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Sobre el comienzo de la vida y el proceso de humanización

“¿Estás segura de que ese chico te conviene, nena? Es tan feo... Y yo no le veo ningún futuro”,
dijo mamá Sapiens. “¡Es mi vida, ma!”, contestó la hija pero, como siempre, mamá tenía razón:
el joven Neanderthal de quien se había enamorado la nena no tenía futuro evolutivo, y no se
trataba sólo de la vida de ella sino del destino de la humanidad que, gracias a esa y otras
chicas atrevidas, integró en su genoma a esos primos extinguidos. Se estima que la mayoría
de las personas tiene hasta un tres por ciento de genes Neanderthal (salvo los de ascendencia
estrictamente africana, ya que la hibridación se produjo fuera de ese continente). Estos genes
habrían tenido valor adaptativo para climas fríos, en los que los Neanderthal vivieron durante
250.000 años. También, en contrapartida, podrían generar más susceptibilidad a enfermedades
como la diabetes. La constatación de que, entre ellos y nosotros, hubo deseo se anota en el
actual criterio de considerar a los Neanderthal como humanos y examinar su peripecia y su
extinción a partir de las ciencias que estudian la conducta humana. Hoy los científicos
muestran pudor de designar a nuestra especie como Homo sapiens y suelen recurrir al más
discreto “humanos modernos”.

Pedro Lipcovich, “El Neanderthal que todo humano lleva dentro”.

Seres vivos se encuentran en casi cualquier lugar de la superficie de la tierra;


hasta en los quirófanos más limpios hay bacterias microscópicas. Pero ¿cómo
apareció esta vida por primera vez? O quizás, lo más apropiado sea decir en qué
momentos, y nunca de manera lineal y unívoca, estamos en presencia de vida.

El largo proceso evolutivo

Hace 5.000 millones de años la vida en la tierra era imposible por su elevada
temperatura. Al enfriarse quedó cubierta de aguas, enorme estanque de
compuestos químicos simples. 500 millones de años después se forman allí las
primeras moléculas simples; la energía es gratuita y abundante: los rayos
ultravioletas del sol.

Pasaron otros 500 millones de años, y la suma de átomos de carbono


provenientes quizás de la atmósfera (¿dióxido de carbono?) más la energía
proporcionada por el sol permitieron la aparición de moléculas más complejas.
Doscientos millones de años después, o sea hace 3.800 millones de años,
aparecen las moléculas autorreplicantes (ADN, siglas del ácido
desoxirribonucleico), que se pueden reproducir. Es otro momento fundante en el
proceso de la vida.

Hace 2.000 millones de años, las tierras emergidas siguieron siendo sometidas
a una gran actividad sísmica. Además, el dióxido de carbono hace la atmósfera
irrespirable. Recién hace 1.200 millones de años el dióxido de carbono de la
atmósfera descendió a los niveles actuales. Pasarían otros 200 millones de años
para que las células ya adquirieran chalecos químicos protectores (membrana)
y presentaran el núcleo separado. Desde hace unos 700 millones de años,
algunas de estas células “viven mejor en colonias”, y se formaron así los
primeros organismos multicelulares. En los siguientes 130 millones de años,
múltiples organismos complejos comenzaron a llenar los mares de formas de
vida diferentes.

Comienza la gran aventura

Hace tan sólo 450 millones de años las primeras formas de vida emergieron
tímidamente del mar, la mayoría de las veces por casualidad: el oleaje, una
tormenta, una playa baja; las primeras plantas simples, capaces de sobrevivir en
difíciles condiciones, que se constituirían en una rica fuente de alimento para los
primeros animales terrestres, que aparecieron hace 400 millones de años. Para
resaltar: se estima en 200 millones las especies diferentes que han existido en
este largo proceso evolutivo. De ellas, sólo el uno por ciento vive actualmente, o
sea dos millones de especies, sólo sobreviven las que mejor se adaptan a las
nuevas circunstancias que, en diferentes momentos, a través de los millones de
años transcurridos les va presentando el ambiente. Se subraya: no las mejores,
sino las que mejor se adaptan frente a un nuevo desafío. Comparando a
cucarachas con dinosaurios, es fácil entender que no es el “mejor” ni el
más grande el que necesariamente sobrevive.

Ya en períodos relativamente recientes, hace apenas 250 millones de años, el


oxígeno en la atmósfera alcanzó los niveles actuales, y la tierra se cubrió de una
vegetación cada vez más exuberante. Poco después, comienza el período de los
dinosaurios (carnívoros, herbívoros, voladores). Los primeros mamíferos
aparecieron en plena época de los dinosaurios, hace 140 millones de años. Hace
65 millones de años desaparecieron los dinosaurios (hay diversas teorías al
respecto) y avanzó el desarrollo y proliferación de los mamíferos, al encontrarse
libres de sus principales depredadores. Dentro de esta familia se encuentran los
primates y dentro de estos se separó un subgrupo, los primates superiores.

Hace 50 millones de años, de esos primates superiores se desglosó una familia:


los hominoideos, que iniciaron su propia evolución. Hace 37 millones de años se
separaron del grupo los gorilas y los gibones. 25 millones de años atrás, la familia
de los chimpancés se separó del tronco común, quedando solos en su propio
proceso evolutivo, desde ese momento, la familia de los homínidos (Cabe acotar
que los chimpancés conservan un 98 por ciento de ADN similar a los humanos).
Desde entonces, los homínidos conformaron una unidad diferenciada del resto
de sus parientes, siguiendo su línea evolutiva dentro del mismo patrón genético
del ser humano actual (según su ADN).

En los próximos 25 millones de años esos homínidos tendrían tiempo suficiente


para ir adaptándose a los distintos desafíos que le irían planteando los ambientes
en que vivían: perder la cola, adquirir posición bípeda, aumentar su capacidad
craneana y, finalmente, dar el gran salto: hacer cultura.
¿Qué onda la paleoantropología? Lo que nos dicen las muñecas de
Lucy1. En los huesos de Lucy, la niña mimada de la paleoantropología,
encontramos evidencias de ese proceso evolutivo que más tarde o más
temprano nos constituye como humanidad. Desde que el antropólogo Don
Johanson lo encontrara en Etiopía en 1973, el esqueleto de esta
Australopithecus afarensis no deja de ser noticia. Primero fue su pelvis, después
sus piernas, y ahora sus muñecas. Pero en este último caso, los huesos de Lucy
revelan un secreto muy antiguo que hasta ahora estuvo muy bien guardado. Si
bien Lucy y su pandilla eran bípedos de pies a cabeza, sus antepasados se
movían como los chimpancés. Ahora, ¿por qué las muñecas de Lucy nunca le
llamaron la atención a nadie? Muy simple: Lucy demostró que hace más de tres
millones de años los homínidos ya habían estrenado su nueva (y exclusiva)
forma de andar por la vida. Es lógico, entonces, que los paleantropólogos se
hayan fascinado con su cintura y sus piernas y no hayan reparado en sus manos.
Porque además, Lucy no usaba sus manos para caminar. Para ella eran como
nuestras muelas de juicio o nuestro “huesito dulce”: vestigios de estructuras que
fueron imprescindibles allá lejos y hace tiempo, pero que hoy son tan útiles como
un cenicero en una moto. Entusiasmado con el descubrimiento se empezaron a
analizar las manos de otros homínidos primitivos, y se encontró que el
Australopithecus anamensis, un contemporáneo de Lucy que vivió en Kenia,
tenía las muñecas iguales a las de su pariente.

La estrategia de bipedalismo

No es tan sencillo encontrar un punto de partida en la relación comida-evolución,


pero la aparición del bipedalismo tendría mucho que ver. A diferencia del resto
de los primates de la actualidad (entre ellos, los chimpancés, que son, como
dijimos, nuestros parientes vivos más cercanos), el Homo sapiens es una
especie bípeda. Y lo mismo podemos decir de otros homínidos (la familia de
primates bípedos que incluye al ser humano) que nos precedieron, aunque no
hayan sido nuestros ancestros directos. En este rubro, y tal como lo demuestra
el registro fósil africano, los pioneros parecen haber sido los integrantes de la
primitiva familia de los Australopithecus (a la que perteneció la famosa “Lucy”),
que se remonta a hace más de 4 millones de años. No está del todo claro por
qué apareció esta nueva forma de andar, pero hay algunas hipótesis bastante
interesantes. Hay quienes dicen, por ejemplo, que el cambio permitió una mejor
regulación de la temperatura corporal. Otros creen que esa nueva postura liberó
a los brazos, para cargar mejor a los hijos y juntar alimentos. Y hay otra posible

1
Ese fue el nombre que le dieron a los restos encontrados ya que, en el momento del hallazgo, el equipo
de paleoantropólogos estaba escuchando la canción de los Beatles “Lucy, en el cielo con diamantes”.
explicación por la cual el bipedalismo evolucionó exitosamente porque es mucho
más “barato” energéticamente para el cuerpo que el cuadripedalismo,
especialmente al ritmo de caminata. Y ése no es un detalle menor: la relación
entre la energía adquirida y la energía gastada por un organismo es crucial para
la supervivencia y la reproducción de su especie. Un balance positivo entre una
y otra es una regla de oro de la selección natural para seguir adelante en la
evolución.

Pero hay quienes no se quedan en esta suerte de economía evolutiva, sino que
van aún más lejos, destacando el rol fundamental de los cambios en la
alimentación como una fuerza motriz –y paralela– de la evolución de la
humanidad. Una fuerza que no sólo estaría vinculada a la aparición del
bipedalismo, sino también a otros aspectos interrelacionados: el cambio de clima
que estaba sufriendo África en aquellos lejanos tiempos, el acelerado
crecimiento del cerebro del Homo erectus, y su éxodo fuera del continente. Una
amalgama de factores cruzados que vale la pena analizar.

Cambio climático y alimentos

Distintos estudios geológicos sugieren que África comenzó a sufrir importantes


cambios climáticos hace unos 5 millones de años. Y uno de los resultados más
notables fue una creciente tendencia hacia la sequía en buena parte del
continente. En consecuencia, muchas selvas frondosas y húmedas, repletas de
grandes árboles, arbustos y robustas plantas –que habían sido el hogar de
nuestros antepasados– dieron lugar a bosques más abiertos o simples prados.
En estas condiciones, los homínidos más primitivos tuvieron que recorrer
mayores distancias para obtener sus típicos alimentos: tallos, hojas y frutos
(quizás hasta 10 kilómetros diarios, si se tienen en cuenta las rutinas de algunos
grupos de cazadores y recolectores africanos de la actualidad). La marcha
bípeda parece haber sido una muy buena elección, especialmente porque
ahorraba preciosas calorías. Los simios, como los gorilas y los chimpancés,
continuaron su evolución en espesos bosques donde no tenían la necesidad de
andar demasiado para calmar su apetito. Eso explicaría, en parte, la insistencia
de nuestros primos en el cuadripedalismo hasta el día de hoy.

Crecimiento del cerebro

Hasta aquí, la protagonista de esta historia era la gran familia de los


Australopithecus. Pero hace alrededor de 2,5 millones de años, una nueva rama
de homínidos –que descendía de aquéllos– comenzó a perfilarse. El clan de los
Homo presentaba una postura más erguida, cerebros bastante más grandes y
una cualidad inédita: fueron los primeros habitantes del planeta que construyeron
y manejaron herramientas. En sólo 300 mil años, entre 2,3 y 2 millones de años
atrás, los Homo erectus pasaron de tener un cerebro de 600 cm3 a uno de 900
cm3. ¿Es mucho, es poco? Es bastante menos que el de un Homo sapiens, pero
bastante más que el de cualquier simio de la actualidad. Pero lo más interesante
del caso es la relativa velocidad de ese aumento: en comparación, los mucho
más primitivos Australopithecus, en sus distintas variedades, sólo habían
conseguido saltar de un cerebro de 400 cm3 a uno de 500 cm3 en un lapso de
más de 2 millones de años (entre hace unos 4 y 2 millones de años), un período
siete veces más largo y mucho menos relevante desde el punto de vista cerebral.

Pero todo tiene un costo. Y aquí volvemos al hilo conductor de esta historia: un
cerebro más grande necesita más energía para funcionar. Más calorías, más
nutrientes: en definitiva, más comida. O mejor comida. Según una estimación, el
cerebro de un Homo erectus necesitaba unas 250 kilocalorías diarias,
prácticamente el doble que el consumo de un Australopithecus. La pregunta sale
sola: ¿cómo es posible que hayan evolucionado exitosamente cerebros tan
costosos energéticamente? Y ni hablar de los cerebros de los Neanderthal, o los
nuestros, que consumen cerca del 25 por ciento de los requerimientos calóricos
diarios.

El giro hacia la carne

Cómo y por qué la evolución les dio vía libre a los grandes y voraces cerebros
humanos no está del todo claro. Pero una cosa es segura: el cerebro de los
Homo erectus jamás podría haber crecido tanto si, a la par, ese crecimiento no
hubiese sido acompañado por un aumento en la ingesta de comidas con un
mayor contenido de calorías y proteínas. Y eso, al menos en parte, incluye a la
carne y a otros alimentos de origen animal (como la leche, los huevos o la médula
de los huesos). No hay otra manera sencilla de obtener calorías en gran
cantidad. Los números hablan: un bife de 200 gramos aporta aproximadamente
400 kilocalorías, mientras que una porción de frutas del mismo peso, la cuarta o
quinta parte. Y algunas verduras o plantas, como las que comían nuestros más
lejanos ancestros, bastante menos que eso.

La carne es rica en proteínas y calorías. Y su incorporación gradual a la dieta


humana fue un giro decisivo en la evolución. Algunos estudios revelan que los
actuales grupos humanos de cazadores y recolectores –en África o América del
Sur– obtienen hasta el 60 por ciento de su energía dietaria de alimentos de
origen animal (carne, principalmente, y leche). Son resultados que nos pueden
dar una pauta medianamente razonable de lo que ocurría con aquellos Homo
erectus africanos.

Pistas en los fósiles

El registro fósil fortalece estas ideas: a medida que los homínidos fueron
ganando materia gris, su dieta creció en calorías y aumentó la ingestión de
alimentos de origen animal. Los restos fósiles de Australopithecus (de entre 4 y
2 millones de años) presentan características que nos hablan de una dieta casi
exclusivamente vegetariana: caras redondeadas, mandíbulas muy fuertes –en
las que se encajaban poderosos músculos para la masticación– y enormes
molares cubiertos de grueso esmalte. Sus cráneos eran máquinas para masticar
y triturar las hojas y los tallos de plantas duras y fibrosas (vale la pena aclarar
que esto no significa que aquellas criaturas nunca comieran carne, sino que lo
hacían muy de vez en cuando, como ocurre hoy en día con los chimpancés). Por
su parte, el diseño craneal de los primeros Homo erectus era más fino, con caras
más pequeñas, dientes más pequeños, mandíbulas no tan robustas y músculos
no tan potentes. Y eso que sus cuerpos eran bastante más grandes (medían, en
promedio, 1,60 metro contra 1,40 de los Australopithecus). Estos rasgos de los
erectus delatan, entre otras cosas, un cambio hacia dietas mixtas, con menos
comida vegetal, y más comida animal.

Buscando comida fuera de África

Acompañando el crecimiento y las necesidades de sus cerebros, el Homo


erectus se encaminó definitivamente hacia dietas con más calorías. Y el cambio
ambiental siguió jugando a la par: la continua desecación del paisaje africano
limitó la cantidad de comida vegetal disponible. Y mientras que los
Australopithecus adquirieron especializaciones anatómicas que les permitieron
subsistir con lo que había (podían masticar plantas duras), los erectus adoptaron
otra estrategia: la expansión de los prados llevó a una relativa abundancia de
gacelas, antílopes y otros mamíferos que se alimentan de pasturas. Eran una
fuente de comida para quien pudiera aprovecharla. Y los que lo aprovecharon
fueron, precisamente, ellos. Y así inauguraron una nueva práctica sociocultural:
la de la caza. Es lo que se desprende del registro fósil y arqueológico: en los
lugares que alguna vez fueron habitados por grupos de Homo erectus, se han
encontrado grandes cantidades de huesos de animales, algunos con marcas de
cortes hechos con herramientas de piedra. Lo que siguió fue un encadenamiento
de hechos: los cerebros más grandes requerían más calorías, y también daban
lugar a comportamientos cada vez más complejos (como la construcción de
herramientas de piedra para cortar la carne y los huesos de sus presas, o la
organización en grupos), los que, a su vez, dieron lugar a nuevas y mejores
estrategias de alimentación, que a su vez fomentaron el desarrollo del cerebro.

Al respecto, la complejización del trabajo que llevó a tareas colectivas 2, el


desarrollo del cerebro, el caminar erguido, la liberación de las manos y la

2
La fabricación de embarcaciones reconoce una antigüedad de 800.000 años.
fabricación de herramientas, la conservación del fuego3 y el lenguaje articulado4,
se conjugan para dar lugar al pensamiento abstracto, ejemplificado en la
construcción de refugios artificiales que señalan la consciencia de un “adentro”
y un “afuera”5.

Pero hay más. La comida también habría jugado un papel clave en otro hito de
la gran historia humana: el éxodo del Homo erectus fuera de África. Por regla
general, los carnívoros necesitan espacios más grandes que los herbívoros de
similar tamaño, porque disponen de menos calorías totales por unidad de
superficie. Quizás por eso, hace alrededor de 1,8 millón de años, algunos grupos
de Homo erectus comenzaron a salir de su tierra natal para buscar comida en
otras partes. Así, aquellos humanos primitivos fueron los primeros pobladores de
Asia.

“Una de las clásicas imágenes de ese tiempo estaría en jaque: al parecer, la


fabricación de herramientas de piedra no era solo cosa de hombres, al menos
eso es lo que sugiere una reciente investigación en una antigua tribu africana.
Se trata de los Konso, que viven al sur de Etiopía y son una de las pocas culturas
que todavía fabrican y utilizan cuchillas de piedra. Los Konsos son agricultores y
también trabajan el metal e incluso el plástico, pero por tradición y durabilidad
siguen trabajando la piedra. Para muchos y muchas los Konsos son una imagen
viva de nuestros ancestros de hace cientos de miles de años. Y por eso resulta
llamativo que de los 119 trabajadores de la piedra estudiados en esta tribu, el
75% fuesen mujeres. Las mujeres dominan a la perfección el proceso de
fabricación de herramientas. Los estudios muestran claramente que no hay
ninguna razón para pensar que las mujeres estuviesen excluidas de este tipo de
tareas en esos tiempos.6”

Paradoja evolutiva

Desde entonces, la relación entre la evolución humana y la comida siguió


fortaleciéndose. Y eso incluye a las especies de homínidos más recientes. Los
Neanderthal, vivieron en Europa y Medio Oriente durante más de 150 mil años,
enfrentando muchas veces climas extremadamente fríos. Teniendo en cuenta
esta variable, su contextura física, mucho más robusta incluso que la nuestra, y
sus grandes cerebros (de unos 1400 cm3), todo indica que debían tener dietas
hipercalóricas que pedían a gritos generosas porciones de alimento animal. De

3
Más allá de su aparición fortuita (ya sea a través de un rayo, calentamiento solar, frotar de piedras,
entre otras) hay evidencias paleoantropológicas que llevan a afirmar que hace un millón de años atrás ya
se habían desarrollado conocimientos y saberes que permitían conservar el fuego.
4
Las evidencias paleoantropológicas indican que hace alrededor de 400.000 años comenzamos a
desarrollar el lenguaje articulado.
5
También acá la evidencia paleoantropológica señala que hace aproximadamente 500.000 años ya se
construían refugios artificiales.
6
De mujeres y herramientas, en Diario Página 12, 2003.
hecho, eran grandes cazadores de mamuts y otras delicadezas por el estilo.
Algunos cálculos indican que los Neanderthal no bajarían de las 4000 kilocalorías
por día (en comparación, un porteño de 70 kilos con una típica vida urbana
necesita, en promedio, unas 2600 a 2800 kilocalorías diarias).

“Sergio Avena –investigador del Conicet, docente en la UBA y en la Universidad


Maimónides– comentó que “la manera de enseñar antropología biológica y
evolución ha cambiado fuertemente desde que, en los últimos años, surgió la
posibilidad de trabajar con ADN antiguo. Esta perspectiva, que hoy es la más
‘caliente’ en paleoantropología, tiene impacto en la reflexión sobre nuestra
identidad: durante bastante tiempo nos pensamos como una especie única, pero
hoy debemos admitir que tenemos algo de Neanderthal. Y también debe cambiar
nuestra perspectiva cultural: se presentaba a los Neanderthal como muy
simiescos, brutos, pero después se fue viendo que enterraban a sus muertos,
incluso que los enterratorios incluían ofrendas. También se encontraron restos
de Neanderthal con fracturas de huesos que imposibilitaban a ese individuo para
valerse por sí mismo, pero las fracturas habían soldado: quiere decir que ese
individuo había seguido vivo, lo cual implica que vivía en un grupo capaz de
cuidar a sus integrantes. Estamos hablando de sentimientos humanos. Y, con
estos nuevos descubrimientos genéticos, la forma de entender el tema cambia
todavía más”7.

En ese sentido, como parte de sus prácticas socioculturales encontramos


tumbas y ritos mortuorios, cocción de la carne, organización en grupos para la
caza, construcción de herramientas y creación y utilización de un pegamento
muy resistente para adherir filosas cuchillas de piedras a los extremos de sus
lanzas. Este pegamento de alrededor de 80 mil años encontrados en lo que hoy
llamamos Alemania era una especie de brea obtenida a partir del calentamiento
de la corteza de pinos y abedules. Esa resina se convierte en brea si se la expone
a temperaturas de 300/400 grados. Esto implica que los Neanderthal obtuvieron
esta brea no por casualidad sino que deben haberla fabricado a propósito y
sabiendo muy bien lo que hacían. Ya que, aún hoy en día, estas sustancias
pueden fabricarse con dispositivos especiales. Lo que revela que estamos frente
a una acción consciente y bien estudiada, probablemente fruto de la experiencia.
La historia del “pegamento a la Neanderthal” parece fortalecer aún más una
sospecha creciente e inquietante: la brecha intelectual entre ellos y nosotros no
era tan grande. O quizás, como dice el epígrafe de este escrito y como sugieren
algunos paleoantropólogos, esa brecha nunca existió.

Además, y desde la aparición de las prácticas socioculturales de la agricultura y


la ganadería, la cocina, y actualmente con la manipulación genética de especies
vegetales y animales, nuestra especie ha venido optimizando la alimentación,
aumentando su contenido proteico, vitamínico y también calórico. Al mismo

7
El Neanderthal que todo humano lleva dentro, en Diario Página 12 (23/03/2014).
tiempo, esa optimización es a costa de la degradación y sacrificio de
biodiversidades y territorios al privilegiar las prácticas de monoproducción en
detrimento de los conocimientos y saberes comunales al respecto. Pero los
sapiens de hace 20, 50 o 100 mil años llevaban una vida mucho más activa y
“cara” energéticamente: cazaban, pescaban, recolectaban, fabricaban cuchillas
y hachas, y andaban de aquí para allá. Nosotros, con iguales cuerpos y cerebros,
tenemos vidas mucho más sedentarias, y sin embargo, mantenemos una ingesta
similar. Hemos heredado una dieta que no se corresponde con nuestro ritmo de
vida: algunas cuestiones como el simple sobrepeso, la obesidad y otras
enfermedades modernas reflejan ese desajuste.

La comida sigue siendo una práctica sociocultural en el sentido de que nos


alimentamos de nutrientes y de sentidos. En estos tiempos la comida se ha
vuelto un tema, una industria, un conflicto y un modo de vida. ¿Qué comemos?
animales que viven en superficies minúsculas, medicados, estresados,
infectados de bacterias. Frutas y verduras llenas de químicos. Cereales creados
en laboratorios que se ensayan directamente sobre los consumidores. y un
ambiente que ha sido rebasado en sus posibilidades biofísicas y que colapsará
de un momento a otro. La explicación detrás del fenómeno es global: la lógica
de mercado de este sistema patriarcal, capitalista y colonial ha delegado en la
gran industria alimentaria la producción de lo que se lleva a la boca. Su lógica es
una sola: ganar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. No
nutrir, no cuidar, ni siquiera ser saludable: simplemente, maximizar las ganancias
en la lógica de la acumulación capitalista.

Bibliografía

Sánchez, T. La historia de la vida en pocas palabras. Facultad de Cs. Exactas,


Físicas y Naturales, Universidad Nacional de Córdoba, 2009.

Lotersztain, I. Las muñecas de Lucy, en Suplemento Futuro de Página 12, 2000

Ribas, M. Pegamento a la Neanderthal, en Suplemento Futuro de Página 12,


2002

Ribas, M. Evolución y comida, en Suplemento Futuro de Página 12, 2003

Lipcovich, P. El Neanderthal que todo humano lleva dentro, en Página 12 del 23


de abril de 2014.

Área Ciencias Sociales, Políticas y Económicas Diseño Curricular Escuela


Secundaria de Neuquén

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