Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Proceso de Humanización
Proceso de Humanización
“¿Estás segura de que ese chico te conviene, nena? Es tan feo... Y yo no le veo ningún futuro”,
dijo mamá Sapiens. “¡Es mi vida, ma!”, contestó la hija pero, como siempre, mamá tenía razón:
el joven Neanderthal de quien se había enamorado la nena no tenía futuro evolutivo, y no se
trataba sólo de la vida de ella sino del destino de la humanidad que, gracias a esa y otras
chicas atrevidas, integró en su genoma a esos primos extinguidos. Se estima que la mayoría
de las personas tiene hasta un tres por ciento de genes Neanderthal (salvo los de ascendencia
estrictamente africana, ya que la hibridación se produjo fuera de ese continente). Estos genes
habrían tenido valor adaptativo para climas fríos, en los que los Neanderthal vivieron durante
250.000 años. También, en contrapartida, podrían generar más susceptibilidad a enfermedades
como la diabetes. La constatación de que, entre ellos y nosotros, hubo deseo se anota en el
actual criterio de considerar a los Neanderthal como humanos y examinar su peripecia y su
extinción a partir de las ciencias que estudian la conducta humana. Hoy los científicos
muestran pudor de designar a nuestra especie como Homo sapiens y suelen recurrir al más
discreto “humanos modernos”.
Hace 5.000 millones de años la vida en la tierra era imposible por su elevada
temperatura. Al enfriarse quedó cubierta de aguas, enorme estanque de
compuestos químicos simples. 500 millones de años después se forman allí las
primeras moléculas simples; la energía es gratuita y abundante: los rayos
ultravioletas del sol.
Hace 2.000 millones de años, las tierras emergidas siguieron siendo sometidas
a una gran actividad sísmica. Además, el dióxido de carbono hace la atmósfera
irrespirable. Recién hace 1.200 millones de años el dióxido de carbono de la
atmósfera descendió a los niveles actuales. Pasarían otros 200 millones de años
para que las células ya adquirieran chalecos químicos protectores (membrana)
y presentaran el núcleo separado. Desde hace unos 700 millones de años,
algunas de estas células “viven mejor en colonias”, y se formaron así los
primeros organismos multicelulares. En los siguientes 130 millones de años,
múltiples organismos complejos comenzaron a llenar los mares de formas de
vida diferentes.
Hace tan sólo 450 millones de años las primeras formas de vida emergieron
tímidamente del mar, la mayoría de las veces por casualidad: el oleaje, una
tormenta, una playa baja; las primeras plantas simples, capaces de sobrevivir en
difíciles condiciones, que se constituirían en una rica fuente de alimento para los
primeros animales terrestres, que aparecieron hace 400 millones de años. Para
resaltar: se estima en 200 millones las especies diferentes que han existido en
este largo proceso evolutivo. De ellas, sólo el uno por ciento vive actualmente, o
sea dos millones de especies, sólo sobreviven las que mejor se adaptan a las
nuevas circunstancias que, en diferentes momentos, a través de los millones de
años transcurridos les va presentando el ambiente. Se subraya: no las mejores,
sino las que mejor se adaptan frente a un nuevo desafío. Comparando a
cucarachas con dinosaurios, es fácil entender que no es el “mejor” ni el
más grande el que necesariamente sobrevive.
La estrategia de bipedalismo
1
Ese fue el nombre que le dieron a los restos encontrados ya que, en el momento del hallazgo, el equipo
de paleoantropólogos estaba escuchando la canción de los Beatles “Lucy, en el cielo con diamantes”.
explicación por la cual el bipedalismo evolucionó exitosamente porque es mucho
más “barato” energéticamente para el cuerpo que el cuadripedalismo,
especialmente al ritmo de caminata. Y ése no es un detalle menor: la relación
entre la energía adquirida y la energía gastada por un organismo es crucial para
la supervivencia y la reproducción de su especie. Un balance positivo entre una
y otra es una regla de oro de la selección natural para seguir adelante en la
evolución.
Pero hay quienes no se quedan en esta suerte de economía evolutiva, sino que
van aún más lejos, destacando el rol fundamental de los cambios en la
alimentación como una fuerza motriz –y paralela– de la evolución de la
humanidad. Una fuerza que no sólo estaría vinculada a la aparición del
bipedalismo, sino también a otros aspectos interrelacionados: el cambio de clima
que estaba sufriendo África en aquellos lejanos tiempos, el acelerado
crecimiento del cerebro del Homo erectus, y su éxodo fuera del continente. Una
amalgama de factores cruzados que vale la pena analizar.
Pero todo tiene un costo. Y aquí volvemos al hilo conductor de esta historia: un
cerebro más grande necesita más energía para funcionar. Más calorías, más
nutrientes: en definitiva, más comida. O mejor comida. Según una estimación, el
cerebro de un Homo erectus necesitaba unas 250 kilocalorías diarias,
prácticamente el doble que el consumo de un Australopithecus. La pregunta sale
sola: ¿cómo es posible que hayan evolucionado exitosamente cerebros tan
costosos energéticamente? Y ni hablar de los cerebros de los Neanderthal, o los
nuestros, que consumen cerca del 25 por ciento de los requerimientos calóricos
diarios.
Cómo y por qué la evolución les dio vía libre a los grandes y voraces cerebros
humanos no está del todo claro. Pero una cosa es segura: el cerebro de los
Homo erectus jamás podría haber crecido tanto si, a la par, ese crecimiento no
hubiese sido acompañado por un aumento en la ingesta de comidas con un
mayor contenido de calorías y proteínas. Y eso, al menos en parte, incluye a la
carne y a otros alimentos de origen animal (como la leche, los huevos o la médula
de los huesos). No hay otra manera sencilla de obtener calorías en gran
cantidad. Los números hablan: un bife de 200 gramos aporta aproximadamente
400 kilocalorías, mientras que una porción de frutas del mismo peso, la cuarta o
quinta parte. Y algunas verduras o plantas, como las que comían nuestros más
lejanos ancestros, bastante menos que eso.
El registro fósil fortalece estas ideas: a medida que los homínidos fueron
ganando materia gris, su dieta creció en calorías y aumentó la ingestión de
alimentos de origen animal. Los restos fósiles de Australopithecus (de entre 4 y
2 millones de años) presentan características que nos hablan de una dieta casi
exclusivamente vegetariana: caras redondeadas, mandíbulas muy fuertes –en
las que se encajaban poderosos músculos para la masticación– y enormes
molares cubiertos de grueso esmalte. Sus cráneos eran máquinas para masticar
y triturar las hojas y los tallos de plantas duras y fibrosas (vale la pena aclarar
que esto no significa que aquellas criaturas nunca comieran carne, sino que lo
hacían muy de vez en cuando, como ocurre hoy en día con los chimpancés). Por
su parte, el diseño craneal de los primeros Homo erectus era más fino, con caras
más pequeñas, dientes más pequeños, mandíbulas no tan robustas y músculos
no tan potentes. Y eso que sus cuerpos eran bastante más grandes (medían, en
promedio, 1,60 metro contra 1,40 de los Australopithecus). Estos rasgos de los
erectus delatan, entre otras cosas, un cambio hacia dietas mixtas, con menos
comida vegetal, y más comida animal.
2
La fabricación de embarcaciones reconoce una antigüedad de 800.000 años.
fabricación de herramientas, la conservación del fuego3 y el lenguaje articulado4,
se conjugan para dar lugar al pensamiento abstracto, ejemplificado en la
construcción de refugios artificiales que señalan la consciencia de un “adentro”
y un “afuera”5.
Pero hay más. La comida también habría jugado un papel clave en otro hito de
la gran historia humana: el éxodo del Homo erectus fuera de África. Por regla
general, los carnívoros necesitan espacios más grandes que los herbívoros de
similar tamaño, porque disponen de menos calorías totales por unidad de
superficie. Quizás por eso, hace alrededor de 1,8 millón de años, algunos grupos
de Homo erectus comenzaron a salir de su tierra natal para buscar comida en
otras partes. Así, aquellos humanos primitivos fueron los primeros pobladores de
Asia.
Paradoja evolutiva
3
Más allá de su aparición fortuita (ya sea a través de un rayo, calentamiento solar, frotar de piedras,
entre otras) hay evidencias paleoantropológicas que llevan a afirmar que hace un millón de años atrás ya
se habían desarrollado conocimientos y saberes que permitían conservar el fuego.
4
Las evidencias paleoantropológicas indican que hace alrededor de 400.000 años comenzamos a
desarrollar el lenguaje articulado.
5
También acá la evidencia paleoantropológica señala que hace aproximadamente 500.000 años ya se
construían refugios artificiales.
6
De mujeres y herramientas, en Diario Página 12, 2003.
hecho, eran grandes cazadores de mamuts y otras delicadezas por el estilo.
Algunos cálculos indican que los Neanderthal no bajarían de las 4000 kilocalorías
por día (en comparación, un porteño de 70 kilos con una típica vida urbana
necesita, en promedio, unas 2600 a 2800 kilocalorías diarias).
7
El Neanderthal que todo humano lleva dentro, en Diario Página 12 (23/03/2014).
tiempo, esa optimización es a costa de la degradación y sacrificio de
biodiversidades y territorios al privilegiar las prácticas de monoproducción en
detrimento de los conocimientos y saberes comunales al respecto. Pero los
sapiens de hace 20, 50 o 100 mil años llevaban una vida mucho más activa y
“cara” energéticamente: cazaban, pescaban, recolectaban, fabricaban cuchillas
y hachas, y andaban de aquí para allá. Nosotros, con iguales cuerpos y cerebros,
tenemos vidas mucho más sedentarias, y sin embargo, mantenemos una ingesta
similar. Hemos heredado una dieta que no se corresponde con nuestro ritmo de
vida: algunas cuestiones como el simple sobrepeso, la obesidad y otras
enfermedades modernas reflejan ese desajuste.
Bibliografía