarias para la reducción, sin haberse empezado a mudar cosa alguna de ellos
en cinco meses, dudó del buen fin del remedio de los rescates, pareciéndole que sin buenos
ministros de justicia y sin galeras y presidio, era imposible que éstos se acabasen”.38 Pero
Baltasar López de Castro, el escribano de Cámara, el cortesano humilde que había cifrado
en su invención la loca esperanza de convertirse en un don Gonzalo Jiménez de Quesada,
no flaqueó, y tras angustias mortales logró levantar el ánimo del comisario real, vertiendo
en él decisión y confianza hasta disipar del todo su perplejidad.

13. Justificación de la duda de Osorio


Razón tenía D. Antonio Osorio para dudar del buen éxito de la empresa, al tocar de cerca
su naturaleza y su fin. La esencia y el objeto o motivo de la medida era la terminación de los
rescates que por más de setenta años menoscababan las rentas del erario; práctica cuya causa
era la falta de empleo de marina mercante suficiente con custodia, de parte de la metrópoli,
para llevar a la colonia mercaderías bastantes para el consumo; lo que originaba la necesidad
de surtirse comerciando de contrabando con los extranjeros, y la posibilidad para éstos de
comerciar con los naturales sin riesgo. Aumentar la marina mercante y custodiarla contra la
piratería, era lo que había que hacer dentro del régimen prohibitivo imperante. Dejar, como
antes insuficiente y desamparado, el tráfico mercantil, restringido al envío anual de un par
de buques, y despoblar las poblaciones de la banda del Norte, única parte en donde se res-
piraba algún bienestar, era el más descabellado plan del mundo para eliminar los rescates
dando fin de la isla entera. El comercio ilegal no puede ser contrastado sino con medidas de
comercio legal, porque el comercio es una de las fuerzas sociales emanadas del genio mismo
de la naturaleza. Pueblos donde se gobierna con maestría la vocación comercial, como los
Estados Unidos de América, son los más pacíficos y prósperos del mundo. Osorio reconoce
que los males no se acabarán si el rey no se sirve de buenos ministros y galeras.39

14. López de Castro, hombre temerón


Baltasar López de Castro era hombre para empresas de medro, pero no de gloria. Las
almas heroicas, según Cervantes, son aquellas a quienes su estrella inclina más a las armas
que a las letras; pero también en este campo hay plumas templadas en la fragua de Vulcano,
como la de Juan Montalvo, que han ganado batallas tan famosas como las que con su espada
ganaron César y Alejandro. Alma de escribano no suele ser heroica a menos que se albergue
en el pecho de un Cortés, varón ilustre que en los ligeros planos de la fama40 con Aquiles se
codea, y para el cual lo circunstancial era la pluma, no la espada. A López de Castro, puesto
que resistió con valor la contradicción popular y sirvió personalmente y ayudó al presidente

38
Relación e Información cit. en la nota precedente, p.246 y Carta del Presidente Osorio a S. M. de 20 de diciembre
de 1604, p.247.
39
V. carta precedente, Rel. hist., II, p.245.
40
Quid levis vento?
Fama.
Séneca.

73
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Osorio con muy gran cuidado y trabajo, y a pesar de la complaciente declaración de la Audien-
cia, de “que se tiene particular noticia que ha acudido a todas las ocasiones de guerra de los
primeros”, puede tenérsele, sin embargo, por temerón y recelador constante de daño contra
su persona. Según su propia afirmación, “siempre iba y estuvo catorce meses en diferentes
partes armado y con vigilancia y cuidado, y de que no lo entendiesen los que estaban con él,
por no animar a sus enemigos”;41 “y en las poblaciones que hizo nunca durmió de noche, sino
que en pareciéndole que sus oficiales y esclavos que estaban con él, dormían, fiándose de uno
que había nacido y criádose en su casa, se armaba, demás de una cota que siempre traía, con
un arcabuz y dos pistoletes, y con los papeles de su comisión se entraba en el monte toda la
noche hasta que quería amanecer que tornaba al bohío”. A este émulo del fundador de Santa
Fe de Bogotá “representábansele” sin cesar “las muertes y daños que se podían esperar de
gente tan obstinada”. Se expresa con ridiculez y excedencia al decir “que se ofreció al marti-
rio así cuando navegó para ir de Sevilla a la dicha isla a la ejecución del remedio, y cuando
habiéndose ejecutado tornó a ella, por los muchos corsarios que andaban en el mar Océano,
y que forzosamente le habían de conocer por haber llevado a Flandes tres retratos suyos”.42
Más gracioso y fantástico se nos muestra en la inimaginada emboscada que nos cuenta, y que
según su confesor, fray Tomás de Ayala, le habían puesto cuando estaba para partir de Santo
Domingo en seguimiento de Osorio. Decíale el fraile “que en el camino le aguardaba mucha
gente en un mal paso y que a él y a los que llevase consigo matarían; y que con qué había de
resistir a mil y más personas que podían tomar armas y las tomarían contra él”. Baltasar finge
creer en la patraña de fray Tomás. “Sin embargo desto –dice– y de otras cosas semejantes que
oía, con mucho ánimo y determinación caminó las sesenta leguas de ida y vuelta, no llevando
en su compañía más de personas43 esclavos y otros porque no los hallasen descuidados. El
remedio que tenía era hacer más de ordinario noche en despoblado”.44

15. Su participación en la ejecución


Hemos visto cómo López de Castro no logró hacerse nombrar ejecutor de su arbitrio, y
que mero ayudante, aunque “con honra y favor” en la ejecución, llevó al presidente Osorio
y al arzobispo el pliego de comisión, y persuadió al primero a actuar solo sin previa autori-
zación del rey, y le apartó asimismo de la duda que le asaltó sobre la eficacia de la medida
y aun sobre la posibilidad de realizarla. Es innegable que el arbitrista ayudó y cooperó, sir-
viendo con mucha vigilancia y cuidado. Los autos en la prosecución y ejecución se pasaron
ante él, con desinterés absoluto de su parte. Osorio se valió y fió de él en todas las materias
de la reducción, tanto en despoblar como en fundar. Cuando vinieron tardíamente a Santo
Domingo, temerosos y apremiados, los procuradores que Osorio había demandado que le
enviasen las justicias y regimientos de Bayajá y Montecristi, oídas las equívocas instruc-
ciones de aplazamiento que trajeron, cometiósele a López de Castro su prisión. Fue luego
éste en seguimiento del Presidente en febrero de 1605 a Bayajá, donde permaneció casi un
mes; y después de acompañarle a quemar esta ciudad, tornó, comisionado por Osorio, el
15 de marzo siguiente, a los sitios donde habían de ser establecidas las nuevas poblaciones
“para hacer diligencias dobladas”, despoblando Osorio y poblando él. El 24 de dicho mes,

41
Relación e Información, cit.
42
Ibídem.
43
Así en la copia.
44
Relación de ejecución cit.

74
américo lugo  |  antología

encontrándose en Santiago, dispuso que no se comprase el ganado que venía de las ciudades
despobladas para las nuevas, y que se manifestase ante él el ganado que viniese. Este auto
fue pregonado en Santiago, La Vega y en la villa del Cotuí.45

16. Puebla los nuevos sitios


Se contradice en su Relación López de Castro al afirmar en una parte de ella “que empezó
a dar posesión de los nuevos sitios a la población trasladada, el 5 de noviembre de 1604, y la
última dio a 13 de enero de 1605”, al expresar más adelante “que el 27 de abril de 1605 empezó
a poblar el sitio de la ciudad de San Antonio de Monte de Plata, y en acabando esta población,
pobló la ciudad de San Juan Bautista de Bayajá”.46 Sea cuando fuere, empezó a poblar el sitio
de la ciudad de Monte de Plata “a ocho leguas y media de Santo Domingo; y para animar a los
vecinos a hacer sus casas de paja, hizo la suya, y les repartió solares a cada uno como lo hubo
menester conforme a su calidad, oficio y caudal, y las fueron haciendo, y al mismo tiempo
sus estancias y hatos de vacas… Y en acabando esta población, pobló la ciudad de San Juan
Bautista de Bayajá, a siete leguas de Santo Domingo, según la manera que la de San Antonio…
Hizo y dio las plantas de las poblaciones y entregó a las Justicias y Regimientos, y mandó que,
conforme a ellas, fuesen prosiguiendo las poblaciones. Y porque de la ciudad despoblada de
Bayajá se alzaron algunos vecinos del valle de Guaba y de la villa de la Yaguana se fueron otros
a la isla de Cuba, con parecer y orden del Presidente pobló juntas estas dos en el sitio de San
Juan de Bayajá, dejando al de San Pedro sin poblar”, y en las dos poblaciones dice “que deja
mil personas, blancos y negros, poco más o menos, y más de catorce mil cabezas y muchas
yeguas y caballos”.47 De esta manera suprimió Osorio su intención de crear en la Buenaventura
la población de San Pedro de la Nueva Villa de la Yaguana. De Montecristi no se habla, porque
se había ordenado reducirla a Bayajá desde 1579; pero fue poblada de nuevo.48 El nombre de
Monte de Plata indica a Montecristi. Además de Puerto de Plata, Bayajá y la Yaguana, fueron
despobladas también Montecristi y San Juan de la Maguana.

17. Ordenamiento y prevenciones


“Señalóles los lugares de las plazas, y calles, y iglesias, casas de Cabildo, cárceles, eji-
dos, términos y jurisdicciones; repartióles sitios para sus ganados, tierras para estancias,
ingenios y otras granjerías, todo muy bien aventajado de lo que antes tenían… Proveyó los
mantenimientos…, hizo que viniese una panadera de la ciudad de Santo Domingo para que
les cociese pan…, y que hubiese dos tabernas y tiendas de pulpería, y que se les trajesen de
Santo Domingo regalos a vender, y de los que tenía en su mesa y fuera de ella, los convida-
ba, y les rogaba que fuesen a Santo Domingo para que ellos y sus mujeres se aficionasen al
traje, comida y buen lenguaje, y para que viesen tiendas de mercaderías, a do hallarían todo
lo que venden los herejes”.49 Procuró, dice, honrarlos y favorecerlos, y les fue ganando. Por
tal modo, los vecinos de San Antonio le dieron poder e instrucción para suplicar al rey les
hiciese merced.50 Actitud indigna de parte de los recluidos, aunque humana: la masa del

45
Ibídem.
46
Ibídem.
47
Ibídem.
48
Ibídem.
49
Ibídem.
50
Relación cit.

75
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

pueblo es tierra pedregosa y fango impuro; pero en los profundos senos de esa desagradable
superficie, celestes artesanos crían deliciosa pulpa y dulce miel, y forjan el corazón de héroe,
afinan el oro del genio y visten de maravillosas galas la hermosura. Esa procuración es el
dorado marco en que López de Castro encuadró su figura.

19. Resumen de su esfuerzo


Grande fue como se ve, el trabajo realizado por López de Castro, grande su celo, grande
el ánimo con que se opuso a las dificultades y tropiezos de la despoblación. Osorio se sirvió
con libertad y confianza, para todo lo que hubo menester y pudo desear, de este hombre
cuyos ojos fueron avizores de los suyos, cuya voluntad y razones fueron para él acicate y
persuasión. Inventor y responsable de aquella medida aciaga, adelantando denodadamente
la labor, el arbitrante no dejó cejar un punto al presidente Osorio. La puso en marcha contra
viento y marea, ató voluntades, provocó maldiciones y amenazas, vistió malla, arrostró
peligros cautelosamente, sufrió enfermedades y caídas, rindió largas jornadas, atravesando
espesos bosques, caudalosos ríos, altísimas montañas, durmiendo a la intemperie en noche
obscura, arrimado a sus armas temerosamente, como caballero andante que hubiese saltado
de repente a una ínsula desconocida.

20. Resultado de su obra


El fin y paradero del esfuerzo realizado por inspiración de Baltasar López de Castro,
declinó en muerte y desolación. Su arbitrio cerró las ventanas que miraban hacia el mar en
la banda del Norte, señalada por Colón y Ovando como derrotero de la civilización desde
los primeros días, y abrió de par en par las puertas de la hermosa tierra dominicana a la
invasión extranjera. Suprimió las únicas ciudades que se desarrollaban a impulso de su
situación privilegiada, erigió dos tumbas mediterráneas a sus restos mortales y hundió la
isla toda en la ruina y la miseria.

21. Va a la metrópoli, pide mercedes y muere


“Baltasar no esperó la terminación de la empresa para volver a la Corte en demanda de
galardón”.51 Provisto de una Información de Oficio hecha por octubre de 1605 con citación fiscal;
de una carta favorable del presidente Osorio, y del parecer de la Audiencia de 21 de dicho
mes, en que ésta dice “que le parece es justo y conforme a la intención de V. M. se le haga a
Baltasar López de Castro una gran merced”, se partió a España, y en llegando, dirigió al rey
una segunda súplica. Pide ahora que el otorgamiento de todo lo solicitado anteriormente se
efectúe con la adición de una grandísima merced. “Y cuando suplicó a V. M. –dice– le hiciese
las mercedes contenidas en su Memorial, V. M. las difirió para cuando se verificase el arbitrio.
Pues ya lo está”. Y con aire de capitán indiano, continúa: “Y V. M., a los descubridores, con-
quistadores y pobladores y a otras personas que han hecho servicios de no tanta estimación
como esto en las Indias y otras partes, ha hecho y ofrecido mercedes de títulos de marqueses,
condes y adelantados, y otras muy grandes; y bien considerado esto ha sido un famosísimo
descubrimiento, conquista y población, y se han vencido muchos corsarios y otros enemigos
sin costa, y se han escusado muchas, descubrimiento que el suplicante descubrió este secreto
oculto a todo hombre… Y pues en él concurren partes para recibir una de esas mercedes,
51
Utrera, en su nota 2 cit. supra (5).

76
américo lugo  |  antología

suplica humildemente a V. M. sea servido de concederle las contenidas en el dicho Memorial


que difirió para agora, y que la sexta parte corra desde el día que pobló las dos ciudades de
San Antonio y San Juan Bautista, el uno de estos títulos perpetuo en la dicha Isla Española y
las más que hubiere lugar… Y que se saque Memorial (de todo) para que V. M. lo mande ver
y proveer, y de algunas mercedes que hubiese hecho y vuestros progenitores en las Indias, en
especial al Adelantado del Reino D. Gonzalo Jiménez de Quesada, y al capitán Diego Fernán-
dez de Serpa, y a Pánfilo de Narváez, y a Rodrigo de Bastidas, vecino de la ciudad de Santo
Domingo de la dicha Isla”.52 ¿Qué le importaba excederse en la petición de mercedes? Diría
para su capote como el Licenciado Vidriera: De los hombres se hacen los obispos. Nada de esto
fue concedido al ambicioso arbitrante, a excepción del alguacilazgo mayor de la Audiencia
para él y sus descendientes, salario de dos mil ducados anuales y perdón del pago de los dos
mil que le habían sido prestados; de lo cual vino a gozar su hijo Baltasar López de Castro y
Sandoval, porque cuando el padre alargaba el brazo para recibir la vara, mirándose ya al lado
del fiscal en las audiencias y solemnidades religiosas, la parca cortó el hilo de su vida.53

22. Sucesores de su hijo. D. Pedro Ortiz de Sandoval


Cuando el hijo falleció, de sus tres hermanas, Catalina, Manuela y Marcela, la segunda
pidió dicho alguacilazgo para su marido, D. Pedro Ortiz de Sandoval. Diósele contra el
dictamen del fiscal Prada, por auto de revista de 23 de septiembre de 1627, firmado por
Gil de la Sierpe, don Juan Parra de Meneses, don Alfonso de Cereceda y el licenciado don
Miguel de Otalora; y lo recibió de manos del gobernador y capitán general de la Española
y Presidente de la Real Audiencia de esta isla D. Gabriel Chaves Osorio, el 24 de noviembre
de 1627. El fiscal opositor debe de ser D. Francisco de Prada, quien fue en mayo de 1631 a
La Habana, entendiendo en asuntos de S. M.

23. Páez Maldonado. Caravallo. Mesa Garcés. Ortiz de Sandoval.


Litigio final
Durante la ausencia de don Pedro había usado la vara su sobrino D. Luis Ortiz de San-
doval. Pero al ocurrir su muerte, Juan Melgarejo Ponce de León, que en 1650 presidía la Real
Audiencia de la Española, como oidor más antiguo, por muerte del presidente don Nicolás de
Velasco Altamirano, nombró interinamente, el 13 de mayo de 1650, al capitán Juan Esteban Páez
Maldonado, hasta que hubiese parte legítima a quien dar el oficio, porque sólo había entonces
un varón en la familia, don Juan de Aliaga, marido de Marcela, y éste no quiso recibirla. En
octubre de 1651, Catalina casó con Bernardo Luis Caravallo, y éste, en 14 de diciembre de 1651
tomó posesión de la vara que Páez Maldonado consintió en dejar. Sucedióle el 13 de mayo de
1656 don Juan de Mesa Garcés, segundo marido de Marcela; y al fallecimiento de éste, entró
sin dificultad en el referido oficio, el 27 de agosto de 1660 un sobrino de Manuela, D. Antonio
Ortiz de Sandoval. Finalmente, el 25 de enero de 1665, Manuela pidió la vara para su sobrino D.
Alonso de Carvajal Campofrío, a lo cual se opuso el fiscal, alegando que el oficio debía venderse
porque Manuela no era persona hábil ni heredera de su hermano; y que desde 1627, en que D.
Pedro fue recibido, no tuvo confirmación, no obstante haber ido a la Corte. Triunfó el fiscal, y
el pleito terminó en el Consejo en contra de Manuela, el 5 de enero de 1668.54

52
Relación de la ejecución… cit. supra (16), (17), (18).
53
V. nota 2 de Utrera, cit.
54
A.G.I. Exp. de los sucesores de López de Castro: Escribanía de Cámara 7 A. Copia de Utrera.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

José Martí*
La refriega de Dos Ríos fue una caída continental. Hasta yo, el último de los dominicanos,
al saber la muerte del más grande de los americanos de su época, sentí que alguna cosa moría
en mí. Dice Estrada que Martí era su proveedor de ideal. ¡Lo fue de toda América!
El día que Cuba, que todavía no parece darse exacta cuenta de esa pérdida, mida a Martí
en toda su grandeza, sus lágrimas rebosarán el mar y sus ayes enternecerán la tierra.
Siempre pensé escribir sobre el Maestro algo que, aunque no fuese digno de él, mereciese
siquiera ser leído; mas quiere el cielo señalar para un trabajo que habría querido hacer con
reposo, la menos propicia de las horas.
......................................................................................................................................................

El apóstol
Por ello, el hombre culminó en apóstol.
Todos los instantes libres los consagraba a la enseñanza gratuita. Adorábanle sus discí-
pulos, y en sus clases, calificadas por Trujillo de enciclopédicas, enseñaba de todo: moral,
política, literatura.
Para instrucción y regocijo de los niños redactó La Edad de Oro. Esta hoja periódica, la
nota más pura de la prensa castellana, es un monumento de sabiduría y amor, en que la
poderosa inteligencia de Martí es sol que rinde sus rayos fulgurantes y se derrama en gotas
de suave luz sobre las adorables cabezas infantiles.
“Mientras haya un antro no hay derecho al sol”, decía, y era apóstol como se debe serlo:
“¡El apóstol, –exclama,– que lo sea a costa suya! ¡ni puede decir la verdad a los hombres
quien les recibe la carne y el vino!”.
Martí es, a través de los siglos, hermano del Padre Las Casas, a quien dio a conocer a los
niños en La Edad de Oro. Había en él “un candor angelical”, sello divino en la naturaleza
humana. Ese candor hizo de él el libertador de Cuba; ese candor le dio la fe, el don profético,
la palabra arrebatadora; ese candor le iluminó en la senda oscura, lo fortaleció a la hora de la
prueba y le dio triunfo glorioso y muerte heroica. Quien dude que los candorosos angelicales
pueden libertar pueblos, ignora la historia y la vida.
Libertó a Cuba no por mero patriotismo nacional: este afecto sagrado resulta mezquino
ante el amor que inflamaba a Martí por la humanidad entera y del cual su americanismo
y su cubanismo son luminosísimos reflejos. Se equivoca Manuel de la Cruz cuando nos lo
presenta enamorado de ideales históricos. Martí no fue un simple continuador de Washington
y Bolívar. Su amor a la patria era entrañable y ningún cubano sintió este amor de un modo
más alto y más profundo. Pero Martí era apóstol antes que patriota, y su patriotismo sin
ejemplo no es sino un aspecto de su sublime apostolado.
Dotado de sensibilidad exquisita, de portentosa inteligencia y de noble carácter, al mis-
mo tiempo que encerró su cuerpo en una mazmorra infecta. España libertó su espíritu y lo
ungió para los grandes sacrificios. Un dolor profundo y prematuro es el purificador de los
grandes corazones, cáliz de vida donde se bebe toda la experiencia del mundo, misterioso
y rebelante paso del alma hacia el conocimiento de sus recónditos destinos. Al salir del
presidio, a los diez y ocho años, Martí era ya un inspirado, un elegido.

*Fragmento del prólogo Flor y lava, la primera antología publicada sobre el magnífico escritor cubano en 1909.

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américo lugo  |  antología

Denuncia la suerte horrenda de los presidiarios cubanos, y su palabra fulgura como


la de Lamennais. Estigmatiza a España que, en la persona de los Estudiantes, fusila la ino-
cencia, la honra, la ciencia y la esperanza. Vuela a América a cuyos pies arroja el corazón,
enajenado. A los veintiocho años decía: “De América soy hijo; a ella me debo”. Al pisar en
la República Dominicana exclama: “¡El hombre tiene ya dos patrias!” Patria suya era toda
América; pero la porción más infeliz de ésta era Cuba, su patria nativa, uno de los últimos
restos del antiguo imperio colonial de España donde ésta extremaba su política de opresión
y explotación. Consagróse en cuerpo y alma a la redención de la patria esclavizada, y a este
ideal humano ofrendó juventud, riquezas, gloria y ventura. Instruyó al pueblo cubano como
a hijo, inculcándole sus propias ideas y virtudes; y cuando lo vio preparado, decidido, vi-
brante, se lanzó el primero a la lucha sagrada para escribir con su propia sangre, en el libro
de la historia de los pueblos libres, el nombre de Cuba.
París, 31 de diciembre de 1909.

Figuras americanas
Carlos Sumner
(Fragmento de un ensayo biográfico inédito)

Carlos Sumner es el más idealista de los hombres públicos norteamericanos, y la gloria


política más pura de los Estados Unidos. Es el último de los puritanos, pero es también el
último vástago de los colonizadores ingleses: con él se consumió, en el suelo de Norteamérica,
la última gota decisiva y preponderante de la preclara sangre que en el mágico lar isleño
había henchido las venas de Spencer y de Milton.
Ante el imperialismo de esta hora, su recuerdo pasa por mi memoria como águila acosada
por la tempestad, o brilla como delatora estrella en cielo sombrío. Su titánico esfuerzo marca
el fin de una época, el definitivo eclipse de la influencia de la sub-raza madre: de aquella que
ha fundado, en el peñón más amado del mar, la nación más original y auténtica del mundo
moderno, donde la púrpura senatorial romana no eclipsa al Parlamento, donde Plutarco no
impone sus patrones griegos, donde una conquista total se convirtió en total derrota, donde,
finalmente, la corteza racial es tan resistente que el Renacimiento mismo apenas pudo hacer
penetrar la cultura greco-romana en ella. Lincoln llamaba bastardos romanos a los italianos:
bastardos ingleses hizo de los norteamericanos la secular corriente de los emigrantes que
desde 1820 ha sumergido a los descendientes de las trece colonias fundadoras, permitiendo
a Toniolo negarles los caracteres de nación propiamente dicha. Sumner era un par republi-
cano que habría podido ser rey entre lores británicos, porque era un príncipe del humano
linaje. Eminentemente europeo en gusto artístico y aficiones literarias, como por sus cartas
de 1837 se ve, el más erudito de los estadistas de su patria, orgulloso y solitario, pero liberal
y tolerante, era un Fox por la diamantina pureza de su sentido moral.
Muéveme, por otra parte, a hablar de Sumner, la gratitud, que es la más rica perla que se
cría en el profundo mar del alma. Sumner, en 1870, salvó con dos discursos a la República Do-
minicana (y aún puede decirse a la isla entera), de las garras de Grant, evitando la anexión de
esta República a los Estados Unidos; con lo cual sirvió con grandeza a Hispanoamérica toda.
El primero de los escritores anti-imperialistas hispanoamericanos, Carlos Pereyra, dice
que los personajes de gran talento son sistemáticamente eliminados de las convenciones

79
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

presidenciales de los Estados Unidos. Impresionadas por el crecimiento prodigioso de és-


tos y por su material grandeza, un coro de alabanzas a sus virtudes políticas, dirigido por
Sarmiento, Hostos y otros notables directores de conciencias, se alzó candorosamente del
seno de las repúblicas de origen español. Consideróse punto menos que semidioses a los
tripulantes del May Flower; Washington obscureció a Bolívar; Lincoln al indio Juárez. Ese
coro de celebraciones excesivas nos ha sido funesto.
La presidencia de un Estado no es por sí misma fianza de grandeza, y menos la de un
Estado plutócrata. En sentido general, todo político es necesariamente mediocre, porque es
hombre restringido; y su mayor escollo sólo puede hallarse en la excelencia de su naturaleza
moral. El voto de las masas vale lo que las masas, y éstas, por irremisible sino, son ignorantes,
viciosas, codiciosas, ciegas, apasionadas, injustas, impresionables y simples. El engaño es el
resorte que las mueve; el interés particular, su aliciente. Ningún hombre verdaderamente
puro y noble se prestará jamás a halagarlas.
Horacio Mann, filántropo, el publicista Greeley, Henry Clay, anti-esclavista y anti-
intervencionista, el orador Daniel Webster, Chase, Calhoun, no fueron presidentes de los
Estados Unidos. Greeley fue derrotado en la lucha eleccionaria por Grant “cuyo estado de
embriaguez era frecuente”; Clay fue derrotado por Jackson, para quien el cargo público no
era un deber sino un botín, y por Van Burén, Harrison y Polk, y Chase, superior a Lincoln
mismo, fue derrotado por Grant.
Todos los pueblos, aun los menos felices, forjan una leyenda áurea para sustituir con
ella orígenes humildes, y acuñan en troquel de impostura la medalla que contiene la efigie
de sus hombres representativos.
Las verdaderas efigies de Washington y Lincoln distan mucho de ser las que figuran en la
moneda falsa de la historia. El primero no necesita ser retratado como un dios, trastrocando
los rasgos naturales que hacen de él justamente, como dijo Lee, “el más querido de sus con-
ciudadanos”; ni el segundo tampoco, para ser colocado al lado del primero, porque nadie, tal
vez ni el mismo Washington, tiene como él, ante los norteamericanos, los lineamientos que
tanto gustan a éstos, de semidiós político surgido, como Jesús, de un pesebre. ¿Por qué sus
biógrafos los retratan colocándolos de espalda a la luz de la verdad? Ningún historiador, hasta
ahora, ha presentado sus almas. Es tiempo ya de que sus biografías dejen de ser una colección
de anécdotas sentimentales. Es necesario que el pueblo norteamericano aprenda, para corre-
girse, a ver en sus hombres más notables sus propios defectos de utilitarismo, de egoísmo, de
conservatismo, de practicismo interesado, de patriotismo exclusivista. Es menester enseñarle
que si la Unión es gran cosa, hay, sin embargo, cosas más valiosas que ella; y que no basta ser
americano, sino que en el americano y por cima de lo americano, debe surgir y señorear el hombre
en sentido absolutamente humano y universal; que el espíritu americano no “debe elevarse
por su orgullo” como aconsejaba Randolph, sino por la virtud. Urge finalmente señalar en
los hombres que el pueblo considera más representativos, lo que pueda faltar a éstos de aquel
desinterés supremo que lleva al absoluto interés humano y que es la base de toda grandeza
moral verdadera. Las antorchas que agitan en lo alto los personificadores de meros aunque
grandes ideales nacionales, no irradian bastante luz para iluminar el mundo.
......................................................................................................................................................

Al volver de Europa, Sumner se había dado cuenta de las proporciones alarmantes y


peligrosísimo sesgo de la cuestión de la esclavitud; y como observa muy bien Storey, entró

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américo lugo  |  antología

en la liza gradualmente y sólo por su sentido del deber público. De su padre tenía el ejemplo
dado por éste en 1834, en el caso de dos esclavas fugitivas, apresadas por los esclavistas, des-
pués de haber sido libertadas, en el recinto mismo de la corte. Terció en 1841 en la discusión
entre el Dr. Chaning y Webster sobre el asunto del Creole; y replicó en 1843 al Advertiser de
Boston, demostrando que la esclavitud era un peligro nacional que debía ser removido por
la nación mediante una enmienda constitucional. El 4 de julio de 1845 pronunció en Faneuil
Hall su oración sobre la verdadera grandeza de las naciones, “la más noble contribución
hecha por ningún escritor moderno a la causa de la paz,” (Cobden). En ella afirmó que en
nuestro tiempo no puede haber paz que no sea honorable, ni puede haber guerra que no sea
deshonrosa. Como dice Grimke, “Hércules, listo para la lucha, se había puesto en marcha
para atacar la hidra de Lerma”.
Tal era, en el umbral de su vida pública, en el momento de hacer uso de los altísimos
dones que había recibido de Dios, en el momento de oír en su propia alma la voz divina
que le ordenaba actuar, el hombre que arrebatando la antorcha de las manos vacilantes
de los políticos, tomó de repente, con sobrehumana decisión, en un rincón del planeta, la
dirección de un gran pueblo descarriado de la verdadera senda; el hombre que, como los
profetas antiguos, se convirtió en heraldo de una nueva era, dando a su palabra no senti-
do doméstico, ni departamental, ni nacional, ni continental, sino sentido humano, dulce,
universal, cristiano; el hombre que después de romper con mano firme con la tradición de
los indignos compromisos en que se fundaba la dividida Unión y por los cuales Webster
abogaba todavía, levantó ésta en sus hercúleos brazos y la sentó definitivamente sobre bases
propias, verdaderas y eternas. Tal era en vísperas de la guerra civil, el hombre que fue el
único verdaderamente grande bajo la tempestad; el que desobedeciendo las leyes en nombre
de los principios, renunció a toda conciliación y sólo retuvo la fe para poner a raya el interés
concupiscente y emancipar una raza; el hombre que, terminada la guerra, con el proyecto de
ley con que coronó su incomparable vida, para borrar de las banderas del ejército nacional
el recuerdo de las batallas de la guerra civil, unió los corazones que la victoria había dejado
desunidos, e hizo que la patria perdonara como Jesucristo hubiera perdonado.
Tal era en 1850, al dormirse para siempre los falsos dioses, el hombre que abrió de par
en par las puertas de la Edad moderna a su patria; el hombre cuya grandeza se mide sólo
por su corazón. Washington y Lincoln son hombres seccionales. Su solitaria grandeza, aquél
fundando la Unión, éste preservándola, sólo es nacional. La estatura de ellos se medirá por
la sombra, alargada o minorada, que proyecte su país. Son grandes americanos, pero no son
pequeños hijos del cielo. Para convertirse en una estrella de primera magnitud; en un
“Rubí encendido en la divina frente”,
Sirio o Aldebarán; para ser polvo de mundos no basta al alma humana limitar sus
sacrificios a uno de esos mil pedazos en que la ambición de poderío ha roto nuestro mara-
villoso globo; es fuerza que el hombre cave tan hondamente su fosa, que se confunda su
polvo mísero con la ardiente lava que arroja al cielo el centro de la tierra, y su nombre, con
la purificadora sal del mar.
Tal era, finalmente, en su mocedad, Carlos Sumner, el hombre a quien, entre los hijos
ilustres de la nación que ha producido a Washington, a Hamilton, a Jefferson, a Adams, a
Otis, a Patrick Henry, a Brown, a Garrison, a Webster, a Lincoln, a Emerson, a Poe, parece
reservado, hasta lo presente, por la remota posteridad, que es la verdadera, el más alto y
firme sitial.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Emiliano Tejera*
Cuando en 1841 nació Emiliano Tejera, diéronle los Trinitarios el nombre del segundo
Escipión el Africano, porque conspiraban contra una nación de origen africano. ¡Movimiento
vanidoso y romántico del ánimo, con el cual aquel puñado de conspiradores aspiraban a un
imposible origen ario! Iberos son y han sido siempre los españoles; y el pueblo ibero, como
todos los de la cuenca del Mediterráneo, pertenece a la raza y civilización euroafricana.
En vez de la frase atribuida al gran Dumas, “el África comienza en los Pirineos”, podría
decirse que “Europa termina en el Atlas”. Ni es probable que hayan penetrado nunca celtas
en España por los Pirineos para convertir a los iberos en celtíberos, ni parece sean los celtas
mismos sino pueblo afín de los del Mediterráneo. Pero nadie quiere tener africanos por
antepasados, y el mundo todo pretende ser romano. ¿Qué mucho, pues, que los Trinitarios
también pretendiesen serlo?
De romano antiguo, sí, y en esto los Trinitarios acertaron, era el temple de Publio Esci-
pión Emiliano Tejera, más parecido ciertamente a Marco Catón que a Arístides, y en cuyo
acerado espíritu brillan no pocas de las virtudes con que en la historia resplandece el hijo
de Paulo Emilio. Suyo habría sido el renunciar a todo plazo para el pago de la dote de sus
hermanas; suyo el valor cauteloso y sereno; suya la destrucción de Cartago; suya la amistad
con Terencio. Nadie entre nosotros habría sido tan buen censor como Tejera; y al paso de su
cadáver se hubiera podido decir lo que Metelo a sus hijos ante el séquito sepulcral de aquel
romano: “Formad parte de ese acompañamiento: no tendréis ocasión de ir al entierro de un
ciudadano más ilustre”.
Su austeridad es insignia solitaria y altísima. Sus yerros son desaciertos de la mente, mas no
abdicación de su índole. Flaquezas tuvo nuestro inmaculado Duarte, el más rígido de nuestros
próceres. Sinónimo de severo es asimismo el nombre de Catón, y sin embargo, el antiguo cen-
sor romano anduvo enredado con mozuelas a altas horas de su edad. No recuerdo en el curso
de la dilatada vida de Tejera, eclipses de la fuerza y elevación de su ánimo. Su conversación
fue siempre para mí un poderoso reconstituyente moral. La juventud actual debería imitar su
ejemplo, beberle la doctrina, reverenciar su nombre, en vez de envolverlo en el desprecio con
que ella mira su pasado, y que es inequívoca muestra de decaimiento moral. El pequeño tesoro
que forma el patrimonio dominicano es herencia acumulada por el trabajo, el estudio y los
sacrificios de nuestros predecesores. Para la tierra humana agostada por la edad, la juventud,
como la aurora, trae un mensaje de esperanza, rocío, trinos, rosas; pero entendámonos, toda
niñez no es alba, ni el hombre empieza a ser joven sino cuando aprende a agradecer.
Severo, rígido, sobrio, retirado, Emiliano Tejera era enemigo de lo superfluo y del lujo,
no permitía que se hiciera ningún gasto innecesario de los fondos públicos, y de haber sido
presidente de la República, habría elevado al más alto grado el orden, la economía y el cum-
plimiento de las leyes. Por la abyección política de nuestro pueblo tan noble, por otra parte,
y tan viril, se apartó de la cosa pública a principio de su carrera, reservándose para tiempos
mejores, como se apartaron algunos otros varones justos con daño tal vez del bien común,
daño de que sólo es responsable el pueblo mismo; porque cuando el hombre ha tenido la
fortuna de recibir de su padre un nombre puro, no hay circunstancia personal ni social que
le autorice a deshonrarlo. A ese respecto escribía Tejera a Heureaux en 1885, sobre el fracaso
de su famosa Ley de Crianza: “Sólo había la satisfacción de haber hecho lo que creía útil a

*Estos fragmentos de una biografía fueron escritos en 1932-33.

82
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esta tierra, que tanto he amado, y a la que no he podido nunca servir con otra cosa, sino con
no serle carga pesada ni piedra de escándalo. Hace muchos años que comprendí que mi
papel era el de anacoreta: estar dentro de mi celda, y a eso vuelvo. He nacido a destiempo,
no sé si atrasado o adelantado; y como todo fruto fuera de sazón, carezco de la mayor parte
de las cualidades que debe tener el fruto del tiempo”. Pero como Lilís era un gran tirano,
volvía siempre los ojos hacia él en las ocasiones graves, y lo eligió como al hombre necesa-
rio, a la hora del arbitraje sobre límites territoriales. La caída de Heureaux sembró vanas
esperanzas en su alma de patriota, y abandonó por poco tiempo su retiro para servir en la
segunda administración de Vásquez y en la administración de Cáceres. Para hombres como
él, sólo la plenitud del poder justificaría el ejercicio del poder, como en el caso de Espaillat,
porque el mando es ejercicio supremo por esencia. Subordinado, y no a pares, después de
compartir inevitables responsabilidades sin haber logrado nada definitivo en bien común,
semi-asfixiado en un ambiente de personalismo y mediocridad, renunció por fin, para vol-
ver, águila herida, a las altas, abruptas y desiertas cimas del carácter, único espacio donde el
hombre es un soberano solitario. Pero no hay duda de que de ese anacoreta se puede decir lo
que de Catón el Mayor dice Plutarco: “Todos a una voz convienen en que por sus costumbres,
por su elocuencia y por sus años, gozó en la república de una grandísima autoridad”.
Veinte años solamente contaba Tejera cuando la Anexión, o sea la entrega del país por
el general Pedro Santana a España, obra casi exclusiva de este hombre ignorante y rudo,
pero hábil y tenaz, que supo explotar con un pequeño grupo el ingenuo amor del pueblo al
antiguo recuerdo colonial, sentimiento que nada significaba ante nuestra versatilidad carac-
terística; y cuya malicia campesina y férrea voluntad engañaron y dominaron a Serrano en
Cuba y a O’Donnell en Madrid, los cuales fueron meros muñecos en manos del presidente
dominicano, y simples servidores del interés, la soberbia y la ambición de éste. La facilidad
con que se dio la espalda en 1821 a la obra de don Juan Sánchez Ramírez, prueba que en 1861
el decantado amor a España no era un sentimiento profundo. Gándara lo califica de “recurso
retórico”. Nadie se opuso resueltamente en lo interior de la República al plan proditorio de
Santana: el único que de este modo habría podido hacerlo, Francisco del Rosario Sánchez, el
más heroico de los dominicanos de todas las épocas, había sido expelido del país por aquél
desde 1859, y “se hallaba en St. Thomas en el lecho del dolor”, del cual surgió, es cierto,
para caer en El Cercado en defensa de la patria que él había creado, y morir a manos de sus
conciudadanos para redimirlos de nuevo. La grandeza de su muerte no ha sido superada
por la de ningún otro mártir de la libertad de América.
Fernando Arturo de Merino trató de oponerse a la Anexión, y ayudólo Tejera, no obstante
su extremada juventud. ¡Inútil esfuerzo! Aquél no pudo conquistar a los generales Eusebio
Manzueta y José Leger; éste sopló a Santana el noble propósito del vicario, y Manzueta
pronunció a Yamasá. Santana actuó con increíble rapidez desde que se persuadió de que
el gabinete aceptaría el hecho consumado: cercenó más bien que suprimió con el filo de su
voluntad de acero el plazo señalado por O’Donnell, y proclamó la reincorporación el 18 de
marzo de 1861, cubriendo el expediente con cuatro mil firmas (el publicista Alejandro Angulo
Guridi dice que si se contaran se vería que no llegan a dos mil), arrancadas en su mayoría a
las clases civil y militar; pues el pueblo independiente “calló, que era lo que acostumbraba
a hacer siempre, a reserva de sublevarse cuando viniera el momento más oportuno”. Meri-
ño fue desterrado el 14 de abril de 1862. Perseguido por la autoridad colonial, Tejera tuvo
que salir del país, para continuar en Caracas la campaña de prensa que desde aquí, con el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

seudónimo de Eduardo Montemar, había comenzado en España misma contra la Anexión,


demostrando allí que ésta era la obra deleznable y temeraria de un partido, que su oferta
era cosa vana, y su aceptación, incauta e inconveniente.
Parecía natural que el gobierno español dominara la situación y no se dejase sorprender
de Santo Domingo; pero era inferior al problema y no pudo resistir el ímpetu personal de
Santana. Este era un animal de presa, y saltó sobre el formidable objeto de su mira en cuanto
le consideró a su alcance. Es indudable que en la “rústica epopeya” de la Anexión, resultaron
uncidos O’Donnell y Calderón Collantes como mansos bueyes al carro del dictador antillano,
y le avino a la hidalga España, en los campos de una isla famosa del Nuevo Mundo, la más
rara, nueva, extraña y jamás vista aventura.
Restaurada la República, Emiliano Tejera regresó al país convencido de la necesidad de
robustecerla constitucionalmente. Santana, hombre absolutamente honrado, capaz de ejecutar
en campaña al soldado que robara una yagua, pero que nunca tuvo noción de derechos indi-
viduales ni de división de poderes, y que vivió derrocando juntas, rechazando constituciones,
desconociendo gobiernos y fusilando a sus conciudadanos, había humillado al primer con-
greso constitucional, aun antes de negarse a jurar la Constitución formulada por este en San
Cristóbal, mientras no se insertase en ella el Art. 210, con el cual convirtió dicha Constitución
en una carabina, y fusiló con ella, en 1845, a Trinidad Sánchez, tía del verdadero Libertador
dominicano, y en 1855, al gran patriota Duvergé. En cuanto a Báez, el pueblo dominicano,
que a pesar de sus relevantes cualidades, entre los que tienen título de nación es, con Santana,
Báez y Heureaux el más perfecto forjador de tiranía, no lo había modelado aún: opositor del
Art. 210, su primera administración, incruenta y benéfica, queda, dada la época y en cuanto a
política interior, como modelo de gobierno. En su segunda administración, cuando ya empe-
zaba a amoldarse a la pauta popular de superponer a las leyes la persona, cayó derrocado por
la revolución del 7 de julio de 1857; pero Santana le dio un puntapié en 1858 a la Constitución
mocana puesta por dicha revolución bajo su honor de soldado, y acompañó de nuevo, con
un trágico coro de descargas, sus tremebundos pasos de gobernante.
Tejera aceptó, pues, en 1865, durante el mando supremo del Protector Cabral, el cargo de
diputado por San Rafael en la Asamblea Nacional Constituyente, en cuyo seno se hallaban
Fernando A. de Meriño, Pedro Alejandrino Pina, Juan B. Zafra, Nicolás Ureña, Mariano An-
tonio Cestero, Joaquín Montolío, Carlos Nouel y otras personas notables. Dicha Asamblea
formuló “una de las constituciones políticas más liberales que han regido en la República”; y
en esa ocasión solemne, ésta tuvo la revelación súbita de que poseía en Tejera un ciudadano
cuyo criterio, elevado y profundo, hacía luz en todos los problemas.
Fue en esa Asamblea que Meriño, el príncipe de los oradores dominicanos, al juramentar
a Báez, habló a éste “el lenguaje franco de la verdad” en un discurso famoso en que esbozó
un programa de gobierno que Báez, con más lineamiento de estadista que Meriño, debió
apreciar en su justo valor; programa en cuyo cumplimiento se excedió el eminente predi-
cador cuando fue presidente él mismo en 1880, hasta el punto de asumir “en obsequio de
su partido”, como él mismo dice, la cruenta dictadura de 1881, incomportable con el estado
santo de la Iglesia a que pertenecía, “comprometiendo en el poder un pasado rico de me-
recimientos”, sin que en apariencia se turbase aquel perfecto señorío de sí mismo que fue,
sin duda, su característica más bella, y cayendo así de la firmeza moral, que es absoluta,
en la conveniencia de la política, siempre relativa y circunstancial. Meriño fue maestro de
Tejera, según se trasluce por estos episodios de la Anexión y la Asamblea Constituyente de

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américo lugo  |  antología

1865; pero el discípulo superó en carácter al maestro, y se le adelantó en liberalismo, pues


combatió la pena de muerte, al revés de Meriño que la patrocinaba.
Disuelta la Asamblea el 11 de diciembre de 1865, el presidente Báez, que ya estaba deci-
dido a emplear “los medios que tanto había condenado en Santana”, ordenó inmediatamente
la prisión del exdiputado Tejera, quien, desde el fondo de un inmundo calabozo, protestó
virilmente, el 16 de diciembre, en carta dirigida al referido presidente: “Sería yo –decía– hasta
indigno del nombre de dominicano si consintiera, sin hacer las debidas gestiones, en que
se vulnerasen en mí los derechos que el pueblo que Ud. dirige hoy recuperó a tan costoso
precio en su heroica lucha contra el extranjero; merecería ser gobernado por éstos o los que
se le asemejan, si tolerase sin reclamar que una semana después de jurada la Constitución,
las más preciosas garantías de los ciudadanos, aquellas por cuya consecución han sufrido
tanto los buenos patriotas, fuesen menospreciadas y pisoteadas por los mismos encargados
de su custodia; y eso tratándose de mí que a la circunstancia de ser un ciudadano pacífico y
honrado, reunía la de acabar de levantarme de la curul legislativa, a la que me había llamado
la confianza de gran número de mis compatriotas”.
Igual varonil actitud tuvo ante el presidente Cabral, renunciando en 1867, ante el Mi-
nistro de Justicia e Instrucción Pública, el cargo de ministro fiscal de la Suprema Corte de
Justicia, al saber que este presidente había enviado a Pablo Pujol a los Estados Unidos para
celebrar un contrato de arrendamiento de la península y bahía de Samaná: “Sabedor de que
el Gobierno de la República se agita para llevar a cabo planes que inevitablemente tienen
que dar por resultado final la pérdida de la independencia…, y no queriendo que ahora ni
en ningún tiempo se pueda ni remotamente echárseme en cara la más ligera participación
en actos de semejante naturaleza, he resuelto… elevar a Ud., para que a su vez lo haga al
Ejecutivo, mi formal renuncia…, deplorando solamente haber servido este destino bajo un
Gobierno que abrigaba el propósito de sacrificar una patria que tanto ha costado, por realizar
el sueño de cuatro especuladores de mala fe…”.
Natural era que hombre tan puntoso en materia de independencia patria, se mostrara
decidido opositor a la anexión de la República a los Estados Unidos; la cual, no obstante
los poderosos esfuerzos combinados del presidente Buenaventura Báez y del presidente
Ulises F. Grant, no pasó de laboriosa tentativa gracias a la entereza de carácter del senador
norteamericano Carlos Sumner. Tal anexión era un viejo proyecto. Cuando Báez asumió por
primera vez la presidencia en 1849, apoyado por el brazo de hierro de Santana, el lazo que
más fuertemente les unía era su común propósito de “obtener la intervención y la protección
de una nación fuerte, de aquella que más ventajas ofreciera”.
......................................................................................................................................................

“Risas y lágrimas”
La lectura de los trabajos que contiene este volumen es deliciosa. Grabada en ellos honda
huella personal, un subjetivismo condensado en lágrimas (Meseniana, En la tumba del poeta,)
o dulce y riente (En su glorieta, Mis flores,) va derramando la tristeza o la alegría en el cáliz
recóndito del alma. Por la mayor parte son cuentos, cuentos sencillos, del natural copiados
(Nuestros bautizos, La mala madrastra,) o flores desprendidas de la cabellera, siempre negra,
de la mitología (Los diamantes).

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El pensamiento nacional se ve hoy libre de las ligaduras y trabas que durante largos
años lo estacionaron. Su renacimiento perezoso se remonta en versos líricos, se desgrana en
artículos, se desdobla en dramas y novelas. El cuento mismo, de temprano germinar y tardío
crecer, ha pasado de los labios del vulgo a los de nuestros escritores, y florece en el campo
literario como esos arbustos en cuya savia palpita toda la alegría de la naturaleza.
Sintetización de la novela, el drama o la comedia, el cuento baja hasta las formas primi-
tivas del chascarrillo, y se eleva hasta las altísimas regiones del poema. Carece de dominio
propio: en el mar inmenso de la literatura universal, es la espuma que encima de las olas
cuelga su blanco y breve rizo. Enarrando dichas de las princesas, amarguras del esclavo,
virtudes del caballero, malicias de los rufianes; o el valor de los héroes, la sencillez de los
pastores, la omnipotencia de los dioses, la flaqueza de los mortales, el cuento se enseñorea
de igual modo en el Olimpo, los palacios, los castillos, las calles, las plazas, las cabañas. Y en
los bosques y florestas, del cuentista son la arena de oro que los ríos lavan, las escondidas
violetas, los nidos ondeantes, el secreto de los gnomos, los suspiros de las ninfas. Artificial
o campesa, el cuento es flor que brota en la grama de la ignorancia popular, entre el musgo
de la historia, sobre el altar de las religiones, en el cielo de la poesía, sobre las enhiestas rocas
de la epopeya. Adorna la frente de los autores graves, y su corola diminuta luce en las altas
obras de Ariosto o de Cervantes como un lunar en el rostro de una hermosa.
Cuentista, Virginia Elena Ortea es ingenua, sencilla, candorosa: satisface, por tanto, a
los requisitos del género, adulterado por el caudal de emoción y el prurito de rareza carac-
terísticos de la literatura actual. Es difícil hallar hoy un cuento sencillo, que no revele en el
autor propósito de presentarnos argumentos extraordinarios, adornados en el tocador de
esa retórica que sustituye la fuerza de las ideas con la fuerza de los sonidos; un cuento tal
como le componían nuestros bisabuelos literarios del siglo XVIII. Al leer un cuento moderno,
suelo pasar a la frase final inmediatamente después de la primera; es raro que la melodía
inicial no se repita al medio, al fin de la pieza, como los leimotivos de las óperas wagneria-
nas. Virginia Elena Ortea narra los suyos con una naturalidad que nos recuerda a Voltaire
en Jeannot et Colin.
Su libro señala nuevo rumbo a la corriente literaria nacional. Colecciones de igual género
aumentarán la gloria de las letras patrias; pero de ella será siempre el honor de haberlas
iniciado.

“Juvenilia”
A Fed. Henríquez y Carvajal

Si fuese a hablar verdad de mí, en materias esenciales, diría que hubiera querido nacer
en la época de la caballería y andar de Ceca en Meca con la lira en una mano y la espada en
la otra, repartiendo trovas y estocadas, éstas para mis rivales, ésas para mis enamoradas.
Mas ya que, por mi mal, existo ahora y no en aquellos heroicos tiempos adorados, quisiera
ser poeta lírico. Al docente, le detesto. Admiro las auroras y sueño con los sueños del Sol;
pero la astronomía me fastidia. La vista me la roban los lienzos inmortales; pero encuentro
nauseabundo el olor de la pintura. Hubo un tiempo en que despreciaba los versos, tarea que
juzgaba indigna del hombre, por ser la prosa su voz natural. Hoy creo que el verso es la forma
exacta de la idea y aquella aversión se ha desvanecido, quedando en pie una preferencia

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américo lugo  |  antología

decidida por la prosa y un horror instintivo a los poemas. Homero mismo está aguardando,
hace años, mi lectura. Todos los días lo tomo, lo abro y deposito en alguna de sus páginas
un profundo suspiro. Esos escuadrones de versos me amedrentan: mucho me temo que no
lo leeré jamás y que me quedaré con las ganas de beber en el ánfora en que Apolo apaga su
sed. En verdad soy un lector bastante perezoso. Recuerdo que antes de leer todo Cervantes
le empecé mil veces. Y ahora, cuando miro hacia la antigüedad, casi me la oculta ese escritor
con su cabeza. Tampoco he podido salir del infierno en compañía de Dante: junto a su maestro
Brunetto Latini me detuve, de lástima tocado, contemplando después, a lo lejos, su sotana
que se retuerce azotada por el viento de las pasiones al lado de la lilial vestidura de Beatriz,
como la bandera que la Edad Media tremola junto a la enseña del Renacimiento.
Gústame, en poesía, el triunfo del sentimiento sobre el pensamiento. En toda composi-
ción poética quiero hallar un corazón. Un ¡ay! del alma vale más que mil reflexiones sesudas
y cabales. El peso de las ideas debe estar como disimulado y perdido en la vaporosa forma
sensible. La sabiduría en el poeta, como la discreción en la mujer, debe ser perfume que
emerja de las obras, no de las palabras. La verdad misma necesita, en ocasiones, morir a
sus manos: la idealidad artística requiere luego elementos superiores a lo real. La ficción
es un imperio, la naturaleza no es más que un reino, y desgraciado el bardo cuyo estro
no puede volar sobre el águila negra de la locura. La realidad ha de rendir sus fuertes
lanzas ante la gracia, y la poesía puede simbolizarse en el muslo de Onfalia. La expresión
no debe costar ningún esfuerzo, como no cuesta esfuerzo el mirar. El escritor que detiene
en alto la pluma pone pararrayos a los rayos de su numen. En cuanto a la moral, la única
poética es la belleza. Si me preguntan cuál es, en el último siglo, mi poeta, contestaré que
Byron: sus obras son hijas de un subjetivismo incomparable. La naturaleza es escenario
estrecho para los movimientos de esa alma; sus gritos de dolor llenan el aire, sus lágrimas
desbordan el océano, sus ímpetus rompen el cielo, sus caídas conmueven los cimientos
de la tierra, su amor es más que el sol ardiente, su ambición es sólo a la del ángel rebelde
comparable. En cuanto a los poetas españoles, Espronceda levanta la cabeza sobre Quintana,
Olmedo, Gallego, Bello, Saavedra, la Avellaneda, Zorrilla, Heredia, Bécquer, Campoamor,
Núñez de Arce: El Diablo Mundo, mutilado, es la Venus de Milo de la poesía española. El
cantor de Teresa es el príncipe, el Garcilaso de nuestra lírica moderna. Todo pasma en él:
la fuerza del sentimiento, la grandeza del concepto, la riqueza de la imagen, la maestría
de la versificación.
Poeta lírico es aquel que tiene con la aurora amores, con la luna confidencias, con el mar
coloquios; el que con el céfiro suspira, ruge con el viento embravecido y se despeña con el
torrente fragoso; el que acompaña a las almas solitarias, consuela al que sufre y con los con-
denados pena; el que tira su corazón, como una flor, a los pies de su dama, por ella muere
y, para adorarla de nuevo, resucita; el que mira de hito en hito al sol, se roba las estrellas y
se envuelve en el manto de las nubes; el que de un salto salva los abismos, sube a los más
altos montes y se pierde en la noche de las grutas; el que escruta las entrañas de la tierra y
le arranca el oro virgen que los gnomos guardan; el que despoja a Júpiter de sus rayos para
adornar su carcaj; el que con el ariete del verso golpea y derriba las puertas del olvido. El
poeta lírico da el grito de guerra a la hora del combate, ciñe el lauro al guerrero, coloca un
ciprés junto al vencido. Recoge alegre el grano de las eras, la vid exprime, y del tardo paso
de los bueyes y del chirriar de las ruedas toma ritmo y metro. En el hogar es luz, es paz, es
bienandanza: de su lira altiva la estrofa cae ahora, mansamente, sobre la frente de sus hijos

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y juega, llena de candor, en el regazo de la fiel amada. Mas si la patria está en peligro, su
lira estalla en acentos que al Olimpo suspenden, a la tierra aterran…

d
Haces bien, poeta, en romper las ligaduras del silencio y dar al vago viento tus cantos
juveniles. ¡Feliz tú, que puedes convertir a lo pasado la mirada y hallar dentro de ti un jardín
florido donde tu alma, alondra gemidora, desgranó en notas divinas sus tristezas y sus dichas!
Tu obra llega a tiempo. La glauca ola decadente nos invade y de tu pecho brota el agua crista-
lina del sentimiento y de la gracia. A los romeros líricos que llevan la calabaza de Mallarmé, tú
les muestras tu cántaro, trasparente y frágil, como el de la niña de la fuente. Tu penacho lírico
ondea como caña de azucenas. Tu divisa es un celaje. Tu musa es una virgen, porque tu alma es
casta. De tus versos emerge una pureza única. Viven con el suave calor que anima a las rosas. Tu
canto es cántico. Tu acento causa la impresión de una flor empapada de rocío en que la elegía
besa al madrigal, o la de una arrebolada nube en que la alegría se mezcla a la tristeza…
1903.

“Cuentos frágiles”*
La publicación de un bello libro debiera celebrarse como el natalicio de un príncipe. La
vida es la expresión: las hazañas de la guerra, la palma del martirio sólo surgen a la luz del
mundo cuando el soplo eterno de la palabra pasa sobre la frente de los héroes y los mártires.
Yacen la bondad, la belleza en el fondo del corazón humano como los metales preciosos en
lo profundo de la tierra; cavan las manos de la inteligencia y las sacan arriba en forma de
teorías y doctrinas, literatura y ciencias; o esparcidas flotan en el éter, cabalgando silencio-
sas en los lomos del aire o suspensas de la lumbre de las estrellas, y nuestro oído y nuestra
mirada, bendecidos por un átomo de su polen sagrado o por un rayo de su luz celestial,
perciben el canto de la música y el encanto del color.
Es el dedo ajeno el que nos señala siempre el camino; pero no ignoro, en cambio, que no
sirvo para crítico. Dos cosas éste necesita: ciencia e imparcialidad: la primera, no la tengo;
la segunda, no la quiero. Imparcialidad es, en cierto modo, supresión de personalidad. La
simpatía es el cauce natural del alma: la antipatía, una desviación. Para ser buen crítico ha
de tener el hombre seca una parte de su ser, falto de esa irrigación constante del milagroso
Nilo de los afectos. Confieso que soy en extremo apasionado. No conozco sino una clase de
autores: los autores que me gustan. Juzgo de las obras como de las mujeres o las frutas: las
pruebo y, si no me agradan, no las paso no obstante su virtud medicinal. Fuera de esto, hay
en el crítico algo ridículo: la parte del maestro.
Tienen las líneas precedentes la ventaja de haberme puesto manos a la obra. Nunca sé
por dónde principiar. La pauta me mata: la libertad en el vuelo, la independencia del reposo,
el derecho al silencio, yo los necesito. Al entreabrir los labios no sé si es para la palabra o
para la sonrisa; y por el cielo del discurso dejo que las nubes corran impelidas por el viento

*He aquí cuán generosamente correspondió el gran poeta al envío de este prólogo: “Si yo no te hubiera dado mi
corazón desde hace mucho tiempo a trueque de la noble y leal amistad que me tienes, daríatelo ahora, todo entero, en
pago de tu prólogo “Cuentos frágiles”. Le he leído mil veces y cada nueva lectura despertó en mí un nuevo entusiasmo,
me enseñó un encanto, una gracia, un donaire, una aroma, una fibra, que no noté anteriormente, y resplandeciendo
entre todas esas cosas tu cariño por mí, tu infinito cariño, lleno de bondad y de generosidad”. Fabio Fiallo.

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de la tristeza. Mi pensamiento es como mi planta y la literatura como todo otro campo:


erro enamorado así de las montañas como de los valles profundos. Mariposa para una flor,
quisiera ser águila para un risco. Mas si veo una incitadora sombra por los espesos pinceles
de los árboles pintada; si doy con el margen de un arroyuelo tranquilo, el ocio, sueño de la
voluntad, rinde ésta a su albedrío.
Si la vida es expresión, ésta es arte. Los hombres valen por lo que dicen o por lo que de
ellos se dice. El artista es fuente de natural expresión, espejo que revela, no las cosas, sino
el alma de ellas: la obra artística es completamente distinta de la realidad porque es una
realidad. Pero el artista posee el arte como se posee la onda, quebrándola, rompiéndola, sin
poder asirla nunca: el río de belleza pasa y él, postrado a la orilla, quisiera detenerlo; mas la
corriente sigue, triscando, bailando, rebullendo, y sólo deja entre sus manos algunas gotas
cristalinas. Estas gotas cristalinas son el arte. En verdad, lo que queda en la obra, lo que
llamamos arte es la sombra del arte, no el arte mismo: el artista que lograra fijar el arte en un
lienzo, en un libro habría roto la máquina del mundo. Tal hombre moriría al tocar el fuego
sagrado: Cervantes, Shakespeare son gnomos de las profundidades celestes, enanos prodi-
giosos que van saltando de astro en astro sin que por ello estén, del cielo mismo, a menor
distancia que nosotros. Babel simboliza nuestra impotencia para realizar nada perfecto, y
San Lucas apartó la gloria del lote de los humanos cuando dijo: Gloria in excelsis Deo.
Es la poesía, entre todas las artes, la más rica en expresión. Si una nota es un vivero de notas
armónicas, una palabra contiene un poema: puede reflejar el mundo como una gota de rocío
el cielo. Poesía es voz del silencio, claridad de los antros: para ella, la ausencia es la sombra de
la presencia; el olvido, el lazo que nos une al recuerdo; la locura, la manumisión de la razón; y
recoge, a la mañana, en fragantes botones convertidos, los pétalos que las manos de la tarde
deshojan piadosas sobre las tumbas. Platón afirma que sólo hay dos bienes en este mundo: la
filosofía y la amistad; y yo digo: la poesía y el amor. Esta diferencia de pensar estriba en mi falta
de sabiduría y edad; la juventud va a caballo por el mundo; la vejez, a pie. Del amor, “capitán y
príncipe de perdición”, no quiero hablar. Sin poesía ni amor, el corazón del hombre se inclinaría
al suicidio como un árbol bajo el viento. Es más necesario el poeta que el filósofo: el ser humano
es vaso terrenal lleno de celestial rocío, y éste es más poesía que verdad. Un siglo puede carecer
de un filósofo, de un héroe; pero cada siglo, qué digo, cada hora produce su bardo. La humanidad
necesita una trompeta para ahuyentar a ese ladrón llamado tiempo, y el hombre decir cuanto
le sugiere su diablo interior. La verdad alumbra al mundo, pero también lo alumbra el arte, y
además, lo encanta. La poesía es la cantidad de mentira que el hombre añade a la verdad para
volverla agradable. El verso tiene promesas superiores a los principios; revelaciones ante las cuales
se pasmaría Alejandro, discípulo de Aristóteles y conquistador del mundo.
El hombre traza en todas sus obras su retrato y me admira oír señalar a Byron en las
suyas. Como él, todo artista está pintado por su propia mano; y cuando no acertamos a
verlo es porque no le conocemos. La obra, puede decirse, no es sino el velo que cubre al
autor; y donde las facciones no se distinguen, el latido del corazón se oye. La literatura
es, asimismo, la pintura de una época, de una edad: la antigua, rica en imágenes, pobre
de imaginación; la moderna, sobria y sabia, son dos opuestos cuadros del mismo mundo
vario y eterno. También en cada país las letras siguen la edad, los gustos, los progresos. El
sentimiento precede siempre a la inteligencia, y todo primer esfuerzo se condensa en poesía
lírica, aunque nada sea más difícil que la poesía lírica perfecta. Nuestra literatura (si puede
llamarse tal lo poco escrito entre nosotros), se reduce casi toda a versos de amor o de guerra,

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eco fiel de la vida nacional. Poetas de estro insuperable como Salomé Ureña, Corina que
vence a nuestros Píndaros; elegantes y donosos prosistas, como Galván, han producido, es
cierto, obras luminosas, en medio a un mar de odas detestables; y ahogando en mi tintero
a algunos a quienes sonríe Apolo, séame lícito señalar aquí a César Nicolás Penson, autor
de La víspera del combate, acaso el más hermoso de nuestros cantos; a José Joaquín Pérez, a
Gastón F. Deligne y a Arturo B. Pellerano Castro.
Entre la nueva generación descuella Fabio Fiallo por el corte moderno de sus versos y sus
cuentos. Poeta que no toma del refresco de Lamartine el Melancólico, ni del reconstituyente
de Hugo el Enérgico, ni las perlas de Zorrilla el Divino, ni la menta de Darío el Exquisito, sino
el veneno, el veneno de Musset el Misántropo y de Heine el Descreído: del amante de Jorge
Sand, autor de La coupe et les levres, de Namouna, de Rolla, de Les nuits; y del cisne de Dussel-
dorf, el Byron franco-germano, irónico y sentimental, que arroja disgustado la pasión que en
su pecho como divina miel se cría. No precisamente que los imite, como afirma Unamuno; por
más que esto no sería caso de menos valer, a mi juicio: dice Boileau que el que no imitare a los
antiguos no será imitado de nadie; y esos dos príncipes de la poesía moderna arrastrarían en
la antigüedad manto real. Nadie se pinta en sus obras más exactamente que Fabio Fiallo: su
poesía es delicada como él, perfumada como él, soñadora como él, enamorada como él. Dardo
es su verso que va certero al seno de las damas y el corazón les parte, como sus miradas, como
sus sonrisas, como sus palabras. Hay un punto en la obra de Cervantes, de esos en que éste
con su pluma toca el cielo, en que Don Quijote ve estorbado el paso de sus armas por una red
de verdes hilos de unos a otros árboles tendidos: en una Arcadia ideal, Fiallo tiende sus ver-
sos como red amorosa; sólo que, a la hora del ojeo, pajarillos no, zagalas quedan prisioneras.
La familiaridad es enemiga mortal de la admiración y, no obstante, admiro a este poeta
y le coloco entre nuestros grandes de primera clase, pocos en número, aunque no faltan
muchos que si no pueden habitar en el Olimpo, son capaces de hacer de su pegujal un
jardín, parecido al edénico. Carece de gran elevación de ideas y de riqueza en la palabra;
pero es gran poeta por la actitud del alma, perpetuamente inclinada hacia ese lado obscuro
y misterioso de donde viene el rayo y perciben los artistas las melodías inefables. En su
Primavera sentimental campea y se muestra una musa que, en Plenilunio y For ever, no le cede
una mínima a las del Helicón.
Como cuentista, Fabio Fiallo no ha sido superado entre nosotros; tal vez ni siquiera igua-
lado. José R. López, Virginia E. Ortea, U. Heureaux hijo son cuentistas estimados: el primero
tiene la soltura, la sal, la donosura; la segunda, gran facilidad narrativa; el último, fecundidad,
ingenio y corte nuevo. Pero la delicadeza, pero la gracia; la sobriedad, la elección del tema, el
desarrollo, triunfos son de Fiallo. Fuera del autor que lo elevó hasta el cielo en el cuento de
Adán y Eva, el más famoso entre antiguos y modernos, franceses son los reyes de este género
levantado por ellos del suelo al trono entre el aplauso y la admiración de los contemporáneos.
Como de la mujer graciosa ha podido salir la parisiense, así el cuento moderno es la parisiense
del cuento. La franca y alegre risa de La gitanilla no volverá sino con los buenos tiempos de la
incomparable España. El cuento es hoy una sonrisa del pensamiento, sonrisa refinada, diabólica,
sutil, complicada. Entre la culta Recamier y la zahareña Galatea, media un escarpín de seda.
Fabio Fiallo tiene cuentos que pueden ponerse al lado de los mejores cuentos franceses. La
inolvidable, Ernesto de Anquises, El príncipe del mar honrarían una Antología. A veces la pobreza
de su léxico compromete la forma que, en el género en que hablo, tiene valor independiente:
su palabra sale a pistos y no gusta de adornar, al revés de otros que entunican demasiado su

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américo lugo  |  antología

muñeca. En la manufactura de éstas el traje es cosa esencial y riquísima: los cuentistas extraen
de su cantera esas palabras con que embellecen sus obras, piedras preciosas como el diamante
o el rubí o flores tan hermosas como las rosas o los lirios, sin otra diferencia que dentro de las
piedras suena un corazón y, en las flores, un alma suspira. Ni cláusulas similcadentes, ni bellas
y sonoras frases, ni arcaicas matronas, ni donceles neologismos, nada aparece en Fiallo de
aquel artificio deleitoso con que los cuentistas suelen uncir la nota y el color, esclavos de otras
artes, al carro glorioso de las letras. En cambio, la pluma es, en sus manos, una varilla mágica:
todo cuanto le rodea desaparece: otro mundo, otros hombres, otras costumbres: el sentimiento
de amor, única virtud; el soplo poético, único impulso; el objetivo de la belleza, único ideal.
Escritor nefelibata, su pluma, sus alas; y mientras su cuerpo rueda entre nosotros, su alma va
perdida sobre mares y montañas. De ahí que ninguna de sus obras tenga color local, puesto
que nadie como él para bañarse en el raudal de poesía que emerge de la ciudad que vio su
cuna y le posee; ciudad de la cual puede decirse: laudandis pretiosior ruinis.
1904.

Heliotropo
A mi pluma*
¡Dulce amiga, amable compañera! Perdona mi larga ausencia de tu lado. Nunca lejos de ti
fueron fugaces las pisadas del tiempo, ni leves, ni seguras. Como deja la paloma, por el espacio
engañador, la firme rama, mi mano huyó de ti, y extendida por el aire, imploró en vano una
bendición del cielo, una caricia de la tierra. Fuiste a mis ojos grosero tronco ennegrecido; hoy
te miro como tallo de rosas coronado. A ti vuelven mis alas destrozadas; a ti vuelve mi canto
lamentable. ¡Otra vez colgaré mi nido de tu cuello, dulce amiga, amable compañera!
Escribiré, de nuevo, cartas a mi amada, tiernas como suspiros, persuasivas como lágrimas,
hirientes como denuestos. Vestiré de púrpura su nombre con la sangre más pura de mis venas.
Arrojaré a sus pies mis postreras ilusiones como un ramo de flores. Herida mi frente con tus
agudos picos, la leche de las ideas bañará mi cuerpo y acaso entonces ya aparezca puro ante
sus ojos. Mas si su mirada desdeñosa permaneciere fija ante el misterio de la castidad; si aún
prefiere las caricias de su perro a mis caricias y el aliento de las rosas a mis besos, despojaré
de mis hombros y colgaré de un sauce el manto de mi juventud para que el frío llanto de la
noche marchite sus encajes y el apetito torpe de los buitres lo desgarre.
Errante peregrino, tú serás pequeño bordón que afiance mis pasos. Contigo subiré altas
montañas: estamparé sobre sus blancas cabezas mi nombre humilde, y ancho surco abriré
para que el agua, sangre de la naturaleza, corra a fecundar las llanuras que gimen sedientas
a sus pies. Aumentaré con mis lágrimas el caudal contenido de las nubes y las veré alejarse
con fruición, pensando que irán a verter fresco llanto sobre el campo donde mi amada teje,
por las mañanas, guirnaldas para su cabeza. Y besaré la luz del sol, que da al cielo auroras,
salud al pecho de la tierra, lira al ruiseñor.
Contigo bajaré a los hondos valles, hoyuelos que ostenta en su risueña faz naturaleza.
Libarás allí la rica miel de las abejas, beberás en la corriente de los claros arroyuelos, sobre

*El ilustre poeta Arturo B. Pellerano Castro (Byron) puso en verso tres de los poemas en prosa, dos de los cuales,
Ruego y Las hojas, figuran en apéndice en la segunda edición de 1939. También el joven poeta Rafael Emilio Sanabia
ha publicado una bella poesía inspirada en el poema en prosa Siento una pena…

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las frutas maduras tus picos dejarán la golosa expresión del pico de los pájaros, recostarás
la cabeza, de botones de silvestres florecillas adornada, al pie de un árbol cuya copa detenga
al sol esparciendo grata sombra. Yo tu sueño velaré, pensando en mi amada. ¡Cómo pudiera
depositar a sus pies los felices despojos de tu larga peregrinación!
Dispondremos, con frecuencia, a los lugares sagrados, romerías. Las iglesias son lugar
de duelo: si esparcen a lo lejos el grato olor de los jardines, es porque en su recinto flota
el virginal aliento de María. En la nave recóndita, junto a un muro sombrío, te estrecharé
prosternado. La paloma del misticismo rozará con sus alas mi frente, inclinada, como la de
un santo monje, ante el misterio.
Hay lugares, más sagrados todavía, donde yace sepultada la infancia del mundo; lugares
helados donde el misterio florece; lugares de muerte palpitantes de las ansias supremas de la
vida; lugares callados cuyas voces sofocan de emoción al peregrino. Una tumba es un asilo:
allí encuentra el huérfano hogar, contento el triste, bálsamo el herido, descanso el fatigado.
De los cuatro puntos de la tierra llegan presurosos tributarios cargadas las manos de pre-
sentes: el rico lleva su fortuna; el pobre su miseria. Allí vuelca su carro la soberbia; rueda en
el polvo la ambición; la vanidad se arrodilla. Todos los ríos de la vida corren desatentados
hacia ese océano que ningún viento agita, que ninguna vela cruza. Allí te llevaré también.
Posaré mis labios sobre los sepulcros; pondré mi corazón junto a las cenizas que guardan;
escucharé su callado acento, sosegarán en mi pecho las pasiones y una luz tranquila inundará
mi espíritu. ¡Ven! Estoy sediento de paz y de verdad.

Endechas
I
Soy cantor discreto de mis propias desventuras, peregrino doliente que da a los aires
la voz de sus canciones, al mudo silencio la causa de sus quejas. Llevo de este largo viaje,
breve en dichas, destrozados los pies, desalentado el pecho, marchita en mi cabeza la flor de
la razón. Exhausto el tesoro de mi juventud, mezcladas con las muertas hojas que arrastra el
viento animador, con esta arena que piso, ardiente y dura, aquellas esperanzas e ilusiones
que al partir traía conmigo y que heridas del sol de mi fantasía brillaban en mi seno como
claros y perpetuos diamantes; petrificado mi destino, como esos árboles de ramas solitarios
y de verdura desnudos, a quien el fuego del cielo apagara en la cima el ímpetu de su savia,
yo miro a lo lejos cómo flotan gallardas y surcan raudas la corriente de la vida las gruesas y
pintadas barcas de las ajenas alegrías, cómo besa con su luz la estrella de la ventura la frente
de otras tierras, mientras son mis pasos presa mansa de la honda oscuridad.
Roto el escudo de la esperanza, blancas las armas de mis bríos, desmayada la fe en Dios
y mi dama, mi corazón es un caballero vencido. Caballero de los nobles ideales, de la blanca
divisa de la honra y de la divisa roja del amor, cuya pluma, señera y ondeante, daba sus
rizos al viento porque al cielo los enviase, ¿por qué acometiste empresas grandes, anhelaste
triunfos increíbles, ambicionaste glorias ciertas, pobre soñador? ¡Ay!, era fuerza y aun era
justicia a tu soberbia y a tu locura remedio que cayeses, fracasadas las fuerzas de tu cuerpo
y de tu espíritu. Si hubiere menester consuelo quien sólo a sus propias culpas debe remitir la
causa de sus males, sabe, ¡oh cordial caballero!, que fue tu adversario invencible la fortuna,
hada indiferente y ciega de cuyo filtro amargo Marte se retrae, Hércules se resguarda, la
flaqueza se sirve, la maldad se alegra.

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américo lugo  |  antología

Escrita está en lo azul del cielo su victoria, en las estrellas de la noche, en la espuma blanca
de la mar; escrita está en las hojas de las rosas, en el abanico de las nómades palomas, en las
menudas conchas que cría el beso de las olas; escrita está en la cima de las montañas, en la
hirviente lava del volcán, en las arenas infinitas del desierto; escrita está en las notas tristes
de la tórtola, en la luz moribunda del crepúsculo, en la nube lejana; escrita está en el duro
mármol de su pecho, en el pesado bronce de su indiferencia, en la fría piedra de su olvido;
escrita está en la hermosa luz de sus ojos, en la rosa de sus mejillas, en su sonrisa candorosa;
escrita está en su desvío, en su ingratitud, en su crueldad; escrita está en el dulce acento de
su voz, en su alba frente, en la huella leve de su paso.

II
Soy proscrito infortunado de un país sobre el sol hermoso, más que la luna melancólico,
cuyo suelo feliz bañan y doran los ríos de la ilusión, vistiéndole de perdurable manto de
esperanza y cuyas márgenes se pierden en los espacios del cielo sin haber traspuesto términos
ni límites de la tierra. Regocijada música el aire puebla, luminoso y perfumado; manzanas de
oro, fruto encantador que allí se cría, cuelgan de las ramas dóciles al viento; perlas son tus
arenas, tus moradores felices, el gnomo, la ninfa, el sueño, la quimera… El paraíso perdido
es región del pasado oscura e infeliz, el ansiado paraíso es región del porvenir triste y mise-
rable, comparados contigo, ¡oh país sobre el sol hermoso, más que la luna melancólico!
Roto el laúd en mil pedazos, muda la voz en mi garganta, derribado al pie del Olimpo
inaccesible, mi corazón es un poeta moribundo. Poeta de los cantos ideales, de las tristes
elegías delirantes, de los tiernos madrigales delicados, cuyos versos eran en alas del céfiro
férvida plegaria, y amoroso concento en los labios de las damas, ¿por qué, ay, por qué segaste
las flores de tu pecho, desviaste hacia el mar de la amargura la suave corriente de tus ideas
y atravesaste con la pluma tu propio corazón para escribir el poema doloroso de un amor
sin esperanza, sin correspondencia, sin olvido?
Escrita está en las nubes del cielo mi tristeza, en la negrura de la noche, en la comba
plomiza de las olas; escrita está en las rosas deshojadas, en el nido vacío, en la playa que el
mar besa y abandona… ¡y aquí en mi corazón!

¿Nunca más?
A Miguel Ángel Garrido, que fue en vida varón de diamantina contextura.
Ven esta noche, bien mío, a cenar de mi alma, a beber de mi boca… Tengo para ti
suspiros y besos… Quiero poner mis manos, como una diadema de lirios, sobre tu frente;
quiero aprisionarte con mis brazos en estrecho círculo de fuego; quiero estrecharte contra mi
corazón enardecido: y los alados geniecillos que custodian mi cintura, y las crueles abejas
que depositan miel hirviente en ánforas, como armiño blancas, como abismo profundas,
como misterio guardadas por mi ondeante vestidura, saltarán de alegría a tu cuello altivo,
y sangrarán tus labios con su dardo envenenado…
—Y yo ansío, ¡oh, mi adorada!, derramar ardientes lágrimas sobre tu pecho, como rocío
de ternura; deshojar sobre tu cabeza, opulenta en rizos de oro, tempranas rosas; hacer, junto
a tu oído, pendientes de mis madrigales y, junto a tu garganta, corales de mis redondillas; y
beber un mar de luz en tus ojos, y turbarme con tu aliento de flor, y quemarme en el fuego
de tu amor, dejando sobre tu blanca piel, mariposa fascinada, el polvo de mis alas; y dar mi

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cuello altivo a los traviesos geniecillos que vaguean por los altos derrames de tu talle vic-
torioso, y dar mi boca, como una roja camelia, para que expriman su jugo, a las mortíferas
abejas que llenan de miel los hoyuelos de tu cuerpo inmaculado…
Y fue y mordió como dragón insaciable, la carne de su alma; y bebió en sus labios rojos,
a raudales, del torrente del placer.
Y fue y no dejó en pie una manzana a aquel manzano exuberante, ni una florecilla a
aquel arbusto fecundo, ni una gota de agua a aquella cristalina y generosa fuente. Y fue y
vivas cayeron, a sus manos piadosas, palomas blancas con voluptuoso arrullo en los picos
bermejos y, a sus pies, afortunado cazador, una azorada pero rendida corza. Y fue y sobre
el pecho de la amada y sobre la cabellera, opulenta en rizos de oro, llovieron confundidas,
lágrimas y hojas de rosas; y sobre la nuca, do el deleite anida, aletearon madrigales y redon-
dillas; y abrillantó la piel blanca y perfumada, el polvo de oro de una mariposa consumida
en el altar candente de un seno virginal…
Y, cuando al pie de la entreabierta celosía, que separaba un nido celestial de la tierra
ingrata y miserable, ella murmuró: “Nunca más”, él apagó la frase cruel con un beso y huyó,
huyó palpitante de dicha a contar a las sombras de la noche, cómo cayó en sus brazos, en
un trasporte de la naturaleza, la más pura, la más hermosa estrella.
Mas ¡ay!, en vano fueron, otro día, los esfuerzos del amante: ruegos, quejas, desespe-
ración; halagos, promesas, dádivas; certeros dardos de la lisonja, aguda lanza de los celos,
maza pesada y formidable del insulto, todo quebró sus garras, como delgado cristal, ante
el escudo impasible de su indiferencia.
–Toma mi sangre en holocausto a tu belleza, le decía, o pídeme que riegue la tierra con la
del rey más poderoso. Incendiaré a Roma por una sonrisa de tus labios, pondré sitio a Jerusa-
lén, y alfombra será para tus pies la melena de los leones muertos a mis manos. ¡Oh tú, insólita
creación del poder de la hermosura, dulce caricia de la naturaleza, flor del cielo! Si ya no son tus
ojos negras alas a cuya sombra anestesiante se adormece algún rival afortunado; si la espuma de
tu garganta no es el vino embriagador que apuran otros labios; si las pomas de tu seno, huerto
sagrado, no atrajeron la codicia de algún otro pastor, dime, oh hermosa, cuál es mi pecado, cuál
mi crimen… Grande debe de ser y horrendo, cuando tu mano misericordiosa no me levanta
del polvo, cuando tu plegaria no intercede por mí al cielo. Pero si quieres ser señora de una
triste obra y dueña de una indigna hazaña, si quieres sumergir mi amor en el callado estanque
del olvido, apagar con tus propias manos la llama que arde, como zarza de Oreb, aquí en mi
pecho, sabe, oh pérfida! que cometes el delito más horrible… ¡Arráncame la lengua para que no
te alabe, sáltame los ojos para que no te admire, atraviésame el corazón para que no te adore:
toma mis ideales y agóstalos; toma mi juventud y marchítala; toma mi honra y mánchala, pero
no escarnezcas mis afectos, no me digas que te olvide, no me separes de tu lado…!
Como responde el duro mármol, con frío y callado acento; como la ingratitud y el ol-
vido, así ella a su reclamo. Y agotada la esperanza, exánime la voluntad, presa de un dolor
desconocido, apartóse de la entreabierta celosía, linde frágil entre un nido celestial y la tierra
ingrata y miserable.
Ha discurrido el tiempo. La distancia, la ausencia son urna que igualmente guarda el des-
engaño y la esperanza: él para la mano confiada del dichoso, ella para el pecho del que infeliz
se juzga y sin ventura. Cabe esa urna, el lastimado amante ha suspendido mil veces el deseo
de escrutar su destino… ¿Capricho? ¿Pasión, acaso dormida, cuyo primer destello el alma
sorprendió, y que habrá de despertar mañana, estallando en nuevos, anhelantes besos?

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américo lugo  |  antología

Cuando tras supremo esfuerzo el pobre amante logra sofocar el deseo de arrancar a la
urna, ya entreabierta, aquel secreto, huye, huye palpitante de dolor, a contar a las sombras
de la noche, cómo se desvaneció en sus brazos, en un adormecimiento de la naturaleza, la
más hermosa, la más fugaz estrella.

Siento una pena…


A Lico Gautier

Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de los rosales al morir a manos del
invierno; la de las mariposas que la llama devora; la de la ola que vuelca, a los pies de la
ribera, su victoriosa arrogancia, la del viento que cuelga sus sollozos de un ciprés.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del bosque que se ve talado y hasta su
virgen entraña removido; la de la tierra cuando le roban sus diamantes; la de las estrellas
cuando la nube las oculta; la del sol al caer moribundo en el ocaso.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del amo a quien muerde su perro; la
del mendigo que recibe el azote de la limosna; la de la flecha que se rinde antes de llegar a
su término; la del naufragante que mira la sonrisa verdusca de la onda.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del buque que se pierde a la vista del
puerto; la del pájaro que desfallece sobre el ancho mar; la de la palmera que se inclina ante
el huracán; la del fruto mordido por el gusano traidor.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la del beneficio olvidado y la de la palabra
empeñada ante el desagradecimiento y la mentira; la de las hojas caídas; la de la paloma sin
nido; la del cachorro que mira exhausta la fuente maternal.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de la patria cuyos hijos se disponen a
luchar; la del hogar donde la virtud se torna en frías cenizas; la de la madre al expirar su
hijo; la del hombre que devuelve airado a la naturaleza la dádiva inútil de la vida.
Siento una pena infinita que no tiene nombre: la de Pompeyo en Farsalia; la de Don
Quijote de los Andes ante las ruinas de Itálica; la de Prometeo encadenado; la de Espronceda
ante el recuerdo adorado de Teresa.
Siento una pena infinita que no tiene nombre…

Sor Teresa
A las seis estaba a bordo, donde me enamoré de Sor Teresa. Sor Teresa es joven, hermosa,
alta, pálida.
Sus ojos, dos centinelas de la gloria. Sus tocas discretas y su aire angélico nada pudieron,
acostumbrado como estoy a pasar sin tocar, a meditar olvidando, a oír el silencio. Sor Teresa es
mujer y profana: el óleo no la ha purificado; en su cabeza revuelan locas mariposas, y por sus sienes
las guirnaldas suspiran. Sor Teresa gusta de sumergirse en los deliciosos lagos del ensueño.
Sor Teresa ríe y su risa suena como campanas alegres; Sor Teresa ríe y su risa canta
canciones de Beranger; Sor Teresa ríe y su risa es copa en que bebe el deseo; Sor Teresa ríe
y su risa, franca y fresca, roba el alma desde lejos. Sor Teresa ríe y su risa sería la risa de las
perlas y los corales, si corales y perlas reír pudieran; Sor Teresa ríe y su risa es peregrina flor
del movimiento, llena de gracia, de aroma y de rubor.

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Sor Teresa ríe y su risa son dos culebrillas que se separan sesgueando; Sor Teresa ríe y
las abejas toman por una flor su boca; Sor Teresa ríe y es su boca como granada murciana,
como dulce y roja cereza; Sor Teresa ríe y las fuentes festonan de aljófar su lecho; Sor Teresa
ríe y los dioses despiertan de su sueño milenario.
Sor Teresa ríe… Si Sor Teresa llorara, los ruiseñores olvidarían sus cantos, su suave ru-
mor los arroyuelos; el cielo se ataviaría de sus más densas nubes, el mar se despojaría de su
manto azul y sus encajes, y el corazón de la naturaleza, enajenado, arrojaría un grito.

La Flor del Jacinto


A Marta y a Carmencita

Oigo tu canto, melodioso ruiseñor. Vives solitario; con la noche suspiras… ¡Flor mágica!
Aún palpitas con la timidez con que brotaste. En ti bullen los gérmenes, semilla que te has
vuelto corazón, empapada aún del frescor de la cuna. El impetuoso viento que desgaja las
altas ramas del árbol, se convierte en céfiro ante ti. Tu belleza exquisita, rebelde, inaccesible,
vierte dulzura en la luz. En ti derrama el cielo el rocío de sus gracias. Amor se oculta en tu
perfume. Ensueños despiertas en el alma. ¿No es sueño amor?
Es un silfo, no un ruiseñor… ¡Flor divina! Un silfo canta en tu cáliz. Tienes alma y alien-
to de mujer. El alma humana es también un silfo que canta encerrado en pesado caracol.
Pero ¡cuánta tristeza en su canto! El tuyo anuncia el rocío; el suyo, lágrimas. Tú cantas al
cielo, al sol; anuncias la lluvia, el fruto, la frescura; tu canto es cántico de fe, de bondad y
de esperanza.
Amo los sitios desiertos. Subo a la montaña agreste; me refugio en el valle escondido.
Amo la soledad del océano, la más cara a Dios. Amo la soledad del silencio, sílaba de ver-
dad, pausa de eternidad, única expresión digna del espíritu. Me gusta la sociedad de las
estrellas, de los árboles, de las olas y del viento; pero caigo arrodillado ante la rosa radiante
que oculta su seno como virgen pudorosa. Nada hay más grato en la tierra que un jardín.
Después del niño, es la flor la expresión más bella y noble de la vida. No hay veneno en su
copa ni en sus pliegues la doblez de la traición.
¿Por qué surges, flor hechicera, de la región de la paz, del dulce misterio, de la vívida
penumbra, de la gracia secreta, de la perenne belleza, a este día sin amor, sin serenidad,
sin ilusión? Han huido los ángeles del cielo, y el manto de púrpura y de oro ha caído de
los hombros del florido verano. Adorable joyel de seda y perla, peregrino, leve, milagroso;
morada de un genio por la mano de una diosa fabricada, ¿quién te cuidará…?
Como tú, también nació a la vida. De la misma tierra que da flores, brota la mujer. ¡Flor
encantadora! ¿Por qué viene su recuerdo a mi memoria? Ella tuvo como tú, un proceso de
formación delicioso. ¡Pequeña mensajera de la naturaleza, apacible voz del viento, criatura
candorosa! Tenía trece años. Nunca más la he vuelto a ver. En toda niña casta y pura como
vosotras, percibo un destello de mi adorado bien perdido.
¡Viaje funesto! ¡Cruel separación! Mi paso desvió su rumbo. Ausencia vertió su escarcha.
Fuimos dos gotas cristalinas juntas en la cima, separadas por siempre al caer. Su recuerdo
convierte la luz del sol en luz de estrella… ¡Flor cautivadora! Difunde en el aire tu suave
olor. El tiempo, a tu lado, es un minuto de cielo. Las tempestades han destrozado mi bajel;
pero mi alma flota aún… Mi alma la desea.

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américo lugo  |  antología

Discurso sobre el bienestar general*


“En la primera sesión de este Congreso, al discutirse la modificación del artículo 69 del regla-
mento, un honorable colega propuso que la comisión relativa a bienestar general fuese compuesta
de un miembro por cada delegación, a causa de la importancia que dicha sección entrañaba.

*Este discurso, que tuvo repercusión universal, lo hemos tomado del opúsculo La Cuarta Conferencia Interna-
cional Americana, Sevilla, 1912, pp.29-31. El gran diario La Nación, “el periódico de más autoridad intelectual y moral
de la República Argentina”, en edición correspondiente al 21 de julio de 1910, o sea al día siguiente de haber sido
pronunciado, se expresó así:
“Desde el comienzo advirtióse que aquello tomaba un nuevo sesgo, y que no se trataba de una iniciativa más
de agasajos y cumplidos. Quizá era la primera palabra que se pronunciaba en la vasta y sorda sala con un concepto
de interés moral. Alguien que simpatiza con el pensamiento insinuado por el señor Lugo recordó luego, oponiendo
a una crítica protocolaria el clásico ejemplo, que el delegado dominicano, hablando en representación de un pueblo
modesto y pobre y rompiendo con la tesitura convencional de las sesiones, podía ser allí tan inoportuno y, sin embargo,
tan elocuente como lo fuera en el célebre congreso de París de 1857, aquel humilde delegado del reducido reino de
Cerdeña que se llamaba el conde Cavour...
“El señor Lugo habló con franqueza... Puso de relieve la falta de un ideal, de un objetivo superior, en el plan o programa
de trabajos de la conferencia. Y como asumió espontáneamente la representación de los pequeños, se llevó de calle los cora-
zones. Hubo una gran expectativa, y aun cierta inquietud. Los que allí están para desempeñar un papel en la escenografía
política del mundo, y no para meterse en honduras, se preguntaron adonde podía llevar las cosas semejante actitud”.
El día 22 expresaba el mismo diario:
“En la tranquila placidez que caracteriza las sesiones del panamericano, ha resonado, como una amenaza
detonante contra los formulismos del protocolo, el discurso pronunciado por el delegado de Santo Domingo, señor
Américo Lugo, sobre la cláusula del programa referente al bienestar general. No es que el distinguido orador se pro-
pusiera romper con proposiciones demoledoras la parsimoniosa severidad de la asamblea; y acaso sus colegas no
habrían pasado por las tribulaciones con que los agitó su palabra ardorosa y vibrante, si hubieran podido conocer de
antemano el texto íntegro del inquietante discurso”.
Y comentando los trabajos de la Conferencia, que fue inaugurada el 12 de julio de 1910 y clausurada el 30 de
agosto siguiente, en edición del 2 de septiembre concluía el gran rotativo rioplatense:
“Pero esto no quita que en esas reuniones se formule el ideal. Así lo hemos visto en la que acaba de terminar, y
por cierto con noble altura de elocuencia. De la hoya del Caribe lejano, como otrora el palo florido al encuentro de las
carabelas descubridoras, vino boyando a la azarosa libertad de las corrientes, un indicio de las Américas futuras”.
La prensa de toda Hispanoamérica comentó con especial interés el discurso del doctor Lugo, así como otro, com-
plemento de este, en el cual el delegado dominicano puso de relieve el precario resultado de los trabajos de la Asamblea,
que terminó sin entusiasmo, pues la palabra del hijo de la patria de Duarte puso de manifiesto la ausencia de un ideal.
De El Diario Español, Buenos Aires, 28 de agosto de 1910, son los siguientes conceptos editoriales referentes a la
actitud de nuestro delegado y a su segundo discurso:
“Inmediatamente hizo uso de la palabra el doctor Américo Lugo, representante de la República Dominicana,
quien con llaneza digna de todo aplauso y dejando a un lado las severidades del protocolo, pronunció un discurso
digno de toda consideración por la trascendencia de sus palabras.
Censuró la parcialidad con que se ha procedido en toda esa larga gestación de la idea panamericana, subordi-
nándolo todo al capricho de los más fuertes, como si temieran represalias. Criticó acerbamente el hecho de haberse
rechazado la propuesta de la delegación paraguaya sobre bienestar y pronunció estas palabras, dignas de tomarse en
cuenta: “Al separarnos, quedamos, no ya unidos por nuevos vínculos, sino tan separados como antes”.
Dijo el doctor Lugo que esas conferencias no tenían ningún resultado práctico sino el de servir los intereses de
un cierto número de naciones, y atacó de lleno al expansionismo yanqui.
Su discurso fue recibido con frialdad, justo es decirlo; pero, también hay que decir que por debajo de esa frialdad
latía el entusiasmo que provocan las grandes verdades. Algunos delegados aplaudieron. Otros censuraban esa actitud
“hiriente” y se manifestaban en contra suya; pero, en el fondo, la verdad se imponía.
Aplaudimos la energía y la decisión del doctor Américo Lugo, de quien ya por diversas veces hemos tenido el
placer de ocuparnos, celebrando su actitud franca, leal e independiente en este Congreso, sobre el cual ha pasado la
mano de hierro de una voluntad superior, ajena a nuestra raza.
Nos ocuparemos de este asunto con mayor detenimiento y más amplio espacio, limitándonos por hoy a consignar
el hecho revelador de un temperamento enérgico y de una voluntad decidida”.
“Saluda a su ilustre amigo, el valeroso defensor del ideal americano, y le adjunta ese suelto, (Lo Oportuno y
lo anacrónico) en el que nuestro Leopoldo Lugones, coincidiendo con la mayoría del periodismo de mi país asegura
que su discurso es “lo más respetable y lo más elevado” que se ha dicho en la conferencia. Se complace por ello y le
estrecha cordialmente la mano su affo. Carlos M. Múscari, Director de El Diario”.
“Es indudable que, de cuanto se ocupó la Conferencia, nada ha apasionado tanto la prensa y la opinión, como
la proposición de la delegación dominicana, sobre bienestar general, estimándosela más oportuna que la insinuada
declaración sobre la doctrina de Monroe. Mucho más valiosa, más positiva y elevada que esa adopción, por lo menos
inútil, a un americanismo que nadie discute ya, es la proposición formulada ayer con enérgica elocuencia de concepto

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

“Fijóse con tal motivo en este punto mi atención, algo distraída ante un programa sin
ideal como el que sirve de pauta a nuestras tareas, y buscando la expresión que en los labios
del señor delegado paraguayo había vibrado en mi alma, halléla, no en el seno mismo del
programa, sino en el reglamento que lo rige y completa.
“Mas al leer la frase, una duda asaltó mi ánimo. Esas palabras ambiguas pueden decirlo
todo o pueden no decir nada. ¿Qué se quiere expresar con los términos bienestar general? ¿Se
trata simplemente de la comodidad y provecho de las delegaciones? ¿O debe entenderse en
el sentido de la consecución de cuanto propenda a la dicha de los pueblos?
“En apoyo de la primera interpretación podría argüirse con el lugar que la frase ocupa,
figurando como figura en el reglamento y no en el programa, y siguiendo como sigue inme-
diatamente después de la sección de publicaciones, la cual sólo tiene por objeto la realización
de actos materiales.
“Mas tal interpretación de la frase bienestar general me pareció que implicaría la condenación
del espíritu que presidiera a la redacción del programa, y quise ver cómo la habían entendi-
do los hombres que figuraron en las conferencias anteriores. Y aunque parece que nada de
efectivo realizó la comisión a que estuvo encomendada la sección de bienestar general, de las
actas de 1906 pude extraer estas palabras pronunciadas por el grande y llorado Nabuco en su
calidad de presidente: “He abierto tres excepciones al sistema de no colocar las delegaciones
unipersonales sino en las comisiones en que fuera obligatoria la presencia de un delegado de
cada país. La primera es relativa a la comisión de bienestar general, a la que atañen todas las
ideas de carácter, por decir así, unánime suscitadas en beneficio de nuestro hemisferio”.
“Conforme, pues, a este criterio debería interpretarse la expresión bienestar general en un
sentido ideal, correspondiendo en consecuencia a los miembros de la comisión 14ª. la tarea
de estudiar los medios conducentes a la felicidad de los pueblos americanos.
“Esta tarea, tan grata cuanto delicada, animaría el frío espíritu de estas reuniones e
iluminaría con una luz radiante, ante los ojos de la América entera, el recinto en que nos
hallamos congregados.
“¡Qué campo tan vasto y tan fecundo! El bienestar general del nuevo continente exigiría la
declaración del respeto absoluto a la independencia de cada una de las naciones de América. Este
respeto conllevaría, como soluciones previas, el sometimiento obligatorio e inmediato de todas
las cuestiones de límites al principio americano de arbitraje; la consagración del principio de no
intervención en los asuntos interiores de ningún estado americano, así de parte de los estados
europeos como de parte de ningún otro estado americano; y la expresión de un voto perpetuo
para que una pacífica evolución política en América devuelva algún día a su propia raza y natural
destino aquellos países que han sido anexados por el pretendido derecho de la guerra.
“El bienestar general, así entendido, nos llevaría como de la mano al cultivo asiduo de los
elementos étnicos originarios que constituyen el espíritu peculiar de cada una de las naciones
americanas, para lo cual bastaría guiarse por la naturaleza y la historia que han dividido el
nuevo mundo, uno, por otra parte, no sólo en la identidad fundamental humana, sino por el
superior sentido del ideal panamericano invocado en estos congresos, no en veintiún pueblos,

y de verdad por el delegado dominicano, para que el congreso declare la integridad del dominio territorial de cada
nación y su permanencia intangible. De todo lo que ha tratado y va a tratar el congreso, la proposición del delegado
de Santo Domingo, señor Lugo, es lo más práctico y superiormente americano. El ideal de justicia efectivado, “el ideal
más necesario que el pan” como lo dijo con valerosa elocuencia. Sea o no la voz del débil, eso es lo más respetable y
elevado que se ha dicho en la conferencia”. (Lo Oportuno y lo Anacrónico, editorial de El Diario, 21 de julio).

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américo lugo  |  antología

sino en tres y sólo en tres únicos pueblos: el grande y próspero pueblo anglo-americano, y los
no menos grandes aunque menos prósperos pueblos hispano-americanos y luso-americano;
porque ese culto asiduo es esencial al bienestar del nuevo mundo para conservar la fuerza y
el vigor orgánicos que subordinan y nacionalizan las corrientes migratorias que acrecientan
y robustecen el organismo nacional.
“El bienestar general necesitaría transformar en deber de legación el derecho de legación
entre todas las naciones americanas, con la obligación de propender no sólo a un comercio
intelectual científico, artístico y literario sino a la propagación eficaz, en América y en el
mundo, del espíritu de América.
“Tales, entre otros, serían, señores, los objetivos luminosos de la comisión 14a. del pre-
sente congreso, de interpretarse la expresión bienestar general en un sentido ideal. Propongo,
pues, que antes de pasar adelante en nuestro trabajo, se defina el carácter de la comisión de
bienestar general y se precise el alcance de su título.
“Siempre es conveniente definir y a veces, definir es salvar. Si entra en nuestro programa,
sin necesidad de alteración e iniciativa particular, cuanto interesa verdadera y profunda-
mente a América; si está en la mente de los que nos han precedido aplicar, sin violencia, un
remedio a los graves males que nos afligen; si preocupados estos congresos, no ya sólo con
la obtención de recíprocas ventajas materiales sino también con un alto y desinteresado afán
de bienestar moral, buscan la solución pacífica del problema americano, entonces, señores,
nuestra misión acrecerá en utilidad y grandeza.
“Por mi parte, desearía que así fuera. Sin esa interpretación ideal, el programa de la
Cuarta Conferencia es ciertamente estimable, pero no corresponde al pensamiento ni a la
aspiración actual del continente. Es necesario tener el valor y la hombría de bien de decirlo,
porque la América está sedienta de verdad. Las naciones constituidas, prósperas y ricas bus-
can mercados; pero las que no lo están y son débiles y pobres, antes que mercados, buscan
paz, estabilidad y libertad.
“Yo no creo en la riqueza, sino en la virtud. El ideal es más necesario que el pan. Pensar
una cosa y disimularla, deshonra a la diplomacia. La sinceridad es el pudor de las naciones.

Carta a D. José María Chacón y Calvo*


Ciudad Trujillo
Distrito de Santo Domingo, Rep. Dom.
28 de mayo de 1946
Señor
Dr. D. José María Chacón y Calvo
La Habana.
Mi querido amigo:
He recibido la amable carta de Ud., de fecha 21 de los corrientes, en la cual me expresa
que quisiera que al través de unas breves cuartillas, yo cerrara la sesión del Ateneo de La
Habana en memoria de Pedro Henríquez Ureña.

*Esta excusa fue leída, sin embargo, en la velada, por Chacón y Calvo; y publicada luego por este insigne ensayista
en El Diario de la Marina el 13 de junio de 1946. Chacón, Lizaso, Don Federico Henríquez y Carvajal y otros consideran que
este original no ha sido superado por cuanto ha sido escrito sobre Pedro Henríquez Ureña con motivo de su muerte.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Mucho me honra esta petición de Ud., pero me impiden complacerle quebrantos de


salud y esta jíbara costumbre que está convirtiéndose en mi segunda naturaleza.
Me arredra, por otra parte, el eminente valer de Pedro, cuyo nacimiento diríase apo-
línea inspiración. Su padre fue Francisco Henríquez y Carvajal, brazo derecho del señor
Hostos, privilegiado entendimiento dominicano que supo apropiarse, para su desarrollo,
de más luz acaso que ningún otro de sus coetáneos, y en quien encarnó profundamente el
noble espíritu científico de la época. Fue su madre Salomé Ureña, dulce alondra como la
que Shelley cantó.
Pedro creció bajo profético influjo. Fluctuó primero entre dos mundos: la poesía y la
ciencia. Pagó tributo a la estirpe materna, y fue musageta en Lo inasequible y Al mar, en Flores
de otoño y Mariposas negras; pero rindióle al fin el pujante temperamento paterno, y ya en
1905 era el más notable crítico dominicano.
Predije su alta nombradía cuando para justificar la aparición de su nombre juvenil en las
Notas sobre nuestro movimiento literario, insertas en Bibliografía, escribí al poeta Bazil en carta
de 21 de enero de 1907: “Confieso que siento admiración por Pedro Nicolás. No me gustan
las profecías, por más que sólo en las de esta clase sean tolerables las equivocaciones; pero
dudo mucho que no le saque verdadero a quien de él afirmara que llegará a ser el primer
hombre de letras de la República”.
Juzgadores idóneos, Rubén Darío entre ellos, opinaban que Max, hermano de Pedro, era
superior a éste como escritor y, sin duda, es más ágil y brillante. Como humanista y erudito,
como filólogo y crítico, Pedro Henríquez Ureña no tenía par entre nosotros, y era uno de los
valores más respetados y aplaudidos de toda América. Llegado a la cima del pensamiento
crítico en hora oportuna como Petrarca, señaló, igual que éste en el trecento, cauces nuevos
a las corrientes de la sensibilidad e inteligencia en Hispanoamérica, y, en tal sentido, ésta le
debe unánime homenaje.
Pero lo que más aprecio en él es su dominicanidad. Desterrado voluntario a causa del
imperativo vocacional, es cierto; pero de los de su generación, nadie amó más a su patria.
Escribí en 1943: “Pedro Henríquez Ureña no tiene por oficio el periodismo sino la cátedra,
desde la cual su enseñanza irradia luz continental. Félix Lizaso, el mejor discípulo de
Martí, acaba de llamarle en Cuba “gran ciudadano de América”. Su nombre es glorioso,
su modestia, ejemplar; su patriotismo, conmovedor. Ninguno de nosotros, fuera de su
patria, suspira por ella como él, ninguno trabaja para ella como él, ninguno tal vez, desde
lo extranjero, la honra tanto como él. Conozco su corazón. Sé que ni honores ni riqueza
compensarán jamás en él el efecto de la ausencia del suelo natal. Es tan dominicano, si
cabe decirlo, como nuestra iglesia catedral, con quien podría comparársele. Sé que su de-
seo más profundo será volver, callado; pegarse a los muros de la ciudad sagrada que fue
su cuna, besar sus ruinas, y devolver al seno generoso de la tierra patria, cuando su alma
pase dulcemente, el maravilloso terrón que la contuvo”. Si sus ojos recorrieron alguna
vez estas palabras, ¡cómo debió recordarme al cerrarlos para siempre en tierra extraña!
Su alto espíritu al cielo pertenece; pero la dulce tierra dominicana ansiosamente espera,
para guardar por siempre sus restos venerandos.
Abraza a Ud. cariñosamente,

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américo lugo  |  antología

Carta a Georgia
(Fragmento inédito)
I. Ha querido el cielo mover la voluntad de tus padres a que mi torpe mano fuese la
primera en abrir las páginas de tu álbum, e imagino que esta singularísima honra me coloca
en el sitio preeminente que a tu esclarecido abuelo, por derecho y amor, habría correspon-
dido. ¡Cuánto siento no poseer su prudencia y sabiduría, y aquella elocuencia con que él
transformaba en preciada joya el árido consejo! Desearía, de cuanto el alma siente y guarda
el corazón, formar para ti un hacecillo de lirios ideales, en vez de ofrecerte una obsequiosa
flor de galantería, primor y obligada delicia de los álbumes. No es para mí el tuyo libro
abierto a finos cumplidos y desusada urbanía, sino libro íntimo para toda la vida, en el cofre
de tus más queridas prendas preservado; que hojearás con reserva cuando instintivamente
busques consuelo ante el amargor momentáneo y la nube ligera que aun al día más claro y
feliz suelen mezclarse; que te servirá, finalmente, de espejo de tu pasado, en el cual, como
advertencia y guía de lo futuro, verás reflejados la opinión que mereciste, las esperanzas
que hiciste concebir, el afecto que inspiraste.
II. Pon, ante todo, tu corazón en Dios. “Ante todas cosas conosced a Dios, –decía Gutiérrez
Díaz de Gómez– e después conosced a vos e después a los otros. Conosced a Dios por fe. ¿Qué
es fe? Fe es certidumbre muy firme de la cosa non vista”.55 Practica cosas celestes en la tierra.
Vive en lo ideal, laborando en lo real. Haz con tu ser como el agricultor “que a los árboles
cubiertos por la sombra les abre el cielo” (Séneca). El alma es sagrada: oféndenla los hábitos
profanos. La elevación es su ambiente; bajeza y vulgaridad la matan. En cambio, no puede ser
vil el hombre si le gobierna el alma. La salud de ésta es el asunto de la vida. La religión nos
enseña que lo verdaderamente moral es lo absolutamente benéfico y no lo meramente útil, que
es una expresión del egoísmo. Sólo el bien es moral. Muy parco se muestra mi amado maestro,
el Sr. Hostos, al considerar en su Tratado de Moral, la doctrina de Jesús de Nazareth: “La moral
de éste, a quien siempre tributará homenaje la razón, –dice–, es particularmente atractiva e
insinuante, porque trata de apoderarse de los hombres por la sensibilidad”. N ̒ o hagas a otro
lo que no quieras para ti mismo’… no pasa de ser una amonestación a nuestro egoísmo. ’Ama
a tu prójimo como a ti mismo’… también es un poderoso llamamiento para nuestro egoísmo.
Cuando hacemos resaltar esta peculiaridad de la moral de Jesús no intentamos deprimirla…
Por lo demás, junto a los estímulos egoístas brillan, en los preceptos del maestro galileo, las
admoniciones altruistas más expresivas. Por ejemplo: ’No sepa tu mano izquierda lo que da tu
derecha’”.56 Funda el Sr. Hostos el orden moral “en las leyes eternas de la razón y la conciencia,57
con exclusión de los principios mitológicos y de dogmas religiosos,58 pero reconoce la limitación
de nuestra razón y el sentimiento de amor y gratitud hacia la Causa Indemostrable”.59 Si la razón es
insuficiente para conocer a Dios, no basta la moral fundada en ella; el doble deber de amor y
gratitud hacia Él, buscará siempre, con victoriosa parcialidad, la causa que lo inspira, sin que
pueda considerarse, por tanto, como deber moral, “el deber de abstención, de afirmación o
negación”,60 deber impuesto por el Sr. Hostos en nombre de una razón limitada.

55
Crónica del Conde Pero Niño, Cap. IV, 1a. parte.
56
Tratado de Moral, por Eugenio M. de Hostos.– La Habana, 1939, p.28.
57
Id., p.49.
58
Id., p.61.
59
Id., p.61.
60
Id., p.60.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

III. La potencialidad religiosa característica del pueblo judío, la interpretación de la Ley


por los sabios rabinos; el gobierno en manos de los ancianos; la perenne creencia popular
en el reino mesiánico; la doctrina de los divinos atributos, los Salmos, los Proverbios, las
Profecías, y, sobre todo, la del precursor de los Evangelistas, Isaías, todo preparó y anunció
la venida al mundo de Jesús. Nacido en Belén, en un pesebre, el más grande y humilde de
los hijos de los hombres, recibe el bautismo de Juan el Bautista, carpintero de profesión,
discutía de niño en el templo con los doctores de la Ley; a los treinta años de su edad retírase
al desierto; comienza luego su predicación en Cafarnaúm; junta a sí a algunos pescadores;
y apellidándose Hijo de Dios, pasa a Jerusalem, atrae a las muchedumbres, y se concilia el
odio de los grandes. Al pueblo, que quiere proclamarle rey, le responde: “Mi reino no es
de este mundo”. Sólo exige del hombre pureza de corazón. De regreso de Fenicia vuelve a
Jerusalem; expulsa del templo a los mercaderes; y en víspera de la Pascua, cena por última
vez con sus discípulos, anunciándoles su próxima muerte y su resurrección; y finalmente,
mientras oraba en el huerto de Getsemaní, es hecho prisionero, acusado de falso Mesías, vio-
lador de la Ley y aspirante a rey. Condenado a muerte por el delito de rebelión, es crucificado
en la colina del Gólgota; y allí expira pidiendo gracia y perdón en favor de sus verdugos.
En su Sermón de la Montaña había explicado cual es “el reino de Dios”. Al despedirse de
sus discípulos les había prometido la asistencia perenne “del Espíritu Santo”. Si de cuantos
han dejado en la historia huella de su paso, alguien ha poseído poder milagroso, es él, cuya
vida misma es toda ella una suma de milagros. Nadie para el ejercicio de esa facultad de
imperio y autoridad ilimitada, superior a las fuerzas naturales y humanas, como aquel que
ha completado con la ley del amor la antigua ley, enseñándonos a amar a nuestros enemigos,
a sufrir la injuria y el maltrato, a perdonar a nuestros verdugos; como aquel que infundió
la ley de la gracia en la naturaleza, despojándola de su amargura, su inexorabilidad y su
fiereza, de la ley de la gracia, que es la caridad, la verdad, la paz por el equilibrio entre el
sentimiento y la razón, entre la autoridad y la tolerancia; como aquel cuyo imperio sobre
sí mismo no tiene paralelo, y sobre los demás sólo se vierte en dulzura y mansedumbre;
como aquel cuya inconmovible resistencia a las circunstancias le presentan como modelo
soberano y eterno del carácter. Más grande que Abraham, que Moisés, que Salomón, que
San Juan Bautista, ¿qué ademán habría podido ser tan creador como el suyo, qué sonrisa
tan benéfica, qué bendición tan milagrosa?
IV. Jesús de Nazareth, o sea Jesucristo, fundador de la religión cristiana, es el modelo más
perfecto que las páginas de la historia universal ofrecen a la consideración de la humanidad. Su
personalidad histórica y su incomparable vida, relevadamente auténtica en los Evangelios, Epís-
tolas y Actas, constituyen el suceso conocido más notable de cuantos han ocurrido en el globo;
suceso que concuerda con la general cronología en sus partes esenciales y del cual dan, por otra
parte, testimonio Tácito, Suetonio, Plinio el Joven y, sobre todo, Flavio Josefo. De su doctrina
emana una moral suprema que es el más puro alimento de la vida terrenal; aunque él decía que
su reino no era de este mundo, el ejemplo de esos varones de carácter que se llaman santos, más
valerosos que los héroes y más fuertes que la muerte, prueba que dicha doctrina es practicable
entre nosotros. Es el Evangelio ley de fuerte y dulce amor, de amor perseverante y desinteresado.
Jesús se nos presenta como hombre santificado por el soplo mismo de la Divinidad. Iluminado con
la luz que aclara los misterios, conocedor de las intenciones de Dios, depositario de los secretos
eternales, su virtud es la fe, la revelación su verdad, su consejo la pureza, la caridad su práctica,
su castigo el perdón, su medicina la gracia. Ninguna especulación religiosa, filosófica o científica

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américo lugo  |  antología

superará su doctrina, la cual, en síntesis es esta: “Dios es nuestro Padre; el hombre, representado
por Jesús, es su Hijo; y el Espíritu Santo, el lazo de amor que une al Hijo con el Padre. Además de
los Evangelios y las Epístolas Sagradas, lee los Salmos, los Proverbios de Salomón y los Profetas,
anunciadores y en cierto modo, anticipantes. Fíjate en lo que se dice en los Proverbios sobre la
mujer de valor; no menosprecies el Antiguo Testamento. Y cuando hayas terminado su lectura,
lee a Séneca, el más cristiano de los gentiles, cuyo libro De la Vida Bienaventurada está considerado
por Barthio, “lo más excelente que tenemos después de los de la Sagrada Escritura”. ¿Qué mucho,
pues, que los Evangelios representen “el más grande prodigio de la historia y la suprema ley entre
todas las que norman el espíritu”.61
V. Encierra este leve y minúsculo territorio de barro, sangre y lágrimas que llamamos ser
humano, dos soberanos, dos tesoros, dos cosas celestiales: espíritu y amor. Es el espíritu su
parte inmaterial; el amor es el vínculo de unión sustancial entre el alma y el cuerpo; y esa unión
produce la vida, cuyos deseos en toda ocasión deben ser limpios, honestos y elevados, como
los de la pastora Marcela, uno de los personajes del Quijote, en cuya boca pone Cervantes
estas simbólicas palabras: “Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen
es a contemplar el cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera”.62 En cuanto al
amor, “amor no es esa violenta aspiración de todas las facultades hacia un ser creado; es la
santa aspiración de la parte más pura de nuestra alma hacia lo desconocido. No nos bastan
las emociones de los sentidos; la naturaleza nada tiene en el tesoro de sus sencillos goces,
capaz de apagar la sed de felicidad que experimentamos; sería preciso el cielo, y el cielo
no le tenemos. Por eso buscamos el cielo en una criatura semejante a nosotros, y gastamos
en ella esa sublime energía que se nos dio para más noble uso. Necesitamos amar, y nos
engañamos todavía, hasta que al fin, desengañados, ilustrados y purificados abandonamos
las esperanzas de una afección permanente sobre la tierra, y elevamos a Dios el homenaje
entusiasta y puro que jamás hubiéramos debido dirigir sino a él solo”.63
VI. En la inspirada sabiduría de los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia cristiana,
cuyas obras eran lectura favorita de un Leopardi, hallarás la explicación fundamental de los
misterios y la ley. Natural era que esta tuviera carácter de severidad, excesivo a veces: así
lo requería el establecimiento de la Iglesia y su propagación en los tiempos primitivos, por
medio de los primeros decretos de los pastores, de los primeros cánones conciliares y, sobre
todo, de los primeros escritores eclesiásticos, como Tertuliano, de quien dice Chapman: “Su
estilo es comprimido como el de Tácito; pero este maravilloso hacedor de frases es eclipsado
por su sucesor cristiano en sentencias como gemas que serán citadas mientras el mundo
exista; o como el elegantísimo Minucio Félix, cuyo diálogo Octavius no envejecerá jamás;
o como San Cipriano “cuya belleza de estilo –según el citado escritor– raramente ha sido
igualada entre los Padres Latinos, y jamás sobrepasada, excepto por San Jerónimo”; o como
Lactancio, llamado el Cicerón cristiano, título que luego compartió con San Juan Crisósto-
mo. El fuego de esas almas encendió las de los fundadores de las órdenes monásticas y las
de los exégetas subsiguientes. Dice Tertuliano que “en la moral evangélica nada se lleva en
exceso fuera de razón”; pero él mismo aspira a un ascetismo impracticable, fijando reglas
que contrarían abiertamente las leyes de la naturaleza, como si la humanidad sólo debiera
profesar el cenobitismo y hacer del mundo un monasterio. La doctrina del pecado original,

61
José Vasconcelos, Nota Preliminar a las ediciones de la Sec. de Ed. Pública de México.
62
Don Quijote de la Mancha, Ed. de Rivadeneira, p.282.
63
Jorge Sand: Lelia, cit. por Fed. Torralba en Cristo y la civilización.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

según aquellos escritores, estableció un concepto de inferioridad para la mujer, a quien Ter-
tuliano llama “puerta del demonio”. Tal exageración ha desaparecido. El que quiera conocer
el verdadero concepto que de la mujer tiene la Sagrada Escritura, lea a Fray Luis de León,
que sólo en ésta se inspiró para escribir La perfecta casada.
VII. La inmarcesible elocuencia de aquellos escritores ha debido de ser de gran provecho
para la conversión de los gentiles. Los monumentos primitivos de la iglesia cristiana forman
una floresta divina donde el árbol de la filosofía y el arte florece perpetuamente en frescura
y lozanía. En su fronda nos parece percibir una música lejana y pura que tiene acentos de
plegaria, emanados de las ideas que son eco del texto sagrado, como la de esotros burilado-
res en la onda y el viento, cabalgadores de estrellas, avasalladores de nuestra inconsciencia,
cuyas melodías individuales al fin se alternan, se contraponen y superponen, primero en
la conservadora polifonía litúrgica palestriniana, luego en el arte peculiarísimo del gran
predicador de la cantata coral y emperador de la fuga; arte que fue el punto de partida de
la transformación efectuada siglos después por Mozart e impulsada por Beethoven.
VIII. Perdida en el silencio augusto de un pasado inaccesible la verdadera expresión de la
música antigua, la maravilla de la música moderna brotó como divina planta, de los ejercicios
litúrgicos, en el seno de la iglesia cristiana, bajo la inspiración de los Ambrosios, los Gregorios
y los Dámasos. Hijos de la fe fueron las misas de Palestrina, los motetes de Lasso; las cantatas
y pasiones de Bach, que en la Matthaus-Passion realizó el ideal soñado por San Felipe de Neri;
y los oratorios handelianos. Hasta dónde puede conducirnos, y elevarnos el impulso que la
inteligencia cultivada recibe de una sensibilidad exquisita, nos lo muestra la evolución del
espíritu humano, desde la primera misa litúrgica, salmódica e hímnica del insigne creador del
canto gregoriano, producto espontáneo de la palabra sagrada, hasta las tres misas grandiosas
de Bach, Mozart y Beethoven, monumentos excepcionales del arte religioso cuya ejecución en
el templo quisieron prohibir algunos escritores eclesiásticos, sin considerar que si no se ciñen
a las condiciones, característicamente ortodoxas, de santidad, bondad y universalidad de la
música gregoriana y palestriniana, señaladas por Pío X como propias de la música litúrgica, su
belleza en cambio sienta admirablemente a la belleza literaria del texto sagrado y a la belleza
arquitectónica de las grandes catedrales, y se acerca cuanto es posible, al sublime misterio del
incruento sacrificio de la ley de la gracia. Como eres artista, nos detendremos un instante ante
el reflejo de aquella evolución en los referidos monumentos.
......................................................................................................................................................

D. Manuel de J. Galván
Acaba de herir una encina el rayo de la muerte; se ha desplomado una columna del
templo de la verdad y la belleza; acaba de ponerse en el cielo de América un astro refulgente.
Escribo esta carta a impulsos del dolor: la amistad es a veces más respetable que la sangre;
la admiración, sentimiento tan puro en ocasiones como el amor mismo; y mi corazón sabe
guardar luto por la muerte de los grandes hombres.
Don Manuel de J. Galván era el dominicano de más talento, el primero de nuestros escri-
tores, el príncipe de nuestros diplomáticos, el más reputado de nuestros jurisconsultos, el más
galante de los caballeros, el más cariñoso de los amigos. Pertenecía a esa generación, reclinada
ya casi toda en la tumba, que ha dado a la República el más rico florón de hombres ilustres; serie

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de cumbres que arranca en Meriño y termina en Emiliano Tejera. Comenzó a destacarse en el


escenario político en la época de la Anexión. Vino a Europa la vez primera como secretario en
una misión diplomática; volvió poco después a consecuencia, según creo, de un lance personal
en que dio pruebas de valor, y pasó dos años aquí en París compartiendo su tiempo entre la
Sorbonne y la Biblioteca Nacional, en donde concibió la idea de escribir Enriquillo.
Fue ministro de Relaciones Exteriores de Espaillat, a quien acompañó hasta el fin; de Heureaux,
a quien sólo pudo acompañar breves momentos, y en la segunda y efímera presidencia de Woss
y Gil; quedando las tres veces alta muestra de su entereza en el Palacio de Gobierno, ya cuando el
incidente del Tybee en que ejerció la República sus prerrogativas soberanas no obstante las protestas
de la poderosa Confederación Norteamericana; o bien renunciándole irrevocablemente la cartera
al temido Heureaux; ora formulando el proyecto de Aguas Neutrales y Puerto Franco, una de las
pocas ideas grandiosas que han surgido en la mente de los estadistas dominicanos.
Negoció un tratado de libre-cambio entre la República y los Estados Unidos de América; falló
como árbitro en el caso de la Improvement Company; combatió más que nadie la cláusula del
primer proyecto de Convención Dominico-Americana que atribuía injerencia política al Gobierno
norteamericano en nuestro país; y, finalmente, prestó a éste muchos y señalados servicios.
En 1882 publicó su obra maestra. Escrita en la hermosa lengua y en el noble y castigado
estilo de los clásicos de la literatura castellana que como ningún otro dominicano dominó
siendo en ella príncipe y maestro, Enriquillo es aún, al cabo de treinta años, la perla más va-
liosa y la más alta cima de las letras patrias. Traza Galván el cuadro de la colonización de la
Española en los primeros años, y coloca como figura central al cacique Enriquillo, el primer
capitán americano y el primer libertador; con lo cual esa leyenda encantadora constituye por
sí misma un acto de inequívoco, profundo y sincero patriotismo que infiltró en mí indefinible
encanto por aquella época en que agonizaba una raza para que naciese un mundo y en que
una isla amamantaba dos continentes a sus pechos; encanto que, a través de los años, me
inspiró Higuenamota y tiene suspensos de mi pluma los Episodios coloniales.
En el género epistolar reinó sin rivales. Era un goce incomparable la lectura de sus cartas,
modelos de naturalidad, fluidez y gracia. Entre mis manos está, recién llegada, la última que
me escribió el 22 de noviembre, que no podré contestar y que comienza con estas líneas que la
muerte me permite liberar de la oscuridad y el silencio a que condenó inexorablemente todo
elogio privado, para dar idea de la soltura y gallardía de sus misivas: “Ante todo, mi entusiasta
felicitación por el lucimiento que Ud. supo dar a su representación de nuestra patria en el Congreso
Panamericano de Buenos Aires. Brilló por ende la República Dominicana más que ninguna otra
de sus opulentas hermanas, porque el brillo de las riquezas es transitorio como ellas mismas; el
lauro de las grandes acciones pasa a la Historia y perdura en las edades. ¡Así sea respecto de su
gran gesto de verdadero patriotismo en la solemne ocasión del Centenario Argentino!
“De tanta altura, fuerza es descender a las miserias de la realidad. ¡Qué estrecha cárcel,
la del espíritu, en la bajeza de las necesidades humanas!”.
¿Quién como él, que era él solo una gloria, para el cariño y la alabanza? Celebrando un
pobre juicio mío sobre el delicioso poeta Fabio Fiallo, dijo a su hijo Rafael Octavio en Nueva
York, y luego a mí aquí: “Le traspaso mi pluma”. Su pluma era un cetro y, oídlo bien, jóve-
nes que gustáis de conferir supremacía: caído el pontífice, es todavía uno de su generación,
Don Emiliano Tejera, quien empuña el cetro literario en la Atenas del Nuevo Mundo por
la claridad de su inteligencia, por la profundidad de sus conocimientos, por la altura de su
criterio y por la austera nobleza de su estilo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El admirable prólogo a los Escritos de Espaillat, última producción de aliento de Galván,


es una página de nuestra historia, llena de fecundas y no aprovechadas enseñanzas.
Como si presintiera la proximidad de la muerte, durante el postrer invierno, pasado aquí
en el seno de la colonia dominicana que le mostró gran respeto y cariño, preparó su testamen-
to y lo depositó en manos de su antiguo amigo, Don José J. Silva. Veíale yo a menudo, y en
vano insistí para que, acallando su modestia, me diera las notas para su biografía, tarea que
corresponde hoy a alguno de sus hijos, entre los cuales hay artistas y escritores distinguidos;
que era muy vivo y generoso el fuego de su portentosa inteligencia para consumirse en sí
mismo sin comunicarse a sus descendientes.
Todos los pueblos ilustrados veneran a sus grandes ancianos: olvidan sus faltas si las
tuvieron para no acordarse sino de su talento y virtudes; ponen su vida a salvo de las con-
tingencias y naufragios del trabajo; rodeándolos de tanta honra y consideración que una
como divina aureola los circunda, y la muerte los sorprende felices, amados, admirados,
semidioses. Pero nosotros, olvidando nuestros más altos deberes, combatimos a veces en-
carnizadamente la vejez gloriosa, la acosamos hasta sus últimas trincheras, le negamos un
pedazo de pan a la hora del hambre y un pedazo de tierra a la hora de la muerte, sin ver que
la patria se deshonra cuando un Peña y Reinoso arrastra penosamente en suelo extranjero
el manto de su gloria.
Ha muerto en tierra extraña el grande hombre que en sus últimos años sólo tuvo un
deseo: morir en su patria, al lado de los suyos. Objetábanle respetuosamente sus amigos
que no estaba él desterrado; que el Gobierno actual había demostrado imparcial deferencia
a hombres de mérito que figuraron en administraciones públicas sostenidas por partidos
contrarios, enviando, por ejemplo, al Dr. Henríquez y Carvajal a La Haya o confiando a D.
Juan E. Moscoso hijo la dirección de la secretaría presidencial; pero él respondía: “No temo
nada de parte del general Cáceres, que parece dotado de condiciones superiores a las de
los pro-hombres del partido en cuyo nombre gobierna; pero no quiero exponerme a que,
considerándome caído, me inflija ultraje la chusma”.
El país debe justicia a la memoria de Galván, que le dio señales evidentes de su amor
aun en la época en que su espíritu superior volaba del solar nativo hacia la cuna gloriosa de
la raza. Galván fue un patriota. Por hombre menguado e hijo ingrato tengo al hispanoame-
ricano que insulta a España; por insensible e ignorante, al que no la amare; y por grandeza
moral y patriotismo verdadero el santo amor de los que ven en ella la madre, la razón de
ser, la tradición gloriosa, la savia de vida, el apoyo desinteresado y la esperanza.
Si me fuese permitido hablar de mí, sabría decir que me siento cada día más español,
cada vez más orgulloso de pertenecer por origen –¡y por el porvenir!– a un pueblo que, con
sólo conocerle, ha resucitado en mi alma aquel ya casi perdido amor que de niño me inspiró
mi madre hacia la humanidad por lo que ésta tiene de noble, de hidalga, de hospitalaria, de
desinteresada; a una nación que es el último refugio y abrigado asilo del ideal, proscrito hoy
de la tierra por la prepotente panza victoriosa; y que si algún día, trastornada la naturaleza
y mutilados todos los brazos que manejaran una espada, la República Dominicana dejase
de ser, y si yo pudiera sobrevivir a tan tremenda desgracia, buscaría mi único consuelo en
el regazo de España, mi patria por la raza, el habla y la historia.
¡Duerma en paz el amigo preclaro, el noble estadista, el escritor eminente!
París, 24 de diciembre de 1910.
Listín Diario n.º 6492.
Santo Domingo, enero 31 de 1911.

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américo lugo  |  antología

Ulises Heureaux*
Hay una isla deliciosa como una fruta, fresca como el rocío, noble como una princesa,
bella como una flor; hay una isla creada el séptimo día, después de terminado el mundo, sólo
para embellecerlo y adornarlo, si ya no es una piedra preciosa caída de la corona de Dios
esta casi divina perla que orgullosamente en su agitado pecho el mar ostenta; hay una isla
abrigada como un nido, alta como una estrella, espléndida como un tesoro de los adorables
cuentos árabes; hay una isla encantadora, llena de luz y de armonía, beldad de la naturaleza,
novia del cielo, cuyo dulce nombre no lo diré: callado queda, guardado lo llevo, oculto está,
escrito en letras de oro, aquí en mi corazón.
En la más linda, suave y amena parte de esta isla cuya historia es tan maravillosa como
ella, hubo una vez un tirano, más tirano que los Treinta, a quien espada, valor y audacia
franquearon el poder rápidamente. Negro por los sentimientos y el color, blanco por los
modales y la mente, un héroe en la batalla, sufrido en la adversidad, activo sin ejemplo,
afable y discreto en sumo grado, ambicioso sin límites, generoso sin tasa, pulquérrimo de
su persona, sensual hasta el exceso, conocedor profundo del corazón humano, supersticio-
so pero ateo, ajeno a todo escrúpulo, de sobriedad y frugalidad espartanas, un Sila para el
disimulo y la venganza, tal era Ulises Heureaux, cuerpo de hierro, carácter de acero, alma
de bronce, conciencia plutónica, espíritu plutoniano, verbo parabólico, voluntad soberana,
dominadora de hombres, pueblos y acontecimientos de esas que empujan el carro del mundo
y se imprimen indeleblemente en el libro de la historia.
Y este hombre extraordinario a todos engañó, a todos venció, a todos gobernó con ili-
mitada autoridad. Partidos destruyó, pacificó aterrando, sofocó el pensamiento, que es la
niñez de la acción, aherrojó la acción, que es la victoria de la mente, y por todas partes im-
puso su fuero, su criterio, su capricho, sus instintos, sus pasiones, estableciendo finalmente
un centralismo monstruoso en que el senado, los tribunales, la plaza pública, la escuela, el
hogar mismo, todo cayó bajo el argivo y briareo control presidencial; aunque presidente no
fue, que el nombre no suele ser sino la máscara de la realidad, sátrapa sí, un Ciro, Cambi-
ses o Artagerges, acaso el más completo y curioso de América, y sin duda uno de los más
notables por su capacidad política, por su autoridad personal, por su don de gentes, por su
heroica naturaleza, por su fortaleza casi sobrehumana, por el sello mismo de grandeza que
puso a sus crímenes.
Veinte años, poco menos, mantuvo bajo su planta el país entero, estremecido éste y vi-
brante, como Hércules bajo Anteo, hasta que un día, asesinado por un grupo de conjurados
que tal vez creyeron salvar así la patria, cayó del solio y de la vida como árbol centenario a
los golpes de cortante hacha derribado, causando profunda conmoción a la tierra, estrépito
horrible en el aire, espanto en los corazones.
De la rica mina de la vida de este hombre singular que fue patriota ante los españoles
e infiel a la patria ante los haitianos, ha extraído Víctor M. de Castro el oro de sus breves e

*Prólogo al libro Cosas de Lilís, S. D., 1919, de Víctor M. de Castro (1871-1924). Periodista nacido en esta ciudad,
quien desde que salió de las aulas del colegio San Luis Gonzaga se encaminó a la región oriental de la República, donde
pasó largos años como maestro en Higüey, como juez en el Seybo y luego, en 1912, como gobernador de Macorís. Vivió
mucho en Puerto Rico, alejado de la patria por causas políticas, y en Caracas residió desde 1914 hasta su muerte, como
representante diplomático de la República. Dio a la estampa los siguientes opúsculos: Desde el Duey hasta el Ozama, S.
D., 1899; Del ostracismo, Mayagüez, 1906; y Cosas de Lilís, S. D., 1919. Sus Cartas francas, sus Interdiarias y Mi esfuerzo en
Caracas, otros trabajos suyos, no fueron recogidos en volúmenes. Sus restos fueron trasladados algunos años después
al patrio suelo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

interesantes narraciones. ¡Inagotable cantera! Las cosas de Lilís podrían formar volúmenes.
Voy a relataros una, aunque sin la donosura con que lo haría De Castro: se refiere a mi
inolvidable maestro D. Eugenio María de Hostos, el más formidable adversario que tuvo
nunca Heureaux.
Envíale éste a llamar y le recibe sin quitarse el gorro, visto lo cual, el Sr. Hostos, que se
había descubierto la cabeza al entrar, se puso tranquilamente el sombrero.
—Señor Hostos, le dijo Lilís, yo le recibo como recibía Napoleón a Talleyrand.
—General Heureaux, le respondió el Sr. Hostos descubriéndose de nuevo, ni usted es
Napoleón ni yo soy Talleyrand.
El general se quitó el gorro.
De las páginas de este libro emerge toda íntegra la figura brillante y sombría a la par
del terrible dictador. De Castro ha sabido evocarla con naturalidad y gracia, sin esfuerzos ni
erróneas exageraciones. En toda la obra no hay una palabra que no sea verdad. Mézclanse
en ella, en justa proporción, lo cómico y lo serio, que en Ulises Heureaux la comedia de la
vida está circundada por un inevitable velo trágico.

108
No. 5

emiliano tejera
Antología
Selección, prólogo y notas de
Manuel Arturo Peña Batlle
Emiliano Tejera
I
Emiliano Tejera es figura de difícil biografía. Su vida no tiene valor anecdótico. Hombre
predominantemente introspectivo, sólo a ratos compareció en la arena pública para enca-
rarse con los demás. Sin embargo, cuando lo hizo, dejó huella profunda de su paso por los
caminos comunes.
Político y escritor, no se entregó con calidad de profesional ni a la política ni a las letras.
Por eso pudo conservar sin menoscabo la independencia con que se distinguió en toda su
vida pública. Hombre apasionado y decidido, no se movió nunca sino después de reflexionar
con hondura sobre los problemas en que iba a participar y siempre con miras objetivas. Pero
una vez convencido de la procedencia de su actitud próxima la seguía invariablemente con
incontrastable fuerza temperamental. Ni se arrepentía ni titubeaba. Sus convicciones eran
sagradas y le merecían respeto religioso.
Antes que toda otra cosa Emiliano Tejera fue un pensador, pero como corresponde a
todo pensador verdaderamente constructivo, su pensamiento siempre fue apasionado.
Alma solitaria y aislada, no formó escuela propiamente dicha ni dejó discípulos, aunque
por varios decenios el reflejo de su pensamiento político y patriótico sirvió de guía en los
momentos más difíciles y en los problemas más complejos de nuestra vida nacional. Nadie
dudó nunca de la sinceridad de sus actitudes, y hasta sus propios enemigos respetaron en
él la fuerza de sus ideas y de sus sentimientos. Combatirlo era honroso y ninguno lo hacía
sino en el entendido de que sus equivocaciones eran honradas. Muy pocos dominicanos
han desempeñado la función sibilina de Emiliano Tejera y a muy pocos se les ha tenido en
la estima en que se tuvo a este honesto y recto hombre público. “El Tabernáculo de la Fe
Nacional”, lo llamó alguien, no sin dejo de ironía.
La causa de esta situación es fácil de encontrar: nunca se desplazó de la vida privada ni
del mundo de sus elaboraciones mentales a impulso de interés personal o de necesidades
ocultas. Como escritor sólo movió su pluma para satisfacer el interés general. Sus estudios
sobre el descubrimiento de los verdaderos restos de Colón, sus monografías sobre la cuestión
fronteriza, la Exposición que redactó para que la sometiera al Congreso la Junta Directiva del
Monumento a Duarte, toda su labor de investigación histórica, fueron trabajos que realizó no
para regalo de sus propias inclinaciones, sino para darles sentido concreto y tangible a anhelos
y sentimientos de tipo colectivo que solamente encontraban forma en las recámaras de aquella
mente de selección. Como hombre de gobierno asumió responsabilidades y ocupó posiciones
oficiales cuando se lo requirió una necesidad pública en la que tuvieran puestos con ansiedad
los ojos del alma nacional. Entonces se sentaba tranquilamente en el sillón que le asignaban
las circunstancias y de allí no lo movían ni el miedo, ni la desesperanza, ni la falta de fe. Hacía
con imperturbable firmeza lo que tenía que hacer y se iba cuando ya sólo algún móvil personal
pudiera mantenerlo en el puesto. No fue un político profesional, ya lo he dicho.
Al enjuiciar la vida de Tejera se debe tener en cuenta, no obstante lo escrito más arriba,
que toda ella estuvo dirigida por las vías de la publicidad. Nació y vivió para hombre público
en el mejor sentido de la expresión. Cuando estaba en su casa –y allí pasó la mayor porción
de sus días– no hacía otra cosa que observar cuidadosamente el curso de los sucesos y el
ritmo de la vida nacional del que estuvo siempre impregnado su espíritu y del que no se

111
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

apartaba su pensamiento. No rehuyó el contacto con alguno de los grupos disidentes y por
algún tiempo fue, en los últimos años de su vida activa, la Ninfa Egeria de los dos dirigentes
de aquel bando.
Dominicano por los cuatro costados, vivió para su país. Sus virtudes y sus defectos
fueron los de un dominicano típico. Las raíces de su alma y la esencia misma de todo su
pensamiento se nutrieron de los jugos de la tierra en que nació y se formó. Emiliano Tejera
no hubiera podido vivir ni sentir en forma distinta de la del dominicano. No se le concibe
en otra función. Por eso la característica de su formación es puramente nacionalista. Lo
comprueba su actitud cerrada e intransigente en el problema fronterizo, el amor que puso
en la modelación de la figura de Duarte, su gusto nunca desmentido por la historia de Santo
Domingo y el fervor con que defendió la autenticidad de los restos de Colón hallados el 10
de septiembre de 1877 en la Catedral de Santo Domingo.
En política mantuvo sentimientos liberales, aunque muchas veces guardó reserva sobre la
finalidad de ciertos procedimientos excesivamente individualistas. Era enemigo acérrimo de la
vagancia improductiva y antisocial. Su proyecto de ley de crianza de 1895 descansó sobre una
concepción clara de la utilidad social de la propiedad. Cuando estuvo de Ministro de Hacienda,
a la caída de Jimenes, se empeñó mucho en mantener en su Departamento una férrea discipli-
na presupuestaria y un sentido restrictivo de la distribución de los fondos públicos. Aunque
liberal auténtico, Emiliano Tejera no sacrificó nunca su concepto del orden y de la disciplina
social a meros postulados teóricos de la libertad individual. Conocedor profundo del medio
social dominicano, sabía muy a ciencia cierta cuáles eran los defectos fundamentales de nuestra
organización democrática y las deficiencias del pueblo dominicano como entidad colectiva.
Llama la atención también el sentido con que ejerció la Cartera de Relaciones Exteriores
a principios de siglo. Comprometido en importantes asuntos de interés inmediato, como
fueron el reajuste de la deuda y la conversión que de ella se hizo por el convenio financiero
del 1907, no perdía oportunidad de estudiar materias de orden diverso pero de grandísimo
interés nacional. En su Memoria del 1908 dedica un párrafo muy enjundioso al examen del
perjudicial sistema que se usaba en la preparación de nuestros productos para su venta en el
extranjero, al examen de las posibilidades del cultivo del arroz en Santo Domingo y al exa-
men de las posibilidades de establecer en el país sistemas científicos para utilizar las fuerzas
hidráulicas con fines agrícolas e industriales. “¡Cuántos millares de pesos, quizás millones,
no ha perdido la República por enviar al extranjero su cacao, su azúcar, su café i su tabaco
en las pésimas condiciones en que se han exportado esos productos hasta hace poco tiempo!
¡Cuántos en la elaboración de la caoba i otras maderas preciosas, en la que por no usar la
sierra, quedaban reducidas a astillas en los montes la mayor i mejor parte de los nogales,
caobas i sabinas! ¡Y saber que con un poco de más cuidado e inteligencia ingresarían en la
fortuna pública millares de millares de pesos que necesitamos en nuestra pobreza i que, sin
embargo, no obtenemos por pura desidia e ignorancia!”.
Para apreciar debidamente a Emiliano Tejera como hombre de gobierno es necesario
haber conocido y vivido el mundo del gobierno, haber pasado por esa escuela de acción
amarga y decepcionante. Desde el limbo de un aislamiento dorado, aunque siempre falso,
no es posible apreciar con exactitud el temple de un hombre que no temió el contacto con
las responsabilidades públicas más caracterizadas de su tiempo. Las desgarraduras y los
fracasos no debilitaron en ninguna forma su fe en el porvenir de la República ni amenguaron
su certidumbre de que este país cumple un destino glorioso.

112
emiliano tejera  |  antología

Su vida entera transcurrió en la más azarosa época de la historia nacional. Nació bajo el sino
de la ocupación haitiana y murió bajo el de la ocupación de los Estados Unidos. Entre esos dos
momentos, el de su nacimiento y el de su muerte, ¡cuántos motivos tuvo para desesperar de
la suerte de la República y para perder la fe en su viabilidad! Sin embargo, la reciedumbre de
su alma no cedió jamás a la desesperación ni al escepticismo. No era un iluso. Realista hasta la
médula, no despegó nunca los pies de la tierra. Conocía bien el barro de que está hecha muchas
veces la conciencia humana y nunca le exigió a los hombres la luz de las estrellas.
No era comunicativo ni simpático. Amaba la soledad de su pensamiento, sin dedicarse,
con estudiada solicitud, al cultivo de la opinión ajena. La fuerza de su carácter provenía de
su activo retraimiento, que todos, amigos y enemigos, respetaban por igual. No fue hombre
amado, pero sí hombre respetado.
La formación cultural de Emiliano Tejera sirvió con amplitud su gestión pública. No fue,
propiamente hablando, especialista en ninguna rama del saber, pero esa misma circunstancia
favoreció su influencia en los destinos del país. Hombre de cultura general, estuvo preparado
para afrontar el examen de múltiples cuestiones de casi ninguna conexidad. Era un espíritu
curioso e inquieto, de tipo enciclopédico. Lo mismo que investigaba la autenticidad de los restos
del Gran Almirante, produciéndose como historiador de primer orden, cuyos trabajos no han
sido superados en tres cuartos de siglo, estudiaba la estructura del idioma taíno usado por
los indígenas en el momento de ser descubierta la isla. Así como construía la argumentación
jurídica que sostuvo la República contra Haití en su litigio fronterizo, echaba las bases financie-
ras del arreglo domínico-americano del 1907 para dilucidar el intrincado problema de nuestra
deuda pública. Lo mismo comparecía a una Asamblea Constituyente a defender con brillantez
un sistema constitucional, que enseñaba Literatura o Química en el Seminario o en el Colegio
de María Nicolasa Billini. La profesión ordinaria de su vida fue la de las ciencias naturales, y
como farmacéutico creó el patrimonio de su familia y la tranquilidad de su vejez.
Vivió en la mejor época del positivismo en la América Hispana y no fue un positivista.
Hombre de ciencia, espíritu profundamente observador, mente lúcida y sin ninguna tangencia
con lo romántico ni mucho menos con lo místico, no perdió, sin embargo, la expresión de sus
sentimientos en los senderos del materialismo ni del ateísmo. Conciencia dedicada al servicio
incondicionado de su país y al esclarecimiento de las raíces espirituales de la nación dominicana,
comprendió a fondo que éstas viven prendidas de la tradición y de la historia. Emiliano Tejera no
fue un historiador sino para ser un sociólogo. La historia no tenía sentido para él sino en cuanto
de la historia de nuestro país se desprenden su característica y su fisonomía sociales. Fue, sin
duda, nuestro primer ensayista en la interpretación del pasado como elemento esencial de la
actualidad social dominicana. No dispuso de grandes ni abundantes instrumentos de trabajo
pero suplió con su formidable intuición la escasez de las fuentes que estuvieron a su alcance.

II
Consecuente con esta clarísima visión de los destinos de su pueblo, Emiliano Tejera
conservó invariablemente como punto de partida de sus preocupaciones y de sus elabora-
ciones de hombre público, estas dos posturas: la hispánica y la católica, en la medida en que
entrambas han influido en nuestro devenir histórico. Esta afirmación la saca verdadera el
espíritu entero de los escritos de Tejera, que pueden hojearse al azar para fines de compro-
bación: “Los dominicanos –entendiendo por este nombre los habitantes de la parte española
de Santo Domingo– estuvieron por siglos bajo el dominio de la noble nación que enlazó el

113
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Nuevo Mundo con el Antiguo. Más bien que vivir vegetaban contentos, porque el gobierno
era paternal, i todos, gobernantes y gobernados, libres i esclavos, formaban casi una familia.
España daba de corazón a su colonia lo que a su juicio era mejor, i Santo Domingo no pa-
recía echar de menos ni aun siquiera la libertad comercial, pedida desde los comienzos de
la conquista, i que probablemente habría variado a la larga las condiciones de su existencia
social i política. Así se vegetó por siglos entre peripecias de todo género”.
Aunque sin acritud, Emiliano Tejera criticó el paso de Núñez de Cáceres y, cuando
menos, lo juzgó imprudente en razón de la imposibilidad en que estaban los dominicanos
del 1821 de conservar, frente a Haití, el sentido hispánico de su independencia. El siguiente
párrafo, que transcribo íntegramente a pesar de su extensión, contiene, en mi concepto, la
más profunda y clara síntesis de todo el pensamiento político dominicano:
“¡Ah! contrista el ánimo el solo recuerdo de época tan luctuosa. ¡Cuánto horror! ¡Cuánta ruina!
¡Cuánta amargura devorada en las soledades del hogar! ¡Nunca la elegía animada por intenso i
legítimo dolor, produjo quejas más lastimeras que las exhaladas por las madres dominicanas en
sus eternas horas de angustia! Pena causaba el nacimiento del niño, pena verlo crecer. ¿Para qué
la hermosura de la virgen, sino para que fuera más codiciada por el bárbaro dominador? ¿Para
qué el fuerte brazo del varón, si no iba a servirle sino para sostener el arma, que debía elevar en
las civiles contiendas, no al más hábil, ni al más liberal, sino al mejor representante de las preocu-
paciones populares de raza? ¿Para qué la inteligencia del joven, sino para hacerle comprender en
toda su fuerza la intensidad de su degradación? ¡Qué dolor el del padre al despedirse de la vida,
dejando a sus hijos en aquel mar sin orillas, más sombrío i pavoroso que los antros infernales del
adusto poeta florentino! ¡Nada grande, nada útil quedaba! Las enredaderas silvestres crecían a
su antojo donde antes el cafeto doblaba sus ramas al peso de las rojas bayas, o donde el prolífero
cacao encerraba en urnas de oro o púrpura el manjar de los dioses. El grito de los mochuelos
interrumpía el silencio de los claustros, que habían resonado un día con los viriles acentos de
los Córdobas, Las Casas i Montesinos, i la araña cubría de cortinas polvorientas la cátedra de los
sabios profesores que con su ciencia, habían conquistado para su patria el honroso calificativo
de Atenas del Nuevo Mundo. Los templos iban convirtiéndose en ruinas, o en cuarteles de los
sectarios del Vodoux, i los conventos eran morada de lagartos i lechuzas. La iglesia, oprimida
en Occidente por la autoridad civil, no podía llenar con entera libertad su misión civilizadora,
i los buenos pastores, o tomaban el bordón del peregrino, o debían resignarse, por amor a sus
feligreses, a soportar prácticas sociales contrarias a las buenas costumbres antiguas. Las fami-
lias pudientes huían de Santo Domingo como se huía antes de Sodoma i Gomorra, i con ellas
los capitales, el saber, la ilustración, las prácticas agrícolas. Las confiscaciones legales hacían
bambolear el derecho de propiedad, i se preveía la llegada del momento en que el color fuese
una sentencia de muerte, i el nacimiento en el país un crimen imperdonable. ¡I esa situación la
soportaban los descendientes de los conquistadores de América! ¡Los que habían vencido o los
franceses en cien combates! Los que rechazaron virilmente los ataques de Penn i Venable! ¡A qué
abismo se había descendido! ¡Esclavos de los sucesores de Cristóbal i Dessalines, cuando antes,
en mar i tierra, los dominicanos habían paseado enhiesto el pabellón de la victoria, i su sangre
había corrido a torrentes, para que la tierra que cubriese sus restos no fuese profanada por la
sombra de una bandera extraña?”.

La independencia dominicana obedeció, antes que a ninguna otra consideración, a un


definido sentimiento de cultura. Contrariamente a lo sucedido en los demás países americanos,
con la sola excepción de Haití, los dominicanos no fuimos a la independencia impulsados
únicamente por un ideal político, sino más bien obligados por necesidades apremiantes
de preservación cultural, para resguardo y defensa de las formas de nuestra vida social
propiamente dicha. Téngase presente que la palabra cultura se usa aquí en su más estricta
acepción sociológica.

114
emiliano tejera  |  antología

Los países americanos llegaron a sus actuales expresiones de organización política si-
guiendo sin entorpecimientos sensibles la misma trayectoria de cultura que habían recibido
de sus respectivas Metrópolis. Cuando la influencia social europea llegó en cada uno de
aquellos países a un punto conveniente de madurez, la conciencia de sus pueblos se abrió
al ideal de la independencia en una última etapa de su formación colectiva: la etapa de la
organización política. Esta, sin embargo, se alcanzó mediante la evolución de los mismos
factores culturales que puso en actividad el país de la conquista.
En Santo Domingo las cosas sucedieron de otra manera. La ocupación haitiana de la parte
española de la isla creó un complejo esencialmente social determinado por la incompatibilidad
de los dos tipos de cultura –de formas sociales– que enfrentó el hecho político de la ocupación.
El dominicano no podía vivir ni comportarse como vivía y se comportaba el haitiano. El uno
y el otro procedían de formaciones muy distintas. No es necesario detenerse en distingos
raciales para seguir adelante en este orden de ideas. El dominicano había construido su sen-
tido de grupo en un mundo de valores y jerarquías sociales de carácter netamente español; el
haitiano, por el contrario, representa, como tipo social, la negación de todos aquellos valores.
La independencia de Haití tiene toda su base en un profundo problema de manumisión. El
haitiano libre del 1804 vivía obseso por sentimientos y preocupaciones de igualitarismo que
sólo tenían explicación como consecuencia del desbordamiento que produjeron en el alma
de los esclavos oprimidos la luz de la libertad y el deseo de no perderla.
Es evidente que de haberse perpetuado o prolongado largamente la ocupación haitiana
en Santo Domingo, los dominicanos hubiéramos perdido la esencia misma de la naciona-
lidad de que hoy disfrutamos y que se funda en el idioma que hablamos, en la religión
que profesamos, en los hábitos y las costumbres que nos hacen sociables, en el modo como
construimos nuestras poblaciones, explotamos nuestra riqueza, acatamos el principio de
autoridad y en otras cosas más, todas resultados inmediatos de la civilización y de la cul-
tura que trajo España a la isla. Estados Unidos, el Brasil y las repúblicas sudamericanas son
hoy la continuación espiritual y social de Inglaterra, Portugal y España, pero nosotros por
ninguna razón podíamos confundirnos con Haití para sacar de la fusión los elementos de
una nacionalidad. Era un problema de vida o muerte: de vida por vías de la hispanidad, o
de muerte por obra de la corrosión que con muy buen sentido político inició Boyer contra
los valores básicos de la nación que él encontró hecha cuando nos invadió en 1822.
Cuando se examinan con cuidado el pensamiento y la vida de Juan Pablo Duarte, el
verdadero y único fundador de la conciencia nacional dominicana, cae uno en la cuenta,
junto con Emiliano Tejera, de que cuando aquel joven de 21 años regresó a su país desde
España en 1834 trajo consigo un sedimento de cultura típica de la hispanidad capaz de poner
en movimiento las ansias independentistas de los dominicanos. Así se explica también el
binomio Duarte-Gaspar Hernández como simple expresión del hecho hispánico en Santo
Domingo en uno de los momentos más tenebrosos de su historia. Eso no arguye nada, desde
luego, contra la integridad del ideal independentista de Duarte, sostenido contra España en
1864, pero sí aclara la hispanidad del Fundador y su firmeza en usar los elementos históricos
de la formación colectiva del pueblo dominicano para amasar con ellos, frente a Haití, el
contenido cultural de nuestra independencia.
Nunca he creído, por otra parte, que los hombres públicos dominicanos que en los al-
bores de la República sustentaron el criterio de la alianza con un poder europeo hasta caer
en el protectorado o en la anexión fueran ni traidores ni malos hijos de la tierra. Aquella

115
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

actitud tiene una explicación lógica y, si se quiere, hasta plausible. Los dominicanos que
así pensaban lo hacían presionados por circunstancias de índole social. Ellos se movían
impulsados por una serie de consideraciones y sentimientos previos al planteamiento del
ideal de la independencia pura y simple, pero que envolvían, sin disputa, todo el complejo
de cultura y de civilización a que me he referido anteriormente. El coeficiente de todos los
grupos dirigentes entre la Independencia y la Restauración, el elemento básico de todos sus
programas, incluso el de los duartistas, era el de no seguir viviendo al estilo haitiano. Todos
deseaban liberarse de los sistemas haitianos de cultura a que estuvimos sometidos, directa
o indirectamente, desde el Tratado de Basilea (1795). Los sentimientos independentistas
descansaban sobre las raíces del Tratado de Aranjuez. Queríamos volver al régimen de la
frontera, a la efectividad de la división del 1777 –France-España– para lograr, con la separa-
ción, el resguardo de los valores que aquella línea demarcadora aseguró a la parte española
de la isla de Santo Domingo después del sangriento y patético drama social en que, por cerca
de doscientos años, se formó la nación dominicana.
Los dominicanos que no tuvieron fe en la independencia absoluta en razón de la con-
sistencia de la amenaza haitiana, trataron de asegurar la conquista cultural que envolvió la
separación de Haití mediante el contacto efectivo de nuestra cultura con la de otra nación
europea, preferentemente España, a fin de salvar los peligros que necesariamente implicaba
para el hecho social y cultural dominicano la fusión con Haití. Juan Sánchez Ramírez, Gas-
par Hernández y Pedro Santana son los tres grandes representativos de esta posición. Es
necesario al opinar sobre estos tres personajes hacerlo con mucha serenidad y con mucho
dominio de la situación en que vivieron.
Sobre la memoria de don Pedro Santana y Familia se ha acumulado mucha injusticia.
Generación tras generación los dominicanos hemos mantenido sobre aquella figura un juicio
peyorativo que no se compadece con la función que cumplió en el drama de la independencia.
A esto han contribuido visiblemente las opiniones de sus enemigos, como la del General La
Gándara, cuyo libro sobre Santo Domingo es parcial y muy enjuto de criterio. Hasta ahora
no se ha hecho un estudio psicológico de Santana ni se han enfocado con sentido objetivo su
vida y su obra. Da miedo penetrar en el examen de la literatura antisantanista. Toda ella está
plagada de retórica, lugares comunes y sutilezas. Su contenido es puramente declamatorio.
Cuando Santana hizo la anexión a España tenía 61 años y hacía 17 que alternaba en el
poder luchando al mismo tiempo contra los haitianos. Conocía como nadie las condiciones
de estabilidad de la República. Político y guerrero de primer orden, en mi concepto mejor
político que guerrero, o para hablar con más propiedad, guerrero en función de político, no
pudo dar un paso como el de la anexión sino por vía intuitiva, presionado por circunstancias
vitales y sin sujeción a ningún principio abstracto preestablecido; el de la independencia
absoluta no había adquirido todavía carácter definitivo en la realidad dominicana. No hay
duda posible de que Santana hizo la anexión con gran repugnancia personal. Es error gra-
vísimo atribuirle a aquel hombre miras de conveniencia personal en el acto de la anexión.
A los 61 años de su edad y a los 17 de su influencia política no es posible que se decidiera
él a realizar la experiencia de un cambio tan radical en la configuración de su propia vida.
Tampoco nos está permitido pensar que lo hiciera para granjear ventajas económicas cuando
siempre vivió pobre y fue la honradez virtud esencial de su carácter. Santana se comprome-
tió con España en acto sustancialmente político e imbuido por razones políticas. Algunos
escritores eminentes llegan hasta el extremo de afirmar que Santana engañó y sorprendió a

116
emiliano tejera  |  antología

España con sus ardides zorrunos al inducirla por la anexión. Esto raya en candidez. España
supo muy bien lo que hizo al volver a Santo Domingo en momentos en que el destino todo
de la política mundial se debatía en la Guerra de Secesión.
Si Lincoln hubiera perdido esa guerra se dividían los Estados Unidos bajo la influencia
de Inglaterra y lo más probable es que España no se hubiera retirado de Santo Domingo tan
rápidamente como lo hizo. La doctrina de Monroe, con la derrota de Lincoln, perdía sentido
y eficacia. La influencia de Europa en América se perdió en los campos de la Guerra Civil.
Contra los que piensan que Santana engañó a España, creo yo que fueron los políticos espa-
ñoles quienes se valieron de la genuina e intuitiva postura hispánica de Santana para realizar
en 1861 –momento oportuno– el acto de la reincorporación que desde 1844 diligenciaba el
caudillo sin que el Gabinete de Madrid diera oído a sus instancias.
La anexión no fue un acto esporádico realizado por Santana contra un sentimiento uná-
nime de la conciencia pública dominicana. Esta, unánime solamente frente a la unión con
Haití, estaba dividida –profundamente dividida– en cuanto a la viabilidad de la indepen-
dencia absoluta. Santana no mantuvo en ningún momento de su vida esta última disyuntiva
ni la mantuvo tampoco una gran parte del pueblo. No hay que hablar de traición puesto
que el político dominicano no ocultó nunca su disposición al entendido con una potencia
europea. Gobernó el país bajo la premisa de aquel entendido, al que jamás desposeyó de
las posibilidades de anexión.
Si se coloca el fondo de la independencia dominicana en su justo sentido social de
reconquista contra la influencia de Haití y de regreso a la valoración hispánica de nuestra
nacionalidad, necesariamente se llegará a la conclusión de que el caudillo no sólo no traicionó
a su país sino que trató de consolidar sus cimientos sociales con la anexión a España.
Lo cierto es que contra la actitud de los anexionistas se levantó el pendón de la inde-
pendencia pura. Sin la influencia intelectual de Duarte no se explica el triunfo de los que se
aliaron a sus ideas políticas. Por eso creo que fue él quien descubrió y fundó la conciencia
nacional dominicana. Contra toda consideración de tipo objetivo, el Apóstol mantuvo el
principio intangible de la soberanía total. No admitió una sola limitación en este punto.
Con gran limpidez expuso él mismo, en carta dirigida el 7 de marzo del 1865 al Ministro de
Relaciones Exteriores del Gobierno de la Revolución dominicana, su ideario nacionalista.
Los últimos párrafos de esa carta son concluyentes: “Visto el sesgo que por una parte toma
la política franco-española, y por otra la anglo-americana, y por otra la importancia que en
sí posee nuestra Isla para el desarrollo de los planes ulteriores de todas cuatro Potencias, no
deberemos extrañar que un día se vean en ella fuerzas de cada una de ellas peleando por lo
que no es suyo. Entonces podrá haber necios que, por imprevisión o cobardía, ambición o
perversidad, correrán a ocultar su ignominia a la sombra de esta o aquella extraña bandera;
y como llegado el caso no habrá un solo dominicano que pueda decir: yo soy neutral, sino
tendrá cada uno que pronunciarse contra o por la Patria, es bien que yo os diga desde ahora,
más que sea repitiéndome, que por desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será
la causa del honor, y que siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre”.
En estos párrafos están reconocidos, sin embargo, todos los elementos que en Santo
Domingo se oponían entonces al propósito de la independencia total: elementos externos de
política internacional y elementos internos concernientes a la poca disposición de los domi-
nicanos por la causa de la soberanía perfecta. Esta carta la escribió Duarte en marzo del 1865,
cuando ya estaba ganada la Restauración y casi al terminarse la guerra dominico-española. Es

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

verdaderamente sorprendente el espectáculo que se produjo a raíz de terminarse la guerra.


Lo describe Emiliano Tejera con tristeza: “Once años estuvo Duarte en espera de mejores
tiempos en su país; años interminables, de angustias infinitas, de dolores profundos. La
miseria i las enfermedades se le vinieron encima, como precursoras de la muerte, i la Patria
entretanto se desgarraba las entrañas, como poseída por vértigo infernal. Los héroes de la
Restauración que habían escapado de los cadalsos, vagaban en su mayoría por el extranjero,
o perecían en las fronteras, esgrimiendo unos contra otros armas que la inmortalidad había
marcado ya. La independencia se veía al borde del abismo, i una bandera extraña flotaba
amenazante en un extremo del territorio, codiciado desde antiguo”.
La concepción de Duarte hizo escuela. En medio a las continuas dificultades en que se
sostuvo el vacilante ideal de la autonomía irrestricta, siempre hubo hombres dispuestos a
mantenerlo; por una República absolutamente libre y soberana corrió la sangre de Francisco
del Rosario Sánchez y la de sus compañeros en el patíbulo de San Juan; por una patria libre
corrió a torrentes sangre dominicana en la guerra de la Restauración; por eso se le enfrentó
Meriño a Santana y a Báez y murieron en el exilio hombres tan puros como Pedro Alejandrino
Pina, Juan Isidro Pérez, José María Serra, Juan Nepomuceno Ravelo y otros más, víctimas de
sus convicciones políticas; por el ideal de la República inmaculada luchó y afanó la genera-
ción intelectual que siguió a la Restauración: Emiliano Tejera, José Gabriel García, Francisco
Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, Mariano Antonio Cestero, Salomé Ureña,
José Joaquín Pérez, César Nicolás Penson, Francisco Henríquez y Carvajal y otros tantos que
aunaron sus inquietudes patrióticas y literarias en las tertulias de la Librería de García o en
las reuniones de la Sociedad Amigos del País.
Es evidente, sin embargo, que por razones históricas innegables la independencia domini-
cana no hubiera logrado la viabilidad sin la contribución del gran partido de los que apoyaron
sus sentimientos políticos antes de la anexión a España en la alianza con una nación europea.
Me refiero exclusivamente al grupo que así funcionó durante la primera República porque
sólo a este le concedo sinceridad en su actitud. Los programas mediatizantes posteriores a la
Restauración no tienen ningún sentido constructivo. Duarte fue un desarraigado en la política
dominicana y sólo así, renunciando totalmente a la lucha de los partidos por el poder, pudo
conservar inalterado su ideario patriótico. En ese movimiento de su espíritu estriba su gran-
deza. Pero cuando el ideal político trasciende a la realidad y se convierte en elemento activo
enfrentándose con las pasiones y las deformaciones humanas no logra satisfacer sus propios
fines sino dentro de la lucha social por las ideas, siempre larga y cruenta. En este sentido el brazo
guerrero y la formación política de Santana y Sánchez Ramírez, españolizados, fueron tan útiles
al ideal de independencia en Santo Domingo como la fundación de La Trinitaria y la Guerra de
la Restauración, factores sociales culminantes del ideal duartista de la República pura.
Para comprender bien este aserto no debe olvidarse el sentido preponderante de
recuperación social y cultural que tuvo la independencia dominicana. Ese mismo sentido
de rescate caracterizó la vida colonial dominicana desde mediados del siglo XVI contra el
contrabando calvinista que al fin nos obligó, con las devastaciones de Osorio, a abandonar
medio país a principios del XVII; contra el establecimiento de los bucaneros en La Tortuga
y la costa noroeste de la Española; contra el contenido económico de la colonia francesa
de Saint Domingue, en todo el siglo XVIII; contra la liberación de los esclavos a principios
del XIX. El ideal de independencia de los dominicanos, convertido en realidad social y en
agente de lucha de ideas, no podía de ninguna manera prescindir de aquel proceso de siglos,

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emiliano tejera  |  antología

porque toda el alma de la nación se forjó en la contienda colonial. Nosotros no somos hijos
de la Revolución Francesa ni del positivismo francés. Voltaire y Rousseau no tienen nada
que ver con nosotros. La Reforma, los enciclopedistas y el positivismo fueron los enemigos
esenciales de la nación dominicana, que únicamente a las fuerzas morales y bélicas de la
Contrarreforma española debe su razón de ser. La constitución de la nacionalidad dominicana
es un proceso de tragedia paralelo al de la desintegración del Imperio español. Nada es más
español en América que el Santo Domingo de Fray Agustín Dávila y Padilla, Juan Francisco
Montemayor de Cuenca y José Solano y Bote. El primero luchó contra las devastaciones de
Osorio; el segundo recuperó La Tortuga en 1654 con vivo sentido de reconstrucción hispánica;
y el tercero negoció y trazó la frontera de Aranjuez en 1776.

III
Emiliano Tejera nació el 21 de septiembre del 1841. Según informa Américo Lugo, lo bau-
tizaron los trinitarios, por ser hijo de uno de ellos, Juan Nepomuceno Tejera, con el nombre de
Escipión el Africano, Publio Escipión Emiliano, para simbolizar en el nombre del recién nacido
la lucha contra el sentido exótico de la ocupación haitiana. El símil tiene mucha fuerza. Los
trinitarios quisieron encarnar en el niño el espíritu latinista, que en este caso era español, con
que conspiraban para deshacerse del gobierno africanista de Haití. En 1841 estaban adelantados
los trabajos de Duarte y formada la conciencia de la conspiración. Antes de cumplirse tres años
nació la República. Junto con ella nacieron a la vida política Santana y Báez. El primero con
44 años de su edad y el segundo con 32. A poco, antes de que se fundara el primer gobierno
estable y constitucional del país, surgió en el seno de los grupos dirigentes la gran cuestión
ideológica que los dividió con profundidad: independencia absoluta o libertad dirigida. Inspi-
raba a los primeros el ideal impoluto del Fundador y dirigía a los segundos el sentido realista
de Santana. El historiador García los clasifica como liberales y reaccionarios.
Cuando Emiliano Tejera abrió los ojos de la razón se encontró preso en el oscuro panorama
moral y cultural que nos habían dejado los haitianos. En esos cuadros no podía formarse nin-
guna mente ni siquiera de mediocres aptitudes. La luz atenuada de una cortísima educación
sólo la recibían los dominicanos de la buena voluntad de los pastores de la Iglesia. Después
del regreso de Duarte en 1834 se inició una nueva corriente de ideas, favorecida también por
los entusiasmos del Padre Gaspar Hernández. Pero todo aquello era escaso.
En 1848, cuatro años después de la República, se fundó el primer centro estable de
enseñanza en el país desde que Boyer clausuró la Universidad en 1823. Los esfuerzos del
Arzobispo Portes e Infante restablecieron en aquel año el Seminario Conciliar, como pro-
videncia preparatoria de la restauración de la Universidad. El Seminario Santo Tomás de
Aquino se fundó en virtud de la ley que con tal fin votó el Congreso Nacional el 8 de mayo
del 1848. La ley en sí, dadas las condiciones sociales prevalecientes entonces, es una obra
maestra. Se asignó el Convento de Regina, con sus dependencias, como asiento del plantel
y a éste se le dio el doble carácter de centro canónico y seglar de enseñanza. La enseñanza
pública para externos era gratuita. Por la misma ley mencionada se designó Rector del Se-
minario al Arzobispo Portes, pero ejerció efectivamente el Rectorado el Dr. Elías Rodríguez,
con la ayuda de Gaspar Hernández y del Clérigo Ildefonso Ten, “gran latinista y hombre de
profunda humildad, que nunca quiso ordenarse de sacerdote, sino que permaneció como
simple clérigo tonsurado”, según apunta el Padre Hugo E. Polanco en su apreciable obra
sobre el Seminario Conciliar Santo Tomás de Aquino.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La ley que instituyó el Seminario fijó el cuadro de las asignaturas que se cursarían en el
mismo y determinó los textos de estudio: “Los libros que han de servir de texto en las cátedras
que por ahora se establecen, son los siguientes: para el latín, la gramática de Araújo o el arte
de Nebrija; para el castellano la gramática de Salvá o el compendio de ella por Gemala; para
la lógica y la metafísica, formará el profesor extractos de la ideología de Desttut-de-Tracy;
para la moral se extractará de Lugdunense; para la física, se adoptará la de Bendut; para las
matemáticas, los elementos publicados por Lista, o el curso de Don Mariano Vallejo; para
la teología moral y la dogmática, se deja a elección del Prelado; para el derecho canónico,
las instituciones de Cabalano; para la historia eclesiástica la de Bevaul de Belcastes; para
el derecho patrio, el profesor formará extracto de los códigos franceses de la restauración
por Rogrón del año de treinta, arreglándose las modificaciones que en ellos se hicieren; y
finalmente para la ciencia administrativa, la obra de Bonin”.
El 3 de mayo del 1852 expidió el Congreso un Decreto sobre Instrucción Pública. El 20 de
octubre siguiente dispuso el Presidente Báez, en ejecución de aquella providencia legislativa,
la fundación de dos Colegios Nacionales, uno en la Capital y otro en Santiago. El primero se
instaló con el nombre de San Buenaventura. Funcionó tres años solamente. El de Santiago no
llegó a instalarse. El plan de estudios de estos dos colegios era muy ambicioso; no colidía sino
más bien se completaba con el del Seminario y descansaba, desde luego, sobre la universalidad
de los conocimientos de entonces, tanto humanísticos como experimentales. Mientras mantuvo
sus aulas abiertas el Colegio San Buenaventura, profesaron en él con brillante aureola Javier
y Alejandro Angulo Guridi, recién llegados al país, y Félix María del Monte. Los alumnos del
Seminario frecuentaban el Colegio Nacional para oír las lecciones de sus profesores.
En 1855 fundó la señorita Manuela Calero un Instituto de Niñas en el Convento de Regina
que no usó el Seminario. El Instituto funcionó por algunos años, aunque con intermitencia.
En 1859 había en la Capital cuatro escuelas: una pública y tres privadas. En 1858 nombró
Santana Vicerrector del Seminario al Padre Meriño, que entonces tenía 25 años de edad, por
muerte del Dr. Elías Rodríguez (1857) y del Arzobispo Portes (1858). Meriño sustituyó en
esa función al Padre Gaspar Hernández, quien, provisionalmente, y por muy poco tiempo,
desempeñó el Vicerrectorado y el Gobierno Eclesiástico a la muerte de Portes. Poco después
se fue del país y murió en Curazao, el 21 de julio del 1858. El Padre Meriño fue nombrado al
año siguiente, 1859, Gobernador Eclesiástico y Vicario General, a diligencia y demanda de
Santana, que, en ese mismo año, nombró a Manuel de Jesús Galván su Secretario Particular.
En mayo del 1860 se pusieron de acuerdo el Vicerrector del Seminario y el Ministro de Justi-
cia e Instrucción Pública para que en el Convento de Regina funcionaran simultáneamente
el Seminario y la antigua Universidad, cuyo restablecimiento había ordenado el Presidente
Santana. No tuvo efecto la disposición relativa a la Universidad.
Emiliano Tejera, ocho años más joven que Meriño y su discípulo brillantísimo, entró
a trabajar en el Seminario, junto con su maestro, como Secretario, luego como profesor de
Literatura Castellana y más tarde como Vicerrector. Con la sola ausencia que le impuso la
expulsión de que lo hicieron víctima a él y a Meriño los promotores de la anexión, se man-
tuvo en el Seminario hasta 1871.
Estas fueron, expuestas someramente, las condiciones en que se desenvolvió el programa
educacional de la primera República. Lo reforzaron más adelante los profesores españoles
que trabajaron durante la reincorporación y el Arzobispo doctor Bienvenido Monzón y
Martín. Después de la retirada de los españoles, volvieron Meriño y Tejera a la dirección del

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emiliano tejera  |  antología

Seminario, restablecido por el Presidente Cabral. Entre 1869 y 1874 funcionó un curso de
Medicina bajo la cátedra del doctor Manuel Durán, que logró graduar ocho médicos, entre
ellos a Juan Francisco Alfonseca (Alfonseca de París), José de Jesús Brenes, Pedro Ma. Garri-
do e Higinio Díaz Páez, profesionales activísimos por muchos años en esta ciudad. En 1866
fundó el Padre Billini el Colegio de San Luis Gonzaga, alma mater, durante largo tiempo, de
la instrucción en Santo Domingo. En 1875 fusionó Monseñor Roque Cochía el Seminario y el
Colegio del Padre Billini, designándolo a éste Rector del plantel mancomunado. La unión se
mantuvo hasta 1880. En 1866 se fundó el Instituto Profesional, con carácter completamente
laico, pero no funcionó hasta 1880, cuando lo organizó el Gobierno de Meriño.
Si se observa el curso de la organización docente de la República, se notará de inmediato
que toda ella descansó sobre un sentido de conjugación laico-religiosa, no positivista, hasta
1880, año en que el señor Hostos fundó la Escuela Normal. Los grandes promotores de
aquella corriente pedagógico-política fueron, sin duda, Juan Pablo Duarte, el Padre Gaspar
Hernández, el Arzobispo Portes, el Padre Elías Rodríguez, el Padre Meriño y el Padre Billini.
De esa escuela salieron formadas figuras preponderantes de la cultura dominicana: las de
todos los trinitarios, las de Fernando Arturo de Meriño, José Gabriel García, Manuel de Jesús
Galván, Carlos Nouel, Manuel Rodríguez Objío, Mariano A. Cestero, Emiliano Tejera, Fran-
cisco Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, Casimiro N. de Moya, Rafael Abreu
Licairac, Salomé Ureña, Amelia Francasci, Apolinar Tejera, César Nicolás Penson, Federico
García Godoy, Francisco Henríquez y Carvajal, Gastón F. Deligne, Enrique Henríquez, el
Padre Borbón, el Padre García Tejera, el Padre Billini, el doctor Alfonseca, el doctor Brenes,
el doctor Garrido y tantos otros más, nacidos antes de la anexión a España y formados con
anterioridad a la implantación del sistema hostosiano en la enseñanza oficial. Sólo se men-
cionan los hombres de letras nacidos antes del 1861, o en este año, por considerarlos ajenos a
cualquier influencia positivista y teniendo en cuenta principalmente que aquella generación
cultural no ha sido superada todavía en Santo Domingo, y que sigue siendo ínsita del ideal
de independencia en el país y de toda la corriente liberal de nuestra formación política. Sin
esa escuela no se concibe la República misma.

IV
De esa escuela, cuya ascendencia ideológica, según tengo dicho, debe buscarse en el pen-
samiento político del propio Duarte, surgió Emiliano Tejera a la vida pública. Cuando regresó
del exilio después de la Restauración compareció en la Asamblea Nacional Constituyente
del 1865 como diputado por el distrito de San Rafael. Allí estuvo también el Padre Meriño,
elegido por Neiba. El Congreso puso sobre sí la enorme tarea de reconstruir la vida jurídica
del país después del colapso de la anexión. El momento era decisivo, de profundo sentido
nacional. Dice Rodríguez Objío que nunca antes del día en que se inauguró la Asamblea
“un Jefe del Ejecutivo Dominicano (lo era entonces el General Cabral) había iniciado tan
trascendentales reformas. Muchos patriotas se dieron a trabajar de buena fe, y viéronse en
los bancos de la Asamblea reunidos y agrupados los hombres de todos los partidos políticos
anteriores a la Restauración. ¿Por qué, pues el genio de la ambición inspiró el alma de algu-
nos malvados? La Asamblea no debía terminar su obra sino bajo el imperio de un motín, y
bien presto todas las ilusiones se disiparon”. Entonces se perdió la oportunidad de modelar
con verdadero impulso constructivo el carácter político de la nación. Las deliberaciones de
los constituyentes, iniciadas bajo los auspicios de un sentimiento solemne de recuperación

121
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

patriótica, se clausuraron al servicio de un partido. El mismo Cabral, proclamado poco


antes Protector de la República, y llevado a la función ejecutiva con aquella comprometida
designación, no tuvo fuerzas de carácter suficientes para cumplir el histórico papel que le
depararon las circunstancias y se entregó sin reservas al bando de la reacción. La Asamblea
Constituyente, presionada por el General Protector, nombró a Báez Presidente de la Repú-
blica para que éste, como primer acto oficial de su nuevo gobierno, desconociera y anulara
la Constitución votada por la misma Asamblea que lo designó. Pocos días después, dio el
constituyente Tejera con sus huesos en la cárcel, por orden de Báez. Tenía 24 años en este
momento. Ni él ni Meriño firmaron la Constitución.
Las ilusiones y los entusiasmos juveniles de Tejera debieron de recibir entonces muy dura
prueba. Pero el ánimo robusto del joven no estaba hecho para la derrota. Sus convicciones
eran profundas. En 1874, después del triunfo de la revolución que dio fin al régimen de los
seis años, volvió a la Asamblea Nacional Constituyente en representación de la provincia de
Santo Domingo. Se trató también en aquella oportunidad de reafirmar por vía constitucional
la vocación dominicana a la independencia absoluta después de las gestiones del Presidente
Báez para anexar el país a los Estados Unidos. Dice Federico Henríquez y Carvajal que tanto
en la Constituyente del 1865 como en la del 1874 fue Emiliano Tejera “mantenedor bizarro de
las aspiraciones de la juventud adscrita al liberalismo, con las orientaciones nacionalistas de
Duarte, ganoso de vivir la verdadera vida del Derecho y la Libertad y la Justicia”. Lo cierto es
que de aquellas dos deliberaciones resultaron sistemas constitucionales impecables en cuanto
a su expresión teórica y al contenido doctrinario de los mismos. Contra la eficacia práctica
y orgánica del primero se interpusieron la incapacidad de Cabral y el espíritu reaccionario
de Báez; contra el segundo se levantó el fementido espíritu liberal del Presidente González,
quien desconoció y anuló también la Constitución del 24 de marzo del 1874, para darle paso
a la reacción. Hizo inútil con el cuartelazo la obra de los liberales.
En 1874 inició Emiliano Tejera su contacto con la cuestión fronteriza. En junio de ese año
llegó a Port-au-Prince como miembro de la primera delegación designada para negociar el
Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Navegación y Extradición con Haití. Esta primera ple-
nipotencia compuesta por Carlos Nouel, José Gabriel García y Juan Bautista Zafra, además
de Tejera, no tuvo éxito en sus gestiones. Fue lástima porque de haber llevado el tratado las
firmas de estos primeros negociadores dominicanos es seguro que no hubiera sido el funesto
instrumento que luego, en noviembre del mismo año, convinieron sus sustitutos. Emiliano
Tejera no negoció el tratado ni fue parte de la segunda Asamblea Nacional Constituyente
de González que lo aprobó.
En 1883, cuando vino el General Charles Archin como plenipotenciario haitiano a Santo
Domingo con el encargo de negociar el restablecimiento del tratado del 1874, desconocido
en Haití desde 1876, fue cuando Emiliano Tejera, en unión de José de Jesús Castro y Mariano
Antonio Cestero, elaboró la tesis dominicana sobre la interpretación del tan llevado y traído
artículo 4o. de aquel convenio. Las negociaciones fracasaron como era de esperarse, porque
puesto el interés nacional en manos de estos hombres, no cedieron ni una sola pulgada de
su intransigente actitud frente al deseo haitiano de convertir la frase posesiones actuales en
norma del régimen fronterizo domínico-haitiano. En 1895 volvió Tejera al asunto con motivo
de las nuevas negociaciones que organizaron el arbitraje de León XIII. Esta vez también fue
consecuente con su criterio básico del 83, y al fin logró el fracaso del arbitraje por no consi-
derarlo ajustado a aquel criterio. Es necesario tener en cuenta que en esta cuestión fronteriza

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emiliano tejera  |  antología

trabajaba Tejera no en vista de la elaboración de una postura dominicana propiamente dicha,


adoptada ya por el constituyente del 1844, sino para deshacer el error gravísimo del 1874, en
el que está envuelto nada menos que el crimen de falsedad en la escritura misma del tratado.
Esta circunstancia hace mucho más apreciable la labor de Tejera. Luchaba contra un hecho
concreto que nos era adverso y que fue nuestra propia obra. Con motivo del arbitraje viajó
a Roma en 1896 y tuvo ocasión de tratar y conocer a los grandes dignatarios de la Iglesia
Católica, incluso a León XIII, uno de los papas más conspicuos de estos tiempos.
La posición de Tejera en el diferendo fronterizo, independientemente de su contenido
práctico, tuvo una enorme significación espiritual. Al oponerse resueltamente a la tesis hai-
tiana del uti possidetis (posesiones actuales) satisfacía un profundo reclamo de la conciencia
nacional dominicana: el de que se hiciera valedera su legítima estirpe hispánica. No era el
derecho de España a la línea de Aranjuez lo que realmente exigíamos los dominicanos en el
litigio fronterizo; lo que movía nuestros pasos en aquel complicado asunto era el deseo de
que el establecimiento de una doble nacionalidad en la isla de Santo Domingo no se fundara
sobre la tesis haitiana de la ocupación, sobre el triunfo del uti possidetis, porque eso equivalía
a despojarnos del mejor sentido de nuestra nacionalidad. No queríamos desprendernos del
proceso de nuestra formación social. Eso lo defendió con insuperable maestría el gran do-
minicano que fue Emiliano Tejera. Sus mejores méritos de hombre público están vinculados
a la defensa que hizo de las raíces de nuestro espíritu frente al criterio haitiano de la pene-
tración. Nosotros los dominicanos hemos luchado por la frontera y al fin la trazamos como
elemento fijador de la dualidad, pero nunca hemos dejado de afirmar que las jurisdicciones
que limita aquella línea de demarcación descansan sobre bases sociales, históricas y jurídicas
muy diferentes e incompatibles por necesidad.
Desde 1865 hasta la muerte de Heureaux (1899) Emiliano Tejera, aunque factor importante
varias veces en el Partido Azul, no fue elemento activo de la lucha política de los partidos.
En 1867 renunció la función de Ministro Fiscal de la Suprema Corte de Justicia, porque se
enteró de que Cabral había enviado a Pablo Pujol a negociar el arrendamiento de Samaná
con el Gobierno de Washington. Hizo entonces una renuncia airada y espectacular. Con Báez
no transigió nunca. Sus simpatías estuvieron siempre con los azules, hasta el punto de no
negarse a colaborar con Heureaux, procedente de aquellas filas, cuando de su colaboración
dependía algún asunto de interés nacional. Con Heureaux mantuvo una especie de neutralidad
benévola, pero no se ligó por ningún medio al interés político de este gobernante.
El período más movido de la vida pública de Emiliano Tejera es el que corrió entre 1899
y 1916: el 26 de julio y la ocupación americana. En ese lapso desempeñó la Cartera de Ha-
cienda, en 1902, con el Presidente Vásquez, y la de Relaciones Exteriores del 18 de diciembre
del 1905 al 31 de julio del 1908, con Morales y Cáceres. Con el primero estuvo muy pocos
días. “Doloroso fue para sus mejores amigos, dolorosísimo, que él no perseverase en su
alejamiento –en cuanto a su no participación en la función ejecutiva– pues esa actitud suya
había llegado a ser lauro para sus sienes al frisar en edad sexagenaria”. Conceptos son éstos
de Federico Henríquez y Carvajal. Pero el varón recio no tiene derecho a sustraerse de la
lucha sólo para resguardar sobre sus sienes el lauro personal de un retraimiento calculado.
Bien hizo Tejera en dedicarle al país los últimos años de su vida activa en uno de los períodos
más tristes y desolados de la historia nacional.
Puesto que entonces descendió de cuerpo entero a la arena de las pasiones, es ese el más
discutido momento de toda su actuación pública. De allí le vinieron acerbas amarguras y

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dolores sin cuento. Los apuró todos con estoica resignación y sin desdecir de su fortaleza
de ánimo ni de sus convicciones nacionalistas. Quiso darle sentido político trascendental
al movimiento que abatió al General Heureaux, pero las circunstancias fueron más fuertes
que sus intenciones. No pudo sobreponerse a los intereses en pugna y tuvo la debilidad
de convertirse en agente de la división de los partidos. Entonces rayaba en la ancianidad.
Cuando hizo la Convención estaba en los 66 años. En medio del tráfago en que vivió estos
últimos tiempos conservó, sin embargo, el prestigio de su nombre, porque jamás dejó de
actuar con un levantado concepto de su misión personal en el gobierno, ni de inspirarse en
un propósito de bien común. Por más que se busque en el panorama de aquellos días aciagos
sólo se encuentran dos figuras con relieve de estadistas: Francisco Henríquez y Carvajal y
Emiliano Tejera. Ambos fracasaron porque ni el uno ni el otro tuvieron consigo el respaldo
incondicionado de la opinión pública. El espíritu sedicioso de los dominicanos, negado a
toda acción constructiva, hundió en el desorden los esfuerzos de aquellos dos hombres, que,
por otra parte, nunca estuvieron unidos. Hace falta una historia del período comprendido
entre la constitución de la Improvement y la ocupación americana (1893-1916). Cuando se
haga la historia científica de esa época se verán situaciones sorprendentes.
Colocado Emiliano Tejera en la Secretaría de Relaciones Exteriores desde diciembre del
1905 hasta julio del 1908, tuvo que echar sobre sus hombros la inmensa responsabilidad de
conducir las relaciones de la República con los Estados Unidos en uno de sus momentos más
comprometidos: aquel en que el Gobierno de Washington se decidió a encarar abiertamente
el problema dominicano. Todos los esfuerzos realizados hasta entonces para normalizar la
desastrosa situación financiera que le creó al país la política mancomunada de Heureaux y
la Improvement habían resultado inútiles. El Presidente Cáceres llegó al poder cuando ya
estaba en ejecución el Modus Vivendi establecido por Morales, que no difería de la Convención
propuesta por Dillingham desde principios del 1905. Era, por lo tanto, muy difícil obtener
de Washington el cambio de un sistema ya en marcha. Las bases de la Convención estaban
fijadas desde hacía un año, y de ellas no era directamente responsable Tejera. Es evidente, sin
embargo, que éste estuvo desde 1900 inspirando y dirigiendo la política del partido horacista.
Este compromiso obligó al firme hombre público a asumir la responsabilidad del acuerdo fi-
nal con los Estados Unidos. No podía hacer otra cosa. Tuvo, además, muy poderosas razones
para proceder como lo hizo. No obró ingenuamente. “La razón dirá a los hombres de buena
fe que abrigan desconfianza, pero que estudian desapasionadamente nuestros asuntos, que el
Gobierno americano no procede con entero desinterés al ayudarnos: al contrario, tiene como es
natural, un interés grande i poderoso. Las conveniencias de su política exigen que los poderes
europeos no sienten su planta en América, i para evitar eso es que nos ayudan”.
El enorme fracaso de la Convención no fue solamente dominicano. Los Estados Unidos
se equivocaron tanto como nosotros respecto de los fines y los efectos de aquel inútil ins-
trumento financiero.
Ninguna cosa resulta más cierta en el asunto que la sinceridad con que Emiliano Tejera
defendió la Convención. En esa defensa expuso todo su prestigio personal y su influencia.
Pero también es cierto que por primera vez en su vida encauzó aquella influencia por los
discutidos y muchas veces tortuosos caminos de la bandería. No se justifica que el hombre
independiente y liberal que fue siempre Tejera no colaborara con Jimenes en la solución del
grave problema económico y financiero que legó al país el Presidente Heureaux. Jimenes
le ofreció la Cartera de Hacienda que no aceptó. En aquel momento la unificación de las

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emiliano tejera  |  antología

opiniones era una suprema necesidad nacional. La división de los partidos nos condujo a
la encrucijada del arreglo del 1907, mucho más peligroso que el que se proyectó en 1901
y malogró la impremeditada oposición que se le hizo en el Congreso. Es muy difícil que
esto hubiera sucedido, de estar Emiliano Tejera fuera de la lucha política. De todos modos
,siempre se recordará con respeto su rasgo de lealtad con la causa en que se vio envuelto y
la inquebrantable firmeza de ánimo con que asumió, llegado el momento, las responsabili-
dades que le impuso su postura. En 1908, tan pronto como entró el contrato en la vía franca
de su ejecución, se retiró del gobierno.
Con ello no se ganaría, sin embargo, la tranquilidad que, para ciertos hombres, sólo es
regalo de la muerte. Aquel espíritu estaba todavía llamado a sentir muy profundas conmo-
ciones y a vivir momentos de sabor shakespereano. Su templanza no se amenguó con el
dolor, y en la callada resignación cristiana con que soportó la adversidad dio muestras de
su estirpe moral.
La ocupación militar del 1916 cerró un ciclo de la historia dominicana. Para los acon-
tecimientos que la siguieron ya no tuvo Emiliano Tejera sino supervivencia simbólica. La
gloriosa ancianidad de aquella figura tan genuinamente vernácula sólo un último servicio
podía prestar a la República: el de permitir que con su nombre se encabezara el reclamo
del patriotismo contra el ultraje de la gran nación, que no lograba comprender ni amparar
las necesidades de este pequeño y miserando país. A eso no se negó nunca el anciano repú-
blico, y desde el primer momento de la reacción cubrió con el manto de su limpio nombre
la protesta del pueblo dominicano. ¡Murió el 9 de enero del 1923 sin ver el desenlace de la
última tragedia que le tocó vivir!
Manuel Arturo Peña Batlle
Ciudad Trujillo, noviembre 16 del 1950

125
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La predestinación. Los dos restos. ¿Cuáles son los verdaderos?


¿Cómo puede comprobarse?1
Si la observación atenta i filosófica de los hechos humanos no nos explicara el por qué de
las desgracias de ciertos hombres, que sólo en bien de la humanidad han trabajado, inclina-
ción tendríamos a reconocer que se mezcla en nuestras cosas algo parecido al Destino de los
antiguos, i que el está escrito de los mahometanos no es una frase enteramente vacía de sentido.
La predestinación para la dicha, i más frecuentemente, como es natural, para el infortunio, se
presenta de ordinario a nuestro examen superficial, como lote de ciertos seres, i engañados por
esta aparente i a nuestro juicio, inevitable injusticia, nos inclinamos erradamente a culpar la
Providencia, cuando deberíamos culpar o las ideas, pasiones i vicios de aquellos entre quienes
vivimos, o las nuestras propias en algunos casos, o las de aquellos que nos precedieron, i que
encarnadas en la generalidad de nuestros contemporáneos, i combinadas con las que a estos
son propias, constituyen en gran parte lo que se ha llamado carácter de la época.
Cristóbal Colón, el ilustre Descubridor de la América, aparece ante la historia como uno
de esos seres predestinados para la desgracia. Durante muchos años medita el gigantesco
proyecto de ensanchar el orbe conocido; emplea gran parte de su juventud en mendigar re-
cursos para su atrevida empresa, i al fin la lleva a cabo entre impedimentos de todo género.
El Nuevo Mundo, como en su admiración lo llamaron sus contemporáneos, está descubierto.
Los Reyes de Castilla podrán decir en lo adelante que el sol no se pone en sus dominios.
Emperadores e Incas poderosos se llamarán tributarios de la venturosa monarquía española.
Aventureros que sólo tenían por capital su espada, allegarán grandes riquezas, i se convertirán
en señores de vida i haciendas. E Imperios florecientes, i repúblicas poderosas, que llevan en
su seno el porvenir del mundo, se fundarán en los sitios en que la soñadora imaginación del
inmortal genovés creía ver los magníficos imperios del Oriente. ¿I qué le reservaba la suerte
al Descubridor de la América en cambio de tanta fe, de tanta constancia, de una vida entera
consagrada a la realización de ese ideal de su alma? Causa tristeza decirlo: los sinsabores del
envidiado; el dolor del que sirviendo lealmente en tierra extraña, siente pesar en todo sobre sí
el anatema de extranjero; las penalidades del náufrago que sólo en Dios confía; los desengaños
i sonrojos del pretendiente importuno; la muerte triste, solitaria, llena de amarguras, del que
después de haber dedicado su vida entera al género humano baja al sepulcro con el descon-
suelo de ver que la humanidad tiene casi siempre un Calvario para sus bienhechores. Colón
no dejó a su familia sino vanos i litigiosos títulos, que debían ser para ella origen de infinitos
desagrados; i llegó un día en que los herederos i sucesores del Descubridor de un hemisferio
no tenían en él ni un solo palmo de tierra que les recordara, que la inspiración i la constancia
de uno de sus antepasados habían convertido en realidades las predicciones de Séneca i los
sueños del divino Platón.
El mundo recién descubierto debía tener un nombre. ¿Cuál más a propósito que el de Co-
lombia, que recordaría para siempre al que lo había visto con los ojos del alma, al que había sido
apellidado loco porque hablaba de tierras ignotas en lugares que la ciencia de entonces juzgaba
inhabitables? Pero a la adversa suerte de Colón no le plugo así; e Indias llamaron primero los
españoles al Nuevo Mundo, aceptando un error del Grande Almirante, y América lo llamó todo
el orbe después, prefiriendo el nombre del que primero había descrito las nuevas tierras, al

1
Se ha respetado la ortografía del autor.

126
emiliano tejera  |  antología

del nauta sin igual que con fe inquebrantable se había lanzado entre las pavorosas soledades
del Océano para mostrar un mundo nuevo a los atónitos ojos del viejo Continente.
Doscientos ochenta i nueve años después de muerto el Descubridor del Nuevo Mundo
quiso un ilustre marino, al hacer la traslación de los restos del Almirante de una colonia
española a otra, tributarles todos los honores que les eran debidos. La posteridad quería
principiar a satisfacer la deuda de gratitud que sus contemporáneos habían negado. ¿I qué
acontece? Los exhumadores cometen un error, i los honores son tributados a un extraño,
mientras que el Grande Almirante sigue olvidado en su tumba de piedra de la Española. ¿No
ha tenido Colón igual suerte cuando descubre la América, cómo cuando va a darse nombre
a este vasto continente, cómo cuando quieren tributarse a sus despojos mortales, honores
merecidos, aunque tardíos?
Hoi puede cometerse otra grande injusticia con el insigne genovés. Sus verdaderos
restos están a punto de ser desconocidos; i de nuevo, tras centenares de años, volverán a
estremecerse los huesos de Colón, oyendo repetir hasta a sus mismos admiradores: “Tú no
eres el Descubridor de la América”. I el olvido de tres siglos i medio se perpetuará; i el desprecio
i la indignación pesarán sobre la osamenta del mártir, mientras que repitiéndose la antigua
injusticia habrá honor i respeto para el sustituidor de Colón, en tanto que las venerandas
reliquias del inspirado, de la víctima, rechazadas por el error humano, irán a confundirse
para siempre entre el polvo de las tumbas.
Dos restos se presentan hoi al mundo como los del Grande Almirante. ¿Callarán las pa-
siones para que decida la razón? ¿Habrá calma suficiente para conocer i juzgar? ¿Se desoirá
como engañadora la voz del orgullo patrio? ¿Predominará algún Vespucio segunda vez? ¿O
la hora de la justicia i de la reparación habrá llegado por fin para el Descubridor del Nuevo
Mundo?
Por lo que hemos dicho en este escrito se verá claramente que no abrigamos la menor
duda respecto de los verdaderos restos. Para nosotros lo son los que se exhumaron en 10
de septiembre de la bóveda contigua a la pared del Presbiterio de la Catedral de Santo
Domingo, i esta creencia la compartimos con cuantos habitan en la República Dominicana,
con excepción de uno o dos peninsulares. Una equivocación, hija de causas que hemos
tratado de exponer, dio por resultado que los españoles extrajesen en 1795 los huesos de
D. Diego o D. Bartolomé,* en vez de los del Primer Almirante. Pero así como nosotros no
hemos creído, sino después de haber visto i examinado, no podemos tampoco negar a
nadie el derecho de no creer, sino después de ver i examinar también. Mas, lejos de temer,
deseamos, pedimos el examen. Nuestra firme persuasión es que quienquiera que estudie
todo lo que está relacionado con este asunto, llevando en su mente, no el propósito de
buscar argumentos contra tal o cual opinión, sino el de encontrar la verdad como es en
sí, se convencerá más tarde o más temprano de que los verdaderos restos de Colón están
en Santo Domingo.
Al ver las dos bóvedas; al examinar la caja del 10 de septiembre, que en su forma, en su
tosquedad, en sus inscripciones, en su aspecto todo, dice a los ojos del más obcecado, que
los que la hicieron duermen en paz hace siglo el sueño de los sepulcros; al conocer el carác-
ter de los habitantes de Santo Domingo; al convencerse de que aquí no existía ningún interés

*Don Bartolomé reposa aún en las ruinas de la Iglesia de San Francisco, en Santo Domingo. Los restos llevados
a La Habana, i años después a Sevilla, son los de D. Diego Colón, hijo del Descubridor.

127
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

especial en poseer los restos del Almirante, ni siquiera habían pensado en ello, sino el General
Luperón i algunos de sus amigos; al recordar que en el Presbiterio estaban las tumbas de
tres Colones, i que faltaría la de uno de ellos, si se consideran apócrifos los restos extraídos
en septiembre; pues solo habrían parecido los que se suponen de D. Cristóbal i los de D.
Luis; que además habría en el Santuario de la Catedral una bóveda hecha por puro lujo,
pues no se ha encontrado nada en ella ahora, ni nunca habrá tenido nada, si se niega que
de ahí se exhumaron los huesos del Colón de La Habana; al pensar en la falta absoluta de
inscripciones en las planchas de plomo extraídas en 1795, falta inexplicable i extraordina-
ria tratándose del Gran Almirante, a quien debe suponerse que se le pusiera un título, un
nombre, una fecha, un signo cualquiera sobre la urna que guardaba sus despojos mortales,
aunque no fuera sino para distinguirlos de los de D. Diego, que se dice vinieron de España
junto con los suyos; al meditar en lo fácil de un error cuando se exhuman restos que están
en bóvedas que no tienen lápida, ni inscripción, i hai otros en el mismo lugar, al lado mismo,
sin lápidas ni inscripción también, máxime cuando es después de un olvido de doscientos
cincuenta i nueve años que se verifica semejante exhumación, i cuando de antemano existía
en la mente de los que iban a hacerla el error de creer que en ese lado solo había una tumba,
cuando había dos, i tan próximas; al pensar i considerar todo esto creemos sinceramente que
el convencimiento debe dominar en muchos ánimos, i en los que no llegue a tanto el poder
de los hechos, habrán de excitarse dudas intensas que los impulsen a profundizar las cosas
para ver dónde está el error i dónde la verdad.
Los documentos que más luz podrían dar en el caso presente serían los que se encon-
traran en los archivos de la Catedral de Santo Domingo, porque en ellos debía constar el
tiempo, modo i forma del enterramiento de los restos; el sitio preciso en que se colocaron; la
forma i clase de la caja, i las inscripciones que tenía; si fue enterrada la que vino de Sevilla,
o si en esa ocasión, o en épocas posteriores hubo que renovarla por cualquier motivo, i si
entonces se le pusieron inscripciones, i cuáles fueron estas. Pero por desgracia esos preciosos
i decisivos documentos no serán tal vez examinados en este grave i delicado asunto, pues es
fácil que estén perdidos para siempre, o tan extraviados que no se hallen en muchos años.
Parece que cuando la desocupación de la Parte española en 1801, se trasladaron todos los
archivos, tanto civiles como eclesiásticos, a la ciudad de La Habana, i que después o no los
trajeron cuando la reconquista, o si volvieron fue por corto tiempo, pues en 1822 no estaban
ya en la isla, bien porque como hemos dicho no los hubieran traído en 1809, bien porque
tornaran a llevárselos a Cuba en 1821, cuando se enarboló en esta ciudad el pabellón de
Colombia. Se nos ha asegurado que en La Habana se conservan gran número de cajas, que
encierran documentos relativos a la colonia de Santo Domingo. Tal vez entre ellos estén los
de los archivos de la Catedral, i en cualquier momento pueda algún laborioso investigador
obtener i publicar los datos que tanto nos interesan.
Entretanto lo que mejor podría suplir su falta sería el acta de traslación de los restos de
Sevilla a Santo Domingo, si como es posible, se expresa en ella el tamaño i clase de la caja,
i las inscripciones que tenía. Este documento será de suma importancia si las reliquias de
Colón han sido depositadas en la bóveda del Presbiterio en la misma urna en que vinieron
de Sevilla, i si después no ha habido renovación de la caja; pero si no ha pasado lo primero,
o ha acontecido lo segundo, poca cosa se adelantará con la publicación de dicha acta, pues
esta no podrá decirnos en qué clase de caja debían encontrarse ahora los restos, ni las señales
e inscripciones que tenía para hacerla conocida en todo tiempo.

128
emiliano tejera  |  antología

No estaría demás tampoco que se revolviesen con interés los legajos del archivo del Du-
que de Veragua. Copia del acta de Sevilla, i de la que se levantó en Santo Domingo cuando
la inhumación, debieron conservarse en él para memoria de lo que se había hecho con las
reliquias del fundador de tan ilustre casa. I si más después se pasaron los restos de una caja
a otra, es verosímil que se diera cuenta a los descendientes del Almirante de ese hecho que
tanto debía interesarles, i que quizás no se podía llevar a cabo sin consultarlos previamente.
Tal vez al practicar esas investigaciones se obtenga la prueba de si los restos de D. Diego
fueron trasladados a Santo Domingo, i por tanto se sabrá con certeza si son ellos o los de D.
Bartolomé los que reposan en la Catedral de La Habana.
Pero bien parezcan los documentos de que hemos hablado, bien sea preciso atenerse a
los que hoi se conocen, es de todo punto necesario para los que abriguen dudas respecto de
la autenticidad de los restos, i tengan que opinar en el asunto, venir a Santo Domingo para
que vean las cosas por sus propios ojos. El examen de los lugares; la vista de las dos bóvedas;
el estudio de las inscripciones; la apreciación de la edad de la caja; el conocimiento cabal del
carácter i de las actuales condiciones del pueblo de Santo Domingo, i el de los individuos que
han intervenido en el hallazgo, todo esto unido con los datos que suministre la historia, hará
que quienquiera que de buena fe busque la verdad, exclame con voz de convicción profunda:
verdaderamente los restos del Grande Almirante reposan en la ciudad de Santo Domingo.
I entonces, cuando el convencimiento esté en todos los ánimos, se podrá labrar tumba
definitiva para esas reliquias del insigne cuanto desgraciado Descubridor de la América; i
bien se le levante en una de las capillas de la noble Catedral que por tantos siglos le sirvió de
morada, bien se le alce en nuevo temple digno del héroe i de la humanidad, habremos dado
entonces paz i verdadero descanso a los huesos del eterno viajero. I cuando el peregrino de
pie en el borde de ese mar que vio con asombro por primera vez al gran navegante italiano,
dirija la vista con tristeza hacia las ruinas del antiguo Santo Domingo, teatro de una de las
mayores iniquidades que han presenciado los siglos, podrá también tornarla con satisfac-
ción al lado opuesto, i al ver sobre altiva columna el noble busto de Colón dominando el
espacio, cruzará por su mente la triste, pero también consoladora idea, de que si para los
bienhechores de la humanidad suelen tener las pasiones humanas un cáliz de amargura,
llega siempre un día de justicia i reparación, en que generaciones de buenos lamentan el
infortunio del mártir, i compensan con eterno reconocimiento la ingratitud e injusticia de
los contemporáneos.
De Los restos de Colón en Santo Domingo,
1878, reproducido en 1926.

Un fraude improbable
IV
Como el hallazgo del 10 de septiembre privaba a Cuba de una de sus glorias más pre-
ciadas, i como a la vez era una decepción para España, los apasionados de uno i otro país,
en vez de examinar detenidamente lo ocurrido en Santo Domingo, para conocer el valor
que debían concederle, acudieron a un medio más en armonía con sus sentimientos, i de
seguro más cómodo i menos trabajoso. Sentando como inadmisible la posibilidad de una
equivocación en 1795, declararon con más o menos rudeza que el descubrimiento de los
restos del Primer Almirante era una grosera superchería.

129
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

De nada valió el testimonio del digno español, Sor. D. José M. Echeverry, Cónsul entonces
de España en esta República, i testigo ocular de los sucesos;2 de nada el parecer favorable del
Sor. D. Sebastián González de la Fuente, primer comisionado secreto enviado a esta ciudad
por el Capitán Gral. de Cuba. La opinión de ambos no se avenía con los deseos de los que
a todo trance querían que el hallazgo fuera una mentira, i no sólo no fue bien recibida, sino
que bien pronto sintió cada uno de ellos que en ciertos casos conducirse bien, suele traer
tantos perjuicios, como en otros conducirse mal. Con la destitución del veraz i honrado Sor.
Echeverry indicó el Gobierno español qué clase de verdad le agradaba conocer; i de entonces
en lo adelante no faltaron cortesanos del poder, raza de agoreros que estudian las cuestio-
nes en el entrecejo de los potentados, que redujeron todo examen i discusión en asunto tan
importante, a repetir en todos los tonos, haciendo coro a los apasionados, que el hallazgo de
septiembre era un fraude realizado por los que habían tenido la buena suerte de tropezarse
con los olvidados restos del inmortal Descubridor de la América.
¿Ha podido cometerse semejante fraude? ¿I cuándo? ¿Qué interés había en ello? –Di-
gamos algo sobre todo esto.
Es perdido el tiempo que se emplee en averiguar si el supuesto fraude pudo tener reali-
zación en los años anteriores al de 1865, en que volvió Santo Domingo a recobrar su indepen-
dencia. Si alguno, francés, haitiano o dominicano hubiera hecho semejante cosa, es seguro que
no iría a efectuarlo por el solo placer de enterrar una caja con inscripciones alusivas a Colón.
Trataría indudablemente de que, o se descubriese su obra, para lograr el objeto que con ella
intentaba, o a lo menos se esforzaría en inspirar dudas respecto del acierto de la exhumación
de 1795, a fin de ir preparando los ánimos para el día en que hiciese aparecer sus falsos restos.
El no haber pasado nada de esto prueba que semejante cosa no se ha llevado a cabo, pues
sólo un demente iba a tomarse el trabajo de fabricar caja, grabar inscripciones, recoger huesos
antiguos, i enterrarlo todo, para después dejarlo olvidado para siempre. I que un demente
pudiera concebir un plan de esa naturaleza, i que engañara al realizarlo a todos los cuerdos,
es cosa tan extraordinaria que raya enteramente en lo imposible.
La conjetura de que tal obra pudo haberse llevado a cabo en alguna ocasión que la
Catedral estuviera abandonada, no tiene fundamento de ninguna especie. Del 95 acá no ha
dejado de estar en uso constante la iglesia metropolitana de Santo Domingo, sino durante
el breve tiempo que lo impidieron los efectos del terremoto de 1842, i entonces ni dejó de
ser visitada constantemente por toda clase de personas, deseosas de apreciar los estragos
del fuerte sacudimiento, ni se le quitó una sola de las losas del Presbiterio, como lo pueden
manifestar los albañiles que se ocuparon en las obras de composición, i de los cuales muchos

2
Por cartas de Santander, hemos sabido con suma pena que el Sor. D. José Manuel Echeverry, ex cónsul español
en Santo Domingo, había muerto en aquella ciudad el día 21 de julio del corriente año, agobiado principalmente por
los pesares que llovieron sobre él, a consecuencia de la conducta que observó en el asunto de los restos de Colón. El
Sor. Echeverry ha sido víctima de su honradez i buena fe. Representante de una nación franca i caballerosa, i franco i
caballeroso él mismo, creyó indigno de sí i del Estado a que pertenecía negar una verdad que se presentaba a sus ojos
con los caracteres de la evidencia i ni aun le cruzó por la mente la idea de que mientras no conociese la manera de pensar
de su gobierno, podía convenirle disfrazar esa verdad con reservas que permitiesen más tarde su negación. Se condujo,
no como hábil diplomático, sino como bueno i leal español, creyendo que su primer deber era decirle la verdad a su
hidalga patria; i la destitución, i las ofensas de toda especie, i la muerte en medio del mayor desconsuelo para sí i para
los suyos, fueron la recompensa de su recto proceder. Hoi no puede ser bien juzgado el Sor. Echeverry por muchos de
sus compatriotas; pero mañana, cuando se hayan calmado un tanto las pasiones que han hecho se vea una falta en su
noble comportamiento, su memoria será recordada con orgullo por todo buen español, i su digna conducta será citada
como ejemplo, por todos aquellos que crean que la verdad debe ser antepuesta a todo, i que es preferible perder posición
i fortuna, a gozar de una i otra, sacrificando sus convicciones, llevando gusano roedor en el corazón.

130
emiliano tejera  |  antología

existen aún; ni las tribulaciones porque entonces pasaba la Capital, permitían a nadie pen-
samientos de naturaleza tan dañada, como eran los de falsificación de restos. Aterrorizados
en gran manera, tornaban su vista hacia otro mundo mejor, en el que esperaban encontrarse
de un momento a otro. Lo grandioso e imponente del fenómeno terrestre inspiraba a todos
esa gravedad de pensamientos i esa solemnidad en los actos, que se notan aun en las almas
vulgares, cuando se ven en presencia de una catástrofe inevitable. Todos los ojos se volvían
a Dios, i no era entonces, el momento a propósito para cambiar el rosario del peregrino por
el cincel del falsario, ni la barra i el martillo del constructor de ermitas por el yunque donde
debían extenderse las planchas de plomo de la obra de la iniquidad.
Después del 65 hasta el hallazgo del 77, cuantos dominicanos se han ocupado de los
restos del insigne Descubridor, hablan de ellos suponiéndolos sepultados en la Catedral
de La Habana. No hai una sola voz que exprese la duda de que estuviesen en esta Capital.
¿I esto qué indica? Que nada había hecho aun el autor del supuesto fraude para preparar
los ánimos en favor de su obra, o hablando con exactitud, i echando a un lado hipótesis
inadmisibles, que semejante fraude no existía, pues silencio tan obstinado no es concebible,
tratándose de combatir un hecho, como la traslación del 95, que tenía en su favor el asenta-
miento de casi todos los habitantes de la República. El Sor. Carlos Nouel, que era uno de los
pocos que tenían fe en la verdad de la tradición existente en el país, de que las cenizas del
Primer Almirante se encontraban todavía en el Presbiterio de la Catedral dominicana, no
había podido aún, a principios del año de 1877, hacer prosélitos para su idea, i sólo después
del hallazgo de los restos del Primer Duque de Veragua, fue que D. Luis Cambiaso i un gran
número de personas, sintieron el deseo de que se comprobara lo que había de cierto en esa
tradición, tan antigua como poco creída.
No todos los contrarios del hallazgo de septiembre creen empero, que el fraude date de
fecha lejana. Algunos, entre ellos la Academia, parece que lo suponen de estos últimos años,
i aunque sus inculpaciones no son tan claras como fuera de desearse, dejan entrever que los
mismos que tuvieron la fortuna de hallar los restos del Primer Almirante, son, en su concepto, los
forjadores del imaginario fraude. Aunque con repugnancia tocaremos este penoso punto.
Ante todo es preciso tener entendido que no había en estos últimos tiempos una sola
persona que supiera lo que encerraba el Presbiterio de la Catedral de Santo Domingo. Los
antiguos esclavos del templo gozaban de la tranquilidad de las tumbas hacía ya muchos
años, i con ellos desaparecieron los recuerdos de una multitud de hechos llevados a cabo
por los canónigos del tiempo de la vieja España. Del Cabildo de la época de la Reconquista
no quedaba un solo miembro. El dignísimo Arzobispo, Sor. Dr. D. Tomás de Portes, que fue
el último que murió, tenía en 1877 diez i nueve años de haber bajado al sepulcro, i nada
absolutamente sabía ninguno de ellos respecto de ese particular, que de seguro mui poco
les interesaba. D. Tomás Bobadilla, que era aficionado a conservar tradiciones, solía decir
que el Presbiterio era todo una bóveda,3 lo que indica cuál era la creencia reinante entonces
sobre este punto, i a la vez el error en que se estaba, pues en ese sitio no había una sola
bóveda espaciosa, como se suponía, sino tres pequeñas; dos en el lado del Evangelio, i una
en el de la Epístola. Del Sínodo de 1683, que hablaba de las dos urnas de plomo, no había,
ni hai, que sepamos, un solo ejemplar en esta Capital. La Description de la partie espagnole
de Saint Domingue, de Mr. Moreau de Saint-Méry, que hubiera dado luz en el asunto, no

3
Véase la pág. 66 de Los Restos de Colón en Santo Domingo, carta de D. Carlos Nouel.

131
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era casi conocida aquí. El único ejemplar que de ella existía entonces era de la propiedad del
Sor. D. Manuel M. Gautier, que desde tiempos antes del hallazgo, se encontraba en Caracas,
i ni aun ese mismo ejemplar se sabía que lo hubiera en esta ciudad. La prueba de que la obra
de Mr. Moreau era casi desconocida en Santo Domingo, i se conocía poco también en otros
lugares, se halla en las referencias que de ella se hicieron entonces, tanto en Cuba como aquí,
todas inexactas, pues se atribuía a Mr. Moreau el haber descubierto la tumba i restaurado la
caja de D. Cristóbal Colón, cuando él no habla una palabra de semejante cosa. De enero del
78 en adelante fue que se copió con exactitud lo dicho por el escritor francés, i por ese mismo
tiempo también (3 de febrero) nos facilitó un amigo la copia que entonces publicamos. Es decir,
que ni por comunicación verbal, ni por recuerdos de los viejos del país, ni por el conocimiento
adquirido en las obras históricas, podría ninguno saber en estos últimos años lo que encerra-
ba el primitivo Presbiterio de la Catedral dominicana. I no era una noticia cualquiera la que
necesitaban los supuestos autores del fraude. Debían saber lo que calló o ignoró el Sínodo de
1683: la existencia de las dos bóvedas contiguas, o sean las de D. Cristóbal i D. Diego; lo que no
supieron los canónigos de 1783: el sitio preciso de la verdadera bóveda del Primer Almirante; lo
que no llegó a conocimiento de los exhumadores de 1795: el punto exacto en que reposaban los
restos del insigne marino que deseaban honrar. ¿I quién podía instruir a los supuestos autores
del fraude en una cosa que nadie sabía desde hacía siglos: la existencia de la bóveda pegada al
muro derecho, donde verdaderamente estaba Colón? ¿Cómo podían ellos saber lo que había
caído totalmente en olvido desde el último tercio del siglo XVII; lo que no estaba consignado
claramente en obra ni documento de ninguna especie? I sin saberlo ¿cómo podían cometer el
fraude que se les atribuye? ¿Cómo adivinaron la existencia de esa bóveda donde depositaron
sus falsos restos? ¿Cómo no la confundieron con la que los españoles abrieron en 1795, i que
estaba al lado de aquella, en sitio menos preeminente? Para convenir en la posibilidad de la
superchería que suponen los contrarios del hallazgo de septiembre, hai que principiar por
aceptar un hecho que nadie en Santo Domingo admitirá ni por un instante: el que hubiera
una sola persona que conociese lo que había bajo el enlosado del Presbiterio. I si no se acepta
ese casi imposible conocimiento, el fraude no pudo tener lugar.
Tal vez se dirá que en algún tiempo después del 65 pudieron practicarse indagaciones
con el objeto de conocer esa parte donde habían sido depositados los Colones. Aunque esta
hipótesis no es admisible, en razón de que nunca, después de 1795, se ha tocado el piso del
Presbiterio, como lo saben todos en Santo Domingo, hai otra cosa que dificultaba en sumo
grado tales exploraciones. Para hoyar en ese sitio era preciso quitar parte del pavimento, i este
no podía removerse, sin que todas las losas se hicieran pedazos, pues por lo antiguas que eran,
por lo adheridas que estaban a la argamasa, i por lo débil i quebradizo que es todo material
de barro, cuando tiene mucho tiempo de uso, sobre todo si el pisoteo es mui frecuente, nadie
podía abrigar la pretensión de sacar ni una sola losa entera. ¿I en dónde se encontrarían losas
iguales para reponer las rotas en semejante exploración? En la Catedral no había ninguna en
depósito, i en caso de que las hubiera habido hasta fin de siglo pasado, lo que no es difícil,
ya habían desaparecido por completo desde muchos años antes. En toda la Capital no se
encontraría tal vez una sola disponible. Ni memoria quedaba de los tejares en que fueron
hechas esas antiquísimas losas, i hasta de los que funcionaban en los últimos tiempos de la
vieja España, solo existían los hornos derruidos i los montones de ladrillos fundidos. I nadie
ignora en Santo Domingo que el piso del Presbiterio de la Catedral, al ser desenlosado a fines
de agosto del 77, para blanquear la Capilla Mayor, i utilizar en otros trabajos los fragmentos

132
emiliano tejera  |  antología

de las losas, estaba completo, i tal como lo habíamos visto siempre; que sus losas eran todas
de la misma clase, i que no tenía parte ninguna que fuera de hechura reciente. Quiere esto
decir, que la exploración no se verificó; porque de lo contrario debían haber quedado indi-
cios de ella; i si no se verificó, era imposible que nadie supiera dónde estaba la bóveda de D.
Cristóbal Colón, porque hacía siglos que se había perdido la memoria de su existencia.
Había otra dificultad peculiar a Santo Domingo, i que tal vez no podrán apreciar en su
justo valor los que no conozcan el carácter de cierta clase del pueblo dominicano, inclinado por
naturaleza a dar su parecer, i aun a intervenir en cualquier cosa que se haga en su país, aunque
sea de carácter privado, i que en las públicas lo considera como un derecho, i tal vez hasta como
un deber. Por este motivo es casi un imposible que se verificara una exploración en el Presbite-
rio, por secreta que quisieran hacerla, i a poco tiempo no fuera conocida de la mayor parte de
los habitantes de la ciudad. Si semejante hecho tuvo lugar antes de principiarse los trabajos de
reparación, tenía por fuerza que haberse notado algo en una Iglesia que se abría diariamente;
en un Presbiterio donde se celebraban misas con suma frecuencia; i en un piso que no tenía otra
alfombra que las mismas viejas i cuarteadas losas de barro. Si fue después de comenzada la re-
paración, había más motivos aun para advertirse cualquier cosa que se hubiera hecho, pues de
continuo se hallaban en el templo una multitud de operarios, ocupados en diversos trabajos, i
mayor número aun de mirones i directores oficiosos. Los que hayan efectuado cualquier trabajo
de excavación en Santo Domingo, principalmente en edificios públicos, podrán comprender el
valor de lo que decimos, sobre todo si se han tropezado con uno de esos busca-entierros, que
observan cuidadosamente la más leve diferencia en piso i paredes, i adivinan, más bien que
indagan, cuándo y cómo se ha hecho la más leve excavación en cualquier punto de la Capital.
Admitida la posibilidad del fraude ¿es de creerse que las inscripciones que se pusieran en
la falsa caja serían las mismas que tiene la exhumada el 10 de septiembre? Mucho lo dudamos.
Lo más natural es que los autores de la superchería hubieran dado a Colón sus títulos oficiales
de Almirante, Visorei i Gobernador, que eran los usados en las obras que podían consultar,
i los mismos que debían suponer, le habría puesto la autoridad que hubiere intervenido en
depositar los preciosos restos en sitio tan honorífico como era la Capilla mayor de una Catedral
de Indias. Aunque el calificativo de Descubridor correspondía mejor que ningún otro título
al insigne nauta, pues todos los demás eran precarios, como concesiones de reyes, en tanto
que ese, como expresión de un hecho personal, realizado ya, era i tenía que ser indestructible,
los forjadores de la pretendida superchería debían procurar hacer, no lo que a ellos pareciera
mejor, sino lo que juzgaran factible en el siglo a que querían perteneciese su falsa caja. I como
hasta a principios del año próximo pasado se estuvo en la creencia de que la traslación de las
reliquias del Primer Almirante a Santo Domingo había sido un acto oficial, i no un paso dado
por sus descendientes, en cumplimiento de su postrer deseo, debían los autores del fraude,
que no podían conocer la Real Cédula de 1537, publicada últimamente,4 esforzarse en poner
en la urna los títulos que calcularan hubiera empleado en semejante caso la autoridad civil,
i que era de suponerse no fueran otros que los de Visorei, Gobernador &. Bien mirado todo,
los títulos de Descubridor de la América i Primer Almirante, grabados en la caja de plomo de
D. Cristóbal Colón, parecen indicar que no fue el Gobierno, ni la familia, los que los hicieron
colocar ahí. El Gobierno habría usado de seguro el dictado de Almirante, que es el único título
4
Hemos visto después que el Sor. Harrisse había hecho referencia de esta Real Cédula en “L’histoire de Christophe
Colomb attribuée a son fils Fernand”, p.30, nota 10, París, 1875; pero ni esta obra había venido a Santo Domingo hasta este
año de 1879, ni lo que dice el docto crítico podía ser de provecho a los autores del supuesto fraude.

133
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que se da a Colón en las Cédulas de 1537, 39 i 40; pero si se hubiera servido del de Descubridor
no habría empleado en modo alguno la palabra América, en vez de la denominación oficial
Indias. La familia en 1538, época probable de la traslación de la caja a Santo Domingo, pudo
mui bien haber puesto los que se encuentran en la urna; pero es regular que hubiera agregado
todos los demás títulos oficiales que correspondían al fundador de la ilustre casa, o cuando
menos el de Visorei, pues en ese tiempo Doña María de Toledo era llamada i se llamaba la
Vireina, i si ella usaba todavía ese calificativo, con más razón debía dárselo a aquel que lo había
obtenido, i que era la causa de que ella pudiera anteponerlo a su nombre. Parece que sólo una
persona afecta a Colón, i que mirara las cosas desde cierta altura, i como en realidad son en
sí, podía hacer grabar sobre la urna que encerraba los despojos del insigne marino esos dos
títulos, únicos salvados en el naufragio de su grandeza: el de Almirante, cuya perpetuidad él
quería i el cual los reyes le reconocían aun en las cédulas de 37, 39 i 40, i el de Descubridor, del
que nadie podía despojarlo, i que será tan duradero como el mundo. Hasta en la sustitución
de la voz Indias por la palabra América, parece percibirse un sentimiento elevado de justicia,
que prescinde de las formas, para fijarse en el fondo de las cosas. Colón era realmente el Des-
cubridor, no de las Indias Occidentales, que hablando con propiedad, sólo eran las posesiones
españolas en esta parte del globo, sino de lo que la mayoría de los hombres, a mediados del
siglo XVII, aun en algunos puntos de la misma España, designaba con el nombre de América;
es decir, esas mismas Indias Occidentales, más todo el norte del Nuevo Mundo i las demás
partes de éste en que no flotaba el pabellón de Castilla.
No parece tampoco probable que si la caja de septiembre fuera la obra del engaño se en-
contrara en su tapa i costados esa forma de letra, clasificada por algunos paleógrafos italianos
como de mediados del siglo XVII. Como los autores del supuesto fraude debían creer que el
enterramiento de los restos se efectuó en 1536, según lo decían las obras históricas que entonces
podían haber consultado, era natural que trataran de usar en las inscripciones la forma de letra
de esa época, i no la de un siglo después. Semejante cosa les era sumamente fácil, pues con sólo
recorrer el templo principal de Santo Domingo, encontraban modelos que nada dejaban que
desear. Ahí hallarían casi todas las inscripciones que hemos publicado en las pp.74, 75 i 76 del
folleto Los restos de Colón. Hasta parece regular que hubieran empleado solamente la letra romana,
mucho menos difícil de hacer en el plomo, i bastante común en las lápidas sepulcrales existen-
tes tanto en la iglesia metropolitana, como en otras de la Capital. En buena hora que quien no
conociese la forma de letra del siglo XVI, empleara la de la segunda mitad del XVII, si le vino a
mano algo de ese tiempo, i aun la moderna si otra cosa no pudo hacer; pero que los supuestos
autores del fraude, que tenían ante sus ojos tantos ejemplos de la del siglo XVI, no imitaran la
que les convenía, i fueran a trocarla equivocadamente por la de siglos posteriores, es cosa tan
inconcebible que nadie la aceptará sin gran dificultad. El empleo en la caja de septiembre de
una letra de 1650 en adelante, desechando la de la época de la traslación de los restos del Primer
Almirante, que era la que naturalmente debió usarse, indica la improbabilidad del fraude, o
más bien que no ha habido fraude de ninguna clase. En la urna de D. Cristóbal Colón aparece
la letra del siglo XVII, porque las inscripciones debieron ser hechas en 1655 o años inmediatos,
i como era natural, sus autores emplearon la forma de caracteres de esa época. No tenían para
qué imitar la de otros siglos. De mui distinto modo hubiera pasado la cosa, si el fraude no fuera
una suposición sin fundamento. Sus forjadores habrían procurado imitar la escritura del siglo
décimo sexto, que es la más común en las lápidas de nuestros templos, i para la de mano habrían
utilizado la de los libros parroquiales de la Catedral, que alcanzan hasta el año de 1589.

134
emiliano tejera  |  antología

Hai otro hecho que para un observador imparcial indica, o la verdad del hallazgo, o una
cautela tan grande de parte de los autores del supuesto fraude, que casi raya en lo invero-
símil, sobre todo si se tienen en cuenta los errores que se les atribuyen. Cuando la caja de
D. Cristóbal Colón fue extraída el 10 de septiembre, se encontró sobre la parte exterior de
su cubierta una capa de polvo i cascajo, endurecida en lo que pegaba al metal, i suelta en lo
demás. Este depósito, bastante grueso, era el producto de la aglomeración en la superficie de
la tapa, de las diversas partículas, que el tiempo i los esfuerzos de diversa clase ejercidos en
el piso del Presbiterio, hacían desprender del techo de la bóveda5. Ahora bien ¿es de creerse
que los forjadores de la superchería fuesen tan previsores que colocaran esa capa de polvo
sobre la tapa con el objeto de probar la antigüedad de su depósito? ¿Era acaso fácil semejan-
te cosa, cuando había que petrificar la parte de polvo que pegaba al metal, i hacerle tomar
al todo ese aspecto que sólo el tiempo puede dar a los objetos? I si lo lograron con algún
procedimiento desconocido ¿por qué sin causa alguna dejaron de hacer desde el principio
el mérito debido de semejante circunstancia, i ni siquiera la mencionaron en los primeros
tiempos? No poco caudal de observación i mucho espíritu previsor necesita el falsario, para
fijarse en cosas como esta, que parecen pequeñeces, i sin embargo son el sello que la verdad
imprime en todas sus obras. Si la caja de D. Cristóbal Colón reposaba en la primera bóveda
del Evangelio todo el tiempo que se la encontró, porque la parte de las piedras empleadas
en la Catedral son de tal naturaleza, que cuando están en sitios donde no circula libremente
el aire, va desprendiéndose de ellas lentamente un polvo que se asemeja mucho a la cal, i
aunque así no fuera, los menudos fragmentos de cascajo que caían de la argamasa con que
estaban unidas las cuatro piedras del techo de la bóveda, eran bastantes para formar con el
transcurso de los siglos esa capa de polvo sobre la urna. Pero ¿eran capaces de haber notado
i previsto todo esto, los que según los contrarios del hallazgo, han sido tan torpes, que han
colocado una bala entre la urna, cuando Colón nunca fue herido con proyectil de esa clase;
los que debiendo poner una inscripción, que querían pasase por del siglo XVI, i teniendo a la
vista caracteres de esa época i del siglo XVII, emplean erradamente estos últimos en vez de
los primeros? Personas que tales torpezas cometen, no son las que van a ocuparse de cómo
debía aparecer una caja depositada hace siglos entre una bóveda. Si ellos hubieran realizado el
fraude que suponen los contrarios del hallazgo, de seguro es que la caja de septiembre habría
aparecido, o sin polvo sobre su tapa, o con el poco que le hubiera caído en el corto espacio
de tiempo que debía tener de depositada allí; pero no en manera alguna con la gruesa capa,
petrificada en parte, que los años fueron depositando lentamente sobre su haz superior. No

5
A la bóveda le sirven de techo tres grandes piedras, no contando la de la boca. Al examinarla ahora interiormente
se han visto marcas de antiguas hileras de comején, que hoi no existe. Como en ese lugar no hai, ni se ha encontrado
nada de madera, i como todo demuestra que esa bóveda hace siglos que no se abre, debe suponerse que antiguamente
hubo en ella algo de madera, que atrajo a los destructores insectos. Puede pensarse que la primitiva caja de plomo que
contenía los restos del Primer Almirante, estaba entre otra de madera; que a esta fue que acudió el comején; i como la
madera al podrirse, produce ácido acético, que a su vez ataca al plomo i lo destruye, combinándose con él, es de creerse
que cuando en 1655 fue a examinarse la caja, para comprobar si tenía o no inscripciones, para en su falta ponérselas,
se encontró la caja de plomo mui deteriorada. De aquí debió provenir la construcción de la que hoi tenemos, con sus
inscripciones relativamente modernas; los fragmentos de plomo dañado que hai en la urna actual, i la planchita de
plata, puesta en previsión de otro acontecimiento semejante.
Manifiesta el Sor. López Prieto que la bóveda del Primer Almirante “no tiene el carácter de antigüedad que se le
supone”. Que “su fondo es de tierra, i sus paredes de ladrillo” –(Informe, p.81). Es mui fácil de probar a quienquiera que
lo dude, i basta para ello una simple comparación, que la bóveda de que se trata es tan antigua, como la más antigua de la
Catedral, i eso que hai muchas de 1540 en adelante; que su fondo es de piedra, i que sus paredes, por estar empañetadas,
o sea cubiertas con mezcla alisada, no se puede juzgar bien o de lo que son, aunque puede presumirse que unas tienen
piedras i ladrillos, i otras piedras solamente. La divisoria entre la primera i segunda bóveda es de piedra i ladrillos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

puede concebirse tanta previsión en lo menos notable, i tanta torpeza en lo importante i que
debía ser objeto de observaciones escrupulosas i de largas meditaciones.
Ahora ¿qué interés tenían ni el Sor. Obispo de Orope, ni el Sor. Cónsul de Italia, en que
los restos de Colón aparecieran en Santo Domingo? ¿Se relacionaba semejante hecho con la
canonización del Primer Almirante? ¿Tenía parte en esto el deseo de que Génova poseyese
los restos de hijo tan ilustre i afamado?
Prescindiendo de que se necesita no poca corrupción de corazón para, so pretexto de honrar
más al célebre genovés, sustituir los restos que se tienen por verdaderos con otros evidente-
mente falsos, nos parece que con lo efectuado en Santo Domingo el 10 de septiembre, no se
conseguía en modo alguno el objeto que se preponían los que deseaban llevar a Génova los
despojos del ilustre Descubridor de la América. Si Santo Domingo tiene perfecto derecho para
poseer las cenizas del Primer Almirante, lo debe a la voluntad de este, reconocida por sus hijos
i sucesores, i aceptada por el mismo gobierno español; pero este derecho, fundado únicamente
en el querer del célebre marino, no es trasmisible, i desde el instante en que Santo Domingo
renunciara la honra insigne que se le hizo, cesaría en el acto de tener el más leve derecho sobre
los restos, i volverían estos a quedar a disposición de los herederos de Colón, o sea de España,
pues españoles son los Duques de Veragua, i de ellos dependería únicamente la elección del
sitio en que debían ser colocados para siempre. Ahora bien ¿qué iban a obtener los autores del
fraude con inventar unos restos de Colón en Santo Domingo? ¿Reconocían su autenticidad los
demás pueblos, incluso el mismo español? Entonces debían permanecer los restos en Santo
Domingo, pues esa fue la voluntad del Primer Almirante, aceptada por sus descendientes i
por el mismo rei. ¿Se practicaban gestiones de esta o de la otra naturaleza, i Santo Domingo
convenía en entregar los restos a Italia, para que fueran a consumirse en Génova? Entonces, al
dar tal paso, perdía Santo Domingo todo su derecho, i pasaba entero a España, que de seguro
no iba a consentir, ni en la cesión hecha sin facultad alguna por parte de Santo Domingo, ni en
renunciar ella el derecho de tenerlos, trasmitiéndoselo a Italia. Por eso no vemos qué ganaban
los pretendidos amigos de Génova con fingir esos restos de Colón. De Santo Domingo nada
pueden ahora, ni en ningún tiempo obtener, porque los títulos de este pueblo sobre los restos
están claros i perfectamente definidos; amplios, amplísimos para retenerlos i conservarlos;
deficientes del todo para disponer de ellos de un modo cualquiera. Al fenecer el derecho de
Santo Domingo principia el de España, o sea el de los sucesores del Primer Almirante, i en-
tonces volvían a encontrarse los amigos de la traslación a Génova en el mismo estado en que
antes del fraude, es decir, en la necesidad de esperarlo todo de España. I si a ese punto debían
llegar con los falsos restos ¿para qué inventarlos? ¿Por qué las diligencias que iban a tener que
hacer al fin con ellos no las hacían desde el principio con los verdaderos?
No vemos tampoco en qué puede favorecer el hallazgo de septiembre la pretendida bea-
tificación de Colón. No se necesitaba tener a la mano sus restos, para que si era merecedor de
ello, se le declarase bienventurado. En todo caso en Cuba se hallaban los que hasta septiembre
se tenían por suyos. Si al Primer Almirante, a pesar de sus innegables virtudes, de sus grandes
sufrimientos, de su martirio, puede decirse, no se le juzga digno del honor de los altares, será
debido sin duda a que fue conquistador, i conquistador teniendo bajo su mando los terribles
españoles de aquel tiempo; i sobre todo a que dio cabida en su entendimiento i realización
en la práctica, a las ideas poco cristianas de la época, que creían permitido en ciertos casos la
esclavitud i venta del ser hecho a imagen de Dios. La conquista, de cualquier modo que se
la considere, es una iniquidad, porque destruye el derecho que nunca puede perder ningún

136
emiliano tejera  |  antología

pueblo de gobernarse como bien le plazca. Ni el hombre tiene jamás derecho para esclavizar
a otro hombre, ni un pueblo para esclavizar a otro pueblo. I si la conquista del pueblo o el
esclavizamiento del hombre se hacen so pretexto de civilizar o cristianizar, la iniquidad es
mayor aun, porque al crimen que entraña el hecho en sí, se agrega el escarnio de cubrir la am-
bición o el fanatismo con el manto de la religión o de la ciencia, i el perjuicio de hacer odioso
lo bueno, queriéndolo imponer a la fuerza, como si se tratara de lo malo. La persuasión i el
ejemplo son las únicas maneras de propagar la verdad, como lo manifestó con su vida entera
el Cristo, i como lo han practicado cuantos siguiendo ese modelo de justicia no han tenido
dos criterios, como lo tienen los falsos apóstoles de la libertad, uno para el día del poder i
otro para el día de la desgracia, sino uno solo, basado enteramente en la justicia i la razón, i
aplicable sin restricciones a todos los hombres i a todos los pueblos. Algunas de las faltas que
cometió el Primer Almirante pueden ser atenuadas en cierto modo teniendo presente su sana
intención, i la influencia que en él ejercieron las ideas predominantes en aquellos tiempos en
la generalidad; pero siempre serán faltas, que probablemente dificultarán o impedirán su bea-
tificación, i no vemos cómo pueda disminuirlas en lo más mínimo el hallazgo de sus restos en
Santo Domingo. Por más que nos hemos esforzado, no encontramos el lazo que pueda unir la
santidad de Colón con el descubrimiento de sus restos; mucho más cuando el estudio de ese
asunto, poniendo de manifiesto las causas naturales que lo han producido, va despojando de
su valor a la palabra providencial, empleada al principio por casi todos en esta Capital. I si ese
pretendido lazo entre esos dos hechos no existe ¿para qué iban a inventarse esos falsos restos
por los ocultos, i por nadie conocidos aquí, partidarios de la beatificación?
Hace pensado también que el interés de engrandecer a Santo Domingo, de convertirlo en
una Jerusalén americana, ha tenido también parte en la ejecución del supuesto fraude. (Inf.
Acad., p.113) ¡Mui iluso habría sido el que tanto esperara de la amortecida fe de nuestra época!
Además ¿quién ha dicho a la Academia que en la República entera, no diremos en la ciudad de
Santo Domingo, existe el más leve deseo por la beatificación del Primer Almirante? ¿En dónde ha
encontrado hecho alguno que la autorice a suponer que la ciudad pretende florecer al abrigo del
santuario? Tal vez no se encuentre un solo dominicano que haya, no diremos pensado, pero ni aun
soñado, que Colón pueda ocupar un puesto en los altares, i mal se avendría semejante modo de
ver las cosas con el propósito de obtener beneficios con la posesión de las reliquias del beatificado.
En mui distinto camino piensan los dominicanos encontrar la prosperidad i la ventura. El silbato
del vapor no deja oír ya, sino a sus debidas horas, el sonido de las campanas de los templos, i
a la antigua indolencia colonial va sustituyéndose el fecundo esfuerzo del ciudadano libre, que
considerando el trabajo no como una afrenta sino como un medio de redención, transforma los
bosques en hacienda, i llena los puertos con los productos de su laboriosidad. Santo Domingo, por
el cual más de un colonista cortesano ha vertido lágrimas farisaicas, comparando su pretendida
decadencia presente con una soñada prosperidad antigua, sólo cierta, mientras hubo indígenas
qué sacrificar, ha principiado a vivir la vida del progreso, i puede tener esperanzas lisonjeras en
su porvenir. ¿I era en situación semejante, cuando todo se espera del trabajo, cuando la tierra,
estimulada por los cuidados del labrador, centuplica los productos, i a la vez que recompensa
al laborioso, incita con su generosidad al indolente i al tímido, era entonces, decimos, que iba
a cifrarse el engrandecimiento de Santo Domingo, en qué? ¡En los beneficios que produjera en
estos tiempos de incredulidad la posesión de las reliquias de un santo!
No debe olvidarse tampoco que los individuos a quienes se atribuye el fraude son ex-
tranjeros en Santo Domingo, i como en último resultado, si glorias i beneficios produjera el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

indigno hecho, serían todos para este país, no se concibe cómo personas que ni para sí, ni para
su patria, obtenían ventajas de ninguna clase, iban sin embargo a llevar a cabo la superchería
por sólo el placer de dotar a Santo Domingo con las reliquias del Primer Almirante. Ni aun
agradecimiento podían esperar de aquel a quien servían tan desinteresadamente, porque ni
podía llegar nunca a conocer el tenebroso servicio, ni si lo hubiera descubierto, iría a sentirse
deudor de aquellos que lo habían asociado a un crimen. Es decir, que a la postre, i como
único premio de todos sus afanes, sólo obtenían los forjadores de la superchería el triste
convencimiento de haber ofendido a su ilustre compatriota, haciendo que sus verdaderos
restos fuesen considerados como falsos i los falsos como verdaderos. ¿I puede concebirse
que haya quien realice cosa alguna para obtener resultados de igual naturaleza?
Bajo cualquier punto de vista que se examine el hallazgo de septiembre se encontrarán
improbabilidades de toda especie al considerarlo como un fraude. Ni pueden señalarse los
móviles que impulsaron a efectuar semejante hecho, ni se encuentra la posibilidad de reali-
zarlo, ni puede decirse con apariencias de fundamento, quiénes fueron sus perpetradores, o
quiénes siquiera tenían interés verdadero en llevarlo a cabo. Los que han lanzado la acusación
la han fundado en el aire; porque presentan como pruebas del delito los puntos oscuros i de
dificultosa explicación que encierra el mismo hecho, sin advertir que son superchería i sin
ella, existirían siempre los mismos puntos oscuros, pues tiene por fuerza que tenerlos todo
hecho olvidado por siglos, mucho más cuando se han perdido o extraviado los documentos
que podían explicarlo o aclararlo.
Los cargos hechos hasta hoi al hallazgo de septiembre no autorizan en lo más mínimo
a considerar como apócrifos los restos exhumados en esa fecha. No conociéndose, ni exis-
tiendo tal vez documento alguno, que indique las inscripciones que debía tener la urna de
D. Cristóbal Colón, hai que limitarse a examinar si las que tiene la caja de septiembre, que
se presenta como tal, eran posibles antes del Sínodo de 1683, pues en esta fecha no era cono-
cida la tumba del Primer Almirante sino por tradición, i después, no aparece que se la haya
examinado, ni aun siquiera que se tuviera conocimiento del sitio preciso donde estaba. Al
contrario, todo demuestra que se tomaba el sepulcro de D. Diego por el de su padre. Hemos
visto que las abreviaturas de la urna son semejantes a las que se empleaban en esos tiempos;
que todas las palabras que hai en las inscripciones habían tenido uso, o antes del siglo XVI,
o en este mismo siglo; que en documentos dignos de todo crédito se encuentran ejemplos de
la ortografía que se ha tenido por sospechosa; que ni la clase de letra, ni la mezcla de una con
otro, pueden servir de fundamento para una objeción seria, pues se encuentran ejemplos de
una i otra cosa en lápidas antiguas; que paleógrafos entendidos han considerado los carac-
teres de la urna como de la segunda mitad del siglo XVII, lo cual puede mui bien ser exacto,
porque hai razones plausibles para creer que por ese tiempo tuvo lugar un examen de la caja
i reliquias, i entonces pudieron grabarse los mencionados caracteres; en una palabra, hemos
visto que la generalidad de los cargos no tienen importancia, i que si hai alguno que pueda
dejar restos de duda en el ánimo de un crítico suspicaz, débese a la incertidumbre que la falta
de documentos produce, i a la oscuridad que el tiempo trae consigo, sobre todo cuando se
investigan hechos que han estado sumidos por siglos en las tinieblas del olvido.
Uno de los resultados más importantes de los estudios provocados por el hallazgo de
septiembre, es el convencimiento de que los restos exhumados en 1795, i conducidos a La
Habana, no son los del Primer Almirante. A él han llegado cuantos con imparcialidad han
examinado las pruebas en que se fundaba esa exhumación i traslación. Nadie acepta que unos

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emiliano tejera  |  antología

restos encontrados en una bóveda que no tenía inscripción, i entre unas planchas de plomo
que parece tampoco tenían una sola letra, puedan ser los de D. Cristóbal Colón, cuando sólo
se alega para probar semejante cosa, que en ese sitio se sabía por tradición constante que
estaban depositados los restos del ilustre marino. No mentía en verdad la tradición al decir
que en ese lado reposaba el Descubridor de América; pero como en ese lado había dos bóvedas
i dos restos, i esto no lo sabían los exhumadores de 1795, pues la tradición no lo recordaba, su
equivocación consistió en extraer como del Almirante los restos de que tenían noticia por el
hallazgo de 1783, dejando en la otra bóveda, cuya existencia ignoraban, los verdaderos del
Descubridor del Nuevo Mundo. El error tenía un día que descubrirse, i en efecto se descubrió
en septiembre de 1877, cuando la reparación del templo permitió hacer investigaciones en
los sitios en que habían sido sepultados los Colones.
Tras la aceptación de la idea de que los restos llevados a La Habana no son los del
Primer Almirante, tiene que venir por fuerza el reconocimiento de que pertenecen a este
grande hombre los descubiertos el 10 de septiembre. Después que fueron sepultados en el
primitivo Presbiterio de la Catedral de Santo Domingo los despojos del Primer Duque de
Veragua, no se han exhumado de ese sitio más restos que los de 1795 i 1877. Si, como todo
lo demuestra, los de 1795 no son ni pueden ser los del Primer Almirante, deben encontrarse
aún los restos de D. Cristóbal Colón en el Presbiterio, o ser los que se han extraído en 1877.
En el primitivo Presbiterio no existen en la actualidad restos de ninguna especie, luego deben
ser suyos los de 1877, que han aparecido con el nombre de D. Cristóbal Colón i títulos sólo
a él aplicables. A no ser así, habría que aceptar el hecho extraordinario de que mientras las
urnas de los demás Colones han aparecido más o menos completas, i sus bóvedas pueden
mostrarse aún, la urna i la bóveda del Descubridor de América habrían desaparecido del todo,
encontrándose en su lugar una falsa caja en la bóveda más a la derecha del altar, es decir en
el sitio más preeminente del Presbiterio. El buen sentido dirá si tal suposición es admisible,
i si porque no sufra el buen nombre de los exhumadores de 1795, deben arrojarse al osario
de los desconocidos los preciosos restos del insigne Descubridor del Nuevo Mundo.
Dos años han transcurrido desde el día memorable en que Santo Domingo se estremeció
de gozo al ver surgir del seno de la tierra los despojos del grande hombre que tanto lo había
amado, i que no teniendo en la hora de su muerte sino esperanzas que dejar, lo había hecho
heredero de lo único de que verdaderamente podía disponer: de sus propios i entonces
poco apreciados restos. No había de desmentirse en esta ocasión el sino adverso del infeliz
Descubridor, i así como en vida no tuvo proyecto que no se le erizara de dificultades, ni
labor cuyo fruto gustara en paz, así el hallazgo de sus restos, en vez de ser saludado con
transportes de gozo, sirvió de despertador a las mismas malas pasiones que amargaron su
vida hace tantos siglos. Entonces el orgullo nacional encontraba duro que un extranjero
gobernase españoles; hoi se lastima, porque extranjeros poseen las reliquias del que a pesar
de tan indebido desdén, ha llegado a ser una gloria de la humanidad. Lo que falta saber es
si el siglo XIX es el siglo XVI; si las suposiciones ofensivas se aceptan como razones, i si el
dogmatismo infundado puede prescindir del examen i ocupar el puesto de la severa crítica.
La cuestión de los dos restos está sometida al juicio de los hombres imparciales e ilustrados
de todo el mundo civilizado. Veremos si su fallo no está de acuerdo con lo que un pueblo
entero, enemigo de todo doblez, tiene por una verdad incontrastable.
De Los Restos de Colón en Santo Domingo, 1878.
Reproducido en 1926.

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Monumento a Duarte
Junta Central Directiva
Exposición al Honorable Congreso Nacional,
solicitando el permiso para la erección de la estatua del ilustre patricio
–1894–

Señores Diputados:
Es lei natural de todo organismo crecer i progresar. Tiende a crecer i desarrollarse la
planta; tiende a crecer i mejorar el bruto; tiende a crecer i progresar el hombre; tienden a
crecer i progresar las sociedades, que no son otra cosa que agrupaciones de hombres, unidos
con el propósito de cumplir esa lei de progreso, mediante los beneficios de toda clase que, a
fuertes i débiles, proporcionan el poderoso medio de la reunión de esfuerzos comunes, o la
asociación, siempre que esta se halle vivificada en todas sus manifestaciones, por los eternos
principios de la equidad i de la justicia.
Pero para vivir, crecer i mejorar, necesitan, así el hombre como los pueblos, que el espacio de
terreno en que deben existir se preste a facilitarles los medios necesarios para cumplir la lei del
progreso, i que esos medios no sean disminuidos o anulados por fuerzas absorbentes propias o
extrañas. Podrá vivir, pero no desarrollarse convenientemente, el pueblo que no pueda tener toda
la expansión que su progreso exija, o que vea mermados o mal distribuidos los productos de su
actividad. Para prosperar, tanto los individuos como las sociedades, necesitan ser inteligentes,
instruidos, trabajadores y morales, i además, independientes, libres i bien gobernados.
Los hombres se vanaglorian a menudo del estado de su civilización; pero los hechos
demuestran que hombres i gobiernos obedecen con gran frecuencia al egoísmo, que es la lei
del animal, menospreciando o no acatando el derecho, que es la lei del ser racional. Muchos
siglos transcurrirán antes de que el débil, el bárbaro i el ignorante encuentren un escudo
eficaz para su derecho en la conciencia del fuerte armado e irresponsable.
Los dominicanos –entendiendo por este nombre los habitantes de la parte española de
Santo Domingo– estuvieron por siglos bajo el dominio de la noble nación que enlazó el Nuevo
Mundo con el Antiguo. Más bien que vivir, vegetaban; pero vegetaban contentos, porque el
gobierno era paternal, i todos, gobernantes i gobernados, libres i esclavos, formaban casi una
familia. España daba de corazón a su colonia lo que a su juicio era mejor, i Santo Domingo no
parecía echar de menos ni aun siquiera la libertad comercial, pedida desde los comienzos de
la conquista, i que probablemente habría variado a la larga las condiciones de su existencia
social i política. Así se vegetó por siglos entre peripecias de todo género.
Un día, el lo. de diciembre de 1821, se proclamó la Separación de la parte española de
Santo Domingo i su reunión a Colombia. El paso era mui aventurado. Escasa la población
–apenas 80,000 habitantes– mermada la riqueza pública; nulas las rentas; insignificante el
comercio; vacilante o contraria la opinión pública, arraigada a sus antiguos hábitos ¿cómo iba
a sostenerse la naciente entidad política, sin un solo ejército, contra un vecino diez veces más
numeroso, organizado, aguerrido, provisto de recursos de todo género, aguijoneado por el
vivo deseo de adueñarse por completo del territorio de la isla, i ensoberbecido con los recientes
triunfos que produjeron la unidad haitiana? Son hasta ahora un secreto para la historia las
causas que impulsaron a Don José Núñez de Cáceres a separar a su país de España en mo-
mentos tan expuestos; aunque se nota que había comprendido los peligros de la empresa en
el hecho de no proclamar la independencia absoluta –que tal vez era su anhelo– i sí, la unión

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emiliano tejera  |  antología

a Colombia, que le ofrecía más probabilidades de éxito. Pero ¿podía él contar realmente con
el asentimiento i los recursos de Colombia? ¿Podrían llegarle a tiempo para sostener su obra?
Los hechos destruyeron su esperanza, si la fundaba en semejantes bases. Boyer, que espiaba el
momento oportuno para caer sobre su presa, esparció sus agentes por todas partes, i sin más
espera, i desdeñando sabios consejos que le fueron dados por un previsor estadista haitiano,
invadió el país, dominándolo a poco a favor de dos cuerpos de tropa numerosos, que entraron
por las fronteras del Norte i del Sud. Setenta días después de proclamada la unión a Colombia
el ejército de Haití ocupaba las fortalezas de Santo Domingo, i sus hijos tenían que agregar al
dolor de verse sometidos a odiosos extranjeros, el que les causaba el sarcasmo de oír calificar
de voluntaria y solicitada esa unión, que el país entero rechazaba, i que sólo algunos pocos
esclavos habrían quizás deseado entre las amarguras de su triste condición.
Veinte i dos años gimió el dominicano en la dura servidumbre. ¿Qué ocurrió en ese lapso?
¿qué pasos se dieron en la vía del progreso? ¿qué otro beneficio, fuera de la redención de los
esclavos, se derivó de acontecimiento tan trascendental?
¡Ah! contrista el ánimo el solo recuerdo de época tan luctuosa. ¡Cuánto horror! ¡Cuánta ruina!
¡Cuánta amargura devorada en las soledades del hogar! ¡Nunca la elegía animada por intenso
i legítimo dolor, produjo quejas más lastimeras, que las exhaladas por las madres dominicanas
en sus eternas horas de angustia! Pena causaba el nacimiento del niño, pena verlo crecer. ¿Para
qué la hermosura de la virgen, sino para que fuera más codiciada por el bárbaro dominador?
¿Para qué el fuerte brazo del varón, si no iba a servirle sino para sostener el arma, que debía
elevar en las civiles contiendas, no al más hábil, ni al más liberal, sino al mejor representante
de las preocupaciones populares de raza? ¿Para qué la inteligencia del joven, sino para hacerle
comprender en toda su fuerza la intensidad de su degradación? ¡Qué dolor el del padre al
despedirse de la vida, dejando a sus hijos en aquel mar sin orillas, más sombrío i pavoroso que
los antros infernales del adusto poeta florentino! ¡Nada grande, nada útil quedaba! Las enreda-
deras silvestres crecían a su antojo donde antes el cafeto doblaba sus ramas al peso de las rojas
bayas, o donde el prolífico cacao encerraba en urnas de oro o púrpura el manjar de los dioses.
El grito de los mochuelos interrumpía el silencio de los claustros, que habían resonado un día
con los viriles acentos de los Córdobas, Las Casas i Montesinos, i la araña cubría de cortinas
polvorientas la cátedra de los sabios profesores, que con su ciencia, habían conquistado para
su patria el honroso calificativo de Atenas del Nuevo Mundo. Los templos iban convirtiéndose
en ruinas, o en cuarteles de los sectarios del Vodoux, i los conventos eran morada de lagartos
i lechuzas. La iglesia, oprimida en Occidente por la autoridad civil, no podía llenar con entera
libertad su misión civilizadora, i los buenos pastores, o tomaban el bordón del peregrino, o de-
bían resignarse, por amor a sus feligreses, a soportar prácticas sociales contrarias a las buenas
costumbres antiguas. Las familias pudientes huían de Santo Domingo como se huía antes de
Sodoma i Gomorra, i con ellas los capitales, el saber, la ilustración, las prácticas agrícolas. Las
confiscaciones legales hacían bambolear el derecho de propiedad, i se preveía la llegada del
momento en que el color fuese una sentencia de muerte, i el nacimiento en el país un crimen
imperdonable. ¡I esa situación la soportaban los descendientes de los conquistadores de América!
¡Los que habían vencido a los franceses en cien combates! ¡Los que rechazaron virilmente los
ataques de Penn i Venables! ¡A qué abismo se había descendido! ¡Esclavos de los sucesores de
Cristóbal i Dessalines, cuando antes, en mar i tierra, los dominicanos habían paseado enhiesto
el pabellón de la victoria, i su sangre había corrido a torrentes, para que la tierra que cubriese
sus restos no fuese profanada por la sombra de una bandera extraña!

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Pero es una noble raza la viril raza española, la de entidades más individualistas entre
todas las que existen en el globo. Cuando se levanta airada contra la opresión, si su tirano
es omnipotente podrá cavarle tumbas; pero imponerle cadenas, jamás. ¡Ah! si como está
poseída del sentimiento de su libertad individual, estuviera poseída del respeto que debe
tener a la de los demás, i de que, fuera de casos extremos, el derecho no debe sostenerse
sino con el derecho, i no con la fuerza! ¡Qué gran raza sería! Los pueblos que tienen siquiera
una gota de esa sangre generosa no han nacido para la esclavitud. El dominicano es el hijo
primogénito de los conquistadores de América, i no le extrañan las heroicidades de Sagunto
i de Numancia. Pueblo igual no puede ser esclavo para siempre.
Así lo comprendió Juan Pablo Duarte, al pisar en 1834, de regreso de Europa, las playas de
la patria –de la patria, no, porque entonces no tenía patria el dominicano– del suelo esclavizado
en donde perecían entre las torturas del cuerpo i del espíritu sus infelices conterráneos. Pero
en aquella raza había fermento de héroes; en aquella tierra virgen, que recordaba la antigua
Grecia, vasto campo para la actividad de un pueblo civilizado; en las ruinas, en los recuer-
dos, en la historia, mil excitantes enérgicos con que enardecer el espíritu público i convertir
los esclavos en ciudadanos. ¡La cuna de América destinada a ser un jirón de África! ¡Cuánto
dolor para su ilustre Descubridor! ¡Cuánta afrenta para la España! ¡I ellos, los descendientes
de Colón, de Garay, de Ojeda, de Oviedo, soportarían con vida esa ignominia, cuando ocho
siglos de lucha contra otra imposición africana, les mostraban, a la vez que la senda gloriosa,
las palmas inmortales que el destino concede a la virilidad i al heroísmo!
Duarte aspiró a plenos pulmones el aire de la patria, y por los poros de su cuerpo se infil-
traron sus sentimientos, sus dolores, sus aspiraciones. Hubo unificación íntima, absoluta, entre
él i aquella patria adorada. Lamentó con el hacendado la ruina de la finca paterna, obra de años
de laboriosos esfuerzos; lloró con la madre, que al recibir en sus brazos al fruto de sus entrañas,
lo bañaba con sus lágrimas, sabiendo que ese pedazo de su alma era sólo un esclavo i una
preocupación más; compartió las angustias del padre, a quien desvelaban el desquiciamiento
de la familia, el incierto i tal vez deshonroso porvenir de la hija, i el cierto i vergonzoso destino
del hijo, i hasta se enorgulleció con el antiguo esclavo dominicano que, sintiéndose superior
en todo a su dominador exótico, sufría con impaciencia su dominio, i anhelaba el momento
de probarle, que en la tierra dominicana no había división de castas ni de condiciones, i que
todos sus moradores formaban una sola familia, unida por la religión i el amor, i dispuesta a
contundir sus esfuerzos i su sangre en las luchas gloriosas por la libertad.
Desde ese momento, el destino de Duarte quedó fijado para siempre. Todo por la patria
i para la patria. ¡Nombre, juventud, fortuna, esperanzas, cuánto era, cuánto podía ser, todo
lo ofrendó en aras de la tierra de su amor! Las grandes causas necesitan grandes sacrificios,
i él, puro i justo, se ofreció como víctima propiciatoria. Amor de madre, cariño de hermanas,
afectos juveniles tan caros al corazón, ilusiones de perpetuidad, cimentadas en un heredero de
nuestra sangre i de nuestras virtudes ¡alejaos, alejaos para siempre! El destino es inexorable,
i el sacrificio se consumará. El entendimiento como que vislumbra a veces la razón de estos
hechos, al parecer llenos de injusticia; pero el corazón, que no discurre, se acongoja fuertemente,
al encontrar que la base de toda obra perdurable es el cadáver de un justo, que no participó
en las prevaricaciones pasadas, ni gozará en los festines venideros. ¿Por qué la Independencia
necesitó el sacrificio de un Duarte? ¿Por qué la Restauración el sacrificio de un Sánchez?
Pero a lo lejos brillaba la esperanza. Los errores de Boyer comenzaban a producir sus
naturales frutos, i Duarte, que deseaba utilizar en beneficio de su patria la conmoción social

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emiliano tejera  |  antología

esperada, se dio a trabajar con toda la energía de su inquebrantable voluntad. Amistades,


relaciones, conciudadanía, todo lo aprovechó en bien de su empresa. Excitó a los indolentes,
animó a los tibios, templó a los fogosos, convenció a los errados, i pronto tuvo el placer de
notar que la Patria tenía campeones decididos, i que no era un sueño su esperanza de redi-
mirla. La juventud, sobre todo, correspondió a su anhelo, i el 16 de julio de 1838 vio nacer
la Trinitaria, grupo de apóstoles que debían propagar las doctrinas del maestro i mantener
siempre encendida la antorcha del patriotismo. Los nombres de sus primeros miembros son:
Juan Pablo Duarte, Juan Isidro Pérez, Pedro Alejandrino Pina, Jacinto de la Concha, Félix
Ma. Ruiz, José Ma. Serra, Benito González, Felipe Alfau i Juan Nepomuceno Ravelo. Todos
firmaron con su sangre el juramento de morir o hacer libre la tierra de sus antepasados.
Entre las decisiones más importantes de la Trinitaria, unas tomadas en el comienzo de
su existencia i otras más tarde, figuran el nombramiento de Duarte, como General en Jefe
de los Ejércitos de la República, i Director general de la Revolución, i los de Pina, Pérez,
Sánchez i Mella, como Coroneles de los mismos Ejércitos. Estos fueron los únicos grados
militares concedidos por la Trinitaria; los demás, hasta la creación de la Junta Central, los
hizo Duarte, en uso de sus facultades, como Jefe de la Revolución.
Los antiguos paladines tenían un lema que sintetizaba sus ideales, Duarte, paladín del
derecho, tenía también el suyo, que sintetizaba sus propósitos, i que trasmitió íntegro a la
futura República: Patria i Libertad. Pero como la lucha que se iba a sostener era tan desigual,
conocidas las fuerzas i la organización del dominador, era preciso buscar en una fuerza mo-
ral la compensación que no existía en las materiales. Duarte la encontró en Dios, fuente de
justicia i de derecho, i al cual creyó desde luego de su parte, por ser tan santa la causa que
sustentaba. No se engañó en esta apreciación, que tenía fundamento sólido en el espíritu
religioso de sus compatriotas. El lema de la República Dominicana fue: Dios, Patria i Libertad,
i era tanta su influencia, que los primeros campeones de la República invocaban a Dios al
comenzar las batallas, creyendo con esto asegurado el triunfo, i con el nombre de Dios en
los labios, morían, si la suerte los había destinado a perecer en los combates.
Respira decisión i profundo amor cívico el juramento de los trinitarios, ideado por Duarte
i firmado con sangre:
“En el nombre de la santísima, augustísima é indivisible Trinidad de Dios Omnipotente, juro i
prometo, por mi honor i mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, co-
operar con mi persona, vida i bienes a la Separación definitiva del gobierno haitiano, i a implantar
una República libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará
República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor, en cuartos encarnados i azules, atrave-
sados con una cruz blanca. Mientras tanto, seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sa-
cramentales: Dios, Patria i Libertad. Así lo prometo ante Dios i el mundo: si lo hago, Dios me proteja,
i de no, me lo tome en cuenta, i mis consocios me castiguen el perjurio i la traición, si los vendo”.

El principio racional de la fusión de las razas, que será la salvación de la América tro-
pical, dotándola con una población apropiada a sus necesidades, encontró en Duarte un
intérprete fiel, cuando ideó el pabellón dominicano. Dessalines no quería que el elemento
blanco entrase en la composición de la nacionalidad haitiana. Duarte lo hizo figurar en la
constitución de la dominicana, como elemento civilizador, i lazo de unión respecto de los
pueblos hispanoamericanos i de los demás civilizados del globo. La bandera dominicana
puede cobijar a todas las razas: no excluye ni le da predominio a ninguna. Bajo su sombra
todas pueden crecer, fundirse, prosperar.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sin instrucción no hai ciudadanos verdaderamente libres. Duarte trató de que sus com-
pañeros se elevasen a la altura del destino que estaban llamados a cumplir, i en esta tarea
fue ayudado eficazmente por el Presbítero Don Gaspar Hernández, peruano instruido, que
continuó la obra de los Cruzados, Moscosos, Valverdes i Cigaranes. También los hizo ejer-
citarse en las artes de la guerra, para que luchasen sin desventaja con el enemigo que tenían
que combatir. A pocos permitió la suerte medir sus armas con los haitianos; pero entre ellos
sobresalieron algunos como militares, sobre todo Mella, que en la tarde de su vida, formuló
en una circular memorable el plan de guerra que permitió a los dominicanos combatir con
éxito en la guerra de la Restauración.
Duarte i sus compañeros no se dieron tregua en sus trabajos de propaganda, i al espirar el
año de 1842 los adeptos eran numerosos i de valía. Sánchez, los Mellas, Duvergé, los Jiménez,
los Conchas, Imbert, Salcedo, los Castillos, los Santanas, Espinosa, los Valverdes, Acosta, los Ra-
mírez, Carrasco, Peña, los Pichardos, Soñé, Tabera, Álvarez, Sosa, Roca, Sandoval, los Contreras,
Galván, Lluberes, los Breas, Delmonte, los Bonilla, Perdomo, Rijo, Linares, Abreu, Santamaría,
Leguísamon, Regalado, i cien i cien otros, que sería prolijo enumerar, habían sido iniciados en
la idea redentora, i a su vez la propagaban con ardor. Teatro, asociaciones benéficas, romerías,
fiestas campestres i urbanas, trabajos agrícolas… todo se había utilizado como medio a propó-
sito para unificar voluntades i encaminarlas a la redención de la Patria. El clero era propicio i
trabajaba con ardor; las damas emulaban las varoniles matronas de Esparta, i una pléyade de
jóvenes, sedientos de gloria, ansiaban por el momento en que, a la voz del jefe amado, debían
destrozar cadenas tan pesadas e ignominiosas. De Oriente a Poniente, de Mediodía a Septentrión
corría aire de entusiasmo i libertad, que enardeciendo la sangre juvenil, hacían parecer actos
cotidianos la decisión de Daoiz i Velarde i el sacrificio sublime de Ricaurte.
Para fines del 42 estaban prestas al combate las fuerzas que debían derribar el gobierno esta-
cionado de Boyer. Duarte i sus compañeros, siempre activos i en acecho, trataron de aprovechar
esta oportunidad para el progreso de su obra, i se unieron con los liberales haitianos o reformistas,
que eran los que deseaban variar el estado de cosas existente. Ramón Mella había sido enviado
por Duarte a Los Cayos, para entenderse con los reformistas, i combinar el movimiento que debía
efectuarse en la parte española, luego que la haitiana enarbolase el estandarte de la insurrección.
Los reformistas comprendieron la importancia que tendría un alzamiento general del país, para
derribar el arraigado poder de Boyer, i convinieron con el Comisionado dominicano en ponerlo
en relaciones íntimas con los amigos que tenían en la parte española, i en los beneficios que
esta debía obtener por su cooperación en la obra revolucionaria. Con la unión a los liberales se
obtenían varios beneficios: facilidades para reunirse sin inspirar sospechas; conocimiento exacto
de las opiniones en juego, i quizás, si las cosas llegaban al terreno de la guerra, adquisición de
armas, i formación de cuerpos de tropas amigas, utilísimas en lo adelante. Un solo peligro co-
rrían: que el partido reformista triunfante cumpliese sus promesas, i esto aplazase la Separación
dominicana. Pero ¿ignoraban ellos acaso que los partidos de oposición tienen cien bocas para
ofrecer, i adueñados del mando, sólo una voluntad inactiva para cumplir?
El año 1843 fue fecundo en acontecimientos políticos. La revolución que a principios de él
estalló en Los Cayos, acogiendo el manifiesto de Praslin, tuvo fuerza bastante para obligar a
Boyer a deponer el mando el 13 de marzo del mismo año. Once días después, el 24, aún luchaba
el General Carrié en Santo Domingo, tratando de contener el movimiento de los reformistas, entre
los cuales figuraban como elemento importante Duarte i sus compañeros, que con habilidad
suma, habían logrado que los dominicanos secundaran el pronunciamiento de la Parte haitiana.

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emiliano tejera  |  antología

Al fin el General Carrié capituló el 26 de marzo, i una Junta Popular de cinco individuos,
(Duarte, Jiménez, Pina, Alcius Ponthieux i M. Morin) en su mayoría dominicanos, vino a dirigir
los asuntos públicos, en unión de la autoridad militar, confiada a un reformista.
En 7 de abril de 1843 recibió Duarte de la Junta Popular de Santo Domingo el encargo de ins-
talar i regularizar las Juntas Populares del Este de la Parte Española. No fue desaprovechada esta
oportunidad, i las Juntas fueron compuestas en gran parte de elementos favorables a la Revolución
dominicana. En este viaje se puso Duarte en relaciones íntimas con el patriota Ramón Santana, a
quien poco después dio el grado de Coronel, habiendo logrado atraerlo por completo a sus miras
de independizar el país, sin la ayuda de poder extranjero. Ramón Santana, con el desinterés carac-
terístico entonces de los verdaderos patriotas, rogó a Duarte diese el nombramiento de Coronel a
su hermano Pedro, que él se conformaba con servir bajo sus órdenes. Duarte no pudo menos de
complacer al patriota seibano, cuyo desprendimiento i rectas miras sabía tan bien apreciar.
La lucha entre el elemento dominicano i el elemento haitiano se caracterizó entonces, pues
este quería aprovecharse exclusivamente de los beneficios de la Reforma, en tanto que aquel de-
seaba utilizarlos para sus propósitos de independencia. Para este tiempo contaban los duartistas
con el valioso contingente de los Puellos, Parmantier i otros, a quienes el honor militar retenía
en las filas haitianas, i a los que la Reforma arrojó en el puesto glorioso que la Providencia les
tenía destinado. Duarte invitó entonces a una reunión en casa de su tío, Don José Diez, a los
habitantes más notables de la Capital, con el objeto de unificarlos en el pensamiento de la Sepa-
ración, i decidirlos a efectuarla cuanto antes. La mayoría, sobre todo la juventud, correspondió
entusiastamente a su propósito; pero encontró tibieza i aun oposición en algunos, debida en parte
a miras egoístas, i en parte a los temores que les inspiraba el fracaso de la tentativa de Don José
Núñez de Cáceres. Pudo él comprobar a la vez la existencia de un tercer partido, que queriendo
como el suyo la Separación de Haití, no se atrevía a efectuarla, sino con el apoyo de una potencia
extranjera. Este partido recibió más tarde de los duartistas el calificativo de afrancesado.
Cada partido creía tener razones poderosas en qué fundar sus determinaciones. La de
los tibios u opositores, que recibieron el nombre de haitianizados, eran puramente egoístas i
personales, i por tanto condenables por la historia. Como ellos no sentían la pesadumbre de
la exótica dominación, poco o ningún deseo tenían de que desapareciera, sin darse cuenta
de que querer la continuación del dominio de Haití sobre la parte dominicana era querer la
completa destrucción de ésta, máxime si los acontecimientos políticos llevaban al poder al
elemento que había predominado con Cristóbal i Dessalines.
Los afrancesados –entre los cuales había más adictos a España que a Francia– se pre-
guntaban a su vez con qué recursos iban a sostener los duartistas o independientes puros la
nacionalidad que intentaban crear, i hasta dudaban de que llegara a existir, si no se contaba
con un apoyo extranjero. Este apoyo, en forma de Protectorado, lo solicitaban de España i
de Francia, sin tal vez parar mientes en la compensación que por él había de exigírseles. Se
ha dicho que este partido había convenido con agentes franceses en la cesión a Francia de la
bahía de Samaná. Tal cargo no ha sido justificado hasta ahora con ningún documento fide-
digno, i ni aún se sabe, en caso de ser fundado, si debe pesar sobre todo el partido, que más
era afecto a españoles que a franceses, o sobre algunos de sus miembros más prominentes.
La verdad es que este partido quería de corazón la independencia de la Patria, i que ayudó
mucho a ella, tanto en Puerto Príncipe, como en la memorable jornada del 27 de Febrero,
sirviéndose en esta ocasión de la influencia del cónsul francés en Santo Domingo sobre las
autoridades haitianas que gobernaban la plaza, i de la existencia, casual o intencional, de

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buques de guerra franceses en la costa sud de Santo Domingo. Se nota que la preocupación
de los afrancesados era el fracaso de la empresa de Don José Núñez de Cáceres, i el éxito
desgraciado de las tentativas posteriores. No les faltaba razón en ello, i por esto no puede
culpárseles. Lo que sí hizo más tarde antipático el nombre de este partido, fue que de su
seno salieron varios de los individuos, que, en unión de los haitianizados, persiguieron de
muerte, i con ingratitud extrema, a los duartistas o independientes puros.
En cuanto a estos, tenían completa fe en el triunfo de su causa. Los sostenía i vivifica-
ba el varonil espíritu de la raza española, que cree radicado el triunfo en donde sienta la
planta. Para combatir a Goliat les bastaba la honda de David. I el éxito vino a justificarlos.
Lo dificultoso en su empresa era que se diese a los dominicanos el tiempo suficiente para
formar una masa capaz de resistir el empuje de las fuerzas haitianas. Las circunstancias le
dieron ese tiempo, i la resistencia de Tabera en la Fuente del Rodeo, i los triunfos de Santana
en Azua i de Imbert en Santiago, permitieron la constitución de la República Dominicana.
Pierrot i los demás enemigos de Riviére hicieron el resto.
Duarte, en vista de semejantes disidencias, se apresuró a terminar la organización del
partido separatista en los diversos pueblos de la parte dominicana, i a dotarlo con los ele-
mentos de guerra que iba a necesitar con urgencia. El momento propicio se acercaba. La
lucha por el nombramiento de las Juntas electorales, que debían elegir los Representantes a
la Asamblea Constituyente, i que él dirigió personalmente en la plaza de Santo Domingo, hoi
plaza Duarte, le mostró con el triunfo que obtuvo sobre los demás partidos, que la opinión
pública estaba a su favor, pero ese mismo triunfo alarmó a los haitianos i haitianizados,
mostrándoles a las claras el hondo abismo que tenían a sus pies. Llamóse con instancias al
general Charles Hérard (Riviére), verdadero jefe entonces de Haití, porque lo era de las armas,
i este, a la cabeza de fuerzas respetables, cruzó la antigua frontera del Norte, con el propósito
de sofocar, antes de nacer, a la nacionalidad que vivía ya en los corazones dominicanos.
A su paso por las ciudades del Cibao redujo a prisión a varios separatistas, entre ellos a
Ramón e Ildefonso Mella, Francisco Antonio Salcedo, Manuel Castillo, Esteban de Aza, Alejo
Pérez, Baltasar Paulino, los Presbíteros Peña i Puigvert, Rafael Servando Rodríguez, Manuel
Morillo, Jacinto Fabelo, José Ma. Veloz i Pedro Juan Alonso, a los cuales envió a las cárceles
de Puerto Príncipe. Gozábanse los haitianos de la Capital con la suerte que iba a caberles a los
promovedores de la Independencia, pero el 11 de julio, un día antes de la llegada de Riviére a
Santo Domingo, se ocultaron Duarte, Juan Isidro Pérez i Pedro Pina, haciéndolo Sánchez el 12
en la noche, a su vuelta de Los Llanos, a donde había ido a desempeñar una comisión, en tanto
que Pedro Pablo Bonilla, Pedro Valverde, Juan Ruiz, Narciso Sánchez, Silvano Pujol, Ignacio de
Paula, Alejandro Disú Batigni i Félix Mercenario eran reducidos poco después a prisión (el 14) i
con Antonio Ramírez, Nicolás Rijo, Manuel Leguísamon, Nolberto Linares, Pedro i Ramón San-
tana, que habían tenido igual suerte en los pueblos del Este, enviados, unos por mar i otros por
tierra, a las mazmorras de la ciudad de Puerto Príncipe. A la vez dispuso Riviére se trasladasen
a la parte haitiana los regimientos 31 i 32, formados en su mayoría de jóvenes dominicanos, sus-
tituyéndolos en esta Capital con los regimientos 12 i 28, compuestos exclusivamente de soldados
del Oeste. Los haitianos con sus medidas de represión apresuraban los acontecimientos.
Duarte, Pérez i Pina, activamente perseguidos, pudieron salvarse de sus enemigos i embar-
carse poco después para el extranjero. Pedro y Ramón Santana se escaparon en Baní, i no fueron
apresados. Sánchez, a quien una grave enfermedad retenía en el lecho del dolor, no pudo salir
del país, i para salvarlo fue preciso propagar la noticia de su muerte. Pero tan pronto como este

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emiliano tejera  |  antología

abnegado patricio pudo ocuparse de los asuntos públicos, se puso en comunicación con Duarte i
sus compañeros de destierro i activó eficazmente los preparativos para dar el grito de Separación.
El país en su gran mayoría estaba por la Independencia, i en todas las poblaciones importantes
había centros revolucionarios. Sánchez, temeroso de nuevas complicaciones, deseaba dar el golpe
en diciembre, hacerlo memorable, antes de que se promulgase la nueva Constitución, i se eligiese
Presidente, que debía ser Charles Hérard, pero tuvo que desistir de su propósito, por la ausencia
de los cuerpos de tropa dominicanos, retenidos en Puerto Príncipe, la presencia en Santo Domingo
de dos regimientos haitianos, i sobre todo, por la falta de armas i municiones suficientes para las
tropas que debían organizarse, tan luego como se proclamara la Independencia.
Duarte, a quien Sánchez escribió entonces, pidiéndole armas i municiones, aunque fuera
a costa de una estrella del cielo, se mostró a la altura de su patriotismo. Durante los nueve años
empleados en los trabajos por la Independencia, i sobre todo en los cinco i medio transcu-
rridos desde la fundación de la Trinitaria, había ido gastando poco a poco su caudal, i para
entonces mui poco o nada le quedaba. Pero existían bienes de la familia, procedentes de la
herencia paterna, aún indivisa, i él no vaciló en sacrificar la parte que le correspondía, i en
pedir a sus hermanos i hermanas sacrificasen la suya.
El único medio, les decía, que encuentro para poder reunirme con Ustedes es independizar la
Patria. Para conseguirlo se necesitan recursos, supremos recursos, i cuyos recursos son: que Us-
tedes, de mancomún conmigo i nuestro hermano Vicente, ofrendemos en aras de la Patria lo que
a costa del amor i trabajo de nuestro finado padre hemos heredado. Independizada la Patria
puedo hacerme cargo del almacén, i heredero del ilimitado crédito de nuestro padre i de sus
conocimientos en el ramo de la marina, nuestros negocios mejorarán, i no tendremos por qué
arrepentirnos de habernos mostrado dignos hijos de la Patria.

Duarte, como Alejandro el Magno, sólo se reservaba la esperanza; pero el héroe macedón ceñía
una corona, i tenía a sus órdenes un ejército sin rival: el patricio dominicano gemía en el destierro,
i sólo contaba con el aura popular, más variable que las inquietas ondas del Océano.
En el mes de enero de 1844 fueron relevados los regimientos haitianos que guarnecían a
Santo Domingo, con los dominicanos que habían sido llevados a Puerto Príncipe, habiéndose
permitido desde el mes de septiembre (el 14) el regreso a sus hogares a los dominicanos
presos en esta última ciudad. El 14 del mes de enero fue electo Charles Hérard, o Riviére,
Presidente de Haití, i el 16 se firmaba secretamente en Santo Domingo el Manifiesto, en que
los dominicanos expresaban las causas que tenían para separarse de Haití, i constituirse en
República independiente. Las circunstancias eran propicias para consumación de la obra tan
deseada. Sánchez i sus compañeros enviaron emisarios a los pueblos más importantes, i se
fijó el día 27 de Febrero para dar el grito de Separación. O surgía de él una nacionalidad, o
las cadenas de veinte i dos años quedaban remachadas por siglos.
Juan Ramírez, impulsado por Vicente Celestino Duarte, se pronunció el 26 en Los Llanos.
El 27 en la noche los coroneles trinitarios Sánchez i Mella, acompañados de un grupo de
patriotas, ocuparon el Fuerte del Conde, i proclamaron la Separación de Haití i la Constitución
de la República Dominicana. Por primera vez ondeó en una fortaleza el pabellón cruzado.
Cien vítores entusiastas saludaron su aparición, i cuando flameando a impulsos de la brisa
del mar cernióse en los aires la blanca cruz redentora, que cubría ya tierra libre, i que parecía
querer ir a redimir la esclava, cien voces, unidas en una sola voz, lanzaron el potente grito
de Dios, Patria i Libertad, i un solo juramento resonó en el espacio: el de libertar la Patria o
perecer. Dios sonrió a los héroes, i la América tuvo una nacionalidad más.

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La capitulación de las fuerzas haitianas en Santo Domingo acrecentó el entusiasmo de los


centros revolucionarios, que uno a uno iban cumpliendo sus compromisos patrióticos. Los
Santanas habían pronunciado el Seibo en la madrugada del 27. Poco después enarbolaron
la bandera cruzada San Cristóbal, Baní, Azua, Moca, Macorís, i a mediados de marzo casi
toda la parte española era independiente.
¡Qué época tan heroica la de los comienzos de la República! ¡Qué hombres! ¡qué pro-
pósitos! ¡Cuánto desinterés! ¡cuánta abnegación! Pero también ¡cuánta fuerza poderosa
desaprovechada! ¡Cuánto entusiasmo juvenil convertido en escepticismo i desengaños! El
gobierno colonial con sus miserias i grandezas había caído bajo el peso de los años; pero el
elemento egoísta, corrompido, que amargó la vida del ilustre Descubridor de América, se
mantenía siempre vigoroso, más gangrenado aun, si cabe, al pasar por los veinte i dos años
de sumisión abyecta al gobierno haitiano. ¡Y fue él quien vino a predominar en la naciente
República! ¡Fue él quien infiltró su virus deletéreo en nobles corazones que sin eso habrían
sido antorchas de patriotismo! ¡Fue él quien convirtió glorias en vergüenza, i sustituyéndose,
como espíritu nacional, al generoso i desinteresado espíritu de los febreristas, estacionó el
progreso de la Patria, la dividió en bandos encarnizados, la llenó de lágrimas i de sangre, i
la llevó con rubor de sus hijos, a tal extremo, que aun el descreído lucha por no ver en ello,
a más de las causas naturales, la acción justiciera de la providencia!
Pronto el bautismo de sangre demostró lo incontrastable de la resolución. El viento de la
libertad aventaba los opresores, i la tierra dominicana se desceñía rápidamente las ataduras
de la ignominia. La Fuente del Rodeo, Azua i Santiago vieron la espalda de los enemigos, i el
himno de victoria resonó del Atlántico al Caribe. Ya el dominicano no tendría que bajar los
ojos i sentir la sangre en las mejillas al encontrarse en presencia de un hombre libre.
Duarte, llamado inmediatamente por la Junta Central que gobernaba el país, voló a ocupar
el puesto que le indicaba el deber. Al fin llegó a su ciudad natal, antes esclava, hoi señora de su
suerte. ¿Quién puede medir la intensidad de su gozo, cuando desde el lejano horizonte divisó la
bandera cruzada, meciéndose orgullosa sobre el torreón del Homenaje, antes baluarte de la opre-
sión? Su sueño estaba realizado: había Patria. ¿Habría libertad? ¡Ah! La libertad social completa es
fruto tardío, producto del consorcio, nunca realizado, siempre en esponsales, entre la instrucción
i la moralidad. Mezcla el hombre de ángel i de bestia, será libre cuando la bestia se transforme, i
el ángel domine solo, animado por el derecho i lleno de toda ciencia. ¡Cuándo será!
Mas para Duarte había Patria, i la Patria era libre: tenía independencia. En lo adelante se
daría sus leyes; explotaría sus veneros de riqueza; abriría sus puertos al comercio de todo el
globo; permitiría la inmigración a todas las razas. Amplísimo espacio tenía, como concedido
por benéficas hadas tropicales. Bosques inmensos poblados de riquezas; prados siempre ver-
des; montañas que competían en fertilidad con los valles más afamados; ríos i arroyos para
eternizar la verdura; dos mares besando sus costas, con bahías codiciadas en todo el orbe;
sol amoroso que con su hálito de fuego renovaba en todas partes la vida; vientos amigos que
llevaban en sus alas el aliento del Océano, para convertirlo en benéficas lluvias, i ni una fiera,
ni un reptil venenoso... ¿Qué más podía hacer la naturaleza? Lo demás era obra del hombre,
i el hombre era ya libre e independiente. Su dicha o su destino estaban en sus manos.
Fue un día de triunfo la llegada de Duarte a su Patria. Las ventanas i puertas de las casas se
iluminaron al saberse que el buque que había ido a buscarlo a Curazao, por orden del Gobierno,
estaba en el puerto, i el día siguiente, 15 de marzo, fijado para el desembarque, las calles se
poblaron de banderas de todas las naciones, predominando la dominicana, como un homenaje

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al que la había hecho emblema de una nacionalidad. Una comisión de la Junta Central bajó al
muelle para recibirlo, i con ella el Prelado i todos los sacerdotes que había en la Capital. Las
tropas, formadas en línea, esperaban su llegada, i al poner el pie en tierra, el cañón lo saludó
como si hubiera sido el jefe de la República. El Prelado lo abrazó cordialmente, diciéndole:
¡Salve, Padre de la Patria! El pueblo en masa lo vitoreaba, i al llegar a la Plaza de armas, tanto
él, como el Ejército, lo proclamaron General en Jefe de los Ejércitos de la República, título
que no aceptó, por existir un Gobierno, a quien le correspondía discernir las recompensas a
que se hicieran acreedores los servidores de la Patria. Del palacio de Gobierno, a donde fue
a ofrecer sus servicios a la Junta Central, se dirigió a su casa, llevado en triunfo por el pueblo
i el Ejército, i allí, Sánchez, con aplauso de todos, i con su genial franqueza, colocó él mismo
banderas blancas en todas las ventanas, diciendo con su estentórea voz:
hoi no hai luto en esta casa: no puede haberlo. La Patria está de plácemes: viste de gala, i Don
Juan mismo (el padre de Duarte) desde el cielo bendice i se goza en tan fausto día.

El presbítero Don José Antonio Bonilla, al ver que la anciana madre de Duarte lloraba,
recordando su recién perdido esposo, le dijo:
Los goces no pueden ser completos en la tierra. Si su esposo viviera, el día de hoi sería para Ud.
un día de júbilo que sólo se puede disfrutar en el cielo. ¡Dichosa la madre que ha podido dar a
su Patria un hijo que tanto la honra!.

El mismo día 15, la Junta Central Gubernativa dio a Duarte un puesto en su seno, i le
nombró Comandante del Departamento de Santo Domingo. Duarte, henchido de esperanzas,
se preparó para ir a combatir el enemigo que persistía en su proyecto de reducir a nueva
esclavitud la naciente República. ¡Qué lejos estaba de pensar que ya había llegado a la cum-
bre de su Tabor, i que lo que se figuraba celajes de gloria, era el vaho infecto de la envidia i
la ingratitud, i lo que tomaba por palmas de triunfo, los brazos de la cruz dolorosa en que
debía ser ajusticiado por los mismos que acababan de deberle la libertad!
Dos victorias llenaron de gloria a la Patria: las del 19 i 30 de marzo. Esta última libró al Cibao
del invasor: la primera no produjo frutos tan completos, i el enemigo continuó ocupando parte
del sudoeste de la República. Duarte fue enviado a Baní (marzo 21) con un cuerpo de tropas
escogido; pero ni en Sabana Buei, en donde estuvo a la cabeza de la vanguardia del Ejército
del Sud, ni en el Cibao, adonde le ordenó la Junta pasar poco después, (junio 15) con el fin de
ir preparando los medios de resistencia contra el elemento reaccionario que dominaba en los
campamentos del Sud, logró que las cosas siguieran el curso que anhelaba su patriotismo. Sus
rivales trabajaban sordamente por perderlo, i su suerte estaba decretada ya.
A principios del mes de julio (el 3) ocurrió en Azua el primer acto de insubordinación del
ejército dominicano. La Junta Central Gubernativa había nombrado, desde meses antes, al General
Francisco del R. Sánchez, Jefe auxiliar del General Santana en el Ejército del Sud, i mientras el
General Sánchez iba a tomar posesión de su destino, dispuso en 23 de junio que el Coronel Don
José Esteban Roca fuese a hacerse cargo provisionalmente del mando de dicho Ejército, en reem-
plazo del General Santana, a quien se permitía venir a esta Capital a curarse de sus dolencias. El
Ejército, instigado por los amigos del General Santana, se negó a reconocer el nombramiento de
la Junta, i conservó a su cabeza a su primer Jefe. La impunidad de este hecho hería de muerte al
Poder supremo de la República. El verdadero gobierno era el que hacía su voluntad: el Ejército.
El 13 de julio, Santana, el vencedor de Azua, fue proclamado Jefe Supremo por las tro-
pas que tenía bajo su mando. El Ejército del Sud había levantado sus tiendas de campaña

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

en las fronteras, para venir a derrocar al Gobierno que había tenido hasta entonces la
República: la Junta Central Gubernativa. Se había entrado de lleno en la vía funesta de
los pronunciamientos contra las autoridades legítimas. La fuerza se sustituía al derecho;
el soldado al ciudadano. Para volver al camino de la legalidad, único que debe trillar la
democracia, había que malgastar muchos esfuerzos, derramar mucha sangre, sacrificarse
muchos ciudadanos.
Otra Junta Central, presidida por el Jefe Supremo, i en la cual predominaban los elementos
antiduartistas, vino a ocupar el puesto de la antigua. Los reaccionarios, que de un héroe i un
patriota habían hecho un simple Jefe Supremo, se sentían aún dominados por la fuerza de
los hechos realizados meses antes. Todavía eran un puñado de patriotas, los que el 27 de febrero
habían dado el grito de Separación. Santana, en su Proclama del 14 de julio, condena la misma
Dictadura que acepta, i no cesa de clamar por la unión i la paz, teniendo él bajo su mando
la República. Su alocución termina con estas palabras:
Os lo juro, i hasta el último instante de mi vida no me cansaré de gritaros: amigos, hermanos:
indulgencia, paz, unión.
El General Ramón Mella, Comandante en Jefe de los Departamentos del Cibao, i militar
inteligente que veía claro a través de las ficciones, trató de contrarrestar los planes liber-
ticidas que produjeron el atentado el 13 de julio, i de los cuales tenía pleno conocimiento
la Junta, con la proclamación de Duarte para Presidente provisional de la República. La
Historia, que ha condenado la insubordinación de principios de julio i el atentado del 13
del mismo mes, puede culpar en la forma el acto del 4 de julio; pero no tienen ese derecho
los que sustituyeron un gobierno legítimo por otro nacido entre las vocerías de soldados
ignorantes. Si el ejército vencedor el 19 de marzo tenía derecho para elegir un Jefe Supremo,
un Dictador, ¿por qué no iba a tenerlo también el ejército vencedor el 30 de marzo? Si las
poblaciones del Sudoeste de la República elegían, o se decía que elegían, un Jefe Supremo
¿por qué no iban a poder elegir un Presidente provisional las poblaciones del Cibao, más
numerosas aún? Herida de muerte la legalidad, sólo quedaba en pie la fuerza, expresada
por los tumultos, o por los pronunciamientos de los más audaces i de los más tímidos.
El 1o. de agosto, el Ejército libertador del Sud, pidió al Jefe Supremo i a los demás miem-
bros de la nueva Junta Central: justicia contra los asesinos de la Patria, contra el puñado de
facciosos, que deseando saciar su ambición, conspiraban contra la Patria, tratando de destruir el
Ejército i su valiente Jefe; cambiar el pabellón nacional por uno de los de la República de Colombia,
i encender la guerra civil, propagando por todos los pueblos que el país había sido vendido a una
nación extranjera, con el fin de restablecer la esclavitud. Contra esos reos de lesa-nación se pedía
al Gobierno no prestara oídos a ninguna consideración personal, i se les aplicaran las penas que
merecían para escarmiento de los que sólo se alimentan del desorden público. El 3 del mismo
mes, sesenta i ocho padres de familia de la Capital peticionaban igualmente la misma
autoridad, manifestando: que por los crímenes notorios de los antedichos reos de lesa-nación,
era de absoluta necesidad expatriarlos del país, más bien que pasar por la pena de verlos ejecutar i
condenar a muerte, medida de sus crímenes i a la que se habían hecho acreedores. Los motivos de
este rigor eran poco más o menos los mismos alegados por el Ejército. A través de la dureza
de frases de este documento se nota cierta conmiseración que causa extrañeza. La historia
sabe hoi que un grupo de ingratos ciudadanos circularon una solicitud, pidiendo la pena
de muerte contra todas las víctimas del atentado del 13 de julio, i que la solicitud de los
sesenta i ocho padres de familia fue una tentativa de salvación que hacían en favor de los

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emiliano tejera  |  antología

supuestos reos, tratando de obtener la indulgencia que tanto se les había recomendado en
la Proclama del 14 de julio.
¿Y quiénes eran esos asesinos de la Patria, esos reos de lesa-nación, ese puñado de
facciosos, esos enemigos de la nacionalidad dominicana, de su bandera, de su ejército, de
su jefe? Eran Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella, Juan Isidro
Pérez, Pedro Pina… eran los fundadores de la República; los que durante muchos años ha-
bían hecho sacrificios de todo género para librar al país de la dominación haitiana; los que
habían saludado con vítores i disparos el primer despliegue de la bandera cruzada; los que
se habían negado constantemente a pedir el apoyo extranjero, temerosos de comprometer
el suelo de la Patria; los que sacrificando su patrimonio habían dado armas a ese ejército i
libertad a ese grupo de sanguinarios ciudadanos para que ahora se sirviesen de una i otras
para infamarlos, para destruirlos. Cinco meses antes eran Libertadores de la Patria; aún no
hacía veinte días un puñado de patriotas, i ahora, sin haber faltado a lei alguna, enemigos de
la nacionalidad, reos de lesa-nación, criminales dignos de muerte.
I lo peor de todo fue que los miembros de la Junta Central, entre los cuales se hallaban los
verdaderos acusadores, se convirtieron en jueces, i sin oír a los presuntos reos, sin permitirles la
defensa, sin concederles siquiera el consuelo de recusar a los que eran autoridad ejecutiva, pero
no judicial, pronunciaron el 22 de agosto sentencia definitiva e inapelable, basada solamente en
los cargos de la acusación i en la notoriedad de los hechos. Por ella se declaraban degradados,
i traidores e infieles a la Patria a los que la acababan de fundar, desterrados a perpetuidad
del país a los que habían libertado meses antes ese mismo país del yugo ominoso de Haití, i
como si se tratara de malhechores fuera de la lei, se daba poder a cualquiera autoridad civil o
militar para aplicarles la pena de muerte, si intentaban volver a poner el pie en el territorio de
la República, independizado por ellos. I todo esto ¿por qué? Por atribuírseles lo mismo que
acababa de realizar en julio, Santana, Presidente de la Junta condenadora. Por intentar apode-
rarse del Poder supremo, i desobedecer i destruir el Gobierno legítimo del país. La consumación
del hecho era en Santana un acto de patriotismo, salvador de la nacionalidad: la tentativa no
justificada de los otros, crimen de lesa-nación, digno de cien muertos. ¡Vae victis!
Duarte pudo defenderse de sus enemigos; mas para ello era preciso encender la guerra civil,
i no fue para llegar a extremo tan deplorable, que él i sus beneméritos compañeros habían hecho
sacrificios de todo género, en los años empleados combatiendo la dominación haitiana. Para
la Patria habían trabajado; no para ellos, i la Patria podía perderse del todo si se desunían los
dominicanos. La historia dirá a su tiempo si obraron bien o mal desaprovechando la oportuni-
dad de combatir la nueva tiranía que se entronizaba en el país; pero en cualquier caso no podrá
menos de reconocer en sus actos desinterés i abnegación. Entregaron los brazos a las cuerdas
de sus enemigos, i las cárceles dominicanas, en vez de criminales, guardaron Libertadores.
La sentencia de expatriación se cumplió cruelmente. Unos tras otros tomaron el penoso
camino del destierro los próceres más notables de la Independencia, i aún varias de sus
familias. El 10 de septiembre, día de iniquidad, que la Providencia hizo más tarde día de
reparación, salió para siempre Duarte de la ciudad que le vio nacer. ¡Qué pensamientos em-
bargarían su mente al pasar por el mismo camino que, por idéntica injusticia, había recorrido
trescientos cuarenta i cuatro años antes el Descubridor del Nuevo Mundo! Mas a Colón le
esperaban al fin de la jornada las lágrimas i las bondades de la grande Isabel, en tanto que
el patricio dominicano sólo iba a recibir el helado abrazo del invierno, en la inhospitalaria
tierra escogida para su tumba por el frío cálculo de sus crueles enemigos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Años después se preguntaban los amigos de Duarte cuál había sido la suerte de este insigne
i desgraciado dominicano. ¿Vivía aún? ¿Abrumado por la iniquidad de sus contrarios había
descendido al sepulcro? Nadie lo sabía. Al regresar de Europa hundióse en las soledades del
interior de Venezuela, i se ignoraba si había sido presa de las fieras, o víctima de las inunda-
ciones o las enfermedades. Cuando el error del 61 dio por pedestal de gloria a Sánchez las
ruinas de la nacionalidad dominicana, los patriotas lloraron a la vez la suerte infausta de los
dos héroes más notables de la Separación: el que acababa de caer, destrozado el cráneo por las
balas enemigas, pero libre e independiente, i aquel para quien la nacionalidad había sido sola-
mente una aparición; pero aparición absorbente, implacable, que le había arrebatado juventud,
riquezas, amigos, hogar, familia, reputación i hasta la vida misma, sin siquiera concederle lo
que la caridad no niega ni aun al náufrago que la tempestad arroja a playas extranjeras: tumba
humilde en el suelo de la Patria, que es jirón de paraíso para el anhelo del desterrado.
A principios del 62 (abril 10) Duarte, a quien las luchas de la Federación venezolana redujeron
a la miseria, supo en las soledades del Apure que la Patria era otra vez esclava, i que Sánchez se
había inmortalizado defendiendo la bandera de febrero. Juró de nuevo morir o salvar la nacio-
nalidad, i desde ese instante comenzó a hacer esfuerzos para combatir la dominación extranjera.
Poco después, el grito de Capotillo, resonando placentero en toda la América Latina, le llenó de
gozo, haciéndole saber que un puñado de héroes batallaba por redimir la Patria, que tan cara le
había sido. No consultó sus fuerzas ¡por cierto bien escasas ya! consultó su patriotismo, i aquel
ser, todo Patria, se juzgó obligado a acompañar a los nobles campeones de la libertad. El Cibao
volvió a recibir en su seno al Iniciador de la Independencia, i todos los patriotas consideraron
aquella resurrección como un augurio feliz, para la causa que defendían. Duarte, a su vez, se sintió
enorgullecido con los grandes hechos de sus compatriotas. En Moca, algunos valientes habían
perecido (mayo 19-61) por restaurar la recién perdida nacionalidad (José Contreras, José María
Rodríguez, Inocencio Reyes, Gregorio Geraldino, Benedicto de los Reyes, Estanislao García, José
Gabriel Núñez, Félix Campusano, José García, Manuel Altagracia i Cornelio Lisardo) (4) Sánchez
i sus compañeros se habían inmortalizado en el cadalso de San Juan (julio 4 de 1961) Perdomo,
Batista, Pichardo, la Cruz, Pierre, Lora i Espaillat habían caído a orillas del Yaque, soñando con
la Patria libre i prediciendo su restauración. Y Capotillo había sido luz i protesta; i la viril Santia-
go, cubierta de llamas, monumento eterno de decisión i patriotismo, orgullo aún de los mismos
contrarios del momento, que comprobaban que su raza no había degenerado en la Española.
Duarte permaneció corto tiempo en el Cibao, porque el Gobierno revolucionario estimó
conveniente utilizar sus servicios en Venezuela. Obediente siempre a la autoridad legítima,
salió del país para no volver a su seno jamás. Los partidos personales comenzaban a luchar
por el mando, i Duarte, que había jurado no desenvainar su espada en contiendas civiles,
esperó en Caracas que la Patria, libre otra vez, tuviera un gobierno nacional estable, que le
permitiese ir a morir en paz en la tierra de sus progenitores.
Las noticias propaladas por algunos periódicos, de que Santo Domingo se anexaba a los Esta-
dos Unidos de América, excitaron el patriotismo de Duarte, que en comunicación del 7 de marzo
de 1865, decía al Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de la Revolución dominicana:
Mucho se habla en Europa i América sobre el abandono de la isla de Santo Domingo por parte de la
España;... i de que se trata de una nueva anexión a los Estados Unidos… Otros suponen (la existencia de)
un partido haitiano, i aun hai quien habla de un afrancesado; de aquí proviene acaso que los periódicos
extranjeros, que en realidad no están mui al cabo de nuestras cosas, afirmen, sin ser cierto, que en Santo
Domingo hai cuatro o más partidos, i que el pueblo se halla, como si dijéramos, en batalla.

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emiliano tejera  |  antología

Esto es falso de toda falsedad. En Santo Domingo no hai más que un pueblo que desea ser i se
ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, i una fracción miserable que siempre
se ha pronunciado contra esta lei, contra ese querer del pueblo dominicano, logrando siempre
por medio de sus intrigas i sórdidos manejos, adueñarse de la situación, i hacer aparecer al
pueblo dominicano de un modo distinto de cómo es en realidad. Esa fracción, o mejor dicho,
esa facción ha sido, es i será siempre todo, menos dominicana. Así se la ve en nuestra historia
representante de todo partido antinacional, i enemiga nata por tanto de nuestras revoluciones;
i si no, véanse los Ministeriales, en tiempo de Boyer, i luego Rivieristas, i aún no había sido el
veinte i siete de febrero, cuando se les vio proteccionistas franceses, i más tarde anexionistas ame-
ricanos, i después españoles, i hoi mismo ya pretenden ponerse al abrigo de la vindicta pública
con otra nueva anexión, mintiendo así a todas las naciones la fe política que no tienen, i esto,
en nombre de la Patria, ellos que no tienen ni merecen otra Patria, sino el fango de su miserable
abyección.
Ahora bien, si me pronuncié dominicano independiente desde el 16 de julio de 1838, cuando los
nombres de Patria, Libertad, Honor nacional se hallaban proscriptos, como palabras infames, i
por ello merecí en el año de 43 ser perseguido a muerte por esa facción, entonces haitiana, i por
Riviére, que la protegía, i a quien engañaron; si después, en el año de 44, me pronuncié contra
el protectorado francés, deseado por esos facciosos, i cesión a esta Potencia de la Península de
Samaná, mereciendo por ello todos los males que sobre mí han llovido; si después de veinte años
de ausencia he vuelto espontáneamente a mi Patria, a protestar con las armas en la mano, con-
tra la anexión a España, llevada a cabo, a despecho del voto nacional, por la superchería de ese
bando traidor i parricida, no es de esperarse que yo deje de protestar, i conmigo todo buen do-
minicano, cual protesto i protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi Patria a los
Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, i al mismo tiempo contra cualquier
tratado, que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra independencia nacional, i cercenar
nuestro territorio, o cualquiera de los derechos del pueblo dominicano.
Otrosí, i concluyo. Visto el sesgo que por una parte toma la política franco-española, i por otra la
anglo-americana, i por otra la importancia que en sí posee nuestra isla para el desarrollo de los
planes ulteriores de todas cuatro Potencias, no deberemos extrañar que un día se vean en ella
fuerzas de cada una de ellas, peleando por lo que no es suyo.
Entonces podrá haber necios que, por imprevisión o cobardía, ambición o perversidad, correrán
a ocultar su ignominia a la sombra de esta o aquella extraña bandera; i como llegado el caso no
habrá un solo dominicano que pueda decir yo soi neutral, sino tendrá cada uno que pronunciar-
se contra o por la Patria, es bien que yo os diga desde ahora, más que sea repitiéndome: que por
desesperada que sea la causa de mi Patria, siempre será la causa del honor, i que siempre estaré
dispuesto a honrar su enseña con mi sangre.

Once años estuvo Duarte en espera de mejores tiempos en su país; años interminables, de
angustias infinitas, de dolores profundos. La miseria i las enfermedades se le vinieron encima,
como precursoras de la muerte, i la Patria entretanto se desgarraba las entrañas, como poseí-
da por vértigo infernal. Los héroes de la Restauración, que habían escapado de los cadalsos,
vagaban en su mayoría por el extranjero, o perecían en las fronteras, esgrimiendo unos contra
otros armas que la inmortalidad había marcado ya. La independencia se veía al borde del abis-
mo, i una bandera extraña flotaba amenazante en un extremo del territorio, codiciado desde
antiguo. ¡Años terribles para corazón tan dominicano! ¡Ah! si hubiera podido olvidar a esa
Patria ingrata, que no tenía para él, su fundador i su víctima, ni un recuerdo, ni una mirada
cariñosa! pero, el día que la olvide será el último de mi vida, decía a los que le daban tal consejo,
viendo con pesar intenso ese nuevo suplicio, no descrito por el Dante, porque el poeta vengador
no inventó castigos para los inocentes, sino para los criminales. I negándose al fin Duarte, el
consuelo amargo de estar en comunicación con su país, aunque fuera para combatir sus acerbos
dolores, se negó, por su desgracia, la única alegría que pudo tener en ese triste período de su

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

vida: la de saber que el Jefe de la Patria había vuelto al fin los ojos hacia él, i le proporcionaba
los recursos necesarios para ir a morir en el suelo que le debía su redención.
El año de 1876 le encontró en su interminable destierro, i el mes de julio, tan fecundo para
él en acontecimientos prósperos i adversos, le vio tendido en su lecho de muerte. (el 15) Dios no
le concedía el beneficio, tantas veces pedido, de morir en tierra dominicana. ¿I por qué? ¿Era tan
gran delito haber fundado una nacionalidad independiente? Podía haber sido feliz, i desdeñó la
felicidad, si no la gozaba en el suelo bendito de la Patria libre. Por ésta había sacrificado sus rique-
zas, la tranquilidad de sus padres, la dicha de sus hermanos, el amor de su juventud, el natural
deseo de verse reproducido en sus hijos. I todo ¿para qué? Su madre reposaba en tierra extraña;
sus hermanas, agobiadas por las penas i una ancianidad anticipada, quedaban en la miseria i sin
amparo; su hermano, enloquecido por los pesares, podía ser más tarde el ludibrio de los necios,
entregando a la befa de los indiscretos, un apellido que tanto había tratado de honrar; sus amigos,
los compañeros de su obra, como maldecidos por Dios, habían dejado en la senda dolorosa, donde
el menor de los males era el destierro, unos su razón, otros la vida en los patíbulos, todos su dicha
i el porvenir de sus familias; i él, agonizante en pobre i solitario lecho, descendería a la tumba
¡el 16 de julio! sin llevar el consuelo de dormir el sueño eterno en la tierra de su afecto; sin dejar
siquiera a sus desgraciadas hermanas con qué pagar la humilde cruz de su sepultura, ni el escaso
alimento que consumía en sus postreros días. Tanto castigo ¿por qué? ¿No había cumplido con su
deber, más que con su deber? Los perversos habían tenido Patria, riquezas, honores, triunfos, i él,
inocente, abnegado hasta el sacrificio sólo había recogido calumnias, olvido, miseria, proscripción
eterna. ¿Era equitativa tal repartición?… ¡Ah!, es de creerse que el ángel de la muerte no cerraría
los ojos del noble anciano sin que antes cayera de lo alto una gota de consuelo, sobre aquel co-
razón adolorido. Un rayo de amor i justicia iluminaría intensamente la triste mansión del dolor,
i el grande espíritu del patriota, libre de la misérrima cubierta terrenal, i confortado por visión
sublime y placentera, traspasaría gozoso los umbrales de la eternidad, tan temibles para el que
trilló impenitente las sendas de la perdición. Debió ver iluminada la inmensidad tenebrosa que el
tiempo aclara paso a paso, i los hechos futuros presentes ante él, como si estuvieran reflejados en
un espejo purísimo. Donde un día dominó la bandera de Occidente, ondeaba bandera respetada,
señora de los mares que bañan la extensa abra entre las dos Américas, unidas por un puente de
granito. Seis naciones ligadas por un pacto de justicia constituían la Confederación colombiana. Vio
que la libertad, el trabajo i la moralidad habían asentado su planta en aquellos pueblos hermanos,
i que cada día se daba un paso más hacia el verdadero progreso. Vio que sus campos estaban
bien cultivados; sus artes i ciencias adelantadas; sus industrias florecientes. No vio siervos ni
dueños: vio ciudadanos, esclavos de la lei, i la lei reflejo del derecho. Vio la paz reinando en todas
partes, i los pueblos que antes dominaban esas regiones, hermanados con los naturales, como si
la Confederación fuese la obra de todos, llevada a cabo por los consejos de una sabia política. I
en un punto del espacio, que su corazón le dijo era la Patria; pero que sus ojos desconocían por
completo, vio inmensa muchedumbre, que alrededor de imponente estatua, glorificaba una fecha
i bendecía un nombre. I esa fecha era la inmortal del 27 de febrero, i ese nombre era el suyo. I
con el suyo se glorificaban también los nombres de Sánchez, Mella, Imbert, Duvergé, i de todos
los patriotas que habían fundado la República Dominicana. I esa glorificación era igual en Cuba,
como en Puerto Rico, en Jamaica, como en Martinica i Guadalupe, i hasta en el mismo Haití, que
había sacudido ya el pesado fardo de su exclusivismo de razas. I entonces comprendió que la
obra de sus sacrificios no había sido infructuosa, ya que era el punto de partida de aquel glorioso
i fecundo porvenir; que el bien humano se cimenta en el dolor, i que es tan grande el poder del mal

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emiliano tejera  |  antología

en la tierra, por la perversidad, egoísmo, ignorancia i falta de unión de los hombres, que no hai
redentor que no cargue pesada cruz, ni deje de beber acíbar hasta su postrer hora en el Calvario.
El tiempo es el que convierte las penalidades del héroe en rayos de gloria, porque desaparecien-
do los perversos que lo combatían por intereses pasajeros, los buenos de las generaciones que
se suceden van rindiendo tributo al mérito, i un día esos homenajes se convierten en corona de
triunfo o en apoteosis inmortal.
La transformación de los hechos actuales en los vistos con tanta claridad por el patriota
mártir, está aún en las profundidades de los tiempos, sólo es realidad para el ojo de Dios;
pero no así la glorificación de su persona i de su fecunda labor. En agosto de 1879 (19 i 30)
el Ayuntamiento de Santo Domingo, a propuesta del regidor Domingo Rodríguez Montaño,
inició el proyecto de depositar las cenizas de Duarte en una de las capillas de la Catedral;
i el 27 de febrero de 1884 presenció ese acto de justicia, que con entusiasmo indescriptible,
llevaron a cabo el Gobierno, el Municipio y los habitantes de la Capital. Ahora el mismo Ayun-
tamiento se propone realizar otra obra de gratitud i de estímulo: la erección de una estatua de
bronce, que represente al ilustre patricio, i que será colocada en la plaza de su nombre, teatro
de su primer triunfo en 1843 contra el partido que sostenía la opresión. Obra eminentemente
nacional, la apoyan i sostienen treinta i cinco Municipios; treinta Juntas; diez i ocho periódicos,
i un sinnúmero de ciudadanos, conscientes de su deber, esparcidos en toda la República i en
el extranjero. Para este acto de reparación es que la Junta Central Erectora, compuesta por
los infrascritos, i en nombre del Ayuntamiento de Santo Domingo, tiene la honra de pedir al
Honorable Congreso Nacional, el permiso de lei para erigir la estatua en el sitio expresado, i
el óbolo con que la nación debe contribuir a obra tan justiciera i patriótica.
Sería tarea del todo innecesaria demostrar al Congreso la justicia i conveniencia de la erec-
ción de una estatua al eximio prócer Juan Pablo Duarte. Basta ser dominicano para sentir lo
necesario del homenaje, i aun no siéndolo, sólo se necesita echar una ojeada a lo que era Santo
Domingo antes de la Independencia, i a lo que es hoi, para quedar convencido de la importancia
de la obra realizada por Duarte, Sánchez, Mella, Jiménez i demás compañeros de gloria, i de
que no se equivocaron al creer radicado el bienestar de su Patria en la Separación de Haití. Los
contemporáneos del Iniciador de la idea redentora, estimaban ya en su justo valor la importancia
capital que esta tenía, i el gran mérito de Duarte por haberla concebido i realizado. El Ilustrísimo
Señor Portes llamaba a Duarte, Padre de la Patria. Igual título le discernía el trinitario José Ma.
Serra. Félix Ma. Ruiz, trinitario también, llamó a la República Dominicana:
la obra magna, la sin igual labor, el sublime engendro del desgraciado Juan Pablo Duarte, i de
sus fieles compañeros mártires, declarando igualmente que la gloria de la Separación de Haití co-
rrespondía con sobrada justicia a Duarte i a Sánchez.

El ilustre Ramón Mella, llevado de su entusiasmo, quiso a Duarte el primer Presidente


de la República. Pedro A. Pina, uno de los más activos trinitarios, decía en 1860:
Algo hai de providencial en el hecho de saberse del hombre, Fundador de la República, que to-
dos creían muerto… en circunstancias en que la Patria está a pique de perderse.

Juan Isidro Pérez, el fogoso i desgraciado trinitario, decía al mismo Duarte, en 25 de


diciembre de 1845:
Sí, Juan Pablo, la historia dirá que fuiste el Mentor de la juventud contemporánea de la Patria;
que conspiraste a la par de sus padres, por la perfección moral de toda ella. La historia dirá que
fuiste el Apóstol de la Libertad e Independencia de tu Patria; ella dirá que no les trazaste a tus

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compatriotas el ejemplo de abyección e ignominia que le dieran los que te expulsaron, cual otro
Arístides; i en fin, Juan Pablo, ella dirá que fuiste el único vocal de la Junta Central Gubernati-
va que con una honradez a toda prueba, se opuso a la enajenación de la Península de Samaná,
cuando tus enemigos por cobardía, abyección e infamia querían sacrificar el bien de la Patria por
su interés particular. La oposición a la enajenación de la Península de Samaná es el servicio más
importante que se ha prestado al país i a la revolución. Vive, Juan Pablo, i gloríate en tu ostracis-
mo, i que se gloríe tu santa madre i toda tu honorable familia.
I los oficiales del Ejército de Santo Domingo, Juan Alejandro Acosta, Eusebio Puello,
Jacinto de la Concha, Pedro Valverde, Eugenio Aguiar, Pedro Aguiar, Marcos Rojas, José
Parahoi, Ventura Gneco, Juan Erazo, Pablo García, Juan Bautista Alfonseca, i muchos otros
más decían en 31 de mayo de 1844, al solicitar para Puello, (Joaquín), el grado de General
de Brigada, i para Villanueva, Mella, Sánchez i Duarte, el de General de División, con más,
para este último, el título de Comandante en Jefe del Ejército:
que había sido (Duarte) el hombre que desde muchos años estaba constantemente consagrado
al bien de la Patria, i por medio de sociedades adquiriendo prosélitos, i públicamente regando la
semilla de Separación; que había sido quien más había contribuido a formar el espíritu de liber-
tad e independencia en el suelo dominicano, sufriendo mucho por la Patria, i que su nombre fue
invocado inmediatamente después de los nombres de Dios, Patria i Libertad, i considerándolo
siempre como el Caudillo de la Revolución, no obstante no haber asistido a la jornada del 27 de febrero
por estar expulso del país, a causa de haber sido más encarnizada la persecución contra él.

Aquí terminaría la Junta su larga Exposición, si no se hubiera lanzado al público, por


personas caracterizadas, la idea de levantar un solo monumento en honra de los héroes de
la Independencia, en vez de varios, como ha sido el propósito del Ayuntamiento de Santo
Domingo, i si a la vez no se hubieran designado a Duarte, Sánchez i Mella como los próceres
que en él debían figurar, en representación de los demás. La Junta se complace en reconocer
la sana intención de los autores del proyecto; pero supone que no han sido bien apreciadas
por ellos las dificultades, i aún la injusticia, que su realización entrañaría.
La Independencia dominicana, por causas que todos conocen, se divide, en cuanto a los
actores principales de ella, en tres períodos distintos: el período de preparación o fundación, que
comprende desde el 34 hasta comienzos del 44; el período de proclamación, del 26 de febrero
a mediados de marzo del mismo año; i el período de sostenimiento o consolidación, que puede
extenderse hasta el año de 1849. En el primer período, la figura predominante es Duarte, que
concibió la idea de Independencia i preparó los medios para llevarla a cabo; en el segundo lo
son Sánchez i Mella, que en unión de muchos otros patriotas distinguidos, dieron el grito de
Separación en el Fuerte del Conde, el acto más importante de ese período; en el tercero lo son
Imbert, Duvergé, Salcedo, los Puellos, i sobre todo Santana, héroe de la primer batalla librada
contra Haití, i Director de las operaciones militares en todo ese lapso. Representar la Indepen-
dencia en un grupo compuesto solamente de Duarte, Sánchez i Mella sería una representación
incompleta, i por tanto injusta; porque se excluirían a otros héroes que tienen perfecto derecho
a figurar como actores en esa grande epopeya nacional. I representarlos a todos en un grupo,
sería, a más de antiestético, monstruoso o injusto; monstruoso, si se comprende en el grupo a
Santana; e injusto, si se le excluye, porque la Patria le debe grandes i valiosos servicios en los
primeros tiempos de su existencia. Esa verdad incompleta no sería verdad; i el monumento,
en vez de enseñanza i galardón, sería para muchos venganza e injusticia.
Además ¿cómo podría lograrse en un grupo la representación exacta del acto, del momento
histórico en que cada héroe culminó en sus servicios a la Patria? O la obra carecería de unidad,

156
emiliano tejera  |  antología

o le faltaría la representación verdadera del instante supremo, que en toda obra escultural, digna
de este nombre, debe tratar de expresarse, para que impresione por su verdad i exactitud.
No es tampoco conveniente que sea sólo el recinto de la Capital el que dé asilo a las
estatuas de nuestros grandes hombres. Bien está que el glorioso hecho del Conde se perpetúe
en un monumento en la ciudad Capital, porque aquí ocurrió el acontecimiento que se inten-
ta conmemorar; pero ¿por qué ha de hacerse lo mismo con las proezas llevadas a glorioso
término por Imbert, Salcedo, Duvergé, los Puellos. En otros puntos inmortalizaron ellos sus
nombres; que en otros puntos los inmortalice el mármol o el bronce.
Por todo esto, la Junta ha encontrado digno i conveniente el pensamiento del Ayun-
tamiento de Santo Domingo, de erigir una estatua especial a cada uno de los principales
héroes de la Independencia. Así podrá representárseles en el instante histórico que se quiera
perpetuar, i en el sitio que se conceptúe más a propósito. Duarte estará bien en la plaza de
su nombre; teatro de su primer triunfo contra la opresión; Sánchez i Mella, en el baluarte
del Conde, pedestal digno de su gloria; Imbert, en la plaza principal de Santiago, en donde
resonaron los vítores del memorable 30 de Marzo; Duvergé, en la de Azua, noble tierra que
sembró de victorias; Salcedo, en la de Moca, cuna de uno de los más arrojados campeones
de la Independencia...; i si más tarde la posteridad decide que los méritos del héroe de Azua
i de Las Carreras son mayores que sus grandes i graves faltas, podrá erigírsele una estatua
en el punto más a propósito, para que resalten unos i se olviden las otras.
Al glorificar a Duarte se glorifica más que al hombre a la idea que aquel representa. Desde
los comienzos de la civilización han existido dos agrupaciones, grandes o pequeñas cada una
de ellas, según se las mida por el patrón del número o de la calidad: las de los que adoran la
fuerza, i la de los que son servidores o apóstoles del derecho. Al través de los siglos se ven las
huellas de sus pasos, variables, como es variable todo lo humano, pues no hai dos hombres
que sean iguales ni en formas, ni en ideas, ni en tendencias de ninguna clase. Los pueblos,
ignorantes en su mayoría, deslumbrados unas veces por el resplandor de la brillante gloria de
los conquistadores, i otras, enloquecidos por el espíritu bestial de dominio, resto del salvajis-
mo del hombre primitivo, del hombre-bestia, han endiosado a menudo a los representantes
de la fuerza, i para los del derecho sólo han tenido de ordinario desprecios, proscripciones i
cadalsos. Pero como en el mundo moral todo tiene un alma, un espíritu que vivifique, cuan-
do el alma de las sociedades ha sido el derecho, en ese hombre, como merecido galardón de
su obediencia a la lei de su organización superior, ha gozado de los beneficios de un sólido
progreso, i ha obtenido cuanta felicidad es compatible con su estado de imperfección; cuando
el alma social ha sido la fuerza, con exclusión más o menos completa del derecho, los deslum-
bramientos i los falsos esplendores no han faltado; pero tampoco han faltado a la postre las
palabras misteriosas que en el seno de la orgía amedrentaron al rei asirio, ni el galopar de los
caballos de los bárbaros, derribando como juguete carcomido el colosal imperio de Roma, ni
el triste despertar de Sedan, tan doloroso como fecundo para la noble nación francesa.
Duarte no ha sido el héroe de los combates, ni el representante de la fuerza en ninguna
de sus manifestaciones: fue un apóstol del derecho; fue de la escuela de Sócrates, de Bruto, de
Catón, de las Casas, de Washington, de Lincoln, de Juárez... de todos los adalides antiguos i
modernos de la justicia i de la libertad. Su ideal fue el derecho, i se esforzó en inculcárselo a sus
conciudadanos, i en dárselo como espíritu vivificador a la Patria que contribuyó a fundar. Ese
espíritu fue el que venció el 27 de febrero; el que impulsó a los mártires de Moca i de Santiago;
el que dio aliento poderoso a Sánchez i sus patriotas compañeros, para preferir el martirio con

157
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

gloria a la vida con ignominia; el que animó a los viriles campeones del glorioso 16 de agosto,
a lanzar a los vientos, con demencia heroica, la enseña que parecía abatida para siempre. Ese
espíritu vive aún en el corazón de los dominicanos, a despecho de pasajeros eclipses, i será el
que un día lleve a la Patria al puesto que debe ocupar en el mundo colombiano.
Medio siglo cumple hoi la República Dominicana. Ya es tiempo de que los héroes de la In-
dependencia sean honrados como lo merecen sus grandes hechos. De la Patria nada o casi
nada han recibido. Muchos de ellos han muerto en el destierro, forzado o impuesto por las
circunstancias, i ni aun tumba tienen en la tierra que redimieron. Al glorificarlos, quien se
enaltece en realidad es la República; porque ellos, en la lobreguez del sepulcro, no sentirán
conmovidos sus huesos, ni por los elogios tardíos que se les prodiguen, ni aun por el des-
conocimiento de sus grandes méritos, si existieran todavía almas ingratas que tal hicieran.
Pero la Patria sí, se engrandece, al perpetuar el recuerdo de sus acciones; porque tuvo hijos
de espíritu elevado, de abnegación ilimitada, que por su bienestar i progreso, no vacilaron
en sacrificar su fortuna, su familia, su porvenir, su vida misma. Tesoro son de la Patria tales
héroes, i enseñanza perpetua de las generaciones venideras. Pero no son las estatuas ni los
mausoleos lo que a ellos puede complacerles: es el sentimiento de gratitud i justicia que hace
surgir esos monumentos. I si algo puede conmover, en sus olvidadas tumbas a los héroes már-
tires que tuvo la Independencia, es ver a los hijos de sus perseguidores depositar una corona
sobre su sepulcro, o contribuir con sus esfuerzos a la erección de monumentos que perpetúen
su recuerdo. Tal homenaje, redentor i justiciero a un tiempo, demostraría que el reinado de la
razón i de la justicia se había cimentado en la Patria de febrero, i que en lo adelante seguiría
ésta imperturbable hacia el hermoso destino que le tiene reservado la Providencia.
De Monumento a Duarte, etc., 1894
Santo Domingo, febrero 27 de 1894.

Gobernadores
de la Isla de Santo Domingo
Siglos XVI-XVII6
Aunque esta nota fue escrita para ponerla al pie de un documento del siglo XVI, los
lectores de La Cuna de América me perdonarán que la publique en un lugar tan impropio
como es debajo de un documento del siglo diez i siete; pero como siempre temo que un
trastorno cualquiera demore la publicación de esos datos históricos, i lo importante es que
el público los conozca, espero que los aficionados a asuntos históricos excusen esa falta de
orden cronológico. La verdad la vamos conociendo a saltos.
La mayoría de los datos desde mediados del siglo XVI hasta su terminación, han sido
tomados de los documentos copiados por el Sr. Américo Lugo en los archivos de España. Aun
habrá deficiencias i errores en los que publico, pero serán siempre menos numerosos que los
que hai en las historias publicadas hasta ahora. Las Casas, Oviedo i Herrera aclararon mucho

6
Este acucioso trabajo del historiador Tejera se publicó, al pie de documentos de la Colección Lugo, en la revista La
Cuna de América, Santo Domingo, 1915, Núms. 11-15 y 17-20. Acerca del mismo tema, véase: Gobernadores de la Española,
siglos XVI-XVIII, en la obra de Fray Cipriano de Utrera, Santo Domingo, dilucidaciones históricas, Santo Domingo, 1929,
vol. 1, pp.141-161; Mandatarios del Ejecutivo en la República Dominicana, por Federico Henríquez y Carvajal, i Contribución
a la cronología de los gobiernos de la primera época colonial de la parte española de la Isla, por el Lic. Máximo Coiscou Henrí-
quez, en Clío, Santo Domingo, marzo-abril, 1938, pp.49-51; y, finalmente, el opúsculo de Julio Arzeno, Los gobiernos y
administraciones de Santo Domingo, 1492–1934, Santiago, R. D., 57 pp.(E. R. D.)

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emiliano tejera  |  antología

nuestra historia en la primera mitad del siglo XVI; pero la segunda mitad es mui oscura, i para
disipar las tinieblas que aún la envuelven hai que hacer todavía muchas investigaciones en
los ricos, pero poco ordenados, archivos españoles.
Doi ahora la lista o nota de los gobernantes de la colonia de Santo Domingo, de 1501 a
1600. Nuestros historiadores mencionan algunos individuos que, dicen, gobernaron en ese
tiempo, de los cuales no he encontrado el menor rastro. Tales son Antonio Osorio i Alonso
Arias de Herrera... Nuevas investigaciones aclararán esos puntos oscuros de nuestra inte-
resante, pero poco conocida historia antigua.
En el primer año del siglo XVI gobernaba la isla Española el Comendador de Calatra-
va, Don Francisco de Bobadilla. A fines del año anterior había enviado a España, presos i
engrillados, al Descubridor del Nuevo Mundo i a los dos hermanos de éste: Bartolomé i
Diego. La ingratitud había obtenido entonces uno de sus más grandes triunfos, i Colón, con
su martirio, redimía las faltas que había cometido como gobernante español.
La Gobernación de Bobadilla fue mala para el gobierno español i desastrosa para los
indios. Por fortuna duró poco; pues el 15 de abril de 1502 llegó a la ciudad de Santo Domingo
su sucesor, Frei Nicolás de Ovando, Comendador de Lares, de la orden de Alcántara. Con él
vinieron varios frailes franciscanos, i sobre todo, Don Bartolomé de las Casas, el que después
fue el infatigable defensor de la raza indígena de América.
En ese año, (1502), a principios de julio, la justicia de Dios resplandeció en el mar Caribe.
Colón llegó al puerto de Santo Domingo solicitando refugio contra un huracán que lo ame-
nazaba. El refugio le fue negado; pero otro puerto más abrigado de su isla amada, Puerto
Hermoso, que debía llamarse Puerto Colón, se lo concedió completamente seguro, en tanto
que Bobadilla, Roldán i cien otros enemigos de Colón, despreciadores de su bueno i noble
consejo, se hundían con sus mal adquiridos tesoros en el vengador mar Caribe, rodando
después sus cadáveres bajo las quillas de las naves de Colón. I la justicia fue completa, pues
sus destrozados cuerpos no encontraron ni aun sepultura en la tierra que tanto habían es-
candalizado i de la que habían arrojado ignominiosamente a Colón, su descubridor.
Ovando gobernó hasta el 11 de julio de 1509, en que llegó a la ciudad de Santo Domingo
Don Diego Colón, nuevo gobernador de la Colonia, acompañado de su esposa, la virreina
Doña María de Toledo i de gran número de damas i señores nobles. En los siete años de su
gobierno, Ovando pasó la ciudad de Santo Domingo a donde está hoi; fundó a Puerto Plata
i muchas otras poblaciones; edificó i dotó el hospital de San Nicolás de Bari; construyó la
Fuerza de esta ciudad, en cuyos calabozos tantos han sufrido; i a costa de la vida de millares
de indios hizo prosperar momentáneamente la colonia; pero también ahorcó injustamente
a Anacaona en Jaraguá; a Cotubanamá en esta ciudad, e hizo morir con el fuego i la espada
infinidad de indios en otros puntos, i con el repartimiento de los indígenas destruyó cientos
de millares de éstos, habiéndolos reducido antes, con los malos tratos, a la mayor desespe-
ración que han padecido seres humanos. Si Ovando no fue un hombre malo, fue un hombre
de Estado sin conciencia, que las más de las veces es cien veces peor que un hombre perverso,
que un hombre criminal. La sangre y los sufrimientos indebidos de tanto indio inocente pe-
san todavía en la balanza de la justicia divina, i sabe Dios cuánto tiempo aún tendremos, los
habitantes de esta tierra, que purgar los crímenes de Ovando i sus codiciosos compañeros.
Don Diego Colón tuvo el gobierno de la Colonia, más o menos mermado, hasta principios
del año 1515, en que se embarcó para España a defender sus derechos. En el tiempo de
su gobierno fabricó, cerca del río, el palacio que se llama del Almirante, i que algunos,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

equivocadamente, atribuyen a su padre. La catedral fue comenzada en 1514. Los indios


siguieron sufriendo por los repartimientos.
A principios del gobierno de Don Diego Colón (1510) llegaron a esta ciudad Frai Pedro
de Córdoba, Frai Antonio Montesinos i otros frailes dominicos. Fundaron su convento, i
dieron gloria inmensa a su orden, siendo los primeros, i siempre después, los constantes
defensores de la infeliz raza indígena.
También propagaron los conocimientos que poseían, i en sus claustros se estableció la
Universidad de Santo Tomás de Aquino, que tan útil fue a esta colonia i a las circunvecinas.
Bartolomé de las Casas, Protector incansable de los indios, profesó en ese convento en 1522,
i años después fundó un convento dominico en Puerto Plata, en donde en el año de 1527,
principió a escribir su célebre i veraz Historia de las Indias.7
En el año 1513, o a principios del 1514, murió en esta ciudad de Santo Domingo Alonso de
Hojeda, el valiente de los valientes. Por humildad se mandó enterrar en la entrada de la iglesia
de San Francisco. Sus restos están hoi en la iglesia del Convento de los Dominicos.
Pocos meses después de haber salido de Sto. Domingo Don Diego Colón llegó a ella,
como Juez de Residencia, el Lcdo. Cristóbal Lebrón, (en junio 1515) i ejerció oficios de Go-
bernador, pero en 20 de diciembre de 1516 llegaron a esta ciudad, nombrados por el gran
Cardenal Jiménez de Cisneros, i con facultades para ejercer funciones de gobernadores, los
padres jerónimos Frai Luis de Figueroa, Frai Alonso de Santo Domingo i Frai Bernardino
de Manzaneda. El Licenciado Alonso de Zuazo, uno de los más grandes españoles que han
pasado a América, vino poco después de ellos para residenciar a ciertos empleados i ejercer
funciones judiciales. Los jueces de Apelación fueron suspendidos entonces.
Los padres jerónimos gobernaron lo mejor que pudieron, aunque en realidad no les
fue posible destruir todos los abusos. Fomentaron el cultivo de la caña de azúcar i de otros
frutos exportables, i se conoce que estaban llenos de buenas intenciones, tanto para con los
españoles como para con los indios. Los jerónimos ejercieron funciones de gobernadores
hasta algo más de mediados de 1519.
El Lcdo. Rodrigo de Figueroa los reemplazó en la gobernación. Este llegó a Santo Do-
mingo en agosto de 1519. En mayo de 1520 se restablecieron los tres Jueces de Apelación,
debiendo Figueroa ser 4º Juez, i presidente de esa Audiencia Don Diego Colón. Este llegó a
Santo Domingo en 1520 (según un documento en enero, i según otro en noviembre).
En ese tiempo (a fines de 1519) ocurrió por justísimas causas el alzamiento del cacique
Enriquillo, el más grande de los indios de la Española, i al fin el Libertador del resto de su
nación. Después, en 1522, hubo un alzamiento de esclavos africanos, que fue sofocada.
Don Diego Colón siguió gobernando la colonia i las demás islas hasta el 1o. de sep-
tiembre de 1523, en que se embarcó para España, en donde murió el 23 de febrero de 1526.
La Audiencia siguió gobernando entonces (1523), i en 1524 el rei nombró para presidirla,
i gobernar la colonia, a Frai Luis de Figueroa; pero este murió en ese mismo año sin haber
tomado posesión de ese cargo, ni del obispado de Santo Domingo i de la Concepción de la
Vega, para los cuales había sido electo. La Audiencia siguió gobernando. Roma, no aceptó
la unión de los dos obispados hasta 1528.
En el año de 1526 vino a Santo Domingo a residenciar a la Audiencia el Lcdo. Gaspar de
Espinosa, i durante esa residencia ejerció el cargo de Gobernador de la colonia.

7
Refiérese a la Apologética Historia de las Indias.

160
emiliano tejera  |  antología

A fines del año 1528 llegó a esta ciudad el Lcdo. Sebastián Ramírez de Fuenleal, nombrado
Presidente de la Audiencia de esta isla, i electo Obispo de Santo Domingo i de la Concepción
de la Vega. Éste fue un buen gobernante, i estuvo en el mando hasta septiembre de 1531, en
que fue a México a presidir la Audiencia de Nueva España, aunque continuó siendo Obispo
de Santo Domingo hasta el año de 1538.
Después de la partida del Obispo Ramírez de Fuenleal, gobernaron los oidores Alonzo
de Zuazo, Rodrigo Infante i Juan de Badillo. Durante ese gobierno, en 21 de febrero de 1533,
el capitán Francisco de Barrionuevo les presentó una carta de la reina i emperatriz, Doña
Isabel, esposa de Carlos V, relativa a la pacificación del Baoruco, en donde estaba alzado
Enriquillo. Ese paso de la reina de España produjo el resultado apetecido, i los indios que
quedaban fueron a vivir libres a Boyá, gobernados por Enriquillo.
En 14 de diciembre de 1533 llegó a esta ciudad, como Presidente de la Audiencia, el
Licenciado Alonso de Fuenmayor, i se hizo cargo de la gobernación. A fines del año de 1538
fue electo Obispo de Santo Domingo i de la Concepción, i continuó gobernando hasta el 1
de enero de 1544, que lo reemplazó en el gobierno, como Juez de Residencia, el Lcdo. Alon-
so López de Cerrato. Fuenmayor principió en 1542 las murallas de Santo Domingo, por la
parte de la Sabana del Rei, i según se dice, hizo tres portadas: la Puerta Grande; la de San
Diego i la de la Atarazana.
Es completamente incierto que Fuenmayor construyera todas las murallas de la ciudad
de Santo Domingo. A duras penas llegaría hasta lo que se llamaba después Palo Hincado.
El Conde de Peñalba, dicen, construyó el fuerte del Conde, otros hicieron algo, i las mura-
llas vinieron a terminarse a principios del siglo diez i ocho. Limoneros, arbustos espinosos
i zanjas eran la defensa de la ciudad de Santo Domingo en ese tiempo desde el fuerte de la
Concepción hasta Santa Bárbara.
En el gobierno de Fuenmayor, en 1540, se acabó de construir la Catedral de Santo Do-
mingo, principiada en 1514.
Don Alonso de Fuenmayor celebró el primer Sínodo que hubo en Santo Domingo. No sé
el año exacto de su celebración, pero supongo que fue del 49 al 54, cuando era Arzobispo. Cita
ese Sínodo el Arzobispo frai Andrés Carvajal, que también celebró otro Sínodo Diocesano.
En 1540 se dispuso en España nombrar a D. Luis Colón, que entonces tendría apenas
19 años, Gobernador i Capitán General de la Española; pero parece que no llegó nunca a
enviársele el título al interesado.
El Lcdo. Alonzo López de Cerrato, que fue mui buen gobernante, aunque no agradaba
a los conquistadores ni a sus descendientes, gobernó, como Juez de Residencia, hasta el año
de 1549, según creo, en que lo enviaron a Tierra Firme, como Presidente de la Audiencia de
los Confines.
En el tiempo de su gobierno, vino una Real Cédula del Príncipe, (después Felipe II) fecha
27 de diciembre de 1546, en que se decía: que no convenía pasase adelante la construcción
de la torre de la Catedral de Santo Domingo, que se había principiado en 1543. La razón
era porque esa torre era una especie de fortaleza que sojuzgaba toda la ciudad, i también la
Fuerza, construida por el Emperador. No se continuó la fábrica de la torre. En ese tiempo, el
campanario estaba, i estuvo mucho tiempo después, al lado de la Sacristía de la Catedral.
Hasta ahora no he podido ver un documento que compruebe que Cerrato dejó el go-
bierno en 1549, i que lo reemplazó en ese mismo año el Lcdo. Alonso Maldonado. En 1553,
sí, estaba ya aquí Maldonado gobernando. Esto podrá aclararse más tarde.

161
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En 11 de mayo de 1549 murió en esta ciudad, en la casa del Almirante, la virreina Da.
María de Toledo i Rojas. Dispuso que se la enterrase en la Capilla Mayor de la Catedral de
Santo Domingo, al lado de su esposo Diego Colón; pero no en la parte alta del piso de la
Capilla mayor, sino en la baja. Allí estuvieron los restos de ambos, uno a los pies del otro,
hasta el año de 1795, en que las autoridades españolas, por error, trasladaron a la Habana
los restos de D. Diego, creyendo que llevaban los del Descubridor de la América. Hace 120
años que no se cumple el querer de la pobre virreina: de “estar juntos en la muerte como
nuestro señor quiso que estuviésemos en la vida”.
Este Lcdo. Maldonado, que ahora era Presidente de la Audiencia de la Española, fue el
que en 1545, presidiendo la Audiencia de los Confines, tuvo grandes choques con el Protector
de los Indios, Frai Bartolomé de las Casas, en ese tiempo Obispo de Chiapas. Maldonado se
portó mui mal entonces con el gran dominico, i llegó hasta insultarlo personalmente. ¡I las
Casas había sido su protector!
El Lcdo. Alonso Maldonado gobernó probablemente desde 1549 hasta mediados del año
1558. El Lcdo. Juan López de Cepeda fue nombrado Juez visitador de Santo Domingo el 19
de mayo de 1557, i comenzó a residenciar a Maldonado el 23 de noviembre de 1558.
Durante el gobierno de Maldonado, en el año de 1552, se fundó el Convento de monjas de
Santa Clara. Eran patrones de él los Pimenteles. I cuatro años más tarde, en 1556, pidieron per-
miso al rei para fundar el convento de Regina Angelorum, también de monjas, los Sres. Diego
de Guzmán, Salvador Caballero, Juan de Peña, Fernández, i Don Cristóbal Colón i Toledo.
Ese convento fue fundado en 1562, en unas casas principales que había dejado para ello,
junto con otros bienes, una viuda rica de esta ciudad llamada María de Arana. La iglesia de
Regina debe haber sido edificada en ese tiempo. El monasterio fue siempre pobre, i en 20 de
abril de 1582 era superiora, i en 6 de mayo de 1583, priora de él Leonor de Ovando, la primera
poetisa de Santo Domingo i de América. No es difícil que viviera en 1586, i que fuera de las que
tuvieron que salir huyendo de esta ciudad cuando la invasión i toma de ella por Drake.
En la noche del 24 de junio de 1557 murió en la Fuerza de esta ciudad, en donde servía
interinamente la alcaidía de esa fortaleza, el cronista e historiador de las Indias Gonzalo
Fernández de Oviedo. Maldonado comprobó el fallecimiento, i nombró a Hernando de
Hoyos para que sirviese interinamente la alcaidía de esa fortaleza hasta que fuese mayor
de 22 años Rodrigo de las Bastidas, (yerno de Oviedo) a quien el rei se la había concedido
en 10 de mayo de 1554.
Juan López Cepeda gobernó hasta fines de 1560, en que fue residenciado por el Lcdo.
Echagoyan, según mandato de la Real Cédula de octubre de dicho año. No sé si el Lcdo.
Echagoyan gobernó algún tiempo, probablemente durante la residencia, ni quien fue el que
ejerció el mando hasta la llegada del Lcdo. Diego de Vera en 1567. En la cédula de octubre
de 1560 se dice que el Lcdo. Grageda venía a ocupar el puesto de Cepeda, pero no se sabe si
era el puesto de Presidente de la Audiencia o el de oidor. Echagoyan dicen (en 1567 o 1568)
que cuando gobernaba Diego de Vera, era oidor Grageda junto con Casares i Ortegón.
Don Alonso de Fuenmayor, primer arzobispo de Santo Domingo, nombrado en el año
de 1548, murió en esta ciudad a fines de 1554 o a principios de 1555. Se dice que en su lugar
nombraron a Diego de Covarrubias, que no llegó a ser Arzobispo de Santo Domingo. Don Juan
de Salcedo fue electo para ese cargo; pero no llegó con vida a Santo Domingo, pues murió en
la Dominica en el último trimestre de 1564. Su sucesor en el Arzobispado, Frai Juan de Arriola,
o Arcola a quien se concedió el palio en 1566, murió antes de venir a Santo Domingo.

162
emiliano tejera  |  antología

El Lcdo. Diego de Vera gobernó desde mayo de 1567 hasta agosto de 1568, en que se fue
a Panamá, como presidente de esa Audiencia.
El Doctor Don Antonio de Mexia tomó residencia a D. Diego de Vera, i gobernó desde
agosto de 1568 hasta el año de 1572.
El Lcdo. Don Francisco de Vera parece gobernó desde 1572 hasta mediados de 1576.
El Doctor Don Gregorio González de Cuenca gobernó, como Presidente de la Audiencia,
desde mediados de 1576 hasta su muerte en esta ciudad a principios de 1581.
En el gobierno de Cuenca sucedió una cosa que parecía mui extraña de aquellos tiempos.
El rei de España, en 25 de mayo de 1577, ordenó a la Audiencia de Santo Domingo “haga
observación i averiguación de la ora a que avrá dos eclipses de la luna en los meses de sep-
tiembre deste año i el que viene, i la envíe al Gno”.
Las observaciones fueron hechas en esta ciudad por Don Luis de Morales el 24 de sep-
tiembre, i parece que fueron mui bien aceptadas, pues el Sr. Don Juan López de Velasco,
cosmógrafo i cronista mayor de las Indias, le escribió a Morales, de Madrid, el 8 de diciembre
de 1578, felicitándolo por dicho trabajo.
El Cabildo Ecco, de Santo Domingo, en carta a su Majestad, fechada el 11 de mayo de
1577, decía:
El arzobispo, unos días antes que muriese, hiço una disposición de sus biens, y mandó quince
mil ps. a esta santa yglesia para el edificio del sagrario questá començado, e instituyó para su
ánima una capellanía, que dotó suficientemente, y Vra. Audiencia Real a secretado todos sus
bienes, y los va vendiendo por su mandado, de suerte que nada se ha cumplido...

Supongo que el Prelado que murió entonces fue frai Andrés Carvajal, i que la Audiencia
presidida por Cuenca sería la que llevó a cabo el secuestro.
Pero también en tiempo de Cuenca murió otro arzobispo cuyo nombre ignoro. Los Ca-
pitulares Eccos, de esta ciudad, en carta a S. M. fecha 8 de marzo de 1579, decían:
el obispo desta ciudad después que la md. le hizo V M. hasta oy, que creemos que serán
pocos sus dias, por estar con una grave e sensible enfermedad de perlessía,. a dado lo mas
y mejor deste obispado a los frayles de Sancto Dgo., de adonde a resultado que V. M. no ha
podido, ni puede, proveer en clérigos, que los mas son lenguas, hijos patrimoniales desta
yglesia, mas que quarenta beneffos, i estos tales tan pobres que son en tierra fragosa y en-
ferma…”
El Arzobispo siempre murió, pues en carta de 12 de abril de 1579, decían los mismos a S. M.:
… aora que por falta de prelado está a nrto. cargo la administracion deste arzobispado...
Esta ysla se ha ido gastando y consumiendo de treynta o cuarenta años a esta parte; pero
ha ido poco a poco entreteniéndose hasta que abrá como tres años que alargando el paso, i
caminando como por la posta, hacia sus daños, ha oy llegado a lo último de toda miseria…
no valen ya diez ducados a los que pocos años ha bastaba uno, especialmente después qe
gobierna el doctor quenca, presidente desta Audiencia, el que demas del gran daño que hizo
a esta ysla con la mudanza desta moneda, con la qual se había antes con menos incomodi-
dad, ha hecho y dexado hacer, otras muchas cosas, con qué nos ha traydo al término donde
se ha dicho...

(Cuenca cambió moneda mala por moneda buena, i esto encareció las cosas).
El 7 de julio de 1576, celebró Sínodo Diocesano el Arzobispo frai Andrés de Carvajal, que,
según parece, gobernaba la iglesia dominicana desde el año de 1571, i que la gobernó hasta
el año de 1577 en que murió. Con motivo de ese Sínodo, menciona el que había celebrado
su predecesor, el arzobispo D. Alonso de Fuenmayor.

163
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Parece que entre éste i Carvajal no hubo ningún arzobispo que residiese en Santo Do-
mingo, pues frai Andrés dice que cuando él llegó a esta ciudad hacía diez i ocho años que
no había Prelado que ejerciese tal cargo. El arzobispo Alonso López de Ávila dice que las
vacantes entre Fuenmayor i Carvajal fueron de diez i seis años. Del 78 a principios del 79
hubo un prelado cuyo nombre ignoro; pero en 12 de abril del 79 i en el 80 no lo había. A
fines de 1581 había prelado; i lo era D. Alonso López de Ávila, el cual duró hasta el año de
1591. En 19 de enero de ese año le decía al rei...
con estas yncomodidades y muchas probeza he servido a V. M. diez años... si pareciere que basta
tan largo destierro, y en tan mala tierra, suplico a V. M. sea servido de mandarme alçar…

Frai Nicolás Ramos le sucedió en el arzobispado en 1593 ó 1594 hasta el 1599 o poco
antes. Frai Agustín Dávila Padilla era arzobispo en 1600 i tal vez a fines de 1599, i murió en
1604, combatido en sus últimos días por el sanguinario Antonio Osorio i sus amigos.
Pero noto que he mencionado todos los prelados que hubo en Santo Domingo en el siglo
XVI, con excepción de los dos primeros, que lo fueron: el obispo García de Padilla, que erigió
la catedral en Burgos el 26 de septiembre de 1512, aunque no llegó a venir a Santo Domingo,
i el Doctor Alejandro Geraldino, nombrado a mediados de 1516, i que llegó a Santo Domingo
en 1520, gobernando la iglesia hasta el 8 de marzo de 1524, en que murió.
El Lcdo. Arçeo, parece que gobernó interinamente desde el año 1581 hasta mediados
de 1583. Durante su gobierno ocurrió el alzamiento de la galera Capitana, en el Cabo del
Engaño, i el asesinato del jefe de las galeras, Rui Gómez de Mendoza. Don Diego Osorio,
Capitán de la galera Santiago, que se había encallado i perdido entre la Isabela i Puerto de
Plata, pudo al fin apoderarse de la Capitana.
El Lcdo. D. Cristóbal de Ovalle parece que gobernó desde mediados de 1583 hasta me-
diados del año 1587, en que murió en esta ciudad. En su tiempo, en enero de 1586, ocurrió
la invasión de Drake, i la ocupación i saqueo por éste de la ciudad de Santo Domingo. Los
daños que causó el saqueo e incendio parcial de la ciudad de Santo Domingo fueron mayores
de lo que la tradición decía. La catedral la convirtieron en lonja, cárcel i cuartel, i cuando
apeaban las campanas, para llevárselas, una de ellas cayó sobre el techo de la sacristía, que
era de bóveda, i rompió una parte de él, que se hizo después de vigas i ladrillos, i hoi es de
concreto. El campanario estaba entonces pegado de la sacristía i enfrente de la Fuerza.
Parece que el Lcdo. Aliaga sucedió interinamente a Ovalle. Estaba ya en el mando el 20
de junio de 1587.
En 23 de noviembre de 1588 el Rei, al enviar a Santo Domingo al maestro de campo Juan
de Tejeda, le decía en la instrucción que le dio:
I daréis hórden en que se cerque la dha ciudad de Sancto Domingo; por la parte de la ciudad se
hará un castillejo, como os pareciere mejor, como está dicho, y la çerca será con una trinchera de
tapias gruesas, del altura que os pareciere y con sus baluartes, como está designado en la traza,
metiendo dentro de la cerca el cerro e padrasto de Santa Bárbara.
Ese saque la tierra para las tapias de la parte de afuera de la cerca, para que se haga foso.

No consta que dicho maestre de campo Don Juan de Tejeda tuviese el cargo de Gober-
nador i Capitán General; pero es probable que se le diese la gobernación, pues Aliaga era
interino i había ocurrido el saqueo de Drake cerca de tres años antes.
En 22 de abril de 1591 era ya Presidente de la Audiencia i Gobernador i Capitán General
Don Lope de Vega Portocarrero. Puede que lo fuera un año antes.

164
emiliano tejera  |  antología

Don Diego de Osorio fue el sucesor de Lope de Vega. Fue nombrado Presidente de la
Audiencia i Gobernador i Capitán General en 16 de marzo de 1597 i ejerció estos cargos
hasta mediados de 1601 en que murió en esta ciudad.
Desde el tiempo de Cepeda hasta Lope de Vega Portocarrero hubo siempre luchas i
disensiones entre el Presidente de la Audiencia i algunos oidores. Para concertarlos enviaba
el Rei a veces Visitadores. Lo fueron el Lcdo. Rivero en junio de 1580 i el Lcdo. Villagra en
julio de 1594.
El arzobispo D. Agustín de Ávila i Padilla, en 20 de noviembre de 1601, decía al Rei con
motivo de los rescates:
El segundo remedio es conceder V. M. a los puertos de aquella banda (los del norte de la Españo-
la) el comercio libre, como lo tienen en San Lucar y en Canaria las naciones extrangeras: esto era
lo más fácil, aunque es muy desabrido para dos mercaderes de Sevilla, que son solos los que de
toda ella cargan para esta ysla; i otras veces que se ha tratado desto hicieron que el consulado de
Sevilla lo contradijese, y prevaleció el interés de dos hombres contra el bien del reyno.

El sabio parecer del arzobispo de Santo Domingo se lo llevó el viento. Si hubiera sido
atendido, como lo merecía, Santo Domingo se habría salvado económicamente; i si se hubiese
concedido el comercio libre a toda la isla i al resto de la América, el mundo de Colón se habría
engrandecido de tal modo que habría sobrepujado los sueños de los más optimistas de sus
hijos. Si España en ese tiempo hubiera concedido a las naciones del Nuevo Mundo dos de
sus derechos imprescriptibles: el del comercio sin trabas i el de gobernarse a sí mismas ¡qué
distinta sería hace siglos la situación de España i la de sus colonias! El desconocimiento de
esos dos derechos produjo la decadencia de España i el triste vivir por siglos de los pueblos de
raza iberoamericana. Si España hubiera reconocido esos dos derechos naturales, hace siglos
que sería la más grande i próspera nación del mundo. No habría habido ruptura violenta
entre ella i las comarcas de la América hispana, ligadas por el amor, no por la fuerza, i el
mundo de Colón sería ya lo que debe ser en lo futuro: la tierra del derecho, en donde todos
los hombres, sea cual fuere su raza, encuentran pan, libertad i justicia.

Gobernadores del siglo XVII


Con ayuda de los documentos copiados en los archivos de España por el Sor. Américo
Lugo; los datos suministrados por los archivos parroquiales de la Catedral de Santo Domin-
go, i lo que dicen ciertos documentos de archivos particulares, puede hacerse ya una nota
menos incompleta i menos errada de los individuos que han gobernado la colonia española
de Santo Domingo. Aún habrá errores en esta lista, i no faltarán omisiones; pero serán menos
numerosas que en años atrás, cuando acometió, la titánica labor de escribir la historia antigua
de Santo Domingo, nuestro nunca, en esta parte, bien alabado amigo D. José Gabriel García.
Doi a continuación la nota de gobernantes en el siglo 17.
Al principiar el siglo XVII gobernaba la Española D. Diego Osorio, el amigo de Simón de
Bolívar, que de esta isla fue a Contador a Venezuela. El 16 de marzo de 1597 fue nombrado
Capitán General de la colonia, i lo fue hasta mediados de 1601, en que murió en esta ciudad.
Fue un buen gobernador, i el rei concedió una suma a su hija Leonor, para que retirase a
España, en premio de los treinta i cuatro años de servicio de su padre.
Le sucedió en el mando uno de los gobernantes más sanguinarios i funestos que ha
tenido la isla: el Licenciado D. Antonio Osorio, que ya gobernaba en 22 de febrero de
1602, i tal vez antes. Con Ovando i D. Félix de Zúñiga constituye este gobernante el trío

165
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de gobernadores más funestos que ha tenido la colonia española. Fue ejecutor de la im-
política i desastrosa disposición de destruir la mayoría de las ciudades de la costa, para
evitar los rescates, o sea el cambio de productos del país por objetos extranjeros. Parece
que gobernó hasta principios del año de 1608. No sé si entre él i su antecesor hubo algún
gobernador interino.
D. Diego Gómez de Sandoval, gentil hombre de cámara de S. M., su capitán de hombres
de armas de las guardias de Castilla, sucedió a D. Antonio Osorio, i de seguro gobernador
en 19 de julio de 1608.– Fue un buen gobernante i estuvo en su puesto hasta fines del año
1623, en que murió pobre en esta ciudad. Según lo averiguó el Sor. Américo Lugo, durante
su gobierno vivió dos o tres años en el convento de la Merced en esta ciudad, de 1615 a 1617
ó 1618 el famoso dramaturgo Tirso de Molina.
El Sor Lugo ha copiado toda la parte relativa al convento e iglesia de la Merced de la
obra manuscrita de Tirso, titulada: Historia de la orden de la Merced, existente en la Biblioteca
de la Real Academia de la Historia de Madrid. Frai Gabriel Tellez narra allí su estada en
esta ciudad, los milagros de la Virgen, cuando el terremoto de 1617, i la ceremonia de su
adopción como Patrona de la isla. También habla Tirso de su estada en esta ciudad en su
obra: Deleytar aprovechando, que fue impresa en 1635.
Asimismo en los últimos años del gobierno de Sandoval, celebró Sínodo Provincial,
en 1622, el maestro frai Pedro de Oviedo, Arzobispo de Santo Domingo. A él asistieron el
maestro frai Gonzalo de Angulo, obispo de Venezuela; el Dr. D. Bernardo Balbuena, obispo
de Puerto Rico; D. Agustín Fernández Pimentel, como Procurador del Obispo de Cuba; i
Francisco Serrano i Bernal, como Procurador de la Abadía de Jamaica. Queda, pues, aclarado
para mí, que el obispo de Puerto Rico, en 1622, se llamaba Bernardo, aunque sospecho que
se llamase Diego Bernardo.
En 8 de junio de 1628, se escribió desde Madrid a la Audiencia de Santo Domingo, que
probea conforme dho, acerca del espolio de D. bernardo de bulbuena, difunto obispo que
fue de puerto rico.
En una certificación que, en fecha 25 de enero de 1623, los miembros del Sínodo dieron
a favor del Lcdo. D. Diego de Albarado, cura de Santiago de los Caballeros, que fue el que
tradujo del castellano al latín el texto de dicho Sínodo, el obispo de Puerto Rico firmaba:
Dorberdo de barbua obispo de Puerto Rico.
También durante el gobierno del Sr. Gómez Sandoval, en 30 de junio de 1610, celebró
Sínodo Diocesano el maestro frai Cristóbal Rodríguez Suares, Arzobispo de Santo Domingo.
El Sínodo del Arzobispo Oviedo fue mui celebrado; pero no dejaba de tener algo de
exclusivismo.
Prohibía i denegaba la promoción a las órdenes sagradas “a los ijos de españoles e indios,
que son los que llaman mestizos”. El que los examinó en España dijo con razón “sigan las
costumbres, y los mestizos puedan ser ordenados de orden sacra, como lo son en el Pirú i
en la nueba España”.
Sucedió a Sandoval D. Diego de Acuña, caballero de la orden de Alcántara, a quien en
una nota anterior, llamé Domingo, por seguirme por un documento, errado en esta parte,
de la Historia de Puerto Rico por Íñigo Abad.
Acuña gobernaba seguramente en el año 1624. (Fue nombrado el 18 de noviembre de
ese año). Tuvo choques con algunos oidores, i sólo gobernó hasta el año 1627, en que se
fue de gobernador a Guatemala, i quedando en el mando interinamente D. Juan Martínez

166
emiliano tejera  |  antología

Thenorio. Entre Sandobal i Acuña i a principios de 1624 gobernó interinamente, como oidor
más antiguo, Don Juan Martínez Thenorio.
Don Gabriel de Chávez Osorio, caballero de la Religión de San Juan, fue el sucesor de
Acuña, i estaba en el mando el 13 de noviembre de 1627. Gobernó hasta el 2 de diciembre
de 1634 en que murió casi repentinamente en esta ciudad de Santo Domingo. Fue el que
hizo construir el castillo o fuerte de Santo Jerónimo, en una playa a tres kilómetros de esta
ciudad, aunque no lo vio completamente terminado.
El Doctor O. Alonso de Cereceda, como oidor más antiguo, sucedió a D. Gabriel Chávez.
Ese Gobernador interino fue el que dispuso el desalojo de la isla de la Tortuga, encomendando
el mando de la expedición al capitán Rui Fernández de Fuenmayor, natural de esta ciudad
de Santo Domingo. Este llevó a cabo su encargo con gran rigor i daño de los ocupantes, en
enero de 1635.
Según parece, Cereceda gobernó hasta el año de 1636, en que le sucedió D. Juan Bitrian
Biamonte i Navarra, caballero de la orden de Calatrava. Este fue nombrado el l°. de febrero
de 1636, i parece gobernó hasta el año de 1645.
En 18 de agosto de 1635 se expidió nombramiento de Gobernador i Capitán General de
Santo Domingo a favor de D. Íñigo Hurtado de Conçuesa; pero parece que éste no llegó a
tomar posesión de ese cargo.
Don Nicolás de Velasco Altamirano, castellano de la Fuerza de San Juan de Ulúa
sucedió a D. Juan Bitrian i Biamonte. Su nombramiento fue expedido el 2 de marzo de
1644, pero no tomó posesión hasta 1645, i estuvo gobernando hasta marzo de 1649, en
que murió en esta ciudad. Le sucedió el Lcdo. D. Juan Melgarejo, Ponce de León, como
oidor más antiguo.
En 6 de agosto de 1650 escribía el rei a “D. Luis Fernández de Córdoba, de la orden
de Santiago, mi Gov. y Cap. General de la ciudad de Santo Domingo, y Pte de mi Aud
della”. I aún por una declaración que se hizo en 1650 se comprende que ejercía funciones
de Presidente de la Audiencia en una fecha anterior al 17 de julio de dicho año. Después
he visto que el Presidente D. Luis Fernández de Córdoba murió en esta ciudad, en 16 de
marzo de 1651; que debió sucederle el Lcdo. Pedro Luis Salazar, como oidor más antiguo;
pero éste murió el 19 de dicho mes, por lo que vino a gobernar, en 28 de abril, el Lcdo.
D. Francisco Pantoja de Ayala, que era el que seguía en antigüedad a Salazar. Se ve que
Fernández i Córdoba gobernó mui poco tiempo, pues el 10 de agosto de 1651, gobernaba
ya, como oidor más antiguo, D. Francisco Pantoja de Ayala (Título de Capitán, publicado
en Ateneo de abril de 1911).
Es seguro que el general D. Luis Fernández de Córdoba tomó posesión de su empleo
de Gobernador i Capitán General, pues consta en documento fidedigno que nombró unas
compañías de nativos del país para la custodia de la frontera francesa, las cuales, habiendo
sido suprimidas por el Capitán General D. Juan Balboa i Mogrobejo, permitieran el ataque
i toma de Santiago de los Caballeros por De Lisle, el 30 de marzo de 1660. Las compañías
fueron restablecidas poco después de dicha toma.
En 18 de septiembre de 1651, el rei escribió al “Maestre de Campo D. Andrés Pérez
Franco, mi Gov. y Cap. General de la isla de Santo Domingo y Pres. de mi Audiencia”. Pero
parece que D. Andrés Pérez Franco no tomó posesión del cargo en ese tiempo; pues 18 de
enero de 1652 gobernaba aún D. Francisco Pantoja, según carta que escribió a la corte en esa
fecha. En 23 de marzo de 1652 llegó a Santo Domingo, a ocupar su puesto, D. Andrés Pérez

167
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Franco, i lo ocupó el resto de ese año, i parte del año 1653, pues el 7 de enero de este último
año expidió el título de Contador que publiqué en Ateneo, en mayo de 1911.
Partiendo de una afirmación de Charlevoix supuse que Don Andrés Pérez Franco fue
el Capitán General que según dicho autor, fue decapitado en Sevilla. Mi suposición es com-
pletamente infundada. D. Andrés Pérez Franco murió en esta ciudad, de Capitán General,
el 18 de agosto de 1653, cuando se esforzaba en hacer los preparativos necesarios, a fin de
efectuar el desalojo de la Tortuga. Cuando murió Pérez Franco, el rei le había aceptado ya
su renuncia, a causa de su mucha edad i falta de vista; pero esto no lo llegó a saber Pérez
Franco, por haber muerto antes de llegar a su poder la carta del rei. En agosto de dicho año
(1653) gobernaba la isla, como oidor más antiguo, el Doctor D. Juan Francisco Montemayor
de Cuenca, (de 29 años de edad) i gobernó hasta el 10 de abril de 1655, en que se hizo cargo
de la Capitanía General, D. Bernardino de Meneses Bracamonte i Zapata, Conde de Peñalba.
Montemayor de Cuenca envió siempre una expedición a la Tortuga, i esta isla fue ocupada
de nuevo por los españoles.
El conde de Peñalba había sido nombrado Capitán General de la colonia en 30 de di-
ciembre de 1653; pero no llegó a la ciudad de Santo Domingo sino el día 8 de abril de 1655,
después de un largo viaje. A él le cupo la gloria, auxiliado por tropas que trajo i sobre todo
por los hijos del país, de rechazar la formidable expedición de Penn i Venables, que en 23
de abril de 1655 ocupó la boca del río Jaina i sus inmediaciones, i estuvo dos veces frente
a las murallas. El rei de España dispuso en 14 de diciembre de 1655 que todos los años se
celebrase una fiesta solemne el día 14 de mayo, por ser ese día en el que se retiraron los
ingleses de Santo Domingo, para ir a atacar i a ocupar a Jamaica. Se asegura que el Conde
de Peñalba fue el que hizo construir el fuerte i la Puerta del Conde, aunque probablemente
no vio terminado ese trabajo en su gobernación.
El Conde de Peñalba duró poco en el mando: algo más de un año. Lo reemplazó el 18
de mayo de 1656 el Sr. O. Félix de Zúñiga i Abellaneda. Conde del Sacro Imperio, el cual
resultó mui mal gobernante. El Conde de Peñalba fue nombrado Presidente de las Charcas,
i salió de esta ciudad para Cartagena poco después de haber dejado el mando.
Don Félix de Zúñiga gobernó hasta la primera quincena de agosto de 1659. Mandó hacer
unas trincheras en el camino de Jaina, i tal vez para dificultar nuevas invasiones, el fuerte
que hubo cerca de la boca del río de ese nombre.
Zúñiga fue reemplazado por el Maestre de Campo, Don Juan de Balboa i Mogrobejo,
caballero de la orden de Santiago, el cual acababa de dejar el mando de la plaza de Gibraltar.
No resultó tampoco buen gobernante. Fue nombrado el 15 de diciembre de 1658, i tomó
posesión en agosto de 1659. En su tiempo ocurrió la toma de Santiago de los Caballeros por
los filibusteros franceses, capitaneados por de Lisle. Fue nombrado Presidente de Chile, pero
parece que nunca llegó a ocupar ese puesto.
Acerca de esa invasión i toma de Santiago por de Lisle hai varios errores, sobre todo en
los historiadores franceses. Algunos de ellos suponen dos invasiones, i las fijan en los años
de 1659 i 1667. No hubo más que una en ese tiempo: la de 1660, cuando gobernaba Balboa i
Mogrobejo. Un documento de la residencia tomada a ese Capitán General dice que la ocu-
pación de Santiago fue el domingo de resurrección de 1660.
El arzobispo Fernández Navarrete, en una Relación al rei, dice que fue el 30 de marzo
de 1660. No hai gran diferencia entre las dos aserciones, pues la Pascua de resurrección en
ese año fue el 29 de marzo.

168
emiliano tejera  |  antología

El Maestre de Campo Don Pedro Carvajal i Cobos sucedió en agosto de 1661 a Balboa
i Mogrobejo, i gobernó hasta el año de 1669, o principios de 1670. Fue un buen gobernante.
Lo reemplazó el Maestre de Campo D. Ignacio de Zayas Bazán.
Don Ignacio de Zayas Bazán gobernó probablemente desde fines de 1669, o principios
del 70, hasta su muerte, que ocurrió en esta ciudad el 15 de julio de 1677.
Le sucedió en el gobierno de la isla, como oidor más antiguo, el Doctor D. Juan de Padi-
lla Guardiola i Guzmán, el cual estuvo gobernando hasta principios del segundo semestre
de 1678 (en 14 agosto gobernaba), en que se hizo cargo de la capitanía General el Maestre
de Campo D. Francisco de Segura Sandoval i Castilla. Este gobernante estuvo en su cargo
hasta el 12 de junio de 1684, que lo reemplazó, interinamente, i después definitivamente, D.
Andrés Robles, nombrado General de artillería en 1685 (julio). Don Andrés Robles gobernó
hasta el año de 1690, en que lo reemplazó el Almirante real D. Ignacio Pérez Caro. D. Andrés
Robles combatió mucho a los franceses.
En julio de 1690 invadió la colonia española el Gobernador de la francesa, Mr. de Cussy,
i tomó i saqueó a Santiago de los Caballeros, retirándose días después. Los españoles, i entre
ellos casi todos los habitantes de Santiago, invadieron a su vez la colonia francesa, i el 21
de enero de 1691, (día de la Altagracia) mandados por D. Francisco de Segura Sandoval i
Castilla; derrotaron completamente a los franceses en Sabana Real o de la Limonade, matando
al Gobernador Cussy, al Tte. Gobernador Franquesnay i multitud de oficiales i soldados. En
1695, acompañados por los ingleses, invadieron de nuevo los españoles la colonia francesa,
bajo el mando del Tte. de maestre de campo D. Jil Correoso Catalán, i la asolaron.
Don Ignacio Pérez Caro gobernó el año de 1696, i le sucedió en junio de 1698, el Maestre
de Campo Don Severino Manzaneda i Salinas. Este gobernó hasta poco antes de su muerte,
ocurrida en esta ciudad el 5 de agosto de 1702. Había sido nombrado para gobernador de
Cartagena; pero murió en víspera de salir a ocupar su puesto, i le sustituyó aquí en el mando,
interinamente, Don Juan Barranco.
Se ha dicho que el Teniente de Maestre de Campo, Don Jil Correoso Catalán, gobernó inte-
rinamente en 1691; pero hasta ahora nada he encontrado que justifique ese aserto, aunque sí,
he hallado, que el Señor Jil Correoso Catalán gobernó interinamente entre Caro i Manzaneda,
es decir, desde mediados de 1696 hasta que llegó a esta ciudad, procedente de La Habana, en
donde era gobernador, D. Severino Manzaneda i Salinas, lo cual fue en junio de 1698.
(De Gobernadores de la Isla de Santo Domingo.
Boletín del Archivo Gral. de la Nación).

El artículo 4o. del Tratado de 1874


“Las Altas Partes Contratantes se comprometen formalmente a establecer
de la manera más conforme a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos las líneas fronterizas
que separan sus posesiones actuales. Esta necesidad será objeto de un Tratado especial,
i para este efecto ambos Gobiernos nombrarán sus Comisarios lo más pronto posible”.8

Tal es el texto exacto del artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre de 1874, tal como lo
aprobaron las Cámaras de los dos países; i se dice, tal como lo aprobaron las Cámaras de los dos países
porque si se ha de dar fe a las actas de las Conferencias, suscritas por los Plenipotenciarios que

8
Véase Documento n.o 23.

169
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

convinieron el Tratado, el artículo 4o. tiene una modificación trascendental, que no se sabe
cuándo, ni por quién fue hecha; pues el texto convenido no decía: las líneas fronterizas que
separan sus posesiones actuales; sino las líneas fronterizas que los separan (a los dos pueblos).9
Al examinar el texto vigente se nota desde luego que todas las palabras que lo constituyen
tienen un sentido claro, preciso i determinado, con excepción de una sola: la palabra pose-
siones, que se presta a interpretaciones diferentes, no pudiendo saberse cuál es la verdadera
i exacta sino por el estudio detenido del resto del artículo.
No cabe duda alguna que este es un compromiso formal, contraído por los dos Gobier-
nos, de establecer en el más breve plazo posible las líneas fronterizas entre los dos Estados, i
felizmente está convenida i determinada con toda claridad la manera con que debe efectuarse
el trazado de esas líneas: éste debe ser, según el dicho artículo 4o., de la manera más conforme
a la equidad i a los intereses recíprocos de los dos pueblos.
¿Se deberán trazar dichas líneas fronterizas por el límite de los puntos que Haití ocupaba
en noviembre de 1874, o sea por sus posesiones en esa fecha? Evidentemente no. Se faltaría
con ello a la equidad, i no se tendrían en cuenta los intereses de los dos pueblos, sino el de
uno solo: el de Haití, i esto aparentemente; porque no se puede ser en realidad conveniente
a ningún pueblo nada que sea injusto i atentatorio al derecho de otro pueblo. Se faltaría a
la equidad, –pues un trazado conforme a la equidad es un trazado conforme a derecho–,
porque la República Dominicana tiene i ha tenido siempre como suyo, todo el territorio que
pertenecía a la antigua parte española, i siendo suyo, como lo es en derecho desde 1855,
no sería jamás equitativo que se le despojase de él, contra su voluntad, i sin compensación
de ninguna clase, para concedérselo a Haití, que no lo ha poseído sino por violación de la
equidad i del derecho. De manera que el trazado por el punto indicado –las posesiones de
1874– sólo sería equitativo en el caso de que Haití fuese el legítimo soberano del territorio en
cuestión, i no la República Dominicana, como se ha demostrado anteriormente. La equidad
en este último caso exige que se tracen las líneas fronterizas por los límites de Aranjuez.
No sería tampoco conforme a los intereses recíprocos de los dos pueblos; porque si a
Haití le conviene acrecentar su territorio con los cinco mil i pico de kilómetros cuadrados
que mide el territorio en cuestión, a la República Dominicana le conviene igualmente no
disminuir el suyo, sobre todo en tan gran cantidad, máxime cuando con él perdería para
siempre una población no pequeña de origen español, que vendría a confundirse i desapa-
recer en la haitiana, i también quedarían inseguros o perdidos los derechos de propiedad del
suelo, que casi todo pertenece a dominicanos, i del cual han dispuesto durante la ocupación
el Gobierno o las autoridades locales de Haití.
De manera que las posesiones actuales, de que habla el artículo 4o., no son las posesiones
que Haití ocupaba en 1874; porque tirando la línea por ellas se faltaría a la equidad, que es
una de las condiciones indispensables que deben observarse en el trazado de dichas líneas.
Las posesiones actuales, en ese caso, deberían ser las posesiones actuales en derecho, o sean las
de Aranjuez, porque sólo ellas satisfacen la equidad, condición indicada como precisa en el
artículo 4o. del Tratado de 1874.
Pero trazando las líneas fronterizas por la línea de equidad no se observa sino una sola
condición de las dos convenidas en el Tratado; falta llenar la otra: que el trazado sea confor-
me con lo que exijan los intereses recíprocos de los dos pueblos. Los puntos por donde esto deba

9
Véase Documento n.o 19.

170
emiliano tejera  |  antología

hacerse no están en realidad determinados en el artículo 4o.; pues debían ser resultado de
un convenio posterior, i para eso es que debían nombrarse los Comisarios que indica dicho
artículo. Así es que en último resultado, la línea fronteriza definitiva debía ser convertida i
determinada por Comisarios competentes, i debidamente autorizados, de uno i otro país, i
con sujeción a las dos condiciones convenidas de antemano, i que para Santo Domingo, al
menos, debían llevarlo obligatoriamente a la convocación de un Plebiscito.
Esa manera de entender el artículo 4o. debió ser la del Presidente de la República Do-
minicana, de 1874 a 1876; porque ni en sus proclamas, ni en sus mensajes al Congreso, ni en
ningún otro documento oficial suyo, de los que han visto la luz pública, se encuentra la me-
nor indicación de que hubiera cedido, ni tenido la intención de ceder a Haití la más pequeña
parte del territorio de la República Dominicana; cosa que a decir verdad, ni a él, ni a nadie
en la República le era posible hacer, sin que ipso facto resultara nulo el convenio en que tal
estipulación se consignase, a menos que se hubiese obtenido antes la autorización del pueblo
soberano, único que tiene poder para determinar la cesión de cualquiera parte del territorio
nacional. Empero, en este punto no hai oscuridad alguna: las instrucciones del Gobierno a
los Plenipotenciarios dominicanos son claras i terminantes, i en ellas se les ordena que, en la
cuestión límites, nada convengan que sea contrario a lo que prescribe el Pacto fundamental
dominicano, que para el caso fue declarado vigente por el Jefe Supremo de la nación.10
Esa manera de entender el artículo 4o., debió ser también la del Gobierno dominicano de
fines de 1876, i la de todos los Gobiernos i Congresos que se sucedieron desde octubre del
mismo año hasta el de 1883; pues habiendo determinado el Poder Legislativo de Haití, en la
lei de 9 de octubre de 1876 la anulación de todos los actos del Presidente Domingue, entre
los cuales estaba incluido el Tratado dominico-haitiano de 1874, no aceptaron ansiosamente
dicha anulación, en lo que concernía al Tratado antedicho, como lo hubieran podido hacer
si lo hubieran creído perjudicial a sus intereses, pues así se libraban sin trabajo alguno, de
un compromiso que les hacía perder una extensión de territorio considerable. Lejos de eso,
Gobiernos i Congresos se esforzaron a porfía en sostener la vigencia del Tratado, e insistieron
en pedir a Haití el reconocimiento de esa vigencia. ¿Qué demuestra semejante proceder? Que
en Santo Domingo no creían que ese artículo perjudicaba en nada sus derechos territoriales;
porque a haberlo creído así, hubieran aceptado con placer la anulación del Tratado, hecha por
el mismo Haití, i que habría sido perfecta con su consentimiento. Al contrario, creían que el
artículo 4o., sólo era un compromiso de establecer la línea fronteriza por donde lo exigieran la
equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos, i en ello no veían perjuicio alguno, sino
un medio aceptable de hacer un arreglo necesario i beneficioso para ambos países.
Esa manera de entender el artículo 4o., fue siempre la del pueblo dominicano, i de ello
dan testimonio los escritos de sus poetas, oradores, periodistas, historiadores, publicistas i de
cuantos han tenido voz pública en el país. Para todos ellos el territorio patrio es siempre el
antiguo territorio español; i la ocupación de parte de él por un pueblo extraño ha enardecido
unas veces la fibra patriótica, produciendo quejas amargas o apóstrofes sentidos, i otras ha
llevado a facilitar un avenimiento, en el que resulten hermanadas la justicia i la conveniencia
recíproca de las dos naciones que se dividen el dominio de la isla.
Esa manera de entender el artículo 4o., fue también la de la Convención Nacional domi-
nicana que aprobó el Tratado de 1874. Uno de sus miembros, inspirado por el patriotismo,

10
Véase Documento n.o 18.

171
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comprendió los peligros que entrañaba la redacción de ese artículo, i se esforzó en modificarlo,
ayudado en su empresa por algunos de sus dignos colegas. La mayoría de la Convención
encontró imaginarios los temores de aquel diputado, i no convino en la modificación pro-
puesta; pero en los largos i acalorados debates que esto produjo, varios diputados declararon
que no entendían que “por el artículo 4o., se comprometiese para nada a la República en la cuestión
límites, ni se cediese la más pequeña parte del territorio”, i otros manifestaron “que estaban en la
inteligencia de que los límites debía fijarlos la Comisión que al efecto se nombrase”. Al fin la
Convención Nacional en masa, con excepción de sólo dos diputados, i momentos antes de
aprobar el Tratado, hizo la declaración siguiente:
l°. Que al votar el artículo 4o., del Tratado domínico-haitiano no ha creído votar sobre el fondo de la
cuestión límites. 2o. Que ella cree que en ese punto nada puede haber definitivo, hasta tanto los gobier-
nos haitiano i dominicano no se hayan entendido por el medio señalado en el artículo 4o.,: un Tratado
especial negociado por Comisarios nombrados recíprocamente. 3o. Que también cree, i así lo declara:
que el statu quo establecido en el indicado artículo no expresa, ni implica ninguna clase de derechos
definitivos, por parte de Haití, sobre las posesiones fronterizas que actualmente ocupa; si bien esto
tampoco cierra la vía, por parte de la República Dominicana a un avenimiento equitativo. El diputado
Cestero, autor de la anterior manifestación, significó que lo que con ella se proponía era que quedase explicado
i bien definido un punto oscuro del Tratado en una Declaración solemne, que tendría fuerza de Lei en
caso necesario, como la consulta de un cuerpo docente respecto de un punto de derecho.11

I nuevamente ratificó la Convención Nacional su manera de entender el artículo 4o., al


determinar cuál era el territorio de la República, en la Constitución que decretó en 9 de marzo
de 1875, menos de tres meses después de haberse aprobado el Tratado domínico-haitiano;
pues no sólo volvióse a manifestar
que habiéndose dejado pendiente la cuestión límites en el Tratado, para que una Comisión es-
pecial la zanjase, debía dejarse el camino expedito a esta comisión para que pudiese hacer la
demarcación exigida por las circunstancias; sino que al declarar cuál era el territorio de la República
Dominicana, se redactó el artículo 2o. en los términos siguientes: El territorio de la República compren-
de todo lo que antes se llamaba Parte española de la isla de Santo Domingo i sus islas adyacentes.
Un tratado especial determinará sus límites por la parte de Haití.
Es decir, que el territorio de la República Dominicana era el mismo que le correspondía
en derecho desde el año 1855; esto es, toda la Parte antes española; pero que se admitía
la posibilidad de su modificación por la parte que tocaba a Haití, en virtud del Tratado
especial que se celebrase, a consecuencia de lo convenido en el artículo 4o., del Tratado de
1874, i previa, sin duda, la autorización necesaria del pueblo soberano para llevar a cabo
enajenaciones posibles de territorio.12 I en vista de esto ¿qué nombre tendría la conducta
de la Convención Nacional dominicana, si habiendo aprobado tres meses antes la cesión
del territorio fronterizo a Haití, al decretar la Constitución que debían observar i defen-
der todos los dominicanos, incluía de nuevo el territorio cedido en el perteneciente a la
Nación? ¿I cómo se denominaría el juramento que prestó días después, el Presidente de
la República, de defender los derechos del pueblo dominicano, si uno de los más princi-
pales, el de la integridad del territorio, tal como lo demarcaba la Constitución, no podía
cumplirlo, por haber cedido él mismo, según lo sostiene ahora Haití, no pequeña parte
del territorio que se obligaba a defender?

11
Véanse Documentos n.o 21 i 22.
12
Véanse Documentos n.o 24 i 25.

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emiliano tejera  |  antología

I esa misma manera de entender el artículo 4o. debió tener el Gobierno haitiano de esa
época, el General Domingue, el mismo que celebró el Tratado de 1874, pues no pudiendo
ignorar los términos en que se había redactado en la Constitución de 1875 el artículo relativo
al territorio, no hizo observación, ni reclamación alguna sobre ello al Gobierno dominicano,
con el cual estaba en relaciones mui cordiales, ni protestó tampoco contra lo expresado en ese
artículo, contrario en todo a los derechos soberanos de Haití, si era exacto que se le hubiese
reconocido como suyo el territorio que ocupaba en 1874. Igual cosa, i por la misma razón,
puede decirse de los Gobiernos haitianos subsiguientes hasta el de 1883. ¿No indica seme-
jante proceder que lo que se había convenido no era la cesión de parte alguna del territorio
en cuestión, sino el modo de arreglar más tarde esa dificultad, teniendo por norma para ello
la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos?
Confirma esta manera de ver las cosas la misma redacción del artículo 4o. Si lo que en
éste se hacía era una cesión graciosa a Haití de todo el territorio dominicano que ocupaba
indebidamente ¿por qué no se expresó esto con claridad en dicho artículo? ¿Por qué no se
dijo en estos u otros términos: “la República Dominicana cede para siempre a Haití todo el
territorio de la antigua Parte española que Haití ocupa en la actualidad, i se compromete
formalmente a trazar la línea fronteriza de conformidad con esta cesión”? ¿Para qué hablar
de equidad, si se iba a faltar a la equidad? ¿Para qué de intereses de los dos pueblos, si el
interés de uno solo era el que debía predominar? Si la voluntad de las dos partes contratantes
estaba de acuerdo en realizar la cesión ¿por qué no se llamaban las cosas por su nombre? ¿A
quién se pretendía engañar? ¿Era a Haití? ¿Era a Santo Domingo? Nada de esto es probable,
ni parece posible. Hasta es absurdo suponerlo. Demasiado bien sabían los contratantes del
Tratado que el pueblo dominicano, la única víctima en este caso, no había dado facultad a
nadie para disponer de la más pequeña parte de su territorio, i que sin esa facultad, necesaria,
indispensable, todo convenio que entrañase cesión de territorio era nulo ipso facto en derecho.
Entonces ¿para qué esa tentativa absurda de cesión territorial? No. Los Señores Plenipoten-
ciarios, fieles a su deber, i atentos a proporcionar a sus respectivos países el verdadero bien,
el fundado en la justicia, convinieron en lo que tal vez debía convenirse: en que el trazado
de los límites se hiciera más tarde por Comisarios, debidamente autorizados, sirviéndoles de
regla la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos. Prueba esto la comunicación
dirigida por los Plenipotenciarios dominicanos al Ministro de Relaciones Exteriores, en fecha
28 de octubre de 1874, i el artículo 3o. del mismo Tratado de 9 de noviembre. Si en éste se
convenía que ninguno de los dos Estados podía ceder la menor porción de su territorio ¿cómo
en el artículo siguiente, el 4o., iba a hacerse por la República Dominicana cesión de territorio
a Haití; esto es, lo mismo que acababan de convenir que no se hiciera, i lo que no podían
hacer los comisionados dominicanos, por estarle prohibido, tanto para sus instrucciones,
como por las leyes fundamentales de la nación, que obligaban a sus mismos poderdantes?
No, no hubo cesión. Los Plenipotenciarios dominicanos lo dicen clara i terminantemente:
ellos no convinieron sino en el statu quo, i el statu quo no es la cesión.13
Es igualmente asombroso que si la intención de los contratantes del Tratado fue convenir
en la cesión territorial antedicha, no se hubieran establecido compensaciones de cualquier clase
en favor del cedente de tantos i tan extensos territorios. Si Santo Domingo hubiera estado ocu-
pado por las victoriosas huestes haitianas; si los cadáveres de sus indómitos hijos, esparcidos

13
Véanse Documentos n.os 20, 23 i 25.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

por montes i llanuras, dijeran al mundo que el deber se había cumplido; si los escasos sobrevi-
vientes a tal desastre olvidaran que clima, bosques, aire, suelo, todo lo dominicano, rechaza i
combate con energía las imposiciones extranjeras; si el espíritu de Enriquillo cesara de flotar en
la atmósfera, i los recuerdos heroicos de la madre patria i los de los fundadores i restauradores
de la nacionalidad dominicana no tuvieran ya influencia en el apocado ánimo de los postreros
degenerados dominicanos; si en ese estado de extrema decadencia se hubiera exigido como
condición de paz, como único medio de salvación, ese desmembramiento del territorio, se
concibe entonces que este se hubiera llevado a cabo contra toda justicia i sin compensaciones
de ninguna clase; pero fuera de este caso, en plena virilidad de la nación, con ánimo i recursos
para alegar i defender sus derechos, ceder en completa paz de hecho, i sin discusión de ningún
género, territorio tan disputado, i cederlo sin compensación de ninguna especie, como quien
echa de sus hombros carga pesada que le molesta, eso es cosa inexplicable, inconcebible, i sólo
admitiendo la inexistencia de semejante cesión territorial es que vuelve el entendimiento a
encontrar en los hechos ilación lógica, naturalidad i justicia.

VI
La interpretación haitiana
Sostiene el Gobierno haitiano desde el año 1883, que siendo el uti possidetis la base con-
venida en el artículo 4o. del Tratado de 1874 para hacer el trazado definitivo de las líneas
fronterizas entre los dos países, le corresponden en derecho todos los territorios que ocupaba
en 1874, i que lo que falta por hacer es trazar la línea material que demarque exactamente
dichas posesiones o territorios.
Tal es en el fondo la interpretación haitiana del artículo en cuestión. ¿Tiene fundamento
sólido después de todo lo que se ha dicho anteriormente?
Una línea fronteriza no es sino la resultante de la determinación exacta de los territorios
de dos o más países que se tocan, i para determinar i fijar esos territorios ha de haber una
base convenida de antemano. La base convenida en el caso de que se trata es la que consigna
el artículo 4o.: la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos, i no la del uti possidetis, que
ni está convenida en parte alguna, ni puede derivarse lógicamente del estudio imparcial i
desinteresado del referido artículo 4o.
Para que la interpretación haitiana sea exacta es preciso, o mutilar el artículo 4o., o
cambiar la base convenida para el trazado de las líneas fronterizas. Ambas cosas hace la
interpretación haitiana.
Mutila el artículo 4o., porque suprime de él la condición o base convenida para el tra-
zado de las líneas fronterizas, que debe ser así: de la manera más conforme a la equidad i a los
intereses recíprocos de los dos pueblos. En efecto, Haití raciocina i establece sus derechos como
si el artículo 4o., dijera solamente: Las Altas Partes contratantes se comprometen formalmente
a establecer las líneas fronterizas que separan sus posesiones actuales. ¿I la manera cómo deben
establecerse esas líneas? De eso hace caso omiso.– Es como si no se hubiera convenido nun-
ca; como si las palabras no estuvieran golpeándole, para recordarle que existen i tienen un
sentido modificador profundo. No advierte que si las líneas fronterizas deben ajustarse a
la equidad, i las posesiones actuales, las del 74, no son posesiones basadas en la equidad, esas
no son ni pueden ser las posesiones por las cuales debe trazarse la línea definitiva, sino que
hai que ir a buscar entonces las posesiones o territorios que se conformen con la equidad, i
estos no pueden ser sino las posesiones o territorios que en derecho pertenezcan a las dos

174
emiliano tejera  |  antología

partes. No advierte tampoco que si las líneas fronterizas han de acomodarse a lo que exijan
los intereses recíprocos de los dos pueblos, entonces la misma línea de equidad no será en toda su
extensión la línea fronteriza definitiva, sino en el caso de que reúna a la vez la condición de
conveniencia; i si no la reúne, entonces la línea fronteriza definitiva deberá tirarse por donde
convenga a los intereses de los dos pueblos, es decir, siguiendo lo más posible la línea de equi-
dad; pero apartándose de ella en donde lo exijan los intereses de los dos pueblos; determinado
ese interés en convenio especial, llevado a cabo por quienes legítimamente tengan poder i
autorización para hacer semejante determinación.
Cambia la base convenida para el trazado de la línea fronteriza, porque encontrando en
el artículo 4o., las palabras posesiones actuales quiere hacerlas equivalentes de base de ocupación
actual o sea del uti possidetis, lo que no es exacto en el presente caso. En efecto, para llevar a
cabo el trazado de una línea fronteriza no se pueden establecer dos bases que no puedan
acordarse, mucho menos si una de ellas es o puede ser contraria de la otra; porque entonces o
la una o las dos pueden resultar anuladas, i el trazado es imposible. La base consignada en el
artículo 4o., para el trazado de las líneas fronterizas es la equidad i la conveniencia recíproca de los
dos pueblos, base convenida entre las partes i expresada clara i determinadamente, i a la cual
hai por fuerza que ajustarse. Entonces si esta base es la convenida, i es la que debe aceptarse,
no puede serlo la del uti possidetis, que pretende Haití, porque a más de no estar convenida, lo
que es suficiente para que se la deseche, tiene el gran inconveniente de que es contraria a la base
convenida; porque es contraria a la equidad. De modo que sólo en el caso de que Haití demos-
trara que es legítimo soberano, en derecho, de los territorios que constituyen las posesiones del
74 –cosa que es imposible mientras ocupación a la fuerza i derecho no sean sinónimos– sólo
en ese caso el uti possidetis se acomodaría a una de las condiciones de deslinde, quedando aún
por averiguar si se podía acomodar a la otra, o sea a la conveniencia de los dos pueblos. I si
por ventura se ajustaba a ella, reuniendo a la vez la antedicha condición de equidad, entonces
podría ser base de deslinde, no por ser uti possidetis, sino por acomodarse a la base convenida
para el deslinde, es decir, a la equidad i a la conveniencia recíproca de los dos pueblos.
¿Puede trazarse la línea fronteriza entre Santo Domingo i Haití tomando por base la
interpretación haitiana? No, si hai que observar lo convenido en el artículo 4o., del Tratado
del 1874. Las posesiones de Haití en esta fecha, no tienen en su apoyo la equidad, i no se ha
examinado aún si estarán de conformidad con lo que exijan los intereses de los dos pueblos.
A menos que se haga un convenio especial, esas líneas no podrán ir nunca exactamente por
las posesiones de hecho del 74, porque a ello se opone el mismo artículo 4o., invocado por
Haití. Esto demuestra cuál es el verdadero sentido de la frase posesiones actuales, que no es
otro que el de territorios en derecho pertenecientes a cada Estado, porque sólo dándole este
sentido es que no aparece en contradicción con la base estipulada para el señalamiento de
los confines entre los dos países. I como Haití no posee, en derecho, otros territorios que los
que le fueron cedidos por Francia en 1825, i Santo Domingo no tiene tampoco otros que los
que le transmitió España en 1855, por el límite de esos territorios, es decir, por los designa-
dos en el Tratado de Aranjuez, es por donde debería ir la línea fronteriza definitiva, si para
trazarla sólo hubiera que atender a lo que indica la equidad. Realmente deberían distinguirse
en el Derecho de Gentes, con palabras distintas i apropiadas, las tres maneras de poseer
un Estado territorios que han sido ya de otro Estado: la ocupación basada solamente en la
fuerza (posesión violenta); la posesión que tenga por fundamento un título, aparentemente
legítimo, aunque no lo sea en realidad (posesión civil o de buena fe) i el dominio o señorío,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

fundado en un título legítimo i que constituya verdadero derecho (propiedad perfecta). En


este caso deberían llamarse ocupaciones de Haití, i no posesiones, los diversos territorios que
tiene en su poder esta nación, pertenecientes a la República Dominicana, pues no los posee
con derecho alguno, i la posesión sin título legítimo, apoyada sólo en la fuerza, no es en
realidad sino una ocupación militar.
Pero lo que sobre todo hace inaceptable la interpretación haitiana, es que traería consigo
la anulación del Tratado de 1874; i es de creerse que la intención de los contratantes de él no
fue estampar una cláusula que destruyera lo mismo que estaban estipulando. Bien sabían los
Plenipotenciarios dominicanos que ellos no podían convenir en cesión alguna territorial, por
pequeña que fuese, porque no tenían facultades para ello, i nadie puede conceder lo que no
tiene. El territorio de cualquier nación, sobre todo de las que no poseen colonias, es inalienable,
porque forma el propio cuerpo del Estado, i nadie se mutila por placer, sino en un caso de
necesidad extrema, i previo acto de voluntad deliberada. Desde su infancia el pueblo domini-
cano estableció como canon fundamental de su vida como Estado, al par de la prohibición de
la esclavitud, la prohibición absoluta de enajenar el territorio en que iba a desarrollarse en su
cualidad de nación independiente i soberana. Sólo al pueblo, reunido en solemne plebiscito,
es que compete decidir si debe o no modificar este precepto fundamental, existente en todo
tiempo, esté o no consignado en Constituciones escritas; i si él no lo decide, lo hecho a este res-
pecto por cualquier otro es nulo i de ningún valor en derecho. Los plenipotenciarios haitianos,
lo mismo que su Gobierno, debían saber hasta dónde alcanzaban las facultades de aquellos
con quienes trataban, i si no quisieron averiguarlo, a nadie pueden culpar por su omisión o
descuido, porque lo primero que debe hacer un contratante es conocer las facultades del otro
contratante, a fin de no aceptar como derechos efectivos frases vacías de sentido i sin existencia
en la realidad. Tanto derecho tenían a ceder el territorio dominicano el primer francés, inglés,
o haitiano que se le antojase hacerlo, como los Poderes dominicanos que intervinieron en la
formación i aprobación del Tratado de 1874. Ni unos ni otros tendrían facultades del único
que podía hacer esa cesión: del pueblo soberano. I sin facultades para ello ¿qué valor jurídico
tienen semejantes transmisiones de dominio? ¿No son actos puramente nugatorios?

VII
La interpretación dominicana
Cuando en el año de 1883, con motivo de la revisión del Tratado de 1874, fueron conocidas
por primera vez las pretensiones de Haití respecto del territorio fronterizo, los Plenipotencia-
rios dominicanos, Señores Don José de Jesús Castro, Don Mariano A. Cestero i Don Emiliano
Tejera, al discutir el importante punto de los límites con el ilustrado Plenipotenciario haitiano,
Señor Charles Archin, formularon con toda claridad su manera de entender el artículo 4o., del
referido Tratado, i esa interpretación, aceptada primeramente por el Gobierno dominicano,
i más después por el Congreso Nacional, es la que se llama interpretación dominicana. En esa
misma época los Plenipotenciarios dominicanos propusieron al de Haití, mientras se determi-
nara o conviniera la frontera definitiva, el establecimiento de una línea fronteriza provisional,
que pasase por los puntos que ambos pueblos ocupaban en el año de 1856, bien entendido que
este arreglo provisorio no podría lastimar en lo más mínimo los derechos que cada pueblo
tuviese o creyese tener sobre el territorio ocupado provisionalmente por el otro.14

14
Véanse Documentos n.o 26, 27, 28, 29, 30, 31 i 32.

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emiliano tejera  |  antología

El Gobierno dominicano entiende que por el artículo 4o., del Tratado de 1874 sólo se
establece el compromiso formal de nombrar Comisarios de una i otra parte, que teniendo
en cuenta la equidad i los intereses recíprocos de los dos pueblos convengan i determinen la línea
fronteriza que debe separar las posesiones o sea el territorio de los dos Estados. Por línea
establecida conforme a la equidad entiende el Gobierno dominicano la línea que se trace en
estricta conformidad con el derecho perfecto que a cada pueblo asista sobre el territorio en
cuestión. Por línea establecida conforme a los intereses de ambos pueblos entiende el Gobierno
dominicano la línea que resulte del trazado conforme a derecho, modificada, si es necesario, en
uno u otro sentido, según lo exijan los intereses de los dos pueblos, armonizados de tal modo,
por convenio especial, que ninguno de los dos sea perjudicado, i sí, ambos satisfechos en
todo lo que sea justo i conveniente.
Difiere la interpretación dominicana de la haitiana en que esta da como determinada
desde el año de 1874, la línea fronteriza definitiva, en tanto que aquella supone que está aún
por establecerse dicha línea. Según Haití, lo que falta por hacer es nombrar los Comisarios de
uno i otro país, que comprueben los puntos que él ocupaba en 1874, i trazar por esos puntos,
por medio de ingenieros competentes, la línea material divisoria. Según Santo Domingo, los
Comisarios nombrados al efecto por los dos países deben convenir los puntos que conforme a
la equidad i a los intereses de los dos pueblos, deben constituir la línea fronteriza definitiva. La
discusión que puede haber entre los Comisarios, será, según Haití, la que pueda originarse de no
estar de acuerdo ambas partes en la fecha en que tal o cual punto estuviera ocupado por Haití
o por Santo Domingo, o es más bien una averiguación que una discusión; i como tal deberán
emplearse los medios necesarios para cualquier investigación; pero serán inútiles del todo las
consideraciones de equidad, i mucho menos de conveniencia entre los dos pueblos, que no pueden
servir para fijar puntos de ocupación. La discusión entre los Comisarios, según Santo Domingo,
no debe ser sobre puntos de ocupación en 1874, que es cosa mui secundaria, sino sobre puntos
de equidad i de conveniencia, asaz difíciles de determinar, i que no podrán resolverse sin largo
i detenido examen, i discusiones prolongadas i tenaces. Lo que importa para el trazado de la
línea no es saber qué puntos ocupaban ambos países en 1874, sino qué puntos les corresponden,
según la equidad, i cuáles serían los que armonizándose con esta, convendrían más a los intereses
recíprocos de los dos pueblos. Para Haití, la línea fronteriza debe pasar exacta i rigurosamente
por las posesiones que ocupaba en el 74, i por tanto no necesita para nada investigaciones de
equidad, ni menos de conveniencia de los dos pueblos. Para Santo Domingo, la línea debe
tirarse por donde se concilie el derecho con los intereses de los dos pueblos, i si la primera de
estas condiciones lleva a los límites de Aranjuez, la segunda puede alejarla de parte de ellos,
con ondulaciones más o menos grandes; pero siempre hijas de la discusión i del asentimiento
de los Comisarios nombrados al efecto. ¿Cuál de estas dos interpretaciones es la exacta? ¿Cuál
se acomoda más a la letra i al espíritu del artículo 4o. del Tratado de 1874?
El Gobierno dominicano cree que es la suya, si se le da a la frase posesiones actuales,
el sentido que indica el examen imparcial i concienzudo de dicho artículo 4o., i si se le da
también su verdadera importancia a la base estipulada: la equidad i la conveniencia recíproca
de los dos pueblos. Con la interpretación dominicana todo es natural, todo es posible, i prin-
cipalmente todo resulta conforme con la justicia i la voluntad de las partes contratantes,
consignada en el artículo 4o. del Tratado. Lo contrario sucede con la interpretación haitiana:
es deficiente, infundada i sobre todo trae consigo la destrucción del mismo artículo 4o. por
convenirse en él, según Haití, cesiones de territorio, sólo posibles al pueblo soberano, i por

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consiguiente superiores a las facultades de los contratantes dominicanos, y por lo tanto


nulas de pleno derecho, por ser imposible que nadie transmita lo que no tiene, ni se le ha
autorizado a transmitir.
Es verdad que admitiéndose en el artículo 4o., del Tratado de 1874 la posibilidad de una
modificación en el territorio de la República Dominicana, era preciso que el Gobierno que
se propusiera cumplir dicho artículo, solicitase del pueblo, por medio de un plebiscito, las
facultades necesarias para ello, pues según el derecho constitucional dominicano, no hai,
ni ha habido nunca, Gobierno ni Poder alguno que esté autorizado a ceder, ni enajenar una
sola pulgada del territorio nacional. I como el pueblo podría conceder o no conceder esas
facultades, el artículo 4o., vendría siempre a quedar nulo, ya se aceptase la interpretación
haitiana, ya la dominicana. Pero en realidad el caso no es enteramente idéntico. Con la
interpretación haitiana el artículo era nulo, de pleno derecho, porque se había convenido i
realizado una cesión de territorio, por quien no podía convenir ni conceder semejante cosa.–
Con la interpretación dominicana el artículo 4o., podría, en el caso más desfavorable, quedar
incumplido, pero no era nulo de pleno derecho, porque no se había cedido, sino convenido en
una cosa que podía entrañar cesión. Si los Comisarios convenían en que la línea de equidad
i la línea de conveniencia iban por los mismos puntos, entonces no había cesión de territorio
dominicano i el artículo quedaba cumplido sin necesidad de poderes especiales. Si esas
líneas no coincidían en todas sus partes, entonces, sí eran necesarias para los Comisarios
dominicanos facultades especiales, i se las concedía el pueblo o no. Si se las concedía, el
artículo podía tener debido cumplimiento; si no se las concedía, el artículo quedaba in-
cumplido, asemejándose en esto a otras estipulaciones del mismo Tratado, que tampoco
han tenido cumplimiento; pero como no era una concesión, sino una oferta de concesión
que no podía llevarse a cabo, no resultaba nulo de pleno derecho el artículo, aunque sí
daba facultad a las partes, si así les convenía, para pedir su rescisión, por imposibilidad
de cumplirlo de momento.

VIII
La frontera definitiva
La frontera domínico-haitiana de 1885 i de 1874 es igual, en sus dos extremos, a la fron-
tera franco-española de Aranjuez. De la boca del río Dajabón o Massacre hasta Bayahá no ha
habido modificación en los límites que demarca dicho Tratado. De la boca del río Pedernales
o des Anses-á-Pitre hasta cerca de las fuentes de este río tampoco la ha habido; aunque las
autoridades haitianas limítrofes han intentado más de una vez traspasar dichos límites,
poniendo guardias i colocando marcas en los puntos más desiertos de esos lugares.15
En donde ha habido grandes modificaciones es en la parte central de la antigua línea
franco-española. Los haitianos ocuparon primeramente en 1808 o 1809, los pueblos, enton-
ces desguarnecidos de San Miguel i de San Rafael, con sus respectivas jurisdicciones; mas
después, en 1822, se apoderaron de toda la Parte española; en 1844, al ser expulsados de
esta, retuvieron en su poder las poblaciones de Hincha i las Caobas, y sus jurisdicciones,
con parte de la Común de Bánica i Dajabón, i últimamente, después del año de 1856, en que
cesaron las hostilidades, parte de la Común de las Matas i una que otra porción de territorio
en diversos puntos del lado dominicano de la línea de guerra.

15
Véase Documento n.o 38.

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En el Tratado de 1874 se convino que la línea fronteriza se trazase por donde lo exigieran
la equidad i los intereses de los dos pueblos. Puede suponerse, sin pasar por exagerado, que
este arreglo fue prematuro entonces, i que aún lo es en la actualidad, no obstante compren-
derse la conveniencia de fijar un linde convencional entre los dos Estados. Aún admitiendo
que Haití aceptase el artículo 4o., en el sentido que le dan los dominicanos, es mui difícil, casi
imposible, que llegaran a avenirse los Comisarios respecto de ese punto, fácil de convenir,
dificultoso de encontrar, en que la equidad se conciliara con el interés de los dos pueblos.
Los haitianos encariñados con el terreno que poseen durante tantos años, i en el cual han
fundado pueblos pequeños i establecimientos de todo género, lo juzgan de su propiedad, por
el derecho de conquista, por el de incorporación voluntaria en el año 1822, por la voluntad
de las poblaciones, título que les es favorable hoi; pero que les era contrario hace algunos
años, i que para ser equitativo debería permitir a los dominicanos una posesión igual a la
que ha tenido Haití; por todo, en fin, lo que no les obligue a reconocer derecho al pueblo
dominicano; i encuentran que sería para ellos el mayor de los sacrificios, perder la más leve
porción de territorio tan codiciado. A su vez los dominicanos consideran como atentatorio
a su derecho dejar esos pueblos en poder de Haití, sobre todo cuando a más de los títulos
históricos, tienen derecho perfecto a poseerlos por la cesión que les hizo España en 1855. En
ese encastillamiento de opiniones inflexibles ¿cómo encontrar el punto de avenencia? Sólo
un tercero imparcial puede hallarlo; i el servirse de este medio no fue estipulado, como debía
haberse hecho, en el Tratado de 1874. De las dos partes contratantes, una posee territorios
ocupados indebidamente: la otra tiene derechos legítimos, aunque sin poder ejercerlos por
ahora. ¿Qué aconsejaría la razón, si el arreglo es tan necesario, como se dice? Que una de las
partes devolviera los territorios en que no esté profundamente arraigada; que la otra cediera,
mediante compensación equitativa, aquellos derechos que la ocupación prolongada de la otra
parte haya hecho imposibles de ejercer. De otro modo no puede haber transacción posible;
i un día u otro la guerra u otra calamidad parecida, se encargarán de arreglar las cosas, al
precio que lo hace siempre la fuerza bruta; con desastres terribles siempre renacientes.
Pero ¿están preparados debidamente los pueblos dominicano i haitiano para hacer en
la actualidad, por sí mismos, un arreglo conveniente, aunque no sea del todo equitativo?
Es mui dudoso. I sin culpar a nadie podría pensarse que, a pesar del espíritu de fraternidad
reinante hoi entre los dos pueblos, i a pesar también de los deseos, más de una vez mani-
festados por Haití, de vivir en paz con la República Dominicana, casi todos los gobiernos
haitianos que se han sucedido desde el año 1856, han contribuido a hacer dudoso el propósito
de perpetuar la paz entre los dos pueblos, ya invadiendo poco a poco; pero incesantemente
el territorio dominicano, ganando terreno sobre los límites al cesar la guerra en 1856; ora
colocando recientes mojonaduras, con las cuales ha quedado probado su sistema invariable
de invadir lentamente el expresado territorio, lastimando los derechos del pueblo dominicano
i engendrando en este desconfianzas más o menos justificadas.16
De semejante proceder de parte de los gobiernos de Haití es que nace principalmente el
desagrado del pueblo dominicano en convenir en un arreglo definitivo que envuelva cesión
de territorio. Por amor a la paz, i a fin de que el progreso se arraigue en el país, podría, tal
vez, llegarse a ceder, mediante justa compensación, parte de los derechos que se tienen sobre
el territorio dominicano ocupado por Haití. Pero ¿a qué conduciría ese sacrificio, si Haití no

16
Véanse Documentos n.os 33, 34, 37 i 38.

179
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cambia de sistema? ¿si continúa invadiendo como lo ha hecho ahora? ¿si obliga a los domi-
nicanos a estar siempre rechazando sus pretensiones, si no con las armas, con las reclama-
ciones diplomáticas? Puede ser conveniente, hasta necesario, el arreglo de los límites; pero
es más necesario aun que Haití demuestre con sus obras que ha renunciado verdaderamente
a las pretensiones de otro tiempo. Si no fuere así, llegará un día en que se convenzan los dos
pueblos de que es imposible para ellos vivir en paz i armonía en el suelo que la suerte les ha
señalado, i que deseen salir, de una vez para siempre, de situación tan llena de dificultades.
La perspectiva de un duelo a muerte entre pueblos cristianos es horrorosa; i debe por
tanto mirarse como un acto civilizador de parte de los actuales Gobiernos de Haití i Santo
Domingo, el propósito de buscar en el arbitraje el medio de llegar a la resolución de las difi-
cultades fronterizas.17 Pero para que el arbitraje hubiera sido del todo beneficioso era preciso
que fuera completo; es decir, que abarcara la dificultad en toda su extensión, i la resolviera
definitivamente en todas sus partes. Dejando cualquier punto sin decidir se dejan siempre
dificultades en pie, i toda dificultad puede ser motivo de desavenencias, i aun de guerra, si es
grande su importancia. Al contrario, si la cuestión límites queda resuelta justa i definitivamente
por el arbitraje, el porvenir de los dos países depende de la conducta posterior de Haití. Santo
Domingo no ha sido nunca invasor, ni puede serlo por su inferioridad numérica i la escasez
de sus recursos; i si Haití pone linde definitivo a sus pretensiones territoriales, la actividad i
energía de haitianos i dominicanos puede aplicarse toda entera a resolver las graves cuestio-
nes, tanto interiores como exteriores, que encierra su porvenir, i que sólo a fuerza de cordura
i patriotismo podrán tener solución satisfactoria. La mayoría de los pueblos de América son
independientes i autónomos, en derecho; pero en realidad carecen de fuerza verdadera para
hacer respetar esas condiciones necesarias de su vida nacional, en circunstancias que no sean
extremas, viéndose obligados en las que no merecen este nombre, a soportar exacciones i
humillaciones indebidas. I como la fuerza impera aun más de lo que debiera en el mundo
civilizado, es preciso que los pueblos americanos busquen en la asociación de unos con otros
las garantías que necesitan, i el respeto que el derecho obtiene siempre, cuando a su fuerza
virtual, se agrega la persuasión de los demás de que podrá ser sostenido convenientemente
en todos los casos, no permitiendo en ninguno imposiciones ni atropellos indebidos.
Pero sea cual fuera la extensión que se dé al arbitraje, el Gobierno dominicano piensa
haber manifestado; ¡o Beatísimo Padre! que defiende un derecho perfecto de la nación que
rige, i que no está errado al creer:
1º. Que la porción de territorio de la antigua Parte española, ocupada hoi por Haití, per-
tenecía a España hasta el año 1855, en virtud de la retrocesión que le hizo Francia en 1814,
no habiendo perdido nunca aquella nación su calidad de propietaria por ninguna causa que
sea válida en derecho.
2º. Que Haití sólo es dueño legítimo de la antigua Parte francesa de Santo Domingo,
pues esa sola fue la que le cedió Francia en 1825, según los términos claros i precisos de la
Ordenanza Real de Carlos X, de fecha 17 de abril del año arriba expresado, no pudiendo
Haití invocar derechos de conquista, ni respecto de Francia, ni respecto de España. No res-
pecto de Francia, por no haber estipulado el Tratado de reconocimiento, equivalente al de
paz, sobre la base del uti possidetis; no respecto de España por no haber estado nunca Haití
en guerra con esta nación.

17
Véanse Documentos n.os 39, 40, 41 i 42.

180
emiliano tejera  |  antología

3º. Que por la cesión hecha a Santo Domingo por España, en el artículo 1o. del Tratado de
18 de febrero de 1855, la República Dominicana es legítima dueña, hasta el presente, de todo
lo que antes se llamaba Parte española de la isla de Santo Domingo, en lo cual está incluido
el territorio que Haití ocupa indebidamente, perteneciente a dicha antigua Parte española.
4º. Que Haití ocupa sin derecho el predicho territorio de la antigua Parte española; pues
ni Francia, ni España, ni la República Dominicana, que han sido respectivamente sus dueños
hasta el presente, se lo han cedido en ningún tiempo, ni le han transmitido ninguna clase de
derechos sobre él, poseyéndolo Haití solamente en virtud de la ocupación que de él hizo,
parte a la fuerza i parte por tolerancia, lo cual no puede ser invocado contra nadie, i mucho
menos contra quien es verdadero poseedor del derecho.
5º. Que el artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre de 1874, celebrado entre Haití i
Santo Domingo, no es otra cosa sino un compromiso de establecer, conforme a la equidad i a
los intereses recíprocos de los dos pueblos, las líneas fronterizas que separan a los dos Estados;
i no, como lo sostiene Haití, una cesión de los territorios de la antigua Parte española que
tenía ocupados hasta el año de 1874.
6º. Que la interpretación haitiana es contraria al texto mismo del artículo 4o.; pues con
ella no puede trazarse la línea fronteriza, según lo determina dicho artículo; es decir, con-
forme a la equidad i a los intereses recíprocos de ambos pueblos. No puede trazarse conforme a la
equidad, porque tirando la línea por los puntos ocupados por Haití en 1874 se despoja a la
República Dominicana de algunos miles de kilómetros de territorio, que le pertenecen en
estricto derecho, para concedérselos a Haití, que los ocupa contra todo derecho, lo cual lejos
de ser conforme con la equidad, es contrario a ella, i altamente injusto i desmoralizador. No
puede tampoco trazarse la línea de conformidad con lo que exijan los intereses de ambos pue-
blos; porque no es posible jamás que al pueblo dominicano le convenga la pérdida absoluta,
i sin compensación, de zona tan extensa; i en ese caso, tirando la línea por la de ocupación
del 74, sólo sería atendido el interés de un pueblo, i lastimado profundamente el del otro,
lo que sería contrario a lo estipulado en el artículo 4o., que exige se armonicen i satisfagan
los intereses de los dos pueblos.
7º. Que si fuera exacta la interpretación dada por Haití al artículo 4o., del Tratado de 9
de noviembre de 1874, entonces éste es nulo de pleno derecho; pues el pueblo dominicano,
único que tiene facultades para ello, no había dado poderes a los que en su nombre celebraron
dicho Tratado, para que hiciesen enajenaciones de territorio, prohibidas terminantemente
por la Constitución de la nación.
I 8º. Que en esa virtud, i sea cual fuere la interpretación que se dé al artículo 4o. del ex-
presado Tratado de 1874, la nación dominicana ha sido desde el año 1855, i es actualmente,
legítima propietaria, en estricto derecho, del territorio de la antigua Parte española, hoi
ocupado por Haití; i sólo está obligada a cumplir el compromiso que, según ella, contrajo
en el artículo 4o. de dicho Tratado; es decir, el de convenir en el establecimiento de las líneas
fronterizas entre los dos países, tomando por base la equidad i los intereses recíprocos de
los dos pueblos; convenio que ha de hacerse mediante Tratado especial, llevado a cabo por
quien tenga facultad expresa del pueblo para hacerlo.
¿Está errado el Gobierno dominicano? ¿Reclama lo injusto? ¿Aspira a engrandecerse
con los despojos de su vecino? –Grave, enormísima falta sería esa en el pueblo que, desde que
nació a la vida política, adoptó, como coronamiento de sus armas, la cruz i el santo libro de los
Evangelios; es decir, la paz i la verdad, la justicia i la persuasión. Pero el pueblo dominicano

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por lo mismo que es débil; por lo mismo que comprende que la corona de laurel de los
conquistadores no debe ornar la sien de ningún pueblo cristiano i civilizado; por lo mismo
que aspira a figurar en el grupo de naciones que tienden a establecer el reinado del derecho,
como el sólo digno del hombre moral; por eso mismo cree que uno de sus principales deberes
es la defensa i el sostenimiento racional i pacífico de su derecho, por más abatido que este
se encuentre; por más poderosas que sean las circunstancias que lo coarten o encadenen. Él
sabe que transigir con el abuso que se apoya en la fuerza, i aun tolerarlo sin protesta moral
o material, es engrandecer la iniquidad; porque el espectáculo del triunfo del mal i de la humi-
llación de la justicia es profundamente corruptor y deletéreo para la mayoría de los hombres,
que sólo miran a menudo lo presente i su personal utilidad, olvidándose de que si el envenena-
miento de la fuente de que se bebe sería insigne locura en el orden material, el envenenamiento
o corrupción de la sociedad en que se vive, causado por los desarreglos i perversidades, es
monstruosidad mayor aun en el orden moral, i más peligrosa ciertamente, por ser más sutiles
i menos chocantes sus efectos; pero más perniciosos i trascendentales. El hombre social no es
verdaderamente grande sino en cuanto es verdaderamente justo; i mientras las sociedades no
tengan infiltrado hasta la médula de los huesos, i predominando en todo, el espíritu de justicia,
el mundo oscilará del borde de un abismo al borde de otro abismo, impulsado unas veces por
los brillantes desvaríos de la inteligencia, i otras por los engañosos i funestos esplendores de
la fuerza. Santo Domingo, grande un tiempo, fue después pobre i esclavo, i desde el cieno de
su ergástula pudo apreciar el valor de la libertad i lo imprescindible de la justicia. Las cadenas
le hicieron amar la independencia; la dura e injusta opresión, el derecho. Allí creyó, como lo
cree todo oprimido, que el derecho, emanación de la justicia, es inmortal; que la fuerza puede
oprimirlo, amordazarlo, paralizarlo; pero aniquilarlo, jamás. Allí creyó que las obras injustas,
por potentes que parezcan, son débiles i efímeras; i que siempre, para el que sabe esperar i
sufrir, llega un día en que el derecho, que es verdadero derecho, se alza potente sobre todos los
obstáculos, i triunfa i se enseñorea de todo, sirviéndole de pedestal los mismos elementos que
antes servían para su abatimiento i opresión. I de su desdén respecto de las imposiciones de la
fuerza nació también su disposición a ceder a las influencias de la razón i de la conveniencia
bien entendida. I por eso, rindiendo parias a todo lo racional, siente gozo intenso cuando ve
sustituida la tenaz discusión interesada por el avenimiento amistoso, i las brutales i humillantes
decisiones de la fuerza por el sereno e imparcial juicio del árbitro.
¿Está errado el Gobierno dominicano en lo que sostiene con tanto tesón? En breve lo
decidiréis ¡o Beatísimo Padre! pues a vuestra grande experiencia i sabiduría, i para que lo
resolváis en conciencia i derecho, está sometido el desacuerdo existente entre Haití i Santo
Domingo, y sea cual fuere vuestro augusto fallo, el Gobierno y el pueblo dominicano lo
aceptarán i acatarán como la expresión genuina i verdadera de la imparcialidad, de la con-
veniencia i de la justicia.
De Vuestra Santidad con el más profundo respeto i reconocimiento i el más acendrado
afecto,

La Legación dominicana,
Emiliano Tejera
Justino Faszowicz, Barón de Farensbach.

De Memoria que la Legación Extraordinaria de la República en Roma presenta a la Santidad de León XI, Roma, 2 de
mayo de 1896.

182
emiliano tejera  |  antología

Fragmento de la memoria que al ciudadano


Presidente de la República, General Ramón Cáceres,
presenta el ciudadano Ministro de Relaciones Exteriores,
Licenciado Emiliano Tejera –1907–
X
Hai cierto malestar, cierto mal entendido en las relaciones entre parte del pueblo domi-
nicano i del pueblo americano, que por suerte no ha llegado hasta la esfera de las relaciones
oficiales. Varias son las causas que contribuyen a que en el país exista cierta desconfianza
respecto de los procedimientos del Gobierno Americano. Unos, los descreídos, los poseídos
del espíritu mercantil, no encuentran posible que un pueblo pueda tender la mano a otro
pueblo, sin que tenga en mientes exigirle el sacrificio de su dignidad, el cercenamiento de
su territorio, tal vez la pérdida de su independencia i soberanía. Olvidan la historia, i al-
gunas de sus más bellas páginas: el nacimiento de muchas nacionalidades, fundado en el
sacrificio sublime, i sin compensaciones de gran número de sus hijos, i el de otras, al que
han cooperado desinteresadamente pueblos i gobiernos extraños, movidos sólo por el amor
a la libertad; otros, i no son escasos, quieren hacer nacionales sus sentimientos particulares;
convertir la herida que en su corazón hayan ocasionado rozamientos debidos a causas étni-
cas, en heridas de la Patria, i que estos sentimientos i el rencor sordo que esas heridas han
causado, sean la norma de conducta de la nación; i por sobre todo cerniéndose el espíritu
de partido, que todo lo desnaturaliza i acrimina; el ansia desapoderada de volver a la épo-
ca de la formación rápida de las grandes fortunas; pero también de las grandes cargas que
abruman ahora al pobre pueblo dominicano; el apasionamiento, en fin, sustituido al sereno
juicio, tan necesario hoi para sortear los peligros que puedan amenazarnos, i no atraer con
procedimientos indebidos el mismo peligro que quisiéramos evitar.
Me agrada que el patriotismo esté siempre vigilante –ese es su deber en los pueblos
débiles–, i que llegada la hora del sacrificio lo proclame a los cuatro vientos, i repitamos las
heroicidades antiguas i modernas, no desconocidas en tierra dominicana; pero no encuen-
tro bien que asustándose con fantasmas, dé la voz de alarma cuando no hai enemigos en el
horizonte, ni que escuche estremecido las voces de los antiguos explotadores, vestidos ahora
de patriotas, cuando sólo claman para ver si hai quien compre su silencio, o les arroje un
mendrugo qué roer. La independencia nacional no está en peligro, como se dice a menudo,
porque se tome prestado para saldar compromisos antiguos, ni porque se descargue al pueblo
de la mitad de la pesada deuda con que lo habían abrumado las dilapidaciones anteriores;
ni porque se paguen en su valor nominal, sino en su valor real, actual, la mayor parte de
esas deudas, legales sí, pero no justas en su totalidad. Todo eso es beneficioso para el pueblo,
que se descarga de multitud de gravámenes indebidos, i obra patriótica de parte de los que
la realizan entre las protestas, denuestos i calumnias de los antiguos explotadores, irritados
porque no hai botín que distribuir, i por ver también que se destruye, tal vez para siempre,
el fácil medio de enriquecerse a costa del infeliz trabajador dominicano; pero, sí, se pone en
peligro la independencia con provocar divisiones i excitar a la guerra entre hermanos; con
estorbar que se ponga un cese a las antiguas explotaciones de negociantes extranjeros que, a
cuenta de derechos aduaneros, i para encender o sostener la guerra civil, prestaban diez para
cobrar mil entre el llanto, i los quejidos de las viudas i los huérfanos; con impedir o dificultar
la implantación de un sistema que permita que nos instruyamos, que nos moralicemos, que
produzcamos lo necesario para vivir; que nos civilicemos en una palabra, i no seamos en

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lo adelante un peligro i una vergüenza para los pueblos que nos rodean, los cuales tendrán
el derecho de impedirnos que continuemos viviendo en la barbarie. A dónde nos llevó el
antiguo sistema lo dice la abrumadora carga de deudas que pesa sobre el pueblo, i las mil
trabas impuestas a su progreso; a dónde nos lleva el implantado hace poco tiempo lo dice
la actual situación, en la cual no se contraen deudas, se pagan los servicios públicos; no se
enriquecen especuladores, i se labora con tesón por unificar i reducir las deudas, eliminar
concesiones gravosas e impedimentos fiscales i echar las bases de nuestro futuro progreso
nacional.
¡Ah! qué falto de sentido común se mostraría el pueblo dominicano si creyese que está
mermada su independencia, porque se dificultan o quitan a los Gobiernos malos –los buenos
no la utilizan– la facultad de echarle encima deudas pesadas para obtener fondos con que
enriquecerse ellos i enriquecer a sus protegidos! ¡qué falto de sentido común se mostraría, si
creyese cándidamente que antiguos desacreditados, cuyas frases de honradez hacen sonreír a
sus viejos cómplices, son hoi los campeones de la dignidad de la patria, de su independencia
económica, que ayer ayudaron ellos a comprometer, i que hoi comprometerían de nuevo, si
tuvieran poder para ello i les produjese utilidad! ¡Qué falto de sentido común se mostraría ese
pueblo si tuviese por traidores a los patriotas que han llevado en todo tiempo la abnegación
hasta el sacrificio; que tienen limpias las manos i la conciencia, i que hoi mismo, en vez del
descanso a que pudieran aspirar, luchan patriótica i tenazmente por aliviar de cargas a ese
mismo pueblo e impedir que se las impongan en lo porvenir.
La razón dirá a los hombres de buena fe que abrigan desconfianzas, pero que estudian
desapasionadamente nuestros asuntos, que el Gobierno americano no procede con entero
desinterés al ayudarnos; al contrario tiene, como es natural, un interés grande i poderoso.
Las conveniencias de su política exigen que los poderes europeos no sienten su planta en
América, i para evitar eso es que nos ayuda. Si nuestras locuras continúan, si no pagamos lo
que debemos a acreedores europeos, llegará un día en que, cansados de esperar i reclamar,
los Gobiernos de Europa ocupen nuestras aduanas, para cobrar esas deudas, i tal vez parte
del territorio. Llegado ese caso, el Gobierno americano tiene, o que retroceder en su polí-
tica, confesando que la doctrina de Monroe es fantasma risible, o que sostener una guerra
con naciones poderosas, o que pagar las deudas o garantizar su pago, encargándose él de
cobrarlas. ¿No es de sana política prever esas eventualidades, cuando con eso no sólo se
evitan peligros propios, sino se ayuda a salir de su crítica situación a un pueblo republicano
infeliz? ¿No es de sana política prestar esa ayuda cuando, a los bienes antedichos, se agrega
el aumento de influencia en toda la América latina, luego que esté demostrado que los Es-
tados Unidos ayudan sin exigir compensaciones territoriales; i también la preponderancia
en un mercado en donde colocar parte de los productos de la agricultura i de la industria?
Los Estados Unidos son ahora, i tendrán que ser por mucho tiempo, los protectores natu-
rales de las Repúblicas hispanoamericanas débiles, i en el corazón de los patriotas de cada
uno de esos pueblos hai una herida que sangra, cuando se recuerdan las humillaciones i
exacciones recibidas cada vez que esa protección se ha debilitado o cuando no ha podido
ser solicitada ni concedida.
Hombre honrado, debo creer en la palabra de los hombres honrados de otros países, i
no tengo derecho para dudar de la sinceridad de los que poseyendo a Cuba, cien veces más
rica que nosotros, cien veces más gobernable, se retiraron de ella voluntariamente i la alza-
ron al rango eminente de nación soberana. Tengo confianza en las afirmaciones, reiteradas

184
emiliano tejera  |  antología

más de una vez, del Presidente Roosevelt, del probo i hábil estadista Mr. Root, i hasta que
otros hechos no la desmientan tendré por verdad indiscutible la declaración que copio en
seguida, i que fue hecha en 9 de febrero de 1905 por el eminente hombre de Estado, Mr. Hay,
por indicación del Presidente Roosevelt, con motivo de una pregunta que dirigió a dicha
Secretaría de Estado el notable publicista Mr. J. N. Leger, Ministro de Haití en Washington.
Dice así:
“En respuesta a lo que V. inquirió de mí esta mañana, tengo el placer de asegurar a V. que
el Gobierno de los Estados Unidos de América no tiene la intención de anexarse ni a Haití
ni a Santo Domingo, ni tampoco desea adquirir su posesión por la fuerza ni por medio de
negociaciones, i que aun en el caso de que ciudadanos de una u otra República solicitasen
esa incorporación en la Unión americana, no habría inclinación, ni de parte del Gobierno
nacional, ni en el círculo de la opinión pública en aceptar semejante proposición. Nuestro
interés está en armonía con nuestros sentimientos en que Uds. continúen en paz, prósperos
é independientes.

XI
En junio 9 de 1906 el Poder Ejecutivo dio amplios poderes al señor Don Federico Veláz-
quez H., Ministro de Hacienda i Comercio, para que diese en los Estados Unidos los pasos
necesarios para llegar a la reducción y pago de la Deuda dominicana. Facilitaba ese arreglo,
a más del crédito que había adquirido el actual Gobierno, lo estipulado por el Doctor Don
Francisco Henríquez i Carvajal en el ventajoso contrato que celebró en 3 de junio de 1901
con los acreedores belgas i franceses, mediante el cual esos acreedores se comprometían a
aceptar el 50% de sus acreencias, como pago de todo el capital, siempre que se le pagase
en efectivo en un plazo de veinte años. I como la deuda belga i francesa era una de las más
legítimas podía esperarse que ese tipo de pago fuese aceptado por otros acreedores que
estuviesen en idénticas o peores condiciones, mucho más cuando dicha deuda representaba
cerca de la mitad de toda la Deuda dominicana.
El Señor Velázquez, ayudado por el Dr. Hollander, mui entendido en asuntos finan-
cieros dominicanos, logró después de muchos esfuerzos, contratar con la fuerte casa
bancaria de Kuhn, Loeb & Co., de New York, un empréstito de $20,000,000, oro americano,
amortizable en 50 años, i redimible en diez, con interés de 5 por ciento al año i prima de 4
por ciento. Este empréstito está destinado para pagar la Deuda dominicana, reduciéndola
por convenio con los acreedores, de treinta i pico de millones a $17,000,000, poco más ó
menos; comprar con el sobrante i lo que está depositado en New York varias concesiones
onerosas, i destinar el remanente a la construcción de ferrocarriles, puentes i otras obras
convenientes al progreso industrial del país. El Contrato está subordinado a la condición
de que Receptores nombrados por el Gobierno Americano perciban la totalidad de las
rentas aduaneras de la República, envíen a la Agencia Fiscal de esta, en New York, la
cantidad de un millón, doscientos mil pesos, oro americano ($1,200,000) anuales, para
amortización del capital e intereses del empréstito, i entreguen el remanente al Gobierno
Dominicano. También se hizo otro Contrato con la Morton Trust & Co., de New York, como
Agente Fiscal de la República i depositaria i pagadora de los fondos del empréstito. El
Poder Ejecutivo aprobó la labor del Señor Ministro de Hacienda i Comercio, i lo autorizó
a hacer Convenios con los acreedores, de acuerdo con el plan que se tuvo en cuenta al
hacer la contratación del empréstito.

185
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Como es sabido de todos, la Convención del 7 de febrero de 1905 no llegó a ser exami-
nada por el Senado americano, ni por el Congreso Nacional Dominicano. I como una de las
estipulaciones del Contrato de empréstito era que el Gobierno Americano interviniese en la
recepción i distribución de las rentas aduaneras de la República, el Presidente de los Estados
Unidos dio plenos poderes a Mr. Thomas C. Dawson, su Ministro Residente en esta Capital,
para que estipulase con el Plenipotenciario o Plenipotenciarios del Gobierno Dominicano los
términos de una nueva Convención que sustituyese la antigua. El Poder Ejecutivo designó al
Señor Ministro de Hacienda i Comercio i a mí para el desempeño de ese delicado e importante
cargo, i en ocho del corriente, después de largas discusiones, firmamos la Convención que en
su oportunidad será sometida a la aprobación del Congreso Nacional. Nuestro patriotismo
nos impulsaba a eliminar de ese Tratado cuanto pudiese lastimar el sentimiento nacional, i
creemos que bastante se logró en ese sentido; pero no se pudieron dejar de aceptar ciertas
restricciones exigidas por nuestra condición de deudores, i, con excepciones cortas de cerca
de veinte años, de malos deudores. El pueblo i el Congreso juzgarán nuestra obra, teniendo
en cuenta las circunstancias en que ha sido llevada a cabo, i no partiendo del supuesto de
que la República nada debiera, i de consiguiente estaba en libertad absoluta de no hacer
ningún Convenio, o de hacer sólo el que juzgase beneficioso.
No sé si me engañe mi amor a este país siempre tan desdichado; pero paréceme que el
empréstito que se ha convenido es el complemento de la fecunda evolución de julio de 1899.
Entonces cayó el principal sustentador del sistema que tanto dinero ha costado al contribu-
yente dominicano, ahora va a destruirse el sistema por completo. Será una resurrección a
nueva vida. Si Congreso i Ejecutivo se aúnan con espíritu patriótico, para sacar del emprés-
tito todo el beneficio que puede dar; si las sumas de que va a disponer el Poder Legislativo
se emplean en la compra de concesiones onerosas hoi, i más onerosas mañana; en llevar a
cabo ferrocarriles i carreteras que unan al Cibao con el Sur de la República, i pongan en fácil
comunicación las turbulentas regiones fronterizas con el resto del país; si se fomenta la inmi-
gración de agricultores laboriosos i entendidos; si se destruyen o modifican las trabas que al
trabajo oponen la crianza fuera de cercas i los terrenos indivisos; si se instruye al pueblo para
que obtenga de su labor todo el beneficio posible, i se modifican los aranceles, abaratando
los objetos que consume la clase trabajadora, a fin de que la vida resulte más barata, el país
está salvado; la revolución de julio habrá sido el alborear de un nuevo sol de libertad i de
progreso, i no será sueño de cerebro febril la bella esperanza de tener dentro de pocos años
una patria próspera, digna de respeto, civilizada i del todo independiente i soberana.

XII
Cincuenta i un años hace que hai paz de hecho entre Haití i la República Dominicana,
i treinta i tres que la hai en derecho, i todavía no ha podido fijarse definitivamente la línea
fronteriza entre los dos Estados. Verdaderamente no es este plazo largo, si se le compara
con el que ha corrido entre otras Repúblicas del Continente americano; pero sí, es indicador
de que en esta isla, como en todas partes, son mui dificultosos los arreglos de límites. El
sentimiento nacional se excita en esas cuestiones más que en otras de mayor importancia, i
es mui raro que la justicia i la conveniencia tengan la influencia que debía corresponderles
en las pretensiones de las partes desavenidas. Por eso el arbitraje ha sido adoptado general-
mente como el medio más eficaz para poner término a esos desacuerdos que de otro modo
serían interminables.

186
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Hai un hecho que ha dificultado, i dificultará siempre, el deslinde de nuestras fronteras;


es la ocupación por Haití durante el período de la paz de hecho, i aun después de la de dere-
cho, de algunas porciones de territorio evidentemente dominicano, pues eran parte de que
habían ocupado i defendido como suyo nuestras tropas durante el período de guerra activa.
Lastima profundamente el sentimiento nacional dominicano que regiones que no pudieron
ser dominadas por Haití, cuando ambos contendientes tenían las armas en la mano, fuesen
ocupadas después, aprovechándose de nuestras discordias intestinas, del descuido en que
se hallaban los pueblos fronterizos, i aun de la alianza que existió por algún tiempo entre el
Gobierno de Haití i algunos de nuestros partidos políticos, en lucha entonces con el partido
que ocupaba el poder en la República Dominicana.
En el año de 1895 comprendieron al fin los Gobiernos de Haití i Santo Domingo que el
único medio de arreglar las dificultades fronterizas, era sometiendo el asunto a la decisión de
un Poder imparcial. Se hizo un plebiscito en la República Dominicana; se celebró un Tratado
de arbitraje, i fue nombrado Arbitro el Pontífice reinante entonces, el sabio i justiciero León
XIII, sometiéndose a su juicio la interpretación del artículo 4o. del Tratado de 9 de noviembre
de 1874, que era el que se refería a los límites. El Santo Padre manifestó, en 12 de enero de
1897, que la dignidad de la Santa Sede i el convencimiento que tenía de no llegar con eso
al noble objeto de la pacificación de los dos pueblos, le obligaban a declinar las funciones
de Arbitro, salvo el caso de que los dos Gobiernos se resolvieran a conceder al Juez Arbitro
más extensos poderes.
En el Tratado de Arbitraje, como en casi todo lo que se hizo en esa época, se nota la in-
fluencia del espíritu de mercantilismo. Hai en él afirmaciones erróneas en puntos esenciales,
i se cometen extralimitaciones de poder de gran trascendencia. Estas extralimitaciones conti-
nuaron en Convenios posteriores, no conocidos del público por no haber sido promulgadas.
Es posible que esa cuestión de fronteras hubiera traído un conflicto en lo porvenir entre los
dos países, o se hubiera resuelto de un modo arbitrario, a no ser por el cambio de Gobierno
que produjo la revolución de 26 de julio de 1899.
El Gobierno de Haití viene insistiendo hace tiempo en que se resuelva la cuestión de
límites, continuando el arbitraje iniciado en 1896, i nombrándose los Comisionados que de-
ben representar la República Dominicana ante el Tribunal Arbitral, que es siempre el Santo
Padre. No ha podido acceder el Gobierno Dominicano a esa fundada solicitud, a causa de
las luchas civiles que ha habido últimamente, i de la cuestión financiera, que estaba en pie
i debía resolverse prontamente. En el estado de ánimo en que se ha encontrado el país en
estos últimos tiempos, intentar el arreglo de la cuestión límites, era dar armas a los enemi-
gos para combatirlo, pues la ceguedad i apasionamiento partidaristas no habrían tardado
en servirse de ese hecho para lanzar acusaciones calumniosas contra el Gobierno, i que de
seguro excitarían más los ánimos, de suyo ya mui excitados.
Pero llegar al arbitraje en las condiciones en que lo colocó el Gobierno que terminó en
1899, es doloroso para el pueblo dominicano. Es cierto que los Gobiernos son solidarios
unos de otros; pero eso debe entenderse en lo que hagan en la esfera de su capacidad
jurídica. Lo que realicen fuera de ella no puede tener vida en derecho, ni tampoco cons-
tituir una obligación para sus sucesores. Tanto en lo material como en lo moral la falta
de capacidad reduce a la inexistencia, al estado de sombras, las cosas que se pretenden
realizar sin poder; pues no se puede aceptar como hecho lo que no se tiene el poder de
hacer. En los actos realizados i convenidos por el Gobierno en 1895, 98 i 99, en el asunto

187
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arbitraje i fronteras, hai algunos evidentemente inconstitucionales, fuera de la capacidad


de ese Gobierno, i no es posible que un Gobierno honrado como el actual, se vea com-
pelido a ejecutar actos ilegales, fuera de sus facultades, porque así lo hubiera estipulado
un Gobierno anterior, excediéndose en los poderes que tenía. Creo que antes de llegar al
arbitraje hai que examinar bien las facultades que tengan ambos Gobiernos, i luego entrar
en negociación para restablecer la verdad de los hechos, eliminar las estipulaciones que
no tengan base legal, i buscar con amor el medio de llegar a un acuerdo, realmente fun-
dado en el derecho i la conveniencia, i que por lo tanto tenga la seguridad de una larga
duración. Queda siempre entendido que la resolución del diferendo fronterizo deberá
ser resuelto por medio del arbitraje.
No hai necesidad de encarecer el tacto con que debe procederse para llegar a un resultado
satisfactorio. El asunto es de una delicadeza extremada. En su resolución debe echarse a un
lado todo sentimiento egoísta; proceder con extrema cordialidad i tener siempre por norma
la equidad i la conveniencia de ambos pueblos, sin olvidar ni un instante la imprescindible
necesidad en que se encuentran los dos Estados de vivir en paz i en completa armonía, para
no atraer sobre ellos desgracias que puedan ser irreparables.
¡Ojalá que el Congreso Nacional, dada la importancia del asunto, determinase exami-
narlo, i, en su sabiduría, trazase las reglas con que debe resolverse!

Fragmento de la memoria que al ciudadano


Presidente de la República, General Ramón Cáceres,
presenta el ciudadano Ministro de Relaciones Exteriores,
Licenciado Emiliano Tejera –1908–
XI
El Congreso Nacional en fecha 12 de abril de 1907 dictó una Resolución autorizando al
Poder Ejecutivo para adherirse a las Convenciones de La Haya de 29 de julio de 1889. Estas
Convenciones son la relativa al Arreglo pacífico de los conflictos internacionales, llamada
primera Convención; la concerniente a las leyes i usos de la guerra terrestre i la relativa a la
adaptación de los principios de la Convención de Ginebra, de 22 de agosto de 1864, a la guerra
marítima. A estas dos Convenciones se les daba la denominación de segunda i tercera.
En la misma Resolución del Congreso se autorizaba al Poder Ejecutivo para que en-
viara a la Segunda Conferencia de la Paz dos Delegados i un Secretario de nacionalidad
dominicana.
En 9 de abril el Señor Ministro de Relaciones Exteriores de Holanda invitó cablegrá-
ficamente, en nombre de su Gobierno al de la República para que enviara Delegados a la
Segunda Conferencia de la Paz, que tendría lugar en La Haya el 15 de junio siguiente. En
nota de la misma fecha (9 de abril), al reiterar la invitación el Señor Ministro, decía que 45
Estados habían aceptado el Programa ruso de 1906 como base de deliberaciones, aunque
algunos con ciertas reservas, i que el Gobierno Ruso había pedido al Gobierno Neerlandés
convocar la Conferencia para el 15 de junio i que S. M. la Reina había accedido a ello. La
reunión tendría lugar en la fecha expresada a las tres de la tarde en la gran sala condal de
Binnehof.
A su vez el Señor Ministro Dominicano en Washington telegrafiaba en 10 de abril que
el Gobierno Ruso manifestaba por órgano de su Embajador en dicha ciudad, que todos los

188
emiliano tejera  |  antología

Estados habían dado consentimiento a la Primera Conferencia del Protocolo de adhesión a


la Primera Convención de La Haya.
En 12 de abril telegrafié al Ministro de Relaciones Exteriores de los Países Bajos, ma-
nifestándole que el Gobierno enviaría Delegados a la Conferencia de la Paz i declarándole
a la vez que se adhería a la 2ª. i 3ª. Convención de La Haya i eventualmente a la 1ª. Al día
siguiente (13) le repetí lo mismo por nota, rogándole a la vez de parte del Poder Ejecutivo el
envío del Programa definitivo de los asuntos que iban a tratarse en la Conferencia, si difería
del que le había sido comunicado por el Gobierno Imperial de Rusia en 3 de abril de 1906.
Telegrafié igualmente al Ministro Dominicano en Washington la disposición del Poder Eje-
cutivo de adherirse a las Convenciones i de enviar Delegados a la Conferencia de La Haya,
a fin de que lo comunicara al Señor Embajador Ruso en Washington.
En 20 de abril tuvo a bien el Poder Ejecutivo nombrar Delegados a la Conferencia de la
Paz, a los Señores Dr. Don Francisco Henríquez i Carvajal, Exministro de Relaciones Exterio-
res, i Lic. Don Apolinar Tejera, Rector del Instituto Profesional de la República. En el mismo
día fueron nombrados Secretarios de la Delegación los Señores Tulio M. Cestero, Excónsul
General de la República en Hamburgo i Emiliano Tejera, Cónsul Dominicano en el Havre.
El Poder Ejecutivo nombró dos secretarios en vez de uno por el temor de que siendo uno
solo pudiera enfermarse o inutilizarse durante la Conferencia, i la Delegación quedara sin
secretario, pues no era fácil enviar otro a tiempo teniendo que ser dominicano. Lo ocurrido en
Roma durante el Congreso Postal i lo que estuvo a punto de ocurrir en Río Janeiro, hicieron
comprender al Poder Ejecutivo el peligro que se corre siempre cuando se nombra un solo
individuo para representar la República en Congresos o Conferencias internacionales.
En 8 de mayo comuniqué al Señor Ministro de Relaciones Exteriores de los Países Bajos
el nombramiento de los Delegados i Secretarios que constituían la Delegación Dominicana
i le reiteré la adhesión de la República a las tres Convenciones de La Haya, de conformidad
con la indicación que había hecho el Gobierno Imperial de Rusia.
El lo. de mayo comuniqué también a los Señores Delegados las instrucciones que debían
tener presentes en los puntos más importantes que se iban a tratar en La Haya, dejando a
su patriotismo i conocimientos la resolución de aquellos otros asuntos de menor importan-
cia, recomendándoles estuviesen siempre de acuerdo en todo lo que fuere posible con los
Delegados de los Gobiernos americanos.
En 16 de mayo me hizo saber el Señor Ministro de Relaciones Exteriores de los Países
Bajos que el Programa de los trabajos de la Conferencia, que el Gobierno Ruso había comu-
nicado al de la República en 3 de abril de 1906, no había sufrido alteración ninguna.
Ya antes, en 17 de abril, el mismo Señor Ministro de los Países Bajos me había manifestado
que no habiendo tenido lugar el entendido de que habla el artículo 60 de lª. Convención,
para la adhesión a esta de los Estados que no habían tomado parte en ella, i por lo tanto no
pudiendo estos contribuir a la revisión de una Convención en la que no habían sido partes,
habían convenido los Gobiernos firmantes de la Convención en firmar al principio de la
Segunda Conferencia un protocolo, en virtud del cual los Estados que no hubieren estado
representados en la 1ª. Conferencia, pero que hubiesen sido invitados a la Segunda, podrían
adherirse a la 1ª. Convención por medio de una simple notificación al Gobierno Neerlandés.
Que al efecto se entendería en el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Países Bajos un
acta de adhesión a 1ª. Convención, proponiéndole al Gobierno Dominicano encargase, si
fuese necesario, por la vía telegráfica, a uno o varios de sus Delegados de firmar dicha acta

189
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de adhesión tan luego como llegasen a La Haya. El Gobierno Dominicano dio autorización
para ello a sus dos Delegados.
La segunda Conferencia de la Paz se abrió siempre el 15 de junio a las tres de la tarde.
Asistieron a ella los Delegados de 44 Estados soberanos. Fue un acto solemne. Nunca se habían
visto reunidos tantos representantes de pueblos independientes. Las naciones de Europa i
América estaban casi todas representadas. De Asia, muchas también. Esto indicaba que los
pueblos civilizados sienten la necesidad de la paz i buscan con anhelo, aun quizás donde no
se encuentran, los medios de conservarla i de evitar los intensos perjuicios de la guerra.
Los Delegados Dominicanos firmaron el mismo día 15 de junio el acta de adhesión de la
República a la 1ª. Convención de La Haya i desde luego quedaron capacitados para tomar
parte en las reformas que a ésta pudieran hacerse.
En fecha 22 de junio el Ministerio de Relaciones Exteriores de los Países Bajos llamó la
atención de la Delegación Dominicana acerca de la necesidad de adherirse la República a la
Convención de Ginebra de 22 de agosto de 1864, por prescribirlo así el artículo 13 de la 3ª.
Convención de La Haya. En 25 de junio telegrafié al Señor Presidente de la Confederación
Suiza, notificándole que el Gobierno Dominicano se adhería a la Convención de Ginebra
de 22 de agosto de 1864, relativa “al mejoramiento de la suerte de los militares heridos en
los ejércitos en campaña”. A la vez le pedía que comunicase esa adhesión al Gobierno de
los Países Bajos. En 28 de junio me participó el Presidente de la Confederación Suiza haber
comunicado a todos los Gobiernos la adhesión de la República a la expresada Convención
de Ginebra.
No es mi ánimo relatar lo ocurrido en la Segunda Conferencia de la Paz. Esto está hecho
en la extensa i detallada Memoria que me han presentado los Señores Delegados, i que figura
en los Anexos con el número 9. Tocar de nuevo ese asunto sería repetir lo que magistralmente
han dicho los Delegados del Gobierno en aquella augusta Conferencia.
Se ha dicho i repetido infinidad de veces que la Segunda Conferencia de la Paz había sido
un fracaso. Puede serlo para los que, rayanos en la candidez, esperaban de ella la terminación
de las guerras, el arbitraje obligatorio en todos los asuntos, o cuando menos la limitación de
los armamentos. Ninguna de estas cosas era posible que hiciese una Asamblea en que estaban
representados cuarenta i cuatro Estados soberanos, muchos con aspiraciones opuestas, i en
la cual, por consiguiente, debían tomarse las decisiones a unanimidad de votos. Pero agitar
profundamente ciertas cuestiones es medio resolverlas, i en la Conferencia de la Paz se han
movido cuestiones que han conmovido al mundo civilizado. América se ha revelado a Europa
como la tierra del Derecho. Sus Delegados, todos liberales, se han puesto en contacto íntimo
con los hombres de Derecho de Europa i del Asia, en las sociedades todas se han infiltrado
ideas i aspiraciones que serán fecundas en lo porvenir. El mundo se ha conmovido i está
aún en estado de tensión intensa. Los armamentos no se han limitado, porque el bien arma-
do no quiere desarmarse, ni tal vez le conviene hacerlo, i los no suficientemente armados
tampoco pueden aceptar no ponerse en las mismas condiciones de los bien armados; pero
los que pagan las contribuciones que permiten esos armamentos i los que van a los campos
de batalla a ofrendar su vida en aras de ambiciones desapoderadas, esos han meditado, i
sus meditaciones pueden i tienen que ser fecundas para la paz. La necesidad hará lo que
no pueden las Conferencias, i llegará un día en que sólo haya guerras defensivas contra los
ambiciosos, i aun éstas serán disminuidas en gran parte por las alianzas de los enemigos
de la guerra.

190
emiliano tejera  |  antología

El arbitraje obligatorio general no ha podido ser establecido, pero la Convención de


arbitraje entre nación i nación suplirá esa falta, i ya a la fecha se han celebrado bastantes.
Cuando se hayan reducido los casos en que se crean comprometidos el honor i los intereses
esenciales de los Estados; cuando la mediación i los buenos oficios tengan más extensión i
eficacia que al presente; cuando el obrero que no tiene nada, i el capitalista, que es poseedor
del nervio de la guerra, movidos cada cual por su interés, ejerzan presión sobre los Gobiernos
ambiciosos, las guerras serán raras, i tal vez llegue el día en que, al igual que los particulares,
haya un tribunal de naciones que decida todas las dificultades que pueden suscitarse entre
éstas. I a este benéfico fin habrán contribuido las discusiones de la Segunda Conferencia de
la Paz i las que se celebren en lo futuro, si se reúnen en ella los Delegados de todos los pue-
blos civilizados. La buena semilla ha sido regada, ha encontrado tierra fértil, i será fecunda
en beneficio para las sociedades, sedientas de paz i de justicia.
A la República Dominicana le interesaba el triunfo del arbitraje para todas las cuestiones,
por haber sido ella tal vez la primera nación que lo estableció así en su Pacto Fundamental.
I le convenía, sobre todo, el que no se emplease la fuerza para el cobro de deudas i sobre
todo de reclamaciones. La doctrina Drago trataba de impedir el empleo de la fuerza para
el cobro de deudas por empréstitos; la proposición Porter, que triunfó en La Haya, tendía a
ese mismo fin en las deudas contractuales, salvo el caso de que la parte deudora se negase
al arbitraje o faltase a lo que éste disponía; pero hai una clase, no de deudas, porque no lo
son siempre, sino de reclamaciones por perjuicios verdaderos o ficticios de extranjeros, que
son las verdaderamente peligrosas, porque casi siempre son infundadas, exageradas, i se
cobran por la fuerza, sin preceder muchas veces discusiones diplomáticas. No fue aceptada
en la Conferencia la proposición de la Delegación Dominicana de someter siempre al arbi-
traje toda clase de cuestiones, i habrá que recurrir al medio de hacer Tratados de Arbitraje
con las naciones que tienen más relaciones con la República Dominicana.
Trece Convenciones fueron ajustadas en la Segunda Conferencia de La Haya. Los De-
legados Dominicanos firmaron once; ocho sin reservas i tres con reservas, i se abstuvieron
de firmar dos por no estar de acuerdo con prescripciones de nuestra Lei Sustantiva. La
primera de éstas es la que crea una Corte Internacional de Presas que debe fallar en último
grado sobre la validez o invalidez de las presas. La Constitución Dominicana atribuye esa
facultad a la Suprema Corte de Justicia, i los Delegados, con razón, juzgaron que no podían
contribuir a la creación de un Tribunal que privase a la Suprema Corte de una de las facul-
tades que le concede la Constitución. Además, en la formación del Tribunal de Presas se
lastimaba el principio de la igualdad de los Estados, cosa que no hubieran podido aceptar
nunca nuestros Delegados.
La otra Convención que no firmaron los Delegados es la relativa a la transformación
de los buques mercantes en buques de guerra, i que está fundada en la Declaración de Pa-
rís de abril de 1856, que suprime el corso. I como el artículo 51 (inciso 4o. de la atribución
vigésima octava), faculta al Poder Ejecutivo a expedir patentes de corso, no podían los
Delegados aceptar una Convención que anulaba una de las facultades constitucionales del
Poder Ejecutivo.
Las reservas hechas por los Delegados se refieren al cobro de deudas contractuales, a
los derechos i deberes de los neutrales en caso de guerra marítima i a la colocación de minas
submarinas automáticas de contacto. El texto de estas reservas puede verse en la Memoria
que me presentaron los Delegados i que figura como Anexo n.o 9.

191
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El Congreso Nacional examinará cuando lo tenga por oportuno las Convenciones fir-
madas por nuestros Delegados en nombre del Poder Ejecutivo, i les acordará o negará su
aprobación según lo juzgue conveniente.
Estimo que nuestros Delegados en la Segunda Conferencia de La Haya han cumplido
su deber. La República ha sido representada dignamente en esa grande Asamblea de Na-
ciones.
Antes de cerrar este capítulo debo consignar que el Poder Ejecutivo, en 14 de septiembre
último, usando de la facultad que le confiere el artículo 23 de la Primera Convención de La
Haya, ha designado como Miembros del Tribunal Permanente de Arbitraje a los Señores
Dr. Don Francisco Henríquez i Carvajal, Exministro de Relaciones Exteriores, Licenciado
Don Apolinar Tejera, Rector del Instituto Profesional de Santo Domingo, Lic. Don Rafael
J. Castillo, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, i Don Eliseo Grullón, Exministro de
Relaciones Exteriores, personas de reconocida competencia en las cuestiones de Derecho
Internacional i que gozan de la más alta consideración moral.
Santo Domingo, 26 de mayo de 1867.

Una carta en defensa del Seminario Conciliar


Al Presidente del Congreso Nacional,
Santo Domingo.
Ciudadano Presidente. El infrascrito, encargado interinamente del Seminario Conciliar
de Santo Tomás, tiene la honra de dirigirse al Honorable Congreso Nacional en demanda
de reparación de una injusticia cometida contra aquel establecimiento.
El Honorable Congreso Nacional no ignorará tal vez que el edificio del extinguido Con-
vento de Regina Angelorum, con todas sus dependencias y anexidades, es el local destinado
para el establecimiento del Seminario Conciliar de Santo Tomás. Así lo determinó la lei de
8 de mayo de 1848, creadora del mencionado Instituto de enseñanza; así lo reconoció el
Gobierno de la República en mayo de 1860, y así lo han venido reconociendo cuantos Go-
biernos ha tenido el país desde el 48 hasta estos últimos tiempos. Y aunque es verdad que el
Seminario Conciliar, con detrimento de sus rentas, no ha podido nunca ocupar su legítimo
y verdadero local, ya porque en los primeros tiempos carecía de los fondos necesarios para
hacerle las reparaciones que su ruinoso estado exigía, ya porque cuando fue reparado en
1860 se atravesaron circunstancias que aplazaron el cumplimiento de la prescripción legal,
este hecho en nada perjudicó el derecho que el Seminario tenía sobre el edificio de Regina,
y siempre y bajo cualquier Gobierno le fue reconocido sin disputa de ninguna especie. Toda
vez que sigue existiendo un legítimo i verdadero representante del Seminario, el Exconvento
de Regina ha sido destinado en todo o en parte a usos extraños al que le señaló la lei o lo ha
sido con el consentimiento de aquel, o después de haberse practicado el recurso que queda
al débil cuando es impotente para contrarrestar la fuerza: protestar.
No obstante esto en noviembre del año próximo pasado, el Presbítero Francisco X.
Billini, que tanto como el que más sabía que el edificio de Regina Angelorum pertenecía al
Colegio Seminario, solicitó del Gobierno se lo concediese para establecer en él un Colegio
particular. El Poder Ejecutivo creyendo tal vez que la disposición de la lei del 8 de mayo
de 48 había caducado, y no habiendo reclamaciones sobre el particular, pues el Seminario

192
emiliano tejera  |  antología

no tenía entonces quién lo representase, otorgó la concesión pedida, y el Presbítero Billini


ocupó el edificio que legal y debidamente pertenecía al Seminario Conciliar. En esta ocasión
el Presbítero Billini sacrificó a su interés particular el interés de la Iglesia, que como sacer-
dote debía mirar ante todo; privó al Seminario, en el cual se había educado, del local que
legítimamente le correspondía, y lo hizo justamente cuando aquél lo iba a necesitar más;
cuando el estado de sus rentas exigía que utilizase, para sostener su precaria existencia,
el alquiler que podía producirle la casa en la cual hasta entonces se había visto precisado
a tener las clases; cuando en fin, por carecer de verdadero representante el Seminario, era
un deber de los sacerdotes unirse y combatir para evitar todo despojo en este Instituto de
enseñanza religiosa, en vez de aprovechar fatales circunstancias para privarle de una de sus
propiedades más importantes.
Sin embargo, la concesión del Gobierno no habrá en el fondo perjudicado en gran cosa
los derechos del Seminario, puesto que estando en oposición con una lei en vigor, que el
Ejecutivo no podía destruir, habría cuido sin duda alguna en cuanto se hubiesen hecho por la
autoridad competente las debidas reclamaciones. Pero el Presbítero Billini deseoso de “tener
otra concesión en toda forma para no ser interrumpido en el uso que hacía de la del Gobierno
y asegurar la estabilidad de su Colegio”, solicitó de esa H. C. en 9 de marzo próximo pasado,
se dignase confirmar la concesión que le había hecho en el año anterior el Poder Ejecutivo:
es decir, pidió se declarase por la autoridad suprema de la nación que el edificio que hasta
entonces había pertenecido al Colegio Seminario, esto es, a un establecimiento único en su
clase, de utilidad general i que había dado resultados satisfactorios al país, pertenecía en lo
adelante al Colegio de San Luis Gonzaga, esto es, a un establecimiento como el cual podía
haber muchos en el país, puramente particular, y que estaba aún por poner de manifiesto los
beneficios que podía producir. Y esta solicitud que, como lo juzgó el Rector del Seminario,
debía ocasionar un resultado contrario al que se proponía su autor, trayendo, por opuesta
a una lei vigente, la destrucción de la concesión gubernativa, no solo ha sido bien recibida,
sino que, como lo ha visto el infrascrito en el no. 88 del Monitor, fecha 11 del corriente, ha
dado origen a una resolución de ese Honorable Cuerpo en la cual, a la vez que se confirma la
concesión hecha por el Gobierno al Presbítero Billini, se habla en términos que dan a suponer
que ese Honorable Cuerpo juzga que el Exconvento de Regina Angelorum no pertenece al
Colegio Seminario, como hasta ahora, fundándose en la lei de 8 de mayo de 48, lo han creí-
do todos, i como lo ha juzgado posteriormente uno de los miembros del mismo Gobierno
concesionario, según se evidencia por el oficio aclaratorio que en 26 de marzo último dirigió
a esa Corporación el ciudadano Ministro de Justicia e Instrucción Pública.
El infrascrito no puede menos de suponer que al confirmar ese Honorable Cuerpo la
concesión hecha al Presbítero Billini, ha creído, como sin duda lo creyó también el Gobierno,
que el ex Convento de Regina Angelorum no estaba ya afecto al Colegio Seminario. No
de otro modo puede explicarse la resolución del 15 del mes próximo pasado. Si la lei de
8 de mayo de 48 está vigente, i nadie aún lo ha puesto, no podía ponerlo en duda, el Ex-
convento de Regina Angelorum pertenece al Colegio Seminario de Santo Tomás. Si esto es
así, la concesión del Gobierno al Presbítero Billini, fecha 19 de noviembre del año próximo
pasado, es nula, puesto que se basa en la falsa suposición de creer el Gobierno que podía
disponer del mencionado edificio, por estar bajo su dominio, cuando se ha visto que por
una lei, que no podía derogar el Ejecutivo, estaba afecto ya a un Instituto de enseñanza. Y si
esto es exacto como se evidencia a la simple vista ¿a qué se reduce entonces la confirmación

193
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que ha hecho ese Honorable Cuerpo de la concesión del Gobierno? A nada absolutamente.
El Poder Legislativo no podía ni en ningún modo habrá querido confirmar una cosa nula,
una cosa que en la esfera del derecho es nada. Él sin duda juzgó válida la concesión del
Ejecutivo y estimó conveniente ratificarla. Esta concesión resulta ahora nula, porque nadie
puede legítimamente disponer de lo que pertenece a otro; la confirmación hecha por ese
Cuerpo viene a serlo también, puesto que desapareciendo la concesión tiene naturalmente
que desaparecer o reducirse a nada la confirmación de esa concesión. Y como la leí de 8 de
mayo de 48 no ha sido derogada por esa Honorable Corporación, ni siquiera le ha sido pro-
puesto semejante cosa, resulta claro, incontestable el derecho del Seminario sobre el edificio
del Exconvento de Regina Angelorum.
Tal es al menos la creencia del infrascrito; y basado en ella, y abrigando la esperanza
de que ese Honorable Cuerpo, por amor a la justicia se dignará examinar la lei de 8 de
mayo de 48; la concesión del Ejecutivo al Presbítero Billini, el citado oficio del ciudadano
Ministro de Justicia e Instrucción Pública, i cuanto más estime conveniente sobre el par-
ticular, se atreve a pedirle se digne anular la resolución de 15 de abril último, referente a
la confirmación de la concesión hecha por el Gobierno al Presbítero Billini; disponiendo
a la vez sea entregado el Exconvento de Regina Angelorum al Rector del Seminario, sin
perjuicio de lo que pueda disponerse para indemnizar al Presbítero Billini, dado caso que
así se creyere de justicia.
Penoso en extremo le es al infrascrito ocupar la atención de ese Honorable Cuerpo cuan-
do está ya tan próximo a terminar sus sesiones, i mucho más penoso le es todavía poner de
manifiesto ante el público el contraste que resulta al ver de una parte a un sacerdote, hoi jefe
de la Iglesia dominicana, trabajando por segregar y segregando al fin de las propiedades del
Seminario, ¡un Instituto de enseñanza tan necesario a la Iglesia! un edificio que ahora más
que nunca necesita, y todo por facilitar la prosperidad de una empresa particular, y de otra
a seglares, que no debía suponérseles grande interés en el engrandecimiento de la Iglesia,
luchando porque no se le disminuyan a ésta los elementos con que puede formarse un clero
nacional ilustrado… Pero el deber así lo exige, i ante semejante mandato el infrascrito debe
i no puede menos que obedecer.
Santo Domingo, noviembre 14 de 1894.
Emiliano Tejera.

Sobre crianza libre en Santo Domingo


Sr. General D. Tomás D. Morales,
Interventor de la Aduana de Santo Domingo.
Mui estimado amigo:
Doi a Ud. las gracias por el ejemplar de la Reseña de la Aduana de Santo Domingo, que tuvo
la amabilidad de dedicarme, i el cual he examinado con toda la atención que se merece.
Si hoi es casi una obligación tributar elogios calurosos a los empleados que se limitan
a cumplir con su deber, con cuánta más razón no los merecerán aquellos, que saliéndose
de la regla común, dedican tiempo, trabajo i dinero a la preparación de obras de utilidad
reconocida para la patria. Ud. ha ocupado puesto importante en ese meritorio grupo, i no
seré yo quien le escatime las alabanzas a que por ello se ha hecho acreedor. ¡Ojalá tenga Ud.
muchos imitadores!

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emiliano tejera  |  antología

Pero si he sentido grande complacencia al tener a la vista el resultado del esfuerzo


de un digno servidor del pueblo, no me ha pasado lo mismo al estudiar los Estados de
importación i exportación de la Provincia. Lejos de placer he sentido pena. Las cifras con
su abrumadora elocuencia me demuestran una vez más lo que yo sabía de antemano: que
nuestra crianza está en decadencia; que la agricultura de la Provincia se encuentra aún
en mantillas i que la parte floreciente de ella, la producción de azúcar, reposa sobre base
efímera i deleznable.
¡Cómo! La Provincia de Santo Domingo ha tenido que importar, en un año para su con-
sumo según datos oficiales siempre menores que los reales 2,938,373 lbs. de arroz; 307,929
lbs. de manteca de cerdo; 455,197 lbs. de bacalao; 209,375 lbs. de arenques ahumados;
62,300 lbs. de tocinete; 87,158 lbs., entre habichuelas, garbanzos i chícharos; 53,675 lbs.
de mantequilla; cerca de 85,000 lbs. de queso; 54,100 lbs. de tasajo de Montevideo; 42,234
lbs. de jamón; 3,456 lbs. de salchichón; 333 barriles de carne de vaca; 113½ de carne de
puerco; 404¼ barriles de macarelas; 266 quintales de maíz en grano; 517½ barriles de ha-
rina de maíz; 2,419 lbs. de salmón; 3,642 lbs. de leche condensada i hasta 437 novillas. Que
importemos harina de trigo (17,640 barriles), aceite i otros objetos que no producimos o
que no podemos producir a poco costo, pase; pero que introduzcamos para nuestra ali-
mentación habichuelas, carnes, maíz, leche i hasta animales en pie, eso es inconcebible, es
hasta vergonzoso, no habiendo habido guerra, temporales, ni nada que impida o destruya
el trabajo. ¿Para qué nos sirven entonces los excelentes terrenos del interior i del extremo
Oeste de la Provincia? ¿Para qué los extensos criadores de Boyá, Bayaguana i Monte Plata,
de la otra parte de la Cordillera? ¿Vale la pena de tener al cerdo por señor de campos i
poblados si ni aun nos produce la manteca que necesitamos para nuestra escasa población?
¿Qué importancia tiene nuestra cría de ganado mayor si ni aun campeando sin rei ni lei en
las sabanas i bosques puede libertarnos de ser tributarios del extranjero en carnes, leche,
mantequilla, sebo i demás productos que de esa crianza se obtienen? ¿O es que nuestros
agricultores i criadores son los más ignorantes, los más perezosos de todos los agricultores
i criadores de las Antillas?
No dejan de ser ignorantes ni perezosos muchos de nuestros agricultores; pero no
es esa pereza ni esa ignorancia la que mantiene estacionada o decadente nuestra agri-
cultura. No faltan muchos –i tal vez son los más– que día por día riegan con el noble
sudor del trabajo la semilla que confían a la tierra, i todos, cual más, cual menos, llevan
en sus encallecidas manos la prueba irrecusable de que la azada i el machete les son
más familiares que los dados i los naipes. Además, la campesina dominicana es como la
mayoría de las mujeres dominicanas, eminentemente trabajadora, i no es raro verla con
la pesada hacha derribando árboles seculares o con la azada i el machete limpiando el
conuco de donde obtiene el sustento de la familia i los escasos recursos con que atiende
a sus demás necesidades.
Que faltan caminos que disminuyan el costo del transporte de los objetos; que no se
emplean las máquinas agrícolas más rudimentarias; que no se atiende, como se debe, a la
elección de las semillas; que se carece de un sistema de riego que neutralice los efectos de
las inclemencias atmosféricas; que se desconocen o no se siguen las reglas de la agronomía,
que prescriben la rotación de los cultivos, la producción de los fertilizantes a bajo precio, los
medios en fin de conservar siempre el mismo pedazo de terreno fértil i productivo; que no
se acondicionan o preparan como es debido los productos agrícolas, i por eso, con vergüenza

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

nuestra, el producto dominicano, no obstante su bondad natural, es el producto que menos


precio obtiene en los mercados extranjeros, todo esto, i mucho más que puede agregarse,
es verdad, i el sentido común, el patriotismo, el interés especial de cada uno aconseja que
se remedie lo más pronto posible, a fin de que nuestra agricultura merezca algún día ese
nombre; pero ninguna de estas causas, no obstante lo poderosas que son, influye gran cosa
en el resultado que manifiestan los Estados de Aduana. Las verdaderas causas son más
potentes, más trascendentales, i cuando se las estudia con cuidado, i se aprecia en su ver-
dadera cuantía el daño que ocasionan, lo que asombra es, no que haya pocos agricultores,
sino que haya uno siquiera, i sólo teniendo en cuenta, unas veces la fuerza del hábito, i otras
lo imperioso de ciertas necesidades, es que se comprende que todavía haya en la Provincia
quien empuñe el hacha de trabajo para derribar un pedazo de monte, i dedique su tiempo
i esfuerzos a cercarlo i cultivarlo.
Porque en verdad es preciso ser optimista en grado superlativo o vestir el quién sabe con
los rientes atavíos de la esperanza para lanzarse al más insignificante trabajo agrícola, sabien-
do que existe la crianza libre o fuera de cercas, i que el cerdo con su poderosa trompa intacta,
es uno de los que disfrutan de esa libertad de vivir i comer donde le plazca. Que trabajo
hai seguro cuando lo aguijonea el hambre, sobre todo si tiene ocho o diez hijos pequeños a
quienes alimentar. I el hambre le persigue de seguro durante cuatro o cinco meses del año, i
es preciso saber lo que es el hambre en un cerdo. No hai nada al abrigo de su trompa, nada
que respete su voracidad. Crías de aves, cabras i aun de reses i bestias, insectos, gusanos,
frutos podridos, excrementos, cadáveres corrompidos, cuanta inmundicia hai en los campos,
hasta en ocasiones sus mismos hijos, todo es buen alimento para el puerco suelto hambrien-
to. ¿I qué barreras pueden oponérsele a este Heliogábalo minero, sobre todo cuando detrás
de él zapador potente o escalador audaz, se encuentra de reserva el ganado mayor presto
a suministrar sus servicios? Las únicas eficaces no están al alcance del campesino, porque
al cerdo sólo se le vence matándolo, i mal de su agrado tiene aquel que resignarse primero
a compartir el fruto de su trabajo con el voraz cuadrúpedo, i más después abandonárselo
por completo a él i sus compañeros, sabiendo sin embargo que las más de las veces el ham-
bre i la desnudez han de llegar a su puerta, i gracias que no vengan acompañadas con la
prostitución de su esposa o de sus hijas, descorazonadas por ese trabajo sin provecho, sin
esperanzas, exclusivamente en beneficio de un extraño a quien nada deben, i que nada les
dará en compensación.
¿I puede conservarse laborioso el agricultor que año tras año ve repetirse esa misma
dolorosa historia de trabajo i pérdidas innecesarias? ¿Con ese ejemplo perenne, con ese
estímulo a la pereza, pueden ser trabajadores sus hijos? ¿No es lo natural, lo lógico, que
ese campesino, defraudado en sus justas esperanzas, coja a su vez el machete de trabajo, i
en vez de emplearlo en una labor infructuosa, se lance con él al conuco ajeno, no destruido
aún, e imitando al cerdo, haga suyos los productos del trabajo de sus compañeros? ¿O
que ciego de cólera o aguijoneado por el hambre o las necesidades de su familia, llame
en su auxilio al también famélico can, i entre ambos den buena cuenta del rollizo cerdo
que calmaba los ardores de su grosura en el pantano frente a la casa arruinada por su
voracidad?
¿I los pleitos eternos entre criadores i agricultores, que a menudo terminan en heridas
o muertes? ¡I la tendencia de muchos hateros a señalar en el monte como suyas, las crías
de los animales ajenos! ¡I los daños causados a los cerdos i reses en el fondo de los bosques

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emiliano tejera  |  antología

i que después se atribuyen a la peste, a los perros jíbaros, a las inundaciones! ¡I esa incita-
ción constante al robo que hace a los necesitados o hambrientos la vista de animales que
nadie custodia, i que muchas veces entran en la propia casa para hacer daño! Todo esto,
que va rebajando el nivel moral de las poblaciones rurales, es debido a la crianza libre, que
proporciona ocasiones para cometer el mal i tiende cebos halagadores a las pasiones que no
tienen freno eficaz en una voluntad habituada al cumplimiento del deber.
No otra causa sino la crianza libre reconoce el fenómeno sorprendente de que los peque-
ños propietarios vendan sus terrenos para convertirse en jornaleros o alejarles de los centros
agrícolas. Los que son criadores lo hacen para entregarse sin molestias a la pasión que los
domina; los que no lo son, creen aprovechar una oportunidad para salir de la situación de
víctimas en que hasta entonces habían estado colocados. I unos i otros labran ordinariamente
su propia desgracia, porque buscan el remedio donde no existe, i entretanto disminuyen,
por falta de brazos, los medios de subsistencia para ellos i sus familiares o se encarecen de
un modo notable.
¿I qué razas de animales pueden conservarse con la crianza libre? Ninguna. Todas
degeneran; porque les falta el cuidado del dueño i la buena alimentación. El cerdo se con-
vierte en jabalí; la vaca cesa de servir para el ordeñe, i el caballo desmejora rápidamente.
¡Descuido, escasez, o hambre i malos reproductores, qué otro resultado pueden dar! El
caballo bueno se coge para el servicio o el pesebre, i el haragán, enfermo o defectuoso por la
edad, los achaques, o su naturaleza es el que queda suelto i sirve muchas veces de padrote.
El toro de fuerza i de bríos o conviene venderlo porque produce más, o si se deja suelto
en los montes i sabanas pronto se hace temible i es preciso sacarlo del ganado, dejando en
su lugar o animales mui tiernos o los indolentes i de poco valor, pero que tengan pintas
que se vean a distancia. La vaca no ordeñada i mal alimentada apenas da leche para criar
a su hijo. El cerdo andariego gasta en ejercicio la poca grasa que puede almacenar. I sin el
alimento suficiente o con casi ninguno en las épocas de seca, sin buenos reproductores i
sin el cuidado inteligente e interesado del dueño ¿qué razas pueden conservarse? Todas
tienen que volver a su primitivo estado, i a eso tienden las que existen en la Provincia,
sobre todo las de cerdo i caballos.
El criador de cerdos se siente envanecido cuando a los tres o cuatro años de tener sus
machos entre los bosques i con un mes o dos de pocilga en que le consume cada uno algunos
quintales de palma o maíz, le produce cada uno de ellos una botijuela de manteca ¡doce lbs.!
i yo he tenido aquí cerdos medianos, que mal aprovechada la grasa i sin habérsele dado
grano alguno, han producido 225 ó 240 lbs. de manteca. Las reses de doce o catorce arrobas
de carne las tiene por superiores el criador, i cualquier res de potrero da el doble de esa
cantidad; ¿Qué crianza es esa?
Se ha recomendado en infinitas ocasiones que el agricultor siembre cacao i café en los
conucos que hace cada dos años i a veces anualmente. Pero esta recomendación es imposible
seguirla mientras exista la crianza libre o fuera de cercados. En la común de Yamasá, donde
a lo menos se hacen anualmente doscientos conucos, de 6¼ tareas poco más o menos, acos-
tumbran sembrarlos de cacao i café. He visto crecer lozanas estas plantas uno o dos años i
aun llegar a fructificar; pero al tercer año ordinariamente todas han desaparecido, salvándose
a duras penas ocho o diez árboles de cacao. ¿Quién los ha destruido?– El cerdo i las reses.
El agricultor o conuquero ha sostenido en buen estado su empalizada durante dos años;
pero al tercero ha sido vencido por los animales, i esto tanto más pronto cuanto más fértil

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

es el terreno, porque es sabido que en las tierras feraces no se da madera de duración. Si


no existiera la crianza libre, habría cada año en Yamasá mil tareas por lo menos sembradas
de cacao i café, que al cabo solamente de diez años serían cerca de 700,000 árboles de una
i otra planta (suponiendo siembras iguales de ambas) o 10,000 quintales más agregados a
la producción general. I no se olvide que no teniendo que hacer empalizadas, los conucos
serían de diez tareas o más cada uno, porque la cerca en esos pequeños plantíos cuesta más
que todos los otros trabajos juntos. I eso pasaría en la común de Yamasá que no debe exceder
de 4,000 almas, i que es poco agricultora, no obstante ser sus terrenos de los mejores de la
Provincia.
¿I en dónde está situado Santo Domingo, podría pensar alguno que no nos conozca
bien? ¿Es en Asia en donde existen parias, donde hai aún castas condenadas fatalmente
a la servidumbre por la desigualdad de condiciones sociales? ¿O acaso se refiera este
escrito a lo que pasaba hace cientos de años en la España de la Mesta i de la agricultura
menospreciada? No habría violencia, ni exageración en ninguno de estos pensamientos.
Tenemos un canon constitucional que proclama la igualdad de los dominicanos i otros que
declaran la propiedad sagrada e inviolable, pero todo esto es una bella mentira tratándose
de los agricultores i criadores i de la propiedad agrícola. No son iguales los agricultores
i criadores; no existe la propiedad agrícola en la verdadera acepción de la palabra. El
criador o hatero es dueño absoluto, o cree serlo, de su terreno, i además lo es de los frutos
silvestres del terreno del agricultor, teniendo además el privilegio de que sus animales
recorran éste i lo ocupen como bien les plazca. El agricultor sólo es dueño del pedazo de
tierra que defiende a la usanza romana con un campo atrincherado, i aun de allí tiende a
desalojarlo constantemente el cerdo, i el toro del criador. Del derecho de usar i abusar que
tendría a ser cierto el canon constitucional, sólo tiene en realidad el de derribar un pedazo
de bosque, cercarlo i sembrarlo; pero en cuanto a los frutos de su trabajo, ¡ah! esos son
gajes del vencedor, i si no los defiende en buena lid no le corresponden: son del criador,
porque son de sus animales, si llegan a forzar los atrincheramientos en que aquel los ha
resguardado. Entonces tenemos realmente dos clases de propietarios: el criador que es
propietario de lo suyo i de lo ajeno, i el agricultor que de hecho sólo es propietario de una
parte pequeñísima de su terreno i poseedor precario de lo que en él trabaja. ¿Qué clase de
propiedad es esa? ¿i por qué esa diferencia monstruosa entre dos propietarios reconocidos
iguales por el precepto constitucional?
Asombra en verdad lo que pasa en nuestros campos, i si no fuera por el hábito que
adquirimos desde la infancia de ver la injusticia triunfante, nos indignaría que esos hechos
monstruosos se llevasen a cabo diariamente. Un agricultor, un propietario quiere aprovechar
una parte de su terreno, i al efecto lo desmonta, prepara i siembra. No habiendo animales
silvestres nada tiene que temer: puede prescindir de cercas, i con lo que éstas le hubieran
costado, aumenta si le parece, el campo que quiere cultivar. Este proceder es natural, es
lógica, es una aplicación de su derecho. Otro propietario igual, un criador, quiere también
aprovechar los frutos de su terreno, i en eso piensa bien, i al efecto trae a él cerdos i reses.
Nada teme tampoco porque hasta ese día no ha presenciado el hecho de que el maíz o la
yuca de su vecino agricultor vayan a devorarle el fruto de sus yayas i palmas. Pero los cerdos
i reses del criador no son como las plantas del agricultor: estas son estacionarias, aquellos
caminan i cambian de lugar i no entienden de linderos, i al caminar i cambiar de lugar pueden
hacer daño al agricultor que en uso de su derecho ha plantado su pequeño conuco de yucas,

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emiliano tejera  |  antología

batatas i plátanos. ¿Qué hacer para evitarlo? Lo natural, lo lógico, lo justo es que el criador
encierre sus animales en todo o parte de sus terrenos, i así ambos propietarios disfrutarán
convenientemente de los derechos de tales. ¿Pasan las cosas así?– No; el que debe cercar,
según la leí, es el que produce los objetos inmóviles; los que no pueden transportarse, i no
debe cercar el que le place tener los objetos que caminan, i que al caminar no sólo consumen
lo ajeno, sino que a veces imposibilitan al otro propietario ¡el ejercicio de sus más legítimos
derechos! ¿En dónde está la justicia, en dónde la igualdad, en dónde la lógica? ¿Por qué la
lei, para ser consecuente, no dispone que se encierren en grandes prisiones a los habitantes
del país, i con ellos sus propiedades, i que los que se dediquen al noble arte de rateros an-
den sueltos por todas partes de pie i pierna, sin menoscabarles en modo alguno el sagrado
derecho de apoderarse de lo ajeno, siempre que encuentren cabida para ello, disponiendo
además se castigue, como es natural, a los que por defender lo suyo lo lastimen en lo más
mínimo? Así estarían equiparadas las ciudades i los campos.
De esto resulta que en realidad no hai verdaderos propietarios rurales. No lo es el criador,
porque no utiliza, ni puede utilizar ordinariamente sino las yerbas i frutos silvestres de sus
terrenos, i además está cohibido en el ejercicio de sus derechos por otros criadores iguales a
él: no lo es el agricultor, porque sólo posee el pedazo de terreno cercado por él i mientras lo
tenga cercado. I no habiendo propietarios que dispongan en absoluto de su terreno i tiendan
constantemente a mejorarlo jamás podrá haber verdadera agricultura.
I no sólo habrá agricultura, sino que tampoco podrán introducirse otras mejoras
indispensables para facilitar las comunicaciones i transportes, i asegurar las cosechas.
Habiendo cerdos sueltos, ¡qué caminos carreteros pueden existir! ¡qué acequias! ¡qué nada
que no sea de cal i canto! La trompa del cerdo todo lo destruye o descompone, sobre todo
en tiempo de lluvias, i las reparaciones de esas diversas obras serían frecuentes i costosas.
Hasta los mismos ferrocarriles experimentan perjuicios con la crianza libre, siendo tal vez
el menor el tener que pagar las empresas las reses i cerdos que perecen por no retirarse a
tiempo de la vía.
I tanta injusticia, tantos inconvenientes, ¿para qué? ¿Para llegar al resultado tristísimo de
que la Provincia, en época normal, se vea obligada a traer del exterior para su consumo miles
de quintales de manteca, carne, granos, i hasta animales en pie? ¿Se puede asegurar que hai
progreso cuando no se sabe si esos objetos de consumo se pagan con el capital acumulado
de antemano o con los beneficios obtenidos del trabajo de ese mismo año?
Es tiempo ya de que termine situación tan anómala e injusta. En el corazón del Cibao,
con mui buen acuerdo i atendiendo a su verdadero interés, van destruyendo el sistema de
crianza libre; en las Yaguas i el Recodo, en la Común de Baní, hace tiempo que desapareció;
en Enriquillo (Distrito de Barahona) van surgiendo cafetales como por encanto, merced a
la prohibición de tener animales fuera de cercas, i en todos estos lugares se palpan los be-
neficios de semejante práctica, i se nota lo que un hombre sólo puede hacer cuando no está
combatido por el cerdo o las reses de los vecinos. No es esto decir que se prohíba la crianza
de animales. De ningún modo. El que le agrade o le convenga criar, que críe; pero que críe
en sus terrenos i no en los ajenos; que sepa que debe darles de comer a sus animales, i que
debe limitar el número de éstos a la cantidad de alimentos de que pueda disponer. Habrá al
principio menos animales; pero serán de mejor clase, i vendrá a ser cosa común lo que hoi
es causa de asombro: reses de 30 a 40 arrobas i cerdos que den en carne esta cantidad i otros
que lleguen a 250 ó 300 lbs, de manteca.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Lejos de que crea que la crianza debe disminuirse, me alegraría verla siempre asociada
a la producción agrícola de substancias alimenticias. Así el estiércol estaría a la mano del
agricultor, i le sería fácil conseguir el resultado a que debe tender; conservar siempre a la
tierra que cultiva el mismo grado de fertilidad, i no explotar i consumir el capital que ella
representa, como ha sucedido i sucede en muchas de las grandes empresas agrícolas que
no se cimentan en las buenas reglas de la agronomía.
Es tanto lo que podría decirse acerca de los inconvenientes de la crianza libre, que sin
advertirlo he escrito varios pliegos, i ni una palabra he dicho del otro grave mal que aqueja
a la agricultura: los terrenos pro-indivisos, llamados Comuneros. Quede esto para otros o
para otra oportunidad. Notable abuso seria tocarlo ahora.
¡Cuánta satisfacción sentiría Ud., General, si las impresiones que en mí ha causado el
estudio de los Estados de Aduana que Ud. publica las hubieran sentido ya algunos de los
altos funcionarios del país, i que esto produjera la corrección o disminución de los abusos
que he indicado! No le desearía a Ud. otra gloria por ahora su affmo, servidor i amigo.
E. Tejera.

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No. 31

BERNARDO PICHARDO
RESUMEN DE HISTORIA PATRIA
¡Nuestra historia para intensificar la resistencia de la virtud ciudadana y estimular
los nobles ademanes del patriotismo nacional en las generaciones que nos sucedan,
tiene, sin falsear la verdad, que ser escrita con espiritualidad y optimismo!
B. Pichardo.

Bernardo Pichardo
Noticias biográficas*
Don Bernardo Pichardo perteneció a una ilustre familia de soldados y de intelectuales,
hombres de valor y de inteligencia. De la virtud de dos de ellos habla con vivo encomio
Eugenio María de Hostos: de Paíno y de José María Alejandro Pichardo. Excelente munícipe
el primero; y el último estudiante en que fueron pares el talento y la desdicha.
El devoto autor de Reliquias históricas de la Española nació en la ciudad de Santo Domingo
el 18 de octubre de 1877, hijo de José María Pichardo Bethencourt y de doña Amalia Patín
de Pichardo. Estudió en Europa, pensionado en 1895. Volvió al país y el medio social le
impuso un doble afán común en la juventud de la época, fines de la dictadura de Heureaux:
el periodismo y la política.
Desde temprano desempeñó altas funciones públicas: Ministro de Correos y Telégrafos
del 19 de junio de 1904 al 23 de octubre de 1905, y de Justicia e Instrucción Pública,
interinamente, de julio a diciembre de 1904, durante el Gobierno de Morales; de Relaciones
Exteriores, del 5 de diciembre de 1914 al 4 de agosto de 1916, Gobierno de Jimenes y
principios de la administración de Henríquez y Carvajal; de Fomento y Comunicaciones
en abril de 1915 y de Agricultura e Inmigración en agosto del mismo año; y Enviado
Extraordinario en Misión Especial ante S. S. Pío X en 1912.
Su mejor gloria como político fue su altiva y digna actitud en el ejercicio de la Secretaría
de Estado de Relaciones Exteriores, frente a las violencias del Gobierno de Norteamérica,
en días aciagos para el patriotismo dominicano.
Fue periodista, particularmente desde las columnas de El Tiempo, y atildado escritor
y orador brillante en quien se aunaban la prestancia personal y la facilidad de la palabra,
de acento poético y atrayente galanura. Sus discursos son bellas páginas antológicas. Fue
también hombre de hogar, constante y vehemente en el culto de la amistad y la familia.
Su obra literaria es bien valiosa y orientada hacia los temas más caros al patriotismo: la
historia, la tradición, la conservación de nuestras reliquias del pasado, la enseñanza cívica.
Fue, así, autor de nuestro mejor manual de historia patria y el primero en consagrar un
libro a nuestros monumentos coloniales. Por ello, por sus merecimientos, luce el nombre de
Bernardo Pichardo una calle de su amada villa natal: en ella murió, el 8 de octubre de 1924.
Reposa en la Iglesia del Carmen, en la paz del Señor.
Si para el suscrito fue muy alto honor cumplir el gratísimo encargo de preparar la
reedición de Reliquias históricas de la Española, el nuevo encargo de la familia Pichardo-
Marchena, de reimprimir este bello libro, es más honrador aun y todavía más grato.
Emilio Rodríguez Demorizi.

*En esta cuarta edición del Resumen de historia patria han sido hechas las correcciones y adiciones más indispensables
–bien escasas por cierto–, incluso el Apéndice, que es una síntesis cronológica de los sucesos de mayor importancia del período
1916-1962. Por su Ordenanza del 30 de octubre de 1942, el Consejo Nacional de Educación resolvió declarar adecuado para
la enseñanza, como complemento de esta obra, el libro del mismo autor, Reliquias históricas de la Española, del que se hizo
una segunda edición en 1944. Totalmente agotado el Resumen, desde hace algunos años, la familia Pichardo-Marchena ha
dispuesto esta edición, cediendo al altruista propósito del Sr. Julio D. Postigo, Gerente de la Librería Dominicana, de incluir
la obra en su afamada Colección Pensamiento Dominicano. En esta edición, por razones editoriales, se han suprimido las foto-
grafías de personajes, lugares y monumentos históricos. En cambio, el Apéndice ha sido llevado hasta el año 1962.

203
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

República Dominicana
Servicio Nacional de Instrucción Pública

A-XXIII 712.– AOM/Est-JAG


Archivo

Santo Domingo, mayo 11, 1921*

Sr. Bernardo Pichardo,


Ciudad.
Señor:
La Superintendencia General de Enseñanza ha sometido al estudio de
la Comisión Técnica de esta Oficina la obra de Vd. intitulada Resumen de
Historia Patria, y tiene el placer de anunciarle que dicha obra ha merecido una
completa aprobación y que, en tal virtud, se ha decidido declararla obra de
texto en la enseñanza primaria.
De usted respetuosamente,

(Firmado) Julio Ortega Frier,


Superintendente General de Enseñanza.

República Dominicana
La Secretaría de Estado de Justicia
e Instrucción Pública

Hace Saber:
Que en virtud de instancia dirigida a esta Secretaría de Estado en fecha
12 de enero de 1922, ha sido inscrito en el Registro Público de la Propiedad
Intelectual, en fecha 13 de enero de 1922, y bajo el número 23, el derecho de
propiedad que sobre la obra intitulada

Resumen de Historia Patria

tiene el señor B. Pichardo, del domicilio de la Común de Santo Domingo.


Y para los fines del Artículo 11 de la Ley sobre protección de la propiedad
literaria y artística, expide el presente en Santo Domingo, Capital de la
República Dominicana, hoy día trece del mes de enero de 1922.

La Secretaría de Estado de Justicia


e Instrucción Pública

por (firmado) F. A. Ramsey.

*Por Circular no. 107,41, del 21 oct. del Secretario de Estado de Educación Pública y Bellas
Artes, Lic. Víctor E. Garrido, se renovó la declaración del Resumen de historia patria como “obra de
texto en la enseñanza primaria”.

204
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Advertencia
La carencia de un texto didáctico y sintético, calcado en los actuales programas de enseñanza,
en lo que a la Historia patria se refiere, y las constantes exhortaciones del profesorado para que
preparásemos un Resumen, que como tal careciera de notas difusas, y que, por lo tanto, facilitara
a los alumnos los conocimientos preliminares de esa importante asignatura, nos decidieron a
imprimir en el presente volumen los conocimientos que al respecto tenemos.
Metodizadas, pues, estas nociones, de acuerdo con los principios pedagógicos que encarecen
sencillez para la cabal evolución de la razón, las ofrecemos al público, deseosos de que resulten
útiles a cuantos nos favorezcan con su lectura, muy principalmente a la Escuela y, por ende, a la
República, que hoy más que nunca necesita demostrar que tuvo y tiene hombres públicos que,
desde el Ministerio, en los ardientes debates de sus Congresos, o en la austera tranquilidad de
la vida ciudadana, siempre consideraron como problema fundamental y como seguro indicio
de redención: la Educación Nacional.
No nos sorprenderá en momento alguno que la paciente observación de la crítica, o la estudio-
sa dedicación de los alumnos, adviertan en este trabajo errores cronológicos, que desde ahora
suplicamos rectifiquen con indulgencia debido a las difíciles investigaciones que esta clase de
estudios amerita y que son tanto más penosas cuanto menores son los medios de que se dispone
en nuestro país al intentarlas.
¡Acoja, pues, con serenidad este esfuerzo la sociedad en que se forman nuestros hijos y
que el beneficio intelectual y moral que se derive en las aulas de la sencilla exposición de
nuestros principales hechos históricos, sea el mejor galardón que granjee esta nueva y en-
trañable ofrenda de la gratitud y admiración que profesamos con toda sinceridad a la Patria
y a sus egregios defensores!
B. Pichardo.
27 de febrero de 1921.

Resumen de la Historia
de Santo Domingo
Capítulo primero
Descubrimiento de América por Cristóbal Colón
Precursores del Descubrimiento. No fueron pocas las arriesgadas exploraciones
realizadas durante el siglo XV de nuestra era con el objeto de poner a Europa en comunicación
directa con la India por mar, no pudiendo hacerlo por vía terrestre, en razón de que los turcos
se habían apoderado de Constantinopla y dominaban una gran parte de la misma Europa.
Los portugueses. Los portugueses se distinguieron notablemente en muchos de esos
viajes, pues eran audaces navegantes de aquella época en que se consideraba el Océano
Atlántico como un mar proceloso, en cuyo seno desaparecían todos aquellos que se
aventuraban más allá del estrecho límite que se le suponía.
Había el interés en ese entonces, de llegar a la India, rápidamente, por proceder de
aquel país las valiosas especias, perfumes y telas, que se vendían a los más altos precios.
Cristóbal Colón. Cristóbal, hijo de un negociante en lanas de la ciudad de Génova,
se distinguió desde muy joven como un marino estudioso y valiente, y concibió el proyecto
de llegar a la India, dirigiendo la proa de las naves hacia Occidente.
Apoyaba su concepción en razonamientos científicos acerca de la redondez de la tierra
y en las opiniones de algunos cosmógrafos de su tiempo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En Portugal casó Colón con doña Felipa Muñiz, la que pertenecía a una familia de
intrépidos marinos de Lisboa que había tomado parte en muchas expediciones a las costas
de África. Es indudable que esta circunstancia lo alentó en la realización de sus planes.
Para aquella época ya estaban perfeccionados el astrolabio y la brújula, instrumentos que
servían para conocer la latitud geográfica y la dirección que habría de seguirse en el mar.
Si bien es verdad que los conocimientos geográficos de entonces y los que poseía Colón
se aproximaban en algo a la verdad científica, no es menos cierto que le faltaba mucho para
llegar a ella.
Creía Colón, y con él muchos sabios de su tiempo, que la distancia entre el extremo
occidental de Europa y las costas orientales de Asia no era mayor de la tercera parte de la
circunferencia terrestre, cuando en realidad es mucho más considerable.
Con la vida de Colón podrían llenarse inmensos volúmenes, puesto que un hombre
como él, resuelto y de iniciativas nada vulgares, tuvo que sufrir grandes decepciones antes
de realizar su original concepción, resultando en todo momento la robustez de su resolución
firmísima y la grandeza moral de su carácter que jamás se abatieron por las necesidades
materiales que lo circundaran.
1451. Juventud de Colón. Poco se sabe acerca de los primeros años de Colón, de ese
genio portentoso que más tarde completó el planeta; pero lo que se tiene hasta ahora como
cierto es que nació en Génova, en el año 1451, y que abrazó desde muy joven la profesión de
marino. Sus lecturas, sus experiencias y sus convicciones lo impulsaron a realizar empresas
importantes y atrevidas, recibiendo en las costas de África una herida.
1473. Colón en Portugal. Su contacto en ese país con expertos pilotos y hombres
de ciencia, hizo que madurara su proyecto y que pensara aprovechar para su viaje hacia
Occidente los vientos permanentes del Nordeste.
¡Cuántas veces durante la tarde, armado de sus cartas y llevando de la mano a su hijo,
su mirada escrutadora debió esparcirse por el dilatado horizonte de los mares!
1486. Gestiones de Colón. Madurado su plan y con el designio de realizarlo, pidió
ayuda al Rey de Portugal; pero negada por éste envió Colón a su hermano Bartolomé a la
Corte de Inglaterra, encaminando sus gestiones personales para conseguir el apoyo de los
Reyes de Castilla y Aragón, Doña Isabel y Don Fernando, conocidos en la Historia con el
nombre de los Reyes Católicos.
Abandonó Colón a Portugal con ese objeto y sus primeros empeños fueron bien
acogidos, no obstante encontrarse los Reyes Católicos en guerra con los moros, que todavía
eran dueños de una pequeña parte de España.
Colón ante el Consejo de Sabios de Salamanca. Merced a influyentes personajes
de la Corte, al fin logró Colón ser recibido por Doña Isabel y Don Fernando en Salamanca,
donde sus proyectos fueron sometidos al examen de la congregación de teólogos del
Convento de Dominicos de San Esteban, habiendo obtenido una fría aprobación después
de prolongadas e interesantes discusiones en las que estos sabios llegaron a considerarle
como demente.
Nuevas dificultades. No obstante la aprobación que obtuvo para sus planes, se le
demoró durante algunos años, pretextándose que los gastos de la expedición serían muy
crecidos, y cuando, ya desesperanzado Colón, se había decidido a dirigirse al Rey de
Francia, Fray Juan Pérez, su protector, Prior del Convento de La Rábida logró convencer el
generoso y magnánimo corazón de la Reina Isabel. Los cortesanos y religiosos de la Corte

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

aún trataban de impedir que Colón realizase su proyecto, pero el genio se impuso y en la
entrevista que tuvo con ella en Santa Fe, le arrancó el compromiso de su ayuda.
Terminó la guerra con la toma de Granada, y la Reina Isabel le confirió plenos poderes
para proceder al viaje, nombrándole, además, Almirante y Gobernador de los mares y
tierras que pusiese bajo el dominio del cetro de Castilla.
Es fama que aquella piadosa reina sacrificó una parte de sus joyas con el objeto de
sufragar los gastos de la expedición que debía zarpar para descubrir, sin que persona
alguna lo sospechase, un nuevo mundo.

Capítulo II
El primer viaje de Colón
1492. Salida de Colón del Puerto de Palos de Moguer. Ultimados sus arreglos con
Doña Isabel la Católica y provisto de los recursos más indispensables, equipó Colón tres
embarcaciones en el Puerto de Palos de Moguer, distinguiéndolas con los nombres de Santa
María, La Pinta y La Niña. Tomó a su cargo el mando de la primera y confió el de las otras a
los marinos Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón.
Zarpó de aquel puerto el 3 de agosto de 1492.
Hay que suponer las intensas emociones que experimentó el nauta esforzado y
perseverante al verse por fin en condiciones de llevar a la categoría de ensayo la concepción
que durante tantos años había madurado su inteligencia y que a la postre le ha valido las
apoteosis y los homenajes de la posteridad.
En las Islas Canarias se demoró algunos días la expedición a causa de las reparaciones
que tuvieron que hacerse a La Pinta. Una vez terminadas, hicieron rumbo las tres carabelas al
mar de Occidente, hasta entonces, como hemos dicho, inexplorado, muy temido y poblado
de fantásticas leyendas.
El descubrimiento. Después de cinco semanas de terribles incertidumbres, de grandes
sacrificios y de tentativas de amotinamiento, y cuando ya Colón había prometido volver
proa hacia España, dentro de un plazo improrrogable, a sus amedrentados compañeros, se
dio en La Pinta la señal de tierra el viernes 12 de octubre, quedando rasgada para siempre
la oscura nebulosa que ocultaba a América.
Puso, pues, Colón la planta en tierra, creyendo todavía que se encontraba en Asia.
San Salvador. La primera isla descubierta, perteneciente al grupo de las Bahamas, que
los indígenas llamaban Guanahaní, fue bautizada por Colón con el nombre de San Salvador.
1492. En la actualidad no se sabe cuál de ese grupo de islas es aquella en que plantó la Cruz el
Descubridor del Nuevo Mundo, aunque recientes estudios de geógrafos y navegantes, guiándose
por el rumbo que siguió el Almirante, creen poder establecer que fue la actual isla del Gato.
Continuaron los intrépidos marinos su viaje, llenos del mayor alborozo por el buen éxito
que acababan de obtener, y después de descubrir a Cuba, que Colón creyó un continente,
arribaron a la parte Norte de la isla de Haití.

Capítulo III
Descubrimiento de nuestra isla
San Nicolás. El día 5 de diciembre de 1492 llegó Colón al puerto de la costa Norte que
llamó San Nicolás, el cual visitó al siguiente.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Continuó su viaje hacia el Este y, al naufragar la carabela Santa María, construyó con
sus restos el fuerte de La Navidad, donde antes de proseguir su viaje invistió de mando a
Diego de Arana, a quien dejó bajo protección del Cacique Guacanagarix, con el cual había
establecido relaciones de buena amistad.
A poco de salir de Monte Cristy se encontró con la carabela La Pinta que mandaba Martín
Alonso Pinzón, quien se había insubordinado en las costas de Cuba, debido a las informaciones
que, acerca de la riqueza de aquella isla en materia de oro, le habían sido suministradas.
1493. Reconciliados ya, continuaron su viaje de regreso a España, no sin antes haber
sostenido en Samaná un combate con los indios de esa región, que agredieron con flechas a
los descubridores, circunstancia ésta a que se debe el nombre de Golfo de las Flechas que se
dio durante mucho tiempo a la codiciada bahía.
El cacique de esa región se llamaba en aquel entonces Mayobanex.

Capítulo IV
Estado de la isla en los días de su descubrimiento
y costumbres de sus habitantes
Nombre de la isla. Los naturales de la isla, o sea, los indios, la llamaban Quisqueya o Haití,
y hay historiadores que aseveran que también se le denominaba por ellos Babeque y Bohío.
Población. La población total de la isla era de indios, sin que se haya podido precisar,
con exactitud, los millones que la constituían; pero parece que el número oscilaba de
seiscientos mil a un millón.
Costumbres. Los indios habitaban en chozas que llamaban bohíos y dormían en hamacas
y barbacoas.
Sus cultivos eran el maíz, la yuca y otros tubérculos así como el algodón y el tabaco;
practicaban la caza y la pesca, practicaban el juego de la pelota; conocían el baile, y sus
instrumentos musicales eran toscos tamboriles y flautas de caña.
Se proveían del fuego por medio del frote de dos maderos; hablaban el arauaco y sus
creencias religiosas las refugiaban, como todos los mortales, en el Turey (cielo), donde
residía Louquo, y a sus dioses lares les llamaban Cemís. Su raza era la taína.
Andaban desnudos, con sólo una especie de corto brial sujeto a la cintura.
Característica de los indios. El color de los indios era, según leemos en el diario
de Colón, blanco, destacándose la negrura de su abundante y lacia cabellera y la expresión
enigmática de sus ojos.
Cacicazgos. La Isla estaba dividida, a la llegada de los españoles, en cinco grandes
cacicazgos, que eran: Marién, gobernado por Guacanagarix; Maguá, por Guarionex; Higüey:
por Cayacoa; Maguana, por Caonabo, Jaragua, por Bohechío.
La Península de Samaná estaba poblada por indios ciguayos, flecheros, de cabellos
largos y de distinto dialecto, cuyo cacique era Mayobanex.

Capítulo V
Conquista
1493. Destrucción del Fuerte de La Navidad. Vueltos de su asombro los indios y
exacerbados sus naturales y salvajes sentimientos por los excesos a que los dominadores
se entregaron inmediatamente que se ausentó Colón, pues parece ser verdad histórica que
las razas que se consideran superiores ponen sello de crueldad en todos sus actos para

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

sojuzgar los sentimientos y el albedrío de los débiles, se coligaron los caciques Caonabo y
Mairení y a media noche asaltaron la fortaleza de La Navidad, mataron la escasa guarnición
que en ella se encontraba y quemaron completamente dicha construcción.
1493. Regreso de Colón. La acogida que dieron los Reyes Católicos a Colón, al darles
cuenta de su reciente descubrimiento no pudo ser más lisonjera.
Se le reconocieron todos los honores previamente estipulados, y se le puso en
condiciones para que efectuara su segundo viaje, comandando tres naos de gavia, catorce
carabelas, mil hombres a sueldo y trescientos voluntarios, con todos los aprestos necesarios
para intensificar la conquista.
Mas, ¡cuál sería su angustia cuando el 27 de noviembre de 1493, al llegar al puerto de
La Navidad, vio destruida la fortaleza del mismo nombre y aniquilado el primer núcleo que
dejó en el Nuevo Mundo a nombre de los Reyes Católicos!
Se sospechó entonces de complicidad en los acontecimientos ocurridos a Guacanagarix,
a excepción del Almirante, y teniendo aquel sitio como azaroso, hizo rumbo al Este hasta
fundar La Isabela, donde construyó los edificios de más urgente necesidad.
Se celebró allí la primera misa en tierra americana, por el Padre Boyl y doce sacerdotes
que le acompañaban.
Expediciones. Inmediatamente despachó el Almirante dos expediciones: una al mando de
Alonso de Ojeda, uno de los hombres más intrépidos de su tiempo, como veremos más adelante,
hacia el valle del Cibao, y la otra con rumbo al Este, bajo las órdenes de Ginés de Gorvalán.
Las informaciones que ambos suministraron fueron excelentes acerca de la maravillosa
riqueza de esas regiones y de la hospitalidad de sus sencillos habitantes, noticias que llevó a
España, inmediatamente, Antonio Torres, a quien despachó el Almirante con nueve barcos
cargados de madera y con el oro que había podido obtener.

Capítulo VI
Viaje de Colón al interior
1494. Fundación de dos fortalezas. Siguiendo el audaz itinerario que dejó
señalado Alonso de Ojeda en su viaje, salió el Almirante de La Isabela, fundó la fortaleza de
Santo Tomás de Jánico, confiando el mando de ella a Mosén Pedro Margarite, y ordenó la
construcción, además del fuerte de La Magdalena, en vista de las noticias que por diversos
conductos le llegaban, acerca de la actitud belicosa del cacique Caonabo.
1494. Regreso de Colón a La Isabela. Al regresar Colón a La Isabela constituyó una
Junta de Gobierno presidida por su hermano don Diego, y se embarcó seguido a descubrir
la Tierra Firme, pero limitándose entonces a explorar las costas de Cuba.
Sublevación. Durante la ausencia del Almirante, el Padre Boyl y Mosén Pedro
Margarite, que formaban parte de la Junta, se rebelaron contra la autoridad de don Diego y
se marcharon luego para España en las naves en que llegó don Bartolomé Colón.
Alonso de Ojeda sitiado. Al regresar de su viaje el Almirante, tuvo, además de la noticia
de los acontecimientos ocurridos durante su ausencia, la muy alarmante de que el bizarro e
intrépido Alonso de Ojeda se encontraba sitiado en la fortaleza de Santo Tomás por las huestes
que comandaban los valerosos caciques Caonabo y Guarionex. Inmediatamente salió con fuerzas
y levantó el sitio: obtuvo la sumisión de Guarionex y fundó la fortaleza de La Concepción.
1495. Actitud bélica de Caonabo. El indómito cacique Caonabo amaba salvajemente
su libertad y, personificando el heroísmo legendario con que la historia y la posteridad han

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

delineado los caracteres de la raza a que pertenecía, se repuso brevemente de su desastre y


hostilizó de nuevo la fortaleza de Santo Tomás, lo que obligó al Almirante a salir otra vez
a campaña y a librar la célebre y memorable batalla de La Vega Real, el 25 de marzo de 1495.
Fue allí en el sitio donde se levanta la iglesia del mismo nombre y donde antiguamente
existió un convento levantado en conmemoración del hecho que vamos a narrar; fue allí,
en aquellos lugares que cubre de verdura eterna primavera, donde no sólo se desarrolló
el sangriento e inextinguible drama de una raza que defiende su libertad frente a otra
que quiere arrancársela, produciendo el choque nuevos cantos al heroísmo y a las nobles
audacias del valor, sino que también donde la conquista dio el golpe formidable que le
aseguró la posesión de esta isla, desde la cual extendió en breve su dominación a todos los
territorios que hoy hablan con orgullo la lengua castellana.
1495. Batalla del Santo Cerro. Refieren los narradores de esa época que en el hoyo
en cuyos bordes se arrodillan anualmente millares de peregrinos, dentro del templo, y que,
a pesar de las inmensas cantidades de tierra que desde hace siglos vienen extrayéndole para
aplicaciones religiosas, no parece aumentar de profundidad, ni dar señales de derrumbe, estuvo
plantada la cruz milagrosa, alrededor de la cual siempre ventó sus tiendas la Conquista.
Empeñada la sangrienta lucha y desalojados los españoles del cerro por el asalto
bravío de los indios, comandados por Maniocatex, hermano de Caonabo, presenciaron la
“acometida tumultuosa” de que hicieron objeto los indígenas a la santa insignia de la cruz,
la que quisieron destruir a flechazos y quemar sin lograrlo.
Reaccionados los españoles por el Padre Infante, religioso de la Orden de Las Mercedes,
que los acompañaba como Capellán, se prepararon de nuevo durante las largas horas de
aquella noche memorable, en que sólo distinguieron las hogueras amenazantes y fatídicas
donde serían arrojados sus cuerpos, para librar con la aurora del nuevo día el duelo por
demás desigual a que los obligaba y provocaba su situación y el inmenso y salvaje vocerío
de esos indómitos guerreros de la selva.
Como a las nueve de la noche dicen que se observó, desde el campamento español,
merced a una luz desconocida y suave, sentada en uno de los brazos de la cruz, a Nuestra
Señora de las Mercedes, y, ante esa visión todos, absolutamente todos, desde el Descubridor
y su hermano don Bartolomé que lo acompañaba, hasta el último soldado, postrados de
rodillas, oraron con fervor.
Al fin la batalla se empeñó con denuedo y decisión y el éxito definitivo coronó los
esfuerzos de las huestes castellanas que produjeron el espanto en todas esas tribus coligadas,
cuyo número, según algunos historiadores, alcanzó al de treinta mil indios, en tanto que los
españoles sólo ascendían, poco más o menos al de doscientos.*
Consecuencias de la batalla. Amedrentados, los indios huyeron a los bosques
hasta donde fueron perseguidos con perros; se sometieron a los españoles; se les impuso
un tributo trimestral: la religión comenzó a instruir a algunos y se inició el cruento martirio
que, junto con las epidemias culminó con la desaparición de esa raza.
Nuevas fortalezas. Después de recorrer los territorios conquistados y para asegurar
su pacificación, hizo construir el Almirante dos fortalezas más: Santa Catalina y La Esperanza,
muy cerca del río Yaque del Norte.

*De acuerdo con las investigaciones del Dr. Apolinar Tejera, la célebre batalla fue probablemente en las cercanías
de Esperanza. Véase su estudio La Cruz del Santo Cerro y la batalla de La Vega Real, en Boletín del Archivo General de la
Nación, S. D., n.o 40, de 1945.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Santa Reliquia. Como consecuencia del acontecimiento que acabamos de narrar,


quedó instituido en la isla el culto de Nuestra Señora de las Mercedes, y la Cruz en que
durante la noche aciaga la vieron sentada los españoles, fue partida en trozos que se han
conservado en relicarios de oro y plata bajo la denominación de Santa Reliquia.
El níspero de donde se tomó la madera para construir la cruz existió hasta hace poco.

Capítulo VII
Alonso de Ojeda y Caonabo
1495. Captura de Caonabo. Alonso de Ojeda, cuyo espíritu levantisco, temeridad y
valor, ya se ha podido apreciar, concibió el plan de hacer preso en sus propios dominios
al belicoso e inquieto cacique Caonabo. Y allá se fue como un huésped y una mañana, en
que alejados del caserío se bañaban, ofrecióle un par de grillos que el Cacique ajustó a
sus piernas, creyéndolo un símbolo de autoridad, instante que aprovechó Ojeda, ayudado
por varios, para poner en la grupa de su caballo al cautivo y conducirle como trofeo de su
audacia ante las huestes españolas que atónitas contemplaron el prodigio.
La musa del dolor debió cantar muy hondo y muy triste en el alma de esas tribus que
personificaban en Caonabo su heroísmo; pero nosotros, los que llevamos latente en la mente
y arraigado profundamente en el corazón el tradicional orgullo de nuestros ascendientes
los españoles, tenemos que convenir en la inaudita intrepidez de aquel hombre que más
tarde descubrió parte de la Tierra Firme, para llenar la historia de nuevos hechos hazañosos,
y cuyos restos estuvieron sepultados hasta hace pocos años en la puerta principal, según
su última voluntad, del derruido monasterio de San Francisco, “para que todo el mundo
lo pisara”, de donde fueron exhumados y trasladados al ex Convento Dominico, templo
donde reposan después de haber sido gallardamente negados por el Gobierno Nacional
al de Venezuela, que los reclamó. (En 1942 los restos fueron restituidos a su primitiva
sepultura, a la puerta de San Francisco).
Se conserva la tradición de que durante su cautiverio en La Isabela, y cada vez que
Ojeda entraba al calabozo donde se le tenía encadenado, Caonabo se ponía de pie y, como
fuera interrogado acerca de ello, respondía: “Que Ojeda era el único hombre que se había
atrevido a apresarlo”.
Vencido y capturado Maniocatex, fueron remitidos a España, en cuyo trayecto murió el
bravo cacique de la Maguana.

Capítulo VIII
Regreso del almirante a España
1496. Llegada de Aguado. A raíz de los acontecimientos que acaban de ser objeto de
los párrafos anteriores, llegó de España, con el carácter de Comisario Regio, Don Juan de
Aguado, designación que indudablemente tuvo su origen en los malos informes que acerca
del Almirante llevaron el Padre Boyl y Mosén Pedro Margarite.
La actitud y altanería con que Aguado comenzó a ejercer sus funciones decidieron
al Almirante a regresar a España, en su compañía, después de dejar a su hermano, el
Adelantado Don Bartolomé, como Gobernador y a Don Diego como su sustituto.
1496. Gobierno del Adelantado. En virtud de las noticias anteriormente suminis-
tradas por Miguel Díaz respecto de la existencia de minas de oro en la margen izquierda
del río Haina, que fueron comprobadas luego por Don Bartolomé y Francisco Garay, y que

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

determinaron la construcción de la fortaleza de La Buenaventura, el primer paso que dio el


Adelantado, al hacerse cargo del Gobierno, fue trasladarse a dichos lugares para ordenar y
organizar la explotación de ellas.
Puso después la primera piedra de la Nueva Isabela (Santo Domingo de Guzmán), en la
margen oriental y casi en la desembocadura del río Ozama, en los terrenos contiguos a la
Punta Torrecilla; estuvo en Jaragua, donde sometió a Anacaona y a Bohechío, obligándolos a
pagar el tributo de que ya se ha hablado y que consistía en la entrega de un cascabel de oro
y algunas libras de algodón, per cápita; fundó a Santiago de los Caballeros; la población del
Bonao, que tomó el nombre del cacique de aquel lugar; debeló rebeliones de los indígenas;
ahorcó caciques y quemó sacrílegos.
Es indudable que el férreo Adelantado tenía grandes dotes de gobernante; pero no es
menos cierto que su recio carácter quedó confirmado más tarde cuando se realizaron los
repartimientos de los indios.
1498. Alzamiento de Roldán. Francisco Roldán, por aquellos tiempos Alcalde Mayor
de la Colonia, reunió a muchos descontentos; asaltó La Isabela, ya en plena decadencia;
saqueó los almacenes del Estado; cobró los tributos y se dirigió a Jaragua en abierta rebelión
contra la autoridad.
Como es natural, esta actitud envalentonó a los indios para una nueva insurrección que
ahogó en sangre el Adelantado, triunfando de los Ciguayos y capturando a Mayobanex que
se negó, lleno de dignidad, a obtener su perdón a cambio de delatar a Guarionex que más
tarde fue entregado por sus compañeros.

Capítulo IX
El Primer Almirante vuelve de Europa
1498. Resultado de su viaje. Durante su permanencia en España, pudo el Almirante
desvanecer, en cuanto le fue posible, los malos informes que se habían dado respecto de
su persona y sus gestiones, y tan pronto como se le puso en condiciones hizo rumbo a la
Española, donde llegó con casualidad poco tiempo después del alzamiento de Roldán.
En su deseo de concluir con los disturbios que existían en la Colonia y después de
haber fracasado varios comisionados enviados cerca del rebelde y con una debilidad que
no logrará excusa en el concepto de la energía bien entendida, se concertó por fin, en Azua,
por mediación de Alonso Sánchez Carvajal, un pacto en que Roldán se comprometió a la
sumisión siempre que se le dejase como Alcalde Mayor Perpetuo, se le dieran heredades a
él y a los suyos y se le otorgaran otras mercedes.
¡Quién sabe si de ese ejemplo de codicia y de debilidad se han derivado muchas
imitaciones en nuestra historia!
1500. Gobierno de Bobadilla. Mientras el Almirante se entregaba a la organización de la
Colonia, sus enemigos en la Corte habían obtenido el nombramiento del Comendador Francisco
Bobadilla como Gobernador, quien, al llegar en el año 1500, se apoderó inmediatamente del
mando; lo redujo a prisión junto con sus hermanos don Diego y el Adelantado don Bartolomé;
libertó a Guevara y Mojica que se encontraban detenidos por motines; colmó de distinciones a
los enemigos de Colón y envió a éste y a sus hermanos, engrillados, para España.
Colón prisionero. Colón engrillado fue conducido a la carabela Gloria, cuyo
Capitán Andrés Martín, quiso quitarle los grillos, a lo que se negó diciendo: “que si
por autoridad de los Reyes se los había puesto Bobadilla, no quería que otras personas

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

se los quitasen y que tenía determinado guardarlos para memoria del premio de sus
muchos servicios y para testimonio de lo que pueden dar el mundo y sus vanidades”.
A su llegada a España fue puesto en libertad, mereciendo la mayor desaprobación la
conducta inhumana de Bobadilla, pues siempre en el fondo de los más duros corazones late
un sentimiento de justicia ante la grandeza de la víctima.
1501. Gobierno de Ovando. La iniquidad cuando realiza alguna obra es deleznable, y
la que Bobadilla quiso edificar, empinándose en la ruina y en la injusticia, duró poco, pues
fue reemplazado al siguiente año por don Nicolás de Ovando, Comendador de Lares en
la Orden de Alcántara, quien llegó a la Colonia con treinta y dos bajeles, gran número de
personas, muchos animales y provisiones de boca y de guerra.
1502. Las dotes de gobernante de Frey Nicolás de Ovando son históricamente indiscuti-
bles: sus impulsos en favor del progreso de la Colonia todavía están fehacientes (la Fuerza,
el Homenaje, San Francisco, San Nicolás, etc., en la ciudad de Santo Domingo), y a sus
medidas económicas se debió el rápido florecimiento de la Española; pero la historia man-
tendrá sobre su memoria el sangriento e inapelable anatema de los repartimientos, y tendrá
que execrar su nombre, cuando consigne que hizo subir a la trágica y fúnebre tarima a la
Princesa de Jaragua: Anacaona.

Capítulo X
Cuarto y último viaje del Almirante
1502. Huracán. Un tanto mejorado de sus padecimientos físicos, pero profundamente
apenado por las injusticias de que había sido víctima, realizó el Almirante su último viaje
al Nuevo Mundo, despojado ya del carácter de Gobernador que merecidamente había
ostentado, y descubrió las costas de Honduras, Mosquitos y Veragua, hasta llegar al istmo
de Darién, convertido hoy por la inteligencia y el esfuerzo de los hombres en portentosa
arteria de comunicación entre los océanos Pacífico y Atlántico.
Al principio de esta expedición llegó a la Nueva Isabela, pues parece ser que los artífices
se encariñan con sus obras y antes de emprender la peregrinación eterna como que un
presentimiento los lleva a contemplarlas una y otra vez.
Al llegar al Placer de los Estudios solicitó permiso para guarecerse de un huracán que le
indicaban sus conocimientos y observaciones que debía presentarse, y éste le fue negado por
Ovando, quien, para justificar su negativa, consultó los pilotos de una numerosa escuadra
que iba a despachar con rumbo a España. Se burlaron de sus predicciones. Abandonaron
el puerto y dos días más tarde habían naufragado, arrebatados por el huracán, veintiuna
naves, salvándose solamente aquella en que iba Rodrigo de Bastidas con sus intereses y la
carabela Aguja que llevaba los muebles y bienes de Colón.
Perecieron ahogados: Bobadilla, el cruel perseguidor del Almirante; Roldán, prototipo
de la traición de aquellos días; y el desventurado cacique Guarionex, mientras Colón, que
se refugió en Puerto Hermoso con su flotilla, no experimentó daño alguno.
1502. Fundación de la actual ciudad de Santo Domingo. El terrible huracán
destruyó la Nueva Isabela, o ciudad de Santo Domingo, circunstancia ésta que, unida a
la aparición de una plaga de hormigas, decidió a Ovando a fundarla en el lugar donde
actualmente se encuentra.
Muchos de los históricos edificios que aún existen se construyeron a iniciativa del
Comendador, como ya en párrafos anteriores lo hemos consignado.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Matanza de Jaragua. Considerando el Comendador a los indios como incapaces


de asimilarse los principios civilizadores que creía representar, o bien respondiendo a los
crueles sentimientos de su época, se trasladó al cacicazgo donde imperaba como soberana
Anacaona, ya sometida al pago del tributo.
Las demostraciones de afectuosa acogida que se dispensaron allí a Ovando y a los
suyos fueron muchas; pero él instruyó a sus parciales en la creencia de que eran fingidas,
dándoles, además, la consigna de que en un simulacro militar que iba a efectuar cayeran
inesperadamente sobre los indios y los exterminaran, sin respetar sexo ni edad. Y así lo
hicieron, dejando ensangrentadas aquellas tierras feraces y hasta entonces felices.
Guaroa. Este valeroso indio, sobrino de Anacaona, pretendió defenderse; pero
capturado en una montaña, fue supliciado por los españoles.
Hatuey. Se salvó momentáneamente por no asistir a la fiesta y logró luego embarcarse
clandestinamente para Cuba en una canoa; pero murió violentamente más tarde, al ser
conquistada aquella isla.
Muerte de Anacaona. Prisionera del Comendador Ovando, pisó el tablado fatal de
la horca, según unos, en sus propios dominios, y de acuerdo con otras tradiciones, en el
actual Parque Duarte, de la Ciudad de Santo Domingo.
Conquista del cacicazgo de Higüey. Los indios de esa región, indignados porque
un español azuzó un perro a uno de los caciques subalternos de Cotubanamá, destripado
por la fiera, dieron muerte a unos españoles que arribaron en una embarcación a la Saona.
Enviado Juan de Esquivel a someterlos, libró varios combates, ahorcó a la anciana
Iguanamá y fundó una fortaleza en Higüey.
1503. Tan pronto como Esquivel dio la espalda, se entregaron nuevamente los
conquistadores a toda clase de excesos y tropelías, exasperando de tal modo a los indios,
que éstos dieron muerte a la guarnición y destruyeron la fortaleza, dando todo ello lugar
a que el Comendador Ovando despachara otra vez a Esquivel, quien después de reñidos
combates en que venció a los indios, organizó una persecución encarnizada hasta capturar
a Cotubanamá en la isla Adamanay (Saona).
Muerte de Cotubanamá. En aquellos tiempos de conquista la piedad era un
sentimiento que no lo inspiraban los desgraciados naturales que sólo tuvieron el delito
de repeler con la fuerza las brutales actuaciones de los que vinieron de ignorados países a
despojarlos de sus tierras y a perturbar su tranquilidad.
Conducido, pues, Cotubanamá a la ciudad de Santo Domingo como trofeo, fue
escarnecido y ahorcado.
Arribo del Almirante. Procedente de Jamaica, llegó en esa época Colón a Santo Domingo,
mereciendo de parte de Ovando, Gobernador de la Colonia, una aparente buena acogida.
1504. Cargado de pesares y de padecimientos físicos, hizo rumbo el Almirante a España,
llevando la firme resolución de no volver más a las tierras portentosas con que su esfuerzo
sobrehumano había enriquecido a su patria de adopción.

Capítulo XI
Estado de la Colonia
Pacificación. Terminada la campaña en el cacicazgo de Higüey y asegurada,
por ende, la pacificación completa de la Colonia, propendió el Gobernador Ovando a
su organización, dictando medidas de regularidad administrativa, que imprimieron el

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

mayor orden posible en los servicios públicos y desarrollaron el progreso. Ya para esa
época la Colonia contribuía a los gastos de la Metrópoli con la suma de 450,000 ducados
anuales, procedentes de las fundiciones.
Fundiciones de oro. Existían una en La Vega y dos en La Buenaventura.
1506. Cultivos. Además de los cultivos a que ya nos hemos referido, se hacía el de la caña
traída de las Islas Canarias y fue en la ciudad de La Vega donde primero se elaboró azúcar.
Crías. La cría de ovejas, cabras, caballos y burros se aumentaba considerablemente.
Exportaciones. Se exportaban: sebo, cueros, tocino, caoba, cedro y roble.
Estado de la instrucción.– No era muy halagüeña, digámoslo con franqueza, dadas las
ideas de aquella época.
Oficiaban de maestros los religiosos que, de ordinario, se preocupaban principalmente en
ganar prosélitos, instruyendo a los indios en los moralizadores principios de la fe cristiana.
En el Monasterio de San Francisco, por ejemplo, cuya construcción se había comenzado,
funcionaban algunas cátedras que frecuentaban en su mayoría los hijos de los hombres más
importantes de la Colonia.
Número de poblaciones. A diez y siete se elevaba el número de las que ya existían
por aquel entonces.
Muerte de Isabel La Católica. El 26 de noviembre de 1504 había muerto en la ciudad
de Medina del Campo (España) esta virtuosa Reina, y antes de cerrar los ojos recomendó a
su esposo, el egoísta Don Fernando, que aliviara la suerte de los indios, por cuya razón se
permitió la introducción de negros africanos.
1506. Muerte del descubridor. El 20 de mayo de 1506 murió en Valladolid don
Cristóbal Colón, primer Almirante y Descubridor del Nuevo Mundo, recibiendo los dulces
consuelos de la religión y el postrer beso de su primogénito Diego, quien, al heredar
sus legítimos derechos, como que también ciñó, desde entonces, sobre su frente joven,
la corona de martirio con que, ¡oh, destino implacable!, atormentaron sus enemigos las
sienes del genio portentoso que en alas de la gloria remontó la inconmovible serenidad
de lo inmortal.
Miguel de Pasamonte. Este hombre, cuya nefasta influencia en los destinos de los
Colones fue decisiva, llegó a la ciudad de Santo Domingo, nombrado por el Rey, Tesorero
general de la Colonia.
Creación de obispados. Su Santidad el Papa Julio II creó por aquel entonces una silla
Episcopal en Jaragua y dos Sufragáneas en La Vega e Hincha.

Capítulo XII
Gobierno de D. Diego Colón
1509. Reemplazo de Ovando. Don Diego Colón casó en España con doña María de
Toledo y Rojas, de la célebre casa de los Duques de Alba y sobrina segunda del Rey Don
Fernando, circunstancias éstas que determinaron el reconocimiento de los derechos que
había heredado y en virtud de los cuales asumió sus calidades de Virrey, Almirante y
Gobernador, sustituyendo a Ovando en 1509.
Le acompañaron en su viaje su linajuda consorte, sus tíos Don Bartolomé y don Diego,
su hermano bastardo don Fernando y muchos caballeros y damas nobles, inaugurando su
gobierno con el mayor esplendor, pero sin que tuviera la suficiente energía para evitar que
continuaran los repartimientos de los indios.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Intrigas de Pasamonte. Apoyado por el Obispo Rodríguez de Fonseca, desarrolló


Pasamonte, toda clase de intrigas contra el Virrey, hasta el punto de acusarlo en la Corte
de que la casa que fabricaba, y cuyas hermosas ruinas son orgullo de la ciudad de Santo
Domingo, era con el propósito de independizarse de la Metrópoli.*
Partidos que se formaron. En razón de la lucha y de las rivalidades existentes se
formaron dos partidos que el vulgo denominó: el de los servidores del Rey, que tenía por jefe
a Pasamonte, y el de los deservidores, que lo integraban los amigos y familiares del segundo
Almirante.
1511. Creación de la Real Audiencia. La lucha de estos dos partidos y las
constantes intrigas que llegaban de la Colonia determinaron al Rey a crear un Tribunal
Supremo, con atribuciones judiciales y administrativas, que disminuyó la autoridad
del Gobernador.
Principales actos del gobierno de don Diego. Despachó una expedición al mando
de Diego de Velázquez para organizar la isla de Cuba; colocó la primera piedra de nuestra
hermosa Catedral, convertida hoy en Basílica; giró una visita al interior de la Colonia y
consintió, como ya hemos dicho, en que continuara el repartimiento de los indios.
1511. Reducción de los obispados. Por disposición pontificia quedaron reducidos en
1511 a dos: el de Santo Domingo y el de La Vega, sufragáneos del de Sevilla. Para el primero
fue designado Fray García de Padilla y para el segundo don Pedro Suárez Deza. Este último
murió en su Sede, mientras García de Padilla falleció sin consagrarse, ocupando su silla
más tarde el patricio romano Fray Alejandro Geraldini.
1514. Muerte de Don Bartolomé Colón. En 1514 murió don Bartolomé Colón y
fue enterrado en una bóveda perteneciente a la familia Garay, en el Convento de San
Francisco.
Fray Bartolomé de Las Casas. Debido a las ardientes y nobles gestiones de Fray
Bartolomé de Las Casas, generoso defensor de la raza indígena, volvió a reiterar el Rey
la orden de introducir esclavos africanos para aliviar la suerte de los nativos que, ya para
aquella época no alcanzaban al número de 60,000, en razón de los abrumadores trabajos
físicos que se les imponían.
La historia tendrá siempre que recordar con respeto al Padre Las Casas, que si incurrió
en el error de recomendar la esclavitud de una raza por salvar otra, llegó a ello poseído
de un verdadero sentimiento cristiano en presencia del cruento martirologio a que vio
sometidos a los aborígenes.
1515. Viaje de Don Diego a la Corte. Con el objeto de desvanecer las imputaciones
de que era víctima, y con permiso del Rey, se embarcó el segundo Almirante, en abril de
1515, para España, dejando encargada del Gobierno de la Colonia a la Real Audiencia. No
regresó tan pronto como lo deseaba porque, cuando ocurrió la muerte de don Fernando el
Católico, aún no había ultimado todos sus asuntos.
1516. Gobierno de los Padres Jerónimos. Al año siguiente llegaron a la Española
los Padres Jerónimos Luis de Figueroa, Bernardino de Manzanedo e Ildefonso de Santo
Domingo, sustituyendo en el Gobierno a la Real Audiencia, que quedó suprimida.
1517. Epidemia de viruela. En el año 1517 hubo en la Colonia una terrible epidemia de
viruela que redujo a la cuarta parte la ya escasísima población indígena.

*La Casa de Colón, reconstruida en 1957, remeda ahora su antiguo esplendor.

216
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

1520. Llegada del obispo Geraldini. Como anteriormente hemos consignado, Fray
Alejandro Geraldini había sido designado para ocupar el Obispado de Santo Domingo,
vacante por la muerte de Monseñor García de Padilla.
Le cupo a Monseñor Geraldini la gloria de haber impulsado grandemente la construcción
de la Catedral.
Gobierno de Rodrigo de Figueroa. Durante el Gobierno del Licenciado Rodrigo
Figueroa, se dio libertad a los indios; pero esta medida fue rectificada al poco tiempo.
Restablecimiento de la Real Audiencia. En aquellos tiempos de incertidumbres,
las medidas gubernativas no adquirían arraigo, y de ahí que la Real Audiencia fuera
restablecida.
1520. Segunda administración de Don Diego Colón. Una vez que alcanzó la
edad señalada y hubo desaparecido el Cardenal Jiménez de Cisneros, Regente, ocupó
Carlos V el trono, disponiendo casi inmediatamente la restitución de don Diego Colón
en el Gobierno de la Española, con instrucciones de reconciliarse con el Tesorero
Pasamonte, a quien escribió el Monarca en ese sentido, quedando restituido el segundo
Almirante en sus funciones.
1520. Sublevación de Enriquillo. Este cacique, que había sido educado y convertido
a la fe cristiana por religiosos Franciscanos, se levantó en armas a causa de que el español
Valenzuela, a cuyos servicios se encontraba en virtud de los últimos repartimientos, pretendió
ofender a su esposa doña Mencía.
Escogió como campo de acción las abruptas montañas del Baoruco y empleó la táctica
de cambiar incesantemente de lugar y de sólo librar combates en sitios favorables para sus
fuerzas.
Inútiles fueron los esfuerzos de su preceptor, el Padre Remigio, enviado por las
autoridades para persuadirlo a la sumisión, pues parece que el indignado cacique se
convenció de que sólo apoyado en la fuerza lograría respeto para su honra, ya que en vano
había reclamado justicia.
1522. Alzamiento de La Isabela. En un ingenio que fundaba el Segundo Almirante
en La Isabela, inmediaciones de Santo Domingo, se sublevó un grupo de esclavos; pero,
cercados en las proximidades del río Nizao, fueron totalmente exterminados.
Muerte del obispo Geraldini. En 1524 murió en la ciudad de Santo Domingo
el virtuoso Obispo Geraldini, cuyos restos reposan, desde entonces, en nuestra Santa
Iglesia Basílica.
1524. Viaje de Don Diego Colón a España. Forzado por las intrigas de Pasamonte,
emprendió el Gobernador nuevamente viaje a España, dejando al frente del Gobierno de
la Colonia a Fray Luis de Figueroa, quien más tarde fue nombrado Presidente de la Real
Audiencia y Obispo de La Vega, por fallecimiento de Suárez Deza, muriendo antes de
tomar posesión de esas dos altas dignidades.
Gobierno interino de los licenciados Gaspar Espinosa y Alonso Suazo. Con
motivo de la muerte de Fray Luis de Figueroa, asumieron estos dos letrados el Gobierno
de la Isla.
1526. Muerte del Virrey Don Diego Colón. A don Diego, que había merecido muy
buena acogida en España, le sorprendió la muerte en Montalván, sin haber terminado el
arreglo de los asuntos que motivaron su viaje a la Corte, y ¡para coincidencia!, poco más o
menos, en los mismos días, la mano fría de la muerte abatió en la ciudad de Santo Domingo

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a Miguel Pasamonte, fuente de grandes desgracias para la Colonia y para los descendientes
del Descubridor.
Refundición de los dos obispados. El Papa León X refundió, a petición del Rey de España,
en una las dos Diócesis que existían, señalándole como asiento la ciudad de Santo Domingo.

Capítulo XIII
Sucesos importantes
1528. Gobierno de Fuenleal. Nombrado Gobernador de la Colonia y consagrado
Obispo, entendió el Licenciado Sebastián Ramírez de Fuenleal que había que promover
cuanto antes el restablecimiento de la paz, perturbada con el alzamiento de Enriquillo.
Envió sucesivamente a combatirlo a Juan de Badillo, Gobernador de San Juan; al
Capitán Iñigo Ortiz y a Hernando de San Miguel, sin que se lograra otro objeto que dejar
demostrado que nada doma la voluntad y el valor cuando estas cualidades, enardecidas
por la humillación, se abrazan a las extremas decisiones del heroísmo.
Insurrección de Tamayo. Un descendiente de los Ciguayos se levantó en las montañas
de Monte Cristy, y muerto por los españoles en un encuentro, el osado e intrépido indio Tamayo
asumió la dirección de la revuelta y llenó de alarma y consternación aquellas regiones.
Enriquillo lo llamó a su lado.
1533. Tratado de paz con Enriquillo. Convencido a su vez Carlos V de lo difícil
que era someter a Enriquillo por la fuerza y de los grandes perjuicios que ocasionaba a la
Colonia el estado de guerra existente, envió a don Francisco de Barrionuevo para que, de
acuerdo con la Real Audiencia, procediera a la pacificación de la Isla.
Se trasladó Barrionuevo a Baoruco y, ayudado por la influencia que sobre el cacique
ejercían el Padre Las Casas y los religiosos en cuyo convento se educó, logró ponerse en
contacto con aquél y entregarle los documentos que el Rey le dirigía.
Por fin logró Barrionuevo celebrar un tratado de paz con Enriquillo, en cuya virtud se
abolió la esclavitud de los indios, reducidos en ese tiempo al número de 4.000, y luego se
les dio terrenos en Boyá para cultivarlos en provecho propio, bajo la condición de reconocer
y acatar las disposiciones del Rey.
Así descendió de las agrias gargantas del promontorio del Baoruco el héroe de las
altiveces quisqueyanas, para ir a morir junto con su esposa y sus compañeros en aquel
sitio desolado, donde se levantó un templo que aún existe y en el cual están sepultados sus
restos y los de su consorte, doña Mencía.
Boyá es el cementerio de los últimos restos de la extinguida raza indígena.
Allí todo es quietud, y una profunda somnolencia como que invade al turista que,
poblada la mente de los pesarosos recuerdos históricos de esa época, visita el sitio, buscando
las huellas del invencible y último cacique.*

Capítulo XIV
Estado de la isla en 1534
Despoblación. Debido a la casi completa extinción de la raza indígena, cuyos restos
acababan de refugiarse en Boyá, y a las constantes expediciones que habían salido para

*De acuerdo a las autorizadas investigaciones de Fr. Cipriano de Utrera, Enriquillo murió hacia el 27 de septiembre
de 1535, y fue sepultado en la Iglesia de Azua. Véase su estudio Enriquillo y Boyá. S. D., 1946.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Puerto Rico, Cuba y Costa Firme, la Colonia estaba muy despoblada, sin que de nada valieran
las medidas que se tomaban para impedir las últimas, pues la codicia de que estaban poseídos
los españoles salvaba o burlaba los obstáculos que en este sentido se le opusieran.
Hasta la misma doña María de Toledo pretendió, apoyada en su hijo don Luis, formar
expediciones.
Gobierno del Licenciado Fuenmayor. En este año llegó a la Española, por primera
vez, el Licenciado Alonso de Fuenmayor, con el carácter de Presidente de la Real Audiencia,
y dio principio a la construcción de las murallas de la ciudad de Santo Domingo.
Poco tiempo después fue nombrado Obispo, dignidad eclesiástica que ejerció
simultáneamente con sus otros cargos.
Era Fuenmayor amante del progreso y de gran capacidad.
1540. El Duque de Veragua. Don Luis Colón, nieto del Primer Almirante e hijo del Virrey
don Diego, cedió al Rey de España sus derechos al Virreinato, a cambio de los títulos de Duque
de Veragua y de Marqués de Jamaica, con derecho también a una pensión de mil doblones.
Terminación de la Catedral. En esa época se terminó la construcción de nuestra
hermosa Catedral, cuyos planos se debieron a la competencia del célebre arquitecto Alonso
Rodríguez, quien no concluyó su obra, pues, deslumbrado por las noticias que llegaron de
México, se trasladó a aquellos territorios, donde intervino también en la construcción de la
Catedral de la ciudad Capital del mismo nombre.
La Catedral de México está reputada como el primer edificio de ese género en América
y la nuestra como el segundo.
1544. Traslado de los restos del Primero y Segundo Almirantes. En 1544 trajo de
España doña María de Toledo los restos del Primero y Segundo Almirantes, los que fueron
inhumados en el Presbiterio de la Catedral, del lado del Evangelio. Los de don Diego, en la
bóveda abierta en 1795, y los de don Cristóbal en la que se descubrió más tarde, como veremos
al probar que los restos del Descubridor se encuentran en la ciudad de Santo Domingo.
Reemplazo de Fuenmayor. En el año 1544 fue nombrado Gobernador de la
Colonia por el Rey, el Licenciado Alonso López Cerrato, quien trajo instrucciones de dejar
completamente libres a los indios, medida ésta que benefició al reducidísimo número de
ellos que subsistía.
Durante su Gobierno una bula del Papa Paulo III erigió en Metropolitana nuestra
Catedral, Primada de Indias.
1549. Segunda administración del Licenciado Fuenmayor. Nombrado Arzobispo
y Presidente de la Real Audiencia, volvió Fuenmayor a hacerse cargo del Gobierno de la
Colonia, la que encontró en deplorable estado. Se ocupó en continuar la construcción de las
murallas de la ciudad de Santo Domingo y de iniciar la edificación de la fortaleza de San
Felipe, en Puerto Plata. Fundó, además, el Cabildo Metropolitano.
Poco tiempo después ocurrió su muerte. Sustituyóle como Presidente de la Real
Audiencia el Licenciado Alonso de Maldonado.
1557. Fallecimiento del historiador Fernández de Oviedo. Don Gonzalo
Fernández de Oviedo, Alcaide de la Fortaleza del Homenaje en la ciudad de Santo Domingo
y autor de la Historia de Indias, murió el 26 de julio de 1557. Se dio sepultura al cadáver, con
la mayor solemnidad religiosa, en la Santa Iglesia Catedral.
Instalación de la Universidad Pontificia. El año 1538 quedó señalado por la instalación
de la célebre Universidad de Santo Tomás de Aquino, que tantos frutos dio a la ciencia

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y a la filosofía, conquistando para la ciudad de Santo Domingo el merecido renombre


de Atenas del Nuevo Mundo.
En sus aulas se cursaban: medicina, jurisprudencia, filosofía y teología, y de ella salieron
hombres ilustres como los Cruzado, Bonilla, Valverde, etc., que aumentaron la cultura
intelectual de la Colonia o fueron a llevar sus luces a los territorios descubiertos.
1560. Presidente de la Real Audiencia. Al Licenciado Maldonado lo sustituyó
Cepeda. Se sucedieron después Arias de Herrera, Arias Mejía, F. de Vera, González de
Cuesta, y don Antonio Osorio.
Terremoto. El 2 de diciembre de 1562 conmovió la Isla un terrible terremoto que
destruyó las ciudades de La Vega y Santiago. La primera fue restablecida donde actualmente
se encuentra, a orillas del Camú, y la segunda contigua al río Yaque del Norte, en terrenos de
la Viuda Minaya y desde donde se divisa perfectamente la montaña de Diego de Ocampo.

Capítulo XV
Invasión inglesa
1586. Gobierno de Ovalle. En guerra España, por voluntad de su Rey Felipe II, contra
Francia, Holanda e Inglaterra, sufrió la descuidada Colonia de la Española las consecuencias
de esa actitud, pues la Reina Isabel de Inglaterra entregó el mando de una poderosa escuadra
al Almirante Sir Francisco Drake, para que hostilizara todas las posesiones españolas del
Nuevo Mundo.
El 10 de enero de 1586 se presentó la flota frente a la ciudad de Santo Domingo, con la
consiguiente alarma para sus vecinos.
Se aumentó el pánico con la noticia, que se tuvo horas después, de que una columna
desembarcada en Haina, marchaba rápidamente hacia la ciudad.
La cobarde actitud de Ovalle aterrorizó de tal modo a la población que la mayor parte
de ella huyó hacia el interior y creó el lastimoso cuadro que ofrecieron los ancianos, niños,
mujeres, monjas, frailes y particulares que precipitadamente invadieron los caminos,
cuando con un poco de energía y de valor por parte del Gobernador, que fue de los primeros
en ausentarse para La Isabela, cercanías de Santo Domingo, se hubiera podido defender la
plaza, que, como ya sabemos, tenía murallas casi inaccesibles.
Saqueó Drake la ciudad a su antojo; se llevó algunas riquezas históricas, que hoy
ostenta en sus museos la ciudad de Londres, y, después de haber obtenido como rescate
de la ciudad 25,000 ducados que reunieron en su mayor parte las damas, sacrificando sus
joyas, se marchó dueño de tan rico botín.
Se conserva la tradición de que durante los veinticinco días que Drake estuvo en la
ciudad se alojó en la Capilla de Santa Ana, de nuestra Santa Iglesia Catedral, y que el brazo
que le falta a la estatua yacente del Obispo Bastidas lo hizo desaparecer un golpe brutal que
dio al fúnebre monumento uno de los marinos del rapaz Almirante inglés.
1588. Muerte de Ovalle. Poco tiempo después murió Ovalle, a quien sustituyó
Lope Vega Portocarrero, durante cuya administración se aumentó considerablemente el
contrabando que mantenían los pueblos de la parte Norte de la Isla con los holandeses. Le
sustituyó Diego de Osorio.
1605. Destrucción de las poblaciones del norte. Durante el gobierno de Antonio
de Osorio, que sustituyó a Diego de Osorio, reinando Felipe III, y por orden de este
Monarca, se consumó el crimen de destruir las poblaciones de Monte Cristy, Puerto Plata,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Bayajá y Yaguana, en interés de impedir el contrabando que sus moradores sostenían,


como ya hemos dicho, con los holandeses. “Con los habitantes de las dos primeras se
fundó a Monte Plata y con los de las dos últimas a Bayaguana”.
Tal vez a la concentración de animales que con tal motivo tuvieron que hacer sus
dueños, se deba que estos dos sitios se distinguieran después en la crianza.
Refiriéndose don Emiliano Tejera a esa medida, exclama: “¡Cuánto no sería
el sufrimiento de los ancianos, de los niños y de los enfermos de todas clases en ese
transporte violento y lejano! Sin temor de equivocación, puede asegurarse que la cuarta
parte de los animales poseídos antes de la tiránica medida pudo llegar a los sitios a que
se les conducía…”.

Capítulo XVI
Decadencia de la Colonia y Sucesos
más importantes de esa época
1623. Los bucaneros. Habíanse sucedido en el Gobierno de la Isla, Diego Gómez
Sandoval y Diego de Acuña, sin que perturbara la paz de la Colonia acontecimiento
alguno de importancia, cuando varios aventureros procedentes de la isla de San
Cristóbal se refugiaron en la isla Tortuga, desde donde se introducían en la parte
occidental de la Española a robar ganado, cuya carne preparaban ahumada (bucán),
por lo que se les denominó bucaneros.
1627. Otros aventureros. Franceses, ingleses y holandeses.– Se dedicaban a perseguir
a los galeones españoles, y recibieron el nombre de filibusteros.
1638. Se comunicó esta grave noticia a la Corte, la que envió una escuadra que no
sólo destruyó la especie de Colonia que ellos habían fundado, sino que los extinguió casi
completamente, para volver luego a reaparecer comandados por un inglés de nombre Willis
de innegable valor y gran prudencia.
No fueron afortunados los esfuerzos que en el sentido de desalojar a los bucaneros
hicieron en sus respectivos Gobiernos don Juan Bitrian de Biamonte (1636), don Nicolás
Velasco Altamirano (1645) y don Gabriel Chávez de Osorio (1627), Caballero este último
de la Religión de San Juan, a quien cupo la gloria de construir el Castillo de San Jerónimo,
que existió hasta 1937 y que jugó un papel importante, como veremos más adelante, en la
defensa de la ciudad de Santo Domingo cuando la segunda invasión inglesa.
1655. Gobierno del Conde de Peñalva. Sucedió en el Gobierno de la Colonia a
Chávez de Osorio don Bernardino de Meneses y Bracamonte, Conde de Peñalva, a quien
parece que le estaba reservada la satisfacción, no solamente de vencer a los bucaneros, como
lo hizo, enviando al General Gabriel de Rojas a desalojar a los aventureros, lo que obtuvo
obligándolos a capitular, sino que también a borrar la huella vergonzosa que dejó en nuestra
historia la huida de Ovalle cuando la invasión de Drake.
Invasión de Penn y Venables. En razón del estado de guerra que existía entre
Inglaterra y España, envió el Dictador Oliverio Cromwell una escuadra a las órdenes del
Almirante Penn, que trajo 9,000 hombres capitaneados por el General Venables, con el
objeto, parece, de repetir los vandálicos actos de Drake en la Isla.
El 23 de abril de 1655 desembarcó Venables sus fuerzas por Haina y Najayo, las que
fueron batidas por los Capitanes de milicias Damián del Castillo y Juan de Morfa, que le
salieron al encuentro.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sirvió el Castillo de San Jerónimo como punto de apoyo para contener las fuerzas que,
bajo las órdenes del Coronel inglés Buller, desembarcaron en Haina y venían a marcha
forzada sobre la ciudad Capital.
En conmemoración de la victoria obtenida, abrió el conde de Peñalva, en el bastión de
San Genaro, la Puerta que luego se llamó del Conde, donde más tarde, el 27 de febrero de
1844, se dio el grito de independencia.
Gobernaron después la Colonia don Felipe de Zúñiga y Avellaneda y Balboa de
Mogrovejo.
1659. Gobierno de Mogrovejo. Durante el Gobierno de don Juan Balboa y Mogrovejo
murió Felipe IV, sucediéndole Carlos II, que tuvo como regente a Doña María de Austria.
Se señala la administración de Mogrovejo como azarosa para la Colonia por haber
aparecido durante ella las epidemias de viruela y sarampión.
1661. A Mogrovejo le sucedió el Oidor don Pedro Carvajal y Cobos.

Capítulo XVII
Se acentúa la división de la isla en dos colonias
Reconocimiento del gobierno francés. Los aventureros que desde hacía años se
habían apoderado de algunos puntos de la parte occidental de la Española y que tenían su
principal asiento en la isla Tortuga, constituyeron por aquel entonces un núcleo considerable
en Port Margot, en la costa Noroeste, obteniendo el reconocimiento por el Gobierno francés
de Bertrand D’Ogeron como Gobernador, quien invadió en 1673 la parte Este de la Isla y fue
rechazado por las medidas que con tal objeto tomó enérgicamente el entonces Gobernador
don Ignacio Zayas Bazán.
Un tanto repuesto de su fracaso, y en miras de adueñarse, como siempre lo había
soñado, de toda la Isla, organizó D’Ogeron una expedición de 500 hombres al mando del
Capitán filibustero Delisle, que desembarcó inesperadamente por Puerto Plata y se apoderó
de Santiago, cuyos moradores huyeron hacia La Vega y sus campos, lo que permitió al
aventurero saquear la ciudad y exigir un rescate, que le fue pagado, de 25,000 pesos,
reembarcándose por el mismo puerto de entrada.
1675. Viaje de D’Ogeron a Francia. El triunfo que había obtenido aumentó en
D’Ogeron su intento de adueñarse de toda la Isla y con tal objeto hizo un viaje a Francia
para pedir a la Corte recursos y apoyo con que realizar su conquista, propósito que no
mereció buena acogida.
A su muerte le sucedió como Gobernador de la nueva Colonia su sobrino Poinci.
1677. Sucesor de Zayas Bazán. A la muerte de Zayas Bazán ocupó su vacante Padilla
Guardiola, y a éste le sucedió don Francisco Segura Sandoval y Castilla.
1679. Límites provisionales. La paz de Nimega, entre Francia y España, originó,
como era natural, una pequeña tregua entre las dos Colonias, lo que permitió a sus
Gobernadores, que lo eran: de la parte española Segura y de la parte francesa Mr. Poinci, el
establecimiento de límites provisionales, señalando para ello la línea natural que demarca
el río Rebouc.
Más adelante, y en capítulo especial, dejaremos perfectamente establecida la cuestión
de límites que, desde las épocas coloniales, ha sido objeto de torcidas interpretaciones de
parte de los franceses y más tarde de los haitianos, que, junto con nosotros, se dividen la
soberanía de la Isla.

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Capítulo XVIII
Período de las invasiones francesas
1684. Gobierno de Robles. Coincidió que al asumir el Gobierno de la Colonia don
Andrés Robles había ordenado el Gobierno francés a su representante o Gobernador de la
parte occidental de la Isla, Mr. De Cussy, el que se apoderara de nuestro territorio.
Invasión de Mr. De Cussy. Cumplió, pues, Mr. De Cussy las órdenes que había recibido,
aguijoneado en gran parte por el ofrecimiento que se le hizo de conferirle el mando de toda
la Isla, invadiendo por la parte Norte.
1689. Llegó a Santiago de los Caballeros con sus huestes y tomó como pretexto la
alarmante mortalidad de sus tropas, que fingió interpretar como causa de envenenamientos,
para incendiar la abandonada ciudad, no sin cometer antes de su retirada, que fue penosa
por las emboscadas de los españoles, toda clase de excesos.
1691. Batalla de Sabana Real o de La Limonade. En vista de los anteriores
acontecimientos y como justa represalia de esas invasiones, ordenó el Rey de España a su
Gobernador en ésta, que lo era a la sazón don Ignacio Pérez Caro, el castigar esos desmanes, y,
al efecto, se alistaron fuerzas que, aumentadas con los contingentes que vinieron de México, se
pusieron bajo las órdenes del ex Gobernador Sandoval y Castilla, quien libró el 21 de enero la
célebre batalla de La Limonade, en que salieron completa y resonantemente victoriosas las tropas
españolas. Se calcularon las pérdidas de los franceses en más de 500 soldados, y ello sin contar
con que en la acción, perecieron Mr. De Cussy y el Oficial de alta graduación Franquesnay.
Contribuyó al espléndido triunfo alcanzado el Capitán santiagués don Antonio Miniel,
quien con 300 lanceros que tenía ocultos en los crecidos y secos pajonales de la sabana, cayó
de improviso sobre el ejército contrario y le produjo el mayor espanto y confusión.
En venganza del saqueo e incendio de Santiago, los españoles pasaron a cuchillo todos
los prisioneros, incendiaron poblaciones y se entregaron a toda clase de tropelías. Tan sólo
respetaron en la matanza a las mujeres y a los niños.
Tuvo el propósito Mr. Ducasse, sucesor de Mr. De Cussy en el Gobierno de la parte
francesa, de organizar una nueva invasión; pero no sabemos por qué razón desistió de
ello. Fracasado su intento, enderezó entonces sus corruptores y rapaces propósitos hacia
Jamaica, que estaba abandonada y donde causó grandes males.
De acuerdo, españoles e ingleses, invadieron con fuerzas de mar y tierra las posesiones
francesas en 1695, destruyendo muchas poblaciones y haciendo innumerables prisioneros.

Capítulo XIX
Consecuencias del Tratado de Ryswick
Gobernadores que se sucedieron. Después de mutilada la extensión territorial de
la Colonia, se sucedieron en el Gobierno de ella Don Gil Correoso Catalán, don Severino de
Manzaneda, don Ignacio Pérez Caro (segunda vez), don Sebastián Cerezeda y Girón, don
Guillermo Morfi y don Pedro de Niela y Torres.
Nada interrumpió en esos tiempos la paz entre las dos Colonias hasta 1714.
1697. Tratado de Ryswick. El Tratado de Ryswick, celebrado entre España, Holanda,
Alemania y Francia, que en nada menciona a Santo Domingo, fue tendenciosamente
interpretado por los ocupantes de la parte occidental de la Isla, en el sentido de que
autorizaba la cesión, en favor de Francia, de la citada porción de la Colonia, que de hecho

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y desde hacía muchos años ocupaban los franceses, con lo cual quedó consumada la
mutilación del territorio, cuya defensa había costado tanta sangre a la Metrópoli y a sus
súbditos de Santo Domingo.
Traidora maquinación del gobernador de la colonia francesa. En ese
mismo año de 1714, Mr. Charles Blenac, Gobernador de la Colonia Francesa, encargó al
Teniente del Rey Chanté la conquista de la parte española, quien al efecto y bajo el pretexto
de una visita oficial, llegó a la ciudad de Santo Domingo y se instaló como huésped en la
casa morada del Gobernador don Pedro de Niela y Torres.
1714. Consistía el plan del audaz y pérfido Charité en apoderarse de la ciudad Capital,
apoyado en unas balandras en que llegaron tropas francesas disfrazadas y una de las cuales,
forzada por los vientos, tuvo que anclar al lado de la Fortaleza. Cometió uno de los tripulantes
de ella la indiscreción de preguntar al centinela de tierra si ya gobernaba Mr. Charité.
Esta noticia produjo en el vecindario la consiguiente y natural alarma, y un grupo
de doscientos de sus moradores sacó de la casa del gobernador a Charité y lo obligó a
reembarcarse con todo su séquito, con lo cual quedaron frustrados sus intentos de
conquista.
1715. Gobiernos de Landeche, Constanzo, Rocha y Mazo. Fracasado el plan de
Charité, se sucedieron en el mando de la Colonia los Gobernadores don Antonio Landeche,
don Fernando Constanzo Ramírez, don Francisco Rocha Ferrer y don Alfonso Castro y
Mazo, no sin que dejara de subsistir en las fronteras un sordo malestar que al través de los
siglos perdura y que produjo aprestos bélicos en 1731, quedando desde entonces señalado
como límite de la parte Norte entre los dos países el río Massacre.
1734. Consagración del Templo de Las Mercedes. En 1734 el Arzobispo Juan de
Galavis consagró solemnemente en la ciudad de Santo Domingo el Templo de Nuestra
Señora de Las Mercedes, Patrona de la República.
1741. Gobierno de Zorrilla de San Martín. En 1741 se hizo cargo del Gobierno de la
Colonia don Pedro Zorrilla de San Martín, Marqués de la Gándara Real, en medio del más
lamentable estado de decadencia y despoblación para la parte española.
A juzgar por el Padre Valverde, la población había decrecido hasta llegar a un número
no mayor de 6,000 y se encontraban arruinadas y empobrecidas todas las ciudades.
Los corsarios. La guerra que estalló entre Inglaterra y España ofreció a los marinos
dominicanos la oportunidad de dedicarse al corso, en el cual obtuvieron grandes éxitos,
poblado como estaba el mar Caribe por buques ingleses que realizaban iguales correrías.
1748. Medidas de gran trascendencia para la colonia. No desaprovechó el
Gobernador Zorrilla de San Martín su tiempo, y se ocupó en la mejor organización de los
servicios públicos. Propendió al desarrollo del progreso, lo que, unido a la apertura de los
puertos de la Colonia al Comercio de las naciones neutrales, vigorizó la situación y encauzó
una inmigración provechosa.
Monumento conmemorativo. Como homenaje a la memoria del Gobernador
Zorrilla, existió en la cuesta del río, ciudad de Santo Domingo, cerca de la Puerta de San
Diego, una sencilla columna que fue destruida torpemente y que pregonaba la gratitud de
aquellos tiempos para quien fue ejemplo de mandatarios.
1750. Gobierno de don Juan José Colomo. Sucedió a Zorrilla de San Martín el
Brigadier don Juan José Colomo, quien murió en Santo Domingo y fue sepultado en la
Iglesia de San Francisco y a quien sucedió en el mando don José Zunnier de Bateros.

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1751. Terremoto. Gobernando don Francisco de Rubio y Peñaranda, se sintió en toda


la Isla, el 18 de octubre de 1751, un fuerte terremoto que destruyó la ciudad del Seybo e hizo
padecer la seguridad de muchos de los principales edificios públicos de la Colonia, que a
poco fueron reparados.
La ciudad del Seybo comenzó a reconstruirse en el lugar donde actualmente se encuentra
y alrededor “de una ermita donde iban los hateros a oír misa los domingos”.
1756. Días de prosperidad para la colonia. El Gobernador Rubio y Peñaranda
dictó medidas importantes que levantaron un poco la prosperidad de la Colonia, y deben
citarse entre otras; el fomento de la inmigración; el laboreo de las minas de Santa Rosa, en
jurisdicción de Santo Domingo; el impulso que dio a Monte Cristy, pues obtuvo que el Rey
lo declarara puerto neutral por diez años, y la repoblación de Puerto Plata con familias
canarias. Dejó, además, como recuerdo de sus gestiones, el magnífico Cuadrante Solar que
aún existe intacto frente al antiguo Palacio de Gobierno en la Ciudad Capital.

Capítulo XX
Continua la prosperidad de la colonia
1759. Gobierno de Azlor. En 1759 reemplazó al Brigadier Rubio y Peñaranda el
Mariscal de Campo don Manuel Azor y Urries, hombre de no escasas energías.
1762. Nueva guerra entre España e Inglaterra. Como consecuencia de la guerra que
declaró España a Inglaterra, los marinos de Santo Domingo se dedicaron nuevamente al corso.
Derivó de ello gran provecho la Colonia, puesto que se apresaron más de 60 embarcaciones
que se vendieron con sus cargamentos a precios muy reducidos, lo que despertó una corriente
de inmigración que aumentó el volumen del comercio y de la población.
1764. Fundación de varias poblaciones importantes. Durante el Gobierno de Azlor
se fundaron las poblaciones de San Miguel de la Atalaya y Baní, esta última en terrenos que
se compraron a los moradores de Cerro Gordo, el 3 de marzo de 1764.
Expulsión de los jesuitas. Carlos III ordenó la expulsión de los Padres Jesuitas de
todos sus reinos y Colonias, y, como consecuencia de ello, fueron arrojados de aquí.
1771. Reducción del derecho de asilo. Durante el Gobierno de don José Solano
y Bote, que fue quien sustituyó al Mariscal Azlor, se redujo el derecho de asilo de que
disfrutaban las iglesias para amparar a los delincuentes y se designó solamente la de San
Nicolás para la ciudad de Santo Domingo.
Consistía el derecho de asilo en que los delincuentes, al abrazarse a una cruz, o agarrarse de
una argolla, en otros casos, que existían en las puertas de las iglesias investidas de ese privilegio,
obtenían amparo que los libraba de malos tratamientos al ser entregados a la justicia.
Fundación de san Francisco de Macorís y Dajabón. Por estos años se fundaron
las poblaciones de S. Francisco de Macorís y Dajabón.
1776. Origen del Tratado de Aranjuez. En 1776 convinieron el Brigadier Solano y el
señor Víctor Teresa Charpentier, Gobernador de las islas francesas de Barlovento, la descripción
de los límites de las dos Colonias y firmaron las estipulaciones que concertaron en San Miguel
de la Atalaya, para confiar luego la ejecución de ellas a don Joaquín García, en representación
de España, y al Brigadier don Jacinto Luis, en la de Francia, quienes suscribieron el texto en
los dos idiomas de esa Convención en el Guarico, el 28 de agosto del mismo año.
El 3 de junio de 1777 fue ratificado en Aranjuez, entre los Plenipotenciarios de Francia
y España, este Tratado, que en original existió hasta hace poco en el Archivo General de

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la Nación. Es bueno consignar aquí que el Tratado de Aranjuez constituye para la actual
República Dominicana la fuente jurídica de sus derechos en la debatida cuestión de límites,
por más que los haitianos, sucesores de los colonos franceses en el disfrute de la posesión
de la parte occidental de esta isla y de sus tendencias de absorción, no solamente no lo
hayan respetado, sino que han llevado sus demasías hasta el punto de no querer aceptar la
obra rectificadora de nuestras armas cuando las campañas de la Independencia.
Este problema de la frontera ha ocupado y preocupado, como es natural, a nuestros
estadistas y diplomáticos y no ha podido solucionarse todavía, debido a las tortuosidades
de la diplomacia haitiana, pues cada vez que la República Dominicana, que jamás ha sido
detentadora, ha querido ir al fondo de la cuestión, ha pretendido Haití resolverla con
interpretaciones de artículos de tratados que conoceremos más adelante.
Nosotros creemos un gran deber patriótico el afirmar que el Gobierno Dominicano que
deje resuelto este punto conquistará la verdadera gratitud del sentimiento nacional, que
en más de una ocasión se ha puesto de pie para obtener el reconocimiento del derecho que
tiene a los territorios indebidamente ocupados por los haitianos y que nosotros heredamos
legítimamente de España.
1778. Prosperidad de la colonia. Durante el Gobierno de don Isidoro Peralta y Rojas,
que fue quien sucedió a Solano, la Colonia prosperó sensiblemente, y, como testimonio de ello,
ofrecemos el dato de que para 1785 ya se calculaba la población de ella en 152,640 habitantes.
Fundación de Los Llanos y Las Matas de Farfán. En esos tiempos quedaron
fundadas las poblaciones de Los Llanos y Las Matas de Farfán y tomó incremento Los
Minas, fundado en la margen oriental del río Ozama por negros de la parte occidental.
1787. Gobierno de Don Manuel González de Torres. A la muerte de Peralta le
sucedió interinamente en el Gobierno don Joaquín García, reemplazado a poco por el
Brigadier don Manuel González de Torres, quien edificó en 1787 la magnífica portada de la
Fortaleza de Santo Domingo.
1789. Gobierno de García. (Segunda vez). Ocupó de nuevo el Gobierno de la
Colonia, por muerte de González de Torres, don Joaquín García, a quien no sabemos si las
circunstancias o sus escasas dotes de inteligencia lo presentan con aspecto poco simpático
ante el juicio de la posteridad.
Conmoción en la parte francesa. La agitación que conmovía a la Metrópoli, donde
en 1789 se habían proclamado los derechos del hombre, estampando la consignación: “Los
hombres nacen libres e iguales en derecho, y las distinciones sociales no pueden fundarse sino
en motivos de pública utilidad”, alentaron la tendencia antiesclavista de los negros de la parte
occidental que, encabezados por Vicente Ogé, intentaron la ejecución del precepto enunciado.
Atacados por las autoridades coloniales, traspasaron, en busca de refugio, la frontera,
donde fueron arrestados y conducidos a la cárcel de Santo Domingo.
Entrega de Ogé y sus compañeros. Las autoridades coloniales francesas se dirigieron
al Gobernador García para exigirle la entrega de los prisioneros y, no obstante la opinión
digna y decorosa de don Vicente Antonio Faura, que asesoraba al Gobernador García, éste
los entregó, dejando una mancha para su nombre.
1790. Tan escandaloso atentado al derecho de asilo y a los más elementales sentimientos
de humanidad encrespó la opinión pública de tal modo que el anodino Gobernador García
hizo jurar al Comisionado francés Mr. Ligneries, en la Catedral, que se respetaría la vida de
los prisioneros entregados, no obstante lo cual fueron ejecutados en Cabo Haitiano.

226
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

La crueldad de este procedimiento y la declaración hecha en una asamblea de


blancos, reunida en San Marcos, de que preferían morir antes que compartir sus derechos
con los negros, a los que consideraban como una raza bastarda, degenerada y estúpida,
determinaron los levantamientos de Biassou y Jean Francois, quienes, dada la inferioridad
del número de los blancos, casi los exterminaron en toda la parte Norte de Haití.

Capítulo XXI
Acontecimientos que anteceden a la desaparición
de la colonia española
Medida del gobernador García. Comoquiera que los negros sublevados en la
parte francesa cometían toda clase de depredaciones, la opinión pública de la Colonia
española estaba en expectativa y alarmada, y obligó al Gobernador García a que cubriera
las fronteras, no sólo para evitar el contagio, sino también para garantizar la neutralidad.
1793. Guerra entre la República Francesa y España. Con motivo de la decapitación
de Luis XVI, guillotinado en París el 21 de enero del 1793, estalló una guerra entre
la naciente República Francesa y la Monarquía Española, que cambió el aspecto de los
acontecimientos que se verificaban en la Colonia francesa, pues Toussaint, Biassou y Jean
Francois, a quienes deslumbraba más el esplendor de la Monarquía que la austeridad de la
República, se pusieron al servicio del Rey de España, que les concedió altas graduaciones
en sus ejércitos.
Invasión a la parte francesa. Envalentonados los españoles con el concurso que
les ofrecían esos Jefes negros, traspasaron la frontera y, con ellos siempre a vanguardia,
lograron enarbolar el pabellón español en muchos puntos de Haití, mientras los ingleses,
que también habían invadido aquel territorio, hostilizaban a los republicanos franceses.
1794. Reveses de las armas españolas. El Gobernador francés Lerveaux sonsacó
a Toussaint Louverture con el nombramiento de General, y el 4 de mayo de 1794 este
prestigioso Jefe de los negros realizó su defección; obtuvo más tarde el nombramiento de
General en Jefe de los Ejércitos; venció después a las fuerzas españolas; desmoralizó a sus
antiguos compañeros Biassou y Jean Francois; puso en jaque a los ingleses y se apoderó de
varias de las poblaciones españolas.
1795. Tratado de Basilea. El Tratado de Paz celebrado en Basilea el 22 de julio de 1795,
entre España y Francia, consumó el imperdonable error de que la Madre Patria hizo víctima a
su primera Colonia en América, al traspasar completamente a Francia el dominio de la Isla.
Este error, que constituyó un sacrificio inmerecido para los habitantes de la parte
española, no puede merecer, no obstante nuestro amor a España, una sola atenuación
que disminuya el íntimo dolor que produjo ese hecho cruel que, al través de los siglos,
anatematiza la conciencia.
Entrega de la colonia a los franceses. Establecía el Tratado de Basilea que un
mes después de publicadas sus estipulaciones se efectuaría el traspaso de la Colonia y, para
cumplir su fiel ejecución, envió la Madre Patria una escuadra bajo el mando del Teniente
General don Gabriel de Aristizabal.
Origen de la controversia acerca de los restos de Colón. En virtud de
instrucciones del Duque de Veragua, descendiente de Colón, se resolvió trasladar las
cenizas del Primer Almirante a La Habana, como para salvarlas de que asistieran a la
desnacionalización de la Colonia.

227
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1795. En presencia del Arzobispo don Fernando Portillo y Torres y de todas las
autoridades, se procedió el día 20 de diciembre de 1795, a la exhumación de tan venerables
reliquias, según consta en acta levantada por el Notario don José Francisco Hidalgo, que
dice: “Se abrió una bóveda que está sobre el presbiterio, al lado del Evangelio (que es el
derecho), pared principal y peana del altar mayor, que tiene una vara cúbica, y en ella
se encontraron unas planchas, como de tercia de largo, de plomo, indicante de haber
habido caja de dicho metal y pedazos de huesos como canillas u otras partes de algún
difunto; y recogido en una salvilla que se llenó de la tierra, que por los fragmentos que
contenía de algunos de ellos pequeños y su color se conocía eran pertenecientes a aquel
cadáver”.
Es cosa clara que los restos que se exhumaron aquel día fueron los de don Diego, y no
los del Almirante, puesto que ya hemos visto que en 1541, cuando doña María de Toledo
trajo de España los restos de ambos, los de don Diego se sepultaron “en el presbiterio de
la Catedral, del lado del Evangelio”, en virtud de la orden del Rey, dictada anteriormente,
para que se hiciera entrega a don Luis Colón, de la Capilla Mayor de la Catedral, “para que
sirviera de sepultura a los restos del Primer Almirante y sus familiares”, y acabamos de
ver que el Notario Hidalgo en su acta habla de restos extraídos del lado del Evangelio.
Este error se aclaró cuando el 10 de septiembre de 1877, y con motivo de las reparaciones
que hacía en la Catedral el virtuoso Canónigo don Francisco Xavier Billini, se encontraron
los verdaderos despojos mortales de Colón, con lo cual quedó evidenciado que los restos
de algún difunto, llevados a La Habana, fueron los de don Diego.
El hallazgo providencial de los restos de don Cristóbal Colón suscitó una controversia
histórica entre la Real Academia de Historia de España, López Prieto y Colmeiro, que
calificaron de superchería el hecho, tal vez movidos por un orgullo patriótico exagerado,
y Monseñor Roque Cocchía, don Emiliano Tejera, el Dr. Santiago Ponce de León, don
César Nicolás Penson, el Dr. Alejandro Llenas y el Cónsul de España, don José Manuel
Echeverri, quien cayó en desgracia porque sostuvo la autenticidad del hallazgo. A esta hora
sólo la España oficial niega que las cenizas del Primer Almirante reposan para siempre,
cumpliéndose sus últimas voluntades, en la amada tierra que fue testigo de sus grandes
triunfos y de sus inmensos dolores.
El monumento que actualmente los atesora tal vez sea el mejor augurio del edificio a
que serán trasladadas esas reliquias venerandas, cuando los pueblos todos del Hemisferio
Colombino, poseídos de noble gratitud, lo erijan en la Plaza Colombina de la ciudad de
Santo Domingo, cerca de ese mar a quien arrancó sus secretos con prodigios de audacia y
con los destellos de su genio.

Capítulo XXII
Período colonial francés e invasión de Toussaint
Comisarios franceses. Al marcharse el Brigadier Aristizabal para La Habana,
llevándose los que se creyeron restos de Colón, y los empleados y personas que emigraron
con motivo del nuevo orden de cosas, envió el Gobierno francés al General Hedouville.
Llegó más tarde el Comisario Civil Roume, a quien instó el Gobernador García para que se
hiciera cargo del mando, cosa que no aceptó, pues carecía de tropas y temía, con razón, que
Toussaint, cuya aparente sumisión buscaba pretexto de disgusto, se rebelara y adueñara de
toda la Isla.

228
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Se entiende Toussaint con los ingleses. Los ingleses, que habían reforzado sus
contingentes militares en la parte occidental, diezmados por las enfermedades, celebraron
al fin un pacto con el Caudillo Negro en que reconocieron la independencia de la Isla, la que
abandonaron poco tiempo después.
Tan pronto como esto ocurrió, Toussaint exigió del Comisario Roume que ordenara al
Gobernador García la entrega de la parte española a dos de sus Tenientes, los Generales
haitianos Agé y Chanlate.
Antes de dar la orden, obtuvo Roume la seguridad de parte de García de que no la
cumpliría, pues esperaba tropas europeas, y cuando llegó Agé a recibir la plaza del
Gobernador, García se negó a entregársela.
Se escoltó al General Agé hasta la frontera con el objeto de evitar que fuera víctima de
un atropello.
Al darse Toussaint cuenta del engaño, redujo a prisión a Roume y lo expulsó. Dejó,
pues, en claro sus intenciones y rompió con el Gobierno francés.
1800. Invasión de Toussaint. Desembarazado ya Toussaint de todo lo que podía
constituir para él un compromiso moral o material con Francia, y con el apoyo de los ingleses,
exigió del Gobernador García, hombre nacido, según parece, para sustanciar o presenciar
hechos políticos degradantes o desagradables, la entrega de la antigua Colonia, y a la cabeza
de numerosas huestes invadió por las fronteras del Sur, mientras otro cuerpo de ejército, bajo
las órdenes del General Moise, su sobrino, pasó la frontera Noroeste y ocupó el Cibao.
Resistencia. Inútil fue la resistencia que a las fuerzas invasoras se opusiera en Mao y
Guayubín, y de nada sirvió la bravura de don Juan Barón detrás de las trincheras de Ñaga,
en el Sur, pues la ola arrolladora y salvaje de Occidente, después de cubrir de sangre esos
sitios, constriñó al Gobernador García a entregar la Capital, de la cual emigraron cuantas
personas pudientes eran españolas o simpatizaban con la causa de la Madre Patria.
Se ha dicho que al entrar a la ciudad Capital tuvo Toussaint el propósito de pasar a
cuchillo a sus moradores; pero nos parece incierta esta versión, pues cuando doña Dominga
Núñez, en la reunión de vecinos que provocó el Caudillo y a la cual asistió toda la población
sobrecogida de espanto, en el Parque Colón, le increpó y llamó atrevido por haberle tocado
el hombro con el bastón, tuvo ocasión para desahogar su cólera contra ella y tal vez para
iniciar la matanza que el terror sospechaba que tenía la intención de realizar, de acuerdo
con la fama de sanguinario que le precedía.
1801. Constitución. Después de haber nombrado a su hermano Paul Louverture
Gobernador de Santo Domingo, regresó a Haití, donde se proclamó Jefe Supremo de la Isla
e hizo decretar una Constitución que la declaró “una e indivisible”. Revistió Toussaint su
promulgación de la simbólica formalidad de plantar en cada parque público una palma con
el gorro frigio, emblema de la Libertad.
1802. Llegada del ejército francés. La paz concertada en Amiens (Francia) permitió
al Cónsul Bonaparte enviar a fines de 1801 una escuadra y 16,000 hombres para que tomaran
posesión de la Isla.
Comandaba en Jefe esas fuerzas el General Leclerc, “a quien acompañaban su esposa,
la bella Paulina Bonaparte, Jerónimo Bonaparte y dos hijos de Toussaint que se educaban
en Francia”.
En Samaná, punto de arribo de los 80 navíos franceses, se dividieron las fuerzas en dos:
las que iban a operar en la parte española, al mando de Ferrand y Kerverseau, y las que

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

iban a someter a Toussaint en la parte occidental, mandadas por Leclerc, quien tenía bajo
sus órdenes a los Generales Rochambeau, Boudet y Hardy.
Ocupación de la parte del este (Santo Domingo). No ofreció casi resistencia a las
armas francesas la antigua Colonia española, a excepción de la ciudad de Santo Domingo, en
que el Gobernador Paul Louverture y el Comandante de Armas se negaron a la entrega de la
plaza; pero para lograrlo contaron con el apoyo de los dominicanos, que lógicamente prefirieron
ser subordinados de los franceses antes de continuar dominados por los haitianos.
Fuerte de San Gil. Los dominicanos, al mando del intrépido Juan Barón, atacaron el
Fuerte de San Gil tomándolo después de un reñido combate, con el objeto de facilitar por
allí el desembarco de las fuerzas de Kerverseau, mediante señales convenidas que debían
hacerle a la flota con fanales rojos; pero el estado rugiente del mar durante esa noche
impidió que se realizara tan audaz operación.
A la mañana siguiente, atacados don Juan Barón y los suyos por fuerzas haitianas
superiores, tuvieron que abandonar la ciudad, para darse el bravo Coronel inmediatamente
a la tarea de reunir nuevos contingentes del Sur y del Este que, auxiliados por las fuerzas
francesas pusieron sitio bajo su mando a la ciudad y la rindieron, no sin antes haber
experimentado los vecinos de ella y los de la villa de San Carlos grandes atropellos y
vejámenes de parte de los haitianos.
Acontecimientos en la parte occidental. En tanto que estos acontecimientos
se desarrollaban en nuestro territorio, los que tuvieron lugar en Haití revistieron un
carácter más grave y más sangriento, pues Toussaint, Dessalines y otros resistieron tenaz
y heroicamente, librando combates gloriosos para sus armas, hasta reducir a cenizas la
ciudad de Cabo Haitiano, para después de tan denodados empeños verse obligados a la
sumisión.
Captura de Toussaint. Luego de haberse sometido, la perfidia ahogó entre sus brazos
a aquel hombre formidable que soñó con la grandeza de su patria y que tantas veces llenó
de espanto a sus contrarios en los campos de batalla.
Invitado a visitar las naves francesas, se trasladó a una de ellas, y mientras se le rendían
los honores de su rango, fue reducido a prisión encadenado, conducido a Francia e internado
en el Castillo de Joux, donde murió aterido por el frío y careciente de alimentos, en 1803.
Terrible mancha en la historia de Bonaparte, que más tarde tuvo imitadores en los
ingleses que le llevaron a él, destronado y taciturno, a la isla de Santa Elena a terminar
obscuramente aquella vida que se había deslizado entre el fragor de las batallas y las
magnificencias de un trono que deslumbró al mundo.
Perfiles biográficos de Toussaint. Amó a su patria. La soñó grande, y para realizar
su designio de hacer a Haití libre e independiente y “única e indivisible” en el dominio de
la Isla, mató blancos, venció a sus compañeros, sirvió a España y luego le dio la espalda,
desconoció a Francia, batió a los ingleses y más tarde se apoyó en ellos, invadió la Española
y combatió por último a Bonaparte a quien en una ocasión le escribió: “Al primero de los
blancos, del primero de los negros…”.
Si para nosotros, es decir, frente a nuestras glorias, nada dice la evocación del recuerdo
del Caudillo Negro, no es menos cierto que de un modo general estamos obligados a
ver en la figura de ese hombre extraordinario a un libertador de su raza y de su pueblo,
o bien, adscribiéndonos al criterio del señor Hostos, al organizador y preparador de la
independencia de Haití.

230
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Capítulo XXIII
Continuación del período colonial francés
Gobierno de Kerverseau. Ocupada la ciudad Capital de la parte española y
gobernados los Departamentos del Cibao por el General Ferrand, quedaron cumplidas de
hecho las estipulaciones del Tratado de Basilea, y se trasladaron las tropas haitianas y sus
Jefes a la parte occidental.
Alzamiento de esclavos. A raíz del abandono de nuestro territorio por las tropas
haitianas, un grupo de esclavos, que tal vez temieron que el alejamiento de las huestes
negras les anunciara nuevos malos tratamientos para los de su raza, se sublevaron; pero
fueron inmediatamente sometidos por el bizarro don Juan Barón, heredero del valor
legendario de la raza castellana que, al través de los tiempos y de cruentas vicisitudes,
conservamos con orgullo sus descendientes, nosotros los dominicanos.
Asesinato del batallón Cantabria. Enterado Toussaint, ya en los últimos días de
su omnipotencia, de la ayuda prestada por los dominicanos a la ocupación francesa en
interés de sacudir el humillante yugo de los haitianos, hizo asesinar el batallón Cantabria,
compuesto de dominicanos y que se encontraba de servicio en la parte occidental. De ese
cuerpo sólo se salvaron cinco soldados.
Fracaso de Kerverseau. No fueron pocos los esfuerzos que hizo este mandatario por
dar consistencia al nuevo orden de cosas; pero la escasez de recursos en que se encontraba y
las dificultades que le crearon las noticias llegadas de Haití, donde sus moradores, apoyados
por los ingleses, se habían sublevado, obligando a Rochambeau a capitular después de la
muerte del General Leclerc, lo imposibilitaron completamente en su labor, lo que tuvo en
cuenta Ferrand, que gobernaba a Santiago, para trasladarse a Santo Domingo, asumir el
mando y embarcar a su desprestigiado compañero.
Proclamación de la independencia de Haití. El lº. de enero de 1804 proclamó
Dessalines la Independencia Haitiana, asumió la calidad de Jefe Supremo y se hizo
reconocer con tal carácter en el Cibao, donde nombró como su representante en Santiago a
José Tavárez.
Recuperación del Cibao. Aumentadas las fuerzas de Ferrand, que, como ya hemos
visto, gobernaba la Colonia, con el ejército que dejó Kerverseau, el concurso de las milicias
dominicanas y con el de los colonos franceses que llegaban a Haití, confió a su ayudante
Deveaux un contingente de tropas con el cual recuperó a Santiago, ciudad que, abandonada
nuevamente, se vio al fin gobernada por el dominicano Serapio Reinoso, a raíz de una
sangrienta desavenencia entre nuestros compatriotas y los franceses.
Invasión de Dessalines. Dividido en dos cuerpos el ejército de ese feroz aliado de la
muerte, atravesó nuestras fronteras: el del Sur, al mando del mismo Dessalines, contaba en
sus filas al noble Petión, una de las legítimas glorias haitianas; y el del Norte lo comandaba
el vandálico y cruel Cristóbal.
Infructuosas fueron la heroica resistencia que, a orillas del Yaque, en el Sur, y hasta
perecer, le opusiera el bravo Coronel francés Viet, y la que en el Departamento Norte
personificaron Serapio Reinoso y los dominicanos bajo su mando.
Arrollados fueron todos por aquellas huestes que, no a nombre de la libertad, sino de
salvajes preocupaciones, profanaron con sus huellas el suelo sagrado de nuestra Patria.
Repugnantes crímenes cometidos en Santiago. Dueño ya Cristóbal de Santiago,
ordenó el asesinato de los vecinos, sin respetar sexo, edad ni condición social. Entre

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

centenares de ilustres víctimas, mencionaremos al Padre Juan Vásquez, que pereció


quemado en la sacristía de su templo, entre las herejes y grotescas burlas de la soldadesca.
En la Casa Consistorial de esa misma ciudad se colgaron, por orden de Cristóbal, los
desnudos cadáveres de notables personajes dominicanos.
Sitio de la ciudad de Santo Domingo.– Tanto las fuerzas invasoras del Norte, como las del
Sur, concurrieron al sitio de la ciudad de Santo Domingo.
Combates alrededor de la ciudad. Cuando ya la ciudad Capital tenía más de
quince días de sitiada, llegó al Placer de los Estudios la escuadra francesa al mando del
Almirante Missiesy, quien proporcionó al General Ferrand municiones y tropas, lo que dio
lugar a que se realizaran salidas para combatir a los sitiadores.
Consérvase el recuerdo histórico del asalto dado a las trincheras de San Carlos por
el valiente Coronel francés Vassimont, y del combate casi caballeresco trabado en las
inmediaciones del Castillo de San Jerónimo entre las fuerzas haitianas bajo las órdenes de
Petión y las tropas sitiadas al mando del denodado Coronel francés Aussenac, que, como
veremos más adelante, parece que tenía un pacto secreto con la Gloria, cuantas veces tuvo
que luchar cerca de esa histórica fortaleza.
En esta ocasión, como se diera cuenta el Coronel Aussenac, en el momento de la
acometida, de que los suyos flaqueaban o se mostraban reacios al avance, desenvainó
súbitamente su espada, corrió hacia los haitianos y, clavándola en el suelo, se acostó a su
lado, como diciendo a sus compañeros que moriría antes que retroceder.
Enardecidas las tropas ante aquel rasgo de máxima intrepidez, avanzaron para cubrir
el cuerpo de su Jefe y trabar el heroico combate en que las fuerzas haitianas tuvieran que
huir ensangrentadas.
Muerte de don Juan Barón. Comandadas las tropas mixtas, es decir, compuestas de
dominicanos y franceses, por don Juan Barón, salieron el 28 de marzo de 1805, en la tarde
de Santo Domingo, con el decidido intento de levantar el sitio del lado de San Carlos.
Aún no habían abandonado la Puerta del Conde, cuando comenzó con encarnizamiento el
trascendental combate sostenido durante tres horas. Al acercarse la noche, cayó mortalmente
herido don Juan Barón, a quien sucedió en el mando de las tropas el pundonoroso Capitán
Moscoso, que organizó la retirada militar en medio de los mayores peligros y con gran éxito.
En la noche de ese mismo día, y no obstante los cuidados que se le prodigaron, murió
el intrépido don Juan Barón, para cuyo cadáver se eligió como sepultura la parte céntrica
del actual Parque Colón.
Revistió el acto de la inhumación la mayor y más silenciosa pompa religiosa y militar,
pues se tuvo interés en que los sitiadores no se percataran de la irreparable pérdida que se
acababa de experimentar.
La figura de don Juan Barón merecerá siempre las rememoraciones agradecidas de la
posteridad dominicana, pues, en cuantas ocasiones se necesitó de su innegable y valerosa
bizarría, dio el frente a los acontecimientos en interés de conquistar libertad y honores para
esta tierra de sus afectos.
Levantamiento del sitio. Parece que Dessalines no quiso esperar un nuevo ataque,
y al día siguiente de la muerte del Coronel Barón levantó completamente el sitio.
Llevóse consigo a los prisioneros capaces de tomar camino, y asesinó a todos aquellos
que, por su debilidad física, consideró que podían constituir un retardo para su rápido
regreso a Haití.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Las tropas haitianas que tomaron la vía del Sur dejaron en su derrota grandes cantidades
de municiones de guerra, las cuales fueron recogidas por las fuerzas que salieron de la
ciudad, antes sitiada, en su persecución.
En su marcha hacia la frontera fueron hostilizadas por la escuadra francesa; incendiaron
en su tránsito las poblaciones y saquearon las propiedades; pero, con todo eso, no consumaron
la cantidad de crímenes que realizaron las fuerzas que tomaron el camino del Cibao.
Crímenes cometidos por las huestes de Dessalines al retirarse por la vía del
Cibao. Dessalines hacía creer, al retirarse, que la plaza de Santo Domingo se había rendido,
y en presencia de tal noticia volvieron a sus ocupaciones muchas personas para encontrar
inmediatamente la muerte, la deshonra y horribles vejaciones, antes de que pudieran darse
cuenta del miserable ardid.
Monte Plata, Cotuí, San Francisco de Macorís, Monte Cristy y San José de las Matas
fueron saqueadas e incendiadas.
De La Vega se llevó el sanguinario Dessalines quinientos prisioneros distinguidos, y en
Moca se degolló en el templo a puertas cerradas, a más de quinientos fieles de todos sexos y
edades sin que se escapara al filo del cuchillo exterminador el párroco Fray Pedro Geraldino.
En Santiago se repitieron, aumentadas, las atrocidades cometidas por Cristóbal, y
perecieron fusilados los venerables sacerdotes Lima, Puerto Alegre, Basarte y Ortega.
El camino que conduce de Santiago a Cabo Haitiano quedó cubierto de cadáveres, y
como sombras errantes se vio en él a niños que en vano buscaban a sus padres, entre los
empellones que les daba la soldadesca para acelerar su marcha; a damas distinguidas, cuyos
pies sangraban y que, enloquecidas por el dolor, se precipitaban en los abismos o en los
ríos; a ancianos que implorantes pedían la muerte, y a hombres atados que presenciaron los
más vergonzosos ultrajes, hasta llegar a Haití, donde el inhumano y execrable Cristóbal los
repartió en su residencia de Saint Soucí, como esclavos de sus subalternos y esbirros, hasta
que perecieron víctimas de los mayores dolores o lograron fugarse y ganar la frontera.
¡Y pensar que más tarde esas hordas salvajes dominaron nuestra Patria durante
veintidós largos y pesados años!

Capítulo XXIV
Gestiones del gobernador Ferrand
Medidas de organización. Libre ya de los haitianos, cuyo territorio se dividió en
dos estados, uno en el Norte con la ridícula denominación de reino, bajo el cetro del grotesco
Cristóbal, que se constituyó en árbitro de esas regiones después de la muerte de Dessalines; y
otro en el Sur, como república, bajo el cuidado y dirección de Petión, pudo el General Ferrand
promover el progreso de esta parte de la Isla, convertida en colonia francesa. Creó cuerpos
regulares de milicias, reabrió los cortes de madera abandonados, ofreció facilidades a los
cultivos y designó como autoridades a las personas de mejores intenciones en cada lugar.
Contó, para todo esto y para la mejor organización civil y administrativa de la Colonia,
con el crédito que le proporcionó en los Estados Unidos Bonaparte, y es justo consignar que
desplegó los mayores esfuerzos por garantizar la propiedad y que no se distinguió como
mandatario cruel, arbitrario o despótico.
Llevó la liberal inclinación de sus intentos por dar días de prosperidad a la Colonia,
hasta el punto de declarar amortizadas las tributaciones territoriales que adeudaban los
propietarios.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Los resultados de esa labor no se hicieron esperar, pues la estabilidad y la paz de que se
disfrutaba atrajeron a las familias que habían emigrado, las que, al regresar, contribuyeron
al florecimiento de la industria, de la enseñanza y de la agricultura, hasta proporcionar días
de relativo bienestar a los intereses generales.
1806. Combate naval en Palenque. El 6 de febrero de 1806, en la ensenada de Palenque,
hubo un combate naval entre la escuadra inglesa al mando del Almirante Sir John Dukworth y
la francesa bajo la dirección de los Contraalmirantes Lessiegues y Villaumez. El encuentro fue
sangriento y se decidió la victoria por los ingleses, circunstancia ésta que se reflejó desastrosamente
en la Colonia, donde comenzaba a sentirse el influjo de ideas revolucionarias.
Ideas de aquella época. El recuerdo de las atrocidades cometidas por Dessalines en
su invasión y retirada, con motivo de la ocupación por tropas francesas de nuestro territorio,
arraigó entre los dominicanos, que habían apoyado a las armas francesas por librarse de
la vejaminosa dominación haitiana, la convicción de que sólo dentro de su anterior estado
de Colonia española podría Santo Domingo librarse de futuras contingencias con sus
ensoberbecidos vecinos de Occidente.
Y esta convicción, explotada por don Juan Sánchez Ramírez, natural de la villa del
Cotuy, fanático adorador de la Madre Patria y hombre que, aunque honrado, parece que era
ambicioso, degeneró en una labor revolucionaria que al fin descubrió el General Ferrand, lo
que obligó a Sánchez Ramírez a embarcarse para Puerto Rico.
En realidad, “el amor de los dominicanos por España no se había extinguido”, a pesar
de la ingratitud de aquella, que entregó su primera Colonia a Francia, para que sufriera las
profundas heridas que a partir de aquel día le ocasionaron los nuevos cautiverios a que se
vio sometida después en la rotación de sucesos que vamos enumerando.
Impacientes los conspiradores del Sur, se levantaron en armas a las órdenes de don
Ciriaco Ramírez y otros.
Libraron ellos y las fuerzas al mando del Coronel Aussenac, en Malpaso, orilla
occidental del río Yaque del Sur, un encarnizado encuentro en que llevaron la peor parte
los revolucionarios, que aunque desbaratados, permanecieron en el monte en espera de los
acontecimientos.
Poco tiempo después, y con el pretexto de que, al privarlos de sus guaridas, los
revoltosos se alejarían aún más de Azua, el Coronel Aussenac, en una de sus salidas,
incendió el poblado de Los Conucos.
En favor de la reconquista. Apoyado por don Toribio Montes, Gobernador de
Puerto Rico, y después de estar seguro de que la trama revolucionaria estaba bien urdida
en el país, desembarcó don Juan Sánchez Ramírez con una expedición en las playas del
Este, y ocupó la ciudad del Seybo, donde improvisó rápidamente un ejército.
1808. Batalla de Palo Hincado. En conocimiento el pundonoroso General Ferrand
de los acontecimientos ocurridos en el Este, salió para el Seybo con una columna de 600
hombres, y en el memorable sitio de Palo Hincado tuvo que librar un combate con las fuerzas
de Sánchez Ramírez que le salieron al encuentro y que se decidió a favor de las huestes
dominico-españolas. Sucedió el 7 de noviembre de 1808.
Es fama que don Juan Sánchez Ramírez antes de comenzar la acción comunicó a sus
soldados, en forma de arenga, la siguiente orden: “Pena de la vida al que volviere la cara atrás,
pena de la vida al tambor que tocare retirada y pena de la vida al oficial que lo mandare, aunque sea
yo mismo”.

234
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Destrozada la columna del General Ferrand y acompañado de muy pocos, este bravo
General francés, abandonó el camino real e internóse en la Cañada de Guaiquía, donde se
suicidó con una pistola, lo que no impidió que las fuerzas destacadas en su persecución y al
mando de Pedro Santana (padre del libertador) cortaran aquella cabeza, digna de coronas
de laurel, y la llevaran al Seybo, destilando sangre.
Sitio de Santo Domingo. Con el apoyo de gente del Sur y del Cibao, región esta última
donde don Agustín Franco de Medina, Gobernador de Santiago, no pudo contrarrestar
el movimiento revolucionario, se dio prisa Sánchez Ramírez en poner sitio a la ciudad
Capital.
En la Junta de Delegados celebrada por los sitiadores en Bondillo se reconoció al Rey
Fernando VII como legítimo soberano y a don Juan Sánchez Ramírez como Gobernador
político y militar de la Colonia.
Don Ciriaco Ramírez, que fue el primero en sublevarse en la provincia de Azua, como
ya hemos visto, y que mandaba las fuerzas del Sur durante el sitio, no brindó su aprobación
a lo resuelto, pues parece que aspiraba, lógicamente, a la absoluta independencia y a la
supremacía que Sánchez Ramírez, sin mayores escrúpulos ni disimulos, se hizo adjudicar, y
antes de terminarse la lucha se retiró para su casa, donde se entregó a sus labores agrícolas.
¡Estrecha visión la de Sánchez Ramírez, que no le permitió realizar obra de mayor
amplitud en favor de su Patria!
Combates entre sitiados y sitiadores. Durante el sitio se libraron algunos combates
de importancia. Se conserva especialmente el recuerdo glorioso del que tuvo lugar en el
Castillo de San Jerónimo, defendido por el Teniente español Francisco Díaz y atacado por
el indómito Coronel Aussenac.
Cuando vio perdido a Díaz, y éste, sable en mano y seguido de un puñado de temerarios
lidiadores, abandonó la humeante fortaleza, Aussenac formó sus tropas en columnas
de honor, lo dejó desfilar bravío ante ellas, y, mientras el uno vitoreaba a España, el otro
levantaba la espada a manera de homenaje al temerario empeño del adversario vencido.
El valor legendario de España y la intrepidez gloriosa de Francia tuvieron aquel día
digna representación en la Española.
Ayuda de los ingleses a los sitiadores. El sitio se prolongaba demasiado, cuando,
a instancias del Gobernador de Puerto Rico, bombardeó el Almirante inglés Cumby
la ciudad en dos ocasiones y llegaron los refuerzos solicitados en Jamaica por Sánchez
Ramírez al mando del Mayor General inglés Sir Hugh Lyle Carmichael, quien desembarcó
en Palenque con una división.
Este valioso concurso y la miseria que existía en la ciudad, donde una docena de plátanos
llegó a valer dos pesos y se comían cueros de reses, decidieron al General Dubarquier, sucesor
de Ferrand, a convenir para él y sus aguerridos compañeros una honrosa capitulación que
puso fin a la heroica lucha empeñada.
“¡Lástima que los sacrificios hechos en aquellos tiempos para consumar la ingrata
obra de restaurar un régimen añejo, que si bien contaba con simpatías generales, podía
considerarse como contrario a los intereses bien entendidos, no hubieran sido dirigidos a la
consecución de la independencia absoluta!”.
1809. Acto de entrega de la plaza. A las cuatro de la madrugada, el General Carmi-
chael, seguido de su Estado Mayor y de un Teniente Coronel, a la cabeza de cien hombres
de tropas de línea, se presentó en la Fortaleza y, después de las formalidades de uso, se

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

introdujo en ella, donde la guarnición francesa estaba sobre las armas; hizo colocar sus
fuerzas frente a aquéllas, luego de lo cual las arengó en la forma siguiente:
“Soldados: No habéis tenido la gloria de vencer la brava guarnición que vais a
reemplazar; pero vais a reposar vuestra cabeza sobre las mismas piedras, donde intrépidos
soldados abandonan sus gloriosos trabajos, después de haber afrontado los peligros de
la guerra, los horrores del hambre y privaciones de toda especie. Esos grandes recuerdos
impriman en vuestros corazones sentimientos de respeto y de admiración para ellos, y
si, como lo espero, un día vosotros imitáis ese bello ejemplo, habréis hecho bastante por
vuestra gloria”.
A esa bella y caballeresca proclama respondió el Comandante de la Fortaleza con las
palabras siguientes:
“General: Si algo puede consolar a los bravos soldados franceses del doloroso senti-
miento que una suerte contraria les hace experimentar en este momento, son los testimo-
nios de estima que acabáis de darles. Reciba las llaves de esta Fortaleza y permítame mani-
festarle el deseo de que ellas no permanezcan largo tiempo en vuestras manos”.
A lo que replicó el General inglés así:
“Yo deseo igualmente tener nuevas ocasiones para podéroslas disputar”.

Capítulo XXV
Período de la España Boba
1809. Gobierno del brigadier Sánchez Ramírez. Después de entrar los ejércitos
aliados a la ciudad de Santo Domingo el 12 de julio de 1809, y de asegurar Carmichael
las ventajas que la nueva Colonia otorgaría a sus nacionales y al comercio inglés, embarcó
consigo, y como compensación de los gastos efectuados, la famosa artillería de bronce que
servía para la defensa de la plaza.
Comisionado a España. Uno de los primeros pasos que dio el Brigadier Sánchez
Ramírez fue el envío a España de don Andrés Muñoz Caballero a llevar la noticia de todo
lo ocurrido en la antigua Colonia de Santo Domingo y a pedir a la Madre Patria el concurso
indispensable para organizar la administración pública.
La circunstancia de encontrarse España en guerra parece que no le permitió tomar otra
medida que no fuera la de enviar como representante suyo a don Francisco Javier y Caro,
de cuyas gestiones derivó muy poco provecho la Colonia, puesto que las limitó a reconocer
como Capitán General de ella al Brigadier Sánchez Ramírez y a nombrar como Teniente
Gobernador y Asesor al distinguido letrado Licenciado don José Núñez de Cáceres.
Situación de la colonia. Al asumir el Brigadier Sánchez Ramírez el Gobierno de la
Colonia, el estado de ella era deplorable, pues el erario se encontraba exhausto; la agricultura
descuidada; el comercio reducido a pequeñísimas exportaciones y a la introducción de lo
estrictamente necesario para la vida; la instrucción pública descuidada casi completamente;
no existían teatros, ni otros sitios de esparcimiento, y eran tales la monotonía y la estrechez
de la vida que para alumbrar las calles se dio la disposición de que los vecinos iluminaran
las puertas de sus casas por medio de faroles o guardabrisas con velas encendidas.
No se puede negar que el Brigadier Sánchez Ramírez y los que le acompañaban en las
funciones de gobierno hicieron cuanto pudieron por mejorar ese estado de cosas sin que lo
lograran, puesto que la Metrópoli se encontraba envuelta en acontecimientos de gravísima
importancia, como ya hemos significado.

236
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Todo lo expuesto y la creencia general de que España no había correspondido al esfuerzo


realizado motivaron el fermento de ideas revolucionarias.
Revolución de los italianos. Se dio el nombre de revolución de los italianos a la
conspiración que, sin cautela alguna, tramaba, entre otros, el Capitán italiano Pezzi, y
que fue delatada al Brigadier Sánchez Ramírez y ahogada en sangre con la ejecución del
mencionado Capitán. Se dio, además, “el horroroso espectáculo de freír en alquitrán los
cuerpos descuartizados” de los revolucionarios, y sus cabezas se colgaron en los sitios
públicos a manera de escarmiento.
1811. Muerte de Juan Sánchez Ramírez. No obstante las patrióticas e inteligentes
sugestiones del Licenciado José Núñez de Cáceres para que se proclamara la independencia
absoluta, sorprendió una terrible enfermedad a don Juan Sánchez Ramírez en espera de la
ayuda de la Madre Patria.
Tuvo tiempo de despedirse del pueblo por medio de una proclama y entregó su alma
al Creador el 11 de febrero de 1811, tal vez martirizado su corazón con el recuerdo de las
crueldades que se cometieron en interés de mantener la paz.
Los restos del héroe de Palo Hincado y Jefe de la Reconquista reposan en nuestra Basílica,
en la Capilla donde se encuentran la estatua yacente y los fríos despojos de aquel atleta de
nuestra historia que se llamó Fernando Arturo de Meriño.
1811. Gobierno de don Manuel Caballero. A la muerte de Sánchez Ramírez asumió
la Capitanía General de la Colonia el Coronel don Manuel Caballero, quien contó con el
valioso concurso del ya mencionado e ilustre Núñez de Cáceres. Se señaló el ejercicio del
señor Caballero con la elección y toma de posesión, como Arzobispo, de don Pedro Valera
y Jiménez, natural de la Isla.
Más tarde desempeñó la Capitanía General de la Colonia el Coronel de Artillería don
José Masot, durante cuyo ejercicio hubo un levantamiento de negros en Mojarra y Mendoza,
que fue castigado con igual crueldad que los anteriores.
1813. Gobierno de don Carlos Urrutia y Matos. En 1813, ocupó el Gobierno de
la Colonia, con carácter definitivo, don Carlos Urrutia y Matos, hombre de escasísima
inteligencia y lleno de ese autoritarismo irritante de los cuarteles.
El vulgo le llamó don Carlos Conuco, porque hizo, en su afán de absorberlo todo, y
dizque con el propósito de reprimir la vagancia, una hacienda en la margen oriental del
Ozama, a vista de su Palacio, donde mandaba a trabajar los presos, custodiados por tropas,
y cuyos frutos vendía, sin delicadeza alguna, en provecho propio.
1818. Gobierno de Kindelán. Sucedió a Urrutia don Sebastián de Kindelán y Oregón,
quien no sólo era más inteligente que su antecesor, sino que era hombre de vasta ilustración
y de tendencias justicieras.
Pretendió suplir la escasez de recursos con el ruinoso expediente del papel moneda,
que fue preciso retirar prontamente de la circulación, puesto que llegó a la mayor
depreciación.
Ya para aquel entonces comenzaban a circular rumores acerca de una nueva invasión
haitiana, que contuvieron un poco las explicaciones que diera el Presidente Boyer.
Gobierno del brigadier Pascual Real. En 1821 ocupó don Pascual Real la Capitanía
General de la Colonia. Sin dotes de ninguna especie, no pudo contener la ola creciente de
merecido desprestigio que de día en día crecía en la Colonia contra España, por no haber
sabido ésta corresponder al esfuerzo realizado en su favor.

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Capítulo XXVI
Proclamación de la independencia
por d. José Núñez de Cáceres
1821. Bosquejo de la situación de la colonia. El disgusto que había cundido en
las masas por la indiferencia con que la Metrópoli había correspondido a la lealtad de
su primera Colonia; los rumores de invasiones haitianas que venían de las fronteras y
que el futuro dominador trataba de disimular, mantenían el espíritu público inquieto; la
miseria pública hacía infructuosa la labor afanosa del trabajo: la instrucción pública había
llegado a tal punto de descuido, que, cerrados la Universidad y los planteles, familias
enteras emigraron al convencerse de que no había aulas donde sus hijos pudieran adquirir
los conocimientos indispensables para la vida; las noticias que alegaban acerca de la
emancipación sudamericana y el convencimiento que tenía el Licenciado Núñez de Cáceres
de que del lado de España nada tenía ya que esperar la Colonia, parece que afirmaron en él,
que acaso era el único estadista de su época, la decisión de que sólo dentro del separatismo
absoluto podría alcanzar Santo Domingo verdadera personalidad internacional, y sus
hijos el bienestar y preponderancia a que le daban derecho sus antecedentes históricos y el
merecido renombre que fue apagando la monotonía de la vida colonial.
Y esa idea de emancipación, que de viejo le sugería el cuadro doloroso de tan adversas
circunstancias, que indicó a Sánchez Ramírez en los días de la Reconquista y que aquel
torpe mandatario no quiso acoger, culminó con una revolución que, depuesto el impopular
Brigadier Real, proclamó la creación de un estado autonómico, bajo el amparo de la
República de la Gran Colombia, el día 30 de noviembre de 1821.
Inútil es que digamos que la obra concebida y realizada por Núñez de Cáceres contó con la
oposición de intereses al alcance de espíritus mediocres, acostumbrados a la tutela de rutinarias
servidumbres, y que desde la hora misma en que se consumó comenzaron a combatirla.
¡Lo único que encontramos ilógico es que se diera el grito de Independencia sin antes
haber proclamado la abolición de la esclavitud!
Gobierno de Núñez de Cáceres. El 1º. de diciembre se proclamó formalmente el nuevo
Estado; se izó en todos los edificios públicos el pabellón colombiano y se constituyó una Junta
de Gobierno, presidida por el Licenciado Núñez de Cáceres, la que dispuso el inmediato
envío a Venezuela del Doctor Antonio María Pineda, en solicitud del amparo y protección del
Libertador Simón Bolívar, que, empeñado en la campaña del Ecuador, nada pudo hacer en
favor de la nueva entidad, que al nacer se había colocado bajo la égida de la Gran Colombia.
También se participó al Presidente Boyer lo ocurrido, y se le invitó a sostener los vínculos
de amistad necesarios para la estabilidad de los dos Estados que iban desde entonces a
compartirse el dominio de la Isla. Boyer significó inmediatamente a Núñez de Cáceres, por
órgano del Coronel Papilleaux, “que la Isla era una e indivisible”; ridícula teoría de los tiempos
de Toussaint. Y respondió, además, con la invitación de que se enarbolara el pabellón haitiano.
1822. Invasión de Boyer. Sin esperar la respuesta a tan conminatorias declaraciones,
invadió Boyer con sus tropas nuestro territorio, divididas en dos cuerpos; uno del lado Sur,
al mando del General Borgella, y otro por el Norte, bajo las órdenes del General Bonnet.
Ambos cuerpos llegaron frente a los muros de la ciudad de Santo Domingo el 9 de febrero
de 1822, en la que penetró Boyer para recibir las llaves de manos de Núñez de Cáceres, en
la Sala de recepciones del Ayuntamiento, no sin que dejara de oír de los labios vibrantes y
fustigadores del mandatario depuesto frases que lo han inmortalizado y que constituyeron,

238
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

bien podríamos decirlo, 1a profecía de las consecuencias del error en que la vieja ambición
haitiana incurría al sojuzgar a un pueblo sufrido y heroico.
Muchos han calificado de impremeditada la obra de Núñez de Cáceres, por la corta
duración que alcanzó; pero si se tiene en cuenta que él no podía detener el curso de los
acontecimientos y que, previsoramente, pudo creer que la constitución de una República
no inspiraría recelos a los que, del otro lado de la frontera, decían abominar el régimen
monárquico, esa acusación aparece un tanto antojadiza.
Fin de Núñez de Cáceres. En Venezuela, donde se refugió, así como en México,
dejó fama de notoria sabiduría el Licenciado José Núñez de Cáceres, Caudillo de nuestra
primera revolución separatista, quien fue, sin duda alguna, el “nativo de más prolongada
influencia intelectual en la sociedad dominicana de comienzos del pasado siglo, idóneo por
entero para regir colectividades sociales”, y para cuya memoria se acerca, según el Padre
Meriño, “el día de reparación por haberse adelantado a sus compatriotas en el camino del
progreso político y social, queriendo conquistar libertad para la Patria idolatrada”.
Núñez de Cáceres murió en México en 1846. En el retrato que de él se conserva se notan
“rasgos fisonómicos acentuadamente expresivos, algo velados por un matiz de austeridad
amarga y reconcentrada”.

Capítulo XXVII
Ocupación haitiana
Abolición de la esclavitud. Tan pronto como Boyer ocupó la parte española y nombró las
autoridades que podían secundar sus planes de unificación, decretó la abolición de la esclavitud
e hizo construir en la parte central de las plazas de armas de cada ciudad un cuadrilátero de
mampostería con una palma real en el centro como símbolo o emblema de la Libertad, a los que
llamó altares de la patria, “deforme y ridícula materialización de su patriotismo”.
Tentativas de reacción. En Samaná, el Seybo y Sabana de la Mar ocurrieron todavía
tentativas en favor de España. En la última de esas poblaciones se enarboló el pabellón
español por don Diego de Lira.
Todos estos esfuerzos contaron con el apoyo de las autoridades de Puerto Rico y
fracasaron por la discrepancia de tendencias que hubo entre la escuadra francesa, fondeada
en la bahía de Samaná, que pretendió que el pabellón que debía izarse era el de su nación,
y la negativa de los españolizados a consentirlo.
Gobernadores nombrados por Boyer. Apagados los conatos de reacción, nombró el
Presidente Boyer Gobernador del Departamento de Santo Domingo al General Maximiliano
Borgellá, a quien perteneció el Palacio del Gobierno, que construyó con materiales de
las sagradas ruinas del Palacio del Almirante y de San Francisco, en la ciudad Capital,
y que aún subsiste con su frente al Parque Colón. Nombró con igual carácter, en La Vega,
al General Placide Lebrum; en Santiago al general Prophete Daniel y en Puerto Plata al
General Jacques Simón.
No descuidó el Presidente Boyer, antes de regresar a Haití, dar instrucciones a sus
representantes para que haitianizaran a los nuevos ciudadanos, labor que les fue imposible
llevarla a término porque todas las familias pudientes emigraron y las que no pudieron
hacerlo por falta de recursos jamás llegaron a simpatizar con la nueva dominación.
En la legislatura de 1822 tuvo representación Santo Domingo, y sus diputados
favorecieron con su voto una proposición del diputado haitiano Félix Dalfour, contraria al

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

interés del Gobierno, por cuyo motivo fue fusilado el proponente y amonestados nuestros
diputados por Boyer, quien fingió atribuir la actitud de ellos al desconocimiento del idioma
francés.
Negativa del Arzobispo Valera. Enérgica resultó la actitud asumida en aquellos
días memorables por el Arzobispo Valera y Jiménez, quien se negó a aceptar su sueldo del
Tesoro de la República, como ciudadano haitiano, y declaró categóricamente, en una carta
al Presidente Boyer, que él era súbdito de Su Majestad el Rey de España.
Medidas tomadas por el invasor. Disolvió el invasor el Cabildo; formó con los nativos
batallones que transportó a Haití; cerró la Universidad; destinó varias de nuestras iglesias a
cuarteles; utilizó el esfuerzo personal por medio de la violencia en favor de los intereses de
determinados funcionarios, y desterró a ciudadanos pacíficos, de una manera disimulada,
por el solo delito de no socorrer con sus simpatías la dominación; de todo lo cual se originó
un malestar profundo que se acentuó hasta manifestarse con motines en Bayaguana, Santiago
y Puerto Plata y con la conjuración de Los Alcarrizos, donde fueron fusilados en el año 1824
Lázaro Núñez, José María de la Altagracia, Facundo Medina y Juan Jiménez.
1824. Envío de una comisión a Francia. Con motivo de la negativa de Francia a
reconocer la independencia de Haití, objeto con el cual había enviado el Presidente Boyer
a los haitianos Larose y Rouanez, hubo en 1824 grandes aprestos militares en toda la Isla,
pues se interpretó que esa actitud denunciaba propósitos de nuevas invasiones de parte del
Rey Carlos X de Francia, quien más tarde reconoció la independencia de la parte francesa
de la Isla, bajo la condición de que se le pasaran 150,000,000 de francos de indemnización
por las pérdidas que sufrieron los antiguos colonos franceses, y un 50 por 100 de descuento
en los de recibos aduaneros para toda mercancía bajo la protección del pabellón francés.
Todas esas humillantes condiciones fueron aceptadas por el Presidente Boyer, y
aunque expresamente ellas no alcanzaban a la parte española de la Isla, tuvieron nuestros
antepasados que participar de su pago, pues las formas de tributación que se decretaron les
obligaron indirectamente a contribuir.
Envío de una comisión a Colombia. Fue propósito de Boyer el celebrar tratados
de comercio y de alianza defensiva con Colombia, cosa que no pudo realizar, pues el
comisionado que envió no fue recibido oficialmente por el Gobierno de aquella nación, la
que declaró que había sido motivo de ofensa para ella el que se hubiera arriado su bandera
en la parte española.
1830. Reclamación de la parte del este por España. En medio de la más penosa
servidumbre, continuó la vida del pueblo dominicano. Nada le hacía tener un vislumbre de
esperanza, cuando en 1830 don Felipe Fernández de Castro, Intendente General de Cuba,
se trasladó de La Habana a Port-au-Prince, para reclamar a nombre del Rey Fernando VII
la parte Este de la Isla de Santo Domingo.
Nada obtuvo el Comisionado, pues el Gobierno Haitiano se negó, y esa misión perjudicó
a los dominicanos, porque intensificó las persecuciones de que ya eran víctimas los que
estaban sindicados como contrarios al régimen usurpador haitiano.
Expulsión del Arzobispo Valera. La decorosa actitud con que el Arzobispo Valera
correspondió a los desmanes de la ocupación haitiana dio lugar a que el General Borgellá,
disimulado ejecutor de cuantas medidas tendieran a la desnacionalización y al vejamen del
elemento dominicano, supusiera que ese venerable Prelado estaba en connivencia con el
Gobierno español y lo expulsara para La Habana, donde murió del cólera.

240
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Se conserva la noticia de que Borgellá quiso hacer asesinar al Pastor, sirviéndose de un


aventurero de apellido Romero.
1831. Reemplazo de Borgella. A Borgellá sucedió en el mando del Departamento Sur
el General Alexis Carrié, que desempeñaba la Comandancia de Armas de la plaza de Santo
Domingo, y que fue menos cruel que su antecesor.
El Palacio que, como hemos dicho había construido Borgellá para su residencia, le fue
comprado por el Gobierno en 32,000 pesos.
1834. Nuevo jefe de la Iglesia. En 1834 asumió, como Vicario de la parte española, el
Gobierno Eclesiástico el Doctor don Tomás de Portes e Infante, hombre de grandes virtudes,
aunque de escasa inteligencia, que logró ser reconocido oficialmente por Boyer.
Tormenta del Padre Ruíz. El 21 de septiembre de 1834, fue sepultado en la iglesia de
Santa Bárbara, de la ciudad Capital, el Pbro. Doctor José Ruiz, cura de dicha parroquia, desatán-
dose horas después una terrible tormenta a la que se dio el nombre de Tormenta del Padre Ruiz.
La importancia de este virtuoso sacerdote está largamente expuesta por el Canónigo
don Carlos Nouel en el segundo tomo de su Historia Eclesiástica.
Triste estado de nuestra patria. “Los errores de Boyer comenzaban a producir sus
naturales frutos”, y Duarte, al regresar de la antigua Metrópoli, “se unificó íntimamente
con la Patria”, en desventura.
“Lamentó con el hacendado la ruina de la finca paterna, obra de años de laboriosos
esfuerzos; lloró con la madre, que al recibir en sus brazos el fruto de sus entrañas lo bañaba
con sus lágrimas, sabiendo que ese pedazo de su alma era sólo un esclavo; compartió las
angustias del padre, a quien desvelaban el desquiciamiento de la familia, el incierto y tal vez
deshonroso porvenir de la hija, y hasta se enorgulleció con el antiguo esclavo dominicano que,
sintiéndose superior en todo a su dominador exótico, sufría con impaciencia su dominio y
anhelaba el momento de probarle que en la tierra dominicana no había división de castas y de
condiciones, y que todos sus moradores formaban una familia, unida por la religión y el amor,
y dispuesta a confundir sus esfuerzos y su sangre en las luchas gloriosas por la Libertad”.
Y brilló la esperanza, y ya no tuvo reposo, y su impaciencia fue febril por cristalizar en
un hecho reparador sus ansias de redención para la Patria amada.
Fundación de La Trinitaria. El 16 de julio de 1838 fundó Juan Pablo Duarte, en
la Capital, la Sociedad La Trinitaria, junto con sus compañeros Juan Isidro Pérez, Pedro
Alejandrino Pina, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, José María Serra, Benito González,
Felipe Alfau y Juan Nepomuceno Ravelo, y luego se incorporaron a ese grupo de apóstoles
fervorosos de la libertad Ramón Mella, el representante de la intrepidez dominicana; el
glorioso Francisco del Rosario Sánchez, y otros distinguidos ciudadanos que más adelante
prestaron eminentes servicios a la causa nacional.
Desde aquel momento quedó iniciada la lucha “entre la fuerza que reprime y la idea
que liberta”.
Organización de la sociedad La Trinitaria. Su lema era: Dios, Patria y Libertad, y
se le dio ese nombre porque la Sociedad se componía de nueve, es decir, de tres grupos de
tres miembros, quienes debían a su vez iniciar tres cada uno.
La existencia de la Sociedad se consideró como un secreto inviolable, y todo trinitario
estaba obligado a la propaganda incesante en favor de la idea separatista.
Sólo los nueve fundadores se reconocían entre sí, con el objeto de que si algún iniciado
delataba la urdimbre no pudiera comprometer sino a lo sumo a uno.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Juramento de los trinitarios. El primitivo juramento era este: “En el nombre de la


santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente, juro y prometo, por mi
honor y mi conciencia, en manos de nuestro Presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi
persona, vida y bienes a la Separación definitiva del Gobierno haitiano, y a implantar una
República libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará
República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor, en cuartos encarnados y azules
atravesados con una cruz blanca. Mientras tanto, seremos reconocidos los trinitarios con
las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo: si
lo hago, Dios me proteja, y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios me castiguen el
perjurio y la traición si los vendo”.
Y ese voto de conciencia y de amor lo firmaron con su sangre aquellos varoniles mancebos
que habían nutrido su espíritu al calor de las doctas y provechosas enseñanzas del ilustrado
Canónigo limeño don Gaspar Hernández, inspirado apóstol de las ideas redentoras de
nuestro pueblo en aquellos días de opresión y de dolor, y para cuya memoria aún no ha tenido
la gratitud nacional un acto reparador que perpetúe el recuerdo de sus desvelos. Todavía
descansan sus fríos despojos en la vecina isla de Curazao, en casi olvidada sepultura.
Abandonemos un momento a los hombres de inquebrantable decisión, de fe robusta en
el triunfo de sus ideales, y continuemos la narración de los hechos hasta que nos sorprendan
los albores de la libertad.
Terremoto. El 7 de mayo de 1842 se sintió en toda la Isla un violento terremoto, el
noveno desde el descubrimiento, que causó innumerables daños y redujo a escombros las
poblaciones haitianas de Gonaives, San Marcos, La Mole, Port de Paix y Guarico, población
esta última donde se declaró además un incendio.
Los edificios públicos de las ciudades de Santiago y de La Vega, y las casas de
mampostería de Puerto Plata, se convirtieron en escombros; los de Santo Domingo se
agrietaron mucho, y las iglesias del Seybo y Cotuy sufrieron grandes desperfectos.
La ciudad de Santiago fue abandonada por todos sus moradores, “atribuyéndosele al
Padre Solano la expresión de que aquel fenómeno era un castigo divino y que todos debían
huir junto con él de aquel sitio”; desocupación ésta que aprovecharon algunos perversos
para saquearla.
La consternación fue grande y duró varias semanas entre los vecinos de la ciudad de
Santo Domingo, que en su mayor parte, al toque de oraciones, se iban a dormir al barrio de
la Misericordia, donde el doctor Portes había hecho improvisar una rústica ermita, llevando
a ella la Santa Reliquia, que mostraba a las multitudes.

Capítulo XXVIII
Últimos días de la ocupación haitiana
1843. La reforma. Los inteligentes y patrióticos esfuerzos de la Sociedad La Trinitaria
disfrutaban ya para esta época de las simpatías generales. Se había utilizado el teatro como medio
de censurar las crueles abominaciones del dominador; se enseñaba desde la cátedra a luchar
resueltamente por la libertad, y desde el confesionario propagaba el Clero las ideas separatistas,
y puede asegurarse que el criterio nacional era unánime en cuanto al anhelo de redención.
En vista de esto y con la seguridad que tenía Duarte de que el absolutismo de Boyer no
solamente se había hecho intolerable aquí, sino también en Haití, concibió el plan de ponerse
de acuerdo con los revolucionarios haitianos que se llamaban reformistas, y, al efecto, envió

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

a Juan Nepomuceno Ravelo primero, y luego a Ramón Mella, quien trajo las combinaciones
necesarias para corresponder al derrocamiento del despótico régimen de Boyer.
Estalló en Praslin el movimiento el 26 de enero de 1843, encabezado por Charles Hérard
Ainé, fue secundado en Jeremie y otros puntos, y se libraron las batallas de Lesieur y la del
Número 2, en las que triunfaron completamente los revolucionarios.
En cumplimiento de los compromisos establecidos, se reunieron los patriotas dominicanos
en la Plazuela del Carmen, hoy Trinitaria, el 24 de marzo, encabezados por Duarte, Sánchez,
Mella, Pina y Juan Isidro Pérez, para incorporarse frente a la casa del Comandante Desgrotte
al grupo de haitianos que conspiraban en la ciudad de Santo Domingo y hacer preso al
General Carrié; pero al llegar a la Plaza de Armas se encontraron con el regimiento 32, al
mando del General Paul Alí, trabándose un combate en que resultaron muertos y heridos de
ambas partes, y entre los primeros el Coronel haitiano Coussin.
De este encuentro salieron derrotados los reformistas, que, apoyados por Esteban Roca,
se apoderaron de San Cristóbal, donde organizaron fuerzas que salieron sobre la capital, al
mando de Desgrotte, para imponer la rendición del General Carrié, quien, impotente para
la resistencia y en vista de la noticia que le había llegado de Haití de la renuncia de Boyer,
entregó el mando ante un Consejo de Notables.
Esta entidad desapareció al tomar posesión de la plaza el Comandante Desgrotte, quien
asumió el mando con la cooperación de una Junta que constituyeron elementos haitianos y
dominicanos, y en la cual figuraron Duarte, Jiménez y Pina.
Puntos de vista distintos. Unidos los dominicanos al elemento haitiano solamente
para la realización de la Reforma, adquirieron gran preponderancia, después de los
acontecimientos ocurridos, en cuya virtud activaron su labor revolucionaria, en tanto que
los haitianos, alarmados por ella y aunque descontentos con el resultado obtenido por la
revolución, cerraron filas en interés de que no se alterase lo que ellos llamaban su ideal
nacional, que no era otra cosa que la indivisibilidad de la Isla.
Los aliados de la víspera se separaron llenos de resentimientos, puesto que, mientras
los unos aspiraban legítimamente a la libertad absoluta, los otros pretendían continuar
dominando.
1843. Viaje del general Charles Hérard. En vista de las intranquilizadoras noticias
que le llegaron de la parte española, se trasladó a ella por la vía del Cibao, el General
Hérard, dispuesto a ahogar en su cuna el movimiento separatista que ya tenía minada la
dominación haitiana, apoyada solamente por pocos dominicanos, grupo o casta que aquí,
como en todas partes y en todos los tiempos, defiende la usurpación para aparecer luego,
al triunfar los nuevos ideales, como núcleo que también los apacentó con moderación y
eficacia. A estos dominicanos que solapadamente combatían la idea redentora les servía de
excusa para justificar su actitud el recuerdo del fracaso ocurrido cuando la proclamación de
la independencia por el Licenciado José Núñez de Cáceres.
Tan pronto llegó el General Hérard al Cibao hizo reducir a prisión a Francisco A. Salcedo
y Ramón Mella, y los remitió a Port-au-Prince.
Después de visitar la población de Puerto Plata, Santiago, Moca, S. Francisco de Macorís
y Cotuy llegó a la ciudad de Santo Domingo.
Persecución contra Duarte y sus compañeros. Parece que viles delatores
completaron las noticias que tenía Hérard acerca de la conspiración independizadora, y tan
pronto como llegó a la Capital ordenó la prisión de Duarte, Pina, Pérez y Sánchez. Pudieron

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embarcarse clandestinamente los tres primeros y cesó la persecución contra el último, que
se encontraba enfermo, por haber propagado sus amigos y partidarios la noticia de que
había muerto.
Lograron las autoridades haitianas reducir a prisión a los ciudadanos Pedro Pablo
de Bonilla y Juan Nepomuceno Ravelo, trinitarios, y a muchos partidarios de la idea
separatista.
Después de tomar cuantas medidas de seguridad creyó pertinentes, de poner en
marcha con destino a Port-au-Prince, los regimientos dominicanos 31 y 32, con el designio
de debilitar las fuerzas del partido separatista, y de enviar para Haití a los ciudadanos que
habían sido detenidos, confirmó al General Desgrotte en su puesto de Jefe Militar de la
plaza de Santo Domingo, y tomó la vía del Sur el General Hérard para regresar a su país.
1843. Estado de Haití al regreso del general Hérard. Las esperanzas que habían
concebido los reformistas haitianos se desvanecieron completamente, pues Charles Hérard
aspiraba a imitar el absolutismo de Boyer.
Las ideas revolucionarias, pues, estaban nuevamente latentes, y pocos días después de
regresar el mandatario, el Coronel Dalzón trató de asaltar los puestos de guardia en Port-
au-Prince, empresa que le costó la vida.
Durante este conato revolucionario los regimientos dominicanos prestaron allí un eficaz
concurso para sofocarlo, lo que, sin duda alguna, dio lugar a que les recompensaran con la
libertad de los dominicanos detenidos en las cárceles de aquella ciudad, quienes regresaron
casi inmediatamente a nuestro país.
Un poco más tarde devolvieron los dos regimientos, medida que favoreció la
cristalización del golpe concentrado en favor de nuestra independencia.
Actitud de nuestros libertadores. Mientras esos acontecimientos ocurrían,
Sánchez, desde su escondite, por ausencia de Duarte y ayudado por otros patriotas, atizaba,
como Jefe, la hoguera revolucionaria y disponía cuanto era indispensable para dar el grito
de separación definitiva. Pero hacían falta nuevos recursos, y comunicada tal noticia a
Duarte, que se encontraba en Curazao, para que los proporcionara, “aunque fuera a costa
de una estrella del cielo”, éste, con un rasgo de indecible desprendimiento que sumió a él
y a los suyos, para siempre, en la miseria, los suministró por medio de la célebre carta que
dirigió a sus hermanos y de la cual, con orgullo, insertamos el párrafo más saliente:
“El único medio, les decía, que encuentro para poder reunirme con ustedes es
independizar la Patria. Para conseguirlo se necesitan recursos, supremos recursos, y cuyos
recursos son: que ustedes, de mancomún conmigo y nuestro hermano Vicente, ofrendemos
en aras de la Patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro finado padre hemos
heredado. Independizada la Patria, puedo hacerme cargo del almacén, y heredero del
ilimitado crédito de nuestro padre y de sus conocimientos en el ramo de marina, nuestros
negocios mejorarán y no tendremos por qué arrepentirnos de habernos mostrado dignos
hijos de la Patria”.
Llegada del cónsul de Francia. El 13 de enero de 1844 llegó a Santo Domingo el
Cónsul de Francia, Eustache de Juchereau de Saint Denys, quien intervendría de modo
directo en los primeros sucesos inmediatos a la proclamación de la República, y cuya
presencia fue aprovechada por los duartistas para precipitar su gloriosa obra.
1844. Proclamación de la República. De regreso los regimientos 31 y 32, con cuyo
concurso se contaba, en manos del benemérito Sánchez los recursos que suministró Duarte,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

y urgidos los revolucionarios por las noticias que recibían las autoridades haitianas respecto
del movimiento, se fijó el 27 de febrero de 1844 para proclamar la Independencia Nacional,
eligiéndose la Puerta de la Misericordia como punto de reunión de los conjurados.
Y allí fueron todos, encabezados por Tomás Bobadilla, y cuando la vacilación quiso
posponer la realización del hecho reivindicador, Mella, con un intrépido y decisivo trabucazo,
disparado al aire, los comprometió y anunció al dominador que la República Dominicana
surgía de entre las sombras de una larga noche de opresión, dispuesta a conquistar con la
sangre de sus hijos el derecho que se proclamaba en aquel instante. De allí se trasladaron
inmediatamente al Baluarte del Conde.
Compactáronse los libertadores, y después de cambiar disparos con las autoridades
militares y de recibir los refuerzos que de San Carlos trajo Eduardo Abreu, al tocarse la
primera diana de la libertad, Sánchez enarboló, con sus manos trémulas por el entusiasmo,
la Bandera Nacional.
Capitulación de las autoridades haitianas. Los distintos puestos de guardia
del recinto se sometieron a los libertadores y quedó reducido el General Desgrotte a la
Fortaleza, difícil situación que lo indujo a parlamentar por medio del Cónsul Francés
Juchereau de Sant Denis, hasta concertarse las bases de su capitulación, la cual se efectuó,
sin rozamiento alguno, el día 28.
Manifiesto de la separación. Previamente, los patriotas habían redactado, como era
de lugar, el 16 de enero de 1844, el “Manifiesto de la parte del Este de la Isla, antes española o
de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la República haitiana”. Fue redactado
por don Tomás Bobadilla y firmado en primer término por él, Mella, Sánchez, Jiménez, M. M.
Valverde, P. P. Bonilla, Ángel Perdomo, los Puello, Serra… Bobadilla tuvo como modelo para
la redacción del trascendental documento el Acta de Independencia de los EE. UU.

Capítulo XXIX
Período de la independencia
Constitución de la Junta Central Gubernativa. A la Junta Provisional Revolu-
cionaria que realizó el hecho heroico del 27 de febrero sucedió la Junta Central Gubernati-
va, compuesta, entre otros, por Bobadilla, quien la presidió, Sánchez, Mella y Jiménez.
Pronunciamientos. Sin esfuerzo alguno y compactados por el instinto todos los pueblos
del antiguo territorio español, de viejo enardecidos con la propaganda revolucionaria de Duarte
y sus compañeros, se adhirieron al movimiento y se distinguieron Francisco Soñé y Antonio
Duvergé, en Azua; en el Seybo, Pedro y Ramón Santana; en Moca, José María Imbert; en Santiago,
Domingo Daniel Pichardo, y otros que sería prolijo enumerar en cada población.
El Plan Levasseur y la Resolución del 8 de marzo. En conocimiento de que el
15 de diciembre de 1843 dominicanos asistentes a la Asamblea Constituyente de Port-au-
Prince, Buenaventura Báez, Remigio del Castillo, Francisco J. Abreu, J. N. Tejera, M. M.
Valencia, J. S. Díaz de Peña y M. A. Rojas, habían suscrito un Plan encaminado a separar la
parte española del dominio haitiano, con la protección de Francia, a condición de cederle la
Península de Samaná, al que se dio el nombre de Plan Levasseur, nombre del Cónsul francés
en Haití, que no llegó a ejecutarse por haberse adelantado en la obra de la Separación los
adeptos de Duarte; y en vista de los escasos recursos con que contaban los dominicanos para
la lucha contra los haitianos, los patriotas del 27 de febrero, Bobadilla, Sánchez, Caminero,
Valverde, Félix Mercenario, Echavarría, C. Moreno y S. Pujol, suscriben la Resolución del 8

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de marzo de 1844 por la cual la Junta Central Gubernativa conviene en pactar una alianza
con Francia, la que proveería de armas y de recursos para la consolidación de la República
Dominicana a cambio de la cesión de la Península de Samaná. Duarte ausente aún, desde
su retorno se opondría vigorosamente a las desnacionalizantes negociaciones.
Regreso de Duarte. “Nótase el vacío del gran Caudillo Duarte y de sus compañeros
de destierro. La República naciente necesitaba del concurso de sus principales creadores
y envióse por ellos a Curazao, viniendo prestos para pisar el suelo de la Patria libre y ser
saludados por las entusiastas aclamaciones” del pueblo agradecido.
“¿Quien puede medir la intensidad del gozo del Gran Patricio cuando desde el lejano
horizonte divisó la bandera cruzada meciéndose orgullosa sobre el torreón del Homenaje,
antes baluarte de la opresión? ¡Su sueño estaba realizado; había Patria!”.
“El día de su llegada fue un día de triunfo para la Patria. Las ventanas y puertas de las
casas se iluminaron al saberse que el buque que había ido a buscarlo a Curazao estaba en el
puerto, y el 15 de marzo, día fijado para su desembarco, las calles se poblaron de banderas;
una comisión de la Junta Central bajó al muelle para recibirlo, y con ella el Prelado y todos los
sacerdotes que había en esta Capital; las tropas formadas en línea le aguardaban para rendirle
honores, y al poner el pie en tierra el cañón lo saludó como al Jefe de la República. El Prelado
lo abrazó cordialmente, diciéndole: “¡Salve, Padre de la Patria!”. El Pueblo en masa lo vitoreó,
y al llegar a la Plaza de Armas, tanto él como el Ejército, lo proclamaron General en Jefe de los
Ejércitos de la República, título que no aceptó por existir un Gobierno a quien le correspondía
discernir las recompensas a que se hicieron acreedores los servidores de la Patria. Del Palacio
de Gobierno, donde fue a ofrecer sus servicios a la Junta Central, se dirigió a su casa llevado
en triunfo por el pueblo y el Ejército” y rodeado de sus compañeros que, como él, no podían
sospechar que en aquel instante ya sobre sus cabezas comenzaban a amontonarse nubes que
si más tarde derramaron sobre ellos grandes infortunios, fue para aumentar su grandeza y
presentarlos, como lo hacemos ahora, exultados y bendecidos por la posteridad!
Ese mismo día se le ofreció a Duarte un sitial en la Junta Central Gubernativa, que
ocupó lleno de la mayor humildad.
¡Oh, varón ilustre; tus virtudes eran dignas de los tiempos de Esparta!
Invasión haitiana. Mientras tanto, Charles Hérard, Presidente de Haití, en
conocimiento de lo ocurrido, destacó sobre nuestra recién constituida República tres
cuerpos de Ejército: uno por el Norte, al mando del General Pierrot; y dos por el Sur: uno
por el camino de Neiba, bajo las órdenes del General Souffront, y el otro por la vía de Las
Matas bajo su inmediata dirección.
Bautismo de sangre. A los últimos vítores del pronunciamiento de Azua puede decirse
que correspondió la dominación haitiana con la escaramuza que sostuvo en La Fuente del
Rodeo el Coronel Augusto Brouat, que con la gendarmería de Neybo, hizo frente en ese
lugar a los patriotas dominicanos capitaneados por Fernando Tavera. En ese encuentro,
ocurrido el 13 de marzo, salieron los haitianos derrotados.
Movimiento del Ejército Libertador. Los primeros contingentes de tropas que
llegaron a la Capital dominicana, después del golpe del 27 de febrero, procedieron en su
mayoría de la región del Este de la República, y los comandaba Pedro Santana, hombre de
indiscutible prestigio en ella y a quien la Junta Gubernativa improvisó General y le ordenó
su inmediata salida para el Sur, con el objeto de detener a las huestes invasoras. De tránsito
se le incorporaron refuerzos de San Cristóbal y Baní y las fuerzas organizadas en Azua.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Batalla del 19 de Marzo. Forzadas nuestras avanzadas, en Las Cabezas de las Marías y
Las Hicoteas, y desalojado San Juan por el Comandante Luis Álvarez, se presentó el ejército
haitiano de manera imponente el 19 de marzo de 1844 frente a la ciudad de Azua.
La lucha no se hizo esperar, y por tres puntos distintos atacó el intruso a la heroica
población; pero allí estaban Santana, el intrépido Antonio Duvergé y otros, cuyo arrojo
y decisión encarece la fama, viéndose obligados los haitianos después de algunas horas
de combate, a abandonar el sangriento palenque que dejaron, cubierto de cadáveres, de
heridos y de despojos militares de todas clases.
Refieren testigos presenciales de ese épico encuentro que en medio de los fragores del
combate se vio a Antonio Duvergé correr con grupos a reforzar la resistencia en el punto
donde flaqueaba; vigorizar con su empeño temerario a los bisoños combatientes; restablecer
el orden en distintas ocasiones y abrazar en medio de la lucha a sus heroicos compañeros,
estimulándolos con frases llenas de cariño.
No obstante ese triunfo, y con el pretexto de carecer de municiones, el General Santana
se replegó a Sabana Buey y luego a Baní, donde estableció su Cuartel General, lo que dio
lugar a que el ejército haitiano, dos o tres días después, ocupara la población que tan
denodadamente se le había disputado.
Batalla del 30 de Marzo. No menos lisonjeros fueron los resultados obtenidos en el
Cibao, cuya organización militar había sido encomendada a los Generales Ramón Mella y
Pedro R. de Mena.
La heroica Santiago, bajo el mando de don José María Imbert, por ausencia de Mella que se
encontraba en San José de las Matas organizando fuerzas, iba a dar también un alto testimonio
de lo que puede el esfuerzo cuando lo alienta y anima el sacro espíritu de amor a la Libertad.
A las doce de ese día ya había comenzado la batalla, y a las tres p.m. había llegado a ese
estado precursor de la catástrofe, en que un grito de desesperación o el prolongado gemido
de un moribundo podía inclinar la suerte del lado de las huestes haitianas bajo las órdenes
de Pierrot.
Las municiones de los patriotas estaban casi agotadas; los tres cañones emplazados
para la defensa del Fuerte San Luis yacían en el suelo inútiles y humeantes; el ruido de
la fusilería haitiana ensordecía, y aunque el General Imbert se multiplicaba, todo parecía
adverso y la onda fatídica del pavor comenzaba a condensarse para paralizar los brazos del
Ejército Libertador.
Pero, de súbito, un hombre atlético, formidable, en cuyos ojos brillaban llamaradas
de odio y de venganza, un loco como lo creyeron en aquel momento, un predestinado de
la gloria, decimos nosotros, se lanzó fuera de la trinchera, colérico e irresistible, sable en
mano, y tras él corrió una falange que, imitándolo, cargó las divisiones haitianas al arma
blanca, las llevó retrocediendo desde las faldas del Fuerte Dios hasta las orillas del Yaque
cuyas aguas se enrojecieron, y las obligó a repasar el río que horas antes atravesaran a
tambor batiente y bandera desplegada, con presunción de vencedores.
Ese hombre que decidió la batalla del 30 de Marzo se llamaba Fernando Valerio, y a su
esfuerzo la posteridad le ha dado el nombre de la Carga de los Andulleros.
El ejército haitiano, vencido, se vio hostilizado durante su retirada en Guayubín y
Talanquera por los Comandantes Francisco Caba y Bartolo Mejía.
Encuentro de El Memizo. La inesperada retirada de las tropas vencedoras a Baní
dio lugar a que los haitianos avanzaran hacia El Maniel, hasta llegar a El Memizo, agrio

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

desfiladero de esa ruta, donde el Coronel Antonio Duvergé sepultó, bajo una lluvia de tiros
y guijarros, a los encarnizados batallones que se habían enviado en esa dirección.
Intrigas de aquellos días. La inacción en que se encontraba el General Santana
después del triunfo del 19 de marzo, había producido un hondo malestar en el seno de la
Junta Central Gubernativa, donde don Tomás Bobadilla y el Doctor Caminero, hombres
que jamás tuvieron fe en que la República pudiera surgir y luego sostenerse, y por lo cual se
les llamó afrancesados, pugnaban por sostener a todo trance al frente del Ejército al General
Santana, tal vez persiguiendo futuras combinaciones que les permitieran la realización de
sus proyectos de protectorado.
Duarte en el Cuartel General de Baní.– “Considerándose de necesidad que en
el ejército expedicionario del Sur hubiera, a más del General Santana, un jefe Superior
que pudiera reemplazarle en caso de falta”, la Junta Central Gubernativa despachó al
inmaculado Duarte, tal vez pérfidamente, para el Cuartel General de Baní, con una columna
al mando del Teniente Coronel Pedro Alejandrino Pina.
Poblado como estaba el Cuartel General de Baní de intrigantes enviados al efecto,
no hubo acuerdo posible entre Duarte y Santana, pues mientras el primero quería que se
abrieran operaciones, el segundo opinaba por mantenerse a la defensiva, lo que produjo el
mayor disgusto.
Y para salir de este apuro resolvió la Junta llamar a la Capital a Duarte, que, sumiso,
cumplió una orden que otro, menos respetuoso de la disciplina, en su caso habría
desatendido, apoyado como estaba por la opinión.
Flotilla Nacional. No descuidó la Junta Central Gubernativa equipar una flotilla
como medio de defensa marítima para la naciente República, y, al efecto, armó en guerra
las goletas Leonor, María Chica y María Luisa, contando para su organización con el eficaz
concurso de don Juan Bautista Cambiaso.
Al iniciarse las operaciones marítimas, fue capturada la goleta María Luisa por los
haitianos; y el 15 de abril de 1844 la goleta Separación Dominicana, que ya pertenecía a la flotilla,
y María Chica, mandadas por Cambiaso y Maggiolo, respectivamente, tuvieron un combate en
Tortuguero con tres barcos haitianos, uno de los cuales se varó y los otros huyeron.
La flotilla aumentada después, fue muy útil, especialmente para el transporte de tropas.

Capítulo XXX
Continuación del período de la independencia
1844. Retirada de Charles Hérard. Los acontecimientos ocurridos en Haití, donde el
General Pierrot proclamó la separación de la parte Norte del territorio haitiano, mientras en
la parte Sur se realizaron levantamientos contra el Gobierno, obligaron al General Hérard
a retirarse inesperada y precipitadamente con sus fuerzas, después de haber incendiado la
ciudad de Azua, el 9 de marzo.
Tan pronto como los haitianos se retiraron, nuestro Ejército, que había permanecido
estacionado en Baní, realizó un movimiento de avance hasta ocupar militarmente todas las
poblaciones de la parte Sur, con excepción de Las Caobas, Hincha, San Miguel y San Rafael
Renace la vieja idea del protectorado. Ya para estos días no era un secreto que los
de siempre, los que jamás tuvieron fe en una patria libre, se movían, apoyados por Santana,
en busca del protectorado de Francia o de otra nación fuerte, pues fingían considerar que el
país no tenía elementos ni vigor para sostener su independencia.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Como es natural, Duarte y todos aquellos a quienes la Patria les había costado grandes
sacrificios e inmensos desvelos, se opusieron tenazmente a tal designio, actitud que produjo
grandes desavenencias, especialmente en las memorables jornadas del 26 de mayo y del 9 de
junio en el seno de la Junta, que originaron las desventuras que más adelante señalaremos.
Prisión de Duarte, Sánchez y Mella. El 4 de julio, mientras Mella proclamaba en
el Cibao a Duarte como Presidente de la República, distinción que éste, por aquel entonces
huésped de aquellas regiones, declinó por no emanar de unas elecciones, Santana, a la
cabeza del Ejército Libertador, entró a la ciudad de Santo Domingo; disolvió la Junta Central
Gubernativa, de la cual habían sido expulsados sus amigos y cómplices; se hizo proclamar
Jefe Supremo del Ejército e instaló luego otra Junta de la que formó parte, acompañado de
Bobadilla, Medrano, etc., y redujo inmediatamente a prisión a Duarte, Sánchez, Mella y
otros, es decir, todo lo que representaba el férvido ideal de sincero amor a la Patria.
Al través de las rejas de su encierro, desde la Torre del Homenaje, pudo Duarte
contemplar la farsa de que sus enemigos se valieron para amontonar a ignorantes y esbirros
que pidieron su cabeza de patricio y las de sus nobles compañeros; pero Santana no se había
abrazado todavía a esa fórmula sombría de represión que se llama el patíbulo, de la cual usó
tanto después para escarnecer la libertad y deslustrar sus valiosas ejecutorias de soldado.
La Junta Central se abrogó facultades de alto e inapelable tribunal, y sin siquiera escuchar
a los supuestos culpables y “queriendo ser magnánimo”, ¡que irrisión!, declaró traidores a la
Patria a Duarte, Sánchez, Mella, Pina, Pérez y otros, y los condenó a destierro perpetuo.
Sánchez y Mella fueron embarcados para Irlanda, Duarte para Alemania, y los demás
para Curazao, Puerto Rico, Saint Thomas y los Estados Unidos.
Desde entonces quedaron dueños de la cosa pública aquellos afrancesados que antes del
27 de febrero jamás tuvieron, como ya hemos dicho, fe en los futuros destinos de la Patria
con que se soñaba y que, una vez creada, comenzaron a traicionar solicitando nuevos y
vergonzosos cautiverios.
Fracaso del plan de los afrancesados. No obstante las muchas diligencias
practicadas por el Almirante francés De Moges, que de viejo estaba de acuerdo con
Santana y sus partidarios, el Rey de Francia declaró: “que estaba firmemente decidido a
no mezclarse en los asuntos de la República Dominicana”, y significó, además: “que si los
dominicanos deseaban ponerse bajo el protectorado de España, no haría oposición a ello”;
declaraciones estas que dieron lugar, sin duda alguna, a que desde entonces la orientación
de los liberticidas escogiera a España como la nación ante la cual querían trocar su noble
título de ciudadanos por la miserable y servil condición de colonos.
Elección de Santana. El partido conservador, afrancesado o anexionista, que bien puede
dársele cualquiera de esas tres denominaciones, por órgano de la Junta Gubernativa,
convocó las Asambleas Electorales para que eligieran un Congreso Constituyente, que se
reunió en San Cristóbal, el cual votó una Constitución, el 6 de noviembre, que no acomodó
a Santana y que hubo de ser modificada por imposición del mismo. Ese mismo Congreso lo
eligió Presidente de la República.
Después de prestar juramento, nombró el General Santana su Gabinete y las demás
autoridades con elementos señalados como enemigos de los próceres de febrero.
1844. La Constitución promulgada consignó un artículo, el 210, que sirvió para cometer
en lo futuro toda clase de crímenes, excesos y tropelías, puesto que daba al Presidente de la
República facultades para tomar cuantas medidas creyere oportunas, sin quedar sujeto por

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

ello a responsabilidad alguna, con lo cual se anularon los principios proclamados y se creó,
por ende, una grosera dictadura.
Al amparo de ese artículo nefasto, un hombre poco inteligente como Santana cayó en
muchas de las celadas que le tendieron los mismos que disfrutaban de su confianza, en
interés de realizar venganzas personales.
Toma de Cacimán. Los haitianos, que sólo habían desistido momentáneamente de sus
planes de recuperación, se ocupaban de fortificarse en Cacimán, lo que obligó al denodado
General Duvergé, Jefe del Ejército del Sur, a desalojarlos, el 4 de diciembre, después de un
reñido combate en tan estratégica posición.
1845. Tentativa de reacción en favor de los febreristas. Los elementos partidarios
de los febreristas no habían quedado conformes, como era natural, con la injusticia de que
habían sido víctimas los verdaderos creadores de la nacionalidad; injusticia que adquirió un
sabor más amargo cuando al constituir Gabinete el Presidente Santana se vio figurar en él a
los supliciadores quienes, lejos de tratar de borrar esos tormentosos recuerdos, oprimieron
a determinados elementos.
Bajo esos dolorosos auspicios se combinó un movimiento con el objeto de pedir la
destitución del Ministerio para que el General Santana, una vez proclamado Jefe Supremo
y en virtud de los poderes que le confería la Constitución, diera un decreto de amnistía en
favor de Duarte, Sánchez, Mella, etc., y llevar a las carteras a hombres menos intransigentes
y que disfrutaran de más simpatías en la causa nacional.
Descubierto este propósito por uno de los Ministros, lo denunció al General Santana,
bajo la fórmula de que ese movimiento “tenía el objeto aparente de cambiar el Ministerio;
pero que su fin real y efectivo era derrocar el Gobierno y mudar su forma”.
Creyó Santana amenazado su poder e hizo reducir a prisión a una parte de los que
estaban en la combinación, pues le fue imposible averiguar el nombre de los demás, y, al
amparo del trágico artículo 210 de la Constitución, creó una Comisión Militar que condenó
a muerte a María Trinidad Sánchez, tía del héroe de la Puerta del Conde y dama que “tantos
cartuchos fabricó para la noche del 26 de febrero”; a Andrés Sánchez, hermano del mismo
prócer, y José del Carmen Figueroa, por considerárseles como “autores instrumentales de
la conspiración”.
A María Trinidad Sánchez se le ofreció el perdón a cambio de la delación de los otros
conjurados, a lo que se negó la heroína.
1845. Ejecución de María Trinidad Sánchez y sus compañeros. No fueron pocas
las diligencias que se practicaron en interés de que se conmutara la terrible sentencia;
pero todo fue inútil, pues el ministerio, empeñado en subsistir, logró que en el corazón
del Mandatario no germinara la piedad, y el 27 de febrero de 1845, primer aniversario de
nuestra gloriosa independencia, se conmemoró con el crimen más abominable que registra
nuestra historia, acto que se rodeó de un aterrador cúmulo de crueldades.
Es cosa averiguada que María Trinidad Sánchez, en razón de su sexo, poseída de un
sentimiento de pudor, para marchar al patíbulo ciñó unos pantalones, debajo de su traje, “a
fin de que al caer bajo el fuego de las descargas, no quedaran descubiertas sus formas”, y
que momentos antes de su ejecución exigió a su hermano Narciso, que la acompañaba, que
le amarrara un hilo alrededor de sus piernas, mandato que se cumplió.
Y así solemnizaron los afrancesados y Santana el primer natalicio de la República,
derramando sangre de próceres y libertadores.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Medidas de organización. Iniciada la obra de exterminio con que se premió a los


creadores de la nacionalidad, dedicaron los hombres del Gobierno su esfuerzo a aumentar
la flotilla de guerra y a tomar las providencias que en su concepto tendían a la mejor
organización del Estado. Palpitaba en todas ellas el rutinarismo de las épocas coloniales a
que aspiraban volver, y se advertía, como idea principal, el sostenimiento del férreo sistema
implantado.
Campaña de 1845. Ese año se inició con triunfos para el Ejército Dominicano.
El Coronel Araujo desalojó a los haitianos de Las Matas; el bravo General Duvergé
atacó victoriosamente a Cacimán y lo tomó a la bayoneta; los batió en El Puerto y ocupó Las
Caobas, en tanto que el Coronel Fernando Tavera rechazaba en Hondo Valle un violento
ataque enemigo y que el Coronel Valentín Sánchez ocupaba a Hincha, posiciones que
recuperaron luego las huestes de Occidente hasta llegar a Las Matas, población esta última
que volvió a poder de nuestras armas con el auxilio de los refuerzos que llegaron al mando
del General José Joaquín Puello.
Sublevación de San Cristóbal. Un suceso que pudo tener graves consecuencias para
la disciplina del Ejército ocurrió por aquel entonces en San Cristóbal, donde, en virtud del
avance haitiano y por orden del Presidente de la República, se procedió al reclutamiento
para llevar refuerzos que ayudaran a detener las huestes de Pierrot.
Sugestionados por propagandas antipatrióticas, los negros de esa Común, y
especialmente los de la Sección de Santa María, se negaron a prestar sus servicios, ora no
asistiendo a las convocatorias que se les hizo, o bien no prestándose a formar compañías.
En cuenta de esta noticia, el Gobierno ordenó al General Felipe Alfau, Comandante de
Armas de la plaza de Santo Domingo, que se trasladara allí y resolviera esas dificultades.
Cuando después de no pocos inconvenientes logró el General Alfau reunir a todos los
hombres útiles para tomar las armas, al ordenar la incorporación de ciertos grupos a las
tropas que debían marchar para las fronteras del Sur, un Sargento, de nombre Dámaso,
se adelantó para manifestarle que ni él ni sus compañeros estaban dispuestos a servir, al
mismo tiempo que de las filas salieron algunos disparos de fusil que milagrosamente no
hirieron al Comandante Alfau.
No era este hombre que dejara sin castigo actos de insubordinación, y con la ayuda
que le prestaron los Coroneles Juan Alvarez, Comandante de la Común, José María Cabral
y otros Oficiales, dominó heroicamente la situación, restableció la disciplina y capturó a la
mayor parte de los amotinados, de los cuales unos fueron ejecutados y otros condenados a
presidio, figurando entre estos últimos el General Mora, a quien, después de degradado, se
envió al Cubo de Puerto Plata, donde estuvo encerrado más de diez años.
Batalla de La Estrelleta. De los doce batallones con que llegó al Sur el pundonoroso
militar General José Joaquín Puello, puso seis bajo las órdenes de los Coroneles Bernardino
Pérez y Valentín Alcántara para que marcharan hacia La Estrelleta, por el camino de Los
Jobos, y con los restantes tomó igual dirección del lado de Comendador.
En la opuesta ribera del río estaban las tropas haitianas al mando de los Generales
Morisset, Toussaint y Samedí, posesionadas de la cadena de cerros que existe en dicha
sabana, cuyas dos únicas entradas estaban cubiertas por artillería.
El primero en llegar fue el General Puello, quien, a duras penas, pudo contener sus
tropas, a las cuales provocaba el enemigo con toques de clarines y redobles de tambores.
Era el 17 de septiembre.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En espera de la señal convenida con el ala derecha estuvieron estacionados durante


más de media hora aquellos bravos a quienes la cadena de la obediencia militar contuvo
severamente.
Rómpese el fuego al fin; la resistencia es grande, pero la impetuosidad de la carga la
quebranta al fin. Caen en poder de Puello las piezas de artillería del enemigo; destroza
una división; asalta los cerros donde se parapetan los haitianos, y, después de tres horas de
combate, merced a una última carga a la bayoneta, quedó el héroe completamente dueño
de aquel glorioso campo de batalla sembrado de cadáveres, heridos, pertrechos, fusiles y
desgarrados uniformes, coronándose con aquella deslumbrante acción la campaña del Sur.
Militarmente considerada, la batalla de La Estrelleta es la de mayor importancia en el
sangriento torneo de nuestros primeros tiempos emancipadores.
Esta acción rodeó al General Puello de gran prestigio y de una preponderancia entre el
elemento militar, que más tarde produjeron celos y lo llevaron al patíbulo.
1845. Batalla de Beler. En la parte Norte, después de dos encuentros con el batallón
de Dajabón, en los sitios denominados Las Pocilgas y Capotillo que sirvieron para dar a su
Comandante Marcelo Carrasco notaciones de gran valor, las tropas haitianas avanzaron al
mando del General Seraphin, hasta ocupar la estratégica posición de Beler.
Tan pronto como se supo en Santiago la grave noticia, un cuerpo de ejército, al mando
del General Francisco Antonio Salcedo, salió para el lugar de los acontecimientos.
Antes de llegar a la Sabana de Beler, sitio memorable que pregonará eternamente el
denuedo de nuestros abuelos, dividió el General Salcedo su ejército en dos alas. Confió la
derecha al Coronel Eugenio Pelletier, con una pieza de artillería; la izquierda al Coronel
José María López, con dos piezas más, y se reservó, en unión del General Imbert, el
centro.
La caballería se repartió en dos secciones para que cubrieran las dos alas del ejército.
A la voz de alarma, iniciaron los haitianos un intenso fuego de artillería que
diezmaba nuestros batallones; pero el combate se mantuvo con denuedo de parte de
los patriotas, y unas veces a pie firme y otras avanzando lentamente, llegaron, después
de largas horas de combate, hasta las posiciones enemigas donde, a la imperiosa voz
de ¡asalto!, se trabó una lucha encarnizada, cuerpo a cuerpo, en que, tinto en sangre y
tiznado el rostro por los disparos a quema ropa salió victorioso el Ejército Libertador,
quien izó inmediatamente, en las humeantes almenas de la posición conquistada, el
Pabellón Nacional.
El botín de guerra ocupado fue copioso, y en los pozos y reductos del Invencible, como
los haitianos llamaban a esa fortaleza, dejó el enemigo en fuga más de cien cadáveres y
numerosos heridos.
Se señala como hecho que contribuyó grandemente a ese triunfo la presencia de la
flotilla nacional en Fort Liberté y los cañonazos disparados la víspera por ella sobre esa
población, pues los haitianos, temerosos de que se tratara de un desembarco, retuvieron
refuerzos que estaban destinados a Beler.
A raíz de ese ruidoso triunfo obtenido por las armas dominicanas, el 27 de octubre,
ocurrieron dos encuentros más en aquellas regiones, que se denominaron el de La Mata de
los Siete Negros, porque en una ceja de monte se parapetaron siete haitianos que no quisieron
huir y que resistieron hasta perecer y no sin ocasionar sensibles pérdidas a nuestras fuerzas.
El otro encuentro ocurrió en Escalante.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Naufragio de la escuadra haitiana. Vencidos los ejércitos haitianos en ambas


fronteras, resolvió el Presidente Pierrot la guerra marítima, y, al efecto, envió una flotilla
de seis barcos al mando del General Cadet Antoine, a quien acompañaban Vallon Simón y
otros personajes haitianos, para que tomaran a Puerto Plata.
Avisado el General Villanueva, Comandante de la plaza, se preparó lo mejor que
pudo, y cuando todo era alarma, en la noche del 21 de diciembre de 1845, al pretender
entrar la flota en el puerto, debido a la obscuridad, sufrió un error y se encalló en la Posa
del Diablo, donde quedaron varados cinco barcos, de los cuales sólo pudo salir uno que
tomó el rumbo de Haití.
Al día siguiente fueron hechos prisioneros sus tripulantes y Jefes, los que más tarde se
enviaron a la Torre del Homenaje de la ciudad de Santo Domingo. Se reconoció entre los
prisioneros a Vallon Simón, que había jurado nuestra bandera y desertado después, por lo
cual se le instruyó una rápida sumaria que determinó su ejecución.
Adelantos intelectuales de esa época. No cerraremos este capítulo sin consignar
que en ese año se instalaron sendas escuelas primarias en Azua, el Seybo y Santo Domingo,
y que el Dr. Elías Rodríguez estableció gratuitamente, en La Vega, cátedras de latinidad,
filosofía, teología moral, y derecho público.
En ese año solo existían dos escuelas en Santiago.
¡Lamentable estado de postración para la enseñanza que nos obliga a considerar con
pesar los pocos medios de que dispusieron nuestros padres para instruirse y educarse!
A mediados de ese año apareció El Dominicano, periódico que, redactado por los
distinguidos dominicanos Manuel María Valencia, Félix María del Monte, José María Serra,
y Pedro Antonio Bobea luchó por el engrandecimiento moral y material de la República,
para desaparecer a poco, pues los tiranos no conciben la utilidad de la prensa, y, cuando
consienten la existencia de un periódico, es aspirando a que a la pereza se le llame orden, y
a que condene los principios y confunda la traición con la virtud.
La agricultura estaba muy decaída, pues la escasa población de nuestros campos era la
que formaba gran parte del Ejército que combatía en ambas fronteras.

Capítulo XXXI
Continuación del Gobierno del General Santana
1846. Dimisión del Ministro Bobadilla. Alma de la situación y consejero casi único,
rompió al fin el Ministro Bobadilla con el General Santana, pues es ley histórica inalterable
que las tiranías en decadencia, hastiadas de perseguir enemigos, vuelven sus garras para
herir a sus creadores y a todos los que las salvaron de la derrota y les edificaron tronos.
El disgusto de esos dos personajes tuvo su origen en un opúsculo que publicó el hermano
del Ministro dimisionario, Pbro. Dr. José María Bobadilla, en defensa de los bienes de la
Iglesia frente al Estado, pues parece que Santana pretendió que su favorito se le enfrentara
también a vínculos sagrados de la naturaleza.
Embajada a Europa. Decidió por aquel entonces el Gobierno, “deseoso de afianzar la
independencia y de entablar relaciones con todas las naciones cultas, y muy particularmente
con la antigua Metrópoli, con quien la ligaban los vínculos de origen, religión, idioma,
costumbres y sentimientos, el envío a Europa, como Embajadores, de los ciudadanos
Buenaventura Báez, José María Medrano y Juan Esteban Aybar, para que solicitaran el
reconocimiento de la República”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Estos elementos estaban señalados como afrancesados, es decir como anexionistas, y no


descuidaron favorecer sus tendencias bajo la forma de protectorado con varias naciones
poderosas y casi exigiendo su reincorporación a España.
Visita presidencial al Cibao. Con el objeto más de darse a conocer que de propender
sinceramente a la organización de esas regiones, salió el General Santana para el Cibao,
donde se le hicieron las más honradoras manifestaciones.
Desavenencias entre los Poderes Legislativo y Ejecutivo. Al regresar el General
Santana de su viaje, presentó personalmente su Mensaje y las Memorias de sus Ministros,
y al conocer el Cuerpo Legislativo de la del Ministro de Hacienda, don Ricardo Miura, a
quien se acusaba de malversaciones, el Diputado Bobadilla, antiguo Ministro de Santana,
haciéndose eco de los rumores existentes en la opinión, lanzó cargos contra el funcionario
encargado de ese Despacho, lo que dio lugar a que el Gabinete y oficiales del Ejército,
apoyados por Santana, exigieran su expulsión de la Cámara, la que no estaba dispuesta
a acceder a tan escandalosa imposición, conflicto que zanjó Bobadilla embarcándose
voluntariamente para Saint Thomas.
1847. Fusilamiento de los hermanos Puello. De viejo perseguían las intrigas
ministeriales al más importante de los hermanos Puello. Muchos de los más adictos amigos
de Santana vieron con recelo para la realización de sus ambiciones y planes del futuro la
preponderancia adquirida por José Joaquín Puello, el héroe de La Estrelleta, al ser designado
para el Ministerio de lo Interior, merecido ascenso que había saludado el elemento oficial
sano, desde las columnas de El Dominicano, en su edición 7, de fecha 13 de diciembre de
1845, con el siguiente suelto: “El deseo que tengo de ver consolidado nuestro Gobierno
me hace apresurar a dar conocimiento al público, que hoy, el señor General José Joaquín
Puello, ex Jefe Político, ha sido elevado a la plaza de Ministro Secretario de Estado y del
Despacho de lo Interior y Policía que estaba vacante por fallecimiento del señor Manuel
Cabral y Bernard, habiendo prestado el juramento requerido por la Constitución.
“La elección de este buen patriota merece ser acogida con entusiasmo por todos los
buenos dominicanos, porque a la verdad, aunque carezca de grandes conocimientos en
materia política, no son siempre los hombres de mucho talento los que mejor aciertan, y
estos pueden suplirse con honradez y buenas intenciones…”.
Desde que pisó, pues, Puello, el Ministerio, vieron en él algunos elementos políticos a
un hombre que se les adelantaría.
Denuncian mañeramente una conspiración al General Santana, que hasta entonces había
sido sordo a cuantas acusaciones habían deslizado en sus oídos contra Puello, y mientras
éste ayudaba en Consejo a tomar medidas que pusieran al Gobierno en condiciones de
resistir cualquiera agresión, un piquete le hace preso y lo conduce al Homenaje, donde
también ingresan inmediatamente su benemérito hermano Gabino Puello, Comandante de
Armas de Samaná que a la sazón se encontraba enfermo de la vista en Higüero; su tío Pedro
de Castro y el Señor Manuel Trinidad Franco.
Juzgados todos por una Comisión Militar creada en virtud del trágico artículo 210 de
la Constitución, fueron condenados a muerte a verdad sabida y buena fe guardada, sin siquiera
haber sido interrogados y sin mucho menos permitírseles el que nombraran defensores.
El proceso se instruyó en horas, y da pena pensar que la infame sentencia, presionados,
tal vez, por el temor a Santana, la firmaron algunos de los antiguos compañeros de los
infortunados Generales Puello y hombres distinguidos de aquellos tiempos.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Detenidos el 21 de diciembre de 1847, fueron ejecutados el 23 de ese mismo mes y año,


a las cuatro de la tarde, con cruel aparato militar, después de haberse despedido de sus
deudos y amigos y de tener sus hijos sentados en las piernas hasta el momento en que,
obedeciendo órdenes, se pusieron de pie para ser atados y conducidos al suplicio, donde
demostraron el mayor valor.
Hubo, parece, empeño en que desaparecieran pronto las víctimas, pues la superioridad
de ciertos hombres constituye un martirio para sus enemigos y adversarios, que sólo
permanecen tranquilos cuando los han visto sacrificados.
El testamento de los Puello, que publicamos hace apenas un año en el periódico diario El
Tiempo, revela la pobreza de aquellos dos meritorios servidores de la Patria, cuyos despojos
permanecen depositados en la iglesia de Las Mercedes, en espera de que la gratitud
nacional los traslade a la Capilla de los Inmortales en nuestra Santa Iglesia Basílica, junto a
sus compañeros de Patria, de nacionalidad y de martirio.*
Cuanto más se alejan los crímenes políticos de las pasiones que los hicieron cometer,
más sombrío es el color de que se revisten a los ojos de la posteridad.
Reclamo del diputado Bobadilla. Espíritu batallador, si para salvar a sus
compañeros en la Cámara se embarcó voluntariamente sin renunciar su representación,
solicitó poco después permiso para asistir al Congreso; pero éste; amenazado por el Poder
Ejecutivo, lo declaró legalmente reemplazado.
Actitud de Don Juan Nepomuceno Tejera. Se distinguió este letrado por la
entereza con que proclamó, en su calidad de miembro del Consejo Conservador, la nulidad
del reemplazo del Diputado Bobadilla y por la opinión desfavorable con que combatió el
cambio del oro acuñado en onzas que existía en el Tesoro Público por papel moneda, hecho
de que hizo responsable al Ministro de Hacienda.
Los debates que esta actitud originó obligaron al General Santana, que se encontraba en sus
posesiones de El Prado reponiéndose de quebrantos de salud, a ponerse en marcha para la Capital
e influir “tan sólo con el anuncio de su regreso” en el sentido de que el Consejo Conservador
declarara: “infundada la denuncia y que el Presidente y los Ministros en nada habían faltado
y que, por el contrario, habían cumplido con sus deberes, y dispuso, además: “que todos los
documentos relativos a esa materia fueran destruidos totalmente para que en ningún tiempo
pudieran dejar el menor vestigio de cuanto había dado lugar al presente procedimiento”.
¡Cínica fórmula de redimir culpables!
1848. Renuncia del General Santana. Convencido el General Santana de que su
odioso absolutismo le había enajenado a la carrera las simpatías hasta de muchos de sus
propios partidarios, renunció la Presidencia de la República, ante el Consejo de Ministros,
expresando: “que lo hacía espontáneamente y por puro amor a la libertad”, lo que obligó
al Consejo a convocar los Colegios Electorales y al Congreso Nacional para que eligieran
el sustituto, elección que recayó en el General Manuel Jimenes, Ministro de la Guerra y
uno de los elementos políticos de mayor prestancia de los que habían contribuido a la
Independencia Nacional.
El Presidente Jimenes tomó posesión el 8 de septiembre de 1848, después de prestar
juramento ante el Congreso Nacional, y formó su Gabinete en la forma siguiente:

*Ya ese veto está cumplido. Los restos de José Joaquín y de Gabino Puello fueron depositados en la Capilla de
los Inmortales en 1944.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Interior y Policía: Ciudadano Félix Mercenario.


Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Domingo de la Rocha.
Hacienda y Comercio y Relaciones Exteriores: Doctor Caminero.
Guerra y Marina: General Román Franco Bidó.

Es de notarse que con la presencia del General Franco Bidó en el Ministerio, rompía el
generoso Mandatario con la consigna de Santana de no dar acceso al elemento del Cibao
en el Gobierno.
Decreto de amnistía. Para rendir culto a los dictados de la opinión pública, a la
vez que para satisfacer sus propios impulsos, inició su administración el General Jimenes
con un decreto de amnistía en favor de todos los febreristas, al amparo del cual regresaron
no solamente ellos, a excepción de Duarte, sino cuantos habían sido expulsados por el
Gobierno del General Santana.
Consagración del Arzobispo Portes. Durante su administración tuvo efecto en
nuestra Santa Iglesia Catedral la consagración del Dr. don Tomás de Portes e Infante, como
Arzobispo Metropolitano, acto al que asistió el Obispo de Curazao.

Capítulo XXXII
Nuevos acontecimientos
Regreso de nuestros embajadores. Después de no haber obtenido nada en España, y
de haber sido recibidos por el Rey Luis Felipe de Francia, tuvieron nuestros Plenipotenciarios
que pedir nuevas credenciales para gestionar, cerca del Gobierno republicano que había
surgido en aquella última nación, el reconocimiento de nuestra independencia, y la mediación
en la guerra con Haití, regresando después al país, llamados por el Gobierno.
Viaje del Presidente Jimenes a Azua. Las graves noticias acerca de una nueva invasión
haitiana constriñeron al Presidente Jimenes a trasladarse a Azua, donde se entrevistó con
el General Duvergé, quien había organizado todas aquellas regiones en el sentido de poder
resistir cualquier agresión de los haitianos.
Captura del General Valentín Alcántara. Poco tiempo después fue atacada
la población de Las Matas de Farfán por los haitianos, que, aunque fueron rechazados,
hicieron prisionero al General Valentín Alcántara, a quien sospecharon algunos elementos
del Ejército Dominicano, tal vez sus enemigos, de traición o connivencia. La captura de este
bravo General ocasionó una alarma peligrosa, pues los partidarios de Santana explotaron
ese asunto para resucitar el ídolo caído, bien fuera en la Primera Magistratura o en la
Jefatura del Ejército, a fin de tener la fuerza a su disposición y realizar, cuando les viniera
en cuenta, los funestos golpes de mano con que soñaban.
Se atribuyó la prisión de Alcántara a falta de disciplina en el Ejército.
Canje de prisioneros. Aprobado el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, celebrado
con la República Francesa, se efectuó, por medio del Cónsul Francés, un canje de prisioneros, en
virtud del cual regresó al país el General Alcántara, a quien se continuó acusando de traidor, más
como arma política contra el Gobierno, como ya hemos expresado, que por un sentimiento de
recelo bien entendido, y se aumentó la efervescencia con el pretexto de un uniforme de General
Dominicano conque intencionalmente, sin duda alguna, le obsequió el Presidente Soulouque.
Detenido en la ciudad Capital, el GeneralAlcántara y depurados los hechos satisfactoriamente
para su honor militar, tuvo el Presidente Jimenes la honradez de concepto y el valor moral
de enviarlo nuevamente a Las Matas de Farfán, bajo las órdenes del bizarro General Antonio

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Duvergé, medida ésta que explotaron los solapados partidarios de Santana para echar de menos
la energía de su Jefe en desgracia y las dotes de organización que le atribuían.
1849. Invasión de Soulouque. La pequeña tregua que existía desapareció, y dividido
en columnas atravesó el ejército haitiano nuestras fronteras del Sur, el día 5 de marzo de
1849, lo que obligó a las fuerzas dominicanas destacadas a replegarse en Las Matas, donde,
impaciente, aguardaba el General Duvergé la invasión, rodeado de los Generales Ramón
Mella, Remigio del Castillo y Valentín Alcántara, a quien todavía querían señalar como
traidor las pasiones de los santanistas.
Trabado el combate, una defensa heroica de los nuestros arranca todavía gritos de
entusiasmo al través de los años a todo corazón dominicano.
Distinguiéronse todos esos bizarros adalides y, de manera muy señalada, Valentín
Alcántara. Después de muchas horas de rudo batallar, abrumado por el número, que nunca por
el ímpetu, nuestro ejército tuvo que replegarse paso a paso, vendiendo muy cara su retirada.
Cañada Honda y la Sabana del Pajonal, sitios donde Mella y Alcántara contuvieron
denodadamente las feroces embestidas de los haitianos hasta apagarles los fuegos, quedaron
sembrados con los cadáveres de los invasores.
El obligado retroceso de nuestro Ejército suministró nuevos medios a los enconados
partidarios de Santana, que deseaban, como ya hemos dicho, verlo culminar otra vez, para
acusar de torpeza al Gobierno, de impericia al General en Jefe Duvergé, y hasta para alentar
actos de desobediencia en militares de alta graduación, en que incurrieron, señaladamente,
el Coronel Batista, el General Juan Contreras y otros.
Los últimos en reconcentrarse en la plaza de Azua fueron Alcántara y Mella, que con
sólo noventa hombres habían permanecido de avanzada en las orillas del Jura.
1849. Ataque de Azua. Las fuerzas de Soulouque se encontraban ya en las proximidades
de Azua, de donde había regresado el Presidente Jimenes, después de revistar cinco mil
hombres. La anarquía más completa reinaba en el Ejército Dominicano.
El 5 de abril atacaron los haitianos aquella población y, no obstante el desconcierto existente,
fueron rechazados con grandes pérdidas, y en los días subsiguientes salió personalmente el
General Duvergé, acompañado de Eusebio Pereyra, Matías de Vargas y otros oficiales de gran
nombradía y atacó sus atrincheramientos con porfiado y temerario valor.
De súbito, sin orden alguna y en medio de la mayor indisciplina, ese ejército de héroes,
minado por las intrigas, abandonó la población para replegarse en el mayor desorden a Baní.
En conocimiento el Congreso de estos actos, y durante la ausencia del Presidente
Jimenes, pidió concurso en virtud de la desquiciadora consigna política del momento, al
General Santana, quien, acompañado de sus huestes, llegó a la ciudad Capital; se dirigió
luego a Baní y se entrevistó con el Presidente, que, forzado por las circunstancias, aceptó su
cooperación con el carácter de auxiliar del General Duvergé.
¡Desde aquel momento quedó irremisiblemente perdido el Presidente Jimenes!
Prisión del General Alcántara. La primera medida de la reacción que representaba
Santana fue la prisión del General Valentín Alcántara, a bordo de la fragata de guerra Cibao,
acontecimiento preliminar de grandes desventuras políticas para la República.
Acción de El Numero. En El Número se batió el General Duvergé con una bravura sin
igual, en interés, de acuerdo con una combinación militar, de cerrar el paso al enemigo.
Nuestras pérdidas fueron allí importantes; pero jamás comparables con las que
experimentó el ejército de Occidente.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Batalla De Las Carreras. Inicióse la batalla de Las Carreras con un cañoneo intenso
de parte de los haitianos, al que siguió un ataque general.
Tres horas llevaba la batalla, de haber comenzado, cuando las huestes dominicanas, al
arma blanca, se apoderaron de la artillería enemiga, al mismo tiempo que un nutrido fuego de
fusilería a quema ropa puso en derrota al ejército de Soulouque, que dejó, entre un montón de
cadáveres y de municiones de boca y de guerra, tres Generales insepultos, infinidad de oficiales
de alta graduación, dos banderas de los Regimientos número 2 y 30 e innumerables despojos.
Se destacaron en esta acción, por su serenidad y valor, los Generales Antonio Abad Alfau,
Bernardino Pérez y otros, según las propias declaraciones del General Santana en su parte oficial
al Gobierno, que la brevedad de este resumen no nos permite considerar. Fue el 21 de abril.
Retirada del ejército haitiano. Vencido completamente el ejército de Soulouque, se
retiró a marchas forzadas de las regiones del Sur, después de haber incendiado las ciudades
y pueblos por donde pasó; profanado los templos; violado las propiedades y cometido toda
clase de excesos y de crímenes.
Labor revolucionaria del Congreso. Al regresar el Presidente Jimenes al asiento
del Gobierno, procedente del campamento de Baní, y antes de que tuvieran lugar los hechos
de armas que acabamos de narrar, ya se había iniciado en el Congreso Nacional la labor
revolucionaria que en ese Cuerpo dirigía Báez, de acuerdo con Santana.
No fueron pocas las desazones que experimentó el Mandatario, pues se dio cuenta,
perfectamente, de que la finalidad que se perseguía era el derrocamiento de la situación,
a causa de que los amigos de Santana estaban disconformes con los procedimientos
civilizados con que él había señalado su administración.
Pronunciamiento del Ejercito del Sur. El General Santana, a la cabeza de todo el
ejército del Sur, se sublevó contra el Gobierno del Presidente Jimenes y levantó sus tiendas
de campaña para poner sitio a la ciudad de Santo Domingo, donde había ocurrido un serio
incidente en el Congreso, Cuerpo que llamó al Presidente Jimenes para exigirle cuenta de los
grandes desastres sufridos por el Ejército Dominicano en los comienzos de la última invasión.
Fueron tan acalorados los debates que, cuando injustamente los diputados de la
oposición llamaron traidor al Jefe del Estado, se promovió un incidente en que salieron a
relucir las pistolas y los puñales, “costándole al Diputado Buenaventura Báez demostrar un
valor a toda prueba para impedir que ocurrieran grandes desgracias en aquel recinto”.
Santana Prende a Duvergé. Invitado el General Duvergé al Consejo de Generales
provocado por Santana para sublevarse contra el Presidente Jimenes, contestó enfáticamente:
“General Santana, yo no vuelvo mis armas contra el Poder legalmente constituido”, lo que
dio lugar a que inmediatamente el General Contreras lo redujera a prisión y ordenara su
conducción a la fragata de guerra Cibao, surta en el puerto de Azua.
Medidas del Gobierno. En conocimiento el Gobierno de que el Ejército había
traicionado, se preparó a la defensa de la ciudad, la que quedó pocos días después sitiada
por las fuerzas del Sur y bloqueadas por la flotilla nacional.
Capitulación del Presidente Jimenes. La mediación del Cuerpo Consular y del Pre-
lado señor Portes, interesados en evitar que continuara el derramamiento de sangre, obtuvo
como resultado, después del incendio ocurrido en San Carlos, que se concertara una capitula-
ción entre el General Santana, que tenía su cuartel general en Güibia, y el Presidente Jimenes.
En ella quedó establecido el más absoluto respeto para los vencidos. Compromiso
éste que violó el General Santana inmediatamente que penetró en la ciudad, pues redujo a

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

prisión a los que habían acompañado con lealtad al Presidente caído, quien, llevando doce
hijos como toda herencia, se ausentó para Mayagüez.
Los pueblos del Cibao respondieron todos al pronunciamiento en virtud de las gestiones
de don Tomás Bobadilla, quien reconciliado con Santana, había sido enviado por éste, desde
el campamento del Sur, con esa misión.
Se atribuye a Bobadilla la indicación posterior de que se confiscaran los bienes de
los caídos.
Elección de Don Santiago Espaillat. Convocados los Colegios Electorales, eligieron
para sustituir al Presidente Jimenes a don Santiago Espaillat, recomendado por Santana, que no
aceptó, pues parece que se dio cuenta de que o servía los intereses del vencedor en Las Carreras,
o su administración tendría la vida efímera y tormentosa que cupo al Gobierno anterior.
Títulos conferidos al General Santana. No anduvo corto el Congreso Nacional
para galardonar al ídolo que acababa de resucitar, y, en tal virtud, con menosprecio de las
ejecutorias de Sánchez, de Duarte y de los fundadores de la Patria Dominicana, otorgó al
General Santana el título de Libertador, que más tarde trocó, como veremos, por el ridículo
de Marqués de Las Carreras.
Elección de Báez. Convocados nuevamente los Colegios Electorales, designaron al Coronel
Buenaventura Báez, en aquel entonces aliado de Santana, como Presidente de la República.
Consideraciones acerca del ex-Presidente Jimenes. Para colocarnos al amparo
de toda sospecha pasional, declaramos que nuestro abuelo era de los idólatras de Santana.
Aun nos parece ver en su solitaria alcoba, a manera de reliquia, un gran retrato del
General Santana, uniformado, luciendo sus barbas de marino bretón; pero, por caro que
nos sea el recuerdo de nuestros ascendientes, no podemos empeñar el voto de nuestra
conciencia para condenar a Jimenes y exultar a Santana.
Fue don Manuel Jimenes, sin duda alguna, uno de los hombres que contribuyó con
mayor ahínco a nuestra emancipación.
Se le ha acusado de débil, y ello es natural, porque a raíz de una situación, como fue la
primera de Santana, de represión y de muerte, el mandatario que adviniera, o tenía que encauzar
su actuación por esa vía, apoyándose de continuo en el ejército que todo lo asfixiaba con su
espíritu de hierro, o aceptaba las ideas de reacción que se interpretaron como debilidad.
Manuel Jimenes, como mandatario, no fue cruel, ni disoluto.
Abrió las puertas de la Patria a los febreristas; y después, al caer, tomó el camino del
destierro.
Rodríguez Objío, nuestro poeta inmortal, lo dijo: “Fue una virtud infortunada…”.
Sombras muy densas han querido proyectar algunos sobre su memoria, acusándolo
porque, huésped, tal vez importuno, fuera a terminar sus tristes días en la ciudad de Port-
au-Prince; pero esos mismos que lo acusan contribuyeron quizá, con sus intransigencias, a
que fuera expulsado de Puerto Rico, luego de Venezuela, y a que, cuando intentó establecer
un comercio lícito entre Santo Domingo y Curazao, se le arrojaran al mar, como malas, las
provisiones que tomó a crédito, en su afán de proporcionar un pedazo de pan a sus hijos.
Puede el hombre realizar actos de heroísmo ofrendando su vida; pero es muy difícil que
su estoicismo llegue hasta el punto de ver perecer de hambre y desnudez a los seres que
procreara.
Manuel Jimenes aceptó las garantías que le brindó Soulouque; y después de llegar
a Port-au-Prince, donde se entregó al trabajo, murió casi repentinamente, a la edad de

259
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

cuarenta y cinco años, en diciembre de 1854, rodeado de grandes dolores y suspirando por
la Patria que había ayudado a crear.
Hasta ahora los enemigos de su memoria no han podido presentar un solo documento
que demuestre, atestigüe o evidencie que, desde las artesas de la panadería en que ganaba
el sustento de sus hijos, dirigiera una sola carta contra la República.
Días llegarán de reparación, en que un análisis sereno de los hechos lo restaure
completamente en el corazón de las generaciones que nos han de suceder.

Capítulo XXXIII
Nuevos rumbos
1849. Primera Presidencia De Báez. Elegido el Coronel Buenaventura Báez, Presidente
de la República, prestó el juramento constitucional, el 24 de septiembre, y nombró el
Ministerio siguiente:
Interior y Policía: Ciudadano José María Medrano.
Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel Joaquín
Delmonte.
Hacienda y Comercio: General Ramón Mella.
Guerra y Marina: General Juan Esteban Aybar.
Es innegable que el nuevo Mandatario procedió con el mayor tino e inteligencia, y
que a él se debió la trascendental organización de la ofensiva marítima que llevó a cabo el
Comandante francés Carlos Fagalde, al servicio de la República, pues se incendiaron las
poblaciones de L’Anse Pitre y de Sale-Trou; se echó a pique la flotilla enemiga en Los Cayos
y se capturaron barcos repletos de provisiones para el Gobierno haitiano.
Esa ofensiva culminó después con los desembarcos efectuados por Fagalde, Juan
Alejandro Acosta y otros audaces marinos dominicanos en Petite Riviére y Dame Marie,
poblado este último que quedó reducido a cenizas.
Durante esa administración fue aprobado y canjeado el Tratado de Reconocimiento,
Paz, Amistad, Comercio y Navegación celebrado con Inglaterra; se autorizó al Poder
Ejecutivo para la emisión de papel moneda y se promulgó el generoso Decreto de Amnistía
dado en favor de algunos de los expulsos que lealmente defendieron la situación del ex
Presidente Jimenes.
1850. Triunfo de nuestra Cancillería. Por iniciativa del Presidente Báez, que
indudablemente tenía dotes diplomáticas, solicitó y obtuvo nuestra Cancillería que
Inglaterra, Francia y los Estados Unidos de América intervinieran en la guerra que se
sostenía con Haití.
Participaron los Agentes de esas poderosas naciones a Soulouque, quien ridículamente
se había proclamado Emperador bajo el título de Faustino I, que si no abandonaba sus
propósitos de invasión contra la República Dominicana, sus naciones, de común acuerdo,
tomarían enérgicas medidas.
Consecuentes con sus tortuosas tendencias, habían propuesto los haitianos la celebración
de la paz bajo las condiciones: “de reconocer a Báez como Presidente y a Santana como
General en Jefe del Ejército, con tal de que en nuestro territorio se enarbolara el pabellón
haitiano y se reconociera la soberanía del Emperador de Haití”.
Antes de que los Agentes de las mencionadas potencias tuvieran tiempo de someter
a la consideración del Gobierno haitiano la proposición alternativa de un tratado de

260
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

paz definitivo, o la celebración de un convenio que garantizara una tregua de diez años,
ocurrieron hechos que demostraron, a las claras, el origen y causa de las evasivas del
Ministro de Relaciones Exteriores haitiano.
1851. Encuentro de Postrer Río. Una fuerte columna haitiana arrolló el puesto
avanzado dominicano de La Caleta, en las fronteras del Sur, y llegó a Postrer Río, donde
nuestras fuerzas se detuvieron, y, con los refuerzos que les llegaron, se empeñó una acción
que duró desde la madrugada hasta las once de la mañana, hora en que los haitianos
retrocedieron para luego repasar las fronteras, mientras las armas dominicanas ocuparon
nuevamente el puesto de La Caleta.
La pérfida actitud de los haitianos, quienes trataron de explicarla ante los Agentes
de las potencias como un acto impremeditado de sus tropas, no fue satisfactoria, y esta
circunstancia acabó por predisponer a aquellos en favor de la causa dominicana.
Creyeron los haitianos que con el envío de Mr. Hardy ante el Gobierno, en interés de
darle seguridades del buen deseo de que decían estar poseídos para llegar a un acuerdo,
podrían más tarde sorprender al patriotismo dominicano, que aleccionado por esos
acontecimientos, se mantuvo arma al brazo y en expectativa.
Sin esa actitud de legítima desconfianza no habrían sido tan rápidos los movimientos
del ejército del Jefe del Estado y del General Santana, cuando, en conocimiento de que
grandes contingentes de tropas enemigas se amontonaban en Juana Méndez, volaron a la
frontera Noroeste para, con su sola presencia, obligarlos a retirarse.
1851. Firma del armisticio y notificación del Gobierno Francés. Los Agentes de
las potencias constriñeron por fin al Gobierno de Port-au-Prince a firmar un armisticio por
un año, y el 15 de diciembre de 1851 el Gobierno Francés notificó al Emperador Soulouque:
“que Francia e Inglaterra harían respetar la independencia de los dominicanos”.
Puede aseverarse que el primer Gobierno del señor Buenaventura Báez “ha sido uno de los
mejores que ha tenido la República”, puesto que organizó el Ejército; aumentó nuestra flotilla;
llevó la guerra al territorio enemigo; fundó el Colegio San Buenaventura en la ciudad Capital;
administró los fondos públicos con toda escrupulosidad; dio días de tregua al atormentado
espíritu del pueblo que luchaba contra el Estado de Occidente, y evitó, con excepcional habilidad,
los rozamientos a que lo abocaran frecuentemente las exigencias del General Santana.
Buenaventura Báez, con aquella gestión gubernativa, aumentó el prestigio de que ya
disfrutaba por sus anteriores ejecutorias y por el arraigo y tradición de su apellido.
Al bajar del Solio era un hombre prestigioso que restó un gran concurso de opinión al
General Santana.
1853. Segunda Administración de Santana. Verificadas las elecciones, fue
designado por segunda vez Presidente de la República el General Santana, alto cargo de
que tomó posesión después de rendir observancia a las formalidades de la Constitución.
Constituyó su Ministerio en la forma siguiente:
Interior y Policía: Ciudadano Miguel Lavastida.
Justicia e Instrucción Pública: General Pedro Eugenio Pelletier.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Francisco Cruz Moreno.
Guerra y Marina: General Felipe Alfau.

Por no haber aceptado el último, se designó para el desempeño de esas Carteras a su


hermano, el General Antonio Abad Alfau, a quien sustituyó más tarde el General Manuel
de Regla Mota.

261
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Persecuciones de Santana contra el Clero. Una vez al frente del poder Santana,
sus pasiones y sus deseos de venganza fueron a buscar nuevas víctimas en el Clero, al que
consideraba como hostil.
Llamó ante el Congreso al anciano y venerable Arzobispo Doctor Portes, a quien se
amonestó con acritud y se le exigió que jurara la Constitución, a lo cual se negó el virtuoso
varón, alegando que esa Ley era contraria “a disposiciones de los sagrados cánones”.
Esa actitud del Prelado irritó de tal modo a Santana, que sin respeto ni miramiento
alguno, le envió su pasaporte.
El achacoso Pastor, obligado por esa violenta medida, juró por fin la Constitución,
violencia que le produjo la pérdida de la razón, asumiendo el Gobierno Eclesiástico, como
Vicario General, el Presbítero Antonio Gutiérrez.
Y como para que la Iglesia Dominicana se viera completamente privada de hombres de
luces y de virtudes probadas, expulsó inmediatamente el General Santana a los Sacerdotes
Doctor Elías Rodríguez, Gaspar Hernández, ilustre mentor de muchos de los trinitarios, y
José S. Díaz de Peña.
1853. Santana acusa a Báez. Un sordo rencor anidaba Santana contra Báez por no
haber permitido éste que le constituyera en instrumento y ejecutor de sus pasiones durante
su Gobierno. Y, sin que nadie lo esperara, se convirtió en su juez y lo condenó al ostracismo,
acusándolo de haber denunciado a las autoridades haitianas el movimiento febrerista; de
haber fascinado al Clero para que inclinara las masas en su favor; de mandatario despótico, y
declarando, finalmente, que se sentía arrepentido de su insubordinación contra el Presidente
Jimenes y de la recomendación con que lo honrara para la Presidencia de la República”.
Para esa época vivía Báez en Azua, en medio de los aplausos que su gestión de
mandatario le había conquistado y que resaltaba más ante las violencias de la segunda
administración de Santana, cuando le llegó la nueva de la expatriación perpetua a que
había sido condenado.
No quiso Báez resistir con la fuerza contra aquella injusta medida, y, antes de que le
fuera notificada su salida forzosa del país, se embarcó para Curazao, de donde pasó a Saint
Thomas, y produjo allí uno de los documentos, en nuestro concepto, más serenamente
escrito y más sobriamente concebido, en refutación de los cargos con que el Libertador
Santana había tratado de desprestigiarlo.
Entre otras cosas, dejó demostrado el ex Presidente Báez, en el referido opúsculo, que:
“cuando el General Santana vino a la Presidencia por primera vez, nadie supuso que ciego
de ambición, pudiera convertirse en instrumento de un estrecho círculo, iniciando la era
de las discordias civiles”; afirmaba que los servicios de Santana habían sido largamente
recompensados con dádivas generosas y que derribó la administración de Jimenes por
colocar a sus amigos; que había aterrado a la sociedad, ejecutando un horrible programa de
venganza, y que en manos de Santana, dadas las pasiones que lo avasallaban, desaparecían
todas las garantías.
1854. Congreso Revisor. Con el objeto de acomodar la Constitución al sistema de
Gobierno iniciado, se decretó su reforma, y, en tal virtud, se reunió en febrero de 1854,
en el pueblo de San Antonio de Guerra, un Congreso Revisor que luego se trasladó a la
ciudad de Santo Domingo y que creó la Vicepresidencia de la República. Se eligió para ese
alto cargo al General Felipe Alfau, quien lo declinó. La nueva elección recayó en el General
Manuel de Regla Mota.

262
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Tratado con los Estados Unidos. El tratado celebrado con los Estados Unidos no
fue aceptado por el Congreso, por haberse opuesto a ello el Gobierno inglés.
Consigna el señor José María Céspedes, en su obra acerca de la Doctrina de Monroe, lo
siguiente: “El 15 de octubre de 1854 concluyó Santana un tratado secreto con un Agente del
Presidente Pierce, por el cual cedía a los Estados Unidos la Bahía de Samaná”.
La actitud asumida por el General M. Marcano, Secretario de Santana y su favorito,
contra el Tratado Americano, le valió el destierro.
Nueva Reforma de la Constitución. Disconforme el General Santana con las reformas
introducidas al Pacto Fundamental por el Congreso Revisor, gestionó y obtuvo una nueva
revisión, en diciembre de 1854, y, al efecto, presentó un proyecto que acompañó de un Mensaje
en que se lee esta terrible amenaza: Si mi idea no es aceptada, mi divisa será la salud del pueblo.
1854. Reconocimiento de España. En noviembre de este año llegó a la ciudad de
Santo Domingo el señor Eduardo Saint Just, como Cónsul de aquella nación, acto éste que
implicó el tardío reconocimiento, por parte de la Madre Patria, de su antigua y primera
Colonia en América, como entidad libre, soberana e independiente.
1855. Conspiración del 25 de marzo. El malestar político se acentuaba cada vez más,
y el descontento público casi se manifestaba sin embozos contra el sistema de reprimirlo
todo con arbitrarios golpes de fuerza.
Ausente el General Santana, descubrió el Gobernador de la Provincia, General Antonio
Abad Alfau, una conspiración que fue reprimida por la fuerza y en la cual parece que
estaba complicado el General Sánchez, que pudo asilarse en el Consulado inglés, mientras
eran reducidos a prisión los Generales Pelletier y Jacinto de la Concha.
En el Seybo, acusado de connivencia con Pelletier, fue detenido el General Duvergé,
quien se encontraba confinado en esa región desde que se negó gallardamente a acompañar
al General Santana en su traición contra el Presidente Jimenes.
Como era de esperarse, funcionaron las Comisiones Militares de que tanto abusó el
General Santana, y, a verdad sabida y buena fe guardada, fue juzgado el más heroico de todos
los batalladores de nuestra independencia, General Antonio Duvergé, junto con sus hijos
Alcides y Daniel y los Comandantes Tomás de la Concha, Juan María Albert y otros.
La sentencia estaba decretada de antemano, pues Santana consideraba a Duvergé como
el más capaz de todos los hombres de su época para enfrentársele y vencerlo.
El 10 de abril de 1855 fueron puestos en capilla, sin que en momento alguno vieran la
cara de sus jueces, y el héroe del 19 de marzo, de Cacimán, en tres ocasiones, de Hincha,
de Las Matas y de otros laureles libertadores, exigió al piquete exterminador que fusilaran
primero a su hijo, a fin de que éste no contemplara el sacrificio de su padre, y en cuanto al
menor, Daniel, cuya ejecución se reenvió para más tarde, por no tener diez y seis años, lo
exhortó a que cumpliera firmemente con sus deberes de dominicano.
En el patíbulo besó serenamente la frente de su hijo y arrojó a su perro Corsario
el sombrero que cubría su cabeza de titán para que lo llevara al hijo que, de rodillas,
aguardaba en la prisión oír las descargas que le arrancaron al padre benemérito y al
hermano inolvidable.
Comisión Militar de Santo Domingo. No fue menos severa la Comisión Militar
de Santo Domingo, pues condenó a muerte a los Generales Pedro Eugenio Pelletier y
Joaquín Aybar y al ciudadano Francisco Ruiz, para los cuales se obtuvo que se conmutara
la pena por la de destierro perpetuo. El perdón de estos infortunados lo concedió el General

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Santana en el preciso momento señalado para ser ejecutados en la puerta del Cementerio
de la ciudad Capital.
Tratados celebrados. En ese mismo año se celebraron Tratados de Reconocimiento,
Paz, Amistad, Comercio y Navegación, con Cerdeña, España y la ciudad libre de Bremen.
Nuevas dÁdivas a Santana. El Senado Consultor concedió al General Santana, en
premio a sus servicios, el usufructo de la isla Saona por cincuenta años.
Huracán. El 26 de agosto del ya citado año azotó la parte Sur de la Isla un terrible
huracán que ocasionó el naufragio de las goletas de guerra de nuestra flotilla Constitución
La Buenaventura y Las Carreras.

Capítulo XXXIV
Nueva invasión haitiana
1855. Viaje del General Santana a Azua. En conocimiento el General Santana de que
el Emperador Soulouque organizaba una nueva invasión contra la República, se dirigió a
Azua, dejando encargado del Poder Ejecutivo al Vicepresidente Regla Mota, quien dictó
dos decretos: uno por el cual se llamó a las armas a todos los dominicanos de diez y seis a
sesenta años, y otro contentivo de la declaratoria de sitio en todo el territorio nacional.
Invasión de Soulouque. Con un ejército de treinta mil hombres y después de algunos
combates, se apoderaron las fuerzas invasoras de los pueblos de Neyba y Las Matas de Farfán.
Dividió el General Santana nuestro ejército en dos cuerpos. Uno salió sobre San Juan,
al mando del General Juan Contreras, y otro tomó el camino de Neyba, bajo las órdenes del
General Francisco Sosa.
Batalla de Santomé. El 23 de diciembre de 1855 es un día de patriótica recordación
para las armas dominicanas, por cuanto que el General José María Cabral, Jefe de la
vanguardia del cuerpo de ejército bajo las órdenes del General Contreras, batió gallardamente
en la Sabana de Santomé a los haitianos; postró en combate singular de dos mandobles al
General enemigo Antoine Pierre, Duque de Tiburón; apresó una pieza de artillería y una
gran cantidad de equipajes militares y pertrechos, y dejó cubiertos de cadáveres de intrusos
los secos pajonales de esa Sabana, que, como dijo un vibrante escritor fenecido: “ardieron
como inmensos pebeteros de su gloria”.
Acción de Cambronal. Parece que esa fecha y ese mes habían celebrado un pacto
victorioso con nuestro ejército, pues el cuerpo de tropas que, como hemos visto, despachó
el General Santana hacia Neyba, al mando del General Francisco Sosa, trabó ese día un
sangriento combate en Cambronal con las divisiones haitianas que avanzaban por esa vía, a
las cuales derrotó en medio de los vítores entusiastas con que cantó su proeza fabulosa.
En esta acción quedó muerto el Jefe de las hordas de Occidente, General Dadás, además
de doscientos ochenta y siete cadáveres, de infinidad de heridos, prisioneros y municiones
que abandonó el ejército en fuga.
1856. Batalla de Sabana Larga. Digno también de las épicas consagraciones del
patriotismo agradecido fue el triunfo obtenido por nuestras armas en la frontera Noroeste
contra los tenaces enemigos de la República.
En el mes de enero de 1856 el ejército del Emperador Soulouque, compuesto de dos
divisiones, mandadas por el Conde de Jimaní, atravesó el río Dajabón, y el 24 de ese mismo
mes empeñó el recio combate de Sabana Larga, donde le esperaban nuestras tropas y que
duró desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Vencidas quedaron allí una vez más las pretensiones de dominarnos nuevamente. Mil
cadáveres enemigos; la artillería ocupada; centenares de prisioneros hechos, muchos de ellos de
alta graduación; banderas tomadas; trofeos, medallas y pertrechos abandonados, demostraron
que el ejército del Cibao había cumplido por manera heroica, el juramento de perecer antes
que permitir que el yugo haitiano volviera a oprimir al indómito pueblo dominicano.
No podemos resistir, no obstante la brevedad que nos imponen estas lecciones, la
tentación de consignar uno de los más salientes episodios del gran duelo a muerte que fue
la batalla de Sabana Larga, y con el cual epilogaron ese magno esfuerzo de patriotismo los
Comandantes Juan Suero y Juan Rodríguez.
“En disputa estos dos valientes sobre cuál tomaría primero una pieza de artillería,
fue rechazado Rodríguez por dos veces consecutivas, y al lograr su intento en la tercera
acometida, recibió un metrallazo en que perdió una pierna. En este estado, fue montado
sobre el cañón conquistado y arrastrado en triunfo en el campo de batalla”, hasta que,
desmayado, fue colocado en una camilla para que fuera a morir a Guayubín.
Merecieron especial mención en este brillante hecho de armas el General Valerio y los
Coroneles Valverde Peña, Hungría, Batista y otros muchos oficiales, para cuya memoria guardará
siempre la gratitud nacional ramo de laurel que conquistaron por sus hazañas portentosas.
Los descalabros sufridos por el ejército haitiano persuadieron a Soulouque de que nada
podría domar la voluntad del pueblo que se había abrazado al ideal de redención.
Llegada del Cónsul Segovia. En reemplazo del Cónsul español Saint Just, llegó a la
Capital don Antonio María de Segovia, quien era portador del suspirado Tratado Dominico-
Español, que ya había sido aprobado por su nación, y de la Gran Cruz de Isabel la Católica,
con que condecoraba la Reina de España, Doña Isabel II, al General Pedro Santana.
Matricula de Segovia. Aumentó la presencia del Cónsul Segovia el malestar
político existente, pues estableció una corriente de funestos resultados para el patriotismo
nacional.
Fingió interpretar el Cónsul Segovia el Art. 79 del Tratado con su nación y matriculó
como súbditos españoles a cuantos dominicanos lo solicitaron.
Todos los enemigos de Santana se inscribieron en el Consulado español, en interés de
poder, sin riesgo alguno, hostilizar al impopular mandatario, lo que suscitó dificultades y
rozamientos que acaso más que los motivos de salud que invocó, determinaron al General
Santana a renunciar la Presidencia de la República ante el Senado Consultor. Asumió en
consecuencia el Vicepresidente, General Regla Mota, la Primera Magistratura del Estado.
1856. Elección del General Antonio Abad Alfau para la Vicepresidencia. Como
consecuencia del ascenso del General Regla Mota a la Presidencia de la República, quedó
vacante la Vicepresidencia, cargo para el cual se eligió al General Antonio Abad Alfau.
Hay que decir con claridad que ambos funcionarios no representaron otra cosa que no
fuera la continuación disimulada del General Santana al frente de los negocios públicos.
Abusos de Segovia. Mientras con más debilidad trataba el Gobierno los asuntos y
exigencias que, con carácter conflictivo y en interés de derrocarlo, le sometía casi a diario el
Cónsul Segovia, más insolente era la actitud que éste asumía de acuerdo con los partidarios
de Báez, hasta llegar al indiscreto extremo de decir: “que éste era el único hombre capaz de
restablecer la tranquilidad y de gobernar la República en paz y bienandanza”.
Decreto de Amnistía. Al amparo de los decretos de amnistía dictados, pudieron Báez
y todos los expulsos regresar al país: “habiendo reconocido oficialmente ese Caudillo, lo

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

mismo que el Libertador, por un rasgo de patriotismo la necesidad de relegar a un eterno


olvido los acontecimientos pasados”.
Renuncia del Vicepresidente Alfau. Parece que al General Alfau no le acomodó
el curso que tomaron los acontecimientos políticos, y, con la energía que le era peculiar,
presentó renuncia, lo cual aprovechó la evolución en acecho para elegir a Báez en su
reemplazo.
1856. Renuncia del Presidente Regla Mota. El movimiento político reaccionario
pronto lo arropó todo, y convencido de ello y de que, por lo tanto, no podía sostenerse,
el inepto mandatario General Regla Mota presentó renuncia de su investidura y con ello
ofreció la oportunidad al ya, por aquel entonces, General Buenaventura Báez, para que
ocupara el Solio por segunda vez.
Refieren hombres de aquella época que, consultado el General Ramón Mella por el
Gobierno acerca de lo que podría hacerse para contrarrestar la matrícula de Segovia,
respondió: “Envolverlo en su bandera y devolverlo a la Madre Patria”.
Segunda Administración de Báez. Inmediatamente constituyó su Ministerio el
General Báez, con los ciudadanos Félix María Delmonte, Pedro Antonio Bobea, David
Cohen y el General Juan Esteban Aybar.
Elección del Vicepresidente. Convocados los Colegios Electorales, obtuvo mayoría
de votos el General Juan Esteban Aybar, quien no llegó a prestar juramento porque la
política de aquellos días exigió que, so pretexto de nulidad en las elecciones verificadas en
Santiago y La Vega, se archivara, para purificarlo el proceso electoral correspondiente.
Cantaletas. Los partidarios de la nueva situación molestaban de continuo a los
amigos del General Santana, cantándoles en altas horas de la noche sangrientas y alusivas
coplas a su caída y a sus actuaciones.
Esas vulgares manifestaciones de rencor se denominaron cantaletas, y determinaron que
la reconciliación promovida entre Santana y Báez por los Cónsules de España, Inglaterra y
Francia, se quebrantara completamente.
Acusación contra Santana. Un grupo de ciudadanos acusó al General Santana
ante el Senado Consultor por violaciones a la Ley Fundamental, en un extenso memorial
fechado el 19 de diciembre de 1856.
El Senado acogió favorablemente la acusación, pero la mediación de los Cónsules
de España, Inglaterra y Francia suspendió sus efectos. A raíz de esto el General Santana
resolvió abandonar el país.
Agresión haitiana. El 14 de diciembre de ese mismo año un grupo de haitianos
realizó una serie de crímenes en Trujin, en la persona de dominicanos indefensos; y, con
tal motivo, los Cónsules de Francia e Inglaterra obtuvieron del Emperador Soulouque la
cesación de las hostilidades por dos años, acuerdo éste que sólo aceptó nuestra República
“como una simple suspensión de armas”, pues “no quería entrar en relaciones de amistad
con el Estado vecino sino a base del reconocimiento de la Independencia”.
Insurrecciones en el Sur.– Días después del incidente que acabamos de consignar se
levantaron en armas, en Cambronal, Sección de Neyba, los Coroneles Fernando Tavera y
Lorenzo de Sena, los que fueron sometidos casi seguidamente por el Gobierno sin que se
llegara a derramar una sola gota de sangre.
De este hecho, en el cual se supuso envuelto al General Santana, se derivó la orden de
prisión dictada por el Gobierno contra su persona.

266
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

1857. Prisión de Santana. El encargado de ir a cumplir la orden dictada contra el ex


Presidente Santana, que se encontraba en sus posesiones de El Prado, fue el General José
María Cabral, a cuyas órdenes se pusieron dos escuadrones de caballería procedentes de
San Cristóbal y Baní.
Conducido a la ciudad Capital, se afirma que el General Francisco del Rosario Sánchez, Jefe
Militar de la plaza, trató con la mayor generosidad al detenido, sin parar mientes, para reprimir
sus nobles impulsos en el recuerdo de que deudos suyos habían sido fusilados por aquel, ni en
las persecuciones que, contra su propia persona, había ejercitado Santana, lleno de saña.
Embarcado para Martinica, donde debía ser entregado al Contraalmirante Conde de
Gueydón, tuvo que regresar el expatriado a Santo Domingo, ciudad en que permaneció
hasta que vino en su solicitud el mencionado Jefe de la Escuadra francesa en las Antillas.
Rozamiento del Gobierno con el Ministro dominicano en Madrid. Don Rafael
María Baralt, nuestro Ministro Plenipotenciario en Madrid, interpretando directamente el
art. 7º. del Tratado Dominico-Español, en que Segovia se había apoyado para matricular
como españoles a todos los enemigos del General Santana, arrancó al Ministro de Estado
de aquella nación aclaraciones que disgustaron al Presidente Báez.
Destitución de Segovia. La actitud asumida por el Ministro Baralt ante la Cancillería
Española dio como resultado la destitución del Cónsul Segovia, factor importantísimo en la
última elección del señor Báez.
Honores al General Cabral. El Senado, en nombre de la República, resolvió, en
mérito a los servicios prestados por el General Cabral, héroe de Santomé, ofrecer una
espada de honor con las inscripciones siguientes, de un lado de la hoja: Gratitud Nacional, y
del otro: Honor al General José María Cabral.
Además, se dispuso la acuñación de medallas de oro para los Generales, Jefes y Oficiales
que tomaron parte en las acciones de guerra de 1855 y de 1856.

Capítulo XXXV
Revolución del 7 de julio
1857. Origen de ella. Pocos habían sido los progresos materiales e intelectuales con que
hasta esa fecha había señalado la República su existencia, absorbidos como habían estado sus
hijos durante los trece años recorridos, después de la independencia, unas veces en la tarea
de defenderla y otras en la de buscar abrigo contra las encarnizadas persecuciones que inició
Santana y en las que ya también se había distinguido Báez, amos, en esas épocas desgraciadas
y tormentosas, de las dos únicas corrientes políticas existentes, cuando una medida
aniquiladora de la riqueza cibaeña conmovió la opinión pública de aquellas regiones.
Consistió ella en la excesiva emisión de papel moneda, que tomó como pretexto, para
llevarse a cabo, la escasez de numerario, cuando, por el contrario, se daba el caso de que un
peso fuerte equivalía a más de cincuenta en papel, y se aumentó el descontento cuando el
pueblo, que siempre vigila con recelo las manos de sus gobernantes, vio a personas adictas
al Presidente Báez llegar al Cibao a comprar onzas españolas a razón de mil cien pesos
papel por cada una.
Sospechado, pues, de falto de honradez el Gobierno, y mortalmente heridos los
intereses económicos y comerciales del Cibao, casi todos sus prohombres se reunieron
la noche del 7 de julio de 1857 en la Fortaleza de San Luis (Santiago), desconocieron el
Gobierno y constituyeron uno provisional bajo la Presidencia del General José Desiderio

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Valverde, del cual formaron parte altos prestigios, como eran Ulises Francisco Espaillat,
Benigno Filomeno de Rojas, Domingo Daniel Pichardo, Pedro Francisco Bonó y otros.
Adhesiones al movimiento. Todos los pueblos de la República se adhirieron en
breve al movimiento, a excepción de Higüey y Samaná.
Para fines de mes ya estaba sitiada la ciudad Capital por formidables contingentes de
tropas al mando del General santiagués Juan Luis Franco Bidó, mientras el Presidente Báez,
dentro de los muros de ella, había organizado la defensa con el concurso que le prestó el
prestigioso ascendiente de los Generales Cabral, Sánchez, Marcano, Ramírez Báez y Aybar
y la flotilla de guerra nacional que permaneció fiel al mandatario.
Indemnización a Báez. El Senado Consultor concedió al Presidente Báez: “una
indemnización de cincuenta mil pesos fuertes por las depredaciones sufridas en sus bienes
y por el uso y destrucción de ellos”. Dio origen esa Resolución a que el Senador don Pedro
Tomás Garrido, después de protestar virilmente contra hecho tan escandaloso, se asilara en
el Consulado Italiano.
Combates entre sitiados y sitiadores. No escasa importancia revistieron los
combates que empeñaron en Guerra y La Estrella, antes de encontrarse completamente
sitiada la ciudad, las tropas al mando de los Generales Francisco del Rosario Sánchez y José
María Cabral, con las fuerzas revolucionarias, y, después de establecido el cerco de ésta,
en las salidas que realizaron los sitiados a las alturas de San Carlos. Todos esos combates
fueron adversos a las armas del Gobierno.
Rendición de Higüey y toma de Samaná. Después de una tenaz resistencia, tuvo
el General Merced Marcano, representante del Gobierno en Higüey, que retirarse para la
Capital, y a poco cayó la plaza de Samaná, a viva fuerza, en poder del General Mella.
Viaje del Presidente Valverde. En septiembre se trasladó el Presidente Valverde al
campamento sitiador y regresó casi seguidamente a Santiago.
Llegada del General Santana al Cibao. En virtud de los decretos expedidos por
el Gobierno provisional de Santiago, hijos de la mejor buena fe, pero que no reflejan cálculo
político alguno, regresó el General Santana al país por Puerto Plata, y ya a mediados de
septiembre “compartía con el General Franco Bidó el asedio de esta plaza”, error que pagó
muy caro la revolución primero, y más tarde, lo que es más sensible aun, la República.
1858. Asamblea Constituyente de Moca. No descuidó el Gobierno Provisional
la convocatoria de una Asamblea Constituyente, que, reunida en Moca, votó una nueva
Constitución: decretó la traslación de la Capital a Santiago y eligió Presidente de la República
al General José Desiderio Valverde y Vicepresidente a don Benigno Filomeno de Rojas.
Gabinete del Presidente Valverde. El presidente Valverde, tan pronto tomó
posesión de su elevado sitial, nombró sus Ministros a Domingo Daniel Pichardo, Pablo
Pujol y al General Ramón Mella.
Existían, pues, dos Gobiernos legales en la República.
Estado de la ciudad capital durante el sitio. No obstante las medidas tomadas
por el Presidente Báez para que buques de la flotilla nacional fueran periódicamente a
Curazao y Saint Thomas a buscar provisiones, el estado de miseria en la ciudad de Santo
Domingo adquirió proporciones alarmantes.
Capitulación de Báez.– Reducido el Gobierno del Presidente Báez a los muros de la
ciudad, ya comenzaba, después de once meses de sitio, a decaer el ánimo del aguerrido
ejército que lo sostuvo; y, en tal virtud, y dada la miseria existente, resolvió aceptar la

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

mediación que le ofreció el Cuerpo Consular para concertar una capitulación el 12 de junio
y embarcarse inmediatamente para el extranjero.
Al siguiente día entregó la plaza a las fuerzas sitiadoras, al mando del General Pedro
Santana, el General José María Pérez Contreras.
Contrarrevolución de Santana. Apoyado por los pueblos del Sur y Este de la
República, y con el pretexto de restablecer la Constitución de 1854, que había quedado
derogada con la promulgación de la votada recientemente en Moca, un grupo de notables
ciudadanos dio plenos poderes al General Santana para sostener el orden y lo encargó para
entenderse con el General Valverde, Presidente de la República y residente en Santiago,
ciudad aquella asiento del Gobierno, en virtud del decreto dictado en tal sentido.
Las gestiones que, con el objeto de llenar una aparente actitud de sinceridad, encaminó
Santana en este sentido, no fueron acogidas por el General Valverde, quien salió con fuerzas
sobre la ciudad Capital, dispuesto a mantener su autoridad.
Derrota de Piedra Blanca. Al mando del Comandante Juan Francisco Guillermo,
salieron las tropas de La Vega con rumbo a la Provincia de Santo Domingo y trabaron en
Piedra Blanca un combate con las fuerzas que desde El Maniel marcharon hacia el Cibao, a
las órdenes del Coronel José María Martínez.
Derrotado éste, el mismo Guillermo sedujo sus fuerzas y contramarchó en actitud
revolucionaria sobre La Vega.
Renuncia del General Valverde. Ese hecho, y otros no menos arteros, llevaron el
desaliento a las filas del Gobierno, y muy especialmente al corazón del General Valverde,
quien se devolvió de Cotuy, hasta donde había llegado con sus tropas, regresó a Santiago,
depuso el mando ante el Congreso y embarcó días después para el extranjero por el puerto
de Monte Cristy, acompañado de su deudo, el General Domingo Mallol, y de las conspicuas
personalidades que habían formado su Gabinete.
1858. Llegada De Santana Al Cibao. El General Santana, que a la cabeza de fuerzas
importantes se dirigía al Cibao, llevando como Segundo al General Antonio Abad Alfau,
en vista de las noticias que recibió de camino, apresuró su marcha, y, pronunciada La
Vega, pasó por ella sin detenerse hasta llegar a Santiago, plaza que le fue entregada por los
Generales Fernando Valerio y Juan Evangelista Gil, a quienes el Congreso había nombrado
para que mantuvieran el orden.
Regreso de Santana. Después de haberse adherido todos los pueblos del Cibao al
movimiento contrarrevolucionario y de haber tomado las medidas militares conducente al
sostenimiento del orden de cosas que se iniciaba, regresó a la Capital el General Santana, y
puso en vigor la Constitución de 1854.
Elecciones. Al amparo de esa Constitución se convocaron los Colegios Electorales,
que no sólo designaron cuerpos Legislativos y el personal de los Ayuntamientos, sino
que eligieron a los Generales Pedro Santana y Antonio Abad Alfau para Presidente y
Vicepresidente de la República, por tercera y segunda vez, respectivamente.
Consideraciones. Evitemos en lo posible mezclar en nuestra sencilla narración las
reflexiones que nos sugiere la rotación de los sucesos, con el propósito de evitar a la
Historia ese carácter dogmático que muchas veces adquiere; pero, cuando, en nuestro
concepto una consideración que hagamos obliga al lector, y muy principalmente al
alumno, a meditar acerca de la trascendencia de determinados hechos, no vacilamos en
consignarla.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

De ahí, pues, que nos permitamos aseverar que la caída del Gobierno del General
Valverde facilitó la realización de los planes liberticidas que a poco festinaron Santana y
sus parciales, en interés de sostenerse en la superficie de los acontecimientos, tarea que ya
había franqueado un poco la salida de Báez, expulso por aquel entonces con un considerable
número de sus amigos.
Muy pronto veremos que a la vieja idea de una nueva tutela se le dio calor y forma
hasta cristalizarla con la anexión a España.

Capítulo XXXVI
Hacia la esclavitud
1859. Tercera y última Presidencia de Santana. El último día del mes de enero de
1859 escaló el Solio presidencial, por tercera y última vez, el General Pedro Santana, para
consumar poco tiempo después el más detestable atentado contra la soberanía nacional.
Derrocamiento del Emperador Soulouque. Mientras se verificaban algunos de los
acontecimientos que dejamos señalados, ocurrió en Haití el derrocamiento del Emperador
Soulouque y la restauración de la forma de gobierno republicano, bajo la dirección del
General Fabre Geffrard, cambio éste que tranquilizó al pueblo dominicano, puesto que
había tenido en el destronado y ridículo Emperador el más obstinado enemigo de su
libertad e independencia.
Suspensión de relaciones. El 5 de mayo de 1859 los cónsules de Francia, Inglaterra,
España, Holanda y Cerdeña, reclamaron en favor de sus compatriotas, tenedores del
papel moneda emitido durante la administración del Presidente Báez, una medida menos
perjudicial para los intereses de sus representados que la dictada por el Senado Consultor;
pero, habiéndose negado el Gobierno a crear esa excepción, se embarcaron los Cónsules
francés, inglés y español, dejando sus súbditos bajo la salvaguardia del honor nacional”,
que no desmintió su proverbial hidalguía.
Este acontecimiento produjo la consiguiente alarma e intranquilizadoras versiones que
explotaron los enemigos del Presidente Santana.
Buques de Guerra en El Placer de los Estudios. Como consecuencia de la ruptura
de relaciones que motivó el embarco de los Cónsules mencionados; se presentaron el 30
de noviembre de ese mismo año en El Placer de los Estudios el bergantín francés Le Mercure,
la fragata inglesa Cossack y el vapor español Don Juan de Austria, con el objeto de que sus
Comandantes arreglaran la cuestión que había dado origen al incidente.
Exigieron estos del Gobierno la promesa de acceder a la demanda intentada en favor de
sus súbditos y expresaron que los Cónsules, que se encontraban a bordo, no desembarcarían
a restablecer las relaciones sin que antes se les diera la seguridad de que serían acogidos sus
deseos y de que la plaza saludara previamente sus pabellones respectivos.
Inútiles fueron los alegatos de nuestra Cancillería, pues la fuerza se impuso y sufrió el
honor nacional la humillación de tener que aceptar las duras condiciones impuestas.
Sólo el vapor español Don Juan de Austria saludó primero nuestra plaza, rindiendo culto
a un principio de urbanidad internacional de viejo y universalmente consignado en todas
las ordenanzas marítimas.
Expulsión del prócer Sánchez. Les pasiones políticas estaban desbordadas, y el
prócer Sánchez, junto con varios ciudadanos distinguidos, en virtud de un decreto lanzado
por el Gobierno, tuvo que tomar una vez más el camino del destierro.

270
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Persecución contra la familia del General Matías de Vargas. Para escapar


a las crueldades de Santana, se encontraba fugitivo desde hacía tiempo el General Matías
de Vargas, cuando, para constreñirlo a que se entregara, ordenó el Gobierno la prisión de
todos sus familiares.
1859. Asalto de Azua. En conocimiento el General Matías de Vargas de la cruel medida
tomada contra su familia en la ciudad de Azua, organizó un asalto contra esa plaza, en cuya
defensa perdió la vida el Comandante de Armas, General Casimiro Feliz.
Dueño de ella, no supo utilizar los grandes contingentes de fuerzas que se le unieron,
y a los ocho días se encontraba casi solo, a tal punto, que al acercarse con sus tropas el
General Antonio Abad Alfau, Vicepresidente de la República, se vio obligado el General
Vargas a abandonar la población, seguido de un pequeñísimo grupo que se disminuyó
inmediatamente en razón de la persecución establecida.
Cuando ya sólo le acompañaba su hermano, de monte a monte, tomó el rumbo de la
provincia Capital, donde, capturado en Haina, fue ejecutado, como lo habían sido antes sus
principales compañeros en la población asaltada.
Después de esos acontecimientos, nuestras cárceles se vieron repletas de detenidos
políticos, soñada revancha con que satisfizo sus odios la facción política imperante.
Gestiones de Protectorado. Ya hemos dicho que, al ocupar el Solio por tercera vez,
se avivaron en el General Santana sus deseos de toda la vida de buscar apoyos extraños,
no en interés de la República, que ya estaba cimentada por el esfuerzo de sus hijos, sino
para no quedar sujetos él y su grupo a las alternativas que tan pronto lo habían llevado a
culminar, como lo habían empujado al ostracismo.
En tal virtud, aprovechó la permanencia del General Felipe Alfau en España; lo nombró
nuestro Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en aquella corte, a quien se
dieron instrucciones para que gestionara el Protectorado.
1860. Más tarde, en abril de 1860, el General Santana llevó más lejos sus intentos, y
solicitó del Gobierno español la anexión de la Patria que había ayudado a crear y cuyo
brillante porvenir sacrificó, en interés de conservar un poder que, a la postre, se le escapó
de las manos.
El anhelo de perpetuarse en el Poder deslustra siempre a los mandatarios que quieren
ocupar indefinidamente el turno que corresponde a otros hombres, a las nuevas ideas y a
las generaciones que marchan detrás de ellas.
Insurrección de Domingo Ramírez. El General Domingo Ramírez, acusado de
tolerancia de comercio clandestino en las fronteras, donde actuaba como Jefe, fue llamado a
la Capital para rendir cuenta de su conducta, lo que determinó su sublevación, de acuerdo
con los Generales Fernando Tavera y Luciano Morillo, acontecimiento que obligó al General
Santana a trasladarse a esas regiones.
Allí se libraron algunos combates, y vencidos esos cabecillas, se internaron en Haití.

Capítulo XXXVII
Período de la Anexión
Llegada del Brigadier Gutiérrez de Ruvalcaba. Comisionado por el Gobierno
Español para enterarse de las ventajas que “podría proporcionar a la Madre Patria la
reincorporación de su antigua Colonia”, tan ardientemente solicitada por el Gobierno,
llegó a Santo Domingo el Brigadier Joaquín Gutiérrez de Ruvalcaba, en momentos en que

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se encontraba ausente el General Santana, ocupado en combatir el malestar político que


creara el levantamiento del General Domingo Ramírez en el Sur.
Recibió al distinguido militar español el Vicepresidente, General Alfau, quien le dio
informaciones favorables acerca del proyecto, que aquél transmitió y recomendó al gabinete
de Madrid, creyéndolas ciertas, mientras, en puridad de verdad, el pueblo ignoraba que el
Palacio del Gobierno se había convertido completamente en fragua donde se forjaba el
grillete de su próxima esclavitud.
1861. Reunión de personas importantes. Invitados por el General Santana, se
trasladaron a la ciudad Capital sus más prestantes amigos del país, quienes reunidos,
convinieron en “abrirle camino, de una manera disimulada, a la idea de la anexión, en la
masa del pueblo ignorante, que sumido en el más profundo obscurantismo”, sólo despertó
cuando se sintió encadenado.
Viaje del Brigadier Peláez. Poco despues llegó el Brigadier don Antonio Peláez de
Campomanes, segundo Cabo de la Capitanía General de Cuba, en misión que se relacionaba
con el proyecto de anexión, y celebró una misteriosa entrevista con el General Santana en
San José de Los Llanos.
Al ausentarse, acompañó al Brigadier Peláez el Ministro de Hacienda, don Pedro Ricart
y Torres, para ultimar con el General Serrano, Capitán General de Cuba, más tarde Duque
de la Torre, todo lo relativo a la anexión; pues ese General español tenía plenos poderes
para dar forma a la consumación del atentado político que iba a convertir a la República
Dominicana en Colonia Española.
Proclamación de la Anexión. Hasta el 4 de marzo de 1861 había mantenido en
secreto el General Santana las negociaciones entabladas con España.
¡Por medio de una circular, explicó entonces a sus amigos la salvadora transición que se
avecinaba!
Desde ese momento, el patriotismo vio claro, y, a pesar de la expulsión del General
Mella, el ilustre dominicano Pbro. don Fernando Arturo de Meriño concibió un plan para
entorpecer la realización de ese crimen de lesa patria, en que jugaban un papel importante
los Generales Manzueta y Leger.
Denunciado el proyecto de conjuración a Santana, éste amenazó con reticencias al
General Leger, y el 18 de marzo de 1861, al proclamarse la anexión, en los balcones del
Palacio de Gobierno de la Plaza de la Catedral, donde se vitoreó a Doña Isabel II de España,
tuvo el General Leger, cuya presencia se había exigido, que arriar la bandera nacional y
enarbolar el pabellón español, que fue saludado por la Fortaleza con ciento un cañonazos.
¡Pobre Patria!
Adhesión de todas las autoridades. Preparada de antemano la horrible farsa,
todas las autoridades dependientes del Gobierno se adhirieron por medio de simulados
pronunciamientos a la inconsulta anexión, distinguiéndose la población de San Francisco
de Macorís por la oposición que hizo a que se arriara la bandera nacional, lo que obligó
al Comandante de Armas, General Juan Esteban Ariza a usar de la fuerza. Cupo a Puerto
Plata la gloria de haber sido la última ciudad que doblara el yugo ante la nueva coyunda
que nos esclavizaba.
Y, mientras más se empeñaron Santana y sus partidarios en revestir el acto de
reincorporación, de acuerdo con las indicaciones del General Leopoldo O’Donnell,
Presidente del Consejo de Ministros Español, “de carácter espontáneo para dejar a salvo

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

la responsabilidad moral de España”, resaltaron a la vista la perfidia y el engaño de que se


habían valido para arrebatarnos la libertad.
Cuando el General O’Donnell sugirió la necesidad de un plebiscito, se le expresó que la
matrícula de Segovia suplía esa formalidad.
Bautismos. El pueblo denominó bautismos a la profusión de grados y ascensos en el
ejército otorgados por Santana y al reparto de las casas del Estado entre sus amigos “en
pago de acreencias”, con que se esforzó el tirano en mantener sumisos y conformes a ciertos
elementos en vísperas de la anexión.
Protesta de Moca. El 2 de mayo de 1861, después de mes y medio de proclamada la
anexión, el Coronel de Caballería José Contreras proclamó en Moca la Restauración de la
República y asaltó los cuarteles, que defendió hasta perecer el Teniente Francisco Capellán,
y donde quedó herido el General Suero.
¡Se decidió la acción contra los patriotas, y días después el bravo Coronel Contreras y
sus heroicos compañeros bañaron con su sangre de mártires el tronco de nuestra libertad
perdida, luego reconquistada a golpes de intrépido batallar!
Llegada de las tropas españolas. Los primeros contingentes de fuerzas españolas
llegados al país a raíz de la anexión, procedieron de Puerto Rico y Cuba.
Tragedia de El Cercado. Aquel noble apóstol de nuestra libertad, el héroe de la
Puerta del Conde, el ilustre Francisco del Rosario Sánchez, tan pronto como supo en el
destierro que la Patria había desaparecido, se trasladó a Haití, acompañado del General
Cabral y de otros distinguidos dominicanos.
Una vez obtenido el concurso, que solicitó durante algún tiempo, del presidente
Geffrard, atravesó la frontera del lado de El Cercado, mientras el General Cabral hizo lo
mismo con otro grupo de patriotas en los límites de Neyba.
Cuando ya había abierto Sánchez operaciones militares, le avisó desde Port-au-Prince
don Manuel María Gautier que el Presidente Geffrard, “amenazado por el Gobierno
Español”, le retiraba su apoyo y negaba los recursos prometidos.
Tal noticia produjo hondo desconcierto en las filas de los patriotas, y llegó a tal punto el
pánico, que Santiago de Olio, el más influyente y prestigioso de los elementos fronterizos
que se habían puesto a las órdenes de Sánchez en El Cercado, concibiera el plan, traidor y
vulgar, para redimirse de las persecuciones que le acarrearía su anterior actitud, de capturar
a Sánchez y sus compañeros para entregarlos a Santana.
“Se adelanta el traidor, aposta sus emboscadas al pie de la loma Juan de la Cruz, y
cuando Sánchez y sus compañeros se dirigían a Haití”, forzados por la falta de apoyo,
balas dominicanas los acribillan y sus brazos hercúleos de libertadores son atados, como si
se tratara de criminales empedernidos.
Sánchez herido, y veinte de sus compañeros fueron entregados y trasladados a San
Juan, logrando los demás internarse en Haití.
Improvisado Consejo de Guerra, presidido por el General Domingo Lazala, enemigo
personal de Sánchez, los juzgó, y es fama que el prócer ilustre hizo esfuerzos porque el fallo
condenatorio, que ya presumía y aguardaba impasible, sólo alcanzara a él, achacándose la
absoluta responsabilidad de todo lo ocurrido, cuando lleno de virilidad exclamó: “Tibi soli
peccavi et malum coram te feci…”.
1861. Y allí, el 4 de julio, confundidas por el martirio, como lo estuvieron en el esfuerzo
libertador, fueron sacrificadas las víctimas con que la impiedad del patricio quiso ahogar el

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resurgimiento de la libertad, para vigorizar con su ejemplo generoso el espíritu varonil del
grito de Capotillo, el intrépido ardimiento de Luperón y los tremendos mandobles con que
las vengó Cabral en La Canela.
Las ideas de libertad no se extirpan con la muerte de los hombres que les representan,
puesto que a medida que los pueblos piensan en ellas, descubren en los mártires una
grandeza moral que, poseídos de noble ambición, aspiran a imitar.
De ese hecho horroroso protestó con entereza el Comandante del batallón de La Corona,
don Antonio Luzón, “que se salió de San Juan con sus fuerzas para no autorizarlo con su
presencia”.
Viaje de Santana al Sur. De Moca, adonde lo habían llevado los acontecimientos
ocurridos, atravesó el General Santana, por el camino de Piedra Blanca, a Azua, cuando en
esa ciudad recibió una comunicación del General Serrano, de la que era portador el Teniente
Coronel Antonio García Rizo, en la cual le participaba: “que Doña Isabel II, obedeciendo a
los magnánimos impulsos de su corazón, se había dignado aceptar los votos de los fieles
habitantes de la parte española de Santo Domingo, y consentía en que ésta volviera a entrar
en el seno de la Patria Común, formando parte integrante de la monarquía española”.
Títulos concedidos al General Santana. Tinto una vez más en sangre de
libertadores el territorio dominicano, un manto de impenetrable y silenciosa tristeza
envolvió al abatido espíritu nacional, mientras el General Santana, creyéndose para toda la
vida omnipotente, recibió como premio a su delito el nombramiento de Teniente General
de los Reales Ejércitos, Gobernador Civil y Capitán General de la Colonia, Senador del
Reino y posteriormente el título nobiliario de Marqués de Las Carreras.
Junta Clasificadora. Al frente de la Capitanía General de la nueva Colonia instaló el
General Santana, bajo su presidencia una Junta Clasificadora, de la cual formaron parte el
Segundo Cabo don Antonio Peláez de Campomanes y los Generales dominicanos Antonio
Abad Alfau, José María Pérez Contreras y Miguel Lavastida, con el objeto de reconocer los
empleos y grados militares otorgados por los distintos Gobiernos de la extinguida República.
No presidió la equidad las decisiones de esa Junta, pues el General Santana y sus
parciales en ella tomaron a empeño el abrillantar la hoja de servicios de aquellos con
quienes tenían viejos vínculos políticos y la de postergar los legítimos merecimientos de los
que consideraban como adversarios.
Expulsión del Padre Meriño. No queremos dejar de consignar que, con motivo
de su patriótica actitud contra la anexión, se envió para España, bajo partida de registro,
al Pbro. Fernando Arturo de Meriño, más tarde Presidente de la República y Arzobispo
Metropolitano de la Arquidiócesis.
Absorción de los destinos públicos. Grandes fueron las desazones experimentadas
por el General Santana al darse cuenta de que una corriente de peninsulares había invadido los
destinos públicos de la nueva Colonia con perjuicio de los amigos que lo habían acompañado
a realizar la anexión, obra nefasta a que llegó, casualmente, “para conservar sin peligro el
monopolio de un poder absoluto que le permitiera repartir los empleos entre sus allegados”.
Santana, al consumar la anexión, se olvidó de que a toda hora y en toda latitud, los
invasores, ocupadores, interventores o usurpadores de un país, lo convierten en un renglón
de su presupuesto, donde refugian a cuantos asedian el Gobierno de la Metrópoli, con la
demanda insaciable de ventajas, negocios, posiciones políticas o ascensos militares de viejo
prometidos y hasta ese momento incumplidos.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

1862. Renuncia de Santana como Capitán General. El contacto con la realidad


y la exigente solicitud de muchos de sus amigos que, al sentirse anulados, advirtieron el
engaño, cercenaron en gran parte el antiguo prestigio del General Santana, con intrigas
desarrolladas cerca del elemento dominador exótico.
Desposeído de su omnímodo poder dictatorial, e impotente su indómita voluntariedad
para triunfar en la lucha que sostenía contra muchos, y muy especialmente con su Segundo,
el Brigadier Peláez, apeló el General Santana a su recurso favorito en días de crisis: el de
retirarse “por motivos de salud a El Prado” y luego renunciar, tal vez con la esperanza de
que esta última actitud provocaría alarma, y, por ende, una reacción en su favor; pero si tal
fue su cálculo sufrió un grave error, pues el Gobierno de Su Majestad aceptó la renuncia y
le dio las gracias por “el celo, lealtad e inteligencia” que había demostrado en el desempeño
de la Capitanía General.
Santana Marqués de Las Carreras. Con el objeto, según parece, de no hacer tan
hondo el desencanto de Santana con motivo de la aceptación de su renuncia, la Reina le hizo
“merced de título de Castilla”, con la denominación de Marqués de Las Carreras, irrisoria
recompensa que, si halagó momentáneamente su selvática vanidad, debió constituir más
tarde para él, en la hora de su arrepentimiento, un candente aro de fuego que abrasó los
mustios laureles de soldado que ciñeran su frente.
Gobierno de Rivero y Lemoine. Para reemplazar al General Santana, nombró la
Corte al Teniente General don Felipe Rivero y Lamoine. Continuó el Marqués al frente de
la Capitanía General hasta que llegó el sustituto, a mediados de julio de 1862.
Tomó posesión de su cargo el General Rivero, acompañado del Brigadier don Carlos de
Vargas Machuca y Cerveto, como Segundo Cabo, en reemplazo del Brigadier Peláez.
Nuevo Arzobispo. En esos mismos días tomó posesión del Arzobispado don
Bienvenido Monzón, quien procedió a la instalación del Cabildo Eclesiástico, en el cual no
figuró un solo sacerdote dominicano, pues cuando se destruye la libertad de un pueblo,
o se apagan los reflejos de su soberanía, siempre toma empeño el dominador en sojuzgar
hasta la dirección espiritual que representan las funciones religiosas.

Capítulo XXXVIII
Restauración
Estado político del país. Para este tiempo ya el sentimiento nacional, de manera
casi unánime, consideraba que “la obra de la anexión impuesta por la fuerza” no había
reportado beneficio alguno al país.
Sólo un grupo de amigos de Santana había derivado ventajas pecuniarias y honores
por su complicidad en el crimen cometido, y el afán de aparentes progresos que resultaba
costoso a la población unido a las vertiginosas innovaciones con que se pretendió cambiar
las costumbres, españolizándolo todo, habían llevado el disgusto a su grado más alto.
Cerrados los templos masónicos, como si fueran focos de conspiración; establecida la
censura para la prensa y decretados terribles castigos para los desafectos al régimen colonial,
rápidamente se levantó una ola de antipatía y repulsión, que culminó con sangrientos
arrebatos primero, y más tarde en una protesta armada, por cuyo cauce corrieron torrentes
de sangre y de lágrimas.
1863. Asalto de Neyba. A principios del mes de febrero de 1863, a la cabeza de 50
hombres, el Comandante Cayetano Velázquez asaltó la población de Neyba; pero, sin fe

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

el vecindario en el éxito de la empresa, secundó al Alcalde para capturar al insurrecto y


restablecer la tranquilidad.
Pronunciamiento de Guayubín. Pocos días después, el General Lucas Evangelista
de Peña, con el concurso de los Coroneles Norberto Torres, Juan Antonio Polanco, Benito
Monción y de los Oficiales Pedro Antonio Pimentel, José Cabrera, José Barriento, Juan de
la Cruz Alvarez y otros, pronunció al pueblo de San Lorenzo de Guayubín, e hizo presos a
los españoles allí destacados, mientras el Coronel José Mártir, ayudado por don Santiago
Rodríguez, desalojó de Sabaneta a las fuerzas españolas.
El movimiento se extendió rápidamente hasta llegar a Monte Cristy, de donde se
despacharon expresos a la autoridad de Santiago con la noticia de todo lo ocurrido.
A la cabeza de pocas fuerzas salió para la Línea N. O. el Gobernador Hungría, y
mientras se acantonaba en Jaivón para iniciar el envío de una comisión a los insurrectos,
entre los cuales contaba con algunos amigos le sorprendió la noticia de que Santiago de los
Caballeros había correspondido al movimiento restaurador iniciado.
Acontecimientos de Santiago. El sentimiento patriótico, nunca desmentido, con
que, entre otras poblaciones del Cibao, había Santiago resistido a la obra de la anexión, se
reveló esta vez con actos que, aunque tuvieron un desenlace desgraciado para el interés
nacional, comprometieron el innegable espíritu viril de sus hijos para convertirla, más
tarde, en sangriento y glorioso escenario de nuestra lucha restauradora.
Con el objeto de secundar el movimiento iniciado en la Línea N. O., un grupo de
patriotas reunidos en el Fuerte Dios, en la noche del 24 de febrero del año antes citado, se
dirigió a la Plaza de Armas, puso en libertad los presos y, de acuerdo con el Ayuntamiento
compuesto por los señores Juan Luis Franco Bidó, Pablo Pujol y Belisario Curiel, exigió la
rendición de todas las tropas que habían sido reconcentradas a la Fortaleza San Luis, en
virtud de denuncias que habían recibido las autoridades españolas.
Vaciló el General dominicano Achille Michel, Jefe de las Reservas, a quien el General
Hungría confió la Gobernación de esa plaza al tener que salir a campaña; pero el Teniente
Coronel español Joaquín Zarzuelo se le impuso, redujo el Ayuntamiento y a un gran número
de personas notables a prisión y ordenó al Capitán Lapuente que bajara del Fuerte con su
compañía al encuentro de los conjurados, seguido de fuerzas del Batallón de San Marcial, a
les órdenes del Comandante Aguilera.
Los amotinados a su vez avanzaron dando vítores a la República y trabaron un fuerte
tiroteo hasta que, arrollados los patriotas, tuvieron que retirarse, con abandono de cinco
muertos y varios heridos.
Cuando el General Hungría, informado de los acontecimientos, llegó a Santiago, ya el
conato de rebelión había sido sofocado e iniciado el procedimiento sumarísimo que llevó al
cadalso a unos, a otros al destierro y a no pocos al presidio.
Movimiento de fuerzas. De la ciudad Capital salieron grandes contingentes de tropas
hacia el Cibao, al mando del General Santana, del Segundo Cabo don Carlos de Vargas y del
General José María Pérez Contreras, de donde regresaron todas a pocos días después de haber
tomado posesión de la Gobernación de Santiago el tristemente célebre Brigadier Buceta.
1863. Comisión Militar. No perdió tiempo la Comisión Militar instalada en Santiago,
de acuerdo con las disposiciones dictadas por el Capitán General Rivero, y el 17 de abril,
en virtud de sentencia recaída fueron fusilados en aquella ciudad los patriotas Eugenio
Perdomo, Carlos de Lora, Comandante Vidal Pichardo y Capitán Pedro Ignacio Espaillat

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

“como cabecillas de los sediciosos que se amotinaron el 24 de febrero contra la legítima


autoridad”.
Adquirió las proporciones de leyenda romancesca el hecho de que en la madrugada del día
en que debía ser pasado por las armas el poeta Eugenio Perdomo, abandonara la capilla, previo
compromiso de honor de regresar, celebrado con el oficial español que le custodiaba, para ir a
entonar una última y melancólica endecha de amor, bajo la ventana de su desolada prometida, y
que en tiempo oportuno se restituyera a la prisión para acatar el voto de la sentencia fatal.
¡Noble rasgo éste que demuestra el espíritu caballeresco del dominicano y la nobleza
legendaria del alma castellana!
Después de pacificada la Línea N. O., a costa de pocos sacrificios, el Capitán General
Rivero concedió indulto en favor de los complicados en esa insurrección.
Exceptuó de los beneficios de esa medida a los Jefes y Oficiales.
Muchos se acogieron a la gracia otorgada; pero otros permanecieron ocultos o se
trasladaron a Haití en espera de los acontecimientos que sólo habían tenido una iniciación
tan incompleta como desgraciada.
Capotillo. La rebelión no había muerto, estaba simplemente en acecho de que
pudieran ultimarse las combinaciones y de que se consiguieran con el General Salnave,
Jefe revolucionario haitiano de aquel entonces, los recursos y municiones indispensables
para recomenzarla.
Obtenidos estos, el 16 de agosto de 1863, José Cabrera, Santiago Rodríguez, Benito Monción
y otros de los que no habían querido acogerse al indulto decretado, enarbolaron en la enhiesta
cumbre de Capotillo la bandera nacional, que flotó ufana, como diciendo al mundo que la
nacionalidad que representaba surgiría de nuevo, merced al heroico esfuerzo de sus hijos.
Enardecidos esos patriotas por el toque de diana glorioso e inolvidable, marcharon
inmediatamente sobre Sabaneta, en tanto que Pimentel desbandaba en Jácuba a un
destacamento español.
Toma de Monte Cristy y Guayubín. El 18 de agosto, Federico de Jesús García, después de
un ligero combate, ocupó a Monte Cristy.
Cayó ese mismo día Guayubín en poder de los patriotas, que no sólo destrozaron la
guarnición, sino también los refuerzos enviados por Buceta.
Persecución de Buceta. Del tomo II de la Historia del Licenciado don Manuel Ubaldo
Gómez extractamos lo siguiente: “En la mañana del 18, el Brigadier Buceta, con una pequeña
escolta, salió de Dajabón a hacer un reconocimiento a Estero-Balsa, y al regreso fue tiroteado
por los patriotas. El 19, después de ordenar que la guarnición de Capotillo se concentrase
en Dajabón, salió para Guayubín con 50 infantes y 17 de caballería y fue hostilizado desde
Jácuba hasta Sabana Larga por Monción y Pimentel; pero forzando el paso llegó hasta Escalante,
donde tuvo conocimiento de lo ocurrido en Guayubín. Guiado por un práctico, pasó el Yaque
por Castañuela para desechar a Guayubín pero, descubierto por Monción y Pimentel, fue
alcanzado en Hatillo y hostilizado tenazmente desde las ocho de la mañana hasta las doce,
que llegó a Guayacanes con unos catorce infantes e igual número de jinetes.
“Próximo a ser acometido de nuevo, abandonó la infantería, aconsejándoles que
procurasen evitar la muerte internándose en los bosques, mientras él siguió por el camino
real perseguido de cerca y encarnizadamente, al extremo de que Pimentel de un sablazo
derribó a un oficial que tomó por el Brigadier, y Monción de un tiro de revólver al peón
de la carga, siendo herido a su vez Monción por uno de los dragones de Buceta, quien

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logró, por la velocidad de los caballos, dejar a retaguardia a los perseguidores y llegar a La
Peñuela con ocho jinetes. Avanzando un poco fue sorprendido en una emboscada, donde
tuvo que volver grupas e internarse en el monte con dos jinetes, pues los demás habían sido
capturados o extraviados.
“En la mañana del 23, el Brigadier, acompañado del cabo Donato y el cazador Insúa, ambos
del escuadrón de África, se unió en La Emboscada a una columna que había salido de Santiago
en su auxilio. Debía su salvación a un moreno dominicano que le sirvió de práctico.
“Según refiere el mismo Buceta en el diario de ese via-crucis, permaneció por los
bosques perseguido el primer día y sin perseguir en los demás, sin más alimento, desde
la mañana del 18, que una taza de leche, un plátano asado que le dieron en una casa, tres
guayabas recogidas en el bosque y dos cañas tomadas en un conuco; en cambio, su ropa
estaba destrozada, su cuerpo lleno de heridas por las espinas y su sombrero había quedado
en poder de los perseguidores.
“Desde la salida de Buceta de Santiago el 22 de agosto, se encontraba al frente de la
gobernación el Teniente Coronel del batallón de Victoria, don Francisco Abreu, quien
informado por el Subteniente de San Quintín, don Pelayo Luengo, que pudo escaparse de
Guayubín el día que los patriotas tomaron ese pueblo, de los sucesos que se desarrollaban en
la Línea, despachó, el 20, en auxilio de Buceta una columna de 280 infantes y 50 de caballería
con dos piezas, a las órdenes del comandante don Florentino García. Esta columna, después
de algunos combates en que tuvo que hacer uso de la artillería, llegó a Guayacanes el 22, y
allí supo que era cierta la destrucción casi completa de la escolta del Brigadier Buceta, cuyo
Jefe había pasado por aquellos parajes huyendo con muy pocos jinetes. Esta circunstancia
precisó al Comandante García a volver en el acto para Santiago, teniendo que sostener un
fuerte combate en la Barranquita de Guayacanes con las fuerzas de Gaspar Polanco, que desde
el 20 se había unido a los revolucionarios en Esperanza y que por ser el único General de la
antigua República que hasta entonces se encontraba en sus filas había sido designado Jefe
Superior. La defensa de los restauradores fue heroica; pero los españoles se abrieron paso con
la artillería, aunque perdiendo en la acción al Comandante García, al Capitán Robles que le
sustituyó, al Teniente de artillería Doñaveitía y unos cuantos más, sin contar los heridos. El
Capitán Ríos, en quien recayó el mando de la columna, continuó la marcha durante la noche,
hasta que en la mañana se le unió Buceta, quien asumió el mando y entró a Santiago el 23”.
Es innegable que las crueldades que Buceta había cometido en Santiago lo habían
empinado reo ante el sentimiento nacional que quería, a todo trance, demostrarle cómo
devuelven los pueblos las ofensas en la hora de la reacción.
Sabaneta cae en poder de los patriotas. Abandonada esa población por el
General Hungría, que tomó con sus fuerzas el camino de Dajabón, fue ocupada por las que
mandaban Cabrera y Rodríguez.
Ataque a Puerto Plata. Los Coroneles Pedro Gregorio Martínez y Juan Lafí atacaron
el 27 del mismo mes de agosto esa plaza, hasta obligar a todas las tropas realistas a
reconcentrarse en la Fortaleza de San Felipe.
Combate en La Vega. En igual fecha, durante la noche, fue asaltada la plaza de La
Vega por un grupo de patriotas que, rechazado con pérdidas sensibles, se refugió en los
montes cercanos.
Capitulación de Moca. En los campos de Moca los hermanos Salcedo y Manuel
Rodríguez (a) el Chivo, levantaron el pendón revolucionario y, de común acuerdo, atacaron

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

la plaza, donde se defendieron con bravura las armas del Gobierno, hasta que, incendiados
sus cuarteles, se trasladaron a la iglesia para luego capitular.
San Francisco de Macorís. Siguiendo el ejemplo del General Esteban Roca, que
ya había abandonado a La Vega, desalojó el General Juan E. Ariza la población de San
Francisco de Macorís, la que inmediatamente fue ocupada por fuerzas dominicanas a las
órdenes de Cayetano de la Cruz, Manuel María Castillo, Olegario Tenares y otros.
Pronunciamiento de Cotuy. La villa de Cotuy fue pronunciada por los Coroneles
Basilio Gavilán y Esteban Adames.
Quedó convertido, pues, el Cibao en un extenso campo de batalla, donde a diario se
luchaba por reconquistar la soberanía de la República.
Acción de Gurabito. El último día del mes de agosto, las fuerzas del General Gaspar
Polanco levantaron su cantón de Quinigua para intentar un rudo ataque contra Santiago por
el lado de Gurabito, sitio donde se empeñó una sangrienta acción con las tropas que, bajo las
órdenes de los Generales Antonio Abad Alfau, Hungría y Buceta, le salieron al encuentro.
Quedaron victoriosas las armas restauradoras, pues obligaron a los realistas a refugiarse
en la Fortaleza San Luis, con algunas pérdidas, después de abandonar un cañón.
Ataque a Santiago. Establecido el cerco de la ciudad de Santiago por las fuerzas
restauradoras al mando de los Generales Polanco, Luperón, Monción, Lora y otros, llegó la
noticia de que a la Fortaleza San Luis, donde se encontraba estrechado el General Buceta,
sería enviado, desde Puerto Plata, un refuerzo a las órdenes del Coronel Cappa, y se resolvió
tomarla antes de que llegara.
El 6 de septiembre realizó el ataque el ejército restaurador, y en pocas horas ese duelo
fantástico se generalizó.
La acometida de los bizarros batalladores se estrelló contra la impasible resistencia de
las tropas españolas.
“Las descargas de fusilería y de cañones se hacían a quemaropa, y los sitiados rechazaron
a los asaltantes con las puntas de sus bayonetas y con chorros de metrallas”.
Cayó mortalmente herido el General Lora, al saltar una trinchera, y perecieron a su
lado valerosos oficiales que se disputaban el cuerpo del héroe.
Luperón descendió de su caballo herido y tornó a montar en otro; atacó de nuevo Gaspar
Polanco y, cuando ya estaba a punto de dominar la Fortaleza, se le avisó que los refuerzos
anunciados estaban en La Sabana, por lo cual volvió grupas a su corcel y corrió a detenerlos,
dejando en desamparo a Luperón que, rechazado una y otra vez, llegó, acompañado de
Monción, a salvar a Polanco a punto de ser envuelto por las columnas enemigas.
¡Cubiertas de cadáveres y destilando sangre estaban las trincheras y reductos!
En aquel instante decisivo y sublime, manos patricias, en un paroxismo de
quiméricas energías, para evitar que los sitiados y las tropas auxiliares se ayudaran
recíprocamente, y con el objeto de rendir el Fuerte, empuñan la tea del incendiario,
y Santiago, su propio hogar, se convirtió en un inmensa llamarada que empurpuró el
cielo y cubrió de intensas humaredas aquel recinto donde el heroísmo patrio dio la más
alta vibración, mientras el constante cañoneo que desde el Castillo mantuvo sobre la
Fortaleza el Comandante Lancáster, sembró la muerte y el espanto en las aniquiladas
tropas españolas.
Destrozados los batallones cazadores de Isabel II, la Corona, Puerto Rico y Cuba,
penetraron sus restos por encima del inmenso brasero de la ciudad destruida para acampar

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en la iglesia, en tanto que el cuartel general de los restauradores se estableció en Gurabito,


tregua que aprovecharon los sitiados para reunirse y organizar columnas que, al mando del
intrépido General Suero, trataron de forzar el cerco y que fueron rechazadas sangrienta y
repetidamente en Otra Banda y Los Chachaces.
Iniciaron entonces los sitiados negociaciones de paz, y Luperón las aceptó a base de
la inmediata entrega de las armas españolas. Indignado, rechazó Buceta la exigencia del
prestigioso Caudillo, respondiendo que: “las tropas de Su Majestad jamás han entregado
las armas que se les confiaran para defender su honor”, y resolvió abrirse paso con rumbo
a Puerto Plata, por el estrecho camino de las lomas, cubierto por las fuerzas republicanas.
Abandonó los heridos que había en la Fortaleza y dio el frente hacia Puerto Plata.
Durante todo el día 13 se luchó encarnizadamente en esa ruta. Los últimos disparos
de un combate eran los primeros del que empeñaban las tropas de refuerzo que, sin cesar
empujaban a la pelea Luperón, Monción y Pimentel.
Los cachorros acosaron a la leona, que devolvió con sus zarpas las inmensas desgarra-
duras que ellos le ocasionaron, y a las seis de la tarde, al desmontarse Luperón y abandonar
las bridas a uno de sus edecanes, con varonil entonación exclamó: “Hoy hubo gloria para
todos los dominicanos”, mientras un Teniente español prisionero, se incorporó y le dijo con
altivez: “y para los soldados de Su Majestad también”.
Abrazáronse esos dos héroes, reconocieron que la tizona del Cid y el sable restaurador
habían sido forjados con el mismo acero y en la misma fragua, y las palpitaciones de esos
dos corazones gigantescos ratificaron, de modo solemne, en aquellos desiertos y empinados
desfiladeros, los vínculos y el pacto, sólo visibles para los ojos del espíritu, que siempre han
existido entre la invicta madre y la hija predilecta.
La retirada de Santiago a Puerto Plata costó a las fuerzas realistas, 1,000 hombres,
sin contar las pérdidas experimentadas durante el ataque de Santiago, y 223 heridos que
quedaron abandonados en la Fortaleza de San Luis, por carecer de los medios indispensables
para transportarlos.
Estado de la revolución. Abandonada la ciudad de Santiago de los Caballeros por
las tropas españolas, el Cibao entero, a excepción de Samaná y Puerto Plata, quedó en poder
de los restauradores, iniciándose con el pronunciamiento del General Eusebio Manzueta,
en Yamasá, la insurrección de la Provincia de Santo Domingo.

Capítulo XXXIX
Gobierno Provisional Restaurador
1863. Aclamación. Por aclamación popular se constituyó en la destruida ciudad de
Santiago de los Caballeros, el 14 de septiembre, un Gobierno Provisional presidido por
el valeroso y temerario General J. A. Salcedo, y en cuyo personal se distinguieron las
conspicuas e ilustres figuras de Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de Rojas,
Máximo Grullón, Pablo Pujol, Pedro Francisco Bonó, Alfredo Deetjen, Julián B. Curiel
y Sebastián Valverde, que publicó una manifestación en que se “declaraba ante Dios, el
mundo y el trono de España”, la restauración de la República Dominicana.
Primeras medidas del Gobierno Provisional. Procedió inmediatamente a reforzar
a los sitiadores de Puerto Plata; promovió la insurrección de Samaná, y la de San Cristóbal
y El Maniel, en el Sur, con el envío de una columna por el camino de Constanza, bajo las
órdenes del General José Durán.

280
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

En el orden político e internacional tomó otras no menos importantes y trascendentales,


como fueron: la exposición razonada dirigida a la Reina de España, contentiva de los motivos
que tenía el pueblo dominicano para levantarse en armas en interés de reconquistar su
autonomía; un decreto con la declaratoria de guerra por mar y por tierra a la Monarquía
Española, y otro declarando traidor a la Patria al General Santana, que ordenaba, además,
se le pasara por las armas, una vez reconocida su identidad por cualquier jefe de tropas
restauradoras que lo apresara.
Santana sale a campaña. No obstante la amarga decepción que invadía toda su
alma, se vio obligado el General Santana a ofrecer sus servicios, y, a la cabeza de una
columna de 2,100 hombres, y con el General dominicano José María Pérez Contreras y el
Coronel español Joaquín Suárez de Avengoza, como Jefes auxiliares, salió a campaña para
establecer su Cuartel General en Monte Plata, con el intento de destacar fuerzas sobre el
Cibao y de mantener un cordón que impidiera el avance de la revolución hacia el Sur.
Insurrección en el Este. El 4 de octubre, el Comandante Pedro Guillermo atacó Hato
Mayor, donde fue rechazado. Se guareció luego con su grupo en las montañas de La Yerbabuena,
para mantener intranquila una región que se creyó insospechable para la causa de España, en
razón del prestigio y arraigo que en ella tuvo en otras épocas el Marqués de Las Carreras.
Incendio de Puerto Plata. Mientras los Generales Buceta y Alfau se embarcaban en
Puerto Plata, después de haber resistido las duras pruebas que les impusieron las fuerzas
dominicanas en todo el trayecto de Santiago a esa población, se adhirió el General Benito
Martínez a la causa nacional.
Unidas sus fuerzas con las que ya asediaban la Fortaleza de San Felipe, atacaron con verdadero
denuedo a los españoles refugiados en ella, oportunidad en que demostró nuevamente el
General Primo de Rivero una gran energía y un valor a toda prueba en la defensa.
Como consecuencia de ese memorable combate, la población quedó reducida a un
montón de cenizas, sin que haya podido determinarse hasta ahora, con verdadera precisión,
cómo se inició el espantoso siniestro.
Orden de concentración. En vista de las noticias que le llegaban de todas las
provincias del Cibao cada vez más adversas para la causa que representaba; insurreccionado
el Sur; infectado el Este por partidas revolucionarias, y en la más completa inacción el ejército
a las órdenes del General Santana, resolvió el Capitán General Rivero la concentración de
todas las fuerzas en la ciudad Capital, para concertar un plan vigoroso y abrir una nueva
campaña dentro de la más absoluta unidad de acción.
Tanto Gándara, que acababa de llegar a Puerto Plata, como Puello, que operaba en el Sur,
la acataron; pero no así el General Santana, quien empeñó, después de oír a la oficialidad,
la acción de Arroyo Bermejo, en que los revolucionarios se vieron obligados a replegarse al
Sillón de la Viuda.
Mientras tanto, en el campamento del General Santana la deserción aumentaba de día
en día, merced a la habilidad del General Pedro Valverde y Lara, que se encontraba en el
Cuartel General en calidad de preso.
Reiterada la orden de concentración, avanzó Santana, en vez de obedecerla, hacia
Yamasá, para replegarse luego, sin haber obtenido éxito que pudiera, por lo importante,
atenuar en algo su desobediencia.
Pronunciamiento de Baní y San Cristóbal. Mientras el irascible Marqués
desatendía la orden de concentración del General Rivero, llegó a la Capital la noticia de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que San Cristóbal y Baní se habían pronunciado y la no menos alarmante de que el General
Durán se encontraba en las inmediaciones de Azua. En tal virtud, organizó el Capitán
General una columna que puso bajo las órdenes del General Gándara, con el General
Eusebio Puello como segundo.
Hostilizada en todo el camino, llegó a las inmediaciones de San Cristóbal, dos días
después de su salida, para quedar luego, a su entrada en esa población, completamente
rodeada de cantones que fue necesario ir a atacar. Se libraron las acciones de Cambita,
Doñana y Yaguate.
Reemplazo del General Rivero. Después de fracasar en su empeño de someter a
obediencia la Colonia, fue reemplazado el General Felipe Rivero y Lemoine del cargo de
Capitán General por don Carlos de Vargas.
Operaciones de Gándara. Completamente sitiado en San Cristóbal, devoradas sus
tropas por las enfermedades, y en conocimiento de que el valeroso Comandante Valeriano
Weyler había sido derrotado en Haina, resolvió el General Gándara su regreso, y “a las tres
y media de la madrugada, entre las tinieblas y el silencio más profundo, mi pobre división,
dice el mismo Gándara, rompió la marcha con más apariencia de Convoy fúnebre que de
ágil columna de operaciones. Su General, como sus Jefes todos, marchaban a pie para dejar
sus caballos a los enfermos”.
Cuando el General Gándara llegó a Haina, encontró, junto con nuevos refuerzos, la
orden de abrir operaciones sobre Baní y Azua. En su marcha hacia la primera de esas dos
poblaciones fue molestado en todo el camino por las guerrillas enemigas, y de manera muy
encarnizada en Sabana Grande, Palmar de Fundación, Nizao y Paya.
Al llegar a Baní, que abandonaron los revolucionarios después de incendiarlo, el
elemento nativo, exasperado por las crueldades de Pedro Florentino, se puso a las órdenes
del General Gándara.
Procedimientos de Pedro Florentino. Aquel hombre no era ya un patriota. Se
había convertido en una fiera, cuyos salvajes instintos estimulaban, con lecturas que no
podían entender, algunos elementos que lo acompañaban.
Fusiló pacíficos; atropelló personas de gran valor; impuso contribuciones y ejerció toda clase
de tropelías: procedimientos estos con los cuales restó valiosos concursos a la causa nacional.
Llegada a Azua. Tan pronto tomó posesión de la ciudad de Azua, destacó el
General Gándara una columna sobre San Juan, a las órdenes de su Segundo, el General
Eusebio Puello, población que ocupó después de algunas escaramuzas; pero donde sintió
el vacío y la repulsa que le obligaron a regresar a la ciudad cabecera de Provincia, casi
inmediatamente.
Operaciones sobre Neyba y Barahona. En posesión de los refuerzos que había
pedido, salió el General Gándara sobre Neyba y Barahona, librando en su marcha las
pequeñas acciones del Yaque y Las Cabezas de las Marías.
A su llegada a Neyba, encontró la población desierta, y, mientras en la plaza de armas
arengaba a los pocos vecinos que se presentaron a las tropas, “cada vez que en el curso de la
arenga pronunciaba una palabra de amistad, benevolencia o afectuosa recomendación para
el pueblo y sus vecinos, los tiradores enemigos, ocultos en la manigua que rodeaba la plaza,
acompañaban con sus cercanos y repetidos tiros los períodos más animados, haciendo,
según dice el mismo Gándara, lo confiesa con franqueza, poco tranquila y sosegada mi
elocuencia”.

282
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Cubierta esa población con una pequeña, pero escogida guarnición de las reservas,
continuó el aguerrido militar español su marcha hacia Barahona, y se batió de camino en
Las Salinas, El Rincón y en la Sabana de Pesquería.
Después de ese último combate, entró a Barahona, de donde habían disparado los
revolucionarios un cañonazo al vapor Isabel la Católica, que, al hacer blanco, ocasionó cuatro
víctimas.
Enfermedad del General Santana. Cuando todo esto ocurría, en nada había
cambiado el estacionamiento de las fuerzas bajo las órdenes del General Santana, pues, si
bien es verdad que libraron algunos combates, no es menos cierto que se obtuvieron triunfos
parciales; pero fue para replegarse a poco sin haber logrado romper la línea restauradora
que les impedía avanzar hacia el Cibao.
A fines de diciembre de 1863 se enfermó el General Santana, y trasladado a la ciudad
Capital, fue sustituido en el mando de las tropas por el General Antonio Abad Alfau,
designación que coincidió con la ocupación por parte del General revolucionario Marcos
Evangelista Adón, de toda la región de La Victoria, con el objeto de interceptar los convoyes
que frecuentemente se enviaban por el río Ozama al Cuartel General de Guanuma.
Batalla de La Sábana de San Pedro. En los mismos días en que el General Alfau
asumió el mando de las fuerzas españolas en Guanuma, se presentó el General Luperón en
Arroyo Bermejo, nombrado por el Gobierno provisional Jefe de las Fuerzas Restauradoras.
Ambos eran hombres de empeños temerarios, y bien pronto en la Sabana de San Pedro
libraron, a campo raso, un sangriento y encarnizado combate en que triunfó la organización,
disciplina y superioridad en el armamento de las tropas españolas.
Las bajas fueron considerables para ambas partes, logrando Luperón no caer prisionero
“por haberlo montado un azuano” en las ancas “de la mula en que cabalgaba”.
Los restauradores se replegaron al Sillón de la Viuda, para ocupar nuevamente a Arroyo
Bermejo, que había sido abandonado por los españoles al retirarse a Guanuma.
Expedición marítima a Samaná. Inútiles habían sido los esfuerzos del General
José Hungría, Gobernador de Samaná, para contrarrestar en la península el movimiento
revolucionario que sostenía en ella, resueltamente, el General José S. Acosta, por lo cual
el Comandante Montojo, Jefe de la Estación Naval de la bahía, concibió una operación
marítima, y, al efecto, dispuso que las Cañoneras Ulloa y Número 18 abrieran sus fuegos
sobre Los Robalos, a fin de proteger el desembarco de las tropas; pero antes de que éste
terminara se le hizo un fuego tan nutrido desde la manigua que las obligó a reembarcarse.
Operaciones restauradoras del Sur.– En interés de contrarrestar los desmanes y
crímenes de Pedro Florentino, que, como hemos expresado, hacían odiosa la noble causa
que representaba y de vigorizar la acción revolucionaria en el Sur, envió el Gobierno
Provisional al General Juan de Jesús Salcedo al frente de una columna.
No hizo resistencia alguna el General Florentino, quien se retiró para la frontera, donde
pagó al fin sus crímenes a manos de sus propios compañeros.
Las gestiones del General Salcedo no dieron los resultados que se había propuesto el Gobierno
Provisional, y, en tal virtud, se le sustituyó con el General Manuel María Castillo, hombre de
clara inteligencia y de excepcional tacto político. Le antecedió en esa misión el General Ramón
Mella, Ministro de Guerra, quien, a causa de grave enfermedad, tuvo que regresar a Santiago.
Muerte del Prócer General Mella. Este intrépido y bizarro adalid de nuestra
independencia, que también tomó parte en la cruzada restauradora y que lanzó, al penetrar

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

por Haití, un memorable y hermoso manifiesto, murió en Santiago, el 4 de junio, a causa de


la enfermedad que minaba su existencia, y antes de cerrar los ojos, balbuceó, en una última
contracción de sus energías: “Aún hay Patria”, “¡Viva la República Dominicana!” y el triste
césped del patrio olvido cubrió sus restos hasta que la gratitud nacional los trasladó a la
Capilla de los Inmortales.
Revolución del Este. Ya por aquel entonces la revolución del Este se había acrecentado
de tal modo, merced a la actividad y buena dirección que le imprimieron Pedro Guillermo,
Antonio Guzmán y otros, que el General Santana, repuesto de sus quebrantos, salió con
fuerzas para el Seybo, en cuyo trayecto hubo de batirse, para a poco recibir la noticia de
que las tropas de los Generales Luperón, Manzueta, Adán y Tenares, hostilizaban de cerca
el ejército realista en las Comunes de Guerra, Los Llanos, Bayaguana y Monte Plata.
1864. Muerte del General Juan Contreras. El 12 de febrero de 1864, en Maluco,
“las fuerzas españolas mandadas por el General de las reservas Juan Contreras” fueron
derrotadas por las tropas dominicanas bajo las órdenes del General Olegario Tenares.
Desbandada la columna española, se retiraba solo el General Juan Contreras, cuando
oyó que Tenares le gritaba para que se detuviera… Se desmontó de la mula, desenvainó el
sable y avanzó solo contra sus adversarios, pereciendo como un héroe.
El General Juan Contreras había sido de los militares que más se distinguieron durante
nuestra guerra de la Independencia, y al efectuarse la anexión, no obstante su enemistad
con Santana, permaneció en las filas de los anexionistas.
Nuevos hechos de armas. La revolución en el Seybo, donde operaba el General
Santana, llegó a adquirir tales proporciones, que las fuerzas españolas estaban obligadas
a batirse diariamente. Lo mismo ocurrió en Puerto Plata y Samaná, regiones en que se
celebraron también recios combates.
Merece consignarse, de manera singular, el sangriento asalto dado en esa época a un
convoy español en Arroyo Ratón, jurisdicción de la Provincia de Santo Domingo.
Concentración de fuerzas. En vista de que “desgraciadamente el país era contrario
en masa” a la causa española, “y de que la mayor parte de las poblaciones que aparecían
como pacíficas sólo estaban contenidas por la presencia de las tropas”, resolvió el Capitán
General Vargas la concentración de las fuerzas de Guanuma a Santo Domingo, y a Guerra
las tropas de Monte Plata, medida con la cual no estuvo de acuerdo el General Santana.
Como es natural, efectuada la concentración, las armas dominicanas ocuparon las
abandonadas poblaciones de Monte Plata, Bayaguana y Boyá, hasta extender el General
Luperón, que era el Jefe de ellas, sus operaciones en todas esas regiones.
Combate del Paso del Muerto. El 19 de marzo de 1864, en el lugar denominado
Paso del Muerto, río Yabacao, se empeñó un reñido combate en el que murió el General Juan
Suero, dominicano que abrazó la causa española y hombre de un valor legendario que
había luchado gallardamente durante la Independencia, y de quien dijo un historiador:
“Cuando conocí al General Suero creí cierta la existencia del Cid”.
A su muerte redobló sus actividades nuestro ejército, pues libró Luperón otros combates
que demostraron al Capitán General Vargas que no había medio de hacer desistir a los
dominicanos de su actitud bélica, en demanda de la reintegración de su soberanía, perdida
sin su consentimiento.
Sustitución del General Vargas. Por disposición del Gobierno de Madrid, fue
sustituido el General Vargas por el Mariscal de Campo don José de la Gándara y Navarro,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

quien recientemente había sido promovido a Teniente General. Acompañó como Segundo
en el Gobierno de la Colonia al nuevo Capitán General el también Mariscal de Campo don
Juan José Villar y Flores.
Operación sobre San Cristóbal. Por aquel entonces la vecina Común de San
Cristóbal se había convertido en un fuerte núcleo restaurador, y, con el objeto de hacerlo
desaparecer, preparó el General Gándara una invasión que se realizó con el despacho desde
la ciudad Capital, de dos columnas que, en combinación con otras dos que salieron al mismo
tiempo de Baní, debían encontrarse el mismo día en la mencionada población.
Cuando llegaron a ella, ya había sido abandonada por los patriotas, por lo cual tuvieron
que regresar las tropas españolas a sus respectivos puntos de procedencia, cargadas de
heridos, a causa de los incesantes disparos que se les hicieron desde la manigua.

Capítulo XL
Recrudecimiento de la guerra
1864. Llegada de Duarte al Cibao. Para saludar la aparición del esclarecido patriota,
Creador de nuestra nacionalidad, el inmortal Juan Pablo Duarte, cedamos la palabra,
reverentemente, al genio de la elocuencia dominicana, Dr. Fernando Arturo de Meriño:
“Un periódico, mensajero misterioso que la Providencia, tal vez, hizo caer en sus manos,
le impuso de lo acaecido en la República en el año 1861, y al punto sintió renacer en su
mente las lejanas visiones que había acariciado en su mejor edad. La voz de la nacionalidad
sacrificada no podía menos de hallar dilatado eco en su patriótico corazón, y voló a hacerse
inmolar con ella o a contribuir a salvarla.
“Su inesperada presencia en el Cibao, en el teatro sangriento de la titánica lucha
que habían empeñado los indómitos batalladores de la Restauración, sobre las cenizas
humeantes aún de la heroica ciudad del Yaque, impresionó como présago feliz y saludóse
en su aparición la resurrección de la Patria.
“El Gobierno Provisional lo rodeó de consideraciones y escuchó sus consejos con
respeto, y, no pudiendo utilizarle en los trabajos fatigosos de aquella situación por su
delicada salud, lo invistió de plenos poderes encargándole de la representación de la
República en Venezuela”.
Acerca de esa reaparición gloriosa del Apóstol de nuestra libertad en el Cibao, en los
días de la Restauración, reproducimos también párrafos de la biografía brillantemente
escrita acerca de Duarte por el distinguido escritor dominicano don José Ramón López.
“Pero ya el Apóstol se encontraba más cercano a la tumba que a la Epopeya. Momentos
eran en que toda la ciencia política estaba en el filo de los sables que ya aquel brazo
debilitado por los años no podía esgrimir. Queriendo ser útil donde más eficacia tuviera,
aceptó el cargo de regresar a Venezuela a solicitar auxilio de los patriotas continentales.
“Nada logró, porque entonces Venezuela ardía en las sañudas luchas civiles. El corazón
era el mismo; pero la Nación estaba maniatada por la anarquía.
“Triunfó al cabo de dos años de rudo batallar la causa restauradora, aunque, en realidad,
el patriotismo, que más que cualquiera otro sentimiento necesita ser ilustrado, sucumbió en
las tinieblas de la ignorancia.
“El virtuoso anciano no osaba regresar a la Patria a horrorizarse con la contemplación
de tan afrentosos duelos. El derecho era cosa decorativa y la única práctica la arbitrariedad.
Ni la vida ni los bienes estaban seguros, y se cerraban escuelas más rápidamente que se

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

abrían fosas, con ser tan repetidas las hecatombes. A pesar de todo, el prestante anciano
repetía en su doloroso voluntario exilio refiriéndose a la Patria: “El día que la olvide será el
último de mi vida”.
Y, allá, en la hospitalaria Caracas, cerró los ojos más tarde, el 15 de julio de 1876, llevando
impresa en la mente y latente en el corazón la visión luminosa y adorada de la Patria que
creó con sacrificios inauditos.
Allí reposaron sus despojos venerados hasta que, en 1884, un acto de reparación
histórica los trasladó en hombros de la gratitud y de la gloria a dormir el perenne sueño de
la Historia junto a sus férvidos compañeros en la labor de redención nacional.
Actitud de Santana. La insistente petición de refuerzos por parte del General Santana
fue atendida por fin con el envío de un respetable contingente de tropas, bajo las órdenes
del Brigadier don Baldomero Calleja, quien llevaba también instrucciones de “sustituirlo
en el mando en caso necesario”.
Esto último desagradó profundamente al General Santana, por cuanto que con ello se
postergaban los merecimientos de los Generales dominicanos Eugenio Miches, Juan Rosa
Herrera, y otros que compartían con él las penalidades de la ruda campaña que sostenía en
la insurreccionada Provincia del Seybo.
Reflejó el General Santana su estado de ánimo en nota que dirigió al Capitán General
Gándara, y que fue contestada enérgicamente, lo que motivó que entregara el mando al
General Calleja y se trasladara a Santo Domingo, donde, al comparecer ante el General
Villar, que por ausencia de Gándara ocupaba su puesto, no usó un lenguaje mesurado.
Muerte del General Santana. No sabemos si un designio piadoso de la muerte,
o, según otros, la trágica determinación de su indomable voluntad, economizó al General
Santana la vergüenza de ser remitido a Cuba, en espera de las órdenes que se habían pedido
a la península con respecto a su persona, pues el 14 de junio de 1864, es decir, ocho días
después de su llegada a la Capital murió, casi repentinamente, a las cuatro de la tarde.
Detengamos la pluma justiciera y vengadora, y que la mano severa que ha trazado los
rasgos del tirano arroje sobre la tumba del arrepentido Marqués de Las Carreras la beatífica
flor de la piedad.
El entierro del General Santana revistió la mayor solemnidad. Se dio sepultura al
cadáver en el patio de la Fortaleza, “a petición de sus deudos, por temor de que los odios
provocaran una profanación sacrílega”.
Y allí reposaron, arrullados por el mar y por las dianas matinales del clarín, hasta que
hace algunos años fueron exhumados y conducidos al templo, que sigilosa y cristianamente
los cubre.
Invasión del Cibao. Al frente, el General Gándara de la Capitanía General de la
Colonia, pensó inmediatamente en el viejo plan que había concebido de penetrar al Cibao
por Monte Cristy, a la cabeza de un ejército respetable, y ultimó cuanto fue menester para
llevarlo a término con la cooperación del Capitán General de la isla de Cuba, que en 14
vapores, seis de ellos de guerra, le envió un numeroso contingente de tropas de artillería,
infantería y caballería.
Reunido un ejército de seis mil soldados bajo el mando del General Primo de Rivero, se
le incorporó el General Gándara en la bahía de Manzanillo.
Una vez desembarcados esos contingentes, el 16 de mayo de 1864 abrió el Capitán
General en campaña sus operaciones sobre Monte Cristy, batiéndose durante el trayecto

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

con las fuerzas restauradoras que, a las órdenes del General Federico de Jesús García, los
hostilizaron.
En esa plaza se había organizado la defensa en lo posible, merced al esfuerzo del Jefe de
ella, General Benito Monción, quien estuvo secundado entusiastamente por los Generales
Pedro Antonio Pimentel y Juan Antonio Polanco.
El número de patriotas apercibidos a la defensa de esa plaza sólo alcanzaba a 500, con
la agravante de encontrarse muy mal armados y de disponer de pocos cañones y en malas
condiciones.
No obstante esta desigualdad, el tomarla costó al ejército español cien bajas, entre las
cuales se contó la del General Primo de Rivero, herido en la acción.
Después de haber luchado como héroes, los patriotas se retiraron a Laguna Verde,
donde fueron atacados nuevamente. Desalojados de allí, se internaron en las estratégicas
posiciones de El Duro y La Malena.
Efectos que produjo en el Cibao la toma de Monte Cristy. Expresa el
historiador Gómez que: “en el Cibao, y aun en el seno del Gobierno Provisional, en
los primeros momentos, hizo gran efecto la ocupación de Monte Cristy, porque las
municiones, especialmente el plomo y el armamento, eran escasos; pero Espaillat,
aunque hombre civil, dotado de grandes energías, levantó los ánimos más o menos con
estas palabras: “Recójanse, dijo, las pesas, serpentines de los alambiques y todos los
objetos de plomo, de estaño y de hierro, y háganse balas y lanzas, que con estas últimas
se cubrieron de gloria nuestros compatriotas en la primera guerra de Independencia”.
La reacción se operó y pocos días después estaban reforzados los cantones con hombres
y pertrechos.
Continúa la guerra. Después de efectuada la toma de Monte Cristy, los avances
de la causa restauradora habían llegado a tal extremo, que las fuerzas de San Cristóbal
tirotearon las guarniciones españolas del Castillo de San Jerónimo, de La Generala y del Paso
de Angostura, en el río Haina, a pocos kilómetros de la Capital.
Se había combatido encarnizadamente en Guerra, Los Llanos y Samaná.
Desembarco de Gándara en Puerto Plata. Sin haber podido obtener los resultados
que se propuso Gándara con su expedición a Monte Cristy, preparó silenciosamente un
desembarco en Puerto Plata, que dirigió personalmente, y el 31 de agosto, cuatro columnas,
apoyadas por algunos vapores de guerra, ocuparon, después de reñido combate las
posiciones de punta de Cafemba, Maluis y Los Campeches. En defensa de la primera de ellas
perdió la vida heroicamente el General Benito Martínez.
Actividad de las operaciones en el Este. No menos intensa fue la actividad
revolucionaria en el Este durante ese tiempo.
Merece especial mención el asalto que dio el Coronel Antonio Guzmán (a) Antón,
a un copioso convoy de provisiones de todas clases en la Sección de Juan Dolio. Como
consecuencia de este desastre, los españoles abandonaron a San José de Los Llanos,
para donde iban esas provisiones y armas. Luego se reconcentraron en Guerra, y de allí
marcharon para la ciudad de Santo Domingo, adonde después llegaron, a principios de
diciembre, las que operaban en el Seybo, Higüey y Gato.
Insinuaciones de paz. De regreso, don Pablo Pujol, Ministro del Gobierno Provisional,
que había ido a los Estados Unidos en solicitud de recursos y protección, recibió en Islas
Turcas la visita de don Federico Echinagusia, que, aunque sin poderes escritos, parece que

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

estaba comisionado para tal fin, y le insinuó que escribiera a Gándara “con el propósito de
ver si se conseguía hacer cesar la guerra que desgraciadamente afligía a este país”.
Como es natural, el Ministro Pujol nada concreto pudo responder al Comisionado
español, hasta no dar cuenta al Gobierno de esa sugestión, y tan pronto llegó a Santiago se
le autorizó a escribir al General Gándara en ese sentido, quien respondió invitándole a una
entrevista en su Cuartel General de Monte Cristy.
De esta correspondencia resultó que el Gobierno Provisional nombró en comisión a los
Generales Alfred Deetjen, Pablo Pujol, Pedro Antonio Pimentel, Julio B. Curiel y al Coronel
Manuel Rodríguez Objío, como sus comisionados, para entenderse no solamente acerca del
canje de prisioneros, sino también para tratar de la cesación de la guerra entre España y la
República Dominicana.
Esas conferencias efectuadas en Monte Cristy duraron dos días sin que pudiera llegarse
a un entendido, porque la Comisión Dominicana lo primero que exigía era el reconocimiento
de la independencia, para lo cual, como es lógico presumir, no tenía instrucciones el General
español.
Derrocamiento del Presidente Salcedo. Clausuradas las negociaciones, regresaron
los Comisionados a Santiago, donde, reunidos varios hombres de la mayor importancia, por
iniciativa del General Gaspar Polanco, se desconoció al General Salcedo y se proclamó al pri-
mero como Presidente del Gobierno Provisional, quien actuó con el mismo gabinete.
El funcionario depuesto se encontraba en Guayubín, y, al recibir la noticia de lo
ocurrido en Santiago, regresaba rápidamente al asiento del Gobierno, acompañado de
algunos amigos, cuando se encontró con el General Luperón, que había sido designado por
el nuevo Gobierno para conducirlo a Haití.
Grandes fueron los esfuerzos que tuvo el General Luperón que realizar para convencer
al impetuoso General Salcedo de que toda resistencia era inútil y lograr que siguiera con él
para Dajabón.
Una vez allí, el Jefe de la frontera haitiana se negó a recibir al ilustre expatriado, con la
declaratoria de “que a la revolución no le convenía tener a Salcedo, ni expulso, ni preso, ni
en libertad”.
En vista de esta negativa, tomó el General Luperón el camino de Santiago con el prisionero,
y “al encontrarse en las inmediaciones de la ciudad con Polanco, a quien le sorprendió el regreso,
y entregarle una carta en la cual Monción, Pimentel y Juan Antonio Polanco, que habían querido
quitárselo para fusilarlo, le comunicaban la opinión del General Philantrope, Jefe de la frontera
haitiana, resolvió enviarlo como preso al campamento de La Jabilla”.
Y de allí la orden secreta del Presidente Polanco lo llevó a la playa de Maimón, donde
fue asesinado en altas horas de la noche, y sus restos abandonados, hasta que después fueron
trasladados a la Fortaleza de San Felipe, en Puerto Plata. La gratitud de un munícipe, más tarde,
le levantó un modesto monumento que luce esta escueta inscripción: “J. A. Salcedo, 1864”.
Respetemos el silencio de ella, que compendia la magnitud de un crimen político que
proyecta sombras, muchas sombras, sobre frentes ungidas por la Gloria.
Junto a esa tumba como que lloran, al pasar, en dolientes rondas, las ráfagas evocadoras
que ora agitan las cercanas selvas o azotan el peñasco altivo en que descansan las frías
cenizas del héroe.
Instrucciones al General Gándara. Al frente del gabinete de Madrid el General
Narváez, Duque de Valencia y émulo del General O’Donnell, comunicó al General Gándara las

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

instrucciones de reconcentrar las tropas bajo su mando en un limitado número de puntos del
litoral, a reserva de lo que resolvieran las Cortes más tarde. Es indudable que el General Narváez
no sólo era partidario del abandono, porque conocía que la obra de la anexión no había sido un
acto espontáneo del Pueblo Dominicano, sino también porque tenía empeño en enrostrar ese
error al Duque de Tetuán, contra quien sostenía luchas políticas muy vehementes.
Ayuda haitiana. Más o menos disimuladamente, el Gobierno haitiano había
continuado prestando su ayuda a la revolución restauradora, y, al amparo de ella, pudieron
penetrar por las fronteras grupos de dominicanos que vigorizaron la guerra en las regiones
del Sur, encabezados por el General José María Cabral, héroe de Santomé durante nuestra
guerra de Independencia.
Mediación haitiana. El Presidente de Haití, General Geffrard, nombró como
comisionados cerca del Gobierno Provisional al Coronel Edmundo Roumain y el señor C.
Doucet, con el objeto de buscar un medio de poner término a la guerra que sosteníamos
con España. De esta gestión se derivó que se iniciaran de nuevo las negociaciones para el
canje de prisioneros.
Combate de La Canela. No obstante la orden que tenía el General Gándara de
concentrar las fuerzas españolas al litoral, el General Eusebio Puello organizó una columna
que salió para Neyba y que llevaba un rico convoy, la cual fue completamente destrozada
en La Canela por las fuerzas del General Cabral.
Para poderse dar una idea exacta de la magnitud de ese triunfo, baste decir que fueron
muy pocos los soldados que regresaron a Azua.
Cundió tanto la desmoralización de las tropas españolas de esa Provincia, que las
deserciones se extendieron hasta arrastrar a oficiales de alta graduación.
Operación contra Puerto Caballo. Con el intento de impedir el tráfico marítimo
que con el extranjero sostenían los dominicanos por Puerto Caballo, designó el General
Gándara al Brigadier Segundo de la Portilla para que, con tres buques de guerra y setecientos
hombres de tropa, lo impidiera.
Desembarcadas las fuerzas españolas en ese sitio y apresadas pocas embarcaciones
pequeñas, les fue imposible continuar en tierra, pues constantemente estuvieron molestadas
por las guerrillas dominicanas.
El resultado final de esa expedición fue el incendio del caserío, realizado por las fuerzas
españolas antes de reembarcarse.
Ataque a Monte Cristy. Infructuoso resultó el ataque que a fines de diciembre de
1864 realizó el General Gaspar Polanco, Presidente del Gobierno Provisional, contra el
Campamento de Monte Cristy.
Allí corrieron torrentes de sangre que obligaron al bravo General dominicano a retirarse
con grandes pérdidas.

Capítulo XLI
Últimos tiempos de la Campaña Restauradora
Regreso de Gándara a la Capital. Presintiendo el Capitán General la rectificación
del error político de haber aceptado España la obra inconsulta de la anexión, a la vez que
en cumplimiento de las órdenes que, como ya hemos dicho, le habían sido transmitidas,
abandonó a Monte Cristy al finalizar el año 1864, donde dejó al General Izquierdo con una
guarnición; estuvo en Puerto Plata y Samaná; se dirigió luego a Quiabón, donde encontró

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

la noticia de que ya el Brigadier Calleja, que operaba en la Provincia del Seybo, se había
concentrado a Santo Domingo, y ordenó la evacuación de Higüey y San Pedro de Macorís.
Después llegó a la capital para asumir nuevamente sus funciones de Capitán General.
1865. Exposición a Su Majestad la Reina de España. A principios de enero de 1865, el
Gobierno Provisional que integraban por aquel entonces los señores Gaspar Polanco, Ulises
Francisco Espaillat, Manuel Rodríguez Objío, Julián Belisario Curiel, Silverio Delmonte,
Rafael M. Leyba y Pablo Pujol, dirigió una nueva, patriótica y brillante exposición a Su
Majestad la Reina de España, en interés de que “echara una mirada compasiva sobre la
situación desastrosa de la porción oriental de la Isla de Haití o Santo Domingo”, a la que,
“por circunstancias que Su Majestad ignora sin duda, y que sería penoso en extremo relatar,
se le arrebató su libertad e independencia”.
“Pensad, Señora, que allí donde fueron ciudades florecientes no se ven hoy más que montones
de ruinas y cenizas; que sus campos, llenos de una vegetación lozana no ha mucho, están
yermos y desiertos; que sus riquezas han desaparecido; que por todas partes se ve devastación
y miseria, y que, a la animación de la vida, han sucedido la desolación y la muerte”.
Derrocamiento del General Polanco. Cuando sólo habían transcurrido pocos días
de la fecha memorable en que se suscribió la digna exposición a la Reina, cuya lectura, por
el sentimiento patrio que la inspiró, conmueve intensamente nuestro espíritu, una asonada
militar de los Generales Pedro A. Pimentel, Benito Monción y Federico de Jesús García,
en los cuarteles restauradores de Dajabón, desconoció la suprema autoridad del General
Polanco, quien, en conocimiento de ese acto de sublevación, destacó fuerzas al mando de
los Generales Juan de Jesús Salcedo y Luis Guzmán para someter a los sublevados, misión
que no cumplieron, pues se incorporaron a ellos, lo que permitió a Monción, Pimentel y
García, penetrar en Santiago con el título de Jefes Expedicionarios.
Tomar estos Generales como pretexto, entre otros, la muerte, o mejor dicho, el asesinato
perpetrado en la persona del General Salcedo por Polanco, fue una repugnante hipocresía
que no debemos dejar de condenar, puesto que ellos quisieron arrebatar al infortunado
Presidente de manos de Luperón para fusilarlo.
1865. Junta Gubernativa. Se constituyó en reemplazo del derrocado Gobierno del
General Polanco una Junta Gubernativa presidida por el ilustre don Benigno Filomeno de
Rojas y en la cual figuró el General Luperón como Vicepresidente, que se ocupó en todo
lo relativo al canje de prisioneros; que exigió una estricta rendición de cuentas a todos los
empleados de hacienda, y que convocó la Convención Nacional, cuya reunión había sido
aplazada indefinidamente por el Gobierno anterior.
Convención Nacional. El 27 de febrero de 1865, clásico aniversario de nuestra
emancipación de Haití, se reunió en la ciudad de Santiago de los Caballeros la Convención
Nacional, bajo la Presidencia de don Benigno F. de Rojas, circunstancia ésta que, unida a
la forzosa separación del General Luperón, que había sido designado para formar parte
de ese mismo Cuerpo Legislativo, permitió al General Pimentel intensificar sus violentas
influencias en el seno de la Junta de Gobierno.
La Junta Gubernativa rindió cuenta ante los delegados de los pueblos de la labor
realizada desde que inició la revolución restauradora, y mereció, junto con la aprobación
de todos los actos, un voto de gracias “por su celo y patriotismo”.
Después eligió Presidente y Vicepresidente interinos de la República, respectivamente,
al General Pedro A. Pimentel y al ciudadano Benigno Filomeno de Rojas, y dictó, entre

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

otros decretos, uno amnistiando a los dominicanos que se encontraban en los campamentos
enemigos con excepción de aquellos que pertenecían a los Altos Poderes del Estado en el
momento de la anexión.
Electo Presidente interino de la República, inesperadamente, se presentó un día el
General Pimentel, acompañado de tropas, al salón de sesiones de la Convención, con el
propósito de arrancarle por el temor un decreto que condenara a muerte a los miembros del
Gobierno de Polanco como autores del asesinato del General Salcedo; pero ese Alto Cuerpo,
asumiendo una digna y altiva actitud, resolvió: “declarar su incompetencia para dar fallo
contra los acusados”, y ordenó “que el Poder Ejecutivo nombrara un Consejo de Guerra
que conociera de la causa”, con lo cual dejó abatida la indigna pretensión y desconcertado
al mandatario que tan mal iniciaba sus gestiones.
De ese Consejo de Guerra salieron absueltos todos los inculpados, pues su abogado,
don Cristóbal José de Moya, presentó los oficios y notas en que los Generales Pimentel y
Monción y Juan Antonio Polanco reclamaron a Salcedo para fusilarlo.
No obstante la sentencia absolutoria, muchas de las personas descargadas fueron
antojadizamente confinadas por el Presidente Pimentel.
Gabinete del Presidente Pimentel. Tomó posesión el General Pimentel el 25 de
marzo de 1865, y constituyó su Ministerio en la forma siguiente:
Interior y Policía: General José del Carmen Reinoso.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Vicente Morel.
Hacienda y Comercio y Relaciones Exteriores: General Teodoro Stanley Heneken.
Guerra y Marina: General Pedro Gregorio Martínez.

Alzamiento del Ex-Presidente General Polanco. Este hombre, cuya importante


hoja de servicios está empañada con el crimen realizado en la persona del General Salcedo,
su antecesor en el Poder, tan pronto como pudo fugarse de la cárcel de Santiago, quiso
reaccionar y se levantó en armas en la Provincia de Puerto Plata, viéndose obligado después
a permanecer oculto hasta la caída de su adversario.
Real Decreto derogando el de Anexión. Triunfante en España, como ya hemos di-
cho, el partido contrario al que concertó la anexión, sometió a las Cortes un proyecto de de-
creto de abandono, que fue sancionado el 3 de marzo de 1865, en cuya virtud se comunicaron
al General Gándara las instrucciones necesarias para la desocupación de nuestro territorio.
Convenio de El Carmelo. Invitado por el General Gándara, designó el Gobierno
Provisional, presidido por el General Pimentel, como Comisionados, a los Generales José del
Carmen Reinoso, Melitón Valverde y al Presbítero Miguel Quezada, quienes concertaron,
con el Capitán General, en la quinta de El Carmelo, extramuros de la ciudad Capital, en la
actual Avenida Independencia un convenio demasiado oneroso para la República y no poco
humillante para su decoro, por cuanto que, amén de reconocerle a España una abrumadora
indemnización de guerra, con que no soñaba, en su artículo 4º, le otorgaba concesiones que
cuadraban muy mal en aquella circunstancia.
Sometido lo pactado, mereció un patriótico rechazo de parte del Gobierno del General
Pimentel, que avivó el encono del Capitán General hasta el punto de que se negó a recibir
una nueva Comisión compuesta por el Ministro Heneken y el General Cabral, Jefe de la
revolución del Sur. Dirigió al mismo tiempo el General Gándara al Gobierno Provisional
una altanera exposición de cargos en que pretendió fundar las reservas de derecho que hizo
a nombre de España y declaró en ella, además, continuar la guerra y el bloqueo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Abandono. El 10 de julio de 1865 comenzó el embarco de las tropas españolas


concentradas en Santo Domingo, que terminó el 11; después de lo cual entraron cubiertas
de inmarcesibles laureles las huestes restauradoras del Sur a las órdenes de los valerosos
Generales José María Cabral y Eusebio Manzueta.
¡Qué clara debió ser la luz de ese día y cómo palpitó el corazón dominicano al ver flotar
de nuevo sobre el Baluarte del Conde, bajo cuyo arco triunfal desfilaron las tropas, y en la
Torre del Homenaje, el pabellón dominicano, arriado en 1861!
Canje de prisioneros. Antes de embarcarse, el General Gándara junto con las tropas
y algunos nativos españolizados, detuvo y se llevó en calidad de rehenes, a distinguidas
señoras y señoritas y a caballeros de la Capital, que fueron canjeados en Puerto Plata el 20
del mismo mes, en virtud del convenio que había garantizado el Cónsul de Italia, don Juan
Bautista Cambiaso.
Pérdidas que experimentó España durante la Guerra de Restauración. La
anexión representó para España la movilización más o menos de cincuenta mil hombres,
entre soldados, Jefes y oficiales, y un gasto de 300,000,000 de pesetas, distribuyéndose sus
bajas así:

Muertos por bala o machete............................................................ 486


Muertos a causa de enfermedades................................................ 6,854
Heridos.............................................................................................. 1,389
Prisioneros.......................................................................................... 634
Enfermos enviados a la Península................................................. 1,525
Total . ................................................................................................ 10,888

Todo ello “sin contar las bajas de las reservas y voluntarios que acompañaron al ejército
español durante la campaña”.
Por fin, se separaron la augusta Madre y la primogénita de sus hijas en América, sin
que quedara el sordo rencor que engendran siempre las luchas entre dos pueblos cuando
proceden de razas distintas.
Hijos de España, conservamos sus tradiciones como nuestras, y en el sangriento
palenque que queda cerrado en este capítulo un sentimiento de recíproca admiración late
por encima del recuerdo de la contienda, en tanto que en el hogar dominicano quedó por
siempre el dulce romance de sus cruentos heroísmos y la evocación de la notoria bizarría
de sus inolvidables ascendientes.

Capítulo XLII
Segunda República
1865. Resurgimiento. Santificada por el sacrificio de los mártires de Moca, San Juan y
Santiago; cubierta de copiosos laureles conquistados en los campos de batalla y en cuyas
hojas se mezclaban salpiques de sangre castellana con gotas de la de nuestros valerosos
adalides; tiznado el rostro con el humo de los incendios de Santiago y Puerto Plata, resurgió
la República, “separándose de la Madre Patria, no como enemigos que se odiaban sino
como naciones que se apreciaban”, sentimientos de recíproca hidalguía que facilitó, según
dice nuestro virtuoso e inolvidable historiador García, “el reanudamiento de las relaciones
políticas y comerciales entre ambos pueblos.

292
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

El estado ruinoso del comercio; el desmedrado y casi nulo concurso que ofrecía la
agricultura; la postración absoluta de nuestras incipientes industrias; el descuido en que
se encontraba la función judicial y el estado de abandono de la instrucción pública, a causa
de la guerra que acababa de cesar, daban a la República el triste aspecto de una inmensa
e infinita desolación. Pero había Patria, y el sacrificio que ese lamentable estado de cosas
representaba constituyó ante el mundo y la historia un nuevo testimonio de algo así como
el heroico desinterés de que es capaz el pueblo, dominicano cuando, atropellados sus fueros
se ha visto forzado a encararse a sus dominadores en demanda del rescate de su libertad.
Actitud del General Cabral. Después de tomar posesión de la Capital, dictó el
General Cabral trascendentales medidas, que no sólo sosegaron el ánimo público, sino que
contribuyeron a levantar la postración del comercio, pues procuró en todas ellas obtener la
armonía de intereses y de miras que necesitaba la sociedad en aquel difícil momento.
Como consecuencia de todas ellas, su nombre de soldado valeroso se rodeó de un
prestigioso ascendiente político entre todas las clases y gremios.
Derrocamiento del Gobierno de Pimentel. Mientras el General Cabral en la parte
Sur se condujo en la forma que demandaban las circunstancias, el Presidente interino,
General Pimentel, en Santiago, mal aconsejado por varios de sus amigos, se negó al traslado
del Gobierno para la ciudad Capital y persiguió encarnizadamente a meritorios servidores
de la causa nacional, además de permitir que se cometieran escandalosos desfalcos en la
Hacienda Pública, mediante desordenadas operaciones, de las cuales hay que decir, en
honor de su nombre, no derivó jamás provecho personal.
Ese estado de lamentable desorganización excitó las pasiones y culminó con la
proclamación del General Cabral como Protector de la República, acto que iniciaron en
la ciudad de Santo Domingo los Generales Eusebio Manzueta, Marcos Evangelista Adón,
Pedro Valverde y Lara y Esteban Adames, y al cual se adhirieron inmediatamente todas las
poblaciones del Sur y del Este.
Al recibir la noticia quiso el General Pimentel destacar tropas contra la Capital; pero,
convencido al fin de la impopularidad que le rodeaba a causa de sus violentos procederes,
depuso el mando ante el Ayuntamiento de Santiago.
En vista de ese acto irrevocable de su voluntad, todas las poblaciones del Cibao se
pronunciaron pacíficamente a favor del movimiento iniciado, y el General Cabral acató
la designación popular que encumbraba su personalidad al otorgarle poderes suficientes
para organizar la República.
Gobierno del Protectorado. Designó el General Cabral, para ayudarle en las difíciles
tareas que las circunstancias le habían impuesto, su Gabinete en la forma que sigue:
Interior y Policía: General Manuel María Castillo.
Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano José Gabriel García.
Guerra y Marina: General Pedro Valverde y Lara
Hacienda y Comercio: Ciudadano Juan Ramón Fiallo.

Además nombró el Protector una Junta que, con el nombre de Consejo de Gobierno, lo
asesoraba con sus opiniones y que integraron los ciudadanos Jacinto de la Concha, Francisco
Cruz Moreno, Pedro Pablo de Bonilla, Francisco del Rosario Bello, Benito Alejandro Pérez,
Pedro Perdomo, Francisco de Luna, Mariano Antonio Cestero y Pedro Tomás Garrido.
Inmediatamente se atendió a la organización de los Ayuntamientos; a la creación de la
Suprema Corte de Justicia y a la organización de los Tribunales inferiores; al establecimiento

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de escuelas primarias; a la organización y recaudación de los impuestos y a la abolición de


la pena de muerte por causas políticas.
Viaje del Protector al Cibao. En interés de organizar también los servicios públicos
en el Cibao, y después de lanzar una proclama en que anunciaba su visita a los habitantes
de esas regiones, salió para el Norte el General Cabral, acompañado de los prestantes
ciudadanos Presbítero Fernando Arturo de Meriño, Pedro Alejandrino Pina, Carlos Nouel,
Pedro Perdomo, Rafael María Leyba y Rosemond Beauregard. Durante su ausencia quedó
el Ministerio encargado del Poder Ejecutivo.
Acertado estuvo el Protector en cuantas medidas tomó en esas Provincias.
Su discreta actitud promovió manifestaciones de simpatía en favor de su persona en las
poblaciones que visitó.
Asamblea Nacional Constituyente. El 24 de septiembre de 1865 abrió sus sesiones
la Asamblea Nacional Constituyente, a cuya competencia y patriotismo se encomendó la
obra de reorganización nacional.
Ante ella se presentó el General Cabral a rendir cuenta de sus gestiones por medio
de un Mensaje que fue contestado por su Presidente el Presbítero Calixto María Pina, en
términos por demás satisfactorios para el Protector.
Renacen los viejos partidos. Hombre de honradez insospechable; valeroso hasta la
temeridad; sereno hasta llegar a la indolencia; pero de una inteligencia escasa y de un entusiasmo
limitado, se vio rodeado, desde muy temprano, el General Cabral por elementos que “a nombre
de las nuevas ideas” quisieron excluir del palenque de la vida pública al elemento enemigo, sin
darse cuenta de que “las revoluciones, como las olas del mar, vuelven a traer los hombres
al mismo sitio del cual se quiso arrancarlos”, y de que ellos, los innovadores, carecían de la
consistencia indispensable para extirpar del corazón del Mandatario sus encariñamientos para
con Báez, o para crear un partido absoluto, única fórmula segura en días en que se presentan
crisis por pretenderse transformar orgánicamente a todo un pueblo.
Esa fue entonces, ha sido después y será mañana, la causa de los desencantos de muchos
hombres, sin duda alguna, muy ilustres; pero que, en la hora final de la prueba, confunden
casi siempre los principios con el furor, la energía con la violencia, la traición con la lealtad
y la exclusión con el celo.
No se puede exigir, de un hombre que formó parte en las filas de un partido, que
olvide precipitadamente a todos los correligionarios que, junto con él, asumieron actitudes
defensivas, aunque fuera momentáneamente, ni que sacrifique sus encariñamientos al
ascender en brazos de los que antes combatiera.
El nombre del ex Presidente Báez, quien en la hora aciaga de la anexión ciñó la faja de
Mariscal de Campo español y ofreció en Madrid sus servicios “para realizar la pacificación
de la Colonia”, con el propósito de vencer a sus adversarios, comenzó a sonar de nuevo,
merced al esfuerzo de sus antiguos partidarios que, excluidos del debate de los negocios
públicos, aspiraban, no pocos con mucho derecho, a la rectificación de los apasionamientos
de aquella época.
Llegó un momento, pues, en que, constreñido el General Cabral a definirse, es decir,
a tomar medidas que impidieran la labor de sus antiguos correligionarios y deslindaran
campos políticos, creyó discreto deponer el mando ante la Asamblea Constituyente, renuncia
que no aceptó ese Cuerpo. Se vio, pues obligado el Protector a continuar al frente del Poder,
e introdujo variantes entre sus consejeros y en el personal que servía los Ministerios.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

La lucha política de aquel momento dividió nuevamente el país en los dos viejos
partidos, irreconciliables, que se denominaron azul y rojo.
Partido Azul. Constituyeron el partido azul los enemigos y adversarios de Báez
que rodeaban a Cabral, en su generalidad personas distinguidas, de gran ilustración y de
positivos anhelos de bien público, cuya jefatura representaba éste, sin haberla aceptado de
una manera categórica.
Militaban en sus filas elementos de gran valimiento, tales como los de Meriño, García,
Cestero, Travieso, Pichardo, Moya, Espaillat, Grullón y otros que representaban el verdadero
abolengo patriótico, y contaba con espadas invencibles, como eran las del mismo Cabral,
Luperón, Adón, etc.
Creemos sinceramente que sus prolongados afanes por hacer triunfar sus ideales, más
se debieron a las luchas internas que entre sí sostuvieron las inteligencias que pugnaban por
imponer sus puntos de mira, que a la fuerza del partido adversario, que sólo era formidable
por su estructura y disciplina.
Partido Rojo. De ese partido era Jefe absoluto don Buenaventura Báez, quien parece
que entendió que la popularidad y la dirección política no admiten tantas subdivisiones
como el mando.
Representaba Báez el centro infranqueable de sus filas, y sólo tuvo dos colaboradores
intelectuales: Félix María Delmonte y Manuel María Gautier, hombres inteligentes,
instruidos, disciplinados y de un sentido práctico-político indiscutible, que encaminaban
sus esfuerzos al sostenimiento de Báez cuando imperaba, a su restauración en el Poder si
los acontecimientos lo habían conducido al destierro, sin dividirse, ni emularse, en el seno
de la fanática agrupación a que pertenecían.
Como es natural, ese ejemplo de sumisión por el Caudillo que daban hombres de
esa talla era imitado por las huestes rojas, en cuyas filas se distinguían oficiales de
notoria bizarría por sus constantes hechos de armas, pues afrontaban los peligros sin
discutirlos con el solo anhelo de tener la satisfacción de que el viejo los abrazara cuando
volviera.
De ahí que mientras Santana, en la primera República, entró siempre por la Puerta
del Conde, a la cabeza de sus huestes, para asaltar el Poder, Báez, en su vida pública, tuvo
siempre la ventaja de esperar en el exterior los acontecimientos para, una vez realizados,
entrar cómodamente por la barca del Ozama.
“El partido azul, según expresiones que conservamos de uno de sus prohombres, tenía
demasiados sabios, en tanto que el rojo sólo obedecía a Ventura, que tenía criterio propio y
solamente oía a medias a don Félix y a Gautier”.
“Por eso fue por lo que siempre, mientras nosotros discutíamos, los rojos obraban
unidos y nos vencían”.
Revolución en favor de Báez. En tanto que los viejos intereses políticos pugnaban
por entronizarse, el General Pedro Guillermo se levantó en armas en la Provincia del Seybo
y marchó sobre la Capital, a la cabeza de grandes fuerzas, circunstancia ésta que, unida a
la ausencia del General Cabral, que se encontraba en San Cristóbal, aprovechó el General
Pimentel para pronunciar la ciudad Capital.
A su regreso, en virtud de una nueva resolución de la Asamblea Nacional, asumió
Cabral su calidad de Protector, actitud desagradable y ridícula que cuadra mal en un
hombre de sus ejecutorias.

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Tan pronto llegó el General Pedro Guillermo a Villa Duarte, y debido a sus exigencias,
dictó la Representación Nacional un decreto por el cual, “abreviando todas las formalidades
de rigor”, designó a Báez como Presidente de la República, y otro que atribuyó al General
Guillermo la calidad de Jefe del Poder Ejecutivo hasta que prestara juramento constitucional
el Presidente electo. Se nombró, pues, una Junta de Gobierno presidida por el mencionado
Jefe revolucionario, de la cual formaron parte el General José María Cabral y los señores
Valentín Ramírez, Manuel María Gautier, Andrés Pérez, Benito Tavárez, Santiago Mercedes,
Eusebio Mercedes y Faustino de Soto.
Constitución. Ha sido una de las mejores Constituciones que hemos tenido la que votó
la Asamblea Nacional Constituyente en esos días de luchas, de grandes apasionamientos
políticos y de trascendentales errores.
Una vez promulgada, se diputó una Comisión para ir a Curazao en busca del
presidente Báez.
Juramento de Báez. El 8 de diciembre de 1865 pisó las gradas del Solio, por tercera
vez, el General Buenaventura Báez, y al prestar el juramento constitucional ante la Asamblea
Nacional, su Presidente, el Presbítero Fernando Arturo de Meriño, que procedía de las falanges
restauradoras, “se irguió grandilocuente para expresar su asombro” entre otros patrióticos
conceptos, con los siguientes: “Acabáis de hacer la promesa más solemne. En nombre de Dios
habéis comprometido vuestra palabra de honor de servir fielmente los intereses de la República,
y yo, a nombre de la Nación, representada por esta Augusta Asamblea, que tengo la honra de
presidir, acepto el juramento que prestáis; y, desde luego, os confieso que delicada en gran manera
es la misión que tenéis que cumplir y abrumador el peso con que graváis vuestros hombros.
“¡Profundos e inescrutables secretos de la providencia!
“Mientras vagabais por playas extranjeras, extraño a los grandes acontecimientos verificados en
nuestra patria; cuando parecía que estabais más alejado del solio y que el poder supremo sería
confiado a la diestra victoriosa de alguno de los adalides de la independencia o la restauración…
tienen lugar en este país sucesos extraordinarios.
“Vuestra estrella se levanta sobre los horizontes de la República y se os llama a ocupar la silla de la Pri-
mera Magistratura. ¡Tan inesperado acontecimiento tiene aun atónitos a muchos que lo contemplan!
“Empero, yo que sólo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad; que he sido como vos alec-
cionado en la escuela del infortunio, en la que se estudian con provecho las raras vicisitudes de
la vida, no prescindiré de deciros que no os alucinéis por ello, que en pueblos como el nuestro,
valiéndome de la expresión de un ilustre orador americano, tan fácil es pasar del destierro al
solio, como descender de este ante la barra del Senado!”.
Este gesto de altiva y patriótica reconvención del Presbítero Meriño le valió su inmediata
expulsión del territorio.
El mismo día que prestó juramento constituyó el Presidente Báez su Gabinete así:
Interior y Policía: General Pedro A. Pimentel.
Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel María Gautier.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Pedro Tomás Garrido.
Guerra y Marina: General José María Cabral.

Capítulo XLIII
Luchas partidaristas
Tercera Administración de Báez. Enemigo irreconciliable del nuevo mandatario,
se sintió el General Luperón amenazado, y se lanzó, inmediatamente, a la revolución,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

que inició con el pronunciamiento de Puerto Plata, movimiento que fracasó a causa de la
división existente entre los elementos de armas del Cibao contrarios a Báez.
Sofocado el movimiento, tuvo el General Luperón que salir para el destierro.
Tomó el nuevo Presidente la fracasada revolución como pretexto, para inaugurar un
férreo sistema, de represión y de venganzas contra sus viejos enemigos y, especialmente,
para con aquellos que recientemente se habían opuesto a su elección.
Como consecuencia de esos procedimientos, las cárceles se vieron bien pronto
llenas de detenidos y casi todos los prohombres de la Restauración perseguidos.
Pudo el Ministro Pimentel limitar esas persecuciones en el Cibao a sus enemigos;
pero no así el General Cabral con respecto a sus numerosos partidarios del Sur y del
Este, a quienes debió los días de encumbramiento que no supo aprovechar en favor de
los intereses generales.
Visita Oficial Americana. Poco tiempo después de la instalación del General Báez
en el Poder, recibió el Gobierno la visita oficial del Secretario de Relaciones Exteriores
de los Estados Unidos de América, señor William H. Seward, quien vino, según sus
propias declaraciones, a estudiar la situación del país mientras que, según el elemento
oficial, ese acto “debía estimarse como halagüeños preliminares de negociaciones y
francas inteligencias entre los Estados Unidos y la República Dominicana”.
1866. Renuncia del General Cabral. Impotente el General Cabral para evitar
las persecuciones de que eran víctimas sus amigos por parte del Gobierno, y tal vez
arrepentido de su poco gallarda actitud cuando fungió de Protector, al dar paso a Báez
con perjuicio de los ideales de aquéllos, presentó irrevocable renuncia de las carteras
de Guerra y Marina que venía desempeñando y se embarcó para el extranjero, acto que
demostró a las claras que se desligaba por completo de la situación.
Nueva revolución. Inmediatamente que el General Cabral salió para el exterior,
se pronunciaron en San Cristóbal los Coroneles Marcos A. Cabral y Desiderio Pozo,
y en las fronteras del Sur los compañeros del héroe de La Canela durante la cruzada
restauradora.
Logró el Gobierno vencer y derrotar a los primeros; pero no así a los segundos,
que, unas veces triunfadores y otras derrotados, aguardaron la llegada del verano
que pasó de Curazao a Haití para traspasar la frontera, reunirse con ellos y dar mejor
dirección al movimiento.
Constitución derogada. El Congreso Nacional, a solicitud del Presidente Báez,
derogó la liberal Constitución votada hacía poco tiempo por la Asamblea Nacional
Constituyente, a cuyo amparo no podían cometerse los excesos a que ya se había
entregado resueltamente el Poder Ejecutivo, y puso en vigor la de 1854, perfectamente
preparada para tiranizar al pueblo.
Caída del Presidente Báez. La presencia del General Cabral en el Sur había vi-
gorizado la revolución, en tanto que una Junta de Generales en Santiago desconoció
al Gobierno, merced a la combinación concertada entre el General Luperón, que había
penetrado por Puerto Plata, y el Ministro de lo Interior, General Pimentel.
1866. La intrepidez demostrada por el General Luperón durante esa contienda y
especialmente en la toma de Moca a sangre y fuego para salvar al General Pimentel y
a sus acompañantes, reducidos a prisión por el bravo General Juan de Jesús Salcedo,
sostenedor del Gobierno, dan una alta idea del denodado espíritu de aquel Caudillo

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y de su indomable valor, perfiles con que acabó de acentuar una personalidad que supo
mantener luego en medio de riesgosos hechos de armas y de empresas increíbles.
Libertado por Luperón en Moca, a la cabeza del mismo puñado que lo acompañó al
Cibao, se dirigió el General Pimentel sobre la Capital, y una vez en sus inmediaciones,
intimó su rendición al Presidente Báez, quien, sospechoso del exiguo contingente de que
disponía su ex Ministro, demoró al parlamento enviado, lo que dio lugar a que esa misma
noche el Jefe revolucionario, de acuerdo con el General Marcos Adón, se apoderara de
las puertas del Conde, de la Atarazana, de San Diego y de la goleta de guerra Capotillo,
que tenía el Presidente Báez lista para embarcarse en caso de que los acontecimientos lo
demandaran.
En vista de lo ocurrido, se asiló el Presidente Báez en el Consulado Francés, de donde
salió para el extranjero.
Gobierno del Triunvirato. Los azules habían triunfado; pero la misma forma
provisional de Gobierno, el Triunvirato, escogida al iniciarse la revolución que derrocó al
Presidente Báez, revelaba las hondas rivalidades y las desconfianzas recíprocas existentes
entre los Jefes del Cibao.
El Triunvirato fue una Junta Revolucionaria compuesta por los Generales Gregorio
Luperón, Pedro Antonio Pimentel y Federico de Jesús García.
Después de aplacar los conatos de reacción encabezados por el General Monción y
otros partidarios del Expresidente Báez, en el Cibao, se encontraron por fin los triunviros
en la ciudad Capital, donde hacía tiempo que había llegado el general Cabral.
Con el propósito, el General Luperón, de evitar la repetición de los conatos de
pronunciamiento intentados por el General Pimentel, a raíz de su llegada a la misma
ciudad, activó de tal modo las cosas que el Triunvirato dictó un decreto de convocatoria
al pueblo para la libre elección del Presidente de la República por medio del voto directo,
y otro resignando sus poderes en favor del General José María Cabral, con el carácter
de Encargado del Poder Ejecutivo, mientras el país expresara su libre voluntad en los
comicios.
Gobierno Interino de Cabral. Al hacerse cargo del Poder Ejecutivo, organizó el
General Cabral su Consejo de Ministros así:
Interior y Policía: Ciudadano Juan Nepomuceno Tejera.
Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Apolinar de Castro.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Juan Ramón Fiallo.
Guerra y Marina: General José del Carmen Reinoso.

Elecciones. Verificadas las elecciones y realizado el despojo electoral correspondiente,


resultó electo el General José María Cabral como Presidente de la República.
Resolvió la Convención Nacional, después de largas discusiones, declarar vigente la
Constitución de 1865, con pocas modificaciones.
Gobierno Constitucional del General Cabral. En el templo de Nuestra Señora
de Las Mercedes, de la ciudad Capital, el 29 de septiembre de 1866, prestó el General Cabral
el juramento constitucional de rigor.
Los partidarios de Báez, que se abstuvieron de concurrir al palenque electoral, habían
preparado un movimiento revolucionario que estalló en La Vega, encabezado por el
General Juan de Jesús Salcedo; en Baní, San Cristóbal, San José de Ocoa y Azua por otros
ese mismo día, que trastornó las manifestaciones del regocijo público y que pudo vencerse

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

en poco tiempo, merced a las rápidas medidas del Gobierno y a la enérgica actitud de las
autoridades, sin que hubiera que lamentar el derramamiento de sangre.
Para el desempeño de las Carteras hizo el General Cabral las designaciones
siguientes:
Interior y Policía: Ciudadano Apolinar de Castro.
Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Ulises F. Espaillat.
Hacienda y Comercio: General Pablo Pujol.
Guerra y Marina: General José del Carmen Reinoso.

Expedición de Yuma. Un comité revolucionario, integrado por partidarios del


Expresidente Báez, organizó en Curazao una expedición que llegó a las playas del río Yuma
bajo las órdenes de los Coroneles Tomás Botello, Félix Mariano Lluberes y Domingo Cherí.
Acompañados de otros elementos que se les unieron, intentaron los mencionados cabecillas
asaltar la población de Higüey, donde fueron capturados por fuerzas del Gobierno al mando
del Coronel Manuel Durán.
Condenados a muerte los Jefes de esa expedición por un Consejo de Guerra, el Gobierno
les conmutó la pena y redujo la de sus compañeros.
Florecimiento de la Instrucción. Es indudable que entre los hombres que rodearon
al General Cabral durante el Protectorado y en la administración constitucional de que nos
ocupamos, hubo uno que, como Ministro, consagró en muchas ocasiones no pocos desvelos
y energías en favor de la instrucción, representando, dentro de su época, ideas avanzadas
en todo aquello que redundó provechoso al desarrollo intelectual de los dominicanos.
Nos referimos a don José Gabriel García, a cuya iniciativa se debió el primer esfuerzo para
la traducción y localización de los códigos franceses; el aumento de las escuelas primarias;
la reorganización de los tribunales; la completa organización de la Suprema Corte de
Justicia; el restablecimiento del Colegio del Seminario, bajo la dirección del Pbro. Fernando
Arturo de Meriño, que tan buenos frutos dio al país; la concesión al Pbro. Francisco Xavier
Billini del local del Exconvento de Regina, que, convertido por aquel apóstol de la caridad
y de la enseñanza en Colegio San Luis Gonzaga, proporcionó hombres ilustres al Clero, a la
política, a las ciencias y a las artes; la creación del Instituto Profesional; la uniformidad en
los métodos de la enseñanza y el estímulo y protección acordadas a las obras didácticas y
literarias nacionales de esa época.
Don José Gabriel García comparece ante la gratitud de sus conciudadanos, no solamente
enaltecido con esas envidiables ejecutorias, sino también admirado por la honradez
insospechable de toda su vida; por la constante y ardorosa profesión de sus ideales patrióticos
y por haber bajado a la tumba en la mayor pobreza, después de haber concluido su Historia de
Santo Domingo, fuente inagotable donde acudimos todos en solicitud de consultas.
En sus páginas caldeadas se advierte su devoción por la Patria y su amor por la
República.
Es deber, pues, de las nuevas generaciones conservar un sentimiento de respetuosa
rememoración para sus ejecutorias.
......................................................................................................................................................

Ya por aquellos tiempos lucía sus galas en la oratoria el Presbítero Fernando Arturo de
Meriño, rodeado de un brillante discipulado en que descollaron poetas, como José Joaquín
Pérez, el olvidado; José Francisco Pichardo, alto infortunio; Francisco Gregorio Billini, el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

repúblico de más tarde; Federico Henríquez y Carvajal, literato y poeta, y otros; rutilaban
las gallardías de estilista de Manuel de Jesús Galván; tenían reputación acentuada en las
letras y el foro Félix María Delmonte, Pedro A. Bobea y Carlos Nouel; servían cátedras los
Angulo Guridi; sobresalían en el Cibao, en el periodismo, Espaillat, Bonó, Peña y Reynoso;
consagraba a la enseñanza sus energías Emiliano Tejera, y salpicaba con sus originales y
brillantes conceptos la prensa de esa época el Pbro. Gabriel Benito Moreno del Cristo.
Viaje del Presidente Cabral al Cibao. Precedido de una Columna de infantería al
mando del General José del Carmen Reinoso, ministro de Guerra y Marina, y acompañado
de los ciudadanos Pedro A Bobea y Manuel María Valverde, miembros de la Suprema Corte
de Justicia, y de su Estado Mayor, realizó el General Cabral su viaje al Cibao, donde fue
objeto de grandes manifestaciones de simpatía por parte de los elementos más importantes
de aquellas laboriosas y heroicas Provincias, de las que regresó poco tiempo después para
presentar su Mensaje ante el Congreso, recién elegido.
1867. Alzamiento del General Pedro Guillermo. Desde la caída del Expresidente
Báez y después de fugarse del Consulado Francés, donde estuvo asilado, andaba prófugo
en la Provincia del Seybo el General Pedro Guillermo, quien, impulsado por las noticias de
sus correligionarios los rojos, quiso apoderarse, a la cabeza de un grupo de parciales, de
la población de Hato Mayor, empresa temeraria que fracasó, pues fueron desbandados y
capturados el Cabecilla y varios de sus compañeros, y llevados ante un Consejo de Guerra.
En virtud de la sentencia dictada por dicho Consejo, fueron condenados a muerte
el General Guillermo y los oficiales José Mota y Secundino Belén, previa degradación
militar, que se cumplió cabalmente y que señalaba otras penas para el resto de los
revolucionarios.
Tormenta de Cabral. Así se llamó desde entonces a la que ocurrió en el mes de
octubre de 1867.
Visita del Subsecretario Americano. Al amparo de las esperanzas que despertaron
las gestiones practicadas por partidarios del Presidente Cabral, envió el Gobierno de
los Estados Unidos al Subsecretario de Estado, Mr. Frederik Seward, acompañado
del Vicealmirante Porter, con el objeto de concluir, “como único medio de prestar a la
República Dominicana la ayuda que necesitaba”, un tratado de venta o arrendamiento de la
península y bahía de Samaná a cambio de dos millones de pesos que ofreció el funcionario
norteamericano.
Dividido el Gabinete, triunfó la opinión contraria a la realización de ese atentado de
lesa Patria, sin que por ello se dieran por derrotados sus partidarios, quienes continuaron
laborando en ese sentido con la más culpable actividad.
Complicaciones. La caída del General Geffrard, Presidente de Haití y aliado de hecho
del partido azul y del General Cabral, del mismo modo que lo era el General Salnave del
partido rojo y de su Jefe el General Báez, acentuó el malestar político en nuestro país, pues
inmediatamente después de triunfar, puso el General Salnave a disposición de los Generales
Valentín Ramírez Báez, Manuel Altagracia Cáceres y otros, los elementos indispensables
con que iniciaron en la Línea Noroeste la revolución contra el Gobierno.
Inútiles fueron los viajes del General Cabral, primero al Sur y luego al Cibao, en interés
de evitar que la anarquía y el desconcierto atormentaran de nuevo a la República, pues la
tibieza de unos y el interés de otros de los partidarios de la situación dividieron y, por lo
tanto, debilitaron el partido, hasta que la revolución avanzó y puso cerco a la Capital, donde el

300
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

pueblo se negó a aceptar el papel moneda, camellas, como se llamó a las papeletas de esa época,
estableciéndose de hecho el cambalache, que no fue otra cosa sino el canje, cambio o permuta
de los objetos y alimentos necesarios para la vida entre sí a falta de moneda circulante.
1867. Epidemia de cólera. Como para agravar dolorosamente el estado de miseria de
los sitiados, hizo su aparición la epidemia del cólera que tantas víctimas ocasionó.
1868. Capitulación del General Cabral. Sitiado; falto de recursos; con el solo
concurso de las fuerzas militares indispensables para defender la plaza de un asalto; en
medio del pánico de la epidemia y con el cuadro de la miseria del pueblo por delante,
concertó por fin, el Presidente Cabral, con la mediación de los Cónsules de Francia, Italia,
Estados Unidos de América, Inglaterra y Holanda, una capitulación que se suscribió el 31
de enero de 1868, y en cuya virtud se embarcó, acompañado de sus Ministros y de muchos
de sus partidarios, en dos goletas que hicieron rumbo a Venezuela, en cuya travesía murió
el Pbro. Dionisio de Moya.

Capítulo XLIV
Período de los Seis Años
1868. Entrada de las fuerzas revolucionarias. Por resultas del convenio a que
hemos aludido, entró a la Capital el ejército sitiador revolucionario, al mando del General
Manuel Altagracia Cáceres, quien asumió el Poder Ejecutivo y nombró provisionalmente
un Ministerio, mientras llegaba, como de costumbre, el General Buenaventura Báez, sin
peligro alguno, por la vía marítima, a ocupar la Presidencia de la República.
De buen o mal grado, el país dio paso a las ideas revolucionarias triunfantes, y, desde
el primer momento, el partido rojo no ocultó los propósitos de venganza con que después
cubrió de duelo a la sociedad dominicana.
Convención Nacional. Uno de los primeros decretos que dictó el Gobierno
Provisional Revolucionario fue el de convocar a elecciones para una Convención Nacional
que dispusiera la Constitución que debía regir y tomara juramento al Jefe del partido rojo.
La afanosa labor de ese Alto Cuerpo terminó con la disposición de que se pusiera en
vigor el Pacto Fundamental de 1854 con ligeras modificaciones y con la concesión al General
Báez del título de Gran Ciudadano, “en nombre de la patria agradecida”, y señaló la fecha
en que debía prestar juramento.
Cuarta Presidencia de Buenaventura Báez. Después de desechar el afortunado
Caudillo rojo la dictadura que se le ofreció para brindarle la oportunidad de que la rechazara
con una exposición efectista, prestó juramento el General Báez ante la Convención Nacional,
el 2 de mayo de 1868, fecha en que se inició el terrible período de los Seis Años.
Constituyó su Gabinete el Mandatario con el personal siguiente:
Interior y Policía, Agricultura y Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel María Gautier.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Félix María Delmonte.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Ricardo Curiel.
Guerra y Marina: General José Hungría.

Estado del país. Las medidas tomadas por el Gobierno en sus primeros tiempos,
a iniciativa del Ministro Gautier, de aceptar en pago de los derechos de importación las
papeletas depreciadas durante la administración anterior y las facilidades que ofreció al
pequeño comercio para que pudiera importar directamente, rodearon al Gobierno de un

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

prestigio económico indiscutible, al mismo tiempo que la presencia del General Salnave,
en la Presidencia de Haití, aliado de Báez, hicieron fracasar por aquel entonces, los intentos
revolucionarios de los azules, por lo cual se vieron obligados los Generales Ogando, Leger
y otros a refugiarse en las lomas de Panzo.
Mientras todo esto ocurría dentro del país, la desavenencia de los Generales Luperón, Cabral
y Pimentel mantuvieron a los expulsos divididos, y sin concierto ni orden a los que, víctimas del
régimen terrorista establecido, suspiraban dentro de la República por días de libertad.
El patíbulo se erigió en casi única fórmula de represión y en procedimiento expedito para
realizar las venganzas que constituyeron el único ideal del partido triunfador, y bajo cuyo imperio
fatídico desaparecieron entre esos largos memorables seis años, centenares de dominicanos, y
entre otros, hombres de la talla de Manuel Rodríguez Objío, dulce poeta, inteligencia preclara
y patriota entusiasta; Eusebio Manzueta, viejo veterano de la Restauración; Juan Rosa Herrera,
prestigiosa figura de la Provincia del Seybo; Francisco Javier Heredia; Belisario Curiel, deudo
del Ministro de Hacienda, y los valerosos oficiales Joaquín Volta, Ezequiel Díaz, Juan E. Diez,
Esteban Evangelista y otros y otros que la pluma no quiere reseñar.
Las cárceles estuvieron llenas de detenidos, nada menos que Espaillat, entre otros, y
hubo personas como los Generales Eugenio Miches, Jacinto Peynado y Cayetano Velázquez,
que permanecieron todo ese lapso engrillados, y los varones de familias enteras fueron
enviados al destierro, sin previa formación de un juicio que siquiera diera apariencias de
legalidad al vértigo de crueldades, que aun a través de los años se sintetiza con sólo aludir
a la dictadura de los Seis Años, que debió su duración, más que a otra circunstancia, a la
culpable anarquía del partido azul.
1869. Revolución del General Nissage en Haití. La revolución que inició en la
República de Haití el General Nissage Saget contra el Gobierno del Presidente Salnave,
ofreció a los Generales Cabral y Luperón resueltos ya en marzo de 1869 a actuar, aunque
independientemente, contra el Gobierno de Báez, la oportunidad de penetrar el primero por
las fronteras del Sur y el otro por las del Norte, pues siempre los haitianos se mostraron
propicios, en el pasado, a fomentar nuestras guerras, no por amor a la libertad, ni por
compasión en nuestros días de esclavitud, ni mucho menos por defensa solidaria en los días
de dominación extranjera, sino pensando, consignémoslo con franqueza, para que las nuevas
generaciones no lo pierdan de vista, que el mejor y más poderoso auxiliar para postrar a un
Estado enemigo a quien se teme, es provocarle guerras que lo debiliten y que, por lo tanto,
estanquen o detengan el desarrollo de sus actividades comerciales, intelectuales y políticas.
Campaña Revolucionaria de los Seis Años. Los campos del Sur aún pregonan
los rasgos de valor con que Cabral combatió, dentro de un sistema que podríamos llamar
estacionario, al Gobierno de los seis años; los risueños campos de la Línea Noroeste
ofrecieron escenario propicio al General Luperón para demostrar una vez más su inteligencia
y bizarría de soldado; empapadas en sangre las regiones del Este, parecían dormir el sueño
letárgico a que las obligó el narcótico inexorable del terror que les sirvió, sin regateos, el
General José Caminero; expulsos estuvieron nuestros próceres, en tanto que un grupo de
malhechores que se llamaron Vinito, Mandé, Pijilito, Ventana, Baúl, Solito, Bejuco y otros,
cometieron delitos espantosos, sin que la justicia pudiera reprimirlos, olvidándose, los que
concedían su impunidad, de que el crimen es solamente modalidad política en horas de
demencia y de que ante la posteridad esos hechos harían más densas las sombras y más
graves las responsabilidades que rodean esa época dolorosa de nuestra historia.

302
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

1869. Vapor Telégrafo. A bordo del vapor Telégrafo estuvo el General Luperón,
acompañado de un grupo de sus parciales, haciendo actos de presencia que encendieran la
guerra en todas nuestras costas y puertos principales, varios de los cuales cañoneó. Libró
en aguas de Samaná un combate con las goletas de guerra nacionales Capotillo y Altagracia,
que zarparon del puerto de Santo Domingo en su persecución.
De allí se dirigió, después de tomar la isla Saona, al puerto de Barahona, ciudad que
estaba en poder de la revolución, donde no pudo obtener tropas con que efectuar nuevos
desembarcos.
Produjeron gran alarma en el Gobierno la presencia de ese buque revolucionario y sus
audaces apariciones en nuestros puertos.
Pero abandonemos por un momento la marcha de la revolución que se sostuvo durante
toda esa época, para narrar otros hechos culminantes de la tiranía entronizada.
Empréstito de Hartmont. En aquel entonces, en interés de obtener recursos con
que sostenerse, contrató el Gobierno un empréstito con la casa de Hartmont y Co., de
Londres por 420,000 libras esterlinas, que sólo erogó en parte, muy mínima, la firma que
lo suscribió para que años después fuera resucitada esa acreencia con el objeto de justificar
la contratación de otros que tampoco fueron utilizados en el desarrollo de las riquezas
naturales del país.
Banco Nacional de Santo Domingo. En virtud de una concesión otorgada por el
Gobierno, se estableció en la ciudad de Santo Domingo y bajo la denominación indicada
una oficina bancaria, con capitales americanos, debidamente autorizada para realizar
operaciones de descuento, cambio, depósito y emisión, cuyos billetes sólo tuvieron
circulación en la Capital.
1869. Proyectos anexionistas. Cuando el partido rojo tremoló el estandarte
revolucionario, acusó al Gobierno del General Cabral de que “quería comprometer la
integridad nacional, arrendando o cediendo la bahía y península de Samaná”, y no fue
poco el concurso que atrajo a sus filas con la sola enunciación de ese delito; pero a poco que
estuvo en el Poder olvidó no sólo el deber patriótico que tenía de salvaguardar el honor
nacional, sino que también la inconsecuencia en que incurría al perseguir una finalidad
que, enrostrándosela al adversario, le había servido para desconocerlo.
El grave error del Gobierno del General Cabral sirvió para que el Gobierno del Presidente
Báez, ampliándolo, solicitara “la protección y anexión” de los Estados Unidos.
En conocimiento los Generales Luperón, Cabral y Pimentel de las negociaciones secretas
que se encaminaban en tal sentido, protestaron contra ellas.
Con el advenimiento del General Grant a la presidencia de los Estados Unidos de América,
todo se ultimó, y se suscribieron en Santo Domingo, el 29 de noviembre de 1869, dos tratados;
uno para el arrendamiento de Samaná y otro para la anexión de la República.
Con cargo al primero se hicieron avances de efectivo al Gobierno Dominicano.
Esos atentados antinacionales intensificaron el malestar público, la labor revolucionaria,
e hicieron separarse de las filas del Gobierno a muchos de sus partidarios, que antes que
rojos pensaron que eran dominicanos.
Consignemos aquí merecidamente los nombres del Presbítero Calixto M. Pina, Emiliano
Tejera, Braulio Alvarez y Augusto García.
Captura y entrega del General Salnave. Derrocado el General Salnave de la
Presidencia de Haití, abandonó la ciudad de Port-au-Prince con el intento de atravesar las

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

fronteras del Sur, acompañado de las tropas que le habían permanecido fieles, y unirse en
Azua a las fuerzas de su aliado el Presidente Báez, casualmente en uno de los momentos
en que la revolución que mantenía en esas regiones el General Cabral, se encontraba en
situación más peligrosa.
1870. En cuenta el General Cabral de esta noticia, preparó las fuerzas indispensables para
cubrir los puestos por donde tenía forzosamente que asomar el invasor, que no tardó en
presentarse izando banderas blancas en Jimaní, desde donde pidió al Comandante de Armas
de Neyba, por escrito y por mediación del General haitiano Domingo Joly, paso libre.
Accedió en principio el General Cabral a lo solicitado con la sola exigencia de que las
fuerzas haitianas debían entregar las armas, a lo que se negó el General Salnave, quien
repasó las fronteras de nuevo del lado de Fond Verretes, y dio aviso a Azua para que lo
auxiliaran por medio de una acción militar indicada.
Perseguido de cerca por considerables fuerzas haitianas, libró varios y sangrientos
encuentros con las tropas revolucionarias de Cabral, en interés de abrirse paso, primero
en Maniel Viejo, luego en El Bejucal y por último en Los Naranjos, acción esta última que
se inició a las once de la mañana para terminar a la una p.m. con la captura del General
Salnave. Quedaron en el campo más de 120 haitianos muertos, entre ellos muchos Generales
y oficiales, y de parte del ejército revolucionario más de 30 bajas, entre otras la del General
Vidal Guiteasu (a) Chochó, quien personalmente capturó a Salnave.
Llevado a presencia de Cabral el Expresidente Salnave, mostró éste la mayor altivez,
diadema del infortunio en la hora en que se avecina la catástrofe.
Después fue entregado Salnave junto con sus Ministros a la columna que el General
Nissage Saget había destacado en su persecución, recibiendo Pedro Nolasco, oficial a las
órdenes de Cabral y conductor de los infortunados prisioneros, dignos de misericordia y
de perdón, la suma de cinco mil pesos que rodaron a la luz de los vivaques revolucionarios
sobre los naipes ennegrecidos de la soldadesca.
Los personajes y Ministros que acompañaron a Salnave fueron fusilados de camino a
Port-au-Prince, y éste en la puerta del Arsenal de aquella ciudad.
Cabral aparece ante la Historia como el victimario de Salnave; pero es justo consignar
que para entregarlo no lo movió la codicia, ni la impiedad, y que tampoco una sola de esas
monedas prostituyó la diestra que había oprimido el sable vengador que, como un dios
irritado, blandió en Santomé y La Canela.
Acerca de este sombrío acontecimiento publicamos hace pocos años en el diario El
Tiempo, un documento que nos fue dirigido por uno de los oficiales del General Cabral
en aquella época, hoy alta personalidad del Sur, que no podemos resistir a la tentación de
insertar, compendiado, con el único objeto de atenuar, en lo posible, la responsabilidad con
que ese hecho histórico obscurece la frente del hombre que en cien duelos con la muerte
conquistó una brillante hoja de soldado. He aquí lo más saliente que contiene:
“Fue el General Vidal Chochó el Jefe que hizo prisionero a Salnave. En la refriega que
sostuvo para lograrlo recibió una herida y murió a consecuencia de ella, pocos días después,
disfrutando su familia de la parte de dinero que se dio por la entrega del prisionero.
“El Jefe militar revolucionario de la región en que se operó la captura del desventurado
Salnave y sus compañeros era el General Andrés Ogando.
“El General haitiano que vino a buscarlo se llamaba Loranzin Benjamín, y trajo una
columna de 1,000 hombres.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

“A cambio de la entrega de Salnave, dos de sus Ministros y de algunos de sus


acompañantes, se recibieron varios miles de pesos que fueron repartidos entre las tropas
revolucionarias dominicanas.
“Al ser amarrados para emprender camino hacia Haití, uno de los Ministros, dirigiéndose
al General Salnave, le dijo: “Tengamos valor”, a lo que respondió el Expresidente cautivo: Ca
ne me manquera pas. (Eso no me faltará).
“Cabral no quería entregar a Salnave y se resistió a ello hasta última hora, no obstante
darse cuenta de que, de no hacerlo, el Presidente Nissage, de Haití, que era quien sostenía
la revolución, le negaría su concurso, colocándolo en una situación desesperada.
“Fue don Pablo Pujol quien lo decidió a entregarlo, exponiéndole la gravedad del
momento y el riesgo en que quedaba la causa revolucionaria al verse privada de los recursos
que le venían de allende la frontera, y frente a un ejército formidable, fanático y feroz como
el de Báez, contra el cual tenía que combatir a diario.
“Las manos de Cabral no tocaron una sola de las monedas pagadas, para saciar sus
furias, por las pasiones de los que habían derrocado en Haití al Presidente Salnave”.
1871. Rechazo del Proyecto de Anexión. No obstante los esfuerzos realizados por el
Presidente Grant para que el Congreso de los Estados Unidos aceptara el proyecto de anexión
suscrito y en cuya virtud se habían puesto al servicio del Presidente Báez buques de la marina de
guerra americana, además de haberle suministrado recursos y municiones, éste fue rechazado
merced a los esfuerzos que el Senador Sumner y otros hicieron en ese sentido.
Malograda la obra con que pensó el Presidente Báez sostenerse indefinidamente en el
Poder, propendió a dar unidad a su partido, labor que no pudo realizar porque muchos de
sus correligionarios, movidos por un sentimiento patriótico, cohonestaban con las ideas
revolucionarias de los cacoses, como despectivamente llamó el elemento imperante a las
huestes revolucionarias azules.
Elección del General Cáceres para la Vicepresidencia de la República.
Terminado el período en que había ejercido la Vicepresidencia de la República el General
Antonio Gómez, fue elegido para sustituirlo el General Manuel Altagracia Cáceres,
prestigiosa personalidad del partido rojo, que se había distinguido en el Cibao por sus
procedimientos generosos.
Viajes del Presidente Báez. Decaída la revolución en el Sur; aniquilada en la Línea
Noroeste, y con el afán de consolidar la situación, realizó el Mandatario un viaje al Cibao
primero, luego al Este y más tarde al Sur. A esta última región le acompañó un gran
contingente de tropas que llevó hasta Las Matas de Farfán.
Congreso Revisor. Con el objeto de reformar la Constitución, se eligió un Congreso
Revisor que sancionó en fecha 14 de septiembre de 1872 las reformas que había indicado el
Poder Ejecutivo.
1872. Arrendamiento de la bahía de Samaná. Carente de recursos el Gobierno,
después de haber emitido en títulos de deuda pública una fuerte cantidad de dinero que
dio lugar a productivas y reprobables especulaciones, logró que personas desconocidas en
el mundo financiero constituyeran una Compañía que se denominó Compañía de la Bahía
de Santo Domingo, con la cual concertó el arrendamiento de ella y de la Península. Asumió
aquélla “todos los privilegios e inmunidades que por el proyectado tratado con los Estados
Unidos de América se le habían concedido a esa nación”, a cambio del pago de la suma de
doscientos cincuenta mil pesos oro anuales en favor de la República.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Aprobado este contrato por el Senado Consultor, se convocó a todos los pueblos de la
República para que por ante la autoridad civil expresaran categóricamente su voluntad.
Plebiscito. Con el objeto de revestir este nuevo atentado del sello de espontaneidad o
de consentimiento indispensable, se provocó el plebiscito a que hemos aludido, que recordó
mucho los procedimientos de Santana y sus parciales en los días que antecedieron a la
anexión con España.
Distinguiéronse por su protesta muchos ciudadanos y entre otros, en la ciudad de Santo
Domingo, don Emiliano Tejera, y el oficial Juan Francisco Alfonseca, más tarde Doctor en
Medicina de la Facultad de París y gloria científica del país, a quien se envió en calidad de
preso a Azua, donde imperaba el General Valentín Ramírez Báez.
Estas protestas y las que formularon los expulsos desde Curazao y otros puntos, no
impidieron que el Presidente Báez decretara que “el convenio de la península y bahía de
Samaná quedaba ratificado y sería considerado en lo sucesivo como una ley del Estado”.
Estado de la opinión. La constante división de los elementos militares dirigentes del
partido azul había casi aniquilado la revolución del Sur que dirigía Cabral, y convertido en
infecundos los esfuerzos realizados por el General Luperón en la Línea Noroeste, en tanto
que el Gobierno de los Seis Años, tiranía al fin, hastiado de perseguir enemigos, volvió
sus garras contra aquellos partidarios que lo habían abandonado, poseídos de un noble
sentimiento patriótico.
Ese estado de cosas sugirió a un grupo de adolescentes de la ciudad Capital la idea de
dirigirse al Pbro. Calixto M. Pina, antiguo partidario de Báez, de quien se había separado
a causa del proyecto de anexión, para que cooperara a la organización de un movimiento
unionista de los dos partidos, que derrocara al despótico Mandatario, para salvar la
nacionalidad de los riesgos que corría.
Acordáronse en ese sentido personalidades de ambas agrupaciones, pues no fue poco
el empeño, digámoslo en honor de su memoria, que en ello puso el Pbro. Pina. Se convino,
desde un principio, en exceptuar de las diligencias revolucionarias a los Generales Cabral,
Luperón y Pimentel.
La idea ganó en breve prosélitos, favorecida por el deseo de libertad que era manifiesto
en el corazón del pueblo.
Las primeras manifestaciones de esa labor la dieron en la Línea Noroeste los Generales
Juan Antonio Polanco, José Calazán y otros, movimiento que estancó la presencia del
General Luperón, quien se trasladó de Cabo Haitiano a Dajabón, acompañado del General
Ulises Heureaux y otros, con el objeto de imponerse como Jefe de la Revolución.
La parálisis que produjo la presencia de ese Caudillo en el momento inicial de la
revolución, dio tiempo al Vicepresidente y Delegado, General Cáceres, para trasladarse con
fuerzas a aquellas regiones y obtener, después de algunos combates, su pacificación.
Nuevos brotes de descontento que no supo apreciar el Gobierno ocurrieron en Puerto
Plata y Altamira, y resultaron inútiles los patíbulos del General Manzueta y otros, en la
Capital y los Prud’Homme y Weber en Santiago, y el que se erigiera la delación en virtud.
No eran los azules solamente los que deseaban descansar de Báez, sino que también muy
principalmente sus partidarios experimentaban la necesidad de algo nuevo “que no los
llenara de más odios”.
1873. Actitud del elemento militar rojo del Cibao. Los mismos elementos
militares rojos del Cibao que con tanta lealtad y eficacia para el Gobierno acababan de

306
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

apagar los conatos revolucionarios de la Línea Noroeste, Altamira y Puerto Plata, entre los
cuales descollaba el Vicepresidente Cáceres, cuyo nombre había sonado para la Presidencia
de la República con gran repulsa de parte del Presidente Báez y de varios de sus Ministros,
llegaron a penetrarse de que era indispensable un movimiento unionista que derrocara
a Báez, sin el concurso de Pimentel, Luperón y Cabral, refundiera los dos partidos y le
proporcionara días de paz a la República.
Tuvo la gloria El Porvenir, periódico de Puerto Plata, de haber sido el vocero que pregonó
con más ardor esas ideas de conciliación que se extendieron rápidamente por todo el país,
y hasta poner cese a las interminables reelecciones del Presidente Báez, o al propósito, que
se agitaba, de elegir al General Damián Báez, su hermano y Gobernador de la Provincia
Capital, para sucederle.

Capítulo XLV
Revolución unionista: rojos y azules
1873. 25 de noviembre de 1873. En esa fecha se inició en la ciudad de Puerto Plata el
movimiento revolucionario que derrocó al Gobierno de los Seis Años, en que abrazados
rojos y azules, depusieron momentáneamente sus antiguos y recíprocos rencores para
marchar sobre la ciudad Capital.
Elegido el General Ignacio María González por la Asamblea Popular Jefe Supremo,
constituyó en aquella ciudad un Gobierno Provisorio en el cual desempeñaron Carteras las
personas siguientes:
Interior y Policía, Agricultura y Relaciones Exteriores: Ciudadano Tomás Cocco.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Celestino López.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Ildefonso Mella C.
Guerra y Marina: General Pablo López Villanueva.

Dispuso inmediatamente el General González la salida del Ministro de la Guerra con las
tropas que debían poner sitio a la Capital hasta rendirla, donde el Presidente Báez se preparó
para resistir con los contingentes de fuerzas que le habían llegado de Azua y del Este.
Adhesión del Cibao. Los pueblos y autoridades del Cibao se adhirieron rápidamente
al movimiento revolucionario, lo que permitió al General Villanueva acercarse a marchas
forzadas a la ciudad Capital, de donde salieron a interceptarle el paso tres columnas al
mando de los Generales Juan de Jesús Salcedo, Andrés P. Pérez y José Caminero.
Las de Salcedo y Pérez, después de batirse, se desbandaron, mientras que el General
Caminero, con la que dirigía, se adhirió en Monte Plata a la revolución, epílogo a que llegan
siempre, en la hora de la caída, los que, avasallados por las responsabilidades, sienten náuseas y
temores al rememorar sus crueldades y el afán de superabundancia con que sirvieron al amo.
Capitulación del Presidente Báez. El 31 de diciembre de 1873 fue ultimada
la capitulación del Presidente Báez, acto en que intervinieron los Cónsules de Francia,
Dinamarca, Holanda, Estados Unidos de América y Alemania.
En tal virtud, se presentó el Mandatario ante el Poder Legislativo a resignar el mando.
1874. Gobierno provisorio del General González. Pocos días después de ocupada
la Capital por el ejército revolucionario, se trasladó a ella el Gobierno Provisorio de Puerto
Plata. Cantó, el día de su entrada, un solemne Te Deum “en acción de gracias al Dios de las
Misericordias por el triunfo de la opinión pública”, el señor Arzobispo, Monseñor Aguasanta.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Grandes fueron las manifestaciones con que el regocijo público saludó esa alborada de
libertad, que abrió cárceles a detenidos que parecían haber sido tragados por la tierra y que
devolvió al seno del hogar dominicano a más de un millar de expulsos.
Convocatoria. Reorganizado el Gobierno con el nombramiento del ciudadano
Carlos Nouel como Ministro de Justicia e Instrucción Pública, en reemplazo del ciudadano
José Celestino López, quien presentó renuncia por motivos de salud, se expidieron dos
decretos: uno convocando las Asambleas Electorales, a fin de que por medio del voto
directo universal eligieran al Presidente de la República, y otro convocando una Asamblea
Nacional para que decretara la Constitución que debía regir.
Rescisión del contrato de arrendamiento de la Bahía de Samaná. Apoyado en
el incumplimiento por parte de los concesionarios, cupo al General González la inmarcesible
gloria histórica de rescindir ese instrumento por medio de un decreto, y para el efecto, nombró
una Comisión compuesta de los ciudadanos José Gabriel García, el patriota de siempre, como
Presidente; Gerardo Bobadilla, Victoriano Vicioso y Alejandro Gross, como Miembros, y
Carlos Tomás Nouel como Secretario, que se trasladó a Samaná y acentuó con sus actuaciones
el inviolable derecho, que sólo en horas de demencia declinó la administración anterior.
1874. Presidencia Constitucional del General González. El resultado de las
elecciones presidenciales favoreció la candidatura del General Ignacio María González,
quien tuvo que aguardar, para prestar su juramento, a que se concluyeran las reformas del
Pacto Fundamental.
Ultimadas éstas, se presentó ante la Asamblea Constituyente, reunida en la Santa Iglesia
Catedral, a cumplir con dicha formalidad.
Memorables fueron los discursos que con tal motivo se pronunciaron en el solemne acto,
y al través de los años, sugestionados por una constante tradición, nos parece ver, sin haberlo
conocido, la venerable figura de don Felipe Dávila Fernández de Castro, Presidente de la
Asamblea, al significar al joven Mandatario: “que la tarea que iba emprender era cansada,
grande, inmensa, porque la Patria llegaba a sus brazos pálida de terror enflaquecida por el
sufrimiento, pobre por la dilapidación y desgarrada en jirones su vestidura…”.
Desde la Cátedra Sagrada, el Pbro. Calixto María Pina deslizó también conceptos que
honran su memoria de patriota.
Constitución del Gabinete. Instalado en la Presidencia Constitucional de la
República, constituyó el General González su Gabinete en la forma siguiente:
Interior y Policía: Ciudadano José Gabriel García.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Carlos Nouel.
Hacienda y Comercio: Ciudadano José Manuel Glass.
Guerra y Marina: General Pablo López Villanueva.

Este personal fue modificado a causa de no aceptar el señor García.


Medidas del Gobierno. Una de las primeras medidas tomadas por el Gobierno
fue dictar un decreto en el cual declaraba que los Generales Cabral, Pimentel y Luperón,
alejados del país en interés de dar unidad a la revolución que había triunfado, podían
regresar cuando quisieran.
Al amparo de esa disposición regresó el General Cabral, Luperón se fue a Europa,
de donde volvió meses más tarde a Puerto Plata, y Pimentel murió a poco en Haití, a
consecuencia de las heridas que recibió en la Línea durante la última revolución, en que
tomó parte, para derrocar a Báez.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Periódicos y hombres de aquella época. “No prosperan las letras al amparo de


una tiranía medrosa y suspicaz que advierte un velado ataque en el más inocente madrigal”,
pero sí se ensancha y abrillanta el numen cuando los rayos de la libertad iluminan, para
estimularlas, las nobles emotividades de la inspiración y del patriotismo.
Periódicos hubo entonces, como El Centinela, El Nacional, El Dominicano, La Voz del
Pueblo, El Porvenir y otros; en los cuales quedaron patentizados los nobles anhelos de
aquella vigorosa juventud a cuya cabeza marchaban José Joaquín Pérez, José Francisco
Pellerano, Francisco Gregorio Billini, Federico Henríquez y Carvajal, Rafael Abreu
Licairac, Apolinar Tejera y otros; volvieron a alternar con gallardía en la vida pública
Espaillat, Meriño, García, Nouel y Zafra, y se iniciaron también en ella Eliseo Grullón,
Casimiro N. de Moya, Eugenio Generoso de Marchena y otros que la brevedad de estas
lecciones no nos permite consignar, sin que por ello desmerezcan en aptitudes a los
aludidos.
Hay que declarar, con toda sinceridad, que el triunfo de la revolución del 25 de
noviembre abrió el palenque al concurso de todas las aspiraciones, y que los hombres
de madurez se complacían en ver turnar a la juventud, sedienta de libertad y ganosa de
empinarse a fuerza de merecimientos y de virtudes.
Durante el Gobierno del General González, abrieron sus puertas no pocas escuelas de
instrucción primaria y fueron designados para ocupar las cátedras de Jurisprudencia y
Literatura del Instituto Profesional don Félix María Delmonte, y las de Medicina el Doctor
Manuel Durán, quien las había desempeñado, con algunas intermitencias, en el período de
los Seis Años.
Siempre nos ha parecido que el gesto del General González, al derrocar a Báez,
debió merecer mejores recompensas de parte de aquellos que tanto sufrieron durante
los Seis Años.
1874. Tratado dominico-haitiano. No pudieron obtener buen éxito los Plenipo-
tenciarios señores Emiliano Tejera, José Gabriel García y Carlos Nouel, enviados a Hai-
tí para la celebración de un tratado que dirimiera todas las cuestiones pendientes con
aquella nación, a causa de las evasivas y tortuosas proposiciones de que se sirvieron los
Delegados haitianos en las conferencias celebradas en Port-au-Prince. Regresaron, pues a
Santo Domingo, y como al dar cuenta de su misión declinaron el honor de seguir ocupán-
dose en asunto tan importante, el Presidente González designó otra Comisión compuesta
por el ciudadano Carlos Nouel, que había pertenecido a la primera, y de los Generales
Tomás Cocco y José Caminero.
Logró al fin la nueva Comisión concertar un Tratado de Paz, Amistad, Comercio,
Navegación y Extradición con los Representantes haitianos, el cual fue firmado en Port-au-
Prince el 9 de noviembre de 1874.
El Artículo 4º. de ese Tratado, por la imprecisión que le atribuyen los haitianos, ha
dificultado, con las mañeras discusiones que acerca de su interpretación promovió, y
aún sostiene en nuestros días, la Cancillería del vecino Estado, tratando de argüir que se
entiende por posesiones actuales aquellas que se ocupaban en el momento de la firma del
Tratado, el arreglo definitivo de nuestra cuestión fronteriza.
Creyó de buena fe el Gobierno del General González que aceptando ese instrumento
diplomático terminaría con los recelos, desconfianzas y luchas que habían dividido a los
dos Estados, sin sospechar que hubiera sido prudente, para evitar argucias y falacias, dejar

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

establecida, de manera más concreta, cuáles eran las posesiones que ocupábamos al cesar
las hostilidades de 1856.
En diciembre de ese año fue aprobado el mencionado Tratado, no obstante la vehemente,
razonada y patriótica oposición que en el seno de la Asamblea Constituyente le hizo el
Diputado Mariano Antonio Cestero.
1874. Tratado con España. También celebró por aquel entonces la República un
Tratado de Paz, Amistad, Comercio, Extradición y Navegación con España, a cuyo amparo
pudieron regresar al país muchos de los dominicanos que lo abandonaron en servicio de
las armas españolas en 1865.
Tentativas revolucionarias. La obra de unión y de concordia realizada por la revo-
lución del 25 de noviembre venía debilitándose notablemente, pues las ambiciones políticas y
sordos rencores mantenían especialmente en el Cibao, irritado al elemento rojo, que comenzaba
a conspirar, lo que obligó al Presidente González a trasladarse a aquellas regiones.
Sometidos a los Tribunales los sospechosos, fueron reducidos a prisión y encarcelados
en la Fortaleza San Luis, de Santiago, los Generales Juan Evangelista Núñez y Jenaro
Perpiñán, medida ésta que dio lugar a que los Generales Juan Nepomuceno Núñez, padre
del primero de los detenidos, y Manuel Altagracia Cáceres, asaltaran esa posición militar,
pusieran en libertad los presos y se adueñaran del parque.
En la acción que libró inmediatamente el Gobernador de aquella Provincia, para
recuperar la Fortaleza, murió el General Juan Nepomuceno Núñez, ante cuyo cadáver
encontraron las fuerzas del Gobierno, de rodillas y sosteniendo entre la inerte y heroica
diestra de su progenitor un cirio encendido, al bravo y amoroso hijo, en cuya demanda
de libertad había perecido aquél, y quien prefirió caer de nuevo prisionero antes que
abandonar a ese augusto símbolo del amor paternal.
En este hecho debe la juventud admirar la grandeza del padre al querer conquistar el
rescate del hijo y la bizarra abnegación de éste, que prefirió el cautiverio y la muerte antes
que abandonar el cadáver del padre, todo amor, todo sacrificio.
Aplacada esa intentona, hubo también que restablecer el orden en San José de Ocoa y
en San Antonio del Bonao.
Desconocimiento de la Constitución. Durante su permanencia en el Cibao,
un movimiento de opinión partidarista en favor del Presidente González desconoció la
Constitución vigente e invistió a éste con el título de Dictador, mientras “se dictara otra Ley
Fundamental más en armonía con las condiciones políticas y sociales del país”.
Convención Nacional. Practicadas las elecciones para la designación de los
Representantes que debían intervenir en la reforma de la Constitución, y realizadas éstas,
prestó nuevamente juramento el General González como Presidente de la República.
1875. Entrevista del Presidente González con el Presidente de Haití. El 27
de febrero de 1875 celebraron en Boca de Cachón el Presidente González y el General
Domínguez, Presidente de Haití, la célebre entrevista que como augurio de paz y
prenda de buena amistad entre las dos naciones había sido concertada por ambos Jefes
Estado.
Acusación contra el Presidente González. Los movimientos anárquicos de
los partidos que al calor de sus viejos odios pugnaban por quebrantar la unidad nacional
que había llevado al General González a la Presidencia, tomó como pretexto medidas
administrativas dictadas por su Gobierno para acusarlo ante el Congreso.

310
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

No andaba ajeno a esas combinaciones políticas el General Luperón, que en constante


lidia con el Gobernador de Puerto Plata, General Ortea, siempre vio en el Presidente
González a un antiguo partidario de Báez, a quien odió hasta su muerte.
Apoyaron a Luperón en su actitud hostil las sociedades políticas santiaguesas Amantes
de la Luz y La Liga de la Paz, cuyos miembros dirigieron un célebre memorial al Mandatario,
quien buscó entonces apoyo en las huestes rojas, de donde procedía.
Parece que al fin los prudentes consejos de distinguidos ciudadanos le hicieron
comprender al General González que era preferible someterse a la acusación y descender
del Solio absuelto de toda culpa, que no exponerse a ser precipitado en su caída por la
omnipotencia arrolladora de las revoluciones, que si bien es verdad que no saben de
rencores duraderos, no es menos cierto que carecen de piedad en sus venganzas iniciales.
Absuelto el Presidente González por el Congreso Nacional, resignó su investidura de
Primer Magistrado de la Nación y tomó el camino del destierro, quedando encargado del
Poder Ejecutivo el Consejo de Ministros.
Tentativa de reacción en favor los rojos. Tan pronto como se embarcó para
extranjero el Expresidente González, su Ministro de la Guerra, el General Pablo López
Villanueva, con el propósito de dar un curso a los acontecimientos que favoreciera al partido
rojo, de cuyas filas procedía también, sublevó el ejército; detuvo en el Palacio del Gobierno
a sus compañeros de Gabinete, y despachó emisarios al interior.
En vista de esta actitud, los azules de la Capital avisaron de lo que ocurría a los Generales
Eugenio Miches en el Seybo, y a José Melenciano en San Cristóbal, quienes se acercaron a la
Capital con grandes contingentes de fuerzas y obligaron al General Villanueva, que carecía
de recursos pecuniarios, a embarcarse para el extranjero.
1876. Elecciones. El 24 de marzo de 1876 se verificaron las elecciones y resultó electo
el benemérito ciudadano Ulises Francisco Espaillat, como Presidente de la República, por
una mayoría de 24,329 votos.

Capítulo XLVI
Gobierno de Espaillat
1876. Bosquejo de la personalidad de Ulises F. Espaillat. Digno de las conscientes
y serenas manifestaciones con que la posteridad agradecida perpetúa siempre, en el corazón
de los pueblos el recuerdo inmaculado de los hombres que se distinguieron por su robusta
virtud ciudadana, es el nombre del eminente patricio que en aquellos tormentosos días
asumió la Presidencia de la República.
De origen azul, se había distinguido en ese partido por la moderación de sus inteligentes
opiniones.
Perteneció al grupo de egregios dominicanos que durante la campaña restauradora, en
medio de los turbulentos debates de las Juntas Patrióticas Cibaeñas, o de las solemnes y
graves deliberaciones del Gobierno Provisorio, sacó intacto el ideal nacional que convirtió
a toda la República en candente plataforma de nuestra Restauración.
Representaba un gran prestigio, y de ahí que el voto de sus conciudadanos le obligara
a abandonar la tranquilidad de su hogar modelo, para asumir la calidad de Mandatario en
tan difíciles circunstancias.
Evolución. Se dio el nombre de Evolución al movimiento de opinión revolucionaria
acusadora que se inició en la ciudad de Santiago de los Caballeros, para derrocar al Presidente

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

González, y que constituyó una Junta revolucionaria de Gobierno, la cual desapareció con
la elección de don Ulises F. Espaillat para la Presidencia de la República.
La Evolución la sirvieron, como ya hemos dicho, las Sociedades políticas Amantes de la
Luz y La Liga de la Paz.
Juramento. En medio de las más entusiastas aclamaciones y rodeado de una aureola
de simpatía y respeto, que hizo honor a la ciudadanía de aquella época, prestó juramento
el Presidente Espaillat el 29 de mayo de 1876.
Ministerio. Constituyó su Ministerio con notables elementos del partido azul, del
modo siguiente:
Interior y Policía: Ciudadano Manuel de J. Peña y R.
Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel de J. Galván.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano José Gabriel García.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Mariano A. Cestero.
Guerra y Marina: General Gregorio Luperón.

Primeras medidas del Gobierno. Concedió amplias y seguras garantías a los


prevenidos políticos; ofreció facilidades para que regresaran todos los expulsos y ordenó
a las autoridades que permitieran y respetaran en sus respectivas jurisdicciones la libre
emisión del pensamiento.
Campaña de oposición. La inició en la Capital el periódico El Observador, dirigido
por el Coronel Marcos A. Cabral, quien contaba con la colaboración asidua y formidable de
don Manuel María Gautier.
En vano pretendió el Presidente Espaillat desteñir las antiguas banderías políticas,
arrebatándoles sus denominaciones de rojo y azul, para que tomaran otras “cuyos
significados representaran la lucha fecunda de los principios”, pues la opinión pública,
reacia a los avances de la política científica, no admitió esos esfuerzos y “tuvo más en
cuenta las pasiones que la devoraban” que las necesidades de una verdadera consolidación
nacional.
Revoluciones. Cupo al General Gabino Crespo, inducido a ello por las gestiones
revolucionarias que desde la frontera de la Línea Noroeste encaminaron los Generales Ortea
y Villanueva en favor del recién derrocado General González, la triste gloria de iniciar la
anarquía, que a la postre agotó el esfuerzo de uno de los Gobiernos mejor intencionados
que hemos tenido, puesto que si bien es verdad que los Generales Ulises Heureaux y
Eugenio Valerio, defensores de la situación, pasearon a poco sus tropas victoriosas por el
Distrito de Monte Cristy, no es menos cierto que no pudieron extirpar el mal tan de raíz
como era necesario para la tranquilidad de aquella región y el establecimiento de la paz
en el país.
Incidente diplomático. De paso, a bordo del vapor americano Tybee, llegó por aquel
entonces al puerto de Santo Domingo en diligencias revolucionarias el General Pablo López
Villanueva, Exministro de la Guerra; y, como pretendiera desembarcar, se le previno que la
autoridad consentiría en ello siempre que estuviera dispuesto a someterse al juicio que se
debía instruir como instigador del levantamiento del General Gabino Crespo en la Línea
Noroeste, a lo que se negó el pasajero.
En tal virtud, el Gobierno resolvió prenderle, lo que dio origen a que el Capitán de
dicho vapor, señor Kucht, solicitara, para negarse, el apoyo del Cónsul Americano en Santo
Domingo, señor Paul Jones.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

El cambio de notas efectuado con tal motivo entre el mencionado Agente Consular
Americano y el Ministro de Relaciones Exteriores, Licenciado Galván, llegó a tomar
proporciones serias y alarmantes hasta que triunfó a la postre la gallarda actitud observada
por nuestra Cancillería, que apoyó sus alegatos en el Tratado de 1867.
Se extrajo, pues, por medio de la policía judicial, de a bordo de la mencionada
embarcación, al General López Villanueva, quien, irritado, se negó a ir por sus pies a la
prisión, por lo que fue conducido a ella en una mecedora, cargada en hombros de los
agentes de la fuerza pública.
Recrudecimiento de la revolución. Las partidas revolucionarias que desde hacía
tiempo se enseñoreaban en los campos del Distrito de Monte Cristy se habían aumentado
con el concurso del General Juan Gómez y sus satélites. Aumentóse, pues, con ello de nuevo
la campaña revolucionaria contra el Gobierno, que repercutió intensamente en el Cibao y
que provocó levantamientos en La Vega, Santiago y Puerto Plata.
Con motivo de estos acontecimientos nombró el Presidente Espaillat al General
Luperón General en Jefe de las fuerzas que operaban en las regiones del Norte y despachó
en comisión al Ministro Peña y Reinoso con residencia en Santiago.
Digna de honrosa mención por su desinterés y bravura fue la actitud que en defensa
del orden constitucional asumieron, combatiendo a diario, en Santiago: Miguel Andrés
Pichardo, una de las capacidades militares de la República; Juan Francisco Sánchez,
Comandante del batallón que formó la entusiasta juventud santiaguesa; Casimiro N. de
Moya, más tarde nuestro Geógrafo e Historiador, en La Vega; el General Benito Monción,
en Monte Cristy, y aquel coloso de la bravura que se llamó Ulises Heureaux, en cuantos
sitios se necesitó de su presencia. Todos dirigidos por el General Luperón y estimulados
por los bravíos alientos del Ministro Peña y Reinoso.
Refuerzos. Con el objeto de reforzar en el Cibao a los que de manera tan gallarda
mantenían triunfante el prestigio de los ideales democráticos que representaba el Gobierno,
destacó éste dos columnas, una al mando del viejo veterano General Eugenio Miches, por el
camino de Cotuy, y otra a las órdenes de los Generales José Melenciano y Francisco Gregorio
Billini e Isidro Pereyra, que tomó el camino de Bonao para caer también en el Cibao.
Sitio de Santo Domingo. De acuerdo el General Valentín Pérez, Gobernador de
Azua, con el Coronel Marcos Cabral, se pronunció en aquella ciudad, no para cooperar
con el movimiento revolucionario promovido por los partidarios del General González en
el Cibao, sino para, adelantándosele, ocupar la ciudad Capital en favor de Báez, su viejo
Caudillo.
En presencia de la gravedad de este suceso, organizó el Gobierno una columna cuya
dirección confió al General José Caminero, a quien asaltaron los revolucionarios azuanos en
el célebre Paso de Cribití, río Nizao, hasta el punto de desbandar sus fuerzas.
Aprovecháronse los cabecillas Pérez y Cabral de ese desastre y atrevidamente avanzaron
hasta establecer el sitio de la Capital, por los lados Norte y Oeste, sin que cubrieran el
lado oriental, tal vez por carecer de fuerzas suficientes, circunstancia ésta que aprovechó el
Gobierno para despachar expresos a los Generales Melenciano, Billini y Pereyra, quienes
contramarcharon con su columna y atacaron a los sitiadores, que habían sido contenidos
desde las murallas por aquella abnegada juventud que, a imitación de la de Santiago, montó
guardia en esos días de peligro, y que representaron Juan Tomás Mejía, Daniel Henríquez
y Carvajal, Paíno Pichardo y otros.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Las operaciones encomendadas a los Generales Melenciano, Billini y Pereyra obtuvieron,


con la cooperación del General Francisco de Luna, a quien se había encomendado reunir
los restos de la columna derrotada en Cribití, los resultados apetecidos, pues los azuanos
tomaron el rumbo de aquella Provincia, con lo cual quedó levantado el sitio de la ciudad.
Huracán. El 13 de septiembre de 1876 un terrible huracán barrió la costa Sur de la Isla.
Avance del General Miches. Ordenada la concentración de todas las fuerzas leales
del Cibao a Santiago por el Ministro Peña Reinoso, el General Miches, que se encontraba en
La Vega, avanzó en ese sentido, no sin que recibiera en el camino, durante uno de los tantos
combates que tuvo que librar, una herida en la pierna izquierda que lo mantuvo inutilizado
por muchos años.
Refieren algunos de los bizarros acompañantes de ese denodado General, que, herido
ya, dirigió las operaciones, incorporado, desde la hamaca en que se hizo colocar, hasta que
llegó a Santiago.
Caída de Espaillat. Vencida la revolución en Santiago; batida en Monte Cristy;
irreductible e imperante Luperón en Puerto Plata; leal e inquebrantable San Francisco de
Macorís, donde los Generales Olegario Tenares, Manuel María Castillo y el Coronel José
Dolores Pichardo, habían batido a los rebeldes, y circunscrita la revolución baecista del Sur
a las poblaciones de Azua y Baní, pues en San Juan mantenía el orden el General José María
Cabral, todo parecía augurar, por manera completa, el restablecimiento de la tranquilidad,
cuando en la ciudad de Santo Domingo los partidarios del Expresidente González, con
el traidor concurso de algunas autoridades, pronunciaron la ciudad en medio de la grita
tumultuosa de las pasiones desbordadas.
En conocimiento el inmaculado Presidente Espaillat de lo que ocurría, y acompañado
de su leal amigo el Ministro Galván y de otras personalidades, se asiló en el Consulado
Francés, con el corazón henchido de pesares, grandes desencantos en el alma, “el rostro
enflaquecido y los ojos cansados de contemplar bajezas”.
Camino del Consulado, los propios conjurados se descubrieron, tal vez avergonzados,
para abrir paso “a aquel vencido, augusto símbolo de la virtud republicana en nuestro país”.
Con la caída de Espaillat se malogró el más excelso y virtuoso de los ensayos de
Gobierno civil y democrático de la República Dominicana.
Desde los tiempos de la Independencia hasta ese entonces había sido el único Jefe de
Estado dominicano que no se había llamado Coronel ni General.
“Del Consulado en que buscó momentáneamente asilo, salió náufrago de un ideal
hundido en el proceloso mar de las pasiones políticas, en ruta hacia el hogar abandonado,
para tornar a su antigua vida de trabajo honroso, presa su noble espíritu de acerbas
inquietudes por la suerte de la Patria” en lo futuro.

Capítulo XLVII
Nuevos gobiernos constitucionales e interinos
1876. Junta Central Gubernativa. Bajo esta denominación se constituyó una Junta
de Gobierno, en la Capital, que asumió las funciones públicas a la caída del Presidente
Espaillat.
Jefe supremo. De regreso del destierro, por aclamación popular, se invistió al General
González con el título de Jefe Supremo, quien nombró, para el desempeño de los cuatro
Ministerios a que redujo el tren ministerial, el personal siguiente:

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Interior, Policía y Agricultura: Ciudadano José de Jesús Castro.


Justicia, Instrucción Pública y Relaciones Exteriores: Ciudadano Pedro Tomás Garrido.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Ildefonso Mella Castillo.
Guerra y Marina: General Pablo López Villanueva.

Golpe de mano. Poco tiempo duró el General González al frente de la Jefatura


Nacional, pues los Generales Valentín Pérez y Marcos Cabral, partidarios del Expresidente
Báez, acompañados de un grupo de parciales se presentaron, a la una p.m. de uno de esos
aciagos días, en la casa morada del Jefe Supremo y le obligaron no sólo a renunciar, sino
también a asilarse en un Consulado.
Junta provisional de gobierno. Presidida por el General Marcos A. Cabral, y mientras
llegaba el General Buenaventura Báez, se instaló una Junta de Gobierno en la que desempeñaron
las Carteras de Interior y Policía, el General Jacinto de la Concha; las de Justicia e Instrucción
Pública y Relaciones Exteriores, el ciudadano Joaquín Montolío; las de Hacienda y Comercio, el
Dr. Pedro María Piñeyro, y las de Guerra y Marina, el General Félix Mariano Lluberes.
Presidencia provisional de Báez. Llamado, por su partido triunfante, asumió la
Presidencia Provisional de la República el General Buenaventura Báez, nombrando su
Ministerio en la forma y con las personalidades siguientes:
Interior y Policía: General Marcos A. Cabral.
Relaciones Exteriores: Ciudadano Felipe Dávila F. de Castro.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Joaquín Montolío.
Hacienda y Comercio: General Manuel A. Cáceres.
Guerra y Marina: General Pablo López Villanueva.

Convención Nacional. Convocadas las Asambleas Electorales, eligieron una


Convención Nacional, cuyo primer acto oficial fue decretar la ratificación de la elección
realizada por aclamación popular en favor del General Báez y señalar como término de su
ejercicio constitucional el que dispusiera, más tarde, la nueva Constitución que iba a votar.
Sustanciada ésta, de acuerdo “con la índole y necesidades del país, y al tenor del
programa de Gobierno del Gran Ciudadano”, clausuró sus sesiones la Convención.
1877. Hallazgo de los restos de Colón. El día 10 de septiembre de 1877, como
ya hemos dicho, ocurrió el milagroso hallazgo de las venerandas cenizas del insigne
Descubridor de América, don Cristóbal Colón, con motivo de las reparaciones que,
debidamente autorizado por la autoridad eclesiástica, realizaba en nuestra Santa Iglesia
Catedral el Pbro. Francisco Xavier Billini.
Quinta presidencia del General Báez. Prestó el juramento constitucional, al fin,
por quinta vez, don Buenaventura Báez, como Presidente de la República, apoyado no sólo
por sus partidarios, sino que también por una fracción del partido azul, que al no perdonar
al General González la caída de Espaillat, prefirió prestar su concurso al eterno y combatido
adversario para cerrarle así el paso al hombre del 25 de noviembre.
Con ligeras variantes, continuó el mismo Consejo de Ministros de que se sirvió en los
días de su Gobierno Provisional el Presidente Báez.
Juntas de crédito. Creadas por el Gobierno de aquel entonces, sólo sirvieron, en
realidad, para constituir el origen de muchas fortunas privadas que más tarde crecieron
con pasmosa rapidez.
Revolución de Los Pinos. Se designa con este nombre una serie de hechos militares
revolucionarios de los más audaces que registran los anales de nuestras contiendas civiles.

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Los desquiciadores acontecimientos que perturbaron la tranquilidad por aquellos


tiempos, dieron por resultado, como ya hemos visto, la vuelta al Poder, por quinta vez,
del General Buenaventura Báez, quien durante su administración de los Seis Años había
inmolado a muchos prohombres de nuestra política y a no pocos héroes de la Restauración.
Ese recuerdo y los temores de nuevas represalias fueron la causa de que los Generales
Cándido de Vargas y Norberto Tiburcio se levantaran en armas en los campos de
Jarabacoa.
Titánica fue la lucha sostenida por esos cabecillas durante siete meses, contando en sus
filas con jóvenes como Sebastián Emilio Valverde, Juan Francisco Sánchez, Pedro A. Bobea,
Leopoldo Espaillat, Gumersindo Pérez, Rudecindo Concepción y otros.
Los campos de las Provincias de Santiago y La Vega fueron testigos de épicos encuentros,
hasta morir en uno de ellos el General revolucionario Cándido de Vargas.
En vista de esta pérdida, resolvieron audazmente los Generales S. E. Valverde, Pedro
Pepín, y otros, sorprender la Fortaleza de San Luis, operación que realizaron con arrojo
inconcebible, y que dio por resultado el derrocamiento del Presidente Báez en el Cibao.
Revolución. Capitaneada por el General Cesáreo Guillermo en el Seybo, surgió una
potente revolución que, después de librar los sangrientos combates de La Candelaria y La
Pomarrosa, en las inmediaciones de Villa Duarte, con las fuerzas del Gobierno, al mando
del Gobernador de la Provincia de Santo Domingo, General Braulio Álvarez, y del también
General Valentín Pérez, obligó al Presidente Báez a capitular, por medio de un convenio
cuya ejecución garantizaron con sus firmas los Cónsules de Italia y de los Países Bajos.
En el Cibao se estableció también, en los mismos días, al calor de la revolución que allí
se fomentó en favor del General González, un Gobierno Provisional.
1878. Después de su entrada a la Capital, el General Cesáreo Guillermo constituyó un
Gobierno Central bajo su presidencia, con el concurso de los Generales Francisco Gregorio
Billini, como Vicepresidente y encargado de las Carteras de Hacienda y Comercio; W.
Figuereo, como Ministro de lo Interior y Policía; Casimiro Nemecio de Moya, con igual
carácter en los Despachos de Relaciones Exteriores; don Emiliano Tejera, para los de Justicia
e Instrucción Pública; el General José Desiderio Valverde, en el desempeño de los de Guerra
y Marina, y el General Alejandro Woss y Gil, como Secretario del Presidente.
Nueva presidencia de González. Después de concertadas varias estipulaciones
que garantizaron la libertad de las elecciones, entre el Gobierno Provisional de Santiago
y el Gobierno Central de que acabamos de ocuparnos, en la Capital, se procedió a ellas,
resultando electo el General Ignacio María González.
Gabinete del Presidente González. Para atender a los servicios públicos nombró el
nuevo Presidente su Consejo de Ministros así:
Interior y Policía: Ciudadano Manuel María Gautier.
Relaciones Exteriores: Ciudadano Pedro Tomás Garrido.
Justicia e Instrucción Pública: General Segundo Imbert.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Manuel de Js. Rodríguez.
Guerra y Marina: General Juan Isidro Ortea.

Derrocamiento del presidente González. Tres meses escasos habían transcurrido


desde la toma de posesión del Mandatario, cuando se levantó en armas, nuevamente, el
General Cesáreo Guillermo, marchó desde el Seybo y puso sitio a la Capital, en combinación
con las fuerzas que, al mando del General Ulises Heureaux, llegaron a los campos vecinos

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

de dicha ciudad, procedentes del Cibao, donde imperaban las influencias del General
Luperón, enemigo irreconciliable del Presidente González.
En la imposibilidad de resistir, tuvo el Gobierno que someterse al imperio de las
exigencias de la fuerza, conviniendo, como era costumbre en aquellos tiempos, por la
mediación de los Cónsules, en entregar la plaza y en ausentarse del país, acompañado de
aquellos de sus amigos que quisieran seguirlo.
Inmediatamente que entraron a la Capital los Generales Heureaux y Guillermo, a la
cabeza de sus tropas, dirigieron, en virtud de lo que preceptuaba la Constitución de aquel
entonces en su Art. 61, para los casos en que vacara la Presidencia de la República, una nota
al Presidente de la Suprema Corte de Justicia, que lo era a la sazón el Licenciado don Jacinto
de Castro, para que asumiera interinamente la Primera Magistratura del Estado, mientras
se celebraban las elecciones generales.
1878. Presidencia interina del Licenciado Castro. Reverente ante los mandatos
imperativos de su deber, aunque mal de su grado, se encargó el Licenciado de Castro de
tan delicadas funciones, y nombró Ministros, para cubrir los diferentes Despachos, a las
personas siguientes:
Interior y Policía: General Cesáreo Guillermo.
Relaciones Exteriores: General Manuel A. Cáceres.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Alejandro Angulo Guridi.
Las Carteras de Guerra y Marina también las asumió el General Guillermo.

Candidaturas. Amparadas por el decreto dictado, que convocó las Asambleas


Electorales, para la elección del Presidente de la República, ocuparon la atención pública
y dividieron las corrientes de la opinión ciudadana dos candidatos: una que postulaba el
nombre del General Cesáreo Guillermo, Ministro de lo Interior y Policía y encargado de
los Despachos de Guerra y Marina, y otra que sustentaba el nombre del General Manuel
Altagracia Cáceres, Ministro de Relaciones Exteriores y Exvicepresidente de la República.
Ambos personajes disfrutaban de grandes simpatías en el país, especialmente el
segundo.
El General Heureaux. Con el objeto de garantizar el orden y de mantener satisfecho
al General Luperón, nombró el Gobierno al General Ulises Heureaux Comisionado
y Delegado en el Cibao, con poderes cuya amplitud lo revestían de capacidad más que
suficiente para gobernar a su antojo aquellas regiones.
1878. Muerte del Ministro Cáceres. Una noche, inesperadamente, instantes después
de acariciar a un niño que tuvo sentado en sus piernas, sonaron tres tiros en la actual calle
José Reyes de la ciudad asiento del Gobierno, que, disparados desde la acera opuesta a
la casa donde se hospedaba el General Cáceres, hicieron blanco en su cuerpo, que cayó
bañado en sangre.
El atribulado Mandatario, Licenciado Castro, ordenó, por decretos subsiguientes, la
declaratoria de duelo nacional con motivo de la trágica muerte de su Ministro de Relaciones
Exteriores, y la prórroga del plazo señalado para la verificación de las elecciones, con el
objeto de que los partidarios del extinto candidato tuvieran tiempo de unificar nuevamente
sus miras y pudieran concurrir a ellas.
Renuncia del Licenciado Castro. Hombre apacible, el levantamiento del General
Valentín Pérez, en Azua, acabó de desagradarlo y presentó renuncia de la Presidencia
interina de la República, funciones que asumió el Ministerio, con el General Cesáreo

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Guillermo como Presidente del Consejo, quien se trasladó con fuerzas, acompañado del
General Billini, a la Provincia insurreccionada, donde permaneció hasta pacificarla.
Triunfo electoral del General Guillermo. Realizadas por fin las elecciones,
obtuvo el General Guillermo los votos suficientes, y efectuado el despojo de actas electorales,
se le proclamó Presidente de la República, en cuya virtud, y previas las formalidades
constitucionales, prestó juramento.
Constituyó el Presidente Guillermo su Consejo de Ministros así:
Interior y Policía: General Casimiro N. de Moya.
Relaciones Exteriores: Lic. Manuel de Js. Galván.
Justicia e Instrucción Pública: General Segundo Imbert.
Hacienda y Comercio: Lic. Apolinar de Castro.
Guerra y Marina: General Luis Felipe Dujarric.

1879. Derrocamiento del Presidente Guillermo. Desconocido el Gobierno del


Presidente Guillermo por el General Luperón, en Puerto Plata, constituyó éste bajo su
presidencia, en aquella ciudad, elegida transitoriamente como Capital de la República, un
Gobierno Provisorio, en que los Despachos de los asuntos públicos fueron destinados así:
Interior y Policía: General Alfred Deetjen.
Guerra y Marina: General Ulises Heureaux.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Maximiliano C. Grullón.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Eliseo Grullón.
Relaciones Exteriores: General Federico Lithgow.

No descuidó el General Luperón tomar las medidas que aseguraran el triunfo del
movimiento que había iniciado, e inmediatamente despachó para el centro del Cibao al
General Lithgow y al General Heureaux con tropas a ocupar la Capital. Acompañaron al
Jefe sitiador limitado número de aguerridos soldados bajo las órdenes inmediatas de Jefes
de gran nombradía por su valor, como eran Miguel Andrés Pichardo y Leopoldo Espaillat.
Combates. Sangrientos y reñidos fueron los combates que en Porquero, Común de Monte
Plata, y otros sitios de la ciudad de Santo Domingo libraron las fuerzas revolucionarias
con las que destacó el Gobierno, hasta que, desmoralizadas éstas y sin recursos con que
sostenerlas, después de un breve sitio de la Capital, se celebró una Convención, en virtud
de la cual presentó renuncia y se embarcó para el extranjero el General Guillermo.
Delegación. Fijó su residencia en Santo Domingo el General Heureaux, Ministro de
la Guerra, como Delegado del Gobierno de Puerto Plata, en las comarcas del Sur y Este de
la República.
Breve boceto biográfico del General Luperón. Se inició en la vida pública y
militar con rasgos de indiscutible bravura.
Decidido siempre, desafió, en cuantas ocasiones fue menester, los peligros durante la
guerra restauradora, pues atacó fortalezas, libró combates a campo raso, tomó trincheras,
combatió singularmente e impuso su preponderancia, tanto en los campamentos como en
los debates del Gobierno Provisorio.
Esas mismas cualidades lo llevaron en nuestras luchas políticas a disfrutar, dentro del
partido azul, de la casi absoluta hegemonía o Jefatura, que le permitió imponer y derrocar
Presidentes hasta 1888.
Señorial, enérgico, imponente y pasional, convirtió su residencia de Puerto Plata,
durante muchos años, en el centro de las combinaciones políticas que triunfaban.

318
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Su encono contra España, no obstante sus largos y repetidos viajes por Europa, lo llevó
al extremo de no visitarla jamás.
Odió a Báez por anexionista y a González por sus viejos nexos con aquel Caudillo.
Fue amigo sincero de Hostos y Betances, y ofreció concurso amplio y generoso a la
emancipación cubana, brindando, además, apoyo y protección a la doliente emigración
que, procedente de la isla hermana, llegó al centro de su indisputable predominio.
Sostuvo vínculos de estrecha amistad con el General Antonio Maceo, su huésped, a
lo que se debió, sin duda alguna, que las autoridades de Puerto Rico, como veremos más
adelante, que no pudieron arrancar de su lado al Caudillo cubano, protegieran la expedición
del General Guillermo contra el Gobierno del Padre Meriño.
Se encaró al destino y a su origen humildísimo, para culminar, durante décadas enteras,
en el escenario político del país.
Su extraordinaria inteligencia natural suplía las deficiencias de la reducida instrucción
que poseía, y la facilidad de su palabra daba colorido y movimiento a la frase que,
acomodada dentro de la sintaxis resultaba robusta y expresiva.
Sus Apuntes Históricos revelan sus pasiones, sus preferencias, su inteligencia y su
profundo amor a la República.
Nació en la población de Puerto Plata en 1839 y vino a morir a ella en 1897…

Capítulo XLVIII
Gobiernos azules
1880. Gobierno Provisorio de Puerto Plata. Es indudable que el Gobierno Provisorio,
establecido en Puerto Plata, de un modo general tomó medidas que revelaron el mejor buen
deseo. Entre ellas fueron objeto de sus desvelos; la promulgación de una Ley de Servicio Militar
más humana que la que existía; el establecimiento de academias y escuelas militares, en cada
batallón, que ahuyentaran un poco la ignorancia de las filas de nuestro Ejército; la erección
de un monumento que guardara las cenizas del Descubridor del Nuevo Mundo; la iniciativa
de crear Cuerpos de Bomberos en las principales ciudades, y las medidas de organización
económica que eran compatibles con la desordenada vida administrativa de entonces.
Compuesto, en su totalidad, el Gobierno Provisorio, por elementos netamente azules,
orientó desde entonces y por mucho tiempo las corrientes políticas en el sentido de hacer
imposible la resurrección del partido rojo como entidad.
Como veremos, desde esa época hasta casi en los días que antecedieron a la Intervención
Americana, todos los Presidentes que se sucedieron habían militado en el partido azul, o
descendían de personalidades distinguidas de ese numeroso núcleo político.
Convención Nacional. Convocada para la reforma de la Carta Sustantiva, que sin de-
mora llevó a cabo, se celebraron elecciones para Regidores, Diputados y Presidente de la Repú-
blica, resultando electo para la Primera Magistratura el Pbro. Fernando Arturo de Meriño.
Presidencia del Padre Meriño. Tan pronto prestó el juramento de Ley, proveyó, por
medio de un decreto, el desempeño de las Carteras del modo siguiente:

Interior y Policía: General Ulises Heureaux.


Relaciones Exteriores: General Casimiro N. de Moya.
Justicia e Instrucción Pública y Fomento: Ciudadano Eliseo Grullón.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Rodolfo R. Boscowitz.
Guerra y Marina: General Francisco G. Billini.

319
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Consideraciones. La elección del Padre Meriño, conspicua, gallarda y batalladora


personalidad del partido azul, para la Presidencia de la República, en aquellos tiempos que
casi exigían al sacerdote que ocultara bajo el hábito su esencial condición de ciudadano, fue
resorte que movieron, principalmente, sus adversarios en el Clero, con fingido escrúpulo,
para que las beatas y santurrones tomaran a empeño, como lo hicieron, el hostilizar sus
gestiones.
Hombre de temple varonil, se consagró a sus deberes, procediendo en todos los asuntos
de la Administración con la escrupulosa honradez que aun sus propios adversarios le
reconocieron entonces y alaban hoy.
Medidas iniciales del Padre Meriño. A petición del Presidente Meriño dictó un
decreto el Congreso Nacional que concedió amnistía en favor de las personas que se
encontraban ocultas y prófugas por causas políticas.
Hombre de notoria instrucción, que había derramado gratuitamente, a manos llenas,
sus conocimientos, comprendió el Padre Meriño que debía velar, durante su Gobierno,
por el desarrollo de la cultura nacional, y, al efecto, creó las Cátedras de Derecho Civil,
Constitucional e Internacional y las de Medicina, a las que acudió la brillante juventud de
aquella época, ávida de conquistar el merecido renombre que obtuvo a la postre, a manera
de galardón por sus virtuosos esfuerzos.
Esta medida, unida al decreto que hizo dictar concediendo anticipadamente un
25 por ciento del valor que ocasionara la publicación de toda obra nacional, literaria
o científica, y la Resolución que acordaba una subvención de 40 pesos mensuales a
todo periódico que se publicara, amplió los horizontes de la vida intelectual de esa
juventud, en la que se distinguieron Salomé Ureña de Henríquez, ilustre educacionista
que encabezó más tarde el movimiento reformador y educacional femenino de la
República, y nuestra poetisa inmortal; César Nicolás Penson, nuestro inimitado
tradicionalista y filólogo; Alejandro Woss y Gil, Gobernador de la Provincia Capital y
luego Presidente de la República en dos ocasiones; Pablo Pumarol, poeta satírico para
quien no se ha tenido un recuerdo; Emilio Prud’Homme, años más tarde autor de las
estrofas del Himno Nacional; Francisco Henríquez y Carvajal, alta capacidad científica;
José Pantaleón Castillo, verdadera y nutrida inteligencia; Enrique Henríquez, poeta y
prosador distinguido, y otros.
Durante el Gobierno del Padre Meriño se creó el Boletín Judicial, órgano de esa
importante función del Poder Público; se crearon juntas de agricultura; se proveyó de
nuevas rentas a los Municipios, en interés de proporcionarles holgura e independencia;
abiertos quedaron nuevos puertos al comercio exterior; funcionaron sin estorbo las
escuelas normales que ya había implantado el señor Hostos; se resolvió la situación
irregular de la Iglesia dominicana frente a Roma y hasta se señalaron dotaciones para
la reorganización del Cabildo Eclesiástico, en el mayor desamparo desde los días del
abandono.
En una palabra, abarcó el Padre Meriño en su gestión presidencial cuantas iniciativas
estaban en concordancia con los ideales que informaron su vida de indiscutible grandeza
moral, patriótica e intelectual.
Instalación de las primeras factorías de azúcar. En el año 1880, como
consecuencia del arribo definitivo a nuestro país de la emigración cubana, que había
comenzado en 1878 con motivo del Pacto del Zanjón, fue cuando se inició la etapa en que se

320
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

fundaron las primeras grandes plantaciones de azúcar, con instalaciones perfeccionadas,


ora en la Provincia de Azua, ya en las inmediaciones de la parte alta de la ciudad Capital,
o bien en la margen oriental del río Ozama, para años después, movidos por el entusiasmo,
extenderse el febril cultivo de la dulce gramínea hasta San Pedro de Macorís y Puerto Plata,
entonces Distritos.
Recordemos como batalladores incansables en ese camino, entre el elemento extranjero
de los primeros tiempos, a los señores Rafael Martínez, Joaquín Delgado, Evaristo Lamar,
E. Hatton y sus hijos y Alejandro T. Bass, y entre los nacionales a los señores Juan Bautista
Vicini, Francisco Saviñón, Eugenio Generoso de Marchena, Antonio Ricart, Juan Pablo
Sánchez, Amable Damirón, Joaquín Heredia y otros.
Bautizaron algunas de esas fincas sus propietarios con los nombres de La Caridad, La Fe,
La Esperanza, La Francia, San Luis, San Isidro, Jainamosa, Santa Elena y Calderón.
Actualmente han desaparecido varias de esas plantaciones; pero se han creado otras,
tales como La Italia, Ocoa, Central Azuano, Anzonia y la Barahona Co. Inc. en el Sur; subsisten
San Luis y San Isidro, en las Comunes de Guerra y de la Capital, y pregonan con sus silbatos
la potencialidad de su intensa labor en San Pedro de Macorís Quisqueya, Porvenir, Santa
Fe, Angelina, Cristóbal Colón, Las Pajas, Vega y Consuelo; en la Provincia del Seybo el Central
Romana, y en la de Puerto Plata Mercedes, Amistad y otros.
Ganadería. A la misma laboriosa emigración cubana se debió el implantamiento en
nuestro país de la crianza bajo cerca en predios empastados, pues hasta entonces nuestros
más ricos ganaderos mantuvieron sus reses errabundas en extensas sabanas o en los sitios
de crianza.
Podemos asegurar que a los dueños de nuestros viejos hatos, antes de crear potreros les
era difícil tomar diariamente una copa de leche.
Decreto de San Fernando. Al amparo de la amnistía concedida regresaron al país
varios expulsos, entre ellos el General Braulio Álvarez, quien, a poco de efectuarlo, según
parece en virtud de una combinación revolucionaria de los partidarios del Expresidente
González, se levantó en armas en sus extensas posesiones de El Algodonal, a diez kilómetros
de la Capital, y mantuvo en jaque a las fuerzas del Gobierno que, a las órdenes del General
Isidro Pereyra, salieron a combatirlo.
1881. En tal virtud, y en conocimiento, además, el Gobierno de que el General Cesáreo
Guillermo organizaba una expedición en Puerto Rico dictó un decreto condenando a muerte
a toda persona que fuera sorprendida con las armas en las manos.
A ese decreto lo bautizó con el nombre del Decreto de San Fernando, debido, sin duda
alguna, a las coincidencias de que fue promulgado el día en que la Iglesia conmemora ese
santo y a que el Mandatario ostentaba ese nombre también.
No se puede ocultar la crueldad que entraña en su esencia, ni mucho menos el agravio
que representa para los principios el atentado contra la vida humana que ese decreto
constituye; pero sí aseveramos que fue el intento del Presidente Meriño más de atemorizar
a los que promovieron la anarquía en el país, que el propósito que tuviera de cumplirlo,
sobre todo tan fieramente como lo ejecutó el General Heureaux, después de haberse resistido
calculadamente a suscribirlo.
Esa fatídica disposición no se la inspiró al Padre Meriño el deseo de una reelección con
que no soñó, pues, expirado el término constitucional para el cual había sido elegido, se le
vio transmitir el Poder a su sucesor legal, sin dolor alguno.

321
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Es nuestra opinión que esa medida la impuso un errado concepto en favor de la paz y
la influencia partidista que no podía avenirse a la idea de volver a sufrir las persecuciones
enemigas.
Combate de El Algodonal. En un combate librado por el Coronel Bruno Marmolejo,
que con tropas del Cibao abrió operaciones sobre el campamento revolucionario, ocurrieron
numerosas bajas de ambas partes.
Los revolucionarios ocultaron las suyas en unas cuevas, y despacharon un expreso
que, después de evadir el camino real, logró introducirse en San Carlos, donde consiguió
medicinas para los heridos, y el cual fue sorprendido al regresar con esos auxilios,
obligándole las fuerzas del Gobierno a indicar el sitio donde, casi moribundos, recibían
esos infelices escasa alimentación de parte de su Jefe.
Capturados todos, a excepción de este último, quien audazmente pudo escaparse,
fueron ejecutados en el Cementerio de la ciudad Capital, no sin que la sociedad entera
interpusiera sus ruegos, encabezada por el Pbro. Francisco Xavier Billini.
Debemos consignar que el Padre Meriño, Presidente de la República; y el General
Francisco Gregorio Billini, Ministro de la Guerra, se encontraban en Neyba, evitando con su
presencia el anunciado levantamiento del General Pablo Mamá y que entonces no existían
líneas telegráficas y telefónicas que hubieran facilitado la obtención, de ello estamos
seguros, del perdón para esos infelices, que habría otorgado sin vacilaciones el Presidente
y que, inflexiblemente, negó el General Heureaux.
¡El decreto, en cuya virtud perecieron esos heridos, no indicaba que se debiera rematar
a los moribundos!
También en San Cristóbal fueron pasados por las armas otros prisioneros, entre los
cuales se contaba un deudo del ministro de Relaciones Exteriores, General de Moya.
1881. Campaña del Este. La expedición de los Generales Cesáreo Guillermo y Juan
Isidro Ortea desembarcó por fin en las costas del Este, y, ayudada por varios elementos,
tomó incremento en Higüey, el Seybo y Hato Mayor.
A la cabeza del ejército salió el General Heureaux para esas regiones.
Componían las fuerzas bajo su mando: tropas azuanas al mando del General Juan
de Vargas; la guarnición de la Capital, dirigida por el General Alejandro Woss y Gil, y un
respetable contingente de tropas cibaeñas, a las órdenes del General José Dolores Pichardo B.
Después de varios encuentros parciales parece que resolvieron los Generales Guillermo
y Ortea presentar acción a las tropas del Gobierno en el estratégico sitio del Cabao, sangriento
combate en que triunfaron estas últimas, no obstante haber permanecido inerte, durante el
asalto dado a las trincheras, el General Heureaux, gravemente herido en la nuca.
Derrotados totalmente los revolucionarios, muy pocos pudieron escaparse y en pocos
días fueron ejecutados casi todos. Entre las muchas víctimas de esas hecatombes se contaron
a los malogrados poetas Juan Isidro Ortea y Rafael Pérez.
Extremó el General Heureaux a tal punto su rigor, que fusiló a su propio cuñado, el
señor Luis Pecunia, con el objeto “de que el país y el Gobierno se dieran cuenta con este acto
de hasta dónde estaba dispuesto a llegar”.
1882. Viruelas. En 1882 hizo su aparición en el país esta terrible epidemia, la que
ocasionó innumerables víctimas, y mereció los aplausos del Gobierno la caritativa conducta
observada frente a esa nueva desventura, principalmente por el Ayuntamiento de la
ciudad de Santo Domingo; las Sociedades La Misericordiosa y La Amiga de los Pobres, y los

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

profesionales Doctores Pedro A. Delgado, José de Jesús Brenes Ruiz, Nicolás Anzola, José
Ramón Luna y W. Guerrero.
El Telegrama. Con este título, y bajo la dirección del conocido hombre de letras, señor
don César Nicolás Penson, apareció en ese año el primer esfuerzo realizado en el diarismo
nacional, periódico que avanzó mucho, mereciendo los aplausos de la opinión pública, no
sólo por lo que representaba en la vida nacional, sino también por la colaboración seria,
instructiva y amena con que abrillantó sus columnas.
Elecciones. Convocadas las Asambleas Electorales, fueron favorecidos los Generales
Ulises Heureaux y Casimiro N. de Moya con la Presidencia y Vicepresidencia de la
República, respectivamente.
Esa combinación política había sido aprobada por la mayoría del partido azul y concebida,
según se cree, por el General Gregorio Luperón, desde su residencia de Puerto Plata.
1882. Gobierno del General Heureaux. Por primera vez desde la Restauración,
se realizó el traspaso legal de la Primera Magistratura del Estado, para gloria del Doctor
Meriño, quien mereció un voto de gratitud del Congreso Nacional.
Gabinete. Constituyó el General Heureaux su Gabinete en la forma siguiente:

Interior y Policía: General W. Figuereo.


Relaciones Exteriores: General Segundo Imbert.
Justicia, Fomento e Instrucción Pública: Ciudadano Juan Tomás Mejía.
Hacienda y Comercio: General Eugenio Generoso de Marchena.
Guerra y Marina: General Alejandro Woss y Gil.

Gestión administrativa. Es indudable que ese primer Gobierno del General Heureaux
se distinguió por su ejemplar seriedad y por haber dado notaciones que realmente favorecieron
el desarrollo intelectual de los dominicanos. Pueden citarse, entre otras, la resolución que
destinó íntegro el Derecho de Patentes en favor de la Instrucción Pública; la concesión
otorgada a la Logia La Fe, en la ciudad Capital, del local que ocupó hasta hace poco y donde
se establecieron escuelas, y la instalación de la Casa de Salud, en la misma ciudad, con el
Hospital Militar anexo, donde practicaron provechosamente los estudiantes de medicina.
1883. Ciclón. El 6 de septiembre de 1883, un furioso ciclón ocasionó pérdidas
considerables de vidas e intereses en la República, especialmente en el litoral del Sur.
1884. Traslación de los restos de Duarte. En aquella época, por iniciativa del
Ayuntamiento de la Común de Santo Domingo, se trasladaron desde Caracas, solemnemente, los
restos del esclarecido patricio Juan Pablo Duarte, Fundador de la República, para que descansaran
en la Capilla de la Altagracia, de Nuestra Santa Iglesia Catedral, en justo desagravio, junto a los
de su inmortal compañero Francisco del Rosario Sánchez, que ya habían sido trasladados en
1874 desde San Juan, debido a los empeños de la Sociedad La Republicana.
Convocatoria. En vísperas de concluir su período constitucional, que discurrió en
completa paz y que en aquellos tiempos era de dos años, convocó el Presidente Heureaux las
Asambleas Electorales para que eligieran al Presidente y Vicepresidente de la República.
Elecciones. Personalmente, sin disimulo alguno, postuló el General Heureaux la
candidatura de los Generales Francisco Gregorio Billini y Alejandro Woss y Gil, que obtuvo el
triunfo.
Por segunda vez, desde el año 1865, se transmitió legal y pacíficamente el Poder.
Presidencia del General Billini. Nombró su Ministerio el Presidente Billini del
modo siguiente:

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Interior y Policía: General Federico Lithgow.


Relaciones Exteriores: Ciudadano Eliseo Grullón.
Justicia, Fomento e Instrucción Pública: Ciudadano José Joaquín Pérez.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Amable Damirón.
Guerra y Marina: General Casimiro N. de Moya.

Amnistía. Al asumir sus elevadas funciones y en uno de los párrafos de su elocuente


discurso inaugural, solicitó el General Billini del Congreso Nacional un decreto de Amnistía
en cuya virtud pudieran regresar los expulsos, medida ésta que alarmó al General Luperón
y disgustó al General Heureaux, pues es tradicional la verdad política de que los Jefes de
Partidos, cuando delegan la custodia de los intereses que representan, ven con sobresalto
todo aquello que revista transigencia en favor del adversario que combatieran.
Perfil de la actuación gubernativa del Presidente Billini. La actuación del
Presidente Billini bien puede calificarse de verdaderamente republicana, de esencialmente
democrática y como generosa y transigente.
Durante su Gobierno regresó al país el General Cesáreo Guillermo, émulo del General
Heureaux, verdadero sostén del Gobierno, y llegaron de Curazao don Manuel María
Gautier y un grupo de rojos y de los partidarios del Expresidente González, echándose con
ello la base de la fusión de los partidos con que después, bien podríamos decirlo, casi se
entronizó en el Poder el General Heureaux.
Se ocupó el Gobierno del Presidente Billini en atraer al país emigración canaria;
consignó premios que estimularon el desarrollo de la agricultura; dispuso la abolición
de los derechos de exportación; propendió a la conservación de nuestra riqueza forestal.
Condensó, por último, sus anhelos en favor de la instrucción con la bella creación del
Maestro Ambulante, misionero o apóstol de luz, cuya alternativa, llegada a las extraviadas
Secciones que debía recorrer en su itinerario, sería anunciada por medio de una campana,
a cuyo toque abandonarían la azada los moradores de nuestros bosques para recibir las
lecciones que, a nombre de la civilización, les enviaba el Estado. ¡Bella concepción que
perfila la plácida y bondadosa sencillez de aquella conciencia de candoroso ciudadano!
1884. Manifestaciones de cultura. Durante el Gobierno del Presidente Billini presentó
la Escuela Normal de Santo Domingo, dirigida por el inolvidable educacionista don Eugenio
María de Hostos, el primer grupo de Maestros Normales, que la integraron: Lucas Tomás
Gibbes, José María Alejandro Pichardo, Francisco J. Peynado, Félix E. Mejía, Arturo Grullón y
Agustín Fernández y Pérez, quienes se constituyeron inmediatamente en auxiliares de la obra
que, en favor de la sociedad dominicana, realizaba su virtuoso y amado maestro.
El Colegio de San Luis Gonzaga, al cuidado del ilustre Padre Billini, proporcionó
también en ese entonces nuevos concursos al positivo anhelo de engrandecimiento nacional,
pues ofrecieron sus aulas estas acabadas y expresivas manifestaciones de la intelectualidad
dominicana: Rafael y Gastón Deligne y Leopoldo Miguel Navarro.
Presidían y ayudaban esas justas del saber con la elevación de sus sentimientos
patrióticos el Presidente Billini y su Ministro de Justicia e Instrucción Pública, el vigoroso
poeta José Joaquín Pérez, celebrado autor de Fantasías Indígenas.
Libertad de la prensa. La prensa dijo en aquella época memorable cuanto quiso, y fue tal
el auge que alcanzó, que, iracundo, exigió el General Luperón, sin lograrlo, que se refrenara.
La negativa del Mandatario a amordazar lo que él llamaba el Cuarto Poder del Estado,
unida a la presencia en la Capital, de elementos sindicados como hostiles al exigente Caudillo

324
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

de Puerto Plata y al General Heureaux, que a diario sugerían al Gobierno la necesidad de


reducir a prisión al último, crearon un malestar político profundo.
Llegó a ser tan difícil la situación del General Heureaux en Santo Domingo, que sólo
ajustado a su serenidad y a su bravura de siempre pudo permanecer en ella, puesto que
en la esfera gubernativa todos los elementos preponderantes, a excepción del Presidente
Billini, querían encarcelarlo o hacerlo desaparecer.
1885. Renuncia del Presidente Billini. Constreñido por unos, que querían servirse
del Mandatario, haciéndole incurrir en una flagrante ingratitud, para evitar lo que llamaban
futuros peligros, con la supresión del General Heureaux; y visible como era el disgusto
de éste, a quien, sin duda alguna, como ya hemos dejado entender, debió su elección
Presidencial, en gran parte, el General Billini; no obstante ser hombre de cuyo valor no
podía dudarse, en vez de reaccionar contra esas tendencias, en rasgo de desasimiento que
enalteció su personalidad, presentó renuncia de su cargo por medio de un documento del
cual extractamos estos hermosos pasajes:
“Mis enemigos creen que estoy bajando y yo me siento de pie sobre la cumbre.
“Las banderas desplegadas son blancas y no tienen una gota de sangre.
“Bajo del Poder, alta y serena la frente, limpias y sin mancilla las manos del oro corruptor
del peculado.
“Desaparezca mi personalidad vana y efímera y que se levante la República grande e
inmortal…”.
Y, en realidad, fue tan sincero el designio del repúblico de separarse de los asuntos
políticos, que después de 1886 consagró sus energías a la redacción del semanario El Eco
de la Opinión, y años más tarde, con motivo de la muerte de su tío, el Padre Billini, a la
dirección del Colegio San Luis Gonzaga.
Un mes después de haber abandonado el Solio tomaba a préstamo, con intereses
usurarios, la suma de 100 pesos.
Presidencia del General Alejandro Woss y Gil. En su calidad de Vicepresidente
de la República, asumió el General Alejandro Woss y Gil la Presidencia, vacante por la
renuncia del General Billini.
1885. Muy joven, la constitución de su Ministerio, compuesto de hombres encanecidos
y recomendados por sus viejas actuaciones, reveló la madurez de sus ideas y los propósitos
de seriedad que lo animaban al escalar el Solio.
Formó su Gabinete así:
Interior y Policía: General Alfred Deetjen.
Relaciones Exteriores: Ciudadano José de Js. Castro.
Justicia, Fomento e Instrucción Pública: Ciudadano Domingo A. Rodríguez.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Lucas Gibbes.
Guerra y Marina: General Eugenio Miches, quien no aceptó.

Durante el ejercicio presidencial del General Woss y Gil se aprobaron los Tratados
celebrados por la República con el Imperio Alemán y con el Reino de Portugal; se
establecieron nuevas industrias en el país; tales como la fabricación de velas y fósforos;
se creó la Escuela de Guardias Marinas; se organizó debidamente la Academia Militar; se
cientificó un poco la Ley de Arancel; se puso empeño en la formación del Catastro de Bienes
Nacionales y se adjudicó en favor del Instituto Profesional el 1 por 100 de los derechos de
importación.

325
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Consagración del Padre Meriño. En julio de 1885 se consagró en Roma, como


Arzobispo de esta Arquidiócesis y Primado de América, el Doctor Fernando Arturo de
Meriño, Expresidente de la República, con lo que se satisfizo la aspiración del partido
azul, que desde el Gobierno del General José María Cabral lo había propuesto para tan
alta dignidad, y quedaron dirimidas las viejas dificultades que sosteníamos con la Iglesia,
desde el Pontificado del Papa Pío IX.
Revolución de Azua. Ordenada la detención del General Cesáreo Guillermo, huésped
en aquel entonces de la parte baja de la casa de su propiedad, que hoy ocupa la Escuela
Normal, en la Ciudad de Santo Domingo, se comisionó al Gobernador de la Provincia,
General Leopoldo Espaillat, para cumplir dicha orden, quien se presentó allí, acompañado
de un grupo de oficiales.
1885. Tan pronto como el General Guillermo vio acercarse la fuerza pública, apagó con un
disparo la lámpara y dirigió otros contra los que iban a capturarlo, estableciéndose dentro de
la morada, ya en plena obscuridad, una espantosa confusión, a cuyo amparo pudo escaparse.
De las descargas hechas resultó herida la esposa del General Guillermo y muerto un
ciudadano americano que vivía en la parte alta de la casa, donde existía un hotel, y por
cuyo concepto tuvo que pagar la República una indemnización.
A poco se pronunció en Azua el General Guillermo, con el concurso del Gobernador
de aquella Provincia, General Juan de Vargas. Envió el Gobierno al General Heureaux a
combatirlo; quien salió con tropas por la vía marítima y despachó por tierra, también con
fuerzas respetables, al General Eugenio Generoso de Marchena.
Rudos fueron los combates librados al desembarcar en Boca-Vía y en todo el trayecto
de la playa a la población insurreccionada, desde donde, una vez ocupada, a causa de la
derrota de los revolucionarios, se estableció una activa y terrible persecución, que obligó al
intrépido General Guillermo, en el momento de ser capturado, a suicidarse.
Vapor Justicia. En ese año devolvió el Gobierno Nacional al de Venezuela el vapor
revolucionario de ese nombre, que había sido apresado por las autoridades marítimas de la
ciudad de Santo Domingo, en la ensenada de Andrés.
Campaña electoral. Convocado el país a elecciones, se debatieron en ellas estas dos
candidaturas: Heureaux-Imbert y Moya-Billini, obteniendo el triunfo la primera.
1886. Disconformes los sustentadores de la segunda con este triunfo, que atribuyeron
a fraudes electorales, se trasladaron muchos de ellos a la ciudad de La Vega, verdadero
centro del prestigio del candidato derrotado, General Casimiro N. de Moya, y con éste a
la cabeza se levantaron en armas, movimiento a que correspondió en la Línea Noroeste el
General Benito Monción, y en Santiago la prestigiosa juventud de aquella ciudad dirigida
por Sebastián Emilio Valverde, Exministro de la Guerra, José de Jesús Álvarez y otros.
Confió también en esta ocasión el Gobierno del Presidente Gil al General Heureaux la
pacificación de esas regiones, quien salió de la Capital a la cabeza de tropas y rodeado de
un grupo de sus amigos.
Contó para abrir operaciones con el apoyo que le brindaba el núcleo que en Moca
dirigía el General José Dolores Pichardo y en Santiago los Generales Pedro Pepín, Leopoldo
Espaillat y otros.
Vencida la revolución, después de las acciones de Guaco y Río Verde y la de Amina, en la Línea,
transpusieron el General Moya y sus amigos las fronteras para tomar el camino del destierro.
A esta revolución se la llamó indistintamente: Revolución de 1886 o Revolución de Moya.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Capítulo XLIX
Sucesivos períodos presidenciales del General Heureaux
1887. Segunda presidencia del General Heureaux. En enero de 1887 inició su
segunda Presidencia el General Heureaux, después de la cual vino la serie de reelecciones con
que, hasta el 26 de julio de 1899, se mantuvo al frente de la Primera Magistratura del Estado.
Se sirvió durante este período del cuerpo de Ministros siguiente:
Interior y Policía: General W. Figuereo.
Relaciones Exteriores: Ciudadano Manuel María Gautier.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Juan Tomás Mejía.
Fomento y Obras Públicas: Ciudadano Pedro Tomás Garrido.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Julio Julia Julia.
Guerra y Marina: General Miguel Andrés Pichardo.
Es de notarse que en su irreductible propósito de destruir los partidos rojo y azul, para
crear uno cuya jefatura le correspondiera, no sólo llevó al Gobierno a Don Manuel María
Gautier, valiosa personalidad del primero –constantemente combatida por el General
Luperón–, sino que llamó al Gabinete al General Miguel Andrés Pichardo y al ciudadano
Julio Julia Julia, partidarios del vencido General Moya y azules, sobre todo el primero, de
una intransigencia rabiosa.
En lo recóndito de su alma conservó el General Heureaux sus vocaciones azules; pero
con el indoblegable propósito de afianzarse en el Poder, las ahogó aparentemente y ligó,
por medio del interés y en lo oficial, elementos antagónicos que ni siquiera se atrevían a
rememorar hechos que los habían dividido en el pasado, temerosos de contrariar con ello
la inalterable unidad de acción que impuso el astuto Mandatario, por más que en el fondo
continuaran divididos, no sólo por sus antecedentes, sino también por las amarguras que
el Jefe sembraba en el corazón de cada uno con referencia a los otros.
En una palabra, divididos todos entre sí, a la hora de obrar la acción resultaba uniforme,
destacándose ante ellos el General Heureaux como indispensable para mantener la unión.
Labor gubernativa. Bien puede considerarse como monótona la labor gubernativa
desarrollada durante casi todo el año 1887, puesto que solo se señaló con la aprobación de
los Tratados celebrados con Bélgica y Francia: con la promulgación de las Leyes Orgánica
Consular, de Costos Judiciales, de Aduanas y Puertos, de Papel Sellado y con el otorgamiento
a granel de onerosas concesiones contrarias a los intereses de la República, en favor de los
partidarios del Gobierno.
Estatua de Colón. El 27 de febrero de 1887 fue inaugurada la estatua del Descubridor
en la Plaza de Colón, de Santo Domingo, obra del escultor francés Gilbert.
Instituto de Señoritas. En abril de ese año ofreció el primer testimonio de su fecunda
labor en pro de la transformación educacional de la mujer dominicana el austero plantel que
bajo su nombre hacía años dirigía la insigne poetisa doña Salomé Ureña de Henríquez.
Después de rigurosas pruebas fueron graduadas como Maestras Normalistas las
señoritas Altagracia Henríquez, Luisa Ozema Pellerano, Catalina F. Pou, Leonor M. Feltz,
Mercedes Laura Aguiar y Ana Josefa Puello, distinguidas damas que inmediatamente se
convirtieron en sacerdotisas de la enseñanza y la cultura patrias.
Reforma de la Constitución. En las postrimerías del indicado año y en virtud de
un decreto del Congreso Nacional, constituyéndose en Convención Nacional, se promulgó
una nueva Constitución ¡para aumentar a cuatro años el período presidencia!

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

General Santiago Pérez. Le fue negado el recurso en gracia que pidió, y fue ejecutado
el 4 de mayo de 1887, por haber dado muerte al señor Eduardo Scanlan.
Era Diputado cuando cometió el hecho por el cual fue sentenciado, y había combatido
en favor del General Heureaux en la campaña de 1886.
Creen ver personas de aquella época, en la extrema severidad con que se negó el perdón
y se ejecutó el fallo, una modalidad o pretexto que aprovechó el General Heureaux para
deshacerse de un hombre valeroso, agresivo, inquieto y muy temido por sus antecedentes.
Título honorífico concedido al General Heureaux. El Congreso Nacional de
aquella época concedió, espontáneamente, al General Heureaux, para que pudiera usarlo a
perpetuidad, el título honorífico de Pacificador de la Patria.
1888. Empréstito. Con la garantía de nuestras rentas aduaneras, contrató el Gobierno,
por mediación de su Agente Fiscal en Europa, General Eugenio Generoso de Marchena, con
la Casa de Westendorp & Co., de Amsterdam, un empréstito de 770,000 libras esterlinas,
operación en virtud de la cual enviaron los acreedores para salvaguardia de sus intereses
varios empleados europeos que, bajo la denominación de Caja General de Recaudación, se
enriquecieron, faltando muchos de ellos a sus deberes.
Para la realización de ese empréstito hubo que pagar la llamada deuda Hartmont &
Co., (1869), más nominal que efectiva y real, como lo dejamos consignado al referirnos al
período de los Seis Años, y recoger una parte de la interior en virtud de las Resoluciones que
dictó el Congreso Nacional.
En realidad, el único objetivo del Gobierno al realizarlo fue el de proporcionar recursos
al General Heureaux para que afianzara su Gobierno por medio de las donaciones con
que favoreció a los pro-hombres que lo rodeaban y sostenían su absolutismo en todas las
Provincias de la República.
A este empréstito siguieron otros en éste y los sucesivos períodos del General Heureaux
que llevaron al país a la miseria más completa.
Concesión del Banco Nacional de Santo Domingo. En conexión con el emprés-
tito realizado otorgó el Gobierno al General Eugenio Generoso de Marchena la concesión
indispensable para establecer un banco con la denominación expresada, en que se facultó
a esa institución para acuñar monedas, emitir billetes al portador y asumir el servicio de la
deuda, creada, como ya hemos dicho, en virtud de esa operación de crédito.
1888. Revolución. En noviembre del año 1888 hubo en la jurisdicción de Puerto Plata
un movimiento revolucionario encabezado por el General Manuel María Almonte, que fue
debelado y que culminó con la muerte del cabecilla en las prisiones de aquella ciudad.
Elecciones. Convocadas las Asambleas Electorales, triunfó la única candidatura que
concurrió al palenque: General Ulises Heureaux, como Presidente de la República, y don
Manuel María Gautier, como Vicepresidente.
1889. Tercera presidencia del General Heureaux. En ejercicio el señor Gautier de
la Presidencia, por encontrarse ausente el General Heureaux, constituyó, en fecha 19 de
marzo de 1889, el Gabinete con los elementos siguientes:
Interior y Policía: General W. Figuereo.
Relaciones Exteriores: General Ignacio María González.
Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Jenaro Pérez.
Fomento y Obras Públicas: General Alejandro Woss y Gil.
Hacienda y Comercio: General Juan Francisco Sánchez.
Guerra y Marina: General Federico Lithgow.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

En la constitución de este Gobierno se observa ya perfectamente definido el propósito


del General Heureaux de aprovechar, para el sostenimiento de su Gobierno, el concurso de
todos los elementos preponderantes o Jefes de las antiguas banderías políticas.
Figuraron en su personal don Ignacio María González, Expresidente de la República
y Jefe del grupo que en el pasado se había llamado verde; los Generales Alejandro Woss
y Gil y Federico Lithgow, elementos netamente azules, todo lo que unido a la elección ya
consignada, de don Manuel María Gautier, como Vicepresidente de la República, apagó los
furores e intransigencias partidistas de otros días.
Recurso en gracia. Es de notarse que tanto en el período presidencial anterior, como
en este que recorremos, ni en una sola ocasión se concedió el recurso en gracia, interpuesto
ante el Poder Ejecutivo por los reos condenados a muerte por el Poder Judicial.
Duelo Nacional. Procede del año 1889 la Resolución dictada por el Congreso
Nacional declarando día de Duelo Nacional de 4 de julio de cada año, como un recuerdo a
la memoria de los Mártires de la Restauración, expresión de público agradecimiento que,
indudablemente, representa una enseñanza moral para las generaciones que nos sucedan.
Banco Nacional. Tomó a su cargo una Sociedad Anónima Francesa el establecimiento
de esa institución bajo las mismas condiciones en que se concedió permiso para ello al
General Eugenio Generoso de Marchena.
Conatos revolucionarios. En el mes de febrero de 1889 el General Samuel de Moya
se levantó en armas y asaltó la ciudad de La Vega. Durante el combate librado resultó
herido el General Zoilo García, Delegado o Gobernador de aquella plaza, en la que si no
pudieron permanecer los revolucionarios fue debido al concurso que prestó el General
Horacio Vázquez, amigo del Presidente Heureaux en aquel entonces.
Derrotado el General de Moya tuvo que abandonar el país en calidad de expulso.
Parece que, de acuerdo con esa combinación revolucionaria, sorprendió el General
Arístides Patiño la Fortaleza de San Luis, de Santiago, donde fue sitiado a poco por fuerzas
de Moca que llegaron allí a las órdenes del General José Dolores Pichardo y de otras que,
procedentes de Puerto Plata, acudieron más tarde, viéndose en la precisión de abandonarla.
Obtenidas seguridades para su vida, salió también el General Patiño para el
extranjero.
1890. Amnistía. En 1890, la víspera del 27 de febrero, como homenaje a la fecha que se
iba a conmemorar, y considerando el Gobierno del Presidente Heureaux completamente
asegurada la paz, dictó un 1890 decreto por el cual concedió amnistía a los expulsos,
confinados y detenidos. Pocos fueron los expatriados que se acogieron a la medida, y de las
personas puestas en libertad algunas aceptaron cargos del Gobierno.
Muerte del Padre Billini. El 10 de marzo de 1890 murió en Santo Domingo el virtuoso
sacerdote Canónigo don Francisco Xavier Billini, quien había consagrado su vida entera a
la caridad y la enseñanza. Dejó como testimonios de su fecunda labor el Colegio de San
Luis Gonzaga, el Manicomio, la Casa de Beneficencia, el Orfelinato, una Biblioteca Pública,
un periódico, etc.
Con tan doloroso motivo, el Congreso decretó un duelo nacional de nueve días; el
Ayuntamiento bautizó no solamente esas instituciones con el nombre del filántropo
desaparecido, sino también una de las principales calles de la Capital, y concedió, además,
el Congreso Nacional, posteriormente, el permiso indispensable para la erección de la
estatua que a poco fue colocada en el parque de su nombre.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Estos merecidos homenajes demostrarán siempre la cantidad de reconocimiento que


guardan los pueblos para los hombres que consagran su inteligencia, sus esfuerzos y sus
energías en favor del bien colectivo.
Tratados aprobados. En ese período se aprobaron los Tratados celebrados por la
República con los Estados Unidos de México e Italia.
Ferrocarril dominicano. En virtud de convenciones celebradas por los Ministros
de Hacienda y Comercio y de Fomento y Obras Públicas, con el representante en la
Capital de la Caja General de Recaudación y mediante un aumento inicial de nuestra
deuda de 800,000 libras esterlinas, se convino la construcción del Ferrocarril Central
Dominicano, que más tarde unió a Puerto Plata y Santiago y que después se extendió a
Moca, ofreciendo indudablemente, grandes facilidades al comercio y a la agricultura de
aquellas regiones.
1891. Traslación de los restos del prócer General Ramón Mella. El 27 de
febrero de 1891, por iniciativa de la Sociedad Hijos del Pueblo, de Santo Domingo, fueron
trasladados de Santiago los restos del prócer de la Independencia y de la Restauración,
General Ramón Mella, e inhumados en la Capilla de los Inmortales, en medio de las
patrióticas exultaciones del sentimiento nacional.
Llegaron a la Capital a bordo del crucero de guerra Presidente, y estuvieron expuestos
en capilla ardiente bajo el histórico arco de la Puerta del Conde, testigo mudo de su
intrepidez.
En tan solemne ocasión pronunció en la Santa Iglesia Catedral una brillante oración
fúnebre el entonces Pbro. Dr. Adolfo Alejandro Nouel.
“Improvement Company”. En 1891 los señores Smith M. Weed y Charles W. Wells,
de New York, realizaron un viaje a la ciudad de Santo Domingo, y después de celebrar
conferencias con varios funcionarios del Gobierno Dominicano regresaron a los Estados
Unidos para organizar bajo las leyes del Estado de New Jersey la compañía que se llamó
Santo Domingo Improvement Company of New York, a la cual fueron transferidos en mayo de
1892 los derechos y obligaciones de Westendorp & Co.
Esta transferencia la ratificó el Congreso Dominicano en mayo de 1893.
Tratado de Libre Cambio con los Estados Unidos. También durante 1891 fue
aprobado y comenzó a ejecutarse un Tratado de Libre Cambio celebrado por nuestro
Ministro Plenipotenciario, Licenciado Manuel de Jesús Galván, con el Gobierno de los
Estados Unidos de América.
Consejo de generales. En el curso de ese mismo año descubrió el Presidente
Heureaux una trama revolucionaria que dirigían en Santiago de los Caballeros los
Generales Arístides Patiño y Leopoldo Espaillat, por lo cual se trasladó a la indicada
ciudad, redujo a prisión a los mencionados cabecillas y los sometió a un Consejo de
Generales, del que formaron parte todas las autoridades y principales elementos militares
del Cibao en aquella época.
Condenados a muerte los Generales Patiño y Espaillat, la población de Santiago,
después de impetrar, sin resultado favorable alguno, su perdón, se disponía a asumir una
actitud desesperada, cuando la súplica de una anciana matrona, la venerable consorte del
egregio y fenecido patricio don Ulises Francisco Espaillat, obtuvo del férreo Mandatario la
conmutación de la pena que también había negado por telégrafo a todas las sociedades y
corporaciones de la República que la solicitaron.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Muerte del General Abelardo Nanita. En febrero de 1892 murió en la Capital el


General Abelardo Nanita, saliente personalidad de aquel Gobierno, en el cual ocupaba el
Ministerio de Guerra y Marina.
1892. El General Nanita se preparaba a presentar su candidatura para la Presidencia, en
oposición a la del General Wenceslao Figuereo, Ministro de lo Interior y Policía, creyendo en
la sinceridad de las manifestaciones que públicamente dirigió al país el General Heureaux,
como para tranquilizar la opinión pública, de que al cumplirse el término constitucional
dentro del cual actuaba se retiraría a descansar.
La violenta pulmonía que le arrebató la vida, tal vez le economizó al General Nanita
el proceso de dolorosas decepciones que le vaticinaron hombres expertos en la política y
conocedores de los propósitos de reelección que tenía el General Heureaux, y en pos de
cuya realización sacrificó más tarde nexos de íntimas amistades.
Hábilmente, después de la muerte del General Nanita, y so pretexto de la desaparición
de su émulo, retiró su candidatura el General Figuereo.
Cuarto centenario del Descubrimiento de América. Para conmemorar el cuarto
centenario del Descubrimiento de América se celebraron en la República; y muy especialmente
en la ciudad de Santo Domingo con inusitada pompa y resonancia internacional, en los días
que antecedieron al 12 de octubre de 1892, en ese y los subsiguientes, toda clase de festejos
públicos y oficiales bajo la dirección de una Junta Popular que presidió el munícipe don
José María Pichardo Bethencourt.
A esas fiestas, sin precedentes y sin imitación en nuestro país, concurrió el Estado,
creando la Junta Nacional Colombina, a la que dio el encargo de construir el magnífico
monumento en que descansan las cenizas del insigne Descubridor de América don Cristóbal
Colón y que hoy admiramos en la nave principal de nuestra histórica Basílica.
Recuerdo perdurable de las solemnidades oficiales de esos días son los elocuentes discur-
sos pronunciados por don Manuel María Gautier, Vicepresidente de la República en ejercicio
de la Presidencia, y por el Doctor Fernando Arturo de Meriño, Arzobispo Metropolitano.
Proyecto de reformas de las finanzas dominicanas. Persona el General
Eugenio Generoso de Marchena de verdadero círculo financiero en Europa y de penetrante
agudeza política, parece que desde lejos, y adelantándose a estos tiempos, previó la suerte
que a los pueblos de este hemisferio les aguardaba y preparó antes de regresar un proyecto
de unificación de la deuda nacional, que salvaguardara los fueros de nuestra autonomía.
Consistía ese plan en la creación de un sindicato europeo de súbditos de seis distintas
nacionalidades (Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y España), que tomaría a su
cargo la unificación general de nuestra deuda (interior y exterior), y que adoptaría, respaldado
por las influencias de sus respectivas Cancillerías, el programa económico siguiente:
a) Recoger los bonos nacionales y títulos de la deuda pública interior, cancelando ambas
clases de valores con bonos de una nueva emisión.
b) Crear una reserva de 5,000,000 de pesos en depósito en el Banco Nacional de Francia,
para aplicarla a casos de emergencia internacional de la República, y de la cual no podría
disponerse sin la voluntad de la Representación Nacional Dominicana.
c) Aplicar las diferencias de emisión después de canceladas las deudas del país, a su
fomento y desarrollo.
d) Limitar el tipo de interés a 6 por ciento anual y atribuir la duración de noventa y
nueve años al contrato.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

e) Establecer el patrón oro en nuestro sistema financiero, de acuerdo con el ingreso, ya


obtenido por la República, en la Unión Monetaria Latina.
f) Arrendar, en compensación, al indicado Sindicato Internacional Europeo la costa
Norte de la bahía de Samaná, con el compromiso, de parte de dicha Corporación, de
fortificar en provecho de la seguridad de la República, en un plazo no mayor de tres años,
los cayos de la bahía, y de entregar seis cañoneros para la custodia de ellos.
Este proyecto, que avanzó mucho y a cuyo servicio estuvieron las Cancillerías del Viejo
Continente y notables personalidades francesas, inglesas y españolas, de realizarse, es
seguro que hubiera constituido un dique para las tendencias imperialistas norteamericanas
que se desarrollaron más tarde, si se tiene en cuenta que ninguna de las naciones que lo
respaldaban podía supeditar en penetración a las demás, puesto que había sido establecida
la igualdad por parte de cada una en cuanto a la posesión de las acciones.
Prisión del General Eugenio Generoso de Marchena. A la muerte del General
Nanita, organizó trabajos eleccionarios, en interés de ocupar la Presidencia, el General Tomás
Demetrio Morales, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, quien creía contar con el apoyo del
General Heureaux; y ya en las postrimerías de ese año regresó de Europa, pocos días antes de
las elecciones, sin tiempo moral para unificar miras, el General Eugenio Generoso de Marchena,
a quien, según se dijo, también le había prometido el Presidente Heureaux su concurso.
De la entrevista celebrada entre el candidato Marchena, y el Presidente Heureaux, y
que, se asegura, fue bastante desagradable, resultó que, no obstante darse cuenta aquél
del engaño de que había sido víctima y de los peligros que corría, impulsado más por su
orgullo que por la ambición, se lanzara a la lucha electoral, con ayuda de los enemigos del
Mandatario, la que perdió debido a la presión oficial.
Investido como había sido el General Marchena, por el Consejo de Administración del
Banco Nacional de Santo Domingo en París, del cual formaba parte, del carácter y de las
facultades de Inspector al revisar las cuentas de ese establecimiento en la Capital ordenó la
suspensión del crédito de que disfrutaban el General Heureaux y sus Ministros, basándose
para ello en los vencimientos que tenían pendientes de pago esos funcionarios, medida
ésta que cumplió al pie de la letra el Director Mr. Fache y que creó graves y momentáneos
conflictos económicos a los que el Gobierno llamaba su política…
Derrotado el General Marchena, no consideró que su posición dentro del territorio era la de
un prisionero, ni que si quería situarse en el extranjero debía hacerlo clandestinamente, pues con
la mayor arrogancia y sin un previo entendido con el General Heureaux, pidió su pasaporte di-
plomático, el cual le fue concedido, ordenándose, además, a la Comandancia del Puerto de Santo
Domingo que ofreciera toda clase de facilidades para el embarco del distinguido viajero…
El 27 de diciembre de 1892, cuando llegó al muelle del mencionado puerto el General
Marchena, acompañado de varios de sus amigos, un grupo de oficiales de marina, que
hasta ese momento estuvo oculto, lo redujo a prisión, iniciándose el cruento martirologio
que duró un año y que culminó con su fusilamiento.
Actitud del candidato Morales. Resignóse el General Morales a la notificación
que le hicieron los Gobernadores del Cibao, en la entrevista de Sánchez, de que, no obstante
su triunfo los Colegios Electorales, que debían elegirlo, reelegirían al Presidente Heureaux,
con el General Wenceslao Figuereo como Vicepresidente, en interés de mantener la paz…
Embarco clandestino del General González. Aprovechándose no sólo de la
presencia en nuestra ría del cañonero de la marina de guerra española Fernando el Católico,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

sino también de la ausencia del Presidente Heureaux, logró trasladarse clandestinamente


a la vecina isla de Puerto Rico el General Ignacio María González, Ministro de Relaciones
Exteriores, que había iniciado también trabajos eleccionarios en el período que acabamos
de recorrer, los cuales retiró oportunamente.
Inmediatamente después de su salida, manifestó el General González haber abandonado
la cartera que desempeñaba porque no quería verse envuelto en las negociaciones secretas
que había iniciado el Presidente Heureaux para enajenar la bahía de Samaná al Gobierno
de los Estados Unidos de América, mientras los partidarios del Gobierno declararon
que el General González había asumido esa actitud porque creía descubierto un plan
revolucionario en que figuraban él y el Ministro Haitiano en esta República, señor Thoby.
1893. Cuarta presidencia del General Heureaux. Inició por cuarta vez su ejercicio
en la Presidencia de la República el General Heureaux, quien utilizó para la formación de
su Gabinete el personal siguiente:
Interior y Policía: General Pedro Antonio Lluberes.
Relaciones Exteriores: Lic. Manuel de Jesús Galván.
Justicia e Instrucción Pública: General Sebastián Emilio Valverde.
Fomento y Obras Públicas: General Teófilo Cordero y Bidó.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Modesto Rivas.
Guerra y Marina: General Ramón Castillo.
Correos y Telégrafos: Ciudadano José María Pichardo B.

Marina de guerra. Contaba ya para esa época la marina de guerra nacional con tres
cruceros construidos en Inglaterra, que fueron bautizados con los nombres de Presidente,
Independencia y Restauración. Este último era el mejor, y en el primero, de preferencia,
realizaba sus frecuentes viajes el General Heureaux.
Ejército Nacional. Podemos asegurar, sin temor alguno de equivocarnos, que para
ese entonces el Ejército Nacional adquirió un grado de organización que jamás tuvo en
el pasado y que no se logró imitar después, pues mereció en todo momento la preferente
atención del Jefe de Estado, en cuanto a su equipo y aprovisionamiento.
Es justo consignar que esa organización se debió no sólo al empeño tesonero que puso
en ello, como ya hemos dicho, el Presidente de la República, sino también a la inteligente
colaboración del General José Dolores Pichardo B., Gobernador de la Provincia Capital, a
cuyos cuarteles venían periódicamente, a recibir instrucción los batallones de Azua, Santiago,
La Vega, Puerto Plata y Samaná, sirviéndoles de modelo y ejemplo el batallón Restauración.
Tuvo entonces el Ejército competentes instructores de todas las armas, procedentes del
aguerrido ejército español.
Academias. Fueron reorganizadas y funcionaron con programas definidos la Academia
Militar de Cadetes y la Escuela de Guardias Marinas.
Conflicto dominico-francés. Como consecuencia de la litis que había sostenido el
Presidente Heureaux con el Banco Nacional, en cuya virtud y en cumplimiento de sentencias
de los tribunales, se rompieron las cajas de ese establecimiento de crédito en la ciudad de
Santo Domingo; de la muerte del súbdito francés Noel Cacavelli y de la prisión del señor
Pedro Boimare, envió el Gobierno Francés al Contraalmirante Abel de Libran con los buques
de guerra Aretheuse y Hussard a exigir reparaciones del Gobierno Dominicano.
Con tal motivo, y antes de iniciarse la discusión, abandonó el Licenciado Galván la
cartera de Relaciones Exteriores que desempeñaba, en razón de haber sido el Abogado que

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actuó en representación del General Heureaux en la demanda y ejecución de la sentencia


contra el Banco, encargando el Presidente, de ese Despecho, al Ministro de Correos, señor
Pichardo.
No pudiéndose encontrar términos para un entendido diplomático decoroso, la
Cancillería Dominicana, dada la actitud irritada del marino francés que llegó a presentar un
ultimátum, propuso y obtuvo, parece que socorrida por las influencias de Washington, el
que la discusión continuara de Gobierno a Gobierno, o por mediación de un Plenipotenciario
que se enviaría a París.
Muerte del General Joaquín Campos. Vinculaban todos los amigos del detenido
General de Marchena sus más grandes esperanzas en la actitud que suponían adoptaría
el General Joaquín Campos, Delegado del Gobierno en la Provincia de Azua, cuando de
súbito llegó a Santo Domingo la noticia de haber sido muerto en una emboscada que se le
preparó en el camino de su propiedad agrícola.
Tomó como pretexto ese hecho y la ocupación en aquella Provincia de tres bombas de
dinamita, el General Heureaux, para fusilar, el 22 de diciembre de 1893, a su antiguo amigo
y Ministro, el infortunado General de Marchena, inocente absolutamente de un hecho que
le privaba del más valioso de sus amigos entre el elemento militar. Perecieron esa misma
madrugada los señores Carlos Báez Figueroa, Pablo Báez y otros…
Sobre la tumba del General Marchena hizo grabar el general Heureaux en tosco madero,
injusta inscripción, que lejos de depravar la memoria de la víctima, la rodeó de una aureola
de martirio y de un inquieto anhelo de rectificación.
1893. Muerte del General Isidro Pereyra. En las postrimerías del período presi-
dencial anterior, creyendo, sin duda alguna, en las declaraciones que hizo el Presidente
Heureaux de su designio de no consentir en que se le reeligiera, intervino el General Pere-
yra en los trabajos eleccionarios que postulaban el nombre del Expresidente González para
la Presidencia futura de la República.
No perdonó, según parece, el General Heureaux la impaciencia que, en su sentir, había
demostrado el General Pereyra buscándole sustituto, y con el pretexto de ascenderlo,
lo desprendió de la Comandancia de Armas de San Carlos, entonces Común, donde, en
puridad de verdad, disfrutaba el Jefe Comunal de gran prestigio y podía constituir un
peligro, y lo envió como Gobernador a San Pedro de Macorís, en reemplazo del General
Ramón Castillo, nombrado, mal de su grado, Ministro de Guerra y Marina.
Una noche, el 19 de mayo de 1893, poco después de salir del teatro, sonaron varios
disparos en una calle de aquella población y, al apersonarse el General Pereyra en el
sitio de donde creyó que procedían, mano certera y alevosa hizo uno más que le arrancó
instantáneamente la vida.
Se establecieron por aquel entonces dos versiones acerca de ese crimen: una que
señalaba a los parciales del General Castillo como sus autores, y otra que indicaba al
General Heureaux como su instigador, basándose para esto último en el rumor de que el
Presidente había sorprendido una carta del desterrado General González para el General
Pereyra, sobre asuntos revolucionarios, a la cual, después de haberla leído, dio curso sin
que su autoridad se la enviara, como lo hicieron otras personas.
Lo cierto es que el General Castillo, sin miramiento alguno, dio en aquellos días una
manifestación pública, descargándose de esa responsabilidad, que terminaba de este modo:
“La historia dirá en su día quiénes fueron los verdaderos asesinos del General Pereyra…

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1894. Ciclón. En la noche del 25 de septiembre de 1894, día en que regresó el General
Heureaux a Santo Domingo para recibir las emocionantes ovaciones de los más grandes
festejos que en nuestro país se hayan dedicado a un Mandatario, se desató un terrible ciclón
que destruyó completamente el programa de ellos, pues echó por tierra los castillos, arcos,
iluminaciones, trofeos, etc., que el elemento oficial, sus amigos y las colonias extranjeras
habían preparado en su honor.
No fueron pocos los estragos que, como consecuencia del ciclón, experimentaron la
agricultura y varias ciudades del litoral.
Pusieron gran empeño en reparar esos daños el Presidente Heureaux y su Gobierno.
Restablecimiento de las relaciones con Francia. Las gestiones llevadas a cabo
en París por don Manuel María Gautier, Exvicepresidente de la República, en su calidad de
Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República para el arreglo del diferendo
Dominico-Francés, lograron al fin un entendido, en cuya virtud el Gobierno de aquella nación
dio al señor Stephan Pichón el encargo de restablecer las relaciones diplomáticas, con el carácter
de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario cerca de nuestro Gobierno.
Acompañó al diplomático francés el Almirante Fournier, quien parece que en Port-au-
Prince deslizó conceptos deprimentes para el General Heureaux, lo que dio origen a que
el Mandatario, en su discurso de recepción, veladamente, le dirigiera alusiones que aquél
entendió y que lo determinaron, según rumores de aquella época, a recluirse a bordo de su
barco, mientras el Ministro Pichón era objeto de las mayores y más exquisitas atenciones en
la Capital de parte del elemento oficial.
Café y cacao. A las medidas proteccionistas, y, por lo tanto, estimuladoras, dictadas,
durante ese período gubernativo y el siguiente, en favor de los cultivadores de esos granos,
se debe, sin duda alguna, y en su mayor parte, el estado de producción que han alcanzado
el cacao y el café de la República.
Plebiscito. De acuerdo el Gobierno Dominicano con el de Haití para arreglar definiti-
vamente la debatida cuestión de nuestra frontera, se consultó, por medio de un plebiscito,
la voluntad popular acerca de si debía someterse a arbitraje la opuesta interpretación dada
por los dos Gobiernos al Art. 4º. del Tratado Dominico-Haitiano de 1874, y si, en caso de deci-
dirse por el arbitraje, se aprobaba encomendar esas funciones al Sumo Pontífice, que lo era
entonces Su Santidad León XIII.
El pueblo respondió en 1895 a la consulta de manera afirmativa, y las negociaciones
diplomáticas continuaron en interés de concertar todo lo indispensable para solucionar
el punto.
1895. Expedición libertadora. El 1º. de abril de 1895 abandonaron las costas de Monte
Cristy, para ir a redimir a Cuba esclavizada, los ilustres José Martí y Máximo Gómez.
En la entrevista que celebraron Jaime Vidal y Federico Henríquez y Carvajal con el
General Heureaux, a la sazón Presidente de la República, para asegurar su concurso y
protección, lo que obtuvieron amplia y generosamente, les dijo el Mandatario:
“El General Heureaux acaba de atenderles, y complacerles en todo, pero procuren que
el Presidente de la República no lo sepa”.
Y cumpliendo un designio histórico que inició Hatuey con su martirio, realizó la espada
de Máximo Gómez la Independencia de la Antilla hermana.
1896. Fusilamiento de los generales Castillo y Estay. En abril de 1890 fueron
reducidos a prisión en la Capital y luego conducidos a San Pedro de Macorís, donde se

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

les ejecutó, los Generales Ramón Castillo, Ministro de Guerra y Marina, y José Estay,
Gobernador de aquel Distrito. ¡Como en la leyenda mitológica, Saturno devoraba a sus
hijos!
Comisión dominicana. En virtud del protocolo concertado, escogiendo como Juez
Árbitro al Papa para resolver nuestra cuestión de límites con Haití, nombró el Presidente
Heureaux para defender y representar los intereses de la República a don Emiliano Tejera,
al Dr. Alejandro Llenas, que era a la sazón Ministro Dominicano en Port-au-Prince, y al
Barón de Farembach, que desempeñaba iguales funciones ante la Corte Pontificia.
Sometida la cuestión, a Su Santidad León XIII, manifestó el Pontífice que para la
interpretación de una cláusula de cualquier tratado bastaba un letrado o un simple juez,
y que él se mantenía dentro del ofrecimiento de dirimir la cuestión siempre y cuando
se le permitiera abarcar el diferendo en toda su extensión, a lo que accedió la Comisión
Dominicana, en tanto que la Haitiana invocó limitación en sus poderes para obstaculizar
una vez más la solución de un problema que aún tiene pendiente el Pueblo Dominicano,
interesado patriótica, noble y justicieramente en que se le restituyan pedazos de su territorio
ocupados por los haitianos con lentitud, merced al concurso que calculadamente, han
ofrecido a todas nuestras revoluciones.
La Memoria dirigida por la Comisión al Sumo Pontífice, escrita y documentada por don
Emiliano Tejera, es un robusto, minucioso y jurídico trabajo histórico, que constituye un
galardón para el nombre de su autor.
Estudiantes enviados a Europa. Después de dictar un reglamento para el caso,
envió el Gobierno en el año 1896 a Europa a cursar distintas profesiones a un grupo de
aprovechados jóvenes, corriendo por cuenta del Estado todos los gastos hasta terminar sus
estudios.
Instituto profesional. Los esfuerzos del General Sebastián Emilio Valverde,
Ministro de Justicia e Instrucción Pública, lograron al fin la completa reorganización del
Instituto Profesional con el Doctor de Meriño como Rector y el Licenciado don Manuel de
Jesús Galván como Vicerrector, en local propio y con el mobiliario del caso.
Reconstrucciones. Durante ese período, el Gobernador de la Provincia, General José
Dolores Pichardo B., reconstruyó el Hospital Militar, la Gobernación de la Provincia de
Santo Domingo y los amplios cuarteles de la Ciudadela, edificándose, además, en el patio
de ésta la Comandancia de Armas.
En otras ciudades del interior se realizaron también algunas obras de bastante
importancia.
Telégrafos nacionales. En las postrimerías de esta administración del General
Heureaux se tendió la primera línea telegráfica nacional que comunicó a la Capital con las
poblaciones del Sur de la República, poniendo empeño loable en ello el Ministro de Correos
y Telégrafos de aquella época, señor J. María Pichardo B.
Reforma constitucional. Por ese entonces fue decretada una nueva reforma
constitucional.
Quinto gobierno del Presidente Heureaux. Realizadas las elecciones dentro del
término legal, resultaron reelectos los Generales Ulises Heureaux y Wenceslao Figuereo
para la Presidencia y Vicepresidencia de la República, respectivamente.
1897. Toma de posesión. El 27 de febrero del 1897 juró la Constitución reformada el
Presidente Heureaux, quien constituyó su Gabinete con los elementos siguientes:

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Interior y Policía: General José Dolores Pichardo B.


Relaciones Exteriores: Licenciado Enrique Henríquez.
Justicia e Instrucción Pública: General Sebastián Emilio Valverde.
Fomento y Obras Públicas: General Teófilo Cordero Bidó.
Hacienda y Comercio: General José de Jesús Alvarez.
Guerra y Marina: General Tomás D. Morales.
Correos y Telégrafos: General Juan Francisco Sánchez.

Espada de Honor. En la misma fecha en que tomó posesión el General Heureaux


por quinta vez de la Presidencia de la República, le fue entregada por la Representación
Nacional, solemnemente, en medio de grandes manifestaciones populares, la Espada de
Honor que, por iniciativa de dos ciudadanos, se había mandado fundir con las apresuradas
donaciones de un gran número de dominicanos.
Moneda nacional. En virtud de un decreto del Congreso Nacional, dictado sin
duda alguna a instancia del Presidente Heureaux, no obstante la razonada oposición de
algunos hombres que le rodeaban, se ordenó la acuñación de moneda nacional, de mala
calidad, que ahuyentó la de buena especie que se había emitido bajo los auspicios del
Banco Nacional.
Papeletas. La crisis económica de aquella época indujo a varios de los influyentes
acreedores del General Heureaux a aconsejarle la emisión de nuevas cantidades de billetes
del Banco Nacional, a cargo del Gobierno, que, por carecer de la garantía de depósito
indispensable para esa clase de operaciones, hizo bajar el cambio incesantemente, lo que
ocasionó grandes pérdidas al comercio y a los particulares en sus transacciones, hasta
adquirir el desesperante tipo de veinte pesos nacionales por uno oro americano.
La emisión de las papeletas, como las llamó el pueblo, se elevó, hasta poco antes de la
muerte del General Heureaux, a cuatro millones de pesos.
En el afán, el capital, de asegurarse, hizo desaparecer de la circulación la moneda
fraccionaria acuñada, a tal punto que no fueron pocos los Ayuntamientos de la República
que, en interés de facilitar la vida a sus angustiados vecindarios, emitieron pequeños billetes
al portador, que garantizaron con sus rentas.
Muerte del General Luperón. En ese año de 1897, murió en Puerto Plata el General
Gregorio Luperón, quien regresó del destierro a instancias del Presidente Heureaux, que
fue a verlo a Saint Thomas.
En sus últimos días se vio rodeado ese intrépido Caudillo de la Restauración de las
mayores consideraciones por parte del Mandatario, quien concurrió, acompañado de un
brillante séquito, a los funerales que se le hicieron en aquella ciudad.
Ex ministros fallecidos. Pocos días después del fallecimiento del General Luperón
se durmieron también en el regazo de la muerte, en Santo Domingo, los ex Ministros del
General Heureaux, ciudadanos Manuel María Gautier y José María Pichardo B. El primero
también había desempeñado la Vicepresidencia de la República.
Ley de divorcio. En el mes de mayo de ese mismo año se promulgó la Ley de Divorcio
que, por iniciativa del Licenciado Francisco Leonte Vásquez, a la sazón Diputado por la
Provincia Espaillat, se discutió en esa legislatura.
Esa Ley, después de haber sido objeto de grandes debates por parte del elemento clerical
en el Congreso, una vez promulgada dio origen a grandes discusiones en los periódicos y
a la protesta de Monseñor Meriño, como Jefe de la Iglesia.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1898. Muerte del ex Presidente Cabral. El 28 de febrero de 1898, murió en la ciudad


de Santo Domingo el General José María Cabral, Expresidente de la República y héroe de
Santomé y La Canela. Con ese motivo decretó el Gobierno tres días de duelo y se rindieron al
cadáver los honores militares que exigían los grandes merecimientos del fenecido.
Parque. El parque de artillería e infantería que poseía la República para ese entonces
estaba considerado como uno de los más ricos y abundantes de los países de Hispanoamérica,
puesto que en su adquisición venía invirtiendo desde hacía muchos años considerables
sumas de dinero el Gobierno del General Heureaux.
Con tal motivo circuló insistentemente muchas veces la versión de que el General Heureaux
se preparaba para ir a rectificar nuestros derechos en la frontera por medio de las armas.
¡A su muerte sólo sirvió para que, repartido entre caudillos y caudillejos políticos, se
diera el espectáculo de hermanos que se devoran contra hermanos!
Expedición del vapor Fanita. El 2 de junio de 1898 llegó, a medianoche, al puerto de
Monte Cristy el vapor americano Fanita, trayendo a bordo a los señores Juan Isidro Jimenes,
Agustín F. Morales y otros expulsos, provistos de armamento y parque.
Desembarcaron sigilosamente, pudieron sorprender la plaza y reducir a prisión a
su Gobernador, el General Miguel Andrés Pichardo; pero, avisadas de lo que ocurría las
autoridades subalternas, atacaron a los expedicionarios, obligándolos a soltar al Gobernador
y a tomar precipitadamente el camino del puerto para reembarcarse.
Perseguidos de cerca por las fuerzas militares, sólo logró ganar la escala del vapor el
Jefe revolucionario Señor Jimenes, pues sus compañeros Morales, Remigio Báez y otros,
fueron muertos en los botes que tomaron para salvarse, y los capturados en tierra, pasados
por las armas inmediatamente.
De las personas desembarcadas recordamos una que escapó con vida: el culto caballero
santiagués, don Manuel de Jesús Mercado, merced a las influencias desarrolladas en ese
sentido cerca del General Heureaux por el amigo íntimo de ambos, el General José Dolores
Pichardo B.
Traslado de la Virgen de la Altagracia. Apremiado por sus constantes apuros
económicos, resolvió el Presidente Heureaux la venta del templo donde en la ciudad de Santo
Domingo se mantenía el culto de Nuestra Señora de la Altagracia, que era propiedad del Estado;
y, en tal virtud, hizo trasladar procesionalmente la venerada copia de la imagen de Higüey al
templo de Nuestra Señora de Las Mercedes, el 26 de julio de 1898, día de Santa Ana.
Desde aquel día, el fanático sentimiento religioso de los miles de devotos que, en esta
ciudad, como en toda la República, tiene ese culto, consideró perdido al Mandatario, y ¡rara
coincidencia!, al año siguiente, en igual fecha, día de Santa Ana, a la misma hora en que
se había celebrado la procesión del traslado en la Capital, ¡caía bañado en sangre, para no
levantarse más, en las calles de Moca, el General Heureaux!
Muerte del exPresidente Billini. El 28 de noviembre de 1898 murió en Santo
Domingo el General Francisco Gregorio Billini, Expresidente de la República y una de las
legítimas glorias dominicanas.
1899. Crisis económica. La crisis económica, que ya hemos indicado, y que produjo
el aumento, sin garantía, de los Billetes de Banco circulantes que, no obstante el terror, solo
eran aceptados penosamente en las transacciones; la merma de las entradas aduaneras,
que constituían la garantía para el pago de los varios empréstitos realizados; el abandono,
en medio de esos apuros que sintió el Presidente Heureaux, por parte de aquellos que,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

en su afán de lucro, lo habían inducido a realizar operaciones económicas ruinosas, y que,


halagándolo, habían preferido su garantía personal a la del Estado para arrancarle tipos
usurarios de interés por los préstamos efectuados; convertida su Oficina de Jefe del Estado en
casa comercial, banco o agencia de cambio, donde se tropezaba el potentado con el mendigo,
y negado el comercio a abrir sus puertas, se dio el caso en Santo Domingo de que durante
varios días el único establecimiento comercial donde el público pudo comprar provisiones
fue en la Gran Vía, que existía en la calle del Comercio, hoy Isabel la Católica.
Hay que creer que esa abrumadora situación económica que obligaba al Mandatario a
intervenir hasta en los menores detalles de la vida nacional, perturbasen un tanto su razón,
y de ahí las dantescas escenas del Contrabando, pequeña embarcación en que se fusilaron
en alta mar y a media noche a los infortunados Miguel Guzmán y otros, para arrojar luego
sus cuerpos a las profundidades silentes de las aguas, y la muerte de Andrés Lapaix por
haberse negado a aceptar las papeletas; y que quisiera, luego, recoger éstas, pidiéndolas a
los tenedores para incinerarlas a cambio de un recibo que se pagaría más tarde.
La centralización política, que el General Heureaux llamaba su mando, lo llevó a
inmiscuirse en graves asuntos económicos que hirieron de muerte la riqueza pública,
estimulado, digámoslo con franqueza y aunque duela, por varios dominicanos y extranjeros
que, en la hora de la pavorosa crisis, no se acordaron de que sus fortunas habían salido
del palacio, merced a la voluntad del hombre que entonces acabaron de corromper y de
engañar por completo, para más tarde declararlo único responsable del desastre nacional.
Muerte del General Heureaux. Corría el mes de julio de 1899. La situación política
era amenazadora, pues las maquinaciones revolucionarias tenían fija orientación en los
movimientos que realizaba en el extranjero el señor Jimenes y en las combinaciones que se
sospechaban existían en el Cibao; el pavor se cernía como ave fatídica, y hacía poco tiempo
que en La Vega había sido fusilado el General Pío Lazala.
La situación, pues, económica y política del Cibao se presentaba peligrosa.
1899. Acompañado de su Estado Mayor salió para Sánchez el General Heureaux. Breves
fueron los momentos que allí pasó. Tomó luego el ferrocarril, junto con su Secretario, para ir a
La Vega, donde tomó a préstamo fuertes cantidades de billetes, que hizo incinerar en la plaza
pública, dirigiéndose después a Moca, erigido en Provincia hacía años por su iniciativa.
En el momento en que ultimaba entendidos para seguir viaje a Santiago, un grupo de
adolescentes, bajo la dirección de Ramón Cáceres, atacándolo de improviso, le arrebató la
vida, ¡sin que ellos, sus agresores, vieran un signo de flaqueza en su semblante mientras
recibía los certeros disparos que se le dirigían cuando trataba de defenderse, ni algo que
pudiera menoscabar el legendario renombre de su valor!
Así cayó aquel hombre formidable el 26 de julio de 1899, desplomándose el vetusto
absolutismo que representó durante muchos años.
Traslado del cadáver del General Heureaux. Avisado el General Pedro Pepín,
Gobernador de Santiago, del hecho realizado en Moca, salió para aquella población,
acompañado de una veintena de amigos, de donde regresó a poco con el cadáver del
Presidente Heureaux, que fue sepultado en la Iglesia Mayor.
El acto del General Pepín y de sus compañeros de expedición para ir a recoger los
despojos del amigo muerto, se consideró desde aquella época como una hazaña.
Refieren personas que integraron el grupo que, a manera de cortejo fúnebre, realizó el
traslado, que cuando preparaban todo lo indispensable para regresar a Santiago, las descargas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que hacían en las inmediaciones los victimarios del Presidente produjeron tal confusión,
que una persona, al correr hacia la puerta de la calle, derribó, involuntariamente, sobre el
cadáver, un cirio encendido que comunicó el fuego a las sábanas que lo envolvían.
Ciclón. El 9 de agosto hubo en la costa Sur de la República un corto, pero violento
ciclón que ocasionó daños materiales de importancia y la muerte de varias personas.

Capítulo L
Gobierno del General Figuereo
1899. Gabinete del Presidente Figuereo. A la muerte del General Heureaux, asumió
la Presidencia de la República, de pleno derecho, el Vicepresidente, General Wenceslao
Figuereo, quien nombró su Gabinete con el mismo personal anterior, que tan sólo había
sufrido reformas desde su constitución en cuanto a que el General don Tomás Morales
había pasado a desempeñar las Carteras de lo Interior y Policía, y ocupó las de Guerra y
Marina el General Arístides Patiño, a quien sustituyó en la Gobernación de la Provincia
Capital el General José Dolores Pichardo B.
La torpeza con que procedieron varios consejeros del vacilante Presidente Figuereo,
aguijoneados muchos de ellos por ese indiscreto anhelo de lavarse de culpas que es peculiar
en los hombres que ascienden inmerecidamente a los altos sitiales de la política, faltos de
personalidad y consistencia, y, por lo tanto, sin un concepto cabal de cómo se deben aceptar
las responsabilidades en la hora de la caída, dieron a este corto Gobierno un carácter de
incertidumbre, en aquella hora de solemne transición, que no nos permite aseverar qué
quisiera perdurar en las prácticas de un continuismo moderado o que pretendiera dar paso
a las ideas de libertad que decían representar muchos de los que, cómplices de la víspera,
agitaban la opinión, aprovechándose del hecho del 26 de julio.
Persecución. Los únicos actos de persecución ejercidos contra los conjurados del 26
de julio los realizó en Estancia Nueva, propiedad de la familia de Cáceres, donde se les
suponía ocultos, el General Pedro Pepín, quien fusiló a varios peones, entre ellos uno que
respondía al apodo de Tito.
Después, el General Pepín abandonó esa tarea por tener que dirigirse a la Línea Noroeste
a coadyuvar con el Gobernador de aquel Distrito a su pacificación, cosa que no pudo
obtenerse, debido, más que a la potencia de la insurrección, a las órdenes contradictorias,
que recibían las tropas del Gobierno.
Medidas del gobierno del General Figuereo. En interés de vigorizar la actuación
de los Gobernadores del Cibao, despachó el Gobierno para aquellas regiones al General
Teófilo Cordero y Bidó, Ministro de Fomento y Obras Públicas, quien no logró casi nada en
ese sentido, divididos como estaban los sostenedores del Gobierno por viejos antagonismos
y temerosos de que su resistencia pudiera comprometer sus bienes.
Debemos consignar que inmediatamente después de la muerte del General Heureaux,
el General Horacio Vásquez, quien todavía en nuestros días continúa declarando que era
opuesto al tiranicidio de Moca, encabezó el grupo de fugitivos, trasladándose con ellos a El
Pozo, Sección de San Francisco de Macorís, desde donde se preparó el pronunciamiento de
aquella población, que, una vez realizado, les proporcionó fuerzas para ir sobre La Vega,
que también ocuparon.
La revolución ya para esos días contaba con muchos prosélitos, no obstante lo cual, las
autoridades la hubieron podido mantener a raya por muchos meses.

340
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Perdida del vapor Restauración. Enviado el General Tomás Demetrio Morales, Mi-
nistro de lo Interior y Policía, a las regiones del Este, en solicitud de tropas, tuvo la desgracia de
que un práctico de San Pedro de Macorís, a quien se sospechó después de estar en connivencia
con las fuerzas revolucionarias ya que para ese entonces merodeaban en los alrededores de
aquella población, perdiera el hermoso barco que tanto dinero representaba para la República.
Reconcentración en Santiago. Las aguerridas fuerzas que operaban en la Línea
Noroeste a las órdenes de los valerosos Generales Miguel Andrés Pichardo y Pedro Pepín,
se reconcentraron en Santiago de los Caballeros, parece que obedeciendo a instrucciones
del Gobierno, mientras las fuerzas revolucionarias de La Vega se dirigieron sobre aquella
población, donde se encontraban presentes los Ministros Valverde, Alvarez y Cordero,
ausente aún Pepín, quien llegó después del General Pichardo.
Entabladas negociaciones de paz, expresó el General Valverde que era bochornoso
rendirse sin haber combatido, lo que dio origen a que se estableciera la lucha, en la que pereció
el General Andrés Regalado, antiguo Gobernador de Moca y partidario del Gobierno.
Después se concertó una honrosa capitulación que dio la posesión de la ciudad a la
revolución.
Gobierno provisorio de Santiago. Después de proceder al desarme de las tropas
gobiernistas, constituyó la revolución un Gobierno Provisorio en Santiago de los Caballeros,
bajo la Presidencia del General Horacio Vásquez, quien nombró su Consejo de Ministros
como sigue:
Interior y Policía: Ciudadano José Brache.
Relaciones Exteriores: Licenciado Domingo Ferreras.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado José María Nouel.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Samuel de Moya.
Guerra y Marina: Ciudadano Ramón Cáceres.
Fomento y Obras Públicas: Ciudadano Arturo Zeno.
Correos y Telégrafos: Ciudadano José Francisco Guzmán.

Actitud de la capital. De nada valió al General Figuereo declinar la Presidencia en tan


difíciles momentos; ni al Consejo de Ministros que lo sucedió el reemplazar al Gobernador de
la Provincia Capital, General José Dolores Pichardo B., uno de los pocos de los antiguos servi-
dores del General Heureaux que se mantuvieron enteros en aquella situación, con el honorable
ciudadano don Pedro María Mejía; ni las trémulas sonrisas que se dirigieron a la impaciente
juventud de aquellos días, pues el 31 de agosto fueron apedreadas las casas de muchos de los
amigos del General Heureaux, que, recluidos en sus hogares, aguardaban la hora de salir, dig-
namente, para el destierro o de entregarse a sus labores agrícolas y profesionales según fuera la
actitud que asumiera la revolución triunfadora al entrar en la ciudad Capital.
Junta revolucionaria. Mientras se trasladara a Santo Domingo el Gobierno
Provisorio, y como resultado de la simple algarada promovida en la ciudad Capital, se
constituyó en ella una Junta Revolucionaria que integraron el General Pedro María Mejía,
Gobernador de la Provincia; el General Arístides Patiño, Ministro de la Guerra del Gobierno
del General Figuereo; el ciudadano Mariano Antonio Cestero y el Lic. Alvaro Logroño.
Prudentes fueron las medidas tomadas por esos ciudadanos en interés de mantener
la tranquilidad en la ciudad, donde cuatro o cinco días después entraron las tropas
revolucionarias del Cibao y las del Este, encabezadas por el Gobierno Provisorio de Santiago
en pleno.

341
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Noticias biográficas del General Heureaux. El General Heureaux nació en


Puerto Plata en 1845, hijo de padres muy pobres. Se inició en la carrera de las armas cuando
la Restauración, bajo las órdenes del General Luperón
Fue de los expedicionarios del vapor El Telégrafo durante los Seis Años de Báez, y
combatió luego en los campamentos del Sur.
Tomó parte en casi todas nuestras guerras civiles. Combatió denodadamente en el
Cibao, en interés de sostener el Gobierno de Espaillat, y ayudó a derrocar a los Presidentes
Báez, González y Guillermo.
Tenía muy buena letra; escribía con facilidad, y, no obstante su extracción humilde, sus
formas de urbanidad eran irreprochables.
Estaba dotado de una inteligencia excepcional; de un valor a toda prueba, y refieren sus
íntimos que jamás se escapó de sus labios una sola palabra inconveniente.
Le gustaba el contacto con el elemento extranjero.
Cayó el 26 de julio de 1899, cuando precisamente se cumplían diez años de haber
firmado la concesión del Banco Nacional, a cuyo amparo aumentó la emisión de billetes
que al arruinar al país le ocasionó la muerte, después de haber impuesto su voluntad en la
política del país durante casi veinte años.
Consideraciones. Colocamos estas ligeras consideraciones al terminar el Gobierno
del General Figuereo porque sin duda alguna, esa corta administración bien puede
considerarse como la agonía del régimen del General Heureaux.
Es indudable que en los últimos dos períodos de sus Gobiernos emuló en medidas
de represión el General Heureaux a Santana y Báez, superándolos en ciertos hechos de
crueldad; es indiscutible que fue el Presidente Heureaux un mal administrador y que
cubrió de luto a numerosas familias; pero no es menos cierto que a su muerte pudo
evidenciarse, al liquidar su sucesión, que todo cuanto adquirió lo había gastado en los
procedimientos políticos que lo mantuvieron flotando sobre los acontecimientos durante
cuatro lustros.
Sus amigos no debieron olvidarlo, mientras que era natural que sus adversarios
ansiaran su desaparición…
Creímos todos a la muerte del General Heureaux la profesión de un verdadero ideal
de reconstrucción guiaría a los futuros Gobiernos, olvidándonos de que al desplomarse el
coloso sólo había desaparecido un hombre…
Regreso de los expulsos. A raíz de la caída del régimen que representaron el General
Heureaux y su sucesor, el Presidente Figuereo, regresaron del destierro todos los expulsos,
en cuyo crecido número se encontraban el Expresidente González y el General Damián
Báez, antiguo Gobernador de la Provincia de Santo Domingo durante los Seis Años, quien
desde la última administración de su hermano, el Expresidente Báez, había soportado
estoicamente un extrañamiento de veintidós años en Curazao.

Capítulo LI
Días de libertad
1899. Liga de ciudadanos. Con este nombre se fundó una Sociedad política en la
ciudad Capital, que tuvo centros correspondientes en cada Provincia, y aparecieron como
órganos de las encontradas ideas de aquella época El Nuevo Régimen, periódico doctrinal, y
La Bandera Libre, baluarte de la oposición.

342
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Ejercicio del gobierno provisorio. Trascendental y honesta resultó la corta labor


gubernativa del Gobierno Provisorio, quien, dándose cuenta de la crisis económica y del
desconcierto monetario existente en el país, estableció la proporción de los derechos de
importación y exportación que debían ser pagados en monedas de oro y plata acuñadas;
dispuso la forma de amortización de los billetes de Banco depreciados; promovió la
introducción de la moneda mexicana; señaló la equivalencia para evitar fluctuaciones
perjudiciales de cinco pesos nacionales de plata mala por uno oro americano, y convocó el
país a elecciones.
Elecciones. Verificadas las elecciones, resultaron electos el ciudadano Juan Isidro
Jimenes, como Presidente de la República, y el General Horacio Vásquez, para la
Vicepresidencia, quienes prestaron el juramento constitucional a que estaban obligados en
noviembre de 1899.
Constitución del Gabinete. Constituyó el Presidente Jimenes su Gabinete del modo
y con las personas siguientes:
Interior y Policía: General Luis María Hernández Brea.
Relaciones Exteriores: Doctor Francisco Henríquez y Carvajal.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Alvaro Logroño.
Fomento y Obras Públicas: Licenciado Francisco Leonte Vázquez.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Federico Augusto González.
Guerra y Marina: General José Brache.
Correos y Telégrafos: Ciudadano Eugenio Deschamps.

Congreso Nacional. Puede asegurarse que ha sido uno de los mejores que hemos
tenido, por haberlo integrado en su mayoría personas distinguidas y una juventud llena de
amor al estudio y sedienta de gloria, que puso empeño en cristalizar en hechos los anhelos
de bien público con que de viejo suspiraba.
Delegación en el Cibao. El Vicepresidente, General Vásquez, fijó nuevamente su
residencia en el Cibao, investido, además, con el carácter de Delegado del Gobierno en
todas aquellas Provincias.
Libertades. Acordó ese Gobierno cuantas fueron necesarias y demandaba la época,
pudiendo asegurarse que toda manifestación de la opinión pública era acogida con absoluta
liberalidad por el Mandatario, que no tuvo durante su ejercicio un solo gesto de crueldad,
ni mucho menos consintió en que se derramara una gota de sangre.
Había residido el señor Jimenes largos años en París, donde su temperamento,
inicialmente inclinado al bien, se asimiló con arraigo ideas absolutas acerca del respeto que
deben merecer la vida, la libertad de la prensa y la sencilla y austera práctica de encomendar
la solución de todas las cuestiones a la Justicia. Ofreció, además, su gestión la peculiaridad
de haber seguido las ideas parlamentarias de aquel gran pueblo respecto a los frecuentes
cambios ministeriales, que realizó en su ejercicio y que sería cansado enumerar.
Derechos de exportación. Durante ese Gobierno fueron abolidos los pagos por
derechos de exportación, medida esta que, unida a la coincidencia del alza en los precios de
nuestros productos, rodeó al Presidente de una gran popularidad entre los agricultores.
Buques comprados. En los comienzos de la administración del señor Jimenes adquirió
el Estado dos cañoneras de guerra llamadas Colón y Estrella, de las cuales la primera se
perdió en un viaje que realizó al Norte, conduciendo al señor Eugenio Deschamps, Ministro
de Correos y Telégrafos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1900. Partido Republicano. Al amparo de las ideas liberales del Gobierno, se constituyó
en la Capital, para ramificarse luego en el Sur y Este de la República, el Partido Republicano,
cuya directiva integraron distinguidas personalidades, y que presentó una hermosa plataforma
que, según se cree, fue redactada por el Licenciado Manuel de Jesús Galván.
Los trabajos de este partido causaron intranquilidad al Vicepresidente Vásquez, a quien
se le indujo a creer que esa agrupación estorbaría el futuro de su candidatura.
Viaje del Doctor Henríquez. Con el objeto de arreglar de manera definitiva el
obscuro problema de la deuda pública que representaban la Improvement & Co. y sus
aliadas, envió el Gobierno a los Estados Unidos de América y a Europa al Doctor Francisco
Henríquez y Carvajal, Ministro de Relaciones Exteriores.
Varios fueron los acuerdos concertados por este funcionario con acreedores de la
República, tanto en Nueva York, como en Francia y Bélgica, englobándolos todos, a la
postre en dos contratos que, sometidos al Congreso Nacional, fueron rechazados por la
mayoría parlamentaria que formaban los amigos del Vicepresidente Vásquez.
Pugilato político. Casi desde los comienzos de la Administración de que nos
ocupamos, se estableció un sordo pugilato entre los elementos que la constituían, pues
mientras unos consideraban como acto de justicia que se pensara en el Delegado y
Vicepresidente Vásquez para la futura Presidencia, otros señalaban como sus probables
sucesores al Doctor Henríquez o al señor Eugenio Deschamps.
1901. La prematura actividad política que esas tendencias representaron, alimentadas
por los antiguos partidarios del finado General Heureaux, que, divididos, los unos consti-
tuyeron un núcleo de fuerza en Puerto Plata, cuya Gobernación había pasado a desempeñar
el Exministro señor Deschamps, y los otros situaron sus simpatías en el General Vásquez,
produjo grandes trastornos a la política del Gobierno.
Todo ello presagiaba los acontecimientos, que al desarrollarse más tarde empurpuraron
por muchos años el país, dividiéndolo en dos partidos personalistas.
Segunda Conferencia Panamericana. Para representar a la República en
la Segunda Conferencia Panamericana que se celebró en la Capital de México en 1901,
designó el Gobierno como Delegados al Licenciado don Federico Henríquez y Carvajal y a
los señores Quintín Gutiérrez y Luis F. Carbo. Confiósele la Secretaría de la Delegación al
brillante escritor Miguel Ángel Garrido.
Conatos revolucionarios. Durante la Administración del Presidente Jimenes
ocurrieron varios conatos de insurrección en Santiago, San Francisco de Macorís, La Vega,
en la Provincia Capital y en la de Barahona, señalándose como el más formidable el último,
que capitaneó el señor Carlos Alberto Mota.
Todos fueron sofocados rápidamente, pereciendo en la tentativa de La Vega, en la Loma
de Miranda, el cabecilla Marcos de Lora.
Incidente de Pitobét. Enviados los ciudadanos Casimiro N. de Moya, Emilio C.
Joubert y Federico Llinás a Dajabón para encontrarse en la parte Norte de la frontera con
los Comisionados haitianos que junto con ellos iban simplemente a aclarar los trazos o
bornes en esas regiones, suscitaron estos últimos una seria discusión en Pitobét, al pretender
englobar unas pequeñas isletas del río Masacre en el territorio haitiano.
Cundió con ese motivo tal alarma en el Cibao, que legiones de ciudadanos armados
corrieron hacia Dajabón, encabezados por el General Vásquez, Vicepresidente de la
República, y otros prohombres de aquel entonces.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Dieron satisfacción los haitianos por esa actitud de sus Comisionados, y le fue imposible
al Ministro de la Guerra nuestro impedir que, al retirarse las tropas dominicanas del lugar
del conflicto, no desapareciera una gran cantidad de armas y municiones que sirvió para
nuevas revoluciones en nuestro territorio…
1902. Levantamiento del 26 de abril de 1902. Casi todo el tiempo que duró su Adminis-
tración lo consumió el Presidente Jimenes en tranquilizar y complacer al Vicepresidente Vásquez
y sus parciales, hasta que en la fecha indicada se levantó en armas aquél contra el Gobierno. Lo
secundaron en su actitud los Gobernadores de Santiago, Moca, San Francisco de Macorís, La
Vega, Seybo, el Comandante de Armas de Monte Cristy y otras autoridades subalternas.
Aprestóse el Gobierno a la defensa con los contingentes de tropas que de Azua le envió
el Gobernador Despradel, que unidos a los que guarnecían la plaza de Santo Domingo,
libraron en la parte alta de San Carlos, bajo las órdenes del General Rafael Rodríguez y
Rodríguez, Ministro de lo Interior y Policía, un sangriento combate con las que llegaron del
Cibao al mando del Vicepresidente Vásquez y del General Miguel Andrés Pichardo,
Esta acción, indecisa en un principio, favoreció a la postre a los revolucionarios, por
haber sufrido una caída de su caballo el General Rodríguez.
En combinación con este movimiento revolucionario, se levantó en armas en el Este,
con el concurso del Gobernador del Seybo, el General Luis María Hernández Brea. Las
fuerzas bajo sus órdenes tuvieron un encuentro con las tropas gobiernistas salidas en su
persecución de San Pedro de Macorís.
En la Provincia de Santo Domingo, compuesto por muchos jóvenes de la ciudad, se
formó, para secundar la revolución, un núcleo revolucionario que, reforzado con gente de
Baní, derrotó en Haina, dirigido por el Diputado Casimiro Cordero, a la columna que, a las
órdenes del General Luis Felipe Dujarric, envió el Gobierno a combatirlo.
Acontecimientos en Puerto Plata. Al mismo tiempo que estos acontecimientos se
desarrollaban, el Gobernador de Puerto Plata, señor Deschamps, que había permanecido
fiel al Gobierno, destacó columnas sobre Santiago al mando de los Generales Pedro Pepín,
Leopoldo Espaillat y otros, que se encontraron en el camino con las fuerzas destacadas por el
General Ramón Cáceres, librándose las sangrientas acciones de El Aguacate y Altamira, etc.
Capitulación. No era hombre el Presidente Jimenes preparado para ver
tranquilamente la efusión de sangre, y después del combate de San Carlos concertó una
capitulación, que entregó a la revolución la ciudad Capital, después de lo cual se embarcó
para el extranjero.

Capítulo LII
Bolos y colúos
Gobierno provisional. Después de la entrada de las fuerzas revolucionarias en la
ciudad Capital constituyó el General Horacio Vásquez un Gobierno Provisional, en el cual
desempeñaron las distintas Carteras estos ciudadanos:
Interior y Policía: Ciudadano Casimiro Cordero.
Relaciones Exteriores: General Juan Francisco Sánchez.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado José María Cabral y Báez.
Fomento y Obras Públicas: Ciudadano José Francisco Guzmán.
Hacienda y Comercio: Licenciado Emiliano Tejera.
Guerra y Marina: General Miguel Andrés Pichardo.
Correos y Telégrafos: Lic. Rafael Justino Castillo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Rendición de Puerto Plata. A poco de establecerse envió el Gobierno Provisional al


General Aquiles Álvarez con fuerzas, en un crucero de guerra, para someter aquel Distrito
y tomar posesión del cargo de Gobernador, todo lo que logró sin efusión de sangre, pues
el señor Deschamps, en conocimiento de la capitulación del Presidente Jimenes, entregó la
plaza y se embarcó para el extranjero.
También se rindieron, ante la noticia de la actitud asumida por el Gobierno, los Generales
Fidelio Despradel, Gobernador de Azua, y Manuel Joaquín Echenique, que desempeñaba
igual puesto en Barahona. Ambos sostuvieron la causa del Gobierno que representaban con
el mayor entusiasmo, hasta última hora.
División. Con el triunfo de la revolución quedó la opinión del país dividida en dos banderías:
una la de los jimenistas, que se llamó bola, y que, como lo indica su primera denominación,
mantuvo como Caudillo al derrocado Expresidente Jimenes, y otra que de hecho conservó
como Jefe al General Horacio Vásquez y que se bautizó con el nombre de horacista o colúa.
Es curioso observar como las intransigentes ideas políticas de aquella época escogieron
como símbolo al gallo, animal de combate, en sus dos aspectos, con o sin cola.
Acusaciones recíprocas. La revolución triunfante presentó como motivo para
justificarse la malversación de fondos públicos de que acusaba al Gobierno anterior, en
tanto que los partidarios del señor Jimenes la atribuyeron a la impaciente ambición personal
del General Horacio Vásquez.
Tan pronto como se formó el Gobierno Provisional, presidido por el General Vásquez,
sus adversarios y enemigos comenzaron a combatirlo, acusándolo de nepótico, por haber
designado para el desempeño de las Gobernaciones de Santo Domingo, Santiago, Puerto
Plata, Moca, La Vega y Pacificador, a deudos del Caudillo del 26 de julio, como en esa época
se llamaba al Presidente Vásquez.
Pocos meses después de constituido el Gobierno Provisional, como consecuencia de
inconvenientes que tuvo con las oficinas de hacienda de Monte Cristy, fue llamado a la
Capital y destituido el Gobernador de aquel Distrito, General Andrés Navarro, quien
sublevándose como Comandante de Armas, había contribuido al derrocamiento del
Gobierno de su protector don Juan Isidro Jimenes.
Al regresar el General Navarro a la Línea Noroeste, se levantó en armas, redujo a prisión
al Administrador de Rentas Unidas, señor Federico Velázquez y Hernández; al Procurador
Fiscal, ciudadano Santiago Guzmán Espaillat, y a otras personas.
Inmediatamente que el Delegado en el Cibao y Gobernador de Santiago, General
Cáceres, tuvo noticia de lo ocurrido en Monte Cristy, destacó una columna a las órdenes
de los Generales Rafael Abreu y Amadeo Tavárez, que, al intentar cruzar el puente de
Guayubín, fue destrozada por las fuerzas revolucionarias allí apostadas bajo la dirección
del General Demetrio Rodríguez.
En ese encarnizado encuentro murieron los Generales Abreu y Tavárez.
Desde aquel momento continuó la guerra que se denominó la Revolución de la Línea de
los ocho meses.
Se organizaron pocos días después en Santiago otras columnas con jefes valerosos
y aguerridos que, comandadas por el General J. Epifanio Rodríguez, tomaron en acción
conjunta a Monte Cristy a sangre y fuego, y capturaron al General Navarro, que, herido, fue
enviado preso a Santo Domingo quedando restablecido el orden solamente en la población,
pues las fuerzas revolucionarias se diseminaron por todos los campos del Distrito.

346
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Campaña de los ocho meses. La guerra prosiguió de manera incesante en todo el


Distrito, mantenida por los Jefes revolucionarios Ramón Tavárez, Desiderio Arias, Demetrio
Rodríguez, etc., y aniquiló a fuerza de erogaciones al Gobierno, que envió, por turno, a
combatir la insurrección, al Ministro de la Guerra, General Pichardo, y a los Generales
Aquiles Álvarez, Santos García, José Bordas, Escoboza y otros a la cabeza de grandes
contingentes de tropas.
Aquella revolución no se pudo dominar jamás, porque ella en pocas ocasiones constituyó
grandes núcleos, y adoptó, por el contrario, la táctica de dividir y subdividir sus fuerzas en
pequeñas partidas que combatieron a diario y en distintos puntos, obligando a las tropas
regulares a fatigarse en la persecución de un enemigo casi fantástico, que en pocas horas
recorría, por entre breñales y zarzales, distancias increíbles.
Labor del gobierno. Ocupado, casi desde su instalación, en tratar de vencer la revuelta,
que disfrutaba de grandes simpatías, y de evitar las complicaciones que promovió a cada paso
la labor revolucionaria en todas partes, poco fue lo que pudo hacer el Gobierno Provisional.
Ley general de estudios. Dictó el Gobierno Provisional una Ley General de Estudios
que exigió títulos académicos para el desempeño de las Cátedras y el Rectorado del Instituto
Profesional.
En cuenta de ello Monseñor de Meriño renunció el cargo de Rector que desempeñaba, y
aunque después se le expresó que su alta investidura de Prelado lo redimía de esa exigencia,
dio las gracias y mantuvo su decorosa actitud.
Arreglo con la Improvement. En miras de solucionar la debatida cuestión de los
derechos de la Improvement & Co., etcétera, abordó su estudio el Gobierno, guiándose en
todo por la opinión del Ministro de Hacienda, señor Tejera, hasta concluir un entendido por
el cual se estableció que los reclamos de esa Compañía y sus aliados no podrían exceder
nunca de la suma de 4,500,000 pesos, y concertó el protocolo instrumental para la solución
arbitral en cuanto a detalles de garantía, ejecución, apreciación, etc.
El Tribunal Arbitral, según lo pactado, lo integrarían un Juez Americano y sendos
representantes por parte de la República y la Improvement.
Reforma constitucional. Convocado el país a elecciones, nombró una Asamblea
Constituyente que presidió el Lic. Pedro R. Bobea.
Ese cuerpo no pudo concluir sus labores por haberlas interrumpido los acontecimientos,
que casi subsiguientemente intensificaron el estado anárquico del país.
Estado del país. Las cárceles de la ciudad Capital estaban repletas de detenidos, y en sus
calles, restaurantes y paseos se veían por montoneras los innumerables confinados que, llenos
de miseria, había hacinado el Gobierno, sin acordarse de que el alcohol y la estrechez económica
incendian la mente de los hombres hasta conducirlos a los más espantosos extravíos.
La revolución lo minaba todo en aquellos días.
1903. Muerte del General Sebastián Emilio Valverde. Levantado en armas, en las
serranías de Los Amaceyes, Provincia de Santiago, murió en un encuentro, el día 11 de enero
de 1903 el General Sebastián Emilio Valverde, valioso exponente de la laboriosidad, valor e
inteligencia de aquella histórica ciudad, con cuya muerte perdió la República a uno de sus
hijos más distinguidos.
Golpe del 23 de marzo de 1903. Constituye la realización de este golpe, digámoslo
sin apasionamientos, uno de los gestos más audaces que registra la historia de nuestras
azarosas contiendas políticas.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En combinación con unas fuerzas de Azua que custodiaban la Fortaleza de Santo


Domingo, dio el grito de rebelión acompañándolo de un disparo, en el patio de la misma
Ciudadela, el General Remigio Zayas, instante que aprovecharon los detenidos políticos para
abandonar sus celdas, revólver en mano, y empeñar una sangrienta lucha en aquel sitio.
Mientras todo esto ocurría en el interior del recinto militar, un grupo de revolucionarios
asaltó la puerta de la Fortaleza, y otro, a las órdenes del General Pedro Pepín, tomó también
por la fuerza los cuarteles de la Policía Gubernativa, situados en los bajos de la Gobernación,
edificio donde actualmente se encuentra instalada la Escuela Correccional.
Heridos en el local de la Comandancia de Armas, el General Manuel de Jesús Castillo, Jefe
Militar de la Plaza, y varios de sus compañeros, donde cayeron también muertos del grupo de
los conjurados, los señores Manuel de Jesús Peña Cifré, Andrés Carrasco y otros, los revolucio-
narios quedaron dueños del campo y se apoderaron del Arsenal, que, una vez abierto, suminis-
tró al numeroso presidio criminal armas y municiones, que no solo utilizó en ayudar a la revo-
lución, sino también en perpetrar, cuando se vio en la calle, crimines personales espantosos.
Al iniciarse este acontecimiento, es decir, al sonar los primeros disparos, tanto el
Ministro de la Guerra como el Gobernador de la Provincia y el Jefe del Estado Mayor del
Presidente Provisional de la República, Generales Miguel Andrés Pichardo, Casimiro N.
de Moya y Manuel Joaquín Echenique, respectivamente, corrieron hacia la Gobernación,
acompañados de varios amigos, con el intento de hacerse fuertes allí; pero fueron repelidos
por las descargas que se les hicieron, pereciendo en su porfiado propósito de avance el
último, el malogrado joven Echenique.
Debemos consignar que el crucero Independencia, surto en la ría, adonde acudió su
Comandante, el Señor Catrain, cañoneó a los insurreccionados de la Fortaleza.
La lucha se inició a la 1 p.m., y ya a las siete de la noche, sitiados en el Baluarte del Conde,
tuvieron que capitular los Ministros Pichardo y Guzmán y el Gobernador, General de Moya.
En los Consulados y Legaciones se asiló un gran número de los vencidos.
Logró tomar el camino de San Pedro de Macorís el General Luis María Hernández
Brea, Gobernador de aquel Distrito, donde organizó numerosas fuerzas de acuerdo con el
General Julián Zorrilla, Gobernador de la Provincia del Seybo.
Atrincheramiento y fortificación de la capital. Dueña la revolución de la
ciudad, y reconocido por los promoventes y autores del golpe, como Jefe el General Alejandro
Woss y Gil, se procedió inmediatamente a artillar todos los fuertes de las antiguas murallas
y a construir trincheras en los lienzos de ellas que habían sido abiertos anteriormente, por
exigirlo así las urbanizaciones realizadas.
Como era natural, los revolucionarios esperaban nuevos acontecimientos, pues el
Presidente del Gobierno Provisional se encontraba en el Cibao.
Actitud del General Vásquez. Tan pronto como recibió el General Vásquez,
Presidente del Gobierno Provisional, la noticia de lo ocurrido en la Capital, organizó grandes
contingentes de tropas que, bajo sus órdenes, y las del Ministro de lo Interior, General
Cordero, a quien llamó de Dajabón, donde hacía tiempo que se encontraba tratando de
vencer la revolución de la Línea, tomaron la vía de Caño Hondo, Bahía de Samaná, para caer
en la región del Este, donde se les incorporaron las fuerzas que ya tenían preparadas los
Generales Hernández Brea y Zorrilla.
Combate de guerra. En conocimiento los revolucionarios de que el General. Vásquez
avanzaba por el Este con grandes fuerzas, destacaron una columna sobre la población de

348
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

San Antonio de Guerra, que libró en sus inmediaciones un reñido combate con las tropas
de vanguardia que conducía el General Zenón Ovando.
Cubierto de cadáveres y de heridos quedó el campo de la reñida lid, viéndose obligados
los revolucionarios a replegarse a Villa Duarte.
Combate de Villa Duarte. Reforzadas las fuerzas revolucionarias vencidas en Guerra,
asumió su dirección el General Pedro Pepín, y no permanecieron mucho tiempo en expecta-
tiva, pues cuatro días después cayeron sobre el poblado, con sendas columnas, los Generales
Casimiro Cordero y Zenón Ovando, empeñándose una lucha mucho más sangrienta que la
anterior; pero también desfavorable en sus resultados para las armas rebeldes.
Los actos de valor realizados durante ese combate por el General Pepín, y luego, al verse
obligado a repasar en derrota el río Ozama, de haber sido prodigados en los días gloriosos
de nuestras cruzadas libertadoras, le habrían conquistado las épicas consagraciones del
mármol o del bronce…
Fueron tales la mortandad y el número de heridos que quedaron en las calles de Villa
Duarte, que, con el beneplácito y el respeto de sitiados y sitiadores, se creó un Cuerpo de
Cruz Roja, que se ocupó, durante muchas horas en sepultar cadáveres y trasladar heridos
a la ciudad.
Hospitales de sangre. La Casa de Beneficencia Padre Billini, el Hospital Militar, el
local donde hasta hace poco estuvo instalada la Gobernación, los bajos de la Logia Cuna
de América, la antigua Casa de Salud y otros edificios, se convirtieron en hospitales donde
prestaron gratuitamente sus servicios todos los médicos de la población, llevando allí el
concurso de la nunca desmentida caridad colectiva dominicana, cuando fue menester para
atender a las víctimas de nuestras trágicas y pasionales alucinaciones políticas.
Combate de San Carlos. Después de ocupar a Villa Duarte, donde quedó como Jefe
sitiador de la parte occidental, el General Julián Zorrilla, vadeó el río Ozama, varias leguas
al Norte el grueso de las tropas del Gobierno, con el objeto de completar el cerco del lado
de San Carlos y del de la Avenida Independencia.
Informados los sitiados de esa operación, se prepararon para presentar acción en las
alturas de ese barrio, y en las calles de su abandonado vecindario la tragedia, con sus
fatídicos pinceles, creó otros cuadros de dolor, de sangre y de duelo.
Perdieron la vida en ese combate, entre muchos que es imposible enumerar, los
Generales Pedro Pepín y Juan Rojas.
Estado de la ciudad. La muerte había extendido sus redes invisibles en todas
direcciones.
No había calle por donde, incesantemente, no transitaran, procedentes de las líneas
de defensa, en hombros de soldados, literas o camillas con moribundos; el cañoneo y
las descargas de la fusilería de los fuertes era correspondido con intensos tiroteos y con
periódicos disparos de cañón por parte de los sitiadores, y no se podía casi abandonar el
domicilio, pues no fueron pocos los pacíficos que encontraron la muerte en sus ocupaciones
o mientras se dirigían a ellas.
El pánico y la miseria convirtieron la vida de la ciudad en aquellos días en un infierno
de agonías…
Las noticias todas eran contradictorias, y en el afán de derrocar y sostener un sistema
político administrativo, todo se había olvidado.
El ataque y la resistencia se emularon a porfía.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1903. Armisticio. Dentro del elemento revolucionario hubo hombres como Alejandro
Woss y Gil, José Dolores Pichardo B., Pedro María Mejía y otros, que entendieron
perfectamente que, a merced como estaba la ciudad de la plebe y del presidio armados,
toda organización o cualquiera manifestación de humanidad eran interpretadas como
deslealtad, y se movieron en el sentido de entablar negociaciones de paz.
Salieron varias veces al campamento sitiador los Señores Pichardo y José Brache, y, ayudados
por el Ministro de Haití, señor Borno, y por el Encargado de Negocios de Francia, señor Martín,
obtuvieron un armisticio durante el cual se formuló un convenio para hacer cesar la guerra.
Pero cuando los mencionados representantes diplomáticos aguardaban la firma
de lo pactado por parte de las autoridades revolucionarias, en cuya virtud asumiría
inmediatamente el Gobierno de la ciudad Capital el honorable ciudadano Don Mariano
Antonio Cestero, tres jefes de fuertes, disconformes con lo convenido, violaron el armisticio
con el cañoneo que abrieron contra las tropas sitiadoras, con lo cual quedaron iniciadas de
nuevo las hostilidades.
Malogradas esas laboriosas gestiones en favor de la paz, la rabia se expandió en los dos
bandos.
Toma del Fuerte de la Concepción e incendio de San Carlos. El 12 de abril,
en la noche, el estrépito ensordecedor de los cañones y de la fusilería anunció a la ciudad
Capital que un nuevo y sangriento episodio, que iluminaba el resplandor siniestro del
incendio de San Carlos, se desarrollaba en el fuerte de La Concepción.
Encaramándose por las toscas caballerizas de la empresa de tranvías, las tropas del
Gobierno habían tomado esa posición por sorpresa, vértice estratégico de la cortina, donde
luchaban cuerpo a cuerpo con sus defensores para avanzar hacia el centro de la ciudad.
Ocho horas mortales duró ese asalto de furias y la brega infernal por detenerlo, hasta
que, al amanecer, tuvieron las tropas del Gobierno que abandonar la posición adquirida,
por no haberles llegado oportunamente los refuerzos pedidos al cuartel general…
El hermoso poblado de San Carlos quedó convertido en un humeante brasero,
suministrando la desolación y la soledad que allí imperaron adustos motivos a la inspiración
de uno de nuestros distinguidos portaliras, el Licenciado Enrique Henríquez, para entonar
su Miserere, bella, doliente y épica composición con que anatematizó la alevosía de las
luchas fratricidas y el horror de los incendios…
Retirada del General Woss y Gil a su casa. En vista de la forma en que se había
roto el armisticio concertado, se retiró a su casa, para abandonar la dirección revolucionaria
que le había sido confiada, el General Alejandro Woss y Gil.
Con motivo de su alejamiento, se constituyó un Comité de Guerra, compuesto por los
señores Miguel Febles, Dionisio Frías y Francisco Deetjen, que asumió la dirección de la
guerra.
Ataque del 18 de abril. El ensañamiento de la lucha todavía reservaba mayores
testimonios de aniquilamiento, y antes de palidecer completamente la formidable contienda,
el recóndito odio que se profesaban los dos bandos, como que quiso lanzar en el torbellino
desesperante de la hemorragia nacional nuevas y densas gotas de sangre que bien pudieron
economizarse.
Llegado del Cibao, el 17 de abril, el bravo General Aquiles Álvarez, que estaba operando
en la Línea Noroeste, en virtud de la llamada que se le hiciera desde el Campamento
Sitiador, cayeron, cerca del sitio desde el cual contemplaba la ciudad, varias balas de cañón,

350
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

arrancándole esta arrogante exclamación: “¡Nuestros enemigos me saludan, porque saben


que ha llegado un hombre!”.
Trágico mensaje con que estimuló a las tropas y mortificó a sus jefes los Generales
Cordero, Antonio Hernández, Eliseo Cabrera y otros.
Desde aquel momento todas las voluntades convergieron a la realización del temerario
plan de asaltar la ciudad.
El 18 de abril, a las seis de la mañana, comenzó el ataque.
Tomó el General Cordero la trinchera de la calle Palo Hincado, de donde a poco tuvo
que retirarse mortalmente herido; colérico pereció Antonio Hernández al tomar de frente,
sable en mano la barricada del extremo sur de la calle Padre Billini, que vomitaba la muerte;
descendió de lo alto de la muralla que ya había escalado el denodado Aquiles Álvarez,
quien todavía en las contorsiones de su agonía envió un mensaje verbal de adhesión
a su Jefe y un postrer voto de recordación para el hogar lejano; y herido en el vientre
pudo salvarse milagrosamente Eliseo Cabrera, para llevar al Cuartel General la noticia
del desastre…
Refugiémonos en el dolor y la meditación, y sobre los sangrientos campos de esa
contienda agolpemos los piadosos votos con que, serenado ya el corazón, lamenta el
sacrificio estéril de tantas víctimas como inmolaron ambas banderías, persiguiendo la fugaz
ilusión de las reivindicaciones que creyeron representar.
Éxodo. El vapor Independencia levantó anclas de su fondeadero de San Jerónimo, recogió
en San Pedro de Macorís a los Generales Hernández Brea, Zorrilla y otras personas, y luego
en Puerto Plata a los Generales Vásquez y Cáceres y a muchos de sus partidarios para
conducirlos a Cuba.

Capítulo LIII
Resultados de la revolución
1903. Levantamiento del sitio. Después de ese ataque, ignorantes los revolucionarios
de la ciudad del desconcierto que el desastre ocurrido había llevado a las filas del Gobierno,
se creyeron durante todo ese día en vísperas de una nueva acometida, y permanecieron,
armas al brazo, en los fuertes, hasta el siguiente en que recibieron la noticia de que el General
Vásquez se había retirado precipitadamente para el Cibao.
Gobierno provisional. Dueña la revolución de todo el país, se dieron prisa sus
elementos en constituir un Gobierno que organizara en lo posible, y designaron para
presidirlo al General Alejandro Woss y Gil, quien constituyó su Gabinete así:
Interior y Policía: General Miguel Febles.
Relaciones Exteriores: General Fidelio Despradel.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Juan Elías Moscoso h.
Hacienda y Comercio: General José Brache.
Fomento y Obras Públicas: Licenciado Rafael E. Galván.
Guerra y Marina: Doctor Dionisio Frías.
Correos y Telégrafos: Ciudadano Francisco Deetjen.

Producto de la revolución, que en su mayor parte había sido concebida y realizada


por los partidarios del señor Jimenes, llamados bolos o jimenistas, tropezó este Gobierno
con no pocas contrariedades, no siendo la menor el haber llegado a la Capital, como era
de esperarse, en trabajos eleccionarios, el mencionado Caudillo, quien a poco se ausentó

351
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de nuevo, llevando consigo el dejo de hondas decepciones que aumentó el descontento


de sus amigos, resueltos a nuevas turbulencias pues los partidos personalistas, cuando
promueven convulsiones no se sienten satisfechos hasta no encumbrar de nuevo al hombre
detrás del cual corrieron fanáticos en los días azarosos del vencimiento…
Elecciones. Convocado el país a elecciones, resultaron electos: Presidente de la
República, el General Alejandro Woss y Gil, y Vicepresidente, el ciudadano Eugenio
Deschamps, quienes prestaron el juramento constitucional.
Gabinete. Formó el Primer Magistrado su Gabinete así:

Interior y Policía: General Miguel Febles.


Relaciones Exteriores: Licenciado Manuel de Js. Galván.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Fidelio Despradel.
Hacienda y Comercio: General José Brache.
Fomento y Obras Públicas: General José Dolores Pichardo.
Guerra y Marina: General Leopoldo Espaillat.
Correos y Telégrafos: Ciudadano Manuel de Js. Bidó.

Explosión en la fortaleza de San Luis. Nombrado Gobernador de Santiago el


Doctor Dionisio Frías, en una visita de inspección que realizaba en el Arsenal de aquella
plaza, al hacer funcionar una pieza de artillería, que se ignoraba estuviera cargada, el
disparo que se escapó, chocando contra las cajas de municiones allí en depósito, produjo una
terrible explosión que les arrancó la vida tanto a él como a varios de sus acompañantes.
Laudo arbitral. En representación de la República, fue nombrado para formar parte
del Tribunal Arbitral que iba a decidir la cuestión de la Improvement & Co. y sus aliadas el
Licenciado Manuel de Jesús Galván, Ministro de Relaciones Exteriores, quien se ausentó
para los Estados Unidos.
Labor revolucionaria. Disconformes los partidarios del General Horacio Vásquez
con la caída de su Caudillo, y descontentos los jimenistas porque el esfuerzo realizado no
aprovechó a su Jefe, el señor Jimenes, hicieron alto en la tarea de recriminarse recíprocamente
y se unieron para laborar en el sentido de derrocar al Gobierno del General Woss y Gil, que,
escaso de recursos, no podía llenar las atenciones del servicio, ni mucho menos satisfacer
completamente las exigencias del elemento revolucionario.
1903. Muerte del señor Hostos. El día 11 del mes de agosto de 1903 murió en la
ciudad de Santo Domingo el ilustre educacionista don Eugenio María de Hostos, para
quien la sociedad dominicana tendrá siempre un recuerdo de reverente gratitud por los
virtuosos esfuerzos que desarrolló en interés de transformarla con su labor desinteresada
y austera.
¡En el silencio de una noche fría, en que aún soplaban ráfagas del vendaval revolucionario,
cerró los ojos el visionario del bien, el gran modelador de conciencias en las Antillas!
¡Parecía dormido! Perduraba en su semblante aquella impresión de impecable inocencia
que lo animaba cuando nos hablaba de la independencia de Puerto Rico, de la completa
emancipación de Cuba y de la reorganización de Santo Domingo…
¡Pobre Apóstol! Errante siempre, el verbo inflamado de sus arraigadas convicciones lo
oyó la América Latina, predicar la nueva doctrina, el ideal de Patria nueva, el evangelio del
bien por el bien mismo.
Lo llamaron soñador porque en el enfermo regazo de las sociedades sólo alcanzan fácil
éxito los hechos y las cosas de inmediata resonancia.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Vencía convenciendo, estimulaba con el ejemplo de una moralidad acrisolada, y caminaba,


hacia el ideal de perfeccionamiento social y político, que persiguiera durante medio siglo.
Chile tuvo un grito de dolorosa impresión para su muerte, Puerto Rico una congoja sin
consuelo, Cuba un recuerdo agradecido para el batallador incansable de su independencia,
y Santo Domingo atesorará sus restos para siempre como la ofrenda sentida y silenciosa de
su cariño y gratitud.
Dejémosle dormir, pues ya abandonó el fardo de sus nobles ambiciones para descansar
a la sombra sagrada del mirto y del laurel que, con sus ramas, sacudirá, para que no la
afrente, el polvo que siempre cubre la tumba de los buenos.
¡Descubrámonos hoy y mañana ante la tumba de ese gran muerto!
Revolución unionista. En fecha 24 de octubre de ese mismo año se dio en Puerto
Plata el grito de insurrección, constituyéndose un Gobierno Provisional Revolucionario
bajo la Presidencia del ciudadano Carlos F. Morales Languasco.
Sitio de la capital. Unidos, pues, momentáneamente, bolos y colúos, se efectuaron
pronunciamientos en casi todas las poblaciones de la República, fortificando nuevamente
el Gobierno la ciudad Capital, ante cuyos muros, acribillados recientemente, llegaron en
breve tropas del Cibao, del Sur y del Este.
Capitulación del gobierno. Después de una corta, aunque algo sangrienta
resistencia y de varias tentativas de reacción desarrolladas sin resultado en el interior,
concertó el Gobierno, por mediación de algunos Agentes Diplomáticos, su capitulación y
la entrega de la plaza, asilándose el presidente en el Viceconsulado Inglés, de donde salió
para dirigirse al extranjero.
Entrada de las fuerzas revolucionarias. A la cabeza de las distintas columnas
revolucionarias, separadas por sus antagonismos políticos, muy mal disimulados en
aquella hora en que se hablaba de unión, entraron a la ciudad Capital los Generales Raúl
Cabrera, J. Epifanio Rodríguez, José Bordas, Manuel de Js. Camacho, Luis María Cabrera,
horacistas, de una parte; y dirigiendo las de los jimenistas o bolos, Ramón Tavárez, Higinio
Arvelo y Demetrio Rodríguez, poseídos con respecto a sus viejos adversarios de idénticas
prevenciones.
A una persona observadora le bastaba contemplar aquel abigarrado conjunto de
hombres para darse cuenta de que muy pronto se rompería el débil vínculo que, en interés
de derrocar al General Woss y Gil, habían creado los dos partidos que pugnaban desde
hacía tiempo por imponer sus respectivos Caudillos.
1903. Traslado del gobierno provisional. Poco tiempo después, a principios de
diciembre, se trasladó a Santo Domingo el Gobierno Provisional instalado el 25 de octubre
en Puerto Plata, con el siguiente Gabinete:
Interior y Policía: General Carlos Reynoso.
Relaciones Exteriores: Miguel E. Alfau.
Justicia e Instrucción Pública: Enrique Jimenes.
Fomento y Obras Públicas: Ciudadano Eladio Victoria.
Guerra y Marina: General Eliseo Cabrera.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Enrique Pou.
Correos y Telégrafos: Ciudadano Carlos Ginebra.

Nuevas colisiones. Persuadido ya el elemento jimenista de que el General Morales L,


había decidido apoyarse, para presentar su candidatura, en el partido contrario, comenzó

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

su labor revolucionaria en todo el país, lo que dio origen a que, en ausencia del Mandatario,
un grupo de colúos depusiera al Ministro de lo Interior y Policía, el General Miguel
Andrés Pichardo, y al de Relaciones Exteriores, Licenciado Manuel Arturo Machado, por
considerarlos bolos, Carteras que más tarde ocuparon, por disposición presidencial, los
Generales Miguel A. Román hijo y Juan Francisco Sánchez, respectivamente.
¡El país entero se levantó en armas! Una nueva vez la arrolladora ola revolucionaria
vino a chocar, para sitiarla, contra el amurallado de la Capital, dejando solo a sus espaldas
al General Cáceres, con un grupo en el picacho de una loma, y al General Jesús María
Céspedes en la solitaria playa de Sosúa con otro, pues el General Cirilo de los Santos y sus
carpinteros, como se les llamó a sus acompañantes en la retirada, retrocediendo, paso a paso,
hacía muchos días que había realizado su entrada a la ciudad Capital.
Combate de Los Montones. Cuando todavía no estaba completamente establecido
el sitio de la Capital, fuerzas revolucionarias, organizadas en San Pedro de Macorís por el
Gobernador de aquel distrito General Demetrio Rodríguez, avanzaron hacia Villa Duarte,
bajo sus inmediatas órdenes.
Opúsole el Gobierno Provisional las tropas de que pudo disponer, comandadas por el
Ministro de la Guerra, General Cabrera, librándose, con suerte desfavorable para éste, la
acción de Los Montones, donde recibió la grave herida que a poco le ocasionó la muerte en
la ciudad.
A la muerte del General Eliseo Cabrera designó el Presidente Morales, para reemplazarlo,
como Ministro de Guerra y Marina, al hermano del fenecido, General Raúl Cabrera.
Refuerzos a Sosúa. Enterado el Gobierno de que en las playas de Sosúa se encontraba
el General Jesús María Céspedes, le envió como refuerzo al General Cirilo de los Santos con
pocas tropas, un puñado de dinero, ropas y medicinas.
Cuando este escaso contingente llegó al indicado sitio, ya se habían refundido los grupos de
los Generales Cáceres y Céspedes, lo que les permitió, después de librar la acción de Cangrejo,
en la que murió el General Higinio Arvelo, de las filas contrarias, avanzar sobre la población de
Puerto Plata, que había sido infructuosamente cañoneada, días antes, por uno de los cruceros
de guerra que llevaba a bordo al Presidente Morales y al Comandante Catrain.
Al fin, después de varios combates, se posesionaron los mencionados Generales de
dicha ciudad, y organizaron inmediatamente una columna que, a las órdenes del General
Cáceres marchó para el centro del Cibao, en tanto que el General Cirilo de los Santos
(Guayubín) regresó por la vía marítima a la Capital.
Defensa de la ciudad de Santo Domingo. Ya para ese entonces se encontraba
completamente sitiada. Se combatía a diario y apenas si transcurría un minuto sin que la
artillería no atormentara nuestros oídos con sus lúgubres y estruendosos disparos.
La valiente juventud de esa época, que se afilió al Gobierno, cubría las murallas en
su defensa, mientras cuerpos volantes, que dirigió el General Zenón Ovando recorrían,
incesantemente, el recinto para prestar ayuda o reforzar el punto en que fuera más intenso
y vigoroso el ataque.
Campamento sitiador. Como Jefes sitiadores de la ciudad, cuya rendición pedían
por medio de frecuentes parlamentos, se encontraban en el Ingenio La Fe y en San Carlos
los Generales Toribio L. García, Tomás de Jesús y Andrés Navarro, quienes, después de
haber atacado a Santiago, en cuya acción murieron el valeroso joven Antonio Bordas y
otros, se habían dirigido hacia el punto que ocupaban.

354
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Las fuerzas sitiadoras de Azua y Barahona, que estrechaban la plaza del lado Oeste,
estaban a las órdenes de los Generales Luis Pelletier, Santiago Oviedo hijo, Carlos Alberto
Mota y otros.
Bombardeo y ocupación de Villa Duarte. La víspera de entrar en la ría Ozama el
vapor americano mercante New York, de la Compañía Clyde, que era portador de provisiones
para el comercio de la plaza, un Empleado Consular de los Estados Unidos de América
se trasladó al campamento revolucionario de Villa Duarte, según parece, con el objeto de
obtener seguridades de que no se entorpecerían con disparos las operaciones de entrada,
carga y descarga de dicho buque.
Al día siguiente, a las 3 p.m., tan pronto como comenzó el vapor a entrar en el estuario,
se trasladó a la Aduana el Ministro Americano, Mr. Powell, coincidiendo su llegada a
dicha oficina con las nutridas descargas con que desde Villa Duarte hicieron blanco los
revolucionarios en el mencionado buque!
1904. Una señal de bandera bastó, y al amparo del bombardeo que inició contra Villa Duar-
te el vapor de guerra americano Newark, surto en el antepuerto, el 11 de enero de 1904, se
posesionaron de aquel poblado fuerzas de marina americana, que trajeron en la proa de las pe-
queñas embarcaciones de vapor, de que se sirvieron para el desembarco, varias ametralladoras
que dispararon sin cesar, limpiando el campo, hasta el momento de poner pie en tierra.
Este doloroso acontecimiento provocó una protesta escrita por parte de varios
ciudadanos distinguidos.
Muelle improvisado. En interés del Gobierno de evitar la repetición de este
desagradable incidente, y en cuenta de que anteriormente había sido muerto por los disparos
de Villa Duarte, en el muelle, el maquinista del vapor de guerra americano Yankee, mister
Johnson, construyó en la parte oriental de las cuevas de Las Golondrinas un pequeño muelle
con sus aparejos para izar la carga en los días en que el embate del oleaje lo permitiera.
Combate de San Cristóbal. Apoyándose en los pequeños núcleos de horacistas
que habían quedado aislados en la Común de San Cristóbal y en Palenque, efectuó un
desembarco por este último punto el General Manuel de Js. Castillo, reuniéndose luego
grandes contingentes, que a poco fueron armados por el Gobierno.
Organizadas estas fuerzas, en lo posible, aceleradamente, ocupó el General Castillo
con ellas a San Cristóbal, desde donde destacó guerrillas sobre Haina y otros puntos, con el
intento de atacar a los sitiadores por retaguardia.
Movilizaron éstos una parte de sus tropas que, a las órdenes de los Generales Santiago
Oviedo hijo y Cesáreo Pimentel, libraron en San Cristóbal un sangriento combate en el cual
derrotaron al General Castillo, quien tuvo que reembarcarse, casi solo, por el puerto de
Palenque.
El pánico que produjo en la Capital esa noticia revistió caracteres alarmantes, pues en
la fracasada operación tenía vinculadas grandes esperanzas el elemento gobiernista para el
levantamiento del sitio, que ya iba prolongándose demasiado.
Ataque de san Pedro de Macorís. Preparada una parte de las tropas que guarnecían
los fuertes y cuarteles de la Capital, salieron en el vapor de guerra Independencia y en la
cañonera Estrella, con el objeto de efectuar un desembarco en la población de San Pedro de
Macorís.
Llegadas al puerto, en cuya entrada se habían colocado cables y, según decires, bombas
de dinamita, que fueron arrancados, los primeros, intrépidamente en un bote, por el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

joven Agustín Aristy, se introdujeron varias embarcaciones en la ría, y cuando la cañonera


Estrella, que remolcaba botes con tropas, abordó el muelle, un fuego horrible y mortífero,
dirigido por los de tierra, cubrió de sangre las mansas corrientes del Higüamo, pereciendo
entre muchos que no recordamos, Pedro Julio Gautreau, y se escaparon milagrosamente el
arrojado Luis Tejera y unos pocos de sus compañeros.
Abrió, entonces, el Independencia sus fuegos sobre las filas revolucionarias y llevó a ellas
la muerte y el espanto!
A poco, una pieza emplazada en tierra hizo blanco en uno de los costados del crucero
nacional y le abrió una vía de agua que iba sumergiéndolo lentamente.
Pudo la cañonera salirse de la ría para traer al Gobierno la noticia del desastre sufrido,
lo que determinó al Presidente Morales a salir en ella, con pertrechos, en interés de auxiliar
a los tripulantes del Independencia que, heridos casi todos, aguardaban una muerte segura.
Ya en marcha, frente a la punta de Caucedo se observó que el Independencia regresaba,
pesadamente, como monstruo herido, pues había logrado, después de una noche de
angustia y de esfuerzos, salir de Macorís.
Con su carga de heridos y de cadáveres, luego de haber dejado sepultados bajo el nivel
inexorable de las aguas, a muchos heroicos combatientes, entró en la ría Ozama, sin ser
molestado, el crucero Independencia, pues los sitiadores de Villa Duarte, desde el bombardeo
de los americanos, se habían retirado a la Cruz de Mendoza.
Salida de los sitiados. Varios fueron los ataques que empeñaron en sus frecuentes
salidas los sitiados con las fuerzas revolucionarias durante todo ese tiempo, presidiendo en
todos ellos un valor, por ambas partes, digno de haber sido prodigado en mejores causas,
hasta que por último, una operación realizada por el General Zenón Ovando, del lado
de Güibia, resultó tan desastrosa para los que asediaban la ciudad, divididos de viejo por
grandes desconfianzas, que levantaron sus tiendas y por la vía del Sur tomaron el camino
de sus respectivas procedencias.
Nuevas operaciones contra San Pedro de Macorís. Levantado el sitio de la
Capital, fue más fácil para el Gobierno procurarse nuevos contingentes de hombres y
recursos.
Procedente del Cibao, de donde iban llegando noticias tan favorables para el Gobierno
Provisional como la recuperación de las plazas de Santiago y La Vega, llegó a Santo Domingo
el General Cirilo de los Santos, a quien se encargó de la organización de una columna que
tomara a San Pedro de Macorís.
Y para allí salió el astuto lidiador, llevando como sus Segundos a los Generales Manuel
de J. Castillo, con un cuerpo de caballería de Baní y San Cristóbal, y a Luis Tejera, a la
cabeza de una parte de los bizarros adolescentes que, como él, apenas lucían ligero bozo y
ya durante el sitio habían recibido su bautismo de sangre.
Reñidos fueron los dos combates librados favorablemente por las tropas gobiernistas.
El uno en el camino de una de las fincas de aquel Distrito y el otro en las inmediaciones
de la población. A este último cooperaron los vapores de guerra nacionales Independencia
y Presidente, que, a una señal convenida, desembarcaron pocas, pero escogidas tropas, por
Playa de Muerto.
En poder del Gobierno aquella población, tomó el bizarro General Demetrio Rodríguez,
con el resto de combatientes que le quedó, el camino del Cibao para ir a reconcentrarse en
la Línea Noroeste, como lo habían hecho las fuerzas que habían sitiado a la ciudad Capital,

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

no sin antes librar un reñido combate a su paso por la Provincia de La Vega, donde se le
opusieron contingentes superiores.
Acontecimientos del Cibao. La lucha había sido también gigantesca en aquellas
regiones, distinguiéndose en los dos bandos hombres de insuperable valor, a que ya hemos
aludido; y aunque menos intensa que al principio, continuaba en los campos de La Vega y
Santiago.
Regreso del Ministro de Relaciones Exteriores, General Sánchez. Regresó de
los Estados Unidos, en esos días a donde había sido enviado en misión oficial, el General
Juan Francisco Sánchez, Ministro de Relaciones Exteriores quien obtuvo el reconocimiento
por parte del Gobierno de Washington del Gobierno Provisional del Presidente Morales y
fue portador también de una cantidad de pertrechos de guerra.
Muerte del General Manuel de J. Santana. Las tropas del Sur, que estuvieron
sitiando la ciudad Capital, se hicieron fuertes, al retirarse, en Azua, y situaron sus avanzadas
en puntos muy cercanos a Baní, donde el General Manuel de J. Santana, con un contingente
de fuerzas, evitaba que llegaran a esa población.
Apremiado el Gobierno Provisional por las solicitaciones de nuevos contingentes de
hombres que se le hacían desde el Cibao para continuar la guerra, pidió al General Santana
el envío de una gran parte de la guarnición bajo sus órdenes, lo que debilitó la resistencia
en aquel punto, que a poco fue atacado, y en cuya defensa murió el joven y prestigioso
General.
Captura del General Luis Tejera. En los campos de Burende, Sección de la Provincia
de La Vega, había sentado sus reales el estratégico guerrillero Perico Lazala, quien mantenía
intranquila aquella población.
Allí se envió con tropas frescas al General Tejera, quien renunció la Gobernación de San
Pedro de Macorís, que valerosamente había conquistado.
Después de instalarse en La Vega, se le ocurrió al General Tejera realizar un viaje a
Santiago, acompañado solamente en ese novelesco intento por los Generales Tancredo
Saviñón y Quico Benochea.
Al pasar frente a Burende, fueron capturados los tres y conducidos a lo alto de una loma
que, si mal no recordamos, se llama Cercado Alto.
Esa noticia prendió desesperación no sólo en las filas gobiernistas de aquella Provincia
y de la Capital, sino también en los círculos sociales, donde disfrutaba el General Tejera de
grandes simpatías.
¡A los frecuentes viajes y no pocas gestiones del actual Arzobispo, entonces Cura de
La Vega, cerca de las fuerzas revolucionarias, se debió en su mayor parte que no fueran
ejecutados los prisioneros!
Una noche pudieron escaparse los tres, y lograron llegar sanos y salvos a La Vega,
ciudad que fue inmediata y furiosamente atacada, distinguiéndose bravamente en su
defensa los escapados, los Generales Tadeo Álvarez, Nicolás Pereyra hijo y el anciano don
Jovino Álvarez, padre del primero y del denodado y fenecido Aquiles Álvarez.
La revolución fue rechazada, quedando en la población muchos cadáveres y heridos de
ambas partes. ¡En el número de los muertos figuró don Jovino Álvarez!
Operaciones sobre la línea noroeste. Con los refuerzos enviados por el Gobierno
se aumentó el contingente de tropas, que a las órdenes de los Generales Raúl Cabrera,
Quírico Feliú y otros, abrieron operaciones sobre la Línea. Lucharon ellas con suerte varia

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hasta librar la acción de Esperanza con las fuerzas revolucionarias que, capitaneadas por el
General Demetrio Rodríguez, mantenían la revuelta en aquellos lugares.
En ese combate fue herido mortalmente el General Raúl Cabrera, verdadera esperanza
de la República, quien murió a poco y cuyo cadáver fue sepultado en la Iglesia Mayor de
Santiago de los Caballeros.
Comisión de paz. Se envió una Comisión de Paz a Monte Cristy, que concertó la
cesación de hostilidades, por resultas de cuyo convenio quedó convertido aquel Distrito en
una especie de pequeño estado donde vivieron los vencidos, que continuaron aprestándose
para futuras contiendas.
La paz en el Sur. De las filas revolucionarias extrajo el Gobierno Provisional las
autoridades que dirigieron la vida provincial de Azua, medida ésta que sosegó un tanto el
espíritu revolucionario en aquellas regiones.
Elecciones. Convocado el país a elecciones y celebradas éstas, resultaron electos
para la Presidencia y Vicepresidencia de la República los Generales Carlos F. Morales L., y
Ramón Cáceres, respectivamente.

Capítulo LIV
Gobierno constitucional del Presidente Morales
1904. Gabinete. El 19 de junio de 1904, después de prestar el juramento constitucional de
rigor, constituyó su Gabinete el General Morales en la forma y con el personal siguiente:
Interior y Policía: General Ramón Cáceres.
Relaciones Exteriores: General Juan Francisco Sánchez.
Justicia e Instrucción Pública: Lic. Pelegrín L. Castillo.
Fomento y Obras Públicas: Licenciado Manuel Lamarche García.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Federico Velázquez H.
Correos y Telégrafos; Ciudadano Bernardo Pichardo.
Guerra y Marina: General J. Epifanio Rodríguez.

Gestión gubernativa. Dentro de la escasez de recursos en que se desarrolló la labor


gubernativa de ese Gabinete, se propendió a realizar cuantas obras de progreso, ornato y de
verdadera trascendencia intelectual se acariciaban desde los días de la guerra.
Se construyó la línea telefónica que desde entonces une al Sur y Este de la República
con las Provincias del Cibao, obra ésta que ha reportado grandes beneficios, por cuanto
estableció una saludable competencia a la Compañía de Telégrafos Franceses, que era la
única que mantenía esa comunicación; se tendieron redes que unieron a San Pedro de
Macorís y La Romana, y a Azua con San José de Ocoa; se creó la Escuela Telegráfica en la
Capital; se promulgó la Ley de Costos Judiciales; gozó la prensa de no poca libertad; se
dotó al Congreso Nacional del Palacio que ocupó hasta hace poco; se proveyó al Instituto
Profesional del local que ahora ocupa la Universidad; se instaló la Oficina Central de
Correos en el amplio sitial donde todavía funciona; se cancelaron privilegios y concesiones;
se enviaron los vapores de guerra a sufrir reparaciones al exterior; se impulsó la instrucción
pública, no sólo estatuyendo premios estimuladores que se distribuyeron en profusión, sino
también aumentando y socorriendo las dotaciones del profesorado, y creándose, además,
también el Día de la Escuela; se abrieron nuevos Consulados; se aumentaron las rentas del
Estado con la creación de los impuestos de estampillas y alcoholes; y una severa y estricta
honradez administrativa presidió, digámoslo con ufanía, sin una sola excepción, todos los

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

actos de aquel Gobierno en que el sueldo de un Ministro solo alcanzaba a la cifra de 170
pesos mensuales.
Llegada del Comodoro Dillingham. Como consecuencia del laudo recaído
en el asunto de la Improvement & Co. y sus aliadas, una parte de los impuestos fiscales
recaudables por determinadas Aduanas, habían sido efectuados al pago de esa acreencia;
pero comoquiera que su producido resultó casi nulo, debido a los enormes contrabandos
que se introducían por la Línea Noroeste, el Gobierno Americano, ejecutor y garante del
fallo, envió al Comodoro Dillingham a hacer representaciones a ese respecto.
Como resultado de las gestiones del Comodoro Americano ante nuestro Gobierno,
se suscribió un boceto de arreglo ad-referéndum que generó el establecimiento del Modus
Vivendi, conjunto de reglas que permitió al Estado el subvenir a sus necesidades e ir
guardando valores para el pago de ese y otros compromisos.
Conatos revolucionarios. Varias fueron las intentonas revolucionarias realizadas
contra el Gobierno, pero todas fueron debeladas, distinguiéndose por su reincidencia en
ese sentido el Distrito de Barahona.
Cambios en el gabinete. No permitiéndole su continua permanencia en el Cibao
atender a los Despachos de lo Interior y Policía, que le habían sido encomendados,
presentó renuncia de ello el General Ramón Cáceres, y nombró el Presidente Morales, para
reemplazarlo, al Licenciado Lamarche García, Ministro de Fomento y Obras Públicas, y
para el desempeño de estas últimas Carteras al Licenciado Francisco Leonte Vásquez.
Consagración de Monseñor Nouel. El 15 de octubre de 1904 se consagró en Roma
como Arzobispo de Metymna y Coadjutor de Monseñor de Meriño, con derecho a sucesión
a Sede Vacante, el Doctor Adolfo Alejandro Nouel.
A obtener esa designación del Santo Padre concurrieron los esfuerzos no solamente
del Prelado enfermo y menesteroso de ayuda, Monseñor de Meriño, sino también las
influencias del Gobierno.
1905. Llegada de Mr. Dawson y del Contraalmirante Sisgbee. Acompañado de
una numerosa escuadra a las órdenes del Contraalmirante Sisgbee, llegó a la ciudad Capital
el señor Tomás Cleveland Dawson, nombrado por el Gobierno de los Estados Unidos de
América, Ministro Residente cerca del nuestro.
Resultó por demás solemne el doble acto en el cual el funcionario diplomático presentó
sus credenciales, por revestir también los caracteres de recepción para el Jefe de la escuadra
Norteamericana, surta en el antepuerto de la ciudad de Santo Domingo, y para la brillante
oficialidad que lo acompañaba.
Nuevos cambios en el gabinete. Constreñido por las imposiciones del elemento
militar horacista del Cibao, se vio forzado el Presidente Morales a pedir su renuncia al idóneo
Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Licenciado Pelegrín Castillo, quien no había querido
cohonestar con los delitos de ciertos triunfadores; sin que pararan ahí las cosas, pues a poco
llegó a la Capital el Vicepresidente Cáceres, acompañado de un grupo de Generales, que pedía
la expulsión del seno del Gobierno del Ministro de Hacienda, señor Velázquez Hernández,
quien, en interés de imprimirle regularidad a la Administración, se negaba con entereza a
convertir las oficinas de Hacienda en casa de beneficencia o en agencia de donaciones, como
lo habían practicado muchos Ministros de ese ramo en el pasado.
Al fin las influencias del General Cáceres, íntimo amigo del Ministro Velázquez, evitaron
la salida de su representante del Gabinete y, cuando persona alguna lo esperaba, el mismo

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Vicepresidente Cáceres exigió al Ministro de Correos, señor Pichardo, y al General Fermín


Pérez de la Guerra, el abandono de las Carteras que ocupaban.
Al Ministro Pichardo no le sorprendió la brusquedad de esa fórmula de imposición,
pues se había negado, hacía varias semanas, a consentir en que las redes telefónicas del
Cibao y la línea que acababa de construir con las generosas donaciones de los ingenios de
San Pedro de Macorís, en interés de unir el Norte con el Sur y Este de la República, pasaran
a manos de influyentes amigos del Vicepresidente, con menoscabo del buen nombre del
Gobierno y de sus personales sentimientos de delicadeza.
Aceptó el General Fermín Pérez la Gobernación de Puerto Plata, mientras el señor
Pichardo rehusó las altas posiciones que se le ofrecieron fuera del país.
La opinión pública comentó en aquellos días procedimiento tan inusitado, y las Carteras
de Correos y Telégrafos y de Guerra y Marina, vacantes, fueron llenadas, a indicación del Vi-
cepresidente Cáceres, con el señor Eladio Victoria y el General Luis Tejera, respectivamente.
Difícil situación del Presidente Morales. Desde aquel momento el ridículo más
completo cubrió al Presidente Morales, pues, no obstante serle atributivo, en su enunciada
calidad, el derecho de nombrar, remover o sostener los miembros de su Gabinete, se vio
subrogado, en esas facultades, por su coadjutor el General Cáceres, quien, apoyado en la
fuerza, tomó una actitud imperante y dominadora.
Y desde aquel momento, abandonado por todos los miembros del partido horacista, sólo
vivió el Mandatario a expensas de una fingida serenidad, que cuanto más se acentuaba,
más sospechoso lo hacía a los ojos de los que lo habían humillado.
Aquello no podía prolongarse, y pocos días después el General Luis Tejera, Ministro de
Guerra y Marina, abandonó sus Carteras para convertirse en Comandante de Armas de la Ca-
pital, coincidiendo esa actitud con la renuncia impuéstale algunos días después al General Sán-
chez, Ministro de Relaciones Exteriores, quien tuvo que asilarse en la Legación Americana.
Sustituyó al Ministro dimisionario en ese Despacho el Licenciado Emiliano Tejera.
Delegación en el Cibao. Para desempeñar esas funciones fue designado el General
Horacio Vásquez, en nombre de cuyo partido e interés se estaba actuando en la forma que
venimos narrando.
1905. Conato de reacción. Pretendió el Presidente de la República reaccionar contra
el horacismo, apoyándose en sus antiguos correligionarios, los jimenistas, y el 24 de diciembre
de 1905 se salió al campo y llegó a Haina, donde se le había prometido que encontraría no
escasa cantidad de armas, pertrechos y gente.
Allí fueron a perseguirlo, y en un momento en que descendía por una barranca, tomando
como punto de sujeción un bejuco, se rompió éste, ocasionándole una terrible caída, en la
que se fracturó una pierna, noticia ésta que a poco llegó a conocimiento de las fuerzas que
lo perseguían, en cuyas filas figuraban hombres que le aconsejaron la actitud resuelta en
que jugaba la vida.
En hombros de algunos amigos, o arrastrándose por el suelo, pudo albergarse en unas
cuevas, de las cuales tuvo que salir a poco para no ser sorprendido, hasta que al fin, mediante
la expresa condición de renuncia, se le dieron garantías de vida, y, bajo la protección de don
Emiliano Tejera y del Ministro Americano, Mr. Dawson, que salieron a encontrarle efectuó
su embarco en el vapor de guerra americano Dubuque.
Acontecimientos en el Cibao. En cuenta el Distrito revolucionario de Monte Cristy
de la salida clandestina del Presidente Morales de la ciudad Capital, en busca de un punto

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

de apoyo donde rehacerse y constituir su Gabinete, destacó columnas que atacaron a


Santiago y Puerto Plata.
1906. Contenidas en la primera de las mencionadas poblaciones unas, las otras habían
casi dominado la segunda, cuando la muerte del General Demetrio Rodríguez, de cuya
intrepidez aún se hacen elogios, las obligó a recoger su cadáver y a dirigirse, a marchas
forzadas, hacia su punto de partida, la Línea Noroeste, el 3 de enero de 1906.
Personificó la defensa de aquella plaza el General Jesús María Céspedes, y, según las
referencias que tenemos de aquella época las calles y aceras de la pintoresca villa quedaron
cubiertas de cadáveres y sus hospitales repletos de heridos.
Movimiento de opinión oficial. A la caída del Presidente Morales, pensó el elemento
militar horacista del Cibao que la renuncia del General Cáceres se imponía, para dar pase
a su histórico Caudillo, el General Horacio Vásquez, labor ésta que se vio entorpecida y
frustrada por el movimiento de opinión oficial que desarrollaron prestantes elementos de
la situación y que indujo al General Cáceres a asumir el Poder tan pronto como el Congreso
Nacional aceptó la renuncia a que se había forzado al Presidente Morales.
Gabinete. Las modificaciones que se le impusieron en las postrimerías de su ejercicio
al Expresidente Morales en su Gabinete, permitieron al General Cáceres continuar con el
mismo personal ministerial, que en definitiva era el siguiente:
Interior y Policía: Licenciado Manuel Lamarche García.
Relaciones Exteriores: Licenciado Emiliano Tejera.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Augusto Franco Bidó.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Federico Velázquez H.
Fomento y Obras Públicas: Licenciado Francisco Leonte Vásquez.
Guerra y Marina: General Carlos Ginebra.
Correos y Telégrafos: Ciudadano Eladio Victoria.

Pacificación de la Línea Noroeste. Tomó a empeño el Gobierno la pacificación


del Distrito de Monte Cristy, logrando, después de una cruda campaña, posesionarse de la
cabecera y de otras poblaciones, sin que pudiera dominar la revuelta en los campos.
Esta última circunstancia parece que inspiró al General Cáceres, que se había trasladado
a Monte Cristy, las terribles medidas de la reconcentración y de la matanza del ganado, que
en abundancia pastaba en las regiones rebeldes.
Disintió de esos métodos de pacificación el General Ricardo Limardo, actual Gobernador
de Puerto Plata, a quien se le permitió retirarse a su ciudad natal, no sin antes haber sido
amenazado por el Presidente de la República.
¡Al cabo de algunos meses el terror impuso la paz!
Jubileo sacerdotal. Con motivo del 50º. aniversario de haber recibido las sagradas
órdenes del Presbiterado Monseñor de Merino, “se dieron cita en un momento de intuición
justiciera y reparadora los viejos discípulos, los amigos y los admiradores del eminente
dominicano, del escritor granado, del insigne educador, ganosos de ofrecerle una demostración
de afecto”, y se prepararon unas fiestas que llenaron de satisfacción sus últimos días, y las
cuales presenció en parte, desde el balcón del Palacio Arzobispal, y ya muy enfermo.
Desde allí bendijo a la multitud y la emoción cerró sus labios.
Tercera Conferencia Internacional Americana. Para representar la República
en esta Conferencia, que se celebró en Río de Janeiro, nombró el Gobierno al Licenciado
Emilio C. Joubert.

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1906. Muerte de Monseñor de Meriño. El 20 de agosto de 1906 murió en la ciudad


de Santo Domingo el ilustre patriota Doctor Fernando Arturo de Meriño, Expresidente de
la República y Arzobispo Metropolitano, a quien sucedió, de pleno derecho, en el Gobierno
Eclesiástico, su Coadjutor el Doctor Nouel.
Muerte de Bonó. El 14 de septiembre de 1906 murió en su residencia de San Francisco
de Macorís el ilustre prócer restaurador Pedro Francisco Bonó, autor de importantes ensayos
acerca de economía y sociología dominicanas. Nació en Santiago en 1828. Vida paralela a
la de Ulises F. Espaillat.
Expedición revolucionaria. Desembarcó por Blanco ese año la expedición
revolucionaria organizada en el exterior por los señores Enrique Jimenes, Mauricio Jiménez,
Perico Lazala, Nemesio Guzmán y otros.
Avisado el Gobierno, transmitió la noticia al gobernador de Santiago, quien destacó
una columna, a las órdenes del General Félix Zarzuela, del lado de San José de Las Matas,
que capturó una parte de los expedicionarios. Los pocos disparos que se cambiaron para
lograrlo sólo ocasionaron la muerte del General Perico Lazala, temido guerrillero que
parece se dirigía a Burende (Provincia de La Vega), donde había resultado invencible en
otras ocasiones.
Prolongación del Ferrocarril Dominicano a Moca. Oriundo el General Cáceres
de la Provincia de Moca, no descuidó iniciar, en esa época, la prolongación de la vía férrea
del Ferrocarril Central hasta su ciudad natal.
Convención. Debidamente autorizado para el arreglo total de la deuda, el Ministro
de Hacienda, señor Velázquez, y después de efectuar varios viajes preliminares a los
Estados Unidos, se firmó la Convención Dominico-Americana, en cuya virtud el Gobierno
Americano asumió el servicio de nuestra deuda exterior.
1907. Suscribieron ese documento los Ministros de Relaciones Exteriores y de Hacienda y
Comercio, ciudadanos Emiliano Tejera y Federico Velázquez y Hernández, respectivamente,
y el Ministro Americano, Mr. Dawson.
Logró el señor Velázquez reducir nuestra deuda de 30,000,000 de pesos a 20,000,000
emitiendo nuevos bonos por la última cifra, que se aplicó, mediante el Plan de Ajuste
trazado, a reducir privilegios y concesiones onerosas; a la redención de los billetes del
Banco Nacional, que los anteriores Gobiernos habían dejado sin forma de amortización
en los últimos tiempos; a pagar la deuda interior. Quedó en poder de la Guaranty
Trust Company la suma de 6,000,000 de pesos, que se destinaron al progreso del país;
pero con tal lentitud, que hasta hace poco quedaba un considerable remanente por tal
concepto.
No mereció el Plan de Ajuste la completa aceptación de parte de todos los acreedores, y
surgieron protestas, reservas de derechos y la tramitación por la vía diplomática de ciertos
reclamos.
Después casi todos se sometieron, siendo muy contados los que todavía no han aceptado
los valores que se depositaron a su orden, por considerarse grandemente perjudicados.
Réstanos consignar que, al ser sometida la Convención al Congreso, protestaron de
ella los Diputados Alberto F. Santamaría, miembro, Manuel de J. Viñas, Luis Israel Alvarez,
Gabino Alfredo Morales, Rafael Alburquerque y Francisco Espaillat de la Mota.
La presión oficial amenazadora se dejó sentir en los pasillos del Congreso el día en que
se discutió el mencionado instrumento político-financiero-diplomático.

362
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Levantamiento. A raíz de la aprobación de la Convención por el Congreso Nacional,


se levantó en armas en el Distrito de San Pedro de Macorís el valiente guerrillero Zarzuela,
quien llevaba consigo una bandera nacional que enarbolaba después de triunfar en sus
frecuentes combates.
Duró esa lucha algunos meses, hasta que pereció el cabecilla en un encuentro ocurrido
en campos de aquel Distrito.
Su cadáver fue conducido a la población con el objeto de que ella se convenciera de la
muerte del terrible guerrillero que de tantas simpatías iba disfrutando.
También asumió una actitud revolucionaria en Barahona el General Candelario de la
Rosa, quien, acompañado de un grupo y no obstante los crueles procedimientos represivos
adoptados por el General Zenón Ovando, Gobernador de aquel Distrito, mantuvo el estado
de guerra por mucho tiempo.
Conferencia de La Haya. Invitada la República para asistir a la 3ª. Conferencia, que
se celebró ese año en la ciudad de La Haya, nombró el Gobierno, como Delegados, al Doctor
Francisco Henríquez y Carvajal y al Licenciado Apolinar Tejera, y como Secretarios a los
señores Tulio M. Cestero y Emilio Tejera.
Exposición nacional. La Exposición Nacional celebrada en la Capital por iniciativa
del Casino de la Juventud, en el año 1907, y en la cual exhibieron por separado las doce
divisiones políticas de la República la exuberancia de su producción, la riqueza de nuestro
suelo y la opulenta transformación agrícola y hasta industrial de que somos susceptibles,
constituyó una brillante manifestación de cuanto pueden el esfuerzo y el optimismo realizar
en beneficio de los intereses nacionales.
¡Es lástima que esa justa vendimiadora de riquezas no haya sido repetida en otras
ocasiones!
Ciclón. El 27 de septiembre de 1907 un violento ciclón azotó toda la isla.
Con motivo de las desgracias ocurridas en la ciudad de Santo Domingo, donde el mar
arrancó de la costa un grupo de bravos que intentó salvar a varios náufragos, se erigió una
columna conmemorativa de su sacrificio y arrojo en el Paseo Presidente Billini, que está si-
tuada frente al lugar de la catástrofe.
Reforma constitucional. En las postrimerías del año 1907 se eligió una Asamblea
Constituyente que, reunida en Santiago de los Caballeros, votó a principios del siguiente
una Constitución que refundió ciertas Carteras; aumentó el término del período presiden-
cial a seis años; convirtió en Provincias las doce divisiones políticas de la República, y
suprimió la Vicepresidencia de la misma, poda esta última que tal vez inspiró la conside-
ración histórica de que casi todos los Vicepresidentes, a la mañana siguiente de jurar, se
habían convertido en émulos desquiciadores del Presidente, rodeados por los enemigos del
Mandatario y por aquellos que, disconformes, olvidaron sus compromisos de partidarios
por satisfacer sus impacientes ambiciones personales.
De paso, en la hora presente, en que se habla de reformas constitucionales, declaramos que
profesamos un criterio diametralmente opuesto al que informó el de los Constituyentes de esa
época con respecto a la Vicepresidencia, y agregamos que, si nos fuera dable, restableceríamos
ese alto cargo, consignando solamente la exigencia de que quien lo desempeñe deba residir en
la ciudad Capital, asiento del Gobierno, y asumir una Cartera o la Presidencia del Senado.
Con el restablecimiento de la Vicepresidencia de la República se evitaría que, al vacar
el Solio, combinaciones parlamentarias de estrecha visión, o impuestas por la fuerza,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

permitan turnar al frente de la dirección de los destinos del país a hombres sin preparación
y sin amor a la gloria.
Presidentes hemos tenido, digámoslo con honradez, que si hubieran presentado su
candidatura, siquiera para Diputado, en unas elecciones verdaderamente libres, no habrían
logrado obtener el sufragio.
1908. Catástrofe de Los Higüeros. Con motivo de la celebración del bautizo de
un niño del General Cirilo de los Santos (Guayubín), que apadrinaría el General Luis
Tejera, Gobernador de la Provincia Capital, invitó aquél a muchos elementos militares
preponderantes del partido horacista a ese acto, que debía celebrarse en su propiedad de
Los Higüeros, común de Cotuy, el 15 de febrero de 1908.
Y allí concurrieron a pasar algunos días de solaz los Generales Luis Tejera, Tancredo
Saviñón, Nicolás Fereyra hijo, Zenón Toribio, Juan Antonio de Luna y otros.
La noche anterior al día señalado para la celebración del bautismo, un cohete mal
dirigido incendió un saco de pólvora que, al explotar, convirtió en un campo de desolación
la antes alegre morada del omnipotente General Guayubín.
De resultas de las quemaduras sufridas, murieron el niño, los Generales Guayubín,
Nicolás Pereyra hijo y otras personas, quedando gravemente lesionados los Generales
Tejera, Saviñón, Luna, González y muchos otros invitados.
A esa reunión, que terminó en forma tan desgraciada, se le dio cierta significación
política, propalándose la versión de que ella había sido provocada en interés de concertar
un plan revolucionario para derrocar al Gobierno del General Cáceres.
Nada sabemos de cierto a ese respecto.
Elecciones. En vísperas de terminarse el período, se procedió a elecciones generales,
y, como era de esperar resultó reelecto para la Presidencia de la República el General Ramón
Cáceres.

Capítulo LV
Segunda administración del General Cáceres
1908. Gabinete. Después de jurar, en el mes de julio, la Constitución recién promulgada
y en cuya virtud ejercería la Presidencia de la República durante seis años más, constituyó
el General Cáceres su Gabinete así:
Interior y Policía: General Miguel A. Román hijo.
Relaciones Exteriores: Licenciado José María Cabral y Báez.
Justicia e Instrucción Pública: Lic. Manuel Lamarche García.
Hacienda y Comercio y Fomento y Comunicaciones: Ciudadano Federico Velázquez H.
Guerra y Marina: General Jesús María Céspedes.
Agricultura e Inmigración: Ciudadano Emilio Tejera.

Administración. No se puede negar que durante ese período del Presidente Cáceres recibió
el progreso del país los más vigorosos impulsos que se le hayan impreso en nuestra Patria.
Se construyeron carreteras, estaciones radiotelegráficas, líneas férreas, importantes puentes;
se realizaron estudios científicos para la irrigación de regiones abrasadas; se crearon Granjas-
Escuelas; se cientificó nuestra Estadística; se protegió la publicación de obras nacionales; se
reedificaron edificios públicos; se mejoraron las redes telegráficas y telefónicas, y dentro de
un plan de regularidad económica, se atendía holgadamente a los servicios públicos, gozando
además, la Justicia de un prestigio y protección no igualada antes ni después.

364
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Baste decir que era tal el crédito de que disfrutaba la administración, que casas
extranjeras y obreros nacionales se disputaban los pedidos y contratas, persuadidos de que
el dinero con que se les pagaría existía abundantemente en las arcas nacionales.
Las fuentes maravillosas que desata la cautela y discreción en el manejo de los fondos
de un Estado, auguraban días de esplendor y bienestar para la República.
Guardia republicana. Este Cuerpo Militar, que había sido creado, a imitación del
de Cuba, durante el Gobierno del Expresidente Morales, adquirió, bajo la administración
del Presidente Cáceres, un grado de organización tan completo que mereció los aplausos y
alabanzas de nacionales y extranjeros y de amigos y enemigos del Gobierno.
Ejército. Desde los tiempos del General Heureaux, jamás había sido atendido el
Ejército Nacional de una manera tan completa como lo fue entonces, bajo la dirección del
Comandante de Armas de la Plaza de Santo Domingo, General Alfredo M. Victoria, que de
hecho era su Jefe.
Guardacostas. Durante esa época llegaron al país, procedentes de los Estados Unidos
de América, los cuatro guardacostas comprados por el Estado para el servicio de Aduanas,
a cargo de la Receptoría, oficina que se creó en virtud de la Convención.
Cárceles. En interés de ayudar las gestiones de la Justicia, se modificaron nuestras
Cárceles y se construyeron otras, humanizándose un tanto el tratamiento penal en esos
establecimientos.
1909. Conspiración. El 20 de febrero de 1909, inesperadamente, amaneció la puerta
de la Fortaleza de Santo Domingo cerrada, y cubiertos los techos de los cuarteles y lo alto
de la Torre del Homenaje por gente armada. Con tal motivo circuló en la ciudad y en voz
muy baja la noticia de que muchos oficiales del Batallón Restauración y varios de la Guardia
Republicana habían sido reducidos a prisión la noche anterior.
Se encontraban presentes por aquellos días, en la ciudad los Generales horacistas Zenón
Ovando, Zenón Toribio y otros.
Llamado urgentemente el General Ramón Cáceres, Presidente de la República,
que se encontraba ausente, no pudo investigar la trama, si la hubo, presentando su
renuncia dos o tres días después el General Céspedes, Secretario de Estado de Guerra
y Marina…
Junta Internacional de Jurisconsultos. Representó, con lucimiento, a la
República en esa Junta, reunida en Río de Janeiro, nuestro reputado jurisconsulto y
brillante escritor, Licenciado don Américo Lugo.
Inundación en la Línea Noroeste. En el mes de diciembre de 1909 las torrenciales
lluvias que durante veintiún días cayeron sobre la Provincia de Monte Cristy produjeron
una terrible inundación. Los ríos abandonaron sus cauces naturales; se ahogaron millares
de reses; desaparecieron caseríos y hubieron personas que, para salvarse, ganaron la copa
de árboles gigantescos.
Cuando el nivel de las aguas bajó, se desataron en aquellas regiones mortales epidemias.
En esa Provincia la muerte, la miseria y las enfermedades imperaron.
En la ciudad de Santo Domingo se constituyó una Junta Pro-Damnificados, que envió
medicinas, alimentos y ropas, y que puso, además, en manos del General Cáceres, Presidente
de la República, la suma de 13,000 pesos, que el Mandatario distribuyó, conjuntamente con
los recursos que proporcionó el Gobierno, entre los perjudicados, cuando realizó su visita
a la Provincia inundada.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1910. Alarma patriótica. Con motivo de un camino carretero cuya construcción se


había iniciado hacía poco por el Gobierno Dominicano, y que, partiendo de la desembocadura
del río Pedernales, avanzaba hacia el Norte, tropas haitianas acudieron a nuestra frontera
meridional con intención de impedir los trabajos.
Avisado el Gobierno de lo que ocurría, envió a dicho punto considerables contingentes de
tropas regulares y cívicas, parque y artillería, en el vapor de guerra nacional Independencia y en
uno mercante americano llamado Seminole, a las órdenes del General Alfredo M. Victoria.
La casa del Primer Magistrado permaneció abierta a todas horas durante todos esos
días de ansiedad, constituyéndose allí un Comité de Defensa Nacional.
El país, como un solo hombre, se puso en pie, y enardecido el pueblo por las bravas
notas de nuestro himno, cantado incesantemente, se abrieron en los parques públicos de
todas las poblaciones registros de inscripción militar que se llenaron en pocas horas.
Las grandes manifestaciones patrióticas que en la ciudad Capital y en otros puntos de
la República se celebraron; la actitud de la prensa ardorosa y resuelta, y los ofrecimientos de
recursos que recibió el Jefe del Estado, demostraron una vez más el amor de nuestro pueblo
por su independencia y la preocupación histórica constante que ha tenido por dirimir la
cuestión de sus fronteras.
El Gobierno Americano, a solicitud del de Haití, ofreció su mediación, que, aceptada por no-
sotros, permitió a los representantes de esa gran nación trazar luego una frontera provisional.
Manifestaciones de cultura. En el año 1910 revistieron los Juegos Florales
Provenzales que venía celebrando el Club Unión, de la ciudad Capital, periódicamente,
por iniciativa del señor Vicente Ortiz, tal solemnidad, que de las Antillas vecinas vinieron
muchas personas a presenciarlos.
Ese brillante torneo científico, literario y artístico de la cultura nacional, discernió premios
que, a manera de laurel, exornaron al mérito y estimularon el noble anhelo por el estudio.
1911. Apoteosis Duvergé. El 27 de febrero de 1911 contempló la ciudad de Santo
Domingo uno de los espectáculos más edificantes, reparadores y justicieros de cuantos ha
realizado sucesivamente el fervor patriótico dominicano
Bajo los auspicios del Listín Diario, que acogió entusiásticamente la iniciativa de uno de
sus colaboradores de aquella época, se trasladaron los restos mortales del olvidado paladín
General Antonio Duvergé, “de aquel hombre que en los días gloriosos de nuestra liberación
había celebrado nupcias con la Gloria en los campos inmortales de la Independencia
Nacional”.
Rodeados por las instituciones que “siempre reverenció”; por el Ejército; por los Poderes
Públicos; por el Clero; por los Representantes de las naciones amigas, y por el pueblo que
los había velado en capilla ardiente bajo el arco sagrado del baluarte 27 de Febrero, fueron
conducidos al Panteón Nacional, seguidos de cerca por el hijo que en 1855 despidiera el
héroe y que tuvo que aguardar más de media centuria para que se apagara el insano vocerío
de aquella época lejana.
Podemos asegurar que en la historia dominicana no se registra una solemnidad igual
entre las de su género.
Encomendó el Gobierno Nacional el elogio del héroe en el Baluarte al señor Bernardo
Pichardo; dirigió apóstrofes magníficos a las frías cenizas del héroe, desde la Casa de
Gobierno al pasar en hombros del Ejército, frente a ella, el General Cáceres, Presidente de la
República, y en el momento de su inhumación resonó en la Basílica el verbo grandilocuente

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

de Monseñor Nouel, para enaltecer la virtud, el valor, la integridad y el patriotismo de


quien convirtió a Cacimán en su aliado permanente durante la Cruzada Redentora.
Cubierta de coronas y de ofrendas quedó la Capilla de Inmortales.
Delegados a Washington. En mayo de 1911 fueron nombrados delegados para
concertar en Washington, con los designados por el Gobierno Haitiano, un Protocolo ad-
referéndum, relativo a la cuestión de límites, los Licenciados Francisco J. Peynado, Apolinar
Tejera y Emilio C. Joubert, este último a la sazón Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de la República ante el Gobierno Americano.
Disidencias políticas. Ya a comienzos de 1910, divorciado el General Horacio Vásquez
de la política de su deudo el General Cáceres, había dirigido, desde el extranjero, una carta
circular a distinguidas personalidades del país, para que aconsejaran al Mandatario en
el sentido de que cambiara las orientaciones de su régimen, mientras hondos disgustos
separaban al General Luis Tejera del General Cáceres.
El soplo tenaz de insanas intrigas aumentó el malestar, que privaría al país a la postre
de un gobernante que a medida que avanzaba en su ejercicio, al revés de lo que ocurre
comúnmente, se encaminaba con más segura planta hacia el bien, y de un intrépido
adolescente, el General Tejera, que había trepado todas las gradas por tener en lo recóndito
de su alma positivos acervos de un valor caballeresco.
Los émulos de ambos, al verlos encarados, debieron prorrumpir, realizada su obra de
división, en la sarcástica carcajada que antecede siempre el regocijo de Mefistófeles cuando
acecha el cabal cumplimiento de sus infernales designios.
1911. 19 de noviembre. El arrebato de las pasiones en lucha agitó las ráfagas de
los procedimientos de fuerza, y el 19 de noviembre de 1911, obedeciendo a un plan
revolucionario, frente a Güibia, domingo por la tarde, al regresar el Presidente de un paseo
que había realizado hasta San Jerónimo, un grupo de jóvenes, a las voces de “¡alto, ríndase
preso!”, se abalanza sobre la victoria presidencial. Desciende de ella, revólver en mano, el
edecán que acompaña al Presidente Cáceres, suenan tiros, castiga el auriga la yegua que
ardorosa arranca para volcar a pocos pasos el carruaje, arrojando en tierra al Mandatario
herido; levántase éste perseguido, y apoyándose en el brazo del cochero, gana la quinta del
Licenciado Peynado, de donde se le trasladó a la antigua Legación Americana. Allí expiró
instantes después.
Herido también el General Luis Tejera en una pierna, no sabemos si debido a los disparos
de dos guardias que tomaron parte en la refriega, o a los de sus propios compañeros, había
sido recogido por sus amigos y llevado en dirección de Haina.
La noche avanza, y por la ciudad corre la sensacional noticia.
El Consejo de Secretarios de Estado toma medidas, y a ellas concurre, ignorante de los
detalles del hecho y de la participación de su hermano, el señor Emilio Tejera, hasta que un
gesto de leal compañerismo del Secretario Velázquez advierte a un amigo la necesidad de
sacar del círculo de peligros que lo rodeaba al joven Ministro de Fomento, que a poco sintió
henchido el pecho de amarguras por la verdad de los hechos y por la tremenda noticia que
subsiguientemente recibió.
Conducido de Haina, río donde estuvo ahogándose a causa de la caída del automóvil
que lo conducía, moribundo, el General Tejera, fue ejecutado minutos después, no sin que
protestara de ese hecho inútil el Secretario Velázquez, cuando, casi a dos pasos del sitio
hacia donde corrió para evitarlo, sonaron los disparos… Bajo la luz de las incandescentes

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

del alumbrado público no hubo tertulias ni comentarios aquella noche pavorosa en las
calles de la Ciudad Primada.
Sólo el insistente “¿quién vive?” de los centinelas turbaba la tranquilidad del espacio, y
al través de las hendijas de todas las puertas o ventanas el resplandor mortecino del quinqué
advertía a los escasos transeúntes que la ciudad velaba, sobrecogida de espanto y llena de
dolor.
Abandonemos a una posteridad más lejana el estudio de este trágico acontecimiento
que, al narrarlo sucintamente., retuerce nuestro corazón comprometido por entrañables
vínculos de afecto y de sangre.
Después… las bóvedas silenciosas de nuestra histórica Basílica, avezadas a cobijar
grandes infortunios, cubrieron dos tumbas, una frente a otra, que regaron con lágrimas la
orfandad, la familia y la amistad sincera de ambos en cada aniversario del 19 de noviembre
de 1911…
Persecución. Como consecuencia de las persecuciones que estableció el Ejército
contra los fugitivos de Güibia, a treinta llegó el número de víctimas inocentes inmoladas,
destacándose entre todas, por la crueldad que revistió su muerte, el General Cesáreo
Pimentel. ¡Acto vandálico realizado en Haina, que privó a las faenas agrícolas de la Provincia
de uno de los hombres más laboriosos que hemos conocido!
Desaciertos. A la muerte del General Cáceres asumió el Gobierno el Consejo de
Secretarios de Estado en virtud de lo que preceptúa la Constitución, y resultó corta la gestión
que desarrolló, pues a poco el General Alfredo Victoria, de hecho Jefe del Ejército, como
ya hemos dicho, propuso al señor Manuel Cáceres, hermano del Mandatario fenecido, la
Primera Magistratura, designación que aquél declinó, penetrado sin duda alguna de que
no se trataba de una dinastía.
Este incidente y la indicación hecha posteriormente por el mismo General Victoria, en
favor de su tío, el señor Eladio Victoria, dieron origen a que el señor Velázquez H., Secretario
de Hacienda, protestara altivamente de ese hecho insólito y tomara después el camino del
destierro.
Nuevo presidente. Las Cámaras, no sabemos si llenas de miedo o persiguiendo
conveniencias, eligieron al fin al Senador por la provincia de Santiago, ciudadano Eladio
Victoria, por un término de dos meses, como Presidente de la República.
Consignaron sus enérgicas protestas, durante el debate que intervino para la elección,
el General Ignacio María González, Expresidente de la República, y representante también
en la Alta Cámara por la Provincia de La Vega, y el Senador José Ramón López.
Gabinete. Continuó el nuevo Mandatario con varios de los elementos que compusieron
en sus últimos días el Gabinete del General Cáceres, a excepción de los Secretarios Tejera y
Velázquez, dando entrada a nuevos elementos.
En definitiva, constituyó el Presidente Victoria, para su interinidad de dos meses, el
Gabinete así:
Interior y Policía: General Miguel A. Román hijo.
Relaciones Exteriores: Licenciado José María Cabral y B.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Ángel María Soler.
Fomento y Comunicaciones: Licenciado Ml. de Js. Troncoso de la C.
Guerra y Marina: Licenciado Manuel Lamarche García.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Francisco A. Córdova.
Agricultura e Inmigración: Ciudadano Rafael Díaz.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

1911. Expedición del ExPresidente Morales. A principios de diciembre de 1911


desembarcó en las costas del Este la expedición revolucionaria que había organizado
en Puerto Rico el General Carlos F. Morales L., Expresidente de la República, a quien
acompañaban los Generales Nemesio Guzmán, Mauricio Jiménez y otros.
Ocurrido el primer encuentro con las fuerzas del Gobierno y muerto el General
Nemesio Guzmán, hombre práctico en aquellas regiones, cayeron prisioneros todos los
expedicionarios, no siendo pocos los empeños realizados por el Arzobispo Nouel en interés
de que no fueran pasados por las armas.
Obtenido el perdón, fueron conducidos y encerrados en la Torre del Homenaje de la
ciudad Capital.
Es de notar que en cuantas ocasiones se ha intentado levantar revoluciones en el Este
por medio de expediciones, se ha fracasado en el propósito, con la sola excepción de la que
llevó a cabo triunfalmente el héroe de la Reconquista don Juan Sánchez Ramírez.
Revolución. La misma noche del 19 de noviembre, al conocerse en Moca la noticia
de lo ocurrido en la ciudad de Santo Domingo, se levantaron en sus campos los Generales
Ciprián Bencosme y Doroteo Rodríguez; pocos días después los señores Luis Felipe Vidal y
otros de los fugitivos de Güibia, al llegar salvos a la frontera y apoyados por las personales
y hereditarias influencias del General José del Carmen Ramírez, iniciaron en Bánica un
movimiento revolucionario formidable; corrieron subsiguientemente Desiderio Arias y
otros jefes bolos a la Línea Noroeste, y aparecieron a poco, también en los campos centrales
del Cibao, los Generales Horacio Vásquez, José Bordas, Ricardo Limardo y otros en pos del
ansiado triunfo del Caudillo horacista.
Sistematizada la ambición, la obra revolucionaria estuvo anarquizada desde un
principio.
Se combatía en todas partes y a todas horas, sin descanso; pero sin unidad de acción y
pretendiendo todas las fracciones llegar primero al Palacio de Gobierno.
Los fuertes y organizados contingentes de tropas que existían en el Gobierno anterior;
las grandes economías amontonadas por el Secretario de Hacienda, señor Velázquez,
durante la Administración del General Cáceres, y el crédito de que disfrutaba el Estado,
permitieron al nuevo Gobierno, en los primeros días de lucha, atender sin embarazos a las
cuantiosas erogaciones que la guerra ocasionó desde que desató sus violentos huracanes.
Poco después, el Este respondió al grito de conflagración nacional y la República se convirtió
en una inmensa llamarada donde la muerte, el incendio, y el patíbulo eran actos cuotidianos
que apenas sacudían la agotada sensibilidad de los contrapuestos bandos en lucha.
¡Las cárceles estaban llenas, y desde las playas inhospitalarias del destierro, centenares
de ciudadanos contemplaban las escarpadas costas de una patria, de donde les llegaban
insistentemente noticias desoladoras!
Torrentes de lágrimas corrían, y los reclutamientos para enviar refuerzos de tropas a
todas partes habían culminado con el conato de sublevación ocurrido en la Fortaleza de la
Capital, y que fue ahogado en sangre con la muerte de veintidós conscriptos.
Apartemos la vista fatigada del sangriento campo de esta lucha sin gloria, y ya que
es imposible describirla en todos sus siniestros detalles, ocupémonos en consignar otros
hechos que ocurrieron dentro del lapso que reseñamos.
Desorganización. Militarizados todos los servicios, los empleados públicos tenían que
atender de preferencia a las indicaciones de la Comandancia de Armas de la Plaza de Santo

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Domingo, centro de todas las combinaciones militares y políticas, desde donde, disimulada-
mente, los pocos bolos y horacistas afiliados a la situación, más por temor que por conveniencia
económica, defendían los intereses políticos futuros de sus respectivas agrupaciones.
Y así transcurrieron los dos primeros meses, convocándose a la postre los Colegios
Electorales existentes, que eligieron, como era lógico presumirlo, al Señor Eladio Victoria,
Presidente de la República.
Nuevo gabinete. Constituyó el Primer Magistrado su nuevo Gabinete con el personal
siguiente:
Interior y Policía y Guerra y Marina: General Alfredo M. Victoria.
Relaciones Exteriores: Licenciado Manuel A. Machado.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Ángel María Soler.
Fomento y Comunicaciones: Lic. Manuel de J. Troncoso de la C.
Hacienda y Comercio: Ciudadano Francisco A. Córdova.
Agricultura e Inmigración: General Luis Pelletier.

1912. Día de Colón. En fecha 2 de octubre de 1912 decretó el Gobierno del Presidente
Victoria que el 12 de ese mismo mes fuera considerado día de fiesta oficial y que se le
llamara Día de Colón, para conmemorar el aniversario del Descubrimiento de América.
Nuevos levantamientos. La guerra se recrudeció en todas partes, y en la Provincia
Capital, como en la de San Pedro de Macorís y el Seybo, aparecieron nuevas partidas
revolucionarias que aumentaron el malestar.
Hato Mayor también suministró refuerzos a la revolución del Este.
Visita de Mr. Knox. Durante dos días en esa época estuvo como huésped de honor del
Gobierno y de la ciudad Capital el Ministro de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos
de América, míster P. H. Knox, quien realizaba una visita oficial a casi todas las Repúblicas
Hispanoamericanas
Consideraciones. Debemos consignar que, por bien inspirado que estuviera el
Gobierno, nada podía intentar en favor de la instrucción, del ornato o de la organización,
puesto que, combatido desde que surgió, sólo tuvo tiempo para defenderse y para tratar de
aplacar la revuelta.
Podría decirse que todo ese ejercicio fue una prolongada descarga.
Estado de la revolución. Sitiada tenía el General Bordas a la población de Puerto
Plata, donde defendía al Gobierno el General Pedro María Rubirosa; había muerto en La Hoya
de Yásica el valeroso Jefe revolucionario General Gregorio Martínez; Horacio Vásquez y los
suyos ocupaban a Sánchez; dominaba en casi toda le Línea Noroeste el General Desiderio
Arias y sus parciales; las avanzadas de la revolución del Sur, después de librar sangrientos
combates, estaban en las inmediaciones de Azua, y luchaban, con suerte varia, en el Este
los Generales Zorrilla, Mercedes y otros, cuando, procedente de los Estados Unidos de
América apareció en el Placer de los Estudios el transporte americano de guerra Prairie, que
trajo a su bordo fuertes contingentes de tropas de infantería de marina y una Comisión
integrada por el General Mr. Intyre y Mr. Doyle, con instrucciones especiales.
Monumento de Monseñor Meriño. Durante la Administración del Presidente
Victoria se efectuó la erección en la Catedral, del Monumento consagrado a la memoria de
Monseñor Meriño, que había sido estorbada por el Gobierno del General Cáceres.
Gestiones de la Comisión Americana. Obedeciendo a las sugestiones de la Comisión
Americana, según los decires de aquel entonces, abandonó, tan sólo aparentemente, las

370
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Carteras de Guerra y Marina y de Interior y Policía el General Alfredo M. Victoria, árbitro


de la situación.
A poco llamó dicha Comisión parcialmente, en tono de consulta confidencial, a
distinguidas personalidades de la ciudad Capital y visitó a los detenidos políticos de esa
época para recabar también sus impresiones.
Parece que fue casi unánime la expresión de la necesidad de que se estaba de un
cambio radical, y constante la indicación de que, al efectuarse, fuera designado Monseñor
Adolfo Alejandro Nouel para Presidente de la República, por carecer esa alta personalidad
de matiz político, y poder, por ende, representar garantías insospechables no sólo para el
Gobierno en agonía y sus parciales, sino también para las distintas tendencias políticas que
informaban la revolución.
Otorgó su beneplácito a esa combinación el Gobierno, y en el vapor de guerra americano
Weeling salieron Monseñor Nouel y los Comisionados para Sánchez, donde se entrevistaron
con el General Horacio Vásquez, quien aceptó también la combinación.
De allí fueron a Puerto Plata a llevar la buena nueva de la casi ultimada avenencia,
tanto al Gobernador de aquella Provincia, General Pedro Rubirosa, como al campamento
sitiador del General Bordas, de donde se trasmitió a los otros lugares insurreccionados del
Cibao, no obstante las seguridades que había dado el General Horacio Vásquez en Sánchez,
en su calidad de Jefe Supremo de la Revolución, de que ese pacto sería respetado por todos
los revolucionarios y comunicado por él a los de la Línea Noroeste.
De regreso a Santo Domingo, y con el consentimiento del Gobierno, se envió una
Comisión a los revolucionarios del Sur, donde se combatía con encarnizamiento para
que cesaran en sus hostilidades, como lo habían efectuado casi todos los campamentos
reaccionarios de la República.
Casualmente, en los días que antecedieron a la llegada de la Comisión a Azua, se había
librado en las calles de aquella población un sangriento combate en el cual no fueron pocas
las personas heridas y muertas.
1912. Aceptación por parte de Monseñor Nouel. El Pastor se decidió a sacrificar
su tranquilidad, deseoso de que la guerra no siguiera abriendo claros en su rebaño, y sólo
aguardaba la autorización, pedida por la vía diplomática al Santo Padre, para echar sobre
sus hombros el pesado fardo de responsabilidades que representa el promover la paz entre
los hombres que se habían estado despedazando hasta la víspera.
Elección. En vista de la renuncia del Presidente Victoria, las Cámaras eligieron,
por unanimidad, Presidente de la República, por el término hasta de dos años, al Doctor
Adolfo Alejandro Nouel, Arzobispo Metropolitano, Primado de América, quien, de manera
solemne, prestó juramento ante el Congreso Nacional, en la Santa Iglesia Catedral, el 19 de
diciembre de 1912.
¡Cuántas esperanzas aquel día, en que, abrazados casi todos los dominicanos, transportes
de grandeza espiritual conmovieron los corazones!
Del discurso pronunciado por el prestante Mitrado, al asumir la Jefatura del Estado,
copiamos, llenos de admiración, estos párrafos inmortales, impregnados de saludable
previsión patriótica y en los que palpitan las causas que lo determinaron al sacrificio de
aceptar:
“De hinojos ante la imagen de la Patria, vengo desde hace tiempo llorando amargamente
con ella su enorme desventura.

371
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

“Y cuando el clamor del patriotismo resonó en lo más íntimo de mi conciencia,


exigiéndome el delicado encargo de llenar en lo político y social la doble misión de Padre y
de Pastor, puse a su servicio todas las energías de mi corazón y todo el aliento y entusiasmo
de mi alma ciudadana.
“Un año de guerra ha desangrado el país y aniquilado su agricultura y su comercio.
Aún humean los campos que devoró el incendio; teñida de sangre hermana se encuentra
todavía la campiña que fecundó el esfuerzo; el eco de la fusilería repercute aún en las
sinuosidades de nuestras selvas vírgenes; los ríos, que no debieron sentirse oprimidos
sino por las represas de la industria y por el paso de puentes colosales, ven correr sus
aguas ensangrentadas, y por las calles de muchas villas y ciudades desfila la procesión de
ciudadanos mutilados por la guerra, mientras, centenares de huérfanos gimen, víctimas del
desamparo y la miseria, en el regazo de madres desoladas.
“Semejante angustiosa crisis ha producido una perturbación en el orden social y en el
orden político hasta crear un estado de cosas que no puede subsistir por más tiempo, sin
peligro para nuestras instituciones de pueblo independiente y soberano, y ha traído como
consecuencia inevitable una intervención extraña en nuestros asuntos interiores.
“Esa guerra ha exaltado las pasiones, ha relajado los vínculos de la sociedad civil y ha
abocado la República al abismo, porque la ha hecho perder el equilibrio económico y ha
llegado a temerse que a la larga no podría cumplir sus compromisos internacionales”.
Constituyó su Gabinete el Arzobispo Presidente en la forma siguiente:
Interior y Policía: Licenciado Andrés Julio Montolío.
Relaciones Exteriores: Licenciado Jacinto R. de Castro.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Fco. Leonte Vázquez.
Hacienda y Comercio: Doctor Arturo Grullón.
Fomento y Comunicaciones: Ciudadano José Manuel Jimenes.
Agricultura e Inmigración: General Samuel de Moya,
Guerra y Marina: Licenciado Elías Brache hijo.

A poco comenzó a sufrir el Consejo de Secretarios de Estado modificaciones que sería


imposible enumerar detalladamente en este resumen, conformándonos con señalar en las
nuevas combinaciones que surgieron los nombres de los ciudadanos Casimiro N. de Moya,
José María Nouel, Jaime Mota, Eduardo Soler y Enrique Montes de Oca.
Estos frecuentes cambios en el personal de las Secretarías de Estado, realizados casi todos a
impulsos de exigencias partidaristas, a las cuales accedió el Presidente Nouel en su noble afán
de mantener la armonía que se había impuesto como plan de gobierno, lejos de detener, en un
límite de pudoroso miramiento a las inextinguibles pasiones en lucha, como que estimularon
a ciertos hombres y el Palacio Arzobispal, mansión de tranquilidad monástica, donde pocos
meses antes sólo acudían contados y leales amigos, que la política casi alejó desde entonces,
se convirtió en salón de debates, o apasionado círculo en que se discutieron, en presencia del
Mitrado, intereses bastardos, y se increparon los adversarios, en determinadas ocasiones, con
frases que por poco hubieran determinado tumultos, hasta llegar a transformarlo en cuartel de
jefezuelos engreídos, que abusaron de las modalidades cultas del Jefe de Estado.
¡Creyeron los representantes de todos los intereses políticos que mientras más cerca es-
tuvieran del desfalleciente y atormentado Prelado, más ventajas obtendrían los unos sobre
los otros, y de ahí el asedio incesante y la constante exigencia con que la mayoría de ellos
enfermaron su espíritu!

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Empréstito. De acuerdo con las estipulaciones de la Convención Dominico-America-


na que establece que para aumentar la deuda nacional es indispensable la autorización del
Presidente de los Estados Unidos, solicitó Monseñor Nouel la que necesitaba para la con-
tratación de un empréstito de 300,000 pesos, suma que se creyó, en un principio, bastaría
para pagar los nueve meses de sueldos que adeudó a los empleados públicos el Gobierno
anterior; atender a los hospitales repletos de heridos e inválidos; solventar las deudas con-
traídas con casas extranjeras y recoger parte del armamento esparcido en las regiones más
belicosas.
Se negaron los Bancos a cubrir préstamo tan insignificante, considerado como insufi-
ciente para tantas atenciones, y se aumentó la cifra a 1,500,000 pesos.
Autorizado y cubierto, pues, el empréstito, se encomendó su custodia y manejo a una
comisión nombrada por el Gobierno Americano.
Considerable y todo, esa suma resultó un átomo que a poco desapareció en el sumidero
sin fondo conocido de cuentas, reclamos y suministros.
Misión a Roma. Cupo al señor Bernardo Pichardo la honra de haber sido designado
por el Presidente Nouel como Enviado Extraordinario cerca de Su Santidad Pío X, en in-
terés de que la Corte Pontífica conociera los detalles que intervinieron en su elección y la
forma condicional a que subordinó la aceptación de la Primera Magistratura del Estado.
Expresivos fueron los testimonios que dieron el Pontífice y su Secretario de Estado, el
Cardenal Merry del Val, del alto aprecio que se dispensa en el Vaticano al Doctor Nouel, e
inmerecidos los honores personales discernidos al diplomático dominicano.
Confió a su cuidado el Santo Padre una admirable joya con que su paternal solicitud
premió la sumisa y disciplinada conducta del Pastor Dominicano.
1913. Labor desquiciadora. Mientras la prensa de Europa, de los Estados Unidos
y de casi toda Hispano-América no se cansaba de hacer elogios de la cuerda actitud que
un pueblo levantisco como el nuestro asumió al arrojar por tierra las armas y los arreos
del combate para abrir paso a las ideas de concordia que representó el caso único en estas
sociedades convulsivas de que se hubiera elegido para Presidente a quien sólo disponía
de la fuerza moral del ideal religioso, aquí los partidos y banderías políticas rebosaban de
amargura la copa que apuró el Mitrado hasta la última gota.
Las fuerzas le faltaron, y agobiado por padecimientos físicos y por grandes decepcio-
nes, la prescripción médica lo obligó a dirigirse a Barahona en busca de reposo.
Pero allí llegó la noticia de que el pugilato de los partidos por conseguir Comandancias de
Armas y Gobernaciones desde donde dominar a los demás continuaba, y ya no pudo más.
Renuncia. Desde aquella población envió el Presidente Nouel su memorable renuncia,
de la cual insertamos párrafos que, aunque muy comprimidos, transparentan sus causas:
“No lanzo acusaciones contra nadie; pero sí rechazo las que algunos tan injustamente
han propalado contra mí y contra mi Gobierno, que no ha tenido otro propósito que el
bienestar de todos.
“Penetraos, Ciudadanos Representantes, de que yo no debo falsear la elección que de
mí hicisteis, ni la autorización condicional que me otorgó el Pontífice cuando me permitió
aceptar la Primera Magistratura del Estado.
“Comprendo que por la Patria debemos sacrificar todos nuestros intereses; pero ni ella
ni nadie tiene el derecho de exigirnos el sacrificio de nuestra dignidad y de nuestra con-
ciencia”.

373
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

No fue un hombre que declinó en aquel momento... Constituyó ese acto un fracaso del
país en su más augusta y noble tentativa de reconciliación nacional…
Breves consideraciones. El Gobierno de Monseñor Nouel, saludado al iniciarse por
todos los dominicanos, tuvo la duración efímera que acabamos de señalarle, porque las
revoluciones que lo generaron quisieron mantener armados a sus respectivos amigos, y
concederle solamente al Arzobispo Presidente una aparente obediencia en sus mandatos,
que por bien inspirados no podían agradar completamente a las pasiones en lucha.
Interpretaron las revoluciones la presidencia de Monseñor Nouel como una tregua, y
no como el saludable y definitivo paréntesis en que la Justicia operaría el milagro de esta-
blecer la Paz.
Después… ¡ah!, después, lo acostumbrado... Todos los partidos y banderías que la vís-
pera se agruparon alrededor de la mesa de trabajo del Jefe del Estado, con el intento de
convertirlo en cómplice del cómodo traspaso del Poder con que soñaban, malogradas sus
esperanzas, le dieron la espalda o tuvieron para su gestión reproches tan infundados y de-
leznables que esta posteridad reciente ha desvanecido y condenado.

Capítulo LVI
Gobierno del General Bordas Valdés
1913. Elección. A la renuncia de Monseñor Nouel, y después de debatir durante cator-
ce días el Congreso Nacional los nombres de los ciudadanos Juan Isidro Jimenes, Horacio
Vásquez y Federico Velázquez y Hernández, eligió Presidente interino de la República, por
un año a lo más, al Senador por la Provincia de Monte Cristy, General José Bordas Valdés.
Actitud del señor Velázquez. Tan pronto como las Cámaras eligieron al Senador
Bordas Valdés, quisieron todas las fuerzas militares desconocerlo, nombrar al Señor Veláz-
quez por aclamación y reducir a prisión al General Horacio Vásquez, a quien se atribuía esa
designación, pretensiones que desautorizó el candidato Velázquez.
Gabinete. Llenada la formalidad constitucional del juramento, formó su Gabinete el
Presidente Bordas con las personas siguientes:
Interior y Policía: General Julián Zorrilla.
Relaciones Exteriores: Licenciado Ramón O. Lovatón.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Apolinar Tejera.
Hacienda y Comercio: Licenciado Mario A. Saviñón.
Fomento y Comunicaciones: General Ricardo Limardo.
Agricultura e Inmigración: Ciudadano Enrique Montes de Oca.
Guerra y Marina: General Tadeo Alvarez.

Primeros nombramientos. Nombró el Gobierno con carácter de Delegado en el Ci-


bao al General Desiderio Arias, y como su Comisionado Especial en el sur al General Luis
Felipe Vidal.
Explicaciones. Procedía el General Bordas Valdés de las filas del partido horacista.
Después de combatir bizarramente en cuantas ocasiones había luchado esa agrupación con
las armas por llegar al Poder, acababa, en su calidad de Jefe Sitiador de Puerto Plata, de
aumentar el prestigioso ascendiente de su nombre.
Todas estas circunstancias y las que intervinieron en su elección parece que hicieron
creer a la agrupación o partido horacista que la presencia del General Bordas al frente de
la Primera Magistratura no era otra cosa que una inteligente modalidad para principiar a

374
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

imperar y un procedimiento disimulado para transmitir el Poder a su Caudillo, el General


Horacio Vásquez. ¡Grave error, pues la dirección en política debe conquistarse y jamás
confiar su posesión a los sentimientos de exagerada sumisión a que el partidarismo quiere
sujetar a los que resultan elegidos de entre sus filas!
Comenzaron, pues, las exigencias peculiares de esos casos, que atendió unas y encar-
petó otras el mandatario hasta que sus evasivas llenaron de dudas, primero, y luego de iras
muy sordas y enconadas, el espíritu de sus antiguos compañeros.
Informe acerca de la cuestión fronteriza. En abril de 1913 presentó desde Was-
hington un informe detallado y luminoso acerca de sus actuaciones como Plenipotenciario,
para obtener el arreglo de nuestra cuestión fronteriza, mediante los buenos oficios del Go-
bierno de los Estados Unidos, el Licenciado Francisco J. Peynado.
De sus razonados y medulosos capítulos copiamos algunos párrafos con el objeto de
que el patriotismo dominicano conozca algo de esa tesonera y entusiasta labor y esté per-
manentemente alertado contra pretensiones “que nacieron en sueño y crecieron en planos y
monografías de ficción, para querer adquirir, de modo efectivo, acechando a la Cancillería
Dominicana para sorprenderla, un momento de candidez o de blandura”.
Al impugnar el Licenciado Peynado el proyecto de protocolo presentado por Mr. Me-
nos, Plenipotenciario Haitiano, mantiene patentes, entre otras objeciones, las siguientes:
“1º. Que aun cuando el artículo primero del nuevo proyecto haitiano de Protocolo
parece otorgar a los Árbitros amplios poderes para juzgar, además de las diferencias de
las Altas Partes sobre las Convenciones de 3 de julio de 1895 y 18 de agosto de 1898, “de
todas las divergencias de opinión y otras dificultades que las dividen relativamente a los
límites de los dos Estados”, la amplitud es sólo aparente e ilusoria, porque los artículos 9
y siguientes, hasta el 16 inclusive, limitan las facultades del Alto Tribunal a los aspectos
jurídicos que se deriven de la validez o invalidez de las dos antedichas convenciones, sin
permitirnos alegar la nulidad ni la caducidad del artículo 4º. del Tratado de 1874 a que
aspiran las Primeras Instrucciones dadas por el Gobierno Dominicano a sus Delegados
en 2 de mayo de 1911; ni tampoco la contención, establecida en las Segundas Institucio-
nes de la misma fecha, y a que alude el Ministro Americano Mr. Thomas C. Dawson en
un Informe que está publicado en Foreign Relations of the United States, pág. 600, con que
sostenemos que si tal artículo 4º fuere declarado válido y vigente habrá que interpretarlo
en el sentido de que con él no pretendieron las Altas Partes fijar sus límites definitivos,
sino las líneas fronterizas de sus posesiones, es decir, una línea fronteriza provisional que
en nada impediría la fijación de la definitiva cuando las Altas Partes encontraran una
oportunidad de abordar su discusión sin arriesgar la paz, ni las buenas relaciones. El edi-
ficio de ese proyectado Protocolo tiene varios pisos, y su planta baja más de dos puertas
de salida; se reconoce a los inquilinos de los pisos altos el derecho de salir a la calle por
cualquiera de las varias puertas; pero se les hace saber que si bajan por el ascensor sólo
pueden salir por la puerta A, y si bajan, por la escalera, sólo pueden utilizar la puerta B:
¿Podrán ellos salir al aire libre por otra puerta que no sea ni la A ni la B?
“Y la República Dominicana no debe renunciar a las contenciones contenidas en las
citadas primeras y segundas Instrucciones de 2 de mayo de 1911: no sólo porque las de la
nulidad y la caducidad del citado artículo 4°. aspiran a poner las cosas como estaban antes
que se redactara ese instrumento que ha resultado ineficaz para el único propósito que lo
inspiró, de poner cese a los incidentes fronterizos; ni sólo porque la de que la línea fronteriza

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que se tuvo en mientes en 1874 fue una simple línea provisional, aspira a conservar un de-
recho de dominio en favor de nuestro Gobierno y uno de propiedad en favor de multitud
de personas que no han renunciado a él, y por los cuales no puede el Gobierno Haitiano
pretender lógicamente que hubo cesión en 1874, sin demostrar el precio que pagó entonces
por esa cesión; sino sobre todo, porque el conservar la facultad de alegar tales contenciones
y el alegarlas ante el árbitro son el único medio de darle al laudo arbitral que se dicte un
carácter definitivo; pues cuando, renunciando a ellas ahora diéramos a alguien en el futu-
ro el derecho de alegar que tal arbitraje no fue general, y que la renuncia fue un camino
tortuoso de hacer donación ilícita en favor de Haití de lo que esta nación sabía que no le
correspondía y por lo cual se resistía a otorgar poderes amplios a los árbitros, ipso facto
habríamos inoculado en el cuerpo del arreglo el germen del mal que habría de minar su
perdurabilidad, y legado a nuestros hijos los afanes y las zozobras de nuevos incidentes y
de nuevas negociaciones, cuando no los horrores de una guerra internacional.
“2º. Que hay gran peligro, peligro de muerte para las reclamaciones de la República
Dominicana, en acceder a la persistente pretensión haitiana consignada en el artículo 19 del
nuevo proyecto de Protocolo del Ministro Mr. Menos, de que por mientras se establezcan
los límites definitivos, las Altas Partes se mantengan en las posesiones que ellas ocupan
actualmente y se comprometan a no emprender ni continuar ninguna apertura o construc-
ción de camino o de vía férrea en la región contestada, y a no colocar e instalar en dicha
región ninguna guardia, ningún nuevo puesto militar.
“Mr. Menos habla ahora en su Nota no. 510, para negar la conveniencia de una línea
provisional, de la susceptibilidad del patriotismo de los miembros del Cuerpo Legislativo
haitiano, y de la impresionabilidad de las poblaciones limítrofes, a las cuales no conviene
inquietar ni agitar con los cambios, traslados e instalaciones consiguientes a cualquiera
delimitación temporal. Pero debemos fijarnos en que así como fue del Gobierno Haitiano la
iniciativa en obtener la mediación del Gobierno Americano, fue de él la de fijar una línea de
statu-quo, según dije en mi comunicación no. 11, del 24 de febrero de 1912, etc…”.
En ese informe del Licenciado Peynado, inédito todavía, encontrarán los futuros diplo-
máticos dominicanos la pauta que habrán de seguir en esta cuestión tan trascendental para
la República, a fin de que cuando se resuelva sea de una manera decorosa y definitiva.
Ferrocarril Central Dominicano. Esta línea férrea, construida para fines de pro-
greso, llegó a ser el punto de mira de las desgraciadas luchas intestinas en el Cibao, pues la
facción que se adueñó de ella dispuso de un gran número de empleos que distribuir entre
sus amigos y de las importantes sumas que se recaudaban al amparo de su tarifa.
En la época a que nos venimos refiriendo la poseyó la agrupación horacista, y no fueron
pocos los ardides de que se valieron los amigos del General Arias, en las Cámaras, para
evitar que continuaran sus adversarios con resorte tan importante en la mano, impotente
como estaba el Gobierno del General Bordas para rectificar por las armas la ocupación de
dicha arteria.
Al efecto, dictó el Congreso Nacional un decreto ordenando la subasta del arrendamiento
del mencionado Ferrocarril, cuya buena pro obtuvieron dos amigos del General Arias.
1913. Revolución. Con motivo de esa medida se levantaron en armas en Puerto Plata
los Generales Jesús María Céspedes, Quírico Feliú y otros; en Moca, el General Cipriano
Bencosme; en San Cristóbal el General Manuel de Jesús Castillo; en Samaná el General Ra-
món A. Marcelino y en San Francisco de Macorís otras personas.

376
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Incendios, descarrilamientos y voladuras de puentes, constituyeron las tristes noticias


que circularon en aquellos días y los únicos resultados de esa revolución, pues el Gobier-
no, ayudado por las fuerzas del General Arias y por presión del Ministro Americano, Mr.
Sullivan, logró sofocarla.
Cambios en el gabinete. Poco tiempo después de regresar de los Estados Unidos de
América, el Licenciado Lovatón, ocupó éste las Carteras de lo Interior y Policía.
Designó el Presidente Bordas para el desempeño de la Cartera de Relaciones Exteriores
al ciudadano Eliseo Grullón, y para dirigir la de Fomento y Comunicaciones, vacante por
la renuncia del General Limardo, al Licenciado Elías Brache hijo.
Las renuncias de los Generales Zorrilla y Limardo indicaron claramente que el elemen-
to horacista se encontraba profundamente disgustado y se preparaba a nuevas luchas.
Rumores de reelección. Advertido por todos los partidos el propósito de reelección
que perseguía en favor del General Bordas el elemento gobiernista, se agitaron las ondas
de nuevas conspiraciones y, aunque muchos meses más tarde, de una manera imperfecta
y sin calidad, los Colegios Electorales lo reeligieron por seis años, pero no llegó a prestar
juramento por haberse visto obligado a renunciar, como veremos más adelante.
Elecciones municipales. Convocadas las Asambleas Primarias para la elección de
Ayuntamientos en aquellas Comunes donde no había podido verificarse, revistió esa lucha
en la ciudad Capital tales proporciones, que la exaltación culminó en tragedia.
Patrocinaba el Gobierno una candidatura, y los partidos coligados solamente para com-
batirla, le opusieron otra. La tarde del 2 de diciembre de 1913, cuando los contrarios a la can-
didatura oficial desfilaban procesionalmente por la calle 19 de Marzo, entre Separación y Santo
Tomás, hoy Arzobispo Nouel, tuvieron un encuentro a tiro limpio con la Guardia Republicana,
que sembró de heridos y de muertos aquella calle de ordinario tranquila.
Las bajas de ambas partes fueron considerables.
1914. Asamblea Constituyente. En virtud de lo dispuesto anteriormente por el Con-
greso Nacional, declarando la necesidad de reformar determinados artículos de la Cons-
titución, se reunió, a principios de 1914, en el Palacio Municipal de la ciudad Capital, la
Asamblea Constituyente, de cuya labor nada podemos consignar que resulte útil ni de
trascendencia para los fines de este resumen.
Acusación. En febrero de 1914 fue rechazada por el Senado la acusación propuesta y
votada por la Cámara de Diputados contra el Presidente Bordas en el mes anterior.
Muerte del exPresidente Morales. El 1º de marzo de ese mismo año murió, repen-
tinamente, en París, el General Carlos F. Morales L., Expresidente de la República, donde
residía con el carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la Repú-
blica acerca de los Gobiernos de Francia, España, Italia, Suiza y Portugal.
Con tal motivo, un decreto presidencial declaró tres días de duelo nacional.
Acontecimiento en el Cibao. Ya para el mes de marzo de 1914 era cuestión resuelta
para el Gobierno del Presidente Bordas la desaparición del estado de cosas que había crea-
do en el Cibao la supremacía del General Desiderio Arias y sus amigos, y, al efecto, nombró
a los Generales Santos García y Manuel Sánchez, Gobernador y Comandante de Armas de
Santiago, respectivamente.
Ayudados éstos por el General Alfredo María Victoria y sus parciales, y después de
un violento combate en las calles de aquella población, lograron que el General Arias y los
suyos desalojaran la ciudad y tomaran el camino de la Línea Noroeste.

377
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En esos mismos días, fuerzas del Gobierno, después de rudos encuentros, habían ocu-
pado la ciudad de La Vega, que abandonó su Gobernador, el General Mauricio Jimenes.
Levantamiento. Poco después ocurrió el levantamiento en Puerto Plata del General
Quírico Feliú, Gobernador de aquella Provincia, punto donde se agruparon para ayudarlo
los Generales Jesús María Céspedes, Manuel de Jesús Camacho y otros.
A poco se reunió a los rebeldes, procedentes de las costas de Matanzas, a las cuales lle-
gó en un pequeño vaporcito que lo trajo de Puerto Rico, y después de una audaz y peligrosa
travesía, el General Horacio Vásquez.
Actitud del Presidente Bordas. Inmediatamente que tuvo la noticia del pronun-
ciamiento de Puerto Plata salió por la vía marítima el Presidente Bordas, acompañado del
General Pedro María Rubirosa y de un respetable contingente de tropas, con rumbo a Sán-
chez, de donde siguió para La Vega y de allí a Santiago. Aumentadas sus fuerzas en aquella
población, marchó sobre Puerto Plata, que a poco, y después de librarse varios y reñidos
combates en sus inmediaciones, quedó completamente sitiada.
Sitio de Puerto Plata. Preparada la histórica ciudad de Isabel de Torres para la resis-
tencia, inenarrables resultan los actos de valor con que los Feliú, Céspedes, Camacho, Li-
mardo, Ginebra, Peguero y otros, correspondieron a la bravía tenacidad de los ataques que
constantemente dirigió contra la población el Presidente Bordas.
Durante ese sitio memorable, que duró cerca de cuatro meses, se desarrollaron en aque-
lla población epidemias mortales, tales como la disentería, la fiebre tifoidea y el beriberi,
que ocasionaron una gran mortandad.
Abandonemos por un momento a la ciudad heroica, con sus hospitales llenos de heri-
dos, sin leche para sus niños, sin agua con que calmar su sed, devorada por las epidemias
y estremecida por los constantes combates, para ocuparnos de los acontecimientos que en
otras regiones del país tenían lugar al mismo tiempo.
Situación de Santiago. Reaccionados ya el General Arias y los antiguos jimenistas
que lo habían reconocido como Jefe Militar, se adueñaron no solamente de todos los cam-
pos y pequeñas poblaciones de la Provincia de Monte Cristy, sino también de la población
de Santiago, en cuya fortaleza sitiaron al General Manuel Sánchez y al valeroso grupo que
lo acompañó.
Este sitio fue estrecho, y duró tanto que llegaron los defensores del fuerte San Luis a
comer carne de ganado caballar, y de ahí que se les diera la denominación de come-burros.
Acontecimientos del Este. La revolución en la Provincia del Seybo, encabezada por
el General Manuel Mercedes (a) Chiquito, había cobrado la mayor importancia y empeñado
combates muy reñidos con las fuerzas que como Gobernador de aquella Provincia le opuso
el General Neftalí Hernández, quien a la postre se reconcentró a la ciudad Capital.
1914. Desastre económico. Desde su Campamento de San Marcos había autorizado
en mayo de 1914 el Presidente Bordas a su Secretario de Hacienda y Comercio para “la
venta de las especies timbradas a los precios o con los descuentos que exigieran las condi-
ciones del mercado y las necesidades del servicio”, en interés de crear los recursos, de que
ya carecía absolutamente el Gobierno, para las atenciones de la guerra, pues los sueldos se
adeudaban a los empleados públicos desde hacía tiempo.
Ni aun en los tiempos de mayor desorganización que hemos recorrido, en el pasado,
se habían realizado operaciones tan ruinosas para el Estado como las que se efectuaron
entonces.

378
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

El descrédito más completo cayó sobre las especies timbradas y el Gobierno careció de
los recursos que se propuso obtener, pues la banca y el comercio se abstuvieron muy pronto
de empeñar o comprar valores que hoy, por ejemplo, se negociaban con un descuento que
a la mañana siguiente se triplicaba para obtener dinero a todo trance.
Se puede asegurar que aquel Gobierno llegó a la bancarrota, no obstante haber actuado du-
rante el año en que fueron más crecidas las entradas aduaneras, como lo revela la estadística.
Levantamiento del Sur. Tan pronto como presentó renuncia de la Secretaría de Es-
tado de Agricultura e Inmigración el ciudadano Enrique Montes de Oca, representante en
el seno de aquel Gobierno de los intereses políticos del General Luis Felipe Vidal se levantó
éste en armas y logró a poco tiempo, ayudado por los núcleos de los otros partidos en esas
regiones, poner sitio a la ciudad Capital, no sin haber antes derrotado a los Generales Ze-
nón Ovando y Hermógenes García.
Este último murió en el combate de Nizao.
Campamento de MarapicÁ. Volvamos la vista al Campamento Sitiador de Puerto
Plata, donde de continuo llegaban refuerzos, para que arreciara, espontáneamente, sobre
ella no sólo la lluvia constante de la fusilería que abría claros entre combatientes y pacíficos,
sino también un cañoneo ensordecedor.
Bombardeo del campamento sitiador. Una mañana, en que para atacar la plaza
utilizaron de nuevo los sitiadores los cañones, le fue notificado al Presidente Bordas por
uno de los Comandantes de los vapores de guerra americanos, surtos en aquellas aguas, la
prohibición de continuar empleando la artillería en sus ataques.
Desatendida la indicación, abrió sus portañuelas la nave extranjera e hizo muchos dis-
paros sobre el Campamento Sitiador, que prendieron indignación en el Jefe del Estado,
quien protestó por escrito.
Este incidente en la formidable lucha fratricida que se sostenía debió convidar a hondas
reflexiones y disminuir la iracundia con que se devoraban hermanos contra hermanos.
Perito financiero. En virtud de un convenio celebrado, pero que no había sido ra-
tificado por las Cámaras Dominicanas, nombró el Presidente Wilson al señor Charles M.
Johnston, Perito Financiero, con instrucciones de ayudar al Secretario de Hacienda y Co-
mercio; impedir que se aumentara la deuda; aconsejar en materia de finanzas; intervenir en
la preparación del presupuesto, etc.
Comisión. La lucha había continuado frenética y mortal entre sitiados y sitiadores.
La tentativa de paz que se propuso realizar el General Horacio Vásquez al avistarse
con el Presidente Bordas en Los Cocos no tenía trazas de terminar felizmente, porque era
manifiesta la obstinación del Mandatario de entrar a Puerto Plata y decidido el empeño de
los revolucionarios en no consentirlo, cuando inesperadamente desembarcó del acorazado
americano South Caroline una Comisión enviada por el Presidente Wilson que se avistó con
el Presidente de la República.
Ante ella manifestó el Jefe del Estado su propósito de dimitir en fecha próxima.
Levó anclas el mencionado buque de guerra para recoger a don Juan Isidro Jimenes,
Jefe del Partido Jimenista, en Monte Cristy, tomó luego también como pasajero al General
Horacio Vásquez, Jefe del Partido Horacista en Puerto Plata, y vino a fondearse en el Placer
de los Estudios para imponer la paz…
El borrascoso período de ese Gobierno iba a terminar, sin que hubieran dado una nota
de sensatez las dos facciones que se disputaban el Poder.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En vano la curiosidad se empinó para conocer los detalles del Plan Wilson o para co-
municarse con los dos Caudillos que residían en el acorazado fondeado en el antepuerto
de la ciudad Capital.
Impenetrables permanecieron los señores James M. Sullivan, Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos de América, Franklin Ford, Exgobernador
de New Jersey, el Attorney Charles Smith, de New Hampshire, hasta la llegada del Presi-
dente Bordas.
Llegada del General Bordas Valdés. Llegó por fin a la ciudad de Santo Domingo
el General Bordas Valdés, y en todo el país, al aviso de que se concertaba un pacto, cesaron
las hostilidades…
Después de una que otra entrevista preliminar, en presencia de la Comisión Americana
y en virtud del Plan Wilson eligieron los señores Juan Isidro Jimenes, Horacio Vásquez, Fe-
derico Velázquez y Hernández y Luis Felipe Vidal, Jefes de los Partidos Políticos, al Doctor
Ramón Báez, Rector del Instituto Profesional, para Presidente de la República, con el objeto
de que durante su interinidad, y previas las reformas legales que se consideraron indispen-
sables se celebraran unas elecciones absolutamente libres.
Renuncia del Presidente Bordas. El 27 de agosto de 1914, en una reunión prepa-
rada al efecto, presentó el General José Bordas Valdés su renuncia como presidente de la
República, y tomó posesión de esa alta investidura el Doctor Báez.
Observación. Impulsados por un sentimiento de justicia, consignamos que del des-
barajuste económico que caracterizó la administración del Presidente Bordas, durante los
meses que estuvo en campaña, él no sacó lucro personal alguno, pues ni siquiera el valor
de sus sueldos percibió oportunamente.
Hace pocos meses que la Comisión Dominicana de Reclamaciones del 1917 ordenó el pago
de ellos al Expresidente Bordas.

Capítulo LVII
Gobierno interino del Doctor Báez
1914. Gabinete. Al día siguiente de su toma de posesión, nombró el Presidente Báez su
Gabinete, al cual llevó, según explicaremos más adelante, elementos que representaron a
todos los partidos y tendencias políticas de aquel momento. He aquí el personal:
Interior y Policía: Licenciado Enrique Jimenes.
Relaciones Exteriores: General Ignacio María González.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Jacinto B. Peynado.
Hacienda y Comercio: Doctor Salvador B. Gautier.
Fomento y Comunicaciones: Ingeniero Osvaldo B. Báez.
Agricultura e Inmigración: General Pedro María Mejía.
Guerra y Marina: General Pedro A. Lluberes.

Breves noticias acerca del personal ministerial. Los Licenciados Jimenes y Pe-
ynado pertenecían a la agrupación bola o jimenista; la filiación del General González, y aun
la misma del Doctor Gautier, era la horacista o colúa; representaba el Secretario de la Guerra,
General Lluberes, las tendencias políticas del partido del señor Velázquez; constituyó pren-
da de garantía para los que acababan de caer la presencia del General Mejía en las Carteras
de Agricultura e Inmigración, y asumió el Ingeniero Báez desde la Cartera de Fomento y
Comunicaciones, la defensa de los intereses del partido Legalista.

380
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Comisión reformadora. Creó, casi inmediatamente después de su toma de pose-


sión, el Doctor Báez, de acuerdo con el pacto político que lo había llevado al Solio, una
Comisión encargada de las reformas de las leyes existentes que se consideró indispensable
modificar y que ultimó la redacción de una Ley Electoral, bajo cuyo articulado se realizaron
más tarde las elecciones generales.
Cámara de Cuentas. Nombró también seguidamente el personal de la Cámara de
Cuentas de la República.
Ayuntamientos. El personal de los Ayuntamientos de aquellas Comunes donde las
violencias del Gobierno anterior no habían permitido al pueblo el libre ejercicio del sufra-
gio, fue nombrado en Comisión.
Ley de libertad provisional bajo fianza. Se decretó la Ley de Libertad Provisional
Bajo Fianza, dictándose además, un decreto que detuvo la acción pública en todos los casos
de delitos políticos cometidos con anterioridad a la toma de posesión del Mandatario.
Ley Electoral. Se procedió a formular la Ley Electoral que regiría en el debate elec-
cionario próximo y la cual estableció que las conjunciones de dos partidos políticos debían
efectuarse con anterioridad a las elecciones.
Explicando las tendencias que informarían dicha Ley y para diafanizar los propósitos
imparciales de que estaba animado el Gobierno para presidir las elecciones que iban a
presenciar Inspectores del Gobierno Americano, dirigieron circulares el Jefe del Estado y el
Secretario de Estado de lo Interior y Policía.
Restablecimiento de la universidad. Cupo a la transitoria administración del Doc-
tor Báez la gloria de convertir el Instituto Profesional en la Universidad, que en los tiempos
coloniales, durante más de dos centurias, dejó regueros de luz en los anales históricos de
nuestra Patria.
Se destinó la hermosa parcela de terreno, anteriormente adquirida por el Exministro
Velázquez para la fabricación de una Escuela, como el sitio donde las nuevas generaciones
levantarán el suntuoso edificio que ya va demandando la creciente población escolar que
asiste a las aulas universitarias.
Traslación de los restos del ExPresidente Báez. En esa Administración se tras-
ladaron a Santo Domingo oficialmente, en el crucero de guerra nacional Independencia, los
restos mortales del General Buenaventura Báez, antiguo Presidente de la República en cin-
co ocasiones y padre del Mandatario.
Código de enseñanza. Durante las postrimerías del Gobierno del Doctor Báez se dio
un decreto aprobando el Código de Enseñanza preparado por el Doctor Arístides Fiallo
Cabral, Superintendente General de Enseñanza.
Alarma. Los recíprocos recelos de las distintas agrupaciones políticas y las descon-
fianzas injustas que son peculiares de los días en que los pueblos se preparan para entre-
garse a la lucha electoral, unidos al afanoso pugilato de obtener supremacías militares para
aplastar a los otros, parece que indujeron al Presidente Báez, tal vez sin darse cuenta del
error que con ello cometía, a designar autoridades militares para la Plaza de Santo Domin-
go, que no inspiraron garantías al General Alfredo M. Victoria, quien, con un grupo de ofi-
ciales, se presentó a la Comandancia de Armas a expresar a su antiguo amigo, el Jefe de la
Ciudadela, General Lorenzo Marty hijo, la necesidad en que se encontraba de permanecer
a su lado hasta que, concluidas las reparaciones del vapor Jacagua, éste pudiera conducirlo
al amanecer del siguiente día a Puerto Rico.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El General Marty participó al Gobierno la ocurrencia y brindó el amparo solicitado al


General Victoria.
Crédula o interesadamente, produjeron los enemigos y adversarios del General Vic-
toria tal alarma, que se estableció, dizque para recuperar la Comandancia, a todo lo largo
de la calle 19 de Marzo, un cordón de legalistas y horacistas armados, que paralizó el tráfico,
detuvo a ciudadanos pacíficos, se apoderó del parque y armamento que existían en los
cuarteles de la Guardia Republicana, y destacó, además, fuerzas en el parque Colón, que
ocuparon los techos de la Catedral.
Transcurrida la noche en perfecta tranquilidad, terminadas las reparaciones del vapor
que le pertenecía, se embarcó, tranquilamente, para Puerto Rico, el General Victoria a espe-
rar el resultado de las próximas elecciones.
El parque y armamento ocupados por los tumultuosos manifestantes de la víspera no
volvió a los arsenales del Gobierno.
Las detenciones, que habían sido practicadas sin el consentimiento del Doctor Báez, y
que no emanaron tampoco de juez competente, fueron suspendidas, para sólo dejar, junto
con los hechos enunciados, un sordo y recóndito rencor entre los grupos que a poco iban a
medir fuerzas en el palenque electoral.
1914. Conjunción. Introducidas varias reformas al proyecto de Ley Electoral, a pe-
tición de determinado partido político, se promulgó ésta, y en virtud de ella, celebraron
una conjunción los partidos jimenista y progresista, que dirigían, respectivamente, don Juan
Isidro Jimenes y don Federico Velázquez y Hernández.
El histórico partido de los bolos era extenso y el recién constituido de los progresistas era
intenso, por cuanto que disponía éste de hombres de notoria capacidad y de indomable
espíritu para la lucha cívica que iba a celebrarse.
De ahí que un orador político de aquella época, al anunciar la Conjunción que pos-
tulaba el nombre de don Juan Isidro Jimenes para la Presidencia de la República, dijera
“que ella, la Conjunción, era el abrazo formidable que se acababan de dar la extensión y la
intensidad…”.
Partido Horacista. Formidablemente se preparó el partido horacista para enfrentarle la
candidatura del General Horacio Vásquez a la de su viejo adversario, el señor Jimenes, quien,
con la cooperación del señor Velázquez, resultó, como lo veremos más adelante, vencedor.
Partido Legalista. Este partido, dirigido por el General Luis Felipe Vidal, no se con-
juncionó y se limitó a concentrar sus esfuerzos electorales en la Provincia de Azua.
Símbolos. Los votos que previamente fueron depositados en la Secretaría de los Ayun-
tamientos, de acuerdo con los plazos que señalaban las prescripciones de la Ley Electoral,
ostentaban, para distinguirse, los emblemas siguientes: los de la candidatura del señor Jime-
nes, un gallo bolo; los horacistas, un gallo con cola, y los del partido Progresista, un toro.
Elecciones. Ultimada la Ley Electoral y situados los representantes del Gobierno
Americano hasta en las más remotas Comunes, para presenciar las elecciones, se fijaron los
días 18 y 19 de octubre de 1914 para que éstas se verificaran.
Podemos asegurar que han sido las más reñidas que se han presenciado en nuestro país
y que los partidarios de las dos candidaturas hicieron prodigios de habilidad y derroche de
esfuerzos por triunfar.
Durante el primer día hubo que lamentar en la ciudad de Santo Domingo un inciden-
te que dejó sobre el parque Colón y las calles vecinas treinta o más bajas entre heridos y

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

muertos, a causa del empeño que tuvieron los sufragantes por retener la sala y proximida-
des del Bufete Electoral.
Al cerrarse el segundo día del debate electoral ya se tenía la seguridad del triunfo de la
candidatura de la Conjunción, o sea del señor Jimenes.
Trasmitidas a Washington por sus representantes todas las noticias concernientes a la
campaña electoral, se declararon allí, en virtud del Plan Wilson, legales las elecciones y
legítimo el triunfo del señor Jimenes.
Luego, el 10 de noviembre de ese mismo año, se reunieron en toda la República los
compromisarios triunfantes y perfeccionaron el designio de las mayorías electorales, que
habían elegido como Presidente de la República el señor Juan Isidro Jimenes.
Patriótica actitud. Casi al terminar el Gobierno del Doctor Báez, y con motivo de
las pretensiones del Encargado de Negocios de los Estados Unidos, señor White, que exi-
gió en favor de su Gobierno la supervigilancia de los sistemas telegráficos, telefónicos y
radiotelegráficos de la República, le dirigió don Ignacio María González, Expresidente de
la República y Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de ese Gobierno, una brillante
refutación que, unida a otros merecimientos que exornaron su vida pública, mantendrán
para su memoria una aureola de respeto inquebrantable.

Capítulo LVIII
Gobierno de don Juan Isidro Jimenes
1914. Juramento. El 5 de diciembre de 1914 prestó juramento el Mandatario, y re-
cibió por ende, con las formalidades del caso, del Doctor Báez, la dirección de la Cosa
Pública.
Al fin, por segunda vez, ocupó el Solio presidencial el señor don Juan Isidro Jimenes,
después de muchos años de lucha.
Gabinete. El 6 de ese mismo mes y año constituyó el Presidente Jimenes su Gabinete
en la forma siguiente:
Interior y Policía: Licenciado Elías Brache hijo.
Relaciones Exteriores: Ciudadano Bernardo Pichardo.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Jacinto B. Peynado.
Fomento y Comunicaciones: Ciudadano Federico Velázquez H.
Hacienda y Comercio: Licenciado Pérez Perdomo.
Agricultura e Inmigración: Ciudadano Jaime Mota.
Guerra y Marina: General Desiderio Arias.

Análisis del gabinete. Para mejor inteligencia de nuestros lectores, nos permitimos
consignar someras noticias acerca del origen político y de las tendencias que representaban
los distintos elementos que concurrieron a la formación del Gabinete.
Pertenecían los Licenciados Brache hijo, Peynado y Pérez Perdomo, a lo que se llamó
entonces jimenismo histórico, con la sola diferencia de que el último entendió, una vez ce-
lebrada la Conjunción, que era un deber respetar el pacto político que ella representaba y
que proporcionó en momento oportuno recursos, esfuerzos y hombres que coadyuvaron
decisivamente al triunfo de la candidatura del señor Jimenes.
A título de Jefe del Partido Progresista, conjuncionado, y de elemento de esa misma
agrupación, ocuparon, respectivamente, los señores Velázquez y Pichardo las Carteras in-
dicadas, mientras que como simple jimenista vino al Gobierno el señor Mota.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Con pretensiones de construir un grupo personalista, con jimenistas disgustados, sentó


sus reales a manera de único vencedor, el General Arias en las Carteras de Guerra y Mari-
na, debido a que durante las elecciones había impuesto en el Cibao para las curules de la
Cámara Baja y del Senado a buen número de sus amigos, contrariamente a las indicaciones
del candidato señor Jimenes, lo que le proporcionó una mayoría parlamentaria.
Luchas en el gabinete. Desde que se inició la labor gubernativa, intrigas palaciegas,
de resultados negativos, que lamentaron después y aún deben deplorar sus autores, rega-
tearon a los progresistas el derecho que habían conquistado de alternar, dentro de determi-
nada proporción, en los puestos públicos, mientras por otro lado mantenían ellos mismos,
los agresores, sin escrúpulos, sospechosas relaciones con la oposición, que había decretado
aniquilar al Gobierno, anarquizándolo y promoviéndole revueltas y convulsiones que ago-
taron sus recursos.
1915. Pretensiones de Mr. White. No obstante el rechazo que dio el Gobierno del Doc-
tor Báez a las pretensiones del Encargado de Negocios de los Estados Unidos, Mr. White, de
controlar en favor de su Gobierno, y por mediación de la Oficina de Obras Públicas, el servi-
cio radiotelegráfico nacional, tan pronto como constituyó el Presidente Jimenes su Gabinete
pidió el aludido diplomático una entrevista con el Gobierno en pleno. En ella reiteró sus exi-
gencias, para recibir una nueva y rotunda negativa que le produjo una visible irritación.
Contribución del cinco por ciento. De acuerdo los señores Jimenes y Velázquez,
Jefes de los partidos conjuncionados, establecieron un 5 por ciento de contribución sobre
los sueldos de los empleados que les eran adictos, a fin de cubrir los gastos de las pasadas
elecciones.
Los viejos partidarios del Presidente Jimenes dispusieron en la forma que les plugo
de la parte que a su Caudillo correspondió, mientras que los fondos recolectados entre los
empleados progresistas, no obstante ser menor la parte proporcional que a éstos tocó en los
destinos públicos, bastaron para pagar rápidamente las cuentas que, por el concepto enun-
ciado, adeudaba su partido.
Presupuesto. En la legislatura extraordinaria que provocó el Poder Ejecutivo, se so-
metió al Congreso Nacional un proyecto de Presupuesto en consonancia con la estrechez
económica del momento, que, salvo ligeras modificaciones, fue aprobado.
Medidas económicas. El laborioso Secretario de Estado de Hacienda y Comercio,
Licenciado Pérez Perdomo, formuló e hizo promulgar un decreto que puso fuera de circula-
ción las enormes cantidades de papel sellado, sellos de correo y estampillas comprometidas
o empeñadas ruinosamente durante el Gobierno del Expresidente Bordas.
Adoptó, además, la Secretaría de Hacienda otras provechosas medidas que revelaron
los alientos de bien público, que animaban al Jefe del Estado y a la mayoría de los miembros
del Gabinete.
Prohibición. Reglamentaron, dentro de lo posible, asfixiados como estaban por las
demandas del viejo partidarismo, los Secretarios de Relaciones Exteriores y de Hacienda y
Comercio la introducción de pólvora, armas y cápsulas que consentía el Arancel de esa épo-
ca, no sin que derivaran ambos funcionarios intensas mortificaciones, porque cada quien
invocaba su martirologio para realizar condenables especulaciones.
Llegada del Ministro Bobó. En solicitud de ayuda para la conflictiva situación en
que se encontraba, envió, apresuradamente, el Presidente de Haití, Debelmar Theodore, a
su Ministro de lo Interior, el culto caballero Doctor Rosalbó Bobó.

384
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Cuando apenas se habían celebrado una que otra conferencia con el plenipotenciario
haitiano, llegó la noticia de la caída del Gobierno que representaba, lo que determinó el que
se ausentara para Puerto Rico.
Parece que avisada la Legación Americana, poco tiempo después, de que el Doctor
Bobó pasaría de nuevo por el puerto de la ciudad de Santo Domingo, pretendió el Encarga-
do de Negocios interino, Mr. Johnson, obtener la detención por parte del Gobierno Domini-
cano del prominente político haitiano. Como era de esperarse, una erguida y digna actitud,
que apoyó el Gobierno entero, permitió a la Secretaría de Relaciones Exteriores rechazar
tan inaudita demanda.
1915. Muerte del ExPresidente González. En la mañana del 8 de febrero de 1915
rindió la jornada de la vida en la ciudad Capital el anciano, Expresidente de la República,
General Ignacio María González.
Con tal motivo, dictó el Presidente Jimenes un decreto de duelo que acreditó, de parte
suya, cierta grandeza de espíritu, pues para hacerlo tuvo que sostener, apoyado por varios
de sus Secretarios de Estado, una porfiada actitud contra elementos que, dentro de su ran-
cio partidarismo, no pensaron que esos merecidos honores se iban a tributar a un antiguo
Jefe del Estado y no al adversario de la víspera.
Había sido el fenecido General González uno de los hombres más generosos y mag-
nánimos que desfilaron por la vida pública, y jamás, cuando fue Mandatario, sus manos
levantaron cadalsos ni remacharon grilletes inquisitoriales.
Perito financiero. Sometido al Senado, por pura formalidad y con señalada repug-
nancia, el acuerdo diplomático del Gobierno del Expresidente Bordas, que había dado ori-
gen a que el Presidente Wilson nombrara a Mr. Charles M. Johnston como Perito Financie-
ro, fue rechazado por una mayoría abrumadora.
Visita del Senador J. D. Phelan. Antes del 27 de febrero de 1915 llegó a la ciudad de
Santo Domingo el Senador Americano J. D. Phelan, Comisionado por el Gobierno de los
Estados Unidos para realizar una investigación acerca de los hechos que el partido horacista
venía imputando desde la revolución del Ferrocarril (septiembre de 1913) al Enviado Ex-
traordinario y Ministro Plenipotenciario de aquella nación, señor James M. Sullivan.
Largos fueron los interrogatorios que se hicieron en las oficinas de la Receptoría General de
Aduana a determinados elementos de la mencionada agrupación, sin que de ellos, ni de otras
gestiones practicadas, pudiera ponerse en claro la culpabilidad del representante diplomático.
No obstante ello, el Ministro Sullivan salió para los Estados Unidos, donde presentó
renuncia de su alta investidura.
Mensaje. El 27 de febrero del año a que hemos aludido, presentó el Presidente Jimenes,
no obstante el corto tiempo transcurrido desde la iniciación de su ejercicio, un Mensaje al
Congreso Nacional, acompañado de las Memorias de las Secretarías de Estado respectivas.
En ese documento consultó el Poder Ejecutivo la apreciación de las Cámaras acerca de
la validez jurídica de ciertos actos, del Gobierno del Doctor Báez, considerado como un
Gobierno de facto.
Interpelación. A propuesta de un Diputado del partido Legalista y con el único obje-
to de romper la Conjunción, votó la Cámara de Diputados la interpelación del Secretario de
Fomento, señor Velázquez, acusación que rechazó el Senado, debido, más que a otra cosa,
al formidable documento que preparó el interpelado y del cual conservamos un ejemplar
impreso, por más que no llegó a circular.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Comisión a Washington. Con el objeto de explicar la inconveniencia de las funciones


del Perito Financiero y de que intervinieran explicaciones acerca de la cláusula tercera de
la Convención de 1907, que, interpretada antojadizamente por la Receptoría, le servía para
oponerse al derecho que tuvo y tiene el Gobierno Dominicano de remover los empleados
de las Aduanas, nombró el Presidente Jimenes una Comisión Diplomática cerca del Gobier-
ne Americano, que integraron el señor Federico Velázquez H. Secretario de Fomento y Co-
municaciones; Licenciado Jacinto B. Peynado, Secretario de Justicia e Instrucción Pública;
Licenciado Enrique Jimenes, nuestro Ministro Plenipotenciario en Washington, y el Doctor
Francisco Henríquez y Carvajal, Exsecretario de Relaciones Exteriores.
Se nombró como Secretario de esa Comisión al Licenciado Ildefonso Cernuda.
Los resultados obtenidos por ella fueron apreciables, pues se logró que no se insistiera
en el restablecimiento del Perito; que se consagrara el derecho que tenía el Gobierno de
remover todos los empleados de Aduanas, y la solución de otras cuestiones importantes.
Muerte del General Casimiro N. de Moya. El 27 de mayo del mismo año murió en
la ciudad de Santo Domingo el General Casimiro N. de Moya, antiguo Vicepresidente de la
República, Ministro en varias ocasiones, historiador y geógrafo.
Con tal motivo, el Gobierno se asoció al duelo que ocasionó la desaparición de ese la-
borioso, inteligente e ilustrado ciudadano.
Obras del Señor Hostos. Votó la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, con el
aplauso de todos, una respetable suma de dinero para contribuir a la publicación de las obras
Psicología y Discursos y Conferencias del ilustre educacionista don Eugenio María de Hostos,
inolvidable maestro de muchos de los Secretarios de Estado de ese Gobierno.
Obras públicas. El actual puente Ozama, en la ciudad Capital; la carretera del Cibao;
el arreglo del puerto y muelle de Puerto Plata; la reforma de las líneas telefónicas y otras
obras, fueron testimonio del empeño que se tuvo por el progreso del país, no obstante el es-
tado de inquietud en que vivía el Gobierno, debido a sus luchas internas, a las amenazas de
sus enemigos y a la constante exigencia de una diplomacia que en todo quería inmiscuirse,
tal vez preparando la actitud que asumiría en presencia de la obligada participación que
iba a tomar en la guerra europea.
Mapa de la isla. El mapa de la Isla, publicado por los Hermanos de San Luis Gonza-
ga, en Port-au-Prince, con líneas fronterizas inexactas y contrarias a nuestros derechos, dio
origen a enérgicas notas diplomáticas de nuestra Cancillería, que lograron explicaciones
satisfactorias.
Revolución. Abarcaremos en este párrafo, dado el corto lapso que las separaron, las
que promovieron el General Quírico Feliú, en campos de Santiago, y el General Manuel de
Jesús Castillo, en la Común de San Cristóbal.
Pudo lograrse rápidamente la sumisión del último, y para conseguir que el primero
imitara a su correligionario, y evitar con ello la persecución ordenada contra el General
Horacio Vásquez, se envió al Cibao una comisión compuesta de los Secretarios Velázquez
y Mota, que llenó su cometido con dignidad y acierto.
Con motivo del estado revolucionario que acabamos de señalar; dirigió el Encargado
de Negocios interino de los Estados Unidos, señor Stewart Johnson, una carta abierta al
General Horacio Vásquez, a los alzados en armas contra el Gobierno, a algunos jefes de la
oposición y a varios periodistas del Cibao, que apareció en la edición del Listín Diario del
miércoles 21 de julio de 1915, y la que copiamos íntegra para mejor información de nuestros

386
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

lectores, que advertirán en ella, sin duda alguna, al cotejarla con anteriores y posteriores
documentos de la misma Legación, la amenaza que se cernía sobre nuestros derechos de
pueblo libre y soberano:
“Señor: Como ya usted sabe, de acuerdo con el Plan Wilson, los Estados Unidos han
empeñado su palabra con el mundo entero, como el amigo más cercano de la República Do-
minicana, de apoyar al Gobierno electo por el pueblo y de insistir para que cesen los movi-
mientos revolucionarios, en interés de que todos los cambios subsiguientes en el Gobierno
de la República sean efectuados por procedimientos pacíficos previstos en la Constitución
Dominicana.
“El Presidente Jimenes, habiendo sido electo Presidente por el pueblo en octubre pasa-
do, de acuerdo con el Plan Wilson, recibirá de los Estados Unidos cualquiera ayuda que sea
necesaria para obligar el respeto a su administración.
“Los Estados Unidos están muy apenados con motivo de la propagación de los desór-
denes actuales, lo cual puede obligar a ese Gobierno a cumplir las anunciadas seguridades
dadas al mundo y al pueblo dominicano.
“He sido instruido por el Gobierno de los Estados Unidos para llamar la atención a los
Jefes de la oposición, no sólo con respecto a lo que procede, sino de que, en caso de que sea
necesario, del desembarco de tropas para imponer el orden y respeto al Presidente electo por
el pueblo.
“Aquellos jefes que estén o puedan estar actualmente ocupados en los desórdenes,
o que estén secretamente alentándolos, serán hechos personalmente responsables por los
Estados Unidos.
“Usted, como jefe de un gran partido, puede hacer mucho por su país, manteniéndose
firme, y actuando con su ya anunciada oposición a las revoluciones y aconsejando a sus
asociados en ese sentido”.
Intervención en Haití. La intervención por fuerzas de los Estados Unidos, iniciada
en Haití el 28 de julio de 1915, advirtió a los hombres de Gobierno de esa época que un
enorme peligro amenazaba nuestra soberanía…
La guerra europea seguía desastrosa, y era evidente que los Estados Unidos de Améri-
ca se preparaban para tomar parte en ella.
1915. Cerca, muy cerca, ese peligro, no fueron pocas las suplicantes advertencias que
para evitar toda injerencia extraña en nuestros asuntos se hicieron a ciertos funcionarios de
aquel entonces.
¡Pero todo fue inútil! La oposición necesitaba derrocar al Gobierno, y determinados ele-
mentos de la situación fingían no creer en la amenaza que se nos venía encima para poder
continuar sus maniobras y maquinaciones desquiciadoras.
Nota americana. Cinco días antes de iniciarse en el Estado vecino la ocupación mi-
litar americana, y con motivo de los levantamientos ocurridos en el Este y capitaneados
por los cabecillas Calcaño, Goicochea, Evangelista y otros, dirigió la Legación Americana
la nota 167, que, entre otras cosas, expresa “que el Presidente Jimenes podía contar con el
apoyo completo del Gobierno de los Estados Unidos para debelar cualquier revolución, y
que el Gobierno Americano, deseando ayudarle, prefería evitarle a la República Domini-
cana gastos inútiles y que en tal virtud, le ofrecía toda la ayuda y las fuerzas necesarias para
sofocar cualquiera revolución o cualquiera conspiración que pretendiera estorbar la admi-
nistración ordenada del Gobierno”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A ese ofrecimiento peligroso respondió la Cancillería con la nota 360, de la cual extrac-
tamos los párrafos siguientes:
“Al interés que el Gobierno de V. S. tiene por ayudar al sostenimiento del orden en esta
República, le bastará para estimar como eficaces las rápidas medidas tomadas para su afian-
zamiento, pues de haber no procedido así el mal hubiera tomado cuerpo y los sacrificios
económicos habrían sido mayores, dejando en completo desamparo el plan de organización
con que vienen metodizándose los distintos servicios de la Administración Pública.
“También tengo encargo de expresar a V. S. que el Gobierno Dominicano estima que sus
fuerzas son suficientes para establecer el orden cada vez que se altere, y que no tiene, por lo
tanto, necesidad de la espontanea ayuda que para ese fin le ofrece el Gobierno Americano”.
TrÁfico. A raíz de la intervención de Haití, advertido el Gobierno de que las autori-
dades del Gobierno en la Línea Noroeste habían vendido durante los acontecimientos re-
volucionarios que la antecedieron una parte del parque nacional, formuló una Resolución
que impidió el tráfico de armas y municiones por la frontera y que determinó, para hacer
efectiva la medida, el aumento de la Guardia Fronteriza. Se debía evitar todo pretexto a fin
de que las fuerzas americanas no ocuparan nuestra frontera.
Fusilamiento. Escapado de las cárceles de Port-au-Prince el General Nizael Codio, Exmi-
nistro de la Guerra del vecino Estado, logró casi ganar nuestra frontera, donde fue capturado y
entregado a las fuerzas americanas por empleados americanos de las Aduanas Fronterizas.
En la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores debe existir todavía un expediente que
transparenta la profunda indignación que ocasionó al Presidente Jimenes y a todos sus Secre-
tarios de Estado, que empleados extranjeros, a las órdenes de nuestra República, consumaran
un acto que reprueban la conciencia y los más elementales sentimientos de humanidad.
Cambios en el gabinete. Casi al mismo tiempo abandonaron sus respectivas Carte-
ras, aunque por distintas causas, los Licenciados Brache hijo y Pérez Perdomo.
Sustituyó al primero el Licenciado Enrique Jimenes, que acababa de llegar de Washing-
ton, y ocupó interinamente el señor Pichardo las Carteras del segundo.
Constreñido el Licenciado Pérez Perdomo por la oposición que dentro del mismo Gabi-
nete se le hizo, debido a su inquebrantable propósito de mantener la regularidad adminis-
trativa que daba vida a la situación, y fatigado de combatir los planes del General Arias y
sus parciales, se vio obligado a abandonar irrevocablemente su enérgica labor.
El Licenciado Pérez Perdomo fue nombrado Ministro en Washington, designación en
que puso empeño el Secretario del Ramo para que fuera aceptada por el favorecido.
Muy duros fueron para el Secretario de Estado interino los días que pasó al frente de
esos Despachos, en interés de no malograr la labor del compañero, con quien no le unían
vínculos políticos, sino la compenetración de la única verdad de aquel momento: la econo-
mía y la lealtad para con el Jefe del Estado.
Recepción del nuevo ministro americano. En octubre de ese mismo año presentó
sus credenciales el señor W. W. Russell como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipo-
tenciario de los Estados Unidos de América.
Comisión Panamericana de Financistas. Para representar la República en esa Con-
ferencia, que se celebró en los Estados Unidos, designó el Gobierno al Licenciado Francisco
J. Peynado, ilustrado jurisconsulto y Exministro Plenipotenciario en Washington.
Viaje del Presidente Jimenes. Un tanto quebrantado en su salud, y después de
haber designado al ciudadano Francisco Herrera, como Secretario de Estado de Hacienda

388
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

y Comercio, y al señor José Manuel Jimenes como Secretario de Estado de lo Interior y


Policía, salió el Presidente Jimenes para Monte Cristy en busca de reposo.
Libertad de la prensa. Podemos asegurar que desde 1844 hasta la época que na-
rramos, en ocasión alguna, había la prensa desbocado sus furores con tal agresividad e
impunidad como lo hizo entonces. El espíritu de liberalidad del Presidente Jimenes llegó
al punto de exclamar en determinada ocasión “que perseguían a sus enemigos cuando se
permitieran hablar favorablemente de su persona en los periódicos”.
Ese injusto uso con que abusó el fingido doctrinarismo de los partidos vencidos, provo-
có lances personales lamentables y enardeció las rivalidades de otros días.
Exigencias americanas. Cuando apenas había transcurrido un mes de la recepción
oficial del Ministro Russell, y tan sólo se contaban tres semanas de la ausencia del Primer
Magistrado, en fecha 19 de noviembre y con el número 14 dirigió el mencionado funcio-
nario diplomático una nota a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, que puso
asombro y dolor en el patriotismo de todos los miembros del Gobierno.
En ella se exigía al decoro dominicano lo siguiente:
a) La restitución del Consejero Financiero.
b) La creación de una Guardia Civil comandada por oficiales del ejército americano; y
c) La interpretación de viejo rechazada de la cláusula tercera de la Convención.
Preparada la respuesta, se llamó telegráficamente al Presidente de la República, quien
llegó a Santo Domingo en fecha 7 de diciembre, no sin antes, en vista de la gravedad de las
circunstancias, haber solicitado la presencia en el asiento del Gobierno del General Horacio
Vásquez, Jefe del partido de su mismo nombre y Caudillo de la oposición.
Al día siguiente de la llegada del Jefe del Estado se celebró por indicación del mis-
mo, una reunión en la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, a la cual asistieron el
Doctor don Federico Henríquez y Carvajal, Presidente de la Suprema Corte de Justicia; el
Licenciado Jacinto R. de Castro, Vicepresidente del Senado y representante en ella del Ge-
neral Horacio Vásquez; el señor Mario Fermín Cabral, Presidente del Senado; el señor Luis
Bernard, Presidente de la Cámara de Diputados; otros Diputados y Senadores y distingui-
das personalidades políticas de entonces.
En aquella memorable reunión se leyeron la mencionada nota americana, suscrita por
el Ministro Russell, y la que, en respuesta, a nombre del Gobierno y del Pueblo Domini-
cano, había redactado el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, señor Pichardo, y
merecido la aprobación del Presidente de la República y de sus compañeros de Gabinete.
Se dispensó a la actitud de la Cancillería encomios particulares que nos obligan a repro-
ducir varios de los párrafos de la referida nota:
Refiriéndose a la primera exigencia decía la nota:
“Por no considerarlo concurrente a lograr el fin deseado es que el Gobierno no acoge
la insinuación de V. E. de trabajar por el restablecimiento del Perito Financiero, suprimi-
do por acuerdo de ambos Gobiernos, después que el de Washington oyó los alegatos de
la Comisión Dominicana. No es útil el Perito Financiero porque, aunque su gestión fuera
por un lado provechosa, por otro constituiría un elemento permanente de inquietud y
de disgusto en el Pueblo Dominicano que a unanimidad ha expresado su repulsión a las
funciones de dicho empleado. Restablecerlo sería promover movimientos de opinión
absolutamente peligrosos. Y como el propósito del Gobierno Americano es ayudar sin-
ceramente al Dominicano a la realización de sus deberes, esa ayuda tiene que asumir

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

formas despojadas de todo peligro, de todo lo que hiera las fibras del sentimiento nacio-
nal, celoso de su soberanía…
“En cuanto a la transformación de la fuerza pública en una Guardia Civil organizada
y comandada por un oficial americano designado por su Gobierno, levanta la misma obje-
ción del Perito Financiero, pues lo que hay que promover no es la paz obligada por la fuer-
za, que siempre es precaria, sino la paz moral, resultante de la tranquilidad de los ánimos,
del desistimiento de los procederes belicosos y del bienestar económico.
“Y el establecimiento de una Policía como la propuesta, interpretado por el Pueblo Do-
minicano como una abdicación de la soberanía nacional, lejos de ser un elemento pacifica-
dor, sería, al contrario, germen inextinguible de perturbaciones, de protestas, de arrebatos
violentos que probarían una situación mucho más lamentable que la actual.
“La ayuda intelectual del Gobierno Americano, en materia de finanzas, no debe tener
líneas que excedan las de la cláusula tercera de la Convención, dentro de la cual mediaron
aclaraciones con la Comisión Dominicana enviada a Washington.
......................................................................................................................................................
“Prueba de tales ocurrencias fue el ofrecimiento que, por intermedio de esa Legación,
dirigió el Gobierno Americano, en meses anteriores, de una ayuda que el Gobierno Domi-
nicano agradeció; pero que no pudo aceptar. Y ello, porque cada pueblo tiene lo que podría-
mos llamar su criterio nacional, y es indudable que el nuestro, muy joven aún, ve siempre
con el mayor sobresalto toda injerencia que más tarde pueda traerle intranquilizadoras
versiones acerca de su soberanía.
1916. Ferrocarril Central Dominicano. Después de no pocos meses de luchas en el
seno del Gobierno y casi en vísperas de paralizarse el tráfico, se logró arrancar de manos de
los partidarios del General Arias, Secretario de Estado de Guerra y Marina, ese importante
servicio, para ponerlo al cuidado de la Oficina de Obras Públicas, que asumió su reparación
y dirección técnica.
Esta medida de saludable administración, que tantos esfuerzos costó, hizo que se acen-
tuara el malestar parlamentario que dirigían de viejo los amigos del General Arias, quienes
continuaban llamándose jimenistas, no obstante haber creado una agresiva secta dentro de
su fanático y aparente partidarismo de antaño que invocaban a cada paso para arrancar al
crédulo e ingenuo Mandatario la posesión, en favor de elementos de su grupo, de todas las
posiciones militares ¡hasta convertirlo en un prisionero!
Negativa de entrega. En marzo de 1916 exigió la Legación Americana la entrega del
soldado James L. Wilmore, de la 11ª Compañía de las fuerzas americanas destacadas en
Juana Méndez, quien se había internado en nuestro territorio para escaparse de la persecu-
ción que habían ordenado sus superiores.
Deploró la Cancillería no poder acceder a una demanda que desautorizaba, previa-
mente la ausencia de estipulaciones a ese respecto entre las dos naciones, e invitó al Repre-
sentante Diplomático Americano para ampliar, en previsión de casos futuros, el Tratado de
Extradición vigente.
Alta comisión internacional de legislación uniforme. A fines del mes de marzo
del año indicado, nombró el Gobierno al Doctor Francisco Henríquez y Carvajal como Delega-
do para que representara en Buenos Aires, en el seno de esa magna asamblea, a la República.
Nombramientos de Secretarios de Estado. Con motivo de la renuncia presentada
por el Sr. Francisco Herrera, fue nombrado para sustituirle en las Carteras de Hacienda y

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Comercio el Sr. José Manuel Jimenes, y el Licenciado Jacinto B. Peynado, para reemplazar
a éste como Secretario de Estado de lo Interior y Policía, conservando interinamente las de
Justicia e Instrucción Pública.
Traslado del Presidente Jimenes a Cambelén. Sin haber podido disfrutar, en
Monte Cristy, del beneficio del reposo que la prescripción médica le indicara, y agravados
sus quebrantos, resolvió el Presidente Jimenes trasladarse a Cambelén, posesión del señor
Arzobispo, situada a 24 kilómetros de la ciudad Capital, adonde iban dos veces por semana
los Secretarios de Estado a tratar los asuntos más urgentes del servicio.
¡Pero ni ese estado de salud del Primer Magistrado detuvo la caravana!… Allí se con-
sideró cosa más fácil, dado su aislamiento, el poderlo persuadir, y el innumerable tropel
de automóviles llevaba, generalmente, no la noticia de útiles actuaciones y la promesa de
sacrificar personales satisfacciones, sino, por el contrario, gérmenes ponzoñosos de intrigas
y celadas que no acertó a discernir o alejar, en ciertas ocasiones, el Presidente Jimenes.
Golpe del 14 de abril. Esa tarde, en Cambelén irritado el Presidente Jimenes, declaró arres-
tados a los hermanos Generales Mauricio y Cesáreo Jimenes, Comandante de Armas de la Pla-
za y Jefe de la Guardia Republicana, respectivamente, que habían ido a entrevistarse con él.
¡Parece que, preparado el General Arias para el caso de que a los hermanos Jimenes les
ocurriera algo, tan pronto como recibió la noticia se apersonó en la Fortaleza de la ciudad
de Santo Domingo y asumió una actitud rebelde!
Y allí fueron, presurosos, los partidarios de la oposición a ofrecerle sus servicios y a
sugerirle el ataque nocturno de la indefensa Mansión Presidencial en Cambelén.
Levantado el arresto pocas horas después de esos oficiales de alta graduación, se creyó
posible suavizar aquel receloso incidente; pero la oposición, interesada en un rompimiento
definitivo, se sirvió de elementos adictos al General Arias, que creían posible un mayor
encumbramiento para su personalidad y que hicieron ineficaces las entrevistas que, por
órgano del Secretario Pichardo, celebró el Exsecretario Brache hijo con el Jefe del Estado, y
las gestiones en ese momento sinceras, que, espantadas de su obra, intentaron personas que
no se habían distinguido por su cordialidad.
Acusación del Presidente Jimenes. De mal en peor las cosas, la mayoría parlamen-
taria del General Arias apoyada por los representantes horacistas y legalistas en las Cámaras,
dio curso al estancado proyecto de acusación contra el Presidente Jimenes, sugerido hacía
meses por elementos colúos, en interés de derrocar al Gobierno.
Actitud revolucionaria. En Santiago, el General Tío Sánchez, Comandante de Armas,
depuso al General Antonio Jorge, Gobernador de aquella Provincia, quien se dirigió con un
grupo de oficiales a Cambelén, no sin que durante su ausencia se iniciara en aquella Provincia
la serie de incendios con que destruyeron los sublevados, entre otras propiedades, la suya.
En Puerto Plata el Gobernador secundó los planes de la Capital.
Después, toda la República permaneció en absoluta tranquilidad.
Circular. Tan pronto como tuvo conocimiento el Presidente Jimenes de que se había
votado en las Cámaras su acusación, con sólo la repulsa del exiguo contingente del partido
Progresista en ellas, sigilosamente puso en manos del Ayudante de Plaza, Juan Peguero, una
circular dirigida a sus Secretarios de Estado en ese momento en la Capital, participándoles
no solamente su resolución de no someterse a la acusación y de resistir con las armas, sino
que también emplazándoles, como tenía derecho a esperar de su honor, a que se le reunie-
ran dentro de dos horas a más tardar en Cambelén.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Media hora antes de la prefijada, acudieron casi todos los Secretarios de Estado a esa
cita de honor, a la cual parece que les fue imposible concurrir a otros.
Es lo cierto que por decreto de esa misma fecha destituyó el Presidente Jimenes al Se-
cretario de Estado rebelde, General Arias, ya levantado abiertamente en armas para apoyar
la labor revolucionaria de las Cámaras, y reorganizó su Gabinete así:
Interior y Policía y Agricultura e Inmigración: Ciudadano Jaime Mota.
Relaciones Exteriores y Justicia e Instrucción Pública: Ciudadano Bernardo Pichardo.
Hacienda y Comercio y Guerra y Marina: Ciudadano José Manuel Jimenes.
Fomento y Comunicaciones: Ciudadano Federico Velázquez H.

Cuartel general de Cambelén. A poco se pasó en Cambelén revista a mil cuatrocientos


hombres, en su mayoría, de la agrupación progresista, designándose como Jefe de esas fuerzas
al General Manuel de Jesús Pérez Sosa, y como su Segundo al General Rafael Rojas Lugo.
Notificación. A notificar la acusación contra el Presidente Jimenes envió el Senado a
Cambelén a su Archivista-Secretario, señor José Leopoldo Hungría, quien sólo fue recibido
por el Secretario de lo Interior y Policía, Ciudadano Jaime Mota, expresándole el referido
funcionario que, por emanar de unas Cámaras revolucionarias y que obraban bajo el impe-
rio de la fuerza, el Presidente Jimenes había resuelto no someterse a la acusación.
Actividad diplomática. Durante esos días turbulentos se movió en la ciudad Capi-
tal de una manera incesante el Ministro Americano Mr. Russell.
Nuestro Ministro en Washington había comunicado que el Presidente Wilson, infor-
mado por su representante en ésta, acababa de trasmitir instrucciones al Contraalmirante
Caperton para que se trasladara de Haití a la ciudad Capital dominicana, antecediéndole
en su arribo el transporte americano Prairie, bajo las órdenes del Comandante Crosley.
Visitó inmediatamente el referido Comandante a Cambelén, asiento del Ejecutivo, don-
de significó que su Gobierno había dispuesto sostener al Presidente Jimenes y que no se
explicaba por qué el Cuartel General estaba situado tan lejos de la ciudad rebelde, y afirmó,
además, que el Contraalmirante Caperton debía llegar dos días más tarde.
Campamento de San Jerónimo. Resolvió el Gobierno trasladarse a San Jerónimo y
ultimar allí todo lo relativo al ataque de la ciudad.
Con gran sorpresa, la víspera de la llegada al histórico sitio, durante la noche, fuerzas ame-
ricanas habían desembarcado en ese punto y enviado fuertes destacamentos para Gascue.
Expresaron los Jefes de las fuerzas americanas que, en interés de evitar choques entre
las tropas constitucionales y las rebeldes se habían desembarcado esos contingentes, pues
estaban seguros de que los revolucionarios se someterían sin necesidad de derramamiento
de sangre, y que una parte de los marinos custodiaban y protegían la Legación Americana
y la Receptoría.
Es fuerza consignar aquí que el Gobierno del señor Jimenes nunca consintió en el
desembarco de tropas americanas. Los que aún viven y formaron parte de aquel Gobierno
esperan pruebas en contrario.
¡Cuántos esfuerzos para evitar rozamientos entre las fuerzas nacionales y las extranjeras!
¡Y cómo confirmó esa actitud de desconfianza de los que nunca creyeron en esos nobles
y filantrópicos empeños por sostener la paz!
Ataque a la ciudad. Infructuosas, a lo que parece, las gestiones americanas cerca de
los sitiados, a quienes ayudaban directa e indirectamente los elementos de la oposición,
ya no pusieron más objeciones a que las tropas gobiernistas abrieran sus fuegos sobre la

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

ciudad, por cuyas resultas fueron asaltadas y tomadas valerosamente varias trincheras de
la parte Norte.
En cuenta las fuerzas americanas del éxito obtenido por las armas constitucionales,
ofrecieron contingentes para cooperar a la absoluta posesión de la plaza.
Ese ofrecimiento no fue aceptado y se le opuso esta petición: un préstamo de cien fusiles
y cuarenta mil tiros, de los que tenían a bordo del Prairie, previo pago por la receptoría de su valor,
poseedora como era esa oficina del Estado en ese momento de sobrantes.
Aceptada, en principio, esa proposición, que pondría a las fuerzas leales en condiciones
de ir discutiendo las calles de la ciudad a los amedrentados revolucionarios hasta recluirlos
en la Fortaleza y obligarlos a capitular, una negativa definitiva por parte del Comandante
Crosley obligó al Gobierno a ordenar, cuarenta y ocho horas después, el abandono de los
fortines y trincheras sangrientamente conquistadas.
Parece que había interés en que las tropas dominicanas obraran conjuntamente o sub-
ordinándose a las tropas americanas.
Continuación del sitio. Se limitaron desde ese momento las tropas del Gobierno a man-
tener el sitio, esperando que la ciudad se rendiría, no sólo por haber quedado aislada la asona-
da militar del General Arias, sino también por el instinto del peligro que a todos amenazaba.
1916. Renuncia del Presidente Jimenes. Según dijo, aquella memorable noche del 6
de mayo, la Comisión Americana, había agotado ya los medios de presión moral sobre los
insurrectos de la plaza, circunstancia ésta que la obligaba a exigir del Presidente Jimenes
y de sus Secretarios de Estado una orden en cuya virtud las fuerzas americanas abrieran
brechas en los muros de la ciudad Capital y restituyeran al Gobierno en sus funciones, o la
aceptación por parte de las tropas constitucionales del concurso anteriormente prometido
para llegar al mismo fin.
Aquel apacible ciudadano que se llamaba Juan Isidro Jimenes se irguió, y aún le ven
los ojos del espíritu protestar de manera rotunda contra esa proposición y despedir, si se
quiere, bruscamente a los visitantes, ante los cuales ordenó la preparación de su renuncia.
Se le vio, amando y necesitando frenéticamente el Poder, desceñirse, en rasgo olímpico
de desasimiento de indecible grandeza de espíritu, la faja presidencial, y preferir los rigores
de la miseria y la inclemencia hostil del olvido, antes que contrariar su permanente voto de
inmaculada devoción a la soberanía.
He aquí la hermosa renuncia del Presidente Jimenes:
A la Nación
“En mi manifiesto a la ciudadanía de hace dos días, declaré solemnemente que tenía la
dolorosa convicción de que un choque armado entre mis fuerzas, las constitucionalistas, y
las que ocupaban la plaza rebelde de la Capital de Santo Domingo, determinaría inevitable-
mente el sonrojo de una intervención norteamericana.
“Efectivamente, la Comisión Americana que vino enviada por su Gobierno a apoyar el
legítimamente constituido que sucumbe hoy bajo la ola negra de la deslealtad más infecun-
da, me expresó su formal propósito de apoyarme por la fuerza abriendo brecha al través de
los muros de la Capital al Gobierno Constitucional.
“Sordo el espíritu de los rebeldes a los plañideros reclamos del patriotismo, del verdadero,
del auténtico, no del que pregona por las calles y plazas sus hipócritas tonalidades para encu-
brir tenebrosas combinaciones políticas, sino el que prefiere el sacrificio al deshonor del Poder
que perturbe la diáfana serenidad de la conciencia, dispuestos los autores del golpe de Estado

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

del 14 de abril a hundir la nacionalidad antes que renunciar a su febril ansiedad de poder, se
imponía una alternativa al Presidente de la República: regresar a la Mansión Presidencial entre
ruinas a disfrutar del Poder reconquistado por balas extranjeras, o la inmolación.
“No he vacilado un solo instante, y con todo el país a mi lado, exceptuando parte del
ejército en traición en Santo Domingo, Santiago y Puerto Plata, con más de mil quinientos
hombres estrechando la plaza rebelde, tropa valerosa y llena de entusiasmos guerreros,
desciendo las gradas del Capitolio, y serena la conciencia, con el sentimiento del deber
cumplido, sintiendo en el crepúsculo de mi vida brillar el sol sobre la plata de mi cabeza,
me retiro a la serenidad del remanso de mi hogar.
“Comprendo las desgracias que se ciernen sobre la República y el aspecto jurídico es-
pecial que ofrece el organismo de las instituciones en momentos como el actual en que re-
nuncio la Presidencia Constitucional de la República ante el país, ante la Nación soberana,
no ante las Cámaras, revolucionarias y apoyadas por las fuerzas desleales.
“Mi gratitud acompañará las actuaciones posteriores del Consejo de Secretarios de Es-
tado que ha hecho derroche de decoro y de eficacia, de mis Gobernadores, leales, del bravo
ejército que me rodea y de los dignos ciudadanos que me han acompañado en este difícil
momento histórico.
“La Historia apreciará a la hora del supremo balance la trascendencia de mi gesto, la
gravedad del delito cometido que arroja sombras a sus autores y traerá días de duelo sobre
la nacionalidad, inflexible como habrá de ser el fallo de la posteridad.
“Cuartel General de San Jerónimo.
“7 de mayo de 1916”.
Con intenso y burlesco vocerío, dirigido contra el Campamento Sitiador, celebraron,
desde los fuertes, los rebeldes el gesto máximo de aquel patricio, mientras por las calles de
la ciudad las turbas partidaristas enconadas acogieron su renuncia, sin darse cuenta de que
con ello festejaban la agonía de la República.
......................................................................................................................................................
Durante aquella larga y dolorosa noche no olvidó el Secretario Pichardo un instante
los previsores consejos que con su lógica irreducible le había enviado desde Washington,
al asumir la Cartera de Relaciones Exteriores, en memorable carta que conserva y a la cual
ciñó sus sinceras actuaciones, el notable jurisconsulto Licenciado don Francisco J. Peynado,
cuando, lleno de sobresalto, observó la suerte que cupo en el Senado Americano al Tratado
de Arbitraje que su habilidad hizo suscribir al Secretario Bryand, en funciones de Ministro
Plenipotenciario de nuestra República.
Sus predicciones se habían confirmado, y el valeroso pesimismo de la robusta intelec-
tualidad del Licenciado Peynado levanta en el espíritu un sentimiento de inextinguible
admiración para su sagacidad diplomática.
......................................................................................................................................................
Despedida del ExPresidente Jimenes. El día 8 de mayo, a las 3 p.m., terminados ya
los preparativos indispensables para su alejamiento, se presentó el Expresidente Jimenes en
el pequeño salón donde celebraban Consejo los Secretarios de Estado.
¡Venía a despedirse de sus leales servidores!
Todos se pusieron de pie, y en su semblante extenuado se reflejaba el dolor que le ha-
bían ocasionado las heridas morales recibidas.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

¡Lo que allí se dijo no hay para qué narrarlo, aunque con el silencio se sacrifiquen mo-
destas e íntimas satisfacciones; pero sí aseguramos que por ojos viriles y audaces corrieron
lágrimas angustiosas!
Un silencio agorero y fatídico reinó después en la estancia, donde sólo resonaba el grito
de una cigarra enervada por la caricia de un rayo de sol…
A poco un automóvil rodó pausadamente por entre las dos alas del Ejército Constitucional.
Sombrero en mano, aparentemente sereno, iba Juan Isidro Jimenes, Expresidente de la
República, hacia Cambelén.
Transcurridos algunos minutos, la silueta negra y polvorienta del auto se perdió allá,
lejos, en la recta interminable de la ruta.
La idea de Patria había sido supeditada por el sórdido interés de los partidos y por las
maquinaciones en acecho de la ambición y la codicia.
Cuando le faltaren a J. I. Jimenes otros merecimientos, de los que conquistan perenne
nombradía para la memoria de los muertos le basta para comparecer ante la historia, agigan-
tado, el supremo gesto de descender del Solio, en medio del irritante debate de las pasiones
encontradas que lo asediaban, fijos sus ojos de anciano en la bandera, reaccionando contra
injustas tradiciones y dejando a salvo e incólume su insospechable amor a la República.
Llegada del Almirante Caperton. Sin siquiera visitar al Expresidente Jimenes,
emprendió el Almirante Caperton, de acuerdo con el Ministro Americano Mr. Russell y el
Comandante del Prairie, señor Crosley, la tarea de demostrar su sinrazón a los rebeldes y
las conveniencias de que se sometieran.
Creía, y así lo dijo, el arrogante Comandante Crosley que con una sola palabra obligaría
al General Arias a ocupar un puesto en su automóvil e ir, si era necesario, al campamento
Constitucional Sitiador.
¡Vana presunción!

Capítulo LIX
Ejercicio del Consejo de Secretarios de Estado
Conflictiva situación. La misma noche en que dimitió el Presidente Jimenes, sus
Secretarios de Estado pretendieron abandonar sus respectivas Carteras, propósito que no
se realizó, porque el Ministro Americano Mr. Russell, presente, significó que con ese paso
se obligaría al Capitán White, que también se encontraba en la reunión, a asumir el cargo
de Gobernador Militar.
Ante esa terrible perspectiva, y no obstante estar fatigados de sorprender perfidias, se
impusieron los Secretarios de Estado, de la mejor buena fe, la tarea de ver si podían evitar
nuevos sonrojos a la dignidad nacional.
Ultimátum dado a la ciudad por las fuerzas americanas. Sin haber logrado los
representantes del Gobierno de Washington, del Consejo de Secretarios de Estado, la partici-
pación de las fuerzas dominicanas en los planes por ellos concebidos, decidieron la ocupación
de la ciudad; y, en tal virtud, dirigieron el Contraalmirante W. B. Caperton y el Ministro Russell
un ultimátum a los rebeldes para que la entregaran a más tardar el 15 de mayo, a las 6 a.m.
En esa misma nota conminatoria señalaban a los no combatientes la vía que debían
tomar, previamente, para rodearse de seguridades.
La víspera de vencerse el término indicado, abandonó el General Arias la ciudad, y se
llevó una gran cantidad de armas y municiones, que almacenó en La Victoria, poblado donde

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

situó su Cuartel General, en interés de seguir de cerca la labor que sus amigos realizaban
en las Cámaras.
Quedó la ciudad a merced de las turbas, que se dieron prisa en extraer de los Arsenales
lo poco que dejaron los revolucionarios al ausentarse.
1916. Policía especial. Una ausencia absoluta de garantías sugirió al Ayuntamiento ca-
pitaleño la creación de una policía especial y designó como Jefe de ella al Licenciado Francisco
J. Peynado, persona que, por carecer de matiz político y gozar de una acentuada reputación
de seriedad, asumió esa enorme carga, en interés de rendir un servicio a la sociedad.
Publicamos a continuación la circular que con tal motivo dirigió el Licenciado Peynado
al vecindario capitaleño:
“A todos los vecinos honorables de esta común
“Señores:
“En mi calidad de Jefe Supremo de la Policía Especial, creada por disposición del Ho-
norable Ayuntamiento de esta Común, de fecha de ayer, con facultad para constituir el
cuerpo de dicha policía con todas las personas de honorabilidad y arraigo de esta ciudad
que no estén afiliadas a ninguno de los partidos políticos militantes; por la presente circular
solicito el eficaz concurso de todos los vecinos, nacionales y extranjeros, en quienes concu-
rran estas circunstancias, que, deseando dar una muestra de su reconocido amor al orden y
a la tranquilidad pública, quieran inscribirse en dicho cuerpo, encargado, en este momento
de dolorosa prueba para la República, de la seguridad de las personas y de las propiedades
de la ciudad.
“Santo Domingo; mayo 14 de 1916.
“El Jefe Superior
“Francisco J. Peynado”.
Entrada de las Fuerzas Americanas a la Ciudad de Santo Domingo. Al fin, el
15 de mayo de 1916, entraron las fuerzas americanas a la ciudad, cuna de nuestra Indepen-
dencia; ocuparon sus Fortalezas y Cuarteles y emplazaron su artillería, mientras un hálito
de intensa tristeza asfixió al vecindario y al Ejército Constitucional de San Jerónimo, que a
poco fue distribuido casi totalmente, en pequeñas guarniciones encargadas de mantener el
orden en las Comunes vecinas.
Labor de las Cámaras. Mientras la Capital de la República había sido ocupada por
las fuerzas americanas, el pugilato político continuaba en las Cámaras. En las distintas lec-
turas que se dieron a la Ley que elegiría al nuevo Mandatario, iniciadas el 11 de mayo y las
cuales terminaron el 25 de julio, alternaron los nombres de los señores Federico Henríquez
y Carvajal, Ramón Báez, Enrique Jimenes, Jaime Mota, Monseñor Nouel, Jacinto R. de Cas-
tro y Luis Bernard.
Sin Quórum. A tal punto llegó la anarquía parlamentaria, que los representantes hora-
cistas detuvieron la elección, absteniéndose, en determinada ocasión, de asistir a las sesio-
nes durante más de diez días en aquellos momentos conflictivos.
De todos los candidatos que sonaron en esos días aciagos, el que llegó a tener más probabi-
lidades fue el señor Federico Henríquez y Carvajal, pues al proyecto de Ley que determinaría
su elección sólo le faltaba una lectura, cuando un documento, suscrito por el Almirante Caper-
ton y el Ministro Russell, dirigido a los Presidentes de ambas Cámaras, paralizó su elección.
Comisiones. En tanto que las cosas tomaban ese curso en las Cámaras, el Consejo de
Secretarios de Estado no había perdido el tiempo, y en interés de evitar que las fuerzas

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

americanas, resueltas a perseguir al General Arias, extendieran su influencia, nombró una


Comisión cerca del cabecilla rebelde, integrada por Monseñor Nouel, el Conde D’Arlot,
Ministro de Francia, y el caballero Angelo Porcella, Encargado de Negocios de Su Majestad
el Rey de Italia, para que le expusiera la conveniencia de entregarse a las autoridades na-
cionales y no a las fuerzas extranjeras que en distintos documentos habían declarado que
lo perseguirían hasta obtener su rendición.
Rotunda fue la negativa del General Arias, quien inmediatamente se encaminó al Cibao
con sus fuerzas, no sin dejar de ordenar, desde Cotuy, telegráficamente, a las autoridades
de Puerto Plata, que redujeran a prisión a los señores Ricardo Limardo, Tadeo Álvarez y al
Doctor Arturo Grullón, los cuales componían la otra Comisión despachada a los Goberna-
dores, a fin de que depusieran sus cargos y evitaran con ello que se realizara el designio de
las tropas americanas de ir a someterlos como rebeldes.
Entrada del consejo de Secretarios de Estado en la Capital. El Consejo de
Secretarios de Estado, que desde la renuncia del Presidente Jimenes había permanecido en
San Jerónimo con el objeto de sustraerse, en lo posible, al férreo control de las influencias
americanas, tuvo a la postre, sosegados ya los ánimos, que entrar en la ciudad.
Protesta del consejo de Secretarios de Estado. La Receptoría General de Adua-
nas participó al Gobierno que desde ese momento se incautaba en virtud de instrucciones
que había recibido, de las Rentas Internas, medida ésta que motivó una enérgica protesta
de parte del Consejo de Secretarios de Estado y la renuncia del señor José Manuel Jimenes,
quien desempeñaba las Carteras de Hacienda y Comercio.
Prisión de diputados y senadores. Por mandato judicial fueron reducidos a prisión
varios Senadores y Diputados, a quienes se consideraba como principales promoventes de
la labor revolucionaria que determinó la caída del Presidente Jimenes.
Dos días después la misma autoridad les levantó el mandamiento de prisión.
Representaciones cibaeñas. La presencia de las terminantes declaraciones de los
Jefes de las Fuerzas Militares Americanas de ocupar el Cibao para obtener la rendición del
General Arias, de sus autoridades y de sus parciales, casi todas las poblaciones del Cibao
delegaron comisiones que, integradas por distinguidas personalidades de aquellas regio-
nes, se pusieron a su llegada a la ciudad Capital, de acuerdo con el Consejo de Secretarios
de Estado y con el Arzobispo Nouel, en interés de evitar que las fuerzas de los Estados
Unidos llegaran a las poblaciones del interior, pues creían que ello determinaría una lucha
que ensangrentaría el país.
Todo fue inútil, pues los Jefes Americanos mantuvieron inalterablemente la exigencia
de que el cabecilla rebelde había de hacer su sumisión.
1916. Invasión del Cibao por las Fuerzas Americanas. De la ciudad Capital salie-
ron fuerzas americanas a las órdenes del Brigadier General J. H. Pendleton, que desembar-
caron por Monte Cristy.
Después de ligeros encuentros (en que sucumbió Máximo Cabral) llegaron a las inme-
diaciones de Santiago de los Caballeros, plaza que se entregó, devorada como estaba por
la anarquía y aterrada por los desmanes y exigencias de los revolucionarios que en ella se
habían refugiado.
Puerto Plata. Las autoridades de Puerto Plata lucharon contra las fuerzas americanas
que desembarcó el crucero de guerra Sacramento, hasta que, al fin, abrumadas por la supe-
rioridad y calidad del armamento, se retiraron al interior.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A poco se calmó la lucha en todo el Cibao, y el Ejército Americano se posesionó de to-


das las poblaciones; desarmó la facción del General Arias y las fuerzas dominicanas que la
combatían en las inmediaciones de Santiago, a las órdenes del General Antonio Jorge.
Elección del Doctor Henríquez. Por medio de un pacto, se obligó a la fracción parla-
mentaria horacista a integrar quórum, y el 25 de julio eligieron las Cámaras al Doctor Francisco
Henríquez y Carvajal Presidente interino de la República por un término de seis meses.
Se encontraba a la sazón el elegido en su residencia de Santiago de Cuba, donde hacía
poco que había regresado de Buenos Aires, urbe que visitó con el carácter de Delegado de
la República al Congreso de Legislación Uniforme.
Reemplazo del Almirante Caperton. Antes de que tomara posesión el Doctor Hen-
ríquez, fue reemplazado el Almirante Caperton por el Contraalmirante Pond, como Jefe de
las Fuerzas Americanas en Santo Domingo.

Capítulo LX
Gobierno del Doctor Francisco Henríquez y Carvajal
1916. Juramento. El 31 de julio de 1916 prestó juramento el Doctor Henríquez y Carva-
jal, como Presidente de la República, y del discurso que pronunció en tan solemne ocasión
insertamos los párrafos siguientes:
“Huyendo de los horrores de las luchas fratricidas, en las cuales jamás quise verme
envuelto, busqué hace largos años un refugio salvador en el ostracismo voluntario.
“Allí fue varias veces el Gobierno de mi país para encomendarme encargos transitorios
de índole diplomática, que cumplí con gusto en honra mía y en servicio de la Patria.
“¡Cuán grande ha sido ahora mi sorpresa, no obstante aquellas repetidas demostracio-
nes de consideración cívica, al verme llamado por el Congreso Nacional a desempeñar la
Presidencia interina de la República!
“El juramento que acabo de prestar ante vosotros, Ciudadanos Representantes, me
obliga a grandes responsabilidades cuya magnitud abrumadora no desconozco…”.
¡Y esa era la verdad!
Después de una larga ausencia del terruño, una imposición del destino echaba sobre
los hombros del prestante e ilustrado dominicano la ponderosa carga de una doble misión
de patriota y estadista.
La hora era por demás difícil y conflictiva, por cuanto que las necesidades estratégicas
de los Estados Unidos, que se preparaban para entrar en la guerra mundial, buscaban pre-
texto en interés de completar sus posiciones militares a lo largo del mar de las Antillas.
Llegaba el Doctor Henríquez al Solio sin prevenciones ni odios, y su elección fue aco-
gida con general beneplácito y como prenda de garantías por los partidos que se habían
estado devorando hasta ese entonces.
Su fama de notoria sabiduría y la salud espiritual que todos los dominicanos le atribui-
mos constituyó un consuelo para el dolor reflexivo de aquellos instantes de agonía.
Y es lástima que más tarde indicaciones de familiares llegaran casi a inclinarlo a inmis-
cuirse, con el pretexto de organizar el antiguo partido jimenista a que perteneció, en activi-
dades políticas que, en honor a la verdad, detuvo y rectificó a tiempo por medio de cartas
particulares que conservamos.
Gabinete. Distribuyó el Doctor Henríquez y Carvajal las Carteras en la forma y con las
personas siguientes:

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Interior y Policía: Doctor Federico Henríquez y Carvajal.


Relaciones Exteriores: Licenciado José María Cabral y Báez.
Hacienda y Comercio: Licenciado Francisco J. Peynado.
Justicia e Instrucción Pública: Licenciado Emilio Prud’Homme.
Fomento y Comunicaciones: Ciudadano Eliseo Espaillat.
Agricultura e Inmigración: Licenciado Eladio Sánchez.
Guerra y Marina: General Miguel Mascaró.

Breves apreciaciones acerca del gabinete. Contados eran los hombres de lucha
que integraron ese Gabinete en que se dio representación a todos los partidos políticos,
destacándose como el más robusto el concurso del Licenciado Peynado, no sólo por su
vasta cultura jurídica y por la resistencia acerada de su temperamento enérgico, sino que
también por el dominio que tenía de las cuestiones que iban a ser tópico permanente de
aquella situación de lucha y de combate.
Pero es honrado declarar que la buena voluntad y el celo patriótico de los otros Secretarios
de Estado mantenían igual altura moral y no nutrieron sospechas en el ánimo público.
Exigencias americanas. Casi subsiguientemente a la toma de posesión del Doctor
Henríquez, reaparecieron aumentadas las exigencias y pretensiones americanas que ya ha-
bían sido rechazadas en el Gobierno del señor Jimenes y que informaron el contenido en la
nota 14, de fecha 19 de noviembre de 1915.
Rudo batallar en que la elocuencia del Doctor Henríquez y las lógicas y rotundas argu-
mentaciones jurídicas de los Licenciados Peynado y Cabral y Báez llenaron las entrevistas
que sostuvieron con el Ministro Americano.
Fuertes aquellos servidores del país en el derecho que nos asistía, mantuvieron, para
gloria de ellos, a raya las premiosas pretensiones que sostuvieron los Representantes de los
Estados Unidos.
Medidas coercitivas americanas. Convencida al fin la diplomacia americana de que
sus argumentos no abrían brecha para obligar a aceptar las exigencias que había formula-
do, cesó en la discusión momentáneamente, coincidiendo ello con la medida dictada por la
Receptoría General de Aduanas que ordenó la cesación de pagos “hasta que se llegue a un
completo entendido respecto a la interpretación de ciertos artículos de la Convención Amé-
rico-Dominicana de 1907, interpretación sobre la cual ha insistido el Gobierno de los Estados
Unidos y de la cual tiene conocimiento el Gobierno Dominicano desde el mes de noviembre
último; o hasta que el actual Gobierno Dominicano sea reconocido por los Estados Unidos”.
A esa medida, que dejó a todos los empleados sin pan, a la República sin Ejército, a las
ciudades sin policía gubernativa, y al Gobierno sin crédito, correspondió la sociedad de la
Capital con un movimiento de opinión por el cual le ofrecieron sus servicios gratuitos cen-
tenares de caballeros que estaban dispuestos a llenar los destinos públicos.
Catástrofe del Menphis. El 29 de agosto de ese mismo año, un ras de mar arrojó
sobre los arrecifes al acorazado de la marina de guerra de los Estados Unidos Menphis.
El crucero Castine pudo salvarse, y en memoria de las víctimas que ocasionó ese siniestro
marítimo, decretó el Gobierno del Doctor Henríquez un día de duelo.
Acontecimientos en El Seybo y San Cristóbal. Casi en los mismos días el Coman-
dante de Armas del Seybo se insubordinó contra el Gobernador de aquella Provincia, y en
San Cristóbal, debido a una mala interpretación, se promovió un motín, acontecimientos
éstos que fueron resueltos con la mediación de determinadas personalidades.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Actitud de los partidos. Todos los partidos se preparaban para las nuevas eleccio-
nes, pues parece que fueron pocos los hombres que se dieron cuenta de que el país no
llegaría al proceso electoral.
En las Cámaras los representantes de todas las agrupaciones asumían actitudes de
acuerdo con sus intereses que a cada paso obstruccionaban la labor del Poder Ejecutivo.
Incidente de Villa Duarte. No sabemos por orden de cuál de las autoridades ame-
ricanas se pretendió detener en Villa Duarte al General Ramón Batista, lo que dio origen a
que se trabara un pequeño tiroteo en que fue muerto, y en el cual también perdieron la vida
un Capitán Americano y algunos soldados.
El incendio que sobrevino destruyó tres casas.
Delegaciones de los partidos. Necesitado como estaba el Gobierno del Doctor
Henríquez de respaldarse en la unión de todos los partidos y de evitar que las Cámaras
continuaran anarquizadas, por un documento fechado al 31 de octubre pidió que cada
agrupación delegara una Comisión compuesta de tres miembros cada una, para que, re-
unidas en el Palacio del Senado, propendieran a encontrar una fórmula de conciliación o
transigencia que pusiera término al conflicto político existente.
1916. Representaron, en las cuatro reuniones que se celebraron, al partido horacista el
Licenciado Jacinto R. de Castro; al partido jimenista el Doctor A. Fiallo Cabral y el señor Ma-
rio Fermín Cabral; al partido progresista los señores Bernardo Pichardo, Rafael Castro Ruiz
y Félix María Nolasco, y al partido legalista los señores Enrique Montes de Oca y Enrique
Apolinar Henríquez.
Nada se obtuvo: las luchas políticas siguieron, mientras las exigencias americanas se
intensificaron más y más…
Proclama del Capitán Knapp. Desde el acorazado Olimpia, surto en el antepuerto
de Santo Domingo, en fecha 29 de noviembre de 1916, lanzó una proclama el Capitán H. S.
Knapp, en su carácter de “Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de América
situadas en varios puntos dentro de la República Dominicana, actuando bajo la autoridad
y por orden del Gobierno de los Estados Unidos”, y en la cual declaró en estado de Ocu-
pación Militar la Patria que crearan nuestros abuelos, donde murieron nuestros padres y
donde vivimos entristecidos nosotros…
Y desde entonces un rasero inexorable de común adversidad pasó por encima de los
vencidos y vencedores de nuestras luchas intestinas.

Apéndice
Síntesis cronológica 1916-1962
Intervención militar norteamericana. La ocupación militar norteamericana se
inició, so pretexto de “mantener la tranquilidad doméstica en la República”, el 29 de no-
viembre de 1916, con la proclama de H. S. Knapp, quien fue el primer Gobernador Militar
de Santo Domingo. La ocupación terminó el 12 de julio de 1924, al arriarse el pabellón ame-
ricano. Fue el triunfo de la permanente y altiva protesta del pueblo dominicano frente a la
pérdida de la soberanía nacional.
Fin de la ocupación. Como resultado de las negociaciones celebradas entre el Go-
bierno de los Estados Unidos de América y el Lic. Francisco J. Peynado, por la República
Dominicana, el 30 de junio de 1922 fue firmado el Plan de Evacuación Hughes-Peynado, eleva-
do a la categoría de Tratado de Evacuación, al ser ratificado por las Cámaras dominicanas,

400
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

el 12 de julio de 1924. Para Presidente Provisional de la República Dominicana fue escogido


el señor don Juan Bautista Vicini Burgos, quien inició su ejercicio el 21 de octubre de 1922,
terminando el 12 de julio de 1924.
Coronación de Nuestra Señora de la Altagracia. El 15 de agosto de 1922, so-
bre el Baluarte 27 de Febrero o Puerta del Conde, fue canónicamente coronada Nuestra Se-
ñora de la Altagracia, traída desde su Santuario de la Villa de Higüey, hasta la Capital de
la República.
Muerte de Tejera. El 9 de enero de 1923 falleció en Santo Domingo, su ciudad natal, el
ilustre ciudadano don Emiliano Tejera, historiador y patriota esclarecido.
Quinta y Sexta Conferencias Panamericanas. La República estuvo representada
en la V Conferencia Internacional Americana, reunida en Santiago de Chile en marzo de
1923. Igualmente concurrió la República a la VI Conferencia Internacional Americana, cuya
sede fue la ciudad de La Habana.
Gobierno del general Horacio Vásquez. El 12 de julio de 1924 asumió la Presi-
dencia de la República el General Horacio Vásquez, a quien cupo la satisfacción de arriar la
bandera norteamericana en la Torre del Homenaje y de enhestar la dominicana.
Convención. En 1924, fue concertada en Washington una nueva Convención domi-
nico-americana, modificadora de la de 1907. Esta Convención fue aprobada por el Poder
Legislativo dominicano, en 1925, no sin producir ruidosos debates públicos.
Exposición inter-Antillana de Santiago. En 1927, a iniciativa del señor Mario
Fermín Cabral, Gobernador de la Provincia, fue celebrada en Santiago una Exposición
inter-antillana de productos, industriales, agrícolas, etc., la cual constituyó un suceso de
repercusión internacional.
1927. Acueducto y teléfono automático. En 1927 fueron iniciadas algunas obras,
de verdadera importancia, como la construcción del acueducto y sistema de alcantarillado
y cloacas de la ciudad de Santo Domingo, y la instalación del teléfono automático, con re-
des subterráneas.
Prolongación. Adoptado por las Cámaras Legislativas el criterio de que el General
Vázquez había sido electo por un período de seis años en vez de cuatro, para lo cual se ar-
gumentó que la Constitución vigente en el momento de las elecciones era (en ese aspecto)
la de 1908, el período de 1924-1928 fue prolongado a 1930 tanto para el General Vásquez
como para los miembros del Congreso Nacional y demás funcionarios electivos. Este suce-
so dio mayor fuerza a la oposición al Gobierno.
Servicio aéreo de correos. En 1929 fue iniciado en el país el servicio aéreo de correo
internacional.
La “ANEU” liberación de Haití, Misión Forbes. Prestando un valioso concurso
en pro de la independencia de Haití, ocupado por tropas norteamericanas, la Asociación
Nacional de Estudiantes Universitarios (ANEU) envió una Delegación a Port-au-Prince.
Este grupo conferenció con la Misión Forbes y contribuyó eficazmente a la celebración del
acuerdo que tuvo como resultado la liberación del vecino Estado.
Viajes presidenciales. El Presidente Vásquez, interesado en llegar a un acuerdo con
el Gobierno haitiano sobre el conflicto de fronteras, visitó a Port-au-Prince, y poco después
el Presidente de Haití, Mr. Luis Bornó, correspondió a esa visita.
Tratado fronterizo. El 21 de enero de 1929 fue firmado en Santo Domingo, por los
plenipotenciarios de los Gobiernos de la República Dominicana y de Haití, un tratado con

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

el fin de solucionar la cuestión fronteriza. A poco de iniciados los trabajos de demarcación


surgieron dificultades, en el mismo año de 1929, que hicieron imposible que al tenor de las
estipulaciones del Tratado se trazara la línea divisoria entre ambos países.
Movimiento cívico del 23 de febrero. El Gobierno del Presidente Vásquez cayó en
desprestigio. Entonces se produjo, encabezado por el Jefe del Ejército, Gral. Rafael Leonidas
Trujillo Molina y por el Lic. Rafael Estrella Ureña, un levantamiento en Santiago, al que se
le dio el nombre de Movimiento Cívico del 23 de Febrero de 1930.
Actitud del Presidente Vásquez. El movimiento iniciado en Santiago se extendió
inmediatamente en todo el país. El Presidente Vásquez renunció la Presidencia de la Repú-
blica, designando previamente al Lic. Rafael Estrella Ureña como Secretario de Estado de
lo Interior y Policía, quien, en virtud de la Constitución, ocupó la Presidencia desde el 3 de
marzo hasta el 16 de agosto de 1930, fecha final del período del Presidente Vásquez.
Confederación de partidos. Reunidos los partidos Coalición Patriótica de Ciuda-
danos, Unión Nacional, Obrero Independiente, Liberal, Republicano y Nacionalista, forma-
ron la Confederación de Partidos, que sustentó la candidatura del General Trujillo Molina para
la Presidencia de la República y del Lic. Rafael Estrella Ureña para la Vicepresidencia.
Al ostracismo. El derrocamiento de Horacio Vásquez y los rigurosos lineamientos
del nuevo Gobierno dieron lugar al éxodo de no pocos ciudadanos –incluso el propio Ho-
racio Vásquez– entre ellos el Dr. J. D. Alfonseca y los Licenciados Juan B. Pérez, Federico
Velásquez, Ángel Morales, Luis F. Mejía, Sergio Bencosme, Virgilio Vilomar y tantos otros
que fueron aumentando, hasta 1961, la numerosa legión de los exiliados.
Alzamiento de Bencosme. El General Cipriano Bencosme, rico terrateniente de
Moca, adicto amigo del General Vásquez, se internó en los altos del Mogote, en junio de
1930, en rebeldía contra el nuevo Gobierno, cayendo en la demanda. El General Domingo
A. Peguero, quien le acompañaba, depuso las armas. También las depuso el General Piro
Estrella, sublevado en los campos de Tamboril.
Estatua de Duarte. En honor de Juan Pablo Duarte, Fundador de la República Do-
minicana, le fue levantada una estatua el 16 de julio de 1930, en el centro del Parque de su
mismo nombre, en la Capital de la República.
Primera administración del Presidente Trujillo, 1930-1934. Rafael Leonidas Tru-
jillo Molina, nacido en San Cristóbal el día 24 de octubre de 1891, asumió la Presidencia de
la República a los treinta y ocho años, el 16 de agosto de 1930.
Ciclón de San Zenón. El 3 de septiembre de 1930 un devastador ciclón redujo a
escombros una gran parte de la antigua ciudad de Santo Domingo. Hubo alrededor de
cuatro mil muertos y veinte mil heridos. Los daños materiales se elevaron a varios millo-
nes de pesos.
Conspiración militar. No faltó en el seno del Ejército la oposición al nuevo y férreo
régimen. Varios militares de baja graduación, entre ellos el valeroso Teniente Numa Silverio
Campos y su primo hermano el Sargento Elpidio Campos. Su propósito era eliminar a Tru-
jillo y llevar a la Presidencia al Vicepresidente Estrella Ureña, cuya irresolución dio lugar a
que se descubriera la conjuración, perdiendo la vida, en la Cárcel de Nigua, Numa Silverio
y otros. Algunos estudiantes universitarios participaron en esta fracasada conspiración,
entre otros los hermanos Jaime y Buenaventura Sánchez y Emilio Rodríguez Demorizi. Por
entonces, mediados de 1931, el Senador don Jaime Sánchez y sus dos hijos, los antedichos
hermanos Sánchez, abandonaron el país subrepticiamente. Posteriormente cayeron otros

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

militares de alta graduación, a causa de su liberal actitud política, entre ellos los Coroneles
Ramón Vásquez Rivera, Leoncio Blanco y Aníbal Vallejo.
Levantamiento del General Arias. El General Desiderio Arias, disconforme con los
rumbos del régimen de Trujillo se fue a la manigua, sublevación que despertó esperanzas y
simpatías, en todo el país, pero que careció de organización. En Santiago representaba al Gene-
ral Arias el Lic. Juan Tomás Lithgow, de acuerdo con núcleos de Santo Domingo en los cuales
figuraban los Generales Carlos Alvarez y José Pérez Morales, el Lic. Emilio de los Santos y el
estudiante Emilio Rodríguez Demorizi. Tenazmente perseguido por las tropas del Gobierno.
Arias cayó trágicamente en los Cerros de Gurabo Adentro, Mao, el 20 de junio de 1931.
Retorno del Dr. Pedro Henríquez Ureña. Después de larga ausencia de su patria
retornó al país, en diciembre de 1931, el Dr. Pedro Henríquez Ureña, quien ocupó la Su-
perintendencia General de Enseñanza hasta el año 1933. Su hermano el Dr. Max Henríquez
Ureña, llegado antes, después de desempeñar sus funciones pasó a las de Secretario de
Relaciones Exteriores.
Muerte del Lic. Francisco J. Peynado. El 23 de febrero de 1933 fueron inhumados
en la Capilla de los Inmortales los restos del prócer de la Tercera República, Lic. Francisco J.
Peynado, fallecido en París el 1o. de enero de ese año. El Lic. Peynado nació en Puerto Plata
el 4 de octubre de 1867.
Centenarios. Con edificantes actos el Gobierno Nacional y la Academia de la Historia
celebraron en su oportunidad el primer centenario del natalicio de ilustres próceres: el de
Meriño, el 9 de enero de 1933; el del historiador García, el 10 de enero de 1934; el de Máxi-
mo Gómez, el 18 de noviembre de 1936; el del Padre Billini, el 1o. de diciembre de 1937; el
de la Sociedad Patriótica La Trinitaria, genitora de la República, el 16 de julio de 1938; el del
poeta Manuel Rodríguez Objío, el 19 de diciembre de 1938; el de Eugenio María de Hostos,
el 11 de enero de 1939; el de Gregorio Luperón, el 8 de septiembre de 1939; el de Emiliano
Tejera, el 21 de septiembre de 1941; así como el de la muerte del Cantor del Niágara, José
María Heredia, el 7 de mayo de 1939; y el Cuarto centenario de la fundación de la Univer-
sidad de Santo Domingo, el 28 de octubre de 1938.
Conferencias internacionales. La República estuvo representada en la VII Con-
ferencia Internacional Americana celebrada en Montevideo en 1933, así como en la VIII, la
cual se reunió en Lima en 1938. Concurrió igualmente a la Conferencia de Consolidación
de la Paz que tuvo lugar en Buenos Aires en 1936; a las asambleas de la Sociedad de las
Naciones, de la que fue miembro a partir de 1924; así como a otras muchas reuniones inter-
nacionales importantes.
Gobierno eclesiástico. En 1931, a consecuencia de su estado de salud, presentó re-
nuncia del Arzobispado de esta Arquidiócesis el Arzobispo A. A. Nouel, designando la
Santa Sede, en su lugar, al canónigo Monseñor Armando Lamarche como Administrador
Apostólico. Al morir éste, en 1932, fue nombrado Administrador Apostólico el canónigo
Licenciado Rafael C. Castellanos, quien murió en 1934. Entonces fue resuelto proveer la
mitra, la cual recayó en el religioso salesiano Pbro. Dr. Ricardo Pittini, quien recibió la con-
sagración al año siguiente. Monseñor Nouel fue nombrado Arzobispo de Sergiópolis, in
partibus infidelium.
Elecciones de 1934. En las elecciones de este año fueron designados Presidente y Vi-
cepresidente de la República, respectivamente, el Generalísimo Trujillo Molina y el Lic.
Jacinto B. Peynado.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Asilo del Presidente Machado. El 8 de septiembre de 1934 el Gobierno domini-


cano negó la extradición del Expresidente de Cuba, General Gerardo Machado. Poste-
riormente se asilaron en Santo Domingo otros Presidentes derrocados: Juan D. Perón, de
la Argentina; Rojas Pinilla, de Colombia; Fulgencio Batista, de Cuba; y Pérez Jiménez,
de Venezuela.
Visita del Presidente Vincent. El 27 de febrero de 1935 fue huésped de la Capital
dominicana el señor Stenio Vincent Presidente de la República de Haití, quien reciprocaba
así la visita que el año anterior le dispensara el Presidente dominicano. En esta ocasión
también se trató el problema fronterizo dominico-haitiano.
Acuerdo Fronterizo Dominico-Haitiano. Visitas Presidenciales. En marzo de
1936 el Presidente Trujillo visitó de nuevo la Capital haitiana, donde firmó con el Presi-
dente Vincent el trascendental Acuerdo Fronterizo Dominico-Haitiano, en virtud del cual
se terminó la vieja controversia de fronteras. El cambio de ratificaciones del Acuerdo fue
efectuado en Santo Domingo, el 14 de abril siguiente, entre ambos Presidentes.
Este Acuerdo fue cabalmente ejecutado, habiendo quedado trazado en el terreno, en
toda su extensión, la línea divisoria entre ambos países, con lo cual quedó extinguido el
litigio fronterizo.
Progreso de las regiones fronterizas. Una vez terminada la demarcación de la
línea divisoria, se inició la realización de un vasto plan de progreso integral para las regio-
nes fronterizas.
División política. Importantes cambios en la división política fueron realizados a
partir de 1932, hasta convertir las antiguas doce provincias en veinticinco provincias y un
distrito nacional, el cual recibió el nombre de Distrito de Santo Domingo por ley del 15 de
enero de 1936.
Restos de Colón. Faro de Colón. El 24 de octubre de 1936, la caja de plomo que
guarda los restos de Colón fue depositada dentro de una urna de cristal.
Moneda Nacional. En febrero de 1937, se dispuso la acuñación de moneda nacional,
en los tipos de un centavo, cinco, diez, veinticinco y cincuenta centavos, así como de un
peso, para sustituir la anterior emisión del país y la extranjera en circulación. La nueva
moneda fue puesta en circulación al año siguiente.
Arzobispos fallecidos. El 27 de junio de 1937 falleció Monseñor A. A. Nouel,
Exarzobispo de Santo Domingo y Expresidente de la República, y el 7 de diciembre de
1942 murió Monseñor Luis A. de Mena, quien había sido Arzobispo Coadjutor, cargo
del cual dimitió.
Elecciones de 1938. Para el período 1938-1942, los Licenciados Jacinto B. Peynado y
Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, fueron elegidos Presidente y Vicepresidente de la
República, respectivamente. El 7 de marzo de 1940 falleció el Presidente Peynado, asumien-
do la Primera Magistratura el Lic. Troncoso de la Concha.
Refugiados. En 1939 el mundo confrontaba la crisis de refugiados políticos europeos
(españoles, judíos, etc.) que exiliados de su país no eran bien recibidos en otras partes; sin
embargo, miles de refugiados pudieron establecerse en la República.
Diario La Nación. El 19 de febrero de 1940, fue fundado el gran diario dominicano La
Nación, dirigido por don Rafael Vidal.
Derechos civiles a la mujer. En 1940 fueron acordados los derechos civiles a la mu-
jer dominicana.

404
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Liberación financiera de la República Dominicana. El 24 de septiembre de 1940


se firmó en Washington el Acuerdo en virtud del cual las aduanas nacionales pasaban de
nuevo a la autoridad del Gobierno Dominicano.
El 1º. de abril de 1941 el pueblo dominicano festejó jubilosamente el retorno de las
aduanas a la autoridad nacional.
Escuelas de emergencia. De mayo a diciembre de 1941 se inició el Plan de Alfabetiza-
ción Nacional, con el objeto de combatir eficazmente el analfabetismo en todo el país, para
lo cual fueron creadas más de mil escuelas de emergencia.
Banco de Reservas de la República Dominicana. En octubre de 1941 fue fundado
el Banco de Reservas de la República Dominicana, que funciona con sucursales abiertas en
las principales ciudades del país.
Declaración de guerra a las Potencias Del Eje. Al producirse el alevoso ataque
a Pearl Harbor, nuestra declaración de guerra al Japón fue decretada, el día 8 de diciembre
de 1941. A ésta siguió, el 11 del mismo mes, nuestra declaración de guerra a Alemania e
Italia.
Nueva Constitución. En diciembre de 1941 y enero de 1942 la Asamblea Revisora
de la Constitución adoptó diversas reformas a la Ley Sustantiva. Entre otras innovaciones
figuró la supresión de la Vicepresidencia de la República, creándose un nuevo sistema para
la sustitución del Presidente; la concesión del derecho de sufragio a la mujer dominicana,
mayor de 18 años; y se aumentó a cinco, en vez de cuatro, el período para los funcionarios
electivos.
Elecciones. Voto femenino. El 16 de mayo de 1942 Trujillo fue electo Presidente de
la República Dominicana, para el período 1942-1947. En estas elecciones figuraron las mu-
jeres, por primera vez, como votantes y como elegidas.
Instituciones culturales. El período 1930-1944 fue bien fecundo en la creación de
instituciones culturales: las Academias de la Historia y de la Lengua, el Ateneo Dominica-
no, la Orquesta Sinfónica, la Escuela y la Galería Nacional de Bellas Artes, el Conservatorio
de Música y Declamación y otros centros de semejante importancia, como el Archivo Gene-
ral de la Nación, reorganizado en 1935, al cual se debe una de las mayores contribuciones al
auge de la bibliografía nacional, considerablemente enriquecida en este período.
Principales obras de 1930-1944. Durante este período se realizaron importantes obras,
entre las cuales se cuentan, de los años 1930-1934: Escuela de Artes y Oficios, Instituto
Anatómico, Avenida George Washington, en Santo Domingo; Escuela Normal de La Vega;
dragado Puerto San Pedro de Macorís; puente sobre el río Yuna, inaugurado el 14 de agosto
de 1933; puente sobre el río Yaque del Norte, primer puente colgante instalado en el país,
inaugurado el 24 de septiembre de 1933; puente Yubaso sobre el río del mismo nombre en
la carretera San Cristóbal-La Toma, inaugurado el 11 de febrero de 1934; Puente colgante,
sobre el río Higuamo, inaugurado el 18 de mayo de 1934. Del año 1935: reforma general
edificio Cámara de Diputados; Edificio para Oficinas Públicas de San Francisco de Macorís;
reconstrucción Muelles de Azua, Monte Cristy y San Pedro de Macorís; puente sobre el río
Baní, inaugurado el 26 de enero de 1935; puente sobre el río Nizao, inaugurado el 23 de
junio de 1935; puente sobre el río Ocoa, inaugurado el 6 de octubre de 1935; puente Yabacao
sobre el río del mismo nombre. Del año 1936: prolongación Avenida George Washington;
saneamiento de San Cristóbal; Puente sobre el río Camú, inaugurado el 16 de febrero de
1936; puente sobre el río Camú en la carretera Rincón-Macorís, inaugurado el 19 de julio de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

1936;puente Juan Sánchez Ramírez sobre el río Chavón, inaugurado el 17 de octubre de 1936;
puente General Santana sobre el río Sanate, inaugurado el 17 de octubre de 1936. Del año
1937: Iglesia de Dajabón; avenida Braulio Alvarez, puente Eugenio Miches, sobre el río Soco,
en la carretera Mella, inaugurado el 1º de mayo de 1937. Del año 1938: dispensario Médico
en la Frontera; acueducto de Peña; ampliación del Acueducto de Azua; dragado Puerto de
Puerto Plata; construcción del Puerto de Santo Domingo; avenida Fabré Geffrard; carretera
Sánchez-Samaná; canal, en la común de Baní. Del año 1939: depósitos de la Aduana y alcan-
tarillas de Santo Domingo y de Samaná; canal El Llano en la común de Elías Pina. Del año
1940: manicomio Padre Billini; edificio de Correos y Telégrafos, de San Cristóbal; acueducto
de Jánico. Del año 1941: escalinata ornamental en la calle del Conde; Reconstrucción de la
Iglesia de Boyá; abastecimiento de agua en Mendoza y Monte Plata; puente sobre el río
Isabela, inaugurado el 2 de abril de 1941; canal La Antona en la común de Guayubín. Del
año 1942: Hotel Jaragua, inaugurado el 17 de agosto, matadero y Planta de Refrigeración,
sanatorio Antituberculoso Doctor Martos, laboratorio Nacional; reconstrucción de la Capilla
de la Divina Pastora (local Academia de la Historia), y construcción del nuevo cementerio
en Santo Domingo; dragado del Puerto de Barahona; reconstrucción de muelles de Baraho-
na, Sánchez y Puerto Plata; Carretera Internacional. Del año 1943: edificios de la Secretaría
de Estado de Agricultura, Industria y Trabajo, de Educación y Bellas Artes, de la Secretaría
de Estado de Sanidad y Asistencia Pública, del Instituto del Cáncer, del Museo Nacional,
Templo del Trabajo y aislamiento y embellecimiento del Baluarte 27 de Febrero, en Santo Do-
mingo; Escuela Normal Ulises Espaillat en Santiago; acueductos de Elías Piña y de Villa Bi-
sonó; Canal Hernán Cortés en la común de Azua. Del año 1944: Escuela Normal de Varones,
Palacio de Justicia, Escuela Normal de Señoritas Salomé Ureña; Edificio de la Gobernación y
Oficinas Judiciales de Neiba; Mercado Público de Barahona; Colegio Internado San Rafael,
Cárcel Modelo, Mercado, Cuartel de Bomberos Civiles, Banco de Reservas y Cuartel de
la Policía Nacional en San Cristóbal; Dispensario Antituberculoso en Santiago; Aduana,
Protocolo e Inmigración, Correos y Telégrafos, Policía, Alcaldía, Iglesia y Ayuntamiento
de Jimaní; Edificio Escuela en Elías Piña; Gobernación de Dajabón; Acueducto de Neiba;
Planta Hidroeléctrica y Acueducto de San José de las Matas, etc.
Centenario de la República. El 27 de febrero de 1944 fue celebrado pomposamente
el primer centenario de la creación de la República Dominicana.
Restos de Sánchez Ramírez, de Rodríguez y de Monción. El 15 de agosto de 1944
fueron inhumados en la Capilla de Inmortales de la Catedral de Santo Domingo los restos de
los próceres restauradores Santiago Rodríguez y Benito Monción. El 8 de noviembre del mis-
mo año fueron inhumados en la misma Capilla los restos del paladín Juan Sánchez Ramírez.
Palacio de comunicaciones. Inaugurado en Santo Domingo el 26 de febrero de 1945.
Estatua del P. Gaspar Hernández. Inaugurada en Santo Domingo el 27 de febrero
de 1945. Pronunció el bello discurso apologético el Secretario de Estado de Educación, Pro-
fesor don Telésforo R. Calderón.
Banco Agrícola. Inaugurado en Santo Domingo el 29 de agosto de 1945.
Muerte del Lic. Rafael Estrella Ureña. Falleció en Santo Domingo el 16 de sep-
tiembre de 1945 y al día siguiente sepultado en Santiago, su villa natal. Presidente de la
República en 1930.
Muerte del General Limardo. El 27 de octubre de 1945 recibió sepultura en su ama-
da villa de Puerto Plata. Progresista y noble ciudadano.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Muerte del Dr. Pedro Henríquez Ureña. El ilustre humanista Dr. Pedro Henríquez
Ureña, murió en Buenos Aires el 11 de mayo de 1946. Nació en Santo Domingo el 29 de
junio de 1884.
Terremoto de 1946. El 4 de agosto de 1946, en los momentos de la conmemoración
450º aniversario de la fundación de Santo Domingo, se produjo un violento terremoto que
causó pánico y graves daños en la República, particularmente en la región nordeste.
Fábrica de cemento. Inaugurada el 28 de febrero de 1947. De las más importantes
industrias del país.
Extinción de la deuda externa. El 18 de julio de 1947 fue aprobada la Ley en virtud
de la cual quedó extinguida la Deuda Externa de la República.
Ciudad Universitaria. Inaugurada en Santo Domingo el 17 de agosto de 1947. Obra,
en parte principal, del Rector Lic. Julio Ortega Frier.
Moneda dominicana. El 23 de octubre de 1947 entraron en circulación los primeros
billetes de Banco, dominicanos, de los tipos de 1, 5 y 10 pesos, a la par con el dólar. (No
existía papel moneda dominicano en el país desde la caída del Presidente Heureaux).
Expedición de Cayo Confites. El 1º de octubre de 1947 el Gobierno dominicano hizo
públicas sus disposiciones contra la llamada Expedición de Cayo Confites, Cuba, organi-
zada por los exiliados dominicanos contra el régimen de Trujillo. Su principal cabecilla fue
el rico terrateniente dominicano Juan Rodríguez García (Juancito). El 23 de septiembre de
1948 la Segunda Cámara Penal de Santo Domingo condenó a la pena de 30 años de trabajos
públicos y a una indemnización de $13,256,000.00, en favor del Estado Dominicano, como
parte civil constituida.
El Caribe. El 14 de abril de 1948 inició sus salidas el importante diario El Caribe, hoy
bajo la dirección de su propietario, Dr. Germán E. Ornes Coiscou.
Invasión de Luperón. El 19 de junio de 1949 se produjo la Invasión de Luperón,
llamada así por el sitio de su desembarco, capitaneada por el valiente joven puertopla-
teño Horacio Julio Ornes, en el intento de poner cese al régimen político imperante. Los
expedicionarios, llegados en dos hidroaviones, fueron pronto diezmados. Cayeron en la
demanda Salvador Reyes Valdez, Hugo Kunhardt, Federico Henríquez Vásquez (Gugú)
y Manuel Calderón Salcedo, dominicanos; Herbert J. Warrat, George Raymond Ceruggs
y Jonh. W. Shewing, norteamericanos; Alejandro Selba y Alfonso Lyton, nicaragüenses; y
Alberto Ramírez, costarricense. Salvaron sus vidas los dominicanos Horacio Julio Ornes,
Rolando Martínez Bonilla, Tulio H. Arvelo y Miguel Ángel Feliú Arzeno, y el nicaragüense
José Córdoba Boniche.
Central Río Haina. Inaugurada la importante factoría azucarera el 1º. de enero de 1951.
Fallecimientos en 1952-1957. Fallecidos en su villa natal de Santo Domingo: el 4 de
febrero de 1952, el Dr. Federico Henríquez y Carvajal, periodista, maestro, gran propulsor
de nuestra cultura, nacido en 1848; el 4 de agosto del mismo año el Dr. Américo Lugo, lla-
mado el Príncipe de los escritores dominicanos, autor de A punto largo…y de una Historia
de Santo Domingo, nacido el 4 de abril de 1870; el 13 de mayo de 1953 el Lic. Julio Ortega
Frier, notable jurista, educador y bibliófilo, a quien se debió la reorganización de la Uni-
versidad de Santo Domingo y la creación de la Ciudad Universitaria, nacido en 1888; el 28
de noviembre del mismo año el Lic. Cayetano Armando Rodríguez Aybar, abogado, autor
de importantes traducciones del francés, de obras literarias e históricas, y de una Geografía
de Santo Domingo, nacido el 17 de diciembre de 1865; el 15 de abril de 1954 el Lic. Manuel

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A. Peña Batlle, docto, ensayista y político, nacido en 1902; y el 30 de mayo de 1955, el Lic.
Manuel de Js. Troncoso de la Concha, abogado, político, tradicionalista, profesor nacido en
1878. El 28 de octubre de 1955 falleció en Santiago de Chile el celebrado autor de La Sangre,
Dr. Tulio M. Cestero; el 22 de junio de 1956, en Nueva York, el político José del Carmen Ra-
mírez (Carmito); el 20 de septiembre del mismo año, también en Nueva York, el eminente
médico y político, Dr. Ramón de Lara; el 20 de febrero de 1957, en el Ecuador el General
Alfredo Victoria; el 29 de septiembre de 1957 el periodista Antonio Hoepelman y el 8 de
diciembre el político Gustavo A. Díaz. El 23 de enero de 1958 murió en su tierra natal, Es-
paña, el formidable investigador de nuestra historia Fray Cipriano de Utrera, el más docto
conocedor de los anales coloniales de la Isla. Nació en Utrera en 1886. Fue sepultado en la
Iglesia de las Mercedes de su amada villa de Santo Domingo el 1º de marzo de 1958.
Bolsa de valores. El 17 de mayo fue promulgada la Ley que crea la Bolsa de Valores
de Santo Domingo.
Televisión. El 1º. de agosto de 1952 fue inaugurada en Santo Domingo la primera
estación de Televisión.
Diócesis de Santiago y de La Vega y Prelatura de San Juan de la Maguana. El
15 de diciembre de 1953 fue anunciada, por Roma, su creación.
Archivo General de la Nación. El 28 de febrero de 1954 fue inaugurado su nuevo
local.
Concordato. El 16 de junio fue suscrito en Roma, por Trujillo, el Concordato entre la
Santa Sede y el Gobierno Dominicano. Le acompañaban, entre otros, el Dr. Joaquín Balaguer y
Anselmo A. Paulino Alvarez, el político en quien Trujillo depositó la mayor suma de poderes.
Reyes y Prud’Homme en la Capilla de Inmortales. El 16 de agosto de 1954 fueron
inhumados en la Capilla los restos de los autores del Himno Nacional, José Reyes y Emilio
Prud’Homme.
Compañía Eléctrica de Santo Domingo. Adquirida por el Estado el 16 de enero de
1955, por $13,200,000.00.
Banco de Reservas de la República. Su espléndido edificio, obra del Arquitecto Vir-
gilio Pérez Bernal, fue inaugurado en Santo Domingo el 27 de febrero de 1955.
El caso del Matum. Se produjo en Santiago, el 6 de agosto de 1955, como consecuen-
cia de un homenaje al probo Lic. Federico C. Alvarez, el resonante caso político –de servi-
lismo político– del Hotel Matum.
Feria de La Paz. El 20 de diciembre de 1955 se inauguró en Santo Domingo la llamada
Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, en el campo y edificios que es hoy el
Centro de los Héroes.
Visitas de mandatarios extranjeros. Del 1º. al 3 de marzo de 1955 estuvo en Santo
Domingo el Vicepresidente de los E. U. A., Richard Nixon; y el 3 de enero de 1956 el electo
Presidente del Brasil Juscelino Kubitschek.
II Congreso Hispanoamericano de Historia. El 5 de octubre de 1957 se inició en
Santo Domingo el II Congreso Hispanoamericano de Historia, con asistencia del Archidu-
que Otto de Austria Hungría y de otras personalidades de Europa y de América. El discurso
inaugural fue pronunciado por el Presidente de la Academia Dominicana de la Historia.
Inauguración de la restaurada Casa de Colón. El 12 de octubre de 1957 fue
abierta al público la restaurada Casa de Colón, mansión de los virreyes Diego Colón y
María de Toledo.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Asilo del exPresidente Perón. El 27 de enero de 1958 se asiló en Santo Domingo


el depuesto Presidente de la Argentina, General Juan Domingo Perón. También hallaron
asilo en la capital dominicana otros Presidentes hispanoamericanos: Gerardo Machado y
Fulgencio Batista (1º enero 1959), de Cuba; Marcos Pérez Jiménez, de Venezuela; General
Rojas Pinilla, de Colombia. Perón se ausentó del país el 25 de enero de 1960.
Archivo Histórico de Santiago. Por iniciativa del munícipe Pedro Ml. Hungría se
instaló el 16 de octubre de 1958, el Archivo Histórico de Santiago, actualmente dirigido por
don Román Franco Fondeur.
Fallecimientos, 1958-1960. El 1º. de enero de 1958 falleció en su natal Santo Domingo
la meritísima educadora Mercedes Laura Aguiar, del grupo de las primeras maestras nor-
malistas, discípula de Salomé Ureña; el 12 de abril del mismo año el periodista santiagués
Rafael César Tolentino; en 1959; el 12 de enero, el político Lic. Ángel Morales; el 4 de julio, el
médico e historiógrafo Guido Despradel Batista; el 18 de julio, asesinado, el escritor Ramón
Marrero Aristy; el 31 del mismo mes, el periodista Abelardo R. Nanita; el 18 de agosto, ase-
sinado, el Administrador del Banco de Reservas, Juan Morales González; el 5 de septiem-
bre, el historiógrafo Vicente Tolentino Rojas; el 15 de septiembre, el munícipe santiagués
Pedro Ml. Hungría; el 29 de noviembre, el escritor vegano Julio Acosta hijo (Julín Varona);
el 23 de diciembre, el catedrático Lic. Rafael Castro Rivera; el 15 de junio de 1960 el político
Luis Felipe Vidal.
Nuevas provincias. El 1º. de enero de 1958 fue creada la Provincia de Pedernales, y el
1º. de enero de 1959 inauguradas las Provincias de Valverde y de María Trinidad Sánchez.
Invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo. El 14 de junio de 1959 se inició
la más poderosa acción armada contra el régimen imperante, que costó la vida a un brillante
grupo de jóvenes, entre ellos José Horacio Rodríguez, Juan de Dios Ventura Simó y Enrique
Jiménez Moya. Diezmados implacablemente, sólo sobrevivieron de la hazaña Poncio Pou Sa-
leta, Mayobanex Vargas y Vargas y Francisco Medardo Germán, dominicanos, y los cubanos
Delio Gómez Ochoa y Pablito Mirabal. Fue el principio del fin del régimen político.
Aeropuerto. El 11 de diciembre de 1959 fue inaugurado el aeropuerto de Punta Caucedo.
Pastoral contra el régimen político. En misa de las primeras horas de la ma-
ñana del 31 de enero del 1960, en todas las Iglesias de la República se inició la lectura de
la resonante Pastoral contra el régimen de Trujillo, suscrita por las más altas autoridades
eclesiásticas: Monseñores R. Pittini, O. A. Beras, Panal, Polanco Brito y Reilly. La Pastoral,
de graves consecuencias, que provocó las más descomedidas hostilidades contra la Iglesia,
constituyó el más fuerte golpe asestado al régimen político imperante. La Pastoral le fue
leída, a Trujillo, en el Palacio Nacional, por el Dr. Joaquín Balaguer, en emocionante escena,
en presencia del Presidente H. B. Trujillo, del Secretario de Interior y Policía, Virgilio Álva-
rez Pina, del Secretario de Relaciones Exteriores, Lic. Porfirio Herrera Báez, del Lic. Emilio
Rodríguez Demorizi, Director del Archivo General de la Nación, de J. Arismendy Trujillo,
Director de La Voz Dominicana, y del Jefe de la Policía Secreta, Johnny Abbes.
Atentado contra el presidente Betancourt. El 24 de junio de 1960 se produjo,
en las cercanías de Caracas, el resonante atentado dinamitero contra el Presidente de Ve-
nezuela, Rómulo Betancourt, quien salvó la vida milagrosamente. De inmediato se acusó a
Trujillo como autor del atentado.
Sanciones de San José de Costa Rica. El 20 de agosto de 1960, los Ministros de Re-
laciones Exteriores convocados por la O. E. A., previa demanda de Venezuela, resolvieron

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

condenar al Gobierno dominicano por su intervención en el atentado contra el Presidente


Betancourt, acordando el rompimiento de relaciones diplomáticas con la República y la in-
terrupción parcial de las relaciones económicas, hecho que aumentó la sorda crisis política
del país.
Presidencia del Dr. Joaquín Balaguer. Por renuncia de Héctor B. Trujillo, el 3 de
agosto de 1960 fue elevado a la Presidencia de la República el Vicepresidente Dr. Joaquín
Balaguer.
Muerte de las Hermanas Mirabal. El 25 de noviembre de 1960, en el camino de
Puerto Plata a Santiago, fueron asesinadas las hermanas Patria, Minerva y María Teresa
Mirabal, uno de los más espantosos crímenes políticos cometidos en la República.
Muerte de Trujillo. A eso de las 9:55 de la noche del 30 de mayo de 1961, en la Aveni-
da George Washington de la ciudad de Santo Domingo, Antonio de la Maza Vásquez, An-
tonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Huáscar Tejeda
Pimentel, Roberto Pastoriza Neret y Pedro Livio Cedeño, le dieron muerte al Generalísimo
Trujillo, mientras se dirigía a San Cristóbal. El chauffeur de Trujillo, Zacarías de la Cruz,
pudo salvar la vida. El segundo grupo de conjurados, encabezado por los hermanos Mo-
desto y Juan Tomás Díaz y Luis Amiama Tió, cuya misión era tomar posesión del Gobierno
en combinación con el Jefe del Ejército, General José R. Román Fernández, no logró su ob-
jetivo, iniciándose de inmediato implacable persecución contra los autores y cómplices del
resonante hecho. El cadáver de Trujillo fue sepultado en San Cristóbal el día 3, ya que se
esperó el retorno de París de su hijo y heredero político Ramfis Trujillo. La oración fúnebre
fue pronunciada por el Presidente, Dr. Balaguer.
El mismo día, agentes de la Policía Secreta le dieron muerte al Teniente García Guerrero
y el día 5 a Juan Tomás Díaz y Antonio de la Maza. Miguel A. Báez Díaz, el General Román
y otros fueron muertos poco después. No obstante la extremada persecución de la Policía
Secreta, Antonio Imbert y Luis Amiama Tió lograron salvarse en seguro escondite.
Proceso de democratización. Mediante una larga serie de disposiciones favorables
al pueblo y la seguridad de elecciones libres, el Presidente Balaguer, con el concurso del Jefe
de las Fuerzas Armadas, emprendió el proceso de democratización del régimen, fatalmente
malogrado tanto por los reaccionarios como por algunos opositores. Entre esas múltiples
disposiciones se contaron la extensión de los beneficios de la Ley de Amnistía; el traspaso
de la Penitenciaría de La Victoria a la jurisdicción de la Secretaría de Estado de Justicia; la
amplia rebaja de precio de los alimentos; la creación del Instituto de Auxilios y Viviendas;
la supresión de la Guardia Universitaria Generalísimo Trujillo; la Comisión de Estudios de
la Reforma Agraria; la Autonomía Municipal; y tantas otras, culminantes en la disolución
del Partido Dominicano, y en la formación de un Gabinete constituido por personas que,
aunque habían actuado en el régimen, eran consideradas de las menos vinculadas a sus
extremismos. Fue creado, pues, el 5 de julio, en la siguiente forma; Lic. Hipólito Herrera
Billini, Interior y Cultos: Lic. Armando Oscar Pacheco, Presidencia; Lic. Ambrosio Alvarez
Aybar, Relaciones Exteriores; Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, Educación y Bellas Artes;
Lic. Temístocles Messina, Justicia; Pedro Justo Carrión, Finanzas; S. Salvador Ortiz, Indus-
tria y Comercio; Ingeniero M. Salvador Gautier, Obras Públicas y Comunicaciones; Dr. Ta-
baré Alvarez, Salud y Previsión Social; Ingeniero Mauricio Alvarez, Agricultura.
Llegada de dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano. El día 5 de
julio –abiertas las puertas de la Patria a los exiliados políticos– llegaron a Santo Domingo

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

los dirigentes del Partido Revolucionario Dominicano señores Ángel Miolán, Ramón A.
Castillo y Nicolás Silfa, recibiéndoles en el aeropuerto de Punta Caucedo, con el benepláci-
to del Gobierno, el Lic. Rodríguez Demorizi. El día 16 del mismo mes el PRD celebró una
manifestación pública, en el Parque Colón, de Santo Domingo, primer acto de este género
realizado en el país después de largos años. Su principal organizador fue Ángel Miolán,
uno de los oradores.
Incendio de Radio Caribe. El 7 de julio, como represalia por su descaminada cam-
paña política contra la Iglesia, fue incendiado el edificio de Radio Caribe, con pérdidas
cuantiosas.
Agrupación 14 de Junio. El 9 de julio la agrupación 14 de Junio anunció su organiza-
ción como Partido Político. La presidía el Dr. Manuel Tavárez Justo, en prisión política des-
de 1960, puesto en libertad el 27 de julio de 1961, junto con sus compañeros Ramón Imbert
Rainieri, Raúl Cabrera Fernández y otros. El 31 del mismo mes instaló su Comité Ejecutivo
General y el 17 de septiembre celebró su primer mitin en la ciudad de Santo Domingo.
Autonomía universitaria. El 10 de julio, en una manifestación pública, los estudian-
tes universitarios pidieron al Gobierno la autonomía de la Universidad de Santo Domingo.
El día 13 reiteraron la petición, y asimismo el 13 de agosto, por órgano de la Federación de
Estudiantes Dominicanos (FED). El 17 de octubre grupos de enardecidos estudiantes uni-
versitarios iniciaron la destrucción de bustos y retratos de Trujillo, acto que a poco se repitió
por todo el país. El 7 de enero de 1962 fue promulgada, por el Presidente Balaguer, la Ley
de Autonomía Universitaria.
Unión Cívica Nacional. El 11 de julio fue fundada la Unión Cívica Nacional, agru-
pación patriótica que se integró con numerosas personas, algunas no afectas al régimen
pasado. Sus postulados constan en su exposición del 17 de julio, que a la vez incluía la re-
nuncia de los firmantes que hasta ese día eran miembros del Partido Dominicano. Presidió
la UCN el Dr. Viriato A. Fiallo, en esos días el leader más popular de la oposición. El día
28 del citado mes la UCN celebró su primera manifestación pública y realizó una ofrenda
floral en el Altar de la Patria. El 17 de agosto salió a la luz el combativo periódico Unión
Cívica, órgano de la agrupación.
El foro público. El 21 de julio, en visita del Secretario de Educación Rodríguez De-
morizi, al Director de El Caribe, Francisco Prats Ramírez, quedó resuelta la eliminación de
la nefanda sección del Foro Público, de tan triste y vergonzosa memoria.
Libertad a presos políticos. Por gestión de los Secretarios de Estado Licenciados T.
Messina y E. Rodríguez Demorizi, ante Ramfis Trujillo, fueron puestas en libertad, de las
prisiones La 40, El 9 y La Victoria, las siguientes personas, detenidas en relación con el hecho
del 30 de mayo y excluidas del proceso:
Señoras Leda Montano de Díaz, María Alemán de Pastoriza, Urania Mueses de Estrella
Sadhalá, Olga Despradel de Cedeño, Leo Viuda Tejeda, María Dolores G. de Tejeda, Consuelo
Barrera viuda Bennet, Guarina Tesón de Imbert, Consuelo Imbert de Jorge, Nassima Diná
de Amiama Tió, Carmen Tió viuda Amiama, Mercedes Amiama Tió, Victoria Amiama Tió,
Cristiana de Díaz, Marianela Díaz de García Vásquez, Clara Díaz de Pérez, Gilda Tacktuck
de De la Maza, Idalia De la Maza de Rincón, Dulce de la Maza de Del Rosario, Pura De la
Maza de García Vásquez, Indiana de la Maza de Batlle; señoritas: América García, Ana María
Amiama Diná, Altagracia Amiama Diná, Colombina de la Maza, Lourdes de la Maza, Gladys
de la Maza; y los señores general Vicente de la Maza, doctor Fernando Amiama Tió, Amado

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Hermógenes García Pereyra, Eduardo García, Bienvenido de la Maza, Luis Manuel Cabral
Amiama, doctor Antonio García Vásquez, doctor Ramón García Vásquez, doctor Bienve-
nido García Vásquez, Rubén Díaz Montaño, Modesto Díaz hijo, Franklin Díaz Montaño,
Lucas Eugenio Díaz, doctor Bolívar Báez Ortiz, Antonio Sánchez Durán, doctor Roberto
Antonio Paulino Pérez, Lucas Castillo Herrera (Marino), doctor Luis Manuel Cáceres Ure-
ña, doctor Mario A. Batlle Viñas, doctor Baudilio Vélez Santana, Carlos Vélez Santana, Oc-
tavio Ramón Cáceres Michel, Luis Octavio Vizcaíno Báez, Luis Guillermo Tejeda Guzmán
y Otto Sosa Agramonte.
Fallecimientos, 1961-1962. En 1961: el escritor O. Vigil Díaz, el 25 de enero; el Lic. Juan
Tomás Mejía, el 24 de septiembre; el político Mario Fermín Cabral, el 14 de noviembre;
Monseñor Ricardo Pittini, el 10 de diciembre; el escritor Lic. Julio González Herrera, el 31
de diciembre. En 1962: el escritor Ángel Rafael Lamarche, el 16 de mayo; el historiógrafo Dr.
G. A. Mejía Ricart, el 9 de junio; el historiógrafo Lic. Leónidas García Lluberes, digno hijo
del historiador nacional García, el 15 de septiembre.
Reforma agraria. El 8 de agosto el Presidente Balaguer dispuso la distribución de
350,000 tareas de tierras, entre agricultores pobres, como inicio del programa de Reforma
Agraria.
Gobierno de coalición. En sesión conjunta de las Cámaras, el 25 de agosto, el Presi-
dente Balaguer propugnó por la creación de un Gobierno de Coalición, abierto a todos los
dominicanos, sin distinción de ideología y sin tener en cuenta la posición que mantuvie-
ron ante el pasado régimen. El PRD y el 14 de Junio aceptaron en principio la proposición,
mientras que la UCN sugirió la sustitución del Ejecutivo por un Gobierno Provisional de
transición.
Erradicación de la política de la escuela. Con el título de El Gobierno y la Escuela,
la Secretaría de E. de Educación dictó una Circular, el 11 de septiembre, encaminada a
erradicar las negativas prácticas políticas que venían inficionando la escuela dominicana,
como sustancial contribución al proceso de democratización iniciado por el Presidente
Balaguer.
Entrevista con Juan Bosch. A fin de adelantar el retorno al país del director del
PRD, Juan Bosch, para avanzar aun más el proceso de democratización, se entrevistaron
con éste, en Miami, el 22 de septiembre, el Lic. Rodríguez Demorizi, como representante
del Gobierno, y Ángel Miolán, dirigente del PRD. Tras su largo exilio, Bosch regresó a Santo
Domingo el 20 de octubre.
Discurso de Balaguer en la ONU. El 3 de octubre, el Presidente Balaguer pronunció
su sensacional discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York,
con el objeto de que fuesen levantadas las onerosas sanciones impuestas a la República por
la OEA en Costa Rica. Explicó la situación política dominicana e hizo un severo análisis del
régimen pasado.
Partido Nacionalista Revolucionario. El 9 de octubre llegaron a Santo Domingo,
procedentes de Venezuela, los representativos del Partido Nacionalista Revolucionario, Dr.
Pedro A. Pérez Cabral (Corpito), Prof. Dato Pagán Perdomo, Dr. J. R. Kingsley, Teófilo Her-
nández, Carlos E. García Fernández, Ramón A. Fortunato y Elpidio López Guzmán.
Movimiento Popular Dominicano. El 23 de octubre fue declarado ilegal el MPD.
Las autoridades desmantelaron sus oficinas y luego redujeron a prisión, el 15 de noviem-
bre, a su dirigente Máximo López Molina, enviado al exilio el día 22.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Salida de los Trujillo. El 23 de octubre, a causa de las presiones de la oposición,


salió del país J. Arismendy Trujillo, y el día 25 su hermano Héctor, quienes retornaron a
Santo Domingo el 16 de noviembre. El día 18, después de haber renunciado sus cargos
militares, el General Trujillo hijo se ausentó hacia Europa. En vista de la crisis política,
el Presidente Balaguer decretó un estado de emergencia nacional y declaró asumir la je-
fatura del Ejército. Desde Santiago, el Coronel Rodríguez Echavarría se lanzó, el día 19,
a una acción militar de respaldo del Presidente Balaguer y contra los hermanos Trujillo.
Héctor y J. Arismendy Trujillo, frustrado su proyecto de golpe de Estado, se vieron obli-
gados a ausentarse del país. La UCN, el PRD y el 14 de Junio, en una exposición pública,
apoyaron las medidas tomadas por el Presidente Balaguer en el estado de emergencia
producido por la salida de Ramfis Trujillo y del abortado golpe de los hermanos Trujillo.
Aumentó la crisis política el secreto fusilamiento de Modesto A. Díaz, Roberto Pastoriza
Neret, Huáscar Tejeda Pimentel, Pedro Livio Cedeño, Tunti Cáceres, Salvador Estrella
Sadhalá, implicados en el hecho del 30 de mayo.
Restitución del nombre de la capital dominicana. En vista de solicitud del
Presidente Balaguer y de exposición del Presidente de la Academia Dominicana de la
Historia, el 21 de noviembre le fue restituido su nombre de Santo Domingo a la capital
de la República.
Las turbas. Como consecuencia de la salida de los Trujillo, de sus familiares y alle-
gados, se inició una frenética destrucción de los bustos, estatuas y retratos de Trujillo y el
asalto a las residencias de sus relacionados. Desde fines de noviembre las turbas se lan-
zaron desenfrenadamente, en todo el país, al saqueo de las casas y fincas de los Trujillo y
de sus principales asociados. Fue destruido el monumento erigido en el sitio en que cayó
Trujillo, echada abajo su estatua ecuestre, en San Cristóbal, y eliminado cuanto llevó su
nombre.
Crisis política. Desde el mes de noviembre fueron permanentes las largas y laborio-
sas conversaciones entre el Gobierno y los Partidos Políticos, acerca de las proposiciones
del Presidente Balaguer para una nueva fórmula de Gobierno de coalición nacional. Entre
los representantes de la UCN se distinguieron el Dr. Luis Manuel Baquero, el Dr. Donald
Reid Cabral y el Lic. Antinoe Fiallo. Actuó como mediador el Dr. Nicolás Pichardo. Al Pre-
sidente Balaguer lo representaba el Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, y luego una comisión
compuesta, además de éste, por Rafael Vidal Torres, Lic. Temístocles Messina y S. Salvador
Ortiz. Las diversas fórmulas concertadas no tuvieron viabilidad por la fatal intromisión del
General Rodríguez Echavarría en la crisis política.
Caso del Yate Patria. El 30 de noviembre se anunció que el yate Angelita, hoy Patria,
en que iban hacia Francia el cadáver de Trujillo y parte de la fortuna de su familia, había
sido devuelto y dirigido a la bahía de Las Calderas, a fin de que su arribo al puerto de Santo
Domingo no provocara actos de profanación y el asalto del barco por el pueblo exaltado.
Venían en el yate, como custodios, Andrés Alba Valera, señora e hijos y su suegro Viviani
Luna y señora. El cadáver fue enviado a Francia por la vía aérea, y el Gobierno se incautó
de los valores que iban en el barco, RD$4,562,837.00 en efectivo –de Radhamés Trujillo– y
una mayor suma en documentos comerciales, acciones, etc. Actuó en el sonado caso una
Comisión del Gobierno compuesta por el Lic. E. Rodríguez Demorizi, quien la presidía;
por el Lic. Carlos R. Goico, Presidente de la Cámara de Diputados; el Dr. J. A. Quezada,
Director General de Rentas Internas; el Lic. M. H. Castillo, en representación de la UCN;

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

el Dr. Humbertilio Valdez Sánchez, del PRD; y los Notarios Dr. Rubén Suro Godoy y Dr.
Hipólito Sánchez Báez.
Disolución del Partido Dominicano. El 28 de diciembre la Presidencia de la Re-
pública anunció que los bienes del disuelto Partido Dominicano serían destinados a obras
de bien público. Su local, en Santo Domingo, fue destinado, por gestión de la Secretaría de
Estado de Educación y Bellas Artes, al Conservatorio Nacional de Música.
Ley de amnistía. El 30 de noviembre el Presidente Balaguer se dirigió al país para
anunciarle que “la dinastía de los Trujillo” había terminado el 19 de noviembre. El mismo
día 30 se publicó la Ley de Amnistía en favor de los participantes directa o indirectamente
en el hecho del 30 de mayo. En tal virtud salieron de su escondite, de inmediato, Antonio
Imbert Barrera y Luis Amiama Tió, a salvo de la más tenaz de las persecuciones políticas
realizadas en el país.
Retorno de exiliados. Desde los primeros días de diciembre, con la Ley de Amnistía
se aumentó el retorno de exiliados políticos, algunos de más de treinta años de ostracismo,
entre ellos el Lic. Luis F. Mejía y su hijo Luis Aquiles, el Dr. Guaroa Velásquez, el Dr. Leovi-
gildo Cuello, Virgilio Vilomar, Horacio Julio Ornes, Dr. Virgilio Mainardi Reyna, Dr. Miguel
A. Pardo, Dr. Ellis Cambiaso, Froilán Pérez, Dr. Pedro A. Pérez Garcés.
Vanguardia Revolucionaria Dominicana. En el mes de diciembre se constituyó
la nueva agrupación política, dirigida por el Comandante Horacio Julio Ornes, valeroso
dirigente de la invasión de 1949.
Partido Nacional. El Sr. Virgilio Vilomar –de los primeros exiliados políticos en
1930– ya en el país anunció, el 23 de diciembre, la reconstitución del antiguo Partido
Nacional (Partido horacista), llevada a cabo en San Pedro de Macorís el 15 de enero de
1962.
Consejo de Estado. En un proyecto de reforma constitucional y a fin de resolver la
crisis política en forma democrática, el Presidente Balaguer propuso, el 18 de diciembre, la
creación de un Consejo de Estado, compuesto por siete miembros. En razonada carta al Dr.
Balaguer el Lic. José M. Cabral Bermúdez expuso su negativa a formar parte del Consejo,
en funciones desde el 1º. de enero: ya antes, por el mes de julio, ni él ni su hermano Lic.
Marco A. Cabral quisieron aceptar la Presidencia de la República, que les fue ofrecida para
adelantar el proceso de democratización. En manifiesto del 31 de diciembre, el Partido 14
de Junio se pronunció contra la constitución del Consejo de Estado y pidió la creación de un
Gobierno de unidad nacional. El citado organismo estuvo compuesto por el Dr. Balaguer,
como Presidente, y por los señores Lic. R. F. Bonnelly, Lic. Eduardo Read Barreras, Dr. Ni-
colás Pichardo, Antonio Imbert Barrera, Luis Amiama Tió y Mons. Eliseo Pérez Sánchez. El
Dr. Donald Reid Cabral formó parte del Consejo desde el 18 de enero. El Lic. Read Barreras
renunció posteriormente por no estar de acuerdo con los procedimientos del Consejo, sus-
tituyéndole el Dr. J. A. Fernández Caminero.
Levantamiento de las sanciones. El 5 de enero la OEA resolvió levantar las sancio-
nes diplomáticas que pesaban sobre la República desde 1960. El Dr. José A. Mora, Secretario
de la OEA declaró en Santo Domingo que consideraba “un ejemplo para el Mundo el pro-
ceso democrático” cumplido en el país.
Revista Ahora! El 15 de enero se inició la publicación de la revista Ahora!, meritísimo
esfuerzo del periodista Dr. Rafael Molina Morillo –hoy revista semanal– en cuyo crédito y
auge coadyuvan los periodistas Lic. Pedro Fernández Peix y Mario Bobea Billini.

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bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Partido Nacionalista Revolucionario Dominicano. El 15 de enero de 1962 re-


gresó al país el exiliado General Miguel Ángel Ramírez Alcántara, quien constituyó el Par-
tido de ese nombre.
Junta cívico-militar. El 17 de enero, como consecuencia de la crisis política causada
por el ametrallamiento de diversas personas, el día anterior, a la puerta de las oficinas de la
UCN, frente al Parque Independencia, de Santo Domingo, con un saldo de cinco muertos
y veinte heridos, el Consejo de Estado que presidía el Dr. Balaguer fue depuesto de modo
insólito por el Jefe del Ejército, Rodríguez Echavarría, quien constituyó una híbrida Junta
Cívico-Militar, siendo llamado a presidirla el ciudadano Lic. Huberto Bogaert, quien acep-
tó el cargo accediendo a incitación del Dr. Balaguer, pero ignorante de la acción y de las
tendencias antidemocráticas del General Rodríguez Echavarría. Algunos presentes en el
triste acto, entre ellos el Dr. Donald Reid y el Lic. Rodríguez Demorizi, se negaron a formar
pare de la Junta. En vista de la nueva situación, al día siguiente, 18 de enero, renunciaron
diversos miembros del Gabinete del Dr. Balaguer. El repudio nacional y la resistencia civil
contra los intentos dictatoriales de Rodríguez Echavarría crecieron de tal modo por todo
el país que un grupo de oficiales del Ejército, entre ellos el Coronel Wessin, redujo a pri-
sión a Rodríguez Echavarría y repuso en sus funciones al Consejo de Estado, salvo el Dr.
Balaguer, retirado del Gobierno, quien se asiló luego en la Nunciatura Apostólica, en vista
de la anárquica situación política incontrolada por el Consejo de Estado. El 3 de febrero la
UCN sugirió en un Comunicado que la petición del Sr. Nuncio de S. S. para que se otorgara
salvoconducto al Dr. Balaguer no debía ser considerada hasta instalarse el Gobierno que
surgiera del voto popular. El 7 de marzo se le permitió la salida, hacia Puerto Rico, al Dr.
Balaguer, y deportado Rodríguez Echavarría, lo que dio lugar a una oleada de tumultos,
aduciéndose la razón de que el militar deportado debía haber sido sometido a la Justicia
por el ametrallamiento del pueblo y por otros reprobables actos.
La UCN, partido político. El día 8 de febrero la UCN se convirtió en Partido Político.
El 27 dio a la publicidad su Declaración de principios como Partido, considerado entonces
como el mayoritario.
Repudio del Consejo de Estado. Entre los diversos y persistentes repudios del Con-
sejo de Estado –cuyas prácticas eran consideradas ajenas a un Gobierno de transición– el 13
de marzo se produjo una manifestación de la Federación de Estudiantes Dominicanos. El 1º.
de abril la UCN amenazó con la renuncia en masa de sus miembros en el Gobierno si no se
aceptaban los postulados políticos de su exposición del 17 de marzo dirigida al Consejo. El
mismo día 1º. de abril, el Sr. Francisco Acevedo Gautier renunció de la Subsecretaría de Es-
tado de la Presidencia porque “el Consejo padecía de una grave impermeabilidad social que
lo inhabilitaba para captar la verdadera situación histórica dominicana”. La revista Ahora!, a
su vez, le atribuyó al Consejo la “tendencia a ejercer un control o dominio de la prensa”. El
día 8 el Consejero Antonio Imbert Barrera dio un alerta al pueblo para que no cayese en los
extremos de una dictadura derechista o izquierdista o se sumiese en la anarquía. El 13 el Pro-
fesor Juan Bosch denunció la existencia de una campaña del Consejo de Estado encaminada
a desacreditar los partidos políticos. La UCN decidió finalmente, el 17 de abril, que renun-
ciasen los afiliados suyos que ocuparan cargos políticos en el Gobierno, y retiró el apoyo que
venía prestando al Consejo de Estado, en razón de su ineficacia e impopularidad.
En esos tumultuosos días de crisis política, de estado de emergencia, y decretado el
toque de queda por el Consejo de Estado –situación de anarquía sin precedentes en la

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

República– sin Gobierno que tuviese el menor respaldo del pueblo, se hizo cargo de la Jefa-
tura de la Policía Nacional el General de Brigada Belisario Peguero Guerrero –promovido
a ese rango el 7 de abril– a cuya energía se debió el retorno al orden y la eliminación de las
turbas.
Partidos Revolucionario Dominicano Autentico y Alianza Social Demócra-
ta. El 8 de abril se constituyó el primero, dirigido por el Sr. Nicolás Silfa, y el segundo el 23
del mismo mes –fracción disidente de la UCN– dirigido por el Dr. J. I. Jimenes Grullón.
Chase Manhattan Bank y First National Bank Of New York. Sus sucursales
de Santo Domingo abrieron sus puertas, respectivamente, el 7 de mayo y el 3 de junio
de 1962.
Frente Democrático. En discurso pronunciado el 19 de septiembre por el íntegro
ciudadano Lic. Julio F. Peynado, aceptó la postulación para la Presidencia de la República,
para lo cual se había recién constituido el Partido Frente Democrático. El Lic. Peynado con-
tó con importantes adhesiones, incluso las de los Partidos Nacional y Progresista Demócra-
ta Cristiano, pero, no obstante, el 30 de septiembre renunció la candidatura ante obstáculos
políticos contrarios a sus principios.
Convenciones del PRD y de UCN. En los días del 19 al 21 de octubre el PRD celebró
su Convención nacional y eligió sus candidatos a la Presidencia, Juan Bosch, y a la Vice,
Buenaventura Sánchez Feliz, quien fue eliminado luego y sustituido por el Dr. S. A. Gon-
zález Tamayo. La Convención de la UCN fue celebrada el 27 del mismo mes: Presidencia,
Dr. Viriato Fiallo, y Vice, Dr. José Augusto Puig. El Partido Revolucionario Dominicano
Auténtico, dirigido por Nicolás Silfa, y Acción Social, postularon para la Presidencia al Dr.
Balaguer, cuya candidatura fue rechazada por la Junta Central Electoral.
Universidad Católica Madre y Maestra. Fue inaugurada en Santiago el 15 de no-
viembre, bajo el rectorado del sacerdote e historiógrafo Monseñor Hugo E. Polanco Brito.
Proceso Hermanas Mirabal. El 24 de noviembre terminó, en su primera etapa, el
sensacional proceso contra los victimarios de las Hermanas Mirabal, aún en apelación, el
más espantoso de los crímenes del pasado régimen.
Muerte del Lic. Bogaert. El 1º. de diciembre murió el distinguido ciudadano Lic.
Huberto Bogaert. Ajeno al absurdo golpe de Estado del 17 de enero, llamado a presidir la
efímera Junta Cívico Militar, acudió desde su retiro del Cibao a lo que estimó una cita del
patriotismo, y se condujo, ante la realidad, con su dignidad característica.
Los Mellizos de Palma Sola. Al margen de la crisis política exacerbada por la fal-
ta de popularidad del Consejo de Estado, se confrontó, en los últimos meses del año,
el malestar producido por el alarmante auge de la superstición en torno a los famosos
continuadores del Dios Oliverio, los llamados Mellizos de Palma Sola, hermanos Rodríguez
Ventura, en el Sur del país, que culminó en la espantosa tragedia del 28 de diciembre –la
mayor de esta especie ocurrida en la República– en la que cayeron sin vida centenares
de campesinos, partidarios de los Mellizos, y de parte del Ejército el apreciado General
Miguel F. Rodríguez Reyes.
Polémica Bosch-Láutico. El 17 de diciembre, trasmitida por televisión, se realizó la
resonante polémica del candidato Bosch con el sacerdote jesuita español Láutico García,
quien en una de sus intromisiones en la política dominicana acusó a Bosch de marxista-
leninista. Las aclaraciones de Bosch, su aplastante triunfo contra el P. Láutico, fueron parte
importantísima en su asombroso triunfo eleccionario.

416
bernardo pichardo  |  resumen de historia patria

Elecciones del 20 de diciembre de 1962. Tras intensa pugna en que el pueblo impuso
decididamente la realización de las elecciones presidenciales, libres, fue electo Presidente
de la República el Profesor Juan Bosch, y Vice Presidente el Dr. S. A. González Tamayo. Se
abstuvieron de comparecer en los comicios el Partido 14 de Junio, presidido por el Dr. Ta-
várez Justo, y el Partido Nacionalista Revolucionario dirigido por el Dr. P. A. Pérez Cabral
(Corpito), pero sus afiliados votaron por el PRD, al cual se adhirieron los Partidos Vanguar-
dia Revolucionaria y Nacional, dirigidos por H. J. Ornes y Virgilio Vilomar.
El PRD, obtuvo 628,495 votos, del total de 1,050,867 votos, o sea 312,618 votos más que
los logrados por la UCN.
La UCN, candidatos Fiallo y Puig, obtuvo 315,877 votos.
Partido Social Cristiano, candidatos Dr. A. Moreno Martínez; y Dra. Josefina Padilla
Vda. Sánchez. 53,096.
Partido Nacionalista Revolucionario, candidatos Dr. Virgilio Mainardi Reyna y Dr. Ma-
rio Read Vittini, 35,610.
Alianza Social Demócrata, candidatos Dr. J. I. Jimenes Grullón y Dr. B. Báez Ledesma,
solo obtuvo 17,789 votos.
El 27 de febrero de 1963, el Profesor Juan Bosch, gloria de las letras americanas, tomó
posesión de la Presidencia de la República Dominicana.

417
No. 35

CARLOS LARRAZÁBAL
BLANCO
los negros y la esclavitud
en santo domingo
Notación Preliminar
Si el escribir no es fácil, el hacerlo para formar un libro, es todavía menos fácil. No es sólo
el hecho de acopiar datos, de andar entre papeles y libros, sino la responsabilidad moral e
intelectual que esta labor lleva consigo y que hay que afrontar con honestidad, buen juicio,
razón serena.
Aquí está el libro, a pesar de todo, libro que he compuesto trayendo a la luz un tema
interesante cuyo desarrollo ha salido de trabajosos rebuscos, aquí y allá, que he tratado
de organizarlos por unidades de interés de modo de facilitar la consulta, lectura, crítica y
comprensión de momentos socio-históricos que fueron fundamentales en la formación y
desenvolvimiento de nuestro amado pueblo de Santo Domingo. Y quien dice Santo Domingo
dice también de toda nuestra América.
La América, la de la historia y de la sociología es hija de la angustia: la angustia del
blanco con su continuo vivir frente a la muerte en tierras desconocidas, con su inmode-
rado afán de oro y poder tiránico; la angustia del indio, siempre en camino de perder su
propia personalidad tras la pauta inmisericorde del encomendero; la angustia del negro
que abandonaba obligado sus lares nativos para brindar el ébano de su espalda a los la-
tigazos de cualquier soez capataz o amo malvado. Ese vivir angustiado, quizás ha traído
por consecuencia la complicada maraña de complejos que se entretejen en el cuerpo de
todos los pueblos del Nuevo Mundo, las fisuras espirituales que los escinden, sin excluir
los de origen inglés.
Escrutar esos tiempos de angustia, de sed de oro y de mando, de mestizajes raciales y
culturales, en engreimiento de las clases poderosas en servicio de factores económicos y
de personal bienestar; escrutar esos tiempos en los cuales los menesterosos, los enfermos
del alma y del cuerpo, los hambrientos de pan y de justicia y de amor, que eran los más;
donde los que sudaban la frente y el cuerpo todo en las minas, las haciendas, los cañave-
rales, los ingenios de azúcar, rezumaban toda clase de dolores, de miedos, de rencores, de
anhelos de un vivir más acorde con las infinitas bondades de que era capaz el dios que la
doctrina cristiana quería mostrarles; escrutar esos tiempos, digo, es como dirigir el escal-
pelo del pensamiento y del sentimiento en cuerpo débil que debe recuperarse; es poner
las viejas ideas y los malos hábitos pasados que nos conforman por culpa de nuestros
antepasados, negros y blancos; es ahondar en la historia de la injusticia social en nuestros
países de América.
Hurgar en estos antros de la historia de un pueblo, sin embargo, requiere mucho. Re-
quiere amor, no el gusto árido de ropavejero de papeles viejos, sino amor al suelo que lo
vio nacer, amor a la verdad, al bien, a la justicia social. Todo esto he querido poner en este
trabajo, humilde ensayo que otros habrán de superar con mejores capacidades y mejores
bríos.
Carlos Larrazábal Blanco
Caracas, Venezuela, junio de 1967.

421
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Capítulo I
La Introducción de Esclavos y sus Incidencias
Sumario
1. Gobierno de Ovando. Los Reyes Católicos piden se dejase introducir esclavos negros nacidos
en Castilla. Ovando no quiere se envíen esclavos y es escuchado. A la muerte de la reina Isabel entran
esclavos para trabajar en las minas de cobre. Ovando acepta, con lo cual se quedó establecida oficialmente
la esclavitud. Se introducen más esclavos para trabajar en las minas de oro. Se prohíbe la entrada de
negros levantiscos y de los criados entre moros.
2. Gobierno de Diego Colón. Se dispone que los esclavos introducidos sean cristianos. Diego
de Nicuesa introduce negros. Llegan 100 esclavos procedentes de Lisboa. Mueren muchos negros y
el rey Fernando se muestra extrañado, pide se cuiden mucho. Introducción de esclavas blancas. El
Almirante y Oficiales Reales se oponen, pero no son oídos. Suspensión de la trata en 1504. Se autoriza
a cada morador poseer una esclava para servicios domésticos. Se introducen esclavas para someter a los
varones a mejor disciplina. Esclavos para la construcción de la iglesia de La Vega. A la muerte del rey
Fernando, Jiménez de Cisneros suspende la trata.
3. Gobierno de los Padres Jerónimos. Piden negros bozales. Deseos de introducción directa.
Opiniones del licenciado Alonso Zuazo. Opiniones del contador Gil González Dávila. Peticiones de
la Junta de Procuradores de 1518.
4. El padre Las Casas y la Esclavitud.
5. Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVI. Años 1518-1550. Asiento con el gobernador
de Bresa para introducir 4,000 negros. Disgustos y protestas por esta concesión. El adelantado Rodrigo
de Bastidas opina. Nuevos permisos en vigencia del anterior asiento. Concesión al Marqués de Astorga.
En 1527 se suspende la licencia del gobernador de Bresa. El veedor Gaspar de Astudillo denuncia fraudes
en la introducción de esclavos. Pedro López de Mella pide 400 esclavos para las granjerías de oro de La
Vega. El Rey concede que para cada persona que vaya a residir a La Vega se le conceda seis esclavos.
Para el fomento del azúcar y la cañafístola se libera de almojarifazgo la venta de esclavos. Introducción
de negros cuidando de que la cantidad se distribuya por sexos. El Ayuntamiento de Puerto Plata pide
negros. Asiento con los alemanes Enrique Ehinger y Jerónimo Sayller por 4,000 negros en cuatro años. El
tesorero Esteban de Pasamonte objeta este asiento. Los oidores también hacen objeciones. Caso del factor
portugués Andrea Ferrer. Beneficios económicos reportados por el asiento de los alemanes. Asiento con
Francisquín y Diego Martí. Se discute acerca del precio de los negros. El Arzobispo y el oidor Cervantes de
Loaisa piden licencia general para introducir 1,000 negros. El Cabildo de Santo Domingo pide 200 negros
para cercar la ciudad, o que el Rey les ceda su hato de vacas para con su producto comprarlos. Licencia
para pasar 1,000 negros a la Isla. Se pide la desaparición del monopolio de la trata en Sevilla. Hernando
Gorjón introduce 150 negros para la construcción de un colegio y un hospital. Deshonestidades de las
autoridades respecto de las armazones de negros. El adelantado de Canarias cambia negros por caballos.
Reventa de negros destinados a Honduras, México y el Perú.
6. Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVI. Años 1550-1600. En 1552 se piden 3,000
negros. Noticias contradictorias respecto del estado económico de la Isla y de la introducción de esclavos. Se
toman medidas contra el contrabando de esclavos. Caso del pirata John Hawkins. El licenciado Echagoyan
y la esclavitud. Suben los derechos aduaneros a la mercancía viva. Asiento con el portugués Gaspar Peralta.
Pleitos de justicia por negros introducidos sin registro ni licencias. Asiento con Pedro Gómez Reynel.
7. Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVII. Cuadro de Studer respecto de licencias y
asientos durante los siglos XVII-XVIII. Asiento con Juan Rodríguez Cutiño. Tráfico directo entre América

422
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

y África. Cartagena y Veracruz, asiento del comercio negrero. Asiento con Antonio Rodríguez Delvás.
Asiento con Manuel Rodríguez Lamego. Chávez Osorio es consultado. Decomiso de ciertas armazones
y litigios producidos. Don Francisco Rodríguez Franco de Torquemada y la esclavitud. Asiento con el
venezolano Bernardo Marín de Guzmán. El oidor Araujo y Rivera y la esclavitud.
8. Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVIII. Fundación de compañías negreras
extranjeras. Contrato con Miguel Uriarte. El Ayuntamiento de Santo Domingo pide la introducción
de 1,500 negros. Formación de una Junta con el nombre de Sociedad de Hacienda, para regular la
esclavitud y los asuntos económicos. Los negros de mala entrada. Oyarzábal pide 400 negros. Sánchez
Valverde y la esclavitud. Últimas introducciones. Expediente sobre mejoras y adelantamiento de la
Isla Española de Santo Domingo, estado de la esclavitud; petición de negros; se propone introducir
familias gallegas, inglesas, irlandesas y alemanas; se compran ambas colonias de la Isla.
9. La suerte de la esclavitud en el siglo XIX. La abolición de la esclavitud. Opinión
del Consejo de Indias. Abolición de la esclavitud en Santo Domingo por Toussaint Louverture. La
esclavitud y los negros durante la dominación de Francia. Disposición sobre captura de negros en la
frontera. La España Boba. Memoria de Manuel de Hita. Últimos bautizos de esclavos. José Núñez de
Cáceres y la esclavitud. La invasión de Boyer. La introducción de negros libres procedentes del Sur
de los Estados Unidos. La República Dominicana y la esclavitud. Opiniones de don Tomás Bobadilla.
La anexión a España.

La introducción de esclavos y sus incidencias


Gobierno de Ovando
Se puede asegurar que desde los primeros años de la fundación de la ciudad de Santo
Domingo, acontecimiento que se fija en el año de 1496, existieron esclavos. Los primeros,
blancos, berberiscos o negros, debieron haber sido introducidos de contrabando.
El primero que gobernó la Isla, Cristóbal Colón, nunca pidió esclavos, sino artesanos,
y agricultores de raza blanca. Parece que pensó, sin mucho conocimiento al respecto, que
los indios bastarían para algunos menesteres. De modo que la iniciativa de la introducción
de esclavos nacería posteriormente a los días del Almirante, de la mente de otros colonos
urgidos por necesidades de tipo económico o de lucro personal.
En fecha 3 de septiembre de 1501 los Reyes Católicos extendieron título de Gobernador
de las Indias a frey Nicolás de Ovando, y entre las instrucciones que le dieron una decía que
dejase pasar a las Indias esclavos negros nacidos en Castilla. Esta medida fue sabia, pues los
negros nacidos en España eran cristianos y habían asimilado la cultura española.
Cuando el comendador Ovando llegó a la Isla en 1503 procuró, sin embargo, que no se
enviasen esclavos a la Española, puesto que se huían a los montes de tal modo que no podían
ser habidos, y que además se establecían entre los indios y les enseñaban malas costumbres.
De esto se puede colegir que ya existían negros esclavos clandestinos antes del citado año de
1503, y en buena cantidad, hasta producir desazón comprobada en la naciente colonia.
La petición de Ovando fue escuchada y la entrada de negros fue suspendida. Sin embargo
en 1505, muerta la reina Isabel, una embarcación arribó a la ciudad de Santo Domingo con
diecisiete esclavos negros que se dedicarían al trabajo de las minas de cobre recién descubier-
tas. Ovando aceptó el hecho cumplido, y conociendo mejor las necesidades e intereses de la
colonia resolvió pedir más esclavos, con lo que dejó establecido de una manera definitiva,
desde el punto de vista oficial, el sistema de la esclavitud de los negros en la Isla. A esto el

423
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Rey, en fecha 15 de septiembre de 1505, contestó: “Enviaré más esclavos negros como pedís,
pienso que sean ciento. En cada vez irá una persona fiable que tenga alguna parte en el oro
que cogieren y les prometa alivio si trabajan bien”.
Pero por más que Su Majestad quería organizar la esclavitud, darle sentido o motiva-
ción y a la vez hacerla asunto exclusivo de su incumbencia, continuaron en el gobierno de
Ovando las filtraciones, que se sucedían unas tras otras, continuamente, llenándose así la
colonia de esclavos de mala ley.
En 1506 se prohibió la entrada de negros levantiscos y de los que fueran criados entre
moros, y además se resolvió la expulsión de todos los ya existentes en la Española. Los es-
clavos expulsados se entregaron a la Casa de la Contratación, en Sevilla, como propiedad
del Rey, a los introductores se les impuso una multa de 1,000 pesos, que en caso de tratarse
de personas insolventes debía entonces aplicarse un castigo de cien azotes.

Gobierno de Diego Colón


En fecha 29 de octubre de 1508 se confirió la gobernación de las Indias a Don Diego Colón,
el hijo del Primer Almirante, y el 3 de mayo de 1509, el Rey Fernando firmó las instrucciones
que se le dieron, uno de cuyos ítems decía: “Por cuanto Nos con mucho cuidado deseamos la
conversión de los indios a nuestra Santa Fe Católica… y así allá fuesen personas sospechosas
en fe podrían empedir algo a la dicha conversión; no consintáis ni deis lugar a que allá pueblen
ni vayan moros, ni herejes, ni judíos, ni reconciliados, ni personas nuevamente convertidas
a nuestra santa fe, salvo si fueren esclavos negros que hayan nacido en poder de cristianos
nuestros súbditos e naturales, e con nuestra expresa licencia”. En esta instrucción se reafirma
la intención real de que los esclavos traídos fuesen entre los ya transculturados en España.
Como los indios demostraban flaquezas para el trabajo, el 22 de enero de 1510, en Va-
lladolid, el Rey autorizó el empleo de los esclavos para el laboreo de las minas, y autorizó
a la Casa de la Contratación para que hiciera introducir en Santo Domingo y se vendiesen
allí cincuenta esclavos primero y después otros más hasta completar doscientos. De estos
vinieron 36 con Diego de Nicuesa y en abril del mismo año llegaron más de ciento que se
compraron en Lisboa. Muchos de estos negros murieron, lo cual causó extrañeza al Rey. “No
entiendo cómo se han muerto tantos negros: cuidadlos mucho”.
Algo que parece extraño es la introducción de esclavas blancas, o al menos el permiso
real para tal objeto. Desde Burgos el 23 de febrero de 1512 el Rey ordenó que se enviasen a las
Indias esclavas blancas cristianas, pues habiendo en estas regiones gran necesidad de mujeres,
los españoles las tomarían y no se unirían a las indias, amén de que las blancas rendirían
más para el trabajo que las naturales. El virrey Don Diego Colón se opuso a esta medida
así como sus Oficiales Reales y todos expusieron a Su Majestad que como en la Española
vivían muchas doncellas conversas, los españoles desdeñarían a éstas para maridarse con
las esclavas blancas. Pero esta objeción no tuvo ningún valor ante la autoridad real, pues en
diciembre del mismo 1512 se recordó a la Casa de la Contratación que no dejase de enviar
a Santo Domingo las citadas esclavas blancas.
Otra disposición notable durante el gobierno de Don Diego fue la libertad que se dio a
cada vecino de la Isla para que pudiesen sacar exenta del impuesto una esclava para el servicio
de su casa. Esta disposición tiene la fecha de 26 de septiembre de 1513. A este respecto, dice el
“Traslado de las mercedes e libertades que sus Altezas concedieron e otorgaron a la Isla Española e a los
vecinos e moradores della”, “me es suplicado e pedido por merced –a los vecinos e moradores de

424
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

dicha isla que quisiere pueda llevar destos reinos una esclava para servicios de su casa– e Yo
tóvelo por bien –con tanto dichas esclavas que con si llevasen sean cristianas criadas más de
tres años en Castilla–. La introducción de esclavas negras para tratar de someter a los varones
negros a una mejor disciplina fue preocupación de la Metrópoli. Así, el Rey en carta al tesorero
Pasamonte decía: “Provéanse esclavas que casándose con los esclavos que hay den éstos me-
nos sospechas de alzamiento”, pero la preocupación no sólo provenía de los alzamientos sino
que ya para ese año de 1513 eran muchos los esclavos, y desde Santo Domingo se pedía no se
introdujesen, pues en la misma carta aludida el Rey agrega: “…Y esclavos irán los menos que
pudieren, según decís”. Esta tesis se comprueba en la carta del Rey al Obispo de la Concepción
de La Vega, Suárez Deza, en la cual dice: “Para más pronto acabar la Iglesia podéis pasar 10
esclavos: decís que ahí aprueban los esclavos negros y que convendría fuesen más por ahora
siendo varones no, pues parece que hay muchos y podrá traer inconveniente”.
La introducción y trata de negros esclavos hubo de tener un breve paréntesis pues a la
muerte del Rey Fernando, el regente del reino, Jiménez de Cisneros, suspendió este negocio.

Gobierno de los Padres Jerónimos


Esta disposición, sin embargo, no duró mucho tiempo, pues todavía legalmente vigente se
trajeron negros a América. Refiere el Padre Las Casas que antes que se fundaran los ingenios
de azúcar, algunos vecinos de la ciudad de Santo Domingo, poseedores de algunos bienes de
fortuna, “que habían adquirido con los sudores de los indios y de su sangre”, deseaban que
se les concediese licencia para introducir una docena de negros traídos de Castilla. Este deseo
se hizo cada vez más general y comenzó por atenerse a peticiones legales de poca monta.
Esa voluntad de traer esclavos se pretextaba, diciendo que la mano de obra india era escasa
por falta de buena voluntad de éstos para el trabajo y además por sus fugas, enfermedades
y muertes; otros decían que si se quería que los colonos dejasen de ocupar a los indios debía
permitírseles la introducción de negros, puesto que los Padres Dominicos amenazaban con
no absolver a los colonos que esclavizaran a los naturales.
El 22 de junio de 1517 los Padres Jerónimos escribieron al cardenal Jiménez de Cisneros:
“Hay la tercera necesidad, como ya bien a la larga tenemos escrito, de que Vuestra Señoría
Reverendísima mande dar licencia general a estas Islas… para que puedan traer a ellas
negros bozales; porque por experiencia se ve en gran provecho de ellos, así para ayudar a
estos indios… e esto suplicamos a Vuestra Señoría Reverendísima tenga por bien conceder,
e luego porque esta gente nos mata sobre ellos e vemos que tienen razón”.
En carta de 18 de enero de 1518 los Padres no sólo piden negros sino que introducen una
novedad, desde el punto de vista legal: la introducción directa, desde África a la Española, así
dicen en carta a Carlos V: “En especial que a ellas (las Islas) se pueden traer negros bozales, y
para los traer sean de la calidad que sabemos que para acá conviene. Que Vuestra Alteza nos
mande a enviar facultad para que desde esta isla se arme para ir por ellos a las islas de Cabo
Verde e tierra de Guinea…”. Parece que los Padres, al correr de la pluma, se dieron cuenta de
que estaban proponiendo algo extraño al espíritu y letra de las disposiciones metropolitanas,
así agregaron en la dicha carta: “O que esto se pueda hacer por otra cualquier persona des-
de esos reinos para los traer acá”. No olvidaron los Jerónimos justificar la petición: “E crea
Vuestra Alteza, serlo ha para que estos indios y sus vasallos, sean ayudados e relevados en
el trabajo, e pueden más aprovechar a sus ánimas e a sus multiplicación, mayormente ahora
que los ponemos en pueblos, juntándolos de muchas partes por do andan derramados”. Al

425
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

mes siguiente de escrita esta carta uno de los priores, Fray Bernardino de Manzanedo, pre-
sentó personalmente al gobierno metropolitano un memorial relativo a cosas de Indias, en
el cual se decía: “Los de la Española todos piden licencia para llevar negros, pues no bastan
los indios. Esto a todos allá nos pareció bien, siendo tantas o más hembras que varones”.
El licenciado Alonzo Zuazo, que vino de Juez de Residencia, abogó con calor por la trata
de negros esclavos con lo que no hacía sino seguir el clamor general. El 22 de enero de 1518
escribía: “Dar licencia general que se traigan negros, gente recia para el trabajo, al revés de
los naturales tan débiles que sólo pueden servir en labores de poca resistencia, cuidar los
conucos o haciendas”. Y agrega: “Es vano el temor de que negros puedan alzarse; vida hay
en las Islas de Portugal, muy sosegada con ochocientos esclavos; todo está en cómo son go-
bernados. Yo hallé al venir aquí algunos negros ladrones; otros huidos a monte; azoté a unos,
corté las orejas a otros e ya no ha venido más quejas”. En esa misma fecha escribió Zuazo a
Monseñor de Chievres: “Hay necesidad ansimismo que vengan negros esclavos, como es-
cribo a su Alteza es porque Vuestra Señoría verá aquél capítulo de la carta de Su Alteza, no
lo quiero repetir más que hacerle saber que es cosa muy necesaria, mandándolos traer que
dende esta Isla partan los navíos para Sevilla, donde se compre el rescate que fuese necesario,
ansí como paños de diversos colores, con otras cosas de rescate que se usan en Cabo Verde,
de donde se han de traer, con licencia del Rey de Portugal e que por el dicho rescate vayan
allí los navíos, e traigan todos los negros e negras que pudieran haber bozales, de edad de
quince a diez e ocho años; e veinte años e hacerse han en esta Isla a nuestras costumbres; e
ponerse han en pueblos donde estarán casados con sus mujeres. Sobrellevarse ha el trabajo
de los indios, e sacarse ha infinito oro. Es tierra esta la mejor que hay en el mundo para los
negros; para las mujeres; para los hombres viejos por grande maravilla se ve que cuando uno
de este género muere”. Pero dudando que se hiciese tal como se pedía, agregó el licenciado
en su carta aludida: “La otra súplica que hago a Su Alteza es que si la licencia de los negros
no se otorga, por el extrañable deseo que tengo de servir a Su Alteza, me haga merced de
mandar se me dé licencia para poder traer a esta Isla cien esclavos negros e negras”.
Las ideas de los priores Jerónimos y las del licenciado Zuazo son parecidas. Parece anda-
ban de acuerdo no sólo en esto de los esclavos sino en otras cosas de suma importancia para
el progreso de las nuevas tierras descubiertas, conquistadas y en vías de colonización, tales
como la libertad de comercio y el traer a la Isla labradores y trabajadores en general como
base de efectivo progreso. Entre las ideas de Zuazo llama mucho la atención la de formar
pueblos con los negros que se trajesen, idea que de llevarse a efecto buenas consecuencias
hubiera tenido, al menos en lo que atañe a los propios negros.
El Contador Gil González Dávila se suma a los Jerónimos y a Zuazo: “Ansí que con esto
e conque de Castilla vayan o se dejen llevar negros a los vecinos se reformará la Isla para
que antes crezcan de lo que agora está, que no disminuya”. Pero se cuida el Contador de los
alzamientos: “Es menester dar orden como los esclavos negros que se fueren, no se osen alzar,
e para esto conviene que se tome la orden que hay en la Isla de los Azores e Cabo Verde, que
hay más esclavos que portugueses, están seguros que no se les alzaran los negros, como yo
diré”. Más adelante, en el mismo documento vuelve a decir: “Es menester que los negros
que van, e que hay allá, no puedan alzarse por los montes, porque como la tierra es grande
y montuosa, tienen para ellos gran aparejo, e ya lo han amenazado hazer”.
En este mismo año de 1518, la Junta de Procuradores se hizo cargo del deseo de esclavos
y se dictaminó, por la ciudad de Santo Domingo, pedir licencia general para traer negros

426
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

bozales francos de todo derecho. Esta Junta fue una reunión de todos los Cabildos de la Isla
para de conjunto resolver sobre petición de mercedes y el nombramiento de un procurador
que se presentase ante el Rey para pedirla en nombre de todos. Como una corroboración a
la Junta, pidieron los padres Jerónimos en carta al Rey, del 10 de enero de 1519: “No le es
menester a su generoso e real corazón amonestarle a paciencia, sino que su majestad mande
remediar como a estas partes pasen esclavos negros e negras sin imposiciones”.
Desde el punto de vista de la escasez de indios para trabajar, la petición de mano de obra
negra se hacía más urgente, pues por esos tiempos de 1518 y 1519 una fuerte epidemia de
viruela hizo estragos en los indios, por otra parte no es de extrañar la existencia de grandes
deseos de negros porque además en el gobierno de los Jerónimos se fomentaron muchos
ingenios de azúcar y hatos de ganado que necesitaban buena mano de obra.

El padre Las Casas y la esclavitud


En 1517 estaba en España el padre Las Casas. Lo había impulsado a viajar principalmente
la defensa de los indios. Imbuido en este sano principio y haciéndose eco de la opinión de
autoridades y colonos de la Isla, dijo en sus memoriales presentados al Rey: “que le hiciese
merced a los españoles vecinos de-ellas (de las Islas) de darles licencia para traer de España
una docena, más o menos, de esclavos negros porque con ellos se sustentarían en la tierra
y dejarían libres a los indios”. Para esta petición pretextó además: “y porque algunos de
los españoles desta Isla dijeron al clérigo Casas viendo lo que pretendía y que los religiosos
de Santo Domingo no querían absolver a los que tenían indios, si no los dejaban, que si les
traían licencia del Rey para que pudiesen traer de Castilla una docena de negros esclavos
que abrirían manos (en lo) de los indios”.
Como Las Casas era hombre tenaz, llegó a impresionar al Gran Canciller y al car-
denal Adriano, personas influyentes ante el recién llegado príncipe, rey Carlos I, de
modo que la idea de la libertad de los indios a expensas de la esclavitud de los negros
ganó terreno. Ya no se pensó en doce ni treinta esclavos, puesto que con estas exiguas
cantidades no se lograría lo que se quería. Así, las autoridades del Gobierno pregun-
taron al propio Las Casas qué cantidad de negros se requería para las necesidades de
la Española, San Juan, Cuba y Jamaica, a lo cual el Padre no supo o no quiso contestar.
Entonces consultada la Casa de Contratación ésta propuso la cantidad de cuatro mil
para las necesidades presentes.
De aquí parte, principalmente, la opinión de que el padre Las Casas fue el autor de la
introducción de los negros en América, punto de vista demasiado radical e injusto, pues
como se ve, existieron esclavos desde mucho antes de 1517, fecha de las diligencias del ci-
tado defensor de los indios. Sólo se hizo eco del clamor general de la colonia, defendiendo
la licencia general para allegar esclavos negros. No puede negarse, sin embargo, que fue,
al principio, tan esclavista como cualquiera, puesto que en cierta ocasión que se le consultó
sobre los medios convenientes para la población de Tierra Firme, entre otras cosas recomendó
que a cada vecino se le permitiera llevar, libre de derecho, dos negros y dos negras. Además
en 1520 se firmó en La Coruña un contrato por el cual se concedía a Las Casas el derecho
de poblar en Costa Firme, desde Paria hasta Santa Marta, y en las estipulaciones entraba
una que prescribía que de cada uno de los cincuenta futuros caballeros de espuelas doradas
pudiesen llevar tres esclavos negros para su servicio, y después que estuviesen hechos los
pueblos, siete más. En 1531 elevó el ilustre obispo de Chiapas, en una exposición al Consejo

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de Indias en la cual proponía como remedio para los cristianos de las cuatro grandes islas de
las Antillas el que el Rey prestase a cada una de ellas quinientos o seiscientos negros o los que
parecieren convenientes, pagaderos en tres años y con la hipoteca de los propios negros, y
agregaba el padre: “que al cabo de dicho tiempo será S. M. pagado e terná poblada su tierra
e habrán crecido mucho sus rentas”. Y más decía: “una, señores, de las causas grandes que
han ayudado a perder esta tierra, e no poblar más de lo que se ha poblado, a lo menos de
diez a once años acá, es no conceder libremente a todos cuantos quieren traer las licencias
de los negros, lo cual yo pedí e alcancé de S. M.”.
Pero Las Casas, si apasionado con calor de las ideas que daba por buenas, también tenía
poder de autocrítica, de modo que andando el tiempo le llegó la hora del arrepentimiento
y confesó su culpa. Así declara: “Este aviso de que se tiene licencia para traer esclavos
negros a estas tierras, dio primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia conque
los portugueses los toman y hacen esclavos, no lo diera por cuanto había en el mundo,
porque siempre lo tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos, porque la misma ra-
zón es de ellos que de los indios”. En otro lugar de su Historia General de las Indias insiste
el padre Las Casas: “De este aviso que dio el Clérigo no poco después se halló arrepeso,
juzgándose culpado por inadvertencia, porque como después vio y averiguó… ser tan
injusto el cautiverio de los negros como el de los indios, no fue tan discreto remedio el
que aconsejó que se trajesen negros para que se libertasen los indios, aunque él suponía
que eran justamente cautivos, aun no estuvo cierto que la ignorancia que en esto tuvo
y buena voluntad lo excusase delante del juicio divino”. Y más dice: “siguióse de aquí
también que como los portugueses de mucho atrás han tenido cargo de robar a Guinea, y
hacer esclavos a los negros, harto injustamente, viendo que nosotros mostrábamos tanta
necesidad, y que se los comprábamos bien, y diéramos y danse cada día priesa a robar
y captivar dellos, por cuantas vías malas e inicuas captivarlos pueden; ítem., como los
mismos ven que con tanta ansia los buscan y quieren, unos a otros se hacen injustas gue-
rras y por otras ilícitas se hurtan y se venden a los portugueses, por manera que nosotros
somos causa de todos los pecados que los unos y los otros cometen, sin los nuestros que
en comprarlos cometemos. Por este pasaje el padre Las Casas se ha encontrado consigo
mismo. Reconoce la injusticia de la causa esclavista y ahora se conduele de los negros
como antes se había condolido de los indios. A más andar no tiene inconveniente en de-
nunciar las injusticias y crueldades que los colonos cometen sobre ellos: “Antiguamente,
antes que hubiese ingenios, teníamos por opinión en esta isla, que si al negro no acaecía
ahorcarle nunca, moría, porque nunca habíamos visto negro de su enfermedad muerto,
porque, cierto, hallaron los negros, como los naranjos, su tierra, la cual les es más natural
que su Guinea, pero después que los metieron en los ingenios, por los grandes trabajos
que padecían y por los brebajes que de las mieles de cañas hacen y beben, hallaron su
muerte y pestilencia, y así muchos dellos cada día mueren; por esto huyen cuando pueden
a cuadrillas y se levantan y hacen muertes y crueldades en los españoles, por salir de su
captiverio cuantas oportunidades poder les ofrece...”.

Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVI, años 1518-1550


Una vez que los oficiales de la Contratación opinaron acerca del número de negros que
había de introducirse en las Antillas, dice Las Casas que no faltó entre los españoles que por
caer en gracia llevase la noticia al gobernador de Bresa, caballero flamenco que Carlos V,

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

trajo a España, y formó parte de su Consejo. Se llamaba este personaje Lorenzo de Grame-
not, barón de Montinay. En España lo llamaban Garrebod y también Grosover en algunos
documentos.
El de Bresa, acogiéndose a su buen predicamento con el Emperador, consiguió por R.
C. del 18 de agosto de 1518 y del 21 de octubre del mismo año, el privilegio para introducir
cuatro mil negros en ocho años, que deberían ser vendidos a no más de cuarenta y cinco
castellanos y no pagar los esclavos los dos ducados que solía acostumbrarse por cada pieza,
ni tampoco los derechos de almojarifazgo. Además los negros debían ser cristianos o que
se bautizaran a su llegada.
Sin embargo, Garrebod nunca se ocupó personalmente en la explotación de su privi-
legio, seguido que lo obtuvo. Lo vendió a unos genoveses por veinte y cinco mil ducados
con la condición de que no extendieran licencias particulares, según Las Casas. Pero según
los oficiales reales Alonso Dávila, Ampíes y Pasamonte en carta al Rey, 1519, el gobernador
de Bresa “traspasó dicha merced al tesorero Alonso Gutiérrez, de Madrid, e a otros de sus
compañeros por valor de 25,000 ducados”. Es bien extraño que los oficiales reales mintiesen
al Rey y que tomasen el nombre de su ministro del tesoro, Gutiérrez, para atribuirle lo que
no fuera cierto, por lo que puede inferirse que no fue a los genoveses a quienes traspasaran
el negocio negrero, o eran ellos los compañeros de que habla la carta.
La concesión de Grosover produjo disgustos y protestas. Los Oficiales Reales arriba
citados, y en el mismo documento, fundan sus quejas en la exención de impuestos a que se
sometía la introducción de negros. Por otra parte aconsejan que se acortara el término de
ocho a cuatro años. Dicen así:
“Vuestra Alteza recibe mucho daño desta dicha merced, é estas islas lo reciben también.
Los derechos de los esclavos importan 25,000 ducados; sin estos pierde Vuestra Alteza otros
tantos que valdrían los que se pasarían, no habiendo estanco, en estos ocho años, é además
los quintos del oro que se sacaría. Podría acortarse el término á cuatro años, é después darse
licencia general, como la tienen los otros reinos de Vuestra Alteza con menos necesidad que
estos, ó si esto no conviniere, podría desde luego darse la licencia general é pagarse de los
almojarifazgos los 25,000 ducados”.
En 1521 Rodrigo de Bastidas, el Adelantado de Santa Marta, se quejaba de que la merced
había perjudicado a la percepción de los derechos de almojarifazgo, de los cuales era recau-
dador mayor. Pero es bueno observar que el Adelantado se dolía, en el fondo, porque era
concesionario de esos derechos. Además decía que los esclavos se introducían pocos a pocos y
que personas que acostumbraban practicar la introducción ya no lo hacían. Dice: “e si saben
que por haber hecho la dicha merced con cargo e defendimiento que ninguna persona en el
dicho tiempo pudiese pasar a estas partes ningún esclavo, ha sido en mucho daño y perjuizio
de la dicha renta del almojarifazgo desta dicha isla por haber buscado mercaderes e maestros
o marineros e otras personas de pasar mucha cantidad de los dichos negros esclavos; e si saben
que las personas que tienen a cargo en nombre del dicho Lorenzo de Grosover, de pasar los
dichos negros pocos a pocos, por gozar del dicho tiempo, que les vender más caro sin esto
“hobiera habido el dicho Rodrigo de Bastidas mucha suma de pesos de oro de derecho”.
El propio padre Las Casas en sus notas de arrepentimiento, arriba mencionadas, dejó
sentada su protesta, y disgusto: “Fue muy dañosa esta merced para el bien de la población
destas islas”; que si él pidió negros fue para el bien común de los españoles, dándoseles de
gracia y de balde; que vendiendo las licencias los genoveses ganaron doscientos ochenta

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

mil o trescientos mil ducados, sin ningún beneficio para los indios; que por otra parte le
aconsejó a Su Alteza debería afrontar los 25,000 ducados de la merced porque el negocio
resultaba más barato cosa que no fue posible porque el Rey por entonces tenía poco dinero.
Dos individuos figuran como los que hacían pasar los negros de la concesión a las Antillas:
Gaspar Centurión, en España y Melchor su hermano, en Santo Domingo, el cual, para 1521
había ya muerto. Ambos eran genoveses y así siempre los llama Las Casas, los ginoveses.
Dice Herrera que siempre le sacaron al Rey nuevos permisos, a pesar de la concesión
de que tratamos, y cita casos que no sabemos si tuvieron que ver con Santo Domingo y en
efecto las licencias fueron dadas por pocos negros pero con la condición de que se hicieran
efectivas a contar de la extinción de la licencia, es decir, después de cumplidos los ocho
años. Sin embargo una fue dada sin este requisito, la concedida al Marqués de Astorga por
400 negros, por R. C. del 27 de septiembre de 1518, después de la concesión de Garrebod.
Más tarde la Metrópoli debido a las quejas continuas, y seguramente por complacer a otros
protegidos, la licencia del gobernador de Bresa vino a reducirse a permitir la introducción
de esclavos solamente a la Isla Española hasta el año 1527 que quedó suspendida la licencia
legalmente porque seguramente alcanzaría a ese año el plazo de ocho años. Y decimos legal
porque prácticamente muchas obligaciones creadas por la licencia, quedarían vigentes, y
algunas expediciones negreras dentro de la licencia se efectuaron; por ejemplo, sí se crearon
deudas por parte de intermediarios que habían de pagarse o cobrarse a base de venta de
esclavos que iban a buscarse a África. Es del año 1526 cédula con privilegios a los vecinos
de la Española para que pudieran entrar negros y formar armadas para conducirlos.
Herrera, sin embargo, dice que la licencia de Garrebod se revocó en 1523, y por licen-
cia de 19 de noviembre de ese año se dio otra licencia para introducir en la Española mil
quinientos negros, hombres y mujeres por mitad, quedando Garrebod indemnizado con el
usufructo del almojarifazgo que debían pagar los negros a su arribo a la ciudad de Santo
Domingo. Esto no colide con la noticia de la suspensión de la licencia en 1527 y las restric-
ciones que iba sufriendo. El año 1527, probablemente, quedaría suspendido el usufructo de
los derechos de almojarifazgo.
Esta licencia que parece tuvo carácter de licencia general se puso en vigor en el año
1526, y de su cumplimiento el veedor Gaspar de Astudillo, personaje muy mal quisto en
la Colonia, denunció que en el meter negros ocurrían fraudes, “e pide las razones desde el
año 26, en que se dio licencia general para meter 1,400 negros”. Después se dieron licencias
particulares por cien negros, pero los introducían doblados los favorecidos. Los hermanos
Álvaro y Diego Caballero llegaron al extremo de introducir negros sin licencia alguna. Pero
las acusaciones de Astudillo, de quien se decía poseer lupanares públicos, no se creyó que
en todo eran ciertas y así lo aseguran Fuenmayor, Zuazo y Cervantes Loaisa, que declaran
que no es válida la delación de que se traían negros sin registrarse en Sevilla, es decir, que no
se practicaba el contrabando esclavista. Parece que también tocó el inquieto Astudillo algo
respecto del traslado de licencias y sus consecuencias, pues dicen los funcionarios citados:
“En lo de comerciarse las licencias y morirse esclavos por traslado dellas, tampoco hay por
qué querellarse aunque fuera bien escusarlo”. Las licencias de que habla Herrera y delata
Astudillo corresponderían a todas veras, figurando en ellas “vecinos de Santo Domingo” a
la cédula de privilegios de que se habla más arriba.
Causas sobre causas compelían a los colonos de la Española y a sus autoridades a pedir
de continuo negros esclavos. Las primeras quedan ya sabidas: aligeramiento de la condición

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

de los indios; la flojedad de éstos para el trabajo rudo, organizado y obligatorio, hasta el
punto que se decía en aquellos tiempos que un negro valía por cuatro indios; mano de obra
para la saca del oro; los cultivos, la ganadería, los ingenios de azúcar. Después, la despobla-
ción de blancos que dejaban la Isla para irse a otras regiones de América de más incentivo
por sus riquezas; la desaparición creciente de los naturales; la frecuencia de huracanes y
sus devastaciones.
En 1525, Pedro López de Mella, pasó a la Metrópoli para pedir mercedes en beneficio
de la ciudad de la Concepción de la Vega, que se despoblaba a grandes pasos. Y dijo: “y
como no hay indios y se han descubierto otras tierras nuevas, muchos vecinos se han ido
de la ciudad y no vienen otros a vivir en ella”. Como la principal granjería de La Vega era la
saca del oro, se pide a Su Majestad “haga merced a los que viven en la dicha ciudad y a ella
vinieren a vivir, de cuatrocientos negros para que se repartan en la dicha ciudad y que estos
tales negros se tasen en lo que costaren a Su Majestad, puestos en esta ciudad y los fíe por
término de tres años”. Con esto se creía irían a vivir allí muchas personas y quedarían las
que por mala situación, que debieron ser muchas, querían correr ventura en otras partes.
El Rey, apuntando más al tema de la despoblación y soslayando un tanto la petición
sobre esclavos, resolvió que a toda persona que quisiera ir a vivir a la Concepción, además
de pasaje franco, se le diera permiso para llevar seis esclavos negros cada uno.
En enero de 1525, para el fomento de la producción de azúcar y cañafístola se ordenó
que de la primera venta de esclavos que ocurriera en Santo Domingo no se pagase almoja-
rifazgo ni otro derecho. Ese mismo año salía de la Metrópoli para Santo Domingo, Alonso
de Castro, recién nombrado Tesorero Real, con un permiso de introducir doscientos negros
para el fomento de la ganadería, la caña de azúcar, la cañafístola y otros menesteres.
En 1527, en cierto proyecto de poblamiento se propuso que a cada uno de los vecinos de
la Isla se le dejase meter cien negros y cien negras. Es de lugar explicar que la introducción
de negros teniendo en cuenta su sexo se tuvo muy en cuenta siempre. Por lo general en los
permisos se especifica que el número de mujeres fuera la mitad del de varones, otras veces,
se exigió solamente la tercera parte, y como en el caso que se acaba de mencionar igual
cantidad de uno y otro sexos.
En 1528 el Ayuntamiento de Puerto Plata pidió al Rey se permitiera llevar negros, la
tercera parte hembras, libres de derecho porque los indios se habían acabado.
Ya para ese año de 1527 había quienes estuvieran trabajando una concesión como la de
Garrebod, Enrique Ehinger y Jerónimo Sayller, alemanes. Se consiguió la concesión y por
ella debían introducirse cuatro mil negros en cuatro años pagando al Rey veinte mil duca-
dos (20,000), pagados al contado; los precios de las piezas no debían pasar de 40 ducados.
Este contrato fue amparado por la R. C. de 22 de abril de 1528. Sin embargo, los alemanes
revendieron sus 4,000 licencias y el negocio se concretó entre Lisboa, las posesiones portu-
guesas de África y las Antillas. Además, en los sitios en los cuales se vendiesen los negros,
los concesionarios debían señalarles tierras de donde proveyeran para su mantenimiento.
Esta concesión fue un asiento, no una licencia o merced. Entre asiento y licencia, para
sus objetivos, en la práctica no había deferencias, aunque sí la hubiera desde un estricto
punto de vista jurídico. D. L. Molinari, La trata de negros..., citado por Studer, distingue tres
períodos para el estudio de la trata, a saber: licencias (1493-1595); asientos (1595-1789); libertad
de tráfico (1789-1812); sin que esto quiera decir que los períodos fueran tan cerrados que no
se penetraran unos en otros.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El asiento con los alemanes, sin embargo, fue objetado. El mismo año del asiento Esteban
de Pasamonte, tesorero a la muerte de su prepotente tío Miguel, escribió al Rey y le expuso
que la concesión atentaba contra el erario porque los 20,000 ducados podían ser producidos
por los derechos aduaneros, de introducirse los negros libremente; además dejaríanse de
percibir los ocho mil ducados que debían pagarse en Sevilla por los cuatro mil esclavos.
Quiere decir que si el Rey fuese el introductor de los cuatro mil negros se hubieran obtenido
los derechos de aduana, los dos ducados por cada pieza y además las ganancias propias del
Rey por su tanto por ciento sobre el almojarifazgo. Parece que fue un incentivo el pago al
contado que hicieron los alemanes, dadas las continuas estrecheces de la Tesorería Real.
Ese mismo Pasamonte y Fernando Caballero escribieron al Emperador que con el estanco
de negros concedido a los alemanes no se podía obtener un negro “por el ojo de la cara”,
pues no querían venderlos aquellos al precio estipulado, y más tarde se caería en comprarlos
carísimos urgidos por las necesidades. Como se lleva dicho, los alemanes consiguieron sus
negros haciendo contratos con portugueses, duchos en esas diligencias, los cuales enviaron
a América a un factor que se encargara de la entrega de las piezas que se recibían. Los licen-
ciados Zuazo, Espinosa y Serrano explicaron al Rey, el 19 de julio de 1530 que los negros de
los alemanes eran de muy mala calidad, y que a pesar de la necesidad que había de ellos,
nadie los compraba. A esta queja se sumó la del Cabildo de Santo Domingo, el cual, en julio
de ese año suplicó, entre otras cosas, que no se capitularan más asientos ni se prorrogaran
los ya hechos, porque resultaban perjudiciales. Por fin el asiento con los alemanes perimió
en 1532 y no fue autorizada la prórroga solicitada.
Pero es el caso que, según parece, motivado al cumplimiento de obligaciones ya vigentes,
todavía en 1535 estaba prácticamente en vigor el asiento de los alemanes. Una carta de las
autoridades españolenses explica esto, en ocasión de la prisión del factor portugués del
asiento, Andrea Ferrer. Este sujeto hacía seis años estaba en Santo Domingo. De los cuatro
mil esclavos a que estaba obligado entregar, dos mil quinientos fueron entregados habiendo
quedado la entrega de los mil quinientos restantes por cuenta de los portugueses. En esa
virtud Ferrer siguió metiendo negros a razón de cincuenta y cinco ducados, según disposición
real, pero sin producirle a nadie inquietudes y molestias por el pago de los negros, como
ocurría con los alemanes. Pero como el gobierno metropolitano había dispuesto la expulsión
de los portugueses, las autoridades coloniales dieron con Ferrer en la cárcel, para luego
expulsarlo, medida que afectó no sólo al Factor sino a unos doscientos lusitanos más, todos
labradores y obreros, unos trabajadores del azúcar, otros carpinteros, albañiles, herreros y
demás oficios. El Cabildo de Santo Domingo escribió al Rey, y le decía que la actitud contra
Ferrer la habían sentido mucho “porque era útil a la tierra”, suplicando que se reviera el
caso “sin dar crédito a personas apasionadas”.
Como beneficio de la introducción de negros del asiento de los alemanes, y de diversas
licencias, se registró un aumento en la producción de oro y de azúcar. Los negros llegaron
a acaparar el laboreo de las minas. En 1531, el oro, sacado de las minas ascendió a trece mil
novecientos noventa y cinco pesos, y el sacado por los indios –que todavía se les obligaba a
trabajar– a diecinueve pesos, diferencia, si adrede no fue mendaz en los documentos, bien
notoria y que habla en favor de la capacidad africana para el trabajo. También es cierto que
el dato es muy escueto, pues muy bien pudo haber contribuido a desproporción tan grande
otros factores como horas de trabajo, cantidad de trabajadores, etc. En 1533, según carta
de los Oficiales Reales a la Metrópoli, la fundición de oro llegaría aquel año a sesenta mil

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

pesos, pues había trabajando en ella unos 500 negros. En 1535, la ciudad de Santo Domingo
decía al Emperador que hacía seis años que no se cogía oro con indios sino con negros y
comprados a sesenta y ocho pesos.
Aquel año –cosa rara– se sustituyeron negros por blancos de acuerdo como un asiento
que se hizo con un tal Bolaños, vecino de Santo Domingo, en virtud del cual llegaron a la
colonia sesenta labradores con sus mujeres, para poblar en Montecristi y Puerto Real, pero
en calidad de hombres libres. En 1533 ya había en la granjería del oro quinientos negros.
Después de la cancelación del asiento de Ehinger y Sayller, trabajado por los portugue-
ses, se concedieron varias licencias y asientos, de los cuales algunos tuvieron en cuenta a
Santo Domingo. A saber:
1535, licencia de mil piezas a Diego Martínez. 1542, licencia a Tomás Marín y Leonardo Lomelín.
1546, licencia de seiscientos negros a Gaspar de Torres. 1547, licencia a Cristóbal Francisquín y Die-
go Martínez de mil quinientos negros por una sola vez y cuatrocientos más inmediatamente.

En carta de Fuenmayor, Zuazo y Loaisa al Emperador, de fecha 20 de octubre de 1538,


hablan de licencias concedidas al infante D. Luis Cristóbal, Francisquín y Diego Martínez por
cierto que hay una confusión de nombres. Aquí aparecen tres personas, en el texto de Studer,
dos. ¿Se llamaba Francisquín, Cristóbal? ¿Hubo algún infante llamado Luis o Luis Cristóbal?
No parece que a quien llamen Francisquín sea el infante. ¿Alguna vez se concedió licencia a
un infante de estos nombres? Según Saco el asiento se ajustó con Francisquín y Martínez (a
quien llama Domingo) el 23 de junio de 1537, por nueve mil setecientos cincuenta ducados
para la introducción de mil quinientos negros.
De la suerte de este asiento, y de otros, como la cuota que correspondió a Santo Domingo,
nada sabemos. Pero los negros seguían entrando y seguía la Colonia pidiendo más esclavos.
En 1536, la Audiencia escribió a la Metrópoli que todos en la Isla se sostenían con negros,
que por esto los mercaderes subían los precios de las piezas hasta ochenta y cien pesos, a lo
cual los vecinos pedían se pusiera tasa, pero que mejor era que se trajesen por orden real a
cargo de los Oficiales Reales de la Casa de la Contratación, o en la forma que llegó a asen-
tarse con fray Luis de Figueroa. También escribieron los Oficiales Reales basándose en que
antes se compraban los negros a 20 ducados en Cabo Verde y que en ese año se compraban
a 45, vendiéndose en la Española a 70 y 80. Defienden, pues, las autoridades españolenses
a los vecinos respecto de la especulación de que eran víctimas de parte de los negreros. No
cejando en su idea de traer más negros, y a precios razonables, los Oficiales Reales volvie-
ron a escribir al Emperador para pedirle que siempre que los portugueses, en sus viajes a
la Española tocasen en Cabo Verde, pudieran llevar algunos negros y dejarlos en la ciudad
de Santo Domingo, cubriéndose allí, no sólo el obligado almojarifazgo sino también los dos
ducados que se acostumbraba pagar en Sevilla. Esto era pedir la introducción directa.
Volviendo sobre el precio de los negros se escribió al Rey, en 1539, que a los alemanes
(Ehinger y Sayller) que metieron cuatro mil negros, se les obligó a que no vendieran a más de
45 castellanos; que en otras licencias no se puso limitación de modo que los precios han ido
subiendo en vista de las necesidades hasta 80 y 90 castellanos, siendo bozales, y no costándo-
les a ellos sino 30 pesos; que por los clamores de los vecinos ha mandado la Audiencia no se
vendan los negros a más de 65 castellanos, mientras el Rey provea. Por estos motivos de tasas
y precios los comerciantes genoveses Valían de Torres y Co., pleitearon con la ciudad de Santo
Domingo, no contentos con la tasación que se hizo sobre negros que introdujeron (65a).

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En 1537 el Cabildo de Santo Domingo escribió al Emperador pidiendo doscientos negros,


o en su lugar que les diera las vacas que S.M. tenía para con lo habido de la venta de ellas, se
trajeran los negros que se pudiera. Esta petición fue hecha con el pretexto de tener la mano
de obra para los trabajos de cercar la ciudad.
En 1540 el Arzobispo y el oidor Cervantes de Loaisa pidieron al Emperador licencia
general a los vecinos para traer los negros que necesitaran, o por lo menos dos mil al precio
de no más de 45 castellanos, y por los cuales se pagarían los ocho mil ducados de derechos
en los plazos que se consignasen. Además, pidieron que la merced que se hizo a la ciudad
de doscientos negros para las obras de las murallas y para abastecerla de agua traída del
río Jaina, se llevara a efecto. Como se ve, todavía en 1540 no se había resuelto la petición
del año 1537, que se cita más arriba. En 1541 el Emperador ordenó, al fin, entregar la tercera
parte de sus vacas, que seguramente pastaban tranquilamente en el hato mayor del Rey, más
cuarenta negros para las labores de la fortaleza, o de las murallas.
En 1541 el propio Rey informó al Consejo que debía darse licencia para pasar los dos mil
negros que se pedían pero que se pagaran (en Sevilla) cinco o seis ducados por cada uno.
El Arzobispo y la Audiencia en ese año de 1540 pidieron desapareciera el monopolio de
la trata que tenía Sevilla. Muchas veces las embarcaciones no podían salir, por mal tiempo de
la barra de San Lúcar, mientras que en todo tiempo podían salir de Canarias. Además, con
la tardanza en la llegada de los negros se perjudicaban las granjerías de azúcar, cañafístola
y cueros. Por aquel año de 1540 se dio licencia a Hernando Gorjón para introducir ciento
cincuenta esclavos traídos de Portugal, Guinea o Cabo Verde, libres de derecho. Estos afri-
canos debían emplearse en la construcción de un colegio y hospital en que estaba empeñado
el mencionado Gorjón en la ciudad de Santo Domingo.
La conducta de las autoridades de la Española, parece que no siempre fue honesta en
asuntos concernientes a la trata de negros. Los portugueses negreros, con una larga veteranía,
con licencia o sin ella, traían a América armazones de esclavos. Así, en el año 1541 llegaron
a San Juan de Puerto Rico dos navíos lusitanos con cierta cantidad de africanos sin licencia
real, a lo que reaccionaron los funcionarios locales incautándose de las embarcaciones y
vendiendo en pública subasta su cargazón. La Audiencia de Santo Domingo, sin embargo,
ordenó que se entregasen los navíos y los negros a Melchor de Castro, el cual apareció, o lo
hicieron aparecer, como el dueño de todo. Además se multó a los Oficiales Reales de San
Juan con mil pesos de multa cada uno.
Con otra embarcación acaeció lo mismo, y la Real Audiencia dictaminó de modo parecido.
Entonces los oficiales de San Juan escribieron acerca de estos sucesos al Rey y preguntaron
cómo se hacían si se les culpaba y pasaban como si fuesen salteadores. Explican además
que ciertos mercaderes traen negros, los depositan en Santo Domingo y después los sacan
para mercadearlos sin cuenta.
Otro caso que se presentó a la Real Audiencia fue originado por el Adelantado de Ca-
narias. Este señor llegó a Santo Domingo a principios de 1542 o a fines del 1541 con una
cargazón de cien negros que debía introducir en Santa Marta. La audiencia dictaminó que
no debía impedirse la introducción, pero se le dio un plazo de dieciséis meses para presentar
la licencia correspondiente o pagar quinientos ducados. El Adelantado resolvió no llevar los
negros a Santa Marta y los cambió en Santo Domingo por caballos.
Hecho de importancia fue la obligada emigración de esclavos a otros lugares de Améri-
ca. En 1545, decía el Cabildo de Santo Domingo que apenas se sacaba oro porque se habían

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

enviado casi todos los negros (quizás los de las minas solamente) a Honduras, a México y
al Perú; el origen de estas emigraciones puede haber sido por una o varias de estas causas:
escasez de oro en Santo Domingo; necesidad en otras regiones, como México y Perú, de
mano de obra experta en asuntos de minería; exceso de esclavos; miedo a que aumentaran
los cimarrones y sus depredaciones; o simple afán de comercio lucrativo, que es lo más pro-
bable. Por una causa los negros en este tiempo, fueron objeto de reventas. No sólo salían los
negros para los países citados sino para Tierra Firme. Muchos vecinos se quejaban de estos
traslados pero el licenciado Alonso López de Cerrato, que desde 1544 gobernaba la Isla, en
carta que escribió al Emperador no les dio la razón, pues muchos vivían de comprar bozales
que después de enseñarles algún oficio los vendían con algún provecho (72). Estos negros
vendidos en México eran denominados allí Santo Domingo.
Estas emigraciones de negros hicieron que escaseara la mercancía y por tanto que en-
careciera mucho. Por otra parte nadie introducía más negros porque no podían pagarse a
las tasas oficiales. El Cabildo de Santo Domingo pidió en 1549 que se permitiese vender los
negros al precio que se pudiera, y así se autorizó, llegando a venderse cada esclavo a 150
pesos. Todo eso dio origen a una carta del licenciado Juan Hurtado de Salcedo y Mendoza,
escrita desde Santo Domingo en fecha 7 de abril de 1550 al Emperador, donde declaraba
que los negros eran de toda necesidad porque los españoles en Indias no trabajaban y todos
pasan a ser caballeros, y siendo todos pobres no podían comprar negros a tal precio, que
por tanto se debían bajar a 100 pesos para evitar así la despoblación. Pero los precios altos
continuaron, y así lo declararon los Oficiales Reales al Emperador en 1550. Y además pro-
ponían una novedad, para remedio general, y con miras muy probablemente, a la baja de
los precios, y que se permitiese introducir en la isla indios del Brasil.

Licencias y asientos, incidencias. Siglo XVI, años 1550-1600


En 1552 se pidieron de Santo Domingo tres mil (3,000) licencias para traer negros y repartirlos
entre los vecinos. Por esa época era regular la introducción y se calculaban dos mil negros por
año contando los que se metían de contrabando, cosa ésta que no dejó de suceder en ningún
momento. A este respecto el licenciado Esteve escribía al Emperador diciéndole que si los regis-
tros daban ciento entraban ocultamente doscientos, si se sorprendía el contrabando alegaban los
interesados que los esclavos que aparecían después pertenecían a otra licencia. Es verdad que
antes del desembarque iban visitadores o inspectores oficiales, pero éstos se dejaban cohechar
por lo cual se ordenó que los Oficiales Reales en persona revisaran las cargazones de negros.
En 1555 el estado de la Isla era lamentable. Mediaba el siglo XVI y a pesar de los miles
de negros que se habían introducido, se decía que los habitantes se morían de hambre por
falta de negros que labraran la tierra, siguiendo palabras textuales de una carta que el Deán
y Cabildo de Santo Domingo escribieron al Emperador en el año citado. A la verdad que
confunde, a veces, estudiando los documentos antiguos que tratan de la esclavitud africana
en América, la serie de noticias contradictorias. Aquí vemos un caso: como arriba se dice, en
1552 entraban muchos negros, dos mil por año; ahora, en 1555, tres años después, los vecinos
se mueren de hambre por falta de ellos. Es verdad que hubo factores negativos y que favore-
cen la tesis del Deán y Cabildo: esclavos caros y colonos pobres; reventas de negros a otros
lugares de América; alzamientos y cimarronismo; abundancia de manumisos y libertos.
Volviendo al contrabando, debe decirse que fue tan insistente y tanto lo potestaban círcu-
los honestos de autoridades y colonos, que se dictaron varias cédulas reales con el objeto de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

contenerlo. En 17 de marzo de 1557 se dictaminó que no se desembarcaran negros en ninguna


parte de Indias sin licencia del Gobernador o alcalde Mayor y los Oficiales Reales, los que de-
bían contar el número de las embarcaciones que saliesen, para ver si alguna venía sin registro;
el barquero que echara en tierra negro sin permiso de las autoridades citadas, perdía la barca
y se condenaba a prisión de treinta días. En 1562 los Oidores dan cuenta de que tomaron por
perdidos ciertos esclavos llegados. En 1563, ya en el trono Felipe II, una R. C. de 30 de mayo
prohibió a los dueños de barcos llevar negros a título de marineros u otro pretexto, dictamen
que fue modificado en 1572 y 1576 facultando a los maestres para que llevasen dos o tres negros
de Guinea, o hijos de ellos, con la obligación de llevarlos a España. En 1569 se tomaron ciertos
negros de una nao portuguesa que parece fueron introducidos por Montecristi.
En otra ocasión, 1571, se dispuso que los negros que se sacaran de África en más cantidad
que el número registrado en la Casa de la Contratación, fueran confiscados, pero más tarde
se arregló que se atendiera no al número de negros que salían de África sino al número de
los desembarcados en las Indias.
Un caso de introducción de esclavos se presentó de manera inesperada y distinta. Fue el
caso del pirata Haquines (John Hawkins). Este se presentó en la costa norte españolense y
trató de vender negros, de los ciento cuarenta que traía. El 7 de marzo de 1563, el licenciado
Lorenzo Bernáldez hizo pregonar en Montecristi que el navegante inglés podía vender tan
sólo veinticinco negros, con un plazo de veinte días para efectuar la operación; además se
le amenazó con que cualquiera podía ofenderlo libremente si pasado el plazo no se hubiera
realizado la venta. El historiador Saco, tomando la noticia de una obra inglesa, dice a estos
respectos: “Un pirata inglés llamado Juan Hawkins, y que después fue honrado con el título
de caballero por la reina Isabel de Inglaterra, robó trescientos negros en la costa de África,
y como la Gran Bretaña aún no había fundado colonia alguna en el Nuevo Mundo, llevóles
el pirata a la Isla Española en 1563 donde los vendió por cueros, jengibre, azúcar y perlas.
La noticia puede ser cierta. Los productos que permutó el marino eran los propios de la
Isla, excepto las perlas. Creemos que legalmente se quedaron los veinticinco negros dichos,
los demás se quedarían subrepticiamente, con disimulo del capitán Bernáldez y otras au-
toridades. También pudo suceder que Haquines, estuviera, antes o después de llegar a la
costa norte de Santo Domingo, en Margarita o Cubagua, en la costa de Venezuela, donde
permutaría negros por perlas. El primer documento que se produce es el de Bernáldez, ya
citado. Pero no fue esa la única vez que Haquines estuvo en Santo Domingo. Consta que en
otra oportunidad dejó más de cien negros. Puede ser que en una de estas ocasiones enviara
a Sevilla mercancías en dos naves españolas que al llegar fueron decomisadas.
En 1568, el licenciado Echagoyan, oidor de Real Audiencia, dirigió a Felipe II una rela-
ción respecto del estado de cosas en la Isla Española. Respecto de los negros y la esclavitud
dice: “Por relación que yo hice muchas veces a este Real Consejo, representando lo dicho,
signifiqué que convenía que Su Majestad hiciese merced a los vecinos de 2,000 licencias de
esclavos, aunque las tales licencias se pagasen en la dicha ciudad con buena moneda, y fiadas
al tiempo que a la Audiencia pareciese con fianzas que para ello diesen, y que la Audiencia
hiciese el repartimiento de estas licencias, con que la mitad de los negros se echasen a sacar
oro y no pudiesen salir de la tierra, y en esto hubiese cuenta y razón; y la otra mitad los
vecinos pudiesen venderlos para fuera de la tierra. Su Majestad concedió esta merced y se
comenzaron á llenar dos o tres navíos de negros y se comenzó á echar un hierro á cada ne-
gro, para que fuese conocido y no se pudiese sacar de la tierra, y lo que en esto se ha hecho

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

es que ningún negro se echó á sacar oro, ni se prosiguió esta orden, ni han ido más negros;
antes la Audiencia ha tomado la buena moneda para sus salarios; y los oficiales de la Real
Hacienda lo mismo, y ha sido de ningún fruto, siguiéndose muy grande de que mil negros
anduviesen á las minas, porque sacando oro habría contratación y más vecindad, y muchos
se acodiciaran á echar negros á minas y para otros muy buenos efectos, y continuando esto,
es parte muy principal de remedio”.
En 1566 Felipe II había subido los derechos aduaneros en las Indias. Como aquí no se
especifica a los esclavos, en Santo Domingo, y con toda certeza en otras regiones, no aplica-
ron la ley a mercancía viva, por lo cual el Rey se vio compelido a firmar en 1572 y 1573 una
disposición por la cual se obligaba a las autoridades competentes cobrar los derechos de al-
mojarifazgo por todo negro que se metiese en la misma forma que cualquier otra mercadería,
“que se cobre almojarifazgo de los esclavos, como de las demás mercaderías”. En cuanto a
los negros introducidos por contrataciones, en cuyos asientos se especifique que no pagarán
almojarifazgo, debía entenderse que se aplicaría sólo en el puerto de la primera llegada, pero
que nunca dejaría de pagarse por el mayor valor que los esclavos tuvieran. Se entiende que
se cobraría derechos por exceso del valor corriente o estipulado. Si un esclavo debía venderse
en 100 pesos y se vendía en 120, había que pagar derechos por los 20 de diferencia.
Hasta estos tiempos que se narran, los negros no eran objeto de impuestos personales
directos una vez estantes en la Isla. Pero en 1574 Felipe II dispuso que todos los negros y
mulatos, varones y hembras, libres, debían pagar un marco de plata anualmente, más o me-
nos. Era un impuesto sobre la propiedad y los beneficios que reportaban, porque para aquel
año los libres poseían granjerías y haciendas. Tenían los Oficiales Reales que efectuar una
especie de tasación anual y asignarle a cada uno la parte de impuesto que le correspondía
“conforme a la hacienda de cada uno”. Los pobres quedaban exentos.
Por este motivo se obligó a negros y mulatos libres el vivir con amos conocidos para que
fuera más fácil el cobro de los tributos. Parece que antes de 1574 no tributaban los libres y
esclavos, pues hubo dudas respecto de los hijos de estos con mujeres indias. Estos no paga-
ban porque alegaban que no eran indios. Pero no se les dio la razón y hubieron de tributar
como indios, según la ley de 1572.
En 1586 se ajustó asiento con el portugués Gaspar Peralta, el cual asiento permitía que
su poseedor sacara doscientos ocho esclavos negros de Castilla, Portugal, Cabo Verde o
Guinea, libre de toda clase de derechos, pero pagando al Rey 30 ducados por cada negro,
aplicable a cualquier región de América menos Costa Firme. Los negros debían ser vendi-
dos al precio que pudiese; debían ser registrados en la Casa de la Contratación en Sevilla,
obligación que se instituyó desde el principio de la trata; los que muriesen en el viaje no
debían ser sustituidos por nuevas licencias; los administradores que el gobierno tenía en
los puntos de embarque certificarían las compras. No sabemos si de estos negros a Santo
Domingo correspondió algún cupo.
De 1578 a 1589 se produce una serie de pleitos de justicia motivados a esclavos introdu-
cidos sin las licencias y o registros correspondientes. Pedro de Esplugas, Francisco Rebolo
y Juan de la Tabetría (?), vecinos de Sevilla, introdujeron algunos esclavos en el navío San
Antonio, pero los autoridades se incautaron de ellos, quizás con cuáles justas razones; pero
una real provisión hizo que se les pagaran los negros (1578). Pedro Carrillo, vecino de Lisboa,
metió 222 piezas sin registrar, que serían decomisadas (1584). Juan de Narría, vecino de Se-
villa, sufrió decomiso (1584). Antonio Ramos, maestre de cargador del navío San Francisco,

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y compartes, introdujeron negros y mercancías sin licencia ni registro. (1589). En 1600, una
Cédula Real mandó que los vecinos no fueran vejados ni molestados en razón de los esclavos
que se hubieran llevado sin registro, y que se suspendieran los pleitos que con ese motivo
se sostenían en la Audiencia.
Otro asiento más importante que el anterior fue el acordado con Pedro Gómez Reynel el
30 de enero de 1595. Este asiento, de un costo de novecientos mil ducados, prescribe, entre
otras cosas navegar hacia América negros procedentes de Sevilla, Lisboa, Canarias, Cabo
Verde, Santo Tomé, Angola y Mina por espacio de nueve años; introducir cada año cuatro mil
doscientos esclavos, sin que entre ellos vayan mulatos, mestizos, turcos, moriscos, ni de otra
nación, sino negros atezados, de las islas y ríos de la corona de Portugal; llevar además dos mil
negros a las partes de las Indias que se le mandare, de los cuales la cuarta parte se destinarían
a la Española, San Juan y Cuba; la venta de las piezas se harían de acuerdo con el precio que
se concertara con los compradores; ningún esclavo quedaría en Costa Firme; permiso para
revender las licencias a treinta ducados con obligación de fiarlas si se requiriera; no dar Su
Majestad otras licencias mientras dure el asiento. Se tuvo el cuidado de que fueran previstos
muchos puntos más para asegurar un cumplimiento estricto del contrato. Por su parte, el Rey
lo protegió con la ley de 21 de junio de 1595 que prohibía que se introdujeran esclavos en las
Indias sin licencia del Rey o del asentista. Por ley del 24 de abril del mismo año se autorizó a
los asentistas contratar con sus factores sobre asuntos que no fueran contrarios al contrato.
Por ley del 14 de abril de 1598 se recomendó que se diera buen despacho en los puertos
a los navíos del asiento, dándoseles ayuda y haciéndoles los favores que fueran menester.
Este asiento debió concluir en 1604, pero en realidad su término fue en 1600 ó 1601.
Como se ve por los contratos celebrados con Peralta y Reynel un asiento tenía otro aspecto
diferente a una licencia. Ésta era, o podía ser, una simple merced, una gracia, una liberalidad
del Monarca o del Consejo de Indias. Un asiento no, pues se trataba de un contrato en que
ambas partes, asentista y gobierno, entraban en responsabilidades. “El asiento fue siempre
oneroso para ambos contratantes, ya que en él se estipulaban numerosos derechos y obli-
gaciones de prestación recíproca”, dice Studer.
Parece que los últimos esclavos negros introducidos durante el siglo XVI fueron intro-
ducidos en 1597, unos mil en cinco años para el laboreo de las minas; en 1599 ciento para la
construcción del altar mayor de cierta iglesia.

Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVII


Como para presentar a grandes rasgos el camino de la trata desde 1601 hasta 1744,
copiamos en su mayor parte un cuadro que aparece en la interesante e inteligente obra
de Studer.
A. PerÍodo portugués (1601-1640)
a) 1601-1603: asiento concertado con Juan Rodríguez Coutinho (a su muerte fue nombrado como
administrador del asiento su hermano Gonzalo Vaéz Coutinho);
b) 1604-1609: nuevo asiento convenido con Gonzalo Vaéz Coutinho;
c) 1609: asiento concluido con Agustín Coelho (o Cuello) (testaferro de Manuel de Ceabrito
–detenido– por lo que se rescindió);
d) 1609-1615: administración directa de la trata de negros (en consecuencia quedó interrumpido
el período portugués hasta 1615);
e) 1615-1621: asiento celebrado con Antonio Rodríguez (o Fernández) Delvás, (presenta como
novedad la autorización de internación);

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

f) 1617: asiento con Diego de Pereira (había adquirido las 1,000 licencias destinadas en calidad de
remuneración a los ministros de la Junta Especial);
g) 1623-1631: nuevo asiento concertado con Manuel Rodríguez Lamego;
h) 1631 (marzo): asiento parcial para Buenos Aires acordado con Nicolás Salvago (compra-
dor de las 1,500 licencias concedidas a don Fernando, arzobispo de Toledo);
i) 1631-1640: asiento celebrado con Melchor Gómez Ángel y Christóbal Méndez de Sossa (su
prórroga, acordada en 1641, fue anulada por la Revolución de Portugal).
B. Interrupción de la trata (1640-1651)
C. Administración directa (1651-1662)
D. PerÍodo de transición (1662-1684)
a) 1662-1678: nuevo asiento concertado con los genoveses Domingo Grillo y Ambrosio Lomelín
(sus características: la facultad de internación y la especificación de piezas de Indias);
b) 1674-1675: asiento convenido con los portugueses Antonio García y Sebastián Silíceo;
c) 1676-1678: asiento del Consulado de Sevilla estipulado por 5 años. (En noviembre de 1678 el
Consulado concluye un contrato con la Compañía holandesa de Guinea para la compra de 1,800
negros en Curazao);
d) 1679-1681: contrato de subrogación por el Consulado con Juan Barroso del Pozo y Francisco
Petite (quienes se encargan de llevar a término el asiento antecedente);
e) 1682-1685: asiento concertado con Nicolás Porcio como apoderado de Juan Barroso del Pozo.
(Al fallecer éste en 1683, queda al frente de la empresa Nicolás Porcio, desposeído en 1684 por
el Consejo de Indias, que confía la administración del asiento a su principal acreedor: Baltasar
Coymans).
E. Período Holandés (1685-1687):
asiento convenido con Baltasar Coymans, para cumplir por su cuenta el antecedente contrato.
(Anulado en 1687, al tiempo que fallecía su titular);
F. Administración directa (1687-1689)
G. Período de transacciones (1687-1701)
a) 1689-1693: restitución a Nicolás Porcio de su desposesión de 1684. (Acude a los negreros in-
gleses para realizar su trata. En 1689 se produce una intervención diplomática a causa de las
protestas holandesas. Hacia 1692 se elabora un proyecto de transacción entre Porcio, la sucesión
Coymans y la Compañía holandesa de las Indias Occidentales que no fue puesto en práctica por
haber nombrado el gobierno español un nuevo asentista);
b) 1692-1695: asiento concertado con Bernardo F. Marín de Guzmán. (Debía comenzar sus opera-
ciones de trata en 1694, por lo que concluyó en 1693 un contrato de suministro de negros con la
Compañía de Cacheu. Se extingue el asiento a la muerte del titular).
c) 1696-1701: asiento celebrado con la Compañía Real de Guinea o Compañía de Cacheu, (portu-
guesa). (Al firmarse el 18 de junio 1701 el tratado de alianza entre Portugal y España, se agregó
un anexo conteniendo una transacción especial referente al asiento. Pero ese arreglo internacio-
nal tuvo poca duración porque en agosto del mismo año Francia asumía un papel predominante
mediante el asiento concertado en la Real Compañía de Guinea de Francia).
H. PerÍodo de asientos de carácter internacional (1702-1750)
a) 1702-1713: asiento celebrado con la Real Compañía de Guinea de Francia;
b) 1713-1744: asiento celebrado con Su Majestad Británica, transferido a la South Sea Company.

Al suspenderse el asiento de Gómez Reynel otro hubo de concertarse con Juan Rodríguez
Cutiño, el 13 de mayo de 1601. Una novedad de detalle se observa en este asiento, que era
poco más o menos igual al anterior, y es que los negros que se sacasen de España, si eran
casados, lo fueran con sus mujeres y sus hijos. Del número de esclavos del asiento, seiscientos
correspondían a Santo Domingo. Este asiento debía durar hasta 1609, pero murió Cutiño en
1603, y se encargó de su administración su hermano Gonzalo Váez Cutiño. Rodríguez Cutiño

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

fue gobernador de Angola, donde murió. Váez Cutiño, después de su administración obtuvo
concertación de asiento de 1604 a 1609, el término de su hermano difunto.
A partir de este año la administración directa fue interrumpida, pero al fin, en 1614 se
obtuvo la navegación libre entre África y América, pero los esclavos sólo debían arribar a los
puertos de Cartagena y de Veracruz. Este tráfico directo ya lo habían pedido los Jerónimos
en su ya referida carta del 18 de enero de 1518 y en otras ocasiones, también, por la Audien-
cia y Oficiales Reales. A Cartagena llegaban negros de tres partes: Islas de Cabo Verde, isla
de Santo Tomé y Puerto de Loanda. De Cabo Verde venían jolofos, mandingas, branes, zapes,
biafaras; de Santomé venían minas, popós, barbas, falás, araraes, lucumíes, carabalíes; de Loanda,
congos y angolos.
Como se ve en el cuadro de Studer, se concertó un asiento en 1615 con Antonio Rodríguez
Delvás, quien debía introducir hasta el año 1623 cinco mil negros por año, de los cuales no
tenemos noticia respecto de Santo Domingo.
De los asientos a contar de la muerte de Delvás, que acaeció antes de cumplir su plazo
final, se nos escapan también las relaciones de ellos con la Isla. Respecto del asiento de
Manuel Rodríguez Lamego, 1623, no conocemos nada concreto referente a Santo Domingo,
sino que tuvo por su agente en la isla a sujeto de nombre Luis Pinto.
La trata se interrumpe de 1640 a 1651, como se señala arriba. Sin embargo, no dejarían
de afluir negros o de tratar de introducirlos. En 1626, en efecto, la Real Audiencia procedió
contra el gobernador de Puerto Rico y sus Oficiales Reales por haber permitido que llegaran
al puerto de San Juan y al de Santo Domingo navíos cargados de negros con la responsabi-
lidad de los portugueses Luis Méndez, Marcos Pereyra y Hernán Pérez Melo.
En 1628 parece había apremio de esclavos en la colonia, pues una carta del Rey al go-
bernador Chávez Osorio, pide un informe acerca de la cantidad de negros que debieran
enviarse para beneficiar la Isla y cultivarla, con la condición de que los vecinos pagaran
al asentista el valor de cada negro. Entre 1635 y 1648 escribió Jerónimo de Alcocer, en su
Relación Sumaria, de que las minas de plata de Jarabacoa habían tenido que abandonarse
por falta de esclavos.
Del asiento con Melchor Gómez, citado en el cuadro de Studer, correspondió alguna
parte a Santo Domingo.
En 1633 llegó una armazón de esclavos en el navío San Cristóbal, pero se le decomisaron
120 piezas, por lo cual hubo pleito de justicia. En 1654, el holandés capitán Nicolás Yansen
llegó a Santo Domingo con sus navíos Ángel y Sol, en los cuales traía una armazón de negros
que fue decomisada. En 1656 el mismo Yansen y su mujer Catalina Encier, vecinos de Ams-
terdam, introdujeron unos negros, introducción que se declaró nula. Apelaron los Yansen, y
el Consejo de Indias dictaminó a favor de ellos. En el año 1660 el capitán Juan Bautista Pluma
introdujo cierta cantidad de negros cuyos administradores fueron, entre otros, don Juan de
Soto Guzmán y don Juan Vélez, armazón sobre la cual se tomó la misma medida de decomiso,
y además los negros fueron vendidos en pública almoneda; sin embargo se pretendió que se
declarara por buena la compra de los esclavos, lo que produjo litigio entre los interesados;
ya el capitán Pluma había tenido que ver con la justicia por pago sobre ciento cincuenta pie-
zas (102c). En 1661 hubo también litigio con José Justinián y Francisco Martín del Rosario y
otros vecinos de la ciudad de Santo Domingo porque habían introducido cierta cantidad de
negros de un navío que había llegado al puerto (102d). Estos decomisos por entradas furtivas
o por falta de licencia abundarían desde los primeros tiempos de la trata y se repetirían más

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

adelante. En 1722 hubo pleito del Fiscal con José de Alfaro, Manuel Tolbi y el francés Juan de
Sampaña, residentes en Santo Domingo, motivado a estos mismos asuntos.
Alrededor de 1691, don Francisco Rodríguez Franco de Torquemada, Alférez Mayor,
escribe una Representación de la cual se saca de seguidas lo que en ella se dice respecto de
negros y la esclavitud:
“Porque se considera, lo primero, la capacidad que hay en aquel Puerto para que se
mantengan en él los negros que fueren del África, en ínterin que se reparten, o conducen a los
demás puertos de las Indias, porque se asienta que en Santo Domingo por la mucha fertilidad
de la tierra, se hallan en abundancia, y a precios muy moderados todos los mantenimientos
necesarios para el sustento de las armazones, como son carnes, cazave, plátano, maíz, arroz,
frijoles y otros granos y legumbres, de que abunda aquella tierra; de todo lo cual carece la isla
de Curazao, donde ha estado siempre la caja y almacén de dicho asiento; pues se ven obligados
a salir a buscar bastimentos a la Tierra Firme, Santo Domingo, Puerto Rico y otras partes, a
muy crecidos precios, de que se saca, que residiendo en aquel puerto; tendrá un tercio menos
de costo el Asiento de mantener los esclavos, y navíos que anduvieren en este tráfico.
“Y en cuanto a la utilidad de los vasallos de V. M. es evidente, porque tendrán salida los
frutos de la Isla con el gasto que harán los negros, en ínterin que se conducen a los demás
puertos, y podrán los vecinos comprarlos con alguna conveniencia, y a trueque de frutos.
“Y en caso que se considere algún inconveniente para precisar al asentista de negros a que
haga la caja de ellos en dicha isla, se ha de servir V. M. de dar licencia libremente a cualquier
vasallo natural de los reinos de España, o de las Indias, para que pueda introducir en la Isla
Española hasta mil piezas de Indias, con la obligación que ha de hacer de venderlos a los
vecinos, fiados por dos años y a precio de doscientos pesos cada pieza, para cuya seguridad
harán las escrituras y obligaciones necesarias, en esta manera: el primer año no han de pagar
cosa alguna, y en el segundo a los cuatro meses, han de pagar un tercio, y otro a los ocho,
y el último el día que se cumpliere el plazo; y el repartimiento de los negros, que se han de
dar a cada vecino, proporcionándolos con las haciendas de campo y familia que tuviere, se
ha de hacer con autoridad de Presidente de la Audiencia del Cabildo, Justicia y Regimiento
de aquella ciudad, para que se distribuyan con toda igualdad y justificación.
“Este medio se considera, después del antecedente, el más practicable, y proporcionado
al estado de la tierra y de mucha grangería para el armador, porque este ha de comprar los
negros en la isla de Curazao, donde cada pieza de Indias, vale cien pesos; siendo como el viaje y
navegación de aquella isla a la Española de cuatro o cinco días, se considera que la mortandad
de los negros será ninguna, el costo muy poco, habiendo de repartirse luego que lleguen al
puerto de Santo Domingo; y siendo estas dos cosas las que suben el valor de los negros en las
Indias, es cierto que tendrá ganancia el armador en cada pieza de ochenta pesos, deducidos
ciento en su primer valor en Curazao, y veinte que se consideran por gastos de cada pieza…
y aun en caso de morirse algunos; y con este presupuesto habrá muchas personas, que sir-
viéndose S. Majestad de conceder esta licencia, remitiendo por esta vez sus reales derechos,
tomen a su cargo la introducción de dichos negros, de que depende la mayor parte del alivio
de aquella isla, no siendo este de perjuicio al valor del Asiento, pues ha más de veinte años
que los asentistas no introdujeron en dicha isla ninguno, por no tener salida dellos”.
En esta interesante Representación se apunta la proposición de que sea la ciudad de Santo
Domingo la caja y almacén de los esclavos vendidos. Lo habían sido algunas otras ciudades,
las primeras Cartagena de Indias y Veracruz; en el año que escribe Torrequemada había caja

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y almacén de negros en Curazao, hecho que se señala en la Representación y que ignoró Saco,
que nunca menciona el hecho.
En 1692 se contrató un asiento con Bernardo Marín de Guzmán, que tuvo mucho interés
y fue el primer contrato de esta naturaleza que se firmó con sujeto natural de América. Ma-
rín era hijo de Caracas (Venezuela). Fue un asiento bastante abierto, pues hasta se permitió
comerciar con los extranjeros; podía instalar el caraqueño factorías en La Guaira o en Cu-
maná, donde estuviese la caja central y el depósito principal de negros en vez de Curazao o
Jamaica. Era precisamente lo que quería Franco Torrequemada en favor de la ciudad de Santo
Domingo. También obtuvo Marín el tráfico directo con Guinea, cosa que también ya habían
pedido las autoridades de Española. Pero el negocio del venezolano no siguió adelante, pues
fue asesinado, o envenenado, en Curazao, se dice por holandeses, en 1695, quizás por celos,
pues el asiento de Marín desplazaba la concesión del holandés Coymans (106).
En 1699 el oidor Araujo y Rivera escribió Descripción de la Isla Española o de Santo Do-
mingo. Pide para la Isla cien esclavos negros, de los cuales sesenta o setenta se dedicarían al
beneficio de las minas y los restantes a labranzas de maíz y otros bastimentos para el diario
sustento, para los cuales menesteres se podrían también utilizar indios criminosos y maléficos
como los que llaman mojanes y piaches en Tierra Firme. También el oidor se acoge a la idea
de Torrequemada, y se expresa así:
“Muy notorio es cuán necesaria sea la introducción de Negros Esclavos en las Indias para
el cultivo y labor de todo género y frutos, en tal manera que en ellos sólo consiste el valor
de las Haciendas y permanencias de ellas; porque faltando estos falta quien las cultive, por
consiguiente el valor de ellas. Lo cual supuesto, estando como está dicha Ysla en el mejor
parage que puede a ver para hacer Viaje con facilidad á los Puertos del Nuevo Reyno, Car-
tagena, Porto-Velo, Honduras, Veracruz, y La Havana por estar á Barlovento de todos, no
es dudable que fuera de grande utilidad para el aumento de las poblaciones de dicha Ysla
el que se pusiese en ella la Caja, y Comercio principal de los tales Negros; pues con ocasión
de él tuvieran los Vecinos mayor consumo de sus frutos, y la codicia los incitara al mayor
cultivo, y beneficio de ellos; y mas con la ambición que ordinariamente les asiste de adquirir
Esclavos si tuviesen la ocasión tan á la mano, resultando de la providencia de esta resolución
el que se aumentaran las Haciendas, y Caudales, el Rl. Haver, y número de Vecinos que
quedarían allí casados, como suele acontecer de los pocos navíos que allí van”.

Licencias, asientos, incidencias. Siglo XVIII


En el siglo XVIII toma auge asiento con extranjeros que ya habían comenzado en la se-
gunda mitad del siglo anterior. Se instituyen las célebres compañías, tales como la Real de
Guinea (Compañía de Cacheo), portuguesa, la Real de Guinea, francesa; la South Sea Com-
pany, inglesa. Curazao toma importancia como depósito, sobre todo de los holandeses, y allí
los vecinos de Santo Domingo hubieron algunas veces de hacer sus compras de esclavos.
En 1764 el gobierno de la metrópoli contrató con Miguel Uriarte la introducción de
negros en América por diez años, con derecho a destinar, de quinientos a seiscientos, más
o menos, en Cumaná, Santo Domingo, Trinidad, Margarita y otros puertos menores. Los
negros se venderían a 300 pesos, y llegarían a su destino con bandera inglesa menos costosa
que la bandera española.
Para contribuir al fomento y auge de los ingenios de azúcar y el cultivo del cacao, añil,
café, algodón y otros productos, el Ayuntamiento de la ciudad de Santo Domingo, pidió en

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

1767 la introducción de mil quinientos negros por cuenta de la Real Hacienda, para que se
vendieran a los hacendados de arraigo, fiados por un año, a lo que Saco dice:
“Acogiendo el Rey la solicitud de aquel Ayuntamiento, mandó en 29 de octubre de
1769 se formase una Junta en la ciudad de Santo Domingo compuesta de dos o tres oidores,
Fiscal de la Audiencia, Teniente de Rey, Oficiales Reales, dos Capitulares del Ayuntamiento
y algunos que fuese preciso para facilitar las cosechas de los mencionados frutos. El Go-
bernador de aquella isla, don José Solano, comunicó al Rey en carta de 24 de octubre de
1772, que con asistencia suya se había celebrado aquella Junta en 11 del mismo mes y año,
y acordóse por todos sus vocales implorar del Rey las ocho gracias contenidas en el plan
que acompañaban, adoptados por la Junta; y sin mencionarlas aquí todas, contraeréme
solamente a las que cumplen a mi propósito.
“La primera fue, que el Rey se dignase de prestar cien mil pesos a los particulares que
ofrecieran más conveniencia al público, en los términos que proponían los Oficiales Reales
para comprar los mil quinientos negros que pedía la ciudad para repartir a los cosecheros
de frutos, y que pudiesen beneficiarlos; que también se concediese exención de derechos a la
introducción en la isla de cuatro mil negros más que debían importarse por particulares.
“La segunda, que los frutos y otros productos que salieran de la isla para España, que-
dasen libres de todo derecho a su exportación de dicha isla durante diez años, excepto el
oro y plata, que debían pagar lo establecido.
“Quinta: que las herramientas para labor de tierras y útiles para la fabricación de azúcar
y añil se eximiesen de derechos, pudiendo llevarse de cualquiera colonia extranjera.
“Octava: que en las Ordenanzas de la ciudad que se debían hacer, se tuviese presente
todo lo demás que por la Junta se había tratado, como conducente al fin de ella; se diesen
en todo y por todo las debidas preferencias a la agricultura, la primacía y prerrogativa que
pertenece a los agricultores, se protegiese la crianza de ganados, y se diesen al comercio las
más libertades que se pudiese.
“El Rey pasó a la consulta del Consejo de Indias el proyecto presentado por la Junta de
Santo Domingo, y tomándose también en consideración otras peticiones anteriores de aquella
isla para el fomento de su agricultura y de otros ramos, el Monarca, después de haber oído al
dicho Consejo en pleno, resolvió conceder a la isla de Santo Domingo las gracias contenidas
en la Real Cédula de Madrid a 12 de abril 1786, y las que trancribo casi todas literalmente
por importancia que merecen.
“Primera: Libertad absoluta de introducir negros en ella, sin limitación de número, ni
permitir se exija el más mínimo derecho á su entrada ni después con motivo de las ventas y
reventas que se hagan de ellos, ni por otra causa, siempre que se destinen a las labores del
campo; y antes bien concederé gratificaciones á las personas que de cierta porción arriba los
introduzcan para aquel objeto, declarado será lícito extraer en plata, oro ó frutos, el producto
de los negros que se introduzcan: en la inteligencia de que haré proveer á sus hacendados los
mil quinientos negros que han pedido, esperándoles dos años por el precio bien cómodo”.
“Segunda: Que sobre cada esclavo que sus amos emplen en servicios domésticos, se
impongan, para moderar el exceso en parte, una capitación o tributo anual, cuyo producto
se invierta en gratificaciones á favor de los traficantes ó hacendados que hagan mayores
introduciones de negros”.
“Tercera: Que para el gobierno económico, político y moral de los esclavos, buen trato y
protección de éstos, como para conservación de la propiedad, dominio y uso que compete

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á sus dueños, se formase un código de leyes ú ordenanzas que afianzase ambos extremos,
sobre cuyo particular fue servido dar comisión al Presidente y Audiencia, oídos el Cabildo
secular, Oficiales Reales, y Diputados de los labradores y hacendados, y que al tiempo del
examen de dichas ordenanzas, se tuviesen presentes las que recientemente se han formado
en Francia, y dado á luz con fecha de 3 de diciembre de 1784, no sólo para el más acertado
gobierno y conservación de los negros, sino para otros objetos esenciales de la prosperidad
de sus colonias: hallándose ya formado el referido Código, y examinándose en mi Consejo
de las Indias, reservo remitirle con mi real aprobación para su observancia”.
“Cuarta: Que se os encargue á Vos los mismos comisionados, propongáis el mejor modo
de recoger y reducir á poblaciones donde vivan con sujeción á vida racional y aplicación al
trabajo, los montares y hombres vagos que anden dispersos entregados al ocio, á la caza de
reses silvestres y á desórdenes y violencias, comunicando la Junta á mi Consejo de las Indias
el expediente y arreglo que juzgue más acertado, consultándome éste su dictamen”.
“Quinta: Que así como protejo, franqueo y promuevo la libre introducción de negros,
facilito en iguales términos la de herramientas y utensilios, de cualquiera parte que se con-
duzcan, sin exclusión de colonias extranjeras, para la agricultura, ingenios de azúcar, y otras
industrias, eximidos de todos derechos”. La junta de que se trata se fundó con el nombre
de Sociedad de Hacienda.
El contrabando negrero siguió patente en el siglo XVIII, en 1775, el gobernador Solano y
Bote obtuvo del Rey la R. C. de 17 de diciembre de ese año por la cual se acordó a los vecinos
de Santo Domingo un indulto general con tal aprehendieran a esos negros de mala entrada
y pagasen los dos tercios de los derechos que hubiera correspondido pagar por la entrada
legal. Se dice que esta medida dio resultados positivos.
Por Real Orden de 23 de diciembre de 1783, se concede a Juan Bautista de Oyarzábal,
hacendado, licencia para introducir libres de todo derecho, cuatrocientos negros para los
trabajos de su ingenio. Oyarzábal procedía de Coro (Venezuela) donde había fundado fami-
lia, o se había establecido allí. Había estado en la Metrópoli haciendo diligencias personales
relativas a sus negocios.
En 1785 escaseaban los negros esclavos. Escribía el presbítero Sánchez Valverde que las
factorías de azúcar, molinos y trapiches, producían poco por falta de negros. Sólo se producía
para el consumo interno y para exportar algún poco para Puerto Rico, y de tarde en tarde a
España. Aducía que en la colonia francesa de occidente utilizaban como seiscientos esclavos
para un molino mediano, y esa era la cantidad a que sumaban los negros de las veintidós
factorías que existían en la colonia española de Santo Domingo. Viendo este estado de cosas,
y acogiéndose a peticiones de los vecinos el Rey, por C. R. del 12 de abril de 1786 concedió,
entre otras mercedes, la libertad para introducir africanos sin limitación.
Sánchez Valverde analiza la trata en el sentido de hacer ver las dificultades que tienen
los hacendados de Santo Domingo para proveerse de esclavos. En efecto, y fue el caso para
la América Española toda, que España no poseía factorías negras en África, y dejó solos a los
portugueses en un principio, que más tarde entraron a dividirse la costa occidental africana,
entre éstos y los holandeses e ingleses. Como consecuencia de ésta, como se ha visto siempre,
figuran portugueses en la trata de los primeros tiempos como asentistas, intermediarios,
factores, y que andando el tiempo el gobierno español tuviera que vérselas con poderosas
compañías portuguesas, holandesas, inglesas y francesas por el negocio esclavista. Pero las
consecuencias más importantes para los hacendados fue la escasez de mano de obra, y que

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tuvieran que pagar más caro la pieza, el muleque o el mulecón. Se obtenían los negros de
segundas o terceras manos. De modo que podría zanjar estos inconvenientes con sólo los
interesados salir a buscar esclavos a las colonias holandesas, inglesas y francesas, o permitir
que de esas colonias vinieran a Santo Domingo a venderlos. Esto último, según Sánchez
Valverde, era lo preferible, porque los hacendados no eran tan ricos, que les permitieran
acogerse al primer árbitro. Tenemos la impresión de que se hicieran compras en Curazao y
quizás en Jamaica. En 1789, entran 85 negros bozales libres, provenientes de alguna colonia
extranjera.
Algunas de las últimas concesiones para introducción de negros de fines del siglo XVIII
estuvieron amparadas por la Real Cédula del 28 de febrero de 1789, por la cual, con el objeto
de fomentar la agricultura de las islas de Santo Domingo, Cuba, Puerto Rico y la provincia de
Caracas, se concedía libertad a los españoles y extranjeros para el comercio de negros por el
tiempo de dos años, plazo que se prorrogó en el 20 de febrero del 1791, haciendo extensiva su
jurisdicción al virreinato de Santa Fe. En noviembre de este, otra real cédula, comprendiendo
ahora el virreinato de Buenos Aires, establecía puntualmente las reglas a las cuales se había
de someter el citado comercio que debía practicarse por el lapso de seis años. No sabemos
la cantidad de negros que ese año se introdujo en Santo Domingo. Sí sabemos que en 1790
residía en esa ciudad el napolitano Manuel de los Reyes como comisario de la negociación de
los negros. Reyes fundó familia casándose con la dama habanera Josefa de Céspedes, de cuyo
enlace nacieron hijos en Santo Domingo hasta 1793.
En las postrimerías del siglo XVIII, se celebran algunos bautizos de esclavos adultos
venidos de Guinea: Don Félix Guillen hizo bautizar cuatro en febrero de 1799; Juan Pinero,
cuatro en abril y dos en julio de ese año.
En el año 1794 se produce un Expediente sobre las mejoras y adelantamiento de la Isla Española
de Santo Domingo. Ese expediente se compone de varias piezas de documentos producidos
por varias autoridades coloniales así como de la Metrópoli, y que fueron estudiados por el
Consejo de Indias y presentados en su oportunidad al Rey.
Aquí se trata de temas de interés respecto de los negros y la esclavitud, y se vuelve,
además, sobre ideas o prácticas ya inveteradas en la vida política y social del ambiente co-
lonial españolense. Veamos:
1º. (a) “Fue un gravísimo mal, en sentido de algunos porque de resultas se hizo infame el tra-
bajo entre los españoles”, es decir, que los españoles tomaron a menos ponerse a trabajar en las
labores que ya hacían los negros, y que fueron muchas que al correr de los tiempos aprendieron,
pues no sólo fueron mineros como al principio sino que también fueron ganaderos y agriculto-
res, más tarde aprendieron y practicaron todos los oficios manuales y domésticos, como carpin-
tería, albañilería, zapatería y otros.
(b) “Admitidos los negros no debieron graduarse con más rigor que las mercaderías para
sujetarlos a contribuciones”. No parece sino que los esclavos, considerados como mercancías,
estaban sujetos a más contribuciones que las de otras clases.
(c) Permitir las salidas de ganado a cambio de negros por no poder surtirse la isla de éstos,
careciendo España de factorías en África y no permitiéndose el comercio directo con ese conti-
nente. “Los negros deben considerarse como el principal auxilio que ha de restablecer la Isla, y
que se deben conseguir algunas factorías en África. Estos temas eran ya viejos en la Colonia y
puestos sobre el tapete cada siglo.
(d) Suplir a los particulares ciertas sumas de dinero por dos años para la compra de mil
quinientos negros, dispensando exención de derechos para la introducción; además, para meter
mil quinientos más por cinco años en beneficio también de particulares.

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2º. Forma parte de este Expediente un Informe elevado a S. M. por el Consejo de Indias que nos
permite sacar estos apartes:
(a) Remitir mil quinientos negros a la Isla. El Gobernador Azlor, en carta de 1791 apoyó esta
petición, pues la isla, que había florecido antes de la conquista de México, estaba muy decaída
debido a su despoblación y a la demolición de las ciudades de Yaguana, Montecristi, Puerto Pla-
ta y la falta de operarios para las minas y el cultivo de las tierras. En esta carta se habla además
de que se ha reconocido que los más a propósito para los trabajos (minas, cultivo, ganadería)
eran los negros o los naturales del país mulatos o mestizos. Pídense adelanten trescientos mil
pesos para la compra de negros. Por otra parte, Azlor trató puntos para la época bastantes avan-
zados, tal como no sólo liberalidad en los impuestos para los frutos del país, sino también el libre
comercio con la colonia francesa de Occidente, la formación de poblaciones en la frontera, y la
inmigración de familias gallegas para que hubiese gente blanca en los nuevos pueblos. También
propuso la introducción de familias inglesas, irlandesas y alemanas. Parece que el gobernador
Azlor, previó el porvenir racial de Santo Domingo, no sólo por la continua fuente proveedora de
negros, que fue la citada colonia francesa de Occidente, y continúa siéndolo, siempre hasta nues-
tros días, sino también porque el mestizaje por aquellos años era una realidad abrumadora. Se
consideraba en el mismo documento, que era mucha piedad la compra de negros, pues además
de que se beneficiaban los vasallos S. M. vería aumentadas sus entradas.
(b) En virtud de Real Orden de 1775, por cada varón puro o muleque se cobraba impuesto de
tres pesos; por cada mujer o cada mulecona, un peso, etc., que por tanto el préstamo de trescien-
tos mil pesos se haría insensible al Real Erario haciéndose en doce años a razón de veinticinco
mil cada uno.
3º. (a) Para llenar ciertas necesidades debía imponerse dos pesos por cabeza por todo negro o
negra que fuere sirviente.
(b) Las personas que poseyeran ocho esclavos se obligarían a cultivar la tercera parte de los
frutos comerciables en Europa.
4º. Oyarzábal, entonces en la corte pidió se le concedieran varias gracias para el fomento del
azúcar, hacia 1783.
5º. (a) Se insiste que por falta de mano de obra están pobres los moradores de la colonia a pesar
de la fertilidad y riquezas que la naturaleza derramó sobre ella, que engendra cuasi cuantas es-
pecies de minerales ha conocido el arte o ha apetecido la codicia, con tanto criadero de oro, pues
el más pequeño arroyo da alguna porción de superior quilate.
(b) Se compara a Santo Domingo con la colonia francesa de Occidente y se dice que allí se
cargan muchos navíos de azúcar, café, añil, etc., porque sus habitantes (los dueños) tienen desde
doscientos hasta mil negros (cada uno) cuando los que más tienen en Santo Domingo son veinte
o cincuenta, y entre éstos todos no son útiles para el trabajo. Las mejores haciendas apenas dan
a los dueños para mantenerse, pues tienen que reemplazar a esclavos y animales que mueren
y suplir las herramientas necesarias. Por esto los hacendados son incapaces de buscar con sus
propias fuerzas el auxilio de más negros.
6º. A conseguir buenos precios en los negros se opondría todo derecho que se impusiera. Nun-
ca se conseguiría poner en estado floreciente los campos de la Española si el Rey no se dignara
conceder absoluta libertad de introducir negros sin limitar en manera alguna su número, ni
imponer el más mínimo derecho de entrada, ni por las ventas ni reventas que de ellos se hagan.
7º. (a) El abandono en que yacen el vasto y pingüe territorio de S. M. en la Isla contrasta con la
opulencia que ofrece el corto y menos fértil distrito que poseen los franceses, cultivado por cua-
trocientos mil negros repartidos entre poderosos hacendados que hacen cada año un comercio
de treinta millones con su metrópoli cuando sólo se cuentan en Santo Domingo español con uno
dos mil esclavos que en vez de haber producido utilidad a la Península, sólo le ha dejado pér-
didas a las Cajas Reales con un situado que en los ochenta y cuatro años que van del siglo XVIII
han ascendido a diecisiete millones de pesos fuertes, “cuya suma ha desaparecido sin que quede
vestigio de ella”.
(b) A pesar de la penuria de brazos para trabajar salían para los cultivos de la isla de Cuba
muchos negros de Santo Domingo.

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8º. El Consejo de Indias concluyó por estimar entre otras cosas:


(a) mover el interés por asientos de negros;
(b) libertad para introducir implementos de trabajos, sin limitar número ni pagar derechos;
(c) ser lícito extraer en plata, oro, o frutos el producto de los negros que se introdujeran;
(d) que sobre cada esclavo que los amos empleen en servicio doméstico haya impuesto para
beneficio de traficantes o hacendados que hagan mayor introducción de negros.

La suerte de la esclavitud en el siglo XIX


En la segunda mitad del siglo anterior comenzaron las preocupaciones por la suerte
del comercio esclavista. Muchos espíritus generosos y humanitarios se decidieron por su
abolición total, aun en España y en América. Se llegó primero a suprimir la trata, la abolición
total hubo de llegar más tarde. Causas de origen económico prohibían en muchas partes
la libertad de los esclavos con medidas drásticas, porque aducían que toda la producción
agrícola de América, y sobre todo el cultivo de la caña de azúcar, se desarrollaba con la
mano de obra negra.
En 1816, los Consejeros de Indias, entre ellos Francisco Javier Caro, natural de la ciudad
de Santo Domingo, produjeron un dictamen que en alguna de sus partes decía así:
“Estamos conformes en que se prohíba el tráfico de negros: toda la Europa desdicién-
dose ahora de sus antiguas máximas acaba de estipularlo así en obsequio de la humanidad;
y ni sería decoroso que España rehusara tomar parte en tanta gloria; ni adelantaría nada
en rehusarlo… Cerradas las costas de África a todas las naciones europeas, las provincias
de América que se encuentran en la triste necesidad de cultivar sus tierras con esclavos, no
tienen medio ninguno para suplir la falta de los que mueren o se ahorquen… Averiguada
cosa es por cuanto han querido observarla, que las haciendas de América no tienen para
su cultivo los negros que se necesitan y que en ninguna de ellas el número de hembras es
proporcionado al de varones. Prohibir súbitamente el tráfico de negros en tan desventajoso
estado de cosas sería acelerar los perjudiciales efectos de la prohibición y hacerlos más inso-
portables; sería condenar millares de hacendados a perder una buena parte de sus rentas, y
lo que es más, a sufrir sin poderlo remediar un gran deterioro y menoscabo en sus capitales:
sería cegar de improviso todas las fuentes de prosperidad, y querer que el luto y la miseria
hiciesen presa de los países donde ahora reina la alegría y la abundancia… Desprovistas las
haciendas de los brazos necesarios para su labranza y careciendo cada día esta escasez de
brazos, los pocos que en ella quedan harán las mismas faenas que antes se repartían; pues
los amos a trueque de que sus rentas no mengüen y sus capitales decaigan lo menos posible,
recargarán a sus esclavos…”.
La abolición de la esclavitud en Santo Domingo por primera vez llegó por la vía de la
invasión de Toussaint Louverture en 1801. Tuvo sus antecedentes. En 1795 tendría lugar
entre el gobernador Joaquín García y el comandante Laveaux, de la parte francesa, una
entrevista. El francés envió con anticipación a Santo Domingo tres comisionados, uno blan-
co, otro mulato y el tercero negro. Según parece, en el camino iban repartiendo impresos
que entre otras cosas hablaban de la libertad de los negros, y sin ambages se decía en esos
papeles que los esclavos que se hallaban en posesiones españolas desde el instante que las
poseyera Francia habían de ser libres. Indignado García con esta actitud que vio atentatoria
a la paz, amistad y buena armonía que entonces imperaban entre Francia y España, escri-
bió al general Laveaux diciéndole que los súbditos españoles tenían muchas partes de sus
bienes invertidos en esclavos, y que las leyes por las cuales se regían no habían reprobado

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ni extinguido la esclavitud. Como muchas familias habían resuelto emigrar, al cambiar la


colonia de dueño, García pensó, y con él los interesados, que estando ellos en el exilio, los
esclavos que quedaban en sus lares debían ayudarlos a vivir sacando del trabajo de sus
manos el sustento de los amos ausentes en tierras extrañas.
Cuando ocurrió la invasión y el gobernador García entregó la ciudad de Santo Domingo
a Toussaint, éste en acto público en la Plaza de Armas declaró abolida la esclavitud. Hizo
plantar en las plazas públicas del país una palma real y un asta con un gorro frigio como
símbolo de la libertad. Afirma el historiador García que tal declaración no produjo entusiasmo
ni aun entre los mismos favorecidos, con muy raras excepciones.
Con el advenimiento de Francia al control de la parte española de la Isla, la libertad
recién declarada en favor de los esclavos sufre serio impacto. En efecto, el gobernador Fe-
rrand, para que no faltaran brazos para el desarrollo de la agricultura consintió, para un
lapso de doce años, el tráfico de esclavos en beneficio de los españoles y de seis años para
los extranjeros. Autorizó además a los habitantes de la frontera esclavizar a las personas de
uno u otro sexo, mayores de catorce años que hicieran prisioneros en territorio de Haití. Eso
dice el historiador García. El decreto que trata este tema en parte es el siguiente:
Art. 1. Los habitantes de las fronteras de los departamentos del Ozama y del Cibao, así
como las tropas empleadas en los puestos guarnecidos del cordón, están y continúan estan-
do autorizadas a extenderse por los territorios ocupados por los sublevados, a perseguirlos
y a hacer prisioneros a todos aquellos del uno o del otro sexo que no pasen de la edad de
catorce años.
Art. 2. Los prisioneros procedentes de estas expediciones serán propiedad de los cap-
tores.
Art. 3. Los niños varones capturados, que tengan menos de diez años y las negras, mu-
latas, etc., menores de diez años, deberán quedar expresamente en la colonia, no podrán
ser exportadas bajo ningún pretexto. Los captores podrán, según su gusto, o dejarlas en sus
plantaciones o venderlas a habitantes que residan en los departamentos del Ozama y del
Cibao.
Art. 4. Los negros y personas de color de los que se hace mención en el artículo precedente
y que no deberán ser exportados, no serán considerados como propiedad de los captores y
no podrán ser vendidos por ellos, mientras no se hayan provisto de certificado de personas
notables de Azua, visado por el comandante Ruiz, y en el departamento del Cibao, de otro
certificado igual del Ayuntamiento de Santiago, visado por el comandante Serapio, que
compruebe que esos negros, etc., han sido efectivamente capturados en el territorio ocupado
por los sublevados y que formaban parte de ellos.
Art. 5. Los niños varones de diez a catorce años y las negras, mulatas, etc., de doce a
catorce años, serán expresamente vendidos para ser exportados.
Art. 6. Los designados para la exportación no podrán ser embarcados en ningún otro
puerto que no sea el de Santo Domingo, en donde se pagará por derecho, en favor del go-
bierno, cinco por ciento de exportación sobre el precio de la venta.
Art. 7. Los que lleven esos negros y gente de color a Santo Domingo para ser vendidos
y exportados, estarán obligados a procurarse, para cada individuo, en el Departamento del
Ozama, un certificado expedido por las personas notables de Azua, visado por el comandante
Ruiz y en el Departamento del Cibao un certificado igual del Ayuntamiento de Santiago,
visado por el comandante Serapio, en el que se compruebe que esos negros, etc., han sido

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efectivamente capturados en el territorio ocupado por los sublevados y que formaban parte
de ellos…
Art. 8. Ningún negro, etc., podrá ser embarcado en Santo Domingo, sin que el general
en jefe haya dado para ello una autorización particular que él expedirá en presencia de los
documentos exigidos.
Art. 9. Se considerarán como artículos robados y se confiscarán o reclamarán dondequiera
que se encuentren en la colonia de Santo Domingo, así como en las colonias vecinas, los negros
y gentes de color para los cuales no se hubieren llenado las formalidades indicadas.
Art. 10. Toda persona que haya conservado o vendido, así como también, toda persona
que haya exportado o tratado de exportar negros, etc., de la colonia, sin haber llenado las
formalidades arriba indicadas, estará obligado a pagar cincuenta pesos de multa por cabeza;
y todo propietario o capitán de buque, así como todo funcionario civil o militar, que haya
dado o haya sido sorprendido ayudando a un fraude de este género será reducido a prisión
o privado de su empleo, y pagará cien pesos por cabeza de negro, etc., substraído o que se
haya intentado sustraer…
Esto se refería a los negros de la parte francesa, que al tomar Ferrand el gobierno de la
parte española en nombre de Francia debía considerarlos, como en rebelión armada contra
el poder de su metrópoli, pero en cuanto a los negros de Santo Domingo español siguieron
siendo tan esclavos como antes de la invasión de Toussaint. El coronel Aussenax, muerto
Ferrand en Palo Hincado, utilizó a esos esclavos al formar una compañía de ciento de ellos
a los cuales se les dio la libertad con la condición de que sirviesen a Francia durante ocho
años. Los franceses admiraron el valor de esos hombres y su lealtad a lo pactado.
Aunque el período histórico llamado España Boba, lapso que transcurre dentro de los
primeros veinte años del siglo XIX, la vida colonial de Santo Domingo fue deplorable en su
aspecto económico. Hubo sin embargo una pequeña introducción de esclavos, los últimos
que llegaron y que cerraron para siempre, en esta parte de América, la ominosa historia de la
trata de negros. La necesidad de éstos en los comienzos del siglo la manifiesta en su Memoria
Manuel de Hita, sobre la península y bahía de Samaná, porque en varias ocasiones habla de
la necesidad de negros para empeñar ciertas labores indispensables a sus propósitos.
Puede comprobarse en los libros parroquiales de la Santa Basílica algunos bautizos de
esclavos. En 1818 don José Basora hizo bautizar en la parroquia de Santa Bárbara, ciudad
de Santo Domingo, diecinueve esclavos; en 1820 el regidor don Francisco Travieso bauti-
zó una veintena, y en agosto del mismo año el también regidor don Pablo Pujol bautizó
cinco niños borucos. Entre los bautizados por Basora se encontraba un negrito como de
doce años, casta brisón, a quien se le puso por nombre Santiago, el mismo que más tarde
en el año 1844 se acogió al partido febrerista e ilustró su nombre en las batallas que se
sostuvieron contra Haití.
La España Boba interrumpió su decurso con el movimiento patrocinado por el doctor
don José Núñez de Cáceres en 1821 y que se conoce en la historia con el nombre de Indepen-
dencia Efímera. Por motivos económicos la esclavitud quedó en pie, pero según asevera el
historiador Coiscou Henríquez no lo fue tan estrictamente, puesto que se proyectó un fondo
de manumisión destinado a libertar los esclavos.
Esa libertad, sin embargo se ganó al irrumpir una nueva invasión haitiana y posesionarse
el presidente Boyer del gobierno de Santo Domingo en febrero de 1822. Ese año se obtuvo
la abolición total de la esclavitud. A los esclavos libertados se les llamó libertos de la palma

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porque para señalar este acontecimiento los nuevos amos de Santo Domingo plantaron una
palma en la Plaza de Armas de la ciudad capital.
Obra del dominio haitiano que se inició en 1822 fue una importante corriente inmigra-
toria de negros metodistas del Sur de los Estados Unidos, cuya influencia ha perdurado en
la región de Samaná. Al respecto, el historiador García apunta: El presidente Boyer envió
a los Estados Unidos un comisionado especial, Granville, para que de acuerdo con ciertas
sociedades trabajara en el sentido de traer a la Isla negros libres para establecerse en ciertos
lugares. Un ensayo con seis mil individuos se intentó, los cuales deberían distribuirse en Las
Caobas, Las Matas de Farfán, Hincha, Altamira, Santiago, Moca, San Francisco de Macorís,
La Vega, Samaná, El Seibo y Higüey, Santo Domingo, Monte Plata, Boyá, Bayaguana, San
Cristóbal, Baní y Neiba.
Los primeros inmigrantes desembarcaron por Santo Domingo el 29 de noviembre de
1824, pero el clima les fue desfavorable por lo que murieron muchos.
Estos negros ya eran producto de una fuerte labor de transculturación, por tanto no
introdujeron en Santo Domingo caracteres típicamente africanos. Al sur de los Estados
Unidos fueron, como a todas partes, negros provenientes de diversas partes y por tanto las
culturas bantú y sudanesa allí se desarrollaron, se transformaron y sincretizaron hasta per-
der sus caracteres propios. Se asegura que en esta región existió y se practicó el culto vodú,
seguramente introducido por esclavos procedentes de Haití destinados a la Luisiana. Los
negros norteamericanos canalizaron sus tendencias hacia las agrupaciones religiosas. Por
lo general los ritos religiosos son copiados de los cultos bautista y metodista.
Desde el punto de vista cultural y espiritual sabemos que estos negros norteamericanos
se dedicaban desde un principio a la formación de sus agrupaciones de índole religiosa es-
tableciendo sus chorchas y fundando escuelas. Algunos se establecieron en la ciudad capital
de la República. El núcleo que se congregó en Samaná imprimió ciertos caracteres típicos a
esa región. Allí existen núcleos que hablan cierto patúa. En cien años de convivencia con el
pueblo dominicano se han fusionado con el elemento autóctono.
Los autores han dividido a los negros americanos en black group, brown group y palé group.
Los primeros, negros puros, se hicieron bautistas y metodistas, y fundaron asociaciones
religiosas, bíblicas; se considera que conservaron más puros los aspectos tradicionales de
estas organizaciones. Los otros dos grupos, de mulatos y claros en sus aspectos religiosos se
acercan más a lo católico, episcopal, presbiteriano y congregacionista. Por los descendientes
que hemos conocido parece que los inmigrantes de 1824 pertenecieron al primer grupo, sin
faltar, quizás, representantes de los demás. En favor de esto queda sentado en la noticia del
historiador García ya apuntada, que eran metodistas.
La obra publicada por el Archivo General de la Nación, Samaná, pasado y porvenir trabajada
muy probablemente por el entonces director de esa institución, licenciado Emilio Rodríguez
Demorizi, trata de esta inmigración afro-norteamericana.
Al ganar los dominicanos su independencia en 1844, la libertad de los esclavos quedó
asegurada. En la primera Constitución de San Cristóbal, en su capítulo segundo, la establece
expresamente: “Art. 14.– Los dominicanos nacen y permanecen libres e iguales en derecho, y
todos son admisibles a los empleos públicos, estando para siempre abolida la esclavitud”.
Es verdad que ya existía una tradición de años contraria a la práctica esclavista. La pobre
economía del país se había acomodado a la falta de esclavos. Por otra parte, los próceres
fundadores de la República no eran esclavistas. Uno de los más distinguidos próceres civiles,

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don Tomás Bobadilla, pensaba de esta manera, aunque es verdad que lo hacía al gusto del
invasor Boyer y quizás por su sugestión:
“Viene muy al caso la opinión de un político moderno que dice: La religión dulce, to-
lerante, paternal de Jesucristo, ha destruido la esclavitud de Europa. Un cristianismo mal
entendido la ha introducido en América. Se quiso hacer a los negros esclavos a fin de con-
vertirlos, desde luego se conseguían cristianos por la esclavitud como los revolucionarios
de Francia hicieron republicanos con las prisiones y los cadalsos…
“La revolución de América es la consecuencia necesaria de la naturaleza del hombre.
Un esclavo puede ser bastante vil por la esclavitud para perder hasta el deseo de la liber-
tad; pero un pueblo entero y las generaciones que la suceden no pueden amar sin cesar su
embrutecimiento: toda tierra que tiene esclavos, llevará un día hombres libres.
“En el día, todos los que no están destituidos de razón, saben que la naturaleza no ha
dado al hombre ningún derecho sobre sus semejantes, que todos nacen libres e iguales y
que sólo la fuerza, puede constituir la esclavitud, o ese pretendido derecho que no se halla,
ni en el natural, ni en el de gentes.
“Vosotros todos mis caros conciudadanos habitantes del Este, podréis juzgar desapa-
sionadamente cuál es la suerte que os tocaría y a vuestros hijos, si el gobierno español
entrase en nuestro suelo. El primer anuncio ha sido querer justificar la esclavitud, y en
segundo lugar se os ha clasificado con generalidad de facciosos; y aun se ha formado queja
a nuestro gobierno de dar protección a unos vasallos que se han sublevado contra el Rey,
es decir en resumen, la esclavitud y la muerte es lo que os ofrece…”; así hablaba Bobadilla en
el año 1830.
Desde los albores de la República se especificó con claridad las ideas de los dirigen-
tes dominicanos respecto de la esclavitud. En el Manifiesto de enero de 1844 se habla de
“la libertad de los ciudadanos, aboliendo para siempre la esclavitud”. El 19 de marzo de
ese año la Junta Central Gubernativa, hablando acerca de la esclavitud declara: “que la
esclavitud ha desaparecido para siempre del territorio de la República Dominicana, y
que el que propagase esta noticia (la de la vuelta de la esclavitud) será considerado como
delincuente, perseguido y castigado si hubiere lugar. En fecha 8 de marzo la misma Junta
declara que consiente un tratado con Francia a base de varios principios entre los cuales
el segundo dice: “jamás será atacada la libertad personal e individual de los que tuvieron
la desgracia de ser esclavos en otro tiempo, ni los principios de igualdad que nosotros
hemos proclamado”.
Después de la citada Constitución de San Cristóbal todas las reformas constitucionales
hasta la de 1896 inclusive especifican la abolición a proscripción de la esclavitud. Su aparición
en la Constitución aludida era muy de lugar así como los textos ya expresados del Manifiesto
de enero y los dictámenes de la Junta Gubernativa, pues en el período de la Independencia
y fundación de la República propagandas interesadas y aviesas daban a entender que al
dejar el gobierno los haitianos volvería la esclavitud. Después, su aparición en las Constitu-
ciones posteriores se debió quizás a que todavía en Puerto Rico hubo esclavitud hasta 1863
y en Cuba hasta 1880. Por estos motivos también la Constitución de 1877 introduciría una
novedad al prescribir: “son libres los esclavos que pisen el territorio de la República”, y así
se estuvo estableciendo hasta 1896 inclusive. Ya en la Constitución de 1907 no se menciona
la esclavitud. El espíritu de los tiempos ya era otro. Hubiera sido una redundancia jurídica
y un insólito anacronismo.

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No tuvo, como se sabe, interrupción alguna la desaparición la esclavitud cuando ocurrió


la Anexión por cuanto el gobierno español prometió que jamás se introduciría la esclavitud
en Santo Domingo y que el país sería gobernado “bajo un pié de igualdad, sin distinción
de razas ni personas”.

Capítulo II
Procedencia, castas, denominaciones, culturas
Sumario
Antecedentes de la trata de negros. Especificación de las piezas. Las denominaciones. Las denomi-
naciones en los documentos. Reconocimiento práctico de los negros según su procedencia. Diferentes
culturas negras.
Como medio siglo antes del descubrimiento de América se iniciaron una serie de viajes de
exploración y descubrimientos a las costas occidentales de África. Estos viajes fueron patro-
cinados y alentados por el infante don Enrique de Portugal, llamado el Navegante. En 1433,
Gil Eanes –el Gilianés del padre Las Casas– pasó más allá del cabo Bojador, hecho que tuvo
suma importancia geográfica para la época en que se hizo este trabajo. Esto dio por motivos
el descubrimiento de Guinea y el inicio de la trata de esclavos negros. Primero comenzaron
los portugueses, por apresar moros, luego piratearon negros. El negocio apareció bueno y
se formó una compañía, la de Lagos, para proseguir nuevos descubrimientos, explorar las
regiones nuevas y comprar o apresar negros. Más tarde, los portugueses fundaron el fuerte y
factoría que se llamó San Jorge de la Mina de Oro. Muchos de los negros traídos de África eran
vendidos en Sevilla. El propio don Enrique alentaba este negocio, de donde vino a resultar el
primer patrocinador del tráfico de negros. Con el descubrimiento y colonización de América
llegó la trata de esclavos a su mayor auge, como una duración de tres siglos.
Son muy conocidos por todos los nombres de la Guinea, Angola, Cabo Verde, Santo
Tomé, el Congo, Mandinga y otros, como los lugares de donde procedían los negros que
llegaron como esclavos a América.
En el mercado de negros tenía importancia la especificación de la pieza que se compraba,
porque, a pesar de lo que algunos viajeros y escritores han dicho de la igualdad de todos los
negros africanos, es el caso que los compradores de esclavos se acostumbraron a descubrir
diferencias importantes y los denominaban o clasificaban, por lo general de acuerdo con la
región o factoría de procedencia. Estas diferencias eran importantes hasta el punto de afectar al
precio. Por cédula real fechada en Valladolid el 6 de junio de 1556 se dispuso acerca de la tasa
del precio en que habían de venderse los esclavos en las Indias. Si los negros procedían de las
islas de Santo Tomé y Guinea habían de pagarse en la Española, Cuba y San Juan 100 ducados
por esclavo; si procedían de Cabo Verde, 120 ducados, y valga este dato por vía de ejemplo.
En los libros parroquiales antiguos y otros documentos, siempre que se expresa acerca
de un negro a quien le nace un hijo, se casa, muere o es objeto de venta o traspaso, se dice la
raza, la casta, o sencillamente se dice negro tal o cual, por ejemplo, raza carabalí, casta boruca,
negro mina, negro de Angola, o moreno, solamente. La costumbre de escribir la palabra casta,
raza, negro fue eludiéndose de modo que escritas las expresiones ya citadas directamente
al lado del nombre de pila vinieron a tener fuerza de apellido, por ejemplo: María Mandin-
ga, Juan Biafra, Juan Carabalí, y como tal pasaron luego a la toponimia: Sabana de Juan Bran
(Prov. de Barahona), sección de Pedro Bran (Prov. de Santo Domingo), arroyo de María Zape
(en el Cibao). Biáfara es una sección de la Prov. de Azua. De todas estas designaciones sólo

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persistió en forma de apellido, hasta muy entrado el siglo XIX, la de Bran, que quizás exista
todavía entre campesinos, pero la mayor parte de ellos desapareció en esta calidad porque
se prefirió el apellido de los amos, como costumbre que nacería entre escribanos y ministros
de la justicia y que los negros aceptaron de preferencia.
Las castas o denominaciones de negros que hemos podido recoger en Santo Domingo
son las siguientes:
Amboi, anacasuanga, arrero, angola, (engala) o de Angola, ardá, (aradá o arará), arle, bamba,
bambará, bañol, barba, bervisí, biafra (biáfara, brafara), biocho (viocho), bodó, bolumbí (o molumbí),
boruco, bosán, bran, brisón, calaun, canguey, carabalí, casanga (o casarga), cazabi, combelú, cones,
congo (o del Congo), cozin, chambá, chonvo, fala, faula, guimba, gambú de guinea, itimine, lemba,
leme, locunú, longo, luango, luarme (o luerme), lucumí, luqueme, malembá, mambó, mandinga,
manga, mangó, manicongo, (maricongo, monicongo), matamba, melón, miga, mihi, mina, mingola,
molembo, mondongo, motemá, motembo, muleque, mutema, popó, quisama, sambú, subolo, tabí,
tenguerengue, terranova, vanín, yaguate, yolofe, (gelofe, jolofo), zape.
Es algo difícil, en el conjunto de estas designaciones, separar con exactitud aquellas que
puedan considerarse verdaderos gentilicios de las que no lo son. Algunas son evidentes
expresiones geográficas que no admiten duda, otras quizás, no serían sino particulares de-
signaciones nacidas del trato con los esclavos que las llevaban. Los amos por chanza, burla o
cariño designarían a los negritos con motes o sobrenombres sacados de los propios lengua-
rajes de los africanos. Hay que pensar también en los errores que hayan podido cometer los
escribientes de los documentos originales y las interpretaciones paleográficas posteriores,
y los errores de imprenta. Vamos a proceder a un ligero análisis:
Amboi. Los esclavos llamados así deben corresponder a las tribus de los ambos o ambozi,
junto a los carabalíes, frente a las islas de Fernando Póo y Santo Tomé.
Anacasuanga. Debe ser error. Ana debe aludir al conocido nombre de persona; casuanga,
debe corresponder a casanga, que designa casta u origen. De modo que esta voz debió referirse
a una esclava de nombre Ana perteneciente a la casta dicha. Sin embargo es bueno advertir
que Ana es nombre de cierta tribu africana occidental.
Angola. Nombre de muy conocida región de África occidental de donde provinieron mu-
chos negros introducidos en Santo Domingo. Existe la forma engola para designar esclavos.
En la toponimia dominicana, común de San Cristóbal, existe el nombre de Samangola.
Ardá, aradá, arará. Arará o ararás son tribus que se extienden desde la costa de los minas
hasta la desembocadura del río Níger. Es la región del Dahomey, de cultura yoruba. De estos
negros procede el conjunto de ritos y creencias que constituyen el vodú, que tuvo especial
desarrollo en la colonia francesa de la isla (Haití). En Santo Domingo los ararás aculturados
dirigieron sus tendencias espirituales y sociales hacia fines religiosos constituyendo cofra-
días tal como la de San Cosme y San Damián que existió en el siglo XVII. Los ardás parecen
constituir tribu diferente, pero en Santo Domingo nos parece que es asunto de ortografía.
Bambá, nombre de una región en el Congo.
Bambará. Los esclavos de este calificativo proceden de la Guinea alta. Según algunos
forman un tipo racial característico antropológicamente. Los ríos Níger y Senegal limitan la
región propia de estos africanos. Son mandingas.
Bañol. La tribu de los bañóles es de los ríos de Guinea, entre el Gambia y el Cazamancia.
También le llaman los bagnoun. Sandoval los llama bañunes, banunes.
Barba. Los barbas o baribas ocupaban el norte de Dahomey. Sandoval habla de lucumíes barbas.

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Bervisi. Esta palabra aparece por berbesí que es una tribu de los ríos de Guinea. Son
negros yolofes.
Biáfara, biafra, brafara. Estos negros corresponden también a la región de los ríos de Gui-
nea. Formaron cofradías junto con los mandingas. Asegura Aguirre Beltrán que hay que
distinguir biaforas de biafras.
Biocho. Estos negros hay que referirlos al pequeño archipiélago de los bigajos. También
se les llama biojo. La existencia de ellos también se ha registrado en México. El padre Alonso
de Sandoval habla bastante de ellos.
Boruco. Esta voz no designa raza ni región. Se aplicaba a negros recién llegados de África
y probablemente yerran los documentos antiguos cuando dicen casta boruco, pero están en
lo cierto cuando usan la expresión negro boruco. Actualmente en la lengua vernácula domi-
nicana hablar boruco es hablar confusamente o a media lengua.
Bran. Designa nación de negros. Abundaron estos esclavos en Santo Domingo y figuraron
con biafaras y mandingas en rebeliones a principios del siglo XVII. Son tribus de los ríos
de Guinea en una región entre el río Cazamancia y Cacheo, por donde desemboca el río de
Santo Domingo. También se les conoce con los nombres cacheos, papeles y otros.
Brisón. Una vez se ha usado en el bautismo de un negrito que se dice de casta brisón. No
estamos edificados acerca de esta nominación.
Carabalí. Los negros carabalíes procedían de la región africana del Calabar. Su actividad
espiritual en Cuba dio lugar al ñañiguismo, según Fernando Ortiz. Se extendían desde la
desembocadura del Níger hasta la costa frontera a la isla de Santo Tomé. Esta región la ocu-
paban muchas tribus, entre ellas los ambos carabalíes citados por el padre Sandoval.
Casanga. Es nombre que corresponde a regiones del río Casamancia y de Angola. Se in-
trodujeron en América esclavos de ambas regiones.
Congo. Nombre de una muy conocida región ecuatorial de la cuenca del río Congo. Los
negros de esta designación abundaron mucho en Santo Domingo y fueron dados a formar
sociedades. Mucho duró la denominada Hermandad del Congo, cuya fiesta principal la
celebraban el día de San Juan Bautista, y de la cual queda alguna tradición en la región de
Monte Plata. La voz congo se repite en la toponimia dominicana. Reycongo es una bella ave
del país. Los negros mondongos, manicongos, (monicongos, maricongos) son negros congos.
Chamba. Los negros chambas proceden de una región cercana a los asantis, en la cuenca
del río Volta, tierra adentro de la costa de los minas. En Brasil existieron los negros xambá.
Faula, fala. Quizás los negros llamados así sean los negros fula o fulos de la región de los
yolofes y mandingas, y de los que hablan el padre Sandoval y Aguirre Beltrán.
Itimine. De la casta itimine sólo hemos advertido un caso en la región del Seibo, 1787. En
Arthur Ramos itimins. Quizás sean los negros twi, de la costa Mina. Existía la denominación
twi-fanti, twi-guang, quizás se metieron negros minas con el nombre de twi-mina. Por otra
parte: timné es tribu de Sierra Leona.
Lemba. Es un toponímico de la provincia de Barahona. Fue el nombre de un negro alzado
que se hizo famoso hasta aparecer en las Elegías de Juan de Castellanos:

“De los más pesados movimientos,


el negro Lemba, fue principalmente
que juntó negros más de cuatrocientos
acaudillándolos varonilmente”;

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No sabemos si esta palabra corresponde a los toponímicos africanos lamba, limba.


Longo. Región del Congo.
Luango. Loango es toponímico congolés. En este sitio los franceses establecieron una
factoría negrera.
Lucumí. Los lucumíes o locumíes son yorubas, por tanto pertenecientes a la región de las tribus
de los ríos de Arará. Están localizados en la región de Bení, cerca del delta del río Níger.
Mandinga. Los mandingas ocupaban una región al norte del Ecuador, entre los ríos Senegal
y Níger. Se consideraban negros inteligentes y con una cultura influida por los mahometanos.
En 1650, según asienta el canónigo Luis Gerónimo de Alcocer, ya no venían a Santo Domingo
y tendía a su desaparición. Junto con los biafaras fundaron la cofradía de la Candelaria, que
tuvo altar propio en la iglesia Catedral. Los mandingas dejaron su nombre en la toponimia
del país y en el argot criollo el verbo desmandingar y sustantivos derivados.
Malemba. Los malembas son negros congos. También en México entraron negros con esta
denominación.
Manga. Los mangas corresponden a la región de Angola.
Matamba. Los matambas proceden del Congo, pero así como los malembas fundaron reinos
en Angola, los unos al norte y los otros al sur.
Mina. Corresponde esta muy conocida designación a tribus de negros que salieron de la
costa occidental de África comprendida, poco más o menos desde el río Bandana hasta el río
Volta. En esta costa está incluida la actual ciudad de Acra, capital del nuevo estado africano
de Ghana. Se les atribuía el ser revoltosos, pendencieros y matones. En Santo Domingo dieron
buenos soldados a la tropa de morenos libres. La expresión mina no corresponde a unidad
de tribu, ni de casta, ni de nación, por esto muchas veces se le contrapone otra expresión
para mejor especificar. Así en Aguirre Beltrán: mina-kru, mina-nagó, mina-popó, mina-santé;
en Arthur Ramos: mina-achanti, mina-nejo, mina-mahi, mina-cavalo.
Motembo. Esta clase de negros se ha registrado también en el Brasil. En Fernando Ortiz
se registra matemba.
Muleque. Se designaba con esta voz a los negritos bozales de corta edad. Mulecón es un
negro joven de más edad que el muleque, y mulecona una muchacha joven.
Popó. Se aplica a negros de la región de los pueblos que denominan ewe-fon, que en los
cartogramas de Aguirre Beltrán corresponde a las tribus de los ríos de Arará, donde están
incluidos los nuevos estados de Togo, Dahomey y Nigeria. Popó ha corrido tanto en la isla
como nombre o sobrenombre de persona que es de sospechar que negros con esa denomi-
nación llegaron durante la trata.
Quisama. Nombre de una región de Angola. En Brasil se introdujeron negros con esta
denominación.
Subolo. Pensamos que esta denominación sea errada y que quiera referirse a los negros
libolos o lubolos provenientes de la región del mismo nombre de Angola.
Terranova. Procedían estos negros de Porto Novo, sitio importante de la trata de ne-
gros fundado por portugueses. A México llegaron con el nombre de novo o de Tierra Nova.
Porto Novo es actualmente la capital de Dahomey, nuevo estado independiente de África.
El padre Sandoval cita lucumíes o terranovos como negros que pasaban en la trata por la
isla de Santo Tomé.
Vanín. Puede ser que los negros así llamados correspondan a la región de Benín, muy
celebrada por sus bronces, en la costa de los araraes.

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Yaguate. Propiamente no es apelativo de negros, pues siempre se ha considerado como


voz procedente de la lengua de los indios de la isla. Es curiosa esta denominación que tiene
visos de ser solariega. Yaguate ha sido siempre, desde los primeros tiempos de la coloniza-
ción, una voz toponímica.
Yolofes o gelofes. Son negros caboverdianos, naturales de la región africana que conocemos
hoy con el nombre de Senegambia. En el río Senegal comenzaba el imperio de los jelofes y
era allí donde se efectuaba el comercio esclavista de esta casta. Se les tenía por revoltosos y
se les atribuyó el haber suscitado el primer levantamiento de esclavos en Santo Domingo
en 1523. Quizás por este motivo la Real Cédula de fecha 11 de mayo de 1526 prohibió la
introducción de yolofes sin particular licencia.
Zape. Negros de Sierra Leona. Abundaron muchos en Santo Domingo y formaron una
cofradía dedicada a María Magdalena que existía en 1650, y tenía capilla propia en la iglesia
Catedral. El jesuita Sandoval cita los zapes-bagas, zapes-manes, zapes-logos, zapes-cocolí, zapes-
galangas.
Respecto a las siguientes denominaciones aún no estamos suficientemente edificados:
añero, arle, bolumbí o mulumbí, bozán, calaun, canguey, cazabi, combelú, chombo, gambú, guimbá,
leme, luarne, lucueme, mambó, mangó, mihi, zambú, tenguerengue, tabí.
En 1547 tuvo lugar la pública almoneda del ingenio que fue propiedad de Hernando
Gorjón, en los términos de la villa de Azua. (Clío, nº. 8, año 1948). En los documentos pro-
ducidos aparecen designaciones de esclavos que a continuación apuntamos:
Amboi, carretero; Andrés Añero, vaquero, Arle, vaquero; Bañol, de trabajo; Barba, carre-
tero; Domingo. Biáfara; Juan Bran, tumbador; Gonzalo Bran, prensero; Pero Bran, negro de
trabajo; Juan Bran, de trabajo; Cristóbal Bran, perniquebrado, que está depositado por la villa
de Azua; María Bran, Francisco Calaun, calderero de la caldera de melar; Canguey, tacero;
Francisco Cazabi, calderero; Simaco Cones, prensero; Juan Cozym, purgador de azúcar; Gam-
bú, calderero; Diego Jolofe, vaquero; Ana Jolofa, con una llaga en la pierna; Leme, cocinera de
los negros; Cristóbal Luarme, maestro de hacer ladrillos y tejas; Hernando Luerme, subidor
de caldo; Ana Luqueme; Gonzalo Mandinga, prensero; Mandinga, pastor; Catalina Manga;
Antón Melón, prensero; Perico Miga, carretero; Tenguerenge, estanciero; Gonzalo Tierranova,
encajador; Pedro Zape, calderero; Sebastián Zape, calderero y hachero de saber labrar hachas;
Juan Zape, tuerto, tumbador; Juan Zape, prensero; Francisco Zape, carretero; Juana mujer
de Pedro Zape.
En los primeros años del siglo XVII ocurrió en Santo Domingo uno de los hechos más
insólitos de su historia, que fue la despoblación de la parte noreste y oeste de la isla, pretex-
tando el gobierno español que todas esas villas y ciudades estaban dedicadas al contrabando.
Con ese motivo se alzaron no sólo los blancos sino también los negros. En documentos de
la época aparecen esos negros nombrados por su gentilicio, a saber:
Domingo Viocho, dixo que no tiene muger, porque se le murió: es de color negro. Isavel
cazarga, de más de sesenta años. Cathalina zape, de más de cincuenta años. María zape, de
más de cuarenta años. Joan faula, de Miguel de Luzón. Joan Mandinga, del dicho Miguel de
Luzón. Andrés Maricongo, de Jácome de Lomas. Domingo Angola, del dicho Miguel de Luzón.
Alonso Bran, de Bartholomé Farfán. Agustín braffara, de Bernavé Galea. Diego Viaffara, de
Joana de Pineda. Domingo bran, del corregidor Ovalle. Agustín, braffara, de Pedro Sedeño.
Garpar bran, del dicho Pedro Sedeño. Joan Bran, de maría vía. Antonio viaffara, de Francisco
Bullón. Beatriz mandinga, de María Bía. Leonor zape, de Leonardo machado, Francisco Angola,

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de María Inojosa, Francisca zape, de Bartholomé perez. Diomar zape, de María de vía. Ana
zape, de Ventura de Quiñones. María zape, de Blas machado. Beatriz zape, de Inés briseño.
María bran, de Pedro Sedeño. María Mandinga, del corregidor Ovalle. Beatriz Mandinga, de
Joan de Guzmán. Miguel braffara, de Jácome de lomas, caudillo de los negros. Lorenso bra-
ffara, esclavo de maría de bía. Francisco maricongo, horro, otra negra Ana-casuanga, con una
negrita, su hija, esclavas del dicho Tomás de Guzmán. (Ver Documentos... publ. p. E. Tejera,
Revista La Cuna de América).
Estos gentilicios aparecen en los libros parroquiales, a saber:
Pedro Angola, casó con Victoriana Angola, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1650. Fran-
cisco Biáfara, casó con Luisa Manicongo, 1591. Sebastiana Carabalí, hija de Manuel Carabalí y
Petronila Alarcón, libres, nació 1776, parroquia de la Catedral. Catalina Carabalí, casó con
Gabriel Angola, esclavos, San Miguel de la Jagua. Francisco Fala, criollo, casó con Juana,
San Miguel de la Jagua, 1653. Miguel Luango, esclavo, Los Ingenios, 1794. Juan Lucumí, casó
con Inés Gonzaga, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1689. Isabel Lucumí, casó con Francisco
Malemba, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1650. Vicente Mandinga, casó con Luisa Mandinga,
esclavos, 1717, Catedral.
Gaspar de Matamba, casó con Francisca, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1650. Miguel
Matamba, moreno libre, murió 1682, Catedral. Manuel Matamba, esclavo, murió en 1673. Luis
Manicongo, hijo de Luis Manicongo y Francisca Biáfara, nació 1591. Luisa Mutema, esclava en
San Miguel de la Jagua, 1659. Pedro Alcántara Zape, hijo de Ana Zape, nació 1827, Catedral.
Manuel Congo, casó con Lucía Zape, esclavos. San Miguel de la Jagua, 1668.
Otras constancias parroquiales y notariales son:
Lucía Arará, casó con Pedro Congo, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1667. Antonia Arará,
casó con Damián Herrero Angola, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1658. Nicolás Arará, casó
con Teresa, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1672. Domingo Bamba, esclavo, murió 1671,
Catedral. Damián Castillo, negro libre de casta bambará, venido de las colonias francesas
para los efectos de contraer matrimonio con Inés Pimentel, negra esclava de don... Pimentel,
1726. Agustina Bervesí, esclava del dicho. María Bolumbí, morena libre, murió 1679, Catedral.
Juan Combelú, esclavo, 1671. Luis Guimbá, moreno esclavo, casó con Águeda de Soto, escla-
va, 1696, Catedral. Rosa Mambó, esclava, El Seibo, 1818. Jerónimo Mangó, esclavo venido
de la parte francesa. María Josefa Mihi, esclava, 1821. Pedro Mingola, esclavo, 1637. María
del Carmen Mondongo, hija de José Mondongo y María Prados, morenos libres, nació 1792,
Catedral. Manuel Muleque, esclavo, 1673. Juan Sambú, negro en Baní, 1815. Gaspar Subolo,
casó con Luisa Mutema, esclavos, San Miguel de la Jagua, 1659. Francisco Tabí, moreno libre
del pueblo de San Lorenzo, casó con María Ardá, morena esclava de Antonio Calderón, 1690,
Catedral. Antonio Yaguate, esclavo, San Miguel de la Jagua, 1650. Ignacio Chomvo, esclavo,
1764. Antonio Chambá, esclavo, 1765. Domingo Chambá, esclavo, Los Ingenios, 1795.-María,
negra chambá, esclava, 1765. Francisco Quisama, casó con Manuela, criolla, San Miguel de la
Jagua, 1667. Juan chambá, negro, Baní, 1781. Luis Casanga, esclavo. Sujeto de nombre Antonio
Berbesí, esclavo de un tal Juan de Estrada, aparece en Del Monte y Tejada.
En la práctica se llegó a diferenciar y reconocer la procedencia de los negros por el ta-
tuaje que usaban, así:
branes, casangas, bañoles, o banunes: pequeños círculos coloreados a todo lo largo de la
frente, de sien a sien, en dos o tres hileras. (Estas marcas según la fuente bibliográfica eran
del grueso de un pequeño garbanzo puntiagudo);

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biafaras: muchas veces se distinguían por un círculo alrededor del ombligo, tatuaje que
era característico;
zapes: muchos tatuajes vistosos; en la frente dos rayas azules; cinco rayas que van de las
sienes a las mejillas; de bajo de los ojos tres rayas azules;
popós: arco y flechas de los ojos a las orejas;
ararás: abundaba el tatuaje; toda la cara se llenaba de rayas de tal manera que los hacía
parecer muy feos, repugnantes y hasta fieros; por este aspecto muchas veces eran despre-
ciados en los mercados;
lucumíes: rayas parecidas a los de los ararás; los lucumíes barbas se agujereaban la ven-
tana izquierda de la nariz;
congos y angolas: no se tatuaban mucho; algunas veces se agujereaban la oreja izquierda;
Los charsilas llevaban tres largas rayas a cada lado del rostro (Bellegonde).

Culturas
En la época que comenzó la trata, los negros del África occidental correspondían a varios
niveles de cultura. Los que pertenecían a estratos inferiores por lo general eran todos ani-
mistas, adoradores de fetiches y dados a la magia y sobre todo al culto de los antepasados,
considerados desde el punto de vista espiritual. Desde el punto de vista de lo social eran
recolectores, cazadores, pescadores, agricultores. Practicaron el colectivismo. Constituían
familias, tribus y clanes. Dos grandes culturas advierten los autores, la bantú y la sudanesa.
Pero muchas veces se encuentran zonas de penetración y situaciones intermedias. Número
grande de tribus ocupa la geografía de estas culturas con características propias, distintas,
que debe hacer difícil a los sabios en la materia entrar a clasificar con acierto.
Los que iban alejándose del estado tribal puro formaron reinos, algunos como el de
Ghana, el de Malí, el de Gao, que llegaron a tener un grado de adelanto apreciable y funda-
ron verdaderos imperios que practicaron el comercio con los países del norte, noreste y este
de África y fundaron ciudades de importancia. Pero estas culturas, influidas las de más al
norte por la religión mahometana, tuvieron su verdadero auge no en la costa sino algunas
leguas de tierra adentro. Los negros de la costa formaron también sus pequeños reinos que
los viajeros e historiadores han denominado con diferentes nombres como el de Benín, el de
Loanda, Dahomey, etc. Hablan de reyes de gran prestancia, como el gran Fulo, en la región
de Gambia; el Rey Popó, el Manicongo, etc.
Herskovitz divide el continente africano en varias áreas de cultura de las cuales interesan
a la región de la trata las siguientes: área del Sudán occidental, sub-área de la Guinea, área del
Congo. Al área del Sudán occidental pertenecen los mandingas, yolofes y sus afines; a la sub-
área de la Guinea pertenecen los minas, araraes, lucumíes y otros; al área del Congo pertenecen
los congoleños y angolenses.

Geografía de las culturas


Geográficamente estas culturas pueden localizarse siguiendo los cartogramas de Aguirre
Beltrán: tribus de los ríos de Guinea, tribus de los ríos de Sierra Leona, tribus de los ríos de Malagueta,
tribus de la Costa de Mina, tribus Carabalí, tribus del Congo, tribus de Angola. En la geografía moderna
estas regiones de la costa atlántica del África están comprendidas desde el río Senegal hasta,
poco más o menos, el río Cunene, dividida toda esta región en dos por la línea ecuatorial que
atraviesa el estado de Gabón y del Congo, muy cerca está la mencionada isla de Santo Tomé.

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Ríos de Guinea. Desde antiguo, los que tratan del comercio de esclavos, hablan de los
ríos de Guinea como fuentes de abasto. Esos ríos son, entre otros, el Senegal, el Gambia, el
Cazamandia, el de Santo Domingo, el Geba. Comprende esta región desde el río Senegal al
norte hasta el río Pongo al sur. En los mapas modernos estos ríos, así como otros citados tie-
nen nombres diferentes. En la región de los ríos de Guinea están los yolofes, los caboverdianos
(nombre que indica procedencia, no casta o tribu), los bervesíes (que son yolofes), los branes
(entre el Cazamancia y el Santo Domingo, donde está enclavado Cacheo, que fue factoría
portuguesa); los biáfaras (que no hay que confundir con los biafaras, que son otros, según
algún autor, y pertenecen a otra región); los biochos, del archipiélago de los Biagos, o de los
Bijagos. Todas estas tribus habitan la costa en la desembocadura de los ríos; hay otras de
mucho nombre que radican por lo general más al interior como los fulas y los mandingas.
A esta región de los ríos de Guinea corresponde en la geografía política actual una parte
de la Federación de Malí, Gambia, Guinea Portuguesa y la República de Guinea.
Ríos de Sierra Leona. Comprende esta región desde el río Pongo hasta el río San Juan. Es
la región de los negros zapes. Los estados actuales de Liberia y Sierra Leona están enclava-
dos aquí.
Costa de Malagueta. Se extiende desde el río San Juan hasta el río Bandana. Corresponde
a Costa de Marfil.
Costa de Mina. Es rica esta costa en ríos, y se extiende desde el río Bandana hasta el Volta.
Fundaron aquí los portugueses la fortaleza y factoría de San Jorge de Mina, que más tarde
se llamó Elmina. Costa de Oro también la denominaron. En esta región está enclavada el
moderno estado de Ghana.
Ríos de Arará. Las tribus de los araraes ocupaban desde el Volta hasta el Níger. Es la ha-
bitación de las grandes tribus de los Ewe-Fon y los Yorubas, por tanto de aquí salieron los
barbas, los lucumíes, los benín, etc. Esta costa corresponde en la geografía política actual a los
estados de Togo, Dahomey, y Nigeria Porto Novo y lagos fueron dos factorías negreras de
Portugal y son hoy las capitales, respectivamente de Dahomey y Nigeria.
Región Carabalí. Los carabalíes habitan en el Delta del Níger y sus inmediaciones. Cerca está
la isla de Fernando Póo. Están enclavadas en esta región las tribus de los Ibos, que por cierto, al
menos con ese nombre no se han registrado negros en Santo Domingo, aunque sí abundaron
en Haití. También se localizan aquí los bíafras, no biafaras. Es la región del Camerún.
Congo. Es la región muy conocida a ambas orillas del río Congo.
Región de Angola. Corresponde, poco más o menos, a la colonia actual de Portugal que
lleva el mismo nombre. Se fundó allí la factoría de San Pablo de Loanda. Corresponden a
esta región las tribus Matamba, Malemba, Lubolo, Lamba, Quisama, y otras.

Cultura de los negros Guineos


El padre Sandoval llama etíopes de Guinea a todos los negros desde Cabo Verde hasta Angola,
inclusive, pero hace una subdivisión: la región de los ríos de Guinea, –que parece para él son
los etíopes de Guinea propiamente tales– y los etíopes desde Sierra Leona hasta el cabo de Lope
González (hoy cabo López) y los etíopes de los reinos del Congo y de Angola.
Los negros Guineos fueron los más apreciados por los españoles, los llamaban negros de
ley. Los encuentra Sandoval de agudo ingenio, hermosos, bien dispuestos, alegres de corazón.
Gustan del regocijo, de las fiestas, música y baile hasta llegar a la algazara y gritería, acompa-
ñándose de instrumentos muy sonoros. Había entre ellos muchos y buenos músicos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Por lo general estas tribus, en sus tierras, andaban desnudos pero en presencia de ex-
tranjeros blancos se cubrían como podían.
Las mujeres vírgenes se ceñían la cintura con una sarta de cuentas de la cual colgaba un
pequeño lienzo. También usaban sartas en brazos y piernas.
Especialmente, expresa Sandoval, sobre los yolofes y bervesíes alabando su ligereza de
pie que la ponían a prueba poniéndose en competencia con caballos. Eran celosos de su je-
rarquía y amigos de que los adularan. Las mujeres usaban zarcillos de oro y perlas, pulseras,
brazaletes, gargantillas y vestían faldellines. Los reyes y su corte cumplían un estricto y severo
ceremonial. Comían sentados en el suelo en platos de madera y bebían en calabazas. Los
reyes solían usar vajilla de plata. Estos negros eran polígamos. Las ceremonias mortuorias
tenían mucha importancia y la celebraban con cantos, comidas, bailes.
Entre los yolofes, berbesíes, branes y biochos se practicaba la circuncisión con grande
aparato de ceremonias especiales y fiestas. A las mujeres les hacían una herida en el labio
inferior con lo cual cuando cicatrizaba el labio caía un poco hacia abajo.
“En estas partes tiene el demonio muchos ministros que con hechizos y brebajes acaban
cuanto quieren”. Los ídolos son estatuas de antepasados y otras figuras de madera o barro
que llamaban corofines. Llevan consigo amuletos que los usan en varias ocasiones entre
ellas la de la guerra.
Dice Sandoval que los ministros de esa maldita secta, el mahometismo, eran en Guinea los
mandingas, principalmente soniquees y sonsones que poblaban una y otra margen del río
Gambia y entraban tierra adentro como quinientas leguas. Además de practicar la religión
de Mahoma solían propagarla a otras naciones. Los mandingas eran a su modo grandes
caballeros. Ayudaban a los reyes en sus guerras “yendo siempre en la delantera”.
De Sierra Leona al Cabo López están situadas la llamada Costa de la Pimienta, las
tribus minas, las tribus araraes y las carabalíes. En la época de la trata, esta región estaba
muy poblada con grandes aldeas. Aquí se encontraban el reino de los popós, idólatras y
supersticiosos (cualidad común a todas las tribus negras).
Otro reino fue el de un gran príncipe llamado Fulao, que como el de los popós tenía
parte activa en negocio con los blancos a base de rescate. También pertenecen a este sector
geográfico los lucumíes que se consideraban gente de gran fidelidad tanto como guerreros
como en el estado de esclavitud. En la región de Binise desarrolló una cultura apreciable y
se estableció una ciudad de mucha importancia, Benín. Se distinguieron los de Bini por ser
afectos a la higiene personal y de sus casas. Se ha hablado de sacrificios humanos en esta
región con motivo de las fiestas que los reyes solían celebrar en honor a sus difuntos.
Toda esta región culturalmente es la que corresponde a lo que algunos autores han sabido
llamar cultura yoruba y cultura dahomeyana.
Cultura yoruba. Los yorubas eran hombres altos y fornidos, valientes, trabajadores e
inteligentes; usaban tatuaje, cosa común entre los negros. Dos tipos antropológicos señalan
los autores brasileños que seguimos: un tipo es de color negro, dolicocéfalo, labios gruesos
y caídos, nariz chata, cabello muy ensortijado, talón saliente, los músculos gemelos poco
desarrollados; el otro tipo es de color claro y son menos fuertes que los anteriores. Estos
negros trasladaron a América, Cuba y Brasil, principalmente, sus prácticas religiosas, su
folklore, su música y danza, su idioma, etc. En Santo Domingo su influencia no prosperó
como en los países citados, debido quizás a la poca cantidad de estos esclavos introducidos
en el país.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Cultura dahomeyana. Las culturas del Dahomey corresponden, como la de los yorubas, a la
sub-área de Guinea, cultura sudanesa de la clasificación de Herskovits, según hemos dicho.
Se incluyen aquí las culturas de los negros ewes o gogés, de los fanti y los achantis. Por tanto
nuestros negros minas y araraes están comprendidos en esta cultura dahomeyana. Es de mucha
importancia esta cultura para Santo Domingo, pues dahomeyana fue la cultura que predominó
en Haití, no porque se desarrollara especialmente por encima de las demás influencias. El culto
del vodú es dahomeyano. Existe un mundo poblado de seres espirituales en contacto íntimo
con los seres humanos que están sometidos a esos seres. Para el dominicano común el vodú
es toda una serie de actos ilícitos acompañados de práctica de hechicería, y le temen.
Culturas bantús. Estas culturas fueron traídas a América por los negros de Angola y del
Congo. Los angolas se consideraban en el Brasil como de fácil adaptabilidad, muy locuaces
y de gestos amanerados. Son “imaginativos, indolentes e insolentes, sin constancia para el
trabajo, fértiles en recursos y mañas, sin sinceridad en sus cosas, muy fáciles de conducir
por el temor al castigo y aun más por la alegría de una fiesta. Accesibles a la desconfianza,
poco cuidadosos de su responsabilidad, entusiasmados con cualquier asunto para tomarlo a
chacota poco después. Muestran gran predilección por lo brillante y adornado, como todos
los pueblos de imaginación viva y ligera. Muchos usaban una argolla pequeñita en la oreja
izquierda, costumbre seguida aún hoy por los mestizos que se las dan de valientes. Por estos
defectos no eran buenos esclavos y se les prefería para los servicios de la casa…”.
Este último pasaje, transcrito textualmente, es del escritor brasileño Braz do Amaral,
citado por Arthur Ramos. Es un retrato psicológico bastante fiel del hombre del pueblo do-
minicano. Y esta actitud, no sólo es característica de Santo Domingo, sino que ha penetrado,
por desdicha, en la masa popular de los pueblos tropicales de América. Parece que en Santo
Domingo hubo muchos negros angolas.
Los congos son muy afines de los angolas, antropológica y psicológicamente conside-
rados, así como tienen una cultura casi común.
Entre los angolas-congos existe la idea de un dios único, zambi y era objeto de adoración
y culto. También rinden culto a diferentes espíritus, a los muertos y a los antepasados. Son
dados a formar sociedades para fines religiosos y de otra índole. Así, formaron cabildos,
cofradías, hermandades. Hasta los santos los adoraban en grupos que llamaron naciones o
líneas. Conocemos la tendencia que había en el medio dominicano de agruparse los indi-
viduos en naciones para la celebración de ciertas fiestas tal como las de la Santa Cruz. Bien
puede ser que sea reminiscencia angola-conga.
El tambor es también instrumento característico de esta cultura, pero se diferencian de
los sudaneses en que no fijan el porche o cuero al tronco hueco por medio de cuerdas o de
cuñas. Los tambores dominicanos son por lo general bantús.
De Bellegarde extraemos los siguientes datos respecto de los esclavos negros en Haití:
Los Aradas son activos, inteligentes, dados al comercio como sus hermanos de la Costa
de Oro; pero avaros y grandes comedores de perros, de donde la expresión del patuá haitiano
rada mangé chin, las mujeres infatigables conversadoras, y tienen las caderas de una amplitud
tal, que según Saint-Mery, han llegado a ser el término de comparación en esta materia. Los
bambarás son de alta estatura, de andar embarazoso e indolente, muy golosos en el comer
carne de carnero y de pavo. Los congos aman los adornos, el ruido, el baile, son inteligentes,
siempre están alegres, de espíritu vivo y satírico, las mujeres se distinguen por su atractiva
gracia. Los fulas, que Colberry dice son guerreros, son finos, suaves e industriosos; entre

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

sus mujeres “las formas y las tallas de las más bellas estatuas son comunes, o podría decirse
generales”. Los mandingas son suaves y finos, comerciantes hábiles, y según Bruce, robustos,
dóciles, fieles, pero sin embargo un poco ladrones.

Capítulo III
Los negros a través de las ordenanzas locales
y de las Cédulas Reales
Sumario
Las leyes y ordenanzas esclavistas como espejo de la vida de los negros bajo el poder de las au-
toridades y de los amos. Teatro de desdichas fue el viaje desde los mercados africanos o europeos a
América. Palmeo, carimbado y venta. La esclavitud y las Siete Partidas. Digresión acerca del efecto
de la esclavitud en los negros. Macandá. Otros actos criminales. El Comegente. Alzamientos. Ritos,
fiestas. División racial. Trato entre amos y esclavos. Artes, oficios, comercio. Posesión de bienes. Ali-
mentación. Salud, hospitales. Manumisiones, libertad. Vivienda. Atuendo personal. Ordenanzas de
1528. Ordenanzas de 1544. Ordenanzas de 1768. El Código Carolino Negro de 1784. Opiniones del
coronel Joaquín García, coronel Ignacio Pérez Caro, deán don José Núñez de Cáceres y otras personas.
Proyecto de Código. Ordenanzas de 1786. La Real Cédula de 1789.
Los negros a través de las ordenanzas locales y las cédulas reales
A través de las viejas ordenanzas locales y de las leyes metropolitanas, se nos presenta
el negro en toda su desdicha de esclavo y la esclavitud en su aspecto jurídico y social. Se ve
la suerte de una cultura repentinamente desambientada histórica y geográficamente para
seguir los caminos de otra historia y de otra geografía.
Desde el momento en que el negro era apresado, comprado o permutado por manos de
reyezuelos locales o por negreros blancos, comenzaba para ellos una nueva vida. Nuevos
y extraños deberes que cumplir, crueldades y tiranías que soportar, desarticulación de la
familia, desarticulación de sus costumbres tribales y de clan, olvido o disimulo de su religión,
mitos, creencias, costumbres, cambio de idioma.
De las factorías se les introducía en navíos de trescientas o quinientas toneladas, y en-
grillados o encadenados, desnudos sus cuerpos, se les hacinaba en las bodegas donde no
podían moverse con soltura, y como dijo alguien, no tenían más espacio del que podían
disponer en sus tumbas. Un viaje de dos meses en esas condiciones, donde el aire se viciaba
de pestilencia, faltos de luz, con alimentos escasos, no podían llegar estos infelices al puerto
a que se destinaban en muy buenas condiciones, ni físicas, ni morales. Muchas armazones
no llegaban o llegaban incompletas porque muchas perecían en el camino víctimas de los
huracanes. En estas ocasiones, cuando era necesario aligerar la carga de la embarcación,
a la orden del capitán de ¡ébano al agua! los infelices eran lanzados a la furia de las olas.
También morían de enfermedades.
Una vez llegada la armazón a puerto, las autoridades revisaban la carga humana, pues
no se les permitía salir de la embarcación sin licencia expresa de las autoridades. Ya en tierra
se les destinaba a los galpones o depósitos preparados adrede. Allí se procedía al palmeo o
sea el tomar las medidas de rigor, sobre todo la estatura y el aprecio de la complexión ge-
neral. Después se procedía al carimbado que consistía en marcar en alguna parte del cuerpo
con un sello de metal llamado carimba calentado al rojo, tal como se hace todavía con los
animales de ganado. Tenía esto tal importancia que la carimba se conservaba, mientras no

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

se usaba, en la Caja Real. Existían diversas formas de carimba y se aplicaban a diferentes


lugares del cuerpo, según el cargamento de que procedían los negros de modo que fuera
fácil reconocer la procedencia de la mercancía. En la ciudad de Santo Domingo los primeros
galpones de esclavos, que a la vez eran sitios de mercadeo, debieron haber estado asentados
a la orilla del río Ozama, cerca de las atarazanas o algo más orilla arriba. Más tarde se pasó
este sitio a la parroquia de Santa Bárbara, poco más o menos a un lugar que se conoció con
el nombre de La Negreta. El carimbado se abolió por Real Orden de 1784.
Jurídicamente la esclavitud, en un principio, al implantarse en América, estuvo regida
por las Siete Partidas, títulos XXI y XXII, pero forzoso fue que las Audiencias y Cabildos
dictaran ordenanzas y que el rey firmara cédulas reales, nuevas leyes, obligadas por las ne-
cesidades que iban presentándose, habiendo cambios que afectaban el tiempo y al espacio
después de Alfonso el Sabio.
El título XXI corresponde a la Cuarta Partida que trata de los siervos. Las leyes X y XI
se refieren a la obediencia y atención a que está obligado el siervo con respecto del amo y
familia, y del poder absoluto de éste sobre el siervo menos maltratarlo y herirlo; sin embargo,
en caso de que se le sorprendiera en concúbito con la esposa o las hijas sí podía maltratarle
y herirle. La ley V habla de que las ganancias que obtuviere el esclavo pertenecían al amo.
El título XXII trata de la libertad. Gana su libertad el esclavo por bondades que hagan, como
delatar ante el Rey el robo de doncellas, a los monederos falsos, a los desertores. La esclava
se hace acreedora a su libertad si el amo, para su provecho pecuniario y personal, la obliga a
prostituirse. La ley V prescribe que el esclavo es libre por casamiento con mujer libre.
Veamos a los negros y a la esclavitud a través de toda esta legislación.
La condición moral de los negros es baja. No parece sino que son entes puramente
físicos sólo útiles para los penosos trabajos de la agricultura y de las minas, las más de las
veces dirigidos con opresión y violencia. Apenas se descubre en todas estas ordenanzas y
leyes a los negros en sus verdaderos sentimientos, emociones e ideas, sólo indirectamente se
descubre algo en su condición social y aspecto antropológico. Es problemático dilucidar con
claridad cuáles serían los primeros sentimientos, emociones e ideas de los negros al llegar
a la isla. Nos imaginamos un estado de espanto, de angustia, de desazón, al verse, después
de una larga travesía toda llena de vicisitudes ignominiosas, en un panorama de vida muy
diferente al que se desarrollaba en su tierra africana.
El espíritu de esa gente experimentaría una convulsión catastrófica. ¿Qué fue de su animis-
mo, de su colectivismo, de sus hábitos de tribu y de clan, de su culto a los antepasados? ¿Si todo
había que acomodarlo al nuevo orden de cosas llevado al compás de látigo del mayordomo
y de las prédicas para ellos incomprensibles de los sacerdotes, cómo se operó el fenómeno?
Por fuerza el colectivismo hubo de desaparecer y los nexos de tribu fueron substituidos por
cierto espíritu de solidaridad mutua. El sentimiento religioso y las prácticas de magia pudieron
sincretizarse con la religión católica. Detrás de un santo católico supieron ocultar sus dioses o
representaciones de fuerzas naturales locales. Los negros lucharon en la peor de las situaciones
por mostrarse leales a sí mismos, en ser hijos de sus propias culturas.
La esclavitud envenenó el espíritu de los negros, y como antídoto de ese veneno muchos
practicaron lo que para las conciencias cristianas eran realmente crímenes. De ahí la comisión
de robos, envenamientos y muertes a puñal de parte de los negros en contra de sus amos o
de blancos. Es verdad que muchos eran casos de excepción, casos esporádicos, fuera de las
tropelías que podían cometer los negros alzados cuando se acuadrillaban.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Bajo estas impresiones, es decir, con un pobre concepto de la condición moral de los
negros, se escribieron las ordenanzas. Parece que uno de los crímenes más sonados de los
negros fue el de Macandá que dirigió o efectuó la conspiración venenosa, con la compra de
ciertas sustancias venenosas que dieron a beber a alguna que otra persona. Este aconteci-
miento parece trascendió a toda la isla. Pierre De Vassiere habla de un tal Francisco Macan-
dal, que fue ejecutado en 1758. Macandal era un negro de Guinea que fue mucho tiempo
esclavo en la habitación Le Normand, en Limbé (Haití), que habiéndose cogido una mano
en un molino de caña y no pudiendo hacer otra cosa se dedicó a guardar animales. Más
tarde se hizo cimarrón y se refugió en las montañas donde pronto vino a tener ascendiente
extraordinario sobre sus compañeros. Predecía el porvenir y tenía revelaciones, poseyendo
a la vez una gran elocuencia. Según Jule Faine Macandal fue el nombre de uno de los jefes de
los primeros esclavos sublevados que se hizo célebre por su salvaje energía y sus métodos
drásticos entre los cuales el del veneno era el terror de toda la colonia de Santo Domingo.
Se ha dicho que con esta palabra se designaba a los mágicos (o brujos) de la corte del rey
de Urbu, en África. En Haití la palabra ha venido a ser sinónimo de brujo. Nos parece que
el Macandá de la ciudad de Santo Domingo fue anterior a la existencia del Macandal de la
parte francesa. No tenemos pruebas de que sean la misma persona. Puede ser que fuera el
nombre lo que se propagara a toda la isla y el método criminoso.
Otros crímenes cometidos de alguna resonancia fueron: el de Juan Angola que asesinó a
Juan López Cavallo; el de algunos clérigos que fueron sacados del hospital de San Nicolás;
el de Juan Suárez que murió de puñaladas que le dio su esclavo en 1759. Y van estos datos
como muestra de lo que en realidad pudo haber sucedido con más frecuencia, tal el caso ya
citado de la negra que quemó la justicia por envenenar a una persona.
Otro caso famoso de criminalidad negra fue el del Negro incógnito o el Comegente. Por los
años de 1790 a 1792, que hizo su aparición por los campos de La Vega un terrible criminal que
atacaba sin misericordia toda clase de personas, hombres, mujeres, niños, ancianos. No se sabe
quién fuera este sujeto ni su nombre, ni su procedencia. No parece sino haber sido un brujo que
por trastornos de su personalidad se inclinó al crimen, no sabemos si por exigencias de hechice-
rías. Su perversión o inclinación era de origen sexual, pues a sus víctimas, varones o hembras,
les mutilaba, después de muertas, las partes pudendas. A una niñita de ocho años la mató de
estocadas en su región sexual. A otros les sacaba el corazón. Sin embargo el Comegente, a pesar
de su nombre no era antropófago ni poseía a las mujeres ni antes ni después del crimen. El mun-
do de la magia lo condujo, a todas veras, a sus crímenes, guardaba en un canuto pudendas de
mujer y otros objetos que no citan los documentos, tapados con plumas de cotorra. En cuanto a
su descripción física se dice: “el hedor y grajo que despide de su cuerpo es tanto que infesta el
viento por dondequiera que pasa. Este monstruo es un negro incógnito de color muy claro, que
parece indio; el pelo como los demás negros pero muy largo de estatura, menos que la regular,
bien proporcionado en todos sus miembros y facciones y tiene de particular los pies demasiado
pequeños. Es curioso que en esa época se le supiese proveniente de Costa de Oro por el solo
hecho de habérsele encontrado en su poder el canuto citado con pudendas femeninas.
Después de haber atacado a unas sesenta personas, de las cuales mató una treintena,
cayó debajo del brazo de la justicia en la ciudad de Santo Domingo y allí fue condenado a
pagar con su vida sus trágicas andanzas. Esto ocurrió a fines del siglo XVIII. Pasemos a tratar
de algunos temas sacados de las ordenanzas y leyes que traeremos a colación en páginas
posteriores, sobre todo aquellos de más connotación.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Alzamientos. Según se ha visto más arriba, desde cuando hubo negros en Santo Domingo
existió la tendencia de éstos a las fugas y alzamientos. Ya, en 1517, antes de la licencia general
de introducción, había negros alzados por los montes. Nos lo dice el licenciado Suazo, que
al venir a la isla encontró algunos negros ladrones, otros huidos por los montes, pero que,
azotando a unos o cortando las orejas a otros, no habían llegado más quejas ante su autoridad
como Juez de Residencia. Esto lo decía a propósito del temor de que los negros que se solici-
taban traer se alzasen, y decía: “es vano el temor de que negros puedan alzarse; vida hay en
las islas de Portugal, muy sosegada, con 800 esclavos, todo está en cómo son gobernados”.
Para Suazo azotar y desorejar eran medidas de buen gobierno para los negros.
Las razones de las fugas nos la da el padre Las Casas cuando dice: “antiguamente, antes que
hubiesen ingenios, teníamos por opinión en esta isla que si al negro no acaecía ahorcarle nunca
moría, porque nunca habíamos visto negros de su enfermedad muerto porque, cierto, hallaron
los negros, como los naranjos, su tierra la cual les es más natural que su Guinea, pero después
que los metieron en los ingenios, por los grandes trabajos que padecían y por los brebajes que
de las mieles de cañas hacen y beben, hallaron su muerte y pestilencia, y así muchos dellos cada
día mueren; por esto se huyen cuando pueden acuadrillados, y se levantan y se hacen muertos y
crueldades en los españoles, por salir de su captiverio cuantas la oportunidad poder les ofrece, y
así no viven muy seguros los chicos pueblos desta isla, que es otra plaga que vino sobre ella”.
El acuadrillamiento de los negros fugitivos fue desde un primer momento asunto de im-
portancia para el buen desenvolvimiento de la administración colonial. En esas condiciones, los
negros molestaban las haciendas, los ingenios y los hatos con sus depredaciones, además de que
incitaban a los otros esclavos a seguir su vida. El trabajo, pues, corría el peligro de paralizarse
por falta de brazos que atendieran a la roturación de las tierras, la recolección de las cosechas,
a las vueltas del trapiche, al orden de las vacas. Muchas veces los negros fugitivos construían
sus chozas acá y allá, con poco qué comer y nada de vestir, a no ser con lo conseguido por los
hurtos que hacían, y todo esto con el temor de ser sorprendidos por los buscadores y sus bravos
perros que olfateaban a distancia la presencia de estos infelices”… y están contentos y bien
hallados sólo porque son libres” como dijo un gobernante de Santo Domingo. La institución
de los buscadores llegó a tener mucha importancia y duró mucho tiempo.
Algunas cédulas reales quisieron poner algún remedio a los alzamientos. La del 11 de
mayo de 1526 prescribe: “que no puedan llevarse a Indias negros ladinos, o sea, que hubieran
estado un año en España o Portugal, sino los bozales nuevamente traídos para evitar que los
ladinos inciten a los bozales a sublevarse y alzarse al monte como ha ocurrido en la Isla Espa-
ñola”. Otra cédula fechada en Madrid el 24 de diciembre de 1534 “pide al Papa que exima a
los esclavos negros de la obligación de guardar algunas fiestas. Ya que se ha observado que se
alzan cuando hay días de fiestas seguidos”. Para aliviar la fuerte represión de las autoridades,
el emperador Carlos V prohibió la pena de la castración en 1540. En 1574 dispuso la metrópoli
que por la primera vez fueran perdonados los alzados. En ese mismo año de 1574 se dictó una
larga ley respecto de la reducción de cimarrones cuyo contenido es el siguiente:

– si un esclavo huido o ausente de su amo transcurre cuatro meses cualquier persona puede
prenderlo haciendo de él lo que quisiera si el amo no hubiera hecho a su tiempo la denuncia
correspondiente;
– si fuera libre debe entregarse a la justicia, para aplicarle la pena correspondiente después del
tiempo que ha estado cimarroneando; si el aprensor quiere además dinero se le dará cincuenta
pesos en plata;

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

– si los delitos cometidos no requieren la pena de muerte, el cimarrón libre queda como esclavo
de la ciudad;
– si el aprensor es esclavo devolverá el alzado a su amo;
– los que hayan merecido la pena de cuatro meses de prisión y la hayan cumplido pasarán a
guías y rastreadores de sus compañeros alzados; la ciudad los tomará para sí y los indemniza-
rá si son aprensores;
– si el cimarrón ha cometido delito que exija la pena de muerte la ciudad dará al aprensor cin-
cuenta pesos de plata ensayada; lo mismo se hará si la pena sufrida produce la muerte;
– si el alzado no ha permanecido cuatro meses ausente de su amo, éste pagará la suma corres-
pondiente al aprensor tasada en justicia;
– si se comprueba que el fugitivo fue forzado a la huida por cimarrones la ciudad pagará al apren-
sor cincuenta pesos si hubieren discurrido los cuatro meses de ausencia; si ha transcurrido me-
nos tiempo pagará el amo, que si rehuye esta obligación el cimarrón quedará en poder de su
aprensor;
– el cimarrón que se entregue por su propia voluntad y además presente otro cimarrón se le
concederá la libertad;
– el que avisara el paradero de un negro alzado y por su denuncia fuere capturado, ganará la
tercera parte del premio del aprensor. (y otras disposiciones menores).

Trabajo a jornal. Ya hemos visto que las Siete Partidas prescribían que las ganancias ob-
tenidas por el trabajo de los siervos era para beneficio de los amos. Por una parte la miseria
de algunos amos y por otra la codicia de otros aplicó en la Española el alquilar los esclavos
para que trabajasen para ellos, costumbre que se inveteró a través de los años. Se llamaban
a estos negros jornaleros o ganadores. Fue menester que las autoridades metieran sus manos
para evitar abusos de parte de los amos. Cuando el negro o la negra se restituían al atardecer
a las casas de los amos debían entregar el jornal estipulado so pena de ser víctimas de azotes,
cepos y otros malos tratamientos. Para evitar esto se veían los esclavos en la necesidad de
robar o las mujeres de entregarse a la prostitución en el caso de que la venta de víveres y
otros efectos no fuera suficiente para juntar la suma que debían entregar.
A estos respectos dice el padre Sánchez Valverde: “El abuso de tener Esclavos a jornal, de-
masiadamente estendido en nuestra América, inutiliza una gran parte de los pocos que tenemos,
porque ésta es una especie de Negros que viven sin disciplina ni sujeción; que saca su jornal,
la hembra, por lo regular, del mal uso de su cuerpo, y los hombres generalmente del robo. Se
ocultan y protegen unos a otros y a los que se escapan de las haciendas. Los pocos que trabajan,
lo hacen sin método y, en ganando una semana para satisfacer el jornal de dos, descansan la se-
gunda fuera de que lo más frequente es trampear a sus amos la mitad de los jornales asignados.
Este abuso está pidiendo no una reforma sino una extinción y entero desarraygo, prohibiendo
absolutamente el que haya estos Jornaleros dentro de la Capital y demás Ciudades”.
Ritos, fiestas. Los negros de Santo Domingo no han podido desarraigar de sus corazones
la inclinación a los ritos africanos. Esto lo dio a entender el arzobispo Cueva Maldonado
cuando en 1662 escribió al Rey sobre la comunidad negra del Maniel. Pero, ¿qué ritos eran
éstos? Nada dice el Código pero la ley 2 del capítulo I prohíbe, con las más severas penas
la concurrencia nocturna y clandestina a las casas de los que mueren para orar y cantar en
sus idiomas en loor del difunto, así también se prohíbe la celebración de las fiestas llamadas
bancos que celebraban con demostraciones y señas en honor del que moría, acto que celebra-
ban aún antes de espirar el individuo. Estas demostraciones correspondían sobre todo a
las castas mina y carabalí que abundaban en la colonia, y prevenían según los autores del
Código de la creencia de que las almas transmigraban a la patria de origen, que era para los

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

negros el paraíso más delicioso. Los negros son amantes de las fiestas alborozadas y hasta
escandalosas y espontáneamente, siempre que podían, se daban a ellas. En muchas partes
de América y con toda seguridad sucedió en Santo Domingo, muchas veces los amos y los
capataces o mayordomos los hacían bailar a fuerza de latigazos, sobre todo cuando el baile
era un tanto lujurioso como era el llamado calinda, y todo por divertirse ellos o a los amigos
que visitaban el ingenio, la hacienda o el hato.
División racial. La población de color está dividida en negros esclavos y libres, y éstos en
negros y mulatos o pardos. Los hijos de persona parda y de persona blanca son los tercerones, y
cuarterones, los hijos de aquellos con personas blancas. Mestizos son los provenientes de persona
cuarterona y blanca, reputándose los hijos de mestizos como persona blanca. Es decir tercerones
son los nietos de enlace entre persona blanca y negra; cuarterones son los biznietos, y mestizos
los tataranietos. Llamaban primerizos a los hijos de ese enlace, es decir, a los mulatos.
Trato entre amos y esclavos. Todo negro esclavo o libre, pardo, tercerón, etc., debe sumisión
y respeto a toda persona blanca como si fuera su propio amo. Para el cumplimiento de esto,
principalmente se recomendaba a las escuelas públicas donde se cursaba la enseñanza de
las primeras letras, que eran hasta entonces para blancos, mulatos y negros libres, queden
en lo adelante cerradas para todos los negros y pardos primerizos porque de la confusión y
mezcla derivan desde la niñez “las siniestras impresiones de igualdad y familiaridad”. Los
tercerones, cuarterones y mestizos pueden asistir a la escuela pero en aulas separadas. Los
negros y pardos primerizos deben dedicarse a la agricultura.
Todo negro o pardo primerizo que falte el respeto a un blanco debía ser puesto en la
picota pública para recibir veinticinco azotes. Si el que faltara fuere tercerón, cuarterón, o
mestizo debía condenársele a cuatro días de cárcel y veinticinco pesos de multa. Las penas
aumentarían cuando se tratara de persona de color que levantara la mano o usara palo, pie-
dra o armas, contradecir, ni menos levantar la voz con acción y orgullo, aunque les asistiera
la razón, a personas blancas.
Artes, oficios, comercio. La población blanca por lo general, no tiene ocupaciones útiles
porque los negros y mulatos libres ejercen todos los oficios mecánicos y el comercio menor.
Por tanto, ningún negro, pardo o tercerón puede ejercer arte ni profesión mecánica alguna,
que deben quedar reservadas a las personas blancas, cuarterones y mestizas. Los tercerones,
cuarterones y mestizos deben continuar la progresión de sus padres, sin poder salir de ella
ni unas ni otras hasta la quinta generación o sexto grado de color.
Existe libertad para negros y pardos libres de vender al pormenor frutos de primera
necesidad con las condiciones siguientes: que no deben venderse esos productos sino en las
plazas públicas, y que no pueden salir a los caminos públicos por donde vienen los víveres a
las poblaciones, ni tampoco salir a las haciendas para hacer compras antes que los productos
lleguen a la ciudad; el que se dedique a este comercio no puede tener ni mercería ni pulpería.
Los negros y pardos libres y los jornaleros de personas pobres podrán dedicarse al oficio de
borriquero, debiendo pagar cuatro pesos al año para la caja del hospital de negros.
Posesión de bienes. El esclavo virtuoso puede obtener de su dueño la concesión de una
módica cantidad de bienes a su favor, o bien una porción de tierra para su cultivo privado
y crianza de animales; o bien le consentirá ganar jornales diarios. El esclavo puede disponer
de su peculio a favor de sus hijos y su mujer.
Alimentación. Los dueños deben dar por semana tres libras de carne o pescado salado
y seis libras de casabe, por lo menos. En lugar de la carne pueden suministrar tres libras

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de arroz, y en sustitución del casabe pueden suministrar otras cosas tales como plátanos,
y batatas. Esta ración es para las personas mayores de diez años, para las menores debe
calcularse la mitad.
Salud. Hospitales. Casi todos los negros trasladados a estas tierras padecen de la fermenta-
ción de un humor, que se manifiesta más o menos tarde en úlceras, llagas, y callos, que si no
se cura de raíz quedan los negros inhabilitados para los trabajos agrícolas, lo que no afectaba
notablemente a la opinión de todos los colonos de que los robustos cuerpos de los negros
estaban acostumbrados desde la infancia a la frugalidad y a la intemperie y sus vigorosos
brazos estaban constantemente armados para las precisas labores del campo.
Por esto se hace la piadosa fundación de hospitales para la curación de los negros libres
y esclavos. Por otra parte se veía la conveniencia de que en toda hacienda hubiese un bohío
destinado a la atención de los enfermos, y aun de los que fingían estarlo, para evidenciar
su engaño o falsía.
Manumisiones. Son justas causas para la libertad de los esclavos: el descubrimiento de
un maniel; la salvación de la vida de un hombre blanco; la salvación en caso de calamidad,
de personas y haciendas que interesen al amo o a otro propietario; el haber alimentado a su
señor y sus hijos por largo tiempo; treinta años de servicios con señalado amor, fidelidad
y exactitud. Son también considerados libres los esclavos prófugos de colonias extranjeras
y el náufrago arrojado a las playas de la Colonia, con tal que abjuraran de los errores del
gentilismo o de la comunión que profesaran; el siervo instituido legatario o heredero uni-
versal de su señor, ejecutor testamentario o tutor o curador de sus hijos. En caso de guerra,
o invasiones solía ofrecérsele la libertad a los esclavos.
Sin embargo, las libertades más frecuentes eran las obtenidas pagando los esclavos un
precio estipulado, lo que muchas veces producía serios inconvenientes. A menudo el precio
pagado no era sino el resultado de los robos que el esclavo hacía al propio dueño que le iba
a otorgar la libertad. Los esclavos honrados, que eran muchos, solían conseguir el dinero
necesario para su libertad tomándolo a préstamo con lo que se veían obligados a pagar
créditos usurarios. Se dio muchas veces el triste caso de que esclavas ansiosas de ganar su
libertad se entregaran a la prostitución. Otra forma de libertad era la testamentaria que dio
lugar a muchas críticas.
Otras veces las manumisiones provenían del concubinato o trato carnal de los señores
o sus hijos con las esclavas. Muchos blancos, por escrúpulo de conciencia, no querían que
siguieran la triste condición de la madre los hijos nacidos de estas ilícitas uniones. Sin em-
bargo el Código se muestra severo con esta clase de manumisiones.
Desde luego, la libertad adquirida confiere al que la tiene los mismos derechos y preemi-
nencias que su libertad natural confiere a los ingenuos, pero el liberto que faltare gravemente
a la gratitud y reconocida obligación y sumisión es privado de la libertad que se le concedió.
Vivienda, atuendo personal. Los dueños darán a sus siervos todas las ropas que necesita-
ren, así como las mantas que fueren necesarias. Las habitaciones serán colocadas en terreno
alto y saludable, con sólo una puerta que caiga a la plaza, y con una capacidad para tres o
cuatro negros. Sin embargo, si algún esclavo de buena conducta prefiere bohío aparte se le
permitirá. En efecto, esto era lo que preferían los negros, pues aquí colectaban los productos
de sus conucos y en los aledaños del bohío criaban sus animales. La primitiva vivienda que
brindaron los colonos a los negros consistía en grandes barracas provistas de una sola puerta
con torniquete. A un lado dormían los hombres, al otro las mujeres.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Los negros libres y los mulatos primerizos acostumbraban a vestir, como los blancos, con
telas finas y trajes guarnecidos de galones de oro o plata, y usaban prendas de los mismos
metales contra las leyes que esto prohibían. En esa virtud el Código, en su capítulo titulado
Leyes suntuarias, renueva la prohibición. Además a las negras libres y las esclavas se les
niega el uso de mantillas en lugar de pañuelos; y a los negros se les prohíbe ceñir espada,
usar bastón, así como cubrirse con sombrero de galón de oro o plata, a menos que no fuese
miembro de las milicias regladas.
El rey Felipe II dispuso que ningún negro ni mulato de uno u otro sexo, esclavo o libre,
pudiera llevar en su atuendo personal oro, perlas ni mantos de burato ni otra tela, excepto
mantelillas que lleguen más abajo de la cintura. Si la mujer estaba casada con español, podía
llevar zarcillos de oro con perlas y en la saya un ribete de terciopelo.
En 1683 el arzobispo Domingo Pantaleón Alvarez de Abreu, escribía al rey acerca del
informe que le había pedido sobre si había que reformar la demasía y superfluidad de los
negros y mulatos de la isla en el vestir. El Arzobispo dice haber predicado contra los abusos
al respecto tales como el uso de los mejores puntos de Flandes. “Las guarniciones de Milán
y mantos de seda con puntos, las mulatas y grifas son los que más consumen”.

Ordenanzas de 1538
– Todos los esclavos, blancos o negros, que se ausentaren al monte deberán volver a los quince
días, si pasado este tiempo (si no se presentan o son aprehendidos, desde luego) se les darán
cien azotes y se les echará una argolla de veinte libras por un año; por una segunda vez se les
cortará un pie, y por la tercera se les condenará a muerte;
– los mayordomos y estancieros están obligados a denunciar la fuga de negros y esclavos;
– los esclavos alzados deberán presentarse en el plazo de veinte días comenzando en la fecha del pre-
gón de la ordenanza (si no lo hace y es aprehendido, desde luego) se les cortará un pie; si transcurren
veinte días (si son aprehendidos, desde luego) se les condenará a muerte si no son negros bozales;
– se prohibe a los negros portar armas ofensivas de hierro o de madera, salvo si es carnicero o
arriero, en cuyo caso podrán llevar un cuchillo de un palmo de largo, poco más o menos;
– páguese por cada esclavo (que se introduzca) un peso de oro;
– que haya por la ciudad de Santo Domingo y sus términos una cuadrilla de seis hombres con
dos perros bravos para que anden tierra adentro en la persecución de negros alzados, no de-
biendo permanecer la cuadrilla más de una noche en cada ingenio;
– produciéndose fugas de esclavos por los malos tratos en la alimentación y por estar sometidos
a castigos excesivos, debe informarse (a las autoridades correspondientes) sobre estos tratos;
– que los señores de los ingenios les den a sus esclavos de vestir, por lo menos calzones y cami-
setas de angeo, y les den como alimento casabe, maíz, ajos y abundante carne;
– que no trabajen los domingos ni días de fiestas;
– que siempre un cristiano acompañe a los negros que trabajan en las minas;
– los esclavos que van a mazamorrear y coger oro se obliguen a recogerse en la noche de manera
que duerman “debajo de la mano de su señor”;
– que nadie venda vinos a los negros sin permiso de su amo. Posteriormente a estas Ordenanzas
otras se produjeron el mismo año;
– se diferencian las fugas: los bozales son los que tienen menos de un año de llegados, se fugan
por primera vez por creer que los llevan a sus tierras; otros esclavos que llegan son los ladinos
(culturizados un poco a través de los portugueses, y sus fugas tienen diferentes tratamiento
judicial que las de los bozales, que se consideran menos culpables);
– que ningún negro aloje a ningún alzado ni le dé de comer, debiendo avisar las fugas a sus ma-
yordomos;
– negro, tabernero ni persona alguna puede vender vino por arroba ni por menudo a ningún negro;
– nadie podrá venderle a los negros lienzos ni contratar con ellos;

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

– para buscar negros alzados, tres cuadrillas de seis personas con su cuadrillero, anden por los
términos de Buenaventura, Bonao, Cotuí, Azua, San Juan de la Maguana e Higüey;
– que por cada negro que entre al puerto se pague medio peso de oro;
– como las negras que venden por las calles y plazas encubren los robos de los negros, deben
recogerse a sus casas al toque del avemaría y salir a vender al toque del alba, so pena de cin-
cuenta azotes atadas a la aldabilla de la picota, además de pagar la multa de un tomín;
– ningún señor debe contratar negros para trabajar (a jornal) sin permiso del Cabildo;
– los negros sólo pueden vender productos del campo, en poca cantidad y con permiso de los amos;

Además, estas ordenanzas trataron de las juntas y comunicaciones de los negros; de los
esclavos traviesos, borrachos y ladrones. Intervinieron en ella entre otros los licenciados
Alonso Zuazo y Gaspar Espinosa, que serían, probablemente los autores intelectuales. Por
lo general habían de intervenir en su preparación los Oficiales Reales, el Cabildo y la Real
Audiencia, la que daba la autorización final para entrar en vigor estas ordenanzas.

Ordenanzas de 1544
– que los negros ni traten ni contraten, ni tengan tabernas ni armas;
– para proveer a la necesidad de yerbas que hay en la ciudad, se señalen los negros que entien-
dan en ello trayéndola de río arriba directamente a la plaza;
– la leña que se traiga con la yerba y la vendan conjuntamente, no pudiendo traer otra cosa so
pena de cien azotes;
– cuatro negros pueden vender menudos de vaca, carnero y puerco para longanizas y morcillas,
en la puerta de la carnicería;
– pueden vender los negros carbón y agua libremente;
– hasta cuarenta negros pueden dedicarse a la venta de frutas y hortalizas en vista de la necesi-
dad de esos productos y para que algunas viudas pobres pudieran sustentarse del jornal de sus
esclavos obtenido de esas ventas;
– no deben salir los negros a comprar al campo;
– que no vendan ropas;
– que todas estas disposiciones se cumplan a satisfacción del Cabildo.

Intervinieron en estas ordenanzas el gobernador, los oidores, oficiales reales y el cabildo,


como siempre. Aparecen los nombres de Gerónimo Lebrón, Juan Mosquera, Lope de Bardeci,
Gaspar de Astudillo, Diego Caballero y Francisco de Avila. Fueron presentadas al Consejo
de Indias por Gonzalo Fernández de Oviedo y el capitán Alonso de Peña, procuradores de
la Isla, y fueron confirmadas en 1547. En 1535 y 1542 se dictaron otras ordenanzas, de las
cuales no tenemos noticias textuales.

Ordenanzas de 1768
– Establecer una caja para depositar las contribuciones anuales de los vecinos de Santo Domin-
go; de éstas se tomará un quinto para pago de nueve hombres y un capitán que recorran las
haciendas;
– se prohíbe a los dueños de tierras arrendarlas a los negros libertos;
– todo esclavo que salga fuera de la ciudad deberá llevar consigo un billete firmado por su amo;
– las cuadrillas de buscadores se dividirán en tres, con un radio de acción que comprende del río
Ozama al río Ocoa, incluyendo las haciendas de San Carlos y los hatos de San Ildefonso y La
Palma;
– cada semana provean los amos tres libras de carne a sus esclavos de dieciséis años arriba, así
como de seis libras de casabe, plátano o batata, etc.; no debe dárseles estas cantidades sólo un
día a la semana;
– los amos darán cada año a sus esclavos una muda de coleta u otra tela;

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

– póngase un hospital para los esclavos enfermos o inútiles, pasándoles el amo tres reales de
plata diarios;
– se prohíbe a los esclavos acuadrillarse con negros de otras haciendas con el pretexto de la cele-
bración de atabales, bancos, nupcias;
– no deben vender dulces sin permiso de su amo;
– los bohíos de los esclavos no deben tener nada más que una puerta, y ésta debe mirar hacia a
la casa principal de sus amos o mayordomos;
– se prohíbe alquilar casas en la ciudad a esclavos o libertos;
– por cuanto los domingos y fiestas del Espíritu Santo entran a la ciudad muchos negros prove-
nientes de los ingenios, se prohíbe a los amos dar licencia a los esclavos que no se consideren
pacíficos; los negros (que no sean pacíficos) son condenados a cincuenta azotes en el rollo de
plaza pública;
– prohibido los negros libres abrigar, auxiliar, etc., a los esclavos fugitivos;
– haya un cepo en toda hacienda de seis esclavos;
– prohibido el uso de armas bajo pena de cincuenta azotes, con excepción de los vaqueros, ganade-
ros, y arrieros que pueden usar cuchillos o machetes que no excedan de media vara de largo;
– los tenderos no venderán armas a los esclavos, so pena de cuatro pesos de multa;
– todo negro que hiciera armas contra persona blanca, aunque no la hiciera, será condenado a
cien azotes y la mano clavada; si reincide se le cortará la mano;
– por ausentarse cuatro días se le darán cincuenta azotes y quedará clavado en el rollo hasta la
puesta del sol;
– por más de seis meses de ausencia, y habiendo estado junto a cimarrones, será ahorcado;
– por toda comunicación con cimarrones se aplicará la misma pena que el cimarrón mereciera;
– todo bien que adquiere el esclavo lo adquirirá para sus señores y patronos;
– los esclavos no tratarán por sí mismos respecto de su libertad;
– siendo pecaminoso y reprensible dar libertad a algunos esclavos, ésta no se debe otorgar sin
permiso del Gobernador;
– habiendo muchas personas empleado gran cantidad de pesos poseer esclavos para que le ga-
nen jornal, se exige a estas personas que no puedan poseer esos esclavos sin licencia expresa
del Cabildo.

Ese mismo año se prescribieron otras ordenanzas, a saber:


– ningún vecino puede comprar ni recibir cosa alguna de esclavos, indio o negro, si no fuera con
el consentimiento de su señor;
– no debe venderse, a menos que no sea a boticario, solimán, rejalgar o arsénico;
– como muchos marineros y otras personas suelen ocupar a indios o negros, y pasar éstos mu-
chos días haciéndoles servicios, hasta llegar a sonsacarlos para que abandonen a sus amos, se
dispone que todo el que tenga a su servicio a estos esclavos un día entero o una noche fuera
de la casa de sus amos, se les dé cien azotes si fuere persona baja, que si fuere maestre u otra
persona de alguna significación sólo se le impondrá una multa de veinte pesos oro;
– que se tengan sujetas con cadena y candado las canoas para evitar se evadan esclavos delin-
cuentes.

El Código Carolino Negro de 1784


El oidor don Agustín Emparan y Orbe, de acuerdo con el señor presidente de la Real
Audiencia, pidió informes a varios hacendados y otras personas capacitadas de la ciudad
de Santo Domingo, respecto de sus opiniones para la formación del Código Carolino Negro.
Las personas de la encuesta fueron el coronel don Joaquín García, don Andrés de Heredia,
el teniente coronel don Ignacio Pérez Caro, el deán don José Núñez de Cáceres, don Anto-
nio Dávila Coca, don Antonio Mañón, don José Ponte, don Miguel Ferrer, don Francisco de
Tapia, don Francisco Cabral.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Opinión del coronel don Joaquín García


Fue la más significada de todas las opiniones la del que fue el último gobernador de la
Colonia en el siglo XVIII respecto “de la desgraciada esclavitud y progresiones a la libertad”,
y apunta las observaciones y proposiciones siguientes:
Los negros esclavos, los libertos, los libres más antiguos y los mulatos de toda especie
piensan y obran con muy poca diferente irracionalidad, flenedad y barbarie, y son por sí
solos incapaces de aspirar otra felicidad que la de sus momentáneas urgencias o apetitos, y
son, por consiguiente, sin la existencia de los reglamentos, la polilla del Estado. Los negros
y pardos que habitan en los campos son infinitos, viven en chozas dispersas, sin más pa-
trimonio que el que sus ascendientes trajeron de Guinea, y están contentos y bien hallados
sólo porque son libres; no trabajan sino cuando tienen hambre y la satisfacen a costa del
vecino más cercano que tenga víveres o animales que robarle. Con toda seguridad y frescura
andan por la isla estas gentes con una cabezada o soga al hombro dando señas imaginarias
de un caballo perdido; así pasan, así comen de lástima donde llegan y así van engañando
sin escarmiento a los dueños de caballos, mulas y ganado que hurtan para vender por poco
dinero en la parte francesa. Es venerable la antigüedad y tradición de las antiguas ordenan-
zas, modelos vecinos franceses para su Código Negro. El negro que se liberta es uno más
que contar el número de vagos. Creación de un fondo proveniente de cuota anual entre
dueños de esclavos para mantener alguna cuadrilla de hombres que anden por los campos
persiguiendo negros fugitivos y toda clase de vagos.

Opinión del teniente coronel don Ignacio Pérez Caro


Considera motivo de atraso las excesivas fiestas que tienen los esclavos, pues llegan a
noventa y tres en el año. Los hacendados deben tener un bohío con nombre de hospital donde
se pusieran los negros que dijeran estar enfermos, con lo cual los fingidos al poco tiempo
se confesarían sanos. El negar absolutamente la libertad a los esclavos traería perjuicios a
los hacendados, advierte que los más que se libertan lo hacen con el producto de sus robos.
Muchos libertados por testamento no tienen otro título que el de haber sido criados por el
testador, por lo general llenan los lugares de vagos y mujeres malas; la libertad debería hacerse
sólo por remuneración de servicios. Los esclavos cometen graves excesos en la celebración
de sus santos patronos. Recuerda el mal de que se alquilen a los negros bohíos en la ciudad.
Recuerda el bando de la prohibición de armas. Los hacendados deben sembrar plátanos y
batatas para la manutención de los negros a ejemplo de los franceses. Habla del daño de
permitir los arrendamientos de tierra a negros libres, los cuales deberían ser recogidos en
un paraje donde vivieran de acuerdo con las reglas morales.

Opinión de don Andrés de Heredia


De las ordenanzas antiguas y del Código Negro de la colonia francesa de occidente se
pueden sacar cosas útiles. Aconseja poner dificultades a la libertad de los esclavos que con
juntar doscientos o trescientos pesos, las más veces robando a su propio amo, la obtienen.
Los negros son por lo general de perversas inclinaciones. Es imposible darle al esclavo tanta
carne fresca o salada. Necesidad de adquirir cincuenta mil negros de uno y otro sexo sobre
los ocho mil que existían entonces. Que en tiempo de falta de víveres (plátanos, maíz, millo)
los franceses suministran a los negros un poco de bacalao y otras salazones. Que se solicite
la disminución de los días feriados. Abundan en los campos muchos ladrones y habla de

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

la pereza y licenciosa vida que llevan los libertos de uno y otro sexo, que son tantos que se
aproximan al número de esclavos; debe lograrse la ocupación de esta clase de gente “aun-
que sea preciso valerse de las leyes de los Incas del Perú que en puntos de policía no fueron
menos sabias que las de los romanos”.

Opinión del Dr. don José Núñez de Cáceres


Parece que no entró en detalles sino que enfocó su opinión hacia puntos de vista mora-
les, pues para él las cosas se debían juzgar de acuerdo a dictados de equidad, justicia y de
caridad cristiana.

Opinión de don Antonio Coca


El Ayuntamiento lo comisionó tiempo atrás en compañía de don José Campuzano para la
formación de un código para el gobierno de los negros que fue presentado al Ayuntamiento.
Debe corregirse el número crecido de días de fiestas que hay en favor de los esclavos, pues, dice,
que estando en el caso de poder tomar sus bueyes y trabajar, su esclavo no poder ayudarlo con
la ahijada si no le paga el día según la disposición de uno de los sínodos sobre las fiestas de dos
cruces. Pide que intervenga un conjuez en las causas en favor o en contra de algún esclavo.

Opinión de don Antonio Mañón


Que se prohíba a los esclavos la facultad de libertarse sin el consentimiento de sus se-
ñores. Que no se les dé franquicia para celebrar las fiestas de dos cruces. Que no salgan los
esclavos de las posesiones de sus amos sin licencia firmada de éstos. Que se prohíba arrendar
terrenos a negros libres.

Opinión de don José Ponte


Los proyectos que obran en el Ayuntamiento prescriben ciertamente el método más
arreglado, pero halla difícil del artículo que trata de la subrogación de los frutos, arroz, maíz,
plátanos, etc. Insinúa que se reduzcan los días de fiesta.

Opinión de don Miguel Ferrer


Respecto de las ordenanzas antiguas, debe reformarse en el sentido de suprimir la obliga-
ción de los amos de contribuir con dos reales de plata por cada esclavo. Dar al esclavo un día
de la semana para que trabajen para sí. Prohibir a los amos arrendar tierras a negros libres.

Opinión de don Francisco de Tapia


Los esclavos que salieran de la ciudad deben llevar billetes de sus amos, y para los que
no los tengan para fingir que son libres, márquese o dispóngase de un sello para todos los
libres. Las rondas deben extenderse a todo el distrito y jurisdicción de la ciudad. Excusar con
otros rendimientos, como arroz, la obligación de dar a los esclavos las tres libras de carne.
Dos o más negros libres presidan las fiestas de los esclavos haciéndoseles responsables con
multas por los perjuicios que puedan ocurrir. Prohibir el uso de armas.

Opinión de don Francisco Cabral


Los esclavos que salgan fuera de la ciudad lleven billetes de sus amos. Que los libres
traigan un sello o marca y que haya un libro en el Ayuntamiento para este objeto. Deben

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

generalizarse las rondas; no se consientan fuera de la ciudad negros jornaleros. Siempre que
un esclavo intenta demanda haya un conjuez, hacendado, para que la demanda se decida
con su dictamen. Uno o más negros cuiden y respondan de las diversiones, moderando el
uso del aguardiente. Prohibir el uso de armas.

Proyecto de Código
Después de estudiadas las antiguas ordenanzas y las opiniones emitidas por las personas
citadas, se remitió a la metrópoli un proyecto de código que constaba de tres partes y treinta
y siete capítulos, a saber: Primera Parte: del gobierno moral; de la educación y las buenas
costumbres; de la policía; de la ocupación útil; de los hacendados celadores; de los negros
jornaleros; de las artes y oficios mecánicos; reforma de abusos inveterados en la policía de
los negros esclavos y libres; cofradías; del hospital de negros; prohibición de que los negros
esclavos y libres puedan llevar armas; de las cédulas para negros libres y esclavos; del abuso
de vender arsénico, solimán o rejalgar a los negros, ni entrega de medicina que no sea con
firma de médico. Parte Segunda: del gobierno económico y político de los esclavos de la Isla
Española; del estado natural de los esclavos americanos; del estado civil de los esclavos; del
peculio de los esclavos; de las libertades de los esclavos; de los efectos de la libertad; causas
de libertad; de las compras y ventas de los esclavos; de las causas criminales contra los escla-
vos; estado político de la esclavitud de la Isla Española y demás colonias cultivadoras; leyes
agrarias; de la población o procreación de los negros; de la sociedad hispano-dominicana; de
la reforma y elección de mayordomos en las haciendas de los campos; del establecimiento
de una caja de providencia para el acogimiento de los españoles recién llegados de la Me-
trópoli; padrón anual de esclavos. Parte Tercera: del gobierno económico de los esclavos en
las haciendas de campos; de la potestad económica; los bailes y las danzas en las haciendas
deben protegerse; leyes penales de los esclavos; negros cimarrones; indulto anual para es-
clavos; visita de haciendas; caja pública de contribución.
Este proyecto estaba precedido de un Proemio que contiene a veces explicaciones y opi-
niones de algún interés:
– Prohibición de los actos que celebran los negros en las casas cuando muere algún pariente o
alguna otra persona; entonces oran y cantan en sus idiomas en loor del difunto, mezclado todo
con ritos propios; celebran bailes que llaman bancos, con demostraciones y gesticulaciones que
suelen anticipar aun antes de ocurrir la muerte, provenientes estos actos singularmente de los
negros minas y carabalíes por el infamante principio de la metempsicosis”.
– Por una vieja petición del arzobispo Ignacio de Padilla no deben considerarse a los negros
como entes puramente físicos, incapaces de virtud y de razón o como perros autómatas...
– Los africanos son supersticiosos y fanáticos, inclinados naturalmente a las artes venenosas;
– Los negros se clasifican en esclavos y libres; los libres en negros y mulatos o pardos; éstos son hijos
de blanco y negra (primera generación o grado); tercerón es el hijo de mulato y blanco (segundo
grado); cuarterón es el hijo de tercerón y blanco (tercer grado o generación); la sexta generación
se reputará por blanca si siempre ha habido enlaces con sujetos de sangre blanca;
– Los mulatos o pardos constituyen el pueblo de la isla española; las clases intermedias son el equi-
librio entre negros y blancos y no se mezclan jamás con los negros, a los cuales odian;
– Las clases ínfimas de la Isla son orgullosas, altaneras e independientes, por lo cual hay que
establecer severa subordinación de ellas con respecto de la población blanca;
– Las escuelas públicas abiertas para todos indistintamente se cerrarán en adelante para los ne-
gros y para los mulatos primerizos, (de primer grado o generación) que se destinaran a los
trabajos de la agricultura;

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

– Todo negro esclavo o libre, pardo primerizo o tercerón, y demás, será tan sumiso y respetuoso
a toda persona blanca como si cada uno de ellos fuera su mismo amo;
– La población blanca no tiene ocupación útil por estar los oficios mecánicos y el comercio de
detalles en manos de negros y pardos libres; se deplora ver los cultivadores sin tierra, los obre-
ros sin trabajo, y los hombres blancos y civilizados sin ejercicio ni profesión; sólo se cultiva en
la Capital, y puede decirse que en toda la colonia, caña de azúcar, y en Santiago buen tabaco;
de quince mil negros y pardos sólo están empleados en los diecinueve ingenios de azúcar se-
tecientos sesenta y tres, y en otros tantos para obtener melao unos trescientos catorce para los
frutos de primera necesidad; de modo que para los frutos de primera necesidad sobrarían dos
mil negros, computada la población de la colonia en cincuenta y cuatro mil almas; un hombre
dedicado al cultivo de frutos menores debe abastecer a veinte personas; el producto anual de
los ingenios es de veinte y un mil arrobas de azúcar;
– Los mestizos negros, mulatos vagabundos deben ser compelidos a alquilarse por un jornal
diario; asimismo los españoles;
– Los negros libres y esclavos que andan por los campos y roban las haciendas, llamados vivido-
res, deben agruparse en poblaciones, reconcentrándose en Los Minas, singularmente los negros
de Montegrande que se ocupan en la reventa de víveres que pasan a la Capital;
– Los que cultiven algodón durante veinte años, o sus descendientes, que tengan la jerarquía de
blancos;
– Existen muchas personas que no sólo defraudan a la sociedad no dedicándose al trabajo, sino
que también restan brazos a la agricultura empleando a los esclavos para que le ganen un jornal
en fábricas, peonajes de obras, acarreos, o en beneficiar el tabaco reduciéndolo a los cigarros
llamados túbanos, en los cuales trabajos debieran emplearse personas blancas o de color medio;
– Se reservan las artes y profesiones mecánicas a los blancos;
– Los pardos tercerones, cuarterones y sus hijos continuarán dentro de la misma profesión que
han abrazado sus padres;
– Es tal el orgullo y vanidad de los negros y mulatos libres que en sus entierros y funerales van
acompañados del mismo aparato que emplean las personas blancas, abusaban estos sujetos de
telas finas guarnecidos de galón de oro y plata;
– Los negros deben destinar partes de sus haberes con objeto de fundar hospitales para el propio
alivio y socorro de sus compatriotas “a quienes aman con ternura”; debe esa fundación ser
privativa de ellos;
– El machete, que viene siendo en su figura y disposición un fuerte sable no es absolutamente
necesario para los trabajos de la agricultura, sino más bien perjudicial a la quietud y sosiego
público y privado, y por tanto debe prohibirse;
– Las ordenanzas antiguas previeron los desastres que padeció la ciudad de Santo Domingo
por el descuido que se tuvo en vender en pública subasta los efectos de un boticario, de los
cuales compraron varios negros cierto mineral con el cual se envenenaban varias personas en
la ciudad; el nombre de Macandá, principal autor de la conspiración venenosa ha quedado en
proverbio; por tanto debe quedar prohibida la venta de arsénico o solimán a negro o pardo so
pena de perforarle las orejas de quien lo hiciera;
– A veces los esclavos ganan su libertad con el producto de los robos que hacen a sus propios
amos, y las esclavas entregándose a la prostitución;
– Muchas veces los amos libertan a los esclavos porque éstos son el producto de su concubinato
con mujeres negras;
– No pueden los dueños ejercer otra autoridad sobre los esclavos que la dirigida a mejorar su
rústico carácter, a contener sus excesos y desórdenes y a emplearlos provechosamente en los
trabajos del cultivo; serán los amos responsables del mal empleo y destino de estos cultivado-
res cuyos trabajos y conducta deben velar asistiendo frecuentemente a sus haciendas, prote-
giendo sus matrimonios y procreación, proveyéndoles de abundante y saludable alimento, así
como de decente vestuario;
– Las negras del campo son de notable esterilidad comparadas con las que viven en las poblacio-
nes, lo que se atribuye a las enfermedades que contraen con la humedad y rocío cuando salen

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

muy temprano a sus labores, además por lo expuestas que están a desórdenes habiendo en las
haciendas mayor número de varones que de hembras; los hombres solteros deben tener habi-
taciones separadas y una habitación para cada matrimonio;
– Una sociedad hispano-dominicana para el fomento de la agricultura debe fundarse;
– Hay que eximir a los amos de dar tres libras de carne semanales por cuanto la decadencia de la
ganadería no podría subvenir a la ración de cincuenta mil esclavos que harían ciento cincuenta
mil libras semanales; podría sustituirse la carne con atoles de harina de trigo o de millo;
– Los placeres inocentes deben formar parte del sistema gubernativo de una nación en la cual la
danza y la música producen la sensación más viva y espiritual; los órganos de los negros son
tan finos y delicados que enajenados con la armonía (y el ritmo de la música y la danza) que no
sienten ni la fatiga que acaban de pasar todo el día, ni la flaqueza consiguiente de sus fuerzas
por el trabajo recio del cultivo, empleando noches y días en este embeleso (de la danza y la
música) , sin pagar el tributo indispensable al dulce sueño que piden sus fatigados miembros.

Este proyecto está firmado por el ya citado oidor don Agustín de Emparan y Orbe y
fue entregado al gobernador y presidente don Isidoro Peralta y Rojas, que lo remitió a la
Metrópoli.

Ordenanzas de 1786
Después de los trabajos de 1784 que dieron por resultado la redacción del proyecto de
Código Carolino Negro, fue menester que las autoridades, Audiencia y Cabildo se reunieran
para dictar nuevas ordenanzas relativas a la reducción de negros libres y acerca de negros y
negras ganadores. En su preámbulo hablan estas ordenanzas de los abusos y desórdenes de
esclavos de uno y otro sexo y de los jornaleros con abandono de la vida cristiana. También
se expresan acerca de los hurtos que cometen en los campos los negros libres.
La ordenanza tercera, en vista que los negros libres roban, catequiza a los esclavos y
hasta cría por su cuenta ganados de cerda; deben reducirse al pueblo de San Lorenzo de
los Minas para lo cual se entra en pormenores respecto de la distribución de tierras para
cultivos, ventas de sus productos, crianzas de animales.
La ordenanza cuarta trata de los negros ganadores y de los escándalos y pecados que
cometen por culpa de la codicia de los amos. En ella se insiste en el permiso que deben poseer
estos negros; poder dar los amos los negros a jornal para que les trabajen a los hacendados
o a los oficiales de cualquier oficio o arte.

La Real Cédula de 1789


Por fin el año de 1789 la metrópoli puso en vigor el Código Negro. Comprende catorce
capítulos, a saber:
Educación. De los alimentos y vestuarios. Ocupación de los esclavos. Diversiones. De las habita-
ciones y enfermerías. De los viejos y enfermos habituales. Matrimonios de esclavos. Obligaciones de los
esclavos y penas correccionales. De la imposición de penas mayores. Defectos o excesos de los dueños o
mayordomos. De los que injurian a los esclavos. Listas de esclavos. Modos de averiguar los excesos de
los dueños o mayordomos. Caja de multas.
En cuanto a educación no se trata sino de la religiosa ya impuesta desde los principios
de la esclavitud; sobre la asistencia a escuelas públicas nada se dice. Los alimentos y vestidos
deben atemperarse al clima y otras causas particulares de cada región; atendiéndose a la edad
y el sexo; deben ser semejantes a los que consumen los jornaleros y trabajadores libres. La
ocupación principal de los esclavos es la agricultura; el trabajo debe estar de acuerdo con el

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

sexo, la edad, la fuerza y la robustez del esclavo; horario de trabajo: de sol a sol, con receso
de dos horas que emplearán en trabajos que les sean de utilidad. Las diversiones se admiten
con tal sean vigiladas por los amos o mayordomos y sean de las sencillas y simples, con sepa-
ración de los hombres y las mujeres, y celebradas estas diversiones entre los esclavos de una
misma hacienda. Las habitaciones se separarán por sexo, anexándoles las enfermerías; si pasan
los enfermos al hospital de la población, el amo pagará una cuota diaria. Los esclavos viejos
y enfermos habituales deben ser sustentados por sus amos. Deben fomentarse los matrimonios
y evitarse los tratos ilícitos. Son obligaciones de los esclavos: obedecer, respetar y venerar a
sus dueños como a padres de familias; éstos podrán imponer penas correccionales tales como
prisión, grillete, cadena, maza, cepo y azotes que no pasen de veinte y cinco. Penas mayores
se impondrán por delitos mayores contra los amos y sus familiares y los mayordomos; caen
bajo la jurisdicción de la Justicia. Los defectos o excesos de dueños y mayordomos en el cumpli-
miento de las Instrucciones se castigan con multas; cuando los defectos sean por exceso en
las penas correccionales aplicadas a los esclavos se substanciará causa. Nadie puede injuriar a
los esclavos, ni castigarlos ni herirlos ni matarlos sin incurrir en las penas establecidas por las
leyes. Listas de esclavos deben ser presentadas por los dueños todos los años a las justicias de
las ciudades y villas. Los eclesiásticos en sus visitas de adoctrinamiento indagarán los excesos
de los dueños o mayordomos; para este fin los Ayuntamientos y las Justicias, con asistencia del
Sindico Procurador, nombrarán individuos de responsabilidad que visiten las haciendas. Se
designa la caja de multas para custodiar en ella el producto de las multas que se aplicasen
por infracción de las Instrucciones.

Capítulo IV
La Iglesia
Sumario
Se obliga a los negros el aprendizaje de la doctrina cristiana. Los hacendados descuidan el
cultivo de hábitos católicos en los negros. Los sacerdotes suplantan a las autoridades judiciales en
asuntos de delincuencia de esclavos. Los conventos e iglesias sitios de amparo. Los monasterios
usan sus esclavos como jornaleros. Las monjas de Regina y sus esclavas. Esclavos en los hatos de
los frailes. Los Sínodos y Concilios y la esclavitud. Las cofradías. Los descendientes de negros y el
sacerdocio.

La Iglesia
Desde que se implantó la esclavitud de los negros africanos en la Isla, surgió la preocu-
pación de la Metrópoli y de la Iglesia porque éstos se acogieran a los dogmas y a los ritos
de la fe católica.
Por cédula real del 25 de octubre de 1538 se obliga a los esclavos indios y negros ir a la
ciudad de Santo Domingo para que en la Catedral o en un monasterio aprendieran la doctrina
cristiana, lo cual no era sino insistir en lo que desde un principio se había determinado. Pero
de este empeño surgían a veces problemas serios, puesto que los colonos pudientes veían
afectados sus intereses. En efecto, si los esclavos habían de bautizarse, ir a misa, asistir a la
doctrina, contraer nupcias, cumplir con las fiestas, no morir sin confesión, y no lo hacían
cumplidamente, caía, muchas veces y para ciertos casos, la responsabilidad moral y material
del hecho sobre los dueños.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En la segunda mitad del siglo XVII los hacendados de las riberas de los ríos Jaina y Nigua
pagaban a los curas por cada negro de confesión cuatro reales de plata y un tercio, porque
hacía largos años no se proveía al pasto espiritual de los esclavos.
El cumplimiento con las fiestas de la Iglesia produjo, además, problemas de otra índole,
puesto que en esos días los esclavos aprovechaban para alzarse. En esa virtud, en 1534, el
Rey pidió al Papa que se eximiera a los esclavos de guardar algunas fiestas. Además, “los
negros eran dados a celebrar grandes francachelas y borracheras en las fiestas de sus santos
patronos, días de fiesta, y oigan misa y guarden las fiestas como los cristianos”, decía cédula
real de septiembre de 1544.
La metrópoli, atendiendo siempre a las quejas y peticiones de las autoridades coloniales,
dictaban disposiciones para asegurar la doctrina católica entre los negros. Se consideraba
peligrosa la presencia de otros negros que no fueran bozales o atesados. En 1526 se manda
que no pasen negros ni esclavos ladinos, por sus malas costumbres, y porque imponen y
aconsejan a los negros mansos. En 1531 se prescribe que no se meta en la Isla ningún es-
clavo blanco berberisco sin licencia del Rey. En 1550 se prohíbe que pasen a Indias negros
ni esclavos que se hayan criado con moriscos, porque por esos años vendiéndose caros los
esclavos guineos, compraban a mejor precio berberiscos en Cerdeña, Mallorca, Menorca y
lugares de Levante; como esos esclavos no eran católicos podrían traer inconvenientes en
“una tierra nueva donde se planta agora nuestra santa fe católica”.
Como los hacendados no perseguían, esencialmente, sino un fin utilitario, amén de
que muchos no ganaban gran cosa en sus negocios, claro está que hubieron de descuidar el
cultivo de hábitos católicos en sus esclavos. Aun la misma Iglesia se descuidaba. En 1568 el
oidor Echagoyan, refiriéndose a los ingenios y a las grandes estancias, decía que no había
sacerdotes que administraran los Santísimos Sacramentos y enseñaran la doctrina cristiana,
y que muchos esclavos morían sin confesión y aun sin recibir las aguas del bautismo. El
propio oidor, cuando tuvo a su cargo interinamente el gobierno de la Isla, quiso poner algún
remedio a lo que atribuyó producto del poco cuidado de los beneficiados de la Iglesia. Así
fue como hizo que se les predicara, así como que un capellán, los domingos y los días de
fiesta de guardar les enseñase la doctrina cristiana a la una del día.
El dominio de la clase eclesiástica sobre sus negros esclavos llegó a tal extremo que en
algunas ocasiones intentaron suplantar a las autoridades judiciales. Muchas veces los negros
delincuentes se acogían al amparo de los monasterios, teniendo la audiencia que intervenir
para que se entregasen a la justicia ordinaria. Uno de estos casos ocurrió en 1532 y llegó al
punto de que el gobierno colonial tuviese que pedir que la Metrópoli respaldara su dictamen
(Saco). Por muchos años las iglesias fueron sitios de amparo, y a veces determinado sector de
ellas, lo que era reconocido por las autoridades judiciales. Los delincuentes o perseguidos
usaban la expresión “a iglesia me llamó”.
Los conventos e iglesias fueron sitios de amparo, para perseguidos de la justicia,
pero desde 1532 el emperador Carlos V puso límite a estos amparos y no debían gozar
de él sino aquellos delincuentes que podían acogerse a esta inmunidad y se prescribió
que aun los acogidos no estuvieran mucho tiempo en las iglesias y monasterios. Por otra
parte otras disposiciones advertían que no se impidiera a los prelados actuar dentro de
su jurisdicción eclesiástica y que los fiscales siguieran las causas de inmunidad ante
un juez eclesiástico. Años adelante, en 1774, el arzobispo Isidoro Rodríguez y Lorenzo
dictaminó que la única iglesia caliente fuese la de San Nicolás, en la ciudad de Santo

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Domingo; es decir la única iglesia para acogerse los perseguidos de la justicia, las demás
se consideraban iglesias frías.
Los monasterios se vieron, después de los años señalados arriba, en completa decadencia,
por el estado de despoblación de la isla, la fuga y rebeliones de esclavos, las incursiones de
los franceses de la parte oeste y el deplorable estado general de la colonia. Quizás si los reli-
giosos tuvieron que recurrir, como era lo habitual, al expediente de usar sus esclavos como
jornaleros para que trabajasen para ellos. Hay constancia de un caso sucedido al convento
de monjas de Regina.
Este convento llegó a tal estado de miseria en 1606 que no se podía subvenir a las necesi-
dades más urgentes sino a base de sacar a la calle a sus esclavas para que le ganaran dinero.
Estas salían de mañana y entraban por la noche con el producto de sus pequeños negocios o
diligencias, pero en este entrar y salir algunas esclavas solían salir encinta, y el escándalo se
producía no por el hecho de que una esclava concibiera, cosa demasiado común, sino que las
monjas conservaban a esas esclavas en su convento, dieran a luz y les criaran los hijos. Por
esto se intentó quitarles a las monjas de Regina sus esclavas, al menos las ganadoras, pero
intervinieron los oidores y se suspendió la medida porque para ello hubiera sido menester
dotar al convento de una apreciable limosna. Entre otras necesidades había la de sustentar
a ochenta personas entre hermanas y gentes de servicio (Utrera).
Por lo general los conventos, para poder sustentarse, poseían haciendas y hatos, y así
como hacia 1514, aceptaron encomiendas de indios, también aceptaron esclavos negros para
el fomento de sus bienes. Los mercedarios llegaron a poseer seis hatos con veinte mil cabezas
de ganado y unos ciento noventa esclavos, en Santiago. También tenían bienes en el Santo
Cerro (BAGN). En estos hatos de seguro que los mayordomos no tratarían a los esclavos
mejor que lo impuesto por las costumbres. Muchos sacerdotes, a la verdad no fueron ejemplo
vivo de caridad cristiana con los esclavos.
Por aquellos años se suponía que los eclesiásticos, y las monjas, tenían más esclavos que
los seglares, lo que parece les daba fuerza para pretender que los fueros de que gozaban
se extendiesen también a sus esclavos. En 1530 –y va un ejemplo– los licenciados Gaspar
de Espinoza y Alonso Zuazo escribieron a la Metrópoli respecto de que las autoridades
eclesiásticas habían excomulgado solemnemente al Alcalde Mayor porque éste había hecho
quemar a una negra que envenenó con solimán a la mujer a la cual servía; la dicha negra
era propiedad de un clérigo. Agregaron los licenciados: “no tengan negros los clérigos, pues
los hay de cientos, de treinta, de veinte negros, y todos comúnmente tienen más negros y
granjerías que los seglares; o si los tienen conozca de los delitos la justicia seglar”. (Saco).
La acción de la Iglesia, directamente o por el intermedio de los amos, hizo que las ideas
y los ritos católicos fueran infiltrándose en los esclavos y sus descendientes, de tal modo
que al correr de una centuria ya existían negros y mulatos cuyo catolicismo se diferenciaba
bien poco del que practicaban los blancos. Singularmente, esto es aplicable a los negros y
mulatos de las ciudades, los esclavos de servicios de casa y los libres que ejercían pequeños
negocios o actividades manuales en villas y ciudades, porque, en cuanto a los de los ingenios,
haciendas y hatos, a los negros vividores y de los manieles, ya era diferente. Estos conser-
varon sus ritos africanos, en gran parte, tal como lo hizo notar en 1662 el arzobispo Cuevas
Maldonado, y lo dice el código de 1784. Unos vivían apartados del contacto con los blancos,
otros no recibían plenamente la enseñanza religiosa por vivir apartados de centros parro-
quiales. Para solucionar este conflicto, los amos de ingenios y haciendas se veían forzados

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

a fundar ermitas dentro de sus propiedades, cosa que tuvo importancia en la formación y
desarrollo de centros de raza negra. Tal recordamos la ermita de Nigua, a orillas del río de
su nombre y las que se fundaron en la región que más tarde, se llamó de Los Ingenios. De
una de ellas nació la hoy ciudad de San Cristóbal, centro formado por negros trabajadores
de los ingenios de esa región.
Los Sínodos. Los sínodos y concilios tomaron en cuenta a los negros. El de 1576 trajo a
colación los bautizos de los bozales que llegaban de Guinea. Unos decían que siendo ellos
de tan poco entendimiento no debían bautizarse hasta cuando no supiesen la doctrina cris-
tiana y qué cosa era Dios. Otros fueron de opinión contraria porque si morían sin bautismo
irían al infierno, y que bastaba que tuvieran un conocimiento mediano de Dios y de la
Iglesia para que pudieran recibir el bautismo como se hacía con los niños. Al fin se acogió
el Sínodo al celebrado por el obispo Alonso de Fuenmayor, que prescribió que los negros
fueran bautizados después de treinta días de doctrina sin averiguar si había poco o mucho.
El Arzobispo, que lo era fray Andrés de Carvajal, prometió suplicar al Rey pidiera al Papa
un breve apostólico que ordenara lo que debería hacerse para que no se condenaran tantas
almas al morir sin el sacramento del bautismo.
En 1610, celebró Sínodo fray Cristóbal Rodríguez Suárez, Arzobispo. Entonces se
dispuso:
– Los señores de los ingenios y estancias deben tener a su cargo el enseñar a sus esclavos la doc-
trina cristiana y las oraciones de la Iglesia cada día de trabajo antes de cenar, y los domingos y
días de fiesta también en la mañana;
– los señores de negros que tuvieran sus haciendas a una legua de una parroquia o iglesia, don-
de se dijera misa cada domingo y fiesta que guardar, los harán asistir; si estuvieren apartados
más de una legua se les obligará a asistir cada quince días, turnándose los negros de modo que
siempre quedara alguien que guardara la propiedad;
– los señores están obligados a enterrar en la iglesia a todo esclavo bautizado que muriera a dos
leguas o menos de la dicha iglesia, so pena de una multa de cien ducados repartidos por igual
entre la iglesia y la persona que denunciara el caso, que si se comprobaba que había ocurrido
notable descuido podía llevarse el señor a la Santa Inquisición;
– los curas llevarán quince pesos de plata por un entierro de cruz alta, a los morenos, y otro tanto
por la vigilia misa de cuerpo presente o misa votiva; si estos oficios no se hacen en la propia
iglesia del párroco sino en otra la tarifa se eleva a una cuarta parte más; los curas de los campos
y villas llevarán también por todos estos oficios y cuarta parte más;
– los señores que tuvieran granjerías se obligan a enseñar a sus esclavos el deber que tienen de
pagar los diezmos de la iglesia so pena de excomunión si no lo hicieran.
– En el Concilio Dominicano se prescribe la prohibición de conferir el bautismo a negros adultos
sin antes estar adoctrinados en la religión cristiana. En cuanto a conferir órdenes sagradas, se
prohíbe hacerlo a los mulatos y aun a los mestizos, cosa que no se pondría en vigor por cuanto
en 1588 el Rey encargó a los arzobispos y obispos de las Indias que ordenaran de sacerdotes a
los mestizos (Utrera).

Cofradías. El sincretismo de los negros de Santo Domingo fue fenómeno que necesaria-
mente hubo de ocurrir en el proceso de su hispano-culturación. La tendencia negra a formar
sociedades es de evidencia. Si las hubo secretas no lo hemos podido comprobar, pero las
públicas, de carácter religioso existieron y llevaron una vida activa algunas de ellas hasta
nuestros días. No parece sino que actuando con inteligencia, los religiosos españoles cana-
lizaron las tendencias asociativas de los negros por esta vía.
Algunas de estas cofradías fueron:

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Cofradía del Espíritu Santo. Se extendió por muchos lugares del país. Existía en Baní en el
siglo XVIII, adonde acudían los esclavos de los ingenios que caían enfermos; así el esclavo
Lázaro Romero murió en la casa de esta cofradía en 1775, y asimismo la esclava Petrona
Pimentel en 1776. Un cofrade, Antonio de Belén fue enterrado en 1775 en la iglesia de San
Francisco, ciudad de Santo Domingo. Era esta una cofradía de reglas fuertes y no sólo fue ella
una manifestación sincrética afro-católica sino que muchas veces derivó hacia el espiritismo.
En 1749 murió el Mayordomo de la cofradía del Espíritu Santo, en el Cotuí. Describe este
hecho el escritor José Altagracia Rodríguez E. en el diario El Caribe de fecha 8 de abril.
Cofradía de San Cosme y San Damián. Estaba compuesta de negros ararás. Celebraban
fiestas todos los años con vísperas, misa y sermón a cargo de los capitulares de la Catedral.
Tenían los cofrades derecho a ser sepultados en la dicha iglesia. Todavía existía para 1759.
Cofradía de Santa María Magdalena. Era de negros zapes, con fiestas el día de la santa y
el día de su conversión.
Cofradía de Nuestra Señora de la Candelaria. Era de negros biafaras y mandingas. Como para
1612 ya no venían estos negros y los que habían ya estaban acabándose, la cofradía estaba pobre
pero con todo hacían fiestas con procesiones solemnes de la virgen. No habla fray Cipriano de
Utrera de esta cofradía, puesto que la que cita con el mismo nombre en Dilucidaciones se refiere
a la de la villa de San Carlos, pueblo que se fundó a fines del siglo XVII, después de 1684, año
de la inmigración canaria hacia Santo Domingo, o a comienzos del siglo XVIII, cuando ya la
cofradía de negros tenía muchos años de existencia o no existía. La cofradía de San Carlos era
de blancos. Fue fundada en 1602 por el negro biafara Antón López. Tenía su asiento en la Cate-
dral. En 1613 contaba con 300 cofrades, entre ellos blancos, algunos de familias principales.
Cofradía de Juan Bautista. Fue la más importante y célebre entre las cofradías de negros; fue
fundada a principios del siglo XVII y duró hasta principios del siglo XIX. Sus constituciones
fueron aprobadas por el Papa Paulo III en 1602. Se prescribe en ellas lo siguiente:
La cofradía es de morenos criollos; su asiento es la Iglesia Catedral y su capilla propia la de
San Juan Bautista. La cuota de entrada es de cuatro reales y de dos reales para los mulatos. Los
oficiales son dos mayordomos, dos diputados caberos y un tesorero, hombre libre. El día de San
Juan es de fiesta: se dicen misas con sus vísperas que aplican a los cofrades vivos y muertos en
presencia de los oficiales y los hermanos con sus velas de día; la iglesia se cuelga y se enrama ese
día, a la vez que se ponen luminarias y dos pipas. El día de Corpus se verifica la procesión de San
Juan Bautista llevado en andas por cuatro oficiales y en su falta por quienes se elijan o paguen
limosna. Celebración de misas el día de Todos los Santos. Petición de limosnas dos meses antes
de San Juan Bautista; obras de misericordia para los cofrades enfermos y acudimiento a todos
“como cuando hay un ahorcado”. Las madres de los cofrades pueden ingresar en la cofradía
“aunque sea quien fuere, que no hay desprecio de ellas”. Los alguaciles no quitarán el sombrero
ni toca alguna a ningún cofrade. En caso de muerte de un cofrade esclavo la cofradía aporta la
mitad del entierro.

Refiere Alcocer que esta cofradía tenía una suntuosa capilla en el trascoro de la catedral,
y que el día de San Juan y toda una octava había misas, sermones, procesiones y además
danzas y juegos de toros con beta y de cañas. El Papa Paulo V, por bula del 13 de julio de
1606 concedió algunas indulgencias a los miembros de esa cofradía.
Todas las cofradías tenían su asiento en la Catedral, excepto, quizás, la del Espíritu Santo,
en 1784 se propuso fueran trasladadas a la ermita de San Miguel.
Los descendientes de negros y el sacerdocio. Infiltrándose en la vida religiosa las activida-
des de los hombres de color, poco a poco llegaron hasta escalar en el propio sacerdocio

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

muchos descendientes de africanos, tercerones o cuarterones. La Metrópoli tomó cartas en


el asunto. Ya hemos visto más arriba las disposiciones en 1558 para aceptar a los mestizos
al sacerdocio y las disposiciones contrarias del Concilio de 1662. En 1717 recomendó el Rey
que el cargo de caniculario en las Catedrales de Indias no se diera a negro ni mulato, el 4
de diciembre de 1723, desde su residencia en San Ildefonso, el Rey escribió al Arzobispo de
Santo Domingo acerca de que se había tenido noticia de que algunos vecinos de la isla que
tenían mucha parte de mulatos, y que se hallaban al frente de curatos en lugares de la tierra
adentro, habíanse ordenado de presbíteros debido todo a favores superiores. Que además
algunos de estos presbíteros intentaban ascender a prebendas de la Iglesia sin atender a
que tanto los beneficios como las prebendas mismas las habían recibido personas ilustres y
cristianos viejos. También decía el Rey, en la misma carta, que se sabía con particularidad
que aspiraban a dichas prebendas Nicolás de Aguilar, Juan de Galves, José de Quezada, José
Luis de Fonseca, Gabriel de Pina y Urdaneta, Lázaro y Francisco de Acevedo, en los cuales
concurrían ruines procederes y ninguna suficiencia, siendo, además, los dos últimos hijos
de padres libertos. No contento el Rey con hablar de esta manera, poniendo mucho crédito
quizás a noticias de personas particulares o de autoridades interesadas o malintencionadas,
denunció en el citado documento que el Cabildo de la Iglesia Catedral tenía prebendados
cuyos progenitores habían sido esclavos y descendientes de negros, lo que era en desdoro
del estado eclesiástico y deslustre de la nobleza de la ciudad, así también como el citado
servicio de los curatos. Ademáis, con estos ejemplos se alentaba a tomar el hábito clerical en
perjuicio de encontrar, con el tiempo, persona que se aplicara al aprendizaje de los oficios
mecánicos y a cultivar las tierras. En virtud de todo esto, con la consulta del Consejo de
Cámara y oído el parecer de su fiscal, recomendó el Rey que se procurara que los sujetos a
quienes se confiaran órdenes sagradas fueran de la calidad y requisitos que correspondían
a este estado, tal como estaba prevenido en las leyes del Reino.
De los sujetos citados anteriormente podemos decir que Nicolás de Aguilar, en efecto,
fue canónigo y murió el 27 de junio de 1741. Es, probablemente, el mismo que fue bautizado
el 8 de enero de 1674, hijo legítimo de Francisco de Aguilar y de Luisa de Lomas. No se es-
pecifica en la partida bautismal que fueran de la raza de color ninguno de los progenitores,
pero sí se comprende pertenecían al estado llano puesto que no aparecen los tratamientos
de don y doña que era de rigor en el siglo XVII para las personas que por alguna calidad
lo merecieran. Un sujeto del mismo nombre ejercía el rectorado del Colegio de Jesuitas a
principios del siglo XVIII.
El maestro Lázaro de Acevedo fue teniente cura por largos años de San Andrés, ayuda
de parroquia durante algún tiempo, y murió en su servicio en diciembre de 1774. Era hijo del
alférez José de Acevedo y de María Nicolasina Olavarría. Fueron sus abuelos paternos Rodrigo
de Acevedo e Isabel Cid y los maternos el ayudante Pedro Olavarría y Tomasina Bardecia. A
ninguna de estas personas, en las partidas matrimoniales y bautismales, se las califica de mu-
latos, ni pardos, ni morenos, ni libres, pero bien claro se adivina que son también personas del
estado llano. Lázaro –y aquí algo que podría sacar valederas algunas de las apreciaciones del
Rey– fue bautizado como hijo de la Iglesia en 1701, pero sus padres lo reconocieron al contraer
nupcias en julio 1702. La familia Acevedo, por otra parte, había allegado bienes de fortuna y
Rodrigo, el abuelo, fundó una capellanía de la que fue capellán el mismo Lázaro.
Respecto de los canónigos que ejercían sus funciones por los años de la citada carta
real, es bien claro que no entrarían dentro de sus términos don Lorenzo Solano Garavito,

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

nacido en 1672, muerto en 1728, hijo del capitán, Secretario que fue de la Real Audiencia,
don Antonio Solano de Tovar y de doña Magdalena Garavito; don José Rengifo Pimentel,
magistral de 1718 a 1742, deán, dos veces provisor y quien murió en 1748; don Francisco
del Castillo Torrequemada, canónigo escriturario en 1723, hijo de don Juan del Castillo To-
rrequemada y de doña María de Carvajal; don Luis Garavito Costilla, dignidad tesorero y
maestro de escuela, probablemente alrededor de 1723, hijo de don Lorenzo Garavito y de
doña Ana Costilla. Pero muy bien pudo aludir el Rey a Juan Agustín de Castañeda, nacido
en 1659, canónigo que fue alrededor del año 1723, hijo del sargento Francisco de Castañeda
y de Mariana Núñez, personas que no procedían de estirpes de hidalgos.
Otro caso fue el del padre Diego de Quesada, que en 1664 hubo de consultar el arzobispo
Cueva y Maldonado a la Real Camaduría. Quesada era nieto de Jerónimo López de Torres,
hijo de padre blanco y una gran negra esclava, por lo cual también nació esclavo, pero su
padre gestionó su libertad. Del matrimonio de este mulato o primerizo con una mujer de
apellido Ribera nació Melchora de Torres, que casó con el español Jerónimo de Quesada en
1641. En 1645 nació uno de sus hijos, Diego, ya citado, y por el cual se hizo la consulta para
su ordenamiento como sacerdote que, desde luego, le fue favorable.

Capítulo V
Alzamientos y Rebeliones
Sumario
Alzamientos de negros de 1522. Insurrección de Diego de Guzmán. Alzamiento de Diego de
Ocampo. Lemba. Juan Vaquero. La rebelión de Guaba. Los negros de Ocoa. Revuelta del siglo XVIII.
Levantamiento de Leocadio y compartes.

Alzamientos de negros de 1522


Poco tiempo después de la licencia general de introducción de negros, en 1522, ocurrió la
primera insurrección. El movimiento comenzó en un ingenio que tenía el virrey don Diego
Colón a orillas del río Isabela. No fue esto un sencillo huirse a los montes, un simple alzamiento,
fue una formal insurrección. Las cosas pasaron así: “En principio del año de millé quinientos
éveynte é dos, segundo día de la Natividad de Chripsto salieron, del ingenio que don Diego
Colón tenía a orillas del río Isabela, hasta veinte negros, los más de la lengua de los yolofes.
A estos se juntaron, provenientes de otros lugares, otros veinte más y juntos todos hicieron su
camino hacia la villa de Azua, no sin antes haber dado muerte a nueve españoles. Asentó la
tropa negra a una legua del ingenio de Ocoa, poderosa factoría azucarera que había fundado
y puesto en lucrativa explotación el licenciado Alonso Zuazo, Juez de Residencia que fue en
1518 y oidor de la Real Audiencia, hasta suceder su muerte el 6 de marzo de 1539. Sus propó-
sitos bélicos eran dar en aquel ingenio, matar a los ocho o diez cristianos que allí había, allegar
más partidarios entre los ciento veinte esclavos, ir sobre la villa de Azua, pasarla a cuchillo y
apoderarse de la tierra. Esto, desde, luego fue opinión española de la época.
El licenciado Cristóbal Lebrón, que por entonces andaba por sus haciendas, avisó pronta-
mente a Santo Domingo con rapidez, el propio gobernador don Diego Colón apercibióse para
ir en seguimiento de la negrada rebelde y tras él todos los caballeros e hidalgos y los hombres
de a caballo que pudieron conseguirse en la ciudad y sus alrededores. Al segundo día de su
partida el Virrey paró en las riberas del Nizao y allí supo que los negros habían entrado en el

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hato de vacas del Melchor de Castro, Escribano Mayor de Minas, y dieron muerte a un español
albañil que estaba trabajando, robaron la casa y lleváronse a esclavos negros é indios.
Acompañaba al Almirante el propio Melchor de Castro, el cual parece que un tanto
desconcertado por las depredaciones sucedidas, sin previa anuencia de don Diego se fue
a su hato, con dos de compañía, entró allí, dio sepultura al albañil muerto y contempló su
casa sola y robada. Allí mismo hizo el propósito de seguir a los negros, cual sabido por el
Almirante le fue enviado un refuerzo de nueve de a caballo y siete de a pie. Entonces don
Melchor salió en persecución de los negros hasta un paraje rodeado de peñas y riscos,
donde estaban. La fuerza la componían doce hombres de a caballo, entre ellos, como figura
principal, don Francisco Dávila. “Al tiempo que el lucero del día salía sobre el horizonte”
los doce caballeros tropezáronse con los negros y como se tenía el interés de que esta tropa
no se juntara con los esclavos del ingenio, resolvieron atacarlos súbitamente. Así se hizo.
Los españoles, embrazando sus adargas y empuñando sus lanzas de encuentro, al grito de
¡Santiago!, arremetieron contra los negros. Estos bravamente resistieron el ímpetu de los
cristianos que mataban y rompían una y otra vez su frente.
Los negros en medio de un gran vocerío arrojaban a los españoles piedras, varas y dar-
dos. Pero al fin huyeron, después de haber muerto seis y resultado heridos otros. Melchor
de Castro quedó herido, atravesado un brazo por una vara tostada que le fue arrojada.
Los vencedores se retiraron al ingenio de Ocoa, allí se le juntó el Virrey y dispuso éste
seguir la persecución con toda diligencia. Los negros que habían escapado de la batalla al
cabo de cinco días fueron prendidos algunos, se hizo justicia “quedaron sembrados a tre-
chos por aquel camino, en muchas horcas”. Para los que escaparon por las asperezas de las
montañas se mandó en su persecución al capitán Pedro Ortiz de Matienzo, el cual peleó con
ellos, mató a unos y prendió a otros.
Esta fue la primera insurrección de los negros en América, que tanto llenó de cuidado y
temor a todos en Santo Domingo, según la refiere el alcaide de la fortaleza de Santo Domingo el
capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, primer cronista del nuevo mundo, a quien he-
mos seguido casi al pie de la letra para que no perdiera la descripción todo su sabor propio.
Juan de Castellanos en sus Elegías de Varones Ilustres de Indias, refiere la citada rebelión
pero se sujeta a lo descrito por Oviedo.

Insurrecciones de mediados y fines del siglo XVI


Las rebeliones y alzamientos continuaron siempre en el siglo XVI. No sólo ocurrieron
por ansias de libertad, por odio a amos y mayordomos sino que viniendo en este siglo en
mucha mengua la situación económica de la Isla, los alzamientos se producían acicateados
los negros por el hambre, para la cual encontraban remedio robando por los campos y ca-
minos. En 1545 la Justicia y Cabildo de Santo Domingo se quejaron de esto a la Metrópoli
(Saco). Llegaron a calcularse en siete mil los negros prófugos para esta época según Ben-
zoni en su Historia del Nuevo Mundo. Uno de los principales focos fue la sierra del Baoruco,
donde calculaban doscientos o trescientos negros. En La Vega había un grupo de cuarenta
o cincuenta negros que fabricaban sus lanzas y en posesión de armas de fuego que habían
quitado a los cristianos; se cubrían el cuerpo con pieles de toro (Saco).
De San Juan de la Maguana se fugaron algunos negros que se unieron al llamado Diego
de Guzmán. Atacaron a La Vega, quemaron la casa de purga de un ingenio, yéndose luego
al Baoruco, donde fueron perseguidos por los españoles, los cuales dieron con el grupo,

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trabándose una fuerte refriega en la cual murió Guzmán y diez y siete de los suyos, sufriendo
los españoles algunas bajas, entre ellas la del propio jefe, que resulto herido (Saco).
Otro negro insurrecto fue Diego de Ocampo, valiente y de gran movilidad. Corrían sus
hazañas de La Vega a San Juan, de San Juan a Azua, de Azua al Baoruco, del Baoruco a Azua
y San Juan, hasta para una vez a Puerto Plata, donde finalizaron sus correrías congraciándo-
se con las autoridades coloniales. Hizo daño a varios ingenios, robó cien negros en Azua e
hizo que el propio gobernador se movilizara hasta lograr hacer paces. Pero Ocampo volvió
a las suyas, por lo cual las cuadrillas españolas lo atacaron con vigor ahorcando a unos,
quemando a otros, asaeteándolos o cortándoles los pies. Estas noticias las da el historiador
Saco sacadas de cartas del gobernador Serrato y del oidor Grajeda fechadas en 1546. Según
Utrera, Ocampo fue ajusticiado bárbaramente.
Uno de los alzamientos más famosos fue el del negro Lemba, que ocurrió después del go-
bierno de Serrato, que gobernó la Isla de 1544 a 1548. Refiere Saco trayendo la noticia de una
carta del oidor Grajeda y de la audiencia al Emperador, 1548, 1549, que el negro capitaneó ciento
cuarenta individuos de su raza y que anduvo oculto por Higüey unos quince años. Se le hizo
guerra y se le mató la mayor parte de la gente. Se convirtió en salteador de caminos hasta que
se le aprehendió y se le dio muerte. En la ciudad de Santo Domingo, a una de las puertas de
la muralla que daban a la entonces llamada Sabana del Rey, del fuerte de San Gil al fuerte del
Conde, se le llamó un tiempo Puerta de Lemba, quizás aludiendo al sitio de su ajusticiamiento.
Juan de Castellanos en Elegías de Varones Ilustres de Indias, entre otras insurrecciones cita
principalmente la de Lemba.
“De los de más pesados movimientos,
El negro Lemba fue principalmente
Que juntó negros más de cuatrocientos,
Acaudillándolos varonilmente;
Fue negro de perversos pensamientos,
Atrevido, sagaz, fuerte, valiente,
Y en su rebelión de muchos años
La tierra padeció notables daños.
Persona mal sabida, recatada,
En todas sus astucias otro Davo,
En el asalto de cualquier entrada
Diligente, feroz, cruel y bravo;
Y en este nuevo reino de Granada
Tuve yo nieto suyo por esclavo;
Muchacho pero tales sus costumbres
Que me daba no pocas pesadumbres,
……………………………………….
Sus fines no causaron desconsuelo,
Antes su desventura fue propicia;
Pues si viviera más este mozuelo,
Según iba creciendo su malicia,
Venciera las maldades del abuelo,
A quien después mataron por justicia”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

De paso cita Castellanos otro alzamiento: “Alzóse después dél un Joan Vaquero, El cual vino
también a pagadero”. El pagadero fue cuartearlo el Domingo de Ramos de 1554 (Utrera).
En estas guerras contra negros se distinguieron muchos españoles y hasta un negro ca-
nario llamado Juan, y denota el Beneficiado de Tunja la importancia de estos movimientos
y los sinsabores que se pasaron para poder dominarlos:
“Porque durante las rebeliones,
Cuya gran pesadumbre fue notoria,
Hubo soldados diestros y varones
Dignísimos por cierto de memoria;
Pues allanaban estos tropezones
Gozando de grandísima victoria,
Haciendo siempre lances principales
En aquestos guerreros infernales.
Uno destos que vamos relatando
Aunque con pluma ya poco liviana,
Se decía Fulano Villalpando,
A quien llamaban barba de zavana;
Para cualquier trabajo nada blando,
Rojo, de proporción algo mediana,
Pero por bosques, cumbres, montes agros,
Hizo cosas que son como milagros.
De los que peleaban a su lado
Podríamos hacer bien larga sarta;
Destos Joan Freyle fue muy afamado;
Y en ver y rastrear viveza harta
Un Joan Rodríguez, otro buen soldado,
Que yo traté después en Santa Marta,
Un Joan, canario negro, con su perro,
Que casi de razón no tuvo yerro.
Otro buen capitán, hombre bastante
En la misma sazón, se dijo Vera,
Que ninguno pasó más adelante
En la dificultad desta Carrera;
…………………………………….
También hubo alzados en Samaná hacia 1545, año en que el Rey dispone se ponga re-
medio al crecido número de insurrectos que hay en toda la isla.
En julio de 1587, una real orden dirigida a Lope de Vega Portocarrero, que venía de
gobernador, dispone que el dicho una vez llegado remedie con brevedad y cuidado acerca
de una población de negros huidos que se había formado en el Baoruco, de donde salían a
practicar robos y otros daños por la comarca de la Yaguana, cuyos vecinos habían escrito al
Rey en este sentido. Años más tarde el capitán Antonio de Ovalle sometió algunos negros de
esta región por vía pacífica. Este, en 1602, hizo asiento sobre la pacificación de los negros, de
modo que para ello no se tocase la Real Hacienda. En remuneración de este hecho, se hizo
a Ovalle corregidor de los negros, a los cuales se les dio por asiento la villa de San Juan de

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la Maguana. Ovalle estuvo en el desempeño de esta función hasta el mes de septiembre del
1606 en que acaeció su muerte.
En este año de 1606 se contaban una treintena de negros, la mayor parte grifos, en la
villa de San Juan.

Las devastaciones de principios del siglo XVII. Rebelión de Guaba.


Las órdenes que se dieron a principios del siglo XVII para la destrucción de los pueblos de
la banda norte y de los de la Yaguana ocasionaron la protesta de la mayor parte de los mora-
dores de algunos de estos pueblos y de la de los hatos y haciendas aledaños. Todos acertaron,
en esta oportunidad, en estar de acuerdo. El 2 de septiembre de 1606 se levantó expediente de
información respecto de las actuaciones de la cuadrilla de soldados a cargo de D. Juan Riva
Martín, que corrió los términos de San Juan de la Maguana y la Yaguana con las órdenes de
“correr aquellas partes despobladas y sus términos y jurisdicciones, y los puertos marítimos
de ellas, y prender todas las personas que por ellas anduvieren y fuesen hallados, así blancos
como negros, esclavos ó libres, ó mulatos”. El capitán cumplió su cometido haciendo presos
a unos, blancos y negros, y ahorcando otros, todos negros y mulatos.
Otra cuadrilla encomendada al capitán Diego de Robolledo que corrió los términos de
Yaguana, Guaba y La Sabana encontró muchos habitantes remisos, en su mayor parte escla-
vos. Se ahorcaron algunos entre ellos Miguel Brafara, caudillo de los negros.
Por la parte de Bayajá, Montecristi y Puerto Plata anduvieron cuadrillas de soldados
a cargo del alférez Juan de Céspedes Durango; por la parte de Guanaibes otra a cargo, en
diferentes épocas, del Sargento Juan Pérez Marury y del sargento Alarcón. La mayor parte
de los remisos eran también esclavos.
En la región de Guaba, las cosas fueron más serias y existió verdadero estado de rebelión
por todo el valle, capitaneada por Fernando Montero, (o Montoro), quien fue condenado
a la horca junto con otros por traidores y rebeldes a Su Majestad. Además se ordenó que el
cadáver de Montero fuera hecho cuartos, cortadas las manos y la cabeza y que los cuartos
fueran puestos en los caminos y las manos y la cabeza traída a Santo Domingo para ser
puesta en escarpias en la picota de la plaza.
La gente de Guaba llegó a ciertos extremos. Llegaron al puerto de Guanaibes y se en-
traron en embarcaciones piratas que allí había, a donde el propio gobernador Osorio fue a
atacarlos, pero bien armados con armas de artillerías y mosqueterías salieron a pelear y el
gobernador fue recibido con una manga de arcabucería.

Los negros del Maniel


Según el arzobispo Francisco de la Cueva Maldonado informó al Rey, las sierras del Maniel
eran el abrigo de todos los esclavos fugitivos, donde hacían vida, libre, cuatro pueblos formados
con seiscientas familias y pasando de mil personas en totalidad. Gobernaban la comunidad ne-
gros ladinos. Como arma usaban flechas y espadas anchas cortas que hacían con hierro y acero
que compraban a los negros de la ciudad de Santo Domingo. Cultivaban la tierra, poseían carne
y frutas en abundancia; recogían tomines de oro en los ríos con lo que compraban ropa para
vestir, bebida y otras cosas necesarias. Si alguno cometía delito grave lo despeñaban, y si se les
huía no estaban tranquilos hasta cuando lo encontraban y mataban. Algunos de estos negros
eran católicos, ponían cruces en sus casas, rezaban el padrenuestro y el avemaría pero cometían
algunos errores de idolatría. Lástima que el prelado no explicara algo acerca de esos errores.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El Arzobispo aludido, y a quien pertenecen las informaciones anteriores, hechas por


el año 1662, propuso a las autoridades, y así escribió a la propia comunidad negra, que los
aludidos alzados dejasen el Maniel, pasasen sus pueblos a los sitios que se les debía señalar,
donde se les pondría autoridad que impartiera justicia y sacerdotes que los enseñaran. El
Obispo además impetraría de Su Majestad perdón para ellos, pero que debían no admitir
en sus pueblos esclavos fugitivos.
Se mandó la carta con un esclavo del tesorero Diego de Soria Pardo, el cual era hermano
de uno de los régulos de los negros. El esclavo fue detenido, y una cuadrilla bajó, a una
estancia vecina para que dijesen al Arzobispo, con gran copia de razón, que no se fiaban de
blancos puesto que otra vez habían faltado a su palabra.
Este hecho de un conato de estado libre negro en la colonia no dejaba de tener su importan-
cia para los dueños de esclavos, quienes vivían con el temor de perder sus brazos para trabajar,
puesto que en el Maniel se aceptaban a todos los esclavos que se fugaban. Además, bajaban
a las haciendas y pueblos a robar y a llevarse las negras que podían. Por esto, el Consejo de
Indias echó de menos el que no se avisara antes sobre materia que consideró grave.
La ladronera, como le llamó el mencionado Arzobispo, existía desde antes del 1655. En ese año
ocurrió el ataque de Cromwell a Santo Domingo, y con este motivo se echaron bandos anunciando
que los esclavos fugitivos de la sierra del Maniel que salieran a servir en la tropa de defensa se
les daría libertad. Los negros no se acogieron a esto y permanecieron en sus lomas.
Al fin en el año 1666 el capitán Juan Villalobos atacó y destruyó para siempre, la co-
munidad negra del Maniel. Gobernaba el Lic. Don Pedro de Carvajal y Cobos. Ya en 1612
estaban los negros establecidos en su maniel en las sierras de Ocoa, año en el cual el Monarca
escribió al entonces gobernador don Diego Gómez de Sandoval acerca del castigo que éste
infirió al citado maniel.

Revueltas del siglo XVIII


Esta ocurrió en un ingenio que poseía el Marqués de Irlanda a orillas del río Nigua. Se asegura
que tenían los esclavos la intención de matar a los blancos y quedarse enseñoreados de la tierra.
Pudieron allegar algunas armas, entre ellas dos pequeños cañones que se tenían para resguardo
y defensa de la agresión de los piratas. Fueron descubiertos por el aviso de algún esclavo leal. El
Capitán General bien pronto hizo restablecer el orden en toda la región al enviar dos compañías
de granaderos. Algunos negros murieron en las persecuciones de que fueron objeto y otros fue-
ron hechos prisioneros. Sin embargo los esclavos tuvieron tiempo de producir algunos daños,
tales como la quema de los cañaverales. La justicia se apoderó del asunto por las vías del oidor
Bravo, y se les aplicó a los insurgentes apresados el castigo correspondiente.
Esto acaeció después del tratado de Basilea, y cuando ardía la guerra entre señores y es-
clavos en la parte occidental y francesa de la isla. Cabe pensar que esta debelada insurrección
obedeciera a influencias, directas o indirectas, de la revolución de los negros afro-franceses
y del traspaso de la colonia a Francia por el tratado de Basilea.
En 1793 ocurrió una insurrección de negros en Hincha, de que no tenemos pormenores.
Entonces esta población estaba dentro de los límites de la colonia española de la isla.

Rebeliones de comienzo del siglo XIX


En 1802 hubo levantamiento en las haciendas de Gamba abajo y Gamba arriba a tiempo
que el general Kerversau hacía esfuerzos por establecer la dominación francesa. El cabecilla

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

pagó con su vida el intento, mientras el coronel Juan Barome y el oficial Emeterio Vilaseca
continuaron batiendo a los desmandados cómplices.
Más importancia y trascendencia tuvo el levantamiento encabezado por José Leocadio,
Pedro de Seda y Pedro Henríquez, acontecimiento en la cual tuvo que actuar el Dr. don José
Núñez de Cáceres, Teniente de Gobernador, Asesor General y Auditor de Guerra, Gobernador
Político por muerte de Sánchez Ramírez. La insurrección afectaba a negros esclavos y libres.
Debía producirse del 15 al 16 de agosto de 1812 –según refiere el historiador García– debiendo
reunirse los conspiradores en Mojarra, pasar a Montegrande, Jainamosa, y Enjuagador, llevando
el ánimo de matar e incendiar. Atacaron la hacienda de Mendoza, pero aquí los negros no los
siguieron y sólo lograron alarmar a las autoridades, que pusieron en actividad las rondas que
lograron el 22 de agosto apresar a Pedro de Seda, Pedro Henríquez y un tal Marcos, que fueron
condenados a subir al patíbulo. Leocadio no pudo ser aprehendido sino algo más tarde. Fue
ahorcado y sus despojos fueron arrastrados por las calles y después fritos en alquitrán.
Como todo movimiento de esta naturaleza ha de tener una extraña ideología, se dijo
que la insurrección fue movida porque el gobierno colonial tenía usurpada la libertad que
las Cortes Generales habían concedido a los esclavos. El régulo principal de esta asonada,
Leocadio, era hombre como de treinta años, de estatura mediana, rehecho de espaldas, cara
redonda, ojos gordos y saltones y de genio apacible.
Otra tentativa de insurrección de negros hubo en los comienzos de 1813 por la región del
Este. La denuncia se produjo por intermedio de un negro francés que vivía en Chabón. Parece
que la intentona no se llevó a cabo.

Capítulo VI
Los negros fugitivos de occidente
Sumario
En 1686 De Cussy habla de negros que se fugan y del destino que se les da en la colonia española.
Una escuadra francesa amenaza llevarse los negros fugitivos. El gobernador Ducasse concierta cier-
tas medidas con el gobernador español. Protesta de Ducasse ante el gobernador Manzaneda. El Rey
ordena a Manzaneda la entrega de negros franceses. Captura de la embarcación francesa La Maríe,
capitaneada por Jean Jolí. El gobernador Galiffet escribe a Manzaneda respecto de reciprocidad en
la devolución de negros huidos. En 1714, el Rey ratifica la orden de devolver a Occidente los negros
fugitivos. Constanzo y Ramírez se apoderan de los desertores franceses negros. Misión de Dubois. La
isla Beata, maniel de negros huidos. La sierra del Baoruco, escondrijo de negros. Vigilancia francesa
en la frontera. Cédula Real para restitución de negros. Continúan las protestas de los gobernadores
franceses. Casos concretos de irregularidades cometidas por ambas colonias. Francisco Mieses Ponce
de León, depositario de negros franceses para su restitución, es negligente en sus deberes. Azlor y
Urries quieren destruir los manieles de la sierra de Neiba. Actitud de Nicolás de Montenegro en la
frontera. Trabajos del padre Juan Bobadilla. Caso de Ogé y Chavanne. La historia del pueblo de San
Lorenzo de los Minas. Los biembienes.

Los negros fugitivos de occidente


Desde que la colonia francesa de occidente se estableció en la isla han existido escla-
vos fugitivos en la colonia española de Santo Domingo, dice Moreau de Saint-Mery, y
agrega:

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La contigüedad de la tierra española, la facilidad de esconderse allí largo tiempo, el encontrar la


subsistencia que es suficiente para un negro, es decir, la más pequeña posible para un hombre; la
esperanza de vivir independiente, o, al menos, de participar de la indolencia española, todo ha
concurrido en nuestros cultivadores el ir en busca de la otra colonia.

Esto dio lugar a continuas desavenencias entre las autoridades de una y otra colonia.
La tendencia de la Española fue la de declarar libres a los esclavos fugitivos de la francesa.
Así, hacia 1678 ó 1679, con unos cuantos negros declarados libres se fundó, con sus tierras
de cultivo, una población que se llamó San Lorenzo de los Minas. Las quejas de los france-
ses y sus diligencias por la vía diplomática, en las cuales no escasearon algunas veces las
amenazas, siempre estuvieron presentes cuando el caso lo requería.
En 1688 De Cussy, gobernador francés habla de los negros que se fugan, a los cuales los
españoles dan su libertad y les distribuyen tierras, formando hasta compañías de soldados
comandados por oficiales negros. A estas quejas responde el gobernador Robles que sobre
los negros que se han hecho prisioneros en Samaná, Cussy no tenía ninguna autoridad,
porque en efecto no eran negros fugitivos sino que eran producto de los reiterados intentos
de los franceses de colonizar en la citada península. También tocaba Robles lo relativo a
los verdaderos fugitivos llegados a Santo Domingo después de cierta tregua que hubo por
aquellos años, que fueron aceptados por cuanto no eran esos negros sino el producto de los
robos y pillaje que hicieron los piratas en Veracruz y otros lugares, y que debieron mejor ser
devueltos por De Cussy a sus propios amos.
En 1689 una escuadra francesa dispuso presentarse ante la ciudad de Santo Domingo
para llevarse los negros fugitivos a lo que la Metrópoli contestó ordenando la entrega si se
justificaba con documentos que los negros en efecto pertenecían a los franceses.
En 1697 el gobernador francés Ducasse concertó con su colega español que los negros fu-
gitivos serían devueltos mediante el pago de veinticinco piastras por cada uno. Fue el año del
tratado por el cual España cedió a Francia la parte occidental de la Isla, y por tanto habiendo
hecho paces ambas Metrópolis creyeron los gobernadores que las cosas de los fugitivos iban a
solucionarse a favor de cada parte. Pero no fue así, pues la presión de los terratenientes y hacen-
dados españoles era muy fuerte. Así, Ducasse escribe a Manzaneda que había olvidado restituir
ciertos niños negros retenidos en Gonaives y otros lugares, y apela al hecho de que procederes
son distintos y pone el caso de una esclava española que fue devuelta tan pronto pisó posesión
francesa. Además, llama la atención al hecho de que los prisioneros negros tomados por las
tropas españolas en la última guerra fueron vendidos en Santo Domingo como esclavos.
En 1699 siguen las protestas del Gobernador Ducasse y a lo ya conocido agrega la muerte
de cuatro franceses cerca de Azua y el caso de cuatro esclavos que se fugaron de Goave que
al ser reclamados por sus amos los españoles los armaron de fusiles y pistolas con cuyas
armas arremetieron contra los blancos, que no llegaron a matar por la intervención de gente
de bien. Asegura el gobernador francés que todo esclavo español que se acogiera a su terri-
torio lo devolvería. El presidente Manzaneda responde a la comunicación de Ducasse que
se averiguaría respecto de la venta de negros libres y que su devolución sería justa siempre
que fuera voluntaria. Los varones mayores de catorce años y las hembras mayores de doce,
hallándolos en voluntad de volver, los entregaría. Los menores, sin disputa, retornarían para
que estuvieran al cuidado de sus parientes y tutores. Desde luego, las autoridades france-
sas no impondrían a los negros fugitivos entregados penas ni malos tratamientos, salvo si
hubieran cometido algún delito grave.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

En 1700 el Rey de España ordenó en fecha 6 de marzo al gobernador Manzaneda la entre-


ga de negros franceses acogidos en el territorio español. Pero ese mismo año el mencionado
Ducasse se queja de que Manzaneda quería romper el cartel de la restitución recíproca de
huidos blancos o negros. Aduce que en cuanto a hombres libres el derecho de asilo es inse-
parable de la soberanía de los estados, pero respecto de los esclavos hay que tener en cuenta
que son bienes y herencia de particulares y que no se pueden retener sin cometer injusticia.
Referente a esto, pensaba Ducasse con sensatez que si ciertos fugitivos (seguramente libres)
hubieran encontrado asilo dudaba que Manzaneda los devolviera, pues si él hubiera estado
en la misma situación tampoco los hubiera devuelto por la razón de que tal hecho interesa
al derecho de soberanía.
En 1701 un barco español en corso, capitaneado por Antonio Martín, capturó la embar-
cación francesa La Marie, su capitán Jean Jolí, llevaba un cargamento de índigo, aguardiente
y además negros. Manzaneda ordenó un juicio contra Martín y a pesar de que éste había
declarado que Jolí había efectuado considerables robos y que se había encontrado en la
embarcación oro y plata con el cuño del Rey Católico, fue puesto el francés en libertad resol-
viéndose además devolverle sus mercancías y los negros. Sin embargo, como los interesados
apelaron, de la sentencia, la Audiencia, contrariando al Gobernador, declaró a La Marie como
buena pieza, incautándose de nuevo su cargamento y el capitán Jolí condenado a prisión en
la Casa de la Contratación en Sevilla. A Manzaneda entonces no le quedó otro recurso que
escribir al Rey todo lo que había ocurrido en este para él enojoso asunto.
Ese mismo año Galiffet, gobernador francés interino, reclama se le entreguen ciertos
negros fugitivos y cita casos por sus nombres y apellidos. Hombre menos dado a las formas
cultas de Ducasse, y al parecer violento, amenaza al gobernador español diciéndole que no
le sería difícil retener en su poder diez españoles de los que venían o estaban de paso en su
territorio por cada francés que no se entregara, rogando que no se le pusiese en el caso de
atenerse a esa necesidad. Por otra parte, respecto del caso de La Marie y de Jolí, tuvo intención
de proceder a la fuerza, pues retuvo en el Cabo unos barcos de guerra franceses hasta ver el
partido que se iba a tomar con respecto del citado Jolí, la retención de los negros, el dinero
y mercancías que se tomaron. Se queja Galiffet de que Santo Domingo es el único lugar en
el cual los españoles y franceses están divididos después de haberse firmado la paz. Parece
que con respecto a Jolí la Audiencia opinó que se entregaran al Asiento de Introducción
de Negros, pero Manzaneda propuso se remitiera el asunto al Consejo de Indias y que en
tanto se vendieran los negros y el producto se conservara en las Cajas del Rey, hasta que el
Consejo de Indias resolviera.
Galiffet ese mismo año de 1701 escribe a Manzaneda y le recuerda que el tratado de
reciprocidad en la devolución de los fugitivos, aprobado por el Rey Católico, no se cumplía,
y que las promesas de devolución de huidos franceses era retardada con algún pretexto.
Uno de estos era el reconocimiento práctico de los negros a los que dijo, que al fin de cuen-
tas en la Isla el negro que no era de españoles era de franceses. Llama también la atención
el gobernador de Occidente que ingleses y holandeses con los cuales se está en víspera de
guerra reenvían los negros y blancos malhechores o soldados sin esperar reclamos y aun de
las otras autoridades españolas de Indias, tales de México y La Habana. Sólo en esta isla de
Santo Domingo los franceses no reciben de los españoles ni justicia ni favores. Cita el curioso
caso de que el capitán Antón Cid devolvió un esclavo fugitivo por las 25 piastras estipula-
das, pero resultó que no se encontró dueño porque provenía ese esclavo de los ingleses y se

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

le devolvió al capitán. Galiffet escribía los nombres de los españoles que poseían esclavos
huidos, lo que parece su servicio de espionaje estaba bien organizado.
Hasta 1708 las cosas parece anduvieron normalmente en cuanto a devolución mutua de
fugitivos con las sabidas estipulaciones, pero en ese año el gobernador Guillermo Morfi retiró
negros desertores y vendió algunos para su propio provecho en Caracas y a otros los libertó.
En 1714 el Rey ratifica la orden dada en 1703 para devolver los negros huidos de Occidente
con la cláusula de reciprocidad con tal no sean condenados a muerte. El bueno de Pedro de
Niela y Torres, que murió ese mismo año, se acogió a lo dispuesto y lo hizo del dominio público.
Pero el gobernador titular que lo sustituyó, Fernando Constanzo y Ramírez, hombre malfa-
mado con incriminación de injusto y avaro, volvió al sistema socorrido de apoderarse de los
desertores esclavos y hasta dio órdenes expresas en este sentido a las autoridades fronterizas.
A veces el gobernador francés enviaba delegados a la parte española para tratar directamente
con su presidente y gobernador. Uno de estos delegados fue un tal Dubois que planteó en San-
to Domingo el ya manido asunto de los fugitivos no entregados. Consiguió el Comisionado
que la Audiencia publicara un decreto dando un plazo de quince días para que toda persona
poseedora de fugitivos los declarara, so pena de 500 piastras de multa. Insistió Dubois en lo
de los fugitivos vendidos y libertados por Morfi y se dio cuenta de que este no dejaba ninguna
constancia escrita de los casos de libertad. También tocó el asunto de los refugiados de la Beata.
Esta Isla fue también escondrijo y maniel de los negros fugitivos, no sólo lo fueron las sierras
de Neiba y de Baoruco. Antes de la llegada de Morfi las autoridades españolas en 1706, sacaron
veinticuatro esclavos franceses guarecidos en la Beata que fueron reclamados por el entonces
gobernador Anger. La Audiencia no los entregó. Dubois no tuvo buen éxito en esta misión, pues
no pudo regresar a Occidente un solo negro. A su llegada los negros, como siempre hacían casos
semejantes: se fueron a los hatos haciendas, donde eran bien acogidos y ocultados.
Volviendo a los marrones de la Isla Beata, decimos que no sólo franceses allí se ocultaban
sino también españoles por lo que tanto el gobernador francés como el español, siendo éste,
para 1715, en su tercera interinidad, el oidor Sebastián de Cereceda Girón, tuvieron mucho
interés en la destrucción de esos manieles, para lo que llegaron a concertar, o al menos se
pensó en tal concentración. Tropas formadas por españoles y franceses se encargarían de
las acciones de guerra, pagados a razón de veintiuna piastras.
En 1719, en las sierras de Baoruco, huyendo de las autoridades francesas se acogió el
negro Miguel. El solo hecho de haber la historia de la colonia francesa conservado su nombre
habla de la importancia de este fugitivo y de sus hazañas. Con este tipo de fugitivo tuvieron
que luchar los franceses en su propio territorio, cuyos nombres también recoge la historia:
Noel, que en 1734 saqueaba los plantíos, Telémaque, Cangá, Isaac, Pyrrhus Candide. Pero
el más célebre de todos estos alzados fue Macandal, ya citado en otro lugar.
Una de las medidas tomadas por los franceses en 1721 para evitar las fugas, fue la de
establecer una vigilancia especial de veinte soldados del Rey en Masacre y en Grand Riviére
y la creación de un cuerpo especial de guardias civiles. En esta época la fuga hacia la parte
española la efectuaban con armas y caballos.
El 13 de agosto de 1722, la Real Cédula de San Lorenzo ordena la restitución de los
desertores franceses. Parece que en tal virtud de Cul-de-Sac partió a Santo Domingo otro
comisionado para recobrar los negros fugitivos. Debían enviarse estos, unos por tierras en
números de noventa y uno, a razón de 30 piastras y otros por mar en números de ciento
veintiocho, a razón de 20 piastras. Pero los dominicanos conocedores de esto no aceptaron tal

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solución. El pueblo de la Capital se sublevó, seguramente instigado por hateros y hacendados


y demás personas de pro, impidió la partida aun a pesar de la orden del Gobernador y la
presencia de las tropas e hicieron que los negros se fugaran ya en disposición de embarcar
en la nave Tracardine. Los comisionados Lestrade, Lejeune y Legrange, para salvar las vidas
amenazadas por la poblada huyeron a los navíos.
Después de estos acontecimientos siguen las protestas francesas contra los dominicanos,
contra los negros huidos. A veces son reclamos que podrían decirse de poca monta; por ejem-
plo: que las guardias de Dajabón secuestraron a tres negros de un tal Lemberst Camán; que
el cura de Santiago retenía un negro del Sr. Thalás. Sin embargo y a la recíproca la justicia
de Fort Dauphin había vendido un negro del teniente Coronel Juan Gerardino de Guzmán,
gobernador de las armas en Santiago de los Caballeros. Es más, ya las quejas incluyen no
sólo negros huidos por su propia voluntad sino de negros robados por los dominicanos. Las
cosas así, y a veces las autoridades queriendo obrar de buena fe y de acuerdo con los dictados
de la Metrópoli una porción de negros fugitivos fue encomendada al Capitán Francisco de
Mieses Ponce de León en calidad de depositario, por el año 1738. Se dio plazo de seis meses
para que los amos presentaran poderes y razones para proceder a la restitución. El Depo-
sitario fue negligente y hasta se le acusó de que había vendido a los negros depositados al
señor Deán de la Catedral. Al fin los negros, como tantos y tantos, no regresaron a sus lares
coloniales y las autoridades les declararon pertenecientes al Fisco.
Desde 1761, gobernaba en Santo Domingo, Manuel Azlor y Urries, el cual la tomó juiciosa-
mente con visitar diferentes regiones del país y con acabar con los manieles de negros fugitivos
de una y otra colonia de la Isla. Una de franceses quiso destruir en las sierras de Neiba, pero
los negros frustraron las intenciones huyendo. Esto fue por los años de 1766-1767.
Otro de los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XVIII, antes de estallar la céle-
bre revolución de los negros esclavos libres de Occidente contra la tiranía de los gobernantes
franceses, fue el hecho de que el comandante español de la frontera, Nicolás de Montenegro,
aprehendió al Sr. de Rabel y a sus esclavos, ignorándose con cuál motivo, y los condujo a
la ciudad de Santo Domingo donde fueron detenidos en prisión hasta cuando Las Cortes
resolvieran. Eso sucedió en 1769.
En 1780, alguien quiso poner coto a los desmanes de los fugitivos de Baoruco por otros
métodos que no fueran de la violencia, y este fue el párroco de Neiba, Juan de Bobadilla, y
se dice que pudo reducir por la prédica a algunos de esos negros.
Estas luchas ocasionadas por las fugas de los esclavos que mantuvieron en inquietud no
sólo diplomática sino social a ambas colonias, y que duró cerca de dos siglos, tuvo, sin embar-
go, su lado positivo para la colonia española y su heredera la futura República Dominicana.
Esas luchas que a la vez venían acompañadas de pugnas territoriales mantuvieron un estado
de alerta sobre la frontera occidental que contribuyó a que los dominicanos fueran creando un
interés que había de ser nacional, un sentimiento de unidad manifestado por ciertos desafecto
y desconfianza hacia la colonia francesa y la actividad de una eterna represalia y la protesta
continua por la pérdida de la parte occidental de la isla y en reconocimiento por la Metrópoli.
Se cometía injusticia y arbitrariedades, es verdad, instigados muchas veces campeaban
la codicia y necesidad de los hateros, hacendados y dueños de ingenios, ávidos de manos
de obra negra.
Uno de los acontecimientos más sonados de fines del siglo XVIII y muy conocido por los
historiadores dominicanos, fue el refugio de Vicente Ogé y su secuaz Chavane Ogé; era un

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mulato culto que llegó a Haití con ideas nuevas de igualdad entre blancos y gentes de color.
Estando en París consiguió un título de coronel e insignias de Caballero del León de Limburgo.
Formó un cuerpo de voluntarios mulatos, pero en contra de la fuerza del gobierno no pudo
sostener mucha resistencia y los rebeldes se dispersaron. El gobernador francés participó a su
colega español, García, y éste avisó a las autoridades de San Rafael, Las Caobas y Neiba con
la orden de que si los revoltosos pedían asilo los prendieran y los remitieran a la Capital. En
efecto, Ogé se presentó al comandante de San Rafael, el capitán Francisco Núñez con quince
compañeros. El capitán no se atrevió a prenderlos porque los refugiados eran más que la gen-
tes de armas a su disposición pero le extendió pasaporte para el comandante de Hincha. En
Bánica las autoridades engrillaron a los fugitivos y los mandaron a la Capital.
A tiempo que Ogé y los suyos entraban intramuros, a la ciudad Capital llegaba al puerto
la fragata de guerra La Favorite con el comisionado Ligneries que por orden de la Asamblea
de Norte y del gobernador Blanchelande venía a reclamar a los rebeldes.
El expediente hubo de pasar al estudio y opinión del oidor doctor Vicente Antonio de
Faura, que, basándose en estrictos principios del derecho de asilo propuso una serie de
medidas para rodear el proceso de aspectos legales y de orden jurídico. Pero al fin la Real
Audiencia se encargó de la solución del enojoso asunto y aprobó la entrega de Ogé y los
suyos, y a pesar de que los franceses querían la entrega sin caución alguna, hizo que el co-
misionado Lignieres prometiera en acto público en la Catedral que no se atentaría contra
la vida de los reos. Esto fue el 21 de diciembre de 1790, el 25 y 26 de febrero de 1791, Ogé y
Chavane fueron supliciados, así como algunos de sus compañeros. Ogé y Chavane fueron
condenados a la rueda, los demás a la horca. Se dijo que Chavane hasta última hora se man-
tuvo con valor y entereza, no así Ogé, que en presencia de la máquina patibularia, quebró
su entereza y dignidad personal con el objeto de salvar la vida.

La historia de los Minas.


A fines del siglo XVII, según cuenta Charlevoix, un esclavo de la parte española asesinó
a su amo y se fugó a la parte francesa donde estuvo oculto algunos años. En cierta ocasión se
ganó la buena voluntad de algunos esclavos y promovió un alzamiento en la colonia francesa
que lo había acogido. Con sus parciales entró a Puerto Margot, pilló la población y cometió
asesinatos diversos. Luego se retiró a las montañas, donde a la postre, fue vencido, hecho
prisionero y muerto por la fuerza francesa que lo persiguió. Muchos de los que componían su
tropa lograron salvarse, traspusieron la frontera y se internaron en la colonia española. Estos
fueron los acontecimientos producidos por el llamado Padrejón (Padre Jean); las autoridades
fronterizas, entonces los recibieron y fueron enviados a la ciudad de Santo Domingo donde el
gobernador Francisco Segura y Sandoval habría de buscarles asiento definitivo como hombres
libres. En efecto se fundó el pueblo y los hombres los pusieron a trabajar en las obras murallas.
Los fugitivos fueron unos setenta, se les buscó sitio a la margen izquierda del río Ozama, un poco
arriba de la ciudad Capital. Luis Esteves de Melo, en terrenos de su propiedad, vivía en público
amancebamiento, por lo cual fue sometido a la justicia y hubo de perder los dichos terrenos
donde en 1678 ya estaban formando pueblo los negros fugitivos, el pueblo, de San Lorenzo de
los Negros Minas conocidos en la actualidad con el nombre abreviado de Los Minas.
En 1679 el arzobispo Fernández de Navarrete escribió al rey diciéndole que estaba
solicitando se juntaran los negros huidos del francés, pues parece que no todos estaban en
el pueblo arriba mencionado, para que pudieran ser instruidos en la Santa Ley y recibir el

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bautismo. Para que se conservaran, vivieran con quietud y pudieran acudir a servicio de su
Majestad, sería a propósito el que señalara protector a un miembro de la Real Audiencia y
que se les dejara con su sacerdote y no se les pusiera autoridad militar a quienes habían de
servir cada semana. Se nombró a fray Bernardo de San Juan.
El mismo Arzobispo en persona visitó el pueblo de San Lorenzo, y con este motivo
escribió al Rey que había experimentado la rudeza de los negros y su cortedad en las cosas
de Dios y de la Santa Fe, a pesar de que tenían sacerdotes señalados que los acudían los
domingos y fiestas que guardar. En 1685 se había fundado la parroquia y nombrádose más
tarde el cura párroco correspondiente.
Para la comprensión de las relaciones afro-haitianas en Santo Domingo español las gestio-
nes de Navarrete y sus palabras expresadas casi textualmente en las líneas anteriores tienen
mucho interés porque nos afinca en la importancia del fugitivismo de la colonia francesa y
porque con las expresiones rudeza de los negros y cortedad en las cosas de Dios tocan asunto de
interés sumo. Esa rudeza y esa cortedad son elementos esenciales en las diferencias de los
afro-haitianos y afro-hispanos. Los esclavos franceses persistieron más en esas fallas sociales
y religiosas que los esclavos de la parte española.
En el año 1689 los franceses de occidente insisten en el reclamo de los negros minas, amena-
zando con el envío de una escuadra. El gobierno metropolitano ordena se les entreguen si justifican
que en realidad esos negros les pertenecen. Esto sucede en el gobierno de Andrés Robles.
En 1691 el gobernador Pérez Caro se propuso echar de ese lugar a los negros porque
pensó fueran ellos foco de insurrección, idea escribió al Rey convenía se demoliera ese pueblo
de San Lorenzo porque se componía de algunos negros bárbaros que se mataban los unos
a los otros y que no había forma de enseñarlos ni de hacerlos asistir a la doctrina y a los
oficios. También decía el Arzobispo que un pobre cura no podía ni ejercitar su oficio ni estar
seguro con ellos, que se iban multiplicando con más fugitivos de la parte francesa y que no
siendo nada bueno estuvieran tan cercanos a Santo Domingo, parecía mejor se los trajese a
la misma ciudad. A pesar de todas estas opiniones el pueblo no se destruyó.
En 1740 el arzobispo Pantaleón Alvarez de Abreu, en una relación que escribió, refi-
riéndose a San Lorenzo de los Minas, dijo que era una población de negros que tenía una
que llaman iglesia de tablas y hojas de palma, mal dispuesta, como cosa de negros, y que su
población ascendía a unas doscientas cinco personas.
En 1746 el gobernador La Gándara Real volvió a traer al tapete el proyecto de la destrucción
del pueblo de los negros minas. Se consultó el parecer del arzobispo fray Ignacio de Padilla
y de los oidores de la Real Audiencia, opiniones que en su mayor parte tendían a estar de
acuerdo con el parecer del Gobernador. Pero San Lorenzo estaba llamado a no desaparecer,
en esta ocasión, porque los negros servían como soldados. En efecto, desde el gobierno de
Andrés de Robles se había iniciado la constitución de las milicias de morenos libres.
En 1786, según las ordenanzas de ese año, negros libres en los alrededores de la ciudad de
Santo Domingo vivían cometiendo depredaciones principalmente robando y ocupándose en la
cría clandestina de ganado de cerda, por tanto se ordenó su reducción al pueblo de San Lorenzo,
donde se alojarían con sus muebles y ganados y les repartirían tierras a casados y solteros.
Como en esa ocasión el citado pueblo casi estaba desamparado porque sus moradores
que se habían trasladado a otros lugares, las siete caballerías aplicadas a las labranzas debían
repartirse entre los nuevos pobladores, como en efecto se hizo, obligándose sus poseedores
a cumplir los requisitos correspondientes.

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En 1768 el pueblo de San Lorenzo de los Negros Minas continuó su vida a través de todas
las vicisitudes del país. Siempre pobre, sus habitantes se dedicaban al cultivo de productos
de conuco y la confección de casabe que solían ir a vender a Santo Domingo, deslizándose
río Ozama abajo en sus canoas. A pesar de su origen no puede considerarse este pueblo como
depositario de la tradición afro-francesa. El apellido francés desapareció completamente de
entre sus habitantes. Su población se ha ido siempre desplazando a otros centros: la Capital,
barrio de Santa Bárbara; Pajarito, hoy Villa Duarte; quizá Mendoza y otros sitios.

Los biembienes
Las sierras de Baoruco fueron siempre lugar a propósito, como ya se ha visto. Escon-
drijo de los indios y de los negros de la Isla, los historiadores citan la existencia de negros
fugitivos en esas montañas en el siglo XVIII, y aún la tradición señala la existencia de seres
extraños llamados biembienes. Según autores franceses el gobernador occidental Bellecombe
en 1785 reconoció la independencia de un grupo de negros esclavos alzados en el Baoruco,
comandados por uno de nombre Santiago. La misma independencia fue reconocida también
por el gobernador español Isidoro Peralta y Rojas.
El historiador Nouel apunta el hecho de que esclavos fugitivos de la colonia francesa,
a mediados del siglo XVIII, se encontraban al abrigo de persecuciones en las mencionadas
sierras, hacía más de un siglo. Las poblaciones temían y sobre todo la parte francesa, pues
de vez en cuando caían sobre ellas y “ejercían actos de inaudita crueldad”. Para evitar “todo
motivo de zozobra y purgar aquellas serranías de tan peligrosos moradores” el gobernador
Manuel Azlor y Urries dispuso una expedición punitiva, pero bien que no tuviera el propósito
de masacrar seres indefensos o que no fuera fácil penetrar con sus milicias hasta las espe-
suras, riscos y mesetas del Baoruco, fue el caso que nada logró. En presencia de un informe
de Azlor, por Real Cédula del 21 de octubre de 1764, se dispusieron medidas pacíficas; los
negros dejarían las montañas, se incorporarían a la vida civil y se fundarían pueblos donde
vivirían como hombres libres. Pero los negros no aceptaron y no abandonaron sus lares.
En nota aparte agrega el citado historiador lo siguiente refiriéndose a estos montañe-
ses que acabaron por separarse completamente de la civilización y degenerar de manera
manifiesta:
En esas montañas existen todavía esos hombres, semisalvajes, conocidos con el nombre de Vien-
Vien; nombre que se les ha dado porque es su grito ordinario; el único sonido articulado que se les
ha oído. Sin lazos con la sociedad, viven desnudos, retirados allí en lo más profundo de aquellas
selvas. Desde hace algún tiempo no dan señales de existencia, pero es porque se han internado
en aquellos impenetrables bosques, y al decir de personas fidedignas, han escogido como refugio
el punto llamado Gualorenzo que, es uno de los más apartados y desiertos de esa comarca. Ante-
riormente solían bajar de las lomas a los conucos distantes de poblado para proveerse de víveres
y granos; y varias veces se les ha visto durante dos o tres noches consecutivas, en la cima de las
montañas de Paradis que dominan el Petit-Trou, agrupados en son de amenaza dando gritos y
alaridos. Esto ha sucedido cuando han notado por la impresión de huellas, que alguien que no es
de los suyos ha penetrado en lo que llamaremos sus dominios; cosa que ha resultado en distintas
ocasiones cuando nuestros monteros, en sus cacerías por esas soledades en persecución de anima-
les cimarrones, llevados de su ardor, se han internado en ellas a tal extremo que han salvado los
límites que la prudencia tiene demarcados, despertando así la alarma de aquellos hombres. Tam-
bién se les ha visto, del mismo modo, amenazando los caseríos del litoral, cuando se ha apresado
a alguno de ellos. Los Vien-vien tienen extraordinaria agilidad; semejantes a los monos, trepan por
las barrancas y las rocas más escarpada con asombrosa prontitud, en la carrera difícilmente se les

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alcanza. En 1860 pudo la autoridad militar de Barahona hacer que cogieran dos de ellos, varón
y hembra, ya avanzados en años. Traídos a esta ciudad capital, los llevaron al Hospital militar,
donde murieron como a los dos o tres meses.– Entre los Vien-vien hay una clase llamada mondongo,
que es dada a la antropofagia. Su número según se dice es corto y se conocen por el color del pelo
que es rojo amarillo. En 1868 los vecinos de Nizaito-arriba pudieron apoderarse de uno de estos
salvajes; era mujer. No articulaba palabra y ladraba como perro. Traída a esta ciudad (Santo Do-
mingo) vivió en el barrio de Sta. Bárbara. El Sr. Canónigo Penitenciario, D. Francisco X. Billini la
catequizó y luego la administró el S. Sacramento del Bautismo, ceremonia que se verificó el 21 de
mayo del expresado año. Impúsosele por nombre Isabel María de Jesús. Algunos meses después
la llevaron al Petit-Trou donde vivió algunos años. Nunca pudo hablar castellano. Escritores hay
que han supuesto que los Vien-vien no existen sino en imaginaciones fantásticas. Lo que acabamos
de referir prueba lo contrario. Ellos existen, y penoso es confesarlo, después de la tentativa del
Marques de Azlor para traerlos a la vida social, sólo una vez, a fines del siglo pasado, se pensó en
someterlos al benéfico influjo de la civilización…

El canónigo Nouel escribiría estos apuntes a fines del siglo pasado. En lo que va del
siglo XX poco se sabe de los bien-bienes, quizá desaparecieron totalmente. Sólo queda la
tradición, los productos de la fantasía popular y algún lugarejo en la provincia de Barahona
que se designa Los Biembienes, según el mapa de Moya. Para este interesante apunte el padre
Nouel se afianzó no sólo en lo que sus ojos pudieron ver sino, quizá, en asuntos que pudieron
referirle, tal el dato de la antropofagia, cosa que ponemos en duda. El padre Nouel recogería
datos en la misma región de Baoruco. En el Archivo Arquidiocesano se conservan apuntes
suyos, que aunque relativos a materia distinta de la que tratamos, proceden de Neiba, y
denotan sus nexos con esa región.
El ilustrado erudito Lic. C. Armando Rodríguez, consultado por nosotros respecto de
estos biembienes, nos dice:

Desde el levantamiento de Enriquillo, las serranía del Baoruco estuvieron siempre ocupadas por
los indios que no vinieron con él a Boyá, después del Convenio. También había muchos negros
esclavos prófugos, a quienes los españoles llamaban cimarrones y por último marrones. Por eso un
antiguo bucán de esa región se llamaba el Maniel de los Negros marrones. Como Ud. sabe, en la parte
francesa de la isla, ocupada primeramente por los bucaneros, filibusteros, etc., lo que se hablaba
era un francés corrompido, pues los bucaneros, en su mayor parte, eran normandos, holandeses,
etc., y de ahí que a los indios les llamaran indiene, en francés, pero esa palabra, de corrupción en
corrupción se convirtió en bien-bienes, que significó siempre indios alzados, o jíbaros…
Después la fantasía empezó a fabricar leyendas. Unos decían que los biembienes eran antropófagos,
lo cual era cierto en lo que se refería a los negros africanos, que hacían sacrificios humanos…
Surgió también la leyenda de las ciguapas o siguapas, que eran… personas que tenían los pies con
los talones para la parte delantera y los dedos mirando para atrás. Pero, no había tal cosa. La
verdad era que esa gente, indios o negros, caminaban para atrás en ciertos lugares para dejar las
huellas invertidas y no dejar rastros ciertos de los lugares que habitaban…
Recuerdo que una vez, allá por los años de 1883 ó 1884, trajeron de Petitrou (Enriquillo) un ídolo
hecho del modo siguiente: el cuerpo era tejido de soga, tenía espuelas, pero el cuerpo desnudo
y el m… v… erecto. La cabeza era un cráneo humano cubierto de soga, del color de los sacos de
arroz, y las concavidades de los ojos llenas con unos guaimates grandes que llamaban chochos
(ojos de buey). Yo vi esa figura y la recuerdo perfectamente. Pero todo el mundo quedó convenci-
do de que ese trabajo no fue de los indios primitivos sino tal vez de los compañeros de Enriquillo
o de los descendientes de los indios que por allí quedaron y que conocieron a los españoles por
aquello de las espuelas, y creo, que por una gorra o quepis, cosas que no podían conocer los
indios primitivos. Muchos creyeron también que podía ser obra de los negros marrones, y esto
es lo más probable.

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Capítulo VII
Tres siglos de vinculación negra
Sumario
Convivencia de adaptados e inadaptados. Fusión de razas. Los negros en las milicias. Relaciones
entre amos y esclavos. Anotaciones demográficas. Trasfondos culturales afro-hispanos y afro-francés.
Influencias haitianas. Ceremonias mortuorias. Fiestas de San Juan Bautista. Cuentos.

Convivencia de adaptados e inadaptados


Desde principios del siglo XVI que llegaban los primeros africanos a Santo Domingo
se inicia el proceso de vinculación de la raza negra en la vida de la colonia española y su
inserción, estabilización y desarrollo en la evolución de la sociedad dominicana.
En el proceso de trasculturación (o aculturación, como quieren llamar otros) se dieron
los tres estadios o formas prescritas por Herskovits, aceptación, reacción y adaptación. La raza
negra aceptó o reaccionó, al fin se adaptó. Los fenómenos de reacción se han señalado anterior-
mente en lo correspondiente alzamientos, rebeliones, fugas. En muchos grupos los negros
quisieron conservar las fuerzas espirituales y psicológicas de su raza, tal como se ha visto
en el reino de las sierra de Ocoa, de base religiosa y militar.
Muchos años conviven en el ambiente social negros adaptados e inadaptados. Estos
últimos son los cimarrones y los vividores, aquellos, huidos a los montes, no quieren contacto
alguno con los blancos. Los que no se reducen ni a buenas ni por fuerza llevan vida difícil y
degradada, muy por debajo y diferente a la que llevaban aun en la propia África. Hubo gru-
pos que llegaron a casi bestializarse. Los vividores no rehúyen el contacto con los blancos, con
tal que los dejen tranquilos. Fundan casas, pero no se agrupan en pueblos; cultivan la tierra
para el diario vivir. Son los precursores de gran parte del campesinado dominicano actual,
de aspiraciones de vida muy limitadas; dados a la holganza, a las fiestas, a las supersticio-
nes y supercherías; sus mujeres cuidan no sólo del bohío sino del conuco y bajan a los ríos
y cañadas a buscar el agua, mientras los hombres fuman tendidos en la hamaca pensando
en el momento de un jolgorio, una hembra y unos tragos de aguardiente. La sicología del
vividor lamentablemente se ha conservado intacta a través de los años. Estos tipos inadap-
tados recuerdan al marginal man del sicólogo norteamericano Park. Los adaptados viven en
las ciudades, en las haciendas, hatos e ingenios y son esclavos o libres. Han aprendido el
español y se han hecho católicos y adquieren hábitos cristianos.

Fusión de razas
Desde un principio, los blancos tienen hijos en las mujeres negras, fenómeno muy general,
unas veces sin establecimiento de otro nexo que el carnal, otras estableciéndose estables con-
cubinatos. Los hijos nacidos de estas uniones son los mulatos o pardos. Los blancos también
se unen a las mujeres mulatas, o los mulatos con mujeres blancas. A veces estas relaciones
son amparadas por la Iglesia celebrándose correctos matrimonios velados. Las mezclas se
suceden entre blancos y mulatos, de mulatos entre sí, de negros y mulatos y hasta de negros
e indios; de modo que bien pronto existió en Santo Domingo una verdadera fusión racial.
Ya hemos visto en otro lugar que los hijos de mulatos y blancos llamáronse tercerones; los
de estos y blancos, cuarterones; mestizo comprendió a todo individuo hijo de cuarterón. Pero se
conocieron otras designaciones. Así llamáronse grifos a los hijos de negros y mulatos, sobre

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todo si tenían la piel negra. A los hijos de negro y de indio le llamaron alcatraz. Tenemos
constancia documental, aunque algo tardía, de esta última especie de uniones con el ma-
trimonio del individuo llamado Pedro Manuel Ortiz, negro liberto, natural de Guinea, y
Luisa Ortiz, india, natural de Boyá, a quienes les nació un hijo que fue bautizado en la
ciudad de Santo Domingo el 25 de abril de 1761.
Por la fuerza de la sangre, pues la raza negra se vincula a la familia dominicana; por los
nexos del trabajo y del cristianismo se vincula a la sociedad; por el lazo de sus ideales de
libertad se vincula a la historia patria.

Los negros en las milicias


No bien los adaptados se hacen libres y las negras son madres de mulatos, y los mulatos
engendran mestizos, la raza negra figura en la sociedad. Los mestizos tercerones y cuarte-
rones, es decir nietos y biznietos de ascendientes negros, llegan a la milicia, al sacerdocio, al
profesorado, aunque se les niega ocupar los cargos elevados de la administración pública,
de la judicatura y ser escribanos públicos, según reza la Ley 40, título 8, libro 5 de las Leyes
de Indias. Ya hemos visto algo anteriormente respecto del sacerdocio. En cuanto a lo de las
milicias, sabemos que la ley 12 título 1º. libro 13 de las mismas leyes prohíbe que sienten plaza
de soldados los mulatos y morenos, pero más tarde esto hubo de modificarse, por cuanto la
ley 1º., título 5, libro 7 habla de que los mulatos que sirven en las milicias no paguen tributo.
Es el caso que negros y mulatos figuraban prácticamente en las milicias de la Isla, tanto de
urbanos como de buscadores. Comenzaron por no poder ser oficiales ni abanderados (ley
7, título 10, Leyes de Indias). Esta medida también fue derogada, pues en el siglo XVIII el
mulato Felipe Ramírez era capitán de buscadores de la villa de San Juan de la Maguana.
Estas milicias de negros y mulatos siempre fueron fieles al gobierno, y pelearon como
los mejores blancos en favor del honor de la bandera española. En 1665 cuatro mulatos se
distinguen sirviendo en las tropas españolenses que combatían contra los invasores ingle-
ses de Penn y de Venables. Son ellos: Lucas Hernández, con algo de mulato y los hermanos
Pedro de Medina y Juan de Medina. Pedro sirvió de espía y centinela continuo, al mando
de doce hombres mató por su propia mano cuatro espías ingleses y en el encuentro del 5 de
mayo recibió un balazo en el carrillo que le interesó el pescuezo y le inutilizó un brazo. Juan
murió en la contienda. En esta ocasión las tropas de negros y mulatos las componían unas
quinientas plazas. También se distinguieron los cimarrones que mataban a los ingleses que
se internaban por los montes tierra adentro huyendo o en busca de alimentos.
En 1651, el presidente Luis Fernández de Córdoba formó dos escuadras de treinta hombres
cada una, formadas al parecer de negros y mulatos, destinadas a tierra adentro. Cuando vino
al gobierno de la isla el atrabiliario Juan Balboa Mogrovejo eliminó los escuadrones y fueron
borradas sus plazas aduciendo que Su Majestad no pagaba negros y mulatos. Todos en las
colonia comprendieron que la medida era muy desacertada y hubo razones de peso para creer
atinada esta opinión pues parece que no existiendo vigilancia en los caminos de la frontera al
centro de la Isla, en el año 1660 Santiago de los Caballeros fue víctima del ataque de cuatro-
cientos franceses que mataron a más de cien personas y robaron cuanto pudieron. Eso denota
la importancia que tenían las pequeñas escuadras en la vida militar de la colonia, pelotones de
hombres que más bien tenían la misión de vigilar y otear los pasos del enemigo francés.
En ese mismo año de 1660 las milicias negras se componían de dos compañías de negros
libres bozales y criollos y una compañía de esclavos negros y mulatos hasta de quinientas

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plazas. Además existía una compañía de negros buscadores de cuarenta hombres, dedicados,
como ya se sabe, a la busca de negros esclavos fugitivos. Alguna vez la Metrópoli se movió
a honrar los servicios militares de los negros, así en 1794 remitió al gobierno de la colonia
cuatro medallas de oro y ocho de plata para recompensar los servicios prestados en las filas
españolas por jefes y oficiales negros.
La medida de traer a los negros y mulatos a formar parte de las milicias fue atinada.
Llenó una necesidad de orden público al traer a disciplina a los inadaptables; se cumplió una
urgencia de defensa de la colonia respecto de las ambiciones de los franceses de occidente y
con respecto de las depredaciones de los piratas. Desde el punto de vista psicológico se tocó
una fibra sensible del temperamento africano vistiéndolos con vistosos uniformes.

Relaciones entre amos y esclavos


Algo característico, y que facilitó la vinculación negra en la sociedad de la Colonia, y
mucho más que en otras partes de América, sobre todo la no española, fue el género de
relaciones entre amos y esclavos. Las relaciones entre unos y otros, que se derivaban de la
autoridad y jerarquía, las puramente humanas y las relaciones sociales fueron diferentes
en Santo Domingo español que en el Santo Domingo francés. Por eso en el primero hubo
fusión y evolución hacia una cosa común. En la parte francesa, sin embargo hubo discordia
profunda y violenta mutación: los esclavos se alzaron contra los amos, los vencieron y domi-
naron. Moreau de Saint-Mery habla del régimen suave en la administración de los negros de
Santo Domingo español; de que las leyes contra los esclavos eran frecuentemente olvidadas
mientras las que los favorecían eran observadas puntualmente.
Las relaciones personales eran así mismo suaves. Los esclavos llegaron a ser, con verda-
dero trato cristiano, como deudos de las familias a que pertenecían.
Es verdad que se registraron en la sociedad colonial casos de muertes de amos en manos
de sus esclavos, pero las pruebas de las buenas relaciones abundan.
La negra María Moronta, por codicilo de 1704 manda a fundar una capellanía de 400 pe-
sos de misas rezadas por su alma, por la de su marido y la de sus amos. En 1728 el presbítero
Lorenzo Solano Garavito, por su testamento de ese año, deja bienes a una mulatica nombrada
Cecilia así como expresó de su voluntad que se dijeran dos mil misas rezadas por su alma y las
de sus padres y cincuenta más por las almas de sus esclavos difuntos. Ya entrado el siglo XIX,
en 1815, en La Vega, Felipe de Aceveso expresa en su testamento que a su fallecimiento debían
gozar de libertad los esclavos nombrados Baltasar y María, que siempre lo habían acompañado
y le habían servido con mucho gusto y habíase de remunerar su fidelidad y su lealtad.
En 1770, Faustina Sánchez, viuda de Juan Gerardo, vecina de Bayaguana, en su testamento
otorga libertad a su esclava María Crispiniana porque ha sido muy buena sirviéndole y acompa-
ñándola en su pobreza y vejez. Hernando Gorjón en su testamento y codicilio de 1543 dispone
que hubiera un capellán para el adoctrinamiento de los negros y sus hijos, por otra parte dispone
la libertad de dos esclavas, Jerónima y Nemecia, así como la del negro Juan Vaquero y Catalina
su mujer por el mucho amor que les tenía y los servicios que le habían prestado.
El código de 1784 habla del pueblo de Santo Domingo como constituido por la masa de
negros, pero es el caso que para esa fecha el pueblo, en un sentido moderno de la expresión,
la constituye un conglomerado de negros, primerizos, tercerones, cuarterones, mestizos, así como
personas blancas con sangre africana más allá de lo cuarterón. Todos han heredado la vida
social española, por educación y por imitación.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

La religión ha podido mucho. Han visto los negros que todos los cristianos son iguales
en Dios. ¿Por qué no lo habían de ser en la vida social, que también proviene de Dios? Los
negros se bautizan, se confirman, se casan y reciben la extremaunción como los blancos. Si
como los blancos rezan el mismo padrenuestro, reciben la comunión y rezan y adoran a los
mismos santos, es natural que los africanos y sus descendientes fueran sintiéndose en los
mismos planos de igualdad que los amos, aun contra lo prescrito por las propias leyes. A
pesar de la ley 28, título V, libro 7 de las Leyes de Indias que reza acerca de que las negras
horras no lleven oro, seda, manto ni perlas siempre, sin embargo, todas las que podían hacerlo
gastaban en el atuendo de su persona tal como hubiesen sido señoras de casa principal.
Para suavizar las asperezas de la esclavitud fue factor poderoso, en un principio la escuela.
Ya lo sospechan los autores del citado código que por ese motivo, y para ignominia de ellos,
propusieron las medidas que ya conocemos, contrarias a las ideas del obispo Fuenmayor, el
fundador de la enseñanza organizada colonial en Santo Domingo, cuando pidió la fundación
de una institución escolar donde además de atenderse a los hijos de españoles hubiera dos
clérigos que entendieran en la doctrina de indios y de negros y donde además se leyesen
artes y teología, disciplinas que por lo general eran usufructo de los peninsulares.
Las leyes, a pesar de acoger principios que ahora hieren nuestra sensibilidad democrática y
humana, por lo general cuidaban de la suerte moral y espiritual de los esclavos, de los negros y
mulatos en general. Se ordenaban las cosas convenientes acerca del trato, la educación y la ocu-
pación de los esclavos, tratando de que se aliviara todo lo más posible su suerte. Ya hemos visto
cómo la Metrópoli se ocupa en que se les adoctrine en las cosas de la fe católica. Sin embargo,
esto no puede haber sido factor decisivo en el apaciguamiento de los rigores de la esclavitud
colonial, por cuanto sabemos que las leyes dictadas por los gobernantes en España se tropezaban
con la realidad del ambiente de Santo Domingo y fallaban en su exacto cumplimiento.
Factor de peso, a todas luces, es el continuo cruce de razas y el consiguiente continuo naci-
miento de mulatos, tercerones y cuarterones, desde los primeros tiempos de la esclavitud. Los
grandes señores de la colonia, las principales autoridades, los ricos dueños de hatos, los hijos
de estos, se amancebaban con las negras. También lo hicieron los propios sacerdotes, y muchas
veces. Muchos esclavos, pues, hacían vínculos de sangre con los amos. Esto, a la postre, pues
es de suponer en muchos escrúpulos de conciencia, trajo por consecuencia la abundancia de
manumisiones que, desde luego contribuían a suavizar las relaciones entre blancos y negros.
Pero, quizá el factor preponderante en este fenómeno es de orden económico. La escla-
vitud preponderó y hasta con acritud en países de riqueza agrícola. La colonia española de
Santo Domingo no fue agrícola sino ganadera. De ahí la diferencia de los regímenes esclavistas
entre la colonia francesa de occidente y la colonia española de oriente. Haití, eminentemente
agrícola, hizo del brazo del esclavo factor indispensable para su desarrollo, rendimiento y
riqueza. Santo Domingo, dado a la ganadería no le fue indispensable ese factor. Los hatos,
por lo general estaban encomendados a esclavos o antiguos esclavos que llevaban una vida
bastante llevadera. Además la esclavitud se desarrolló también en las ciudades, en servicios
de casa, y nada apaciguó mejor que el convivir hogareño de amos y esclavos. Santo Domingo
fue una colonia pobre; Haití fue una colonia rica. También prosperaron a fuerza de esclavistas
colonias en el Brasil y el sur de los Estados Unidos, eminentemente agrícolas.
Volviendo al tema de la suavidad aplicado al trato de los amos y mayorales con los escla-
vos, el licenciado Echagoyan, oidor que fue de la Real Audiencia, en el año de 1568 escribió
al rey Felipe II, en su Relación de la Isla Española, lo siguiente:

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Es de tener mucho en memoria que la mayor población de esta ciudad de Santo Domingo y
lugares declarados son negros, y como está dicho, cada ingenio es un lugar y estancia. Los hay
que tienen tanta cantidad de negros como algunos ingenios, y en los más de estos ingenios y
estancias grandes, no hay sacerdote que administre los Santísimos Sacramentos y les enseñe la
doctrina cristiana; y muchos de ellos mueren sin confesión y aun sin recibir el agua del bautismo;
y no solamente son muy maltratados en el cuerpo, como es con mucho trabajo que tienen, que no
duermen de noche y así mismo no comen; y en muchos ingenios no les dan casabi, si no es vaca
y algunos plátanos y andan en cueros los más.
Si alguno se mueve a alguna piedad, da orden como la mitad de los negros duerman entre tanto
que la otra mitad trabajan, y así entiendo que la principal causa porque esta isla se ha despobla-
do, y va tan al cabo de su perdición, es por la poca cristiandad que en esto hay y poco cuidado
de los beneficiados de la iglesia. Yo cada día los hacía predicar y ordené que los domingos y
fiestas un capellán, a la una de la tarde, les enseñe la doctrina y los llamase con campana a los de
la ciudad que son muchos y puse alguacil… para que echase en la cárcel a los que no iban a la
doctrina, y esto ha cesado, y esta es tanto descuido como esto.

Como se ve, pues, en los primeros tiempos la esclavitud fue dura para los negros. Después
del carimbado, o sea el hacer las marcas que se les ponían en la cara y las espaldas, el trabajo
era duro y el trato nada suave.

Anotaciones demográficas
Con todas las licencias concedidas, la activa introducción clandestina y los fugitivos de
Occidente, los negros, esclavos o libres, abundaron, y la raza de color bien pronto se extendió
por toda la colonia por el nacimiento de grifos, mulatos y alcatraces, como ya llevamos dicho.
Quizás para los primeros años del siglo XVI los autores exageran en cuanto a la cantidad
existente. Ya hemos visto como Las Casas da un número de 30,000 esclavos. Con motivo
de la insurrección de negros del ingenio de don Diego Colón, de lo cual más arriba hemos
hablado, se da a entender que había tantos negros en la isla que bien hubiera podido pasar
por una nueva Guinea. Juan de Castellanos, con este mismo motivo, siguiendo al pie de la
letra al cronista Oviedo, como muchas veces lo hace, dice así:
“De suerte que hay en estas heredades
negros en escesivas cantidades.
Tienen la tierra tal cual se desea
En temple y abundancia cosa rica,
En grande aumento va cada ralea,
Y con grande vigor se multiplica,
Tanto, que ya parecen ser Guineas,
Haití, Cuba, Sant Joan y Jamaica”.
En 1606, la Isla tenía 10,807 vecinos que estaban distribuidos en las poblaciones de
Santo Domingo, Santiago, Bayaguana, Monteplata, Azua, Cotuí, La Vega, Higüey, Boyá y
El Seibo, de los cuales 1,169 eran vecinos libres y 9,648 esclavos. Entre los libres había 50
entre negros y mulatos.
En 1666 hubo una epidemia de viruelas que hizo estragos en la población negra, pero
más tarde hubo una compensación porque acudían a la colonia española de la Isla esclavos
fugitivos de la colonia francesa de la parte occidental. Del 1676 a 1677 se fundó el poblado
de San Lorenzo de los Negros Minas, hoy simplemente Los Minas, con esclavos fugitivos. En
1681 la población de Guaba estaba constituida por negros libres de la misma procedencia.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

En 1681 el arzobispo Fernández de Navarrete, en una relación que hizo de la Isla, da para las
mismas poblaciones anteriormente citadas, más la villa de Guaba, 6,312 habitantes, de los cuales
3,835 son negros y mulatos. De estos 1,106 son esclavos y 2,729 son negros y mulatos libres.
En 1739 el arzobispo Alvarez de Abreu en su Compendiosa Noticia de la Isla de Santo Domin-
go, cuenta 12,259 habitantes, de los cuales a la verdad la mayor parte eran negros, sobre todo
libres. La ciudad de Santo Domingo sólo contaba con pocas familias blancas, de las cuales
12 ó 15 podían decirse distinguidas, todos los demás vecinos eran negros y mulatos.
Alrededor de 1783 la Isla tenía 117,300 almas distribuidas en diez y ocho localidades
14,000 eran negros esclavos.
Según Moreau en Histoire physique des Antilles francaises, París, 1822 la población de
la colonia de Santo Domingo en 1794 estaba distribuida así: blancos, 35,000; libres 38,000;
esclavos 30,000.
Si se piensa que la emigración de familias blancas fue fenómeno normal que se registró
desde los primeros tiempos coloniales, con el incentivo de buscar vida más regalada en países
más ricos; y si se piensa en que ya no con este incentivo sino por causas políticas y raciales
familias blancas dejaron el lar dominicano por fuerza del tratado de Basilea, de la invasión
de Toussaint Louverture, de la invasión de Boyer, cabe deducir un balance de importancia
a favor de la raza negra en nuestra estructura histórico-social.
Como compensación a la contribución africana en estos tres siglos de vinculación es dig-
no de notar la inmigración blanca de isleños canarios que en dos o tres ocasiones, desde las
postrimerías del siglo XVII y en el siglo XVIII, afluyó a la isla y se fundaron núcleos blancos
en San Carlos, Baní, Montecristi, Sabana de la Mar y otros lugares del país.
Resumamos en forma de cuadro los escasos datos demográficos arriba apuntados:

1606 1681 1739 1783 1794

Habitantes 10,817 6,312 12,259 117,300 103,000


Blancos 1,069 2,477 — — 35,000
Negros 9,748 3,835 — — 68,000
Esclavos 9,698 1,106 — 14,000 30,000
Libres 50 2,729 — — 38,000
Por ciento de color 81 60 — — 66
Por ciento de esclavos 80 16 — 12 29
Por ciento de libres — 43 — — 36

Trasfondos culturales afro-hispano y afro-francés


Dentro del cuadro de la cultura hispana que ha dominado el panorama de la vida
espiritual de la Colonia, dos recuadros habrá que distinguir: el cultural afro-hispano y el
cultural afro-francés. El trasfondo afro-francés de la cultura popular dominicana nace, ne-
cesariamente del simple contacto fronterizo, que cuando es vivo y de presión, como en este
caso, no puede rehuirse. Factor importante fue la continua afluencia de esclavos fugitivos
de la colonia francesa, que en varios casos permanecieron y hasta fundaron núcleos de po-
blación. Más tarde, y es para ser tomado en consideración, el dominio político de Haití, ya
formando estado independiente, sobre la parte española por una veintena de años también
es factor de tomarse en cuenta.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Ambos fondos, el hispano y el francés, a través de toda clase de convivencias, se diluyeron


el uno en el otro para contribuir en mucho al aspecto afro-dominicano actual.
Visiblemente existen diferencias notables entre lo negro puramente haitiano y lo pura-
mente dominicano. No hay para qué esforzar la mente para la comprensión cabal de estas
diferencias, entre las cuales intervienen causas sociales, políticas, culturales.
El escritor francés Eugenio Aubin que estuvo por Tierra Nueva y Jimaní, en la región
fronteriza, por los años de 1907 a 1909, en un viaje de observación y estudio que hacía por
Haití, dice en su obra, página 186: “Par contre, en Dominicaine, on n’entend jamais battre
le tambour; ces gens tiennent á la danza, qui vient de leur ascendance espagnole, au son de
l’accordéon et du güiro”.
La diferencia notada por Mr. Aubin cuando acababa de entrar en tierras dominicanas pro-
cedente de Haití es digna de tomarse en consideración. Al entrar al suelo de la antigua colonia
española de la isla, a muy pocos kilómetros de distancia de los negros haitianos, no escucha
el francés los tambores en Santo Domingo como lo había escuchado en Haití, lo que denota
diferencias de importancia en la celebración de fiestas y de ritos religiosos en una y otra parte.
Pero, no puede ponerse en tela de juicio la influencia afro-francesa en Santo Domingo.
Las diferencias culturales entre pueblos hay que estudiarlas comparando las masas y no las
élites cuando se desean aplicar en su conjunto, en su totalidad en este caso si comparamos las
masas dominicanas con las masas haitianas a través de estos tres siglos creemos que el fiel de la
balanza cultural se ladea del lado de la parte española de la Isla. En Santo Domingo, durante la
esclavitud la compenetración biológica y cultural de las razas blanca y negra al fin formaron el
pueblo de Santo Domingo racial y culturalmente. Esta compenetración no fue tan efectiva en la
colonia francesa, y siempre hubo una división más cumplida entre ambas razas, entre amos y
esclavos. En Santo Domingo hubo una enseñanza superior universitaria a la cual tenía acceso
todos los hombres del pueblo que querían darse al estudio. La cultura superior a través de los
siglos se infiltró en alguna forma y por varios caminos en las masas pobres y trabajadoras urbanas
y campesinas. Por los preciosos caminos de la educación el pueblo algo aprendió y existieron
muchos negros y mulatos letrados, versificadores, conversadores de política y de historia. En
campos del sur ha llamado la atención la existencia de frases popularizadas provenientes de los
medios universitarios. Nosotros mismos hemos recogido en esas mismas regiones la expresión
admirativa ¡ay, san Aristóteles! Por la dureza de la esclavitud en Haití no se dio este caso. En dos
siglos, en la colonia francesa pudo haber formado élites blancas pero no masas infiltradas por
hábitos educativos. Fueron allí los negros inadaptados, hombres marginales.

Influencias haitianas
La influencia haitiana ha continuado después de la Independencia y pervive aún. No
sólo esto ocurre en la Frontera sino en todo el país, tanto en los campos como en las aldeas y
ciudades. Hace alrededor de cincuenta años se comenzaron a fundar los ingenios de azúcar
de la región del Este. Tras la caña siempre viene el negro y estos ingenios para cada zafra han
traído buenos aportes de inmigración haitiana y de las islas de Barlovento. Los haitianos,
menos transculturados que los cocolos y de más fuerza espiritual que estos en el sentido de
sus ritos, penetran más en la sociedad e influyen en ella.
Como muestra de la existencia actual de la práctica de los haitianos en materia de artilu-
gios de la brujería y de sus ritos voduísticos transcribimos a renglón seguido un interesante
pasaje de Cañas y bueyes, novela del Dr. Moscoso Puello.

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

“En la sabana, en un bohío que ocupaban unos haitianos, Telemaque celebraba sesiones
de vudú dos veces por semana. Todo el mundo lo sabía en el batey, y afirmaban que el Jefe lo
consentía porque tenía una gran fe en ese haitiano. Se decía que le había dado muy buenas
consultas. Otras personas también iban a verlo, entre ellas Lupe.
Esa noche había una gran sesión. El bohío quedaba muy lejos del batey. Cuando llegaron
todo estaba listo ya. Entraban la comida al bohío. La concurrencia era numerosa. Además
de ellos había seis o siete peones más de la Inocencia.
Telemaque hizo una figura en el piso con harina de maíz y colocó un huevo de gallina
cerca de ellos. Luego tocó la campana. También tocaron el assón. Rosendo y sus compañeros
se colocaron en un sitio para ver mejor la ceremonia.
Enseguida dieron comienzo al rezo. Siete padrenuestros rezó a coro la concurrencia y
luego dieron comienzo a los cantos de los lua.
La comida de los lua, tres platos, fueron puestos debajo de la mesa colocada en una esqui-
na de la habitación. La concurrencia ocupaba una enramada levantada detrás del bohío.
Los preparativos de esta sesión se habían hecho con mucha anticipación. Tenían arroz,
habichuelas, carne de vaca, guandules y dulces.
Rosendo comió mucho. Lo que no le gustaba era que todos metían la mano en los mis-
mos platos y calderos.
A poco comenzaron de nuevo los cantos. Esta vez son los cantos de los luases. No tardó
en hacer su aparición el Barón de Samedy. Telemaque con voz fañosa entonó el canto de
este lua y muchos de los presentes no pudieron disimular su miedo. Cuando el Barón de
Samedy se presenta, la concurrencia experimenta una gran emoción. Es uno de los luases
más temibles.
Telemaque entró a vestirse. Le colocaron un bombo negro, un saco negro y unos pan-
talones blancos. Rosendo no podía contener la risa que esto le provocaba. Fonso le llamó
la atención varias veces no fuera esto a dar lugar a un contratiempo. Podrían botarlos de
la sesión.
El Barón de Samedy comió de uno de los tres platos que se encontraban debajo de la
mesa.
Mientras tanto se dio comienzo al baile.
En los periódicos, de cuando en cuando, aparecen gacetillas que aluden a esta materia.
En el Listín Diario de fecha 19 de agosto de 1939 se inserta lo siguiente:

En la noche del 16 de agosto, como a las nueve, José Cordero y Delio Julián, celebraban impropia-
mente nuestra gloriosa fecha restauradora. De ahí que el oficial de patrulla nocturna de la Policía
Nacional los detuviera y los condujera a la estación central. Según ha declarado el oficial de poli-
cía, tanto José como Delio contravenían las disposiciones de la ley bailando lua, el conocido baile
africano. Como prueba de su aserto, la autoridad policial señaló los pañuelos de colores escan-
dalosamente subidos, la botella de sirop, la de ron, las maracas y la campanilla que José y Delio
llevaban en las manos, las cuales sirvieron para que ambos, en compañía de otras personas, entre
ellas mujeres que lograron escurrir el bulto con tiempo, se entregaran al desenfreno ritual que
tan tenazmente está siendo perseguido por la policía. Esta vez había sido la calle Alvaro Garabito
el escenario de estos luases. Pero en Damián del Castillo también se bailó...

Para los mismos haitianos pareció alguna vez evidente la existencia de una diferencia
entre la brujería de Haití y la de Santo Domingo, pues según documento que poseemos que
trata del comegente, se lee la expresión en boca de un papabocó: “ouanga pagnol pifort pasé

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

ouanga haitien”. Escritores haitianos aseguran que los ritos Petró, ritos fuertes, provienen
de la parte española. Pero en la actualidad el dominicano declina este honor en favor del
haitiano. En efecto la alta brujería actual es haitiana así como su terminología… Haití, para
la República, en materia de hechicería es una especie de Meca.
El citado Papito Rivera hablando de brujerías se expresa, refiriéndose a Santo Domingo,
con esta terminología:
Los primeros y últimos lunes y viernes de mes son buenos para supercherías que se consideran
más efectivas que las que se hacen durante días cuando caen en intermedio de mes. Guedé Nim-
bó (San Expedito) es una lua de los más usados en este día, a pesar de que el jefe de la llamada
división de los Guedeces es el Barón del Cementerio, sumo pontífice que se invoca para trabajos
infalibles. Los marasás (espíritus de niños), Metré Silí (Santa Rosa de Lima), Ogún Onsú (el Co-
razón de Jesús), Balagrí, Balenvó, Papá Candeló y los Indios que trabajan debajo del agua son los
componentes del line-up que utilizan los luaistas, brujos y pseudocreyentes…

En efecto, los nombres de algunos de estos lois traídos a colación por Rivera están regis-
trados por los autores que tratan la materia como pertenecientes al voduismo haitiano. El
doctor Dorsainvil cita un guedé: Guedé l’orage. Metré Silí no es sino Maitresse Erzulie, divinidad
secundaria sincretizada en Haití con la Virgen María. Blargrí corresponde a Ogoun Badagris,
elemento importante del panteón mañé, así como Balenyó es el Ougou Balinojo convertido en
Santiago el Mayor. Marasás no es propiamente espíritus de niños sino niños gemelos, los jima-
guas de Cuba; en Haití lutins designa a los espíritus de los niños que mueren sin bautismo.
En la cita de Cañas y bueyes, que insertamos más arriba aparece la palabra asson, que
designa en Haití una especie de maraca que se usa en ciertas ceremonias. La tan conocida y
usada palabra en Santo Domingo, bocó, no es sino la designación de brujo en Haití, bocor. El
término papabocó en Santo Domingo ha pasado a designar a individuos o cosas de cualidades
muy importantes o excepcionales sin que entre la idea de brujo para nada: así puede hablar
del papabocó de una región como refiriéndose al sujeto más valiente, más rico o de alguna
manera más influyente, de modo que muchas veces resultan sinónimo papabocó y tutumpote.
También puede referirse a otras cosas, por ejemplo de un ciclón muy destructivo se dice que
fue el papabocó de los ciclones. Existe el juego infantil llamado bocó quema de la expresión
¡bocó quema! que tiene uno que expresar cuando acierta a introducir dentro de un agujero
el conjunto de piedras o semillas de cajuil contenido en el hueco de la mano. Asimismo la
voz biembien quizá no sea sino proveniente de viens-viens, que según registró Herskovits,
en Haití designa a los espíritus.
En los tres siglos de convivencia, muchos actos de la vida social española que discurría
en los tiempos coloniales, fueron influidos por los negros, o estos los adoptaron con calor
hasta hacerlas suyas. Así pasó con muchas manifestaciones de la folklórica. Veamos:
Ceremonias mortuorias. Tanto las de adultos como las de niños han sido universales,
pero tienen un matiz específico los llamados baquiní. Moscoso Puello describe una de estas
ceremonias en Cañas y bueyes:

En el aposento, en la tarima de la niña, adornada con flores y lazos de cinta amarilla, cayena roja
y sangre de Cristo, yacía la muertecita. Alrededor, en sillas, en cajones, las mujeres del vecindario
cantaban. En la sala había hombres y mujeres. En la cocina hacían café y jengibre. La madrina y
el padrino trajeron anís y ron y pan y queso. Era un buen baquiní. Se tomó mucho y se cantó más.
Rosendo, como a las doce jugaba a la vaca y se divirtió mucho esa noche. El juego quedó muy
bueno. Cuatro o seis hombres se emborracharon y dos mujeres. Remigia estuvo con Agapito…

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carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

Esta ceremonia proviene de la misma España, pero los negros de Santo Domingo le
trasmitieron algo propio de su espiritualidad. Leemos en Arthur Ramos que en Jamaica
existe esta fiesta fúnebre con elementos africanos. Se celebra el tercer o noveno día en que se
supone que el espíritu del niño vuelve para visitar los familiares y amigos. Las ceremonias
tienen por objeto agradar al difunto e impedir que se quede en alguna persona o cosa. Esa
fiesta recibe el nombre de bakinny o back in i, refiriéndose, según Beckwith, al hecho de que el
espíritu debe volver a su tumba. Es oportuno notar el origen probable de la palabra baquiní.
No es fácil dar por sentado que viniera a Santo Domingo directamente de Jamaica, isla an-
tillana que ha tenido pocas relaciones con las nuestras. ¿Provendrá directamente de Haití?
¿Procederá, acaso, de los inmigrantes negros del sur de los Estados Unidos que introdujo el
presidente haitiano Boyer en 1824?
Luis Emilio Gómez Alfau en su libro; Ayer, o el Santo Domingo de hace 50 años trata de estos
baquinís y dice que a los muerticos, para que las fiestas duraran les hacían un especie de embal-
samamiento, abriéndoles el vientre y rellenándolo con trapos preparados con sal y jugo de limón
agrio; que a veces le introducían un afilado palo por el recto llevándolo hasta el pescuezo para
mantener tieso el pequeño cadáver antes de ser llevado a un altar lleno de flores y de velas.
En cuanto a las ceremonias mortuorias dedicadas a los adultos, los negros pusieron su color
propio. En verdad muchas de estas ceremonias se dedicaban a moribundos. En la cofradía del
Espíritusanto cantan y bailan a sus muertos adultos. Papito Rivera nos refiere estas celebraciones
en el diario el El Caribe en artículo titulado el ron de palos bailase a moribundos a son de atabal… Y en
otro que trata sobre la muerte en Cotuí, del mayordomo de la cofradía del Espiritusanto.
Nosotros, en la región del Este, hemos presenciado una de las ceremonias premortuorias
entre negros barloventinos, sin baile pero sí con canciones de melodías tristes, no sincopada
sino continua o regular.
Fiestas de San Juan Bautista.– Las fiestas de San Juan Bautista se originarían en un sin-
cretismo pagano-cristiano. La mística celebración del solsticio de verano se fundió con la
cristiana celebración del Precursor del Mesías. Y las fiestas de San Juan se efectuarán en
toda la cristiandad.
Entre los negros se produce un sincretismo religioso afro-cristiano. San Juan Bautista oculta
en el panteón afro-cubano a Ololú oris, que es un dios yoruba del mar. En Haití también tiene el
Bautista su determinado lugar en el complicado santoral de este singularísimo país.
En Santo Domingo español, donde todo sincretismo tendió a una completa desafricani-
zación, San Juan Bautista llegó a constituir devoción de africanos, pero, desde luego, al estilo
del catolicismo español, sin faltar –como es bueno sospecharlo– algo propio oculto, de las
creencias africanas. En el sincretismo los conceptos pueden desvanecerse pero siempre ha
de persistir algo que tenga relación siquiera con lo ritual, con lo ceremonial.
¿Qué puente de unión encontraron los negros entre sus creencias, sus mitos, sus ritos
y la veneración cristiana de San Juan Bautista? Todo sincretismo debe comenzar con una
simulación. ¿Detrás de San Juan qué se disimulaba? Sospecha Ortiz que Olokún les vino a las
mientes por los caminos de la representación pictórica que presenta; el santo derrama agua
sobre la cabeza de Jesús. Los negros que vinieron a América, o mejor, sus culturas, procedían
de riberas de grandes ríos y de orillas de mar. ¿Ocultarían nuestros negros alguna práctica
de dominio del tiempo, algún hechizo de lluvia?
Fiestas de fuego y fiestas de agua son las de San Juan. Ambas proceden de la vieja Europa.
Lope nos canta las españolas, Frazer nos habla de las fiestas de agua de Rusia. Allí meten

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

en el agua un muñeco hecho de ramas y yerbas, que representa al santo. Es un hechizo de


lluvia. Este hechizo es perfectamente explicable en los trópicos, donde las lluvias de verano
suelen ser torrenciales y perjudicadoras. En Santo Domingo perduran las dos fiestas, las de
fuego y las de agua. Los blancos se acogerían a las de fuego, los negros a las de agua.
Los hombres, caballeros en briosas cabalgaduras, a todo correr saltaban por encima de
las llamas. En los viejos pueblos de Europa, alrededor de las candelas, se bailaba, se saltaba,
se cantaba y gritaba. También las personas saltaban por encima y se traía a las bestias útiles
para el mismo rito. Rito consciente de purificación, de procreación, de alejamiento de malos
duendes y brujas.
Otros adultos hacían sus fiestas de agua. Los negros sobre todo. Es muy lejana en Santo
Domingo la sincresis afra con el culto de San Juan, lo hemos dicho. En 1602 se formaron las
constituciones –que diríamos hoy estatutos– de la cofradía de San Juan Bautista, compuesta
de negros criollos –libres y esclavos– que tenía su asiento propio en la misma Iglesia Catedral.
Cada 24 de junio grandes celebraciones tenían lugar: la iglesia se enramaba y se colgaba y se
ponían luminarias. El día de Corpus se efectuaba una solemne procesión y seguramente en
ella se bailaba, pues era costumbre de la época para otras cofradías también de negros. Tal
importancia tomó esta sociedad religiosa que el papa Paulo V concedió algunas indulgencias
a sus miembros.
La cofradía, con el tiempo, desapareció, pero continuaron por muchos años, hasta el
presente, los actos conmemorativos del día de San Juan. Así, en el siglo pasado, hasta muy
entrada la segunda mitad, acostumbraban entrar a la ciudad, provenientes de los aledaños,
conjuntos de negros en procesión, acompañando la marcha con cantos y al ritmo de tambores.
Se dirigían a determinada iglesia. Hoy es típica la fiesta sanjuanera de Baní.
Esta población es de núcleo racial blanco, pero existen centros raciales afros en los su-
burbios de la villa y en sus campos cercanos. La fiesta se la denomina allá con el nombre de
la “fiesta de los negros de la sarandunga”. Sarandunga propiamente es nombre de un baile.
Los negros para esa fiesta bailan la sarandunga.
Una procesión baja al río y sumergen el santo en el agua, o lo suspenden dentro de
ella. Los concurrentes toman un baño. Luego se organiza de nuevo la procesión y se di-
rigen a la iglesia. En el camino cantan en honor al santo cuartetas interrumpidas por un
estribillo marino:
Olas, olas, olas
olas de la mar
que bonitas olas
para navegar.
Entre los trozos cantados recordamos este:
Si San Juan supiera
cuándo es su día
el cielo y la tierra
se le juntarían.

Algunos concurrentes portan banderines rojos. El color rojo es propio en otros lugares
de América, para asuntos relacionados con San Juan. ¿Esta fiesta se trata en efecto de un rito
de purificación o fue, en su olvidado origen, un hechizo de lluvia?

508
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

El mosaico folklórico de América está lleno de piezas parecidas. Orígenes hispánicos


y africanos comunes han llevado fácilmente a esto. Organizar el estudio de las semejanzas
folklóricas tendría interés y sería aporte cultural de gran valía.
La semejanza de la fiesta banileja con la venezolana de Guatire es evidente. En la po-
blación barloventina como en Baní hay procesión al río, inmersión del santo, baño de los
concurrentes. La canción banileja citada sólo varía en dos versos de la guatireña:
Si San Juan supiera
cuando es su día
del cielo bajara
con gran alegría.
Estas cuartetas son un rezago español. Refiere Rodríguez Marín, en cantos populares
españoles existe la conseja de que siendo San Juan Bautista amigo de la bulla, el Señor cada
año, los días 23 de junio, víspera del día del Santo, lo encierra y lo hace dormir tres días
para que el 24 no se produzcan alborotos. Trae el citado folklorista los dichos populares que
expresan esa creencia:
Si San Juan supiera cuando es su día atronara
los cielos con alegría.
O en otra forma:
Si San Juan supiera cuando es su día el cielo con
la tierra se juntaría.
Cuentos.– El folklore dominicano es rico en cuentos. Pero no es fácil discernir acerca del
origen español o africano de ellos. Por ambas líneas existe la herencia de las narraciones en
las cuales aparecen reyes, animales, encantamientos, etc. De los cuentos que hemos analizado
con precisión –y no son muchos– acerca de muy pocos podemos asegurar su procedencia
negroafricana. Es una guía, como para muchas cosas, el fondo haitiano de nuestra cultura
popular. Pero esto no basta, pues los narradores haitianos de la frontera han estado influidos
por los narradores de la parte española, y devolver así, pasado por el tamiz patuá lo que nos
pertenecía. De modo que la existencia de voces criollas haitianas en nuestros cuentos no debe
ser índice de su origen afro, como pudiera suponerse. Otro factor que hay que considerar es
la africanización del cuento español o francés. Muy probablemente ha existido un sincretismo
que pudiéramos llamar literario, así como lo hay de orden religioso.
Para nosotros el folklore comparativo es lo que decide en buena parte, y así nos interesa,
el conocimiento de las narraciones de núcleos negro-africanos de importancia; el Sur de los
Estados Unidos, Cuba, Brasil, las Guayanas, etc. Donde existan o persistan ciertas modali-
dades allí quizá existe un origen común. Por este procedimiento nos inclinamos a ver como
un cuento afro el siguiente que hemos recogido en Samangola, común de San Cristóbal,
centro de positivos ancestros africanos, tanto hispanos como haitianos:
Marido y mujer vivían cerca de un monte. Un día sintió hambre la mujer y le pidió
al marido fuera a buscarle algo de comer. El marido puso algún pretexto, y entonces ella
tomó la escopeta, arrastró al marido y se fueron al cascajal de un río. No bien habían llega-
do alcanzaron a ver un pájaro tan grande como un pavo. La mujer dijo al marido: “Mira,
marío, tírale a ese pájaro grande que con él tenemos, y sobra”. Sin embargo, el marido muy

509
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

prudentemente le contestó: “Dios me favorezca de tirarle a ese animal que ni es cigua, ni


carpintero ni búcaro, ni pájaro que yo conozca”. A estas palabras la mujer cogió la escopeta
y apuntó al ave. Pero no bien lo había hecho, el desconocido animal grito:
No tire mue
No tire mue
coco y mamá
si tira mue tu verá
y de langué coco y mamá.
El espanto del marido fue grande. Hizo la señal de la cruz y exclamó: “¡Virgen de la Ca-
ridad de los Pobres! Mujer, deja ese animal, ¿no oyes lo que dice?” La mujer no hizo caso de
la advertencia, apuntó de nuevo y disparó su escopeta. El pájaro cayó, el marido emprendió
la fuga. Cuando la mujer fue a coger la pieza el ave caída se expresó así:
No coja mue
no coja mue
coco y mamá
si coje mue tu verá
y de langué coco y mamá.
Claro está, la mujer, que tenía hambre, terminó por comerse la misteriosa ave, que sin
embargo salió volando.
El cuento se hace más largo, pues a cada acción, desde el aderezo del ave como suculento
plato, hasta cuando la mujer va a descansar, después de la comida, el pájaro canta la misma
canción, variando únicamente el verbo correspondiente a la acción diferente.
Las palabras mue y langué o de langué pueden hacernos pensar que el narrador pri-
mitivo fue haitiano. “No tire mue” sin duda quiere decir “no me tires” Langué ignoramos
que cosa sea, y no podemos responder que sea voz africana. El cuento podría, con estos
antecedentes, ser franco-haitiano o afro-haitiano, pero tiene un tema interesante, el tema-
puente que pudiéramos decir, el tema de enlace, y es el siguiente: el animal, pese a todas
las circunstancias, sigue hablando siempre. Y esto nos conduce al cuento titulado “El rey
de los pájaros que encontramos en la obra O folklor negro do Brasil por Arthur Ramos, que
es el siguiente:
Un hombre que cazaba en el monte iba a tirarle a un pájaro muy bonito que al ver tal
decisión cantó de esta manera:

No me mate nao
tango lango lango
que eu sou o rei dos passaros
tango lango lango
fazendo amigo mio
tango lango lango
agora me carango
tango lango lango.

A pesar de esto el cazador siempre disparó y lo mató. Cuando ya en la casa iba a des-
plumar la pieza este volvió a cantar:

510
carlos larrazábal blanco  |  los negros y la esclavitud en santo domingo

No me trate nao
etc.
Al desplume siguió la operación de cortar para echar el pájaro a la cazuela, al tiempo
que se escuchaba:
No me corte nao
etc.
Parece que el temerario cazador no hacía caso de estas advertencias y la bonita avecilla
se fue al caldero, pero la triste no dejó de proferir:
No me conzinhe nao
etc.

Sin embargo el temerario cazador siguió su cocimiento que después de aderezado se


sirvió en la mesa. Todavía se oyó la última advertencia del pájaro:

No me come nao
etc.

Y como el hombre no hizo caso en esta ocasión y comió su bien preparado plato, pero
cuando el pájaro llegó al estómago el tozudo cazador cayó muerto.
Si el cuento brasileño es considerado como africano por autoridades en la materia, como
lo es el varias veces mencionado Ramos, estamos autorizados para calificar como de origen
africano el cuento dominicano que hemos transcrito más arriba. El tema de enlace es el mis-
mo, y son parecidos los temas secundarios: la caza de un ave que no se especifica cuál es; la
desobediencia del que está empeñado en comer. Si nos parece que el cuento dominicano no
está concluido, pues es para pensar que algún fin debía tener, como la narración brasileña,
la persona que no escuchaba las advertencias del ave.

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514
No. 39

Manuel arturo
peña batlle
obras escogidas
Cuatro ensayos históricos
–Tomo primero–
Unas palabras
La familia Peña-Batlle ha querido rescatar del olvido la obra de uno de sus más destacados
miembros, el Lic. Manuel Arturo Peña Batlle, investigador histórico, abogado y político, y
como un homenaje póstumo, y en reconocimiento a su intensa labor nacionalista, ofrece al
público el mensaje plasmado en libros de este acucioso intelectual dominicano.
Oriundo de Santo Domingo de Guzmán, Peña Batlle nació el día 26 de febrero del
año 1902, en la villa de San Carlos, y falleció en su ciudad natal el día 15 de abril del año
1954. En los 52 años de su existencia, fecunda en obras, luchó tesoneramente por el robus-
tecimiento de las raíces de nuestra dominicanidad, labor ésta que le mereció justicieras
distinciones.
Desde las primeras obras hasta las últimas: El Descubrimiento de América y sus vinculaciones
con la política internacional de la época (1931); Enriquillo o El Germen de la Teoría moderna del Derecho
de Gentes (1937); Las devastaciones de 1605 y 1606 (1938); Historia de la cuestión fronteriza dominico-
haitiana (primer volumen 1946); La Rebelión del Bahoruco (1948); La isla de la Tortuga (1951); El
Tratado de Basilea (1952) y Orígenes del Estado haitiano (1954), libro inconcluso y póstumo, Manuel
Arturo Peña Batlle supo escudriñar en la honda cantera de nuestro devenir histórico, con sus
recias convicciones hispánicas y católicas, siempre alentado por el noble sentimiento del amor a
lo nuestro, ya que lo nacional es lo que eleva al pueblo y, como muy bien apuntó, “cuando nos
conozcamos bien nos estimaremos mejor a nosotros mismos, con la conciencia de una envidiable
misión histórica forjada al conjunto de ilimitada y renovada adversidad, siempre vencida por
las raíces de nuestro espíritu”.
Escritor de mirada clara, Peña Batlle ocupa ya un lugar cimero entre nuestros investiga-
dores históricos. Apasionado por los problemas dominicanos y con una concepción amplia
del sentido primitivo de la Patria de que hablan Fitche y Renán, este pensador, que no soporta
el idioma sino que ofrece la impresión de crear el lenguaje en que se expresa, se preocupa
no tan sólo por el hombre y su formación interior, y afirma en su obra Transformaciones del
pensamiento político, en contraposición con Pascal, que “la ley que rige al hombre arranca de
sí mismo. Fuera de su estructura espiritual, no encontrará el hombre ni una sola advertencia
ni un solo consejo: la vida es espíritu y este es Dios mismo”.
La obra de Manuel Arturo Peña Batlle es material de exégesis abundante y un aporte
valioso para el robustecimiento de nuestra nacionalidad.
De ahí que la intención de sus familiares al ofrecerla al público en ediciones que estén al
alcance de todos, es la de difundir su mensaje para la mejor comprensión de los problemas
que constituyen también el núcleo de nuestra unidad nacional.
Según el filósofo Pedro Troncoso Sánchez, en una conferencia dictada en la Sociedad
Pro-Cultura, “Manuel Arturo Peña Batlle fue una mente privilegiada que vertió sus luces en
problemas de interés mundial y americano, y que sobre todo se consagró a los torturantes
problemas de su patria. Fue un estudioso, fue un erudito, fue un investigador, pero lo que
más entusiasma en él es el examen crítico y el enfoque en gran perspectiva”.
Ofrecemos en esta primera entrega las obras: El descubrimiento de América y sus vinculacio-
nes con la política internacional de la época; Enriquillo o El germen de la teoría moderna del Derecho
de Gentes; Las devastaciones de 1605 y 1606 y El Tratado de Basilea, que no dudamos habrán de
deleitar a nuestros numerosos lectores de la Colección Pensamiento Dominicano.
Los Editores

517
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El descubrimiento de América
y sus vinculaciones con la política internacional
de la época. 1931
I
El momento político creado por el descubrimiento
El acontecimiento llevado a cabo en las postrimerías del siglo XV por Cristóbal Colón,
torció el curso de la política mundial y la orientación de las ideas sociales y científicas
entonces en boga. Era aquel momento imponente en que los destellos del Renacimiento
comenzaban a reflejarse sobre España. Acababan los Reyes Católicos de crear la unidad es-
pañola y de darle contornos definitivos con la toma de Granada y la expulsión de los árabes
de la Península Ibérica. Todas las circunstancias eran favorables a una gran revolución de
ideas y sentimientos, y el ambiente estaba abierto como esperando la realización del hecho
sorprendente que se acercaba.
En los primeros días del mes de abril del año 1493 recibieron los Reyes Católicos con
toda pompa, en la ciudad de Barcelona, a Cristóbal Colón, en su regreso del primer viaje al
Nuevo Mundo. Convalecía entonces el Rey Fernando de la tremenda cuchillada que meses
antes le había inferido un loco, labriego, como de sesenta años y de la “humilde clase de los
vasallos de remenza que Fernando pocos años antes había tratado de aliviar de las más bajas
y duras penalidades de la servidumbre”.1 No fue óbice, sin embargo, la delicada situación
del monarca para que se extremaran las atenciones con que recibieron los Reyes a Colón y
se revistiera del más alto grado de solemnidad la acogida que se le hizo al ilustre viajero.
Barcelona vio reunidos entonces a los Reyes Católicos patrocinadores de la empresa; a Cristóbal
Colón, su iniciador, y a los dos primeros historiadores del Nuevo Mundo: Pedro Mártir de
Anglería y Gonzalo Fernández de Oviedo.2
Regocijáronse mucho los Reyes de las nuevas que les dio Colón, a quien pidieron un
relato completo y minucioso de su viaje y de las cosas que en la misteriosa travesía había
visto y oído.
Hizo Colón, con elegancia y parsimonia adecuadas al momento, la relación de su viaje,
refiriéndose especialmente a aquellos hechos que en su concepto merecían mejor la atención
de sus augustos interlocutores y de los otros personajes que allí se hallaban. “Refirió las
diversas islas que había visitado; alabó la apacible temperatura del clima y la bondad de su
suelo, propia para toda especie de producciones agrícolas, presentando las muestras que
había traído como prueba de su natural fertilidad; se extendió aun más acerca de los metales
preciosos que se debían hallar en aquellas islas, lo cual infería, no tanto de las muestras que
ya había logrado, como del uniforme testimonio que daban los naturales de la abundancia
que había en los países del interior aún no reconocidos; y finalmente, presentó el ancho
campo que se ofrecía al celo cristiano para extender la luz del Evangelio a unas gentes que,
lejos de estar encadenadas a ningún sistema de idolatría se hallaban dispuestas por su
extrema sencillez a recibir la pura divina doctrina”. “Esta última consideración conmovió
extraordinariamente el corazón de Isabel”, agrega el historiador.3

1
William Prescott, Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, tomo IV, p.78. Madrid, Imprenta de
la Biblioteca del Siglo, 1848.
2
Carlos Pereyra, Historia de América Española, tomo I: Descubrimiento y exploración del Nuevo Mundo, p.15, Madrid, 1925.
3
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.84.

518
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

Muchos y muy diversos fueron los sentimientos que despertó aquel maravilloso y elo-
cuente relato. Parece que Colón, conocedor del corazón humano, de sus virtudes como de
sus debilidades, de sus buenos como de sus malos instintos, tocó a un tiempo mismo a las
puertas de “la ambición, de la avaricia y de los sentimientos religiosos” de sus oyentes.
Se aseguraba, de esa manera, el concurso de Fernando, para quien serían poderoso
estímulo las riquezas halladas y la extensión que hacia aquellas misteriosas tierras podría
hacer de su poderío y de su ardiente fiebre de conquista, ya sin objeto inmediato después
de la caída de Granada.
Otros fueron, por el contrario, los sentimientos que las noticias de Colón despertaron
en el corazón de Isabel, para cuya ardiente fe tendrían más aliciente las facilidades con que,
en las tierras recién halladas, pintaba el descubridor la propagación de la divina doctrina.
Para otros serían móvil y norte únicos el oro y las riquezas que la fantasía colocaba como
depósito prodigioso en aquellas tierras.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que de aquel solemne instante, al soplo divino y pre-
destinado de la palabra de Colón, surgió el más grande designio que se haya forjado jamás la
mente humana: el de colonizar y cristianizar las tierras descubiertas y las que en lo sucesivo
pudieran descubrirse como consecuencia de aquel primer paso que acababa de darse.
En vista de los informes rendidos por Colón, y para completar los agasajos y la acogida
que le habían dispensado, confirmáronle los Reyes “su privilegio de la decena parte de los
derechos reales; diéronle el título y oficio de Almirante de Indias, y a Bartolomé Colón de
Adelantado.4 Dispuso asimismo la Corte que se hicieran acto continuo todos los prepara-
tivos necesarios a la prosecución de los descubrimientos realizados. Se estableció un Con-
sejo para la dirección de los negocios de Indias, con un director y dos empleados sujetos
a sus órdenes. Se designó director a Juan de Fonseca, arcediano de Sevilla, “eclesiástico
activo y ambicioso, que llegó más adelante a ocupar posiciones eminentes en la iglesia y
en la política”. Conjuntamente con estas providencias se tomaron las de crear una lonja en
Sevilla y una aduana en Cádiz, que fueron el origen de la Casa de Contratación de Indias.
Se echaban desde entonces las bases de la funesta política comercial que estableció España
en sus relaciones con las colonias de América. Se dictaron medidas rigurosas para limitar
a sólo los españoles la posibilidad de comerciar con los nuevos territorios; esos territorios
fueron reducidos a formar parte “en cierta manera de las rentas exclusivas de la Corona”.
Se prohibió severamente comerciar y aun trasladarse a las Indías sin licencia de las autori-
dades competentes, bajo registro en las aduanas de Cádiz y de la Isla Española.5 Esas eran,
indudablemente, las bases de la futura política colonial de España. Es posible que estas
medidas estuvieran justificadas por el espíritu de la época y por la necesidad de defenderse
de la política seguida por Portugal entonces. Pero en los reinados sucesivos se acentuó esta
legislación, hasta llegar a constituir todo un sistema de política colonial.6
Se tomaban al mismo tiempo medidas de orden espiritual en las que se veía y se sentía
la mano piadosa de la Reina. De los indios traídos por Colón fueron bautizados seis llegados
a la corte. El Rey, la Reina y el Príncipe D. Juan fueron sus padrinos “por autorizar con sus

4
Francisco López de Gomara, Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia general de Indias, con todo el
descubrimiento y cosas notables que han acaecido desde que se ganaron hasta el año 1551; con la conquista de México y
de la Nueva España, p.167, en la Biblioteca de Autores Españoles, tomo XXII. Historiadores primitivos de Indias. Colección
dirigida e ilustrada por D. Enrique de Vedia. Tomo I, Madrid, Sucesores de Hernando, 1918.
5
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.88.
6
Ibídem.

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personas, dice López de Gomara, el santo bautismo de Cristo en aquellos primeros cristianos
de las Indias y Nuevo Mundo”.7 Uno de estos indios quedó al servicio del Príncipe; los otros
fueron enviados a Sevilla, desde donde, después de recibir la instrucción religiosa necesaria,
deberían volver a sus tierras como misioneros para propagar la fe entre sus hermanos. Con
este mismo fin se destinaron doce eclesiásticos, entre los cuales figuraba Fray Bartolomé de
Las Casas, que llegaría a ser más adelante el campeón de la raza indígena de América.
Se deja sentir aun más la benéfica influencia de Isabel en las instrucciones que se dictaron
a Colón como pauta para su segundo viaje.
“Proveyeron los Reyes cómo las gentes destas tierras fuesen instruidas en las cosas de
nuestra santa fe, para lo cual enviaron con el Almirante un fraile de San Benito, que debía ser
notable persona, y, según se dijo, llevó poder del Papa en las cosas espirituales y eclesiásticas;
y mandaron al Almirante que llevase consigo religiosos. Mandaron también, estrechamen-
te, que los indios fuesen muy bien tratados, con dádivas y buenas obras a nuestra religión
cristiana provocados, y que si los españoles los tratasen mal, fuesen bien castigados; esto
parece por la instrucción que le dieron, que fue de cristianísimos príncipes, principalmente
ordenada al bien y utilidad de los vecinos y moradores naturales de aquellas tierras”.8
Queremos hacer notar desde ahora el sentido religioso que se le dio, en sus orígenes, al
propósito de colonizar las tierras descubiertas por Colón y las que aun pudieran descubrir-
se.9 El espíritu ardiente de Isabel la Católica imprimió, desde el primer momento, a aquel
proyecto gigantesco el carácter de una peregrinación cristiana por países de gentiles para
convertirlos a la divina fe del Crucificado. De ahí el papel preponderante que desempeñó
el papado en los primeros pasos de la conquista y la colonización de América. Esto es así
hasta el punto de que el Padre Las Casas asevera que con el Almirante, en su segundo viaje,
iba el Padre Boíl, quien llevaba, según se dijo, “poder del Papa muy cumplido en las cosas
espirituales y eclesiásticas”.10 Era una especie de representante del Santo Padre en aquella
expedición, la más importante desde el punto de vista político internacional de todas las
que se enviaron a América, porque se inició con ella, de una manera oficial y definitiva, la
conquista y colonización del Nuevo Mundo.
El miércoles 25 de septiembre del año 1493 salió Colón de Cádiz en su segundo viaje
hacia el Nuevo Mundo. En esta vez iba el Almirante al mando de “diecisiete navíos grandes
y pequeños, y carabelas, muy bien proveídas y armadas de artillería y armas, de bastimentos,
de bizcocho, de vino, de trigo, de harina, de aceite, de vinagre, de quesos, de todas semillas,
de herramientas, de yeguas y algunos caballos y otras muchas cosas de las que acá podían
multiplicar, y los que venían aprovecharse. Traían muchas arcas de rescates y mercaderías
para dar a los indios graciosas, de parte de los Reyes, y para conmutar o trocar, que llaman
rescatar, por oro y otras riquezas de las que los indios tuviesen. Llegáronse 1,500 hombres,
todos, o todos los más, a sueldo de Sus Altezas, porque pocos fueron sin sueldo; creo que
no pasaron de 20 de a caballo, todos peones, aunque los más hidalgos y personas que, si
tuvieran de qué comprarlos, no les fueran desproporcionados los caballos. Fue mucha
parte de gente del campo, para trabajar, arar y cavar y para sacar el oro de las minas (que

7
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.167.
8
Fray Bartolomé de Las Casas, Obispo de Chiapas. Historia de las Indias, tomo I, p.348, M. Aguilar, Editor,
Madrid.
9
Véase en Las Casas, ob. cit., tomo I, página 349, el primer capítulo de las instrucciones dadas por los Reyes a
Colón, en el cual hacen los soberanos mención especial y elogiosa del Padre Boíl.
10
López de Gomara, ob. cit., p.170.– Las Casas, ob. cit., tomo I, p.349.

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si supiera el trabajo, bien creo yo que uno no viniera) y, finalmente, para todo lo que les
mandaran, y de todos oficios, algunos oficiales; toda la mayor parte iba con sus armas para
pelear ofreciéndose caso”.11
Ex profeso hemos hecho esta larga cita para hacer resaltar, conforme lo había apuntado
ya Prescott en su citada obra, el contraste que existe entre todas estas sabias medidas de
colonización y las que se habían tomado ya en referencia al comercio que debía hacerse con
los territorios descubiertos. Choca al más ligero examen el cuidado que se puso en juego para
preparar esta segunda expedición de Colón, las sabias medidas que se dictaron respecto de
los indios, y, en un sentido general, el concienzudo plan de colonización que se esbozó en
esas medidas, con las férreas y absurdas disposiciones que, casi al mismo tiempo, se dicta-
ban sobre el comercio con las Indias y que se convirtieron más tarde en el funesto sistema
colonial español de los siglos XVI, XVII, y XVIII. Es muy posible que los Reyes Católicos,
impulsados por su rivalidad con Portugal y por la necesidad de defenderse de la política
expansionista del Rey D. Juan II, se vieran en el caso de dictar estas medidas, que debieron
ir desapareciendo a medida que se debilitaban la política de Portugal y sus amenazas para
el engrandecimiento colonial de España.
El cuadro trazado nos muestra cuál iba a ser, en líneas generales, el armazón de la po-
lítica internacional que se desarrollaría con motivo del descubrimiento del Nuevo Mundo.
Por una parte España, constituida ya en potencia unitaria, se lanzaría, con todo el vigor y la
energía de que la habían dotado los Reyes Católicos, a la conquista y a la colonización de las
tierras que en su nombre y para su gloria y provecho había descubierto Colón; de otra parte
Portugal, potencia colonizadora de primer orden, rival incontenida de España, gobernada
por el genio indiscutido del Rey D. Juan II, a quien ofreció Colón oportunamente y sin éxito
las primicias de sus posibles descubrimientos, empeñada en entorpecer la expansión colonial
de España. En medio de la rivalidad de las dos potencias ibéricas, el Papa, empeñado en
mantener la tradición de su política imperialista y absorbente, como jefe temporal y espiri-
tual del universo. Empujada por esos tres elementos iniciales comenzó a desenvolverse la
política internacional en torno al descubrimiento de América.

II
La política pontificia
Después que los Reyes oyeron el relato que les hiciera el Almirante sobre el curso y el
suceso de su viaje, tomaron la resolución de enviar un correo a Roma con la relación, para el
Sumo Pontífice, de lo que había dicho y visto Colón. Esta misión se encomendó a los mismos
embajadores encargados de dar el parabién y obediencia al Papa Alejandro VI, según usanza
de todos los príncipes cristianos.12
El verdadero propósito de los Reyes al despachar ese correo era el de asociar el concurso
del Papa a sus nuevos planes. López de Gomara y el Padre Las Casas se reducen a decir
que los Reyes despacharon sus correos para enterar al Sumo Pontífice “de cómo enviaron a
descubrir aquel Nuevo Mundo a este varón egregio, para tan extraño, y nuevo, y dificilísimo
negocio, de Dios escogido, el cual descubrió tantas y tan felices tierras, llenas de naciones
infinitas, con todo el suceso del viaje y cosas mirables en él acaecidas”.13
11
Las Casas, ob. cit., tomo I, p.352.
12
López de Gomara, ob. cit, p.168.
13
Las Casas, ob. cit., tomo I. p.340.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Prescott asevera que “después de la vuelta de Colón, Fernando e Isabel acudieron a la Corte de
Roma para que los confirmase en la posesión de sus nuevos descubrimientos y les diese la misma
amplitud de derechos que se había concedido anteriormente a los Reyes de Portugal”.14
Como consecuencia de esta demanda, Alejandro VI emitió sus célebres y renombradas
Bulas, de fechas 3 y 4 de mayo y 25 de septiembre de 1493, por las cuales les hizo “donación
y merced a los españoles de todas las islas y tierra firme que descubriesen al Occidente”, a
cambio de que enviasen allí predicadores que convirtieran a los indios a la fe de Cristo.15
Es necesario examinar cuidadosamente este hecho para darle toda la significación que
tiene, y deducir todas las consecuencias de que es susceptible.
Resuelta en el último sentido la cuestión de si las Bulas del Papa fueron espontáneas u
obtenidas a diligencias de los Reyes Católicos, debemos considerar las circunstancias mismas
que rodearon la decisión del Santo Padre.16
Las Bulas pontificias influyeron poderosamente, durante varios siglos, en la atribución
de jurisdicción sobre determinadas porciones del globo.
En el siglo XII, Adriano IV concedió a Enrique II, de Inglaterra, la isla de Irlanda me-
diante el pago de un tributo.17 En el siglo XIII, Urbano IV concedió al Rey de Bohemia todas
las tierras de los infieles cuyos habitantes se convirtieran al cristianismo por su mediación
o cuya conquista hiciese.18 En el siglo XIV, Clemente VI dio a Luis de la Cerda, Conde de
Clermont, hijo del Rey Alfonso, destronado por Sancho IV del trono de Castilla, la soberanía
de las islas Afortunadas por un tributo anual de 400 florines oro.19 En los comienzos del siglo
XV, Martín V, por una Bula, dio al Rey de Portugal la investidura de los descubrimientos
que hiciera desde el Cabo Bojador hasta la India.20
En el año 1452, Nicolás V concedió al Rey de Portugal y a sus sucesores, haciendo uso de
su autoridad apostólica, “la facultad de atacar, de subyugar, de reducir a servidumbre perpetua
a los sarracenos, los paganos y los otros infieles y enemigos de Cristo, de tomar sus tierras, sus
bienes muebles e inmuebles”. Se proponía el Papa, de esta manera, provocar una cruzada contra
los moros de África, comprometiendo al Rey a trabajar por el triunfo de Cristo, para lo cual le
acordó a él mismo, como a los que lo asistieran en esta empresa, la remisión de sus pecados.
Dos años más adelante, el mismo Papa Nicolás V escribió al Rey, enviándole la Rosa de
oro, autorizándole nuevamente a atacar y reducir a los enemigos de Cristo y concediéndole
a perpetuidad, a él y a sus sucesores, la propiedad “de todos los reinos a partir de los Cabos
Bojador y Non, en toda la costa de Guinea, es decir hacia la costa meridional”.21
Inmediatamente después de las concesiones de Nicolás V en favor de los portugueses,
sobrevienen las concesiones de Calixto III en 1456, de Pío II en 1459, de Sixto IV en 1481.
Rainaldi apunta la noticia, adquirida en los archivos del Vaticano, de que en 1481, a con-
secuencia de diferencias surgidas entre el Rey Alfonso de Portugal y Fernando e Isabel de
14
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.91.
15
López de Gomara inserta en su ya citada obra el texto íntegro, en latín, de la Bula in coetera de fecha 4 de
mayo de 1493.
16
No deja lugar a dudas sobre esta cuestión la carta del 4 de agosto de 1493, por la cual daban noticias los Reyes
a Colón del envío de la traducción de la Bula del 4 de mayo. Este documento ha sido citado por Nys. Etudes de Droit
Internacional et Droit Politique, tomo I, p.203.
17
F. Laurent, Estudios sobre la historia de la Humanidad, Traducción de Gabino Lizárraga, tomo X: Las nacionalidades,
p.440, Madrid, 1878.
18
Laurent, ob. cit., tomo X, p.441.
19
Ibídem.
20
Nys, La Línea de demarcación de Alejandro IV, ob. cit., tomo I, p.200.
21
Nys, ob. cit., tomo I, p.202.

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España, respecto de las islas Canarias, se llegó a un entendido, mediante el cual los soberanos
españoles y sus sucesores se comprometían a no crear dificultades al Rey de Portugal ni a
sus sucesores en relación con las islas Azores, la Guinea, la Etiopía occidental y un reino que
habían arrancado recientemente a los sarracenos. Dice Rainaldi que el Papa confirmó este
arreglo “en virtud de su autoridad apostólica y renovó los derechos concedidos por Martín
V, Eugenio IV y Nicolás V al Príncipe Enrique y a los Reyes Eduardo y Alfonso”.22
Estos son los antecedentes históricos y políticos de las Bulas expedidas por Alejandro VI
en favor de los Reyes de España. Ahora bien, esta concesión del Papa en favor de los Reyes
Católicos varió de una manera fundamental la política de la Santa Sede sobre la expansión
colonial de las dos potencias rivales. Esta vez el favor del Papa se iba del lado de España sin
reservas. Había razones para ello: los Reyes Católicos representaban en ese momento una
mayor fuerza militar y política que Portugal, y representaban asimismo, en sus relaciones,
mayores ventajas para la Santa Sede que el reino lusitano.
Ante “nuevas tan nuevas” como las que el correo de los Reyes Católicos le había dado, la
Corte Romana, “bañada en espiritual regocijo”, acogió la demanda de los Reyes y dictó, el 3 de
mayo de 1493, una Bula concediendo, pura y simplemente, a los Reyes de Castillas y de León,
“las islas y tierras firmes recientemente descubiertas por Colón”, para que las poseyeran con
los privilegios y los derechos que los Reyes de Portugal habían obtenido sobre las islas situadas
en las regiones de África, de Guinea y la Mina de Oro; extendióse esta concesión a las islas y
tierras por descubrir. Esta primera Bula tenía por objeto acordar a los Reyes de España, en el
mismo sentido general, lo que se le había acordado a Portugal en Bulas precedentes.
Al día siguiente al en que se dictó la primera Bula, el día 4, se dictó una segunda, en la
cual se suprimió el pasaje concerniente a los privilegios de Portugal y se dispuso además
que “Fernando e Isabel, así como sus sucesores, quedaban constituidos dueños de todas las
tierras firmes y de todas las islas descubiertas y por descubrir hacia la India o hacia cualquier
otro país”, determinando un límite por medio de una línea ideal, trazada del Polo ártico al Polo
antártico, alejada cien leguas al oeste de cualquiera de las islas comúnmente llamadas Azores
y del Cabo Verde. Se hacía una sola retricción a esta lata donación pontificia: las islas poseídas
por príncipes cristianos o que estuvieran ocupadas antes de la Navidad del año 1493.23
Alejandro VI hizo esta concesión “por su pura liberalidad; su ciencia cierta y por la ple-
nitud de la potestad apostólica”, teniendo en cuenta los servicios prestados por los Reyes
Católicos a la causa de la Iglesia.
La Bula de 4 de mayo, destinada a aclarar y precisar las expresiones de la del día anterior,
seguramente a diligencia de la Corte de España, deslindó los campos para prevenir incon-
venientes y dificultades con Portugal a causa de las concesiones que ya se le habían hecho
a esta potencia. La Bula de demarcación precisó condiciones fundamentales a los concesio-
narios e impuso penas espirituales para los que osaran contravenir sus términos. Se creó la
pena de excomunión, late sententiae, para los que se atrevieran a sobrepasar hacia el oeste
la línea de demarcación, a menos que no fuesen los súbditos de Sus Majestades Católicas.
Contenía, además, el documento, en su parte final amenazas a los que violaran “la carta de
recomendación, de exhortación, de concesión, de orden, de mandamiento”, quienes incurrían
en la indignación de Dios todopoderoso y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.24

22
Ibídem.
23
Ibídem, p.204.
24
Ibídem, p.205.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Toda la concesión y donación del Sumo Pontífice estaba sujeta, como una cuestión esen-
cial, al cumplimiento de “un terrible y espantoso formal precepto” por el cual se les mandaba
a los Reyes Católicos “en virtud de santa obediencia, que no importa menos de necesidad
y peligro de su propia condenación, que provean y envíen a estas islas y tierras firmes (así
como Sus Altezas lo prometían, cuando hicieron la dicha relación, por su propia y espontánea
solicitación, y no dudaba la Sede Apostólica, por su grande devoción y real magnanimidad,
que así lo cumplieran) personas, varones buenos y temerosos de Dios, doctos, peritos y bien
entendidos en lo que se requiere para la dicha conversión, experimentados asimismo para
instruir y doctrinar los vecinos y moradores, naturales de estas tierras, en la fe católica, y los
enseñar y dotar de buenas costumbres, poniendo en ello toda la debida diligencia”.25
Parece que todavía no era suficientemente amplia la donación del Papa. El 25 de sep-
tiembre del mismo año de 1493 apareció una tercera Bula traducida al español con el nombre
de Bula de extensión y donación apostólica de las Indias, por la cual se extendía y ampliaba la
donación contenida en los Actos de 3 y 4 de mayo. Lo que se procuraba con esta tercera
Bula era que las partes de la India oriental no pertenecientes a príncipes cristianos, pasaran
a poder de España. Se acentuaba el favor de la política pontificia para los Reyes Católicos.

III
La diplomacia de Don Juan II
Portugal veía con recelo esta política, y trató por distintos medios de destruirla o detenerla.
Con este fin hizo valer ante Alejandro VI los derechos que Bulas anteriores le habían reconocido
en Oriente, sin que el Papa se dignara tomarlos en consideración, convencido de que las conce-
siones hechas a los Reyes Católicos en nada perjudicaban los derechos de la Corte de Lisboa.
El Rey D. Juan II, hábil en los rejuegos de la diplomacia de su época, creyó resolver la
situación confiándola a las conversaciones cancillerescas. Delegó embajadas a los Reyes
de España y recibió las de estos; pero sorprendido con el segundo viaje de Colón, no tuvo
tiempo para impedirlo y se vio en el caso de avenirse a un pacto con su rival, que no satis-
facía sus aspiraciones.
Las dificultades entre Lisboa y Castilla, con motivo de sus opuestas aspiraciones de
conquista, tuvieron una solución aparente en el Tratado de Tordesillas, suscrito el día 7 de
junio de 1494. Antes de llegar ahí, sin embargo, estuvieron ambos poderes a punto de resol-
ver sus diferencias por la guerra, medida que eludió, con indiscutible sagacidad, el Rey D.
Juan, en vista de su evidente inferioridad respecto de España.
Nos es bien sabido que el Papa Martín V concedió a Portugal todas las tierras que des-
cubriera después del Cabo Bojador hasta la India, y que la Corte de Castilla se comprometió,
en la paz de Alcacevas de 1479, a respetar esos derechos. El Rey de Portugal se dispuso a
hacer valer esos derechos, y con tal propósito reunió, tan pronto como Colón se ausentó de
Lisboa, en el regreso de su primer viaje, un Consejo de Estado que dispuso el armamento de
una escuadra para impedir el paso de los navíos españoles a Oriente, en vista de que sólo
los Reyes de Portugal tenían el derecho de descubrimiento en la India.
Frente a la amenazadora actitud de Portugal, los Reyes Católicos ordenaron a su vez
al Duque de Medina Sidonia que reuniera una flotilla y vigilara los movimientos del Rey
D. Juan. Las cosas hubieran pasado de ahí si Portugal, dándose cuenta de su desventajosa

25
Las Casas, ob. cit., tomo I, pp.432-433.

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posición, no se hubiera detenido en el camino de la violencia para seguir el del buen enten-
dido y la reparación amistosa.
Tan pronto como la segunda expedición del Almirante dejó las costas españolas, los
Reyes Católicos enviaron una especial embajada a Lisboa para anunciar el acontecimiento
a D. Juan II. Este recibió la nueva con vivas muestras de disgusto y contrariedad, llegando
hasta el extremo de satirizar y ridiculizar a los embajadores, de los cuales, uno, D. Pedro de
Ayala, era cojo. Don Juan quiso detener la actividad española dándole tentes y esperas con
las conversaciones en que se había empeñado. Pero mientras Portugal conversaba, España
actuaba, y con tal rapidez, que en sesenta días pudo preparar la segunda salida de Colón,
sin que Lisboa se percatara de ello, dando así golpe mortal a los ambiciosos designios del
Rey Don Juan. Ante su fracaso, no le quedó otro camino al Rey que el de tratar, franca y
abiertamente, sus dificultades con la Corte de Castilla, por la vía del entendido directo, ya
que su alto sentido diplomático lo inducía a descartar de ese entendido la intervención de la
Santa Sede o de cualquier otro árbitro. Don Juan había fracasado también en sus gestiones
para obtener del Papa la rectificación de las Bulas de concesión en favor de España.26
Por mediación de la embajada que le enviaran a notificarle la nueva salida del Almirante,
propusieron los Reyes Católicos a D. Juan someter al juicio arbitral del Papa, o de cualquier
otro árbitro, la solución de las dificultades pendientes entre ellos. Portugal no se avino a esta
proposición, pensando, sin duda, en que su causa no resistía el arbitraje, o en que era muy
evidente el favor del Papa por los Reyes Católicos. No está de más decir que Alejandro VI
era Borgia y valenciano.
Después de un año de tanteos, se determinó D. Juan II a someter el litigio a una Confe-
rencia solemne, la cual se abrió en Tordesillas, pequeña ciudad del Reino de León, en donde
se encontraba entonces la Corte. A esta Conferencia asistieron de una y otra parte marinos
y cosmógrafos para asesorar a los diplomáticos. Los portugueses mantenían la tesis de
que los lugares descubiertos por Colón eran parte de la costa oriental del Asia, por lo cual
emitieron la opinión de trazar la línea de demarcación a través del grupo de Las Canarias,
atribuyendo a España todo lo que estaba al Norte, y a Portugal todo lo que estaba al Sur de
esta línea. La proposición no tuvo buen éxito.27
Se convino en definitiva tirar una línea de polo a polo, es decir, del Polo ártico al Polo
antártico, a trescientas setenta leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde, y que todo lo que
se había descubierto ya, o se descubriere en lo sucesivo, al Oeste de dicha línea, pertenecía
al Rey de Portugal, y a los Reyes de España lo que se hubiera descubierto o se descubriere al
Oeste de la línea. En caso de que navíos de una parte hicieran descubrimientos en regiones
asignadas a la otra, se consideraba el descubrimiento efectuado en favor de ésta.28
Se convino también que cada parte enviaría una o dos carabelas a la Gran Canaria, para
que allí se reunieran y de allí partieran, llevando a bordo hombres preparados, pilotos, sabios,
astrónomos y marinos, hacia el Occidente, para recorrer la distancia de trescientas setenta
leguas “medidas como debían serlo para no perjudicar los intereses de ninguna de las dos
partes”. En caso de que la línea tocase algunas tierras, se establecerían allí señales a cierta
distancia que fijaran la dirección general de la línea. Esta operación no pudo efectuarse,
porque nunca se produjo la reunión prevista por el Tratado de Tordesillas.

26
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.97.
27
Nys, ob. cit., tomo I, p.208.
28
Ibídem.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Las negociaciones así terminadas no produjeron innovación ninguna en las disposiciones


de las Bulas de concesión, a menos que no fuera el aumento a trescientas setenta de la dis-
tancia de cien leguas al Oeste de las islas del Cabo Verde. Esta modificación sirvió, seis años
más tarde, para asegurar en favor de Portugal el descubrimiento del Brasil. Por lo demás, el
Tratado de Tordesillas no es sino una ratificación hecha por las dos potencias conquistadoras
de las medidas que había tomado el Sumo Pontífice, el año anterior, con motivo del descu-
brimiento del Nuevo Mundo. El espíritu del Tratado no variaba en nada el sentido con que
la Santa Sede intervino en la cuestión, sino que antes ampliaba y reconocía ese sentido.
El Almirante estuvo interesado en las negociaciones de Tordesillas y los mismos Reyes
le enviaron –en copia– el Tratado en que se contenían esas negociaciones. Colón jamás re-
conoció la conveniencia de la concesión que se hizo a Portugal aumentándole su radio de
acción para el descubrimiento.
Asegura el sabio profesor belga Lagrange, que la primera línea de demarcación pasaba
justamente por el punto de declinación 0º de la aguja imantada, observación hecha, antes
que nadie, por Cristóbal Colón.29
Como el Papa, antes de expedir su Bula de concesión, estuvo en correspondencia con
el Almirante, es muy probable que éste llamara la atención del Santo Padre sobre el hecho
que tanto lo había preocupado a él, y que esa circunstancia determinara la elección –un
tanto arbitraria– de las cien leguas al Oeste de las Azores.30 Humboldt piensa, del mismo
modo, que la elección del límite de las cien leguas se debe a las ideas geográficas de Colón,
quien daba gran importancia a esta línea, donde se comienza a encontrar un cambio de
temperatura, en donde él había hecho observaciones sobre la aguja imantada, en donde el
mar se cubría de hierba.
El Tratado de Tordesillas31 no fue lo suficientemente claro y preciso para terminar las
dificultades pendientes entre España y Portugal; adolecía de la misma vaguedad, de la
misma falta de técnica de que adolecieron las Bulas papales. Las conferencias y las con-
versaciones se siguieron, interminables, entre las dos Cancillerías, las cuales no pudieron,
en trescientos años, entenderse definitivamente sobre sus derechos en América. El Tratado
no estuvo destinado sino a arreglar diferencias presentes sobre tierras ya descubiertas, y
a definir la posesión de las dos potencias marítimas en el momento en que se suscribió
el instrumento, pero no tuvo en cuenta las cuestiones que pudieran nacer con motivo de
nuevos descubrimientos.
Andando el tiempo se dio el caso de que las embarcaciones de una y otra potencia
rodearon el globo por distintos caminos y llegaron a encontrase en la parte opuesta, cir-
cunstancia que no estuvo prevista por el Tratado de Tordesillas. De esta manera se pre-
sentó el caso célebre de las islas Molucas, reclamadas por cada una de las dos partes para
sí, en virtud del Tratado. Esta cuestión se discutió largo tiempo, dio lugar a numerosos
congresos, en los cuales se agotó la ciencia geográfica y cosmográfica de la época, y se
resolvió, finalmente, mediante un arreglo transaccional, por el cual convino España32 en
renunciar sus pretensiones a las islas a cambio de trescientos mil ducados que recibió de
la Corte de Lisboa.

29
J. B. Charcot, Christophe Colomb vu par un marin, p.200, Ernest Flammarion, Editeur, París, 1928.
30
Ibídem.
31
Salomón, L’Occupation des territoires San Maitre, p.39, París, 1889.
32
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.99, nota 1.

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No hay duda ninguna de que el Tratado de Tordesillas no fue sino una mera ratifi-
cación de las Bulas pontificias de 1493. Después de haber sido confirmado por los Reyes
Católicos en fecha 2 de julio de 1494, y por D. Juan II el 5 de septiembre del mismo año,
a iniciativa del Rey Manuel de Portugal, hijo de D. Juan, y en ejecución de una cláusula
del mismo Tratado, fue sometido a la Santa Sede para su confirmación apostólica, la cual
fue otorgada por Bula que en fecha 24 de enero de 150633 dirigiera Julio II a dos Prelados
portugueses.
La política pontificia sufrió una radical transformación en favor de Portugal. En el
año 1488 rindieron homenaje los portugueses al Papa Inocencio VIII con motivo de los
descubrimientos de Bartolomé Díaz; en 1505 hicieron lo mismo a Julio II en ocasión de las
tierras que descubriera Vasco de Gama; y en 1513 a León X con motivo de los descubri-
mientos de Alburquerque. Los Reyes españoles se abstuvieron obstinadamente de hacer
lo mismo. Como resultado de esta política, se produjo la Bula de León X, de fecha 3 de
noviembre de 1514, por la cual renovó a Portugal todas las concesiones que en Oriente le
habían hecho Bulas anteriores, y, yendo más lejos todavía, le otorgó todas las conquistas
y descubrimientos antiguos y modernos que hubieran realizado, no solamente desde el
Cabo Bojador hasta la India, sino dondequiera que hubiera tenido o tuvieren lugar, aun
en regiones desconocidas.34 León X no hizo ni siquiera mención de las Bulas de Alejandro
VI. Esto indicaba un cambio completo en las relaciones de la Santa Sede con las potencias
descubridoras. El favor de que había gozado España con el Papa, lo conquistaba Portugal
nuevamente.

IV
Examen de las circunstancias políticas que rodearon el descubrimiento
¿Cuál era el fundamento de la actitud de la Santa Sede? ¿En qué consideraciones basaba
el Sumo Pontífice su intervención en las dificultades pendientes entre España y Portugal, y
a qué título pretendía resolver esas dificultades? “Era creencia tan antigua, afirma Prescott,
quizá como las Cruzadas, que el Papa, como Vicario de Jesucristo, tenía facultad de disponer
de todos los países habitados por infieles en favor de los cristianos”.35 El Papa pretendía, al
dictar sus Bulas de concesión, poner en ejercicio sus atribuciones de soberano temporal del
Universo. Ante el pedimento que le hicieron los Reyes Católicos, con motivo del descubri-
miento de Colón, el Papa aprovechó la oportunidad que las circunstancias le deparaban,
para revivir las facultades que ya nadie le reconocía y que de hecho había perdido desde
largo tiempo atrás. Las Bulas de concesión se basaban, dice Nys, a la vez, sobre la preten-
dida soberanía general del Papa, y sobre la donación de Constantino el Grande. Bartolo, en
su Tractatus de insula, reconoce en el Papa la facultad de conceder el jus occupandi sobre las
islas, y conviene, a pesar de su credo imperialista, en que los Soberanos Pontífices han hecho
frecuentemente semejante concesión.36
Examinando la cuestión en su aspecto externo, se podría llegar a creer que las Bulas de
concesión representaban el renacimiento del poder temporal que ya había perdido el Pontifi-
cado. No se podría deducir otra consecuencia del hecho de que el Papa, con una mera medida

33
Nys, ob. cit, tomo I, p.209.
34
Ibídem, p.210.
35
Prescott, ob. cit., tomo IV, p.94.
36
Nys, ob. cit., p.200.

527
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teórica, decidiera una cuestión tan ardua como la que sostenían las dos potencias marítimas
más fuertes de la época. Y mayormente podría pensarse tal cosa, cuando se viera a esas mismas
potencias recurrir a la Santa Sede en busca de solución para sus dificultades. La crítica moder-
na, sin embargo, ha ahondado en la cuestión, y la ha colocado en su verdadero sitio. Según
Nys, las Bulas de Alejandro VI no tienen la trascendencia que les atribuyen unos, ni merecen
los ataques y los denuestos con que otros las han comentado. Para el profesor belga, las Bulas
alejandrinas no son sino una oscura y mediocre manifestación de la política de entonces.
La tónica de las corrientes favorables y adversas a las Bulas la dan José de Maistre y
Voltaire, respectivamente. El primero hace el elogio más encendido y más vivo de la actitud
de españoles y portugueses “al consentir en someter sus discusiones actuales y aun sus
disensiones posibles al juicio desinteresado del Padre común de los fieles” y al sustituir con
un arbitraje imponente guerras interminables. El segundo, por el contrario, satiriza mordaz-
mente la donación del Papa a las dos potencias, considerando que, del mismo modo que el
Santo Padre daba a España y a Portugal casi toda la tierra, hubiera podido darles a Júpiter
y a Saturno con sus satélites.37 Ambos puntos de vistas son falsos y erróneos, dice Nys. “La
verdad es que los actos del Papa no tienen la significación que se les atribuye; en verdad,
fórmulas pomposas cubren un pensamiento mal definido sin duda, pero que no encierran
la pretensión de disponer del mundo”.38
Bentahm y Summer Maine, embarazados por los inconvenientes que presentaba el des-
cubrimiento y la ocupación según concebía su época estas cuestiones, han hecho el elogio de
las Bulas de Alejandro VI, considerándolas desde un punto de vista puramente jurídico.39
Procediendo metódicamente al análisis de la cuestión, debemos antes que todo determi-
nar la intención que mantuvo España, la parte interesada, al poner en movimiento la acción
pontificia. Nadie puede pensar que en los últimos años del siglo XV, cuando estaban ya
constituidos los grandes poderes nacionales europeos e independizados de la influencia de
la Santa Sede, reconociera España, de buena fe la supremacía temporal del Vicario de Cristo.
Los Reyes Católicos se dirigieron a Roma ejecutando con ello, simplemente, una maniobra
política. El propósito de los Reyes de España era el de crearse un título teórico igual al que
poseían los portugueses respecto de sus descubrimientos. Asevera Prescott que Fernando
e Isabel no estaban completamente persuadidos del derecho que se le atribuía al Papa de
poder disponer en favor de príncipes cristianos de las tierras habitadas por infieles, pero que
“quisieron consentirlo en este caso, convencidos de que la sanción pontificia podría alejar las
pretensiones de los demás, y especialmente de los portugueses, sus rivales”.40 El mismo autor
apunta que los Reyes Católicos tuvieron el cuidado de definir el carácter y el alcance de su
solicitud, en la misma instancia que elevaron a la Santa Sede. En esa instancia manifestaron
los Reyes “que sus descubrimientos en nada perjudicaban a los derechos concedidos antes
por Su Santidad a los Reyes de Portugal”. “Que aunque muchas personas sabias creían que
no tenían necesidad de dirigirse a la Corte de Roma para pedirle un título que ya poseían,
con todo, como príncipes piadosos y buenos hijos de la Iglesia, no querían pasar adelante
sin la aprobación de aquel a cuya guarda están confiados los más grandes intereses de la
misma”.41
37
Voltaire, Diccionario Filosófico, p.14, Juan Gassó, Barcelona.
38
Nys, ob. cit, tomo I, p.194.
39
Salomón, ob. cit., pp.39-40.
40
Prescott, ob. cit., p.94.
41
Ibídem.

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El mismo hecho de que Cristóbal Colón, siguiendo instrucciones de los Reyes, tomara real y
efectiva posesión, a nombre de Castilla, de las tierras que descubriera el 12 de octubre de 1492, sin
tener en cuenta las concesiones que había hecho el Papa a Portugal, es una demostración evidente
de que España no tenía muy en cuenta los derechos desprendidos de esas concesiones.
“Sans trop appuyer sur le fait que la décision papale fut modifiée par Ferdinand et Isa-
belle, on peut affirmer que ceux ci n’avaient pas et ne pouvaient avoir, touchant le droit de
conquéte sur les infidéles, d’autre opinion que celle de leur ami Henri VII d’Angleterre qui,
san se soucier, de la papauté accordait comme nous l’avons dit l’autorisation de planter le
drapeau royal dans les iles, pays, provinces de gentiles et des infidéles. Is s’agissait, pour les
souverains d’Aragon et de Castille, de courir au plus pressé, de se procurer un titre analogue
a celui des Portugais, car cet titre eut on méme 1’intime conviction qu’il était nul, permettait
de gagner du temps, de faire de la procédure et méme de la chicane. Ici encore, nous nous
trouvons devant une manifestation de ce respect –réel ou apparent– du droit qu’est le trait
caractéristique de l’époque médiévale”.42
Es verdad que las Bulas de Alejandro VI sirvieron de fundamento a la fórmula general
redactada, con el consentimiento de los Reyes Católicos, por los jurisconsultos e historia-
dores adictos a la corona, para intimar a las poblaciones recién descubiertas a someterse a
la autoridad de España. Pero esta fórmula, creada para el uso de los conquistadores, está
en contradicción absoluta, según observa Nys, “con las doctrinas enseñadas en el siglo XVI
por los jurisconsultos y por los teólogos más eminentes”.43
No creemos, pues, que los Reyes Católicos pensaran seriamente en que las Bulas papales
constituían el mejor título de la posesión en que entraba España de las tierras descubiertas
por el Almirante. Fernando e Isabel jugaban a la política con la Santa Sede, y esta jugaba a
la política con los Reyes. Ni los unos ni la otra creían sinceramente en que el Papa podía ya
disponer, como soberano temporal, de tierras en que afincaban las grandes potencias de la
época intereses y necesidades vitales.
Veamos, para comprobar nuestro aserto, cuál fue la verdadera actitud de Alejandro VI
en este asunto de las Bulas de demarcación.
Hay circunstancias e indicios que muestran esa actitud en su verdadera significación,
y que apenas dejan dudas sobre el hecho de que Alejandro VI no tomó muy en cuenta el
poder temporal de la Santa Sede para hacer la donación de Indias.
La carta dirigida por el Papa al Nuncio de Madrid, Francisco de Spratz, descubierta por
Harisse en Venecia, y fechada el 17 de mayo de 1493, demuestra claramente que la Santa Sede
no juzgaba urgente este asunto de las donaciones.44 El Papa anuncia en ese documento el envío
simultáneo de tres expedientes, de índole muy diversa y de muy variada importancia. Al mismo
tiempo que el envío de la Bula in coetera, anunció el Papa el envío de un breve al Rey y a la Reina,
concerniente al Tratado sobrevenido entre la Santa Sede, Venecia y Milán y al instrumento por el
cual el Sumo Pontífice había querido reservar los lazos que lo unían a los soberanos españoles.
Anunció asimismo Alejandro VI el envío de un tercer breve a los Reyes Católicos, en
donde les decía que no debían extrañar que el Papa no hubiera intervenido entre ellos y el
Rey de Francia, porque él creía la paz concluida.

42
Nys, Les origines du Droit International, p.372.
43
Ibídem.
44
Nys, La ligne de demarcation de Alexandre VI, ob. cit., p.206.

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“El hecho de que el Papa enviara su Bula al mismo tiempo que dos documentos pura-
mente políticos; el hecho de que la haya mencionado de paso, ¿no dicen bastante? El Papa ha
visto en este documento un acto desprovisto de importancia, una simple concesión, semejante
a tantas otras concesiones de privilegios, de indulgencias, de dispensas”.45
¿Qué son, en sí mismas, las Bulas de concesión? Ninguna pregunta más difícil de contestar
que esta. “Ausencia total de precisión, lenguaje casi incoherente, que denota muchas veces
una ignorancia absoluta, tales son los rasgos principales de los documentos pontificios de
1493”. El Papa no hizo otra cosa que copiar los modelos existentes para concesiones de la
naturaleza de la que hacía a España. No puso ni el cuidado ni la atención que requería una
manifestación solemne y categórica de la soberanía temporal de la Santa Sede, si tales hu-
bieran sido su intención y su propósito.
La redacción de las Bulas era muy mala, el estilo “ridículamente pomposo”, como lo era
el de las Bulas anteriores de concesión. Hay además en los dichos documentos faltas notables
de ilación y de concordancia científicas. Humboldt ha hecho interesantes observaciones a este
respecto. No hay duda de que el Papa no tenía la menor noción de las cuestiones que estaba
resolviendo. J. Fiske, en The Discovery of America, hace notar que el Papa describe los países atri-
buidos a los monarcas españoles como encontrándose al Oeste y al Sur de la línea que acababa
de trazar de polo a polo, que la palabra sud está aquí evidentemente de más.46 Llama también
Humboldt la atención sobre la vaguedad de las expresiones “de no importar cuál de las islas
comúnmente llamadas Azores o del Cabo Verde”: “a qualibet insularum”. Esto da a entender que
los dos grupos estaban en la misma longitud, cuando lo cierto es que la isla más occidental de
uno de los grupos y la más oriental del otro son las que están en idéntico meridiano.
La misma obligación que impuso el Santo Padre a los Reyes Católicos en cuanto a la
conversión de los infieles, está muy vagamente expresada. Lo que indica también la des-
preocupación y el descuido con que manejó la Santa Sede todo este asunto.
En puridad de verdad, las Bulas de Alejandro VI no revistieron otro carácter que el
de una mera combinación política en contra de Portugal, manejada principalmente por la
Corte de Castilla. Al pedimento de los Reyes de España, la Cancillería pontificia contestó
afirmativamente, concediendo un documento igual a los mismos que había otorgado ya
en ocasiones semejantes, sin dar demasiada importancia a su acción. Este acto del Papa no
amerita ni “el exceso de honor ni la indignidad que se han manifestado respecto de él”. “Los
ataques son falsos, los elogios también”.
Las potencias extrañas al arreglo de Alejandro VI no consideraron este arreglo sino
como una simple medida, de orden transaccional, encaminada a asegurar la paz entre dos
naciones rivales que no hubieran dejado de promover conflictos sangrientos entre sí con
motivo de sus recientes conquistas.47 No le reconocían al Sumo Pontífice facultad ni poder
ninguno para disponer a su capricho de todo un mundo.
Holanda e Inglaterra eran dos potencias protestantes que no se sentían ligadas a la arbi-
traria disposición de la Santa Sede; Francia, aunque católica, impulsada por la conservación
de sus propios intereses, no podía menos que seguir la misma política de las otras dos nacio-
nes. La Reina Isabel de Inglaterra y el Rey Francisco I de Francia mantuvieron una constante
protesta contra las donaciones de Alejandro VI y contra el Tratado de Tordesillas. Para ellos,

45
Nys, ob. cit., tomo I, p.207.
46
J. Fiske, The Discovery of America, tomo I, p.459. Citada por Nys.
47
Funck Brentano, L’ile de la Tortue, p.31, París.

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estos instrumentos no les eran oponibles a sus naciones respectivas, y sólo les concedían el
valor de obligaciones contraídas –res inter alios– entre las Cortes de Castilla y de Lisboa.
En este sentido, es bien conocida la respuesta que dio la Reina Isabel de Inglaterra al
Embajador español que fue a Londres a quejarse de las depredaciones cometidas, en mares
americanos, por navíos ingleses.48
Las concesiones hechas a España y a Portugal por la Santa Sede fueron aprovechadas
por estos dos poderes para crear en su provecho el monopolio del comercio con las tierras
descubiertas. Esta manera de aplicar las aludidas concesiones era altamente perjudicial a
los demás pueblos que mantenían tráfico marítimo.
La lucha de intereses dio nacimiento al corso. Para hacer efectiva su protesta contra
las concesiones pontificias, el Rey Francisco I autorizaba –por patentes especiales– a sus
armadores y capitanes, a realizar toda empresa guerrera contra españoles y portugueses
en el Nuevo Mundo. Los Gobiernos ampararon y protegieron la piratería para defenderse
con ella de la absurda política ibérica. La lucha entre los corsarios y los españoles fue larga
y heroica: duró hasta que España se decidió a abandonar el monopolio que había querido
mantener en su comercio con América.49
No hay duda ninguna sobre el verdadero carácter que tuvieron las Bulas de Alejandro
VI. Fueron una simple medida política de la Santa Sede destinada a llenar varios fines de
índole puramente ocasional: complacer a los Reyes Católicos, cuyas relaciones eran ventajosas
para la Santa Sede; tratar de evitar un conflicto armado entre dos potencias católicas, amigas
ambas del Papa; tratar de extender la religión cristiana por nuevas tierras de gentiles.
Más de eso no pretendió el Sumo Pontífice, porque su misma actitud en la cuestión
demuestra claramente que él no había vinculado fines solemnes y trascendentales a sus tan
celebradas y atacadas Bulas de concesión.
Matayaya, República Dominicana.
Mayo de 1930.

Enriquillo o el germen de la teoría moderna


del Derecho de Gentes
Extr. Clío, Academia Dominicana de la Historia, enero-febrero 1937.

I
La isla que se reparten hoy la República Dominicana y la República de Haití fue des-
cubierta el día 5 de diciembre del año 1492 por el Almirante don Cristóbal Colón, para la
corona y el señorío de España. Desde esa fecha se inició en la isla la ocupación española, sin
otro título que el de la fuerza y sólo en virtud del propósito mantenido por aquella nación
de adueñarse de las tierras descubiertas.
España fundó su derecho a la ocupación de esas tierras en las famosas Bulas de Concesión
que en su favor dictó Alejandro VI, de las cuales, la más importante, tiene fecha cuatro de
mayo de 1493. En el año siguiente, debido a diligencias de Portugal, se modificó la situación
creada por los documentos pontificios mediante negociaciones directas emprendidas en la
ciudad de Tordesillas por las cancillerías española y portuguesa, las cuales llegaron a acordar

48
Ibídem, p.32.
49
Ibídem, p.33.

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sus diferencias sobre el derecho del descubrimiento en un tratado que lleva el nombre de
la ciudad en que fue suscrito.
La consistencia de estos títulos y el valor que los mismos Reyes Católicos les concedieron
son cuestiones definitivamente esclarecidas por la crítica moderna. Las bulas de concesión,
extemporáneas ya en 1493, no fueron sino un manto político con que quiso España cubrir la
insolencia de la conquista, en la cual se hubiera aventurado con o sin la venia de Roma.
Desde los mismos tiempos en que se sucedieron los hechos de la conquista, resultaron
insuficientes las razones aducidas por el elemento oficial para convencer a los espíritus
imparciales de la legitimidad de la empresa. La conquista de América se consideró en todo
momento como un simple hecho de fuerza, sin fundamento jurídico y sin ninguna base
justa que la asentara.
La crueldad con que se realizó la colonización de esas tierras y el espíritu inmoderado
de lucro que animó a los conquistadores y colonizadores encontró una formidable corriente
de oposición dentro de la misma España, la cual corriente, iniciada por la magnánima reina
Isabel de Castilla cuando se opuso a los designios esclavistas de Colón, culminó con la fa-
mosísima Releccion de Indis, pronunciada por el Padre Francisco de Vitoria en el año de 1539, bajo
las augustas bóvedas de la Universidad de Salamanca.50
El Padre Vitoria en su fecunda lección sobre la libertad de los indios americanos, resu-
mió, para combatirlos, todos los títulos y los argumentos aducidos por los partidarios de la
acción de España y creó, asimismo, en una genial síntesis constructiva, la verdad científica
frente al sofístico derecho de conquista mantenido por la España imperialista de Carlos V.
Con su defensa de la libertad de los indios echó el teólogo de Salamanca los fundamentos
de toda la teoría moderna del derecho de gentes, la cual, vulgarizada más adelante por el
holandés Hugo Grocio, no ha llegado todavía a una madurez completa.
Ante las miras absorbentes del imperialismo en América, se levantó el opuesto y gene-
roso criterio de los que defendieron la libertad de los indios y abogaron por ella y aun por
la autonomía política de los pueblos recién descubiertos. La lucha entre ambos bandos fue
larga y ardorosa. La comenzaron los padres dominicos con sus comentadas predicaciones de
1510 ante el Virrey y gente rica de la Española y la cerró con su muerte el inmortal Bartolomé
de las Casas, campeón de la buena causa de América.51
Considerando la cuestión en su aspecto puramente doctrinario, debemos convenir, de
una vez, en que la lucha se decidió por el derecho autóctono de América, ya que, a contar
del momento en que el Padre Vitoria produjo su genial conferencia de Salamanca, la doctrina
se mantuvo unánime en favor de la libertad de los indios. Es bueno, sin embargo, tener en
cuenta que el apogeo de la influencia vitoriana debe fijarse en el año de 1557, fecha en que
los discípulos del Maestro publicaron por primera vez sus célebres Relecciones. Para esta
época se había producido también la famosa discusión que con motivo de la libertad de los
indios americanos sostuvieron, en el año 1550, el Padre Las Casas y el doctor Juan Ginés de
Sepúlveda.52

50
Fr. Luis G. Alonso Getino, El Maestro Fr. Francisco de Vitoria, Cap. IX, Madrid, 1930.
51
Véase sobre la vida y obra de Las Casas: Antonio María Fabié, Vida y escritos del Padre Fray Bartolomé de Las Casas,
Obispo de Chiapas, dos tomos, Madrid, 1879. Sobre el sentido jurídico de la doctrina de Vitoria, véase Camilo Barcia
Trelles, Francisco de Vitoria et l’Ecole du Droit International, Academie du Droit International, Recueil des Cours, tomo
XVII, París, 1928.
52
Sobre los pormenores de esta célebre disputa y de todas las que sostuvo el Padre Las Casas, véase Fabié, obra
citada. Carlos Gutiérrez, Fray Bartolomé de Las Casas, sus tiempos y su apostolado, Madrid, 1878.

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No es mi intención entrar en el estudio minucioso de los caracteres de la ocupación


española de la isla. En mi concepto esa es una cuestión resuelta –teóricamente– desde los
mismos tiempos en que se inició la ocupación mencionada: no tenían títulos los españoles
para adueñarse de los territorios americanos por su propia y exclusiva determinación y sin
el libre consentimiento de sus legítimos dueños. Los indígenas eran, por las condiciones
favorables de organización en que vivían, aptos para el manejo de sus propios asuntos y
para el ejercicio de la soberanía autóctona: a esta conclusión llegó Francisco de Vitoria, es-
pañol y hombre de iglesia, en el año de 1539. Semejante parecer no representa, sin embargo,
una mera apreciación personal y aislada del problema, sino que, por el contrario, resume y
sintetiza cuarenta años de lucha tesonera y esforzada.
No obstante las razones científicas y sentimentales que se opusieron a la ocupación de
España en América, el hecho se mantuvo durante tres siglos sin que en su estructura se pro-
dujera ningún cambio sustancial. Las concesiones que en veces hacía el Consejo de Indias, no
determinaron nunca una transformación profunda de la situación creada por la conquista,
y las leyes que de cuando en cuando se destinaban a mejorar la suerte de los indios no se
aplicaron jamás en un sentido integral.
En lo que mira a la isla Española, las cosas se produjeron, sin embargo, en condiciones
especiales.
En muy pocos lugares de América llegó la colonización a los extremos de rigor y de
ferocidad con que se produjo en esta isla; en ninguna parte fue tan rápido el exterminio de
la población y de las instituciones indígenas. Fue aquí donde se inició el inhumano sistema
de las Encomiendas y Repartimientos de indios y donde nacieron todas las malas prácticas
de la colonización española. Tan dura fue la conducta de los europeos en la isla que ya en
el año de 1510 había provocado la iracunda y levantada protesta de los padres dominicos
establecidos en la ciudad de Santo Domingo. Esa protesta no fue óbice, con todo, para que
se mantuvieran los sistemas, ni lo fueron tampoco las repetidas diligencias que en el mismo
sentido realizó el padre Las Casas durante toda su larga vida.
Ya en el año de 1520 habían sido destruidos los reinos que encontraron los españoles
en la isla y había perecido casi toda su población en el laboreo de las tierras y de las minas,
diezmada por la viruela o pasada a cuchillo. Los indios que vivían en el mencionado año
estaban todos sometidos a esclavitud y sujetos a la férula despiadada del Encomendero.53
Para los fines de este año, sucedió, sin embargo, un acontecimiento de grandísima im-
portancia en la historia de la isla. Nos referimos al levantamiento de Enriquillo, Cacique
oriundo del Baoruco y cabeza del reparto hecho al español Valenzuela, vecino de la villa
de San Juan de la Maguana. Acosado por los malos tratamientos de su amo, “harto mozo
liviano”, el Cacique recogió un gran número de sus compatriotas y compañeros de infor-
tunio y se internó con ellos en la sierra, en son de protesta, para organizar un sistema de
vida absolutamente independiente de la autoridad española de la isla y de las armas reales
e imperiales, de las cuales triunfó tantas veces como las tuvo de frente.54
El cacique Guarocuya fue “criado, siendo niño, en el Monasterio de San Francisco, que
hubo en una villa de españoles llamada de la Vera Paz”. Bautizado con el nombre de Enri-
que, aprendió a leer, escribir y hablar la lengua española, siendo “en costumbres asaz bien

Fray Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias, tomo III, cap. CXXVIII, p.245, M. Aguilar, editor, Madrid.
53

Ibídem, cap. CXXV, pp.234-237.


54

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doctrinado”. El móvil de su levantamiento está perfectamente determinado: representa,


sin duda alguna, un claro anhelo de redención para su raza y un propósito definitivo de
proporcionarles a los suyos condiciones de vida más favorables y más dignas.
Enriquillo se levantó en armas cuando comprobó, con su propio caso, que la justicia
española de la isla no era bien que se daba a los indios, y cuando se convenció de que entre
indios y españoles no existían ni podían existir vínculos superiores de ninguna clase.
Es muy conocido el episodio que indujo al cacique a tomar su gloriosa determinación.
Después de sufrir con paciencia el despojo de sus bienes, se vio también en el caso de soportar
–ya no tan pacientemente– el asedio del amo Valenzuela al honor de la esposa cristianamente
legítima. Enrique se defendió del atropello haciendo uso de todos los medios pacíficos que po-
nían a su disposición las prácticas españolas vigentes en la isla. Aun antes de someter su caso a
la justicia, requirió directamente de Valenzuela los motivos de la insolente actitud que se gastaba
con su mujer. No obtuvo con esta gestión otro resultado que el de verse aporreado de las propias
manos del amo. Recurrió entonces formalmente a la justicia del Teniente Gobernador de la villa,
quien lo ultrajó también de palabras y de hechos, lo amenazó para el caso de que volviera con
nuevas quejas contra Valenzuela y “aún dijeron que lo echó en la cárcel o en el cepo”.
“El triste, dice Las Casas, no hallando remedio en aquel ministro de justicia, después que
le soltaron, acordó de venir a esta ciudad de Santo Domingo a quejarse a la Audiencia de las
injurias y denuestos recibidos con harta pobreza, cansancio y hambre, por no tener dinero
ni de qué habello. El audiencia le dio su carta de favor, pero remitiéndolo al dicho Teniente
Vadillo sin otro remedio; y esto fue también el consuelo que las Audiencias, y aun también el
Consejo del Rey que reside en Castilla, daban a los agraviados y míseros, remitillos, conviene
a saber, a los agraviantes y sus propios enemigos. Tornado a la villa, que estaba 30 leguas,
presentó sus papeles, y la justicia que halló en Vadillo fue según se dijo, tratándolo de pala-
bras y con amenazas, peor que de primero; pues sabido por su amo Valenzuela, no fueron
menos los malos tratamientos y asombramientos, que lo había de azotar, y matar, y hacer y
acontecer, y aun, según yo no dudo, por la costumbre muy envejecida, y el menosprecio en
que los indios fueron tenidos señores y súbditos, y la libertad y duro señorío que los españoles
sobre ellos tuvieron para los aflijir, sin temor de Dios y de la justicia, que le daría de palos o
bofetadas antes que dalle de cenar, para consuelo y descanso de su camino”.55
Según se puede deducir claramente de la cita anterior, el levantamiento de Enriquillo
tiene todos los caracteres de una sublevación contra el régimen español de la isla. Consi-
derando la cuestión objetivamente descubrimos el dato esencial de que un sentimiento no
satisfecho de justicia es el móvil principal de la actitud del cacique. Sin embargo, para llegar
a sentir definitivamente defraudadas sus esperanzas de justicia, el jefe indio necesita agotar
todos los trámites, practicar todas las diligencias y hacer evidentes, en una palabra, todas las
lacras de la incipiente colonización española: no era posible un entendimiento entre indios
y españoles si estos miraban a los primeros como a simples bestias de carga.
Uno de los más usados argumentos de los enemigos de los indios para justificar la conquista
de las tierras recién encontradas, fue el de no considerar a los indígenas sujetos de derecho, por
tenerlos como a seres irracionales. Para refutar este argumento, el Padre Vitoria lo cita en su
De Indis, como el cuarto argumento negativo en favor de la conquista de América.56

Las Casas, ob. cit, tomo III, p.235.


55

De Indis. Traduc. francesa de Alfred Vanderpol en: La doctrine Scolastique du droit de guerre, p.437, París, 1919.
56

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Si el egregio Maestro de Salamanca hubiera querido ilustrar con ejemplo vivo las razones
que opuso a las de quienes consideraban bestias a los indios, le hubiera bastado con citar
a Enriquillo, representante de un alto tipo de ética personal e intérprete iluminado de los
más nobles sentimientos humanos. El cacique dominicano supo dar a su levantamiento un
definido espíritu de reivindicación y armarlo con el sentido de moralidad y de comedimiento
con que él personalmente se distinguía.
De primera ojeada se hacen visibles el método y las intenciones del cacique rebelde;
producir el alejamiento definitivo entre indios y españoles, para sustraer a los primeros de
la autoridad y el dominio de los segundos y crear, como consecuencia de este alejamiento,
un estado a la raza indígena que le permitiera vivir dentro de organización propia.
“Cunde en toda la isla la fama y victorias de Enriquillo, húyense muchos indios del
servicio y opresión de los españoles, y vanse a refujio y bandera de Enriquillo, como a cas-
tillo roquero inexpugnable, a se salvar, de la manera que acudieron a David, que andaba
huyendo de la tiranía de Saúl, todos los que estaban en angustia y los opresos de deudas y
en amargura de sus ánimos como parece en el primer libro de los Reyes, cap.22”.57
De esa manera llegó el Cacique a reunir un número considerable de los indios que
quedaban en la isla, de todas las edades y de ambos sexos, para fijar en las abruptas mon-
tañas del Baoruco un perfecto estado de independencia. Como es natural, el poder español
no podía tolerar el mantenimiento de una situación que de tantos modos perjudicaba los
intereses de España y los particulares intereses de los españoles radicados en estas tierras.
El levantamiento de Enriquillo implicaba una declaración de guerra, y era preciso vencer y
someter al rebelde. Las incursiones guerreras de los españoles al Baoruco fueron numero-
sas. “Casi cada año, dice el historiador, se hacía armada y junta de españoles para ir contra
Enriquillo, donde se gastaron del Rey y de los vecinos muchos millares de ducados”. Pero
todo esfuerzo resultó inútil frente a la astucia y el valor del Cacique, quien hacía la guerra
“como si toda la vida fuera Capitán en Italia”.
La guerra se prolongó durante trece años sin que lograran las autoridades españolas
reducir al indómito cacique ni variar en un punto la situación que les había creado la
sublevación de los indios. En el año 1528 llegó a la isla D. Sebastián Ramírez de Fuenleal
con la doble calidad de Presidente de la Audiencia y Arzobispo de Santo Domingo, y
provisto de especiales instrucciones para someter a Enriquillo. Con tal motivo se pre-
paró una armada importante, costeada por la Real Hacienda y por algunos vecinos,
que sufrió, sin embargo, un serio descalabro en el Baoruco. Esta afrentosa circunstancia
movió al Rey a escribir de nuevo a la Audiencia recomendándole el mayor cuidado en
aquel negocio “para acabar pronto la guerra, y levantar los tributos que ahuyentaban
de la isla a los mercaderes”.58
Como se ve, era un formal estado de guerra el que dividía a indios y españoles en
la isla Española. Guerra solemne y abierta en que se discutía, según lo reconocen todos
los historiadores, el derecho de los indios a la libertad. El Padre Las Casas conviene en
que la guerra que hacía Enriquillo a los españoles era una guerra justa –tomada esta
expresión en su más estricto sentido jurídico– y que descansaba, desde luego, sobre
causas legítimas.
57
Ibídem, tomo III, p.236.
58
Fabié, ob. cit., p.130. Antonio del Monte y Tejada, Historia de la isla de Santo Domingo, Santo Domingo, 1890,
tomo II, p.215.

535
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

II
Es muy útil precisar este carácter en la guerra que produjo el levantamiento de Enriqui-
llo, porque de ahí voy a deducir una parte de mis conclusiones. Dice Las Casas: “Cuán justa
guerra contra los españoles, él y éllos tuviesen y se le sometiesen lo eligiesen por señor y Rey
los indios que a él venían, y los demás de toda la isla lo pudieran justamente hacer, claro lo
muestra la Historia de los Macabeos en la Escritura divina y las de España que narran los
hechos del infante D. Pelayo, que no sólo tuvieron justa guerra de natural defensión, pero
pudieron proceder a hacer venganza y castigo de las injurias, y daños, y muertes, y disminu-
ción de sus gentes, y usurpación de sus tierras recibidas, de la misma manera y con el mismo
derecho; cuanto a lo que toca al derecho natural y de las gentes (dejado aparte lo que concierne
a nuestra sancta fe, que es otro título añadido a la defensión natural en los cristianos), tuvieron
justo y justísimo título, Enrique y los indios pocos que en esta isla habían quemado las crueles
manos y horribles tiranías de los españoles, para los perseguir, destruir e punir, e asolar como
a capitales hostes y enemigos, destruidores de todas sus tan grandes repúblicas, como en esta
isla había, lo cual hacían y podían hacer con autoridad del derecho natural y de las gentes, y
la tal guerra propiamente se suele decir, no guerra sino defensión natural”.59
Para no apartarme de mi propósito de tratar la cuestión en su sentido puramente obje-
tivo, fuerza me es examinar aquí los elementos de lo que se entendía por una guerra justa
en el primer tercio del siglo XVI y aplicar el resultado de mi examen al levantamiento de
Enriquillo, para poder, de ese modo, verificar la exactitud de la conclusión de Las Casas.
El concepto de la guerra justa se había formado en la Edad Media merced a la influencia
de la Santa Sede y de los grandes pensadores eclesiásticos. Entonces sirvió para amenguar la
ferocidad y el odio con que se hacía la guerra y hasta cierto punto para dificultar el ejercicio
de los medios violentos en la solución de los conflictos internacionales. El sistema puede
considerarse como una conquista del cristianismo o, por mejor decir, como una consecuencia
de la transformación que produjo el triunfo del Evangelio en los regímenes políticos.60
Como toda la ideología medioeval, el concepto de la guerra justa sufrió la influencia vio-
lentísima del Renacimiento y estuvo a punto de perecer dentro del realismo político creado
por las doctrinas de Maquiavelo.
La doctrina escolástica de la guerra se salvó, sin embargo, de la influencia deletérea del
Renacimiento por obra del esfuerzo que desde los primeros años del siglo XVI realizaron
los teólogos españoles, especialmente el Padre Francisco de Vitoria, para revivir, remozar y
adecuar a los tiempos nuevos el espíritu de la filosofía escolástica, eje de la Edad Media.
Vitoria expuso en su Relección de Jure Belli, leída públicamente en 1539, pero compuesta
probablemente siete años antes, la teoría de la guerra justa ateniéndose al criterio de Santo
Tomás de Aquino.61 Según Vitoria, la sola y única causa justa de la guerra es la violación de
un derecho.62 Esta proposición la completa el Maestro diciendo que “toda violación de un
derecho –cual que sea su importancia– no basta para justificar una declaración de guerra”.
“La gravedad del delito debe ser la medida del castigo”. Para Vitoria la violación del derecho
alegada por el declarante de la guerra debía constituir una falta grave y estar en relación
con la atrocidad del castigo que envuelve la guerra.

59
Las Casas, ob. cit. tomo III, pp.236, 237.
60
Alfred Vanderpol, ob. cit., cap. VII, p.284.
61
Vanderpol, ob. cit., pp.60 y 26.
62
De Jure Belli, Traducción francesa de Vanderpol, op. cit., p.334, n.o 254.

536
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Aunque más tarde, a contar de los últimos años del siglo XVI, esta doctrina comenzó a
decaer y se perdió en el materialismo de la pasada centuria,63 es a todas luces cierto que en
los tiempos en que tuvieron lugar los sucesos provocados por el levantamiento de Enriqui-
llo estaba el concepto de la causa justa de la guerra en gran apogeo entre los teólogos y los
jurisconsultos. Esa ha debido ser seguramente la razón de que el Padre Las Casas titulase de
justa la guerra sostenida por el Cacique del Baoruco contra las armas españolas de la isla.
Para medir la justicia del levantamiento de Enriquillo sólo nos basta con referirnos a la
gravedad de la ofensa que había recibido de las autoridades españolas y apreciar las tristes
condiciones de vida a que estaban sujetos los pocos indios que quedaban en la isla.
El hecho de que Enriquillo se viera, de una manera reiterada, desoído en sus reclamos de
justicia y además ofendido de hechos por los que estaban llamados a satisfacer sus reclamos,
justifica suficientemente su actitud de rebeldía frente a los españoles. La denegación de justicia
de que fue víctima el cacique constituye una falta bastante grave para legitimar su agresión.
Además de esta causa, bastante por sí sola para justificar a Enriquillo, hay otra mucho más
seria y atendible que ésta. La expuso el propio cacique al Padre Remigio cuando le explicaba
al ingenuo religioso las razones que lo obligaban a no entenderse con los españoles y a no
tenerles confianza: “Que para no ser por él (Valenzuela) o por ellos (los españoles) muertos,
como sus padres, se habían huido a su tierra, sino defenderse contra los que iban a cautivarlos
y matarlos y que para tener la vida, que hasta entonces habían vivido en servidumbre, en
que sabían que habían todos de perecer como sus antepasados, no querían ver más a ningún
castellano para tratar con él”.64 Con estas palabras hacía el cacique alegación del más sagrado
de todos los derechos para justificar su actitud: el derecho de la legítima defensa.
Para que una guerra sea justa –según observa Sylvestre– (Summa, V. Bellum) basta una
cosa: que tenga por objeto resistir al que ataca injustamente nuestra persona o nuestros
bienes; la justicia está fundada sobre una regla de derecho natural y de derecho positivo:
por ello está permitido rechazar la fuerza con la fuerza dentro de la moderación de una de-
fensa razonable.65 Todos los autores, desde San Agustín, están de acuerdo con este criterio.
Muchas veces lo que parece una agresión y tiene los caracteres de tal, no es, en el fondo,
sino un simple medio de defensa. Este contraste se aprecia cabalmente en el levantamiento
de Enriquillo, quien, en verdad, sólo realizó un último y supremo esfuerzo para salvarse y
salvar a su raza de la brutalidad de los españoles.
Los hechos nos revelan también que el cacique sublevado supo darle a su levantamien-
to el carácter de defensa razonable que exigían los autores para declarar justa la guerra. El
cacique no se complació nunca en crueldades inútiles ni sobrepasó jamás el marco de la
necesidad de su causa para hacer daño innecesario y feroz. Está probado, así mismo, que
cuando algunos de sus tenientes contravenía la norma de comedimiento y moderación que
se había impuesto Enriquillo en la guerra contra los españoles, lo reprendía con dureza y
hasta lo castigaba si era necesario.
La siguiente referencia de Las Casas no deja dudas sobre lo que hemos apuntado más
arriba: “Acaeció una vez desbaratar muchos dellos (españoles) y meterse 71 ó 72 en unas
cuevas de piedra o peñas, escondiéndose de los indios que iban con el alcance, y entendiendo
63
Algunos autores ven un resurgimiento del concepto de la justa guerra en el hecho de que el Pacto de la Sociedad
de Naciones, y algunos otros instrumentos internacionales contemporáneos hayan repudiado y declarado fuera de
la ley la guerra de agresión.
64
Del Monte y Tejada, op. cit., tomo II, p.182.
65
Citado por Vanderpol, op. cit., p.29.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que estaban allí quieren los indios allegar la leña para poner fuego y quemallos; mandó
Enrique: no quiero que se quemen, sino tomaldes las armas, y dejaldos, vayanse, y así lo
hicieron, donde se proveyó bien de espadas, lanzas y ballestas, pues que de estas no sabían
usar. Destos 70 españoles se metió fraile uno en el monasterio de Santo Domingo, de la
ciudad de Santo Domingo, por voto que había hecho, viéndose en aquella angustia, no
creyendo de se escapar, y dél hobe lo que deste caso yo aquí escribo. De donde se arguye
la bondad de Enrique bien a las claras, pues pudiendo matar a todos aquellos españoles,
no quiso matarlos. Y así tenía mandado que si no fuese en el conflicto de la guerra, fuera de ello
ninguno a alguno matase”.66
Es demostración también de esta manera de pensar el caso de Tamayo, el gran indiazo
rebelde, a quien impuso Enriquillo su criterio sobre los fines del alzamiento y a quien atrajo
a sus normas y sistemas de guerra. Las Casas refiere el entendido entre Enriquillo y Tamayo
como una nueva prueba de la bondad y prudencia del cacique.67
El acucioso historiador Fray Cipriano de Utrera en su libro Santo Domingo, dilucidaciones
históricas, afirma que el alzamiento de Enriquillo, “el más memorable de todos los levanta-
mientos de la primera era colonial, terminó por un tratado de libertad para la casi extinguida
raza indígena”.68 ¿Cuáles fueron, sin embargo, las condiciones en que se produjo ese tratado?
¿Cuál es su estructura y cuáles fueron sus consecuencias jurídicas? El examen de los hechos
nos dará las conclusiones.
Durante trece años resultaron infructuosas las tentativas para someter a los indios rebel-
des. Tanto los medios guerreros como los pacíficos fracasaron reiteradamente ante la audacia
estratégica de Enrique y ante su decidido propósito de no concertarse con los españoles. La
situación de la isla era por culpa del levantamiento bastante delicada, en lo político como
en lo económico.
Para 1532, dice don Carlos Nouel en su Historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo
Domingo, volvieron a presentarse nuevos disturbios en la isla, trayendo nuevas complica-
ciones en los negocios. La guerra contra el cacique Enrique había principiado de nuevo. Sus
tropas engrosadas con los indios que abandonaban su cautiverio para unirse a él, llevaban
la desolación hasta las mismas poblaciones, manteniéndolas en constante alarma y sobre-
salto. No había en la isla ningún rincón que estuviera al abrigo de sus hostilidades, y a tal
extremo llegaron las cosas, que se dio estrecha cuenta al monarca de los peligros que corría
la colonia y de la necesidad que había o de poner término a la guerra, o de abandonar la
isla Española”.69
Semejantes noticias, por manera inquietadoras, hicieron pensar al Rey, recién llegado de
Flandes a España, en la necesidad de “conciliar la perfecta tranquilidad de aquella posesión
primitiva” y de adoptar disposiciones finales al respecto. Con tal motivo ordenó la formación
de un cuerpo de expedición compuesto de doscientos soldados “bien provistos de armas
y municiones”, el cual puso bajo las órdenes del Capitán Francisco de Barrionuevo, para
que, en la misma embarcación en que había regresado el Rey hiciera rumbo a la Española y
pusiera fin a la guerra que allí se sostenía.70

66
Las Casas, ob. cit, tomo II. Cap. CXXVI, pp.238-239.
67
Ibídem, Cap. CXXVII, p.242.
68
Fray Cipriano de Utrera Santo Domingo, dilucidaciones históricas, Sto. Dgo., 1927, p.226.
69
Carlos Nouel. Historia eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo, tomo I, p.145. Roma, 1913.
70
Del Monte y Tejada, ob. cit., tomo II, p.229.

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Las órdenes que recibió el Capitán Barrionuevo fueron categóricas en cuanto a la ter-
minación de la guerra, pero estuvieron precedidas de una formal proposición de paz que el
soberano de la más fuerte nación del siglo dirigía al invicto cacique de la Española. Antes
de empeñar nuevamente sus armas en lucha con Enriquillo, Carlos V lo invitó a ajustar en
un tratado solemne de paz las diferencias que lo separaban de los españoles.
Con efecto, todos los historiadores están de acuerdo en que el Capitán Barrionuevo,
entre otros despachos de la Corte, trajo a la Española, a principios del año de 1533, una carta
dirigida a Enriquillo por el Rey don Carlos en la cual les ofrecía a él y a los suyos, amplias
garantías y seguridades. De conformidad con la versión que de ella da el historiador Del
Monte y Tejada la carta referida expresaba lo siguiente: “Que habiendo sabido S. M. que
andaba aviado y los males y daños que había hecho, enviaba al Capitán Francisco de Barrio-
nuevo con gente, para que se hiciese la guerra; pero que considerando que era Cristiano y
Vasallo suyo había mandado al dicho Francisco de Barrionuevo que queriendo reducirse a
obediencia, y conocer su culpa, se le perdonase lo pasado; y mandaba a la Real Audiencia,
que haciéndolo así, le tratasen bien, dándole hacienda con que se pudiese sustentar, y que
todo lo que con él se sentase fuese cierto y se le guardase”.71
Estas declaraciones implicaban, necesariamente, el reconocimiento de Enriquillo como
beligerante regular del Rey de España, así como el reconocimiento de lo justo que era el re-
clamo de los indios, puesto que se les ofrecía reparación solemne de los agravios que decían
haber recibido y se les ofrecía completa libertad para el futuro.
La solución propuesta por el Rey era una solución de orden práctico, en que sólo se
apreciaron intereses y conveniencias materiales. Para Enriquillo, sin embargo, a más de una
solución práctica que ponía fin a la vida azarosa y accidentada que durante trece años habían
llevado él y los suyos, la carta envolvía una altísima satisfacción moral: la de ver reconocidos
todos aquellos atributos que para sí y para sus hermanos de raza supo crear en las abruptas
serranías del Baoruco. En punto de honor, la carta que trajo Francisco de Barrionuevo a la
isla implicó una gran derrota para España.
La actitud asumida por el Cacique respecto de las proposiciones de Carlos V fue tan
hábil y tan discreta como lo había sido su conducta en la guerra. Ningún momento más
oportuno, ninguna ocasión más propicia hubiera escogido Enrique para ajustar cuentas
con sus enemigos: todas las circunstancias le eran favorables, se le ofrecían todas las
ventajas; sus mismas condiciones personales le reclamaban ya una solución. Nadie podía
prever hasta cuándo le seguiría favoreciendo la fortuna. De ahí en adelante la decadencia
era cosa segura, aunque tardara algún tiempo más en manifestarse. Sólo su fe y la fuerza
incontrastable de su temperamento pudieron depararle ocasión tan alta y tan digna de
entenderse con los enemigos de su raza. Enrique no vaciló y aceptó las proposiciones de
paz que le hizo Carlos V.
Una vez llegado a la ciudad de Santo Domingo, el Capitán Barrionuevo reunió Junta para
tomar parecer sobre los fines de su misión y la mejor manera de darle acabado cumplimiento.
La primera providencia de la Junta, aprobada después de alguna discusión, fue la de convertir,
francamente, la misión de Barrionuevo en una misión de paz. Temían las autoridades españolas
que la expedición militar que había traído el delegado de Carlos V se perdiese, como tantas
otras, en las serranías del Baoruco sin producir resultado en cuanto a la pacificación.

71
Del Monte y Tejada, op. cit., tomo II, pp.234-35.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La Junta observó “que la Real disposición de un armamento tan considerable lo creían


infructuoso, porque la tropa que venía de España no estaba acostumbrada a la tierra ni a
los alimentos ni a los trabajos tan duros de que morirían, y por lo tanto concluyeron que
aquella gente nueva se repartiese en las villas y ciudades para que se entretuviesen en sus
oficios y que la guerra se prosiguiese por cuadrillas duplicadas de antiguos españoles,
aclimatados y que dos o tres de ellas entrasen al corazón de la montaña con el Capitán
Barrionuevo y algunos religiosos que llevasen la carta del Emperador al Cacique Enrique,
para tratar la paz y que la expedición extraordinaria se dirigiese en una nave al puerto más
inmediato a la Maguana”.72
De acuerdo con este parecer se condujeron las diligencias del Capitán español, quien
expresó en su respuesta a la Junta, entre otras cosas de gran interés: “porque en el Consejo se
entendía que era mejor acabar el negocio por aquel camino (el de la paz) que con la fuerza resolviese
lo que conviniese, que él estaba pronto de cumplirlo”.73 Provisto de semejantes instrucciones, de
la carta del Rey y de un salvoconducto especial de la Real Audiencia para el Cacique, salió
el capitán a cumplir la importante misión de paz que se le había confiado. Esto sucedía a
mediados de abril de 1533.

III
Después de una accidentada travesía en que pusieron las vicisitudes a prueba su valor
y su generosidad, logró Barrionuevo avistarse y conferenciar con el Cacique, en la isla que
contiene el lago Enriquillo, entonces laguna del Comendador. La entrevista fue muy amistosa
y tuvo resultados definitivos. Cuando el indio terminó de leer la carta del Rey la besó y la
puso sobre su cabeza con mucha alegría y contento, leyendo seguidamente la provisión de la
Real Audiencia en que se le concedía seguro y resguardo.74 Después de enterar a los suyos de
las nuevas circunstancias que acababa de crearles la visita de Barrionuevo, entraron ambos
jefes a concertar las bases de un arreglo, el cual se concretó finalmente en cuatro capítulos.
El contenido de ese tratado, según la versión del historiador Del Monte y Tejada, es el
siguiente; “Por el primero se obligaba Enrique a que haría cesar la guerra en la isla intimando
oportunamente a todos, que para lo adelante ya eran amigos. Por el segundo se obligó el
indio a mantener capitanes que anduviesen por la isla y prendieran a todos los negros fugi-
tivos que habían desertado de sus amos, pagándosele un tanto por cada negro aprehendido.
Tercero se obligaba el Cacique que haría volver a los lugares y a los repartimientos todos
los indios fugitivos después de su pronunciamiento; y por último, que cuando bajase de
la sierra se le proveería de ganados y mantenimientos para su familia”.75 Esta convención
puso término al levantamiento de los indios y a la guerra que sostenían desde hacía trece
años contra los españoles.
Antes de entrar en el examen del tratado propiamente dicho debe estudiarse una cues-
tión previa, como es la de saber a qué título y en virtud de qué poderes intervino el Cacique
del Baoruco en el tratado que concertó con Barrionuevo. A la llegada de los españoles la
isla estaba dividida políticamente en cinco reinos o cacicatos independientes, sin nexos de

72
Ibídem, p.231.
73
Ibídem.
74
Ibídem, p.235. José G. García, Compendio de Historia de Santo Domingo. tomo I, p.112.
75
Del Monte y Tejada, op. cit., tomo II, p.231.

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subordinación entre sí y con fisonomía propia cada uno. En ese momento la soberanía autóctona
de la isla estaba repartida entre los cinco reinos referidos, y ninguno de sus gobernantes o caciques
estaba facultado para enajenar ni comprometer la soberanía de toda la isla, por la sola razón de
que ninguno representaba la totalidad de los derechos de la raza indígena.
Ya en el año de 1533 habían desaparecido, al filo de la conquista, todos los reinos primi-
tivos y casi toda su población. La organización política que encontraron los españoles había
perecido sin remedio. No es arriesgado, pues, afirmar que para la fecha en que se concertó
el tratado de paz, la soberanía primitiva se había concentrado en la escasa población que
gobernaba –por legítimo abolengo– el jefe insurrecto, quedando este como el mejor instru-
mento de su ejercicio.
El Padre Las Casas expresó con gran claridad este concepto en los mismos tiempos en
que tuvieron lugar los sucesos estudiados:
Cuanto más, que aún Enrique tenía más cumplido derecho, como es el del Príncipe, porque otro
señor ni Príncipe no había en esta isla quedado, y así podía proceder al castigo y venganza, se-
cutando justicia en todos los españoles que hallase; no se puede oponer a esto, diciendo, como
algunos ignorantes del hecho y del derecho dicen, que el Príncipe, de esta isla era el Rey de
Castilla, y que a él habían de ocurrir a pedir justicia, porque esto es falsa lisonja y disparate, la
razón es, porque nunca los Reyes y señores naturales desta isla reconocieron por superior al Rey
de Castilla, sino que desde que fueron descubiertos hasta hoy, de hecho y no de derecho fueron
tiranizados, muertos en guerras crueles, y opresos siempre con crudelísima servidumbre hasta
que los acallaron, como pareció en el primer libro y en toda la historia.76

Para mí está fuera de discusión la capacidad del Cacique del Baoruco para convenir el
tratado en que se obligó con Carlos V por intermedio de Barrionuevo; en cuanto a este, no
es posible dudar tampoco que fuera un verdadero plenipotenciario del Rey de España. Es de
observar la circunstancia de que en esas negociaciones se prescindiera de la Real Audiencia
de Santo Domingo, poder con el cual no quiso entenderse jamás el Rey del Baoruco.
Don Emiliano Tejera, en ocasión memorable, afirmó lo siguiente: “Mucho en verdad,
con relación a sus escasos recursos, logró en su lucha de 14 años, el primer guerrillero de
Santo Domingo y uno de sus más ilustres hijos, si bien España, al tratar con el último Caci-
que indígena, representante autorizado de los derechos de su raza, obtuvo lo que antes no
tenía en realidad: el derecho de ocupar legítimamente la isla, teniendo a Enriquillo como a
una especie de soberano feudatario. El convenio con Enriquillo convirtió en derecho lo que
antes era sólo hecho fundado en la conquista”.77
Es lástima que el ilustre historiador dominicano no expusiera las razones en que basaba
tan rotunda afirmación, porque después de haber estudiado detenidamente el caso no he
podido encontrar la propiedad de un cargo tan severo contra Enriquillo, a quien, en verdad,
no puede imputársele acción alguna que implique la renuncia a los derechos de su raza ni
que legitime la ocupación española de la isla.

Las Casas, op. cit., tomo III, p.237.


76

Memoria que la Legación extraordinaria de la República Dominicana en Roma presenta a la Santidad de León XIII, dignísimo Pontífice
77

Reinante y juez árbitro en el desacuerdo existente entre la República Dominicana y la de Haití (sin indicación de lugar ni fecha), p.3.
Más tarde, en el año 1915, dijo Tejera lo siguiente: “Después de la partida del Obispo Ramírez de Fuenleal,
gobernaron los oidores Alonso Suazo, Rodrigo Infante y Juan de Badillo. Durante ese gobierno, en 21 de febrero de
1533, el Capitán Francisco de Barrionuevo les presentó una carta de la reina i emperatriz, doña Isabel de Portugal,
esposa de Carlos V, relativa a la pacificación del Baoruco, en donde estaba alzado Enriquillo. Ese paso de la reina
de España produjo el resultado apetecido, i los indios que quedaban fueron a vivir libres a Boyá, gobernados por
Enriquillo”. La Cuna de América, año 1915, n.o 18.-n.o 20 de mayo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Por la primera de las cláusulas del convenio concertado, según la versión de Del Monte
y Tejada, se le puso término a la guerra existente y se crearon relaciones de amistad entre
las autoridades españolas y el jefe indio. La segunda cláusula constituye una verdadera
alianza entre indios y españoles contra los negros fugitivos. La tercera cláusula contiene la
obligación para Enrique de reconducir los indios alzados a los lugares de donde se habían
fugado.78 La cuarta cláusula obliga a los españoles a suministrar alimento y mantenimiento
al Cacique y a su familia.
Estas estipulaciones están concertadas por dos poderes que se miran iguales entre sí y
que se sienten colocados en un mismo plano. Las concesiones son recíprocas, las obligaciones
están compensadas; el espíritu del convenio no envuelve otra renuncia de parte de Enriquillo
que la de seguir alzado en armas contra los españoles para vivir en paz con ellos. En cambio
de esta renuncia los españoles se obligaron, a su vez, en perfecta correspondencia con la
actitud del Cacique, a reconocer la libertad de los indios, con carácter absoluto; a recono-
cer como jefe de los indios a Enriquillo, quien en lo adelante representaría el único poder
capaz de organizar y refrenar la libertad reconocida; a permitir que ese poder se asentara
sobre cualquiera región de la isla para que allí se desenvolviera como una fuerza paralela
y extraña al poder español de la colonia. El tratado representaba, precisamente en sentido
contrario a lo que piensa don Emiliano Tejera, una reivindicación completa de los derechos
de la raza indígena.
Cuando se enfoquen conclusiones tan categóricas no se pierda de vista la evolución que
ha sufrido el concepto soberanía en el transcurso de los últimos dos siglos. Lo que hoy es un
concepto claro, definido y científicamente articulado era apenas una nebulosa en la mente
de los hombres de gobierno y de los estudiosos del primer tercio del siglo XVI. La noción de
soberanía tal como hoy se la entiende y se la practica es una hechura de la Revolución y de los
tiempos napoleónicos. Entre el concepto que Vitoria y Las Casas pudieran mantener sobre
la soberanía de un pueblo y el que sobre el mismo asunto crearon Rousseau y Robespierre
hay una distancia astronómica.
En las primeras etapas de la evolución del concepto soberanía primaron los hechos
decisivamente. Entonces ese concepto era algo muy confuso ante el derecho indiscutido y
esencial de la conquista.
De ahí mi tesis contraria a la de Don Emiliano Tejera. El solo hecho de que el monarca
español renuncie frente a Enriquillo al derecho de conquista y le proponga en cambio un
avenimiento pacífico y jurídico de las divergencias que el Cacique no quiso jamás transar
con los poderes subordinados de la colonia, implica, sin discusión, el balanceo de dos fuer-
zas espirituales que hasta entonces se habían ignorado la una a la otra y que sólo se habían
presentido en los caminos del hecho.
Nada importa, pues, en este sentido, que el Príncipe español comience su propuesta
de paz llamando al Cacique como su vasallo e induciéndolo a que se reconozca en error
al levantarse en el Baoruco: tales formulismos no encierran la sustancia misma del asunto
cuando en su propuesta el gobierno de España se confiesa impotente para realizar la con-
quista del Cacique y de sus tierras por vía de la fuerza. El llamado de Carlos V envuelve una
renuncia pura y simple al derecho de conquista que era entonces y lo es todavía el anverso
del derecho de soberanía.
78
Esta condición es contraria al dato que con absoluta unanimidad suministran los historiadores de que todos
los indios que así lo quisieron se fueron a vivir a Boyá junto con su jefe y bajo la jurisdicción de este.

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manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

Propiamente hablando, el derecho de soberanía, según lo expusieron los teóricos de la


Revolución francesa, tiene su más profunda raíz en el descubrimiento, conquista y coloni-
zación de América, porque ninguna otra serie de acontecimientos influyó más que esta en
la formación del individualismo jurídico que todavía vive el mundo.
Para quien sepa ver el sentido de los hechos más allá de su expresión literal, será fácil en-
contrar en la entrevista de Enriquillo y Barrionuevo y en el tratado que uno y otro concertaron
la confrontación inicial de dos grandes conceptos, de dos tendencias capitales en la historia de
América: el derecho de conquista traído por España junto con toda la ideología medieval que
esta transportó al Nuevo Mundo y el concepto individualista, absoluto y teórico de la soberanía
que germinó y evolucionó en América, de donde lo captaron los maestros de la Revolución.
La comparación de Enriquillo, después de convenido el tratado de paz, con un Soberano
Feudatario, es, asimismo, un tanto violenta. En un sentido puramente técnico, la comparación
es de todos modos impropia: la naturaleza del régimen feudal no podía adecuarse a la con-
dición jurídica en que vivieron Enriquillo y sus súbditos una vez terminada la guerra con
los españoles. La jurisdicción que ejerció el Cacique sobre los indios que se fueron a vivir
con él no tuvo referencia a ningún otro poder de la isla ni estuvo sujeta a ningún convenio
con sus subordinados que restringiera o condicionara el dominio del jefe.
Si el Cacique no tuvo vínculos de vasallaje respecto de las autoridades españolas de la
isla ni los tuvo con sus súbditos respecto del ejercicio de su autoridad, no puede comparár-
sele con un Soberano Feudatario. Ambos nexos, el que lo liga a un superior y el que lo obliga
respecto de sus vasallos, son esenciales en la caracterización de un Soberano Feudatario. Ni
el uno ni el otro pueden señalarse en la situación en que vivió Enriquillo después de pactar
con los españoles. Según lo define Laurent, el régimen feudal se distingue como el reinado
del contrato social. “El vasallo tiene deberes respecto de su soberano, pero tiene también
derechos contra él y cuenta con su brazo para hacerlos respetar; tiene asociados que tienen los
mismos intereses y que son sus aliados naturales en toda lucha contra el señor común”.79
Para confirmar el aserto de que Enriquillo no estaba ligado por ningún vinculo de vasalla-
je a las autoridades españolas de la isla, me remito a la siguiente cita de Del Monte y Tejada:
“Para dar conclusión a la historia detallada del último Cacique y sus indios, concluiremos
diciendo que en años posteriores tuvo a bien el Gobierno mandar que se edificase un pueblo
cerca de la ciudad de Santo Domingo, en donde se establecieran Don Enrique y los suyos,
y en efecto se levantó el nombrado Boyá, en el cual residió denominándose el último cacique
de Haití y ejerciendo una jurisdicción tan extensa que no admitía apelación de su sentencia para la
real audiencia.80 El término sentencia está tomado aquí con sentido lato y se refiere a todos los
actos de poder realizados por el Cacique.
En cuanto a sus relaciones con los súbditos que lo siguieron a Boyá, es cierto también que
no estuvieron regidas por ningún convenio y que, contrariamente a toda suposición en este
sentido, esas relaciones se señalaron por la sumisión y el respeto más absolutos de los indios
por su jefe. No diferían las relaciones de Enrique con sus súbditos de las que mantenían los
Caciques que encontraron los españoles a su arribo a la Isla, con los suyos; y estas relaciones
no podrían compararse, en su primitivismo, a las que imponía el régimen feudal.

79
Esta condición es contraria al dato que con absoluta unanimidad suministran los historiadores de que todos
los indios que así lo quisieron se fueron a vivir a Boyá junto con su jefe y bajo la jurisdicción de este.
80
F. Laurent, Estudios sobre la historia de la humanidad, tomo 7, p.33, traducción de Gavino Lizárraga, Ma-
drid, 1878.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Me he detenido un poco en estas consideraciones pensando que cuando don Emiliano


Tejera afirma que el tratado de paz le concedió a España el derecho de ocupar legítimamente
la isla amplía esta afirmación con el corolario de que Enriquillo desde entonces se convirtió
en una especie de Soberano Feudatario. De ambas premisas se infiere con certeza la conclusión
de que Tejera tuvo a Enriquillo por un soberano absoluto hasta el momento de concertarse
la paz, y que el derecho de los españoles a ocupar la isla se lo transmitió el Cacique del
Baoruco por el instrumento comentado.
Esta conclusión es inexacta y no descansa sobre ningún fundamento documental, sobre
ninguna base rigurosamente histórica. No veo en ninguna parte los rastros de la renuncia
de Enriquillo a los fueros de su raza, ni veo tampoco los vínculos que pudieran convertirlo
en un soberano feudatario de España después que a instancias de las mismas autoridades
españolas se hizo la paz entre ellas y los indios alzados.
La concertación de la paz no transformó en ninguno de sus aspectos fundamentales la
situación jurídica que se creó Enriquillo en las montañas del Baoruco durante catorce años
de lucha. Esa situación se confirmó y se afianzó, más bien, con el reconocimiento que de
ellas hizo Carlos V. Las mismas circunstancias que concurrían en el rebelde del Baoruco para
tenerlo como a soberano absoluto concurrieron en el jefe de Boyá para seguir considerándolo
como a tal. Con mayor razón entonces, que España, por la vía solemne de un tratado, se
avino a reconocer en el Cacique todas las prerrogativas de un soberano.
El hecho de que Enriquillo tuviera por gran honor el recibir la carta del Rey y la distinción
con que éste lo trató al llamarlo Don Enrique, no menoscaba en nada la posición del cacique;
más bien podrían inferirse de esas efusiones el sentido político la habilidad con que el jefe
rebelde manejaba su causa. Tampoco significaba mengua de sus prerrogativas el hecho de
que, inducido por imperativas conveniencias, el Cacique se aliara a Carlos V y aun aceptara
la protección del Rey frente a la Real Audiencia de Santo Domingo. Esos vínculos no tenían
otro carácter que el de una maniobra política, destinada, precisamente, a resguardar la recién
conquistada libertad de los indios y la soberanía de su jefe.
Mientras existió un Cacique indígena, mientras hubo una cabeza visible en la isla Es-
pañola capaz de sostener los derechos de la población autóctona, se mantuvo con toda su
fuerza la usurpación que de esos derechos había realizado España.
Si se concluye de esta manera, cabe preguntar entonces: ¿cuándo comenzó a ser legítima
la ocupación española de la isla? Para mí no hay duda de que esa ocupación se legitimó
con la muerte de Enriquillo y con la extinción total de la raza indígena. Aunque este último
hecho no puede precisarse a fecha cierta, es justo pensar que con la muerte del Cacique,
mermada como estaba ya la población autóctona hasta términos desoladores, perecieron
también los derechos de esa raza.
Después de muerto el último Cacique de Haití, la población que encontraron los espa-
ñoles en la isla se extinguió sin dejar rastro de su existencia. La desaparición fue total. Para
legitimar su conquista les fue necesario a los españoles destruir la cosa conquistada. Por
conservar la posesión de América, dice Montesquieu, hizo España lo que no hace el despo-
tismo: destruir a los habitantes.81
No encuentro ninguna circunstancia verdaderamente atendible que pueda retrotraer esa
fecha a la en que pasó el tratado entre Francisco de Barrionuevo y el jefe rebelde Enriquillo.

81
Montesquieu, El Espíritu de las leyes, trad. de don Nicolás Estévanez, Garnier, París.

544
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Entonces se consolidaron los derechos de la raza indígena por el reconocimiento expreso


que de ellos hizo la augusta y cesárea majestad de Carlos V. El punto de partida indiscutible
del derecho de España a la ocupación de la isla Española lo fija la muerte de Enriquillo, a
quien apenas sobrevivió su raza.
A contar de este momento la isla fue Res Nullius, cosa no poseída legítimamente, esto es,
en derecho, por nadie. Desde entonces se desplegó la soberanía española sobre los confines
de la isla sin una fuerza concurrente y legítima que contuviera su acción y la encerrara en
el marco de los hechos. Con Enriquillo desapareció también el sentido de fuerza que había
tenido la ocupación española de la isla. Fue entonces y sólo entonces cuando el derecho de
la ocupación se adentró en la esfera del derecho.

Cuadernos de Interpretación Histórica

El Tratado de Basilea y la desnacionalización


del Santo Domingo Español. 1952
I
El 22 de julio del 1795 (4 Termidor, año III) se firmó en Basilea el tratado de paz entre
la República Francesa y el Rey de España. La guerra se empezó entre ambos países a causa
de la muerte de Luis XVI. Un año después, el 19 de agosto del 1796 (2 Fructidor, año IV), se
firmó en San Ildefonso un tratado de alianza ofensiva y defensiva entre las mismas partes.
Dominaba entonces en España el valimiento del Príncipe de la Paz, don Manuel de Godoy
y Alvarez de Faría, favorito del Rey Carlos IV.
El suceso de estas paces tuvo honda repercusión en la isla de Santo Domingo, espe-
cialmente en su parte española. Por el tratado de paz de Basilea se le cedió a Francia en
propiedad “toda la parte Española de la isla de Santo Domingo en las Antillas”. El artículo
9 del tratado dispuso esta cesión y lo concerniente a la efectividad de la misma. En 1795
hacía justamente tres siglos y tres años que la “parte Española de la Isla de Santo Domingo”
vivía bajo el dominio político, social, económico y cultural de España. En ese largo lapso se
había desarrollado en aquella parte, una sociedad necesariamente enraizada en las formas
sociales de su Metrópoli. Tres siglos y tres años son, sin duda, tiempo suficiente para que
una colectividad humana adquiera configuración histórica y sentido cultural propio.
El 17 de octubre del mismo 1795 se publicó oficialmente en Santo Domingo la noticia
de que la comunidad había sido cedida a Francia. La diligencia de la publicación se la en-
comendó Godoy al Gobernador y Presidente de la Real Audiencia, don Joaquín García, y
al Arzobispo de la Diócesis, Fray Fernando de Portillo y Torres. Cuando este informó de la
reacción que produjo la noticia en el ánimo público dio muestras de su untuoso espíritu de
sumisión, pero no pudo disimular la gravedad de los sucesos. En carta del 24 de octubre a
don Eugenio de Llaguno dijo lo siguiente: “Con la noticia y publicación de la muy acertada
cesión de esta isla que se publicó el 17 del corriente, aunque acompañada de la muy plau-
sible noticia de unas paces tan gloriosas, se consternó este Pueblo, y si el común de estas
Gentes fuera de un ánimo tan vigoroso y resuelto como los de España, me habrían hecho
temer una sedición; pero me pareció conveniente para contenerlo permitirle algunas horas
de desahogo a su pasión Patriótica, que por ciega y entusiasmada podría arrollar con exor-
bitancia los medios que opusiera la más exquisita política, especialmente cuando a vista de

545
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muchos el día de la publicación cayó muerta en medio de la calle una mujer exclamando,
Isla mía, Patria mía”.82
En carta posterior, del 23 de noviembre siguiente, hizo nuevas consideraciones sobre el
asunto al mismo Llaguno el Regente de la Audiencia de Santo Domingo, don José Antonio
de Urizar. Esta comunicación tiene más meollo que la del Arzobispo, y puso mejor de relieve
las verdaderas consecuencias del despiadado paso que se acababa de dar en Basilea respecto
de Santo Domingo. Godoy cayó en la trampa de ceder esta parte de la isla a la Convención
Nacional en momentos en que esta, por razones obvias, no podía posesionarse efectivamente
de la cosa cedida, quedando, por lo tanto, a cargo del español la enorme responsabilidad de
guardar la prenda hasta cuando su dueño estuviera en facilidad de reclamarla. La carta de
Urizar hizo visibles los peligros de esta situación frente al inglés, en guerra contra Francia,
y a las claras y patentes ambiciones de Toussaint, apoyado por ingleses y norteamericanos
contra Francia y España.
El mencionado artículo 9 del tratado de Basilea dispuso que “un mes después de saberse
en aquella Isla la Ratificación del presente Tratado, las Tropas Españolas estarán prontas á
evacuar las Plazas, Puertos y establecimientos que allí ocupan para entregarlos a las tropas
francesas cuando se presenten á tomar posesión de ella”.
El traspaso no pudo efectuarse en las condiciones previstas por el tratado. Lo impidieron
las circunstancias políticas imperantes en Santo Domingo cuando se hizo la cesión. Estas
circunstancias podrán apreciarse por las informaciones de Urizar. Tan pronto como el Go-
bernador de la parte francesa, Mr. Laveaux, tuvo conocimiento de lo acordado en Basilea,
envió tres emisarios a la ciudad de Santo Domingo a negociar con el Gobernador García la
entrega de Bayajá y otras partes francesas que ocupaban los españoles, además de algunos
otros puntos fuera de discusión. “Estos tres Comisarios, Parlamentarios, o Embajadores
de la República, como ellos se quieren titular, se componen el primero, que es blanco, de
un sugeto que pocos años hace estaba sirviendo de comediante en el Coliseo de la Ciudad
de San Marcos de esta Isla en la parte francesa, que hoy la poseen los Ingleses; el segundo
de un Mulato revolucionario, que no puedo afirmar si era esclavo o no; y el tercero de un
Negro esclavo que servía de Lacayo a un sugeto de distinción de aquella Colonia: Estos son
los tres autorizados sugetos que han venido para tratar tan serios asuntos, y suponiéndose,
y figurándose en nuestros Pueblos dueños y árbitros de la Isla”.
Aprovecharon los Embajadores su tránsito por las poblaciones dominicanas para le-
vantar los ánimos con la propaganda de que tan pronto como se hiciera efectiva la posesión
francesa, cesaría la esclavitud en la parte española. La propaganda se apoyó con el reparto
de papeles impresos procedentes de París. Se trataba nada menos que del decreto de la Con-
vención Nacional del 16 Pluvioso, año II de la República Francesa, que abolió la esclavitud
de los negros en todas las colonias y aseguró a los habitantes de las mismas, sin distinción
de color, el goce íntegro de los derechos emanados de la Constitución.83
Con genuina perspicacia profetizaba Urizar los males que nos traería la cesión a Fran-
cia: “Continuamos todavía pacíficamente pero llenos de recelos y cuidados de que no nos
llegue el infeliz caso de alguna turbación, debiendo sernos más doloroso si aconteciese
este desgraciado lance, el conocer y ver que los Franceses quando enemigos en Guerra no
han podido trastornarnos, y ahora quando amigos, y en plena Paz den lugar a un ruido
82
A.G.I. Estado, 11 (64), número del Catálogo, sección novena, 279.
83
A.G.I. Estado, 13 (15), número del Catálogo, sección novena, 295.

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perjudicial a su República, y dañoso también a nosotros”. “Mi confusión en estos asuntos


no hace de dudar qué devía hacerse en Justicia contra semejantes propagadores pues sus
excesos están bien claros, y sólo consiste mi perplexidad en ver que estos sugetos vienen
como amigos con recomendación y protección de la República a tratar sobre asuntos de ella;
que no podemos prescindir de los respectos que los condecora este título; que si se procede
a una demostración seria según su vanidad y orgullo, podríamos acaso incidir en el caso
de que haviendo servido estas Posesiones para la Paz general, en el día podrían producir
motivos de disgustos en indisposición de nuestra Corte con la República, y este es el caos y
laberintos en que estamos metidos, pues ellos, en mi concepto desean nuevas confusiones,
y convendría que en tiempo esté instruida su Convención para que se atagen los males que
puedan sobrevenir con la tardanza”.
Se negó rotundamente el Gobernador don Joaquín García a devolver las poblaciones
reclamadas por la autoridad de la Colonia francesa, fundado en el invencible argumento
de que el artículo 9 del tratado autorizó la entrega de la posesión española a sólo persona
expresamente apoderada por la Convención Nacional para recibir, estando el Gobernador
Laveaux desprovisto de tales poderes. En puridad lo que se temía era hacer una entrega
precipitada que les abriera las puertas de la parte española de la isla a los ingleses, adueña-
dos ya, en guerra contra Francia, de una considerable porción de la parte francesa. España,
sin interés en lo que había cedido, retuvo, sin embargo, la posesión sustancial de su perdida
heredad para defenderla de una más grave contingencia: la conquista inglesa.
No hay duda de que el Gobierno de Madrid, aun después de ceder a Santo Domingo,
trató de recuperarlo mediante nuevas negociaciones con el Gobierno de París. Antes de que se
iniciara el régimen de la gobernación francesa en esta parte de la isla, le propuso formalmente
el Gabinete de Madrid al de París la cesión de La Luisiana en cambio de la parte española de
Santo Domingo. El General Kerverseau, en el enjundioso y clarividente informe que rindió
al Ministro de la Marina “sobre la parte española de Santo Domingo después de su cesión a
la República Francesa por el Tratado de Basilea, hasta su invasión por Toussaint”, da infor-
mes y pormenores de estas negociaciones, y se extiende en un profundo examen crítico de
la determinación francesa de no aceptar el cambio propuesto por España.84
No entra, desde luego, en los fines de este ensayo estudiar las interioridades de las ne-
gociaciones de Basilea como situación europea propiamente dicha. Tratamos únicamente
de estudiar su repercusión en Santo Domingo y de fijar la fecha de aquel instrumento como
la del comienzo de la influencia positivista en nuestro país. No cabe duda de que fuimos
nosotros la primera comunidad española de América que sufrió el impacto del materialismo
francés de la Revolución.
Apenas transcurridos dos meses después de la paz de Basilea, despachó el Gobierno francés
un agente hacia Santo Domingo con el encargo de estudiar aquí las condiciones locales, enterarse
de la situación y preparar todo lo concerniente a la importante empresa de la entrega. El Agente
escogido, Roume de St. Laurent, persona conocida de la Corte de España por haber desempe-
ñado misión de ella en la isla de Trinidad, recibió instrucciones de pasar a Madrid antes de ir
a Santo Domingo, para concertar con los funcionarios correspondientes los pormenores de su
misión. Allí pasó un mes en conversaciones, terminadas las cuales el Rey lo hizo conducir en
una fragata al término de su viaje. Llegó a Santo Domingo el 4 de abril del 1796.

84
Véase el Informe en Boletín del Archivo General de la Nación, n.os 2, 3 y 4.

547
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La misión preparatoria de Roume tuvo grandísima significación política. Con ella inicia
el historiador García la época que con profundo sentido llama Período de la desnacionalización.
Con el Comisario Roume llegaron a nuestro país todos los elementos del nuevo espíritu
europeo para convertirse en elementos de administración y gobierno. Ninguna palabra más
apropiada que la de desnacionalización para especificar los funestos resultados del cambio
convenido en Basilea. Todos los historiadores españoles, aun aquellos que juzgaron honrosas
y útiles las paces del 1795, enjuician con dureza la cesión de la “histórica isla de la Española,
recuerdo glorioso de los albores de nuestra epopeya americana”. En Basilea, según lo señala
don Antonio Ballesteros y Beretta, se dio “el primer paso hacia la más desdichada de las
alianzas”, la de San Ildefonso, que conduciría a España al borde de la ruina.
Todo aquello resultaba monstruoso: Basilea, San Ildefonso, Godoy, Carlos IV, María
Luisa, Fernando VII. De ese amasijo de vilezas sacaba Santo Domingo el más triste premio
a su lealtad: el de ser traspasado sin miramiento a la influencia de sus enemigos naturales. A
los cien años de Ryswick nos entregaban a Francia los descendientes de Felipe V, los mismos
Borbones que entonces malograron nuestro destino, al regularizar, contra el sentimiento de
los dominicanos, la depredación de los bucaneros. Aunque en el Tratado de Ryswick (1697)
no se expresó el reconocimiento de la ocupación francesa de la Española, como aquel ins-
trumento preparó la entrada de los Borbones al gobierno de España (1700), puede la crítica
histórica contar desde la fecha del ajuste de la Guerra de Sucesión la renuncia de España a
recuperar la conquista de los bucaneros.
Es justo reconocer, sin embargo, que la cesión de Santo Domingo no la recibió con agrado
ningún sector del pueblo español, y que para los mismos estadistas que la realizaron fue
aquello una espina clavada y enconada en la conciencia. El General Kerverseau explica con
claridad esta situación cuando analiza la propuesta española de cambiar La Luisiana por
Santo Domingo, estando todavía Roume en Madrid.* “Mientras tenían lugar estas diligen-
cias, la Corte de Madrid hizo proponer a Francia la cesión de La Luisiana en cambio de la
parte española de Santo Domingo. Esta Corte apreciaba mucho esta posesión más onerosa
que útil y que subsistía sólo por la inversión de dos o tres millones de libras tornesas que
estaba obligada a hacer anualmente. Pero esta era la primera de sus conquistas en el Nuevo
Mundo; las cenizas de Colón reposaban en ella; Fernando se había formalmente comprome-
tido, por sí y por sus sucesores, a no desprenderla jamás de la Corona de Castilla; un gran
amor propio nacional atribuía gran precio a su conservación y la hacía mirar como la piedra
fundamental del inmenso edificio del poderío español en América”.
Si se tiene en cuenta el contenido catastrófico de los reinados de Carlos IV y de Fernando
VII y todo el daño que le causaron a España, nada de sorprendente se encontrará en la tragedia
de Santo Domingo. Según Menéndez y Pelayo nos traspasaron y vendieron como si se tratara
de un hato de bestias, sin tener presente que para la fecha de la cesión existía en Santo Domin-
go, madura, una conciencia colectiva refractaria a toda injerencia extraña y un sistema social
y jurídico debidamente enlazado al proceso de nuestra formación histórica. Los dirigentes
franceses, tanto en París como en El Cabo, tenían muy mala información sobre la verdad de
las cosas de la parte española de la isla. “Los Agentes en particular, dice Kerverseau, estaban
imbuidos de mil quimeras inventadas en París para deslumbrar al Gobierno”.

*Véase, sobre las negociaciones franco-españolas para retroceder La Luisiana, F.P. Renaut, “La Question de La
Louisiana, 1796-1806”, París, 1918, separata de la Revue de l’historie des colonies francaises.

548
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Pensaban los franceses que en Santo Domingo las tierras no estaban poseídas a título de
propiedad sino a título de enfeudación, y que las dichas tierras podían pasarse al dominio
de la Corona discrecionalmente. Se creía, además, que la inmensa mayoría de las tierras es-
taban vacantes y que nunca habían sido concedidas. Cuando llegaron aquí se dieron cuenta
de que contrariamente a lo que ellos creían, en esta parte no existía una sola pulgada de
terreno sin dueño, que las concesiones hechas por el Gobierno español eran irrevocables y
que las personas que no se habían beneficiado de concesiones formales o que por alguna
razón tenían perdidos sus títulos, amparaban sus derechos de propiedad, según la ley del
país, en un título no menos sagrado: la posesión de treinta años.
El 16 de noviembre del 1795, tan pronto como se enteraron de la nueva del traspaso, se
dirigieron al Rey en sesudo Memorial de protesta, los pobladores más importantes de La
Vega: Dionisio de Moya Guillén, José Rodríguez Cid, José Núñez López, Domingo de la Mota,
Raymundo del Orbe, Miguel Fernández, Francisco de la Rosa Bocanegra, Pablo Francisco de
Amézquita, José de Amézquita, Juana Núñez, como apoderada general de su marido Baltazar
Núñez, María Merced Bocanegra, José Ruiz y doce personas más. El documento contiene una
valerosa y clara exposición de las consecuencias que el cambio de gobierno traería contra los
intereses y la economía de Santo Domingo, principalmente de las regiones centrales del país.
En ese Memorándum se dijeron con metódica seguridad todas las razones que obligaban a los
dominicanos a no desear el cambio. “Los que hemos colocado nuestro primer timbre y honor en
el afecto y lealtad a nuestro Soberano, gloriándonos de sacrificar nuestras personas y haciendas
en su Real Servicio hasta quedar exhaustos, consumidos y casi aniquilados en su mayor parte
los Caudales de este vecindario, teniendo siempre a la vista el ejemplo de nuestros antepasados,
que en todos tiempos dieron las pruebas más auténticas de su lealtad, no tenemos valor para
sufrir este último golpe, con que se nos entrega al yugo de una nación desconocida, después
de las indecibles calamidades que hemos padecido nos es doloroso, por no decir intolerable, la
separación de un Monarca que tiene todos atractivos de nuestro amor, y cuya sabia y paternal
dirección siendo siempre el norte de nuestras acciones, fue también la base de nuestra felicidad;
por tanto nunca dudaremos abandonar nuestra cara patria, aun a costa de las incomodidades,
aflicciones y trabajos consecuentes a una emigración violenta, pero estando bien cierto que las
Reales intenciones conspiran siempre a la común felicidad y resisten la ruina del vasallo, nos
alienta la segura confianza de hallar el remedio en su Augusta Clemencia, poniendo a su vista
los funestos precipicios que nos amenazan después de tan sensible expatriación”.
El artículo 9 del Tratado de Basilea concedió a los pobladores de la parte española el
plazo de un año para que se retiraran a Cuba si deseaban seguir siendo vasallos de la Corona.
Pero no se hizo ninguna diligencia que animara la emigración. Un elemental sentimiento
de respeto a Francia, nación aliada, movió al Gobierno español a restringir lo más posible
el éxodo. Por su parte los franceses trataron por todos los medios posibles de retener en el
país a los dominicanos. El Comisario Roume trajo el encargo especial de hacer propaganda
en este sentido. Todo fue inútil. Los pobladores pudientes y los que lograron allegarse los
elementos indispensables al viaje de expatriación, se fueron de Santo Domingo, creando así
un verdadero problema a las autoridades españolas. Nadie quiso quedarse para ser francés,
aun a trueque de los sinsabores, sacrificios de toda magnitud y desdichas que implicaba el
abandono de la patria. Todo lo admitían, menos dejar de ser españoles.
La narración de los pormenores del abandono de Santo Domingo por una gran parte de
sus moradores contrista al ánimo menos sensible. Aquello tuvo colores dantescos, a pesar de

549
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que fue poco, comparado con lo que sucedió después, a la llegada de Toussaint y Dessalines.
Cuando se haga el recuento del éxodo, podrán calcularse sobre base cierta los resultados
demográficos de la cesión a Francia. Se necesita una minuciosa labor que nos permita fijar
científicamente el cuadro de la despoblación que ocasionó el Tratado de Basilea. Más que
por su significación cuantitativa nos aterrará la emigración por su contenido cualitativo. El
desajuste de la economía dominicana tiene su origen en aquel forzado desbande de la po-
blación. Con acierto explicaron los vecinos de La Vega, en el documento citado, los efectos
económicos del Tratado de Basilea. El Cabildo de la Ciudad de Santo Domingo también se
pronunció contra la cesión, y envió a Madrid un emisario para rogar de la real medida. Los
funestos resultados de la misma estaban a la vista de todos.
Es evidente, sin embargo, que los dominicanos de la época, que pudieron serlo todo
menos materialistas, arrostraron estoicamente la amargura del destierro; los que se quedaron
se aprovecharon del inesperado período de acomodación que transcurrió entre 1795 y 1801,
año del abandono efectivo de los españoles, cuando don Joaquín García le entregó el gobierno
a Toussaint. El movimiento nacionalista de don Juan Sánchez Ramírez contra los franceses
y, desde luego, contra los haitianos, tuvo sus raíces en los sentimientos sociales creados por
la tradición en Santo Domingo, que tan visibles hizo el Tratado de Basilea.
Semejante actitud de los dominicanos no obedecía a argumentos puramente sentimenta-
les. Razones poderosas de otra índole obligaban a aquellas gentes a proceder como lo hacían.
Esas razones eran de tipo ideológico y tenían, desde luego, profundas implicaciones históricas
y sociales. Procede dividirlas en tres grandes grupos: económicas, religiosas y culturales.
Como reconoce y explica el General Kerverseau en su comentado Informe al Ministerio
de Marina, en 1795 el régimen de la propiedad y, en general, toda la estructura económica
de la colectividad española de Santo Domingo tenía segmentación jurídica. Aunque nece-
sarias acomodaciones al ambiente de la colonización impusieron cambios apreciables en los
sistemas jurídicos que trajo la Metrópoli, es evidente que la sustancia del derecho indiano,
homogénea en toda la jurisdicción topográfica del dominio hispanoamericano, emanó del
derecho de Castilla. Esto sucedió así tanto en las instituciones de derecho público como en
las de derecho privado. Santo Domingo fue, sin duda el país en que se experimentaron y
se pusieron a prueba las esencias del régimen indiano. Por eso fuimos nosotros el más re-
sistente entronque de la conciencia hispanoamericana y el que mejor ha resistido la acción
del tiempo y de la adversidad. Todas las instituciones que creó la colonización española
en América tuvieron en la Isla Española su campo de adaptación y de observación, en los
primeros cincuenta años del siglo XVI. Es pues cosa no discutida la consubstanciación de
nuestras formas sociales con las formas hispánicas. Nosotros no podríamos ser otra cosa que
aquella, ni podríamos conducirnos sino de conformidad con nuestra idiosincrasia, madura
ya en 1795 por tres siglos y tres años de evolución.
Pero no son solamente las modalidades económicas las que se deben tener en cuenta
al estudiar la reacción que produjo en Santo Domingo la noticia del traspaso a Francia.
Tan importantes como aquellas, o tal vez más importantes, son los aspectos que miran a
las formas religiosas y culturales de la constitución dominicana, o para denominarla más
correctamente, hispano-dominicana del 1795. En general el gobierno español de las Indias
tuvo un doble carácter, eclesiástico y civil, sólidamente fundado en el régimen regalista que
envolvió el Patronato Regio negociado por los Reyes Católicos con la Santa Sede desde los
comienzos de la conquista.

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El contenido social de la acción española en las Indias está íntimamente asociado a la


influencia del Patronato y, más tarde, a la de la Contrarreforma, cuando Felipe II convirtió en
leyes del Estado español, con fuerza civil, las resoluciones del Concilio de Trento. Con la aplica-
ción estricta y exigente de estos dos grandes instrumentos cobró carácter institucional, activo,
social podríamos decir, el gobierno canónico en las Indias, ejercido como función de Estado,
no por el Papa, sino por la Corona de Castilla. Sería absurdo tratar de eliminar del proceso de
formación de una colectividad iberoamericana, para incluir expresamente al Brasil, la expre-
sión de sus sentimientos y prejuicios tradicionales. Para que semejante fenómeno se produzca
en el panorama social de la América española sería necesario retrotraer la colectividad que lo
sufra al estado de naturaleza y ya eso sería absolutamente imposible después de cuatrocientos
cincuenta años de cultura y civilización dirigidas por los canales de la hispanidad.
De aquellas formas de gobierno tenía que surgir necesariamente un sistema de cultura y una
manera de vivir adecuados a las modalidades de la administración: el régimen de la propiedad,
el régimen de la familia, el derecho sucesoral, las características del matrimonio, la manera de
distraer a los niños, la de enterrar los difuntos y todo cuanto concierne a las formas privadas de
la convivencia; el régimen municipal; las relaciones de los particulares con la Iglesia y con las
autoridades eclesiásticas, el régimen mismo de la administración de la Iglesia, tan importante
en tiempos de la colonización; el régimen de la instrucción pública, especialmente el de las
Universidades, Colegios, y Seminarios y, en general, el contenido entero del derecho público.
Toda esta estructura social, vigente por más de tres siglos en Hispanoamérica, descansó sobre
bases profundas e inconmovibles de tipo universalista, imperial y religioso.

II
En lo que toca particularmente a Santo Domingo, las cosas presentan carácter muy
específico. Nosotros somos media isla geográfica y una isla cultural y política. La ley funda-
mental, el elemento básico de nuestra formación social son la inestabilidad y la inquietud. La
nacionalidad dominicana se integró en un inconfundible ambiente de recelo y desconfianza
que nos obligaba a vivir sobre el escudo en función constante de combate y vigilancia. La
colectividad dominicana no tuvo reposo ni espacio moral para darse a la tarea de su propia
formación. Vivió como le permitieron los otros que viviera: en la agonía de no perderse para
siempre. Perdernos era dejar de ser españoles. Ninguna agrupación hispanoamericana corrió
como nosotros este riesgo.
La independencia dominicana, como fenómeno social no tiene paralelo en el Continente
porque comenzó a producirse dos siglos antes de que despertara en estas tierras una con-
ciencia política de autodeterminación. Por lo menos desde mediados del siglo XVI (1550).
la Española se enfrentó al serio problema que les creó a las autoridades y a los pobladores
el contrabando que de los productos tropicales de nuestra tierra hacían los navegantes de
las naciones coaligadas contra España: Inglaterra, Holanda y Francia. Este sistema de con-
trabando nada tenía que ver con la guerra de los corsarios en el mar ni con los ataques que
éstos hacían esporádicamente a los puertos españoles de las Indias, como el que nosotros
mismos sufrimos cuando el Drake saqueó la ciudad de Santo Domingo en 1586. La acción
de los contrabandistas era constante y sistemática y no implicaba robo sino comercio pro-
hibido. Casi la totalidad de la producción de la isla la vendían ocultamente sus dueños en
la Española a los tripulantes de los buques europeos que venían expresamente a comprarla
contra la prohibición del Gobierno español.

551
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Este sistema comercial acabó por arruinar totalmente la isla en razón de que, yéndose
su producción por vías delictuosas a manos enemigas, sin pasar por las aduanas y sin que
el Gobierno recibiera de ella ventaja alguna, el sostenimiento de la comunidad se convirtió
en una carga directa para España, que se vio en el caso de atender con dinero situado las
necesidades más perentorias de la administración. Baltazar López de Castro en 1598 y An-
tonio Ossorio en 1606 calcularon en un millón de ducados el valor anual de los productos
que salían de la isla. Para dar una aproximada idea de lo que significaba la pérdida anual
diremos que un millón de ducados en 1606 podía compararse, en su valor adquisitivo, según
los cálculos de Ramón Garande, (Carlos V y sus Banqueros, pág. 357), con una suma igual a
doce millones de dólares oro, de los anteriores a la guerra del 1914.
Recientemente el profesor Sluiter calculó en ochocientos mil florines de la época el va-
lor anual del comercio intérlope que sólo los holandeses hacían con la isla Española en los
primeros años del siglo XVII. El valor adquisitivo del florín era entonces más o menos igual
al del ducado español.
Esta situación, peculiar solamente a la isla Española en todas las Indias, cobró su mayor
intensidad en los últimos veinte años de los quinientos, o más bien en el tiempo transcurrido
entre la muerte de María Estuardo (1587) y la de Felipe II (1598). Tuvo el drama del contra-
bando imborrable repercusión social en Santo Domingo, y terminó con la devastación y el
abandono de toda la parte noroeste del país, centro principal del intercambio con los herejes
(1605-1606). Por el momento no encontraron los españoles otro expediente para deshacerse
de la persistente acción de sus enemigos en las tormentosas aguas del Caribe.
Mientras duró el problema del comercio los españoles-dominicanos vivieron tiempos de
profunda inquietud. Aquí se vivía, desde luego, en función de peligro, en continua acción
de riesgo. El disimulo y la duplicidad tenían que ser, por imperio de las circunstancias, el
fondo del paisaje moral de la convivencia. La vida se hacía sin contenido espiritual, sin re-
poso ni descanso. El habitante que comerciaba con herejes –y era la inmensa mayoría– vivía
al margen de la ley y de sus deberes religiosos. No era ni hereje ni católico. Su vida entera
la daba a la angustia de un comercio que si lo enriquecía, no le permitía disfrutar de su ri-
queza, porque debía esconderla para simular miseria. El dominicano de entonces hizo de la
fatiga y de la infamia régimen ordinario de su existencia. La sociedad se ajustó sobre normas
completamente extrañas a la moral social de su época. Sólo la incontrastable influencia de
la Contrarreforma española impidió que retornara al estado de naturaleza. Para ello tuvo
que reconcentrarlo en la porción de la isla que es hoy nuestro país.
Aquí nos reconcentraron no para vivir en paz a cambio de lo que abandonamos y perdi-
mos, sino para iniciar con ello un nuevo y largo episodio de angustia, sudor y sangre. Comen-
zó en La Tortuga cuando los normandos se introdujeron en ella para fomentar el bucanerismo
y el filibusterismo y terminó, en su primera época, a principios del XVIII, cuando Felipe V,
el primer rey Borbón de España, le dio estabilidad a la colonización francesa. Entonces, y
para prolongarse por casi toda la centuria, se inició el proceso de la formación fronteriza
entre las dos colonizaciones asentadas en la isla. Eso terminó en 1777 al convenir las Cortes
de España y Francia, en Aranjuez, un régimen de separación en Santo Domingo.
Apenas terminado este sangriento y agitado período de acomodación, los fulgores de
la Revolución Francesa incendiaron el ánimo de los negros esclavos de la parte francesa de
Santo Domingo para lanzarlos, en horrible movimiento de libertad, hacia la reivindicación
pura y simple de sus derechos a la vida y de su específica condición humana. Estalló de

552
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pronto lo que Salvador de Madariaga llama la Revolución Negra, sostenida y conducida


principalmente por la astucia genial, el valor y la crueldad de Toussaint L’Ouverture. La
independencia de los Estados Unidos y la Revolución Americana no tuvieron influencia
apreciable en la situación de los negros esclavos de este Continente, pero el movimiento
francés de los últimos diez años del XVIII llegó a lo más profundo de la conciencia social
de los grupos aherrojados.
Los sucesos que entonces tuvieron lugar en Santo Domingo levantaron la protesta hasta
de los más encarnizados enemigos de España. En 1798 escribió Miranda desde Londres a
su amigo Turnbull lo siguiente: “Le confieso que tanto como deseo la libertad y la inde-
pendencia del Nuevo Mundo, otro tanto temo la anarquía y el sistema revolucionario. No
quiera Dios que estos hermosos países tengan la suerte de St. Domingue, teatro de sangre
y de crímenes, so pretexto de establecer la libertad; antes valiera que se quedaran un siglo
más bajo la opresión bárbara e imbécil de España”.
La colectividad española de Santo Domingo, por determinación ineludible de la geografía
y por incomprensible determinación política de la Corte de Madrid, fue la más inmediata
víctima de la Revolución Negra, es decir, del movimiento armado de manumisión dirigido
por los esclavos negros y mulatos de la colonia francesa de Santo Domingo contra el patro-
nato de su Metrópoli. Todo el siglo XIX lo vivimos bajo los efectos del horrible impacto. Los
resultados sociales de aquello son de muy penosa y difícil descripción.
Las vicisitudes sociales de la población del Santo Domingo español, que pueden clasi-
ficarse en cuatro períodos de un siglo de extensión cada uno, obedecieron todas a luchas
ideológicas de sentido universal. Durante más de dos tercios de los quinientos luchamos
contra la Reforma. El contrabando de los productos de la isla fue un activo agente de la lu-
cha del calvinismo contra los poderes católicos. Los holandeses se valieron largamente de
aquellos productos para obtener su independencia y crear luego su Imperio. A fines de la
centuria, la isla de Santo Domingo vivía un penoso período de inquietud en el que estuvieron
a punto de perderse nuestra raíz hispánica y nuestra tradición católica. En el transcurso de
los seiscientos vivimos en constante estado de guerra con bucaneros y filibusteros, luchando
contra el individualismo crudo y descarnado que dio origen a todo el sistema capitalista
moderno. De ese episodio salimos maltrechos y vapuleados, después de perder algo más
del tercio de la isla. Los setecientos los pasamos en un cruento y prolongado esfuerzo para
obtener la divisoria fronteriza que nos salvara de la penetración francesa. En 1795 nos pagó
España aquel denodado esfuerzo vendiéndonos a Francia como si fuéramos un “hato de
bestias”, en el momento preciso en que triunfaban en aquel país las ideas por las que había-
mos sufrido nosotros todas nuestras vicisitudes. Los ochocientos nos trajeron el predominio
de los esclavos y la influencia de las ideas y los sistemas del materialismo y el positivismo
francés, traducidos en más de cincuenta años de opresión haitiana, y en otros cincuenta años
de desconcierto y turbulencias derivados de la influencia de Haití.
Todo eso lo sufrimos los españoles-dominicanos en forma directa, sintiéndolo en la
carne y en los huesos, corriendo de un lado a otro, sudando y sangrando horrores cuando
los otros pueblos de América, apenas turbados por esporádicas intrusiones, disfrutaban de
opulentas formas de dominio y de consorcio con los centros europeos, o vivían tranquilos,
bajo la normal influencia de aquellos centros metropolitanos. Cuando ya entrado el siglo
XIX los pueblos hispanoamericanos comenzaron la lucha por la independencia, sus esencias
sociales tenían moldes definidos. Se independizaron de España después de haber aprendido

553
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a vivir el contenido de los regímenes políticos que vació en las provincias la Madre Patria.
Se independizaron cuando se les maduró la conciencia. En cambio, los dominicanos madu-
ramos la nuestra luchando por no dejar de ser españoles.
El fenómeno es curioso e interesante: la independencia dominicana representa un mo-
vimiento social de introspección. Continuamente nos hemos visto obligados a volver hacia
atrás –por vías de conservación– para no perder nuestras características permanentemente
amenazadas por el imperialismo calvinista, por el materialismo y por el africanismo básico
de la formación social haitiana.
Es evidente, desde luego, que el más auténtico y entrañable proceso de constitución social
en América es el que envuelve en sí mismo la independencia dominicana, por ser el más
remoto y el que mejor relación tiene con las raíces espirituales del orden social americano. La
independencia dominicana tiene verdadero contenido ideológico, y es la más clara expresión
de toda la lucha de ideas y sentimientos que dio origen a la civilización iberoamericana.
Cuando el Comisario Roume de St. Laurent llegó a Santo Domingo en abril del 1796 en-
contró, según se desprende de cuanto dejamos dicho, un país debidamente evolucionado de
acuerdo con el orden social que crearon estos tres elementos: un gobierno civil y militar, un
gobierno eclesiástico paralelo a aquel, y una orientación cultural de tipo clásico. Ese orden social
descansaba, pues, en una serie de valores jerarquizados de muy larga y profunda influencia.
Valores económicos determinados por una completa distribución de la propiedad in-
mueble con todas sus consecuencias sociales. Valores jurídicos resultantes de la organización
extensa y completa de la familia como elemento social de primer orden; de la evolución del
régimen municipal, del régimen fiscal y de todas aquellas situaciones de orden subjetivo
que se refieren al régimen de la propiedad privada. Valores morales provenientes de una
rigurosa organización eclesiástica y de los sentimientos religiosos provocados por aquella
organización. Valores culturales propiamente dichos derivados de una larga práctica docente
dirigida y administrada por la autoridad gubernativa y por la de la Iglesia.
Un dominicano del 1795 era persona habituada a acatar el principio de autoridad; persona
estrechamente vinculada a la confesión católica sin resquicio posible de examen ni mucho
menos de discusión de su dogma; era persona habituada a conducirse conforme a reglas
precisas de convivencia y que contaba, si se había dedicado a ello, con apreciable caudal
de cultura. Dominicanos del 1795, formados en Santo Domingo, eran don Antonio Sánchez
Valverde, el Dr. Faura, el doctor Correa y Cidrón, don Francisco Javier Caro, el Arzobispo
Valera y Jiménez, don Juan Sánchez Ramírez, don Domingo Muñoz y Delmonte, el doctor
José Ruiz, el doctor Pedro Prado y muchos otros más. La clase dirigente era toda dominica-
na, salvo por supuesto, los funcionarios enviados directamente de España. La Universidad
llenaba su cometido a conveniencia de todos, y generación tras generación, recibían en aquel
centro los elementos de una satisfactoria vida intelectual.
El dominicano del 1795 tenía sentido cabal de sus funciones humanas, y aunque todo
aquello dependía de una estricta acomodación de clases y jerarquías que terminaba en la
institución misma de la esclavitud, es evidente que no por eso era menos sosegado el ritmo
social de la colectividad. No existían problemas de castas ni la vida se hacía sobre fórmulas
inhumanas de explotación. El cese de la esclavitud lo posponía precisamente el carácter
inocuo de la misma. Lo esclavos del Santo Domingo español del 1795 no reclamaron ni ges-
tionaron su libertad, que no les hacía falta, porque de hecho no eran víctimas ni sujetos de
tratamiento inhumano. No es posible comparar, ni de pasada, la situación de la pobre bestia

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humana que sostuvo durante todo el siglo XVIII la prosperidad de la parte francesa, con la
del trabajador dominicano de la misma época, en efectivo estado de manumisión.
La llegada de Roume a Santo Domingo envolvió, pues, un terrible problema social. El
Comisario vino a poner sobre las vías ideológicas, políticas, económicas, religiosas, adminis-
trativas y culturales recién abiertas en la conciencia universal por la Revolución Francesa, el
organismo, viejo ya de más de tres siglos, de lo que era la sociedad dominicana. La empresa
resultaba monstruosa, y así lo comprendieron todos los hombres honrados e inteligentes que
nos mandó Francia. La fusión resultaba imposible en vista del grado de madurez política y
social a que había llegado el país dominicano. Existía ya entre nosotros una clara y definida
conciencia nacional, capaz de medir y sentir los peligros de la incorporación a Francia. La
situación la expresó Kerverseau cuando escribió estas palabras: “El espectáculo terrible de los
desastres de la Colonia Francesa había aterrorizado a los habitantes de la Colonia Española,
y les hacía mirar el día de su reunión a Francia como el de su entera destrucción”.
En 1796 ser francés y vivir como querían los revolucionarios que se viviera en sociedad
implicaba una transformación tan grande de sistemas, de ideas y de sentimiento que no era
presumible siquiera que en el Santo Domingo español se pensara en semejante cambio. Sin
embargo, de esto fue Santo Domingo el primer país extranjero, la primera congregación
humana extraña a la jurisdicción política de Francia, que recibió directamente el contacto
de las leyes y sistemas sociales de la Revolución.

III
Prolijo e innecesario sería el recuento de esos sistemas sobradamente conocidos. La influen-
cia de los mismos llegó un poco más tarde, por los caminos de la demagogia, a la conciencia
de los pueblos hispanoamericanos y de cierto modo desvió y desnaturalizó el proceso de su
independencia, que no debió producirse con las derivaciones individualistas y subjetivas con
que se produjo, porque esos no eran ni su entronque ni su trayectoria. Pero, por esta misma
circunstancia, resulta útil recoger un breve resumen de la posición revolucionaria de la Francia
del 1795, para compararla con el clima social que entonces existía en las demarcaciones espa-
ñolas de América y particularmente en Santo Domingo. Sólo así podrá apreciarse a derechas
el conflicto que determinó el encuentro de regímenes tan fundamentalmente desiguales. La
materia merece, desde luego, estudio profundo y exhaustivo que no cabe dentro de las propor-
ciones de este ensayo. Nos limitamos a señalar el asunto para que alguien le dedique examen
más atento y cuidadoso. Por ahora nos bastan las líneas generales de la situación.
La posición revolucionaria de la Francia del 1795 tuvo, principalmente, profundas im-
plicaciones intelectuales; desde luego, en el terreno social, profundas implicaciones políticas
y religiosas; y, finalmente, en sus aspectos puramente normativos, profundas implicaciones
jurídicas o de reglamentación. Las raíces de la Revolución Francesa ofrecen, antes que nada,
sentido puramente teórico. Fue el cambio de las doctrinas filosóficas, iniciado en los comienzos
del siglo XVIII, lo que determinó, a fines de la misma centuria, el cambio violento y catastrófico
de los sistemas políticos y sociales vigentes en Francia. De aquí se pasó al cambio de la ordena-
ción jurídica de la vida de relación. Como es sabido, el movimiento conmovió y ensangrentó
al mundo, porque la expansión de las ideas en que se fundó todo aquello fue enorme.
Deísmo o materialismo. Religión o irreligión. Moral cristiana dirigida por el dogma, o
moral social laica según la planearon los enciclopedistas (1751-1772). En estos términos se
planteó la lucha de las ideas filosóficas y sociales en el siglo de la Ilustración. Los filósofos

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triunfantes del materialismo, los grandes directores del movimiento intelectual, desde Mon-
tesquieu hasta Rousseau, asaltaron, usando para ello todos los medios de combate, lícitos o
ilícitos, el orden establecido sobre las bases cristianas para tratar de crear un orden nuevo
de convivencia sobre la abstracción de una moral social, puramente materialista, derivada
del libre juego de las leyes de la naturaleza. Con esta creación combatieron vigorosamente
la influencia religiosa e hicieron posible el estallido de la Revolución. Mientras los dogmas
cristianos y católicos se fundaban en el pecado original, con la necesidad de una redención que
sólo es asequible por los caminos de la contrición y del sacrificio, los enciclopedistas creían
en la bondad natural del hombre siempre que no estuviera contaminado por los vicios de
sociedades mal organizadas. Afincaban en la naturaleza toda la eficacia de la moral. No
creían en nada trascendente ni revelado.
Como sucede siempre que triunfa una gran corriente del pensamiento, esta finalmente
se impone en la organización social, pero antes pasa por el tamiz de la contienda política.
La revolución intelectual que provocaron los pensadores franceses del XVIII desembocó
en la revolución política que tuvo sus antecedentes inmediatos en el desplazamiento del
humanismo cristiano por el materialismo ateo de la Enciclopedia.
Es lógico que de semejante situación surgiera, o tratara de surgir, una modalidad social
también materialista y atea. La Revolución Francesa llegó a su verdadero clima ideológico
cuando se produjo la gran crisis político-religiosa que separó al clero francés de la obediencia
a Roma y creó el hondo cisma de la descristianización. La fiesta del 10 de agosto del 1793,
con sus desfiles ideados y organizados por David; la reforma del calendario, efectuada en
octubre del mismo año, para proscribir el sistema gregoriano de repartir el tiempo; la fiesta
de la Razón, celebrada el 10 de noviembre en Notre Dame, señalan los grandes sucesos de
la reacción nacionalista y arreligiosa.
Todo aquello, sin embargo, provocó no solamente la consternación de los espíritus mode-
rados y sensatos dentro y fuera de Francia, sino poderosas coaliciones de fuerzas extranjeras
para contener, por las armas, el progreso de aquella semilla. Francia luchó contra Europa,
impulsada por las ideas nuevas. No solamente resistió la alianza de los poderes conserva-
dores, sino que desbordó sus ejércitos más allá de sus fronteras para expandir con ello los
sentimientos sociales recién nacidos. Cuando sucumbieron los ímpetus de la expansión ya
estaban prendidas las raíces del nuevo espíritu europeo, fecundado por la sangre que de-
rramaron las armas napoleónicas en todas las encrucijadas del viejo Continente.
La caída del antiguo régimen en Francia, esto es, de los sistemas sociales todavía depen-
dientes de la organización feudal, envolvió un cambio sustancial en el mundo europeo. Es
evidente, sin embargo, que la más resistente corteza contra el racionalismo y el materialismo
la ofrecieron los sistemas sociales españoles, aunque, por inexplicable paradoja política, fuera
España aliada de las armas revolucionarias. Los tratados de Basilea y San Ildefonso con la
colaboración de Godoy y los acólitos de Fernando VII en los fines militares de la Revolu-
ción, no tienen sentido ni pueden explicarse sino por la hondura de la decadencia española
de la época. No nos interesa, desde luego, para el objeto de este trabajo, la influencia de la
Revolución en la España metropolitana. Nos atenemos a la repercusión del racionalismo en
las formaciones sociales y políticas de la América hispánica.
Como acontecimiento puramente político, la Revolución Francesa creó un plano de abs-
tracciones individualistas convergentes todas en el gran principio de la igualdad humana y
de la libertad de conciencia. Se proclamaron los derechos del hombre como elemento básico

556
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de la vida jurídica; se abolieron todos los privilegios sociales hasta entonces existentes y se
barrió con las diferencias de clases. Las jerarquías económicas, religiosas y sociales desapare-
cieron sin remedio para darle paso al imperio de la ley sobre toda la actividad del consorcio
humano. La vida social cobró caracteres puramente subjetivistas. El hombre ganó para sí el
mundo de la conciencia, convertido en la realidad de una ordenación jurídica y legal.
La Francia revolucionaria rompió todos los lazos que la unían a la tradición y las formas
históricas del pasado. Se creó un plano irreal y quimérico de igualitarismo, comunismo y
espartanismo, según la expresión de Taine, completamente divorciado de la formación social
y nacional del pueblo francés. De aquel fermento puramente ideológico no podía surgir la
objetiva, durable y real organización centralizada del Estado que soñaron y comenzaron a
construir Richelieu y Luis XIV y que en cierto modo previo el mismo Mirabeau, desde 1790.
Según observa Taine, la obra social y política de la reconstrucción comenzó a producirse
en Francia cuando el genio administrativo de Bonaparte asoció al espíritu negativo de la
Revolución el largo proceso del clasicismo para fundar la conciencia nacional de la Francia
contemporánea. Es decir, cuando Napoleón inyectó en la constitución tradicional de la
sociedad francesa, en la cultura específica de aquella sociedad, las verdaderas conquistas
espirituales de la Revolución. Se creó entonces un nuevo sentido social en Francia, armó-
nico con los moldes históricos y tradicionales de aquel país. La obra política de Napoleón
fue, por tanto esencialmente conservadora. Envolvió un razonable regreso al pasado. La
característica de este proceso de regresión la dan el Concordato del 1801 y el Código Civil
del 1804, construido dentro de las viejas formas del derecho francés.
“En todo orden social y moral, el pasado justifica el presente; la antigüedad sirve de
título, y si se busca más allá de todos estos cimientos consolidados por los siglos, en las
profundidades subterráneas, la roca madre y primordial, se la encontrará en la voluntad
divina”. “Puede afirmarse con certeza que si en una sociedad desapareciesen de un solo
golpe los principales prejuicios, el hombre, privado del precioso legado que le transmitió la
sabiduría de los siglos, volvería súbitamente al estado salvaje y retornaría a lo que fue en
su origen, un lobo inquieto, hambriento, vagabundo y perseguido”.85
Esa fue, en sí, la quimera del racionalismo francés del XVIII y de la desconcertante actividad
política de la Revolución en que desembocó todo el pensamiento filosófico de los maestros del
racionalismo y del materialismo: el divorcio absoluto entre la tradición, la enseñanza del pasado,
la fuerza de las costumbres y de los prejuicios y las nuevas formas de la vida pública y privada,
las que se derivaban de la filosofía de la naturaleza. El intento fracasó ruidosamente porque
era a todas luces imposible convertir en realidad social, en programa activo de vida pública las
abstracciones igualitaristas y legalistas de un Robespierre o de un Saint-Just.
Es fácil colegir la situación que produjo en Santo Domingo, español por más de tres
siglos, formado ya en los moldes sociales, jurídicos y económicos de la convivencia con las
instituciones y los sistemas españoles de gobierno, la implantación súbita y efectista de una
tutela francesa y de una tutela francesa de la Revolución. Aquello tuvo que resultar sencilla-
mente catastrófico. Nosotros los dominicanos no podremos comprender jamás la parte que
nos tocó en el tratado de Basilea. Si no fuera porque los mismos españoles tampoco lograrán
comprender nunca el sentido de su desventurada historia de la época revolucionaria y na-
poleónica, tendríamos que despreciar a España para siempre. Pero España no es responsable

85
H Taine, Les origines de la France contemporaine, l’ancien régime. tomo II, p.17, Hachette, 1947.

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de las debilidades y bajezas de un gobierno, de las venalidades de un favorito corrompido e


inepto ni aun de la propia incapacidad colectiva de una generación. España no es eso, ni ha
sido eso. El Santo Domingo de 1795 y el de 1809 era más español que Godoy y que Fernando
VII y representaba con más pureza y mejor sentido que ellos los valores de la tradición.
Ni Francia ni España comprendieron el significado de la cesión de Santo Domingo. Fran-
cia porque creyó adquirir algo parecido a su colonia de Saint-Domingue y complementario de
aquello, y España porque no se dio cuenta de que estaba vendiendo no un pedazo exiguo de
tierra sino parte de su propio ser nacional, de su misma conciencia colectiva. Por su lado, los
dominicanos del 1795 se percataron rápidamente de que el cambio de tutela implicaba para
ellos la total enajenación de sus esencias, las que extraerían del pasado y de la tradición para
fundar un día su propia autoridad política. No podían ellos resignarse a perder el camino
recorrido en tres siglos y tres años de convivencia con España. Este fundamental problema de
nacionalidad no lo confrontó tan temprano y tan a destiempo ningún pueblo de América.
Desde 1795, cuando se les notificó oficialmente el suceso diplomático de su traspaso
al dominio de Francia, comenzaron los dominicanos a confrontar el serio problema de la
desnacionalización. Ante el peligro de la conquista del materialismo francés, sintieron la
necesidad sustancial, vitalísima, de aliarse a la tradición, a la influencia del pasado español,
contrapartida, en Santo Domingo, del materialismo. Los elementos sociales de la tradición
eran para los dominicanos, la religión católica “que ordena a los hombres someterse a los
poderes establecidos” y vivir conforme a los dictados de una moral regulada; las reglas ci-
viles, escritas y consuetudinarias, que organizaban el matrimonio con carácter sacramental
indisoluble, los testamentos, las sucesiones, los contratos, el uso de la propiedad y el régimen
de la familia totalmente de conformidad con el espíritu básico del Derecho y las institucio-
nes de Castilla, aquellos que derivan del Fuero Juzgo y de las Siete Partidas; la formación
cultural e intelectual de las Universidades españolas, la influencia de las grandes órdenes
religiosas, como la de San Francisco, la de Santo Domingo y la Compañía de Jesús, moldes
tricentenarios del carácter colectivo del grupo social dominicano.
Contra la supervivencia de la tradición se produjo todo el contenido político de la Re-
volución Francesa. Las raíces filosóficas del gran movimiento podían discrepar en cuanto a
sus tendencias, pero todas coincidían en un punto fundamental: la tradición era el enemigo.
D’Alambert era escéptico; Diderot y La Mettrie, Helvecio, Condorcet, Lalande y Volney fran-
camente ateos; Voltaire y Rousseau no se entendieron nunca sobre los fines de sus propias
tendencias filosóficas; pero todos estaban de acuerdo en que sin destruir al enemigo, sin arrasar
los últimos vestigios de la tradición, no era posible inaugurar el absoluto imperio de la razón.
En este plano no podía concebirse un armónico entendimiento entre la historia y la razón. El
grito de guerra del enciclopedismo fue el de “retorno a la naturaleza mediante la abolición de
la sociedad”. Esa fue, más tarde, la consigna del jacobinismo terrorista y demoledor.
El Tratado de Basilea, concluido en 1795 entre la Convención, asamblea gobernante
de la Francia revolucionaria, y Carlos IV de España, prototipo de las ideas y los sistemas
tradicionalistas por excelencias, creó el drama largo, sangriento, inconcebible que desgarró
a Santo Domingo por más de un siglo: el drama de la desnacionalización, la lucha entre el
materialismo y la tradición, entre lo francés, más tarde lo haitiano, y lo español. Esa lucha la
sostuvieron los dominicanos más que por amor a España por reclamo de sus propias esencias
sociales, por instinto de conservación, por ineludible mandato de la legítima defensa de sus
posibilidades nacionales, ya asomadas en 1795 a las ventanas de un futuro inmediato.

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En política existen tres maneras de conducirse los hombres: “la puramente conservadora
y misoneísta –a la que pertenecen los timoratos pusilánimes, como los he llamado yo en
otra ocasión, al referirme a la España del siglo XVIII–, la racionalista pura –o sea, aquellos
que proyectan una actuación social sobre esquemas racionales rigurosos, y por eso son
reformadores utópicos o ilusos–; y, por fin, la de los reformadores prudentes, en quienes se
armoniza el deseo de novedades con la vinculación del pasado”.86
¿Cuál de esas posturas podían adoptar los dominicanos del 1795 frente al tratado de
Basilea? ¿Una actitud conservadora, tradicionalista e hispánica; una actitud afrancesada de
alianza con el materialismo revolucionario; o una actitud de transacción entre lo hispánico y
lo francés? No por timoratos ni por pusilánimes, sino por ineludible disposición de su propio
ser social, estaban los dominicanos obligados a escoger el primero de estos tres caminos. No
podían hacer otra cosa si deseaban seguir siendo dominicanos.
Entregarse a los franceses implicaba un profundo problema de asimilación imposible de
resolver por vías del racionalismo revolucionario. De ningún modo podía acomodarse un
dominicano de entonces a los sistemas utópicos e irrealizables de la flamante ideología política
de los franceses del último decenio del XVIII. La tercera de la posibilidades era todavía más
irrealizable que la anterior porque una política de transacción entre lo francés y lo español no
podía terminar en otra cosa que en el predominio haitiano. Esa fue, precisamente, la política
de Toussaint, Dessalines y Boyer, y resultaba, desde luego, la más peligrosa de todas.
La única manera de llegar alguna vez a la independencia la vieron los dominicanos de
aquella época en la conservación de sus formas sociales tradicionales. Nuestra independencia
tiene configuración conservadora. Es el resultado de un fenómeno de introspección social. El
contacto con el materialismo haitiano, nos enajenó muchas de nuestras modalidades originarias,
pero lo recóndito de nuestras esencias hispánicas se mantuvo y se mantiene inalterado.

IV
El señor Hostos, imbuido de liberalismo, de positivismo y de racionalismo, le pasó por
encima a esta situación sin apreciarla y estudiarla debidamente. No se dio cuenta de la fa-
talidad histórica y cultural que pesa sobre esta tierra. Es explicable, por otra parte, que así
fuera porque él no gravitó nunca sobre los problemas vitales de los dominicanos. Preocupado
primordialmente por las independencias políticas de Cuba y Puerto Rico, adalid de esa causa,
en ella consumió la flor de sus energías y de su pensamiento, sin tener ni tiempo ni tranqui-
lidad para meditar sobre la idiosincrasia del pueblo dominicano y de su autonomía.
Es evidente, además, que Hostos adoptó frente a la retardada ocupación española de
Cuba y Puerto Rico una postura racionalista que lo llevó –lógicamente– a la utopía de la
Confederación Antillana, de la que debía formar parte Santo Domingo. Esta posición liberal
tenía que descansar sobre fundamentos antitradicionalistas, sobre la enemistad con el pasado,
que no eran otra cosa, en Cuba y en Puerto Rico, que España y el catolicismo. No se percató
de que la única rasante posible de la Confederación Antillana la da el pasado hispánico de
los tres grandes pueblos insulares: el dominicano, el puertorriqueño y el cubano.
Negar que Hostos era antiespañol y anticatólico es lo mismo que tratar de ocultar el sol
con un dedo de la mano. Toda la formación intelectual de aquel gran pensador se refiere a

86
Vicente Palacio Atard, El problema de España y la Historia. Cuadernos Hispanoamericanos, n.o 16, Madrid, julio-
agosto, 1950, p.47.

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estas dos actitudes. Además, todos los hombres del positivismo latinoamericano, con la sola
y honrosa excepción de Andrés Bello, se divorciaron radicalmente de la tradición conserva-
dora, de la influencia hispánica y católica, para darse a la quimérica tarea de construir un
nuevo estamento de la conciencia política y cultural del Continente sobre bases estrictamente
racionalistas. Hostos no difiere de la corriente general.87
La posición de su pensamiento filosófico y político nos la ofrece el mismo señor Hostos
en dos de sus más sonados escritos de combate: el discurso en la investidura de los primeros
maestros normales, y las instrucciones que como Director de la enseñanza normal en la Repú-
blica Dominicana dirigió a los Directores y Adjuntos de la Escuela Normal de Santiago y de las
Escuelas Superiores de Azua, La Vega, Seibo, Samaná y Montecristi (Los Frutos de la Normal).
Más adelante examinaremos los fundamentos de ambas piezas, por el momento hacemos las
siguientes referencias a las mismas, para adelantar una conclusión de nuestro estudio:
Del discurso tomamos estos párrafos nucleares:
La enseñanza verdadera: la que se desentiende de los propósitos históricos, de los métodos parcia-
les, de los procedimientos artificiales, y atendiendo exclusivamente al sujeto del conocimiento, que
es la razón humana, y al objeto del conocimiento, que es la naturaleza, favorece la cópula de entram-
bas, y descansa en la confianza de que esa cópula feliz dará por fruto la verdad”. “Llevar la razón a
ese grado de completo desarrollo, y enseñar a dejarse llevar por la razón a ese dominio completo de
la vida en todas las formas de la vida, no es fin que la educación puede realizar con ninguno de los
principios y medios pedagógicos que emplea la enseñanza empírica o la enseñanza clásica.

De las instrucciones reproducimos lo siguiente:


Segunda: Romperá sin rodeos con la llamada instrucción clásica, y se ceñirá al plan de estudios
prescrito en la ley de Normales, y al orden en que se ha ido desarrollando en la Normal de esta ciu-
dad”. Cuarta: el método es rigurosamente positivo, es decir, el empleado por las ciencias positivas.
La naturaleza, hecho, suministra el objeto del conocimiento en un fenómeno o serie de fenómenos:
el relacionamiento razonado y racional de fenómenos con fenómenos, de todos y cada uno de ellos,
con el hecho universal que se trata de interpretar, es decir, con la naturaleza que nos rodea y que se
nos impone, eso es lo que se llama ciencia. Si todos viéramos metódicamente, o si desde niños se
nos enseñara a ver con método la naturaleza que en todos los aspectos de la vida material y moral se
nos presenta es indudable que ese aprender a ver la naturaleza constituiría un aprendizaje científico.
Pues bien: ese aprendizaje es el que por primera vez, aquí y en cualquier otra parte, se está intentan-
do en la Normal de Santo Domingo, y se impone en la ley dominicana de Normales.

Demás está decir que esta quimera pedagógica de romper con la tradición tuvo también
su profundo sentido político en Santo Domingo.
Estas transcripciones no dejan duda sobre la posición filosófica, política y pedagógica
–todo una sola cosa– del señor Hostos. Pero por si acaso no fueren suficientemente expresivos
de aquella posición los párrafos reproducidos, agregamos este:
Este fanatismo demente que mató en germen el desarrollo de la nacionalidad española, en
su mismo nacimiento, enfermó las Colonias que hubieran podido, si dirigidas racionalmente,

87
A todo va superponiéndose la línea utilitarista, que empezó con la presencia personal de Bentham, y que sigue
con los “proscritos argentinos”(Alberdi, Sarmiento) y el mismo Bello en Chile. Y que culmina en 1870 con la llegada
de obras de Comte. (Ramírez, Barreda, en México; Escuela de Paraná y Facultad de Filosofía y Letras, en Buenos Aires;
Lastarria y Bilbao en Chile, y, además, Montalvo, Núñez, Acosta, Vigil, Prada, Martí, Hostos). Todos los de este grupo,
menos Bello, son incrédulos, aunque alguno manifiesta simpatía por el cristianismo; tienen de común su espíritu an-
tihispanizante, y son, por eso, liberales y anticatólicos”. Patricio Peñalver. La Filosofía en Hispanoamérica. Antecedentes
y situación actual. Arbor, Madrid, números 57-58, septiembre-octubre, 1950.

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contribuir a la curación y a la salvación del tronco originario. Pero como fue la tradición, el
fanatismo fue también la educación de las sociedades coloniales; y tradición y educación tan
nefandas no pueden dar a los pueblos –como no pueden dar al individuo–, la iniciativa mental,
la fuerza mental, la vida mental que deciden casi exclusivamente de la utilidad o inutilidad de
los individuos como coeficiente del trabajo en todas sus actividades, de la ciencia en todas sus
indagaciones, del arte en todas sus representaciones, del derecho en todas sus funciones, de la
libertad en todas sus manifestaciones”. “En todos nuestros pueblos de origen latino, tradición
y educación, influencias filosóficas e influencias políticas, medio geográfico y carácter nacional,
todo ha contribuido a esclavizar la razón y a deprimirla.88…

Pues bien, ahora resulta fácil explicarse por qué el señor Hostos, escribiendo en 1892, se
doliera del retorno de España a Santo Domingo en 1861 y le atribuyera a este hecho político la
funesta consecuencia de haber interrumpido el desarrollo normal de la sociedad dominicana,
“de una sociedad modesta y oscura pero fuerte y viva”, como debió surgir de la mezcla con
los haitianos y de los métodos igualitaristas y brutalmente positivistas que estos implantaron
en Santo Domingo. Podrán clamar y gritar cuanto deseen los corifeos del hostosismo, los par-
tidarios y defensores del fetichismo intelectual, los que creen que las ideas y las situaciones
sociales y culturales no se desplazan ni evolucionan, los que entienden que el pensamiento
es inmóvil y estacionario; pero ninguno logrará borrar de donde están escritas las propias
conclusiones de Hostos, lógica consecuencia, por otra parte, de toda su doctrina. Por un
profundo error de perspectiva histórica y por apasionada, e injusta apreciación sociológica
le atribuyó Hostos a los haitianos todo el beneficio que obtuvimos de nuestra convivencia
con España y de las disciplinas a que nos sujetó la influencia católica. Su odio a la tradición
lo condujo a la superficial empresa de una sociedad dominicana salida del positivismo.
Examinamos los hechos y las ideas con todas sus consecuencias, y si el examen nos
conduce a comprobaciones extremas no vacilamos en exponerlas sin temor a los resultados.
El Hostos racionalista, positivista, cientificista que ya conocemos no podía adoptar en Santo
Domingo posición contraria a sus raíces intelectuales. Su racionalismo lo llevó, según hemos
dicho, a la utopía del antillanismo, hasta el extremo de abogar entre nosotros por la patria
antillana como noción básica de la enseñanza normal. En la octava de sus indicaciones a los
Directores de las Escuelas Normales, expresó este pensamiento:
Por Geografía patria no se entenderá simplemente la isla de origen, sino todas las antillas. Así como se
le da a conocer todo el sistema planetario, porque todo él, no la tierra sola es patria del ser racional; así
hay que darle a conocer todo el sistema de islas que se enlaza con la suya, porque ese enlace geográfi-
co crea por sí solo una idea de patria que es más exacta y más de porvenir que otra cualquiera.

Esa otra cualquiera idea de patria era la que desde el Tratado de Basilea venían fertili-
zando con su sangre y con innúmeros sacrificios los dominicanos, acuciados por un complejo
racionalista que no se compadecía con el auténtico y legítimo proceso de su formación.

V
La primera preocupación de las autoridades francesas que comenzaron a vérselas con
la entrega de Santo Domingo fue la de contener el éxodo de los dominicanos. El Comisario
Roume de St. Laurent, desde Madrid, aun antes de llegar a la isla, desplegó todos sus es-
fuerzos en aquel sentido. Convencido de la influencia del Arzobispo sobre los fieles trató

88
Estos dos últimos párrafos los tomamos de uno de los artículos escritos por el señor Hostos en la célebre polé-
mica que sostuvo con Meriño en 1881. Obras Completas, Volumen XII, pp.112-113.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

muy activamente de que este se quedara al frente de la Diócesis, para que no interrumpiera
su misión. Pero demasiado inteligente era Portillo y Torres para morder el anzuelo. El 25 de
abril de 1796, en carta dirigida al Príncipe de la Paz, le decía lo siguiente:
Este comisario viéndome inexorable en cuanto a pedir al Rey, mi permanencia aquí, habiéndole
dicho claramente que si S. M., quería entregarme a otro Soberano, no le obedecería, escojiendo mas
bien que me diera muerte a sus piés; ha publicado que me detendrá por el tiempo de dos años,
conociendo que por este medio logrará detener en la Isla la mayor parte de la Populación. Mas yo
no me daré menos prisa á publicar que estoy con el pie en el estribo para ausentarme de una vez.
V. E., reflexionará que estos principios pueden tener por fin una abierta y declarada indisposición
y enemiga, en cuyo caso no cuente V. E. con mi vida, expuesta a una violencia de estos entusiasma-
dos que creerán hacer el más grato sacrificio al ídolo de su República con el de mi persona.89

Mientras Roume estuvo en Madrid, de paso para Santo Domingo, se puso en contacto y
estrechó relaciones con una señora dominicana llamada doña Francisca Pueyo, quien llegó
a aquella ciudad, desde acá, dos años antes. La doña Francisca era hermana de don Joaquín
Pueyo, Alcalde Mayor de Santiago, y cuñada de don Francisco Gascue, vecino de la Capital,
afrancesado, petrimetre, desaprensivo y ligero de cascos. Probablemente le dio nombre a la
estancia que es hoy uno de los mejores barrios de esta ciudad.
Roume cultivó esmeradamente el trato de la dama dominicana, para servirse de la muy
buena información que le suministró sobre las cosas y los hombres de Santo Domingo. Por
esta vía se enteró el zorro francés hasta de lo mucho que le mortificaban las niguas al Arzo-
bispo y de que por largas temporadas le impedían cumplir sus funciones. Fue doña Francisca
Pueyo la que convenció a Roume de que retuviera al Arzobispo como elemento moderador
en Santo Domingo. Para lograrlo, tan pronto llegó a la isla, se dio a la tarea de propalar la
especie de que Portillo se quedaría, porque no dudaba el Comisario lograr de Godoy una Real
Orden con este fin. Con el designio de destruir la propaganda, nombró Portillo y Torres a su
sucesor con facultades para sustituirlo en todas sus funciones eclesiásticas. Así hizo patente
su determinación de marcharse tan pronto como las circunstancias le abrieran el camino.
Se valieron Roume y doña Francisca de los dos parientes de esta, escribiéndoles a ambos
para que se encargaran de disipar de “estos vecinos la aprehensión que más les movía a au-
sentarse de que se les impediría el público culto católico, se les cerrarían sus Iglesias y se les
despojaría de sus alhajas, y que apenas disfrutarían como de contrabando la administración
de los Santos Sacramentos”.
A fin de terminar de una vez con los recelos y temores de los habitantes de la parte es-
pañola, la activa señora envió a sus agentes sendas copias de las instrucciones que recibió
Roume de la República para venir a Santo Domingo. Gascue entregó a don Joaquín García
los papeles que recibió de su cuñada. Los que vinieron dirigidos al Alcalde de Santiago los
recibió su mujer en Santo Domingo, pero como resultó ser muy abultado el legajo, no se
atrevió ella a reclamarlo para no pagar el precio del correo. Lo pagaron, sin embargo, algunos
amigos, quienes, curiosos del contenido, abrieron la pieza, se apresuraron a sacar copias de
la misma y luego enviaron el original a su destinatario en Santiago.
Como las cartas así llegadas contenían seguridades y garantías sobre la futura conducta de
las autoridades francesas, la propaganda de Gascue y Pueyo tuvo por resultado que muchos
dominicanos desistieran por el momento de su plan de evacuación. Esa actitud de reserva se

89
A.G.I. Sección novena. n.o de cat. 409, Estado 11.

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manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

afianzó con la permanencia de don Joaquín García y de tropas españolas hasta 1801 en Santo
Domingo. De doña Francisca Pueyo da el Arzobispo Portillo y Torres las mejores referencias
personales: la retrata como a persona piadosa, recatada en el manejo de su hacienda y honesta,
aunque pudo notarle alguna terneza de corazón “en la intimidad con un oficial a quien dio
esponsales; pero esto fue una sola vez, y está ya separada, hasta del deseo de cumplirlos”. Esto
no obstante, también informó el Arzobispo al Príncipe de la Paz, en su carta glosada, del 4 de
mayo del 1795, que le dieron por segura la noticia de que la Pueyo, con recomendaciones de
Roume, se trasladó de Madrid a París para disfrutar de “las grandes fiestas que se harán por
las paces y Juntas de Obispos en la celebración del Concilio Nacional”.
En esto no paraba la consternación del Prelado. La circunstancia que más acibaró su ánimo
fue la de una carta del mismo Roume, llegada con sumo sigilo a manos de Gascue o de Pueyo y
dirigida a entrambos, de la que pudo enterarse y obtener copia el religioso por obra de muchas
diligencias. En esta carta expuso el Comisario francés todo su pensamiento sobre la misión
que le confió el Gobierno de la República. Es un imperecedero monumento de duplicidad y
de falsía, pero contiene, sin embargo, una vívida y objetiva expresión de los sentimientos y de
las ideas que ya estaban en pugna para decidir la suerte de Santo Domingo.
El examen de ese documento arrojará mucha luz sobre el momento político que creó el
Tratado de Basilea en nuestro país.
Os considero demasiado ilustrados, para confundir la revolución que ha comenzado por la
Francia, con aquellos eventos parciales que tantas veces han agitado algunos lugares aislados
del glovo terráqueo; y el orden de los sucesos verdaderamente milagrosos que han hecho triun-
far entre nosotros la Livertad y la Igualdad bastan para convenceros que la actual revolución
no puede ser obra de los Hombres. Es sin que lo podais dudar una de las mayores épocas de la
Naturaleza. Estava sin duda decretada desde la eternidad por el autor del universo. Se ha co-
ordinado progresivamente sus resortes. Es un árvol magestuoso que comienza a florecer ya en
Francia y cuyos frutos van a propagarse sobre toda la superficie de la tierra. La misma mano po-
derosa que ya se ha hecho reconocer por tantos prodigios superiores a las fuerzas y espíritu de
los mortales, vencerá todo los obstáculos que cualesquiera ambiciosos insensatos se atreviesen
a ponerle. Dichosos los nuevos franceses de Santo Domingo. Ellos se hacen nuestros hermanos
en la misma época en que la Revolución acava entre nosotros para comenzar sucesivamente
entre los demás Pueblos…

Sentado este introito doctrinario, no por declamatorio menos profético, entra el Comisario
en la dialéctica de su misión esencialmente política.
Por otra parte el Tratado de Basilea es tan positivo que no puede suscitar ninguna duda ni la
menor dificultad... Por él queda convenido expresamente que los vecinos que quisieren trans-
portarse con sus bienes en las Posesiones de S. M. Católica lo podrán practicar dentro del espa-
cio de un año que se ha de contar desde el día que se firmaron la pazes. Es muy cierto que este
término es insuficiente, havida consideración al actual estado del comercio y negociación de las
Colonias y que el Ministerio Español devería haber pedido dos años a lo menos. Pero la Cons-
titución Francesa infinitamente preferible a todos los tratados diplomáticos corta la questión y
dexa subsistir para siempre el derecho de poder salir de la Isla, y llevarse consigo sus fortunas
añadiendo una infinidad de otros derechos desconocidos entre los déspotas. Por exemplo en el
caso de que se trata, la declaración de los derechos, dice el art. 5 que la propiedad consiste en
el derecho de disfrutar y disponer de sus bienes, de sus rentas, fruto del trabajo propio y de su
industria. La carta constitucional dice, artículos 12, 15, 335 y 358, que la Constitución asegura la
inviolabilidad de todas las propiedades, o la justa indemnización de aquellos de que la pública
necesidad legalmente contextadas exigiese su sacrificio. Que los extranjeros establecidos o nó
en Francia sucederán (heredarán) a sus parientes extranjeros o franceses. Que pueden constatar,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

adquirir y recibir bienes situados en Francia y disponer de ellos lo mismo que los Ciudadanos
Franceses por todos los medios autorizados por las Leyes. La sola condición impuesta a los Ciu-
dadanos que abandonen la República por siete años consecutivos o que se hagan naturalizar en
partes extranjeras, se limita a privarlos de los derechos de Ciudadanos de cuya privación pueden
livertarse por medio de una nueva residencia en Francia por espacio de otros siete años. Tal es
la ley entre este Pueblo a que se os quiere impedir incorporaros. De todo esto resulta entre otras
cosas que los vecinos de Santo Domingo que tuvieren la necesidad de preferir las cadenas del
despotismo a los derechos del Republicanismo podrán en cualquier tiempo que quisieren sin
ninguna limitación transportar sus haveres en donde mejor les parezca y heredar a los parientes
que les quedaren en la Isla como si no huviesen salido del ella. Todavía mas, si en lo sucesivo el
convencimiento de su mala elección los volviese en su acuerdo y quisieren volverse al seno de
su antigua patria, y por consiguiente de la República, podrán practicarlo libremente y por una
nueva residencia de siete años adquirirán el goce de los derechos políticos. Después de la antece-
dente explicación deve confesarse que es menester tener tanta mala fe para subcitar dificultades
como pusilanimidad para conservar dudas e inquietudes.

Esta circunstanciada glosa del nuevo derecho público francés, el mismo que más tarde nos
traerían los haitianos en las letras de molde de sus Constituciones postizas y trágicas, estaba
dirigida a personas a quienes se les reconocía capacidad de ponderación y de reflexión. El
mismo Arzobispo confesó que la lectura de la carta de Roume le acibaró la comida y el sueño,
sembrando en su corazón una íntima amargura. No podía concebir el religioso, en aquellas
circunstancias, una diligencia más sediciosa ni una más maligna producción del Infierno. El docu-
mento corrió por manos de todos con el consiguiente resultado social. El choque de las ideas
tuvo consecuencias que pudieron ser más profundas si el espectáculo producido por la Revo-
lución en la vecina colonia francesa no hubiera consternado el ánimo de los dominicanos. Las
mismas ideas y los mismos principios igualitarios expuestos y defendidos por Roume en su
carta-manifiesto, eran los que servían de asidero al levantamiento de los esclavos en la parte
francesa, con la consiguiente amenaza para el porvenir de la ya constituida sociedad dominica-
na. Aquí en Santo Domingo fueron muy pocos los que no se dieron cuenta de la impetuosidad
de la sublevación haitiana y de su inevitable repercusión en la parte española de la isla.
Lo cierto es que la propaganda del Comisario francés chocó en Santo Domingo contra una
formación tan consistente y tan sólida como la que nos hacía conocer el astuto agente de la
Convención. A los dominicanos del 1795 no se les podía hablar del derecho de propiedad, por
ejemplo, en la misma forma peyorativa que se empleaba con los esclavos de la parte francesa,
ni tampoco podía hacérseles el elogio del sistema general de los derechos individuales como
se les hacía a los esclavos, porque aquí funcionaban sistemas e instituciones jurídicas y sociales
de la misma estructura de lo que alababa Roume. Nosotros no constituíamos una masa amorfa,
sin tradición jurídica, sin tradición cultural, sin tradición administrativa, sin tradición religiosa
y sin hábitos sociales como lo eran las masas que, en la colonia francesa, levantaron el pendón
de la libertad, sólo para salir de las ergástulas. Un dominicano del 1795 no tenía motivo para
deslumbrarse por los destellos individualistas de la Revolución Francesa porque él mismo vivía
en uso y disfrute de prerrogativas y atributos sociales y jurídicos, tan completos como los de
un francés de su época. Hacemos, desde luego, la salvedad del régimen esclavista existente
en Santo Domingo, como existía entonces en todas partes.
Ninguna circunstancia de tipo personal podía mover a un dominicano libre del 1795
para desear que se sustituyera en Santo Domingo el régimen de la propiedad, como lo
organizaba el derecho castellano, por el régimen francés. El cambio no le proporcionaría
ninguna ventaja fundamental porque tan jurídico era el sistema español como el francés. En

564
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

cambio eran muchas las consideraciones de tipo negativo que podía hacerse a sí mismo el
dominicano que se pusiera a contemplar el espectáculo social y político de la parte francesa.
La perspectiva de una confusión entre lo que estaba dejando de ser francés y lo que ya había
dejado de ser español, para convertirse todo en haitiano, era bastante para ensombrecer la
conciencia dominicana más intensa.
Debe tenerse en cuenta, además, la observación de que si el movimiento de ideas que
provocó el racionalismo francés en la América hispánica tuvo repercusión hasta el punto
de concretar el ideal de la independencia, su influencia no pasó de lo meramente político.
Del fermento revolucionario se sirvieron los directores de los programas independentistas
únicamente para darle expresión formal a la emancipación, es decir, sólo para crearle a la
independencia un molde político. La sustancia social, económica, cultural y espiritual de la
independencia de los pueblos hispanoamericanos derivó indudablemente de su contacto
con los regímenes españoles de la convivencia. En 1810 todos esos pueblos tenían madura
su conciencia colectiva; eran ya pueblos socialmente formados. Los países americanos libres
fueron provincias españolas que se orientaron hacia la independencia por sus propios pasos,
en razón de dos factores determinantes: uno geográfico: la enorme distancia que los separaba
de la cabeza de la administración; y otro de orden social: la pronunciada decadencia a que
había descendido España. Es evidente, desde luego, que la influencia francesa nada tuvo que
ver con la individualización, con el mundo intangible de la conciencia personal que había
integrado España en sus posesiones americanas y que, obligadamente, fue el aglutinante de
la materia que se vació en los improvisados y advenedizos moldes políticos del 1810.
En lo que atañe al desolado caso de Santo Domingo, las cosas tuvieron sentido diferente.
Aquí las formas políticas del racionalismo y del materialismo cobraron valor sustancial por-
que el choque con las mismas fue de vida o muerte. El predominio indefinido de los franceses
o de los haitianos significaba la extinción de la nacionalidad. Para defenderla nos precisaba
una actitud constante de retroceso a las raíces antipositivistas de nuestra conciencia popular.
Este conflicto comenzó a atenuarse cuando Haití dejó de ser una amenaza militar y económica
para este país, como resultado de la ocupación de la isla por los Estados Unidos.
Semejante situación la vieron con claridad el Comisario Roume y doña Francisca Pueyo
en sus empeños de aderezarle a los dominicanos el amargo bocado de Basilea. En su co-
mentada carta al petimetre Gascue y al Alcalde Pueyo hizo larguísima diatriba el Comisario
contra España y su Gobierno por su acción de vender a Santo Domingo. En ese interminable
discurso puso al desnudo el francés su taimado espíritu, todo lleno de sombras y contraluces.
Desacreditar a España en el ánimo de los dominicanos, desarraigarla de su conciencia, era
labor imprescindible al triunfo de la actitud francesa en Santo Domingo. El trabajo no era
nada fácil, pero lo inició con impetuosa mala intención el Comisario, sin poder darse cuenta
entonces de que comenzaba a trabajar para los haitianos.
La insidiosa intriga de Roume puede apreciarse por algunos párrafos de su carta que
no podemos dejar de transcribir a pesar de su extensión:
No obstante nosotros sentíamos que si la naturaleza nos havía dado nuevos límites ella nos havía
dado igualmente antiguos amigos dignos de la estimación de la Francia Republicana y capaces
de subyugar uniéndose a nosotros el despotismo marítimo de la pérfida Inglaterra. Sin embargo
tanto por la reparación debida a nuestro honor ultrajado como para desquitar los gastos de una
guerra en que havía sido la agresora nos precisava exigir alguna compensación considerable.
Nosotros no quisimos pretenderla en Europa por razón de que devilitaría a España; mientras
que es nuestro interés que ella llegue a lo más elevado de su fuerza. Nosotros diximos: pues

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

désenos un objeto que pueda valer mucho para nosotros y cuya pérdida os sea a vosotros poco
sensible. Y teníamos mil razones para desear que se nos huvieran preferido Puerto Rico o La
Luisiana. Pero el Ministerio Español al volver de su terror pánico olvidó toda la sangre que
vosotros habéis derramado tantas veces en los valles, en las sabanas, y en las montañas de Haití
después de más de trescientos años que convatís por la gloria y utilidad de la Monarquía; ya
fuese contra los antiguos Indios, Dueños legítimos de la Isla, ya fuese contra los ingleses man-
dados por Drake, Penn y Venables, o ya haya sido contra los fieros Filibusteros. No se acordó ya
de vuestros travajos, de nuestro intrépido valor para el descubrimiento y conquista de las Islas
y Continentes de la América, no quiso considerar en vosotros aquellos virtuosos Criollos, cuya
fidelidad ha sido tan e menudo sometida a pruevas de toda especie, cuyo carácter moral ha sido
siempre tan puro como el oro del Crisol. El Ministerio calculó muy a sangre fría las entradas y
los gastos de sus posesiones Americanas y aunque la balanza no os fue desfavorable sino por
causa del mal sistema de su administración, tuvo la imprudencia y la ingratitud de sacrificaros
sin la menor compasión. Os ha despreciado a tal extremo que omitió tomar en favor Nuestro
aquellas precauciones que jamás dejan de tomar los diplomáticos más negligentes y los menos
instruidos. Su abandono y su negligencia fue tal que ni aun pensó en aseguraos vuestra religión.
Pero concluido el tratado de Basilea los regocijos públicos alegraron a los ociosos de la Corte y de
las Ciudades. Carlos IV publicó que devía a su joven Ministro la conservación de su Corona y éste
mozo no atreviéndose a hacerse llamar Dios se hizo crear Príncipe de la Paz”. “Tocante a lo acaeci-
do en esa Isla vos lo sabéis mejor que yo y no olvidareis las infames calumnias que se os han hecho
creer por la Corte de España contra una Nación que se os pintava como un conjunto de Ateístas y
vandoleros, ladrones y asesinos, contra la misma Nación a la cual sin embargo se os ha vendido
después, de un modo tan vergonzoso para los vendedores; tan insultante, tan humillante y tan
horroroso para vosotros, y tan glorioso para Francia. Digo glorioso porque sin que ningún pacto
la obligue, llevada del solo impulso de su generosidad, ella va a dedicarse enteramente a haceros
todo el bien de que sois merecedores y consolaros de la ingratitud en insulto que se os ha hecho.
¿No se ha pretendido violentar a una Populación de ciento veinticinco mil almas (esto sin saverlo
nosotros, y contra la fe del tratado de paz), no se ha pretendido forzar a esta respetable Populación
a abandonar su propio suelo, sus altares, sus hávitos y modo de vida los lugares de su nacimiento,
sus travajos en culturas y edificios, unas fincas territoriales cuyo valor se ha augmentado tan pro-
digiosamente por la sola incorporación con la República y cuya propiedad os afianza ésta con una
seguridad tan irreplicable? ¿No se han atrevido a quereros hacer renunciar al goze de tantas rique-
zas y comodidades para iros a hechar como viles manadas de ganados sobre unos terrenos incultos
en medio de malezas expuestos a los insectos de toda especie, durante la más cruda sazón de las
aguas? ¿Se os havían preparado alojamiento? ...A donde están los almacenes de provisiones que
se os havían anticipado para que no murierais de hambre? Y cuando se huviese tenido voluntad
de indemnización vuestras pérdidas, vuestras fatigas, vuestros trabajos, vuestras enfermedades, la
muerte de vuestros Padres, mujeres e hijos; hay acaso caudal con que poderlo hacer?…

Esta encarnizada y malévola sucesión de agravios a España, la nación amiga que com-
partía con Francia la guerra contra Inglaterra, no pudo o no supo ocultar, sin embargo, este
dato revelador del insistente deseo que tuvo Godoy de deshacer el grave error político de
ceder a Santo Domingo: “A consecuencia del ofrecimiento de España, el Gobierno Francés
hizo pasar a Madrid a su Agente Provisional de Santo Domingo para ser presentado al
Príncipe Ministro, por el Encargado de Negocios de la República, con el objeto de que se
le proporcionase un pronto pasaje al lugar de su destino. Este Ministro eludió la demanda
bajo pretexto de algunas explicaciones previamente necesarias.
El Ministro dixo después confidencialmente a los dos Ciudadanos que desearía que la Francia en
lugar de Santo Domingo se contentase con una Provincia del Continente.90

90
La carta procede del A.G.I. Sección novena, número estante 414. Estado 11 (9).

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No cabe duda de que Godoy hizo cuanto pudo por recuperar a Santo Domingo des-
pués del Tratado de Basilea. La noticia que suministra Roume sobre el particular tiene
singular importancia por haber sido el Comisario quien recibiera, de primera mano,
la proposición del mismo Godoy. Ya sabemos, por información de Kerverseau, cuáles
fueron las razones que indujeron al Gobierno Francés a no tomar en consideración las
reiteradas demandas españolas para anular la cesión de Santo Domingo. Falsas pers-
pectivas en cuanto al valor positivo de la isla retuvieron en el ánimo de los franceses
la decisión de conservarla a todo trance aun contra La Luisiana y contra una provincia
del Continente.
Los franceses no se enteraron entonces de la enorme transformación que en el corto
lapso de unos cinco años se produjo en su antigua colonia de Santo Domingo. En 1795
esa colonia no era, económicamente hablando, ni la sombra de lo que fue hasta el 1788.
El desorden y la confusión que creó la revuelta de los esclavos, destruyó de cuajo la
riqueza colonial. Los insurrectos, con profundo sentido político, se dedicaron, sistemá-
ticamente, a inutilizar el instrumento de la esclavitud, que era, ciertamente, la riqueza
de los opresores. La revolución haitiana tuvo, por supuesto, carácter económico. Para
dejar de ser esclavos, los hijos de la tierra tuvieron que arrancar de entre las manos de
los extranjeros blancos el poderío económico. Eso no pudieron lograrlo sino destruyendo
materialmente, por todos los medios posibles, el contenido literal de la inmensa riqueza
que fomentaron los franceses en la Colonia. La independencia de Haití se fundó sobre
la ruina total del país. Tan honda resultó la conflagración que todavía tiene influencia
sobre la estructura económica del vecino. Kerverseau vio claramente esta situación y
por eso no acertó a comprender cómo el Gobierno de París, por conservar las cenizas de
su ya perdida colonia, despreció la oferta de La Luisiana, tan ventajosa entonces para
los intereses de Francia.
Si se estudian con cuidado los resultados del Tratado de Basilea en la isla de Santo Do-
mingo, se llega a la conclusión de que únicamente sirvieron a la causa de la independencia
de Haití. Sin la cesión de la parte española difícilmente hubieran logrado los insurrectos
la consolidación de su obra política. Esta circunstancia no escapó a la penetrante visión de
Toussaint, quien aseguró la independencia de su país, precipitando, con suprema habilidad,
la retirada de los españoles de la isla. Es evidente que Leclerc hubiera tenido mejor suerte si
al llegar a Santo Domingo encuentra a España en su puesto, decidida a mantener la heredad
y a ayudar a Francia a recuperar la suya. Francia y España eran, en ese momento, potencias
aliadas y, desde luego, muy fácil les hubiera resultado entenderse sobre la suerte de la isla.
El cuadro de la alianza no se produjo sólo porque el Tratado de Basilea borró de Santo Do-
mingo el interés de España. Volveremos sobre el asunto cuando examinemos, en un segundo
ensayo, el proceso de la influencia haitiana sobre Santo Domingo y el contenido social y
político de la influencia revolucionaria en la colonia francesa, como elemento determinante
de la independencia de Haití.
El común denominador de la situación creada por el Tratado de Basilea en la isla de
Santo Domingo, lo da, sin disputa, el trasplante de la filosofía social de la Revolución a los
sistemas de convivencia activos en la misma. El materialismo y el naturalismo de los pen-
sadores franceses del siglo XVIII dejaron huella indeleble en la conciencia política de los
dos países que hoy se reparten, como sucesores de las jurisdicciones coloniales, el dominio
de la Española.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Bibliografía
Documentos
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Hermanos, Santo Domingo, 1893-1906.

Le dais por fin; a vuestra voz levanta


en el aire la paz de su alma oliva
la bienhechora rama.
¿No veis cuán se adelanta
a aplaudiros la tierra, y cuán festiva
bendice vuestro nombre y os aclama?
Salud, divina paz! Eterna amiga
de la vida y del bien, ven, y en contento
coinvierte el desaliento,
y en sosiego apacible la fatiga.
Manuel José Quintana
(Del poema: “A la paz entre España y Francia en 1795”).

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manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

Las devastaciones de 1605 y 1606


I*
Por espacio de casi un siglo, ocupó España la isla Española y la mantuvo bajo su do-
minio sin que sucediera ningún acontecimiento suficiente para quebrantar, por su fuerza,
la estructura de la situación creada con la muerte de Enriquillo y el aniquilamiento de la
aptitud indígena al gobierno propio.
Durante los primeros años del siglo XVII debía producirse, sin embargo, el hecho des-
tinado a operar un cambio profundo en aquella situación y a iniciar uno de los fenómenos
más interesantes y mejor caracterizados de la colonización americana.
El 6 de agosto de 1603 Felipe III dictó una cédula y provisión, fechada en Valladolid,
para conferir comisión al Gobernador y Capitán General de la isla Española y Presidente
de la Real Audiencia en la misma, don Antonio Ossorio y al Reverendísimo en Cristo Padre
Arzobispo de Santo Domingo de la dicha isla, fray Agustín Dávila y Padilla, de despoblar
La Yaguana, Puerto Plata y Bayahá, “por los rescates, tratos y contratos que sus vecinos
tienen con los enemigos, y seguirse de esto muchos y muy grandes inconvenientes, y para
que esa población pasase de cerca de esa dicha ciudad, donde no los pueden tener, como
más largamente en ella se contiene”.
La Real Orden dispuso que “esa despoblación y la mudanza consiguiente de los habi-
tantes a los alrededores de la Ciudad de Santo Domingo, debería realizarse con la mayor
suavidad, comodidad, brevedad, e seguridad que se pudiere; así como que si algunas di-
ficultades de mucha consideración se os ofrecieren en la ejecución de esto, y otros medios
más útiles, convenientes y a propósito para que se pueda conseguir lo que se pretende, me
daréis cuenta de ello con brevedad y puntualidad”.91
La importancia de la medida ordenada no era poca, y así lo comprendió el mismo Mo-
narca cuando recomendó a los ejecutores designados que dispusieran las cosas muy bien, “y
mirándola con mucha consideración y atención, tratéis luego de la mudanza de los vecinos
de los susodichos tres lugares de Puerto Plata, Bayahá y La Yaguana”. Se querían tomar todas
las precauciones que demandaba la gravedad de la medida proyectada, y hasta se previó la
posibilidad de una retractación de la orden.
Es necesario pensar que acción tan extrema no podía producirse sino como resultado del
fracaso de las numerosas disposiciones que con anterioridad se habían destinado a conjurar
un mal irremediable:
Por nuestras cartas y otras, se ha entendido de la manera que se han continuado los rescates, y
contrataciones en los vecinos de esa isla, y los franceses, ingleses y flamencos que acuden a ellas
a esto, los grandes inconvenientes que de esto han resultado, y resultan, y los mayores que se
pueden tener de esta comunicación y de los libros de sus sectas que las llevan, y lo que se defrau-
dan los derechos, y el apretado estado que todo tiene por esta causa en esas islas; y comoquiera
que por todos los medios que se ha podido se ha procurado remediar estos daños y se ha usado
de censuras y enviado jueces para castigo de los que cometen estos delitos sin temor del daño

*Este trabajo fue publicado en 1938 con el título Devastaciones de 1605 y 1606. (Contribución al estudio de la
realidad dominicana), Imprenta Vda. García, Ciudad Trujillo, R. D. Al texto original se le han introducido ligeras
variantes de forma y ha sido completado con el capítulo X, siguiendo el texto aparecido en 1946 en la obra La cuestión
fronteriza domínico-haitiana.
91
La Real Orden y otros documentos importantes sobre la misma materia aparecen insertos en la obra de don
Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, Historia de la isla y Catedral de Cuba, publicada por la Academia de la Historia
de Cuba, 1929.

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de sus almas y de la ejecución de tan rigurosas penas como le están puestas, ninguna cosa ha
bastado para excusar esta comunicación y trato, y los robos que con esta ocasión hacen en la mar
y la tierra en mis vasallos, y la fuerza que con esto han cobrado los enemigos de nuestra santa
fe católica, y míos por esta materia de rescate de tanta consideración, y de que resulta tanto de
servicio a nuestro señor y a mi Corona Real, he mandado, etc.

La Real Orden del 6 de agosto del 1603 revelaba, como se ve, un problema complicadí-
simo, de antecedentes remotos para cuya solución se comenzaba a tocar resortes verdade-
ramente extraordinarios.
¿Cuáles eran las causas del estado social por que atravesaba la isla Española a princi-
pios del siglo XVII y que trató de conjurar el Gobierno de la Metrópoli por la mencionada
real medida? La primera y más importante de esas causas fue de carácter económico, y no
puede encontrarse sino en el sistema de comercio que estableció España con sus colonias.
Más adelante lo veremos.
Recalquemos, desde ahora, el cuidado y la timidez con que se ordenó la destrucción de
las poblaciones norteñas, así como la templanza que emana de toda la primera providencia
que venimos comentando, la cual, cuando no se explaya en razones explicativas, se detiene
en recomendaciones como las siguientes:
Y habiendo dispuesto las cosas muy bien, y mirándola con mucha consideración y atención, tra-
téis luego de la mudanza de los vecinos de los susodichos tres lugares de Puerto Plata, Bayahá
y la Yaguana, y habiéndose hecho elección de los sitios y partes más acomodadas y a propósito
en contorno de esta ciudad de cinco hasta doce leguas de ella, donde pueden hacer su asiento y
población, deis la orden e traza que más convenga para que se muden a ella con la mayor suavi-
dad, comodidad, brevedad, e seguridad que se pudiere, con sus ganados e haciendas movibles, e
hagan sus poblaciones, interponiendo para ello los medios necesarios facilitando y venciendo las
dificultades que se ofrecieren y procurado que los vecinos de los dichos lugares, como interesados,
reciban el menor daño y perjuicio que fuere posible reduciendo los dichos tres lugares, como está
dicho, a dos poblaciones; que los que a ellos se mudaren y hicieren asiento, le haréis dar los sitios y
comodidades que fueren más a propósito con gran justificación, para la fundación de los lugares, y
las estancias, egidos e tierras de labrar que se hubieren menester, sin perjuicio de terceros, tomando
esto muy apecho, y con mucho calor ayudándoles para ello y cometiendo la ejecución de lo que
resolvieredes al Ldo. Alonso de Contreras, a quien he proveído por oidor de esa Audiencia, que
está informado de esto, al Ldo. Marqués Núñez de Toledo, que también lo es, y a Baltasar López de
Castro, mi escribano de cámara, que como persona tan práctica en esa tierra, y de buen celo, podrá
ser de provecho su inteligencia, y haciéndole la honra y favor que se permitiere; y de todo lo que
en esto se hiciere, de las tierras que se repartieren, me avisaréis con mucha particularidad.

Tal como estaba redactada la Real Orden del 6 de agosto de 1603, lo mismo pudo ejecutarse
que no ejecutarse, de acuerdo con los sentimientos y con las miras de aquellos funcionarios
a quienes les fue transmitida. Tanto es así que sin la muerte del Arzobispo Dávila y Padilla,
muy difícilmente se hubiera sacado adelante la empresa de la destrucción.
La adversidad colaboró con las miras del Gobernador Antonio Ossorio porque el Arzobispo
murió antes de que la Real Orden llegara a Santo Domingo y sin que pudiera hacer pie contra
la medida que con tanto ahínco combatieron los hombres honrados y sensatos del país.

II
Volvamos a contemplar las causas del mal que se quería atajar, “el cáncer del comercio
que contaminaba a estos pueblos” como pintorescamente lo llamó fray Pedro Agustín Morell
de Santa Cruz.

570
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El gobierno español estableció el monopolio del comercio con las posesiones recién
descubiertas de América, desarrollando ese comercio dentro del sistema económico de la
puerta cerrada en su acepción más rígida.
Como era de esperarse, las Cortes extrañas al descubrimiento no quisieron sujetarse a
semejante política ni plegar sus posibilidades y sus fuerzas a las pretensiones de España.
No era posible detener el torrente de la ambición de los gobiernos ni menos aun la iniciativa
personal de los extranjeros.
Desde los mismos días del descubrimiento expresaron Francia, Inglaterra y Holanda su
disconformidad con el sistema hispánico. Para aquellos poderes la intervención del Santo
Padre en los hechos del descubrimiento sólo tuvieron por objeto evitar disgustos y mal-
querencias entre dos Cortes igualmente católicas y adictas a Roma. Los autores extranjeros,
señaladamente Grocio, resolvieron la cuestión en el mismo sentido que los Gobiernos.
Una de las primeras providencias tomadas por los poderes ajenos a los documentos
pontificios fue la de autorizar, mediante licencias reales, la incursión de sus barcos por los
mares nuevos con fines hostiles a la propiedad y al comercio de España.
Toda la extensión del siglo XVI está cuajada de esta suerte de guerras marítimas, condu-
cidas, muchas veces, mientras las Cortes interesadas mantenían las más cordiales relaciones
diplomáticas. Así se hizo el corso, práctica guerrera sui generis, muy curiosa y muy propia
del sentido utilitarista de la época.92
No era, sin embargo, la política de los gobiernos extranjeros la única que iba a desatar
a marinos y aventureros por mares de América contra el comercio de España; también la
acción privada y la iniciativa personal se abrirían paso en el nuevo escenario. Entonces sur-
gieron empresas comerciales poderosas, grandes asociaciones capitalistas, para promover el
comercio en las regiones nuevas, con desmedro del monopolio ibero: advino el contrabando
propiamente dicho. Toda labor política, económica o comercial extranjera en América co-
bró caracteres de crimen frente a los títulos de propiedad y de universal posesión de que
se tuvieron por investidas España y Portugal. Era natural, con todo, que los extranjeros no
se hicieran escrúpulos de tales títulos y se valieran de todos los medios para deshacer las
barreras legitimistas.
En los primeros tiempos de la colonización resultó sumamente fácil el contrabando por
merced de los pésimos sistemas administrativos que implantó España en las colonias. Las
primeras de estas colonias se promiscuaron bien pronto con las que en las Antillas estable-
cieron ingleses, franceses y holandeses. Esta confusión dio lugar a que se creara el sistema
de los rescates, especie de comercio ejercido por los barcos españoles que venían a América,
los cuales, so pretexto de averías y arribadas forzosas, se desviaban de la ruta señalada por
la partida registro para tocar en los puertos de las colonias extranjeras.
Estos desvíos y accidentales arribadas eran aprovechadas para efectuar el cambio de
“mercaderías y bagatelas de Europa, por oro, plata, perlas, esmeraldas y frutos estimables
de América, etc.; pagando a la ida una pequeña cuota, que se llamaba oro de licencias, y al
tiempo de su retorno el quinto de lo que traían, y dando parte en el interés de estas negocia-
ciones a los extranjeros de las colonias, con crecidas utilidades de sus comercios y sensible
detrimento de los de España”.93
92
Dionisio Alsedo y Herrera, Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de Europa en América Española,
desde el siglo XVI al XVII, publicadas por D. Justo Zaragoza, Madrid, 1883.
93
Ibídem, p.444.

571
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Sobre el particular dice Don Manuel Josef de Ayala, en su famoso Diccionario de gobier-
no y legislación de Indias, que “la entrada de un buque en puerto distinto del de su destino,
que el Derecho marítimo denomina arribada, mereció especial atención en la legislación de
Indias por la necesidad de impedir los frecuentes casos de navíos españoles y extranjeros,
que llegando a puertos de las colonias americanas, sin tener despachada para ellos real
licencia ni registro de la Casa de Contratación de Sevilla, simulando ser de arribada forzo-
sa, ocasionada por tormenta, presencia de navíos enemigos o corsarios, comerciaban con
las colonias burlando las disposiciones, principalmente de carácter fiscal, establecidas por
España”. “Las Ordenanzas de Arribadas, dadas por Felipe II en Madrid el 17 de enero de
1591, reglamentaban minuciosamente esta materia”.94
La acción de España contra el corso, el contrabando y el filibusterismo fue constante,
y se prolongó más de dos siglos. Una de las primeras providencias tomadas consistió en
prohibir que se hiciesen escalas en los puertos de colonias extranjeras y en disponer que las
licencias de viaje se diesen con sujeción a minuciosos registros de las cargas para indios y
españoles.
“Con esta providencia, discurrieron y practicaron los extranjeros el arbitrio de establecerse
en los puertos de Andalucía, Cádiz, Santa María y Sevilla, que era donde se aprestaban los
registros, poniendo en ellos casas de comercio, correspondencia y trato con las del Norte y
Levante, para estar inmediatos y prontos a las ocasiones de su despacho y embarcar en ellos,
de cuenta de los unos y de los otros, las mercaderías y los géneros en cabeza de los españoles,
sirviéndoles de testas férreas y comensales, como cajeros, para el beneficio del expendio y
venta, por el corto premio de un 10 o un 9 por 100 en las ganancias, que actualmente son
mucho menos, descontados los valores principales y los gastos; convirtiéndose por este
medio, y a tan poca costa, todo el producto de la negociación en sus aprovechamientos”.95
Las maniobras de los extranjeros y la venalidad de los funcionarios de las aduanas es-
pañolas hacían cada vez más creciente y más productivo el contrabando; pero este se hacía
también progresivamente más violento y más peligroso, porque no todos tenían las mismas
facilidades y los mismos medios para comerciar. A medida que la legislación de Indias
estrechaba el marco de las posibilidades de contrabando pacífico, se abrían los cauces del
contrabando armado, del asalto; es decir, del contrabando a todo riesgo, del robo marítimo,
de la piratería. Las proporciones y las consecuencias del sistema fueron incalculables: no-
sotros, los dominicanos, somos una de sus víctimas.
En los últimos años del siglo XVI, el Consejo de Indias enfocó decididamente el proble-
ma del contrabando, y trató de solucionarlo por medios y prácticas que a la sazón se vieron
como infalibles. Apunta don Dionisio Alsedo y Herrera, que “el Consejo, Cámara y Junta
de guerra de Indias, después de haber examinado, con muy prolija y madura inspección,
los abusos, vicios y fraudes del comercio, los principios de donde procedían, y el modo y
forma que tenían los extranjeros de practicarlos, y la necesidad y dificultades de encontrar
remedio suficiente para evitarlos, discurrió el año de 1574 uno, que por entonces pareció
feliz pensamiento de las instituciones de los Ministros, y después manifestaron la práctica
y el tiempo que habían sido disposición inspirada de más alta providencia”.96

94
Manuel Josef de Ayala, Diccionario de gobierno y legislación de Indias, edición de Rafael Altamira, tomo I,
pp.300-301, Madrid, 1929.
95
Dionisio Alsedo y Herrera, ob. cit., pp.443-44.
96
Ibídem, p.448.

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Hasta entonces no había resultado eficaz ninguno de los procedimientos empleados para
detener o destruir el contrabando en el comercio hispanoamericano. Todos los correctivos
usados fracasaron ante la firmeza y la constancia de los extranjeros. La medida señalada por
Alsedo y Herrera en el párrafo inmediatamente transcrito transformaría sustancialmente los
usos del comercio para implantar uno de los más audaces y costosos sistemas económicos
que se hayan conocido jamás.
La inspirada medida consistió “en reformar las licencias de los registros sueltos, para
los puertos de Tierra Firme y de Nueva España, y la libertad de navegar solos, sin más
respeto y guardia de conserva que la voluntad de los maestres y pilotos, para el arbitrio y
pretextos de las arribadas, escalas y fraudulentas negociaciones en las colonias. Tal fue el
establecimiento de Galeones, para los puertos de Santa Marta, Cartagena y Portobelo, y de
Flotas para el de la Vera Cruz; los primeros, a efecto del preciso abasto de géneros y merca-
derías en las provincias meridionales de los cuatro Reinos de Granada, y las segundas, para
lo mismo en las septentrionales de México, y sus adyacentes de Guatemala, Guadalajara y
provincias de los Nuevos Reinos de México, León y Vizcaya, comprendidos en el distrito y
nombre de Nueva España; bajo de las bien concertadas reglas, de que las licencias, que antes
se concedían a individuos particulares, fuesen comunes a todo el cuerpo del comercio de
cargadores y navegantes de la carrera de Indias, y que fuesen juntos bajo de la conducta y
convoy de una escolta de navíos de guerra, que fuese trozo de la Real Armada del Océano,
en el número que fuese conveniente según las ocasiones y constitución de los de paz y de
guerra, para su conserva y seguridad, con el título de Galeones Reales y Flotas de la Guardia
de ambas veredas, en sus viajes de ida y vuelta”.97
El uso de las licencias de los registros particulares se mantuvo respecto de los quince
puertos americanos que quedaban extraviados de las dos carreras de Tierra Firme y de
Nueva España, pero señalándose y determinándose al efecto el número de los registros para
cada uno, así en la capacidad como en el tamaño de los buques, con arreglada proporción
a sus distritos, poblaciones y consumos. Entre esos quince puertos extraños a las carreras
de Flotas y Galeones, figuraba el de Santo Domingo, al cual, con arreglo a las restricciones
dichas, “se le regularon tres navíos de a 600 toneladas”.98
Por esta serie de disposiciones se condujo a extremos increíbles la política comercial de
puerta cerrada seguida por España en América. De hecho se declaró un riguroso y perma-
nente estado de sitio en los puertos coloniales, haciéndose del comercio hispanoamericano
una monstruosa institución de Estado, de sostenimiento casi imposible. España no tenía ni
medios materiales ni alientos para hacer eficaces propósitos de tan vastas proporciones. A
todas luces resultaba ya imposible sostener en el Atlántico y en el Pacífico la política italiana
y medieval del Mediterráneo; no eran las mismas entonces las fuerzas contrarias, ni era el
mismo el teatro en que debía desarrollarse una política tan absorbente y tan ambiciosa.
La obstinación de España en mantener vigente el monopolio del comercio con las colonias
americanas produjo, sucesivamente, los tres medios de usurpación que hemos señalado: la
acción directa de los gobiernos con la autorización y la organización del corso en mares ame-
ricanos; la participación disimulada de los comerciantes extranjeros en las ganancias españo-
las; y la acción de los particulares en su forma violenta y criminal de contrabando armado o
filibusterismo.
97
Ibídem, pp.448-50.
98
Ibídem, p.452.

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Aunque parezca paradójico, es cierto que la extremada y rigurosa medida puesta en


práctica por el Real Consejo al crear las Flotas de las carreras de Indias, produjo el acreci-
miento del tráfico ilegítimo. La lucha cobró entonces proporciones gigantescas y no comenzó
a decaer sino en 1713, cuando España, en el Tratado de Utrech, concedió, por primera vez,
derechos sobre los beneficios del comercio hispanoamericano.

III
Queda dicho que por obra de las limitaciones reglamentadas a fines del siglo XVI por el
Consejo de Indias en el comercio con América, se le asignaron al puerto de Santo Domingo
tres navíos de 600 toneladas, cada año. Todo el tráfico de la colonia debía hacerse por el
puerto de la ciudad de Santo Domingo, con negociantes españoles debidamente patentados
y registrados. Cualesquiera otras transacciones comerciales se tenían por ilícitas.99
Para la época en que se reglamentaban las referidas restricciones, producía la colonia,
según datos que nos suministra Alsedo y Herrera: “20,000 fanegas de cacao, de mejor gusto
que el de los demás cacahuatales conocidos, y por la montaña pasaba al Guarico y Petitgoave,
en cambio de géneros de su comercio y trato, y desde allí se transportaba a Francia, donde se
consumía, con apreciativa estimación y así mismo, 40,000 cueros, 100,000 manojos de tabaco,
porción grande de agengibre y de polvos azules para los almidones”.100
Todos estos productos debían venderse en Sevilla y transportarse desde el puerto de
Santo Domingo mediante las tres cortas oportunidades que le destinaba la Casa de Con-
tratación. Las dificultades de todas clases que ofreció este sistema de comercio no pueden
esconderse a nadie. La situación del puerto de Santo Domingo era muy desventajosa por
lo lejos que estaba de los principales centros de población de la isla; en muchos casos,
sólo el transporte de los productos de una población del interior al puerto reglamentario
debía ser obstáculo insuperable para los comerciantes y los productores de aquellas apar-
tadas regiones. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la táctica militar en uso hasta fines
del siglo XVIII por lo menos, mantenía los caminos de la parte española en estado que
hacía difícil su tránsito para paliar en cierto modo, la sensible falta de obras de defensa
de las costas.
Asimismo, como la fijación de la capacidad de los navíos se hizo sin tener en cuenta el
volumen de la producción de la isla, se perdía una gran porción de los frutos por falta de
oportunidad de ser embarcados a Sevilla. Estas circunstancias obligaron al Rey a ordenar,
por cédula del 19 de julio de 1583, que los frutos de la isla Española fueran conducidos “en
Barcos o Navíos de poco Porte a los Puertos de aquellas islas y Provincias (los de Indias)
para que de ellos se pudiesen embarcar en las flotas con excención de los derechos de almo-
jarifazgo correspondientes a los puertos de tránsito”.101
La falta de comunicación frecuente con la Metrópoli, las restricciones a la exportación y
la forzosa arribada de los barcos oficiales a un incómodo y exclusivo puerto de la isla, debían
producir, por una parte, la escasez y el encarecimiento de los géneros españoles, y por otra,
la abundancia y el abaratamiento de los productos comerciales de la isla: se compraba caro
y se vendía barato. Es necesario añadir que esta manera de comerciar no podía satisfacer ni
las necesidades ni las ambiciones de la colonia.

99
C. Haring. Comercio y navegación entre España y las Indias, Fondo de Cultura Económica, México, 1939.
100
Ibídem, p.452.
101
Manuel Josef de Ayala, ob. cit., Almojarifazgo, p.213.

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Mientras tanto el país expandía cada vez más su producción y aumentaba, naturalmente,
su volumen de negocios. Afirma el Padre Charlevoix que el gran comercio de la isla Española,
a fines del siglo XVI, era bastante para suplir las pérdidas que ocasionó la falta de oro, las cuales
sólo para los derechos del Rey, representaban cinco o seis millones anuales. Este comercio se
hacía con azúcar, brasil, café, tabaco, algodón y jengibre. El Padre Acosta, citado por Charlevoix,
nos informa que durante el año 1587, uno después del saqueo de Drake, se enviaron de la isla
Española a Castilla, más de veintidós mil quintales de café y nueve mil cajas de azúcar.102
La plétora de producción debía necesariamente escapar hacia algún mercado que no
fuera el renuente mercado oficial. De alguna manera debían los productores dar salida al
fruto de sus tierras y de sus esfuerzos; nada es más libre que el comercio. El contrabando,
mejor que un crimen, era un imperativo de las circunstancias.
En la introducción de la muy ponderosa comunicación que contra la medida de las re-
ducciones sometió el Cabildo de la ciudad de Santo Domingo a la consideración del Monarca
y del Presidente Ossorio, se determinaron, con acierto, las causas del mal de los rescates y la
hondura con que las raíces de ese mal habían penetrado en la conciencia social de la colonia.
Dice así uno de los párrafos iniciales de este documento:
Fue esta ysla española tan rica y abundante y tan abastezida en sus principios y muchos años des-
pués como se sabe por notoriedad y después que faltaron los indios naturales decayó, la falta de los
cuales se suplía con muchos negros que a ella venían aunque se labrauan y beneficiaban muchas
minas de oro, ingenios de Azucar y las demás haziendas y grangerías que en ella ay fueron faltan-
do los negros y acabáronse las minas o el beneficio de ellas y fueron a menos las demás grangerías
y fueron empobreciendo los vezinos (que la tierra tan rica es oy o mas) y con esto se fue despoblan-
do y acortándose el trato y comercio y faltando en algunas partes de la ysla de todo punto porque
solo a quedado alguno en esta ciudad de sto dgo bien limitado pues para su proveymiento y de
toda la ysla solo viene un navío o dos quando mas en el año y aun en algunos ninguno de manera
que la necesidad (que padezen los vezinos de la ysla y particularmente los de fuera de esta ciudad)
ha obligado a procurar el remedio por el modo tan ilícito de los Resgates y como las necesidades an
cresido y las ocasiones an sido y son tantas como se ve asseydo continuando el mal trato y cundido
tanto que según paresce los más vezinos de la ysla están comprendidos.103

Por ser poblaciones marítimas de primer orden y estar enclavadas junto a puertos mag-
níficos y extremadamente alejados del puerto oficial, Bayajá, La Yaguana y Puerto Plata se
convirtieron en centros de contrabando. Monte Cristi no tenía entonces la importancia de
aquellas tres poblaciones. El comercio prohibido era la fuente de la economía colonial; con
sólo haberse declarado libre uno de los puertos del norte, la Española hubiera mantenido
la estabilidad de su comercio y habría con ello echado las bases de una nacionalidad homo-
génea y normalmente desarrollada.
Las poblaciones del norte y del oeste de la isla, por lo mismo que eran las más alejadas del
puerto oficial y las que en mayor grado sufrían los inconvenientes del monopolio, deberían
ser también las más llamadas a ejercer el comercio intérlope. La amplitud de sus puertos,
tan distantes de la capital de la colonia y tan accesibles, la feracidad de sus tierras aledañas
y la abundancia de sus ganados, eran incentivo y atracción de los comerciantes extranjeros,
sobre todo holandeses, que desde hacía mucho tiempo infestaban las costas de la isla.

102
Padre P. Francois X de Charlevoix, Histoire de l’isla Espagnole ou de S. Domingue, Amsterdam, MDCCXXXIII,
tomo II, p.328.
103
Documentos procedentes del Archivo de Indias y copiados por A. Lugo. Archivo General de la Nación, co-
lección Lugo, publicado en el Boletín del Archivo General de la Nación, n.o 36-37, (1944).

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Los aventureros extranjeros acudían frecuentemente con sus mercancías a los puertos del
norte, para trocar allí y hacer rescate con los pobladores que, a su vez, les servían la riqueza
tropical de su suelo. Estos negociantes menudeaban las oportunidades de contratar, traían
géneros más frescos, vendían a precios más bajos que los españoles y compraban sin tasa
cuanto se les ofrecía. De aquí surgió un comercio más movido, más productivo y mucho
más firme que el español.
Este tipo de contrabando era el que se ejercía abiertamente y a todo riesgo, en franca
contravención de los derechos y las leyes de España y en guerra con sus autoridades, pero
no era el filibusterismo todavía.104
Al par que sus géneros y sus mercancías los franceses, ingleses y flamencos introducían
otro orden de efectos: “los libros de sus sectas que las llevan”, según expresa Morell de Santa
Cruz. Para el gobierno español la acción extranjera representaba un doble inconveniente y
hería los dos aspectos mejor caracterizados de su sistema de colonización: el monopolio del
comercio y el monopolio de las ideas: intolerancia económica e intolerancia religiosa.
Ya en los últimos años del siglo XVI el comercio extranjero en las tres poblaciones ma-
rítimas del litoral norteño había cobrado condición alarmante. Puerto Plata, Bajayá y La
Yaguana eran lugares tan frecuentados por el comercio de franceses, ingleses y flamencos,
que estos aportaban allí como en aguas propias, “tenían sus almacenes proveídos de las
mercancías más importantes para sembrar los errores de sus sectas”.105 Parece que eran los
holandeses los más interesados en el intercambio, tanto que “por los gruesos caudales que
les rendían emprendieron sostenerla a fuerza de armas; que para este fin despacharon una
flota comandada por Abraham… (de Verne, según Charlevoix) y que otra de nuestra nación
la atacó sobre las costas de esta isla de Cuba con resolución tan ardiente, que después de
haber apresado y echado a pique a muchos de los navíos contrarios, obligó a los demás a
salvarse por medio de la fuga”.106
Sin duda que la causa inmediata de semejante situación no podía ser otra que lo alejados que
quedaban aquellos centros de población de la Capital de la colonia y asiento de gobierno.
Cuando los pobladores de estas regiones hubieran querido –conspirando contra sus
propios intereses– rechazar con la fuerza la llegada de los extranjeros, no les hubiera sido
posible resistir. La Capital no podía suministrar con regularidad ni fuerzas ni elementos de
guerra. No había otro camino que amoldarse a las circunstancias y sacar de ellas el mejor
partido. ¡Qué lejos estaba, sin embargo, el genio político español de comprender esta verdad
tan simple y cuánto mal iba a producirnos su incomprensión!

IV
A medida que el contrabando se incrementaba, aumentaban la riqueza y la prosperidad
de las regiones favorecidas por el tráfico. Los pueblos del norte y del oeste cobraban visi-
blemente mejor aspecto; la población crecía; se apreciaba un bienestar general, preñado de
promesas y esperanzas. Dice Charlevoix que cinco años después de la invasión de Drake
y antes de que Cristóbal Newport la tomara y arruinara casi completamente, La Yaguana
tenía un gran parecido con Santo Domingo.

104
Philip Gosse, Historia de la piratería, capítulo Los Bucaneros, Editorial Espasa Calpe, S.A, Madrid, 1935,
pp.165 y ss.
105
Morell de Santa Cruz, ob. cit., p.180.
106
Morell de Santa Cruz, ob. cit., pp.180-181. V. Charlevoix, ob. cit., tomo II, p.239.

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Este proceso de mejoramiento era el resultado lento, pero necesario, de causas que venían
desarrollándose desde hacía mucho tiempo, y cuyos efectos no podían detenerse ni a capricho de
un gobernante ni por la sola virtud de una medida prohibitiva más o menos artificiosa. Se estaba
en presencia de un complejo problema social y económico determinado por razones profundas
que no variarían a merced de la interesada apreciación de un dignatario ambicioso y cruel. Todas
las disposiciones tomadas para extinguir “los rescates, tratos y contratos” de los extranjeros en
los puertos del norte y del oeste, fracasaron infaliblemente. No fue posible encontrar ninguna
consideración de orden sentimental o de orden político que persuadiera a los pobladores de
aquellas comarcas de que debían renunciar al comercio clandestino. Los intereses mandan.
La prosperidad de aquellos lejanos pueblos se hizo intolerable: el remedio definitivo
estaba en vísperas de ser aplicado. ¿Quién lo apuntó? Pregunta de difícil respuesta categó-
rica, pero que en presencia de los hechos que vamos a exponer objetivamente, da pábulo a
amargas conjeturas y reflexiones.
Desde fines del año 1599, según don Emiliano Tejera,107 era Arzobispo de la Española el
mexicano fray Agustín Dávila y Padilla, hombre de extensa cultura y de elevado carácter.
Acaso desde los últimos días de 1601, o a contar de los primeros del 1602, según afirma
don Américo Lugo, estaba al frente del gobierno secular de la colonia don Antonio Ossorio,
investido con las dignidades de Gobernador y Capitán General de la isla y Presidente de su
Real Audiencia.108 El coincidir estos dos hombres en el gobierno de la isla hubiera sido feliz
si la adversidad no abate, en 1604, la gallarda figura del Arzobispo.
El momento en que uno y otro dignatarios advinieron al ejercicio de sus respectivas
funciones gubernativas se distingue por el auge que adquiría el comercio con herejes. Era
un momento agudo del viejo problema de los rescates, no solamente con los puertos de la
banda del norte de la isla Española, sino con algunos puertos del extremo oriental de la isla
de Cuba.109 Para esa época se mostraron inútiles algunas medidas que se habían tenido por
heroicas, tal como la que, en 1599, puso en práctica el Gobernador Diego de Ossorio al otorgar
licencias “para que pudieran venir a la isla con las flotas de Nueva España, urcas y filibotes,
cuyos dueños y maestres quisieran hacer el viaje con cargamentos de artículos necesarios para
el consumo, sacando de retorno frutos de la tierra; a condición de que los filibotes y urcas
fueran españoles, lo mismo que sus tripulantes, y dieran fianza a satisfacción del presidente
y jueces de la casa, de que no pasarían de la isla a otros puertos o partes del Nuevo Mundo,
pudiendo llevar alguna artillería y municiones con licencia del Consejo de Indias”.110
Para los primeros días del siglo XVIII, ya se había comprobado también la inutilidad
de las disposiciones que algunos años antes se tomaron contra el contrabando de los por-
tugueses, muy especialmente las que, por sus reales cédulas de 1589 y 1591, dictó Felipe II,
cuando Portugal formaba parte de la monarquía española.111
El Arzobispo Dávila y Padilla y el Gobernador Ossorio afrontaron casi simultáneamente
el mismo problema: para ambos implicaba grandes preocupaciones, pero cada uno enfocó
la situación con una visual diferente. Esta diversidad de criterios los enfrentó y los enemistó
con hondura infranqueable.

107
E. Tejera, Documentos antiguos, Nota, La Cuna de América, 3.a Época, año III, 1915. n.o 20, n.o 40 de mayo.
108
Conferencias de Américo Lugo en Acción Cultural. Bahoruco, año II, n.o 100, 9 de julio de 1932.
109
Morell de Santa Cruz, ob. cit., pp.189-190.
110
J. G. García, Compendio de historia de Santo Domingo, tomo I, pp.146-147, Santo Domingo, 1893.
111
Ayala, ob. cit., palabra Arribada, pp.301-302, y Delmonte y Tejada, tomo III, p.14, Santo Domingo, 1890.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Hemos dicho ya que los navegantes extranjeros que frecuentaban las aguas del norte y
del oeste no traían sólo géneros y efectos para traficar, sino que también traían libros religio-
sos y esparcían las ideas nuevas que agitaban a Europa. Casi todos los piratas y navegantes
europeos eran luteranos: al mismo tiempo que vendían sus efectos de comercio propagaban
sus creencias, impresas ya. “Con tal objeto, diseminaban con profusión en los lugares que
escogían como teatros de sus crímenes, las nuevas biblias puestas en romance y glosadas
según la secta de aquel reformador y de los otros impíos, sus discípulos o novadores”. “In-
trodujéronse, pues, en la isla, a centenares, las biblias protestantes; y prevenido el Arzobispo
de que en su viña crecía ya la cizaña, adoptó oportunas medidas para extirpar de raíz las
falsas doctrinas de los reformadores”.112
Ninguna otra circunstancia podía conturbar con motivos más serios el ánimo del dig-
nísimo religioso, que ésta que hemos señalado en los párrafos transcritos; ella era suficiente
para medir en la misma proporción el interés del laico y el interés del eclesiástico. Aunque
el uno y el otro se movían impulsados por motivos distintos, ambos mantuvieron preocu-
paciones igualmente graves.
El Arzobispo era hombre de grandes luces, “escribió una obra de su orden muy curiosa,
y una historia de México. Tenía reputación de eminente en retórica sagrada. Fue predicador
del Rey D. Felipe III, de quien mereció particular aprecio y honrosas distinciones; por lo
que gozaba de gran favor en la Corte”.113 Es natural, por lo tanto, que apreciara la situación
pendiente con un amplio espíritu de tolerancia.114

112
Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo, Primada de América, tomo I, p.222, Roma,
1913 y Sto. Dgo., 1914.
113
Ibídem, p.220.
114
Para ilustrar mejor a los lectores sobre la vida del esclarecido Arzobispo a quien debemos los dominicanos
toda veneración, transcribimos las noticias que da sobre dicho personaje José Mariano Beristain de Souza en su Biblio-
teca Hispanoamericana o Catálogo y noticias de los literatos que, o nacidos o educados, florecientes en la América Septentrional
española, han dado a luz algún escrito o lo han dejado preparado para la prensa. Tomado de Ateneo n.o 11-12, diciembre de
1920. Santo Domingo, p.31:
Nació en México el año 1562, siendo sus padres D. Pedro Dávila y Doña Isabel Padilla, hija de conquistadores. A los 16
años de edad recibió en la Universidad literaria el grado mayor de Maestro en artes, y a pocos meses el hábito de Santo Domingo,
en cumplimiento del voto que había hecho por haberle Dios librado de perecer bajo las ruinas de una casa. Fue Rector de Filosofía
y de Teología en los Colegios y Conventos de la Puebla y de México. Maestro ya por su religión, Prior de Puebla y Calificador del
Santo Oficio, fue electo Definidor por su Provincia para el Capítulo general, y Procurador a las Cortes de Madrid y Roma adonde
partió; habiendo introducido la costumbre de que sus Hermanos en América llevasen el Rosario descubierto por encima del Esca-
pulario, lo que no usan los Dominicos de Europa. Su doctrina, zelo y elocuencia le merecieron del Rey Felipe III los títulos de su
Predicador y Cronista de las Indias; y últimamente la Mitra de la Iglesia Primada de Santo Domingo, adonde pasó ya consagrado
en 1601. Gobernó su Iglesia cuatro años, habiéndose distinguido por su caridad, por haber vivido como religioso en una celda
del Convento de su Orden, y por el empeño y zelo con que solicitó e hizo quemar públicamente 300 ejemplares de una Biblia en
castellano con notas luteranas, que los herejes habían introducido en la Isla Española. Por su influjo mandó el Rey reponer de
su Erario los ornamentos, vasos sagrados y demás utensilios que robaron a aquella iglesia los piratas de 1581. Murió este digno
Prelado en la corta edad de 42 años, en el de 1604. El Sr. Páramo, en su obra intitulada De Origine et progressu Officii S. In-
quisitionis, escribe de nuestro Dávila así: Magn. Augustinus Dáviles Padilla, Sac. Theolog, peritissimus vir evangelica eloquentia
et oratione issertissimus ac doctrina et probitate morun conspicius, et diligentissimos Indicarum rerum indagator... quique nobis
lumen attulit an Inquisitionis Peryviensis scriptionem”. Gerónimo Ghilini en su Teatro de litterati llama a nuestro Arzobispo il
famoso dicitore dell etá sua”. D. Nicolás Antonio le nombra: “Fervidus atque facundus Philippi III ecclesiastes”. También hacen
honorífica mención de nuestro autor, el Illmo. López en su Historia general del Orden de Santo Domingo, Gil González Dávila
en su Teatro de la Iglesia de Santo Domingo, León Piñelo en su Biblioteca, y los dominicos franceses Quetif y Echard en su
obra Scriptores Ordinis Proedicatorum; y estos últimos pudieron haberse explicado con más exactitud para no dejar en duda si
el Illmo. Dávila fue escritor original o mero compilador de los PP. Moguer, Casas y Castelar como si el historiador que tiene a la
vista otras memorias históricas perdiese el mérito de autor. Escribió el Sr. Dávila Padilla: Historia de la Provincia de Santiago,
imp. en Madrid, 1596, 4.o; reimp. en Bruselas, 1625, fol., y en Valladolid, 1634; Historia de las antigüedades de los indios,
manuscrito que cita el P. Franco en su Historia y de la que dice Clavijero que no ha podido encontrarse; Elogio fúnebre del Sr.
Felipe II, pronunciado en la Iglesia Mayor de Valladolid de Castilla, imp. en Sevilla, por Hidalgo, 1600, 4.o”
Consúltese también: Fray Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario
Conciliar de la Ciudad de Santo Domingo de la isla Española, Santo Domingo, R. D. MCMXXXII, pp.76-83. Pedro Henríquez

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Desde los principios de su espiritual administración, Dávila y Padilla comprendió que le


era necesario contrarrestar con energía la influencia de los extranjeros y terminar lo más pronto
posible el estado de cosas creado en aquellas apartadas e infestadas regiones. Una de las primeras
providencias del Arzobispo fue la de “nombrar un visitador del Arzobispado para que, reco-
rriendo las poblaciones de la Arquidiócesis, devolviera por la fuerza y autoridad de la palabra
evangélica, la calma a las conciencias turbadas por las herejías que se habían difundido”. “Recayó
la elección en D. Nicolás de Añasco, Deán de la Santa Iglesia Catedral, y este celoso ministro del
Señor, correspondiendo a la confianza que en él depositara su Prelado, visitó la arquidiócesis; y
como fruto de su predicación apostólica recogió trescientos ejemplares de las biblias prohibidas,
las cuales, a su regreso a esta ciudad Primada, fueron quemadas en la plaza pública”.115
Por su parte, el Gobernador y Presidente también trató de intervenir en la terminación
de las dificultades reinantes, pero en sentido opuesto a como lo hacía el Arzobispo, y con
una nueva apreciación del problema. El Presidente era hombre de soluciones drásticas, de
espíritu intolerante y de una ferocidad poco común. No tenemos noticias de los antecedentes
de su entrada en la gobernación de la colonia, pero los episodios y pormenores de la misma
destrucción nos lo mostrarán de cuerpo entero.
Al ser residenciado por su sucesor en el gobierno de la colonia, don Diego Gómez San-
doval, el Presidente Ossorio afrontó cargos terribles, de los cuales no tuvo oportunidad de
defenderse porque le fueron notificados el mismo día en que abandonaba la ciudad de Santo
Domingo, en viaje de retirada.
En efecto, en el Memorial de Capítulos que Bartolomé Sepero y Gaspara de Xuara pre-
sentaron contra don Antonio Ossorio sobre excesos que cometió en su oficio de Presidente,
fechado a 18 de agosto de 1608, se formularon serias acusaciones contra el Presidente, no
sólo en referencia a sus actividades, propiamente administrativas, sino aun contra manera
de comportarse en la vida privada.
Antes de abandonar Ossorio el gobierno de la colonia fue formalmente recusado por
el Licenciado Alonso Manso de Contreras, oidor de la Real Audiencia, quien en extensas
comunicaciones al Rey, denunció hechos y actuaciones del Presidente, verdaderamente cen-
surables. El Licenciado Manso de Contreras caracterizó un verdadero estado de tiranía en la
colonia pocas veces igualado en su historia. Estas recusaciones y los cargos que más tarde
formularon contra Ossorio los ya citados Sepero y Xuara han sido copiados en gran parte
por don Américo Lugo en el Archivo de Indias, y los damos nosotros por primera vez a la
luz pública.116 Más adelante tendremos oportunidad de referirnos nuevamente a estos inte-
resantísimos documentos para hacer entonces estudio y examen detenido de los mismos.
Si damos crédito a estas acusaciones, oficialmente formuladas, debemos convenir en
que el Presidente era hombre licencioso, jugador, arbitrario, cruel sin necesidad, nepotista
y concusionario. Hombre que no miraba dificultades cuando quería imponer su voluntad o

Ureña, La Cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Buenos Aires, 1936, p.48. Apolinar Tejera, Literatura Dominicana:
Comentarios críticos-históricos, pp.53-54, Sto. Dgo., 1922.
115
Gil González Dávila dice que en tiempos de Monseñor Dávila Padilla, “D. Nicolás Añasco, deán de la Iglesia
de Santo Domingo, quemó en la plaza de la ciudad trescientas Biblias en romance, glosadas conforme a la secta de
Lutero y de otros impíos; que las halló andando visitando el Arzobispado en nombre del Arzobispo”.
Esta traducción de la Biblia es la más admirable y única de primer orden que existe en castellano, según Menén-
dez y Pelayo, hecha por el protestante Cipriano de Valera sobre la base de otra anterior de Casiodoro de Reina. Pedro
Henríquez Ureña, Literatura Dominicana, Extrait de la Revue Hispanique, tomo XL, New York, París, 1917, p.13.
116
Archivo General de la Nación, Colección Lugo, Libreta n.o 44. En 1944 fueron publicados en el Boletín del
Archivo General de la Nación, n.o 36-37.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

cuando perseguía provecho para sí o para los suyos. En sus manos estuvieron los destinos
del país, y no supo ni pudo conservarlos para la posteridad. Por su manifiesta incapacidad
administrativa, comprometió el porvenir y dio pie a los más serios problemas sociales que
ha confrontado y que confrontará la isla. Don Antonio Ossorio es el padre de la dualidad
social y étnica en que aquella se ha repartido y el causante de la languidez y el abatimiento
con que se ha desarrollado la nacionalidad dominicana. A la desastrosa y tiránica adminis-
tración de Ossorio debemos nosotros, los dominicanos, muchos de nuestros vicios y casi
todas nuestras deficiencias de conjunto.
Los pobladores del norte y del oeste fueron perseguidos y condenados por haber “tratado
y contratado con ingleses y franceses”. Algunos meses después de haber Ossorio iniciado
su gobierno había en la isla casi doscientos hombres condenados y los más en rebeldía, es
decir, alzados. La isla se encontraba turbada por un malestar intenso, cuyas proporciones
aumentaban en razón de las actividades desarrolladas por el Presidente, y a tal punto se
complicó la situación, que el mismo Ossorio, después de consultarlo con el Arzobispo, resol-
vió pregonar el perdón general de los condenados con tal que estos levantaran, a su costa,
dos fortalezas en el interior de la isla, para defensa de la colonia.117
El Prelado comprendió a tiempo, y a tiempo lo señaló, el único remedio verdaderamente
capaz de resolver el problema de los rescates. Hombre de procedimientos suaves y de men-
talidad abierta, se dio cuenta de que la causa del mal era de orden económico y de que sólo
atacándola de frente y por la misma raíz podía extinguirse esa causa. Desde el 20 de noviembre
de 1601, habló claramente al Monarca, su amigo y discípulo, con motivo de los rescates: “El
segundo remedio es conceder V. M. a los puertos de aquella banda (los del norte de la Española)
el comercio libre como lo tienen en San Lúcar y en Canaria las naciones extranjeras: esto era lo
más fácil, aunque es muy desabrido para dos mercaderes de Sevilla, que son solos los que de
toda ella cargan para esta isla, y otras veces que se ha tratado desto hicieron que el consulado
de Sevilla lo contradijese, y prevaleció el interés de dos hombres contra el bien del reyno”.118
Por estas expresiones se ve sin dificultad cuáles fueron los intereses que precipitaron la
destrucción de las poblaciones y la ruina de la colonia; intereses materiales: incomprensivos e
implacables, como siempre. Era natural que los comerciantes beneficiados por el monopolio
de las transacciones de la isla se esforzaran en impedir la apertura de los puertos del norte
y del oeste al comercio extranjero, y que, por el contrario, cargaran la mano en el empleo de
los medios drásticos usados por el gobernador para terminar el tráfico prohibido.119
Parece que la proposición del Arzobispo había sido sometida en veces anteriores, y desechada
por gestiones de los comerciantes de Sevilla, que con tanta singularidad señalara la carta que en
noviembre 20 de 1601 dirigió al Rey el Prelado. Es posible también que esos mismos dos hombres
de Sevilla que pudieron, al fin, imponer su interés al del Reino, percatados de la preeminencia
de que gozaba el Arzobispo en la Corte y de la estimación personal que le profesaba Felipe III,
consideraran de posible realización las indicaciones del religioso y trataran, por lo tanto, de

117
Véanse los documentos que copia fray Cipriano de Utrera, Santo Domingo, dilucidaciones históricas, tomo I,
pp.227-228.
118
Documentos antiguos publicados por Emiliano Tejera, La Cuna de América. Tercera época, año 1915, n.o 20.
119
En los documentos copiados parcialmente por don Américo Lugo se contiene la siguiente apuntación de su
puño y letra: “Otros Items dicen que ha grangeado indebidamente (el Gobernador Ossorio) en el comercio, enviando
cueros y otros frutos con Gerónimo De Valdez en navíos que volvieron cargados de mercancías”. Esta nota figura
intercalada en los Capítulos de Sepero y Xuara. Archivo General de la Nación. Colección Lugo. Libreta No. 44. Véase,
además, C. H. Haring, ob. cit., pp.171-9.

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anteponerse a sus diligencias. A todas estas conjeturas dan lugar las escuetas y precisas expresio-
nes de fray Agustín Dávila y Padilla, el ilustre mexicano que debía sernos mejor conocido y más
querido a nosotros los dominicanos, aunque sólo fuera por el mal que se empeñó en evitar.120
Para completar el cuadro de las conjeturas, apuntamos algunos informes sobre lo que
era entonces el Gobierno de España. El siguiente párrafo de don Apolinar Tejera es preciso
sobre el particular: “Felipe III el Piadoso, monarca bajo cuyo reinado se destruyeron las
poblaciones de la banda del Norte, era un monarca de excelente índole, pero muy inepto y
santurrón, que le entregó la dirección de los negocios públicos a favoritos corrompidos y
codiciosísimos como el duque de Lerma, el de Uceda, su desnaturalizado hijo y el marqués
de Siete Iglesias, de modo que reinó sin haber gobernado”.121
A mediados de 1603 la colonia afrontaba una situación de grandísima anormalidad. El
mismo Arzobispo la describe, muy alarmado, en carta que dirigió al Rey el 25 de octubre de
aquel año: “En esta tierra, decía, ay cassi doscientos hombres condenados y los mas en reveldía
por haber tratado y contratado con yngleses y franceses, y el presidente don Antonio Ossorio,
doliéndose de los daños que aquella gente hacía y puede hacer, me comunicó si sería bien
perdonarlos en nombre de V. M. con que hiciesen dos fortalezas para defensa desta ysla; a mi
me pareció mui bien… el Presidente trata de rrebocar el perdón que ya estava pregonado, y los
mas de los perdonados avian dado fiansas de acudir con lo que a cada uno avía cavido, cuando
se le mandase para hacer las dos fortalezas. Yo le escriví al Presidente quan mal parecía esto
y lo dilató por un mes, y había cuatro días que sin haberme hablado una palabra, se rrebocó
el perdón. Dice que algunos no cumplieron lo que havían de hazer, pero esto no es culpa de
los que cumplieron lo que debían, y lo que menos importaba era hazer dos fuerzas en ysla
donde ay ochenta y cinco puertos, y lo que mas se avia se estimar era reducir aquella gente
perdida, que si agora se juntase, puede saquear esta pobre ciudad, y siempre que quiera. Yo
soy el procurador de los pobres, pues quiere Dios que sea pastor, y así suplico a V. M. se sirba
de que se ayan por perdonados los que constare aver dado fianzas, y no haver faltado a lo que
se les pidió, y con esto se cumple la palabra dada en materia grave y en nombre de V. M.”122
El perdón pregonado representaba una atinada medida política que por sí sola hubiera
bastado a solucionar el conflicto pendiente. Los ánimos se apaciguaron, aprestándose los
rebeldes a cumplir las condiciones que se les tenían impuestas, de contribuir a la erección
de dos fortalezas en las regiones afectadas por el movimiento. Las cosas no hubieran pasa-
do de ahí seguramente, y el Arzobispo hubiera logrado, al fin, un término de acercamiento
entre el Presidente y los rebeldes que sin duda pudo concretarse en un acuerdo político de
incalculable trascendencia para el porvenir de esta desventurada tierra primogénita.
Los acontecimientos no se sucedieron, sin embargo, dentro de la lógica que quiso im-
primirle el religioso, sino impulsados por el Gobernador hacia la incógnita de lo absurdo y
de lo inesperado.

120
Fray Cipriano de Utrera, Universidades, etc., p.79.
121
Apolinar Tejera, Reparos críticos al bosquejo histórico de don Casimiro N. de Moya, La Cuna de América, tercera
época, año IV, 1915, n.o 19. n.o 3o, de mayo. Véanse además, Gregorio Marañón, El Conde. Duque de Olivares, Espasa
Calpe, Buenos Aires, Argentina, Capítulos III, IV, y VII.
122
Fray Cipriano de Utrera, Santo Domingo, Dilucidaciones históricas, tomo I, pp.227-28, Santo Domingo, 1927. En
contraposición con esta carta, transcribimos de los Capítulos de Sepero y Xuara, los párrafos siguientes: 78 v. Yten
Procediendo el audiencia y otros jueces contra los cumpados en rescates quando el dho Presste entro a servir su Placa...
a los facinerosos y mares delinquentes en este servicio Perdono las penas en que avian yncurrido con que se obligasen
aguardar la costa y defender que no ubiesen rresgates en ella q. fue como darles salvoconducto para que los hiciesen
mayores e hicieron y muy grandes y atroces delitos...

581
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El perdón que en nombre del Rey se había ofrecido a los habitantes castigados se revocó
sin contemplaciones a espaldas del Arzobispo, quien ni siquiera fue consultado sobre el
particular. Esta medida, tan impolítica, agravó la situación y plantó el dilema definitivo que
no iba a ser resuelto ya sino por la fuerza, a hierro y fuego, como plugo al cruel y atrabiliario
Presidente don Antonio Ossorio.
La orden de despoblar la banda del norte provocó un verdadero estado de revolución
en la colonia. Según veremos más adelante todos los hombres sensatos del país se opusieron
a la ejecución de la brutal medida y las instituciones se movieron activa y enérgicamente
para obtener su anulación o su revocación.
En este camino se distinguió, desde el primer momento, Fray Agustín Dávila y Padilla,
quien, por otra parte, murió antes de que los documentos reales arribaran a playas domi-
nicanas y se convirtiera en realidad lo que hasta entonces había sido mero proyecto del
Gobernador y aspiración remota de quienes sólo miraban el problema desde el ángulo de
sus personales conveniencias.
Parece ser que entre el Presidente y el Arzobispo se entabló una lucha formal alrededor
de los proyectos drásticos del primero y que esa lucha contribuyó poderosamente a precipi-
tar la muerte del Arzobispo. Los historiadores se refieren en términos bastante vagos a esta
enemistad, pero los documentos que hemos venido citando en el cuerpo de este ensayo nos
darán luz sobre acontecimiento tan importante.123 No hay duda sobre el hecho de que Osso-
rio tiranizó con crueldad al eclesiástico, lo vejó y lo sometió a pruebas que no pudo resistir
su temperamento sensible y dignísimo. No es aventurado afirmar que el Presidente, a este
respecto, siguió un plan, sistemático y gradual, encaminado a eliminar al hombre que con
mejores probabilidades podía frustrar sus propósitos. Si esta presunción es exacta, debemos
convenir en que Ossorio actuó con suerte, porque la muerte del Arzobispo y la llegada de
los documentos regios se produjera con asombrosa coincidencia.
Los primeros cargos que formuló el Licenciado Manso de Contreras contra la tiranía de
Ossorio, fueron los siguientes:
Lo primero que aviendose hallado fixado en la plaza de aquella ciudad un libelo infamatorio
sobre la muerte del Arzobispo y leyendole publicamente Bernardino Adarzo Santander, criado
y escribiente del dho Presidente y presóle el Licendo Manso por esto, sin su orden ni la del Au-
diencia le mando soltar, diziendo muy enojado y colérico que si sobre muerte se avía de prender
a criado suyo sin comunicárselo.
Más adelante se expresó de esta guisa:
su entrañable odio nacido de aver yo hecho justicia en algunos pleytos y particularmente en dos
en que era interesada doña Leonor María su mujer en el uno di por libre a un hernando bueno
de mas de seys mill ds. que por parte della y otros se le pedían…
“Estoy cierto que no an de bastar diligencias humanas a hablandar su dureza y pasión como se
ha hecho de ver en la que tuvo con el Arzobispo y doctor Mosquecho q. por no parecer que yo la
tengo no digo a lo que llegó la suya…

En los Capítulos de Sepero y Xuara, se encuentran, en primer lugar, estas acusaciones:


“Yten en que aviendose fixado en la placa desta ciudad un libelo infamatorio contra los de la
Audienzia sobre la muerte del arcobispo Don fray Agustin de Ávila y hallado el dho licenciado
a muchos que le estavan leyendo…
123
Fray Cipriano de Utrera en el último párrafo del Cap. V, p.83, de su ya citada obra Universidades, etc., alude a
esta situación en términos de tal vaguedad que a nosotros nos ha sido imposible captar el sentido del párrafo.

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Esta dramática rivalidad entre los dos hombres más importantes de la colonia es la que
define todo este período anterior a la llegada y a la ejecución de la orden de Valladolid. El
Arzobispo encabezó y adelantó la que iba a ser formal oposición contra la letra y el espíritu
del real documento, pero no tuvo oportunidad ni de conocer el dicho documento ni de
presenciar la manera precipitada, inconsulta y cruel de que se valió Ossorio para darle una
ejecución que tal vez no esperaron ni creyeron posible los mismos autores del mandato.
Fueron tiempos de hierro los que transcurrieron bajo el gobierno de Ossorio. El Presi-
dente no era hombre que toleraba acción alguna contra sus propósitos, y ninguno mantuvo
con mayor consistencia que el de acabar con el comercio prohibido, por la vía de la fuerza y
de la violencia. Ante esta actitud administrativa del Presidente no podían mantenerse vivas
las inspiradas intenciones del Arzobispo, empeñado en emplear medios suaves y racionales
para obtener el mismo fin que perseguía Ossorio.
El hecho de que la Real Orden que dispuso la despoblación viniera dirigida por igual
a Ossorio y a Dávila era un indicio cierto de que hasta el momento de la expedición del
documento primaron en el ánimo del Monarca las antagónicas razones del Presidente y del
Obispo. Esa circunstancia es indicio, asimismo, de que la actitud del eclesiástico había sido
hasta entonces el mayor inconveniente encontrado por el gobernador en el camino de los
remedios que trataba de imponer al mal de los rescates.
De no haber fallecido tan prematuramente fray Agustín Dávila y Padilla, de seguro que
el proceso de la despoblación no habría seguido la desastrosa trayectoria que le impuso
la omnímoda voluntad del Presidente y aun que la ejecución de la real medida no habría
trascendido con tanta facilidad al terreno de los hechos cumplidos. De estas circunstancias
estuvo convencido Antonio Ossorio, y por eso hizo cuanto estuvo al alcance de su mano
para precipitar la muerte de su único rival temible. ¡Es tierra malaventurada esta que sirvió
de regazo al esfuerzo prodigioso de conquistar y colonizar las Américas!

V
Cuando fray Agustín escribió su triste carta a Felipe III, ya estaba suscrita de la real mano
la cédula del 6 de agosto de 1603 que ordenó la destrucción de las tres poblaciones maríti-
mas de la banda del norte. Antes de que el regio documento arribara a playas dominicanas,
había muerto, el 26 de junio de 1604, el Arzobispo bienamado. Ni siquiera esta circunstancia
detuvo los ímpetus del Presidente, quien no podía proceder por sí solo a la ejecución de la
orden, ya que esta estuvo encaminada al celo de entrambos funcionarios: “la justicia vino
mezclada con la misericordia, esta faltó por que antes de su recibo (el de la cédula) había
fallecido el Arzobispto”.124
La orden de destrucción estuvo dirigida por igual al Presidente y al Arzobispo, lo que nos
induce a pensar que se buscaba con esta confrontación de voluntades el equilibrio de una acción
moderada y razonable que supiera detenerse ante dificultades serias y que tuviera muy presente
las necesidades y los intereses de quienes iban a soportar las consecuencias de la dura medida.
Esta ponderación fue la que faltó en todo el desastrado proceso que dirigió Ossorio.
Muerto el Prelado, al Presidente no le era permitido otra actitud que suspender la or-
den de destrucción y pedir nuevas recomendaciones al Monarca. Ese era, por lo menos, el
camino que aconsejaba la prudencia y la discreción a un buen gobernante, según lo nota

124
Morell de Santa Cruz, ob. cit, p.184.

583
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Morell de Santa Cruz. La no vedad de la muerte del Arzobispo, dice este, “parece que pe-
día la suspensión, ínterin que el Príncipe consultado sobre ella, resolvía lo que mas fuese
de su agrado”. El Presidente, a cuyo único arbitrio quedó sujeta la materia, procedió, sin
embargo, “por sí solo a providenciar sobre la despoblación de las tres villas mencionadas;
y para más acreditar su celo hacia el real servicio, se extendió a Monte Cristi, y a San Juan
de la Maguana”.125
La actitud del Presidente se hace mucho más significativa cuando se tiene en cuenta que
la ejecución de la Real Orden fechada en Valladolid, según lo dispuso esta de manera expre-
sa, debieron realizarla sobre el terreno, “el Oidor Manso de Contreras, o el Licdo. Marqués
Núñez de Toledo, también oidor de la Audiencia, y el escribano de Cámara Baltasar López
de Castro”. El presidente no sólo prescindió de estos funcionarios y personajes para proceder
en persona, y por sí solo, a la devastación de media colonia, sino que alejó de ella a Manso
de Contreras en el momento de la acción, bajo pretextos tan fútiles como especiosos.
Antes de entregarse a la ejecución de los reales mandatos, el Presidente Ossorio quiso,
sin embargo, conocer de los Oidores de la Audiencia su opinión sobre las dificultades de
carácter técnico-administrativo que podía acarrear la muerte del Arzobispo, ya que el co-
metido de la reducción de los pueblos les había sido confiado a uno y a otro funcionarios.
El Presidente procuró y agenció el consentimiento de los Oidores para proceder por sí al
cumplimiento de la destrucción y reducción ordenadas desde Valladolid.
Estas gestiones del férreo gobernante encontraron la oposición decidida del Oidor
Alonso Manso de Contreras, quien dio parecer en contra de los propósitos del Presidente y
lo advirtió de que si procedía por su solo arbitrio en la materia de la despoblación pugnaba
contra el tenor de la cédula recibida.
Por su parte los demás Oidores, si se creen los Capítulos de Sepero y Xuara, se negaron
a respaldar al Presidente, aduciendo que la muerte reciente del Arzobispo reclamaba una
nueva consulta al Príncipe sobre la materia de la cédula.126
El Licenciado Manso de Contreras, muerto el Arzobispo, se hizo la cabeza visible de la
potestad contra la despoblación, acarreándole esta actitud graves disgustos y desazones,
pero, a fin de cuentas, parece ser que sus actividades promovieron la caída de Ossorio,
aunque no fueron bastantes a frustrar sus propósitos.
Los siguientes párrafos de las recusaciones producidas contra el Presidente por el Oidor
Manso arrojan buena luz sobre este momento.
Iten que aviendo su Mgd. cometido la rreducción de los pueblos, y medios suaves que para ello se
avian de elegir al Presidente y Arzobispo y siendo ya muerto cuando llegó la cédula el dho Presi-
dente trato con el dho licenciado y demás oydores de resolver las cosas en ello contenidas, sólo y q.
para ello le dieran parecer en que fue contrario el dho licenciado como parecerá de los autos.
Iten q. auiendose cometido al dho Licendo por su Magd la execucion de los medios y formas de la
resolución que se tomase en las dhas rreducciones y respondido que estaua presto de yr a ello a un
auto que se le notifico para ello proveyo otro el dho Presidente en que le ordenaua de quedarse por
yr a hazerlas el dho Presidente y por dezirle al dho Licenciado Manso con la moderación y el res-
peto devido que le agraviava y que advirtiese que no se guardava en esto el tenor de la cédula…

Ibídem.
125

Fray Cipriano de Utrera, en la pág. 83 de su obra Universidades, etc., dice lo siguiente: “La raíz de esta
126

desavenencia no estaba justamente en la pérdida de la rentilla, sino en los enojosos pleitos de competencia entre
ambas potestades, fuego que atizaba sin embozo el Oidor Marcos Núñez de Toledo, cuya ojeriza al Prelado nos la dan
a conocer las cartas de este al Rey”.

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Ossorio era un enemigo peligroso. No perdonaba nunca, y su tenacidad no conocía lí-


mites. Movió todos los resortes de la vida colonial y se hizo dueño absoluto de todos ellos,
empleando, casi siempre, medios indignos para llegar a sus fines:
Basta saber que tengo cartas donde me avisan en breves días se vendrá todo a acabar y a quedar
aquella tierra y ganados marrones para los negros alzados y flamencos que nunca faltan. Todo esto
es verdad e yo me hago dueño dello, y si se faltare alguna cosa en contrario no quiero pagar menos
que con la honra y cabeza, y no impiden a esto negociaciones ni cartas de conventos ni frayles en
particular ni de otras personas abonando los servicios y proceder del Presidente porque unos pre-
tenden dignidades mediante sus relaciones otros están oprimidos y sin libertad pues quitándosela a
las órdenes de San Francisco y Santo Domingo hyzo elegir los provinciales a su devoción, siendo tal
el uno dellos que se entendio saliera del capitulo de la elecion sin hábito según sus culpas, de que se
tuvo particular noticia en el Audiencia. Finalmente oy no tiene hombre honrra, quietud ni gusto en
aquella ysla sino es el que adula al presidente y dize hazañas y prohezas de su mal govierno…

Por estas noticias se ve que no era cosa fácil ni cómoda enfrentarse al Presidente ni laborar
contra sus fines administrativos. Semejante actitud importaba riesgos de muerte, y cuando
no, el disgusto de una vida azarosa y llena de dificultades. El Oidor Manso fue víctima de
los procedimientos de Ossorio y en más de una ocasión se vio en el caso de abandonar la
ciudad y ocultarse, unas veces en Haina, otras en Higüey.127 Fue acusado de negligente en el
cumplimiento de sus deberes por el Gobernador, y por último, bajo el pretexto de un encargo
fútil, se vio extrañado del país por más de un año.
La caracterización de los sistemas de gobierno empleados por Ossorio, mediante los cuales
pudo cumplir las órdenes de despoblar, nos la ofrecen, con gran fidelidad, los siguientes párrafos
de Sepero y Xuara:
Con solo su acuerdo y el de ningún oydor (que eran de parecer, habiendo muerto pocos días
hacía el Arzobispo, de que consultara a S. M.)… resolvió las dhas reducciones…
“Iten que aviendosele representado por parte del cavildo desta ciudad y de los demás de la ysla los
ynconvienientes y daños de la celeridad en la dha despoblación y rreducciones y deviendo adver-
tir en ellas y comunicarlo con personas de letras o de muy grande experiencia pues el dho Presi-
dente no la a tenido de las cosas de las Yndias sino seguirse por solo su parecer y guardar siquiera
en esto el tenor de la dha rreal cedida no lo hizo, antes prendió a los comisarios de los Pueblos por
sólo que muy comedidamente pidieron copia de la comisión de su Mgd. para despoblarlos e hizo
grandes molestias a todos los que con la licencia de su experiencia en las cosas desta ysla trataron
de dar algunos memoriales y advertimientos para que mejor se acertase en la ejecución de lo que
mandava su Mgd. por la rreal cédula y a los del Cavildo desta ciudad decía muchas injurias que las
dirán en particular los ts. como es público escrivió a su Mgd. que todos eran unos Resgatadores y
amigos de los ereges aviendo entre ellos muchos cavalleros lealísimos y limpios de vicios de resca-
tes y contra quienes jamás se ha hecho proceso ni tenido ningún género de sospecha, y viendo los
dhos cavildos que cualquiera contradición o advertimiento que se presentava, en estas materias,
de despoblaciones o en otra qualquiera que no fuese del gusto del dho Preste. no costava menos
que la honrra y rriesgo de su bida y hacienda todos porcuravan su amistad y gracia sin entreme-
terse a volver por el vien público, ni tratar dello y assi en lo ulterior jamás tubo…
“S. M. aviso cierto de los ynconvenientes”.
Queremos hacer notar que todavía no se había llegado, aun en presencia de todo cuanto
tenemos dicho, al nervio de la que fue gallarda protesta dominicana contra las órdenes de
despoblar el litoral norte de la isla. Esa protesta se produjo con intensidad creciente a medida
que avanza el Gobernador Ossorio en su inconcebible plan de devastación.

127
Archivo General de la Nación, Colección Lugo, Libreta n.o 44.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Hasta aquí hemos tratado de fijar las condiciones en que iba a producirse esa protesta,
y las circunstancias especialísimas que concurrieron a magnificarla. Nuestro empeño se ha
dirigido a descubrir y hacer resaltar el ambiente de la protesta y los hombres que más con-
tribuyeron a encauzarla en el ánimo general. Téngase en cuenta también que hasta ahora
no se ha dado un solo paso en la vía de la devastación y que, por lo tanto, sólo estamos en
las vísperas de los importantes sucesos que iban a transformar de manera fundamental el
proceso de la constitución social de la isla.
Es muy de apreciarse la discreta actitud asumida por la Real Audiencia, porque ese
era el poder institucional más connotado de la colonia, después del Gobernador. Frente al
desacuerdo de los Oidores ningún otro Presidente que no fuera el desmandado Antonio
Ossorio hubiera intentado seguir adelante en negocio tan delicado como el de la reducción
y despoblación de las ciudades del norte.
Esta circunstancia es, además, un signo cierto del espíritu administrativo de la época, el cual
se señala, en cuanto a la Española respecta, por una ausencia total del sentido de la jerarquía
y del reparto consciente y emulador de la responsabilidad gubernativa. El Presidente Ossorio
era absoluto, hubiera podido decir, adelantándose al Rey francés: “yo soy la colonia”.
En efecto, la oposición constante y bravía que se hizo a las órdenes de despoblación re-
corrió todos los resortes, comprendió todas las clases y se espació por toda la organización
institucional de la colonia. Fue una protesta unánime y sin solución de continuidad en la
estructura social del país: del Arzobispo pasó a la Audiencia, de esta a los Cabildos, de aquí
a las clases elevadas y de ellas al pueblo; al sector que dirigió e inspiró Hernando Montero,
el valiente y audaz guerrillero de Guaba.
Tratamos de ahondar en el estudio de este movimiento hasta llegar a sus mismas entrañas,
porque es incuestionablemente cierto que de ahí parte el período accidentado y fatal que va-
mos a considerar como de preconstitución de la nacionalidad dominicana. Estas actuaciones
precipitadas de Ossorio han tenido repercusión profunda en la sociología dominicana, a través
de la cual han venido reproduciéndose en una serie de ondas misteriosas para imprimirle
sentido y orientarla hacia lo que es hoy y probablemente hacia lo que será mañana.
Nuestra economía, nuestra conformación étnica, nuestros sentimientos colectivos, nues-
tra geografía y nuestra historia vital están estrechamente ligadas al proceso de devastación
cumplido por Ossorio durante los años de 1605 y 1606.
No queremos, sin embargo, avanzar más en este estudio, sin precisar antes el objeto de la
cédula del 6 de agosto de 1603, y determinar sus alcances, porque creemos que Ossorio cumplió
sus designios aun contra la letra y el espíritu de la cédula y de la misma voluntad del Rey.
¿Cuál era el fin escueto de la real providencia?
Se ha presentado por muy conveniente que están en los puertos de Puerto Plata, Bayajá y La
Yaguana, que son en la banda del norte de esa isla, y están muy distantes y apartados de la ciu-
dad de Santo Domingo, donde reside esa Audiencia, y está la mayor poblazón de esa isla, a los
cuales acuden mas de ordinario los enemigos a hacer rescates, donde son acojidos y proveídos
de lo que les falta por los vecinos de dichos lugares, y tienen su almagecen, se muden de donde
ahora están poblados, a la tierra adentro en contorno de esta ciudad de Santo Domingo a cinco,
seis y ocho leguas, reduciéndolos a dos poblaciones buenas en partes cómodas y abundantes de
pastos para sus ganados y labores, etc. y se seguirán muchos beneficios de la mudanza de los su-
sodichos pueblos, porque haciéndose las poblaciones en la parte susodicha, estará toda la fuerza
de la isla junta para las ocasiones que se ofrecieren, y se aseguran de los negros simarrones, y el
trato y comercio crecerían enviando sus frutos a España, entrando y saliendo todo por el puerto
de Santo Domingo, y se beneficiarán las mismas, e irá en aumento la población.

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Se ordenó, fríamente y sin calcular consecuencias, la mudanza de tres poblaciones de


primera clase, de larga tradición y de inigualable posición estratégica, para establecerlas,
o tratar de ello, en los contornos de la ciudad de Santo Domingo, en donde –por más de
trescientos años– no han hecho otra cosa que vegetar dentro de una humilde condición de
poblaciones de último orden.
Puerto Plata, Bayajá y La Yaguana, eran los centros marítimos más importantes de la
Española después de la Capital; eran, sin disputa, las extremidades de la colonia, las antesalas
que con tanto cuidado como genio abrió el Comendador de Lares, el magnífico Nicolás de
Ovando, al centro del país. Ninguna otra ciudad fue fundada en la isla Española con mejor
ni más acertada visión colonizadora que estos tres núcleos de población tan ligera y crimi-
nalmente destruidos en 1605, a los cien años justos de haberse establecido, y tal vez cuando
más útilmente cumplían los fines con que surgieron de la mente de su ilustre fundador.
En contraposición con la labor destructiva de Ossorio en 1605, vamos a estudiar la vi-
dente labor constructiva de Ovando en 1505.
La ciudad de Puerto Plata fue fundada por el Comendador de Lares en 1505, después de
pedir anuencia al Rey, quien, acogiendo las miras del gobernador concedió el permiso en esta
forma: “A los que desys que será provechoso asy para los mys reynos como para los vezinos
desa ysla que el puerto de plata se siga e ally vayan navyos a descargar como van al de Santo
Domingo, pues a vos paresce ser provechoso, hágase de aquí adelante e hacedlo asy publicar
para que venga a noticias de todos, e hazed que se aderecen los caminos e cosas que para la con-
tratación del dicho puerto sean menester, pues los vezinos desa ysla los quieren aderecar”.128
Ovando advirtió con gran oportunidad la conveniencia que había en habilitar el puerto
de plata de Colón al arribo de buques y navíos procedentes de Europa. Con ello trató, por
supuesto, de suplir el abandono de la Ysabela y de recuperar, para el desenvolvimiento de
la colonia, su litoral atlántico, permitido en mal hora, según un joven pensador dominicano,
como sede y eje de la colonización de la isla.129
En los mismos tiempos de la despoblación, se recomendaban con insistencia las condi-
ciones del Puerto de Plata y se le miraba como punto de primera necesidad para el contacto
de la colonia con el extranjero, sobre todo con la Metrópoli.130
Con la misma inspiración colonizadora, fundó el Comendador a Puerto Real o Bayajá en
1504 junto al magnífico puerto que lleva el nombre de Fort Liberté, en la vecina República de
Haití. Esta población señoreó la región de Bayajá, que se extendía por las que hoy son llanuras
de Dajabón, en la República Dominicana, y de Cap Haitien en la de Haití. La importancia de esta
población durante los cien años de su ascendencia española, y más tarde, mientras estuvo bajo la
colonización de Francia, fue extraordinaria; sobre todo a través de la dominación francesa.131
En el mismo año y bajo el mismo impulso que llevara su planta a Puerto Plata y a Bayajá,
llegó frey Nicolás de Ovando a las semiáridas regiones de La Yaguana para fundar a Santa María
de la Vera Paz, en las inmediaciones del amplio y cómodo puerto que es hoy el de Leogane, en
la República de Haití.

128
Colección de documentos inéditos, tomo V, p.110, 1899. (citado por Utrera, en Santo Domingo, dilucidaciones, ob.
cit. tomo I, p.382).
129
Guido Despradel Batista, Las raíces de nuestro... espíritu, folleto, 1936.
130
Protesta del Cabildo de Santo Domingo, ya citada. Sobre la significación y la historia del poblado mismo de Puerto
Plata, véase el capítulo intitulado Puerto Plata, de la obra de Utrera Santo Domingo, dilucidaciones, tomo I, pp.382-386.
131
Moreau de Saint Méry, Description topographique, phisique, civil, politique et historique de la partie française de 1’isle
Saint Domingue, etc., tomo II, p.443 y siguientes. A Philadelphie, 1798.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A pesar de su sonoro nombre español, la población no prosperó sino con el de La Yaguana,


que era el que daban los indígenas a toda la porción del reino de Jaragua que se denomina
en Haití la plaine de Cul-de-Sac. Más tarde los colonos franceses convirtieron al Yaguana
de los indios en el Leogane de ahora.132
Debe notarse la circunstancia de que con la fundación de estas tres poblaciones y la de
Santa María del Puerto, hoy Port-au-Prince, Ovando habilitó y adscribió a su sistema de
colonización las entradas más importantes del litoral atlántico de la isla.
Con la erección de estas cuatro villas; la de Salvatierra de la Sabana (hoy Los Cayos), la de
Villanueva de Jáquimo, (hoy Jacmel), la de Lares de Guaba (hoy Hinche), según unos, Gros
Morne, según otros, la de San Juan de la Maguana y la de Azua de Compostela, completó
y afianzó el Comendador de Lares la conquista del reino de Jaragua, en la cual hizo, como
sabemos, derroche de ferocidad. Toda esta labor estuvo terminada en 1505.133
A la primera ojeada se observa que el levantamiento simultáneo de todos estos centros
de vida urbana española estuvo presidido por un plan orgánico de colonización que cons-
tituye, sin disputa, un legítimo timbre de gloria para el sombrío don Nicolás de Ovando y
sus colaboradores inmediatos, Diego Velázquez y Rodrigo Mexia.
Ovando trató por todos los medios de terminar la conquista de la isla y no tan sólo de eso,
puesto que sabía que con ello no realizaba obra definitiva, sino que trató también, mediante
la ejecución de un plan adecuado, de afincar en la integral extensión de la isla conquistada
el espíritu de la colonización española.
¡Cómo y cuándo iba él a pensar que cien años más tarde uno de sus sucesores en el
gobierno de la colonia se encargaría de destruir –a sangre y cuchillo, según fue creada– la
vidente obra del 1505!
Nosotros no podemos conformarnos con la explicación providencialista que quiso dar a
esta coincidencia don Emiliano Tejera.134 No podemos mirar en esta divergencia de progra-
mas sino los efectos de la decadencia que en el lapso transcurrido entre Ovando y Ossorio,
sufrió, en todas sus manifestaciones, el genio español. Ovando trasudaba en la Colonia el
impulso creador, el espíritu de aventura que distingue a la España de Femando el Católico;
Ovando es precursor de la España gigantesca de Carlos V. En cambio Ossorio vivía el espíritu
caedizo y vacilante de la España agotada de Felipe III.135
Sólo así puede explicarse el inconcebible fenómeno económico y social de que, para reprimir
efectos más o menos accidentales, situaciones de orden e importancia puramente secundarios,
como eran los que se derivaban del comercio intérlope, se recurriera al desdichado expediente
de destruir la base misma, el fundamento de la colonización mantenida durante cien años: se
destruyeron literalmente la riqueza y la población de muchísimo más de medio país; quedando,
como es natural, en el otro medio, sólo un débil reflejo de lo que el conjunto hubiera llegado a ser
por la vía de un desarrollo normal. Esta formidable amputación en edad tan temprana produci-
ría, necesariamente, serias consecuencias en la salud y en el desenvolvimiento del país. La vida
colectiva dominicana sería, de ahí en adelante y hasta cierto punto, un caso de patología social.
Según veremos luego, la destrucción y despoblación ordenadas por la real cédula de Valladolid
se extendió a otras poblaciones y regiones que no fueron las que taxativamente señaló el regio

132
Moreau de Saint Méry, ob. cit., tomo II, p.443.
133
Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias, tomo II, p.169. Edición Aguilar, Madrid, 1927.
134
Documentos Antiguos, La Cuna de América, tercera época, año III, n.o 20, nov. 30 de 1913. Nota.
135
Marañón, ob. cit., cap. XV.

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documento. En conjunto, la devastación realizada por Ossorio se generalizó por toda la extensión
que a su vez abarcó y comprendió el plan de colonización ejecutado por frey Nicolás de Ovando en
1505. Esa extensión corresponde, en una gran parte, al actual territorio de la República de Haití.
Todas las fuerzas económicas, agrícolas, sociales, políticas y espirituales esparcidas en
la vastedad de aquellos contornos se quiso reunir y concentrar en dos poblaciones que por
ninguna razón podían suplir ni reasumir los destinos de los pueblos destruidos ni representar
el papel geográfico e histórico de las regiones devastadas.
Por supuesto, que como era de todo punto imposible mudar pueblos enteros, trasplantar
regiones agrícolas, trasmutar tradición con cien años de hondura, sentimientos familiares,
afectos locales, intereses creados en todos los órdenes de la acción humana, fue necesario
destruir todo aquello, quemar, arrasar, asesinar, para cumplir el simulacro de una reducción
a todas luces quimérica e imposible.
Una vez más sacaron los españoles verdadera la desoladora afirmación de Montesquieu:
“Por conservar la posesión de América hizo España lo que no hace el despotismo: destruir
a los habitantes”.136
136
Del Espíritu de las Leyes, traduc. de D. Nicolás Estévanez, Garnier, París, sin fecha.
Prima en nuestro ánimo dar a este ensayo un carácter puramente objetivo y no avanzar un solo dato o una sola
afirmación que no estén ampliamente respaldados por alguna prueba documental. Para percatarse del espíritu de
los procedimientos empleados por Ossorio en la ejecución de la orden de despoblación, nos remitimos a los procesos
verbales levantados por él mismo, según los publicó don Emiliano Tejera durante los años 1913 y 1914 en esta ciudad
y a los siguientes párrafos copiados en el Archivo de Indias por don Américo Lugo y conservados en el Archivo Ge-
neral de la Nación, Colección Lugo, libreta n.o 44, publicados en el Boletín del Archivo General de la Nación, no. 36-37,
pp.357 y ss.
Item que deviendo conforme a la dha rreal cedula hacer la reducion con gran suavidad no la a tenido en ninguna
cosa sino es crueldad y rigor nunca visto pues dentro de veynte y quatro oras como yba llegando a cada uno de los
dhos Pueblos mando a los vecinos de ellos desembaracasen sus casas y no pudiendo hacerlo en tan breve termino ni
poner en cobro sus alajas y haciendas ni aver ninguna parte donde guardarlas a el punto que apenas pasaron las dhas
veynte y quatro oras mando poner fuego y quemo todas las casas lo que en ellas avia y a los tristes y aflijidos vecinos
sin reparo para sol y aguas sin darles lugar a que se proveyesen de vastimentos con gran falta y necesidad dellos y de
rrequas y cavallos les obligo por alguaciles y ministros a ponerse en camino para los dhos nuevos Pueblos padeciendo
muy grandes trabajos, pérdidas y enfermedades que todos los mas se escusaran si el dho Preste no apresurara tanto
la dha reducion...
Item la dha aceleración y priesa con que procedió a la dha despoblación y a sacar ganados... sin darle lugar a sacar las
haziendas fue causa que muchos se quemaran que las mesmas casas e yglesias parroquiales, conventos y ospitales aquien
mando poner fuego y que se perdiesen tan gruesas haziendas y más de treynta y cinco capellanías impuestos en ellas...
Item despobló inconsideradamente el Pueblo de San Juan de la Maguana y sus hatos y los de Azua que están en
los términos de Neyva y los de Santiago de los Cavalleros que por todos eran mas de ciento y beynte hatos de ganado
bacuno de adonde se traya a pesar a las carnicerias desta ciudad y la tenían muy bastecida y sin ninguna necesidad
de carne y estando apartados de los puertos de la mar a quince o veynte leguas, y siendo mas fácil evitar los mercados
que en ellos se hiciesen que no en los hatos que quedaron en Azua una, dos tres o quatro leguas de la mar y los desta
ciudad y Pueblos nuevos y los de las villas del Zeibo Cotuy y La Vega que están de la mar a cinco, seis y hasta diez
leguas y donde se a rrescatado y puede rescatarse más fácilmente que en los hatos de Neyba, San Juan y Santiago...
(con aver despoblado dhos hatos) acabo de rrematar la miseria desta ciudad, y la necesidad y hambre que padece que
para encubrirlo a obligado a los dueños de las monterías diesen carne salada la mitad del año que por ser de toros
muy grandes y de vacas viejas a ávido muchas enfermedades y muertos que sean tenido por pestlencia la deste año
particularmente la de eclavos a cuya satisfaccion esta obligado el dho Presste...
Item que esta ciudad se a ido consumiendo que no pasan de trescientos (al margen de otra letra dice: “más de 600”.
Nota de Lugo) vecinos los que tiene y algunas casas yermas y otras arruynadas que no hay quien las rrepare y muchos
sitios vacíos donde se pudieran edificar casas para su conservación y aumento esta ciud. y a los dhos vecinos despoblados
les apremiara el dho Presste o permitiera a hacer vecindad en el pueblo como lo pretendían y en tal caso que este puerto
tubiera mayor defensa. Y estando a los ojos del dho Presste y audiencia los dhos vecinos ninguno se atreviera a reyncidir a
los dhos rresgates y a el que “dellos hacia ausencia y se les diera licencia con limitación. Y assí el dho Presste en esta consi-
deración hecho bando de que pudiese hacer vecindad en esta ciudad el que pareciere y bisto que todos los mas lo deseavan
y compravan casas y tratavan de hacerlas revocó el dho bando y hecho otro de que todos se fuesen a vivir ala dha nueva
Población, y en la ejecución dello hizo prisiones y muy grandes molestias sin consentir que los enfermos se curasen de sus
enfermedades ni los que tenían necesidad de rrepararse se detubiesen... de que an resultado tantas muertes y trabajos...
“Item a sido tanto el rigor del dho Presste, en la ejecución de las dhas despoblaciones y su aceleración y casti-
go por esto y otras causas y algunas muy leves que a horcado por sí y por sus ministros a lo que es público mas de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Por el tenor de los documentos comentados, se ve que el Rey en su mesurada providencia


ordenó la destrucción de tres poblaciones litorales y que Ossorio, por su cuenta arrasó seis
pueblos y otras extensas regiones rurales, las cuales retornaron, con la muerte de las fuerzas
allí afincadas, a la condición de cosa en abandono: res derelicta.
Este suceso tan señalado en la historia y en la sociología de la isla no ha sido estudiado
aún con el detenimiento y la acuciosidad que su misma significación reclama.

VI
En la primera de sus inolvidables conferencias de Acción Cultural, don Américo Lugo
avanzó este interesante dato rectificativo: “Ambos historiadores (Del Monte y Tejada y
García) dicen que los habitantes de Santo Domingo no se atrevieron a suplicar de la orden
de destrucción de los pueblos de la banda del Norte y que no pensaron en resistir a la injus-
ticia que se cometía. Esto no es cierto. La protesta hecha por el Cabildo y Regimiento de la
ciudad de Santo Domingo contra la real orden de destrucción, es una protesta admirable y
viril. Y hubo también sublevación, la sublevación de Guaba, acaudillada por Hernando de
Montero, la cual obligó al Presidente Ossorio a trasladarse al valle de Guaba para perseguir
hasta el puerto de Guanayves a los sublevados, los cuales se juntaron con los piratas de los
navíos extranjeros y combatieron al Presidente con mucha artillería y mosquetería. Hubo,
pues, protesta y sublevación, y esa protesta y esa sublevación son dominicanas”.137
El 26 de agosto de 1604, “estando en cavildo estraordinario la justicia y regimiento”
de la ciudad de Santo Domingo acordó, entre otras cosas, que se informase al Rey de los
“combinientes y inconbinientes que ay de mudar de los pueblos de la tierra Dentro de donde
están y los medios que puede aber mas aproposito para ebitar los rresgates y que de todo
esto se llebe un trasunto al señor presidente con una petición para que lo bea en nombre de
su Magd. y haga lo que más conbenga a su rreal serbicio”.
Para dar cumplimiento a esta disposición, fueron designados comisarios el Alcalde don
Francisco Pimentel y el Regidor don Baltasar de Sepúlveda, según consta en la certificación
que el 28 de agosto de 1604 expidió el Escribano Baltasar de Rivera de los acuerdos toma-
dos dos días antes en el Cabildo extraordinario a que nos venimos refiriendo.138 El Alcalde

setenta y tantos y algunos sin confesión ni sustanciar la causa, y otros sacándoles de las yglesias contra la excesión y
nulidades dellas y sin admitilles defensa ni otorgalles relación y con esto ha dejado muy gran lástima y sentimiento
en toda la isla y la gente della tan atemoricada que no savian agujero a donde meterse, como parecera de los procesos
que V.S. deve mandar se exciban...
Véase también, Documentos Antiguos, La Cuna de América, tercera época, año III, especialmente los procesos
verbales relativos a la devastación de Neiba.
137
Bahoruco Año II, n.o 100, Santo Domingo, julio 9, 1932.
138
En la Ciudad de Santo Domingo de la Isla Española en veynte y seis de agosto de mil y seiscientos y cuatro
años estando en cabildo estraordinario la justicia y regimto. de ella otras cosas que trataron y acordaron estando en
el dho. cavildo está la siguiente:
Pasese por la mayor parte rregulados los botos del cavildo pasado y deste que se ynforme al rrey y nro. señor de
los conbinientes y incobinientes que ay de mudar de los pueblos de la tierra dentro de donde están y los medios que
pueden aber más aproposito para ebitar los rresgates y que de todo esto se llebe un trasunto al señor presidente con
una petición para que lo bea en nombre de su Magd. y haga lo que más conbenga a su rreal serbicio y nombrase por
comisarrios al allde don Franco. Pemintel y a Baltasar de Sepúlveda a los cuales se les da poder y comisión en fforma
según consta y parece todo lo que digo es del libro original del cavdo. en que se escriven los acuerdos del que queda
en mi poder a que me rrefiero y de pedimto. de los dhos. comisarios y por mandato del cavildo justia. y rregimto. di
el preste, que es ffecho en veynte y ocho de agosto de mil y seyscientos y quatro años.
P. Baltasar de Rribera
So. de cavildo”.
Archivo General de la Nación. Colección Lugo. Libreta n.o 44. El memorial y los documentos con él relacionados
están publicados en el Boletín del Archivo General de la Nación n.o 36-37, pp.340 y ss.

590
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Pimentel y el Regidor Sepúlveda llenaron dignamente su cometido al notificar al Presidente


Ossorio, a nombre del Cabildo de Santo Domingo y con destino al Rey, un extenso docu-
mentado y valiente Memorial de protesta contra la proyectada medida de la reducción de las
poblaciones del norte y de reparos a los medios de que quería hacer uso el Presidente para
dar cumplimiento a la absurda orden del 6 de agosto de 1603.
El documento contiene un acucioso estudio de la situación, prevé con exactitud las conse-
cuencias y los efectos desastrosos que traería la realización de la orden y suministra, con gran-
dísima discreción, medios más suaves y más adecuados para terminar el mal de los Rescates.
El Presidente Ossorio recibió el Memorial y se dignó replicarlo para que el Monarca y
su Consejo tuvieran oportunidad en contrastar las razones del Cabildo y las de él en contra
y en favor de la orden de despoblación.
De más está encarecer la importancia de la protesta del Cabildo de la ciudad de Santo
Domingo y su significado en el intenso movimiento de reacción que en todos los ámbitos de la
Colonia produjo la orden de reducir las poblaciones del norte. El Memorial de protesta sometido
por la ciudad de Santo Domingo resumió el fermento de disgusto que se levantó en el país contra
el Gobernador Ossorio y la tiranía insólita que sostuvo este gobernante en la Española.
Después de las razones indestructibles que dio el Cabildo de la ciudad capital contra la
despoblación, no era posible hacer nada nuevo dentro del palenque ideológico en que, hasta
entonces, se había movido la protesta. Si las documentadas consideraciones de los regidores
no bastaron para convencer al Presidente de que debía, por lo menos, posponer sus pro-
pósitos hasta que el Rey, consultado nuevamente sobre el asunto, volviera a dar parecer al
respecto de las despoblaciones, no era posible esperar que, por los caminos de la persuasión,
el Presidente reconsiderara sus proyectos o se retractara de sus intenciones.
La levantada actitud del Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad de Santo Domingo
llevó a su mejor grado de expresión la protesta civilista contra la absurda providencia que
se trataba de consumar. Hasta aquí se mantuvieron en agitado movimiento más o menos
platónico el disgusto y el dolor que en toda la isla produjo el mandato real de destruir media
colonia; pero en lo adelante, a medida que Ossorio convertía en realidad sus proyectos, la
fuerza trató de oponerse a la fuerza: la revolución armada, el alzamiento repetido de los
damnificados mantendría la colonia en zozobra por espacio de casi dos años.
La palabra paternal del Arzobispo Dávila y Padilla, el retraimiento de la Real
Audiencia, los consejos y advertencias del Oidor Manso de Contreras, la protesta oficial y
solemne del Cabildo de Santo Domingo fueron creando, gradualmente, el ambiente de una
acción posterior que no por inútil fue menos heroica: ¡el esfuerzo, último y desesperado de
todo un país para evitar la ruina total, el desmembramiento que se presentía ya cercano e
irremediable!
Los hombres que concibieron y redactaron el Memorial de protesta del Cabildo de Santo
Domingo vieron con grandísima claridad y muy a fondo las consecuencias del desafuero
de Ossorio; no se les escapó un detalle ni perdieron de vista uno solo de los ángulos del
desastre. Bien podría decirse que su penetración fue profética: trescientos años de historia
han confirmado sus vaticinios con grandísima precisión. Comprobemos un solo pasaje del
Memorial: “lo otro que quedando los pueblos marítimos despoblados y siendo como son
de tan buenos puertos y disposición los ocuparan los enemigos para tratar de sus resgates
con más seguridad y comodidad que lo hazen estándose siempre en la mar y allí sin algún
trabajo o riesgo tomaran los navíos que pasaren o arribaren de españoles a los dhos puertos

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

especialmente al de Pto. Plata como se ve cada día y al de la Yaguana, pues ninguno quedaba
por aquella vanda del norte donde los dhos navios nros puedan llegar o de proposito o por
caso fortuito a remediarse para seguir su viaje sin que ayan de dar forcosamente en manos
de los enemigos o perderse”.
Apenas veinticinco años después de los desmanes de los años 1605 y 1606 comenzaron
a cumplirse las previsiones de Pimentel y Sepúlveda con la ocupación de La Tortuga y con
su acondicionamiento para fines ulteriores que irían realizándose, lentamente, contra los
destinos históricos integrales del pueblo dominicano.
Puede tenerse, sin embargo, por una verdad bien establecida que el pueblo dominicano
de 1605 y 1606 no fue indiferente a la mutilación de sus destinos, sino que por el contrario,
tanto por los medios del civismo como por los medios de las armas se manifestó contra los
enemigos de su grandeza, apercibiéndose sin dilaciones del significado que en el porvenir
tendría el éxito de los planes del Presidente Ossorio.
Quien lea con algún cuidado el Memorial de protesta del Cabildo de Santo Domingo contra la
Real Orden de Valladolid encontrará en sus párrafos los impulsos y el calor de una verdadera
conciencia dominicana, despierta y vigilante, ante lo que iba a ser una calamidad nacional,
propia, independiente de los vínculos que pudieran ligar a la colonia con la Metrópoli. Las
razones fundamentales contenidas en el documento municipal sólo miran los intereses criollos,
la economía criolla y el espíritu criollo. Por primera vez, a instigación del propio gobierno
español, surgen las conveniencias y las necesidades de los regnícolas para cristalizarse en una
acción puramente criolla contra el gobierno metropolitano y su representante en la isla. La
protesta del Cabildo de Santo Domingo reveló que durante los cien años transcurridos entre
Ovando y Ossorio había germinado en la isla la unidad de intereses, de sentimientos y de
ideas necesarias a toda conformación social autónoma. Esa unidad había cobrado su mejor
caracterización alrededor del comercio intérlope, del tráfico de contrabando, que era, sin duda,
la resultante de las necesidades y de las conveniencias de la población criolla contrapuestas
a los sistemas de colonización y a las conveniencias políticas de España.
Nótese que la misma providencia real del 1603 reconoce que no había sido posible ter-
minar hasta entonces con el comercio de contrabando no obstante los prolongados esfuer-
zos que con ese objeto se habían realizado. Sólo un remedio hubiera sido verdaderamente
eficaz contra el mal de los rescates, lo apuntó el Arzobispo Dávila: “la creación de uno o
dos puertos libres en los litorales del norte”; pero antes de aplicar este remedio que hubiera
sido el único capaz de avenirse con la realidad económica y social existente ya en la colonia,
España prefirió destruir la cosa: destruir los habitantes, como observa Montesquieu, destruir
la riqueza, la economía y el espíritu que ella misma había creado…
Los fermentos que entonces segregó la conciencia dominicana no serían solamente de
carácter civilista. Cuando los intereses y la economía imponen actitudes a los pueblos, éstas
se manifiestan hasta los extremos aunque se trate de sociedades incipientes, como era la que
entonces se emplazaba en la Española.
El movimiento contra las órdenes de destrucción se prolongaría hasta la alianza de los
extranjeros herejes y los isleños descontentos y tiranizados. Los pobladores de las bandas
del norte y del noroeste se levantaron en armas contra el gobierno de Ossorio y contra la
autoridad metropolitana. En el levantamiento, puramente dominicano, se usaron armas
y recursos suministrados por los franceses y holandeses que frecuentaban los puertos del
noroeste. Esta circunstancia muy significativa porque ella nos muestra y enseña hasta dónde

592
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

había comenzado ya a definirse y precisarse en la colonia un espíritu social y económico


independiente.139
Con estos informes comprenderemos también los caracteres de ferocidad y estolidez
que llegó a cobrar el movimiento represivo desarrollado por el Presidente Ossorio contra el
disgusto que promovió la orden de despoblación y de qué manera influyó ese movimiento
para destruir y aniquilar la simiente de una futura nacionalidad dominicana.
En el tomo primero de su obra Santo Domingo, dilucidaciones históricas Fray Cipriano de
Utrera apunta tres rebeliones promovidas sucesivamente por la orden de reducción y despo-
blación. Estas rebeliones las caracteriza el mismo historiador citado con las denominaciones
siguientes: rebelión de blancos, rebelión de mulatos y rebelión de negros y grifos.140 Estas
últimas fueron las más sangrientas y las más extendidas. Con estas simples denominaciones,
consagra, además, el Padre Utrera, el hecho indiscutido de que la protesta armada contra las
disposiciones de Valladolid fue tan general, tan uniforme y tan unánime como la protesta
cívica que condensó y resumió el notable documento sometido al monarca por el Cabildo,
Justicia y Regimiento de la ciudad de Santo Domingo.
En realidad no se trató de tres movimientos aislados e inconexos, como trata de reseñar
el ilustre historiador, todo eso obedecía a un mismo impulso, a una misma razón social, a
una misma necesidad económica. Lo cierto es que se estuvo en presencia de un verdadero
movimiento revolucionario que determinaron causas puramente criollas, intereses exclusi-
vamente dominicanos.
Desde el advenimiento de Ossorio al gobierno de la isla ésta se mantuvo dentro de un agi-
tado periodo de confusión y de inquietud que terminó a fines de 1606, cuando ya el gobernante
inhábil había silenciado con la muerte, la voz de la protesta y de la inconformidad. Cuando
Ossorio inició su gobierno en 1601, encontró un país relativamente próspero, repuesto, hasta
cierto punto, de los golpes del Drake y otros aventureros; un país homogéneo en su formación
social, completo en su extensión geográfica, destinado a una evolución total de sus elementos
característicos y constitutivos. Empero, cuando en 1608, acusado y odiado, abandonó el Pre-
sidente las riendas del gobierno, entregó un país sin alientos, transformado en su estructura,
reducido a la miseria más espantosa y en perfecta aptitud de comenzar a recibir la lenta pero
segura penetración de fuerzas sociales extrañas a sus esencias y más fuertes que estas.
Ossorio abatió la protesta del país contra sus planes de gobierno, pero para hacerlo tuvo
que destruir el país mismo, o por hablar con más propiedad, tuvo que destruir lo que, sin
su intervención, hubiera podido ser el país. Es pueril querer asignarle a la historia un curso
desemejante del que ella misma se ha impuesto, pero nada nos impide buscar la causa de sucesos y
acontecimientos que han influido directamente en la transmutación de la sociología de un pueblo:
sin Ossorio es muy probable que nosotros fuéramos hoy un país de naturaleza muy distinta, ya
que, cuando menos, seríamos dueños de la totalidad de la isla y nuestra población sería de tipo
muy superior al actual. Con sólo esos dos factores positivos en su favor, la nacionalidad, un tanto
confusa e inexpresiva, que hoy se mantiene sobre algo más de la mitad de la isla, habría seguido
en su desarrollo, indefectiblemente, una trayectoria menos accidentada, más firme y segura y
no tan vinculada a ese sentimiento de provisionalidad y de inestabilidad que con tanto acierto
y penetración señala Despradel Batista con base común del espíritu colectivo dominicano.141

139
Consúltese Lucas Ayarragaray. La Iglesia en América y la dominación española, p.144. Nota. Buenos Aires, 1935.
140
Ob. cit., pp.227-30.
141
Ibídem.

593
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A fines de 1605 habían sido despobladas y destruidas las ciudades de Bayajá y Monte
Cristi y las Villas de Puerto Plata y La Yaguana con todas sus habitaciones y plantaciones
aledañas. En el curso del año 1606 lo fueron la villa de San Juan de la Maguana y los hatos
de Neiba, Santiago y Azua, para esa época estaba tirada la famosa guardarraya de que
hablaremos luego y terminado el censo con que quiso el Presidente Ossorio sellar su san-
grienta obra de destrucción.142 Sin embargo, para llegar a terminar y completar su obra, el
Gobernador tuvo que luchar por espacio de dos años consecutivos contra las armas de una
insurrección formidable, orgullo cierto del pueblo dominicano.

VII
Antes de someterse al cumplimiento de las órdenes que los traían a formar las nuevas po-
blaciones aledañas a la Capital, una gran parte de los habitantes de La Yaguana prefirió emigrar
a Cuba y establecerse en la población de Bayamo. Esa actitud la tomaron los yaguaneses “en
desobediencia de las dichas órdenes de su majestad, y sin su licencia, ni otra orden alguna” y,
por supuesto, a trueque de que se les aplicaran “las penas de muerte y perdymiento de bienes”
que aparejaba el desacatar las órdenes del Gobernador y Presidente. Los emigrados eran más
de sesenta, “con sus casas y familias, esclavos y demás haziendas que tenían”, y, a juzgar por
los nombres de algunos de ellos que corren insertos en los documentos publicados por Tejera,
parece que era población principal y selecta la que se pasó a Cuba.143 En este movimiento es
necesario fijar el comienzo de la funesta corriente de emigración que caracteriza nuestra historia
colonial y que tan estrechamente ha influido en la formación del pueblo dominicano.
El movimiento de los yaguaneses no tuvo, sin embargo, ninguna consecuencia estable por-
que hasta su refugio los siguió la saña de Ossorio, empeñado en no permitir que los fugitivos
contravinieran tan visiblemente sus designios y sus órdenes. De seguro que si estos emigrantes
hubieran podido permanecer en Bayamo algún tiempo, el suficiente para que Ossorio desapare-
ciera del gobierno, les hubiera sido fácil restituirse, algunos años después, a sus antiguos sitios
y revivir la importante y muy estratégica población de La Yaguana. Pero el Presidente no se
desviaba fácilmente de su empeño. El doce de noviembre de 1605 dio comisión al Licenciado
Manso de Contreras para conocer de los “delitos que en esto cometieron los sobredichos como
de los que habían cometido en quebrantamiento de las leyes fechas por su magestad en razón
de rescates, después del perdón general que se concedió en esta ysla Española”.
Esta comisión impuso al Oidor Manso de Contreras el deber de trasladarse a Bayamo y
cumplir allí el encargo de “hacer las informaciones y averiguaciones en razón de lo sobredi-
cho, y prender los culpables y secuestrarles sus bienes, y tomarles sus confesiones, y hacerles
cargos, y recivir sus descargos; y a los ausentes, secuestrados sus vienes, llamarlos por editos
y pregones y en efecto fulminar las causas y sentenciarlas, y castigar a los culpables”.144
No debe olvidarse, para apreciar con exactitud estos acontecimientos, que Manso había
sido un opositor resuelto a que se cumplieran las órdenes de despoblación y que hizo cuanto
estuvo en sus manos para impedir la ejecución de las mismas.
Al confiar al Oidor encargo tan abiertamente contrario a sus opiniones, Ossorio no hizo
sino crear un nuevo conflicto a su enemigo y poner a prueba de nuevo su temple.

142
Documentos antiguos, La Cuna de América, tercera época, Año III. Véase especialmente el no. 20, del 30 de no-
viembre del 1913. La nota que en este número insertó don Emiliano Tejera es de todo punto interesante.
143
La Cuna de América, enero 18 de 1914, no. 26. tercera época, año III. Documentos antiguos.
144
Documentos antiguos, La Cuna de América, tercera época, año III, no. 25, 8 de enero de 1914.

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El Licenciado Manso de Contreras dio cuantos rodeos fueron necesarios e hizo todo cuanto
pudo para soslayar la draconiana comisión del Gobernador. Encargado para esta gestión el 11
o el 12 de noviembre de 1605, notificado de ella dos días después, todavía en octubre de 1606 el
Oidor no había llegado a los lugares en que se encontraban los emigrados de La Yaguana y donde
debía cumplir sus mandatos. Semejante actitud, fue duramente criticada por el Presidente, quien
amenazó a Manso con denunciar al Rey el poco celo con que diligenció el encargo confiádole.
Extremadamente interesantes son las comunicaciones que con este motivo se cruzaron entre
el Presidente y el Oidor.145 La verdad es que Manso de Contreras no dio un solo paso efectivo
en este asunto y que nada hizo por obtener la repatriación de los fugitivos, la que se negoció,
al fin, por intermedio de fray Francisco de Bonilla, Padre Guardián del Convento de Bayamo,
mucho más de un año después de habérsele notificado al señor Oidor la misión referida.
Ossorio obtuvo, al fin, que los yaguaneses regresaran a los lugares que les tenía señalados
en los contornos de la ciudad de Santo Domingo para refundar las poblaciones noroestanas.
La llamada rebelión de Guaba fue todavía un movimiento más hondo y más intenso. La
capitaneó Hernando Montero, mulato de valor y de arrojo bien reconocidos.
Para sofocar la revuelta se fue el Presidente a los lugares sublevados logrando, después de
mucha lucha y de repetidos encuentros con los rebeldes, apaciguar el movimiento, aprehender
al jefe y descuartizarlo, en ejecución de sentencia pronunciada por el mismo Presidente a fines
de 1605. Los otros insurrectos fueron perdonados con tal que “en todo el mes de octubre del
pasado año de mil seiscientos y cinco, y en el mes de noviembre luego siguiente, se obiesen
venido con sus casas y familias a la nueva población, a vibir de asiento...”.
El valle de Guaba comprendía toda la región que en la actualidad corresponde en Haití
al valle de Goave con Hinche como centro más importante de población.146
Después de ejecutar, parece que a principios de 1605, la orden primera del 6 de agosto de
1603, don Antonio Ossorio se dirigió al Rey para informarlo de sus actuaciones y solicitar nuevos
poderes con qué extender la despoblación y cubrir diligencias que no autorizó la primera pro-
videncia real, tales como las despoblaciones de San Juan de la Maguana, Neiba y Santiago.
El Monarca no sólo proveyó los nuevos poderes, sino que aceptó lo hecho y autorizó todo
cuanto el Gobernador tuviera por conveniente y oportuno, sin que ninguna otra autoridad,
incluso la Real Audiencia, pudiera “entrometerse en ninguna cosa de lo contenido en esta
mi cédula”. El documento se expidió en Valladolid el 21 de mayo de 1605.
Entre el texto de esta cédula y el de la primera existe una gran diferencia de sentido. En
la del 1603 apenas se decide a autorizar la despoblación, la del 1605 retira todo miramiento
y hace ilimitados los poderes del Presidente.147 ¡Para los días en que fue expedida esta Real
Cédula estaba ya muy lejos la voz del Arzobispo!
El 12 de octubre de 1606 había sido totalmente terminada la obra de devastación. Sus conse-
cuencias y resultados inmediatos se deducen con toda claridad de los siguientes documentos:
Como toda la población de esta ysla se contiene desde Santiago a esta ciudad. Demás de lo cual, yo
el dicho Gaspar de Azpichueta, escrivano, doy fee e verdadero testimonio que el mas apartado lugar
desta dicha ciudad es la ciudad de Santiago que, como está dicho, dista treinta leguas; y este lugar
hase guardarraya por aquella parte a esta dicha ciudad; todas sus haciendas y las de otros quatro
pueblos, que son los dos dellos nuevos, la ciudad de San Antonio de Monte Plata y la ciudad de San

145
Documentos antiguos, La Cuna de América, n.os 25, 26 y 27, enero de 1914, año III, tercera época.
146
S. Rouzier, Dictionaire geographique et administratif universel d’Haiti, tomo III, Port-au-Prince, 1927.
147
Morell de Santa Cruz, ob. cit., pp.185-6. Aquí figura el texto íntegro de la segunda orden.

595
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Juan Baptista de Bayaguana, y la ciudad de La Vega y Cotuí, están más llegados a esta dicha ciudad,
desde la dicha ciudad de Santiago a ella; y a la dicha villa de Azua, por la parte Sur, desta dicha ciu-
dad, y sus vecinos tienen sus haciendas y sus labranzas desde la dicha guardarraya a esta ciudad.
La distancia de leguas que ay desde Azua a La Yaguana y a Guana Hibes y Neiba dista (Azua)
de los puertos de La Yaguana cincuenta y seis leguas, y desde Guanaibes cincuenta leguas,
y de los de la costa de Neiba catorce, como comunmente se echa en esta isla la cuenta de las
leguas, conforme a lo qual doi fee que toda la población desta dicha ysla está entre las dichas,
ciudad de Santiago e villa de Azua, i esta dicha ciudad, ecepto otros tres pueblos pequeños,
que son boia, el Ceibo e Higüei están a los otros lados desta dicha ciudad. El más apartado dis-
ta veinte leguas, que es Higüei. Y para que de ello conste, de pedimento y mandamiento de su
señoría doi el presente, que es fecho en Santo Domingo, doce de octubre de mill y seiscientos
y seis años”.148

¡Qué enorme cantidad de energía debió desarrollar el Presidente Ossorio para reducir,
en dos años escasos, las proporciones de la Colonia a los límites de Azua y Santiago. En
veinte meses se destruyó lo que se había construido en no menos de cien años. Sólo un
hombre y una época como aquellos pudieron concebir tan absurda empresa y ejecutarla
con éxito tan rotundo.
El mismo Presidente dispuso que, para informar al Rey y a su Real Consejo de Indias,
se hiciera un recuento pormenorizado de la población y de los bienes (raíces y semovientes)
que quedaron en la isla después de terminada la despoblación. Al efecto, el escribano Gaspar
de Azpichueta instrumentó el 2 de octubre de 1606 un extenso documento intitulado de esta
manera: Testimonio de quantos lugares ai en esta isla; quantos vezinos; quantos esclavos; quantos
ingenios; quantos hatos; quantas estancias de gengible; quantas de comida, y quantos puertos en esta
costa desde azua a Higüey.149 La diligencia contiene nada menos que el censo y el catastro de
la Española inmediatamente después de haber sido arrasada.
Afirma don Emiliano Tejera que en esta ocasión el monstruo del exclusivismo y del
proteccionismo destruyó “como la mitad, por lo menos, de los bienes de los habitantes de la
Española, i también no pocas vidas”.150 El documento citado no deja mentir al ilustre histo-
riador dominicano: en toda la extensión del recuento no se menciona ni a una sola persona
ni se cita una sola habitación que se tengan por radicadas en la inmensa región de la isla que
sobrepasa las poblaciones de Azua y Santiago. Es de presumir, en efecto, que en aquellas
extensiones se destruyera una cantidad de fincas por lo menos igual a la que se contiene en
el catastro de 1606. Este es el cálculo de Tejera.
El Presidente tuvo el cuidado de dejar constancia auténtica de las proporciones de su
inusitada obra administrativa. Los dos documentos transcritos arriba fijaron contornos
geográficos a esa obra; el catastro que con tanto cuidado copió Lugo y publicó Tejera, dio
precisión económica, demográfica y social al ideal administrativo de don Antonio Ossorio.
Para el obstinado gobernante, la concentración de las fuerzas coloniales llegó a ser, más que
un programa de gobierno, la obsesión de un desequilibrado.
En 1606, según lo comprueba la propia diligencia gubernativa aludida, la Española quedó
oficial y efectivamente reducida a algo menos de la mitad de su expresión originaria. Sobre
esa mitad iba a nacer y desarrollarse la nacionalidad dominicana fatalmente compelida,
desde sus inicios, hacia la angustia de problemas insolubles.
148
Documentos antiguos, La Cuna de América, tercera época, año III, n.o 39, del 22 de abril de 1914.
149
Documentos antiguos, La Cuna de América, n.o 2, Sto. Dgo., enero 31 de 1914, año III, tercera época.
150
Documentos antiguos, La Cuna de América, n.o 20, noviembre 30 de 1913, año III, tercera época.

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Para los fines del año citado, la más espantosa miseria reinaba en la isla, y todo pre-
sagiaba el próximo fin de la colonia por abandono de la Metrópoli. En la Capital apenas
había unos trescientos vecinos, casi todas las casas se hallaban yermas y otras completa-
mente arruinadas. El hambre se enseñoreó de tal manera que al mismo Presidente le fue
necesario disponer que los dueños de monterías distribuyeran carne salada durante la
mitad del año. Como esta carne era casi siempre de toros muy grandes y de vacas viejas
producía muchas enfermedades, especialmente la peste, que, de 1607 a 1608, causó grandes
estragos entre los esclavos.151 ¡Si en estas condiciones se vivía en la Capital, qué no sería
de las poblaciones de segundo orden! La situación era verdaderamente angustiosa. Al
desaparecer la gran fuente de producción que destruyó el Presidente, la colonia perdió,
de cuajo, el más importante puntal de su economía y de su vida: el comercio libre, única
posibilidad de balance entre lo que se vendía y lo que se producía. La destrucción siste-
mática y organizada de la riqueza colonial –el ganado y la agricultura– debía producir,
fatalmente, el languidecimiento profundo de la población, la miseria, y, en consecuencia, el
destronque de la futura nacionalidad. Si el recuento de 1606 se hubiera realizado sobre la
totalidad de la colonia y no dentro de las arbitrarias guardarrayas fijadas por el Presidente,
los resultados de la operación habrían sido sorprendentes. El ánimo se levanta sólo de
pensar que en la lista de Azpichueta pudieran leerse los nombres de los hatos, estancias,
lugares, puertos y habitantes que arrasó, demolió, incendió y asesinó Ossorio en más de
la mitad de la isla y que toda esa numerosa fuente de riqueza hubiera podido cumplir su
misión social y política en el desenvolvimiento normal de la colonia.
No es aventurado afirmar que la Española no se repuso nunca del golpe de 1606. La acción
de Ossorio, por sus consecuencias ulteriores, produjo un fenómeno de influencia decisiva sobre
nuestra nacionalidad y único en América: desde entonces la colonia se vio despojada de la
élite de su población y obligada a vivir del sedimento, de las clases más humildes, de aquella
porción de sus habitantes que no podía, por su condición social, emigrar en un momento dado
y abandonar las contingencias y peligros de la vida colonial.152
En reciente y magistral trabajo, el doctor Pedro Henríquez Ureña dedica cuidadosa
atención al estudio de la emigración como fenómeno social dominicano “desde 1795 –es-
cribe el eminente polígrafo– cuando en el Tratado de Basilea Carlos IV cede a Francia la
parte española de la Isla de Santo Domingo, –“acto odioso e impolítico”, lo llama Menéndez
Pelayo, en que los ciudadanos españoles fueron “vendidos y traspasados como un hato de
bestias”–, las familias pudientes comienzan a emigrar. Pocos años después, la insurrección de
los haitianos, y sus sangrientas incursiones en la antigua porción española que consideraban
151
Archivo General de la Nación, Colección Lugo, libreta no. 44, documento publicado en el Boletín del Archivo
General de la Nación no. 36-37.
152
Antonio Sánchez y Valverde, en su obra Idea del valor de la Isla Española y utilidades que de ella puede sacar su monar-
quía, Madrid, 1785, pp.89 y 90, dice lo siguiente: “Después de demolidas aquellas plazas, que fue el año de 606, a cuya
ruina había procedido el abandono de otras villas y lugares, así marítimas como mediterráneas, no fueron ni podían ser
tan frecuentes y numerosas las transmigraciones de los colonos a otros establecimientos de las islas o del Continente,
pero insensiblemente iban saliendo de la Española, o las familias enteras, o los sujetos que se hallaban todavía con algún
caudal antes de consumirle poco a poco, sin esperanza de adelantarle; o aquellas personas que naciendo con espíritu
para conocer la triste situación en que se hallaban translucían vislumbres probables de hacer fortuna fuera de ella,
poniéndose en paraje en que pudiesen servirse de sus talentos. Los mismos transmigrantes convidaban y provocaban
a otros; de suerte que apenas se quedaban en la Española los que por su mucha miseria hallaban imposibilitados de
huirla; a los que por sus estrechos vínculos y obligaciones no podían desampararla. De las más distinguidas familias que
se habían establecido y arraigado apenas quedaban rastros. Las casas se arruinaban cerradas. Las posesiones de la tierra
quedaron tan desiertas que llegó a perderse la memoria de sus propietarios en muchísimas y en otras la demarcación
de sus límites, cuya confusión ha causado procesos muy intrincados en nuestros tiempos”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

hostil, aceleran la emigración hacia Cuba y Puerto Rico, Venezuela y Colombia”.153 Hemos
visto ya que la primera emigración en masa de la Española se produjo en 1605, cuando se-
senta o setenta familias yaguanesas se pasaron a Bayamo en rebeldía contra las órdenes de
despoblación. Aunque fueron reintegradas violentamente al país no pudieron aclimatarse
en las nuevas regiones que se les señaló para vivir y a poco perecieron, diezmadas por el
clima, el hambre y los malos tratos.154
Pocos años después de ejecutadas las órdenes de despoblación se inició, en 1630, la
larga, cruenta y desigual lucha que contra los colonos franceses del occidente sostuvo la
colonia española de la isla. El Tratado de Basilea, la insurrección haitiana y las incursiones
de los negros libertos a la parte del Este, no son sino la consecuencia más o menos remota
de la despoblación de 1605-1606. Sin esta es muy difícil –si no imposible– que aquellos su-
cesos se hubieran producido y que las emigraciones de entonces, así como las anteriores y
las posteriores, hubieran tenido lugar. Por eso decimos que las consecuencias y efectos del
desmedro de Ossorio no han sido todavía suficientemente estudiados y precisados por los
especialistas de nuestra historia.
El mismo Henríquez Ureña inicia el apartado b del Capítulo VIII de su citado trabajo con
este párrafo: “Los años iniciales del siglo XVII son todavía interesantes: es la época de los
gobiernos arzobispales de Dávila y Padilla y Fray Pedro de Oviedo, de las visitas de Tirso y
Valbuena (se refiere a los escritores nativos). Después todo languidece. La languidez no es sólo
nuestra: fluye de la metrópoli, ya en franca decadencia. Para los virreinatos, ricos y activos, el
siglo XVII es el siglo en que la vida colonial se asienta y adquiere aire definido de autoctonía;
la inercia de la metrópoli los liberta. La liberación alcanza a las colonias productivas en el siglo
XVIII: así en la Argentina, Colombia, Venezuela, Cuba, donde se desarrolla vida nueva. Pero
Santo Domingo, colonia pobre que se acostumbró a vivir de prestado, tenía que decaer. Ya es
mucho, hasta es sorprendente que mantuviera tanto tiempo su prestigio de cultura”.155 En la
Nota 1 del apartado en referencia, agrega el doctor Henríquez Ureña: “La despoblación de
Santo Domingo, en el siglo XVI, nace de causas locales o peculiares al Nuevo Mundo: primero,
la ruina de la población indígena, que empobreció a los conquistadores; después, el descu-
brimiento de tierras nuevas, que atraía a los audaces. Pero en el siglo XVII la despoblación
procede de causas generales en España y América: España decae y se despuebla; sólo se libran
del proceso países como México y Perú”. La apreciación es falsa. La languidez de la colonia y
la despoblación creciente de la misma, tan bruscamente iniciadas en los comienzos del siglo
XVIII, no tienen sino una causa inmediata e indiscutible: la devastación llevada a cabo por
don Antonio Ossorio. Esta causa, local y sui generis, originó la postración y la ruina en que se
desenvolvió la más antigua colonia de América hasta 1821.
La población de la Española era en 1570, de 35,000 habitantes.156 (Cálculo de Wilcox,
según el tratado de D. Ángel Rosenblat, El desarrollo de la población indígena de América, en
la Revista Tierra Firme, de Madrid, 1935, I, 115-133, 117-248 y III, 109-143). En 1606, según el
censo de Ossorio, esa población había disminuido considerablemente. Dos años después la
merma era asombrosa, porque, de acuerdo con los cálculos de Sepero y Xuara, en la ciudad
de Santo Domingo sólo había unos trescientos vecinos. Para llegar a semejantes resultados
153
Henríquez Ureña, La cultura y las letras coloniales... ob. cit., p.116.
154
Archivo General de la Nación, Colección Lugo, libreta No. 44. Documentos publicados en el Boletín del Archivo
General de la Nación. no. 36-37. Ver además Boletín del Archivo General de la Nación no. 17, p.206.
155
Henríquez Ureña, ob. cit., p.101.
156
Citado por Henríquez Ureña, ob. cit., p.101.

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era necesaria una causa mecánica: la destrucción consciente, organizada y sistemática de


los habitantes y de sus medios de vida.157

VIII
Las proporciones tan extensas que en sus primeros años mantuvo la colonización de la
Española se redujeron a términos normales tan pronto como su condición de única tierra
colonizada se perdió, con el descubrimiento de los continentes. Casi todos los historiadores
hablan de la decadencia prematura de los establecimientos de la Española, olvidando o de-
jando de percibir una circunstancia de grandísimo interés: los primeros años de colonización
no guardaron relación con el valor objetivo de la colonia. Esos esfuerzos primeros de la acción
de España se desarrollaron con miras que estaban muy distantes de acomodarse al modesto
escenario geográfico que ofrecía la isla. Tan pronto como hubo oportunidad de comprender
esta verdad tan sencilla la colonización de la Española dejó de ser lo desproporcionada que fue
durante la primera treintena para plegarse, por la fuerza de las circunstancias, a la realidad
geográfico-económica que encontró Colón en su primer viaje a las Indias Occidentales.
Se ahondaba la tierra y se le exprimían las entrañas en busca de lo que ellas no podían
ofrecer. La imaginación hiperestésica del Almirante prometió lucros que la codicia no concebía
sino a corto plazo y por aprehensión directa. De ahí los grandes desalientos y los grandes
fracasos de los primeros años de colonización; de ahí también el exterminio tan rápido de
la población indígena, única fuente inmediata de riqueza en la Española. Los europeos que
llegaron originariamente a la isla no eran los llamados a emprender la colonización y la
explotación racional de la misma.
Aunque nunca en relación con los auges y la brillantez del primer tercio del siglo diez
y seis, ya a principios del siglo siguiente la colonización de la isla había recorrido un largo
ciclo y llegado a una etapa integral y armónica. En 1606 la Española, sin ser lo que fue al
principio de la conquista, representaba con normalidad el valor de sus fuentes naturales
de riqueza y de su condición de tierra aislada y esencialmente agrícola. El establecimiento
de las carreras de Indias la había dejado fuera de las rutas oficiales y, en consecuencia, al
margen de los grandes intereses intercoloniales. Con el hermetismo de los sistemas comer-
ciales y económicos de España, la colonia madre de América perdió el contacto directo con
la civilización y las inmensas ventajas que le reportaba su condición de punto crucero entre
la Metrópoli y las grandes colonias continentales.
Con todo, y a pesar de las desfavorables circunstancias anotadas, en 1606 la Española estaba
íntegramente sometida a un sistema de colonización racional en cuanto a que se desarrollaba
en consonancia con lo que realmente había en la colonia: agricultura y comercio. Ya hemos
hecho notar la observación del Padre Charlevoix, quien asegura que a fines del siglo XVI el gran
comercio de la isla Española suplía con larguesa las pérdidas que ocasionó la falta del oro.
El segundo Almirante, Diego Colón, fue a la Española acompañado de su noble esposa María de
Toledo, de 1509, con la restauración parcial de sus heredadas preeminencias, y residió en la isla
como Gobernador durante seis años, aunque la efectiva autoridad fue transferida a un tribunal
y consejo administrativo formado por tres oidores establecido en 1511 y que recibió más tarde
(1526) el título formal de Audiencia. La llegada del Almirante y su séquito ennobleció mucho a
la ciudad, y las damas de honor de su esposa encontraron maridos entre los principales caba-
lleros de la isla, introduciéndose así un elemento de la más distinguida cultura castellana. Por

157
Haring, ob. cit., p.135, texto y nota.

599
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

esta época los negros importados de África, más robustos que los indios, iban reemplazándolos
conforme estos mermaban. La caña de azúcar, importada de España, prosperó y la sed de oro
fue dejando paso a la industria de los campos de caña y los molinos de azúcar, verdadera fuente
de riqueza para los colonos y de renta para la Corona. El cerdo, introducido por primera vez en
1493, se había desarrollado extraordinariamente, y, ya que el tocino era un excelente elemento
para aprovisionar las expediciones, se hizo muy provechosa la cría de cerdos.
La Española se estaba convirtiendo en campo adecuado para el cultivador laborioso y el abaste-
cedor. Ya no queda allí sitio para el aventurero cegado por la ilusión del oro y, a veces, de la con-
quista; estos espíritus inquietos y ambiciosos tenían ahora que marchar más lejos. Diego Colón
sostuvo que todas las Antillas, por haber sido descubiertas por su padre, estaban bajo su mando;
pretensión que no fue del todo apoyada por la Corona. A consecuencia de esto, la conquista o
pacificación de Puerto Rico se vio demorada y perturbada por frecuentes cambios de goberna-
dores y discusiones acerca de la autoridad. Pero, de todos modos, el resultado fue inevitable; el
dominio de España sobre la isla.158

Refiriéndonos a otro orden de ideas, agregamos que el siglo XVII encontró a la colonia
regida por normas sociales, políticas y religiosas homogéneas y que dentro de los arcifinios
linderos de la isla se desenvolvía y prosperaba una entidad social y económica perfectamente
bien definida por sus raíces puras.159
“En el orden práctico –dice Pedro Henríquez Ureña– la isla nunca gozó de riqueza, y desde
1550 quedó definitivamente arruinada: nunca se había llegado a establecer allí organización
económica sólida, nunca se estableció después. Los hábitos señoriales iban en contra del
trabajo libre: desde los comienzos, el europeo aspiró a vivir, como señor, del trabajo servil de
los indios y de los negros. Pero los indios se acabaron: los pocos miles que salvó la rebelión
de Enriquillo (1519-1533) quedaron libres. Y bien pronto no hubo recursos para traer nuevos
esclavos de África. A la emigración de pobladores hacia México y el Perú, y a la ausencia de
fundamento económico de la organización colonial, se sumaban la frecuencia y la violencia
de terremotos y ciclones, y, para colmo, los ataques navales extranjeros: los franceses llegaron
a apoderarse de la porción occidental de la isla, y en el siglo XVIII se hizo opulenta su colonia
de Saint Domingue, independiente después bajo el nombre de República de Haití; la riqueza
ostentosa del occidente francés contrastaba con la orgullosa pobreza del oriente español”.
Una vez más disentimos de los juicios del conocido escritor. La colonia de la Española,
aunque pobre, mantuvo organización económica estable hasta los principios del siglo XVII.
La mantuvo en relación directa con sus fuentes naturales de riqueza y con su origen hispano.
“El cultivador laborioso y el abastecedor” encontraron siempre en la isla “campo adecuado”
para sus actividades y organización administrativa tan completa como la de las otras colo-
nias –Cuba, por ejemplo, que, a principios del siglo XVII, representaba mucho menos, social
y económicamente, que la Española. No debe confundirse el retroceso que en la vida de la
isla impuso la colonización de los continentes, con la ruina definitiva de la colonia iniciada
en 1606 y no en 1550 como asegura el doctor Henríquez Ureña. La inestabilidad económica
sobrevino después que las devastaciones de Ossorio aniquilaron la riqueza agrícola del país.
Para perpetuar esa inestabilidad, concurrieron luego dos causas fundamentales: la convivencia
de dos fuerzas antagónicas de colonización en la isla y la pérdida definitiva de sus mejores
centros marítimos: los puertos del norte. El doctor Henríquez Ureña prescinde completamente

158
F. A, Kirkpatrick, Los conquistadores españoles, pp.43-44, traducido del inglés por Rafael Vásquez Zamora,
Espasa, Calpe, S. A., Madrid, 1935.
159
Haring, ob. cit., p.135.

600
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

de la administración de Ossorio al enunciar y clasificar las causas de la ruina definitiva de


la colonia. Nosotros creemos, sin embargo, que Ossorio es el agente de la ruina y que todas
las causas que señala Henríquez Ureña son de carácter meramente secundario.
En todo el transcurso del siglo XVI, la colonización de la Española mantuvo sentido social
e histórico acorde con el desenvolvimiento completo de la acción de España en América. Sin
las causas y los acontecimientos locales que se produjeron a principios del siguiente siglo, la
colonia no hubiera variado tan a fondo su fisonomía y su historia. Por eso apreciamos como
decisivos los desmanes de 1605-1606.

IX
En nuestros tiempos es difícil prescindir de la geografía para determinar el valor de
ciertos resultados sociales.
Las poblaciones destruidas en 1605 estaban casi todas asentadas junto al mar y aprove-
chando puertos magníficos. La Yaguana, Bayajá, Monte Cristi y Puerto Plata, estaban, además,
circundadas de terrenos semiáridos en los cuales era difícil implantar un régimen de vida
puramente agrícola. La vida humana tenía necesariamente que desenvolverse allí bajo la
influencia conjunta del mar y del interior porque aquellas eran poblaciones esencialmente
costeras. Las fuerzas sociales emplazadas en aquellos litorales durante cien años ininte-
rrumpidos debieron desarrollarse bajo la influencia del medio geográfico y de las especiales
circunstancias y condiciones que ese medio imponía a la vida humana. El género de vida
adquirido por los pobladores de los lugares desolados ha debido producirse en un largo
proceso de compenetración entre la naturaleza y el hombre. Un medio costero y semiárido no
podía producir un tipo de vida distinto del que se hacía en las bandas del norte y del oeste:
vida de contrabandistas: de hombres que vivían del intercambio entre los productos del suelo
y los del mar. “En realidad, los hábitos de vida adquiridos en determinados medios logran
pronto bastante consistencia y fijeza para convertirse en formas de civilización, etc.”.160
Es razonable pensar que cuando se ejecutó la orden de destruir las poblaciones de la
banda noroeste ya esas poblaciones, con más de cien años de fundadas habían generado su
tipo de vida: el yaguanés era hombre acomodado a la geografía en que se había desarro-
llado. Ese tipo de vida no podía desplazarse fácilmente para ser adaptado a la estructura
geográfica de una región que, como la que luego ocuparon las poblaciones de Monte Plata
y Bayaguana, era esencialmente distinta de la que fue arrasada: región húmeda y mediterrá-
nea. Nadie es capaz de apreciar el auge y el alcance que hubieran obtenido las poblaciones
destruidas al amparo de un desarrollo normal; sin embargo, ¡todos estamos contemplando
lo que han sido después de trasladadas! Resulta, asimismo, difícil compulsar la influencia
que en el desarrollo normal de esas poblaciones hubiera ejercido sobre la formación de un
país homogéneo y unitario, como lo fue la colonia de la Española hasta el malhadado paso
del 1605. Hasta entonces la colonia fue lo que, por su geografía y su historia, estaba llamada
a ser. De ahí en adelante se convirtió en lo que el absurdo quiso hacer de ella.
Con echar una ojeada comparativa sobre las regiones escogidas para despoblar y poblar,
sucesivamente, nos daremos cuenta de que quien se había formado, con cien años de tradi-
ción, sobre las primeras no podía resignarse con facilidad a fomentar y poblar las segundas:
había en ello una insuperable dificultad de geografía humana. Al comentar Morell de Santa

160
La Tierra y la evolución humana. L. Febvre, tomo IV de Evolución de la humanidad, traducción española de Luis
Pericot García, p.321.

601
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Cruz el traslado de los fugitivos de Bayamo a la Española dice. “Todos en fin se embarcaron
con el Capitán y el religioso. Llegados a salvamento fueron conducidos a los mencionados
pueblos, donde no encontrarían sino trabajos de todas especies, y una falta continua de
salud, por la humedad de su terreno”.161
Esta dificultad no pudo ser percibida por el activo Presidente Ossorio y, en todo caso, si lo
que se deseaba era alejar de la costa a quienes en ella habían hecho su vida, difícil le hubiera
sido al Presidente tener esa dificultad en cuenta para desviar sus designios. La primera causa
del fracaso de la repoblación de 1606 la dio esta suerte de desacomodación entre los pobladores
y las regiones escogidas para repoblar. En puridad, de las operaciones ordenadas por las reales
cédulas del 6 de agosto de 1603 y del 21 de mayo de 1605, sólo se ejecutaron integralmente y con
todas sus consecuencias, la de destruir y despoblar, porque fueron tan relativos los resultados
de las de reconstruir y repoblar que bien podría decirse que no tuvieron efectos.
Las órdenes de despoblación representan un interesante momento de escisión en la historia de
la isla, y debe dividirse como anterior y posterior al cumplimiento de aquellas disposiciones.
Con profundo acierto ha dicho nuestro joven polígrafo Guido Despradel Batista, que el
primero de los muchos errores con que España hizo oscuro y penoso nuestro destino fue el
de abandonar el fomento de la Isabela y por ende el de abandonar la costa atlántica de la isla
como base de la colonización.162 Hasta cierto punto la destrucción de 1605 es una consecuencia
indirecta del abandono de la Isabela y, hasta cierto punto también, con la destrucción de las
poblaciones de la banda noroeste se completó la acción antipolítica de abandonar el Atlántico
como sostén de la colonización de la isla. Si la devastación ejecutada por Ossorio no se hubiera
producido en las condiciones en que se produjo, nosotros no tendríamos ahora que lamentar
tan hondo el hecho de que no hubiera sido atlántica la raíz de nuestra civilización, porque,
aunque no con los caracteres de centro principal de colonización, La Yaguana, Bayajá, Mon-
te Cristi y Puerto Plata, habrían suplido el influjo de la Isabela. El hecho se completó en un
siglo; el abandono de la que pudo ser imponente urbe norteña, como actitud social, terminó
en 1605-1606, cuando fueron sistemática y cruelmente arrasadas todas las poblaciones subsi-
diarias del litoral atlántico. Desde ese momento quedaron las puertas del norte “abiertas de
par en par” y a “merced de las invasiones de los corsarios que tenían en ese mar el inmenso
y maravilloso escenario de sus prodigiosas correrías”.163
La total concentración de los pobladores de la colonia en los acantilados del sureste
y en los centros del país estaba destinada a producir, ya lo hemos dicho, consecuencias
decisivas en el carácter y el temperamento de los dominicanos. En el sur de la isla no hay
costas propiamente dichas. No existe ese natural consorcio entre la tierra y el mar, esa suave
inclinación del nivel de las tierras hacia las orillas del mar que hace, en concepto de Febvre,
la característica geográfica de la costa como centro de población. La costa sur de la isla, en
gran extensión, es costa de acantilado, huraña, imposible, inhóspita; no se abraza jamás con
el interior y no ofrece en sentido general, la habitabilidad de la costa norte. Desde este punto
de vista es evidente la negativa influencia que produciría el cambio de lugares efectuado en
los principios del siglo XVII. La colonia perdió esa perspectiva ilimitada que hacia centros
importantes de civilización le daban sus antesalas atlánticas; perdió sus vinculaciones inme-
diatas con aquellos centros y se redujo a vegetar en las regiones puramente agrícolas de la

161
Ob. cit., p.188.
162
G. Despradel Batista, ob cit.
163
Ibídem.

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manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

isla. El horizonte se redujo a proporciones increíbles y, desde entonces, el colono de la parte


este, el dominicano de hoy, se conformó con ser hatero y vivir de la crianza. Sin embargo, en
el oeste, en la colonia francesa de Saint Domingue, florecía uno de los más ricos centros de
producción industrial de los siglos XVII y XVIII, emplazado sobre las pródigas costas que
arrasó y abandonó don Antonio Ossorio, el hado malo de esta tierra.

La acción de España al despoblar la banda noroeste de la isla fue el factor que decidió
el establecimiento definitivo de pueblos extraños a la cultura hispánica en el territorio de la
primera colonia del Nuevo Mundo.
Nadie puede poner en duda, en efecto, que las depredaciones llevadas a cabo por los
aventureros franceses e ingleses en las costas de la Española son la consecuencia inmediata
del total abandono de las comarcas por aquellos a quienes legítimamente les pertenecían.
Quedaron desprovistas de elemento humano las que en un tiempo fueron ricas y flo-
recientes poblaciones y en sus campos vagaban, ya sin cuido, nutridos rebaños de ganado
mayor y menor, preciada presa para merodeadores y aventureros de toda índole.164
El islote de la Tortuga, avanzada estratégica de la Española sobre el Atlántico, fue espléndi-
do escenario de las hazañas de filibusteros y bucaneros ávidos de botín y llenos de osadía.
El origen de los bucaneros no es, en realidad, bien conocido. Su mejor historiador mo-
derno, Clarence Haring, los supone “desertores de barcos, tripulantes de naves náufragas
y aun probables cimarrones”.165
La Tortuga fue ocupada por los cazadores franceses e ingleses posiblemente antes del año
1630, escasamente cinco lustros después de las devastaciones de Ossorio. Sus incursiones y
tentativas de invasión debieron, sin embargo, ser frecuentes con anterioridad a tal fecha. El
desalojo de ingleses y franceses de la Isla de San Cristóbal, efectuado por Don Fadrique de Toledo
en 1630, contribuyó poderosamente a la ocupación de la Tortuga por pueblos extranjeros.
No fue difícil a estas gentes hacerse dueñas de la isla después de expulsar de ella a la
reducida guarnición española que la defendía, mal atendida por las autoridades de la ciudad
de Santo Domingo. El género de vida no era igual para todos: unos pasaban a las costas de la
Española a hacer corambre, otros se dedicaban al corso y algunos más optaban por el cultivo
de la tierra. De este modo, los aventureros se dividieron en tres categorías bien definidas:
bucaneros, filibusteros y habitantes.166
Con vicisitudes diversas, los invasores luchaban casi continuamente, entre sí a veces,
defendiéndose otras de los españoles.167
Por unas interesantes informaciones del señor de Poincy, teniente general por el Rey de
Francia de las Islas de América, conocemos que en 1640 un francés, hugonote de religión y
por nombre Levasseur, reconquistaba de manos de un capitán inglés, llamado Willis, la isla
de la Tortuga que le había sido arrebatada cuando en ella vivía, acompañado de otros cua-
renta franceses, sin que nadie inquietara su tranquila existencia.168 El señor de Poincy ayudó

164
Sánchez Valverde, ob. cit., p.95.
165
C. H. Haring, Los bucaneros de las Indias Occidentales en el Siglo XVII, p.64, París, Brujas, 1939.
166
A. Oexmelin, Les aventuriers et les boucaniers d’Amérique, pp.22 y 23, París, 1930.
167
Dice Oexmelin a este respecto: “Es sorprendente ver cuántas veces la Isla de la Tortuga ha sido tomada y vuelta a perder,
ocupada tan pronto por los españoles como por los franceses, quienes, al fin, han permanecido dueños”, ob. cit., p.22.
168
Consúltese: Recopilación diplomática relativa a las colonias española y francesa de la isla de Santo Domingo, 1640-1671, pp.4
y ss, Colección Trujillo, vol. XIII, 1944. Haring, Los bucaneros, ob. cit., pp.69 y ss. Oexmelin, ob. cit., pp.22 y ss.

603
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y dirigió la ocupación y, con certero punto de vista, comunicaba al Cardenal Richelieu que
si “la isla estuviera habitada y fortificada convenientemente podría con razón llamársele la
ciudadela de Santo Domingo”.169
Francia, por lo tanto, no ignoró oficialmente la conquista de la Tortuga, como tampoco
España se avino voluntariamente a consentirla. La primera fomentaba sin reservas la usur-
pación y dirigía hábilmente su gobierno. España en algunos momentos sintió la perentoria
necesidad de arrojar a los intrusos que alteraban con sus andanzas la paz de la colonia y los
desalojó temporalmente en varias ocasiones. En 1654, uno de los más preclaros gobernadores
de Santo Domingo, don Juan Francisco Montemayor y Cuenca, expulsó totalmente a los in-
vasores de su seguro reducto. Pero el interés de las autoridades francesas pudo más siempre,
y al fin triunfó, sobre las tardías y esporádicas reacciones de los monarcas españoles.
En 1655, por disposición de una Junta General de Guerra, fue desmantelada la guarnición
española de la Tortuga y se dejó el campo libre a los aventureros franceses para reiniciar sus
correrías, sirviéndose del islote como de base fácil para depositar el botín que recogían en
lo que ellos denominaban la Tierra Grande, es decir, las amplias extensiones de la Española
abandonadas por orden del Gobernador Ossorio.170 El desmantelamiento de la Tortuga supone
un paso tan insensato como el de las devastaciones de las poblaciones de la banda Noroeste.
El Gobierno de España fomentaba, sin darse cuenta de ello, lo mismo que pretendía combatir:
el incremento del comercio ilícito y la penetración de ideas contrarias a la religión católica.
Con creciente ritmo fueron saliendo de la Tortuga gentes de malas costumbres y de
increíble audacia que, según testimonio de uno de sus Gobernadores, “para vivir en el liber-
tinaje fueron a instalarse a lo largo de la costa de la Isla Española, que es extremadamente
grande y poco habitada”.171
Las que en un principio fueron rápidas incursiones se convirtieron pronto en estableci-
mientos definitivos. Los grupos nómadas, bucaneros intrépidos que pasaban a cazar y a hacer
corambre a la Tierra Grande, y filibusteros que anclaban en sus puertos para reparar sus naves y
hacer comercio lucrativo, se transformaban gradualmente en poblaciones sedentarias dedicadas
al cultivo de la tierra y a la formación de hatos.172 Arraigaron en las abandonadas regiones y se
fueron extendiendo bajo la protección previsora de los Gobernadores enviados por el Rey de
Francia. Sobre las desoladas ruinas de las poblaciones devastadas por Ossorio se iban echando
las bases de lo que en un día no lejano había de ser rica colonia de Saint Domingue.
El proceso de la ocupación francesa refleja la intervención cada vez más acentuada de las
autoridades de la metrópoli y la hábil política de utilizar a los aventureros como instrumentos
decisivos para asegurar su triunfo. Temidos los bucaneros y los filibusteros en un principio
por los mismos Gobernadores del Rey de Francia, fueron luego atraídos y manejados como
insustituibles elementos de lucha y de conquista y, por medio de protección y privilegios,

169
La extraordinaria importancia de esta isla fue apuntada con frecuencia por los gobernadores franceses de Saint
Domingue. En 1677 decía el señor de Pouancey: “Nada hay tan necesario para la conservación de la costa de Santo
Domingo que hacer subsistir la isla de la Tortuga, que ha hecho posible a los súbditos del Rey establecerse en la de
Santo Domingo”, Recopilación, p.77.
170
Es conveniente subsanar aquí el error en que incurre el historiador Haring al afirmar que los “españoles no
se establecieron nunca en la ribera septentrional de la Española”. Los bucaneros…, ob. cit., p.63. Difícil hubiera sido
explicarse en tal caso la existencia de inmensas cantidades de ganado, restos de los hatos abandonados por los habi-
tantes de las poblaciones devastadas.
171
Recopilación..., ob. cit., p.14.
172
Véase, al respecto, la Memoria dirigida por el Gobernador de Cussy al Marqués de Seignelay, 1688. Publicada en
Recopilación…, ob. cit., p.145.

604
manuel arturo peña batlle  |  obras escogidas. cuatro ensayos históricos - tomo primero

los invasores aislados y de acción independiente encauzaron su intrepidez y su fuerza en


beneficio de los intereses del Gobierno francés.
Las Memorias enviadas por los Gobernadores a las autoridades de la metrópoli dan
mucha luz sobre las medidas adoptadas para reducir a una cierta obediencia y disci-
plina a bucaneros y filibusteros, y son valiosas fuentes de información para conocer el
procedimiento de organización de las tierras ocupadas, la desviación paulatina, pero
firme, hacia la vida sedentaria de los inquietos cazadores y los navegantes atrevidos,
la protección constante y eficiente –norma de gobierno desarrollada brillantemente por
Colbert– al comercio de las colonias, la preocupación por extenderse sistemáticamente
hacia el Este en perjuicio de los españoles y con el propósito manifiesto de hacerse
dueños de la totalidad de la isla, y el interés, expresado con claridad algunas veces, de
que su anómala situación de usurpadores se convirtiera en un formal reconocimiento
de sus derechos de conquista.173
De esta forma, el régimen colonial francés iba afianzándose en el Oeste con caracterís-
ticas propias, diferentes en mucho de las reinantes en las regiones que continuaban siendo
españolas.
Al querer fijar la importancia y las consecuencias históricas de las despoblaciones de
Ossorio, prescindiremos de aquellas que tenemos como de bulto y que se encuentran a la
vista de todos. Nadie duda que el surgimiento de los bucaneros, su establecimiento definitivo
en la región noroeste de la isla y la creación de la colonia francesa de Saint Domingue son
una consecuencia directa de las órdenes de devastación de 1603 y 1605.
Observador tan sagaz como Sánchez Valverde hace suya la opinión de Charlevoix al
estimar que la causa del afincamiento de un pueblo extraño en las tierras de la Española fue
la inconsulta medida de gobierno adoptada por Ossorio. Dice al respecto el autor de Idea
del valor de la Española:
Ni el insulto de Drake, ni la invasión de Venables dieron tanto qué hacer a los pocos Vecinos de
la Isla, ni tubieron tan perniciosas consecuencias como las tentativas clandestinas y el porfiado
tesón de los Franceses por establecerse en ella, animados de la propia decadencia. El Historiador
de sus Establecimientos lo manifiesta con claridad, quando después de pintar la miseria, a que
quedaba reducida nuestra Colonia el año de 1606, dice: “Tal era la situación en que se encontraba
la primera, y la madre de todas las Colonias Españolas de la América, quando emprendieron los
Franceses a partir con los Castellanos una Isla, de que dexaban estos largo tiempo una grandísi-
ma parte, al abandono”. En efecto, desde aquella fatal época, a que se siguió la expulsión de los
Ingleses, y Franceses, que se habían apoderado de la Isla de San Cristoval, de donde los desalojó
el General de nuestras Flota Don Federico de Toledo el año de 1630, se juntaron estos Expulsos a
otros Aventureros de sus dos Naciones, y (por confesión del propio Historiador). “Se acercaron a la
Isla Española, y habiendo encontrado la Costa Septentrional casi enteramente abandonada por los
Castellanos, se detubieron y establecieron allí. Como en los Bosques y en los llanos hormigueaban

173
Gran número de estas Memorias están publicadas en Recopilación…, ob. cit. En relación con el último punto, el
relativo al reconocimiento de sus derechos de conquista, cabe recordar aquí la solicitud formulada por el Gobernador
Ducasse a Monseñor de Pontchartrain en diciembre de 1697 de que examine si es de interés para el Rey ser reconocido
señor de las tierras ocupadas antes de la guerra, en vista de que la situación irregular en que se encuentran impide
el desarrollo considerable de la colonia y obliga a las autoridades francesas a guardar silencio frente a las medidas
adoptadas por los españoles contra ellos. (Recopilación..., ob. cit., p.327, doc. 244). También ofrece un interés especial la
comunicación dirigida por el mismo Gobernador Ducasse a Monseñor de Pontchartrain en 1699 volviendo a insistir
sobre esta necesidad. Copiamos de ella, textualmente, el párrafo relativo al asunto: “Je me regleray tousjours pour
nos limites sur la convence et je feray en sorte que les Espagnoles n’entisipent pas sur les terres que nos chasseurs ont
ocupés. Le President ne veut point entrer dans aucun traité fondé sur notre usurpation; j’avois cru que pocession valoit
tittre, mais en máxime d’Estat il faut quelque traitté qui l’authorise”. Recopilación…, ob. cit., p.356, doc. 273.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

por todas partes los Cerdos, y las Bacadas, se encontraron muy a su placer, y habiéndoles ofre-
cido los Holandeses asistirles con todo lo necesario, y recibir en paga los Cueros, que sacasen
de la caza del ganado bacuno, acabaron de fixarse con esta seguridad”. Este es el alto origen de
aquellas colonias.174

La vinculación de ambos hechos no puede escapar a la crítica imparcial del historiador,


como tampoco es posible dejar de ver en ella el factor más decisivo en la formación del
carácter nacional dominicano.
La política metropolitana de 1603-1606, convirtió, de plano, la colonización española
de la isla en colonización propiamente mediterránea, y, por ende, patriarcal. Lo que antes
había sido, por obra del genio administrativo de don Nicolás de Ovando, integral acción
colonizadora, se convirtió en parcial y estrecha visión de agricultores. El término lógico del
período abierto por Ossorio no podía ser otro que aquellos días inefables de la España Boba
precedentes de la ocupación haitiana. De Ovando a Ossorio y de Ossorio a Urrutia, el famoso
Carlos Conuco del 1816, no hay sino un forzado proceso de desintegración que hizo de la
colonia madre de América el más pobre panorama social del continente: aquel que, por obra
de la adversidad, debía señorear Jean Pierre Boyer en 1822.
En el primer recuento de agravios que formuló la conciencia dominicana contra los
procederes de España se señaló como de los más dolorosos el de la demolición de las plazas
marítimas del norte y del noroeste: “Si hai todavía entre nosotros almas tan bajas, y vendidas
al servilismo que se atrevan a contradecir estas verdades de esperiencia, vuelvan por un
instante sus fascinados ojos al espantoso estado de ruina y desolación en que yace sumida
la parte española de la Primada del Nuevo Mundo. No le pedimos que se remonten a la
infausta época, en que una orden del Diván español fue bastante para demoler porque no
podía guardar las plazas marítimas de Bayajá, La Yaguana, Monte Cristi y Puerto Plata, a
donde concurrían los holandeses y otros extranjeros a proveerlas de las mercaderías, que la
Metrópoli no les proporcionaba”.175
El espacio de tiempo transcurrido entre los años 1630 y 1680, cincuenta años, fue bastante
para que el genio político de la Francia de Luis XIV echara las raíces de su colonización en
la isla de Santo Domingo. Desde aquella última fecha se convirtió en hecho cumplido la
usurpación de los piratas, a quienes don Antonio de Ossorio abrió las puertas a principios
del siglo.

Ob. cit., pp. 95-96.


174

Declaratoria de Independencia del pueblo dominicano. 1o. de diciembre del 1821, documentos históricos procedentes
175

del Archivo de Indias, Audiencia de Santo Domingo, 78-5-17, publicación oficial, p.45. Santo Domingo, R. D., 1928.

606
No. 40

pedro troncoso sánchez


estudios de historia
política dominicana
Intención
Es necesario que la historia penetre hasta las entrañas del pueblo. Es necesario que la
historia llegue a tiempo a la juventud, apenas esté en condiciones de asimilarla. Para ello,
es preciso presentarla al alcance del mayor número.
La enseñanza de la historia es un estimulante moral de primer orden, un laboratorio de
conciencia, el mejor vehículo cultural del amor a lo nuestro, la formadora y presentadora
de la unidad espiritual que es la nación, a través del tiempo.
También es importante la historia en función aleccionadora. Conociendo a fondo las
trágicas consecuencias que algunos hechos cometidos por dominicanos han tenido en el
pasado, con derivaciones hasta en el presente, es más difícil que las nuevas generaciones
vuelvan a cometerlos.
Muchas veces, por ignorancia de la historia, actuamos presumiendo de renovadores, de
revolucionarios con originalidad, cuando sólo estamos reeditando el pasado, con algún cam-
bio de palabras, quizás, pero con sus mismas lamentables características e incidencias.
Confrontando diferentes épocas de la vida dominicana, remotas y cercanas, es fácil
encontrar impresionantes paralelismos entre hechos y entre series de hechos, confirmativos
de lo expresado.
Sostener lo anterior no significa desconocer el ingrediente de novedad que trae cada época.
Precisa reconocer que ahora tenemos, como elementos nuevos, los planteamientos del problema
social y la lucha por la reivindicación de los trabajadores. Noble lucha cuando se emprende de
buena fe y se persigue un ideal de justicia para todos, sin odio, sin prejuicios y sin violencia.
Pero este signo de los tiempos nuevos se torna parecido a otras nobles divisas de tiempos
anteriores cuando se convierte en pantalla para encubrir fines no confesados. En todas las
épocas se han disimulados a veces con ideas nobles, hechos e intenciones de baja categoría,
y en esto radica la semejanza.
Tenemos además en nuestra historia ejemplos de mucha jerarquía moral, que pudieran
alimentar nuestra conciencia colectiva y enriquecer la tradición típicamente dominicana.
Los Padres de la Patria y muchos otros próceres nacionales no debieran ser punto menos
que meros nombres para gran número de dominicanos de las nuevas generaciones. Hay
que organizar procedimientos y recursos pedagógicos efectivos para mantener llenos de
contenido esos nombres paradigmáticos, y así fortalecer la cepa que proporciona unidad
profunda al conjunto de los dominicanos.
Los egresados de las escuelas secundarias debieran salir con algo de la substancia viva de
Duarte, de Sánchez, de Mella, de Duvergé, de Luperón, de Espaillat, de Meriño, de Hostos,
de los dos Billini, de José Gabriel García, de Emiliano Tejera. También con el conocimiento
firme de los grandes hechos nuestros del pasado. Este acervo, transmutado en conciencia
patria, sería el lazo espiritual que a todos nos vincularía en un plano espiritual anterior y
superior al de las divergencias.
En grandes países del mundo actual, que muestran una fisonomía definida y una orienta-
ción nacional por encima de las divisiones internas, se advierte en sus hombres representativos
algo del espíritu de los principales forjadores de aquellas entidades históricas colectivas.
Una educación moral basada en ejemplos históricos es el gran estímulo de la vigencia
efectiva de los valores éticos en la vida privada y en la pública, y una fuente de incitaciones
para el cumplimiento de los deberes individuales y sociales.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La historia favorece la formación de posiciones morales y políticas de principio, ra-


zonadas, moderadas y firmes, que excluyen las actitudes extremas, hijas de la ignorancia,
y las flaquezas de la naturaleza humana expresadas en las formas de la violencia o de la
prevaricación.
Creo que la enseñanza de la historia tiene hasta un valor terapéutico. Actúa como agente
curativo de las enfermedades psíquicas sociales a la manera del tratamiento psicoanalítico
para ciertas perturbaciones mentales de los individuos.
Puesto que las perturbaciones de la mente colectiva parecen ser muchas veces la conse-
cuencia inconsciente de causas pretéritas olvidadas, pienso que el conocimiento de estas, es
decir, su paso al plano de la conciencia, pudiera ser un medio eficaz de curación, o al menos
de mejoría. Creo haberlo experimentado en mí mismo y en otros dominicanos.
La historia dominicana ha tenido momentos de una gravedad tal, desde el siglo XVII
especialmente y hasta ayer mismo, con resultados tan catastróficos, que es posible explicar
muchas manifestaciones negativas de la psique dominicana enfocándolas como consecuen-
cias lejanas o próximas de aquellos traumas sociales.
Conocer esos momentos, investigarlos, analizarlos en sus antecedentes, aspectos y con-
secuentes, y tomar conciencia de los efectos que han arrastrado hasta el presente, asumiendo
al mismo tiempo una consiguiente posición con perspectivas al futuro, podría mejorar y aun
sanar algunos de nuestros rezagos y sublimarlos en forma positiva.
Podríamos emprender una experimentación en grande para poner a prueba la teoría
aquí esbozada.
Movido por la convicción arriba apuntada de que la historia nuestra hay que ponerla al
alcance del mayor número, para el más extenso beneficio, he correspondido a la honradora
invitación de don Julio D. Postigo recogiendo en este volumen algunos ensayos históricos
inéditos o que han aparecido aquí y allí, expresamente desprovistos de gran aparato erudito
y de todo cuanto pudiera impedir la lectura cómoda y la fácil comprensión.
He hecho preceder estos ensayos de una breve sinopsis de la historia dominicana para
que el lector pueda ubicar cada tema dentro del cuadro general, y para ofrecer una visión
más detallada de los últimos años.
P.T.S.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

Una sinopsis de la Historia Dominicana*


Cristóbal Colón descubrió la isla de Santo Domingo en la noche del 5 de diciembre de
1492 y seguidamente inició su conquista. Santo Domingo es la única tierra americana en cuyo
descubrimiento, conquista y colonización intervino personalmente el ilustre navegante. En
su primer viaje dejó establecido el fuerte de la Navidad y en su segunda estada en la Isla
fundó la ciudad de la Isabela y realizó la marcha al interior del país para someterlo al dominio
de los Reyes Católicos. Los capitanes Alonso de Ojeda y Ginés de Corvalán dirigieron las
expediciones y la campaña para someter a la población indígena. Bartolomé Colón fundó
la ciudad de Santo Domingo, según una vieja tradición, el 4 de agosto de 1496. La empresa
de la conquista y colonización fue continuada por Nicolás de Ovando y Juan de Esquivel.
Durante el gobierno de Ovando se fundaron diez y siete villas.
En los primeros años de la colonización el reino de Castilla dedicó sus mejores esfuerzos
en el fomento de la isla de Santo Domingo. La colonia se pobló y desarrolló rápidamente
produciendo abundantes frutos. Pero el interés decayó verticalmente después del descu-
brimiento del continente americano y sus grandes yacimientos de metales preciosos. Santo
Domingo se convirtió entonces, prácticamente, en estación de tránsito y en campamento para
organizar expediciones destinadas a conquistar y poblar otras tierras más extensas y ricas,
a expensas de la naciente colonia insular. La gobernó como virrey de las Indias don Diego
Colón, hijo del Gran Almirante y casado con doña María de Toledo, de la casa del Duque de
Alba. Durante su administración tuvieron lugar los repartimientos de indígenas, sometidos a
la esclavitud, y el alzamiento del cacique Enriquillo, provocado por la crueldad de los enco-
menderos, que motivó la protesta de los padres dominicos y dio estímulo a la formulación de
la doctrina del Derecho de Gentes por el padre Vitoria. La Universidad de Santo Domingo,
primera del Nuevo Mundo, fue creada a diligencia de los dominicos en 1538.
Puede decirse que en Santo Domingo, por la causa señalada, no se concluyó la em-
presa de la colonización, y a los primeros años de esplendor sucedió la decadencia. Los
colonizadores, diferentemente de como hicieron en otras regiones tropicales de América,
no llegaron a establecerse en las zonas altas, de mejor clima, y a fundar allí sus ciudades
principales.
Desde mediados del siglo XVI, época en que las potencias europeas rivales de España se
dedicaron a hostilizar a esta y sus posesiones, los hechos más salientes de la movida historia
colonial de Santo Domingo están íntimamente enlazados con los grandes acontecimientos
de la historia de Europa en que España se vio envuelta.
En 1586, durante la guerra de España con la Inglaterra de Isabel I, el corsario Francis
Drake invadió Santo Domingo y se hizo pagar un fuerte rescate para retirarse.
En 1605 era tanto el comercio de contrabando que ejercían ingleses, franceses y holande-
ses en las costas Norte y Noroeste de la isla, que el gobernador Osorio, con la anuencia del
Rey, dispuso la devastación de las cuatro poblaciones de aquel litoral, inexplicable medida
que acentuó la decadencia y facilitó la intromisión de los enemigos.
En 1655 una nueva expedición inglesa, enviada por Cromwell bajo el mando de Penn
y Venables, desembarcó en la costa Sur y marchó sobre la ciudad de Santo Domingo, pero
fuerzas comandadas por los capitanes Morfa y Castillo la rechazaron.

*Un resumen de este estudio fue publicado por la Junta Central Electoral.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Al mismo tiempo, aprovechando la despoblación de las costas, aventureros franceses e


ingleses se posesionaron de la adyacente isla de la Tortuga y luego pasaron al territorio de
Santo Domingo. Rechazados una y otra vez, volvieron otras tantas y al fin se establecieron
en la porción occidental de la isla, que de hecho quedó convertida en posesión francesa con
la aceptación de los ingleses. Movidos por el deseo de dominar la isla entera, los franceses
invadieron en varias ocasiones la parte oriental en el curso de la segunda mitad del siglo
XVII y fueron siempre rechazados, pero España no se resolvió a hacerlos salir de la parte
occidental. La paz de Riswick se firmó sin que la Madre Patria exigiera la devolución de la
porción ocupada por Francia.
Durante el siglo XVIII, bajo el reinado de Luis XIV en Francia, y de su nieto Felipe V
en España, las dos colonias que se compartían la isla fueron definiendo una frontera que
más tarde quedó expresamente convenida en el Tratado de Aranjuez de 1777. Dos terceras
partes de la isla quedó siendo el Santo Domingo español y una tercera parte se convirtió en
el Saint-Domingue francés.
La Revolución Francesa tuvo una honda repercusión en la parte dominada por los galos.
La población de origen africano, sometida a la esclavitud en ricas plantaciones, se levantó
contra los amos blancos de la colonia, que había alcanzado notable desarrollo agrícola para el
exclusivo beneficio de la metrópoli, y con la ayuda de la colonia española les hizo la guerra.
Después del exterminio de los blancos y de la victoria de los antiguos esclavos, el cau-
dillo negro Toussaint Louverture aprovechó en 1801 la paz firmada en Basilea en 1795 entre
España y Francia y erigiéndose en ejecutor de la parte del tratado que acordaba ceder a la
segunda el Santo Domingo español, invadió el territorio dominicano y puso a su hermano
Paul de gobernador hasta que el ejército enviado por Bonaparte a la isla bajo el mando del
general Leclerc sometió a Toussaint en 1802 y toda la isla pasó a ser colonia francesa.
Inconformes los dominicanos con este cambio de soberanía, se levantaron en armas en 1808
contra las autoridades francesas, acaudillados por el criollo brigadier Juan Sánchez Ramírez,
y las derrotaron en la batalla de Palo Hincado. Reducidos los franceses a la ciudad de Santo
Domingo, capitularon en 1809 tras un sitio de once meses gracias a la ayuda prestada por los
ingleses a los sublevados, quienes decidieron reincorporar el país al imperio español.
Pocos años antes la colonia francesa de Saint-Domingue había proclamado su indepen-
dencia bajo el nombre indígena de Haití y se constituía en una monarquía, en que la raza
blanca quedaba en absoluto excluida.
El Santo Domingo español volvió a ser colonia de Su Majestad Católica cuando en toda
la América hispana comenzaban los fermentos independentistas, y por ello España, ocu-
pada en someter a los patriotas de otras tierras, poco hizo en lo adelante en socorro de los
maltrechos y leales súbditos dominicanos. Es la razón de que en la historia se conoce como
Período de la España Boba la época en que por voluntad dominicana retornó Santo Domingo
a su condición colonial de origen en lugar de declararse independiente.
Influidos más tarde por el gran movimiento emancipador que se desarrollaba desde
México hasta la Argentina, los dominicanos proclamaron su independencia respecto de
España el 1º. de diciembre de 1821. Fue el primero de los tres movimientos de Independen-
cia de Santo Domingo en el siglo XIX. Este paso dio lugar a que los vecinos haitianos, más
numerosos y mejor armados, se posesionaran del país dominicano aprovechando la ida de
los peninsulares y la falta del apoyo solicitado por los dominicanos a Bolívar cuando este
hacía la campaña del Perú.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

Bajo la dominación haitiana el pueblo de Santo Domingo se mantuvo en latente estado


de conspiración, y varios intentos libertadores fracasaron. En 1838 Juan Pablo Duarte y sus
compañeros fundaron la sociedad secreta La Trinitaria, que preparó lentamente en condi-
ciones muy difíciles la liberación, y el 27 de febrero de 1844 se dio triunfalmente el segundo
grito de independencia bajo la jefatura de Francisco del Rosario Sánchez y Ramón Mella, y
los haitianos fueron expulsados.
Haití contraatacó y fue vencido en las batallas del 19 y el 30 de marzo del mismo año. El
estado de guerra entre la República Dominicana y la nación vecina duró diez y siete años,
en el curso de los cuales las ofensivas haitianas de 1845, 1849 y 1855-56 para recuperar el
dominio del territorio dominicano fueron deshechas en las batallas memorables de Las Ca-
rreras, Beler, Sabana Larga, la Estrelleta y Santomé, en que descollaron los generales Pedro
Santana, Antonio Duvergé y José María Cabral.
En el mismo lapso el general y caudillo Pedro Santana se impuso a los patriotas liberales
de La Trinitaria y luego se alternó en el poder con el también caudillo Buenaventura Báez,
hasta que en 1861 el primero, de ideas retrógradas y temeroso de que la constante amenaza
haitiana culminara en una nueva ocupación, auspició y obtuvo inconsultamente una segunda
reincorporación del país a la monarquía española.
El pueblo dominicano no aceptó la pérdida de su independencia, y el 16 de agosto de
1863 inició una heroica guerra guiado entre otros por Luperón, Cabrera, Salcedo, Monción,
Polanco y Santiago Rodríguez, que duró hasta julio de 1865 en que los españoles desocupa-
ron el territorio de Santo Domingo.
A esta tercera independencia sucedió una movida etapa de luchas y breves gobiernos en que
hombres de ideas avanzadas como Gregorio Luperón, Fernando A. de Meriño, Francisco Gregorio
Billini, Ulises Espaillat e Ignacio M. González, ensayaron la democracia y combatieron con la reac-
ción representada por el partido acaudillado por Báez, hasta que en 1886 se impuso la dictadura
férrea y sanguinaria de Ulises Heureaux, que duró hasta 1899, año en que el tirano fue abatido
por Ramón Cáceres y una revolución encabezada por Juan Isidro Jimenes, Horacio Vásquez y el
propio Cáceres reimplantó los principios democráticos y la honestidad administrativa.
Tras la caída de Heureaux vino un período de crisis económica e inquietud política y suce-
sivamente ocuparon la presidencia Juan Isidro Jimenes, Horacio Vásquez, Alejandro Woss y Gil
y Carlos Morales, hasta que en 1906 se afianzó el gobierno de Ramón Cáceres, que arregló la
deuda exterior, reorganizó la hacienda pública y dio paz y progreso a la nación hasta fines de
1911, en que el mandatario fue muerto por enemigos políticos. Las turbulencias recomenzaron
y cuatro breves gobiernos presididos por Eladio Victoria, el arzobispo Adolfo A. Nouel, José
Bordas Valdez y Ramón Báez se sucedieron antes de que en 1914 Juan Isidro Jimenes iniciara
un nuevo gobierno constitucional y democrático surgido de elecciones libres.
En abril de 1916 el ministro de la guerra, Desiderio Arias, se rebeló contra la autoridad
del presidente Jimenes y dio lugar a una nueva guerra civil a la que puso término en mayo
la intervención militar de los Estados Unidos. Eran los días de la primera guerra mundial.
El presidente Jimenes prefirió renunciar a aceptar la protección de los norteamericanos a
cambio de plegarse a sus exigencias. Para substituirlo el Congreso Nacional designó al Dr.
Francisco Henríquez y Carvajal, quien tampoco aceptó las condiciones que quiso imponerle
el gobierno de los Estados Unidos, y se fue del país en noviembre del mismo año.
Sin conseguir de los dominicanos un solo acto que implicara aprobación al hecho consumado
de la intervención, los estadounidenses establecieron su propio gobierno militar, que se mantuvo

613
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

hasta 1922. En este año se puso en ejecución un Plan de Evacuación diligenciado por el patriota
Francisco J. Peynado y ocupó la presidencia provisional Juan Bautista Vicini Burgos, bajo cuyo
gobierno se celebraron elecciones y fue elegido Horacio Vásquez como presidente constitucional,
al tiempo que los militares de los Estados Unidos desocupaban el territorio dominicano.
Vásquez inauguró su gobierno el 12 de julio de 1924, y durante el mismo hubo paz,
libertad y progreso. En febrero de 1930 el jefe del ejército, general Rafael L. Trujillo, urdió
una trama con enemigos de Vásquez y provocó la caída del gobierno constitucional. Truji-
llo implantó un despiadado régimen de fuerza y se hizo elegir presidente de la República,
cargo que ocupó durante dos períodos constitucionales en el curso de los cuales impuso
la tranquilidad, la organización administrativa y algún progreso material e hizo poner su
nombre a la Capital. En 1938 pasó la presidencia a Jacinto B. Peynado, manteniendo Trujillo
su posición de hombre fuerte. Peynado murió en el cargo y fue sucedido por el Vicepresi-
dente Manuel de Js. Troncoso de la Concha. De nuevo en la presidencia desde 1942, Trujillo
aprovechó el lado favorable del régimen para pagar la deuda externa, devolver las aduanas
al Estado dominicano, implantar un nuevo sistema bancario y monetario y dominicanizar la
región fronteriza. Desde 1947 intensificó su tiranía hasta límites sin precedentes a causa del
vigor logrado por los núcleos oposicionistas puesto de manifiesto en la preparación de una
expedición libertadora en Cayo Confites, Cuba, y en el desembarco de Luperón. De 1952 a
1960 figuró en la presidencia Héctor B. Trujillo, hermano del dictador. Durante este período
tuvieron lugar los siguientes acontecimientos: En 1955, una llamada Feria de la Paz para
celebrar los 25 años de la Era de Trujillo, alarde de vanidad que dejó mal parada la econo-
mía nacional; en junio de 1959, la invasión por aire y mar, en Constanza, Maimón y Estero
Hondo, de 250 patriotas que iniciaron una guerra de liberación que pronto se malogró con
la captura y muerte de casi todos los invasores; en enero de 1960 el descubrimiento de una
gigantesca conspiración, por lo que miles de jóvenes fueron presos y torturados, y algunos
patriotas asesinados; en el mes siguiente, la expedición de una carta pastoral de los obispos
dominicanos denunciando los hechos de la tiranía y solicitando clemencia para los presos
y perseguidos; y en junio del mismo año, una tentativa de asesinato del Presidente Betan-
court, de Venezuela, tramada por Trujillo. El escándalo internacional provocado por este
último hecho determinó la substitución de Héctor B. Trujillo por el Dr. Joaquín Balaguer en
la presidencia de la República y el cambio aparente hacia una política de democratización.
En agosto de 1960 la Sexta Reunión de Consulta de los Cancilleres Americanos, reunida en
San José de Costa Rica, dispuso sanciones económicas y diplomáticas al régimen de Trujillo.
En noviembre del mismo año, esbirros de Trujillo asesinaron a las hermanas Mirabal. En
los meses siguientes, creciente estado de terror, persecución de los obispos Panal y Reilly,
malestar económico y mayores signos de demencia criminal y megalomanía en el tirano.
La dictadura de Trujillo duró hasta el 30 de mayo de 1961, en que fue muerto por un grupo
de valientes formado por Antonio de la Maza, Antonio Imbert, Roberto Pastoriza Neret, Pedro
Livio Cedeño, Juan Tomás Díaz, Huáscar Tejeda, Luis Amiama Tió, Tunti Cáceres, Amado
García Guerrero y Salvador Estrella Sadhalá. Como árbitro de los asuntos públicos le sucedió
de hecho su hijo Rafael L. Trujillo, nombrado al efecto Jefe del Estado Mayor Conjunto de
las Fuerzas Armadas, mientras continuaba en la presidencia de la República el Dr. Joaquín
Balaguer y ejercían todo su poder los hermanos del tirano eliminado, especialmente Héctor y
Arismendi. En julio de 1961 comenzó la lucha masiva y abierta contra la hegemonía política,
económica y militar de la familia Trujillo hasta que esta abandonó el país el 19 de noviembre

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

del mismo año obligada por la presión popular y de una parte de la Fuerza Aérea, dirigida
por el general Rafael Rodríguez Echavarría, no sin antes hacer asesinar a los tiranicidas, con
excepción de Imbert y Amiama, que habían escapado a la persecución. Balaguer continuó
en la presidencia e hizo restituir el nombre de Santo Domingo a la capital dominicana al
tiempo que realizaba otras rectificaciones para desmontar el aparato de fuerza del régimen
anterior y liquidar el imperio económico de los Trujillo, pero al mismo tiempo se perfilaba la
amenaza de otra dictadura militar encabezada por el general Rafael Rodríguez Echavarría,
nombrado Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas.
Como consecuencia de un entendido entre las fuerzas populares –cuyo núcleo principal era
la sociedad patriótica Unión Cívica Nacional, presidida por el Dr. Viriato A. Fiallo– y el gobierno
del Dr. Balaguer, se creó un Consejo de Estado compuesto por siete miembros y presidido por
el mismo Balaguer, que inició sus gestiones gubernativas el 1 de enero de 1962. El 16 del mismo
mes, después del ametrallamiento por unidades militares de una concentración popular en
la plaza Independencia de Santo Domingo, se produjo una cuartelada dirigida por el general
Rodríguez Echavarría que depuso al Consejo de Estado e impuso una Junta Cívico-Militar
de cinco miembros presidida por el licenciado Huberto Bogaert. La nación entera reaccionó
contra este hecho y todas las actividades del país fueron paralizadas como protesta. El 17 los
funcionarios y empleados públicos renunciaron en masa y el 18 la Fuerza Aérea se levantó
contra la Junta, libertó a los miembros del Consejo de Estado y los llevó en triunfo al palacio
nacional para que siguieran gobernando. El pueblo todo y el resto de las Fuerzas Armadas
apoyaron estrepitosamente la rectificación. Balaguer se ausentó y Rodríguez Echavarría fue
arrestado. El licenciado Rafael F. Bonnelly asumió la presidencia del Consejo de Estado.
El repuesto gobierno colegiado se dedicó especialmente a afrontar los más graves
problemas económicos del país y a organizar elecciones generales mientras en los medios
populares, estudiantiles y burocráticos, al sentirse libres de temores después de la tiranía,
se desarrollaba un explosivo fermento de rebeldía que la policía apenas podía controlar. En
la campaña electoral intervinieron el Partido Revolucionario Dominicano, con Juan Bosch
como candidato; la Unión Cívica Nacional, cuyo candidato fue el Dr. Viriato A. Fiallo; y cinco
partidos más. Las elecciones se celebraron el 20 de diciembre de 1962 y resultó electo presi-
dente por gran mayoría, el escritor Juan Bosch, que tomó posesión el 27 de febrero de 1963.
Durante el gobierno de Bosch el Congreso Nacional, en funciones de Asamblea Revisora, con
la mayoría del partido triunfante, votó una reforma constitucional con normas marcadamente
revolucionarias que no fueron anunciadas en la campaña electoral. Las Fuerzas Armadas y
una parte de la opinión pública se mostraron recelosas de que el comunismo se infiltrara en
las Instituciones, oficinas y corporaciones del Estado, y quisieron exigir del presidente un
cambio de política para contener la penetración. Esta situación hizo crisis el 25 de septiembre
del mismo año, día en que las Fuerzas Armadas depusieron al presidente Bosch y llamaron
a los partidos perdidosos en las elecciones para que formaran un gobierno. Estos partidos
aceptaron la invitación y organizaron un gobierno civil compuesto por tres personas apar-
tidistas repartiéndose los diferentes departamentos de la Administración pública.
El Triunvirato quedó compuesto por el Lic. Emilio de los Santos, el Dr. Ramón Tapia
Espinal y el industrial Manuel Enrique Tavares. Tras la renuncia del Lic. De los Santos, pro-
vocada por desacuerdos respecto de la acción que procedía tomar contra guerrillas rebel-
des del Movimiento 14 de Junio, encabezado por Manuel Tavárez Justo, y del Movimiento
Popular Dominicano, encabezado por Máximo López Molina, fue llamado para sustituirlo

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el Dr. Donald Reid Cabral. También dimitió Tapia Espinal a consecuencias de un incidente
con jefes militares, y se designó al Dr. Ramón Cáceres Troncoso para sustituirlo. Después
renunció Tavares por disidencias con Reid Cabral, y no se le nombró sustituto. El Triunvi-
rato enfrentó graves problemas de orden público y conflictos surgidos en el sector militar,
especialmente en torno al general Belisario Peguero, jefe de la Policía Nacional, al tiempo
que se ocupaba en el desarrollo del país y preparaba nuevas elecciones, insinuándose Reid
Cabral como posible candidato presidencial.
El 24 de abril de 1965 algunas unidades militares se sublevaron en dos campamentos
cercanos a Santo Domingo contra el Triunvirato y grandes cantidades de armas fueron sacadas
de los arsenales del Estado y distribuidas entre la población civil adicta a la revuelta bajo la
dirección de líderes de izquierda. La rebelión tomó cuerpo y derrocó al Triunvirato. En el
Palacio Nacional se formó un gobierno presidido por el Dr. Rafael Molina Ureña, presidente
de la Cámara de Diputados durante el régimen de Bosch, que se declaró como la continuación
constitucional del gobierno elegido en 1962 y depuesto el año siguiente. La mayoría de los
militares se opusieron a la tendencia izquierdista de la revuelta, y el día 25 la Fuerza Aérea
y la Marina de Guerra emprendieron acciones bélicas contra los insurrectos de la Capital,
mientras en los cuarteles de San Isidro se constituía una junta militar de gobierno compuesta
por los coroneles Benoit, Santana y Casado. Los ataques aéreos y navales, dirigidos contra
los campamentos sublevados, el palacio nacional, el puente Duarte y otros puntos ocupa-
dos por los rebeldes, deshicieron el gobierno de Molina Ureña, y sus miembros se asilaron
en embajadas. Como a estos ataques no siguió inmediatamente un asalto a la ciudad por
fuerzas terrestres, las turbas armadas, guiadas por militares sublevados y por cabecillas de
izquierda, dominaron un gran sector de la ciudad de Santo Domingo, redujeron a la impo-
tencia a la Policía, matando muchos de sus miembros, y con ayuda de tanques asaltaron y
tomaron la fortaleza Ozama, que era el cuartel de las fuerzas policiales de choque. Por causa
de la confusión reinante en los mandos militares regulares, los contingentes terrestres de las
Fuerzas Armadas continuaron inactivos, y la capital dominicana quedó a merced de millares
de enardecidos civiles armados que se dedicaron a cometer toda clase de excesos.
Vista la imposibilidad en que estaban las autoridades dominicanas de garantizar la
seguridad de la población neutral y de los extranjeros, y siendo evidente la participación
de elementos comunistas en la revuelta, los agentes del gobierno de los Estados Unidos
ejercieron presión en los miembros de la junta militar para que solicitaran el auxilio bélico
estadounidense. Mientras tanto los rebeldes rehicieron sus fuerzas en el centro de la ciudad
de Santo Domingo, en donde algunos miembros del Congreso Nacional elegido el 20 de
diciembre de 1962 se reunieron y nombraron presidente de la República a uno de los ofi-
ciales sublevados, el coronel Francisco Caamaño Deñó. Las tropas de los Estados Unidos
comenzaron a desembarcar el 28 del mismo mes de abril y pronto establecieron una zona
de seguridad y un corredor protegido que enlazaba dicha zona con la base militar de San
Isidro a través del puente sobre el río Ozama, y con el puerto de Haina.
Cuando las fuerzas terrestres regulares dominicanas al fin se reorganizaron, emprendieron
la batida de los insurrectos que ocupaban las barriadas del sector Norte de la ciudad de Santo
Domingo, operación que continuó noche y día hasta quedar terminada a los siete días de co-
menzada. Al disponerse a continuar su acometida para someter a los rebeldes encastillados en
la parte céntrica de la ciudad, los contingentes regulares fueron interceptados por las fuerzas
militares norteamericanas, con amenazas de impedir la acción por los medios a su alcance.

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El 7 de mayo siguiente la junta militar transfirió el mando a un Gobierno de Reconstrucción


Nacional presidido por el general Antonio Imbert, héroe del 30 de mayo de 1961, e integrado
por el coronel Bartolomé Benoit, el Ing. Alejandro Zeller, el Dr. Carlos Grisolía Poloney y el
Sr. Julio D. Postigo. Al instalarse esta nueva junta de gobierno, todo indicaba que iba a contar
con el reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos y con la conformidad de este a que
dirigiera la acción de guerra destinada a someter a los rebeldes del centro de la capital, pero
los hechos posteriores desvirtuaron esta creencia. El reconocimiento no se produjo nunca y las
tropas extranjeras continuaron interpuestas entre los bandos contendientes.
Durante meses quedó en situación de estancamiento la grave crisis político-militar, con las
consiguientes consecuencias catastróficas para todo el país. Los choques armados quedaron
reducidos a operaciones secundarias o a simples tiroteos, sin que pudieran librarse acciones
decisivas, y fueron infructuosos los esfuerzos del Nuncio Papal, de las organizaciones inter-
nacionales y de los diplomáticos norteamericanos y de otras naciones para lograr un arreglo
pacífico del conflicto. Mientras tanto los rebeldes mejoraban grandemente sus posiciones con
nuevos contingentes y aportes materiales y con un entrenamiento intensivo dirigido por téc-
nicos extranjeros de izquierda, lo que cada día alejó más la posibilidad de una avenencia. Por
su parte el Gobierno de Reconstrucción Nacional mantuvo condiciones de paz y la continuación
regular de los servicios públicos en el resto del país, y encarecía inútilmente el consentimiento
de las fuerzas extranjeras para el paso de sus tropas al centro de la ciudad.
En Washington, la Décima Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exterio-
res de los Estados Americanos, convocada de urgencia, enviaba sucesivas comisiones a la
República Dominicana en un continuado esfuerzo por encontrar una solución conciliatoria a
la crisis, y creaba una Fuerza Interamericana de Paz con los contingentes armados norteame-
ricanos desembarcados y con aportes simbólicos del Brasil, Costa Rica, Honduras, Nicaragua
y Paraguay. El Secretario general de las Naciones Unidas envió un representante personal
y el Consejo de Seguridad se reunió todas las veces que le llegaron denuncias de haberse
violado el cese de fuego concertado a sus instancias. También actuó en el país una delegación
de la Comisión de los Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos.
En agosto de 1965 el gobierno constitucionalista de Caamaño Deñó y las Fuerzas Armadas
regulares firmaron separadamente con los delegados de la Organización de Estados Ameri-
canos un Acta de Reconciliación y un Acto Institucional bajo cuyas normas debía actuar un
gobierno provisional unipersonal. El principal cometido de este era sustituir a los gobiernos
contendientes, procurar la concordia nacional, reintegrar a los militares disidentes a sus cuerpos
de origen y organizar elecciones generales. Por su parte el Gobierno de Reconstrucción Nacional
se negó a firmar los mencionados instrumentos y prefirió renunciar ante el pueblo.
El 3 de septiembre siguiente, en virtud de lo pactado, asumió la presidencia provisional
el Dr. Héctor García Godoy e inició sus gestiones en condiciones sumamente difíciles. Los
hechos demostraban que la reconciliación sólo estaba en el papel y no en los espíritus. Diarios
incidentes entre los grupos opuestos delataban un latente estado de guerra. El más grave
de estos incidentes fue el ataque a tiros realizado el 19 de diciembre por unidades militares
regulares contra un grupo de antiguos rebeldes encabezado por el coronel Caamaño Deñó
reunido en el Hotel Matum de Santiago.
Las elecciones generales fueron fijadas para el 1o. de junio de 1966 y se celebraron en orden
dando el triunfo al Dr. Joaquín Balaguer, candidato a la presidencia por el Partido Reformista.
El Dr. Balaguer asumió la jefatura del Estado el 1o. de julio siguiente, y durante su gobierno

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

el país viene presentando condiciones de vida normal. Hay recuperación económica, pro-
gresos y libertad de prensa. Circulan periódicos de tendencias derechistas, izquierdistas y
centristas. Por sobre todo se impone poco a poco el deseo de vivir en paz de la mayoría de
los dominicanos. Los agitadores no encuentran ya tanta resonancia popular y en cambio
cobran aliento las actividades constructivas.
Quien serenamente observe las verdaderas condiciones de nuestra comunidad advertirá
que una creciente porción de los dominicanos, ajena al ardor de las pasiones, se dedica a
labores positivas, al estudio, a la producción de bienes, a la cultura, al mejoramiento moral
y material, a la vida tranquila del hogar y de la convivencia entre amigos.
El ejemplo que da esta porción del pueblo es un voto de fe en el porvenir y una base cierta
de esperanza en que la República Dominicana será por siempre un país ordenado, próspero
y pacífico que no seguirá oscilando entre dictaduras y anarquías, sino por los cauces de una
libertad disciplinada para realizar el bien común.

La faceta dinámica de Juan Pablo Duarte


Si la historia es el examen de los hechos en que la voluntad del hombre, guiada por el
espíritu, es decisiva por sobre los simples procesos sociales, psíquicos, biológicos y físicos,
debemos reconocer que Duarte es una figura eminentemente histórica, y que su obra, la
República Dominicana, es el producto de una acción de las que en sentido estricto están
comprendidas dentro de la definición de la historia.
El trabajo de Duarte, que tuvo como consecuencia la existencia de nuestra nación,
rompió la fatalidad de un proceso de transformación demográfica cuyo origen remontaba
al siglo XVII. En aquella centuria algunos aventureros franceses se establecieron en la parte
occidental de la isla e iniciaron un movimiento, que duró siglos, para sustituir por otra de
distinta naturaleza la población de origen hispánico o formada en la cultura hispánica. Este
proceso alcanzó una culminación que pareció concluyente en el siglo XIX, con la ocupación
de nuestro territorio por el haitiano Boyer, pero fue cortado por las corrientes sociales de
fuerza provocadas por la acción de Duarte.
Este hecho acredita al Fundador como un factor histórico genuino, con la suficiente carga
de actividad, positividad y decisión.
Tuvieron que ser extraordinariamente poderosos el influjo moral y las palancas de orden
psicológico y político que este provocó con su prédica para que pudieran prevalecer contra
el formidable empuje de aquel secular proceso, que incluía el progresivo desenvolvimiento
de la comunidad afro-francesa, toda ella disparada a completar en la isla entera la obra de
transformación iniciada por los aventureros, y el también progresivo debilitamiento de la
población hispano-dominicana.
Duarte tuvo que estar dotado, no solamente de la luz espiritual de los santos, que todos
le reconocemos, sino de extraordinarios atributos de acción eficaz, para que aquel milagro
se produjera.
Sin embargo, la imagen de Duarte que se ha impuesto hasta ahora es la de un soñador,
casi la de un iluso, que no asoció sus ideales con suficientes instrumentos de realización.
¿Cómo se explica esta distorsión de la imagen de Duarte?
Se debe, a nuestro juicio, a que en Duarte es particularmente luminosa y conmovedora
la faceta del que amó por amor, del que no supo odiar, del que se sacrificó por darnos una

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patria sin aspirar a nada para él, del apasionado del ideal de independencia absoluta, del que
perdonó las ofensas e injusticias, de quien prefirió el camino de la renuncia, la resignación
y el místico recogimiento.
Estas cautivantes características determinaron que el Duarte más conocido no fuera el
de la triunfadora acción práctica anterior a 1844, sino el Duarte de la carta de Curazao, el
proclamado Padre de la Patria que no aceptó la proclamación de presidente, el opuesto a
todo plan proteccionista, el que no quiso luchar por posiciones personales o de grupos, el
limpio varón perplejo ante la truculencia de Santana, el Duarte del ostracismo y del volun-
tario retiro a la selva.
Esta es sin duda su faceta más elevada, más gloriosa y luminosa, pero no la única. Por
acentuarla tanto a expensas de la otra, a impulsos de la veneración entusiasta, y a causa tam-
bién –paradójicamente– de la oposición hecha al patricio, es por lo que la imagen de Duarte
ha sufrido la distorsión anotada. El no quedar igualmente destacada la faceta y las etapas del
hombre de acción y del político valiente, hábil e incansable, ha inducido a juzgarlo como carente
de sentido práctico, de efectividad y de arrojo. De tal manera es así, que es lugar común repetir
que Duarte, en la obra de la independencia, fue el verbo y que de otros fue la acción.
Mucho influyeron en este sentido los gobernantes conservadores de la Primera República,
en cuya política estaba menospreciar los méritos del patricio.
Otro hecho que ha contribuido a formar esta imagen distorsionada ha sido la injustificada
disputa que duartistas y sanchistas sostienen desde el siglo pasado, fuente de producciones
que si bien se ubican en la esfera de la investigación y la crítica históricas, tienen más carácter
polémico que científico.
El Fundador de la República no es seguramente la figura vaga y descolorida que algunos
han querido presentar, o por desconocimiento o por insuficiente análisis de los hechos, o
por parcialidad en la disputa, sino una fuerza viva, activa y fecunda. No es el hombre del
pretendido carácter blando, inconciliable con la obra lograda por él. No es sólo el apóstol
intransigente de un ideal de independencia absoluta difícil de realizar. No es únicamente el
dulce y resignado patriota que no supo intervenir en contiendas intestinas para la conquis-
ta del poder una vez alcanzada la liberación. Es también el caudillo fogoso y valiente, con
visión profética, denuedo, dinamismo, desenvoltura y tacto que antes de 1844 transformó
una colectividad sufrida, pasiva, escéptica y resignada, en una fuerza expansiva que supo
imponer su derecho a la libre determinación.
Para verlo así, basta con dirigir la mirada hacia aquellos pasajes de la vida de Duarte
que la conmovida admiración al santo, o la conveniencia polémica, han relegado a segundo
plano a pesar de que los verdaderos historiadores los consignan.
Pueden señalarse al menos doce de estos pasajes biográficos duartianos para enfocar la
obnubilada faceta dinámica del Padre de la Patria, y corregir así el desbalance que corrien-
temente sufre su imagen al presentársele en su integridad:
1. Cuando creó el clima heroico a raíz de su regreso de Europa.; 2. Al planear la organiza-
ción de la Trinitaria; 3. Cuando escogió el sitio y el día de la fundación de la sociedad secreta;
4. Al dirigir los trabajos conspirativos; 5. Al recurrir al teatro como medio para levantar el
espíritu público y al disimular con fines artísticos y filantrópicos los fines patrióticos; 6. Al
proclamar la unión e igualdad de las razas, contra el exclusivismo haitiano; 7. Al ingresar en
la Guardia Nacional; 8. Al participar en la política haitiana; 9. Al concurrir a las elecciones
del 15 de junio de 1843; 10. Cuando propuso el pronunciamiento en un grave momento de

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principios de julio de 1843; 11. Al actuar en Caracas; y 12. Al entrar a la República en armas
en 1864.
Aun presentados en sinopsis, como se hará a continuación, estos pasajes se revelan con
suficiente elocuencia en el sentido apuntado.
1. Creación del clima heroico . Fijemos la mirada en el joven Duarte cuando regresa al país
a fines de 1833, después de casi cuatro años de ausencia. Lo que ven los vecinos de la ciudad
de Santo Domingo es un hombre dotado de personalidad brillante y magnética, poseedor
de una cultura superior a la que nuestro empobrecido medio, con la Universidad cerrada,
puede dar a la juventud que permanece en el país. Sus biógrafos dicen que aprendió filoso-
fía y ciencias, especialmente la geografía, y los idiomas más extendidos en el mundo. Pero
si analizáramos el curso de su vida después de aquel regreso, agregaríamos que también
aprendió el arte de conspirar y el arte de la guerra.
Es seguro que en el viaje de ida, a causa del incidente con el capitán del barco, y durante
la estada de Duarte en los Estados Unidos y en Europa se le acrecentó el dolor de la desgracia
de su país, y que, en lugar de pensar en el exilio voluntario, como le ocurrió a tantos otros
dominicanos de posición acomodada, lo que resolvió fue hacer algo para librar a su país del
oprobio que lo torturaba y arruinaba. De este modo, no solamente abonó su intelecto con
el estudio, para la labor de prédica y adoctrinamiento, sino que cuidó de prepararse en el
conocimiento y uso de los medios físicos indispensables a la conquista de la libertad.
La contestación que el recién llegado da a la pregunta de Manuel María Valverde es
altamente reveladora de los pensamientos que llenan su mente y del estado de ánimo que
trae. Él no estaba hecho a la frívola satisfacción de sentarse a describir las cosas bellas que
le había mostrado la rutilante civilización europea. Lo estaba más bien para albergar ansias
e inquietudes apremiantes, avivadas a la luz del saber y de la vida civilizada, en fuerte
contraste con el triste espectáculo que le presentaba su país.
Su referencia a los fueros de Cataluña, que no era una nación independiente, sino una
región que aspiraba a mayor autonomía, induce a pensar que en aquella etapa juvenil de
Duarte el ideal de independencia se le presentaba todavía como una utopía inalcanzable y
sólo creía posible la conquista de un estatuto autonómico para la parte oriental de la isla,
pero es una idea que ni en Duarte ni en su grupo vuelve a insinuarse más. Reconocidos el
tacto y la discreción con que procedió el patriota en la preparación de la independencia,
como se demostrará más adelante, cabe suponer que aquella referencia fue la forma discreta
que él adoptó para comenzar su prédica, pasando inicialmente como un autonomista y no
como un independentista.
La prestancia y la diligencia de Duarte lo convierten pronto en un centro en la ciudad
de Santo Domingo. Su casa, y sobre todo el establecimiento comercial que su padre tiene
en la calle de la Atarazana, en donde entra a trabajar como contable, quedan virtualmente
transformados en escuela, en ateneo, en tertulia y en fragua revolucionaria. Allí se reúne
con él lo mejor de la juventud, lo mejor en sentido espiritual, no desde punto de vista de los
niveles. Los muchachos más inquietos e inteligentes los que quieren estudiar y aprender;
los que echan de menos las aulas universitarias, pronto ven en Duarte a un maestro que les
trasmite enseñanzas que hasta ese momento no habían llegado hasta ellos.
Mientras más cosas saben, mientras más nutren su inteligencia y alumbran su conciencia,
más intolerable se les hace la situación en que se encuentra el país, sometido a un dominio
absurdo, increíble, vergonzoso.

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Duarte no es uno más que se queja impotente y resignado en el corrillo íntimo. Es una
voluntad operante y realizadora, en las condiciones más difíciles de cultura y recursos. Es
un visionario y un idealista dispuesto a la acción, y como tal un optimista. Poco a poco va
trasmitiendo a sus amigos su fuego interno, su doctrina y su disposición de ánimo.
Entre tanto, la gente se percata del lugar que Duarte se ha forjado en la pequeña y
tranquila ciudad. Se percata de la importancia que tiene el modesto círculo de amigos de
la Atarazana. Algunos ven que no solamente estudian y discuten, sino que también hacen
esgrima en la trastienda y en el patio. Sabe asimismo que son unos espíritus rebeldes, unos
inconformes que no pueden disimular su desprecio y su enemistad al extraño opresor.
Las autoridades haitianas a su vez han tomado nota del fenómeno y lo observan. Ellas no
ignoran quiénes son los frecuentadores de aquel club improvisado, pero no advierten que
ahí está el germen de la nueva fuerza que va a expulsarlos, la simiente de una patria que
comienza a gestarse. Todos los jóvenes del círculo duartiano son ya muy conocidos, y es
notoria su actividad cultural, pero la policía haitiana no piensa en tomar medida alguna
para perseguirlos o dispersarlos. Está habituada a la idea de que la resignación es general,
y le falta olfato para percibir la diferencia. Descansa también en la seguridad de que nada
puede la Parte del Este contra el fuerte régimen haitiano.
Algo decisivo y muy difícil de lograr va creándose en el seno de aquellos jóvenes de
vanguardia: la disposición heroica. El gran mérito de esta creación corresponde a Duarte. El
milagro de hacer que un grupo se disponga a renunciar a su tranquilidad, a su seguridad,
a su conveniencia y a su comodidad, y se entregue al peligro de perder la vida, en ardoroso
perseguimiento de un propósito de libertad y de justicia; ese raro milagro lo realiza Duarte
en los jóvenes que lo siguen. Puede estarse resuelto, por espontáneo movimiento, al sacrificio
por un ideal, como lo estaba, pero trasmitir a otros la misma resolución, he aquí lo extraor-
dinario. No basta ser un teórico soñador para triunfar en tan arduo cometido. Precisa tener
excepcionales dotes de líder.
2. Plan de la Trinitaria. Cuando Duarte advirtió que la difícil evolución se había operado,
que la fruta estaba en sazón, fue cuando se dispuso a dar forma orgánica y operativa a las
ideas y sentimientos que daban acerada cohesión al grupo. Entonces se recogió en sí mismo
y planeó la constitución y el funcionamiento de una sociedad secreta. No vamos a recordarlo
en detalle en esta ocasión, por ser materia suficientemente conocida, pero sí señalar que tan
acertadamente planeó una y otra cosa, que no nos deja otra alternativa sino la de pensar
que en alguna parte había aprendido muy bien el arte de conspirar. Félix María del Monte
comparó el plan subversivo de Duarte con aquella obra maestra en materia de trama revo-
lucionaria que en la historia se conoce como la Conspiración de los Soles de América.
Los íntimos espiritualmente identificados con él son, a la altura de julio de 1838, Pedro
Alejandrino Pina, Juan Isidro Pérez, José María Serra, Juan Nepomuceno Ravelo, Felipe
Alfau, Francisco del Rosario Sánchez, Remigio del Castillo, Ramón Mella, Félix María Ruiz,
Jacinto de la Concha, Benito González, Vicente Celestino Duarte, Pedro Pablo de Bonilla,
Epifanio Billini y Pedro Antonio Bobea.
3. Fundación de la Trinitaria. De entre sus amigos elige Duarte los ocho que con él deben
constituirse en forma solemne en fundadores de La Trinitaria e iniciar los trabajos de cons-
piración ligados a un severo juramento, a un objetivo y a un reglamento, e instruidos en
la táctica correspondiente al carácter secreto de la sociedad. Pero ¿dónde y cómo reunirse
estos nueve para celebrar aquella proyectada sesión inaugural sin que alguien se dé cuenta

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y lo comente, y el comentario ruede hasta perder la sociedad su necesaria clandestinidad y


llegue a oídos de los dominadores?
En este punto interviene el poco recordado genio práctico de Duarte; su fina habilidad
para dar con el recurso que mejor sirva a la sagrada causa que lo anima. Piensa que el modo
de garantizar el secreto de la fundación y existencia de la patriótica sociedad no es realizar
su reunión inicial en un lugar apartado o en la quietud de la madrugada, sino justamente
lo contrario: a plena luz del día en medio del mayor concurso de gente. A este efecto vienen
a propósito el día del Carmen, que en el año de 1838 se festejará con especial lucimiento, y
la morada del más ardoroso de los iniciados, Juan Isidro Pérez, situada frente a la iglesia en
que tendrá lugar la religiosa celebración.
Allí nace el 16 de julio de aquel año la sociedad secreta concebida por Duarte, en la forma
y bajo las circunstancias narradas por cronistas e historiadores, sin que nadie, fuera de los
conjurados, se percate del suceso.
4. Los trabajos conspirativos. De la efectividad y eficacia de la labor conspirativa en todo
el país no quedan naturalmente huellas documentales, como no las deja nunca una conspi-
ración bien urdida, pero sí está a la vista la prueba concluyente de su resultado. A fines de
1842 estaban comprometidos muchos hombres influyentes de diversas regiones, entre ellos
Duvergé, los Jiménez, los Concha, Imbert, Salcedo, los Castillo, los Santana, Espinosa, los
Valverde, Acosta, los Ramírez, Carrasco, Peña, los Pichardo, Soñé, Tabera, Álvarez, Sosa,
Roca, Sandoval, los Contreras, Galván, Lluberes, los Brea, Delmonte, los Bonilla, Perdomo,
Rijo, Linares, Abreu, Santamaría, Leguisamón y Regalado. En 1843 todos los pueblos res-
ponden rápidamente a las consignas del caudillo trinitario para adherirse a la revolución
reformista que derrotó a Boyer, y tras el grito de independencia del 27 de febrero de 1844 los
pronunciamientos se suceden de prisa, y en el curso de quince días es un hecho cumplido
en todas partes la expulsión de los haitianos y la existencia de un nuevo Estado soberano.
Este espléndido resultado revela que desde julio de 1838 la diligencia de los trinitarios, enca-
bezados por el diestro dirigente, en el trabajo de comprometer dos más cada iniciado había
taladrado subterráneamente toda la población sometida al infamante yugo, a la manera de
esas fuertes raíces que se extienden silenciosamente bajo el suelo sin que un signo exterior
denuncie su poderosa presencia. Después de la ausencia de Duarte desde el 2 de agosto de
1843, aquella fue la circunstancia que, en condiciones sumamente difíciles, más favoreció al
heroico y esforzado Francisco del Rosario Sánchez para continuar los trabajos conspirativos
hasta darles gloriosa cima seis meses después.
5. El recurso al teatro. Otra realización de Duarte pone en evidencia ante el estudioso de
la historia las dotes de líder firmemente apoyado sobre la tierra, con toda la vocación para
la acción triunfante, del apóstol de la independencia, en la etapa anterior a 1844. Es la con-
cepción y la fundación de la sociedad La Filantrópica, de un carácter totalmente diferente
del de la Trinitaria. Era una sociedad ostensible al público, con fines caritativos y recreativos
pero ocultamente destinada a levantar el espíritu del pueblo.
Duarte sabía que la sola actividad proselitista subterránea no era suficiente para des-
pertar las conciencias y para disponer los ánimos a la difícil empresa de echar al invasor.
Había que complementarla y facilitarla con un trabajo de propaganda; con algo que incidiera
fuertemente sobre las almas para acicatear su dolor y su inconformidad pasiva e inducirlas
a la lucha; pero con una labor de propaganda, al mismo tiempo, dispuesta de tal forma que
no provocara una reacción violenta de los opresores que lo arruinara todo.

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¿Qué hacer con los escasos recursos de que disponían? La reproducción y distribución
clandestina de hojas subversivas era una tarea muy arriesgada y de relativa eficacia. La em-
presa de adquirir una imprenta y fundar un periódico estaba por encima de sus posibilidades.
El único medio disponible, con perspectiva de realización, para llegar hasta la población en
su conjunto e insuflarle nuevas emociones que la sacaran de su inmovilidad era el teatro. Él
había traído de España obras teatrales propias a la patriótica tarea. Los actores podían ser
los trinitarios que más aptitudes histriónicas demostraran, con el concurso de entusiastas
muchachas de Santo Domingo. ¿El lugar? Las casas particulares mejor dotadas de salones.
¿La utilería, los trajes y los decorados? Eso se conseguiría con mucha diligencia y buena
voluntad y con poco dinero.
Cobijada por la convincente bandera de la filantropía, la sociedad se estableció y comenzó
a actuar en medio de un entusiasmo creciente y sin la aprensión de los intrusos. En toda la
ciudad de Santo Domingo el tema dominante era La Filantrópica. Los ensayos fueron oca-
sión para estimular aun más el entusiasmo y para que entre los componentes de la juventud
de la época, soldados en potencia, se contrajeran y consolidaran vínculos de amistad en un
ambiente de alegría, actividad y optimismo.
Toda la ciudad se concentró en una vieja casa de la calle del Arquillo, cercana al campa-
nario de la Catedral, para presenciar la primera función. El local resultó muy insuficiente
para la gran concurrencia, y allí sufrieron los trinitarios graciosas peripecias hijas de su
inexperiencia. Duarte, que hacía de apuntador, quedó totalmente mojado por el agua de
una improvisada fuente exigida en una de las escenas.
Ponderados los inconvenientes de esta primera función por un benemérito ciudadano
de posición acomodada, Manuel Guerrero, iniciado ya en el complot independentista, tuvo
la excelente idea de destinar una suma de dinero en la transformación de una casa en rui-
nas, muy amplia y con un gran patio, situada frente a la Plaza de Armas y que había sido
prisión en los tiempos hispánicos, para que pudiera ser la sede de las actividades teatrales
de La Filantrópica.
Concluidos los trabajos de construcción, en que todo el mundo puso su contribución,
el estreno de aquel teatro –que lo era más por su función que por su estructura– fue el más
grande acontecimiento de la ciudad de Santo Domingo en muchos años.
En estos afanes descollaron la talentosa vehemencia de Juan Isidro Pérez y los esfuerzos
de Remigio del Castillo, Jacinto de la Concha, Pedro Antonio Bobea, Luis Betances, José
María Serra y Tomás Troncoso.
Todos conocemos los episodios que se desarrollaron, recogidos por la historia, en ocasión
de las presentaciones intencionalmente elegidas del teatro de la Filantrópica, especialmente
La Viuda de Padilla, de Martínez de la Rosa; Roma Libre, de Alfieri, y Un día del año 1823, de
Eugenio de Ochoa; y cómo contribuyó a levantar el espíritu público la actuación de los
patriotas disfrazados con las máscaras de Talía. No corresponde al objeto de este ensayo
repetirlos en detalle. El propósito que lo inspira es solamente hacer resaltar la aptitud de
Duarte, un tanto abstraída, para utilizar los mejores recursos al alcance de su mano a fin de
llevar al plano de la realidad práctica el ideal a que todo su ser estaba consagrado.
6. Política racial. Cuando Duarte expone a sus compañeros, en la histórica reunión del 16
de julio de 1838, su proyecto de sociedad patriótica y secreta y el esbozo de lo que podía ser
la República Dominicana, les habla también de la forma y los colores que a su juicio debían
constituir la bandera del futuro Estado.

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Según la autorizada versión del historiador García, recordó que cuando Dessalines procla-
mó la independencia de Haití formó su bandera arrancando el color blanco del pabellón francés
como señal de exclusión de una raza en la estructuración del nuevo Estado, y agregó que en
contraposición a la política exclusivista iniciada por aquel gesto, la República Dominicana debía
proclamar la unión e igualdad de todas las razas al amparo del símbolo cristiano, mostrando
en su bandera una cruz blanca que abarcara con sus brazos los diferentes colores.
Este detalle del proyecto político expuesto por Duarte en la Trinitaria demuestra que en
el Fundador no anidaba simplísticamente su ideal de independencia, sino que también le
preocupaba y se planteaba otros importantes problemas, derivados de las realidades sociales
y conexos a la creación de la República.
La cuestión de la presencia de dos razas en disputa en la parte occidental de la isla de Santo
Domingo determinaba una situación delicada que podía tener graves repercusiones en la parte
oriental, compartida igualmente por las mismas dos razas. En el Oeste el problema estaba resuelto
con el predominio absoluto de una sola de esas razas, pero en la parte del Este el exclusivismo
dominante había provocado como reacción un sentimiento racial de sentido inverso, explotado
maliciosamente por el elemento haitiano con la especie de que los blancos del lado español ene-
migos del régimen absolutista de Boyer deseaban restablecer la esclavitud. ¿Qué política debía
adoptarse para enfrentar la honda divergencia sin que sufriera la unidad del pueblo y para que
de todos los dominicanos por igual fuera el anhelo de expulsar al opresor? ¿Acaso convenía
dejar sin respuesta la sospecha de una posición racista, declarada o supuesta en los trinitarios,
diversa de la asumida por Haití, que podía debilitar la necesaria unidad dominicana?
Había que despejar todas las dudas dejando aclarada la cuestión desde el principio, y
resuelta permanentemente en el símbolo mismo de la Patria con una manifiesta doctrina de
absoluta igualdad y unión de todas las razas.
Observando con espíritu crítico este aspecto de los proyectos duartianos, resalta junto a sus
innatos sentimientos de justicia e igualdad, un don político de alto estilo en el creador de nuestra
nacionalidad, preterido en el recuerdo, que muy bien debiera figurar siempre junto a la memoria del
místico y sufrido patriota que no supo luchar sino cuando de la libertad de la Patria se trató.
7. Entrenamiento militar. Sabido es que Duarte se enganchó en la Guardia Nacional organi-
zada por el régimen Invasor y que dentro de aquel cuerpo alcanzó el grado de capitán. Sabido
es también que sus compañeros lo imitaron y de este modo se iniciaron en la carrera militar.
Quizás en presencia de este dato, algunos dominicanos frunzan el entrecejo y busquen una
explicación al hecho de que los jóvenes patriotas entraran al servicio del odiado dominador.
La calma les volverá cuando caigan en la cuenta de tres verdades: Primera, que el único
medio concebible para expulsar a los intrusos era el empleo de la fuerza, y para ello era indis-
pensable preparar soldados; segunda, que reconocida la carencia de recursos propios, no había
otro modo de formar militares que no fuera aprovechar los medios del poder opresor; y tercera,
que los miembros de la Guardia no tenían a su cargo persecuciones políticas o el cumplimiento
de actos injustos o arbitrarios, ni era aquella una época en que se vieran expuestos a enfrentarse
a patriotas dominicanos. Reinaba todavía una paz octaviana, y los servicios de los miembros
del cuerpo armado se limitaban a reprimir la delincuencia o a ejercicios y paradas.
De manera que si el ideal de independencia de los trinitarios no era el delirio de pobres
e ilusos desvalidos, sino un proyecto certeramente orientado hacia su segura realización, los
patriotas tenían que convertirse en soldados en toda la extensión de la palabra, utilizando
la única vía real de que disponían para llevar a efecto tal conversión.

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Alentado por esta idea, Duarte fue un discípulo modelo en los cuarteles haitianos en el
aprendizaje de las armas y así perfeccionó con enseñanza práctica su conocimiento teórico
de táctica y estrategia. Fue ganando galones hasta llegar a capitán, mientras los jóvenes
ardorosos que acataban su liderato lo emulaban en los ejercicios militares.
A principios de 1843 la juventud dominicana estaba compuesta en su mayoría de soldados
potenciales que buscaban y esperaban la ocasión de reivindicar con el fuego de sus fusiles y
el filo de sus espadas los derechos inmanentes de la colectividad dominicana.
La independencia se convirtió así en un hecho que se columbraba en el futuro, pero no
caprichosamente, sino fundado en una base cierta edificada en el presente. Ello se debió al
sentido práctico de Duarte, al talento de quien supo ingeniárselas para crear los factores
positivos necesarios a la conversión en realidad viva y viable de lo que para el sentido común
de la época no pasaba de ser una quimera inalcanzable.
8. Participación en la política haitiana. No era naturalmente la preparación moral y militar
de la juventud dominicana y el acopio de armas la única condición para que la independencia
fuera posible. No era tampoco la única tarea que Duarte y los trinitarios habían considerado
necesaria a asegurar la victoria contra Haití. Los proyectos iban mucho más lejos. Iban hasta
la adopción de un plan para contribuir al debilitamiento del poder opresor en sus propias
bases, equivalente al fuego de barraje destinado a ablandar la posición enemiga que la táctica
militar manda para antes de emprender un ataque.
Duarte observó siempre atentamente las condiciones internas de Haití y asechaba las
oportunidades en que podía producirse un conveniente deterioro del monolítico régimen
boyerano. A la altura de 1840 empezó a ver síntomas claros y definidos de que aquel ré-
gimen comenzaba a corromperse en sus entrañas a consecuencia de la larga opresión y la
instintiva ansia de libertad del hombre, exasperado por el cansancio y los frecuentes errores
y excesos de la dictadura. En la propia ciudad de Santo Domingo los haitianos se dividían
entre partidarios del Gobierno y enemigos de Boyer que deseaban una revolución reformista.
Definida más tarde la escisión, que minaba grandemente las bases del régimen haitiano,
puso Duarte en evidencia la sagacidad de político de raza que la posteridad ha dado en no
recordar bien. Con objeto de hacer de su parte todo lo posible para disminuir el poderío
de la nación invasora y abrir una más ancha brecha a la posibilidad de la independencia,
le pareció a él procedente que todos los trinitarios y adeptos participaran activamente en
las luchas políticas haitianas como ciudadanos haitianos, del lado de la oposición, para
favorecer el estallido de la revolución que se veía venir, e inaugurar una etapa de caos en
el campo enemigo, muy beneficiosa a la liberación dominicana. ¡Nunca el maquiavelismo
sirvió mejor causa!
Un fenómeno telúrico completamente ajeno a los cálculos de los patriotas vino en eso
a cooperar en el plan de los trinitarios, como si la naturaleza hubiera querido asociarse a la
sagrada causa de la libertad. Fue el terremoto del 7 de mayo de 1842, que dañó varias villas
haitianas y empeoró la situación económica del país vecino. Esta contingencia es un ejemplo
de cómo un proceso puramente físico adquiere rango histórico por la importancia que tiene
su relación con las ideas y los hechos humanos.
El temblor favoreció, en la misma medida que a los dominicanos, a los haitianos que
conspiraban contra el gobierno absolutista de Boyer, y de este modo progresaron los pre-
parativos revolucionarios hasta llegado el momento en que Duarte, con el acuerdo de los
opositores occidentales que operaban en la parte oriental de la isla, creyó necesario estrechar

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y coordinar los lazos y actividades de la juventud dominicana independentista, disfrazada


ahora de facción política haitiana, con el foco insurreccional de Haití.
Es entonces cuando tiene lugar el conocido episodio de la misión fracasada del trinitario
Juan Nepomuceno Ravelo en Aux Cayes, y el subsiguiente envío y triunfo de la misión del
ínclito Ramón Mella, que culminó en franco suceso para los reformistas haitianos y para los
patriotas dominicanos circunstancialmente encubiertos tras la etiqueta del reformismo.
Establecido el vínculo entre los conspiradores haitianos y los patriotas dominicanos y
aceptados estos como revolucionarios militantes dentro del hervidero político que precedió
el grito de Praslin, pudieron los conjurados dominicanos independentistas reunirse con más
facilidad y ganar mayores conocimientos de las condiciones internas de Haití, gracias a los
frecuentes contactos que sostenían con los haitianos enemigos de Boyer.
Tres grandes ventajas consiguieron, pues, los trinitarios y la extensa red de adeptos que
cubría todo el país, con la puesta en práctica del plan duartiano de incorporarse a la política
interna de la nación dominadora: primera, la descomposición de la férrea estructura que
paralizaba el ansia dominicana de libertad; segunda, la posibilidad de preparar mejor el
movimiento de independencia, por la facilidad de trasladarse y de reunirse, y tercera, la
adquisición de mayores noticias acerca del enemigo que iban a combatir.
El golpe de Praslin fue el 27 de enero de 1843, y el grito de Viva la Reforma se dio en Santo
Domingo el 24 de marzo siguiente en la plazuela del Carmen, después que en la parte haitiana
sucesivas victorias militares de los rebeldes marcaron el triunfo de la revolución. Aquel día Duarte
y los trinitarios promueven la poblada y requieren la presencia del militar oposicionista haitiano
Desgrottes para que realice el pronunciamiento. Luego viene el contraataque y la disolución por
la fuerza, de la hostil manifestación, en la Plaza de Armas, y el consiguiente desbande de los
alzados por carencia de armas con qué enfrentarse al ejército, dirigido por Carrié y Alí.
Duarte se ve precisado a ocultarse y luego marcha discretamente a San Cristóbal. Allí reorga-
niza el movimiento con el concurso del comandante Esteban Roca, quien se pronuncia en favor
de la Reforma y marcha sobre Santo Domingo al tiempo que otras comandancias se pronuncian
también en diversos puntos del país. El 26 tiene Carrié que capitular, y Duarte entra triunfante
a Santo Domingo. Entonces se constituye la Junta Popular de gobierno bajo la presidencia de
Alcius Ponthieux, compuesta además por Duarte, Manuel Jimenes y Pedro Alejandrino Pina.
Aquí vemos al esclarecido patricio en la paradójica posición de autoridad haitiana como
consecuencia del agudo sentido estratégico que sus años de ardorosa persecución de la
libertad le hizo desarrollar.
En su nueva calidad se traslada a la región oriental con la aparente misión de dar forma
institucional al cambio operado, y dejar instaladas las juntas populares de aquella región, pero
con el verdadero propósito de preparar la revolución de la independencia. Las personas con
quienes principalmente entró en contacto en el Seybo son una nueva prueba del tino y la des-
treza con que Duarte supo operar antes de que la Patria fuera un hecho. A ningún dominicano
hay que decirle las dotes personales excepcionales de Ramón y Pedro Santana, y la posición
preeminente que ocupaban en el Este del país. Respecto de Pedro, la historia habla por sí misma;
respecto de Ramón, es sabido que su muerte prematura le impidió el pleno desenvolvimiento
de sus aptitudes. Sin duda, el presidente de la Trinitaria se dirigió derecho hacia los personajes
claves que mejor iban a asegurar en el Este el triunfo de la independencia. Que después Pedro
Santana tomara el rumbo que tomó no es cosa que deba cargarse a Duarte por haber compro-
metido a ambos hermanos gemelos para la empresa de limpiar de haitianos el país.

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Tal como lo previó el genio del iluminado patriota, el triunfo de la revuelta contra Boyer
selló en Haití el inicio de una nueva etapa de caos y turbulencias, que precipitó la decadencia
del país dominador. En pleno desenvolvimiento de esta crisis fue cuando tuvo lugar con
relativa facilidad, bajo la dirección del egregio Sánchez, el movimiento de independencia en
febrero de 1844 y el subsiguiente y triunfal rechazamiento del intento haitiano de malograr
a fuego y sangre la obra de los trinitarios, en el mes de marzo. Muy otro resultado hubiera
tenido la preparación del golpe, el grito del 27 de febrero y las batallas de Azua y de Santiago,
si en lugar de imperar el desorden que Duarte contribuyó a crear en Haití hubiera persistido
en esos días la fuerte maquinaria político-militar de Jean Pierre Boyer.
Tras la caída del déspota y antes de la fundación de la República Dominicana, el pa-
norama se transforma en las dos porciones de la isla. En la parte occidental los reformistas
haitianos sinceros entran en lucha con el nuevo amo surgido de la revolución, mientras
en la oriental los patriotas capitaneados por Duarte se ven enfrentados a tres grupos: sus
asociados haitianos en las jornadas revolucionarias; los dominicanos que también desean la
separación respecto de Haití pero que la prefieren con la protección de Francia o de España
como medio de hacerla perdurable, y los dominicanos que no creen en la viabilidad de la
independencia y temen un fracaso igual al de 1821.
Los del primer grupo no aceptan las exigencias formuladas por los trinitarios por el
órgano de Pedro Alejandrino Pina en la sesión del 8 de junio de 1843 de la Junta Popular
de Santo Domingo, para que los dominicanos disfrutaran de amplia autonomía, usaran ofi-
cialmente el idioma español y restablecieran sus propios usos y costumbres. Para aquellos
haitianos, por muy reformistas que fueran, eran demandas excesivas y la ruptura se produce
entre los dos bandos inconciliables, lo que hace exclamar al delegado del nuevo gobierno
haitiano, August Brouat: “La separación es un hecho”.
Los del segundo y el tercer grupo realizan esfuerzos, por separado, para hacer fra-
casar a los trinitarios en su loco, en su descabellado empeño de hacer del país una nación
independiente.
El mayor dolor de Duarte lo constituyen estos dos grupos de dominicanos escépticos y
las intrigas a que se dedican para obstaculizar la realización del ideal trinitario. No concibe
cómo puede haber dominicanos conscientes que no deseen la plena soberanía del pueblo.
Su más ferviente anhelo es que haya unanimidad en el propósito y en el acometimiento de
la empresa. Las divisiones podrían hacerla fracasar. Le parece que él puede convencerlos si
les habla personalmente; si con audacia y energía, y al mismo tiempo con humildad, deshace
el abismo que se va formando entre los grupos de dominicanos, ligados a una misma suerte.
De aquí las reuniones secretas celebradas entre los personajes más representativos de las
diferentes tendencias en la casa de Manuel Joaquín del Monte y en la de José Díez.
A pesar del esfuerzo de Duarte, estas reuniones no fueron lo suficientemente exitosas
para lograr la unanimidad, pero por fortuna el sector dominicano proindependentista quedó
siendo, con mucho, el más numeroso. De este momento en adelante no hizo el Fundador
nuevos intentos por conseguir la ansiada unanimidad, sino que acomodó realísticamente
sus miras a las circunstancias reinantes.
9. Las elecciones de 1843. De lo que debía tratarse ahora era más bien de demostrar que el
movimiento encabezado por él era el más pujante, como medio de convencer o de someter a
los escépticos y remisos. A este propósito fueron una excelente ocasión las elecciones fijadas
por el gobierno provisional haitiano para el 15 de junio de 1843 con objeto de designar el

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colegio electoral que debía nombrar los diputados a una asamblea constituyente llamada a
reunirse en Port-au-Prince para consagrar los principios de la Reforma.
Duarte y los trinitarios decidieron concurrir a los comicios con sus propios candidatos
a electores y oponerlos a los candidatos sustentados por las autoridades haitianas en aso-
ciación con dominicanos contrarios a la independencia, en la certeza de que la mayoría les
daría el triunfo. Iban a ser la mejor manera de proclamar indirectamente a los cuatro vientos,
para conocimiento del poder intruso y de la facción propia conservadora bajo la forma de
una elección de diputados haitianos, que el pueblo dominicano seguía las directrices de los
Trinitarios y deseaba la independencia.
En los días que precedieron a la contienda electoral, desarrolló Duarte en la ciudad y
en los campos una diligencia tal, para asegurar la mayor concurrencia de votantes afectos
a la causa patriótica que muy bien debiera tenerse hoy más presente para mostrar su faceta
dinámica, de modo de contrarrestarla a la imagen del Duarte que no quiso luchar cuando
no se trató de la Patria sino de posiciones personales o de grupos, una vez establecida la
República, que es la que más resalta a la vista de las generaciones posteriores y la que le
hace aparecer como un idealista poco apto para la acción.
Llegado el día de concurrir a las urnas, el triunfo de los jóvenes trinitarios fue rotundo.
Sus candidatos, y no los propuestos por el sector haitiano, fueron los elegidos en todo el país
dominicano para integrar el colegio electoral que a su vez debía designar a los diputados a
la asamblea constituyente. Este resultado comportó la demostración de que la comunidad
dominicana deseaba y estaba madura para la independencia. Y no sólo esto, sino también la
prueba de que una mayoría de nuestro pueblo constituía ya una fuerza organizada y activa
dispuesta a conquistar la autodeterminación. Evidentemente, habían trabajado bien los trini-
tarios desde el 16 de julio de 1838 bajo el experto liderato de Duarte. Con raras excepciones,
todos habían cumplido fielmente la promesa hecha bajo juramento.
La victoria electoral fue de un efecto decisivo. Provocó un júbilo indescriptible en la
población, entonó a gran número de vacilantes e hizo cambiar de ideas a muchos que habían
elegido la senda del antiseparatismo, entre ellos a algunos dominicanos de posición eminente
que habían defendido a Boyer contra la revolución o que habían sido despedidos de sus
posiciones militares, por el nuevo gobierno, por haber permanecido leales al dictador.
La política de Duarte y de su sucesor Sánchez en la jefatura del movimiento, fue en
aquellos días de puertas abiertas a todos los dominicanos, cualesquiera hubieran sido sus
antecedentes políticos, para sumar la mayor cantidad de adictos a la causa de la indepen-
dencia, y estos fueron bien recibidos en los centros de la conspiración.
Paralelamente a este efecto en el elemento dominicano, se produjo en el sector haitiano
un sentimiento de sorpresa y alarma ante el resultado del escrutinio de las urnas. Entre los
asombrados haitianos no faltaron quienes optaron por pensar que era justa la voluntad de
separación de los dominicanos, que en nada se habían asimilado a los haitianos en veintidós
años de ocupación, pero la corriente dominante urgió el pronto envío de una fuerza a la
parte española, encabezada por el nuevo árbitro de la situación, Charles Hérard ainé, para
cortar drásticamente la rápida evolución que aquí se operaba hacia la emancipación, puesta
de manifiesto en las elecciones del 15 de junio de 1843.
10. Audacia y valentía. Cuando el imponente ejército cruzaba la frontera y avanzaba hacia
los centros claves del territorio dominicano, dispuesto a anular el efecto de los comicios, y
mientras la noticia inspiraba pavor en los ánimos, por el recuerdo trágico de experiencias

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similares, se le ofreció a Duarte la ocasión de demostrar su valentía y su extraordinaria vo-


luntad de lucha. Vale la pena recordar este momento estelar de la vida del Padre de la Patria
e invitar a los dominicanos a que lo tengan siempre presente.
La gravedad de la situación determinó que los trinitarios y adeptos principales se con-
gregaran en reunión urgente en la casa de José Díez, mientras Mella salía para el Cibao a
enfrentar los acontecimientos. La palabra de Duarte fue la protagonista de la escena y produjo
un efecto magnético en la concurrencia. No era aquella una hora de miedos, de vacilaciones
y de huidas, sino de arrojo, decisión y movimiento para adelantarse a los hechos y efectuar
el pronunciamiento independentista antes de que Hérard y sus hordas dominaran el campo.
Sus palabras no quedaron en simples frases de fogoso estímulo a la acción. Como hombre
práctico que era, comunicó en detalle a los presentes el plan que ya había preparado y los
medios con que podía contar para llevarlo a realidad. Concluida su exposición los invitó
a todos a que cooperaran en la inmediata ejecución del atrevido proyecto, descartando la
idea ya en marcha de una exposición escrita a Hérard ainé. La reacción fue una clamorosa
disposición de la mayoría a seguirlo, aceptando los riesgos y comprometiéndose a cualquier
sacrificio. La viva manifestación complació al caudillo porque no ignoraba que sólo con coraje
y audacia era como se podía llenar el gran margen de riesgo presentado por la empresa.
Pero al través de la fogosidad e impulsividad reinante se impusieron contagiosas voces de
prudencia de gente madura, que formularon argumentos contrarios a la valiente proposición
de Duarte, y de caciques regionales que negaron su concurso. El ambiente cobró enseguida
otra fisonomía, y vanamente quiso el apóstol anular el efecto de las juiciosas razones invo-
cadas en su contra y rehacer el clima heroico. Después de tediosas discusiones, la reunión
se deshizo sin llegarse a decisión alguna, y no quedó a los cabecillas del movimiento más
camino que el ocultamiento para ponerse fuera del alcance del brutal aparato represivo que
marchaba sobre Santo Domingo con Charles Hérard ainé a la cabeza.
Cuando el contingente armado haitiano entró en la vieja capital de la Española, después
de haber aplastado al Cibao y hecho preso a Ramón Mella, comenzó la persecución y muchos
jóvenes independentistas que recogían firmas fueron encarcelados mientras los esbirros de
Hérard buscaban afanosamente a Duarte, Sánchez, Pina y Pérez. Como se sabe, Sánchez
burló la persecución haciendo propalar la noticia de que había muerto, aprovechando la cir-
cunstancia de haber caído enfermo, y los otros tres, después de muchas peripecias, lograron
embarcar en una goleta que los llevó a Saint-Thomas y luego siguieron viaje a Venezuela.
11. En Caracas. La actuación de Duarte en Caracas es otro de los pasajes de su biografía
que precisa destacar para hacer resaltar la faceta dinámica del patricio y presentarla con el
mismo relieve que se le da a la dimensión mística y pasiva de su compleja personalidad.
Ya en 1841, antes de esta época de agosto de 1843 en que se ve forzado a dejar la tierra
de su amor para escapar a la ferocidad de Hérard ainé, se trasladó él a la capital venezolana
para extender hasta allí la red de la conspiración aprovechando su amistad con personas
influyentes de aquel país y con las familias dominicanas que habían abandonado el territorio
patrio huyendo a las pavorosas condiciones impuestas por la ocupación haitiana. Tal parece
que Duarte pensó justo pedir un sacrificio por la Patria a aquellas familias, exigiéndoles su
ayuda a la obra de liberación, y haciéndoles expiar en cierto modo su pecado de haberle
dado la espalda al terruño en momento tan doloroso.
También dedicó su tiempo en el extranjero en continuar su entrenamiento militar y en
practicar la esgrima.

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Cuando a fines de agosto de 1843 llegó con Pina y Pérez a Caracas se fue derecho a la casa
de su tío José Prudencio Díez y desde allí comenzó a moverse con cuatro objetivos: conseguir
apoyo y recursos del gobierno y de los amigos venezolanos; lograr la cooperación activa de
los compatriotas expatriados; establecer una correspondencia secreta con los compañeros
que había dejado en Santo Domingo, y regresar cuanto antes al país convenientemente
preparado para dar el golpe.
El 10 de septiembre hubo gran reunión en la casa de don José Prudencio con persona-
lidades venezolanas y exilados dominicanos. Duarte la presidió e hizo a los presentes una
exposición de sus propósitos. Produjo una impresión excelente aquel joven de treinta años
a quien el espíritu se le salía, vivo y palpitante, a través de la palabra, de la mirada, de sus
movimientos todos. Al favor de la honda simpatía suscitada por el apóstol y su causa, los
concurrentes se manifestaron cálidamente dispuestos o coadyuvar en la tarea de la libera-
ción dominicana. Una compatriota, María Ruiz, bien vinculada con familias principales de
Caracas, le ofreció valerse de su amistad con el presidente de la República, general Carlos
Soublette, para obtener de este una entrevista y la ayuda deseada. Pero no todos participa-
ron del optimismo de Duarte. Dos venezolanos, de origen dominicano, el licenciado López
Umares y el doctor Montolío, más entusiasmados por las dotes intelectuales del expositor que
movidos por la fe en el triunfo de la causa dominicana, osaron tratar de persuadir al patriota
para que ingresara en la escuela de derecho de la universidad de Caracas suspendiendo
temporalmente su lucha. Esta insinuación, que Duarte rechazó cortésmente sin vacilar, lo
movió a fijar más tarde por escrito, en anotación íntima, la más conmovedora reafirmación
de la misión que se había impuesto y por la cual sacrificaba su porvenir personal, su fortuna,
su familia y la promesa matrimonial que había dado a la mujer amada.
En los días subsiguientes a la reunión se consagró Duarte a sus dos primeros objetivos,
especialmente a ponerse en contacto directo con el presidente Soublette y trabajar para con-
vertirlo, en el mayor secreto, en su más poderoso aliado y auspiciador. Mientras tanto, no
recibía ninguna noticia de Santo Domingo, ni directamente ni por medio de los trinitarios
Pina y Pérez, que habían pasado a Curazao buscando un mejor enlace con el país natal. Esta
incomunicación les dio a los próceres en forzoso exilio la medida de las grandes dificultades
reinantes en Santo Domingo para moverse y para enviar correspondencia al extranjero. La
vigilancia haitiana los mantenía paralizados y en el más riguroso aislamiento. Sospechaban
asimismo que agentes del gobierno opresor interceptaban las cartas a los compañeros que
permanecían en el país, y aun las cruzadas por ellos entre Curazao y Caracas.
Sólo el 30 de noviembre, después de haber tomado precauciones contra cualquier inter-
cepción, es cuando recibe Duarte las primeras noticias. Un venezolano de alma generosa iden-
tificado con el ideal de los trinitarios, Buenaventura Freites, pone en sus manos la carta que le
escribe Pina desde Curazao el 27 del mismo mes y otras que proceden de Santo Domingo, al
tiempo que le trasmite una extensa información verbal sobre el curso de la trama, que Hérard
había trastornado gravemente en el mes de julio. Las noticias son mucho mejores de lo que él
esperaba. Durante el largo tiempo que transcurrió sin saber lo que sucedía en Santo Domingo,
su gran temor era que los trabajos revolucionarios hubieran quedado malogrados. No interesa
al objeto de este ensayo reproducir aquí todo el acopio de noticias recibido por Duarte, que por
otra parte es muy conocido. Por las informaciones recibidas se da cuenta de que la voluntad
de hacer Patria, avivada por los alientos generosos de Francisco del Rosario Sánchez, era una
realidad tan viva y tan madura que pudo sobrevivir al golpe brutal inferídole para matarla a

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mediados de año, y con ellas tiene ya el jefe de la conspiración suficiente base para dedicarse
a completar los preparativos y a salir de Venezuela con objeto de desembarcar en algún punto
del país dominicano para asumir el mando de los sublevados.
Su primer movimiento es reintensificar las diligencias cerca del presidente Soublette para que
haga efectivo ya su ofrecimiento de ayuda. Se vale nuevamente de la visita personal al jefe del
Estado y de cuantas personas se le muestran dispuestas a servir de intermediarios. Pero pasan los
días y la ayuda no acaba de convertirse en realidad. Esta situación lo mantiene en Caracas durante
días en que él quisiera volar a su Santo Domingo y el fuerte estado de impaciencia comienza a
quebrantarle la salud. No duerme, no come, no descansa. La tensión de sus nervios aumenta
por momentos. Interpretada por él y por sus colaboradores la renuencia de Soublette como una
abstención fundada en la gratitud que debe ligarle a los haitianos por la decisiva ayuda que
Petion había prestado a Bolívar en 1816 para la independencia de Venezuela, Duarte se dedica
entonces a estudiar a fondo el significado de la histórica ayuda y a convencer al presidente de
que aquello fue más bien un gesto con que se buscó una calculada conveniencia que no obligaba
sino muy relativamente el reconocimiento de los venezolanos. Pero a este esfuerzo no sigue la
entrega de la prometida aportación, de la cual piensa Duarte que no puede prescindir porque
si bien ha reunido algún dinero, la contribución decisiva sería la del gobernante amigo.
Pasados unos días, llega el momento en que ya no puede esperar más y entonces se opera
en la mente de Duarte una evolución dirigida a encontrar el modo de suplir por otra equi-
valente aquella importante contribución, esencial al triunfo de la causa independentista. El
remate de sus cavilaciones es la firme resolución de que él y todos los miembros de su familia
entreguen su fortuna íntegra a quienes se preparan para expulsar a los haitianos y crear una
república libre y soberana. No ve otra salida segura y efectiva al embarazoso estancamiento
que no sea el propio sacrificio pecuniario de él y el de su familia. Esto concierne sólo a su
libérrima determinación y a la de los suyos, y no depende de una decisión ajena, y por tanto
su realización es cierta e indudable. Es el momento en que se conjugan en forma sublime sus
cualidades de hombre práctico y su santa y heroica vocación al sacrificio. Se aferra Duarte con
tal vehemencia a la resolución tomada, seguro de la aceptación de su familia, que no tarda en
abandonar Caracas con el alma tranquila, alegre y optimista, y se instala en Curazao.
Pero en la colonia holandesa le esperaba una noticia que iba a someter a una prueba
todavía más grande su capacidad de renunciamiento. Allí le llega la nueva de la muerte de
su padre. El golpe lo anonada por unos días, pero pronto se repone, en una forma que sólo
es posible a los grandes elegidos.
Su resolución ha quedado intacta tras el doloroso trance. Por encima de su condición
de hijo y de hermano; por encima de su pensamiento, de su alma, de su ser todo, que no le
pertenece, según él mismo lo ha escrito, está la misión que lo arrastra, la carísima patria que
llena su mente y su corazón, y sólo por ella está resuelto a vivir. Sabe que ahora es mayor
el sacrificio porque ha quedado abatida la columna de aquel hogar, la causa agente que
hubiera podido reconstituir, con el fruto del trabajo, los bienes que se entregarán, pero a él
se encamina como quien se dirige a una felicidad largamente ansiada.
Todos los dominicanos conocemos la carta que el 4 de enero de 1844 escribe el apóstol
y caudillo a su madre y a sus hermanos, y las consecuencias que tuvo para el triunfo de la
empresa libertadora la entrega de todo cuanto poseía la familia Duarte.
Triunfante en el mismo febrero de 1844 el ideal trinitario gracias al arrojo de los patriotas
virilmente encabezados por Sánchez, y reintegrado a la Patria aquel a quien todos reconocen

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como el primero, se inicia en la vida de Duarte una nueva etapa, muy diferente de la des-
envuelta entre 1833 y 1844.
Ya está lograda la independencia y todos los esfuerzos tienen que orientarse hacia la
organización de la República y a asegurar su existencia contra el grave peligro de nuevas
acometidas haitianas. También a combatir las diligencias protectoralistas del sector conser-
vador. Con estos pensamientos desembarca Duarte de la goleta La Leonor. La posición de
su propia persona no va a ser sino la de un soldado más. No ha pensado en jefaturas, ni en
la recuperación de su patrimonio. Tampoco se le ocurre temer que otros se dedicarán a la
conquista de posiciones y a combatir rivales; que con el esfuerzo para consolidar la indepen-
dencia se mezclarán las intrigas y las pugnas intestinas; que los menos merecedores serán
los más ambiciosos y se enfrentarán a los verdaderos patriotas.
¡Cuán diferente de como la imaginó se presenta a sus ojos la patria liberada! Los viejos
políticos auspiciadores del protectorado de Francia se convierten ahora poco a poco en ár-
bitros de la situación y desalojan a los trinitarios de los puestos del gobierno; el jefe militar
enviado por la Junta Central Gubernativa para detener el avance haitiano en el Sur lo trata
desdeñosamente en Baní cuando va él con un contingente a cooperar en la contraofensiva,
y en la Capital le dan la razón al otro; se le niega el título de general de división, propuesto
por sus discípulos de la Trinitaria; los propios trinitarios quieren proclamarlo presidente,
apoyado por los hombres de armas del Cibao, para oponerlo a la ambición del general San-
tana, cuando lo correcto es dotar la República de una constitución y convocar a elecciones.
El desenvolvimiento de estos hechos posteriores a la independencia lo dejan perplejo,
aturdido, desconcertado. No esperaba un sesgo tal de los acontecimientos. No sabe qué
hacer. Las batallas de Azua y de Santiago son ganadas por la República gracias al heroísmo
de los dominicanos y al caos reinante en Haití, pero en la esfera política predominan las
intrigas de los peores y el asalto al poder. Él no está hecho para este género de luchas. Su
única preocupación, su único amor, su único incentivo, es la patria en su conjunto. Cualquie-
ra actividad no encaminada esencialmente al bien de todos y a asegurar la pervivencia de
la nación, libre, sin el lastre de las ambiciones y egoísmos, le es absurda. Él es ahora un ser
extraño en el ambiente dominicano, inapto para la acción, en el predominante forcejeo por
posiciones personales o de grupos. El conspirador hábil, valiente y dinámico cede ahora el
puesto al santo varón sin ambiciones y sin malicia. Perdona a quienes lo combaten, quiere
restablecer a toda costa la armonía, no acepta su proclamación presidencial y teniendo fuerzas
a su disposición para resistir se deja hacer preso y engrillar, y el asombro lo anonada cuando
se oye condenar por traidor a la Patria. Duarte es ahora otro hombre, un hombre paralizado
por la sorpresa y el dolor. ¿Que una parte del país lo quiere a él y otra a Santana? Pues nada
más fácil de arreglar; él se retira para que renazca la necesaria unidad, indispensable a la
defensa y a la estructuración del país.
Con esta esperanza, que mitiga un tanto la tristeza de su corazón, se somete a la condena
de expatriación perpetua aquella “noche sombría y de silencio y de calma”, aquella “noche
de oprobio” del 10 de septiembre de 1844, en que lo embarcan con rumbo a Hamburgo.
Dentro de este período, enmarcado entre marzo y septiembre de 1844, sólo a fines de mayo
y en el mes de junio se muestra enérgico y activo y hace uso de sus dotes y su posición de
líder, porque entonces la lucha de los trinitarios tiene el objetivo patriótico de evitar el triunfo
de la facción conservadora que persigue la implantación del Plan Levasseur, encaminado a
establecer el protectorado de Francia a cambio de ceder a la nación gala la bahía de Samaná.

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Toda la vida de Duarte, desde el año de la independencia que su amor, su pericia, su diligen-
cia y su valentía hicieron posible, hasta el 1862, en que se entera de que su patria ha dejado de
ser una república independiente y soberana, está marcada por la característica del sufrimiento
callado, de la renuncia a toda posición política, y de la anacoresis mística. Él mismo comprobó,
seguramente, su absoluta falta de vocación para la actuación política partidista que no tuviese
como incentivo esencial la salvación de la Patria, y prefirió alejarse del campo de las intrigas.
A esta razón de índole espiritual hay que agregar otra que quizás no ha sido suficientemente
destacada y que podría señalarse como la principal explicación de que no hubiese resistido o
no hubiese acompañado su retraimiento con una labor de prédica y apostolado a sus conciuda-
danos, semejante a la que hizo como diplomático desde Caracas en 1864 y 1865. La otra razón
es el hondo desmedro de su organismo. Desde diciembre de 1843 le faltó a Duarte una de las
condiciones del triunfo de los grandes líderes: una salud de hierro. La enfermedad, la soledad y
la pobreza fueron sus constantes compañeros en los veinte años de ostracismo.
12. Reaparición de Duarte en 1864. Sin embargo, estos poderosos lastres, negativos y
pesados, a los que se agrega su profunda decepción de los hombres y su justicia, no son
suficiente obstáculo a que el espíritu vuelva a arder en llamas cuando sabe que han matado
a su República Dominicana para convertir el país en posesión de España.
Precisa señalar también, fuertemente, ante la conciencia dominicana, esta nueva y última
etapa histórica del Fundador, del mismo modo que las anteriores a 1844, para que, con la
imagen del Duarte perplejo, ascético y ausente se conjugue la del patriota activo, empinado
por encima de la negra adversidad, y se obtenga así la integridad de su retrato.
Al enterarse Duarte en Apure, por carta de parientes residentes en Curazao que han
dado con su paradero, de las dolorosas noticias de la Anexión y del martirio de Sánchez,
resuelve trasladarse a Caracas, y en la capital venezolana se presenta el 8 de agosto de 1862
dispuesto a trabajar por el restablecimiento de la República.
Lo que ve ante sí su hermano Vicente Celestino, cuando ambos se reúnen en la ciudad del
Ávila, es una ruina humana, pero a través de ella percibe un espíritu purificado por el dolor
y alentado por una pasión patriótica inextinguible. Juan Pablo tiene apenas cuarenta y nueve
años y su apariencia es la de un anciano de setenta. Duarte está decidido a seguir el ejemplo
de su entrañable compañero Francisco Sánchez. Él quiere reunir recursos para organizar una
fuerza y libertar la patria o morir en el empeño. Ya no se trata de una guerra fratricida; ya
no se trata de derrocar a Santana para que gobierne él. Para este género de empresas le faltó
el arrebato y la voluntad incontrastable. Ahora se trata de la vida de la República. Para la
causa de la libertad sí puede él convertir la enfermedad en salud, la debilidad en fortaleza y
el desengaño en optimismo. Para reponer la vigencia del ideal trinitario sí puede él romper
la barrera de la soledad y ponerse al frente de una expedición libertadora.
Se mueve en Caracas como en 1843 y se pone en contacto con venezolanos influyentes.
Uno de ellos es el doctor Elías Acosta, ministro del Interior. El alto funcionario se conmueve
ante el coraje y patriotismo de aquel hombre desmedrado, pero compara la magnitud de la
empresa ideada por Duarte con la pobreza y la debilidad física de este. Le expresa su simpa-
tía por la noble causa y le promete la ayuda de él y la de los demás gobernantes. Al mismo
tiempo le sugiere que resuelva previamente su propio problema personal. Al efecto le ofrece
un puesto de consideración en el Ministerio que dirige. Ha percibido en Duarte la inteligencia
y la capacidad necesarias para el desempeño de funciones delicadas. Le dice también que su
larga residencia en Venezuela le facilitaría adquirir prontamente la nacionalidad venezolana,

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indispensable a ocupar el alto puesto que él merece. Superada así, en una posición importante,
la precaria situación personal que padece, que se advierte hasta en la ropa que lleva puesta,
podrá trabajar con más provecho por la libertad dominicana. A Duarte le sorprende y le sabe
a ofensa la sugerencia, formula una palabra de agradecimiento al ministro, y no hace más
cuenta del doctor Acosta. Nunca se sabrá qué influencias pudieron moverse cerca del político
venezolano para que intentara desviar en Duarte el caudal de sus energías nacionalistas.
Mientras tanto la noticia de que el caudillo de la independencia dominicana está en Caracas
haciendo diligencias para combatir el dominio español en Santo Domingo alarma al ministro de
Su Majestad Católica acreditado en Venezuela. Piensa este que si al estado de agitación en que
se encuentra el reanexado país se agrega el concurso del patricio, aureolado por el prestigio de
sus altos méritos, pudiera cobrar forma un movimiento contrario a la metrópoli. Comunica la
novedad a su cancillería y se dispone a hacer alguna diligencia para atajar el mal. Sabedor de
que el caudillo del partido opuesto al del general Santana, Buenaventura Báez, está en Madrid
y es objeto de grandes honores, como un medio de ganar España el favor de un gran sector de
la opinión pública dominicana, se le ocurre al diplomático ibero que igual campaña de atracción
puede emprenderse respecto a Duarte. ¡Qué poco le conoce! Se vale de sus extensas vincula-
ciones para hacer que algunas personas se acerquen al prócer y traten de convencerlo del gran
bien que va a recibir Santo Domingo bajo la tutela de la Madre Patria, a la vez que insinuarle
como acto patriótico su adhesión a la consumada anexión. A seguidas los oficiosos consejeros
le hablan del caso de Báez y le formulan la posibilidad de que iguales tratamientos y honores
pudiera él recibir, con lo cual terminarían las estrecheces y privaciones que padece su familia.
Para la robusta moral de Duarte, estas insinuaciones no llegan a ser siquiera una tenta-
ción. Las rechaza con una sonrisa de compasión a los que osaron formulársela y enseguida
las olvida. Su espíritu excepcional no estaba hecho ni para haber salido triunfante tras una
crisis de duda. Él era el triunfo a priori de la dignidad, del sacrificio, del ideal incorruptible,
de la pureza espiritual. Pero la fácil resistencia de Duarte no hace desistir a los insidiosos.
Ellos insisten y redoblan sus ofrecimientos, en términos más seguros y definidos. Tiene que
ser así puesto que están en el cumplimiento de una misión que no deben terminar sino cuan-
do hayan logrado el objetivo perseguido. Las noticias dejadas por el patricio y su hermana
Rosa acerca de este episodio no traen el dato concreto, pero seguramente que la misión se
extinguió por cansancio de los atacantes a aquella fortaleza de diamante.
Pasa el tiempo y no logra Duarte todavía un resultado positivo de sus constantes ges-
tiones ni tampoco recibe suficientes noticias de Santo Domingo. Un día cae en la cuenta de
que el médico venezolano doctor Juan Bruzual, antiguo residente de la capital dominicana y
emparentado con dominicanos, actualmente bien vinculado por el presidente de Venezuela,
general Juan Crisóstomo Falcón, por ser su médico personal, puede serle de mucha ayuda y
gestionarle un encuentro directo con el jefe del Estado. Esto coincide con la llegada a Caracas,
el 20 de enero de 1863, de su tío Mariano Díez, quien le atrae abundantes nuevas de la Patria
y una carta del trinitario Juan Isidro Pérez en que la frase “Santo Domingo quiere saber de
ti” parece preguntarle: “Tú, el Fundador de la República Dominicana, ¿qué vas a hacer en
este momento doloroso de la Patria, en que ya Sánchez dio el tributo de su vida?”.
Espoleado aun más, si cabe, por la misiva del viejo e ilustre compañero de ideales y de
luchas, visita Duarte al doctor Bruzual y en el curso de la plática le comenta la triste situación
en que se encuentra Santo Domingo y la esperanza que tienen los dominicanos de que las na-
ciones que gozan de independencia, después de haberla conquistado con la sangre de sus hijos,

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respondan ahora al clamor de un pueblo hermano que quiere recuperar su libertad. Le agrega
que él está dedicado a conseguir la mayor ayuda oficial y popular de los venezolanos.
Las palabras de Duarte encuentran fuerte repercusión en el alma del doctor Bruzual, y
bien pronto le corresponde la visita y le promete gestionarle una audiencia del presidente
Falcón. Duarte tiene muy mala experiencia en materia de ayudas presidenciales, pero acepta
y agradece el ofrecimiento del amigo.
La entrevista se celebra a los pocos días y durante la misma tiene el patriota la oportuni-
dad de expandirse como sabe él hacerlo cuando de la Patria se trata. El general presidente,
hechura de su época, es un hombre rudo, sin formación cultural, que gobierna a la vieja usanza
dictatorial, pero alberga sentimientos generosos y suple con su intuición y la experiencia vi-
vida la falta de instrucción. Se emociona con lo expuesto por Duarte y le expresa con ingenuo
entusiasmo que Venezuela sabrá cooperar en la obra de redención del pueblo dominicano.
El ilustre nacionalista sale contento de la entrevista pensando que esta vez la diligencia
saldría mejor que en tiempos de Soublette. En el transcurso de los días siguientes, sin embargo,
su optimismo va debilitándose a medida que el tiempo pasa y el presidente no hace buena su
promesa. Sin duda, el entusiasmo inicial de falcón ha quedado frenado por el miramiento respec-
to de España con que había de conducir este asunto de ayudar a Santo Domingo a libertarse. El
gobierno español y su representación diplomática se mostraban muy ariscos y vigilantes desde
que Duarte comenzó sus diligencias en Caracas, y el gobierno venezolano tenía que actuar con
suma discreción y parsimonia para no deteriorar sus relaciones oficiales y económicas con la
antigua metrópoli y no dar qué sentir a la numerosa colonia española en Venezuela.
Una carta fechada el 20 de marzo de 1863 de otro de los más ilustres trinitarios, Pedro Ale-
jandrino Pina, exilado voluntario en la ciudad de Coro, en la misma Venezuela, es para Duarte
un candente acicate como la anterior de Pérez y le hace avivar su impaciencia ante la demora
del presidente Falcón. Por Pina sabe el patricio que en febrero ha habido acontecimientos im-
portantes en Santo Domingo que han aumentado la tirantez y que todo el país está moralmente
en un estado de rebeldía anunciador de un gran estallido contra la dominación española.
Duarte piensa que es el momento más favorable a ejercer una acción desde el extranjero
destinada a precipitar los acontecimientos y redobla sus gestiones cerca del gobernante para
que le facilite las armas y el dinero prometidos. Nada desgraciadamente consigue todavía y
mientras tanto en Santo Domingo se realizan los fastos memorables de agosto y septiembre de
1863. De estos hechos históricos le da cuenta Pina en nuevas cartas que le escribe en octubre.
En estos mismos días recibe la visita de un brillante joven dominicano que va a ser decisiva
para que al fin se entregue, si bien en medida simbólica, la ansiada contribución gubernamen-
tal. Ese joven es el escritor y poeta Manuel Rodríguez Objío. Este se pone en contacto con otro
Bruzual, el valiente Manuel, pariente suyo y persona igualmente influyente, cuyas diligencias
determinan que a Duarte se le remitan mil pesos. Este dinero y algo más recogido entre personas
de buena voluntad permiten a Duarte pensar en enviar a los campamentos restauradores una
comisión presidida por su hermano Vicente Celestino cuyo cometido sea coordinar la acción
guerrera de los sublevados con la aportación en hombres, armas y dinero que van a recibir
desde Venezuela. Pero al saber el incansable patriota que ya la revolución nacionalista domina
el Cibao y ha podido establecer en Santiago un gobierno provisional, cambia su plan y decide
ir él mismo a ponerse en contacto con los nuevos paladines de la libertad.
Su lucha patriótica y las alentadoras noticias recibidas han dado nuevas fuerzas al
fundador de la Trinitaria. Sus movimientos son ahora más ágiles y su piel más sonrosada.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La fiebre de la arriesgada empresa hace aflorar el Duarte de 1843 a través de aquel cuerpo
macilento devorado por una amargura largamente reprimida. La expedición está compuesta
de cinco: él, su hermano Vicente Celestino, su tío Mariano Díez, Manuel Rodríguez Objío y
el comandante venezolano Candelario Oquendo; una mano de valientes parecida a la que
saldrá de Monte Cristi en 1895, pero no tan recordada.
Los cinco héroes pasan de la Guaira a Curazao el 16 de enero de 1864 y en este último
puerto arriendan la goleta Gold Munster, capitaneada por José Faneytt. En ella se hacen a la
mar con la esperanza de ir directamente a un puerto dominicano ocupado por los patriotas,
pero a poco se percatan de que un barco de guerra español los persigue con intenciones de
interceptaros y apresarlos. Los agentes de España habían seguido la pista de sus pasos hasta
el momento de embarcarse. Se inicia entonces una verdadera odisea en que tan diligentes
se muestran los marinos hispanos en el empeño de darles caza como diestro el capitán Fa-
neytt para burlar la persecución maniobrando de noche en diferentes direcciones con las
luces apagadas. La Gold Munster logra recalar en una de las Islas Turcas el 10 de marzo y
allí consideran los expedicionarios la necesidad de cambiar de embarcación. Días después
contratan otro velero, que los lleva a Monte Cristi.
Ya están por fin en suelo dominicano libre. Lástima que nadie haya dejado a la poste-
ridad la crónica de este retorno del padre de la patria a la tierra de sus amores después de
veinte años de ausencia; que nadie haya plasmado con vivos caracteres la emoción de aquel
momento. Benito Monción lo recibe como a un heraldo del Cielo el 25 de marzo y comunica
a Santiago el acontecimiento. Emprenden la marcha, y el 28 se detienen en Guayubín. Aquí
escribe Duarte al gobierno provisional la carta que todos conocemos y tiene lugar su conmo-
vedor encuentro con Mella moribundo, magníficamente evocado por Vetilio Alfau Durán.
En Guayubín también cae enfermo el veterano libertador. El gran esfuerzo que su espíritu
inquieto ha impuesto a su maltrecho organismo tiene ahora sus consecuencias. Altas fiebres
lo hacen delirar como en diciembre de 1843 y lo dejan en condiciones lamentables. ¡Cuántas
veces la fatalidad de los procesos biológicos ha sido la gran enemiga de la historia!
Rebasado el quebranto, se traslada Duarte a Santiago y se ve con los principales hombres del
gobierno en campaña. Ante aquellos jóvenes jefes de la revolución restauradora, el viejo luchador
aparece con las características de un resucitado. Para ellos era un glorioso personaje del pasado
a quien creían muerto hacía muchos años, y su presencia les suscita sentimientos de veneración.
Ulises Francisco Espaillat es el más entusiasta en el acogimiento del prócer, cuyo aspecto enfermizo
contribuye a presentarlo como un ser venido de ultratumba. “El gobierno provisorio de la Repú-
blica ve hoy con indecible júbilo la vuelta de Usted al seno de la Patria” se le dice oficialmente,
pero en lo íntimo los patriotas de Santiago se preguntan ¿qué hacer con el Padre de la Patria? A
su condición no cabe ponerlo en un cargo subalterno, sino ofrecerle o la presidencia o una pleni-
potencia en el extranjero para gestionar urgentes ayudas a la causa restauradora.
Como si los más hubieran pensado: “Esta es nuestra hora: la de Duarte pasó hace veinte
años”, prevaleció la idea de acoger la segunda solución, y así se le comunica al patricio. A
Duarte le sorprende y le duele que tan pronto se le quiera alejar del suelo patrio, después de
tantos años de ausencia y cuando todavía no se ha repuesto de los efectos de la dificultosa
travesía, en lugar de designarse a la persona por él recomendada para el necesario enlace
con algunos países sudamericanos. Su deseo vehemente es quedarse a participar directa-
mente en la lucha por la readquisición de la independencia, aun en el puesto más humilde,
y argumenta en contra del ofrecimiento que se le hace.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

Empero pronto cae en sus manos aquel número del Diario de la Marina, de La Habana,
en que inteligentemente se explotaba el embarazo causado por la sorpresiva irrupción de
Duarte en el país, y en el malhadado comentario cree ver el patriota confirmado su temor
de que la presencia de él es objeto de intrigas. Hacía veinte años que no sufría este género
de situaciones y, como en marzo de 1844, la perplejidad lo petrifica. ¿Cómo es posible que
en medio de esta heroica guerra por la libertad asomen amagos de rencillas personales? El
Duarte sobrado de voluntad de lucha cede otra vez el puesto al Duarte paralizado por la
tristeza, y enseguida escribe al Gobierno manifestándose dispuesto a aceptar la misión en el
extranjero. Él percibe callado la prisa con que los gobernantes le expiden sus credenciales y
le entregan una modesta suma de dinero, y sin pérdida de tiempo le dice adiós a la Patria.
Pero en el extranjero otra vez, vuelve Duarte a ser el patriota diligente y sagaz no obs-
tante su secreta decepción. Se le ocurre que la isla de Saint-Thomas, por ser escala obligada
de los barcos que trafican de Sudamérica a Europa o a los Estados Unidos, y viceversa, es
punto clave para establecer vinculaciones directas con viajeros que son personalidades del
mundo político, diplomático y financiero de muchos países, provechosas a la santa causa
que él sustenta. Decide pues, en Curazao, dirigirse a aquella posesión danesa por algunos
días y envía a su compañero de misión, Melitón Valverde, a la ciudad de Caracas a preparar
el terreno para las diligencias que él realizará posteriormente en la capital venezolana.
Cumplida su diligencia en Saint-Thomas, se encamina a la ciudad natal de Bolívar y
establece allí el centro de las operaciones que proyecta efectuar cerca de los gobiernos y los
pueblos de Venezuela, Nueva Granada y Perú, munido de las cartas que lo acreditan como
ministro plenipotenciario y agente confidencial.
Desgraciadamente, tres poderosas circunstancias negativas dificultan grandemente su
misión. Ellas son el estado de turbulencia en que se encuentra Venezuela; la indiscreción y
torpeza de su compañero de misión y del general Candelario Oquendo –a quien sin saberlo
Duarte envía el gobierno provisional de Santiago a que lo ayude–, y la sustitución violenta
de José Antonio Salcedo por Gaspar Polanco en la presidencia de la República en campaña,
que obligaba a una confirmación de sus credenciales, que no le llegan a tiempo, para el
regular desempeño de su misión.
En Caracas, no puede Duarte entrevistarse con el presidente Falcón sino con el encargado
interinamente del Gobierno, por encontrarse el titular en Coro, y por muy buena voluntad que
le manifiesta el general Frías, impresionado por la actuación del prócer, no decide nada por
propia cuenta. Le falta además a Duarte el importante concurso del general Manuel Bruzual
por estar encarcelado. En parecidas circunstancias adversas están otros simpatizantes de la
causa dominicana, y hasta el propio enviado por el gobierno dominicano, general Oquendo,
es visto con malos ojos como enemigo del régimen Falcón.
Cuando mejor encaminadas parecían las gestiones de Duarte, no obstante la anorma-
lidad de la situación venezolana, recibe demostraciones de recelo y abstención de parte de
las autoridades por haberse movido cerca de ellas los agentes de España, advertidos de las
diligencias dominicanas por causa del poco tacto y la indiscreción de Valverde y Oquendo,
lo que da lugar a que Duarte se dirija al gobierno de Santiago recomendándole no enviarle
más cooperadores y asegurándole que él solo se basta en el trabajo de la misión.
En noviembre de 1864 deja Duarte establecida en Caracas una agencia colectora de fon-
dos para la restauración de la República, bajo la dirección de Melitón Valverde, y se dirige
a Coro para verse con el presidente Falcón. Como en 1843, la ayuda decisiva no podía ser la

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

colecta popular ni el concurso de particulares sino el reconocimiento y la decidida alianza del


gobierno venezolano. Después de una activa estada de un mes en Coro, el presidente Falcón
le anuncia a Duarte una primera ayuda que le será dada en Caracas, y el patriota retorna a
la Capital. Lo que recibe de manos del vicepresidente de la República es una suma que por
su exigüidad no es ya simbólica sino ridícula: trescientos pesos sencillos.
Después de este resultado infeliz, cree Duarte llegado el momento de rendir cuentas a
su gobierno, y destaca al general Oquendo para que regrese a Santo Domingo y entregue
a Gaspar Polanco, sucesor de Salcedo, una exposición acompañada de documentos justifi-
cativos, y urge el envío de nuevas credenciales. Luego de explicar las causas de su fracaso
comenta: “Venezuela no tiene nada qué envidiar a Santo Domingo en cuanto a intervenciones,
a anexionismo, a traiciones, a divisiones, a ansiedades, a dudas, a vacilaciones, y en cuanto
a malestar, en fin, de todo género”.
Se refiere, además, en términos desaprobatorios a las disidencias a que se han entrega-
do los restauradores entre sí, y como un viejo patriarca le advierte al nuevo presidente: “El
gobierno debe mostrarse justo en las presentes circunstancias, o no tendremos Patria, y por
consiguiente ni libertad ni independencia nacional”.
Más tarde dirige su famosa carta del 7 de marzo de 1865, en donde protesta de cualquier
proyecto de solución al conflicto con España que implique el sacrificio de parte de la sobera-
nía, y reitera en comunicaciones posteriores su determinación de no aceptar sino una Patria
absolutamente libre e independiente, y su preocupación de que los rumores de desocupación
del país por los españoles ablanden la voluntad de lucha de los dominicanos.
Meses antes, había enderezado el incansable adalid sus diligencias, mientras aguardaba
sus nuevas credenciales para dirigirse al Perú y comparecer en el Congreso Interamericano
de Lima de 1864. Se había puesto en contacto con el representante oficial del Perú en Caracas,
de modo de asegurar de antemano la aceptación de su presencia en aquel cónclave, en que él
pensaba pedir a los Estados allí representados –Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador,
Guatemala, Perú y Venezuela– su reconocimiento y apoyo al pueblo que lucha a sangre y
fuego en campos y ciudades por el rescate de sus derechos soberanos. Las credenciales no
le llegan, y así se ve privado de lo que quizás hubiera sido una grande actuación postrera
de su carrera patriótica. Quién sabe qué página hubiera dejado a la historia su encuentro
en Lima con figuras americanas tan eminentes como Domingo Faustino Sarmiento y Justo
Arosemena, delegados de sus respectivos países al Congreso.
d
Cuando Duarte sabe en Caracas la buena nueva de la terminación de la guerra y el
restablecimiento de la República Dominicana, se opera en él un explicable fenómeno bio-
lógico. Después del júbilo de la noticia y falto ya del incentivo espiritual que lo mantenía
en movimiento, su cuerpo se hunde en el marasmo. Ya no puede superar el peso de los
achaques y de la pobreza porque nada lo lanza arrebatadoramente a la acción. Las tristes
informaciones que recibe de Santo Domingo a seguidas de la venturosa nueva hasta le anulan
la oportunidad de pensar en trasladarse a la Patria y quedarse allí hasta el fin de sus días.
Los dominicanos continúan devorándose entre sí como lobos hambrientos, sin inquietarles
la miserable condición de su país tras la gloriosa guerra. Su desvalimiento y su tristeza no
encuentran entonces más refugio que la religión. Se inicia así su larga espera de la muerte,
mientras en Santo Domingo el perpetuo hervidero de las pasiones hace olvidar durante

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años al santo proscrito que nunca reclamó nada para sí, ni siquiera para mitigar su hambre
y la de los suyos, única consecuencia de sus días heroicos. Sólo el presidente Ignacio María
González muestra ante la posteridad el título honroso de haber llamado al patricio. La carta
que este recibe es del 19 de febrero de 1875, pero la ruina de su salud y el desmedro de sus
facultades han avanzado tanto, que no puede corresponder a la noble invitación.
En Caracas permanece tan enfermo y tan indigente como antes, pero añorando siempre
la Patria idolatrada, y cubriendo con su perdón las ofensas y el olvido de sus conciudadanos.
En los delirios de su mente en declive, una insistencia en recordar sus aptitudes militares
tal vez se explique señalando en el subconsciente del viejo luchador la huella dejada por
la frustración de sus planes de campaña cuando Pedro Santana le cerró el paso en Baní, en
marzo de 1844, a su lógica transformación de jefe conspirador a caudillo militar, para la cual
se había preparado y cuando no pudo realizar un proyecto de campaña sobre la frontera Sur
yendo desde el Cibao por el camino de Constanza a San Juan de la Maguana.
Nunca fue la muerte tan piadosa como cuando visitó al Padre de la Patria Dominicana
el 15 de julio de 1876.
d
Pocos pueblos tienen como el nuestro la fortuna de contar con un libertador de la cate-
goría espiritual de Juan Pablo Duarte, esa categoría espiritual que se sobrepone a sus dotes
dinámicas en el recuerdo de la posteridad.
Este privilegio es una razón y un estímulo para que deseemos mostrarnos dignos del
santo que nos dio Patria. Su vida es una invitación a seguir el ejemplo de sus virtudes. En
él están presentes, en vigorosa conjunción, la idealidad del soñador, la pureza del amante,
el desinterés del justo y las dotes prácticas del hombre de acción. Con estos atributos fue
capaz de romper, como por obra de milagro, una fatalidad histórica que al sentido común
parecía incontrastable.
En Duarte tenemos una base histórica y un punto de partida para mantener una tradi-
ción de amor puro a la República, por encima de las veleidades humanas, que pudiera ser la
norma esencial de los dominicanos, especialmente de aquellos que se deben o que aspiran
a un cometido político.
En la estructuración moral de muchos pueblos ha contribuido la impronta dejada por
grandes personalidades del pasado. Duarte ofrece una fuente de incitaciones espirituales
para la estructuración de nuestra fisonomía como ente colectivo. Incorporándonos las virtu-
des duartianas podemos lucir una honrosa característica ante los demás pueblos, y seremos
capaces de acometer una empresa más fácil y hacedera que la obra cumplida por el patricio:
la empresa de rectificación de nuestra conducta para que algún día podamos vivir, como él
lo quería, “libres, felices, independientes y tranquilos y en perfecta paz y armonía”.

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640
pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

La gloria de Sánchez
Una excepción en la dinámica de la Historia
Cuando se piensa en la hazaña máxima del 27 de febrero de 1844 y en sus anteceden-
tes inmediatos, el encuadramiento de los hechos se concentra necesariamente en torno a
la persona de Francisco del Rosario Sánchez. El grito de independencia es una de las dos
grandes efemérides nacionales que mayormente representan la gloria del patricio. La otra
es la expedición libertadora de 1861.
El inicio de lo que hemos llamado los antecedentes inmediatos hay que fijarlo en julio
de 1843, es decir, en el momento en que la presencia y las medidas represivas del nuevo amo
de Haití, Charles Hérard ainé, y de su ejército, en el territorio de la llamada Partie de l’Est,
antigua colonia española de Santo Domingo, dieron al traste con los trabajos conspirativos
que se venían realizando para la independencia, bajo la suprema dirección de Juan Pablo
Duarte y anularon la acción de todos los patriotas.
El 2 de agosto se produjo la ausencia de Duarte al extranjero, para escapar a la persecu-
ción, y quedó Sánchez, escondido y enfermo, en la ciudad de Santo Domingo.
Las dotes personales de Sánchez y el vigor con que sustentó su ideal de libertad fueron
de tal manera extraordinarios, que lo convirtieron bien pronto en el sucesor del jefe del mo-
vimiento, al reiniciar los trabajos de la trama interrumpida, desmintiendo con ello la segura
creencia de los haitianos de que toda amenaza de separación había terminado.
Cuando se puso en evidencia en junio de 1843 la fuerza política que constituía ya en el país
el movimiento juvenil pro-independencia encabezado por los Trinitarios, al ganar estos las
elecciones del día 15 para designar diputados a la Asamblea Constituyente de Port-au-Prince
que supuestamente debía consagrar los principios proclamados por los autores de la revolución
de la Reforma, cundió la alarma del lado haitiano y al general Hérard, árbitro de la situación,
le aconsejaron venir prontamente a esta parte con su ejército y desbaratar el movimiento.
“August Brouat y el general Desgrottes –dice J. G. García, Compendio, tomo II, p.206–
suponían, en vista de la seguridad que les daban sus parciales, que con la sola presencia del
ejército haitiano, encabezado por Charles Hérard ainé, bastaba para que se desvanecieran
como el humo todas las combinaciones separatistas” –según carta de ellos al general Hé-
rard– y recomendaron “poner en ejecución, como medio de halagar al pueblo, el decreto del
12 de abril, que declaraba libres las relaciones comerciales entre Haití, Jamaica y las otras
posesiones del archipiélago, y el 24 del mismo mes”, que reducía y suprimía impuestos.
Para hacer fracasar un movimiento de opinión, una trama revolucionaria o un propó-
sito político cualquiera, no se ha inventado medio mejor que hacer desaparecer la cabeza
visible, el hombre en quien encarna y se compendia el movimiento, el agente motor que le
comunica cohesión y fuerza operativa. Cuando al líder o al caudillo se le mata o se le des-
tierra, el aparato que él dirige se desintegra, y muy a duras penas puede rehacerse pasado
mucho tiempo.
Esto pareció a todos, tanto en el Oriente como en Occidente de la isla, haber ocurrido
en julio de 1843 al irse Duarte al extranjero.
Sin embargo, la experiencia arriba enunciada, que es regla general confirmada por la
historia, tuvo una gloriosa excepción en Santo Domingo en aquel año de 1843.
Es innegable que Duarte ejerció el liderazgo político nacional en el seno de la sociedad
dominicana durante la ocupación haitiana, no solamente desde la fundación de La Trinitaria,

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en 1838, sino desde cuando regresó de Europa en 1833, y que es el autor de que el difuso e
impotente anhelo de los dominicanos de verse libres de los haitianos se convirtiera en or-
ganizada fuerza social. Su presidencia de la Trinitaria fue la consecuencia del prestigio que
ya tenía, y de ella salió y cobró vida y substancia el proyecto de República Dominicana. Este
liderazgo resalta en todos los hechos, especialmente en los de la etapa activa que comenzó
con la preparación y triunfo del movimiento de la Reforma en la parte española de la isla.
Fue Duarte quien tuvo que enfrentarse a la grave oposición de los dominicanos conserva-
dores, que deseaban la protección de una gran potencia; fue él quien dirigió la lucha para
superar las divisiones en mayo de 1843 y unificar las opiniones y esfuerzos en el sentido de
la independencia pura. Fue él quien promovió y presidió la reunión en casa de José Díez en
julio siguiente para precipitar los acontecimientos en vista de la marcha del general Hérard
sobre Santo Domingo.
Mientras más resalta en la historia el liderazgo directo de Duarte antes de su obligada
huída al extranjero en julio de 1843; mientras más se pone en evidencia su papel de apóstol,
director y guía, y su influencia rectora en los grupos independentistas, mejor brilla la gloria
de Sánchez en la posición que ocupó desde entonces en ausencia del líder.
Es muy difícil suplir la falta de un jefe ausente en cualquiera circunstancia, y mucho más
lo es cuando la circunstancia es de peligro, de derrota, de miedo, de confusión. Ido Duarte,
en Sánchez hubo suficiente personalidad, suficiente dominio sobre hombres y situaciones,
suficiente valentía e inteligencia; suficiente audacia, discreción y tacto; suficiente diligencia y
suficiente fervor por la causa, para que él, en condiciones tan desfavorables, se constituyera
en el nuevo jefe y salvara el aparentemente arruinado propósito de liberación. Es uno de
los hechos excepcionales de sentido positivo que recoge nuestra historia. “Aquel hombre
parecía escogido por la Providencia para dar cima a lo que todos creyeron perdido”, dice
atinadamente su contemporáneo Francisco Aguiar en carta que recoge el biógrafo de Sán-
chez, Ramón Lugo Lovatón, en el tomo I de su obra, p.132.
Ponderadas las incalculables consecuencias que para nuestro pueblo tuvo haber per-
manecido Sánchez en el territorio dominicano, la estratagema de su simulado entierro y el
haber rebasado la grave enfermedad que lo obligó a quedarse, estamos tentados de decir:
Bendita la pulmonía que contrajo al cruzar a nado el Ozama, regresando de Los Llanos, que
lo retuvo en el país mientras sus compañeros escapaban al extranjero; bendita la maniobra de
hacer creerlo muerto y simular su entierro en la Iglesia del Carmen; bendita su curación.

Análisis de las circunstancias


Tras el retorno del general Hérard a Port-au-Prince, Sánchez, en su oculto lecho de enfer-
mo en casa de la familia De la Concha, quedó prácticamente solo y en las peores condiciones
para soñar con proseguir los trabajos en favor de la independencia. El cúmulo de factores en
contra superaba en mucho al de las ventajas. Hagamos el análisis de unos y otros.
Circunstancias adversas le eran en aquellos días las siguientes:
Su propia enfermedad;
El sentimiento de derrota, desilusión y miedo en el ambiente dominicano, acomodado
en las creencias fatalistas y en la quieta resignación de la generalidad;
La resistencia activa del poderoso sector conservador;
La ida del caudillo y de sus compañeros principales: Juan Isidro Pérez y Pedro Alejan-
drino Pina;

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La prisión y traslado a Haití de los más diligentes comprometidos en todo el país: De Santia-
go, Rafael Servando Rodríguez, Manuel Morillo, Jacinto Fabelo, José Mella Veloz y Pedro Juan
Alonso. De Moca, Francisco Antonio Salcedo. De San Francisco de Macorís, el Padre Salvador
de Peña, Manuel Castillo y Álvarez, José de Peña, Idelfonso Mella, Juan Bautista Ariza, Balta-
sar Paulino, Alejo Jerez y Esteban de Aza. Del Cotuy, el insigne Ramón Mella y el Padre Juan
Puigvert. De Santo Domingo, Pedro Pablo de Bonilla, Félix Mercenario, Manuel Leguisamón,
Silvano Pujols, Norberto Linares, Narciso Sánchez –padre del prócer– y los militares Pedro
Valverde y Lara, Juan Ruiz, Ignacio de Paula y Alejandro Disú Batagni. De la región del Este,
Nicolás Rijo y el capitán Vicente Ramírez. De la región Sur, Pedro Herrera y tres más;
La expulsión del país como extranjeros perniciosos, de los sacerdotes Gaspar Hernández
y Fray Pedro Pamiés, el venezolano Blas Bruzual y otros;
El retiro del servicio militar de los hermanos José Joaquín, Eusebio y Gabino Puello, del
Teniente Parmentier y de otros dominicanos enrolados en las filas haitianas con quienes ya
se contaba para el pronunciamiento;
La prisión, fuga y ocultamiento de los hermanos Ramón y Pedro Santana;
El traslado a Port-au-Prince, ordenada expresamente por Hérard, de los regimientos
31 y 32, compuestos en gran parte por dominicanos, que en los proyectos de revolución
figuraban como el núcleo del futuro ejército dominicano destinado a apoyar y asegurar la
independencia;
El reemplazo de estas unidades castrenses por dos regimientos compuestos totalmente
por haitianos;
La nueva división política de la isla, dispuesta por el decreto del 11 de julio de 1843 del
gobierno provisional haitiano y destinada a amalgamar zonas del territorio dominicano con
zonas del territorio haitiano.
Con estas medidas –dice García, Compendio, tomo II, p.216– tomadas o sugeridas por
Hérard durante su visita a la Partie de l’Est, “creyó dejarla completamente pacificada y
en la imposibilidad de pensar durante mucho tiempo en llevar a cabo la separación pro-
yectada”.
“Los políticos haitianos –dice también el autor citado– creían que con la nueva divi-
sión territorial, el cambio de guarnición, las prisiones hechas, el confinamiento de los dos
regimientos dominicanos en Port-au-Prince, y con el embarco de Duarte y la fusión de los
elementos antiseparatistas, ya no había peligro de que la escisión se realizara”.
Frente a los poderosos factores adversos señalados, apreciados como decisivos por la gene-
ralidad, podrían mencionarse unas cuantas circunstancias favorables a la acción de Sánchez:
La primera, las propias dotes y virtudes del patriota quedado oculto en la ciudad de
Santo Domingo. Otra es el haber madurado una conciencia independentista y el espíritu de
sacrificio y lucha en un importante sector del pueblo dominicano que tenía ramificaciones
en todo el país, fenómeno provocado por la activa propaganda y los trabajos revoluciona-
rios de Duarte y los Trinitarios. Otra es el caos y la desorganización imperantes en Haití,
a consecuencia de la revolución que derrocó la férrea dictadura de Boyer, situaciones que
contribuyeron a crear, con exacta visión del futuro y sentido estratégico, Duarte y los Trinita-
rios. Otra fue la sublevación del jefe haitiano Dalzon contra Hérard, que distrajo la atención
y los recursos de este hacia sus propios problemas.
El análisis de todas estas circunstancias arrojaba un balance decididamente desalen-
tador, pero ello no impidió que Sánchez, a mediados de agosto, reiniciara sus encuentros,

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para recomenzar la lucha, muy debilitado todavía a consecuencia de la grave enfermedad,


en la casa de su hermano Tomás, con los pocos iniciados en la causa y amigos de confianza
que la persecución no había lanzado a la cárcel o al destierro.
Los hermanos José Joaquín, Gabino y Eusebio Puello; los hermanos Jacinto, Tomás y
Wenceslao de la Concha; José Ma. Serra, Manuel Dolores Galván, Félix María del Monte,
Joaquín Montolío y otros patriotas, sintieron vibrar en Sánchez, de apenas veintiséis años y
medio de edad, la fibra de un verdadero jefe llamado a suplir al líder ausente, y espontánea-
mente se le colocaron en posición de subordinación. Este hecho tuvo importancia decisiva
para el éxito de la empresa.
Elocuentemente refleja el fenómeno operado el secretario de Sánchez, Manuel Dolores
Galván, cuando en un testimonio dice: “Jefe a quien unánimemente se obedece, a todos nos
dictó órdenes”.
No hay independencia en los próximos seis meses sino tal vez cuando, si en el momen-
to justo aquel atrayente joven mestizo de largas piernas y perpetua sonrisa no manifiesta
capacidad de confiar fuertemente en las propias apreciaciones y en las propias decisiones y
el aliento vital de quien sabe mandar.
Las reuniones se realizaban en condiciones sumamente difíciles y peligrosas, dado el
intenso espionaje que ejercían los agentes de la opresión, y tenían que alternarse con perío-
dos de ocultamiento en el pozo de la casa o en las moradas de amigos, especialmente en
la de Félix María del Monte. “Arrostrando peligros sin cuento, continuó los trabajos de la
revolución salvadora” dice Del Monte refiriéndose a Sánchez en carta del 15 de febrero de
1889, contestando una encuesta dirigida por José Ricardo Roques, editor del periódico El
Teléfono (Lugo Lovatón, Sánchez, tomo I, p.140).
El período más largo de su escondite lo pasó Sánchez en la casa de los De la Concha. A esta
etapa corresponde el testimonio dejado por Joaquín Montolío, en que relata el ofrecimiento
de un barco y dinero que hizo al prócer por intermedio de Tomás de la Concha el comerciante
Abraham Cohen para trasladarse a la isla de Saint-Thomas en vista del inminente riesgo
de ser descubierto y apresado. El declarante fue testigo de que Sánchez, una vez seguro de
que en la combinación para enviarlo al extranjero no estaban sus hospedantes, abrazando a
la madre de los De la Concha, Francisca López, después de oírle que ella y sus hijos estaban
decididos a correr con él su misma suerte, exclamó: “De hoy en adelante podré continuar
en mi labor revolucionaria hasta conseguir el triunfo, o morir en la demanda”.
A este testimonio se agrega la tradición recogida por el biógrafo de Sánchez de que este
también dijo: “Yo daré mi golpe, cueste lo que cueste”.
Rechazado por el patricio el recurso de irse fuera del país para ponerse a cubierto del peligro
de muerte o de prisión en Port-au-Prince, y aumentando cada día los esfuerzos del enemigo por
capturar al importante conspirador que ni estaba preso ni en el exilio, la imaginación de Sánchez
y sus amigos dieron con el otro recurso que consigna la historia y repite la tradición y que tiene
perfiles legendarios: el de propalar la noticia de que había muerto y simular un entierro.
Este ardid produjo quizás la ventaja de hacer disminuir la persecución, pero comprometía
a mucha mayor discreción entre los pocos íntimos que conocían la verdad y continuaban
en la preparación del golpe bajo su dirección, y por otra parte restaba seguramente fuerza
y eficacia a la conspiración en todo el país, como lo demuestra la inclinación a zafarse del
compromiso de los hermanos Santana en el Seybo, al llegar hasta ellos la versión del falle-
cimiento del director de la trama.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

Este efecto negativo quedó sin duda contrarrestado por la difusión en todas las regio-
nes del país, por los patriotas Juan Evangelista Jiménez, Gabino Puello y Juan Contreras,
del manifiesto de que habla el insigne historiador García en la página 223 del tomo II de su
Compendio, documento que no hay que confundir con la Manifestación del 16 de enero de
1844 (Ver Apuntaciones en torno al 27 de febrero de 1844, por Vetilio Alfau Durán en Clío, n.o
116). Aquel primer manifiesto, que fue obra de Sánchez, y cuyo texto desgraciadamente no
se conoce, circuló en todo el país en septiembre de 1843 y tuvo que haber sido un documento
corto, claro y vibrante (de incendiario lo califica García), a juzgar por el efecto estimulante
que iba causando a medida que era conocido, especialmente cuando fue leído el día de
las Mercedes por Juan Evangelista Jiménez en el Santo Cerro, que provocó expresiones de
exaltado patriotismo en Manuel María Frómeta. Un escrito largo, pesado, sin incentivos
emocionales y con conceptos ajenos a la circunstancia, como lo es la Manifestación del 16
de enero de 1844, no habría encontrado igual resonancia en los corazones.

Cambios en el panorama
Finalizando el año 1843 las circunstancias cambiaron, para favorecer por un lado y para
empeorar por otro las perspectivas de Sánchez y los patriotas.
El cambio más favorable lo determinó el 14 de septiembre la libertad y retorno a Santo
Domingo de Ramón Mella y los demás iniciados enviados presos a Port-au-Prince por orden
de Hérard.
El menos propicio, la formación de un importante movimiento dirigido por hombres
de posición eminente e influyente, para promover la separación política respecto de Haití
y convertir el país en un protectorado de Francia. Este movimiento surgió como una grave
amenaza al ideal independentista adoptado desde 1838 por los Trinitarios y puso frente
a estos, en actitud combativa, una fuerza social dirigida por el elemento conservador. Es,
como se sabe, el tercer partido cuya audacia temían, a que se refirieron Sánchez y Vicente
Celestino Duarte en la famosa carta que dirigieron al líder con fecha 15 de noviembre de
aquel año, cuando lo urgieron a que desembarcara con recursos en la playa de Guayacanes
el 9 de diciembre, “estando el pueblo tan inflamado”.
El contexto de esta carta es revelador de los atributos de mando supremo asumidos por
Sánchez en ausencia de quien era formalmente su jefe desde 1838. Es verdad que la carta
está también suscrita por Vicente Celestino Duarte y que se le habla con términos de entra-
ñable confianza, pero en las instrucciones contenidas en la misiva alienta la autoridad del
futuro héroe del Conde. La carta no está concebida como consejos o recomendaciones a un
superior, sino como órdenes a obedecer. “Esto conseguido –armas y municiones– deberás
dirigirte al puerto de Guayacanes, siempre con la precaución de estar un poco retirado de
tierra, como a una o dos millas, hasta que se te avise o hagas señas, para cuyo efecto pondrás
un gallardete blanco si fuere de día, y si fuere de noche, pondrás encima del palo mayor un
farol que lo ilumine todo, procurando, si fuere posible, comunicarlo a Santo Domingo, para
ir a esperarte en la costa el 9 de diciembre, o antes”.
Las circunstancias imponían que el líder ausente se sometiera a lo que dispusieran los
que trabajaban sobre el terreno mismo en que iba a darse la batalla.
A pocos días de la carta comentada, recibe Duarte en Caracas otra misiva desde Cura-
zao de sus compañeros Pina y Pérez, en que valoran el proceso operado en Santo Domingo,
en estos términos: “Verá Ud. –por las noticias que le lleva Buenaventura Freites– lo que ha

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progresado el partido duartista, que recibe vida y movimiento de aquel patriota excelente,
del moderado, fiel y valeroso Sánchez, a quien creíamos en la tumba”.
En esta ocasión pone Freites en manos de Duarte no solamente la carta de los exilados
en Curazao, sino la carta conjunta de Sánchez y de su hermano Vicente Celestino y cartas
separadas de Jacinto y Tomás de la Concha. Este último le dice: “Baste decir que estamos
como jamás lo esperé” (V. Lugo Lovatón, Sánchez, tomo I, p.153).
La formación del partido llamado despectivamente de los afrancesados se debió a que la
decepción causada en los diputados dominicanos –sustitutos de los elegidos en junio de 1843–
a la Asamblea Constituyente de Haití, al no acoger esta sus reivindicaciones en favor de una
mayor autonomía de la parte española de la isla, y debida también a declaraciones absolutistas
del recién elegido presidente Hérard, los puso en el camino de desear la separación, pero no en
régimen de absoluta soberanía –para evitar un fracaso semejante al de 1822– sino bajo forma de
protectorado francés cediendo a Francia la península y bahía de Samaná. Fue el llamado Plan
Levasseur concebido por Buenaventura Báez, de acuerdo con Manuel Joaquín del Monte, y que
debe su nombre a llamarse así el cónsul francés en Port-au-Prince en aquellos días.
Como consecuencia de este movimiento fue enviado por primera vez a la ciudad de
Santo Domingo un cónsul de Francia, Eustache Juchereau de St. Denis, que había llegado a
Port-au-Prince para desempeñar el consulado de su país en Cabo Haitiano y a quien prefirió
Levasseur enviar a la principal ciudad dominicana.
La presencia de este personaje en nuestra capital aumentó las dificultades que Sánchez
y los patriotas enfrentaban, dada su investidura y su capacidad personal, atributos que le
valieron para ejercer fuerte influencia en el ambiente político dominicano en el sentido de
la proyectada separación con protectorado.
En cambio es justo anotar que el hecho más decisivo para facilitar la realización del mo-
vimiento de independencia pura, que fue el regreso a Santo Domingo el 30 de enero de 1844
de los regimientos 31 y 32, compuestos en su mayor parte, como se ha dicho, por dominica-
nos, se debió a habilidosas diligencias desplegadas en Port-au-Prince cerca del presidente
Hérard por los dirigentes conservadores dominicanos partidarios del Protectorado, quienes
pensaban contar con esos cuerpos armados para que secundaran su trama de separación.
Consiguieron el traslado pero no la adhesión de los soldados a su causa, en parte por-
que ya estos estaban adoctrinados y conquistados por Duarte y los Trinitarios antes de su
transferimiento a Port-au-Prince en julio de 1843, y en parte porque Sánchez y su grupo
independentista desplegaron con gran prisa sus actividades para reanudar sus vínculos con
ellos y para apresurar la proclamación de la República, que tuvo lugar apenas veinte y ocho
días después del arribo de los regimientos.

El feliz desenlace
Cuando Báez y los demás diputados a la Constituyente, posteriormente a la llegada de
los militares, hicieron su entrada en la ciudad de Santo Domingo, acompañados del cónsul
Juchereau de St. Denis, con intenciones de poner en ejecución el Plan Levasseur, ya los inde-
pendentistas estaban tan adelantados en sus preparativos, que todos sus esfuerzos fueron
inútiles para detener el curso impetuoso de los acontecimientos.
Ya había sido redactada y difundida la Manifestación de los pueblos de la parte del Este de la
isla antes Española o de Santo Domingo, sobre las causas de su separación de la república haitiana,
fechada el 16 de enero de 1844. Ya la corriente incontenible de los hechos, por obra de la

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diligente juventud independentista encabezada por Sánchez, había arrastrado consigo a las
masas populares y a todo el que valía algo. Ya engrosaban las filas patrióticas las personalidades
del sector conservador de Santo Domingo con quienes pensaban contar los propugnadores del
Protectorado, comenzando por el tornadizo Tomás Bobadilla. Ya pronto se pudo fijar la fecha
del pronunciamiento y proclamación de la República para la noche del 27 de febrero.
En la memorable noche, en la Puerta del Conde, tras la concentración de patriotas y el
trabucazo de Mella en la Plaza de la Misericordia, el jefe reconocido por todos fue el es-
forzado Sánchez, a quien secundaban en el mando Ramón Mella, Manuel Jimenes, Tomás
Bobadilla, José Joaquín Puello y Remigio del Castillo, cada uno de los cuales había aportado
un contingente de hombres.
El feliz resultado del golpe obliga a reconocer que fue una combinación perfectamente
urdida y cabalmente realizada, con la necesaria sincronía y tacto. No se trató de una opera-
ción fácil, como es la tendencia a juzgar a la distancia del tiempo las acciones que culminan
en buen éxito. Fue al contrario una empresa muy difícil, con amplio margen de riesgo y en
que hubo que poner una gran dosis de audacia.
Todos sabemos la enorme dificultad que representa destruir una situación de fuerza de
años de establecida, favorecida por pesados factores psicológicos. Tan difícil, que su sola
consideración movía desde hacía años al escepticismo a una gran parte de la población,
aleccionada por amargos fracasos anteriores. Urdida la trama con menos inteligencia y con
menos decisión, habría fracasado irremisiblemente al peso de los medios de dominación de
que disponía el país ocupante, frente a los cuales la fuerza de los patriotas era exigua.
Un grado más de coraje de parte del comandante haitiano Desgrottes de la plaza de Santo
Domingo ante el despliegue táctico de los libertadores, o un grado menos de acometividad
de parte de estos, habría hecho abortar el Estado por nacer.
La reunión del 24 de febrero para fijar la fecha y tomar las medidas finales; la reunión
de los grupos comprometidos de la ciudad el día convenido, primero en la plaza de la Mi-
sericordia y después en la Puerta del Conde; la actuación del Teniente Martín Girón con la
tropa bajo su mando; la ocupación del bastión y sus alrededores; la oportuna llegada de los
contingentes de San Carlos y de Pajarito; el duartiano santo y seña de Dios, Patria y Libertad;
la arenga de Sánchez; la toma de la Capitanía del Puerto y de las oficinas y depósitos de
la Aduana; la maniobra de la barca, haciendo repetir sus viajes con hombres de pie hacia
la ciudad y con los mismos hombres acostados hacia la banda oriental, para hacer creer a
los atentos haitianos de la Fortaleza que llegaban numerosos contingentes; el movimiento
envolvente a lo largo de las murallas para el planeado asalto al castillo de la Fuerza; la
eficacia del sistema de patrullas y centinelas; la penetración de la trama hasta los domini-
canos que prestaban servicio en los cuarteles; el vigor con que se rechazó a tiros la patrulla
haitiana destacada para averiguar lo que pasaba; los términos de la intimación de rendición;
la composición y actuación de los parlamentos; la actitud digna y decidida ante el cónsul
francés en el papel de mediador; el acto de entrega de la ciudad; lo bien desarrollada de
la red revolucionaria en todo el país y el orden y tacto con que fueron produciéndose los
pronunciamientos en los demás pueblos; la discreción que presidió en todo momento y en
todas partes, estos diferentes aspectos y momentos del glorioso estallido del 27 de febrero
de 1844 demuestran que no eran niños inexpertos los responsables de la acción, sino adul-
tos de corazón y de razón, dotados de la conciencia que se necesitaba para crear una nueva
entidad política independiente sobre el haz de la tierra.

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De este modo nació la República. La gesta del 27 de febrero es una de las dos culminaciones
de la gloria de Francisco del Rosario Sánchez. Él, como jefe del movimiento, presidió el primer
gobierno dominicano, el que intimó la rendición y recibió la plaza fuerte de Santo Domingo.
En la primera junta de gobierno le acompañaron Ramón Mella, José Joaquín Puello, Remigio
del Castillo, Wenceslao de la Concha, Mariano Echavarría y Pedro de Castro y Castro.
El primer pensamiento de todos, comenzando por el limpio y noble Sánchez, fue mandar
en busca del maestro y jefe ausente. Al mismo tiempo, los emisarios de la Junta, Vicente
Celestino Duarte, Tomás Bobadilla y Manuel Jimenes salían a diferentes regiones del interior
para consolidar la obra de liberación.
Al amanecer del 28, la población de la ciudad, atraída por el toque de diana anunciador
de la libertad y por la nueva bandera tricolor que ondeaba sobre el baluarte, se concentraba
jubilosa en torno a la cuna de la patria que nacía e integrándose en el nuevo cuerpo colecti-
vo se abrazaba a un áncora de esperanza que a través de las generaciones ha llegado hasta
nosotros dirigiendo sus brazos al incierto porvenir.

Santana en la balanza
I
Evitemos la contradicción
De tiempo en tiempo a Pedro Santana se le revisa su proceso. El fallo violentamente con-
denatorio dictado contra él por la generación que le siguió se ha sometido a veces a debate
como una cuestión digna de reconsideración. Eruditos historiadores han tomado parte en
este debate y han estudiado la posibilidad de una reivindicación.
El público ha asistido con curiosidad a este juicio, y muchos espectadores, poniendo en
suspenso la idea tradicionalmente recibida con respecto a aquel famoso paladín, han buscado
en la disputa una respuesta a la pregunta de qué hacer con el discutido personaje.
Cualquier discusión acerca de Santana que no se desenvolviera con el debido rigor
científico comportaría un grave riesgo: en una gran parte del público, insuficientemente
apoderada del problema, pudiera operarse la general tendencia humana a abrazarse a lo
novedoso, tomar partido y pasar irreflexivamente de un extremo a otro, de la completa
condenación a una exaltación exagerada.
Esto último estaría totalmente fuera de lugar. ¿Qué significaría en efecto convertir al
autor de la Anexión en prócer de la Patria, como algunos tienden a querer?
A todas luces, habría en ello una contradicción de fondo; sería incurrir en una incon-
secuencia con la voluntad unánime del pueblo dominicano de ser independiente y seguir
siéndolo a toda costa por los siglos de los siglos. Sería disminuir la gloria de Duarte y Sánchez,
poner en duda su alto ejemplo de civismo, aprobar la inculpación como traidores y expulsión
de los Trinitarios, el fusilamiento de los Puello, de Duvergé y de María Trinidad Sánchez.
Un homenaje está siempre directamente relacionado con los sentimientos e ideales de
quien lo rinde. Así, no ha sido la Monarquía sino la República italiana quien ha levantado
estatuas a Mazzini, y no ha sido la República sino la Monarquía quien quiso perpetuar del
mismo modo la memoria de Humberto I por el solo hecho de haber sido rey. Así tampoco, no
debiera ser la República Dominicana, sostenida por la voluntad de autodeterminación de sus
hijos y abundante de fe en su destino, la que encumbre a quien encarnó la desconfianza en
la independencia y el propósito de hacer tutelar el país por otra nación. No se comprendería

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que quienes reverencian a los héroes de febrero y agosto y mostraron noble intransigencia
frente a una extraña intervención quisieran ahora ofrendar a Santana un ramo de laurel.
Si los dominicanos de hoy somos los testigos de que la República, contrariamente a la
previsión del rudo caudillo, pudo vivir soberana después del fracaso de la Anexión; si no
toleramos el más pequeño menoscabo de esta independencia; si luchamos para que esta sea
más perfecta y verdadera, no podemos glorificar al hombre que no creyó en ella y la destruyó
para convertir de nuevo el país en colonia.
Exaltar a Santana sin incurrir en contradicción debería equivaler lógicamente a adoptar
sus ideales patrios y aprobar el acto culminante de su carrera política; debería implicar, en
rigor una aspiración a la condición que él nos impuso de súbditos de una corona europea.
Pero en realidad, y por fortuna, nadie piensa aplicar este rigor lógico. Quienes desean co-
locar al recio dictador sobre el pedestal del procerato no tienen remotamente esta intención
y, más aun, en momentos muy difíciles de este siglo confiaron firmemente en el triunfo del
principio de independencia. Lo desean incurriendo de lleno en aquella contradicción.
No se puede procerizar a Santana y amar al mismo tiempo el ideario político de Duarte.
No se le puede ensalzar cantando a la vez un Te-deum en los aniversarios del 27 de febrero
de 1844, cuya gloria quiso neutralizar con sangre patricia al cumplirse el primer año y cuyos
frutos echó por tierra diez y siete años después. No se podría mucho menos rememorar la
fecha del 16 de agosto y hacer objeto de culto patrio a los Restauradores.
Está muy bien que se revise la historia del hombre que llenó con su actuación el período
de la primera República; que se reconsidere la airada condena que impuso el naciente espíritu
nacional a quien quiso ahogarlo en su cuna; que se reexaminen las circunstancias de su época
y su medio; que se investigue su retrasada psicología colonialista, su alma de hatero ignorante
y semibárbaro rebosante de energías telúricas, su burdo concepto empírico del gobierno, de la
seguridad colectiva y del orden público, desprovisto de orientaciones doctrinales.
Está muy bien que se vuelvan a valorar las calificaciones negativas aplicadas al fiero
soldado; que se advierta sinceridad donde se vio malicia, autoridad donde se creyó ambi-
ción, severidad donde se juzgó crueldad, y desbrozar así el camino a la comprensión de sus
condiciones mentales y emocionales, y por consiguiente de sus actos y su política.
Está muy bien ensayar una explicación de su forma rezagada de patriotismo, de sus senti-
mientos morales, de su concepción de la vida; que se le juzgue como una supervivencia del es-
píritu de Palo Hincado o del ideal de independencia con protectorado que prevaleció en 1821.
Todo este análisis logrará excusarlo, levantarle muchos cargos, mostrarlo como un errado
de buena fe, reivindicar su memoria hasta cierta medida. Pero la consecuencia que nunca podrá
tener, a menos que se transforme el actual espíritu de nacionalidad, será la de presentarlo como
héroe nacional, como prócer de la Patria, como figura merecedora de cívica devoción.

El gran error
Santana apreció nuestra pobreza e impotencia y las comparó con los recursos de la na-
ción vecina cuya decisión era extender de nuevo su soberanía al resto de la isla. Para conjurar
definitivamente el grave e inminente peligro no dio con otra solución que no fuera la que
necesariamente le imponía su sentido común de raíz colonialista; incorporarnos a un sistema
imperial europeo, preferiblemente el de la Madre Patria. El encarnaba todavía aquella antigua
forma de patriotismo para la cual la Patria era la Metrópoli ultra-atlántica, y desde luego se
movía dentro de la órbita emocional y del mecanismo lógico que aquella forma implicaba.

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Su política anexionista ¿fue dictada por su ambición personal, por el afán de perpetuarse
en el poder, por apetencia de honores y riquezas, por el deseo de poseer un título nobiliario,
según el cargo que tradicionalmente se le imputa?
Es difícil de creer. La acusación ha sido refutada ya con pruebas históricas y buenos
razonamientos. Pienso por mi parte que la política anexionista de Santana estuvo movida
por un sincero amor a su pueblo, por el deseo vehemente de preservarlo de un futuro des-
graciado. Pienso que en Santana hubo abnegación y desinterés personal y hasta que sintió
el dolor del, para él, indispensable paso. No creía en el vigor del país para sostenerse por sí
solo y resistir una y otra vez las arremetidas del pertinaz agresor. Temió también que viejo
él, o desaparecido, no iba a haber otro jefe militar con las suficientes dotes de mando y con
el suficiente arrastre para oponerse eficazmente a las futuras agresiones. No puede creerse,
por otra parte, que el caudillo esperara alcanzar mayor poder convirtiéndose en el subalterno
de un gobierno imperial cuya voluntad iba a prevalecer sobre la suya y que incluso podía
quitarle el mando, como en efecto sucedió.
Pero ¿tuvo razón en sus apreciaciones y temores? He aquí la pregunta que más interesa
a la cuestión de la reivindicación de Santana. Sin la Anexión ¿hubiéramos perecido bajo el
yugo de Haití?
Si la respuesta fuera afirmativa, tendríamos que reconocer en el Marqués de las Carreras al
defensor de nuestra fisonomía de pueblo hispanoamericano; al salvador de nuestras característi-
cas culturales, lingüísticas y tradicionales, aunque con sacrificio de la independencia política.
Pero la respuesta no ofrece margen a la duda; es evidentemente negativa. Santana se
equivocó en sus cálculos y previsiones. Sus temores fueron exagerados. Los hechos poste-
riores demostraron enseguida que la República podía vivir valida de sus propias fuerzas y
resistir los designios del Estado vecino. Demostraron que el sacrificio de la Anexión había
sido innecesario. Sin ella hubiera habido tal vez nuevos ataques, pero no nueva domina-
ción haitiana. A los futuros intentos el pueblo dominicano hubiera opuesto mayor potencia
defensiva que la demostrada, a sus solas expensas, frente al ingente poder español, puesto
que hubiera sido una acción de gobierno y pueblo unidos contra Haití, y no una guerra
intestina entre pueblo y gobierno. Aun en las condiciones críticas en que la dejó la lucha
restauradora, la República habría rechazado cualquier asalto procedente de Occidente. Bien
lo sabían los haitianos cuando se cuidaron de no emprenderlo, contrariamente a 1822, en
que aprovecharon la ida de los peninsulares para invadir.
Esta es la prueba indiscutible que ofrecen los hechos posteriores, pero si hemos de reconocer
algún valor a los hechos y palabras anteriores, aunque no sea tan decisivo, he aquí también, a
título de prueba, que en 1860 el Ministro de Guerra y Marina, Miguel Lavastida, “pedía en su
memoria –según dice nuestro probo historiador García– una ley que estableciera dos escuelas
náuticas, una en la Capital y otra en Puerto Plata ‘para darle impulso a la marina nacional’”, así
como también una ley que limitara el número de marineros nacionales y extranjeros con que
debían tripularse los buques; aseguraba que el ejército estaba en buen pie de organización, y que
por un proyecto de ley que se sometería al poder legislativo serían creadas algunas mejoras;
daba cuenta de que los arsenales estaban provistos de armas y de pertrechos para poder hacer frente a
cualquier peligro que se presentara, y hacía notar que si a eso se agregaba que el general Santana
era el que estaba encargado de la conservación de la República y de su seguridad y defensa,
nada había que promover sobre ese particular, porque se podía descansar en la confianza que
aseguraban las reiteradas pruebas de celo con que siempre se había distinguido”.

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Además, el mismo día 27 de febrero en que se presentaba esta memoria al Senado Consultor,
el Vicepresidente de la República, general Antonio Abad Alfau, declaró en su mensaje que la Re-
pública nada tenía que temer en el porvenir, y que tenía por cimiento el patriotismo y la firmeza.
Si estas manifestaciones no fueron sinceras, tiene sin embargo un valor, y es que de-
nuncian un conflicto de conciencia en quienes tramaban la reincorporación, que los movía
al disimulo frente a un pueblo que, se sabía, no iba a aprobar las diligencias anexionistas
que ya hacían los emisarios del Gobierno en España, por no reconocerlas ellos mismos una
clara e imperiosa razón de ser.
En consecuencia, la desaparición de la República en 1861 pudo no ser “la gran traición”,
pero fue ciertamente el gran error del general Santana. La pérdida sorpresiva de la soberanía
después de diez y siete años de vida Independiente y el episodio de sangre y ruina de la Gue-
rra de Restauración son culpas insoslayables en esta hora en que se le revisa su proceso.

Un año crítico
En el guerrero de Hincha, el viejo propósito de poner el país bajo el amparo de una gran
potencia, realizado en 1861 en forma de simple anexión, era ya una idea fija que le impedía
ver serena y objetivamente la realidad. A la altura de aquella época Haití era ciertamente
una amenaza a la seguridad de la nación, contra la cual había que mantenerse en guardia,
pero no era el peligro fatal que sólo podía conjurarse con el sacrificio de la autonomía. Esta
era la realidad. El Haití de la última intentona de 1855 no era ya el Haití de Dessalines y
Cristophe, heredero de la pujante riqueza de la antigua colonia francesa de Saint-Domingue
y dueño del enorme arsenal ganado por los haitianos como consecuencia del descalabro
de la expedición de Leclerc. Ni siquiera era el del hábil Boyer. Era un Haití decadente y
empobrecido. Mientras tanto en Santo Domingo se había operado un natural proceso de
crecimiento, que a un gobernante avisado no hubiera escapado, aun sin un buen servicio
de estadística. A esto hay que agregar la eficiencia militar ganada por los dominicanos en
diez y siete años de estado de guerra. Los adultos varones eran potencialmente soldados
pertenecientes a los distintos batallones y respondían con excelente moral, al disparo de
los tres cañonazos de alarma cuando se decretaba la movilización. Además, en el pueblo se
había formado la mística de nuestra invencibilidad frente a Haití. Pero Santana no quería
percibir nada de eso ni tampoco la degradación operada más allá de la frontera. El rotundo
fracaso de Soulouque en Santomé, Cambronal y Sabana Larga pudo haber abierto los ojos
de Santana a esta realidad, pero su obcecación no se lo permitió.
Era sin duda grave la situación en 1860. En el Estado vecino se recurrió, no obstante el
derrocamiento del agresivo Soulouque y la tregua convenida, a toda clase de maniobras tor-
cidas para realizar la penetración en territorio dominicano. Así lo pone de manifiesto Emilio
Rodríguez Demorizi en su artículo Causas de la Anexión a España. Eran maniobras cubiertas
por el disimulo, propias de quien, persistiendo en el propósito agresivo, se sentía sin em-
bargo impotente para realizar el ataque frontal. En la frontera del Sur, el general Domingo
Ramírez, de acuerdo con Valentín Alcántara, asumía una deshonrosa actitud revolucionaria
peligrosamente pro-haitiana. Ya antes, las intrigas del ex-cónsul de Francia en Haití, Maxime
Raybeaud, inspiradas por Soulouque, habían impresionado profundamente a Santana y lo
habían inducido a iniciar gestiones para conseguir la protección de Madrid. También había
habido muy serias desavenencias con las potencias mediadoras y otras naciones europeas,
causadas por la depreciación de la moneda dominicana, y se había producido el retiro y luego

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el retorno, bajo condiciones humillantes, de los cónsules respectivos. La situación financiera


era penosa, si bien no desesperada, como lo demuestra haberse resuelto en aquellos días la
construcción de un ferrocarril en el Cibao. La esperanza de pactar con España una alianza,
o una ayuda financiera, o un protectorado, o un simple apoyo moral, estaba casi perdida.
Todas estas dificultades seguramente produjeron intensa preocupación en el ánimo de San-
tana y atormentaron la conciencia de su responsabilidad de gobernante y guía, más orientada a
la conservación de los atributos tradicionales de cultura, raza y lengua, que de la independencia.
La situación reinante lo condujo a mirar el país en desamparada soledad ante los preparativos
haitianos de invasión, y a decidirse por la simple anexión exigida por España.
Las circunstancias anotadas ofrecen ciertamente una explicación y hasta quizá una excusa
a su insólita decisión, sin paralelo en la historia americana; pero no una justificación.
Por grave que fuera la situación, nunca imperaron condiciones de tan extremado peligro
como para apelar al supremo y desesperado recurso de la pérdida voluntaria de la soberanía
a cambio de una protección extranjera a nuestras esencias y de un dique contra la tiranía de
los vecinos. El dilema: O España o Haití, fue una idea forzada en la mente de Santana, pues en
ningún momento estuvimos irremediablemente perdidos, lo cual no hubiera escapado a la inte-
ligencia honrada de un José Gabriel García. En el hijo del vengador de la Reconquista pudo más
la ausencia de verdadero patriotismo independentista que la presión de las circunstancias. En un
patriota de la generación joven de aquella época, en un estadista hecho a la moral nacionalista
y penetrado del espíritu liberal típico del siglo XIX, la solución del grave problema se hubiera
encontrado, con toda seguridad, dentro del marco del mantenimiento de la República.

II
Voces de alerta
No le faltaron a Santana voces alertadoras del mal que iba a hacerle al país y a sí mismo.
Es notoria la conducta del Padre Meriño, quien no obstante sus veinte y ocho años de edad
y deberle al gobernante la posición que había alcanzado como Administrador Apostólico de
Santo Domingo, le habló a Santana con toda claridad en oposición al paso que proyectaba
dar. En su Biografía del Padre Meriño, acogiendo el testimonio de los antepasados, dice Abigaíl
Mejía: “Temeroso (Santana) ante el peligro, siempre amenazante, de las haitianas huestes
que no daban paz a los invictos, creyó ver la salvación en España, y allá volvía los ojos para
echarse en sus brazos y, a su sombra, quizás perpetuarse en el poder. Meriño sabía todo
eso: conocía sus manejos, el ir y venir de emisarios a la Corte. Santana le había pedido que
exhortase el Clero en favor de la Anexión. Meriño se negó.– “Piénselo bien, Padrecito”.– “Lo
he pensado bien, general.– fue su respuesta”.
En el primer 27 de febrero que siguió a la solicitud de Santana a Meriño, este en la Catedral,
desde el púlpito, pronunció su célebre sermón sobre el egoísmo. Dirigiéndose al triunfador de
Azua y Las Carreras le dijo: “Tenéis en vuestra mano el arma poderosa de la opinión pública,
arma invencible que os ha cubierto de gloria cuando habéis luchado protegiendo los intereses
comunes en defensa de la Patria; herid con ella al egoísmo. La nación os mira como el caudillo
de la libertad. Sostened, pues con honor el glorioso pendón de la independencia. Trillad la
senda de la justicia; haced siempre el bien, que la vida es corta, el poder de los hombres pasa,
el juicio de Dios es recto y la historia queda en manos de las generaciones venideras”.
Aquel sermón alertó al pueblo respecto a la trama que se urdía contra su independencia,
y fue la causa del exilio de Meriño.

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No fue la del ilustre sacerdote la única voz. También se oyeron las de Sánchez y Mella. El
manifiesto del primero, del 20 de enero de 1861, es reverenciado por los dominicanos como
la palabra de alerta más llena de ardiente patriotismo que se oyó en aquellos días, dos meses
antes del golpe de Estado que convirtió a la República Dominicana en colonia española nueva-
mente. En cuanto a Mella, el mismo general Santana en carta dirigida a Isabel II le escribió que
todos los generales de importancia de la República estaban a favor de la reincorporación a la
Madre Patria, menos el general Ramón Mella. La grave advertencia que contra el proyecto de
anexión significó esta negativa del prócer febrerista, interpretada antojadizamente por Santana
como despecho, según se consigna en el mismo documento, es uno de los títulos de gloria del
patricio, y contribuye a fijar el sentido que tuvo su anterior misión en Madrid.
Es muy difícil suponer que entre los conocedores del proyecto hubiera otros que osaran
desaconsejar al general Santana, aun cuando lo encontraran criminal y descabellado, pero al
menos le llegaron estas tres voces desaprobatorias de máxima calificación, que de haberse
detenido a considerarlas como correspondía, dada la autoridad moral que las respaldaba,
tal vez habría cambiado el curso de la historia dominicana.

La Anexión y el pueblo
La gravísima opción por la anexión ante el falso dilema a que antes me referí no contó,
por otra parte, con el consenso del pueblo, al que no se consultó plebiscitariamente, como
era de rigor, y cuya mayoría estuvo en contra después de consumada. Fue una imposición
dictatorial del gobierno del general Santana, preparada en el mayor secreto.
“En cuanto al pueblo –dice Alejandro Angulo Guridi en su opúsculo España y Santo
Domingo, citado por García–, Santana observaba otra conducta: reserva, secreto y ambages
al aludir en actos públicos a la independencia del país. Así es que unos imaginaban que de
lo que se trataba era de contraer un empréstito con el gobierno español; otros decían que lo
que el general Felipe Alfau estaba haciendo en Madrid era negociar un protectorado, a fin
de que la República pudiera gozar de paz y progreso; y si algún malicioso asomaba la idea
de la anexión, sobraban quienes se lo contradijeran fundándose en que Santana era domi-
nicano hasta la médula de los huesos, y que por tanto no era admisible esa suposición. Y en
efecto, Santana había sido considerado como jefe del partido nacional; y tanto, que cuando
algunos de sus amigos se veían obligados a reconocer las faltas de que adolecía aquel como
administrador de la cosa pública, terminaba diciendo, con idénticas o variadas palabras:
“Sí, todo eso es verdad; pero es incapaz de traicionar sus banderas”. De manera que esa
opinión, unida al sigilo que Santana observaba respecto de su plan, fue causa de que el
pueblo estuviera desprevenido el día en que se proclamó la anexión”.
Después se refiere a que, una vez proclamada la Anexión, se procedió “al manoseado
expediente de recoger las firmas”, “casi todas de empleados, salvos, no obstante, los nombres
de muchos individuos que ni sabían escribir ni se hallaban presentes, pero cuya compare-
cencia y asentimiento eran supuestos por aquellos mismos empleados. Hubo también casos
de firmar algunos individuos por miedo a Santana, y otros por no establecer con su negativa
un mal antecedente para con las autoridades españolas”.
García cita también el folleto editado en Londres en 1864 bajo el título de Santo Domingo,
spanish annexation, spanish policy; their social and political results, y firmado por F. Q. G. S., el cual
señala que las bases que sirvieron para madurar y llevar a efecto el acto fueron secretas,
y “nadie sabía la opinión de su vecino y mucho menos la de la masa de la población”.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En la misma publicación se formula también la creencia de que “cualquier conato aislado


de oposición habría sido sofocado por Santana, y sus autores fusilados inmediatamente”.
Nuestro historiador nacional menciona asimismo una manifestación patriótica celebrada
en Baní con el apoyo del comandante de armas, coronel Wenceslao Guerrero, quien por este
motivo fue sustituido por el coronel Francisco Javier Heredia. En aquella ocasión se dieron
seguridades a los manifestantes “de que la independencia nacional estaba garantizada con
la presencia del general Santana en el poder”.
Señala por último el ilustre historiador que en el mensaje y memorias presentadas por el
Gobierno al Senado Consultor el 27 de febrero de 1861, es decir, cuando ya estaban tomadas
todas las medidas para dar el golpe de Estado, no hubo siquiera una sola frase reveladora
del propósito de anexar el país a España.
García cierra el capítulo del cual he extraído estas citas con la siguiente observación:
“Bastaron catorce días de propaganda sorda y ocho de pronunciamientos simulados para
que la República Dominicana se viera transformada en colonia española”.
He insistido en las noticias más objetivas aportadas por García respecto del momento
que antecedió a la Anexión, del cual fue calificado testigo presencial, para utilizarlas como
prueba de que los preparativos del movimiento fueron cuidadosamente ocultados a la vista
del pueblo por el escaso fundamento real que lo soportaba. Aquellas diligencias no fueron
la forma en que se materializó una inquietud o una aspiración compartida por todos o por
una mayoría; estuvieron muy lejos de obedecer a una general impresión de peligro ante la
amenaza haitiana. Fueron el movimiento hacia atrás de un grupo de reaccionarios.
Es cierto, como dice el historiador Rodríguez Demorizi, que la Guerra de Restauración
fue una lucha entre dos generaciones. Habría que agregar, sin embargo, que la generación
partidaria de la soberanía española en el país era una escasa minoría, una generación en
trance de desaparecer, el último regazo de las viejas generaciones de psicología colonial,
reducido a Santana y su camarilla (no su partido).

En la balanza
Pasemos por alto –no sin esfuerzo y aceptando las excusas sugeridas– la asonada
de julio de 1844, el atropello inferido a Duarte y los Trinitarios, el fusilamiento de María
Trinidad Sánchez en el primer aniversario de la liberación, el de los Puello y Duvergé, el
régimen despótico, el mero sentimiento antinacional que Santana aumentó siempre, el
patíbulo de San Juan. Alabemos y agradezcamos en cambio, cuanto queramos, el valor
de aquel genuino caudillo como la espada de la República naciente, como la acción en
marcha que consolidó la obra de los Trinitarios (que posiblemente se hubiera malogrado
sin la presencia de un personaje de la talla de Santana), así como la tendencia de Santana
a preservarnos del peligro de una desnaturalización colectiva y asegurarnos una vida
ordenada y progresiva.
Procediendo así respecto de los hechos acabados de recordar, podríamos salvarlo para
el procerato y no luciría menos que muchos personajes de la historia mundial, quienes a
pesar de sus grandes faltas han ganado la inmortalidad honrosa.
Pero ¿qué hacemos con la conversión de la República en posesión española?
No solamente no podríamos alabar y agradecer esta innecesaria inmolación de la Patria,
sino que el pecado fue de tal magnitud que tampoco podríamos pasarlo por alto.
La única alternativa es condenarlo, lo cual cierra el camino a la glorificación de Santana.

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Admitiendo, pues que el señor de la guerra contra Haití se cubrió de gloria antes de
1861, se impone reconocer que el acto cumplido por él en ese año eclipsó totalmente aquella
gloria. No cabe establecer, como es posible en otros casos, que del examen general de su vida
queda un balance favorable, ni que sus faltas se compensan con sus méritos. El balance es
necesariamente negativo.
En resumen, acepto que a Santana se le saque del infierno, por no haber sido el monstruo
tenebroso de que tiene fama, pero no que por esta razón se le coloque entre los bienaven-
turados. Quien se sienta indulgente con él debería dejarlo, cuando más, en el limbo de los
equivocados.

Las guerras europeas de Santo Domingo


Este ensayo va a consistir en una confrontación de hechos orientada a mostrar una de
las características de la movida historia dominicana. Esta característica es la de haber sido
Santo Domingo en los tres siglos posteriores al Descubrimiento, una extensión de los campos
de batalla europeos.
La importancia de esta confrontación consiste en que llama la atención hacia un raro y
dramático destino de la isla dominicana que sin duda arroja luz para la comprensión de la
índole peculiar del país, al haber sido un puesto de vanguardia en la defensa de España y de
la hispanidad en América, y para descubrir la causa de algunos rasgos de la fisonomía del
pueblo dominicano. Uno de estos rasgos es, en los niveles dirigentes, el culto a la antigua
Madre Patria y un fuerte apego a las tradiciones y costumbres de origen. Otro es el escaso
despliegue de sus posibilidades, con las consiguientes condiciones de aislamiento. Otro es
la larga tradición bélica, que aún en este siglo ha hecho difícil prescindir del recurso a las
armas en el debate de los problemas políticos.
Es fácil poner de manifiesto que Santo Domingo es el país de América en donde más
gravemente han repercutido los accidentes de la historia de Europa desde el siglo XVI. Los
efectos de las luchas entre las grandes naciones del viejo continente no han sido aquí, como
lo han sido en los demás países americanos, meramente económicos, ni se han limitado al
campo ideológico, o a ser sucesos políticos –con serias implicaciones militares a veces– sin
honda trascendencia para su vida.
En Santo Domingo, las guerras europeas significaban guerra en su propio territorio
entre combatientes europeos, y las paces paz; y cada cambio en el panorama de Europa,
derivado de alguna alianza, contienda bélica o armisticio, se reflejaba en Santo Domingo de
una manera grave y decisiva, con invasiones, cambios de soberanía, cesiones de territorios,
y disputas o arreglos fronterizos.
Quien conciba alguna duda respecto de la justeza de estas afirmaciones, sólo tiene que
recordar, para disiparla, que desde la segunda mitad del siglo XVII se creó en Santo Do-
mingo, por causa de las rivalidades europeas, una situación única: una parte de la isla era
una recortada colonia española y la otra quedó constituida en colonia francesa. Entre ambas
porciones se formó, por tanto, una frontera que fue una prolongación de los Pirineos. Desde
entonces, naturalmente, cualquier acontecimiento que pusiera en pie de guerra a franceses
y españoles llevaba hasta la isla de Santo Domingo las consecuencias de la movilización. A
estos efectos de origen lejano hay que agregar, hubiera o no guerra en Europa, las fricciones
fronterizas y la permanente aspiración de una y otra parte de poseer la isla entera.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Mucho tiempo antes de producirse esta división, comenzaron los padecimientos del
pueblo de la Isla Española, predilecta de Colón y cuna de América, por causa de las cons-
tantes luchas originadas en las enfrentadas ambiciones imperiales de los principales Esta-
dos europeos, enormemente acrecentadas después del descubrimiento y conquista de los
codiciados territorios americanos.
Este género de hechos se inició en febrero de 1538, con un suceso alarmante, como mu-
chos de los que se registraron en otras jurisdicciones insulares y continentales del Nuevo
Mundo, pero que no tuvo todavía la gravedad de los acontecimientos que se desarrollaron
más tarde y que hacen el objeto de esta exposición.
No hacía cinco años de haberse concluido la conquista, al deponer las armas el último
cacique indígena, el glorioso Enriquillo, después de haber concertado su paz con Carlos V
–primer pacto celebrado entre un soberano europeo y uno americano–, cuando se presenta-
ron en Puerto Hermoso, cercano a la ciudad de Santo Domingo, dos naves de las armadas
en Francia para hostilizar las nuevas posesiones españolas del hemisferio occidental. La
tripulación bajó a tierra, cometió algunas tropelías y fue obligada a la fuerza a reembarcar.
Iguales tropelías cometieron otras naves de la misma procedencia en Puerto Rico y Cuba.
Es la época de las sempiternas rivalidades entre Carlos V y Francisco I. Este último había
faltado a lo convenido en el Tratado de Cambral de 1527, o paz de las Damas, llamada así por
haberla acordado Margarita, gobernadora de los Países Bajos y tía de Carlos, y Luisa, madre
de Francisco. La guerra se reencendió entre ambos reinos rivales a causa de que el monarca
francés al ver morir sin sucesión a Francesco Sforza, duque de Milán, pretendió dicho ducado,
mientras el español tomaba posesión de él por considerarlo un feudo de su imperio. Después
de varias alternativas se firmó en Niza, en el mismo año de 1538, una tregua de diez años,
negociación en que medió el Papa Paulo III, al tiempo que erigía en Universidad Pontificia
el Estudio General de los Padres Dominicos de la ciudad de Santo Domingo.
Pero el suceso de Puerto Hermoso, que como se ve, es un efecto remoto de la disputa por Mi-
lán, no pertenece como digo arriba, a la serie de resonancias graves que me propongo señalar.
El primer acontecimiento de grave importancia que se registra en Santo Domingo como
resultado de las rivalidades europeas tiene lugar en 1586.
Dividida Francia entre católicos y hugonotes, Felipe II se erige en protector de los pri-
meros mientras Isabel de Inglaterra defiende a los protestantes. Alejandro Farnesio, que
combatía en Flandes, es enviado por Felipe a pelear en las orillas del Sena, pero la conversión
de Enrique IV al catolicismo quita a aquel la ocasión para intervenir en la política de Fran-
cia, en cuyo trono había pensado sentar a una de sus hijas. Como continuase la reconquista
española de los Países Bajos por Farnesio, Inglaterra envía 6,000 hombres en auxilio de los
flamencos, lo que constituye un acto de hostilidad manifiesta hacia España.
Empeñada, pues en esta primera guerra de Flandes la Inglaterra de Isabel, aliada con
Francia y Holanda, contra la España de Felipe II, envía aquella al Nuevo Mundo a Sir Francis
Drake, uno de los arquetipos de la marina inglesa, al frente de treinta navíos de alto bordo, con
el designio de destruir el poderío español en las tierras recién descubiertas y conquistadas.
Ya había asaltado en su camino a la ciudad de Santiago, en las islas de Cabo Verde,
cuando concibe Drake el propósito, para comenzar su obra de destrucción, de tomar por
sorpresa a Santo Domingo.
Frente a la floreciente ciudad, dotada ya de hermosos edificios, que había sido corte de
virreyes y es asiento de dos universidades, varios conventos, real audiencia y obispado, se

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presenta amenazador el recio marino con su escuadra el 10 de enero de 1586. Los vecinos de
la villa, que cuenta quizás con más letrados que guerreros, acuden a tomar las armas para
resistir al invasor, pero encuentran la cobarde indecisión de un gobernador que no merece
el gentilicio de español, el tristemente célebre Cristóbal de Ovalles, quien alegando la im-
preparación de la plaza para defenderse prefiere huir tierra adentro con toda la población
y lo que puede transportar, dejando la ciudad a merced de los ingleses.
En ella se entretienen los súbditos de Isabel destruyendo e incendiando, o llevando a sus
naves muchos objetos de valor; la artillería de bronce del castillo de La Fuerza, prendas y
cosas valiosas sacadas de los templos, palacios y casas particulares, y según repite la tradi-
ción, las estatuas que exornaban la fachada principal de la catedral. A dos frailes dominicos
que se quedan en su casa y que tratan de oponerse a que la intrusa soldadesca profane la
iglesia de Santo Domingo se les encuentra ahorcados cuando la población vuelve a la ciudad,
evacuada por Drake a cambio de un rescate de veinte y cinco mil ducados.
Esta desgraciada experiencia es la pesada contribución que a Santo Domingo le toca
aportar a la primera guerra de Flandes. Después de ella es cuando el famoso corsario se di-
rige a Cartagena de Indias y luego a la Florida a cometer atropellos semejantes, para volver
más tarde a Inglaterra acosado por la escuadra española que bajo el mando de don Alvaro
Flores Valdez había salido de la península en su persecución.
Treinta y ocho años después, la guerra emprendida por Felipe IV contra Inglaterra,
Francia y las provincias unidas, que habían formado liga ofensiva y defensiva contra España
y el Imperio, pone en guardia de nuevo a la colonia.
El imperio español presenta ya los signos decisivos de su decadencia. En 1621 termina
la tregua de doce años con los Países Bajos y se renueva la guerra. El marqués de Spínola
consigue algunas ventajas, entre ellas la rendición y toma de la ciudad de Breda, que Ve-
lásquez inmortaliza en su famoso cuadro de Las Lanzas. La rebelión de los Países Bajos es
alentada por el ministro francés Richelieu, quien quiere aniquilar el poderío de la Casa de
Austria, y la guerra se complica con la de los Treinta años.
El rey, haciendo honor al compromiso contraído por su padre, sigue auxiliando al emperador
Fernando II y envía a Alemania un ejército que, al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba, ob-
tiene varias victorias contra los partidarios de Federico, especialmente la de Fleurus en 1622.
Esta situación reinante en Europa permite que de este lado, en 1624, un grupo de ingleses y
franceses conducidos por dos aventureros resueltos, Thomas Warner y Pierre Belain D’Esnambuc,
ocupen la cercana isla de San Cristóbal (hoy St. Kitts) y la conviertan en centro de operaciones
de los innumerables corsarios que con el apoyo de los gobiernos de Francia e Inglaterra inundan
los mares de las Antillas. De aquella isla son desalojados los filibusteros en 1630, con grandes
pérdidas, por la escuadra comandada por don Fadrique Álvarez de Toledo, pero para desgracia
de la colonia de la Isla Española, los pocos que pueden salvarse del desastre aciertan a refugiarse
en la pequeña isla de la Tortuga, adyacente a la parte que hoy ocupa la República de Haití.
Aquel desembarco azaroso de ladrones derrotados, sin brújula y sin alma, es la primera
pincelada sombría del cuadro de matices trágicos que presenta la historia dominicana desde
aquella época, y es un hecho que, como se ve, se enlaza directamente con la segunda guerra
de Flandes y con la de los Treinta Años.
Desde su guarida de la Tortuga realizan los bucaneros incursiones a la tierra grande para
robar ganado, y ejercen la piratería. Expulsados una y otra vez, aprovechan por fin los mo-
mentos de descuido de los defensores de la colonia y la desatinada despoblación de la costa

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norte, dispuesta por las autoridades a principios del siglo, para establecerse definitivamente en
aquella islita, apoyados por el gobernador de las islas francesas de América, comendador de
Pouancey, y comenzar a extender su dominio a la porción más cercana de la Isla Española.
Mientras este proceso de infiltración se realiza, en 1654, el recién proclamado Protector
de Inglaterra, Oliver Cromwell, trata de llegar a un nuevo entendido con Francia, conside-
rando a España una mayor amenaza que aquella para la causa del protestantismo y de la
expansión comercial inglesa, y en diciembre de ese año toma sus disposiciones finales para
atacar en sus posesiones americanas y en el Mediterráneo a su odiada rival y, por vía indi-
recta, al Papado. Por primera vez desde los Plantagenets, una flota inglesa aparece al Este
de Gibraltar, en donde el almirante Blake no tarda en imponer la supremacía de la bandera
inglesa pactando con el Bey de Argelia y atacando los castillos y barcos del Bey de Túnez,
en tanto que otra flota marcha a las Antillas.
Esta otra es una escuadra respetable a las órdenes del almirante Sir William Penn, padre
del futuro fundador de Pennsylvania, con nueve mil hombres de desembarco, capitaneados
por el general Robert Venables, que se encamina directamente a nuestras costas, y el 23 de
abril de 1655 se presenta frente a la ciudad de Santo Domingo.
Desembarcadas las fuerzas en dos puntos cercanos a la ciudad, emprenden los ingleses la
marcha hacia esta al tiempo que el recién llegado capitán general de la colonia, don Bernar-
dino de Meneses y Bracamonte, conde de Peñalva; con la decisiva cooperación del anterior
gobernador, don Juan Francisco Montemayor de Cuenca, destaca tropas al encuentro de
los invasores. La lucha que sigue es fiera, y los flamantes soldados de Albión tienen al cabo
que emprender la retirada hacia los puntos de desembarco, con grandes pérdidas de vidas
ante el empuje de las huestes hispanocriollas, dirigidas por los capitanes don Damián del
Castillo, don Álvaro Garabito, el hijo del Conde y otros. Pero el orgullo de los británicos no
puede aceptar una derrota semejante, y repuestos un tanto de su primer descalabro, vuelven
a emprender la marcha con dirección a Santo Domingo. Vencidos de nuevo, el desorden
cunde en las filas inglesas, compuestas en gran parte por reclutas barloventinos, y en vano
se hacen matar, porque la caballería dominicana logra abrirse paso y poner en peligro el
cuerpo principal, que manda en persona el general Venables.
Este encuentro es decisivo. El comandante en jefe, después de hacer enterrar una gran
cantidad de muertos y ahorcar a los que huyeron, dispone el reembarco de sus tropas el 14
de mayo.
Si a esta acción, con que la saña antiespañola y anticatólica de Cromwell se dirige contra
Santo Domingo, acudieron los hijos de San Jorge confiados en el precedente de la hazaña de
Drake, no salieron seguramente de su asombro al habérselas ahora con españoles y criollos
dignos de su tradición y de su raza.
Para neutralizar en el ánimo del Lord Protector el efecto que había de causarle el desastre
de Santo Domingo, Penn y Venables hacen rumbo al sur-oeste y conquistan a Jamaica, que
desde entonces es inglesa. No satisface sin embargo la compensación al dictador, y con él
caen en desgracia el general y el almirante.
A continuación se opera la sucesión de los hechos en sentido contrario, de Santo Domingo
a Europa, pues la agresión inglesa en las Antillas trae como consecuencia la declaratoria de
guerra por España y la promesa de ayuda de esta a Carlos II de Inglaterra para reconquistar
su trono. Cromwell envía entonces poderosos barcos a las costas de España y, para impedir
las comunicaciones con las Indias Occidentales y el resto de América, el 8 de septiembre de

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1656 es destruida por Stayner una flota española con tesoros en las afueras de Cádiz, y el
20 de abril de 1657 Blake ejecuta su última hazaña con la destrucción de otra flota de diez y
seis barcos también con tesoros en la bahía de Santa Cruz de Tenerife.
Estas victorias navales inglesas son seguidas por una alianza militar anglo-francesa
contra España, concertada en París el 23 de marzo de 1657. Cromwell equipa 6,000 hombres
con una escuadra para unirse al ataque contra España en Flandes y obtiene como premio a
Mardyke y Dunquerque.
En Santo Domingo nos encontramos con que la concentración de fuerzas en la costa
sur de la isla, impuesta por la invasión de los ingleses, es aprovechada por los aventureros
franceses para extender sus correrías por la del noroeste y para adentrarse cada vez más en
la parte occidental del territorio.
Estamos en la época en que Luis XIV renueva la guerra contra España no obstante el
tratado de los Pirineos de 1659, y con el pretexto de que algunos Estados de los Países Bajos
pertenecen a su esposa María Teresa, hija del primer matrimonio de Felipe IV, el rey francés
ha enviado un ejército de 500,000 hombres, mandados por Turene y Condé, a los Países Bajos,
que se apodera sin resistencia de una de las provincias flamencas, a la que desde entonces
se da el nombre de Flandes francés. Para apoderarse de aquella provincia, Luis XIV alega
como motivo una costumbre, ya derogada entonces, según la cual, para los efectos de la
herencia, se prefería una hija del primer matrimonio a un hijo del segundo. Por otra parte,
y a instancias de Inglaterra, España reconoce la independencia de Portugal y el derecho que
a aquel trono tenía la casa de Braganza.
Después se suceden las luchas entre España y Francia a consecuencia de la pasada polí-
tica de Richelieu. Ante las desmedidas ambiciones de Luis XIV, median Inglaterra, Holanda
y Suecia y se ajustan la paz de Aquisgrán en 1668, en virtud de la cual España recobra el
Franco Condado, y Francia se queda con las plazas conquistadas en los Países Bajos.
Mientras de este modo merma el poderío español en Europa, en las costas desiertas de
la isla dominicana, no obstante la campaña que se hace para contener y echar a los aventu-
reros, estos establecen centros de colonización que se desarrollan gradualmente hasta que en
1673, nombrado ya por el gobierno francés para la parte usurpada un gobernador llamado
Bertrand d’Ogeron, este, en vista de la alianza pactada por España con Holanda en su guerra
contra Francia, organiza, un ejército y emprende la invasión de la parte que permanece bajo
el dominio español para completar el dominio francés en toda la isla.
En este momento las tropas francesas invaden también los Países Bajos y están a punto de
someterlos, pero los holandeses abren los diques e inundan el territorio, impidiendo así el triunfo
de los invasores, lo cual da lugar a que la guerra se localice en Cataluña y se realice la heroica de-
fensa de Gerona, que los franceses habían sitiado, y a la pérdida de algunas plazas catalanas.
A D’Ogeron también le cuesta caro su atrevimiento, ya que los agresores son expulsa-
dos hasta de la tierra en que ejercían su ilegítimo dominio, pero a ella vuelven más tarde,
amparados por el imperdonable descuido de las autoridades hispanas.
El asalto de D’Ogeron, que como se advierte es parte integrante de los acontecimientos
europeos, es el primero de la trágica serie que sufre Santo Domingo, desde el Oeste, en los
Siglos XVII, XVIII y XIX.
La paz de Nimega, impuesta a Holanda y sus aliados por Luis XIV, trae el sosiego a la
isla durante algunos años, justamente hasta el día en que rompen de nuevo hostilidades los
reinos de España y Francia. Esta paz le cuesta a España parte de Flandes, el Franco Condado

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y la Plaza de Puigcerda, en Cataluña. También insinúa esta paz un gran peligro para el futuro
dominicano: un consentimiento implícito, por parte de España, de la soberanía francesa en
la porción occidental de la isla. El territorio de Santo Domingo reproduce en pequeño, como
en un símbolo, lo que le ocurre a la Madre Patria en el conjunto de su imperio.
Cada tratado de paz no es más que una tregua para el flamante rey de Francia. En 1686
estalla de nuevo la guerra entre las naciones que levantan su frontera común en las cumbres
de los Pirineos, a causa de haberse negado España a la entrega del condado de Alost que le
reclama el monarca francés. Las hostilidades comienzan en Flandes oriental y se continúan
en Cataluña, cuya capital es tomada por el duque de Vendome.
En nuestra compartida isla recomienzan también, naturalmente, los aprestos bélicos, los
cuales culminan con el ataque dirigido en 1689, de orden de su gobierno, por el gobernador
de la parte francesa, que ahora es M. de Cussy, al territorio conservado por España. De
este no se retiran los galos sino después de haber saciado su odio haciendo el mayor daño
posible a las poblaciones.
La visita es correspondida antes de cumplirse los dos años, pues a mediados de enero
de 1691 un numeroso y bien armado ejército español, dirigido por el maestre de campo don
Francisco de Segura y Sandoval, invade la colonia francesa, y el 21 encuentra en orden de
batalla un ejército enemigo que se opone a su avance en la Sabana Real. La pelea es encarni-
zada y por dos horas el triunfo está indeciso, pero un golpe estratégico de capitán de milicias
don Antonio Miniel favorece las armas hispanas, las que pronto quedan dueñas del terreno
después de haber realizado una gran matanza. Quinientos treinta franceses, contados entre
ellos los jefes principales, rinden en esta jornada a su rey el tributo de sus vidas.
El pueblo atribuye la victoria a la intervención milagrosa de Nuestra Señora de la
Altagracia, la advocación dominicana de la Santísima Virgen, que en la colonia comienza
a venerarse, dando lugar al aumento del fervor por la celestial protectora y a que desde
entonces se celebre su fiesta en el aniversario de la batalla de la Sabana Real.
Después de su afortunada acción, los súbditos de Su Majestad Católica se pasean en
triunfo por toda la colonia francesa, pero una vez más no aprovechan la circunstancia para
asegurar en lo adelante la unidad política de la isla, ya que poco tiempo después el nuevo
gobernador francés, Mr. Ducasse, puede pensar en devolver el golpe, y para ello organiza
una expedición. El Gobierno de su metrópoli no aprueba sin embargo el proyecto y enton-
ces el inquieto Ducasse descarga sus furias contra la isla de Jamaica, en donde efectúa un
desembarco y hace considerables daños a las poblaciones inglesas.
Para vengar esta ofensa, el gobierno británico envía en 1695 una flota a Santo Domingo e
invita al gobierno de la colonia a emprender una ofensiva contra la parte francesa con fuerzas
de las dos naciones. Aceptada la proposición se combinan las flotas de España e Inglaterra,
que suman veinte y una naves, con cuatro mil hombres de desembarco, y se apoderan de
aquellas tierras, pero después las desocupan haciendo grandes destrozos y prisioneros.
Las hostilidades entre ambas porciones de la isla eran cada vez más activas, y los estragos
causados por los piratas y corsarios en las Antillas iban en aumento cuando la celebración del
tratado de paz firmado en Riswick por los plenipotenciarios de Francia, España, Holanda e
Inglaterra el 20 de septiembre de 1697, viene a poner fin a tantas calamidades, pero al mismo
tiempo acentúa, por vía negativa, una situación funesta que sella la suerte de la isla que amó
Colón y la aboca a figurar con dos colores en el mapa. Es verdad que aquel tratado no dispone
nada en relación con Santo Domingo, pero precisamente esta omisión es el síntoma de la actitud

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de tolerancia con que España se dispone a ver el hecho cumplido de la ocupación francesa en
la parte occidental de la isla, como muy bien lo ha observado el Dr. Max Henríquez Ureña.
La posterior alianza hispano-francesa a que conduce la ascensión al trono español de Felipe
de Borbón, duque de Anjou y nieto de Luis XIV, y que es causa de la unión pactada por Austria,
Inglaterra, Holanda y Brandeburgo, a la que más tarde se agregan Dinamarca, Suecia, Portugal
y Saboya, y de la subsiguiente guerra de sucesión, es decisiva para consagrar el hecho de la
división de la isla en dos porciones, pero no es bastante para que cesen del todo las dificultades
fronterizas. Sólo viene a calmar los ánimos la noticia de la categórica declaración hecha por el
Cristianísimo y absolutísimo soberano en 1701 de que “ya no hay Pirineos”, la cual resuena en la
isla con la expresión, adecuada a nuestras circunstancias, de “ya no hay río Rebouc”.
Mientras tanto, la terrible contienda que se libra en Europa se hace sentir en la Española
con los cañonazos que alguna vez disparan sobre su costa barcos ingleses y holandeses.
Viene el año de 1713, y con él la solemne renuncia que a los derechos de su abuelo hace Felipe
V el 5 de noviembre, en presencia de las Cortes de Castilla y de Lord Lexington, e impuesta por
el tratado de Utrecht como condición para conservar el trono de España, lo cual proporciona
algunos años de tranquilidad y sosiego a la vencida metrópoli y también a la colonia. Esta paz
se ve sin embargo perturbada en 1714 por un hecho que pudo tener graves consecuencias, pero
que se disuelve sin duelos en un desenlace cómico. Es la trama urdida por el gobernador de
la parte francesa, M. Charles de Blenac, y por su teniente rey M. Charité, para apoderarse por
sorpresa de la Española, y que los dominicanos llamamos el fracaso de Charité.
Aun cuando no cesan las querellas fronterizas y a los actos de violencia, que casi son
habituales, se suceden los conatos de arreglo que de tiempo en tiempo van definiendo la
línea demarcadora, no ocurren roces de gran importancia entre las dos comunidades en los
próximos setenta y nueve años, ni las luchas de España con otras potencias, habidas en la
misma época, tienen repercusión lamentable en la colonia.
Ese largo período de relativa normalidad salva a Santo Domingo, pues permite que le
alcancen en alguna medida los beneficios del siglo de las luces y que la colonia robustezca su
vida, hasta entonces vacilante, casi próxima a extinguirse como pueblo hispano de América,
para ganar un vigor y una fisonomía que ya sabrá defender con dignidad y heroísmo a través
de las vicisitudes que todavía le tiene reservadas el destino antes de que logre su definitiva
existencia como nación soberana. Con este proceso de resurgimiento y consolidación están
ligados los nombres de tres capitanes generales que merecen el recuerdo agradecido de los
dominicanos: el brigadier don Pedro Zorrilla de San Martín, marqués de la Gándara Real;
don Francisco Rubio y Peñaranda, y don Manuel de Azlor y Urríes. También le está unido
el cetro de un gran rey: Carlos III.
Las negociaciones para la fijación definitiva de la frontera culminan el 29 de febrero de
1776 con el arreglo firmado por el capitán general, brigadier don José Solano y Bote, de una
parte, y de la otra, por M. Victor Therese Charpentier, conde de Enery y del Sacro Imperio,
gobernador teniente general de las islas francesas de Barlovento. Este arreglo es confirmado
más tarde por los artículos primero y segundo del tratado que el 3 de junio de 1777 celebra-
ron en Aranjuez, el conde de Floridablanca, en representación de España, y el marqués de
Ossun, en representación de Francia.
Años después, los rumores de la tempestad que se forma en la vecina colonia francesa a
impulsos de las ráfagas ígneas que hasta ella lanza la Revolución Francesa ponen en guardia
al gobierno y al pueblo de Santo Domingo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Vicente Ogé, comisionado de los mulatos de la colonia francesa en la Asamblea Nacional


de París, y su compañero Juan Bautista Chavanne, se han levantado en armas para impo-
ner los principios revolucionarios sin distinción de clase ni color, pero son derrotados y se
refugian en territorio dominicano, en donde quedan apresados por la guardia fronteriza
española. El gobierno vecino destaca entonces un emisario para solicitar la entrega de los
fugitivos, la que después de un expediente largo y complicado se opera al fin bajo promesa
de que se respetaría la vida de los rebeldes. Empero tan pronto como Ogé y Chavanne son
conducidos a territorio francés, las autoridades les hacen purgar en la rueda el delito de
querer ser hombres libres. Este triste acontecimiento, como es de suponer, deja en situación
muy delicada las relaciones entre ambas colonias, al tiempo que comunica más alientos al
torbellino de sangre que se incuba en la mente de los esclavos de la parte occidental, exaltada
hasta el rojo. Estos se alzan nuevamente, capitaneados por dos antiguos siervos, Biassou
y Jean Francois, y llegado el año de 1793, en que la República Francesa declara la guerra a
España, las milicias de Santo Domingo se disponen a hostilizar a sus tradicionales enemigos,
ayudadas por los esclavos occidentales insurrectos.
La entrada de España en la coalición europea que contra aquella República se había
formado a instigación del emperador Leopoldo y de Federico Guillermo, rey de Prusia, a
raíz de la prisión de Luis XVI era un problema pendiente desde hacía algún tiempo, pero el
suplicio del infortunado Borbón, la opinión del pueblo español, favorable a la guerra, y la
contestación dada por la Convención francesa a las protestas de Carlos IV, deciden al fin a
la Madre Patria. Godoy, el nuevo primer ministro del rey y favorito de la reina, partidario
de la guerra, inaugura su gobierno adquiriendo gran popularidad. El dinero y los volunta-
rios afluyen de todas partes y pronto se forman tres cuerpos de ejército: El de Ricardos, en
Cataluña; el de Castelfranco, en Aragón, y el de Caro, en Navarra.
En nuestro país la campaña es dirigida por el capitán general, mariscal don Joaquín
García, y se desarrolla del modo más favorable merced a los refuerzos llegados de Cuba,
Puerto Rico, México y Venezuela, al apoyo de los realistas franceses y a la cooperación de
una escuadra inglesa venida de Jamaica al mando del almirante Whitelocke. En estas con-
diciones lo encuentra el año de 1794, en cuyos primeros meses se continúan los avances en
el territorio defendido por los republicanos, al grado de verse en situación muy difícil los
comisarios civiles enviados por la Convención Nacional de Francia; pero el cambio brusco
sobrevenido en mayo por causa del caudillo negro Toussaint Louverture, al pasar este con
sus hordas al lado de los defensores de la República Francesa, hace cambiar radicalmente la
suerte de las armas españolas. En el año siguiente, al tiempo que para los hispanos la situación
se empeora por momentos, llega de España la noticia del golpe sufrido por los realistas en
Quiberon y de que el General Moncey ha entrado de nuevo en la península a la cabeza del
ejército republicano, tomando a Bilbao y Vitoria y estrechando de cerca a Pamplona.
Es el momento en que el tristemente célebre duque de la Alcudia se decide a entrar en
las negociaciones que le van a hacer ganar el título de Príncipe de la Paz. El gobierno francés
propone como condición al español, para la restitución de Navarra y de algunas plazas de
Cataluña, ceder a Francia la parte hispana de la isla de Santo Domingo. El Consejo de Estado
se reúne entonces bajo la presidencia del valido de Carlos IV y resuelve aceptar lo propuesto
por la triunfante república. Con ello se consuma el hecho más doloroso que puede cometerse
en perjuicio de una comunidad colonial que ama filialmente a su metrópoli y que a fuerza
de luchas y sufrimientos ha adquirido conciencia de su propio ser.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

A esta ingrata decisión tomada a expensas de la maltrecha y leal colonia precede una
circunstancia que la hace penosa hasta lo indecible. En efecto, ansioso el gobierno francés por
realizar cuanto antes la paz que se negocia en Basilea, nombra como nuevo negociador al ex-
ministro Servan para que concluya el tratado con el marqués de Iranda, y lo instruye secreta-
mente de que si España se resiste a desprenderse de su hija americana no haga más instancias
sobre el particular y firme la paz sobre las demás bases convenidas. Empero el plenipotenciario
peninsular no ofrece oportunidad para la modificación del acuerdo en ese sentido.
El 22 de julio de 1795 se firma el Tratado de Basilea, por el cual se restituyen ambas na-
ciones a la situación en que se encontraban antes de la declaratoria de guerra el 7 de marzo
y pasan los dominicanos a quedar sometidos a una nueva soberanía.
He ahí, señores, cuáles fueron las tremendas repercusiones y consecuencias inmediatas
–no hablemos de las mediatas– que la Revolución Francesa y el famoso 93 tuvieron en esta
trinchera de primera línea de la hispanidad que se llama Santo Domingo.
Cuando la nueva de la cesión llega al país dominicano, una explosión de sorpresa e
indignación estalla en todas las almas, a la que sucede un estado de desengaño y tristeza.
“Es obra de Godoy y no de España” repite la gente para mitigar un poco su incontenible
pesar. Como es natural, al operarse más tarde el cambio efectivo de soberanía, junto con las
autoridades, los religiosos y las tropas se ausentan para las tierras vecinas pertenecientes
a España muchas de las familias principales. Tiene lugar también el traslado a La Habana
de unos restos mortales tenidos como los del Descubridor de América, que después se ha
comprobado ser de su hijo Don Diego Colón.
Mientras Santo Domingo padece resignado el nuevo yugo, que para alivio de males es
benigno y algo pródigo en progresos materiales, con la esperanza puesta en una reparación
futura, la parte occidental de la isla es teatro de sangrientas luchas entre franceses y nati-
vos, que culminan con la desgracia de Toussaint Louverture, y se proclama luego por Jean
Jacques Dessalines la independencia de aquel territorio el 1ro. de enero de 1804. El cuadro
que presenta entonces la isla de Santo Domingo es, pues, el de una nación independiente en la
antigua colonia francesa y una nueva posesión de Francia en lo que era colonia española.
Dentro de esta situación, a mediados de 1808 los sucesos de Europa vuelven a tener su
repercusión grave, decisiva, en Santo Domingo.
Como consecuencia de la perfidia de Godoy, que había permitido la entrada de tropas
francesas en la península halagado por la promesa de un reino en Portugal héchale por Na-
poleón, la invasión de España es ya un hecho del que todos se dan cuenta allí con horror.
Los reyes y el mismo Godoy, llenos de inquietud y temor, se refugian en Aranjuez viendo
ya claramente las intenciones del corso extraordinario. El príncipe Fernando se opone al
traslado de la corte a Cádiz, dispuesto por el favorito, y ocurre el motín del 17 de marzo.
Sobreviene la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en favor del Príncipe de
Asturias que toma el nombre de Fernando VII.
El comienzo del reinado de este coincide con la entrada de Murat en Madrid al frente
de un ejército francés, hecho al cual sigue la habilidosa intriga que lleva al rey a la frontera,
a la renuncia y a la prisión.
Mientras tanto en Madrid tiene lugar el alzamiento del 2 de mayo, que es como la señal
de guerra para todo el país, que bien pronto responde, al tiempo que Napoleón designa rey
de España a su hermano José y se instalan las juntas de defensa en todas las provincias. La
lucha es dura, heroica, desigual. El pueblo español, como lo hizo antes y como lo ha hecho

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

después, desafía la muerte con una pasión patriótica que no conoce tregua ni mide la magni-
tud del enemigo, en procura de restablecer su independencia. De este modo deja a la historia
episodios gloriosos como Zaragoza, Gerona y Bailén. En el difícil trance, España encuentra
una aliada en Inglaterra y esta ayuda obliga a Napoleón a hacer la guerra en grande, que
dura hasta fines de 1813 y es seguida por la reposición de Fernando VII en el trono.
La invasión francesa en España repercute en muchas colonias españolas de América en
forma de movimientos de tendencias autonómicas que luego se convierten en movimientos
de independencia, pero ¿cómo se refleja en Santo Domingo, convertido en posesión francesa?
¿Prevalece en él una inclinación a la independencia? De ninguna manera. Es esta ocasión,
en que una conciencia colectiva madura, el amor a la Madre Patria y a los propios atributos
tradicionales se sobreponen a las influencias de la brisa de libertad que se levanta en todo el
continente y que ya agita las banderas de los Estados Unidos y de Haití. La guerra en España
para defender el suelo significa guerra en Santo Domingo para volver a España. Los propios
criollos se levantan en armas, conducidos por un caudillo criollo, y ayudados por el gobernador
de Puerto Rico inician la lucha contra los soldados de Napoleón mandados por Ferrand.
El brigadier Juan Sánchez Ramírez, hombre de extraordinarias dotes de organización y
mando, es la persona en quien toma unidad y energía la aspiración popular y es alma del
movimiento que pone término a la dominación francesa.
Enarbolando el pabellón de la antigua metrópoli en varios puntos del país y después de
una campaña en que menudean las escaramuzas, llega la mañana del 7 de noviembre de 1808
y el esforzado caudillo hispanófilo, reuniendo sus fuerzas en la sabana de Palo Hincado, las
ordena en formación de batalla para esperar al enemigo y las tiempla con una vibrante arenga
que rubrica con una memorable orden que gustan de repetir los escolares: “Pena de la vida al
que vuelva la espalda al enemigo; pena de la vida al tambor que tocare retirada; y pena de la
vida al oficial que mandase tocarla, aunque fuera yo mismo”. A la vista de los franceses, man-
dados por Ferrand, y al grito de Viva Fernando VII, se libra una batalla que pronto se decide con
la completa victoria de los criollos. El jefe francés, viendo deshechos sus cuadros y perseguido
de cerca por sus enardecidos adversarios, se abre la cabeza de un pistolazo.
El triunfante ejército pone entonces sitio a la Capital mientras el resto de las tropas francesas se
atrinchera en ella y resiste los ataques de los sitiadores con su proverbial heroísmo. Nueve meses
dura el asedio y es tal la escasez de alimentos en la cercada ciudad, que en ella llega a venderse
a buen precio la carne de ciertos animales que en circunstancias normales suelen no comerse.
Como para esta época existe ya de hecho una alianza entre España e Inglaterra contra
Napoleón, el comandante en jefe de la estación naval inglesa de Jamaica envía en auxilio
de los dominicanos una fuerza bajo el mando del mayor general Sir Hugh Lyle Carmichael.
Esta ayuda, que finalmente obliga a los bravos franceses a capitular honrosamente, es lo que
da color de guerra europea a esta nueva guerra en Santo Domingo.
El resto del siglo XIX ofrece una sucesión de acontecimientos históricos de fundamental
importancia para Santo Domingo que no tienen vinculación directa con los hechos de Europa
y son por tanto ajenos al objeto de este relato.
Sin embargo, valdría la pena anotar de paso la grave consecuencia que para nuestro país
tuvo la situación creada entre las grandes potencias europeas y los Estados Unidos de América al
iniciarse la séptima década del siglo pasado con motivo de la guerra de secesión. No es posible
atribuir a pura coincidencia el hecho de que en marzo de 1861, mientras en la gran república
norteña se comenzaba a debatir a tiros la cuestión de la esclavitud, entre los estados del norte

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

y del sur, España ocupaba de nuevo el territorio de Santo Domingo tras de haber accedido al
fin a las reiteradas instancias que desde hacía tiempo, y sin resultado alguno, dirigía Santana a
la corte de Madrid. Para las cancillerías de allende el Atlántico, indudablemente, la guerra civil
norteamericana significó una menor efectividad en la aplicación de la doctrina de Monroe y
la perspectiva de un futuro más halagüeño para los designios europeos en la América Latina,
al presentarse una escisión que disminuía el poderío de los Estados Unidos.
No otra fue la base de que partió el acuerdo celebrado el 31 de octubre de 1862 entre
Francia, Gran Bretaña y España para ejercer una acción militar en México e imponer allí un
régimen monárquico encabezado por un príncipe europeo. Tampoco tienen otra explicación
hechos tan insólitos como la ocupación de las islas Chinchas, pertenecientes al Perú, por fuer-
zas españolas, y la subsiguiente guerra, en que también intervino Chile, en el curso de la cual
fueron bombardeados, en 1866, el Callao y Valparaíso por la escuadra de Méndez Núñez.
Los acontecimientos desarrollados de 1808 a 1865 hicieron definir y afianzar la nación domini-
cana, mostrándola al cabo como una patria deseosa de gobernar su propia vida. En 1865 se cerró la
época de las influencias exclusivamente europeas en la vida dominicana, al terminar para siempre
la era colonial y al modificarse el sistema de fuerzas y la distribución de las zonas de influencia
vigentes en el mundo, como resultado del descomunal desarrollo de los Estados Unidos.
No puede decirse lo mismo de la etapa de las transformaciones graves que, como la
de 1861, derivaban de factores europeos y norteamericanos ya que si se analizan a fondo
todos los hilos de la intriga llegaremos al convencimiento de que la ocupación del territorio
dominicano por tropas de los Estados Unidos en 1916, como la intervención en Nicaragua
y Haití, y la compra de Saint-Thomas, fue una consecuencia de la gran guerra de 1914.
A esta última etapa ha sucedido otro período en que no ya los acontecimientos europeos,
ni las contingencias europeo-americanas, sino la pugna que divide al mundo entero hizo una
crisis trágica en Santo Domingo, no igualada en ningún otro país americano con excepción
de Cuba: la crisis de 1965.

La Restauración y sus enlaces


con la historia de Occidente
Discurso de orden en ocasión del centenario,
en la Academia Dominicana de la Historia.

El centenario de un gran acontecimiento es ocasión que estimula fuertemente el espíritu


para mejorar su conocimiento, para extraer su significado y señalar sus consecuencias, y para
la más clara reconstrucción de sus detalles. En esta labor lo primero es el propósito de obje-
tividad, el reexamen de las ideas hechas y la búsqueda, valoración y clasificación de nuevas
fuentes. Mucho se debe al meritorio esfuerzo realizado últimamente por nuestros principales
historiógrafos, al aproximarse el centenario de la Restauración, en la tarea de agregar nuevos
aportes documentales a los ya conocidos y elaborados por nuestros viejos historiadores, entre
los cuales sobresaldrá siempre con perfiles titánicos José Gabriel García.
La cantidad de datos obtenida hasta ahora, llamada a crecer mucho más cuando se desa-
rrolle y metodice la investigación dominicana en archivos extranjeros, ofrece base al que se
inclina a contemplar los hechos históricos no sólo en sí mismos sino en función del tiempo
pasado y el futuro y en función del panorama mundial en que tuvieron lugar, para contribuir

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

con una visión en perspectiva a definir aquel conocimiento, a extraer su real significado y a
destacar sus antecedentes y consecuencias.
No hay duda de que, así como el papel de una figura contenido en un extenso tapiz se
conoce mejor relacionándolo con todos los detalles del mismo, así la realidad e importancia
de un acontecimiento histórico se comprenden mejor cuando lo miramos insertado en un
escenario de mayores dimensiones temporales y espaciales.
Al llegar a este punto podríamos intentar la comprensión de la Guerra de Restauración en
el conjunto de la historia dominicana y en medio a las concomitantes circunstancias políticas
reinantes en el mundo occidental, pero, para mayor claridad, no debemos hacerlo sin antes
distinguir entre lo que es una comprensión sociológica y una comprensión filosófica. En la
primera intervienen solamente los factores psicológicos, biológicos y físicos, todos pertene-
cientes a la esfera de la causalidad natural. En la segunda se agrega la consideración de la
acción espiritual del hombre en cuanto ser libre, es decir, de la supracausal presencia de la
voluntad guiada por los valores. En lo adelante trataré de una comprensión sociológica, sin
ahondar en el enfoque filosófico.
Creo que para obtener una comprensión sociológica de la Guerra de Restauración es
suficiente con que nos remontemos a la época del Tratado de Basilea de 1795. Antes de este
doloroso acontecimiento el pueblo dominicano (si algún sujeto colectivo había que hubiera
podido llamarse así), como las demás posesiones hispanas de América, vivía totalmente in-
merso dentro de un orden y una concepción de formato colonial. Considerado en sí mismo,
nuestro pueblo era un pueblo inhistórico. No obstante las condiciones peculiarmente trágicas
de la era colonial dominicana, no obstante la decadencia sufrida en el siglo XVII la brutal
despoblación de las costas norte y noroeste y las invasiones inglesas y francesas del siglo XVII
y la pobreza y las guerras del siglo XVIII junto con la amenazante formación de la colonia
francesa de Saint-Domingue, el alma colectiva dominicana no había marcado progreso alguno
en la vía de la autoexpresión. Habiendo hecho del infortunio un hábito, vegetaba sin internas
inquietudes sobre el tácito supuesto de que el régimen colonial era el modo normal y natural
de suceder las cosas, a pesar de sus defectos e injusticias. La moral patriótica se asentaba
fuertemente en los sentimientos de lealtad al rey y a la nación que la había engendrado y
gobernaba, y nadie que se sepa pensaba en que debía revisarse esta situación.
Es la noticia del Tratado de Basilea lo que más profundamente hiere el alma dominicana.
Ese instrumento internacional que la desliga de la Madre Patria después de haber comba-
tido tanto por ella, y la ata a otra metrópoli destruye de un día para otro la piedra sobre la
cual dormía. Más aun, le arranca la raíz adherida a la cual vegetaba, y la deja en el vacío.
Se opera entonces un intenso desgarramiento y un súbito despertamiento que por un lado
provoca el éxodo de todo el que se puede ir a otras tierras que siguen siendo hispanas y por
el otro un difuso e inorgánico estado de inconformidad no conocido antes, en la remanente
población. El alma dominicana se ve obligada por la nueva circunstancia a aprender a girar
sobre sí misma en lugar de hacerlo en torno a la metrópoli, lo cual constituye un primer
estadio de autonomía. Después del dramático episodio de 1801 y tras el eclipse de Toussaint
Louverture, el lazo que la liga a la nueva metrópoli es puramente externo. Una vinculación
espiritualmente íntima es imposible. Ser súbdito francés es violentar la naturaleza de nuestra
vida. Ese estado de cosas exige una solución, y esa solución, se anhela con forma de soberana
voluntad de los dominicanos: o volver a ser españoles o ser independientes. He aquí el más
remoto antecedente del irrefrenable impulso independentista que encontró realización en la

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joven generación de 1663. Es biológica y psicológicamente explicable que en el seno de esa


difusa e inorgánica inconformidad se operara pronto un fenómeno que no tenía precedente
y que no se hubiera producido de no haber ocurrido Basilea: la plasmación de un caudillo
político y militar destinado a dar forma orgánica, concreción y efectividad al latente espíritu
de inconformidad y rebeldía. Juan Sánchez Ramírez es el primer caudillo dominicano. Es el
troquel que formará muchos otros en el futuro, y es la esencia tradicional que mejor explica
los rasgos de caudillos tan dispares como Pedro Santana y Gregorio Luperón.
Palo Hincado se recuerda mucho como primera actuación histórica propiamente domi-
nicana, al par que de las de mayor estilo en nuestros anales, pero hay otro hecho dominicano
de aquellos días no menos histórico y no menos glorioso que, sin embargo, se tiene casi olvi-
dado y que reveló con igual fuerza moral la existencia de un germen nacional dominicano: la
asamblea de Bondillo con el mérito, sobre la batalla, de no haber sido una mera manifestación
de fuerza sino un hecho político realizado en el nivel democrático. Es verdad que la decisión
fue reincorporar el país a España, olvidando el menosprecio de Basilea, en vez de declarar la
independencia, decisión que tiene fundamento sociológico, pero lo cierto es que esta reincor-
poración es un acto de voluntad dominicana que la vieja metrópoli tuvo que aceptar. Sin esta
raíz brotada en el lejano 1808 y desarrollada a lo largo de cincuenta y cuatro años llenos de toda
clase de experiencias no hubiera habido en 1863 la madurez necesaria para emprender la vasta
y heroica lucha comenzada el 16 de agosto y sostenida durante dos años para reconquistar la
independencia contra un enemigo incalculablemente más fuerte que el pueblo dominicano.
Desde la impropiamente llamada Reconquista hasta la Guerra de Restauración puede
observarse una gradual sustitución del alma colonial por el alma nacional, una evolución
ciertamente lenta y pesada que no termina con las gloriosas jornadas de 1863 a 1865 pero que
estas contribuyen a estimular y llevar adelante hasta llegar a nuestros días, en que todavía
no está del todo desarraigada del alma dominicana la tendencia a esperar de afuera lo que
podemos hacer nosotros mismos. Para marcar el inicio de esta evolución nos sirve más la
asamblea de Bondillo que toda la campaña bélica. Esta fue sin duda un hecho esencialmente
dominicano pero el apoyo del gobernador de Puerto Rico y de los ingleses venidos de Jamaica
le dieron el tinte de contienda internacional de viejo estilo entre españoles e ingleses de una
parte y franceses de la otra, mientras que en aquel primer congreso nacional dominicano
celebrado el 13 de diciembre de 1808 en la sección de Bondillo, cercana a la Capital, sólo
tuvieron voz y voto los delegados dominicanos de todos los pueblos del país.
La poca atención prestada a la readquirida colonia por las autoridades españolas en
el subsiguiente período de la España Boba, cuya principal causa fue el frente que hacían
al formidable fermento revolucionario que se desarrollaba en el continente desde México
hasta Buenos Aires, no fue motivo bastante para que en Santo Domingo se dejara sentir de-
cisivamente la aspiración independentista, si bien la voluntad de rebeldía culminó en una
ocasión en un brote trágico. La generalidad consiguió lo que quería: verse de nuevo cobijada
bajo el pabellón rojo y gualda de la añorada Madre Patria en vez de por el tricolor francés. A
esta general y anodina complacencia contribuyó el retorno de algunas personas y familias
principales, al par que el instinto de conservación rechazaba la idea de la independencia en
vista del ostensible propósito imperialista de los temidos haitianos.
La independencia de 1821 fue la obra del sentimiento autonómico iniciada a fines del siglo
anterior, que hizo progresos en un sector de la clase elevada, estimulado por el desgano espa-
ñol y el poco tacto del gobernador Pascual Real, pero no fue un movimiento propiamente

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popular. La tranquila gente del pueblo la tomó y aceptó como algo dispuesto por Don José
que correspondía a la decepción reinante, y no como la consecuencia del vehemente deseo de
la mayoría. A José Núñez de Cáceres se le respetaba como a un sabio, y cuando el pueblo se
enteró del acontecimiento en la mañana del primero de diciembre se encogió de hombros y
dijo: “Don José sabe lo que hace”. En este momento la naciente alma nacional daba un paso
adelante superando el frente ligeramente independentista nacido en 1808, pero quedaba
muy detrás de la manifestada en sucesivas etapas de la larga y ominosa ocupación haitiana
y sobre todo en 1838, 1843 y 1844. El carácter intermedio de la jornada de 1821 se evidencia
en el hecho de que al proclamarse la independencia se declaró al nuevo Estado bajo el pro-
tectorado de la Gran Colombia. Se hizo más que en 1808 pero menos que en 1844, y si bien
se ha criticado a Núñez de Cáceres la pésima preparación de su movimiento, hasta ahora
ningún dominicano ha desaprobado aquella decisión de mediatizar la soberanía sometiendo
al país al protectorado de otra nación.
El bienio 1843-1844 presenta características ético-políticas que, en mi opinión, no se han
estudiado con suficiente objetividad. Los representantes del alma nacional prevalecieron
esta vez contra quienes encarnaban lo que por brevedad he llamado el alma colonial, que
incluye afrancesados y españolizados. Este hecho mostró la marcha ascendente que seguía
recorriendo nuestro país hacia la plena realización de su destino por sí mismo como sujeto
colectivo, pero mediaban todavía gravísimas circunstancias que imponían serias conside-
raciones contrarias al ideal de independencia pura. En aquella época se pudo todavía ser
patriota, patriota puro, sin mezcla de egoísmos ni de envilecimiento, tanto persiguiendo
la independencia como deseando la protección de una potencia europea, según la dispuso
sudamericana Núñez de Cáceres en 1821. La prédica y acción de Duarte, encaminadas a la
independencia pura, se corresponden tan poco con lo que cuerdamente aconsejaba el sentido
común, que no caben en una comprensión sociológica de nuestra evolución histórica. Para
comprender a Duarte dentro de la ciencia histórica precisa concebirlo como la incidencia
de un factor espiritual eminentemente revolucionario que desafía los dictados del sentido
común e impone una nueva fuerza desvinculada de procesos causales. Es lo que en el marco
de la comprensión filosófica se llama una espontaneidad.
El patriotismo no ha de tomar siempre y en todas partes, necesariamente, la forma del
independentismo como elemento esencial. El día que veamos esta verdad con claridad sal-
varemos la memoria de muchos próceres dignos de la mayor veneración, sobre los cuales se
proyectan sombras o pesa la amenaza de quedar estigmatizados como faltos de patriotismo
si se descubren evidencias documentales de que no siempre buscaron la salvación del país en
la independencia absoluta. Hay que reconocer las causas por las cuales el tránsito del alma
colonial a la idea nacional fue lento y pesado entre nosotros. El haitiano Price-Mars se complace
en declarar que el pueblo haitiano es más patriota que el dominicano porque desde su rebelión
aspiró a ser independiente mientras que nosotros nos dividíamos entre independentistas y
afrancesados o españolizados. Esta afirmación es falsa, y nosotros tenemos en parte la culpa
de que la haga. Frente a tal aserto habría que observar: 1) que Haití, contrariamente a noso-
tros, no necesitó la protección de nadie para defender su vida, que no estaba desamparada ni
amenazada, y 2) que en el haitiano era inconcebible que una protección le viniera del odiado
blanco esclavizador. No le quedaba a Haití más alternativa que ser independiente.
En el 1844 se impuso la generación joven independentista, guiada por la sublime y
arriesgada doctrina de Duarte, sobre el todavía fuerte movimiento conservador, y si bien los

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trinitarios quedaron derrotados y anulados antes de finalizar el año, lo notable es que su ideal
quedó dominando en la República, puesto que ante el hecho consumado de la independen-
cia absoluta el caudillo militar de mentalidad colonial, junto con el partido que lo apoyaba,
aplazó sus planes proteccionistas y el pueblo todo los apoyó en la obra de mantenimiento
de la independencia contra las embestidas haitianas.
No puede afirmarse con seguridad que el espíritu nacional hizo grandes progresos
durante la Primera República a pesar de que el pueblo mantuvo unido y con moral elevada
su guerra con Haití, por encima de diferencias partidarias. Se gozó durante 17 años de la
satisfacción de no depender de nadie, pero las experiencias negativas sufridas ofrecieron
algún margen a la decepción con respecto a la viabilidad del país bajo el gobierno propio.
Además, los gobiernos que se sucedieron fueron todos de factura conservadora, que no alen-
taron el desarrollo del nacionalismo sino con respecto a Haití. De ahí que no cesaron y más
bien se intensificaron las diligencias oficiales para obtener la protección de alguna potencia
europea, especialmente de España. Sin embargo, alguna recóndita evolución se operó en el
pueblo dominicano, que lo predispuso a la explosión, pues bastó que transcendiera en 1860
el rumor de que Santana tramaba la anexión en vez de gestionar un protectorado, para que
se reavivara y creciera repentinamente el ideal duartiano, bajo la inspiración de los patriotas
nacionalistas encabezados por Sánchez, Mella y Meriño y con el concurso de adversarios
políticos de Santana del sector conservador.
Esta última circunstancia hizo creer y ha hecho sostener a algunos que la rebeldía anti-
anexionista y la Guerra de Restauración fueron situaciones de carácter partidista, pero el
análisis crítico de aquella época revela claramente que principalísimamente fueron la mani-
festación violenta del alma nacional en oposición a la colonia, empinada por encima de las
divisiones políticas. La anexión fue el estímulo para que repentinamente la nueva generación,
en todos los estratos sociales, se decidiera vigorosamente por la independencia, en abierta
antítesis al clima predominante en la generación de los padres. La moral nacionalista comenzó
a manifestarse en 1861 más sólida y más definida que en 1844 y años subsiguientes, como
la de esta época más fuerte que en 1821 y esta más extensa que la de 1808. Para descubrir
la verdad de esta afirmación no debe pensarse en la actitud del pueblo dominicano frente
a Haití si no en relación con las grandes naciones, cuya protección se deseaba ostensible o
secretamente. La sangre derramada en Moca y en San Juan de la Maguana en el mismo año de
1861 anuncia la envergadura de la realidad político-social que se creaba al tiempo que abonó
el ambiente para que aquella débil alma nacional que asombrada se descubrió a sí misma en
1795, y que lentamente había crecido, se convirtiera en un coloso de acerados músculos en
1863. Los sucesos históricos de este año revelaron que algo maduraba en el alma dominica-
na; que un capítulo de la historia se cerraba y otro se abría, proyectando en la lejanía de las
cosas pasadas y superadas la busca de la protección extranjera, con mengua de la soberanía
como solución cuerda y patriótica al problema dominicano. Es verdad que de la época de la
Restauración en adelante no faltó un trasnochado intento de anexión a los Estados Unidos,
pero ante la conciencia pública no fue sino una extravagancia reñida con el patriotismo y el
sentido común. Es verdad también que en sucesivas etapas de nuestra historia financiera la
República se vio compelida a convenir en penosas garantías que afectaron la soberanía, pero
estas situaciones corresponden a una figura sociológica diferente de la aquí descrita y a la
cual no podría referirme ahora en detalle sin quebrantar la unidad de este desarrollo. Para
apreciar la transformación histórica de 1863 es preciso tener presente que no se trataba de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Francia ni de Haití, sino de España, de aquella Madre Patria cuya añoranza en más de medio
siglo había dado paso a una mística en el alma dominicana y que aún es objeto de particu-
lar simpatía y veneración entre nosotros. Los supervivientes de la vanguardia patriótica y
nacionalista de cuño duartiano de 1838 y 1844 se vieron rodeados por la juventud. Si diez
dominicanos se manifestaron anexionistas, atados todavía a convicciones tradiciones, cien
jóvenes mambises tomaban voluntariamente las armas infundidos por el espíritu del nuevo
tiempo. A España se la miraba ahora como a una intrusa potencia extranjera, para sorpresa
de Santana, Alfau, Ricart y Torres, Castro, Fernández de Castro, Del Monte y Valverde, y en
agudo contraste con la generación de Palo Hincado y Bondillo.
El sucesor de Santana en el mando, general Felipe Ribero y Lemoine, percibió a principios
de año la realidad moral y emocional dominicana y avizoró en el horizonte la tempestad que
se formaba. “Este país está moralmente en estado de rebelión”, dijo convencido después de
pulsar el ambiente, percibiendo al mismo tiempo el error cometido por su gobierno al aceptar
la anexión. Los hechos confirmaron pronto su apreciación. Los brotes revolucionarios de Ney-
ba, de Guayubín, de Sabaneta y de Santiago eran las primeras ráfagas pero todavía no daban
idea de la magnitud de la tormenta. No se trataba de una revuelta por inconformidad con las
actuaciones de un gobierno. Este podía ser excelente pero, como en 1808, estaba dirigido por
extranjeros cuando lo justo y natural era, según las leyes de Dios y a la altura de 1863, que el
pueblo dominicano, una entidad social definida y caracterizada, se gobernara por sí mismo,
y por sí mismo proveyera a su desarrollo interno y seguridad exterior. No fue un hombre, no
fue un partido, no fue un concepto político en oposición a otro lo que convirtió a todo el Ci-
bao en un ardiente crisol revolucionario entre el 16 y el 30 de agosto no obstante la pericia de
los jefes y tropas españolas y la calidad de su armamento, puesta a prueba contra un pueblo
impreparado y desarmado. Fue la bandera de la Patria enarbolada en Capotillo, más arriba
de las razones de seguridad, de raza, de cultura, de bienestar y de progreso.
Ese ardor, ese esfuerzo supremo, ese heroísmo, ese sacrificio al incendiar Santiago y
ese luchar sin fatiga de tantos cabecillas y soldados restauradores, que antes no se sabían
héroes; esa revelación repentina de Luperón como gran capitán, hasta ganar la fortaleza de
San Luis y dejar instalada la nueva República en armas, sólo tuvo como fuente una recóndita
dominicanidad largo tiempo gestada.
Los rápidos triunfos de la voluntad de ser independientes en el Cibao tuvieron su efecto
en el resto del país y lo que quedaba de regresionismo, voluntario o forzado, bajo la forma
de partido santanista o de externo sometimiento al déspota, se desintegró y quedó asimilado
a la causa nacional, puede decirse que para siempre, antes de finalizar el año 1863 hasta en
la región del Seybo, el mayor reducto santanista.
El largo y terrible año de 1864 y los meses del 1865 que transcurrieron antes de la ter-
minación de la guerra, época la más difícil que ha vivido el pueblo dominicano en toda su
historia, en que a la escasez de recursos materiales para sostener aquella lucha tan desigual
se sobrepuso la voluntad de ser independientes, no dejaron duda alguna de que la segunda
voluntaria reincorporación a España fue un hecho tardío, artificial y arbitrario que no se
correspondió con el momento histórico de nuestro pueblo en 1861. Si Santana hubiera tenido
el mismo buen sentido de los hombres de 1808 y hubiera sometido al pueblo el proyecto en
forma plebiscitaria o en una asamblea de representantes de todas las demarcaciones –que
fue lo que debió exigir el gobierno de Madrid antes de decidirse–, habría sido rechazado
y se hubiera ahorrado al país mucha miseria, mucha sangre y muchas lágrimas. Pero en

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Santana no podía esperarse ese buen sentido porque en diez y siete años de hegemonía su
patriotismo retrógrado le había creado una mente paternalista, según la cual la anexión era
lo único que preservaría al país contra los haitianos cuando él faltara.
Del mismo modo que considero posible reconocer patriotismo puro y desinteresado en
quien aspiró a un protectorado entre 1843 y 1861, se impone establecer que la Guerra de
Restauración determinó una transformación de nuestras circunstancias en forma tal que
estas excluyeron desde entonces la justificación de la vieja política proteccionista. El pueblo
dominicano, al sostener esa guerra, demostró vocación y capacidad para bastarse a sí mismo
y vivir soberanamente, no obstante los peligros externos que confrontaba. La fe de Duarte,
que al confiar en el futuro creó futuro, quedó así confirmada. Nuestro pueblo le demostró
para siempre al pueblo haitiano que sus esfuerzos para una haitianización de la isla serían
inútiles, e hizo que se cerrara definitivamente la era de las invasiones provenientes de oc-
cidentes. Es verdad que esa vocación y esa capacidad no guardan proporción con la escasa
capacidad del pueblo dominicano para la paz interna y el orden institucional, pero esta
deficiencia no se remedia con tutelas extranjeras sino con una obra de autoeducación.
Con lo dicho hasta ahora hemos querido enfocar el hecho de la Restauración de la Repú-
blica dentro de un panorama de mayor extensión temporal, para obtener de ello una com-
prensión sociológica. En lo que sigue, lo haremos dentro de un panorama de mayor extensión
espacial, es decir, dentro de un espacio que rebasa los límites de la República Dominicana y se
amplía hasta abarcar la situación política internacional reinante en el mundo, para demostrar
hasta qué grado esta situación contribuye a estructurar la historia de un país.
De no haberse operado en 1860 un cambio importante en las relaciones entre Europa
y los Estados Unidos, a consecuencia de sucesos internos en estos últimos, es muy posible
que no se hubiera realizado la anexión del país a España y por consiguiente no se hubiera
producido la Guerra de Restauración.
La explicación de las circunstancias políticas internacionales que contribuyeron grande-
mente a que ambos acontecimientos figuren en nuestra historia ha de comenzar con el recuerdo
de la llamada Santa Alianza, concertada entre Rusia, Austria y Prusia en 1815, a la que luego
se unió Luis XVIII de Francia. Tras este pacto regresionista comenzó a manifestarse la codicia
de las potencias europeas hacia las posesiones españolas y portuguesas de América, incitada
por la desastrosa situación prevaleciente entre la decadente y convulsionada península ibérica
y aquellas vastas posesiones. Los indicios de que se tramaba el asalto y repartición de estos
territorios americanos alarmaron a los gobernantes de los Estados Unidos y dieron lugar a un
movimiento de cancillería y a que fuera tomando perfil una idea y una política que culminó
con la adopción de la Doctrina Monroe en 1823. Los tres puntos en que esta se expuso fueron
tres muros que contuvieron los apetitos europeos, y permitieron que las posesiones españolas
y portuguesas que luchaban por el autogobierno se convirtieran en naciones independientes
y no en un conjunto de colonias europeas a la manera de Africa, Asia y Oceanía.
A la altura de 1843 y 1844 estaba en su plena efectividad la Doctrina Monroe, apoyada
en el creciente poderío de los Estados Unidos, y hay que descubrir en esta circunstancia la
causa principal de que el gobierno francés no se animara a aprobar los entusiastas planes
de protectorado que en connivencia con grupos criollos favorecían los esforzados cónsules
Levasseur y Saint-Denis. Idéntica causa determinaba las evasivas del gobierno español a
las reiteradas solicitudes de protectorado que se le dirigieran con posterioridad al fracaso
de aquel plan hasta 1860.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

¿Por qué en este año de 1860 el gobierno de España cambió de actitud y comenzó a in-
teresarse en el estudio del solicitado protectorado prefiriendo la anexión pura y simple? No
es una aventura vincular este cambio de frente con lo que estaba ocurriendo en los Estados
Unidos, en la nueva y colosal nación americana que mantenía a raya los designios europeos
para con las débiles repúblicas latinoamericanas. No es tampoco dable atribuir a una pura y
casual coincidencia que entre aquel año y el 1865 no sólo se produjera el retorno del dominio
español a Santo Domingo sino la acción combinada de Francia, España e Inglaterra contra
México, la invasión francesa del territorio mexicano, la instalación de un príncipe austríaco
en el mismo país, y los actos bélicos españoles contra el Perú y Chile.
En efecto, si dirigimos la mirada a la historia de los Estados Unidos observaremos que el
año de 1860 fue de gran crisis debido a que se ahondaba la división existente entre los Estados
del Norte y los del Sur y prosperaba rápidamente la tendencia a la secesión hasta que el 20 de
diciembre del mismo año comenzó a cristalizar con la separación de la Carolina del Sur. A este
grave hecho siguió la separación de Misisipi, la Florida, Alabama, Georgia, la Luisiana, Texas,
Virginia, Arkansas, Tennessee y la Carolina del Norte y la división de Kentucky y Misurí, la
reunión del congreso de Montgomery, que decidió la reacción de la Confederación, la dotó de una
constitución y de un presidente, y por último la Guerra de Secesión, comenzada el 12 de abril de
1861. Todos estos hechos fueron vistos desde Europa como el comienzo del fin de la gran potencia
que desde principios de siglo había surgido en el Norte de América y, por consiguiente, como señal
segura de inefectividad de la Doctrina Monroe. El panorama era para creer que la división de la
gran república en dos federaciones se había consumado para siempre, que la guerra debilitaría a
ambas partes contendientes, y que una sola de las dos federaciones no tendría la fuerza de todos
los Estados juntos para contener el asalto europeo sobre la América Latina. Consiguientemente,
en la misma medida en que se le perdió el respeto a los Estados Unidos cambió sin tardanza la
política europea frente a nuestros países, y se registraron los hechos arriba anotados.
He aquí a grandes rasgos estos hechos:
En lo concerniente a México, ocurrió que en 1861 en París, Napoleón III se puso de acuerdo
con desterrados conservadores mexicanos para restablecer la monarquía en aquel país y, con
la secreta intención de congraciarse con Austria, recomendó para monarca a un Habsburgo,
mientras por otra parte concertaba una acción común con España e Inglaterra contra México
en apoyo de reclamaciones de sus súbditos motivados por la suspensión del pago de la deuda
externa. Para España e Inglaterra el único objeto del acto de fuerza era obtener satisfacción a las
reclamaciones, proteger la vida y propiedades de los extranjeros y poner al pueblo mexicano
en condiciones de elegir un gobierno que asegurara la tranquilidad y el cumplimiento de las
obligaciones internacionales, pero las miras ocultas de Napoleón III eran otras, aprovechando
la guerra norteamericana. Las escuadras de las tres potencias llegaron a Veracruz en diciembre
de 1861, y en enero de 1862 se celebró una conferencia entre los comisionados europeos, de una
parte, y el representante de México de la otra. Esta conferencia culminó en un acuerdo provi-
sional en virtud del cual se retiraron españoles e ingleses, pero el gobierno francés se opuso a
lo acordado y en lugar de retirar sus tropas a la costa en cumplimiento de lo convenido para el
caso de no avenencia, las reforzó con un ejército de 6,000 hombres llegados de Francia bajo el
mando del general Lorencez, y ordenó la marcha sobre la Capital. Se libró entonces la batalla
de Puebla y se realizó la siguiente ocupación de la ciudad de México. Bajo el dominio francés,
una junta compuesta por conservadores proclamó la monarquía y fue llamado a ocupar el
trono el archiduque austríaco Fernando Maximiliano.

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Todos sabemos el desgraciado desenlace de esta aventura por causa del retiro de las
tropas francesas dispuesto por Napoleón III cuando, una vez terminada la Guerra de Sece-
sión con la victoria de los Estados del Norte, y restablecida más fuerte que nunca la unión
norteamericana, sintió la presión de los Estados Unidos en 1867.
En lo relativo al Perú, la nueva línea dura española se dejó sentir en agosto de 1863 en oca-
sión de viejas deudas de la época de la independencia y de malos tratos dados a súbditos espa-
ñoles en la hacienda de Talambo. Una escuadra venida de la península al mando del almirante
Pareja se apoderó de las islas Chincha el 14 de abril de 1864 para cobrar las deudas explotando
el guano, y esto dio lugar a que el gobierno peruano del general Pezet ordenara la adquisición
de buques de guerra, artillería y otros elementos bélicos, pero al demorar los pedidos el mismo
gobierno se sometió a las exigencias españolas mediante un tratado firmado el 27 de enero de
1865. Este hecho causó la impopularidad del presidente Pezet, quien fue derrocado por una
revolución dirigida por el general Mariano Ignacio Prado. Este asumió el mando, firmó una
alianza con Chile y el 14 de enero de 1866 declaró la guerra a España apreciando sin duda que
la situación internacional le era favorable después del triunfo unionista del Norte. La Madre
Patria tuvo que aceptar el reto en una época en que hubiera ya preferido evitar conflictos con
países americanos, y se desarrollaron los episodios del bombardeo de Valparaíso, el bloqueo
y bombardeo del Callao y la retirada de la escuadra ibérica. A la alianza peruano-chilena se
habían sumado Ecuador y Bolivia, y en 1871, debido a la intervención de los Estados Unidos,
se acordó una tregua que años después fue perfeccionada con un tratado de paz.
En Santo Domingo, el primer preludio del cambio de actitud de España ante las deman-
das dominicanas se produce discretamente con el arribo del brigadier Joaquín Gutiérrez de
Ruvalcaba el 5 de julio de 1860, cuando ya en los Estados Unidos había de hecho una secesión
y se veía venir la tempestad. A la llegada del comisionado español se suceden conferencias
con el vicepresidente Alfau y el informe remitido a su gobierno por el emisario, favorable a
una anexión de la antigua colonia. Después tiene lugar la llegada de inmigrantes españoles
procedentes de la península y de Venezuela y la de una comisión de instructores militares,
hechos estos que posiblemente se relacionaron con el proyecto de protectorado o de anexión
que se estudiaba. A seguidas se realiza el viaje del coronel Antonio Delfín Madrigal a los Esta-
dos Unidos, que el historiador García califica de misterioso. El misterio sigue tan espeso como
antes y sería interesante buscar en los archivos de Washington algún documento, si lo hubiere,
que arroje luz sobre el asunto, pero las circunstancias que rodean aquel viaje permiten suponer
que la misión de Madrigal consistió en sondear los ánimos en la capital norteamericana para
prever su posible reacción en caso de un regreso de la soberanía española a Santo Domingo.
No parece que interesara mucho el tema en el hervidero de conflictos políticos internos que
era Washington en aquellos días. Es significativo que el regreso de Madrigal coincidió con la
llegada a la capital dominicana de un personaje español de mayor jerarquía que Ruvalcaba;
el brigadier Antonio Peláez de Campomanes, segundo cabo de la capitanía general de Cuba.
Este se ve con Santana en la célebre entrevista de San José de los Llanos y queda asombrado
de la rusticidad del caudillo y de su vehemente deseo de realizar la anexión. Como conse-
cuencia de este encuentro, va a La Habana el Ministro Pedro Ricart y Torres con el evidente
propósito de ganar el poderoso concurso del capitán general Serrano para forzar al todavía
renuente gobierno español, presidido por O’Donnell, a aceptar la anexión. La misión de Ri-
cart contó con el apoyo del brigadier Peláez y obtuvo el de Serrano. La contestación que dio
O’Donnell a la comunicación que Serrano le había remitido después de sus conversaciones

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con Ricart y Torres es sumamente cautelosa y en ella dice, por una parte, que el mal éxito de
la empresa “crearía al gobierno de S. M. una posición sumamente falsa relativamente a las
demás naciones del nuevo mundo”, y por la otra promete la anexión si el pueblo dominicano
se pronuncia por ella de manera ostensible, espontánea y unánime.
Desde el regreso de Ricart a Santo Domingo con esta noticia, todos los resortes de la
dictadura santanista se ponen en movimiento, con el sigilo que es posible en tales circuns-
tancias, para realizar el pronunciamiento en toda la República, ante la alarmada suspicacia
de aquellos individuos y grupos que encarnan ideas y sentimientos nacionalistas. Mientras
tanto la ventajosa ocasión a que, para convencer a la antigua metrópoli, se referían Santana y
sus emisarios mejoraba para ellos puesto que en los Estados Unidos la secesión se producía
a fines de diciembre de 1860 y la guerra entre el Sur y el Norte estaba a punto de estallar.
Todo se dispone precipitadamente en catorce días, y el 18 de marzo de 1861 se lleva a cabo
el pronunciamiento en la Capital, seguido rápidamente por el de los otros pueblos y por la
llegada de contingentes de Cuba y Puerto Rico.
Los cuatro años y cuatro meses de soberanía española en Santo Domingo fueron de una
creciente amargura para sus autores y para el gobierno de España, a causa de la progresiva
rebeldía dominicana, a pesar de que la transformación del panorama político internacio-
nal calculado por el gobierno español al decidirse a considerar en serio la solicitud de los
retrógrados dominicanos y al resolverse por la anexión, quedó demostrada en hecho con
el fracaso de la misión diplomática que llevó a Washington, por encargo del ministro de
relaciones exteriores del gobierno restaurador, Ulises Fco. Espaillat, al general Pablo Pujol
en marzo de 1864.
El Departamento de Estado no quiso recibirlo oficialmente ni reconocer la belige-
rancia dominicana, y Pujol tuvo que regresar a Santiago sin haber obtenido “más que
promesas del Presidente Lincoln” según se aprende en J. G. García, Historia de Santo
Domingo. Es la segunda vez en el siglo XIX que una gloria de la historia mundial no
manifiesta su grandeza en relación con nosotros, por razones circunstanciales. En 1821
Bolívar evita apoyar nuestra independencia y deja que Haití nos trague por estar empe-
ñado en su campaña del Perú y para no disgustar sus grandes amigos los haitianos. En
1864 Lincoln resuelve olvidar en perjuicio nuestro la Doctrina de Monroe y no quiere
incurrir en el enojo español en los momentos comprometidos de su guerra contra los
Estados Confederados.
La noticia del fracaso de Pujol en Washington alentó al capitán general José de la
Gándara, que era opuesto a la corriente española favorable a devolver su independencia
a Santo Domingo, y quiso capitalizarla tratando de influir en los diputados de la Unión
Liberal en Madrid para que se opusieran al proyecto de ley de abandono. Esta ley, sin
embargo, se dictó el primero de mayo de 1865, y como consecuencia de la misma la ida de
las autoridades y tropas españolas quedó completada el 11 de julio del mismo año.
Poco antes, el 3 de abril, en los Estados Unidos, las tropas de la Unión habían ocupado
Petersburg y Richmond, y el 9 deponía el general sureño Lee las armas en Appomatox-
Court House ante el ataque del norteño Grant. Días después, el 27 de abril, Johnston
se rendía igualmente en Raleigh, con el resto de los confederados, al general Sherman.
De este modo terminó la guerra civil norteamericana, que también había durado cuatro
años, salvándose así, y resurgiendo más fuerte que antes, la unidad política de la gran
república anglosajona.

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

¿Tiene este hecho relación con la cuerda y ecuánime disposición del gobierno espa-
ñol presidido por Narváez, y de las mayorías parlamentarias en Madrid, a abandonar
Santo Domingo y respetar el deseo del pueblo dominicano de ser libre e independiente?
Una contestación concluyente a esta pregunta quizás se obtenga con una investigación en
los viejos archivos de las cancillerías norteamericana y española, pero es razonable anticipar
que, no obstante la coincidencia de tiempo y el aparente enlace, no tienen nada que ver el
uno con el otro hecho, contrariamente a la relación que sí hubo entre Secesión y Anexión en
1861, por las siguientes razones:
1. Porque salta a la vista que la causa eficiente del retiro de los españoles fue el heroico
esfuerzo de los dominicanos para recuperar su independencia, si bien es dable que en Madrid
midieran por propia cuenta las consecuencias del suceso norteamericano;
2. Porque en aquella época ejercía en España el predominio político el partido de ideas
más avanzadas y la nación era gobernada por una reina de sentimientos generosos.
3. Porque Santo Domingo no era un país que ofrecía a España perspectivas económicas
halagüeñas; y
4. Porque entre la terminación de la guerra norteamericana y el triunfo del movimiento
político español favorable a devolver su independencia a Santo Domingo no medió tiempo
suficiente para que sobre el asunto hiciera la cancillería norteamericana alguna representa-
ción cerca del gobierno de Madrid.
Esta conclusión, difícilmente rebatible, no puede venir más apropósito para destacar la gloria
de la gesta cuyo centenario celebramos hoy, para honrar la memoria de las huestes restauradoras
y sus ilustres paladines. Mientras en los orígenes de la anexión a España hay que admitir factores
pertenecientes a la política internacional de la época, el triunfal desenvolvimiento de la lucha contra
ella se opera no obstante la indiferencia norteamericana, y en su terminación sólo brillan como
factores decisivos el patriotismo del pueblo dominicano y la hidalguía de la Madre Patria.
¿Qué efectos tuvo la Restauración en los años que le siguieron, además de la existencia
de la Segunda República?
En el orden interno, la más grande empresa bélica dominicana de todos los tiempos
creó una tradición que robusteció la conciencia de nación autárquica, y puso base histórica
a la confianza del pueblo dominicano en sí mismo para conservar su independencia. Desde
entonces se generalizó en el pueblo la creencia orgullosa de que éramos los mejores guerreros
del mundo, que podíamos vencer a cualquier nación que pretendiera invadirnos. Ningún
cerebro normal pudo pensar ya que necesitábamos sacrificar nuestra soberanía, en totalidad
o en parte, en beneficio de una gran potencia, para librarnos de una nueva ocupación hai-
tiana. Naturalmente que el orgullo de nuestra eficacia bélica cambió radicalmente en 1916;
pero quien en esa época tenía conciencia de las cosas puede recordar aquel sentimiento de
autoconfianza, que se reflejaba hasta en canciones populares, y me dará la razón.
Hay que reconocer también que en el orden interno la gran experiencia de guerra
adquirida de 1863 a 1865 produjo como resultado una reafirmación del recurso a las
armas como factor de lucha partidista en nuestra vida republicana y dejó a los tiempos
subsiguientes una legión demasiado grande de capitanes que, haciendo de la guerra su
profesión, colocaron y defendieron durante muchos años sus posiciones políticas sobre el
pedestal de sus méritos patrióticos.
En el plano internacional los efectos principales fueron dos. Primero, el cambio de actitud
de Haití con respecto a nosotros. No fue un simple cambio de política. Fue algo más profundo,

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fue un vuelco completo en la apreciación de la realidad y en su lógica con respecto a los domi-
nicanos. Desde la generación haitiana que presenció desde más allá de la frontera la Guerra de
Restauración, la idea de la unidad política de la isla bajo la soberanía haitiana quedó relegada
al pasado. Y segundo, la influencia de nuestra titánica contienda, que fue la empresa de armas
de mayor envergadura realizada hasta ese momento en las Antillas hispanas, en las vecinas
islas de Cuba y Puerto Rico, y sobre todo el efecto alentador que produjo en ambas posesio-
nes españolas la retirada de las tropas peninsulares, en los ambientes independentistas. No
transcurrieron tres años y medio cuando en Cuba se produjo el alzamiento de La Damajagua
y en Puerto Rico el grito de Lares, ambos movimientos con el concurso relevante de veteranos
dominicanos, aureolados por el prestigio de su reciente hazaña.
Este centenario glorioso debiera invitarnos también a vislumbrar el futuro y no sola-
mente a reconstruir el pasado. No hay duda de que a la altura de este año de 1963 hemos
hecho grandes progresos políticos después de la amarga experiencia de la tiranía, y de que
el orgullo patrio de los dominicanos se ha fortalecido al quedar afirmado por segunda vez
que en Santo Domingo los tiranos terminan mal. A la tradición del esfuerzo por la indepen-
dencia se ha agregado con mayor fuerza la tradición del cuido de la libertad. Pero como con
el progreso en la esfera política ha venido por primera vez el planeamiento en gran escala
de la cuestión económico-social, la vida del país se muestra incierta y rodeada de peligros,
tanto en el aspecto institucional como en el del desarrollo económico.
Hoy en día nadie puede pasar por alto la necesidad de mejorar el régimen social tradi-
cional, que antes aceptábamos ingenuamente como algo impuesto por la naturaleza, para
que haya justicia para todos. Empero las condiciones nuestras de país no desarrollado
imponen reconocer también que la justicia social tiene que regir en la medida en que no
altere la confianza ni desaliente la acción creadora del hombre individual. Hasta ahora no
se ha inventado nada que supla la iniciativa privada, la diligencia libre y espontánea de los
individuos, como el primer factor de desarrollo y adelanto de los pueblos. En los países en
donde se ha alcanzado ya un grado muy avanzado de desarrollo económico y cultural podría
implantarse un régimen sustancialmente socialista sin que sufra la vida futura de esos países.
Pero en donde tantas cosas fundamentales faltan por hacer, como entre nosotros, un régimen
revolucionario nos condenaría a un mayor empobrecimiento si tal régimen se exagera al
grado de anular el natural aliciente del hombre de empresa. En vez de traer lo que buscan
y reclaman los desposeídos, traería un aumento de la miseria y la desesperación.
En esta gran conmemoración de la Patria, mirémosla desde lo alto dentro del panorama
mundial y comparémosla con muchas otras patrias para que así sintamos intensamente la
necesidad de levantarla al nivel que exigen los tiempos, poniendo a contribución toda la
inteligencia, toda la sabiduría y toda la prudencia de que podamos disponer para que las
soluciones que se adopten determinen un positivo progreso y no una caída lamentable que
malogre la oportunidad del presente renacer.

Posiciones de principio en la historia política dominicana


La proclamación de la República Dominicana el 27 de febrero de 1844 fue la culmi-
nación de un esfuerzo de los Trinitarios para tomar la delantera a la facción que tramaba
con los cónsules de Francia en Port-au-Prince y en Santo Domingo la separación del
país respecto del poder haitiano con la protección contractual de la nación francesa. Los

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Trinitarios se anticiparon audazmente en la carrera que paralelamente emprendían ambos
grupos, luchando entre sí, con los dos objetivos diferentes: ellos, la independencia pura, y
el otro grupo rival (los afrancesados), la independencia mediatizada.
No puede decirse, sin embargo, que la independencia dominicana fue un parto prema-
turo. Se trató más bien de un parto apresurado.
El motivo de la polémica en medio de la cual cobró vida la República Dominicana
fue la diferente solución que uno y otro grupo proyectaban para el grave problema de la
dominación haitiana y el de dar consistencia y perdurabilidad a la nueva nación, dada la
permanente amenaza que seguiría siendo Haití, que desde veintidós años atrás dominaba
el territorio dominicano y continuaría empleando todos sus recursos al servicio de la idea
de indivisibilidad política de la isla con que nació a la vida independiente en 1804.
Hubo, pues, en Santo Domingo un fuerte motivo controversial que determinó desde el
principio la formación de un sector conservador frente a un sector a justo título calificado
de liberal. El primero encabezado por Pedro Santana, Tomás Bobadilla y Buenaventura
Báez, y el otro dirigido por Juan Pablo Duarte y los Trinitarios. Los primeros no tenían fe
en la viabilidad de la República sin la protección de una gran potencia. Los otros sostenían
a ultranza la independencia absoluta.
Varían mucho, de un país a otro, las razones que conducen a la formación de los diversos
sectores políticos, por depender de las circunstancias locales. No obstante estas variantes,
los grupos de opinión suelen llevar los nombres convencionales predominantes en la época,
como por ejemplo liberal y conservador en el siglo pasado, aparentando así, a la distancia,
igualdad de contenido en los diferentes países. Un caso curioso de estas variantes es el de la
pequeña república de San Marino. Allí encontré hace unos años que la agrupación política
que llevaba el nombre de comunista se limitaba a ser la que defendía el establecimiento de
un casino como fuente principal de ingresos del Estado; y que la denominada Democracia
Cristiana era el partido contrario a la apertura del casino. Cuando sucesivamente triunfaron
uno y otro grupo en las elecciones, la única diferencia advertida entre ambos regímenes fue
que el uno sostuvo el casino y el otro lo clausuró.
En Santo Domingo, la división política entre liberales y conservadores con que nació la repúbli-
ca se fundaba en diferente forma de concebir la seguridad de que el pueblo dominicano realizara
su destino en condiciones de libertad, de felicidad y de progreso, frente a los agentes negativos
externos. Los primeros la creían posible con la plena soberanía. Los últimos no la encontraban
sino con un protectorado. No fue, pues, una división artificial basada en ideologías importadas,
ajenas a las peculiaridades locales, ni una división natural originada en la adhesión a diferentes
caudillos, sino una auténtica división de principio directamente relacionada con factores vividos
y vinculada a distintos modos de sentir la patria y de calcular el futuro. A la diferente posición
ante el problema de Haití se unía una definida tendencia dictatorial en el sector conservador y
una manifiesta y probada convicción democrática y propiamente liberal en los liberales.
La pugna entre los dos grupos continuó después de consumada la independencia. Los
conservadores, más duchos que los jóvenes Trinitarios, actuaron hábilmente, y en el curso
del mes de mayo de 1844 lograron asegurar el control de la Junta Central Gubernativa. Esta
junta fue el gobierno provisional colegiado designado en la primera hora para organizar
la república naciente, dotarla de los medios necesarios a su seguridad y defensa, poner en
marcha los servicios públicos, convocar a elecciones para una asamblea constituyente y dejar
establecido un gobierno definitivo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Tan pronto como los conservadores tuvieron en sus manos las riendas del gobierno, se
dieron prisa en negociar el protectorado a cambio de ceder a Francia la bahía de Samaná, pero
el 9 de junio siguiente, en plenas negociaciones, los Trinitarios dieron un golpe de fuerza, y
suplantaron a los proteccionistas en la junta gubernativa. Este golpe fue el corolario del 27
de febrero, la consecuencia lógica de la obra patriótica de los Trinitarios.
Poco después, en julio, Santana se impuso con el ejército del Sur, que había ganado a los
haitianos la batalla de Azua, y encarceló a los Trinitarios. Las medidas de represión tomadas
por Santana contra los defensores de la independencia pura fueron tan brutales que el sector
político constituido por ellos quedó aniquilado. Duarte y sus compañeros fueron condenados
al destierro, y Santana y Bobadilla quedaron dueños del campo.
Si no llegó a consumarse el protectorado francés se debió a que el gobierno de Francia
desaprobó el llamado Plan Levasseur, y no a acción alguna del desmedrado partido liberal.
Este no existía ya como fuerza política, mas sí en el fuero íntimo de muchos dominicanos.
Este difundido estado de conciencia, carente de instrumento de lucha, cobró cierta vida en
la mayoría de los diputados a la Asamblea Constituyente reunida en San Cristóbal, que el 6
de noviembre de 1844 proclamó la primera Constitución de la República, pero la estructura
liberal con que salió el nuevo Estado de las manos de la Asamblea quedó anulada al im-
poner el dictador Santana la inclusión de un último artículo a la ley substantiva otorgando
amplios poderes discrecionales al presidente de la República mientras durara el estado de
guerra con Haití. Fue una reacción inevitable, puesto que la fuerza no la tenían los diputados
constituyentes sino el caudillo militar.
Sin duda se justificaba un reforzamiento de la autoridad del gobierno de una república acaba-
da de crear y bajo un estado de guerra en condiciones de enorme desventaja respecto del enemigo,
pero Santana aprovechó sus omnímodas facultades constitucionales para ejercer despóticamente
el gobierno, dando sueltas a su temperamento autoritario, aun en cosas que nada tenían que ver
con la defensa del país. Después, en diciembre de 1854, hizo dictar una nueva Constitución de
tipo dictatorial en todo su contexto para sustituir la Constitución liberal de 1844.
Mi opinión es que si desde el nacimiento de la República se hubiera mantenido la fuer-
za política liberal de los Trinitarios frente a la otra fuerza política conservadora, el pueblo
dominicano, probablemente, hubiera evolucionado de mejor manera en el aspecto político
y, consiguientemente, en todos sus aspectos en general.
El habitual enfrentamiento entre dos o más modos de concebir el Estado y el Gobierno
hubiera sido un factor educativo que posiblemente nos hubiera librado de caer en el crudo
caudillismo en que se vivió desde mediados de 1844.
Se produjo una escisión en 1853, pero los dos partidos en que quedó dividido el panorama
político, el santanista y el baecista, fueron los dos igualmente conservadores, dictatorialistas
y proteccionistas, lo que hizo vincular el partidismo a sólo las personas de sus respectivos
caudillos. Ideológicamente no los separaba nada. El pueblo dominicano se quedó sin saber
lo que realmente era la política, el diálogo político, en un país civilizado. Estas condiciones
de primitividad determinaron, pienso yo, que las pugnas partidarias fueran más toscas, más
violentas y más frecuentes que si se hubiera usado de la inteligencia y de los conocimientos
para sostener la disputa entre partidos de principios como fueron los que surgieron con la
República en 1844.
En 1857, el gobierno de José Desiderio Valverde, nacido de una revolución contra Báez
y enfrentado en seguida a Santana, representó una tercera fuerza de corte liberal, y hubiera

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

sido el punto de partida de una reconstrucción doctrinal del panorama político, pero en un
momento dado dejó de ser consecuente consigo mismo al llamar en su auxilio al último de
los dos caudillos citados. Le faltó firmeza de convicción y de tradición para sostenerse in-
variable en su naturaleza y sentido. Además, el triunfo del gobierno del Sur, del retrógrado
Santana, vuelto contra el gobierno del Cibao, del civilista Valverde, fue arrollador por causa
del carácter regionalista que adquirió la guerra, y no dejó subsistir para el futuro inmediato
aquella fuerza política ilustrada que momentáneamente significó una superación respecto
del burdo caciquismo.
El santanismo dominó con exclusividad hasta 1861, año en que la guerra de secesión de los
Estados Unidos permitió que el gobierno español se atreviera a oír los reclamos de protección
que desde años atrás le venían haciendo los gobernantes conservadores dominicanos. Pero al
decidirse España a intervenir en Santo Domingo, alejado el temor a los poderosos sostenedores
de la doctrina de Monroe, por estar empeñados en su guerra civil, no lo hizo para proteger a
la República sino para deshacerla anexándose íntegramente el territorio dominicano.
La anexión de Santo Domingo a España, que se preparó en secreto y se consumó sorpre-
sivamente sin un previo referéndum popular, dio lugar a que se volviera a formar un frente
liberal independentista y democrático con los principales febreristas de 1844 y con hombres que
habían figurado en el movimiento liberal de 1857. Este frente fue el que hizo entre 1863 y 1865
la guerra de Restauración contra los españoles y sus aliados conservadores dominicanos.
Después de terminada la contienda y de retiradas las autoridades y tropas españolas en
1865, muerto ya Santana y desprestigiado el residuo del santanismo, quedó uno solo de los
dos caudillos de la primera República, Buenaventura Báez, quien no obstante haber sido
el rival de Santana desde 1853, se identificó con la causa de la anexión, y durante la guerra
estuvo en Madrid investido con el grado español de Mariscal de Campo, lo que confirmó
una vez más que eran cuñas del mismo palo.
Frente a él, la generación que hizo la guerra independentista quedó constituida en sector
político pero sin la debida cohesión y fuerza, por causa de las rivalidades internas. Luperón,
Cabral, Espaillat, Monción, Rojas, Polanco, Pimentel, Bonó, Billini y Meriño eran sus figuras
principales. Por su poca cohesión, en el mismo año de 1865, pudo prevalecer contra los liberales
el conservatismo baecista y poner a su caudillo en la presidencia de la República. El persona-
lismo, desgraciadamente, fue un aglutinante más poderoso que la posición de principio.
La pugna por el gobierno en este período posterior a la anexión se libró confusa con
sus muchas alternativas entre el bloque monolítico constituido por el partido llamado Rojo,
personalista, dictatorialista y anexionista, dirigido por Báez, de una parte, y el partido de los
liberales independentistas que habían hecho la Restauración, llamado Azul, de la otra. Pero la
etapa en que las turbulencias intestinas cobraron más definido perfil de guerra entre principios
opuestos y no entre simples caudillos militares fue el llamado período de los seis años, de 1867 a
1873, tiempo que duró la cuarta administración de Báez. Durante todo ese lapso, los patriotas
independentistas del partido Azul, encabezados por un héroe de la independencia: Cabral, y
por un héroe de la Restauración: Luperón, sostuvieron una guerra para impedir que el caudillo
conservador llevara a efecto su acariciado proyecto de anexión a los Estados Unidos.
A la altura de noviembre de 1873, el prestigio de Báez se vino al suelo y un movimiento de
unión nacional, formado por azules y rojos, lo echó de la presidencia, enarbolando la bandera
de la concordia, la libertad y la paz. Fue un hecho nuevo en la historia de las convulsiones
dominicanas porque no fue el triunfo de un caudillo sobre otro ni se persiguió a los caídos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Consecuente con el espíritu del movimiento, el jefe del mismo, Ignacio María González,
se condujo con altura en los primeros momentos como presidente provisional de la Repú-
blica, pero después incurrió en conducta retrógrada las tres veces que le tocó gobernar. El
momento más definido y brillante de aquella etapa posterior a la caída de la dictadura fue
el gobierno de Ulises Francisco Espaillat, un gobierno que desarrolló desde la raíz hasta sus
últimas consecuencias una política liberal, nacionalista y democrática, pero que duró poco.
Los que tenían como profesión la de las armas vieron sus intereses amenazados cuando se
enteraron de que el presidente Espaillat daba más importancia a los maestros de escuela
que a ellos, e inventaron un pretexto para derrocarlo.
Más tarde se hizo el partido baecista, personalista y dictatorialista, y frente a él encon-
tró el sector liberal y democrático de los azules. Todavía la presencia de Báez era un fuerte
incentivo para mantener, en oposición a él, los principios democráticos, pero cuando Báez
desapareció definitivamente del ambiente político dominicano en 1878 el debate degeneró
hacia meras pugnas por el poder entre grupos antagónicos del bando liberal. Hubo una
serie de cortos gobiernos civiles presididos por personas ilustradas del partido azul, pero
por encima de estas se empinaban como hombres fuertes del mismo partido, en creciente
rivalidad, ponedores y quitadores de gobiernos, las figuras de Luperón y Heureaux.
Para entonces ningún político ni gobernante alguno sostuvo ya más el principio del
protectorado o de la anexión a una gran potencia como medio de pacificar y hacer progre-
sar a la República o para conjurar el peligro haitiano. El patriotismo fue únicamente, en lo
adelante, el patriotismo de la independencia, no el de la defensa del país y sus esencias con
sacrificio de la autodeterminación. La vieja fe duartiana en que la República podía bastarse
a sí misma para subsistir y desarrollarse ganó terreno, y en la misma medida creció el sen-
timiento de nacionalidad.
Este cambio fue un cambio positivo, pero trajo consigo una desventaja. Desde 1878
quedó superado el principal motivo que podía dividir definitivamente el panorama políti-
co en sectores ideológicamente diversos, y quedó disminuida la posibilidad de un debate
inteligente de los problemas públicos. De este modo se hizo más difícil, por falta de claras
motivaciones ideológicas vinculadas a las necesidades nacionales, mantener sobre base firme
un partido conservador y un partido liberal que alejaran la plena entronización del funesto
caudillismo personal, encumbrador de ignorantes y bárbaros. Carecíamos para ello de una
tradición y de una base cultural.
Sin embargo, en 1886 la juventud que había pasado por la escuela experimentó cierto incen-
tivo moral y apoyó a un candidato culto y honesto, Casimiro Nemesio de Moya, para oponerlo a
otro que le repugnaba por cruel e inescrupuloso: Ulises Heureaux, apoyado por ignaros hombres
de armas. De este modo se reconstituyó un frente de vanguardia liberal contra un amago de
dictadura retrógrada. Como las elecciones las ganó Heureaux por medios fraudulentos, Moya y
la juventud que lo rodeaba se sintieron autorizados a corregir en la manigua el triunfo del vicio.
Pero Heureaux ganó también la guerra como había ganado las elecciones, es decir, no solamente
combatiendo abiertamente al enemigo sino con hábiles manejos de mano izquierda.
A partir de entonces lo que imperó en todo el ámbito dominicano fue una tiranía, una
tiranía que se mantuvo hasta 1899.
Las tiranías hacen tabla rasa del panorama político. Sustituyen el juego político con otra
cosa que se le parece a veces, pero que es de distinta naturaleza. Lo que predomina durante
una tiranía no son hechos y procesos políticos, como partidos, elecciones, congresos, prensa,

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pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

opinión pública, sino simulaciones de todo ello. Poses inauténticas, movidas por hilos ocultos
en un tinglado de comedia. Lo auténtico, lo verdadero, queda soterrado, se recluye en lo
íntimo de las conciencias y en la interioridad de los hogares. Toda exteriorización de los sen-
timientos reales queda violentamente suprimida y cubierta con un manto de apariencias.
Pero hay procesos que no puede evitar el tirano con todo su poder. Es el inextinguible
anhelo de bien, de justicia y de libertad. Es el crecimiento de una nueva generación con su
innata limpieza de alma. Los valores espirituales siempre están presentes y exigen. Y exigen
en razón directa de las fuerzas que se les oponen. Y esta exigencia se concretizó entonces en
un exilio rebelde y activo y en una conspiración interna en que participaron madre e hijos.
En 1899, frente a los aparatos de represión que había ido perfeccionando Heureaux en
trece años de tiranía, se levantó una juventud valiente y generosa y lo abatió. La onda de la
revolución cubrió todo el país y fue fácil convocar a elecciones para establecer un gobierno
constitucional antes de terminar el año, no obstante la bancarrota financiera que dejó como
herencia el déspota. Fue tan impetuoso el movimiento popular, que el lilisismo en fuga no
se dejó sentir en mucho tiempo.
Vino a resurgir en función de golpe reaccionario en marzo de 1903. En ese momento
hubiera sido lógico que nuevamente se deslindaran los campos y que en el panorama político
dominicano se enfrentaran una fuerza política juvenil de carácter liberal y el sector trasno-
chado que sirvió de instrumento a Heureaux. Pero no fue así, porque en el campo liberal de
los nuevos se había producido antes, en abril de 1902, una lamentable escisión provocada
por las intrigas. Hubo entonces dos partidos que no podían ser sino personalistas, puesto
que salían del mismo sector: el jimenista y el horacista, encabezados respectivamente por
Juan Isidro Jimenes y por Horacio Vásquez.
Al quedar vencida y en posición oposicionista la facción jimenista en abril de 1902, los
dispersos miembros del antiguo lilisismo en derrota se sintieron animados y le ofrecieron
su alianza al caído jimenismo, desnaturalizándolo. Por esta razón el golpe reaccionario de
los viejos colaboradores de Heureaux en marzo de 1903 fue al mismo tiempo un desquite
jimenista contra el horacismo. A esta circunstancia se agregó el hecho de que las filas del
liberalismo horacista quedaron también contaminadas con la adición de otros lilisistas.
El conflicto de marzo de 1903 no fue, pues, un nuevo encuentro del liberalismo y el con-
servatismo, sino de dos facciones indefinidas, imposibles de precisar doctrinariamente. Sólo
personalismos, sólo intereses, sólo pasiones, sólo prejuicios, sólo literatura sin substancia, sólo
revolucionismo criollo. Así se desenvolvió la vida dominicana hasta tres años después.
Desde 1906, resuelto el difícil problema financiero creado durante la tiranía de Heureaux y
agravado en el turbulento período que siguió a la caída del tirano, se inició lo que en otro lugar
he llamado un momento ascensional de la República, bajo la presidencia de Ramón Cáceres,
y con el concurso eminente de Federico Velázquez. Durante este período de nuestra historia
republicana se insinuó nuevamente la división racional, esta vez entre el grupo gobernante,
de una parte, con una política liberal caracterizada por la organización administrativa, las
obras públicas, la educación popular, la independencia de los poderes y el respeto de las
instituciones, y de la otra parte una circunstancial coalición entre inconformes hombres de
armas de viejo cuño, prontos siempre a la rebelión, acostumbrados a ejercer caciquismos
locales y a las complacencias del ministerio de hacienda. Esta etapa de progreso, en que la
honestidad y el carácter lucharon contra el rezago de antiguas prácticas viciosas, terminó
bruscamente en 1911 con el asesinato del presidente.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Como consecuencia de este crimen, entre 1911 y 1916 reinó el caos y la desesperanza. No
hubo confrontaciones verdaderamente ideológicas. Los opuestos manifiestos partidistas no
pasaban de ser bellos documentos redactados por talentosos secretarios que esencialmente no
diferían. En la realidad político-social sólo había banderías personalistas y convulsionismo
empedernido. La actuación de los cabecillas no derivaba de principios en debate sino de su
buena o mala índole o la de sus consejeros.
Sin embargo, es justo hacer mención honrosa de Federico Velázquez, quien como jefe
de un partido minoritario desprendido del horacismo ejerció decentemente la política ex-
cluyendo, como cuestión de principio, el recurso a las armas y el soborno.
Haremos un paréntesis para decir que, en honor a la verdad, en los más altos niveles de la
política dominicana estuvieron siempre en mayoría hombres honestos y bondadosos. Muy pocos
del tipo delincuente como Ulises Heureaux en el siglo pasado y Trujillo en el presente. Luperón,
Meriño, Espaillat, Woss y Gil, Billini y González, de la pasada centuria, fueron honestos. También
lo fueron Santana y Báez, a pesar de su impiedad y ambición. Del comienzo del siglo XX hasta
la ocupación militar extranjera, fueron honorables las figuras principales, es decir, Juan Isidro
Jimenes, Horacio Vásquez, Ramón Cáceres, Carlos F. Morales, Federico Velázquez, Eladio Victoria,
Adolfo A. Nouel, José Bordas Valdez, Ramón Báez y Francisco Henríquez y Carvajal.
Durante el período de desocupación de 1922 a 1924, pudo haberse formado una nueva
fuerza política, una especie de liberalismo ilustrado o de vanguardia, en torno a un hombre
nuevo en política magníficamente dotado: el licenciado Francisco J. Peynado, y otra de libe-
ralismo histórico con Horacio Vásquez como candidato, que pudo haber representado una
sana posición conservadora, pero desgraciadamente la situación degeneró en una contienda
electoral de dos partidos de tradición personalista: de una parte el horacista y de la otra el
jimenista. En efecto, este último partido se abrazó accidentalmente a la figura de Peynado, a
falta de su antiguo líder, que había muerto en 1919, en un instintivo movimiento faccionario
impulsado por pasiones y prejuicios que tenían su raíz en el pasado.
El voto popular favoreció al viejo caudillo en lugar de al brillante abogado y civilista,
pero es forzoso aceptar que Horacio Vásquez, en sus seis años de gobierno, fue consecuen-
te con los principios liberales de la revolución que él encabezó en 1899 contra la tiranía de
Heureaux, y con su título propagandístico de “paladín de las libertades públicas”.
Sólo flaqueó en el aspecto del continuismo, que fue el asidero aprovechado por Trujillo
para traicionarlo y hacerlo derrocar en 1930 e implantar su régimen tiránico.
En los siguientes treinta y un años que coincidieron con la época en que en todo el mundo
se generalizó la lucha entre el capital y el trabajo; la astucia, la audacia, la incansable diligencia
y los métodos de terror de Trujillo, sustituyendo toda manifestación política verdadera por
un aparato propagandístico y por una organización feudal de la sociedad, sometió a muchos
hombres capacitados al servicio del país y vinculó a este internacionalmente para presentar
en apariencia ante el mundo una nación en marcha que aceptaba la exigencia de protección
del Estado a la clase trabajadora. Su megalomanía y la visión que indudablemente tenía de
los problemas nacionales le llevaron a realizaciones útiles, como el arreglo de la cuestión
fronteriza, la legislación laboral, el pago de las deudas externa e interna, el régimen banca-
rio y monetario y muchas obras materiales, pero estos mismos logros sufrieron su propia
acción negativa en la medida en que después le molestaron. La esquizofrenia creciente que
manifestó en sus últimos años amenazó con destruirlo todo y condujo al país a la bancarrota
económica y moral y a un intenso estado de desesperación colectiva.

682
pedro troncoso sánchez  | estudios de historia política dominicana

Esta situación fue la causa de que, rebasada la etapa de la tiranía, cuando desapareció
el temor y hubo libertad para el debate, político, el pueblo dominicano se mostrara honda-
mente perturbado y no diera señales de aptitud para entender y aplicar los postulados de
la democracia.
A mi juicio, esta crisis de general desorientación, que tuvo su culminación sangrienta
en 1965, está ahora presentando síntomas de ir declinando de manera clara y decisiva, y
va dejando definido un panorama político con sus parcelas naturales de derecha y de iz-
quierda, correspondientes a las antiguas conservadora y liberal, fuertemente basadas en la
estructuración social y en las respectivas posiciones ideológicas.
En la República Dominicana no se había formado desde 1844 un panorama político tan
dividido en el sentido doctrinario, y esto lo considero una buena señal. Ahora no se puede
ser líder político sin poseer inteligencia extraordinaria y sin estar al día en conocimientos
político-económicos. Puede que haya pasado ya la época de los líderes ignorantes y semici-
vilizados. Dependiendo las diversas posiciones, de la sustentación de ideologías, más que
de la adhesión a determinadas personas, en Santo Domingo no ha podido darse desde 1961
el fenómeno del caudillismo, aunque no ha faltado quien haya sostenido lo contrario en el
calor de la disputa. No se ha producido ese fenómeno, como se produjo en 1844, cuando
desapareció la fuerza política de los Trinitarios; como se produjo después de la crisis de la
Anexión debido a la supervivencia de Báez y a las disensiones internas, y como se produjo
después de 1899 por la escisión del partido liberal.
Les he dicho a muchos compatriotas que respondería a la más saludable finalidad patrió-
tica procurar que la actual división del panorama político no desaparezca, para que pueda
seguir habiendo un diálogo político en nivel doctrinario que obligue a ejercitar la inteligencia,
a estudiar y pensar; que obligue a adquirir, asimilar y aplicar conocimientos. Ello evitaría
el resurgimiento del crudo caudillismo; el encumbramiento de los más valientes, audaces
y ambiciosos, aun sin luces. Sería un constante factor de educación social y de cultura no
solamente en la dimensión intelectual sino también en el sentido moral. Sería el más fuerte
estímulo a la alfabetización de las masas y a mantener el hábito de la lectura. Las inquietudes
políticas irían teniendo otra naturaleza. No tendrían ni la frecuencia, ni la virulencia, ni la
tosquedad, ni la vulgaridad que caracterizan las luchas entre facciones caudillescas.
Otra consecuencia importante de la actual división ideológica, la más importante a mi
juicio para el futuro, sería que ella provocaría, por ley natural, la formación de una fuerza
política de centro, la fuerza de la ecuanimidad, la serenidad y el equilibrio, que ahora apenas
existe, y que pudiera ser en el tiempo por venir la más poderosa. Ella tendría entre sus fines
más valiosos mantener el debido control de los excesos de la derecha y de la izquierda.
Examinando la actual situación con personas que manifiestan temor, les he dicho que
estamos en tiempo ahora los dominicanos de no repetir el error que cometió Pedro Santana
en 1844, y de respetar la evolución sociopolítica que se ha iniciado. Sería lo que más con-
vendría a la comunidad para alcanzar su madurez, siempre que se mantenga firme, como
en las grandes democracias, esa unidad moral en que consiste la patria, llamada a poner un
límite a la rivalidad de los grupos.

683
No. 45

manuel arturo
peña batlle
la rebelión del bahoruco
Dedicatoria
A la memoria de mi padre
“El mundo, según él, fue a buscar a Casas en su soledad,
y haciendo homenaje a la humanidad de sus principios y a su talento de persuadir,
le fió el encargo de reducir y pacificar a aquel Enrique,
caudillo de los indios alzados en las montañas del Barauco, en la Española,
a quien en catorce años las armas de los castellanos no pudieron rendir,
ni sus promesas ganar, ni sus engaños perder”.*

I
Con el título de Enriquillo y Boyá ha circulado un estudio del conocido historiador espa-
ñol Fray Cipriano de Utrera. Anteriormente (el 6 de junio del 1946) fue leído en forma de
conferencia, ante selecto auditorio reunido en la Casa de España.
El tema ha despertado siempre en nuestros medios intelectuales grandísimo interés, por-
que la figura de Enriquillo es muy querida de los dominicanos y está muy entrañablemente
ligada a la tradición histórica del país. Todo cuanto se haga por mantener y acrecentar el
prestigio de aquella gloriosa figura será trabajo bien empleado. La patria, como la concibe y
define Renán, depende mucho de los sentimientos y afectos de la comunidad hacia el pasado.
Por patriotismo debemos guardar y defender el buen acervo de la historia nacional.
En el retablo del Padre Cipriano aparece muy rebajada y desmirriada la humanidad de
Enriquillo, y muy apagado el hálito de su heroísmo. El religioso casi se complace en destrozar
lo que hasta ahora ha sido motivo de verdadera veneración. Sin embargo, semejante labor, para
ser sana, debe estar fundada en un proceso de investigación y depuración no sujeto a crítica y
en una serie de conclusiones incontrovertibles en todas y en cada una de sus modalidades.
Ni los métodos de investigación empleados por el historiador capuchino ni las conclusio-
nes a que lo condujeron dichos métodos, están libres de reparos y objeciones substanciales.
Estas conclusiones no pueden ni deben quedar como la última palabra en materia que tanto
margen da todavía al estudio y al examen, así en el orden histórico como en el jurídico.
Confesamos lealmente que la lectura del estudio comentado nos obligó a releer y recon-
siderar, con ánimo sereno, todo cuanto teníamos escrito sobre el asunto desde hace años,
para abandonarlo si las pruebas y argumentos del Padre Utrera resultaban irrecusables.
La verdad ha de ceñir, en toda circunstancia, los alcances de la investigación histórica.
No debe vacilarse nunca en abandonar posturas ya fijadas, si nuevos elementos de juicio
hacen visibles grietas y fallas en las bases de aquellas. Pero esto no quiere decir que no haya
que andarse con tiento y despacio en la trasmutación de los valores históricos comunes.
De la lectura de la conferencia sacamos el convencimiento de que, contrariamente a lo
que se propuso el historiador, tanto los documentos nuevos aportados, como las deducciones
que de estos se desprenden, concurren a confirmar la tesis clásica sobre la cuestión Enriquillo;
especialmente en lo que toca a saber si hubo o no tratado de paz como resultado de las con-
versaciones y negociaciones que, en 1533, tuvieron lugar entre el Capitán General Francisco
de Barrionuevo y el Cacique del Bahoruco, en el entonces denominado Lago del Comendador,
hoy Lago Enriquillo, en honor, precisamente, de aquellas capitulaciones memorables.

*M. J, Quintana. Vida de los españoles célebres. Fray Bartolomé de Las Casas, pp.88-89, Colección Universal,
Calpe, 1922.

687
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La polémica no ha sido vehículo de nuestras aficiones literarias. Hasta ahora no la ha-


bíamos usado, recelosos de sus fines, casi siempre ajenos a la objetividad del asunto a que
se contrae. Pero en el presente caso es necesario contribuir, aunque sea modestamente, a
fijar ideas sobre materia tan cara a los dominicanos.
La figura de Enriquillo y la tradición que por más de cuatro siglos ha contribuido a
aureolar su proceridad, no pueden destruirse por obra de una mera confusión de conceptos
o por la interpretación forzada de documentos que, aunque ignorados hasta ahora, no ofre-
cen, sin embargo, elementos nuevos, capaces de desnaturalizar el sentido de una situación
histórica ya establecida.

II
Para saber si de las actividades de Barrionuevo surgió efectivamente un tratado entre
Castilla y el Cacique del Bahoruco, es necesario examinar previamente una serie de cues-
tiones a que la conferencia no alude, ni siquiera de pasada. No es posible, en efecto, sentar
conclusiones sobre aquellos sucesos del 1533 sin relacionarlos con todo el proceso de los
sistemas jurídicos que se desprendieron del descubrimiento de las Indias Occidentales.
En esa forma enfocaron el asunto los historiadores primitivos de Indias que narran los
pormenores de la negociación: Las Casas y Fernández de Oviedo. Era lo justo y apropiado.
Ambos contemplan el alzamiento del Cacique como hecho complejo, de implicaciones pro-
fundas en el cuadro de la convivencia de naturales y españoles en las tierras nuevas.
Al dar cuenta como historiador del estado de cosas creado en la Española por la rebeldía
de Enriquillo. Las Casas examina también como jurista aquella situación, y establece –al
interpretar los hechos– las razones que, en justicia, asistieron al Cacique para abandonar el
contacto con los españoles. La posición que asume Las Casas no obedece a impulsos perso-
nales. Esa posición estuvo, desde luego, vinculada a una escuela y se refirió a concepciones
doctrinarias vigentes aún en el derecho y el pensamiento políticos universales.
Sabido es que Colón creyó firmemente que los aborígenes por él encontrados podían
esclavizarse. La circunstancia de que condujeran a España algunas de estas gentes y las rega-
lara a sus amigos como hubiera podido regalar bestias de su pertenencia, creó de inmediato
el problema de determinar y fijar el estado civil y político de los indios, como individuos de
la estirpe humana, no como partícipes de la colectividad social de donde provenían.1

1
La población que encontraron los españoles en la Isla pertenecía a la rama Arahuaca, de la raza americana o roja. Esta
ocupaba la región del continente sur comprendida entre la cabecera del río Paraguay y las montañas del sur de Bolivia, en
el mediodía, hasta la península Goajira. Las Antillas Mayores y Menores y las Islas Bahamas fueron ocupadas también por
los Arahuacos. La cultura de este stock era, en general, superior al estado de salvajismo. Colón los encontró en las Indias
Occidentales cultivando maíz, patatas, mandioca, ñame y algodón. Fueron los primeros en introducir a los europeos en el
sorprendente y extraño arte de fumar tabaco. Hilaban y tejían el algodón, transformándolo en ropas y eran muy hábiles
en el pulido de las piedras. Con el oro nativo hacían adornos, tallaban curiosas máscaras en madera, esculpían rudos
ídolos en grandes piedras y ahuecaban los troncos de los árboles, para construir lo que denominaban canoas.
Arahuaco quiere decir: comedores de harina. Se les aplicó este nombre por el mucho pan de cazabe que comían. El
tipo físico es de gran similitud entre todos sus individuos. Los adultos están un poco por debajo de la estatura me-
diana, raramente sobrepasan los cinco pies, seis pulgadas. Son de frente angosta y narices finas y rectas. La forma del
cráneo es corta y las mandíbulas no son prominentes –ortognáticos y braquicéfalos– Su fuerza física es inferior a la de los
europeos y su poder de resistencia a la enfermedad, menor. Daniel G. Brinton. La Raza Americana, traducción de Alejandro
G. Perry, prólogo de Enrique Palavecino, Buenos Aires, 1946, pp.223 y siguientes.
Los arahuacos de las Antillas recibieron los nombres de ciboneyes, nitaínos o tainos, y estaban ya mezclados con los
caribes (ciguayos), de origen meridional. La zona de dispersión de las tribus caribes debe situarse entre el alto Xingú
y el Tapajoz. Si no lo interrumpe la llegada de los españoles, los indios caribes hubieran terminado por apoderarse
totalmente de las Antillas. Sobre esta materia consúltese también: Luis Pericot y García. América Indígena, Tomo I, El
Hombre Americano. Los Pueblos de América, segunda parte, capítulos II y III, Madrid, 1936.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

La Reina Isabel resolvió el problema con espíritu de justicia y humanidad. Ordenó


que los indios retornaran a sus tierras. Se opuso con firmeza a los designios esclavistas del
Almirante y declaró libres vasallos suyos a los habitantes de Indias. Estas disposiciones las
mantuvo invariadas hasta su muerte (1504) y las hizo figurar en su testamento para que el
Rey, la Princesa, y el marido de esta, las cumplieran e hicieran cumplir como normas intan-
gibles. Mientras vivió Isabel la Católica no fue posible que cristalizaran las encomiendas y
repartos de indios porque ella condenó abiertamente el sistema, ordenando al Gobernador
Ovando poner en libertad a los indios que, sin su consentimiento, había repartido Colón en
la Española como consecuencia de las asonadas de Roldan.2
Impotente el Almirante para reducir por la fuerza la rebelión de españoles, encabe-
zada por Francisco Roldan, contra el Gobierno del Adelantado don Bartolomé Colón, se
vio en el caso de negociar con el cabecilla las condiciones de un sometimiento volun-
tario. El 16 de noviembre del 1498 se ajustó un arreglo, entre cuyas bases figuró la de
que cada uno de los partidarios de Roldan que quisiese regresar a España, recibiese de
Colón determinado número de esclavos indígenas, con la facultad de sustituirlos por
otras tantas indias de las que algunos tenían encinta o paridas. También se les concedió
a los rebeldes la facultad de quedarse en la isla, con asignación de tierras e indios para
sus trabajos. Los indios asignados no tenían que ser necesariamente esclavos, sino que
también se repartieron indios libres para que trabajasen las tierras que correspondieron
a los españoles favorecidos. Fue de esta primera práctica de donde nació el sistema de
las encomiendas y repartos de indios.
Cuando la Reina Isabel se enteró de las negociaciones de Colón, quien dio cuenta estrecha
a los Soberanos de todo lo pactado con Roldan, prorrumpió en aquellas célebres palabras de
indignación: “¿Quién ha facultado a Colón para repartir mis vasallos con nadie?” Inmediatamente
se pregonó en Granada y Sevilla que todos los que tuviesen indios en España los restituyesen
a su tierra, bajo pena de muerte.
La Reina rechazó obstinadamente todas las proposiciones e insinuaciones que le hizo
el Almirante para reglamentar la esclavitud de los aborígenes y aprovechar las ventajas
fiscales que de ello pudieran derivarse. En este sentido, Colón escribió, en 1498, extenso
memorándum a la Corona proponiéndole enviar esclavos indios y madera de brasil a España
como renglones permanentes del comercio con las tierras nuevas.
Muerta la Reina, las cosas variaron substancialmente en perjuicio de los indios. Se
recurrió nuevamente, por exigencia de las circunstancias, al desdichado expediente de las
encomiendas y repartos, fijándose y organizándose sus alcances y su estructura social. Se
encomendó a los españoles la conversión y la instrucción de los indios, a cambio de que
estos dedicaran algunas horas del día a trabajar en beneficio de aquellos. De esta manera se
retribuía España los esfuerzos que hacía para sacar a los naturales de la barbarie. El sistema
ideado no era de esclavitud, porque los indios seguían, en principio, siendo libres, y con ello
se cumplían los expresos deseos de la Reina de Castilla.
Para hacer posible el propósito de las encomiendas se decidió asignar, mediante reparto, a
cada español de relieve en la Colonia, y a algunos residentes en España, un número determinado
2
V. Luis Alonso Getino, O. P., Influencia de los dominicos en las leyes nuevas, pp.3 y 4, Sevilla, 1945. Publicado tam-
bién en el Tomo II del Anuario de Estudios Americanos, José María Ots Capdequí, Manual de historia del derecho español
en las Indias y del derecho propiamente indiano, pp.203 y 204, Buenos Aires, José Antonio Saco. Historia de la esclavitud de
los indios en el nuevo mundo. Seguida de la Historia de los repartimientos y encomiendas, Introducción de Fernando Ortiz,
La Habana, 1932, Tomo I, cap. III, Tomo II, Historia de los repartimientos o encomiendas de indios.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de indios que debían ser educados e instruidos en la fe de Cristo, pudiendo aprovecharse el


europeo, según se ha dicho, del razonable trabajo de los aborígenes repartidos.
Teóricamente la combinación no ofrecía reparos, pero en la práctica dio resultados ca-
tastróficos, especialmente en la Española. El sistema bien pronto se transformó en la misma
esclavitud prohibida por la Reina. Los españoles que vinieron a la Isla llevaron a extremos
increíbles de dureza las exigencias de trabajo que imponían a los indios, convirtiendo en
medio de rigurosa y vil explotación el procedimiento de la encomienda. La esclavitud pro-
piamente dicha, a la manera aristotélica, no era tan desapiadada como resultaron serlo los
métodos de explotación implantados en la Española.3

3
En extenso comentario que hizo don Andrés Bello, (El Araucano, 1848) a la Memoria presentada a la Universidad,
el 27 de octubre del 1848, por el Presbítero Don José Hipólito Salas sobre el servicio personal de los indios y su abolición,
expresó, con profundo acierto, los siguientes conceptos alrededor del asunto: “Es Instructivo i animado el cuadro que
el autor nos presenta de las funestas consecuencias del sistema de encomiendas sobre la raza india, i es incontestable
que la fuente del mal estaba en el plan de civilización adoptado por los conquistadores; pero es justo repetir que en
aquel siglo la feudalización era un efecto casi necesario de la conquista, sobre todo en países que absolutamente no
podían ofrecer a sus nuevos señores más que tierra i brazos.
“En el capítulo 2º. expone el autor los obstáculos que se oponían a la abolición del servicio personal de los indíjenas, i se-
ñala cuatro: el interés de los encomenderos, el de la corona, las ideas dominantes de la época i el sistema de la conquista.
“Pudiera decirse que el cuarto miembro de esta enumeración comprende en cierto modo los otros. No se trata de
colonizar un país desierto; esto es, de establecer en él una sociedad en que los españoles cultivasen por sí mismos el suelo
ocupado, ejercitasen las artes, fuesen a un tiempo los gobernantes i los gobernados, i formasen un todo homogéneo,
que sacase de sí mismo su vitalidad e incremento, como lo hicieron los colonos británicos en la América Septentrional.
Ni trataban tampoco los españoles de incorporar en su seno los indigenas, admitiéndolos a una completa igualdad de
derechos civiles: sistema de que no sé si se ofrece ejemplo alguno en la historia del mundo. Tratábase de subyugar a
los naturales i mantenerlos en un estado de dependencia, para emplearlos en la agricultura, en el laborío de minas, en
toda especie de trabajo mecánico, a beneficio de los dominadores. Tratábase de verdadera conquista, i de fundar, por
consecuencia de ella, una verdadera conquista, i es preciso confesar que este sistema nacía de las circunstancias tan
naturalmente, como nació la feudalidad en el mediodía de Europa, cuando las belicosas hordas del Norte se enseño-
rearon de las provincias del imperio romano de Occidente. Y aun puede decirse que para los conquistadores de Chile
esta manera de establecimiento era un efecto inevitable de la situación; porque los bárbaros del Norte encontraron en
la Europa Meridional naciones adelantadas, industriosas, opulentas, de cuya riqueza podían apropiarse una buena
parte, dejándolas exentas de la servidumbre personal, a la manera que lo habían hecho los romanos en los países que
sometieron a su dominación, al paso que los conquistadores de Chile, no más dados a la industria i a las artes pacíficas
que los godos, francos i lombardos, no encontraban en el territorio de que se apoderaron, nada que pudiera repartirse,
en recompensa de sus peligros i trabajos, sino el suelo mismo i los brazos de sus habitantes. De aquí el interés de los
encomenderos; de aquí el de la corona, cuyos dominios acrecentaban, de aquí las ideas de la época”.
Don Andrés Bello explica el sistema de las encomiendas, como consecuencia forzosa del derecho de conquista:
“En el capítulo 1º. se nos muestra el origen del servicio personal de los indigenas, que nació de la repartición de tierras
y vasallos, consecuencia forzosa del derecho de conquista. Es en efecto el sistema feudal el que debía ocurrir natural-
mente a los conquistadores de países donde no había rentas públicas, ni industria o comercio sobre qué constituirlas,
ni empleos lucrativos qué conceder; donde todo el prez de la victoria era la tierra subyugada i el trabajo de los venci-
dos. Costumbre fue en toda la América, dice un historiador citado por el Señor Salas, remunerar los servicios de los
militares beneméritos con las encomiendas de indios, distribuidos según la voluntad i el capricho de las audiencias i
gobernadores. Decimos que este era un pensamiento naturalmente inspirado por el espíritu de conquista, porque la
mera colonización de un país despoblado puede efectuarse de diferente modo, por la aplicación de las fuerzas propias
al cultivo del suelo, al ejercicio de las artes, i a la formación de una sociedad enteramente nueva, pura de toda mezcla
con otras razas, i no amenazada de fuerzas externas que le resistan i la hostilicen. Tal fue la base de la colonización
antigua i de los establecimientos ingleses en el nuevo mundo: diferencia primordial de alta importancia, i que ha
influido poderosamente en los varios destinos de las posesiones de España i de la Inglaterra.
“Los brazos de los indios fueron destinados especialmente al que se consideraba como el más provechoso empleo
de las fuerzas humanas, el laborío de minas. En vano había dicho el Emperador Carlos V: “Pareció que nos, con buena
conciencia, pues Dios nuestro señor crió los indios libres i no sujetos, no podemos mandarlos encomendar ni hacer
repartimiento de ellos entre cristianos; i así es nuestra voluntad que se cumpla”. Las encomiendas se sancionaron en
Chile i en toda la América, con el especioso pretexto de amparar i proteger a los indios. Nació la mita; fueron reducidos
a verdadera servidumbre los indios, sin distinción de edad ni sexo; i los encomenderos se convirtieron bien pronto en
desapiadados amos de sus indefensos protegidos. Llegó el caso de hacerse expediciones al archipiélago de Chiloé para
esclavizar sus pacíficos moradores i conducirlos en gruesas partidas a la plaza de Santiago, donde eran vendidos en
pública almoneda. ¿De qué sirvieron las providencias dictadas con tanta repetición i encarecimiento por los reyes de
España para aliviar la opresión de los indios? De nada absolutamente. I Sin embargo, se ha ensalzado i se ensalza el
código de las leyes de Indias, como una muestra de la sabiduría i humanidad del gobierno que las promulgó, i como

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No debe confundirse la esclavitud de los indios con las encomiendas o repartos de indios. En
teoría eran dos cuestiones fundamentales distintas. Saco (op. cit., tomo II, p.247) hace la distin-
ción con justeza: “En la mente del legislador, estos dos estados fueron del todo diferentes. La
esclavitud sólo pesaba, según la ley, sobre los indios caníbales y sobre aquellos que sin serlo, se
sublevaban contra el poder de Castilla, o se resistían, en sentir de los conquistadores, a recibir el
bautismo: de manera que la esclavitud que se les imponía, era un castigo. Pero los indios pacíficos,
sometidos a la autoridad de los españoles, esos debían conservar su libertad; mas sin quitársela,
el gobierno engañado, y procediendo de buena fe, creyó que se les hacía un bien, repartiéndolos
o encomendándolos a los conquistadores. Ante la ley, pues, los indios encomendados fueron
libres; pero de hecho fueron tan esclavos como los otros indios a esta pena condenados”.
A pesar de esto, la práctica evolucionó en Indias hasta convertirse en base permanente
de la organización del trabajo. A los fines de este estudio sólo interesa el momento inicial
del sistema, el momento antillano o insular de las instituciones reguladoras del trabajo co-
lonial, como lo señala con propiedad el profesor Ots Capdequí en su libro citado. (p.209).
Ese momento antillano de las encomiendas tuvo su asiento en la Española. Aquí comenzaron
a desarrollarse las primeras experiencias que luego servirían de guía en la adaptación del
procedimiento a los grandes centros continentales de la colonización: México y Perú.4
Lo cierto es que en la Isla Española fue donde con más rigor y crueldad se siguieron las
prácticas de la colonización. En ningún otro sitio se operó con tanta rapidez el exterminio
de la población aborigen ni fueron tan sórdidos los sentimiento de la gente de gobierno:
Colón, Bobadilla, Ovando, Pasamonte, Garay y muchos otros, cerraron la conciencia a todo
miramiento de humanidad y dieron pábulo a que la voluntad de la Reina se convirtiera en
letra muerta por la codiciosa acción de los colonizadores.
No intentamos, desde luego, atribuir todos los males que se sucedieron en la Isla al he-
cho de los españoles. Las enfermedades, especialmente la viruela, los efectos naturales del
choque que produjo el contacto de dos razas y civilizaciones distintas, contribuyeron muy
poderosamente a aumentar el sufrimiento de los indios; pero nadie puede negar, y nadie
lo ha negado hasta ahora, que el maltrato que impusieron a la población autóctona los cas-
tellanos y el inmoderado espíritu de lucro con que llegaban a estas tierras fueron causa de
innúmeras calamidades para la población de la Isla.
En apenas seis años, del 1504 al 1510, la situación creada llegó a términos verdaderamente
sombríos. Fray Pedro de Córdoba la pintó con rasgos desoladores:
“Por los quales males y rudos trabajos, los mesmos indios escogían y han escogido de se matar, esco-
giendo antes la muerte que tan extraños trabajos. Que vez ha venido de matarse ciento juntos por no
estar debaxo de tan dura servidumbre, comoquiera que en la verdad ellos son libres y no esclavos,
ni nadie los puede hacer tales. Las mujeres, fatigadas de los trabajos, han huido el concebir y el parir;
porque siendo preñadas o paridas, no toviesen trabajo sobre trabajo, en tanto que muchas, estando
preñadas, han tomado cosas para mover o han movido las criaturas. Otras, después de paridas, con
sus manos han muerto sus propios hijos, por no les poner ni dejar debaxo de tan dura servidumbre.

una prueba de la superior liberalidad de la legislación colonial española sobre la de otras naciones. Humano i piadoso
es en alto grado el lenguaje de las leyes de Indias; pero sus providencias eran ineficaces; i atendida la constitución
de las colonias, no podían dejar de serlo”. Andrés Bello, Obras Completas, Volumen VII, Opúsculos Literarios i Críticos,
pp.151-163, Santiago de Chile, 1884.
4
Sobre la evolución general del sistema de las encomiendas y repartos y de la condición del trabajo en la América
Española, consúltese: Don Juan de Solórzano y Pereyra, Política Indiana, Tomo I, Libro Segundo, edición de Ots Cap-
dequí, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, 1930. José Antonio Saco, op. cit., tomo II, Historia de los
repartimientos o encomiendas de indios.

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Y por no dar pena a Vuestra Alteza, le digo ansi, que yo no leo ni hallo que nación alguna, ni aun
de infieles, tantos males y crueldades hicieron contra sus enemigos por el estilo y manera que estos
cristianos han hecho contra estas tristes gentes, que han sido sus amigos e ayudadores en su propia
tierra, que entre todo lo dicho e otro mucho que decirse podría, han destruido y desterrado de estas
pobres gentes la natural generación, las quales no engendran ni multiplican, ni pueden engendrar
ni multiplicar, ni hay de ellos posteridad, que es cosa de gran dolor.5

Fue ese el estado de cosas que encontraron los padres dominicos al llegar a la Española,
en 1510, enviados por Fernando el Católico para evangelizar y defender a los indios. Vino
como Viceprovincial de la misión este Fray Pedro de Córdoba, que escribió la carta aludida
inmediatamente, varón de virtudes acrisoladas, ánimo levantado y valor a toda prueba. Lo
acompañaron el Padre Antonio Montesino, orador sagrado y no menos virtuoso y valiente que
su superior; el Padre Bernardo de Santo Domingo, hombre de muchas letras y devoción, aunque
poco versado en las cosas del mundo, y un padre lego. Las gestiones para la venida de los frailes
al Nuevo Mundo las realizó Fray Domingo de Mendoza, hermano de Fray García de Loayza,
quien fue Vicario de los dominicos en Castilla, Confesor de Carlos V, Cardenal-Arzobispo de
Sevilla y Presidente del Consejo de Indias. Para obtener la autorización del Maestro General de
la Orden, hizo Mendoza un viaje a Roma; no pudo venir a las Indias porque lo retuvieron en
Europa importantes asuntos de su religión, pero llegó a Santo Domingo algún tiempo después
con diez frailes más, para echar los cimientos del glorioso Convento de dominicos que sirvió
de asiento a la Universidad de Santo Tomás de Aquino.
La llegada de los predicadores a la Española fue acontecimiento de primer orden en la
historia de América. Tuvo una inmensa repercusión: la doctrina moderna del derecho de
gentes y una gran proporción del pensamiento político contemporáneo, tuvieron su punto
de partida en la actividad de aquellos humildes religiosos.
Los primeros tiempos de su permanencia en la Isla los dedicaron a conocer y estudiar
las condiciones sociales en que ésta se encontraba. Las confidencias de Juan Garcés, antiguo
colono arrepentido de sus duros procedimientos contra los indios, más tarde profesante de la
Orden y muerto en acción evangelizadora, pusieron a los dominicos en auto de la situación.
La conciencia de los frailes no pudo tolerar la promiscuidad con colonos y autoridades que
empleaban sistemas tan atroces. Después de deliberarlo y meditarlo muy cuidadosamente,
resolvieron tomar sobre sí la defensa de los indios y la responsabilidad de denunciar en
público los métodos de sumisión y oprobio a que estos infelices estaban sometidos.
La protesta tuvo lugar en sermón que pronunció el Padre Montesino un domingo de Ad-
viento del 1511 (diciembre) ante el Virrey Don Diego Colón y demás autoridades de la Colonia. El
dominico habló en nombre de la congregación y por mandato del Viceprovincial de la misma.
El sermón fue leído, y su original estuvo firmado por todos los frailes. El tema de la
predicación: Ego vox clamantis in deserto, fueron las palabras que contestó San Juan a los
5
Párrafos de una carta de Fray Pedro de Córdoba a Carlos V. Publicada por Getino. Op. cit. pp.61-68. También
publicó extracto de esta carta Manuel José Quintana en su obra Fray Bartolomé de Las Casas, Tomo V de sus Vidas de los
españoles célebres, Apéndice VI, pp.195-96, Madrid, 1922.
Sobre la vida y obras de Fray Pedro de Córdoba consúltese: Emilio Rodríguez Demorizi, prefacio a la edición
dominicana de Doctrina cristiana para instrucción y información de los indios, por manera de historia, por Fray Pedro de
Córdoba, publicaciones de la Universidad de Santo Domingo, Volumen XXXVIII, IV Centenario de la Doctrina Cris-
tiana del Padre Córdoba, Ciudad Trujillo, 1945. Es Importante la bibliografía que contiene el Prefacio de Rodríguez
Demorizi. Ramón Zulaica Garate, Los franciscanos en México en el siglo XVI, México, 1939, pp.27, 38, 30, 43, 46, 65, 271,
277, 283, 317. Américo Lugo. Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo, en El Progreso. Santo Domingo,
1913, No. 1-5, 8, 9, 11, 16-24. Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo, Primada de América,
Roma, 1913, Tomo I, cap. III, pp.54-72.

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fariseos cuando estos le preguntaron quién era. La frase se repite en la misa cuando se canta
el Evangelio, el cuarto domingo del Adviento, o sea el domingo anterior a Noche Buena.6
Las Casas trae, en el Capítulo IV, del Libro III, de su Historia de Indias, la siguiente refe-
rencia del sermón:
Hecha su introducción y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del adviento, comenzó
a encarecer la esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles desta isla, y la ceguedad en
que vivían, con cuánto peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en
que con tanta insensibilidad estaban continuamente zabullidos y en ellos morían. Luego torna sobre
su tema, diciendo así: “Para os los dar a cognoscer me he sobido aquí, yo que soy voz de Cristo en el
desierto desta isla, y por tanto, conviene que, con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro cora-
zón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más
áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír”. Esta voz, encareció por buen
rato con palabras muy pungitivas y terribles, que los hacía estremecer las carnes, y que les parecía que
ya estaban en el divino juicio. La voz, pues, en gran manera, en universal encarecida, declaróles cuál
era o que contenía en sí aquella voz. “Esta voz, dijo él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís
y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con
qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis
hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan
infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos
y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les
dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué
cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, sean baptizados, oigan misa,
guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois
obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en
tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis no
os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.

Las palabras del religioso produjeron enorme sensación en sus oyentes. A todos “los
dejó atónitos, a muchos como fuera de sentido, a otros más empedernidos, y algunos algo
compungidos, pero a ninguno, a lo que yo después entendí, convertido”. A la salida de la
misa, que apenas pudo terminar, se produjo la consiguiente algarabía: “Puédese bien juzgar,
que no se leyó lección de menosprecio del mundo a las mesas de todos aquel día”.
Después de comer, “que no debiera ser muy gustosa la comida”, se juntaron las princi-
pales autoridades en casa del Almirante, y resolvieron ir “a reprender y asombrar al predi-
cador y a los demás, si no lo castigaban como a hombre escandaloso, sembrador de doctrina
nueva, nunca oída, condenando a todos, y que había dicho contra el Rey e su señorío que
tenía en estas Indias, afirmando que no podían tener los indios, dándoselos el Rey, y éstas
eran cosas gravísimas e irremisibles”.
Llegaron el Almirante y Oficiales reales a casa de los religiosos, donde fueron recibidos
por el Vicario. Amenazaron y porfiaron los unos mientras el otro, con sublime humildad,
resistía sin quebranto los argumentos de quienes mejor se beneficiaban de las encomiendas y
de los trabajos de los indios. Deseaban los encomenderos que el Padre Montesino se desdijera
de todo cuanto había predicado, porque era muy perjudicial a los vecinos de la Isla y al Rey
el que la nueva doctrina, nunca oída, de que ellos no podían tener los indios que el Príncipe les
había dado, como señor de todas las Indias, quedase pendiente. De no retractarse el autor
del sermón, ellos buscarían y pondrían al mal el remedio que conviniese.
6
Véase Fray Bartolomé de Las Casas, Historia de las Indias, tomo II, Libro III, pp.382-84, Edición Aguilar, Madrid,
sin fecha.

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Al cabo de mucho discutirlo y considerarlo se acordó que el Padre Montesino tomaría a


predicar el domingo siguiente, y, en cuanto pudiese, trabajaría para complacerlos.
Los dominicos cumplieron su promesa. El Padre Antonio predicó de nuevo el día conve-
nido. Pero en vez de desdecir su prédica anterior la reafirmó y ratificó, arguyendo razones
e ideas nuevas para condenar la tiranía y opresión de que eran víctimas los aborígenes.
En esta oportunidad el tema del sermón fue: Repetam scientiam meam a prin-
cipio, et sermones meos sine mendatio esse probabo. Sentencia de Job, Cap.
36. Las Casas extractó el sermón de esta manera:
“Tornaré a referir desde su principio mi sciencia y verdad, que el domingo pasado os prediqué, y
aquellas mis palabras, que así os amargaron, mostraré ser verdaderas. Oído este su tema, ya vieron
luego los más avisados adónde iba a parar, y fue harto sufrimiento dejalle de allí pasar. Comenzó a
fundar su sermón y a referir todo lo que en el sermón pasado había predicado, y a corroborar con
más razones y autoridades lo que afirmó, de tener injusta y tiránicamente aquellas gentes opresas y
fatigadas, tornando a repetir su sciencia, que tuviesen por cierto no poderse salvar en aquel estado,
por eso, que con tiempo se remediasen, haciéndoles saber que a hombre dellos no confesarían, mas
que a los que andaban salteando, y aquello publicasen y escribiesen a quien quisiesen a Castilla; en
todo lo cual, tenían por cierto que servían a Dios, y no chico servicio hacían al Rey”.

Desde aquel día, la voz insobornable, áspera y “que antes había muy encarecido”, del
Padre Antonio Montesino, abrió un abismo entre las dos fuerzas que dirigieron la conquista
y la colonización del Nuevo Mundo: los intereses materiales, el espíritu de lucro, las ne-
cesidades económicas que movieron a los encomenderos y a la Corona; el sentido liberal, el
espíritu de equidad, la rectitud de conciencia y la fuerza de convicción con que los religiosos
se opusieron a la labor del imperialismo en las tierras que se apropió España.
La doctrina nueva de los dominicos, tan desabridamente oída en la Española, consistió,
pues, en lo siguiente:
Los indios son libres por naturaleza. Los españoles no tienen derecho a someterlos a
servidumbre, ni a tiranizarlos ni a exigirles trabajos agobiadores. Los españoles no tienen
autoridad para hacerles guerras injustas. Las encomiendas y los repartos son injustos y conde-
nables. Envuelven la esclavitud de los indios y la tiranía sobre los mismos. Los españoles que
de esta manera se hayan aprovechado del trabajo y del sudor de los indios están obligados
a restituirles los beneficios, o de lo contrario, se les debía negar la absolución por no ser
dignos de confesar. Por ser hombres los indios y tener ánimas racionales, están obligados
los españoles a amarlos como a sí mismos, a doctrinarlos, a hacerles conocer a su Dios y
criador, a bautizarlos, a hacerlos oír misa y guardar las fiestas y domingos.
En resumen: los indios no podían ser gobernados con dominio despótico, como esclavos,
sino como vasallos libres del Rey, esto es, con dominio simplemente político, en la misma
forma que si fueran españoles.7
7
Don Rafael Altamira considera que el origen de la teoría sobre la habilidad del indio, data del 1494, y se contiene
en la bula del 4 de mayo de Alejandro VI sobre concesión de las Indias. El texto que le sirve de base es el siguiente,
tomado de la traducción que del documento pontificio trae Solórzano y Pereyra en Política indiana (Libro I, cap. X, pp.2
a 24): “Y a lo que los dichos Vuestros Mensajeros pueden colegir, estas mismas gentes, que viven en las dichas islas
y tierras firmes, creen que hay un Dios, Criador de los Cielos, y que parecen asaz aptos para recibir la Fe Católica, y
ser enseñados en buenas costumbres; y se tiene esperanza que si fuesen doctrinados, se introduciría con facilidad en
las dichas tierras e islas el nombre del Salvador, Señor Nuestro Jesucristo”. También atribuye Altamira procedencia
colombiana a este pasaje. Considera que “tan prematuro optimismo” fue luego secundado por los dominicos de la
Isla Española, Montesino, Las Casas y otros contemporáneos.
Esta opinión optimista respecto a la habilidad de los indios la recogieron diversos documentos oficiales dirigi-
dos al Gobernador Ovando antes del 1512 (1500-1509), y en 1513. Cita como eco oficial de la teoría optimista la Real

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III
Ninguno de los dos bandos que se crearon en torno a la predicación de Montesino podía
abandonar la lucha iniciada. Fue entonces cuando se vieron de frente las dos Españas que
realizaron la colonización de América. Tan españoles y representativos de la raza fueron
Córdoba y Las Casas, como Cortés y Pizarro.
Los partidos se desplazaron de Santo Domingo a la Metrópoli, para discutir allí, junto
al Trono, sus opuestos e inconciliables puntos de vista. El Virrey Don Diego Colón despachó
pliegos acusatorios a manos de un religioso franciscano, Fray Alonso de Espinal, radicado en
la Isla desde hacía años (1502), como Superior de su Orden; buen temperamento, aunque in-
genuo, ignorante y fácil de engañar. El franciscano recibió instrucciones también de conversar
con el Monarca y enterarlo de la incómoda y agria actitud que tenían asumida los dominicos
contra las autoridades y señores de la Colonia y los reales derechos aquí establecidos.
Los dominicos de la Española no se cruzaron de brazos. Para contrarrestar la embajada
de los magnates decidieron enviar a España al propio Antonio Montesino, quien embarcó
en ocasión inmediata a la del Padre Espinal. Este llegó con bastante adelanto y fue recibido
en la Corte con señaladas demostraciones de agrado y solidaridad. El Rey le dio audiencia

cédula dirigida, el 12 de noviembre del 1509, a Miguel de Pasamonte sobre el fomento de las minas y la organización
del trabajo en ellas.
“Los repartimientos de indios hechos por Colón, por Bobadilla y por Ovando, y la reacción que los abusos
producidos por esta medida suscitó en los frailes dominicos residentes en Santo Domingo, condensada luego en el
célebre sermón del P. Antón Montesino, hicieron jugar de una parte y otra las opuestas teorías de la capacidad (o
habilidad) de los indios para la conversión al cristianismo y para la vida civil, y la de su incapacidad para ambas
cosas, juntamente con su resistencia al trabajo de tipo europeo (su vagancia) que querían imponerles los colonos.
Esta lucha, que pertenece a la historia de las ideas y que Las Casas refirió largamente en los libros II y III de su
Historia de las Indias, vino a influir intensamente en la preparación de las Leyes de Burgos y en la redacción de su
articulado (1512), así como en la adopción, algunos meses más tarde, de la Declaración y Moderación de aquellas
normas, realizadas en 1513, y en las modificaciones introducidas, cinco años después, en Zaragoza. Tanto los
dictámenes y proposiciones preparatorias, como el texto de las diferentes leyes citadas, constituyen momentos
interesantes, y ya del tipo legal, de aquella controversia, en que los defensores de los indios sostenían la doctrina
de la capacidad o habilidad de estos para ser hombres libres y vivir civilmente. Además, las leyes mismas, al
tomar posición respecto de las contrarias opiniones, unas veces a favor de la pesimista que consideraba a los
indios, por su incultura y vicios, incapaces de vivir civilmente por sí mismos, y otras en pro de la existencia en
ellos de esa capacidad, exponen las razones que abonan la conclusión que respectivamente representan. Así, el
prefacio de las Leyes de Burgos (1512) contiene la motivación del sentido pesimista, mientras que su reforma
de 1518 abre la puerta a la posibilidad de tesis opuesta”. Rafael Altamira. Técnica de investigación en la historia
del derecho indiano. pp.104-113, México, 1939.
Solórzano y Pereyra resume con gran cuidado los opuestos puntos de vista de quienes estaban en favor de los
indios y de quienes no aceptaban la tesis favorable; así como los antecedentes doctrinarios de uno y otro bando. Señala
aquí como constante la presencia de la Santa Sede entre los amigos y defensores de la raza aborigen. En general, la
Corona trató siempre de suavizar la suerte y condiciones de trabajo de los indios. “Pero, como ya llevo dicho, el cuidado
de nuestros Reyes tenía prevenido, declarado, y mandado esto con particulares aprietos (el bien de los indios), como se
puede ver por la cláusula del testamento de la Reina Católica, y otras muchas Cédulas, que dexo citadas, y en las casi
infinitas, que se juntaron en el quarto volumen de las impresas el año 1596, cuya copiosa relación se hallará también
historiada en varias partes por Antonio de Herrera”. Solórzano. Op. cit., Libro II, cap. I, tomo I, p.135.
Debe considerarse como particularmente enérgico en favor de los indios, el Breve de Paulo III, dado en Roma en
1537, y otro cuya ejecución encomendó al Cardenal Tavera, y por los cuales, en sustancia, declara: “que es malicioso, y
procedido de codicia infernal, y diabólica, el pretexto que se ha querido tomar para molestar, diciendo, que son como
animales brutos, e incapaces de reducirse al Gremio, y Fe de la Iglesia Católica: y que él, por autoridad Apostólica,
después de haber sido bien informado, dice, y declara lo contrario, y manda que así los descubiertos como los que
adelante se descubrieren, sean tenidos por verdaderos hombres, capaces de la Fe, y Religión Christiana, y que por
buenos y blandos medios sean atraídos a ella, sin que se les hagan molestias, agravios, ni vejaciones, ni sean puestos
en servidumbre, ni privados del libre, y lícito uso de sus bienes, y haciendas, con pena de Excomunión latae sententiae
ipso facto incurrenda, y reservada la absolución a la Santa Sede Apostólica, a los que lo contrario hicieren, y que esa aún
no se le puede dar sino en el artículo de la muerte, y precediendo bastante satisfacción”. Solórzano y Pereyra. Op. cit.,
tomo I. pp.134-35. La Bula de Paulo III. (Sublimis deus) la reprodujo íntegra Las Casas. De unico vocationis modo. (Del
único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión). Fr. Bartolomé de Las Casas. pp.365-66, edición de Agustín
Millares Carlo, México, 1942, Fondo de Cultura Económica.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

inmediatamente. Lo hizo objeto de innúmeras distinciones y lo colmó de afecto. Tan deci-


dido estuvo el Rey por el partido oficial, que sin oír a Montesino y antes de que llegara a la
Corte, hizo llamar al Provincial de los dominicos en Castilla, Fray Alonso de Loaysa, para
desaprobar la conducta de la congregación en la Española y mandarle corregirla e imponerle
silencio.8
A poco llegó a Burgos, asiento de la Corte, el Padre Montesino. El escándalo que aquí
habían producido los informes de la Española y la presencia del franciscano, era muy grande.
La gente estaba toda alborotada y no escondía su desprecio y animadversión por el domi-
nico, quien encontró cerradas todas las puertas y vedado su acceso al Rey. El triunfo de los
encomenderos hubiera sido definitivo a no ser por el valor y el tesón con que Montesino llevó
adelante el encargo que había recibido de sus compañeros. Conviene saber que el Provincial
de los dominicos en Castilla escribió al Padre Córdoba, cuando fue censurado por el Rey,
recomendándole que se retractara de la predicación escandalosa que le denunció el Monar-
ca, si era cosa de que convenía retractarse, para que cesase “tan grande escándalo como en
el Rey y en la Corte se había engendrado”.9 La decisión de los frailes de la Española había
sido tomada, sin embargo, con mucha firmeza y después de muy maduro examen, para que
pudiera desdecirse por ninguna razón.
El Padre Montesino no era hombre para desalentarse, armado como estaba de armas tan
limpias y poderosas en razón y justicia. Un día logró, después de burlar y forzar la vigilancia
del portero de la Real Cámara, avistarse con Fernando el Católico, viejo ya, cansado y achacoso.
“Señor, (le dijo) suplico a Vuestra Alteza, que tenga por bien me dar audiencia, porque lo que
tengo que decir son cosas muy importantes a vuestro servicio”. El Rey respondió: “Decid, padre,
lo que quisiéredes”. De este breve diálogo recibió la causa de los indios grandísimo impulso.
El dominico aprovechó bien la ocasión para referir las cosas que pasaban en la Española.
Hincado de rodillas a los pies del más poderoso personaje de la época, leyó un memorial
que a aquel fin tenía preparado. Cuando hubo terminado de referir las maldades espan-
tables que hacían los españoles a los indios, dijo el Rey: “¿Eso es posible?”, y el religioso
respondió: “Antes es necesario, porque pasó así, y no puede dejar de ser hecho, pero como
Vuestra Alteza es piadoso y clemente, no se le parece que haya hombre que tal pudiese hacer;
¿Vuestra Alteza, manda hacer eso? Bien soy cierto que no lo manda”. El Rey, asombrado,
repuso: “No, por Dios, ni tal mande en mi vida”.
Con sola esta conversación ganó Montesino la primera etapa de su gran batalla. Pero
aún le quedaba otro paso importante qué dar. El conocía bien a Fray Alonso de Espinal, y
sabía, desde luego, que era varón virtuoso que sólo por engaño o inadvertencia se encontraba
metido en empresa de ayudar a los explotadores de los indios. Forzado por la incertidumbre
en que lo mantenía el secreto de las deliberaciones sobre los asuntos que había traído a la
Corte, Montesino se fue a ver al Padre Espinal al Monasterio de San Francisco. Conversaron
sobre la situación con toda libertad y la vehemencia del dominico obtuvo al fin un entendido
entre ambos. Este acuerdo le resultó muy provechoso porque ya le fue fácil enterarse, por
los informes de Espinal, de cómo marchaban las cosas de Indias.
Montesino habló y trató al franciscano con tanta desenvoltura como al Rey. Y como
ambos eran igualmente religiosos y temerosos del juicio divino, a este pudo decirle cosas
que al Príncipe no se atrevió:
8
Véase Las Casas, op. cit., Libro III, cap. VII, tomo II, pp.392-93.
9
Ibídem.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

“Vos, padre, ¿habéis de llevar desta vida más deste hábito andrajoso lleno de piojos que a cuestas
traéis? ¿Vos “buscáis otros bienes más de servir a Dios? ¿Por qué os enfuscáis con estos tiranos?
¿Vos no veis que os han tomado por cabeza de lobo, para en sus tiranías se sustentar? ¿Por qué sois
contra aquellos tristes indios desamparados? ¿En esto le pagáis los sudores de que, hasta agora,
vos y vuestros frailes habéis comido? ¿Vos no habéis visto mejor que yo las detestables crueldades
que, en las injustas guerras, contra ellos han cometido, en las cuales os habéis presente hallado?
¿No sabéis y habéis visto, y no dudáis que hoy y cada día los matan en las minas y en los otros tra-
bajos, con tanto olvido de humanidad, que a las mismas bestias no pueden peor tratar? ¡Y plugiese
a Dios que como a sus bestias los tractasen! ¿Por qué, padre, queréis perder tantos años que habéis
traído a cuestas ese hábito, en tanta penitencia y religión, por cosa que no echáis en vuestra bolsa
nada, sino por agradar, yendo los ojos cerrados, a los que no se hartan de beber sangre humana,
no viendo el daño tan manifiesto que hacéis a aquellos desventurados, sin persona viviente que
vuelva por ellos, haciendo obra como hacéis, tan contra justicia y caridad?”.

Estas y otras cosas oyó el Padre Espinal que le hicieron temblar las carnes. Al terminar,
Montesino le dijo el franciscano: “Padre, sea por amor a Dios la caridad que me habéis hecho
en alumbrarme; yo he andado engañado con estos seglares, ved vos lo que os parece que yo
haga y así lo compliré”. “Padre, que en todas vuestras obras, pareceres y palabras defendáis
desta y desta manera los indios, y siempre sed contra esos pecadores españoles, que sabéis vos
cuánto por destruirlos con sus codicias trabajan; y cuando se tractare esto, responded esto, y
cuando viéredes cosa que convenga decirme, avisadme”. Se entendieron en muy buena amistad
y de ahí en adelante fueron limpios colaboradores en la defensa de los indios.10
Aunque no fue su espíritu tan sensible a la justicia como lo había sido el de su esposa,
Fernando no pudo permanecer indiferente a la relación de Montesino. El maquiavelismo
del Rey y su frío sentido político, cedieron al calor y a la vehemencia del religioso. Dispuso,
en vista de aquella relación, que el Consejo Real se juntase con algunos teólogos, casi todos
dominicos, para que considerasen el estado de cosas que había llegado a su conocimiento.
Fue con este motivo que tuvieron lugar, en 1512, las célebres Juntas de Burgos. Primera
de las grandes ocasiones que abrió la Corona a la discusión de los derechos de indios. Para
asegurarse de que la Junta de letrados y teólogos que iba a conocer de la contesta estuviera
bien enterada de sus argumentos, diligenció con sumo empeño el Padre Montesino que en
ella figurara el Padre Matías de Paz, catedrático de Teología en la Universidad de Salaman-
ca, fraile también de la Orden de Santo Domingo. Entrambos se pusieron de acuerdo para
plantear en las discusiones la tesis trabajada en la Española para defensa de los aborígenes.
El Padre Matías de Paz, en quince días, preparó un tratado, en latín, por el cual “reprobó y
condenó la manera de servirse de los indios, por el repartimiento, por despótico y de esclavos, como
en verdadera verdad lo era, y, por consiguiente, el mismo repartimiento, y determinó ser obligados los
españoles que así de los indios se habían servido, a restitución de todo lo que con ellos habían adquirido,
y de los daños que por ello recibieron”. El Padre Montesino preparó y sometió a la Junta una
Información Jurídica, basada en los sermones del Adviento de la Española.11
La defensa de los indios se resumió en tres proposiciones fundamentales:
Primera: El Rey no puede gobernar las Indias con gobierno despótico.
Segunda: Las podrá gobernar con gobierno político.
Tercera: Supuesto que el principio deba de ser político y no despótico, los que utili-
zaron los indios, exigiéndoles servicios de esclavos, están obligados a restituir.

10
Las Casas, op. cit. libro III, Cap. VII, Tomo II, pp.397-98.
11
Las Casas, op. cit., libro III, Cap. VIII, Tomo II, pp.401-402.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Después de agotar todos los medios de información y de oír todo cuanto le quisieron
decir dominicos y franciscanos, la Junta dio al Rey el siguiente parecer:
“Muy Poderoso Señor: Vuestra Alteza nos mandó que entendiésemos en ver en las cosas de las
Indias, sobre ciertas informaciones que cerca dello a Vuestra Alteza se habían dado por ciertos reli-
giosos que habían estado en aquellas partes, así de los Dominicos como de los Franciscos, y vistas
aquéllas, y oído todo lo que nos quisieron decir, y aun habida más información de algunas perso-
nas que habían estado en las dichas Indias, y sabían la disposición de la tierra y la capacidad de las
personas, lo que nos parece a los que aquí firmamos es lo siguiente: Lo primero, que pues los indios
son libres y Vuestra Alteza y la Reina, nuestra señora (que haya sancta gloria), los mandaron tractar
como a libres, que así se haga. Lo segundo, que sean instruidos en la fe, como el Papa lo manda en
su bula, y Vuestras Altezas lo mandaron por su Carta, y sobre esto debe Vuestra Alteza mandar que
se ponga toda la diligencia que fuere necesaria. Lo tercero, que Vuestra Alteza les puede mandar
que trabajen, pero que el trabajo sea de tal manera que no sea impedimento a la instrucción de la fe
y sea provechoso a ellos y a la república, y Vuestra Alteza sea aprovechado y servido por razón del
señorío y servicio que le es debido por mantenerlos en las cosas de nuestra sancta fe y en justicia.
Lo cuarto, que este trabajo sea tal que ellos lo puedan sufrir, dándoles tiempo para recrearse, así
en cada día como en todo el año, en tiempos convenibles. Lo quinto, que tengan casas y hacienda
propia, la que pareciere a los que gobiernan y gobernaron de aquí adelante las Indias, y se les dé
tiempo para que puedan labrar, y tener, y conservar la dicha hacienda a su manera. Lo sexto, que
se dé orden, cómo siempre tengan comunicación con los pobladores que allá van, porque con esta
comunicación sean mejor y más presto instruidos en las cosas de nuestra sancta fe católica. Lo séti-
mo, que por su trabajo se les dé salario conveniente, y esto no en dinero, sino en vestidos y en otras
cosas para sus casas, Johannes, Episcopus Palentinus, Comes. Licenciatus Sanctiago. El Doctor Palacios
Rubios. Licenciatus de Sosa. Frater Thomas Duran, Magister. Frater Petrus de Covarrubias, Magister. Fra-
ter Mathias de Paz, Magister. Gregorius, Licenciatus”.12

Para dar una idea completa de lo que estaba discutiéndose en las Juntas de Burgos
conviene transcribir también el Informe disidente que uno de los letrados encargados de
estudiar la materia, el Licenciado Gregorio, dirigió al Rey.13
Muy alto y muy poderoso Señor: Vi una información que a Vuestra Alteza escribió un padre reli-
gioso de la orden de Sancto Domingo, cerca de la sujección que tienen a Vuestra Alteza los indios
de la isla Española, y en ella prueba que Vuestra Alteza no se puede servir dellos de mandarlos
que sirvan a los cristianos de España en cavar y sacar oro, porque son libres, y por tales Vuestra Al-
teza los ha tenido, y así los nombra y no siervos; y pruébalo por una auctoridad de Ezequiel, en el
cap. 34, la cual trae Sancto Tomás en un libro que hizo De Regimine Principum, en el libro III, cap. 10
y 11; y porque por parte de Vuestra Alteza me fue mandado que yo dijese mi parecer, lo diré aquí.
Y para declaración de la verdad, presupongo lo que Aristóteles dice y todos los doctores; que hay
dos maneras de principado, uno es real, y otro es dominico o despótico, el primero es gobernar
libres y súbditos, para el bien y utilidad de ellos; el segundo es como de señor a siervo, y, aunque
Vuestra Alteza sea Rey y tenga el justo dominio de las Indias, digo que puede muy bien y justa-
mente, como señor, gobernarlos, y que sirvan por su mandado a los cristianos de la manera que
sirven, con tanto que sean bien tractados y gobernados; y pruébelo brevemente y por la misma
auctoridad que el dicho padre religioso alega de Sancto Tomás en un libro que hizo De Regimine
Principum, en el cap. 11 cuasi en fin: Interdum enim dum populus non cognoscit beneficium boni regimi-
nis expedit exercere tiranides, quia et hoec sunt instrumentum divinae justiciae, unde et quoedam insulae et
provinciae (ut historiae narrant) semper habent tirannos propter malitiam populi, quia aliter nisi in virga
ferrea regi non possuit. In talibus ergo regionibus sic discolis, necesarius est regibus et principibus principa-
tus despoticus, non quidem juxta naturam regalis dominii, sed secundum merita, et pertinacias subditorum:

Las Casas, op. cit., libro III, cap. VIII, p.401.


12

Las Casas, tomo II, libro III, cap. XII, pp.416 y 417. Consúltese sobre el sentido de estas discusiones: Silvio A.
13

Zavala, La filosofía política en la conquista de América, México, 1947.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

et ista es ratio agendi in libro de Civitate Dei, et Philosophus in tertio politicae, ubi distinguit genera regni,
ostendit apud quasdam barbaras nationes regale dominium esse omnino despoticum, quia aliter regi non
posunt. Donde parece que, por la malicia y barbaria dispusición del pueblo, se pueden y deben go-
bernar como siervos. Esto mismo dice Aristóteles, en el libro I, de República, tít. II, cap. 2º., donde,
según los exponentes, allí, dicen, que entonces la gobernación dominica, id est, tiránica, es justa,
donde se hace en aquellos que naturalmente son siervos y bárbaros, que son aquellos que faltan
en el juicio y entendimiento, como son estos indios, que, según todos dicen, son como animales
que hablan. Esto mismo infieren los doctores sobre el primer libro de República, donde dicen que
los siervos naturalmente, como los bárbaros y hombres silvestres que del todo les falta razón,
les es provechoso servir a señor sin ninguna merced ni galardón, ítem, hace para nuestro caso lo
que Scoto dice en el libro IV, en la distinción treinta y seis, art. 1º., donde, poniéndoles modos de
servidumbre, dice, que el Príncipe que justamente es señor de alguna comunidad, si cognosce
algunos así viciosos que la libertad les daña, justamente les puede poner en servidumbre; pues así
es que estos indios son muy viciosos y de malos vicios, son gente ociosa, y ninguna inclinación
ni aplicación tienen a virtud ni bondad, justamente Vuestra Alteza los puede y tiene puestos en
servidumbre. Ni obsta que Vuestra Alteza los llame libres, y la Reina de gloriosa memoria, porque
su intinción fue y es declarar que no fuesen así siervos que se pudiesen vender, y que ninguna
cosa pudiesen poseer, pero en disponer y mandar que sirviesen a los cristianos, quiso ponerlos en
una servidumbre cualificada como es ésta, o cual les convenía, pues la total libertad les dañaba;
mayormente que es medio muy más conveniente para rescibir la fe y continuar y perseverar en
ella, comunicando y participando con los cristianos, que dejándolos apartados dellos en libertad,
donde luego se tornaran a la idolatría y vicios que primero tenían. Ítem, hace para corroboración
desto lo que dice Agustino de Anchona en su libro De Potestate Papae, y tráelo el arzobispo de
Florencia en su tercera parte, donde dice que, aunque el Papa ni otro señor no pueden punir a los
infieles por razón de la infidelidad que tienen, queriendo ellos obedecer, y no haciendo daño a los
cristianos, pero a los que pecan pecados contra natura, los puede punir porque resciban la ley na-
tural, y haciendo contra ella pueden ser punidos; y como idolatría sea contra razón y ley natural,
por razón de la idolatría pueden ser punidos y castigados, y pues estos indios fueron idólatras,
pudo justamente Vuestra Alteza castigarlos, con pena de servidumbre cualificada como es ésta,
mayormente que estos indios no tienen con qué dar tributo a Vuestra Alteza, que le deben por ra-
zón de ser su Rey y señor, sino por esta manera, y por tanto, me parece que es justo lo que Vuestra
Alteza manda, con tanto que sean bien tratados y mantenidos, y para esto mande Vuestra Alteza
poner mucha vigilancia y visitadores que los visiten cómo son tratados, puniendo y castigando a
los que en contrario hicieren, y quitándoselos a quien no los tractare, y no debe mandar Vuestra
Alteza hacer otra innovación: y esto, so corrección del que mejor sintiere.

Al examinar estos dos documentos se comprobará que las siete proposiciones generales
formuladas por la Junta constituyeron una transacción de los dos criterios opuestos. Los
teólogos consultados trataron de acercar esos dos puntos de vista que, por otra parte, no
eran susceptibles de confundirse, en una solución práctica capaz de satisfacer los escrúpulos
de los misioneros y los intereses del Rey y de los colonos.
Las dos primeras proposiciones fueron completamente favorables a la tesis de los domini-
cos. Se reconoció por ellas la libertad de los indios, según lo había dispuesto la Reina Isabel y
se recomendó y encareció la necesidad en que estaban de ser instruidos en la fe de Cristo, por
los medios suaves y persuasivos que recomendó el Papa en su bula de concesión. Las cinco
proposiciones restantes, si bien reconocieron la facultad del Príncipe para exigirles trabajos a los
indios, trataron, sin embargo, de contener esa facultad en términos de humanidad, limitando
las faenas de aquellas gentes infelices a lo que razonablemente podían hacer, mediante salario
adecuado. El dictamen no condenó, sin embargo, el sistema de las encomiendas y repartos.
En vista del Informe de la Junta se promulgaron, el 27 de diciembre del 1512, unas treinta
leyes para organizar el trabajo en Indias. El Rey quiso que los mismos letrados y teólogos

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

que habían estudiado la situación, redactaran las leyes, pero estos declinaron, diciendo:
“que ellos habían determinado aquellas reglas universales, que hiciesen las leyes ellos, (el
Gobierno) las cuales tanto serían más justas cuanto más se acercasen y conformasen con
aquellos principios, y tanto injustas cuando se desviasen dellos, por consiguiente”.
La moderación con que la Junta trató el asunto y el espíritu general de las proposiciones
y principios universales que redactaron los sabios de Burgos, hubieran bastado a crear en
las Indias una situación aceptable si la práctica de la colonización no hubiera conspirado
contra aquellos principios. La codicia de los traficantes y el desmedido deseo de lucro de
los colonos dieron al traste con las buenas intenciones de los consejeros. Al mantenerse vi-
gente el procedimiento de las encomiendas y al autorizarse, consecuentemente, los repartos
de indios, se frustró el noble empeño de sus defensores.
Los dominicos, con todo, no cejaron en sus trabajos. Las leyes publicadas no les satis-
ficieron, porque mucho se distanciaron de la moderación y reserva de las proposiciones
directivas. En puridad, de acuerdo con la minuciosa crítica de Las Casas, las nuevas leyes no
hicieron otra cosa que reglamentar y acomodar el régimen de las encomiendas y autorizar
los repartos en condiciones inconcebibles de inhumanidad y brutalidad para los indios.14
Recién promulgadas las leyes, llegó a la Corte, que ya estaba en Valladolid, Fray Pe-
dro de Córdoba. Decidió el viaje cuando recibió la carta aquella del Provincial de Castilla,
informándolo del enojo del Rey y del alboroto de la Corte por las predicaciones del 1511.
Vino a dar cuenta de estas actuaciones a sus prelados y al Monarca, “e para ayudar, si fuese
menester, al padre Fray Antón Montesino, en lo que conviniese”.
En esta oportunidad Córdoba habló larga y profundamente con Fernando V, quien lo recibió
y oyó en muy buena forma. Autorizado por sus superiores en la Orden, mostró al soberano
los graves defectos de las leyes recientes y las enormes lagunas de que adolecían. Insistió en lo
inaceptable de la condición en que vivían los indios por los malos tratos de que los españoles
los hacían víctimas, y en la necesidad en que estaba la Corona de remediar aquellos males.
Explicó las poderosas razones –de hecho y de derecho– que habían determinado los sermones
de la Española y el servicio que con dichas oraciones habían hecho a Su Alteza.
El resultado de esta diligencia fue que el Rey dispuso la revisión de las leyes y una
reunión del Consejo Real, con nuevos letrados y teólogos, para que el Padre Córdoba tu-
viera oportunidad de colaborar en la revisión. Antes dijo el Rey al reverendo que tomara a
su cargo, él solo, el remediar la situación, con lo que le hacía un gran servicio, y que lo que
acordase sería guardado y cumplido. El Padre Córdoba rehusó el encargo, considerando
que no era de su profesión meterse en negocio tan arduo; “suplico a Vuestra Alteza que no
me lo mande”. Las Casas se dolió mucho de este rehuso.
Volvió la Junta a reunirse y a deliberar, esta vez con dos nuevos teólogos, el Padre Maestro
Fray Tomás Matienzo, Confesor del Rey, y Fray Alfonso de Bustillos, también catedrático
de Teología.15
Los componentes de la Junta se dirigieron de nuevo al Rey para informarlo del resulta-
do de sus trabajos. No resultó nada extraordinario. Las leyes anteriores fueron ligeramente
modificadas con otras cuatro que no tocaron el fondo del asunto y que se promulgaron en
Valladolid, el 28 de julio del 1513.16

14
V. Las Casas. op. cit., libro III, capítulo XV, tomo II, pp.428-34.
15
Sobre la composición de las Juntas, véase Getino, op. cit.
16
El texto del informe puede verse en Las Casas, libro III, cap. XVII, tomo II, pp.437-439.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Las justas críticas que hicieron los dominicos a las leyes primeras de Indias no se tuvieron en
cuenta en la revisión. Estos, desde luego, no quedaron conformes, y la lucha por los derechos de
los indios continuó tan viva como antes. Nadie mejor que Pedro Mártir comprendió el espíritu de
esta lucha ardorosa. Los siguientes párrafos envuelven un acertado resumen sobre la cuestión:
“Las disposiciones de las leyes que se les dieron, siendo testigo yo, que diariamente las estudié
con los demás colegas, están formadas con tanta justicia y equidad, que más santas no puede
haberlas; porque está decretado desde hace muchos años que se conduzcan con aquellas nuevas
naciones nacidas con el esplendor de la edad, con benignidad, compasión y suavidad, y que los
caciques asignados con sus súbditos a cualquiera que sea, sean tratados a modo de súbditos y
miembros tributarios del Estado, y no como esclavos… ¿Pero qué sucede? Ydos a mundos tan
apartados, tan extraños, tan lejanos, por las corrientes de un océano que se parece al giratorio
curso de los cielos, distantes de las autoridades, arrastrados por la ciega codicia del oro, los que
de aquí se van mansos como corderos, llegados allá se convierten en rapaces lobos”.17
Mientras la ciega codicia del oro de quienes salían de España mansos corderos, y al llegar
a Indias, se transformaban en rapaces lobos, encontrara en la Ley de las encomiendas y repartos
el asidero de sus intereses y de su codicia, no era posible pensar en que mejoraran la suerte y la
condición de los indios. Es indiscutible que las leyes de 1512 y 1513 pudieron ser más benignas
y humanas. La prestación personal a que por esas leyes se obligó a los indios se organizó con
demasiada dureza: los dominicos les señalaron las siguientes inconcebibles inclemencias: a) asig-
nación a perpetuidad de los indios repartidos; b) disposición de sacar a los indios de los pueblos y
tierras donde habían nacido y vivido para llevarlos a otros sitios que estuviesen más cercanos de
los pueblos y lugares de los españoles, quienes, para los fines de la explotación, deseaban tenerlos
más a mano; la medida debía ser fatal a la salud y tranquilidad de los naturales; c) disposición de
hacinar a los aborígenes en barracones o bohíos, a razón de cuatro de estas viviendas por cada
cincuenta indios repartidos; d) fijación arbitraria y escasísima de la cantidad de alimento que
debía proporcionar el español a los indios repartidos, de acuerdo con el número de estos, y con
la obligación para ellos de trabajar en la construcción de las casas y en el cultivo de lo que iban a
comer: tres mil montones de yuca, dos mil de ages (tubérculos alimenticios como batata, boniato
y ñame); doscientos cincuenta pies de ají, media hanega de maíz y una docena de gallinas con su
gallo, por cada cincuenta indios; e) no se ordenó el que los repartos se hicieran de acuerdo con
los vínculos de familias, teniendo en cuenta los sentimientos naturales y la organización civil de
la misma, lo que dio lugar al espantoso hecho de que la madre o el padre fueron a un sitio y los
hijos a otro, el esposo no seguía a la esposa, ni el hermano a la hermana, etc.18
De esta manera se desarticuló por completo el régimen de convivencia de los aborígenes.
Se destruyó, sin piedad, el sentido de su organización social y se les sumió en un sistema
inaudito de explotación, sin precedentes en la historia humana, y semejante al que se sigue
con los animales. (“Para tantas reses tantos corrales y tanto pasto, sacándolas de unas dehesas
para otras, y así los desparcían en muchas partes, deshaciéndoles los pueblos y vecindad, en
que ellos vivían en su policía ordenada, y natural, y sin hacer mención y cuenta que el hijo
fuese con su padre, o la hija con su madre, ni la mujer con su marido; finalmente, ni más ni
menos, sino como si fueran animales”.19

17
Décadas del Nuevo Mundo. Editorial Bajel. Buenos Aires, 1944, edición de Luis A. Arocena. pp.XXI-XXII.
18
Las Casas, libro III, cap. XV, tomo II, p.428.
19
Ricardo Levene, en su Introducción a la Historia del Derecho Indiano, examina con cuidado esta situación.
Caps. XI-XII, Buenos Aires, 1924.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Las críticas, sin embargo, no se detienen en lo expuesto.


Los Caciques y señores debían ser sacados también del asiento de su jurisdicción con la obliga-
ción de poblar los nuevos sitios y forzar a trabajar en estos a sus súbditos. Se ordenó la construcción
de casas de paja a cargo de cada español que recibiera indios en reparto, a manera de iglesias,
para las oraciones diarias, pero la enseñanza religiosa estaba a cargo del minero en las minas, y el
estanciero en las estancias o granjas, para escarnio de la fe y la religión cristiana, porque aquellos
cumplían su misión como papagayos, sin ciencia y sin conciencia de lo que hacían. Se ordenó la
construcción de iglesias, “en términos de una legua, en conveniente comarca, donde concurrieran
los indios de alrededor a oír misa y otras cosas enderezadas con este fin, buenas, pero “ni esto ni
lo demás que a esto se enderezaba pudo cumplirse, y así fueron todas inútiles y sin provecho e
imposibles”. Se dispuso y mandó que los indios trabajasen en sacar oro de las minas cinco meses,
y, cumplido este tiempo, holgasen cuarenta días, siempre que alzasen los montones de la labranza
que comían en aquel tiempo; el alzar estos montones era ya de por sí, sin el increíble trabajo de
las minas, tarea principal, porque los indios que no iban a las minas no tenían, en casi todo el
año, otra mayor; el descanso de aquellos infelices era “cavar y trabajar, y sudar el agua mala,
como dicen”. De acuerdo con esta disposición, trabajaban los indios diez meses del año, contra
su voluntad, en trabajos a que sólo se condenaba a los esclavos o a los malhechores que merecían
muerte: así se entendía la libertad que se les reconoció a los aborígenes. Pero el colmo del escar-
nio lo contuvo aquella disposición, que ordenó que se mantuviera a personas que realizaban los
trabajos descritos arriba, y sólo a los que trabajaban, con cazabe, ages (víveres), ají y otras yerbas
no menos insustanciosas (“como si dijeran, denles paja y heno abasto)”. Esta alimentación debía
completarse con una libreta de carne cada domingo, días de fiesta y pascuas, y, a falta de carne,
debía dársele la misma cantidad de pescado o sardina; pero como no había tiempo para pescar,
y las sardinas venían de España, jamás vieron los menguados ni pescado ni sardinas, mientras
apenas alcanzaban la carne que sobraba a los españoles.
Lo que quiere decir que todos aquellos ingentes trabajos a que estaban sometidos debían
sobrellevarlos comiendo hierbas y raíces. Por fuerza tenían que sucumbir, tanto por los su-
frimientos morales que les produjo la novedad como por el agotamiento físico que debían
acarrearle las faenas –desacostumbradas para ellos– a que se vieron de pronto sometidos.
No debe perderse de vista la circunstancia de que cuando se preparaban las leyes
estuvieron en la Corte Francisco de Garay, de los antiguos de la Isla; Juan Ponce de León;
Pero García de Carrión, mercader y hombre de autoridad, a su manera; y otros vecinos de
la Española, “que tenían en la servidumbre a muchos indios, y habían muerto harto dellos
por sus codicias e intereses”.
Estos hombres, dirigentes del partido esclavista y practicantes de los sistemas de opre-
sión, influyeron muy de cerca en la redacción de las leyes y al fin obtuvieron, contra la labor
de los dominicos, que estas se mantuvieran dentro del espíritu general que hasta entonces
había seguido la colonización de las tierras nuevas.
Con lo mucho que se tiene dicho contra las leyes de Burgos, todavía no se ha terminado
la crítica de Las Casas y los dominicos. Por determinada combinación que autorizó una de
ellas, (la veintiséis) se permitió a los españoles transportar indios de cien, ochenta y sesenta
leguas de distancia para hacerlos trabajar en las minas. Sólo el traslado y el hambre que por
eso padecían eran suficientes a matarlos.
Otra objeción muy importante, de orden político, fue la relativa al desposeimiento de
autoridad y jurisdicción que contra los caciques autorizaron las leyes. Según se ha dicho más

702
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

arriba, los reyes y señores naturales de la Isla fueron también objeto de asignación y, aunque los
trabajos que se le atribuían no eran de los más duros, se les suprimía el gobierno de sus súbditos
y la autoridad que sobre los mismos ejercían. Para paliar un tanto la medida se ordenó también
que a cada Cacique se le dejaran, para las cosas de sus servicios, de dos a seis de sus antiguos
subordinados, según fuera el número de indios que de él dependieran. Si estos eran cuarenta, se
le dejaban dos; si eran sesenta, tres; si eran cien, cuatro; y seis de ciento cincuenta en adelante.
Con esta medida se descoyuntó también definitivamente la organización política que encon-
tró Colón en la Española, y se destruyó para siempre el régimen de gobierno aquí implantado.
Terminaremos el comentario de estas leyes refiriéndonos a la manera como se fijó salario
a los indios y a las condiciones del trabajo de las mujeres. Un peso de oro, o sean cuatrocien-
tos cincuenta maravedís, atribuyeron las leyes como salario a cada indio de trabajo, para
vestirse, lo que equivalía a tres maravedís cada dos días. El Comendador Mayor les había
fijado, antes de las leyes, tres blancas por cada dos días, que era mayor salario. Ahora bien,
con lo que ganaba un indio en todo el año “sólo podía comprar, en aquellos tiempos, un
par de peines, un espejo y un paño de tocar o una sola caperuza colorada, y andando todos
desnudos desde la cabeza hasta los pies, mirad con qué se habían de vestir e ataviar”.
Las mujeres estaban obligadas a trabajar tanto como los hombres. ¡Sólo se les concedía
el favor de no ir a las minas después de iniciarse el cuarto mes del embarazo, pero siempre
que se las emplease, hasta que alumbraran, en los servicios domésticos, en hacer pan de
cazabe y en desyerbar las labranzas!
No todo cuanto dispusieron estas leyes fue para mal de los indios. Muchas de las pro-
visiones ordenadas se destinaron a mejorar las condiciones sociales y humanas de aquellas
gentes. Esta circunstancia la reconoce y encomia el propio Las Casas, quien, por otra parte,
explica los errores e injusticias de la legislación, atribuyéndolos a la ignorancia invencible
de los miembros del Consejo de las cosas de Indias y al hecho, muy reprobable, de que se
les permitiera a algunos de estos personajes, como al Obispo Fonseca, a Lope Conchillos, y a
otros, beneficiarse directamente de los repartos y encomiendas, con lo que, derivando pingües
beneficios de fortuna, cerraban los ojos a los males que se producían en las colonias y se
asociaban a quienes se enriquecían con el sufrimiento de la población aborigen. La obser-
vación es muy exacta y muy profunda. ¿Cómo podían interesarse en terminar con aquellos
procedimientos inicuos quienes tan grandes provechos derivaban de ellos? Lo mismo sucedía
con los jueces, gobernadores, oidores y demás autoridades que pasaban a las Indias.
Una de las leyes que se promulgaron en 1512 dispuso que, dos veces cada año, pasaran
dos visitadores a inspeccionar los pueblos nuevos de indios para comprobar si vivían de
conformidad con lo que tenían ordenado las leyes y si éstas se cumplían debidamente; pero,
otra de estas mismas ordenanzas autorizó la encomienda de indios a los visitadores. Con esto
sólo se hizo letra muerta la inspección; porque si esta debían realizarla quienes eran, a su
vez, encomenderos, poco bien sacarían los indios de las visitas.
¿Cómo podía, por otra parte, un letrado o un teólogo español de principios de siglo XVI,
que no había estado en Indias, legislar a conciencia sobre las cosas de estas tierras, siendo
aún tan nuevas y desconocidas para los europeos?
¿Qué sabían los juristas castellanos, en 1512, de yuca, de ajes, de cazabe, de ají o de mon-
tones? ¿Qué podían saber de la distancia que separaba a las villas de Yáquimo y la Sabana,
de las minas y centros principales de trabajo? ¿Cómo podían apreciar lo que eran hamacas
para ordenar que se trabajara en ellas, o lo que eran areitos para prohibirlos? Esta misma

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

terminología, tan extraña entonces, debía confundirlos, si ahora mismo, no hay español que
la conozca a fondo, si no ha vivido por largo tiempo en estas regiones. Ciegos como eran en
estas cosas del Nuevo Mundo, nada podían hacer que no fuera atenerse a la información de
los compatriotas que llegaban de acá, y seguirlos como a lazarillos que les alumbraban el
camino. Pero resulta que aquellos compatriotas, como Francisco de Garay, Ponce de León,
García de Carrión y otros, eran los aprovechados de los sudores y sangre de los indios, eran
los ricos, los mercaderes, los que pagaban el quinto y demás contribuciones del Rey, y no
podían, desde luego, sino conducir a los hacedores de la ley por el camino de sus convenien-
cias, necesidades e intereses. Y como la Corona estaba pobre, y vacías las arcas públicas, y
los apremios del Estado eran grandes, sordos resultaron, finalmente, el Rey y los letrados al
clamor de los pobrecitos frailes que con tanto denuedo como entusiasmo cruzaban el mar
tenebroso para impetrar, de rodillas, el bien de los indios explotados.
En todo este trabajo tenemos presente la situación especialísima que creó en la Española
el inicio de las prácticas y procedimientos de la colonización. Es evidente que en los primeros
tiempos de la acción de España se impuso un definido sentido de arbitrariedad –mero imperio
de conquista– en las relaciones de indios y españoles. En este período inicial fueron razón
de primer orden el capricho y el interés de los colonos, frente a quienes pudo muy poco la
autoridad central de la Metrópoli. Más tarde, a medida que la influencia organizadora del
Estado español fue asentando sobre normas jurídicas la convivencia indiana, desaparecieron
muchos de los perniciosos efectos de los primeros sistemas. Se retornó con el tiempo a los
puntos de vista liberales y comprensivos de los religiosos que tan firme e insistentemente
combatieron las primigenias prácticas del gobierno de la Española.

IV
La Corona de Castilla, lentamente, logró crear un mejor clima jurídico en las Indias, me-
diante continuados esfuerzos de legislación que destinó a armonizar el gobierno español con
el antiguo régimen político de los indios. Al fin y al cabo se obtuvo un estatuto jurídico de los
indios incorporados, compatible con determinados principios básicos y elementales de la con-
vivencia humana. No puede negarse que en la integración de ese estatuto influyó grandemente
la doctrina liberal que nació, como elemento social activo, en los sermones del Adviento.
Las Leyes Nuevas del 1542 dispusieron que en los pleitos de entre indios, o con ellos, se
tuvieran en cuenta sus usos y costumbres, sin dar oportunidad en esos pleitos a la intervención
de la malicia de abogados y procuradores. Más tarde, en 1580, por Real Cédula a la Audiencia
de la Plata, del 23 de septiembre, se repitió la recomendación de tener en cuenta “los usos y
costumbres que los dichos indios tenían en tiempo de su gentilidad” para juzgar sus pleitos.
“Este primer respeto al derecho público de los indios, consintiendo la Corona que con-
tinuara vigente su legislación antigua, se repitió en la ley 4, tít. 1, lib. II de la Recopilación:
“Ordenamos y mandamos, que las leyes y buenas costumbres que antiguamente tenían los
indios para su buen gobierno y policía, y sus usos y costumbres observados y guardados
después que son cristianos, y que no se encuentren con nuestra sagrada religión, ni con las
leyes de este libro y las que han hecho y ordenado de nuevo, se guarden y ejecuten; y siendo
necesario, por la presente las aprobamos y confirmamos, con tanto que Nos podamos añadir lo
que fuéremos servidos, y nos pareciere que conviene al Servicio de Dios nuestro Señor y al
nuestro, y a la conservación y policía cristiana de los naturales de aquellas provincias, no per-
judicando a lo que tienen hecho, ni a las buenas y justas costumbres y estatutos suyos”.

704
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

La Corona comprendió también finalmente que convenía mantener, hasta donde lo per-
mitieran las circunstancias, la organización política propiamente dicha que encontraron los
españoles en Indias. La ley 1, tít. 7, libro VI de la Recopilación dispuso: “Algunos naturales de
las Indias eran en tiempo de su infidelidad caciques y señores de pueblos, y porque después
de su conversión a nuestra santa fe católica, es justo que conserven sus derechos, y el haber
venido a nuestra obediencia no los haga de peor condición: mandamos a nuestros Reales
Audiencias, que si estos caciques o principales descendientes de los primeros, pretendieron
suceder en aquel género de señorío, o cacicazgo y sobre esto pidieren justicia, se la hagan,
llamadas y oídas las partes a quien tocare, con toda brevedad”.
En el estatuto reconocido a los indios incorporados, figuró el derecho de jurisdicción
judicial en favor de los caciques para juzgar a sus súbditos, mediante limitaciones impuestas
por la Corona: “la jurisdicción criminal que los caciques han de tener en los indios de sus
pueblos, no se ha de entender en causas criminales, en que hubiere pena de muerte, muti-
lación de miembro, y otro castigo atroz, quedando siempre reservada para Nos y nuestras
Audiencias y Gobernadores, la jurisdicción suprema así en lo civil como en lo criminal, y el
hacer justicia donde ellos no la hicieren”.
De esta manera se legisló profusamente sobre la jurisdicción de los ayuntamientos indios,
sobre las rentas y derechos de los caciques, pleitos sobre cacicazgos, inmunidad policial de
los caciques, etc., etc., siempre en interés de no hacer tabla rasa de los sistemas políticos de
los aborígenes.
“De estas disposiciones, dice un ilustre historiador mexicano, Silvio A. Zavala, se
desprende el espíritu de la legislación española de mantener en cierta forma las antiguas
realidades políticas de los pueblos indios. No se llegó a la tesis amplia del cuasi-imperio de
Las Casas, pero sí a una consideración media que no destruía la vida política de los indios,
aunque tampoco les concedía las libertades absolutas”.20
Es obvio que los indios de la Española no tuvieron para sí las ventajas que la legislación
posterior estableció en otros centros de colonización. En las Antillas, la convivencia no fue
morigerada por la penetrante influencia de leyes inspiradas en un prolongado conocimiento
de los hechos. Los errores de que fueron víctimas las poblaciones insulares dieron pie a una rec-
tificación sustancial en el proceso teórico y humano de la colonización española de América.
Son conocidas las transformaciones que sufrió en México el sistema de encomiendas nacido
en la Española. Cortés aprovechó mucho su conocimiento de la situación insular cuando
pasó a hacer la conquista de la Nueva España. En carta que escribió al Emperador, el 15 de
octubre del 1524, le explicó que “él no permitía que los indios de encomienda fuesen sacados de sus
casas para hacer labranzas, sino que dentro de sus tierras mandaba que se señalara una parte donde
labraban para el encomendero y este no tenía derecho a pedir otra cosa”. Es sabido también que las
concesiones de encomienda hechas en México por Hernán Cortés no incluían permiso para
el aprovechamiento de servicios mineros.21
Con sólo estas dos modificaciones alteró por completo el insigne Capitán el sentido de la
encomienda antillana y su sombrío carácter de explotación primaria. El no obligar a los indios a
abandonar sus pueblos, reduciéndolos solamente a trabajar determinadas extensiones de tierra

20
Toda la información contenida en estos párrafos la tomamos de Silvio A. Zavala. Las instituciones jurídicas de la
conquista de América, cap. VI. pp.71-87, Madrid, 1935.
21
Silvio A. Zavala. De encomiendas y propiedad territorial en algunas regiones de la América Española. pp.16 y 17,
México, 1940.

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aledañas a los mismos, significaba un progreso considerable respecto del sistema de la Española.
El indio no sufrió en México las consecuencias de los desplazamientos forzados, la familia se
mantuvo congregada en su casa solariega, así como vigente la organización social de la comuni-
dad en sus tierras de origen. Por otra parte, el suprimir de la concesión de encomiendas el permiso
de llevar los indios a las minas, desposeyó al régimen de trabajo implantado en las islas de su
aspecto más duro y desapiadado. Esto a pesar de que el tipo promedio de la población aborigen
de México era mucho más resistente que el taino de las Antillas. En general la influencia de Cortés
y de Ramírez de Fuenleal, dirigida por las funestas enseñanzas de la Española, contribuyó muy
decisivamente a mejorar las condiciones de la convivencia en la Nueva España.22
Es indispensable considerar con cuidado las circunstancias arriba señaladas al emitir
juicio sobre el contenido de nuestra tesis. Nosotros estamos interesados en poner de relieve
las espantosas condiciones sociales que dieron motivo y razón al alzamiento de Enriquillo
en 1519. Esas condiciones no se repitieron –fuera de las Antillas– en ninguna otra región de
lo que hoy es la América hispana.

V
En las fechas de los dos sermones del Adviento, todavía Bartolomé de Las Casas no había
trascendido en la defensa de los indios y en la doctrina liberal de los dominicos. Cuando
la labor del insigne combatiente comenzó a notarse ya estaban echados los cimientos del
imponente edificio moral y jurídico que luego construyeron los más nobles espíritus espa-
ñoles de la época.
Las Casas llegó a la Española en 1502. Aquí se tonsuró y dijo su primera misa23 en La
Vega, en presencia del Virrey Don Diego Colón y de su esposa, Doña María de Toledo (1510).
Por ser la primera misa de consagración que se cantaba en las Indias, la ceremonia tuvo gran
solemnidad y fue muy celebrada. Coincidió la ordenación del Padre Bartolomé con la llegada
a la Isla de los dominicos. Fray Pedro de Córdoba asistió a la misa nueva del sacerdote, con
motivo de haber ido a Concepción de La Vega a enterar al Almirante de la llegada de los
religiosos de la Orden de Predicadores.
En esta misma oportunidad predicó Córdoba un sermón sobre la gloria del Paraíso que
tiene Dios para sus escogidos, que fue motivo de suave arrobamiento para el profeso y que
muy probablemente despertó su espíritu al dolor en que vivían los indios.
Del 1502 al 1510, Las Casas vivió en la Española completamente ajeno a la situación de
sus pobladores de origen, como los otros españoles, convicto de las faltas atroces que más

22
Sobre todo el asunto de estas páginas, consúltese Pío Ballesteros: Los indios y sus litigios, según la recopilación de
1680, Revista de Indias, Año VI, octubre-diciembre, 1945, n.o 22, editada por el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo,
Madrid.
El Conquistador de México, cuando sintió cercana la última hora se planteó a sí mismo el grave problema de los
derechos de los aborígenes. En su testamento, expedido en Sevilla, el 12 de octubre del 1547, dispuso lo siguiente: “Como
es muy dudoso si ha podido en conciencia un cristiano servirse como esclavos de los indígenas prisioneros de guerra,
y como hasta ahora no se ha podido poner en claro este punto importante, mando a mi hijo don Martín y a sus descen-
dientes que le sucedan en mi mayorazgo y estados, que tomen todos los informes posibles sobre los derechos que pueden
legítimamente ejercerse sobre los prisioneros. Los naturales a quienes, después de haberme pagado los tributos, se les ha
forzado a prestar servicios personales, deben ser indemnizados, si se decidiere que no se pueden exigir tales servicios”.
Pero un autor eminente se pregunta: ¿de quién se habían de aguardar estas decisiones sobre puntos tan problemáticos,
sino del Papa o de un Concilio? (Véase Alejandro de Humboldt: Ensayo político sobre el reino de la nueva España, sexta
edición castellana, edición crítica dirigida por Vito Alessio Robles, México, 1941, tomo II. p.138).
23
Casimiro N. de Moya dice que puede afirmarse que, contra el aserto de Galván, Las Casas recibió las órdenes
sacerdotales en España y no en La Vega. (V. Bosquejo histórico del descubrimiento y conquista de la isla de Santo Domingo,
Santo Domingo, 1913, t. I. p.157, nota 1).

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

tarde denunció y combatió con tanta dureza y valentía.24 Estos ocho años los aprovechó, sin
embargo, en andar y conocer la Isla, en acción de guerra o en el cuido de su hacienda, al
punto de que ningún otro español la conociera como él, según lo demuestra en la descripción
que de ella hizo en su Apologética historia.
En 1512 se fue Las Casas a Cuba, llamado por Velázquez, con quien había trabado muy
íntima amistad en Santo Domingo. Allí asistió a las bodas del Capitán con María de Cuéllar,
y cerró los ojos también a la infortunada esposa, muerta a poco del casamiento.
Pero a Cuba llevó ya el presbítero los remordimientos que en su alma habían sembrado
las prédicas de Córdoba y Montesino. Allí iba germinando la semilla de la inconformidad
que por tanto tiempo estuvo inactiva en la Española. El contacto directo con la conquista de
Cuba y con los métodos que allí también se siguieron para reducir los indios al servicio de
los castellanos, terminó por inflamar la conciencia del licenciado contra los procedimientos
de sus compatriotas.
Aun así, el proceso de la conversión fue bien tardío. Transcurrieron varios años, después
del 1510, antes de que el sacerdote comenzara a ver la necesidad de un cambio en la condi-
ción de los indios. En aquel espíritu tuvieron que influir muchas circunstancias para que al
fin se decidiera a romper por siempre con las privanzas de una buena posición de fortuna,
y abrazar el credo de la libertad y la justicia. El presbítero estuvo ausente de los debates de
Burgos, en los que Córdoba y Montesino articularon, asesorados por Fray Matías de Paz,
las primeras conclusiones permanentes sobre lo que debía ser la condición de los indios. En
este momento todavía Las Casas era uno de los españoles que mantenían encomiendas y se
aprovechaban de los trabajos del aborigen. Él mismo da cuenta de todo esto, que en nada
desdice, por otra parte, de la grandeza y esplendor de su alma.
Hecha la resolución, con toda firmeza la mantuvo. Renunció a los indios que tenía
asignados. Se puso de acuerdo con su socio, el piadoso Pedro de Rentería, para liquidar sus
bienes y se embarcó, en 1515, para la Española, en compañía del Vicario de los dominicos en
Cuba, Fray Gutierre de Ampudia, donde debería ponerse de acuerdo con el Padre Córdoba
para emprender viaje a Castilla con el propósito de hacer denuncia ante el Rey de todo lo
malo que sucedía en estas tierras contra los indios.
En todo su largo y azaroso apostolado, el Padre Bartolomé de Las Casas no hizo otra cosa que
afianzar y ensanchar la actitud creadora de los verdaderos y únicos fundadores de la doctrina.
La difusión que luego dio Las Casas, quien ingresó en 1523 en la Orden de Santo Domingo, a
las ideas liberales de Córdoba y Montesino contribuyó grandemente a que los mejores y más
capaces maestros de la santa congregación de Predicadores, y entre todos, el egregio Fray Fran-
cisco de Vitoria, pusieran los ojos del alma en la conflictiva situación que había creado en las
Indias la codicia de los encomenderos y la razón de Estado con que los apoyaba la Corona.
En septiembre del 1515, embarcaron Las Casas, Montesino y un compañero de este, en
Santo Domingo, para España. Llegaron a Sevilla con felicidad. A poco logró el licenciado
conversar con el Rey, en Plasencia, en la noche del 23 de diciembre. Fernando, después de
oírlo con buena disposición lo reenvió para próxima entrevista que le concedería en uno de
los días de pascua. El Rey murió, sin embargo, un mes después, el 23 de enero de 1516, sin
volver a ver al clérigo.

24
Véase: Antonio Marta Fablé, Vida y escritos de fray Bartolomé de Las Casas, obispo de Chiapas, tomo I, p.18,
Madrid, 1879.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La muerte del Rey puso a Las Casas en contacto con el Cardenal Cisneros y con Adriano
de Utrecht, deán de Lovaina y Embajador del Príncipe Don Carlos.25 Ambos gobernaron a
España hasta la llegada del Príncipe. Enterado Adriano del estado de cosas existente en el
Nuevo Mundo por memorial que en latín le escribiera el licenciado, se puso al habla con
Cisneros y ambos convinieron en remediar la situación.
Se reunió nuevamente el Consejo, esta vez con exclusión del funesto Fonseca. Las Casas,
el doctor Palacios Rubios y Montesino prepararon una Ordenanza en la que se suprimieron
los repartos y encomiendas, se dispuso la libertad de los indios y se previeron los medios de que
pudiesen subsistir los españoles, que hasta entonces vivían a expensas del trabajo forzado
de los aborígenes. Aceptó el Consejo, con ligeras modificaciones, el texto de la Ordenanza
y el Cardenal dispuso que se pusiese en ejecución.26
Después de concertada y aprobada la nueva ley, la dificultad estribaba en encontrar per-
sonas capaces de llevarla a la práctica. Sobre esto se deliberó con cuidado y al fin Cisneros
resolvió confiar la tarea a tres frailes de la Orden de San Jerónimo, que debían seleccionarse
de un grupo de doce que señalara el General de la misma. Se escogió a los frailes priores
Luis de Figueroa, Bernardino de Manzanedo y Alonso de Santo Domingo. A Las Casas se
le ordenó que pasase con ellos a la Española, que los asesorase, aconsejase e informase en
todo cuanto tuviera que ver con el bien de los indios y el buen orden de aquellas tierras. Al
efecto se dictó una Cédula, firmada el 17 de septiembre del 1516, por Cisneros y Adriano,
a nombre de la Reina y del Rey, su hijo. Se nombró también al licenciado Alonso Zuazo,
segoviano, Juez de Residencia en la Isla Española.
Los Jerónimos no pasaron a la Isla en calidad de gobernadores, sino como encargados
de comisión expresa y taxativa para entender y ejecutar lo que se había ordenado referente a
los indios. La gobernación debía ejercerla, mientras tanto, el licenciado Suazo, en su ya dicha
condición de Juez de Residencia. Es evidente, sin embargo, que los priores actuaron mucho
más allá de su mandato y que, de hecho, fueron los gobernadores durante su permanencia en
la Isla. Era difícil, por otra parte, separar el principio de autoridad con que debían imponer
sus decisiones, del encargo específico que se les atribuyó.
En esta vez, según informa el propio Las Casas, fue este constituido por los regentes,
como “procurador o protector universal de todos los indios de las Indias, y diéronle salario
por ello de 100 pesos de oro cada año, que entonces no era poco como no se hobiese descubierto el
infierno del Perú, que con la multitud de quintales de oro ha empobrecido y destruido a España”.27
25
La participación de Jiménez de Cisneros en los asuntos de Indias dejó huellas indelebles. Por su influencia tras-
cendió la doctrina de los dominicos de la Española al cuadro de las realizaciones de gobierno, mediante el ensayo de
administración de los Padres Jerónimos; continuado inmediatamente, aunque ya en virtud de instrucciones de Carlos
V, por el Licenciado Rodrigo de Figueroa. Aunque estos ensayos no surtieron los resultados que de ellos esperaron sus
animadores, es evidente que contribuyeron en gran manera a que los sistemas usados contra los naturales, cobraran
más tarde, en México y otros centros de colonización, sentido más suave y humano.
Adriano de Utrecht, y en general los flamencos que ejercieron influencia en este período del Gobierno de
España, prestaron siempre muy buena ayuda al Padre Las Casas, siendo seguro, según él mismo lo refiere, que
las informaciones que el Clérigo suministró al Embajador, decidieron su ánimo a la ayuda de los indios. Cuales
que fueren los motivos de disgusto y odio que fomentara en España la política del denominado partido flamenco,
no podrá negarse que siempre estuvieron sus directores en disposición de crear en Indias un régimen de equidad
y justicia. Adriano fue más tarde Papa, con el nombre de Adriano VI. Sobre las peculiaridades de su carácter,
honrado y firme, véase las noticias que da Ranke en su Historia de los Papas, traducción española de Eugenio
Imaz, pp.62 y siguientes, Fondo de Cultura Económica, México, 1943. Sobre la personalidad insigne de Jiménez
de Cisneros, véase: D. Antonio Ballesteros y Beretta. Historia de España, tomo III, cap. V, Los Reyes Católicos, pp.737
y siguientes.
26
Las Casas, op. cit., tomo III, cap. LXXXV, pp.78-80.
27
Las Casas, op. cit., tomo III, cap. XC, pp.103-104.

708
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

De acuerdo con lo expuesto, el ensayo que quiso realizar Jiménez de Cisneros, tuvo un
sentido nuevo, completamente ajeno a la rutina de administración seguida hasta entonces
en la Española.
El Cardenal, al escoger la Orden de los Jerónimos para los fines del gobierno liberal que
deseaba implantar en Indias, quiso evitarse el disgusto de dominicos o franciscanos, que
ya habían disputado, desde 1511, por cuestiones análogas. Al poner el asunto en terceras
manos, se mantuvo en buenos términos con los seráficos y los predicadores, cuyo concurso
era indispensable a la buena marcha del gobierno en España.
En vista de todas estas medidas y de la relativa facilidad con que ganó su causa ante Cis-
neros, se podría pensar que al Clérigo le había llegado el momento de satisfacer sus deseos
y a los indios la hora de su liberación. Pero ambas cosas estaban, sin embargo, muy lejos de
cumplirse. Antes de salir de España habían comenzado a distanciarse los Jerónimos de Las
Casas y a las claras se veía que no iba a ser armónico y cordial su trabajo en el manejo de los
problemas de Indias. Tan pronto como los colonos se enteraron de la misión de los religiosos
en el gobierno de la Española, y de la estrecha influencia que sobre ellos tendría el licenciado,
se dieron a la tarea de disociar a este de aquellos, haciéndoles ver las dificultades que se les
vendrían de la amistad y el trato de Las Casas. Para lograr esto enviaron a España procuradores
y representantes que no perdían el rastro de los Jerónimos para hablarles mal de quien debía
ser su consejero. Los frailes llegaron a huir de él y sacarle el cuerpo, hasta no consentir siquiera
que viajaran en la misma nave. El 11 de noviembre del 1516, salieron del puerto de San Lúcar,
en distintas embarcaciones. Hicieron arribada en la isla de San Juan (Puerto Rico) donde debía
dejar algunas mercaderías el barco en que iba el Clérigo. Los frailes no esperaron, ni permi-
tieron que Las Casas trasbordase a su nave para llegar juntos a la ciudad de Santo Domingo,
adelantándosele en trece días. El 20 de diciembre llegaron los priores a la Española.
Este ensayo de gobierno dirigido por los Jerónimos estuvo sujeto a instrucciones estrictas
de Cisneros y Adriano. El contenido de las mismas, que transcribe las Casas, fue un verda-
dero programa político. Muy minucioso y ponderado, representa la doctrina y los sistemas
que, desde 1511, venían propugnando los dominicos para conducir la convivencia de indios
y españoles en el Nuevo Mundo. En las instrucciones se ordenaron medidas de gobierno
suficientes para enmendar todas aquellas durezas e inclemencias que notaron y criticaron
los religiosos en las leyes de 1512.28
Nótese que todavía no eran discutidos, los títulos que invocaba la Corona de Castilla
para cubrir la conquista de las tierras descubiertas. Nadie negaba la legitimidad de los de-
rechos procedentes de las Bulas de Concesión de Alejandro VI. Fue Francisco de Vitoria el
primero en discutir la completa legitimidad de aquellos títulos y la autoridad del Papa para
conceder derechos de orden político como lo hizo por sus referidas bulas.29
El maestro de Prima de Teología de la Universidad de Salamanca leyó sus famosas
Relecciones De Indis y De Jure Belli en el curso académico de 1538-1539. No fueron editadas
por primera vez sino en 1557, en Lion, Francia.30
28
A fin de que el lector pueda apreciar a fondo el contenido de este documento, lo reproducimos íntegro en el
Apéndice.
29
Sobre las Bulas de Concesión, consúltese el estudio magistral del malogrado Gilberto Sánchez Lustrino, Caminos
cristianos de América. Capítulo Quinto, Río de Janeiro, 1942.
30
Sobre la obra y la vida de Fray Francisco de Vitoria consúltese Fray Luis G. Alonso Getino, O. P., El Maestro
Fr. Francisco de Vitoria: Su Vida, su doctrina e influencia, Madrid, 1930, Francisco de Vitoria, Derecho Natural y de Gentes,
Biblioteca de Filosofía e Historia, dirigida por Tomás D. Casares, traducción del latín por el P. Luis Getino, O. P., In-
troducción por Eduardo de Hinojosa, Emecé Editores, S. A., Buenos Aires, 1946.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Las conclusiones de Montesino y de Matías de Paz ante las Juntas de Burgos y las gestiones
y memoriales de Las Casas en 1516, partieron del supuesto de que el Rey de Castilla era un
legítimo soberano de las Indias, y, en consecuencia, sus legítimos vasallos los habitantes de estos
mundos. Lo que se discutió en Burgos, después de haberse planteado en Santo Domingo de
la Española, fue el derecho de estos habitantes a vivir como vasallos, como seres libres, sujetos
políticos de un soberano a quien estaban ligados por vínculos conmutativos, no de esclavitud.
En 1512 y en 1516 se plantearon y defendieron, pura y simplemente, los derechos de los indios
como seres conscientes y racionales, libres por naturaleza, acreedores del tratamiento inherente
a esta condición. Los dominicos negaron, en una palabra, al Rey, la facultad y el poder de man-
tener e estas gentes dentro del régimen degradante que envolvían las encomiendas y los repartos,
por ser, en la práctica, equivalente al de la esclavitud. Se trató entonces de defender los mismos
derechos humanos que hoy se defienden como básicos de la organización internacional.
Las leyes primeras de 1512-1513 no abolieron las prácticas de las encomiendas y repartos,
más bien las legalizaron y organizaron. Las actuaciones escandalosas de Alburquerque y
Pasamonte, al año siguiente, en la Española, fueron consecuencia inmediata de aquellas
ordenanzas. Las que se dictaron en 1516 por diligencias de Las Casas y bajo el influjo de dos
varones egregios, aunque fueron radicales contra los vicios imperantes, no produjeron, sin
embargo, el resultado apetecido, porque con la llegada del Príncipe a España, en 1517, cesó el
gobierno provisional de aquellos dos hombres y, además, porque siempre fue más influyente
el interés de los colonos, comerciantes y encomenderos que el idealismo de los religiosos en las
decisiones de Indias. Fue la acción experimentada y ya madura de estos intereses políticos
y económicos la que se encargó de frustrar el ensayo de los Padres Jerónimos.
Las instrucciones que se escribieron para este ensayo no dejaron duda en cuanto a que
los indios repartidos debían ser puestos en libertad, restituidos los fueros, prerrogativas
y jurisdicciones de los caciques y concertada entre estos y las autoridades españolas la
prestación personal de los indios en los trabajos de la Isla. Se les devolvió a los aborígenes
la natural organización social y civil en que habían vivido, mediante ciertas restricciones
privativas de la suprema autoridad política del Rey, y se crearon elementos nuevos de hi-
giene y sanidad muy útiles a la salud y bonanza de la población. Se regularizó y humanizó
el trabajo hasta términos muy razonables y se hizo, en fin, buen aprecio de las necesidades
tanto de los indios como de los españoles colonos.
Sin embargo, el buen juicio del Cardenal Jiménez de Cisneros, determinó una gradación en
los poderes otorgados a los religiosos: primero, y antes que todo, libertad para los indios, que
debían vivir en pueblos libres, gobernados por sus caciques; segundo, si esto no era posible de
inmediato, se intentase la organización de pueblos de trescientos vecinos, sujetos al cuidado de
un administrador y obligados a trabajar quince días del año en beneficio del cacique; tercero,
cuando esto tampoco fuera posible, debían mantenerse las encomiendas y repartos, guardándose
con mucho rigor las disposiciones que en favor de los indios emitió la Junta de Burgos.31
En definitiva los Jerónimos en el tiempo que tuvieron de gobierno se redujeron a anu-
lar las encomiendas hechas a ciertos personajes ausentes de la Isla: Fonseca, Conchillos, de
La Vega, etc., y la que se le había hecho al Rey; por otro lado, confirmaron las encomiendas
hechas a personas radicadas en aquellos territorios; recomendaron que la encomienda se
hiciera a perpetuidad y encarecieron la necesidad de traer negros a la Isla porque la viruela

31
Las Casas, op. cit., tomo II, libro IV, capítulo LXXXVIII, pp.89 y siguientes.

710
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

diezmaba de tal modo a los indios que poco faltaba para que se cerrasen los trabajos de las
minas por falta de brazos.32
Parece que los Jerónimos avanzaron algo en la construcción de los pueblos de indios
libres, y que llegaron a organizar unos veinticinco o treinta de ellos. El Padre Utrera repro-
duce sobre este particular varios documentos que toma de la Colección de documentos inéditos
de Pacheco, Cárdenas y Torres de Mendoza. Madrid, 1864.33
Estos pueblos eran vigilados por mayordomos o administradores que se pagaban de
las cajas reales. La experiencia no fue muy halagüeña, porque, “según las declaraciones de
testigos de descargo, pueblos habíanse consumido porque los encomenderos, a quienes se
quitaron los indios, volvieron a tomarlos y llevarlos con tretas y violencias, de inventiva
particular: otros dejaron los pueblos y se volvieron a sus antiguos amos y encomenderos, o
convencidos o seducidos: muchos murieron, y muchos también, hastiados de libertad tan
agraviada, se huyeron a los montes”.34
En agosto del 1519, se hizo cargo del gobierno de la Isla el licenciado Rodrigo de Figue-
roa. Trajo instrucciones precisas de continuar el fomento de los pueblos iniciados por los
Jerónimos. Gobernó exactamente un año. Sus instrucciones fueron también de libertad para
los indios, pero condicionada a que éstos quisieran y pidieran esa libertad.
Las instrucciones trasmitidas a Figueroa se firmaron en Zaragoza, el 9 de diciembre del
1518. Las expidió el Rey. Su contenido es preciso en cuanto al propósito de dar libertad a los
indios que de su voluntad la quisieren y la pidieren. El programa del Monarca fue tan consisten-
te, o más consistente que el del Cardenal Cisneros. El pensamiento de la Corona se orientó
con mayor precisión hacia la tesis favorable a los aborígenes: “Bien sabéis, le decía Carlos
V a Figueroa, cómo porque avemos sido informados que entre los indios naturales de las
Indias ay muchos que tienen tanta capacidad e abilidad que podrán vivir por sí en pueblos
políticamente como viven los cristianos españoles, lleváis mandado que todos los indios
que de su voluntad quieren libertad y la pidieren para vivir política y ordenadamente, se
les dé entera libertad con que me paguen en cada año de tributo lo que se les ha señalado,
como más largo en las provisiones que lleváis se contiene”.35
El programa no pudo cumplirse. El propio Figueroa fue su principal obstáculo. Tan
pronto como llegó a la Isla se dio cuenta de que era materialmente imposible desentenderse
del carácter realista y absorbente de las prácticas de colonización vigentes en la Española.
El menosprecio de la ley hizo letra muerta de la voluntad del monarca.
El Padre Cipriano de Utrera inserta como notas a su Conferencia, una serie de documentos
sobre el Gobierno de Figueroa que hacen patentes las tretas y maniobras de que se valieron
los españoles de la Isla para abortar los proyectos que trajeron los Jerónimos y el licenciado en
bien de los indios. Los ensayos se frustraron y la situación quedó idéntica a como era antes.
El sistema de las prestaciones personales de trabajo se mantuvo vigente en las encomiendas
hasta que, por obra y diligencia de Las Casas, fue abolido en las Leyes Nuevas de 1542-43. El
asunto dejó de tener actualidad sólo en 1550, treintinueve años después de haberlo suscitado
Antonio Montesino con sus sermones de la Española. En aquel año lo enterró Las Casas en

32
Ots Capdequí, op. cit., pp.207-208.
33
V. Utrera. Conferencia, pp.11 y 12, Herrera, Historia general de los hechos de los castellanos, en las islas, y Tierra-Firme
de el mar Occeano. Prólogo de J. Natalicio González. Editorial Cuarania, Asunción del Paraguay. Década II, capítulo
XXII. Tomo II, p.381.
34
Ibídem, p.14.
35
Ibídem, p.12.

711
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

las famosas discusiones que sostuvo en Valladolid con el doctor Juan Ginés de Sepúlveda,
jurista, teólogo y filósofo apasionado de las ideas y sistemas sociales del Estagirita.36
De los documentos del Padre Utrera se desprende que de 1518 a 1520 existió en la Isla
un estado general de confusión y anormalidad como secuela del choque que produjeron
los intentos de reforma del Cardenal Jiménez de Cisneros. Los colonos amenazaron con su-
blevarse y sabotear las medidas de los Padres Jerónimos que así lo escribieron al Cardenal,
señalando como instigador de la conjura al propio Alcaide Francisco de Tapia. Los colonos
alegaban, no sin razón, los derechos adquiridos en el repartimiento de Alburquerque y el
privilegio público que de ésta diligencia adquirieron.37
En tanto, el licenciado Casas y el Juez de Residencia, Alonso Suazo, inconformes y dis-
gustados con los procedimientos de los Jerónimos y con la tardanza que ponían en ejecutar
las radicales instrucciones traídas para libertar a los indios, exigían continuamente, pero sin
resultado, el cumplimiento de aquellas providencias.
La situación llegó a complicarse hasta el punto de que Las Casas acusó en lo criminal a
los Jueces de la Española, Marcelo de Villalobos, Juan Ortiz de Matienzo y Lucas Vásquez
de Ayllón, por considerarlos cómplices de las destrucciones, asaltos y matanzas que en esos
días se realizaron en Las Lucayas y Costa de Cumaná, a consecuencia de los cuales murieron
dos padres dominicos (uno fue Juan Garcés, el converso de 1510, y el otro Fr. Francisco de
Córdoba, hermano de Fr. Pedro) misioneros asesinados por los indios en represalia de los
males que les causaron las armadas de españoles que iban a saltearlos. El licenciado Suazo
admitió la demanda, pero no pudo sustanciarla porque se lo vedaron los Jerónimos.
Los odios que le acarreaban su intransigencia en la defensa de los indios, obligaron al
Clérigo a refugiarse en la casa de los dominicos, donde pasaba la noche y dormía, por el
temor que todos experimentaban de que le sucediese algún daño.
Los males se aumentaban con la epidemia de viruelas que en aquellos dos años asoló la
Isla. Los indios murieron por millares. Era justo y prudente que los frailes anduvieran con
algún tiento en el gobierno, llevando poco a poco las reformas que tenían encomendadas.
Pero Las Casas desconfiaba de las buenas intenciones de los colonos, y resolvió, por su parte,
regresar a España a tratar de nuevo de buscar remedio a la situación. Los Jerónimos, temero-
sos de los ímpetus del sacerdote, resolvieron también mandar a la Corte a Fray Bernardino
de Manzanedo, para que allí expusiera el resultado obtenido hasta entonces en el gobierno
de la Isla. Manzanedo fracasó y volvió a su convento sin ocuparse más en política.
Las Casas salió de la ciudad de Santo Domingo en mayo de 1517, antes de llegar la orden
de que abandonase la Isla. Poco después de arribar a España, donde de nuevo se juntó con
el Padre Montesino, llegó a la Península el Rey Don Carlos, y murió el Cardenal Cisneros
(en Roa, el 8 de noviembre del 1517), de enfermedad y del disgusto que le causó la forma
en que lo despidió de sus servicios el Rey.38
En esta ocasión fue cuando Las Casas llevó la famosa carta de Fray Pedro de Córdoba
a Carlos V, de que hemos hablado más arriba, por la cual el santo varón describía los males

36
Sobre las ideas políticas de Sepúlveda consúltese: Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los
indios, Advertencia de Menéndez Pelayo y un Estudio de Manuel García-Pelayo, México, 1941, Fondo de Cultura
Económica.
37
Utrera, Conferencia. p. 11.
38
La noticia la da Fabié (Tomo I, p. 64), pero Ballesteros y Beretta afirma que la carta del Rey no llegó a manos
del Cardenal a tiempo de que este la leyese y que, por tanto, no pudo influir en su muerte. (Historia de España, tomo
III, p. 745).

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

en que vivían los indios y le presentaba al Rey, al Clérigo, convertido ya en el adalid de la


escuela liberal que fundaron los dominicos en 1511.39 Esta vez llevaba también el apoyo de
los franciscanos contra los colonos.
El resultado de este segundo viaje fue la remisión y llamada de los Jerónimos, y la de-
signación de Figueroa para el gobierno de la Isla, según se ha visto más arriba. Fue entonces
cuando se dispuso el envío sistemático de negros esclavos para el trabajo de Indias, por
consejo y aviso de Las Casas, de lo que más tarde se arrepintió y dolió en forma muy since-
ra.40 Para estos días se había rehabilitado el Obispo Fonseca en el favor de la Corte, y mucho

39
Del estado de cosas reinante en la Isla en estos momentos, da muy buena noticia Herrera, op. cit., década
segunda, libro segundo, cap. XV, tomo II, pp. 360 y siguientes.
40
Véase Fabié, op. cit. tomo I., pp.69-72. Manuel José Quintana, Vidas de los españoles célebres, tomo V y
último. Fray Bartolomé de Las Casas, pp.49-50 y Apéndice VII, Madrid, 1922, Calpe. La cuestión de si es o no
responsable el Padre Las Casas de la introducción de la esclavitud de los negros en América ha sido objeto de
muy largas discusiones. Parece fuera de duda que la llegada de los negros a las Indias se deba a gestiones ni
opiniones de Fray Bartolomé, aunque en 1517 expresara su conformidad con el sistema esclavista contra los
infelices africanos, ofuscado por la situación insostenible que para esa fecha confrontaban los indios. Los Padres
Jerónimos y el eminente jurisconsulto Alonso Suazo recomendaron oficialmente la introducción de esclavos negros
en las Antillas, como medida necesaria para reemplazar los brazos indios que iba sustrayendo la epidemia de
viruelas de los trabajos emprendidos en las islas (1518). Está demostrado, además, que fueron los portugueses
quienes iniciaron, mucho antes de descubrirse el nuevo mundo, la esclavitud de los negros con motivo de la
conquista de África. Desde 1443, bajo el reinado del Infante D. Enrique, ejercían los portugueses la práctica de
robar negros en Guinea para venderlos a los españoles.
De acuerdo con información de varios historiadores, desde 1498 comenzaron a venir a la Española negros esclavi-
zados. En 1501 permitieron los Reyes Católicos la introducción de negros en la Española (Instrucciones de gobernación
a Ovando); en 1503 pedía el gobernador Ovando que no le mandaran más negros a la Isla en vista de su propensión
a escaparse a los montes junto con los indios. En 1506, se dispuso que los negros observasen los días de fiesta y se les
prohibiese trabajar en esos días. La noble voluntad de Isabel la Católica acogió el pedimento de Ovando y se suspendió
por algún tiempo el envió de negros. Más tarde lo reanudó el Rey. De aquí en adelante (1505) se convirtió en práctica
permanente el comercio de negros en las Indias.
En cuanto al hecho de que Las Casas se valiera de la esclavitud de los negros para morigerar la de los indios
no hay duda de que fuera cierto, aunque de ello se arrepintiera muy sinceramente reconociendo su inconsecuencia y
proclamándola en varias páginas de su Historia general de Indias. Con motivo de algunas noticias dadas por Herrera
sobre el asunto, a la vista del memorial de 1517 De Las Casas, en que pidió algunos negros para la Española (Herrera,
op. cit., década 2, libro 2, cap. XX), algunos historiadores, notablemente W. Robertson (Historia de L’Amerique, traducción
francesa de M. M. Suard et Morellet, París. M.DCCCVIII, tome I, Livre troisieme, pp.290-291), atacaron duramente
al dominico por su inconsecuencia de defender a los indios de la esclavitud, sin dolerse de la de los negros. Los
traductores franceses de la Colección de los viajes y descubrimientos de los españoles hasta fines del siglo XV, de Fernández
de Navarrete, consultaron al autor sobre el asunto y él les contestó: “Antes de la petición de Las Casas ya se habían
transportado negros a la América, pero esto fue contrabando. Las Casas es el primero que obtuvo orden o permiso
real autorizando este transporte”. La respuesta demuestra que Navarrete no conoció la historia primitiva del tráfico
de esclavos negros en el Nuevo Mundo. Muchos otros historiadores (Bryant, Eduard, Gentil, Frossard Mannontel,
Reynald, Nuix y Roucher) aseguran que Las Casas propuso al Gobierno español reemplazar el trabajo de los indios con
el de negros esclavos. Según se ha dicho todos los ataques provienen del texto de Herrera, quien, a su vez, interpretó
torcidamente expresiones de Las Casas.
Para reivindicar la gloria y la memoria del Obispo de Chiapas, el ciudadano Gregoire, antiguo obispo de Blois,
leyó una Apología de Las Casas en la Academia de Ciencias Políticas del Instituto de Francia, el 13 de mayo del 1801.
El objeto de Gregoire fue probar que el dominico jamás pidió la introducción de negros esclavos en América. La tesis
fue brillante pero falsa porque es innegable que Las Casas, según su propia confesión, hizo solicitud de los esclavos
negros.
La tesis de Gregoire fue calurosamente defendida por el ilustre escritor mexicano, Fray Servando de Miér, en
carta que dirigió al propio Gregoire en 1806. En cambio el Deán Funes, de la Catedral de Córdoba de Tucumán, también
en carta dirigida a Gregoire, el 1º. de Abril del 1819, casi veinte años después de haberse leído la Apología, rebatió la
tesis de inocencia completa y defendió el texto de Herrera contra Las Casas.
Para más noticias sobre este asunto, consúltese: Carlos Gutiérrez. Fray Bartolomé de Las Casas, sus tiempos y su
apostolado, prólogo de Emilio Castelar, Madrid, 1878, capitulo XIV, José Antonio Saco. Historia de la esclavitud de la raza
africana en el nuevo mundo y en especial en los países américo-hispanos, prólogo de Fernando Ortiz, La Habana, 1938, tomo
I, libro II, primera edición, 1879.
Según la opinión de Saco, el eminente historiador cubano, ni los detractores ni los apologistas de Las Casas, tienen
toda la razón. Si usó de la esclavitud negra, lo hizo inducido por error, y luego lo reconoció de buena fe. “Hay errores
que más bien son de la época en que se escribe que no de los hombres que los adoptan”. Saco, op. cit. tomo I, p.169.

713
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

contribuyó a la remisión de los Jerónimos por la enemiga que siempre le tuvo a Cisneros.41
Era seguro, además, que la privanza de Fonseca daría al traste con los proyectos liberales
del gran prelado ya desaparecido.

VI
En 1519, estaba, pues, vigente el sistema de las encomiendas y en su apogeo la influencia de
los encomenderos en la Española. Los documentos publicados por Utrera demuestran que el
poder central de la Isla, en manos de los Jerónimos o del licenciado Figueroa, no fue bastante
a mejorar la situación de los indígenas, quienes por muchos años más, y hasta que murieron
todos, continuaron sujetos a la prestación personal, equivalente a la esclavitud, que inició Co-
lón y adoptaron los Reyes de Castilla como norma de trabajo en las Indias. De la vileza de esta
condición se desprendían consecuencias de otra naturaleza contra los indios: no había para ellos
reglas de vida moral ni de vida jurídica. Dependían de la voluntad personal del español que
los explotaba, tanto en el comercio de las costumbres como en la efectividad de la justicia. El
indio, prácticamente, no tenía acceso al beneficio de la ley para obtener reparación de los daños
que recibía. Mucho menos cuando el agraviante era español. Extinguida la jurisdicción de los
caciques y los sistemas de policía que encontraron los europeos en la Isla, tampoco podrían, los
menguados, recurrir a los centros de represión y reparación que organizaron sus antepasados.
De nada sirve, por otra parte, el argumento de que las leyes y ordenanzas que en España
se dictaron para regularizar la convivencia, tuvieron en cuenta esta situación, porque, en
la Española, por lo menos, no rigió otra ley que el capricho de los colonos y la codicia del
explotador. Tan pronto como las leyes concertadas en España cruzaban el mar se convertían
en letra muerta ante el vigor y raigambre de los procedimientos implantados en la Isla. Una
cosa era la intención del legislador y otra la realidad social vigente en esta tierra.42
En 1519 había perecido casi toda la población indígena de la Isla. Los trabajos forzados y las
enfermedades habían hecho tabla rasa de los aborígenes. El laborío de las mismas, el cultivo de
las estancias, la viruela y otros males, el hambre, la fatiga moral y el agotamiento físico acaba-
ron con la energía de aquella raza, que de suyo no era muy resistente y que no pudo acoplarse
al ritmo de la civilización europea. De los indios no se conserva ni el rastro en las Antillas. La
población actual de las islas no tiene nada qué ver con la que encontró Colón en 1492.43

41
Fonseca no perdonó a los Jerónimos que le anularan la encomienda que en su favor hicieron Alburquerque
y Pasamonte, en 1514. (V. Fray Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, libro 18, cap. VIII, tomo III. p.300, tercera
edición, México, 1944.)
42
Ricardo Levene señala el desprecio de la ley como fenómeno característico de la historia indiana. “No es necesario
subrayar el significado de este fenómeno. El sentimiento del desprecio por la ley en los comienzos de la organización
de Indias –fundado en su teorismo o rigorismo, o a impulsos de la soberbia, o explicado como Solórzano, en virtud
de que la temeridad humana menosprecia fácilmente lo que está muy distante– contiene en germen una revolución
jurídica”. Introducción a la historia del derecho indiano, p.33.
En 1512, escribió Fernando el Católico una carta al Almirante Don Diego Colón, desde Burgos, (25 de febrero)
reconviniéndolo con aspereza, por su falta de puntualidad en darle cuenta de todo. “É ávido enojo dello pues que yo
tomo trabajo de mandaros responder... no es sin razón que vosotros tengays cuidado de me escrevir todas las cosas
que se ofreciesen”. Pío Ballesteros, estudio citado, Revista de Indias, n.o 22, p.615. La carta la cita del Cedulario Cubano,
recopilado por Chacón y Calvo, I, pp.417-419.
43
Véase L. Capitán et Henri Lorin, Le travail en Amerique avant et apres Colomb, pp.322-23, París, Alcán, 1914. Con-
súltese también Alejandro de Humboldt. op. cit., tomo II, cap. V, pp.51-64 sobre la influencia en la población indígena de
las enfermedades periódicas (sobre todo la viruela), el hambre y los trabajos mineros. Nótese, sin embargo, que el autor
tiene en cuenta principalmente la población de México, mucho más fuerte y resistente que la taína de las Antillas.
Luis Pericot y García, en su libro citado, América Indígena, tomo I, p.574, refiere que la población indígena de las
Antillas se extinguió casi por completo poco después de haber llegado los españoles, constituyendo uno de los casos más
rápidos de desaparición de una raza inferior que se conocen.

714
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

En el momento más agitado y confuso de la experiencia que ordenó el Cardenal


Cisneros en la Española –entre 1518 y 1519– o sea cuando tenía lugar el cambio de los
Jerónimos con Rodrigo de Figueroa, debió iniciarse un suceso de enorme importancia
en la historia de la Isla: el alzamiento de Enriquillo en el Bahoruco. Estaba ausente el
Padre Las Casas de Santo Domingo.44 Había vuelto a la privanza el Obispo Fonseca, y
se sentía más cierta que nunca la influencia de los esclavistas, por la estrepitosa caída
de Fray Bartolomé, a quien hundió en el abismo del disfavor oficial, la muerte del Gran
Canciller, Juan Selvagio, flamenco, deán de la Universidad de Lovaina, acaecida en
Zaragoza en 1517.45
Enriquillo, cuyo nombre indígena no ha podido determinarse todavía en sentir de algunos
historiadores (F. Sévez fils, La Nación, feb. 5-1943) fue Cacique de los de la jurisdicción de
Jaragua, uno de los cinco reinos principales que había en la Isla al tiempo de ser descubierta.
Bautizado con el nombre español de Enrique, este se convirtió bien pronto en Enriquillo,
diminutivo afectuoso que le dieron sus maestros religiosos. Después de la matanza que en
aquellos lugares realizó Frey Nicolás de Ovando, el sombrío Comendador de Alcántara
(1503), los religiosos franciscanos de la Vera-Paz, ciudad muy cercana al Bahoruco, la región
montañosa de Jaragua, recogieron al caciquillo en su convento y allí lo criaron y educaron
con mucho provecho para el mozo. Los frailes le enseñaron “a leer e escrivir e gramática”
para lo cual, necesariamente, tuvieron que adoctrinarlo en costumbres y en sentimientos.
Hablaba bien el castellano. Hecho hombre a la sombra espiritual del monasterio, Enriquillo
se casó con una su prima, noble dama india, llamada Doña Mencía. Se casaron como cris-
tianos, “en haz de la Sancta Madre Iglesia”.
Sobre el físico del Cacique coinciden Oviedo y Las Casas: “era alto y gentil hombre de
cuerpo, bien proporcionado y dispuesto, la cara no tenía ni hermosa ni fea, pero teníala de
hombre grave y severo”. Así lo pinta el dominico, quien lo conoció. Fernández de Oviedo lo
hace casi en términos semejantes. El Cacique era sobrio de maneras y apetitos. No se excedía
en el comer ni en el beber. Receloso y esquivo, no se confiaba fácilmente a nadie. Huidizo y
despierto, como pollo de guinea, hablaba poco y dormía menos. Sólo así, vigilante hasta de su
propia sombra, pudo mantener durante catorce años la guerra del Bahoruco sin ser nunca
vencido, ni siquiera sorprendido.46
Las condiciones morales del indio eran, más que corrientes, relevantes. Religioso a
carta cabal, no abandonó sus hábitos culturales, ni aun en los años de la rebelión, porque
en el Bahoruco cumplía, hasta donde las circunstancias no lo vedaban, con los preceptos
de la Iglesia. Las reglas de vida que impuso a los rebeldes eran severísimas. Espejo de
sus propias costumbres y de las de la Cacica, su mujer. Nadie podía transgredirlas sin
castigo.47
En lo que mira a su modo de hacer la guerra, es indiscutible que siempre se mantuvo en
términos de estricta moderación, evitando el mal que no aprovechaba a su causa e impidiendo
que los suyos se excediesen en la venganza inútil y en los hechos atroces.48
Enriquillo fue encomendado al español Francisco de Valenzuela, colono de San Juan de la
Maguana, con cuarentiséis de sus súbditos. A Francisco Hernández, también de La Maguana,
44
El Padre Utrera fija el 1519 como año del alzamiento.
45
Fabié, tomo I. p.74.
46
Herrera, op. cit., década II, libro V, cap. I, tomo II, p.94.
47
Oviedo, Historia general y natural de las Indias, ed. 1851, tomo I, pp.157-158.
48
Las Casas, op. cit., libro III, cap. CXXV, tomo II, p.236.

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se le asignaron treintiséis de los indios del Cacique. Este trabajaba para Valenzuela y vivía
en sus hatos. Alburquerque y Pasamonte, en el reparto del 1514, confirmaron estas dos
encomiendas.49
Refiere Las Casas que a la muerte de Francisco de Valenzuela lo sucedió en la posesión
de la encomienda del Cacique y sus indios, Andrés de Valenzuela, su hijo. El dato lo impugna
el Padre Cipriano de Utrera, argumentando que la encomienda por dos vidas no fue instituida
hasta en 1534. Admite, sin embargo, que pudieran concederse algunas encomiendas de este
tipo en Santo Domingo antes de llegar los Jerónimos y el licenciado Suazo al Gobierno de
la Isla, pero “que el caso debió ser posterior al repartimiento de 1514”.
Asegura el religioso capuchino que los Jerónimos descubrieron el engaño y anularon las
encomiendas de esta naturaleza “como paso proporcionado para llegar a la libertad en que
querían poner a los indios por encargo potestativo, no preceptivo todavía”. Esta afirmación
no está respaldada por ningún documento ni por la letra de ningún historiador.
Sería muy útil determinar la fecha de la muerte de Francisco de Valenzuela, porque si
esta ocurrió antes de la llegada de los Priores Jerónimos, y ya estos encontraron al Andrés
en la posesión de los indios de su padre, es muy difícil que los frailes ordenaran la libertad
de los mismos. Eso no lo hicieron con ninguno de los colonos residentes en la Isla.
Es cierto, además, que mucho tiempo antes de ser autorizado por la ley, se usó en Indias
el sistema de las encomiendas por dos vidas: la del titular y la del Sucesor. Se disimulaba la
sucesión en las encomiendas en México, antes de 1534, con el asentimiento de las autoridades
y, en muchos casos concretos, con la aprobación expresa de la Corona. Antes de ser legal, el
sistema fue consuetudinario. La práctica, como casi todas las que atañen a esta materia, nació
en la Española. La consagraron Alburquerque y Pasamonte con su famoso repartimiento
del 1514. Aunque Antonio de León Pinelo rectifica esta noticia que dan Las Casas y Herrera,
no faltan testimonios legales de repartimientos hechos por dos vidas en territorios antillanos
antes de promulgarse la ley de sucesión.50
Nadie mejor que el Padre Cipriano de Utrera, con sus documentos nuevos, ha contri-
buido a aclarar hasta dónde fue arbitrario y antojadizo el régimen del trabajo en la Española
durante los primeros tiempos de la conquista. Para este no hubo nunca normas respetadas.
Siempre dependió de una suerte de entendido o transacción implícitos entre el Gobierno
y los colonos, en el que eran tan fuertes la voluntad y los intereses de estos, como el voto
de la ley, que no se cumplía jamás en toda su extensión. Los Padres Jerónimos ni quisieron
ni pudieron ejecutar al pie de la letra las instrucciones de Cisneros sobre la libertad de los
indios. En cuanto a la anulación de las encomiendas se redujeron a deshacer las que tenían
asignadas los personajes ausentes de la Isla, inclusive la del Rey, a quien reconocieron mil
quinientos indios los repartidores del 1514. Con el personal de estas encomiendas iniciaron
el fomento de los pueblos libres. En enero del 1518 estaban ocupados los Jerónimos en estos
trabajos. Pocos meses después fueron relevados del Gobierno, dejando a medio hacer lo que
tenían emprendido. Causa del relevo fue el haber desposeído a Fonseca de sus encomiendas.
Este, vuelto al poder, se cobró el atrevimiento.
Como contrapartida reforzaron la situación de las encomiendas hechas a los residentes
y, con disimulo, ratificaron el contenido de las mismas. El siguiente párrafo de Herrera es
muy explícito al respecto:
49
Casimiro N. de Moya, op. cit., p.190.
50
Ots Capdequí, op. cit, p.215.

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En llegando los Padres Gerónimos a Santo Domingo, comenzaron a entender lo que pasaba en la
Tierra, i informarse, por diversas vías, de todo para ver como havían de executar sus comisiones.
Comunicaron con los Jueces del Audiencia, informáronse de Pasamonte, i de todos los Oficiales
Reales: hablaron en particular con muchos Vecinos de la Tierra, antiguos: quisieron saber cuáles
eran los hombres de más crédito, i de quien se podían prometer, que les tratarían verdad: platicaron
mucho con diversos Religiosos; oían a cada paso al Lic. Bartolomé de Las Casas: ninguna diligen-
cia, que conocieron que pudiese aprovechar para el bien del negocio, que llevaron encomendado,
dexaron de hacer. Ante todas cosas quitaron los Repartimientos a los ausentes: mandaron, que los presentes
se sirviesen de los Indios, como antes, poniendo particular cuidado en que los tratasen bien, por sosegar la
alteración, que conocieron que había en la Tierra. Dieron mui buenas órdenes para lo que tocaba a la
Conversión, i no privaron desde luego de los Repartimientos a los Jueces, i Oficiales Reales, por no
mover escándalo, i por irse poco a poco en cosa tan odiosa, i en que hallaron grandes dificultades.
Bullía en esto el Padre Casas, i con terrible vehemencia persuadía, i aun casi amenazaba a los pa-
dres: porque llevaba impreso en su ánimo, que luego en llegando, havian, sin otra consideración,
de quitar los Repartimientos; y aunque, con su buen celo, en esto andaba mui apasionado, i em-
bebido, no dexó de conocer, que andaba en peligro: por lo cual se recojía de noche a dormir en el
Monasterio de Santo Domingo, porque en otra parte no se tenía por seguro.51

Es fácil colegir que frente al estado de cosas que describe Herrera y que comunicaron
oficialmente los priores al Cardenal Cisneros, por su carta del 20 de enero del 1517, no trataron
los religiosos de llevar sus medidas al extremo de anular las encomiendas que encontraron
traspasadas por la muerte del titular a su heredero inmediato. Como de seguro fue el caso
de Andrés Valenzuela con Enriquillo y sus indios.
Según la versión de Las Casas, el joven Valenzuela era disoluto en sus costumbres,
desaprensivo y ligero de cascos. No tuvo para el Cacique los miramientos de su padre y lo
trataba en muy mala forma. Se apoderó arbitrariamente de una hermosa yegua que tenía el
Cacique, casi como único patrimonio, y luego trató de violar su mujer. Esta resistió el asedio
y al fin comunicó al esposo los desmanes del español.
Enrique no soportó más las maneras de Valenzuela y le tomó cuentas. El resultado fue
que de ello salió apaleado, “para que se cumpliese el proverbio, agraviado y aporreado”. Fue
el indio a exponer sus quejas al Teniente Gobernador de la villa, llamado Pedro de Vadillo, y
este le dio “el abrigo que siempre hallaron en las justicias destas Indias y ministros del Rey
los indios, este fue que lo amenazó que le haría y acontecería si más venía a él con quejas
de Valenzuela, y aun dijeron que lo echó en la cárcel o en el cepo”.
El Cacique decidió quejarse ante la Audiencia Real de las injurias y denuestos recibidos
y se fue, con este fin, a la ciudad de Santo Domingo, “con harta pobreza, cansancio e hambre,
por no tener dinero ni de qué habello”. La Audiencia le dio su carta de favor y lo remitió
de nuevo a Vadillo; sin otro remedio. “Y esto fue también el consuelo que las Audiencias,
y aun también el Consejo del Rey, que reside en Castilla, daban a los agraviados y míseros,
remitillos, conviene a saber, a los agraviantes y sus propios enemigos”.
El indio retornó con paciencia a la villa de San Juan de la Maguana, y allí se presentó
de nuevo al Teniente Gobernador con los papeles que había traído de Santo Domingo. De
nada le sirvieron. Vadillo y Valenzuela lo trataron peor que de principio. Lo amenazaron,
lo injuriaron y hasta le negaron el sustento.
Fue entonces, después de agotados todos los recursos y las jurisdicciones, convencido de
que la justicia no era bien que los españoles suministraban a los indios, cuando el Cacique

51
Herrera, op. cit., década II, cap. XV, tomo II, pp.360-61.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

se decidió a romper con el Gobierno de la Isla y de la Metrópoli, internándose con los suyos
en las serranías del Bahoruco, donde había nacido y vivido sus primeros años.
Para dar efecto a la resolución ordenó y preparó sus planes muy cuidadosamente. No
olvidó un solo detalle ni una sola precaución. Aunque era todavía muy joven –murió en
1535, de unos treinticinco a treintisiete años–, se condujo como hombre de gran experiencia
y conocimiento de las cosas del mundo.
Sigue refiriendo Las Casas que cuando Andrés Valenzuela se dio cuenta de que Enri-
quillo había abandonado sus servicios, salió a perseguirlo con gente española y lo encontró,
al fin, prevenido y dispuesto a defenderse. Hizo resistencia a Valenzuela, le mató a algunos
de los suyos y descalabró a los más. Quisieron los indios acabar con el mozo y lo impidió el
Cacique, amonestándolo de este modo: “Agradecé, Valenzuela, que no os mato; andad, íos
y no volváis más acá, guardaos”.
El Padre Cipriano de Utrera, enemigo furibundo de Las Casas, a quien suele poner como digan
dueñas, sin guardarle ni migaja de respeto, truena contra esta versión a la que califica de cuento,
escrita con memoria de topo e intención de aureolar al Cacique. Pero es el caso que Fernández de
Oviedo, Cronista Real, coetáneo de Las Casas y de los sucesos narrados alrededor de Enriquillo,
enemigo de los indios y, por lo tanto, de su defensor, al determinar las causas de la rebelión, da,
en sustancia, la misma versión del dominico. Es difícil recusar el coincidente testimonio de estos
dos personajes que nada tuvieron en común, porque en el marco de sus actuaciones nunca hubo
tangencia. Oviedo escribía para el Rey, como su cronista oficial en Indias; Las Casas, defensor
proclamado de los indios, no abjuró jamás de esta calidad, y siempre estuvo combatiendo los
procedimientos oficiales de la colonización. Por eso fue tan enconada la enemiga que los separó
y la diatriba del religioso, liberal e idealista, contra el realismo del Cronista.52 Con excepción
del nombre de Valenzuela y de algunos pormenores del episodio narrado por Fray Bartolomé,
Oviedo concuerda con el dominico en el recuento de los hechos que determinaron el alzamiento
del Cacique. Antonio de Herrera adopta, casi textualmente, la versión de Las Casas.53
Oviedo llega mucho más lejos que el dominico, al apreciar el sentido de estos hechos,
porque en la muerte de Vadillo vio la intervención de la justicia divina supliendo la humana
que no supo administrar el hidalgo cuando fue a pedírsela el Cacique del Bahoruco. Vale la
pena copiar el pasaje: “Pero porque dixe de suso que de no aver fecho justicia a este cacique
el teniente Pedro de Vadillo, subcedió su rebelión (assi es notorio en esta isla), parescerá
al que esto oyere que por mis palabras queda aquel hidalgo obligado á alguna culpa, digo
que ya la que él tuvo (en aqueste caso) él lo ha pagado; porque tiene Dios cargo de punir e
castigar lo que los jueces del suelo dissimulan y no castigan, y aun á las veces se executa su
divina sentencia en los mismos jueces, como le aconteció á este: que yendo desde aquesta
cibdad a España en una nao, entrando por la barra del río Guadalquivir, a par de Sanct Lúcar,
se perdió la nao en que yba, y él y el Maestre Francisco Vara y otros muchos se ahogaron y
con mucha riqueza; y assi escotó este juez la sinrazón fecha al cacique Enrique. Dios haya
piedad de su ánima y de las de aquellos que alli padescieron”.54
Los reparos más serios que hace Cipriano de Utrera a la versión de Las Casas, corro-
borada por Oviedo, del incidente de los celos del Cacique, aparte del ya consignado de la
imposibilidad de que la encomienda de Francisco Valenzuela pasara a su hijo, consisten en

52
V. Utrera, Conferencia, p.18.
53
Herrera, tomo II, pp.91-96.
54
Oviedo, op. cit., tomo I, pp.141-142.

718
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

lo siguiente: según declaraciones de Francisco de Olmos, testigo de cargo en la residencia


que hizo el licenciado Cristóbal Lebrón al Gobierno de Rodrigo de Figueroa y sus tenientes,
(Santo Domingo, octubre del 1521), el licenciado Figueroa descuidó la insurrección del Baho-
ruco y sólo un tal Peñalosa salió a perseguir a los indios, muriendo en la demanda con ocho
cristianos más. Antes de esto, los indios dieron muerte a otros cuatro españoles. Luego de la
muerte de Peñalosa, Figueroa no volvió a dar mandamiento de perseguir a los insurrectos,
aunque el testigo varias veces se lo pidió. La salida de Peñalosa se debió a mandamiento del
Gobernador, gestionado por el declarante, quien vino a la ciudad de Santo Domingo, como
procurador de la villa de la Vera-Paz, a denunciar el alzamiento de los indios y a pedirlos
por esclavos por haberse hallado en muertes de cristianos.55
Este dato, agrega el Padre Utrera, se adelanta a Las Casas cuarenta años. No coincide
en nada con la letra del dominico, y así sale incierta su aseveración, luego de dar perdón de
vida el indio a Valenzuela; “Suénase luego por toda la Isla que Enriquillo es alzado, etc.”
Continúa el capuchino: “ni Oviedo ni Las Casas mencionaron a este sujeto. Los ocho muertos
con Peñalosa fueron, en la ruin memoria del dominico, los ocho expedicionarios que llevó
su Valenzuela; y pues en 1561 escribía en punto de novela, ¿qué falta le hacía el recuerdo, si
alguna vez tuvo, de Peñalosa?”.
El Padre, sin embargo, quiere salirse con las suyas muy prontamente. Apenas se concede
él mismo tiempo para reflexionar si era o no novela la referencia de Las Casas. Con efecto,
¿qué se saca en definitiva de las declaraciones de Olmos? Sólo el dato de que Peñalosa y ocho
españoles más murieron en perseguimiento de los indios alzados en el Bahoruco y el Daguao,
por mandamiento de Figueroa. En caso de que Andrés Valenzuela saliera a rescatar al Cacique
e indios de su encomienda, es seguro que lo hizo por propia y natural determinación, antes
de que las autoridades de Santo Domingo tuvieran noticias de la rebelión y, desde luego, sin
mandamiento oficial de estas. Dice Las Casas que salió con once hombres, (no ocho) que le
mataron uno o dos de ellos, y le descalabraron todos los más. Como fue esta la primera acción
entre indios y españoles, fue de aquí de donde comenzó a propagarse la fama del alzamiento.
El propio Olmos confiesa que antes de dar muerte a Peñalosa y a sus ocho compañeros, ya
habían perecido, a manos de los indios, otros cuatro cristianos. De donde puede inferirse, al
modo de Fray Cipriano, que estos muertos fueran de la gente de Valenzuela.
Por lo demás, una simple declaración de testigo de cargo en la residencia de un Gober-
nador no puede ser base de conclusiones tan firmes como las del Padre Utrera. Esas decla-
raciones son vacilantes, imprecisas, muy vagas y generales. El sujeto que las hace no revela
facultades especiales de juicio, ya que, hablando dos años después de haber tenido lugar los
sucesos a que se refiere, no puede precisar información saliente de los mismos.
Asevera Don Casimiro N. de Moya, en su libro citado, Bosquejo Histórico, que Vadillo
hizo relación a la Audiencia del alzamiento de Enrique, y le pidió fuerzas suficientes para
invadir el Bahoruco, precisamente en momentos en que aquella organizaba todas las de que
podía disponer para enviarlas a Cumaná, bajo el mando del Capitán Gonzalo de Ocampo,
con el fin de castigar a los indios que allí se habían desmandado contra los españoles.
La relación de Vadillo, en la forma en que Moya la trascribe, coincide con lo que dice Las
Casas sobre el encuentro de Valenzuela y el Cacique en la sierra. Sigue informando Moya que

55
Utrera. Conferencia, pp.15-16. En veces es muy difícil comprender el pensamiento del Padre Utrera, a fuerza
de ser confusa y obscura su manera de escribir.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Don Diego Colón, retomado al gobierno, despachó expedición para Cumaná en 1521, de acuerdo
con el plan aprobado con tal fin por la Audiencia en instrucciones transmitidas a Ocampo el 20 de
enero de aquel año, y se ocupó luego de organizar alguna gente de guerra para enviar al Baho-
ruco bajo las órdenes de Vadillo. Se reunieron unos setenta u ochenta hombres, con los cuales el
Teniente-Gobernador corrió la misma suerte de Valenzuela: “de donde adquiriendo mayor crédito
los alzados, engrosábase el número de ellos al paso que la idea de redimirse de la servidumbre,
imitándolos, iba cundiendo por todos los ámbitos de la isla entre los naturales”.56
El hecho de que el Cacique se rebeló contra las autoridades de la Colonia a causa de los
malos tratamientos y faltas de justicia de aquellas, está fuera de toda duda. También lo está
el hecho de que fueron los desmanes de algún español, los que colmaron, al fin, la medida
de la paciencia de Enrique, y lo empujaron al alzamiento. El siguiente documento, trascrito
por Utrera, es concluyente en el particular: “Y porque en estos principios no se altere (la
paz) con ir algún español desmandado a su pueblo, que lo mismo fue causa de su alzamiento al
principio, se ha defendido que, so pena de muerte, sin licencia vaya ninguno a donde está ni
su gente, mas que lo dejen estar libremente; y les escribimos que cuando llegaren a aquella
costa algunos navíos, que les den lo que hubiere menester, pagándoselo, y guías para los
caminos”. Son éstos párrafos de carta dirigida por la Audiencia al Emperador el 1º. de sep-
tiembre de 1533, después de concertada la paz.57
¿Quién pudo ser, entre 1518 y 1519, ese español desmandado a que alude la Audiencia?
¿Cuáles pudieron ser las ofensas que indujeron al indio a resolución tan grave? ¿Por qué tuvo
este el cuidado de llevarse consigo a Mencía, su esposa, a la sierra y convivir con ella catorce
años, en condiciones tan duras como las que soportaron todos en el período de guerra? ¿No
se mantuvo hasta el final la santidad de aquel matrimonio? ¿No la declaró Enrique, al morir,
legataria de sus bienes? ¿Cómo se explica que la Audiencia estableciera pena capital para
los españoles que osaran transponer los linderos del pueblo del Cacique, una vez avenido
a la paz, a no ser por la gravedad de los atropellos que al principio recibió aquél?
Hasta ahora no es posible, en estricto rigor científico, descartar de la historia de Enri-
quillo los episodios de Valenzuela según los refiere Las Casas. Pero, de todos modos, las
circunstancias de que tuviera o no que ver don Andrés con el Cacique, no influye de manera
directa en el asunto de este trabajo. Porque lo importante es saber, y en ello están todos de
acuerdo, que el alzamiento del Bahoruco se debió a malos tratos e injusticias de españoles
contra indios y a la subjetiva disposición de uno de estos, jefe natural de los otros, a no seguir
tolerando el curso ni el sentido de las relaciones existentes entre los europeos y los naturales.
Esta conclusión, rigurosamente histórica, no admite reparos.
Es una ingenuidad creer, como cree el Padre Utrera, que Enrique pudo acogerse a la libertad
que trajeron los Jerónimos a la Isla, solicitando la formación de un pueblo libre después de
muerto el primer amo, Don Francisco de Valenzuela, en vista de que la encomienda que a este
se le hizo vacaba con su muerte. Por dos razones es infantil semejante razonamiento: el hijo de
Valenzuela no hubiera permitido la salida de los indios si ya estaban en su poder; nada hubiera
ganado el Cacique saliendo del poder de Andrés, para ir a topar con otro español que, como
administrador o mayordomo del pueblo libre, se gastara con él y sus indios los mismos desafueros
que el anterior. ¿Cuál fue y en qué consistió la libertad que en estos nuevos pueblos se les dio a

56
Op. cit. pp.192-194. Moya escribió su libro basándose principalmente en la Colección de documentos inéditos del
Archivo de Indias del 1871.
57
Utrera. Conferencia, p.17.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

los indios? Comencemos por saber que en ellos estaban los naturales sujetos a las prestaciones
personales de trabajo en forma semejante a la de antes.58 Luego, el simple contacto con los
españoles los exponía a toda clase de fricciones e injusticias. La autoridad de esos pueblos la
ejercían funcionarios españoles, sin tener en cuenta la jurisdicción de Cacique ni sus facultades
policiales y judiciales. Para confirmar estas observaciones basta referirnos al dato que el mismo
Utrera avanza sobre la necesidad en que se vio Rodrigo de Figueroa de sustituir los mayordo-
mos de aquellos pueblos libres por personas casadas que fueran a ellos con sus mujeres, para
evitar las deshonestidades que los anteriores hacían allá con las indias.59
No puede perderse de vista, por otra parte, que el propio Figueroa, quien vino al Go-
bierno de la Isla provisto de instrucciones preceptivas para continuar el plan de libertar los
indios, y quien duró apenas un año en su ejercicio, no solamente fue acusado de descuidar
el fomento de los pueblos libres y permitir que se arruinaran los que fundaron los Jerónimos,
sino que él mismo terminó por reconocer el fracaso del ensayo y la necesidad de mantener
las encomiendas. Los documentos que sobre el pesimismo de Figueroa y las dificultades de su
gobierno se han publicado hasta hoy, no permiten la duda sobre el fracaso de las intenciones
del Cardenal Jiménez de Cisneros y del mismo Carlos V.

VII
No puede dejar de relacionarse el pesimismo de Figueroa y la evidencia del fracaso de
libertar a los indios, con la decisión final del Cacique de irse al monte. Esa decisión fue re-
sultado visible de la impotencia del Estado español para crear en la Isla un régimen de justa
colaboración entre indios y españoles que permitiera la convivencia en términos razonables.
Conviene hacer notar, sin embargo, que un régimen de justa colaboración entre indios
y españoles en la Isla era empresa de éxito muy difícil, si no imposible. La base del enten-
dimiento tenía que ser las condiciones del trabajo, porque adueñada España de las tierras
descubiertas, es candoroso pensar que no fuera para sacar de ellas todo el provecho posible
mediante la implantación de los sistemas europeos de trabajo. La raza aborigen no estaba ni
física ni espiritualmente preparada para resistir esos métodos, a los que sólo hubiera podido
acomodarse mediante un largo proceso de adaptación. La impaciencia del colono español
por enriquecerse y obtener ventajas inmediatas no permitió que ese proceso evolucionara
convenientemente, por obra de generaciones. De ahí que sucumbió la raza más débil. La
desaparición de esta tenía que ser inexorable.
Esta tesis la sostienen L. Capitán y Henri Lorin, en su libro ya citado, Le Travail en Amerique
avant et apres Colomb: “Los descubridores españoles se sorprendían de ver a estas gentes (los
indios) comer tan poco; la observación es tanto más típica cuanto que los mismos españoles
son ordinariamente sobrios; los indios comían lo suficiente para vivir su vida miserable; un
nuevo régimen alimenticio les hubiera sido necesario para soportar los trabajos a que los
obligaron los recién llegados, laborío de minas de oro, sumergido medio cuerpo en el agua;
cultivo y explotación de los campos, con pesados instrumentos, doblado el cuerpo sobre la
tierra. Hubiera sido necesaria a estos primitivos una educación de los músculos y la inteli-
gencia, a través de varias generaciones; pero quedándose Indios y nutriéndose como Indios,
no podían rendir trabajos de obreros europeos. Más que de malos tratamientos sistemáticos,
ellos murieron de esta contradicción”.

58
Utrera, Conferencia, p.15. Declaración de Figueroa.
59
Ibídem, p.15.

721
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

La observación es exacta. Ambas cosas, la educación sistemática y prolongada de los indios en


los métodos europeos de trabajo y en los beneficios de la cultura, y la transformación inmediata
de su régimen alimenticio, fueron las bases fundamentales de todos los proyectos formulados y
ensayados para organizar jurídicamente a los naturales de las Indias. En la Española y en todas
las islas del archipiélago antillano, el exterminio de la raza no dio tiempo a evolución ninguna. A
esto contribuyeron, de consuno, la violencia de los primeros contactos humanos de dos sistemas
de vida tan disímiles; lo reducido del territorio insular y la rudeza, inclemencia y atrocidad de
que hicieron uso los primeros colonizadores para allegar riquezas y granjear ventajas.
La preparación de Enriquillo para apreciar el contenido político y psicológico del momento
en que inició su protesta no puede tampoco remitirse a duda. Él tuvo idea clara del alcance de
su decisión. Así como tuvo conciencia para hacer, sistemáticamente, la guerra a los españoles,
al amparo de la técnica que de ellos aprendió, tuvo suficiente sensibilidad para darse cuenta
de que sólo por vía de la violencia podría obtener verdadera libertad para él y los suyos.
No recurrió a la acción armada mientras no vio fracasar, sucesivamente, todas las promesas
de bien que hacían a los indios sus defensores. El desgobierno de los Padres Jerónimos y la
quiebra de sus buenas intenciones; la salida del Padre Las Casas y su inconformidad con las
vacilaciones de los priores, debieron influir mucho en la determinación del Cacique.
Oviedo, quien escribió por directa y personal relación de Barrionuevo, después de pin-
tar a Enrique como a hombre muy ladino, que sabía leer y escribir bien el castellano; da, en
un párrafo que no tiene desperdicio, la confirmación de todo cuanto acabamos nosotros de
asegurar. El Cronista se refiere a la conversación que sostuvieron, en 1533, Barrionuevo y
Enrique para concertar la paz. Después que el Capitán expuso con detenimiento el motivo
de la entrevista, el Cacique habló en esta forma:
Yo no desseaba otra cosa sino la paz, y conozco la merced que Dios y el Emperador, Nuestro Señor,
me hacen en esto, y por ello beso sus reales pies y manos; é si hasta agora no he venido en ello, ha
seydo a causa de las burlas que me han hecho los chripstianos, é de la poca verdad que me han guar-
dado, y por esto no me he ossado fiar de hombre desta isla. E diciendo esto, dio muchas disculpas
particulares e quexas de lo que con él se avia fecho, relatando desde el principio de su alzamiento.60

La primera parte, o sean los primeros diez y nueve libros de la Historia general y natural
de Indias, del Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, fue publicada en 1535, dos
años después de haber tenido lugar la entrevista entre Barrionuevo y Enriquillo. A poco, en
1536, llegó el Cronista a la ciudad de Santo Domingo, donde fue muy bien recibido por la
Audiencia y autoridades. La publicación de la obra fue suceso muy comentado en la época.
Con esto se quiere decir que las relaciones de Oviedo tienen carácter y fuerza de documentos
de primera mano. La aprobación de las autoridades españolas y del Gobierno al escrito de
Oviedo le da autenticidad que no puede discutirse ahora. Si los relatos del Capitán sobre
el episodio del Bahoruco hubieran estado fuera de lugar, es seguro que de algún modo se
hubiera manifestado contra ellos el disgusto oficial. Es notoria, además, la coincidencia de
la versión de Oviedo con documentos oficiales de la época que se han publicado en estos
últimos años, inclusive los exhumados, ahora mismo, por el Padre Cipriano de Utrera.
De lo escrito hasta ahora se infiere como conclusión permanente que el Cacique del Baho-
ruco no se levantó en 1519 contra el dominio de la Corona de Castilla, ni contra los títulos que
la investían con el poder político sobre las tierras descubiertas. Enrique protestó de la ausencia

60
Oviedo, op. cit, tomo I, p.148.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

de justicia y de los más elementales principios de equidad en el tratamiento de los españoles.


Enrique protestó de la falta de respeto por el individuo con que los españoles cumplían los
fines de la colonización de la Isla. El Cacique no se dolió de ser vasallo, sino de ser esclavo del
Príncipe. En las montañas del Bahoruco se defendió y reclamó –por vía de las armas y por
primera vez en América– el mínimum de concesiones sociales que una persona necesita para vivir
como vasallo, súbdito o sujeto político de un régimen cualquiera de autoridad.
Ese mínimum de concesiones sociales fue el que quiso hacer efectivo la Reina desde el co-
mienzo de la conquista, y el que, desde 1511, con los sermones de la Española, convirtieron los
dominicos en programa de acción política para las Indias. El levantamiento del 1519 no se fundó
en un principio de libertad política, de independencia nacional propiamente dicha, sino en un
anhelo de libertad individual, sujeta al vínculo del vasallaje que no negó en ningún momento
el Cacique al Rey. Enrique, en vista de que había perdido la fe en la palabra de los españoles, a
causa de los continuos engaños y burlas que le hicieron, quiso convertir de potestativa en con-
mutativa la convivencia de indios y europeos en la Isla. Por eso esperó catorce años para hacer
la paz con un enviado especial y directo del Rey, porque no osaba fiarse de hombre de la Isla.
El levantamiento del Bahoruco fue resultado del movimiento político de los dominicos.
Las condiciones sociales que esta ardorosa campaña en favor de los indios creó en la Isla ne-
cesariamente determinaron la acción del Cacique. La correlación entre ambos acontecimientos
es muy estrecha. Si no fuera tan arriesgado el afirmarlo sin pruebas, se podría insinuar que
hubo connivencia entre los religiosos y el rebelde.
El Padre Cipriano de Utrera conviene en que la acción de Enriquillo produjo un estado
de guerra, “y la guerra después con todas sus incertidumbres”. Esa situación se prolongó por
catorce años (1519-1533). ¿Cuál fue, en ese período, la condición de Enrique y de los indios que
con él hacían la guerra? El examen de esa condición debe iniciarse con el establecimiento de
un hecho básico: habla el Padre Utrera: “En el Bahoruco el cacique con los suyos no ha hecho
cosa que despierte a la justicia de la Vera-Paz, pero en la serranía nadie duerme para estorbar
que se frustre el fin y la razón de aquella fuga y retiro: la absoluta separación de los españoles”.61
Si Enrique logró una absoluta separación de los españoles, es preciso convenir en que
estos no ejercían autoridad ni dominio en el Bahoruco. Esto significa, por tanto, que los
indios sublevados retornaron al estado de naturaleza: a vivir libres, de acuerdo con su propia
organización social y sus normas de policía. No es posible afirmar que en el Bahoruco se
estableciera una nación, ni mucho menos que se fijara un Estado, en el sentido actual de estas
expresiones, cuya evolución apenas se iniciaba en la época de aquellos acontecimientos. Ese
no fue tampoco el designio del Cacique: constituir un Estado indígena independiente. Pero
sí es absolutamente cierto que el Cacique fijó, para él y su sociedad, condiciones de completa
libertad en cuanto a que la mano de los españoles no podía alcanzarlos en su retiro. Lo rudi-
mentario de esta organización no permite pensar en que pudiera ella engendrar funciones
normativas de derecho social, pero es indiscutible que cada indio acogido a la protección
del Cacique vivió en plenitud de fueros individuales y humanos, a la manera como los en-
tendían los pobladores originarios de la Isla, con más las innúmeras ventajas espirituales y
materiales que el contacto con los españoles les había proporcionado.
En el terreno científico y doctrinario, fijó el Padre Vitoria conclusiones definitivas sobre
la extensión del derecho de los indios, tanto de orden privado como de orden político. Como

61
Utrera. Conferencia, pp.22-23. (El subrayado es nuestro).

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

consecuencia de este derecho, y con carácter correlativo, también fijó sus deberes. Cuando
se habla de que el movimiento insurreccional del Bahoruco no presenta caracteres naciona-
listas concretos, se tienen en cuenta los fines mismos del alzamiento, sin relacionarlos con
la cuestión general de saber si los indios antes y después del descubrimiento, constituían
sociedades organizadas con sentido nacional. En la doctrina genial del insigne Maestro de
Salamanca no cabe dudarse sobre el principio básico de la igualdad entre indios y españo-
les “como si se tratase de naciones europeas”. De este principio deduce Vitoria con lógica
inflexible, los títulos legítimos y los ilegítimos de la acción de España en las Indias. De la
igualdad natural, al estilo cristiano, de todos los hombres, cual que sea su condición social
o étnica, se desprende con gran facilidad el postulado vitoriano de que también son iguales
las naciones en que aquéllos viven organizados, aunque se trate de pueblos no creyentes
ni civilizados en la forma europea. Sólo por el consentimiento libremente expresado de los
aborígenes podían quedar estos sujetos al dominio del Rey de Castilla. Vitoria, del mismo
modo que Las Casas, no cree en la eficacia de la elección de los indios en favor del Príncipe,
sino por vía de absoluta libertad consciente y madurada.
De acuerdo con esta teoría, articulada, según hemos visto, en 1532, resulta el que las
organizaciones indígenas eran sujetos de Derecho Internacional. Para Vitoria y toda su escuela,
esta afirmación no admite discutirse. Las Casas y Vitoria coinciden en todo cuanto se refiere
a la incapacidad de la violencia para hacer presente el consentimiento de los indios en el
pacto de la convivencia con los españoles. Aplicando concretamente toda la teoría al caso
concreto del Bahoruco, Fray Bartolomé reconoce específicamente a Enriquillo como sujeto
de Derecho Internacional. Es esta una premisa que debe tenerse muy en cuenta, porque de su
consistencia teórica dependerán en mucho nuestras conclusiones.
El comentario y la explicación de la doctrina de Vitoria, así como sus conexiones estre-
chas con la de Las Casas, es labor que ocuparía mucho espacio y no es de lugar ahora; pero
conviene fijar con la mayor claridad posible la base fundamental del razonamiento vitoriano
para hacer iguales, absolutamente iguales, en derecho, a indios y españoles. “Cuando el
Padre Montesino, O. P., predicó su célebre sermón, preparado por todos los dominicos de
la Española, se hacía eco del pensamiento cristiano, que ve en todo hombre a un hermano, con
derechos que nadie puede desconocer, según los principios de la verdadera Teología. El Padre
Montesino argüía fundamentalmente: ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?
¿Con qué derecho les sujetáis a tan dura servidumbre? Con sólo reparar en estas preguntas, se
comprende que aquellos misioneros, formados en Salamanca, no se limitan a condenar algu-
nos abusos, como alguno parece creer, olvidando hechos y cosas que no pueden olvidarse;
hacen algo más: sus censuras tienen la eficacia de plantear el problema en toda su amplitud.
Eran hombres con conciencia cristiana y con ciencia teológica bien formada; tenían por maestro
a Santo Tomás con los principios y doctrinas que sirvieron de base a Vitoria, como habían
servido a otros en distintos problemas. Pensar que los dominicos de la Española lanzaron
su protesta obedeciendo sólo a un sentimiento del corazón y no en virtud de ideas que les
eran familiares, vale tanto como desconocer la realidad”.62
Según apunta el autor citado, Vitoria recogió la herencia, el vívido hálito que se despren-
dió de la ciudad de Santo Domingo, “para darle forma, para dar las soluciones definitivas que
han resistido la prueba de cuatro siglos y serán siempre actuales, pues son la expresión de
62
Venancio D. Carro, O. P. El indio y sus derechos y deberes, Revista de Indias, año VII, n.o 24, abril-junio, 1946, p.255,
Madrid.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

una realidad permanente”. De Vitoria pasó el legado al insigne holandés Hugo Grocio, y de
este a la inquietud de hombres y pueblos deseosos de encontrar el eje de sus relaciones.
Al dar cuenta el Padre Las Casas de la insurrección de Enriquillo, no trata el asunto
solamente como historiador, sino que lo interpreta como jurista, fijando las siguientes
conclusiones: a) la sublevación del Cacique tuvo causas justas; b) la guerra que surgió con
motivo del alzamiento fue una guerra justa para los indios; c) Enrique fue, en el Bahoruco,
representante legítimo de los conculcados derechos de su raza.63
El examen de estas cuatro proposiciones requiere algún cuidado.
Es de notarse hasta qué punto fueron exquisitas las precauciones tomadas por el Cacique
para poner en evidencia la justicia de su protesta y las causas morales que la determinaron.
Agotó, uno por uno, los trámites de la jurisdicción colonial, y en cada uno dejó constancia
del fracaso. De tal modo fue eficaz su conducta que al tiempo de hacerse la paz todos reco-
nocieron, incluso Barrionuevo y la Audiencia, los justos motivos de quejas que asistieron al
Cacique para armar su protesta. Las apreciaciones de Oviedo sobre la materia son la mejor
comprobación de la buena fe del indio, porque, a más de ser historiador oficial, el Capitán
dio muestras constantes de su mala voluntad por los naturales. Las propias fuentes oficiales
españolas, como la carta de la Audiencia a que hemos aludido antes, recogen las justas cau-
sas que tuvo el Cacique para retirarse del contacto con los colonos. Es este un punto sobre
el que no vale la pena insistir.
Fue cuestión muy socorrida en toda la Edad Media la de saber lo que era una guerra justa.
Eso se debió a la modalidad cristiana que cobró toda la civilización occidental después de
liquidarse el Imperio romano. Era difícil conciliar el contenido religioso del Evangelio con
la práctica de la guerra. La concepción cristiana de las relaciones humanas era exclusiva de
la posibilidad de que los hombres pudieran matarse unos a otros en hechos de guerra, cual
que fuera su naturaleza u origen.
Tertuliano, Orígenes y Lactancio; los maniqueos; Lutero y algunos de sus discípulos,
sostuvieron la tesis absoluta de que la guerra, en todas sus formas, estaba prohibida a los
cristianos en virtud de determinados pasajes de los Evangelios. (San Mateo, XXVI, 52: todos
los que empuñaren la espada, perecerán por ella. San Pablo, a los romanos, XII, 19: No os defendáis
mis queridos hermanos, sino dejad sitio a la cólera; San Mateo, V, 39: Y yo os digo de no resistir el
mal; si te abofetean en la mejilla izquierda, pon la otra mejilla, etc.). De acuerdo con esta tesis,
participar en la guerra era pecado mortal para los cristianos, porque la guerra era contraria
a la paz, al amor por el prójimo y al perdón de las ofensas.
Ante esta manera de interpretar los textos sagrados, surgió, desde luego, la doctrina de
la legitimidad de la guerra justa, por aplicación del derecho natural, por autorizarla también
algunos pasajes del Evangelio y aprobarla la opinión de la iglesia y la de los santos. La guerra
justa era permitida a los cristianos por no ser incompatible con su religión.
Tiene especial relieve el argumento de que la guerra justa es de derecho natural. En prin-
cipio, la guerra es una práctica condenada por las reglas evangélicas de vida, pero hay casos
en que es indispensable y necesario defenderse de ataques injustos y contrarios a derecho,
del enemigo, porque de otra manera sería imposible vivir en paz. Existe una ley natural,
que no ha sido derogada por los principios evangélicos, en virtud de la cual las injusticias
políticas y los atropellos a la pacífica convivencia de la comunidad deben ser impedidos y

63
Las Casas, op. cit., tomo III, p.237.

725
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

liquidados por medio de la guerra. La ley de los Evangelios no ha prohibido nada que sea
permitido por la ley natural, que es ley de libertad.64
Los grandes creadores de esta doctrina fueron San Agustín y Santo Tomás. En el siglo XVI
fue reforzada por las enseñanzas de los teólogos españoles de la edad de oro, principalmente el
dominico Francisco de Vitoria (siglo XVI) y el jesuita Francisco Suárez (siglo XVII), fundadores
indiscutidos de todas las corrientes modernas y contemporáneas del pensamiento político oc-
cidental. Con motivo del descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo, volvió
a cobrar aguda actualidad la teoría de la guerra justa, en razón de los medios violentos de que
se valió España para hacer viable su posesión de las tierras descubiertas.
En esta oportunidad se planteó el grave problema jurídico y moral de saber si España
tenía –en términos de estricta justicia– títulos legítimos para emprender la conquista de las
Indias y, en consecuencia, razón para hacer la guerra a los reinos aquí encontrados y sub-
yugar a sus habitantes.
Para ser justa, la guerra debía reunir, de acuerdo con Santo Tomás, condiciones insalva-
bles; 1a., causa justa; 2a., autoridad legítima; 3a., recto ánimo; 4a., recta manera de hacerla. En
otros términos: para que una guerra sea justa debe emprenderse por causas razonables en
justicia; debe emprenderla y declararla el poder público, mediante sus órganos competentes,
las guerras privadas no son justas nunca; la guerra debe perseguir fines altruistas y no simples
y condenables propósitos de botín y enriquecimiento; la guerra no debe emprenderse con
sentimientos de venganza, sino por razones de bien público: debe durar lo menos posible
y hacerse con la mayor economía de crueldad.
La guerra defensiva, como es natural, está fuera de las anteriores exigencias. El gran principio
a deducir de toda esta doctrina es el de que una guerra no puede ser, a la vez, justa para los dos
bandos que la hacen. La justicia de una parte, envuelve e implica la iniquidad de la otra. Una
guerra puede ser fácilmente injusta para los dos contendientes; pero es difícil que asistan a ambas
la razón y que su participación en la guerra se justifique por igual. Esta opinión se fijó contra el
principio romano de la dualidad de la justicia, por el cual explicaron los juristas latinos las guerras
de conquista que emprendió su país. El concepto cristiano de la guerra, enteramente subjetivo,
tenía que ser incompatible con la formación realista y objetiva del principio romano.65
Hemos creído conveniente hacer esta corta relación de lo que era el derecho de la guerra
en 1519, para que así pueda comprenderse mejor la cita de Las Casas que haremos a conti-
nuación, en donde se contiene su pensamiento sobre el episodio del Bahoruco, para luego
examinarlo debidamente. Dice el historiador:
“Cunde toda la isla la fama y victorias de Enriquillo, húyense muchos indios del servicio y opresión
de los españoles, y vanse a refugio y bandera de Enriquillo, como a castillo roquero inexpugnable,
a se salvar, de la manera que acudieron a David, que andaba huyendo de la tiranía de Saúl, todos
los que estaban en angustias y los opresos de deudas y en amargura de sus ánimos, como parece
en el primer libro de los Reyes, cap. 22: Et convenerunt ad eum omnes qui erant in angustia constituti
et oppressi oere alieno et amaro animo, et factus est eorom Princeps; fuerunt que cum eo quasi quadringenti
viri, bien así, por esta semejanza se allegaron a Enriquillo, de toda la isla, cerca de 300 hombres, so-
metiéndose a su capitanía, no teniendo él, a lo que sentí yo, ni aun 100. Eseñábalos él cómo habían
de pelear contra los españoles, si a ellos viniesen, para defenderse; nunca permitió que algunos
de los que a él se venían saliese a hacer saltos ni matar español alguno, sino solamente pretendió

64
Sobre la materia consúltese: Alfred Vanderpol, La doctrine scolastique du droit de guerre, capítulos I y II, París,
1919.
65
Vanderpol, op. cit., p.52.

726
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

defender a sí e a los suyos de los españoles, que muchas veces vinieron a subjuzgallo y ofendello.
Cuán justa guerra contra los españoles, él y ellos tuviesen y se le sometiesen y lo eligiesen por señor
y Rey los indios que a él venían, y los demás de toda la isla lo pudieran justamente hacer, claro lo
muestra la Historia de los Machabeos en la Escritura divina y las de España que narran los hechos del
infante D. Pelayo, que no sólo tuvieron justa guerra de natural defensión, pero pudieron proceder
a hacer venganza y castigo de las injurias, y daños, y muertes, y disminución de sus gentes, y usur-
pación de sus tierras rescibidas, de la misma manera y con el mismo derecho; cuanto a lo que toca
al derecho natural y de las gentes (dejado aparte lo que concierne a nuestra sancta fe, que es otro
título añadido a la defensión natural en los cristianos), tuvieron justo y justísimo título, Enrique
y los indios pocos que en esta Ysla habían quedado de las crueles manos y horribles tiranías de
los españoles, para los perseguir, destruir, e punir, e asolar como a capitales hostes y enemigos,
destruidores de todas sus tan grandes repúblicas, como en esta isla había, lo cual hacían y podían
hacer con autoridad del derecho natural y de las gentes, y la tal guerra propiamente se suele de-
cir, no guerra sino defensión natural. Cuanto más, que aun Enrique tenía más cumplido derecho,
como es el del Príncipe, porque otro señor ni Príncipe no había en esta isla quedado, y así podía
proceder al castigo y venganza, secutando justicia en todos los españoles que hallase; no se puede
oponer a esto, diciendo, como algunos ignorantes del hecho y del derecho dicen, que el Príncipe
desta isla era el Rey de Castilla, y que a él habían de ocurrir a pedir justicia, porque ésto es falsa
lisonja y disparate, la razón es, porque nunca los Reyes y señores naturales desta isla reconocieron
por superior al rey de Castilla, sino que desde que fueron descubiertos hasta hoy, de hecho y no de
derecho fueron tiranizados, muertos en guerras crueles, y opresos siempre con crudelísima servi-
dumbre hasta que los acabaron, como pareció en el primer libro y en toda la Historia. Ítem, nunca
hobo en esta isla jamás justicia, ni jamás se hizo en desagraviar los indios vecinos y moradores
della, y, dondequiera que falta justicia se la puede hacer a sí mismo el opreso y agraviado. Esta es
máxima de los juristas, y la dicta y enseña la razón natural. Por lo dicho no se deroga el principado
supremo y universal de los reyes de Castilla sobre todo este orbe, concedido por la Sede apostólica,
si en él entraren y dél usaren como entrar deben y dél usar, porque todo ha de tener orden y se ha
de guiar, no por lo que a cada uno se le antojare, sino por reglas de razón, así como todas las obras
de Dios son por razón guiadas y ordenadas”.66

El Padre Bartolomé de Las Casas no escribió los párrafos arriba transcritos a humo de pajas.
El contenido de ellos representa y constituye un cuerpo de doctrina que por el sólo hecho de
haberse aplicado al alzamiento del Bahoruco, en la época en que se escribió, lo enmarca dentro
de un ámbito jurídico que no pueden hoy, de ninguna manera, ni por ningún motivo, ignorar
o pretermitir los comentaristas del glorioso episodio. Es inexplicable la circunstancia de que
los hechos del Bahoruco no hayan trascendido todavía al examen y estudio de los especialistas
en la evolución del derecho indiano. Los efectos y consecuencias de la guerra de la Española
tuvieron una gran repercusión en el proceso que siguieron la doctrina y la legislación que
soportaron las instituciones de Indias. La experiencia adquirida en los catorce años de guerra
que conmovió la Isla sirvió de pauta, en los centros continentales, para rectificar, acomodar y
mejorar procedimientos que se iniciaron y comenzaron a evolucionar en la Española. Cortés,
Ramírez de Fuenleal, Barrionuevo y otros, tuvieron muy presentes las peripecias de la primera
colonia para recapacitar sobre las contingencias de su repetición en otros lugares. La misma
Corona, aleccionada por los fracasos del Bahoruco, los tuvo en cuenta para mejorar los sistemas
legislativos, como lo hizo en 1535 y en 1542-43. Por otra parte, la influencia de Las Casas y de las
grandes órdenes religiosas, de modo predominante la de predicadores, con Vitoria, Domingo
de Soto, etc., a partir de 1532 (fue en este año cuando Vitoria se inició en el problema de indios),
estrechó el cerco ideológico y teórico que pusieron a la voluntad real para que resolviera, por

66
Las Casas, op. cit., tomo III, pp.236-37.

727
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

preceptiva, la situación moral creada por la explotación esclavista de que eran víctimas los
indios. Más adelante insistiremos ampliamente sobre este punto.
No podemos dejar de señalar ahora nuevamente la coincidencia inalterada que existe entre
Las Casas y Oviedo cuando se refieren a los hechos de Enriquillo. Aunque con menos extensión
y profundidad que el dominico, el Capitán y Cronista Real insiste también en las circunstancias
que hicieron justa la guerra del Bahoruco, y mucho más justa, honorable y útil todavía, la paz
que dio término a la insurrección. Según lo reconoce Fray Cipriano de Utrera, Oviedo hace
grandes elogios, no sólo de las tácticas diplomáticas de Barrionuevo, representante del Rey en
las negociaciones de esa paz, sino de la sustancia contractual y conmutativa de la misma.
El dominico da más atención al acervo insurreccional, al sentido subversivo del episodio,
puesto que él mismo era agente creador y vehículo reconocido de la protesta contra el statu
quo colonial. El cronista, por el contrario, se detiene en el significado de la paz, en el hecho
de que dejaran de existir en la Isla los elementos que habían conmovido y podían seguir
conmoviendo la eficacia de la dominación española. Las Casas era extremista, revolucio-
nario, dionisíaco, al estilo nietzchiano; Oviedo era conservador, conformista y constructivo
por los caminos de la realidad.

VIII
El estado de guerra “que amaneció en el Bahoruco” un día del 1519, se prolongó, con
diversas alternativas, hasta el 1533. En ese lapso fue constante la acción de los españoles con-
tra el Cacique. Al principio el alzamiento tuvo, como era de esperarse, repercusión limitada.
Nadie supuso que los indios alzados pudieran resistir por mucho tiempo la separación de las
autoridades de la Isla. Figueroa, después del descalabro de Peñalosa, se mantuvo inactivo en el
Bahoruco. Este se retiró del Gobierno a fines del 1520. Lo sustituyó don Diego Colón. En 1521
despachó armada de cinco carabelas y doscientos hombres contra los indios de Cumaná.
Luego que salió esta gente, comenzó a ocuparse en preparar un nuevo contingente para
enviarlo al Bahoruco, al mando de Pedro Vadillo, el amigote de Valenzuela.
Fray Cipriano de Utrera trae constancia documental de que entre 1523 y 1526 se despa-
charon cuatro capitanes al mando de sendas armadas para pacificar el Bahoruco: el licenciado
Juan Ortiz de Matienzo, Oidor de la Audiencia (1523), Pedro Vadillo, Yñigo Ortiz (1525) y
Hernando de San Miguel (1526). Todos fracasaron. Los gastos fueron considerables.67
El 18 de octubre del 1523, la Audiencia y los oficiales de Sus Magestades, “estando en su
Consulta”, resolvieron hacer la guerra a los indios y negros alzados, porque era “muy público
y notorio los grandes daños y muertes y robos y escándalos que los indios y negros que andan
alzados hacen”; pero como el sostenimiento de esa guerra no podía cubrirse con dineros oficiales,
porque en la Isla no los había suficientes, se resolvió “echar sisa sobre la carne que se come en esta
Isla y sobre el vino que se trae a ella en esta manera: sobre cada arrelde de carne un maravedí, y
sobre cada cuartillo de vino una blanca, y de cada pipa de vino trescientos y setenta maravedís;
la cual dicha sisa de vino se cobre de las personas que lo trajeren a esta Isla, los cuales cobran lo
que ansi prestaren de las personas que lo compraren… por manera que la comunidad que gasta
el dicho vino por menudo pague la dicha sisa, para que de ello se suplan y paguen los dichos
gastos y costa de la dicha guerra”. La resolución fue pregonada públicamente.68

67
Utrera, Conferencia, p.24.
68
Ibídem, p.24.

728
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Este documento tiene importancia de primer orden. Comprueba que la guerra del
Bahoruco fue guerra abierta, debidamente declarada y, además, sostenida por contribución
pública. Desde 1523 cobró el alzamiento de los indios carácter de acontecimiento general
en la Isla, y la alteración que de tal suceso sobrevino, sello de calamidad pública. El Padre
Utrera deduce de este documento que fue en 1523 cuando se inició la guerra del Bahoruco,
y pone una nueva inexactitud a cargo de Las Casas porque este la da por iniciada cuando
la Audiencia envió los primeros ochenta hombres a perseguir al Cacique, después del
descalabro de Valenzuela. Asegura el capuchino que hasta fines de octubre del 1523 no se
tomó ninguna acción contra el indio, según se desprende del documento aludido, por obra
de la incuria de Rodrigo de Figueroa. Olvida, sin embargo, que Peñalosa fue al Bahoruco
por mandamiento oficial de Figueroa y que Don Diego Colón envió de setenta a ochenta
hombres a perseguir al Cacique, al mando de Vadillo, antes del 1523. Los ochenta hombres
de que habla Fray Bartolomé pudieron ser los que envió Don Diego a Vadillo después de
despachar la armada de Cumaná.69
La cuestión, desde luego, no nos interesa sustancialmente. Si del 1519 al 1523, según
Utrera, no hubo guerra abierta y declarada, no por ello dejó de existir una situación de he-
cho, cuyas consecuencias llegaron a ser tan graves que obligaron a la Audiencia a declarar
la guerra y echar sisa (poner impuestos públicos) para poder sostenerla. Esta conclusión,
fundamental en la tesis del presente trabajo, ha contribuido a fijarla, mejor que nadie, el
Padre Utrera.
La expedición que en 1526 inició el Capitán Hernando de San Miguel tuvo gran relieve
en el episodio del Bahoruco. A fines del año mencionado estableció su cuartel general en
la villa de Yáquimo, al frente de ochenta hombres. El español cambió el sistema de guerra
usado hasta entonces contra los indios. Se dedicó a estudiar a fondo la posición del Cacique
y la organización y distribución de sus mantenimientos, reservas y labranzas de que vivían
los rebeldes y en vuelta de pocos meses estos se vieron apurados por falta de comida. San
Miguel hostigaba y atacaba con frecuencia, haciendo bajas numerosas al enemigo. Según
Utrera, el Cacique, para conjurar la mala situación a que lo tenía reducido el Capitán, recurrió
a un ardid que a nosotros nos parece sumamente hábil e inteligente: como ya los españoles
le tenían muy conocido el sitio de su asiento, era necesario cambiarlo. Pero como el cambio
requería tiempo porque precisaban nuevas sementeras y labranzas en los lugares a donde
iban a mudarse, y San Miguel no les daba reposo, “el Cacique se vio en el caso de infundir
en los españoles una tregua en su actividad”. Para conseguir esto hizo “llegar a San Miguel
el deseo de una paz ventajosa para todos”.
El español, impaciente por la paz y verdaderamente interesado en hacerla, mordió el
anzuelo. Se abrieron negociaciones en las que Enrique dio muestras de una formidable es-
trategia. El Capitán suspendió las operaciones de guerra. Consultó la propuesta de paz a la
Audiencia y le solicitó instrucciones precisas sobre la materia. Los Oidores autorizaron la paz
y trasmitieron poderes al Capitán para negociarla, fijando condiciones. Deseosa la Audiencia
tanto como el Capitán, de terminar la guerra, solicitó del Provincial de la Orden, Fray Pedro
de Mexía, autorización para que el Padre Remigio pasase a Yáquimo a ayudar al Capitán en
las negociaciones. Se recurrió al religioso por haber sido uno de los franciscanos que, en el

69
La información la tomamos de Moya, quien debió, a su vez, tomarla de Colección de documentos inéditos del
Archivo de Indias, Madrid, 1871.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

monasterio de la Vera-Paz, criaron y adoctrinaron a Enriquillo, “de quien se esperaba que


habría de obrar conforme al respeto que debía conservar a sus antiguos paternales maestros”.
Concedida la autorización, Fray Remigio se embarcó para Yáquimo adonde debió llegar en
los últimos días de diciembre del 1526 o en los primeros de enero del 1527.70
Entre tanto, el Cacique aprovechaba el tiempo trabajando ardorosamente en la mudanza
que le era tan necesaria. El lapso de las negociaciones coincidió con el que se empleó en el
cambio de un lugar a otro. El alzamiento tuvo dos períodos y dos emplazamientos: “desde
1519 a 1527 tuvo su refugio en las sierras al sur franco de la Vera-Paz con correrías al Oeste
para dañar a los españoles con rumbo a Yáquimo, la Yaguana y Salvatierra de la Zabana.
Y el segundo período desde 1528 al 1533, por efecto eficaz de los arrases que la gente de
San Miguel hacía en los labrantíos de estos indios, y por tener ya muy bien trillada la sierra
por aquella parte (que hoy es pertenencia haitiana), plegó su gente hacia Levante, donde
mandó hacer nuevos sembrados y se mantuvo en casi forzosa inacción los últimos tres años.
Los coetáneos hicieron distinción, por estas dos diferentes estaciones de Enriquillo, entre el
Bahoruco viejo y el nuevo (parte hoy dominicana)”.71
Después de varias salidas inútiles a la sierra, logró el Padre Remigio, desembarcando
en sitio cercano al paradero del indio, avistarse con este. Antes tuvo el religioso que pasar
un gran susto, porque, cogido ya el rastro de donde se hallaba Enriquillo, la gente de este
capturó al peregrino, lo despojaron de sus hábitos y estuvo a punto de perecer. El compañero
de Fray Remigio, un indio manso llamado Rodrigo Mejías, al servicio de los españoles, fue
ahorcado porque sus hombres facilitaron, como prácticos, la destrucción de las labranzas
de la sierra.
Conducido el franciscano a presencia del Cacique, este lo reconoció y trató bien. De
retorno a Yáquimo, indujo a San Miguel a que con él y su gente volvieran nuevamente al
Bahoruco para que en firme hablaran de la paz. En estas diligencias se iban semanas y meses.
Al fin se encontraron el Capitán y Enrique, al gusto y conveniencia de este último. San Miguel
mostró los papeles que le daban poder de la Audiencia. Hizo las proposiciones concretas
a que estaba autorizado. El indio no dio prendas. Solicitó tiempo para consultar con sus
tenientes y estudiar las proposiciones, y remitió a otra entrevista la solución del asunto.
Llegado el día en que debía tener efecto este segundo encuentro, se apersonaron en
el lugar convenido San Miguel y Fray Remigio. Hicieron llamar al Cacique con redobles
de tambor y, posiblemente, con toques de trompeta, pero aquel no compareció. En cam-
bio, se valió de la oportunidad para devolver a los españoles, en manos del Capitán, el
oro que a principio del levantamiento capturaron los indios cuando lo conducían hacia
la Vera-Paz cuatro hombres de un barco español que venía de Tierra Firme. Temerosos
los del barco de cruzar con el metal a bordo la zona peligrosa de robos que era el recodo
marino de la Vera-Paz, decidieron desembarcarlo en la costa para conducirlo por tierra a
la Villa y allí llevarlo de nuevo a la nave. Los indios mataron a los conductores del oro y
se lo apropiaron.
El fracaso de las gestiones de San Miguel provocó el disgusto de la tropa, que desertó
y se desmandó por falta de paga, dejando solos, en Yáquimo, al Capitán con Fray Remigio
y dos o tres hombres más. Esto sucedió muy entrado el año 1528. Ya Enrique se había cam-
biado al Bahoruco nuevo.
70
Fray Remigio trajo a la Española los frailes franciscanos franceses de Picardía.
71
Utrera, Conferencia, p.22.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Al referir los incidentes que provocó en el Bahoruco la invasión de San Miguel, nos
hemos atenido, estrictamente, no sólo a los documentos valiosísimos, que aporta el Padre
Utrera, sino también a la manera como él los interpreta, para atribuir al Cacique juego de doble
intención en las negociaciones con el Capitán y el franciscano. Esto demuestra claramente dos
cosas: que Enrique fue inflexible en su propósito de no entenderse con persona ninguna de la
Isla, y también que tuvo perfecta conciencia del acuerdo a que llegó, en 1533, con Barrionuevo,
cuando éste le entregó papeles procedentes directamente de España y de la Corona Real.
Como era de esperarse, al saber el Cacique el desbando y desmoralización que sus tácti-
cas dilatorias produjeron en los españoles que desde Yáquimo operaban contra el Bahoruco,
hizo provecho de la ocasión para dar un golpe de mano genialísimo en las propias posadas
de los invasores. Se fue a la Villa con su gente, asaltaron la bella estancia que allí tenía nada
menos que San Miguel, mataron muchos indios españolizantes, se llevaron indias y caballos
y todo cuanto pudieron sacar de la estancia, quemaron los bohíos y hasta ahorcaron un mu-
chacho de tres años. Con este golpe perdió la Audiencia toda esperanza de paz y quedaron
seguros los insurrectos por mucho tiempo. El Padre Utrera se duele de estos hechos y de
ellos deduce falta de probidad en Enriquillo, ¿pero qué eran –en razón– sino consecuencia
y resultados de la guerra que desde 1519 había amanecido en la Isla?
Con suma ingenuidad insiste Fray Cipriano en querer demostrar que los indios no estu-
vieron siempre a la defensiva, limitándose a acometer solamente a quienes entraban al Baho-
ruco. Esto tiene que darse por descontado. Con sólo una táctica defensiva no hubiera podido
el Cacique obtener de su alzamiento los resultados que obtuvo. Más que toda otra cosa; le
fue útil su sistema de inquietar a los españoles, hacerles la vida imposible y mantenerlos en
continuo sobresalto de acometida. Guerrillero por instinto, adivinó toda la táctica de guerrillas
y con ellas puso a raya, durante catorce años, la eficacia de la conquista de la Isla. Su sistema
desconcertó a los españoles. Con la audacia e intrepidez de su brazo los venció cada vez que
los tuvo de frente, pero con la agudeza de su inteligencia los obligó a reconocer la efectividad
de una fuerza que ellos nunca supusieron en poder de los indios: ¡la de la necesidad!
Don Sebastián Ramírez de Fuenleal llegó a la ciudad de Santo Domingo en las postrime-
rías del 1528, con la doble investidura de Obispo electo y Presidente de la Audiencia. Antes
había sido Oidor de la Audiencia de Granada. Afrontó los problemas de la guerra en mal
momento para el Gobierno de la Colonia. El 31 de julio del 1529, junto con los Oidores Espi-
nosa y Suazo, escribió una carta al Emperador, dándole cuenta del fracaso de las gestiones de
paz realizadas por Fray Remigio y avisándole que había escrito, él directamente, al Cacique,
ofreciéndole perdón de sus faltas y libertad, a cambio de que tornara a la tranquilidad y se
mantuviera pacífico en las montañas.
En esta misma carta se hace mención de un nuevo cambio en la forma de hacer la guerra
en el Bahoruco. Se crearon cuadrillas volantes que atacaron el macizo por distintos puntos a la
vez. Para poner en práctica este nuevo sistema fue personalmente a San Juan de la Maguana
el Oidor Zuazo, como director de la guerra. Un quebranto repentino lo obligó a regresar a
Santo Domingo antes de comenzar a ver los frutos de su estrategia. A cada cuadrilla se le
asignó un Capitán. Después de todo, los españoles no hicieron –con su nueva táctica– otra
cosa que copiar las formas guerreras usadas contra ellos por Enriquillo. Después del 1529 no
se practicó otro modo de ataque al Bahoruco. En este período se usaron en las cuadrillas los
servicios de casi todos los hombres de armas que había en la Isla: Hernando de San Miguel,
Hernando de Valencia, Hernando de Villasante, Francisco Martín Sardina, Rodrigo Alonso

731
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Muñoz, Pedro de Soria, Francisco del Fresno, Alonso Ruiz, Yñigo Ortiz y Rodrigo de Peralta
fueron Capitanes de cuadrilla contra los indios rebelados.72
Es de suponer que los gastos que ocasionaba esta guerra no fueron de poca monta. Las
Casas habla de muchos millares de “castellanos gastados del Rey y de los vecinos”. Utrera dice
que algunas opiniones (Oviedo) elevan a cuarenta mil pesos aquellos gastos. El religioso calcula
en veintiséis mil pesos el costo de la guerra; para ello se vale de algunas cuentas y estados que
reproduce en notas que puso a su Conferencia.73 Esta suma, exorbitante en la época, no puede calcu-
larse, sin embargo, como el gasto total de una guerra que no afectó solamente al erario oficial. Los
particulares contribuyeron en gran proporción al sostenimiento de la lucha. La economía privada
sufrió considerablemente a consecuencia de la misma. Los daños causados por la revolución no
pueden calcularse por las cuentas taxativas de las erogaciones públicas hechas para sofocarla.
Ramírez de Fuenleal, enviado a la Española con el encargo primordial de buscar arreglo
al afrentoso estado de anormalidad existente en la Isla,74 tuvo que abandonarla sin haber
podido realizar su misión. Utrera supone que las diligencias de este auténtico hombre de
gobierno fueron bastantes a producir el apaciguamiento del Cacique, de quien llegó a pensarse
que había abandonado la Isla. Es probable que al fin hubiera concertado la paz, venciendo
la resistencia de Enrique a hacerla con la Audiencia; pero, graves problemas surgidos en
México, entre Cortés y la Audiencia Real, recién creada en aquella jurisdicción, obligaron al
Emperador a emplear las dotes eminentes de Fuenleal junto al insigne conquistador de La
Nueva España, como Presidente de la Audiencia. Su éxito allí fue clamoroso. Influyó gran-
demente en la fijación social y jurídica del régimen de las encomiendas en México, que fue,
desde luego, sustancialmente distinto de lo que había sido en la Española.75 Su experiencia
de gobierno en la Isla le resultó de mucho provecho en el Continente.
En septiembre del 1531, salió el Obispo Presidente a ocupar su nuevo y delicado destino.
Desde entonces quedaron al frente del Gobierno de la Española los Oidores Zuazo, Infante
y Vadillo. La salida del Presidente fue causa de que volviera a hacerse crítica la situación
de la Isla. La guerra cobró nuevos impulsos. Enrique se lanzó a la ofensiva, apreciando,
como siempre, a cabalidad, las flaquezas del Gobierno. En 1532 el estado de la Colonia era
alarmante por todos conceptos. Aunque ya habían perdido los naturales al Ciguayo y a
Hernandillo el Tuerto, la alianza entre Enrique y Tamayo, concertada por el indio Romero,
a petición del Cacique, estaba produciendo muy buenos resultados.76
El 2 de febrero del 1532 los Oidores Zuazo, Infante y Vadillo, en carta al Emperador,
daban cuenta de cómo la gente de Tamayo asolaba y destruía en Puerto Real, al tiempo que

72
Utrera, Conferencia, p.37.
73
Ibídem, p.39.
74
Fabié, op. cit., tomo I, p.130.
75
V. Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo Domingo, Primada de América, tomo I, p.144. Roma,
1913. Notas 1 y 2. El Obispo Ramírez de Fuenleal, quien siempre conservó su título de Arzobispo de Santo Domingo,
aun estando en México como Presidente de la Audiencia, tuvo un definido concepto favorable a los indios, y se esforzó
por mejorar la condición de los mismos frente a los españoles. El 11 y el 15 de mayo del 1533 escribieron los Oidores
de México (el 11) y el Presidente de la Audiencia, Ramírez de Fuenleal (el 15) a la Emperatriz Isabel, contradiciendo a
fondo los informes que sobre la incapacidad de los indios para entender las cosas de la religión, le había escrito Fray
Domingo de Betanzos. En la carta del Presidente se lee lo siguiente: “No los conoció (a los indios) y acordó de afirmar
lo que dicen los que quieren tener a estos para bestias... pues no sólo son capaces para lo moral, pero para lo especu-
lativo, y dellos ha de haber grandes cristianos, y los hay; y si por las obras exteriores se ha de juzgar el entendimiento,
exceden a los españoles”. Las dos cartas las inserta Francisco del Paso y Troncoso en Epistolario de Nueva España, III,
México, 1939. 90, y XV, 1940, 163. Citado por Constantino Bayle. La comunión entre los indios americanos, Revista de Indias.
año IV, 1943, n.o 12, pp.201-202.
76
Utrera, Conferencia, p.37.

732
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

las cuadrillas salidas del Bahoruco hacían la misma cosa en otras regiones; dando “los unos
y los otros mucha fatiga a los vecinos, y los pueblos están muy alterados y a punto de despoblarse”.
De acuerdo con esta información, parece que no resultaban muy efectivas contra los
indios las cuadrillas volantes que desde 1529 organizaron los españoles; a pesar de que se
tuvo esta manera como la más segura para limpiar el Bahoruco.77
Don Carlos Nouel escribe que: “Para esa misma época, 1532, volvieron a presentarse
nuevos disturbios en la isla trayendo nuevas complicaciones en los negocios. La guerra
contra el Cacique Enrique había principiado de nuevo. Sus tropas engrosadas con los indios
que abandonaban su cautiverio para unirse a él, llevaban la desolación hasta las mismas
poblaciones, manteniéndolas en constante alarma y sobresalto. No había en la isla ningún
rincón que estuviera al abrigo de sus hostilidades, y a tal extremo llegaron las cosas, que se
dio estrecha cuenta al monarca de los peligros que corría la colonia y de la necesidad que
había o de poner pronto término a la guerra o de abandonar la isla”.78
Quien considere con ánimo imparcial todos los acontecimientos a que nos hemos venido
refiriendo, tendrá que convenir en que el levantamiento del Bahoruco tuvo proporciones
considerables, y que su animador debió ser hombre de cualidades extraordinarias.

IX
Ante la alternativa en que teníala colocada el Cacique del Bahoruco, la Corona se decidió
a tomar medidas heroicas. El 4 de julio del 1532, en Medina del Campo, se expidió título
de Capitán General de la Guerra del Bahoruco en favor de Francisco de Barrionuevo. El sujeto
había vivido en la Isla y conocía bien las condiciones de la misma y el estado de la guerra.
Esta investidura implicaba la obligación de acabar la guerra y la promesa de ser nombrado
Gobernador de Tierra Firme, si tenía éxito en su comisión. La Corona hizo aparejo de barco
y municiones, debiendo Barrionuevo hacer leva de gente.79
El encargo conferido al General tuvo dos alternativas: a) terminar la guerra por acuerdo
pacífico, mediante negociaciones con el Cacique, o b) terminarla a sangre y fuego, mediante
operaciones militares sin precedentes en la Isla, “y no con la tibiez e espacio de antes”. (Es
de observar, sin embargo, que con las fuerzas y recursos que trajo, nada decisivo hubiera
podido realizar Barrionuevo en el Bahoruco).
Por ausencia del Emperador se puso a disposición del General Barrionuevo la nave Im-
perial para que en ella hiciera el viaje a Santo Domingo, a donde llegó el 20 de febrero del
1533, con 187 hombres. Al día siguiente se reunieron los notables de la ciudad para deliberar
sobre el negocio que traía confiado el General. Las deliberaciones se prolongaron por varios
días. Al final se convino en que antes de iniciar las operaciones militares, Barrionuevo debía
evacuar sus gestiones de paz, haciendo uso para ello de los documentos reales que había
traído a la Isla. La Audiencia aprobó la resolución y al efecto también proveyó a Barrionuevo
de Carta y Salvoconducto para el Cacique.
Según se expresa en el proceso verbal de todas estas deliberaciones, levantado por el
escribano de Su Magestad Diego Caballero, en la Ciudad de Santo Domingo, el Capitán
General Francisco de Barrionuevo trajo carta de la Reina para la Audiencia explicando los

77
Utrera, Conferencia, p.38.
78
Nouel, op. cit., tomo I, p.145. Oviedo afirma “estaba esta Isla perdida, a causa del alzamiento deste cacique, é no
se osaban ya andar los caminos hacia aquella parte, ni ya desta hacia la Yaguana, si no yban cantidad de chripstianos
juntos y apercibidos”, tomo I, p.150.
79
Utrera, Conferencia, p.38.

733
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

fines de esta nueva Armada, y dándole instrucciones para el cumplimiento de dichos fines.
La Soberana ordenó a los Oidores que sometiesen a consideración de los vecinos y personas
principales de la ciudad los planes que ella misma articuló en su carta para dar un golpe
definitivo en el Bahoruco.
Con este motivo se reunieron junto con los Oidores el Obispo de Venezuela, Don Rodrigo
de Bastidas, a la sazón en Santo Domingo; el Almirante Don Luis Colón; el Maestrescuela
de la Santa Iglesia Catedral, Don Alonso Despejo (de Espejo) y varias autoridades y funcio-
narios más, así como numerosos vecinos, “para que cada uno dijese lo que les pareciera que
se debía hacer en lo tocante a la dicha guerra del Bauruco, é la orden que en ello se tendría;
é así mandaron que por orden cada uno dellos dijesen sus pareceres”.
En la primera reunión (Cabildo abierto) no pudo llegarse a ningún acuerdo en vista de la
diversidad y contradicción de las opiniones emitidas. Se decidió someter el asunto a estudio
de una Comisión designada de entre los presentes para que en próxima junta diese informe
escrito. La Comisión cumplió su cometido. Su informe, contenido en el proceso verbal, fue
un cuidadoso examen de la situación. Las conclusiones no dieron lugar a nuevas diferen-
cias, y merecieron la aprobación de los Oidores y de toda la junta convocada. El informe fue
sometido y aprobado el 27 de febrero del 1533.
En resumen el parecer aprobado dio como inútil y contraproducente el plan de guerra
previsto por la Reina en su carta a la Audiencia y mantuvo como única acción posible contra
el Bahoruco la de cuadrillas que se venía siguiendo desde hacía algunos años. Se dispersó la
gente nueva que trajo Barrionuevo y se confió la terminación de la guerra a las gestiones de
paz que se le habían encargado al Capitán General. Este, por requerimiento de la Audiencia,
dio su parecer escrito en acuerdo con las consideraciones de la Comisión ya referida. Era
evidente, pues, que de fracasar estas diligencias pacifistas, la guerra no se hubiera terminado
con la rapidez deseada por la Reina.80
Dice Utrera: “Los papeles manejados por Enriquillo y Barrionuevo para llegar a concierto,
fueron: una carta de la Emperatriz, llena de ternura de mujer y de madre, por la que la Reina
convidaba al indio a la paz, adelantándole el perdón y ofreciéndole los bienes del buen tratamiento,
que fue prometerle las garantías de la libertad personal y de sus indios, y una carta de la Audiencia
con exhortos semejantes en testimonio de la verdad de la procedencia regia de dicha carta”.81
La significación jurídica de estos documentos la examinaremos más adelante.
En ánimos de paz salió Barrionuevo para Yáquimo con 35 hombres el 8 de mayo del
1533. Después de dos meses y medio de búsqueda, logró entrevistarse con el Cacique. Lo
encontró en la isla que contiene el hoy Lago de Enriquillo, entonces del Comendador, en
honor de Frey Nicolás de Ovando, el sombrío conquistador de Jaragua.
La entrevista se celebró con la solemnidad que permitieron el lugar y las circunstancias,
mediante ordenado protocolo. Oviedo nos da buena información sobre el particular. Los capítu-
los V y VI del Libro V de su Historia están destinados a describir las peripecias de Barrionuevo
antes de llegar al sitio de Enriquillo y los preliminares de las conversaciones. En la última parte
del Cap. VI se lee: “Llegado el Capitán Francisco de Barrionuevo, con los chripstianos, donde
Enrique estaba, avía allí un árbol grande de buena sombra, e debaxo dél estaba una manta de
80
Relación testimoniada del asiento que se ha tomado con el capitán Francisco de Barrionuevo para ir a la paz y quietud de
los indios de las sierras del Barauco en el Distrito de la Audiencia de Santo Domingo. Patronato Real no. 7, Est. 1. Cajón 1. Leg.
18. Colección de Documentos Inéditos, tomo I, Madrid, 1864. pp.481-505. (Compilada por Pacheco, Cárdenas y Torres de
Mendoza). Este documento lo reproducimos íntegro en el Apéndice.
81
Utrera, Conferencia, pp.42-43. (El subrayado es nuestro).

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

algodón tendida en tierra; e assi como se vieron, fue el uno al otro, é se abrazaron con mucho
placer, é assidos de las manos, se fueron a sentar sobre aquella manta. E allí llegó a abrazar
al capitán Barrionuevo Tamayo, principal indio (y el que más daño por su persona hacía en
esta isla), y después deste abrazó a todos los otros indios de Enrique, que eran seis Capitanes
principales, inferiores e criados deste cacique Enrique, e los otros indios restantes, gandules e
hombres de guerra, que serían hasta septenta hombres bien dispuestos, é los más dellos con
lanzas y espadas e rodelas”. “E mandó el capitán Francisco de Barrionuevo assentar a los
chripstianos a un cabo, apartados un poco dél, y Enrique mandó sus indios que se sentassen
al otro lado”. Todo esto es protocolo, ceremonia y solemnidad.
La conversación que va a relatarnos el Cronista Real, tuvo efecto en los últimos días de
julio o primeros de agosto del 1533 y fue referida personalmente por el Capitán General
Barrionuevo a Fernández de Oviedo, casi inmediatamente después de producida, porque
figura en la primera edición de la primera parte de la Historia General y Natural, que, según
se ha dicho, vio la luz pública en 1535.
Dijo el General:
“Enrique, muchas gracias debéis dar á Dios, nuestro Señor, por la clemencia y misericordia que
con vos usa en las mercedes señaladas que os hace el Emperador Rey, nuestro Señor, en se acor-
dar de vos, y os querer perdonar varios yerros é reduciros a su real servicio é obediencia, y
querer que como uno de sus vasallos seays bien tractado, y que de ninguna cosa de las passadas
se tenga con vos memoria; porque os quiere mas enmendado y por su vasallo y servidor, que
no castigado por vuestras culpas, porque vuestra ánima se salve y sea de Dios, y no os perdáis
vos e los vuestros; sino que como chripstiano (pues rescebistes la fe y sacramento del sancto
baptismo), seays rescebido con toda misericordia, como mas largamente lo veréis por esta carta que
Su Magestad, haciéndoos estas mercedes que he dicho y las que más os hará, os escribe”. Y acabado
de decir esto, se la dió, la qual Enrique tomó en la mano é tórnesela a dar é le dixo que le rogaba
que se la leyesse: que él se fiaba dél, porque tenía malos los ojos; y assi era verdad. Entonces
Francisco de Barrionuevo la tomó e leyó alto, que todos los que allí avía lo podia oyr y entender
(los indios que entendiessen nuestra lengua); y leida la tornó a dar a Enrique é le dixo: “Señor
don Enrique, besad la carta de Su Magestad e ponedla sobre vuestra cabeza”. Y assi lo hizo él
luego con mucho placer; y el capitán le dio en continente otra Carta de seguro de la Audiencia
Real e Chancillería de Sus Magestades, que reside en esta cibdad de Sancto Domingo, sellada
con et sello real y le dixo assi:
“Yo vine a esta isla por mandado del Emperador Rey, nuestro Señor, con gente española de
guerra, para que con ella y toda la que mas hay en aquesta isla, os haga guerra. E mandóme Su
Magestad que de su parte os requiera primero con la paz para que vengáis á su obediencia y real
servicio; y si assi lo hiciéredes, os perdona todos los yerros y cosas passadas, como por su real carta
ya avéis sabido. Y assi de su parte os mando é requiero que lo hagáis, porque haya lugar que se
use con vos tanta liberalidad y clemencia. E mirad que soys chripstiano, é temed a Dios é dalde
infinitas gracias é nunca le desconozcáis tanta misericordia, pues que os da lugar que os salvéis,
y no perdáis el ánima ni la persona; porque aunque hasta aqui él os ha guardado de los peligros
de la guerra, ha seydo porque quando os alzastes, tuvistes alguna causa para apartaros de aquel pueblo,
donde viviades; pero no para desviaros del servicio de Dios y de vuestro Rey: porque, en fin, si á noticia
de Su Magestad llegara que aviades rescebido algún agravio, sed cierto que lo mandara muy enteramente
remediar y castigar, de manera que fuérades satisffecho y contento. (Aquí reconoce Barrionuevo la
justicia de la causa que llevó al Cacique al alzamiento). Pero ya que todo aquello es pas-
sado, os digo é certifico que si agora no venís de corazón y de obra a conoscer vuestra culpa y á
obedescer á Su Magestad, perdonándoos como os perdona, que permitirá Dios que os perdáis
presto, porque la soberbia os traerá á la muerte. Y quiero que sepáis que la guerra no se os hará,
como hasta aquí se os ha fecho, en el tiempo passado; ni os podréis esconder, aunque fuessedes
un corí o un pequeño gusano, de debaxo de la tierra; porque la gente de Su Magestad es mucha,

735
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y el poder real suyo el mayor que hay en el mundo. Y entraros han por tantas partes, que de lo
mas hondo y escondido os sacarán. Y acordaos que hace trece años o mas que no dormís seguro
ni sin sobresalto é congoxa é temor grande, assi en la tierra como en la mar: é que no lo aveis con
otro cacique que tan pocas fuerzas tenga como vos; sino con el mas alto é mas poderoso señor é
rey que hay debaxo del cielo; a quien otros reyes y muchos reynos obedescen, é temen é le sirven.
Y creed, que si Su Magestad fuera informado de lo cierto, que ha mucho tiempo que vos fuérades
enmendado o castigado, si no viniérades á su merced; porque es de su real é cathólica costumbre
y clemencia mandar primero amonestar que castigar á quien le dessirvió algún tiempo; pero
hecho este cumplimiento, ninguna cosa desta vida basta para defender a ningún culpado de su
ira é justicia. E assi os digo que ni tampoco creáis que si viniéredes (como creo que verneis) á co-
noscer lo que se os ofresce, é á ser el que debéis en vuestra obediencia é servicio, que os conviene
por ningún caso deste mundo tornar a la rebelión en ningún tiempo; porque su indignación sería
muy mayor, y el castigo executado en vos y en vuestra gente con mayor rigor; porque hallareis
muy buen tractamiento en sus gobernadores y justicias, é ningún chripstiano os enojará que dexe de ser
punido e castigado muy bien por ello. Por tanto, alzad las manos al cielo, é dad infinitos loores a
Jesu-Chripsto por las mercedes que os hace, si hiciéredes lo que Su Magestad os manda, é yo en
su real nombre os requiero; porque si amáredes vuestra vida é la de los vuestros, amaréis su real
servicio é la paz, libraréis vuestra ánima e las de muchos, é daréis seguridad a vuestra persona
é á las de todos aquellos que os siguen. E Su Magestad terná memoria de vos, para haceros mer-
cedes, é yo en su nombre os daré todo lo que oviéredes menester, y os otorgaré la paz é seguro; e capitularé
con vos cómo viváis honrado, y en la parte que os pluguiere escojer en esta isla, con vuestra gente y con
toda aquella libertad que gozan los otros vasallos chripstianos é buenos servidores de Su Magestad. Assi
que, pues me aveis entendido, decidme vuestra voluntad, y lo que entendéis hacer”.

A todas estas palabras, dice Oviedo, estuvo el Cacique muy atento, así como todos los
presentes, indios y españoles, que hicieron mucho silencio.
Cuando el General Barrionuevo terminó su larga peroración, el ya Cacique Don Enrique,
le respondió en esta forma, ejemplo de discreción y templanza:
“Yo no desseaba otra cosa sino la paz, y conozco la merced que Dios y el Emperador, nuestro
Señor, me hacen en esto, y por ello beso sus reales pies y manos; é si hasta agora no he venido en
ello, ha seydo á causa de las burlas que me han hecho los chripstianos, é de la poca verdad que
me han guardado, y por esto no me he ossado fiar de hombre desta isla”. E diciendo esto, –agre-
ga Oviedo– dio muchas disculpas particulares é quexas de lo que con él se avía fecho, relatando
desde el principio de su alzamiento. E dicho aquesto, se levantó é se apartó con sus capitanes, y
mostrándoles las cartas que es dicho, habló un poco espacio con ellos cerca de su determinación;
é se volvió a Barrionuevo, donde estaba, é se dio asiento é conclusión en la paz, é hablaron en
muchas cosas concernientes á ella. Y el cacique Enrique prometió de la guardar siempre invio-
lablemente; é dixo que recojería todos los otros indios que él tenía, e que andaban de guerra por
algunas partes desta isla; é que quando los chripstianos le hiciessen saber que andaban algunos
negros alzados, los haría tomar, e que si fuesse nescessario, él mismo yría á lo hacer, y enviaría
capitanes a ello, para que los tornessen é los truxessen atados á poder de los chripstianos, cuyos
fuesen tales negros. De alli adelante sus indios le llamaban don Enrique, mi señor, porque vieron
que en la carta Su Magestad le llamaba don Enrique”.82

A renglón seguido, establecido el acuerdo fundamental, pasaron a entenderse, Enrique


y Barrionuevo, sobre algunos puntos secundarios, pero completivos de la idea principal de
hacer la paz. El Cacique pidió y obtuvo que se les confiriera facultad de alguaciles a dos
de sus indios, que debería escoger el mismo Barrionuevo. Este hizo la concesión. En esta
forma cubrió el indio con la vara de la justicia la obligación que se impuso de cooperar con

Oviedo, op. cit., libro V, cap. VII, tomo I, p.147 y siguientes. (El subrayado, excepto el último, es nuestro).
82

736
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

las autoridades españolas de la Isla en la persecución de negros e indios que en lo sucesivo


abandonasen sus asientos. Es de notarse que el mismo Cacique se adelantó a ofrecer esa
cooperación, según lo cuenta Oviedo. Nada más acertado y cuerdo que tratar de mantener
en sus manos la vigilancia de los indios y el control de las posibilidades de un nuevo alza-
miento. Enrique exigió paga por estos servicios.
De los referidos acuerdos subsidiarios deduce el Padre Utrera una de las conclusiones
de su trabajo: “Y pues Enriquillo (asiente y) propone, para su causa propia de aveniencia
a la paz, correr a todo indio extraño al propio bando que hayan huido de sus manos, sin
prejuzgar si huyeron por agravios, malos tratos y desafueros menores, iguales o mayores
que los que él padeció insufriblemente, es positivo que ese grupo de indios, que en el lienzo
está debajo el brazo protector del Cacique, no simboliza a la raza indígena”.
El símbolo de la raza oprimida no debe buscarse en otro sitio que en las cumbres del
Bahoruco, mientras estas se vieron alumbradas por las hogueras de la rebelión. Allí encontró
libertad todo indio que quisiese ir a defenderla. El Cacique no hizo discriminación de ninguna
especie para recibir en las montañas a sus compañeros de raza, siempre que los vecinos fueran
aptos para resistir las reglas de vida que allí se seguían inexorablemente. Una de las primeras
condiciones del acuerdo con Barrionuevo, taxativamente fijada en la Carta de la Emperatriz, fue
la de conceder libertad a todos los indios que estuvieran con el Cacique en el Bahoruco. Desde
luego, según hemos dicho ya, aquí no se fijaron ni defendieron ideas ni sentimientos generales
y abstractos de nacionalidad ni de independencia. El alzamiento tuvo sentido meramente hu-
mano, para defensa de condiciones personales o individuales de vida, exactamente como las
proclamaron y propugnaron los dominicos de la Española en 1511. Esas condiciones sí fueron
objeto claro e indiscutible de transacción entre Enriquillo y Barrionuevo. Pretender otra cosa o
querer darle significado distinto a los sucesos comentados, es embestir contra el cemento, como
lo ha hecho el Padre Cipriano de Utrera siempre que trata de interpretar nuestra historia.
Tan pronto como el General Barrionuevo hubo terminado todos estos acuerdos, se re-
tiró, con gran sorpresa del Cacique, que hubiera visto con placer que el español, en prenda
de la paz concertada, permaneciera algún tiempo en compañía de los indios celebrando el
convenio. La súbita partida de los visitantes dejó al Cacique un tanto receloso, obligándolo
a moverse y actuar con algún cuidado. No sabía él que el Capitán estaba urgido por ir a
recoger la canonjía que en Castilla del Oro tenía ofrecida.
La primera precaución consistió en enviar con Barrionuevo un indio principal que visi-
tase en Santo Domingo a los Oidores de la Audiencia, a los demás oficiales de Su Magestad
y a los caballeros, hidalgos y vecinos de la ciudad; para que oyese y viese pregonar la paz,
como lo vio y oyó en todos los lugares y villas que visitó, después que salió de la caravela, hasta llegar
a la Capital, donde se hizo lo mismo.83
El 1o. de septiembre del 1533 escribieron los Oidores al Emperador dándole cuenta de
todos estos importantísimos acontecimientos. Ya lo había hecho, el 24 de agosto, el propio
Francisco de Barrionuevo. Ambos documentos sacan como muy verdadera la versión de
Oviedo de todo el episodio de la paz.84 Ninguno de estos dos escritos agrega ni quita una
palabra a la narración del Cronista.
El indio Gonzalo se detuvo en la Ciudad el tiempo conveniente para apreciar el estado de
los ánimos y auscultar a fondo la opinión general. Fue muy bien recibido y se le hicieron muchas
83
Oviedo, op. cit., libro V, cap. VII, tomo I, p.150.
84
Utrera, Conferencia, pp.33 y 43.

737
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

demostraciones de contento. La Audiencia, pensando que todavía el Cacique podía arrepentirse


de la paz, aprovechó la ocasión del mensajero para enviar con él al Bahoruco una barca y algunos
españoles portadores de numerosos regalos para Enrique, Mencía y los Capitanes.
Entretanto el Cacique resolvió venir él mismo a Azua, con numeroso y disimulado
contingente de tropa, para cerciorarse por sí mismo de cómo andaban las cosas de la paz
y averiguar el paradero del indio Gonzalo. Llegó a Azua el 27 de agosto del 1533.85 El reci-
bimiento que se le hizo resultó verdaderamente espectacular. Fueron a alcanzarlo la gente
principal y las autoridades de la villa y algunos forasteros de pro que allí se encontraban:
“hidalgos e hombres de honra de esta cibdad, que acaso se hallaron en aquella villa”. El
cortejo pasó de setenta españoles entre gente de a pie y de a caballo. Se le hicieron festejos
y se le obsequió con largueza. Comieron y bebieron indios y españoles sin miramiento, a
excepción del Cacique, que no probó bocado, dando por excusa que no estaba bien de salud,
y que poco antes había comido. Tan pronto como tuvo noticias de Gonzalo, quien pocos días
antes había salido de Azua, por mar, el Cacique volvió grupas, interesado en encontrarse con
su mensajero. Cuenta el historiador que Enrique, “con mucha gravedad, sin ser reyr, platicaba
con todos, con un semblante é aspecto de mucho reposo é auctoridad”.
El Cacique no se dio a este nuevo entendimiento con los españoles, sino después de
mucho mirarlo y estudiarlo. Si bien cesó en la guerra tan pronto como a ello se comprometió
con Barrionuevo, no fue tan expedito en volver al trato con sus antiguos enemigos, para los
cuales tuvo constante e instintiva repulsión y desconfianza.
El Emperador instaba con frecuencia a los Oidores a que se cumpliera con Enriquillo lo
que asentaron él y Barrionuevo y a que se tratase al indio conforme lo estipuló el General.
Pero la Audiencia tenía que ir con mucha parsimonia en esto porque el Cacique no daba
frecuentes ocasiones en su trato. Se condujo invariablemente con discreción y dignidad.
Después de su visita a la villa de Azua (agosto 1533) Enrique no volvió a hacerse visible
hasta junio del 1534, cuando vino por primera vez, después del alzamiento, a la ciudad de
Santo Domingo. El 1o. de agosto del 1534 escribieron los Oidores al Emperador: “Y cuanto
a que se cumpla con él (Enrique) lo que el Capitán Barrionuevo asentó, así se hará como V.
M. lo manda. Y como por otra relación que esta Real Audiencia ha hecho, y V. M. mandado
ver, poco fue aquello que Barrionuevo le prometió para lo que después con él, y su mujer é indios se ha
hecho por lo traer a entera paz y seguridad, tanto que poco a poco habernos hecho de tal maña, que él,
de su voluntad y sin ser inducido de nuestra parte, se vino habrá dos meses a esta ciudad de
Santo Domingo con hasta veinte indios y capitanes suyos, y se estuvo en ella más de veinte
días holgando, y se le hizo todo buen tratamiento por todos en general y por cada uno de
nosotros en particular, que los tuvimos en nuestras posadas a él y a sus indios y se les dio
mucha ropa e preseas; y fue tan contento que se viene con su mujer a ser vecino a la villa de
Azua, porque está en comarca cercana de do tiene sus labranzas y asiento”.86
Hombre que se conduce de esta manera; que no da muestras de impaciencia; que no se
ofusca; que mide y medita con sumo cuidado cada uno de sus pasos, aun para resistir y contener
el gusanillo invisible de la vanidad ante la continuada, persistente y corrosiva acción del halago
y la adulonería; que no se deja influir ni desmandar por el gesto melifluo y envenenado de las
autoridades que le hacían toda clase de genuflexiones para atraerlo y tenerlo más cerca de su
mano, en un momento dado; hombre, decimos, que así obraba, no era el cornudo, pepillito, liviano,
85
Oviedo, op. cit., tomo I, p.154.
86
Utrera, Conferencia, p.45.

738
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

egoísta, borracho e infidente que con tanto desparpajo como falta de sentido crítico y ponderativo
nos pinta Fray Cipriano de Utrera. Necio y pedante no fue Enriquillo. Observó en los españoles,
y aprendió a defenderse de eso, la técnica de sus acciones, el arte del disimulo y el prometer
para no cumplir: la razón de Estado. Por eso no fue posible engañarlo.
Los documentos exhumados por el Padre Utrera y publicados en su Conferencia, justifican
ahora, a cuatro siglos de distancia, los recelos y la desconfianza del Cacique. Él sabía con quién
se las estaba viendo y hasta dónde tenía que ser cauto para evitarse el irremediable disgusto
de una celada. Su instinto, su sentido infalible de orientación psicológica, le advertían los
peligros ocultos que encerraba el trato con los españoles. Y no se equivocó. Estos le hicieron
doble jugada, llena de mala intención y de perfidia. Mientras el Emperador instruía a Su Real
Audiencia para que apresurara la ejecución de lo sentado con el Cacique y recomendaba el
buen tratamiento y la obsequiosidad que a este debía ofrecérsele, dejaba deslizar esta innoble
recomendación: “y que si nos pareciere que al servicio de V. M. y a la pacificación de la tierra no
conviene que esté en ella, que se tenga maña que vaya a esos Reinos”.
Recomendaba el Emperador que una vez reducido el Cacique, si se tenía por conveniente,
se le enviase a España. “Su futuro es incierto, pero si no ajusta la vida a ser de provecho contra
indios y negros huidos de sus amos, cierto será que irá a dar un paseo a España, de donde nunca
más le permitirán volver”. (Utrera). La muerte prematura de Enriquillo, premio de sus trabajos
y fatigas, le ahorró a España una nueva mancha contra indios y al Cacique la decepción de com-
probar que, entre españoles, ni la palabra escrita del Rey era cosa que ofrecía seguridad”.87
Después de estar en Santo Domingo, (junio del 1534) Don Enrique decidió tomar asiento
pacífico en los alrededores de Azua (Boyá, en nuestro concepto, ha sido descartada para siem-
pre por el Padre Utrera del episodio de Enriquillo). Aquí murió el 27 de septiembre del 1535.
Apenas sobrevivió dos años a la entrevista con Barrionuevo. Murió como cristiano, dejando
por sus herederos a Doña Mencía y a Martín de Alfaro, su primo. Hizo testamento. Fue ente-
rrado en la Iglesia de la Villa de Azua.88 El Cacique murió joven. En 1503, cuando la matanza
de Jaragua, era muy niño. Al acabar no debió tener más de unos treinticinco a treintisiete años.
No se sabe de qué enfermedad murió. Utrera presume que fue de tuberculosis pulmonar.89

X
La repercusión que tuvo en la Isla y en la Metrópoli la paz del Bahoruco, fue enorme.
El acontecimiento se celebró y ponderó como uno de los más trascendentales que hasta
entonces se hubiera producido en la Española. Este criterio se fijó desde los mismos días
del acuerdo. Fernández de Oviedo, que recogió todo el frescor del suceso, porque escribió a
seguidas del mismo, aprecia como obra “muy digna de mercedes” la que realizó el General
Barrionuevo en las fragosidades del Bahoruco para traer a la paz y concierto con los espa-
ñoles al Cacique Don Enrique.
Claro está que el servicio que en esto hizo Francisco de Barrionuevo a Dios é á Sus Magestades, en
la paz é amistad por él contrayda y acabada con el cacique Don Enrique, y el pro y utilidad que re-
sultó á esta isla y á otras partes de fuera della, que está muy bueno de entender, y quán digno es de
mercedes”. “Por manera que bien mostró este capitán, Francisco de Barrionuevo, ser numantino é

87
Sobre la confianza que pudiera merecer la palabra de Carlos V., véase: Laurent, Estudios sobre la historia de la
humanidad, tomo 10. Las Nacionalidades, pp.349 y siguientes, traducción española de Gavino Lizarraga, Madrid,
1878.
88
Utrera, Conferencia, p.48.
89
Así nos lo expresó en conversación sobre el asunto.

739
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de buena casta, y tener la experiencia que convenia para acabar este negocio tan sabia e prudente-
mente, como se acabó por su persona y esfuerzo; porque como he dicho de suso, otro se volviera
del camino, quando vido que los que con él yban, murmuraban é se arrepentían de la jornada que
hacian. Pero él, como varón de buen ánimo é prudente, dio en su empressa el fin que he dicho,
acordándose que aunque dice Salomón que la gloria del hombre viene del honor de su padre, es-
cribe Boecio que si la propia virtud no hace a uno noble, que no lo hará la nobleza paterna.

Pero el juicio y la ponderación del Cronista Real cobran verdadero sentido de apoteosis
cuando se detienen a considerar la obra de Enriquillo y su profunda y acabada intuición
diplomática.
“Quanto al cacique, don Enrique, me paresce que él hizo la más honrosa paz que ha hecho caba-
llero o capitán ó príncipe de Adam acá, y quedó mas honrado que quedó el duque de Borbón en
el vencimiento e prisión del Rey Francisco de Francia en Pavia, segund la desproporción e des-
igualdad tan grande que hay del mayor príncipe de los chripstianos y Emperador del universo á
un hombre, tal como este don Enrique, y que de parte de su Cesárea Magestad fuesse requerido con la
paz, é se le pidiesse, é fuesse convidado con ella, y se le perdonassen sus culpas é quantas muertes é incendios
é robos avian fecho él y sus indios contra los chripstianos, sin alguna restitucion, con general e amplíssimo
perdon, é ofresciéndole mas é dándole a escoger el lugar é assiento que él quisiesse tomar y elegir en esta isla
para su morada é habitacion”. “Por cierto, don Enrique, si vos lo conoscistes y supistes sentir, yo os
tengo por uno de los mas honrados é venturosos capitanes que ha avido sobre la tierra en todo
el mundo hasta vuestro tiempo. De lo qual se nota el mare-magno de la excelencia y clemencia de
la Cesárea Magestad del Emperador Rey, nuestro señor: que puesto que en muy breves dias se
pudiera concluir tal guerra, é que no quedara memoria ni hueso de don Enrique, ni de persona
de los suyos, acordándose que pudieran peligrar algunos chripstianos, por estar estos indios en
montañas asperíssimas é salvages é fuertes y tales como he dicho, quiso que ante todas cosas se
tentasse la paz; porque como Vegecio dice: “muchos mal expertos en el arte militar creen que la
victoria es más complida, aviendo á sus enemigos en lugares estrechos, o teniéndolos cercados
con gran moltitud de gente armada; de tal manera que no les quede por donde huir puedan”.
“Assi que, por esta razon y considerando que este cacique tuvo causa de se apartar de los chripstianos,
pues quexándose de las sinrazones que le fueron fechas en la villa de Sanct Johan de la Maguana, no le fue fe-
cha justicia; por todos estos respectos, y principalmente porque este cacique y los demás que con él
andaban é sus mugeres é hijos se salvassen é muriessen conosciendo á Dios, seyendo chripstianos
baptizados, como lo eran algunos dellos, é los otros se baptizassen é no peresciessen todos ellos
como infieles, permitió Dios, nuestro Señor, é Su Majestad que se hiciesse con este cacique, don Enrique,
con toda equidad y sin mas rompimiento ni sangre, la misericordiosa paz que he dicho”.

Cuando el Capitán y Cronista escribía todo esto, estaba todavía en vida el Cacique, a
quien iban dirigidas las intenciones del historiador. Oviedo escribía para que el indio lo
leyese. No creemos, sin embargo, que la muerte le diera tiempo de hacerlo. Escribía el Cro-
nista en Santo Domingo.
Inmediatamente después de concertada la paz, sucedió otro hecho de gran importancia
histórica. Tan pronto como se pregonaron las capitulaciones del lago del Comendador, el Pa-
dre Fray Bartolomé de Las Casas, que había pasado largos años recluso en el monasterio de
Santo Domingo, en la ciudad del mismo nombre, apartado de toda actividad pública después
del fracaso de su proyecto de colonización en Cumaná (1521), preparó viaje al Bahoruco para
conferenciar con el Cacique, exhortar a los indios y celebrar allí el culto divino. Se pasó varios
días junto a Enriquillo; dijo misa cada mañana, bautizó a Tamayo y a otros muchos indios, y
cuando regresó lo acompañaron Enrique y varios indios e indias hasta la villa de Azua.90

90
Oviedo, op. cit., libro V.

740
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Lo significativo de este viaje de Las Casas fue que se realizó sin conocimiento de la Au-
diencia, cuyos Oidores se disgustaron sobremanera por la acción del dominico, aunque luego,
visto el éxito de la jornada, le dieron las gracias y le celebraron la gestión. El Padre Bartolomé
permaneció en la Española, recluso como hemos dicho antes, casi todo el tiempo que duró el
alzamiento de Enriquillo. Vino a la isla desde Cumaná en 1521, y no hay constancia documen-
tal de que saliera de aquí antes del 1533. La Audiencia, en ese lapso, se quejó varias veces de
los trabajos y opiniones de Las Casas, subversivos del estado de cosas vigente en la colonia.
El 6 de junio del 1531 dirigió, desde Puerto Plata, un memorial al Consejo de Indias sobre la
libertad de los indios. En junio del 1533 escribieron los Oidores Zuazo, Infante y Vadillo, una
carta al Príncipe don Felipe, quien gobernaba por ausencia de su padre, en la que se quejaban
amargamente de cómo obstaculizaba Las Casas, desde el Monasterio de los dominicos en
Puerto Plata, la acción y la marcha del Gobierno. Fray Bartolomé predicaba y hablaba con toda
libertad, sin ningún miramiento ni respeto, contra el uso de las encomiendas y la esclavitud de
los indios. No daba la absolución a español que no renunciara previamente a los indios que
tuviera encomendados y se empeñaba en hacer saber a los que pasaban a la Nueva España
que iban en pecado mortal, no pudiendo disponer de los indios en la forma que lo hacían.
Lo cierto es que Enriquillo no tomó partido firme sobre la paz, sino después de la visita
que le hizo Las Casas, y que sólo después de conversar con el dominico se aventuró a visitar
la ciudad de Santo Domingo, para establecerse en Azua pocos meses más tarde. La conjetura
sigue siendo muy aventurada, pero nada difícil sería pensar que los religiosos liberales con-
tribuyeron, de algún modo, indirecto, a mantener el juego de la rebelión en el Bahoruco.91

91
Ambos documentos figuran en el Apéndice V de la obra citada de Fabié, tomo II, pp.69-82.
Fray Antonio de Remesal inserta una versión del episodio del Bahoruco fundamentalmente distinta de la que
puede considerarse como versión clásica. La diferencia se nota sobre todo en el desenlace. Fabié acoge y defiende
la versión de Remesal; Quintana la considera sin fundamento.– (Remesal, Historia general de las Indias Occidentales y
particular de la gobernación de Chiapas y Guatemala. Escríbese juntamente los principios de la religión de nuestro glorioso padre
Santo Domingo y de las demás religiones, 1620, Madrid).
El asunto es interesante porque Remesal asegura que la relación de los sucesos del Bahoruco la encontró entre
los papeles de la Audiencia de Guatemala. Es posible también que Remesal conociera el libro cuarto de la Historia
general de las Indias, que probablemente abarcó la década 1520-1530, ya que se refiere a ella cuando relata los grandes
trabajos que pasó Las Casas en la travesía que hizo por mar desde Nicaragua al Perú en 1533. Fabié considera muy
probable que el Obispo de Chiapas escribiera entre 1561 (fecha del libro tercero) y 1566 (año en que murió) más de lo
que hasta ahora se conoce de la Historia de las Indias.
Si es exacta esta presunción, de seguro que el Obispo se refirió nuevamente al episodio del Bahoruco, para narrar
su desenlace. Lo que llama la atención, por otra parte, es que Remesal resulta siempre verídico cuando se refiere a la
vida de Las Casas. Esta circunstancia induce a Fabié a creerlo en su relación de los sucesos referentes a Enriquillo.
Escribe Quintana: “Es sensible no poder seguir a su principal biógrafo, Remesal, en el magnífico episodio con
que les da principio. El mundo, según él, fue a buscar a Casas en su soledad, haciendo homenaje a la humanidad de
sus principios y a su talento de persuadir, le fió el encargo de reducir y pacificar a aquel Enrique, caudillo de los indios
alzados en las montañas del Barauco, en la Española, a quien en catorce años las armas de los castellanos no pudieron
rendir, ni sus promesas ganar, ni sus engaños perder. Ninguna de las Memorias del tiempo ni ninguno de los historia-
dores acreditados da a Casas semejante intervención en aquella transección importante ni le atribuye más parte que
una visita que hizo al Cacique cuando ya estaba reducido, para afirmarle su buen propósito”. (Op. cit., pp.88-89).
Lewis Hanke, en su introducción a la primera edición de: Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera
religión, de Fray Bartolomé de Las Casas, (México, 1942), acoge la versión de Remesal sobre la participación del domi-
nico en el desenlace del alzamiento del Bahoruco. “En 1529 pudo someter a la autoridad de los españoles al cacique
indio Enriquillo, muy notorio por su rebeldía, mediante procedimientos pacíficos y amistosos”. Remesal, op. cit., vol.
III, caps. 1-3. Reconoce Hanke que algunos escritores han puesto en duda la importancia de este episodio, pero que el
dominico alemán Benno Biermann, descubrió y publicó recientemente una carta escrita en 1534 por Las Casas, en la
que narra todo este asunto. “Zweu Briefe von Fray Bartolomé de Las Casas”. (Dos Cartas de Fray Bartolomé de Las
Casas). Archivum Fratum Praedicatorum, Vol. IV. (1934). pp.187-220.
Después de este hallazgo, el asunto ha cobrado nuevo interés. Nosotros no conocemos la carta publicada en
1934. Pero desde luego, si Las Casas tuvo que ver en la pacificación del Bahoruco, no fue en la pacificación definitiva,
ni en el concierto final de la paz, porque no puede remitirse a duda que este suceso tuvo lugar en 1533, mediante las
gestiones de Barrionuevo.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

En este período comenzó a escribir Las Casas, también en Puerto Plata, en el año 1527, la
Apologética historia –no la Historia de las Indias, como erróneamente afirman algunos escritores.
Quintana entre ellos; en 1523 tomó el hábito dominico, que le fue dado, según tradición,

De todos modos conviene recoger la versión de Remesal, en el extracto que le hace Fabié:
“El año de 1529 prestó un gran servicio al Gobierno y á los habitantes de la Española, reduciendo por vías pa-
cíficas a un Cacique que años atrás se había alzado contra las autoridades de la Isla y que no hubo modo de sujetar
ni de vencer; llamábase Enrique, y cuando niño, fue criado y enseñado en el convento que la orden de San Francisco
tuvo en la villa de la Verapaz en la provincia de Xaraguá, donde había reinado Beechío en la región montañosa de ella,
que está hacia el Sur y que llamaban los indios Baoxuco; después de bien enseñado por los frailes y siendo de edad
competente, se casó con una india de buen linaje llamada doña Mencía, y fue dado con sus indios para que sirviera
á un hidalgo mozo llamado Valenzuela, el cual, siguiendo los malos usos que solían tener los españoles, quitó a D.
Enrique una yegua que era lo que más estimaba de su hacienda, y, no contento con este agravio, quitóle también su
mujer; quejóse de tan mal proceder el indio á Valenzuela, que lejos de satisfacerle, le dio de palos; acudió al Gober-
nador de la villa de San Juan de la Maguana, que se llamaba Pedro Vadillo, y en vez de hacerle justicia le amenazó
con castigarle, si volvía a quejarse de Valenzuela, que era grande amigo suyo, y aun para atemorizarle le tuvo preso
algunos días; resolvió llegar con sus quejas hasta la Audiencia, donde presentó su querella en forma; pero sólo obtuvo
de aquel tribunal una carta de favor para Vadillo, la cual puede inferirse cuán poco había de servirle.
Disimuló por entonces D. Enrique, y acabada la época de su servicio, volvió con sus indios á la sierra, donde
resolvió no acudir en adelante, ni por su persona, ni por la de sus indios al servicio de Valenzuela; sabida por este
tal resolución, juntó once hombres y fue al pueblo de D. Enrique para traerlo de grado ó por fuerza; pero le encontró
apercibido para la defensa, contestando á sus intimaciones que se volviese: airado Valenzuela, arremetió á D. Enrique
y se trabó una contienda, de que resultaron dos castellanos muertos, huyendo los demás, pero D. Enrique no consintió
que los persiguiesen los suyos, contentándose con decir á su enemigo: “Agradece Valenzuela que no te mato; anda y
no vuelvas más aquí; guárdate”. Volvióse en, efecto Valenzuela á la villa de San Juan de la Maguana, donde era vecino,
y extendida por la Isla la noticia del suceso, proveyó la Audiencia que salieran ochenta hombres en persecución del
Cacique rebelde; encontráronle después de grandes trabajos, cuando los españoles iban rendidos y hambrientos; y
saliendo el Cacique con gran ánimo á combatirlos los derrotó y ahuyentó, matando a algunos é hiriendo á otros.
Esta victoria dio gran reputación á D. Enrique, y tiempo para organizar sus fuerzas, que aumentaban cada día,
porque iban en su busca los indios que lograban escaparse de la dominación de los españoles; adiestrábalos en el
manejo de las armas, y no les consentía que hiciesen rebatos ni que dañasen á los vecinos de la Isla. Tenía grandísima
vigilancia; y, apenas dormido el primer sueño, se levantaba á rondar su campamento, acompañado de dos pajes que
le llevaban dos espadas y dos lanzas que no abandonaba un punto; además de esto tenía hechos bohíos y labranzas
en distintos lugares de la sierra, y mudando su residencia, burlaba la persecución de los castellanos.
Viendo las dificultades que había para reducir por las armas á D. Enrique, ofrecióse á ir á tratar paces con él Fray
Remigio, que llevó los frailes franciscanos de Picardia á la Española, creyendo que habiendo criado al Cacique tendría
ascendiente para lograrlo; á este fin tomó una nave, que le dejó en la parte de la costa del Sur de la Isla, por donde se
entendió que andaría D. Enrique; hallaron al Padre sus corredores, y estuvo en gran riesgo su vida, porque creyeron que
le enviaban los castellanos para espiarlos; por fortuna de Fray Remigio tenían orden los del Cacique, como se ha dicho
de no ofender ni maltratar á los castellanos, y se contentaron con despojarle de sus hábitos. Sabido por D. Enrique que
estaba allí Fray Remigio, se vino á él, y, aunque mostró gran sentimiento por lo que le habían hecho, no accedió á sus
súplicas, representándole los males que á sus antepasados habían causado los españoles, y los agravios que él mismo
había recibido de Valenzuela; tornóse el fraile sin alcanzar nada, y las cosas duraron en aquel estado mucho tiempo.
Vino en el año de 1527 por Presidente de la Audiencia y Obispo á la par de Santo Domingo, D. Sebastián Ra-
mírez de Fuenleal, y como el afrentoso levantamiento de D. Enrique se conocía en Castilla, trajo especial encargo de
reducirle; para lo cual se hizo una armada á que contribuyó la Real hacienda con la cuarta parte del gasto, y lo demás
se procuró por medio de una sisa establecida á este propósito. La empresa terminó sin fruto y con ignominia de los
castellanos, por lo cual S. M. escribió á la Audiencia al año siguiente, que pusiese gran cuidado en aquel negocio, para
acabar pronto la guerra, y levantar los tributos que ahuyentaban de la Isla á los mercaderes.
Consultada esta carta, que puso en mucho cuidado al Obispo Presidente, con el Padre Las Casas, que tenía gran
opinión en todo y mayor ascendiente que los demás con los indios, según puede inferirse de sus conocidas ideas, fue
de parecer que se llevase de paz el negocio; pero como había sido ineficaz la diligencia de Fray Remigio, le contradijo
el Presidente, á quien replicó Las Casas: “Señor, ¿cuántas veces ha procurado vuestra señoría y esta Audiencia reducir
á este hombre al servicio del Rey por vía de guerra tomando armas contra él?”. Y el Presidente dijo: “Muchas, que
casi cada año se ha hecho gente y armada, y hasta que se muera ó se sujete será lo mesmo”. “¿Y cuántas veces se ha
procurado traerle de paz?”, preguntó Las Casas. “No sé que haya sido más que una”, contestó el Presidente, y enton-
ces dijo Las Casas: “Pues ¿por qué se ha de cansar vuestra señoría del modo suave, fácil y eficaz de la paz, con sólo
una vez que se propuso, más que del duro y dificultoso de la guerra que tantas veces se ha propuesto, y de que tan
poco fruto se ha sacado? Yo pienso, señor, encomendar este negocio con muchas veras á Dios, que no es posible deje
de favorecer el modo de mansedumbre y paz que nos dejó encargado para tratar con los enemigos, y con licencia de
mis Prelados y de vuestra señoría, volverésela a proponer al Cacique, y espero en nuestro Señor, de tener muy buen
suceso, y de traerle rendido y sujeto á los pies de vuestra señoría, ó por lo menos acabar con él algún medio para que
cesen tantos males como esta Isla padece por su causa diez años ha”. Pareció bien al Presidente esta resolución, y Las
Casas, no sólo la consultó con sus Prelados, sino que les pidió por obediencia aquel servicio de Dios, y de la patria para

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

por Fray Tomás de Berlanga, Provincial de su Orden en Santo Domingo y en México y más
tarde Obispo de Panamá; y se halló presente en la muerte del piadoso y santo Fray Pedro de
Córdoba. Éste “murió de ético, de las grandes penitencias que había hecho en su vida”, a la

mayor satisfacción y confianza; con lo cual se entró por las asperezas de los montes, por donde andaba Don Enrique,
y encontrándose con sus espías ninguna molestia le causaron, recordando estos sin duda el disgusto que tuvo por los
malos tratamientos que dieron á Fray Remigio; y, diciéndole que esperase en un lugar señalado, avisaron al Cacique,
quien acudió gozoso, y oyó de buena gana la embajada de paz que le traía Las Casas, que le encareció también la con-
veniencia de que se redujese, demostrándole que al cabo no prevalecería contra los españoles. Por fin vino en ello D.
Enrique, dando palabra, y entregando prendas bajo la condición de que le darían seguro de su vida á él y á los suyos,
y que les dejarían vivir pacíficamente en sus pueblos. Volvió Las Casas con tan buenas nuevas á Santo Domingo, y fue
recibido como ellas merecían; porque pacificado D. Enrique, era fácil reducir á otros dos caciques, llamados Ciguayo
el uno y el otro Tamayo, que se habían alzado también; pero más crueles, habían cometido muertes y robos, siendo su
alzamiento una afrenta para los españoles y para la Audiencia.
Para confirmar las ofertas de Las Casas, se determinó enviar embajador al Cacique, y fue elegido para este
encargo un Fulano de San Miguel, natural de Ledesma y vecino del Bonao; tan antiguo en la Isla, que había ido en el
segundo viaje del Almirante viejo. Este tal, para añadir autoridad á su persona, por desconfianza ó por otras causas,
juntó un escuadrón de ciento cincuenta hombres, con los que salió de la ciudad de Santo Domingo para ir en busca
de D. Enrique, quien tenía aviso de la embajada por Las Casas, así que no se alteró al saber que le buscaba gente de
guerra; pero se hizo esperar, obligando á los españoles á que anduviesen muchos días por aquellas sierras, hasta que
supo que estaban tan hambrientos y cansados, que no hubieran podido ofenderle aunque quisieran. Entonces buscó
sitio apropósito para la entrevista con San Miguel, y eligió una peña tajada con dos puntas que no distaban un tiro
de piedra, pero que estaban divididas por un abismo de más de quinientos estados; puesto en una de las puntas el
Cacique y San Miguel en otra, después de pedirse treguas y seguro para hablarse, propuso el castellano su embajada,
confirmando las promesas de Las Casas. El Cacique se mostró dispuesto á aceptar las paces, y convino en que para
acabarlas se juntarían cierto día en un lugar señalado de la costa. Para acudir á la cita, desplegó San Miguel un gran
aparato militar, y para no partir con nadie la gloria del resultado que esperaba, se resistió á llevar consigo al Padre
Las Casas, según le aconsejaban los más prudentes. El Cacique, que había prevenido grandes regalos para festejar á
los españoles, y que tenía dispuesto, para devolverlo el oro que años antes había cogido á unos castellanos, que pro-
cedentes de Tierra Firme, habían aportado á las costas de la Española en que él dominaba, se retrajo a asistir, alegando
hallarse indispuesto, temeroso de algún engaño; sin embargo entregó el oro como se había pactado, y los bastimentos
que para regalar á los españoles tenía prevenido, y estos se embarcaron la vuelta de Santo Domingo, donde se supo
con pena lo ocurrido, y se reconvino á San Miguel por su proceder, aunque confiaron en la buena disposición de D.
Enrique, y en que Las Casas acabaría felizmente el asunto. Difiriéronse, sin embargo, de día en día las diligencias para
que tuviera nueva entrevista con el Cacique, que no se celebró sino mucho más tarde, porque nuevos y graves sucesos
volvieron á Las Casas á la vida activa, resucitando, como él mismo dice, con sorpresa y disgusto de los que le creían
muerto, para oponerse á sus intentos con mayores bríos, aunque no con más felices resultados.
Aunque la relación de estos acontecimientos, hecha por Remesal, no ha sido hasta ahora confirmada por ningún
documento, asegura éste, que los halló entre los papeles de la Audiencia de Guatemala, y como no hay motivo alguno
para dudar de su veracidad, comprobada en todo cuanto refiere de la vida de Las Casas, no se nos alcanzan las reglas
de crítica en que se fundó el Sr. Quintana para calificar de fabuloso un suceso, cuya verosimilitud es, por otra parte
grandísima; que el Cacique de Barruco se alzó por aquel tiempo contra los castellanos en la isla Española, se ha compro-
bado por todos los historiadores, y por documentos fehacientes, y como testigo presencial de muchos de los sucesos, los
cuenta Las Casas en los capítulos CXXV, y siguientes de su Historia General, casi con las mismas palabras que los refiere
Remesal, quien habiendo disfrutado el manuscrito de esta obra, es seguro que lo copió de ella, aunque sin fijar de un
modo preciso la fecha del alzamiento de Enriquillo, que debió ocurrir, según Las Casas, hacia 1520, y si bien este no dice
que interviniera en los tratos que mediaron primero con el Cacique rebelado, bien claro da á entender que fue él quien
alcanzó su total reducción en la época con que Remesal la señala, como luego veremos: pues refiriendo lo que sucedió
con el capitán San Miguel, de quien hemos hablado, dice Las Casas: “Llegado el Capitán y los huyos, preguntó por En-
rique, respondiéronle los ocho lo que Enrique les había mandado; quedó harto pesante de su indiscreción el Capitán (ó
no la conoció quizá), por no haber hallado á Enrique, porque tenía por cierto, y no se engañaba, que allí la pendencia y
escándalo, y miedo de la Isla se acababa, puesto que, aunque no se acabó del todo, al menos suspendióse hasta después,
que como placiendo á Dios en el libro siguiente se dirá, por cierta ocasión del todo fue acabado”. Esta ocasión es la que
se refiere más adelante Remesal, como se verá adelante, y tuvo lugar en la década de 1520 á 1530, que es el espacio que,
según el sistema que seguía Las Casas en su Historia General, había de comprender su libro cuarto, el cual, aunque hasta
el presente no ha aparecido, de seguro lo dejó escrito, pues no puede menos de referirse a él Remesal, cuando dice que
Las Casas contó en su Historia General los grandes trabajos que pasó en la navegación que hizo el año 1533 de Nicaragua
al Perú, que no pudo tener cumplido efecto porque le obligaron los temporales á volver de arribada al punto de salida, y
como Las Casas vivió hasta 1566, y según varias indicaciones escribió el libro tercero de esta obra en 1561, debe tenerse
por sin duda que escribió más de lo que hasta hoy conocemos de ella”.
Sigue afirmando Remesal que en 1530 salió Las Casas de la Española hacia Castilla con el propósito de gestionar
concesiones para los indios del Perú, recientemente descubierto. Aquí obtuvo Cédula real para Pizarro y Almagro en
la que se les mandaba tratar a los indios peruleros como a vasallos libres de Su Magestad, no sujetos por ninguna vía
ni manera a servidumbre ni esclavitud. De España regresó a Santo Domingo. De aquí fue a México con el Padre San

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

edad de treintiocho años, en la casa de los dominicos de la capital de la Española, la víspera


de Santa Catalina de Sena del año 1521. Al otro día predicó al entierro del Padre Córdoba
Fray Antonio Montesino, quien eligió por tema: Quam bonum et quam jocundum habitare

Miguel, Prior designado de la Orden de Santo Domingo. De México pasó al Perú, donde notificó a Pizarro y Almagro
la Cédula de favor para los indios y del Perú salió para Nicaragua, a donde llegó, con varios compañeros, en marzo
del 1532. Aquí fundaron casa y convento de la Orden de predicadores en la Ciudad de León.
“Estando en estas ocupaciones recibió el Padre Fray Bartolomé de las Casas cartas del licenciado Cerrato, que había
sucedido, como Presidente de la Audiencia de Santo Domingo á D. Sebastián Ramírez de Fuenleal, para que marchase
inmediatamente á la Española, donde su presencia era muy necesaria al servicio de Dios y del Emperador; Las Casas no
pudo desentenderse de tales súplicas, y dejando el cuidado de la conversión de los indios y de las obras del convento
de San Pablo á cargo de los frailes que se habían vuelto con él del Perú, se fue, acompañado de Fray Pedro de Angulo,
á la provincia de Honduras, y, aunque Cerrato había mandado provisiones para que le diesen con toda brevedad paso
y embarcación para verse con él, se detuvo algún tiempo hasta que por el puerto de Trujillo ó por el de Caballos salió
para la Española, donde fue recibido por el Presidente y los vecinos con tanta alegría como ceño le habían puesto en
otras ocasiones. El objeto principal de la llamada de Las Casas era la reducción del cacique Enriquillo, pues, aunque
desde el año de 1529 no molestaba á los españoles, estos no se sentían seguros y temían que pudiera venir sobre ellos.
Trató el asunto largamente con Las Casas el licenciado Cerrato, y ofreciéndole aquel cuanto estuviese en su poder para
lograr su buen propósito, después de encomendar á Dios el negocio, se metió con su compañero Fray Pedro de Angulo
por los montes donde solía andar el Cacique, y al cabo de algunos días de fatiga y cansancio le halló tan avecinado en
aquellos desiertos, que no se acordaba de sus pueblos, y tan apercibido para la defensa, aunque hacía cuatro años que
no le inquietaban como el día de su alzamiento. Estuvieron Las Casas y su compañero algún tiempo con el Cacique, y
como no enviaban mensajeros a Santo Domingo, tenían al Presidente, á los frailes y demás vecinos en mucha angustia,
temerosos de algún mal suceso; pero fue tal el que alcanzó Las Casas con sus exhortaciones, por la mucha eficacia de su
palabra, que, á los dos meses de haber salido de la ciudad, entró por las puertas de la Audiencia con el Cacique, después
de haberle hecho recibir de toda la nobleza con gran contento y alegría. El Presidente le honró mucho, y sin hablarle de
las inquietudes pasadas confirmó y cumplió puntualmente lo que el Padre Las Casas le había prometido en nombre del
Emperador, entregándole los indios y pueblos de que era señor natural, teniendo después gran cuidado en favorecerle
y honrarle y llamándole de cuando en cuando, con lo que le tuvo siempre contentísimo y muy en servicio de Castilla”.
(Fabié: pp.128-134 y 140-141, tomo I, Vida y escritos de Fray Bartolomé de Las Casas, Obispo de Chiapas).
Arthur Helps, en su Vida de Las Casas (Life of Las Casas, “the apostle of the indies”, London, 1873) se refiere al
desacuerdo de Quintana con la versión de Remesal, y dice lo siguiente: “I was at first inclined to reject it also. But,
observing that, in his account of Nicaragua, where he certainly had been and where the law-suit before alluded to was
brought against him, he never makes the least allusion to himself, I am not inclined to pronounce hastily upon these
statements, more especially as Remesal speaks of a letter written by the Bishop of Guatemala, which seems to allude
to the circumstance of Las Casas passing throug the town of Santiago on his way to Perú”. (p.180 - Nota).
Carlos Gutiérrez, en su libro citado, Fray Bartolomé de Las Casas, su tiempo y su apostolado, obra deliciosa por su
estilo y por sus aciertos de juicio, recoge la versión de Remesal y critica también a Quintana el que no diera en su
biografía del dominico la amplitud debida al alzamiento de Enriquillo: “La entrevista que con D. Enrique tuvo el
grande hombre cuya vida y apostolado forman el asunto de este libro, posee una importancia bastante, a nuestro
entender, para justificar la introducción en una Vida de Las Casas de la notable rebelión de aquel Jefe indígena, que en
el largo período durante el cual supo hacer frente y resistir con éxito los repetidos ataques de las tropas españolas,
tuvo ocasión de desplegar más de una vez, como guerrero y como hombre, cualidades nada vulgares aun en razas
más civilizadas”. pp.167-68.
Debemos llamar la atención, en cuanto a los hechos referidos por Remesal, que el licenciado Cerrato no sucedió a
Ramírez de Fuenleal en el gobierno de la Isla. Lo sucedió Alonso de Fuenmayor, quien llegó a Santo Domingo el 14 de
diciembre del 1533, cuando ya había tenido lugar el arreglo Enriquillo-Barrionuevo. Durante el período comprendido
entre la salida de Fuenleal (1531) y la llegada de Fuenmayor, gobernaron los Oidores Alonso Zuazo, Rodrigo Infante
y Juan de Vadillo, quienes entendieron en todo lo relativo a la llegada de la expedición de Barrionuevo, alojamiento
de la misma y asuntos relativos al convenio de la paz con el Cacique. El licenciado Cerrato se hizo cargo del gobierno
en 1544, en el que sucedió a Fuenmayor, quien lo mantuvo exactamente hasta el día primero de enero del referido
1544. Ya para este tiempo hacía mucho que Enriquillo no estaba en este mundo (1535). Es pues imposible que Cerrato
tuviera nada qué ver en el asunto.
Ahora bien, razonando con las referencias de Remesal, nada tendrían de difíciles estos hechos: a) que Las
Casas fuera a verse con Enriquillo antes de San Miguel, para preparar la visita de éste; b) que no fuera Cerrato sino
Fuenmayor quien hiciera venir a Las Casas a la Isla a fines del 1533 o principios del 34, después de las conversaciones
con Barrionuevo, para que indujera al Cacique a ejecutar en firme el tratado. Es posible que fuera entonces cuando
Las Casas y Fray Pedro de Angulo realizaran su visita al Bahoruco (la que refiere Oviedo), porque lo cierto es que el
Cacique no vino a la ciudad de Santo Domingo, sino en junio del 1534, después que lo visitó Las Casas y se estuvo
con él muchos días en la sierra. Sólo en esta hipótesis pueden conciliarse las dos versiones sobre la participación del
dominico en el asunto del Bahoruco. Lo raro es que Las Casas refiera las visitas de Fray Remigio y Hernando de San
Miguel en su Historia, sin decir una palabra de la suya. Es posible que la referencia se encuentre, sin embargo, en el
Libro IV de la Historia General, no encontrado todavía, como presume Fabié. Las cartas publicadas por el dominico
alemán Biermann pueden aclarar el enigma.

744
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fratres in unum.92 Pocos meses después salió para Cumaná el Padre Las Casas, de donde debía
retornar amargado y decepcionado para muchos y largos días de su apostolado.
Para mediados del 1534 era cosa cierta la pacificación de la Isla. La voluntad guerrera
de Enriquillo se había refugiado en las conveniencias de la paz, que poco después, para él,
sería eterna. Los escasos indios que le sobrevivieron, pasaron sin notoriedad hasta que la
raza se extinguió sin dejar huellas de su dominio de la Isla.
Esta situación hizo que un ilustre pensador y estadista dominicano, don Emiliano Tejera,
en ocasión memorable, escribiera el siguiente epitafio sobre la tumba de la raza indígena:
“Mucho en verdad, con relación a sus escasos recursos, logró en su lucha de 14 años, el primer
guerrillero de Santo Domingo i uno de sus más ilustres hijos, si bien España, al tratar con el
último Cacique indígena, representante autorizado de los derechos de su raza, obtuvo lo que
antes no tenía en realidad: el derecho de ocupar legítimamente la isla, teniendo Enriquillo
como a una especie de soberano feudatario. El convenio con Enriquillo convirtió en derecho
lo que antes era solo hecho fundado en la conquista”.
Para don Emiliano Tejera, el convenio Carlos V, Enriquillo tuvo sentido y carácter de tra-
tado, y consecuencias profundas y permanentes en la formación del derecho público colonial,
y, más tarde, nacional dominicano. En ese convenio, afinca Tejera el punto de partida de los
derechos de soberanía de la República Dominicana en la Isla de Santo Domingo. La cuestión
es de suyo muy importante y debe, en consecuencia, estudiarse con mucho cuidado y con
visión puramente objetiva. Desde luego, la aseveración del ilustre estadista es contradictoria
de las conclusiones a que llegó el Padre Utrera en su conferencia del 6 de junio de 1946.
Con efecto, si las conversaciones de Enriquillo con Barrionuevo no tuvieron otro resulta-
do que el de “hacerse la reconciliación por modo consuetudinario o a la usanza de indios, de
ninguna manera con sujeción a forma protocolar ni instrumental alguna”; o de otro modo,
si el convenio fue “materia de concierto entre vasallos en servicio del Rey para asegurarse la
paz, de ninguna manera capítulo de ningún tratado, ni de ninguna especie de tratado de paz”;
entonces aquellas conversaciones no tuvieron influencia sobre la ocupación española, que siguió
siendo mero resultado de un hecho de conquista, y la tesis de Tejera no tiene fundamento. Para
llegar a criterio verdadero sobre el asunto es menester estudiarlo más a fondo.

XI
Ante toda cosa es necesario examinar las formas extrínsecas o modalidades preparato-
rias del convenio del 1533, el proceso seguido para llegar al planeamiento de las cuestiones
de fondo que se resolvieron en la entrevista y que constituyen, a nuestra manera de ver, las
modalidades internas o intrínsecas de la negociación y del convenio o acuerdo en que aquella
culminó. Estas modalidades se estudiarán y examinarán a la postre de las primeras.
De conformidad con lo dicho hasta aquí, el proceso que se siguió para llegar a las
conversaciones del lago del Comendador fue el siguiente: a) consideración y examen de la
gravedad que, ya en 1532, revestía la situación creada en la Isla Española por el alzamiento
del Cacique y por el estado de guerra que se derivó de aquel suceso; b) resolución tomada
por la Corona para terminar definitivamente aquella alarmante anormalidad, mediante

92
La fecha de la muerte del P. Córdoba ha sido objeto de disidencias. Beristain de Souza afirma que el santo murió
en 1525, la víspera de San Pedro. García Icazbalceta y Garlos Nouel fijan como día de esta muerte el 28 de junio del
1525. Fabié sigue en esto a Souza. Según la versión de Las Casas, el P. Córdoba murió el 29 de abril del 1521, porque
la Iglesia celebra la festividad de Santa Catalina de Sena el 30 de abril. Rodríguez Demorizi sigue a Las Casas. (Véase
R. Demorizi, op. cit., p.XIII.)

745
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

negociación de la paz; o por medios drásticos de guerra, no usados todavía en el Bahoruco;


c) selección de Francisco de Barrionuevo, por directa orden del César, para encargarlo de
pacificar el Bahoruco; d) su nombramiento como Capitán General de la guerra del Bahoruco,
medida a todas luces extraordinaria y desusada; e) promesa héchale de compensarlo con la
designación de Gobernador de Tierra Firme, si terminaba con éxito su misión en la Espa-
ñola; f) preparación y coordinación de los elementos de guerra necesarios al sojuzgamiento
del insurrecto; g) redacción, firma y entrega al general de Carta o Cédula de Perdón para
el Cacique, suscrita de real mano, con expresa y taxativa fijación de las condiciones en que,
conmutativamente, debía concertarse la paz. Esto es, en la Carta o Cédula de Perdón se
previeron y concedieron las posibles exigencias o la posible formulación de condiciones que
haría el Cacique para aceptar el avenimiento pacífico; h) la entrega al Capitán General de una
Carta o Cédula de Perdón en favor del insurrecto, y para que en ella respaldara sus gestiones
de paz, inviste a Barrionuevo con el carácter de Embajador o agente del Rey de España ante
el Cacique; i) reconocimiento implícito, por vía preceptiva, de Enriquillo como insurrecto al
enviársele Carta o Cédula de Perdón suscrita por la Emperatriz en funciones de gobierno.
Consecuencialmente, reconocimiento del Cacique como jefe de grupo colocado fuera de la
jurisdicción del Rey de Castilla; j) conferimiento de honor real al Cacique al designársele
oficialmente Don Enrique, en confirmación de la libertad que se le había ofrecido y anuncia-
do; k) consideración y estudio del estado de cosas existente en la Isla, en Cabildo abierto,
confirmado por la Audiencia Real; l) acuerdo surgido de las deliberaciones del Cabildo en
cuanto a la conveniencia de no hacer la guerra al Cacique, sin antes someterle proposiciones
formales de paz; m) travesía de Barrionuevo desde Santo Domingo a Yáquimo y de aquí
hasta el Bahoruco con cerca de tres meses de búsqueda del Cacique; n) encuentro del Gene-
ral con el Cacique en la isla que contiene el Lago de Enriquillo, entonces del Comendador;
o) disposición de Enrique a oír proposiciones de paz; p) celebración de la entrevista. En la
completa ejecución de este proceso se consumió algo más que un año.
Las que nosotros consideramos modalidades de fondo en el arreglo de la paz y termi-
nación de la guerra del Bahoruco pueden resumirse de esta manera:
a) El Cacique y sus indios renunciaron al estado de naturaleza en que por más de trece
años se mantuvieron en el Bahoruco, para retornar al dominio político del Rey de Castilla.
b) El Monarca, en cambio, asumió la obligación de otorgar y garantizar al Cacique
y a todos sus compañeros de raza, libertad completa, en cuanto ellos serían tratados en
la Isla con los mismos miramientos que los vasallos españoles del Rey. Esto implicó, por
vía preceptiva, la abolición de toda práctica discriminatoria y esclavista contra los indios
insurrectos. O lo que es lo mismo: libertad de trabajo, libertad de tránsito, exención de
tributos y prestaciones personales, libertad de asociación, libertad de contratar, libertad
de habitación y pleno goce de todos los derechos civiles. El Rey renunció, frente a la
colectividad del Bahoruco, al Gobierno despótico, de que hizo víctima al Cacique y a sus
súbditos hasta que estos decidieron, en 1519, retornar al estado de naturaleza que organi-
zaron en el Bahoruco.
Como consecuencia del ajuste que produjo esta doble renuncia, los indios vivieron libres
de toda férula potestativa y caprichosa, en ejercicio de los derechos básicos de la persona-
lidad humana, como vasallos de la Corona, vinculados solamente a la jurisdicción política
del César, responsable ante su propia conciencia, de la seguridad que solemnemente había
prometido al Cacique y a sus indios.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Como se ve, de las conversaciones habidas entre Enriquillo y Barrionuevo surgió una
transacción, mediante concesiones recíprocas y conmutativas, que para sustanciarse, necesitó
del libre consentimiento de dos partes.
Eso se llama, en derecho civil, un contrato; en derecho público, un tratado. El sujeto de un
contrato es el hombre en sus relaciones privadas con el hombre. El sujeto de un tratado es el
hombre como elemento constitutivo de la colectividad. Para que exista tratado es necesario
que se pongan en movimiento los intereses sociales de dos grupos organizados.
En los acuerdos del 1533 se puso en evidencia, de una parte, el interés de España en
terminar una guerra desastrosa para la administración de la Isla, y en general, de las Indias.
De otra parte, el interés de Enrique y los suyos, de no seguir viviendo con sujeción a los
sistemas de esclavitud con que se inició la colonización de la Española. Del leal examen de
estos intereses surgió el arreglo del 1533. El acuerdo alcanzó la terminación de la guerra,
mediante la rendición de los indios para vivir libres y respetados. La satisfacción de las
necesidades de ambas partes produjo la conjugación de voluntades y, necesariamente, la
concertación del tratado.
Nada significa, desde luego, para la exactitud de esta conclusión, que las voluntades pre-
sentes en el convenio fueran, de una parte, la de la primera potencia política de la época; y de la
otra, la de un oscuro jefe indígena insurrecto en la Española. Lo que verdaderamente importa a
esta conclusión científica es que ambas voluntades representaran intereses colectivos opuestos y
estuvieran debidamente calificadas para encarnar aquellos intereses. Si la insurrección del Baho-
ruco no hubiera llegado a poner los intereses políticos de España en estado de peligro en la Isla,
es seguro que la Corona no se hubiera decidido a buscar la terminación del asunto en la forma
en que lo hizo, mediante ostensible movimiento unilateral de voluntad hacia la paz, exclusivo de
toda acción de guerra injusta. La Carta o Cédula de Perdón enviada a Enriquillo por conducto
de un agente personal de la Corona, tuvo un sentido jurídico: evitar que la guerra a muerte que
hubiera seguido a su rehuso, cobrara los caracteres de injusticia con que, hasta ese momento, se
había perseguido al Cacique. En términos precisos apunta Oviedo esta finalidad de las gestiones
pacifistas de Barrionuevo. El perdón era reconocimiento de la justa causa del alzamiento, y con
la confesión de la justicia que asistía al Cacique, se le reconocieron, automáticamente, títulos y
calidades para negociar la paz y obligar su voluntad en un tratado. Es esta una afirmación de
carácter esencialmente jurídico, que no puede rebatirse sino por medios jurídicos.
Todos los documentos procedentes de la Audiencia Real de Santo Domingo; las cartas de
los Oidores y de Barrionuevo al Emperador, concuerdan con esta afirmación y la respaldan:
la rebelión de Enriquillo tuvo causa justa, y en consecuencia, sentido jurídico; el desenlace
del episodio, si se obtuvo por vía consensual de avenimiento a la paz, debió también tener
sentido jurídico, mediante una coincidente y conmutativa enajenación de derechos. Si En-
riquillo hubiera sido vencido en trance de guerra, la cópula de voluntades no se hubiera
producido y el derecho de conquista habría seguido siendo causa de la acción de España.
En esta forma, la paz del Bahoruco hubiera sido resultado de la fuerza, sin consecuencias
consensuales. La voluntad del Cacique habría estado ausente de la pacificación.
Pero los hechos se sucedieron en forma distinta. España no pudo o no quiso obtener la
paz por la fuerza. Se atuvo al consentimiento del indio para que este renunciara a la guerra,
a cambio de ventajas en la paz. La paz contractual fijó un nuevo status jurídico ganado por
Enriquillo del consentimiento del Rey. Eso es, pura y simplemente, un tratado, y con mayor
precisión, un tratado de paz sin imposición unilateral de la voluntad del vencedor.

747
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Al considerar las anteriores conclusiones deben tenerse muy presentes los cambios su-
fridos por el derecho internacional a través de los tiempos. El pensamiento político de los
últimos siglos de la Edad Media y del Renacimiento era cosa muy diferente de las ideas y
sistemas jurídicos de nuestros días. Lo que pudiera tenerse como un tratado en 1533 estaba
todavía muy lejos del tratado internacional al estilo de hoy. La guerra se hacía entonces con
muy distinto carácter a como la vemos hacer nosotros. En el primer tercio del Siglo XVI estaba
muy informe el concepto de la nacionalidad, y apenas trascendía en la conciencia política
de occidente el sistema del Estado, unitario, aislado y soberano. La primera organización
política de ese tipo acababan de crearla los Reyes Católicos en España.93
La característica del derecho público de la época estaba muy cerca todavía del feu-
dalismo. “Bajo el régimen feudal las guerras son, por decirlo así, procesos nacidos de las
relaciones entre soberano y vasallo. No hay guerra nacional porque no hay naciones; la
lucha más grande que ha separado a dos pueblos, la rivalidad de Francia e Inglaterra, no
fue en principio más que la rivalidad de un soberano con un vasallo demasiado poderoso.
Aun cuando las guerras empiezan a interesar a las naciones, tienen todavía su origen en
los lazos del feudalismo; tal fue la guerra de algunos feudatarios coaligados con el Rey
de Inglaterra y el Emperador de Alemania contra Felipe Augusto. La intervención del
derecho fue posible y aun inevitable, porque todas las hostilidades, bajo el régimen feu-
dal, tenían un carácter de interés privado. La sociedad de varios individuos exige desde
luego la intervención del derecho para ordenar sus relaciones; esto sucedió con la guerra
en la Edad Media. Tenía sus reglas, lo mismo que nuestro procedimiento; el resultado de
la lucha era como una decisión judicial”.94
El concepto ortodoxo del tratado internacional propiamente dicho: acuerdo de volunta-
des de tipo soberano (Estados Nacionales) no surge sino en las postrimerías del Siglo XVIII.
Para ello fue absolutamente necesario que llegara a la plenitud de su madurez la evolución
del poder político hacia las formas individualistas de la independencia nacional, y que se
integrara con toda firmeza la mística del Estado prepotente y absoluto. Tal como existió hasta
el fin de la primera guerra mundial. Pero ese proceso de organización política consumió
varias centurias. En 1533 apenas empezaba a esbozarse en Europa.
Es pues indispensable descartar la idea del tratado internacional propiamente dicho al
querer clasificar y caracterizar los acuerdos a que llegaron Enriquillo y Barrionuevo. Esto
no quiere decir, sin embargo, sino una sola cosa: que el tratado del Lago del Comendador
no constituye un instrumento concebido de conformidad con la técnica del derecho inter-
nacional que se deriva de una sociedad de naciones como la en que ahora vivimos. Aquel
instrumento tiene las características de lo que en su época debió considerarse conjunto de
normas prevalecientes en el derecho público. Ese conjunto de normas, producto también de
una larga evolución y efecto del choque que en los sentimientos ocasionó la concepción cris-
tiana de la vida, no comenzó a transformarse y a orientarse hacia lo que son en la actualidad
las relaciones internacionales, sino cuando el genio de Richelieu impuso, en los tratados de
Westfalia (1642-46), la derrota definitiva de la influencia temporal del Papado, mediante la
instauración del régimen estatal, fundado en el principio de las nacionalidades. (Principio
del equilibrio europeo).

93
Juan Prutz. Los Estados de Occidente en la Edad Media, tomo XVII de la Historia Universal dirigida por Guillermo
Oncken, Barcelona, 1934, pp.611-12.
94
Laurent, op. cit., tomo 7, El Feudalismo y la Iglesia, pp.213-14.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

A fines del Siglo XVII hizo notar Pierre-Joseph Neyron95 que se había generalizado la práctica
de redactar por escrito los tratados internacionales. Veinticinco años más tarde Theodore Sch-
maltz lanzó la teoría de que sólo un instrumento escrito podía obligar a los países europeos en
un tratado internacional.96 Con esto pretendió hacer de la prueba del convenio internacional una
condición esencial a la existencia del mismo. De una condición de forma una condición de fondo.
La doctrina ha sido combatida por los más eminentes expositores del derecho internacional:
De Martens: “En las obras que tratan del derecho internacional se discute la cuestión
de saber si un gobierno puede obligarse por convenciones verbales. Como no existe regla
universalmente establecida para las convenciones internacionales, las obligaciones contraídas
verbalmente son perfectamente admisibles y deben ejecutarse con la misma fidelidad que
las obligaciones escritas. No hay ninguna razón jurídica para no admitir su existencia y su
validez en la esfera de las relaciones internacionales libres.
“En la práctica suelen concluirse convenciones de este género. En 1697 se convino, en
esta forma, una alianza entre Rusia y Prusia. Pedro el Grande y el Elector de Brandeburgo,
Federico III, en la entrevista de Pillau, se prometieron con solemnidad “ayudarse mutuamente
y con todas sus fuerzas, si se presentaba la ocasión, contra cualesquiera de sus enemigos, y
en particular contra Suecia”. A seguidas, los dos soberanos se dieron la mano, se besaron y
consagraron su obligación con un juramento.
“Por otra parte, aunque sean posibles en nuestros días las convenciones internacionales
verbalmente concluidas, no debe olvidarse que las Constituciones de los Estados modernos
se prestan poco a este género de tratados”.97
Heffter: “No se ha prescrito ninguna fórmula precisa para la manifestación de la voluntad
en los tratados internacionales. Existen estos desde el momento en que una de las partes se ha
comprometido a hacer alguna cosa con la intención de considerarse ligada por la aceptación
de la otra, y en que esta aceptación está suficientemente confirmada.
“La prudencia, ciertamente, y la costumbre aconsejan la redacción por escrito, la cual es
una consecuencia natural, especialmente de los tratados celebrados mediante procurador.
Pero de que las partes hubieran adoptado una u otra forma de redacción no resulta en modo
alguno la nulidad del tratado.
“Neyron, De vi foederum inter gentes, Goett. 1788, n.o 23 y Schmaltz, Europ. Volkerr, pp.52 y
sig., sostienen que los tratados deben, para ser obligatorios, ser redactados por escrito. ¿Pero por
qué el compromiso solemne, después de aceptado y pudiendo ser probado, ha de ser menos
obligatorio, por no haber sido redactado por escrito? Esto es lo que admiten Martens, Europ.
Vol. Kerr. n.o 45, Schmelzing, n.º 377. Klüber n.o 141, 143, y Neumann n.os 226 y 238. Poco im-
porta, por lo menos, que el tratado conste en un documento o sólo en explicaciones recíprocas:
así se han verificado los concordatos entre la Santa Sede y las potencias no católicas; basta con
que aparezca la intención de obligarse. Puede una de las partes obligarse por escrito y aceptarlo la
otra por actos o señales indubitables. V. Martens, loc. cit.; v Vattel n.o 234. Wheaton III, 2.3.98

95
Pierre Joseph Neyron. Essai historique et politique sur les garanties, et en general sur les divers methodes d’assurer
les traites publics, Goetingue, 1777, In 8º. De vi foederum inter gentes. (De la fuerza de la alianza entre las naciones)
Goetingue, 1770.
96
Théodore Antoine Henri Schmaltz, Le droit des gens europeen (traducción francesa del Conde Léopold de Bohm),
París, 1823, en 8º.
97
P. de Martens. Traite de droit international, traducción francesa de Alfred Léo, París, 1883, tomo I, pp.540-41. (La
versión al español, es nuestra).
98
Heftter. Derecho Internacional Público de Europa, traducción de G. Lizarraga, Madrid, 1875, p.199. (El subrayado
es nuestro).

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Vattel: “Grotius, al tratar de las convenciones tácitas, habla de aquellas en que la


obligación se establece por signos mudos. Es necesario no confundir estas dos especies. El
consentimiento suficientemente declarado por un signo, es un consentimiento expreso tanto
como si se hubiera significado por viva voz. Las palabras en sí mismas no son otra cosa que
signos de institución. Hay signos mudos que el uso hace tan claros y expresivos como las
palabras. En la actualidad se sabe que el enarbolamiento de una bandera blanca significa,
tan expresamente como pudiera hacerse de viva voz, petición de parlamento. La seguridad
del enemigo que avanza en vista de esta invitación, está tácitamente prometida”.99
Fiore: “En derecho internacional no existe ninguna forma esencial para crear una obligación
convencional de Estado a Estado, y no existe ninguna diferencia a este respecto en razón del
contenido o de la sustancia del vinculum juris. Nosotros comprendemos, desde luego, bajo la
denominación de Tratado, a todo pacto, acuerdo o convención hechos entre Estados”.100
Fauchille: “Los tratados no están sometidos a ninguna fórmula sacramental. Nada im-
pide la existencia de tratados verbales; la historia ofrece ejemplos de ellos (cita el caso de
1697 entre Rusia y Prusia). Pero estos ejemplos son raros: la importancia de las convenciones
quiere que se conserve la prueba de ellas y que se precisen las cláusulas”.101
En 1625 publicó Hugo Grotio su famosa obra De Jure belli ac pacis (El Derecho de la Guerra
y de la Paz). Entonces comenzó a vulgarizarse la doctrina del derecho internacional mo-
derno. Grocio fue el sistematizador de las grandes corrientes de ideas sobre la organización
de las relaciones internacionales que, en la centuria anterior, crearon los teólogos y juristas
españoles (Vitoria, Suárez, Menchaca, de Soto y otros más) a propósito de la conquista de
las Indias y de la condición jurídica de sus pobladores.
En aquella obra concretó el Maestro holandés una regla básica de la interpretación de los
tratados: “La medida de una recta interpretación es la inducción de la voluntad, derivada
de los signos más probables. Estos signos son de dos clases: las palabras y las otras conjeturas.
Se les considera separada o conjuntamente”.102
De acuerdo con la calificada doctrina que dejamos transcrita arriba, es evidente que un
tratado internacional para existir en sí mismo, como entelequia jurídica, no depende del
instrumento material escrito que pueda contenerlo. Un tratado existe aunque no esté escrito,
ni articulado, ni dividido en cláusulas. Con esto queremos decir que el hecho de que los
convenios negociados por Enriquillo y Barrionuevo en 1533 no estén escritos en documentos
ad-hoc, firmados y sellados por las partes, no implica la inexistencia de dichos convenios,
ni la imposibilidad de que ellos constituyan un tratado de derecho público, si no un tratado
internacional propiamente dicho (acuerdo de voluntades estatales soberanas).
A la existencia del tratado en aquel caso sólo bastaba el consenso de las voluntades. La
prueba de que las partes se pusieran de acuerdo es copiosísima. En orden cronológico puede
clasificarse así: suspensión de las hostilidades; pregonamiento de la paz concertada en todas
las villas y ciudades de la Isla; correspondencia oficial de la Audiencia Real al Emperador
dándole cuenta minuciosa de lo convenido y de la forma como se convino; reintegración

99
Vattel, Le droit des gens ou principes de la loi naturelle, traducción francesa de P. Royer-Collard, París, 1835, p.140.
100
Pasquale Flore, Nouveau droit international public, traducción francesa de Charles Antoine, París, 1885, tomo II,
p.321. (Las traducciones españolas son nuestras).
101
Fauchille, Traite de droit international public, París, 1926, Tomo I, Troisieme partie, p.306. (La traducción
española es nuestra).
102
Grocio, Le droit de la guerre et de la paix, traducción francesa de P. Pradier-Foderé, París, 1867, tomo II, p.276.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

del Cacique y sus indios a la convivencia con los españoles (viaje a Azua, viaje a Santo Do-
mingo, elección de pueblo para vivir definitivamente); correspondencia de Barrionuevo al
Emperador dándole cuenta de los resultados de su misión; ejecución del contrato: de parte
de los españoles dejando en absoluta libertad de acción a los indios rendidos y prohibiendo
–por vía administrativa– el acceso de los españoles al pueblo de Enriquillo, bajo pena de
muerte; de parte del Cacique, haciendo entrega de indios y negros renuentes.
No podemos dejar de insistir en el dato fundamental, decisivo, de que en 1533 no existía
todavía el tratado internacional puro. La misma existencia de un derecho internacional en
aquella época la niegan casi todos los autores. Las relaciones de los pueblos no tuvieron,
hasta los tratados de Westfalia, el sello peculiar que hoy los caracteriza. Este concepto se
deduce de la circunstancia de que hasta la fecha de los mencionados tratados (1642-46) no
existiera el complejo de la Nación-Estado. No hay escritor ni obra de derecho internacional,
sobre todo si son del siglo pasado, que no den como punto de partida de la ciencia el con-
cierto europeo de Westfalia.
El criterio, sin embargo, era muy absoluto. Los investigadores del Siglo XX han aclarado y
precisado la cuestión. En todas las épocas de la historia han existido relaciones entre pueblos
y colectividades. Y en todas las épocas esas relaciones han estado sujetas a reglas y normas
generales. El problema consiste en saber que cada período de la civilización ha creado un
régimen propio de intercambio entre los pueblos. Hasta la paz de Westfalia y desde la caída
del poderío romano, los pueblos cristianos y sus gobiernos (la cristiandad) estuvieron sujetos
(más o menos efectivamente) a la influencia de dos poderes centralistas rivales: el Pontificado
y el Imperio. Ningún gobierno era absoluto. Por lo menos teóricamente dependían de uno
de aquellos dos poderes. La lucha de los pueblos y las nacionalidades para independizarse
fue muy larga y muy sangrienta. Consumió más de dos siglos y medio.
La idea del Imperio Universal dirigido por el Papa o por el Emperador, es incompatible
con el sentido moderno de la sociedad de naciones y del derecho internacional. Pero eso no
quiere decir que no hubiera en toda aquella larga edad un sistema de derecho que regulara
el intercambio de pueblos y países. Por referirse al interés colectivo, y no al privado de las
personas, el conjunto de reglas que constituían el sistema eran de derecho público; como son
hoy las que forman el derecho internacional público. La palabra internacional se ha introducido
en la designación de la ciencia sólo porque modernamente surgió el fenómeno Nación-Estado
como expresión del poder político y de las funciones coactivas de la Sociedad.
El pacto y las capitulaciones convenidos en 1533 entre Enriquillo y Barrionuevo no
constituyen un tratado internacional (en su acepción moderna) porque en ese momento no
existían naciones ni existía derecho internacional del tipo actual. Si España misma no había
terminado aún el proceso social y jurídico de su unidad nacional, mucho menos podría pen-
sarse que en el grupo del Bahoruco se encontraran características jurídicas de soberanía.
No debe olvidarse que el Reino de Castilla no inició la conquista de América como un Estado
soberano, responsable de sus actos sólo ante sí mismo. Las bulas de concesión de Alejandro
VI constituyeron un mandato e implicaron una substitución de poder. Teóricamente estaba en
manos del Pontífice, la suma de autoridad institucional indispensable al cumplimiento de la
apropiación realizada por Castilla de las tierras descubiertas. En 1533 España no era todavía
una nación soberana, tal como hoy se concibe la soberanía. Los tratados que entonces suscribía
el Emperador Rey no eran constructivos de normas internacionales ni fuentes del derecho
de gentes. Las Bulas de Concesión del 1493 no fueron sino la manifestación del vasallaje que

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

todavía vinculaba al Reino de Castilla con la sede romana. Fueron un reflejo de la sobera-
nía universal del Papa. La negación de toda posibilidad –teórica por lo menos– del poder
soberano y absoluto de la Reina Isabel.103
Pero en 1533, época ya de transición, existía un tipo de intercambio, una ordenación de
las relaciones de los pueblos, un procedimiento regulado en la mecánica de esas relaciones
que las condicionó y las caracterizó hasta que los hechos nuevos de la emancipación nacional
y la constitución de los Estados libres, crearon una nueva mecánica y una nueva técnica en
la interpenetración de los pueblos.
Es con la ayuda de los procedimientos, reglas y conceptos determinantes del derecho
público de la época, como debe estudiarse el tratado Carlos V-Enriquillo.
Existió en los siglos XV y XVI la práctica de concluir acuerdos o tratados por actos
unilaterales. Según este sistema sólo una de las partes del convenio se comprometía por
escrito y firmaba. El Embajador, en estos casos, no recibía misión de suscribir un tratado,
sino simplemente, de entregar un acto unilateral u obtenerlo de quien iba a visitar.
En su monumental Historia de Luis XII (segunda parte, La Diplomacia), estudia De Maulde-
La-Claviere, con gran cuidado, la práctica de los actos unilaterales.104 Este autor divide en dos
grandes grupos los tratados de derecho público en la época: “La redacción de los contratos
internacionales, en lo que respecta a su forma, era objeto de procedimientos bastante diferentes,
que nosotros dividiremos en dos grupos: los actos comunes y los actos unilaterales”.
Los actos comunes eran aquellos en que intervenían las dos partes en su redacción: Los
protocolos simples, las cartas partidas (les endentures), las letras patentes y los actos autén-
ticos. Por su curiosidad y para señalar cuán distinta de las formas actuales eran las que se
usaban en esta época para convenir tratados, vale la pena describir el procedimiento de las
cartas partidas. Se tomó del derecho privado, y consistía en partir por la mitad el documento
escrito, para que cada Embajada retuviera un trozo, después que su contraparte lo firmaba
y sellaba. La fórmula era sacramental e invariable, generalmente se redactaba en latín.
Los actos unilaterales eran aquellos que entregaba o recibía un Embajador, sin que la
redacción del mismo fuera objeto de negociación. En estos casos el documento lo recibía
el agente hecho y firmado, y su misión consistía no en negociar sino en conducir, portar
materialmente, un acto, un escrito, un documento de unas manos a otras, de un personaje a
otro. “Todo acto diplomático supone una obligación conexa, pero en el acto unilateral nadie
indica esta obligación”. En el acto unilateral sólo aparecía la firma del personaje que lo otor-
gaba. El acuerdo de voluntades, que no figuraba en el documento, se operaba mediante la
adhesión del otro a los fines del otorgante. Esta adhesión podía hacerse en cualquier forma.
De palabra, por signos o aun por la simple ejecución, que siempre implicaba la conformidad
del ejecutante. El acto unilateral era una especie de policitación escrita, que se convertía en
tratado tan pronto como era aceptada, valiendo, para tal fin, la aceptación implícita.
Este procedimiento para conducir tratados era muy socorrido y usual. Se aplicaba a
materias muy diversas y, asumía todas las formas. Desde el diploma hasta la cédula más
simple. Entre estos se cuentan las Cartas, Patentes o Cédulas de Perdón. Eran comúnmente
documentos de Cancillería. Podía también firmarlas el Soberano.

103
Sobre el origen y el sentido de las Bulas, véase Sánchez Lustrino, op. cit. pp.210 y sigs. Peña Batlle, El descu-
brimiento de América y sus vinculaciones con la política internacional de la época, Madrid, 1931.
104
De Maulde-La-Claviere, Histoire de Louis XII, Deuxieme partie, Da Diplomatie, tomo III, pp.192 y siguientes,
París, 1893.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

El 2 de febrero del 1414 dirigió el Rey Carlos VI, de Francia, una Patente de Perdón al Duque
de Borgoña para redimirlo de desacatos anteriores. Por su semejanza con la Carta de Perdón que
trajo Barrionuevo para el Cacique, la reproducimos íntegramente, traducida del francés: “Hacemos
saber que desde ahora en adelante reputamos, tenemos y queremos a nuestro primo de Borgoña,
ante el mundo, como a nuestro bueno y leal pariente, vasallo, sujeto afecto a nos, no obstante
nuestras letras anteriores, las cuales, de ahora en adelante, dejamos sin efecto ninguno que pueda
dañar la presente; y prohibimos a todos nuestros súbditos por la presente, so pena de incurrir en
nuestra indignación, que, con motivo de nuestras letras anteriores, digan o hagan ninguna cosa
que injurie o deshonre a nuestro primo de Borgoña de cualquier modo que sea”.105
Para un espíritu de hoy, contemporáneo de las Naciones Unidas, es difícil ver en este docu-
mento un tratado internacional. El Duque de Borgoña no era una persona de derecho interna-
cional porque era vasallo y dependía jerárquicamente del Rey de Francia. Borgoña no era una
nación independiente de Francia. Por eso el Rey perdonaba al Duque como a súbdito suyo. Sin
embargo, las relaciones públicas de soberano y vasallo eran de naturaleza muy semejante a las
que hoy pueden sostener dos Gobiernos libres y, en el fondo, las actitudes de ambos personajes
eran susceptibles de afectar intereses de dos colectividades distintas y bien definidas. Entre el
Rey de Francia y su primo de Borgoña fácilmente podía surgir una guerra, y, en consecuencia,
plantearse entre ellos una serie de problemas de derecho público. La solución de esos problemas
o el evitar que se plantearan no podían obtenerse sino por reglas y procedimientos de derecho
de gentes, tal como entonces se concebía y aplicaba. Uno de esos procedimientos era la otor-
gación solemne de perdón que, al aceptarlo el beneficiario, se convertía en tratado. Hoy no es
posible que se establezca un vínculo público de esta manera, porque sólo existen los Estados
soberanos como sujetos de derecho internacional, y siendo estos iguales entre sí, no se concibe
que uno de ellos pueda perdonar faltas de otro, al estilo consuetudinario y común de la Edad
Media y el Renacimiento. En otros términos. La igualdad de los Estados y el respeto que recí-
procamente se deben ellos, es uno de los fundamentos de la ciencia moderna de las relaciones
de los pueblos. Antes de los tratados de Westfalia no existía el principio. Por el contrario, era
cosa entendida la desigualdad y la sumisión, por obra de los vínculos de vasallaje que creó el
feudalismo a través de largos siglos de organización social realista y objetiva.106
En ninguna época de la historia han sido menos precisas las líneas de separación entre
el derecho privado y el derecho público que en la Edad Media. La causa de esto fue, precisa-
mente, la ausencia de la noción de soberanía como elemento determinante de las relaciones
de los pueblos. La constitución social, política y económica del feudalismo descansaba sobre
la existencia de una serie de contratos políticos personales, superpuestos en orden jerárqui-
co, y que ligaba a todos los señores, desde el más humilde hasta el más poderoso, en una
recíproca obligación de ayuda, asistencia, fidelidad y cooperación, netamente determinada
y aceptada. El fundamento de todo este sistema de derechos y deberes recíprocos era un
acuerdo libremente consentido y esencialmente revocable. No había autoridad impuesta,
sino autoridad aceptada. El contrato que unía a un barón con el conde vecino, y a este con
el duque, etc., tenía la misma naturaleza jurídica que el contrato-tratado internacional que
pudiera ligar a dos representantes de poderes superiores; esto es, a dos soberanos.

105
De Maulde-La-Claviere, op. cit. tomo III, p.205.
106
Sobre el espíritu general de las relaciones de los pueblos hasta los tratados de Westfalia, consúltese: Raymond
G. Gettell. Historia de las ideas políticas, Segunda Edición, tomo I, p.241 y sigs., Colección Labor, 1937. Paul Janet, Histoire
de la science politique, tome I, livre II, Christianisme Et Moyen Age, París, Alcán. Sin fecha.

753
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

“Lo que caracteriza la originalidad de la organización feudal, en relación con la sociedad


a que ella sucedió, es, por una parte, la independencia política de cada uno de sus elementos
componentes; y por otra, las relaciones contractuales que existían entre ellos e integraban una
especie de jerarquía consentida. El feudatario era un Jefe de Estado, prácticamente dueño de
sus actos (cada Barón es soberano en su baronía-Contumes de Beauvoisis), pero vinculado
por una serie de obligaciones libremente consentidas y absolutamente recíprocas”. Reynaud,
(Origines de l’influence francaise en Allemagne; citado por Taube).
Este parcelamiento (pulverización) de la soberanía era la negación del Estado, como lo
conciben los antiguos y lo reconstruyeron las sociedades modernas. El sistema, era, por con-
secuencia, negativo de toda posibilidad de un derecho internacional basado en la existencia
de entidades nacionales unitarias y de la asociación de estas entidades a través de reglas y
principios derivados de sus inevitables relaciones. El sistema también tenía que ser negativo
del tratado internacional basado en la soberanía absoluta.
La influencia del derecho privado sobre las relaciones de derecho público tuvo que ser
mucho más acentuada en la época feudal que en nuestros días, por la simple razón de que no
existía el impedimento de una voluntad comandante, de naturaleza subjetiva y metafísica,
como es la del Estado moderno, encarnación y suma de las innumerables derivaciones del
poder público que caracterizan la Edad Media.
El contrato-tratado internacional, expresión de dos voluntades qui superiorem nom recognos-
cunt, no era otra cosa que el contrato feudal en la última etapa de su evolución, descartados
los vínculos políticos de vasallaje que unían a los Reyes con la Santa Sede y con el Empe-
rador. Es evidente, pues, que en la formación de un contrato-tratado de derecho público no era
necesaria la presencia de dos soberanías, sino simplemente la de dos personajes políticos que
no tuvieran voluntades superiores en el orden jerárquico de la vinculación feudal. (Cúspide
de la pirámide normativa que constituía la organización política de la época).107
Silvio Zavala conviene en que “las formas jurídicas medievales de Derecho Público,
que autorizaban dentro del Estado entidades organizadas con cierta autonomía, explican el
estatuto político de los indios dominados. Cuando Humboldt visitó Nueva España al final
de la colonización española, aun advertía que los indios formaban como una nación aparte,
privilegiada en derecho y vejada por todos, incomunicada de españoles y mestizos por las
leyes. Los caciques aún tenían la jefatura nominal de sus pueblos, pero eran trabajadores
del campo, como los indios comunes”.108
El derecho público americano de la conquista es de contenido esencialmente feudal o
medieval.
¿Cuál era, en puridad, el rasgo característico de las formas jurídicas medievales de derecho público
que podían explicar el estado político de los indios dominados? La idea la expresó con gran acierto don
Andrés Bello en 1848. Los conquistadores españoles, por influencia indeclinable del ambiente
jurídico y social que envolvía a Europa a fines del Siglo XV y principios del XVI, tuvieron que
recurrir a las formas feudales para organizar la penetración en las tierras descubiertas.
De esas formas jurídicas estaban excluidas toda idea de unidad administrativa cen-
tral y toda posibilidad de concentración económica. Ambas cosas las logró España con el
transcurso del tiempo y a medida que fue integrándose en la península y en toda Europa

107
Consúltese Le Baron Michel de Taube, L’inviolabilite des traites, cap. III, tomo 32 del Recueil des Cours de la
Academie de Droit International, La Haya.
108
Silvio A. Zavala, Las instituciones jurídicas de la conquista de América, p.86.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

el principio de autoridad a través de la influencia del Estado nacional unitario contra la


disgregación feudal.
El régimen jurídico de derecho público medieval descansaba sobre el sentido paradójico
y contradictorio de la organización política de la época. “El feudalismo ascendía por una
serie jerárquica desde el último de los hombres libres hasta el Rey; y este mismo dependía
en cierto modo del Emperador, quien derivaba su autoridad de su coronación por el Papa,
el cual, como depositario del poder divino, permanecía jefe de las cosas espirituales, invis-
tiendo de las temporales al emperador: miscelánea guerrera y teocrática que lejos de formar
un todo homogéneo, compacto y vigoroso, fraccionaba los poderes, sin dejarles influencia
más que sobre los dependientes inmediatos, los cuales, inadmisibles también en el territorio
y el empleo, obedecían tan sólo dentro de los límites precisos de lo pactado”.109
El equilibrio de las instituciones era, por vía de contradicción, resultado de la precarie-
dad de las mismas. No había sentido de gobierno ni noción exacta de autoridad. La misma
idea de patria era incompatible con un sistema que ligaba al individuo sólo con un predio
y en el que podía hacerse armas contra el país natal, sin ganarse el estigma de traidor. El
régimen jurídico feudal de derecho público no propendía a la constitución de un gobierno
estable y ordenado; “no había en él unidad monárquica, ni confederación, ni súbditos ni
ciudadanos; de suerte que el elemento social sobresalía poco”. “Las relaciones de vasallaje
no dependieron del voto de los pueblos ni de sus intereses para el porvenir; pues estando
afecta la propiedad del suelo al derecho de las personas, siguió la suerte de estas, y una he-
rencia o un matrimonio cambiaban las relaciones más íntimas; algunas provincias se daban a
extranjeros por testamento o por dote, separándolos de un centro natural, y la nacionalidad
era sacrificada a prescripciones arbitrarias”.110
Dentro de esta manera de vivir, el derecho público tuvo que estar impregnado de la
única práctica jurídica evidente: la costumbre. Las relaciones de derecho público debían ser
un reflejo de las formaciones consuetudinarias del derecho privado, y la idea de tratado
mera reproducción de la idea de contrato. El consentimiento de las partes se expresaba en
el contrato-tratado de derecho público, por vía objetiva, sin derivaciones hacia el subjetivismo
de la soberanía. No había zona de separación entre la persona de derecho público y la de
derecho privado, porque en el fondo eran una misma cosa. Ausente la creación metafísica,
la persona moral, agente por excelencia del derecho público moderno, que se llama Estado,
sólo la persona física y natural del feudatario era sujeto de derecho, y por lo tanto, vehículo
de obligaciones públicas y privadas. Desde el último de los hombres libres hasta el Rey, hasta
el Emperador y hasta el Papa: última encarnación humana del régimen feudal.
La transformación de este régimen jurídico y político comenzó a registrarse con las
concepciones doctrinarias de Francisco de Vitoria. El dominico desarticuló por completo, a
propósito de la convivencia de indios y españoles, el sentido medieval del derecho público.
Negó la capacidad del Papa y la del Emperador para atribuir jurisdicción política. Negó que
la propagación de la religión cristiana constituyera un título legítimo de expansión política por
vía de conquista. Negó que la barbarie y la gentilidad fueran motivo de esclavitud, ni siquiera
de discriminación insustancial respecto de los españoles. Fundó sobre el principio de la igual-
dad cristiana y absoluta, las relaciones humanas y sobre el principio del respeto recíproco las

109
César Cantú, Historia Universal, Nueva edición española conforme a la última edición de Turín, tomo III,
época X. El Feudalismo, p.539, París, Garnier Hermanos, 1884.
110
Cantú, op. cit. tomo III, p.141.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

relaciones de las comunidades libres o naciones en el más estricto sentido de la expresión y


cual que fuere el carácter social o religioso de sus instituciones de derecho de gentes.
Esta teoría implicaba ya la presencia del concepto contemporáneo de la soberanía. En
1625 Hugo Grocio publicó su Derecho de la guerra y de la paz (De Jure belli ac pacis) obra que
ordenó y vulgarizó la nueva concepción de las relaciones internacionales, y en 1642-46,
trascendió la teoría al campo de las creaciones políticas activas por obra de los tratados de
Westfalia, en los que el genio de Richelieu recogió la organización de Europa, surgida en
cruenta y larga lucha contra el espíritu feudal de la Edad Media.
De todo lo dicho se infiere sin dificultad que la Carta de Perdón enviada a Enriquillo y
suscrita por la Emperatriz Isabel, tuvo un sentido y un contenido jurídicos. No fue documento
escrito al azar, como mero accidente histórico. Ese documento hay que considerarlo encuadrado
en la técnica del derecho público de la época, porque la Corona de España no podía moverse
sino dentro de un riguroso ambiente de protocolo y, si se quiere, de rutina, necesariamente
condicionado por reglas y formas de uso corriente en la época. Es una infantilidad creer que
en este documento puedan encontrarse huellas siquiera de “la bondad y ternura de la Empe-
ratriz Doña Ysabel, por mujer y por madre”. Esa carta ni la inspiró, ni la dictó ni la escribió
la Emperatriz, cuyos sentimientos femeninos y maternales bien poco tenían qué ver con el
alzado del Bahoruco, mentalmente y geográficamente muy distante del corazón de la insigne
portuguesa. La carta fue obra de Cancillería. Debió inspirarla el Consejo de Indias, organis-
mo encargado de manejar todo lo referente a la armada que trajo Barrionuevo a la Isla y que
transmitió instrucciones precisas al General sobre su modo de conducirse en la Española.
Es muy de tenerse en cuenta la exhortación que dirigió el agente del Rey al Cacique,
cuando se inició la entrevista del Lago del Comendador. Aquí hizo alusión el español a la
carta de la Emperatriz que entregó como base fundamental de toda la negociación porque en
ella se expresaron las mercedes que haría la Corona al insurrecto, si este aceptaba el perdón
otorgado y se reducía a la paz con los españoles.
En acabando de leerse la Carta, el General pidió al indio que la besara y se la colocara en
la cabeza, en señal de acatamiento y sumisión. El Cacique accedió. Esta señal ceremoniosa
no fue tampoco improvisada. De esa manera y forma se acostumbró en la Edad Media a
rendir homenaje y pleitesía a la voluntad superior.111 La fórmula era rutinaria, y completó,
desde luego, el sentido externo de la negociación.
Aunque ya en 1533 estaba muy avanzado el proceso de la formación nacional de España
y el afianzamiento de su independencia integral, es evidente que todavía el hecho no había
creado sus formas de expresión. Período marcado de transición en los métodos políticos,
imperaban aún, casi con todo su vigor, los viejos moldes protocolares de una época anterior,
cuya presencia sólo se notaba, precisamente, por el imperio de sus formas externas.
Sólo el gesto de besar la carta de la Reina y de colocársela sobre la cabeza, cumplido por el
Cacique, bastaba para que se expresara el acatamiento de este a las proposiciones contenidas en el
documento. El signo, era, por sí mismo, expresivo de voluntad. No era indispensable que el indio
hablara. Si entendió la lectura de la carta y luego se la puso sobre la cabeza, ya más nada tenía
que hacer para comprometer su voluntad en el tratado. Sin embargo, Enriquillo, que hablaba y
leía el español perfectamente y conocía gramática y doctrina religiosa como cualquier español de
cultura media, expresó de viva voz, y a conciencia, su conformidad con hacer la paz y las razones
111
El uso pasó al derecho indiano. V. Ricardo Levene, Introducción a la historia del derecho indiano. Buenos Aires,
1924, p.30.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

que tuvo para levantarse en protesta y luego tornar a la convivencia con los españoles. La versión
de los discursos del Cacique la da Oviedo por haberla recibido del propio Barrionuevo.
De conformidad con toda la información contenida en el cuerpo de este capítulo, se puede
concluir en el sentido de que el tratado concertado entre Enriquillo y Barrionuevo no fue una
convención verbal, sino escrita: por vía de acto unilateral. El instrumento escrito, el cuerpo del
tratado, se redactó en España, lo firmó la Emperatriz doña Isabel de Portugal, lo trajo con carác-
ter oficial a la Española y lo entregó personalmente, en cumplimiento de misión diplomática,
el Capitán General Francisco de Barrionuevo al Cacique Enrique, del Bahoruco.
El texto de la Carta de Perdón no ha sido publicado, ni siquiera encontrado todavía por
ningún investigador; pero es seguro que su redacción no difiere en nada de la rutina de la
época y de la manera usual con que por mucho tiempo se redactaron documentos semejan-
tes. De los comentarios de Oviedo se desprende, sin embargo, el contexto claro del famoso
documento: sumisión política de los indios a cambio de su libertad individual. El tratado
se cumplió y ejecutó, con gran provecho para los intereses de España en la Isla, tal como
había sido concebido y previsto.
Las proposiciones reales eran ya un indicio de que la acción del Cacique había madura-
do debidamente y de que a este no le quedaba opción para rechazarlas. Aceptándolas dio
muestras de un profundo sentido político y cubrió para siempre su acción de desacato con
el tinte indeleble de la justicia. Si el hombre fue grande en la guerra, cuyos métodos tuvo
que inventar para no dejarse vencer, fue todavía más grande al convenir una paz, que no
solamente salvó a los suyos de una exterminación segura, sino que mantuvo y conservó
para la posteridad el fondo ético y el carácter jurídico del primer alzamiento, de la primera
revolución genuina de América. Si Enriquillo hubiera rechazado la formal demanda de paz
héchale directamente por la Corona, se habría colocado fuera de la ley moral que le asistió
en su protesta. La Carta de Perdón implicaba una derrota para España, porque en ella se
reconocieron las causas legítimas de la rebelión y el derecho que la sostuvo. Como la guerra
no puede ser justa para las dos partes simultáneamente, al reconocerse la justicia del alza-
miento del Cacique, se injuriaba como injusta la propia acción de España contra él. Desde
luego, la situación cambiaba sustancialmente tan pronto como Enrique, desoyendo el perdón
enviádole por el Rey, desposeyera su causa de la justicia que todos le reconocían. De ahí en
adelante iba a quedar muy desmedrada la grandeza del movimiento, a menos que este no
pretendiera culminar en separación permanente de los españoles; mediante organización
nacional, cosa que, según hemos visto, ni siquiera se concibe en la mente del caudillo.
Es el propio Capitán Oviedo quien precisa y define la profundidad de la política del Cacique
al concertar la paz, cuando dice: “…segund la desproporcion é desigualdad tan grande que hay del
mayor príncipe de los chripstianos y Emperador del universo, a un hombre, tal como este don Enrique, y
que de parte de su Cesárea Magestad fuesse requerido con la paz, e se le pidiesse, e fuesse convidado con
ella, y se le perdonassen sus culpas é quantas muertes e incendios e robos avian fecho él y sus indios contra
los chripstianos, sin alguna restitución, con general e amplísimo perdón, e ofreciéndole más…”, etc.
El éxito moral que todo eso significó, y que tanto encarece el historiador no podía
comprometerlo el Cacique en un rehuso que, por otra parte, no tenía sentido ni explicación
laudable. El fin perseguido por la rebelión lo obtuvo Enriquillo, a toda satisfacción, con las
capitulaciones del 1533. Pasar de eso hubiera sido locura y desatino incompatibles con el
equilibrio mental y la sobriedad de actitudes del hombre que tantas veces se puso a prueba
en el camino de la discreción.

757
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Es verdaderamente sorprendente encontrar en una persona indígena, colocada tan


lejos de la mentalidad europea y de la formación del espíritu civilizado de la época,
cualidades tan refinadas de percepción psicológica y de inducción política. No hay duda
de que Enriquillo es uno de los más ilustres hijos de esta tierra, como lo proclamó don
Emiliano Tejera.

XII
No es posible cerrar el comentario del tratado a que llegaron Enriquillo y Barrionuevo,
sin antes hacer alguna relación de las consecuencias que este importante negocio tuvo en
el subsecuente desarrollo de las ideas y de los métodos de la política de España en Indias.
Hasta ahora el suceso ha sido inadvertido por los investigadores. Nadie ha notado esa posi-
ble influencia, a pesar de la importancia que los historiadores de Indias (Oviedo, Las Casas,
Herrera, Remesal, Torquemada, etc.), atribuyeron a la acción del Cacique, tanto en el orden
jurídico como en el económico, en el social y en el estratégico.
Por fuerza, el desenlace del episodio del Bahoruco debió tener tangencia con el desa-
rrollo de las ideas en lucha sobre lo que Altamira llama aptitud, capacidad o “habilidad”
de los indios para la vida civil. El mismo historiador hace notar lo mucho que tardaron los
historiadores modernos en hacer de este capital asunto un tema de investigación, no obs-
tante su presencia en los escritos de Las Casas y otros contemporáneos. Si bien los trabajos
de investigación sobre el tema se han iniciado ya, en sentido general, con las monografías
de Chacón y Calvo y de Hanke, ninguno de ellos ha sometido a estudio el incidente que
tan profundamente conmovió a la Isla Española desde el 1519 hasta el 1533. El asunto, sin
embargo, es muy importante, y así lo vieron Oviedo y Las Casas.
Los comentarios del Capitán envuelven un profundo sentido realista, y ponen de relieve
la enorme significación práctica que tanto para la economía como para la política de la colo-
nización tuvo el alzamiento de Enriquillo. Ya hemos señalado la coincidencia de la informa-
ción que da Oviedo sobre la materia y de la manera como él la interpretó, con documentos
oficiales que posteriormente, en el siglo pasado y ahora mismo, han sido publicados.
No se necesita sino entrar hasta el fondo de las citas que tenemos hechas de la Historia
General y Natural para apreciar la magnitud que este historiador dio al episodio y, sobre todo,
a la forma y manera que se escogió para ponerle fin. Hechos de tal importancia debieron
tener en el ambiente de la época mucha más consideración de la que ahora se le concede.
La postura mental de Oviedo corresponde a la que la misma Corona asumió finalmente
al respecto. En la Relación testimoniada del asiento, etc., se transcribe una Carta de la Reina a
la Audiencia en la que se impartían instrucciones sobre la manera de recibir la expedición
en Santo Domingo y se daban a conocer las finalidades de la misma.
El contenido de esa carta es sumamente interesante, por cuanto da la medida del esfuerzo
extraordinario que realizó la Corona para despachar la referida expedición y poner a Barrio-
nuevo en condiciones de emprender nuevamente la guerra contra Enriquillo. La misma Reina
encarece, en tono patético, las necesidades agobiadoras en que se encontraba el Gobierno en
el momento de la armada y su deseo de que la acción contra el Bahoruco resultara, no sólo
de los recursos oficiales, sino de la contribución de los particulares: “comoquiera que segun
las grandes e continuas guerras quel Emperador é Rey nuestro señor, tiene en defensión de nuestra
Sancta fé Católica, resistiendo el Turco, que con tan gran poder viene a la ofender, e las que en defensa
de las fronteras de Africa e otras cosas del Estado destos Reynos…”, etc.

758
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

“E porque vayan con más brevedad e mejor rebcaudo, les habemos mandado dar la nuestra nao impe-
rial en que vayan bien proveida é vituallada de todo lo necesario para el dicho viaje é asi mismo habemos
mandado dar al dicho capitán algunas armas é municion de respeto, demas de las que la dicha gente
lleva, e pues nos enesta parte, que acá hay tantas necesidades, habemos mandado hazer este socorro, es
justo que todos los vezinos é estantes enesa isla se animen a ayudar é poner todas sus personas é criados
é lo que pudieren de sus haziendas, para que esta vez se acaben de disipar estos alzados é rebeldes, e se
limpie la isla, para que cada uno quede seguro en su hazienda, é pueda entender en ello sin estorbo”.
En 1533 era muy complicada y difícil la situación general de España. Carlos V, estaba
comprometido en varias empresas ambiciosas y de su influencia dependía la suerte de la
política. El haber distraído de las urgencias inmediatas del Continente los socorros y recursos
que se enviaron a la Española indicaba, como concretamente lo apunta la carta de la Reina,
la importancia que había cobrado ya la situación de la isla y el vivo deseo de que esta no se
perdiese o que, dejado el mal sin remedio, fuera más tarde de mayor dificultad el establecer
la normalidad en ella. El hecho mismo de enviar la nao imperial con Barrionuevo a Santo
Domingo fue una medida de extraordinaria significación correlativa de la gravedad del
asunto pendiente en la Colonia. Así se hizo notar en el documento mencionado.
Fray Bartolomé de Las Casas enfoca el alzamiento del Cacique con visual muy diferente
de la que empleó el Cronista Real. Ya lo hemos dicho. Desde el punto de vista del dominico se
contemplan aspectos y modalidades del episodio que Oviedo, como es de esperarse, no pudo
poner de relieve. Ambos contemplaron el asunto con muy distinta mentalidad. De la presenta-
ción de Las Casas surge un sentido doctrinario de la situación, necesariamente relacionado con
la teoría de la capacidad de los indios para la vida jurídica que con tanto ahínco defendieron
los religiosos contra los hombres de gobierno y de negocios interesados en la colonización.
Es necesario estudiar bien la posición de Las Casas, que tiene mayor contenido jurídico que
histórico. El dominico, como Oviedo, fue testigo presencial de los acontecimientos, y más que eso,
motor de ellos por obra de ideas y de acción combativa. El razonamiento del religioso es cerrado.
No admite fisura. Constituye una sola pieza de ordenación ascendente y de solidez sustancial.
Para hacer más claro el pensamiento de Las Casas, trataremos de resumirlo y esquematizarlo:
Primero: Enriquillo y sus indios del Bahoruco, nacieron libres, en un país libre (nunca los Reyes
y señores naturales desta isla reconocieron por superior al Rey de Castilla, sino que…, etc.).
Segundo: Enriquillo no estaba obligado a trabajar a los españoles por imposición de vo-
luntad unilateral y potestativa (el cual servía con sus indios al dicho mancebo Valenzuela
como si se lo debiera, como dicen, de fuero, sufriendo su injusta servidumbre y agravios
que cada día rescibía, con paciencia).
Tercero: Enriquillo tuvo completo derecho a no soportar la esclavitud y servidumbre
a que lo tuvieron sujeto los españoles (vuelto a su tiempo, confiado en su justicia y en su
tierra que era áspera, donde no podían subir caballos, y en sus fuerzas y de sus pocos in-
dios que tenía, determinó de no ir a servir más a su enemigo, ni enviarle indio suyo, y por
consiguiente, en su tierra defender).
Cuarto: Enriquillo hizo guerra justa a los españoles para defenderse de los ataques de estos,
y mantener su libertad (cuán justa guerra contra los españoles, él y ellos tuviesen, etc.).
Quinto: Enriquillo no sólo hacía justa guerra defensiva, sino que también podía hacer, con
justicia, la guerra ofensiva contra los españoles (que no sólo tuvieron justa guerra de natural
defensión, pero pudieron proceder a hacer venganza y castigo de las injurias, y daños, y
usurpación de sus tierras rescibidas, de la misma manera y con el mismo derecho).

759
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sexto: Enriquillo y sus indios tuvieron justo título, con autoridad del derecho natural y de
gentes, para perseguir y combatir a sus enemigos por todos los medios posibles de guerra y
destrucción (cuanto lo que toca al derecho natural y de las gentes) (dejado aparte lo que con-
cierne a nuestra sancta fe, que es otro título añadido a la defensión natural en los cristianos),
tuvieron justo y justísimo título, Enrique y los indios pocos que en esta isla habían quedado
de las crueles manos y horribles tiranías de los españoles, para los perseguir, destruir e punir,
e asolar como a capitales hostes y enemigos, destruidores de todas sus tan grandes repúblicas,
como en esta isla había, lo cual hacían y podían hacer con autoridad del derecho natural y de
las gentes, y la tal guerra propiamente suele decirse, no guerra sino defensión natural).
Séptimo: Enriquillo tenía el derecho del Príncipe para reunir en el Bahoruco a los indios
y hacer la guerra a los españoles (cuanto más, que aun Enrique tenía más cumplido derecho,
como es el del Príncipe, porque otro señor ni Príncipe, no había en esta isla quedado, y así
podía proceder al castigo y venganza, secutando justicia en todos los españoles que hallase).
Octavo: Enriquillo tuvo un definido sentido ético de la guerra (de donde se arguye la
bondad de Enrique bien a las claras, pues pudiendo matar a todos aquellos españoles, no
quiso matarlos, y así tenía mandado, que si no fuese en el conflicto de la guerra, fuera de
ello, ninguno a alguno matase).
Noveno: Enriquillo tuvo el derecho de suplir por sí mismo la justicia que en todo mo-
mento negaron los españoles a los indios como consecuencia de los sistemas sociales en que
descansó la colonización. La justicia, esencia natural de la convivencia humana, es inmanente
y la toma el opreso dondequiera que la encuentra (nunca hobo en esta isla jamás justicia, ni
jamás se hizo en desagraviar los indios vecinos y moradores della, y, dondequiera que falta
justicia se la puede hacer a sí mismo el opreso y el agraviado).
Décimo: El derecho a la rebelión no anulaba el título de dominio concedido por la Sede
Apostólica a los Reyes de Castilla sobre el orbe indiano, siempre que aquel título se emplease
y usase conforme a razón y equidad. (Por lo dicho no se deroga el principado supremo y
universal de los Reyes de Castilla sobre todo este orbe, concedido por la Sede apostólica,
si en él entraren y dél usaren como entrar deben y dél usar, porque todo ha de tener orden
y se ha de guiar, no por lo que a cada uno se le antojare, sino por reglas de razón, así como
todas las obras de Dios son por razón guiadas y ordenadas).
El Padre Las Casas fue consecuente con sus ideas de siempre al construir este imponente
marco jurídico al movimiento del Bahoruco. Su radicalismo es sorprendente, pero estricta-
mente lógico si se tienen en cuenta las proyecciones de la doctrina liberal u optimista a que
estuvo adscrito Las Casas durante toda su vida apostólica.
Toda esta corriente de ideas coincide con expresiones anteriores sobre materia de indios.
Las Casas no es original, pero lo interesante del asunto es que hiciera de Enriquillo el mol-
de vivo de toda su teoría sobre la aptitud de los naturales a la vida civil y aun política. No
puede dudarse que el dominico hizo del Cacique un arquetipo, y de su alzamiento escuela
de acción contra los malos tratos de España.
La doctrina del religioso no contiene todo el sentido a que llegó el pensamiento político
de la época, con Francisco de Vitoria, pero es evidente que sin la capacidad activa y combativa
de Las Casas, el Maestro de Salamanca no hubiera tenido ocasión de madurar sus ideas sobre
el derecho de los indios. Cuando el Cacique inició su levantamiento contra las autoridades
españolas (1519), todavía no se había empezado la conquista de México (1520) ni menos
aun la del Perú (1531); apenas se tenía dominio de Cuba, Puerto Rico, Jamaica y parte de la

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

costa septentrional de la América del Sur y de la América Central. Quiere decir esto que la
acción del Bahoruco abarcó un interesante período de la conquista de las Indias, aquel en
que se realizaron los más serios jalones de la empresa (México, Guatemala, Perú, Venezuela,
Colombia, El Ecuador, Bolivia. Más tarde Chile, Argentina, etc.), y en que se afianzaron las
ideas liberales en favor de los indios, como consecuencia necesaria y lógica del avance de
la conquista y del implantamiento de las prácticas de colonización. Las Casas vivió, según
hemos visto ya, casi todo ese tiempo en la Española, sin abandonar sus luchas contra los
regímenes de la colonización. No sería sorprendente pensar que existió connivencia entre
el dominico y la insurrección del Cacique.
Del 1532 data la primera redacción del famoso estudio De Indis, de Francisco de Vitoria. Es
seguro, además, que el insigne Maestro venía preocupado desde hacía años por la suerte de
los aborígenes. Casi todas las autoridades que por alguna razón tenían que ver con el asunto,
consultaban a Vitoria y le pedían opinión sobre los continuos problemas que acarreaba la
conquista. Las gestiones de Las Casas fueron varias veces motivo de consideración de parte
del Catedrático de Salamanca, porque el Emperador o el Consejo de Indias se dirigieron a
él en demanda de sus luces para esclarecer situaciones oscuras.
No es del caso examinar ahora las conclusiones de Vitoria, sino en cuanto ellas coinciden
con las de Las Casas. Dejemos la palabra a uno de los más autorizados estudiosos de estas
materias: “Vitoria conviene con Las Casas en que los españoles ningún derecho tenían a la
conquista de Indias, al llegar, al descubrir aquellos territorios; en que la conversión no es
razón para la conquista sino para el buen trato, acreditando la religión; en que los pecados
de infidelidad y otros más graves tampoco autorizaban la invasión aunque Vitoria reconoce
explícitamente el derecho de intervenir para evitar sacrificios humanos y se abstiene de dar su
juicio en lo referente a su idoneidad para la administración pública. Vitoria, escolástico sereno
y más razonador, no se entusiasma con la mentalidad de los indios, que pone en cuarentena,
en orden al gobierno, y considera los sacrificios humanos como motivo de intervención, sin
ver con cristales de aumento, como el Defensor y Padre de los indios, los excesos de los espa-
ñoles. Pero, en definitiva, ambos rechazaron la guerra para obtener la conversión, ambos
admiten cierto protectorado alto, que no implique en los indios pérdida de la propiedad ni
del gobierno; ambos esperan la anexión de la voluntad libre de los indios, cuando vean la
bondad de que los españoles deben darles ejemplo”.112 Nadie osará negar, por otra parte,
que los antecedentes inmediatos de ambos pensamientos están en los inolvidables sermones
de la Española del 1511.
Es incuestionable que la arquitectura del Maestro Vitoria abarcó, en 1539, cuando leyó
oficialmente sus “conferencias atrasadas sobre Los Indios y la complementaria De Jure Belli,
una más extensa y comprensiva concepción jurídica que la de Las Casas, en cuanto aquellas
famosísimas conferencias ordenaron una serie nueva de ideas sobre las relaciones de los
pueblos y sobre la coexistencia de las naciones en campos de absoluta igualdad; pero, ¿cómo
podría negarse que todo el material de aquellas augustas elaboraciones doctrinarias se amasó
con el sudor, la sangre y las lágrimas que derramaron en la Española los indios tiranizados y
esclavizados? ¿Cómo podría negarse que los ojos y la mente del Padre Las Casas recogieron
en la Isla, para llevarla a España y allí derramarla a los pies del Soberano, la semilla de la
inconformidad y la protesta, que al fin germinó en las sierras del Bahoruco?

112
Fray Luis O. Alonso Getino, El Maestro Fray Francisco de Vitoria, op. cit., pp.170-72.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Si el choque de la conquista movió a espíritus como los de Vitoria y Las Casas hacia
concepciones ideológicas tan potentes, nada más justo que quien pudo hacer vivas en la
guerra aquellas ideas, merezca también el reconocimiento de la posteridad.
Con efecto, lo que estos Maestros españoles concibieron por vía intelectual, está contenido
–por vía de acción– en todo el proceso del levantamiento de Enriquillo. El indio tuvo conciencia
clara de todos los derechos de su raza. Midió con sorprendente exactitud el límite ideológico
que separaba en la Isla la posición de España de la de los indios. No negó ninguno de los títulos
que justamente pudieran asistir al Rey para hacer acto de presencia en las tierras descubiertas,
y rechazó todos aquellos que no podían oponérsele en aplicación del derecho natural que a él y
a los suyos les asistía. Por ahí se explica el concierto de una paz que en todos sentidos implicó
una derrota para España. Los diálogos que tuvieron lugar entre Enrique y Barrionuevo, según
los transcribe Oviedo, son verdadera obra de sagacidad y discreción políticas, del mismo modo
deben calificarse las conversaciones habidas entre el Cacique y el Capitán San Miguel y entre el
Cacique y el Padre Remigio. El indio no rehuyó nunca la explicación ideológica de su actitud. Y
desde el principio actuó en forma que le permitiera explicar el sentido de sus actos. Enriquillo no
fue un impulsivo al estilo de Tamayo. Siempre se movió por caminos de reflexión y de autoridad
deliberada, manteniendo la posibilidad de un acuerdo honorable.
Veámoslo: vejado y ultrajado por españoles, soporta con paciencia hasta que la infamia
llega a extremos verdaderamente insospechados (asedio violento a la esposa); decidido a
reclamar, lo hace ante el propio ofensor; insultado y abofeteado, sigue el trámite jurisdic-
cional y va luego a dar su queja a 1a autoridad inmediata, el Teniente Gobernador Vadillo.
Aporreado por éste, no se desmanda y va ante la autoridad superior, la Audiencia de Santo
Domingo; de esta sólo obtiene reenvío de su causa ante el mismo funcionario que se había
negado a oírlo. Tampoco se desespera. Vuelve a pedir justicia al Teniente Gobernador, quien
no sólo no hace caso de los papeles de la Audiencia, sino que lo amenaza con encarcelarlo
si persiste en su actitud. Esto implica el fracaso de todo el sistema de jurisdicción estable-
cido por España en la Isla. Frente a esta situación, al Cacique sólo le quedan dos caminos:
o se entrega al capricho del amo, con todas sus consecuencias de ignominia, o se decide a
hacerse justicia por sí mismo (como es de derecho natural) separándose por la fuerza del
trato con los españoles. Elige este último recurso después de satisfacer todo los escrúpulos
de su conciencia. Limpio de remordimiento se va a la rebelión.
Para mantenerse con éxito en el camino escogido crea un sistema de guerra hasta entonces
desconocido en la Isla, desconcertando por muchos años la estrategia de los españoles. Orga-
niza prolijamente la vida civil de su grupo, de que él y su mujer son los primeros ejecutores.
No hace la guerra por la guerra. Sujeta el ejercicio de las armas también a reglas fijas, que
muestran un alto sentido de ética personal en el caudillo. Lucha con sus propios capitanes
y se separa de algunos de ellos, por no autorizar cambios en sus sistemas.
Dentro de esa tesitura se mantiene durante catorce años.
La eficacia de la rebelión persiste contra todos los intentos españoles por vencerla. Con-
vencidos sus enemigos de que las armas no son suficientes a quebrantarla, abren sinuosas
vías de arreglo, que no evade nunca el Cacique, sin dejarse sorprender. La mandan al Padre
Remigio, su maestro del monasterio de la Vera-Paz y lo recibe y oye sus insinuaciones en
cuanto a la conveniencia de que vuelva a la vida de relación con los españoles. El Cacique
explica los fundamentos de su actitud: “El Padre le rogó y encareció que fuese amigo de los
españoles y sería bien tratado desde en adelante; respondió Enrique que no deseaba otra cosa,

762
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

pero que ya sabía quién eran los españoles y cómo habían muerto a su padre, y abuelo, y a todos los
señores y gentes de aquel reino de Xaraguá; y toda la isla despoblado. Y, refiriendo los daños y agra-
vios que de Valenzuela había recibido, dijo que por no ser por él o por ellos muerto, como sus padres,
se había huido a su tierra, donde estaba, y que ni él ni los suyos hacían mal a nadie, sino defenderse
contra los que venían a captivallos y matallos, y que para vivir la vida que hasta entonces habían
vivido en servidumbre donde sabía que habían todos de perecer, como sus pasados, no había de ver
más español para conversallo”.113
Poco tiempo después conversó Enrique con el Capitán Hernando de San Miguel, director
de la más encarnizada guerra que hicieron los españoles en el Bahoruco. El diálogo es intere-
santísimo: “y díjole el Capitán, que la vida que tenía y la que hacía tener a los españoles de la
isla era trabajosa y no buena, que sería mejor estar y vivir en paz y sosiego. Respondió Enrique,
que así le parecía a él, y que era cosa que él mucho deseaba muchos días había, y que no quedaba por
él, sino por ellos. Replicó el Capitán que él traía mandamiento y poder de la Real Audiencia,
que mandaba en la ciudad de Sancto Domingo por el Rey, para tratar y asentar las paces con
él y con su gente, que los dejarían vivir en su libertad en una parte de la isla, donde quisiese
y escogiese, sin tener los españoles qué hacer con ellos, con tanto que él ni ellos dañasen a
ninguno ni hiciesen cosa que no debiesen, y que les diese el oro todo que habían tomado a los
españoles que viniendo de tierra firme mataron. Dijo Enrique, que le placía de hacer paces y
tener amistad con todos los españoles, y de no hacer mal a nadie y de darles todo el oro que
tenía, con que lo que se le promete se le guarde”.114 La tentativa no cuajó. El indio husmeó las malas
intenciones del español o no dio fe a promesas de la Audiencia y se retiró sin volver a ver a
San Miguel, pero devolvió el oro que este le había pedido y que conservaba sin tocar. Con esto
probó de nuevo que no quería aprovecharse de la guerra sino para fines lícitos.
Las conversaciones transcritas, como lo hemos dicho, contienen todo el fondo de las
doctrinas españolas sobre la libertad de los indios: a) los españoles no podían matar a los
indios ni despoblar la isla sin motivo de guerra justa; b) los españoles no hacían justicia a los
indios, les suprimieron el gobierno y la propiedad; c) la servidumbre a que estaban sujetos
los aborígenes no podían estos deshacerla sino por violencia, ya que habían perdido la fe en
los procedimientos conciliatorios y pacíficos de sus opresores; d) el Cacique admitía la con-
vivencia mediante sujeción al dominio político de España, que debía ejercerse con suavidad
y honestidad, sin dañar la libertad de los aborígenes y su libre determinación (con que lo que
se les promete se les guarde). En resumen: la convivencia debía ser conmutativa, no potestativa y
caprichosa. Esa es la esencia, la última razón, de la teoría optimista, y por obtener ese resultado
se fue Enriquillo al monte y allí sostuvo encarnizada lucha armada por catorce largos años,
(y que para vivir la vida que hasta entonces habían vivido en servidumbre, donde sabía que habían
todos de perecer, como sus pasados, no había de ver más español para conversallo).
Cuando en 1533, cinco años más tarde de sus entrevistas con el franciscano y San Miguel,
Enrique concertó la paz con Barrionuevo, mediante entrega de Carta de Perdón de la Empe-
ratriz y Reina, volvió a plantearse la misma situación ideológica, ya de modo definitivo. El
Cacique, sin dejarse impresionar por los discursos del Capitán General, expresó con claridad
los motivos que lo impulsaron a la rebelión y los que ahora lo inducían a hacer la paz. Entonces
dijo que él no había deseado nunca otra cosa que la paz, y que conocía la merced que Dios y el
Emperador le hacían en otorgársela como la había propuesto Barrionuevo, “e si hasta agora no
113
Las Casas, op. cit, tomo III, Cap. CXXVI, p.240.
114
Las Casas, op. cit, tomo III, Cap. CXXVII, p.243.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

he venido en ello, ha seydo a causa de las burlas que me han hecho los chripstianos, e de la poca verdad
que me han guardado, y por esto no me he ossado fiar de hombre desta isla”. (Oviedo).
Las condiciones que propuso Barrionuevo al Cacique eran idénticas a las que le propu-
sieron San Miguel y Fray Remigio. Entonces no las aceptó Enrique porque no representaban
solución conmutativa del problema. La Audiencia no era autoridad competente en última
instancia para hacer que se guardase lo que se le prometiese, como él quería. Las burlas que le
habían hecho y la poca verdad que le habían guardado los españoles lo obligaban a esperar
la mejor ocasión para dar desenlace a su episodio. Esa oportunidad llegó con la visita del
Capitán General y con las cartas que este le trajo. Comprometida la Corona por documento
escrito, el Cacique aceptó la paz, con estricta sujeción a las promesas venidas de España y
en ausencia de todo hombre u autoridad de la isla.
En la actitud del rebelde no se echa de ver una sola vacilación, una sola inconsecuencia.
El hombre que en 1519, agota, una por una, las posibilidades de jurisdicción, sin resultado
y con toda suerte de burlas, denuestos e insultos, es el que, con inflexible decisión, obliga
a la más alta voluntad del Reino a asegurarle la libertad y la justicia que no pudo obtener
por medios adjetivos. Quien lea con detenimiento la citada Relación testimoniada del asiento,
etc., comprenderá fácilmente que no era cosa muy hacedera para Barrionuevo acabar por
la guerra la rebelión del Bahoruco. Las proposiciones de paz obedecieron a un imperativo
de las circunstancias. La gente que vino de España no podía emprender la guerra. Y al fin
nada pudo hacerse en este camino que continuar las mismas prácticas que hasta entonces
se seguían en la persecución del Cacique, con toda su secuela de incertidumbre y fracaso.
Es verdad, por otro lado, que el mismo Enriquillo podía ya haber comenzado a sentir la
declinación de sus fuerzas; pero esto no lo sabían los españoles, y de todos modos, la segu-
ridad de vencerlo era muy remota. Las objeciones que se hicieron en las deliberaciones de
la Audiencia al proyecto de iniciar las hostilidades dan a entender muy claramente que las
perspectivas de terminar rápidamente por ese camino el alzamiento no eran halagüeñas.
Barrionuevo puso todo su empeño en la paz negociada a sabiendas de que por otra vía era
difícil obtenerla.
En estas condiciones le fue necesario al Capitán General cargar la mano en las concesio-
nes y aclararle muy bien al Cacique que nada sería mejor guardado que las promesas que
ahora se le hiciesen, por estar mediando palabra de Rey. La táctica fue hábil. El resultado
apetecido se obtuvo, pero el Cacique y sus indios quedaron libres, y España comprometida
a mantener y conservar esa libertad.
Debe tenerse cuidado, al considerar las negociaciones Enriquillo-Barrionuevo, en no
confundirlas con otra suerte de gestiones puestas en práctica por los capitanes españoles al
iniciar sus operaciones militares. Es bien sabido que la conciencia del soberano sintió pro-
fundos escrúpulos sobre la legitimidad de las guerras que contra los indios tuvieron que
emprender las armas castellanas para apropiarse las tierras y reinos descubiertos a partir
del 1492. La Corona quiso, de todos modos, satisfacer aquellos escrúpulos, tratando de cu-
brir su acción política con razones jurídicas que explicaran los hechos nuevos. Las Bulas de
Concesión, con el desarrollo intenso e insospechado de estos hechos, perdieron la autoridad
que en un principio le atribuían todos para cubrir la conquista. No era posible, en efecto,
que un instrumento concebido y ejecutado en Europa, entre dos poderes europeos, pudiera
predeterminar la suerte de los pueblos indígenas, sin que estos tuvieran oportunidad de
expresar su voluntad sobre si querían o no pasar a posesión y dominio de los españoles.

764
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Con motivo de los preparativos de la expedición de Pedrarias Dávila al Darién (1513), el


Doctor Palacios Rubios redactó su famoso Requerimiento para que los capitanes españoles lo
leyesen a los indios antes de hacerles guerra. Por este documento trató la Corona de justificar
la acción contra los aborígenes, atribuyéndola a falta en estos de deseos de reconocer el poder
de la Iglesia y del Rey sometiéndoseles como vasallos sujetos a señorío legítimo. Se quiso con
este trámite dar apariencia contractual al sojuzgamiento y sometimiento de los naturales, para
cohonestar la crudeza de la conquista y de los procedimientos que se siguieron para realizarla.
El contenido del Requerimiento es muy conocido y ha sido objeto de muy extensa crítica.
Se les hacía un breve historial de las cosas de la religión cristiana a los jefes indios a quienes
iba a leerse; se les explicaba cuál era el Dios único y verdadero; se les explicaba quiénes
eran el Papa y el Rey, cómo habían venido a poder de este las tierras y las personas de las
Indias, y se les invitaba finalmente a sujetarse al dominio del Príncipe, siendo por esto muy
bien tratados, si aceptaban de buen grado el sometimiento, o exponiéndose de lo contrario
a ser perseguidos, esclavizados y exterminados, como a vasallos que no obedecen ni quieren
recibir a su señor y le resisten y contradicen.115
La aplicación y práctica del instrumento resultó grotesca. El efecto fue negativo. En cuanto
a su significación teórica, esto es, en cuanto a la posibilidad de que pudiera convertirse en
conmutativa la convivencia entre españoles e indios por consecuencia de la libre adhesión
de estos a los fines del Requerimiento, era todavía más absurdo pensar que tal pudiera pro-
ducirse. Las Casas desarticuló por entero el sentido del documento con la severa crítica a
que lo sometió en una de las páginas mejor logradas de su Historia de Indias.
La filosofía del Requerimiento tenía sus raíces, según apunta el dominico, en los errores
del Ostiense, para quien los poderes del Papa eran universales e ilimitada su jurisdicción
sobre los hombres, dondequiera que viviesen o estuviesen, y cual que fuera su ley o creencia,
aun sin el consentimiento de estos. Zavala resume la crítica de Las Casas en estos párrafos:
“La crítica era acertada, apuntaba el origen exacto de la tesis (el Ostiense); señalaba la im-
posibilidad de que los indios comprendieran las verdades cristianas sin una previa doctrina
o enseñanza, que no podía suplir la petición imperiosa de un caudillo armado; hace notar
la violación de los derechos naturales de los gentiles que ocasionaba el Requerimiento, con
olvido total de la libre voluntad de estos ante los fines europeos, y que antes de tener lugar
la conversión libre de los infieles al cristianismo, se concedía al Papado la potestad llana
sobre los indios y se actualizaba el derecho de la bula”.116
En puridad, los fines del Requerimiento estaban enderezados a obtener –por vía de ultimá-
tum– la adhesión de los indios a la letra de las bulas de Alejandro VI, o lo que es lo mismo,
su reconocimiento de la legitimidad de los derechos de propiedad y dominio transferidos
por el Papa a los Reyes de Castilla sobre las tierras y las gentes recién descubiertas. Está
demás decir que por su forma y por su contenido este documento era exclusivo de un libre
y ponderado consentimiento de los naturales en un pacto o tratado de sumisión voluntaria
y conmutativa al dominio político de España. A pesar de sus incongruencias, el documento
se empleó largamente durante la conquista.
Las críticas constantes de los religiosos y de los hombres de pensamiento contra los
primeros métodos de la conquista fueron, poco a poco, suavizando las prácticas iniciales
y abriendo un mejor espíritu de comprensión entre los capitanes y caudillos que enviaba
115
Zavala, Las Instituciones, p.91.
116
Zavala, Las Instituciones, p.95. Las Casas, op. cit., libro III, cap. VII, tomo II, pp.581-584.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

la Corona a las Indias. Es indiscutible que el genio político de Cortés dio forma, en la gran
empresa de México, a una nueva y más sensata concepción de la conquista, no obstante la
duplicidad y falta de escrúpulos con que la llevó al cabo.
La penetración de La Nueva España se inició mediante instrucciones articuladas que
trasmitió Diego Velázquez a Cortés con fecha 23 de octubre del 1518. En este documento se
recurrió a un recurso novedoso para obtener el consentimiento de los aborígenes al dominio
europeo. Se recomendó al Capitán conversar con los jefes indios antes de emprender la guerra
para explicarles, mediante razonamientos persuasivos las ventajas de someterse pacífica y
espontáneamente “debajo de su yugo o servidumbre o amparo real” (del Rey de España).
De esta manera se puso en práctica el pacto de vasallaje; convenido entre el conquistador
español y el grupo indígena.117
Este sistema difería mucho del usado en el Requerimiento, porque no hay duda de que
con el procedimiento ideado por Velázquez y usado con gran acierto por Cortés, se dio ma-
yor margen al libre consentimiento de los naturales en el pacto. Pero en el fondo obedeció
al mismo fundamento del Requerimiento.
Las prácticas suaves fueron extendiéndose gradualmente hasta el punto de convertirse
en materia de legislación profusa y constante. En 1526 Carlos V, dictó su provisión general
de Granada (27 de noviembre) “que no prohibía la posibilidad de la guerra contra los indios,
pero que procuraba un mayor control atendiendo también al renglón de cautivos”. Las Leyes
Nuevas del 1542 prohibieron convertir a los indios en esclavos por resultados de guerra, y
sometieron la expedición de licencias para descubrir a condiciones estrictas en cuanto a la
manera suave de tratar a los aborígenes. En 1573, las Ordenanzas de nuevos descubrimientos
y poblaciones, suprimieron definitivamente la palabra conquista de la literatura oficial, para
usar la de pacificación. La Recopilación de Indias del 1680 prohibió en términos generales la
guerra contra los indios en cuanto a la guerra, de esta manera: “frente a indios de primer
contacto, o sea, para la implantación del cristianismo y de la dominación política, rechazó
de modo expreso y terminante el uso de la guerra”. La Ley 9, título 4, Libro III, dispuso:
“establecemos y mandamos, que no se pueda hacer, ni se haga a los indios de ninguna pro-
vincia para que reciban la santa fe católica o nos den la obediencia, ni para otro ningún efecto”. La
ley 9 citada ordenó en su segundo párrafo: “si los indios fueren los agresores y con mano
armada rompieran la guerra contra nuestros vasallos, poblaciones y tierra pacífica, se les hagan
antes los requerimientos necesarios, una, dos y tres veces y las demás que convengan, hasta
atraerlos a la paz que deseamos. Si estas prevenciones no bastaren, sean castigados como jus-
tamente merecieren, y no más”. Adviértese que se trataba en este caso de una guerra defensiva
por parte de los españoles; en 1680 casi todo el continente americano estaba en su poder, y
el precepto legal trascrito servía para prever posibles agresiones de indios bravos”.
“La ley 9 consideraba aun un tercer caso: “si habiendo recibido la santa fe y dándonos la
obediencia (los indios), la apostataren y negaren, se proceda como contra apóstatas y rebeldes,
conforme a lo que por sus excesos merecieren, anteponiendo siempre los medios suaves y
pacíficos a los rigurosos y jurídicos. Y ordenamos que si fuere necesario hacerles guerra abierta
y formada se nos dé primero aviso en nuestro Consejo de Indias, con las causas y motivos
que hubiere para que Nos proveamos lo que más convenga al servicio de Dios, nuestro Señor,
y nuestro”. Este caso era el llamado de segunda guerra; en él no se trataba de implantar la

117
Zavala, Las Instituciones, p.174.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

fe ni la dominación, sino de conservarlas y castigar a los indios que, siendo ya cristianos y


vasallos, se separaban de la Iglesia y se rebelaban a la Corona; la coacción se admitía porque
estos indios pertenecían a la jurisdicción cristiana y española, y su delito era igual al que
podía cometer un vasallo español que faltara a la fe y a la lealtad para con el rey”.
“En resumen, la ley 9 de la Recopilación, en forma parecida al parecer de fray Francisco de
Ortega dividía a los indios en varias clases; resolvía que la guerra como medio para iniciar
la penetración no era lícita, pero que se podía usar en defensa del propósito poblador y de
la población fundada, cuando los indios agredían a los españoles, y que también era lícita
contra indios de segunda guerra”.
“Con estas disposiciones se podía considerar ganada en la ley la batalla de Las Casas
contra las conquistas, después de haber aceptado la Corona tantos años la solución elemental
de P. Rubios”.118
Esta solución elemental era el derecho de conquista pura y simple, basado en las conce-
siones simbólicas del Papa y sin tener en cuenta, para la apropiación, el consentimiento de
los indios. Hasta el 1680 estuvo en vigor como norma directiva de la acción de España en
América, sin solución de continuidad. Cuando vino a convertirse el pensamiento liberal de
Las Casas en regla activa de la penetración, resultó prácticamente inoperante, porque ya
estaba cumplida la conquista de las Indias como hecho histórico y social. Sólo la indomada
voluntad de los indios araucanos de Chile estuvo fuera de las previsiones legales que orga-
nizaron la guerra en el continente nuevo.
Es obvio que la conquista de la Española no fue objeto de reglamentación ninguna, y que
a sus reyes y señores naturales ni siquiera se les hizo el Requerimiento que en 1513 se preparó
para los indios del Darién. En aquella fecha, ya la conquista de la Isla estaba terminada y habían
muerto todos los jefes que encontró Colón en 1492. Fue por esto que Las Casas, con toda razón,
afirmó que “nunca los Reyes y señores naturales desta isla reconocieron por superior al Rey de
Castilla, sino que desde que fueron descubiertos hasta hoy, de hecho y no de derecho, fueron
tiranizados, muertos en guerras crueles, y opresos siempre con crudelísima servidumbre hasta
que los acabaron, como pareció en el primer libro y en toda la Historia”.
La reciedumbre de la conquista de la Isla, como lo hemos apuntado ya, fue obra del
capricho arbitrario e irreglamentado de los primeros capitanes: de los Bobadilla y Ovando,
sobre todo de este último, cuyo Gobierno de ocho años no conoció fronteras en la rudeza.
La pacificación de Higüey y la de Jaragua sobrepasaron todas las previsiones de ferocidad y
abismaron la conciencia de hombres que, como Juan Garcés, sólo encontraron en la quietud de
la muerte ejemplar el rescate de sus remordimientos. El propio Colón dio muestras constantes
en la Isla de sentimientos e ideas muy lejanos de una equilibrada visión de gobierno. Sus
actos estuvieron siempre inspirados en meros propósitos de lucro y provecho inmediatos.
La suerte de millares y millares de seres humanos no fue motivo de preocupación para el
primer Almirante de las Indias. Como hombre de Estado fue de los del montón.
Si la solución elemental contenida en el grotesco instrumento de Palacios Rubios nació en
1513, para aplicarse ya en el continente, la conquista de la Española debe considerarse ajena
a aquel primer paso de conmutación, aun simulada, y sujeta solamente al puro y escueto
principio de la fuerza, sin complicaciones ideológicas de ningún género. Contra esa situación
se produjo el alzamiento de Enriquillo. Contra esa situación, efecto simple de la violencia,

118
Ibídem, pp.117-19. Véase todo el cap. VII, La teoría de la guerra indiana.

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se produjo la protesta de los dominicos en 1511. La conciencia iluminada de Fray Pedro


de Córdoba, el santo de la Española, no pudo resistir el espectáculo macabro de la agonía
de toda una raza humana, y se levantó en un conspicuo gesto de admonición que todavía
repercute y se actualiza en el mundo inmaterial del pensamiento y del espíritu.
Dentro de estas características generales debe considerarse la guerra del Bahoruco. Es evi-
dente que no fue guerra de primer contacto, porque ya en 1519 España dominaba toda la Isla
y hacía mucho tiempo que había terminado la conquista. No hay duda de que el alzamiento
de Enriquillo no creó un caso de segunda guerra. Aunque implicó desconocimiento del señorío
de Castilla, ya establecido sobre la isla, no constituyó caso de apostasía, porque el Cacique no
abjuró nunca de la religión católica; ni envolvió ataque al dominio político de España, puesto
que Enriquillo no expresó en ningún momento intención de organizar permanentemente su
grupo como entidad independiente de la influencia castellana, y siempre estuvo dispuesto a
acatar la voluntad del Príncipe, con tal que “al que se le promete se le guarde”. En definitiva, la
guerra se sostuvo en el Bahoruco con el único fin de obtener, por esa vía, el cese de procedi-
mientos sociales opuestos al principio cristiano de la confraternidad humana.
La cuestión de saber si el Cacique estaba obligado respecto del Rey de Castilla por un
vínculo de vasallaje anterior al alzamiento es ya más delicada. Las Casas niega rotunda-
mente este vínculo. Ni Enriquillo ni sus antecesores reconocieron nunca explícitamente el
derecho de la conquista. Sólo por vía de hecho estuvieron sometidos a la tiranía española
y a sus métodos esclavistas. Si hay una verdad evidente por sí misma en toda la empresa
americana, esta es que la conquista de la Isla Española fue hecho potestativo y unilateral de
la Corona Real de Castilla. Sin las mistificaciones y componendas con que posteriormente
se quiso revestir la apropiación. Es muy útil establecer si Enriquillo en el momento de irse
al Bahoruco estaba teóricamente sujeto al vasallaje. En efecto, si el Cacique no estuvo ligado
jurídicamente al vasallaje, no podría considerársele como rebelde y apóstata, y a la guerra
del Bahoruco como a caso de segunda guerra. Esta situación sólo podía crearla un indio que
habiendo dado y prometido la obediencia al Rey, la negase y abjurase más tarde por hechos
de rebeldía.
Podría considerarse, sin embargo, que Enriquillo, por actos implícitos, se sometió a la
jurisdicción política de España. El recurrir a la justicia instituida por los europeos en la Isla
y agotar todas sus etapas, hasta la Audiencia, significó acatamiento de la superioridad que
respaldaba la jurisdicción; pero, en todo caso, la sumisión estuvo condicionada a la eficacia
de la jurisdicción y al otorgamiento plausible de sus fines de justicia. El fracaso del régimen
jurisdiccional establecido por los españoles liberó al Cacique de sus obligaciones en cuanto
al acatamiento, y lo dejó dueño de sus actos posteriores.
Es, pues, difícil considerar en firme la guerra del Bahoruco como guerra de desobediencia
y apostasía; también es difícil considerarla como guerra de primer contacto para imponer
el cristianismo y el dominio político de Castilla, puesto que ambas soluciones estaban esta-
blecidas en la Isla en 1519.
Nuestro último esfuerzo debe, en consecuencia, dirigirse a determinar y precisar la
verdadera naturaleza jurídica del alzamiento del Bahoruco.

XII
España guerreó durante catorce años contra el Cacique sólo con un fin: mantener en la
Isla el régimen de opresión incondicionada a que sujetó a los aborígenes desde que fueron

768
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descubiertos. Enriquillo guerreó en ese mismo lapso para impedir que los españoles lo
explotaran a él y a los suyos en la forma atroz en que lo hicieron hasta el 1519.
La guerra no tuvo por objeto: a) mantener la religión católica, porque el Cacique no
renunció a ella en ningún momento; b) mantener dominio político, porque el Cacique
tampoco lo negó en ningún momento. España sólo persiguió en la guerra el castigo de los
indios sublevados y su sometimiento irrestricto a las normas imperantes en el trabajo de
los naturales. Esta finalidad no la obtuvo el Gobierno español de la Isla. En este camino su
fracaso fue evidente. En 1533 era ya muy visible el anacronismo de estas pretensiones. Para
esa fecha había evolucionado mucho el concepto inicial de la conquista, y estaban ya muy en
entredicho los métodos de colonización usados en la Española. Era a todas luces necesario
cancelar el estado de cosas creado por la actitud subversiva del Cacique, que amenazaba
con nuevos males, cuando no con la pérdida misma de la Colonia. Fue entonces cuando la
Corona decidió aparejar la expedición de Barrionuevo y enviar, con ella, su Carta de Perdón
al Cacique. Procedimiento extraordinario, inusitado, que no tuvo semejanza ni con el Reque-
rimiento, ni con las prácticas de Cortés ni con ninguna otra de las diligencias empleadas en
la reducción de los aborígenes. La intervención directa de la Corona, mediante proposicio-
nes encaminadas sin el conducto de la Audiencia, implicó el abandono de todos los modos
empleados hasta entonces en materia de indios. Nosotros no tenemos noticia de que antes
del 1533 se recurriera a esta práctica en las relaciones de los españoles con los naturales. Es
por esto que Oviedo afirma que “el Cacique Don Enrique hizo la más honrosa paz que ha
hecho caballero o capitán o príncipe de Adam acá”. La honra de esa paz consistió en que se
concertara directamente con el Rey, mediante el envío de Carta de Perdón, que puso al indio
fuera de toda influencia administrativa y al margen de todas las consecuencias penales de
su alzamiento. Lo que encomia el Cronista es que Enrique obtuviera solución preceptiva
del alzamiento y que esta, finalmente, quedara encuadrada en un marco exclusivamente
político, después de catorce años de lucha contra la Audiencia, empeñada en someterlo por
vía de castigo común y corriente contra indios rebeldes.
Cuando el General Barrionuevo se entrevistó con el Cacique tuvo el cuidado de no hacer
ostentación de fuerza. Fue con treinticinco hombres solamente en interés de no infundir rece-
los al indio; se expuso, con ello, a sufrir desagradables contingencias, porque él sabía que iba
a situarse a merced de sus enemigos, que pudieron muy bien hacerlo perecer, o someterlo a
vejámenes. Con esto queremos decir que en las negociaciones, Enrique no tuvo presionado
por ninguna fuerza invencible y que el consentimiento otorgado por él a las proposiciones del
español fue libre y espontánea expresión de una voluntad no constreñida por ningún agente
externo. Barrionuevo hizo claro a Enriquillo que el pasado sería cancelado mediante concesión
de fueros y prerrogativas para los indios rebeldes exactamente iguales a las que tenían en la Isla los
vasallos cristianos del Rey, con remisión de todas las culpas y reconocimiento expreso de la justicia
del alzamiento. El Cacique dejó constancia en la conversación de que aceptaba el entendido
sólo en vista del servicio que el Rey le hacía, porque “no me he ossado fiar de hombre desta
isla”. Esta libertad de palabra era indicio de que el indio se sentía fuerte y dueño de sus actos.
Las negociaciones de esta manera conducidas tuvieron sentido puramente político, y
las conclusiones finales, ganadas mediante libre cambio de voluntades, dieron término con-
mutativo al conflicto pendiente. Según aceptó las insinuaciones del Capitán General, pudo
rechazarlas el Cacique sin otra consecuencia que la de seguir, ya sin finalidad concreta, una
guerra en la que estaba comprometido hacía catorce años.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Estas circunstancias dan a la rebelión del Bahoruco característica especial. La señalan


como a movimiento revolucionario, en el mejor de los sentidos. Si la acción hubiera tenido
escenario más importante, sus consecuencias habrían sido enormes: el contenido jurídico
de la conquista se hubiera vaciado en otros moldes.
Trataremos de concretar nuestras ideas.
En 1519, después de veintisiete años de dominio indiscutido de la Isla Española, Castilla siente
que uno de los Jefes aborígenes desconoce la legitimidad de la dominación y retorna, contando
sólo con sus fuerzas y con la fragosidad de su tierra, al estado de naturaleza que encontraron los
europeos cuando toparon con la Isla. La actitud del Cacique engendró una serie de problemas,
tanto de orden teórico como de orden práctico, porque en catorce años España no logró restablecer
en la colonia la efectividad de su dominio sobre los rebeldes. En todo ese tiempo coexistieron
en la Isla dos voluntades comandantes: la del Rey, a través de sus oficiales y la del Cacique, que
dominaba una considerable porción del territorio isleño. España imperaba en virtud de su preten-
dido derecho de conquista amparado por la fuerza. El indio ejercía en el Bahoruco la jurisdicción
originaria, a que nunca renunciaron, expresa ni implícitamente, sus antepasados.
La rebelión no tuvo, por esta última razón, carácter de desacato. Se fundó sobre un
sentimiento de libertad individual, incompatible con los procedimientos esclavistas que
implantaron los españoles en la Isla contra sus pobladores aborígenes. El Cacique alzado
manifestó su decisión de no retornar a la convivencia, si España no cambiaba sustancialmente
el tratamiento que les daba a los indios, por lo menos respecto de él y los suyos. Expresó
también su decisión de no negociar ese cambio con las autoridades españolas locales, las que
no le inspiraban confianza por las burlas y engaños de que ya lo habían hecho víctima.
De aquí se siguió guerra abierta y declarada entre las autoridades españolas y los indios
rebeldes. Guerra justa para los naturales por estar dirigida contra sistemas de opresión equiva-
lentes a la esclavitud prohibida en las Indias; guerra injusta para los españoles por estar dirigida
hacia el sostenimiento de prácticas incompatibles con los fundamentos de la libertad individual
y la dignidad humana. Los indios hicieron uso del derecho natural, de la disposición innata en
el corazón del hombre para vivir en justicia, procurándosela por sus propias fuerzas, cuando
no pudieron obtenerla como resultado del mecanismo de las instituciones políticas traídas por
los españoles a la Isla. El Cacique obró por ley de necesidad, que es de derecho natural.
Ante la arbitrariedad y la crueldad de los europeos, recurrió al único recurso que le
quedó disponible: el de sus propias posibilidades. Por ahí encaminó la protesta y la man-
tuvo vigente durante catorce años, hasta que cesó la opresión y se le dieron las más altas
garantías de libertad y de respeto.
Todo esto significa que el verdadero fundamento de la rebelión del Bahoruco debe buscarse
en el derecho natural, anterior a toda reglamentación convencional de las relaciones sociales, a
toda legislación positiva y a toda ordenación preestablecida de normas jurídicas comunes. Eso
también significa que la rebelión del Bahoruco contuvo la primera manifestación organizada
de desavenencia contra el desconocimiento de los derechos humanos y el primer movimiento
de fuerza encaminado en América hacia la obtención efectiva de esos derechos. Eso significa,
desde luego, que la solución obtenida en 1533 para clausurar la protesta, representó el triunfo
completo y rotundo de los fines liberatorios del movimiento, en razón de que, por la Carta
de Perdón que trajo Barrionuevo a la Española, la Corona de Castilla aseguró al Cacique
–como cuestión de naturaleza esencialmente política– sus fueros y libertades individuales y
los de todos y cada uno de los indios que convivieran con él en el Bahoruco. La protesta no

770
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

fue infecunda. El Cacique hizo una paz gloriosa, que lo honró a él y a sus antecesores. Oviedo
no desecha hipérbole para encomiar y magnificar la acción del Cacique.
Enriquillo puso de manifiesto que existe en la convivencia humana una serie o conjunto de
principios básicos, elementales, consustanciales con la especie, innatos en el ser-hombre, que
no pueden dejar de surtir efecto como elemento ordenador y constructivo de los sentimientos
sociales. Ese conjunto de principios no es patrimonio de una sola raza o de un solo grupo.
No es producto exclusivo de la civilización ni lo ha elaborado una religión determinada.
Existe porque existe el hombre. En el Bahoruco probó un grupo de indios que su raza no era
ajena a esta expresión inmanente del derecho natural, y que en ella también latía el sentido
innato de la justicia y la equidad. El tratado del 1533 fue un “tratado de libertad para la casi
extinguida raza indígena”. Así lo bautizó el propio Fray Cipriano de Utrera, desdiciéndose
ahora de ello, en su libro Santo Domingo, dilucidaciones históricas, p.226.
Para definir como tratado de libertad el que convinieron Enriquillo y Barrionuevo en el
Bahoruco, es necesario aclarar antes ciertos puntos fundamentales. Hasta ahora nos hemos
venido refiriendo a los conceptos de Gobierno despótico y Gobierno político, sin que hayamos
fijado el sentido de cada uno, y sin que tampoco hayamos determinado los elementos de
diferenciación entre una y otra forma de gobernar.
La distinción la hizo Santo Tomás de Aquino, convirtiéndose, desde entonces, en uno
de los puntales de la política escolástica. Por el régimen despótico gobernaba el dueño al
esclavo, domini ad servum. Por el régimen político, según lo definió el Angel de las Escuelas,
se gobernaba con sujeción a estatutos, leyes o convenciones. El gobierno despótico era equi-
valente a la tiranía; el político era gobierno limitado por la influencia de la ley y de principios
infranqueables. En otras palabras, el poder despótico descansaba sobre la arbitraria y subjetiva
disposición de un amo; el poder político está condicionado por el imperio de la justicia. Al
gobierno que faltara el recto sentido de la justicia no podía considerársele como político, sino
como despótico. Donde no había ley ni normas obligatorias de deberes entre los habitantes,
sólo podía concebirse un gobierno potestativo y por ende, tiránico y esclavista.
El gobierno despótico, es un gobierno de esclavitud. Los súbditos no están obligados
a obedecerlo, en opinión de Santo Tomás, cuando su origen está ligado a la violencia o a la
simonía. Si el Gobierno, aun tiránico, es legítimo y quien lo ejerce ha advenido al poder por
caminos legales, están los súbditos obligados a obedecerlo, porque en este caso la forma del
poder viene de Dios y sólo debe considerarse la tiranía como un castigo.119
Cuando el poder es usurpado no obliga a la obediencia, y quienes lo sufren tienen el derecho
de revocarlo, si están en condiciones de hacerlo. En todo caso, y aun siendo legítimo, si el gobierno
político se torna despótico y esclavista, los súbditos pueden rebelarse, porque el poder no es justo
si no está dirigido al bien común. Cuando el gobierno se ejerce en provecho de quien lo detenta,
el deponerlo no se confunde con la sedición. En este caso sólo el tirano es sedicioso.
En la doctrina del Angélico, el gobierno puede ser justo o injusto. Es justo cuando su
Jefe gobierna en el interés de la colectividad; injusto cuando gobierna en su propio interés.
El primero es gobierno de hombres libres, el segundo lo es de esclavos; porque el hombre es
libre cuando vive para sí mismo, mediante el libre movimiento de sus facultades y acciones,
qui sui causa est; y es esclavo quien se convierte en la cosa de otro, qui id, quod est, alterius est.
Cuando el gobierno no gobierna sino para sí mismo, trata como esclavos a sus súbditos.

119
Véase Paul Janet, op. cit., tomo I, pp.386-387 y 394-95.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Cuando se da al bien común, sirve a sus subordinados en vez de servirse a sí mismo, deján-
dolos, por consecuencia, en completa libertad de sus acciones.120
Santo Tomás considera como la característica de un gobierno justo, la libertad de los
súbditos; y su esclavitud como el distintivo de un gobierno injusto.
La consecuencia de toda esta ilustre doctrina es que la revolución contra un gobierno
injusto o despótico no es sediciosa, sino de derecho natural, imperativo de la necesidad de
vivir dentro de un régimen de justicia regulada y general. La libertad individual, los fueros
de la conciencia, los sentimientos de autorespeto, existen en el hombre por orden innato, y
ninguna organización social puede prescindir de ellos sin hacerse inicua y despótica.
Estos principios escolásticos los trajeron consigo los dominicos que vinieron a la Espa-
ñola en 1510. Aquellos espíritus, formados en las aulas de Salamanca, frente a la catástrofe
social que encontraron en la Isla, se rebelaron contra el sistema de gobierno que tenían im-
plantado sus compatriotas, por injusto y de esclavitud. Las prácticas de la colonización no
sólo implicaban el sojuzgamiento político de los aborígenes, sino que los había convertido
en viles instrumentos del privado aprovechamiento de los españoles, quienes empleaban a
los indios en toda suerte de faenas y prestaciones personales, superiores a sus fuerzas. De
esta excesiva y despiadada prestación, les sobrevenían muertes y espantosos tormentos a
los aborígenes, hasta el punto de que en pocos años todos perecieron sin remisión.
Cuando los dominicos llegaron a la Isla eran ya irremediables los daños, porque estaba muy
avanzada la colonización, pero su indignada voz de protesta sirvió para que la Corona, martiriza-
da de escrúpulos de conciencia, abriera largamente la discusión del tema y tratara de morigerar
las prácticas escandalosas en otras latitudes más afortunadas que las del Archipiélago.
Esos mismos principios básicos de Santo Tomás de Aquino constituyeron el núcleo de
toda la doctrina y la acción de Las Casas en cuanto a indios y de toda la maravillosa con-
cepción de Vitoria y Grocio sobre la ciencia del derecho internacional.
En nuestra opinión, fueron aquellas mismas enseñanzas las que movieron el alzamien-
to del Bahoruco, no porque las estudiara el Cacique en aula alguna, sino porque las oyera
comentar mucho después que las predicó el Padre Montesino en los días del Adviento del
1511. Es de presumir, desde luego, que el Cacique, pupilo de los franciscanos y persona bien
relacionada, tuviera oportunidad de enterarse del sentido de las enconadas y escandalosas
disputas que promovieron las prédicas de los dominicos. Durante mucho tiempo el asunto
fue apasionado motivo de comentarios y fricciones en la Colonia.
Por lo demás, es notoria la coincidencia que tanto Las Casas como Oviedo manifestaran
entre las explicaciones que dio Enrique a su actitud y los fundamentos de la teoría liberal
del gobierno para los indios. Ya sobre esta materia hemos dicho bastante y no queremos
insistir en ella para no repetirnos.
Hay un punto en cuya demostración tampoco es necesario insistir: el Gobierno instaura-
do por los españoles en la Isla no fue aceptado libremente por los indios; no tuvo en cuenta
los fueros del nativo, desarticuló sustancialmente sus regímenes de vida pública y de vida
privada; sometió a los naturales a sistemas atroces de trabajo y de tributo. Los explotó en
interés de cada uno de los colonos, sin hacer uso de regulaciones razonables y equitativas;
hizo la convivencia imposible, sembrando el odio y el miedo en el alma de los indios, quie-
nes llegaron a convertir el suicidio en único medio de liberarse de sus dolores y tormentos.

120
Ibídem, pp.391-92.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Esta situación, esencialmente injusta, por opresiva, tuvo que levantar un día el ánimo de
los oprimidos hacia la protesta y la rebelión, porque el espíritu humano nace naturalmente
impregnado de anhelos de libertad. El vehículo de esa protesta fue el genio de Enriquillo. La
empresa tuvo éxito porque encontró un brazo y un corazón predestinados que la guiaron a
través de dificultades numerosas y casi insalvables. Al fin la libertad encontró asiento defi-
nitivo en las capitulaciones honrosas y memorables del Lago del Comendador. La forma y
el sacrificio se aunaron en desagravio de una raza martirizada hasta lo increíble.
No valen en este caso los numerosos argumentos que suelen emplearse para justificar la
acción de España en las Indias. La misma conciencia de Fernando el Católico, y luego la de
Carlos V, se estremecieron de horror ante la descripción de los hechos increíbles que se sucedían
en las islas. El dato de que la población entera de estas pereciera en menos de treinta años, sin
dejar rastro de su existencia, es prueba inequívoca de cuáles fueron los métodos de conquista
y colonización que en ellas se emplearon. Nadie puede tildar a Las Casas de exagerado cuando
recuenta los resultados de aquellos sistemas. El Clérigo no dijo nunca más de lo que el mismo
Padre Córdoba refirió al Emperador en su carta del 1517. El testamento de Cortés, mencionado
más arriba, demuestra cómo aquel espíritu tan animoso, sintió, a la hora de la muerte, el influjo
de la prédica de quienes vieron en las doctrinas del Angélico el espejo de sus ideas en favor
de los indios. El insigne capitán quiso restituir a sus legítimos dueños el fruto de sus trabajos
y sudores. Asimismo debió conmoverse el ánima del Comendador de Alcántara, maestro de
crueldad contra los indios. Lo sucedido en la Española sirvió de pauta a posteriores rectifica-
ciones, pero la sangre de los indios isleños no volvió a recogerse más después de derramada.
Reconocemos, sin embargo, que no puede juzgarse el resultado general de la colonización por
los episodios locales de las Antillas, resultado de ensayos iniciales, no sujetos a control efectivo.
Fueron tan sorprendentes y maravillosos los hechos del descubrimiento que por muchos años
estuvo suspenso el ánimo de los europeos, sin saber a ciencia cierta cómo encauzar la novedad
que tenían ante sí. El mecanismo a que debió someterse la organización general de la situación
súbitamente creada, iba a resultar muy complicado y laborioso. Sólo la visión genial y patéti-
ca de Isabel la Católica pudo atisbar en los primeros años de confusión, principios básicos y
permanentes de la política indiana: uno de ellos fue el ordenar gobierno justo para los indios,
declarándolos libres vasallos del Reino, no sujetos a esclavitud, al estilo de Santo Tomás. La
libertad ordenada por la soberana de Castilla, contra el sentido esclavizante de Colón, consti-
tuyó, más tarde, uno de los más serios argumentos de los defensores del indio.
Es absolutamente cierto también que la conquista de la Española fue cruel más allá de lo
necesario, porque los colonos se excedieron en prácticas que para nada les eran útiles a sus
fines primordiales e inmediatos de aprovechamiento. ¿Qué ventajas de gobierno obtuvo, por
ejemplo, Frey Nicolás de Ovando, con la matanza de Jaragua? ¿Por qué ahorcó a la Reina
Anacaona, amiga y colaboradora de los españoles? ¿No fue ella un agente activo de los fines
de la penetración europea en la Isla? ¿Por qué ahorcó a Cotubanamá, si pudo negociar con él
fácilmente el sometimiento de Higüey? Hechos de esta naturaleza, sin sentido político, sólo
se explican como resultados de un régimen caprichoso y despótico de Gobierno, sin sujeción
a control y sin marco legal que lo condicionara y limitara a responsabilidad ulterior efectiva.
Esta misma modalidad caprichosa y potestativa se puso en evidencia cuando el Caci-
que, ultrajado y vejado por manos españolas, hizo solicitud de justicia a las autoridades.
No sólo no la obtuvo sino que encima se vio aporreado. Si el indio tenía sensibilidad, sólo
un camino le quedaba abierto: el de las sierras del Bahoruco. Por ahí se fue en seguimiento

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de sus anhelos, para retornar, catorce años más tarde, desagraviado y honrado por sus pro-
pios enemigos. Cuando volvió trajo asegurada la tranquilidad de los suyos en Carta real,
significativa de un tratado de libertad.
Para llegar a este desenlace fue necesario que antes el episodio del Bahoruco se trans-
formara de una cuestión corriente y vulgar de indios levantiscos, en asunto que trataba por
sí misma la Corona, renunciando a toda perspectiva de castigo, enjuiciamiento, y dándole,
en consecuencia, carácter político y conmutativo. Los hechos realizados por Enrique y sus
indios en el Bahoruco, y el alzamiento mismo, en su integridad, por aplicación de las reglas
comunes, estuvieron sujetos a castigos atroces, entre los cuales figuraba el de declarar esclavos
convictos a los indios alzados y, como a tales, someterlos a subyugación legal. Si Enriquillo
hubiera sido vencido y capturado, de seguro muere en la horca o en la hoguera, y de los
suyos, los que no lo hubieran seguido en aquella capital reprimenda, habrían terminado
sus días en la esclavitud caracterizada. Ese era el modo cómo castigaba España a los indios
que desconocían el imperio de su dominación.
La Carta de Perdón que dirigió la Emperatriz al Cacique tuvo como primer efecto
sustraer del episodio del Bahoruco la aplicación de la ley común, quitándole todo carácter
delictuoso a la acción del Cacique. Esto quiere decir que la Corona, reconociendo finalmente
como justas las causas del alzamiento, le atribuyó carácter político, sujeto a consideración
extraordinaria. Esto quiere decir también que la Corona reconoció la voluntad del Cacique
como representativa de derechos que no estaban sometidos a las regulaciones corrientes
del dominio de España en Indias. Estos conceptos, por otra parte, son la base teórica de la
entelequia jurídica –del tratado-contrato-puro– que surgió de las conversaciones sosteni-
das en 1533 entre el Cacique del Bahoruco y el Capitán General Francisco de Barrionuevo,
representante y Embajador del Rey de Castilla.
Es imposible negar que los acuerdos del 1533 se formaron porque en ellos concurrieron dos
voluntades libres que al concertarse sobre determinados puntos fundamentales, autolimitaron
el alcance de sus posibilidades mediante obligaciones concretas, recíprocas y conmutativas.
En virtud de cuanto tenemos dicho, resultan infundadas las siguientes conclusiones del
Padre Utrera:
“Esto aparte, porque en un concierto de voluntades supuestamente escrito, falta el enuncio del
estado legal en que entraban, por la paz, los indios antes en guerra, fuerza es que también se
borre ese título del rollo en el lienzo: “especie de tratado de paz”. “Los papeles manejados por
Enriquillo y Barrionuevo para llegar a concierto, fueron: una carta de la Emperatriz, llena de
ternura de mujer y madre, por la que la Reina convidaba al indio a la paz, adelantándole el
perdón y ofreciéndole los bienes del buen tratamiento, que fue prometerle las garantías de la
libertad personal y de sus indios, y una carta de la Audiencia con exhortos semejantes en testi-
monio de la verdad de la procedencia regia de dicha carta. Asintió el indio, declaró su pesar por
todo lo pasado a su cargo, para hacerse digno del perdón; se hizo la reconciliación por modo
consuetudinario o a la usanza de indios, de ninguna manera con sujeción a forma protocolar ni
instrumental alguna, y lo conferido después al intento de que la paz no volviera a turbarse, se
redujo sustancialmente a convertirse el Enriquillo y sus indios como en cuerpo de policía rural
contra indios y contra negros desmandados de sus amos y señores para buscarlos, vencerlos si
resistían a su captura, y entregarlos a sus amos, mediando cierto premio por el trabajo y exposi-
ción personal a que en tal empresa y lances se arriesgaban. Materia de concierto entre vasallos
en servicio del rey para asegurarse la paz, de ninguna manera capítulo de ningún tratado, ni de
ninguna especie de tratado de paz. Y pues Enriquillo (asiente y) propone, para en causa propia
de avenencia a la paz, correr a todo indio extraño al propio bando que hayan huido de sus amos,

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

sin prejuzgar si huyeron por agravio, malos tratos y desafueros menores, iguales o mayores que
los que él padeció insufriblemente, es positivo que ese grupo de indios, que en el lienzo está
debajo el brazo protector del Cacique, no simboliza a la raza indígena”.121

No acertamos a comprender, en efecto, cómo pueda considerarse el proceso seguido en


la pacificación del Bahoruco, “reconciliación por modo consuetudinario o a la usanza de
indios”, cuando, precisamente, se emplearon procedimientos de todo punto extraordinarios,
no usados, antes del 1533 en ninguna otra ocasión. ¿Cómo puede considerarse consuetudinario
o a usanza de indios, un modo de proceder que sólo en aquella oportunidad se había utilizado?
Una Carta de Perdón firmada por el Rey y enviada a mano de especial Embajador, como lo
fue Barrionuevo, no se empleó –que sepamos nosotros– en ningún caso con anterioridad a
la rebelión del Bahoruco.
Es preciso, pues, reconocer como ciertas las afirmaciones de don Emiliano Tejera, cuando
asignó sentido y carácter de tratado a las capitulaciones del Lago del Comendador y calificó de
especie de soberano feudatario al Cacique del Bahoruco después de concertada la paz.
El pensamiento de Tejera está contenido en estos párrafos: “Corría el año de 1519 cuan-
do un acontecimiento singular vino a conmover profundamente a los colonos de la isla de
Santo Domingo. Las montañas de Baoruco, en el S. O. de la isla, habían resonado con el
grito de Libertad, lanzado por el cacique Enriquillo i sus valientes compañeros, i el poderío
español se sintió estremecer en la isla predilecta de Colón. El derecho se hallaba del lado de
los insurrectos; i si un ejército o un pueblo numeroso hubieran podido sostenerlo con tesón
i constancia, la raza india de Santo Domingo habría sido digna émula de la araucana de
Sudamérica. Pero aquella heroica protesta, si bien gloriosa en alto grado, no podía producir
mas resultados de los que obtuvo: renombre i gloria para el ilustre caudillo que la encabezó
i la sostuvo denodadamente, un jirón de patria libre para los escasos restos de la población
indígena, i el derecho de morir en paz sin sentir destrozadas sus carnes por la inhumanidad
del encomendero. Mucho en verdad, con relación a sus escasos recursos, logró en su lucha
de 14 años, el primer guerrillero de Santo Domingo i uno de sus más ilustres hijos, si bien
España, al tratar con el último Cacique indígena, representante autorizado de los derechos de
su raza, obtuvo lo que antes no tenía en realidad: el derecho de ocupar legítimamente la isla,
teniendo a Enriquillo como una especie de soberano feudatario. El convenio con Enriquillo
convirtió en derecho lo que antes era sólo un hecho fundado en la conquista”.122
Con el sentido de estas conclusiones concuerdan todos los argumentos expuestos en el
cuerpo de este trabajo: a) el alzamiento de Enriquillo tuvo carácter de rebelión contra los
sistemas sociales empleados en la Isla por los españoles; b) tuvo como fundamento el deseo
del Cacique y sus indios de vivir libres de aquellos sistemas; c) la rebelión retrotrajo el estado
de naturaleza en la vida organizada por los indios en las sierras, al interrumpir, por catorce
años, todo contacto con los españoles; d) el Cacique tuvo calidad para representar los derechos
de la raza indígena, derivados de la libertad readquirida por la rebelión; e) el término de la
rebelión se obtuvo por negociaciones que promovieron –por vía conmutativa– el acuerdo
de voluntades con los siguientes resultados de índole esencialmente política: de parte del
Cacique, renuncia al estado de naturaleza (libertad incondicionada respecto de España) para

Utrera, Conferencia, pp.42-43.


121

Memoria que la Legación Extraordinaria de la República Dominicana en Roma presenta a la Santidad de León XIII,
122

dignísimo pontífice reinante i juez árbitro en el desacuerdo existente entre la República Dominicana i Haití. s. p.d. i., Santo
Domingo, 1896.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

aceptar el dominio político de la Corona y legitimar la conquista de la Isla; de parte del Rey,
renuncia a la dominación potestativa y esclavizante, para conceder y garantizar a los indios
derechos individuales que antes no habían tenido y que igualaban a los que pudieran tener
los vasallos españoles de la Corona; f) condición de feudatario recaída en Enriquillo respecto
del soberano español, por estipulación contractual de deberes y derechos recíprocos, muy
semejante a como se establecieron en la Edad Media los vínculos políticos de vasallaje.
A partir del contrato-tratado España tuvo título legítimo para ocupar la isla: el libre
consentimiento de sus pobladores.

Apéndice
Instrucción de Gobierno a los Jerónimos
(Las Casas, Historia de las Indias, t. III, cap. LXXXVIII, pp.89-97;
M. Aguilar, Editor)
“Lo primero que deben hacer los Padres que fueren a las Indias para las reformas, en
llegando a la isla Española hagan llamar ante sí los principales cristianos, viejos pobladores, y
decirles que la causa principal de su ida es los grandes clamores que acá se han hecho contra
ellos y contra los otros pobladores, especialmente contra los que han tenido y tienen indios
encomendados, que los han maltratado y hecho muchos males, matando a muchos dellos
sin causa y sin razón, tomándoles sus mujeres e hijas y haciendo dellas lo que han querido,
haciéndolos trabajar demasiadamente y dándoles poco mantenimiento, compeliendo a las
mujeres y a los niños a que trabajasen, y haciendo a las mujeres malparir y no dejándolas
criar sus criaturas, y otras muchas fuerzas y daños de que se dieron grandes memoriales al
reverendísimo señor Cardenal, los cuales llevan los dichos Padres.
“Y porque Sus Altezas y el reverendísimo señor Cardenal y el señor Embajador quieren
saber la verdad de todo esto cómo pasa, para lo proveer y remediar porque las islas no se pierdan
del todo, mandaron a los dichos Padres que de todo ello se informen para que se proveyese
y remediase; que los dichos pobladores digan lo que saben de cómo esto ha pasado y pasa,
y, si vieren los Padres que conviene, tomalles juramento que dirán la verdad, y por otra parte
también ellos se informen dello. Háganles entender cómo todo esto se hace para la conservación
dellos, y de los indios, y de las dichas islas, y que si de voluntad y consentimiento de partes se
pudiere hallar y tomar algún buen medio, con que Dios y Sus Altezas sean servidos, y ellos y
los indios aprovechados, y las islas remediadas, que aquél se tomará. Por tanto, que ellos y los
otros hombres, principales pobladores, se junten y hablen y platiquen en ello, y piensen más
sobre ello, y con lo que acordaren vuelvan a los Padres y se lo digan; esto y todo lo que más a
los Padres pareciere díganlo a las personas principales. Después llamen a los principales Ca-
ciques de la isla, y díganles cómo a Sus Altezas, y al reverendísimo señor Cardenal, y al señor
Embajador ha sido hecha relación de su parte, cómo en los tiempos pasados han sido muy
opresos y agraviados de los pobladores que allá han ido, y están en muchas maneras conte-
nidas en ciertas peticiones y memoriales, que sobre ello fueron dadas por ciertos religiosos y
clérigos, y porque la voluntad de Sus Altezas y del reverendísimo señor Cardenal y del señor
Embajador ha sido y es de remediar y castigar los males pasados, sean bien tratados, pues son
cristianos y libres, y súbditos de Sus Altezas, mandaron a los dichos Padres que fuesen allá y
se informasen de todo ello, y supiesen la verdad de cómo ha pasado, para que se proveyese
así en el castigo de lo pasado, como en el remedio de lo venidero.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

“Por tanto, que ellos lo debían hacer saber a los otros Caciques y a sus indios, para que
entre sí platicasen sobre ello y pensasen en lo que se podía y debía hacer, así en lo pasado como
en lo venidero; y que si algún buen medio se hallase, de voluntad de partes, para que Dios y
Sus Altezas fuesen servidos y los Caciques y sus indios fuesen bien tratados, como cristianos y
hombres libres, pues lo son, y ellos los otros pobladores pudiesen justamente ser aprovechados,
que se lo dijesen, que siendo tal aquel se tomaría, que pensasen sobre ello, y que sean ciertos
que la voluntad de Sus Altezas y del reverendísimo señor Cardenal y del señor Embajador es
que ellos sean tratados como cristianos y hombre libres, y que ésta es la causa principal por
que mandaron a los dichos ir a aquellas partes. Y porque los Caciques y los indios crean lo que
estos Padres les dijeren, deben, al tiempo que los hobieren de hablar, tener consigo algunos
otros religiosos de los que allá están cognoscidos, de quien ellos tienen confianza que les dicen
verdad y procuran su bien, y también porque entienden su lengua”.
Aquí es bien que se diga, que como el Clérigo viese tan arraigada la tiranía en aquellas islas,
y en aquella parte de tierra firme, donde había españoles, que no era otra sino la de Darién y
por aquellas provincias, y que por ella perecían en aquellas tierras aquestas gentes, no osaba
decir ni tocar diciendo ni mentando ni alegando libertad de los indios, como si huyera de decir
alguna cosa que fuese absurda o blasfema, hasta que un día, hablando con el Cardenal en la
opresión y servidumbre que padecían, y tocando que con qué justicia podían ser así en ella
o con ella afligidos, respondió el Cardenal con ímpetu: “Con ninguna justicia; ¿por qué? ¿no
son libres? ¿quién duda que no sean libres?” Desde allí el Clérigo a boca llena osaba en todo
lugar alegar que los indios eran libres, y que todo lo que con ellos se había hecho era contra
su libertad natural, y todo lo que alegaba contra la tiranía de los españoles y por los indios
fundaba sobre aqueste principio. Así que parece bien que el Cardenal había bien entendido
la raíz y fundamento de la justicia que se hacía a los indios por la servidumbre horrible que
padecían, pues tantas veces en el preámbulo recitado los llamaba y afirmaba ser libres.
La Instrucción que los dichos religiosos llevaron, comenzaba desta manera:
“Memorial o Instrucción que han de llevar los Padres que por mandado de su reveren-
dísima señoría y del señor Embajador han de ir a reformar las Indias. Primeramente, parece
que los religiosos que allá van deben visitar la tierra por sí mismos, en cada isla lo que buena-
mente pudieren, e informarse del número de los Caciques y de los indios que cada Cacique
tiene, y también de todos los otros indios que hay en cada isla. Item, se han de informar de
cómo han sido tractados hasta aquí por las personas que los han tenido encomendados, y
por los Gobernadores y justicias y otros ministros; lo que cerca dello hallaren háganlo poner
por escripto, para que sobre ello se provea lo que convenga.
“Otrosí, los dichos religiosos, visitando las islas, especialmente la Española y Cuba, y Sant
Juan y Jamaica, vean la disposición de la tierra, mayormente lo que es cerca de las minas donde
se saca el oro, y miren dónde se podrán hacer poblaciones de lugares, para que de allí puedan
ir a las minas con menos trabajo, y conveniente a los indios que allí moraren, y que haya nos
cerca para sus pesquerías y buena tierra para labranzas. La primera sea la isla Española y
Jamaica, y después Sant Juan; la postrera Cuba. Débense hacer pueblos de 300 vecinos, pocos
más o menos, en que se hagan tantas casas cuantos fueren los vecinos, como ellos las suelen
hacer, de tal manera, que, aunque se acreciente la familia, como mediante Dios se acrecenta-
rá, puedan caber todos en ella, haciendo iglesia la mejor que ser pueda, y calles y plaza para
que sea lugar en forma, y la casa del Cacique cerca de la Plaza, mayor y mejor que las otras,
porque allí han de concurrir todos los otros. Item, haya un hospital como abajo se dirá. Estos

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pueblos se hagan, cuanto ser pudieren, a voluntad de los Caciques y de los indios en cuanto
al sitio, porque no resciban pena de mudarse, haciéndoles entender cómo todo esto se hace
para su beneficio, y para que sean mejor tractados que hasta aquí; y los que estuvieren muy
lejos de las minas hagan allá pueblos y críen ganados, y cojan pan, y algodón y otras cosas,
y dello paguen tributo al Rey, nuestro señor, lo que bien visto fuere respecto destos otros; y
otro tanto se haga en las islas donde no se cogere oro y sean tales que deban estar pobladas,
porque se les hará de mal venir de lejos, y rescibirian peligro en la mudanza, y que la Zabana
esté siempre poblada, porque está cerca del puerto y muy aparejada para la contratación de
Cuba y tierra firme. Débese dar a cada pueblo término conveniente, apropiado, a cada lugar
antes más que menos, por el augmento que se espera, Dios mediante; este término debe ser
repartido entre los vecinos del lugar; dando de lo mejor, a cada uno dellos, parte de tierra
donde puedan plantar árboles y otras cosas, y hacer montones para él y para toda su familia,
más o menos, según la calidad de su persona y cantidad de la familia, y al Cacique tanto
como a cuatro vecinos. De lo restante quede para el pueblo para ejidos y pastos, y estancias
de puercos y otros ganados.
“A estos pueblos se deben traer los Caciques e indios más cercanos a aquel asiento que
se tomare para la población, porque queden en su propria tierra y vengan de mejor gana, y
negóciese con los Caciques que ellos los traigan de su voluntad sin les hacer otra premia, si
así se pudiere hacer; y estos Caciques tengan cuidado de sus indios en regillos y gobernallos,
como adelante se dirá. Si los indios de un Cacique bastaren para una población, con aquéllos
se haga, y si no que se junten otros Caciques de los más cercanos y que cada Cacique tenga
superioridad en sus indios como suele; y que estos Caciques inferiores obedezcan a su su-
perior como suelen, y el Cacique principal ha de tener cargo de todo el pueblo, juntamente
con el religioso o clérigo que allí estuviere, y con la persona que para ello fuere nombrada,
como adelante se dirá. Y si algún castellano español, de los que allá están o fueren a poblar,
quisiere casar con alguna Cacique o hija de Cacique a quien pertenece la sucesión por falta
de varones, que este casamiento se haga con acuerdo y consentimiento del religioso o clérigo,
y de la persona que fuere nombrada para la administración de aquel pueblo y, casándose
desta manera, éste sea Cacique y sea tenido y obedecido y servido como el Cacique a quien
sucedió, según y como abajo se dirá de los otros Caciques, porque desta manera muy presto
podrán ser todos los Caciques españoles y se excusarán muchos gastos.
“Item, que cada lugar tenga jurisdicción por sí en sus términos, y que los dichos Caciques
tengan jurisdicción para castigar a los indios que delinquieren en el lugar donde él fuere
superior, no solamente en los suyos, más también en los de los otros Caciques inferiores que
viven en aquel pueblo; esto se entiende de los delitos que merecen hasta pena de azotes y no
más, y en éstos, que no lo puedan hacer ni ejecutar ellos solos, sin que a lo menos intervenga
el consejo y consentimiento del religioso o clérigo que allí estuviere, lo demás quede a la
justicia ordinaria de Su Alteza; y si los caciques hicieren lo que no deben, sean castigados por
la justicia ordinaria, y si hicieren agravio a los inferiores, remédielo la justicia ordinaria. Los
oficiales para la gobernación del pueblo, así como Regidores o Alguacil u otros semejantes,
sean puestos y nombrados por el dicho Cacique mayor, y por el dicho religioso o clérigo
que allí estuviere, juntamente con aquella persona que se nombrare por Administrador de
aquel lugar, y en caso de discordia por los dos dellos.
“Y, porque en cada pueblo se hagan las cosas como deben, conviene que se nombre una
persona que tenga la administración de uno, o de dos, o de tres, o de más lugares, según la

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

población fuere, el cual viva en un comedio conveniente para hacer su oficio, en una casa
de piedra, y no dentro en el lugar, porque los indios no resciban daño o alteración de la
conversación de los suyos; éste ha de ser español, de los que allá han estado, siendo hombre
de buena conciencia, y que haya bien tractado los indios que tuvo encomendados, que sabrá
bien regir e gobernar y hacer lo que conviene a su oficio. Lo que este ha de hacer es, que
ha de visitar el lugar o lugares que le fueren encomendados y entender con los Caciques,
especialmente con el principal de cada lugar, para que los indios vivan en policía, cada uno
de su casa con su familia y trabajen en las minas y en las labranzas, y en el criar de los ga-
nados, y en las otras cosas que los indios han de hacer según adelante se dirá, y que no los
moleste ni los apremie a que trabajen ni hagan más de los que son obligados, sobre lo cual
se le encargue la conciencia; y que, al tiempo que le fuere dado el cargo, jure solemnemente
de usar bien de su oficio, y si en algo excediere por que merezca castigo, sea castigado y
punido por la justicia de Su Alteza. Para hacer su oficio conviene que tenga consigo tres o
cuatro españoles castellanos, o de otros cualesquisiere, y armas las que fueren menester, y
que no consienta a los Caciques ni a los indios tengan armas suyas ni ajenas, salvo aquellas
que parecieren que serán menester para montear, y si más personas él quisiere tener o viere
que le cumple, que las pueda tener pagándoles su justo y debido salario a vista del religioso
o clérigo que allí estuviere, y si algunos indios con él quisieren vivir, con tanto que de los
indios no pueda tener más de seis, y con su voluntad, y no de otra manera, pero que a éstos
les pueda mandar ir a las minas, salvo servirse dellos en casa y en las otras cosas, y que,
cada y cuando éstas se descontentaren de su compañía tengan libertad de irse a los pueblos
donde son naturales.
“Este administrador, juntamente con el religioso o clérigo, trabajen cuanto pudieren
por poner en policía a los Caciques e indios, haciéndoles que anden vestidos, y duerman
en camas, y guarden las herramientas y las otras cosas que les fueren encomendadas, y que
cada uno sea contento con tener a su mujer y que no se la consientan dejar, y que las mujeres
vivan castamente, y la que cometiere adulterio, acusándola el marido, sea castigada ella y
el adúltero hasta penas de azotes por el Cacique, con consejo del Administrador y religioso
que allí estuviere en el pueblo; asimismo tenga cuidado que los Caciques ni sus indios no
truequen ni vendan sus cosas, ni las den ni las jueguen, sin licencia del religioso o clérigo o
del dicho Administrador, salvo en cosas de comer y hacer limosnas honestamente, y que no
los consientan comer en el suelo. A estos administradores se dé salario conveniente, según
el cargo y trabajo y costa que han de tener, la mitad pague Su Alteza, y la otra mitad pague
el pueblo o pueblos que estuvieren a su cargo; y sean casados por quitar los inconvenientes
que de allí se pueden recrecer, salvo si tal persona se hallare de quien se deba confiar aunque
no sea casado.
“Y porque mejor haga su oficio, tenga escrito en un libro todos los Caciques e indios veci-
nos, y personas que haya en cada casa y lugar, porque se sepa si se va o ausenta alguno o deja
de hacer lo que es obligado. Para que los indios sean instruidos en nuestra sancta fe católica, y
para que sean bien tractados en las cosas espirituales, debe haber en cada pueblo un religioso o
clérigo que tenga cuidado de los enseñar, según la capacidad de cada uno dellos, y administralles
los Sacramentos y predicalles los domingos y fiestas, y hacelles entender cómo han de pagar
diezmos y primicias a Dios, para la Iglesia y sus ministros, porque los confiesan y administran
los Sacramentos, y los entierren cuando fallecieren, y rueguen a Dios por ellos; y hacerles que
vengan a misa y se sienten por orden, apartados los hombres de las mujeres.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

“Estos clérigos sean obligados a decir misa cada fiesta, y entre semana los días que ellos
quisieren, y provean cómo se digan misas en las estancias, las fiestas, en la Iglesia que allá se
ha de hacer, y hayan por su trabajo de los diezmos del dicho pueblo la parte que les cupiere, y
más el pie de altar y las ofrendas, y que impongan a las mujeres y hombres que ofrezcan lo que
les pluguiere, cazabi o ajes, y que no puedan llevar otra cosa los dichos clérigos, por confesar
y administrar los otros Sacramentos, ni velar los casados, ni por enterramientos. Y los días de
las fiestas, en la tarde, sean llamados por una campana para que se junten y sean enseñados
en las cosas de la fe, y si no quisieren venir sean castigados por ello moderadamente, y que la
penitencia que les dieren sea pública porque los otros escarmienten. Haya un sacristán, si se
hallare suficiente de los indios, si no de los otros, que sirva en la iglesia, y muestre a los niños a
leer y escribir hasta que sean de edad de nueve años, especialmente a los hijos de los Caciques
y de los otros principales del pueblo, y que les muestren a hablar romance castellano, y que se
trabaje con todos los Caciques y indios, cuanto fuere posible, que hablen castellano.
“Item, que haya casa en medio del lugar para hospital, donde sean rescibidos los enfermos
y hombres viejos que no pudieren trabajar, y niños que no tienen padres que allí se quisieren
recoger, y para el mantenimiento dellos hagan de común un conuco de 50,000 montones, y
que lo hagan deshervar en sus tiempos, y esté en el hospital un hombre casado con su mujer y
pida limosna para ellos, y manténganse dello; y que pues las carnicerías han de ser de común,
como adelante se dirá, que se dé para el hombre y mujer que allí estuviere, y para cada pobre
que allí se recogiere, una libra de carne, a vista del Cacique o del religioso que allí estuviere
porque no haya fraude. Los vecinos de cada lugar, y los varones de veinte años arriba y de
cincuenta abajo, sean obligados a trabajar desta manera: que siempre anden en las minas la
tercia parte dellos, y si alguno estuviere enfermo o impedido, en su lugar se ponga otro, y
salgan de casa para ir a las minas en saliendo el sol o un poco después, y venidos a comer a
sus asientos tengan de recreación tres horas, y vuelvan a las minas hasta que se ponga el sol.
“Este tiempo será repartido de dos en dos meses, e como al Cacique pareciere, por ma-
nera que siempre estén en las minas el tercio de los hombres de trabajo. Que las: mujeres no
han de trabajar en las minas, si ellas de su voluntad y de su marido no quisieren, y, en el caso
que algunas mujeres vayan, sean contadas por varones en el número de la tercia parte. Los
Caciques envíen con los indios que son a su cargo, divididos por cuadrillas, los nitainos, que
ellos llaman, que fueren menester, para que éstos les hagan trabajar en las minas, y cojan el
oro, y hagan lo que solían hacer los mineros, porque, según por experiencia ha parecido, no
conviene que haya mineros ni estancieros castellanos, salvo de los mismos indios. Después que
hobieren servido el tiempo que fueren obligados en las minas, vénganse a sus casas y trabajen
en sus haciendas lo que buenamente pudieren y vieren que les cumple, a vista de su Cacique y
del religioso o clérigo que allí estuviere o del Administrador. Y porque el Cacique ha de tener
más trabajo, y porque es superior, sean obligados todos los vecinos y hombres de trabajo de
dar al Cacique quince días en cada año, cuando él los quisiere, para trabajar en su hacienda, y
que no sea obligado a darles de comer ni otro salario, y que las mujeres y los niños y los viejos
sean obligados a desherballe sus conucos todas las veces que sea menester.
“Los indios que quedaren en el pueblo sean compelidos a trabajar lo que justo fuere a los
conucos y en sus haciendas y también las mujeres y los niños. Debe Su Alteza mandar tomar las
haciendas que fueren necesarias y más convenientes para principiar los pueblos, así de conucos
como de ganados, estimadas en lo que justamente valieren, para que sean pagadas de las primeras
fundiciones de la parte que perteneciere a los indios; y los conucos se dividan por los vecinos,

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

a cada uno la parte que le cupiere entretanto que hace otra hacienda en la tierra que le fuere
señalada, y los ganados se pongan en mano del Cacique principal, para que dello se provean los
indios en la manera que adelante se dirá. Si se pudiere, para cada pueblo de 300 vecinos haya 10
ó 12 yeguas, y 50 vacas, y 500 puercos de carne, y 100 puercas para criar; éstos sean guardados
a costa de todos, como bien visto fuere, y esto se procure de sostener de común hasta que ellos
sean hechos hábiles y acostumbrados para tenellos propios suyos. Ha de haber un carnicero en el
pueblo que dé para cada casa medio arrelde de carne, cuando el marido estuviere en el pueblo y
no esté en las minas, y cuando estuviere en las minas le den una libra a su mujer; y si más carne
hobiere menester para su casa y familia, que la críe con su familia y la procure, y los días que no
fueren de carne, que se provean como les pareciere, y al Cacique dos arreldes.
“Para los que estuvieren trabajando en las minas, de sus mismos conucos que les cupiere,
el Cacique haga que las mujeres de los que allá anduvieren amasen el pan que fuere menester,
y el Cacique lo haga llevar en las dichas yeguas de común, y ajes y maíz, y así y todo lo otro
que fuera menester. Haya un carnicero en las minas y dé a cada uno de los que allí trabajaren
libra y media o dos libras de carne, como bien visto fuere, y porque en aquella isla hay poco
pescado, sería bien procurar dispensación para comer carne algunos días de cuaresma, y los
otros días que no son de carne, y porque sea mejor proveído de la carne, conviene que alguna
parte del ganado que se hobiere de matar para comer ande en las minas, y si de la carne de
los ganados comunes no hobiere abasto para los que andan en las minas, que se provea cómo
otros vendan carne a precio justo, y se dé por tasa para ser pagados de la primera fundición.
El oro que se sacare de las minas vaya todo a poder del nitaino, que ha de estar como minero
cada noche, como se suele hacer, y cuando viniere el tiempo de la fundición, que ha de ser de
dos en dos meses o como a los oficiales pareciere, júntese el nitaino con el Cacique principal
y con el Administrador, y llévenlo a la fundición porque se haga con toda fidelidad; y de lo
que saliere de la fundición se haga tres partes, la una para el Rey, y las dos para el Cacique y
los indios. De las dos partes del oro que perteneciere al Cacique y a los indios, se ha de pagar
las haciendas y ganados que se hobieren para hacer los pueblos, y todos los gastos que se han
de hacer de común, lo restante se ha de dividir por casas igualmente, y al Cacique seis partes
y a los nitainos que andan con los indios dos partes a cada uno. De las partes que a cada casa
cupieren se han de comprar las herramientas y otra cosas que serán menester para sacar el
oro, y éstas sean propias de cada uno, y escríbanse en un libro para que sea obligado a dar
cuenta dellas, y de lo que de esto sobrare cómpreles al Cacique y el clérigo y Administrador
ropa y camisas, y doce gallinas y un gallo para cada casa, y otras cosas que les pareciere que
hobieren menester para sus casas, poniéndolo por escrito para que den cuenta dello; y si algo
sobrare que se ponga en guarda en poder de una buena persona que dé cuenta dello cuando
se la demandaren, escribiéndolo en cuyo poder se pone y lo que a cada uno pertenece, como
pareciere al clérigo y Administrador. Débense poner 12 españoles mineros salariados de
común, la mitad el Rey y la mitad los indios, que tengan cargo de descubrir minas, y luego
que las hayan descubierto las dejen a los indios para que saquen el oro, y se vayan adelante a
descubrir otras, y no estén ahí más ellos ni otros españoles ni criados de españoles, porque no
les hurten el oro ni les hagan mal, y el oro que estos 12 sacaren, descubriendo las minas, sea
común y pártase entre el Rey y los indios, y que sobre esto se ponga gran pena”.
“Remedio para los españoles que allá están. Algunos dellos se remediarán comprándoles
las haciendas para los pueblos, como arriba está dicho, otros con encomendalles la adminis-
tración de los pueblos, otros salariándolos para mineros, otros dándoles facultad para que por

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

sí y por sus familias puedan sacar oro, pagando solamente el diezmo de lo que sacaren siendo
casados y teniendo allá sus mujeres, y los que no fueren casados paguen de siete uno; otros,
dándoles facultad para que cada uno dellos pueda meter dos o tres o más esclavos, la mitad
varones y la mitad hembras porque multipliquen, y a los que tuvieren indios encomendados
y otras mercedes, dándoles alguna satisfacción y haciéndoles otras gratificaciones por ella.
“Asimismo, les aprovechará mucho que Su Alteza les dé carabelas, aderezadas de
bastimentos y otras cosas necesarias, para que vayan ellos mismos a tomar los caribes que
comen hombres y son gente recia, y éstos son esclavos porque no han querido rescibir los
predicadores, y son muy molestos a los cristianos y a los que se convierten a nuestra sancta
fe y los matan y los comen, y los que trujeren pártanlos entre sí y sírvanse dellos; mas, so
color de ir a tomar los caribes, no vayan a otras islas ni tierra firme, ni prendan a los hombres
que allí moraren, so pena de muerte y perdimiento de bienes.
“Otro remedio: Que los españoles que están en las islas serán gratificados si quisieren
ir a poblar en la tierra firme, porque éstos que han sido criados en las islas, y están hechos
a la tierra, están más aparejados y dispuestos para vivir sin peligro en tierra firme, que los
que van de nuevo de España. Y porque algunos dellos deben a Su Alteza y a otras personas
muchas deudas, y no ternán de qué las pagar quitándoles los indios, que se les hagan alguna
gratificación en que no sean presos, ni encarcelados, ni detenidos, si quisieren pasar a tierra
firme o a otras de las islas. Para que los pueblos se pongan en policía, que se muestren oficios
a algunos de los indios, así como carpinteros, pedreros, herreros, aserradores de madera, y
sastres, y otros oficios semejantes para servicio de la república.
“Esto es lo que parece que se debe hacer, por ahora, para el remedio y conservación de los
indios, hasta que se vea por experiencia la utilidad que dello se sigue. Pero para le ejecución
dello conviene que haya alguna persona poderosa que lo ejecute, porque esta mudanza de
quitar los indios a los que los tienen encomendados les será muy molesta. Los Padres que
allá van, verán lo que más o menos se debe hacer, y podrán quitar o poner lo que les pare-
ciere. Los cristianos viejos que hicieren mal a los indios sean castigados por las justicias de
Su Alteza, y los indios sean testigos de la causa, y creídos, según el albedrío del Juez”.

Relación testimoniada del asiento que se ha tomado


con el capitán Francisco de Barrionuevo para ir á la paz y quietud de los indios
de las Sierras del Baraisco en el distrito de la Audiencia de Santo Domingo, año 1533.
Patronato Real n.º 7. Est. 1. Cajón 1. Leg. 18.
En la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, viernes veinte é un dia del mes de
Febrero, de mill é quinientos é treinta é tres años, ante los Señores el Licenciado Alonso de
Zuazo é el Doctor Rodrigo Infante, é el Licenciado Juan de Vadillo, Oidores del Audiencia é
Chancillería Real de Su Majestad, que ciertas partes del Mar Occéano reside, é en presencia
de mí, Diego Caballero, escribano de Su Majestad é de la dicha Real Audiencia, pareció
el capitan Francisco de Barrionuevo, é presentó é dió a Sus Mercedes una carta de la Em-
peratriz123 é Reyna, Nuestra Señora, firmada de Su Real nombre é refrendada de Juan de
Samano, su secretario, la cual dió cerrada é sellada, é por Sus Mercedes fué abierta é leida
é obedescida con todo el acatamiento debido, su tenor de la cual, es este que se sigue:

123
Doña Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, y a la sazón governadora de estos Reynos por estar ausente el
Emperador.*
*Esta nota, y las que siguen, pertenecen a la obra de la que se copia este documento.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

La Reina. Nuestros oidores de la nuestra Audiencia Real de la Isla Española, é nuestros


oficiales della: visto lo que por vuestras cartas me habéis escrito cerca de Enriquillo124 y los
otros indios que con él están alzados en la sierras del Baruco, que por parte desta ciudad
é isla é otras personas particulares nos ha sido significado de los daños é males que los
dichos indios alzados han fecho é hazen en los cristianos españoles, pobladores de esta
isla, é en sus haziendas, é el peligro en que están adelante, si no se remedia; como quiera
que segun las grandes necesidades que acá hay con las grandes é contínuas guerras quel
Emperador é Rey nuestro señor, tiene en defension de nuestra Santa fé Católica, resistiendo
el Turco, que con tan gran poder viene á la ofender, é las que en defensa de las fronteras
de Africa é otras cosas del estado destos Reynos hay por la mucha voluntad que tenemos
al aumento é conservación desta isla é de los pobladores que enella estais é residir é para
que seais relevados é vivais en toda seguridad é quietud, é por satisfacer á la suplicacion
que por parte desta isla nos ha sido fecha, habemos acordado de enviar doscientos hombres
destos reynos, é por capitan dellos á Francisco de Barrionuevo, nuestro criado, a quien
habemos acordado de proveer de nuestro gobernador de Tierra Firme, llamada Castilla
del Oro. E por que vayan con mas brevedad é mejor rebcaudo, les habemos mandado
dar la nuestra nao imperial en que vayan bien proveida é vituallada de todo lo necesario
para el dicho viaje é asi mismo habemos mandado dar al dicho capitan algunas armas é
municion de respeto, demas de las que la dicha gente lleva, é pues nos enesta parte, que
acá hay tantas necesidades, habemos mandado hazer este socorro, es justo que todos los
vezinos é estantes enesa isla se animen á ayudar é poner todas sus personas é criados é
lo que pudieren de sus aziendas, para que esta vez se acaben de disipar estos alzados é
rebeldes, é se limpie la isla, para que cada uno quede seguro en su hazienda, é pueda
entender en ello sin estorbo.
Por ende yo vos mando é encargo mucho que luego como el dicho capitán llegue con
la dicha gente, los recojais é hagais que esa ciudad é islas los recoja é favorezca, é que se
les dé aposento en que descansen é refresquen del trabajo que llevaran del viaje; é porque
acá de parte de la isla se ha apreciado que darán á los dichos doscientos hombres el man-
tenimiento que hubieren menester, todo el tiempo que durase la guerra, preveeréis como
no haya falta, antes haya enello mucho recaudo é buena provision, pues tanto va á todos
en que la gente ande contenta é reparada hasta acabar la guerra, é de la provisión desto
haben de tener muy especial cuidado, porque uno de los principales artículos es que con-
viene que lo haga; é para ello vosotros los oidores dareis las provisiones é mandamientos
necesarios que se executen conforme á lo que por todo fuese acordado.
Y porque como veis, es razón de una vez acabar de allanar esa tierra, porque si esto
no se hiziese, demás del inconveniente é daño que ordinariamente podria hazer estos
rebelados, si se alargase, siempre iria creciendo la costa é sin provecho, é los contrarios se
harian más fuertes, é cuanto más se dilatasen con más dificultad se podrian castigar, ha
parecido acá que lo que más conviene es que despues quel dicho capitan llegase con su
gente, é hayan descansado é refrescado, que toda la gente desa ciudad é isla se junten é

124
Así en el original llamábase Enrique ó Enriquillo. De él y su rebelión tratan largamente Gonzalo Fernández de
Oviedo en su Historia General de las Indias, lib. V., cap. IV y Herrera, Déc. 11. lib. V, Cap. 1º. Este último escritor dice que
era criado (naboria) de un castellano llamado Valenzuela, el cual trató de tomarle una yegua muy ligera que tenía el
Cacique, y además forzó á su muger llamada Doña Mencía. Irritado el indio, acudió á la Audiencia de Santo Domingo,
pidiendo justicia, y como no la consiguiese, se subió á la sierra con todos sus parientes y amigos.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

abarrisco vayan de un golpe todos á buscar los contrarios y tomarlos; que desta manera
podria ser que con mucha brevedad se hiziese. E asi os mando que lo encaminéis platicán-
dolo é hablándolo con los vecinos desa ciudad, é así lo hareis executar, que yo escribo á esa
ciudad, é á los otros pueblos conforme á esto. E por que los otros vezinos tienen exemplo
en lo que vosotros inziéredes, y nadie se pueda escusar, vos encargo é mando que enviéis
con el dicho capitan todos los hombres é rebcaudo que en vuestras casas tuviéredes que
fueren de utilidad para la guerra.
Al almirante125 escribo que haga lo mismo, y también al Dean y Cabildo de esa iglesia;
daldes mis cartas y hablaldes sobre ello lo que convenga.
El dicho Francisco de Barrionuevo me ha fecho relación que para bastecer de mante-
nimientos á las gentes que anduviesen en la guerra, es menester una carabela que ande
costeando la isla, y quel por nos servir la llevará á su costa, y puesta allá la dará por lo que
le hobiese costado en Sevilla. Ved si será menester, é en ese caso tomarla-heis é pagarla-
heis dándoles lo que os constare por fée de los oficiales de la casa de Contratación que le
costé, dicha carabela.
Y las armas y municiones ó cosas que los dichos oficiales entregaren al dicho Francisco
de Barrionuevo, acabada la guerra tomarle-heis cuenta de ellas.
Y pues como veis al dicho Francisco de Barrionuevo e hazemos nuestros capitan gene-
ral para esta guerra con los doscientos hombres que lleva, si allende de la cantidad de los
doscientos hombres fuesen de esa isla otros hombres que sea tal cantidad que pueda llevar
capitan, que sea algun vezino desa isla, mirad que vaya todo debajo de la bandera de dicho
nuestro capitan general, sin que haya diferencia ninguna, porque así conviene á nuestro
servicio y señalado con acuerdo del dicho capitán general de Medina del Campo á cuatro
dias del mes de julio de mill é quinientos é treinta é dos años. Yo la Reina. Por mandado de
Su Magestad. Juan de la Mano.
Despues de lo susodicho este día, viernes veinte é un dia de febrero de mill é quinientos é
treinta é tres años por mandado de los señores oidores de la Audiencia Real de Su Majestad,
se desembarcó toda la gente que truxo el Gobernador Francisco de Barrionuevo para esta
isla, por mandado de Su Majestad en la nao Impirial, é se trajo á la casa de la Contratacion,
al patio della, donde ante sus mercedes se hizo inventario de la dicha gente, é se halló por él
que vinieron en la dicha nao ciento é ochenta é siete hombres de los que dicho capitan trujo,
los cuales por mandado de los dichos señores oidores fueron aposentados en las posadas del
señor Almirante, é del señor obispo de Venezuela, é de los dichos señores oidores, é de los
justicias rejidores é de los otros vezinos é personas particulares desta ciudad.
Despues de lo susodicho, en sábado veinte é dos dias del dicho mes de Febrero del dicho
año, los dichos señores oidores en cumplimiento de lo que Su Majestad por su carta manda
que se tome parecer de los vezinos é personas principales, mandaron que para platicar en
este negocio sean llamados é esta Real Audiencia el obispo de Veneszuela é el Almirante é
otros vezinos principales, de que se dió copia al portero della.
Despues de lo susodicho, eneste dicho dia, hora de nona, se juntaron en la sala de la
dicha Audiencia los dichos señores oidores é con ellos el señor Almirante Don Luis Colon,
é el señor obispo de Venezuela, Don Rodrigo de Bastidas y Don Alonso Despejo,126 maestre

125
D. Luis Colón.
126
Léase de Espejo.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

escuela desta santa iglesia é el maestro Rojas, é el canónigo Mendoza, é el licenciado Gonzalo
Vasquez, é Alonso de Avila, y el veedor Gaspar de Astudillo, é Diego Maldonado, teniente
de gobernador, é Cristóbal de Santa Clara, é Pedro de Medina, Alcaldes ordinarios, é Lope
de Bardeci,127 é Jacome Castellón, é Francisco de Avila, é Diego de la Peña regidor, é Pero
Lopez de Angulo, é Gonzalo Hernández, é Pero de Talavera é otros vezinos desta ciudad, é
así juntados, los dichos señores oidores, les dieron noticia de lo que Su Majestad mandaba
que se hiciese en la guerra de Baurúco, para lo cual enviaba por capitan á Francisco de Ba-
rrionuevo á la gente que habia venido en la nao impirial, para que cada uno dejase lo que les
pareciera que se debia hacer en lo tocante á la dicha guerra del Baurúco, é la órden que en
ello se tendria; é así mandaron que por órden de cada uno dellos dijesen sus paresceres.
E luego los dichos señores Obispo é Almirante é los demás dijeron lo que les parescia
acerca de lo tocante á la dicha guerra, é porque hobo en ellos diversos pareceres no se re-
sumió en cosa ninguna, é fué acordado que para reunir esta plática con lo que cerca dello
más pareciese se diese cargo á Alonso Dávila é á Lope de Vardeci, é á Jacome de Castellon,
é á Francisco de Dávila, vecinos desta dicha ciudad, como á persona que tienen inteligencia
deste negocio, á los cuales se mandó que trajesen por escrito lo que enello les pareciese.
Este dicho dia se encargó por los señores oidores al señor obispo de Venezuela, que este
negocio como cosa que tanto importa lo encomiende á Dios, nuestro Señor, é se haga sobre
ello oracion particular en su iglesia catedral; y lo mismo encomiende á los monasterios desta
ciudad para que hagan oraciones sobre ello, de manera que el suceso é fin que dello resultare,
sea servicio de Dios nuestro Señor é de Su Majestad é bien de la tierra.
Después de lo susodicho, en veinte é siete de Febrero del dicho año, ante los dichos señores
oidores, é en presencia de mí, el dicho Diego Caballero, escribano susodicho, parescieron los
dichos Alonso Dávila é Lope de Bardeci,128 é Jacome Castellón, é Francisco Dávila é trajeron
é presentaron un parescer de lo susodicho, su tenor del cual es este que se sigue.
Lo que á nosotros el contador Alonso Dávila, é Jacome, Costellon, é Lope de Bardeci129
é Francisco Dávila nos parece cerca de la guerra de los indios del Baurúco, é de la gente
que para ella Su Majestad ha mandado enviar en la nao imperial, siendo nombrado por los
oidores y personas vezinos desta ciudad é isla que por sus mercedes para ello fueron lla-
mados, habiendo visto las cartas que Su Majestad mandó escribir, así á la Audiencia como
al cabildo desta ciudad, junto con la noticia y esperiencia que de las cosas de la guerra de
los dichos indios retiene es lo siguiente:
La relacion y suplicaciones fechas á Su Majestad en razón de los daños que los indios que
era esta isla han andado alzados han fecho, y los grandes gastos que sobre ellos se han fecho,
y la disminución y falta de gente españoles que en la isla hay fué muy buena é necesaria para
que Su Majestad é los de su muy alto Consejo mandasen proveer de enviar gente á la isla
para que mejor é mas seguramente se pueda coger oro, é entender en agricultar la tierra, é
en las otras granjerías de ella, pues para todo hay el aparejo tan complido, é Su Majestad nos
mandó hazer muy señalada merced en mandar enviar la gente que al presente ha venido al
propósito ya dicho, é aun desta manera, sin ninguna costa, sino con solo mandallo proveer, é
que fuese favorecido podrian en cada un año venir dos ó tres barcadas de gente para poblar é
edificar é sustentar é acrecentar los pueblos é edificios que en la isla hay de que Dios nuestro

127
En el original López de Bardés, pero se ha corregido conforme está.
128
Decia Bardés y se ha corregido.
129
Decía Valdés.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Señor é Su Majestad serán muy servidos, y aun la gente que asi viniese muy aprovechada,
por los grandes aparejos é mantenimientos que en la tierra hay é sin que de la hacienda de
Su Majestad se gastase ni perdiese cosa alguna, como adelante se dirá. A la sazon que á Su
Majestad se hizo relacion de que los indios se abiaban á hazer daño, no solo en las partes
del Baurúco, mas en otras cercanas á esta ciudad é á la Concebsion é minas, é que de antes
se habían gastado muchas sumas de pesos de oro en la conquista del Baurúco, é enviando
muchas veces mucho número de gente sacada desta ciudad é de todos los lugares de la isla,
toda la gente que parecia que podía servir en la guerra, é con capitanes personas diestros
della, é que tenian noticia de la tierra del dicho Bourúco, é nunca se pudo conseguir el fin
de disipar é allanar la dicha gente, á causa de estar ellos en sierras muy ásperas é de mucha
sierra, porque, como es notorio, hay de sierras mas de sesenta leguas de largo, é mas de veinte
de ancho, donde han andado los dichos indios, y como las dichas sierras sean tan malas, é en
ellas no haya pueblos, ni hazienda, ni agua, ni otros mantenimientos, é que no pueden andar
caballos ni otras bestias para llevar el proveimiento nocesario, é los indios no esten en parte
cierta, sino en las partes de las dichas sierras que les parece mas apropósito para su huida,
é sean muy pocos, porque por relaciones ciertas se sabe no pasan de cincuenta personas, en
tanta distancia de sierras é tan estériles, la mayor guerra es andar seis é siete meses sin hallar-
los ni rastro de ellos, como ha acaecido, é después cuando los hallan, ó mas verdaderamente
ellos quieren esperar, es en parte de las dichas sierras tan agras é en riscos tan cortados, que
para subir á ellos es menester dos ó tres dias, aunque no hobiese resistencia, é de allí se van á
otras é otras semejantes partes como picazas de árbol en árbol. Y aun cuando los indios esto
hazen, generalmente es cuando ven que los españoles andan ya gastados los mantenimientos
é alpargates que en sus mochilas traen é otros indios que con ellos van para sobre llevarles
acuestas el mantenimiento; é cuando han hallado el rastro dellos é vístolos desta manera, para
seguirlos tiene necesidad de tornar á se proveer de mantenimientos é agua é alpargates; é esto
no puede hacerse sino en la mar, ó quince ó veinte leguas de lo mas aspero y alto de las sierras,
donde han hallado los indios y el rastro. E así de nuevo tornan á buscallos, como quien anda
á caza, é se le ha perdido la liebre. Desta manera les acaeció al capitan Pedro de Vadillo,130 que
por mandado desta Real Audiencia fué al dicho Baurúco con trescientos hombres escogidos, é
con mucha munición é armas al propósito é con muchas carabelas é proveimiento por la mar.
Desta manera acaeció á Iñigo Ortiz,131 quien esta Real Audiencia envió con otros trescientos
hombres para que por muchas partes repartidos en cuadrillas entrasen en las dichas tierras.
Por consiguiente acaeció al capitan Hernando de San Miguel, que con mucho número de
gente anduvo por las dichas sierras dos ó tres años, entrando por diversas partes. É así antes
é despues han enviado otros capitanes, que son Pero Ortiz de Matienzo, é Pedro de Soria, é132
(Juan) Muñoz é otros muchos é ha ido en persona el Señor Licenciado Zuazo é residir en San
Juan de la Maguana, que es el pueblo más comarcano á las dichas sierras, para el proveimiento
de la dicha guerra, é por las causas dichas, nunca se ha efectuado prender ó matar á Enriquillo
é á los que con él andan, aunque se le han fecho algunos daños, porque la guerra que a los
españoles se les hace es la aspereza é esterilidad de la tierra, porque casi generalmente gastan

130
Pedro de Badillo, teniente gobernador de San Juan de la Manguana, el primero que según Herrera, (loc. laud.
p.141) salió en busca de los indios rebelados.
131
Llamábase Pedro Ortiz de Matienzo; según más adelante se verá.
132
Por estar roto el original no se puede leer el nombre, pero Herrera que inserta á la letra el parecer de Barrio-
nuevo y trata largamente de la rebelión de Enriquillo en varios lugares de su historia y principalmente en la Década
V, libro 11, capítulos 6 y 7, le llama Juan.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

un par é dos pares de alpargatas en un dia, é no hallan agua que beber, ni se pueden llevar los
mantenimientos ni poner en parte segura, ni que los puedan tener cerca, como es necesario: é
pues en España, con estar tan poblada de ciudades é villas en Galicia é Asturias é Montañas
continuamente andan homicianos133 alzados en las sierras, que con tanta justicia como hay no
pueden tomallos, por ser la tierra áspera é larga, cuanto mas en tierra tan despoblada é estéril,
é que los indios se paran con un raton ó un lagarto, lo que los españoles no pueden facer.
Visto esto, por los señores oidores fué acordado é verdaderamente acertado que la guerra
que é estos convenia hazer era poner cuadrillas de gente en los pueblos donde ellos suelen salir,
de diez é de quinze hombres cada una por la órden que les pareció para que allí estuviesen, é
cuando hobiese algun rastro que los indios saliesen á las haziendas de los españoles ó tierra
cercana, los siguiesen é matasen é perdiesen para los castigar. Con el cual proveimiento se ha
visto por esperiencia, que se han muerto é castigado los indios que hazian daño hazia la parte
de Puerto Real é Santiago é Minas de cibao; así mismo se han muerto é castigado los indios que
mataron á los arrieros en el camino de la Vega, é hizieron daño cerca de las minas de San Cristóbal;
é se han tomado é echado de la tierra otros muchos indios que en otras partes andaban huidos
é alzados. É asi mismo, después que las dichas cuadrillas se hizieron, no se ha sabido que los
indios del dicho Baurúco134 hayan salido á hazer daño á ninguna parte, mas antes despues acá
no se ha sabido donde están, é aun algunos han oido dezir quel dicho Enrique con su gente es
ido por la mar hazia la punta desta isla, apartado de ningun pueblo mucha parte, aun questo
no se sabe por cosa cierta.
Por manera que visto el tiempo que á Su Majestad se hizo la relacion ó suplicaciones,
de que por las cartas que mandó escribir se haze mencion, fué en tiempo que los dichos
indios hazian daño en las minas é pueblos desta isla, é que con capitanías de mucha é muy
proveida gente, é tal cual para la dicha tierra convenia, no aprovechaba resistillos, sobre lo
cual Su Majestad mandó proveer la dicha gente é capitán general que con ella envió, é que
después acá con el proveimiento de las dichas cuadrillas se han muerto é castigado los que
hicieron el dicho daño é los del Baurúco no parescer, ni se ha sabido dellos, parece que en
alguna manera ha cesado la causa tan grande á que Su Majestad mandó proveer la dicha
gente é capitan, é por esto é por lo que por esperiencia se ha visto en la dicha guerra, que
la mucha gente no ha hecho provecho antes no se han podido sustentar por no haber agua
en las dichas sierras, e cuando la hallan en algunos yagüeyes135 si hay para diez personas no
hay para los demás, é ser la guerra de la calidad que es, é porque la gente recienvenida de
Castilla es más para dañar en la dicha guerra que para aprovechar en ella, porque aun con
estar en pueblos en donde hay mantenimientos, é todo lo necesario, generalmente adolecen
de rezias enfermedades, cuanto mas yendo á las sierras de la manera dicha, é aun demás
desto no es gente arezada á comer los mantenimientos de la tierra, que son otros que los de
Castilla, ni á los trabajos que para la dicha guerra son menester, nos pareció que Su Majestad
nos hizo muy señalada merced en el dicho proveimiento al pronto de cuando é con cuya
relación é falta de gente lo mandó proveer é para lo de entonces é para lo de agora é pro-
pósito despoblar tierra, é que haya gente en ella, é que de efectuar la guerra por la manera
que Su Majestad lo envia á mandar, seria Su Majestad desservido en la coyuntura de agora;
así porque se puede esperar el mismo fruto que se ha fecho en lo pasado con mucha gente é

133
Lo mismo que homicidas o facinerosos.
134
Decía Bauruaco.
135
Pozos naturales formados entre las rocas.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

aparejos é mantenimientos é capitanes tales é diestros como porque la gente recienvenida se


moriria é perescería toda de hambres é enfermedades, que sin ningun remedio en las dichas
sierras podian tener, de que no solamente resultaria gran daño é costa, pero aun de ver los
indios que no se puede con ellos con la gente de acá ni de Castilla, podrán cobrar mas ánimo
é fazer daños que agora no hacen. Asi mismo nos pareció que las cuadrillas que los señores
oidores han proveido, se sustenten é engruesen con alguna de la gente que agora vino, la que
más á propósito paresciere, é porque se puede dar la carta que Su Majestad escribe á Enrique136
é se pruebe otra vez lo del Baurúco, pueden las dichas cuadrillas juntarse con los cuadrilleros
dellas, é con los que demás desta gente paresciere que son para les ayudar, que se llegara has-
ta137… hombres, que es bastante número de gente para la cantidad de los enemigos, aunque se
hagan dos ó tres cuadrillas para que entren por dos ó tres partes, además del capitán que Su
Majestad envia por Capitán General de ellos, é correr las dichas sierras para que si se hallan
los inbios con personas peligrosas ú otras que parezca puedan enviar la carta de Su Majestad
á Enrique é procurar la paz, é de no hacerles la guerra por la mejor manera que pudieren,
é segun la disposición que hallaren. É para esto puede ir una carabela con proveimiento de
carabi é alpargates, é carne, é algunos otros proveimientos que para ellos son menester, para
estar en los puertos de la dicha costa, segun la parte donde conviniere, é el capitán mandare,
é por tierra desde138… pasa con los arrieros que traen el azucar de San Juan de la Maguana
poder llevar algunos mantenimientos por la tierra, é así podrá haber algún fruto, aún quel
que verdaderamente se puede esperar, según nuestro parescer es que con las dichas cuadrillas
pocos á pocos se alzen é acaben, como hasta agora habemos visto, porque como ellos sean
pocos é asi acosados de cada dia han de ser menos, é muy presto se han de acabar é cesar la
guerra, é porque Su Majestad ha mandado costear en la traida desta gente, é la más della son
labradores é otros oficios necesarios á la tierra, nos parece que en lugar de los tres meses que
habian de servir en el Baurúco, ellos entren á soldada e tomen otra manera de vivir de las que
hay en la tierra, é paguen á Su Majestad el paraje é comida, é que se repartan por los pueblos
desta isla, segun á los señores oidores paresciere, para que allí los vezinos dellos de sus solda-
das ó aprovechamiento paguen lo que paresciere que es junto por el pasaje é comida, é esto
sea para ayudar á pagar los salarios de los soldados que andan en las cuadrillas, é se reciban
para en cuenta de lo que Su Majestad ha mandado que de su real hazienda se pague para esta
conquista, lo cual todo nos paresce se debe consultar é platicar con Francisco de Barrionuevo,
Capitán General desta guerra, para que pues él es diestro en la tierra, con la relación de lo que
despues que el de aquí fué ha pasado, creemos les parescerá lo mismo que á nosotros.
Así presentado el dicho parescer, é visto por sus mercedes, é después de haber platica-
do cerca de lo en él contenido, é de lo demás tocante é esta guerra, dijeron que para mejor
proveer en ello, conforme á lo que Su Majestad manda é a lo que mas convenga á su Real
servicio mandaban é mandaron quel dicho capitan Francisco de Barrionuevo de su parescer
por escrito acerca de lo que paresce que se debe al presente hazer desta gente que trajo é de
lo que cerca della se le dijo por los señores del Consejo de Su Majestad, é de lo que se debe
proveer para la dicha guerra, é de lo demás que les paresciere que á este caso haga para
que mejor se acierte la negociación, para que todo visto con su parescer se provea lo que al
servicio de Su Majestad convenga.

136
Enriquillo el cacique.
137
Por estar destrozado el original no puede leerse el número.
138
Está roto el original.

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

Después de lo susodicho en veinte é ocho dias del dicho mes é año, ante los dichos
señores oidores pareció el dicho Francisco de Barrionuevo, é presentó un parescer firmado
de su nombre, su tenor del igual es este que se sigue:
Magníficos señores. Francisco de Barrionuevo digo: que por vuestras mercedes me fue
preguntado y pedido les dijese lo que por Su Majestad me fue mandado y por los señores del
su Consejo, sobre lo que debo hazer desta gente que traigo á mi cargo, é así mismo que diese
mi parescer qué se debe hazer acerca de la guerra del Baurúco, á las cuales cosas por complir
lo que vuestras mercedes mandan, digo:
En lo que toca á la gente que yo truje, lo que pasa es que por los señores del Consejo de
Su Majestad, al tiempo que esta gente se mandó hazer, se platicó que se proveia para efecto
que quedasen en las haziendas é grangerías de los vezinos desta isla, en lugar de la gente
que de la misma isla se ha de sacar é dar para la guerra, á fin que la dicha gente supliese en
las dichas haziendas por la que della se sacase, é así mismo de los lugares é pueblos desta
isla, porque muy bien se conosció y conocian los dichos señores del Consejo que gente recien
venida de Castilla no son para ir luego á la guerra por los inconvenientes que acá vuestras
mercedes saben y los cuales allá no ignoran, por lo cual me paresce questa gente que yo
truje no debería ir allá, y si á vuestras mercedes les parece que deben de ir, hagan vuestras
mercedes lo que les paresciere, porque ya yo digo lo que sentí allá é lo que aquí me paresce,
y sea á su cargo é no al de Su Majestad, ni al mio que los truje.
A lo demás de hacerse la guerra, dije que vuestras mercedes saben el estado en que está
la isla é la necesidad que della hay o no, é que asi, conforme á ello dispongan dándole la
gente que vieren ser necesaria, é habiendo respeto á los que yo truje por mandado de Su
Majestad, é asímismo á la que se ha acostumbrado á traer en la dicha guerra, cuando se ha
fecho, é conformándose con la voluntad de Su Majestad, como por su carta vuestras mer-
cedes han visto, porque yo estoy pronto é aparejado de ir á aquello que soy venido, como
vuestras mercedes lo mandaren agora con poca gente ó con mucha, porque si poca llevare,
é con ella haré lo que a mí fuere posible.
“É porque ha ocho ó nueve dias que yo vine á esta isla, é he oido decir á algunas
personas de crédito, é tambien á vuestras mercedes, el mucho fruto que an fecho las
cuadrillas que handan por las islas adonde se barruntan que hay indios rebeldes, é que
agora no hay memoria de Enriquito139 é há dias que no ha salido a hacer daño ninguno,
é si á vuestras mercedes les paresce que yo vaya con la gente de las dichas cuadrillas,
é lo que mas les paresciere, atenta la paz, con una carta que traigo de Su Majestad para
Enriquillo, é por todas las vías que pudiere hacer paz con él por que así me fué encargado
por los señores del Consejo, porque allá tienen por cierto que seria muy más provechosa
la paz con él, que la guerra, é entretanto visto lo que haya, así vuestras mercedes podrán
proveer la gente que fuere necesaria para la guerra, é se hobiere de hacer de la gente é
bastimento, é lo demás que fuere necesario, porque depronto no se puede hacer. É esto
digo á efecto que no se pierda tiempo, é se intente la paz, é este es mi parescer. Francisco
de Barrionuevo.
Después de lo susodicho, en sábado primero de Marzo del dicho año, estando en la
sala de la dicha Real Audiencia los dichos señores oidores, habiendo visto los paresceres
en este caso tomados para la determinacion de la órden que se tendrá en la guerra que Su

139
En otras partes Enriquillo, según se ha visto.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Majestad manda hacer á los indios del Baurúco, é lo quel capitan Francisco de Barrionuevo
dice después de engeneral é particular haber platicado é comunicado este negocio con las
personas que esperiencia tienen de las cosas de la tierra, dijeron que su parescer era é es,
que se efectúe é cumpla enteramente lo que Su Majestad por su carta les embia á mandar,
é que la guerra se haga con las más cuadrillas que fuere posible, segun la posibilidad
que en la tierra haya, así de gente como de bastimentos é otros aderezos, como cosa que
tanta vejacion ha dado y da á la población de la isla, demás de los grandes gastos é costas
que en ello se han gastado de diez años á esta parte, para lo cual han corrido é corren
las islas, é otras derramas é distribuciones que á todos es notorio; é está claro que si esta
guerra se acaba é fenece, será gran parte para la poblacion de la isla, é pues que Su Ma-
jestad en tiempo de tantas necesidades ha sido servido de enviar la gente con el capitan é
otros aderezos que ha mandado proveer, ques muy gran merced para la tierra que todos
se esfuercen é animen á hacer cada uno de su parte lo que conviniere é fuere necesario
para ello, é por esta Real Audiencia se darán los mandamientos é provisiones é todo el
mas rebcaudo que Su Majestad manda, é que luego se envien con mensajeros propios las
cartas que Su Majestad escriba á los pueblos, que estén apercibidos para cada é cuando el
capitan les enviase á llamar.
Otrosí: mandaron que para juntar la gente de los pueblos, é envialles las cartas que Su Majes-
tad les escribe, é allegar los bastimentos é armas é otros aderezos, é comprar ó fletar una caravela
en que vayan los bastimentos por la mar, pues la que se ofreció el capitán á traer de Castilla parece
que la trae, es menester dilacion de tiempo, é al capitan le paresce que debe ir adelante con alguna
gente para procurar detraer de paz á Enriquillo, é darle una carta que sobre ello Su Majestad le
escribe; é porque en todo en lo de la paz é la guerra se efectúe lo del mandamiento de Su Majestad,
que se haga asi como el dicho capitán lo dice, puesto que en esto de la paz por la esperiencia que
dello se tiene hay alguna duda en ello, á causa que en días pasados por oidores en nombre de
Su Majestad se escribió á Enrique dándoles segura é entera libertad, é perdonándoles todos los
delitos pasados, é se envió con la carta al padre Fray Remigio de la órden de San Francisco, que
por servicio de Dios é de Su Majestad fué á ello con dos indios parientes del dicho Enrique é le
habló é dió las cartas é la paz que con él asentó fué á ahorcar á los indios que llevaba por guias,
é desnudar al religioso, é llevalle los habitos hasta lo dejar en paños menores. É lo mismo se
tornó á escribir al dicho Enrique que habia tres años por el Presidente é por los señores oidores,
pero que pues se trae cartas de Su Majestad, que podrá ser que con esto, y con que ya está tan
cansado de andar corrido de los españoles, é que le han muerto todos los guias de los capitanes
é principales que tenia, que querrá venir enello é que para quel dicho capitán procure la dicha
paz, é en defecto de no poderla asentar vea la tierra é tome algun tino á las cosas desta guerra
é á la cantidad de las sierras donde está é así mismo se haya lengua donde al presente reside
Enriquillo, é qué número de gente tiene consigo, que se parta é vaya luego, que sus mercedes
le mandarán dar treinta españoles, los mejores de la isla, para este efecto; los cuales serán de las
cuatro cuadrelloras questa isla traen á su cargo, que son muy diestros en el Baurúco, y andado
mucho tiempo en él. É así mismo se le darán treinta indios de los domésticos para queles lleven
los bastimentos por las sierras, y se les dará ciertos parientes del dicho Enrique, que son personas
de quien él se ha confiado otras vezes, é que irán donde está, é las demás guias é otras cosas que
pidiese é fueren necesarias para este efecto. É que si paresciese que vayan dos religiosos de los
monasterios desta ciudad procurarán con sus prelados que los envien á ello, en especial de la
órden de San Francisco, donde el dicho Enrique se crió é aprendió á leer é á escribir é gramática,

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manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

é asi le mandasen dar los bastimentos, armas,140 é otros aderezos que pudiese é hobiese menester,
todo enteramente sin que enello haya falta alguna, á que si mas número de gente le parece que
es menester para esta entrada que le darán toda la que pidiese.
Y para mejor lo enderezar este negocio, acordaron que valla una persona de los vezinos
principales desta ciudad á San Juan de la Maguana, que tenga noticia desta cosa, para que de
alli le provea de los mantenimientos é otras cosas que le enviare á pedir, é que luego se escriba
la tierra adentro á los cuadrilleros, que con toda brevedad vengan con su gente á esta ciudad,
para qué aquí juntos el capitan escoja los treinta españoles é treinta indios que ha de llevar.
Así mismo acordaron quel dicho capitán con la dicha gente haya la dicha entrada por
la parte que mejor paresciere, tomando parescer de los cuadrilleros, y procure la paz, y no
pudiéndola efectuar escriba su parescer en lo tocante á la guerra, enviando relacion á esta
Real Audiencia de qué número de gente y bastimentos será menester que se lo envíe para
que luego se le provea, é él haga entre tanto con la gente que llevare lo que le paresciere,
segun la disposición del tiempo en lo que fuere menester para la guerra.
Otrosí: acordaron que porque la esperiencia ha mostrado la mucha ventaja que hay de hacer
las entradas en el Baurúco, yendo la gente desde esta ciudad de Santo Domingo por la mar, é así
lo hicieron los capitanes Pedro de Vadillo, é Hernando de San Miguel, é Iñigo Ortiz, ó Pero Ortiz
de Matienzo é otros, que todas las vezes que entraban por la mar luego hobieron guias, porque
más continuamente andan los indios en la costa de la mar por respecto de sus pesquerías, que no
en las sierras demás de que la gente de españoles á su llegada está cansada, y puede de pronto
hacer su entrada mas bien que no habiendo corrido á pié cien leguas de sierras, y que cuando se
alcanza á los indios tienen ya comidas las modulas, lo cual todo se escusa yendo por la mar, y se
quita parte de los sueldos que ganan en detenerse por el camino más de un mes, pudiendo ir por
la mar en tres dias sin ser sentidos de los indios, é otros muchos provechos que dellos se siguen,
se asentó que se tome una buena carabela en que vayan desde este puerto el capitan é gente é
guías, é lleve los mantenimientos é armas é todo lo demás necesario; la cual ande costeando la
tierra para que allí acuda el capitan cada é cuando tuviere necesidad de bastimento é calzado,
y con ella vaya una canoa grande que se adelante con algunos mancebos sueltos á procurar de
tomar algunas guias, porque, como agora el Enrique está descuidado, podrá si que lo halle en
la costa, para tratar con él lo de la paz como Su Majestad lo manda.
É en lo tocante á la gente que el capitán ha traido de Castilla en la nao Imperial, que pues
quel dice que los señeres del Cosejo no ignoraron que no era de la calidad que convenia para
ir á la guerra, é así paresce claramente, pues todos los que trae son labradores é ganaderos
é gente del campo al propósito de la tierra, é que su intención fué questos viniesen porque
quedasen en las haziendas é grangerías de los vezinos en lugar de la otra gente que della se
ha de sacar para esta guerra; é porque demás de que con enviallos no se haria ningun fruto
en la guerra, antes seria inhumanidad porque adolesceria é se moririan por aquellas sierras, é
entre tanto que el capitan vá á hacer estas entradas se habrán fecho á los mantenimientos de
la isla, é les habrá probado la tierra, é cuando se hobiere de enviar la gente, estarán muchos
dellos para servir en la guerra, acordaron que la dicha gente vaya á residir en esta ciudad y
en los pueblos de la tierra adentro, donde más necesidad de gente hobiere, é allí hagan sus
partidos é asientos como mejor pudieren con los vezinos de las islas quedando obligados
de venir á servir en la guerra, cada é cuando para ello fueren llamados, porque si hobiesen
140
Oviedo, que le conocía, dice de él (lib. V, cap. 4º): es el cacique don Enrique christiano bautizado, sabe leer é
escrebir, é es muy ladino é habla bien la lengua castellana.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de esperar enesta ciudad é hasta entonces, demás que á los vezinos les seria penoso tenerlos
aposentados y mantenidos, la misma gente perdería lo que entre tanto podrian ganar de sus
salarios, en especial que todos ellos lo piden que los dejen ir á trabajar y ganar de comer.
É que si esta gente ha de pagar alguna cosa por sus pasajes e mantenimientos, ó han de
servir tiempo limitado en la guerra, quel capitán lo vea como persona que la hizo y trae a su
cargo; é provea enello lo que le paresciere, y tome la seguridad que conviniere, pues tiene
agora toda la gente junta, que para ello se le darán los mandamientos necesarios.
El cual dicho parescer de los dichos señores oidores, de suso contenido, se notificó por
mí, el dicho escribano, al dicho capitán Francisco de Barrionuevo, el cual dijo que le parescia
bien, é que así lo haria, é que en lo de los pasajeros que la intención de Su Majestad no fué
que pagasen fletes, sino que sirviesen en la guerra.
Después de lo susodicho, dos dias del mes de marzo de mil é quinientos é treinta é tres
años, estando en la sala de la dicha Audiencia, los dichos señores oidores mandaron llamar é
juntar toda la gente quel dicho capitán Francisco de Barrionuevo trajo, é así junta la que della
se pudo hallar en la ciudad, que fueron ciento é sesenta é cuatro hombres, estando en la sala
de la dicha Audiencia presente el dicho gobernador Francisco de Barrionuevo, les dijo el dicho
capitán que ya sabian lo que por el camino les habia dicho del Baurúco, é como cosa perdida
para ellos, é que así lo habian ya sabido después que vinieron é que por su bien é porque no
vayan á morir, los señores oidores habian proveido que todos ellos buscasen sus vidas como
les paresciese, pues questa guerra no era para ello al presente, por ser nuevos en la tierra, é no
hechos á los mantenimientos della con que se obliguen que si después de hechos á la tierra
fuesen menester para este negocio que irán á servir el tiempo que Su Majestad tiene manda-
do; é así mismo porque está acordado quel dicho capitán con la gente diestra de la isla vaya
á verse con el dicho Enrique, é procurar la paz con él como Su Majestad manda, é por que si
esta no se concertase habrá necesidad de hazerse la guerra, é para el tiempo que esta haya
de haber efecto, ya ellos estarán hechos á la tierra é diestros enella, é podrán mejor servir sin
tanto riesgo de sus personas, á lo cual se han de obligar, como dicho es.
Luego el señor licenciado Zuazo, oidor les dijo como lo quel dicho capitan les habia
dicho estabá muy bien dicho, é que así se habia acordado por sus mercedes juntamente
con él, é les dijo otras muchas palabras por los animar, á que con mas voluntad lo hagan é
queden contentos, é les aconsejó lo platicasen entre si é le diesen su parescer cerca dello, é
que para hasta el miércoles primero que viene, se estén como hasta aquí se han estado en
las posadas que tienen, é que entre tanto cada uno busque su remedio, ó vea lo que quiere
hazer de sí, é que si necesidad tuvieren de más tiempo para lo buscar, se les dará, é persona
que los encamine é cédulas é cartas para los pueblos de la isla do quisiesen ir.
É luego dijeron los compañeros, después de haber platicado, que se les señale el tiempo
en que han de venir á servir, é cuando por aquellos estén apercibidos.
Respondióseles por sus mercedes, é por el capitan, que el concierto que hizieren con sus amos
sea conque cada é ó cuando que eneste año fuesen llamados, que puedan ir á servir, é que pasado
este presente año de treinta é tres no seyendo llamados á partir á la dicha guerra, que puedan
hazer é disponer de sí libremente lo que quisiesen. Diego Caballero, escribano de Su Majestad.*
Ciudad Trujillo, D. S. D.
Noviembre del 1947, marzo del 1948.

*Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en la
América y Occeanía sacados, en su mayor parte, del Real Archivo de Indias, bajo la dirección de los Sres. D. Joaquín F. Pacheco
y D. Francisco de Cárdenas… y D. Luis Torres de Mendoza… Tomo I, Madrid, 1864, pp.481-505.

792
manuel arturo peña batlle  | la rebelión del bahoruco

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794
No. 51

antonio hoepelman
y juan a. senior
documentos históricos
que se refieren a la Intervención Armada
de los Estados Unidos de Norteamérica
y a la implantación de un Gobierno Militar americano
en la República Dominicana
Introducción
La Colección Pensamiento Dominicano enriquece su sección histórica con la reedición de
esta valiosa obra documental, publicada por primera vez hace hoy cincuenta y un años,
y la cual, por juego del azar, viene a representar el número cincuenta y uno de la referida
Colección.
Nos sentimos altamente satisfechos de poder brindar al pueblo dominicano, y en
especial a los estudiosos de nuestra historia, una obra que es el testimonio vivo de cómo
enjuició nuestra nación, en el momento mismo de los hechos, la intervención norteame-
ricana de 1916.
Se trata de las declaraciones formuladas por un grupo representativo de ciudadanos ante
la Comisión designada por el Senado de los Estados Unidos para investigar los hechos en
torno a la ocupación militar, la cual Comisión celebró audiencias públicas en el viejo Palacio
de Gobierno de esta ciudad, del 9 al 15 de diciembre de 1921.
De no haber sido por la previsión y feliz iniciativa de los señores Antonio Hoepelman
y Juan Senior, de tomar estenográficamente esas declaraciones y publicarlas bajo el título
de Documentos Históricos, en la obra que estamos reproduciendo, ese aporte al conoci-
miento de nuestra historia contemporánea no estaría a nuestro alcance para ofrecerlo al
lector dominicano, en vista de que la Comisión no llegó a rendir su informe al Senado de
los Estados Unidos.
Al efecto, el informe que rindió la misma Comisión acerca de sus investigaciones en
la vecina República de Haití, termina con el siguiente párrafo: Esta Comisión considera
conveniente diferir su informe sobre la República Dominicana en vista de negociaciones
que se llevarán a cabo entre el Departamento de Estado y líderes dominicanos con miras a
la terminación del Gobierno Militar en Santo Domingo, (Boletín n.o 794 del Senado de los
Estados Unidos, fechado el 26 de junio de 1922, que reproduce el informe sobre Haití de
fecha 23 de abril del mismo año, conforme a la Resolución n.o 112).
Como la obra a que nos referimos se agotó hace muchos años y ya sólo existen escasos
ejemplares, los Editores de la Colección Pensamiento Dominicano estiman que hacen una
valiosa labor de divulgación de hechos que sin duda no son del conocimiento de una gran
parte de la actual generación.
Santo Domingo, R.D.,
12 de abril de 1973.

797
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Advertencia
Es cosa bien sabida y no discutida, que muchos lectores que creen tener buen gusto, y
tal vez lo tienen, no leen nunca un prólogo.
Y a fe que tienen razón los que así proceden, porque un libro o es bueno o es malo. Si
es malo, nadie creerá lo contrario aunque lleve veinte prefacios que lo recomienden, y si es
bueno, todos los que lo lean, si lo saben entender, lo aplaudirán, aunque no haya prólogo
que lo encomie.
Soy, pues, no sólo por eso, sino por idiosincrasia, enemigo de escribir prefacios, liminares
y demás familia de los prólogos.
Por lo tanto, deben aceptarse estas breves líneas simplemente como una advertencia de
lo que contiene el libro y de los fines que se proponen los autores al publicarlo.
No ha sido seguramente su propósito hacer la recopilación de ataques más o menos
violentos o llenos de odio que la prensa haya lanzado a la publicidad, contando con una
especie de inmunidad moral o legal.
El libro es simplemente una compilación de algunos documentos históricos que se re-
lacionan con la Intervención Americana en nuestro país.
Expresamente no se han querido hacer comentarios de ningún género; baste tan sólo
la simple exposición que dichos documentos representan, (no de todos los hechos de la
Intervención, pues para eso serían necesarios grandes volúmenes, sino de alguno que otro
hecho importante), para que el público pueda formarse concepto de lo que en la República
Dominicana ha ocurrido.
Debe tenerse en cuenta que los Interventores tienen empeño en desnaturalizar las cosas,
y las cuentan a su manera. Nadie puede impedirles que digan todo lo que quieran según
les plazca, y que aseguren que está claro cuando esté nublado, o que llamen manso cordero
a un lobo o cándida paloma a un gavilán.
Cada cual ve las cosas según el prisma detrás del cual le conviene colocarse y eso han
hecho los Interventores.
Por eso, la República Dominicana se ha colocado en el punto de vista en que deben
situarse todos los Estados civilizados que quieren conservar su independencia, tanto
en lo interior como en lo exterior, rechazando toda hegemonía, toda intervención, por
muchos que pudieran ser los beneficios materiales que se derivaran de esa hegemonía o
intervención.
Hecha la anterior advertencia, sólo falta agregar que este libro es digno de figurar en
cualquier biblioteca; merece ser conservado porque constituye algo así como un compendio
histórico de muchos hechos ocurridos desde el momento en que soldados extranjeros, en
representación de una nación poderosa, intervinieron en los asuntos internos de nuestro país,
con el cual no estaba en guerra, ocupándolo y atropellando de ese modo todos los fueros de
la justicia, todas las prescripciones del Derecho Internacional.
C. Armando Rodríguez

798
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Palabras preliminares
Gobernaba el país el Presidente Constitucional, Don Juan Isidro Jimenes, cuando en la
noche del 14 de abril de 1916 se originó entre ese Magistrado y el Secretario de la Guerra,
Gral. Desiderio Arias, serio desagrado que culminó en sucesos que todo el país conoce.
Sin que el gobierno dominicano tuviera noticia alguna de tal ocurrencia, y en momen-
tos en que tropas del Presidente de la República sitiaban la Capital, desembarcaron del
transporte de guerra americano Prairie, capitán Crosley, surto en el antepuerto de Santo
Domingo y realizándolo por la cercana playa de San Gerónimo, 750 marinos de la armada
de los Estados Unidos.
Los desembarcantes, que pretextaron para su acción, el pacífico propósito de custo-
diar la Legación de los Estados Unidos, penetraron después en la Ciudad Capital y, luego
de un proceso de acontecimientos que son ya del dominio de la Historia, proclamaron
en esta República, un Gobierno Militar norteamericano que aún impera en el Palacio
Nacional…
La libre conciencia del pueblo dominicano ha protestado siempre ¡en toda hora! del
injusto secuestro de su soberanía, y ha puesto, hoy más que nunca, ojos esperanzados
de justicia en el gran pueblo de los Estados Unidos, que ha de repudiar también el grave
atentado…
A mediados del año de 1921, que acaba de discurrir, el Senado de los Estados Unidos,
escuchando el clamor de justicia de nuestra Comisión Nacionalista en Washington, y también
de nobles amigos norteamericanos que laboran junto con nosotros por el triunfo de nuestra
causa, que es la del Derecho y la Justicia, designó una Comisión de Honorables Senadores
para investigar todo lo relativo a “la ocupación de la República Dominicana por los marinos
de los Estados Unidos”.
Esa Comisión Senatorial norteamericana, integrada por los Honorables Medill Mc
Cormick, Presidente de la Comisión y Senador por el estado de Illinois; Ottie Pommerene,
Senador por el estado de Ohio; Tasker L. Oddie; Senador por Nevada, y A. A. Jones, Senador
por el estado de Nuevo México, actuó en la ciudad de Santo Domingo, celebrando audiencias
públicas en el salón de actos del Palacio del Gobierno, desde el día 10 de diciembre hasta el
día 17 de diciembre de 1921.
Este libro contiene las disposiciones orales que ante esa Honorable Comisión fueron
realizadas, tal como fueron estenografiadas, en toda su más rigurosa exactitud, así como
otros importantes documentos desconocidos hasta ahora por la mayoría del pueblo domi-
nicano, por no haberse podido publicar en su oportunidad. Entre estos documentos figura
un Resumen de las actuaciones de la Cancillería Dominicana durante el Gobierno del Dr. Henríquez
y Carvajal, relativas al conflicto domínico-americano y otros no menos importantes en la historia
de la ocupación americana.
Dada la palpitante importancia que su contenido tiene para la República, y para quienes
en el exterior se interesan por los destinos del infortunado pueblo dominicano, no hemos
vacilado en realizar el costoso esfuerzo de la presente edición con la justa esperanza de que
el público nos recompensará con su más decidida cooperación.
Los Autores
Santo Domingo, R.D.,
enero de 1922.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Datos biográficos
del Excmo. y Revdmo. Señor Doctor Adolfo Alejandro Nouel,
Dignísimo Arzobispo Metropolitano

El 12 de diciembre del año del Señor de 1862 nació en esta ciudad de Santo Domingo,
Capital de la República Dominicana, Adolfo Alejandro Nouel, hijo de Don Carlos Nouel y
Doña Antonia Bobadilla de Nouel, y nieto por parte paterna de: Adolfo Nouel y Rosa Pierret,
y por la parte materna de: Tomás Bobadilla y Virginia Desmier d’Olbreuse.
Desde los primeros años de su vida vistió el hábito eclesiástico e hizo sus estudios en el
gran Colegio Pío Latino Americano, de Roma, siendo de los alumnos más meritísimos. Y en
el año de 1883 graduóse de Doctor en Filosofía y Licenciado en Teología y Derecho Canónico
en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Al retornar a su país en el año de 1885 recibió el sagrado Orden del Presbiterado en la
Santa Iglesia Catedral de Santo Domingo el día 19 de diciembre, de manos del Ilustrísimo y
Reverendísimo Señor Arzobispo Fernando Arturo de Meriño, quien conociendo sus grandes
dotes lo agració en 20 de marzo de 1890 con dos cargos honrosísimos: el de Canónigo de la
Santa Iglesia Catedral y el de Vicerrector del Seminario Conciliar de Santo Tomás de Aquino,
desempeñando a la vez las Cátedras de Filosofía, Teología y Latinidad.
Por su saber, por su manera sencilla de enseñar, por la forma suave y convincente con que
explica y lleva al alma de sus discípulos el conocimiento, supo conquistarse las simpatías, el
respeto y el cariño de todos los jóvenes estudiosos que asistían a sus cátedras; su nombre era
pronunciado con amor, y muy pronto se vio rodeado del general afecto de sus compatriotas.
En el servicio parroquial ejerció la cura de almas de Santa Bárbara de esta ciudad, de
Santa Cruz del Seybo, San Juan de la Maguana, y de la Concepción de La Vega Real, donde
levantó un hermoso templo y fue durante largos años Cura de esa feligresía, que supo res-
ponder en todo momento al espíritu progresista de su digno Párroco. El Ayuntamiento de
La Vega, haciéndose intérprete de los sentimientos de gratitud de sus munícipes, lo nombró
Hijo Adoptivo de la Común, y más tarde dio el nombre de Padre Nouel a una de las más
importantes calles de esa antigua ciudad.
En el año de 1903 fue elegido Diputado a la Constituyente por la Provincia de La Vega.
En ese mismo año embarcó para Roma, y el 16 de octubre de 1904 fue consagrado por Su
Eminencia el Cardenal Merry del Val, –Secretario de Estado de la Santa Sede– Arzobispo
Titular de Metimna y Coadjutor con derecho a sucesión del Excmo. Monseñor de Meriño.
Al morir este preclaro varón el 20 de agosto de 1906, el Excmo. Dr. Nouel ocupó el Solio
Episcopal de la Arquidiócesis, Primada de América. Sustituía a Monseñor de Meriño un
digno compatriota suyo tan sabio y tan justo como aquel varón sabio y justo. Y la Primada
de América, a la vez que lloraba la desaparición de su noble Monseñor Meriño, celebraba
también la llegada al Solio del ilustre Doctor Nouel.
El día 30 de noviembre de 1912 en virtud de un Decreto del Congreso Nacional fue elegido
Presidente de la República, honrosísima designación que aceptó con el sano y patriótico propósito
de poner término a la guerra civil entronizada en el país en aquellos días, e iniciar una era de
paz y de justicia, siendo lazo de unión entre los partidos que se disputaban el poder. Desempeñó
este elevado cargo con el beneplácito de todos sus conciudadanos hasta el 28 de abril de 1913,
que presentó ante la Asamblea Nacional su renuncia, basándola en que habían desaparecido los
horrores de la guerra civil, causa principalísima de su elección; iniciadas las reformas aceptadas

800
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

y restauradas las libertades públicas. El estado precario de su salud lo obligó a embarcarse para
Italia en busca de descanso, siendo recibido en la Ciudad Eterna con demostraciones de respeto
y vivas simpatías por los miembros más distinguidos de la Curia Romana.
En 1913, Su Santidad el Papa Pío X le nombró Delegado Apostólico de Cuba y Puerto
Rico. Ejerció este elevado cargo con celo y prudencia; en ambas Islas dio solución a varios
asuntos delicados e importantes, y en la de Cuba dejó provistas de sus respectivos Obispos las
Diócesis de Camagüey y Matanzas, de reciente creación, siendo el Ilmo. Sr. Nouel el Obispo
consagrante de sus nuevos Pastores. Como premio a su apostólica labor y grandes virtudes, el
actual Pontífice Benedicto XV le honró en 1914 con el nobiliario título de Conde, Asistente al
Solio Pontificio. El Excmo. Doctor Nouel es un Mitrado que por su profundo saber y virtudes
honra a la Iglesia y su Patria; es un orador de palabra fácil y llena de majestad, posee diferentes
idiomas, escribe con sin igual galanura y todos sus escritos tienen el sabor de la literatura clásica.
En una palabra, ¡Monseñor Nouel es un preclaro varón que enaltece el sacerdocio católico!
Entre las varias condecoraciones y honores con que le han distinguido varios gobiernos
y Academias se cuentan las siguientes: Gran Oficial de la Legión de Honor, Caballero Gran
Cruz del Santo Sepulcro, Comendador de la Corona de Italia, Gran Placa de la Cruz Roja
Española, Arcade de la Arcadia de Roma, Miembro de la Academia de Bellas Artes de Sevilla
y Barcelona, Miembro de la Academia d’Histoire Internationelle, etc., etc.
Como Arzobispo de la Primada de América, sus pastorales tareas han sido beneficiosas
y edificantes a pesar de lo calamitoso de los tiempos. Apenas ocupó la silla archiepiscopal,
todo su celo y noble afán ha sido para restaurarlo todo en Cristo: Instaurare omnia in Cristo.
Sus sabias, pastorales, sus beneficiosas reformas, edificación del Seminario Conciliar y de
numerosas iglesias, reconstrucción de otras, entre las que se cuenta la gran Basílica Metro-
politana. Sus numerosas obras de progreso y caridad evangélica que harán imperecedera
su memoria, pruebas ostensibles son de su celo y vigilancia por el pastoral ministerio de la
Católica Grey que la Santa Sede Católica le confiara. Sus obras hablan, el Clero le venera y
respeta, su pueblo le ama… En los anales eclesiásticos figurará su nombre como uno de los
Prelados más ilustres que han gobernado la antigua Primada de América.

Carta de Monseñor Nouel


al Ministro Americano Russell
Santo Domingo, R.D. 29 diciembre 1920.
Señor W. W. Russell,
Ministro de los EE. Unidos.
Ciudad.
Honorable Señor,
Desea Ud. conocer mis impresiones acerca del estado general del país. Creo no equivocarme
al asegurarle a Ud. que su estado general es próspero. El trabajo individual es intenso. Al cultivo
de la tierra ha respondido pródiga la naturaleza con buenas cosechas; el alto precio que para
nuestros frutos se ha mantenido en el exterior ha sido causa de que los agricultores se hayan
repuesto de los perjuicios sufridos en años anteriores. La paz reina en todo el país: el pueblo
desea mantenerla y aprovecharla; pero ese pueblo comienza ya a creer que no le será posible
continuar indefinidamente en un estado de cosas en el cual no puede disponer libremente de
su trabajo y por consiguiente teme caer a la larga en un estado de verdadera esclavitud.

801
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El pueblo ha sufrido, si no conforme, al menos resignado, el sonrojo y el peso de una


intervención. Ha sufrido sentencias prebostales en asuntos completamente civiles, cuando
según la proclama del Almirante Knapp ese tribunal, no debía conocer si no de asuntos mi-
litares. Ha sufrido sentencias de un tribunal (el de reclamaciones) que falla soberanamente
sin derecho alguno a la apelación.
El pueblo reconoce la necesidad de pagar impuestos directos sobre la propiedad territo-
rial; pero no puede conformarse con algunos preceptos injustos de una ley casi incomprensible
por lo compleja y de dificilísima aplicación en la práctica.
El pueblo ha soportado pacientemente que, desde hace varios años, una parte de los seis
millones de pesos que se le obligó a contratar cuando se celebró la convención, dizque para
fomentar sus riquezas, se haya invertido en sueldos lujosísimos de empleados y directores.
La Oficina de Obra Pública es considerada por el pueblo como una verdadera válvula de
escape por donde se ha ido y se va gran parte del dinero del pueblo destinado a caminos, etc.
Esa oficina, según tengo entendido, se instituyó porque se creyó que en Santo Domingo, ni
había profesionales aptos para dirigir los trabajos ni hombres honrados para la administra-
ción de los fondos; pero en la práctica ha resultado que la actual dirección científica de Obras
Públicas tiene menos capacidad técnica que cualquiera de nuestros maestros de obras, y la
administración de los fondos corre tanto o mayor peligro, como si estuviera en manos de
algunos de nuestros especuladores. Y ese estado de cosas se mantiene, según las versiones
que corren, porque el sistema de recompensas por servicios prestados en la política interior
eleccionaria allá en los Estados Unidos, dizque así lo exige.
El pueblo ha soportado por espacio de tres años una censura para la Prensa, no solamente
humillante y despectiva, sino también ridícula y pueril. Yo recuerdo haber visto un artículo
científico observado por un censor, con su sello y firma, prohibiendo su publicación porque el
autor de dicho artículo decía: “Kant, el gran pensador alemán, padre de la filosofía moderna,
no puede considerarse inferior a Aristóteles ni a Platón, etc.”. La guerra había estallado ya
contra Alemania y aquel infeliz censor creyó tal vez que el elogio tributado al gran filósofo
alemán podría causar la derrota de los ejércitos aliados.
Un sacerdote español, de conducta ejemplar, que desempuñaba la cura de almas en Sán-
chez, fue reducido a prisión, incomunicado y encerrado en Samaná en inmundo calabozo, en
donde permaneció cerca de seis meses, por el solo hecho de haber elogiado en una discusión
de sobremesa, en el hotel donde se hospedaba, y mucho antes de entrar los Estados Unidos
en la guerra, el valor y la organización del ejército alemán.
El pueblo dominicano es verdad que en sus conmociones políticas presenció más de una
vez injustas persecuciones, atropellos a los derechos individuales, sumarios fusilamientos,
etc.…; pero jamás supo del tormento del agua, de la cremación de mujeres y niños, del tortor
de la soga, de la caza de hombres en las sabanas como si fueran animales salvajes, ni del
arrastro de un anciano septuagenario en la cola de un caballo a plena luz meridiana en la
plaza de Hato Mayor.
Nosotros, no lo niego, conocíamos el fraude en los negocios y el robo al detalle de los
fondos públicos; pero con la ayuda y las lecciones de varios extranjeros, nos perfeccionamos
en el arte del engaño y en las dilapidaciones, al por mayor.
Un Cónsul americano, allá por el año 1887, nos enseñó a cargar barcos de leña inservible
como si fuera cargamento de buena caoba, los cuales se perdían en nuestro puerto sin que
la más ligera brisa encrespara las aguas del mar Caribe.

802
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

La gavillaría entre nosotros era planta exótica; ella ha sido implantada últimamente y
patrocinada en varias ocasiones por algunos extranjeros que prosperaban más fácilmente
en sus negocios con nuestro antiguo régimen criollo.
La Guardia Nacional no ha tenido todavía ni buena selección ni una dirección adecua-
da. Esa institución, única garantía de la sociedad, debiera ser comandada por hombres de
mayor altura.
Afortunadamente, los jefes superiores del Gobierno Militar se esfuerzan en rectificar
errores y en impedir que se repitan los horrores pasados. He conocido muchos oficiales
y empleados americanos que por su corrección e ilustración, honran a su país. Pero Ud.
comprenderá que en la imaginación del pueblo perduran por más tiempo los efectos de
una injusticia y de un atropello que las consecuencias de mil acciones buenas ajustadas
a la ley.
Yo no dudo que si se estudian bien los tres memoriales que la Junta Consultiva ha
presentado al Gobierno Militar; si el Gobierno Americano, saca a este pueblo de la incerti-
dumbre en que vive acerca de sus futuros destinos, y le habla con toda claridad acerca de
sus presentes condiciones, si logra mantener dentro de los límites racionales las aspiraciones
del Capital y se moderan los apetitos injustos de especuladores sin escrúpulos ni conciencia
y se le convence de que sus sacrificios y heroísmos sufridos hace 75 años por obtener su
libertad y el derecho de gobernarse independientemente, como lo obtuvo entonces de todas
las naciones civilizadas del mundo, no serán infructuosas, ese pueblo llegará a ser un amigo
sincero y agradecido del gran pueblo de Lincoln y de Washington.
Adolfo A. Nouel,
Arzobispo de Santo Domingo.

Licdo. Jacinto R. de Castro.


En la Ciudad de Santo Domingo, y el día 23 de agosto de 1876, nació Don Jacinto R. de
Castro, hijo del Lcdo. José María de Castro y de Doña Justina del Monte. Hizo sus primeros
estudios en el Colegio San Luis Gonzaga, que sostuvo y dirigió el inolvidable filántropo
dominicano Pbro. Francisco Xavier Billini, hasta hacerse Bachiller, grado académico que
ratificó después en la Escuela de Bachilleres, obteniendo el diploma definitivo. De abolengo
patricio, heredado de sus abuelos, el Licdo. Jacinto R. de Castro tuvo desde muy temprana
edad notables inclinaciones por terciar en todas las cuestiones que interesan a la evolución
científica de la República Dominicana, a la cual aspira ver gobernada por un perfecto sistema
civil y democrático. Por eso, en los albores de su juventud dirigió y redactó varios periódicos
de índole política y literaria; pero la exposición de sus ideas liberales le ocasionaron muchas
veces persecuciones y encierros durante el Gobierno de Heureaux.
Después del 26 de julio de 1902, cuando un nuevo régimen se estableció en el país, y
empezaron a florecer esperanzas de que se iniciaba un dilatado horizonte de libertades
para la República, Jacinto R. de Castro desempeñó algunos cargos públicos, entre ellos, el
de Secretario del Consejo de Gobierno del Presidente Jimenes, (primera Administración),
e Interventor de la Aduana de Santo Domingo. En 1900 se graduó de Abogado y se con-
sagró a las tareas de su profesión, que ejerce todavía, teniendo montada en esta Ciudad
una de las más reputadas oficinas, pues el Lcdo. de Castro es jurisconsulto de fama y goza
de muy merecida reputación profesional.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Casado con la virtuosa dama Doña Vitalina Hernández, ha fundado un hogar respeta-
bilísimo, desde el cual reparte sus afectos entre la noble compañera, la matrona autora de
sus días, los hermanos, los deudos y los amigos.
En 1914 fue elegido Senador por la Provincia de Santo Domingo, y sus compañeros de
Cámara le honraron con la Vicepresidencia del Senado. Fue en el seno de esa alta representa-
ción nacional, que su nombre fue postulado por primera vez candidato a la Presidencia de la
República, puesto al cual no es de dudar que le llevará algún día el voto de las mayorías.
El Lcdo. de Castro fue miembro de la Comisión nombrada para redactar las leyes de Instruc-
ción Pública que están actualmente en vigor, y de la cual formaron parte los señores Monseñor
Adolfo A. Nouel, Lcdo. Manuel Ubaldo Gómez, Lcdo. Pelegrín Castillo, Lcdo. Manuel de J.
Troncoso de la Concha y Don Federico Velázquez y H., actuando como Secretario Don Julio
Ortega Frier, actual Superintendente Gral. de Enseñanza Pública. Además, por dos veces ha
sido miembro de la Junta Consultiva, encargada de formular algunos proyectos de leyes y una
fórmula de reintegración de la República a su estado de independiente y soberana.
Orador facilísimo, de galano decir, periodista, político y patriota dominicano, el Licdo.
de Castro ocupa un puesto prominente en la República. Su posición económica marcha
paralelamente a su reputación como jurista y como hombre de letras y, tanto en su vida
pública como en la privada, su hombría de bien le hace merecedor de la estimación, de las
simpatías y del respeto que goza en todo el país y fuera de él.

La Comisión Senatorial
y los miembros de la ex-Junta Consultiva
(Terminado el interrogatorio del Lic. Sr. Pérez, comparecieron los señores Licenciados
Don Jacinto R. de Castro, Don Francisco J. Peynado, Don Rafael Justino Castillo, Don Pedro
A. Pérez, Don Manuel de Js. González Marrero y Don Federico Velázquez y H., miembros
de la ex-Junta Consultiva).
Intérprete: Sr. Julio F. Peynado. Desde las 3:35 hasta las 3:50 p. m.
Mc Cormick: Le es de mucho placer al Comité del Senado Americano encontrarse con la
Comisión Consultiva.
Com. Consult: Gracias.
Mc Cormick: Si hay alguno de Uds. que desee tomar la palabra, es el momento oportuno
para ello.
Lic. de Castro: La Comisión Consultiva aprecia altamente la manifestación de simpatía de que
acaba de ser objeto por parte de la Hon. Comisión Senatorial de los Estados Unidos de América.
Nación poderosa a la cual nosotros consideramos como amiga. La presencia de la Comisión Con-
sultiva aquí, colectivamente, no es para producir testimonio alguno contra los procedimientos de
la Ocupación Militar que sufre el país, porque sus miembros no han presenciado, personalmente,
ninguno de los hechos que puedan imputárseles a los agentes de esa Ocupación. En la calidad
que se nos atribuyó, de hombres representativos, aceptamos, en dos ocasiones, un puesto en
las Juntas Consultivas que fueron creadas durante la Administración del Contralmirante de
la Armada de los Estados Unidos, Thomas Snowden, y como la actuación nuestra, en aquella
oportunidad, dividió en cierto modo, la opinión del pueblo dominicano, consideramos un alto
deber de patriotismo de nuestra parte declarar que ese desacuerdo no fue jamás fundamental,
que nosotros, en el contacto que tuvimos con el Gobierno Militar, lo mismo que el pueblo que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

está frente a ese Gobierno Militar protestamos entonces y protestamos hoy de la ocupación
del territorio de la República por las fuerzas de los Estados Unidos, del derrocamiento de ese
Gobierno por un Gobierno Militar y de la prolongación, hasta ahora, de ese estado de cosas. En
cuantos documentos públicos suscribimos y en cuantas públicas declaraciones hicimos al pueblo
dominicano, sostuvimos, como una reparación que ineludiblemente se le debe a la República,
que se la reintegre en la plenitud de sus atributos de Estado soberano, porque no reconocemos
ni en la Convención de 1907, ni en ningún otro tratado, ni en ningún principio de derecho pú-
blico ni en ningún motivo de justicia derivado de actos del pueblo dominicano fundamento a la
intervención que se le ha impuesto. Y reiteramos hoy estas declaraciones, para que se entienda
siempre, que los servicios que prestamos ayer durante la Ocupación militar no implican en modo
alguno, reconocimiento por nuestra parte, de que nada pueda limitar la soberanía nacional y
que somos los primeros en pedir, como solemnemente pedimos, el término de esa Ocupación
y la restitución del Gobierno Nacional como el único medio de reparar el hondo agravio que se
ha inferido al honor del pueblo dominicano. Hemos terminado.
Mc Cormick: Doy las gracias a la Comisión Consultiva por su presencia aquí y por las
concisas declaraciones de sus miras de su muy hábil y distinguido portavoz.

Don Federico Velázquez Hernández


El día 2 de febrero de 1868 nació en la parte de 1a Común de Santiago que es hoy Común
de Peña (Tamboril) Don Federico Velázquez y Hernández, hijo de don Jacinto Velázquez,
nativo de la Ciudad Capital, y doña Eduvigis Hernández, natural de la Común de Peña.
Cursó la segunda enseñanza en la ciudad de Santo Domingo bajo la dirección del sabio edu-
cacionista Don Eugenio María de Hostos, y fue graduado de Maestro Normal en el año 1888.
Bajo el Gobierno del Gral. Heureaux, y a consecuencia de las ideas liberales que enseñaba
Velázquez en la escuela La Trinitaria, de la cual era Director, fue expulsado del país en 1893.
Desde esa época se interesó en las cuestiones políticas del país, y a la caída de Heureaux
en 1899, prestó su inteligente concurso al Gral. Horacio Vásquez, sirviendo la Secretaría
particular del Vicepresidente de la República. Pero, pugnando a poco con sus ideas políticas
el sistema de Gobierno implantado por el Presidente Don Juan Isidro Jimenes, renunció su
cargo y fundó y dirigió el importante periódico de combate La Redención, que se editaba en
Santiago. En las columnas de ese periódico empezó Velásquez a demostrar la robustez de
sus ideales políticos y su firmeza de carácter tanto en la vida privada como en la pública.
Más tarde, el Presidente Carlos F. Morales Languasco le nombró Ministro de Hacienda,
después que Velázquez se había distinguido como buen organizador en otros cargos sub-
alternos del ramo. Desempeñando ese importante cargo, le tocó tomar parte, junto con el
austero Don Emiliano Tejera, en las negociaciones iniciadas por el Gobierno para establecer
la Convención Domínico-americana de 1907; y cuando el Gral. Ramón Cáceres sucedió en la
Presidencia a Morales, confirió a Velázquez igual cargo de Secretario de Estado de Hacienda
y Comercio en su Gabinete.
Durante este Gobierno, demostró Velázquez sus grandes capacidades como hombre de Esta-
do, pudiéndose afirmar, en justicia, que fue durante su gestión que el país tuvo mejor organización
rentística y florecieron y se desarrollaron todos los ramos de la Administración pública.
Desde la muerte del Presidente Cáceres en 1911, los amigos de Velázquez han pensado
en él para elevarlo al solio presidencial. Como candidato a ese alto puesto, fue postulado

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

por sus partidarios en las elecciones de 1914, bajo la Presidencia interina del Dr. Báez; pero
poco antes de iniciarse los comicios, Velázquez realizó una transacción política con el can-
didato Don Juan Isidro Jimenes, que resultó electo por mayoría de votos. Designado por el
Presidente Jimenes, desempeñó la Cartera de Fomento y Comunicaciones hasta julio del año
1916 en que fue electo Presidente por las Cámaras, el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal.
Posteriormente, ha prestado importantes servicios al país, figurando como miembro de
la Junta Consultiva en los años 1920 y 1921.
En la actualidad, Don Federico Velázquez y Hernández se ocupa activamente en la
reorganización definitiva, con un Programa de principios, del partido Progresista, del cual
es prestigioso Director.

Attlee Pomerene
Senador. Nació en Berlín, Holmes County, Ohio, el 6 de diciembre de 1863, hijo del Dr. Peter
Pomerene y Elizabeth Wise. La Universidad de Princeton le honró con el título de Licenciado
en Bellas Artes en el año 1881. En 1887 fue doctorado en Bellas Letras. En 1886 fue Licenciado
en Derecho en la Escuela de Derecho de Cincinnati. El Colegio Mount Union-Scio, de Ohio,
le doctoró en Derecho el año de 1903. El 29 de junio de 1892 casó con Mary H. Beckius, de
Canton, Ohio. Juramentado en 1886 por ante los Tribunales, ejerce desde esa fecha su profe-
sión de Abogado en Canton. Durante el término de 1887 a 1891, fue Procurador de la Ciudad.
De 1897 a 1900 fue Fiscal de County Stark, Ohio. Fue Miembro Honorario de la Comisión de
Impuestos de Ohio en 1906; Presidente de la Convención de Estados Demócratas, en 1910. El
8 de noviembre de 1910 fue elegido Teniente Gobernador de Ohio, y Senador de los Estados
Unidos el 10 de enero de 1911 para el término 1911 a 1917. Más tarde, fue reelecto para el tér-
mino 1917 a 1923, demócrata. Organizó el Banco Comercial y de Ahorros de Canton, Ohio, en
1909. Pertenece a los Clubs Canton, Elks, Eakeside Country. Dirección: Cantón, Ohio.

Joseph Medill Mc Cormick


Senador de los Estados Unidos. Nació en Chicago el 16 de mayo de 1877, y es hijo de
Robert Sanderson y Catherine Van Etta, hermano de Robert Rutherford. La Universidad de
Yale le confirió el título de Licenciado en Bellas Letras en 1900. El 10 de junio de 1903 contrajo
matrimonio con Tuth, hija del Senador M. A. Hanna, de Cleveland. Fue, como periodista de
poca talla, redactor del Chicago Daily Tribune, un periódico de escasa significación. De 1912
a 1914, fue Presidente del Comité Nacional Progresivo. Electo dos veces ante la Asamblea
General de Illinois miembro del Congreso 65, años de 1917 a 1919; Senador de los Estados
Unidos por el Estado de Illinois por el término 1919 a 1925. Pertenece a los Clubs: Chicago,
Comercial City, University, (Chicago), University, (New York), y Metropolitan (Washington).
Su dirección postal es: Virginia Hotel. Oficina: Century Building, Chicago, Illinois.

Aristieus Andrieus Jones


Senador. Nació en Unión City, condado de Obion, en el Estado de Tennessee, el 16 de
mayo de 1862, siendo hijo del Rev. James H. W. y Esther A. A. (May) Jones. Estudió en Bethell
College Mc Kensie, Tennessee. En 1884 se hizo Bachiller en Ciencias por ante la Universidad

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de Valparaíso, (Indiana). El 7 de agosto de 1902 contrajo matrimonio con Natalia Steneroad


de Las Vegas (Nuevo México). Fue profesor de las Escuelas de Tennessee durante dos años
consecutivos. Director de las escuelas públicas de Las Vegas de 1885 a 1887. Fue admitido a
la práctica de Derecho en Nuevo Méxicoen el año 1888. En 1894 fue admitido a la práctica
por ante la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos. El Senador Jones es miembro
de la firma de abogados Jones y Rogers; de la firma ganadera Hicks y Jones; Presidente del
Douglas Ave. Building Co. y del Cuervo Town Co. Es también Vicepresidente del Investiment
and Agency Corporation; Director del First National Bank de Las Vegas. Durante el período
de 1893-4, fue Presidente del Ayuntamiento de Las Vegas, Procurador especial de los Estados
Unidos en 1894-98; Delegado a la Convención Nacional Demócrata de Chicago en 1896. Pre-
sidente del Comité Demócrata del Estado de Nuevo México durante la primera campaña del
Estado en el año 1911. Recibió el voto de los miembros demócratas de la primera legislatura
de Nuevo México para Senador de los Estados Unidos. Fue miembro del Comité Nacional
Demócrata en 1912-1920. Desempeñó el cargo de primer Subsecretario del Interior de 1913 al
1916. Últimamente, fue electo Senador de los Estados Unidos para el período de 1917 a 1923.
Pertenece a los clubes Chevy Chase y Cosmos (Washington). El Senador Jones es de religión
Presbiteriana; es masón grado 32 y su dirección postal es: East Las Vegas, Nuevo México.

Tasker Lowndes Oddie


Senador. Nació en la ciudad de Brooklyn el 24 de octubre de 1870. Son sus padres: Henry
Meigs y Ellen Gibson O. Recibió su primera educación en las escuelas públicas de E. Orange,
New Jersey, y en 1895 se graduó Licenciado en Derecho en la Universidad de New York. En
noviembre 30 de 1916 contrajo matrimonio con Daisy Rendall, de Los Angeles, California.
De 1896 a 1898, fue Secretario y Administrador de la Wood Bridge Company, inmobiliaria de
Nueva York; en el mismo año de 1898 fue a Nevada por cuenta de la Ansen Phelpes Stekes
de New York. Actualmente está ocupado en transacciones mineras en Nevada, siendo uno de
los primitivos desarrolladores Tenepah en ese Estado. Fue Abogado del Distrito Nye Coun-
try, Nevada, de 1900 al 902; miembro del Senado por Nevada de 1904 a 1908; Gobernador de
Nevada durante el período de 1910 a 1914. Tasker L. Oddie es Republicano y de credo epis-
copal. Es masón, grado 32, Caballero Templario, Custodio. Es Miembro vitalicio del Instituto
Americano de Ingenieros y Metalúrgicos. Durante la guerra, fue miembro del Consejo de
Defensa del Estado de Nevada, (Presidente del Comité de Vías de Transportes); fue también
Presidente del Comité de Recursos de guerra del Distrito de Nevada, en cooperación con la
sección de Recursos y Conversiones de la Comisión de Industrias de guerra. Pertenece a los
Clubs Bohemiam, de San Francisco y al Reno Rotary. Su dirección postal es: Reno, Nevada.

George Russell Leonard


La Comisión vino acompañada del taquígrafo Sr. George Russell Leonard, que es un
excelente estenógrafo. El Sr. Russell Leonard usa un sistema de escritura estenográfica in-
glesa que hoy día es casi desconocido en el mundo; pero en el que él descuella de manera
tan brillante, pudiéramos decir, como su propio inventor, el célebre Thomas Guirney. El Sr.
Russell Leonard puede escribir, y le vimos escribir, más de 200 palabras por minuto y las
lee con sorprendente rapidez y sin vacilación alguna. Podemos afirmar, pues, que este es

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

el mejor estenógrafo que ha venido a Santo Domingo. El Sr. Russell Leonard es un hombre
alto, elegante, de unos 50 años de edad, y tiene más de 30 años de práctica como profesor de
estenografía, como estenógrafo reporter y parlamentario. Fue contratado especialmente para
asistir a la Comisión Senatorial en sus investigaciones en Haití y Santo Domingo. Dirección:
401, Ashland Block. Chicago, Ill. U.S.A.

La Comisión Senatorial Americana


inicia sus labores de investigación en la Ciudad de Santo Domingo
Día 9 de diciembre de 1921

En la mañana de este día, 10 a.m., y en el Salón de Actos del Palacio de Gobierno, se


constituyó en Comité de Investigaciones, la Honorable Comisión delegada por el Senado de
los Estados Unidos para investigar todo lo que tiene relación con la intervención americana
en nuestro país. Forman dicha Comisión los Honorables Senadores Medill Mc Cormick,
quien la preside, Ottie Pomerene, Tasker L. Oddie y A. A. Jones.
Instalados en sus respectivos asientos los representantes de la Alta Cámara america-
na y los auxiliares designados para trabajar con la Comisión, con asistencia de nuestro
compatriota, Sr. Luis E. Lavandier, en calidad de intérprete, el Senador Mc Cormick dio
lectura en inglés primeramente y después en español, a un corto escrito manifestando
al público allí presente, el propósito de la Comisión que él preside, y haciendo algunas
advertencias acerca de cómo deberán ser producidas las declaraciones de los testigos.
Agregó que experimentaba gran satisfacción al visitar por segunda vez, después de diez
años, la República Dominicana.
En una mesa destinada al efecto, fueron instalados los señores representantes de la
prensa local diaria, concurriendo a esta sesión de apertura los señores Arturo Pellerano
Sardá, Subdirector del Listín Diario, Antonio Hoepelman, redactor de Diario Nacional; Rafael
Brache, Director de El Tiempo y Luis E. Alemar, Jefe de Información de Diario Nacional.
En otra mesa aparte se sentó el noble defensor de la causa dominicana, honorable Ho-
race G. Knowles.
Terminada su lectura, el Senador Mc Cormick, el Senador Pomerene pidió que algunas
Órdenes Ejecutivas dictadas por el Gobernador Militar se incluyan en el expediente que va
a formular la Comisión. Fue acordado así.
Ofrecida la palabra al honorable Knowles, este se levantó para rogar a la Comisión se
digne ofrecer una oportunidad de hablar ante ella al Doctor Henríquez y Carvajal y a otros
dominicanos representativos que, por encontrarse en Puerto Plata, no habían tenido tiem-
po de llegar todavía a esta ciudad. Después de una pequeña deliberación entre los señores
Senadores, fue acogida la solicitud del Sr. Knowles.
El Senador Mc Cormick informó al público que en ese momento le había sido entregado
un Informe del Gobernador Militar referente, a la labor administrativa rendida por el Departa-
mento de Hacienda hasta el día 6 de diciembre de 1921, manifestando que tal informe sería
anexado al expediente que prepara la Comisión.
En este momento, pidió la palabra el Sr. A. Hoepelman, redactor de Diario Nacional
para pedir a la Comisión se digne fijar su más cuidadosa atención en todo cuanto publica la
prensa nacional en estos días referente a la Intervención, con el principal objetivo de ilustrar
las investigaciones que ella ha venido a realizar a este país. Contestóle el Hon. Senador Mc

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Cormick que ya había dado órdenes a sus auxiliares para que traduzcan al inglés, para uso
de la Comisión, cuantos asuntos a ese respecto están dándose a la publicidad.
Después de esto, se declaró clausurada esta sesión inaugural, fijándose la segunda para
mañana a las 9 a.m.
Extracto de la prensa del día.

Lcdo. Francisco J. Peynado


El Lcdo. Francisco J. Peynado nació en la ciudad de Puerto Plata, República Dominicana,
el día 4 de octubre de 1867. Fueron sus padres el General Jacinto Peynado y Doña Carolina
Huttlinger. Después de cursar sus estudios primarios y superiores, fue graduado en la Escuela
Normal de Santo Domingo en el año de 1884. Más tarde, en 1889, fue graduado en Derecho
por el Instituto Profesional. En 1893 contrajo matrimonio con Doña Carmen González, dama
perteneciente a una de las más distinguidas familias de la Ciudad Capital. Desde la obtención
de su exequátur en 1889, practica el Derecho, ejerciendo su profesión de abogado en toda
la República. Ha sido Presidente del Ilustre Ayuntamiento de Santo Domingo durante tres
períodos. Igual cantidad de veces ha sido Presidente del Colegio de Abogados. Durante el
período de 1912-14, desempeñó el alto cargo de Ministro Plenipotenciario de la República en
los Estados Unidos. En el año 1914 fue editor y propietario del importante periódico Las Nove-
dades, de New York. Ha sido miembro del Consejo Superior de Instrucción Pública, Consejero
de Fomento y Obras Públicas, Delegado permanente de la República Dominicana a la Unión
Panamericana, dDelegado al 1er. Congreso Financiero Panamericano, miembro de la Alta
Comisión Interamericana (Sección Dominicana); delegado de la República Dominicana al 2do.
Congreso Científico Panamericano, Washington 1915; comisionado del Gobierno Dominicano
para arreglar la cuestión fronteriza en 1899, comisionado para igual misión en 1910; delegado
dominicano al Congreso de Higiene y Demografía; Ministro de Hacienda de la República
Dominicana en 1915 y, por último, miembro de la 1ra. y 2da. Junta Consultiva.
El Lcdo. Francisco J. Peynado es una de las más vigorosas mentalidades con que cuenta
el país. Ha escrito algunas obras sobre asuntos dominicanos, entre ellos su notable folleto
Por el establecimiento del Gobierno Civil y otro intitulado Inconstitucionalidad de los Consejos de
Aduanas en la República Dominicana. Tiene, además, inédito, una importante obra documen-
tada sobre la cuestión fronteriza con Haití. Colaboró en la obra History of Panama Canal. Es
jurisconsulto de fama y goza merecidamente de grandes prestigios sociales y económicos.
Últimamente su nombre ha sonado como probable candidato a la futura Presidencia de la
República para un período gubernamental de transacción. Es hombre culto, de trato fino,
amable y cortés.

Extracto de las declaraciones del licenciado Francisco J. Peynado


Sesión del día 10 de diciembre de 1921

El Dr. Francisco J. Peynado, Abogado, Presidente del Colegio de Abogados, residente


en Santo Domingo, República Dominicana, testificó lo siguiente:
Knowles. —¿Tiene Ud. conexión con algún partido político?
Peynado. —Con ninguno.
K. —¿Ha estado Ud. en conexión alguna vez, directamente como Jefe?
P. —Nunca.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —Usted podría proceder de la manera que desee con una declaración a la Comisión to-
cante a la Ocupación y Administración de los Estados Unidos en la República Dominicana.
P. —Debo decir:
Primero, que no tengo ningún agravio personal contra los miembros del Gobierno Ame-
ricano de Santo Domingo ni contra ninguno de los Oficiales de ese Gobierno, puesto que
he sido tratado de una manera muy cortés por todos aquellos de entre ellos con los cuales
he tenido contacto.
Segundo, que no tengo ningún agravio contra el Gobierno Militar, porque me haya podido
privar de algún honor político o posición política, porque estoy presto en todo momento a ceder
por un centavo todas las oportunidades que pueda tener para una posición pública. Vengo
solamente como un dominicano, orgulloso de su nacionalidad y entristecido por la presente
condición de la República Dominicana; como un dominicano que ha sabido querer al pueblo de
los Estados Unidos y que siente que esta ocupación pueda destruir el sentimiento hacia los Es-
tados Unidos que todo dominicano tenía en su corazón hasta el momento de la Ocupación.
Como no soy político, como no pertenezco a ningún partido político, me merezco la
confianza de mucha gente perteneciente a todos los partidos y estoy, pues, en condiciones de
afirmar a Uds. que todos los dominicanos, sin distinción de filiación política o de relaciones
con el Gobierno Militar, están de acuerdo sobre un punto: que los dominicanos no quieren
la ocupación americana de su territorio. Estoy presto a convocar testigos, a presentarlos de
todas partes del país para sostener esta declaración. Nosotros los dominicanos podemos
estar en desacuerdo en cuanto a métodos; pero no sobre ese punto.
Tercero, que afirmo que no había ninguna razón para la ocupación. Sé perfectamente bien,
que cuando los periódicos en los Estados Unidos publicaban noticias de que había una revolución
en Santo Domingo, el pueblo americano se suponía que era una tal revolución, como tienen en
México, donde destruyen propiedades, donde vuelan puentes, y personas, especialmente ex-
tranjeras, pierden la vida; pero las revoluciones en Santo Domingo jamás han puesto en peligro
la vida o la propiedad de ningún extranjero. Aquí el azúcar y otros productos eran cosechados
igualmente tuviese un partido o el otro el control de la Provincia. Yo recuerdo una vez que la
provincia de San Pedro de Macorís estaba bajo el control de un partido revolucionario, y la
Provincia de Santo Domingo bajo el control del Gobierno; pero la caña de azúcar fue cosechada
y convertida en azúcar sin la menor interferencia de una parte o de la otra.
Cuarto: Aun si Uds. desean creer que había un motivo, aunque ínfimo para el desembarco
de tropas en abril o mayo de 1916, porque Uds. creen que había un estado de revolución aquí
en ese tiempo, deben Uds. admitir que no había pretexto para la proclamación de la ley marcial
el 29 de noviembre de 1916, porque en esa fecha la República estaba en perfecta paz. Teníamos
en ese tiempo un Gobierno Constitucional, el Presidente había sido electo a unanimidad por
todos los partidos, y el Gobierno de los Estados Unidos estaba listo a aceptarlo como el Gobierno
Constitucional si nosotros sólo aceptábamos las condiciones que nos trataban de imponer.
Sen. Pomerene. —Dé la fecha de esa elección, si es usted complaciente.
P: La elección fue en julio o agosto, no estoy muy seguro puesto que su fecha exacta nunca
me interesó personalmente, pues jamás pensé cobrar por mis servicios. Lo que quiero que
Uds. no pierdan de vista es que había un Gobierno aceptable por los Estados Unidos como
Gobierno Constitucional puesto que se ceñía a nuestra Constitución, y no había ninguna
razón para la proclama de la ley marcial, puesto que estaban haciéndonos ofertas, listos a
reconocernos, si sólo aceptábamos sus términos.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Sen. Mc Cormick. —¿Recuerda Ud. la fecha exacta cuando el tratado fue propuesto a Uds.?
P.–No, señor; pero fue presentado a mí por el Ministro Americano, Hon. W. W. Russell, después
de la elección del Dr. Henríquez para Presidente. Yo no era Secretario de Relaciones Exteriores; pero
como era el único miembro del Gabinete que hablaba inglés, me fue encomendado acompañar al
Secretario Cabral y Báez en sus conferencias con Mr. Russell y el Almirante Pond.
Sen. Mc Cormick. —¿Ud. estaba en el Gabinete del Presidente?
P. —Sí, señor, sin salario alguno, pues decidí servir sin él.
Sen. Mc Cormick. —¿Qué Ministerio tenía Ud.?
P. —El de Hacienda. Tuve la singular distinción de ser el único Secretario del Tesoro en
el mundo sin tesoro alguno qué administrar…
(Hilaridad prolongada).
Sen. Mc Cormick: ¿Puede Ud. indicar como cuándo fue el tratado propuesto a Ud. por
primera vez?
P. —Fue propuesto al Gobierno del Sr. Jimenes en el año anterior. A mí se me propuso
en septiembre u octubre de 1916.
Sen. Mc Cormick. —¿Fue propuesto a Ud. entre el primero de agosto, cuando juró el
Presidente Henríquez, y el 26 de noviembre?
P. —Sí, señor. El Gobierno de los Estados Unidos ofreció reconocernos si aceptábamos el
tratado. Mr. Russell y el Almirante Pond representaban a los Estados Unidos, y más luego el
General Pendleton se reunió a ellos. Recuerdo muy bien que el General Pendleton, que era jefe
del Ejército de Ocupación en aquella época, residía en Santiago y vino aquí con ese propósito,
aparentemente. Hubo una conferencia entre el Dr. Henríquez, Secretario Cabral y Báez y yo, con
el Hon. Russell, el Almirante Pond y el General Pendleton, y cuando yo pregunté “¿habrá modi-
ficaciones en ese proyecto de tratado”? Pendleton contestó: No, ¡ha de ser aceptado como está!
Sen. Mc Cormick.. —¿Fue esta la última conferencia?
P. —La última conferencia, y Pendleton me dijo a mí: “Uds. han de aceptar o de otro modo
proclamaremos la ley marcial y nombraremos un Gobierno Militar para Santo Domingo” y
yo le dije, –haciéndome el ignorante–, “¿qué se entiende por Ley Marcial?” y me contestó:
“La ley marcial quiere decir que si Ud. pone la cabeza o el dedo en el camino del Gobierno,
¡esa cabeza o ese dedo desaparecerá!”. Entonces yo le dije: General Pendleton: si Ud. no tiene
modificación alguna para ese tratado, es inútil seguir con esta conferencia, puesto que yo me
creo autorizado para declarar en nombre del Presidente Henríquez y en el de la República
Dominicana, que no aceptaremos esa proposición. Puede Ud. declarar la ley marcial desde
ahora. Eso concluyó con la conferencia. Pocos días después, el Almirante Knapp, entonces
Capitán, vino con la proclama para el establecimiento del Gobierno Militar.
Yo creo que el pueblo dominicano hasta ese momento amaba al pueblo de los Estados
Unidos y yo desearía que el pueblo dominicano aún amase al pueblo americano tanto como
lo amo yo. Todos los atropellos y desmanes contra la vida de los dominicanos, todas las malas
acciones de las tropas son asuntos secundarios. Para mí la cuestión principal es que no hay
razón ninguna, no hay derecho alguno a desembarcar en territorio dominicano ni imponer
en un pueblo pacífico como el dominicano, que no estaba en guerra con los Estados Unidos, y
que amaba los Estados Unidos, un gobierno Militar por más de cinco años. Ese es mi agravio
principal. Todos los demás son secundarios.
He llegado a amar al pueblo, las tradiciones y la historia de los Estados Unidos, en
treintiséis viajes que he hecho en veinte años a los Estados Unidos, y por el estudio de

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

su Constitución, he podido confirmar ese sentimiento; pero este sentimiento llegó a ser una
profunda convicción cuando supe que el Secretario Root, en la conferencia de Río Janeiro,
hablando con la más alta autoridad por los Estados Unidos, dijo: “Nosotros, los Estados
Unidos, no deseamos victorias sino la de la paz, territorio sino el nuestro, soberanía algu-
na sino la nuestra. No reclamamos o deseamos los derechos, los privilegios o los poderes,
que no otorgamos libremente a las demás repúblicas americanas”. Y yo pregunto a todo el
mundo, ¿si fue propio que tras estas palabras el Gobierno de los Estados Unidos menguase
la confianza de los latinoamericanos por la acción que ha tomado contra Santo Domingo?
Ahora estoy presto a contestar cualesquiera preguntas que les plazca a Uds. hacerme.
Knowles. —¿Se encontró Ud. en el país de una manera continua desde el 1º de julio de
1916 hasta el 29 de noviembre de ese mismo año?
P. —En ese primer mes yo estaba en los Estados Unidos. Mientras estaba en New York
fui nombrado Secretario del Tesoro, y llegué aquí poco después de haber asumido su cargo
el Presidente Henríquez. Yo llegué aquí en agosto.
K. —Desde la fecha de su llegada de los Estados Unidos hasta el 29 de noviembre de
dicho año que fue la fecha de la proclama, ¿oyó Ud. que hubiese algún desorden de cualquier
clase en la ciudad o en los campos?
P. —Absolutamente ninguno. El primer acto de los Estados Unidos fue privar a nuestro
Gobierno del Tesoro, y el Presidente Henríquez no tenía un centavo y, como consecuencia,
no tenía soldados pagos sino voluntarios. No obstante estas circunstancias, no hubo un solo
caso de bandidaje en el país. El bandidaje comenzó después de la Ocupación por parte de los
Estados Unidos. Yo creo que los Estados Unidos tomaron el dinero so pretexto de que ellos
no habían reconocido todavía el Gobierno. Esto es una nueva teoría, por supuesto.
Pomerene. —¿Podría Ud. describir las llamadas condiciones revolucionarias de mayo a
noviembre de 1916?
P. —La llamada revolución ocurrió en abril o mayo, cuando el Secretario de Guerra se opuso
a algunas medidas tomadas por el Presidente para deponer al Jefe de la fortaleza y al Jefe de
la Guardia, los cuales eran amigos del Secretario de Guerra. El Presidente Constitucional de
Santo Domingo, decidió deponer a estas dos personas; entonces el Secretario de Guerra asumió
una actitud contra el Presidente. Alguna gente fue a asistir al Presidente, quien se encontraba
en una quinta a varios kilómetros de la ciudad, mientras el Secretario de la Guerra estaba aquí
en la Capital con algunas tropas. Uds. podrán llamar a eso una revolución. Yo no.
Pomerene. —¿Hubo conflicto armado entre ambas fuerzas opuestas?
P. —Hubo según creo, una sola escaramuza fuera de la ciudad, y nada más. Entonces el
Presidente Jimenes decidió renunciar. Yo no puedo asegurar que hubo una sola escaramu-
za porque si es verdad que yo estaba aquí cuando el Secretario de Guerra tomó tal actitud
contra el Presidente, yo abandoné la ciudad pocos días después para ir a La Vega en asuntos
profesionales, y regresé pocos días antes de la renuncia del Presidente Jimenes. Mientras yo
estuve aquí no hubo pelea, y si se peleó fue mientras yo no estaba aquí. He oído que sólo
hubo una acción, que no fue más que un deporte. Aun entonces, no hubo ningún peligro ni
para la propiedad ni para la persona de nadie.
Mc Cormick.– ¿Ud. quiere decir que las escaramuzas no ponían en peligro las vidas?
P. —En absoluto. Guando nosotros tenemos nuestro deporte nos matamos entre nosotros
y eso poco. La toma de un Gobierno nunca costó muchas vidas sino sólo a unos pocos de los
amateurs del deporte. Los de afuera nunca estaban en peligro. Durante las peores revoluciones,

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

nosotros los de afuera nunca estuvimos en peligro. Íbamos todos los días al Club a jugar cartas
lo mismo que hoy, durante la revolución. Durante un combate en Puerto Plata yo he estado
jugando a las cartas en el Club cuyo edificio es de madera.
Mc Cormick. —¿Venían los oficiales de los ejércitos opuestos al Club durante la situación?
P. —No, no. Los de afuera eran los que venían al Club lo mismo que ahora.
(Después de la rendición del Secretario de Guerra al General Pendleton, hubo paz ab-
soluta en el país hasta noviembre, y es por ese motivo que yo digo que aunque se creyere
que hubo base para que el Almirante Caperton desembarcara tropas en abril o mayo, hay
que admitir que no hubo pretexto para la proclama del Almirante Knapp en noviembre,
declarando la ley marcial.
Pomerene. —¿Cuántas personas habría comprometidas en esta revolución de abril o mayo?
P. —El Secretario de Guerra tenía algo más de doscientos hombres, y yo no sé cuántos
tenía el Presidente.
Pomerene. —¿Puede Ud. decir si el Gobierno dominicano había cumplido sus compro-
misos financieros contraídos bajo el tratado de 1907 después de abril o mayo de 1916?
P. —Sí, señor. Nuestra obligación principal era la de pagar la deuda extranjera, y habían
sido pagados los $100,000 mensuales que teníamos que enviar a New York para el fondo de
amortización y los intereses.
Pomerene. —Yo entiendo que el tratado preveía que ninguna deuda interna podría ser
incurrida por el Gobierno Dominicano sin el consentimiento de los Estados Unidos. ¿Puede
Ud. decirnos si tal deuda fue incurrida?
P. —Aquí hay un punto en discusión. Los Estados Unidos pretenden que cierto artículo
incluye implícitamente cualquier clase de deuda o reclamación. Los dominicanos sostenemos
que nosotros no podíamos contraer ninguna deuda pública; pero que si de alguna parte sur-
gía alguna reclamación no podía ser una deuda prevista por el tratado. Pero aun tratándose
de una deuda interna contraída por el Gobierno Dominicano y admitiendo que el tratado
de 1907 se refiere a esta clase de deudas, no hay fundamento en ello para la intervención,
porque, la única cosa que los Estados Unidos tenían que hacer era declarar que tal deuda
no era deuda y que los Estados Unidos no la habían autorizado. Para decir eso los Estados
Unidos no necesitaban desembarcar tropas.
Pomerene. —Yo tengo informes de que esta deuda que fue incurrida sin el consentimiento
de los Estados Unidos montaba a algo más de $16,000,000.00 y que durante la Ocupación
por parte del Gobierno Americano fue nombrada una Comisión compuesta de dos domi-
nicanos y un puertorriqueño que ajustó dichas reclamaciones y redujo su monto a cerca de
$4,200,000.00.
P. —Creo que sí.
Pomerene. Entiendo, además que muchas reclamaciones eran lo que en los Estados Unidos
llamamos reclamaciones (padded) aumentadas, y que muchas de ellas fueron presentadas
por empleados del Gobierno o personas que tenían reclamaciones contractuales con el Go-
bierno. ¿Es esta también su opinión sobre este particular?
P. —Creo que sí.
Pomerene. —¿Cómo explicaría Ud. el hecho de que estas reclamaciones tan elevadas se
encontrasen pendientes contra el Gobierno de la República?
P. —Yo no lo sé; pero los miembros de la Comisión podrán informarlo a Ud. mejor que
yo. (La Comisión Dominicana de Reclamaciones de 1917).

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Pomerene. —¿Cuáles fueron los motivos alegados por los que activamente representaban
a los Estados Unidos aquí pura justificar la intervención?
P. —Solamente que la República Dominicana había violado el tratado de 1907 al incurrir
en deudas que no estaban autorizadas por el Gobierno de los Estados Unidos.
Pomerene. —A su juicio ¿cuál fue la base para este pretexto, si usando las propias palabras
de Ud., se me permite llamarle así?
P. —Puede haber sido la proximidad de la guerra.
Pomerene. —¿Ud. se refiere a la guerra mundial, sin duda?
P. —Sí, además, el deseo de los Estados Unidos de controlar el Mole de San Nicolás y
la bahía de Samaná.
Pomerene. —A la verdad yo soy sólo un Senador y sólo un ciudadano americano; pero el
pueblo de los Estados Unidos y su Gobierno nunca han abrigado, a mi humilde juicio, ninguna
ambición respecto a la República de Uds., salvo lo que fuere para el bien del pueblo de Uds.
P. —Senador, yo conozco perfectamente bien la generosa actitud de los Estados Unidos en
toda su historia. Yo recuerdo la impresión que me causó una sentencia dada por el Secretario de
Estado de los Estados Unidos contra un ciudadano americano que pretendía que la Isla de Alto
Velo le pertenecía en virtud de una ley. El Secretario de Estado decidió a favor de la República
Dominicana sin que esta hubiese presentado siquiera defensa alguna. También recuerdo que
cuando un Presidente americano en un desmayo del patriotismo de una facción de dominica-
nos, concertó la anexión de nuestro país a los Estados Unidos, el Congreso de esta Gran Nación
rechazó el proyecto; pero no me culpen Uds. si me pareció en 1916 que la mente y el corazón del
Gobierno Americano habían cambiado. Me es, pues una satisfacción oír ahora lo que Ud. dice.
P. —Para mí no hay duda de que las fuerzas de Ocupación no aspiran sino a la que sea
para bien de los dominicanos.
P. —Gracias.
Pomerene. —Ahora yo quiero preguntar a Ud. otra cosa. Esto es mirando hacia el futu-
ro, más bien que hacia el pasado. A su juicio, ¿qué podría hacer el Gobierno de los Estados
Unidos para el bien del pueblo dominicano?
P. —Darnos nuestra independencia con la seguridad de su amistad.
Pomerene. —Esta la tienen Uds.
P. —Eso es todo lo que yo podría pedir.
Pomerene. —Existen dificultades financieras y compromisos financieros aquí, algunos de
los cuales han sido incurridos al amparo de la Convención de 1907. Posiblemente el Gobierno
de la República tendrá que autorizar otros compromisos. ¿Qué podría Ud. decir respecto a
tales obligaciones actuales o en proyectos?
P. —Senador, yo no sé en qué estado se encuentra el Tesoro. Desconozco los compromisos
incurridos por el Gobierno Militar con respecto a nuestras obligaciones fuera de los derivados
de la Convención de 1907. Nada sé respecto a eso, y además, no soy un líder en mi país.
Pomerene. —Excúseme no ser de su opinión. Creo que Ud. lo es.
P. —Le doy las gracias. Mis opiniones personales no valen nada, cuando se toma en
consideración al resto del país. Además vine preparado a contestar sobre hechos del pasado;
necesariamente no estoy preparado para contestar sobre asuntos del futuro.
Pomerene. —Creo que Ud. puede darnos luz muy valiosa sobre el sujeto si nos permite
el privilegio de ella.
P. —Si Ud. me da tiempo.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Pomerene. —Iba a sugerir, y estoy seguro de tener para ello la conformidad de mis colegas
en esta Comisión, que Ud. formule y nos presente sus miras sobre este asunto. Nos gustaría
mucho nos suministrara un trabajo sobre lo que Ud. cree debe hacerse. Entre en detalles,
igual que si estuviese aconsejando un cliente con respecto de algún asunto muy importante.
Puede que no aceptemos su opinión, pero deseamos beneficiarnos de ella.
P. —Muy bien.
Pomerene. —¿Tenía derecho el Gobierno Constitucional electo en 1916 a algún dinero del
tesoro dominicano controlado entonces por la Receptoría?
P. —Sí, puesto que el Receptor tenía la obligación, de conformidad con el tratado, de
entregar al Gobierno Dominicano las entradas aduaneras después de deducir los gastos de
la colecturía, que no podían exceder del 5%, y después de retirar la suma de $100,000.00
apropiada a los intereses y amortización de nuestra deuda pública. Pero independiente de
las entradas aduaneras cobradas por el Receptor General, por estar ellas comprometidas
al servicio de nuestra deuda, nosotros teníamos otras entradas libres, no comprometidas,
que le pertenecían al Gobierno Dominicano. Estas se llamaban Rentas Internas, y también
fueron cogidas por el Receptor por orden de Washington y retenidas por él, privando así al
Gobierno Dominicano de todo recurso.
Sen. Jones. —¿Cuál fue la causa de la renuncia del Presidente Jimenes?
P. —Yo creo que fue la pena causada en su corazón por el desembarco de las tropas.
Jones: ¿En qué manera las tropas de los Estados Unidos obstaculizaron la elección de un
sucesor para servir después de la expiración del término de seis meses?
P. —Por la proclama del Almirante Knapp, Jefe de las tropas que vinieron aquí, que rezaba:
“el territorio de la República Dominicana por la presente queda ocupado y declarado bajo control
americano y bajo el Gobierno de la Ley Marcial. Toda elección queda pospuesta indefinidamen-
te” y luego viniendo aquí mismo, al mando del Almirante Knapp y tomando posesión de este
Palacio, que es el Palacio que le pertenece al Gobierno Dominicano, y de aquel cuarto, que es el
cuarto del Presidente de la República. Después de esto, el Presidente ya no podía venir aquí.
Knowles. —¿Sucedió eso antes o después de expirar el plazo constitucional por el cual
había sido electo el Presidente Henríquez?
P. —Fue antes de la expiración del plazo que el Almirante Knapp lanzó su proclama.
K. —¿Cuántos casos ha habido en que americanos particulares han estado en peligro o
han sido perjudicados o sus propiedades han peligrado?
P. —Respecto a propiedades, yo no sé de ninguna que lo haya estado, y mi creencia es que
la propiedad en la República Dominicana nunca ha sido puesta en peligro por lo que nosotros
llamamos revolución. Respecto a vidas, les aseguro que mueren más extranjeros en New York
en un día de cualquier semana que los que han muerto en todas las revoluciones habidas en
Santo Domingo en cuarenta años. Puede decirse que el serlo aquí es una profesión.
Pomerene. —¿Cómo así?
P. —Que es un negocio por extranjeros, porque ellos disfrutan de todos nuestros derechos y de
muchos más, y siempre tienen más protección que los nativos, todo con nuestro beneplácito.
Pomerene. —¿Sabe Ud. cuántos extranjeros habrán muerto en este país con motivo de
revoluciones?
P. —Puedo afirmar que no recuerdo sino un caso, que fue el de un tal Plat o Prat, que perdió
su vida de una manera casual. Resulta que él vivía en los altos de la casa del Expresidente de
la República, General Cesáreo Guillermo, casa que era en ese tiempo una especie de hotel. En

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

una ocasión vinieron a aprehender al Gral. Guillermo. Este pidió excusa a los Oficiales, salió
al corredor, y de un balazo apagó la luz en la escalera y desapareció por el segundo piso. Los
oficiales le siguen y en este momento el americano Plat o Prat, habiendo oído el disparo abrió
su puerta y los oficiales creyendo que era el Gral. Guillermo le hicieron fuego y lo mataron.
Este incidente le costó a la República $33,000, y es el único que puedo recordar.
Pomerene. —¿Cuándo sucedió esto?
P. —En 1885, hace ya treintiséis años. Cuando el Almirante Carpeton vino aquí nadie había
muerto y ninguna propiedad estaba en peligro en lo que él llamaba un estado revolucionario.
En cuanto a las condiciones del país en los llamados tiempos revolucionarios, puedo afirmar
que en el año de la revolución más larga que hemos tenido, sea la que siguió a la muerte del
Presidente Cáceres, la cual duró once meses, la República Dominicana, a pesar de tener en
América sólo dos países de menor población, Costa Rica y Panamá, y sólo dos países de menor
área, Haití y Salvador, exportó más que seis otros países de la América en ese mismo año.
Jones. —¿Cuántas personas perecieron en esa revolución.
P. —Quizás doscientas.
Jones. —¿Cuál fue la causa de esa revolución?
P. —La creencia, por parte de la oposición, de que las elecciones que resultaron en el
nombramiento del Presidente Victoria no habían sido justas.
Jones: ¿Cuál es su opinión acerca de la legalidad de las elecciones en general aquí?
P. —Bajo nuestras leyes actuales no podemos tener elecciones justas porque le es posible
a alguna persona votar siete u ocho veces.
Jones. —¿Cuántas revoluciones han tenido Uds. desde 1907?
P. —No lo sé. Varias; pero no nos molestaron mucho.
Mc Cormick. —Doctor Peynado, según yo entendí, a Mr. Knowles, Ud. deseaba tratar
primeramente el punto de la toma de posesión y luego discutir la administración actual
gubernativa por el Gobernador Militar.
P. —Con respecto a lo segundo, en primer lugar creo que hay otros que están mejor infor-
mados que yo, y que, por consiguiente, podrían tratarlo mejor; y en segundo lugar para mí es
inmaterial. Si el Gobierno Militar se hubiere portado muy bien y hubiere contribuido a nuestra
felicidad, aun en ese caso yo abogaría por la libertad y la independencia de Santo Domingo.

Dr. Moisés García Mella


El día 23 de diciembre de 1870, nació en esta ciudad de Santo Domingo Don Moisés
García Mella, siendo sus padres el conocido maestro de Escuelas Don Moisés García y la
virtuosa dama doña Gertrudis Mella. Hizo sus primeros estudios, en el célebre Colegio de
San Luis Gonzaga, bajo la paternal dirección del Pbro. Canónigo Billini, hasta graduarse de
Bachiller. Impulsado por su decidida vocación por los estudios, y haciendo buen uso de su
claro talento, se matriculó en la Facultad de Derecho del Instituto Profesional, ante la cual
se graduó de Abogado el 19 de noviembre de 1901. Más tarde, el 20 de febrero de 1915, se
graduó de Doctor en Derecho por ante la Universidad Central. Entre los cargos públicos
que ha desempeñado con notoria idoneidad, recordamos los siguientes: Procurador Fiscal
del Distrito Judicial de Santo Domingo durante el Gobierno Provisional del Gral. Horacio
Vásquez, 1902-1903; Presidente de la Comisión Consultiva en la Secretaría de E. de Relacio-
nes Exteriores, en 1914; miembro de la Comisión Redactora de Leyes, en 1914; Regidor del

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Ilustre Ayuntamiento de la Capital en 1917, y Catedrático de la Facultad de Derecho de la


Universidad Central hasta enero de 1922, en que acaba de renunciar ese cargo. El Dr. Gar-
cía Mella es periodista, y como tal redactó el Listín Diario, El Teléfono y La Lucha, periódicos
de esta Capital. Ha escrito tres libros interesantísimos: Por el gobierno civil, la libertad civil y
la cuestión fronteriza. Es autor de la Ley de Habeas Corpus y de dos proyectos de leyes: La
Ley de Provincias y la Ley Electoral. El Dr. García Mella ejerce su profesión de Abogado, y
actualmente es socio de la reputadísima firma Peynado y García Mella, de esta Ciudad.

Declaraciones del Dr. Moisés García Mella


ante la Comisión Senatorial Norteamericana
Audiencia del 12 de diciembre de 1921

Notario Luna. —¿Su nombre?


Dr. García Mella. —Moisés García Mella.
Not. Luna. —¿Jura Ud. decir verdad, nada más que la verdad y toda la verdad, sobre lo
que se le va a preguntar y que investiga la Comisión Senatorial Americana?
Dr. García Mella. —Juro que todo lo que yo digo aquí es la expresión de la verdad.
Sr. Knowles. —¿Tiene Ud. la bondad de decir su nombre completo y sus generalas de ley?
G. M.– Me llamo Moisés García Mella, tengo cincuenta años de edad, soy Abogado, Cate-
drático de la Universidad Nacional, nacido en Santo Domingo, y residente en esta ciudad.
K. —¿Ha vivido Ud. siempre en este país?
G. M. —Siempre.
K. —¿Está Ud. preparado a dar cierto testimonio sobre varios asuntos de la Administra-
ción del Presidente Jimenes y otros anteriores?
G. M. —Yo quiero dar a la Comisión del Senado Americano un informe sobre las cir-
cunstancias en que se ha producido la intervención.
Deseo declarar, que no soy político, ni he sido político, ni tengo interés en la política
dominicana.
Quiero que conste a la Comisión del Senado Americano que he protestado siempre y
que hoy vengo a protestar contra la intervención americana en mi país; quiero declarar bajo
juramento que sólo conozco un dominicano que es intervencionista, porque lo dijo en la
prensa con motivo de protestar contra ciertos actos realizados por la Intervención. En este
momento hay en esta sala más de doscientos dominicanos y yo desearía que si hay uno que
sea intervencionista, me desmienta. (Aprobación del público).
Quiero declarar que personalmente yo no he recibido mal tratamiento de los Oficiales de
la Intervención. Ellos me han tratado como caballeros; pero protestaría contra la Intervención
Americana aun cuando se hubiese realizado poniendo un Arzobispo de Gobernador.
Yo quiero declarar que yo admiro las instituciones americanas; que yo desearía sentir la
influencia americana en mi país de una manera beneficiosa; pero siendo libres. La influencia
americana se ha desarrollado en Santo Domingo de una manera beneficiosa. No quiero ha-
cer historia antigua; quiero referirme a las actuaciones contemporáneas. En 1914 fue electo
Presidente de la República el General Bordas Valdés. Una revolución surgió en Puerto Pla-
ta; el Ministro Sullivan pasó por Puerto Plata y con su influencia acabó la revolución. Los
revolucionarios declararon que querían ciertas reformas en las leyes dominicanas; pero la
influencia del Ministro Sullivan se quedó ahí, en terminar la revolución.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Más tarde surgió otra revolución contra Bordas, y la influencia americana se hizo sentir por
medio del Ministro Sullivan y el Gobernador Todd. Esta vez la influencia americana tumbó al
Gobierno. Se nombró un Presidente interino; pero las reformas de las leyes no se emprendieron
y solamente se le puso la mano a la Ley Electoral; pero para dar un reglamento más malo que
la ley que teníamos, de tal manera, que el Canciller Smith me dijo: El remedio es peor que la
enfermedad. El señor Smith se comunicaba conmigo porque sabía que yo tenía un proyecto de
ley electoral. Con la elección que se hizo con esa mala ley, surgió el Gobierno de Jimenes, y yo
afirmo que si la influencia americana se hubiese desarrollado para hacer que en el país se refor-
masen las malas leyes que tenemos, no hubiéramos presenciado esta intervención. Se me dirá
que los americanos no deben asumir el papel de reformadores pero yo… (Es interrumpido).
Sen. Jones. —¿Cuáles son esas leyes?
G. M. —La Ley Electoral, la Ley de Organización de Provincias y Distritos y la Ley de
Conscripción.
La influencia americana, digo yo, no debió ejercerse o debió ejercerse tan larga como
necesaria; esta es mi personal apreciación. El Pdte. Jimenes fue electo constitucionalmente
y tomó posesión de su cargo.
La Legación Americana en Santo Domingo pasó una nota al Gobierno de Jimenes en
19 de noviembre de 1915 haciéndole exigencias indignas de un pueblo libre que fueron
rechazadas enérgicamente.
Más tarde se produjo un desacuerdo entre el Ministro de la Guerra, General Desiderio
Arias, y el Presidente Jimenes con motivo del nombramiento de dos empleados del Ejército.
Esto no fue realmente una revolución porque si el Ministro Arias hubiese querido procla-
marse Presidente, fácilmente pudo hacer preso al Presidente Jimenes, toda vez que este
estaba fuera de la ciudad, en una quinta de verano, por motivos de salud y sin tropas. Este
desagrado culminó con un pequeño encuentro, que yo vi personalmente, en cual hubo dos
muertos y siete heridos nada más. Yo vivo fuera de la ciudad, a dos kilómetros de aquí, y
todos los días venía de mi casa a mi oficina profesional, atravesando por entre las tropas del
Gobierno y las del General Arias; nadie me estorbó.
Para proteger la Legación y la Receptoría, según lo que se dijo al país por mediación del
Ministro Russell, fueron desembarcados marinos americanos. La declaración del Ministro Russell
consta en el Listín Diario número 8096, del 22 de mayo de 1916, cosa que puede comprobarse.
El Presidente Jimenes, cuando vio que las tropas americanas eran no en número para
proteger la Legación, porque pasaban de setecientos los marinos desembarcados, y deseando
no ser un estorbo para un arreglo de la situación, renunció la Presidencia.
El General Arias estaba en la ciudad, y ocupaba la Fortaleza.
Días más tarde, se le puso un ultimátum al Gral. Arias para que entregara la Fortaleza
a los marinos americanos, por el Almirante Crosley. Abandonó la Fortaleza el Gral. Arias,
los marinos americanos ocuparon la ciudad y desde entonces están aquí.
La ciudad fue ocupada como digo. El Almirante Caperton y el señor Wm. W. Russell el
15 de mayo de 1916, dirigieron al Presidente del Senado y al de la Cámara de Diputados,
esta comunicación:
Señores:
La ciudad ha sido ocupada militarmente por fuerzas norteamericanas. Al tomar esta decisión,
tenemos el sincero propósito de garantizar una libre e imparcial actuación de las Cámaras para
la elección del nuevo Presidente de la República.

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Debido a la situación anormal que de momento crean las presentes circunstancias, suplicamos a
Uds. no convocar a cesión por dos o tres días, hasta que la ciudad recobre su aspecto normal.
De Uds. seguros servidores.
Wm. W. Russell: Ministro Americano.
W. B. Caperton.– Contralmirante de la Armada Americana.

Esta comunicación fue publicada en el Listín Diario del 16 de mayo de 1916, n.o 8091.
Sen. Jones. —¿Qué contestación dio el Presidente del Senado y el de la Cámara a esa
comunicación?
G. M. —No elegir.
Como el país no podía estar sin gobierno, el Ministro Russell reconoció como Gobierno
a los Secretarios de Estado, cuando los Secretarios de Estado terminaron también con la
renuncia del Presidente Jimenes.
Se pasaron muchos días sin que fuera nombrado el Presidente, de tal manera que del Cibao
vino una comisión a gestionar el que se permitiera nombrar al Presidente de la República.
Esta Comisión se reunió en el Palacio del Arzobispado con el Almirante Caperton, el Ministro
Russell, los Secretarios de Estado, los Presidentes de las Cámaras; allí trataron el punto. En esta
discusión, el Contralmirante Caperton manifestó que su propósito en la República Dominicana
era de paz y no de guerra, y que a pesar de ser militar, él era un hombre honrado; que sus
instrucciones eran mantener con las tropas el orden hasta que cesara la anormalidad.
En esa misma reunión, el Ministro Russell oralmente dijo que el Gobierno Norteameri-
cano dejaba a las Cámaras en completa independencia para que obraran en la elección del
Presidente. Esto consta publicado en el Listín Diario. Yo daré el periódico donde se publicó
eso, para que lo pongan en el record.
La anormalidad pasó, y después de muchos días el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal fue
nombrado Presidente de la República. El Dr. Henríquez y Carvajal, hacía doce años que vivía fue-
ra del país, ejerciendo su profesión de médico, y estaba muy lejos de la política dominicana.
El Dr. Henríquez y Carvajal es una figura de la cual, cualquier país del mundo puede
estar orgulloso, y, sin embargo, no fue reconocido por el Gobierno Americano.
Yo afirmó que existía un compromiso solemne entre el Gobierno Americano, representado
por su Ministro y por el Contralmirante Caperton, y las Cámaras Dominicanas para el reco-
nocimiento del Presidente que ellas eligieran; determinado por las comunicaciones pasadas
por los oficiales americanos, y la actitud de nuestro Congreso. Si éste se abstuvo de elegir
Presidente mientras el Ministro Americano y el Contralmirante Caperton lo indicaron, lo
hicieron en la fe de que ellos obraban así, a fines de reconocimiento del nuevo Presidente.
Cuando el Presidente Henríquez fue electo, las Rentas Internas y todos los proventos domi-
nicanos habían sido ya tomados por los Americanos y nombrado el Señor Edward, Contador
General de Hacienda. Con este motivo un aviso llamado Aviso Importante fue publicado por el
señor C H. Baxter Receptor General, anunciando al país que con las Rentas ya administradas
por la Receptoría General de Aduanas no se pagaría el presupuesto. Dice así:
Aviso Importante
De acuerdo con instrucciones de Washington y avisos suplementarios trasmitidos por conducto
del Ministro Americano en Santo Domingo, la Receptoría no hará más desembolso de fondos
por cuenta del Gobierno bajo control de la Hacienda Pública Dominicana establecido el 16 de
junio de 1916.
Esta cesación de pago continuará hasta que se llegue a un entendido respecto a la interpretación
de ciertos artículos de la Convención Américo-Dominicana de 1907, interpretación sobre la cual

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

ha insistido el Gobierno de los Estados Unidos, y de la cual tiene conocimiento el Gobierno


Dominicano desde el mes de noviembre último; o hasta que el actual Gobierno Dominicano sea
reconocido por los Estados Unidos.
Firmado: C. H. Baxter
Receptor General.
Santo Domingo, 18 de agosto, 1916.

Este modo de obrar constituye una violación flagrante al Artículo 1º. de la Convención
Domínico-Americana de 1907.
Sen. Pomerene. —¿Había dinero en la Tesorería?
G. M. —El Gobierno, la Tesorería Dominicana, tenía fondos; pero en el caso de que no
los tuviera, no era necesario publicar ese aviso, si se trataba de sólo ejecutar la convención,
porque se apartan $100,000.00 mensuales y después, si hay se da el resto al Gobierno Domi-
nicano. Este aviso lo que dice es esto: Después que la Receptoría tome $100,000.00 cada mes,
lo que quede yo no lo entrego; (Aprobación General) y las Rentas Internas, de que también
se apropiaron, ¡tampoco las entregaron al Gobierno Nacional!! ¡Sitiaron al Gobierno por
hambre! El Ministro Russell más de una vez dijo: “La suspensión de pagos es temporal; el
dinero está en depósito seguro, y en su oportunidad los empleados públicos percibirán sus
haberes”; lo que prueba que existían fondos para pagar.
K. —¿No había muchísimos reclamos?
G. M. —No había oficialmente reclamaciones internacionales ningunas.
K. —La Comisión se refiere a los reclamos internos contra el Gobierno Dominicano.
G. M. —El Gobierno podía deber a sus empleados, quizás, pues las reclamaciones que se
le hacían no constituían deudas; una reclamación no es una deuda, mientras no es reconocida
por aquel a quien se hace, o mientras un tribunal no lo condene a pagar.
Sen. Pom. —¿A cuánto alcanzaban las reclamaciones?
G. M. —Yo no tengo precisión en las cifras.
Sen. Pom. —Si Ud. quiere contestar la pregunta…
G. M. —Yo no tengo seguridad de la cuantía de esas reclamaciones… Las rentas todas
de la Nación fueron tomadas para ser administradas por la Receptoría, y después se sus-
pendieron el servicio de presupuesto y los pagos de la Nación hasta cuando se llegue a un
entendido respecto a la interpretación de ciertos artículos de la convención Domínico-americana,
o hasta cuando el actual gobierno sea reconocido. Fue condición para reconocer al Presidente
Henríquez que aceptara y firmara un protocolo por el cual consintiese él en que todos
los fondos dominicanos fuesen manejados por oficiales americanos nombrados por el
Presidente de los Estados Unidos, quienes tendrían intervención en la formación del
Presupuesto; y que el Gobierno Dominicano consintiese, en poner todas las fuerzas de la
República bajo el Comando de un Oficial Americano nombrado por el Presidente de los
Estados Unidos, a quien ayudarían otros oficiales americanos, también nombrados por
el Presidente de los Estados Unidos; que los oficiales y hombres alistados y los reglamentos
relativos al pago, personal y alistamiento, y disciplina, etc., que el comandante recomienda, serán
autorizados y promulgados por el gobierno de la República, y en caso de que no se llegase a un
entendido respecto a cualquiera de los reglamentos previstos, esa cuestión sería decidida por el
presidente de los Estados Unidos. Materialmente, esto pone a la República Dominicana en las
manos del Oficial Americano que viniera a mandar la Guardia. Él enlista los hombres, él
señala cuánto se le debe pagar, será él quien los premiará o los castigará, ¡y él hará todas

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las leyes relativas al cuerpo!! Es preferible, señores Comisionados, tener la Intervención


Americana, tal como está ahora, sufrirla hasta lo infinito antes que consentir en esto.
Sen. Pom. —Ud. dijo ahorita que había dinero en la Tesorería. ¿Está Ud. seguro de eso?
G. M. —Yo no vi el dinero; pero yo puedo asegurarlo.
Sen. Pom. —Hace poco Ud. dijo, en contestación a la pregunta del Senador Jones, cuando
se trataba de Rentas Internas, que había dinero en la Tesorería. ¿Está Ud. seguro de eso?
G. M. —Yo no he visto el dinero, pero el informe que yo presento dice lo siguiente:
Sen. Pom. —(Interrumpiendo) ¿No había aquí una revolución en junio de 1916?
G. M. —No señor. Había una dificultad entre el Secretario de la Guerra y el Presidente
de la República; eso pasó en el mes de mayo y cuando terminó, el 7 de mayo, el Presidente
renunció.
Sen. Pom. —Leo del informe del Secretario de E. de la República Dominicana de 1916,
sometido por el Comandante Mayo, con respecto a la condición de la Tesorería Dominicana
en esa época y dice: Balance a favor del Gobierno, junio 1916 $14,234.63 menos y los sueldos
habían sido suspendidos durante varios meses.
G. M.–Yo voy a hablar sobre eso. Yo quiero aceptar esto como verdad; pero yo afirmo
que de esa manera no se violaba la Convención de 1907.
Sen. Pom. —En 1907, y estoy leyendo otra vez el mismo informe, las deudas y reclamos
contra el Gobierno llegaron en 1907 a más de $30,000,000,00 ¿Es esto cierto?
G. M. —Sí, señor.
Sen. Pom. —Que entre las negociaciones entre las autoridades de los Estados Unidos y el
Gobierno Dominicano, y estoy leyendo otra vez el mismo reporte, la República Dominicana
hizo un ajuste según el cual la suma total pagadera llegaba a $17,000,000. ¿Eso es exacto?
G. M. —Sí, señor.
Sen. Pom. —Y entonces bajo la convención, y estoy leyendo el mismo informe, parte del
plan de ajuste, la expedición y venta de bonos por la suma de $20,000,000,00 y más luego,
leyendo otra vez el mismo informe, bajo esta emisión, bonos de un valor de $20,000,000.00
fue expedida en 1908; ahora, y fue bajo los términos de ese empréstito que $100,000.00 se
le pagaran al día 1º., de cada mes por la Receptoría, con este entendido: “En caso de que
las Rentas cobradas por el Receptor General excedieran en cualquier época la suma de
$3,000,000.00, la mitad y sobrante de la suma de más de $3,000,000.00 era para la redención
de los bonos. Quiero llamar la atención al párrafo tercero de la Convención de 1907 que se
lee como sigue: “Hasta que la República Dominicana haya pagado la suma total de bonos,
de la deuda, su deuda pública no será aumentada a menos que lo sea por un convenio previo
entre el Gobierno Dominicano y los Estados Unidos”. Ahora entre 1908 y 1916, de acuerdo
con este informe que ahora leo del Comandante Mayo “mientras tanto nuevas deudas del
Gobierno Dominicano, sin el consentimiento de los Estados Unidos siguieron rápidamente
hasta que las deudas y reclamos contra el Gobierno, sumaron más de $15,000,000.00”. ¿Este
es un estado exacto del estado financiero del Gobierno?
G. M. —Yo no puedo asegurar que la cifra de $15,000,000.00 sea exacta; pero había re-
clamaciones.
Sen. Pom. —Es más o menos exacta. Mas luego una comisión de reclamos fue organizada,
compuesta de dos dominicanos prominentes, un portorriqueño prominente y dos ameri-
canos prominentes, y las reclamaciones fueron presentadas a esta Comisión y los reclamos
formaban más de $16,000,000. ¿Es eso correcto?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

G. M. —Sobre los números yo no puedo asegurar exactitud. Se hacían reclamaciones al


Gobierno; pero esa Comisión acogió aquellas que encontró justas y los reclamos contra el
Gobierno Dominicano no excedieron de $4,000,000.00
Sen. Pom. —¿No era esa deuda contraída bajo el Gobierno Dominicano, en violación de la
previsión de la Convención de 1907, que previó que la deuda pública no se debía aumentar,
excepto bajo convenio entre el Gobierno Dominicano y los Estados Unidos?
G. M. —Yo respondo categóricamente que esa deuda no es una deuda pública de las
previstas por el artículo 3 de la Convención, y voy a explicarme.
Sen. Pom. —Y esa fue la circunstancia porque el Gobierno de los Estados Unidos se hizo
cargo de administrar las Rentas Internas de la República Dominicana.
G. M. —Sí, señor. Ese fue el criterio sustentado por el Gobierno Americano; pero un
examen ligero de la cuestión responde que el Gobierno Americano no ha hecho una inter-
pretación correcta de la Convención, porque ningún Gobierno Americano puede asegurar
que los gastos que tendrá en un año no se aumentarán con los egresos extraordinarios que
imponen las calamidades del mundo, por una parte. Por otro lado, suponiendo que las en-
tradas no sean iguales a las presupuestadas, entonces también se produce un déficit porque
no entra el dinero. Yo llamo poderosamente la atención sobre este hecho: las Rentas todas de
la República Dominicana, están actualmente manejadas por los Oficiales Americanos, y sin
embargo el año pasado se debía más de $1,000,000 y en este momento hay un déficit; a causa
de que no entra suficiente dinero para hacer los gastos. Ningún Gobierno del mundo puede
comprometerse a decir que él tendrá exactamente todo lo que presupone en su presupuesto.
A la República Dominicana se le producía déficit en el presupuesto. Ella no pagaba a sus
empleados; pero no iba a contratar un empréstito.
Sen. Pom. —En junio de 1916, eran aproximadamente $16,000,000.00; pero esa Comisión
de Reclamaciones que terminó, dijo que la deuda era solamente de $4,000,000.00 ¿Cómo
puede Ud. darse cuenta de la diferencia entre la deuda afirmada y la deuda cobrada como
la demostró la Comisión?
G. M. —Sencillamente porque las personas que reclamaban al Gobierno Dominicano,
reclamaban más de lo que el Gobierno Dominicano debía.
Sen. Pom. —¿Quiénes eran esos reclamantes?
G. M. —Hay un informe publicado por la Comisión que los contiene.
J. —¿No hay una diferencia considerable en el déficit anual del presupuesto como Ud.
se refiere?
G. M. —La diferencia no se produjo en un solo año. Además en ese montante de
$4,000,000.00 ¡hay reclamaciones por daños y perjuicios!
J. —¿No cree Ud. que la acumulación de tal cantidad de reclamos contra el Gobierno
Dominicano, aumentaba la deuda pública?
G. M. —Yo aseguro que si al Gobierno se le hubiese dejado libre y se hubiesen removido
las causas de las revoluciones, el Gobierno Dominicano podía pagar esa deuda en muy corto
tiempo. Como dejo dicho antes, esta clase de deuda no puede ser prevista en un contrato.
Ningún Gobierno del mundo puede asegurar que algunas personas no le hagan reclama-
ciones, más o menos justas. Uds. han podido, pues, ver que al Gobierno Dominicano se le
reclamaba $16,000,000.00 cuando sólo debía $4,000,000.00 pero suponiendo que la diferencia
de interpretación de la Convención fuera tan grande entre los dos Gobiernos, no hay Ley
del mundo, que dé derecho a una parte a hacerse justicia por su mano y llevar esa justicia

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

hasta quitarle la vida al deudor: el Gobierno de los Estados Unidos con esta Intervención
ha quitado la vida y la libertad al pueblo dominicano. (Aprobación general).
Sen. Pom. —Una gran parte de esa deuda de $16,000,000.00, según yo entiendo, fue el
resultado de reclamos hechos por revoluciones.
G. M. —Una parte de esa deuda proviene de reclamaciones hechas contra el Gobierno,
como ustedes podrán ver cuando examinen el informe de la Comisión. La otra parte es el
resultado de los gastos incurridos en sofocar algunas revoluciones.
Pom. —¿Cuántas revoluciones ha habido entre 1907 y 1916?
G. M. —La que derrocó al Presidente Victoria, que duró once meses; la primera revolución
contra el Presidente Bordas duró un mes y medio más o menos, en 1914; y otra revolución que
tumbó al Presidente Bordas como 5 meses a fines del 1914. Las deudas provienen, como dije de
reclamaciones, lo que está fuera de las previsiones de todo tratado. El déficit que se produce en el
presupuesto, por los gastos extraordinarios de guerra también está fuera de toda previsión.
Pom. —Pero aceptando lo que Ud. alega, Ud. debe admitir que se necesitan dos personas
para resolver eso.
G. M. —¡Eso es lo que yo sostengo! ¡Pero Uds. resolvieron solos y nos impusieron su
interpretación ocupando el país!
Yo quiero explicar algo más: Como el Presidente Henríquez no quiso aceptar el protocolo
que se le insinuó fue depuesto. Yo puedo probar que el Presidente Henríquez, cuando fue
publicada la proclama del Almirante Knapp que anunciaba la ocupación militar de Santo
Domingo, quería aceptar la influencia americana; pero no poner la República bajo el protec-
torado Americano, y en las mismas condiciones en que está Haití. El Presidente Henríquez
propuso aceptar un Consejero Financiero que pusiera el O. K. a todos los gastos y que ese
Consejero Financiero se opusiera a todos los que estuvieran fuera de presupuesto. En la pági-
na 11 del informe que someto está ese memorándum –artículo 4– (El intérprete da lectura al
memorándum del D. Henríquez). También convenía el Dr. Henríquez en pedir al Presidente
de los Estados Unidos que nombrase un Oficial para instruir a la Guardia; en nombrar algunos
otros Oficiales cubanos o chilenos o americanos. (Se concede un receso de cinco minutos).
(En este momento entra el Senador Mc Cormick, quien preside el interrogatorio).
J. —La proposición fue verbal o por escrito.
G. M. —El resumen que someto dice así, de la página siete a la página ocho “…en sucesi-
vas entrevistas, seguí tratando con el señor Ministro los puntos del anterior memorándum y
al fin, en una conversación que tuvimos, y a la cual concurrió el Secretario de Hacienda, Don
Francisco J. Peynado, presenté al Sr. Ministro una contraproposición de Modus Vivendi que es
la contenida en el siguiente memorándum”. Esto demuestra que la proposición fue hecha por
escrito. Esa proposición contiene el deseo de aceptar un Consejero Financiero, y un instructor
para las fuerzas dominicanas. Ellas no fueron aceptadas; y como el Gobierno Dominicano no
pudo aceptar que su Presupuesto sea formulado por un oficial extranjero sino por su Congreso
porque eso sería violar la Constitución; y como no puede poner las fuerzas bajo el mando de
un Oficial extranjero y comprometerse de antemano, a votar todas las leyes que ese oficial
aconseje y a pagar todos los sueldos que ese Oficial diga que se deben pagar, el Presidente
Henríquez resistió con el apoyo de todo el Gobierno y de todo el pueblo dominicano.
Yo llamo la atención del Honorable Senado Americano sobre este hecho: que un Gobierno
que no tenía un centavo para comprar papel, pluma y tinta, que no tenía un solo soldado, ni
un solo policía no fue perturbado nunca; no tuvo ninguna escena de bandidaje ni gavillerismo,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

pues el orden fue absoluto en la República; y sin embargo, ese Gobierno fue arrojado del
palacio, y en su lugar se instituyó un Gobierno Militar y se sometió a las leyes militares.
Véase la proclama del Contralmirante Knapp del 29 de noviembre de 1916.
Hay algo más a lo cual quiero referirme, porque lo había olvidado cuando hablaba de los
$4,200,000.00 fijados como deuda dominicana por la Comisión de Reclamaciones. En esos cuatro
millones está comprendido todo el presupuesto de la República, durante los meses de agosto,
septiembre, octubre y noviembre de 1916, esto es, la tercera parte del Presupuesto; pero como
ese presupuesto era de más de $4,000,000.00 de pesos hay ahí $1,200,000.00 que no se había
pagado por causa de la intervención Americana, de acuerdo con el anuncio publicado por Mr.
Baxter. Esto lo explico para que se vea que los $4,000,000.00 que son reclamaciones por daños y
perjuicios, es decir que la parte de deuda incurrida por el Gobierno Dominicano en los cuatro
años eran menos de 11,000,000.00 y agrego que una parte de esa deuda fue consentida por el
Gobierno Americano, pues el señor Michelena prestaba dinero ¡con permiso de la Receptoría!
Sen. Mc Cormick. —¿Cuál era la suma nominal que se debía, según el presupuesto al
cual Ud. se refiere?
G. M. —Como unos 14,000,000.00 por daños. Hay un informe de la Comisión Domini-
cana de Reclamaciones de 1917, cuyo informe yo le mostraré. (En este momento le es traído
el informe a la Comisión).
El Gobierno Dominicano fue echado del Palacio el 29 de noviembre de 1916. Como el Secre-
tario de Estado de Relaciones Exteriores no pudo venir a su oficina a redactar su informe, se vio
obligado a utilizar mi Oficina. Mi estenógrafo copió ese informe y el Secretario de Estado, señor
Cabral y Báez me dio una copia; de esa copia yo he hecho otra copia que es la que yo entrego a
la Comisión. En ella encontrará esta Honorable Comisión todos los memorándums, todas las
conversaciones y todas las protestas del Gobierno Dominicano. Voy a terminar suplicando a
la Comisión hacer constar una vez más, mi protesta como dominicano contra la intervención,
y esta declaración que vuelvo a repetir bajo la fe de mi juramento: No hay más que un solo
dominicano, que yo sepa que esté de acuerdo con la Intervención Americana; pero también
es cierto que todos los dominicanos son amigos del pueblo americano y que, a pesar del error
cometido con la intervención, los dominicanos esperan de la rectificación de ese error, que la
amistad de los dos pueblos sea sellada por la libertad de éste, que si es pequeño, tiene derecho
a vivir vida libre y siendo libre será un buen amigo de la gran Nación que vio florecer en ella
hombres que son la admiración del mundo. (Aprobación general).
(El Dr. García Mella entrega un resumen de las actuaciones de la Cancillería dominicana du-
rante el gobierno del doctor Henríquez y Carvajal relativas al conflicto Domínico-americano).
Sr. Knowles. —En su declaración, Ud. dijo que durante la administración del Presidente
Bordas hubo algunos disturbios políticos en la provincia de Puerto Plata y que esos disturbios
fueron completamente arreglados con la presencia del nuevo Ministro Americano en aquella
fecha que estaba en camino de Washington a Santo Domingo. Deseo preguntar a Ud. si los mis-
mos esfuerzos, en su opinión, habían sido hechos en el momento de la renuncia del Presidente
Jimenes, es decir, si esas influencias morales no podrían operar del mismo modo, poniendo fin
a las dificultades que existían entre el Presidente y un miembro de su Gabinete.
G. M. —En esa ocasión no hubo mediador ninguno, y yo creo que si al general Arias se
le hubieran dicho las mismas palabras que se les dijeron a los hombres de Puerto Plata, con
toda seguridad que el asunto se hubiera terminado en media hora. Hay más, y es una cosa
que se podía saber por los libros de la Contaduría General de Hacienda y en la contabilidad

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

del Sr. Michelena: las tropas del general Arias, estuvieron recibiendo durante varios días las
raciones oficiales que solamente se debían a las tropas que obedecían al Gobierno. Esto se
dice públicamente en Santo Domingo y es cosa de averiguar fácil.
Mc Cormick. —¿Ud. considera las fuerzas bajo el mando del General Arias como fuerzas
del Gobierno?
G. M. —No, señor.
Mc Cormick. —Entonces, su opinión es categóricamente opuesta a la del señor Logroño.
G. M. —El General Arias, Ministro de la Guerra, se opuso en la Fortaleza al cumplimiento
de ciertas disposiciones del Gobierno; pero hubo un momento, después de ciertos días, en
que el Presidente Jimenes dio un decreto deponiéndolo, y a pesar de esto siguió gozando
de las raciones, es decir, que él tuvo un tiempo en que sus fuerzas fueron del Gobierno y
otro en que no lo eran.
Mc Cormick. —Tal vez, su entendido esté mal o mi memoria de la declaración de un
testigo, no esté correcta y haré un estudio del testimonio del señor Logroño y demostraré
que él repetidas veces dijo que el General Arias, continuó en servicio del Gobierno, que las
fuerzas estaban al servicio del Gobierno aunque él estaba en oposición al Gobierno, y si Ud.
viera unas preguntas hechas al señor Logroño con respecto a la asociación de ideas e inte-
reses entre las Cámaras y las Fuerzas del Gral. Arias, encontrará un sumario de la opinión
del señor Logroño que es diferente al suyo.
G. M. —El señor Logroño, sobre este punto es un testigo más completo que yo.
Sr. Knowles. —Ud. dijo que el Dr. Henríquez sucedió al Presidente Jimenes, y yo deseo
preguntar a Ud. ¿si la elección de él fue de todas maneras de acuerdo con la Constitución
de la República Dominicana?
G. M. —Sí, señor. El Presidente Henríquez fue electo con todas las condiciones consti-
tucionales y a unanimidad de votos de las dos Cámaras.
ST. Know. —¿Fue eso en cuanto Ud. conoce un resultado esperado por los dominicanos;
fue esa elección bien acogida por el pueblo dominicano?
G. M. —Yo puedo asegurar que todos los dominicanos cuando supieron la elección del
Dr. Henríquez, sintieron la mayor satisfacción, porque el Dr. Henríquez es una personalidad,
de la cual, como dije antes, cualquier nación del Globo puede estar orgullosa.
Sr. Know. —¿Existió esa condición de paz y tranquilidad desde que él asumió su puesto
hasta que fue depuesto por el Gobierno Americano?
G. M. —Yo dije antes, y repito ahora, que ese Gobierno del Dr. Henríquez , sin un sólo
peso y sin un soldado no fue molestado de ninguna manera en toda la República. Durante
su administración no hubo revoluciones ni actos de gavillerismo. Es una cosa sobre la cual
yo quiero llamar la atención de la Honorable Comisión, la siguiente: que durante las revo-
luciones en Santo Domingo ni el trabajo ni los individuos eran molestados. Yo no quiero
que la Comisión crea sobre mi palabra; pero yo deseo que la Comisión llame a americanos
que han vivido en este país más de veinte años, para que declaren sobre ese punto. Puedo
citarles a Mr. Alberto T. Bass quien ha vivido en la República más de veinticinco años, que
está ahora en San P. de Macorís, Manager del Ingenio Consuelo y ha sido Administrador
de Ingenios durante todo ese tiempo ha tenido revolucionarios en los lugares donde estaba;
puedo citar al señor H. R. A. Grisser, quien ha vivido muchos años en este país, y quien en
una ocasión atravesó de la Capital a Santiago de los Caballeros por tierra, cruzando una
revolución llevando en su poder una gran cantidad de dinero y solamente dispuso en el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

camino de cuarenta centavos que le regaló a un soldado. El señor Grisser está actualmente
en Santiago de los Caballeros. Yo podría citar muchos más americanos. Yo tengo cincuenta
años de edad, y yo no he sabido sino de un americano que fue muerto en uno de nuestros
disturbios; pero por el cual pagamos una gran suma de dinero como indemnización; no
recuerdo qué cantidad.
Sr. Know. —Yo deseo preguntar a Ud., Sr. García Mella, ¿si durante la Administración del
Presidente Henríquez hubo algunos esfuerzos de los Estados Unidos a llegar a un entendido
con respecto a algunas diferencias que existían entre los dominicanos y Washington o si la
exigencia del 19 de noviembre de 1915, que fue antes del Dr. Henríquez ser Presidente, fue
insistido que él debía aceptarla sin cambio alguno, sin modificación o aceptación del deseo
dominicano de algún modo?
G. M. —La letra del resumen probará lo que voy a decir: el 19 de noviembre de 1915,
cuando la República estaba completamente en paz, se le hicieron al Gobierno Dominicano
exigencias por la aludida nota, las cuales exigencias tendían a hacerla firmar un protocolo
exactamente igual al de Haití. Después que el Presidente Jimenes resignó y fue electo el Pre-
sidente Henríquez, se le dijo que era condición Sine Qua Non, para reconocer ese Gobierno,
que él aceptara la condición de la nota.
Sen. Mc Cormick. —¿Ud. dijo que la conducta de Desiderio Arias era revolucionaria en
carácter?
G. M. —La del señor Desiderio Arias no, porque él no quiso jamás ser Presidente.
Sen. Mc Cormick. —¿De modo que Ud. no conceptúa su conducta como una revolución?
¿Entonces Ud. no critica, de ningún modo, el pago de esas fuerzas por la Receptoría?
G. M. —No, señor.
(Se acuerda un receso hasta las 2 p.m. y a las 2:10 continúa el cuestionario).
Sr. Know. —Yo quiero que Ud. explique más detalladamente el arreglo que existía entre
los Estados Unidos y la República Dominicana bajo el único contrato relacionado con los
asuntos financieros de los dos países, con respecto a los cobros de las cuentas del país.
G. M. —En el país, las Rentas están clasificadas en dos clases: las rentas provenientes de
las Aduanas y las que se llaman Rentas Internas. Las Rentas Internas son: timbres de correos,
estampillas, papel sellado, impuesto sobre alcoholes, impuesto sobre tabacos y cigarrillos,
etc., etc.; las rentas procedentes de las Aduanas de la República se cobran por Receptoría, de
acuerdo con la Convención de 1907 y las otras rentas, llamadas Rentas Internas son cobradas
directamente por el Gobierno Dominicano. Las rentas provenientes de la Aduana las maneja
la Receptoría, y después de apartar los $100,000.00 mensuales para el servicio de la deuda y
el 5 por ciento de gastos de recaudación, el balance si lo había, lo entregaban al Gobierno.
Know. —¿Dio el Gobierno Dominicano derecho al Gobierno Americano, en tratado u
otra cosa para el cobro de las Rentas Internas de la República Dominicana?
G. M. —No, señor, esas rentas fueron tomadas por la Receptoría, y desde el día en que
el señor Eduawds se hizo cargo de la Contaduría General de Hacienda.
Know. —¿Eso no fue de acuerdo con ningún tratado con los Estados Unidos?
G. M. —No. No tan sólo no fue jamás de acuerdo con ningún tratado, sino en violación
del artículo 1º. de la Convención de 1907.
Know. —¿De qué trata ese artículo de la Convención de 1907?
(El Dr. García Mella leyó el artículo 1º de la Convención de 1907, y dijo: Bajo la Conven-
ción Domínico-americana y de acuerdo con ese artículo primero, la Receptoría sólo tiene

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derecho a percibir las rentas de Aduana y nada más que las rentas de Aduana. No se necesita
decir expresamente que otras rentas las maneja el Gobierno Dominicano).
Know. —Esas rentas internas sobre las cuales los Estados Unidos no tenían control ni
derecho ninguno, en las cuales no tenían obligación ninguna los Estados Unidos, ¿fueron
tomadas con el propósito de sufragar los gastos del Gobierno o para gastar de cualquier
otro modo en el cual el Gobierno Americano deseaba?
G. M. —Esas rentas se incluían en el presupuesto y de ellas disponía el Gobierno Domi-
nicano, de acuerdo con la Ley de Presupuesto.
Know. —¿Cuál fue el resultado de la incautación por las fuerzas militares de los Estados
Unidos de esas rentas que pertenecían exclusivamente a la República Dominicana; qué re-
sultado ha tenido ese hecho sobre el Gobierno Dominicano?
G. M. —Que privado el Gobierno Dominicano de la proporción de las entradas de
Aduanas, porque no se las entregaba la Receptoría, y no pudiendo cobrar directamente las
rentas que tenía derecho a cobrar por sí, el Gobierno Dominicano se vio sin un centavo ni
para comprar papel, pluma y tinta durante la vida del Gobierno del Dr. Henríquez, y en
toda la extensión de ese período.
Know. —Bajo la presión del tratado que existe entre los Estados Unidos y la República
Dominicana ¿había recibido el Gobierno Dominicano regularmente la parte de las rentas de
la aduana que según ese tratado pertenecía al Gobierno Dominicano?
G. M. —Sí, señor, hasta el Gobierno del Dr. Henríquez.
Know. —¿Había discutido por parte de los Estados Unidos, por sus acciones hasta esa
fecha el significado del artículo primero? ¿Qué significado tiene el artículo primero?
G. M. —Que cada peso que se cobrara en la Aduana, en exceso de los primeros cien mil
pesos y del cinco por ciento del total para cubrir los gastos de cobro, pertenecía legalmente,
de derecho y enteramente al Gobierno Dominicano.
Know. —Desde que fue puesto en vigor el tratado de 1907, y hasta la Administración del
Dr. Henríquez ¿hubo una sola excepción en la Administración de ese tratado con los Estados
Unidos, cuando el Receptor General tomó un centavo más de las rentas de la Aduana que los
cien mil pesos estipulados en el tratado y el cinco por ciento que se daba para los gastos?
G. M. —Hasta la Administración del Dr. Henríquez no surgió ningún conflicto entre
la Receptoría y el Gobierno Dominicano a ese respecto. La receptoría cobraba las rentas
de aduana, tomaba los cien mil pesos mensuales para el servicio de la deuda, tomaba la
parte correspondiente al cinco por ciento y entregaba el balance al Gobierno Dominicano.
Nunca, hasta que se incautó en el mes de junio de 1916 de las Rentas Internas, hubo la más
mínima divergencia de criterio a ese respecto. Hay una prueba oficial de lo que digo en la
comunicación del 19 de noviembre de 1915 de la Legación Americana; por ella, si no estoy
mal informado, se pedía al Gobierno Dominicano que se hiciera la recolección de todos los
impuestos por la Receptoría. Yo entiendo que la Convención fue fielmente ejecutada por
ambas partes hasta la Administración del Dr. Henríquez.
Sen. Mc Cormick. —¿Quiere Ud. insinuar al Comité una fecha cierta fuera enero u otro
día cuando la Ocupación deba terminar y el último marino embarcarse para los Estados
Unidos y las condiciones o arreglos procedentes a ese embarque? Yo hago esa pregunta porque
yo estoy interesado en que se termine la Ocupación.
G. M. —La pregunta tiene tal trascendencia e importancia que yo le pido veinticuatro
horas para someter la respuesta.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sen. Mc Cormick. —En vista del tiempo concedido a oír parte histórica del problema y
el tiempo que se ha gastado aquí en la Capital, y en vista de terminar la audiencia tal vez
mañana en la noche y para que podamos hacer algunas investigaciones personales antes
de salir de esta Capital, pido al testigo, y mis colegas también la piden, que presente esa
contestación por escrito.
G. M. —¡Yo estaré muy contento si Dios me permite ver la Patria libre!

Opinión del Dr. Moisés García Mella


Diciembre 13 de 1921

A los Señores Comisionados


del Senado de los Estados Unidos,
Ciudad.
Honorables Senadores:
Cuando para cumplir con la promesa que hice ayer, estudiaba los dos planes de des-
ocupación que sucesivamente han sido propuestos por el Departamento de Estado, a fin
de concertar uno qué someter a la alta consideración de Uds., un periódico de la localidad
publica el plan de desocupación que un grupo de representativos dominicanos concertó en
la ciudad de Puerto Plata.
Como a mi juicio, la cooperación del pueblo dominicano es necesaria para los fines de
la retirada de los marinos americanos, y como el plan que pudiera yo sugerir sólo contará
con el favor de mi opinión, hago llegar a vuestras manos el que fue concebido y planteado
por la Convención de Puerto Plata.
Aprovecho esta nueva oportunidad para reiterar a Uds. la confianza que tiene el pueblo
dominicano en el alto espíritu de justicia que es prenda reconocida del Senado Americano
y para testimoniar en Uds. al pueblo y al Gobierno de los Estados Unidos, la admiración
sincera que por ellos ha tenido siempre el pueblo dominicano.
De Uds. muy respetuosamente,
(Firmado) Dr. Moisés García Mella.

Licdo. Pedro A. Pérez


Datos Biográficos
El Sr. Pedro A. Pérez, nació en la ciudad de Santa Cruz del Seybo, el día 26 de noviembre
del año 1855.
A los 10 años ingresó en el Colegio del Padre Billini, donde cursó estudios desde el año
1866 al 1872.
Hijo de padres virtuosos, fue educado en los principios de la religión y de la moral
cristianas.
Ha sido varias veces Diputado al Congreso Nacional por la Provincia del Seybo, la
primera vez, a la edad de 22 años. Ha desempeñado cargos en la Judicatura y ejercido la
profesión de Abogado en la Provincia del Seybo por más de 25 años.
Durante algún tiempo desempeñó el cargo de Interventor de Aduana, y más tarde,
Gobernador de San Pedro de Macorís en la Administración del Presidente Heureaux. Fue

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también Subsecretario Encargado de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública en la


misma Administración.
Gobernador de la Provincia del Seybo en la última Administración del Presidente Jimenes,
permaneció en dicho cargo hasta después de la elección del Presidente Henríquez.
Últimamente formó parte de la Honorable Comisión Consultiva, para la elaboración
proyectos de leyes y reformas a la Constitución, conforme al Plan Wilson.
Tales son, a grandes rasgos, los datos biográficos del Sr. Pedro A. Pérez, quien desde muy
joven ha empleado sus mejores energías por el bien de su país, por cuya Independencia y
soberanía trabaja asiduamente, a fin de verla libre de la Intervención Americana.

El Licdo. Pedro A. Pérez


ante la Comisión Senatorial
“Yo no he contado las revoluciones de mi país con los dedos de las manos… tengo el espíritu
enfermo con tantas preguntas inútiles, porque entiendo que a los Estados Unidos no les importa
saber nada de nuestro estado interno anterior, y por tanto, yo, como ciudadano dominicano, protesto
contra la intervención americana en mi país”, dice el Lic. Pedro A. Pérez, miembro de la ex
Junta Consultiva.
A las 11:30 a.m. fue llamado a declarar el prestante hombre público Lic. Don Pedro A.
Pérez y el Notario José Ramón Luna Torres le tomó juramento en la forma siguiente: ¿Jura
Ud. decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad respecto a lo que se le va a
preguntar sobre la Ocupación que ha sido motivo de la investigación por parte del Senado
Americano, y que este hará durante su presente interrogatorio?
Pérez. —Sí, juro.
(El Lic. Pérez se expresa en castellano y traduce al inglés el Sr. L. E. Lavandier).
Knowles. —¿Cómo se llama Ud.?
Pérez. —Pedro A. Pérez.
K. —¿Dónde vive Ud.?
P. —Aquí en la ciudad.
K. —¿De dónde es Ud. nativo?
P. —De la ciudad del Seybo, República Dominicana, Provincia del Seybo.
K. —¿Ha tenido Ud. conexión activa con algún partido político como Jefe?
P. —Pertenezco al partido Unionista, antes Jimenista.
K. —¿Ha vivido Ud. siempre en esta República?
P. —Siempre, sí, señor.
K. —¿Por cuántos años sin interrupción?
P. —Últimamente seis años, después de haber estado en los EE. UU.
K. —¿Cuál es su profesión u ocupación?
P. —Era Abogado en el Seybo; pero ahora no ejerzo.
K. —¿Fue Ud. invitado a formar parte como miembro de la Junta Consultiva?
P. —Sí, señor.
K. —¿Cuál fue el objeto y propósito de la Junta Consultiva?
P. —La Junta Consultiva tenía por objeto conocer de la formación de algunas leyes y
reformas a la Constitución para presentarlas al Gobernador Snowden.
K. —¿Quiénes eran los otros miembros de la Junta Consultiva?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

P. —Éramos siete por todo. Monseñor Doctor Adolfo Alejandro Nouel, Arzobispo de Santo
Domingo, Presidente de la Junta; Lic. Jacinto R. de Castro, Lic. Don Francisco J. Peynado, Don
Federico Velásquez y Hernández, Lic. Rafael Justino Castillo, Presidente de la Suprema Corte de
Justicia, Lic. Don Manuel de Jesús González Marrero y el que lleva la palabra, Pedro A. Pérez.
K. —¿Cuándo fue formada la Junta Consultiva?
P. —Primeramente había una Junta Consultiva, otra Junta Consultiva de la cual no
formaba yo parte; pero que no tenía esas mismas atribuciones. Después la segunda Junta
Consultiva que se formó de siete ciudadanos, habiendo sido la primera de sólo cinco para
obrar conforme al Plan Wilson que publicó el Almirante Snowden, pues este fue quien nos
dio las atribuciones que teníamos.
K. —¿Quién organizó la Junta Consultiva, quién invitó los miembros a formarla?
P. —El Almirante Snowden.
K. —¿Ha seguido la Junta Consultiva actualmente?
K. —No, fue disuelta el 14 de julio por el Almirante Robison.
K. —¿De este año?
P. —Sí, señor, del presente año.
K. —¿No ha habido más sesiones de la Junta desde entonces?
P. —No, quedó disuelta el 14 de julio.
K. —¿Estuvo Ud. en la ciudad durante la Administración del Presidente Jimenes?
P. —No, señor. Yo era Gobernador del Seybo.
K. —¿Estuvo Ud. aquí mientras se reunió el Congreso que nombró al Presidente
Henríquez?
P. —No, estaba en el Seybo.
K. —¿Puede Ud. dar alguna información a la Comisión respecto al nombramiento del
Sr. Henríquez como Presidente?
P. —Fue elegido por el Congreso de la República.
K. —¿Con consentimiento de todos los jefes de partidos?
K. —No, eso fue por autoridad del Congreso Nacional, después de la renuncia del Pre-
sidente Jimenes.
K. —¿Se pusieron de acuerdo todos los Jefes de partidos para esa elección?
P. —Los partidos estaban todos representados por los representantes del Congreso Na-
cional; después de la renuncia del Presidente Jimenes, aceptaron la elección.
K. —¿Fue elegido a unanimidad por el Congreso?
P. —No recuerdo eso; pero obtuvo la mayoría.
K. —¿Estuvo Ud. presente después del nombramiento del Presidente Henríquez?
P. —Sí, señor, y estuve hablando con él varias veces.
E. —¿Como qué tiempo después de la elección del Dr. Henríquez vino Ud. a la Capital?
P. —Casi inmediatamente.
K. —¿Permaneció Ud. algún tiempo aquí?
P. —Dos meses.
K. —El nombramiento del Dr. Henríquez ¿fue según la Constitución del país?
P. —Desde luego, porque el país estaba en completa paz.
K. —Mientras el Dr. Henríquez era Presidente y mientras Ud. estaba en la Capital, ¿hubo
algún desorden de alguna especie?
P. —No, señor.

830
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

K. —¿Hubo algún desorden de alguna especie fuera de la ciudad, del que Ud. tenga
conocimiento?
P. —Yo no recuerdo eso. De eso hace unos cinco o seis años.
K. —¿Era el Presidente Henríquez acogido por el pueblo dominicano?
P. —Según mandato de la Constitución, el pueblo dominicano tenía que aceptarlo porque
había sido nombrado por el Congreso Nacional, que era el representante del pueblo.
K. —¿De acuerdo con la Constitución?
P. —Desde luego, el Presidente Henríquez era un presidente de transición, de acuerdo,
recuerdo yo ahora, con todos los partidos; él vino a sustituir al Presidente Jimenes para
convocar al pueblo a elecciones. Era solamente un Presidente de transición, provisional,
para convocar al pueblo a elecciones.
K. —¿Recuerda Ud. la fecha en que salió de Santo Domingo para regresar a su oficina
del Seybo, más o menos?
P.– El 12 o el 13 de octubre de 1916, no recuerdo bien; pero más o menos.
K. —¿Regresó Ud. en algún tiempo antes del 29 de noviembre a la Capital?
P. —No, yo no quiero mentir. Como de eso hace tanto tiempo, no puedo precisar; pero
me parece que no volví antes de noviembre.
K. —¿Recuerda Ud. si estuvo aquí en la Capital el día de la proclama de la Ocupación?
P. —No estuve.
K. —¿De modo que desde el 1 de agosto al 12 de octubre estuvo Ud. en la ciudad de
Santo Domingo?
P. —Sí, señor, seguramente.
K. —¿Durante ese tiempo el Dr. Henríquez era Presidente?
P. —Sí, señor.
K. —¿Ejercía el cargo de acuerdo con la Constitución?
P. —Sí, señor. De acuerdo con la Constitución.
K. —¿Sin descontento para el pueblo dominicano?
P. —Sí; el Presidente Henríquez ejercía su cargo sin el descontento del pueblo dominica-
no. Todo el mundo estaba contento porque él era un Presidente Provisional; todo el mundo
estaba en expectativa.
K. —¿Durante ese tiempo hubo desórdenes de alguna especie en la ciudad?
P. —Oí decir que habían matado un individuo en Pajarito (Villa Duarte); pero yo no
estaba aquí; pero oí decir que las tropas americanas habían hecho fuego en Pajarito, y que
habían matado un individuo. Yo no recuerdo bien ese hecho.
K. —¿Este fue el único caso de que Ud. oyó hablar hasta el tiempo en que Ud. salió para
el Seybo?
P. —Eso pasó después de estar yo en el Seybo.
Pomerene. —Hace un momento, el Consejero Sr. Knowles, le preguntó si había paz en
la ciudad de Santo Domingo. ¿Cuáles eran las condiciones en el resto del país durante la
Administración del Presidente Henríquez?
P. —El país estaba en un estado un poco convulsivo podríamos decir; pero eso no era
una revolución ni nada parecido contra el Presidente Henríquez, no, sino era consecuencia
directa –podríamos decir– de la caída del Presidente Jimenes con el desconocimiento que
hizo el Ministro de la Guerra, General Desiderio Arias, y el país quedaba en un estado así
como de expectativa.

831
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Pomerene. —¿Ud. habla del país en general o de una parte del país?
P. —Del Cibao.
Mc Cormick. —¿El testigo quiere decir que cuando el Sr. Desiderio Arias vino del Cibao
había disgusto entre Arias y el Presidente?
P. —Desiderio era el Ministro de la Guerra.
Knowles. —El Presidente desea saber, Sr. Pérez, ¿si en el Cibao, durante la Administración
del Presidente Henríquez, continuó la agitación?
P. —No, señor.
Mc Cormick. —(Continuando su pregunta)… que había sido causada por la diferencia
entre Desiderio Arias y el Presidente Jimenes?
P. —No, el Gral. Desiderio Arias se retiró al Cibao y eso coincidió con la invasión de las
tropas americanas, y cuando vino el Presidente Henríquez, él permaneció quieto.
Pomerene. —¿Cuántas revoluciones hubo en Santo Domingo desde que el tratado de 1907
fue ratificado y hasta el tiempo de la Ocupación en la República Dominicana?
P. —Hubo varias.
Mc Cormick. —¿Cuándo salió de su cargo el Presidente Morales y cómo?
P. —Bueno, ya eso es cuestión de historia, que yo no recuerdo, porque tengo la desgracia
de no tener buena memoria y no puedo referirle esos hechos así de modo tan preciso; pero
de 1907 a 1916 hubo algunas revoluciones en el país.
Pomerene. —¿Cuántas revoluciones quiere Ud. decir cuando dice varias desde 1907 hasta
1916, el principio de la Ocupación Americana?
P. —Hubo cuatro o cinco revoluciones.
Pomerene. —¿Qué tiempo duraron esas revoluciones?
P. —Eso yo no lo puedo decir. Duraban tres, cuatro y seis meses, un mes también.
Pomerene. —El Dr. Peynado dijo que una revolución duró once meses, ¿es así?
P. —¿Cuál, precise cuál de ellas?
Pomerene. —La de 1912.
P. —Sí, puede ser.
Pomerene. —¿Qué tiempo duraron las otras revoluciones a que Ud. se refiere?
P. —Ya le he dicho que yo no puedo precisar eso, porque no tengo una memoria muy
feliz; pero hubo la contra al Gral. Bordas, que fue Presidente de la República.
Pomerene. —¿Durante esas revoluciones hubo pleito entre las fuerzas armadas?
P. —¡Ah!, pues, ya lo creo, si eran revoluciones.
Pomerene. —¿Fue derrocado el Gobierno durante esas revoluciones?
P. —Sí, señor.
Pomerene. —¿Con qué frecuencia?
P. —Yo no recuerdo esos detalles.
Pomerene. —¿Como qué número de hombres se ocupaban de parte de la revolución y
de parte del Gobierno cada vez?
P. —Aquí eso no se puede saber tampoco, porque la revolución tiene gente y el Gobierno
tiene la suya también.
Mc Cormick. —¿Un lado u otro reclutaban gente en el Seybo?
P. —Sí, en los campos.
Mc Cormick. —Si el Gobernador del Seybo era amigo del Gobierno de la Capital, ¿qué
medidas tomó para conseguir tropas?

832
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

P. —El Gobernador era la autoridad en el Seybo, y tenía a su disposición las tropas que
el Gobierno le mandaba a reclutar.
Mc Cormick. —¿Podría decir el número?
P. —No, porque eso variaba según las circunstancias, y los Gobernadores tenían derecho de
poner los hombres de los campos bajo las armas y llamarlos a la población, según nuestras leyes.
Mc Cormick. —¿Tienen el derecho de llamar a los hombres del campo a obligarlos a
servir con armas?
P.– Según la Constitución, están obligados a servir a la patria, al Gobierno.
Mc Cormick. —¿Con armas?
P. —El Gobierno las tenía en el parque y armaba los ciudadanos que iban viniendo a la
ciudad.
Mc Cormick. —¿Según la Constitución el Gobierno tenía el derecho de requerir los hom-
bres del campo a venir a tomar las armas en defensa del Gobierno?
P. —Sí, según la ley, aquí en Santo Domingo, porque en Santo Domingo, hay una organi-
zación especial. Aquí siempre ha habido un ejército muy pequeño, y en las poblaciones del
interior existen cuerpos militares que lo componen todos los habitantes del campo de 21 años
para arriba y que la autoridad, según las órdenes que envía el Gobierno, que está obligado a
mantener el orden público, da órdenes a sus Gobernadores para que estos traigan a la ciudad
los hombres que necesitan y los armen para poder reprimir cualquier desorden.
Mc Cormick. —¿Qué medidas tomaban los jefes de la insurrección para oponer a la gente
del Gobierno?
P. —Le peleaban para tumbarlo.
Mc Cormick. —¿De qué medios se valían los jefes revolucionarios para conseguir gente
en el Seybo?
P. —Todos aquellos que estaban descontentos con el Gobierno o con la autoridad, esos
se iban para la revolución.
Mc Cormick. —¿Los jefes de la revolución usaban algunas medidas para inducir a unirse
a la revolución?
P. —Los llamaban, simplemente.
Mc Cormick. —¿Usarían alguna medida de presión con la gente del campo para conse-
guir gente?
P. —Ya yo he dicho que se iban para la revolución aquellos que estaban descontentos
con el Gobierno o que no eran del partido triunfante. Si el partido A. estaba en el poder y el
partido B. estaba caído, esos caídos se iban con gusto donde el jefe de la revolución.
Mc Cormick. —No es necesario repetir la pregunta. Si le hago una pregunta espero una
respuesta directa.
(A las 12:30 p.m. se declaró un receso hasta las 3 p.m.).
(A las 3 p.m. se reanuda el interrogatorio, sirviendo de intérprete el Sr. Julio Senior).
Mc Cormick. —Como se ha puesto cierta atención a la historia de los acontecimientos
en cuanto a la renuncia del Presidente Henríquez, con el permiso de Ud. le haré algunas
preguntas.
P. —Yo deseo decir algo antes como cuestión incidental. Si yo debo encerrarme a contestar
exclusivamente lo que me pregunta la Comisión. Yo deseo saber que si yo, como ciudadano
dominicano, de un país libre e independiente, puedo decir lo que convenga a los intereses
de la República también.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Me. Cormick. —Ud. puede decir lo que quiera decir; pero si se trata de algunas preguntas
sobre ciertos sujetos, si Ud. quiere agregar algo, puede agregarlo después de la contestación
o algo que tenga que decir, aunque no tenga conexión con la pregunta.
Knowles. —Las reuniones tanto en Washington como aquí han tenido bajo base que no
haya ninguna restricción. Puede decirse todo lo que el testigo tenga que decir; pero siempre
al hacérsele una pregunta, y si tiene algo que agregar, puede hacerlo.
P. —Desde luego, con libertad e inmunidad.
K. —Las preguntas se le hacen de acuerdo con los acontecimientos, para poder formar
mejor concepto de las cosas.
Mc Cormick. —¿Cuánto tiempo antes de la elección del Presidente Jimenes fueron elegidas
la Cámara de Diputados y el Senado?
P. —Yo no tengo una memoria exacta de los acontecimientos del país para responder cabal-
mente; pero es una cosa que la conoce todo el mundo. Se nombró al Presidente Jimenes y conjun-
tamente se nombró el Poder Legislativo que correspondía a esa situación, simultáneamente.
Mc Cormick. —Entiendo que el mismo Colegio Electoral que eligió al Presidente Jimenes
fue el mismo que eligió a los Senadores y Diputados de ese período.
P. —Era un Gobierno Constitucional.
Mc Cormick. —¿El Presidente del Senado y el Presidente de la Cámara de Diputados
también fueron elegidos de allí?
P. —Naturalmente, el Senado elige su Presidente y la Cámara de Diputados elige el suyo
y las dos cámaras conjuntamente forman el Congreso Nacional.
Mc Cormick. —¿La elección del Presidente del Senado y el Presidente de la Cámara de Di-
putados necesariamente han debido seguir después de la elección del Presidente Jimenes?
P. —En el país, según la Constitución, en la fecha del 27 de febrero, o después, según la
época en que el Presidente tomaba posesión de su cargo; hay dos cámaras, una de Diputa-
dos y otra de Senadores y cada cámara nombra su Presidente; el Senado, el Presidente del
Senado y la Cámara de Diputados el Presidente de la Cámara de Diputados.
Mc Cormick. —¿Quiénes fueron los Presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados?
P. —Hubo varios, porque el Presidente de la Cámara se nombra por un período, creo
que por un año.
Mc Cormick. —En el momento en que el Presidente Jimenes, en ese período de 1914,
¿cuando fue elegido Presidente del Senado y de la Cámara?
P. —No recuerdo bien ahora. Eso está en la Gaceta Oficial.
Mc Cormick. —¿Cuántos días transcurrieron entre la formal elección del Presidente
Jimenes y el día en que tomó juramento?
P. —Yo no recuerdo exactamente; pero creo que el Presidente Jimenes fue electo a fines del
año, por noviembre de 1914 y tomó posesión de la Presidencia el 27 de febrero de 1915.
Mc Cormick. —¿Cuándo fue la primera vez que Ud. oyó hablar de la acusación contra
el Presidente Jimenes?
P. —Me parece que en abril de 1916; de marzo a abril de 1916.
Mc Cormick. —¿Cuándo fue que primeramente oyó Ud. de las divergencias del Presi-
dente y Desiderio Arias?
P. —En ese año de 1916, a principios.
Mc Cormick. —¿Cuándo fue que el Presidente Jimenes trató de remover a los hermanos
Jimenes, Comandante de Armas de la fuerza de aquí?

834
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

P. —Yo precisamente no estoy al corriente sino en términos generales, porque yo no


residía en la Capital sino en la Provincia del Seybo; pero, según mis vagos recuerdos, eso
fue por esa misma época de la defección del Ministro de la Guerra, a principios de 1916,
por marzo o febrero.
Mc Cormick. —¿Cuándo renunció el Presidente Jimenes?
P. —En mayo de 1916.
Mc Cormick. —Se le agradece a Ud. por su atención. Yo no tengo más preguntas qué
hacerle. No sé si alguno de los otros miembros tiene algo qué preguntarle.
P. —Después, cuando se termine el interrogatorio yo deseo declarar lo que tengo que decir.
Pomerene. —¿Vivió Ud. toda su vida en la República?
P. —Sí, señor.
Pomerene. —¿Ud. está al corriente de la Historia de la República?
P. —En general, sí.
Pomerene. —He sido avisado que en los últimos catorce años han habido diez y seis
revoluciones en la República. ¿Eso es verdad?
P. —Yo no las he contado con los dedos de las manos; pero ha habido varias. En todos
los países del mundo hay revoluciones.
Pomerene. —¿Si Ud. puede dar a la Comisión su mejor juicio sobre el número de revo-
luciones durante los últimos catorce años?
P. —Dije esta mañana que no sabía; pero han habido varias.
Pomerene. —¿En esas revoluciones que Ud. recuerde, ha habido conflicto armado entre
las fuerzas opuestas?
P. —Desde luego.
Pomerene. —¿Cuántos hombres se han muerto como resultado de esas revoluciones?
P. —Eso no lo puedo yo saber.
Pomerene. —¿Cuánto tiempo, durante los últimos cuarenta años fue el Gobierno tumbado
por consecuencia de revoluciones?
P. —Varias veces.
Pomerene. —¿Cuántas veces triunfó el Gobierno sobre la Revolución?
P. —Algunas veces triunfaba el Gobierno sobre la revolución y otras veces la revolución
triunfaba contra el Gobierno.
Pomerene. —Esta mañana el Presidente preguntó a Ud. cómo fueron reclutadas las fuerzas
de la revolución. El quiere continuar sobre este punto algunas preguntas. ¿Cómo pudo la
revolución obtener sus suministros, comida, caballos, etc., etc.?
P. —Yo contesté esta mañana sobre este punto, dije la forma en que se hacían las revo-
luciones.
Pomerene. —Esta mañana fue sobre cómo reclutaban los hombres; ahora la pregunta es
sobre cómo adquirían los suministros, es decir, suministros militares y las comidas.
P. —Yo no quiero, como testigo, seguir declarando en este orden de testimonio. Esas preguntas
están enfermándome a mi espíritu.
Pomerene. —¿Por qué razón?
P. —Porque yo creo que esa es una cuestión muy secundaria. No importa a los Estados
Unidos saberlo. Eso era cuestión de la República Dominicana, que era un país, independiente y
soberano.
Pomerene. —Si esa es su contestación, se trata de obtener la información por otra parte.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

P. —Yo quiero decir algo si me lo permite, si tengo completa libertad como testigo.
Pomerene. —Ud. puede hacer su declaración.
P. —Yo, como ciudadano dominicano, protesto contra la intervención de los Estados Unidos, porque
los Estados Unidos y la República Dominicana eran y son amigos. La República Dominicana no
había dado ningún motivo a los Estados Unidos para ejercer la acción opresiva que se llevó a
cabo, que yo, como hombre y como ciudadano de un país libre no he podido concebir todavía,
ni lo podré concebir jamás, que un país tan adelantado y tan democrático, haya podido inva-
dir con tropas un país soberano como era la República Dominicana; que se nos haya tratado
como si fuéramos negros del Congo, que nosotros éramos amigos de los Estados Unidos, que
hubiéramos ido en ayuda de ellos cuando la guerra mundial contra Alemania; que, en con-
clusión, yo protesto contra la invasión americana y que yo creo que el mejor servicio que los
Honorables Senadores que están presentes podrían prestar a la causa de la civilización sería
llevar al Senado de los Estados Unidos la necesidad en que están ellos, los Estados Unidos, de
evacuar la República Dominicana; que nosotros éramos más felices en nuestro estado anterior
que en el actual estado; que la República Dominicana administrativamente está perdida, que noso-
tros no sabemos a dónde va ni de dónde vienen los dineros de la Nación; que la Provincia del Seybo,
a la cual yo pertenezco, está desvastada por el estado de gavillerismo que allí nunca había habido sino
después de la llegada de los americanos. En resumen: la intervención americana, es un crimen contra
la soberanía de la República. No tengo más nada qué decir.
Mc Cormick. —Muchas gracias.

Licdo. Enrique Henríquez


Nació en la ciudad de Santo Domingo, el 30 de noviembre de 1859, y es hijo de Don Ildefon-
so Henríquez y de Doña Belén Alfau. Hizo sus primeros estudios en esta Capital hasta graduarse
de Licenciado en Derecho a la edad de 27 años. Desde muy joven se interesó en las cuestiones
políticas del país, y en 1885 el Presidente Alejandro Woss y Gil, apreciando la excepcional
mentalidad del Licdo. Henríquez, lo nombró su Secretario Particular. Al año siguiente, 1886,
la Provincia Capital le dio sus sufragios eligiéndolo Diputado al Congreso Nacional. En 1889
fue Cónsul Dominicano en New York. En 1892 volvió a ser Diputado al Congreso Nacional por
la Provincia de Santo Domingo. El Gral. Ulises Heureaux, que fue acaso el hombre que mejor
supo apreciar las dotes políticas y la sagacidad diplomática del Licdo. Enrique Henríquez,
le confió en 1893 la cartera de Relaciones Exteriores en su Gabinete. En el año 1897 volvió a
formar parte del Gabinete del Presidente Heureaux hasta la caída de este en 1899.
En el Gobierno Provisional que se formó en 1903, el Licdo. Henríquez fue nombrado
Ministro de Justicia e Instrucción Pública; pero él no aceptó el cargo. Periodista, diputado y
miembro del Ejecutivo Nacional, abogó siempre por la absoluta liberación de los derechos de
exportación de los frutos del suelo y productos de la industria dominicanos. Siendo Ministro
de Relaciones Exteriores fue quien, en una serie de conferencias celebradas con el Enviado
Extraordinario del Gobierno francés, Mr. Pichon, consiguió restablecer las relaciones diplomá-
ticas de la República con Francia, rotas a consecuencia de distintas reclamaciones entabladas
por aquel Gobierno. En 1908 se ausentó del país y permaneció en New York hasta el año 1914
atendiendo a la educación que recibían sus hijos en los colegios de los Estados Unidos.
De regreso a la República, el Licdo. Henríquez, si bien no ha tomado participación activa
en las luchas políticas, ha puesto todo su desinteresado concurso en conseguir armonizar los

836
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

distintos intereses partidaristas, contribuyendo poderosamente, con su influencia y profundo


conocimiento de las cosas, a la elección del Dr. Henríquez y Carvajal para la Presidencia
interina de la República en 1916.
Desde entonces, todas sus actividades están consagradas a la causa de la independencia
nacional para libertarla de este estado de sojuzgamiento en que la mantiene la ocupación
americana, y la mayor parte de tiempo que distrae de su reputada oficina de Abogado, la
dedica a la lucha por la reintegración de los derechos de la República.
El Licdo. Enrique Henríquez ha publicado una gran cantidad de trabajos literarios y
tiene en preparación algunos libros que verán la luz pública próximamente.

Importantes declaraciones hechas por ante la Comisión Senatorial


por el Licenciado Enrique Henríquez
“Soy ciudadano libre de la República Dominicana”, dice el eminente abogado Don Enrique
Henríquez al ser cuestionado.
Después de prestar juramento, el interrogatorio hecho al Lic. Enrique Henríquez se
desenvolvió del siguiente modo:
Knowles. —Dr. Henríquez: tenga la bondad de decir su nombre completo.
Henríquez. —Enrique Henríquez.
K. —¿Su edad?
H. —62 años.
K. —¿Su profesión?
H. —Abogado.
K. —¿Cuánto tiempo ha ejercido usted su profesión?
H. —Treinta años, poco más o menos.
K. —¿Es usted graduado en derecho?
H. —Sí, señor.
K. —¿De cuál Universidad?
H. —De la Universidad de Santo Domingo.
K. —¿De cuál país es usted nativo?
H. —De la República Dominicana.
K. —¿Dónde nació usted?
H. —En esta ciudad de Santo Domingo.
K. —¿Ha vivido siempre en esta ciudad?
H. —No, señor; he pasado seis años residiendo continuamente en la ciudad de New
York, E. U. de N. A.
K. —¿Cuánto tiempo hace de eso?
H. —Estuve residiendo en los Estados Unidos desde el año 1908 hasta el año 1914.
K. —¿En qué mes del año 1914 volvió usted a su país?
H. —En el mes de diciembre.
K. —¿Estaba usted en New York atendiendo asuntos profesionales o en negocios?
H. —No, señor. Yo residía en New York atendiendo a la educación de mis hijos.
K. —¿Ha estado usted en esta ciudad desde entonces?
H. —Sí, señor.
K. —¿Conoce usted todos los acontecimientos relacionados con la Ocupación Militar?

837
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

H. —Creo que los conozco perfectamente bien.


K. —¿Quiere usted dar, para ilustración del Comité, informes acerca de los acontecimien-
tos que se desarrollaron en el país, empezando, si usted desea, con algunos puntos referentes
al período del Presidente Jimenes así como de otros acontecimientos que en su opinión se
relacionen con lo que está investigando la Comisión Senatorial?
H. —Yo estoy dispuesto a contestar, una por una, todas las cuestiones que se me pro-
pongan y preferiría que estas se refieran a lo que yo considero la parte esencial del caso
dominicano, por ser esa parte esencial lo que interesa igualmente a la honra del pueblo de
los Estados Unidos –maestro de libertad y de humanidad– y a la libertad del sojuzgado
pueblo dominicano.
K. —En una declaración oficial hecha por mediación del Departamento de Marina en
fecha 5 de agosto de este año dirigida a este Comité Senatorial, se afirma que después de la
elección de Jimenes, aunque el país estaba en un período de calma comparativamente, los
elementos de desorganización estaban sin embargo esperando oportunidad favorable para
manifestarse. Que en abril de 1916, el Gral. Desiderio Arias, Secretario de Guerra, dio un
golpe de Estado, depuso al Presidente Jimenes y se hizo cargo del Poder Ejecutivo. En ese
instante el Gobierno de los Estados Unidos intervino, con el consentimiento del Presidente
legítimo, aunque depuesto, desembarcando sus tropas el 5 de mayo de 1916, las cuales pa-
cificaron la Capital de Santo Domingo. Yo deseo preguntar a Ud., para que declare ante esta
Comisión, si las afirmaciones contenidas en esa declaración resumen la verdad.
H. —En primer lugar, debo observar que esas afirmaciones encierran, en su parte inicial
y abstracta, una acusación contra la dignidad moral del pueblo dominicano; y yo, ciudadano
libre de la República Dominicana, comienzo por protestar contra la imputación calumniosa
que encierra la primera de esas afirmaciones. Y voy a explicar mi criterio a ese respecto. El
pueblo dominicano…
K. —(Interrumpiendo). Quiero preguntar a usted, pues olvidé hacerlo al principio, si
usted representa alguna sociedad u organización de la República Dominicana.
H. —Yo soy Vicepresidente de la Unión Nacional Dominicana. Aquí están (depositando un
impreso) su credo y la nómina de los miembros que componen esa asociación patriótica en
esta ciudad de Santo Domingo. Es una Hermandad Nacional que se ha constituido, hace más
o menos dos años, para laborar por la reintegración del pueblo dominicano; de este pueblo
que desde hace tiempo viene siendo objeto de la calumniosa imputación de ser un pueblo
convulsivo. El pueblo dominicano tiene la honra, en realidad, de haber sido un pueblo con-
vulsivo o rebelde a la manera que lo fue Guillermo Tell. Eso ha sido el pueblo dominicano:
un Guillermo Tell, compelido a disparar sobre la cabeza de cada una de sus generaciones por
una sucesión de tiranías. Así, pues, nuestras guerras civiles son la más alta significación de
la dignidad cívica del pueblo dominicano. El pueblo que no sepa rebelarse contra la tiranía
por una legitima apelación a las armas, cuando no tenga otros medios de vencer las tiranías,
será un pueblo abyecto. Estas consideraciones, por lo tanto, no me permiten entender que
la guerra civil que en la República Dominicana ha tenido o ha reconocido esa justa causa,
haya podido ser motivo de que las armas de un pueblo libre, como lo es el pueblo americano,
hayan intervenido en el infortunio del pueblo dominicano. Ahora bien, contestando al caso
concreto de cuál era la situación de la República Dominicana en la época a que se refiere ese
cargo, establezco este hecho: cuando desembarcaron las tropas americanas que sirvieron de
contingente inicial a esta Ocupación militar del territorio dominicano…

838
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Sen. Pomerene. —(Interrumpiendo) ¿Pude entender que usted dijo que estaba aquí cuando
desembarcaron las fuerzas americanas?
H. —Sí, señor.– (Prosiguiendo). Yo decía que el territorio dominicano era escenario de
este acontecimiento político (el periódico local Listín Diario lo hizo público en su edición del
día 8 de mayo): la ruptura de las hostilidades entre las fuerzas de guarnición de la plaza de
Santo Domingo y las fuerzas que formaban la custodia del Presidente Jimenes; pero ya
había tenido lugar, tres o cuatro días antes, el desembarco inicial de los marinos americanos.
Yo quiero explicar, para que se distinga claramente, que cuando se inició el desembarco de
las fuerzas que constituyen el ejército de esta ocupación militar del territorio dominicano el
estado político del país se podía identificar de este modo: un estado de pacífica acusación
del Presidente Jimenes; mejor dicho, de regular acusación del Presidente Jimenes. Quiero
decir que existía un estado de regular y pacífica acusación del Presidente Jimenes. Esa acu-
sación era, pues, un recurso constitucional que se tramitaba también constitucionalmente.
En tales condiciones fue iniciado el desembarco de las tropas que constituyen la actual ocu-
pación militar americana; y quiero decir además, que la guerra civil sobrevino tres o cuatro
días después que esas fuerzas americanas fueran desembarcadas en el territorio dominicano. (Breve
pausa). Si acaso falta algo a mi declaración sobre ese particular que pueda servir de mejor
información a los Honorables Senadores que forman la Comisión, yo puedo agregarlo.
(Continuando) En realidad, pues, no había ningún peligro para la vida ni para la propie-
dad de las personas cuando se inició el desembarco de las tropas americanas. Pero insisto
en decir que el pueblo americano no tenía el derecho ni, a mi leal entender, la intención de
intervenir en los negocios internos de la República Dominicana; ni había en este caso, tam-
poco, un aceptable motivo de intervención, y en la hipótesis de que exista algún motivo,
en derecho, que justifique intervención alguna. Expreso de este modo mi opinión, como
profesor de derecho y hombre de principios, negando que haya derecho a la intervención
cuando esta no se funde en alguna regla contractual. Pues de otro modo causa ofensa a las
sanas normas que rigen a los estados independientes en sus recíprocas relaciones. Pero es
el hecho que el primer contingente de tropas americanas fue desembarcado bajo el pretexto de ser
destinado a fines pacíficos, con el único objeto de custodiar la Legación Americana. Alegando tal
pretexto, el Capitán Crosley, de la Marina Americana, previno al Senado y a la Cámara de
Diputados de la República Dominicana de este modo: “Señores, tengan la amabilidad de
comunicar lo siguiente a todos los ciudadanos: si se hace necesario desembarcar tropas, por
la presente solemnemente prevenimos que cualquier acto hostil contra las tropas americanas
determinará una seria acción de dichas tropas. Si las tropas desembarcan, su destinación,
que será pacífica, será para la Legación Americana. Un disparo de fusil determinará severa
acción como consecuencia”. Esta carta data del 3 de mayo de 1916.
Sen. Pomerene. —¿Dónde consiguió usted la copia de esa carta?
H. —La tomé del periódico local Listín Diario. Yo puedo ofrecerle a la Comisión una co-
lección de dicho periódico. (Entregando unos escritos). Pero antes de depositar esta evidencia,
llamo la atención de los Honorables miembros de esta Comisión Senatorial sobre este hecho:
que la notificación del Capitán Crosley contenía esta otra parte harto significativa: “Todo
acto posterior de las tropas americanas será determinado por lo que ocurra después de su
desembarco”. Conociendo acaso el Capitán Crosley que el pueblo dominicano ha sabido
vivir y morir respetuosamente por su libertad, parece que soñó con la posibilidad de que
el pueblo dominicano concurriera esta vez a una guerra contra las armas americanas en

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

momentos en que, más astuto que el Capitán Crosley, el pueblo dominicano sabía que no
debía entrar en una guerra semejante que no era obra legítima de la voluntad del noble y
magno pueblo americano. Por esa razón, desde aquel momento y a pesar de que el pueblo
dominicano ha tenido, gracias a su amor a la libertad, una constante y ardiente vocación
por las armas, se acogió a esta actitud pacífica en que lo encuentra todavía la Honorable
Comisión Senatorial, después de cinco años de haber estado sufriendo toda clase de errores
y de horrores cometidos por esta ocupación militar americana.
Sen. Pomerene. —¿Estaba en sesión el Congreso Dominicano cuando fue publicada esa
noticia? ¿Dieron alguna contestación?
H. —Yo ignoro si dieron alguna contestación. Pero me parece recordar que se contestó
insinuando la innecesidad…
Sen. Pomerene. —(Interrumpiendo). El Congreso sólo puede obrar por declaración formal.
¿Fue hecho algo?
H. —Yo no puedo afirmar. Pero si se contestó fue por medio de una nota. (Pausa). Después
de depositar esta evidencia, que llamo n.o 1, voy a depositar ahora la que llamo n.o 2. Esta evi-
dencia n.o 2, que tiene fecha 15 de mayo de 1916, sirve de prueba para establecer que las fuerzas
que el día 4 de mayo fueron desembarcadas con fines pacíficos bajo las órdenes del Capitán Crosley, so
pretexto de custodiar la Legación Americana, ya el día 15 de mayo se habían adueñado de la ciudad de Santo
Domingo. (Leyendo) “Santo Domingo, R.D., 15 de mayo de 1916. A sus Excelencias Mario Fermín
Cabral, Presidente del Senado y Luis Bernard, Presidente de la Cámara de Diputados. Santo
Domingo. Señores: Esta ciudad ha sido ocupada militarmente por fuerzas norteamericanas. Al
tomar esta decisión, tenemos el sincero propósito de garantizar una libre e imparcial actuación de las
Cámaras para la elección del nuevo Presidente de la República. Debido a la situación anormal que de
momento crean las presentes circunstancias, suplicamos a ustedes no convocar a sesión por dos o
tres días, hasta que la ciudad recobre su aspecto normal”. (Suscriben la precedente comunicación
el Ministro Americano William W. Russell y el Contralmirante W. B. Caperton.
(En el público se produce una ligera perturbación con la explosión inesperada de un
flash-light disparado por un fotógrafo).
Esta que presento ahora es la evidencia n.o 3. Dice así: “Santo Domingo, mayo 18 de 1916.
Honorables M. F. Cabral, Presidente del Senado y Luis Bernard, Presidente de la Cámara de
Diputados de la República Dominicana. Ciudad. Caballeros: Refiriéndonos a nuestra comu-
nicación a ustedes del 15 del corriente y en vista del hecho de que el proceso observado por
el Congreso para la elección de un Presidente interino hasta el momento de la ocupación
de la ciudad por las fuerzas militares americanas fue desarrollado en la presencia y bajo la
influencia de una fuerza militar revolucionaria que dominaba la ciudad, y que los jefes de
esas fuerzas estaban personalmente interesados en el resultado de la elección; y en vista del
actual estado de revuelta de otras regiones de la República, y en vista de la continuada actitud
rebelde de los generales antes citados, contra el Gobierno constituido; y en vista del hecho
de que la elección de un Presidente de la República, durante la continuación del presente
estado revolucionario en toda la República, amenazará ciertamente la vida y la propiedad
de nacionales y extranjeros, una situación que como se ha públicamente anunciado el Go-
bierno Americano no tolerará, se aconseja a ustedes que la elección por el Congreso de un
Presidente de la República sea diferida por el momento, hasta que el estado de revolución
que ahora existe sea suficientemente mejorado para permitir que se haga una elección sin
la posibilidad de precipitar una condición que necesitaría acción agresiva de parte de las

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

fuerzas que están en Santo Domingo, acción que muy particularmente se desea evitar. De
ustedes con todo respeto, William W. Russell, Ministro Americano, W. B. Caperton, Contral-
mirante de la Armada Americana”.
K. —¿Sabe usted si en ese tiempo o inmediatamente antes de haber trasmitido esa co-
municación había algún desorden o disturbio revolucionario en el país?
H. —Yo me alegro de la pregunta. Desde el momento de la acusación del Presidente
Jimenes, y hasta un tiempo después de la ocupación de la ciudad por las tropas americanas,
la ciudad de Santo Domingo estuvo sin luz de noche y sin policía, sin ninguna policía; y, no
obstante, no se registró en todo ese lapso –desde el 1º. de mayo hasta el 15 de junio– un solo
acto que fuera una contravención del orden público. No hay ningún otro pueblo de la tierra
que hubiera dado el espectáculo que dio en esos días el pueblo dominicano, puesto que sin luz
y sin policía durante mes y medio, no se registró ni siquiera un escándalo de simple policía,
ni siquiera una disputa de palabras en las calles. Sobre la evidencia n.o 3, yo quiero decir lo
siguiente: esa nota del Ministro Russell y del Contralmirante Caperton permiten suponer que
el General Arias o algún otro hombre que tuviera bajo su control alguna fuerza pública ejercía
alguna influencia en la elección que las Cámaras estaban practicando libremente. Respecto de
eso y para acreditar la verdad de que las elecciones se practicaban libremente, yo tengo que
descifrar que el Dr. Báez, que era un candidato que podía tener derecho y tenía derecho a la
estimación pública por sus altas virtudes como ciudadano, fue sin embargo vencido por otro
candidato que precisamente era un candidato de oposición. De manera que si el General Arias
tuvo algún control en las Cámaras, el resultado de la actuación de las Cámaras demuestra que
el General Arias no lo estaba ejerciendo, puesto que su candidato fue derrotado.
Sen. Pomerene. —¿El General Arias era todavía Secretario de Guerra?
H. —Sí, señor.
Knowles. —¿El general Arias era un miembro del Gabinete desde el principio hasta el
fin de la Administración del Sr. Jimenes?
H. —Sí, señor. Esta evidencia n.o 4 que yo presento (depositando unos escritos), fechada a 5
de junio de 1916, prueba que la Convención Domínico-Americana fue violada y permanece
aún violada, puesto que la Receptoría General establecida por dicha Convención no tenía
derecho de asumir la recaudación de todas las rentas fiscales. (Despoja de su vademécum la
evidencia n.o 5). Esta que ahora deposito es la evidencia que yo llamo n.o 5. Ella prueba que las
fuerzas interventoras trataron de imponer al Gobierno Dominicano un Tratado, negándole
las rentas fiscales que le correspondían y las cuales necesitaba para subvenir a sus gastos
legales. En esta evidencia hay una declaración pública hecha por Mr. Baxter, Receptor General
de las Aduanas dominicanas, que dice así: “De acuerdo con instrucciones de Washington y
avisos suplementarios trasmitido por Conducto del Ministro Americano en Santo Domingo,
la Receptoría General no hará más desembolso de fondos por cuenta del Gobierno, bajo con-
trol de la Hacienda Pública Dominicana establecido el 16 de junio de 1916. Esta cesación de
pago continuará hasta que se llegue a un completo entendido respecto de la interpretación
de ciertos artículos de la Convención Américo-Dominicana de 1907, interpretación sobre
la cual ha insistido el Gobierno de los Estados Unidos y de la cual tiene conocimiento el
Gobierno Dominicano desde el mes de noviembre último; o hasta que el actual Gobierno
sea reconocido por los Estados Unidos”.
Knowles. —Refiriéndome a su declaración de que las tropas americanas fueron desem-
barcadas en una época en que el país dominicano estaba en completa paz y orden, ¿cuál

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fue la idea de usted y qué hizo el pueblo dominicano con respecto a la significación del
desembarco de tales fuerzas?
H. —Yo entiendo que el desembarco de las fuerzas americanas no ha constituido un
verdadero estado de guerra entre el pueblo americano y el pueblo dominicano, porque en-
tiendo que para que existiera una guerra entre ambos pueblos –guerra que sería repugnada
por la nobleza de las armas americanas y por la grandeza histórica del pueblo americano,
en vista de la falta absoluta de motivo que la justificara– sería necesario que ese estado de
guerra fuera formalmente declarado por el órgano institucional que existe en los Estados
Unidos para declarar la guerra entre aquel pueblo y cualquiera otro pueblo. De modo, pues,
que no ha habido un regular estado de guerra. Tampoco podría haberlo, porque existe una
Convención en que los Estados Unidos son una de las partes signatarias –me refiero a una
de las convenciones de la Segunda Conferencia de La Haya–, que establece reglas de estricta
lealtad para hacer la guerra, sujetándola a una previa declaración antes de toda hostilidad o
a una notificación que se llama ultimátum,. Por tales razones, no existe a mi juicio un estado
de guerra entre ambos pueblos. Tampoco podría haberlo de parte de los Estados Unidos,
porque el pueblo dominicano no ha causado nunca ofensa alguna ni al honor ni a ningún
legítimo interés del noble pueblo americano. (Pausa). Si la Honorable Comisión no tiene
ningún punto sobre el cual interrogarme, voy a concluir. Yo he oído ayer que la Honorable
Comisión que actúa en esta audiencia ha interrogado a varios testigos acerca de cuál sería
el modo más propio para que se preparara la desocupación del territorio dominicano por
parte de los Estados Unidos.
Sen. Pomerene. —Yo tendré especial gusto en oír su palabra con respecto de ese mismo
asunto; es decir, de cómo y cuándo desea usted que las fuerzas americanas se retiren de
Santo Domingo.
H. —Acerca de ese particular, yo declaro que no puede haber ningún americano,
sinceramente amante de la gloriosa historia de los Estados Unidos y de la clásica probi-
dad tradicional de los Estados Unidos, que al pensar en un modo cualquiera para poner
cese a esta ocupación militar no se decida por aquella que sea más franca, más sincera,
más efectiva, inequívoca y justiciera rectificación; y también declaro que cualquier
dominicano que dijera que el pueblo dominicano desea cualquiera solución que no sea
significativa de una inequívoca, sincera, efectiva y justiciera retractación que devuelva
al pueblo dominicano al libre y pleno ejercicio de su soberanía –si hubiere un sólo do-
minicano que tal dijera o creyere–, ese no estaría interpretando el corazón dominicano
o estaría engañando a los que le escucharan. Después de hacer esta declaración en mi
doble calidad de ciudadano libre de la República Dominicana y de Vicepresidente de la
Unión Nacional Dominicana, yo protesto contra la Ocupación del territorio dominicano por
fuerzas americanas, por ser esa ocupación un acto atentatorio y despojatorio. Protesto,
además, contra todos los actos atentatorios y despojatorios que subsecuentemente han
sido consumados por las fuerzas de ocupación; y protesto singularmente, contra este
acto despojatorio: el usurpado ejercicio de la función legislativa del Estado Dominica-
no, que ha constituido un doloroso despojo de la legislación dominicana. Y finalmente,
también protesto de manera singular contra la violación o violaciones de la Convención
Domínico-Americana, en su cláusula III, cometidas por el régimen interventor mediante
la contratación de nuevas deudas públicas y mediante la reforma de los aranceles adua-
neros. He terminado.

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Licdo. Arturo Logroño


Es, sin duda alguna, la más joven personalidad político-literaria de la República. Cuenta,
apenas, veinte y ocho años de edad, y ya ha ocupado posiciones de verdadera prominencia
por sobre todas las cuales ha pasado con severa dignidad y cordial sonrisa.
Maestro de escuela, licenciado en Farmacia y en Derecho, Regidor del Ilustre Ayuntamiento
de la Capital, secretario del Presidente de la República, secretario de la Comisión Nacional de
Legislación, periodista de formidable pluma batalladora, Redactor en Jefe y editorialista del
Listín Diario, Redactor de La Cuna de América, Abogado distinguido que honra el Foro Nacional,
historiador cuyo libro es el texto oficial en nuestras escuelas, orador de resonante verbo y encanta-
dora palabra, esta juvenil personalidad, muy popular ya en toda la República, está naturalmente
destinada a jugar brillante papel en nuestras luchas políticas y sociales del mañana.
Perteneció al partido jimenista; actualmente no tiene filiación política alguna y, siendo
un ferviente devoto del ideal puramente nacionalista, inscrito en el núcleo de los radicales,
no ha cesado durante una sola hora del interminable lustro, de fustigar con el verbo y con
la pluma la Ocupación Militar de la República.
Compareció como declarante ante la Comisión Senatorial.

Frente a la Comisión de Senadores norteamericana,


declaraciones sensacionales del Licdo. Arturo Logroño
Notario Luna. —¿Jura Ud. decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad,
sobre lo que se le va a preguntar: sobre los asuntos relativos a la intervención americana que
investiga la Comisión del Senado Americano?
Lic. Logroño. —¿Qué dice?
Intérprete Peynado. —¿Que si jura Ud. decir la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad sobre lo que se le va a preguntar y que tiene encargo la Comisión Senatorial ameri-
cana de investigar?
Logroño. —Aunque en Santo Domingo, los Senadores no tienen ninguna calidad oficial
para exigirme juramento, yo, en interés de mi país y en interés del buen resultado de la
gestión de justicia que les está encomendada, prestaré juramento.
Sen. Mc Cormick. —La Comisión no le obliga a jurar, sino que es un deseo particular que
tengo de que preste su declaración bajo juramento ante un Notario Público de su país. Ya la
Comisión ha declarado que no tiene jurisdicción en los asuntos dominicanos.
Logroño. —Presto, pues, el juramento que la Comisión desea.
Knowles. —¿Cuál es su nombre entero?
L. —Arturo Logroño.
K. —¿Dónde vive Ud.?
L. —En la ciudad de Santo Domingo.
K. —¿Dónde nació Ud.?
L. —Aquí mismo.
K. —¿Cuál es su profesión?
L. —Abogado.
K. —¿Tiene Ud. algún interés directo o alguna relación o como jefe de partido político
aquí?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

L. —En mi calidad de Secretario que fui del Presidente Jimenes, tengo interés en es-
clarecer algunas circunstancias que el interés ha oscurecido presentándolas extrañas a la
verdad, a la vez que expresar el sentimiento que a un ciudadano libre de un país libre le ha
causado la situación porque atraviesa su patria actualmente; en esa virtud, yo deseo que
la Hon. Comisión del Senado de los Estados Unidos me haga, en interés de la verdad y la
justicia, las preguntas que crea convenientes en conexión con los últimos días del Gobierno
del Presidente Jimenes o de cualquiera otra época de nuestra historia política.
Mc Cormick. —Muy bien, gracias.
K. —Sr. Logroño, ¿cuáles fueron sus conexiones con el Presidente Jimenes?
L. —Yo era Secretario del Presidente Jimenes desde dos años antes de ser Presidente de la Re-
pública, y continué siéndolo aun después de haber dejado de ser Presidente de la República.
K. —¿En qué fecha fue que el Sr. Jimenes juró la presidencia de la República?
L. —Las elecciones se realizaron en el mes de octubre de 1914, y el Presidente Jimenes fue
proclamado por el Congreso Nacional en la tarde del día 4 de diciembre de ese mismo año;
en la mañana siguiente, día 5, juró la Presidencia y tomó posesión de ese alto cargo, para el
cual había sido elegido libremente por la voluntad de los dominicanos en unas elecciones
que el Secretario de Estado Hon. Bryan calificó, alborozado, de “muy legales y de augurio
feliz para la República Dominicana y sus relaciones con los Estados Unidos”.
K. —¿Cuánto tiempo fue Presidente el Sr. Jimenes?
L. —Un año y cinco meses.
K. —¿Cuál era la condición general respecto al orden durante la administración del
Presidente Jimenes?
L. —La absoluta paz. Al principio, en los primeros días del Gobierno, hubo pequeños
disturbios que nunca llegaron a ser choque armado, sino una consecuencia del cambio de
autoridades militares. Estas dificultades las sorteó con éxito el Gobierno, y no hubo inte-
rrupción de la paz hasta los sucesos de mayo de 1916.
K. —¿Podrá Ud., a su manera, declarar sin reserva alguna a los Miembros de la Comisión
los sucesos que llevaron al fin la administración del Sr. Jimenes?
L. —Ciertamente, y aprovecho esta oportunidad para hacer notar que si bien entre el Se-
cretario de la Guerra, General Arias, y el Presidente de la República había un malentendido
en relación a un nombramiento militar en la Guardia Republicana, ese malentendido no había
llegado a ser un choque de guerra, sino después del desembarco de los marinos americanos.
El presidente Jimenes depuso, sustituyó al Gral. Arias porque no obedecía sus órdenes en el
sentido de poner de Jefe de la Guardia Republicana al General Pérez Sosa, quien era Gober-
nador de la Provincia de San Francisco de Macorís, sustituyendo al General Cesáreo Jimenes,
quien era hermano del Comandante de Armas, Gral. Mauricio Jimenes. El desacuerdo entre el
Presidente de la República y el Secretario de la Guerra no hubiera nunca llegado a culminar en
guerra por cuanto especialmente había muchas personas interesadas en evitar que continuara la
fricción. Entiendo que si una mediación influyente, poderosa, como por ejemplo, la del Sr. Mi-
nistro de los Estados Unidos, hubiera intervenido en el sentido de evitar un choque sangriento,
siquiera con la más pequeña presión moral, el choque se habría evitado. El día 3 de mayo, el
Capitán Crosley, Capitán del Transporte Prayrie, anunció en la prensa, con una proclama, que
si era necesario que marinos americanos desembarcaran para hacer la custodia de la Legación
como era costumbre, ellos no respondían de ejercer actos de hostilidad si eran atacados. El
día 4 desembarcaron los marinos en San Jerónimo, sin ninguna autorización del Presidente de

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la República. Esto es muy interesante, porque se ha dicho con frecuencia, hasta por alguna
gente en el país, del bajo pueblo que no conoce bien los asuntos, que había un acuerdo entre
el Gobierno para permitir el desembarque y los marinos para hacerlo con el consentimiento
del Gobierno. No hay, ni se podrá encontrar jamás, ningún documento oficial, ni particular
tampoco, suscrito por el Presidente Jimenes en que conste ese consentimiento. Más aun, acerca
de este punto el Ministro Russell en fecha 22 de mayo de 1916 permitió la publicación, bajo su
responsabilidad personal, de la declaración que él hizo en esa fecha, o sea 15 días después, de
que las fuerzas americanas habían desembarcado en San Jerónimo por “iniciativa espontánea
de la Legación Americana” y para custodiar la Legación. En tierra ya, las fuerzas se situaron en
la Legación y alrededor de la Receptoría General de Aduanas con cañones que desembarcaron
y en escaso número; pero que iban aumentando progresivamente hasta llegar a 750 marinos
el día 15 de mayo. En tierra esas fuerzas, como digo, permanecieron a la expectativa durante
dos o tres días, mientras ocurrían los acontecimientos que voy a referir inmediatamente. El día
5, perdidas por el Presidente de la República las esperanzas de llegar a un acuerdo amistoso,
decidió, como era natural y dentro de la capacidad que le confería la Constitución, dominar
por la fuerza la ciudad que estaba en poder del Ministro de la Guerra.
Knowles. —El presidente de la Comisión ha sugerido que le esclarezca el mismo asunto
que Ud. está testificando, es decir, desea que le explique ¿de qué manera el Ministro de la
Guerra había tomado y sostenido la posesión de la fortaleza de la ciudad?
L. —Virtualmente es que el Ministro de la Guerra tenía la posesión, de hecho, de la ciudad,
porque según nuestras leyes, las fuerzas militares están bajo el mando directo del Ministro
de la Guerra, y más indirectamente, del Presidente de la República; pero es el Ministro
quien tiene el contacto directo con la fuerza. El Presidente no estaba en la ciudad. Estaba a
23 kilómetros en una quinta de recreo y él estimó que no era él quien podía ejercer, en esos
momentos, un mando efectivo sobre las fuerzas militares que estaban bajo el control del
Ministro de la Guerra, en desacato. De manera que, en realidad, había un desconcierto, una
crisis de mando entre el Presidente y el Ministro de la Guerra, que duró cuatro o cinco días,
en un estado de incertidumbre, y que entonces fue cuando ocurrió la proclama de Crosley
y, subsecuentemente, el desembarco de los marinos como del 28 de abril al 5 de mayo. Esa
fue la razón por la cual dije al principio, que en realidad no hubo golpe de estado sino que
lo que existía era una fricción interior puramente, que habría podido solucionarse con un
poco de buen deseo de parte de un mediador poderoso y tan no hubo golpe de Estado que
pudiera justificar –que ni aun así se justificaba– el desembarco de los marinos, que el propio
General Arias trató de darle un aspecto legal a su propio desacato. Que es posible que si en
nuestra Constitución o nuestras leyes hubiera estado previsto un caso de arbitramento en
una situación semejante, se habría decidido quién tenía la razón. Los amigos del Gral. Arias
en las Cámaras removieron una acusación que cursaba desde hacía cuatro o cinco meses
en la Cámara de Diputados. Hicieron eso con objeto de poner al Presidente en un estado
jurídico análogo al de la interdicción e impedirle así adoptar medidas oficiales destituyen-
do al Secretario de la Guerra. El presidente de la República, por su parte, estimó que él no
podía comparecer ante el Senado a responder a ninguna acusación incoada por la Cámara
de Diputados (porque aquí, lo mismo que en los EE. UU. el procedimiento de acusación del
Presidente es el mismo, se inicia en la Cámara de Diputados y luego juzga el Senado como
alta Corte). El Presidente estimó, y así lo hizo saber al Senado por medio del Secretario de
Estado de lo Interior y Policía, que él no podía físicamente concurrir a una ciudad donde

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

las Cámaras actuaban rodeadas por fuerzas militares que él estimaba rebeldes. Esa era la
situación el día 3 de mayo, cuando decidió el Capitán Crosley desembarcar sus marinos
por iniciativa espontánea de la Legación Americana, según declaraciones de fecha 22 de
mayo del propio Ministro Russell, coincidiendo este desembarco con la resolución hecha
por el Presidente Jimenes de dominar por la fuerza al Secretario de Guerra rebelde, Secre-
tario rebelde en el sentido de desacatar la autoridad del Presidente de la República; pero no
como autor de un golpe de Estado que no existió realmente. El día seis de mayo las fuerzas
del Gobierno, dos días después de haber desembarcado los marinos, atacaron (sin ningún
concurso de los marinos que estaban a la expectativa) trincheras de la plaza.
Knowles. —Durante este período del 28 de abril hasta el 5 de mayo, si lo entiende Ud.
correctamente, ¿las fuerzas armadas de la República estaban bajo el mando del Secretario
de la Guerra y no estaban obedeciendo al Presidente?
L. —No, las fuerzas de la República no; las fuerzas de la ciudad de Santo Domingo,
porque el Presidente de la República tenía el control del resto del país, con excepción de la
fortaleza de Santiago, donde había un jefe amigo del Secretario de Guerra, quien no estaba
tampoco en actitud de rebeldía sino de expectación.
Sen. Pomerene. —¿Ud. quiere decir que las fuerzas de la República que estaban en la
ciudad estaban bajo el control del Secretario de Guerra?
L. —Sí, señor.
Pomerene. —¿Y esas fuerzas estaban en simpatía con la mayoría de las Cámaras que
estaban en contra del Presidente Jimenes?
L. —Las fuerzas militares, según nuestras leyes, Senador, no tienen derecho de deliberar
y obedecen órdenes del Ministro de Guerra.
Mc Cormick. —¿Qué quiere decir coincide el desembarco de los marinos americanos, con
la declaración de Russell?
L. —No he dicho eso. He dicho que coincidió el propósito del Presidente Jimenes con la
proclama de Crosley, cosa que era independiente por completo de la resolución que, por su
parte, adoptó el Presidente, de dominar la ciudad. Lo que significa aquí la palabra coincidencia
es simultaneidad de tiempo, no acuerdo de voluntades.
Mc Cormick. —¿Lo que quiere decir es, Sr. Logroño, que sucedió el mismo día; pero
independiente el uno del otro?
L. —Sí, Honorable Senador.
(Se suspendió esta declaración para continuar el lunes 12 de dic., 1921, por ser avanzada
la hora. 5 p.m.).
Sr. Knowles. —Señor Logroño, tenga la bondad de seguir la relación de los asuntos con
respecto al Gobierno del Presidente Jimenes, desde donde Ud. concluyó el último sábado.
Lic. Logroño. —Después de un encuentro ocurrido entre las fuerzas del Presidente y las fuerzas
que ocupaban la ciudad, encuentro en el cual hubo solamente dos muertos y seis u ocho heridos
entre ambos campos, el Ministro Russell y el Capitán Crosley, del Prayre, se acercaron al campa-
mento del Presidente Jimenes, en San Gerónimo, y le expusieron que durante el combate…
Sen. Pomerene. —(Interrumpiendo) ¿Ud. oyó eso personalmente?
L. —Sí, Senador; que durante el combate balas disparadas de la ciudad habían tocado
cerca de la Legación Americana, y ellos no podían permitir que hubiera más efusión de
sangre y que, ellos iban a obrar por su cuenta sometiendo la ciudad y, en esa virtud, ellos
sugerían al Presidente que ordenara a sus tropas retirarse a Hayna, a 16 kilómetros de la

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ciudad, porque siendo dominicanos los soldados del Presidente Jimenes, podían excitarse al
presenciar cómo ellos combatían contra otros soldados dominicanos. El Presidente protestó
indignado de semejante declaración, en la que insistieron tanto el Ministro Russell cuanto
el capitán Crosley, y pusieron al Presidente en la alternativa o de aceptar su ayuda militar
o de permanecer con los brazos cruzados, sin resolver la situación como era su deber. El
Presidente Jimenes no vaciló un solo momento, y en la noche de ese mismo día presentó su
renuncia de la Presidencia de la República, que circuló en la mañana siguiente con la fecha
de este último día (día 7). Él renunció efectivamente en la noche del 6, a las once de la noche;
pero la renuncia circuló en la ciudad el día 7 en la mañana.
Sen. Pomerene. —¿A quién mandó él su renuncia?
L. —Como no era posible enviar un emisario a la ciudad, la renuncia la recibió el propio
Ministro Russell en sus manos, y fue él quien avisó por teléfono, desde la Legación a la ciudad,
que el Presidente Jimenes había renunciado. Inmediatamente, el Presidente de la República ha-
biéndose despojado de su investidura, prefiriendo esto a aceptar la ayuda militar americana, que
él no había pedido, se retiró a su casa particular, a veintitrés kilómetros de la ciudad, acompañado
tan sólo por dos o tres amigos particulares. Al otro día, el Congreso Nacional decretó la acefalía
de la Presidencia de la República y acordó el nombramiento de un nuevo Presidente, conforme
ordena la Constitución, y esa elección del nuevo Presidente tenía, naturalmente, que ser inme-
diata; pero no se pudo realizar porque el Ministro Russell y el Almirante Caperton, que llegó a
esta ciudad en el cañonero Dolphin el día 10 en la mañana, escribieron una carta al Congreso, en
la cual le suplicaban “no elegir mientras se restableciera la calma en la ciudad”.– Como prueba
de que los marinos que desembarcaron en Santo Domingo no bajaron con el consentimiento del
Gobierno dominicano sino por su propia iniciativa, pueden presentarse la proclama del Capitán
Crosley del día 3 de mayo en la que dice que “el destino de los marinos es pacífico y exclusiva-
mente para custodiar la Legación de los Estados Unidos” y un testimonio más alto: el de estos
testigos irrecusables: el Honorable Godfrey Fisher, Encargado de Negocios de la Gran Bretaña,
el Honorable Conde d’Alort de St. Seaud, Ministro de Francia en Santo Domingo y el Honorable
Félix Magloire, aún Ministro de Haití, quienes suscribieron una declaración pública en la cual
comunicaban que habían recibido aviso de la Legación Americana de que iban a desembarcar
tropas “con el objeto exclusivo de custodiar la Legación de los Estados Unidos”. Cuando el Presi-
dente Jimenes renunció, el declarante ante esta Hon. Comisión perdió el contacto directo con los
acontecimientos, porque siguió acompañando al Presidente renunciante; pero en general, sobre
los sucesos que siguieron, podría responder a cualquiera información porque, naturalmente, tiene
conocimiento de ellos; aunque no tan exacto como el revelado en su declaración anterior.
Sr. Knowles. —¿Conoce Ud. perfectamente bien todos los actos que se sucedieron en los
días anteriores a la renuncia del Presidente Jimenes?
L. —Absolutamente todos.
K. —Quiero preguntar a Ud. acerca de cierta declaración oficialmente hecha por los
Estados Unidos por mediación del Departamento de Marina en fecha 5 de agosto de este
año dirigida a este Comité Senatorial, con respecto a ciertas declaraciones hechas con el fin
evidente de dar una única razón inmediata para el desembarque de tropas de los Estados
Unidos sobre la República Dominicana. (Yo estoy leyendo de la primera parte de ese Infor-
me a este Comité página...) que dice así: “afortunadamente, la elección de Jimenes, quien
se hizo cargo de su puesto el 5 de diciembre de 1914, fue seguida por un breve período de
calma comparativa en la República Dominicana. Los elementos de desorganización estaban

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presentes, sin embargo, esperando oportunidad favorable para expresarse. En abril de


1916 el Gral. Desiderio Arias, Secretario de Guerra, ejecutó un golpe de Estado, depuso al
Presidente Jimenes y se hizo cargo del Poder Ejecutivo. En ese punto, el Gobierno de los
Estados Unidos intervino, con el consentimiento del Presidente legítimo, aunque depuesto,
desembarcaron el 5 de mayo de 1916 y pacificaron la Capital de Santo Domingo. Jimenes
entonces renunció y el Consejo de Ministros asumió, tomó el control de los asuntos”.– Yo
quiero preguntar a Ud. para que declare ante esta Comisión, si hay una sola palabra de
verdad en esa declaración.
L. —(Poniéndose de pie). Yo ignoro quién ha escrito ese documento; pero quienquiera
que lo haya escrito, yo respondo, jurando solemnemente ante esta Honorable Comisión,
que en eso que acabo de oír hay cuatro falsedades. Primera, el Secretario de la Guerra, Gral.
Arias, no efectuó ningún golpe de Estado; segundo: jamás el Gral. Arias se hizo cargo del
Poder Ejecutivo; tercera falsedad: los marinos no desembarcaron con el consentimiento del
Presidente Jimenes y, última cosa incierta, no pacificaron la ciudad, porque esta estaba en
estado de absoluta calma. (Aprobación general).
Ahora bien, Hon. Senadores, el General Arias no depuso al Presidente Jimenes. Yo
ignoro quién ha escrito ese documento. Supongo por las palabras que escuché del Hon. Sr.
Knowles, que se trata de un documento oficial; pero como ese documento no puede engañar
a los dominicanos que conocemos la verdad de los sucesos, no sé qué pensar acerca de su
propósito; si engañar a esta Hon. Comisión o al Senado de los Estados Unidos, o al propio
pueblo de los Estados Unidos. (Sensación). Si me es permitido depositar para uso que estime
conveniente la Comisión del Senado Americano la prueba de que el Gral. Arias no depuso al
Presidente Jimenes ni en ningún momento se apoderó del Poder Ejecutivo, puedo presentar
un manifiesto escrito por él en aquellos días. (Asentimiento de los Senadores).
K. —Quiero que Ud. me conteste con respecto a ciertas declaraciones hechas en ese escrito,
sin comentario ninguno. (Leyendo): “Afortunadamente la elección de Jimenes, quien se hizo
cargo de su puesto el 5 de diciembre de 1914 fue seguida por un breve período de calma compa-
rativa en la República Dominicana”. Quiero preguntarle si había en ese tiempo tales disturbios
en la República Dominicana que justificaran la declaración que acabo de leer, que explica que
las condiciones bajo el Gobierno de Jimenes eran como un período de calma completa.
L. —Al principio de mi declaración dije –y lo ratifico ahora– que durante el Gobierno
del Presidente Jimenes reinaba absoluta paz en la República.
K. —(Leyendo): “Los elementos de desorganización estaban presentes, sin embargo,
esperando nueva oportunidad para expresarse”. Si Ud. entiende lo que quiere decir esa
frase, diga su opinión. ¿Es como se expresa verdaderamente, las condiciones que existían
en el país?
L. —Entiendo que no es así; pero como se trata de una opinión abstracta, no es posible
negar concretamente.
K .—“En abril de 1916, el Gral. Desiderio Arias, Secretario de la Guerra, ejecutó un golpe
de Estado”.
L. —En todo momento de mi declaración he afirmado formalmente que no.
K. —Otra alegación es que el Gral. Arias depuso al Presidente Jimenes. ¿Fue depuesto el
Presidente Jimenes, en alguna ocasión por alguna persona?
L. —El Presidente Jimenes no fue depuesto de la Presidencia de la República. Él renunció de
ella espontáneamente el 7 de mayo, por las circunstancias que he explicado anteriormente.

848
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

K. —Otra alegación es que el Secretario de Guerra “se hizo cargo del Poder Ejecutivo”.
—¿El Gral. Arias en alguna declaración o por un acto ejecutivo cualquiera en algún tiempo
se proclamó Presidente?
L. —El Gral. Arias no solamente no se hizo cargo del Poder Ejecutivo, sino que tampoco
ejerció acto alguno en esa calidad.
Sen. Pom. —¿Ud. dijo que el Gral. Arias hizo uso de la fuerza del Gobierno bajo su mando
para oponerse contra las fuerzas del Presidente Jimenes?
L. —El General Arias era Ministro de la Guerra, y tenía según la ley, las fuerzas militares
bajo su control directo y con motivo de la acusación que cursaba en el Congreso contra el
Presidente Jimenes, acusación que por otra parte el testigo estima que era injusta, expresó
en una declaración pública, que es la que deposito en esta Honorable Comisión, que no se
consideraba obligado a obedecer las órdenes del Presidente de la República por considerar-
lo en estado de interdicción y que él ponía su espada y las fuerzas militares de la plaza en
defensa de lo que resolviera el Congreso Nacional.
Sen. Pomerene. —Yo he comprendido por lo que Ud. ha dicho que, según la ley domini-
cana, el Secretario de la Guerra tenía derecho, si lo creyere necesario, a usar las fuerzas bajo
su mando y oponerlas a los actos del Presidente Ejecutivo.
L. —En ningún caso. Por eso he declarado siempre que el Secretario de la Guerra estaba
en desacato, en desobediencia de la autoridad del Presidente.
Sen. Pomerene. —¿De modo que Ud. considera esos hechos del Secretario de la Guerra
de usar esas fuerzas contra el Presidente, de ilegales?
L. —No creo que el Gral. Arias haya utilizado las fuerzas que tenía bajo su control contra
el Presidente. El Presidente, dentro de su capacidad, intentó dominar la ciudad, ciudad que
él estimaba bajo el control de fuerzas que le debían obediencia; pero que, incidentalmente
se la negaban, que habían negado su autoridad.
(Se acuerda un receso de 3:25 a 3:33 p.m.)
Sen. Pomerene. —Mientras el Gral. Arias usaba esas fuerzas en oposición al Presidente,
¿qué dijo el Presidente con respecto a eso, o qué hizo el Presidente?
L. —El se aprestó a dominar la ciudad por la fuerza, y dirigió al Gral. Arias por medio de
un General de Operaciones, un ultimátum, exigiéndole obediencia y capitulación. El Gral. Arias
respondió que no conocía calidad en ese momento al Presidente Jimenes por estar en estado
de acusación. Por esa circunstancia, Hon. Senadores, dije al principio que existía una crisis de
mando entre el Presidente y el Secretario de la Guerra, que sin duda habría zanjado satisfac-
toriamente y sin efusión de sangre la mediación amistosa del Ministro de los Estados Unidos.
Sen. Pomerene. —¿Fue el ultimátum del Presidente por escrito?
L. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —¿Respondió el Gral. Arias por escrito? ¿Puede Ud. suministrar copias
al Comité?
L. —Puedo facilitar copias, pero no inmediatamente. Mañana por la mañana las traeré
temprano.
Sen. Pomerene. —¿Oyó Ud. al Presidente decir a Ud. o a otra persona algo más acerca de
la conducta del Secretario Gral. Arias en desobediencia?
L. —El Presidente Jimenes lamentaba, sencillamente, la actitud del Gral. Arias, supo-
niéndola, creyéndola hija de una mala apreciación de las cosas, a la vez que deploraba tener
que cumplir con el inmediato deber de imponer su autoridad legal.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sen. Pomerene. —¿Cuánta tropa tenía el Gral. Arias y cuánta fuerza tenía el Presidente?
L. —El Gral. Arias tenía aproximadamente 300 hombres, y el Presidente tenía unos 1,200
ó 1,500 hombres.
Sen. Jones. —¿Dónde estaban las tropas del Presidente, estaban cerca de la ciudad?
L. —Había algunas a medio kilómetro de la ciudad. La ciudad estaba rodeada material-
mente por tropas del Presidente de la República.
Sen. Pomerene. —¿Bajo estas condiciones el Presidente mandó su ultimátum al Gral. Arias?
L. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —¿Qué pasó después que el Gral. Arias contestó que no podía obedecerle
al Presidente?
L. —Que las tropas avanzadas del Presidente de la República vinieron a penetrar en
la ciudad por uno de los suburbios de la Capital, y las tropas del Gral. Arias, que estaban
situadas allí, se opusieron a esa entrada, alegando cada una fuerza tener la razón. Hubo
algunos tiros a consecuencia de los cuales dos muertos y seis u ocho heridos. Ese ha sido el
único choque de sangre que hubo durante todos esos sucesos.
P. —¿En qué fecha fue eso?
L. —El día 6 de mayo de 1916, al mediodía. Esa fue la consecuencia de la intervención
del Ministro Russell y el Capitán Crosley, poniendo al Presidente en la alternativa de no
resolver la situación o aceptar el concurso militar de los marinos. Esa misma noche renunció
el Presidente, prefiriendo su alejamiento del poder a aceptar el apoyo de militares extranje-
ros contra sus conciudadanos, y eso puso fin a los tiros que podían haber seguido entre las
tropas del Gral. Arias y el Presidente Jimenes.
P. —¿Qué hicieron el Ministro Russell y el Capitán Crosley?
L. —Exigieron al Presidente Jimenes la inmediata retirada de las fuerzas del Presidente
a Hayna, a 16 kilómetros de la ciudad, exigencia que al día siguiente ratificaron al Consejo
de Secretarios de Estado, que se hizo cargo del Poder al renunciar el Presidente Jimenes.
P. —¿De modo que cuando el Capitán Crosley desembarcó sus fuerzas, las fuerzas del
Presidente Jimenes y las del Gral. Arias estaban peleando?
L. —No estaban peleando, porque las fuerzas del Capitán Crosley habían desembarca-
do el día 4 en la mañana o sea, dos días antes, habiéndose situado en los alrededores de la
Legación y la Receptoría Gral. de Aduanas.
P. —¿De modo que cuando las fuerzas del Gral. Arias y las del Presidente estaban pe-
leando, los oficiales americanos mandaron a decir que pararan el pleito?
L. —Algo más; obligaron a concluir la acción de guerra, no sólo para que esa acción con-
cluyera, sino para ellos tomar parte en la acción en una forma u otra. Notificaron al oscurecer
de ese día al Presidente Jimenes y a todo su Consejo de Gobierno en pleno que no permitirían
más derramamiento de sangre; pero que ellos iban a imponer la paz ayudando al Gobierno y
entrando por la fuerza en la ciudad. A eso se negó el Presidente, y de ahí su renuncia.
Sr. Knowles. —Yo quiero que Ud. diga si Ud. tuvo algún conocimiento de que hubiera la inten-
ción o propósito de poner fin a la Presidencia del señor Jimenes por la fuerza de las armas.
L. —Yo ruego al señor Knowles aclarar su pregunta porque no sé en quién supone él el
interés de concluir con la Presidencia del señor Jimenes, por medio de las armas.
Knowles. —¿Sabe Ud. si había la intención o si se tomaron por alguien algunas medidas
para poner fin a la Presidencia del señor Jimenes por las fuerzas de las armas o si se iban a
tomar esos pasos?

850
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

L. —No creo que nadie desplegara interés en poner fin a la Administración del señor
Jimenes dentro del propio Gobierno. El Gobierno estaba formado por amigos políticos del
Presidente y, además, por otro partido que había realizado una conjunción pre-eleccionaria
con el partido del Presidente Jimenes y cuya conjunción fue observada lealmente. El único
partido que podía haber tenido interés en sustituir al Presidente Jimenes en el poder era el
partido Horacista, y ese partido no hizo, durante todo el período del Gobierno del señor
Jimenes, sino servir la causa de la paz.
P. —¿Había sido acusado el Presidente Jimenes según la Constitución?
L. —Mi impresión personal es que la acusación era injusta: pero era legal. Yo quiero
expresar que yo, personalmente pensaba, y pienso que la acusación no era justa, que el Pre-
sidente Jimenes no merecía que se le acusara; pero el proceso de la acusación fue legal.
Sen. Mc Cormick. —¿Si la Cámara de Diputados había considerado la cuestión, iba a ser
considerada por el Senado?
L. —La Cámara de Diputados había considerado la acusación. En caso de acusación al
Presidente de la República entre nosotros, según nuestras leyes, las acusaciones nacen en la
Cámara de Diputados; pero esta no juzga, sino que da curso al Senado, quien actúa como
una Corte de Justicia Excepcional.
P. —¿Se trasmite al Senado por voto de la Cámara de Diputados?
L. —Sí, Senador.
P. —¿Y se habían dado esos votos?
L. —Sí; pero la Cámara de Diputados no conoce el fondo del asunto.
P. —¿Puede Ud. suministrar una copia de esa acusación?
L. —Sí, señor. Mañana por la mañana, junto con los demás documentos que he ofrecido.
P. —¿Por qué no juzgó el Senado?
L. —El Senado había fijado para conocer de la acusación fecha posterior a la en que había
renunciado el Presidente Jimenes a consecuencia de lo que he explicado.
Knowles. —¿Cuál fue la fecha en que la Cámara de Diputados tomó acción en ese asunto?
L. —El primero de mayo. Cinco días después de eso, el Gral. Arias se negó a obedecer
las órdenes del Presidente alegando que el Presidente estaba bajo acusación y que, por con-
siguiente no estaba en condiciones de ejercer actos oficiales de disposición.
Mc Cormick. —¿Será conveniente para el record o para el testigo, presentar copias?
L. —He prometido presentar mañana en la mañana copia de la acusación y de la corres-
pondencia y aun originales al respecto. (Asentimiento de los Senadores).
Knowles. —Yo quiero preguntar a Ud. si durante ese tiempo, del primero de mayo hasta
el siete de mayo, había habido, o si los Estados Unidos habían usado alguna influencia moral
para arreglar la diferencia que había entre el Presidente y el Secretario de la Guerra, de ese
modo impidiendo el conflicto, ¿si Ud. cree que hubiera sido beneficioso?
L. —Durante esa época yo estaba, como era mi deber, permanentemente al lado del Presidente
Jimenes y no podría decir que me di cuenta de ninguna gestión en el sentido que se me acaba de
preguntar. Sólo recuerdo la sugestión, mejor aun, la imposición que se trató de hacer al Presidente
Jimenes en la tarde del día 6 de mayo obligándole a aceptar el apoyo de los marinos.
Pomerene. —Si Ud. puede suministrar, alguna otra correspondencia relativa a estos
asuntos, será agradecido.
L. —Yo prometo entregar mañana a la Hon. Comisión Senatorial una documentación
muy numerosa respecto a todos estos acontecimientos. (Aprobación general pública).

851
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Knowles. —Quiero preguntar a Ud. señor Logroño, si después que el Congreso de la Re-
pública Dominicana había establecido procedimientos contra el Presidente de la República
y este procedimiento marchaba según la Constitución, ¿qué propusieron los representantes
de los Estados Unidos aquí hacer?
L. —Yo no puedo contestar concretamente esa pregunta sino por el conocimiento general
que tengo acerca de que, después de haberse iniciado en el Congreso Nacional los procedimien-
tos constitucionales para elegir un nuevo Presidente de la República y de haberse suspendido
esa elección, como una complacencia, quizás, a la petición hecha en ese sentido por carta del
Ministro Russell y el Almirante Caperton al Congreso, que mientras el Congreso estaba en
inmovilidad por la ante dicha petición, era utilizada la vía inalámbrica de los cruceros de gue-
rra de los Estados Unidos para dirigir telegramas políticos con relación al Congreso Nacional,
telegramas autorizados por el propio Ministro Russell y ordenados para su trasmisión a los
Cónsules Americanos. En ese libro del señor Henríquez Ureña que tiene por delante el Hon.
Senador Jones en la página 94 ó 95, hay un telegrama dirigido por el Ministro Russell, Cónsul
Americano en Monte Cristy, cifrado en parte y en lenguaje corriente en otra parte en el cual
dice: “…American Consulate– Request ship to trasmit the following.... y entonces un telegra-
ma cifrado, dirigido al Gobernador de esa Provincia, telegrama político en el cual se indica
algo que podrán leer los honorables señores Senadores en seguida, contra la propia existencia
del Congreso Nacional, firmado por el Ministro Russell, nada menos…
Jones. —¿En qué fecha fue que desembarcaron los marinos en este país?
L. —La proclama del Capitán Crosley del 3 de mayo, anunció el desembarco y este tuvo
lugar el día 4.
Jones. —¿Y ellos desembarcaron con el fin de proteger la Legación Americana?
L. —Exactamente.
Jones. —¿Se habían cruzado tiros en toda esa fecha?
L. —He contestado en algunas ocasiones, durante mi interrogatorio y con toda formali-
dad que no. La única pequeña batalla con dos víctimas muertos y seis u ocho heridos, tuvo
efecto el día 6, dos días después del desembarco de los marinos.
Jones. —¿Había algunas detonaciones de explosivos o carabinas, anteriores al día cinco?
L. —Es posible; pero no con objeto militar; como había 2,000 hombres con armas en las
manos, no dudo que hubieran algunos tiros; pero disparados sin orden militar.
Jones. —Deseo saber si sonaban tiros de cuando en cuando.
L. —Yo no tengo noticias de eso. Yo no creo que hubiera tiros.
Jones. —Después que el Ministro Russell y el Capitán Crosley, dijeron que las fuerzas del
Gral. Arias y las del Presidente dejaran de pelear, ¿qué hicieron las fuerzas del Presidente?
¿Qué se hicieron esas tropas?
L. —Se retiraron a Hayna y permanecieron en la expectativa.
Jones. —¿Cuánto tiempo permanecieron allí?
L. —Después de esta circunstancia no volvieron a tener encuentro alguno las fuerzas
de dentro de la ciudad, con las fuerzas de fuera, porque en el medio estaban los marinos
Americanos. El Ministro Russell y el Almirante Caperton, quien había llegado el día 10 en
el Dolphin (y desde la llegada de Caperton desapareció de la escena el Capitán Crosley),
reconocían como legítimo el Gobierno constituido por los Secretarios de Estado, y el día 14
de mayo el Ministro Russell y el Almirante Caperton dirigieron un ultimátum escrito a las
fuerzas que estaban en la ciudad, al Gral. Arias, exigiéndole rendirse a las seis de la mañana

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del día siguiente o si no, entrarían en la ciudad los marinos americanos a sangre y hierro.
En la madrugada, el General Arias abandonó la ciudad con sus fuerzas, camino del Cibao,
y entraron por la mañana a las seis los marinos hasta este momento.
Jones. —¿El Presidente Jimenes retiró sus fuerzas de la ciudad el día 6 de mayo?
L. —No el día seis, el siete de mayo, el mismo día de su renuncia, se retiraron las tropas.
Jones. —¿A dónde las llevó?
L. —El Presidente se retiró desde el día 7 a Cambelén.
Jones. —¿Y dónde llevó la tropa?
L. —Las llevó a Hayna, a unos 15 ó 16 kilómetros. El proceso fue el siguiente: los marinos
americanos se deshicieron de las fuerzas de una parte y de la otra en esta forma: primero:
requirieron al Presidente Jimenes retirarse a Hayna; segundo: ultimátum a las fuerzas del
Gral. Arias de la ciudad y el Gral. Arias abandona la ciudad con sus fuerzas y se retira al
Cibao, donde luego, pacíficamente, no se opondrá a la entrada de los marinos en Santiago.
Arias abandona la ciudad, sin combate y los marinos entraron pacíficamente. Eso no impidió
que, sin haberla proclamado, ejercieran los actos consiguientes a la ley marcial. Entraron
pacíficamente en la ciudad; pero con la bayoneta calada y colocando ametralladoras en todas
las esquinas. Después de estar los marinos en la ciudad, disolvieron el ejército que estaba,
no a las órdenes del Presidente Jimenes, sino a las órdenes del Consejo de Secretarios de
Estado, de esta manera: cerrando la caja de donde se le pagaba sus haberes y reduciendo
cada día el número, hasta dejarlo completamente disuelto. Mientras tanto, no dejaban elegir
Presidente al Congreso y los sucesos se desarrollaban en la forma que digo.
Jones. —¿En qué fecha llevó el Presidente Jimenes sus tropas para allá?
L. —La exigencia de retirarse a Hayna fue hecha el día seis de mayo. Yo no recuerdo si
el mismo día comenzaron las fuerzas a retirarse en la noche; pero sí puedo decir que cuando
yo acompañaba al Presidente Jimenes en la mañana del día 7, cuando él se iba para su casa
de familia, alejado del Gobierno, encontramos algunas tropas que se retiraban a Hayna y lo
aclamaron al pasar con gran pena, porque los abandonaba.
Jones. —¿Fueron a un campamento las fuerzas de Hayna?
L. —No, ese no era un sitio militar. Acamparon a orillas del río Hayna, en la carretera
del Oeste.
Jones. —¿Cuánto tiempo se quedaron ahí?
L. —No puedo decirle; algunos días, mientras las iba disolviendo, como un terrón de
azúcar, la coerción económica que se ejercía sobre ellas.
Jones. —¿Entonces fue por falta de abastecimiento y haberes que ellos se disolvieron?
L. —Exactamente.
Jones. —¿Quedaron algunos allí como hasta dos semanas?
L. —Hasta el día 20 ó 25 de junio, cuando por un aviso del señor Clarense H. Baxter,
Receptor Gral. de las Aduanas, al Secretario de Hacienda, un Diputado Receptor a su servicio
se incautó de todas las rentas de la nación dominicana sin excepción.
Jones. —¿Qué hicieron las fuerzas bajo el mando del Gral. Arias después que los marinos
entraron a la ciudad?
L. —Fueron a Santiago de los Caballeros, que es una Provincia del Cibao.
Jontes. —¿A qué distancia está Santiago de esta ciudad?
L. —Santiago está a 190 kilómetros de Santo Domingo, muy lejos, Feri Far.
Jones. —¿Fueron ellos a un campamento allá?

853
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

L. —A la fortaleza de Santiago.
Jones. —¿Cuánto tiempo se quedaron allí esas fuerzas del Gral. Arias?
L. —Fueron también disolviéndose pacíficamente, y cuando los marinos del General
Pendleton entraron a Santiago de los Caballeros, lo hicieron sin resistencia. El Gral. Arias
se fue a su casa de familia, y la paz más absoluta reinaba en el país.
Jones. —¿Esas fuerzas se acantonaron en Santiago?
L. —Yo no conozco detalles de esas operaciones.
Knowles. —En una pregunta anterior que me parece no hice muy clara, yo pensaba pre-
guntar ¿si Ud. conoce o sabe sí o no, si hubo algunos ofrecimientos por los representantes de
los Estados Unidos después que habían dado principio los procedimientos contra el Presi-
dente Jimenes, para llevar al Presidente al Palacio y darle apoyo mientras él estuviera ahí?
L. —Está afirmada por el Presidente Jimenes esa circunstancia, y nadie lo ha desmen-
tido jamás.
K. —¿Tiene Ud. una copia de la renuncia presidencial?
L. —Ciertamente. Como todos esos documentos están oficialmente compilados en ese
libro, si la Hon. Comisión lo permite, yo puedo entregarlo mañana como depósito definitivo
para su uso e información.
K. —Quiero preguntarle para aclarar un poco más una declaración que Ud. hizo ante-
riormente: cuando el General Arias dijo que él usaría su espada y las fuerzas bajo su mando
para ejecutar las resoluciones del Congreso, ¿si eso no fue después que los procedimientos
estaban principiados contra el Presidente Jimenes?
L. —El 5 de mayo, o sea cinco días después de haberse iniciado el procedimiento de
acusación, fue cuando el general Arias hizo esa declaración.
Jones. —Yo entendí de su declaración que Arias y los suyos fueron al Cibao; ¿a qué parte
del Cibao fueron ellos?
L. —A Santiago de los Caballeros.
Jones. —¿Fueron acantonados en Santiago?
L. —En la fortaleza de Santiago.
Jones. —¿Y cuánto tiempo estuvieron en esa fortaleza?
L. —No sé exactamente; pero también por falta de dinero con qué mantener las tropas
y por falta de objeto para tenerlas a su servicio el Gral. Arias iba licenciándolas.
Jones. —¿Las disolvió el Gral. Arias?
L. —Tengo esas noticias.
Jones. —¿En cuánto tiempo, más o menos?
L. —No puedo responder exactamente cuánto; pero sí aseguro que a los sesenta días de
haber desembarcado los marinos, tenían en absoluto el control militar del país. Dentro de
los sesenta días, más o menos.
Jones. —¿De modo que su opinión es que por sesenta días más o menos esas fuerzas es-
taban en la fortaleza de Santiago y por ese tiempo el Gral. Arias dio orden de licenciarlas?
L. —No fue un licenciamiento conjunto, a un tiempo para todos los soldados, sino perió-
dicamente, paulatinamente, despacio. En algún tiempo los marinos no acogieron por su cuenta
el control del país de manera declarada abierta, sino el 29 de noviembre, cuando la proclama del
Capitán Knapp, cuando hacía cuatro meses que estaba ejerciendo, aunque sin tesoro, el Gobierno
del Presidente Henríquez, quien tuvo el privilegio de que no sólo los empleados civiles sino que
aún los militares de las guarniciones, sirvieran la causa del orden público, sin percibir sueldo.

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Jones. —Me parece notar que Ud. está ya cansado señor Logroño.
L. —Sí, un poco; pero yo preferiría, en interés de que otros dominicanos puedan
declarar mañana y no ocupar yo más tiempo, que me hicieran todas las preguntas para
concluir de una vez.
Jones. —Entendía que Ud. preferiría retirarse ahora.
L. —Yo prefiero continuar ahora.
Jones. —¿Cuando fue que el Ministro Russell y el Capitán Crosley resolvieron reconocer
el Gabinete, reconocer autoridad al Gabinete aquí?
L. —Yo no sé si lo hicieron por algún acto escrito; pero renunció el Presidente Jimenes el día
7 y el día 8 continuó el Ministro Russell sus relaciones con el Consejo de Secretarios de Estado,
y la prueba de que lo consideraba como Gobierno es que la Receptoría General de Aduanas
siguió proveyendo de los fondos de la nación al Consejo de Secretarios de Estado.
Jones. —¿Por cuánto tiempo siguió eso?
L. —Hasta el 20 ó 25 de junio, hasta el aviso del señor Baxter publicado en la prensa, comunican-
do que la Receptoría se incautaba de todas las rentas del Gobierno Dominicano y aun después.
Mc Cormick. —¿Puede Ud. someter más luego, mañana, cualquiera información, insi-
nuación con respecto a la fecha cuando el Gobierno Militar pueda terminar, según el criterio
de Ud. y las fuerzas de los Estados Unidos deban evacuar el territorio dominicano y cuáles
pasos o medidas se deban tomar para mantener el orden público y para asegurar la segu-
ridad financiera y económica de la República y los términos y condiciones, si hay algunas
sobre las cuales debe darse fin a esta Ocupación?
L. —Tengo el honor de responder a la sugestión que me hace el Senador Presidente;
pero no es necesario que yo espere hasta mañana para formular una respuesta. El pueblo
dominicano unánimemente espera que los Estados Unidos de Norteamérica, ese gran pueblo
que ha sido durante 72 años nuestro grande y leal amigo, en un acto de suprema justicia,
ordene la evacuación inmediata, sin términos ni condiciones, del territorio nacional, y estoy
seguro de que la cordura del pueblo dominicano y la conciencia serena de su personalidad
internacional le harán proporcionarse inmediatamente el Gobierno que deba regirlo y el
orden público no será alterado en lo más mínimo. Con mayor razón, el momento es muy
oportuno para un noble acto de Justicia, porque los hombres representativos de Santo Do-
mingo acaban de formular en la Ciudad de Puerto Plata un acuerdo de desocupación que
sin duda alguna, llenará las aspiraciones del país.
Mc Cormick. —¿Ese acuerdo será presentado a la Comisión?
L. —Mañana, según mis noticias, llega el Presidente de Jure de la República, y yo no dudo, más
bien pienso que será así, que antes de la conclusión de los trabajos de esta Hon. Comisión, le será
suministrada copia de los acuerdos tomados en Puerto Plata, hace una semana, por los hombres
representativos del país. Permítame ahora el Presidente dos palabras; yo debo, para cumplir mi
interrogatorio, hacer la siguiente declaración con todo respeto: Yo, libre ciudadano dominicano, en
este mismo Palacio de nuestro gobierno, ocupado hoy por tropas de la armada de los Estados Unidos, y a
vuestro frente, Hon. Senadores, no vacilo en formular, consciente de mi actitud y mi responsabilidad, las
siguientes acusaciones contra el gobierno de los Estados Unidos:
1º. —Haber desembarcado tropas, ejerciendo así un acto de guerra, sin previa declara-
ción, contra un país amigo, en la República Dominicana y haberla despojado de su Gobierno
legítimo, ejerciendo sobre ella derechos de conquista. El Gobierno norteamericano ha violado
con esa acción:

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a) La Constitución de los Estados Unidos;


b) La Constitución de la República Dominicana;
c) Tratados existentes entre la República Dominicana y los Estados Unidos;
d) Especialmente la Convención Domínico-Americana de 1907, al entregar a marinos
de su nacionalidad y bajo su propio control, y no a la República Dominicana, el remanente
de nuestras Rentas Aduaneras, después de deducidas las sumas de amortización y el 5%
adjudicado a la Receptoría Gral. de Aduanas;
e) La resolución de no intervención en ciertas materias, propuesta por los Estados Unidos
de América y adoptada en la tercera Conferencia Internacional de La Haya;
f) El Derecho Internacional;
g) El objeto y propósito de la doctrina de Monroe, según la definición Oficial del Go-
bierno de los Estados Unidos;
h) El último punto de los catorce puntos, sometidos por el Hon. Presidente Wilson a la
Conferencia de Versalles.
2º. —Haber permitido que marinos bajo su control, hayan realizado en este país actos
crueles y abusos de todo linaje; y
3º. —Haber permitido que marinos bajo su control, hayan legislado en todas las materias
en este país, sin tener calidad alguna para hacerlo. He terminado.
Jones. —Muy agradecidos, señor Logroño.
(Fin del interrogativo).

Don José Manuel Jimenes


Nació en la ciudad de San Fernando de Monte Cristy en 1875, siendo hijo de Don Juan I.
Jimenes, Expresidente de la República, y de Doña Santos Domínguez de Jimenes. Desde la
edad de ocho años, sus padres le enviaron a cursar sus estudios a Alemania, y con ese motivo
permaneció en Hamburgo hasta los 18, donde cursó instrucción general y comercial. De allí se
trasladó a París, donde estuvo algunos años antes de regresar a la República en 1899. Al tomar
orientaciones en la Patria, se dedicó exclusivamente al comercio, que ejerce desde entonces, sin
tomar parte en la política. En 1911 el Dr. Adolfo Alejandro Nouel, Arzobispo de Santo Domingo
y entonces Presidente de la República, le confió el portafolio de Fomento y Comunicaciones,
cargo que desempeñó con celo y laboriosidad. En 1914, en el Gobierno interino del Dr. Ramón
Báez, fue Presidente del I. Ayuntamiento de esta Capital, tocándole presidir el Bufete Electoral
de esta Capital durante las elecciones de ese año, en las cuales su señor padre fue candidato
a la Presidencia de la República. Posteriormente fue Secretario de Estado de Interior y Policía
y Secretario de Estado de Hacienda y Comercio en el Gobierno presidido por su padre, el Sr.
Jimenes, (años 1915 y 1916). Don José Manuel Jimenes habla correctamente los idiomas alemán,
español, inglés y francés, y es competente miembro del comercio de esta plaza.

Declaraciones del Señor José Manuel Jimenes


ante la Comisión Senatorial Americana
Diciembre 13, 1921
Después de prestar juramento ante el Notario, señor José Ramón Luna, fue interrogado
en la forma que a continuación se expresa:

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Knowles. —¿Cual es su nombre completo?


Jimenes. —José Manuel Jimenes.
K. —¿Dónde nació Ud.?
J. —En Monte Cristy.
K. —¿Cuántos años tiene Ud.?
J. —46 años.
K. —¿Cuál es su profesión?
J. —Comerciante.
K. —¿Ha vivido Ud. siempre en el país?
J. —Estuve unos 20 años en Alemania y Francia, y vivo en este país hace unos 22 años.
K. —¿Puede Ud. referir, señor Jimenes, algunos hechos en conexión con la renuncia del
Presidente Jimenes? Ante todo, ¿qué relaciones tenía Ud. con el Presidente?
J. —Soy hijo del Presidente Jimenes, y fui su Secretario de Estado de lo Interior y Policía,
primero, y después de Hacienda y Comercio. Desde aquellos días desgraciados de la Interven-
ción, estaba esperando que llegara este día, porque deseaba para bien de mi país y necesitaba
para la memoria de mi padre, que se hiciera luz, mucha luz, sobre todo lo ocurrido. Primera-
mente deseo hacer constar que el Presidente Jimenes jamás solicitó, ni aprobó, ni consintió, ni
estuvo de acuerdo con la Intervención Americana; y en segundo lugar, quiero protestar contra
el folleto que leyó hace un momento el señor Knowles que dice: desembarcaron tropas con
el consentimiento del Presidente Jimenes. Yo protesto contra esa afirmación y deseo que los
Honorables Senadores la hagan retirar porque me creo con derecho a ello mientras no se me
pruebe lo contrario. Yo tengo pruebas de lo que afirmo. Carece hasta de sentido común pensar
que quien tres o cuatro días después renunció la Presidencia porque no quiso aceptar la ayuda
de las fuerzas americanas para entrar aquí, a la Capital, a ocupar su puesto, tres o cuatro días
antes dejara desembarcar tropas americanas que no podía ser más –como se le ofreció– que
para ayudarle a ese propósito de dominar la ciudad y ocupar su puesto.
Sen. Pomerene. —Entiendo que el señor Jimenes desea que hagamos retirar del folleto la
frase a que se refiere, cosa que no nos es posible, por ser un folleto oficial.
J. —Pero yo entiendo, Honorables Senadores, que su Gobierno no puede publicar una
cosa que no puede probar. El Presidente de la República sí supo que iban a desembarcar
tropas americanas, porque el comandante Crosley después de haber estado insistiendo desde
su llegada para que aceptara la ayuda de las tropas americanas para ocupar la ciudad, le
comunicó una mañana al Presidente, categóricamente, no como una consulta o una pregunta
si estaba de acuerdo, que necesitaba bajar tropas para resguardar los intereses americanos, y
al mismo tiempo le comunicaba al Presidente que pensaba desembarcar por medio de botes
por el río Ozama; pero que como podía resultar que al desembarcar las tropas americanas
podía sonar un tiro, le prevenía, que inmediatamente declararía la Ley Marcial, y que, como
las leyes militares son tan severas y no se podría saber de dónde saldría el tiro, tendrían los
marinos que tirar a todo ser viviente, sea hombre, mujer, niño, anciano o lo que fuere.
Sen. Pomerene. —¿Quién pronunció esas palabras? ¿Las oyó Ud. personalmente?
J. —Son palabras textuales del Ministro Russell, quien traducía las palabras del Coman-
dante Crosley.
Sen. Pomerene. —¿No había más nadie presente?
J. —No recuerdo exactamente, pero seguramente estarían presentes otros Secretarios de
Estado, pues siempre asistían algunos a las entrevistas con el Comandante Crosley. Como el

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Presidente Jimenes no tenía control sobre la ciudad y no podía evitar que cualquiera pudiese
disparar sobre las fuerzas americanas; y como decía el Comandante Crosley que era para
resguardar los intereses americanos, y como además el Derecho Internacional lo permite, y
ya había precedentes en la República, y como además la Legación y la Receptoría se encon-
traban fuera de la ciudad, no creyó el Presidente Jimenes que podía negarse y aconsejó que
era preferible que desembarcaran por el lado de San Jerónimo, porque así, por lo menos, se
evitaba el conflicto inmediato que hubiera traído la toma de la ciudad. Honorables Senadores:
La intervención americana no data de la fecha en que llegaron aquí las tropas americanas. Ese
fue el hecho; pero se puede decir que la intervención data desde la nota que pasó el Gobierno
Americano al Presidente Jimenes en noviembre de 1915. El Secretario de Estado Bryan adoptó
una política benévola y amistosa para este país y creo que para las demás repúblicas de Amé-
rica; pero desde que llegó al poder el Secretario Lansing, amigo de la política enérgica que
Uds. llaman Big Stick cambió completamente la situación dominicana. Yo casi me permitiría
acusar al Secretario Lansing de premeditación en la violación de este territorio, porque no se
puede entender ni comprender que sin motivo alguno, pasara aquella nota. Fue una verdadera
sorpresa para el Gobierno. Resulta como si Ud. vive en paz con su vecino y de repente una ma-
ñana entra a su casa a discutir y buscarle dificultades, y Ud. se pregunta: ¿Qué es lo que pasa?
(¿What is the matter?); así le pasó al Gobierno, fue una verdadera sorpresa, porque no había
motivo ninguno para ello, puesto que el país estaba completamente tranquilo. El Presidente se
dio inmediatamente cuenta de que esa nota significaba la intervención americana, y como no
estaba dispuesto a aceptarla, pues no quería ser un muñeco, lo que Uds. llaman Straw Men,
sabía de antemano que su Gobierno era un gobierno caído, pues no sería ya persona grata
para el Gobierno Americano. Tan grave vio él la cuestión, que inmediatamente telegrafió al
General Horacio Vásquez, jefe del partido de la Oposición, que viniera inmediatamente para
comunicarle asunto de gravedad. Ambos convinieron en que esa nota implicaba la interven-
ción; estuvieron de acuerdo ambos, tanto el Jefe del Gobierno, como el Jefe de la Oposición,
en defender unidos al país. He oído decir que la Intervención había resultado por el estado
caótico del país: esto puede referirse a la Hacienda y a la política; me referiré a ambas cosas.
La situación financiera era buena, y no había desórdenes; el Presidente Jimenes murió pobre;
los Secretarios de Hacienda antecesores míos, los señores Lcdo. Armando Pérez Perdomo y
don Francisco Herrera, son hombres incorruptibles, y yo aseguro que cumplí con mi deber.
Siendo la cabeza buena en un Gobierno, se puede deducir que lo demás tiene que marchar
bien. Tal vez convendría a la Comisión averiguar si los que vinieron después de nosotros lo
hicieron peor o mejor que nosotros. Esa declaración también (refiriéndose al escrito que se
había leído) es contradictoria a lo que me dijo el Ministro Russell poco días antes del conflicto
con el general Arias, en la última entrevista que tuve con él sobre asuntos de poca importancia,
pues me felicitó por la buena marcha de la Hacienda Pública.
Sen. Pomerene. —¿Cuándo fue eso?
J. —No recuerdo la fecha, pero debió ser a principios de abril. Refiriéndome a la parte
política, afirmo que había paz en el país. Hubo solamente pequeños disturbios sin impor-
tancia. Además, lo que llaman revolución no es tal revolución; revoluciones son las que hay en
México y en otras partes donde mueren por miles los hombres, se queman propiedades ajenas
y extranjeras, se ataca a los indefensos no dejando movimiento a los pacíficos, y hay torturas.
Nada de eso se conoce aquí en este país; jamás se han visto en este país esos actos; desgraciada-
mente es ahora cuando se conocen. No quiero hablar de todo el ejército americano, pues entre

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

los oficiales hay elementos excelentes, muy correctos y muy apreciados por los dominicanos,
pero ha habido algunos, –más que algunos– que hubieran hecho mejor quedándose en sus
casas, para bien nuestro y… (Interrumpido).
Sen. Pomerene. —Los oficiales americanos, el Ejército y la Armada no podrán ser acusados
de haber cometido torturas y crueldades de ninguna especie, mientras no se tengan pruebas
de eso, y si hay hechos de esa clase, no hay quien lo lamente más que el pueblo americano,
y si Ud. o cualquier otro testigo tiene pruebas algunas de algún caso particular ocurrido, las
autoridades aquí en la Isla, y las que están en los Estados Unidos, tendrán gusto en recibir
esas pruebas para que pueda haber una investigación con el fin de hacer justicia. No quiero
que se equivoque en este punto.
J. —Por eso repito que no me refiero a todo el ejército americano, sino a esos individuos que
olvidaron que pertenecían a una gran nación y que el uniforme se lleva siempre con dignidad.
Sen. Mc Cormick.– Hago saber que la Comisión puede recibir declaraciones juramentadas
escritas, aunque no esté en sesión abierta.
J. —En cuanto a nuestra actuación como Secretarios de Estado después de la renuncia
del Presidente, actuación que ha sido muy discutida, quiero hacer constar que los Secretarios
de Estado, principalmente yo, cuya misión había terminado, quisimos renunciar también,
pero nos comunicó el Ministro Russell que no debíamos hacerlo, porque quedando el país
sin Gobierno, tendrían que nombrar un Gobernador Americano; por eso continuamos.
Knowles. —¿Podría Ud. decirme si su padre fue depuesto?
J. —Mi padre no fue depuesto, porque entonces no hubiera tenido que renunciar.
Sen Pomerene. —¿Ante quién renunció el Presidente Jimenes?
J. —Ante el pueblo.
Sen. Pomerene. —¿Era ese el modo constitucional?
J. —No, señor, porque entonces no podía él venir a la ciudad a renunciar ante el Congreso
por la dificultad que tenía con el General Arias, y prefirió renunciar ante el país.
Sen. Pomerene. —¿No hubo ninguna acción más o menos tres o cuatro días antes del
desembarco?
J. —Las tropas fueron desembarcadas antes de la acción en que hubo dos bajas: la única
acción que hubo. Cuando desembarcaron las tropas no había ocurrido ningún choque armado
entre los dominicanos; la única acción que hubo fue tres o cuatro días después.
Sen. Mc Cormick. —¿Entonces había revolución en la ciudad?
J. —Yo me refiero al conflicto que había entre el Presidente Jimenes y su Secretario de
Guerra, General Arias. Desearía que sobre los asuntos interiores no se me hiciesen preguntas,
pues podrían serme penosas y podría no ser imparcial, como debo ser.
Sen. Pomerene. —Entiendo que el Sr. Jimenes no desea que se le hagan preguntas.
J. —Eso es.
Sen. Pomerene. —Muy bien; muchas gracias.

Don Pedro A. Ricart


Nació en el año 1869, y es hijo de Don Francisco Ricart y de Doña Josefa Pou. Sus primeros
estudios los hizo en el Colegio El Salvador, bajo la competente dirección del Sr. Llinás; pero
siendo su vocación el comercio, empezó a ejercerlo desde la edad de 17 años estableciéndose
por su propia cuenta.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Formó parte de la casa de Ricart Hermanos en 1895 y luego, en 1900, compró el activo y
pasivo de dicha casa, volviendo a establecerse bajo su sólo nombre. Al formarse la Cámara
de Comercio de esta Capital, don Pedro A. Ricart fue el primer Presidente de esa institución,
ocupando el cargo durante dos años porque fue reelecto por su buen ejercicio. Fue Presidente
del Club Unión, y en ese cargo de confianza hizo las reformas e innovaciones que prestigian a
ese centro social. También fue Presidente entusiasta por dos veces del Casino de la Juventud.
En 1913 fue Senador por la Provincia de Santo Domingo durante la administración del
Gral. José Bordas Valdés, ocupando la vacancia que en ese alto Cuerpo dejara el Dr. José
Lamarche cuando renunció, nombrado por el Gobierno, Ministro en Amberes.
Desde hace dos años, Don Pedro A. Ricart se encuentra al frente de la Cámara de Co-
mercio en calidad de Presidente. Esta Directiva, dirigida por él, ha llevado a cabo varias e
importantes reformas, tal como la de Estatutos Generales de Cámaras de Comercio de la
República, y ha contribuido a la formación de la Ley sobre Insolvencia. (Orden Ejecutiva
Núm. 699, de reciente promulgación).
Su posición económica, social e intelectual, su bondad y cortesía le han hecho merecedor
al aprecio del país en general, y en materia de comercio sus consejos son oídos y respetados
por cuantos a diario le consultan.
Últimamente, en el año 1921, el Gobierno francés le distinguió condecorándole como
Oficial de Academia.

Palabras del Presidente de la Cámara de Comercio


ante la Comisión de Senadores Americanos
Santo Domingo, diciembre 13 de 1921

La Cámara de Comercio, Industria y Agricultura de Santo Domingo, antes de tratar el


asunto que ha motivado la presente entrevista, desea aprovechar esta oportunidad para hacer
constar por mi órgano ante la Comisión de Honorables Senadores de los Estados Unidos,
la declaración siguiente:
La Cámara une su protesta a la del pueblo dominicano, respecto a la ocupación del
territorio de la República por las tropas Norte Americanas, e interpretando fielmente el
sentir unánime y constante de sus miembros y de todo el pueblo dominicano, expresa a la
Honorable Comisión de Senadores su vehemente esperanza de que pronto sea devuelto el
pueblo dominicano al goce de sus atributos y derechos como República libre, absolutamente
independiente y absolutamente soberana.
P. A. Ricart.
Presidente.
R. A. Nanita.
Secretario General.
Nuestra misión, señores Senadores, es la de tratar de conseguir para nuestro país, las mismas
ventajas comerciales de que gozan otros, con la gran Nación de los EE. UU. de América.
Está probado prácticamente, que nuestro arancel de importación, es un decidido protector
de las industrias y productos americanos, y que parece justo que este país obtenga alguna
compensación, una reciprocidad, que tienda a prestarle ayuda a nuestros productos, ya que
en los actuales momentos anormales que atravesamos, originados por la crisis terrible que
azota al mundo, no nos podríamos justificar, si no hiciéramos un esfuerzo para lograr que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

nuestra empobrecida agricultura, consiguiera algún alivio, que sirviera de aliciente a todos
los que con verdadero amor consagran los mejores años de su vida, en hacer producir a la
tierra los frutos que nos nutren y alimentan.
Todos los gobiernos del mundo, protegen con leyes sabias su agricultura, su comercio y
sus industrias y a todos los que luchan y se afanan por lograr no tan sólo su bienestar, sino
también el engrandecimiento de su patria.
Ninguna ocasión más propicia, como la que se nos presenta ahora, para insinuar a Uds.
la necesidad que tiene el Pueblo Dominicano, de que nuestro tabaco y nuestra azúcar, gocen
de las mismas ventajas concedidas a nuestra vecina la República de Cuba.
Nos permitimos poner en vuestras manos, una exposición detallada y documentada de
lo que acabo de expresaros, la que también recomendamos respetuosamente a Uds.
Es muy oportuna esta ocasión para significarles que todo lo que Uds. puedan hacer por
la restauración de nuestra soberanía, a la que tenemos derechos indiscutibles, y de la que se
nos ha despojado injustamente, y por el bienestar de nuestra querida y amada República,
será una deuda de gratitud que obligará siempre al pueblo dominicano para con la gran
Nación americana y sus dignos representativos.

El Dr. Coradín
ante la Comisión Senatorial
Notario J. R. Luna. —Diga su nombre, edad y nacionalidad.
Dr. Coradín. —Me llamo Alejandro Coradín, tengo 32 años y soy dominicano.
Not. Luna. —¿Jura Ud. decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en todo
cuanto va a preguntarsele y, que tiene encargo la Comisión Senatorial de investigar?
Dr. Coradín. —Juro.
Sr. Knowles. —¿Doctor Coradín, dónde vive Ud.?
Dr. C. —En Hato Mayor, Provincia del Seybo.
K. —¿Dónde nació Ud.?
Dr. C. —En la Provincia de Samaná.
K. —¿Tiene Ud. algún asunto que quiera declarar a la Comisión?
(Asentimiento).
K. —Si es un asunto que es de su conocimiento personal, dígalo.
Dr. C. —Deseo que la Hon. Comisión sepa que no es mi intención al relatar estos hechos
que sean cambiados los métodos empleados por las fuerzas americanas en el país; lo que
ansío y creo que ansía el pueblo dominicano, es la reintegración completa y simple y llana
de nuestra soberanía. En esa virtud, y aunque he oído decir al Sr. Presidente de la Comisión
que le molesta oír tratar de los Oficiales americanos; pero en esta ocasión quiero molestar
su atención sobre los hechos que voy a relatar ante la Comisión. El 22 de junio de 1917 vi
arrastrar a la cola de un caballo, en las calles de Hato Mayor, a un anciano llamado José María
Rincón, por un oficial que llevaba por nombre Perales, de las tropas americanas.
Sen. Pomerene. —¿Dónde pasó eso?
Dr. Coradín. —En Hato Mayor.
Sen. Pomerene. —¿Cuándo fue eso?
Dr. C. —El 22 de junio de 1917.
Sen. Pomerene. —¿Cuál era el rango del Oficial?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Dr. C. —Era Teniente.


Sen. Pomerene. —¿Era americano o dominicano?
Dr. C. —No era dominicano. Ese señor fue supliciado de este modo: porque él llevaba
una receta a la botica, compuesta de manteca de cerdo y azufre, para curar una enfermedad
de la piel y los médicos de las fuerzas de marinos dijeron que era para curar heridas y esa
fue la causa suficiente para hacer lo que acabo de relatar a la Comisión del Senado. Luego
de eso fue fusilado y colgado a un palo.
Sen. Pomerene. —¿Ud. lo vio fusilado?
Dr. C. —Sí, señor y lo vi colgado también.
Sen. Pomerene. —¿Quién más estaba presente en ese momento?
Dr. C. —Todo el pueblo de Hato Mayor. Eso pasó en las calles, y lo vio todo el pueblo.
Sen. Pomerene. —¿Dónde consiguió ese informe respecto de la receta?
Dr. C. —Yo soy médico.
Sen. Pomerene. —¿Quien dijo a Ud. que Rincón fue supliciado o matado porque llevó
esa receta?
Dr. C. —Yo oí a los Médicos Oficiales decir que era para curar heridas.
Sen. Pomerene. —¿Cuál es el nombre del oficial que suplició al hombre?
Dr. C. —El de Perales, el que cometió el hecho.
Sen. Pomerene. —¿Estaba Perales presente cuando lo colgaron?
Dr. C. —Perales iba montado en el caballo.
Sen. Pomerene. —¿Puede Ud. dar los nombres de algunos testigos más que presenciaron
o conozcan este hecho?
Dr. C. —(Dirigiéndose a uno del auditorio) ¿Cómo se llama Ud.?
—Emilio Suárez.
—¿Dónde vive Ud.?
—En Hato Mayor.
—(Dirigiéndose a otro oyente) ¿Cómo se llama Ud.?
—Jesús María Vásquez.
—¿Dónde vive Ud.?
—En Hato Mayor.
Dr. C. —El día 24 de agosto del año 1918 fue muerto Ciprián Alarcón, por el Capitán
Charles Merkel, de la Armada, dándole un balazo por la cabeza. Yo lo que digo es porque
lo he visto. El señor Alarcón estaba sentado en su puerta, a la sazón el Capitán Merkel y el
Mayor Taylor ordenado por el Coronel Davis habían reconcentrado todos los campesinos a la
población, encontrándose en la plaza como dos mil personas, sonaron unos tiros, y el señor
Alarcón, que estaba en un estado ebrio, parece que infirió algunas palabras que molestaron
al Capitán Merkel; pero me parece, en mi calidad de hombre serio, que cual que fuese la
ofensa, ello no era suficiente para quitarle la vida a un hombre.
Sen. Pomerene. —¿Dónde pasó eso?
Dr. C. —En Hato Mayor. El Capitán Merkel lo cogió por el brazo izquierdo y lo llevó
a una esquina de la casa, sacó su revólver y le dio un tiro en la oreja izquierda. Esto lo he
visto yo, porque vivo enfrente de la casa. Mandó a buscarme a mí con el Comisario, ese
señor que estuvo aquí ahorita, para que yo prestara mis servicios profesionales en el caso,
a lo cual conteste que no podía, porque el hombre estaba en estado moribundo. Así como
esos, han ocurrido más de trescientos o cuatrocientos casos en la Común; pero como yo no

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

los he visto, no quiero entrar en discusión, como entró mi antecesor; pero pueden tomar esa
nota, antes de terminar.
Sen. Pomerene. —¿Estaba el Capitán Merkel en Hato Mayor en servicio el 22 de junio
de 1917?
Dr. C. —Sí, señor. Antes de terminar, y con relación a los mismos hechos, quiero presentar a
la Comisión una de las víctimas del tormento del agua, hecho también por el Capitán Merkel. Si
la Hon. Comisión desea, él podrá informarla de cómo y en qué consiste el tormento del agua.
El interrogatorio del Dr. Coradín es suspendido para cuestionar al Sr. Pedro Hernández
Rivera.

Pedro Hernández Rivera ante la Comisión Senatorial


(Está presente también el Dr. Coradín)
Notario Luna. —Diga cómo se llama y dónde vive.
Testigo. —Me llamo Pedro Hernández Rivera, y vivo en Hato Mayor.
Sen. Pomerene. —¿Cuándo pasó el asunto?
Hernández Rivera. —El 14 de abril de 1918.
Dr. Coradín. —En estos últimos tiempos, el Gobierno Militar ha ordenado la concentración
de los infelices habitantes de Hato Mayor, los cuales son agarrotados como cerdos en corrales
hechos de alambre de púas, con el pretexto de investigar si son o no malos, y esto lo hacen
por un procedimiento que podríamos decir que es infantil, porque es un hecho fisiológico que
cuando se lleva a un individuo de la oscuridad a la luz improvisadamente, este individuo sufre
una impresión por el choque de los rayos de la luz en los ojos y precisamente, a los individuos
los tienen en la oscuridad, los llevan a unos cuartos donde hay un marino con un foco eléctrico
y cuando llega le pegan el foco eléctrico en la frente, y entonces el individuo se impresiona y
por este solo hecho es considerado malo. Yo puedo mostrarle los campos de concentración.
(Muestra una fotografía). A los individuos de posición, que pueden pagar, les son aplicadas
multas de trescientos pesos, dizque porque son gavilleros, y desde que pagan los sueltan y
mientras no pagan no los sueltan.
(Risas ruidosas. El Presidente reclama silencio del público).
(Se retira el Dr. Coradín, y comienza el cuestionario del Sr. Pedro Hernández Rivera).
Notario Luna. —¿Ud. jura decir la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad res-
pecto a lo que se le va a preguntar y que tiene encargo la Comisión Senatorial Americana
de investigar en Santo Domingo?
Hernández Rivera. —Sí, juro.
Sr. Knowles. —¿Dónde nació Ud.?
H. R. —En Utuado, Puerto Rico.
K. —¿Cuánto tiempo ha estado Ud. en este país?
H. R. —Catorce años, próximamente.
K. —¿Dónde ha residido Ud. en este país desde que llegó de Puerto Rico?
H. R. —En Hato Mayor.
K. —¿Siempre?
H. R. —Estuve cuatro o cinco meses en Santiago de los Caballeros.
K. —¿Ha residido Ud. en ese lugar durante la Ocupación Militar?
H. R. —Sí, señor.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —¿Pasó algo con Ud. durante la Ocupación?


H. R. —Sí, señor.
K. —Sírvase decir a la Comisión exactamente todo lo que pasó respecto a este incidente,
el tiempo y el lugar, día y todo.
H. R. —El día 14 de abril de 1918, en Hato Mayor, fui hecho preso por las fuerzas de la
Ocupación Americana, al mando del Capitán Merkel, quien operaba por esos campos y me
fue puesta una soga al cuello y atadas las mano. Fui llevado al campo, como a cuatro o cinco
kilómetros fuera del pueblo, a pie y a paso de caballo, a trote largo.
K. —¿Quién fue que le ató?
H. R. —El Capitán con otros marinos, el Capitán Merkel y otros marinos más que no
los conozco.
K. —¿Eran todos americanos o dominicanos?
H. R. —Americanos, y una vez en el campo fui atado por los pies, acostado boca arri-
ba, de cara al sol y con un embudo me echaban agua por la boca, una demajuana de agua.
Estuve tres o cuatro días en esas condiciones, amarrado, y de noche dormía en las mismas
condiciones, atado los pies y las manos, a la intemperie y un soldado me custodiaba, todo
esto al lado de una hoguera de leña grande. A los tres o cuatro días fui puesto en libertad,
no teniendo nada que resolver más contra mí.
K. —¿No había acusación hecha contra Ud.?
H. M. —Me confundían con un individuo llamado Pedro Rivera.
K. —¿Fue interrogado durante ese tiempo?
H. R. —Me preguntaban cuántas municiones le mandaba a la gente que estaba en el
monte. Esa era toda la pregunta, y no me dejaban hablar tampoco.
K. —¿En qué mano estaba la soga, es decir, quién tenía la soga que Ud. tenía amarrada
en el cuello?
H. R. —Un marino a caballo; pero ahí mismo iba el Capitán Merkel.
K. —¿Conoce Ud. los nombres de algunos de esos marinos, ha visto Ud. algunos de
ellos después de eso?
H. R. —No, señor. Quizás pueda conocerlos si los veo; pero me parece que no podría
distinguirlos.
K. —¿No podría Ud. identificar a ninguno de ellos?
H. R. —Yo podría identificar a un Sargento que fue a buscarme a casa, llamado Mario.
K. —¿Era marino?
H. R. —Sí, americano.
K. —¿Ha visto Ud. al Capitán después de eso?
H. R. —Después de eso lo vi y más nunca lo he vuelto a ver.
K. —¿Puede Ud. decir a la Comisión el lugar al cual le llevaron a Ud.?
H. R. —Sí, señor.
K. —¿Estaba cerca del campamento?
H. R. —Allí mismo tenían un campamento: me tenían en un campamento, como a cuatro
o cinco kilómetros del pueblo.
K. —¿Le hicieron preso y lo amarraron en el pueblo?
H. R. —En plena calle.
K. —¿Cuántos Oficiales y Marinos americanos estaban en el grupo?
H. R. —Había diez o doce.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

K. —¿Ellos llevaron más prisioneros en ese momento?


H. R. —Sí, señor.
K. —¿Cuántos más? ¿Quiénes eran?
H. R. —Eran Agapito José, Pedro Rivera y Jesús Reyes por la noche conmigo, y después
otros más.
K. —¿Cuántos Oficiales y Marinos americanos estaban en el grupo?
H. R. —Los que nos llevaron eran diez o doce, y con los que estaban en el Campamento
20 más o menos.
K. —¿Eran todos Oficiales y Marinos?
H. R. —Oficiales eran el Capitán Merkel, después el cabo y sargento. Yo no conocí a los
guardias; no tenía tiempo de verlos tampoco.
K. —¿Eran americanos o dominicanos?
H. R. —Eran americanos.
K. —¿Todos los marinos eran americanos?
H. R. —Sí, señor, todos los marinos eran americanos.
(En ese momento se acuerda un receso por 5 minutos).
Sen. Mc Cormick. —Permítame decirle al Sr. Knowles, que durante el breve receso tratamos
de conseguir las formales acusaciones contra el Capitán Merkel y los documentos en conexión
con el suicidio de él, cuando fue mandado a ser preso y no hemos podido encontrar esos
documentos, pero tan pronto como los encontremos estarán listos para el expediente y a la
disposición de Ud. No es necesario decir, Sr. Knowles, que los miembros de la Comisión hablan
con cierta restricción, porque les da vergüenza y lamentan que tales incidentes ocurrieran bajo
el mando de Oficiales Americanos aquí o en cualquier otro lugar. Esperando la llegada de los
documentos solamente quiero anotar que el Comandante de las Fuerzas Americanas, celoso
de su honor, hizo que se presentaran acusaciones y pidieran el arresto del Capitán Merkel.
K. —Me alegro que el Hon. Presidente haga estas observaciones dando voz a los sentimien-
tos. Estoy seguro solamente de que este Gobierno y los Senadores que lo acompañan y todos los
ciudadanos americanos reprueban tales hechos, y quiero decir que yo no intentaba preguntar
estos testimonios en la forma de acusaciones contra Oficiales y hombres que cometieron los
hechos, o los otros Oficiales que estuvieron aquí ese tiempo o contra el Gobierno Americano,
pero solamente con el objeto de que la Comisión pudiera entender ciertas razones y motivos,
porque importa poco quiénes los cometieran, teniendo un efecto moral sobre estas gentes que
hicieron que ellos se resintieran hacia nosotros, siendo claro por qué esta gente siente como
siente, y no para hacer acusaciones contra aquellos que realmente cometieron los hechos, y
más quiero decir en explicación de mi posición, que lo que yo considero como primer deber
en esta investigación es encontrar los medios justos y honorables para llegar a la verdad de
todos los hechos cometidos, con la esperanza de que pueda conducir a una solución pronta y
determinación de las diferencias que existen actualmente entre ellos.
Sen. Pomerene. —¿Cuándo fue llevado Ud. al lugar?– Puede Ud. describir nuevamente,
exactamente lo que pasó, cuando Ud. llegó, al lugar del destino?
H. R. —Sí, cómo no. El día catorce.
Sen. Pomerene. —¿No, desde el tiempo que Ud. llegó?
H. R. —A la hora de llegar allí me pusieron boca arriba de cara al sol, y así me tuvieron
un par de horas, dándome agua con el embudo a intervalos y cuando no abría la boca me
la abrían con palo. (Desaprobación).

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sen. Pomerene. —¿Estaba Ud. amarrado y también tenía cada mano y cada pie amarrado?
H. R. —Sí, señor y boca arriba.
Sen. Pomerene. —¿Cuántos hombres estaban presentes, cuando le pusieron el embudo
en su boca?
H. R. —Como ocho marinos; uno me sujetaba un pie, otro el otro pie, dos más ambas
manos, otro me agarró la rodilla, otro la cabeza y todavía me echaban agua no la sentí más
en el momento, porque estaba moribundo.
Sen. Pomerene. —¿Quién fue –si le era posible ver– que echó agua en el embudo que
pasaba por su boca?
H. R. —Eran marinos. Yo no los conocí. El Capitán me abría la boca.
Sen. Pomerene. —¿Cuánto tiempo seguido le echaban esa agua?
H. R. —Minutos; echaban un poco y cuando perdía el conocimiento paraban de echar y
después volvían a echarme más y así lo hicieron como tres o cuatro veces.
Sen. Pomerene. —¿Cuántas veces repitieron eso?
H. R. —Creo que fueron como tres veces.
Sen. Pomerene. —¿Y por qué pararon?
H. R. —No sé; porque quisieron, no quisieron darme más.
Sen. Pomerene. —¿Se trataba a alguno de los otros que llevaron al Campamento de la
misma manera que a Ud.? ¿Qué pasó con esos hombres?
H. R. —Le echaron agua también como a mí.
Sen. Pomerene. —¿Con qué resultado?
H. R. —A mí me llevaron después como a 20 ó 30 metros, y desde allí veía el movimiento.
Sen. Pomerene. —¿Sabe Ud. si fueron lastimados seriamente?
H. R. —Yo creo que fueron lastimados, sí.
Sen, Pomerene. —¿Cuánto tiempo lo tuvieron a Ud. acostado después de terminada?
H. R. —Me amarraron al tronco de un árbol y por la noche dormí en las mismas condi-
ciones, sólo una mano suelta, lo demás amarrado.
Sen. Pomerene. —No es necesario que los demás miembros de esta Comisión tengan que
decir que participan en lamentar lo que pasó como fue expresado por el Hon. Señor Presi-
dente. (Esta declaración termina a las 5 y 15 p.m. para comenzarse nuevo interrogatorio al
Dr. Coradín al siguiente día, 14 de diciembre de 1921).

Otra vez el Dr. Coradín


ante la Comisión Senatorial Americana
Santo Domingo, diciembre 14 de 1921

(Desde las 9 y 25 a.m.)


Sen. Pomerene. —Permítame decirle con respecto a este asunto, que la Comisión como
dijo el Hon. Señor Presidente ayer, está muy afligida por haber oído la relación de cruel-
dades que fueron cometidas sobre varios dominicanos. La estada de la Comisión aquí es
muy breve porque estamos obligados a volver a Washington. Sin embargo, si hay alguna
persona en la República que tenga algunas acusaciones o testimonios con respecto a otras
crueldades que fueran perpetradas por las fuerzas de la Ocupación, si ellas presentaran
esas acusaciones y pruebas al Gobierno de la República o las envían a la Comisión en Was-
hington; esas pruebas y testimonios serán examinadas lo más detenidamente porque ni

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

el Gobierno de Washington, ni las fuerzas de Ocupación aquí tolerarán nada que parezca
siquiera crueldades.
Sr. Knowles. —Dr. Coradín, omití ayer conseguir algunos detalles con respecto a ciertas
declaraciones que Ud. hizo, relativas al hombre de Hato Mayor de nombre José María Rincón.
Quiero que Ud. diga a la Comisión algunos particulares acerca de este hombre; quién era,
cuánto tiempo había vivido en Hato Mayor, y la estimación de que gozaba.
Dr. Coradín. —José María Rincón, era un hombre de 80 años generalmente estimado
por sus condiciones de hombre bueno. Como dije ayer, él fue hecho preso en la Botica de la
población por el señor Perales, quien actuaba con las fuerzas de la ocupación americana.
Sen. Pomerene. —¿Estaba encargado de ella o trabajando con ellas?
Dr. C. —Él era teniente, y había otro oficial de mayor graduación que no lo conozco, y le
hicieron eso, bajo la imputación de que la medicina que se le había recetado para curar una
enfermedad de la piel era para curar heridas de las gentes que estaban alzadas en el monte.
Desde luego agregaré hoy a lo dicho ayer, que este señor fue amarrado por…
Sen. Pom. —¿Quiere Ud. decir que el medicamento que estaba en poder de él fue con el
propósito de curar las heridas de sus compatriotas que estaban fuera de la ciudad, y quienes
podían haber recibido heridas en un contacto con los marinos?
Dr. C. —Esa fue la imputación de las fuerzas de Ocupación, porque la medicina no era
para curar heridas; yo he dicho ayer, que era para curar una enfermedad de la piel, y que
los marines dijeron que era para curar heridas. Eso es lo que yo he dicho y sostengo.
Sen. Pom. —¿Puede Ud. dar los nombres de los marinos?
Dr. C. —Yo no los conozco. Le he dicho más de una vez que al Sr. Perales, sí lo conozco
porque es un apellido más o menos castellano, que puedo recordar fácilmente.
Sen. Pom. —¿Cuánto tiempo había Ud. conocido al Sr. Perales antes de esa ocasión? ¿Está
Ud. seguro de que ese es su nombre? ¿Conoce Ud. su primer nombre?
Dr. C. —No, señor.
Sen. Pom. —¿Está Ud. seguro que era marino o de la Guardia?
Dr. C. —Era marino, andaba con los marinos y vestía como marino.
Sen. Pom. —Solamente algunas preguntas para ayudar a identificar el hombre. He tenido
noticias de que no había ningún Perales en las fuerzas de los marinos.
Dr. C. —Yo he jurado a fe de hombre que existía este nombre entre los marinos de la
Fuerza de Ocupación.
Sen. Pom. —Tal vez se hayan equivocado en el nombre pero nosotros queremos identificar
el hombre. ¿Había una fuerza de Policía Municipal en aquel tiempo?
Dr. C. —Mire aquí al Comisario de Policía. (Coradín introduce ese testigo).
Sen. Pom. —¿Cómo se llama ese señor?
Testigo. —Me llamo Jesús Vásquez.
Sen. Pom. —Parece que según ciertos informes suministrados a la Comisión en este mo-
mento que un hombre de nombre Perales era relacionado con el servicio de Policía en Macorís.
De acuerdo con los informes recibidos por la Comisión de las Autoridades Militares aquí,
había en aquel tiempo un hombre de nombre Perales, que era un agente o relacionado con las
Fuerzas de Macorís. Hace algún tiempo las autoridades militares fueron informadas por un
tal Cestero y el Arzobispo Nouel, del incidente de haber arrastrado un viejo del rabo de un
caballo. Con respecto a esos informes, no han suministrado ni la fecha ni tampoco el nombre
del viejo ni las personas de haber arrastrado al viejo. Tampoco detalles fueron suministrados, y

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sólo dijeron que el incidente pasó en Hato Mayor, e hicieron una investigación completa, y los
declarantes fueron interrogados por más detalles que no pudieron suministrar. Por lo tanto, las
autoridades no pudieron averiguar si había sucedido ese hecho. No pudieron averiguar quién
era el responsable. Ahora, por primera vez como yo lo entiendo hay alguna autoridad que
pueda seguir esos informes exactos y hacer investigación de ese asunto, pero será prematuro
decir, que la Comisión, si no ha recibido informes de que Perales, quien estaba en la Policía, era
en realidad el hombre que arrastró a Rincón por las calles; pero con esos informes a manos y
cualquier otro informe se abrirá otra investigación y se agregará este informe al expediente.
Dr. C. —Esos datos que acabo de dar fueron relacionados en la célebre carta del Arzobispo
Nouel al Ministro Russell, de la cual conoce el Senado Americano. Yo entiendo además, que este
es un asunto desagradable para la Hon. Comisión del Senado, porque si yo fuese ciudadano
americano, yo me sentiría avergonzado de todos esos hechos sucedidos en Hato Mayor.
Sen. Pom. —Todo cuanto pedimos es que Ud. nos ayude a conseguir los informes, para
identificar ese hombre, y nosotros cuidaremos del resto. (Aprobación).
Dr. C. —Con respecto a que este señor, pertenecía a la Policía de Macorís, yo no puedo asegu-
rar eso; pero aunque así sea y aunque fuese chino, el actuó bajo órdenes de tropas americanas.
Sen. Pom. —¿Quién dijo a Ud. que el nombre de ese hombre, que llevaba a cabo esa
acción era Perales?
Dr. C. —Yo lo conocí a Perales, donde estaba el viejo Rincón, despachando la fórmula.
Nadie me lo dijo. Él mismo me lo dijo. Entramos en relaciones.
Knowles. —Dijo ese hombre que Ud. dice que llevaba el nombre de Perales en la Botica,
que su nombre era Perales, o ¿Ud. lo supo antes?
Dr. C. —Él lo dijo en la Botica. Perales mismo.
Sen. Pom. —Sírvase decir tan exactamente como pueda una filiación de ese hombre. Su
peso, altura, tamaño, si era alto o bajito.
Dr. C. —Era un hombre alto y tendría más o menos 160 libras.
Sen. Pom. —¿Qué edad más o menos?
Dr. C. —Era un hombre joven, como de 35 a 40 años.
Sen. Pom. —¿Su color?
Dr. C. —Blanco.
Sen. Pom. —¿Recuerda Ud. el color de su cabello?
Dr. C. —Pelo castaño.
Sen. Pom. —¿Puede Ud. describir con más exactitud la clase de uniforme que él llevaba?
Dr. C. —Uniforme de marino.
Sen. Pom. —¿Era Perales el hombre que estaba encargado de ese destacamento o cuerpo
de hombres que estaba operando en la ciudad en ese momento?
Dr. C. —Había oficiales de mayor graduación.
Sen. Pom. —¿Estaban ellos presente durante el incidente que Ud. ha relatado?
Sen. Jones. —¿Cuántos oficiales de más alto grado estaban allí?
Dr. C. —Había un Capitán Médico y otro Capitán.
Sen. Jones. —¿Dos Capitanes?
Dr. C. —Sí, señor.
Sen. Jones. —¿Y un teniente?
Dr. C. —Si, señor, y el teniente Perales.
Sen. Jones. —¿Era Rincón un hombre fuerte?

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Dr. C. —Un hombre de 80 años no puede ser fuerte.


Sen. Jones. —¿Fue sacado de la Botica?
Dr. C. —Sí, señor.
Sen. Jones. —¿E inmediatamente la soga puesta sobre él?
Dr. C. —No, lo llevaron y después le pusieron la soga en el Campamento.
Sen. Jones. —¿A qué distancia quedaba el Campamento?
Dr. C. — Alrededor del pueblo, más o menos a doscientos metros. Le pusieron la soga en el
Campamento. Supongo, porque me quedé en la puerta y después vi a Rincón arrastrado.
Sen. Pom. —¿Cuánto tiempo después que lo sacaron de la Botica lo vio Ud. arrastrado?
Dr. C. —Como unos quince minutos.
Sen. Jones. —¿Puede Ud. decir sí o no, si fue perseguido o acusaciones fueron hechas
contra él?
Dr. C. —Supongo serían acusaciones.
Sen. Jones. —¿Cuándo supone Ud. que hicieron acusaciones?
Dr. C. —Supongo sería el mismo día. No puedo asegurar eso.
Sen. Jones. —¿Entre el tiempo en que fue hecho preso y el momento que lo arrastraron,
ellos estaban con Rincón en la Botica?
Dr. C. —No sé lo que pasaba en la calle.
Sen. Jones. —¿De qué manera y en qué parte de la ciudad, fue él arrastrado?
Dr. C. —En la ciudad. No se puede decir en qué parte sino en las calles de la ciudad.
Sen. Jones. —¿En presencia de mucha o poca gente?
Dr. C. —De todo el pueblo.
Sen. Jones. —¿Durante cuánto tiempo fue arrastrado él por las calles hasta que el hombre
que lo arrastraba se parara?
Dr. C. —La población es pequeña y desde luego en quince o veinte minutos puede
dársele la vuelta a la ciudad.
Sen. Jones. —¿Cuántos habitantes hay en la población?
Dr. C. —Como quinientos habitantes.
Sen. Jones. —Creo que Ud. dijo que había olvidado la fecha de ese asunto.
Dr. C. —22 de junio del año 1917.
Sen. Pom. —¿Dio Ud. querella a alguna de las autoridades?
Dr. C. —Absolutamente. En esa época, Dios me hubiera librado de tal cosa.
Sen. Pom. —¿Ha hecho Ud. alguna querella o informado a alguna persona, sea oficiales
americanos o dominicanos, sobre este asunto?
Dr. C. —Esta es la primera vez.
Sen. Pom. —¿En qué parte de la Ciudad dejaron de arrastrar al hombre?
Dr. C. —Entre el Norte y el Este, lo dejaron de arrastrar y lo fusilaron.
Sen. Pom. —¿En el pueblo?
Dr. C. —Sí, señor.
Knowles. —Diga a los Senadores exactamente lo que pasó cuando pararon allí y las
condiciones en que él estaba.
Dr. C. —Es fácil suponer las condiciones en que debía encontrarse aquel viejo después
de ser arrastrado a la cola de un caballo a todo escape en la ciudad. Cuando se paró Perales
con él, puede decirse que estaba en estado agónico.
Knowles. —¿Entonces qué pasó?

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Dr. C. —Entonces lo fusilaron. Perales le dio un tiro, y entonces con la soga que tenía en
el cogote lo echó hacia una rama de un palo y lo colgó.
Knowles. —¿Eso fue en presencia de todos los otros marinos?
Dr. C. —Fue un poco retirado del Campamento.
Knowles. —¿Al alcance de la vista?
Dr. C. —Sí, señor.
K. —¿Qué se hizo del cadáver?
Dr. C. —El cadáver fue enterrado.
K. —¿Dónde?
Dr. C. —El cadáver fue enterrado como a dos kilómetros de la población. Supongo que
sería por el vecindario.
K. —¿Puede Ud. indicar el lugar de la sepultura o indicar a la Comisión de qué modo
puede encontrarla?
Dr. C. —Si la Comisión quisiera ir, yo podría enseñarle la sepultura de ese señor y
algunas más.
Sen. Pom. —La Comisión no puede hacerlo. Algunos oficiales que están averiguando
pueden hacerlo. ¿En qué dirección de la población fue enterrado el cadáver?
Dr. C. —En la misma dirección Noroeste.
Sen. Pom. —¿Fue enterrado en un Cementerio público o fue enterrado al lado del
camino?
Dr. C. —Sí, señor
Sen. Pom. —¿A qué distancia queda la sepultura del camino?
Dr. C. —A diez o doce metros del camino. Al Norte de Hato Mayor, hay un llano, y en
el llano fue donde lo enterraron.
Sen. Pom. —¿Hay alguna cosa allí que marque o indique la sepultura? ¿Ha visto Ud.
personalmente la sepultura?
Dr. C. —No, señor.
Sen. Pom. —¿Entonces Ud. personalmente no puede indicar el sitio?
Dr. C. —Pero puedo encontrar quien lo indique.
Sen. Pom. —¿Quién dijo a Ud. el lugar en dónde se encontraba?
Dr. C. —No hay rascacielos en Hato Mayor y se ve todo.
Sen. Jones. —¿Quién dijo a Ud. dónde se encontraba esa sepultura?
Dr. C. —Yo he visto de lejos cuando lo han matado y han llevado el cadáver un poco
más allá y lo han enterrado. Yo no lo vi enterrado.
Sen. Jones. —¿No ha dicho Ud. hace un rato que Ud. no ha visto la sepultura?
Dr. C. —Yo no he visto la sepultura; pero puedo llevar habitantes que pueden encontrarla.
Sen. Jones. —Quiero que Ud. diga ¿quién dijo a Ud. dónde se encontraba esa sepultura?
Dr. C. —Yo vi cuando enterraban a Rincón, desde la ciudad.
Sen. Jones. —¿Estaba Ud. en la misma población donde lo mataron en el momento mismo
en que fue matado?
Dr. C. —Sí, señor.
Sen. Jones. —¿Y eso era como una distancia de dos kilómetros y podría Ud. verlo?
Dr. C. —Allí hay un llano como este papel liso, así puede Ud. ver un hombre hasta cinco
o seis kilómetros.
Sen. Jones. —¿Hay matas al otro lado de la sabana?

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Dr. C. —(Indicando con las manos sobre un papel)– Aquí está el pueblo, aquí la sabana
y de este lado las lomas.
Sen. Jones. —¿Fue enterrado cerca de esa cordillera?
Dr. C. —No, como a la mitad del llano.
Sen. Jones. —¿Y fue enterrado en el sitio en dónde lo mataron?
Dr. C. —No, he dicho hace un momento que lo llevaron un poco más allá.
Sen. Jones. —¿A qué distancia?
Dr. C. —Como a quinientos metros lo llevaron y lo echaron dentro de un hoyo.
Sen. Jones. —¿Entonces él fue matado a una distancia de quinientos metros de donde
fue enterrado? ¿Fue él matado en la sabana de donde Ud. podía verlo? ¿Dónde quedaba la
mata entonces de la cual lo colgaron?
Dr. C. —En la sabana hay una mata pequeña que se levanta sin una pequeña ramita,
quizás el único palo que hay en toda la sabana, y se podía ver desde la población lo que
estaba haciéndose.
Sen. Jones. —¿Qué clase de mata es?
Dr. C. —Yo no sé.
Sen. Jones. —¿Es una mata que está ahí todavía? ¿Y él está enterrado como a quinientos
metros de la mata?
Dr. C. —Sí, señor, más o menos.
Sen. Jones. —¿Qué dirección de esa mata más o menos?
Dr. C. —Hacia el norte.
Sen. Jones. —¿Y cerca de un camino?
Dr. C. —En la sabana hay muchos caminos.
Sen. Jones. —¿Ha visto Ud. esa sepultura?
Dr. C. —No, señor. (Trascurre un momento, después de lo cual el Dr. Coradín, pregunta
a la Comisión si quiere conocer algunos datos sobre incendios).
Sen. Pom. —Si Ud. encuentra allí cualquier otro testimonio que ayude a las autoridades a
encontrar o identificar a ese hombre Perales, a quien Ud. acusa de esas ofensas, la Comisión
le estará muy agradecida; si Ud. da inmediatamente esos informes al Gobierno de aquí o a
cualquier miembro de su Estado Mayor.
Dr. C. —Perfectamente.
Fin.

Licdo. Ml. de J. González Marrero


En la población de San Antonio de Guerra, nació el día 26 de diciembre de 1851 el Lcdo.
Manuel de Jesús González Marrero, hijo de Don Andrés González y de Doña María Aquilina
Marrero de González. Se educó en esta ciudad de Santo Domingo, haciendo sus primeros
estudios en el Colegio de San Luis Gonzaga, bajo la dirección del inolvidable Padre Billini.
En 1868, fue empleado del Ministerio de Interior y Policía, puesto en el cual permaneció
hasta 1870, que pasó a serlo de la Secretaría de la Suprema, Corte de Justicia, y más tarde,
Secretario del mismo Supremo Tribunal, que dejó por renuncia.
En 1876 fue también Secretario del Consejo de Estado, y Secretario Archivista de la
Constituyente.
En el año 1879 se graduó de Abogado de los Tribunales de la República.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Residiendo en Azua, fue dos veces Regidor de aquel Ayuntamiento: en 1882 y 1886, y
en el año 1898 fue designado para instalar las Aduanas Terrestres de Bánica, Comendador
y Cercado. Al año siguiente, fue nombrado Presidente del Tribunal de Azua.
En 1903 fue nombrado Ministro de la Suprema Corte y, en el mismo año, Procurador
General de la República, puesto que desempeñó hasta 1908 en que, debido a la nueva
organización de los Tribunales de Justicia, pasó a ser Presidente de la Corte de Apelación
del Departamento de Santo Domingo. En 1912 fue nombrado Juez de la Suprema Corte de
Justicia, elevado puesto en que presta todavía al país sus utilísimos servicios. En el año 1920
formó parte de la Junta Consultiva.
Aunque el Lcdo. González M. ha dedicado la mayor parte de su vida a la judicatura,
empleó algunas de sus actividades al comercio y, en esa condición, fue gerente de las im-
portantes casas comerciales de J. B. Sturla y J. De Lemos, de esta Ciudad.
En la vida social es un correcto caballero. Es, además, miembro entusiasta de varias
sociedades patrióticas, literarias y benéficas.

Declaraciones del Sr. Luis Bautista


ante la Comisión Senatorial Americana
Santo Domingo, diciembre 14 de 1921

Desde las 10:15 a.m. hasta las 11:15 a.m.


Notario Luna. —Póngase, de pie. ¿Jura Ud. decir la verdad, nada más que la verdad y
toda la verdad en cuanto se le va a preguntar y que tiene encargo la Comisión del Senado
de investigar en Santo Domingo?
Bautista. —Sí, juro.
Knowles. —Diga su nombre completo, edad, ocupación, nacionalidad y residencia.
Bautista. —Me llamo Luis Bautista, tengo 32 años de edad, dominicano, nacido aquí en
Santo Domingo.
K. —¿Ha vivido Ud. siempre en este país?
B. —He hecho algunas salidas de poca duración.
K. —¿Dónde vive Ud. actualmente?
B. —En Hato Mayor.
K. —¿De qué se ocupa Ud. actualmente?
B. —Hace quince días que salí de la cárcel y por ahora no me ocupo más que de restablecer
mis propiedades que me fueron quemadas por los marinos de la fuerzas de Ocupación.
K. —¿Cuánto tiempo ha estado en la cárcel?
B. —Diez meses y once días.
K. —¿Por qué fue Ud. encarcelado?
B. —Voy a hacer un relato sucinto.
K. —¿En qué cárcel estuvo Ud. confinado?
B. —En la cárcel de San Pedro de Macorís.
K. —¿A qué distancia queda eso de la población donde Ud. reside?
B. —A 33 kilómetros.
K. —Ahora puede seguir declarando la causa de su encarcelamiento.
B. —En la noche del 26 de diciembre de 1920, un grupo de los marinos de las fuerzas de
Ocupación incendiaron mis propiedades. Esas propiedades se componían de una casa que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

estaba ocupada totalmente por un establecimiento comercial, anexa también una casa de
familia. Esa misma noche del 26 de diciembre yo no me encontraba presente; pero estaba el
encargado del establecimiento.
K. —¿Dónde estaba Ud.?
B. —En Hato Mayor. El Gobierno abrió una investigación sobre el incendio de esas pro-
piedades; pero habiendo estudiado el caso y viendo yo la necesidad de tratarlo directamente
con los altos funcionarios del Gobierno, me dirigí con este fin a esta ciudad. A mi arribo a
esta, varios repórteres de periódicos…
K. —¿Cuándo llegó Ud. aquí?
B. —El día 30 de diciembre.
E. —¿De qué año?
B. —Del 1920. Bueno, pues, como decía, varios repórteres de periódicos solicitaron de mí
los datos para su publicación, a pesar de que yo había hecho una relación sucinta, enviándola
al Listín Diario para que la insertara en sus columnas. A mi llegada a ésta, solicité a algunos
amigos de confianza para que me hicieran conocer del Gobernador Militar, lo que con poca
dificultad conseguí; pero parece que la publicación de esos datos fue contraproducente para
mi causa, porque después de haber visitado al Gobernador Militar y aplazado mi asunto para
más luego, resultó que a mi regreso a San Pedro de Macorís fui encarcelado. En ese estado
las cosas, los marinos incendiarios fueron condenados a diferentes penas. Después de haber
sido ellos sentenciados, fui acusado por los mismos marinos en su condición Sub-Judice de
haber vendido licores a los marinos en la mañana del día 26; después de eso, fui llamado
a juicio y cuál no fue mi asombro: los mismos marinos que me habían quemado mi casa se
habían confabulado para robarme el único bien que me quedaba para atender a mi familia:
¡la libertad! Y aquella Corte, revestida de la seriedad…
K. —¿Cuál Corte?
B. —La de San Pedro de Macorís, un Tribunal Militar; me sentenció a pagar la suma de
$3,000,00 so pretexto de haber infringido la Orden Ejecutiva n.o al respecto.
K. —¿Cuál Orden Ejecutiva?
B. —La que se relaciona con la venta de licores. A pesar de haber probado en derecho
a la Corte que ese día no se había vendido licores a la tropa. En tal estado las cosas, vino la
sustitución del Contralmirante Snowden por el señor S. S. Robison, actual Gobernador Militar
de Santo Domingo. Elevé mi petición de justicia, elevé mi exposición al Gobernador Robison
clamando por la justicia que yo sabía que debía asistirme, y sólo me contestó que había sido
desaprobaba mi petición. Ahora, yo invito a la Honorable Comisión de Senadores de los Esta-
dos Unidos, a que si no por ahora, más tarde, cuando estén en los Estados Unidos, hagan una
investigación de mi proceso, para que vean de una manera exacta la defensa que hice en siete
días que duró mi causa, donde le probé a la Corte Militar, que no le había vendido licores a los
marinos americanos. La causa duró siete días. Esa misma noche, los marinos quemaron cuatro
establecimientos más en el mismo poblado, y sólo una casa de familia fue incendiada por los
marinos, lo que deja ver que los marinos atacaban los establecimientos comerciales, tan solo
porque se les negaban a venderles licores. Para el 24 yo había llevado a mi establecimiento tres
mil y más pesos de licores, sin contar la existencia que tenía en mi establecimiento.
Sen. Jones. —¿Con qué fin hizo Ud. eso?
B. —Porque se acostumbra celebrar fiestas en las Pascuas.
Sen. Jones. —¿Ud. generalmente invierte tres mil pesos para la celebración de las Pascuas?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —¿Era su negocio la venta de licores?


B. —Era un establecimiento mixto, y vendía allí mercancías (géneros), provisiones,
licores, etc.
K.. —¿Tenía Ud. patente para vender licores?
B. —Sí, señor.
K. —¿Fue lastimada alguna persona durante se quemaban las casas?
B. —Sí, cómo no; pero los marinos cuando le pegaban fuego a una casa para evitar que
la apagaran, los dieciséis marinos que fueron los ejecutores de esa maldad, caían a tiros a
los que transitaban por ahí, para que se pudieran quemar las casas, para que nadie pudiera
salvar nada. Ahora, antes de terminar, yo solicito de la Honorable Comisión de Senadores
de los Estados Unidos, una garantí a, no sólo para mí, sino para mis compañeros que he-
mos venido a declarar, porque yo recuerdo que mis reclamaciones ante el Gobierno Militar
fueron las que me llevaron a la cárcel, y yo no quiero, tan recientemente de haber salido de
la cárcel, ser aprisionado de nuevo por las declaraciones que acabo de hacer. (Aprobación
general y vivos comentarios del público a favor del declarante).
Sen. Pomerene. —Ud. puede estar seguro de que no será encarcelado.
B. —Le anticipo las gracias.
Sen. Pomerene. —La Comisión cuidará de que cualquier testigo que haya venido aquí a
declarar la verdad ante la Comisión Senatorial, sea protegido debidamente.
B. —Es el querer del pueblo. (Aprobación general en el público).
Sen. Pomerene. —Estoy muy seguro de que ninguna autoridad militar, ni aquí ni en Washing-
ton que represente al pueblo americano, tiene la intención, ninguna intención de inmiscuirse
a tratar de intimidar a los testigos que han comparecido ante nosotros. Nosotros creemos y
miramos esta reunión como una ocasión muy solemne, y todo lo que la Comisión necesita es
la verdad, y según el juramento que se ha prestado, no solamente queremos la verdad, sino
toda la verdad y nada más que la verdad, y cualquier testigo que dé su testimonio en esa forma, será
protegido en todas las formas posibles, hasta el último límite que esté en poder de los Estados Unidos y
de sus autoridades militares, dondequiera que estas autoridades se hallen.
B. —Si quieren Uds. hacerme preguntas sobre los casos de Hato Mayor, estoy presto a
declarar.
Sen. Pomerene. —¿Quiere Ud. ahora declarar sobre cualquier acontecimiento?
B. —Todo lo que esté en mi conocimiento estoy dispuesto a declararlo.
K. —¿Conoce Ud. personalmente algún otro abuso cometido en su pueblo?
B. —El crimen cometido en la persona de Ciprián Alarcón.
K. —¿Está él presente aquí hoy?
B. —No, si él murió, lo mataron.
K. —Explique quién era ese hombre, la fecha del incidente que Ud. va a relatar y todas
las cosas; pero nada más que las cosas que Ud. presenció personalmente.
B. —Pues bien; el señor Ciprián Alarcón era un hombre que sólo vivía de su trabajo; la
tarde que ocurrió el hecho, el pueblo fue convocado por el Capitán Merkel a una reunión.
Después de reunido el pueblo…
Sen. Pomerene. —¿Cuál fue la fecha de esa reunión?
B. —El día 24 de agosto de 1918. Bueno, pues, después de reunido el pueblo nos habló en esta
forma: Yo los he reunido para decirles que pretendo, del modo más eficaz, que Uds. me digan los
que son cómplices con los gavilleros en esta población. La mayoría del pueblo le contestó que si

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

es verdad que existían gavilleros en la Común de Hato Mayor, nosotros los hombres que no nos
dedicábamos más que al trabajo, no podíamos seleccionar a los bandidos, porque una vez más les
habíamos probado a los Oficiales de la Ocupación que nosotros, los habitantes de Hato Mayor,
habíamos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para impedir que hubiera malhechores
en los contornos de la población. Terminado ese discurso, él mismo fue separando un grupo de
ciudadanos, el Capitán Merkel en persona, a los cuales preguntaba: “¿Tú eres gavillero?“ Algunos
le contestaron –tengo mi casa y mi familia aquí. ¿Cómo puedo yo ser gavillero?– y así las cosas
ha hecho uso de su revólver y ha tirado dos tiros al aire. Desde luego, el pueblo atemorizado
por los hechos anteriores, emprendió la fuga, resultando algunos heridos.
Sen. Jones. —¿Quién disparó los tiros?
B. —El Capitán Merkel. Dirigiéndose entonces, más luego, a la morada del señor Ciprián
Alarcón, y como a tres metros de distancia de la casa estaba él parado, en frente de su casa,
y Merkel le preguntó:– ¿Qué haces?
Sen. Jones. —¿Quién estaba parado frente a la casa?
B. —El señor Ciprián Alarcón. Entonces Alarcón contestó– estoy en la puerta de mi casa.
Sen. Jones. —¿Ud. oyó eso personalmente?
B. —Sí, señor, si yo estaba parado por allí. Seguido de esa contestación, el Capitán Merkel
hizo uso de su revólver y le disparó un tiro que le causó la muerte. Como a los cinco minu-
tos de eso fue llamado el Dr. Coradín por el Capitán Merkel, y le dijo: –¿Puede Ud. hacer
algo en favor de este señor?– y contesto el Dr. Coradín:– Nada puedo hacer porque ya está
agonizando. —Eso es cuanto sé respecto de la muerte de Ciprián Alarcón.
Sen, Pomerene. —¿Ud. oyó después no es verdad, que el Gobierno Militar había dado
orden de arresto del Capitán y que después este se suicidó?
B. —No sólo lo oí, sino que el Coronel Thorpe me lo dijo a mí.
Sen. Pomerene. —¿Estaba solo el Capitán Merkel o estaban otros con él?
B. —Le seguía un grupo de marinos.
Sen. Pom. —¿A qué distancia estaban ellos de él cuando ese incidente?
B. —Como a ocho o diez pasos. Venían caminando con él.
Sen. Pom. —¿Cuántos marinos?
B. —No puedo precisar el número.
Sen. Pom. —¿Más o menos?
B. —Seis o siete marinos.
Sen. Pom. —¿Llevaba alguno de ellos uniforme de Oficiales?
B. —No, señor. El único el Capitán Merkel.
Sen. Pom. —¿Conoce Ud. a alguno de esos marinos que acompañaban al Capitán?
B. —De vista creo conocerlo. En concreto no conozco ninguno.
Sen. Pom. —¿Sabe Ud. personalmente de su propio conocimiento, sí o no los marinos
en la ocasión de quemar casas en la Nochebuena tomaron alguno de los licores que estaban
en su casa o en las otras casas quemadas?
B. —Voy a decirle. A la salida de ni casa, los marinos se dirigieron al empleado de la
bodega solicitando que les vendiera licores. Viendo que no podían obtenerlo…
Sen. Pom. —¿Cómo se llama el empleado a que Ud. se refiere?
B. —Eligio Rondón.
Sen. Pom. —¿Estaba Ud. presente durante la conversación de los marinos y Eligio Ron-
dón?

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

B. —Lo conozco por la investigación que abrió el Gobierno, después de sucedido el hecho.
Sen. Pom. —¿Estuvo Ud. presente en las audiencias durante esas causas? ¿Es lo que
Ud. relató ahora, el testimonio juramentado de lo que declaró en la Corte? (Se refiere a un
documento entregado por el señor Bautista).
K. —¿Conoce Ud. cuándo, dónde y en qué fecha más o menos pasó la causa?
B. —El día 26 de diciembre de 1920.
K. —No, ¿a qué hora fue la causa?
B. —Al otro día, el 27.
K. —¿Cuánto tiempo después de haber quemado abrieron la investigación?
B. —Veinticuatro horas después.
K. —¿Dónde llevaban a cabo la investigación?
B. —En el Campamento, que quedaba como a 500 metros del poblado.
K. —¿Estaba Ud. presente en las audiencias?
B. —Sí, señor.
K. —¿Quién era el Presidente de la investigación?
B. —Era un Oficial de Marina.
K. —¿Había uno o más?
B. —Había un Mayor, el que, comandaba la tropa, el Oficial encargado del departamento
de Guayabo Dulce y otros dos más.
K. —¿Sabe Ud. de su conocimiento, sí o no fueron sacados licores de la casa suya?
B. —Sacaron de todas las casas que fueron quemadas.
K. —¿Sacaron licores de la casa suya?
B. —De la mía sí y de las demás casas también.
K. —¿Qué cantidad de licores cogieron de la casa suya, en cantidad y valor?
B. —Donde había tanto licor no puedo calcular la cantidad cogida; pero después que no
podían coger más, entonces las botellas unas con otras las rompían.
K. —¿A qué lo sentenciaron a Ud. después de juzgado por haber dado informes a los
periódicos de aquí?
B. —A tres mil pesos de multa, que me fue rebajada más tarde a quinientos pesos.
K. —¿Y había encarcelamiento?
B. —No; pero como no tenía dinero, me metieron preso durante diez meses y once días.
Todo lo que yo tenía se quemó en la bodega y en la casa de familia.
Sen. Jones. —¿Cómo pudo Ud. por fin conseguir los $500.00?
B. —Yo le propuse a la Corte Marcial, basado en la promesa de reparar mis pérdidas,
que se adueñaran de las pérdidas mías de $7,000.00 y más pesos y me pusieran en libertad,
porque yo era un hombre joven y podía volver a trabajar para conseguir eso, y esa propo-
sición fue negada también. No se me oyó.
Sen. Jones. —¿Y por fin consiguió los $500.00?
B. —No los conseguí y estuve preso diez meses y once días a razón de dos pesos diarios,
a trabajo forzado.
Sen. Jones. —¿Y fue durante esos trabajos forzados que Ud. pudo salir?
B. —Sí, después de eso fue que salí, cuando cumplí mi condena.
Sen. Jones. —¿Cuántos marinos estaban presentes cuando se quemó su casa?
B. —El campamento se componía de 30 marinos.
K. —¿De qué manera pegaron fuego a la casa?

876
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

B. —Yo mismo no lo sé; pero el empleado me dijo que se quedó en un montecito y vio
que destaparon algunas cajas de gas y pegaron fuego a la casa de familia. Se valieron de un
hacha para picar y así procedieron en las demás casas comerciales.
K. —¿Había alguna sublevación o resistencia hecha por la gente del pueblo?
B. —No, no hubo ningún contacto con los nativos. La sed de oro sin poderlo conseguir…
Sen. Pom. —¿Fue ese incendio después o antes que Ud. y su empleado se habían negado
a vender licores?
B. —Después.
Sen. Pom. —Sobre este incidente ha habido veinticuatro horas Consejos de Guerra a
marinos. Trece fueron condenados, otros absueltos y dos todavía no han sido juzgados, y
las sentencias eran de uno a cinco años de encarcelamiento. Estoy informado de que esos
marinos que fueron sentenciados fueron enviados a los Estados Unidos y están ahora cum-
pliendo su condena en las cárceles americanas.
B. —Mi aspiración no es que los señores Senadores se empeñen en todo caso en que mis
pérdidas materiales sean reparadas. Yo en este momento uno mi voto de protesta contra la
Intervención, con la esperanza de que la Hon. Comisión del Senado de los Estados Unidos
tenga buen éxito en los proyectos que tiene formados para la completa y pronta reintegración
de nuestra soberanía. Es todo lo que tengo que decir.
Sen. Pomerene. —I thanks you.
Fin.

Don Rafael Isaac Pou


Rafael Isaac Pou nació en esta Capital el 14 de mayo de 1890, siendo sus padres Don José
Isaac Pou Primet y Doña Elena Adelina Henríquez de Pou. Desde muy temprana edad fue
inscrito en las escuelas primarias, siguiendo por gradación los programas educativos hasta
cursar estudios de término en la Escuela de Bachilleres de esta Ciudad. Comenzó a trabajar
como oficinista desde la edad de 16 años, demostrando en sus labores rara competencia. Re-
cibió clases del competente calculista danés V. I. Feguer, quien era entonces Pro-Acountant de
la International Banking Corporation. Ha desempeñado sucesivamente los siguientes cargos:
secretario de la Dirección Gral. de Estadística, oficial en Estadística de la Receptoría Gral.
de Aduanas, oficial segundo en la Secretaría de Estado de Hacienda y Comercio, contable
de la International Banking Corporation, contable de la Central Romana, Inc., y auxiliar de
Primera Clase de Contabilidad en la Tesorería Nacional Dominicana.

El Señor Rafael Isaac Pou


frente a la Comisión de Senadores norteamericana
Santo Domingo, diciembre 13 de 1921

Notario Luna. —Diga su nombre.


Pou. —Rafael Isaac Pou.
Notario Luna. —¿Ud. jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad,
respecto a cuanto se le va a preguntar relacionado con la investigación que está haciendo la
Comisión del Senado de los Estados Unidos?
Pon. —Sí, juro.

877
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sr. Knowles. —Señor Pou, tenga la bondad de decir su nombre completo, y edad.
Pou. —Me llamo Rafael Isaac Pou, y tengo 31 años de edad.
K. —¿Cuál es su ocupación?
P. —Contable. Tenedor de Libros.
K. —¿Dónde reside Ud.?
P. —En Santo. Domingo.
K. —¿Dónde nació Ud.?
P. —En la ciudad de Santo Domingo.
K. —¿Ha residido Ud. siempre aquí?
P. —Siempre, aunque residí unos meses en el Central Romana, donde trabajaba como
Tenedor de Libros.
K. —¿Ud. fue empleado durante algún tiempo en el Departamento de Contabilidad del
Gobierno Dominicano?
P. —Sí, señor.
K. —¿En esta ciudad?
P. —Sí, señor, en la Tesorería Nacional.
K. —En esa capacidad de Tenedor de Libros que Ud. ocupaba en la Tesorería Nacional,
¿cuándo entró Ud. como empleado del Gobierno?
P. —El 14 de mayo de 1919.
K. —¿Cuánto tiempo ocupó Ud. su empleo?
P. —Durante dos años y dos meses.
K. —¿Por qué salió Ud. de ese empleo? ¿Ud. renunció?
P. —No, me retiraron.
K. —¿Quién lo retiró a Ud.?
P. —El Secretario Mayo.
K. —¿Por qué razón?
P. —Por haber firmado una protesta de la Junta de Abstención Electoral.
K. —¿Quién es el Secretario Mayo?
P. —Era el Secretario de Estado de Hacienda y Comercio del Gobierno Militar Norte-
americano.
Sen. Pomerene. —¿Ud. fue notificado por escrito que Ud. era retirado?
P. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —¿Tiene Ud. una copia de esa notificación?
P. —Sí, señor.
Sen Pomerene. —¿Dónde está?
P. —En mi casa.
K. —¿Podrá Ud. entregármela un poco más tarde?
P. —Sí, señor.
K. —En su capacidad como contable, manejando las cuentas de la Tesorería Nacional
¿tuvo Ud. oportunidad de hacer ciertas observaciones?
P. —Sí, señor, muchas…
K. —¿Tomó Ud. nota de ciertas?
P. —Sí, señor, exactas.
K. —¿De todo lo cual guarda Ud. nota?
P. —Sí, señor.

878
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

K. —¿Los trajo Ud. consigo esos informes para la Comisión?


P. —Sí, señor.
K. —¿Tiene Ud. esos informes delante de Ud.?
P. —Sí, señor.
K. —¿Tendría Ud. la amabilidad de darle lectura, desde donde dice algo con respecto a
hechos del presupuesto de 1920?
(En ese momento los señores Senadores discuten sobre la cuestión y acuerdan un receso
a las 2 p m.)
P. —(Después del receso, a las 2 p.m.)… Hechos. Dice el presupuesto de 1920 del Gobierno
Militar. Balance aproximado, no comprometido, $1,400,000,00. —Derechos de Importación…
Sen. Pomerene. —(Interrumpiendo). ¿Qué representa esa suma de $1,400,000.00?
P. —Una suma que al comenzar el año 1920 estaba libre de todo compromiso como fon-
do de reserva. (Continúa leyendo, de su informe). Derechos de Importación, $3,300,000.00.
–Otras rentas…
Sen. Jones. —(Interrumpiendo). ¿Durante qué período?
P. —Año de 1920.– Eso fue lo que presupuso el Gobierno Militar que ingresaría por ese
concepto.– Otras rentas, $3,629,800.00.
Sen. Jones. —¿Qué es lo que se propone demostrar el señor Knowles con este testigo?
Sr. Knowles. —El testigo se propone demostrar con eso que durante el Gobierno Domini-
cano, manejado por los dominicanos, nunca hubo déficit tan grande como el que ha habido
ahora, durante la Ocupación por los marinos Norteamericanos.
(En estos momentos está presente el Comandante Arthur H. Mayo, ex Secretario de
Hacienda y Comercio del Gobierno Militar).
Sen. Pomerene. —¿Al arreglar ese balance tomó Ud. en consideración los gastos para
Obras Públicas?
P. —Sí, señor. Todo lo que salió naturalmente.
Sen. Mc Cormick. —¿Consiguió Ud. esos datos mientras estuvo en la Hacienda o cuando
estuvo empleado en la International Banking Corporation?
P. —No, cuando estuve en la Hacienda.
Sen. Mc Cormick. —¿Ud. estuvo empleado en la International Banking después?
P. —No, señor.
(Estas cuestiones son suspendidas a las 3:15 p.m. para continuarlas el día 15 a las 12:40
p.m., parece que con el propósito de confrontar los informes del declarante con los libros y
documentos oficiales).

Hechos:
Dice la Ley de Presupuesto de 1920:
Balance aproximado no comprometido: $ 1,400,000.00
Derechos de Importación y Exportación: 3,300,000.00
Otras Rentas: 3,629,800.00
$ 8,329,800.00
A deducir:
Para intereses y amortización del Empréstito de $20,000,000.00;
para intereses y amortización de la emisión de Bonos de 1918,
por $5,000,000.00, 5% estipulado en la Convención
Domínico-Americana, etc. $ 3,908,870.00
Balance $ 4,420,930.00

879
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Egresos:
Poder Ejecutivo $ 3,420.00
“ Ejecutivo 34,240.00
“ Judicial 627,409.28
Interior y Policía 852,746.00
Sanidad y Beneficencia 182,991.15
Relaciones Exteriores 662,653.21
Hacienda y Comercio 600,000.00
Agricultura e Inmigración 183,620.00
Fomento i Comunicaciones 658,756.00
Justicia e Inst. Pública 1,170,264.00 $ 4,379,099.64
Superávit $ 41,830.36

Esto fue lo que presupuso el Gobierno Militar que sería el resultado económico del
año 1920.
Pero la realidad sobrepasó favorablemente a todo cálculo.
Véase el detalle a continuación:

Producido de Aduanas (Véase anexo n.o 1) $ 6,080,438.97


Otras Rentas (Véase anexo n.o 2) 4,124,310.76
Más el Balance no comprometido, etc. 1,400,000.00
Que hacen un total de $ 11,604,749.73

Es decir:
Una producción de $3,274,949.73 más de lo que se presupuso fueron los ingresos de ese
año. Y sin embargo de tan inesperados aumentos, no solamente no hubo superávit como
habían calculado y era de esperarse, sino que en ese año fue que entró la finanza dominicana
en una franca y pública bancarrota.
En nuestra cuenta corriente con el International Banking Corporation –depositario desig-
nado– teníamos al comenzar el año 1921 un exceso sobregirado de $70,451.27 (Véase anexo
n.o 3).
Poco después fue necesario negociar con el mismo Banco una serie de vales (Certificates
of Indebtdness) por $1,200,000.00.
A la casa de W. R. Grace & Co., de New York, se le adeudaban como $700,000,00 y esto
sin contar que habían tenido que tomar del Fondo de Fidelidad (Véase anexo n.o 2). (Debe
hacerse notar que ese fondo por su misma naturaleza no podía ser invertido sino al objeto
que le designa la Ley), $85,000.00 para favorecer al Ferrocarril Central Dominicano, a pesar de
que este no había hecho depósito de los fondos recaudados durante el año y que funcionaba
por primera vez, fuera del Control de la Oficina Administrativa correspondiente.
Debe hacerse constar, además, que siempre fue obligación de todos los Administradores
del Ferrocarril Central Dominicano (una de nuestras rentas internas), dar cuenta y depositar
sus fondos en la Tesorería; y sin embargo, desde que se hizo cargo de la Administración el
Sr. Collins, que se dice está ligado por lazos familiares, o de estrecha intimidad con el Sr.
Arthur H. Mayo, Exencargado de la Secretaría de Hacienda, no se ha depositado un centavo
más, y ni si quiera ha dado cuenta de sus operaciones.
Estas generalidades demuestran que hubo en el manejo de nuestros fondos ignorancia
o una falta de esmero nunca igualados.

880
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Además, para evidenciar de una manera ostensible la veracidad de lo anteriormente


dicho, a continuación detallamos la inversión que se hizo de los fondos adquiridos con el
empréstito de $2,500,000.00, el cual fue contratado por el Gobierno Militar en contra del
unánime querer del Pueblo Dominicano:

Por concepto del descuento se redujo a $ 2,247,500.00


Pagado a W. R. Grace & Co. por Instrucción del Comandante Mayo $ 724,992.76
Pagado al “I.B.C.S. Dgo.” 816,333.33 $ 1,541,326.09
$ 886,178.91
Otra entrega a W. R. Grace & Co. $ 75,000.00
Una O. E. destinando para la carretera del Cibao 500,000.00 575,000.00
$ 311,178.91

Por lo expuesto se ve que la inversión caprichosa del dinero obtenido por ese empréstito,
fue la primera y más flagrante violación al Plan Harding, (Proclama del Gobernador Militar
de fecha 14 de junio de 1921), puesto que en ella se decía clara y terminantemente que ese
dinero se invertiría en las obras públicas ya comenzadas para darles fin. Y se ha comprobado
que la mayor suma se invirtió en cubrir déficits.

Policía Nacional Dominicana


Este cuerpo cuya necesidad nunca ha sido justificada, puesto que por ser formado por
dominicanos no ha venido a prestar servicios sino muy limitados, y en estos últimos años;
ya que en los primeros tiempos ni armas se les dejaba portar a sus miembros, por previsión
injustificada de sus directores, (norteamericanos), le cuesta al país desde su instalación:

O. E. n.o 54, año 1917 $ 500,000.00


Año 1918 622,688.00
“ 1919 747,780.80
“ 1920 702,030.00
Hasta mayo de 1921 200,000.00
$ 2,772,498.80

Además, podemos asegurar que en esta ha habido desfalcos y mala administración.


Ejemplos:
Del Fondo de Fidelidad se pagaron para cubrir los desfalcos de los capitanes america-
nos Gustavo Schaid y Frederick A. Edwards, respectivamente, con los cheques n.o 125653
$1,089.17 y n.o 125654 $1,085.99.
Otros perjuicios morales y materiales que ha ocasionado a la República Dominicana ese
cuerpo comandado por oficiales americanos, lo demuestra el siguiente hecho:
En una refriega a tiros habida en las calles de San Pedro de Macorís entre la infantería
de Marina de Ocupación y la Policía Nacional Dominicana, resultó herido el sirio Abraham
Koury, a quien hubo que indemnizar (por ser súbdito extranjero) con la suma de $1,500.00
pagados con el cheque n.o 143962 expedido a favor del Sr. Henry Ponsignon Barré, Agente
Diplomático de Francia en la República Dominicana.

881
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Bonos
Con respecto a la emisión de Bonos de 1918 de la República Dominicana y su manejo,
habría mucho qué decir; pero como son operaciones que no hemos manejado no nos sería
fácil demostrar las muchas irregularidades que han venido cometiendo los oficiales encar-
gados de ese departamento; sin embargo sí podemos demostrar lo siguiente:
Que siendo encargado de la Hacienda interinamente el Comandante Smith, se compró a
la par, para sí propio dos Bonos de la Serie “M” n.o 1739 y n.o 2673 por la suma de $2,000.00
cantidad que fue pagada con el cheque n.o 167297 y otro de la misma serie con el n.o 2672,
pagado también a la par a su señora esposa, Sra. C. N. Atwater.

Anexo n.o 1
Producción Aduanera durante el año 1920
Enero $ 512,766.34
Febrero 546,244.49
Marzo 532,122.44
Abril 709,572.13
Mayo 569,290.11
Junio 601,818.91
Julio 542,358.82
Agosto 572,316.28
Septiembre 497,829.73
Octubre 396,119.72
Como no hemos podido conseguir la suma de
producción exacta de los meses de noviembre
y diciembre e imaginando que durante esos dos
meses hubiera aumentado el descenso, le hemos
calculado por los dos meses la suma de 600,000.00
Total $ 6,080,438.97

Anexo No. 2
Demostración del Estado financiero
de la República al 31 de dic. de 1920
Rep. Dom., Cta. Corriente (Exceso) $ 70,451.27
Fondo de Fidelidad 6,571.83
Fondo apeo Dominicano 39,544.75
Fondo apeo Dominicano Invertido 72,481.00
Empréstitos a los Municipios 74,925.00
F. C. Dom., Cta. Préstamo 85,000.00
O. E. n.o 420 466 Inst. Benef. 28,958.04
O. E. n.o 420 466 para los Municipios 80,558.13
Fondo Amort. Bonos 1918 239,799.03
Fondo Amort. Cupones 87,698.91
American Foreign Banking Corp. 54,000.00
Banco Territorial y Agrícola 50,000.00
Depósito Lotería Benéfica O. E. n.o 492 5,891.60
Liq. Lotería Padre Billini 20,009.89
Fondos Instrucción Pública 1918 13,637.99
Fondos Instrucción Pública 1919 98,508.32
Cuenta Suspensa Gral. 2,194,892.58
Guardia Nacional Dominicana Susp. 345,746.58
$ 3,427,772.38

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Anexo No. 3
Estado Demostrativo de los Ingresos por Concepto
de Rentas Internas durante el año 1920
Derechos Consulares $ 150,536.30
Impuesto de Muelles 244,145.10
Impuesto de Alcoholes 874,478.91
Sellos de Rts. Internas Documentos 148,768.36
Sellos de Rts. Internas Rts. Domésticos 452,864.86
Sellos de Correos 97,508.38
Arrendamientos 2,816.64
Ventas Públicas 4,028.52
Derechos Registro 42,208.77
Apartados de Correos 5,163.65
Marcas de Fábricas 2,385.00
Telégrafos, Teléfonos y Radios 108,989.03
Recargo Ley Patente 8,450.79
Venta Leyes 199.90
Certificado Drogas Narcóticas 1,194.00
Recargos Derechos de Importación 36,563.55
Impuesto Ley Camino 37,218.31
Multa Tribunales 23,423.60
Multa Ley Patentes 2,279.50
Multa Ley Rentas Internas 1,615.00
Multa Ley Sanidad 70.00
Multa Control Alimentos --------
Multa Concesión Terrenos 504.00
Multa Ley Inmigración 845.00
Derechos Consulares Extranjeros 2,708.57
Venta Papel Oficial 382.94
Certificado de Suficiencia 2,021.00
Gaceta Oficial 860.10
Estación Experimental 525.51
Ferrocarril Central Dominicano 53,032.49
Impuesto Ley Patentes 708,405.42
Ingresos Universidad 6,888.00
Duplicado Patentes 58.00
Patente Invención 375.00
Laboratorio Nacional 1,585.00
Venta Medicina Hospital Militar 33.50
Extraordinarios 61,138.29
Impuesto la Propiedad 1919-20 230,542.10
Impuesto la Propiedad 1920-21 780,559.99
Intereses y Prima 86,676.25
$ 4,181,044.38

Sr. Knowles. —En esta declaración que se lee: “… Guardia Nacional Dominicana. Ade-
más, podemos asegurar que en esta ha habido desfalco y mala administración. Ejemplos:
Del Fondo de Fidelidad se pagaron para cubrir los desfalcos de los capitanes americanos
Gustavo Schaid y Frederick A. Edwards, respectivamente, con los cheques números 125653
por $1,089.17 y 125654 por $1,085.99”; explique en qué consiste el Fondo de Fidelidad.
Pou. —En la Guardia Nacional Dominicana, hoy Policía Nacional Dominicana, se
efectuaron algunos desfalcos por oficiales americanos, de los cuales puedo citar los

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

siguientes casos: capitán Gustavo Schaid y capitán Frederick A. Edwards; desfalcó el


primero de $1,089.17 y el segundo $1,085.99; número de cheques con que fueron paga-
dos estos desfalcos 125653 y 125654. Que se sepa, esos individuos no fueron sometidos
a la Justicia y más nunca se han visto en Santo Domingo. Sospechamos que se hayan
ido…
Sr. Knowles. —¿Diga qué es el Fondo de Fidelidad?
Pou. —Eso es un fondo creado expresamente para cubrir desfalcos. (Expectación en el
público).
Pomerene. —¿Cómo se creó ese fondo?
P. —Ese fondo lo creó el Gobierno con una suma que votó cuando votó la Ley. Luego va
siendo robustecido, aumentado por una contribución anual de los empleados públicos.
Pomerene. —¿En qué forma contribuían?
P. —Cuando se efectúa el pago del primer mes del año, se le descuenta al empleado
proporcionalmente.
Pomerene. —¿Durante cuánto tiempo ha sido esta Ley?
P. —Exactamente no puedo decir.
Sen Pomerene. —Aproximadamente.
P. —Como tres o cuatro años.
Sen. Pomerene. —Fue adoptada después de la llegada de las fuerzas de ocupación ame-
ricana.
P. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —¿Puede Ud. decir, cuántos desfalcos ha habido que se hayan cubierto
con esos fondos?
P. —Yo puedo recordar algunos. Por ejemplo el Colector de Rentas Internas de La Ro-
mana, tuvo un déficit como de $700.00 en 1919. Fue sometido a la Justicia y condenado a
presidio: era dominicano. En este mismo año o a fines del año pasado hubo un déficit en
el Departamento de Correos, más o menos de unos $24,000.00 y no se sometió a la Justicia,
sino que el Director de Rentas Internas se erigió o lo erigieron en Juez; no sé.
Mc Cormick. —(Refiriéndose al Sr. Knowles). Tenga la bondad de aconsejar a este testigo
en el sentido de que no debe introducir comentarios a su testimonio. La Comisión busca la
verdad con toda imparcialidad y digo con toda franqueza que algunos de sus testigos, no
deponen con imparcialidad.
P. —Deseo expresar que si he dicho algo que no he debido decir, yo pido excusa a la
Honorable Comisión.
K. —(Después de hacer al testigo las indicaciones insinuadas por el señor Presidente).
¿Cuántos empleados del Departamento de Correos eran los que estaban en esa transacción
de desfalco?
P. —Yo no puedo decir quién hizo el desfalco, porque no se dijo nunca, pero sí sé que
de ello resultó que tres americanos fueron suspendidos, después de la investigación; dos
americanos y un puertorriqueño. Dominicano no hubo ninguno suspendido.
R. —¿Conoce Ud. los nombres de los dos americanos y el puertorriqueño que fueron
suspendidos? ¿Puede Ud. dar esos nombres?
P. —El Sr. De la Rue, Supervisor de Cuentas de Correos, americano, y el señor Mayo,
experto eficiente, americano también. (Murmullo). Este Sr. Mayo era un civil. Un señor
como de 60 años de edad y el otro era Fernando Callejo, puertorriqueño. Yo no digo que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

esos tres individuos fueron culpables del desfalco, sino que coincidió la cesación del
empleo de ellos y el desfalco que hubo, porque el desfalco lo hubo y lo pagó el fondo
de Fidelidad.
Sen. Pomerene. —¿Esta Ud. seguro de que ellos todos fueron suspendidos? ¿Ud. no sabe
si alguno renunció para ocupar otro puesto?
P. —El señor Callejo dijo por la prensa, en el Listín Diario, que él había servido siempre
con fidelidad y lo habían arrojado del empleo injustamente.
Sen. Pomerene. —¿Cuál fue la fecha de la suspensión de Ud. de su cargo?
P. —El 30 de julio de 1921.
Sen. Pomerene. —¿Cuántos empleos más ha tenido Ud. después de esa fecha?
P. —Yo trabajo en dos partes; pero como contable, una hora en cada parte.
Sen Pomerene. —¿Ud. estuvo empleado en La Romana?
P. —Esto es anterior al empleo de la Contaduría. De La Romana vine aquí y me empleé
en la Contaduría. Después trabajo en dos casas.
Sen. Pomerene. —¿Ha tenido Ud. otro empleo oficial después de julio 30 de 1921?
P. —No, señor.
Sen. Pomerene. —¿Estuvo Ud. empleado en el Banco, después o antes de estar en La
Romana?
P. —Antes. (El Sr. Pou presenta a los Senadores una carta de la International Banking
Corporation en la que le aceptan la renuncia para pasar a ocupar otro puesto mejor en la
Central Romana).
Sen. Pomerene. —Hemos observado que el informe demuestra que el Capitán Schaid, fue
arrestado y se suicidó. (Sensación).
P. —Yo me alegro saberlo.
(El Sr. Presidente Mc Cormick insinúa al Abogado Knowles, que interrogue al testigo,
acerca de qué es que él se alegra).
Knowles. —¿Por qué dijo Ud. “me alegro saberlo”? ¿Porque se murió o porque no se
llegó a someter?
P. —No, ¡el pobre!… me alegro saberlo para estar mejor informado… (Hilaridad general).
(El Presidente reclama silencio del público).
K. —Quiero que el intérprete lea otra vez esto que dice aquí: que en una escaramuza
que hubo en San Pedro de Macorís a las 8 de la noche entre cierto número de agentes de la
Policía Nacional Dominicana y la infantería de marina, un sirio o árabe de nombre Abraham
Koury fue herido en el hombro izquierdo. Como resultado este presentó un reclamo por
indemnización. —¿Qué quiere Ud. explicar con respecto a esta suma?
P. —Quiero advertir que me han dicho que no hiciera comentarios y yo no los quiero hacer.
Jones. —¿Con qué fin ha hecho Ud. esa declaración en este memorándum?
P. —Entonces ¿hago el comentario?
Sen. Pomerene. —Ud. ha sido invitado por esta Comisión y se le ha pedido que informe
sobre cualquier hecho que Ud. conozca, que pueda explicar o dar luz sobre el asunto de que
se trata. En esta parte Ud. puede hacer esa declaración por escrito y esta Comisión la recibirá
y le dará la consideración que ella cree que merece.
P. —Yo tendré mucho gusto en dejar complacida a la Honorable Comisión.
(El cuestionario del señor Pou, termina ahora a la 1 y 10 p.m.)
(Terminado el interrogatorio del Sr. Pou, el S. Knowles se expresó como sigue):

885
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —Yo quiero expresar que la Comisión en mi opinión en cada procedimiento ha demostrado


de todas maneras la imparcialidad que ellos prometieron al pueblo, cuando abrieron esta audiencia;
que yo personalmente, no solamente no tengo quejas de ninguna clase, sino que por el contrario
tengo el gusto de expresar mis gracias a cada miembro de la Comisión aquí presente; más con
respecto a los testigos que no se han oído y que están aquí en este edificio y que en verdad son los
que tienen los testimonios más importantes que hasta ahora se han sometido, quiero hacer saber
que la Hon. Comisión, por mediación del señor Presidente, me ha significado el deseo de arreglar
y dar oportunidad en cuanto ellos puedan, por la cual de alguna manera todos los testimonios o
las protestas tendrán una oportunidad satisfactoria para ser presentados a la Comisión.
Mc Cormick. —Permítame decir en conclusión, que la Comisión no ha invitado testigos a
comparecer ante ella, en ningún momento, después de su salida de la Capital de los Estados
Unidos; nosotros hemos oído a aquellos que se han presentado, hemos recibido deposicio-
nes por escrito y memoriales por escrito, que han sido presentados y aquellos quienes tal
vez, puedan desear presentar hechos o testimonios a la Comisión; pero que no han venido
personalmente ante ella, fue pedido por mi colega Hon. Senador Pomerene, decir que de-
posiciones o memoriales pueden ser trasmitidos a la Comisión del Senado en Washington.
Knowles. —¿Quiere decir esto que yo debo tomar esa expresión como una decisión de
parte de la Comisión, en el sentido de que sea la única manera en la cual se recibirá testi-
monio adicional?
Mc Cormick. —Sr. Knowles, esto no implica tal cosa. Yo no he tenido oportunidad de
conferenciar con la mayor parte de la Comisión respecto a tomar testimonio adicional en
Washington. Esta declaración fue hecha porque tal vez haya algún individuo que quiera,
independientemente de Ud. o sus asociados, presentar sus opiniones, sin embarcarse, sin
hacer un viaje. Es para llevar siempre la política que hemos observado desde el principio de
abrir las puertas tan anchas como sea posible a todos, quienes han probado hechos o quienes
tienen opiniones competentes para ofrecer.
Fin.

Lcdo. Rafael Justino Castillo


Hijo de José Zoilo Castillo y de María Francisca del Rosario Contín; nació en la ciudad de
Santo Domingo el día 28 de febrero de 1861. Hizo sus primeros estudios bajo la dirección del
Profesor español Don Federico Llinás, y los continuó en la Escuela Normal, bajo la dirección
del educacionista Don Eugenio María de Hostos. Se graduó de licenciado en Derecho en el
Instituto Profesional en enero de 1887. Periodista, Director del periódico político El Repúblico,
colaborador y redactor de El Teléfono, fundó más tarde con Andrés Julio Montolío otro de
otra índole, llamado Ciencias, Artes y Letras; fundador y Redactor de El Nuevo Régimen junto
con el Lic. Alberto Arredondo Miura. Primer Oficial Mayor de la Secretaría de Estado de
Justicia e Instrucción Pública, en el Gobierno del Presidente Billini, ocupando esa Cartera el
Sr. José Joaquín Pérez. Juez de Primera Instancia del Distrito Judicial de Santo Domingo en
1899, secretario particular del Presidente Gral. Horacio Vásquez, (primer Gob. Provisional);
diputado al Congreso Nacional por la Provincia de Santo Domingo en la primera Adminis-
tración de J. I. Jimenes. Secretario de Estado de Correos y Telégrafos en el segundo Gobierno
Provisional del Gral. Horacio Vásquez. Presidente de la Suprema Corte de Justicia en el
Gobierno de Carlos F. Morales Languasco. Procurador Gral. de la República en el Gobierno

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del Gral. Ramón Cáceres. Después, juez de la Suprema Corte de Justicia, en 1912 y Presidente
del mismo Tribunal, otra vez, desde 1916, en que sustituyó en este elevado cargo al Dr. Fed.
Henríquez y C., quien pasó entonces a ser miembro del Gabinete del Dr. Francisco Henríquez
y Carvajal y ha sido reelecto en el mismo cargo para el período 1920-1924.– Miembro de la
Sociedad Amigos del País y miembro de la segunda Comisión Consultiva nombrada por el Gob.
Militar Thomas Snowden, a consecuencia del Plan Wilson.

Sensacionales declaraciones del Sr. Francisco Augusto Cordero


ante la Comisión Senatorial Americana
(Desde las 3:15 p.m. hasta las 4 p.m.)
Not. Luna. —Diga su nombre.
Compareciente. —Me llamo Francisco Augusto Cordero.
Not Luna. —¿Ud. jura decir la verdad, toda la verdad y solamente la verdad, en todo
cuanto va a preguntársele y que tiene encargo la Comisión Senatorial Americana de inves-
tigar en Santo Domingo?
Sr. Cordero. —Sí, juro.
Knowles. —Sr. Cordero ¿dónde vive Ud.?
C. —En San Pedro de Macorís.
K. —¿Cuánto tiempo ha residido Ud. allí?
C. —Catorce años.
K. —¿De qué se ocupa Ud.?
C. —Soy agente comercial.
K. —¿Dónde nació Ud.?
C. —En Santiago de los Caballeros.
K. —¿Ha estado Ud. en San Pedro de Macorís durante ese tiempo?
C. —Sí señor, con excepción de algunas interrupciones pequeñas cuando he salido
al interior.
K. —¿Puede Ud. dar a la Comisión cualquiera experiencia que Ud. ha tenido contra
su persona?
C. —Sí, señor.
K. —Desde y durante la ocupación militar, diga claramente a la Comisión lo que es.
C. —En primer lugar, comparezco ante esta Hon. Comisión del Senado americano, nombra-
da para investigar el caso que se relaciona con la Ocupación Militar de la República Dominicana,
a unir mi protesta con motivo del atentado realizado por el Gobierno de los Estados Unidos
contra la Independencia del Estado Dominicano, a la de los caballeros que ya han hablado y
a hacer más votos porque los Hon. Senadores que forman dicha Comisión se compenetren de
la injusticia que se ha cometido contra el pueblo dominicano al privarle de su libertad y del
ejercicio de su soberanía; dispongan se haga una pronta y justa reparación a los dominicanos y
al mismo tiempo, como asunto subsidiario e incidental, a relatar algunos hechos indignos del
buen nombre de las armas Americanas, realizados en el territorio de la Provincia de Macorís y
Seybo; de los cuales he tenido conocimiento en unos y he sido testigo ocular en otros. En el año
1917 tuve necesidad de ir a visitar un amigo que estaba detenido en la Cárcel de San Pedro de
Macorís y vi en el patio de dicha cárcel dos cadáveres vestidos de presidiarios y habiéndome
llamado aquello la atención, pregunté y se me informó que aquellos hombres…

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sen. Mc Cormick. —(Interrumpiendo). ¿A quién preguntó Ud.?


C. —A uno de los individuos que estaba dentro de la cárcel.
Mc Cormick. —¿Ud. conoce personalmente esos hechos?
C. —Yo estoy relatando cosas que he visto.
Mc Cormick. —¿Pero Ud. quiere relatar, cosas que un amigo le dijo?
C. —Yo no era sino visitante y pregunté por qué estaban esos individuos allí, sin saber
si estaban vivos o muertos y se me informó que aquellos seres habían sido acribillados los
a balazos por los marinos que los custodiaban: Se me dijo que otros presos, de cuatro que
custodiaba cada un soldado, se habían fugado.
Knowles. —El Presidente desea declaraciones que Ud. haya visto por sus propios ojos o
si Ud. ha sufrido personalmente tenga la bondad de decirlo.
C. —Estos son hechos que yo he visto con mis propios ojos.
Mc Cormick. —Yo dirijo mis palabras al Consejero y también al Testigo. No estoy dis-
puesto a insistir en admitir testimonios técnicos o exactos. El Sr. Knowles, que es abogado
de los Estados Unidos, debe aconsejar a los testigos lo que yo acabo de decir y que debe
estar sentado en el expediente con respecto a las declaraciones de personas desconocidas, en
conexión con presos muertos a manos de Marinos. No es admisible eso, en ningún Tribunal
de los Estados Unidos, ni por ninguna Comisión de investigación, según las Leyes que rigen
el testimonio en los Estados Unidos, y como una cortesía insinúo que él se someta a declarar
hechos que a él le consten personalmente o se retire.
C. —Al sentarme en este asiento se me ha tomado juramento y yo entiendo que los Hon.
Senadores, que conocen las Leyes de los caballeros, saben que cuando un hombre jura decir
las cosas, deben tenerle fe.
Sen. Pomerene. —Somos los Jueces en este asunto y su mismo Consejero admite que ese
testimonio no es admisible.
Sen. Jones. —No estamos dudando de la buena fe del testigo y deseamos que él relate lo
que ha visto y no lo que otros le han dicho.
C. —Yo digo que he visto esos individuos muertos, en el patio de la cárcel y doy fe de
que los vi muertos.
Knowles. —¿Sabe Ud. por su conocimiento propio cuál fue la causa de la muerte de ellos?
C. —Yo no podía saberla, porque no era empleado del Gobierno Militar.
Knowles. —Si Ud. tiene algún caso que Ud. quiera presentar y que Ud. personalmente
presenció, relátelo.
C. —Yo voy a presentarle otros casos de innumerables multas que se impusieron a ciu-
dadanos dominicanos. Yo creí que la Hon. Comisión Senatorial había venido a la República
Dominicana con el propósito de escuchar el testimonio de hombres que han vivido siempre
una vida honesta y que estaban asombrados de los hechos realizados en el territorio de la
República Dominicana, por las fuerzas del cuerpo de marina de los Estados Unidos, para
hacer o para ordenar una investigación formal de las cuestiones que se han realizado en el
terreno de los hechos, pero jamás pensé que ellos vinieran a Santo Domingo, a pasar por
encima de cosas que están tan claras como la luz del sol.
Sen. Pomerene. —¿Qué quiere Ud. decir con eso?
C. —Los hechos que yo iba a relatar.
Sen. Pomerene. —(Interrumpiendo). Su mismo Consejero cree que lo que Ud. iba a decir
no era admisible y si Ud. no quiere ser cortés con esta Comisión, le pondrán fuera.

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C. —Yo me voy a concretar a hechos sobre los cuales tengo documentos. Yo fui detenido
el día 28 de agosto de 1918, y al cabo de un mes se me suministró un proceso en el cual se me
acusaba de traidor a la República, sin haber estado la República Dominicana en guerra con
ninguna Nación, que era el único caso en el que se me podía considerar como traidor, cuando
yo actuara contra mi Patria, y se me acusó de conspirador con el sólo testimonio de un perverso
que se prestó a decir que yo estaba tramando una conspiración contra el Gobierno Militar. Al
cabo de cuatro meses de estar confinado, se me leyó una sentencia por la cual se me imponía
25 años de trabajos públicos y estuve privado de mi libertad, barriendo las calles de San P. de
Macorís y trabajando como peón de cocina del Campamento Militar de San Pedro de Macorís,
durante 8 meses, al cabo de los cuales fui puesto en libertad, declarándose que yo no había
cometido los delitos que se me habían imputado. Esa declaración está por escrito. Yo tengo el
proceso aquí y he dado fe, bajo juramento, de hablar la verdad. Quiero agregar al documento
que justifica la multa que se impuso al Sr. Federico Daguendó, que, como esas multas, se han
impuesto muchas en San Pedro de Macorís y Seybo, y que ese dinero no ha entrado en ninguna
forma, en la caja del Tesoro Dominicano, ni se ha anunciado.
Sen. Pomerene. —¿Cómo ha sabido Ud. eso?
C. —Porque yo leo los informes, las relaciones que se hacen de esas cuentas, y no he
visto una sola multa.
Fin.

Declaraciones del Señor Jesús Ma. Vázquez


ante la Comisión Senatorial Americana
Santo Domingo, diciembre 14 de 1921

(Desde las 11:30 a.m. hasta las 12:15 p.m.)


Notario Luna. —¿Jura Ud. decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en
todo cuanto va a preguntársele y que tiene encargo la Comisión del Senado Americano de
investigar en Santo Domingo?
Vázquez. —Sí, juro.
Sr. Knowles. —Diga dónde nació, cuántos años tiene, cuál es su ocupación, nacionalidad
y residencia.
V. —Me llamo Jesús María Vázquez, tengo 33 años; dominicano, nacido en Los Llanos,
soy platero y mi residencia es Hato Mayor.
K. —¿Dónde queda ese lugar (Los Llanos) con relación a donde Ud. reside actualmente?
V. —Los Llanos es una población de la Provincia de San Pedro de Macorís.
K. —¿A qué distancia de Hato Mayor?
V. —Como a 18 leguas.
K. —¿Ha residido Ud. siempre en la Provincia de San Pedro de Macorís?
V. —No, señor.
K. —¿Por cuánto tiempo ha residido Ud. en San Pedro de Macorís?
V. —Como 20 años.
K. —¿Continuó hasta el presente?
V. —No, señor.
K. —¿Desde la fecha de hoy para atrás, ha residido Ud. en San Pedro de Macorís?
V. —Mi residencia es Hato Mayor

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —¿Cuánto tiempo tiene de estar allí?


V. —Tengo 13 años de estar allí.
K. —¿De qué se ocupa Ud.?
V. —De platería.
K. —¿Ocupó Ud. algún empleo público en su pueblo?
V. —Fui Comisario Municipal.
K. —¿En qué período?
V. —Desde 1915 a 1919.
K. —Sírvase decir a la Comisión cualquier incidente que Ud. haya presenciado perso-
nalmente y no lo que Ud. haya oído decir.
V. —Personalmente voy a declarar con respecto al crimen perpetrado en la persona
de Agapito José, comerciante de Hato Mayor. El 14 de abril de 1918 ha llegado el Capitán
Merkel acompañado de ocho marinos y ha hecho preso al señor Agapito José. Después de
haberlo hecho preso ha salido con él amarrado para fuera de la población. Luego a los tres
días ha vuelto con él para el pueblo.
Sen. Pomerene. —Cuando Ud. dice que ”ha vuelto con él para el pueblo“ ¿quiere decir
el Capitán Merkel y los 8 marinos?
V. —Sí, señor. Entraron a su campamento de ellos. Luego por la noche, a las 8 de la noche
y 20 minutos ha salido con él un grupo de marinos, el Mayor Taylor y el Capitán Merkel arma-
dos de carabinas y rifles y como a 15 metros del Campamento, en medio de la población, han
tirado una descarga por encima de Agapito José, cuyo señor ha sido muerto inmediatamente.
Entonces ha cogido el Mayor Taylor un puñal y le ha dado en la garganta una puñalada y le
ha abierto hasta la barriga. (El testigo muestra con las manos cómo sucedió esto), inmediata-
mente me llamó el Mayor Taylor y me dijo que seguido procediera a recoger el cadáver y lo
llevara a enterrar. En seguida, junto con dos agentes de policía fui a sepultarlo, envuelto en
una frazada. Mas, me dijo él que había matado ese hombre porque era gavillero.
Sen. P. —¿Quién le dijo eso?
V. —El Mayor Taylor.
Sen. P. —¿Quién era ese hombre?
V. —Agapito José, era un árabe.
Sen. P. —¿Era comerciante en esa población?
V. —Sí, señor.
Sen P. —¿Cuánto tiempo había residido él allí?
V. —Trece o catorce años.
Sen. P. —¿Cuál era la opinión del pueblo sobre Agapito José?
V. —Un hombre bueno, de trabajo.
Sen. P. —Como Jefe de la Policía ¿sabe Ud. si Agapito José era culpable de algunas
ofensas contra sus vecinos?
V. —No, señor, ninguna.
Sen. P. —A su conocimiento como Jefe de la Policía ¿había sido presentada alguna que-
rella contra Agapito José por haber hecho algo contra marinos y especialmente contra el
Mayor Taylor?
V. —A mi conocimiento nunca llegó ninguna.
K. —¿Puede Ud. decir cualquier otro incidente?
V. —Nada más que ese.

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Sen. P. —Ud. dijo el primer día que el Capitán Merkel y ocho marinos llevaron a ese
hombre fuera. ¿Estaba el Mayor Taylor con ellos cuando lo llevaron?
V. —Cuando le hicieron la descarga estaba él; pero cuando lo llevaron preso no estaba
Taylor.
Sen. P. —Ud. dice que eso pasó el 14 de abril de 1918, la prisión, y la muerte el día 17.
¿Era Ud. Jefe de policía en aquel tiempo?
V. —Sí, señor.
P. —¿Presentó Ud. algún informe sobre esa matanza a algún oficial americano o domi-
nicano? ¿Nunca ha hecho Ud. informe sobre eso?
V. —Nunca. Solamente ahora.
P. —¿Puede Ud. dar los nombres de algunos otros testigos que presenciaran esa matanza?
V. —Sí, señor.
P. —Tenga la bondad de dar los nombres.
V. —Regla Mota.
P. —¿Dónde vive este?
V. —En Hato Mayor.
P. —¿Vive allí ahora?
V. —Está en Consuelo.
P.– Dé los nombres de algunos otros.
V. —Felipe Neris Pacheco.
P. —¿Dónde vive él?
V. —Él estaba en Hato Mayor. Ahora no sé dónde vive. Solamente estábamos nosotros
en el momento.
Sen. Jones. —¿Quiénes eran los hombres que le ayudaron Ud.?
V. —Nosotros, la policía, porque fue a quienes nos lo ordenaron.
J. —¿Cuáles son los nombres de los policías?
V. —Esos dos que he mencionado.
Sen. Pomerene. —¿Vio Ud. cuándo se hizo esa descarga que mató a ese hombre?
V. —Sí, señor.
P. —¿Oyó Ud. la orden de tirar?
V. —No oí la orden.
P. —¿Sabe Ud. quién fue que dio la orden?
V. —No sé cuál de los dos oficiales que iba al mando de esa gente.
P. —¿Está Ud. seguro de que fue el Mayor Taylor que ordenó a Ud. llevar el cadáver y
no Merkel?
V. —Sí, estoy seguro de que fue el señor Taylor.
P. —Quiero decir que estoy informado de que estos son los primeros informes que las
autoridades militares han tenido en el cual se relaciona el nombre del Mayor Taylor con esos
hechos y como yo entiendo que este es el primer conocimiento que las autoridades militares
han tenido de la matanza de ese hombre, ello será vigorosamente averiguado.
Sen. Jones. —¿Dónde enterró Ud. el cadáver?
V. —En el cementerio de Hato Mayor.
Sen. Jones. —¿Quiénes estaban presentes cuando fue enterrado?
V. —Los dos policías.
Sen. Jones. —¿Tenía él familia en la población?

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V. —Él tenía un sobrino, pero estaba fuera.


Sen. Jones. —En qué parte de la población hicieron la descarga que mató a Agapito José?
V. —En medio de la población, en la calle que llaman Las Mercedes.
Sen. Jones. —¿Hay casas por todo el largo de esa calle?
V. —Sí, señor. Bastantes.
Sen. Jones. —¿Había gente en esas casas en ese momento?
V. —Sí, señor.
Sen. Jones. —Presenciaron todas estas gentes la descarga?
V. —No, las casas estaban cerradas porque el pueblo estaba metido en temor.
Sen. Jones. —¿Lo hicieron parar al lado de una casa y le tiraron tiros o cómo fue?
V. —No, señor. En medio de la calle.
Sen. Jones. —¿Cuántos tiros le tiraron?
V. —Yo vi seis armas.
Sen. Jones. —¿Cree Ud. que se dispararon todas las seis?
V. —Sé que oí la descarga, porque yo estaba en la parte de atrás.
J. —Ud. no podía entonces ver el fuego de las carabinas?
V. —La noche estaba muy oscura.
J. —¿A qué distancia estaba usted?
V. —Como a cinco o seis metros.
J. —Si Ud. hubiera estado a cinco o seis metros de distancia, aunque la noche estuviera
oscura, ¿Ud. pudo haber visto si tiraron las seis carabinas o no?
V. —Yo oí los tiros; pero no sé si todas tiraron.
J. —¿Dispararon varios?
V. —Sí, señor.
J. —¿Estaba el Mayor Taylor ahí en ese momento?
V. —Sí, estaba a la cabeza.
J. —¿Ud. estaba parado a cinco o seis metros?
V. —Sí, señor.
J. —¿Entonces el Mayor Taylor se volvió hacia Ud. y le ordenó enterrarlo?
V. —Sí, señor. Inmediatamente.
J. —¿Se acercó Ud. dónde estaba el cadáver y el Mayor Taylor o vino el Mayor Taylor
donde Ud.?
V. —Yo seguido me acerqué.
J. —¿A qué distancia estaba Agapito José de los hombres que le tiraban, cuando ellos
le tiraron?
V. —Pues sería una distancia como de tres o cuatro metros, a lo más.
J. —¿Tenía Agapito José alguna soga puesta en aquel momento?
V. —No tenía ninguna. Estaba suelto.
J. —¿De manera que lo dirigieron a ese punto, lo echaron alante y ellos iban caminando
al paso? Cuando ellos entraron a la población, ¿Agapito José iba delante?
V. —Sí, señor. Ellos salían de un campamento que tenían en la misma población en la
casa del Padre Peña; la Compañía 52.
J. —¿A qué distancia queda eso del lugar donde fue fusilado Agapito José?
V. —Como a 15 metros.
J. —¿Muy cerca?

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V. —Sí, cerquita.
J. —¿Ese campamento de marinos tenía su campamento ahí, en la misma población?
V. —Sí, en la misma población, en la casa del Padre Peña.
J. —¿Dónde estaba Ud. cuando ellos salieron de la casa del Padre Peña con Agapito
José?
V. —En una esquina del mismo campamento.
J. —¿Esos otros policías estaban con Ud.?
V. —Sí, estaban acompañándome esa noche.
J. —¿Y ellos vieron cuando sacaron a Agapito José de la casa del Padre Peña a la calle?
V. —Sí, señor.
J. —¿Quién es el Padre Peña, dónde vive él ahora?
V. —El vive en Hato Mayor, es el sacerdote de allí.
J. —¿Dónde estaba él esa noche?
V. —El Padre Peña no estaba allí. Él estaba en el Seybo.
J. —¿A qué hora de la noche pasó el fusilamiento de Agapito José?
V. —A las ocho y veinte minutos.
J. —Y era una noche muy oscura
V. —Sí, señor. Bastante oscura.
J. —¿No había luna esa noche?
V. —No. En esas partes donde no hay luz es muy oscura. Ahora sí hay planta eléctrica
y hay luz.
J. —¿Vio Ud. al Mayor Taylor coger su puñal…?
V. —Sí, el me paró. Yo estaba presente porque él me paró para que yo recogiera el cadáver.
J. —¿Él hizo eso después de haber pedido a Ud. que recogiera el cadáver?
V. —El me dijo: lleve Ud. a ese señor a enterrar e inmediatamente cogió el puñal y lo
rajó y puso el puñal sobre el cadáver.
J. —¿Llevó Ud. el puñal con él? (con el cadáver).
V. —En la misma sepultura está.
J. —¿Qué clase de puñal era?
V. —Era un puñal corto, que parece cuchillo, de uno de cruz, cacha de hueso negro.
J. —¿Qué clase de hoja tenía?
V. —Una hoja como de una pulgada.
J. —¿De qué largo?
V. —Como de cinco pulgadas.
J. —¿Tenía el Mayor puesta una vaina en que llevaba el puñal?
V. —No la vi.
J. —¿Y después de mutilar el cuerpo con ese puñal él colocó el puñal sobre el cuerpo y
lo enterraron todo?
V. —Sí, señor.
J. —¿Y Ud. lo hizo?
V. —Cumplí la orden que me dio.
J. —¿Y ese puñal está enterrado con el cadáver?
V. —Sí, señor. Ahí está.
J. —Enterrado en el cementerio público de esa población.
V. —Sí, señor. En el cementerio de Hato Mayor.

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J. —¿Podría Ud. encontrar esa sepultura ahora?


V. —Sí, señor. Yo puedo.
J. —¿Cavó Ud. y los policías la sepultura?
V. —Sí, señor. Cavamos nosotros.
J. —¿Qué profundidad tenía la sepultura?
V. —Como dos o tres pies.
J. —¿Dónde consiguió la frazada para envolver el cadáver?
V. —Yo llamé a una casa de comercio, la de Pedro Rosa, quien estaba durmiendo y lo
hice levantar para que me la vendiera. Este es un comerciante árabe.
J. —¿Cuánto pagó Ud. por esa frazada?
V. —Al otro día fui a pagarla y no me cobró nada, porque supo para lo que había sido.
J. —¿Cuál era el nombre del señor que regaló la frazada?
V. —Pedro Rosa.
J. —¿Dónde está él?
V. —En Hato Mayor.
J. —¿Todavía es comerciante allí?
V. —Sí, señor. Todavía.
J. —¿Fue enterrado ese cadáver cerca de alguna otra sepultura?
V. —Sí, de unas cuantas.
J. —¿Quiénes?
V. —No sé. No había reglamento para sepultar en esa época. No había reglas.
Sen. Pomerene. —¿Estaba el Mayor Taylor, mandando la Guardia en ese tiempo o los
marinos?
V. —En ese tiempo no estaba mandando la Guardia, porque él estaba con la Com-
pañía 52.
P. —¿Tenía él puesto el uniforme de marino?
V. —Sí, señor, de Mayor.
P. —¿Está Ud. seguro de que los hombres que dispararon los tiros que mataron el hombre
eran marinos y no guardias?
V. —Yo solamente vi marinos.
P. —¿Conoce Ud. los nombres de algunos de esos marinos?
V. —De los marinos no conozco ninguno. Solamente al Capitán, que lo conocía bien.
P. —¿Podría Ud. identificar esos marinos si Ud. los viera?
V. —No puedo asegurarlo.
P. —¿Cuál es el primer nombre del Mayor Taylor?
V. —Yo solamente conozco el nombre del Mayor Taylor.
P. —¿Y por cuánto tiempo lo había Ud. conocido?
V. —Tres o cuatro meses.
P. —¿Y por cuánto tiempo había Ud. conocido a Merkel?
V. —Desde que llegó a Hato Mayor, desde junio o julio, quizás antes.
P. —¿Puede Ud. dar los nombres de algunos otros testigos que presenciaron ese hecho?
V. —Solamente la policía, porque el pueblo estaba en condiciones de que a las siete de
la noche estaba todo cerrado.
P. —Si Ud. puede en algún tiempo en adelante descubrir los nombres de algunos tes-
tigos que puedan conocer de ese hecho, con respecto a los cuales Ud. ha dado testimonio

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

ante esta Comisión, debe Ud. dar esos nombres al Gobernador General o a otros oficiales
que estén aquí en la isla.
V. —Si llego a conocer alguno, sí.
P. —¿Y está Ud. dispuesto a prestar su ayuda a los oficiales a investigar todo eso?
V. —Yo puedo hacer eso.
P. —Si Ud. hace eso, yo le estaré muy agradecido y Ud. deberá transmitir esos informes
tan pronto como los consiga. ¿A qué distancia del pueblo queda el cementerio donde está
enterrado José?
V. —Puede quedar como a 18 ó 20 minutos de la población.
P. —¿Muy cerca del lugar en que fue fusilado?
V. —No fue muy cerca, porque el pueblo se ha ensanchado más cerca del cementerio.
P. —¿Qué distancia hay del lugar donde lo fusilaron al lugar donde está enterrado?
V. —Más o menos como a 200 metros.
Sr. Knowles. —Sírvase decir a la Comisión ¿cuál fue la razón, por qué motivo esperó Ud.
para dar informe con respecto a esos hechos hasta hoy que la Comisión está aquí?
V. —Porque no nos atrevíamos a decir, porque se castigaba al que decía la verdad.
Sen. Jones. —¿Fue Ud. y los dos policías solamente quienes llevaron el cadáver desde el
lugar donde lo fusilaron hasta donde fue enterrado?
V. —Sí, señor.
J. —¿Tenía José familia?
V. —Tenía un sobrino; pero no estaba en la población.
J. —¿Dónde está ese sobrino ahora?
V. —En Macorís.
J. —¿Qué edad tiene él?
V. —Como treinta y pico de años, como treintitrés años.
J. —¿Qué hace él allí?
V. —Trabajando estaba.
J. —¿Cuál era su nombre?
V. —Isaías José.
J. —¿Qué edad tenía Agapito José?
V. —Como cuarentidós años.
J. —Eso es todo. Muchas gracias.

Fin.

Declaraciones del señor Emilio Suárez


ante la Comisión Senatorial Americana
(Desde las 12:20 p.m. hasta las 3:40 p.m.)

Notario Luna. —Póngase de pie. ¿Jura Ud. decir la verdad, nada más que la verdad y toda
la verdad en cuanto va a preguntársele, respecto a los asuntos que tiene encargo la Comisión
Senatorial Americana de investigar en Santo Domingo?
Suarez. —Sí, juro.
Sr. Knowles.– Diga su nombre, nacionalidad, residencia y ocupación.
S. —Me llamo Emilio Suárez, soy dominicano, resido en Hato Mayor, nacido en San
Pedro de Macorís y soy agricultor.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —¿Cuánto tiempo ha vivido Ud. en Macorís?


S. —Como dos años, cuando nací.
K. —¿Ud. reside allí, ahora en Macorís?
S. —No, señor. En Hato Mayor.
K. —¿Cuánto tiempo ha residido Ud. ahí, en todo ese tiempo?
S. —En Hato Mayor.
K. —¿Ha estado Ud. relacionado con el ejército o la Guardia bajo el Gobierno Militar?
S. —Práctico, solamente.
K. —¿Durante qué tiempo, por qué período?
S. —Un año y dos meses.
K. —En esa calidad de práctico, ¿qué tenía Ud. que hacer?
S. —El Capitán Merkel me exigió que lo acompañara.
K. —¿Dónde?
S. —En Hato Mayor.
K. —¿Y dónde acompañó Ud. al Capitán Merkel?
S. —En San Francisco, en Pedro Sánchez, La Candelaria, Anamá, Guayabo Dulce, Mata
Palacio, Dos Ríos, Haití, Mejía, Sabana Grande y El Jobo.
K. —¿Entre cuáles fechas, en qué tiempo era Ud. práctico?
S. —Desde abril.
K. —¿Durante qué tiempo sirvió Ud. de práctico?
S. —Desde el 12 de abril de 1917 hasta julio de 1918.
K. —Durante el tiempo que Ud. acompañó al Capitán Merkel como práctico, ¿había con
él otros hombres y Oficiales de marina?
S. —Sí, señor.
K. —¿En el grupo?
S. —Sí, señor. En Hato Mayor.
K. —¿Puede Ud. relatar algún incidente de cuando Ud. servía como práctico con el
Capitán Merkel que Ud. mismo presenciara?
S. —Sí, señor.
K. —Diga la fecha, el lugar y dónde ocurrió el incidente.
S. —Es muy difícil decir la fecha, porque yo no llevaba memoria de la fecha en que se
hacía.
K. —Haga un recuerdo. Aproximadamente el mes bastaría.
S. —Pues en junio salimos de Hato Mayor con un destacamento de marinos.
K. —¿En qué año?
S. —1917, comandado por el Capitán Merkel y el Teniente Simmons, de la Compañía 44.
K. —¿Había otro, que Ud. recuerde?
S. —El Teniente Buckle, de la Compañía 52.
K. —¿Recuerda Ud. otros nombres?
S. —No había más oficiales. Al llegar frente a Santana, Sección de Santana, el
Capitán Merkel ordenó al Teniente Buckle que siguiera para San Lorenzo, Sección de
Magarín y el Capitán Merkel y el Teniente Simmons y yo ingresamos también en el
grupo. Seguimos para San Valerio. El Capitán Merkel exigía a la gente de aquel lugar
que declararan dónde estaban los bandidos, amarrando las mujeres, hombres y niños,
amenazándolos de muerte si no declaraban dónde estaban. Con ese fin, todos fueron

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llevados a San Lorenzo; pero antes de llegar a San Lorenzo, como dos kilómetros antes
de llegar, ordenó que vendaran a todos los prisioneros.
K. —¿Cuántos presos había en ese momento?
S. —Como veinticinco mujeres, niños y hombres. Luego allí, hacían en el tronco de un
palo grueso una caracota y metían un espeque en el suelo y metían un hombre dentro, ama-
rrado arriba. Entonces ordenó el Capitán Merkel a todos los marinos que hicieran casas
allí en aquel sitio y estableció un campamento por largo tiempo. A los tres o cuatro días de
estar allí, despachó a todos los que había traído de San Valerio prisioneros y nuevamente
recorriendo en todos esos campos toda la gente que estaba en sus casas respectivas las
condujo en las mismas condiciones que los primeros, en calidad de presos. Al día siguiente
fueron despachados hasta soltarlos a todos. Después salía a menudo a los campos a hacer
recorrida, pegando candela en La Candelaria, Pedro Sánchez, en Magarín y en San Francisco,
quemando muchas casas, es posible que como doscientas casas. Luego después, en el mes
de agosto fueron reconcentrándose las tropas a Hato Mayor, a petición del Coronel Tolpe
y el Coronel Tolpe o Torck ordenó la reconcentración de toda la Provincia del Este. Luego
fueron a actuar como 1,500 marinos a Hato Mayor. Esto fue iniciado el 24 de septiembre de
1918. Después el Capitán Merkel me llamó y me dijo a mí y a Amador Cisneros, Segundo
Comisario de San Pedro de Macorís, que teníamos que matar mucha gente en los campos,
para que no hubiera más bandidos. El día 27 de septiembre salimos con un destacamento
de marinos para Dos Ríos, pasando por Mata Palacio. Bueno, llegamos a Mata Palacio y
ordenó el incendio de todo el poblado de Mata Palacio.
Sen. Pomerene. —¿Quién fue que ordenó eso?
S. —El Capitán Merkel, y solamente dejó allí una casa de Cal y Canto, de Martín Santo,
donde dormíamos nosotros. Al día siguiente, salimos de aquel sitio con dirección a Dos Ríos
y al llegar a El Salto, propiedad de la Macorís Sugar Company, un poblado de muchas casas,
el Capitán Merkel ordenó que le dieran candela a todas las casas. Luego después yo con los
marinos, examinando, encontramos a la vera del río un hombre herido por un muslo. Entonces
lo hemos llevado donde el Capitán Merkel y le ha dicho él que le declarara dónde estaban sus
compañeros y le contestó que había sido herido y se había internado en la colonia, sosteniéndose
con caña y él le exigió que eso no era suficiente, que declarara la verdad, que dónde estaban
sus compañeros y él le dijo que no sabía y entonces ha cogido un paño grueso así (enseñando
con las manos) y lo ha acostado boca abajo por la cintura al palo y ha cortado un palo como
de este gordo (volviendo a enseñar con las manos) y le ha dado muchos golpes en sus manos,
en todo el cuerpo, le ha cortado las orejas y lo ha herido en el pecho en dos partes.
K. —¿Cómo fue que lo hirió?
S. —En cruz, en el pecho con un cuchillo y le echó sal en las heridas y agrio de naranja
y le decía: ¿dónde están tus compañeros?
Sen. Pomerene. —¿Ud. vio todo eso?
S. —Sí, señor, y Amador Cisneros también lo vio. Entonces él ha cogido a ese señor, lo
ha montado en un caballo, luego de sanquetas en el caballo le ha amarrado las piernas por
debajo de la silla del caballo y hemos salido para Dos Ríos. Hemos llegado allí en la tarde
y entonces le ha dicho el Jefe de Dos Ríos que sabía donde había dos hombres huyendo y
quería perseguirlos para encontrarlos y le dijo que sí, que podía ir auxiliándoles con dos
revólveres y al día siguiente, temprano, compareció con los dos hombres presos y uno de
ellos tenía bubas o sífilis y declaró que no había venido para el poblado porque tenía esa

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

mala enfermedad y podía infectar a las demás personas del poblado, y el compañero decla-
ró que no vino por acompañar al enfermo y por haberle dado a él en otra época la misma
enfermedad. Esa noche, el Capitán Merkel nos ordenó que sacrificáramos al hombre que
tenía bubas con un cuchillo. Nosotros nos negamos, que no lo hacíamos porque ese señor
no nos había ofendido, que él tenía muchas carabinas y ametralladoras, que lo fusilara él.
Entonces mandó a un Sargento de la marina y un soldado y el Sargento le disparó un tiro y
cayó en el suelo vivo. Entonces el soldado ha cogido la punta de un pico y le ha pasado el
cráneo de un lado a otro.
Sen. Pomerene. —¿Ud. conoce el nombre de ese Sargento o el del marino?
S. —No recuerdo.
P. —¿Tiene Ud. alguna manera de saber sus nombres?
S. —Es imposible, porque hace algún tiempo y Ud. sabe que ellos nunca dicen cómo
se llaman.
P. —¿Está Ud. dispuesto a ayudar a los Oficiales a conseguir los nombres y dar luz sobre
este asunto?
S. —En lo que yo pueda servir estoy dispuesto. Entonces el Capitán Merkel me ordenó a
mí y a Amador Cisneros, el Jefe de Dos Ríos, para que enterráramos el cadáver. Entonces el
Sargento me ha dicho que ese señor tiene una enfermedad muy mala, que podía ser que nos
infectáramos si lo enterrábamos, que lo botáramos con un lazo hacia el monte, como a kilómetro
y medio. Luego, al día siguiente, el Capitán Merkel nos vio y nos dijo que por qué nosotros no
habíamos enterrado el cadáver y entonces nosotros le dijimos que porque el Sargento se había
opuesto, porque estaba enfermo y entonces nos amenazó de muerte a Amador a mí por no
haber cumplido su orden. En ese mismo momento vino un señor y le reportó al Capitán que le
habían robado $66.00 de su casa, que habían sido tres jóvenes, los cuales fueron conducidos a
presencia del Capitán en el momento. Ellos alegaban que no habían sido los culpables de que le
robaran ese dinero; pero que si el señor exigía, ellos tenían con qué pagarle su dinero. Entonces
el Capitán Merkel declaró que iba a hacer un ejemplo para que no robaran más nunca en Dos
Ríos, y amarró a cada uno de los jóvenes y se los entregó cada uno a un marino y les dijo que
si le dejaban ir a un preso, fusilaba los marinos. Como a las dos horas hemos salido para Hato
Mayor con los tres prisioneros, con el individuo sacrificado y el compañero del buboso que se
fusiló la noche anterior, subido en un caballo en las mismas condiciones que llegó a Dos Ríos.
Al llegar a Mata Hambre, el Capitán Merkel ordenó el fusilamiento de cuatro individuos, de los
tres jóvenes y del compañero del buboso y para el efecto él mandó a soltar un par y él se paró
con una ametralladora y así los sacrificó a los cuatro dejando solamente al individuo de las ore-
jas mochas y la cruz en el pecho. Entonces él le dio un tiro de gracias por la cabeza a cada uno
de los individuos muertos y los dejó muertos ahí en la sabana, al lado del camino, los cuales se
los comieron los puercos y los perros. Entonces le exigió nuevamente al individuo que le había
cortado la oreja, un hombre como de treinticinco años, que le dijera dónde estaban sus compa-
ñeros, que si no iba a fusilarlo y le dijo él que no sabía dónde estaban. Entonces le dio candela
con fósforo en donde tenía su herida y le quemó todo el pantalón y la pierna. Después hemos
salido para Hato Mayor. Al llegar a Higuamo ordenó el almuerzo de la tropa.
Sen. Pomerene. —¿Cuántos hombres estaban en el destacamento?
S. —Cuarenta marinos. Él ordenó a diez marinos que le dieran muchos naranjazos. Le daban
mucho por su cuerpo y a veces caía en el suelo y estaba sin respiración un momento. Él decía
que lo sacrificaran; pero que no lo martirizaran tanto y él le decía que era un bandido, que debía

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

morir poco a poco, que los bandidos no deben comer, tomar, ni nada, que deben morir poco a
poco, que para el efecto no le daría más comida hasta que se muriera de hambre y sed.
Sen. Pomerene. —¿Quién dijo eso?
S. —El Capitán Merkel. Luego hemos salido de allí y hemos llegado a Hato Mayor. Al
día siguiente, llegó el Coronel Tolpe y presenció al miserable herido. Entonces el hombre
herido le declaró al Coronel Tolpe o Told lo que le había pasado y entonces el Coronel ordenó
al Dr. Coradín que lo curara todos los días y le dieran mucha comida.
Sen. Pomerene,– ¿Oyó Ud. la conversación entre el herido y el Coronel Tolpe?
S. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —¿En qué fecha fue eso?
S. —El 2 de septiembre de 1918.
Sen. Pomerene. —Ud. dijo que lo había estado acompañando desde el 17 de abril hasta
el 18 de julio de 1918.
S. —El 24 de septiembre fue la reconcentración, pues fue entonces el 2 de octubre de 1917.
Sen. Pomerene. —¿Cuánto tiempo estuvo Ud. en servicio con el Capitán Merkel después
de la conversación entre el hombre herido y el Coronel Torp?
S. —Muy poco tiempo.
(En este momento, la 1 p.m., se declara un receso hasta las 3 p.m.)
S. —Yo quiero explicar que mis servicios al Gobierno Militar en vez de empezar en abril
de 1917 empezaron en abril de 1918, terminando en julio de 1919.
Sr. Knowles. —En su testimonio esta mañana Ud. dijo que doscientas casas fueron que-
madas. ¿En qué período, en que tiempo pasó eso?
S. —Como en tres meses.
K. —¿Y esas casas no estaban en un solo lugar?
S. —No, estaban en diferentes lugares.
K. —¿Sabe Ud., sí o no, algunas de las personas sufrieron o perdieron la vida cuando
fueron quemadas esas casas?
S. —Sí, señor.
K. —¿Qué sabe Ud. de eso?
S. —El día que Taylor y Merkel incendiaron la casa de Nicolás Taveras en Magarín y
varias casas más en el mismo lugar, dieron muerte a Federico Ramos y la señora de Pedro
Cedeño, dirigiéndose luego a La Candelaria y quemando varias casas más, entre ellas, la
de Marcelino Paredes, una mujer de allí, Lorenza Munzú, y varias casas que ignoro cómo
se llaman los dueños.
K. —¿Sabe Ud. si alguien pereció quemado entre esas casas?
S. —En esas mismas no; pero en Vicentillo sí.
K. —¿Qué puede Ud. relatar con respecto a eso?
S. —Vicentillo, como estaba muy atemorizado y los campesinos cuando veían un desta-
camento de marinos en aquel sitio salían huyendo, dejando sus hogares solos y en una casa,
después de incendiada, se notaban los gritos de un niño, habiendo sido varios individuos
muertos en aquel lugar por salir huyendo por el temor a las fuerzas de los marinos.
K. —¿Por cuánto tiempo estuvo el Capitán Merkel en ese Distrito?
S. —Él iba allí a menudo, y cuando iba estaba cuatro y cinco días en aquellos lugares.
K. —¿De dónde venía él?
S. —De Hato Mayor, pasando por Magarín.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

K. —Cuando él no se encontraba en ese Distrito, ¿sabe Ud. dónde se encontraba el Ca-


pitán Merkel?
S. —Yo puedo dar una descripción de cuando estaba junto con él.
K. —No, lo que le pregunto es que ¿dónde iba él cuando salía de esos lugares?
S. —Cuando regresaba de Hato Mayor iba a Macorís y otras veces descansaba.
K. —¿Pasó él la mayor parte de su tiempo en Hato Mayor o en Macorís? ¿Cuántos meses
o semanas pasaron desde que Ud. vio a Merkel en ese lugar y cuándo lo vio por última vez?
S. —Como cinco o seis meses.
K. —Entonces pasaron los hechos que Ud. ha relatado durante esos cinco o seis meses?
Sen. Pomerene. —¿Presentó Ud. algún informe de las atrocidades cometidas por el Capitán
Merkel a las autoridades dominicanas o autoridades del Gobierno Militar?
S. —No. El Capitán Merkel tuvo varios individuos que lo ayudaron a andar en los cam-
pos, y más de uno de ellos fueron muertos por él mismo, por haber sido testigos oculares
de sus hechos.
Sen. Pomerene. —¿Quiénes fueron esos hombres?
S. —Domingo de la Cruz, muerto junto con Fidel Ferrer.
Sen. Pomerene. —¿Recuerda Ud. algún otro?
S. —No, no los tengo presente.
Sen. Pomerene. —¿No dijo Ud. algo a algunas de las autoridades dominicanas respecto
a eso?
S. —No, señor. Nada, es la primera vez ahora.
Sen. Pomerene. —¿Es esta la primera vez que Ud. ha dicho eso a alguna persona?
S. —Sí, la primera vez que lo digo a Oficiales Americanos.
Sen. Pomerene. —¿Era por temor de su parte que no dio los informes?
S. —Sí, porque fui amenazado a muerte por el Capitán Merkel después de haberle
prestado tantos servicios.
Sen. Pomerene. —¿Sabe Ud. cuándo fue que Merkel se suicidó?
S. —Yo no sé en qué fecha fue; pero sí conozco la fecha en que fue ordenada la prisión de
él de Hato Mayor a Macorís, porque yo estaba presente cuando el Coronel Tolpe le ordenó
a él que pasara a San Pedro de Macorís.
Sen. Pomerene. —¿Ordenó a quién?
S. —A Charles Merkel.
Sen. Pomerene. —¿Ud. sabía que el Capitán Merkel iba a ser arrestado por los hechos
que Ud. acaba de relatar?
S. —No, señor.
Sen. Pomerene. —¿Y por qué creyó Ud. que iban a arrestarlo?
S. —Él ordenó que lo pasaran a Macorís; pero no declaró que lo iban a hacer preso.
Después lo arrestaron.
Sen. Pomerene. —¿Y después de su muerte no se consideraba Ud. libre para informar a
las autoridades militares?
S. —No, porque siempre teníamos el temor. Después que Tolpe ordenó que pasaran a
San Pedro de Macorís el 1 ó el 2 de septiembre de 1918, él estuvo en Macorís; pero después,
a los dos días, volvió a Las Lajas con un destacamento de marinos, subiéndose en un pozo
del Lic. Enrique Jiménez, haciéndoles disparos, a todas las personas que alcanzaba a ver en
las colonias incendiadas.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Sen. Pomerene. —¿Quién tiraba?


S. —El Capitán Merkel. Incendió la casa de Eliseo Romero. Después se ha desmontado de la
pluma del pozo (el molino del pozo) y ha cogido a dos trabajadores presos y los ha fusilado en
el arroyo Jaiba, a orillas del río Higuamo. Inmediatamente Mr. Bushel y el Lic. Jiménez dieron
informe al Administrador del Ingenio y el Administrador lo reportó nuevamente al Coronel
Tolpe en San Pedro de Macorís. Cuando llegó el Capitán Merkel a Hato Mayor se encontró con
un radiograma requiriéndole nuevamente, donde fue reducido a prisión hasta suicidarse.
Sen. Pomerene. —Como dije al principio, las autoridades aquí en la isla van a averiguar
esos asuntos. ¿Está Ud. dispuesto a ayudar a las autoridades militares en esas averiguaciones
y hará Ud. eso lo más bien posible?
S. —Sí, señor.
Sen. Pomerene. —Quiero repetir lo que dije antes. Esos hechos que se han relatado son
muy molestos y le participo que ellos principalmente han admitido su culpabilidad evi-
dentemente, por lo menos algunos de ellos, porque el suicidio de Merkel es la prueba de
que cometió esas crueldades. Sentimos mucho que esas cosas hayan pasado y digo, para el
bien de aquellos que están presentes, que si Ud. tiene algunos informes que puedan hacer
condenar personas culpables de esa clase de crueldades, el Almirante Robison, el Gobierno
Militar de la República y su Estado Mayor también como el Gobierno de los Estados Unidos
estarán bajo la obligación de prestar toda la ayuda que se pueda prestar y sea menester con
el fin de que se llegue a saber la verdad y que los culpables sean castigados.
S. —Yo no tengo ningún inconveniente en probar todo lo que he declarado, que es la
verdad no solamente porque yo lo diga, sino porque allí hay cientos de personas que lo saben
y que no han podido venir hasta aquí a exponer ante la Comisión sus agravios, por falta de
recurso y por temor. Por lo tanto, yo no tengo inconveniente en prestarle toda la ayuda que
se me requiera, siempre que me garanticen mi vida por todos los actos pasados.
Sen. Pomerene. —Nadie corre peligro cuando viene aquí a dar informes al Gobierno Mi-
litar y sus Oficiales, pues ellos son hombres, de muy alto rango y alta clase y quieren llegar
a saber la verdad. —¿Qué se hizo de los hombres de esas casas que fueron quemadas?
S. —Algunos están en las fincas, otros en Hato Mayor y otros han ingresado en los grupos.
Sen. Pomerene. —Eso es todo. Gracias.
Fin.
Santo Domingo, Diciembre 15 de 1921.

Jesús Cobián Arango


Don Jesús Cobián Arango nació en Cadanes, Provincia de Oviedo, Asturias, (España), en
el año 1870, hijo del Sr. Don Segundo Cobián y de la Sra. Doña Concepción Arango. Recibió
instrucción primaria y educación en su país de nacimiento hasta la edad de doce años, que fue
trasladado a Puerto Rico, donde completó su educación. Desde muy temprana edad demostró
Don Jesús Cobián inclinación por los negocios y, siguiendo su vocación, pronto obtuvo un puesto
en la importante casa Cobián & Co., importante firma comercial fundada por su señor padre en
Puerto Rico en el año 1848. Poco tiempo después, habiéndose captado las simpatías y la confianza
de sus superiores, fue asociado con participación en los negocios de aquella reputada firma.
En 1901 vino a Santo Domingo a ocupar un empleo de significación en la importante casa J.
Parra Alba, que fue y sigue siendo de las casas comerciales más honorables y ricas de este país

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

y, activo y diligente el Sr. Cobián, fue objeto de admiración de parte de su jefe, quien no pudo
menos que interesarlo en los negocios de la casa. Años después, en 1907, contrajo matrimonio con
la distinguida y elegante dama de nuestra alta sociedad Doña Victudes Parra, hija del caballero
Don Juan Parra Alba, fundador de la firma comercial de su nombre, hoy día convertida en La
Industrial & Comercial, Sucs. de J. Parra Alba y de la cual es el Sr. Cobián uno de los directores.
El Sr. Cobián es un industrial emprendedor y así, la casa que él dirige es dueña de impor-
tantes fábricas de hielo, pastas para sopa y fósforos, productos nacionales que no tienen nada
qué envidiar y que en veces superan en mucho a sus similares extranjeros que se importan.
La casa matriz abarca también cuantiosas evoluciones comerciales en grasas, provisiones y
ferretería en general. El azúcar, importante rama de la producción nacional, llamó también
la atención del Sr. Cobián y, muy pronto, ayudó a fundar la factoría Central Boca-Chica en
unión de los señores Miguel Guerra Parra, Rafael Fabián, José y Olegario Riera.
La sociedad dominicana ha aquilatado bien las prendas morales que adornan a este caba-
llero, y la ciudad Capital aplaudió su designación como Vicepresidente del Ayuntamiento. En
el seno de esta institución, y secundado eficazmente por los prestantes regidores Don Federico
Llaverías y Don César A. Romano, trabajó y cooperó grandemente porque se hicieran propo-
siciones convenientes para la instalación de una planta eléctrica y acueducto en esta ciudad.
Miembro de la Hon. Cámara de Comercio, desde su fundación, fue electo Vice-Presidente,
ejerciendo por largo tiempo la Presidencia interina de esa institución. Miembro fundador
de la Casa de España, fue distinguido en dos ocasiones con la Vicepresidencia, habiendo
desempeñado también la presidencia interina de tan prestigiosa sociedad.
Últimamente tomó parte como miembro en el Congreso o Asamblea General de las Cá-
maras de Comercio de la República, reunida en esta Capital y, ya en un puesto, ya en otro,
el Sr. Cobián ha sido constante defensor del comercio e industrias nacionales, gozando por
ello de general estimación.
Por su condición de extranjero, nunca se ha mezclado en la política del país, en cuyo adelanto
y progreso coopera, sin embargo. Es un decidido defensor del Tratado de Reciprocidad Comercial
con los Estados Unidos y de la actual Ley de Insolvencia votada por el Gobierno Militar. En su
calidad de miembro de la Directiva, compareció junto con Don Pedro A. Ricart, Presidente de la
Cámara de Comercio y con Don Abelardo R. Nanita, competente e ilustrado secretario de dicha
Institución, por ante la Comisión de Senadores de los Estados Unidos a presentar una protesta
contra la intervención en nuestro país, y la cual publicamos en las páginas de este libro.
Don Jesús Cobián y Arango es miembro activo de los importantes centros sociales Club
Unión, Casino de la Juventud y Casa de España y pertenece a otras varias sociedades.

Declaraciones del Señor Doroteo A. Regalado


ante la Comisión Senatorial Americana
Notario Luna. —Póngase de pie. ¿Jura Ud. decir la verdad, toda la verdad y solamente
la verdad en cuanto va a preguntársele y que tiene la Comisión Senatorial encargo de in-
vestigar en Santo Domingo?
Regalado. —Sí, juro.
Knowles. —¿Cómo se llama Ud.?
Regalado. —Me llamo Doroteo A. Regalado.
K. —¿Dónde reside Ud.?

902
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

R. —En Salcedo, Provincia de Espaillat.


K. —¿Dónde nació Ud.?
R. —En Salcedo.
K. —¿Ha vivido Ud. siempre en esa ciudad, en este país?
R. —Sí, señor.
K. —¿Quiere Ud. decir para información de la Comisión cualquier acontecimiento que
le pasara a Ud. durante la Ocupación Militar, diciendo solamente lo que le pasó a Ud. o lo
que Ud. presenció?
R. —Lo que pasó conmigo y lo que yo presencié. La Confederación Obrera me nombró
Conferencista Obrero, para orientar las masas obreras hacia fines nacionalistas y evitar en
estos momentos toda huelga que pudiera dividir el obrero y el capital, toda vez que en estos
momentos la República está intervenida y la división entre el obrero y el capital podría traer
divergencias en la unión que se necesita entre todos los dominicanos para protestar contra la
Ocupación Militar Norteamericana. Recorrí toda la República en esa propaganda de unificación
nacional, hasta que llegué a la ciudad de Barahona, donde di mi última conferencia. Al otro
día fui denunciado por empleados del Gobierno Militar. El Preboste de esa ciudad me dio…
Sen. Mc Cormick. —¿En qué fecha fue eso?
R. —El 3 de noviembre de 1920.
Sen. Mc Cormick. —Diga los nombres de los que le denunciaron.
R. —Manuel del Toro Peralta y otro señor de apellido Hernández, ambos puertorriqueños.
Me hizo comparecer el Preboste a su presencia y me dio cuarentiocho horas de término para
abandonar la población. Entonces yo le pedí por escrito que me diera la expulsión de la ciudad,
cosa a que se negó. A las cuarentiocho horas fui reducido a prisión. Estuve tres días en el campa-
mento y fui conducido en un caza–submarino a esta ciudad e ingresé en la Torre del Homenaje el
9 de noviembre de 1920. Al mes fui juzgado bajo la inculpación de excitar al pueblo a la rebeldía,
a pesar de venir testigos presenciales en la conferencia y negar la acusación de que fui objeto,
siempre la Corte Prebostal me condenó al mes a un año de prisión y trabajos públicos y $500.00
de multa. Al otro día de comunicárseme la sentencia, fui sacado a los trabajos públicos.
Sen. Mc Cormick. —¿Cuándo fue Ud. informado de la sentencia, en qué fecha?
R. —El 10 de enero de ese mismo año. Fui sacado a los trabajos públicos al Placer de los
Estudios y al muelle de este puerto y los marinos que me custodiaban me ponían cargas pe-
sadísimas que yo no podía levantar. Entonces ellos me obligaban con la culata de la carabina.
Después me llevaron a desyerbar al Hipódromo, hasta que un día, cansado de la fatiga, a pleno
sol, me dio una insolación y de allí fui conducido, tirado en un camión, al Hospital Militar.
Sen. Mc Cormick. —¿Cuándo fue eso, más o menos?
R. —El 11 de febrero de este mismo año, la cual enfermedad me duró treinta días. Ya
estaba completamente bien; pero sabiendo que iba a ser conducido de nuevo a los trabajos
públicos y sabiendo con el rigor que se me trataba, decidí declararme en la huelga del hambre,
la cual duró por espacio de treinta días y la nurse hizo constarlo así para eximirse de toda
responsabilidad, para que no se dijera que ella era responsable; ella lo anotó en el historial
del informe, para que el Doctor no dijera que ella no me atendía bien a mí.
Mc Cormick. —¿A quién quería Ud. hacer responsable, al Hospital o a quién?
R. —Al Gobierno Militar. Al cabo de treinta días yo estaba en unas condiciones sumamente
tristes y se esperaba de un momento a otro un desenlace fatal y debido al escándalo de la prensa
de la ciudad, cuando la prensa hacía llegar a oídos del jefe Militar que no pedía piedad para mí;

903
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

pero hacía llegar a conocimiento del Gobierno Militar la situación en que yo me encontraba, a
eso se debió, sin duda alguna, que me mandara el Gobierno a un médico americano a exami-
narme y se me puso en libertad bajo rigurosas condiciones, entre ellas, la ciudad por cárcel, con
la obligación de presentarme todos los días 29 de cada mes ante el Preboste y para salir a otra
población tenía que pedir permiso del Gobierno Militar y en caso de quebranto que no pudiera
asistir o presentarme ante el Preboste de la ciudad, reportarlo por escrito y a consecuencia de
dicho quebranto he quedado completamente inútil, con una especie de parálisis.
Sen. Mc Cormick. —¿Ese quebranto fue producido por la huelga del hambre?
Sen. Knowles. —¿Eso lo hizo Ud. con el fin de protestar?
R. —Sí, señor.
(El Sr. Knowles muestra una fotografía de Regalado, con traje de presidiario, hecha
cuando él estaba preso).
K. —¿Era ese el traje que Ud. llevaba en la cárcel?
R. —Sí, señor.
K. —¿Estaban presentes en la causa algunos testigos para declarar con respecto a algunas
palabras particulares que Ud. había dirigido –según ellos– a los obreros en esa conferencia?
R. —Sí, señor.
K. —¿Qué dijeron ellos que Ud. había dicho?
R. —Ellos dijeron que yo había expresado que ese era el momento de derramar la sangre
por nuestra libertad.
K. —¿Usó Ud. esa palabra en esa ocasión o en alguna otra?
R. —No, señor.
K. —¿Tenía Ud. testigos que estuvieran presentes en esa ocasión?
R. —Sí, señor.
K. —¿Quiénes testificaron que Ud. no dijo tal cosa?
R. —Sí, señor.
K. —¿Habían testigos que declararan que Ud. había dicho?
R. —Dos empleados del Gobierno Militar.
K. —¿Estaban presentes ellos, unos y otros, en esa conferencia?
R. —Sí, señor.
K. —¿Había otros testigos que declararan lo mismo que declararon los dos empleados
del Gobierno Militar?
R. —No, señor.
K. —¿Quiénes eran esos dos?
R. —Dos puertorriqueños, uno empleado del Departamento de Instrucción Pública y
otro Oficial de Sanidad.
K. —¿Sabe Ud. que ellos estuvieran en la conferencia, cómo llegaron a la conferencia,
con qué fin?
R. —Con el fin de oír.
K. —¿Dijo Ud. algo en esa conferencia que Ud. no había dicho en otras conferencias
anteriores?
R. —La misma cosa en todo el país.
K. —¿Cuántas veces había dado Ud. esa conferencia en otras partes del país?
R. —Varias veces.
K. —¿En cuáles ciudades?

904
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

R. —En toda la República.


K. —¿Qué impresión produjo sobre Ud. y otros, si Ud. sabe, en la ciudad donde
Ud. reside y otras ciudades donde Ud. estuvo frecuentemente con respecto al efecto
de ese arresto y encarcelamiento? ¿Qué impresión produjo, de una manera general, su
arresto?
R. —El pueblo estaba completamente indignado cuando se hacía cualquiera prisión
injusta contra los periodistas.
K. —¿Qué quiere Ud. decir con la “prisión” contra periodistas?
R. —Pues que los periodistas fueron condenados a seis meses de prisión y $300.00 de
multa.
K. —¿Conoce Ud. algunos casos personalmente de periodistas que fueran multados en
esa forma y encarcelados?
Sen. Mc Cormick. —¿Puede Ud. dejar una lista con los nombres y los casos, por escrito?
R. —Sí, señor.
Sen. Mc Cormick. —Así se evitará gastar el tiempo en hacerlo oralmente.
K. —Durante el período en el cual Ud. estuvo en la huelga del hambre como protesta,
¿estuvo Ud. asistido en cualquier momento por un médico americano antes de llegar a los
últimos momentos de la condición que Ud. ha descrito?
R. —No, señor.
K. —¿Durante ese tiempo fue Ud. asistido por algún médico?
R. —Sí, señor.
K. —¿Cuándo y por cuáles médicos?
R. —Desde que caí enfermo. El médico era el Dr. Alejandrino Martínez, dominicano,
bajo las órdenes del Dr. Llager, médico americano.
K. —¿Estaba él relacionado con el Gobierno Militar, el Dr. Llager?
R. —Sí, señor.
K. —Ud. ha dicho que sufre de parálisis. ¿Cómo fue que esa enfermedad le afectó a Ud.?
R. —A los treinta días de ponerme en libertad yo hice mi primera salida a la calle y entonces
fue cuando noté que las piernas me flaqueaban grandemente, debido a la misma debilidad.
K. —¿Cuál ha sido su condición desde entonces?
R. —Siempre quebrantado.
K. —¿Puede Ud. hacer algún trabajo?
R. —Hasta la fecha no lo he hecho, porque he estado en una clínica.
(En este momento se incorporó el Sen. Pomerene, quien viene de visitar la Catedral).
K. —Durante el tiempo que Ud. estuvo en huelga del hambre, ¿le brindaron a Ud. buena
comida?
R. —Sí, señor.
Sen. Mc Cormick. —Eso es todo. Gracias.
Fin.
Fin de todas las declaraciones ante la Comisión Senatorial.

Horace Greeley Knowles


Diplomático. Nació en Seaford, Delaware, E. U. A., el 20 de octubre de 1863, hijo de
Isaac N. D. Knowles y. de Sarah L. Short de Knowles. Se educó en el Colegio de Delaware.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

A pesar de su profesión de Abogado, Horace G. Knowles se ha dedicado con éxito a la ca-


rrera diplomática sirviendo a su país en distintas naciones con el carácter de representante.
Primeramente fue Cónsul de los Estados Unidos en Bordeaux, Francia, de 1889 a 1893; fue
Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Rumania y Servia, y Agente Diplo-
mático en Bulgaria, de 1907 a 1909; fue Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario
en Nicaragua, de enero a diciembre de 1909; Ministro Residente y Cónsul General en la
República Dominicana, desde diciembre de 1909 a junio 1910. De nuestro país salió para ir
con el carácter de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario a Bolivia, cargo que
desempeñó desde junio de 1910 hasta agosto de 1913.
Horace O. Knowles es orador de gran fuerza y muy competente periodista. Desde que
se inició la campaña electoral que culminó con el triunfo del Partido Republicano, al que
pertenece, Knowles tomó participación en la lucha y formó parte de la Convención del Par-
tido que nominó candidato a Warren G. Harding. Habiendo aceptado el generoso encargo
de Abogado adscrito a la Comisión Nacionalista Dominicana en Washington, hizo suya, con
verdadera nobleza que lo enaltece, la justicia de la causa dominicana y, desde esa misma
campaña electoral, empezó a defender a la República con valor y enterezas dignas de todo
encomio, haciéndose acreedor a la gratitud y estimación de todos los dominicanos, como
se lo testimoniaron de diferentes maneras durante su corta permanencia en nuestro país,
cuando estuvo aquí la Comisión del Senado Americano. Su domicilio habitual es: Wilming-
ton, Delaware, E. U. A.

Declaraciones de Knowles
ante la Comisión Senatorial Norteamericana
Mc Cormick. —Para que podamos disponer del tiempo la mayor ventaja, permítame decir
que he sido informado de que el Comité tiene un compromiso a las 10 para recibir algunos
miembros de negocios y que a las 11 tiene un compromiso con el Arzobispo. Probablemente
cesará su trabajo al mediodía o poco después y no comenzarán más los informativos. Desearía
saber si sus testigos están numerados en categoría.
Knowles. —Están.
Mc Cormick. —¿En clasificaciones?
K. —Generales. Hemos incluido Fabio Fiallo, periodista.
Mc C. —Preferimos se nos informe sobre los asuntos.
K. —Se relacionan con la manera en que fue establecida la censura en el país; las razones
porque los nativos no se quejaron al Gobierno Americano; instrucciones de oficiales ame-
ricanos a los contables nativos para que pasasen ciertas cuentas de oficiales americanos sin
requerir vouchers, contrario a la Constitución y a la ley del país; encarcelamiento de miembros
del congreso dominicano y esfuerzos hechos por representantes del gobierno americano con
el fin de efectuar la elección de cierto hombre a la presidencia; tentativa de los representantes
de los Estados Unidos en fermentar revoluciones en el país; negativa por uno especialmente
acusado de ciertos actos que se dice fueron la base de la causa y atrocidades cometidas en
otras secciones que las de que se ha testificado; pruebas de la diferencia entre americanos
y dominicanos en lo que concierne a sueldos por la misma clase de trabajo y ocupación;
violación de la ley del servicio civil reconocido por el gobierno militar y la negativa del
Gobernador militar de recibir quejas en cuanto a esas violaciones; testimonio del Presidente

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

de Jure del Gobierno Dominicano, Dr. Henríquez y Carvajal, en cuanto a los medios que se
usaron con él para que se aceptase cierto plan por la administración dominicana anterior,
y sobre las órdenes que afectaron el derrocamiento del gobierno dominicano. Puedo decir,
señor Presidente, aquí, ya que se me ha pedido la declaración de la clase de testimonio que
tenemos para presentar, que nosotros tenemos testimonios para demostrar la validación de
ciertas leyes relativas, la exportación de dinero del país, y cierta información y demandas
de información con respecto a la compra de azúcares por el gobierno militar.
M C. —Ya que Ud. ha mencionado estos doce asuntos, ¿cuántos días, a juicio suyo, se
tomaría en las declaraciones, no de todos los testigos que sea posible traer; pero de cuantos,
a juicio suyo, sea necesario para cubrir estos puntos?
K. —Quisiera decir que si el Comité sostuviera audiencias durante el tiempo que anuncié
las sostendría en la Capital, muchos de estos testimonios podrían producirse.
Mc C. —Esa no es contestación directa. El Comité, como Ud. sabe, partirá esta noche.
K. —Se anunció públicamente en los periódicos aquí que partiría el día 19.
Mc C. —¿Quiere decir que si nos quedamos para dos días más, este trabajo podría
acabarse?
K. —Podríamos producir testimonios sobre cada uno de estos puntos.
Mc C. —¿Ud. quedaría satisfecho con lo que podría hacerse en estos dos días?
K. —Yo diría, Sr. Presidente, que quisiéramos tener más testimonios; que como el Comité
juzgará del valor del testimonio producido, y que teniendo nosotros cinco testigos sobre
cierto punto no debíamos conformamos con uno.
Mc C. —No le he pedido conformarse con nada. Solamente quiero saber lo que satisfaría
a Ud.
K. —Lo puedo expresar tanto como apreciaría yo la oportunidad de traer testigos adi-
cionales.
Mc C. —Como Ud. sabe, el Comité estaba aquí un día primero de receso, a pedimento
suyo.
K. —Este día se puede cargar a mi cuenta.
Mc C. —Los días subsiguientes han ocupado con dos puntos, la gran parte con las cir-
cunstancias del desembarque de las tropas y precedentes a la Proclamación.
K. —Estoy seguro que el señor Presidente admitirá que este es un punto de mucha
importancia.
Mc C. —No digo ni admito nada; es para Ud. decidir si tal importancia se justifica a la
pérdida de los demás puntos.
K. —Porque si es un hecho que esta ocupación se hizo sin razón y no podríamos probar
el hecho con las pruebas de atrocidades, de violaciones de la ley después de la ocupación,
con cualquier número de los cien testigos, porque no tiene que ver con la cuestión del dere-
cho y legalidad de la primera ocupación cuando se desembarcaron en este territorio tropas
americanas y los hechos que se alegan haberse cometidos después. La cuestión de más im-
portancia en esta investigación de los derechos del asunto, es que si los Estados Unidos tenía,
por virtud de ley, tratado, o en otra manera justificación o derecho para desembarcar tropas
sobre este territorio, ocupando así al país. Puedo decir que casi estaría dispuesto dejar el caso
sobre este solo punto, que el testimonio dado sea exclusivamente referente a la legalidad de
la ocupación, para el Senado de los Estados Unidos pasar sobre este solo punto. Con esto
decidido, y si se determinaba afirmativamente entonces podría los Estados Unidos decidir

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

si los nativos tuvieron derecho a ofrecer testimonios referentes a las atrocidades cometidas
durante la ocupación.
Mc C. —¿Quiere Ud. decir decidido por el Comité del Senado?
K. —Por el cuerpo a quien este Comité hará su informe.
Mc C. —El Senado de los Estados Unidos.
K. —En cuanto a la resolución que pasará referente al asunto: porque yo creo que no
es solamente el querer, sino también el deber del Comité de oír y juzgar de tal testimonio y
hacer el testimonio base de su informe y recomendación al Senado de los Estados Unidos.
Mc C. —Permítame sugerir que fuera del record, la cosa que parece tener más importancia
es la de terminar la ocupación tanto como la primera desembarcación. Personalmente no quiero
argumentar ahora y hasta que haya yo considerado el problema entero, la desembarcación
y la Proclamación. No quiero atribuir al señor Knowles lo que él no ha dicho; pero si es su
deseo descansar su caso sobre el punto de traspaso y perjuicio, si es una demanda contra los
Estados Unidos por causa de la ocupación, también llevaría los precedentes en tales casos,
donde el país ocupado ha sido cargo con todos los gastos, no solamente para la administra-
ción civil; pero para el costo entero de la ocupación militar, como el Abogado sabrá; pero yo
encuentro que la cuestión principal ahora debe ser la de la terminación de la ocupación. En
lo que he notado, ningún testigo, no lo digo por criticar, ha sometido plan alguno al fin de
terminar la ocupación y los pasos sucesivos necesarios para presentar los testigos. ¿Quiere
el Abogado presentar la sugestión a que él y yo hicimos referencia personalmente hace unos
minutos, referente a la presentación de testigos en otra fecha o en otra manera?
K. —Yo tendría mucho gusto en conformar mis planes a cualquiera que sea aceptable al
Comité para dar a los testigos oportunidad de comparecer ante el Comité.
Mc C. —Como sabe el Abogado, no es cuestión de lo que sea agradable al Comité. Los
miembros del Comité tienen otras responsabilidades, y ha sido con sacrificio por parte de
cada individuo del Comité, y al sacrificio de los otros deberes, que el Comité ha venido
voluntariamente para aceptar el peso de convocar audiencias en el mismo sitio. No quiero
queden malentendidos los deberes y deseos del Comité. Tomando en cuenta que el Comité
cesará con las audiencias hoy al mediodía, ¿qué plan quiere ofrecer el abogado?
K. —Veré si puedo ofrecer algo práctico, pero como veo que lo que se ha dicho está to-
mado en dictado por el taquígrafo, quiero contestar a dos puntos tocados por él: primero que
nada se ha dicho referente a la desocupación. Si no entiendo mal, la Resolución del Senado
creando este Comité, copia de la cual siento no tener a la mano, ordena la investigación sobre
solamente dos puntos: la ocupación y la administración de la República Dominicana por los
Estados Unidos, el primero y más importante siendo la ocupación.
Mc C. —Quiero distinguir entre ocupación, cuando se considera esta junto con adminis-
tración y la entrada por fuerzas armadas en el territorio de la República Dominicana.
K. —Pero como yo me dirijo, Sr. Presidente, a la resolución tal como la pasó el Senado de los
Estados Unidos, no puedo sino tomar las palabras de la resolución, y mantener que el Senado
sin duda quiso distinguir entre ocupación y administración, de otra manera no sería la cuidadosa
manera que siempre tiene el Senado en expresarse en una resolución pasada por esa Cámara.
En cuanto al segundo punto, administración, creo que ninguna de estas dos palabras, con la más
elástica imaginación, puede incluir sugestiones relativas a la evacuación. Referente a los prece-
dentes relativos a ocupaciones militares en territorios ajenos, soy de opinión que una cuidadosa
consideración por parte del gobierno de los Estados Unidos se dará ahora, y que si se establece que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

los Estados Unidos esté en ese país sin derecho, y que si entonces se mantenga que hay precedente
en la China y el Africa que impusieron los costos de una ocupación injusta sobre los nativos de
esos países, creo que el tiempo ha llegado, y que así se declarará por los Estados Unidos, que tal
precedente ya no puede estar reconocido o permitido en un caso tal como este.
Mc C. —Quiero decir que a este punto no hemos decidido que la ocupación es injusta.
K. —No, y dije así, y supongo que el Senador pensaba así. Pero si me dirijo solamente
a la proposición de que si esté probado que esta ocupación es injusta e ilegal, nunca puedo
creer, ni creo que el Senador estará de acuerdo con algún hecho o mal cometido en este país
por los Estados Unidos, o cualquiera de sus oficiales o alguna persona con el uniforme de
los Estados Unidos, sin repararlo, o que los gastos incurridos por el Gobierno Militar sin el
consentimiento del pueblo dominicano se cargaran en contra de los nativos de este país.
Mc C. —Esto habla solamente de un lado de la cuestión.
K. —¿En cuánto tengo yo que entender que el Senador no está de acuerdo con lo que
he dicho?
Mc C. —El Senador no ha insinuado que en esta instancia, donde los ingresos del territorio
ocupado cubrían los gastos de la ocupación, resultó en perjuicio a los habitantes del país.
K. —Sí yo entiendo.
Mc C. —El Senador no ha hecho insinuación sobre la justicia o injusticia hecha. El Abo-
gado sí ha hecho insinuación.
K. —Sí, yo hablo referente a la justicia de los precedentes mencionados.
Mc C. —Creí que el Abogado habló no en cuanto a la justicia de la aplicación de los
precedentes, sino a la justicia del curso del poder ocupante en el caso.
K. —Me dirigía solamente a la justicia de los precedentes a que Ud. hizo referencia.

El pueblo de Santo Domingo hace una formidable


manifestación de protesta por ante la Comisión del Senado Americano
Desde que llegaron a la Capital de la República Dominicana los Senadores Americanos,
empezó a moverse la opinión en el sentido de que se manifestase ante ellos la protesta del
pueblo capitaleño para desmentir la afirmación de que los dominicanos, en su mayoría,
están de acuerdo con la intervención militar americana en su territorio.
Para llevar a efecto ese general sentir del pueblo, fue encargado el joven Julio F. Peynado.
Sólo restaban tres días de permanencia en tierra dominicana a los Comisionados del Senado
de los EE. UU., y el último era considerado como el más adecuado para la celebración de
un acto de protesta general del pueblo por ante ellos. El joven Peynado, para esa tarea de
gran urgencia, solicitó la valiosa ayuda del Dr. M. García Mella y para tener el apoyo moral
de elementos prestantes en la sociedad dominicana, solicitó también la de los Sres. Lic. C.
Armando Rodríguez, Dr. Arístides Fiallo Cabral y Lic. Pedro A. Lluberes, los cuales señores,
junto con él, formaron el Comité Central Organizador. Este Comité fue asistido por gran
número de entusiastas, entre los cuales se encontraban muchos jóvenes de la Universidad
Central y de la Escuela Normal Superior; recordamos a los Sres. Luis E. Machado, Manuel A.
Peña Batlle y Angel Rafael Lamarche, como entre los más diligentes. El comercio capitaleño,
a quien una comisión insinuó el cierre de los establecimientos, en la tarde en que se iba a
efectuar la manifestación, prestó su cooperación accediendo unánimemente y gustoso, a una
medida que tenía ya en mente. Los días de preparativos fueron más que suficientes.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

El día 15 de diciembre de 1921, a las 5 de la tarde, desfiló la gran Manifestación, ordenada


y patrióticamente, llevando a su frente y detrás de la enseña nacional, a los Restauradores su-
pervivientes de esta Capital e integrada por los miembros del I. Ayuntamiento, Suprema Corte
de Justicia, Corte de Apelación, Juzgado de 1ra. Instancia, Clero, Prensa, Universidad, Logias,
Unión Nacional Dominicana, Junta Patriótica de Damas, Colegio de Abogados, Superintendencia
General de Enseñanza, Estudiantes Universitarios, Escuelas, Damas, Sociedades e Instituciones,
Gremios de Obreros y el pueblo de la Capital y de sus comunes y campos vecinos.
La Manifestación partió del Malecón Presidente Billini y recorrió las calles Espaillat, Santo
Tomás, Palo Hincado y Separación hasta detenerse frente al Hotel Colón, en el Parque del mismo
nombre, hospedaje de los Senadores Americanos, quienes contemplaron desde el balcón del
Hotel, cómo más de doce mil personas decían por su órgano al Senado y Pueblo de los Estados
Unidos, que el pueblo Dominicano ama su libertad, quiere su independencia y exige, apoyado
en sus derechos, que se le devuelva el inestimable bien de su absoluta soberanía.
Así lo expresaban claramente con grandes letras numerosos estandartes de las diferentes
instituciones allí representadas y un gran número de carteles llevados por hombres, mujeres
y niños del pueblo.
Una tribuna improvisada en el Parque Colón sirvió al joven Julio F. Peynado, para ofrecer a
los señores Senadores la Manifestación diciéndoles en inglés, con palabras elocuentes y sinceras,
arrancadas del corazón mismo del pueblo allí congregado, el vivo sentimiento de los dominicanos
por la injusta forma en que han sido tratados por el Gobierno de los Estados Unidos y la unánime
demanda que hacen por la restauración de la República Dominicana a su anterior condición de
absolutamente libre, absolutamente independiente y absolutamente soberana, permaneciendo
dentro de los lazos, de franca y sincera amistad que siempre le ha ligado a la poderosa nación
norteamericana. Estas palabras eran traducidas al español inmediatamente por el mismo orador,
mereciendo estruendosos y entusiastas aplausos de aprobación por parte del pueblo.
En estas mismas páginas publicamos esas bellas frases del joven Peynado y los discursos
que, en contestación y aparentemente conmovidos, pronunciaron en seguida los Honorables
Senadores Mc Cormick y Pomerene.

Julio F. Peynado
Este joven, que ha tomado parte, con verdadero entusiasmo, en varias justas del civismo, y
que en estos últimos tiempos ha dado contribución eficiente en la lucha patriótica que sostiene
el pueblo dominicano para rescatar su independencia y soberanía sojuzgadas, nació en esta
Ciudad de Santo Domingo el día 7 de agosto de 1900, siendo sus padres, el notable juriscon-
sulto Lcdo. Francisco J. Peynado y la distinguida dama Dalia Carmen González de Peynado.
Recibió instrucción primaria en esta Capital y en las escuelas elementales públicas de New
York y Washington, D. C. En el año de 1916 fue graduado en la Stuyvesant High School, de
New York, obteniendo el premio de la Alianza Francesa. Figuró como miembro de la Sociedad
Arista, asociación honorífica de los estudiantes de las escuelas superiores (New York), que han
sobresalido en aprovechamiento y en actividades escolásticas fuera de las escuelas. Antes de
regresar al país, tomó un curso especial en la Universidad de Cornell, Ithaca, N. Y. en 1916.
Aquí ha continuado sus provechosos estudios y, después de graduarse de Maestro en
la Escuela Normal Superior de esta Ciudad, se inscribió en la Universidad Central, donde
está dando fin a su curso de Derecho en el tercer año.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Entre las distinciones de que ha sido objeto el joven Peynado, podemos citar las si-
guientes:
Fue el grado más alto entre los Cadetes del Estado de New York, al imponerse allí el
ejercicio militar obligatorio entre los alumnos de 16 a 19 años; obtuvo calificación de So-
bresaliente, con medalla de oro, al graduarse en primera instrucción en el Liceo Dominicano;
Sobresaliente, en la Escuela Pública 152 de New York, al graduarse en la instrucción elemental;
Sobresaliente, en las asignaturas requeridas por la Stuyvesant High School y el Departamento
de Instrucción Pública del Estado de New York, obteniendo, además, el único premio en la
calificación final: el de la Alianza Francesa. También obtuvo nota de Sobresaliente en los dos
años de Derecho que lleva aprobados.
Cuando la protesta de los estudiantes capitaleños por el cierre de las Escuelas Públicas,
Julio F. Peynado fue el vocero en la memorable entrevista que celebró esa juventud estudiosa
con el Contralmirante Snowden en mayo de 1921.
En los actos sociales celebrados en esta Capital en octubre del último año, para festejar
el Día de la Raza, puso la mejor contribución de sus juveniles entusiasmos.
Últimamente, quiso ser, y lo fue, eficiente colaborador en la presentación de evidencias contra
la Ocupación Militar americana, ayudando en esa patriótica labor al Hon. Horace G. Knowles, y
organizando la Gran Manifestación de protesta que desfiló por ante la Comisión Senatorial.

Palabras pronunciadas por el Sr. Julio F. Peynado,


en inglés y español al presentar la Manifestación
a los Hon. Senadores Americanos
Honorables Senadores:
Salgo de la fila de mis hermanos para hablaros, y sólo como tal os hablo. Yo no tengo
calidad para hacerlo de otro modo; yo no soy orador. Empero, nuestra causa no requiere la
palabra pulida para hacerla brillar; tiene el resplandor del oro y el de ese sol que se levanta
diariamente en el oriente. Yo sólo he venido para presentaros este pueblo; él lo ha hecho
todo y a mí no me ha dejado otra cosa qué hacer.
Estos hermanos comparecen ante vosotros aquí, porque vosotros no habéis tenido tiempo
suficiente para recibirlos en otro lugar. Han venido aquí con un sólo propósito, con una sola
mira; ese propósito, esa mira, Honorables Caballeros, es sólo y únicamente, protestar ante vo-
sotros contra la ocupación que sufre el país por más de cinco años. (Estruendosos aplausos).
Vosotros, Honorables Comisionados, habéis podido oír sólo el testimonio de pocas
personas; pero yo creo que vosotros, caballeros, podéis ver la protesta de todos nosotros.
Estamos aquí y con nuestra presencia, hacemos cuanto podemos; lo demás, caballeros, creo
que podremos, con toda seguridad y con esperanza, dejarlo a vosotros.
En países extranjeros, en el propio de vosotros, con pena digo, hay quienes afirman que
no nos oponemos a la Ocupación; pero yo creo que puedo aseguraros que entre nosotros
no hay un solo hombre, una sola mujer, un solo niño, que no se oponga hoy y siempre a la
Ocupación de nuestro sagrado suelo. (¡Muy bien!– Aplausos prolongados).
La razón por la cual estamos aquí es esta: es para que vosotros podáis oponer un argumento
a eso que se propaga en vuestro país. Creo que, aun antes de que compareciésemos ante vo-
sotros, Honorables Comisionados, cada piedra, cada objeto, en este país era prueba evidente
de que aquí todo se opone a la Ocupación; de que el único anhelo es el de la independencia;

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

pero yo quiero, como os he dicho, que llevéis un argumento sólido, indestructible, de que no sólo es una
parte del pueblo, sino la entera masa, todo el pueblo, quien se opone a esa Ocupación.
Habíamos esperado a vuestra honorable Comisión con ansiedad; eso era en el pasado; ya
os tenemos aquí, y esperamos de vosotros algo para el futuro. Puedo decir a mis compañeros
que por mí no habría uno aquí que no abrigase grandes esperanzas para este país. Os he
conocido, como uno del pueblo, cuando no creía que podría tener la ocasión de acercarme
a vuestras togas. Ahora, que he tenido relaciones más íntimas con esa Hon. Comisión, que
he podido ver que está formada por hombres, por humanos con corazones como todos los
de aquí, no me falta razón para tener esperanza, y no puedo dudar del futuro de este país.
Creo que mis hermanos tienen los mismos sentimientos. Es por eso, por lo que hemos venido
aquí, para pedir ante vuestra Honorable Comisión, ante vuestro Senado y ante vuestro gran
pueblo la libertad y la independencia de nuestro país.
En Uds. tenemos confianza, y para demostraros nuestra unanimidad de sentimientos,
quiero hacer a mis hermanos aquí aglomerados algunas preguntas, que creo no vacilarán
en contestar. Permítame hacerlas. Deseo preguntarles si es que no se opondrán eternamente
a la ocupación de su territorio por fuerza de los Estados Unidos o por fuerzas de cualquier
otro país. (¡Siempre! ¡Viva la República! Aplausos). Todo lo que veis es espontáneo. Nadie
aquí sabía lo que iba yo a decir: yo mismo, en el momento de dirigirme a vuestra Honorable
Comisión, no sabía qué forma iba a expresar lo que debía deciros. Empero, la opinión de
este pueblo la conoce el mundo; y yo, sin más autoridad que la íntima convicción de sus
sentimientos, haré otra pregunta. Preguntaré si, a pesar de todas las vicisitudes por las cua-
les hemos atravesado en estos últimos años, haya aquí alguien que haya dejado de pensar
en su bandera o en su constitución o que no esté dispuesto a sostener la una o la otra hoy
y siempre. (¡No! ¡No! Aplausos). Por último, preguntaré a este pueblo, que es el mío, si no
tiene, como yo, inquebrantable fe en el espíritu de justicia del vuestro. (¡Sí!– Aplausos).
Honorable Comisión; ya que habéis visto todo esto, podréis asegurar a vuestro Senado
y a vuestro pueblo, que del corazón de cada uno de nuestros ciudadanos, sólo emana un
anhelo; el de ver el final de la ocupación para que la República sea restablecida a su condición
de Estado soberano e independiente. (¡Vivas! Estruendosos Aplausos).

Palabras del Senador Mc Cormick


Ciudadanos de la Capital de Santo Domingo:
En mi nombre y en el de mis colegas, permitidme, antes de todo, daros las gracias por una
recepción tan cordial y tan característica de Pueblo Dominicano. Venimos en nuestra capacidad
de Senadores Americanos y en la calidad de imparciales y leales amigos de este pueblo.
Hemos tratado concienzudamente y con todo el cuidado que hemos podido, de infor-
marnos de los verdaderos hechos. La Comisión no solamente ha sostenido audiencias orales
y públicas, sino que ha tratado de indagar la verdad por todos los medios. No sería propio
para la Comisión el anticipar su informativo; pero dejadnos acompañaros en los deseos de
que cualquier cosa que se haga sea sobre un fundamento sólido de justicia, de orden civil,
estable y seguro, de prosperidad económica, cierta y continua, y que sea sostenida en esta
base el gobierno Independiente de Santo Domingo. (¡Bien! ¡Bravo! Aplausos ruidosos).
Nosotros hemos trabajado sin consideración a diferencias políticas en nuestro país y
viendo solamente las cosas como son. Quiero, pues, que mi colega, el Honorable Senador

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Pomerene, que es un distinguido Líder del Partido Demócrata, os dirija la palabra al igual
que yo. (Prolongados aplausos).

Palabras del Senador Pomerene


Señor Director de la manifestación, Señoras y Señores de Santo Domingo:
Yo deseo sostener cada palabra que ha dicho el honorable Sr. Presidente de esta Comi-
sión, respecto a la bienvenida y hospitalidad que nos habéis otorgado. Perdonadme una
alusión a mí mismo. Yo he sido miembro del Senado Americano por casi once años y ha sido
privilegio mío, el servir en varias Comisiones; pero jamás he servido en Comisión alguna
que haya laborado, que se haya penetrado de su trabajo hacia el fin, de indagar solamente
la verdad, toda la verdad y sólo la verdad.– (¡Bien! Aplausos).
De los miembros de esta Comisión, dos son Republicanos, y dos son Demócratas; pero
como todos los ciudadanos americanos, estamos, más que todo, interesados en el bienestar
de los pueblos pequeños del mundo.
Yo he sabido que algunas personas en esta República, como algunas personas –muy
pocas por cierto– de los Estados Unidos, habían hecho circular informes de que los Es-
tados Unidos deseaban la anexión de esta República, y es preciso que se sepa que hay
noventiséis Senadores en los Estados Unidos, y yo he tenido y tengo relaciones bastante
íntimas con todos ellos y jamás he oído decir palabra alguna por Senador u Oficial Públi-
co de los Estados Unidos que haya podido ser fuente de semejante alegación. Cualquier
hombre, esté en la República o fuera de ella, que hace circular informes de esta especie,
está haciéndole tanto daño al pueblo dominicano como al pueblo americano. (Aplausos
prolongados).
El Pueblo Americano, no desea ni más ni menos, que la paz y la prosperidad de los
dominicanos. (Nuevos aplausos).
Vosotros habéis tenido vuestras dificultades en el pasado y nosotros hemos tenido las
nuestras. (¡Muy bien! Aplausos).
Han habido ciertos sucesos desgraciados y tristes en la Isla, algunos contra los domini-
canos y otros contra los americanos; pero si ha habido algún dominicano que sea culpable
de violencias contra algún americano, yo no culparía al pueblo dominicano, haciéndolo
responsable por esos actos; y, además, si algunos pocos americanos, con uniforme o sin él,
han sido culpables, yo quiero que vosotros sepáis que el pueblo dominicano no los condena
más que el pueblo americano. (Aplausos)
El pueblo americano y por ello quiero decir, tanto los representantes del país, como quienes
no lo son, sólo desea hacer justicia al pueblo dominicano. Yo sé que más de cuatro siglos de
historia se ciernen sobre vuestras cabezas, y os pido que en el nombre de los grandes hombres
que han regido vuestros destinos, y apelando en nombre de ellos, os ruego que nos ayudéis a
resolver este problema a vuestra satisfacción y a la nuestra. (¡Muy bien! Aplausos).
Amigos míos: ¡permitidme el privilegio de llamaros amigos! Recordad que sólo hemos
venido con la capacidad de un Comité de Investigación del Senado Americano y que so-
lamente tenemos la autoridad de hacer una investigación y de presentar nuestro informe.
Sería muy de antemano decir algo, o aun sugerir algo, sobre lo que pueda ser ese informe,
porque aún no hemos concluido con nuestro trabajo; pero recordad esto: que cual que sea,
será el informe de cuatro Senadores de los Estados Unidos, que están resueltos a saber la

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

verdad y quieren hacer esto con un sólo propósito, y este propósito no es otro que sea para
el bien de vosotros. (Estruendosos aplausos).
Ni esta Comisión, ni el Senado, ni el Pueblo Americano, tienen fin egoísta alguno qué
perseguir. Esta ha sido una de las misiones interesantes de nuestras vidas, e iremos a nues-
tro país con nuestros corazones agradecidos de vuestra recepción y de vuestra bondad.
(Aplausos prolongados y nutridos).

Informe del Lic. Fco. J. Peynado


Santo Domingo, enero 4 de 1922

A los Honorables Miembros de la Comisión Especial del Senado de los EE. UU.
para investigar los asuntos de Haití y Santo Domingo. Washington, D. C.
Honorables Senadores:
Correspondo al pedimento que tuvo a bien hacerme el Honorable Senador Pomerene
de que, según entiendo, os sometiese mis puntos de vista acerca de la situación económica
y financiera de la República Dominicana y del modo de solucionar los problemas que esa
situación tiene planteados.
Cuando, durante el interrogatorio a que me sometí en 9 del mes de diciembre último, el
Honorable Senador Pomerene me preguntó qué es lo que a mi juicio debiera hacer el Gobier-
no de los Estados Unidos para bien del Pueblo Dominicano, tuve el honor de responderle:
“Darnos nuestra independencia con la seguridad de su amistad”.
Esa sola frase sintetiza todo el anhelo del Pueblo Dominicano: Su independencia, porque
este pueblo ha dado siempre y continúa dando demostración irrefutable de que no concibe
su felicidad sino mediante el derecho de propia determinación de su destino, y de que no
merece, por no haber estado nunca en guerra con los Estados Unidos, ni haberles inferido
agravio alguno, que el Gobierno de esa gran nación le haya agarrotado su soberanía y lo
mantenga bajo el yugo de un gobierno militar. La amistad del Gobierno Norteamericano y
seguridades de que ella será perdurable, porque, por la situación geográfica de nuestro suelo,
por la estrecha relación comercial que existe entre el pequeño Pueblo Dominicano y el gran
Pueblo de los EE. UU. de A., y por la preponderancia natural que, en razón de su proximi-
dad y de otras poderosas circunstancias tiene, para las materias primas que producimos,
el mercado norteamericano sobre todos los de las demás naciones industriales del mundo,
el Pueblo Dominicano tiene la intuición y sus líderes la convicción de que es imposible la
coexistencia de ambos pueblos como entidades soberanas, si no ha de unirlos perdurable-
mente, en franca amistad y hasta en estrecha alianza, en común concepto de que han de
seguir caminos paralelos, que no permitan colisiones, en la persecución de la felicidad.
Pero puesto que el Honorable Senador Pomerene no se satisfizo con esa expresión sinté-
tica de los anhelos del Pueblo Dominicano, y me pidió que concretase mis puntos de vista al
análisis de las dificultades económicas y a las obligaciones en que ha incurrido el Gobierno,
así como a las obligaciones en que este Gobierno pueda tener que incurrir por razón de la
crisis, paso a deciros que el poderoso Gobierno de los Estados Unidos de América podría
hacer perdurable bien a la República Dominicana de estas tres maneras:
1º. Corrigiendo el error cometido por funcionarios designados por el Gobierno Militar
cuando, sin consentimiento del Gobierno Dominicano, fueron modificados, en el año 1919,
nuestros aranceles de importación. 2º. Concediéndonos en las aduanas de los Estados Unidos

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

las mismas franquicias de que goza la República de Cuba. 3º. Devolviéndonos nuestra Ha-
cienda Pública, no en el estado desastroso en que hoy se encuentra; sino, por lo menos, con
la misma aptitud que, en el momento de proclamarse la ocupación, tenía ella de atender a
la Deuda Pública sin perjuicio de los demás servicios administrativos.

Primer Punto
No obstante la circunstancia de que la cláusula III de la Convención Domínico-Americana de
1907, que mereció la aprobación del Congreso Dominicano y del Senado Norteamericano, establece
que nuestros derechos de importación no podrán ser modificados sino por convenio previo entre
el Gobierno Dominicano y el de los Estados Unidos, la Tarifa Aduanera que ahora nos rige no es
producto de ningún acuerdo de dichos Gobiernos, sino la obra de funcionarios exclusivamente
nombrados por el Gobierno Militar norteamericano que se nos ha impuesto desde el año 1916.
La Comisión preparadora de dicha Tarifa estaba compuesta, es verdad, de ciudadanos
o súbditos extranjeros y de ciudadanos dominicanos; pero como eran en mayor número los
extranjeros; y como, existiendo entonces en todo su vigor la censura sobre la prensa, nada
podía publicarse en son de crítica acerca de los actos del Gobierno Militar, prevaleció siempre
en esa Comisión el criterio de los miembros americanos, y para nada se tuvo en cuenta el
verdadero interés del pueblo dominicano.
Esa Comisión se ocupó, en primer término, de fijar el límite inferior de los ingresos que
el Gobierno Militar deseaba derivar de los derechos de importación, y enseguida se empeñó
en rebajar, tanto cuanto el propósito lo consentía, los derechos que pagaba una multitud de
determinados artículos, de modo que apareciese ostensiblemente que se quería favorecer
al pueblo consumidor pobre.
Atraerse la gratitud del pueblo es siempre una medida sabia, y esa medida adoptada
por el Gobierno Militar Norteamericano de Santo Domingo habría merecido tal gratitud si
al favorecer al pueblo como consumidor con tal rebaja de los derechos de importación, no
se hubiese desalentado con ello al pueblo como productor.
Es principio elemental el de que en todo país de industrias incipientes una tarifa aduanera
debe tener por fundamento estos propósitos: el producir rentas con que el Gobierno pueda
subvenir a sus necesidades; y el proteger el desarrollo de las industrias nacionales. Además,
su estructura debe ser tal, que en ella existan patentes los elementos para futuros tratados
de reciprocidad. Así preparada una tarifa aduanera, ella puede en cualquier momento ser
motivo de revisión, cuando lo exija la necesidad de mejorar la condición económica de los
contribuyentes o la financiera del Fisco; pero esa revisión deberá hacerse sin que pierdan
de vista, ni mucho menos se falseen, los principios que dejo anotados.
¿Tuvo en cuenta esos principios la Comisión reformadora que en 1919 preparó la actual Tarifa
Arancelaria de la República Dominicana por orden del Gobierno Militar Norteamericano?
Evidentemente no.
Recomendó, es verdad, que el Gobierno Militar negociase un tratado de reciprocidad
con los Estados Unidos; pero no se detuvo a esperar el resultado de esa sugestión, sino
qué redactó un proyecto de tarifa, el cual pronto fue ascendido por el Gobierno Militar a la
categoría de ley, que nos dejó sin protección para muchas de nuestras industrias y sin nada
que ofrecerles a los Estados Unidos en cambio de las franquicias que les pidiéramos, porque
hizo de antemano las rebajas que debiéramos haber reservado como incentivo para que la
Gran Nación Norteamericana nos diese el mismo tratamiento que a Cuba.

915
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Véase, en efecto, la Lista que adjunto como Anexo n.o 1, que comprende los artículos que
ahora pueden introducirse libres de derechos en la República Dominicana, y que contiene
los derechos aduaneros que ellos pagaban antes de la reforma de 1919. Véase, así mismo, la
Lista que adjunto como Anexo n.o 2, que comprende los principales artículos cuyos derechos
de importación fueron rebajados; en la cual se ven también los derechos que pagan ahora y
los que pagaban hasta el 31 de diciembre de 1919.
Por ambas listas se comprueba: a) Que fueron declarados libres de derecho de importación
más de 245 artículos que antes pagaban tal derecho: que podían merecer reducción, pero que no
debieron jamás declararse libres antes de obtener una reciprocidad de los Estados Unidos. b) Que
les fueron exageradamente reducidos los derechos de importación a más de 700 artículos que bien
hubieran podido también servir de incentivo a los Estados Unidos para conceder en sus aduanas
alguna franquicia a nuestros productos. c) Que aun cuando el propósito ostensible de la liberación
y de la reducción de derechos de importación fue, según se dijo, el de favorecer a la porción pobre
del pueblo consumidor, la liberación absoluta de derechos con que la actual tarifa favorece a los
mármoles, al ónix, al jaspe, al alabastro, a los diamantes y otras piedras preciosas en bruto y sin
montar; a las pailas para azúcar cuando no están liberados los calderos, ni las pailas, ni los anafes
para cocinar, ni los demás utensilios de cocina; a las linternas de locomotoras, cuando no están
liberadas las linternas de mano, ni las lámparas que hayan de alumbrar la casa del pobre &; y la
reducción desmedida que han merecido en el pago de sus derechos los artículos que solamente
usan los ricos, como las sedas, los tules, las tapicerías &, dicen bien a las claras que no fue aquel
propósito el que realmente presidió esa reforma.
Yo no diré, como muchos, que el único propósito de tal medida fue favorecer las indus-
trias norteamericanas, que entonces tenían la ventaja en nuestro mercado, por razón de que
la guerra mundial, que acababa de cesar, mantenía aún casi excluido de nuestros puertos el
comercio europeo. No digo eso, pero afirmo, sí, que como a causa de esa guerra escaseaban
todavía, como escasean aún, las comunicaciones directas con Europa, y la exhausta Europa
era y es impotente para concedernos los créditos y las facilidades que nos concedía antes de
la guerra, el comercio y los manufactureros norteamericanos fueron los que más se aprove-
charon de esa reducción, contraria a nuestros intereses, que nos impuso en nuestras tarifas
aduaneras, el poder interventor. Lo demuestran estos datos estadísticos:
Antes de la guerra mundial, nuestro comercio total comparado con el comercio que
teníamos con los Estados Unidos, comenzando en el año 1910, era como sigue:

Año Importación total Import. de los EE. UU.


1910 $ 6,257,691 $ 3,739,025 59%
1911 $ 6,949,662 $ 4,120,483 59%
1912 $ 8,217,898 $ 5,100,001 62%
1913 $ 9,272,238 $ 5,769,061 62%

Año Exp. total Exp. a los EE. UU.

1910 $ 10,849,623 $ 7,661,303 70%


1911 $ 11,004,906 $ 5,760,824 52%
1912 $ 12,385,248 $ 7,274,606 58%
1913 $ 10,469,947 $ 5,600,768 53%

Es decir, que el año anterior a la guerra, de nuestra exportación total de casi $10,500,000
enviamos a los EE. UU. un valor de más de $5,600,000 o sea el 53%, y en cambio, de nuestra

916
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

importación total de más de $9,200,000 compramos en los EE. UU. por valor de más de
$5,700,000, o sea casi 62%.
Desde que comenzó la guerra y hasta 1920, esa relación ha sido como sigue:

Año Importación total Import. de los EE. UU.


1914 $ 6,729,007 $ 4,452,347
1915 $ 9,118,514 $ 7,361,252
1916 $ 11,664,430 $ 10,152,698
1917 $ 17,581,814 $ 14,450,351
1918 $ 20,168,952 $ 17,042,041
1919 $ 22,019,127 $ 18,195,804
1920 $ 46,768,258 $ 36,091,173
Año Exp. total Exp. a los EE. UU.

1914 $ 10,587,787 $ 8,573,562


1915 $ 15,209,061 $ 12,044,271
1916 $ 21,527,873 $ 17,412,088
1917 $ 22,444,580 $ 17,946,787
1918 $ 22,376,574 $ 18,174,521
1919 $ 39,601,892 $ 24,104,859
1920 $ 58,767,041 $ 51,149,790

Por lo cual se ve:


1º. Que si en 1918, el año anterior al en que se preparó nuestra tarifa actual, de nues-
tra exportación total de más de $22,300,000, solo fue a los EE. UU. un valor de más de
$18,100,000.00, o sea el 81%, de nuestra importación total de más de $20,100,000, compramos
en los Estados Unidos un valor de $17,100,000, o sea el 85%.
2º. Que en el año 1919, año en que se confeccionó nuestra tarifa, de nuestra exportación
total de más de $39,600,000 sólo fue a los EE. UU., un valor de más de $24,100,000, o sea
60%, y sin embargo, de nuestra importación total de poco más de $22,000,000, compramos
en los EE. UU. casi $18,200,000, o sea 82%.
3º. Que en el año 1920, año en que principió a regir la tarifa actual, ya terminada la guerra
mundial, si de nuestra exportación total de $58,700,000 fue a los EE. UU. un valor de $51,100,000,
o sea el 87%, de nuestra importación total de $46,700,000, compramos en los EE. UU. un valor de
$36,100,000, o sea cerca de 75%, es decir, 13% más que el año anterior a la guerra mundial.
De ese aumento en lo que vendemos a los Estados Unidos y en lo que a ellos les compra-
mos, no nos quejamos, pues de desear es que siga cada vez más creciente la relación econó-
mica entre ambos pueblos; pero nos quejamos de no haber encontrado aún, en los Estados
Unidos una justa apreciación del trato que en sus aduanas deben merecer nuestros productos
en razón de la imposibilidad en que nos ha puesto la Convención Domínico-Americana de
1907 de ofrecer a otras naciones una reducción en las nuestras, a cambio de las ventajas que
ellas quisieran ofrecernos y que los Estados Unidos no se dignen concedernos; y de que
los mismos Estados Unidos nos hayan impuesto, desde el 1º. de enero de 1920, una tarifa
aduanera que los favorece, sin tener que reciprocarnos el beneficio que reciben.
Que esa Tarifa arancelaria que nos ha impuesto el Gobierno interventor en Santo Domingo
es preciso modificarla, independientemente, de todo tratado de reciprocidad, es evidente.
El Pueblo Dominicano es principalmente agricultor, y tiene inminente necesidad de fo-
mentar su producción agrícola y sus pocas industrias básicas: está en el deber de estimular,

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

a la parte de su población urbana que no puede dedicarse a la agricultura, a que aumente


la producción de los artículos manufactureros que actualmente se producen y emprenda la
de los demás que sean producibles en Santo Domingo.
Nuestra tierra produce principalmente azúcar, cacao, tabaco en hoja, café, miel de
abejas, cueros y carnes; pero su producción de artículos alimenticios es insuficiente para el
consumo doméstico.
De esos productos principales de nuestro suelo, el único que mereció de los reformado-
res de nuestros aranceles un propósito cierto de protección fue el azúcar. Todos ellos fueron
favorecidos con la supresión de derechos de importación a las maquinarias necesarias a su
producción, pues la importación de todas las maquinarias, fue declarada libre de derechos;
pero el único producto que indispensablemente requiere maquinarias es el azúcar; porque
el cacao, el tabaco, el café, la miel de abejas y los cueros pueden producirse y, en hecho, los
producen nuestros campesinos, sin el empleo de maquinarias. Y en cambio: los cueros o
pieles de todas clases, crudos o salados o secos, que pagaban respectivamente $1 y $2 por
cada 100 K. de P.N. fueran exonerados de todo derecho; el derecho de importación sobre
tabaco en hoja fue reducido en 60%; el café en grano, que pagaba de derecho de importación
$8 por cada 100 K P.N. fue declarado libre; el cacao en grano, que pagaba $5 por cada 100 K.
de P.N., fue declarado libre; la miel de abejas, que paga $0.10 por K. de P.N., fue mantenida
en esa tributación; el azúcar, sea moscabado o sea centrifugado, que es lo que producimos,
y que es lo que usa el pobre, fue mantenido en su tributación de $2.00 por cada 100 K. de
Norte enteramente, que es producto para el rico y que pagaba $4.00 por cada 100 K. de
P.N., fue reducido a $2.75; y la carne fresca o refrigerada, que pagaba $0.10 por K. de P.N. fue
declarada libre.
No nos quejamos de la protección que se le quiso dar al azúcar, y reconocemos que esa
que se le quiso dar y que se le dio en nuestros aranceles no basta a salvar la industria azu-
carera de la ruina que la amenaza, pues desaparecerá si un tratado de reciprocidad con los
Estados Unidos no viene a darle aliento. De ese producto depende principalmente la vida
de los habitantes de las seis provincias del Sur de la República, y de una de las del Norte:
Puerto Plata.
Pero nos quejamos de que fuesen menospreciados, por la Comisión reformadora de
nuestros aranceles, los productores de café, pues es una verdad conocida que tan pronto
como se incluyó al café en la lista libre, fuimos invadidos por el café brasileño, que vino a
competir con el nuestro; y nos quejamos de que esa Comisión reformadora no haya tenido
en cuenta, al estudiar la exoneración o la reducción de derecho de los demás artículos que
producimos, que no es efectivo el beneficio que se le hace al pueblo con tal exoneración y
tal reducción, cuando estas medidas hayan de desalentar la producción doméstica de esos
artículos y, por ende, agotándose los pequeños productos nativos, hayan de ir gradualmente
convirtiéndose todos los habitantes de este país en meros peones de las pocas industrias que
quizás puedan sobrevivir a causa de que su magnitud disminuya el costo de producción, o
vayan esos habitantes convirtiéndose en desmayados recogedores de los productos espon-
táneos del suelo con qué sostener una vida estrictamente vegetativa.
Nuestro suelo produce también, en apreciables cantidades que aspiramos asciendan
hasta equiparar el consumo doméstico, maíz, frijoles y otros granos leguminosos, papas,
ajo, cebollas y cebollines, sal, manteca de cerdo, carnes de vaca y de cerdo, etc., etc. Y he
aquí cómo ha tratado a esos productos la nueva tarifa: a) Ni el maíz en mazorca o en grano

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

ni la harina de maíz han sido alterados en los derechos que deben pagar; pero el maíz ma-
chacado, para alimento de animales, que pagaba $2.00 por 100 K. de P.N., ha sido declarado
libre. Con ello no sólo se resta protección a todo el maíz, sino que se favorecen las máqui-
nas de los manufactureros extranjeros con perjuicio del campesino dominicano que, para
vender su maíz, cuando no podía venderlo entero, lo trituraba en pilones, con la fuerza de
sus brazos. b) Los frijoles, chícharos, garbanzos y otros granos leguminosos secos, fueron
reducidos en el 50% de sus derechos. c) Las cebollas y los cebollines fueron reducidos en el
60% de sus derechos. d) Los derechos del ajo fueron reducidos en el 50%. e) La sal común,
la que usa el pueblo pobre, fue mantenida en los mismos derechos que pagaba; pero la sal
refinada, molida o no, fue reducida al 50% de sus derechos. f) Las papas, las remolachas y
otros tubérculos, frescos, fueron reducidos en el 66% de sus derechos. g) La carne de vaca,
de carnero, de cerdo, fresca o refrigerada, que pagaba $0.05 por K. de P.N. fue declara libre;
las aves de corral, beneficiadas, frescas o refrigeradas, que pagaban $0.10 por K. de P.N.
fueron declaradas libres. Pero lo que es aun más significativo: los sustitutos e imitaciones de
manteca, artículos industriales extranjeros que aquí no se producen, pero contra los cuales
habíamos querido proteger la salud de nuestra gente gravándolos con un impuesto alto de
$25.00 por cada 100 K. de P.N. fueron agraciados con una reducción de 75%.
Es innegable que cuando todos los habitantes de un país fuesen peones y no hubiese
empeño en inducirlos a mejorar de condición, la reducción de los derechos de importación
de todos los productos sería un favor que se les haría a esos habitantes. Pero es innegable
también que cuando se anhele levantar el nivel económico de ese país, propendiendo a que
cada habitante deje de ser una mera fuerza muscular y vaya convirtiéndose de peón en
obrero experto, y de obrero en productor de iniciativas, el recargo que, en los artículos de
su consumo, determine un impuesto protector, es recargo benefactor, porque lo estimulará
a producir por su propia cuenta algo de lo que sea producible en ese país. La no protección
arancelaria de lo producible por el país causará en realidad el desamparo de sus habitantes:
su fatal mantenimiento en la triste condición de mero productor de materias primas para las
industrias extranjeras, de pueblo obligado al consumo de sólo lo que produzca el extranjero,
expuesto a perecer de hambre cuando una calamidad cualquiera, la interrupción de sus co-
municaciones con el extranjero, o una persistente baja de precio de las materias primas que
exporte, le impida la importación de los artículos indispensables para su vida.
Santo Domingo tiene establecidas también varias industrias manufactureras básicas, de las
indispensables en todo pueblo, y sin embargo la tarifa que se nos ha impuesto no revela ningún
empeño en protegerlas contra los artículos extranjeros similares a los que ellas producen.
Tenemos:
Fabricantes, a mano, de calzado. Fabricantes, con maquinarias, de calzado. Fábricas de fósfo-
ros. Fábricas de jabón. Fábricas de camisas. Fábricas de ropa para hombres. Fábricas de ladrillos
y de cal. Fábricas de cigarros y cigarrillos. Fábricas de alcohol. Fábricas de losetas de mosaico.
Y casi en todo hogar dominicano, una fábrica de ropa interior para hombres y mujeres
y una fábrica de trajes para señoras, porque el de la costura es el oficio a que, casi exclusi-
vamente, se dedica nuestra población femenina.
Un examen de nuestra actual tarifa arancelaria demostrará:
Que el alcohol aparece ahora, con la nueva tarifa, más protegido que en la anterior tarifa
arancelaria; pero es porque del alcohol doméstico deriva el Fisco grandísimos proventos
recabados en virtud de otra ley; lo cual nos parece bien, por tratarse de un vicio;

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Que lo mismo ocurre con los fósforos, y sin embargo son una necesidad;
Que el fabricante de jabón está más protegido ahora que con la tarifa anterior, en lo que
respecta al jabón que usa el pobre, pues el derecho sobre este jabón, “el jabón común de
resina para lavar” fue aumentado de $1.75 a $2.75 por cada 100 K. de P.N.; pero disminuyó
la protección en cuanto a los jabones que emplea el rico, los jabones de tocador, pues estos,
en vez de $1 que pagaban, sólo pagan ahora $0.25 por cada K.;
Que las losas de mosaico, y todos los artículos similares, de piedra natural o artificial,
en losas, planchas, baldosas, escalones, columnas &, que antes pagaban $1 por cada 100 K.
de P.N., son ahora completamente libres;
Que los ladrillos, que sólo pagaban $1 por cada 1000 K. de P.B. son ahora completamente
libres; y que la cal, que sólo pagaba $0.10 por cada 100 K. de P.B. está ahora libre;
Que las camisas de fabricación extranjera han merecido una reducción que varía desde
el 40 hasta el 75%, según las clases;
Que los cigarros y cigarrillos aparecen protegidos aún por dicha tarifa; pero es porque
de ellos también deriva el Fisco fuertes ingresos, con otra ley; lo cual aprobamos por tratarse
de un vicio.
Pero el calzado es una necesidad, y su producción siempre ha sido aquí una industria
básica de los nativos; puesto que producimos cueros y tenemos buenas curtidurías y sabemos
confeccionar calzado tan bueno y tan bello como el de cualquier país, lo justo es que no se
desaliente, con medidas legislativas contrarias al fomento de esa industria, a los innumerables
fabricantes y obreros que se dedican a ella. Veamos lo que ha hecho respecto de esa industria
la actual Tarifa arancelaria: (a) Declaró libre la importación de maquinarias, cosa que no afecta
mucho, ni en pro ni en contra, al artesano que produce calzado con el empleo de una pequeña
máquina de coser, puesto que esta le dura toda la vida y sólo pagaba, con la antigua Tarifa,
$10; (b) En cambio, hizo una reducción de 40 hasta el 60% en los derechos de importación del
calzado. Pues bien: cuando se compara la importación del calzado que hicimos en este país en
los años de 1919 y 1920, es decir, un año antes de ponerse en vigor la nueva tarifa y el primer
año en que ella se puso en vigor, tenemos que, en botas, zapatos y pantuflas, importamos:

Países Pares de calzado Valor Pares de calzado Valor


De EE.UU. 76,828 $ 231,616 256,544 $ 956,206
“ Pto. Rico 71,260 $ 116,898 206,769 $ 576,957
“ Cuba 90 $ 372 5,712 $ 18,116
“ Inglaterra Nada Nada 1 $ 13
“ Islas Vírgenes 12 $ 36 9 $ 18
“ España 2,409 $ 552 1,505 $ 899
“ Holanda 214 $ 940
“ Francia 240 $ 94 537 $ 757
“ French W.I. 326 $ 1,805
“ Venezuela 3 $ 9
150,482 $ 349,677 472,713 $ 1,555,801

Es decir, que el año 1919, con la antigua tarifa, importamos un total de 150,482 pares de
calzados, por un valor de $349,677, de los cuales nos vinieron de los EE.UU., Puerto Rico e
Islas Vírgenes, 148,100 pares, o sea más del 93%, por valor de $348,550, o sea, más del 99%,
y en el año 1920, con la nueva tarifa, importamos un total de 472,713 pares de calzados, o
sea, más de tres veces que el año anterior, por valor de $1,555,801, cuatro veces más que

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

el año anterior, y de los cuales nos vinieron de los EE. UU., Puerto Rico e Islas Vírgenes
463,322 pares de calzados, o sea el 98%, por un valor de $1,533,181, o sea el 98% del valor
total. Que esa diferencia producida por la nueva tarifa están sufriéndola los fabricantes y
obreros dominicanos lo demuestran palmariamente el hecho de ser bien triste en este país
la condición actual del obrero zapatero, y el hecho de que varias fábricas han tenido que
suspender su trabajo y de que si alguna lo ha reanudado es en razón de combinaciones en
que han tenido que sufrir grandes pérdidas sus fundadores.
De la confección de trajes interiores y exteriores, para mujeres y niños, viven aquí millares
de mujeres, y de la de hombres, infinidad de sastres: todos languidecen por causa de que
la reducción de derechos con que la nueva tarifa arancelaria favorece las prendas de vestir
extranjeras va reduciéndolos a la impotencia para la lucha.
Los trajes extranjeros de algodón para mujeres, que antes pagaban en nuestras aduanas
$24 por docena, sólo pagan ahora $9. Los de la misma clase para niños, que pagaban $4.80
por docena, sólo pagan ahora $2.40. Los pantalones de algodón para hombres pagaban $12
por docena y ahora solamente $7.50.
Y no se diga que la reducción sólo tiende a favorecer a los pobres, puesto que: (a) los ves-
tidos de seda para señoras, que pagaban $120 por docena, sólo pagan ahora $30 por docena;
y (b) las casacas, que pagaban por docena $72, han sido reducidas a $18. Realmente, no veo
el beneficio que adquiere el país con rebajarle $4.50 al costo de la casaca de un caballero, ni
con reducir en $7.50 el valor del traje de seda de una señora rica.
Es posible que traten de justificarse tantos errores con el alegato de que la comisión
preparadora de los nuevos Aranceles carecía de datos estadísticos que le permitieran
conocer cuáles eran las industrias manufactureras existentes en el país y cuáles las que
convenía promover. Pero tal excusa es inaceptable: 1º. porque si no existe ahora una ofici-
na de estadística en el país, culpa es del Gobierno Interventor, que la suprimió sin razón
alguna: teníamos una buena oficina de estadística, creada durante la Administración del
Presidente Cáceres, organizada por Leopoldo M. Navarro, uno de los mejores cerebros que
ha producido este país, y que funcionaba con regularidad; sin embargo, cuando comenzaba
a producir sus mejores frutos fue suprimida por el Gobierno Militar en momentos en que
no se podía alegar como causa de esa medida la penuria del Erario Público, pues entonces
estaba este bien holgado; 2º. porque la falta de datos estadísticos no significa que no existan
manufacturas en el país, pues estas saltan a la vista, ni que no se pueda determinar, dadas
las materias primas que producimos y las necesidades que sentimos, cuáles son los artículos
que pudieran manufacturarse aquí.
No es mi propósito presentar aquí una lista de todos los errores en que se incurrió al
preparar nuestros actuales aranceles: el trabajo sería demasiado prolijo. Todo lo que quiero es
que se vea patentizado en los ejemplos que ya he presentado cómo fue inconsulto, a lo menos
con la conveniencia del pueblo dominicano, el trabajo de preparación de la Tarifa arancela-
ria que ahora nos rige; y cómo se explica claramente que esa tarifa no sólo haya producido
profunda conmoción en la agricultura e industria de este país, sino el que –habiendo sido
ella preparada en un período excepcional en el mundo, en que todos los productos alcan-
zaban extraordinaria demanda y exagerados precios– resulte ahora ineficaz para producirle
al Fisco todas las rentas que debiera producirle, y es por lo tanto coeficiente importante del
desbarajuste actual de nuestra Hacienda Pública: las aduanas, con esa tarifa, no producen ni
podrán producir lo que es preciso que produzcan para que sea posible atender a los servicios

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

públicos y a los intereses y amortización de la Deuda Pública tal como esta es, después que
ha sido acrecida por el Gobierno Interventor.
Tampoco pretendo sugerir aquí en todos sus detalles la reforma que demandan tales errores:
eso corresponde a experto en la materia, no a mí. Lo que pido es que se tenga en cuenta nuestra
condición de pueblo principalmente productor de materias primas destinadas a manufacturas
extranjeras, que necesita que se le estimule en la producción de artículos agrícolas para su propia
subsistencia y en el fomento de sus industrias manufactureras básicas. Entiendo, por ejemplo,
que como pueblo que no puede fabricar maquinarias ni los demás productos del hierro y del
acero, no sería cuerdo que se prescribiese para tales artículos una tarifa elevada de importa-
ción; pero el 5% ad valorem que su antigua Tarifa establecía, no impedía la importación de
maquinarias en un país como este de tierras y jornales baratos. Por lo tanto, la supresión que
se ha hecho de todo derecho de importación a esas maquinarias no ha tendido sino a sustraer
esos artículos al deber de contribuir al sostenimiento de los gastos públicos, y a disminuir el
acervo con que contábamos para el pago de nuestra Deuda Pública. Y entiendo también que
una empresa ferrocarrilera no dejaría de prosperar porque se le aplicara un pequeño derecho
de importación a las linternas destinadas a sus locomotoras, que hoy entran libres; en tanto que
el derecho que se le aplica a la lámpara del hogar de un pobre sí puede afectar la alimentación
de su familia, en una tierra como esta en que el proletario, en su inmensa mayoría, no obtiene
un jornal mayor de $0.70 centavos, por numerosos que sean los hijos que tenga que mantener,
y en que forman legiones los jornaleros que no encuentran trabajo.

Segundo Punto
Lo que en segundo orden necesita la República Dominicana es que los Estados Unidos
le den el mismo tratamiento que a la de Cuba en las Aduanas de la gran nación.
Porque yo diga “en segundo orden”, no atribuyo menor importancia a esta medida que
a la primera que he señalado, pues acaso la estimo de mayor trascendencia. Quiero con eso
significar que lo acertado sería reponer nuestros aranceles de importación como los estableció
el Legislador Dominicano, a fin de que sean los que sirvan de base para la determinación
de los artículos americanos que continuarían entrando libres en la República Dominicana
y los que sirvan para determinar los artículos americanos que debiéramos admitir con una
reducción similar a la estipulada con los cubanos.
Esa necesidad de igual tratamiento que a Cuba es imperiosa para la República Domi-
nicana; es de vida o muerte.
Situada como está entre Puerto Rico, que goza de exención absoluta de derechos en las
Aduana de la Unión, y Cuba que goza en las mismas Aduanas de una reducción de 20%,
y productora de los mismos artículos de exportación, es imposible que resista en tiempos
normales la competencia de sus vecinos, si no ha de merecer, ni de los Estados Unidos ni de
nadie, un tratamiento similar al de Cuba.
Sin un tratamiento similar al otorgado a Cuba, la República Dominicana no puede
dejar de perder en su producción, sino en épocas excepcionales, de exagerados altos pre-
cios como los que produjo la guerra mundial. Su experiencia, tan pronto como comenzó
la era del reajustamiento, no puede ser más triste: sin que hayamos tenido entre nosotros
grandes especuladores, todo ha venido abajo en el desbarajuste, y son los productores, no
los intermediarios, los primeros en sufrir y los que continúan sufriendo. No hay colono de
cañas que haya podido reembolsar sus gastos de cultivo con los precios que obtuvo para

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

el azúcar de la cosecha anterior; ni hay colono que no esté abocado a la insolvencia con los
precios actuales. Pero tampoco hay factoría de azúcar que haya podido, en la zafra anterior,
recuperar sus gastos de molienda, reponer la depreciación de sus maquinarias y pagar los
intereses del capital invertido; y el prospecto para la zafra corriente es más negro todavía,
aun sin tornar en consideración la amenaza que envuelve la Tarifa Fordney.
Por la Convención Domínico-Americana de 1907, la República Dominicana está impedida
de modificar, sin previo acuerdo con el Gobierno de los Estados Unidos, sus derechos de im-
portación. No puede, pues, la República Dominicana solicitar, de ningún otro país que de los
Estados Unidos, la celebración de un tratado de reciprocidad, por no tener libertad de ofrecer
a ninguna otra nación la reducción correspondiente. De consiguiente, o los Estados Unidos le
conceden una reducción, o la República Dominicana está destinada a la bancarrota.
Porque ella, en razón de no producir en grande escala ningún artículo, no es, ni podría
ser jamás, un factor apreciable en la determinación del precio mundial de ninguno de sus
productos de exportación. Cuando por la competencia con los demás países Cuba se viere
obligada a vender su producto con pérdida, la pérdida será mayor para Santo Domingo;
cuando Cuba lograre vender sus productos con exigua ganancia, Santo Domingo perderá.
La pérdida vienen sufriéndola los dominicanos desde hace tiempo: la han sufrido los
propietarios que han vendido sus tierras, porque las han vendido a un precio ridículo si se
le compara con los precios de las tierras de Cuba y Puerto Rico; la han sufrido siempre los
jornaleros, con la excepción, acaso, de los últimos pocos años de exagerados altos precios
para el azúcar, el cacao y el café, puesto que esos jornaleros no han podido obtener un sala-
rio adecuado a las necesidades más apremiantes de su vida. Esa pérdida la sufrirán más en
lo sucesivo esos jornaleros, hasta la completa inanición, a causa del reajuste, y aunque no
cristalicen en realidad las amenazas de la Tarifa Fordney. Porque, como si no obtenemos la
deseada reciprocidad, no podrán fomentarse más campos, y no fomentándose más campos
no se venderán más tierras, podrá suceder que los actuales propietarios puedan vivir de
la remotísima esperanza de vender algún día sus tierras sin pérdida; puedan mantenerse,
aunque estancados, creyendo que no pierden porque no venden sus tierras y porque no las
cultivan por no poderse estas cultivar sin pérdidas. Pero en el supuesto de que los campos ya
sembrados continúen cultivándose (no suponer eso sería admitir el caos), porque sus dueños
se resignen a trabajarlas para perder poco a poco en cosechas negativas en lugar de decidirse
a perderlo todo de una vez abandonando sus cultivos, esos campos continuarán cultiván-
dose solamente porque a los jornaleros irán reduciéndoseles cada día más sus salarios, por
razón de defensa del agricultor y de que el jornalero se verá obligado, antes que resignarse
a morir de hambre en dos o tres días, a trabajar a cambio de un salario que, por lo exiguo,
le permita una muerte lenta, la que causa el hambre paulatina y progresiva. Por eso puede
afirmarse que cuando pagamos más que Cuba en las Aduanas de los Estados Unidos, se le
quita de la boca al jornalero dominicano, y principalmente al jornalero del futuro, pues si
nuestro campesino viste mal (viste harapos), come peor, con el salario que recibe, y está, por
lo tanto, incapacitado para sustraer de la desnudez y del hambre a los hijos que procrea.
El tratamiento igual que a Cuba que concedieran los Estados Unidos a la República Do-
minicana a cambio del beneficio que ellos derivarían de un privilegio legítimo en nuestras
aduanas sobre las demás naciones del mundo, sería un tratamiento acordado sin daño para
Cuba, sin daño para Puerto Rico, sin daño para ningún productor de los Estados Unidos de
artículos similares a los nuestros.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Sin daño para Cuba, porque sus principales productos son el tabaco y el azúcar. El ta-
baco cubano no puede temer la competencia del nuestro, porque es excelente comparado
con el nuestro y con cualquiera otro, y lo excelso no sufre nunca el efecto de la concurrencia
de lo que no lo es; no sufre, por lo que no lo es, el efecto que determina la ley de la oferta
y la demanda. El azúcar dominicano, contra 4,500,000 toneladas que representa el azúcar
de Cuba, no representa ahora 180,000 toneladas y, a causa de la condición muy montañosa
de la mayoría de nuestras tierras, no representará jamás una cantidad capaz de constituirlo
en factor apreciable en la determinación del precio mundial de tal artículo. El precio del
azúcar resultará siempre de la lucha de otros elementos económicos, no porque el de Santo
Domingo influya para nada.
Sin daño para Puerto Rico, porque la exención absoluta de derecho de que disfruta el
azúcar de la antilla menor, en las Aduanas de la Unión, constituirá siempre una compensación
eficaz para los mayores gastos que requieren sus campos; porque el café entra actualmente
libre de derechos en los Estados Unidos; y porque el tabaco nuestro, cuando queramos
igualarlo en calidad al suyo, no exigirá menos gastos de cultivo.
Sin daño ninguno para los productores norteamericanos de artículos similares a los
que nosotros exportamos, por las mismas razones que he presentado respecto de Cuba y
Puerto Rico. Si pidiésemos exención absoluta podrían alarmarse; la concesión de sólo 20%
de exoneración para nuestro tabaco y nuestro azúcar, no podrá perjudicarlos; no tendrán,
pues, motivo para oponerse a esta obra de reparadora justicia que pido para mi país, que
pido para centenares de miles de proletarios que, de lo contrario, perecerían de inanición
después de sufrir una esclavitud muchísimo más penosa que la que ennegreció edades ya
pasadas, pero que siquiera ponía a cargo del amo el sustento del esclavo.

Tercer Punto
Afirmé en otra parte de este trabajo que la Hacienda Pública Dominicana está hoy en peor
estado que en la víspera del 29 de noviembre de 1916, fecha en que se proclamó la ocupación
del territorio de esta República por fuerzas del Gobierno de los Estados Unidos.
Para comprobar ese aserto basta con tener en cuenta que, a fines de 1916, el Gobierno
Dominicano:
1º. Estaba obligado a pagar, para el fondo de amortización y los intereses de los Bonos
5% de 1908, la cantidad de $1,200,000 cada año, más el 50% del excedente de $3,000,000, en
los años en que las rentas aduaneras sobrepasasen de esta cantidad;.
2º. Estaba obligado a pagar la cantidad de $30,000 mensuales para los intereses y la
amortización del empréstito de 1918, del cual sólo quedaba pendiente de pago la cantidad
de $175,000, que quedaría cancelada antes de un año;
3º. Estaba obligado a pagar los créditos que realmente resultasen, a cargo de la República
Dominicana, de las reclamaciones por más de $15,000,000 que entonces estaban pendientes
de examen y liquidación. Como estas fueron al fin liquidadas por la Comisión de Reclama-
ciones que instituyó el Gobierno Interventor, del mismo modo que habría podido hacerlo el
Gobierno Dominicano, con el apoyo del Gobierno Norteamericano, pero sin necesidad de
que este ocupara militarmente el país, y la liquidación las redujo a $4,292,343.52, que sólo
exigieron una emisión de Bonos, en 1918, de $4,025,600, esta es la cantidad que realmente
pesaba por tal concepto a cargo del Gobierno Dominicano, el cual, de consiguiente, habría
tenido que pagar anualmente los intereses al 5% y una amortización de una vigésima parte

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

de esa última cantidad cuando los proventos aduaneros no pasasen de $3,000,000, más el
60% del 50% del excedente, cada año que dichos proventos pasasen de $3,000,000; y
4º. Tenía de reserva en la Guaranty Trust Company of New York un fondo de algunos
millones de pesos para obras públicas.
En cambio, el Gobierno Interventor:
1º. Tiene la misma obligación consignada en el anterior número 1º, para lo intereses y el
fondo de amortización del empréstito de 1908;
2º. Tiene la misma obligación consignada en el número 3º, para los intereses y la amor-
tización del empréstito de 1918;
3º. Y, además, en cambio de la obligación que tenía el Gobierno Dominicano de 1916 de pagarle
al National City Bank la cantidad de $30,000 mensuales para intereses y amortización del emprés-
tito de 1913, del cual sólo restaban entonces $175,000, y que quedó cancelada en 1917, tiene:
a) La obligación de pagar los intereses y la amortización del empréstito contraído por
él a mediados de 1921, de $2,500,000, que le exige un desembolso de 8% por intereses y una
amortización de $656,250 cada año durante cuatro años;
b) La de pagar el déficit en que ha incurrido en 1921, de más de $2,000,000, (pues hay
que tener en cuenta lo que se debe a las fincas azucareras por la requisición de azúcar que se
les hizo), déficit que si fuere a cancelarse contratando un empréstito semejante al de 1921, le
exigiría un desembolso, para intereses y amortización de mucho más de $660,000 el primer
año, y de 8% de interés y más de $500,000 de amortización los tres años posteriores.
4º. No tiene ningún fondo de reserva por haberlo gastado todo, no obstante la circunstan-
cia de no haber tenido, como la tenía el Gobierno Dominicano, obligación de pagar ejército
ni la de pagar Representantes y Senadores.
Es decir que:
En el supuesto de que las rentas aduaneras no hubiesen pasado, después de 1916, de
$3,000,000 al año, el Gobierno Dominicano habría estado obligado a un desembolso anual de:
1º. $1,200,000 para intereses y amortización de los Bonos de 1908; 2º. de $175,000, por sólo el
primer año, para la cancelación del empréstito de $1,500,000 que hizo el National City Bank
en 1913; y 3º. de los intereses al 5% anual y un poco más de $200,000 para la amortización de
los Bonos de 1918; todo lo cual habría exigido un pago anual de menos de $1,625,000, puesto
que como los intereses y la amortización de los bonos de 1918 no tenían que pagarse ni en
1916 ni en 1917, con lo que he previsto para dichos Bonos se abría pago el exiguo remanente
del empréstito de 1913, y habría sobrado dinero.
En cambio, en el mismo supuesto de que las rentas aduaneras no pasaren en lo suce-
sivo de $3,000,000, el Gobierno Interventor, o el Gobierno Dominicano que lo sustituyese,
tendría que pagar:
1º. $1,200,000 para los intereses y la amortización de los Bonos de 1908; 2º. los intereses
a 5% y una amortización de poco más de $200,000 anuales, durante cuatro años, para los
Bonos de 1918; 3º. los intereses a 8% y una amortización de $660,000 para el Empréstito de
1921; 4º. los intereses a 8% y una amortización de más de $500,000 anuales, durante cuatro
años, para el déficit de 1921; todo lo cual exigiría no menos de $3,200,000 para el primer año
y una caliginosa perspectiva para los tres años subsiguientes.
Esta triste situación la ha explicado el Honorable Almirante Robison, Gobernador Militar
de Santo Domingo, en comunicación No. 3676-81 dirigida a la Cámara de Comercio, Industria
y Agricultura de esta Capital, fechada el 3 de diciembre último, del modo siguiente:

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“En el año 1920, el Gobierno Militar, actuando bajo la confiada creencia de que se obtendría un
empréstito de $l0,000,000, preparó un extenso plan de obras públicas y comenzó la prosecución
de tales obras con gran vigor. Al llevar a cabo su programa, el Gobierno agotó sus fondos de
reserva en el último trimestre de 1920, y al solicitar el empréstito, la desaprobación y protesta del
pueblo dominicano lo hizo imposible. Entonces se encontró el Gobierno con obras públicas de
gran magnitud a medio terminar y un gran número de maquinarias, empleados y trabajadores,
sin fondos suficientes para cumplir sus compromisos. Los contratos existentes imposibilitaban
el abandono de los proyectos a medio terminar. En esos momentos las difíciles condiciones eco-
nómicas del mundo comenzaron a reflejarse en el descenso de las Rentas Internas del Gobierno,
las cuales dependen enteramente del comercio: el súbito colapso de los negocios necesariamente
produjo la consiguiente disminución de las entradas. Los ingresos de Rentas Internas durante
los primeros diez meses del año 1921 fueron 36% menos que los ingresos de los primeros 10
meses del año 1920. La disminución en las entradas aduaneras fue casi el doble de ese porcenta-
je… Otra circunstancia agravante fue la continua campaña de propaganda destructora llevada
a cabo durante el año pasado, y la cual hizo más difícil el cobro de las Rentas Internas y, por
consiguiente, más costoso. El Gobierno Militar, en los meses de junio y julio de 1921, de acuerdo
con la política sentada por el Gobierno de los Estados Unidos, trató lealmente de persuadir al
pueblo dominicano a aceptar los términos de la Proclama en la cual se disponía la retirada del
Gobierno Militar de Santo Domingo, obteniendo como resultado que la agitación encaminada
contra el pago del impuesto territorial aumentó. Y así, desfavorables sucesos se han seguido en
rápida sucesión y el resultado final, un gran déficit, se hizo inevitable. Para el texto completo,
véase Anexo n.o 4.

Según, pues, la primera autoridad en el País, las causas del triste estado actual de la
Hacienda Pública Dominicana son cuatro:
La primera causa es la confiada creencia que tenía el Gobierno Interventor de que le sería
posible obtener un empréstito de $10,000,000, la cual creencia lo indujo a preparar un extenso
plan de obras públicas, comenzar la prosecución con vigor de tales obras y consentir contratos
que luego imposibilitaron el abandono de los proyectos a medio terminar. Esa primera causa
debe calificarse de imprevisión e imprudencia: el Gobierno de los Estados Unidos habría
tenido un gran agravio contra nosotros, si el Gobierno Dominicano, procediendo como el
Gobierno Interventor, se hubiese endeudado del mismo modo, tan sólo por alimentar la
confiada creencia de que se le iba autorizar a contratar un empréstito.
La segunda causa alegada por el Almirante Robison es la de que la desaprobación y protesta
del pueblo dominicano hizo imposible el solicitado empréstito de $10,000,000. Tal desaproba-
ción y tal protesta se explican fácilmente: se le ha impuesto al Pueblo Dominicano un Gobierno
Militar en que él no tiene voz ni voto; que le impone tributos sin que él tenga representación;
que le gasta su dinero sin que él tenga ningún control sobre la forma en que se gasta: si no se
tienen en cuenta su desaprobación y su protesta continuas por tales hechos, ¿cómo confiar y
fundar proyectos en la esperanza de que él no ha de desaprobar que se le aumente su Deuda
Pública para fines que, por no serle consultados, no pueden merecerle confianza? Por otra parte,
si a pesar de la desaprobación y de la protesta del Pueblo Dominicano, el Gobierno Interventor
contrató un empréstito de $2,500,000, emitiendo Bonos que conllevan, para los prestamistas,
ganancias desde 9.07% hasta 18.91% anuales, ¿qué representan la desaprobación y la protesta
del Pueblo Dominicano, ni qué lógica hay en atribuir a esa desaprobación y a esa protesta la
causa del estado precario en que hoy está la Hacienda Dominicana?
La tercera causa alegada por el Almirante Robison la constituyen “las difíciles condiciones
económicas del mundo”, porque estas “comenzaron a reflejarse en el descenso de las Rentas
Internas del Gobierno”, pues “el súbito colapso de los negocios necesariamente produjo la

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consiguiente disminución en las entradas”. Esta y la prosecución, con gran vigor, de un ex-
tenso programa de obras públicas por la confiada creencia del Gobierno Interventor de que
se obtendría un empréstito de $10,000,000, constituyen indiscutiblemente las únicas causas
del estado precario de nuestra Hacienda; pero, teniendo en cuenta las difíciles condiciones
económicas del mundo, el súbito colapso de los negocios y la disminución en las entradas,
que fue, según el mismo Almirante, de 36% en las Rentas Internas y de casi el doble en las
rentas aduaneras, cabe preguntar: ¿cuál sería ahora el estado de esa Hacienda si antes de ese
colapso y de esa disminución de entradas, se hubiese contratado el empréstito de $10,000,000,
al tipo de interés y con la amortización que se tenían proyectados?
La cuarta y última razón, que el Almirante Robison presenta, si no como causa principal,
al menos como circunstancia agravante, fue la continua campaña de propaganda, destructora
según él, llevada a cabo durante el año 1920, y la cual hizo más difícil el cobro de las Rentas
Internas y, por consiguiente, más costoso, e hizo aumentar “la agitación encaminada contra
el pago del impuesto territorial”.
Yo entiendo, examinando ecuánimemente ese punto, que, además de que las condicio-
nes económicas del mundo, consecuenciales del reajuste económico, han sido la causa de la
disminución de las Rentas Internas en general, por el súbito empobrecimiento que ha sufrido
el Pueblo Dominicano; el cobro de los proventos del Impuesto Territorial (parte de las Rentas
Internas) se ha dificultado por estas tres razones:
a) porque los encargados de ejecutar la Orden Ejecutiva creadora de ese impuesto, han
hecho retasaciones exorbitantes que a veces alcanzan al décuplo del valor real del inmueble
gravado, y los propietarios que pagaron voluntariamente la tasación, se han espantado con
la retasación exagerada que, coincidiendo con el empobrecimiento que la crisis mundial nos
ha causado, actualmente resulta aun más exagerada para los deudores, muchos de los cuales
han tenido que optar por perder su propiedad en razón de serles imposible evitar el embargo
con que el Fisco les amenaza;
b) porque los encargados de la preparación de esa ley de impuesto territorial le han dado
inconstitucionalmente, a la retasación exorbitante que ella ordena, un efecto retroactivo que
obligaría a los propietarios a pagar crecidas cantidades por años atrasados que ya se tengan
pagados; medida ésta que induce, a los propietarios de inmuebles no retasados aún, a abs-
tenerse de pagar conforme a la primera tasación, por el temor de que la retasación les haga
perder, además de sus propiedades, lo que ya hubiesen pagado; c) porque aun cuando la ley
del impuesto territorial permite a los propietarios el recurrir ante un Tribunal especial en re-
visión de la retasación que ellos crean excesiva, esa misma ley prohíbe el recurso si no se paga
previamente el importe de la retasación, y son muchísimos los propietarios que carecen de
dinero para pagar los excesivos impuestos que resultan de las extravagantes retasaciones.
Pero, sinceramente, no entiendo cómo, después de haber dicho el Almirante Robison
que las condiciones económicas del mundo se reflejaron en el descenso de las Rentas Inter-
nas del Gobierno, las cuales dependen enteramente del Comercio, y después de haber dicho
que el súbito colapso de los negocios necesariamente produjo la consiguiente disminución
en las entradas, cómo puede el mismo Almirante creer que una campaña interna fue lo que
hizo difícil el cobro de las Rentas Internas, y, por consiguiente, más costoso ese cobro. Si el
colapso de los negocios necesariamente produjo la consiguiente disminución de las entradas,
y disminuyó las entradas aduaneras en doble porcentaje que las Rentas Internas, obvio es
que si una campaña interna hubiera podido influir en el cobro de las Rentas Internas y no en

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el de las Rentas Aduaneras, habría afectado a las Internas hasta disminuirlas tanto como las
Aduaneras, o más que estas; y lo lógico es creer que las condiciones económicas del mundo
y el colapso de los negocios, al disminuir las entradas aduaneras que son, dado nuestro
sistema de tributación, el índice más seguro de la condición económica del país, tuvo que
reflejar, también en las Rentas Internas, la pobreza en que ha caído el pueblo dominicano; y
hay que celebrar que las Rentas Internas no hayan decaído tanto como las Aduaneras, pues
era de esperarse que decayesen tanto como ellas, aun sin ninguna campaña.
Estamos, pues, frente a una situación desastrosa de la Hacienda Pública Dominicana, más
que en razón de la actual condición económica del mundo entero, a causa, principalmente,
de la imprevisión e imprudencia cometidas en 1920 por el Gobierno Interventor; pues hay
que reconocer que si este hubiese continuado la pauta previsora trazada por el Almirante
Knapp, el colapso de los negocios tan recientemente iniciado no habría podido compeler al
Gobierno Interventor a contratar el empréstito de 1921 en las leoninas condiciones en que
tuvo que aceptarlo, ni a incurrir en el déficit que hoy lamentamos; pues hay que creer que
el Almirante Knapp no habría hecho, fundado tan sólo en meras creencias de que le sería
dable celebrar un empréstito de $10,000,000, planes y contratos como si esos $10,000,000
se tuviesen en caja; porque el incremento que tuvieron nuestras rentas aduaneras durante
los años de 1917, 1918, 1919 y 1920, sin precedentes en nuestra historia, le habría permitido
ponerse a cubierto de la crisis actual, por lo menos durante el año de 1921.
Que esa imprevisión y esa imprudencia no pueden encontrar explicación, ni mucho menos
justificación, resulta evidente del hecho de que desde el 3 de diciembre de 1919, es decir, desde
mucho antes que se iniciara el colapso de los negocios, la Junta Consultiva nombrada por el Almi-
rante Thomas Snowden, entonces Gobernador Militar de Santo Domingo, formada por personas
de distinta representación política, y presidida por Monseñor Adolfo A. Nouel, el Arzobispo de
Santo Domingo, al ser consultada por dicho Gobernador Militar acerca de varios proyectos del
empréstito que él tenía a empeño contratar para aplicarlo a la continuación de algunas obras de
utilidad pública que a la sazón se ejecutaban a emprender otras de la misma índole, le dijo:
El asunto es, sin duda, de importancia trascendental para el futuro bienestar del pueblo domini-
cano, pues la Junta considera dichas obras como un complemento necesario de las reformas que
os aconsejó implantar en su nota de fecha 12 de los corrientes, para así vaciar en moldes nuevos
las instituciones políticas del Estado, reconstruir gradualmente el gobierno propio y crear un
ambiente a cuyo amparo la paz y el orden estén asegurados, más por la eficacia de esas mismas
Instituciones, que por el respeto que la fuerza impone.
“Establecer apropiadas vías que comuniquen de un extremo a otro los pueblos todos de la Repú-
blica; adecuar nuestros puertos, por el dragado o por la construcción de amplios muelles, a la fácil
expedición de las operaciones que son consecuencia del tráfico marítimo, cada vez más intenso;
acometer, en una palabra, la realización de obras de carácter reproductivo, es no sólo promover
eficazmente el desarrollo de la riqueza pública; atraer, con la facilidad de explotar nuestras tierras,
el capital extranjero y, con la abundancia de trabajo, espontaneas corrientes de inmigración; sino
también, poner en contacto los pueblos todos de la República tan distanciados en sus relaciones
sociales, y fomentar así, con el intercambio de las ideas y con el ejemplo de las costumbres, una
comunidad espiritual que dé unidad, vigor y solidaridad saludable a la vida nacional.
Empero, la Junta, no obstante lo expuesto, considera que no debe contratarse un nuevo empréstito
ahora, ya que él conllevaría, a lo menos si se ha de juzgar por las cuatro formas de contratarlo
que le habéis sometido, no solamente la afectación de las únicas rentas libres que hoy tiene la
República, sino, lo que es bien grave, el aumento, en treinta y tres y un tercio, o en cincuenta, o quizás
en sesenta y seis y dos tercios, por ciento, de la tasa del impuesto sobre la Propiedad Territorial que
acaba de establecer el Gobierno Militar.

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Sería un paso peligroso afectar las únicas rentas que hoy tiene libres la República, si se tiene en cuen-
ta: 1º. que desconocemos en absoluto el efecto que en la Hacienda Pública producirían las reformas
arancelarias decretadas últimamente por el Gobierno Militar, las cuales no entran en vigor hasta el
próximo mes de enero, y además no es posible todavía precisar el rendimiento del impuesto sobre la
Propiedad Territorial, en razón de que no se ha terminado la recaudación del primer año, ni se ha de-
cidido aún sobre las protestas que él haya suscitado; 2º. que de todos modos, aun cuando se conociese
con precisión el monto futuro de las rentas que aún tiene libres la República, su afectación al pago de
los intereses y de la amortización de un empréstito la dejaría impotente para hacer frente a la even-
tualidad de calamidades públicas, como por ejemplo, de una epidemia que amenazara despoblarla.
………………………………………………………………………………………………
No quiere esto decir que la Junta rechace el propósito que tiene el Gobierno Militar de proseguir
las obras públicas sobre una base previamente establecida. Ella cree, al contrario:
1º. Que deben ejecutarse, entre las obras señaladas por V. E., aquellas que tengan un carácter
eminentemente reproductivo, o impliquen satisfacción de una apremiante necesidad de higiene
o de seguridad públicas: caminos, mejoras en los puertos, penitenciaría y leprosería.
2º. (a) Que deben posponerse, hasta que estén concluidas las anteriormente citadas, todas las que
no revistan ese carácter, tales como: edificio para Administración Central de Correos y Teléfonos
&…; (b) que deben introducirse ciertas modificaciones en las obras que hayan de realizarse, a fin
de que resulten menos costosas; por ejemplo, &…; (c) que se transfieran las atribuciones de la Di-
rección General de Obras Públicas a una sección de la Secretaría de Fomento, y se cierre aquella
oficina, con lo cual se haría una gran reducción en los crecidos gastos que, sin ventajas para las
obras que se realizan, tiene dicha Dirección &…
Sí se hiciera una investigación de cuánto se ha hecho en esa oficina, desde su creación hasta la
fecha, veríase que son muchas las sumas perdidas en estudios, que se han abandonado, de obras
que no se han realizado, o de obras que han necesitado nuevos estudios para emprenderse, o que
ha sido preciso rectificar total o parcialmente después de terminadas, todo ello con perjuicio de
los fondos encomendados a la capacidad de esa Dirección.
“Y como todas esas modificaciones reducirían el presupuesto de las obras públicas a menos de
tres millones de pesos, la Junta Consultiva estima que las obras apuntadas podrían llevarse a
cabo paulatinamente, sin necesidad de recurrir a empréstitos, aplicando a su realización las reser-
vas que hubiere y las economías que seguramente se obtendrían al suprimirse el departamento
que se denomina Dirección General de Obras Públicas.
Aprovechamos esta oportunidad para reiterar a V. E. los sentimientos de nuestra alta considera-
ción y desearle un éxito completo en sus gestiones gubernativas. Respetuosamente, Firmados:
Adolfo, Arzobispo de Santo Domingo, Francisco J. Peynado, Federico Velázquez H., Jacinto R.
de Castro. Para el texto completo véase Anexo n.o 5.
Se menospreció ese consejo; se prosiguió tercamente en el empeño de realizar el ambicioso
plan de obras públicas, como benévolamente lo critica el Honorable Senador Mc Cormick; y
en tal empeño no sólo se agotaron súbitamente los fondos que, para obras públicas teníamos
depositados en la Guaranty Trust Company of New York, sino que se arrasó precipitada-
mente con el fondo de reserva para emergencia, de más de $3,000,000, que antes cuidaba
escrupulosamente el Almirante Knapp, y se gastó con desatentada imprevisión el excedente,
sin precedente por lo grande que, sobre los ingresos presupuestos, produjeron las rentas
públicas del año 1920; además, se incurrió en deudas, por todo lo cual hubo necesidad de
contratar el infortunado empréstito 1921, de $2,500,000, a cuyos intereses y fondo de amor-
tización, que este año de 1922 exigirá un desembolso de $844,313.64, están afectados todos
los proventos fiscales que la Junta Consultiva tan cuerdamente quería que se conservasen
libres para el servicio público y futuras eventualidades; y por último, la calamidad pública
que hipotetizó la Junta Consultiva, es ahora una espantosa realidad: una epidemia variolosa
que desde hace tiempo nos venía invadiendo, se ha enseñoreado en estos últimos días de

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todos nuestros campos y de todas nuestras ciudades, y sin embargo, por absoluta falta de
recursos y absoluta carencia de crédito, el Gobierno Interventor está impotente para com-
batirla y hasta para socorrer misericordiosamente a sus desgraciadas víctimas.
Por lo tanto:
Puesto que el primero y principal motivo invocado por el Gobierno de Washington para
declarar a la República Dominicana en estado de ocupación militar por fuerzas norteameri-
canas y sometida a un Gobierno Militar y al ejercicio de la Ley Marcial, fue el hecho alegado
por dicho Gobierno, de que la República Dominicana había aumentado sus deudas sin el
consentimiento del Gobierno de los Estados Unidos no obstante que la cláusula III de la
Convención Domínico-Americana exige para el aumento de la deuda Pública Dominicana
un acuerdo previo entre ambos gobiernos; por lo cual se hiere dolorosamente el sentido de lo
justo cuando el Gobierno de Washington, sin un acuerdo previo con el Gobierno Dominicano,
le impusiera al Pueblo Dominicano un aumento en su Deuda Pública, y mucho más aun
cuando ese aumento conllevase gravámenes onerosos que redujesen, más de lo que estaban
al proclamarse la ocupación de nuestro territorio, la porción de nuestras rentas que deban
servir para las atenciones ordinarias del servicio público;
Puesto que el Gobierno Militar, ejercido en nombre del Gobierno de los Estados Unidos
y encargado por este de recaudar y custodiar nuestras Rentas Internas y de habilitarnos para
cumplir las previsiones de la Convención de 1907, es decir, para no incurrir en nuevas deudas
sin previo acuerdo de los dos gobiernos, dominicano y norteamericano, ha creado deudas
sin tal acuerdo previo; ha gravado nuestras Rentas Internas, que estaban libres al momento
de proclamarse la intervención; y no obstante tener menos gastos obligatorios que los que
pesaban sobre el Gobierno Dominicano, ha aumentado desmedidamente la cuota anual que
debemos destinar a los intereses y amortización de los empréstitos, para así poder atender
a deudas que ha contratado y a deudas que ha contraído sin nuestro consentimiento, y ello
así a causa de su imprevisión y de su imprudencia;
Puesto que es absolutamente imposible que continúe en tales condiciones la Hacienda
Pública Dominicana, ya que está carente de recursos para seguir atendiendo a la más exi-
gentes necesidades de la Administración pública;
Puesto que el plan acariciado por el Hon. Almirante Robison de contratar un nuevo em-
préstito de $7,500,000, al 8% de interés anual, pagadero en ocho años, para retirar los Bonos
de 1918 y 1921, que actualmente exigirían alrededor de $4,000.000, y cubrir el déficit, que
excede de $2,000,000, incurrido también en 1921, y continuar las obras públicas en ejecución,
no sólo no respondería a las expectaciones de dicho Almirante, puesto que no quedaría de
él con qué terminar las obras más urgentes y, por lo tanto, nos dejaría dentro de seis meses
en peor estado que en la actualidad; sino que exigiría un desembolso, para intereses y amor-
tización, de más de $1,500,000 el año corriente, de mucho más de $1,400,000 el año 1923, y
de mucho más de $1,380,000 en 1924 que, agregados al $1,200,000 que deben pagarse para
los Bonos de 1908, absorbería la casi totalidad de nuestras Rentas Aduaneras, y sólo Dios
sabe qué parte de nuestras Rentas Internas, por mientras continúe la actual crisis mundial
y resurja Santo Domingo de su actual situación de empobrecimiento;
Puesto que el estado de una Hacienda Pública no se mide tanto por la suma bruta que deba
un país, como por las cantidades que anualmente deban apartarse para los intereses y amor-
tización de la Deuda, en relación con el total de las rentas y de lo que de estas quede para las
atenciones del servicio gubernativo; que, por lo tanto, si en 1908 bastaban $1,200,000 anuales para

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los intereses y amortización de nuestra deuda de $20,000,000; y si en 1918 bastaban $1,625,000


anuales para los intereses y amortización de todas nuestras deudas, que entonces alcanzaban a
$19,400,000; no es justo que se nos obligue, por la imprudencia y la imprevisión de funcionarios
que nos impuso el Gobierno de los Estados Unidos, a pagar más de $2,700,000 en 1922, más de
$2,600,000 en 1923, más de $2,380,000 en 1924, para los intereses y la amortización de deudas que
no sumarían $16,000,000; ni que se nos obligue a pagar el tipo de 8% anual de intereses, que no
habría que pagar si el Gobierno Militar de Santo Domingo no hubiese menospreciado el consejo
que, oportunamente, en 3 de diciembre de 1919, le dio la Junta Consultiva;
Lo justo, lo equitativo, lo que indudablemente implicaría una demostración de que el Go-
bierno de Washington acepta, con todas sus consecuencias, la responsabilidad que se impuso al
haber asumido, sin el consentimiento del Pueblo Dominicano, la administración del gobierno
y de la Hacienda de este pueblo, y la responsabilidad que le imponen las imprevisiones y las
imprudencias de funcionarios designados por él para dirigir nuestra Administración; lo justo
digo, sería que el Gobierno de Washington nos prestase, una vez repuesto nuestro gobierno
propio, o la cantidad de $20,000,000, al 5% anual, para cuyos intereses y amortización basta-
ran $1,200,000 cada año, o la cantidad de $25,000,000, al mismo tipo de interés de 5%, y para
cuyos intereses y amortización bastase anualmente más de $1,600,000; con el fin de recoger
los Bonos de 1908, 1918 y 1921, pagar todo el déficit actual, y reponer el fondo destinado a
obras públicas; y, además, en el caso de que el préstamo sea de $25,000,000, fundar un Banco
Agrícola que venga en socorro, a moderado tipo de interés y de amortización, de nuestros
desolados agricultores; conviniéndose en que al pago de ese empréstito quedarían afectadas
nuestras rentas aduaneras en la forma que determina la Convención Domínico-Americana,
pero sin que se nos impida cancelarlo en cualquier tiempo.
Esas tres medidas constituyen concurrentemente el plan que juzgo más practicable, después
de haber meditado bien sobre todos nuestros problemas económicos y financieros, con espíritu
de dominicano que anhela ardientemente el bienestar de su pueblo, y de sincero optimista que
tiene fe en el alto espíritu de justicia del Pueblo de los Estados Unidos de América.
Respetuosamente,
Francisco J. Peynado.

Dr. Francisco Henríquez y Carvajal


Datos biográficos

El Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, hijo legítimo de Don Noel Henríquez y de Doña Clotil-
de Carvajal, nació en la Ciudad de Santo Domingo el día 14 de enero de 1859. Hizo sus primeros
estudios bajo la dirección del insigne puertorriqueño Don Román Baldorioti de Castro. Más tarde
tuvo por maestro a Don Félix Ma. del Monte, con quien estudió Derecho Romano. Con Don Carlos
Nouel cursó Derecho Civil, Comercial y Penal y más luego cursó Derecho Constitucional bajo la
dirección del sabio educacionista Don Eugenio María de Hostos. Ya había estudiado Filosofía y
Letras en el Seminario Conciliar y de Santo Tomas de Aquino, de esta Ciudad.
A los 26 años obtuvo el grado de Licenciado en Derecho y luego, el de Maestro Normal,
título académico que se le confirió a los primeros Maestros de esa Escuela. Simultáneamente
con sus estudios de Derecho, preparó los seis años de Medicina y se graduó también de Licen-
ciado en Medicina y Cirugía por ante nuestro Instituto Profesional. Poco después embarcó para
Europa y permaneció en París desde 1887 hasta 1891, continuando sus estudios de medicina

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hasta obtener el Diploma que le acredita como Doctor de la Facultad de París. De regreso al
país, ejerció el Profesorado y, junto con Don José Pantaleón Castillo, fundó la Escuela Pre-
paratoria, que vino a ser un plantel similar al del Sr. Hostos. Durante seis años fue Profesor
en la Escuela Normal y Profesor en el Instituto de Señoritas que dirigía su señora esposa, la
educadora e inspirada poetisa dominicana Doña Salomé Ureña de Henríquez.
Como periodista de grandes quilates, el Dr. Henríquez y Carvajal es conocido en todo
el país. Además del periódico El Maestro que él dirigió, colaboró extensamente en varios
periódicos caracterizados de esta Capital.
A su regreso de Europa, se dedicó al ejercicio de su profesión de Médico y fue él quien
introdujo la cirugía aséptica moderna; pero no pudiendo adaptarse al régimen tiránico del
Presidente Heureaux, optó por salir del país y encaminarse a Cabo Haitiano (Haití), donde
residió cinco años ejerciendo su profesión. A la muerte de Heureaux en 1899, regresó al país
con Don Juan Isidro Jimenes, quien, al ser nombrado Presidente de la República, le encargó
del Ministerio de Relaciones Exteriores.
En 1901 el Gobierno de Jimenes le encargó una misión financiera en Estados Unidos y
Europa para concertar convenios con los acreedores de la República y arreglar de ese modo
las cuantiosas reclamaciones internacionales que se habían alzado contra el Estado Domini-
cano. En esa misión, el Dr. Henríquez y Carvajal concertó un convenio con las Compañías
Americanas y otro con los tenedores de bonos de los empréstitos que la República había
concertado en Europa durante el Gobierno de Heureaux; pero el Congreso Nacional rechazó
el acuerdo celebrado con las Compañías Americanas.
Cuando ocurrió la caída del Gobierno de Jimenes en abril de 1902, el Doctor Henríquez y
Carvajal se expatrió voluntariamente, fijando su residencia en Santiago de Cuba. Después de
revalidar su título de Doctor en Medicina por ante la Universidad de La Habana, siguió en el
ejercicio de su profesión alcanzando una numerosa clientela y un puesto de médico en la Sociedad
de Dependientes La Purísima Concepción. A la caída del Gobierno Provisional del Gral. Horacio
Vásquez, a causa del cuartelazo del 23 de marzo de 1903, el Dr. Henríquez y Carvajal regresó al
país del cual volvió a salir siete meses después, con la resolución de quedarse a vivir definitiva-
mente en el extranjero, a fin de no aceptar responsabilidades de ningún género en la política de su
patria. Pero, no obstante eso, en 1907 fue nombrado por el Presidente Ramón Cáceres, Delegado
a la Segunda Conferencia de Paz que se celebrara en La Haya. Cumpliendo esa misión perma-
neció siete meses en Europa y, terminada, rindió de ella un voluminoso Informe junto con el Dr.
Apolinar Tejera, quien también fue Delegado dominicano ante aquella asamblea de la Paz.
En 1911, y a consecuencia del desacuerdo surgido entre el Gobierno Dominicano y el
Gobierno Haitiano sobre la cuestión de las fronteras, el Dr. Henríquez aceptó el cargo de
Ministro Plenipotenciario de la República en Haití, que le confirió el mismo Gobierno de Cá-
ceres. Al frente de esa misión permaneció cerca de diez meses, hasta que, ocurrida la muerte
del Presidente Cincinatus Lecompte, se retiró nuevamente a su residencia de Santiago de
Cuba. Estando allí, el Presidente Jimenes, nuevamente en el Poder, le confirió una misión
diplomática cerca del Gobierno de Washington en compañía de los Señores Federico Veláz-
quez H. y Licdo. Jacinto B. Peynado, a la sazón Secretarios de Estado, y del Licdo. Enrique
Jiménez, Ministro de la República en Washington. En marzo de 1916, y en cumplimiento de
órdenes cablegráficas que le trasmitió el Presidente Jimenes, salió nueva vez de Cuba para ir
a representar a la República en la Conferencia de la Alta Comisión Internacional Financiera
Pan-Americana que se celebró en la ciudad de Buenos Aires en abril de ese mismo año.

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Fue, estando en la Capital argentina, que tuvo noticias, por la prensa, del desembarco
de tropas americanas en el territorio dominicano. Inmediatamente salió para los Estados
Unidos y se presentó en el Departamento de Estado a pedir explicaciones sobre el desembar-
co de las tropas, y a protestar contra un hecho tan insólito. De Washington regresó a Cuba,
su residencia habitual, y allí le sorprendió el cablegrama en que se le comunicaba que las
Cámaras Dominicanas le habían elegido a unanimidad Presidente de la República y se le
pedía que viniera al país a la mayor brevedad.
El Dr. Henríquez y Carvajal aceptó el alto honor que le confirió la Representación Na-
cional, y regresó a la República para tomar posesión de la Presidencia con las formalidades
constitucionales de estilo. Permaneció en el Poder desde el 31 de julio hasta el 29 de noviembre
de 1916, fecha en la cual fue depuesto por las fuerzas interventoras y establecido un Gobierno
Militar en la República Dominicana por la Proclama del Capitán Knapp, de la Marina Naval
Americana. Esto ocurrió, porque el Presidente Henríquez con entereza patriótica, rechazó las
exigencias que se le hicieron a nombre del Gobierno de los Estados Unidos en la Nota del 19
de noviembre de 1915, las mismas que ya les habían sido hechas al Gobierno de Jimenes por
mediación de la Legación Americana en Santo Domingo. El 8 de diciembre del mismo año
salió del país el Dr. Henríquez y se encaminó a los Estados Unidos, vía Puerto Rico.
Apenas llegó a New York, emprendió una campaña de protesta ante el Gobierno ame-
ricano; protesta que también reprodujo por ante las legaciones de la América Latina y por
ante el Congreso de Derecho Internacional Pan-Americano que se reunió por aquellos días
en La Habana. Cuando fue concertado el armisticio entre las potencias en guerra, se dirigió a
París y allí también trabajó afanosamente por la restauración de la República a sus legítimos
derechos de libre y soberana.
Después, creada la Comisión Nacionalista Dominicana en Washington, el Dr. Henríquez asu-
mió la presidencia de ese Cuerpo y desde ella, con el concurso del pueblo dominicano, ha luchado
y lucha todavía por la liberación de la República y la restauración del Gobierno Nacional.
Últimamente regresó al país y, en la ciudad de San Felipe de Puerto Plata, firmó un Pacto
junto con los señores Don Horacio Vásquez, Licdo. Enrique Jimenes y Don Luis Felipe Vi-
dal, adoptando una fórmula para defender los derechos de la República. Hecho esto, el Dr.
Henríquez saldrá en breve para los EE. UU., a seguir la campaña o volverá a su residencia
de Cuba a seguir en el ejercicio de su profesión de Médico.
Falta sólo agregar a estas ligeras notas biográficas, que el Dr. Francisco Henríquez y
Carvajal es una de las más ilustradas mentalidades con que cuenta la República. Además de
su propio idioma, habla correctamente el francés. El Dr. Henríquez es, aparte de los títulos
académicos que ostenta, orador, periodista, escritor, literato, político y diplomático. Como
le ocurre a todos los hombres que emprenden el noble apostolado de la liberación de los
pueblos, esta eminente figura dominicana ha sido bastante combatida por algunos de sus
compatriotas, acusándole de errores cometidos en su campaña libertadora; pero tales hechos,
solamente a la Historia corresponde analizarlos y juzgarlos.

Gral. Horacio Vásquez


Entre los hijos obtenidos por Don Basilio Vásquez de su matrimonio con Doña Ramona
Lajara, figura Don Horacio Vásquez, nacido en Estancia Nueva, Moca, el 22 de octubre
de 1860.

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En los primeros años de su adolescencia estuvo en la escuela primaria de Moca, y tanto


en aquella aula como entre las relaciones de su familia, alcanzó las primicias de su educación
intelectual, pues su señora madre era mujer muy leída y todos los aficionados a las bellas
letras en aquellos días se reunían a tertuliar en su casa.
Sin embargo, desde muy joven se dedicó a las tareas de la agricultura y del comercio, y
esto lo apartó del colegio, aunque no ha impedido que Horacio Vásquez se nutriera con las
enseñanzas de una buena y escogida lectura.
Solicitado por los asuntos políticos del país, tuvo que tomar participación en ellos y así,
en 1886, sus servicios fueron solicitados por el Gobernador de Moca en aquella época, Gral.
José Dolores Pichardo, quien utilizó el prestigio de que ya empezaba a gozar Don Horacio
entre la juventud, para despejar una complicada y enojosa situación.
En el año 1891, fue reducido a prisión en La Vega y conducido a Samaná, pues la pre-
ponderancia de Vásquez causaba cierto recelo al Presidente Heureaux. Para evitarse nuevas
persecuciones, salió del país en 1896, y después de permanecer algún tiempo en Islas Turcas, St.
Thomas, Pto. Rico y New York, regresó a la República para continuar en sus faenas agrícolas y
comerciales. A la muerte del Presidente Gral. Ulises Heureaux, ocurrida en Moca el 26 de julio
de 1899, Don Horacio Vásquez se vio en la necesidad de encabezar la Revolución que surgió
inmediatamente, por más que él, siempre fue enemigo de las medidas extremas y se opuso a
que se recurriera al tiranicidio como principio de esa Revolución. Las circunstancias, empero,
parece que obligaron al grupo del 26 de julio a no seguir los consejos del Gral. Vásquez.
Triunfante la Revolución, no permitió a sus amigos que postulasen su nombre para la
Presidencia de la República, convenciéndolos de que debían todos postular el nombre de
Don Juan Isidro Jimenes, a quien él había aclamado como caudillo durante la corta lucha
sin sangre que siguió a la caída de Heureaux.
No pudo impedir, sin embargo, que su nombre fuese postulado para la Vicepresidencia
y el voto popular, en las elecciones más libres que hubo en la República, le llevó al poder
junto con Don Juan I. Jimenes como Primer Mandatario; pero el siempre creciente prestigio
del Gral. Vásquez suscitó celos que pusieron en juego negros y condenables ardides políticos
que debían producir, necesariamente, la distanciación de esos dos hombres en quienes el
país había puesto todas sus esperanzas de llegar a una verdadera evolución.
No juzgaremos los hechos y sucesos que produjeron el 26 de abril de 1902 y la caída del pri-
mer Gobierno del Sr. Jimenes, porque ellos pertenecen a la Historia y no son de este lugar.
Del Gobierno que surgió de la República del 26 de abril, Don Horacio Vásquez asumió la
Presidencia Provisional, y su primer cuidado fue poner sobre una base de estricta economía la
Administración Pública, de suyo resentida por el sistema de prodigalidad establecido por el
Gobierno anterior. Y aunque tuvo que vencer no pocas dificultades y sostener la defensa del
Gobierno contra la revolución que se había entronizado en la Línea Noroeste, el Gral. Vásquez,
siempre atento a los principios proclamados por la revolución redentora de julio, convocó el
Congreso Constituyente que debía realizar las ansiadas reformas a la Carta Fundamental de
la República. Desgraciadamente, el cuartelazo del 23 de marzo de 1903, que echó por tierra su
Gobierno impidió la realización de esas reformas tan anheladas por el país y que son necesarias
para su evolución y para sentar las bases de una perdurable paz jurídica.
Nueva vez salió para el exilio el Gral. Vásquez, y fue a fijar su residencia en Camagüey,
Isla de Cuba. Allí permaneció alejado de los acontecimientos políticos que dieron por resultado
la revolución llamada de la Unión, y que dio al traste con el efímero Gobierno de Woss y Gil.

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Tampoco quiso inmiscuirse en los que produjeron, más tarde, la salida del poder de Carlos F.
Morales, y que llevaron necesariamente a la Primera Magistratura al Gral. Ramón Cáceres.
Después de ocurrida la lamentable desgracia del 19 de noviembre de 1911, Don Horacio
Vásquez, que se encontraba en el extranjero, se vio compelido a prestar su concurso a la
Revolución de 1912 que culminó triunfante, con la elección de Monseñor Nouel como Presi-
dente nacional de transacción. Pero, cuando renunció el alto cargo este eminente ciudadano,
a causa de su quebrantada salud, el Gral. Vásquez influyó con sus amigos en las Cámaras
para que eligiesen al General José Bordas Valdés, a la sazón Senador por Monte Cristy.
Bordas, empero, mal aconsejado por un corto número de los que dieron en llamarse sus
amigos incondicionales, y creyendo que el país le respaldaría, discutió a éste, en interesada
interpretación, la ley del Congreso que le nominó Presidente transaccional. Esto dio por
resultado su caída, después de una corta revolución y Don Horacio Vásquez, obedeciendo
nuevamente los dictados de su generosidad y en vez de hacer valer el peso de su prestigio
y de su triunfo, aceptó la elección de otro candidato transaccional: el Doctor Ramón Báez.
Convocadas las elecciones por este Magistrado, Don Horacio Vásquez entró en la lucha
cívica contra la candidatura de la Conjunción, que postulaba a Jimenes.
Elegido éste, el Gral. Vásquez puso todo su empeño en coadyuvar en la obra del Gobierno,
contribuyendo poderosamente a que la paz del país fuese sostenida a todo trance, por más
que el Presidente Jimenes no quiso realizar las reformas que tanto él, como Vásquez, habían
proclamado como supremo bien en sus respectivos programas políticos.
Corrieron los días y, en abril de 1915, surgió el conflicto entre el Presidente Jimenes y su
Secretario de Guerra y Marina, General Desiderio Arias. Solicitado por el uno y por el otro,
el Gral. Vásquez permaneció quieto, pero no silencioso, pues publicó exhortaciones en la
prensa para pintar a unos y otros el peligro que se cernía sobre la República.
Realizada, no obstante, la terrible amenaza con la ocupación del territorio dominicano
por las tropas americanas y habiendo renunciado el Poder Don Juan Isidro Jimenes, el Gral.
Horacio Vásquez, previendo mayores males para la independencia y soberanía del país, se
trasladó a esta Capital y, creyendo así conjurar los nuevos peligros, obtuvo de sus amigos
en las Cámaras que dieran sus votos a favor del Doctor Francisco Henríquez y Carvajal,
limitando toda su exigencia a pedir que este convocase la Constituyente para realizar las
reformas a la Constitución Política. De acuerdo con esto, el Congreso Constituyente se
reunió y votó las reformas de 1916 que fueron solemnemente proclamadas el mismo día en
que el Capitán Knapp, por medio de una proclama, despojaba del poder al Dr. Henríquez
y establecía un Gobierno Militar en la República.
Desde esa luctuosa fecha en que se realizó el insólito hecho despojatorio de nuestros
derechos de pueblo libre, independiente y soberano, toda la actuación del Gral. Horacio
Vásquez está consagrada exclusivamente a la defensa de la República y su vuelta al goce
de su absoluta independencia y soberanía. En ese sentido, ha dedicado todas sus energías,
todo su prestigio y toda su influencia, ora con las Juntas Nacionalistas, ora con los demás
partidos políticos, ya con los hombres representativos del país y con el propio Dr. Henríquez
y Carvajal en conseguir una solución decorosa y salvadora de esta conflictiva y bochornosa
condición en que se encuentra la Nación desde 1916.
Últimamente concurrió a la conferencia de Puerto Plata y firmó con el Dr. Henríquez y
con los señores Licdo. Enrique Jiménez y Gral. Luis Felipe Vidal un Pacto de liberación que
ya el país conoce.

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Las esperanzas de la mayoría del país están puestas en este hombre, llamado a encauzar
la República por una senda de verdadera organización política y económica, con la ayuda
del poderoso Partido Nacional que él dirige.

Licdo. Enrique Jiménez


Don Enrique Jiménez es hijo de Don Manuel Ma. Jiménez y Pereyra y de Doña Calixta
Álvarez, y nació en Sabaneta, Provincia de Monte Cristy, el día 6 de septiembre de 1879.
A los trece años de edad fue enviado a París a estudiar, y allí estuvo en un colegio du-
rante cuatro años hasta cursar toda la Enseñanza Secundaria. En 1898 regresó de Europa y
se empleó como Contable en la casa comercial de Juan Isidro Jimenes y Co., de Monte Cristy,
que era, para aquel entonces, la firma comercial más fuerte del país.
Ya para esa fecha, habían comenzado los trabajos revolucionarios contra el Presidente
Heureaux, y los cuales dirigía, principalmente, el prestante ciudadano Don Juan Isidro
Jimenes desde el exterior. El Gobernador de Monte Cristy, que lo era el General Miguel
Andrés Pichardo, suponiendo a Don Enrique Jiménez complicado en los planes revolucio-
narios por ser sobrino del Sr. Juan Isidro Jimenes, le expatrió a Cabo Haitiano. Empujado
así en el camino de la política, se vio forzado Don Enrique Jiménez a tomar el rumbo que le
señalaban las circunstancias, y fue allí, en Cabo Haitiano, donde se reunió por primera vez
con los dominicanos que a principios del 1899 encabezaban la protesta contra el Gobierno
de Heureaux. Ocurrida la muerte de este en julio de ese mismo año, Don Enrique Jiménez
fue de los primeros en engrosar las filas revolucionarias, dirigiéndose primero a la Frontera
y luego a la Línea Noroeste, donde existía entonces el núcleo más fuerte del movimiento
que culminó con la caída del tiránico régimen, y el advenimiento al poder del Gobierno
Provisional presidido por el Gral. Horacio Vásquez.
Convocado el pueblo a elecciones, resultó electo Presidente Constitucional de la Re-
pública Don Juan Isidro Jimenes; su sobrino Don Enrique estuvo todo ese tiempo en esta
ciudad de Santo Domingo, dedicado exclusivamente a sus estudios de Derecho que cursaba
por ante el Instituto Profesional, hasta ser aprobado en el segundo año. En el 1902 ocurrió
la caída del Gobierno de Jimenes, surgiendo el segundo Gobierno Provisional, del Gral.
Horacio Vásquez. Estos acontecimientos políticos le obligaron a pasar a la ciudad de Monte
Cristy hasta la caída de Vásquez y la llegada al Poder del Gral. Alejandro Woss y Gil como
Presidente. Este nombró a Don Enrique Jiménez Interventor de la Aduana de Monte Cristy,
hasta 1903 en que fue elegido Diputado al Congreso Nacional por aquella Provincia. En la
Representación Nacional permaneció hasta la caída del Gobierno de Woss y Gil, a quien
sustituyó en la Presidencia el Gral. Carlos F. Morales Languasco en 1904, y en cuyo Gabinete
entró a formar parte como Ministro de Justicia e Instrucción Pública.
La Revolución contra el Presidente Morales, llamada de La Desunión, le obligó a retirarse
del lado de dicho Gobierno. Expatriado por Morales, visitó Puerto Rico, Cuba y los Estados
Unidos, permaneciendo en el extranjero hasta el advenimiento del Gral. Ramón Cáceres
como Presidente de la República. Elegido nueva vez diputado al Congreso Nacional por
Monte Cristy en 1908, desempeñó ese cargo hasta que ocurrió la muerte de Cáceres en 1911.
Siendo aún Diputado, el Presidente Eladio Victoria le nombró Gobernador y Delegado del
Gobierno en la Provincia de Monte Cristy, cargo que desempeñó algunos meses, volviendo
luego a ocupar su curul en el Congreso.

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Nombrado el Sr. Arzobispo, Dr. Adolfo A. Nouel, Presidente Interino de la República, y


siendo aún Diputado, concluyó Don Enrique sus estudios y obtuvo su Diploma de Licenciado
en Derecho. Continuó en la Cámara de Diputados durante la Administración del Gral. Bordas
Valdés hasta la salida del poder de este. Al encargarse el Dr. Ramón Báez del Gobierno Provisio-
nal en 1914, el Licdo. Jiménez fue llamado a ocupar la Cartera de lo Interior y Policía. Después,
cuando fue electo Don Juan Isidro Jimenes Presidente Constitucional de la República, por se-
gunda vez, nombró al Licdo. Jiménez enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la
República en Washington, D. C. Con tal carácter formó parte de la Comisión enviada cerca del
Gobierno Federal para tratar asuntos relacionados con el Control Financiero, y la cual Comi-
sión fue integrada también por los señores Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, Licdo. Jacinto
B. Peynado y Don Federico Velázquez H. Poco tiempo después, fue llamado por el Presidente
Jimenes para encargarlo del Portafolio de lo Interior y Policía y, al frente de esa Cartera, la política
conciliadora desplegada por el Licdo. Jiménez obtuvo por éxito feliz la destrucción de los brotes
revolucionarios en la parte Este y Sur de la República. Pero, debido a divergencias de opiniones
en el seno del mismo Gobierno respecto a la actuación y método seguido por el Poder Ejecutivo
en la administración política del país, presentó su renuncia como Secretario de Estado.
Desde entonces, el Licdo. Enrique Jiménez se dedica a su profesión de Abogado con
oficina abierta en San Pedro de Macorís. Hombre emprendedor y de trabajo, se dedicó al
fomento del importante Central azucarero Las Pajas, ubicado en Hato Mayor, en la Provincia
del Seybo, donde es propietario de valiosas colonias de caña. Es, además, Vicepresidente
del Central Las Pajas C. por A.
El Licdo. Jiménez no ha querido desligarse de las cuestiones políticas que interesan al país,
y en ellas sigue tomando parte activa y valiosa. Actualmente es Presidente del Partido Unio-
nista, antes Jimenista, y del cual fue su fundador el Honorable Don Juan Isidro Jimenes.
Cuando el Contraalmirante Thomas Snowden formó la segunda Junta Consultiva que
presidió Monseñor Nouel, el Gobernador Militar llamó al Licdo. Jiménez a ocupar un puesto
en dicha Junta; pero él declinó ese honor en carta pública dirigida al Gobernador Snowden.
Últimamente, tomó parte en las conferencias de Puerto Plata, en representación de su Partido
y con esa calidad suscribió el Pacto allí convenido.
Periodista, actuó en el campo de la prensa nacional, y en 1909 fue Director-Propietario
del diario Oiga, que se editaba en esta Capital. En la vida social, el Licdo. Jiménez, por su
posición económica, por su cultura, por sus distinguidas prendas de carácter que le atraen
las simpatías hasta de sus adversarios políticos, es hombre que goza de prestigio en toda la
República, y en diferentes ocasiones su nombre ha sido citado como elemento de prestancia
para ocupar la Primera Magistratura de la Nación. En esta ciudad Santo Domingo, contrajo
matrimonio con la distinguida dama Doña Gloria M. de Moya, hija del Gral. Casimiro N.
de Moya y mujer que, por su cultura y por sus bellas iniciativas, es, sin duda ninguna, una
de las más prestigiosas damas en nuestra alta sociedad.

Compromiso político solemne de Puerto Plata


Los infrascritos, reunidos en la ciudad de Puerto Plata en los días 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9
del presente mes de diciembre, por convocatoria del Congreso Regional Nacionalista del
Este y a invitación de la Junta Nacionalista de Puerto Plata, para convenir una fórmula que
valga por un compromiso solemne entre ellos, y sirva de norma al pueblo dominicano en

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la reconstrucción de su legítimo Gobierno Nacional, se declaran solidarios de los presentes


Acuerdos, producto de sus libres, sinceras y unánimes deliberaciones:
I: Mantener la protesta del pueblo dominicano y las reservas de derecho, formuladas
desde un principio y repetidas veces hasta hoy, contra la intervención militar ejercida sobre
él y en el territorio de la República Dominicana; y que mantiene contra todos los actos de
violencia que, a nombre suyo o contra él, han sido realizados por las fuerzas norteamericanas
de ocupación en dicho territorio.
Repudiar todas las responsabilidades, nacionales o internacionales, que a cargo del Es-
tado pudieran deducirse de los actos realizados y de las Órdenes Ejecutivas dictadas en el
territorio de la República Dominicana por el Gobierno Militar de ocupación o por las fuerzas
militares que han ocupado dicho territorio y hasta el último día que lo ocupen.
II: Rechazar la ampliación de facultades al Receptor General de Aduanas propuestas en
la base 4a. de la Proclama del Contralmirante. S. S. Robison de fecha 14 de junio de 1921.
Si por primera vez, desde la vigencia de la Convención de 1907, ocurriere que las Rentas
Aduaneras sean insuficientes para cubrir las cuotas de amortización e intereses de la Deuda,
se apartaría una porción de las Rentas Internas para suplir esa insuficiencia eventual, sin
que con ello se cree en favor de persona o institución alguna autoridad sobre la dirección y
personal de las Rentas Internas.
III: Rechazar las funciones de Poder Ejecutivo Dominicano que la Proclama del 14 de
junio de 1921 confiere al Gobernador Militar Norteamericano de la República Dominicana
y, por tanto, negar consentimiento para que este convoque al pueblo a elecciones y para que
nombre con acuerdo del Senado de la República Plenipotenciarios que representen al pueblo
para negociar un Protocolo de Evacuación.
IV: Rechazar la Misión Militar propuesta en la Proclama del Contra-Almirante S. S.
Robison de 14 de junio de 1921:
a) en la forma de Misión Militar para organizar una Policía Nacional con mando de ella;
b) en la forma de Misión Militar para instruir las fuerzas armadas de la República; y
c) en la forma de compromiso contraído con el Gobierno de Washington para que el
Gobierno Dominicano pida y el Gobierno Americano conceda una Misión Militar que mande
o instruya las fuerzas armadas de la República; y
La paz de la República Dominicana y la estabilidad de sus instituciones deben fundarse
en un régimen gubernativo que asegure a todos sus habitantes libertad, justicia y bienestar, y
excluya por tanto en absoluto la protesta armada como medio de derrocar gobiernos, y que
la ascensión al Poder se confíe únicamente al Voto del pueblo libre y legalmente emitido.
Así, las agrupaciones representadas en esta Conferencia suscriben el compromiso de
honor de promover reformas constitucionales que establezcan, principalmente:
1º. Reducción del período presidencial a cuatro años sin reelección; 2º. creación de la
Vicepresidencia de la República; 3º. representación a las minorías; 4º. régimen de Gobierno
Provincial electivo; 5º. aumentar la autoridad del gobierno municipal.
Y a promover consecuentemente la reforma del sistema político administrativo de la
República con las siguientes leyes, entre otras:
a) Ley Electoral, a base del principio de la representación de las minorías;
b) Ley de Partidos Políticos;
c) Ley Orgánica Municipal, que radique en los órganos ejecutivo y deliberativo de los
Concejos toda la autoridad municipal;

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d) Ley Orgánica de las Provincias;


e) Ley Orgánica del Poder Ejecutivo;
f) Ley Orgánica del Poder Judicial que asegure la independencia de la judicatura, cuyo
ingreso en el servicio sea por concurso u oposiciones y un escalafón de ascensos bajo la
dirección de la Suprema Corte de Justicia;
g) Ley de Regulación del Presupuesto;
h) Ley de Hacienda, que instituya la fianza efectiva para todo funcionario que maneje
fondos del Tesoro;
i) Ley de Contabilidad Pública;
j) Ley del Servicio Civil para separar de los intereses políticos los servicios públicos por medio
de exámenes de ingreso y escalafón de los funcionarios del Estado, la Provincia y el Municipio;
k) Ley de Enseñanza Pública, a base de instrucción primaria gratuita y obligatoria di-
fundida por todo el territorio de la República;
l) Ley de Sanidad.
V: Constituirse en Comité Restaurador que asuma la representación de la opinión pública
hasta el restablecimiento de la República con un Gobierno Nacional legítimo.
Este Comité, presidido por el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, quedará definitiva-
mente compuesto con las siguientes representaciones:
a) los Jefes de Partidos Políticos presentes y los que posteriormente se adhieran a este
Acuerdo;
b) del Jefe del Clero Nacional o de un Delegado de este;
c) del Presidente del Congreso Masónico o de un Delegado de este;
d) de un Delegado de la Unión Nacional;
e) de un Delegado de las Juntas Nacionalistas, uno por cada Provincia, con un solo voto
en las deliberaciones;
f) de un Delegado de la Junta de Abstención Electoral;
g) de un Delegado del Congreso de la Prensa;
h) de un Delegado de los Colegios de Abogados de la República;
i) de un Delegado de los Obreros organizados, elegido en Congreso Nacional;
j) de los Delegados de la porción no afiliada a alguno de los Partidos Políticos existentes
hoy, que serán designados por el Dr. Henríquez y Carvajal y los Jefes de Partidos;
k) de Delegados de cualesquiera otras agrupaciones de carácter público que, a juicio del
Dr. Henríquez y Carvajal y de los Jefes de Partidos, tengan una organización nacional.
El Comité Restaurador delegará sus funciones en un Comité Permanente.
VI: El Comité Restaurador crea una Junta Electoral, compuesta en su totalidad de do-
minicanos, y en la cual estén representados legítimamente los partidos políticos, por un
miembro designado por el partido político respectivo, y cuyas atribuciones serán:
a) convocar las Asambleas Primarias;
b) dirigir y reglamentar las elecciones;
c) tomar medidas que garanticen al pueblo de toda presión moral y física y le asegu-
ren que será inviolable la libre voluntad que exprese en las urnas, y al efecto, tendrá a su
disposición durante las elecciones todas las fuerzas armadas existentes en el territorio de
la República.
1º. un Representante de cada uno de los Partidos firmantes del Acuerdo y un Represen-
tante de cualquier otro partido que se inscriba para concurrir a elecciones; 2º. de un Miembro

939
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de la Suprema Corte de Justicia, elegido por votación secreta de entre los Ministros de esta,
que la presidirá ex-oficio; 3º. un Miembro del Colegio de Abogados de Santo Domingo elegido
por votación secreta de entre sus miembros; y un Catedrático de la Universidad Nacional
elegido por votación secreta de entre su claustro.
VII: Mantener en toda su integridad la Comisión Nacionalista del Exterior, que preside
el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, agregar a ella, circunstancialmente, las personas que
se juzgaren necesarias para el objeto determinado.
VIII: Abstenerse de una decisión definitiva acerca de las cuestiones relativas a las ratifi-
cación de los actos del Gobierno Militar hasta conocer la consulta, que sobre ellas se pedirá
al Colegio de Abogados de Santo Domingo.
IX: Aplazar para una próxima Conferencia de los firmantes, las cuestiones relativas a
la Constitución de un Gobierno de unificación nacional, para suceder a la actual ocupación
militar, cuya necesidad, conveniencia y posibilidad se reconocen.
Firmados en la Villa Enriquillo, en la ciudad de Puerto Plata, el día nueve de diciembre
de mil novecientos veintiuno.
Fdos. Dr. Henríquez y Carvajal. Horacio Vásquez. Luis Felipe Vidal. Enrique Jiménez.
Testigos: Dr. Teófilo Hernández. Luis Ginebra.

Licdo. Cayetano Armando Rodríguez


El 17 de diciembre de 1863 nació en la Ciudad de Santo Domingo este prestante ciudadano,
hijo legítimo del Lic. Don Martín Rodríguez Mueses y de Doña Silveria Aybar de Rodríguez, siendo
su abuelo paterno el Prócer Cayetano A. Rodríguez, soldado en la jornada libertadora de 1844.
Casi un niño, entró como empleado aprendiz de los Tribunales de Justicia, y fue sucesi-
vamente Secretario del Juzgado de Instrucción del Tribunal de 1a. Instancia y archivero de
la Honorable Cámara de Cuentas de la República.
Fue alumno del Seminario Conciliar de Santo Tomás de Aquino. Recibió instrucción
primaria con Don Román Baldorioti de Castro. Estudió Derecho con Don Carlos Nouel
y con Don Eugenio Ma. de Hostos. Más tarde estudió en el Instituto Profesional de Santo
Domingo hasta graduarse de Licenciado en Derecho.
Desde muy joven, el Licdo. Rodríguez tomó parte activa en la política, y durante la
dictadura del Gral. Heureaux, permaneció largos años en el destierro a causa de sus ideas
contrarias a aquella situación. En 1886 tomó parte en la Revolución en calidad de Secretario
del Gral. Casimiro N. de Moya, Jefe Supremo de aquella Revolución.
Él organizó el Partido llamado entonces Horacista, siendo Presidente de la Junta Supe-
rior Directiva de dicho Partido. Actualmente, después de varios años de suspensión de las
actividades políticas con motivo de la Intervención americana, sus correligionarios volvieron
a elegirle Presidente de la Junta Superior Directiva del mismo Partido.
Entre los numerosos cargos públicos que ha desempeñado con notoria competencia y
entereza el Licdo. Rodríguez, recordamos los siguientes: Interventor de las Aduanas de Monte
Cristy y de San Pedro de Macorís; Gobernador Civil y Militar de la Provincia de Santo Domin-
go, 1903-1904; Diputado al Congreso Constituyente de 1908 y al Congreso Constituyente de
1916; Cónsul General de la República en La Habana, después en Alemania y posteriormente,
en New York; Juez de la Corte de Apelación de Santo Domingo; Procurador General de la
Corte de Apelación de Santo Domingo; Procurador General de la República.

940
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

El último cargo público que desempeñó fue el de Consultor Jurídico de la Secretaría de


Estado de Justicia e Instrucción Pública, y con ese carácter siempre defendió los derechos del
pueblo dominicano, sin distinción de partidos políticos, defendiendo al par nuestras institu-
ciones. Eso se evidencia con numerosos informes que se conocen de él, algunos ya publicados,
como el rendido contra el Empréstito, que realizó no obstante, el Gobierno Militar.
El Licdo. C. Armando Rodríguez es escritor y publicista de fama, habiéndose ocupado
mucho de trabajos históricos y geográficos. Es autor de una magnífica Geografía de las Antillas
y otra muy completa de la Isla de Santo Domingo. Además, es traductor feliz de varias obras
científicas y literarias de distintos autores, y es Miembro de muchas sociedades científicas
extranjeras. Fue Co-Director de la Escuela de Comercio de esta Ciudad, en la cual prestó
la valiosa cooperación de sus vastos conocimientos a la numerosa juventud que acude a
estudiar a ese notable y utilísimo plantel.
Últimamente, el Licdo. Rodríguez tomó parte como asesor del General Horacio Vásquez
en las conferencias celebradas en Puerto Plata entre los Jefes de Partido y el Dr. Francisco
Henríquez y Carvajal.
En sus relaciones sociales, el Lic. Rodríguez es hombre fino y cortés y su conversación es
agradable e instructiva. En política se distingue por el arraigo de sus convicciones y por su
reconocida lealtad a los principios que sustenta, siendo uno de los elementos de verdadera
prestancia con que cuenta el Partido Nacional, del que es ilustre Director el distinguido
ciudadano General Horacio Vásquez.

Consultor Jurídico de la Secretaría de E. de Justicia é I. P.


Informe sobre el caso ocurrido con Miguel A. Corporán, Agente de la Guardia Nacional Dominicana,
quien, según se asegura en los documentos del expediente, fue condenado por una Corte Prebostal
y después por un tribunal dominicano.

1. Nada puedo opinar en el asunto que se relaciona con el Guardia Nacional Domini-
cano llamado Miguel A. Corporán, porque en el expediente no se dice el delito o los delitos
cometidos por Corporán; ni consta la sentencia dictada por la Corte Prebostal, ni la dictada
por el tribunal dominicano.
2. Me limitaré, pues, a hacer algunas consideraciones sobre la jurisdicción respectiva de
las Cortes Prebostales y de los tribunales dominicanos.
3. La proclama de fecha 29 de noviembre de 1916 en uno de sus párrafos dice que: “Las
leyes dominicanas, quedarán en efecto siempre que no estén en conflicto con los fines de la
ocupación, etc.”.
4. Y más adelante agrega: “La administración ordinaria de la justicia, tanto en casos civiles
como en casos criminales, por medio de las Cortes Dominicanas regularmente constituidas,
no será interrumpida por el Gobierno Militar ahora establecido; pero los casos en los cuales
un miembro de las Fuerzas de los Estados Unidos forma parte o en los cuales haya envuelto
desprecio o desafío de la autoridad del Gobierno Militar, serán juzgados por un tribunal
establecido por el Gobierno Militar”.
d
5. Según el párrafo anterior transcrito, los miembros de las Fuerzas de los Estados Uni-
dos o las autoridades del Gobierno Militar son juzgados por un tribunal establecido por el
Gobierno Militar.

941
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

6. Pero la Orden Ejecutiva No. 54 (Gaceta Oficial número 2805, párrafo 3, dice: “que
las ofensas que se cometan en contra de los miembros de la Guardia pueden o no ser de un
carácter perjudicial para el Gobierno Militar, y en cada uno de dichos casos, el Gobierno Mi-
litar determinará antes de que se le someta al delincuente a juicio, el carácter de la ofensa, y
entonces, a su criterio, lo juzgará, bien ante un tribunal militar o lo entregará a los tribunales
dominicanos, de acuerdo con las circunstancias”.
7. Y el párrafo siguiente dice: “Si los miembros de la Guardia cometen una ofensa que
no sea contra la disciplina militar, el caso será primeramente examinado por una autoridad
competente del Gobierno Militar y el delincuente será juzgado por un Tribunal Militar o
entregado a la acción de los Tribunales Dominicanos, según lo exijan las circunstancias”.
8. El párrafo 5 de la misma Orden Ejecutiva No. 54 dice que: “en los casos de procedi-
mientos civiles contra un miembro de la Guardia, no se podrá notificar al individuo sino por
conducto del Departamento de Guerra y Marina y continúa después: “Dicho departamento
no obstruirá los procedimientos de un caso civil, si el mismo es bona-fide, &”.
9. El párrafo 6 afirma que: “No es la intención del Gobierno Militar el exonerar al per-
sonal de la Guardia de su obligación de obedecer las leyes dominicanas…” Y más adelante
agrega que: “el Gobierno Militar se reserva el derecho de juzgar la naturaleza de las ofensas
cometidas, etc. … y determinar si el caso debe ser juzgado por un tribunal, o por los tribu-
nales dominicanos”.
d
10. Por todo lo dicho hasta ahora, se comprende:
a) que cuando se trate de un miembro de las fuerzas americanas que haya cometido un
delito, sólo puede ser juzgado por los tribunales prebostales.
b) que cuando se trate de un guardia dominicano, si la falta por él cometida es puramente
militar, será juzgado por los tribunales prebostales.
c) si la falta cometida por el guardia no es de carácter militar, el Gobierno estudiará el
caso para determinar si debe conocer del asunto los Tribunales Dominicanos o las Cortes
Prebostales.
11. Pero hay cierta clase de faltas o delitos de un carácter tal que no deben ser someti-
dos a los tribunales militares, como las sustracciones de menores, acusaciones de gravidez,
desatención como padre del cuidado y alimentación de los hijos, pues para esos casos hay
leyes especiales, que no pueden ni deben aplicar los tribunales prebostales, sino los tribu-
nales ordinarios.
d
12. En el expediente se dice que algunos individuos han sido juzgados dos veces, una
vez por la Corte Prebostal y otra por los tribunales ordinarios. Eso está en contra de nues-
tras leyes y en contra del principio tan conocido non bis in idem, es decir, “nadie puede ser
juzgado dos veces por la misma causa”.
13. No sé si casos como los indicados en el proceso han resultado, de que los tribunales
dominicanos hayan juzgado a individuos condenados ya por la Corte Prebostal; pero sí
recuerdo casos contrarios a los señalados: es decir, que individuos que han cumplido una
sentencia de los tribunales ordinarios, han quedado presos por orden de las autoridades
militares; y casos también, en que individuos criminales condenados por los tribunales or-
dinarios, no han cumplido sus sentencias ni han estado nunca en la cárcel, porque han sido
empleados o favorecidos por las autoridades militares.

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14. Ha ocurrido también muchas veces que un individuo ha sido sometido por las auto-
ridades del Gobierno a un tribunal ordinario, y al resultar absuelto, han sometido al indivi-
duo nuevamente a otro tribunal, acusado de un nuevo delito; y a veces ha ocurrido que un
funcionario del Gobierno ha dirigido amenazas y aun cartas ultrajantes a los miembros de
los tribunales ordinarios, como resultó no hace mucho tiempo con un empleado de Rentas
Internas y la Corte de Apelación de Santo Domingo.
15. Yo me atrevo a suponer que cada vez que ha habido conflictos entre las autoridades
militares y los tribunales ordinarios, estos no han tenido la culpa; lo que generalmente ocurre
es que nuestro sistema de legislación es diferente al americano y de ahí la mala interpretación,
y la disparidad de criterio que a menudo se ha notado.
16. Una prueba palpable de eso darán los siguientes casos:
a) Según nuestra legislación hay varias clases de penas, que no deben confundirse.
Penas criminales, penas correccionales y penas de simple policía.
b) Las penas criminales son aflictivas e infamantes, o infamantes solamente. Las aflictivas
e infamantes son: la muerte, los trabajos públicos, la detención y la reclusión. La degradación
cívica es la única pena que es infamante solamente.
c) Las penas correccionales son: el destierro, el confinamiento, la prisión temporal, la
interdicción de ciertos derechos, la multa.
17. Pero para la aplicación de esas penas debe necesariamente recaer sentencia de un
tribunal competente, y ningún funcionario, judicial ni militar, puede ni debe agravar la
naturaleza de una pena.
18. Sin embargo, es cosa corriente desde la instalación del Gobierno Militar en la Repúbli-
ca, que en las cárceles obligan a los presos no condenados sino a detención o prisión correc-
cional a salir a trabajos públicos, cosa que se ha ejecutado hasta con individuos condenados
a días de prisión. Esto ha sido motivo de protesta por parte de los tribunales ordinarios, y yo
aprovecho ahora esta nueva oportunidad para recomendar al Gobierno dictar las órdenes
necesarias para que cesen tales prácticas.
19. Es bueno no terminar este informe sin consignar aquí lo que muchas veces ha ocurrido y
actualmente está ocurriendo. Que un individuo absuelto por un tribunal ordinario, o que ha cum-
plido su sentencia, siga preso por órdenes de autoridades militares no capacitadas para dictarlas.
(Ejemplos que recuerdo ahora –Juan Palacio– cumplió dos años de prisión correccional aplicados
por el Juzgado de Sto. Domingo, sigue preso por orden de autoridades militares. Manuel Beato,
absuelto por el Juzgado de Santo Domingo, y sigue preso por orden de la Guardia Nacional.
Algunos criminales condenados no han estado nunca en la cárcel pública sino en los
cuarteles de la Guardia. (Caraballo, etc.).
20. Ratifico, pues, lo dicho en los números 10 y 11 de este informe. Y hay que agregar a
todo lo anterior, que a veces las autoridades militares comienzan procesos, a su modo, sin
llenar ninguna formalidad legal, y quieren después que los tribunales ordinarios reconozcan
como buenos esos procedimientos, en los que algunas veces se han empleado medios crueles
para obtener declaraciones.
21. En estos últimos días ha conocido la Corte de Apelación de Santiago de un proceso
criminal en cuyas primeras actuaciones intervinieron autoridades militares, y según ha pu-
blicado la prensa de Santiago y de esta Capital, en la audiencia quedó probado que algunos
individuos fueron víctimas de crueles torturas, como la aplicación de hierros candentes, y
otras barbaridades semejantes.

943
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

22. Casos como el que acabo de tratar son los que obligan luego a los magistrados de los
tribunales ordinarios a no marchar en completo acuerdo con las autoridades militares.
23. Y como yo estoy seguro de que el Superior Gobierno no autoriza semejantes procedi-
mientos, y de que la Secretaría de Justicia no puede –conociéndolos– silenciar esos atropellos,
yo me permito llamar la atención sobre ese asunto, para que el Señor Gobernador Militar,
con el alto espíritu de justicia que lo anima en todos sus actos, dicte las órdenes necesarias
para evitar que cosas iguales se repitan.
(Firmado) C. Armando Rodríguez
Santo Domingo, R. D.
Marzo 15 de 1920.

Carta de la H. Cámara de Cuentas


de la República
No. 817
14 de diciembre de 1921
Señores Presidente y demás Miembros
de la Honorable Comisión del Senado de los Estados Unidos de América,
Ciudad.
Honorables Señores:
El Alto Tribunal de Cuentas de la República Dominicana ha tenido conocimiento por la
prensa del extranjero y la de este país que una Comisión del Senado de los Estados Unidos
de América visitaría las dos naciones que comparten el territorio de la Isla de Santo Domin-
go: la República de Haití y la República Dominicana, con el objeto de hacer investigaciones
relacionadas con la Ocupación de ambas Repúblicas por fuerzas armadas pertenecientes
al Ejército de los Estados Unidos, y sobre el establecimiento en la última de un Gobierno
Militar que desde el año 1916 administra sus asuntos.
Aunque ninguna declaración formal ha sido hecha oficialmente al pueblo dominicano,
acerca del mandato y visita de la referida Hon. Comisión Senatorial, varios dominicanos, sin
embargo, se han acercado a ella, interesados en que los Honorables Miembros del Senado
Americano conozcan detalles de la Ocupación, y los alegatos concernientes al derecho que
asiste a la República Dominicana para que se le devuelva al goce de su soberanía; y al vehe-
mente deseo que siente el pueblo dominicano de que el Poder Interventor le deje en libertad
de administrar por sí mismo los asuntos de su país; así como sobre el desconocimiento por
parte de los dominicanos de la facultad o capacidad de los Estados Unidos de América para
haber decidido la Intervención y Ocupación de nuestro territorio.
No ha querido, por su parte, la Cámara de Cuentas desaprovechar la oportunidad que
la Hon. Comisión de Senadores, presente hoy en la ciudad Capital, le ofrece para llevar a
su conocimiento, por lo que interesa a la misma institución y por lo que pueda interesar a
dicha Comisión, en beneficio de la gestión imparcial que ella realiza, que en el archivo del
Hon. Gobernador Militar de Santo Domingo, existen dos informes que, acerca del examen
de los expedientes que las oficinas del Gobierno remitieron a la Cámara, esta sometió a
la consideración de la referida autoridad en fechas 31 de julio de 1920 y noviembre 15 de
1921. También se permite la Cámara llamar la atención de esa Hon. Comisión, hacia el
contenido de la carta y anexos que ella dirigió al Exgobernador Militar de Santo Domingo,
Hon. Thomas Snowden, en fecha 10 de mayo de 1921.

944
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

En interés de no restar a su país el concurso del cuerpo de defensa creado para que velara,
a pesar de toda adversa corriente, por la conservación y buen manejo de los fondos públicos,
es que la Cámara de Cuentas ha presentado al Hon. Gobernador Militar, en calidad de Jefe
responsable del Gobierno, informes que legalmente sólo corresponde conocer al Congreso
Nacional, y es lo que no la hace vacilar ahora, para no discutir el hecho de la existencia de
esa Comisión de Investigación y dirigirse a la misma, confiada en que la honorabilidad de
los Miembros que la integran puede ser de gran provecho para la reintegración de su sobe-
ranía a la República Dominicana.
Muy respetuosamente,
(Fdo.) Tulio Quírico Hernández
Presidente de la Cámara de Cuentas
(Fdo.) P. J. Marchena,
Secretario.
Se hace conocer uno de los tentáculos
del enorme pulpo
Ciudad de New York
Junta de Registro Municipal, Oficina del Supervisor
(Traducción)
Marzo 17, 1920.
Hon. Thomas Snowden,
Gobernador Militar, Santo Domingo,
República Dominicana.
Mi estimado Almirante:
Me permito sugerirle encamine una investigación al respecto del método empleado
por los hacendados de azúcar en La Romana a fin de obtener tierras adicionales en favor de
sus inmensas propiedades de terreno en el presente, así como su tratamiento para con los
empleados. Se me informó durante mi estadía en Santo Domingo, lo cual no tuve tiempo
de constatar, al respecto de que la norma seguida por dichos hacendados en el sentido de
procurarse tierras adicionales, consiste en primer lugar, en hacer una oferta al dueño, que,
de no ser aceptada por este, se le dice que su título no le sirve de nada y que si no les cede
el terreno su policía particular, la cual se me informó la componen más de cien hombres, lo
echaría fuera de su propia posesión.
Fui asimismo informado que tienen sus cárceles y métodos particulares para impartir
castigos a sus empleados sin que haya recurso por ante los empleados del gobierno regu-
larmente constituido.
En lo que se refiere al hospital para sus empleados, el cual anuncian tanto, se me
informó que el mantenimiento del mismo se deduce a su antojo de los sueldos de dichos
empleados y de todo aquel con quien hacen negocios en el cultivo de la caña y la fabri-
cación del azúcar, tales como los Colonos, quienes en cambio lo deducen de los jornales
de sus empleados.
Como no tuve tiempo de verificar las relaciones arriba expresadas, se las remito a Ud. en
la creencia que son lo suficientemente serias para recibir la cuidadosa atención de su oficina.
(Firmado) Peter J. Brady,
Superintendente de la Junta de Reg. Municipal de New York

945
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Resumen de las actuaciones de la Cancillería Dominicana


durante el gobierno del Doctor Henríquez y Carvajal,
relativas al conflicto Domínico-Americano
En nuestra primera entrevista, el Sr. Ministro de los Estados Unidos me manifestó que
el Gobierno de los Estados Unidos no desea nada de la República Dominicana, ni ha tenido,
ni tiene el propósito de lesionar sus derechos de nación independiente.
Declaré al Sr. Ministro, que cualquiera que haya sido, o sea, el móvil de la intervención militar
de los Estados Unidos en el país, mi Gobierno la considera como un atentado a la soberanía del
Estado Dominicano, sin justificación posible ni ante el derecho internacional ni ante el derecho
convencional creado por la Convención Domínico-Americana de 1907, y me he expresado en tales
términos que mis expresiones envolvían la protesta de mi Gobierno contra tal intervención.
Con motivo de haberse incautado el Receptor General de las Aduanas, de la Contaduría Ge-
neral de Hacienda y de todas las rentas de la República, así como por haber declarado, y llevado
a cabo, la suspensión del pago del presupuesto de la Nación, “hasta que se llegue a un entendido
respecto a la interpretación de ciertos artículos de la Convención Domínico-Americana de 1907,
o hasta que el actual Gobierno Dominicano sea reconocido”, le signifiqué al Señor Ministro la
inconformidad y protesta de mi Gobierno. Y agregué: esta injustificable retención de los fondos
que le corresponden al Estado Dominicano viola, a la vez que la Ley de Presupuesto de la Re-
pública, el inciso 5º. del artículo 1º. de la citada Convención Domínico-americana de 1907.
Esa suspensión de pagos condena a penosas privaciones a gran número de familias,
amenaza el regular funcionamiento de las instituciones, provoca la anarquía en el país y
afecta desfavorablemente la vida económica de la Nación. Tal medida es injustificable de
parte del Gobierno de los Estados Unidos, con el cual ha vivido siempre en paz y armonía
el de la República Dominicana.
Podría suponerse, continué, que el Gobierno de los Estados Unidos no tiene confianza en
su derecho cuando, prescindiendo de la libre discusión y sin parar mientes en los desastrosos
resultados de esa medida para el país y para los mismos intereses americanos radicados en
la República, emplea tan extremado medio de coerción con el fin de obligar al Gobierno Do-
minicano a adoptar la interpretación que él atribuye a la cláusula III del referido tratado.
He insistido en que cese esa inconsulta medida, en nombre del derecho y de la justicia
que asisten al Gobierno Dominicano.
A tales declaraciones y reclamaciones contestó siempre el Ministro con una fórmula in-
variable: que la suspensión de pagos era temporal, que el dinero estaba en depósito seguro
y que en su oportunidad todos los empleados públicos dispondrían de sus haberes.
Díjele que el no reconocimiento del Gobierno del Doctor Henríquez por el Gobierno de los
Estados Unidos causa verdadera sorpresa, pues fue siempre regla del derecho público de los Es-
tados Unidos el reconocimiento de los Gobiernos Dominicanos sin inquirir su origen; así, no sólo
ha reconocido a todos los Gobiernos que se han sucedido después de la muerte del Presidente
Cáceres, sino que los ha apoyado, inclusive el de los Secretarios de Estado de dudosa legitimidad
y no obstante haber sido algunos de esos Gobiernos impopulares, ilegítimos, tiránicos y dilapi-
dadores. El mismo Gobierno del Presidente Jimenes, a quien la nota del 19 de noviembre hizo
severos cargos, mereció la poderosa ayuda, hasta el último momento, del Gobierno Americano.
Añadí que por el deseo manifestado por el Honorable Presidente Wilson de que los
Gobiernos de la República Dominicana se sucedan de acuerdo con los medios pacíficos

946
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prescritos en la Constitución; por ser genuinamente constitucional la elección del Doctor


Henríquez y Carvajal, y gozar este de todo el favor de la opinión nacional a causa de su gran
mentalidad, de su indiscutible honradez, de su probado patriotismo y de su alejamiento
de la política militante, y finalmente, por el derecho emanado de su soberanía, que tiene el
Estado Dominicano al reconocimiento de su Gobierno legítimo por los demás Estados que
viven al amparo de la ley internacional, el Gobierno de los Estados Unidos no podía dejar
de reconocer inmediatamente al actual Gobierno Dominicano.
Y fundado en estas y otras razones, pedí al Señor Ministro de los Estados Unidos en
diferentes ocasiones que su Gobierno reconozca al Gobierno actual de la República Domini-
cana. Y otras tantas me ha contestado el Sr. Ministro, que él sabe que el Gobierno del Doctor
Henríquez es el Gobierno legítimo de la República, solo que su reconocimiento está suspenso.
Me he referido en diferentes oportunidades a los actos de violencia realizados por oficia-
les y soldados de las fuerzas americanas que indebidamente están en el país, para protestar
ante el Sr. Ministro contra esos actos.
He dicho al Sr. Ministro que hasta el seno de mi Gobierno llegan a menudo quejas, pro-
testas y acusaciones que denuncian delitos, tales como allanamientos violentos e ilegales y
atropellos a ciudadanos pacíficos.
Estableciendo casos concretos he señalado al Sr. Ministro:
a) las amenazas injustificables a periodistas en Puerto Plata, Santiago y esta Capital;
b) la captura por soldados americanos llevada a cabo en Higüey del Sr. Juan Bta. Calcaño,
sin mandamiento de Juez competente, y su reclusión en la cárcel sin formación de causa.
Con motivo de esta reclamación, el Sr. Ministro y el Contraalmirante Pond prometieron que
el Sr. Calcaño sería sometido a la justicia.
c) el allanamiento escandaloso realizado en la propiedad del venezolano Sr. Oscar Blan-
co Fombona, hecho que ha motivado la queja presentada a mi Gobierno por el Sr. Cónsul
General de los Estados Unidos de Venezuela. Le hice ver que en la protesta formulada por
el Sr. Blanco Fombona se declara que durante el allanamiento, este Señor fue víctima de
serios atropellos y de crueles torturas que le hicieron temer por su vida; y que en este hecho
se ocupó alarmada la prensa del país.
Siempre que he hablado con el Sr. Ministro sobre el particular le he manifestado que
me resisto a creer que el ejército americano esté autorizado por los altos funcionarios de la
gran Nación norteamericana a cometer los delitos que dejo anotados, y que no considero
posible que ellos queden impunes. El Gobierno Dominicano confía en la moralidad de las
instituciones militares americanas y en la rectitud del Gobierno del Sr. Ministro, y espera, no
solo que en lo sucesivo no se repitan los desafueros en que incurren miembros de las fuerzas
militares que operan en el país, sino que los delincuentes serán castigados.
No oculté al Sr. Ministro el temor que abrigaba yo de que la conducta de las tropas
americanas produciría intranquilidad en el pueblo, y despertaría contra ellas sentimientos
de desconfianza y aún de hostilidad.
El Sr. Ministro me replicó que en todas esas denuncias había mucha exageración.
d
Al iniciarse de un modo oficioso las negociaciones entre el Gobierno y la Legación
americana, en el mes de agosto, esta presentó al Presidente de la República el siguiente
Memorándum o proposición de que el Presidente suscribiera lo siguiente:

947
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El Presidente de la República, deseoso de llegar a un entendido con el Gobierno americano declara


que no hace objeción para que continúe el modus vivendi que encontró al constituirse, es decir, la
recaudación e inversión de todos los fondos públicos por la Receptoría; y en vista de que el ejército
americano ocupa militarmente el territorio Dominicano, el Presidente acepta la formación de una
policía nacional rural de acuerdo con las insinuaciones de la nota americana del 19 de noviembre de
1915, que sustituye las actuales milicias nacionales, a quienes se considera licenciadas inmediatamen-
te, y saldarán sus haberes hasta la fecha; destinando las sumas votadas en el presupuesto de 1915-
1916 en los artículos 268, 269, 271, 272, 293 (sic-273?) y 294 (sic-274?), o votadas en cualquier nuevo
presupuesto por las milicias nacionales, para servicio de la policía arriba mencionada; y comenzará
dentro de un mes, a más tardar, la discusión de un tratado definitivo, o enmiendas a la actual Con-
vención, con el Gobierno Americano que abarque los puntos anteriores y los demás que se sometan.

Ulteriormente y encontrándome ya al frente del Departamento de Relaciones Exteriores,


insistió el Sr. Ministro en la aceptación de dicho Memorándum, y añadió que esa aceptación
era condición previa al reconocimiento de mi Gobierno y que debía ser declarada en forma
tal que obligase al país.
Le repetí al Sr. Ministro cuanto le había dicho anteriormente acerca del no reconocimiento
de mi Gobierno por parte del de los Estados Unidos, y agregué que el exigir el cumplimiento
de esa condición equivalía a una imposición que quitaba a los representantes del Estado
Dominicano la libertad necesaria para discutir puntos tan capitales para la República; que
por otra parte, las obligaciones tales como están contenidas en el Memorándum eran incom-
patibles con el decoro de la República y absolutamente contrarias a la Constitución, por lo
cual el Gobierno Dominicano no podía suscribirlas.
El Sr. Ministro dijo que, según lo expresa la nota del 19 de noviembre, el Gobierno de
los Estados Unidos deriva su derecho de la Convención Domínico-Americana de 1907, que
prohíbe al Gobierno Dominicano contraer deudas sin el consentimiento de aquel. Le objeté
que el Gobierno Dominicano entendía que había cumplido siempre con las obligaciones que
le impone la Convención Domínico-Americana, no habiéndose nunca dado el caso de que
se dejara de pagar el servicio de su deuda garantizada por los Estados Unidos; y que si era
cierto que desde hace algún tiempo, por causas de disturbios políticos y ciertos errores admi-
nistrativos se ha venido formando una deuda interior a cargo del Gobierno Dominicano, no
era menos cierto que esa deuda, que no produce rentas, cuyo monto no ha sido fijado, que ni
siquiera está legalmente reconocida, no podía ser comprendida en la denominación de deuda
pública, cuyos caracteres son especiales, que siendo esta última la clase de deudas a la que
se refiere la cláusula III de la citada Convención, el derecho invocado por los Estados Unidos
carece de fundamento.
Que en el supuesto anti-jurídico de que aquella clase de deuda pudiera asimilarse a la que
se denomina deuda pública, también carecería de derecho el Gobierno de los Estados Unidos
para arrebatarle al Gobierno Dominicano el dominio de sus finanzas y de su fuerza armada,
puesto que el derecho que ellos invocan sólo descansa en la mera interpretación extensiva
que unilateralmente le da el Gobierno de los Estados Unidos a la referida Convención, siendo
así que esta por su naturaleza, en caso de duda, debe ser interpretada en el sentido, no de la
menor, sino de la mayor amplitud de los derechos de soberanía del Gobierno Dominicano.
Para que los Estados Unidos tuviesen ese exorbitante derecho era necesario que el referido
instrumento internacional se lo reconociese explícita y categóricamente.
El Sr. Ministro ha avanzado que con las reformas propuestas se evitarían las revoluciones
en el país.

948
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

Le he observado que está en un grave error, que nuestras revoluciones no han tenido su
origen exclusivamente en la desorganización del ejército y de las finanzas, que aquellas han
sido efecto de muchas concausas, entre las cuales figuran el pésimo sistema político que nos
rige y los gobiernos tiránicos, algunos de ellos apoyados por el Gobierno norteamericano,
que han impulsado a las masas populares a buscar en la revuelta armada la reivindicación
de sus derechos conculcados.
Después de la Convención Domínico-Americana de 1907, la recaudación de las rentas
aduaneras ha estado fuera del alcance de los revolucionarios, y el ejército, hasta el Gobierno
del General Bordas, estuvo bien organizado y fue leal a los Gobiernos; y sin embargo, nunca
fueron como entonces las guerras civiles, ni más largas, ni más sangrientas, ni más costosas.
Durante la anexión de Santo Domingo a España, esta nación dispuso de cuantiosos
recursos financieros y de un poderoso ejército de ocupación, y no pudo ni evitar, ni vencer
la revolución que restauró la República Dominicana.
El Sr. Ministro ha insistido en su criterio y ha añadido, que sus proposiciones tienen por
objeto el bienestar del pueblo dominicano.
A lo que he respondido que a las naciones, como a los individuos, no les basta el bienestar
material; el honor está por encima de todo y el supremo bien de un Estado está vinculado
al pleno goce de su soberanía.
Mi Gobierno, le he repetido al Sr. Ministro, cree en los buenos propósitos del Gobierno
de los Estados Unidos, pero duda de la eficacia de los medios que quiere emplear para
realizarlos, lo cual es una razón más para no aceptar sus proposiciones en la forma en que
le han sido presentadas.
En sucesivas entrevistas, seguí tratando con el Sr. Ministro los puntos del anterior
Memorándum, y al fin, en una conferencia que tuvimos y a la cual concurrió el Secretario
de Estado de Hacienda y Comercio, Dr. Francisco J. Peynado, presenté al Sr. Ministro una
contraproposición de modus vivendi que es la contenida en el siguiente memorándum:
“Simultáneamente con el reconocimiento que haga el Gobierno de los Estados Unidos
de América, del Gobierno del Dr. Francisco Henríquez y Carvajal, y del pago regular del
Presupuesto, el Presidente Henríquez:

“Dirigirá una carta al Secretario de Estado de Hacienda y Comercio, en la cual le ordenará


a este funcionario que no ponga obstáculos a la recaudación de la Renta Interna que bajo la
inspección de esa Secretaría y conforme a las leyes dominicanas haga la Receptoría General de
Aduanas, ni a la inversión de esa renta así como de los fondos que de los impuestos aduaneros
correspondan al Gobierno Dominicano, la cual inversión se hará de acuerdo con la Ley de Pre-
supuesto y otras leyes que dicte el Congreso Dominicano; en razón de que el modo actual de
hacer tanto tal recaudación como tal inversión constituye un hecho impuesto por el Gobierno
Interventor desde antes de inaugurarse la actual administración y de que los obstáculos que
se pusieran a esa recaudación e inversión podrían traer rozamientos que dificultarían un en-
tendido con el Gobierno Norteamericano. Esta carta en nada implica la aprobación definitiva
del estado actual de cosas; pero será un medio de facilitar sobre la materia un entendido final
entre las partes.
“También declara el Presidente Henríquez que, decidido a organizar científicamente las fuerzas
armadas de la República, desea que el Presidente de los Estados Unidos de América le reco-
miende un oficial académico a quien se pueda confiar la realización de tal propósito. Este oficial
vendría a ejercer su cargo mediante contrato con el Gobierno Dominicano, y sería ayudado por
cierto número de oficiales subalternos, cubanos y de otras repúblicas latinoamericanas, cuya or-
ganización militar sea semejante a la norteamericana; en el sentido de que mientras se organicen

949
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

de ese modo las fuerzas, y con el fin de mantener el orden público, se conservará una parte de
las actuales fuerzas del Ejército y de la Guardia Nacional.
Por fin, también hace la formal promesa de que dentro de un plazo comprendido entre treinta y
sesenta días después del reconocimiento, se iniciará la discusión de un tratado entre los Estados
Unidos de América y la República Dominicana”.

En una subsiguiente entrevista me dijo el Sr. Ministro que su Gobierno no aceptaba el


modus vivendi así establecido; que él creía conveniente que todo proyecto de modus vivendi
se hiciera en forma de decreto. En vista de esta declaración, ulteriormente se formuló el si-
guiente proyecto de decreto que di a conocer al Sr. Ministro en una entrevista a que asistió
el Secretario de Estado de Hacienda y Comercio:

“Dr. Francisco Henríquez y Carvajal


Presidente de la República
“Considerando que desde el 16 de junio de este año asumió el Gobierno de los Estados Unidos
de América la recaudación de los proventos fiscales comprendidos en la denominación común
de Rentas Internas, y la encomendó a la Receptoría General de Aduanas, la cual viene ejerciendo
desde entonces esa función;
“Considerando que el entorpecer a la Receptoría General de Aduanas en la citada función po-
dría, además de producir la desorganización del servicio y la merma de los proventos, ocasionar
rozamientos que dificultarían un entendido con el Gobierno de los Estados Unidos de América;
“En virtud de las atribuciones que me confieren los incisos 4º. y 5º. del Art. 53 de la Constitución,

“Resuelvo:
“Artículo 1º. Ordenar a todos los Jefes y demás empleados de las oficinas recaudadoras de los
proventos fiscales comprendidos bajo la denominación de Renta Interna que, durante el término
de seis meses a contar de esta fecha, entreguen el producto de sus recaudaciones a la Receptoría
General de Aduanas de la República y cooperen con ella a la mejor organización de los servicios
de recaudación, facilitándole todos los medios de investigación que sean conducentes al más
cabal cumplimiento de las leyes.
“Artículo 2º. Ningún pago con el producto de esa Renta Interna ni con el de la parte correspon-
diente al Gobierno dominicano de lo que se recaude por las Aduanas de la República en virtud
de la Convención Domínico-Americana de 1907, así como ninguna otra aplicación de esas rentas
Interna y Aduanera, podrán ser hechos por la Receptoría General de Aduanas sino mediante
órdenes del Gobierno Dominicano que estén de conformidad con la Ley de Presupuesto o cual-
quiera otras de egresos que fueren dadas por el Congreso Nacional.
“Dada en Santo Domingo, Capital de la República, a los ___ días del mes de septiembre de 1916;
año 73º de la Independencia y 53º de la Restauración”.
Con el anterior proyecto le entregué al Sr. Ministro las bases de un tratado definitivo,
que se transcriben más adelante.
Le manifestamos al Sr. Ministro que esas bases responden a la convicción que tiene el
Gobierno del Dr. Henríquez de que la buena organización, tanto de la Hacienda, como de
las fuerzas armadas, deben resultar no del poder ilimitado y arbitrario que se confiera a uno
o más hombres, sean estos dominicanos o extranjeros, de manejar aquellas a su capricho y
por encima de los órganos constitucionales del Gobierno y de las leyes de la República, sino
de una perfecta correlación entre sabias prescripciones y sanciones legales que instituyan un
verdadero orden económico y jurídico; fines estos que a juicio del Gobierno del Dr. Henríquez,
son los únicos que lícitamente podría esperar el Gobierno americano de sus relaciones con
un Estado independiente y amigo. Que en consecuencia confiábamos en que él no insistiría
en las exigencias basadas en la nota del 19 de noviembre de 1915.

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

El Sr. Ministro me dijo que trasmitiría a Washington por cable esas bases y prometió
darme a conocer la contestación que recibiera.
He aquí las referidas bases:
Artículo lº. La República Dominicana se compromete a llevar a cabo, a más tardar en el plazo
de __ meses a contar del día en que se verifique el cambio de ratificaciones de este Tratado, las
reformas políticas y administrativas conducentes a:
a) Que los Gobernadores de Provincias y demás autoridades, así civiles como militares, sean
desprovistas del derecho de reclutar o enganchar soldados, o guardias, o milicianos sin orden
expresa del Poder Ejecutivo publicada en el órgano oficial, y a que tal prohibición sea sancio-
nada con penas que aseguren esa finalidad.
b) Que con iguales penas se sancione toda orden que dicte el Poder Ejecutivo de que se hagan
reclutamientos forzosos o enganches voluntarios que hayan de pagarse por el Erario Público,
de soldados o de guardias o de milicianos, o de oficiales, por encima del cupo o número que
haya consentido el Congreso Nacional.
c) Que con iguales penas se prohíba y se castigue a todo Gobernador o a cualquier otra auto-
ridad civil o militar, o a cualquier otra persona que con pretexto de sostener el orden público
o con cualquier otro pretexto, distraiga fondos públicos de los fines que les dan las leyes, u
obtenga préstamos por cuenta del Gobierno o exija donativos o contribuciones.
d) Que con iguales penas se prohíba y se castigue a toda autoridad que ordene prisiones –fue-
ra de los casos de flagrante delito de derecho común– sin orden de Juez competente.
Artículo 2º. La República Dominicana se compromete también a que en la confección de los Pre-
supuestos se tengan en cuenta las siguientes reglas:
a) No deben presupuestarse ingresos que no encuentren justificación en la recaudación del
año anterior, cuando se trate de proventos que tuvieren de creados un año a lo menos.
b) No deben basarse, erogaciones indispensables, en proventos cuyos rendimientos sean des-
conocidos.
c) No debe votarse un presupuesto anual que no contenga para imprevistos, provisión a dis-
posición del Poder Ejecutivo, de a lo menos 5% de los ingresos presupuestos, y, a disposición
del Congreso, de a lo menos 10% de los ingresos presupuestos.
Artículo 3º. La República Dominicana se obliga a mantener y a ejecutar durante la vigencia de
este Tratado, leyes que aseguren la prestación de fianza por los recaudadores y manejadores de
fondos públicos, y a someter al juicio correspondiente, y a que se le castigue sin tardanza, a todo
empleado de Hacienda que incurra en responsabilidad.
Artículo 4º. La República Dominicana se obliga, asimismo, a investir con la autoridad nece-
saria para el buen desempeño de sus funciones, a un Consejero Financiero que el Presidente
nombrará mediante recomendación del Presidente de los Estados Unidos y cuyas atribuciones
serán:
a) Ayudar a los funcionarios dominicanos competentes en el ajuste y adjudicación de la deuda
hoy pendiente.
b) Formular un sistema adecuado de contabilidad pública.
c) Investigar y aconsejar medios de aumentar la rentas públicas y de ajustar a ellas los gastos
públicos de modo que se eviten déficits.
d) Averiguar la validez de todas las reclamaciones que se presenten contra el Gobierno Domi-
nicano, e ilustrar a ambos Gobiernos a ese respecto.
e) Refrendar todos los cheques, giros, libramientos u órdenes contra fondos dominicanos de
conformidad con el Presupuesto y otras leyes de erogaciones.
f) Velar por la ejecución de este Tratado e informar a ambos Gobiernos a ese respeto.
g) Recomendar métodos adelantados de aplicar las rentas y hacerle al Secretario de Hacienda
y Comercio todas las recomendaciones que juzgue necesarias al bienestar y prosperidad de la
República Dominicana, en el entendido de que la facultad de la Receptoría General, según la
describe el Art. 1º de la Convención de 1907, de percibir y aplicar las entradas aduaneras, no
será afectada por sus recomendaciones.

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

Artículo 5º. Ambas partes convienen en que la Receptoría General de las Aduanas Dominicanas
será durante __ años, receptoría de los proventos que se denominan Rentas Internas, y que la
Receptoría no podrá hacer ningún pago ni ninguna aplicación de dichos fondos, ni de la parte
perteneciente al Gobierno Dominicano de los proventos que se recauden en virtud de la Conven-
ción de 1907, sino mediante órdenes del Gobierno Constitucional de la República que no estén en
contradicción con la Ley de Presupuesto ni con otras leyes que voten erogaciones.
Artículo 6º. El salario del Consejero Financiero será fijado por acuerdo del Presidente de los Es-
tados Unidos y el Presidente de la República Dominicana.

Transcurridos muchos días, el Sr. Ministro me informó que las bases propuestas por el
Gobierno dominicano no satisfacían al de los Estados Unidos y que esperaba instrucciones
para hacer una contraproposición.
El Sr. Ministro, al cabo de algunas semanas y en fecha 4 de octubre último me entregó
personalmente una forma de contraproposición, el memorándum que se transcribe más ade-
lante, el cual, según se lo expresé al Sr. Ministro, más que contraproposición es una reproducción
sintética de las exigencias contenidas en la nota del 19 de noviembre del año 1915.
Memorándum del 4 de octubre de 1915 del Sr. Ministro americano:
Artículo 1º. Con el fin de conservar la paz interior del país para seguridad de los derechos in-
dependientes de la República Dominicana, y para mejor observancia de la Convención de 1907
entre los Estados Unidos y la República Dominicana, la Guardia Rural constituirá la única fuerza
militar y policial de la República. Estará colocada bajo el control y dirección del Presidente de la
República solamente.
Artículo 2º. A solicitud del Presidente de la República Dominicana, el Presidente de los Estados
Unidos de América le suministrará, para su nombramiento, los nombres de un oficial militar
americano para comandar la Guardia Rural, y de un número adecuado de oficiales americanos
para ayudar a ese comandante en la organización y mando de la Guardia Rural.
Artículo 3º. Los Oficiales y hombres alistados y los reglamentos relativos al pago, personal, alis-
tamiento, nombramiento, disciplina, etc., que el Comandante recomiende serán debidamente
autorizados y promulgados por el Gobierno de la República. En caso de que no se llegase a un
entendido con respecto a cualquiera cuestión de los reglamentos previstos en este artículo, esa
cuestión será sometida al Presidente de los Estados Unidos de América para su decisión.
Artículo 4º. La Guardia Rural tendrá la supervigilancia y el control de las armas, pertrechos,
suministros militares y el tráfico de ellos por toda la República.
Artículo 5º. La reorganización de la Guardia Rural según se prevé aquí, comenzará dentro de un
mes de la promulgación de este decreto.

Con motivo de este memorándum, el 10 del citado mes celebró una entrevista el señor
Presidente Henríquez, acompañado de los Secretarios de Estado de Relaciones Exteriores
y de Hacienda y Comercio, con los señores Ministro Russell y Contralmirante Pond, en la
cual el Presidente manifestó a estos señores, que la proposición de los Estados Unidos con-
tenida en dicho memorándum no era aceptable de modo alguno, porque a ello se oponían
la Constitución y las leyes; que había hecho grandes esfuerzos, pero sin resultados, para
formular una contraposición digna para la República y que no estuviese reñida con las leyes
del Estado. Tanto el Secretario de Relaciones Exteriores como el de Hacienda y Comercio
robustecieron las razones que ampliamente expuso el señor Presidente Henríquez.
El ministro Russel estimó que esas declaraciones indicaban que no habría contraposición
por parte del Gobierno Dominicano; a lo que contestó el Secretario de Estado de Relaciones
Exteriores que suscribe, que efectivamente el Gobierno Dominicano se abstendría de hacer
nueva contraposición sobre modus vivendi, y que en esa virtud, y, para no perder tiempo,

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lo mejor sería que se discutiera cuanto antes un tratado definitivo, a lo cual se encontraba
favorablemente dispuesto el Gobierno Dominicano.
El día 14 de octubre entregué, personalmente, al señor Russell un memorándum con-
tentivo de las principales razones que en la referida entrevista opusimos verbalmente a las
proposiciones de fecha 4 de octubre.
El Memorándum dice así:
Objeciones al memorándum sometido por el Ministro Russell el 4 de octubre de 1916.
En el preámbulo del primer artículo del Memorándum sometido a la consideración del Gobierno
Dominicano por el Ministro Russell el 4 de octubre de 1916, se consigna la declaración de que
la organización de la Guardia Rural se dispondrá, entre otras razones, para garantizar el mejor
cumplimiento de la Convención de 1907 con el Gobierno de los Estados Unidos. No existe re-
lación de causa a efecto entre la Convención y la organización de la Guardia Rural, y por eso
no puede ni debe aceptarse esa forma de interpretación de ese Tratado. No pueden, por otra
parte, los Estados Unidos, formular exigencias que lesionen la Constitución Dominicana, ni los
derechos inmanentes de la soberanía nacional por lo cual el memorándum presentado no puede
aceptarse; y esto se evidencia mejor analizándolo artículo por artículo.
La proposición de que la Guardia Rural constituya la única fuerza militar y policial en la República
Dominicana ofrece varios inconvenientes. En primer lugar, parece que elimina la Policía Munici-
pal, y que asumirá las facultades que hoy tienen la de Carabineros, la de Puertos, la de Fronteras, la
de los Alcaldes Pedáneos y la de los Guardas campestres. En segundo lugar, la Constitución en su
artículo 87 supone que en la República ha de existir una fuerza armada, esencialmente obediente,
que no puede ser la policía ni la Guardia Rural. Se trata, pues, en la Constitución, de un Ejército
Permanente, pues además el inciso 22 del Artículo 35 dice que el Congreso “fijará anualmente el
efectivo del Ejército Permanente”. Este Ejército no podría suprimirse sin colidir con el Congreso.
Además, no hay ley que instituya actualmente una guardia con la denominación de Guardia Rural;
en cambio, hay leyes que organizan un Ejército Permanente y una Guardia Republicana, y todo
convenio en contrario, sin autorización o aprobación del Congreso, violaría esas leyes.
El compromiso de no nombrar Jefe de la Guardia sino a un oficial norteamericano designado
por el Presidente de los Estados Unidos equivale a delegar en este el poder de hacer ese nombra-
miento, que sólo corresponde al Presidente de la República Dominicana, según el inciso 6º del
artículo 53 de la Constitución. Si, no obstante, algún Presidente consintiera en ello, este compro-
miso sólo podría obligarlo personalmente, pero no podría obligar a sus sucesores, por lo cual,
aun cuando pudiera servir de base a un modus vivendi, no podría estipularse en un contrato.
El artículo 2º. del Memorándum no establece que pueden utilizarse los servicios de oficiales
dominicanos, lo que es un grave inconveniente para la misma eficacia de la organización y para
el afianzamiento de la paz interna. Concentrar todo el mando superior en manos extranjeras
podría dificultar el reclutamiento o alistamiento y quitar toda eficacia a la medida que se quiera
adoptar. El descontento que infaliblemente producirá esa prescripción del elemento militar del
país podría llegar al extremo de manifestarse en perturbaciones del orden público.
El mismo artículo 2º. no precisa cómo se fijarán los sueldos de los oficiales de la Guardia, ni es-
tablece el número de estos, lo que encierra el peligro de que esos sueldos sean tan numerosos y
tan crecidos, que agoten casi la totalidad del presupuesto militar.
El artículo 3º. del Memorándum establece que todas las regulaciones (es decir, proyecto de leyes,
decretos, resoluciones) referentes a la paga de la Guardia, al personal de ella, alistamiento, nombra-
mientos, disciplina, etc., que someta el Jefe de la Guardia, deben ser ratificados y promulgados por
el Gobierno de la República. Esta proposición pugna también con la Constitución de la República
porque invade la atribución del Congreso, el cual, según el inciso 22º. del artículo 35, debe “dictar
las ordenanzas de mar y tierra y fijar anualmente el efectivo del Ejército Permanente”, y porque
despoja al Presidente de la República de la facultad que le atribuye el inciso 3º. del artículo 53 de la
Constitución, de expedir instrucciones y reglamentos para la aplicación de las leyes.
El mismo artículo del Memorándum también establece que cuando no hubiere acuerdo entre el
Presidente de la República y el Jefe de la Guardia en cualquier cuestión relativa a las regulaciones

953
COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

propuestas por este último, el desacuerdo será sometido al Presidente de los Estados Unidos
para que este decida la cuestión. Esta disposición es francamente inaceptable, no sólo porque
sería nula, en cuanto violaría el artículo 2º de la Constitución, pues envolvería una delegación
de poder a un Jefe de Estado extranjero, sino porque suscitaría desconcierto en el ejercicio del
poder, impidiendo que las facultades del Ejecutivo se ejercieran eficientemente, y establecería la
anomalía de que un subordinado pudiera, en alguna forma imponerle sus decisiones a su Jefe
inmediato, sobre todo cuando ese Jefe superior es el Presidente de la República.
En cuanto al artículo 4º. que trata del control de las armas, etc., tal como está formulado podría
dar lugar a que los Jefes de la Guardia cometieran abusos pesquisando en los hogares y regis-
trando a los ciudadanos en busca de armas cuyo uso no esté prohibido, lo que ocasionaría fre-
cuentes y desagradables rozamientos con la consiguiente intranquilidad pública.
Como se ve por todo lo expuesto, si el Presidente de la República Dominicana no acepta las
exigencias de los Estados Unidos, no es ni por temor a la animadversión de los políticos, ni por
temerario espíritu de resistencia, ni por ningún otro motivo injustificable, sino porque no tiene
derecho a aceptar las exigencias de los Estados Unidos, por vedárselo la Carta Fundamental del
Estado; por no cometer un perjurio violando la Constitución y Las leyes de la República, que juró
solemnemente cumplir y hace cumplir, en nombre de Dios y de la Patria, y porque, en suma, di-
chas exigencias lesionan en su esencia misma los derechos que emanan de la Soberanía del Esta-
do Dominicano. El Presidente Wilson, que reiteradamente se ha declarado defensor del principio
de igualdad de las nacionalidades y del respeto a la soberanía de los Estados débiles, no puede
mantener, frente a la República Dominicana, una actitud que pugna con esas mismas ideas.
d
El Presidente de la República Dominicana en su deseo de llegar a un pronto entendido con el Go-
bierno de los Estados Unidos ha hecho esfuerzos por buscar una fórmula de modus vivendi que,
estando en armonía con la dignidad nacional, con la Constitución y con las leyes vigentes, pudiese
ser presentada como contraproposición a la contenida en el referido Memorándum del Señor Mi-
nistro de los Estados Unidos y ser promulgada sin necesidad de aprobación legislativa; pero sus
esfuerzos han resultado hasta ahora fallidos, porque si le ha sido posible encontrar varias fórmulas
en armonía con la dignidad nacional y con la Constitución, no ha podido encontrar una que no
pugne con ciertos números de leyes vigentes.
Por esa razón juzga, preferible que se proceda a la discusión de un tratado general definitivo
sobre bases de decoro nacional y mutua conveniencia, confiado en que el Congreso le impartirá
su aprobación.

Me dijo el Señor Ministro que haría conocer la esencia de esas objeciones por cable a su
Gobierno, y dos días después me comunicó que había sido llamado a Washington de urgencia
para conferenciar con el Departamento sobre los asuntos dominicanos, y que regresaría a lo
sumo dentro de quince días.
La inesperada partida del Señor Russell paralizó estas negociaciones, que en forma
oficiosa, pero con gran actividad de ambas partes, se llevaban a cabo.
En casi todas las entrevistas celebradas con el Ministro Americano, este se mostró muy
pesimista sobre el estado político del país, dudando siempre de que las Cámaras pudieran
completarse después que cesaran el 27 de noviembre aquellos representantes y Senadores que
de acuerdo con el balotaje debían vacar en esa fecha; que la constituyente pudiera realizar
ninguna obra legal; de que los Colegios electorales fuesen reconocidos por todos los partidos
y de que estos pudieran entenderse con un fin de solidaridad; lo que me hacía pensar que
él admitía la posibilidad de que sobreviniera un estado caótico en la situación política del
país, que hiciera muy difícil si no imposible, la subsistencia del Gobierno.
d

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Con motivo:
1º. De la queja del Procurador del Distrito Judicial de Puerto Plata por la reencarcelación
ilegal del Señor Juan A. Schild hijo, realizada por las autoridades americanas allí;
2º. De la declaración del Señor C. H. Baxter, Receptor Gral. de las Aduanas, que desco-
noce la Ley de Presupuesto últimamente votada por el Congreso en fecha 10 de agosto de
1916, y pone en vigor el anterior Presupuesto caduco; y
3º. De los sucesos sangrientos ocurridos en esta capital los días 24 y 25 de octubre de 1916,
dirigí a la Legación Americana en esta ciudad las siguientes respectivas comunicaciones:

“Santo Domingo, 21 de octubre de 1916.


Señor Encargado de Negocios Interino:
Tengo el honor de remitir a V. S. un Memorándum contentivo del caso que a esta Secretaría
de Estado somete la de Justicia e Instrucción Pública acerca de la disposición arbitraria de las
fuerzas americanas que operan en la ciudad de Puerto Plata de encarcelar sin mandamiento de
autoridad competente al Señor Juan A. Schild hijo.
“Con tal motivo, protesto formalmente ante esa Legación en nombre de mi Gobierno.
“Válgome de esta oportunidad para ofrecer a V. S. los sentimientos de mi mayor consideración.
(Firmado) J. M. Cabral y Báez,
Secretario de Estado de Relaciones Exteriores

Señor Encargado de Negocios Interino de los EE. UU. de América,


Ciudad.
Memorándum que contiene el caso que acerca del Sr. Juan A. Schild hijo somete la Secretaría de
Estado de Justicia e Instrucción Pública a la de Relaciones Exteriores, según oficio No. 806 del 11
de octubre de 1916.
A saber:
1º. Telefonema dirigido al Sr. Secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública en 5 de octu-
bre por el Sr. Fidelio Despradel, Juez de Primera Instancia:
Dice así:
Secretario de Estado de Justicia. Santo Domingo. En fecha de ayer la Cámara de Calificación por
un Auto, mandó poner en libertad a Juan A. Schild hijo, por falta de pruebas. Los americanos
acataron la orden poniéndolo en libertad; pero horas después lo redujeron de nuevo a prisión
sin decirle una palabra a la Justicia. Si los americanos tienen otros cargos qué hacerle, me parece
que procedía establecer su querella, en forma, lanzando, entonces, la Justicia, nueva orden de
prisión, siempre que procediese hacerlo así. He creído procedente enterar Ejecutivo, órgano Ud.,
de tan injustificable abuso de la fuerza. Le saluda muy atentamente. El Juez de Primera Instancia.
(fdo.) Fidelio Despradel.
2º. Comunicación que el Sr. M. R. Schild (hermano de Juan A. Schild hijo) dirige desde Puerto Plata
en fecha 5 de octubre, etc., al Sr. Secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública:
Dice así:
Ciudadano Secretario de Estado de Justicia, etc. Santo Domingo. Ciudadano: Mi hermano, el Sr.
Juan A. Schild, quien se encontraba preso, en la cárcel pública de esta ciudad cerca de tres meses,
por existir en la Instrucción un proceso contra él, fue puesto en libertad el día 3 d/c, por haber
declarado la Honorable Cámara de Calificación la insuficiencia de pruebas para la prosecución
de de las actuaciones. El día 4, a eso de las diez de la mañana, encontrándose el Sr. Juan A.
Schild en su casa, por encima del mandato de la Justicia, Juan A. Schild es hecho preso por au-
toridades americanas e internado nuevamente en la cárcel. Ese hecho, lo considero arbitrario,
toda vez que se pisotea la Justicia, una de las Instituciones que más respeto debe consagrár-
sele. A Ud., Sr. Secretario de Estado, como alto representante del ramo de Justicia, elevo por la

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

presente, la correspondiente querella, en confianza de que Ud. hará las gestiones concernientes
al caso. A fin de que no quede pisoteado el sagrado estandarte de la Justicia, y se le vuelva al Sr.
Juan A. Schild su libertad, a la mayor brevedad posible. Con el mayor respeto y consideración,
saluda a Ud. muy atentamente. M. R. Schild. Institutor Normal.
Octubre 24 de 1916.
Señor Encargado de Negocios Intº.
“La Secretaria de Hacienda y Comercio, en fecha 18 de los corrientes, y bajo oficio No. 2394 tras-
lada a esta Secretaría de Estado la siguiente comunicación del Receptor General de las Aduanas,
que dice así:
Señor Secretario de Estado: Sirva la presente para darle traslado de la comunicación que en esta
fecha ha dirigido a este Despacho el Sr. Receptor General de las Aduanas Dominicanas, relativa a
cómo entiende el Poder Interventor el Control de las finanzas que él ha impuesto a este país, en
virtud de la fuerza de que dispone, en lo relativo a la nueva Ley de Presupuesto. Dice así: “Señor
Secretario: En el ejercicio de su control de los desembolsos de fondos del Gobierno Dominicano
a Receptoría tiene instrucciones de Washington, de consultar con el Ministro Americano y seguir
sus disposiciones mientras se concluya un formal entendido entre los dos Gobiernos. La cuestión
de la fecha en que deberá empezar a surtir el efecto el presupuesto publicado en la Gaceta Oficial,
número 2743, fue sometido al Ministro, y para la información de Usted, cito aquí la conclusión de
su respuesta: Estamos manteniendo un control de las finanzas de esta República de acuerdo con
las provisiones del viejo presupuesto. Tendremos que reconocer el nuevo Presupuesto tan pronto
como se reanuden las relaciones oficiales entre los dos Gobiernos, y tendrá que fijarse una fecha
para el comienzo de los desembolsos según ese Presupuesto. Al parecer sería perfectamente prác-
tico determinar que esa fecha fuese el día primero del mes subsiguiente a la fecha en que fuese
reconocido este Gobierno. Mientras tanto, los sueldos de todos los empleados del Departamento
de Hacienda deben pagarse en la actualidad según las provisiones del viejo presupuesto, y los
nuevos designados para puestos públicos creados tendrán que aguardar hasta que sea puesto en
vigor el nuevo presupuesto; es decir, que en cuanto a finanzas debe mantenerse un absoluto statu
quo. La Receptoría, pues, seguirá cargando los pagos que actualmente se efectúan, de acuerdo
con las provisiones del presupuesto del 1o. de enero de 1916; y no tomará en cuenta ni aprobará
para su pago eventual ningún sueldo nuevo o aumentado y otras partidas de gastos que fije el
nuevo presupuesto, sino desde el día lo. del mes subsiguiente a la fecha en que lleguen a un enten-
dido los dos Gobiernos. Atentamente le saluda. (fdo) C. H. Baxter. Receptor General. Atentamente
le saluda. (fdo) Francisco J. Peynado, Secretario de E. de Hacienda y Comercio.
Es decir: que el Receptor General de las Aduanas no sólo declara que no cumplirá una ley votada
por el Congreso, cuya observancia es obligatoria para todos los habitantes de la República, sino
que pone en vigor otra ley que ha sido derogada por el mismo Congreso, erigiéndose el Sr. Re-
ceptor en un poder superior al Poder Legislativo de la República Dominicana.
Me resisto a creer que tales actos hayan sido autorizados por el Honorable Presidente de la gran
República Norteamericana, puesto que él se ha manifestado siempre ante la América entera
como paladín de los principios constitucionales.
Ante las graves declaraciones del Receptor General de Aduanas, que acusan nuevos atentados
a la autonomía del Estado Dominicano, no puedo menos que presentar formalmente a V. S. a
nombre de mi Gobierno, la más enérgica protesta.
Válgome de esta oportunidad para expresarle mis sentimientos de alta consideración.
(fdo) J. M. Cabral y Báez. Secretario de Estado de Relaciones Exteriores.

Señor Encargado de Negocios ad Interim


de los Estados Unidos de América. Ciudad.
“Octubre 26 de 1916.
Señor Encargado de Negocios:
En tres acontecimientos dolorosísimos, ocurridos en los dos últimos días, en esta Capital, ha
culminado la serie de atropellos realizados en todo el país por soldados americanos.

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El primero ocurrió anteayer, a las 12:30, en el barrio de Villa Duarte, con motivo de haber intenta-
do las autoridades americanas reducir a prisión al Sr. Ramón Batista así como habían efectuado,
momentos antes, la del Sr. Emiliano Rojas, sin mediar querella ni denuncia, ni, por lo tanto, orden
de Juez o de autoridad competente. Las noticias llegadas a esta Secretaría de Estado con ropaje
de veracidad, afirman: que estando el Sr. Batista en su casa, en medio de su familia, armado sola-
mente de un cuchillo pequeño, un pelotón de soldados americanos que se había introducido por
el patio de la casa del referido Batista, lo sorprendió, se abalanzó sobre él, y lo desarmó; que al
verse así agredido por gente que no llevaba orden de Juez competente; ni tenía por ninguna otra
circunstancia derecho de prenderlo, Batista resistió, y, logrando desasirse de sus perseguidores,
trató de escapar; por lo cual estos le hicieron fuego, lo hirieron en una pierna, y al verle caer le
hicieron otra descarga que lo mató; que al oír las detonaciones y enterarse de que se acababa de
matar a Batista, varios parientes y amigos suyos se armaron y, sin duda, por deseo de vengarle,
o quizás porque, a su vez, se creyeron en peligro, hicieron fuego sobre el pelotón y le causaron
algunas bajas; que momentos después, los militares americanos de refuerzo que llegaron al lu-
gar, descerrajaron, registraron y pillaron muchas casas e incendiaron dos, y mataron e hirieron a
varias personas de diferentes sexos, en sus propias casas, causando el consiguiente pánico en las
familias de aquel barrio, muchas de las cuales se vieron obligadas a abandonar sus hogares.
El segundo acontecimiento tuvo efecto ese mismo día en el barrio nombrado Villa Francisca. Las
noticias más verídicas que han llegado a esta Secretaría, aseguran que una patrulla de soldados
americanos, halló en la calle al pacífico ciudadano Manuel Díaz, y le detuvo para requerirle la
entrega de las armas que llevara; que después de demostrar este que no llevaba ninguna arma
continuó su camino. Enseguida los soldados americanos le hicieron fuego y le infirieron tres
heridas, de las cuales murió poco después.
El tercero y más alarmante de todos esos sucesos ocurrió ayer entre seis y siete de la tarde, en el
cruce de las calles Mercedes y Palo Hincado. Asegúrase que fue hecho un disparo de arma larga
en las afueras del fuerte de la Concepción, sin que se sepa quién lo hizo; al oírse ese disparo, una
patrulla de soldados americanos, que se encontraba cerca de dicho cruce, corrió hacia el cafetín
nombrado Polo Norte, en momentos en que su dueño, el anciano y enfermo Sr. Félix Cuevas, se
disponía a cerrarlo, o por temor de que ese disparo fuese el principio de un desorden o porque
creyera llegada la hora (7 p.m.) en que deben cerrarse, según ordenanzas recientes, los estableci-
mientos de esa índole; que los soldados americanos le hicieron preguntas al Sr. Cuevas que este
no pudo contestar por no saber inglés; y que entonces, mientras uno de los soldados lo mataba
a bayonetazos, los demás dispararon sus armas en distintas direcciones, ocasionando este de-
sastroso resultado: muertos, el Sr. Temístocles Ruiz, de profesión tablajero, y el adolescente Julio
César Martínez, estudiante de 17 años, y herida, una sirvienta llamada María Jiménez.
No pretende esta Secretaría de Estado imponer como verdades incontrovertibles los detalles de
esas noticias: ella está presta a acomodar su criterio a las modificaciones que le disponga una
serena investigación de los hechos; pero llama la atención de V. S. hacia las siguientes circuns-
tancias indiscutibles: 1ª. la de que no se había presentado queja alguna ante las autoridades
competentes, ni contra el difunto Ramón Batista, ni contra el Sr. Emiliano Rojas; 2ª. la de que
Ramón Batista fue sorprendido en su casa cuando se encontraba nada más que acompañado de
su familia y fue muerto cuando estaba desarmado; 3ª. la de que Batista murió sin haber herido
a nadie; 4ª. la de que así mismo desarmado y sin haber herido a nadie, murieron Manuel Díaz,
Luis Temístocles Ruiz, Julio César Martínez y Félix Cuevas, y fue herida María Jiménez; 5ª. la de
que en todos esos acontecimientos las fuerzas americanas sólo tuvieron bajas cuando parientes
de Ramón Batista se creyeron en el deber de responder a la injusta agresión de aquellos; 6ª. la
de que en todos esos casos, como en muchos otros de que me he quejado anteriormente al Sr.
Ministro de los Estados Unidos, han sido los militares americanos los provocadores; y 7ª. la de
que los militares americanos han procedido arbitrariamente en todos los casos, pues: como la
República Dominicana no está en guerra con los Estados Unidos; como la fuerzas americanas
que hoy se encuentran en territorio dominicano, desembarcaron al amparo de sus declaraciones
de que venían únicamente a debelar una revolución y cooperar al restablecimiento del orden
constitucional; y como esa revolución hace tiempo que tuvo fin, y el orden constitucional reina

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

desde entonces en todo el país; es evidente que dichas fuerzas no tenían el derecho de ejercer
autoridad alguna en la República, y estaban obligadas a permanecer reconcentradas en sus cuar-
teles mientras se les ordena su reembarco:
Al suplicar a V. S. trasmitir esta protesta al digno Gobierno de los Estados Unidos, ruégole dar-
le a conocer también el mayor temor que abriga mi Gobierno, y es el de que el sentimiento de
rencor que esos y otros acontecimientos están levantando en las masas del pueblo, pueda al fin
destruir de raíces el de franca amistad hacia la gran Nación americana, que los que amamos sus
glorias e instituciones estamos empeñados en vivificar.
Aprovecho esta oportunidad para reiterarle mis sentimientos de mi más distinguida considera-
ción. (fdo) J. M. Cabral y Báez. Secretario de Estado de Relaciones Exteriores. Señor Encargado
de Negocios de los Estados Unidos de América. Ciudad.

Dos de las anteriores comunicaciones fueron devueltas por el Señor John Brewer con la
declaración de que él no es Encargado de Negocios.
En atención a que continuaba esta sociedad en la más viva inquietud con motivo de los
sangrientos sucesos de Villa Duarte y Polo Norte y de la actitud amenazadora asumida por los
soldados americanos, provoqué en fecha 26 de octubre, en miras de evitar nuevas desgracias,
una entrevista que tuvo lugar el 29, con el Almirante Pond, a quien acompañaron en ella el
Brigadier Pendleton y algunos otros oficiales americanos, asistiendo por otra parte el Presidente
de la República y el Secretario de Estado de Hacienda y Comercio a más del que suscribe.
El Presidente manifestó al Contralmirante que no podía hablarle esa tarde con la alegría
de otras veces, pues tenía que referirse a sucesos demasiado tristes, y que llenaban el ánimo
del pueblo de sobresalto y de indignación y que él lamentaba, no sólo por las víctimas domi-
nicanas, sino por los mismos americanos; que todo eso pudo haberse evitado, si se dejara a
la policía nacional hacer libremente sus funciones y no se atribuyeran las tropas americanas
funciones que no les correspondían, policiales y judiciales.
El Contralmirante Pond explicó entonces en una reacción minuciosa, lamentando también
lo ocurrido, sobre todo que una mujer resultara herida, todos los hechos, según los datos
oficiales que él poseía; y según tal relación, Ramón Batista hizo resistencia a la intimación
de rendirse preso y trató de correr a tomar sus armas en el aposento de su casa; Francisco
Díaz, muerto en Villa Francisca, se resistió a entregar el arma que le fue exigida; y en cuanto
a los sucesos del Café Polo Norte, estos fueron provocados por dos disparos de revólver que
desde ese lugar fueron hechos a la patrulla americana que recorría la vecindad. En cuanto
a los otros siniestros y depredaciones ocurridas en Villa Duarte, estos fueron consecuencia
natural de la represión que en aquel lugar hubieron de llevar a cabo las tropas americanas
para restablecer allí su autoridad; que las casas habían sido abiertas por los soldados en busca
de armas y enemigos, pero que todas las propiedades habían sido respetadas.
El Presidente insistió en que tales hechos pudieron ser evitados y que en lo sucesivo
deberían y podrían serlo con sólo retirar a las tropas americanas la función policial que están
ejerciendo y que no les corresponde. Repuso en consecuencia que las patrullas de soldados
americanos fueran recogidas, y que el cuidado de la ciudad fuera confiado a sólo la policía
municipal, la cual sería, aumentada y reorganizada.
El Secretario Cabral hizo resaltar el inconveniente y el peligro que significa que las tropas
americanas ejerzan función policial: primero, porque la calidad de soldado es muy diferente
de la de policía, mientras que a esta se le educa en la paciencia y la moderación para tratar
a la población civil, a aquel se le prepara a ejercer autoridad con actos violentos; y segundo,
que no hablando el castellano, los soldados no entienden lo que la gente del pueblo contesta

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a sus intimaciones y viceversas y toman por hechos o palabras de rebeldía palabras y hechos
que verdaderamente están muy lejos de tener tal significación.
El Secretario Peynado expresó al Contralmirante su idea de que en el asunto de Ramón
Batista, la Legación Americana se abstuvo de pedir al actual Gobierno que sometiera a
tal individuo a la acción de los Tribunales, como ya lo habían hecho en tiempos del Presi-
dente Jimenes, por no infringir su regla de no reconocer el actual Gobierno; que este, muy
distinto en su manera de operar a los que le han precedido, sin compromisos políticos de
ninguna clase que estorbaran su acción, no habría vacilado en corresponder al deseo del
Gobierno americano procediendo a la persecución judicial de cualquier delincuente que
le fuese señalado.
El Presidente Henríquez insistió con el Contralmirante en que las patrullas fueran re-
concentradas a sus cuarteles y en que se dejara libre la acción de los tribunales y la custodia
de la ciudad a la policía municipal, aumentada y reorganizada.
El Contra-Almirante explicó que él no podría dictar al Coronel Pendleton órdenes que
contrariaran sus disposiciones militares, de las cuales él sólo es responsable; pero que pro-
metía que a medida que la policía fuera modificada en el sentido que el Presidente proponía,
las patrullas serían disminuidas lo más que fuera posible.
El Coronel Pendleton manifestó que ellos tenían una misión qué cumplir en este país y
que deseaban cumplirla sin causar ningún dolor, pero que de todos modos la cumplirían.
Al terminar, el Contralmirante Pond se expresó en estos términos: yo sigo creyendo que
el verdadero sentimiento del pueblo dominicano es el que reveló la tarde del siniestro del
Memphis, cuando los hombres expusieron sus vidas por salvar a los marinos americanos y
las mujeres, rogaban al cielo por ellos y rasgaron sus vestidos para hacer vendas con qué
curar a nuestros heridos.
El Presidente contestó esas palabras repitiendo las que en presencia de Mr. Bryan había
pronunciado en Washington, diez y ocho meses antes: que tenía confianza en que todas las
fuerzas de que disponía el Gobierno Americano no son para reprimir sino para proteger a
un pueblo pequeño como la República Dominicana, leal amigo y admirador del gran pueblo
americano.
Relativas a la ocupación, por soldados americanos, del telégrafo inalámbrico nacional,
y de un incidente ocurrido en la Administración de Correos de Sánchez, por guardias de la
misma nacionalidad, dirigí a la Legación las siguientes respectivas comunicaciones:
“Noviembre 14 de 1916. Mi estimado señor Brewer: Estaba mi Gobierno en la creencia de que la
ocupación americana en la República, tan grave en sí misma, no presentaría nuevos y más dolo-
rosos aspectos, una vez que, el espíritu de justicia que debe animar los actos del Gobierno de los
Estados Unidos, especialmente en sus relaciones con los países débiles de América, y la circunstan-
cia de haberse comenzado negociaciones que tienden a un honrado entendido entre los dos Go-
biernos, lo autorizaban a esperar que las autoridades americanas en Santo Domingo no llevarían
a cabo nuevo atropello a la soberanía del Estado Dominicano. De ahí la sorpresa y el sentimiento
de contrariedad que ha causado a mi Gobierno el hecho consumado el día 13 del mes en curso,
que le obliga a elevar una nueva protesta en legítima defensa de los derechos de la República,
otra vez vulnerados por las autoridades mencionadas. En la fecha ya citada un destacamento de
soldados americanos ocupó la oficina del telégrafo inalámbrico nacional, instalado y sostenido por
el Gobierno Dominicano; los empleados dominicanos fueron despedidos y sustituidos con ameri-
canos. Nada puede justificar este hecho. Ni aun puede servirle de pretexto la deficiencia del servi-
cio, puesto que este se hallaba a cargo de empleados de probada competencia y de insospechable
buena conducta en el desempeño de su cometido. Mi Gobierno, que no acierta a comprender los

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propósitos de esta violación de los derechos de Estado Dominicano por una nación con la cual
está en relaciones de amistad, ruega a Ud. que trasmita al Gobierno de los Estados Unidos su no
conformidad con el hecho consumado, y se demanda de que la Estación radiográfica y el libre
servicio de la misma, sean devueltos a la República. De Ud. atto. y s. s. (fdo) J. M. Cabral y Báez,
Secretario de Estado de Relaciones Exteriores. Señor John Brewer, Legación Americana. Ciudad.
Noviembre 16 de 1916. Estimado Señor: En oficio de fecha 14 del mes en curso, el Secretario de
Estado de Fomento y Comunicaciones me traslada un oficio del Administrador General de Co-
rreos, que dice así: Señor Secretario: En comunicación número 9 del 6 de los corrientes, díceme
el Administrador Principal de Correos de Sánchez lo siguiente: Señor Administrador General de
Correos. Santo Domingo. Señor: Pongo en su conocimiento que ayer al bajar la correspondencia de
abordo, una guardia americana detuvo todas las valijas en la Aduana hasta que viniera de abordo
el Jefe, sufriendo esta mucha demora, y a causa de eso no pudo despacharse para el Interior por
tren de hoy como es de costumbre. Dicha guardia obligó, carabinas preparadas y puestas en pecho
de los cargadores, a que se introdujeran en la Aduana, no atendiendo en absoluto a mis informes o
exigencias en mi calidad de Administrador de Correos, manifestándome que no tenían que ver con
nadie sino cumplir una orden de su superior, el cual encontrábase abordo, como arriba expreso.
Tampoco atendieron al Interventor. Vista la temeridad de dicha guardia, resolví cerrar las puertas
de la Oficina y proceder a levantar una protesta, pero al llevar a efecto tal resolución, parece que
algunas personas aconsejaron a dicha guardia o a su Jefe, y esta despachó dichas valijas. Hora que
era muy avanzada para el despacho, por ser día domingo. Lo que comunico a Ud. para los fines
que procedan. El Administrador Principal de Correos, Luis Marty H. Al transcribir a Ud. esta co-
municación, para su conocimiento y fines a que haya lugar, debo hacer constar mi más enérgica
protesta por la injustificable violencia cometida por la guardia americana de Sánchez, al desviar
el curso de la correspondencia que debía ser transportada del vapor Algonquin a la Oficina de
Correos de aquella población, haciéndola llevar a la Aduana, donde fue indebidamente retenida
por algunas horas, ocasionando trastornos en el servicio de la mencionada Oficina de Correos de
Sánchez. De Ud. atentamente, (fdo) Juan Elías Moscoso hijo, Administrador General de Correos”.
El hecho que se denuncia en la transcrita comunicación viene a aumentar la ya larga serie de los
consumados por soldados del ejército de ocupación en perjuicio de los derechos de la República;
y es una nueva prueba de que la intervención de la autoridad militar americana en los servicios
públicos ocasiona en ellos perturbaciones, tan serias como innecesarias. Mi Gobierno hace constar
su no asentimiento a esa intromisión de la autoridad militar americana o de subalternos suyos en
el servicio de correos; y confía en que el Gobierno de los Estados Unidos, atendiendo a las razones
expuestas impedirá que se repitan hechos como el que motiva esta nota, la cual espero sea trasmi-
tida por Ud. al Gobierno de los Estados Unidos. Aprovecho esta oportunidad para ofrecer a Ud. los
sentimientos de mi mayor consideración y estima. (fdo) J. M. Cabral y Báez, Secretario de Estado
de Relaciones Exteriores.

El 24 de noviembre en una corta entrevista con el Capitán Knapp, este me manifestó que
venía a fomentar la confraternidad entre las dos Repúblicas. Yo correspondí a estas mani-
festaciones diciéndole que el Gobierno del Dr. Henríquez, estaba animado de los mismos
sentimientos y propósitos. Y a petición mía se fijó el siguiente día, a las ocho de la mañana,
para una conferencia con el Presidente; verificándose esta a la hora indicada.
Estuvieron presentes por parte del Gobierno americano, el Capitán H. S. Knapp,
recién llegado y sustituto del Contralmirante Pond, y el Coronel Pendleton, el Coman-
dante del Crucero Olimpia y varios oficiales americanos, y el intérprete de la Legación;
por parte del Gobierno Dominicano, el Presidente Henríquez y el Secretario de Rela-
ciones Exteriores que suscribe.
El Capitán Knapp se interesó por saber de boca del Presidente cuál era el estado de las
negociaciones oficiosas entre el Gobierno Dominicano y la Legación americana. El Presiden-
te contestó que él le suponía enterado, pues que había tenido ocasión de oírlo explicar en

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el mismo Departamento de Estado de Washington de donde, según él lo había declarado,


hacía poco había salido para este país; pero que en breves palabras podría explicarle que
la discusión entre ambas partes se había suspendido por el inesperado y precipitado viaje
a Washington, de donde había sido llamado, del Ministro Russel. Este partió de Santo Do-
mingo llevando la formal contraproposición del Gobierno Dominicano de entrar de una vez
en la discusión del tratado general. El Gobierno dominicano entendía que el Señor Russell
había partido de aquí imbuido en tal idea, y el Gobierno Dominicano esperaba que viniese
provisto ya de especiales instrucciones, pues se encontraba siempre deseoso de llegar pronto
a un cabal entendido con el Gobierno Americano respecto de los puntos pendientes y de
cualquiera otros que pudieran ser sugeridos.
El Capitán Knapp insistió con el Presidente en que le explicase, de modo resumido, las
discusiones habidas, el estado en que actualmente él consideraba la cuestión, y su aprecia-
ción personal de la cuestión.
El Presidente correspondió a esa nueva invitación, hablando de este modo: la discusión
entre el Gobierno dominicano y la Legación Americana, arranca de la nota americana del
19 de noviembre de 1915. Esa nota abarca dos puntos, uno de naturaleza financiera y otro
relativo a fuerzas armadas. En cuanto al primer punto, después de varios cambios de opinión
entre las partes, prácticamente se había llegado a un entendido según la fórmula propuesta
por el Gobierno Dominicano, el cual aceptaba el Control de la Hacienda, subordinándolo al
estricto ejercicio de la Ley de Presupuesto de la República y a cualesquiera otras leyes que
el Congreso votara. La recaudación e inversión de esa manera, debían ser temporalmente
confiados a la Receptoría; pero ningún funcionario extraño tendría que intervenir en cuanto
a la capacidad legislativa del Congreso, como lo sugiere la nota americana. En cuanto a la
organización del Cuerpo de Policía Rural, como lo propone la nota aludida, no ha podido
haber acuerdo entre las partes, porque tal como esa proposición es concebida su adopción
significaría una violación de la Constitución y de ciertas leyes del Estado Dominicano y cho-
caría contra la voluntad del pueblo, que ya se ha manifestado en contra de tal proposición,
con motivo de haber sido publicada a petición del Ministro Russell.
En consecuencia, llegados a este punto y cuando más confiadas estaban las partes de
poder llegar a un pleno entendido por medio de un tratado general en que sería considerada
la recíproca conveniencia de los dos países, la discusión había sido suspendida accidental-
mente por la repentina ausencia del Ministro Russel, pero quedaba el Gobierno Dominicano
en derecho de alentar cada día más las esperanzas de lograr al fin que entre ambas partes
dentro de poco, pudiera concertarse el referido contrato.
El Secretario Cabral y Báez abundó en tales ideas y las apoyó con desarrollos oportunos
que fueron hechos para mejor ilustración del Capitán. Después de algunas preguntas más
hechas por el Capitán Knapp y el Coronel Pendleton, aquel declaró que él tenía instrucciones
de inquirir todos los datos de la cuestión debatida, y de ilustrar a su Gobierno.
Con esta declaración, terminó la entrevista, diciendo el Capitán Knapp que haría una
relación a su Gobierno.
El día 29 de noviembre, un empleado de la Legación Americana puso en manos del
Presidente Henríquez un pliego que contenía la siguiente Proclama:
“Considerando: Una convención fue concluida entre los Estados Unidos de América y la Repú-
blica Dominicana, el día 8 de febrero de 1907, del cual el artículo III dice: Hasta que la República
Dominicana no haya pagado la totalidad de los bonos del Empréstito, su deuda pública no podrá

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

ser aumentada sino mediante un acuerdo previo entre el Gobierno Dominicano y los Estados
Unidos. Igual acuerdo será preciso para modificar los derechos de importación de la República,
por ser condición indispensable para que esos derechos puedan ser modificados que el Ejecuti-
vo Dominicano compruebe y el Presidente de los Estados Unidos reconozca que tomando por
base las importaciones y exportaciones de los dos años que preceden al en que se quiere hacer la
alteración en los referidos derechos, y calculados el monto y la clase de los efectos importados o
exportados, en cada uno de esos dos años al tipo de los derechos de importación que se preten-
dan establecer, el neto total de esos derechos de Aduanas en cada uno de los dos años, exceda de
la cantidad de dos millones de pesos oro americanos y. Considerando el Gobierno Dominicano
ha violado el dicho artículo III en más de una ocasión; y, Considerando: el Gobierno Dominicano,
de cuando en cuando, ha dado como explicación de dicha violación la necesidad de incurrir en
gastos extraordinarios incidentales a la supresión de las revoluciones: y. Considerando: el Go-
bierno de los Estados Unidos, con mucha paciencia, y con el deseo amistoso de ayudar y permitir
a la República Dominicana mantener la tranquilidad doméstica y cumplir con las estipulaciones
de la Convención citada, ha apretado al Gobierno Dominicano ciertas medidas necesarias que el
Gobierno Dominicano no ha sido inclinado aceptar o ha sido incapacitado aceptar: y Conside-
rando: en consecuencia, la tranquilidad doméstica ha sido perturbada y aún no está restablecida,
ni asegurado el cumplimiento futuro de la Convención de parte del Gobierno Dominicano; y,
Considerando: el Gobierno de los Estados Unidos está determinado que ya ha llegado el tiempo
de tomar medidas para asegurar el cumplimiento de las provisiones de la Convención citada, de
parte de la República Dominicana, y mantener la tranquilidad doméstica en dicha República, la
cual es necesario para tal cumplimiento; Ahora por tanto, Yo, H. S. Knapp, Capitán de la Marina
de los Estados Unidos, comandando la fuerza de Cruceros de la Escuadra del Atlántico de los
Estados Unidos de América y las fuerzas Armadas de los Estados Unidos de América, situadas
en los varios puntos dentro de la República Dominicana, actuando bajo la autoridad y por orden
del Gobierno de los Estados Unidos de América; Declaro y proclamo a todos los que les interese,
que la República Dominicana queda por la presente puesta en un estado de ocupación militar
por las fuerzas bajo mi mando y queda sometida al Gobierno Militar y al ejercicio de la Ley Mili-
tar, aplicable a tal ocupación. Esta ocupación militar no es emprendida con ningún propósito, ni
inmediato ni ulterior, de destruir la soberanía de la República Dominicana, sino al contrario, es
la intención ayudar a este país a volver a una condición de orden interno, que lo habilitará para
cumplir las previsiones de la Convención citada, y con las obligaciones que le corresponde como
miembro de la familia de naciones. Las leyes Dominicanas, pues quedarán en efecto siempre que
no estén en conflicto con los fines de la ocupación o con los reglamentos necesarios establecidos
al efecto, y una administración legal continuará en manos de oficiales Dominicanos, debidamente
autorizados toda bajo la vigilancia y la supervisión de la fuerza de los Estados Unidos que ejer-
cen el Gobierno Militar. La administración ordinaria de la justicia, tanto en casos civiles como en
casos criminales, por medio de las Cortes Dominicanas regularmente constituidas, no será inte-
rrumpida, por el Gobierno Militar ahora establecido; pero los casos en los cuales un miembro de
las Fuerzas de los Estados Unidos forma parte, o en los cuales hay envuelto desprecio o desafío
de la autoridad del Gobierno Militar, serán juzgados por un Tribunal establecido por el Gobierno
Militar. Todas las rentas provenidas al Gobierno Dominicano, incluso derechos e impuestos hasta
el presente prevenidos y no pagados, sean derechos de Aduana bajo las provisiones de la Con-
vención concluida el día 8 de febrero de 1907, por la cual se estableció la Receptoría Aduanera,
que permanecerá en efecto, o sean de rentas internas, serán pagadas por el Gobierno Militar, el
cual, por cuenta de la República Dominicana, mantendrá en custodia tales rentas y hará todo
desembolso legal que sea necesario para la administración del Gobierno Dominicano, y para los
propósitos de la Ocupación. Invoco a todos los ciudadanos dominicanos y a los residentes y tran-
seúntes en Santo Domingo, a cooperar con las Fuerzas de los Estados Unidos en Ocupación, con
el fin de que sus gestiones sean prontamente realizadas y que el país sea restaurado al orden y
a la tranquilidad doméstica y a la prosperidad que solamente puede realizarse bajo tales condi-
ciones. Las Fuerzas de los Estados Unidos en Ocupación bajo mi mando actuarán según la Ley
Militar que gobierna su conducta, con debido respeto a los derechos personales y de propiedad,

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de los ciudadanos dominicanos y residentes y transeúntes en Santo Domingo, sosteniendo las le-
yes Dominicanas, siempre que estas no conflicten con los propósitos para los cuales se emprende
la Ocupación. El texto original de esta Proclamación, en el idioma inglés, regirá en toda cuestión
de interpretación.– (fdo.) H. S. Knapp, Capitán U.S. Navy, Comander Crusier Force, U. S. Atlantic
Fleet.– U. S.S. Olimpia, Flagship, Santo Domingo City, D.R. November 29, 1916”.

Con este motivo, el día siguiente dirigí a la Legación Dominicana en Washington, a


nuestras otras legaciones y a nuestros Cónsules los siguientes cablegramas:
“Legación Dominicana. Washington. Capitán Knapp proclamó ayer Gobierno Militar nombre
Gobierno Americano que República quedaba bajo ocupación militar y Ley militares. Censura
sobre prensa, telégrafos y cables. Proteste ante Departamento. (fdo.) Secretario Cabral y Báez”.

Cable a nuestras Legaciones:


“Capitán Knapp proclamó ayer Gobierno militar nombre Gobierno americano que República que-
da bajo ocupación y Gobierno y Ley militares. Censura sobre prensa, telégrafos y cables. Gobierno
Dominicano ha protestado. Comunique dependencias. (fdo.) Secretario Cabral y Báez”.

Cable a nuestros Cónsules:


“Capitán Knapp proclamó ayer Gobierno militar nombre Gobierno Americano que República
queda bajo ocupación y Gobierno y ley militares. Censura sobre prensa, telégrafo y cables. Go-
bierno Dominicano ha protestado. (fdo.) Secretario Cabral y Báez”.

El mismo día 30 dirigí a nuestro Cónsul General en San Juan de Puerto Rico la siguiente
comunicación:
“Noviembre 30 de 1916. Señor Cónsul General: Confírmole mi cable de hoy relativo a la procla-
ma del Capitán Knapp por la cual impone a la República en nombre de los Estados Unidos el
Gobierno militar. Adjunto le remito un ejemplar de dicha proclama. Con tal motivo interese a la
prensa de ahí en favor de nuestros derechos. Esa gestión deberá Ud. hacerla con toda discreción.
Sírvase trasmitir enseguida a nuestra Legación en Washington a nombre de este Despacho el
siguiente cable: “Legación Dominicana. Washington. Capitán Knapp proclamó el 29 Gobierno
militar en nombre Gobierno Americano que República queda bajo ocupación Gobierno y ley
militares. Censura sobre prensa, telégrafos y cables. Pretexto intranquilidad doméstica y viola-
ción Gobiernos anteriores artículo tercero Convención. Reitérole proteste por escrito ante Depar-
tamento y Legaciones Extranjeras así. Secretario Cabral y Báez”. Le saluda muy atentamente,
(fdo.) J. M. Cabral y Báez, Secretario de Relaciones Exteriores). Sr. Sócrates Nolasco, Cónsul Ge-
neral de la República Dominicana, San Juan, P.R.”.

Y a nuestro Ministro en Washington dirigí la siguiente comunicación:


“Noviembre 30 de 1916. Señor Ministro: Le envío dos copias de mis cables de hoy dirigídoles uno
directamente desde aquí y otro que le será trasmitido desde San Juan de Puerto Rico por nuestro Cón-
sul en aquella ciudad. Confírmole las instrucciones que le doy en esos cables. El hecho que acaba de
realizar el Gobierno de los Estados Unidos, en nuestro país, con absoluta prescindencia del Gobierno
Dominicano es uno de los más violentos e injustificados atropellos al derecho y a la justicia que se han
cometido en estos últimos tiempos. Le adjunto la proclama del Capitán Knapp. Aún el Gobierno no
ha resuelto la actitud que debe asumir frente a la nueva faz de la intervención. Lo tendré al corrien-
te de los sucesos, y oportunamente le daré instrucciones más amplias. Le saluda muy atentamente,
(fdo.) J. M. Cabral y Báez, Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, Señor Licdo. Armando Pérez
Perdomo, EE. y Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana. Washington”.

En la tarde del mismo día 30, el Director del Cable Francés me devolvió los originales
de los cablegramas arriba transcritos, con la siguiente esquela:

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

“Santo Domingo, noviembre 30 de 1916. El Director del Cable Francés saluda muy respetuosa-
mente al Sec. de Estado Cabral y Báez en ocasión de participarle que de acuerdo con las instruc-
ciones dadas al Cable en nombre de la Contaduría General de Hacienda, los telegramas adjuntos
no pueden ser aceptados por cuenta del Gobierno. Respetuosamente), (fdo.) L. Bourget”.

Seguí dándole en fechas sucesivas informaciones e instrucciones a nuestra Legación en


Washington, según lo indican los oficios siguientes:
“Santo Domingo, 3 de diciembre de 1916. Señor Armando Pérez Perdomo, E.E. y Ministro Pleni-
potenciario de la República Dominicana. Washington. Estimado amigo: Por vapor Abd-el-Kader,
que pasó por este puerto el día 1o. le escribí dándole cuenta de la Proclama del Capitán Knapp
declarando la República bajo un estado de ocupación militar y bajo el imperio de un Gobierno
Militar Americano. Aprovecho nueva ocasión que se presenta para Puerto Rico y le escribo nue-
vamente ratificando los particulares de mi carta anterior, que acaso pueda extraviarse, puesto
tengo sobre ello justificados temores. La presente irá a mano hasta Puerto Rico, desde donde le
será puesta en el correo. Por la copia impresa de la Proclama del Capitán Knapp, que le envío
nuevamente, quedará Ud. enterado de que el día 29, a las dos de la tarde, la ocupación americana
asumió el carácter de Gobierno Militar en el país. Junto con esa Proclama se publicaron otros de-
cretos sobre censura y sobre porte de armas. El país quedó sometido a tan férrea censura, que ni
un solo despacho cablegráfico de los que puse para el exterior pudo pasar. Por eso he tenido que
dirigirme al Cónsul dominicano en Puerto Rico para que desde allí le dirigiese un parte dándole
cuenta de la situación. Las fuerzas de ocupación han exigido a la mayor parte de los goberna-
dores la entrega de las gobernaciones y el desarme de su gente. En un principio, parece que los
gobernadores de Pacificador y La Vega vacilaron en entregar, pero como no tenemos noticias
de ellos desde hace dos días, supongo que el conflicto planteado en el primer momento se ha
resuelto sin choques violentos. Aquí, en la Capital, se han desarrollado escenas desagradables.
En la noche del día 1º. fue allanada la casa que queda frente al Presidente Henríquez, y en la cual
tiene él un departamento destinado a su Estado Mayor. Un destacamento de cuarenta soldados
americanos, próximamente, llegó a las ocho de la noche y, poniendo las armas al pecho de los ofi-
ciales del Estado Mayor y a algunas personas que conversaban con ellos, realizó el allanamiento
de toda la casa, en busca de algunas carabinas que tenía en su poder el Estado Mayor, desde los
sucesos de abril, para la defensa y protección personal del Presidente. Se llevaron seis carabinas
que encontraron, con sus pertrechos, y condujeron a la Fortaleza a todos los que estaban en la
casa, soltándolos en la tarde del día siguiente. La alarma en el vecindario fue grande, pues mien-
tras se llevaba a cabo el allanamiento, la casa del Presidente estaba rodeada de soldados, sin que
se pudiera entrar ni salir de ella. Al día siguiente, el Presidente dirigió una carta-protesta al Ca-
pitán Knapp, declarando que disolvía su Estado Mayor, y remitió a la Fortaleza catorce carabinas
más que estaban en poder del Estado Mayor, con el mismo objeto que las anteriores. El Capitán
Knapp contestó dicha carta dando explicaciones de lo ocurrido y reconociendo que debieron em-
plearse otros procedimientos para reclamar esas armas, de acuerdo con el Decreto que él mismo
promulgó. La prensa no puede decir una sola palabra de lo que está ocurriendo en el país, pues
se la ha amenazado con castigarla. El Director del Heraldo Dominicano, Señor Dimas Frías, publi-
có una hoja suelta declarando que el Heraldo no se publicaría más por causa de la censura, y fue
reducido a prisión. Ayer, día 2, ocuparon las fuerzas americanas, a las 8 a.m., el Palacio Nacional.
Fue a ocuparlo también un pelotón de soldados, e izaron la bandera americana en la esquina del
Colón y Mercedes, si bien dejando la bandera dominicana en el lugar de costumbre. Dos horas
después, llegó el Capitán Knapp y tomó posesión del edificio. Ni el Presidente ni ninguno de los
Secretarios han vuelto por allí. Le expongo todos estos detalles para que Ud. se dé perfecta cuen-
ta del alcance que tienen las medidas tomadas por el gobierno americano. Para cuanto pueda
interesar a las gestiones que a Ud. le sea dable realizar allí, quiero recordarle cuál es el criterio del
gobierno dominicano sobre los tres puntos esenciales en que se basa la Proclama para justificar
la implantación de un gobierno militar americano en la República. En primer lugar la Proclama
afirma que la cláusula III de la Convención Dominico-Americana ha sido violada, basándose en

964
antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

que bajo distintos gobiernos ha habido un incremento de la deuda pública. Semejante afirmación
es absolutamente inexacta. La República Dominicana ha pagado religiosamente, día por día, su
deuda pública, de acuerdo con la Convención. En ningún caso se han retardado las obligaciones
contraídas con motivo de dicha deuda. Ninguna clase de perturbaciones en el país han logrado
entorpecer el fiel cumplimiento de las mismas. Por otra parte, si es verdad que algunos gobier-
nos han contraído nuevas deudas, también es cierto que estas no tienen el carácter de Deuda
Pública, sino que constituyen una deuda flotante, que en nada afecta a las obligaciones contraídas
por virtud de la Convención. Pero aun cuando en algún punto la Convención no hubiese sido
fielmente cumplida –que así lo ha sido–, esto no sería motivo justificado para la imposición de
un gobierno militar en un país que tiene soberanía propia y que forma parte de la Comunidad
Jurídica Internacional. El cumplimiento de los tratados puede exigirse por muchos medios que
no sean violentos ni arbitrarios. En este caso, los Estados Unidos dan por exacta la interpretación
que ellos hacen de la Cláusula tercera de la Convención, y en esa interpretación se basan para
emplear procedimientos de fuerza. En segundo lugar, la Proclama declara que la paz no está
restablecida en el país. Esta afirmación tampoco es exacta. Nunca había ofrecido la República
Dominicana un espectáculo tan honroso como en esta ocasión. Un gobierno sin ejército y sin
dinero parecía ser un incentivo para la rebelión y el desorden. Sin embargo, el gobierno actual,
no obstante desenvolverse en tan precarias condiciones, no ha visto alterarse la paz durante su
gestión. Por último, en la Proclama se afirma que los Estados Unidos han propuesto solucio-
nes al gobierno dominicano, para evitar que los males que señala se repitan, y que el gobierno
dominicano no ha querido o no ha podido aceptarlas. El gobierno dominicano, es cierto, ha
rechazado aquellas proposiciones que reñían por completo con nuestro sistema constitucional
y con nuestras leyes vigentes, pero ha señalado la forma más eficaz y más segura de llegar a un
entendido sin colidir con la soberanía nacional. Desgraciadamente, el gobierno americano no
ha querido aceptar a su vez las sugestiones dominicanas, pero no por ello entendía el gobierno
dominicano que las negociaciones estaban rotas y hasta hace pocos días ha estado celebrando
conferencias, la última de ellas con el propio Capitán Knapp, para llegar a una solución, pues es
su mejor deseo zanjar las diferencias existentes entre ambos países, llegando a un convenio que
les reporte recíprocas ventajas y que no lesione la soberanía dominicana. Sorprendido el gobier-
no dominicano con el inusitado proceder de los Estados Unidos al interrumpir las negociacio-
nes y constituir en la República un gobierno militar americano, trasmito a Ud. las instrucciones
apuntadas en los anteriores párrafos para que, de acuerdo con el espíritu que las anima, proteste
ante el Departamento de Estado por los hechos ocurridos y por la medida adoptada, y se dirija
a los diplomáticos allí residentes para enterarles de cuanto le expongo. Creo conveniente que
se dirija, igualmente, a los miembros de la Unión Pan-Americana. Soy, como siempre, su affmo,
amigo, (fdo.) J. M. Cabral y Báez.
Señor Licdo. Armando Pérez Perdomo, E.E. y Ministro Plenipotenciario. Washington, D.C. Señor
Ministro: Sírvase dirigir al Señor Secretario de Estado una comunicación concebida en los térmi-
nos siguientes: Honorable Robert Lansing, Secretario de Estado. Departamento de Estado. Ho-
norable Señor Secretario: Un empleado de la Legación Americana en Santo Domingo puso en
manos del Presidente Henríquez, el miércoles 29 de noviembre último en la tarde, un pliego
suscrito por el Sr. Capitán H. S. Knapp, quien actúa por autoridad y mandato del Gobierno Ame-
ricano, contentivo de una proclama en la cual se declara y se anuncia que la República Domini-
cana queda puesta en estado de ocupación militar, y sujeta a un Gobierno Militar y a la Ley Mi-
litar. Con tal motivo, mi Gobierno me ordena notificar al Gobierno de los EE. UU., por el digno
órgano de Ud., lo siguiente: 1º. Que el Gobierno de la República Dominicana no tiene ahora ni ha
tenido nunca la intención de dejar incumplidas las obligaciones que le impone la Convención
Domínico-Americana del 8 de febrero de 1907, cuya clausula III constituye el motivo del primer
Considerando de la antedicha Proclama, y cuyas prescripciones relativas al pago de los intereses
y a la amortización de la deuda que ella garantiza, se han cumplido, a pesar de los frecuentes
disturbios ocurridos en el país en estos último años. 2º. Que el Gobierno Dominicano no tiene
interés en buscar excusas a ninguno de los malos procedimientos políticos y administrativos que
engendraron en la República una situación poco satisfactoria, como la actual, y ha dado, desde

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO  |  Volumen V  |  HISTORIA

la llegada del Dr. Henríquez a la Presidencia, repetidas y evidentes pruebas de que, rigurosa-
mente adscrito al cumplimiento de las leyes, condena aquellos errores y ha buscado, por medio
de un estudio sagaz y prolijo, el modo de corregirlos con cabal conocimiento de las causas que
los originaron; pero sostiene que, aun cuando es innegable que a consecuencia de los disturbios
políticos de los últimos cinco años, el Gobierno Dominicano incurrió en gastos consiguientes a la
represión de esas revoluciones y establecimiento del orden y de la paz, y esos gastos dieron ori-
gen a la creación de una deuda distinta de la que la Convención de 1907 tuvo por objeto principal
garantizar; e innegable también: a) que una parte de aquella deuda a que alude el Considerando
2º., de la Proclama, ha venido pagándose puntualmente como le consta al Gobierno Norteameri-
cano, sin afectar en nada el servicio de ésta, y así, por el mismo método podría pagarse el resto;
b) que aquella clase de deuda es involuntaria por su origen, como lo sería la que se derivara de
calamidades públicas inesperadas, y no pudo ser aludida cuando se estipuló la cláusula III de
dicha Convención, pues el objeto específico prohibido por esta cláusula es a juicio del Gobierno
Dominicano la creación de deudas contractuales o provenientes de empréstitos; y c) que persis-
tiendo sobre este punto una divergencia de criterios entre las Altas partes que suscribieron la
Convención de 1907, lo natural habría sido encomendar su solución, como lo desea el Gobierno
Dominicano, a un tribunal de arbitraje; pero nunca, en estricta equidad y justicia ser resuelto por
autoridad de una sola de las partes con la subyugación absoluta de la otra. 3º. Que si bien es
cierto que el Gobierno de los Estados Unidos le ha indicado al Gobierno de la República Domi-
nicana la necesidad de adoptar ciertas medidas que, según asegura el 4º. Considerando de la
Proclama, este Gobierno no ha querido o no ha podido aceptar; también lo es que la condición
de esas medidas hizo que el Gobierno Dominicano no quisiera ni pudiera aceptarlas; pues ten-
diendo ellas a que, antes de estudiarse y discutirse todas las diferencias y de abarcar su solución
en un Tratado que hubiera de someterse a la aprobación del Senado, se comprometiera el Presi-
dente Henríquez a promulgar, por Decreto o Resolución Ejecutiva, un Modus Vivendi que, ope-
rando sin necesidad de aprobación legislativa, atribuyese a individuos designados por el Presi-
dente de los EE. UU. el manejo y la disposición absoluta de todas las rentas así como de todas las
fuerzas armadas de la Rep. Dominicana, sin límite y sin responsabilidad ante el pueblo de ella;
aun cuando las hubiese considerado buenas, por tener fe en la competencia y en la honorabili-
dad de los empleados que hubiera de designar el Presidente de los Estados Unidos, no habría
podido, sin embargo, aceptarlas el Presidente de la República Dominicana sin violar la Constitu-
ción y las leyes que ha jurado cumplir y hacer cumplir. 4º. Que ha sido admirable la tranquilidad
del pueblo dominicano desde que se inauguró el Gobierno del Presidente Henríquez, tanto más
admirable cuanto más se reflexione sobre las excepcionales condiciones que han prevalecido
desde entonces en el país, puesto que el Gobierno ha existido sin Hacienda y sin Ejército, y era
un gran incentivo para el desacato y la revuelta el no reconocimiento del Gobierno por parte del
de los Estados Unidos. Que si, no obstante ese hecho, el Gobierno Americano ha insistido en creer
que aun no está asegurada la tranquilidad ni, por tanto, la futura observancia, por el Gobierno
Dominicano, del antes dicho Tratado, por lo cual cree el Gobierno Americano que ha llegado el
momento de tomar tan graves medidas como son la ocupación militar, el establecimiento de un
Gobierno Militar y la promulgación del ejercicio de la Ley Militar (Considerandos 5o. y 6o.); no
puede desconocerse que el Gobierno Dominicano ha mostrado en las numerosas entrevistas cele-
bradas con el Honorable Ministro Russell y el Señor Contralmirante Pond, el más vehemente deseo
de evitar para siempre la posibilidad de aquellos males y de llegar a un acuerdo sincero con el
Gobierno Norteamericano sobre la base de recíproca conveniencia para ambos pueblos, y lamenta
que la Cancillería Americana rechazara sin discutir las contraproposiciones presentadas a la Lega-
ción Americana en septiembre y en octubre últimos, las cuales fundaban la no repetición de los
disturbios políticos y del desorden administrativo en la reforma de las defectuosas leyes que los
generaron o estimularon, en un control efectivo, pero racional, de nuestra Hacienda, y en una or-
ganización científica, pero no humillante para el decoro nacional, de nuestras fuerzas armadas, en
lugar de confiar el orden a sólo la acción coercitiva y represiva de una Hacienda regida y de una
fuerza armada comandada, sin traba alguna, por jefes desligados de toda responsabilidad. 5º. Y
como las medidas tomadas por el Capitán H. S. Knapp, por autoridad y mandato del Gobierno de

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antonio hoepelman y juan a. senior  | documentos históricos

los Estados Unidos tienden a suprimir de hecho, aunque sólo fuere temporalmente, el Gobierno
Dominicano, y a destruir de un solo golpe el derecho inenajenable del pueblo dominicano de regir
sus propios destinos, libre de la imposición de fuerzas extrañas y de leyes votadas y promulgadas
sin su consentimiento, así como las garantías de vida y de libertad consignadas en nuestra Consti-
tución Política; y por cuanto tales medidas están en contradicción con la Doctrina del Panamerica-
nismo, complemento natural y lógico de la Doctrina de Monroe, las cuales preservan a todo Estado
de la América no sólo contra la agresión de cualquier Potencia extraña al Continente Americano,
sino también de todo exceso o violencia de cualquiera Estado Americano, y especialmente de los
Estados Unidos de América, proclamadores y sustentadores principales de tales doctrinas; en
nombre de estas y en defensa del derecho de libertad, independencia y soberanía del Estado de la
República Dominicana, hago por este acto la más formal protesta contra las medidas tomadas res-
pecto de ellas por el Gobierno de los Estados Unidos, y reserva de todo derecho en beneficio del
Gobierno y del Pueblo Dominicanos. Aprovecho la oportunidad para reiterarle las seguridades,
etc., etc. Le saluda atentamente, (fdo.) J. M. Cabral y Báez, Secretario de Estado de Relaciones Exte-
riores”. (Santo Domingo, diciembre 4, 1916).
Santo Domingo, diciembre 6 de 1916. Señor Armando Pérez Perdomo, E.E. y Ministro Plenipo-
tenciario de la República Dominicana. Washington. Mi estimado amigo: Bajo este sobre le remito
las instrucciones necesarias para que Ud. formule una protesta y la consiguiente reserva de de-
rechos ante el Departamento de Estado americano, en nombre del gobierno de la República Do-
minicana. Esta protesta es preciso que sea escrita, pues lo esencial es que haya constancia de ella.
Envío copia de la misma a nuestras Legaciones en París, Haití, Venezuela y Cuba, con encargo de
que den conocimiento de dicha protesta a los gobiernos respectivos ante los cuales están acredi-
tados. La ocupación militar ha suprimido, por medio de la fuerza, al gobierno dominicano. Este,
aunque perfectamente constitucional, tiene que disolverse, ante la imposibilidad de continuar
actuando como tal gobierno. El Dr. Henríquez embarca mañana para Cuba, por la vía de Puerto
Rico, y los que figuramos a su lado como Secretarios de Estado nos retiraremos a nuestros hoga-
res. Estoy haciendo, sin embargo, hasta el último momento, todo lo que está a mi alcance. Pongo,
pues, en su conocimiento que, de hecho, el gobierno no pueda subsistir, aunque jurídicamente
nadie ha podido despojarlo de su condición de gobierno constitucional y legítimo del pueblo
dominicano. A Ud. encomendamos el último paso que es necesario dar, o sea la protesta ante el
Departamento. Cumplido este deber, nuestra misión, por el momento, ha terminado. El País está
tranquilo. Salvo un ligero conflicto, ya solucionado, en San Francisco de Macorís la paz no se ha
alterado. Soy Su affmo. amigo, (fdo.) J. M. Cabral y Báez.
J. M. Cabral y Báez

Página Final
No podían los autores del presente volumen cerrarlo sin hacer perdurable en esta página
final, su más vivo reconocimiento a cuantas personas les ayudaron en la publicación del
mismo, ya prestando el concurso de su colaboración, o ya alentándonos para acometer la
ardua y costosa tarea que la preparación de un libro como este representa.
Muy especialmente cumplen un agradable deber haciendo testimonio de gratitud al Sr.
Arturo Pellerano Sardá, Sub-Director del importante periódico Listín Diario, el más caracte-
rizado vocero de la defensa nacional, por todo el material que aportara, autorizando a los
autores a hacer uso de todas las notas taquigráficas de las declaraciones que fueron hechas
por ante la Comisión Senatorial Americana y que fueron publicadas en su Diario.
Para la importante casa editora de la Sra. Da. J. R. Viuda García, expresan también frases
de reconocimiento por las facilidades y buen cuidado que puso en la impresión y prepa-
ración de este volumen, que los autores esperan será acogido y favorecido por el pueblo
dominicano.

967
Semblanza de Julio D. Postigo,
editor de la Colección
Pensamiento Dominicano
Don Julio Postigo, prominente hombre público
dominicano del siglo XX. Ejerció durante su
dilatada existencia labores como librero, editor
y pastor evangélico. Nació en San Pedro de
Macorís el 11 de febrero de 1904.
Desde joven fue designado como encargado
de la pequeña librería evangélica que se abrió en
la ciudad de Santo Domingo, y en 1937, la Junta
para el Servicio Cristiano en Santo Domingo lo
designó como gerente de la Librería Dominica-
Julio D. Postigo Arias. na, que don Julio, en pocos años, transformó
Foto: Cortesía del Reverendo en un importante Centro Cultural donde se
Hernán González Roca.
organizaban tertulias, recitales y conferencias,
así como exposiciones de libros nacionales y
extranjeros, principalmente latinoamericanos.
En 1938 la Junta Oficial de la Iglesia Evan-
gélica Dominicana designa a don Julio, Miem-
bro Honorario, y en 1946 se le nombra Miembro
Permanente.
En 1946 la Librería Dominicana comienza
a publicar la Colección Estudios, dedicada a
servir de material de lectura para estudiantes,
a quienes, además, se les permitía leer, estudiar
y copiar gratuitamente un fondo bibliográfico
puesto a su disposición en los salones de la
librería, donde también se había habilitado una
sala de lectura.
En 1949 comienza a editarse la Colección
Pensamiento Dominicano, que en un primer
momento se compone de Antologías, como
aquella de Narraciones dominicanas, de Manuel
de Jesús Troncoso de la Concha, los poemas de
Domingo Moreno Jimenes, de la obra de don
Américo Lugo, y la Antología poética dominicana,
del crítico Pedro René Contín Aybar, entre otras
notables selecciones bibliográficas.

969
Don Julio Postigo fue un permanente promotor del libro dominicano. En efecto, fue
designado como delegado dominicano ante la Conferencia Evangélica Latinoamericana,
en Buenos Aires, Argentina, y aprovechó la ocasión para montar una exposición de libros
dominicanos en esa ciudad, en colaboración con la Embajada Dominicana. Fue, además,
el pionero de las ferias del libro en el país. En 1950, a sugerencia suya, se instituye el 23 de
abril como el Día del Libro, en honor a Miguel de Cervantes Saavedra. Un año después
se realizó la primera Feria Nacional del Libro, en el Parque Colón y en las arcadas del
Palacio Consistorial.
En 1951, don Julio Postigo propone la creación del premio Pedro Henríquez Ureña al
mejor libro del año, y los libreros aportan los RD$500.00 de su primera dotación. El jurado
escoge como ganadoras las obras: La Isla de la Tortuga, de Manuel Arturo Peña Batlle, y
El problema de la fundamentación de una lógica pura, de Andrés Avelino.
En 1954, el Gobierno Dominicano lo designa como Comisionado para Europa, con el
propósito de promover y organizar una gran exposición de libros, dentro de la progra-
mación de la Feria de la Paz en 1955.
La Gran Logia de la República Dominicana lo nombra, en 1957, Miembro Vitalicio. En
1960 se le designa como regidor de la ciudad Capital. Llega a ser, en 1962, Vicepresidente
del Ayuntamiento de la capital dominicana. Fue, además, a partir de 1963, presidente del
Consejo de Directores del Instituto Cultural Domínico-Americano, del Club Rotario, de
la Alianza para el Progreso y de la Asociación Cristiana de Jóvenes.
En 1965, don Julio Postigo fue designado como miembro del Gobierno de Reconstruc-
ción Nacional, pero presenta renuncia posteriormente, en comunicación pública dirigida
al General Antonio Imbert Barreras.
Fue jubilado en 1966, después de 29 años de regencia, por la Junta de Directores de la
Librería Dominicana, y funda la Librería La Hispaniola. Posteriormente, en 1972, adquiere
la propiedad de la Librería Dominicana, y al año siguiente reinaugura el local.
Don Julio fue miembro de la Sociedad Dominicana de Geografía, de las Aldeas In-
fantiles de la República Dominicana, de la Comisión de la Feria Nacional del Libro, del
Patronato Contra la Diabetes, del Círculo de Coleccionistas y de la Asociación Domini-
cana de Rehabilitación.
La Secretaría de Estado de Educación le otorga un diploma de reconocimiento en
1982, y el año siguiente es reconocido por organismos internacionales, como la UNESCO
y el CERLALC. En 1985, la Universidad APEC le otorga un Doctorado Honoris Causa
en Ciencias de la Educación.
En la década de los noventa, recibe el premio Caonabo de Oro de la Asociación de
Periodistas y Escritores; el Ayuntamiento de Santo Domingo lo designa como Munícipe
Distinguido y la Universidad Evangélica Dominicana le concede un Doctorado Honoris
Causa en Ministerios.
Falleció a la edad de 92 años, el 21 de julio de 1996, en la ciudad de Santo Domingo.

970
Frank Moya Pons
Frank Moya Pons es el más leído de los histo-
riadores dominicanos. Autor de más de veinte
libros de historia dominicana y del Caribe, ha
editado también más de cuarenta obras sobre
asuntos económicos, sociales y ambientales.
Ha sido profesor de Historia Latinoamericana
en la Universidad de Columbia, en Nueva York;
de Historia del Caribe en la Universidad de
Florida, en Gainesville, Florida; y de Historia
Dominicana en la Universidad Católica Madre
y Maestra, en Santiago de los Caballeros.
Moya Pons es un activo conferencista invitado
por reconocidos centros de enseñanza e
investigación en los Estados Unidos, América
Latina y Europa.
Entre sus obras más recientes se destacan:
Historia del Caribe: Azúcar y Plantaciones en
el Mundo Atlántico (2008); El Ciclón de San
Zenón y la “Patria Nueva” (2007); Los Restos de
Colón: Bibliografía (2006); Atlas de los Recursos
Naturales de la República Dominicana (2004);
Mapa en Relieve de la República Dominicana
(2003); y The Dominican Republic: A National
History (1998), esta última basada en su clásico
Manual de Historia Dominicana, editado por
primera vez en 1977, el cual alcanza ya catorce
ediciones.
Actualmente concluye una monumental
Bibliografía de la Historia Dominicana que será
publicada en tres volúmenes por la Academia
Dominicana de la Historia.

971
Colección Pensamiento Dominicano
1. Narraciones dominicanas. Ml. de Js. Troncoso de la Concha. 215 páginas. 1971. (Sexta edición). ✓
2. Américo Lugo: Antología I. Vetilio Alfau Durán. 191 páginas. 1949.
3. Domingo Moreno Jimenes. Flérida de Nolasco. 194 páginas. 1970. (Tercera edición). ✓
4. Pedro Henríquez Ureña: Antología. Max Henríquez Ureña. 169 páginas. 1950. ✓
5. Emiliano Tejera: Antología. Manuel Arturo Peña Batlle. 221 páginas. 1951.
6. F. García Godoy: Antología. Joaquín Balaguer. 223 páginas. 1951. ✓
7. Franklin Mieses Burgos. Freddy Gatón Arce. 162 páginas. 1952. ✓
8. Juan Antonio Alix I. Joaquín Balaguer. 208 páginas. 1953. ✓
9. Juan Antonio Alix II. Joaquín Balaguer. 195 páginas. 1961. (Segunda edición). ✓
10. La sangre. Tulio M. Cestero. 231 páginas. 1955.
11. El Problema de los Territorios Independientes. Enrique de Marchena. 244 páginas. 1956.
12. El cuento en Santo Domingo I. Sócrates Nolasco. 205 páginas. 1957. ✓
13. El cuento en Santo Domingo II. Sócrates Nolasco. 225 páginas. 1957. ✓
14. La Trinitaria blanca. Manuel Rueda. 188 páginas. 1957. ✓
15. El arte de nuestro tiempo. Manuel Valldeperes. 182 páginas. 1957. ✓
16. El candado. J. M. Sanz Lajara. 160 páginas. 1959. ✓
17. El pozo muerto. Héctor Incháustegui. 201 páginas. 1960. ✓
18. Narraciones y Tradiciones. E. O. Garrido Puello. 119 páginas. 1960. ✓
19. Poesías Escogidas. Salomé Ureña de Henríquez. 189 páginas. 1960. ✓
20. Engracia y Antoñita. Francisco Gregorio Billini. 353 páginas. 1962.
21. Judas, El Buen Ladrón. Marcio Veloz Maggiolo. 174 páginas. 1962.
22. La Independencia Efímera. Max Henríquez Ureña. 207 páginas. 1962.
23. Cuentos Escritos en el Exilio. Juan Bosch. 236 páginas. 1968. (Segunda edición). ✓
24. Moral Social. Eugenio María de Hostos. 253 páginas. 1962. ✓
25. David, Biografía de un Rey. Juan Bosch. 215 páginas. 1963. ✓
26. Over. Ramón Marrero Aristy. 225 páginas. 1970.
27. La Huelga Obrera. José E. García Aybar. 284 páginas. 1963.
28. Cuentos de Política Criolla. E. Rodríguez Demorizi. 244 páginas. 1977. ✓
29. Guanuma. F. García Godoy. 269 páginas. 1963.
30. Páginas Dominicanas. Eugenio María de Hostos. 279 páginas. 1963. ✓
31. Resumen de Historia Patria. Bernardo Pichardo. 388 páginas. 1964. (Cuarta edición).
32. Más Cuentos Escritos en el Exilio. Juan Bosch. 287 páginas. 1964. (Segunda edición). ✓
33. Panorama Histórico de la Literatura Dominicana I. Max Henríquez Ureña. 272 páginas. 1965. ✓
34. Panorama Histórico de la Literatura Dominicana II. Max Henríquez Ureña. 185 páginas. 1966. (Segunda edición). ✓
35. Los Negros y la Esclavitud en Santo Domingo. Carlos Larrazábal Blanco. 202 páginas. 1967.
36. La Mañosa: La Novela de las Revoluciones. Juan Bosch. 172 páginas. 1966. (Tercera edición).
37. El Cristo de la Libertad: Vida de Juan Pablo Duarte. Joaquín Balaguer. 216 páginas. 1966. (Tercera edición). ✓
38. Crónica de Altocerro. Virgilio Díaz Grullón. 110 páginas. 1966. ✓
39. Obras Escogidas. Manuel Arturo Peña Batlle. 242 páginas. 1968.
40. Estudios de Historia Política Dominicana. Pedro Troncoso Sánchez. 175 páginas. 1968.
41. El Montero: Novela de Costumbres. Prefacio de Rodríguez Demorizi. 115 páginas. 1968.
42. Tradiciones y Cuentos Dominicanos. Emilio Rodríguez Demorizi. 276 páginas. 1969. ✓
43. Poesía Dominicana. P. R. Contín Aybar. 216 páginas. 1969. ✓
44. Enriquillo: Leyenda Histórica Dominicana (1503-1538). Manuel de Jesús Galván. 491 páginas. 1970.
45. Rebelión de Bahoruco. Manuel Arturo Peña Batlle. 261 páginas. 1970.
46. Reminiscencias y Evocaciones. Enrique Apolinar Henríquez. 303 páginas. 1970. ✓
47. El Centinela de La Frontera: Vida y hazañas de Antonio Duvergé. Joaquín Balaguer. 202 páginas. 1970. ✓
48. Música y Baile en Santo Domingo. Emilio Rodríguez Demorizi. 227 páginas. 1971. ✓
49. Pintura y Escultura en Santo Domingo. Emilio Rodríguez Demorizi. 264 páginas. 1972. ✓
50. Autobiografía. Heriberto Pieter. 215 páginas. 1972. ✓
51. Documentos Históricos. Antonio Hoepelman y Juan A. Senior. 374 páginas. 1973.
52. Mis Bodas de Oro con la Medicina. Arturo Damirón Ricart. 207 páginas. 1974. ✓
53. Monseñor de Meriño Íntimo. Amelia Francasci. 300 páginas. 1975. ✓
54. Frases Dominicanas. Emilio Rodríguez Demorizi. 160 páginas. 1980.
Las obras resaltadas en negritas son las que incluye este volumen. Las señaladas con el símbolo “✓” han sido publicadas en los
volúmenes I, II, III y IV.
Esta obra
Historia
VOLUMEN V
de la
Colección Pensamiento Dominicano
reeditada por el Banco de Reservas de la República Dominicana
y la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.,
terminó de imprimirse en el mes de noviembre de 2009,
en los talleres de Amigo del Hogar,
Santo Domingo, Ciudad Primada de América,
República Dominicana.

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