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El documento discute las responsabilidades y desafíos actuales de la historia como disciplina. Señala que la historia debe abordar las realidades sociales como las economías e instituciones, en lugar de enfocarse únicamente en eventos y figuras individuales. También destaca la influencia positiva de otras ciencias sociales en el desarrollo de la historia. Finalmente, enfatiza la necesidad de considerar tanto los movimientos sociales profundos como las experiencias individuales únicas.
El documento discute las responsabilidades y desafíos actuales de la historia como disciplina. Señala que la historia debe abordar las realidades sociales como las economías e instituciones, en lugar de enfocarse únicamente en eventos y figuras individuales. También destaca la influencia positiva de otras ciencias sociales en el desarrollo de la historia. Finalmente, enfatiza la necesidad de considerar tanto los movimientos sociales profundos como las experiencias individuales únicas.
El documento discute las responsabilidades y desafíos actuales de la historia como disciplina. Señala que la historia debe abordar las realidades sociales como las economías e instituciones, en lugar de enfocarse únicamente en eventos y figuras individuales. También destaca la influencia positiva de otras ciencias sociales en el desarrollo de la historia. Finalmente, enfatiza la necesidad de considerar tanto los movimientos sociales profundos como las experiencias individuales únicas.
1.LAS RESPONSABILIDADES DE LA HISTORIA La historia se encuentra, hoy, ante responsabilidades temibles pero al mismo tiempo exaltantes. Sin duda, porque siempre ha dependido, en su ser y en sus transformaciones, de condiciones sociales concretas. «La historia es hija de su tiempo.» Su preocupación es, pues, la misma que pesa sobre nuestros corazones y nuestros espíritus. Y si sus métodos, sus programas, sus respuestas ayer más rigurosas y más seguras, y sus conceptos fallan todos a la vez, es bajo el peso de nuestras reflexiones, de nuestro trabajo, y, más aún, de nuestras experiencias vividas. En el curso de los últimos cuarenta años, han sido particularmente crueles para todos los hombres; nos han lanzado con violencia hacia lo más profundo de nosotros mismos y, allende, hacia el destino del conjunto de los hombres, es decir, hacia los problemas cruciales de la historia. Ocasión ésta par apiadarnos, sufrir, pensar, volver a poner todo forzosamente, en tela de juicio. El problema de la historia no se sitúa entre pintor y cuadro, ni siquiera —audacia que hubiera sido considerada excesiva— entre cuadro y paisaje, sino más bien en el paisaje mismo, en el corazón de la vida. 1. La historia se nos presenta, al igual que la vida misma, como un espectáculo fugaz, móvil, formado por la trama de problemas intrincadamente mezclados y que puede revestir, sucesivamente, multitud de aspectos diversos y contradictorios. Esta vida compleja, ¿cómo abordarla y cómo fragmentarla a fin de aprehender algo? Numerosas tentativas podrían desalentarnos de antemano.
La vida, la historia del mundo, todas las historias particulares se nos
presentan bajo la forma de una serie de acontecimientos: entiéndase, de actos siempre dramáticos y breves. Una batalla, un encuentro de hombres de Estado, un importante discurso, una carta fundamental, son instantáneas de la historia. 1. Hay que abordar, en sí mismas y para sí mismas, las realidades sociales. Entiendo por realidades sociales todas las formas amplias de la vida colectiva: las economías, las instituciones, las arquitecturas sociales y, por último (y sobre todo), las civilizaciones; realidades todas ellas que los historiadores de ayer no han, ciertamente, ignorado, pero que, salvo excepcionales precursores, han considerado con excesiva frecuencia como tela de fondo, dispuesta tan sólo para explicar —o como si se quisiera explicar— las obras de individuos excepcionales, en torno a quienes se mueve el historiador con soltura. Entendámonos: no existe un tiempo social de una sola y simple colada, sino un tiempo social susceptible de mil velocidades, de mil lentitudes, tiempo que no tiene prácticamente nada que ver con el tiempo periodístico de la crónica y de la historia tradicional. Creo, por tanto, en la realidad de una historia particularmente lenta de las civilizaciones, entendida en sus profundidades abismales, en sus rasgos estructurales y geográficos. Cierto, las civilizaciones son mortales en sus floreceres más exquisitos; cierto, resplandecen y después se apagan para volver a florecer bajo otras formas. No es posible una historia nueva sin la enorme puesta al día de una documentación que responda a estos problemas. Dudo incluso que el habitual trabajo artesanal del historiador esté a la medida de nuestras ambiciones actuales. La historia ha sido arrastrada a estas orillas quizá peligrosas por la propia vida. Ya lo he dicho: la vida es nuestra escuela. Pero sus lecciones no sólo las ha escuchado la historia; y, tras comprenderlas, no sólo la historia ha sacado sus consecuencias.
En realidad, la historia se ha beneficiado, ante todo, del empuje
victorioso de las jóvenes ciencias humanas, más sensibles aun que ella a las coyunturas del presente.
Hemos asistido, desde hace unos cincuenta años, al nacimiento,
renacimiento o florecimiento de una serie de ciencias humanas, imperialistas; y, a cada vez, su desarrollo ha significado para nosotros, los historiadores, tropiezos, complicaciones y, más tarde, inapreciables enriquecimientos. Quizá sea la historia la mayor beneficiaría de estos recientes progresos. «Mientras que los historiadores aplican a los documentos del pasado sus viejos métodos consagrados, hombres cada vez más numerosos dedican con entusiasmo su actividad al estudio de las sociedades y de las economías contemporáneas... Esto sería inmejorable, claro está, si cada cual, en la práctica de una especialización legítima, en el cultivo laborioso de su jardín, se esforzara, no obstante, en mantenerse al corriente de la labor del vecino. Pero los muros son tan altos que muy a menudo impiden ver. Y, sin embargo, ¡ cuántas sugestiones inapreciables respecto del método y de la interpretación de los hechos, qué enriquecimientos culturales, qué progresos en la intuición surgirían entre los diferentes grupos gracias a intercambios intelectuales más frecuentes! El porvenir de la historia... depende de estos intercambios, como también de la correcta intelección de los hechos que mañana serán historia. Contra estos temibles cismas pretendemos levantarnos...» Todos somos conscientes del peligro que entraña una historia social: olvidar, en beneficio de la contemplación de los movimientos profundos de la vida de los hombres, a cada hombre bregando con su propia vida, con su propio destino; olvidar, negar quizá, lo que en cada individuo hay de irreemplazable. Porque impugnar el papel considerable que se ha querido atribuir a algunos hombres abusivos en la génesis de la historia no equivale ciertamente a negar la grandeza del individuo considerado como tal, ni el interés que en un hombre pueda despertar el destino de otro hombre.