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SCHLEMENSON, Silvia (1996) - EL APRENDIZAJE, UN ENCUENTRO DE SENTIDOS - ARTÍCULO
SCHLEMENSON, Silvia (1996) - EL APRENDIZAJE, UN ENCUENTRO DE SENTIDOS - ARTÍCULO
Silvia Schlemenson
El niño que no manifiesta interés por aprender, por enriquecer sus pensamientos y
conocimientos, expresa mediante esta restricción una retracción y un sufrimiento psíquico
empobrecedor, que afecta no solamente la realización de sus tareas escolares sino la
expresión global y potencial de su desarrollo general como individuo.
Esta capacidad se expresa como una de las actividades de mayor complejidad psíquica, en
tanto da cuenta del conjunto de representaciones que el sujeto tiene su relación con el
mundo circundante constituyéndose en una de las funciones psíquicas de mayor
importancia que se complejiza durante toda la infancia.
Cuando el niño nace, la capacidad representativa es inexistente. Para él, en ese momento,
toda la realidad se circunscribe a la de aquellos seres que atienden sus requerimientos de
alimentación y abrigo.
vida. Las relaciones intersubjetivas entre sus miembros son el origen del sentido y el placer
que el sujeto reencuentra en su actividad representativa.
La madre no habla ni asiste al niño sola, sino representando con su voz una multiplicidad
de “otras” voces.
La madre interpreta los requerimientos del niño de acuerdo con sus propios pareceres, con
lo cual la violenta. Ejerce sobre éste una llamada violencia primaria, que actúa como un
ordenador filiante. Con dicha violencia imprime en el niño ejes fundantes de su psiquismo.
Todas las madres inscriben en sus hijos una forma de ser, de comportarse, de amar, de
desear, que potencia aquellos elementos que resultan significativos dentro de esta estructura
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En el caso de los niños adoptados, por ejemplo, quienes trocan los lazos de sangre por los
de filiación, son las madres adoptivas las responsables del establecimiento de una relación
de filiación satisfactoria.
Para estos niños, el interrogante clave “¿de dónde venimos?” tiene una respuesta poco
clara, que suele descompensar fácilmente su estabilidad psíquica.
En mi experiencia terapéutica personal, cuando a estos niños se les ofrece la historia de sus
padres adoptivos como referente de infancia y crecimiento, logran teorizar con un menor
costo psíquico eventuales situaciones de origen desconocidas. Es verdad que los padres
biológicos existen y que con su existencia, por la prohibición de conocerlos, potencian
situaciones de incertidumbre, pero también es verdad que los adoptivos le han ofrecido una
historia, un origen y un lazo de amor que dinamiza el deseo y enriquece la relación con el
medio circundante.
Con el ejemplo de los niños adoptivos he intentado demostrar que el ejercicio de la función
materna no es exclusivo de la madre biológica, sino de aquella persona a cargo de quien se
encuentre el proceso de narcisización del niño. En muchos casos, la abuela, alguna tía, la
madre adoptiva y por qué no el padre del niño, son quienes por distintas razones
ocasionales quedan colocados en el lugar del ejercicio de la función. Dicha función tiene a
su cargo el proceso de humanización e ingreso del niño a la cultura, a través de una oferta
de amor que el niño reproduce a lo largo de su desarrollo.
en que satisface las necesidades del infans con estrategias de amamantamiento y abrigo que
libidinizan el cuerpo del niño.
Es, asimismo, transmisora de cultura, pues a través de dichas estrategias y por otra de su
actividad discursiva imprime modalidades extraídas de su historia libidinal y del grupo
social al que pertenece. La madre es entonces “portavoz” de la cultura en la que está
inscripta.
En relación con el lugar del “portavoz” que la madre tiene, Piera Aulagnier señala:
Con su actividad discursiva y amorosa, ofrece una suerte de incorporación del mundo a la
intimidad del niño.
Esta primera relación entre madre y niño es inconsciente, pues no se rige por una propuesta
voluntaria de un modo ideal de asistencia sino que se ordena de acuerdo con la
convocatoria histórica, personal que este niño le produce, de abrirse y conectarse con el
mundo.
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Todo niño nace en un estado de desvalimiento. Para su sobrevida, necesita de un adulto que
interprete sus requerimientos y le ofrezca una dosis de amor sin la cual sucumbiría. El bebé
humano es uno de los pocos representantes de la especie animal que no sabe procurarse el
alimento con autonomía durante un largo periodo de su desarrollo.
Cada madre atiende a cada uno de sus hijos en forma distinta porque cada uno nace en n
momento distinto de su historia. Frente a cada nacimiento, se produce en ella una
convocatoria de representaciones posibles sobre el mismo, que determina un modo
particular inconsciente de asistirlo y amarlo.
A partir de esta relación inicial se constituye una realidad construida entre el niño y
sus progenitores; para el niño, ésta representa la única realidad existente.
A los pocos meses del nacimiento, la madre abandona la asistencia incondicional a los
requerimientos del niño, e integra, en su atención, al padre o su equivalente libidinal.
El sujeto nunca se recupera totalmente del sufrimiento que provoca la ruptura del estado
monódico.
Se trata de una sociedad en la que, con frecuencia, las abuelas desempeñan la función
materna, en tanto las madres salen a trabajar y ejercen las funciones paternas.
Con el reconocimiento del lugar del padre, se le impone a la psique del niño la
existencia de algo más que él mismo para su madre, es decir, se impone otro espacio.
Se constituye un segundo espacio en el que la palabra del padre y los atributos familiares
son los únicos ordenadores del psiquismo infantil. El niño adscribe a los ideales familiares
como los únicos existentes, como el lugar de las certezas.
“tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: estas
son las exigencias que el Yo (je) no puede esquivar, el precio con el cual paga su
derecho de ciudadanía en el campo social y su participación en la aventura
cultural.”
En relación con los factores que favorecen o perturban el ingreso a campo social, en la
investigación realizada en la cátedra de psicopedagogía clínica sobre la incidencia de los
aspectos históricos afectivos en la construcción del conocimiento, el 95% de los niños con
problemas de aprendizaje manifestaban una aceptación incondicional de la palabra de los
adultos, quienes les imponían –aunque hubieran crecido- las certezas y modalidades
familiares como el único espacio referencial posible.
En esa investigación pudo verificarse que los niños con problemas de aprendizaje se
mostraban dependientes de los adultos de los que no dudaban y a los que no cuestionaban,
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los padres de estos niños imponían a sus hijos sus propios pensamientos, reforzando la
dependencia con el consecuente empobrecimiento psíquico de los mismos, para quienes el
silencio y la aceptación incuestionada del mundo de los adultos perturbaba la circulación
dinámica del placer con el conocimiento. Según se detectó, en sectores socialmente
desventajosos, muchos padres silencian ante sus hijos el relato de situaciones penosas por
temor al sufrimiento. Por los resultados obtenidos, habría que suponer que estos
silenciamientos en lugar de cumplir con los intentos protectores que dichos
comportamientos parecerían tener, generan en los niños una aceptación incondicional de la
palabra instituida por los adultos. Los silenciamientos iniciales disminuyen la potencialidad
interrogativa necesaria para la constitución de cualquier aprendizaje.
Hablarle al niño es relatarle desde chico experiencias personales de los padres, hechos
familiares y pareceres, tratando que éstos no sean ejemplificadores sino reveladores de su
cotidianeidad e intereses.
Cuando los niños son pequeños, se muestran particularmente interesados por conocer las
opiniones de los adultos que los rodean a través de los cuales construyen su propia imagen
de realidad circundante.
El niño pequeño toma como únicos referentes validos a sus progenitores. El argumento “me
lo dijo mi papá” resulta para ellos una validación suficiente para justificar cualquier
situación incierta.
Aquellos niños a los que con el silencio se les refuerza la endogamia no ingresan al
campo social y sufren por esto fuertes restricciones cognitivas que se reflejan en la
pérdida del interés por el mundo. No todas las familias facilitan este pasaje.
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El ejercicio de funciones maternas destructivas o expulsivas, por ejemplo, fue hallado con
exclusividad en la muestra de niños con problemas de aprendizaje, por lo cual podría
suponerse que para que un niño mantenga vigente el deseo de incrementar su relación con
el mundo circundante las experiencias originarias con su madre, o equivalente de función,
tuvieron que ser protectoras.
Las madres tipificadas como destructivas, por ejemplo, descuidan a sus hijos o los asisten
con desprecio y desconfianza en el desarrollo posible de su potencialidad, con lo cual
reducen el capital psíquico del niño y producen en él una pérdida de confianza en las
relaciones con el medio circundante.
Las madres expulsivas que caracterizaron una parte de las funciones maternas
preponderantes en la muestra de niños con problemas de aprendizaje, pero inexistentes en
la muestra de niños escolarmente exitosos, tampoco protegían a sus hijos. Les exigían una
autonomía anticipada a sus posibilidades, que los colocaba en situaciones de riesgo que
destruían la estabilidad psíquica necesaria para construir cualquier aprendizaje.
Los resultados obtenidos permitieron suponer que confiar y asistir con cariño al niño, lo
cual es especifico de la función materna, resulta ser el referente inicial básico para lograr
las condiciones psíquicas suficientes y necesarias a fin de establecer nuevos y
enriquecedores lazos de integración al mundo circundante.
autoritaria permitió suponer que esta modalidad perturba también el pasaje de lo privado a
lo social.
La función paterna autoritaria quedó definida como la que ejercitan aquellos padres que
imponen arbitrariamente un modo de relación con el mundo, que genera en el niño una
retracción estructural, lo cual impide la confianza necesaria para la búsqueda de intereses y
referentes extrafamiliares. Mandan, deciden, no ofrecen lugar para la prueba, la duda, la
novedad.
Las funciones parentales que favorecen el desarrollo psíquico del niño serían aquellas
que donan los suministros y sentidos que orientan el deseo y la construcción de un
espacio autónomo.
La instauración definitiva del campo social parecería vincularse a la posibilidad por parte
del niño de estructurar un espacio independiente y de imaginar para si una realidad distinta
de la de sus progenitores.
El proyecto identificatorio del niño comienza con la separación de los límites del entorno
familiar y surge como la representación de una imagen ideal de formas de comportamiento
que el yo se propone para sí mismo.
Los “ideales del yo” del niño que actúan como ordenadores de su actividad consciente se
forma, en buena medida, según procesos inconscientes que actúan como residuos de las
tempranas relaciones de objeto y se constituyen por una identificación primaria con
personas significativas. De acuerdo con los mismos, el niño esboza una representación ideal
de sí mismo, una forma de ordenarse y presentarse que es con la que se incluye y confronta
en la escuela con sus compañeros de grado, diseña para si un proyecto de futuro.
Este nuevo espacio, el social, el de la inclusión del niño en el grupo de pares, es el que
ofrece la posibilidad del cambio que otorga la oportunidad de pensar de otra manera.
SINTESIS
A partir de esta relación inicial se constituye una realidad construida entre el niño y
sus progenitores; para el niño, ésta representa la única realidad existente.
Con el reconocimiento del lugar del padre, se le impone a la psique del niño la
existencia de algo más que el mismo para su madre, es decir, se impone otro espacio.
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Aquellos niños a los que con el silencio se les refuerza la endogamia no ingresan al
campo social y sufren por esto fuertes restricciones cognitivas que se reflejan en la
perdida de iteres por el mundo. No todas las familias facilitan este pasaje.
Las funciones parentales que favorecen el desarrollo psíquico del niño serían aquellas
que donan los suministros y sentidos que orientan el deseo y la construcción de un
espacio autónomo.
El proyecto identificatorio del niño comienza con la separación de los límites del
entorno familiar y surge como la representación de una imagen ideal de formas de
comportamientos que el yo se propone para sí mismo.