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1966-1983

RESUMEN L. A. ROMERO

Unidad 2

1
Unidad 2. De la violencia política y el terrorismo de Estado al
retorno de la
democracia (1968-1983)

RESUMEN: LUIS ALBERTO ROMERO. BREVE HISTORIA CONTEMPORANEA DE LA ARGENTINA

Capítulo VI/ Dependencia o liberación, 1966 – 1976

Juan Carlos Onganía (1966-1970) Es destituido


Roberto M. Levingston (1970-1971) Es destituido
Alejandro A. Lanusse (1971-1973) Convoca a elecciones y es sucedido por un gobierno civil

CONTEXTO LATINOAMERICANO:
En toda América Latina surgieron, entonces, regímenes autoritarios que buscaron expresamente
impedir por la fuerza la expansión de ideologías cuestionadoras del orden capitalista. Emergieron a
partir del golpe de estado de 1964 en Brasil, continuaron con el golpe en Argentina en 1966, y en la
década del 70 asumieron en Chile –interrumpiendo salvajemente la primera experiencia socialista
que había llevado al poder por el camino de las elecciones populares a Salvador Allende-, en
Uruguay y nuevamente en la Argentina en 1976.

CONTEXTO LOCAL:
El golpe: el 28 de junio de 1966 Arturo Illia fue derrocado. Salvo la resistencia del presidente y de
algunos de sus colaboradores, no hubo reacción civil o militar en defensa del gobierno
constitucional. La opinión pública, según Campins (et. al) “esperaba este golpe para el que ya se la
había preparado, convenciéndola del carácter mesiánico de la acción del general Juan Carlos
Onganía” (Campins, 1998) y de la ineficiencia del ejecutivo. Estas operaciones de prensa ocultaban
el motivo real: la política económica del gobierno frenaba la transnacionalización, traía inquietud
en los agentes económicos al deshacer la estrategia desarrollista de Frondizi y, en lo político, no
garantizaba el mantenimiento de los peronistas fuera del sistema.

El ensayo autoritario

El 28 de junio de 1966 los comandantes en jefe de las tres armas formaron una junta “revolucionaria”
que destituyó al presidente y al vicepresidente, a los miembros de la Corte Suprema, los gobernadores
e intendentes electos. El Congreso, las legislaturas provinciales y los concejos municipales fueron
disueltos y los partidos políticos prohibidos. La Constitución Nacional fue reemplazada por el Estatuto
de la Revolución Argentina. No se fijó una fecha para restablecer el orden constitucional. El golpe
comenzó con amplio consenso (sectores empresarios, partidos políticos, a excepción de los radicales,
socialistas y comunistas), que partía de la indefinición inicial. Hasta la extrema izquierda aplaudió el
golpe, ya que éste significaba el fin de la democracia burguesa. Perón al igual que los sindicalistas se
mostraron esperanzados pensando que éste gobierno militar sería más propenso al dialogo por sus
vinculaciones anti comunistas, cierto paternalismo etc.
La UCRI no protestó ante el golpe –la UCRP no lo había hecho en 1962. El peronismo tampoco. En el
caso de los trabajadores, éstos identificaban al doctor Illía como el responsable de impedir el retorno
de Perón a la Argentina en 1964. Los dirigentes sindicales, por su parte, otorgaron a Onganía un voto
de confianza. Los golpistas se presentaban como el ala nacionalista del ejército que había desplazado
al sector antiperonista duro. El propio Perón, desde el exilio, recomendaba “desensillar hasta que
aclare”. Sólo la Universidad de Buenos Aires y algunos sectores de izquierda e incluso sectores
cristianos progresistas mostraron hostilidad al régimen de facto.
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Diversas tendencias coexistiendo en el gobierno: El estado mayor de las grandes empresas –el
establishment económico- tenía interlocutores directos en muchos jefes militares (liberalistas), por
otro lado estaba Onganía más tradicional y nacionalista. Contradicciones profundas entre ambos
grupos. De momento primaron las coincidencias porque había que reorganizar al Estado, hacerlo
fuerte, con autoridad y recursos y controlable desde su cima.
El régimen de Onganía era un régimen de línea dura (Dictadura fuerte), que había llegado para
quedarse. Estableció el plan Revolución Argentina un vasto programa de regeneración nacional.

La primera fase del gobierno se caracterizó por un “shock autoritario”: se disolvieron el Parlamento y
los partidos políticos, se redujeron los ministerios y se creó un Estado Mayor de la Presidencia
(Seguridad, Desarrollo Económico y Ciencia y Técnica: el planeamiento económico y la investigación
científica se consideraban insumos de la seguridad nacional). Se comenzó a encorsetar a la sociedad.
Represión al comunismo hasta el punto de reprimir el pensamiento crítico, disidente o diferente.
Las universidades fueron intervenidas: “Noche de los bastones largos” (El 29 de julio de 1966, las
universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente en el episodio que se conoce
como la “noche de los bastones largos”. Cientos de profesores, alumnos y no docentes que ocupaban
varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la
libertad de cátedra fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la
Policía Federal, enviados por Onganía, quien decretó la intervención a las universidades nacionales y
la “depuración” académica, es decir, la expulsión de las casas de altos estudios a los profesores
opositores, sin importar su nivel académico. La consecuencia de esta noche negra para la cultura
nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores de las universidades argentinas,
que continuaron sus brillantes carreras en el exterior).

INFO EXTRA!!! Según Félix Luna (1972), “El presidente Onganía se manejaba con ideas fijas: la
Universidad, ese ‘nido de comunistas’, frente de tormenta, debía intervenirse. La noche de los
bastones largos fue un bochorno para la cultura argentina y Onganía se enajenó automáticamente
el apoyo de los sectores intelectuales progresistas.” Tras la represión sufrida, facultades enteras se
despoblaron. Miles de estudiantes y profesores emigraron a otros países. Las universidades
argentinas sufrirían una prolongada intervención, carente de orientación. La consecuencia de esta
noche negra para la cultura nacional fue el despido y la renuncia de 700 de los mejores profesores
de las universidades argentinas, que continuaron sus carreras en el exterior, en Europa y Estados
Unidos, produciéndose un vaciamiento de los recursos humanos del país. Si bien las persecuciones
del 1966 afectaron principalmente a las instituciones de investigación y ciencia del área estatal,
tampoco hicieron posible la viabilidad de los institutos privados.

Además hubo censura, reducción del personal en la administración pública y reducción de los costos
de las empresas estatales. Censura hasta en costumbres (prohibición del uso de la minifalda, pelo
largo, el amor libre, el divorcio, la pornografía etc).

Alentada por el vandorismo se produjo una pausa en las luchas sindicales durante 1966. Pero las
expectativas que este sector del sindicalismo había depositado en el nuevo gobierno se derrumbaron
ante el plan económico, liberal y concentrador, diseñado por el ministro de economía Krieger Vassena.
Los sindicatos fueron forzados a aceptar sucesivamente la restricción al derecho de huelga. También
se intervinieron los gremios industriales más importantes como resultado del rotundo fracaso de un
plan de lucha que los obreros habían iniciado a comienzos de 1967. Según Cavarozzi, las medidas
antisindicales tomadas a partir de 1966 no liquidaron a los gremios ni a sus dirigentes (tampoco era
esa su intención) sino que los forzaron a aceptar dócilmente las políticas gubernamentales. Además,
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las grandes empresas promovían la creación de sindicatos por empresa en detrimento de las uniones
y federaciones, para lograr restringir, así, su alcance nacional. El vandorismo, como corriente
unificadora fue perdiendo fuerza, y de esta forma se fragmentó la representación política dentro del
sindicalismo. La ruptura por parte del gobierno del diálogo con los vandoristas privó casi totalmente
a éstos de una de sus fortalezas. La protesta sindical fue reprimida y se sancionó un Arbitraje
Obligatorio que condicionaba la posibilidad de iniciar huelgas. Los sindicatos lanzaron un Plan de
Acción de 1967 (que recuerda al Plan de Lucha contra Illia) pero sufrieron despidos, retiros de
personería sindical, intervenciones, etc. La CGT debió reconocer su derrota total y suspender las
medidas. El gobierno entonces puso fin a la puja sectorial descolocando al sindicalismo vandorista y a
Perón, que se tomó unas vacaciones políticas.
En 1966 el conflicto se resolvió en favor de los llamados liberales. Onganía nombró a Krieger Vasena
ministro de Economía y Trabajo. Su plan apuntaba a superar la crisis cíclica y a lograr una estabilización
prolongada, y a largo plazo, racionalizar el funcionamiento de la economía. El Plan se llamó “Plan de
estabilización y Desarrollo”.

Las medidas más importantes del PLAN DE ESTABILIZACIÓN Y DESARROLLO DE 1967 fueron:
1) Una drástica devaluación del 40%
2) Retenciones a las exportaciones
3) El congelamiento de los salarios por veinte meses y de tarifas
4) El fomento a las inversiones extranjeras
5) Aumento de alquileres
6) Llegada de supermercados que perjudican a pequeños comerciantes

1 y 2: La novedad residía en que los beneficios obtenidos por los hacendados y exportadores a
consecuencia de la gran devaluación, fueron gravados con retenciones, impuestos que se
destinarían a la reinversión para estimular la economía. Fue la primera vez en la historia argentina
que se aplicaron retenciones de un modo directo. Y aunque esto suena similar al IAPI, la diferencia
fue que Krieger Vasena bajó los aranceles a la importación para estimular la eficiencia de la industria
nacional, por lo que no se estimuló el mercado interno, sino mas bien la económica abierta al
mercado mundial.
3: Asimismo, la estabilización requería, según sus voceros ideológicos, reducir algunas conquistas
producto de una legislación laboral que había distribuido el ingreso a favor de los obreros antes de
que el proceso de industrialización estuviera maduro. Este punto (la redistribución) se suponía que
era el factor del retraso argentino en la formación y acumulación del capital y por eso, debía ser
modificado drásticamente para modernizar la economía.

Resultados del PLAN: En poco tiempo se verificaron “resultados” sorprendentes, como la baja de la
inflación, crecimiento industrial y nueva afluencia de capitales extranjeros. Los organismos
internacionales y los centros financieros del mundo tuvieron una reacción muy positiva frente a lo que
catalogaban como el “milagro económico argentino” Sin embargo, la estrategia económica del
gobierno entró a menudo en conflicto con las tradiciones y valores permanentes de las FF.AA, ya que
aceleró la transnacionalización de la economía, produciéndose numerosas compras de empresas
nacionales por firmas extranjeras. Sólo se mantuvieron las empresas estatales YPF, SEGBA Y SOMISA.
El resto de la actividad económica pasaba a manos extranjeras, lo que era un contrasentido respecto
de los objetivos de alcanzar la grandeza nacional. Los sectores nacionales y menos dinámicos del
empresariado argentino se fueron debilitando. La pequeña y mediana burguesía fue desapareciendo.
Siguiendo a Guillermo O’Donnell (1977), el golpe de Estado de 1966 -como lo hará la dictadura en
1976- buscó “estabilizar institucionalmente en el control del Estado a los sectores más concentrados
de la burguesía, aliados de la fracción internacional”.
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El fracaso de la huelga general en marzo de 1967, disipó la fuerza de la CGT que por algún tiempo
estuvo desgarrada por conflictos internos. Augusto Vandor, líder del sindicalismo metalúrgico (unión
de obreros metalúrgicos UOM), encabezaba una facción participacionista, los miembros de otra
facción, se llamaron así mismos ortodoxos o los 62 junto a Perón. Los vandoristas estaban dispuestos
a sellar un pacto con el gobierno, sus oponentes se resistían. Cuando ésta grieta se agrandó apareció
una 3er grieta: La CGT de los Argentinos encabezada por Ongaro. Este grupo de sindicalistas
contestatarios (Raimundo Ongaro, dirigente gráfico de orientación social cristiana) ganó la conducción
de la CGT y los dirigentes más tradicionales, la dividieron: La CGT de los Argentinos comenzó un
movimiento de protesta controlado por el Estado a través de amenazas y ofrecimientos, y formado
por los vandoristas, y los participacionistas (que asumían su función de expresión corporativa y
despolitizada). Los cercanos a Onganía coincidían en que una vez terminada la reestructuración
económica, sería posible iniciar el “tiempo social” con el apoyo de una CGT unida y domesticada.

Nueva protesta de los sectores rurales y de los sectores del empresariado nacional. Ambas voces eran
escuchadas por los jefes militares. Buscaban un desarrollo más nacional, algo más popular y más justo.
Esto hizo que a mediados del año, Onganía relevara a Vasena y lo reemplazara por Julio Alsogaray
(liberal). Las voces del establishment salieron a defender a Krieger Vasena y comenzaron a quejarse
del autoritarismo de Onganía.

Empezaron a pensar en una salida política para la que se ofrecía el general Aramburu. Con el
“Cordobazo” (de mayo de 1969), el mito del orden de Onganía se derrumbó.

La primavera de los pueblos (Cordobazo de mayo de 1969):

El Cordobazo, estallido ocurrido en Córdoba en mayo de 1969, se deben, según el autor, a olas de
protestas estudiantiles previas, en diversas universidades de Provincias, y por una fuerte agitación
sindical en Córdoba, centro industrial donde se concentraban las principales fabricas de automotores.
En líneas generales, las causas de debieron a un mezcla de activismo estudiantil y obrero que se
conjugaron para dar desenlace al Cordobazo a partir de las medidas económicas tomadas por el
Ministro Vasena. Muchos de los obreros eran estudiantes universitarios que cursaban de noche. El
estallido comenzó con una huelga general de la CGT a la que se sumaron estudiantes y obreros de las
fábricas automotrices. Hubo una gran represión que llevó a cabo el Estado a la que se le enfrentaron
los manifestantes con barricadas, hogueras etc. El 31 de mayo se restableció el orden con la
intervención tardía del Ejército. Murieron 23 personas y 500 fueron heridas, 300 detenidas.
Estudiantes y obreros ganan el centro de la ciudad. Represión policial. El Ejército recuperó el control.
El enemigo de la gente que salió a la calle era el poder autoritario, detrás del cual, el capital.
La multitud que controló por horas el casco central de la ciudad no tenia consignas ni organizadores.
Finalmente intervino el ejército y recuperó el control.
Como acción de masas el Cordobazo puede ser comparado con la Semana Trágica de 1919 o con el 17
de Octubre, con la diferencia de que en este último caso la policía apoyó y custodió trabajadores. Este
fue el episodio fundador de muchas manifestaciones que se prolongaron hasta 1975. Gran valor
simbólico. El enemigo de la gente fue el poder autoritario y detrás de él, el capital.
El levantamiento dividió a las fuerzas, Onganía culpaba a la influencia cubana, pero el otro grupo,
encabezado por Lanusse, prefería hacer concesiones. Prevaleció ésta última y a la semana, Onganía
removió su gabinete, incluido Vasena.

La manifestación conocida como Cordobazo se caracteriza por ser llevada a cabo por un nuevo
activismo sindical: los obreros estables, especializados y bien pagos extendieron sus reclamos, no se
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limitaron al aspecto salarial, y extendieron sus protestas a las condiciones de trabajo, los ritmos,
sistemas de incentivos, etc. Las grandes empresas podían negociar particularmente los convenios de
trabajo y crear sindicatos por planta, debilitando a las organizaciones sindicales, pero permitiendo que
surgieran conducciones diferentes (honestidad, democracia interna, problemas de la planta) a las del
sindicalismo nacional (negocio de los salarios, matonismo). Se pasó de un cuestionamiento concreto
a uno más amplio de las relaciones sociales.

Hubo episodios similares al Cordobazo que se dieron en otras partes (Rosario, Rio Negro, Neuquén,
Mendoza). La misma agitación se advertía en las zonas rurales, sobre todo en las no pampeanas, como
el Chaco, Misiones o Formosa, donde arrendatarios y colonos, presionados por los desalojos o los
bajos precios del algodón o la yerba, se organizaban en las Ligas Agrarias Las movilizaciones surgían
de cuestiones de la vida cotidiana (la vivienda, el agua, la salud) y comprendían a sectores más vastos
que los obreros sindicalizados (trabajadores ocasionales, no agremiados, desprotegidos, sectores
medios, huelgas de maestros y profesores, empleados públicos, funcionarios judiciales, pequeños
comerciantes e industriales) Coro múltiple y heterogéneo pero unitario: una verdadera Primavera de
los pueblos.
Los problemas de la sociedad se concentraban en el poder autoritario y sus amigos. En el mundo había
situaciones parecidas. En América Latina se buscaba la revolución para la liberación (Cuba, Che,
guerrillas en Brasil y Uruguay, partidos marxistas en Chile, etc.). El Movimiento de Sacerdotes del
Tercer Mundo proclamó su preocupación prioritaria por los pobres, sumándose a esta primavera: la
violencia de abajo era consecuencia de la violencia de arriba.
La solidaridad con el pueblo los identificaba con el peronismo. Las universidades se transformaron en
centros de agitación y reclutamiento. Muchos fueron atraídos por el peronismo proscripto. Se hizo
una lectura estratégica del discurso de Perón y así logró integrar a varios sectores (catolicismo,
nacionalismo, revisionismo histórico, izquierda). Convicción del enfrentamiento entre el pueblo
peronista y el poder autoritario.

Se interpretaba la política con la lógica de la guerra; surgieron las organizaciones guerrilleras:


Las primeras habían surgidas en 1960 al calor de la experiencia cubana y se reactivaron con la acción
del Che Guevara en Bolivia, pero su verdadero caldo de cultivo fue la experiencia autoritaria y la
convicción de que no había alternativa mas allá de la acción armada.
Desde 1967, en la izquierda y en el peronismo, fueron surgiendo distintos grupos: Las Fuerzas Armadas
Peronistas, Descamisados, Fuerzas Armadas Revolucionarias, Fuerzas Armadas de Liberación, y desde
1970 “Montoneros –Comando Juan José Valle” (surgida del integrismo católico y nacionalista y
devenida peronista) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), vinculado al grupo trotskista del
Partido Revolucionario de los trabajadores.
Los Montoneros secuestraron y asesinaron al general Aramburu (mayo de 1970), ex presidente, como
represalia por el fusilamiento de Valle durante la revolución Libertadora, además exigían que se les
dijese donde estaba el cuerpo de Eva Perón, un misterio desde la Revolución Libertadora. Aramburu
fue interrogado durante 6 días y luego ejecutado. Desde 1973, los actos de violencia fueron en
crecimiento tanto en número como en espectacularidad. Su objetivo era: equipamiento de las
organizaciones: armas, dinero, material médico. Un grupo que nunca se adjudicó la acción asesinó a
Augusto Vandor.
Si bien los grupos guerrilleros habían surgido en 1955, como pequeños grupos, fue en 1970, cuando
se definieron mas fuertemente. Luego del Cordobazo y del asesinato de Aramburu (1970), los grupos
peronistas se unificaron bajo Montoneros (en 1973), liderado por Mario Firmenich. La mayoría de los
que componían a montoneros, eran estudiantes o profesionales recién recibidos, de 20 años aprox y
de familias de clase media alta. Se habían cansado de la izquieda y consideraban que la lucha pasaba

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por la revolución popular. Compuesta también en gran numero por mujeres, símbolo de la revolución
sexual de los 60.

Diferencias muy grandes entre Montoneros y ERP:

Los primeros venían de ciudades del este, ideales de base urbana, populistas y nacionalistas del
peronismo. Habían prometido destruir la oligarquía, expulsar a los monopolios extranjeros, volver a
las políticas redistributivas y al papel activo del Estado en la economía. Se habían plegado a los ideales
del difundo Cook, un dirigente peronista equivalente a Castro en Cuba y al programa Huerta Grande,
de una de las facciones de la CGT que buscaba la expropiación de tierras sin compensación alguna,
mayores aranceles a la industria nacional y nuevas medias de nacionalización. Como herederos de
Cook, los montoneros, buscaban llevar la lucha en dos frentes: contra el ejército y contra los peronistas
menos radicales, conciliadores. Por ejemplo iban contra de Vandor, sindicalista que iba para donde
soplaba el viento y pactaba hasta con militares. El ERP desconfiaba del peronismo, por su impronta
histórica anticomunista. Buscaban captar a los obreros no peronistas. Para ellos la revolución no era
nacional, sino panamericana contra el imperialismo. Actos de violencia para el equipamiento de las
organizaciones, o demostrar la impotencia del estado. Todos los grupos aspiraban a transformar la
movilización espontanea de la sociedad en un alzamiento generalizado y todas coincidían en una
cultura política que retomaba y potenciaba la de los grupos de izquierda.
Fue Montoneros quien mejor se adecuó al clima del país. Agrupó todas las organizaciones guerrilleras
(excepto el ERP) por privilegiar la acción, no estar atados políticamente; estaban menos orientados al
movimiento obrero, buscaban su apoyo en los sectores cultivados por los sacerdotes tercermundistas.

Militares en retirada

La movilización popular fue identificándose con el peronismo y con Perón. Onganía intentó buscar una
salida, con modificaciones menores como el sacrificio de Krieger Vasena y una apertura más decidida
a “lo social”. Pero los sindicalistas eran menos dóciles. Los militares depusieron a Onganía y designaron
a Levingston.

¿Quiénes y por qué depusieron a Onganía?


Quienes depusieron a Onganía fueron los mismos militares de las Fuerzas Armadas, encabezados por
Lanusse cansados de su impotencia para arreglar los problemas sociales y económicos por los que
atravesaba el país. Tampoco tenía Onganía el apoyo del establishment, el cual condenaba el
autoritarismo del Presidente. Las Fuerzas Armadas, fueron advirtiendo que debían tomar alguna
decisión y buscar una salida a dicha situación. Muchos de ellos no estaban de acuerdo con las medidas
del Presidente, pero tampoco tenían una decisión tomada sobre cómo resolver el problema. El
estallido social en Córdoba tampoco favoreció mucho a Onganía ya que puso en tela de juicio su
capacidad para establecer el orden. Frente a éste contexto, se suma el secuestro y muerte del General
Aramburu, por parte de los MONTONEROS, situación que precipitó su salida. Romero afirma que la
muerte de Aramburo por parte de los Montoneros, podría haber sido armada por una conspiración
entre los Montoneros y miembros del equipo del propio Onganía. Onganía fue rápidamente
reemplazado por el General Levingston en 1970.

Presidencia de Levingston

Gobernó desde 1970 a 1971. Ideas propias acordes a las nacionalistas. Asumió como ministro de
economía Aldo Ferrer quien reedito la formula nacionalista y populista. Se impulsó una distribución
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salarial y se protegió a las empresas nacionales (“compre argentino”, “argentinización del crédito”).
Levingston confiaba en que en algunos años se crearían las condiciones para una salida política
democrática autentica, pero demoraba el proceso. Alentó la formación de partidos políticos nuevos
que asumieran la continuidad de la transformación. Consignas antiimperialistas. El gobierno reflotó la
CGT convocándola a negociar.
Mientras el Presidente se esforzaba por acercarse a los partidos políticos, el Partido Peronista, la UCR
y otros partidos minoritarios realizaron un pronunciamiento que se denominó “La Hora del Pueblo”
en el cual se hacía referencia a la necesidad de una salida electoral. Esta alianza se conformó a fines
de noviembre de 1970 para ejercer presión sobre los gobernadores y demandar un plan político. Esta
iniciativa fue vista por muchos como una oportunidad para comenzar un debate nacional sobre el
futuro político del país. Levingston, por su parte acusó la iniciativa de “demagógica”, quedando en
evidencia la contradicción entre sus promesas de ampliar y abrir el ámbito político y sus esfuerzos por
demorar las elecciones.

La hora del pueblo (cuyos artífices fueron Paladino, delegado de Perón y Mor Roig, radical, pero
también tuvo gran importancia Ricardo Balbín jefe de la UCRP) fue un agrupamiento de partidos
tradicionales que reaparecieron durante el gobierno de Levingston, los cuales firmaron un documento
que tomó ese nombre en donde se acordaba poner fin a las proscripciones electorales y asegurar, en
un futuro gobierno electo democráticamente, el respeto a las minorías y a las normas constitucionales.
Tanto radicales como peronistas formaron parte de éste acuerdo. El documento además, incluía
algunas definiciones sobre política económica, moderadamente nacionalista u distribucionista, que
permitieron el posterior acercamiento tanto de la CGT como de la CGE, las organizaciones sindicales
y empresaria, que por su parte acordaron un pacto de garantías mínimas. Este documento además
incluía definiciones económicas nacionalistas y distribucionistas. Por supuesto Perón estaba de
acuerdo y apoyaba la iniciativa. Incluso le habría escrito una carta a su oponente más importante de
ese momento, Ricardo Balbín con el fin de unirse contra el gobierno de Levingston.

La emergencia social hacía al resurgimiento del sindicalismo organizado, y Levingston resultó incapaz
de manejar el espacio de negociación que abrió, hostilizado por el establishment y enfrentado con los
partidos, con quienes no quería negociar. Los jefes militares pensaron que Levingston era tan incapaz
como Onganía. Una nueva movilización masiva en Córdoba llamada “el viborazo” los impulsó a
removerlo y reemplazarlo por Lanusse.

El término viborazo, de connotaciones cómicas, es producto del célebre humorismo popular cordobés. Hace
alusión a las palabras del interventor de facto de la provincia de Córdoba, José Camilo Uriburu, quién anunció a
poco de asumir que llegaba para cortar la cabeza de la serpiente venenosa, con la que figurativamente
identificaba al movimiento sindical y estudiantil, y que tuvo que renunciar apenas dos semanas después, a causa
de la pueblada motorizada por el mismo movimiento sindical y estudiantil que quería descabezar.

Presidencia de Lanusse: En marzo de 1971, Lanusse anunció el restablecimiento de la actividad


política partidaria y la próxima convocatoria a elecciones generales, subordinadas sin embargo a un
Gran Acuerdo Nacional (GAN), sobre cuyas bases había venido negociando con los dirigentes de La
Hora del Pueblo.

Para el gobierno, el centro de la cuestión estaba en el Gran Acuerdo Nacional (GAN), que empezó
siendo una negociación amplia y se convirtió en un tironeo entre Lanusse y Perón, bajo la mirada
pasiva del resto. La propuesta inicial del gobierno contemplaba una condena general de la
“subversión”, garantías sobre la política económica y el respeto a las normas democráticas, y que se
asegurara a las Fuerzas Armadas un lugar institucional en el futuro régimen, desde donde tutelar la
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seguridad. Pero lo principal era acordar una candidatura presidencial de transición, para la que el
propio general Lanusse se ofrecía.
Lanusse planteó al principio que el Acuerdo era condición para las elecciones, pero progresivamente
tuvo que reducir sus exigencias, vista la imposibilidad de obligar a Perón a negociar. En el mes de julio
de 1972, y convencido de que nada podía esperarse de Perón, Lanusse optó por asegurar la condición
mínima: que Perón no sería candidato, a cambio de su propia autoproscripción.

En política económica: luego del breve sesgo “populista-nacionalista” de la política económica de


Levingston, el régimen militar volvió a retomar el curso económico emprendido desde 1966. Se
reimplantaron las políticas monetarias y fiscales recesivas para enfrentar la crisis externa y se
abandonaron los objetivos de argentinización de la economía. Se profundizó el deterioro de los
salarios reales y la distribución del ingreso en perjuicio de los sectores asalariados. Hubo inflación
desatada, fuga de divisas, y una gran ola de reclamos.

Perón apoyó las organizaciones armadas peronistas que habían surgido en los 60 y a La Hora del
Pueblo, y organizó el Frente Cívico de Liberación Nacional. Lanusse planteó que el GAN era condición
para las elecciones pero tuvo que reducir sus exigencias frente a Perón.
En noviembre de 1971, Perón relevó a Paladino -que había negociado hasta entonces los acuerdos
con los radicales y los militares- y lo reemplazó por Héctor J. Cámpora, cuya principal virtud era la total
subordinación a la voluntad del líder exiliado. Lanusse finalmente convocó a elecciones para marzo de
1973. Planteó al principio que el Acuerdo era condición para las elecciones, pero progresivamente
tuvo que reducir sus exigencias, vista la imposibilidad de obligar a Perón a negociar. En el mes de julio
de 1972, y convencido de que nada podía esperarse de Perón, Lanusse optó por asegurar la condición
mínima: que Perón no sería candidato, a cambio de su propia autoproscripción. Perón aceptó las
condiciones. Perón entonces organizó su combinación electoral: Hector J. Cámpora presidente –
Solano Lima vice. Es decir: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Ya que Cámpora era un fiel y
subordinado peronista al servicio de Perón. La formula constituía un desafío a los políticos de la Hora
del Pueblo y sobre todo a los sindicalistas, a quienes excluyo de la negociación.
Perón regresó al país en 1972 solo unos pocos días. En aquella oportunidad dialogó con los políticos y
en particular con el jefe del radicalismo, Ricardo Balbín sellando el acuerdo democrático. La formula
peronista triunfó, los radicales aceptaron el triunfo y su fututo papel de minoría legitimadora. En 1973
asumió Cámpora como presidente electo. Los militares escaparon, y los presos políticos, condenados
por subversión, fueron liberados. Perón fue identificado como el salvador de la nación.
Heterogeneidad de la figura de Perón; su figura simbólica reemplazó a su figura real. Para todos, Perón
era nacionalista y popular. Para los peronistas de siempre, esto se encarnaba en el líder histórico. Para
los más nuevos, Perón era el líder revolucionario. Para los anticomunistas, Perón era terminaría con
la subversión social. Para las clases medias y altas, Perón era el pacificador sin ambiciones.

La vuelta de Perón

En 1973 asumió Cámpora y regresó Perón al país. Hubo un enfrentamiento entre grupos armados del
peronismo en la llamada Masacre de Ezeiza entre grupos peronistas contrarios. (La Masacre de
Ezeiza es el nombre por el que se conoce al enfrentamiento entre organizaciones armadas irregulares
peronistas que tuvo lugar el 20 de junio de 1973, en ocasión del regreso definitivo a
la Argentina de Juan Domingo Perón, luego de casi 18 años de exilio).
A causa de ésto, Cámpora y Solano Lima renunciaron y asumió Lastiri. En las nuevas elecciones ganó
la formula Perón-Perón (Perón Presidente y su 2da esposa Isabel de Perón vice), Al año siguiente murió
Perón. Isabel lo reemplazó hasta que fue depuesta en 1976.
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Antes de morir Perón:

Perón armó su proyecto político sobre 3 bases: Perón intentó un acuerdo democrático con las fuerzas
políticas, un pacto social con los grandes representantes corporativos y una conducción más
centralizada de su movimiento hasta entonces muy heterogéneo y dividido. El control que podía tener
Perón no era pleno, ya que las Fuerzas Armadas eran reticentes y limitaban el control de Perón, y los
mecanismos estatales estaban desgastados y resultaron ineficaces. Por eso el pacto social falló de
entrada. El pacto democrático funcionó formalmente, pero resultó irrelevante. Además el gobierno
de Perón resultó corroído por las luchas desencadenadas dentro del movimiento es decir su última
premisa fue imposible de llevar a cabo.
El Programa de Reconstrucción y Liberación Nacional (conocido también como el “Plan Trienal para la
Reconstrucción y la Liberación Nacional”. Fue presentado por Perón. La estrategia económica
diseñada por el ministro Gelbard (jefe de la CGE, donde se nucleaba la mayoría de las empresas de
capital nacional), constituía la expresión del proyecto político de Perón en esa área. Presentado en
mayo de 1973 intentaba superar las limitaciones al crecimiento de la economía, sin modificar los
rasgos básicos. Era un plan claramente intervencionista y en menor medida nacionalista y
distribucionista. Tampoco implicaba un ataque directo a ninguno de los intereses establecidos. Se
esperaba apoyar el crecimiento de la economía en la expansión del mercado y de las exportaciones.
Las exportaciones tradicionales tenían buenas expectativas: buenos precios y nuevos mercados (como
la URSS); la nacionalización del comercio exterior garantizaba la transferencia de los beneficios al
sector industrial. Por otro lado se trató de preservar los ingresos de los sectores rurales. Las empresas
nacionales fueron respaldadas con líneas especiales de crédito y el “compre argentino”; algunas
fueron subvencionadas. El Estado controlaba el crédito y los precios para la estabilización. Aumentó
sus gastos y el empleo público. Además el Estado aumentó los gastos a través de obras sociales e
incrementó el número de empleados públicos y de empresas del Estado, todo a costa de un déficit
creciente.
La clave del programa estaba en el pacto social para solucionar el problema clásico de la economía.
Mientras Onganía había fracasado con la pura autoridad, Perón recurría a la concertación (Acuerdo,
pacto o convenio que se hace sobre alguna cuestión) y a la disciplina mediante la persuasión y la
autoridad. La concertación más grande fue aceptada por la CGT y la CGE, la cual consistía en el
congelamiento de los precios, supresión por dos años las convenciones colectivas y aumento del 20%
de salarios, aunque muy distante de las expectativas generadas por el advenimiento del gobierno
popular.

Resultados muy buenos: La inflación se frenó, se logró un buen superávit y se aumentó la actividad
interna.
Pero más tarde resurgió la inflación, encarecieron las importaciones a raíz del aumento del precio del
petróleo, y se complicaron las cuentas externas y los costos de las empresas. El Mercado Común
Europeo cerró para las carnes argentinas. La crisis cíclica no podía ser resuelta por un gobierno que se
había abanderado de la inflación nula. Nuevamente se volvió a la lucha sectorial con el incumplimiento
del pacto social. Las fábricas estuvieron en “estado de rebeldía” por obra de la movilización sindical.
En la mayoría de los casos las movilizaciones concluían con ventajas salariales directas o encubiertas,
lo que aumentaba la amenaza sobre los dirigentes nacionales obligados- a atarse al pacto. Perón
fortaleció a los sindicatos aunque una modificación de la Ley de Asociaciones Profesionales, reforzó la
centralización de los sindicatos, aumentó el poder de sus autoridades y prolongó sus mandatos,
aunque siguieron demandando ajustes salariales. El pacto fue desgastándose y Perón pidió disciplina
(en un acto público en la plaza de mayo) y amenazó con renunciar. Fue la última aparición pública
antes de su muerte.
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VER MAS: https://www.infobae.com/historia/2018/07/01/peron-cronica-de-una-muerte-anunciada/

2da fase del gobierno peronista. Presidencia de Isabel de Perón.

Los actores cambiaron de estrategia y volvieron a sus formas clásicas (negociación dura como la
vandorista, ésta vez representada por Lorenzo Miguel, otro dirigente sindical metalúrgico). Isabel
construyó una base propia de poder para homogeneizar el gobierno, rompiendo las alianzas que había
tejido Perón, rodeada de un grupo de fieles de escasa tradición peronista, encabezado por José López
Rega, apodado “el brujo” por su gusto por las practicas esotéricas. (José López Rega, conocido como el
Brujo por sus adversarios y Daniel o Lopecito por sus allegados fue un político argentino y el secretario privado
de Juan Domingo Perón y de María Estela Martínez de Perón, ambos presidentes de Argentina sobre quienes
ejerció influencia. Como ministro de Bienestar Social durante los gobiernos de Héctor J. Cámpora, de Raúl Alberto
Lastiri y del propio Perón, López Rega organizó la Alianza Anticomunista Argentina, (TRIPLE A) un grupo armado
de ultraderecha que practicó asesinatos selectivos para combatir la influencia del ala izquierda del peronismo y
de organizaciones marxistas).

En algunos casos Isabel y los Sindicalistas coincidieron, por ejemplo al hacer renunciar a Gelbard y
aprovechando la nueva Ley de Asociaciones y de la ley de Seguridad, desalojaron a las cabezas del
sindicalismo opositor. Esto ayudó a que la agitación sindical disminuya. La crisis económica pedía
medidas drásticas y el gobierno debió convocar a paritarias, se decidió un aumento del 40%. Nuevo
ministro de economía llamado Celestino Rodrigo, del equipo de López Rega, provocó un shock
económico al devaluar al 100% y un aumento de tarifas y combustibles similar. Estas medidas se
denominaron “Rodrigazo” que echó por tierra los aumentos acordados. Se pidió un aumento del 200%
pero Isabel no aceptó. La CGT se movilizó contra el gobierno peronista. Contra toda la tradición, la
CGT encabezaba una acción contra un gobierno peronista. Isabel cedió, López Rega y Rodrigo
renunciaron y el gobierno entró en su etapa final.

La crisis económica del “Rodrigazo” preparó la crisis política. En 1975 ni las Fuerzas Armadas ni los
grandes empresarios respaldaron a Isabel. Los empresarios cedieron con facilidad a los reclamos de
los sindicalistas, se separaron de la CGE y atacaron al gobierno. Los militares comenzaron a prepararse
para el golpe. El militar Videla puso plazos, y finalmente, luego de intentos en vano de confrontar la
crisis, bajo una tensión insoportable y una aceptación anticipada de cualquier salida, Isabel fue
depuesta. El golpe fue el 24 de marzo de 1976 y fue recibido con alivio y expectativas.

Las dos facciones del peronismo:

Lucha dentro del peronismo: Perón tenía una relación rara con la llamada “tendencia revolucionaria”:
Montoneros y Juventud Peronista. Perón lideraba incluyendo a todos quienes invocaran su nombre.
Su estrategia era la de movilizar a los sectores populares y presentarse como el único capaz de
contenerlos.
Había dos peronismos:
- Una que se apoyaba en vieja tradición peronista, nacionalista y distribucionista, con un estilo
político autoritario, faccioso, verticalista y anticomunista: “patria peronista”, identificada con
el sindicalismo y los grupos de extrema derecha;
- La otra incorporaba la crítica radical de la sociedad (“liberación o dependencia”): “patria
socialista”, identificada con Montoneros.

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El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) no creía en la vocación revolucionaria del peronismo ni en
la democracia, y retornó a la lucha contra los militares. Para Montoneros, el triunfo de 1973 abría una
lucha decisiva por el control del poder y el discurso peronista, y ganaron para su causa al propio Perón.
Los militantes de la “tendencia” ocuparon espacios de poder en el Estado, pero pronto se
restablecieron las relaciones de fuerza reales y a partir de la renuncia de Cámpora perdieron las
posiciones ocupadas. La “tendencia” entonces se lanzó a la lucha de aparatos en competencia con el
sindicalismo y los grupos de derecha, bajo la forma de terrorismo, llevó a cabo muchos asesinatos.
Montoneros eliminaba personajes, y contra ellos se constituyó otro terrorismo parapolicial (Acción
Anticomunista Argentina, matones sindicales), la llamada triple A comandada por López Rega.
Pero Perón los expulsó en un acto del 1 de mayo de 1974 y solo aparecieron en su funeral. Fundaron
el Partido Peronista Auténtico sin éxito. Volvieron a la vieja táctica y pasaron a la clandestinidad:
asesinatos, secuestros, intervenciones armadas en conflictos sindicales, etc.. El secuestro del
empresario Born les reportó 60 millones de dólares. En ese camino los siguió el ERP, instalados en
Tucumán. Contra ambos creció la represión estatal. El Ejército convocado por la presidenta asumió la
tarea de reprimir la guerrilla en Tucumán. Comenzaba el genocidio.

CAPITULO VII/ El Proceso, 1976 – 1983

INFO EXTRA!!! El 24 de marzo de 1976, una junta militar integrada por los tres comandantes en jefe
de las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional encabezado por María Estela Martínez
de Perón. Las Fuerzas Armadas asumieron el poder político como representantes de los intereses
de los grandes grupos económicos. Se había perpetrado un nuevo golpe de Estado que contaba con
el apoyo de importantes sectores, sobre todo del segmento más concentrado de la burguesía
“nacional” y transnacional, la Iglesia Católica, dirigentes políticos, sindicales (que aunque no dieron
un apoyo explícito tampoco se pronunciaron en contra) y medios de prensa que colaboraron en la
preparación de la sociedad para aceptar el golpe como única alternativa para salir de la crisis.
Previamente se había generado un consenso golpista que prendió con fuerza en un sector de la
población convencido de que cualquier cosa que sustituyera al gobierno civil sería mejor. Los
militares impondrían el orden y, como en el pasado, dejarían paso a los civiles una vez “pacificada”
la sociedad. El peronismo y el radicalismo no resistieron el golpe como se esperaba, ya que sus
dirigentes más tradicionales guardaron, en general, un silencio cómplice y los sectores más
combativos ya no tenían capacidad de respuesta, debilitados por el accionar de la Triple A.

El Estado Terrorista

En 1976 la Junta de Comandantes en Jefe (Videla, Massera, Agosti) tomó el poder y comenzó el
Proceso de Reorganización nacional, con Videla como presidente. Las condiciones para un golpe de
Estado que prometía restablecer el monopolio estatal de la fuerza estuvieron sentadas por el caos
económico y el terrorismo anteriores. El terror sembrado por la Triple A, creó las condiciones para la
aceptación de un golpe de Estado que prometía restablecer el orden y restablecer el monopolio estatal
de la fuerza.

La Junta pretendía eliminar el problema de raíz mediante una represión sistemática (ensayada en
Tucumán, desde 1975, donde se encontraba el ERP). Los grupos parapoliciales se disolvieron o se
subordinaron al poder. Las tres armas se asignaron diferentes zonas de responsabilidad y hasta
mantuvieron una cierta competencia, lo que dio a la operación una fisonomía anárquica y faccional
que, sin embargo, no implicó acciones casuales, descontroladas o irresponsables, y lo que pudo haber
de ello formó parte de la concepción general de la operación.

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La planificación general y la supervisión táctica estuvieron en manos de los más altos niveles de
conducción castrense. Las órdenes bajaban, por la cadena de mandos, hasta los encargados de la
ejecución, los Grupos de Tareas. Se trató de una acción terrorista clandestina, dividida en cuatro
momentos principales: el secuestro, la tortura, la detención y la ejecución

1. Para los secuestros, cada grupo de operaciones (grupos de tareas, “patotas”) operaban
preferentemente de noche, en los domicilios de las víctimas, a la vista de su familia, que en
muchos casos era incluida en la operación. Pero también muchas detenciones fueron
realizadas en fábricas o lugares de trabajo, en la calle, algunas en países vecinos, con la
colaboración de las autoridades locales. La operación se realizaba con autos sin patente pero
bien conocidos (los Ford Falcon verdes). Había mucho despliegue de hombres y armamento
pesado, combinando el anonimato con la ostentación, todo cual aumentaba el buscado efecto
aterrorizador. Este fue el modus operandum principal, pero existieron otros, a plena luz del
día.
2. “El destino primero del secuestrado era la tortura sistemática y prolongada. La tortura física,
de duración indefinida, se prolongaba en la psicológica: sufrir simulacros de fusilamiento,
asistir al suplicio de amigos, hijos o esposos. En principio, la tortura servía para arrancar
información y lograr la denuncia de los compañeros, pero en general tenía el propósito de
quebrar la resistencia del detenido, destruir su dignidad y personalidad.
3. Los que sobrevivían a la tortura, iniciaban una detención más o menos prolongada en alguno
de los trescientos cuarenta centros clandestinos de detención (los “chupaderos”), cuya
existencia fue reiteradamente negada por las autoridades”. En esta etapa final, de duración
imprecisa, se completaba la degradación de las víctimas, a menudo mal heridas y sin atención
médica, permanentemente encapuchados y mal alimentados. Muchas detenidas
embarazadas dieron a luz en esas condiciones, para luego ser despojadas de sus hijos.
4. Para la mayoría, el destino final era la ejecución. Pese a que la Junta Militar estableció la pena
de muerte, nunca la aplicó, y todas las ejecuciones fueron clandestinas. En la mayoría de los
casos los cuerpos se ocultaron en cementerios como “personas no identificadas” (NN),
quemados en fosas colectivas que eran cavadas por las propias víctimas antes de ser fusiladas,
o arrojados al mar con bloques de cemento, luego de ser adormecidos con una inyección. De
ese modo, no hubo muertos, sino “desaparecidos”.

En 1976 llegaron a existir 610 Centros Clandestinos de Detención en la Argentina, pero muchos de
ellos fueron temporarios y circunstanciales. Las desapariciones se dieron masivamente entre 1976 y
1978, luego se redujeron a una expresión mínima. Algunos pertenecían a las organizaciones armadas.
El ERP fue diezmado entre 1975 y 1976. Montoneros también fue muy atacado y tuvo que limitarse a
acciones terroristas. La amenaza real de las organizaciones cesó, pero la represión siguió en marcha:
militantes políticos, sacerdotes, intelectuales, abogados, activistas de derechos humanos, y otros por
motivos poco relevantes. La operación eliminó todo activismo y protesta social: la sociedad era
controlada y dominada. Las víctimas fueron muchas, pero el verdadero objetivo eran los vivos, el
conjunto de la sociedad que, antes de emprender su transformación profunda, debía ser controlada y
dominada por el terror y la palabra. El Estado tenía una parte clandestina y terrorista, y otra pública
que silenciaba cualquier voz.

No solo desaparecieron las instituciones de la República, sino que fueron clausuradas


autoritariamente la confrontación pública de opiniones y su misma expresión. Toda la actividad
política y gremial estaba prohibida, los medios de prensa, censurados. La sociedad estaba

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inmovilizada, y en su mayoría aceptó el discurso estatal: “algo habrán hecho”, control propio,
autocensura, vigilancia del vecino.

El gobierno militar no consiguió ni entusiasmo ni adhesión en la sociedad, pero su pasividad era


suficiente para encarar las transformaciones que pretendían.

INFO EXTRA!!! Algunas medidas: Las primeras medidas fueron el establecimiento de la pena de
muerte para quienes hirieran o mataran a cualquier integrante de las fuerzas de seguridad, la
clausura del Congreso Nacional, el reemplazo de todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia
y del Poder Judicial por jueces adictos al nuevo régimen1 , el allanamiento y la intervención de los
sindicatos, la prohibición de toda actividad política y la imposición de una fuerte censura sobre
todos los medios de comunicación Salvo aquellos que legitimaron el terrorismo de Estado, nefasta
asociación evidenciada en papel prensa. Los ministerios, con excepción del de Economía y el de
Educación, fueron ocupados por militares. Los gobiernos provinciales también fueron repartidos en
su mayoría entre uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión fueron adjudicados
con ese criterio. Como lo hemos señalado, algunos medios de comunicación hicieron suya la “voz”
del régimen en abierta complicidad, publicando, omitiendo y desvirtuando las noticias en sintonía
con los intereses de la Junta Militar.

INFO EXTRA!!! ¿Cuál fue la postura de EE.UU frente a los nuevos gobiernos de facto? Como bien
sugieren Ansaldi y Giordano (2012), “la cínica invocación a la democracia realizada por Estados
Unidos durante la Guerra Fría se convirtió, en América Latina, en una desnuda y despiadada política
de apoyo a los Estados Terroristas de Seguridad Nacional basados ideológicamente en la Doctrina
de Seguridad Nacional (DSN)”. Según esta doctrina, el comunismo acabaría con las libertades y los
derechos individuales en el país donde se instaurara, por lo tanto, las violaciones a los DD. HH.
“necesarias” para evitar la acción o la instauración del comunismo, eran vistas como un daño
colateral o un “sacrificio menor”. De esta forma, y en medio del clima de ebullición social, la actitud
de EE.UU y del nuevo presidente, Lyndon Johnson, tras el asesinato de Kennedy, fue bien clara:
apoyo abierto a los golpes militares favorables a sus intereses. Los militares eran, para EE.UU, la
garantía más sólida contra el peligro del “castro-comunismo”. Había que destruir al “enemigo
interno”. El Departamento de Estado y personajes como Henry Kissinger (Secretario de Estado del
Gobierno de Richard Nixon desde 1973), estuvieron de un modo u otro involucrados en los golpes y
en la represión sistemática. La CIA, por su parte, participó activamente en estos procesos
dictatoriales.

La economía imaginaria: Inflación y especulación

Esa transformación fue conducida por José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía durante
los cinco años de la presidencia de Videla. Cuando asumió, debía enfrentar una crisis cíclica aguda -
inflación desatada, recesión, problemas en la balanza de pagos-, complicada por la crisis política y
social y el fuerte desafío de las organizaciones armadas al poder del Estado.

Cuando asumió Martínez de Hoz, debió enfrentar una crisis aguda. La represión inicial, que descabezó
la movilización popular, sumada a una política anticrisis clásica, permitió superar la coyuntura. Las
fuerzas armadas y los sectores económicos del establishment que los acompañaba diagnosticaron que
la inestabilidad política y social surgía de la puja corporativa sobre los elementos del Estado
benefactor, es decir había una impotencia del poder político para controlar la puja entre empresarios
y trabajadores que se enfrentaban generando desorden. Se buscaba el orden y la seguridad; no el

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crecimiento; se quería eliminar los problemas que la economía ponía a la estabilidad política, incluso
a costa del crecimiento. El Estado intervencionista y benefactor que comienza en 1930, era la fuente
del desorden social; el mercado podía y debía disciplinar a todos por igual, aunque en realidad la
transformación se basó en la concentración del poder económico en un conjunto de grupos
empresarios transnacionales y nacionales en consecuencia, la negociación era imposible.

Se reprimió y desarmó a los actores del juego corporativo (obreros y algunas empresarios). Martínez
de Hoz contó con el apoyo de los organismos internacionales, los bancos extranjeros y el sector más
concentrado del establishment local. Su relación con los militares fue más compleja porque éstos
tenían ideas diferentes. Ellos creían que el desarme del juego corporativo tenía que acompañarse con
el mantenimiento del pleno empleo, o con la supervivencia de las empresas estatales y la expansión
del gasto público. De modo que la receta recesiva más clásica estaba descartada. Las relaciones con
los empresarios tampoco fueron fáciles por los intereses sectoriales. La concentración y el
endeudamiento fueron muy fuertes. El gobierno intervino la CGT y fábricas, reprimió a los militantes,
suprimió las negociaciones colectivas, congeló los salarios. Así superó la crisis cíclica sin desocupación,
y el Estado balanceó el déficit.

La economía imaginaria hace referencia a un conjunto de medidas que supuestamente iban a


devolverle a la Argentina su rango como potencia mundial. Esta transformación fue conducida por
José Martínez de Hoz. Para Quiroga (1995) la política de transformación económica del proceso militar
liderada por Martínez de Hoz, se apoyó en dos grandes columnas: 1) la apertura económica y 2) la
reforma financiera de junio de 1977.

1- Apertura económica: eliminación de los mecanismos de protección a la producción local. Con la


apertura comercial, la protección a la industria despareció y el consecuente aluvión de productos
importados que eran más baratos que los nacionales terminó prácticamente con la industria que no
podía competir con semejantes niveles de productividad y eficiencia que imponía el mercado mundial.

2- En el sector financiero: La Ley de Entidades Financieras (1977) constituyó la base jurídica de la


Reforma Financiera de 1977, uno de los principales pilares del programa económico de la última
dictadura. A nivel discursivo, esta reforma se basaba en las supuestas virtudes del mercado como
mecanismo asignador de recursos y fijador de precios, y condenaba al mismo tiempo la intervención
estatal en el sistema financiero. Según se argumentaba, la liberalización financiera mejoraría la
competitividad del sector e incrementaría el ahorro y la inversión.

Básicamente se liberó la tasa de interés, se autorizó la proliferación de bancos e instituciones


financieras y se diversificaron las ofertas. La competencia mantuvo altas tasas de interés y la inflación
en un clima especulativo. El Estado garantizaba los títulos y también los depósitos a plazo fijo, tomados
a tasa libre por entidades privadas. Liberación, eliminación de controles y garantía: ruina. Gran
afluencia de dinero del exterior (reciclamiento de los dólares generados por el aumento del precio del
petróleo), que fue utilizado para aprovechar las elevadas tasas de interés internas. Se dio la llamada
“bicicleta” o la “plata dulce”: Empresarios de todo el mundo traían dólares al país, los cambiaban a
peso, los dejaban en el banco aprovechando una alta tasa de interés, luego de un tiempo los sacaban,
convertían en dólar y se los llevaban a su país de origen. Un mercado altamente inestable; los capitales
podían salir del país sin trabas.

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Ninguna actividad podía competir con la especulación. Aumentaron las quiebras, el Banco Central
decidió la quiebra de cuatro bancos importantes. Hubo una corrida bancaria que el gobierno logró
frenar asumiendo las deudas de los bancos quebrados

Estas dos medidas de corte netamente económico no podrían haberse aplicado sin una medida social global
que les allanó el terreno, esto es, la represión, el hostigamiento y aniquilamiento de importantes sectores de
la clase obrera.

Además hubo una tabla de devaluación mensual del peso para reducir la inflación, pero como
subsistió, el peso se revaluó considerablemente respecto del dólar.

Viola asumió el poder, se devaluó el peso en un 400%. La inflación crecía terriblemente. La


nacionalización de la deuda privada de las empresas hizo terrible la devaluación para el Estado. Los
créditos para los países latinoamericanos se cortaron. La deuda externa ocupó el lugar disciplinador
del mecanismo financiero deshecho. Deuda externa en aumento: En 1979, ésta era de 8.500 millones
de dólares; en 1981, superaba los 25 mil millones y a principios de 1984, los 45 mil millones. Los
acreedores externos comenzaron a imponer condiciones sobre las políticas estatales.

La economía real: destrucción y concentración

La economía real hace referencia a los efectos concretos que tuvo el conjunto de medidas
neoliberales. En un contexto de liberalización creciente del mercado internacional de capitales, la
nueva orientación desarticuló los instrumentos de intervención estatal característicos del modelo
de industrialización por sustitución de importaciones vigentes hasta el momento. La transformación
que se propusieron, ciertamente, fue grande. Con la dictadura militar de 1976 se interrumpió el
modelo de industrialización sustitutiva y se construyó un nuevo modelo de acumulación: el sistema
de valorización financiera.

Hubo un giro total respecto de las políticas aplicadas en las décadas anteriores. El valor asignado al
mercado interno fue cuestionado y se reclamo prioridad para las actividades en las que el país tenía
ventajas comparativas y podía competir en el mercado mundial. El criterio de proteger la industria (a
la que se cuestionó por su falta de competitividad) fue reemplazada por el premio a la eficiencia. Se
reclamó prioridad para las actividades en las que el país tenía ventajas comparativas. La estrategia del
fortalecimiento del sector financiero, la apertura, y el endeudamiento no benefició a ninguno de los
grandes sectores de la economía. El sector agropecuario se vió beneficiado por el mercado que ofrecía
la URSS, además el Estado eliminó las retenciones a las exportaciones, pero vio frenada su expansión
productiva por la sobrevaluación del peso que llevó a los productores a una pérdida de ingresos y a
una situación crítica que culminó en 1981. Los ingresos agropecuarios que antes financiaban a la
industria, fueron destinados al sector financiero y a la compra de productos importados.

La industria sufrió la competencia de los artículos importados y la pérdida de la tradicional protección


estatal. El producto industrial y la mano de obra ocupada cayeron. Muchas plantas fabriles cerraron.
Los sectores más antiguos e ineficientes fueron barridos por la competencia, y los nuevos fueron
fuertemente golpeados. La brecha se ensanchó irreversiblemente: las empresas beneficiadas fueron
las de bienes intermedios, con un efecto dinamizador interno mucho menor. Se encontraron limitadas
por la dimensión del mercado interno y se convirtieron en exportadoras.

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La desocupación fue escasa, como exigía la conducción militar porque hubo transferencia de
trabajadores de las grandes empresas (que echaban gente sin problema) hacia las medianas y
pequeñas empresas y hacia los servicios. La mayor expansión se produjo en la construcción y en obras
públicas. Los salarios se mantuvieron bajos, y más adelante se dio una mayor libertad a los
trabajadores para pactar sus condiciones, pero sin sindicatos. A partir de 1981, la crisis, la inflación y
la recesión redujeron la ocupación y el salario real.

La principal consecuencia de la transformación fue una fuerte concentración económica, no en las


empresas extranjeras, sino en grandes grupos locales directamente ligados a un empresario o a una
familia empresarial exitosos, como Macri, Pérez Companc, Bulgheroni, Fortabat, o transnacionales con
fuerte base local, como Bung Born o Techint. Así, el establishment económico adquirió una nueva
fisonomía. Sobrevivieron solo los que capitalizaron sus beneficios comprando empresas en
dificultades y tenían una relación ventajosa con el Estado.

También se llevaron a cabo obras públicas (desde autopistas hasta una nueva central eléctrica
atómica). Las empresas contratistas se beneficiaron con las condiciones pactadas y con el ajuste de
los costos a la inflación. Otras empresas aprovecharon ciertos regímenes de promoción en proyectos
específicos. Los empresarios locales específicos crecieron sin riesgo y luego se convirtieron en los
tutores del Estado junto con los acreedores extranjeros.

Achicar el Estado y silenciar a la sociedad

Reducción de las funciones del Estado fue uno de los principios de Martínez de Hoz, recogiendo el
argumento en expansión del mundo capitalista de la revisión del Estado dirigista y benefactor. El
liberalismo económico no había encontrado eco entre los empresarios y los militares (los empresarios
se beneficiaban del apoyo Estatal y los militares siempre habían defendido una posición autárquica
del Estado). Pero Martínez de Hoz obtuvo una victoria argumentativa cuando logró ensamblar la
prédica de la lucha anti subversiva con la idea de achicamiento del Estado. Porque un Estado fuerte y
democrático era peligroso si caía en manos de los sectores populares (como lo había demostrado el
peronismo) pero sin ser democrático llevaba a relaciones espurias entre sindicatos y empresarios.

La idea era: Reemplazar la dirección del Estado por la del mercado. Desmontó los instrumentos de
dirección, regulación y control de la economía que se habían construido desde 1930: el control de
cambios, la regulación del crédito y la tasa de interés y la política arancelaria. Cuando la influencia del
ministro, declinó, correspondió a los acreedores externos, la vigilancia y presión para que mantuvieran
la política de apertura y liberalización.

No obstante, los militares eran reacios a que el Estado se desprendiera de todas las empresas de
servicios públicos (aún pervivía la idea de autarquía) aunque éstas se deterioraron y endeudaron
haciendo crecer a las contratistas privadas. Por otro lado, el Estado nacionalizaba las deudas de
empresas y bancos.

El Estado no premió a la eficiencia, sino a los que podían negociar con él. No mejoró la eficiencia del
Estado, el gasto público creció, destinado a las Fuerzas Armadas, reequipadas por el conflicto con Chile
y luego con Gran Bretaña, y a obras públicas. El gasto múltiple y la inflación hicieron borroso el
presupuesto del Estado.

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El llamado Proceso de Reorganización Nacional, supuso la coexistencia de un Estado terrorista
clandestino, encargado de la represión y otro visible, sujeto a normas de las propias autoridades
legales. El ESTADO ilegal, fue corroyendo y corrompiendo al conjunto de las instituciones del Estado y
a su misma organización jurídica.

El poder no residía en el presidente, porque estaba sometida a limitación y control de los jefes de las
tres armas. La Junta Militar, creada en el Estatuto del Proceso, era la que gobernaba y tenía la
atribución de designar al presidente y controlar una parte importante de sus actos. También se creó
la Comisión de Asesoramiento Legislativo para discutir las leyes, conformada por 3 integrantes de las
3 Fuerzas, pero se convirtió en otra instancia de negociación. Podía asemejarse a la anarquía feudal,
ya que cada uno de los cargos ejecutivos (desde gob a intendentes) así como los manejos de las
empresas del Estado y demás dependencias, fue objeto de reparto entre las fuerzas. No había un
Estado cohesionado, sino que cada uno dependía del Estado pero a la vez de su fuerza.

Las normas legales no eran claras en cuanto a quién las dictaba o a su alcance, y existía una reticencia
para explicitar sus fundamentos; en algunos casos hasta su existencia se mantuvo en secreto. Por otro
lado, se toleró su permanente violación o incumplimiento. La corrupción se extendió a la
administración pública, de la que fueron apartados los mejores elementos: los criterios de
arbitrariedad fueron asumidos por los funcionarios inferiores, convertidos en pequeños autócratas sin
control y, a la vez, sin capacidad para controlar.

Muchas facciones o divisiones dentro del Ejército. Hubo 3 diferentes grupos: 1- Videla y Viola (la
facción más fuerte, pero no dominante) respaldaban a Martínez de Hoz, pero reconocían la necesidad
de encontrar una salida política y se mantenían en contacto con los partidos políticos. Enfrentados
con ellos, 2- Menéndez y Mason, asociados a Camps, jefe de la Policía de Prov.de Bs. As. Y figura clave
en la represión, pensaban que la dictadura y la represión debían continuar. Menéndez debió renunciar
por insubordinación. Por otro lado, 3- Massera y la Marina de Guerra querían una salida que legitimara
popularmente el Proceso y llevara a Massera al poder.

En suma, podría decirse que la política de orden empezó fracasando con las propias Fuerzas
Armadas, pues la corporación militar se comportó de manera indisciplinada y facciosa, y poco
hizo para mantener el orden que ella misma pretendía imponer a la sociedad. A pesar de eso,
durante cinco años lograron asegurar una paz relativa, debido a la escasa capacidad de
respuesta del conjunto de la sociedad, en parte golpeada o amenazada por la represión y en
parte dispuesta a tolerar mucho de un gobierno que, luego del caos, aseguraba un orden
mínimo. Sólo hacia el fin del período de Videla, estimulados por el descontento que generó la
crisis económica, así como por las crecientes dificultades que encontraba el gobierno militar
y sus fuertes disensiones intestinas, las voces de protesta, todavía tímidas y confusas,
comenzaron a elevarse. Esta transición del silencio a la palabra varió según los casos. Los
empresarios apoyaron al Proceso desde el comienzo a la distancia; carecían de unidad y comenzaron
a presionar cuando el gobierno dio señales de debilidad. Viola convocó a los empresarios pero esta
participación concluyó con su caída, y desde entonces formaron parte de la oposición. El movimiento
sindical sufrió duros golpes. Las principales fábricas fueron ocupadas militarmente, hubo “listas
negras”, para mantener alejados a los activistas, y control ideológico para los aspirantes a un empleo.
La CGT y la mayoría de los grandes sindicatos fueron intervenidos, se suprimieron el derecho de huelga
y las negociaciones colectivas y los sindicatos fueron separados del manejo de las obras sociales. Los
sindicalistas se agruparon, de manera cambiante, en dos tendencias: los dialoguistas y los combativos.

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Los combativos hicieron un paro general de protesta, reprimido fuertemente, y reconstituyeron la
CGT, marcharon (“pan, paz y trabajo”), organizaron huelgas, y se movilizaron en la Plaza de Mayo,
nuevamente reprimidos. La iglesia tuvo una actitud complaciente al principio, callando las críticas al
gobierno, pero luego se apartó de la vida política y finalmente se preocupó por las cuestiones morales
y los derechos humanos, apartándose del régimen militar y acercándose a los reclamos de la sociedad.
En medio de lo más terrible de la represión, un grupo de madres de desaparecidos -forma eufemística
con que se denominaba a las víctimas del terrorismo de Estado- empezó a reunirse todas las semanas
en la Plaza de Mayo. Marchaban con la cabeza cubierta por un pañuelo blanco, reclamando por la
aparición de sus hijos. Combinando lo dolorosamente testimonial con lo ético, en nombre de
principios que los militares no podían cuestionar ni englobar en la “subversión”, atacaron el centro
mismo del discurso represivo y empezaron a conmover la indiferencia de la sociedad. En forma
gradual, las Madres de Plaza de Mayo -víctimas ellas mismas de la represión- se convirtieron en la
referencia de un movimiento cada vez más amplio de asociaciones defensoras de los derechos
humanos y fueron instalando una discusión pública, fortalecida desde el exterior por la prensa, los
gobiernos y las organizaciones civiles.

La prohibición política terminó de hecho en 1981 cuando los grupos de derecha fueron convocados
para formar un partido oficialista para la apertura política. Por otro lado, la Multipartidiaria integraba
al radicalismo, el peronismo, entre otros, pero no tenía dirección. Los partidos se comprometían a no
colaborar en una salida electoral condicionada ni aceptar la tutela militar de la democracia, y se
reclamaron los únicos depositarios de la legitimidad política e incorporaron las protestas de la
sociedad. Las voces de sindicalistas, empresarios, estudiantes, religiosos, intelectuales, y sobre todo
defensores de derechos humanos fueron formando un coro que, a principios de 1982, era difícil de
ignorar.

La guerra de Malvinas y la crisis del régimen militar

A partir de 1980 los dirigentes discutían la cuestión de la salida política. Les preocupaba la salida de la
crisis política, el aislamiento, y la adversa opinión internacional. Ellos lo minimizaban tildándolos de
“campaña anti Argentina”. Pero además existían enfrentamientos intestinos (internos). La designación
de Viola como presidente, trajo oposición de la Marina y se agudizaron con la decisión del presidente
de cambiar el rumbo económico del país. Viola quiso aliviar la situación de los empresarios locales
haciéndose cargo de sus deudas! (El estado se hace cargo de sus deudas privadas) y los convocó a
discutir pero no logró ningún apoyo consistente. Galtieri lo reemplazó y se presentó como el salvador
del Proceso. Quería alinear al país con Estados Unidos y apoyarlo en la guerra en América Central.
Estados Unidos levantó las sanciones por las violaciones a los derechos humanos que le habían hecho.
Hablaba de volver al país a la institucionalización, pero nunca mencionaba fechas. La conducción
económica fue encargada a Alemann, rodeado de economistas cercanos a Martínez de Hoz
desregulando y desestatizando (plan de privatizaciones), volviendo a la senda inicial y agudizando la
recesión y la tensión social (protestas de sindicatos y empresarios). En éste contexto de crisis social,
lanzó su plan de ocupar las islas Malvinas, que venían siendo reclamadas a Gran Bretaña, como un
reclamo nacional unánime para ganar legitimidad popular. También solucionaría el problema del canal
del Beagle con Chile. Nacionalismo chauvinista. Mesianismo militar. El plan ya había sido propuesto
antes, y Videla y Viola lo habían vetado, pero ahora Galtieri en la presidencia, la llevó a cabo. La idea
era sencilla, pensaba que tendrían el apoyo norteamericano y que Gran Bretaña, aceptaría la
ocupación a cambio de algunas concesiones y compensaciones. En ninguna hipótesis se pensaba en
una guerra.

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El 2 de abril de 1982, Las Fuerzas Armadas ocuparon las Malvinas y las instituciones de la sociedad
manifestaron su adhesión: partidos políticos, sindicatos, pueblo en general. Mario Benjamín
Menéndez asumiría como nuevo gobernador de las islas. Rebautizaron el Puerto Stanley como Puerto
Argentino. Habían triunfado en el Campeonato Mundial de Fútbol, y habían ganado una batalla. Los
militares buscaban saldar su deuda con la sociedad. Masa acrítica festejó grandes “logros”. M.
Thatcher (primer ministro inglesa) también pensaba usar una victoria militar para consolidarse
internamente y obtuvo la solidaridad de la Comunidad Europea y el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, que declaró a la Argentina nación agresora. Estados Unidos intentaba mediar entre
sus dos aliados sin buenos resultados. Latinoamérica apoyaba solo de palabra, en la práctica el apoyo
a la argentina era casi nulo.

El gobierno argentino intentó presionar a Estados Unidos mediante acuerdos preexistentes (como el
Tratado Interamericano de Asistencia reciproca, que anteriormente EEUU había empleado para
alinear tras de si a sus vecinos en sus conflictos contra el Eje o contra Cuba) pero este apoyó a Gran
Bretaña (le dio apoyo logístico). Argentina no tenía aliados militares (países del 3er mundo, URSS y
hasta Cuba, todos aliados que lo alejaban de su idea de entrar al “primer mundo”). Las tropas
argentinas poco entrenadas y desabastecidas no resistieron, pero la manipulación de la información
hacía creer al pueblo en la Plaza de Mayo que la victoria estaba cercana. Las voces críticas reclamaban
contra una guerra y Alfonsín (líder de los radicales opositores al radicalismo oficial que había aceptado
mansamente los términos del gobierno) propuso un gobierno civil de transición. Finalmente, las tropas
argentinas se rindieron el 14 de junio de 1982. El saldo fue: 700 muertos o desaparecidos, 1300
heridos. El pueblo fue convocado a la Plaza de Mayo y quienes no admitían la rendición fueron
reprimidos. Los generales exigían a Galtieri su renuncia.

INFO EXTRA!!! En un clima de repudio popular, el régimen militar echó mano a una reivindicación
histórica del pueblo argentino para lograr consenso y producir una especie de “amnesia temporal”
en la población que dejara sin efecto las impugnaciones y críticas. ¿Por qué este recurso? Porque lo
cierto es que la cuestión “Malvinas” funcionó, a lo largo de nuestra historia, como una “metáfora”
de la nación. En efecto, el desembarco argentino del 2 de abril de 1982 conmovió al país y unificó
temporalmente a todos los sectores detrás de la recuperación de las islas. El anuncio provocó
expresiones de fervor patriótico y masivas concentraciones en Plaza de Mayo, que se colmó de miles
de ciudadanos, entre ellos muchos reconocidos dirigentes políticos y sindicales. 8 La adhesión de la
sociedad fue casi total. En torno a este hecho, el campo de la izquierda se dividió. Un sector
mayoritario defendió el operativo militar sin apoyar a la junta militar, en tanto se trataba de una
reivindicación nacional. Otro, vio el triunfo de los ingleses como medio para terminar con la
dictadura.

La vuelta de la democracia

La derrota agudizó la crisis del régimen militar. El Ejército impuso a su candidato Bignone. El gobierno
miliar se proponía negociar la salida electoral y asegurar que su retirada no sería un desbande.
Se intentó lograr el acuerdo de los partidos para una serie de cuestiones, futuras y pasadas:
la política económica, la presencia institucional de las Fuerzas Armadas en el nuevo gobierno
y, sobre todo, una garantía de que no se investigarían ni los actos de corrupción ni las
responsabilidades en lo que empezaban a llamar la “guerra sucia”. La propuesta de los militares fue
rechazada por la opinión pública y por los partidos, que convocaron poco después a una marcha civil
en defensa de la democracia. La asistencia fue masiva y, casi de inmediato, el gobierno fijó la fecha de
elecciones para fines de 1983. Pero no dejó de intentar cerrar el debate: un documento sobre los
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desaparecidos declaró que no había sobrevivientes y que todos habían caído combatiendo; una ley
estableció una autoamnistía, eximiéndolos de cualquier eventual acusación.

Los militares debían enfrentarse con la evidencia de su fracaso como administradores de un país
desquiciado y como conductores de una guerra absurda. Debían contemplar a sus antiguos aliados -
los empresarios, la Iglesia, Estados Unidos-, ganados por la nueva fe democrática, o a los otrora
disciplinados jueces llevando a juicio a oficiales acusados de corrupción. Sobre todo, debían
enfrentarse con una sociedad que asistía al show del horror y se enteraba de la existencia de vastos
enterramientos de personas desconocidas, de centros clandestinos de detención, de denuncias
realizadas por ex agentes; en suma, de una historia siniestra, de la que hasta entonces pocos habían
querido saber. Después de un largo letargo, la sociedad despertaba, y encontraban nueva resonancia
voces hasta entonces poco escuchadas, como la de los militantes de las organizaciones defensoras de
los derechos humanos y muy especialmente las de las Madres de Plaza de Mayo. Las organizaciones
de derechos humanos no sólo instalaron la cuestión de los desaparecidos y el reclamo de justicia.
Impusieron a toda la práctica política una dimensión ética.
La sociedad experimentaba una nueva primavera: el enemigo común, algo menos peligroso pero aún
temible, estimulaba la solidaridad y alentaba una organización y una acción de la que se esperaban
resultados concretos. Pero a diferencia de la anterior primavera, a fines de los años sesenta, no sólo
había un repudio total de la violencia o de cualquier forma velada de guerra, sino también una
confianza menor en la posibilidad de encontrar una gran solución, única, radical y definitiva.

La crisis económica generó motivos legítimos y movilizadores (impuestos elevados, efectos de la


indexación, elevación de los alquileres, deudas impagas), cuestionando la política económica y la
clausura de lo público. La sociedad intentaba resolver sus problemas al margen del gobierno y sobre
la base de la solidaridad, fomentando una cultura no oficial. El activismo universitario y la participación
sindical renacieron. Los sindicalistas reclamaron contra la crisis y a favor de la democracia. Se
normalizaron los sindicatos. Reclamaban contra la crisis económica y a favor de la democracia. Los
sindicalistas pusieron sus esfuerzos en la recuperación del control de los sindicatos intervenidos, la
“normalización” que negociando con el gobierno combinando la presión y el acuerdo. 2 grupos: la
línea combativa, la CGT de la calle Brasil conducida por Ubaldini y la negociadora que era la CGT de la
calle Azopardo.

Reaprendizaje de los valores democráticos y republicanos. RENOVACIÓN! Gran afiliación de la gente


común a los partidos políticos. Demuestra un gran compromiso o al menos en la teoría, con la
democracia. El peronismo se convirtió en un aceptable partido, habiendo perdido su verticalismo por
la falencia del vértice (gobierno de Isabel de Perón), pero la renovación no fue completa porque
algunos caudillos provincianos mantuvieron su poder. El radicalismo se renovó con Raúl Alfonsín;
quien creó el Movimiento de Renovación y Cambio para disputar el liderazgo a Ricardo Balbin. Alfonsín
había criticado durante el Proceso a los militares, denunciado los desaparecidos, había mantenido una
posición de no festejo frente a la guerra, e hizo de la democracia su bandera. A la derecha, las fuerzas
se habían comprometido con el Proceso y no resultaban atractivas. La izquierda había sido duramente
golpeada y no estaba actualizada. Muchas ideas de la izquierda fueron tomadas por Alfonsín. Radicales
y peronistas cosecharon amplios apoyos y dejaron poco espacio para otros partidos.

La sociedad miraba con esperanzas a la vuelta a la democracia (pluralismo, acuerdos sobre formas,
subordinación de la política a la ética). El peronismo (con su candidato Italo Luder) encaró su campaña
convocando a la liberación contra la dependencia con poca convicción, y la UCR ganó las elecciones
presidenciales con Alfonsín por amplia mayoría, que apelaba a la Constitución y aseguraba que se

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haría justicia con los responsables del régimen y que la democracia podía resolver los problemas
inmediatos y a largo plazo. La sociedad olvidó cuántos problemas quedaban pendientes y el poco
margen de maniobra tendría el nuevo gobierno.

Era tanta la necesidad de volver a la democracia, que se postergó la dimensión esencial de la práctica
política: la discusión civilizada y plural de programas y opciones. En cambio se confió en el poder y la
capacidad de la civilidad unida para solucionar cualquier problema: “democracia boba” aséptica y
conformista.

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