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Jesús camina sobre el agua

Ivan Konstantinovich Aivazovsky (1817-1900)


Obra de 1888
Lienzo pintado en aceite.
Museo estatal de San Petersburgo
Nacido en Teodosia, en Crimea, en 1817, Ivan Konstantinovich
Aivazovsky fue uno de los pintores rusos más importantes de la época del
romanticismo (Siglo XIX), conocido por sus magistrales composiciones
del mar y por su legado de más de 6000 pinturas; esta escena de Jesús
caminando sobre el agua fue plasmada varias veces y de formas diversas.
La obra “Cristo camina sobre el agua”, pertenece a la parte de su obra
inspirada en las secuencias del Evangelio de Mateo. Una composición
monumental con una escena dramática de la aparición de Cristo frente a
los apóstoles, en el mar embravecido. El dramatismo de la escena se logra
por el paisaje marino que se funde con el cielo oscuro, la angustia de los
apóstoles al remar y un Pedro que se hunde en el agua, pero extiende sus
manos al Salvador, además de los fuertes contrastes y juegos de luces que
realzan aún más la impresión. Cristo emergiendo de las tinieblas y
trayendo una nueva luz que cae sobre la superficie del agua enfatizando la
idea de la presencia divina. El movimiento de las olas se representa de
manera muy naturalista, enfatiza la asombrosa realidad de la situación y
crea el efecto de presencia para la audiencia.
La figura de Cristo como centro semántico y compositivo de la obra,
Aivazovsky la elaboró ​con mucho cuidado. La cara, las manos, los
pliegues de la ropa, el movimiento de los pies se representa con el mayor
detalle posible utilizando también una amplia paleta de colores, en
contraste con los otros rostro más oscuros y menos detallados; así el autor
logra mostrar lo principal y ocultar detalles menores.
Esa misma luz que emana de Cristo puede iluminar nuestra vida a
veces abatida por la tormenta en la cual podemos encontrar al Señor, pero
sobre todo aprovechar para madurar en la fe. Cuando hay peligro,
amenazas, o pruebas, tenemos una oportunidad grande para fortalecer la fe
que no es otra cosa que creer más en la gracia, que no se puede ver, que en
las cosas aterradoras que se pueden ver. Significa fijar la mirada en el amo
del viento y de las olas aun cuando sentimos el rostro salpicado.

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