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El Viernes Santo del 15 de abril de 1938 murió César Vallejo en París, quien nació, se crió, luchó y
añoró siempre, Santiago de Chuco, tierra a la cual amó entrañablemente. Tenía, a la razón, 46 años.
"Murió -escribe Juan Larrea, quien presenció su muerte- sin aspaviento alguno, dignamente, con la
misma dignidad con que había vivido".
¿Qué hizo que este hombre asumiera con ardor total esa contienda?
No era su patria, estaba lejos y, aparentemente, no le incumbía. Es
la misma pregunta que se formula al decir: ¿Qué hizo que este
hombre dotado de todo el talento se hiciera mendigo?, a partir de 1928 en que asume el marxismo como
doctrina social y de vida. La respuesta es llana: su honestidad, su coherencia ideológica, su honradez
moral, su franqueza intelectual, su talante de hombre íntegro y cabal.
Vallejo murió a las 9.20 de la mañana del día Viernes Santo, 15 de abril del año 1938 y llovía. Claro,
algunos dicen que no acertó totalmente porque él menciona el "jueves", aunque entró en agonía y en
estado de coma ese día. Pero, es más, él expresa: "Talvez un jueves,..."
Sin embargo, Juan Espejo Asturrizaga en su libro César Vallejo itinerario del hombre, refiere lo que él
denomina como: "Una visión premonitoria", acápite bajo el cual relata que mientras César Vallejo se
encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche,
Trujillo, a fin de librarse de la persecución policial por la denuncia
que recaía en contra de él, y otras personas, acusado de incendio y
asesinato por los sucesos ocurridos en Santiago de Chuco el 1 de
agosto del año 1920, en palabras textuales nos informa lo siguiente:
"Durante su permanencia aquí César tuvo una noche una visión que
lo llenaría de terror y lo angustiaría por muchos días, siendo el tema
de sus conversaciones.
Estaba despierto, decía, cuando de pronto me encontré tendido,
inmóvil, con las manos juntas, muerto. Gentes extrañas a quienes yo
no había visto nunca antes rodeaban mi lecho. Destacaban entre éstas una mujer desconocida, cubierta
con ropas oscuras y, mas allá en la penumbra difusa, mi madre corno saliendo del marco de un vacío de
sombra, se me acercaba y sonriente me tendía sus manos... Estaba en París y la escena transcurría
tranquila, serena, sin llantos.
La tremenda impresión que le produjo esta visión que, aseguraba la había tenido perfectamente
despierto, lo llevó a llamar desesperadamente a Antenor que dormía plácidamente al otro extremo del
dormitorio. Antenor trató de calmarlo, indicándole que se trataba de una pesadilla. 'No, no -repetía
César-, he estado despierto, como lo estoy ahora, despierto, despierto. Todo lo he visto como te veo a ti
en este momento...'".
Esto ocurrió en 1920, cuando por más que lo soñara él precisa, y es asombroso, que la escena o el
cuadro que acaba de referir ocurre en París, un lugar muy distante en el espacio hacia el cual, por más
que lo anhelara, constituía un lugar remoto, como también era lejana la escena en el tiempo, ya no tanto
en la visión sino en la realidad, puesto que su muerte ocurrió 18 años después, en 1938.
3. Significado de su muerte: Pero, aparte de lo profético, hay aquí un rasgo, cual es el coraje y el valor
-de lo cual está imbuida su muerte- cuando él dice "y no me corro" porque él sabe, por su sueño o visión
que estando en París es donde sobrevendría su muerte. Esto indudablemente se relaciona con el
significado que ella tiene cual es el voluntariado para hacerse cargo de una guerra, valor que se añade a
la tristeza y melancolía natural con que se piensa y medita en la muerte, cuando -ya estando en París-
escenario en el cual él tiene presente, más que ningún otro, puesto que fue él quien lo soñó, se espantó y
ahora está en París.
De otro lado, hay en esta vivencia una fusión asombrosa entre sueño y realidad, predicción y
constatación, anuncio y cotejo. Ya mirada a la distancia y contemplándola panorámicamente todo, se
corrobora cada dato que él nos diera: "gentes extrañas", las hubieron; "una mujer", que le intriga saber
quién es, corresponde a Georgette; "rodeaban mi lecho", murió de esa manera y, entonces, vemos cómo
se va hilvanando sueño y realidad en el intento, inclusive de identificar ya en la realidad quienes son las
personas que él visualiza en su lecho.
Es difícil imaginar en una alternativa de siete qué día de la semana uno va a morir. Lo que resultaría
prodigioso es decir un día preciso del año, entre los 375, aquel en que se predice morir de manera
natural. Vallejo sí lo señaló y mucho antes del sueño premonitorio que tuvo lugar en la casa de Antenor
Orrego. Además, lo dejó escrito en el poema "El poeta a su amada":
Amada, en esta noche tú te has crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso;y tu pena me ha
dicho que Jesús ha llorado,y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.
En esta noche rara que tanta me has mirado,
la Muerte he estado alegre y ha cantado en su hueso...
¿Qué más asombroso? Allí está la muerte, el Viernes Santo y Jesús llorando. Pero, es más, intuyó su
agonía en otro ámbito o dimensión, quizá el más importante, cual es: realizando actos esenciales antes
de morir, como escribir los meses y los días anteriores su poesía más grandiosa, abismal; tallando su
testamento heroico como es el poema dedicado a exaltar la lucha del pueblo español en el trance de la
guerra civil, titulándolo además como la oración de Cristo cuando vislumbra su martirio y final
inmolación. Y hasta previno su posteridad y su vigencia posterior cuando a un periodista que le solicitó
una entrevista le responde: "Véame después de mi muerte".
Pero, aparte de un pueblo en lucha, España para César Vallejo es su propia tierra, el Perú y Santiago de
Chuco. Lo dice él mismo en un artículo escrito en 1926 al acercarse a dicho país:
"...vislumbro los horizontes españoles, poseído no sé qué emoción inédita y entrañable. Voy a mi tierra,
sin duda. Vuelvo a mi América Hispana."
Y cuenta Gonzalo More, quien estuvo en el grupo que lo rodeó en su lecho de muerte, en carta que
dirige a Manuel Chávez Lazo, lo siguiente:
"La expresión de su rostro muerto era verdaderamente
maravilloso. No te imaginas que belleza interior y que luz
sobrehumana en la frente del cholo. El gesto de dolor que yo
vi minutos después de su muerte, desapareció para dar vida a
una expresión de serenidad y bondad infinitas..."
5. Abril en Santiago de Chuco: En abril, en Santiago de
Chuco, se recogen frutos de las primeras cosechas: choclos,
chungares, habas verdes. Por eso, comparo la muerte de César
Vallejo en abril al acto de la maduración que hace el labriego,
el campesino y el peón -con quien él se abrazó solidariamente
en vida- de inclinarse y consustanciarse a la tierra madre para
ser grano, semilla y mies; peón con quien Vallejo vuelve a
abrazarse en el acto ineluctable de su muerte y resurrección.
Brotan esas flores en Santiago silenciosas y ensimismadas, entre los abrojos y el cascajo del camino, sin
ser vistas por jumentos y mulos que las pisan. Y de más valor aun: en plena soledad, cara a lo eterno, a
la luna o al sol implacables, sin nadie que las riegue, afloran con una dulzura y delicadeza
indescriptibles.
Son flores que ni siquiera tienen nombre, que son masa, como "Masa" es la bandera del ideario poético
del autor de los Poemas humanos que los escribió con intensidad de vida y de muerte para legarnos una
herencia que nos engrandece y nos dignifica como especie humana.