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Descripción de la lección.
En una ocasión el emir de Bujará se estaba muriendo y los médicos que lo atendían no
sabían que hacer por lo que se decidió llamar a Avicena. A los 18 años ya gozaba de fama
como médico. Al llegar al palacio, el emir, se encontraba con el rostro demacrado, caídos
los párpados, estaba acostado en el centro de la estancia. De vez en cuando, entreabría los
ojos. A su cabecera estaban su médico personal, dignatarios inmóviles, el jurisconsulto, así
como el visir. El médico sirio del emir le relató a Avicena que el mal había comenzado
hacía más de un mes. El paciente se despertó quejándose de violentos cólicos y ardor de
estómago. También sufría de detención del tránsito intestinal y vómitos de color negruzco.
Se le habían prescrito laxantes y sangrías sin éxito. Entonces sucedió algo muy
desconcertante. Todos los síntomas desaparecieron de pronto, como por arte de magia.
Pensamos incluso que la enfermedad había cedido por la misericordia de Alá. Pero,
lamentablemente, unos días más tarde, el ciclo recomenzó: dolores, ardores, detención del
tránsito intestinal, diarreas espontáneas y vómitos. Avicena se retiró a un rincón de la
estancia para meditar.
Enseguida, preguntó ¿Alguien puede decirme en qué bebe el emir? La respuesta fue, en una copa,
por supuesto, y volvió a interrogar: ¿De qué clase? De terracota le fue contestado y realizó un
nuevo cuestionamiento ¿Puedo ver una? De inmediato un sirviente le trajo una. Posteriormente
Avicena examinó los labios del soberano y notó un ribete en ellos. De la concurrencia se elevaron
confusos murmullos.
¡Intoxicación por plomo! Así es, agregó el médico. La pintura en la copa contiene plomo y eso lo
ha enfermado.
Y propuso un tratamiento: Hay que aplicar cada hora compresas calientes en el estómago.
Luego, preparar una mezcla compuesta por extractos de belladona, de beleño, de tebaína y miel,
eso formará una pasta, deja que se endurezca y el enfermo deberá asimilarla por vía rectal. Dos
veces al día. Naturalmente, el soberano no deberá utilizar nunca más esas copas.
El emir recuperó su salud y le ofreció a Avicena grandes riquezas como recompensa. El médico le
dijo que no le interesaban. Sólo quería la autorización para trabajar en la Biblioteca real, la cual
sólo se le concedía a los notables. ¡Si yo pudiera también trabajaría allí, sería para mí más valioso
que mil monedas de oro!
Introducción al tema.