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Tema 17.

La dictadura franquista (1939-1975)


1. Fundamentos ideológicos y evolución política
Fundamentos ideológicos
El régimen que salió de la Guerra Civil se caracterizó desde sus orígenes por una
rotunda concentración del poder en la figura de Franco: todas las instituciones le
estaban completamente subordinadas. Pero el régimen franquista tuvo una serie de
componentes ideológicos. En primer lugar, era anticomunista. Para los vencedores los
“rojos” eran todos los republicanos, desde la izquierda revolucionaria hasta la burguesía
democrática y liberal. En segundo lugar, era antidemocrática. La democracia, modelo
débil, se identificaba con lo antiespañol y con el marxismo. Así, la “democracia
orgánica” del régimen tenía una clara superioridad. En tercer lugar, era católico,
generalizándose el término nacional-catolicismo para etiquetarlo. La Iglesia ejerció un
dominio absoluto en el campo de la educación y de la censura. Se impuso una estricta
moral católica, pública y privada, castigada por el Código Penal. También era
tradicionalista. La unidad de la Patria se convirtió en valor sacrosanto, justificado en el
pasado histórico de la Reconquista y el Imperio. Todo sentimiento nacionalista, incluida
la lengua, que no fuera español fue descalificado y perseguido. El régimen fue
militarista. La vida cotidiana se llenó de desfiles y símbolos castrenses y se recordaba
permanentemente la guerra. Por último, hubo una serie de rasgos fascistas muy
marcados. Entre ellos estaban los símbolos y los uniformes, inspirados en los del
fascismo o el nazismo; la existencia de un partido único; la exaltación del Caudillo; el
desprecio a las instituciones; o la violencia.
La dictadura devolvió a la oligarquía terrateniente y financiera su hegemonía.
Recuperaron sus empresas y propiedades y también su dominio en la vida social.
Fueron, además, los principales beneficiarios de la economía intervencionista de las
primeras décadas del franquismo. El régimen franquista contó con el apoyo de las
clases medias rurales, así como los que se beneficiaron de las depuraciones masivas
realizadas al término de la guerra. Por el contrario, entre jornaleros y proletariado
industrial apenas tuvo respaldo. Lo mismo ocurrió con las clases medias urbanas,
aunque la represión, el miedo a la delación y el hundimiento moral desarmaron
cualquier posibilidad de reacción. La propaganda y el aumento del bienestar a partir de
los sesenta hicieron que parte de esos sectores adoptaran una actitud de acomodamiento,
cuando no de respaldo directo.
Los partidos fueron prohibidos, tanto los republicanos como los partidos de derechas.
Solo se permitió la Falange, denominada como Movimiento Nacional. Franco buscó a
sus colaboradores entre las familias del régimen. En realidad, todas estas familias eran
ficticias. Franco elegía a sus colaboradores al margen de etiquetas. Se precisaba lealtad
personal, prudencia y carencia de mayores ambiciones.
En Falange Franco asumió la jefatura única, y el partido se convirtió en cantera de
cuadros para la dictadura. Sus organizaciones, como la Sección Femenina, dominaban la
vida económica y social. En los primeros años ocuparon los cargos más significativos,
pero la derrota de los fascismos en la guerra hizo que su presencia declinase. Los
militares nunca formaron un grupo de presión, ya que Franco siempre los mantuvo en

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un papel subordinado a su persona. Los católicos procedían de asociaciones de la
Iglesia como el Opus Dei. Suministraron cuadros y dirigentes, en general con un alto
nivel de formación técnica. Solo tras el Concilio Vaticano II (1962), se produjo un
distanciamiento con la Dictadura. También los monárquicos colaboraron, así como los
carlistas.
Entre 1938 y 1946 se aprobaron las cinco primeras leyes fundamentales que
organizaron al nuevo estado: El Fuero de los Trabajadores (1938) prohibía el
sindicalismo de clase y otorgaba el control de las relaciones laborales al Movimiento
Nacional. Las condiciones de trabajo pasan a ser reguladas por el Estado. La Ley
Constitutiva de Cortes (1942) establecía unas Cortes elegidas por sufragio indirecto
por corporaciones (familia, municipio y sindicato) y por el propio Franco. Las Cortes no
representaban en ningún caso la soberanía nacional, por cuanto el Caudillo conservaba
plena potestad legislativa.
En 1945 se aprobaron dos nuevas leyes orgánicas. El Fuero de los Españoles era una
especie de declaración de derechos y deberes que reafirmaba el carácter tradicionalista y
católico del sistema. Su objetivo real era enmascarar la imagen autoritaria del régimen
en el momento en que comenzaba su aislamiento internacional. Por su parte, la Ley de
Referéndum Nacional permitía al jefe del Estado convocar un plebiscito para que el
pueblo aprobara directamente una ley. Por último, la Ley de Sucesión a la Jefatura del
Estado (1946) definía al régimen como un “reino” y autorizaba a Franco a proponer a
su propio sucesor. En 1957 se aprobaría Ley de Principios del Movimiento Nacional.
Evolución política: Configuración inicial (1936-1939)
En julio 1936 se constituyó en Burgos una Junta de Defensa Nacional, integrada por
militares. Esta Junta proclamó el estado de guerra y todo el territorio quedó bajo control
militar. Se prohibieron los partidos políticos del Frente Popular, se paralizaron las
reformas y se restableció la bandera roja y gualda. El paso siguiente de la Junta de
Defensa fue establecer una dirección militar y política unificada. El general Franco
dirigía el ejército de África con las tropas mejor preparadas y había conseguido el
reconocimiento y la ayuda militar de Hitler y de Mussolini para pasar esas tropas a la
Península. Su popularidad en la España “nacional” se agrandó con la liberación del
Alcázar de Toledo.
El 1 de octubre de 1936 la Junta publicó el decreto que nombraba a Franco
“Generalísimo de los Ejércitos” y “jefe del gobierno del Estado español”,
concentrando todo el poder militar y político del nuevo Estado. La Junta de Defensa fue
disuelta y Franco constituyó una Junta Técnica del Estado como órgano consultivo del
dictador, formada por militares y adoptó el título de caudillo. El 19 de abril de 1937 se
dio a conocer el Decreto de Unificación por el que se creaba un partido único, FET de
las JONS, que fusionaba a falangistas y carlistas bajo la jefatura suprema de Franco.
En enero de 1938 se formó el primer gobierno de Franco. Se promulgó la ley de
administración central del Estado, que atribuyó al jefe del Estado la potestad de dictar
normas jurídicas, con lo que Franco reunió en su persona los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial y consolidó definitivamente su poder personal. En el gobierno
estaban representadas las distintas fuerzas políticas en base a su fidelidad. En los meses

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siguientes, Franco derogó toda la obra reformista de la república. La política social
se plasmó en el Fuero del Trabajo (marzo 1938). Sentó las bases del Estado
nacionalsindicalista: respeto a la propiedad privada, prohibición de los sindicatos de
clase y de las reivindicaciones obreras. Empresarios y obreros se encuadraban en unos
mismos sindicatos, por ramas de producción: los sindicatos verticales.
Etapa totalitaria (1939-1945)
La evolución del régimen en su primera etapa estuvo muy condicionada por la política
externa. En 1939 el Gobierno firmó el acuerdo de asociación al Eje Berlín-Roma-Tokio.
En septiembre, al estallar la Segunda Guerra Mundial, España se convirtió en aliada de
las potencias fascistas, y los falangistas adquirieron una clara primacía en el Gobierno,
con Serrano Suñer al frente. Su línea totalitaria impregnó la acción política y la
información de la prensa sobre los triunfos alemanes en los inicios de la guerra.
En octubre de 1940, una vez que los alemanes arrasaron Francia, se produjo la
entrevista de Hendaya entre Franco y Hitler. El encuentro fue un fracaso rotundo. Ni
Franco aceptó la propuesta alemana de cambiar su posición de “no beligerancia” y
entrar en la guerra, ni Hitler aceptó las pretensiones de Franco de obtener territorios en
África como compensación por su intervención. Eso no impidió el envío en 1941 de la
División Azul, una unidad de voluntarios para apoyar la ofensiva nazi contra la URSS.
Pero a partir del verano de 1942, las derrotas alemanas hicieron necesario un cambio de
orientación. Serrano Suñer abandonó el Gobierno, y la diplomacia española inició un
progresivo giro hacia los aliados. Los alardes fascistas de la propaganda se fueron
suavizando hasta desaparecer, y al final de la guerra incluso se autorizó el uso de
aeródromos españoles a los aviones aliados. Terminada la Guerra, un decreto reorganizó
la Administración Central del Estado (agosto 1939): se fijaron los ministerios y se
autorizó al Jefe de Estado a aprobar decretos-ley sin previa deliberación del Gobierno.
Etapa nacional-católica (1945-1959)
En 1945, la posición de la Dictadura se hizo muy difícil tras el anterior apoyo a las
potencias fascistas. En febrero de 1946 la asamblea de la ONU votó en contra de la
entrada de España en sus organismos. Días después, Estados Unidos, Francia y Reino
Unido firmaron una declaración pública sugiriendo la retirada de embajadores, y en
junio el Consejo de Seguridad de la ONU declaraba al régimen español una amenaza
potencial a la paz internacional. El bloqueo económico y diplomático determinó que la
autarquía, que hasta entonces había sido una opción voluntaria, se convirtiera ahora en
una necesidad, agravándose la situación económica aún más y prologándose las secuelas
de hambre y miseria. Estados Unidos intentaba evitar la ruptura total con un país que
podía ser clave en la recién iniciada Guerra Fría.
En el interior, la Dictadura intentó lavar su imagen, aumentó la influencia de los
católicos en detrimento de los falangistas. Sin embargo, las relaciones con los
monárquicos se fueron enfriando conforme se afirmaba la voluntad de continuidad de
Franco. La publicación del Manifiesto de Lausana (1945), en el que Juan de Borbón
declaraba su apoyo a una transición democrática, con Cortes Constituyentes y una
amplia amnistía, llevó al borde de la ruptura.

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A partir de 1948, sin embargo, la situación internacional comenzó a girar a favor del
régimen. El inicio de la Guerra Fría hizo que las potencias occidentales cerraran los ojos
ante el carácter totalitario del franquismo para incorporar a España a la alianza
anticomunista. La presión diplomática se fue difuminando y comenzaron a levantarse
las restricciones comerciales, al tiempo que se producían declaraciones favorables al fin
del aislamiento. En 1950 la ONU levantó la recomendación de retirada de embajadores
y autorizó la entrada de España en organismos internacionales.
El acontecimiento decisivo en la ruptura del aislamiento fue la firma del acuerdo con
los EEUU que permitió la instalación de bases americanas en España (1953). España
buscaba ayuda financiera a toda costa y consiguió 1.180 millones de dólares en ayudas
de todo tipo. El acuerdo militar fijaba el establecimiento durante diez años de cuatro
bases de utilización conjunta (Torrejón de Ardoz, Zaragoza, Morón y Rota), y
numerosas instalaciones de radar y seguimiento. En la práctica estuvieron siempre en
manos de militares estadounidenses. La disparidad entre ambas partes era clara, pero la
ayuda económica resultó decisiva para sacar a España de su grave situación y terminar
definitivamente con la escasez de alimentos.
Ese mismo año se firmó un Concordato entre el Vaticano y España, reafirmando la
alianza entre Iglesia y franquismo, que suponía un nuevo respaldo internacional. En
1956, España reconoció la independencia de Marruecos e inició la descolonización del
Protectorado, siguiendo recomendaciones de la ONU, a la que habían entrado en 1955.
El fin del aislamiento y los primeros síntomas de recuperación coincidieron con los
incidentes entre estudiantes antifranquistas y el sindicato falangista, agudizando las
tensiones entre falangistas y católicos. Franco remodeló el Gobierno en 1957. Sin
embargo, los cambios fundamentales se produjeron con la llegada de ministros del Opus
Dei, apoyados por Carrero Blanco. La Ley de Principios del Movimiento Nacional
(1958) reafirmaba la vinculación del franquismo con los valores salidos de la Guerra
Civil, pero era suficientemente ambigua para que todas las familias pudieran aceptarla.
La década terminaba de forma positiva para el régimen con la entrada en el FMI y en el
Banco Mundial, unidas a la visita del presidente Einsehower a España (1959), sirvieron
para generar euforia y reforzar la imagen de Franco.
Etapa desarrollismo tecnocrático (1959-1969)
Quienes pensaban que la mejoría económica abriría el camino de la apertura económica,
se equivocaron. Sin embargo, se inició un proceso de distanciamiento entra Iglesia y
régimen. Miembros de la jerarquía eclesiástica comenzaron a denunciar la situación de
los trabajadores y a insistir en la labor de apostolado social y dejaron de lado los viejos
valores del nacional-catolicismo.
El régimen intentaba mejor su imagen y demostrar un talante aperturista con la entrada
en el Gobierno de nuevos ministros (1962), como Manuel Fraga, López Rodó o López
Bravo, estos dos últimos ligado al Opus Dei. Aprovechando el crecimiento económico
se aprobaron varias leyes de modernización, como la Ley de Prensa (1966). Aunque se
presentó como el establecimiento de la libertad de prensa, la censura siguió
funcionando. Ese mismo año un referéndum convertido en plebiscito en favor de
Franco, aprobó la Ley Orgánica del Estado (1966), última de las leyes fundamentales.

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Finalmente, Juan Carlos de Borbón fue nombrado sucesor de Franco “a título de Rey”
(1969). La continuidad del régimen parecía asegurada. Pero estos cambios no pudieron
evitar la creciente oposición en fábricas y universidades.

Tardofranquismo (1969-1975)
A partir de 1970 los Gobiernos fueron cada vez más débiles. Estallaron escándalos de
corrupción, el más grave de ellos el asunto MATESA, un caso de subvenciones a la
exportación concedidas a una empresa fraudulenta que salpicaba a varios ministros. La
oposición universitaria y obrera desbordaba al régimen, que sólo supo responder con la
represión, la aplicación de estados de excepción, interrogatorios y torturas por la
llamada Brigada Político Social, y enjuiciamientos en los Tribunales de Orden Público.
El llamado proceso de Burgos (1970), contra dieciséis miembros de ETA, nueve de los
cuales fueron condenados a muerte determinó el momento más crítico. Las protestas, la
presión internacional y el secuestro de ETA del cónsul alemán en Bilbao, hicieron
finalmente claudicar a Franco, que conmutó las penas por las de cadena perpetua.
El envejecimiento de Franco suscitó el debate sobre la continuidad del franquismo. Se
produjo una ruptura entre los llamados aperturistas, partidarios de reformar el sistema
para ir acercándolo progresivamente a un modelo parlamentario, y los sectores más
inmovilistas, opuestos a cualquier cambio, el bunker. La represión se acentuó a partir
de 1973 contra los dirigentes sindicales (proceso 2001), al tiempo que se detenía a
varios miembros del FRAP y de ETA. Franco aceptó separar por vez primera la jefatura
del Estado y la del Gobierno. Nombró presidente del mismo a Carrero Blanco, que
formó un gabinete con mayoría de miembros del Opus Dei y de franquistas “puros”,
entre ellos Carlos Arias Navarro, nuevo ministro de Gobernación. El objetivo era atajar
la creciente protesta en las calles y preparar el futuro relevo en la jefatura del Estado.
Pero el nuevo Gobierno no tuvo tiempo de actual, puesto que el 20 de diciembre de
1973 Carrero Blanco moría víctima de un atentado de ETA. El magnicidio, que hizo
crecer la imagen de ETA en ciertos sectores de la oposición, fue un golpe durísimo para
Franco, que perdía a su hombre de máxima confianza.
El “búnker” consiguió imponer al sustituto de Carrero, Carlos Arias Navarro, quien
formó un gabinete de franquistas puros, aunque con algún ministro aperturista, como
Pío Cabanillas. Su discurso programático, que incluía vagas promesas de apertura y un
estatuto de asociaciones políticas, fue recibido con ciertas esperanzas. Pero Arias pronto
demostró su talante represivo, cuando decidió la ejecución del anarquista Salvador Puig
Antich (1974).
Se produjo entonces un grave enfrentamiento con la Iglesia. La tensión había
aumentado desde que el cardenal Enrique Tarancón, dirigía la Conferencia Episcopal.
En marzo de 1974 una homilía del obispo de Bilbao, Añoveros, en la que aludía a la
personalidad distinta del País Vasco, provocó una amenaza de expulsión por parte del
Gobierno. El Vaticano contestó a su vez con la amenaza de excomulgar a Franco. Este
optó por ordenar a Arias que cediera, pero la ruptura con la Iglesia era ya completa.
En julio de 1974, Franco fue hospitalizado por motivos de salud, y durante algunos días
cedió sus poderes al príncipe Juan Carlos. Tras el verano de 1975 los acontecimientos se

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precipitaron. Miembros de FRAP y ETA fueron juzgados y 12 de ellos condenados a
muerte. En medio de manifestaciones en toda Europa, el 27 de septiembre cinco de los
condenados fueron ejecutados. La oleada de indignación internacional contra la
dictadura fue respondida con una gran concentración en la Plaza de Oriente. La
agitación de aquellos días acabó por agotar a Franco, que cayó enfermo el día 13. Fue
entonces cuando estalló el conflicto en el Sáhara español. Hassan II de Marruecos lanzó
la Marcha Verde, que obligó a capitular al Gobierno el 18 de noviembre. Mediante el
Acuerdo Tripartito de Madrid entregó el Sáhara español a Marruecos y Mauritania,
violando el mandato de la ONU, que había encargado la tutela del territorio hasta su
independencia. El 20 de noviembre, Franco moría tras mes y medio de larga
enfermedad.

2. Sociedad y economía en el franquismo: de la autarquía al desarrollismo


Después de la Guerra Civil, España era un país arruinado demográfica y
económicamente. El sistema productivo estaba deshecho y la producción agrícola
deprimida. El hambre se extendió a la mayoría de la población. El nuevo régimen tuvo
que recurrir al racionamiento. Para afrontar la situación las autoridades optaron por un
régimen de autarquía económica e intervención del Estado, a imitación del fascismo
italiano. Una serie de decretos implantó un sistema intervencionista. Se fijaron precios y
se obligó a entregar al Estado todo excedente de cosecha (Servicio Nacional del Trio).
Cualquier inversión industrial quedó sujeta a licencia previa y se reconvirtieron fábricas
para producir bienes de primera necesidad. Se fundó el Instituto Nacional de Industria
(INI) en 1941 para privilegiar a los sectores acordes con las prioridades del régimen.
Los dirigentes franquistas carecían de objetivos económicos claros. Sobre un sector
productivo arrasado y con una enorme deuda, la lentitud de la burocracia y la falta de
una política financiera seria mantuvieron hundido el mercado interior. El sector agrario
volvió a superar el 50% de la renta nacional, lo que suponía una clara regresión
económica. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y el alineamiento de España con
las potencias del Eje dificultaron aún más la situación. Las consecuencias fueron
nefastas. Las cosechas eran muy pobres, inferiores a las de 1936, en parte porque los
bajos precios fijados por el Gobierno llevaron a muchos agricultores a abandonar el
cultivo del cereal. Los índices de producción industrial permanecieron igualmente
hundidos, como la renta nacional y la renta per cápita.
Una parte importante los bienes esenciales de consumo pasaron a depender del mercado
negro (estraperlo). Era la única forma de sortear los controles y los precios oficiales, y
también la única vía de supervivencia para mucha gente. Gracias a él una minoría se
enriqueció a cota de la pobreza general y las autoridades permisivas. La corrupción se
extendió al manejo de divisas, licencias de importación o exportación o a la
construcción.
El fracaso de la política autárquica era ya claro, incluso para los propios jerarcas del
franquismo, hacia 1950. El giro en política económica se inició en 1951. Se decretó
una liberalización parcial de precios, comercio y circulación de mercancías. Sus efectos
y los de una buena cosecha permitieron terminar con el racionamiento (1952). Se inició

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entonces una expansión económica. En 1954 se superaban las cifras por habitante de
1935, y el sector industrial comenzó a crecer, al tiempo que disminuía el peso del sector
agrario. Al crecimiento contribuyeron las ayudas americanas. Fueron muy inferiores a
las del Plan Marshall, pero para la economía española fueron un aporte decisivo. Los
créditos americanos permitieron aumentar las importaciones de bienes de equipo,
imprescindibles para el desarrollo industrial. Pero la prosperidad era solo aparente. Los
presupuestos seguían siendo deficitarios, y la balanza comercial también, lo que
condujo al país al borde de la bancarrota. La fuerte inflación, además, entorpecía la
expansión. A partir de 1955 se reprodujeron las huelgas y protestas.
La crítica situación económica condujo al Plan de Estabilización económica en 1959.
Era un plan de estabilización típico, diseñado según las indicaciones del FMI y del
Banco Mundial, que aceptaron financiarlo con créditos. Se trataba de liberalizar la
economía, mediante la supresión de trabas burocráticas, el recorte del gasto público y la
apertura al exterior. El plan se inició con una serie de medidas restrictivas. Para reducir
el gasto del Estado de suprimieron organismos burocráticos, se recortó el presupuesto y
se subió el precio de los servicios públicos. También se liberalización los precios
protegidos, aumentaron los tipos de interés y se restringieron los créditos bancarios. Se
devaluó la peseta al tiempo que quedaron liberalizadas las inversiones extranjeras,
excepto en sectores estratégicos, propiciando una entrada masiva de capitales.
Los resultados fueron inmediatos. Entre 1959-1960 se produjo, como era previsible, un
fuerte parón económico: caída de salarios, de precios y del consumo. Pero se
consiguieron los objetivos de reducción del déficit y de acumulación de capitales, y a
partir de 1961 comenzó el relanzamiento. La economía creció un ritmo altísimo,
basada en el aumento del sector industrial y de servicios, cambiando profundamente la
sociedad.
La expansión industrial se basó en los bajos salarios y en la masiva llegada de
inversiones extranjeras, por lo que la economía española pasó a depender del exterior.
El crecimiento de la industria produjo una intensa emigración de mano de obra
campesina hacia las grandes ciudades. Otros muchos buscaron trabajo en Europa. El
resultado fue el alza de salarios en el campo, al disminuir la oferta de mano de obra, lo
que a su vez impulsó la mecanización de las tareas agrícolas y la consiguiente demanda
de bienes industriales por parte del sector agrario. Así, modernización agrícola y
despoblamiento del interior fueron fenómenos paralelos. La balanza de pagos dejó de
ser deficitaria, en buena parte gracias a las divisas obtenidas por la entrada masiva de
turistas, sumado a las inversiones extranjeras y las aportaciones de los emigrantes, que
enviaban buena parte de sus ganancias en Europa para el mantenimiento de sus familias.
A partir de 1963 el Gobierno intentó regular el crecimiento mediante los Planes de
Desarrollo. Se trataba de conseguir, en períodos de tres años, una serie de objetivos de
crecimiento, en sectores clave, mediante incentivos fiscales y ayudas estatales. Se
crearon los llamados polos de desarrollo para promocionar la instalación de nuevas
industrias y así generar empleos en zonas deprimidas. El resultado fue decepcionante.
El crecimiento económico entre 1961 y 1973 fue elevado y constante, y significó una
profunda transformación del tejido productivo y la apertura al exterior. Cabe señalar que
el crecimiento fue posible gracias a la expansión de la economía mundial, y

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especialmente europea, de aquellos años.. De la misma forma, la crisis de la economía
mundial de 1973, derivada del alza de los precios del petróleo, afectó ya de forma
profunda a España, deteniendo bruscamente el crecimiento.
Gracias al crecimiento económico, la sociedad española comenzó a experimentar
cambios significativos. El primero fue la emigración masiva de población rural. La
principal corriente se dirigió hacia las grandes ciudades, en busca de empleo en la
industria: Barcelona y Madrid recibieron más de medio millón de inmigrantes durante la
década de 1960. La segunda gran corriente se dirigió hacia Europa: más de un millón de
trabajadores tuvo que emigrar a Europa, especialmente a Francia, Alemania, Suiza y
Bélgica. Allí desempeñaron los empleos que los trabajadores nativos rechazaban. La
emigración exterior sirvió para reducir las enormes cifras de paro real.
El crecimiento acentuó los desequilibrios en el reparto de la riqueza, tanto personales
como regionales. Los bajos salarios y la existencia de un sistema fiscal regresivo y
fraudulento mantuvieron el nivel de vida de los trabajadores por debajo del existe en
Europa. La riqueza se concentró en áreas urbanas, contribuyendo a atraer la emigración
y a acentuar el empobrecimiento rural. En 1963, se modificó el sistema de prestaciones
sociales y sanitarias. Su crecimiento, que recayó fundamentalmente sobre las
cotizaciones de los trabajadores, permitió extender la red de hospitales y cubrir
prestaciones por enfermedad, jubilación y desempleo, aunque en cuantías muy cortas y
marcadamente insuficientes. De hecho, el sistema hospitalario permaneció masificado y
tecnológicamente atrasado. En realidad, el gasto público en España era escaso y caótico.
Hacia 1970 la luz eléctrica llegaba ya a casi todo el país, una gran parte de los hogares
tenían teléfono y electrodomésticos como el frigorífico, la televisión o la lavadora. Un
25% de las familias tenían coche propio (SEAT 600) y el veraneo en las zonas playeras
comenzaba a ser también corriente entre las clases medias. La sociedad de consumo
había llevado a un cambio de mentalidad profundo. Mientras la clase dirigente se
encastillaba en los valores conservadores del franquismo, el resto del país, y en especial
los jóvenes, evolucionaban hacia posiciones muy distintas. Síntomas de ello eran la
progresiva relajación de asistencia a actos religiosos, la introducción de nuevos hábitos
de relación social y sexual, o la aceptación de las modas, hábitos y movimientos
culturales que llegaban de fuera.
3. Represión y oposición política al régimen franquista. El papel de la cultura
Después de la Guerra Civil la mayoría de los exiliados huyó hacia Francia, y más tarde
el estallido de la II Guerra Mundial les dispersó hacia América Latina. Otros se sumaron
a la resistencia contra los nazis, y miles de ellos acabaron en los campos de
concentración o fueron entregados a las autoridades franquistas por los alemanes. El
Gobierno de la República en el exilio confiaba en una victoria de las democracias y en
que estas acabarían con la Dictadura. Pero en 1945 llegó la decepción, al quedar patente
la decisión de las potencias de no intervenir en España. La condena de 1946 reavivó
algo las esperanzas, pero a partir de 1949 el régimen franquista empezó a remontar el
aislamiento y la entrada en la ONU en 1955 hundió las expectativas. Los sucesivos
gobiernos en el exilio, instalados en México, fueron progresivamente debilitándose.

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Muchos combatientes permanecieron hostiles al nuevo régimen desde el final de la
guerra dentro de la guerrilla antifranquista. Hostigaron a las fuerzas del orden y del
Ejército a través de pequeñas partidas que se refugiaban en las montañas del norte y del
interior. Dirigidas por anarquistas y comunistas, en 1944 el PCE organizó una entrada
masiva de maquis por el Pirineo que se saldó en fracaso. Las acciones se intensificaron
en 1945, con la ocupación del Valle de Arán. Poco a poco fueron capturadas o
exterminadas, al tiempo que el desencanto cundía. Hacia 1947 comenzó a declinar y en
1948 el PCE renunció a la táctica guerrillera.
En el interior se mantuvo con dureza la represión contra los prisioneros republicanos..
Los campos de concentración se extendieron por todo el país, y los tribunales
continuaron juzgando, sentenciando y ordenando ejecuciones al amparo de la Ley de
Responsabilidades Políticas de 1939. Como consecuencia de esta ley, el régimen
instruyó la Causa General en 1940, por la cual los antiguos cargos de la República
fueron considerados rebeldes, en una alteración contranatura de la realidad. Se calcula
que al menos unas 150.000 personas murieron a manos del Franquismo durante la
Guerra Civil y la posterior represión, a lo que habría que sumar desaparecidos, exiliados
y represaliados por diferentes métodos.
Un ambiente de recelo y delación se extendió por todos los rincones del país. Aun así, la
CNT y el PCE, y en menor medida el PSOE, consiguieron organizar células de
resistencia, aunque los dirigentes interiores acabaron el a cárcel o fusilados. En 1946 y
1947 se produjeron las primeras huelgas en varias ciudades, a las que el régimen
respondió con una durísima represión. A partir de 1950 la lucha contra la Dictadura
reapareció en el interior. Surgieron protestas como los boicots de 1951 en Barcelona,
País Vasco y Madrid contra la tarifa de los tranvías y las huelgas clandestinas contra los
bajos salarios. Su relativo éxito fortaleció a la oposición clandestina.
Mucho más importante fue el inicio de la protesta universitaria. El clima aperturista
propiciado por el ministro Ruiz-Giménez, permitió la aparición de grupos de estudiantes
católicos, en los que también se infiltraron algunos socialistas y comunistas. Profesores
y alumnos pedían mayor libertad, frente a la oposición del SEU. La tensión estalló en
febrero de 1956 cuando los falangistas, derrotados en las elecciones de Derecho en
Madrid, respondieron con violencia con un falangista muerto. Dos días de lucha
provocaron una dura represión policial, con varios dirigentes estudiantiles detenidos y
algunos intelectuales. Ruiz-Giménez dimitió y hubo un cambio de Gobierno. Se
demostró que había una nueva generación dispuesta a oponerse a la Dictadura y que
estaban alejados de las posiciones de los dirigentes del exilio.
Por entonces, solo el PCE conservaba una organización para influir en la lucha en el
interior. En 1956 se renovó dando entrada a dirigentes más jóvenes que comenzaron a
tejer una red de activistas más firme, pasando a hegemonizar la lucha contra la
Dictadura. El PSOE se mantuvo dividido, los militante del interior disentían de la
táctica de no colaboración con los comunistas impuesto desde el exterior. Solo al final
de la Dictadura la oposición de sectores liberales, democristianos o monárquicos
adquirió alguna influencia, sobre todo en la prensa. El movimiento republicano
prácticamente no tenía peso como tal dentro de España.

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En el movimiento obrero adquirieron protagonismo las Comisiones Obreras (CCOO),
surgidas en 1962 como alternativa al sindicalismo oficial del Movimiento. Poco a poco
su tenacidad y su capacidad de infiltración en el sindicato vertical, además de sus éxitos
en la mejora de las condiciones de trabajo, las convirtieron en el eje de la lucha obrera.
Eran el sindicato clandestino de referencia, y buena parte de su dirección estaba
conectada con el PCE. Otros sindicatos, como UGT y CNT empezaron a reconstruirse,
pero su táctica de no infiltrarse en el sindicalismo franquista les limitó. La oposición se
fue articulando en movimientos de protesta de diverso tipo, a menudo al margen de los
partidos. La primera movilización fue la de los trabajadores. La oleada de huelgas se
inicia a partir de 1962. La toma de conciencia entre los trabajadores industriales fue
creciendo al tiempo que los sindicatos de clase se extendían. En 1970 la movilización
obrera afectada ya a cientos de miles de trabajadores y resultó decisiva en el
hundimiento del régimen.
Resurgió también la oposición nacionalista en el País Vasco y Cataluña. En 1959 un
grupo de jóvenes miembros del PNV se escindió y fundó ETA, que optó por la lucha
armada como táctica para lograr la “liberación nacional”. En 1960, más de 300 curas
vascos firmaron una carta protestando por la represión y exigiendo libertades públicas.
Ese mismo año fueron detenidos algunos catalanistas, acusados de distribuir panfletos
antifranquistas en catalán.
Otros frentes de oposición eran el movimiento estudiantil y los movimientos católicos
de clase. Desde mediados de los 60 sectores influyentes de la Iglesia comenzaron a
denunciar la situación de los trabajadores y a insistir en la ayuda a los necesitados. El
ascenso al papado de Juan XXIII y su renovación de la Iglesia (Concilio Vaticano II)
agudizaron las tensiones, que llegaron casi a la ruptura desde 1970. Además, un sinfín
de colectivos profesionales, asociaciones de vecinos y grupos de todo tipo formaban un
inmenso entramada de oposición al régimen franquista.
En 1962, semanas después de que España pidiera entablar negociaciones de adhesión a
la CEE, un centenar de españoles se reunía en Múnich y aprobaba una declaración
recomendando la no admisión de España en tanto no se restauraran las libertades. Eran
dirigentes liberales de derecha, pero el régimen respondió con dureza calificándolo
como el contubernio de Múnich mientras se multiplicaban las detenciones de
dirigentes de la oposición. La represión continuó el año siguiente, con la detención en
Madrid del dirigente comunista Julián Grimau, que, tras ser torturado y procesado sin
garantías, fue ejecutado en abril de 1963 en medio de un gran escándalo internacional.
La oposición en fábricas y universidades seguía creciendo. La agitación era
especialmente importante en País Vasco, donde las acciones de ETA eran respondidas
por una represión policial indiscriminada, lo que generó un gran apoyo social alrededor
de la organización armada. Tras su primer asesinato en 1968, se estableció la
jurisdicción militar para cualquier delito de contenido político o social. Ese mismo año
fue cerrada la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid, y al año siguiente la
Universidad de Barcelona.
En 1973 se agudizó la contestación al régimen. Apareció una nueva organización
armada, el FRAP, que el 1 de mayo realizó su primer atentado en Madrid. La represión
se acentuó contra los dirigentes sindicales (proceso 2001), al tiempo que se detenía y

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ejecutaba a miembros de FRAP y ETA el 27 de septiembre de 1975, los últimos
ajusticiados del franquismo.
En cuanto a la cultura, durante la posguerra esta se caracterizó por la penuria y la
mediocridad frente al esplendor de la etapa anterior. La enseñanza fue depurada,
sumado al exilio de gran parte de intelectuales, y la censura impedía el debate
intelectual y científico libre. La Dictadura, por su parte, fomentó el desarrollo de una
cultura de masas que adquirió su expansión con la sociedad del consumo y que sería una
cultura inofensiva y que dulcificaba la imagen de la España del desarrollismo, con
figuras como Alfredo Landa o Gracita Morales en el cine o Lola Flores en la música.
Por otro lado, se tejió una cultura crítica contra el régimen, que bebe de las influencias
de la generación del 56, como Buero Vallejo o Bardem. A pesar de la censura, el
desarrollismo propició una intensa actividad cultural cada vez más alejada de los
postulados de la dictadura con nombres como Luis García Berlanga en el cine, Cela o
Delibes en la escritura o Saura y Chillida en el arte.

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