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El conocido como tormento del agua era uno de los más imaginativos.
Su utilidad era tal que, en la actualidad, algunas agencias de
inteligencia lo siguen utilizando. Contaba con varias versiones, pero la
más básica consistía en tumbar a la víctima sobre una mesa, atarle
las manos y los pies, taparle las fosas nasales (en la mayoría
de los casos) y, finalmente, introducirle una pieza de metal en
la boca para evitar que la cerrase bruscamente. A continuación, y tal
y como señala Muñoz en su obra, se le metían «ocho cuartos de
líquido» por el gaznate. La sensación de ahogamiento era insoportable
y, en muchas ocasiones, hacía que la víctima se quedase inconsciente.
«La muerte usualmente ocurría por distensión o ruptura del
estómago», comenta el autor español.
Con el paso de los años, esta tortura se fue perfeccionando hasta el
punto de lograr una sensación totalmente horrible en la víctima. Esta
se lograba, principalmente, introduciendo un trapo de lino hasta su
garganta y echando agua a través de él. «El agua se filtraba gota a gota
a través del húmedo lienzo, y a medida que se introducía en la
garganta y en las fosas nasales, la víctima, cuya respiración era a cada
instante más difícil, hacía esfuerzos por tragar aquella agua y aspirar
un poco de aire. Más a cada uno de sus esfuerzos que imprimían a su
cuerpo, una convulsión dolorosa [aparecía]», explican Feréal y
otros autores en «Misterios de la Inquisicion de España». El
sufrimiento se medía acorde al número de jarros del líquido elemento
que se introducían entre pecho y espalda de la víctima.
Uno de las muertes más crueles por este método se sucedió a finales
del siglo XVI, como bien señala Muñoz: «Uno de los muchos casos
registrados por la Inquisición en 1598 estuvo relacionado a un
hombre que fue acusado de ser un hombre lobo y poseído por un
demonio. El verdugo vació un volumen de agua tan grande en la
garganta de la víctima, que su barriga se expandió y se puso
dura poco antes de que muriera». El último tipo de «tormento
del agua» consistía en hacer lo mismo, pero en una escalera sobre la
que se ponía al preso boca abajo.
En pleno 2015, la CIA sigue utilizando una tortura similar a esta,
aunque es llamada « ahogamiento simulado» y se lleva a cabo
tumbando al preso en una mesa, vendándole los ojos (tras sujetarle
manos y pies) y, finalmente, arrojándole agua al interior de la boca y
la nariz. Aunque parezca un acto inocente es sumamente cruel, pues
-al no ver nada- el cerebro sufre una sensación de ahogamiento y
claustrofobia similar a la que se produciría bajo el líquido elemento.
El organismo suele responder con convulsiones y temblores. Según
el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, se usó contra los
presos de Guantánamo durante años. Además, es una técnica de
interrogatorio que las fuerzas especiales americanas deben aprender a
eludir antes de ser enviadas a territorio enemigo.
4-La pera vaginal, oral o anal
Este castigo era uno de los más crueles, aunque se sospecha que no
llegó a utilizarse de forma tan usual como el potro debido a su
severidad. Para llevar a cabo la tortura de la «doncella de hierro» se
introducía al preso en un sarcófago con forma humana con dos
puertas. Este artilugio contaba con varios pinchos metálicos en su
interior que, cuando se cerraba el ataúd, se introducían en la carne del
reo. Curiosamente, y en contra de lo que se cree, estas «agujas»
gigantescas no acababan con su vida, aunque le causaban un dolor
increíble y hacían que se desangrase poco a poco. Pero eso sí, no le
atravesaban de lado a lado, como se muestra en algunas películas.
A su vez, era algo precario como elemento para lograr que los herejes
confesaran, pues no había forma de aumentar progresivamente el
dolor que causaba. «Había pocos sarcófagos y en realidad estaban
pensados para infundir terror. Cualquiera de las torturas
precedentes, aunque de apariencia más modesta, permitía una
aplicación de intensidad variable, según las necesidades, mientras que
la doncella no permitía graduaciones», señala el autor de «La
Inquisición, el lado oscuro de la Iglesia».
Tal y como explicamos en ABC en 2012, la primera ejecución con este
método se sucedió el 14 de agosto de 1515, y la víctima fue un
falsificador. «Las puntas afiladísimas le penetraban en los brazos, en
las piernas, en la barriga y en el pecho, y en la vejiga y en la raíz del
miembro, y en los ojos y en los hombros y en las nalgas, pero no tanto
como para matarlo, y aseí permaneció haciendo un gran griterío y
lamento durante dos días, después de los cuales murió», explica el
autor alemán del S.XIX Gustav Freytag. Según se cree, Erzsébet
Báthory, la «condesa sangrienta» (una mujer acusada de asesinar a
cientos de personas por creer que así podría obtener la belleza eterna)
era una de las asesinas que -durante el siglo XVII- más disfrutaba
usando este artilugio con aquellas chicas que capturaba y aniquilaba.
8-La sierra