Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
#2 Sophie West - Atrapado Por Mi Sumisa
#2 Sophie West - Atrapado Por Mi Sumisa
Portadilla
Información
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capitulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Nota de la autora
NOVELAS DE LA AUTORA
MÁS DE DIRTYBOOKS
Sophie West
Atrapado por mi
sumisa
Tres semanas. Tres semanas sin poder quitarse a Branden de la cabeza. Tres
semanas ocultándose de él, evitando subir a la planta 17 donde tenía su
despacho, o escondiéndose cuando él aparecía por la sala de descanso con
cualquier excusa tonta. Tres semanas sintiéndose rota y desubicada, como si
hubiera perdido su lugar en el mundo. Tres semanas llorando cada noche hasta
quedarse dormida. Tres semanas de angustia y dolor.
Tres semanas. Ese era el tiempo que había pasado desde que pronunció su
palabra de seguridad y todo entre ellos terminó igual que había empezado.
Por eso tenía que salir y divertirse. No podía seguir pasando los fines de
semana encerrada en casa llorando por los rincones como un alma en pena.
Tenía que volver a la vida.
—Oye, Kendra, ¿me has cogido el conjunto azul? El de topos blancos, que
lleva tanga en lugar de bragas.
—No, ¿por?
—Porque no lo encuentro. Creí que lo había lavado y guardado, pero no
aparece.
—Mira en el cesto de la ropa sucia. Igual estás confundida.
—Seguramente.
No estaba allí. Jailyn revolvió en el cesto, sacándolo todo, pero el conjunto
de lencería que había decidido ponerse no apareció por ningún lado.
«Qué raro», pensó, pero no le dio más importancia. Desde que había
regresado de la cabaña, no tenía la cabeza en su sitio. Era muy probable que lo
hubiese guardado en otro lado sin darse ni cuenta. Se pasaba las horas pensando
en Bran y en lo mal que se sentía por su culpa, y no prestaba atención a lo que
hacía.
«Ya aparecerá —se dijo—, en el lugar más insospechado».
Iban a salir. Kendra se había pasado toda la mañana del sábado insistiéndole
para hacerlo hasta que claudicó. Su amiga tenía razón. No podía seguir así. Era
el momento de retomar las riendas de su vida y olvidarse de Branden Ware de
una vez por todas. «Un clavo saca a otro clavo, ya sabes —le había dicho
Kendra—. Un buen revolcón con un tío bueno hará que el recuerdo de ese
mostrenco se enturbie».
Jailyn no tenía intención de darse un revolcón con nadie, pero sí podía bailar,
beber y disfrutar de la noche. Coquetear, quizá. Volver a sentirse sexy y deseada.
Pero no estaba preparada para nada más. Además, después de la intensa
experiencia que había supuesto estar en manos de Branden, ¿cómo podría
regresar al sexo vainilla sin pensar que le faltaba algo importante y primordial?
Los besos y las simples caricias jamás volverían a ser suficiente.
Al final, se puso el conjunto de encaje negro, bajo un vestido ajustado del
mismo color y unas sandalias de tacón alto que le estilizaban las piernas y los
glúteos. Se desenredó el pelo para hacerse un recogido que dejaba al descubierto
el delicado cuello de cisne y que realzaba el escote asimétrico del vestido. Se
maquilló un poco, lo justo para no parecer una muerta en vida y ocultar las
ojeras y la piel demacrada, pero se puso un color rojo intenso en los labios.
—Parece que vas de luto —dijo Kendra cuando se reunió con ella en el
salón.
—El negro es elegante y sexy.
—Podrías haberte puesto algo de color —insistió su amiga.
—¿No te has fijado en mis labios? —contraatacó, señalándose la boca.
—Por esta vez, lo dejo pasar. Pero el sábado próximo te pondrás el vestido
rojo. Píntate los labios de negro, si quieres.
—Kendra, por favor. ¿No es bastante que haya decidido salir contigo? Iba a
ponerme el azul, pero no encuentro el conjunto de lencería que va con él, y no
encuentro otro que pegue con las transparencias que lleva, ¿vale?
—Está bien. Venga, vamos. ¡A pasarlo bien!
—¡A pasarlo bien! —la remedó sin mucho entusiasmo.
Empezaba a arrepentirse de haberle dicho que sí, pero cuadró los hombros
como un soldado y salió detrás de Kendra.
Al llegar a la salida, como no, Elvyn Coyle, su vecino, abrió la puerta para
saludarlas. Desde el día de su regreso del lago Ontario, parecía que había tomado
por costumbre asomarse cada vez que la oía entrar o salir. Jai se puso seria,
molesta por ese acoso pretendidamente inocente pero que la incomodaba.
Kendra, en cambio, decidió saludarlo con una amplia sonrisa mientras daba un
saltito para bajar el último escalón.
—¡Ey, vecino! ¿Todo bien?
—Todo bien. ¿Vais de fiesta?
—Sí, vamos a darle un poco de salseo a estos cuerpos. Jai está muy depre
últimamente y me he propuesto hacerle olvidar su mal de amores.
—Pues espero que os divirtáis. Jailyn —añadió, fijando la mirada en ella—,
si necesitas hablar con alguien, quiero que sepas que yo siempre estaré aquí para
ti Te aprecio mucho, ¿sabes? A las dos —se apresuró a aclarar.
—Eh, sí, claro, gracias, señor Coyle —contestó, muy incómoda. Aquella
mirada había sido demasiado intensa incluso para un rarito como él. Le había
dado un repaso de arriba abajo y Jailyn tuvo la sensación de que la desnudaba
con los ojos. No le gustó ni una pizca.
«Ni loca iría a contarte mis problemas. Ni borracha perdida», pensó,
estremeciéndose hasta el alma.
—Adiós, chicas. Y tened cuidado, la noche es muy peligrosa para dos
mujeres guapas como vosotras.
—No sé por qué le das bola —se quejó a Kendra en cuanto salieron. Miró
hacia atrás de reojo y lo vio observándolas desde detrás del cristal de su ventana
—. Este tío me da escalofríos.
—Bah, es inofensivo, ya lo sabes —le quitó importancia Kendra—. Mira, ya
llega el taxi.
Coyle mostró una sonrisa torva en cuanto las vio subir al taxi. Miró hacia su
mano. Allí tenía, arrugado en su puño, un conjunto de lencería, de color azul
celeste con topos negros, muy sexy y escandaloso. Las braguitas eran apenas un
par de tiras y todavía olían a ella.
Se lo llevó a la nariz y aspiró con fuerza.
Fueron al Starlight, uno de los clubs más de moda del momento. Kendra la
arrastró primero hasta la barra para pedir unos cosmos y observaron a la gente
desde allí mientras se tomaban la bebida a sorbos. El lugar estaba repleto de
gente y Jailyn empezó a sentirse un poco agobiada. No quería socializar, no
quería ligar; lo único que quería era volver a casa, meterse en la cama, taparse la
cabeza con la almohada, y llorar.
Se les acercaron dos tíos. No estaban nada mal. Uno llevaba una media
melena y tenía los ojos azules. El otro, con el pelo más corto y oscuro, lo llevaba
arreglado con un peinado despeinado de esos que invitan a hundir las manos y
revolverlo. Eran bastante guapos y simpáticos. Kendra les dio bola todo el rato,
riéndose de sus tonterías y siguiendo la conversación a gritos a causa de la
música alta. Jai se limitó a sonreír y poco más. Las invitaron a otra copa y Jai se
dio cuenta de que Kendra miraba con interés al moreno. Si se liaban, le tocaría
quedarse a solas con el de la melenita. No le apetecía nada.
«¿Qué hago aquí? —se preguntó cuando Kendra se arrimó tanto al tío que
casi se funde con él. Las señales que ambos enviaban eran inequívocas—. Estoy
perdiendo el tiempo, y todavía no me siento preparada para esto».
Miró el reloj. Eran apenas las doce de la noche y quería irse a casa.
—Kendra, acompáñame al baño, por favor.
Su amiga la miró y vio, en su ceño fruncido, que algo pasaba. Asintió y la
cogió de la mano.
—Esperadnos aquí, volvemos en seguida. ¡No os vayáis, chicos guapos! —
les dijo a ambos, pero fijándose en el que había escogido.
Ellos levantaron las copas y asintieron.
—Aquí estaremos, nenas —dijo el moreno.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kendra delante de las puertas del baño. Allí, el
ruido estaba atemperado y podían hablar sin gritar.
—Que no me encuentro bien. Esto, venir aquí… ha sido un error. Solo tengo
ganas de salir corriendo.
—Pero, Jai, dales una oportunidad. Son unos chicos muy majos. ¡Y guapos!
¿Has visto cómo te mira Bryan?
—¿Bryan?
—Sí, el de la melenita.¡No me digas que ni siquiera estabas escuchando!
—No, no estaba escuchando porque no me interesa —rezongó de mala gana
—. No me interesa ninguno.
—Solo te interesa el cabrón de Branden —terminó Kendra con voz apagada,
sintiéndose muy triste por su amiga—. Pero no puedes seguir así, cariño. Está
más que claro que no le interesas.
—¿Crees que no lo sé? Lo tengo muy claro en mi cabeza. Pero mi corazón…
—Negó con la cabeza, abatida. Apoyó la espalda en la pared y miró hacia el
techo oscuro del pasillo. Una de las bombillas parpadeó, transformando el
ambiente en algo lúgubre—. Necesito más tiempo. Quizá, incluso cambiar de
trabajo para no tener que verle más. No sé.
—Está bien, vámonos a casa. Iré a despedirme y le daré mi teléfono a Mike.
Tú, espérame en la puerta.
—No, no, nada de eso. —Jai se incorporó y le cogió las manos a su amiga—.
No es necesario que me acompañes, de verdad.
—No digas tonterías. No voy a dejarte sola.
—Pero es que necesito que me dejes sola. Y quiero que vuelvas allí, con
Mike, y te diviertas todo lo que puedas. Te estoy amargando a ti la vida y no es
justo. Hace que me sienta culpable.
—No digas chorradas, Jai. ¿El amor te ha podrido el cerebro, o qué?
—En serio, Kendra. Diviértete por mí, para que mañana puedas contármelo
todo y hacerme reír. Necesito que me hagas reír.
—Puedo hacerte reír sin necesidad de dejarte sola cuando más me necesitas
—insistió todavía.
—Eres la mejor amiga del mundo. —Jailyn la abrazó con fuerza—. Y por
eso te quiero tanto. —Se apartó de ella, la cogió por los hombros, la obligó a
girarse y le dio una palmada en su culo respingón. Kendra dio un respingo y la
fulminó con la mirada—. Pero ahora volverás allí, te enrollarás con Mike, te lo
pasarás de muerte y, por la mañana, me lo contarás todo. ¿De acuerdo? Hazlo
por mí.
—Eres insistente y cabezota —gruñó su amiga, dándose por vencida—. Pero
llama a un Uber, no te pongas a pasear por ahí buscando un taxi tú sola.
No hizo falta que se paseara ni que llamara a un Uber. Al salir, una pareja
que acababa de llegar se estaba bajando de un taxi. Jai se apresuró a subir antes
de que cerraran la puerta y respiró aliviada durante unos segundos antes de darle
su dirección. El taxista puso en marcha el coche y empezó a rodar. Por suerte, no
era de los que tenían la necesidad de llenar el silencio con palabras. Jailyn echó
la cabeza hacia atrás para apoyarla y cerró los ojos. La voz de la radio hablaba
de política y sobre las nuevas medidas del gobierno para paliar la crisis
económica, el tema perfecto para darle sueño y un respiro a su atribulada mente.
Se adormeció, y despertó sobresaltada unos minutos más tarde, abriendo los
ojos de golpe, como si algo hubiera llamado la atención de su subconsciente.
Acababan de pasar por delante de la puerta del Taboo.
—¡Pare! —gritó, todavía amodorrada, incorporándose bruscamente—. ¡Me
bajo aquí!
Pagó la carrera y bajó. Actuó por instinto, sin saber a ciencia cierta qué
pretendía. Solo sabía que tenía que volver a aquel club en el que había empezado
todo, aunque los motivos se le escapaban. No era racional, no era lógico, pero
tenía que hacerlo. Quizá encontraría a Branden y podría enfrentarse a él, pedirle
explicaciones, asegurarse de que realmente él no sentía nada por ella. Si él se lo
decía con claridad, podría acallar de una vez la dichosa voz que le susurraba que
la amaba, a pesar de todas las pruebas que había en contra.
En el vestíbulo, Samantha la recibió con una sonrisa. Jailyn dudó,
preguntándose si era una buena idea. Quizá no lo era, quizá solo haría el más
espantoso de los ridículos. Debería marcharse y volver a casa. Sí, eso haría.
—¿Puedo ayudarla en algo? —La voz solícita de la recepcionista detuvo su
vago intento de huir.
—Yo… —titubeó. No quería preguntar por Branden. Si él se negaba a hablar
con ella sería demasiado doloroso. Quería entrar, buscarlo y ver qué estaba
haciendo. Si se lo encontraba metiéndole mano a una sumisa, tan fresco y
lozano como siempre, tendría su respuesta sin necesidad de preguntar—. Estuve
aquí hace un mes, cuando el día de puertas abiertas, y me preguntaba si podría
echar otro vistazo.
—No hay ningún inconveniente, pero no puede entrar sola. Si quiere esperar
unos segundos, llamaré a uno de los Maestros para que la acompañe.
—Está bien. ¿Podría ser el Maestro Kerr? —preguntó atropelladamente
cuando Samantha salió de detrás del mostrador, antes que cruzara la puerta que
daba al club.
—Por supuesto —sonrió la recepcionista, mostrándole una sonrisa pícara que
decía muchas cosas—. Muy buena elección. —Le guiñó un ojo y abrió la puerta.
Le susurró algo al portero que estaba al otro lado y volvió a su puesto—. En
seguida lo avisan, señorita.
—Gracias.
Jai respiró más tranquila. Menos mal que, en el último momento, se había
acordado del amigo de Bran porque habría sido muy violento que fuese él
mismo el que apareciese para escoltarla. Y no quería ni pensar en la posibilidad
de tener que pasear por el club al lado de un completo desconocido.
El plan era una locura. Jailyn se dio cuenta el domingo por la mañana,
mientras se lo contaba a Kendra. El rostro de su amiga era un poema y hablaba
por sí mismo. Su rostro, siempre demasiado expresivo, pasaba de la incredulidad
a la diversión rozando la incredulidad.
—¿Estás segura? —preguntó cuando Jai terminó de hablar.
Estaban sentadas en el sofá, todavía en pijama, con una buena taza de café en
las manos. Ni siquiera se habían peinado.
—No, pero no voy a rendirme sin luchar. Nunca he sido una cobarde y,
aunque te parezca una locura, estoy enamorada.
—¿Cómo vas a estar enamorada? Solo pasaste seis días con él. No es
suficiente. El amor necesita tiempo para llegar a conocer bien al otro y saber si
sois compatibles o no. Estás encoñada, que es diferente —intentó hacerla entrar
en razón.
—Que tú no creas en el amor a primera vista, no significa que no exista.
Además, parece que estés hablando de periféricos para un ordenador, no de
amor. El amor es imprevisible, caótico, se presenta cuando menos te lo esperas y
te da en toda la cara. Mal que me pese, me enamoré de Branden el primer día
que le vi, antes incluso de oír su voz. Ya sé que es irracional —se apresuró a
confesar al ver la expresión de incredulidad de su amiga, exasperada por no
saber cómo explicarlo para que lo entendiera—, pero es lo que hay.
—Sigo pensando que cometes un error. —Se encogió de hombros y dio un
sorbo al café antes de continuar—. Pero soy tu amiga, así que voy a apoyarte en
todo lo que pueda. Solo dime qué he de decirle al impresentable de Branden si
me pregunta.
—Entonces, ¿no te molesta que utilice a Kerr?
—¿Por qué iba a molestarme? —se extrañó Kendra.
—Bueno, te acostaste con él.
—Eso es agua pasada, cosa de una noche. Ni siquiera hemos vuelto a vernos
y, ya que parece que estamos en uno de esos momentos de sinceridad,
aprovecharé para confesar que no me apetece mucho verlo de nuevo. Es
demasiado intensito para mi gusto.
—Pues… va a estar aquí dentro de un rato.
—¿Aquí?
—Es lo que intentaba explicarte.
—Pero no viene para follar, ¿no?
—¡Claro que no! —se rio Jailyn al ver la expresión de su amiga. Parecía que
iban a saltársele los ojos—. Va a venir para trazar un plan. Se le nota lo militar.
Quiere tenerlo toooodo bien atado para que Branden no pueda pillarnos en un
renuncio, así que hemos de inventarnos una historia creíble que explique por qué
estamos juntos.
—Una de ciencia ficción —rió Kendra—, porque, cariño, no puedo ni
imaginarte con un tío con él.
—Tampoco me veía yo con alguien como Branden, y aquí estamos —gruñó,
algo molesta con su amiga pero sin saber muy bien por qué.
—Pero Branden no es un controlador patológico; por lo menos, no lo parece,
por lo que me has contado. Aunque, alguien como él seguiría siendo demasiado
para mí. No, no me veo yo saliendo con un tío así. Me dan espasmos solo de
pensarlo. Peeero, si es lo que tú quieres, te ayudaré en lo que pueda para que lo
consigas.
—Eres una buena amiga —susurró Jailyn, con el corazón henchido de
ternura.
—Sí, esa soy yo.
Kerr llegó a media mañana. Fue Kendra quien le abrió la puerta y lo dejó
pasar, sin poder evitar echar una mirada a la bolsa de deporte que llevaba
colgando del hombro. Él se quitó las gafas de sol y se las puso en la cabeza,
echándole una mirada cargada de intenciones mientras una sonrisa ladeada
asomaba en sus labios.
—Buenos días, pequeña leona —le susurró con sensualidad—. ¿Ya has
afilado las garras?
—Que te jodan, Kerr.
—Uh, esa boca.
—Siéntate y calla —le dijo con un bufido nada elegante mientras le señalaba
el sofá. Él le hizo caso y se dejó caer despatarrado, sin dejar de observarla como
si quisiera comérsela—. Jai sale en seguida. Oye, ¿estás seguro del lío en que
vas a meterla?
—¿No vas a sentarte a mi lado?
—Más quisieras tú. Contesta a la pregunta.
—Sí, estoy seguro. No tienes que preocuparte por tu amiga.
—Pues lo estoy. Si Branden no reacciona como tú esperas…
—Conozco muy bien a Branden. Casi podría asegurar que soy la persona que
mejor lo conoce en el mundo. Si, como sospecho, está enamorado, no dejará que
esta farsa continúe durante demasiado tiempo antes de intervenir.
—¿Y si no lo está? Porque eso es lo que me preocupa.
—Si no lo está, no me quedará más remedio que resignarme —contestó
Jailyn detrás de ella—. Kendra, sé que te preocupa que salga herida, pero es que
¡ya lo estoy! Y necesito averiguar qué es lo que él siente por mí.
—Pues la mejor forma de averiguar las cosas es hablando. ¿Por qué no le
preguntas directamente?
—Porque mentirá —intervino Kerr—. Igual que se está mintiendo a sí
mismo.
—Sinceramente, no sé si vale la pena todo este esfuerzo. Yo no me
preocuparía por alguien que niega sus propios sentimientos. Me lamería las
heridas y seguiría adelante con mi vida. Y allá él con la suya.
—Pero yo no soy tú, Kendra. Ya sabes que somos muy diferentes.
—Y por eso nos complementamos tan bien.
—Bueno, ¿has pensado en la historia que vamos a contar? —intervino Kerr.
Los momentos empalagosos no le iban demasiado.
—No entiendo por qué tenéis que inventaros algo. Decid sencillamente que
tú la llamaste, la invitaste a salir, y ella dijo que sí. Ya está.
—No es tan simple, Kendra. Branden sabe sobre nuestro pacto.
—El pacto por el que te negaste a hacer un trío. Vería muy raro que ahora
salieses conmigo.
—¿Trío? ¿Qué trío? —preguntó Kendra, mirando a uno y a otra con los ojos
muy abiertos—. ¿Tuviste la oportunidad de follar con los dos, y te negaste?
—Pues claro —exclamó Jailyn, algo ofendida por su duda—. Ese pacto es
importante para mí.
—Pues, en tu lugar, yo me lo habría pasado por el coño, literalmente. —
Kendra se echó a reír a carcajadas, divertida por el asco de chiste que había
hecho.
—¡Kendra! ¿Serás cabrona? —la acompañó Jailyn, riéndose también.
—Alguien debería lavarte esa boca con jabón —masculló Kerr, confuso por
el estallido en carcajadas de ambas.
—Nadie ha tenido huevos para hacerlo, Maestro —lo provocó Kendra,
pronunciando la última palabra con retintín, como si fuese una burla—. ¿Vas a
hacerlo tú?
—No me provoques, leona, que puedes salir escaldada.
—Mi mi mi. Céntrate mejor en el absurdo plan que traéis entre manos y a
mí, déjame vivir en paz. No soy nada tuyo para que andes riñéndome a lo tonto.
—Eso puede cambiar el día menos pensado.
—Sí, ya, y a los elefantes les saldrán alas. ¿Sabéis qué? Creo que me voy a
dar un paseo para que podáis seguir maquinando a solas. Hace un día demasiado
bueno como para quedarse encerrada en casa. ¿Comemos en el Victor’s?
—Vale. Nos vemos allí en un par de horas.
—Genial.
—¿Qué ocurre entre vosotros? —le preguntó en cuanto se quedaron solos.
Jai lo miraba con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.
—Nada importante —le quitó importancia Kerr, encogiéndose de hombros
—. He descubierto que me gusta tocarle las narices a tu amiga.
—Ya…
Kerr dejó ir una risa corta y mordaz antes de cambiar de tema y volver a la
conversación original.
—La idea de Kendra no es del todo mala.
—¿Qué idea?
—La de simplificar la historia. Yo te llamé y tú aceptaste venir conmigo al
club.
Jailyn se presionó el puente de la nariz con dos dedos. Empezaba a tener
dudas sobre el plan. ¿Y si Kendra tenía razón? ¿Y si lo que debía hacer, era
seguir adelante con su vida y olvidarse de Branden?
—No. —Negó con la cabeza. Podía ser que se equivocara, pero la vida no
era más que una sucesión de aciertos y errores. Así se aprendía y se crecía, o eso
era lo que le decía siempre su madre. Y tenía que hacer eso, fuese cual fuese el
resultado final—. La mejor mentira es la que se disfraza con la verdad. Yo fui a
buscarte al club después de hablar con Kendra y asegurarme de que no le
importaba. Tú aceptaste ser mi Maestro durante un tiempo, hasta que me
acostumbre al club y conozca a más gente allí. Branden se lo creerá.
—¿Mientes muy a menudo?
—No demasiado. —Jai sonrió con tristeza—. Nunca me han gustado las
mentiras, pero cuando son necesarias no tengo ningún reparo en usarlas. Y, en
este caso, son absolutamente necesarias.
—Y, ¿qué le dirás si te pregunta por qué no acudiste a él?
—La verdad. —Jailyn alzó la mirada y la fijó en el rostro de Kerr. Él la
observaba con atención—. Que no podía pedírselo porque me he enamorado de
él y es evidente que no me corresponde; pero que me cansé de estar en casa
llorando y triste, y decidí tomar las riendas de mi vida
—Eres valiente —susurró con admiración.
—No, solo estoy desesperada —Jailyn dejó ir una risa seca y abatida,
burlándose de sí misma.
—Estás equivocada. Yo te veo como una mujer obstinada que sabe lo que
quiere y está dispuesta a luchar por ello. —Le cogió las manos entre las suyas y
las apretó con afecto—. Y vamos a hacer todo lo posible para que salgas
victoriosa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Muy bien. Entonces, —Acercó la bolsa de deporte que estaba en el suelo,
empujándola con un pie, hasta ponerla delante de ella—, ve escogiendo qué ropa
llevarás el viernes cuando hagamos nuestra entrada triunfal en el club.
—¿Me has traído ropa?
—Por supuesto. Mi sumisa no puede ir vestida de cualquier manera. He
escogido varios conjuntos para ti. Espero haber acertado con la talla.
Jailyn abrió la bolsa y enrojeció hasta la raíz del pelo cuando sacó el primer
conjunto. Era un manojo de tiras de cuero pegadas a un diminuto tanga. Al ver
su cara de espanto, Kerr dejó ir una carcajada. Sin decir nada, sacó una revista
del fondo de la bolsa, un catálogo de ropa, y buscó hasta encontrar la foto. Dio
un golpe suave con el dedo sobre el papel y le dijo:
—Es este. Como ves, si se coloca bien, no muestra nada.
Jailyn miró la imagen de la modelo, que posaba de pie con el cuerpo ladeado
y una mano en la cintura. El tanga tapaba la zona del pubis, y las tiras,
estratégicamente colocadas, tapaban los pezones. Pero el resto del cuerpo estaba
completamente descubierto.
—Ni hablar. No me pongo esto en público ni loca. ¡Si es casi como ir
desnuda!
—Es una pena que te avergüences de tu cuerpo —le dijo chasqueando la
lengua con decepción.
—Ah, no, no vas a manipularme. No me avergüenzo de mi cuerpo. Pero
pasearme por el club con esto puesto, delante de un montón de desconocidos, es
algo muy diferente.
—Jailyn, ya has estado en el club, y has visto cómo visten las sumisas. —Sí,
lo había visto muy bien. La mayoría iban con un tanga minúsuculo, y los pechos
al aire—. Si quieres seguir adelante con el plan has de aceptar las exigencias que
conlleva, y una es la ropa que llevarás. Si quieres que Branden se crea que estás
conmigo, claro. Él sabe muy bien cuáles son mis gustos, y lo que permito o no
que vistan mis sumisas. Esta ropa es de mi estilo. Ponte cualquier cosa más
recatada, y sabrá que mentimos.
—Esta bien —concedió con desgana.
Sacó el resto de ropa y la esparció sobre la mesa de café y el sofá, a su
alrededor. Todo era absolutamente escandaloso y minimalista, destinado a
provocar erecciones a mansalva. Había un arnés con forma de body hecho con
tiras de cuero (jodidas tiras de cuero y la fijación de los Doms por este tipo de
cosas) que dejaba los pechos desnudos; en el lugar donde debería estar el
sujetador, había dos aros metálicos sujetos al cuero con finas cadenas.
Probablemente, la idea era colocarlos sobre los pezones para resaltarlos.
Jailyn tragó saliva, imaginándose vistiendo aquello mientras se paseaba por
el club al lado de Kerr.
El tercero era una minifalda minúscula y un corsé que se colocaba debajo de
los pechos, con dos cadenas sujetas a un collar de cuero para el cuello.
—¿Y las bragas? —preguntó Jailyn, sacudiendo la mini falda.
—¿Qué bragas? —La sonrisa de Kerr fue respuesta suficiente. Aquel
conjunto no llevaba.
—No puedo decidirme ahora —acabó confesando—. Todo esto es…
demasiado, ahora mismo.
—No hay problema, mientras el viernes, cuando te pase a buscar, lo hayas
hecho.
—¿No esperarás que salga de mi casa con…? —Jailyn señaló la ropa y lo
miró.
—Claro que no. Para eso el club tiene unos vestuarios, niña
—Buf —resopló, llevándose la mano al pecho—, qué alivio.
Kerr estalló en carcajadas y Jailyn lo miró, furiosa al principio, pero acabó
riéndose con él.
—No puedes negar que eres una completa novata —exclamó él entre risas.
Cuando se calmaron, Jailyn dobló la ropa para volver a guardarla en la bolsa
mientras Kerr le explicaba cómo transcurriría su noche en el club, y cómo debía
comportarse ella para que nadie pudiera poner en duda su relación amo sumisa.
Sobre todo, Branden. Tuvo que asumir que la tocaría y la besaría en público,
aunque le prometió que no llegaría demasiado lejos. Sería extraño si Branden
estaba delante pero, ¿qué sentido tendría hacerlo sin no podía verlo?
«Esto está siendo una muy mala idea», se repitió. Pero era el único camino
que tenía para provocar su reacción. Excepto, quizá, sacudirlo en la cabeza con
un bate de beisbol.
—¿Se lo dirás antes, o dejarás que el viernes se lleve una sorpresa?
—Se llevará una sorpresa. Si hablo antes con él, capaz es de no ir al club y
no podemos arriesgarnos.
Media hora más tarde, Kerr bajaba las escaleras para marcharse. La puerta
del bajo se abrió y salió un hombre enjuto y de mirada huidiza, con un pliego de
cartas en la mano. El hombre apenas pasó por su lado, evitando rozarlo.
No le gustó. Algo en él le produjo rechazo de forma instantánea. Se paró
antes de salir y lo observó subir las escaleras. Con la puerta abierta, esperó. Oyó
al hombre llamar en la puerta de Jailyn y escuchó la breve conversación que
mantuvieron. El tío solo le había subido las cartas, aunque le sonó a excusa
barata. «Debería hablar con Jailyn sobre este tío», pensó. Si ella fuese de verdad
su sumisa, lo haría. De hecho, no estaría abajo escuchando a escondidas, sino
que habría subido las escaleras detrás de él para marcar territorio e intimidarlo
con su presencia.
Pero Jailyn no era nada suyo, en realidad. Y no la conocía lo bastante bien
como para saber de qué manera recibiría una actitud así por su parte.
«Probablemente, me daría una patada en el culo y me mandaría rodando
escaleras abajo. No creo que sea el tipo de mujer que busque la protección de un
hombre. Y, mucho menos, la mía».
Se marchó antes de que el vecino bajara, aunque reacio a hacerlo. Echó una
mirada atrás antes de que la puerta se cerrara a su espalda y se encogió de
hombros. Lo investigaría sin decirle nada a ella. Ojos que no ven…
—El pesado de Elvin ha vuelto a subirnos las cartas —se quejó Jailyn en
cuanto se sentó a la mesa del Victor’s. El restaurante estaba casi vacío a aquella
hora, aunque se llenaría dentro de poco. Mucha gente del barrio iba a comer allí
cada día. Sus platos no solo eran deliciosos, sino que estaban a unos precios
bastante modestos—. Ya no sé cómo decirle que las deje en el buzón.
—Pobrecito, no te enfades con él. Creo que solo busca alguien con quién
hablar durante unos minutos. El pobre se pasa el día encerrado en su casa y solo
—contestó Kendra, que había llegado antes.
—Pues que se compre un gato —masculló.
—Eres mala —se rio.
—No tanto como tú.
—¿Yooo?
—Sí, tú, que te niegas a contarme qué paso con Kerr el día que fuimos al
Taboo. Y, después de veros juntos, me muero de curiosidad.
—Follamos y ya.
—Hubo algo más, estoy segura. —Jailyn la observó con los ojos
entrecerrados, esperando que sus gestos o su rostro le diera alguna pista; pero
Kendra se mantenía con cara de póker, algo excepcional en ella—. Va,
cuéntamelo —suplicó al fin con voz plañidera—. ¿Te gusta?
—¡Cómo va a gustarme un tío mandón que no deja suficiente aire a su
alrededor para poder respirar! Es insoportable, le encanta mangonear a la gente a
su antojo, y no acepta un no por respuesta. Además, está fatal de la cabeza. ¡No
quiere una amante, quiere una esclava que le diga a todo que sí! ¿Acaso me ves a
mí en ese papel? Ni. De. Coña.
—Pero te gusta —Afirmó, convencida de que tenía razón. ¡Cómo había
estado tan ciega! Porque estaba consumida por sus propios problemas. Cogió el
móvil que había dejado sobre la mesa y abrió la agenda—. Lo llamo ahora
mismo y cancelo todo el plan.
Kendra la detuvo aferrando la mano en la que sostenía el móvil.
—Ni de coña, ¿me oyes? Ni vas a cancelar nada, ni él me gusta. Además, me
gustase o no, eso es irrelevante. Jamás podría ser feliz con un tío como él, y lo
sabes. Estoy loca, pero no tanto como para obsesionarme con alguien que no
puede hacerme feliz. Así que tira adelante con el plan y olvídate de mí.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
Jailyn unió la mano libre a las otras entrelazadas, dándole a Kendra un
apretón lleno de ternura y comprensión.
—Lo siento.
—No digas más gilipolleces y vamos a hablar de comida, que para eso
estamos aquí. —Deshizo el nudo de manos y cogió el menú para abrirlo—. ¿Qué
pedimos hoy?
«Los tíos que se ponen cachondos cuando ven a una mujer vestida de
colegiala, son pederastas reprimidos, ¿no lo sabías?».
La voz de Kerr resonó en su cabeza tan alto y claro, que pensó que había
regresado y estaba a su lado. Kendra se removió inquieta, en el sofá, y maldijo
en voz baja.
Después de comer, habían vuelto a casa para ver un par de capítulos de
Anatomía de Grey, pero Jailyn se quedó dormida en seguida, así que Kendra
apagó la tele y decidió echarse también una siesta.
Pero no podía quitarse a Kerr de la cabeza.
Volver a verlo había sido una prueba de fuego, una prueba que parecía que
no había superado. El recuerdo del rato pasado con él en el Taboo, volvió con
fuerza a su memoria, haciéndole sentir de nuevo todas aquellas sensaciones
molestas y tan demoledoras que la dejaron flotando como un puñetero asteroide
a la deriva en el espacio.
«A los hombres les gustan las mujeres vestidas de colegialas porque tienen
la estúpida idea de que las chicas de quince y dieciséis años de hoy en día, son
inocentes y fácilmente manipulables», contestó ella.
«No quiero pensar en eso», se dijo.
Pero pensó. Y recordó.
Aceptó, claro que aceptó, joder. Y de ahí llegaron todos los males que la
acuciaban.
Capítulo tres
La semana pasó muy despacio. Fue como si los días no quisieran moverse de
su sitio para dar paso al siguiente. En la oficina, Jailyn estaba tensa y nerviosa
durante todas las horas, sin apenas poder concentrarse. Por un lado, el viernes se
acercaba y pondrían en marcha el plan que había tramado con Kerr. Por otro, se
pasaba el rato mirando hacia la puerta, esperando ver a aparecer a Branden en
cualquier momento, algo que deseaba y temía a partes iguales. Lo deseaba
porque eso sería una señal de que no estaba equivocada, y acudía allí con
cualquier excusa para poder verla. Y lo odiaba porque, cuando terminaba el día y
él no había aparecido, se sentía como una idiota.
No bajó a la planta catorce en toda la semana, lo que hizo que Jailyn se
replanteara la idea de intentar darle celos con Kerr. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si
todo era para nada?
Pero llegó el viernes y, aunque las dudas perduraban, tomó la decisión de
llevarlo adelante. ¿Qué podía perder? Nada.
Rebuscó por los cajones una y otra vez. No podía ser. No estaba por ningún
lado. Se llevó la mano a la frente y respiró profundo, intentando tranquilizarse.
Como si no estuviese lo bastante nerviosa. Llevaba perdidas tres bragas, dos
sujetadores y una camiseta súper sexy que solo se había puesto una vez. ¿Qué
coño estaba pasando? Era como si en su apartamento hubiese aparecido un
agujero negro que se tragaba su lencería y la hacía desaparecer.
—Kendra, ¿has visto el conjunto de encaje negro que me puse el sábado? No
lo encuentro por ningún lado.
Kendra asomó la cabeza por la puerta. Llevaba en la mano un bol de
palomitas y tenía la boca llena. Vestía con un pijama con los shorts rosa pálido y
la camiseta blanca con la cabeza de un unicornio bordada con brilli brilli.
—Nope. ¿Qué te pasa con la lencería, hija? ¿Es que vas perdiéndola por ahí?
—Ni idea, tía. Lo último que recuerdo es que lo puse en la cesta pequeña
para lavarlo a mano, el resto está en blanco. Pero yo juraría que lo lavé y lo tendí
en el baño, con el resto de lencería, el domingo por la tarde.
—Igual te equivocaste y te lo llevaste a la lavandería. ¿Has mirado en la ropa
para doblar?
—Sí, he mirado en todos lados, y ha desaparecido. Es muy extraño.
—Lo habrás perdido por ahí —bromeó Kendra, tomándoselo a broma.
—No tengo por costumbre ir perdiendo las bragas por ahí. Además, ¿cómo?
Si llevo más de un mes haciendo vida de monja.
—Los perderías en la lavandería, no le des más vueltas.
—Seguramente será eso —intentó convencerse, pero era muy raro todo.
Jamás llevaba la lencería fina a la lavandería. Siempre lo lavaba a mano porque
eran tejidos delicados que con las máquinas y las secadoras, se estropeaban.
Pero, ¿qué otra explicación podía haber?
—Será mejor que te des prisa, Kerr no tardará mucho en llegar y no creo que
le guste esperar. Ponte cualquier cosa, al fin y al cabo, tendrás que cambiarte,
¿no?
—Uf, no me lo recuerdes. Va a ser un mal trago de la hostia ir por el club
medio en bolas.
—Sarna con gusto no pica, dicen.
—Pero mortifica, Kendra, mortifica. Y tú, ¿qué planes tienes?
—Voy a hacer un maratón de Parque Jurásico. Me apetece mucho ver a
dinosaurios comiéndose enteros a unos cuantos hombrecitos insignificantes.
—Llevas toda la semana en plan destroyer. Oye, te lo vuelvo a repetir, si te
molesta que utilice a Kerr, dímelo. Estoy a tiempo de pararlo.
—Qué cansina eres, por Dios. No me molesta en absoluto. Va, vístete de una
vez, o tendré que verle el ceño fruncido a don mangoneador y no me apetece
nada.
Kerr pasó a recogerla a la hora acordada. Como buen ex militar, fue puntual
como un reloj. En el coche, Jai le enseñó la pequeña modificación que había
hecho uniendo dos de los atuendos. Había cogido el bodi de tiras y el conjunto
de la minifalda, convirtiéndolos en uno solo. Así, el sostén que dejaba los
pezones al aire, ya no lo hacía. Las tiras enganchadas por debajo de los aros
metálicos se ocupaban de eso. Y la falda iba por encima del minúsculo tanga,
por lo que su vulva ya no quedaría desprotegida.
—Siento si te decepciono, pero es a lo más que estoy dispuesta a llegar
delante de tantos desconocidos.
—Bueno, no puedo decir que me sorprenda —comentó Kerr, mirándola de
reojo con una sonrisa torcida en los labios—. No sabía que supieses coser.
—Y no sé hacerlo. Kendra me ha ayudado. Ella sí tiene manos mágicas para
estas cosas. ¿No te molestan los cambios?
—Si fueses mi sumisa, te habrías ganado un buen castigo y te tocaría ir
completamente desnuda durante toda la velada. —Se encogió de hombros sin
quitar los ojos de la calle—. Pero no lo eres. Suerte para ti, pero mala para mí.
Dejaron el coche en el aparcamiento que había delante del Taboo, un edificio
de varias plantas en el que el club tenía una zona reservada para clientes.
Bajaron por el ascensor, cruzaron la calle y entraron. Samantha los recibió con
una sonrisa, como siempre hacía.
—Ve a cambiarte —le dijo Kerr—, yo te espero aquí y firmo la entrada por
los dos. Si tienes algún problema, avisa y Sam irá a ayudarte, ¿verdad, preciosa?
—Lo que sea que el Maestro Kerr necesite, Señor. Sabe que siempre estoy a
su disposición.
—Lo sé, preciosa —le contestó él, dirigiéndole una sonrisa que a Jai le dijo
muchas cosas. Entre esos dos habían pasado cosas. Posiblemente se habrían
acostado más de una vez.
Jai no tuvo problemas. Cuando modificaron el corsé/arnés, lo hicieron de
manera que pudiera ponérselo sin ayuda. Lo colocó y lo abrochó, mirándose en
el espejo, teniendo cuidado de que cubriera todo lo que debía tapar. Después, se
colocó la mini falda por encima. Dejó su ropa bien doblada y la metió en una
taquilla, enganchándose la llave a la cintura para no perderla. Se volvió a colocar
las sandalias negras de charol brillantes, con un tacón que sabía le mortificaría
los pies durante toda la noche, y salió. Muerta de vergüenza, pero salió.
Empezaba el juego.
—Estas preciosa —le dijo Kerr en cuanto la vio aparecer, echándole una
mirada que decía a las claras cuánto apreciaba sus encantos. Lástima que no
fuese a catarlos, pensó.
—Gracias, Maestro —contestó ella, ya dentro del papel que le tocaba
representar.
—Pero te faltan un par de pequeños detalles. —Kerr se acercó y sacó algo
del bolsillo. Era una cadena plateada que enganchó al collar que le rodeaba el
cuello. Después, cogió algo de encima del mostrador. Eran dos restricciones de
cuero que procedió a colocarle en las muñecas, y que fijó en la parte posterior
del arnés, restringiendo sus brazos a la espalda—. Ahora sí, ya puedo decir
oficialmente que eres mi pequeña y dulce esclava. Bienvenida a bordo.
Jai tragó saliva. Empezaba a comprender los motivos de Kendra al decir que
era un tarado con el que no quería tener nada. ¿Esclava? ¿Iba a llevarla sujeta a
una correa como si fuese un perro? ¿Con los brazos inmovilizados? «Branden, si
esto sale bien y acabamos juntos, vas a tener que compensarme por muchas
cosas», pensó.
—Venga, vamos adentro. Que empiece la función.
Kerr dio un pequeño tirón de la cadena y la obligó a caminar detrás de él. Jai
lo siguió con la cabeza gacha, tal y correspondía a una buena sumisa. Kerr
saludó a Darryl, el barman, y se sentó en uno de los taburetes. Ella se quedó de
pie a su lado, un paso detrás de él, en silencio, pero Kerr la cogió por la cintura
con una mano y la atrajo a su lado, pegándola a su cuerpo.
—¿Lo de siempre? —preguntó Darryl.
—Ajá. Vengo con la boca seca.
—No me extraña —comentó el barman echándole un ojo a la nueva sumisa
del Maestro Kerr—. Tienes que decirme cómo lo haces para tener siempre a las
más bonitas pegadas a ti.
—Es mi carisma natural, —se vanaglorió con no poca vanidad—, las atrae
como a las moscas.
—Ya, será eso —no pudo evitar musitar Jai por lo bajo.
—¿Decías algo, cautiva?
—No, Maestro. Solo me he aclarado la garganta.
—Pues procura no aclarártela muy a menudo, a no ser que quieras que me
vea obligado a castigarte —contestó Kerr mirándola con fijeza.
Jai entendió el mensaje alto y claro. Si no se estaba calladita y seguía
soltando tonterías, alguien podría oírla y se preguntaría por qué el Maestro Kerr
le permite esa insolencia a su sumisa.
—Lo siento, Maestro.
Darryl le puso la cerveza delante y Kerr agarró la botella y se la llevó a los
labios. Mantenía la otra mano sobre el estómago de Jai, muy abierta, y ella podía
notar sobre la piel el calor que irradiaba.
Era una sensación extraña porque no le resultó desagradable. Era una mano
grande y firme que transmitía fuerza y seguridad. Dos de sus dedos no se estaban
quietos, y acariciaban constantemente la piel alrededor del ombligo, en un
movimiento mecánico del que él no parecía consciente pero que a ella empezaba
a gustarle. Hacía que se le erizara la piel y que diminutas chispas estallaran en su
útero, como si fuese realmente capaz de excitarla.
«No estás aquí para eso», se dijo, molesta. ¡Por supuesto que Kerr sería
capaz de excitarla! Era un Maestro experimentado que sabía muy bien qué,
cómo y cuándo tocar para estimular a una mujer. No tenía porqué sorprenderse
que ese roce que parecía casual, estuviese destinado a mortificarla.
—Puntual como un reloj —susurró Kerr.
Dejó la cerveza sobre la barra y le cogió el rostro para obligarla a girar la
cara y apoderarse de su boca en un beso avasallador. La invadió con la lengua,
cogiéndola por sorpresa, y arremetió contra su boca. La otra mano viajó hasta
debajo de la falda y le apretó una nalga, empujándola contra su incipiente
erección. Kerr la había arrastrado hasta ponerla entre sus piernas y la tenía allí
prisionera, besándola como si fuese suya, masajeándole el culo, frotándose
contra ella, magreándole los pechos.
Hasta que una voz demasiado conocida por ambos sonó llena de rabia.
—¿Qué mierdas estáis haciendo? —susurró Branden, parado al lado.
Kerr alzó la mirada y le sonrió con inocencia. Jailyn se sintió muy
avergonzada y agachó la cabeza, escondiendo el rostro contra el pecho de Kerr.
No quería mirar a Branden. Se sentía una traidora, indigna, como una adúltera
pillada in fraganti.
—Aprovechar lo que tú rechazaste —contestó Kerr—. ¿Te molesta, acaso?
—En absoluto —contestó Branden con una voz que heló todo el club—.
Pasadlo bien.
Se alejó de ellos sintiendo que todo se desmoronaba a su alrededor. Cuando
cruzó la puerta y los vio juntos, no quiso creerlo. «Son imaginaciones tuyas —se
dijo—, seguro que estás tan obsesionado con ella que la ves en todas partes».
Pero no era una alucinación. Jailyn estaba en manos de Kerr, semi desnuda, con
las manos restringidas a la espalda y la cadena al cuello que indicaba a todo el
mundo que era propiedad privada, que pertenecía al Maestro Kerr. Y se dejaba
besar y manosear por él. Incluso parecía disfrutarlo.
«Tú la dejaste escapar. No tienes nada que decir al respecto».
Pero una cosa era lo que le decía la cabeza, y otra muy diferente, lo que le
dictaba el corazón. Que Jailyn era suya y nadie más tenía derecho a tocarla.
Pero no lo era. No, en realidad. Esa era su forma de proceder, ¿no? Tener a
una sumisa unos días, follar con ella hasta quedar saciado, y después decirle
adiós con el convencimiento de que ambos seguirían su camino por separado.
Era lo que quería. Lo que había decidido.
¿Por qué, entonces, le dolía tanto?
Los observó durante toda la noche, desde lejos, mortificándose. Las putas y
jodidas manos de Kerr no se estaban quietas. No paraba de tocarla y era evidente
que a ella le gustaba. Se sentaron en primera fila con cada uno de los
espectáculos que se desarrollaron en el escenario primario, Jailyn encima de las
rodillas de él. Tenía los ojos turbios por el deseo y todo el mundo podía ver que
estaba excitada. Su lenguaje corporal hablaba alto y claro, había aprendido a
leerlo durante los días que pasaron en el lago Ontario. Cuando jadeaba de
sorpresa ladeaba ligeramente la cabeza a la izquierda; si se mordía los labios, era
porque ahogaba un gemido; entrecerraba los ojos antes de suplicar más. Y, si
echaba la cabeza hacia atrás, como estaba haciendo en aquel momento, era
porque estaba a punto de alcanzar el clímax.
La rabia lo consumió y varias veces estuvo a punto de salir huyendo. No
podía quedarse allí y contemplarlos con frialdad, pero parecía clavado en el
suelo, como si un hechizo lo hubiese pegado a las tablas del parqué. Rechazó a
varias sumisas que se le acercaron buscando sus expertas manos y bebió copa
tras copas, renegando de sí mismo por cobarde y maldiciendo el día en que
decidió follarse a Jailyn. La rabia se acumulaba como en el interior de una olla
exprés, amenazando con estallar cuando la presión sobrepasara el límite.
Tenía que irse. Largarse. Antes de que fuese demasiado tarde e hiciese algo
de lo que, seguramente, se arrepentiría.
Pero no pudo superar la tentación de ir tras ella cuando la vio apartarse de
Kerr para ir al baño, después de que este le liberara las restricciones. Entró detrás
y se apoyó en la puerta con la espalda para controlar el único punto por el que
ella podía escapar. Estaban a solas, por fin. Jailyn lo miraba con los ojos
desorbitados, seguramente con miedo. Caminó hacia atrás hasta que chocó
contra la pared a su espalda. Le dolió que le tuviera miedo y respiró
profundamente para controlarse. Estaba dolido y medio borracho, pero no tenía
intención de hacerle daño.
—¿Por qué estás con Kerr? —le preguntó con los dientes apretados—. ¿No
había otro?
—¿Acaso te molesta? —contestó ella, alzando el rostro con orgullo.
—Sí.
—Pues no sé por qué. Al fin y al cabo, tú y yo no tuvimos nada, ¿no? Para ti
solo soy otra más de tu lista. ¿O es que Kerr tiene prohibido follar con las
sumisas que han pasado por tus manos?
—No, pero tú sí tienes prohibido follar con los tíos con los que se ha
acostado tu amiga, ¿o eso ha cambiado? —preguntó con sarcasmo, destilando
acritud—. Quizá la amistad ya no es tan importante para ti.
—No es algo que deba preocuparte, ni tengo porqué darte explicaciones,
pero lo haré: lo hablé con Kendra y a ella no le importa.
—Si querías que te follara un Amo, podrías habérmelo dicho a mí. Hubiese
estado encantado de seguir metiendo la polla en tu coñito.
—Tú no me interesas.
—¿Ah? ¿No?
—No. No me gustan los hombres que son incapaces de sentir algo por la
mujer con la que se acuestan, y tú te niegas a dejar que los sentimientos afloren.
—¿Y Kerr sí es capaz? —dejó ir una risa cargada de amargura—. Nena, ese
tío es un puto témpano de hielo. No tiene corazón.
—Eso no es verdad y solo delata lo poco que le conoces. Me tiene cariño,
igual que yo a él. Nos gustamos. y empezamos a ser amigos. Y si, con el tiempo,
llegara a surgir algo más, sé que no es como tú. No es el tipo de hombre capaz de
negar lo que siente solo por miedo.
—¿Y cuándo me he negado yo a sentir por miedo? —Pronunció las dos
últimas palabras con asco, como si le repugnaran—. ¿Eh? ¿¡Cuándo!?
—El mismo día que nos despedimos afirmaste con rotundidad que jamás te
habías permitido sentir algo por tus sumisas. ¡Lo dijiste! Y me incluiste a mí en
esa lista. Me dejaste muy claro que no me ibas a permitir llegar a ser algo más.
Así que no entiendo por qué te molesta tanto que haya decidido irme con el
Maestro Kerr.
—Porque no fui yo quién decidió que todo había terminado. Fuiste tú quién
tomó la decisión de dejarlo.
—¿Y te extraña? —exclamó, exasperada—. Vi con claridad meridiana que
contigo no tenía un futuro a largo plazo.
—¿A largo plazo? —Branden estalló en carcajadas llenas de amargura—. ¿Y
con Kerr sí ves un futuro?
—¡Con él no espero nada de nada! ¡No tengo ninguna clase de expectativas!
—gritó.
—Ah, entonces, conmigo sí las tenías. ¿Esperabas un final feliz, con flores y
boda? —Volvió a reírse, llevándose la mano al pecho—. ¿En serio?
Jailyn se quedó en silencio. Había metido la pata hasta el fondo confesando
de manera indirecta lo que sentía, y Branden se lo estaba tomando como un
chiste.
Apretó la mandíbula y alzó la barbilla, mostrando una dignidad y una
seguridad que no sentía en absoluto.
—Durante los días en que estuvimos juntos en la cabaña, sí, llegué a
pensarlo. Que podríamos llegar a tener algo especial si nos dábamos la
oportunidad. Pero eso ya no importa —declaró con voz firme y convincente—.
No soy estúpida, Branden, ni una loca obsesiva que se empeña en rebajarse
yendo detrás de un hombre al que no le importa. Te he borrado de mi vida y de
mi corazón, y he decidido seguir adelante. Tú me introduciste en este submundo,
y el Maestro Kerr guiará mis pasos a partir de ahora.
—Eso lo dudo mucho —siseó con los dientes apretados.
Se abalanzó sobre ella, que no pudo apartarse ni huir. La agarró por los
brazos y se los sujetó con firmeza en la espalda, usando las restricciones que
Kerr le había puesto. La aprisionó contra su cuerpo antes de que su boca cayera
sobre la de ella. La besó con dureza y violencia, arremetiendo contra su boca
mientras la aplastaba contra la pared. Su lengua no tuvo misericordia y exploró
cada rincón. Una mano voló debajo de la falda y Jailyn abrió las piernas para
facilitarle el paso. Oh, Dios, sí, lo quería tocándola ahí, penetrándola con los
dedos, besándola como si le perteneciera, como si su vida dependiese del baile
erótico de sus lenguas. Se frotó contra él, deseando que sacara la polla de los
pantalones y la follara allí mismo, contra la pared. Gimió con fuerza y jadeó
contra su boca cuando los dedos la penetraron y empujaron mientras el pulgar
torturaba el clítoris. ¡Oh, Dios mío, lo había echado tanto de menos! Estaba
mojada, empapada, a punto para él. «¡Fóllame!», estuvo a punto de suplicar.
Pero Branden apartó la boca y la cogió por los hombros para sacudirla. Jailyn
lo miró con sorpresa, sintiéndose abandonada porque sus dedos, sus manos, ya
no la acariciaban ni le demostraban que le pertenecía.
—Tus besos y tu cuerpo no saben mentir —le escupió con rabia—. Todavía
estoy aquí debajo —le apretó el pecho bajo el que estaba el corazón—. Bajo tu
piel, en tu corazón, aunque quieras negarlo.
—Eso no importa porque eres un cobarde —le escupió con rabia, todavía
prisionera. Jadeó con fuerza, intentando recomponerse, apartar su mente del
estado de excitación en el que se encontraba. Branden solo había necesitado
unos segundos para alterar toda su determinación—. Eres tan cobarde que huyes
de ti mismo y te niegas la oportunidad que tienes de ser feliz. Así que déjame
seguir con mi vida y no vuelvas a acercarte a mí a no ser que decidas ser valiente
y aceptar lo que sientes por mí.
—¿Aceptar lo que siento por ti? No siento nada.
—¿Quién es el mentiroso ahora?
Branden arrugó los labios en un gesto de rabia y se marchó de allí, dejándola
sola.
Jailyn dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en la pared que tenía a la
espalda, y cerró los ojos para intentar controlar el temblor de su cuerpo. Se le
escapó una risa nerviosa.
—Vaya, sí que está celoso —murmuró a la nada.
Capítulo cuatro
Para ratificar las palabras que le había dicho a Branden, Kerr decidió que
debía pasar el fin de semana con Jailyn. Si quería hacerle creer que estaba
interesado de verdad en ella, no debía resumir todo en unos simples encuentros
sexuales en el club. Debía poner más carnaza en el anzuelo. Así que el sábado la
invitó a cenar en el Rustik, un grill en el que servían unos chuletones enormes y
al que solían ir varios doms del Taboo que se encargarían de difundir la noticia
de que los habían visto juntos; y el domingo lo pasaron, en Central Park.
Visitaron el zoológico, pasearon por the Mall y el Bow Bridge, e hicieron un
picnic en Great Lawn. Jailyn aprovechó para hacerse algunos selfies junto a Kerr
y subirlas a Instagram, con la esperanza de que Branden la stalkeara y las viera.
Fue un día divertido en que pudo olvidar el dolor que sentía siempre que
Branden se hacía presente en su mente. Aparcó la melancolía y la sustituyó por
risas. Incluso llegó a pensar que era una pena que Kerr y ella no se sintieran
atraídos el uno por el otro. Seguro que Kerr no era el tipo de hombre que huía de
los sentimientos. Cuanto más le conocía, más honesto, íntegro y leal le parecía.
Y, bueno, su tendencia a controlarlo todo… era algo con lo que podría lidiar y,
como pareja, les daría una chispa de rivalidad. Ella se rebelaría de vez en
cuando, discutirían, y tendrían una reconciliación de las memorables, seguro.
Una verdadera pena que no pudiese sentir por él lo que sentía por Branden,
un hombre que, después de su enfrentamiento del viernes por la noche, no había
vuelto a dar señales de vida.
Jailyn esperaba una llamada del capullo, por lo menos. Que los celos que
sintió al verla en manos de Kerr lo hubiesen hecho reflexionar y darse cuenta de
lo que le ocurría. No esperaba que pidiera perdón, ni que le suplicara por volver.
Era demasiado orgulloso para ello. Pero sí algún intento de acercamiento.
Pero no hubo nada. Silencio absoluto. Ni siquiera un triste mensaje por
Whatsapp.
El lunes fue a trabajar con el ánimo caído y temiendo encontrarse con él.
¿Con qué humor lo miraría a la cara si se cruzaban? Estaba convencida de que le
había dolido verla con Kerr, pero no lo suficiente.
Había dormido poco, pasándose toda la noche pensando en Branden y en su
estupidez, así que a media mañana estaba muerta de sueño. Necesitaba otro café,
pero uno de los de verdad, no el agua sucia que solían tener en la sala de
descanso. Le pidió a Kendra que atendiera su línea por si alguien llamaba, cogió
la chaqueta y el bolso, y se subió en el ascensor para ir a la cafetería de la
esquina. Se colocó en la parte de atrás, para facilitar la salida de los otros
ocupantes si tenían que bajar antes y, cuando llegó a la planta baja y se disponía
a salir detrás de la marea de gente que siempre abarrotaba el ascensor, se
encontró con Branden allí.
Sin decir nada, la cogió del brazo, la volvió a meter dentro y se giró hacia la
gente que esperaba para subir.
—Ascenso ocupado —les soltó con cara de pocos amigos, retándolos—.
Esperad al siguiente.
Hubo protestas que se oyeron mientras las puertas se cerraban. Jailyn
también se indignó. Pegó un tirón del brazo que todavía le sujetaba y lo miró
desafiante, echando los hombros hacia atrás y levantando la barbilla.
—¿Se puede saber qué haces?
Branden pulsó el botón de la planta 17 sin decir nada y, al cabo de unos
segundos, pulsó el de stop. El ascensor se detuvo entre plantas con un ligero
siseo.
—Me han dicho que has tenido un fin de semana muy ocupado —le espetó,
rechinando los dientes.
—¿Es que ahora me espías?
—No hace falta que lo haga. El sábado, Kerr y tú os dejasteis ver bien
acaramelados por el Rustik. Todos me han hablado de la suerte que tiene mi
amigo con su nueva sumisa, —pronunció la palabra amigo con un deje amargo
tan evidente que Jailyn casi llegó a sentir lástima por él, durante un segundo—, y
lo muy enamorados que se os ve. Te has dado mucha prisa en olvidarte de mí.
—Parece que tienes a muchos correveidiles deseando darte el parte. ¿O has
sido tú, que has ido preguntando?
Tuvo que esforzarse para que no se diera cuenta de cuánto la afectaba tenerlo
tan cerca, y estar a solas con él. Si no fuese tan cabezota, acabaría con la farsa en
aquel mimo momento. No le gustaba verlo sufrir, y mucho menos, ser la causa
de su angustia; pero parecía que era el único camino para que se diese cuenta de
todo lo que estaba dejando escapar al negarse a aceptar lo que sentía por ella.
Branden rechinó de dientes por su tono desdeñoso. La conocía demasiado
bien para creérselo. Jai estaba interpretando un papel, estaba claro. Pero,
¿destinado a qué? ¿Qué era lo que buscaba?
—¿Cuándo vas a dejar correr esta farsa? Ambos sabemos que no sientes
nada por Kerr.
—¿A qué farsa te refieres?
Jailyn intentaba mantenerse fría y distante, pero con cada palabra que daba,
Bran se acercaba más a ella, acorralándola contra la pared, hasta que sus cuerpos
quedaron pegados y sus bocas demasiado juntas. Su aroma a sándalo y madera la
rodeó y no pudo evitar aspirarlo con fuerza para llenarse las fosas nasales,
recordando lo que había sentido al estar en sus manos. Un placer inmenso. El
calor de su cuerpo le recordó la ternura de los momentos vividos. Sí, como Amo,
Branden era implacable y la llevaba hasta el límite, obligándola a aceptar cosas
que jamás le hubiese permitido a otro. Pero cuando hablaban, o reían, o
simplemente se sentaban uno al lado del otro… se transformaba en alguien muy
distinto, en alguien tierno y amable. Y el último día, cuando ella cayó enferma y
con fiebre, la cuidó y estuvo pendiente de ella con amorosa disposición,
preocupándose, sin abandonarla ni un solo instante.
—La que os traéis entre manos —le susurró—. Porque ambos sabemos que
Kerr no es el tipo de amo que tu necesitas. Es de los de 24/7, algo que no
soportarías.
—Pues estás equivocado. Kerr es de lo más tierno y paciente, y para nada
necesita ser un amo 24/7. No conmigo. A ver si, en realidad, no conoces tan bien
a tu amigo como crees.
—Le conozco muy bien, igual que a ti —susurró sobre su boca.
Jailyn pensó que iba a besarla en la boca. Entreabrió los labios de manera
inconsciente, dispuesta a permitírselo. Lo necesitaba. Había echado de menos
sus besos, sus manos acariciándola, el calor de su cuerpo desnudo sobre el de
ella, sus movimientos mientras la follaba, la tensión de sus músculos, sus
gemidos, el aliento de sus jadeos sobre la piel…
Pero, en lugar de apoderarse de sus labios, inclinó la cabeza y la besó en el
cuello con mucha suavidad, solo ligeros aleteos destinados a hacerle perder el
rumbo.
—Estate quieto —susurró poniéndole las manos en el pecho para empujarlo;
pero su cabeza actuó por su cuenta, inclinándose hacia atrás para darle mejor
acceso. Sus labios eran suaves y ardientes, y el rastro que dejaban sobre su piel
ardía con el fuego de la pasión. «Oh, sí —pensó, arrugando la camisa con las
manos cuando estas se cerraron en puños para aferrarse a él— ¡cuánto echo de
menos esto!».
—Sabes que soy el único que puede darte lo que necesitas —susurró sobre
las comisuras de sus labios—. Lo supiste incluso antes de la cabaña. Por eso
venías a mi despacho a traerme los archivos en lugar de enviar a un mensajero,
como haces con los demás abogados.
—Branden, por favor —jadeó. Deslizó las manos hasta los hombros
masculinos y se aferró a la chaqueta, tirando de él sin siquiera darse cuenta.
Por supuesto que lo hacía con la vana esperanza de verle, de llamar su
atención, para que se fijara en ella. Iba siempre a llevarle la documentación, y
siempre se marchaba de su despacho con la aplastante sensación de que era
invisible, teniendo que soportar la estúpida mirada de condescendencia de
Carola, la imitación barata de Marilyn que era su secretaria.
—Deseas mis manos sobre ti —siguió Branden mientras una de sus manos
empezó a desabrocharle la blusa. Jailyn jadeó e intentó pararlo, decirle que no
continuara, pero su boca permaneció muda, perdida en la niebla de la pasión que
estaba despertándole—. Mis labios y mi lengua sobre tu piel. —Tiró del
sujetador para dejar un pecho al aire y poder acariciarlo mientras le llenaba el
rostro de besos, teniendo cuidado de evitar la boca. Cuando tiró del pezón, una
sacudida eléctrica recorrió todo su cuerpo, obligándola a soltar un gemido ronco
que le arañó la garganta—. Adoras mi polla en tu coño, mis dedos en tu coño. —
Con la mano libre, le subió la falda hasta la cintura y tiró de las bragas para tener
acceso al húmedo canal. La penetró con los dedos, iniciando un baile que le robó
la fuerza de las piernas—. ¿Kerr consigue que te mojes en tan poco tiempo?
¿Hace que tu vagina palpite con tanta fuerza?
Por supuesto que no. Kerr era agradable y sabía qué puntos tocar en una
mujer como ella para obligarla sentir; pero era una excitación falsa y hueca, un
ardor vacío de contenido y muy desagradable, que acabó haciendo que se
sintiera culpable. Porque Kerr no era Branden, y la hacía sentirse como una
auténtica traidora.
—Suéltame, por favor —gimió Jai mientras su cabeza protestaba por
aquellas palabras. Quería que parara pero quería que la obligara a continuar. Que
le exigiera entregarse a él, para luego poder tener una excusa que justificara sus
actos.
—No pienso hacerlo, Jailyn.
—No… no quiero esto —susurró, tragando saliva con dificultad. ¡Dios! ¿Por
qué mentía? ¡Claro que quería que la tocara! Sentir sus manos era lo mejor que
le había pasado en la vida.
—Pequeña mentirosa… Tu cuerpo me está diciendo algo muy distinto a lo
que dice tu boca. Si de verdad quieres que pare, di tu palabra de seguridad —la
retó.
Jailyn jadeó. Empezó a mover las caderas para salir al encuentro de los dedos
que la estaban masturbando de manera tan increíble e implacable. Se sentía tan
bien que estuvo tentada a dejarse llevar. Lo quería follándola contra la pared.
Que arremetiera contra su boca y la invadiera con la lengua. Que la marcara
como suya. ¡Ojalá siempre fuese así!
Pero la realidad se abrió paso entre la fiebre de la pasión. Branden no estaba
preparado para lo que ella quería y necesitaba. Si cedía en aquel punto, perdería
la partida. Tenía que hacer algo para detenerlo y detener su propia necesidad.
—¿Estás dispuesto a aceptar que entre nosotros hay mucho más que una
mera atracción sexual? —le preguntó entre jadeos, gemidos y suspiros—. ¿Vas a
aceptar el riesgo de empezar una relación formal conmigo y ver hasta dónde nos
lleva?
Branden se quedó congelado, con los dedos en el interior de Jailyn y la boca
tan cerca de la suya que respiraba su aliento. Se sobrepuso a la sorpresa con
rapidez y le mostró una media sonrisa entre jactanciosa y desdeñosa.
—¿Para qué queremos una relación formal si podemos tener algo mucho
mejor? La de Amo sumisa. Ponte en mis manos, Jailyn. Deja la locura que es
estar con Kerr y vuelve conmigo. Yo te mostraré el camino que te liberará del
todo y te llevaré hasta unas cimas de placer que jamás has podido ni imaginar.
—Archivo.
La palabra de seguridad restalló como un látigo. Branden apretó los dientes
y, durante un segundo, Jailyn creyó que no la respetaría y seguiría con su tortura.
Durante un segundo, deseó con todo su corazón que no la aceptara. Que la
besara para callarla. Que le arrancara la ropa y la follara allí mismo. ¡Deseaba
tanto sentir su polla deslizarse entre los muslos! Penetrarla con dureza para
mostrarle hasta que punto le pertenecía.
Pero Branden era un amo con honor y se apartó de ella sin dudarlo.
Trastabilló hacia atrás hasta tropezar con la pared a su espalda, sorprendido de
que hubiese sido capaz de poner punto y final a lo que pasaba entre ellos con
tanta facilidad. Su voz no había dudado ni un solo instante al pronunciar la
palabra de seguridad.
—Lo que me ofreces, no me interesa —susurró ella con el rostro ladeado,
incapaz de mirarlo a los ojos por el miedo a que él viese la verdad—. Merezco
mucho más. Merezco a un hombre íntegro y valiente capaz de arriesgarse en una
relación de verdad, de entregar su corazón a pesar del miedo. Yo sé muy bien lo
que siento y lo que quiero de ti, y lo que estoy dispuesta a darte. No me voy a
conformar con menos a cambio, Branden.
Se abrochó la blusa y se recolocó las bragas y la falda. Se alisó la ropa para
quitarle las arrugas que el breve encuentro habían provocado, y apretó el botón
de la planta 14 sin decir nada más.
Branden la miró como si no pudiese creer lo que había pasado, la forma tan
contundente en que ella acababa de rechazarlo. Había sido un encuentro casual,
un regalo ofrecido por el destino que decidió aprovechar en una fracción de
segundo, en cuanto las puertas del ascensor se abrieron y la vio allí, al fondo,
esperando su turno para salir. Pero se estrelló contra una pared construida a base
de determinación. Jailyn quería de él algo que no era capaz de dar. Seguía
diciéndose que era por su ambición, que sus planes tenían prioridad, y en ellos
no entraba casarse por amor y formar una familia. Se irguió con orgullo y tiró de
la corbata para enderezarla. En el fondo, sabía que era una mentira. Que Jai tenía
razón. Era el miedo lo que lo empujaba a negarse la posibilidad de estar con ella
en los términos que le exigía. Miedo a entregar su corazón y que se lo partiesen.
Miedo a sentir el dolor que, durante mucho tiempo, estuvo tan presente en los
ojos de su madre.
—Muy bien —dijo con una frialdad y una seguridad que no sentía en
absoluto—. Entonces, no tenemos nada más de lo que hablar —sentenció con
voz ominosa, sintiendo que el corazón que quería mantener a salvo, se rompía de
todas formas.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Jailyn salió sin decir nada,
con las piernas temblorosas y un nudo que le agarrotaba la garganta,
preguntándose si no le estaba presionando demasiado, si no estaba cometiendo
un error. ¡Le faltó tan poco para ceder! ¡Para entregarse de nuevo! ¿Y si Branden
no cedía? ¿Y si todo lo que podría obtener de él, era el simple vínculo que hay
entre un amo y su sumisa? Una relación con fecha de caducidad, destinada a
romperle el corazón y condenándola a estar sola el resto de su vida.
No. Jamás aceptaría algo así. Lo quería todo, o nada. Y si era «nada», podría
recomponer los pedazos de su alma y seguir adelante con su vida. Las heridas
curaban, los corazones sanaban, y volvían a ser capaces de amar. Si Branden no
era el hombre destinado a compartir la vida con ella, lo aceptaría.
Pero no antes de luchar con uñas y dientes.
Capítulo seis
Kerr pasó a buscarla a las cinco en punto, tal y como habían quedado. Lo
estaba esperando en la acera, frente a la puerta de salida del edificio, con Kendra
pegada a su lado. Después de la comida había estado comportándose algo raro,
nada que fuese alarmante pero sí, quizá, un poco preocupante. Su amiga se
empeñaba en afirmar que no quería nada con Kerr, pero Jailyn empezaba a
sospechar que algo sí había entre ellos. Cuando, aprovechando un breve
descanso para tomar café, volvió a sugerirle la idea de dejar correr todo el plan,
se mostró irritada con el tema.
—No intentes usarme de excusa —le dijo, frunciendo el ceño—. Si no lo ves
claro, abandona, pero a mí no me metas en medio.
Cabezona como ella sola. Como Branden. Jailyn suspiró y decidió no volver
a sacar el tema. Hacer de cupido no era uno de sus talentos y Kendra era de ese
tipo de personas que, cuando las presionabas demasiado, reaccionaban al
contrario de como esperabas.
Kerr llegó con una Harley Davidson Breakout de color granate, con el motor
niquelado y los tubos de escape de negro mate. El ruido atronador tan
característico era como una caricia. Jailyn se acercó con una sonrisa y Kerr le
entregó un casco integral para que se lo pusiera mientras se levantaba la visera
del suyo.
—Si me entero de que no la tratas bien —se hizo oír Kendra por encima del
ronroneo del motor, con cara de pocos amigos—, haré que te arrepientas.
—Me fascina que seas tan guerrera, niña salvaje —contestó, usando el mote
que le había puesto durante su breve interludio en el Taboo—. Algún día domaré
a la bestia, tenlo presente.
—Ni en tus sueños lo lograrías.
—Ay, niña —Kerr se rio como un chasquido—, no tienes ni idea de la clase
de sueños que tengo contigo. Si lo supieras, echarías a correr y te esconderías.
—No digas tonterías —exclamó, desdeñando su estúpida idea—, yo no corro
ni salgo huyendo, nunca. Y, un tío como tú, no sería capaz de domarme ni la uña
del dedo gordo del pie.
—¿Hacemos otra apuesta? —sugirió él con voz sensual. Kendra respingó,
recordando cómo había ido la última.
—No lo provoques, —la advirtió Jailyn, divertida con la escena, antes de que
su amiga contestase y se pusiera en un brete. ¿Que Kerr no le interesaba? Ja.
Que le fuese a otra con ese cuento, porque ella no se lo creía—. O acabarás
arrepintiéndote.
Se subió a la moto y se agarró a la cintura de Kerr. A este le temblaban los
hombros por la risa contenida. Era bueno, decidió, que no lo asustase la mirada
asesina que Kendra le estaba dirigiendo. Alzó la mirada para observarla y vio a
Branden salir por la puerta del edificio.
—Viene Bran —le susurró al oído.
Kerr le guiñó un ojo a Kendra.
—Si te pregunta, dile que me la llevo al club a tener una sesión de
entrenamiento a puerta cerrada. Puedes mostrarte celosa, si quieres; eso le dará
autenticidad.
—¿Celosa? Tú alucinas.
Jai dejó ir un bufido divertido, ahogando una carcajada. Se agarró bien de la
cintura de Kerr, pegándose a él con la única intención de que Branden la viera, y
deslizó las manos por el abdomen masculino hasta dejarlas muy cerca de la
bragueta.
—Jailyn, cariño —dijo este mientras se bajaba la visera del casco—, no sigas
o a Branden le estallará la cabeza.
—Que le estalle —contestó, encogiéndose de hombros—. A ver si así se le
aclaran las ideas.
—¡Qué mala eres! —Kerr estalló en carcajadas. Le dio gas al motor, puso la
primera, y arrancó, incorporándose al tráfico con agilidad antes de que Branden
llegase hasta ellos.
—¿A dónde van esos dos? —le preguntó a Kendra en cuanto llegó a su
altura.
Los vio en cuanto cruzó la puerta y sintió que el ejército de demonios que
últimamente anidaban en su estómago, se ponían a mordisquearle las tripas.
—A ti qué coño te importa —le espetó Kendra, furiosa.
Se giró para marcharse pero Branden la cogió por el brazo para impedírselo.
—¡Dímelo! —le exigió.
Kendra tiró de su brazo para soltarse y lo miró con desprecio. Estaba un poco
harta de aquel jueguecito que se llevaban entre manos. Harta de que el estúpido
de Branden no reaccionara como debía a pesar de que los celos se lo estaban
comiendo vivo. Y harta de sí misma y de la tremenda atracción que sentía por el
estúpido de Samuel Kerrington.
—Si tanto te interesa, —le escupió de malos modos—, el capullo de tu
amigo se la lleva al Taboo para darle una lección privada a puerta cerrada. A
saber qué cojones significa eso.
Branden sí lo sabía. Lo sabía muy bien, malditos fuesen ambos. Dejó de
prestarle atención a Kendra. Apretó los puños y tensó tanto la mandíbula que los
dientes le rechinaron. Kerr solo daba lecciones a puerta cerrada a sus sumisas
cuando eran muy inexpertas y quería prepararlas para subirlas a uno de los
escenarios de la segunda sala. Los escenarios en los que se ejecutaban las
sesiones más hardcore. El muy engreído solo lo hacía para demostrarles a todos
que era el mejor, el más capaz, el único que conseguía con tanta rapidez que una
inexperta subiera el umbral de su dolor de una manera casi exponencial.
«No tienes ni idea de dónde te has metido, Jailyn», pensó, con la rabia
corriendo por sus venas.
La fiesta fue una gran puesta en escena con la jet set de Nueva York sobre el
escenario. Gente rica y poderosa luciendo sus mejores galas, disfrazando su
egoísmo y falta de decencia haciendo generosas donaciones para una causa de la
que seguramente no conocían nada. ¿Que hay que dar dinero para los huérfanos?
Pues se da, aunque esos niños no me importen una mierda. ¿Que ahora toca
salvar a las ballenas? Pues a golpe de talonario limpio mi conciencia mientras
mis fábricas contaminan las aguas.
Branden casi podía oír sus pensamientos mientras caminaba con Annika
Hooper de su brazo. Ella se encargó de presentarle a mucha gente, entre ellos, a
dos congresistas y un senador.
«Era esto lo que querías, ¿no?», le preguntó su conciencia mientras las luces
de los flashes lo deslumbraban. Entrar con la cabeza alta en las fiestas más
distinguidas, codearse con los poderosos, ser aceptado y llegar a formar parte de
la élite que gobernaba el país.
El lazo del corbatín lo molestaba y el esmoquin, hecho a medida por el mejor
sastre de la ciudad, le parecía una camisa de fuerza que le daba tirones en los
lugares más incómodos.
Annika se movía con elegancia y seguridad. Lejos de la influencia de su
padre, casi parecía otra persona. Se habían borrado las arrugas de su ceño
permanentemente fruncido, o la tensión de sus hombros. Parecía relajada y feliz,
como pez en el agua mientras se codeaba con toda aquella gente que Branden
solo había visto en las revistas. Sería una esposa perfecta para él, una que lo
ayudaría a llegar a lo más alto. Se preciaba de saber juzgar bien a las personas
con un solo vistazo, y su intuición le decía que era una chica de buen corazón, a
pesar de su padre.
—No pareces muy feliz —le dijo en un momento que estuvieron a solas,
mientras él cogía un par de copas de champán de la bandeja que portaba un
camarero y le ofrecía una a ella—. Estás muy silencioso.
—Supongo que estoy abrumado —confesó con una sonrisa.
—Sí, toda esta gente impone la primera vez que los ves. Pero hay un truco
para evitarlo —añadió, bajando el tono de su voz como si fuese a confesar un
gran secreto—: imagínatelos sentados en el retrete. No falla.
Branden estalló en una carcajada que le hizo temblar la mano en la que
sostenía la copa. Ahogó la risa inmediatamente cuando varios ojos lo miraron
con altivez.
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto —contestó con seriedad—. Imagina sus cuerpos gordos y
rechonchos, llenos de arrugas, sentados en el retrete, con el rostro contraído por
el esfuerzo de… ya me entiendes, evacuar lo que han comido.
Branden, muy serio de repente, la miró con una mezcla de amargura y
sorpresa. Annika tenía un carácter muy parecido a Jailyn, y eso le provocó una
punzada de nostalgia. La conversación que mantuvieron por la mañana seguía
retumbando en su cabeza, haciéndose un hueco mientras echaba raíces. Jailyn
tuvo razón cuando le dijo que tenía que decidir qué hacer con su vida sin
utilizarla como excusa para sus decisiones. Era su responsabilidad y no debía
dejarla en los hombros de otra persona. Lo que quería, lo que soñaba, el rumbo
que quería tomar, eran una carga que solo le concernían a él, y era injusto
esperar que ella…
Se vio a sí mismo, dentro de unos años, convertido en una copia de Frederick
Hooper, sentado en su gran y carísima mesa de madera maciza, con su esposa y
sus hijas alrededor, cabizbajas y temerosas, igual que vio a Annika. Un hombre
poderoso y amargado sin un atisbo de felicidad en su rostro; duro y cruel, cínico
y sin empatía, incapaz de sentir el sufrimiento ajeno. Un hombre al que todos
temían pero nadie amaba, ni siquiera su propia familia.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Annika, preocupada. El rostro masculino era
la viva imagen de la desolación.
—No, no es nada. Nada importante —mintió, intentando recuperar la
compostura.
—Pues parece que sí la tiene para ti. Te has puesto pálido como un muerto.
—Es que… —Apretó la mandíbula con rabia. No estaba acostumbrado a
sentirse así, tan perdido. Siempre estuvo seguro del camino que debía seguir,
cuáles eran sus objetivos y la forma de lograrlos. Pero jamás se había planteado
el precio que debería pagar por ellos.
Un precio que era demasiado alto.
—Estoy enamorado —confesó en un arrebato de sinceridad—. Y estoy en
una encrucijada en la que he de tomar la decisión más importante de mi vida, y
me atormenta equivocarme. Perdóname por mi sinceridad, pero he de soltarlo
todo antes de que me ahogue. Es evidente que tu padre quiere nos casemos,
como tú misma dijiste. Si lo hago, si acepto y me caso contigo, perderé a la
mujer que es el amor de mi vida porque jamás aceptará ser la otra, la amante.
Pero, a cambio, tendré la oportunidad de conseguir lo que siempre he soñado. Tu
padre ha echado bien el anzuelo delante de mí para que pique.
—Esta fiesta —asintió ella—. Este evento es el cebo, ¿no? Codearte con
congresistas y senadores te demuestra que lo que dijo mi padre durante la cena dl
otro día, es cierto. Puede apadrinarte para que entres en el partido por la puerta
grande.
—Así es.
—Pero ya no estás tan seguro de quererlo, ahora que sabes el precio que
debes pagar.
—Parece que me estás leyendo la mente —dijo con una sonrisa
apesadumbrada—. Sé que quiero entrar en política, pero no sé si el camino que
me ofrece tu padre, es el que quiero seguir. No sé si merece la pena.
—¿Vender tu alma al diablo a cambio de poder y dinero? No merece la pena,
créeme. No te dejes atrapar en la trampa que te está tendiendo. Mira, me pareces
un hombre estupendo, y teniendo en cuenta que debo casarme sí o sí, me
encantaría hacerlo contigo. Estoy convencida de que me tratarías bien, e incluso
podríamos llegar a ser amigos. Al menos, durante los primeros años. Hasta que
perdieras los escrúpulos y la conciencia, y te convirtieras en una copia de mi
padre.
—He luchado toda mi vida para estar aquí —susurró, con la mirada perdida
entre los asistentes, pavos reales con sus brillantes plumas—, pero desde que
conocí a Jailyn, parece que ya no es suficiente. Me siento como si hubiera
malgastado toda mi vida.
—Hazle caso a tu corazón, Branden, o te arrepentirás toda tu vida. Si dejas
que mi padre envenene tu mente con sus promesas de riqueza y poder, acabarás
perdiéndolo todo. Nada material puede sustituir al amor. Los logros en tu carrera
profesional, los triunfos, el dinero o el reconocimiento, nada de eso podrá llenar
el gran vacío que tendrás en tu corazón. Lo sé muy bien.
—Hablas por experiencia —susurró. No era una pregunta.
Annika asintió y esbozó una sonrisa cargada de tristeza, amargura y
arrepentimiento.
—Perdí mi oportunidad de ser feliz. Me acobardé y dejé que mi padre se
entrometiera en mi vida; permití que sus amenazas calaran en mí. Tuve miedo de
dejar lo que tenía, aquello con lo que había crecido: el dinero, y la cómoda
tranquilidad de no tener que preocuparme por nada. Me pintó un futuro negro
lleno de penalidades si me iba con mi chica porque él cerraría el grifo y no
volvería a ver un centavo suyo nunca más. No confié en mis capacidades para
ganar mi propio dinero, ni en que ella se quedase a mi lado si pasábamos apuros.
No la creí cuando me dijo que me amaba, que el dinero de mi familia no le
importaba, que me fuese con ella lejos a empezar una nueva vida. Me arrepentiré
toda la vida, Branden. —Suspiró desde lo más profundo de su corazón y cerró
los ojos, quizá evocando la imagen de su amor—. Esta noche, cuando te vayas a
dormir, cierra los ojos e imagina un futuro sin ella a tu lado. Piensa en cómo
será, y dónde estarás. Sé sincero contigo mismo, y toma la mejor decisión.
Capítulo nueve
Branden llegó puntual. Quería hacer las cosas bien. Lo había jodido
demasiado como para dejarse llevar por las reticencias, así que decidió ser
romántico a pesar de que lo que deseaba era llevársela a su apartamento, atarla a
la cama, y no soltarla hasta que ambos terminasen bien saciados. Durante tres o
cuatro días, como mínimo.
En lugar de eso, se presentó con un gran ramo de flores. Como idiota que
era, no tenía ni idea de cuáles eran sus preferidas, así que optó por la media
docena de rosas rojas que le aconsejó la florista. «Simbolizan la pasión», le
explicó.
Pensaba llevarla a cenar al París, un restaurante francés pequeño y coqueto,
con una ambientación tan romántica y empalagosa que se le haría insufrible pero
que soportaría como un jabato solo por hacerla feliz. Después, darían un paseo
en uno de los carruajes de Central Park y se besarían mientras los cascos de los
caballos repiqueteaban sobre el asfalto. Le susurraría palabras amorosas al oído,
le dedicaría caricias tiernas, y se comportaría como un caballero. Esta vez quería
hacer las cosas bien. Era muy consciente de que debía volver a ganarse su
confianza.
Fue Kendra quien le abrió la puerta de la calle y lo esperaba en el
descansillo. Estaba bloqueando la puerta, con los brazos cruzados y una actitud
bastante agresiva.
—No la jodas esta vez, —le advirtió.
—No tengo intención de cagarla de nuevo, Kendra —contestó él.
—Bien, porque si lo haces, si vuelves a romperle el corazón, tendrás que
vértelas conmigo.
Podría parecer una amenaza fútil. ¿Una mujer tan delgada, de apenas metro
setenta, amenazando a un hombre como él? Pero Branden no se lo tomó a
broma. Entendía perfectamente la postura de la amiga de Jailyn y su afán por
protegerla, porque era la misma necesidad que lo embargaba cuando pensaba en
ella.
—Estoy seguro de ello.
—De acuerdo. Pasa, entonces. —Kendra se apartó de la puerta para dejarlo
pasar y entró detrás de él, cerrando la puerta a sus espaldas—. Siéntate, si
quieres. Saldrá enseguida. ¿Te apetece una cerveza?
—No, gracias. Pero te agradecería un vaso de agua.
Tenía la boca reseca y los nervios enroscados en la boca del estómago. Jamás
se había sentido tan terriblemente inseguro en una cita. Pero es que ninguna de
las mujeres con las que había salido anteriormente, ni siquiera Georgia,
consiguieron que se sintiera como un chico de instituto a punto de pedir a la jefa
de las animadoras que fuese al baile con él: patético y poca cosa.
No se sentó. Se imaginó hundido en el sofá, escondido detrás del enorme
ramo de rosas, como un pardillo. Una imagen ridícula. Prefirió mantener la
dignidad y esperar de pie, y así se bebió el vaso de agua mientras sostenía el
ramo con la otra mano, intentando mantener una confianza que parecía haberse
evaporado. ¿Dónde estaba el hombre dominante y seguro de sí mismo? Era
como si se hubiese ido de vacaciones precisamente en el momento en que más lo
necesitaba.
«Qué ridiculez —se regañó mientras le devolvía el vaso vacío a Kendra,
componiendo una sonrisa superficial que hasta a él le pareció falsa—. ¿A qué
vienen estos nervios? Jailyn ya ha sido tuya, la has tenido entre los brazos
gimiendo y suplicando por más. Sabes cómo volverla loca de deseo, qué la
excita y qué no. Así que deja de hacer el tonto».
Aunque precisamente ese era el problema. Conocía a la Jailyn sumisa, la que
se había entregado a él con total confianza. Pero apenas conocía a la mujer que
había detrás. ¿Cuál era su plato favorito? ¿Qué color le gustaba más? ¿Era de
días soleados, o lluviosos? ¿De cine, o de sofá y palomitas? ¿Qué música solía
escuchar? ¿Practicaba algún deporte? ¿Qué aficiones tenía? Quería saberlo todo
de ella y se preguntó por qué había sido tan estúpido de no escuchar con la
suficiente atención los días que pasaron juntos.
—Vaya, qué ramo tan bonito y exuberante.
Branden se giró hacia la voz de Jailyn. Estaba parada ante la puerta que
llevaba al pasillo, observándolo con una media sonrisa coqueta. Lleva un vestido
negro ceñido, con escote en V, que estilizaba su figura, y unas sandalias de tiras
de tacón alto. El pelo, largo y suelto, lo invitaba a hundir las manos en él para
atraerla y besarla. Estaba preciosa y elegante, y no estuvo muy seguro de poder
cumplir su propósito de no llevársela a la cama.
—Son para ti —contestó él, ofreciéndoselo.
—Muchas gracias. —Jailyn lo cogió y hundió la nariz entre los pétalos para
aspirar el perfume, con los ojos cerrados—. Será mejor que lo ponga en un
jarrón.
—Yo me ocuparé —intervino Kendra—. Venga, largaos y disfrutad. Y tú —
añadió mirando a Branden por encima del ramo—, será mejor que hagas que mi
amiga se sienta una princesa, o te arrancaré los huevos, ¿entendido?
—¡Kendra! —exclamó Jailyn, horrorizada. Branden dejó ir una carcajada.
—Alto y claro, mi generala.
Bajaron las escaleras cogidos de la mano. Jailyn estaba tan feliz que llegó a
preguntarse si no era más que un sueño y se despertaría para descubrir que su tan
ansiada cita no era real. Se paró delante de la puerta de salida, decidida a
comprobarlo.
—Espera.
—¿Qué ocurre? —preguntó Branden, mirándola preocupado. ¿Quizá se
había arrepentido y cambiado de opinión?
—Bésame —dijo ella, arrimándose a su duro y ardiente cuerpo, levantando
ligeramente el rostro con los labios entreabiertos.
—Vaya… —Branden le rodeó la cintura con un brazo y la atrajo hacia sí
para pegarla a su cuerpo—. ¿Ahora eres tú la que da las órdenes? —susurró
sobre su boca.
—Solo por esta noche —musitó ella, sintiendo el atronador sonido de su
corazón como un tambor.
—Entonces, escucho y obedezco, mi Señora…
Su rostro descendió y se apoderó de los jugosos labios femeninos. Invadió la
boca con la lengua dejando que toda la pasión que sentía fluyera a través de ella,
conteniendo el resto del cuerpo que ansiaba poseerla. La besó con avidez,
bebiendo de ella como un náufrago sediento, como si estuviera muriéndose y
ella fuese su única salvación.
Sin ser plenamente consciente, se movió para aplastarla contra la puerta. El
calor de su cuerpo lo arropó y se filtró a través de los poros de su piel para llegar
hasta el corazón hambriento, que retumbó, acelerándose.
Apartó la boca, jadeante, en un intento de recuperar la cordura. Su cuerpo
clamaba de deseo y lo empujaba a poseerla allí mismo, en contra de cualquier
buen juicio. Pero se había prometido regalarle la noche romántica que Jailyn
merecía y no podía estropearlo todo dejándose llevar.
—Será mejor que salgamos o perderemos la reserva —jadeó sobre su boca.
—Sí, será mejor —musitó ella con los ojos clavados en la boca masculina.
—Deja de mirarme así o no saldremos de aquí.
A Jailyn se le escapó una carcajada.
—Entonces, deberías soltarme.
—No quiero hacerlo. No voy a soltarte nunca más, Jailyn.
Repartió besos por su rostro y por el cuello, bajando peligrosamente por el
escote. Quería apartarse. Debía hacerlo. Pero no podía.
—Branden… —gimió Jailyn.
—¿Qué?
—La cena… la reserva… tenemos muchas cosas de las que hablar.
Sus palabras decían una cosa, pero sus manos, aferradas a la chaqueta,
decían todo lo contrario.
—Tienes razón, sí —jadeó, apartándose por fin—. Vamos.
La cogió de la mano y salieron por la puerta. Branden se preguntó cómo
diablos iba a sentarse delante del volante y conducir teniendo una erección de
mil pares de narices.
Elvin los vio bajar. Espiar a través de la mirilla de la puerta, o detrás de las
cortinas de la ventana, se había convertido en su pasatiempo favorito. Observarla
sin que Jailyn lo supiese le daba una sensación de seguridad que no tenía cuando
estaba frente a ella. Durante meses, casi dos años ya, se había comportado como
el buen vecino: el que la ayudaba cuando venía cargada con la compra: el que le
subía la correspondencia para que no tuviera que molestarse en bajar a por ella:
el que se ofrecía a repararle los estropicios caseros, aunque siempre había
rechazado su ayuda. Casi dos años esperando que se fijara en él, que lo mirara
con ojos agradecidos, que mostrara un mínimo de interés. Dos años en los que
había estado perdiendo el tiempo.
¿Acaso no se daba cuenta de que él se percataba de la forma en que lo
miraba? ¿De su desconfianza? ¿Del desdén con que lo recibía cada vez que se
tomaba la molestia de subir a su apartamento? ¿Por qué no podía esforzarse un
poco y ser amable con él? Ni siquiera le permitía entrar en su apartamento. Tenía
que usar la llave que se había agenciado e ir cuando sabía que no había nadie en
casa.
Estaba claro que ser el vecino amable y solícito no funcionaba. No, cuando
la mujer que le interesaba era una puta a la que le gustaban los hombres altos y
guapos, con pinta de cabrones. Como el tío rapado con cara de malas pulgas que
vio salir de su casa días antes. Como este con el que se estaba besuqueando en el
portal, el mismo que la había atado desnuda para follársela en el lago, a plena
vista de cualquiera; el que la había dejado amarrada y ciega en la cocina de la
cabaña.
Salivó al recordar cómo se sentía su piel desnuda bajo la mano, o la humedad
de su coño cuando la folló con los dedos. El estúpido señorito que vestía trajes
caros le había dado la oportunidad de disfrutar de ella sin saberlo, y la
aprovechó, por supuesto.
Rememoraba ese momento cada vez que se ponía a mirar las fotos y los
vídeos que había grabado, y masturbarse con el recuerdo o las imágenes ya no
era suficiente para él. Entrar en su piso a escondidas para robarle la ropa interior
ya no le producía la misma satisfacción.
La necesitaba a ella, desnuda y abierta, para poder chuparle las tetas a gusto,
manosearla hasta hartarse, meterle la polla hasta la garganta. ¿Le gustaba que la
amarrasen? ¿Que la denigraran? ¿Que la humillaran? Él podía dárselo.
La rabia y la impotencia de saberse invisible lo atormentaban. La bilis le
subió por la boca, dejándole un regusto amargo, el mismo que le llenó la boca
cuando descubrió el tipo de mujer que era aquella que lo obsesionaba. Creyó que
era diferente, que no era como las otras, pero se había equivocado. Era igual al
resto de putas que poblaban el mundo, las mismas que se pavoneaban delante de
él con esos vestidos mínimos que casi no dejaban nada a la imaginación,
mirándolo con desprecio cuando se acercaba a ellas e intentaba hablarles; putas
que lo ignoraban, que lo despreciaban y se burlaban, que creían que él no tenía
derecho a desearlas, tocarlas y follarlas.
«¡Soy un hombre! —gritó su cabeza llena de rabia—. ¡Tengo derechos! ¡Y
necesidades!».
¿Por qué tenía que pagar para copular, cuando otros lo conseguían gratis?
¿Por qué se veía obligado a acudir a las prostitutas de la calle para poder meter la
polla en un agujero caliente? Tías que le daban tanto asco que no podía ni
mirarlas a la cara, por eso siempre las ponía a cuatro patas para follarlas por
detrás.
Pero esta no se escaparía, no se iría de rositas después de la humillación que
suponía saber que era capaz de pasar de mano en mano, dejándose follar por
cualquiera, menos por él. La tendría debajo de su cuerpo, se juró. La ataría a una
cama boca arriba, con las piernas bien abiertas, y se pondría encima. Sentiría sus
tetas aplastarse contra su pecho, notaría cada curva de su cuerpo pegado al suyo,
y metería la polla en ese delicioso y húmedo coñito mientras la miraba a la cara.
«No te vas a librar de mí, querida —pensó mientras apretaba los puños con
fuerza—. Tú vas a ser mía, lo quieras o no».
Se apartó de la mirilla y corrió a la ventana en cuanto Jailyn y su
acompañante salieron a la calle. Los vio entrar en un coche de lujo, uno de esos
que él no podía permitirse. La rabia se convirtió el odio y resentimiento e hirvió
en su interior como en una olla exprés con la válvula obstruida, a punto de
estallar. Respiró con fatiga, con el aire atorándose en la garganta y el corazón
bombeándole puro rencor.
Oyó un ruido en la escalera, y vio salir a Kendra poco después. Una sonrisa
siniestra le curvó los labios. No había nadie en casa.
Quizá era el momento de poner un poco de terror en la vida de Jailyn. Quizá
era el momento de sacarla bruscamente de su plácida existencia y, de paso,
desahogarse con la ferocidad de un animal salvaje. No lo pensó. Se dejó llevar
por el impulso y la necesidad de hacerle vivir la misma impotencia que sentía él
cada vez que la veía con otro hombre. Quería que se sintiera desvalida,
vulnerable, violada e indefensa. Demostrarle que él no era un pobre desgraciado.
Que tenía poder, el poder de convertir su vida en un infierno, si se lo proponía.
Cogió la llave del apartamento y subió las escaleras sabiendo que, cuando
Jailyn regresara a casa, empezaría su pesadilla.
Para Branden, la cena en el París fue una auténtica pesadilla. Por mucho que
intentaba atender lo que ella le estaba contando, el plan que había urdido con
Kerr para ponerlo celoso, no podía parar de imaginarse a Jailyn amarrada a su
cama, desnuda, gimiendo de placer, suplicándole más. «¿Qué cojones te pasa,
tío?», se preguntó. Que llevaba más de un mes sin follar, eso le pasaba, y todas
las señales que Jailyn le estaba enviando eran claramente provocadoras. Como la
manera en la que se pasaba la lengua por los labios para recoger los restos de
salsa con los que se los había manchado. O la forma en que se pasaba los dedos
por el borde del escote mientras hablaban. O el brillo que despedían sus ojos
cuando lo miraban después de parpadear con languidez. O su pie descalzo,
rozándole la rodilla por debajo de la mesa.
—Estate quieta, Jailyn, o lo pagarás caro —le susurró sin perder la sonrisa.
Debería sentirse molesto por la conspiración de la que había sido objeto, y ya
hablaría con Kerr cuando fuese el momento. Pero allí, en aquel instante, solo
podía estar pendiente de lo cerca que el pie estaba de su ansiosa polla.
—No veo el momento —le contestó ella, inclinando ligeramente la cabeza
mientras la punta de la lengua se asomaba entre los labios.
—Estoy intentando tener contigo una cita romántica normal, y me lo estás
poniendo muy difícil.
—¿Y quién ha pedido una cita romántica normal? —preguntó alzando una
ceja inquisitiva.
—Se acabó. —Branden tiró la servilleta encima de la mesa y alzó una mano
para pedir la cuenta—. Espero que sepas lo que has estado haciendo, porque ya
no hay marcha atrás, cielo.
La alegría que bailó en sus ojos y la amplia sonrisa de satisfacción que le
curvó los labios, hablaron por sí solos. Claro que sabía lo que hacía, y estaba
deseando pagar las consecuencias.
No esperó a llegar a su apartamento. Ni siquiera a llegar al coche. El
restaurante estaba en la última planta de un edificio de cincuenta y dos pisos con
siete ascensores, dos de ellos exteriores. Branden la llevó hasta uno de estos
últimos, el que quedaba en el lado del río. Las paredes eran transparentes y podía
disfrutarse del espectáculo que suponía ver el puente de Brooklyn de noche.
—Nunca lo había visto así —musitó Jailyn, poniendo una mano sobre la
pared, sobrecogida por la visión de la enorme estructura iluminada por cientos
de luces reflejándose sobre la oscuridad del agua. Abstraída por la magnífica
vista, no se percató de que Branden presionaba el botón de stop del ascensor
para que se quedara parado entre dos plantas.
—Es precioso, ¿verdad? —le susurró al oído, pegándose a su espalda—.
Pero no tanto como tú.
—¿Has parado el ascensor? —preguntó, al darse cuenta de que el paisaje ya
no se movía.
—Ajá.
—Pero…
—Me has provocado, mascota. —La voz ominosa hizo que se estremeciera
de anticipación—. Desde el beso en el zaguán de tu casa que tengo la polla dura
como una piedra. —Arrastró la cremallera del vestido hasta abrirla—. No
contenta con eso, has estado insinuándote durante toda la cena. —Le puso las
manos en la cintura y las deslizó hacia arriba hasta apoderarse de los pechos para
acariciarlos por encima de la ropa—. Me has hecho notar el escote del vestido.
—Arrastró los tirantes por los hombros y los brazos hasta que el corpiño quedó
colgando de su cintura—. Te has relamido los labios, obligándome a imaginarlos
alrededor de mi polla—. Le desabrochó el sostén y lo dejó caer al suelo—.
Dime, ¿qué castigo crees que mereces?
Las manos se apoderaron de los pechos y Jailyn dejó caer la cabeza hacia
atrás, apoyándola en el pecho masculino.
—El que tú creas conveniente, Maestro —gimió, cuando los dedos de
Branden pellizcaron los pezones con dureza.
Su coño se empapó con rapidez. Tan necesitado, tan hambriento. Las manos
masculinas descendieron y empujaron el vestido hacia el suelo. De un tirón, le
rompió las bragas, dejándola completamente desnuda.
—Podría azotarte este culo tan hermoso hasta que las nalgas se pusieran de
un rojo incandescente —jadeó sobre su cuello, dándole un azote con una mano.
Ella gimió—. Hasta que no pudieras sentarte en una semana. —Volvió a
azotarla y Jailyn sintió que el coño le palpitaba de necesidad—. Podría atarte
usando tus propios sostenes, inmovilizarte así como estás, expuesta tras los
cristales como un maniquí en un escaparate. —Los cogió del suelo y, con un
movimiento rápido, la amarró al asidero de la pared, muy apretados para que no
pudiera soltarse—. Podría poner el ascensor en marcha y permitir que bajara
para que todos te vieran mientras te follo. ¿Qué te parece la idea? —la amenazó,
aunque no tenía intención de cumplirla.
Jailyn jadeó, presa de la desazón, y tiró para librarse de las ataduras, solo
consiguiendo que se apretaran más.
—Que no me gusta en absoluto —protestó.
—A mí tampoco me gustó verte en el Taboo, medio desnuda y en manos de
Kerr. —Era mejor usar aquella excusa que la realidad, que estaba tan excitado
que no podía esperar a llegar a su casa—. Que me hicieses pensar que follabas
con él. ¿Puedes imaginarte cómo me hiciste sentir?
—¿Celoso? ¿Desesperado?
—Atormentado.
La cogió del pelo y tiró hacia atrás, obligándola a girar el rostro para
apoderarse de su boca. La besó con violencia, marcándola con el puro fuego que
desprendía. Sus lenguas chocaron y se enredaron, entablando una batalla que
terminó con la rendición de Jailyn cuando dejó ir un largo e intenso gemido. La
mano libre de Branden había reptado por su estómago hasta el pubis, y los dedos
habían empezado a torturar el clítoris, robándole cualquier deseo de resistirse.
Todo dejó de importarle excepto el intenso placer que le regalaba.
El beso y las caricias se prolongaron. Los dedos exigentes de Branden la
penetraron y Jailyn inició un baile con las caderas, frotándose contra la
protuberancia bajo los pantalones de él, buscando los dedos furtivos cada vez
que abandonaban su interior, gimiendo contra su boca cuando la otra mano le
apretaba un pecho.
—Maestro, por favor… Quiero… Necesito… —jadeó contra la severa boca.
—Sé lo que necesitas, cariño —susurró él respirando agitadamente antes de
precipitarse a liberar su polla.
La aferró por la cintura para sujetarla contra su cuerpo y le levantó una
pierna agarrándola por debajo de la rodilla para tener mejor acceso a su coño. La
penetró de golpe, hasta el fondo, sin titubeos ni consideraciones. Jailyn gritó,
pero no de dolor. El placer intenso de tenerlo de nuevo en su interior, follándola,
explotó en un grito salvaje que le arañó la garganta. Cada empuje de sus caderas
la aplastaba contra el cristal, aprisionando sus propias manos. El frío del material
contra los pechos le erizó la piel y convirtió sus pezones en dos guijarros. Era
una postura incómoda y humillante, con la mejilla comprimida, los pechos
aplastados, las manos pegadas a su propio estómago. Estaba atada y vulnerable,
a su merced. Pero el mundo había desaparecido a su alrededor, no existía nada
más que ellos dos, su polla follándola, sus jadeos contra su pelo enredado, y el
violento contoneo de sus caderas buscándose.
El orgasmo los alcanzó al mismo tiempo, atravesándolos como un rayo en
plena tormenta, liberando una miríada de chispas que les recorrió la piel,
sacudiendo sus cuerpos sudorosos y jadeantes. Branden se derramó en su interior
y Jailyn sintió el calor de su semen colmándola mientras temblaba y gritaba por
el inmenso placer que se había apoderado de ella hasta el último estertor.
Renuente a abandonar el húmedo y cálido refugio, Branden le regó el cuello
de mil besos mientras intentaba recuperar el resuello. Había sido un encuentro
tosco e impaciente, pero plenamente satisfactorio para él.
—¿Estás bien? —le preguntó al oído cuando pudo recuperar el habla—. ¿Te
he hecho daño?
—No —contestó ella con un balbuceo, con la mejilla todavía pegada al
cristal—. Creo que no, aunque ahora mismo no estoy muy segura. —Dejó ir una
risa avergonzada—. Me has dejado aturdida con tanta vehemencia y descontrol.
—Sí, bueno… Maldita sea —masculló al apartarse de ella y darse cuenta de
que no se había puesto el preservativo—. No he usado protección.
—En estos momentos, es lo que menos me importa —se rió ella, todavía
abrumada por el orgasmo que había vivido—. ¿Me sueltas, por favor?
—Mmmm, no sé —murmuró él pegándose a ella de nuevo. Le rodeó la
cintura con los brazos y empezó a acariciarle los pechos—. Me gusta demasiado
tenerte así, desnuda y sin posibilidad de huida. ¿Y si nos quedásemos aquí para
siempre? —bromeó.
—Cambia el ascensor por una cama, y aceptaré la propuesta —musitó ella,
sintiendo que, a pesar de creerlo imposible, volvía a excitarse con sus caricias.
—Tienes razón, el ascensor no es un buen lugar para quedarse. En cualquier
momento, alguien va a querer usarlo.
Reacio pero sabiendo que debía poner fin a aquella locura, le desató las
manos y la ayudó a vestirse.
—Y, ahora que nos hemos quitado el gusanillo del sexo y que ambos
estamos saciados momentáneamente, ¿me vas a contar qué ha pasado para que te
despidieran?
Capítulo once
Al final, decidieron que al día siguiente no harían nada en el piso. Kerr, que
trabajaba en una importante empresa de seguridad, había estado pegado al
teléfono, tirado de contactos y favores, y consiguiendo que el más prestigioso
laboratorio criminalístico privado de la ciudad se hiciese cargo de la escena. Por
la mañana, enviarían a un equipo que la analizaría al completo en busca de pistas
que llevasen hasta el responsable.
Se despidieron en la acera. Jailyn le preguntó a Kendra si estaba segura de
irse con Kerr, y le aseguró que si quería irse con Branden y con ella, sería bien
recibida. Kendra lo consideró durante un momento porque estar a solas con Kerr,
en su casa, era un peligro para ella; pero al final, se negó. Su amiga quería estar a
solas con Branden, y era lógico. Después del mes de mierda que había pasado,
sufriendo por culpa del abogado obtuso y cabezón, se merecía poder disfrutar a
pesar de las circunstancias. No iba a ser ella la que estuviese en medio,
estorbando, solo porque temía estar a solas con Kerr.
Hicieron el camino en silencio. Jailyn agradeció que Branden respetara su
mutismo y no se empeñase en llenarlo de palabras huecas, solo para distraerla.
Necesitaba ese silencio para poder pensar en lo ocurrido y asimilarlo. Todavía
estaba en shock, incapaz de comprender cómo alguien podía desearle tanto mal.
En lo que habían visto sus ojos, había mucha rabia y odio dirigido hacia ella;
pero Jailyn no le había hecho daño a nadie. ¿Cómo podía el desconocido odiarla
tanto? ¿Qué le había hecho que fuese tan horrible que mereciese que le
destrozaran todas sus pertenencias, todos sus recuerdos?
—A partir de ahora, no irás sola a ningún lado —dijo Branden al fin, cuando
ya estaba metiendo el coche en el aparcamiento subterráneo del edificio en el
que vivía.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que has oído —contestó con la mandíbula tensa—. No voy a permitir
que el tipejo tenga la oportunidad de acercarse a ti. Te llevaré al trabajo, te iré a
buscar, y si tienes que ir a algún otro sitio, te acompañaré. Nada de ir en metro o
taxi. Seré tu chófer hasta que lo pillemos.
—Branden, yo te lo agradezco, pero no es necesario que…
—No, Jailyn, no vas a discutirme esto —la interrumpió con brusquedad—.
Ese tío está loco. Ya has visto lo que ha hecho en tu casa. No podemos saber qué
otras ideas retorcidas tiene en mente. Por mi propia paz mental y por tu
seguridad, no irás sola a ningún lado. Irás conmigo, siempre. Prométemelo.
Jailyn lo miró y vio determinación en sus ojos, y también miedo. Miedo a
que le pasara algo. No la dejaría en paz hasta que se lo prometiera. Un torrente
de agradecimiento la desbordó. Branden se preocupaba por ella de verdad.
—Está bien. Te lo prometo.
Branden asintió, aliviado.
—Subamos a casa. Te darás un baño y nos iremos a dormir.
—No se si me apetece ahora mismo.
—Sí te apetece. Necesitas relajarte y el baño te ayudará.
—¿Ya estás en plan mandón? —Le dirigió una sonrisa cansada y Branden
posó la mano en su mejilla para acariciársela.
—Cuando se trata de tu bienestar, siempre.
Kendra odiaba ir en moto, pero más odiaba tener que estar pegada a Kerr. El
rugido atronador del motor que le embotaba los oídos, la velocidad con la que se
movían por la calzada, y el miedo a acabar en el suelo después de un estrepitoso
accidente, deberían haber acallado todos sus pensamientos. Pero su mente no
procesaba nada más que el calor del cuerpo masculino pegado al de ella, el
aroma a cuero de su chaqueta y la absurda sensación de seguridad que le
transmitía estar en sus manos. Confiaba en él de una forma instintiva y absurda
que solo podría traerle problemas.
«No debería haber aceptado», pensó, arrepintiéndose de su decisión. Ir a casa
de Kerr era peligroso para su paz mental; pero no por él, sino porque temía sus
propios impulsos, los mismos con los que llevaba luchando desde la fatídica
noche que pasó en el Taboo. La misma noche en que descubrió con horror el
motivo por el que ninguno de sus anteriores amantes había conseguido satisfacer
su lujuria: en su interior, oculta bajo capas y capas de convencionalismos e ideas
preconcebidas, habitaba una sumisa que deseaba ser sometida. Y Kerr la obligó a
mirarla a los ojos y reconocer su existencia.
Se removió sobre la moto, incómoda, y su movimiento obligó a Kerr a
contrarrestarlo con un ligero movimiento del manillar.
—Ten cuidado, niña salvaje —la advirtió a través del sistema de
comunicación que tenía instalados en los cascos—, o puedes hacer que nos
vayamos al suelo.
—Lo siento —contestó ella, aferrándose más a su cintura con los brazos.
Aquella noche había sido demasiado para ella y, aunque no era el momento
apropiado para evocarla, su cabeza tuvo una opinión muy diferente.
Capítulo quince
Cuando dieron las tres sin tener noticias de Jailyn, Kendra empezó a ponerse
nerviosa. Le envió un whatsapp, pero no le llegó. Se quedó mirando el único tick
que había al lado de su mensaje, gris y solitario.
«Seguro que todavía está en plena entrevista y tiene apagado el móvil».
No había nada que pusiera más nervioso que estar en una entrevista de
trabajo y que el teléfono empezara a sonar.
Dejó el móvil al lado del teclado y repiqueteó con los dedos sobre la mesa,
esperando.
Media hora más tarde, seguía sin llegarle.
«Esto no es normal».
La llamó, ya preocupada, pero le saltó el buzón de voz. Pensó en llamar a
Branden, pero había sido tan estúpida que no tenía su número.
«Kerr».
Él lo tendría y podría dárselo.
No se lo pensó dos veces.
—¿Me echas de menos, niña salvaje? —fue lo primero que dijo al contestar.
Kendra bufó. ¿Por qué se le habría ocurrido aceptar su desafío e ir con él al
Taboo el sábado por la noche? Ahora, el capullo creía que la tenía en el bote, y
no es que fuese demasiado desencaminado.
—Estoy intentando hablar con Jai pero tiene el teléfono apagado. ¿Puedes
darme el de Branden?
—Pero, ¿no está contigo en el trabajo?
—Claro que no. —Chasqueó la lengua—. ¿No crees que si estuviera aquí no
te estaría llamando a ti para pedirte el número de él? La llamaron para una
entrevista de trabajo en la Hunt's Point Library y se fue echando leches porque
tenía el tiempo justo para llegar; pero me dijo que avisaría a Branden, así que
supongo que estará con ella.
—Yo lo llamo y te digo.
—¡No! Espera… —Pero Kerr ya había colgado.
Kendra, enfadada, le sacó la lengua al móvil antes de volver a dejarlo sobre
la mesa. No le quedaba más remedio que esperar.
Kerr llamó a Branden para darle las malas noticias. Como era de esperar, no
le hicieron puñetera gracia. Lo oyó renegar varias veces a través del teléfono, al
mismo tiempo que insultaba a otro conductor.
—Escucha —dijo Kerr, resollando. Caminaba con el paso acelerado hacia su
moto—, pásate a recoger a Kendra e id a mi apartamento los dos.
—¡¿A tu puto apartamento?! ¡¿A qué?! ¡¿A sentarnos a esperar?! —gritó
Branden. Kerr tuvo que apartar el auricular del móvil de su oreja para no
quedarse sordo.
—A esperarme a mí, sí.
—Y tú, ¿a dónde irás?
—Voy a llevar el bolso y los trozos del móvil al laboratorio, para que los
examinen. Quizá encuentren alguna prueba.
—Dime dónde es que voy para allá.
—¡No! —lo cortó, tajante—. Vete a mi apartamento con Kendra e intenta
tranquilizarte.
—¿Que me tranquilice? ¡Vamos, no me jodas! ¿Cómo estarías tú si fuese
Kendra la que ha desaparecido?
—Como tú, o peor.
—¿Entonces? ¿A qué viene eso de que «me tranquilice»?
—Porque cuando encontremos a Jailyn, y lo haremos, necesitará que tengas
la cabeza fría para poder ayudarla. Encárgate de Kendra, cuéntale lo que pasa, e
id a esperarme a mi apartamento. Y deja que yo haga mi trabajo. ¿De acuerdo?
Branden permaneció en silencio unos segundos. Kerr solo oyó la pesada
respiración de su amigo, y algunos golpes sordos al otro lado de la línea.
Probablemente, estaba aporreando el volante.
—Está bien —dijo al final, con la voz más calmada—. Pero mantenme
informado, por favor.
—Por supuesto.
Kerr colgó. Había llegado hasta su moto. Se puso el casco, montó, y salió
como alma que lleva al diablo, sorteando coches como un suicida.
Tenía que llegar al laboratorio cuanto antes.
—No parece que haya nadie —musitó Branden mirando hacia la casa
abandonada antes de bajar del coche—. ¿Estás seguro de que es aquí?
Estaba anocheciendo ya y no podía dejar de pensar en que Jailyn llevaba
demasiadas horas en manos del tarado. La angustia y el miedo por lo que le
podría haber hecho era insoportable.
—Es la única pista que hemos encontrado.
—Deberíamos ir a por Elvin y sacudirlo hasta que nos diga dónde tiene a
Jailyn.
—No te preocupes. Si ella no está aquí, es lo que haremos. Toma. —Kerr
sacó un revólver de la guantera del coche, un todo terreno negro y enorme, y se
la ofreció junto a una pequeña linterna—. Por si acaso.
Branden asintió y cogió ambas.
—Vamos allá.
Bajaron del coche y atravesaron la acera. Branden tuvo que reprimir la
impaciencia por llegar y se obligó a caminar a un paso que no fuese sospechoso.
Ya no había nadie en la calle a esas horas, con la noche tan cercana, pero se
podía ver la luz en las ventanas de las casas vecinas. ¿Quién sabe si alguien
estaba observándolos?
La puerta principal estaba bloqueada y cegada por las maderas clavadas en
el marco, igual que las ventanas. Rodearon la casa, internándose también en el
jardín trasero, sin encontrar un agujero por el que meterse.
—Esto es imposible. No hay manera de entrar. Incluso las ventanas del
primer piso están bloqueadas.
—Sí la hay. —Kerr señaló el garaje, un anexo con el tejado inclinado pegado
a la casa—. Seguro que entra y sale por ahí.
—No va a ser fácil abrirla.
—Espera aquí. —Kerr fue hasta el coche, abrió el maletero y sacó una
palanca. Volvió, mostrándose a Branden, con una sonrisa triunfal—. Esto nos
ayudará.
La encajó a la mitad, allí donde las bisagras partían en dos la puerta, e hizo
palanca con fuerza. Sonó un chasquido y la puerta se abrió sin más problemas.
Dentro, encajonado entre estanterías y cajas llenas de trastos viejos, el Ford
verde con un alerón trasero les dio la bienvenida.
—Parece que está aquí —susurró Branden.
Kerr asintió y le hizo un gesto con el dedo sobre los labios para que
permaneciera en silencio. Entró mientras Branden se ocupaba de bajar de nuevo
la puerta. Puso la mano sobre el capó. Todavía estaba muy caliente. Elvin había
regresado solo unos minutos antes que ellos llegaran.
Encendieron las linternas y observaron a su alrededor hasta localizar la
puerta que comunicaba con la casa. La abrieron con cuidado. Al otro lado, la
oscuridad seguía reinando.
Banden sentía el corazón bombear en sus oídos. Le sudaban las manos
además de temblarle, y respiraba con agitación. En cambio, Kerr estaba en su
salsa. Tenso pero tranquilo, se movía con sigilo manteniendo todos los ángulos
bien cubiertos con la automática que empuñaba, buscando a Elvin Coyle entre
las sombras. Linterna y cañón apuntaban siempre en la misma dirección, y fue
abriendo camino hasta la escalera, asegurándose de que no había ningún peligro,
con Branden siguiéndole muy de cerca.
—Hay que mirar habitación por habitación —le susurró a su compañero en
voz muy baja—. Registra esta planta y yo subiré arriba.
—Ten cuidado, Kerr.
El aludido solo chasqueó la lengua antes de empezar a subir las escaleras.
Branden tragó saliva. Nunca se había visto en una situación como aquella, en
la que su vida pudiese peligrar. Pero el miedo a lo que pudiese estar pasando
Jailyn era mucho peor e hizo que se sobrepusiera.
Todo estaba en silencio y oscuro. Caminó intentando no hacer ruido, pero a
cada bocanada de aire que daba, le pareció que su propia respiración era como
una explosión. A la derecha, la cocina estaba vacía. Tropezó con una lata tirada
en el suelo y el ruido metálico resonó por toda la casa como un millar de
campanas. Maldiciendo, siguió caminando hasta el comedor, esperando que
Elvin no lo hubiese oído. Estaba vacío. Y el salón de al lado, también. No estaba
en la planta baja.
Volvió hacia las escaleras siguiendo una ruta diferente desde el salón y,
entonces, vio la puerta del sótano, disimulada bajo la escalera, con dos cerrojos
nuevos y brillantes asegurándola.
Atrapado entre la desazón y el miedo a lo que pudiera encontrarse al otro
lado, y por la impaciencia por rescatar a Jailyn, tiró de ellos hasta descorrerlos.
La puerta se abrió hacia afuera con un desagradable chirrido.
De repente, desde el piso de arriba, un alboroto estruendoso desgarró el
silencio que reinaba Branden alzó la vista, dividido entre la necesidad de bajar al
sótano para comprobar que Jailyn estaba allí y poder rescatarla, y la
preocupación por su amigo y por la pelea que parecía estar ocurriendo arriba.
Solo duró unos segundos, y el ansia por rescatar a Jailyn ganó, por supuesto.
Kerr era perfectamente capaz de cuidar de sí mismo y no necesitaría su ayuda
para acabar con el tarado. Así que, empuñando el revólver en una mano y la
linterna en la otra, empezó a bajar hacia el oscuro y tenebroso sótano.
Novelas independientes:
Mi dulce sumisa
Esclava victoriana
Placer y obsesión
Inocencia Robada
Destino traicionado
Relatos: