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SISTEMAS INQUISITIVO Y
ACUSATORIO
En la historia del Derecho Penal y Procesal Penal, se registran dos sistemas importantes: el
Acusatorio y el Inquisitivo, que, con el trascurso del tiempo, sufrieron notables
modificaciones. De la integración de estos se ha derivado otros sistemas mixtos. En el Perú, el
Código Procesal Penal de 1991 y el de 2004 consagran el modelo acusatorio
de procedimiento penal.
I. EL SISTEMA INQUISITIVO
El sistema inquisitivo es el tipo proceso penal en el cual las funciones de acusación y de
enjuiciamiento se encuentran reunidas en una sola persona (el juez), frente a la cual
el individuo está en una posición de inferioridad.
La palabra inquisición deriva del verbo latino “inquirir” que significa averiguar, preguntar,
indagar. La utilización de este sistema es propio de los regímenes despóticos, absolutistas y
totalitarios, y tiene sus orígenes en la Roma imperial y el Derecho Canónico.
Como sostiene Tomás y Valiente, «…la Inquisición no era un islote en su sociedad, sino
que descansaba en los mismos principios y utilizaba las mismas instituciones jurídicas que
el Derecho Penal ordinario. Dicho de un modo más directo: la Inquisición perseguía y
juzgaba a herejes, blasfemos o bígamos con el mismo tipo de proceso penal con que
cualquier juez o tribunal de la misma época perseguía y enjuiciaba a ladrones, traidores u
homicidas».
A juicio del mismo autor, este proceso inquisitivo adopta las siguientes características
esenciales: el juez no sólo juzga, investiga los hechos, dirige la indagación, busca
culpables, acumula pruebas contra ellos. Predomina el secreto; durante toda la
investigación el reo ignora qué cargos existen contra ellos, suelen estar encarcelados y sin
comunicación con nadie, no saben de qué delitos se los supone autores y por consiguiente
se halla en este sentido enteramente indefenso hasta la apertura del juicio o segunda fase
del proceso, la estructura formal del proceso colocaba, pues, al reo en una clara situación
de inferioridad y permitía que a lo largo de la fase sumaria, inquisitiva o secreta se
construyese contra él una firme presunción de culpabilidad. La confesión de culpabilidad
era considerada como prueba plena, como la reina de las pruebas. Si el presunto culpable
no confesaba su culpa voluntariamente, se podía someterlo a tormento.
Veamos cómo se introdujo en el Perú el proceso inquisitivo a través del Tribunal del Santo
Oficio.
El Tribunal del Santo Oficio en el Perú
Gobernaba el Perú en nombre de Felipe II, el virrey Francisco de Toledo, cuando llegó a Lima,
el 9 de enero de 1570, el licenciado Serván de Cerezuela, portador de la Real Cédula
fundacional del Tribunal del Santo Oficio. La Real Cédula estaba así concebida:
«…[el] Cardenal de Sigüenza, presidente de nuestro consejo, inquisidor apostólico general en
nuestros reinos y señoríos, con acuerdo de nuestro consejo de la general inquisición y
consultando con nos, entendiendo ser muy necesario y conveniente para el aumento y
conservación de nuestra santa fe católica y religión cristiana poner y asentar en esas provincias
el Santo Oficio, de la Inquisición, lo ha ordenado y proveído así…en Madrid a 7 de febrero de
1569».
El Tribunal del Santo Oficio no demoró mucho en emitir su primer auto de fe. El domingo 15 de
noviembre de 1573 tuvo lugar el primero en la plaza mayor. Fueron sentenciados en él seis reos
y arrojado a las llamas Mateo Salade, un ciudadano francés, acusado de herejía.
Se considera que tres eran los géneros de tormento en la fase de investigación que regularmente
usaba la inquisición: el de la garrucha, el del potro y el del fuego.
Para el tormento de garrucha o polea se colgaba en el techo un instrumento de este nombre,
pasando por él una gruesa soga. Cogían después al reo y dejándole en paños menores le ponían
los grillos, y mientras el acusado estaba atado era interrogado. Era más severa la medida si el
delito del que se le acusaba era más grave.
En el tormento del potro, por su parte, se acostaba al acusado boca arriba sobre un caballete o
banco de madera, con los pies, las manos y la cabeza atados para impedir su movimiento.
Entonces le hacían tomar algunos litros de agua, echándosela poco a poco sobre una cinta que le
introducían en la boca para así generar una sensación de ahogo.
Pero la medida probablemente más cruel, era la del tormento por fuego. Consistía dicha medida en
poner cebo en los pies de reo o bañarlo con manteca de cerdo y obligarlo a caminar sobre un
brasero bien encendido. La duración de los tormentos, por bula de Paulo III, no podía ser mayor a
una hora; sin embargo, dicha medida no se cumplía. Se extendía el tiempo siempre con la finalidad
de conseguir una confesión.
Todas estas medidas, y aun más crueles, se adoptaban durante el procesamiento, que más que un
proceso de cognición y evaluación probatoria, meramente consistía en forzar la confesión por
medio de procedimientos de tortura.
Dentro de las diversas penas impuestas por este tribunal se encontraba la de morir en el brasero.
Fue sentenciado a morir de esta forma el comerciante Manuel Bautista Pérez, acusado de ser judío
y de venerar a una logia masónica; con él sufrieron la misma pena ricos comerciantes como
Antonio Vega, Antonio Espinosa, Juan Rodríguez Silva, Diego López de Fonseca, Juan Acevedo,
Luis de Lima, Rodrigo Vaez Pereyra, Sebastián Duarte, Tomás Cuaresma y el cirujano Francisco
Maldonado, entre otros.
Otra pena común era la de los azotes. Así, por ejemplo, cuando gobernaba el Marqués de Mansera
Pedro Toledo y Leyva, celebró la Inquisición un auto privado el 17 de noviembre de 1641, en el
que se condenó a catorce portugueses por ser judíos.
Por su parte, Melchor de Aranívar, natural del Cuzco y de oficio sastre, fue acusado y condenado
por “realizar un pacto con Satanás”. A este señor le hicieron crujir los huesos en la polea y luego
fue hecho prisionero.
El proceso era secreto. Así lo establecía el “Extracto de instrucción” recopilado en 1750 por
Miguel Román de Aulestia, secretario del Secreto del Santo Oficio de Lima, un extracto que
guardaba las normas a seguir para procesar en las causas de fe. Por ejemplo, se establecía que no se
nombre a la persona denunciada al testigo que lo incriminaba. «Lo de nombrar la persona
denunciada al testigo, se dice no se haga, por muchos inconvenientes que pueden, y suelen resultar,
y así no lo deben hacer los Comisarios sin orden del Tribunal, porque se podría errar».
La pena si se faltaba al “secreto” propio de estos procesos, era elevada: «Que tiene obligación
de denunciar al Ministro que faltare al secreto. Y así mismo se le advierte so pena de
Excomunión mayor, y de la dicha pena de suspensión, o privación de oficio, que si supiere, o
entendiere, que cualquiera persona que sirve en el Santo Oficio, quebrantare en cualquiera
manera el secreto directa, o indirectamente, lo manifestará secretamente a este Tribunal, porque
así conviene».
Este sistema tiene como esencia una discusión entre dos partes opuestas, que es resuelta por el Juez.
El nombre del sistema se justifica por la importancia que en aquel adquiere la acusación, pues ella
resulta indispensable para que se inicie el proceso. Y ello debido a que el acusado debe conocer
detalladamente los hechos por los cuales se le somete a juicio. A diferencia del sistema inquisitivo, en
que las funciones de acusación y enjuiciamiento se encuentran concentradas en una misma persona
representante del poder estatal, en el sistema acusatorio no podía darse el proceso penal sin la
presencia de un ciudadano que actuaba como representante de la sociedad ofendida por el delito.
Además, se reconoce el derecho de defensa, en primer lugar personal y después por medio de abogado.
Antecedentes
Históricamente fue el primero en aparecer. Tuvo prevalencia en el siglo XIII, en que fue sustituido por
el sistema inquisitivo.
Egipto: Ya se hablaba de la necesidad de una justicia, y de que el juez fuera imparcial y "escuchara".
Babilonia: Reglas para llevar a una persona a juicio. Se castigaba las acusaciones caprichosas. El
Código de Hamurabi es considerado como el primer Código Penal.
La crítica al sistema inquisitivo tuvo sus orígenes también en cambios políticos, porque si el sistema
inquisitivo seguía perviviendo era debido a que la forma de gobierno era el absolutismo. Es así que al
cambiarse la forma de gobierno, también se cambió la forma de enjuiciamiento penal.
La Revolución Francesa propició la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I
República, con lo que se pudo poner fin al antiguo régimen monárquico. Ello trajo consigo la reforma
en el sistema de enjuiciamiento, y su objetivo fue volver a las formas acusatorias antiguas, como la
vivida en Roma en su segundo momento, pero adecuándolas a las necesidades de la época.
Los postulados de la Revolución Francesa generaron una conciencia crítica frente a
todo lo que venía de la vieja sociedad feudal. En el derecho penal, y sobre todo en el
enjuiciamiento criminal, tuvieron roles protagónicos la Ilustración (marca definitoria
de la época moderna caracterizada por el imperio de la razón y el cuestionamiento de
todo aquello que se le oponga) y el proceso de reformas. Se puso de relieve
la dignidad del ser humano, con lo cual se configura un proceso penal en observancia
de principios como la publicidad, la oralidad, la libertad en la defensa y el
juzgamiento por jurados.
Este sistema reclama la exclusividad del Estado para la persecución del delito. Ello se
complementa con la concepción de que el individuo, por virtud de su dignidad, debía
tener protegidos sus derechos, como límite a este poder estatal de persecución.
Por ello, se identifican dos etapas en este proceso penal: primero la etapa de
instrucción, que es la de investigación y acusación del delito, y la segunda basada en
la oralidad y la publicidad, conocida como juicio oral. La función de acusar (etapa de
instrucción) corresponde a una autoridad (fiscal) distinta de la que tiene la función de
juzgar (juez penal).
Para Montesquieu, el procedimiento penal debía representar todas las garantías de las
libertades: la defensa del imputado, repudio a la tortura, simpatía abierta por los
tribunales populares, certeza para condenar reflejada en la alabanza a la prueba legal o
tasada, y creación del Ministerio Público como órgano de persecución penal.
El proceso penal inglés es también una notoria influencia en el sistema acusatorio. Formado
generalmente por reglas no escritas, se divide en dos fases, una de persecución (prosecution,
investigación se diría en español, que se desarrolla en la fase preparatoria o encuesta
preliminar preliminary inquiry), y otra de acusación (arraigment), en la vista oral o juicio. Pues
bien, en este proceso, la investigación se deja en manos de la Policía, que si ve elementos
suficientes para someter a juicio a una persona, lo solicita así al Juez formulando la imputación.
Cuando la Europa continental contempla el modelo inglés y decide cambiar el órgano competente
para desarrollar la instrucción, lo hace pensando en una parte muy importante, en que dicho
modelo sí es realmente acusatorio, y que mantener al Juez como órgano instructor es una
manifestación inquisitiva.
A ambos funcionarios les corresponde garantizar la eficacia del proceso, así como la
vigencia irrestricta de los derechos fundamentales del acusado y la víctima.
EL PROCESO PENAL EN EL PERÚ
Durante este periodo, sin embargo, aparecieron algunos decretos que regulaban algunas
penas inusuales:
“Pena por jugar”. Se consideraba que el juego era un delito porque atacaba a la “moral
pública” y arruinaba a las familias. Se castigaba penalmente a los que fueran
sorprendidos en el acto de jugar o justificaban el hacerlo, con un mes de arresto en la
cárcel pública o en un cuartel según su clase. Los reincidentes eran enviados al servicio
de las armas en clase de soldados durante la guerra [Decreto, 03/01/1822].
“Pena por tener un libro obsceno”. El Gobierno Provisorio de 1825 (con Bolívar como
supremo mando) consideraba que ante el tráfico de libros contrarios a la tranquilidad
pública, debía optar por una posición fuerte. Ya anteriormente, por Decreto del 31 de
octubre de 1821 (en tiempos del Protectorado), se había prohibido la introducción de
libros obscenos con láminas o sin ellas, como contrarios a la moral pública a la
educación de la juventud, bajo de la pena de la total pérdida de ellos para ser quemados
por mano del verdugo. Posteriormente, por decreto de 1825, en atención al artículo 9 de
la Constitución de 1823, que consagraba como deber de la nación proteger
constantemente la religión, y de todo habitante del Estado de respetarla
permanentemente, se estableció que resultaba inconciliable la protección de libros
impíos que la atacaban o sembraban, a juicio de los legisladores, “máximas subversivas
del orden social”. En esa línea, el decreto de 1825 manifestaba lo siguiente: «Se
prohíben los libros, cuyo principal objeto es atacar directamente la religión del estado, y
moral pública…» y sometió dichas infracciones a las mismas penas descritas en el
decreto de 1821. [Decreto 3/08/1825].
“Pena de palos”. En el gobierno del mariscal José de La Mar, hacia 1827, el Congreso
General Constituyente consideró que la pena correccional de palos introducida en el
ejército era bárbara e infamante, pues habían muerto muchos a quienes se les habían
aplicado, y además propia de los españoles que la habían practicado en la guerra de
Independencia. En rechazo a dicha medida represora, decretó el Congreso General
Constituyente: «…prohibida en el ejército y armada la pena de palos, no conociéndose
otras que las de ordenanza». [Decreto, 04/09/1827]. «Si de los palos resulta muerte, será
el contraventor juzgado como asesino». [Decreto, 04/09/1827].
Pasados algunos años los decretos ya no eran suficientes. Ante la evidente necesidad de
promulgar un Código penal propio se dieron varios intentos de tener una codificación:
Un primer intento se dio hacia 1825, año en el que Simón Bolívar encargó la
elaboración del Proyecto de Código Penal a una Comisión presidida por Manuel
Lorenzo Vidaurre. El Proyecto de Código Penal se presentó ante el Congreso Nacional
en 1828.
Vidaurre proponía en dicho proyecto una serie de remedios (curiosos) para evitar la
comisión de delitos, entre los que destacaba impedir el lujo; extirpar los juegos de
suerte; privar al ebrio de los derechos de ciudadanía, entre otros. Aun cuando ya no
existía este tipo de cargos, Vidaurre proponía los delitos de majestad; regulaba también
delitos contra la religión: el blasfemo jurador por costumbre debía ser privado de sus
derechos de ciudadanía; el que enseñara doctrinas como el ateísmo o el materialismo
podía llegar a ser expatriado.
Cabe comentar que el Proyecto de Código Penal regulaba, tempranamente, como delito
la violencia contra la mujer, aunque, contradictoriamente, establecía que el que
violentaba a una mujer virgen tendría que contraer matrimonio con ella.