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El difunto Matías Pascal

y otras historias

Víctima de adversos hados,


Matías Pascal,
bibliotecario,
corazón generoso, alma franca,
aquí voluntariamente,
reposa.
La piedad de sus paisanos
colocó aquí esta lápida.
Luigi Pirandello. El difunto Matías Pascal

201
El señor Pascal

Matías Pascal se enteró de su muerte por una nota necroló-


gica aparecida en Il Foglietto de Miragno. Esta informaba que
su cuerpo de bibliotecario había sido encontrado en el molino
del pueblo. Por el mismo diario supo la razón de su suicidio:

La pérdida reciente de su adorada madre, y al mismo tiempo


de su única hijita, consecutivas a la pérdida de sus bienes, había
trastocado profundamente el espíritu de nuestro pobre amigo.
Tanto, que hará unos tres meses ya intentó poner fin a su mísera
existencia, precisamente en la presa del mismo molino que le re-
cordaba los pasados esplendores de su casa y sus tiempos felices
(1971: 76).

A Matías Pascal le parecieron exageradas y llenas de falso


sentimentalismo las palabras que se exponían en Il Foglietto.
Lo cierto es que detestaba a su suegra y padecía un matrimo-
Carlos Calderón Puertas

nio infortunado que, según la nota, no impidió una “desconso-


ladora escena” de la viuda al encontrarse “delante de los irre-
conocibles restos mortales de su amado esposo”.

Como es obvio, Matías Pascal no estaba muerto; estaba de


parranda. Luigi Pirandello —a quien se debe el relato de su
existencia— escribe:

¡No! No me había matado por la muerte de mi madre y de mi


nena, con todo y haberlo pensado aquella noche. Sino que había
huido de mi casa, es verdad que desesperado; pero he aquí que
ahora volvía de una timba, donde la Fortuna habíame sonreído
del modo más peregrino (1971: 77).

Libre de las ataduras que lo unían con un hogar que lo opri-


mía, Matías Pascal cambia de nombre. Se hace llamar Adriano
Meis y emprende una nueva existencia en la que crea a un pa-
202 dre que nunca tuvo, un nacimiento en Argentina y su regreso
a Italia muy pequeño, enfermo de bronquitis, para ser criado
por su abuelo, dado que sus padres fallecieron cuando él era
niño.

Ahora bien: ¿qué era yo, sino un hombre inventado? Una fic-
ción ambulante que quería y, además, necesitaba imprescindible-
mente tener una vida propia, aunque basada en la realidad (1971:
86).

En esa vida propia que se inventa, Adriano mantendrá re-


laciones con Adriana, pero, sometido a un problema de honor,
decide acabar con su vida inventada y su nombre artificial,
como antes había acabado con la de Matías.

Yo no debía matarme a mí, que era tanto como matar a un


muerto, sino matar a aquella absurda y loca ficción que por espa-
cio de dos años había sido mi tortura y mi suplicio; matar a aquel
Adriano Meis, condenado de por vida a ser un bellaco, un em-
Introducción al Derecho

bustero, un miserable; al que yo debía matar era a aquel Adriano


Meis que, siendo como era, un nombre postizo, hubiera debido
de tener de estopa el cerebro, de cartón piedra el corazón, y en las
venas, en vez de sangre, un poco de agua teñida (1971: 192).

Y así extingue su otra existencia, dejando en el puente que


va por el Lungotevere dei Mellini un cuadernito de bolsillo en
el que anotó con un lápiz su nombre. “¿Qué más?”.

Para corroborar su muerte, es decir, la de Adriano Meis,


Matías Pascal espera los periódicos de Roma. Su malestar no
puede ser mayor al verificar que la prensa le daba a su suicidio
las “proporciones (…) de un vulgar suceso”.

Matías Pascal decide que es hora de encontrarse consigo


mismo y decide regresar a su pueblo. Primero, recala en la
casa de su hermano Roberto, quien no puede creer lo que ha
203
sucedido y le narra que su esposa se ha casado con Pomino.
Luego, se va a la casa de este, donde encuentra a su esposa —que
ya no es su esposa— y se entera de que Pomino y Romilda han
tenido un hijo. Ante la preocupación de estos por la posible
anulación de su matrimonio, Pascal dice:

—¿Y qué te importa a ti que lo anulen? —le dije—. Lo anula-


rán por forma, si es que lo anulan, porque, lo que es yo, no he de
hacer valer mis derechos, y ni siquiera pienso a darme a conocer
oficialmente como vivo, a no ser que materialmente me obliguen
(1971: 211).

La novela y la vida

Mariátegui no solo hizo en Europa su mejor aprendizaje,


sino, además, observador penetrante, descubrió en Italia un
país extremadamente pasional, cuyas notas periodísticas es-
taban llenas de tragedias de amor (1984a: 207) que solo era
Carlos Calderón Puertas

posible concebirlas allí. Quien haya leído sus Cartas de Italia


coincidirá conmigo. Si alguien lo dudara, un párrafo escrito
por el Amauta desde la Piazzale Michelangelo, en Florencia, le
hará cambiar de opinión:

Pienso, en seguida, que debe ser agradable estar enamorado


esta noche. Lo mismo piensa, sin duda alguna, la inglesa que tan
pertinazmente mira la luna. Yo debería enamorarme de la inglesa
por algunos momentos. Pero no es posible, ni siquiera por algu-
nos momentos enamorarse de una mujer que mira la luna con sus
impertinentes. No es posible, ni razonable (1984a: 211).

Este escrito que dirige a Anita Chiappe en 1926 ratifica lo


dicho:

Renací en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de


Botticelli. Te elegí entre todas, porque te sentí la más diversa y
204 la más distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios.
Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada
más serena. (…) Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tris-
teza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de
doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica,
bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría
(1984b: 93).

En el país, llevado acaso por el frenesí político que lo ha


acogido sin más, nos gusta hablar de él y citar sus 7 ensayos
para cuanta cosa más inverosímil se nos ocurra. Obsérvese
nomás las monografías universitarias que hacen uso de su
palabra, tanto para hablar de derecho, como de historia o de
ecología o de cualquier otro tema por el mero gusto de citarlo,
sin reflexión, además, y tratando al Perú del siglo XXI como si
fuera el mismo de las primeras décadas del XX.

Mariátegui es sustantivamente más que los 7 ensayos, el


libro más citado y menos leído en proporción a las referencias
Introducción al Derecho

que de él se hace. Algún lector acucioso que quisiera conocer-


lo podría sentirse desconcertado con sus citas violentistas en
Defensa del marxismo, pero al mismo tiempo quedaría avasa-
llado por ese lenguaje cosmopolita y esas ideas frescas, juveni-
les y generosas que se desprenden en El alma matinal, o por
ese relato breve y pleno de gracia que es La novela y la vida.
En este narra las vicisitudes del profesor Canella, habitante de
Verona, y la del tipografista de Turín, Mario Bruneri, ambos
de gran parecido, más o menos de la misma edad, soldados en
el mismo conflicto y casados casi en la misma época. La Gran
Guerra une a estos personajes en la misma trinchera, el mismo
regimiento y la misma explosión de una bomba que origina la
confusión de sus cuerpos, pues se rescata ensangrentado uno,
el cual es llevado al hospital y reconocido por su vecino de le-
cho como Mario Bruneri; mientras que a Canella lo tienen por
desaparecido. 205
Pero Bruneri no es Bruneri. Bruneri es Canella y este ha
perdido la memoria y cree llamarse —porque así se lo han di-
cho— Bruneri. Y así, mientras en Verona una viuda se niega a
creer en la muerte de su marido desaparecido, Canella —más
bien Bruneri— se dirige a Turín al encuentro de su esposa —que
no es su esposa— y a los probables arrebatos furiosos del amor:

El náufrago no elige la playa a la que arriba, después de haber


luchado toda una noche con las olas. Pero la alegría de tocar tierra
lo obliga a encontrar bella, tal como Colón reconoció en la primera
isla americana la tierra que buscaba. Este mecanismo sentimental
preservaba a Canella, sobreviviente, de cualquier descontento en
su llegada (1984b: 34).

Y por eso:

A la mañana siguiente nada separaba a estos dos esposos lega-


les que, sin saberlo, creyéndose casados desde hacía mucho tiem-
Carlos Calderón Puertas

po, habían celebrado esa noche un desposorio de guerra: la boda


extraña del soldado desconocido con la viuda que, al desposarlo,
pensaba recibir a su esposo sobreviviente (1984b: 36).

Bruneri —es decir, Canella— pronto empieza a trabajar


como tipógrafo, un oficio que no es el suyo. Como es obvio, la
primera que se percata de los extravíos de su esposo —que no
es su esposo— es la señora Bruneri. Tales son sus veleidades
que Canella, ahora Bruneri, se ve atraído por otros ojos y otros
labios: los de Julia.

El adulterio —afirma burlonamente el Amauta— puede corres-


ponder, por excepción, a un esfuerzo de fidelidad y monogamia.
Pero habría sido vano pretender persuadir a la señora Bruneri de
la verdad de esta tesis.

Luego, en vano intento de encontrarse con él mismo, em-


206
prende la fuga en busca de la gran evasión: el suicidio. Lo en-
cuentran ensangrentado al haber tratado de degollarse y, como
había sucedido en la Gran Guerra, Bruneri se olvida de que es
Bruneri o que es Canella; porque, al fin y al cabo, como decía
Vallejo: “¿Quién no se llama Carlos o cualquier otra cosa?”.
Llevado al hospital y recogido “con simpatía y curiosidad” en
el manicomio de Colegno, una publicación que hace el director
sobre su caso aparece en La Domenica del Corriere. La foto
en el periódico la ve en Verona la esposa de Canella, quien lo
identifica y va a su encuentro. El esposo que creyó perdido ha
vuelto.

El abrazo de la esposa pazza di amore, borraba de la memo-


ria restaurada de Canella las huellas de todos los abrazos que, en
doce años, habían tratado inútilmente de alejarlo de su verdadero
destino (1984b: 65).
Introducción al Derecho

Canella, entonces, recuerda que es Canella, pero Canella ya


no es Canella: Canella es Bruneri. Lo es para la mujer que dejó
en Turín, para sus vecinos, para los demás, para el derecho, para
la amante. Canella desapareció en la guerra y quien regresó fue
Bruneri, y este, ahora adúltero, es quien abandona a su esposa
para arrojarse a los brazos de la mujer del profesor Canella.

Denunciado por estos hechos, Canella, a quien todos lla-


man Bruneri, señala no ser Bruneri, sino Canella. Quienes es-
tán en desacuerdo son la señora Bruneri, su esposa hasta hace
algunos días, y su amante, Julia.

No solo la señora Bruneri identificaba al amnésico como su ma-


rido. Lo identificaba también, como Mario Bruneri, su ex-amante
Julia. Cuestores y médicos pensaban que una mujer podía enga-
ñarse; pero dos mujeres, no. Y menos aún dos mujeres que eran
una la esposa, la otra amante (1984b: 70).
207
El alegato sentimental de la señora Canella no logra con-
vencer al Tribunal de Turín, no solo por las imputaciones de
la esposa y de la amante, sino porque perseguido Canella en el
tiempo que era Bruneri por el delito de estafa, había consigna-
do sus impresiones digitales y había sido descrito con una gran
cicatriz en la espalda. Realizada la descripción física para el
juzgamiento, encuentran que la cicatriz de Bruneri (que nunca
fue de Bruneri) la tiene Canella. Si la señora Bruneri hubiera
querido denunciarlo por adúltero, lo habría puesto tras las re-
jas; pero lo dejó ir.

La tragedia había terminado para la señora Canella. Reuni-


da con su marido, podía enorgullecerse de un amor constante
y una espera infatigable. Para el profesor Canella, en cambio,
los sinsabores empezaban de nuevo, más cuando el Tribunal
de Turín, “fiel al positivismo de su tradición”, siguió convenci-
do de que era Bruneri y no Canella.
Carlos Calderón Puertas

Algunos meses después, la señora Canella daría a luz una


hija. Era la hija de Canella, pero debía llamarse Bruneri. Era la
hija legítima y, sin embargo, como se decía entonces, también
la adulterina.

Tony Stark

A Stan Lee y Jack Kirby, y también a los menos conocidos


Larry Lieber y Don Heck, se debe la creación de Iron Man en
1963, es decir, de Tony Stark.

Anthony Edward —esos eran sus nombres de pila, si aún


es posible admitir esa expresión— era hijo de Howard y María
Stark, dueños de Industrias Stark92, a quienes hereda luego de
que estos fallecieran en un accidente automovilístico produ-
cido por un defecto en los frenos, como se menciona en las
208
primeras publicaciones, o por un atentado, como se lee en The
Iron Age (1988), o asesinados por “Bucky” Barnes, como se ve
en Capitán América: Civil War (2016).

Más allá de estos multiversos narrativos, lo cierto (el adje-


tivo es claramente confuso tratándose de cómics) es que Tony
Stark se hace director de la empresa y, como tal, se dedica a
construir armamentos para su país. Iron Man es un héroe na-
cido en plena Guerra Fría y su vocación inicial es la defensa de
los valores que encarnan el nacionalismo norteamericano más
impetuoso, de la misma forma que Steven Rogers, es decir, el
Capitán América —cómic que se hizo conocer en 1941—, re-
presentaba al héroe que luchaba contra el enemigo nazi, gua-
recido por un escudo elaborado por Howard Stark, el padre de
Tony.

92
Aunque en otras versiones es hijo de dos agentes de Shield.
Introducción al Derecho

En la película, Tony Stark, quien ha viajado a Afganistán


para probar el misil Jericó, es capturado en una emboscada
organizada por Obadiah Stane, accionista de Industrias Stark,
y es dado por muerto. Sin embargo, si bien alguna de las es-
quirlas derivadas de las explosiones que se lanzaron a su Hum-
vee se incrustaron en su corazón, es salvado de morir gracias
a la ayuda del científico chino Ho Yinsen, quien le colocó un
electroimán para evitar su muerte y luego un reactor Arc (en la
primera versión, las heridas las recibe en Vietnam).

Con Ho Yinsen, Stark fabrica la primera armadura de Iron


Man. Lamentablemente, el científico chino muere cuando in-
tentaban escapar, pero Stark, cuya armadura sufre fallas, es
encontrado en el desierto afgano y salvado.

Sin heredero alguno y, probablemente, aprovechándose de


cláusulas societarias referidas a la transmisión de acciones en 209
caso de muerte del accionista, Stane se apropia de Industrias
Stark. Pero Tony Stark regresa. De ello da cuenta el volumen 1
de Heroes return: Iron Man, el cual informa que se inició un
procedimiento judicial, sin duda, de reconocimiento de exis-
tencia:

(S)olo hace unos días —dice la revista— el Tribunal de Sucesio-


nes del Estado de California declaró que Stark, dado por muerto
hace meses, estaba vivo y dispuesto a recuperar las riendas de sus
bienes, incluyendo su fortuna personal y su extensa cartera de in-
versiones.

Los Códigos de 1852 y 1936

Como los hechos relatados por Mariátegui y por Luigi Pi-


randello ocurrieron durante la vigencia del Código Civil de
1852, resulta necesario señalar que, aunque sin las expresio-
Carlos Calderón Puertas

nes con las que el Código Civil de 1984 reguló las figuras del
ausente, el desaparecido y el muerto presunto, también allí se
dispuso lo conveniente cuando ocurrieran estas situaciones.
La solución por la que se optó fue dar la posesión provisional
de los bienes a los herederos si no se tuvo noticias del ausente
por más de diez años (artículo 67) y, de manera definitiva, si se
tuviera noticia de su muerte o hubiere cumplido eventualmen-
te el ausente 80 años de edad, sin que se tenga información
sobre él (artículo 71). La edad, señalaba García Calderón, se
había fijado “porque entre nosotros ese es el mayor periodo de
duración de la vida humana” (1860: 239, t. I).

La posesión “definitiva” de los bienes, sin embargo, no era


tal, ya que el numeral 79 del referido Código prescribía su cese
si el ausente se encontraba vivo, con lo cual los herederos se
convertían en meros guardadores. García Calderón se pregun-
210
taba cómo podría el heredero devolver los bienes al ausente
que regresa si se había desprendido de ellos y, a falta de re-
gulación expresa, indicaba que, si la transferencia era a título
gratuito, terminaba porque no sufre daño el donatario, y si era
a título oneroso, o cobra el precio de sus herederos, o recupera
los bienes del tercero, por lo cual el comprador puede exigir el
precio al vendedor e indemnización si obró con mala fe (1860:
240, t. I).

En cambio, el Código Civil de 1936 —que regía a la muerte


presunta de Tony Stark— declaró en su artículo 6 que la muer-
te pone fin a la personalidad y dispuso que la curatela de los
bienes del ausente cesa cuando se da el goce de los derechos
de sucesión a sus herederos, por haber trascurrido diez años
desde las últimas noticias que se tuvieron de él o el tiempo
suficiente para que cumpliera la edad de 80 años. Agrega que
si la desaparición del ausente se hubiese producido en circuns-
Introducción al Derecho

tancias constitutivas de peligro de muerte, el plazo a que se re-


fiere el artículo anterior será de tres años (artículos 611 y 612).

La muerte presunta

Desaparición, ausencia y declaración de muerte presunta


son las etapas que sigue nuestro ordenamiento civil cuando, al
no haberse determinado con exactitud la muerte de una per-
sona, es altamente probable que esta haya acontecido. Así, el
artículo 49 del Código Civil de 1984 refiere que, a partir de los
dos años de que se tuvo las últimas noticias del desaparecido,
puede declararse ausente a alguien; a su vez, el artículo 63 del
Código Civil hace alusión a que después de la ausencia es fac-
tible solicitar la declaración de muerte presunta.

Con ella se trata de poner fin a un estado de incertidumbre


211
jurídica sobre la propia existencia del individuo, sus relaciones
con los demás y su propio patrimonio, en orden a tomar las de-
cisiones necesarias en torno a una situación jurídica que nece-
sita esclarecerse. Es, asimismo, una decisión judicial que fija el
momento del fallecimiento de una persona. De otra parte, que
se utilice la expresión “muerte presunta” implica que estamos
ante una presunción que eventualmente puede derrotarse y
que, de hecho, como la literatura y los propios casos judiciales
lo demuestran, puede presentarse en cualquier momento.

El inciso 2 del artículo 63 del Código Civil de 1984 pres-


cribe que procede la declaración de muerte presunta, sin que
sea indispensable la de ausencia: “2. Cuando hayan transcu-
rrido dos años si la desaparición se produjo en circunstancias
constitutivas de peligro de muerte. El plazo corre a partir de la
cesación del evento peligroso”. La explosión de su vehículo, la
muerte de sus compañeros, encontrarse en zona de conflicto y
Carlos Calderón Puertas

estar en medio del desierto afgano lo colocaban en dicha situa-


ción. A partir de ahí, cualquiera que tuviera legítimo interés en
los negocios del afectado (artículo 47 del Código Civil) pudo
solicitar la declaración de muerte presunta.

Esa disposición es la que hoy se utilizaría en los casos del


profesor Canella y Tony Stark. Arrojados a las trincheras de la
demencia de la guerra, sus cuerpos, como tales, no fueron en-
contrados; su situación era, por consiguiente, “constitutiva del
peligro de muerte”, y, siguiendo los cánones antes anotados,
procedía la declaración de muerte presunta.

En cambio, en el caso de Matías Pascal no era necesaria


la declaración de muerte presunta ya que el cadáver fue re-
conocido; lo suyo, más bien, si así lo hubiera querido, era el
reconocimiento de existencia.
212
El (errado) adulterio del profesor Canella

Si bien el Código Civil de 1852 regulaba el divorcio, este


solo cabía entenderlo como la separación de los cónyuges sin
disolución del vínculo matrimonial (artículo 191). Una de las
causales para que obrara el divorcio era el adulterio, pero solo
si lo cometía la mujer, pues en el caso del hombre se exigía
concubinato o “incontinencia pública del marido” (artículo
192, incisos 1 y 2).

Silva Santisteban afirmaría en esos tiempos:

(…) pero, sea porque la inviolabilidad del tálamo nupcial se ha-


lla especialmente encomendada a la mujer, sea porque el menor
desvío de ella mancha con indeleble baldón el nombre de su es-
poso y lo entregan al ludibrio de las gentes, sea en fin, como pien-
san otros más materialistas y de corazón metalizado, por facilidad
de defraudar los derechos de sucesión con una prole bastarda, lo
Introducción al Derecho

cierto es que la ley castiga como adulterio el más leve desliz en la


mujer, mientras que respecto al marido exige incontinencia pú-
blica o barraganía93.

El Código Civil de 1936, en cambio, sí reguló el divorcio


como disolución del vínculo matrimonial (artículo 247) y no
distinguió, para que se diera la causal, si esta era cometida
por el varón o la mujer (artículo 253). Hay que señalar que las
disposiciones del Código fueron contrarias a las expuestas por
la Comisión Reformadora, la cual se mostraba en desacuerdo
con el divorcio vincular o absoluto. Por todos, el memorán-
dum de Pedro Oliveira da cuenta de tales ideas que concluían
en la indisolubilidad del matrimonio (Actas 1928: 143), tema
en el que fue secundado por Manuel Olaechea94.

Con todo, más allá de estas normas civiles, hay algo que ex-
cedía a ese cuerpo legal. En la obra se hace mención a la posi-
213
bilidad de que la señora Bruneri solicitara el arresto de Canella
por adúltero. Eso no solo podía ocurrir en Italia; también pa-
saba en el Perú. Hasta 1993, fecha en que se modificó el Código
Penal, el adulterio fue considerado delito. Al promulgarse el
nuevo Código Penal (1993) se indicó en la exposición de moti-
vos que se ha decidido no penalizarlo porque dicha acción no
vulnera ningún bien jurídico.

93
La expresión se encuentra en De Puit, José (1999-2000). “Breves
anotaciones sobre la doctrina penal peruana referente a las infracciones
sexuales”. En Anuario de Derecho Penal.
94
“Estoy de acuerdo con el doctor Oliveira en la base tercera que pro-
clama la indisolubilidad absoluta del matrimonio, sea cual fuere la forma
de su celebración”. Más adelante: “El principio de la indisolubilidad del
matrimonio puede y debe considerarse en el Perú desde el punto de vista
de su indudable carácter religioso para la gran mayoría de los peruanos”
(Actas 1928: 158).
Carlos Calderón Puertas

El reconocimiento de existencia y el matrimonio


de las viudas

Con mayor precisión, el Código Civil de 1984 regula los


institutos de ausencia, desaparición y muerte presunta, y en
torno al sujeto que regresa ha desarrollado la institución del
reconocimiento de la existencia, siguiendo los lineamientos
del artículo 67 del Código Civil italiano. La declaración de exis-
tencia se tramita como proceso no contencioso. Obtenida ella,
le es posible al reconocido reivindicar sus bienes, en cuyo caso,
según indica Fernández Sessarego, “se tendrán presentes las
reglas generales sobre la posesión, la transmisión de la pro-
piedad y todas aquellas que fuesen pertinentes” (2007: 236).

Además, el Código Civil de 1984 es claro en sostener que


la declaración de muerte presunta pone fin al matrimonio y
214 que el cónyuge vuelto conserva el nuevo matrimonio a pesar
del reconocimiento de la existencia. Se trata de asunto ardua-
mente debatido, tal como informa Fernández Sessarego, para
quien la solución era otra: la inmediata nulidad del nuevo ma-
trimonio, aunque surtía los efectos del matrimonio contraído
de buena fe (2007: 232).

La identidad del profesor Canella

Pero el caso del profesor Canella excede en mucho a lo re-


gulado en la legislación. Lo suyo fue asumir una identidad que
no le correspondía; de buena fe, sin duda, pero que originó los
sinsabores que le acontecieron: el fundamental, convertirse
para siempre en el tipógrafo Bruneri.

No me cabe duda, desde la lectura del texto constitucional,


de la posibilidad de que Canella, aunque lo identificaran como
Introducción al Derecho

Bruneri, pudiera volver a ser el profesor Canella. La norma so-


bre identidad, hay que recordarlo, no se encuentra en el Có-
digo Civil de 1984 y fue recién admitida en la Constitución de
1993. Con todo, con bienes que no fueron desatendidos y con
una esposa pazza di amore por él, Canella no hubiera tenido,
a pesar de las deficiencias normativas de los Códigos Civiles
de 1852 y 1936, ninguna dificultad para reincorporarse a la
existencia cotidiana de su vida. Haber asumido la identidad
de Bruneri es lo que lo condenó a convertirse, para utilizar una
expresión tan cara a las nuevas generaciones, en un muerto
viviente.

Tony Stark y un problema societario

Si hubiera estado en el país, lo que hubiera correspondido


hacer era un procedimiento no contencioso citando a quienes 215
declararon la muerte presunta (Obadiah Stane) a fin de poder
reivindicar sus bienes (artículo 69 del Código Civil). Si es po-
sible que lo logre es tema por debatir, si se tiene en cuenta la
existencia de terceros adquirentes de buena fe.

Es a partir de su existencia recobrada que los conflictos en


Industrias Stark se agudizan. Tony es despojado de la direc-
ción por la Junta de Accionistas debido a la visión antiarma-
mentista con la que ha llegado luego de su secuestro, y empie-
za su gran batalla con Stane, a quien solo podrá vencer con la
ayuda de Virginia Potts.

Si se tratara de nuestra legislación, ese despojo lo hubiera


permitido el segundo párrafo del artículo 240 de la Ley Ge-
neral de Sociedades, cuyo texto dice: “Sin embargo, el pacto
social o el estatuto podrá establecer que los demás accionistas
tendrán derecho a adquirir, dentro del plazo que uno u otro
Carlos Calderón Puertas

determine, las acciones del accionista fallecido, por su valor a


la fecha del fallecimiento”. También hubiera sido posible que
la sociedad adquiera las acciones de Tony Stark, conforme lo
prescribe el artículo 104 de la referida ley. Se haya utilizado
uno u otro procedimiento, Stane alcanza su objetivo.

Pero esa relación es otra historia.

Referencias

Comisión Reformadora del Código Civil Peruano. (1928).


Actas de la Comisión Reformadora del Código Civil. Segundo
fascículo. Lima: Imprenta C. Ñ. Castrillón.

De Puit, J. (1999-2000). “Breves anotaciones sobre la doc-


trina penal peruana referente a las infracciones sexuales”.
216 Anuario de Derecho Penal, 245-269. https://bit.ly/3AYw2SZ

Fernández Sessarego, C. (2007). Derecho de las personas.


Lima: Grijley.

García Calderón, F. (1860). Diccionario de la legislación


peruana. Lima: Imprenta del Estado.

Mariátegui, J. C. (1984a). Cartas de Italia. Lima: Empresa


Editora Amauta.

Mariátegui, J. C. (1984b). La novela y la vida. Lima: Em-


presa Editora Amauta.

Pirandello, L. (1971). El difunto Matías Pascal. Madrid:


Salvat.

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