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El modelo de Toulmin

Toulmin entiende al “proceso racional” a través del cual defendemos o atacamos argumentativamente una
posición y dirimimos su sostenibilidad como análogo al proceso judicial

En esta segunda clase sobre Stephen Toulmin abordaremos lo que dio en llamarse el modelo de
Toulmin. La clase pasada vimos cuál era el abordaje macro de la argumentación realizada por este autor.
Vimos que en la defensa de una posición frente a un problema particular pueden presentarse varios
argumentos. Ahora nos centraremos en la estructura micro de cada argumento en particular. En palabras de
Toulmin, “estudiaremos cómo funcionan los argumentos frase a frase con el fin de comprobar cómo está
relacionada su validez o su carencia de validez con el modo en que se estructuran”.1 Como vemos, al igual
que los lógicos teóricos, Toulmin considera que para evaluar la validez de un argumento debemos explicitar
la forma de cada argumento, su estructura, su esquema. Pero a diferencia de los lógicos, no considerará que
la validez de cada argumento dependa exclusivamente de la forma. Explicitar la forma de los argumentos,
presentar con claridad su estructura, será relevante para evaluar la validez de los mismos, pero no la
determinará. Y no la determinará porque la forma no juega para Toulmin el papel que se le asigna en la
lógica aristotélica o en la lógica proposicional, sino uno análogo al que juega en el derecho, en donde si bien
deben respetarse ciertas formas, éstas no determinan la corrección de lo argumentado. Saber reconocer la
estructura, los componentes de todo argumento, permite prestar atención a diversos puntos que deberán
ser evaluados en orden a establecer la validez del mismo. Frente a un argumento, Toulmin no buscará
formalizarlo en función de las constantes y variables lógicas, al modo de la silogística aristotélica, sino que
se guiará por la pregunta: ¿qué características necesita tener la estructura de un argumento para ser
transparente y poder someterse a una evaluación racional?2

1
Toulmin, Stephen, Los usos de la argumentación, Barcelona, Península, 2007, p. 130.
2
Él considera que un silogismo típico no es transparente, sino que oculta distinciones fundamentales que sí aparecen
en su esquema.
Esquema de argumento: el modelo de Toulmin
En principio, no es difícil ver que todo argumento contará con una afirmación, que se sostiene en
base a otros datos. Cuando una afirmación sea puesta en duda (con preguntas del tipo “¿Por qué?” o, más
coloquialmente, “¿De dónde sacás eso?”), obligará a quien la sostiene a presentar los datos que la avalan.
La afirmación será la conclusión (C) y los elementos presentados en su apoyo, los datos (D).
Los datos son afirmaciones que especifican hechos particulares de una situación, datos estadísticos,
observaciones, conclusiones a las que se haya llegado previamente, etc. No se trata de teorías generales,
sino de hechos específicos. Un primer paso en la evaluación de un argumento es analizar la suficiencia y
relevancia de los datos que permiten sostener la conclusión. En el esquema no podrán faltar, entonces, los
siguientes elementos:

D → Por lo tanto, C

Puede que esto alcance para satisfacer a quien puso en duda la afirmación C, pero también puede
ocurrir que éste plantee dudas en relación a cómo se llega desde D hasta C. Por ejemplo, puedo sostener
que la desigualdad de ingresos es injusta. Una enorme mayoría de personas me preguntaría por qué. Frente
a la pregunta, podría enunciar una serie de datos, como el impacto negativo de la desigualdad de ingresos
sobre varios índices relacionados con el bienestar de la gente, como pueden ser la adicción a drogas lícitas e
ilícitas, la obesidad, el embarazo adolescente y los crímenes violentos. Algunos pueden aceptar esos datos y
aún así no estar convencidos. Pueden preguntar: ¿qué es lo que nos permite saltar desde datos sobre el
impacto de una distribución del ingreso sobre el bienestar a conclusiones sobre el carácter injusto de esa
distribución? En este punto será necesario explicitar la regla que quien argumenta utilizó implícitamente
para pasar de D a C.
Para hacer más claro este punto, Toulmin vuelve sobre la analogía jurídica que ya había utilizado en
el plano macro. Supongamos que sostenemos la culpabilidad de una persona respecto de un determinado
delito del que se la acusa. El veredicto no podrá sostenerse sólo en base a los sucesos ocurridos en relación
al hecho de que se acusa a la persona. Además de estos datos (D), deberán existir las normas legales que
vinculan los hechos con el fallo, que hacen que la acción cometida por el acusado constituya un delito. A las
proposiciones que nos llevan de los datos a la conclusión Toulmin las llama garantías (G). No son un dato
adicional, sino afirmaciones generales de carácter condicional, que afirman que si tenemos ciertos datos
(D), es legítimo afirmar C. Con el análisis de las garantías entramos de lleno en el debate de Toulmin con el
enfoque lógico-matemático. Obviamente, las garantías jugarán un rol básico en la determinación de la
validez del razonamiento, ya que es en función de ellas que se pretende pasar de D a C. Sin embargo, cada
garantía lo es dentro de su campo. Una ley penal puede oficiar de garantía en el terreno judicial, una ley
física en el ámbito científico, etc. Por lo tanto, debemos descartar, según Toulmin, la búsqueda de un criterio
universal de validez. La validez dependerá del campo. El esquema que nos queda ahora es el siguiente:

D → Por lo tanto, C
|
Puesto que G

Ahora bien, recordemos que en la clase pasada el argumento presentado a favor de una posición
nos llevaba a concluir que la afirmación en cuestión era necesaria, imposible, probable o presunta, y que
ello dependía de los criterios, a su vez dependientes del campo. No es lo mismo decir que una afirmación
política es necesaria, que decirlo de una afirmación matemática. Pues bien, ahora podemos ver esto en el
plano micro, esto es, que C será acompañada de un modalizador (M) en función de la fuerza que permita la
garantía. Por lo tanto, en la evaluación del argumento tendrá que analizarse si la garantía permite sostener
la conclusión con el modalizador correspondiente. Si volvemos sobre la analogía jurídica, en algún momento
del juicio podemos ver que con los hechos presentados hasta allí, en función de lo que exige la ley, podemos
concluir que Juan es necesariamente culpable, probablemente culpable, presuntamente culpable o que es
imposible que sea culpable. El esquema sería el siguiente:
D → Por lo tanto, M, C
|
Puesto que G

Si la garantía no permite concluir con necesidad C, es porque pueden darse otras condiciones que
hagan que no se aplique al caso en cuestión. Por ejemplo, frente a un conjunto de síntomas, un médico, en
función del conocimiento de su disciplina, puede concluir que su paciente tiene con seguridad una
enfermedad en particular, o que es muy probable que la tenga, salvo que un estudio sobre la cantidad de
glóbulos blancos arroje que los mismos están bajos. Es importante para Toulmin, entonces, darle un lugar a
las condiciones de excepción (E), a los datos que, de presentarse, harán inaplicable la garantía. En el
esquema aparecerán así:

D → Por lo tanto, M, C
| |
Puesto que G A menos que E

Tanto los modalizadores (M) como las condiciones de excepción (E) dependen de la garantía (G): “los
calificativos o matizadores (M) indican la fuerza conferida por la garantía en el paso adoptado, mientras que
las condiciones de refutación (E) apuntan las circunstancias en que la autoridad general de la garantía ha de
dejarse a un lado”.3
Queda un último elemento para completar el esquema: así como quizá no basten los datos para que
se acepte una conclusión, y por lo tanto haya que explicitar la garantía (junto con M y E), puede que
también se cuestione la garantía. Las garantías no se validan por sí solas, sino que puede dudarse de su
confiabilidad o de si efectivamente se aplica al caso en cuestión. Volviendo al ejemplo sobre la desigualdad
de ingresos, uno podría argumentar del siguiente modo: como la desigualdad de ingresos impacta
negativamente sobre varios índices de bienestar (D), se sigue que la desigualdad de ingresos es injusta (C),
puesto que todo aquello que afecte negativamente al bienestar es injusto (G). Un interlocutor puede
aceptar que, en función de G, podemos obtener C a partir de D, pero puede cuestionar G; en nuestro caso,
puede preguntar por qué debe aceptar que todo aquello que afecte negativamente al bienestar es injusto.4
Según Toulmin, “[d]etrás de las garantías que empleamos habrá normalmente (…) otras certezas, sin
las cuales las propias garantías carecerían de autoridad y vigencia: a éstas nos referiremos como el respaldo
(R) de las garantías”.5 Veamos más de cerca la relación entre garantías y respaldos. Una garantía del tipo
“Todo A es B”6 puede reemplazarse por “Puede suponerse con total certeza que A es B”. Una garantía con
esta forma la podremos encontrar en cualquier campo, y poseerá la misma fuerza en todos ellos, esto es,
nos habilitará a establecer la necesidad de la conclusión en función de los datos presentados. Toulmin
presenta distintos ejemplos de garantías con esta forma: “Todos los suecos son católicos romanos”, “Todas
las ballenas son mamíferos”, “Todas las mentiras son reprobables”, etc. Ahora bien, si la garantía es puesta
en duda, ya no está en juego la fuerza de la garantía. Lo que se pone en duda es si cuenta con el respaldo
necesario dentro del campo en el que se está argumentando. Por lo tanto, los datos que pueden respaldar a
una garantía dependen del campo. Así, siguiendo con los ejemplos anteriores, los respectivos respaldos
podrían ser los siguientes datos establecidos dentro de los respectivos campos: “La proporción de suecos
que son católicos romanos es del 100%”, “La clase de los mamíferos incluye taxonómicamente a la clase
entera de las ballenas”, “La práctica de mentir afecta la dignidad de las personas”. Es en base a estos datos
que podemos afirmar los condicionales que funcionan como garantías en nuestros argumentos. Puede
observarse, también, que todas estas expresiones de respaldo pueden ser reemplazadas por “Todo A es B”,

3
Ibid., p. 137.
4
Cabe aclarar que no tiene sentido objetar toda garantía posible. De hacerse así, sería imposible la argumentación
misma.
5
Ibid., p. 140.
6
Habíamos destacado el carácter condicional de las garantías. Para el que no esté familiarizado con la lógica de
predicados, le puede parecer que “Todo A es B” no tiene el carácter condicional exigido de una garantía. Sin embargo,
una afirmación de ese tipo puede leerse como “Si una entidad cualquiera posee la propiedad A, entonces poseerá la
propiedad B”.
por lo que su enunciación no se diferencia necesariamente de la enunciación de la garantía. Esto permite
mostrar hasta qué punto es poco transparente un esquema como el del silogismo aristotélico que tiene por
premisa “Todo A es B”: ¿se trata de una garantía o de un respaldo? Si se trata de una garantía, equivale a
decir, por ejemplo, “Si el animal es una ballena, entonces es un mamífero”; y si se trata de un respaldo,
equivale a decir “La clase de los mamíferos incluye taxonómicamente a la clase entera de las ballenas”. En el
siguiente apartado volveremos sobre esta diferencia para explicar su importancia a la hora de pensar la
noción de validez, pero con esto Toulmin considera que tiene fuertes razones para no concentrarse en
esquemas silogísticos. El esquema por él propuesto sería mucho más transparente, sin ocultar nada a la
hora de realizar la evaluación del argumento. El esquema final, entonces, quedaría como sigue:

D → Por lo tanto, M, C
| |
Puesto que G A menos que E
|
Debido a R

Éste sería, finalmente, el modelo de Toulmin. Una conclusión no apoyada en datos, o una conclusión
derivada de las premisas sin ninguna garantía que lo permita, o a partir de una garantía que carece de
respaldo, no será un argumento válido.

Argumentos analíticos y sustanciales


Volvamos ahora sobre la diferencia entre garantía y respaldo. Tomemos el siguiente silogismo:

x es un A.
Todo los A son B;
luego, x es un B.

Supongamos que “Todo A es B” es una garantía. Tendríamos la siguiente afirmación: “Cualquier A


puede ciertamente ser tomado por un B”, o dicho de manera más sencilla: “Un A es ciertamente un B”. Si
nuestro dato es que x es un A (D), esta cláusula que oficia de garantía (G) nos permite concluir que x es un B
(C). El argumento quedaría como sigue:

x es un A.
Un A es ciertamente un B;
luego, x es ciertamente un B.

Si lo miramos de esta manera, obviamente el argumento es válido por su forma lógica. Podemos
poner lo que queramos en lugar de A y de B, y el argumento seguirá siendo válido. Sin embargo, “calificar a
tal argumento de formalmente válido es decir sólo algo sobre el modo en que ha sido formulado, sin que
aporte nada sobre las razones para su validez. Las razones se comprenden cuando se considera el respaldo
de la garantía aludida”.7 ¿Pero qué ocurre si “Todos los A son B” es un respaldo, no una garantía? En este
caso dejará de ser una cláusula condicional y presentará un dato. Toulmin ofrece el siguiente ejemplo:

Petersen es sueco.
La proporción registrada de suecos católicos romanos es cero;
luego, Petersen ciertamente no es católico romano.

Ahora podemos considerar que el razonamiento es válido, pero ya no por su forma: “los elementos
de la conclusión y las premisas no son los mismos; por consiguiente, el paso que lleva de las unas a la otra

7
Ibid., p. 189-9.
supone algo más que barajar y reordenar”.8 Toulmin diferenciará los argumentos analíticos de los
sustanciales en función de la relación entre el respaldo de las garantías y la conclusión: “Un argumento que
parta de D para llegar a C será denominado analítico si, y sólo si, el respaldo para la garantía que lo legitime
incluye, explícita o implícitamente, la información transmitida en la propia conclusión”.9 Caso contrario, el
argumento será sustancial. Tomemos un ejemplo del ámbito normativo:

(R) La semana pasada se aprobó la ordenanza por la que todo aquel que se presente a un concurso
deberá adjuntar a su propuesta un proyecto de investigación.
(G) Todo el que se presente a un concurso, deberá adjuntar un proyecto de investigación.
(D) Alejandro se presentará a un concurso.
(C) Alejandro deberá adjuntar un proyecto de investigación.

En este caso, los datos confirmados por R (la aprobación de una ordenanza) no incluyen el dato C
(que Alejandro deberá adjuntar un proyecto de investigación).

Veamos, ahora, un caso presentado por Toulmin:

(R) Se ha chequeado que cada una de las hermanas de Jack es pelirroja.


(G) Toda hermana de Jack puede considerarse pelirroja.
(D) Anne es una de las hermanas de Jack.
(C) Anne es pelirroja.

En este caso, los datos confirmados por R incluyen el dato C. Para distinguir, entonces, entre
argumentos analíticos y sustanciales es necesario distinguir entre garantías y respaldos. Nunca lo podríamos
hacer, si no establecemos de manera transparente qué significa “Todo A es B”. Pero si miramos bien, el
ejemplo de argumento analítico puede que no sea un buen ejemplo. Si entendemos que el respaldo dice
que en el pasado se chequeó que cada una de las hermanas de Jack era pelirroja, entonces no incluye el
dato que aparece en C, esto es, que Anne es ahora pelirroja. Efectivamente, en el respaldo se nos dice que
antes Anne era pelirroja, pero no se descarta que luego se haya teñido el pelo de otro color o que haya
perdido el pelo. ¿Dónde encontraremos ejemplos verdaderamente analíticos? En un ámbito en el que no
haya lugar a excepciones, en donde el tiempo no juegue ningún papel. Esto es, en los argumentos
matemáticos, que son, justamente, aquellos en los cuales se han concentrado los lógicos. Y aquí viene la
crítica de Toulmin: “Si el propósito de un argumento es establecer conclusiones sobre aquello de lo que no
estamos plenamente seguros, relacionándolas con otra información sobre la que tenemos mayor certeza,
comienza a resultar dudoso el hecho de que algún argumento genuino, en la práctica, puede ser alguna vez
propiamente analítico”.10
La hipótesis que defenderá en el capítulo 4 de Los usos de la argumentación es la siguiente: “que las
categorías de la lógica formal se construyeron a partir de un estudio del silogismo analítico, que éste es un
tipo de argumento no representativo y engañosamente fácil y que muchos de los lugares comunes
paradójicos de la lógica formal y de la epistemología provienen de una aplicación errónea de dichas
categorías a argumentos de otra clase”.11
Como en los silogismos analíticos válidos lo dicho en la conclusión debe, de alguna manera, ya estar
dicho en las premisas, la conclusión (C) formará parte de los datos (D) y el respaldo (R). Pero pretender lo
mismo de los argumentos sustanciales, para que sean válidos, conlleva una paradoja, producto de no
diferenciar la garantía del respaldo: 1) por un lado, decimos que los datos (D) y las premisas universales (G)
implican necesariamente la conclusión, pero 2) por otro lado, decimos que los datos (D) y las premisas
universales (R) no se contradicen lógicamente con la conclusión contraria (ya que en los argumentos
sustanciales lo dicho en la conclusión no está dicho en las premisas). A partir de las características del
silogismo analítico, los lógicos han definido las nociones de “deducción”, “necesidad”, “validez formal”, etc.,

8
Ibid., p. 161.
9
Ibid., p. 167.
10
Ibid., p. 169.
11
Ibid., p. 193.
ninguna de las cuales, luego, podrá aplicarse a los argumentos sustanciales. En función de las características
propias de argumentos matemáticos, se pretende erróneamente juzgar a todos los argumentos.
Ahora bien, en la vida cotidiana se nos plantean problemas de diversos tipos. Algunos tendrán una
resolución de carácter matemático, pero otros, la mayoría, no. Nos enfrentaremos a problemas morales,
científicos, etc., en los que se requerirán argumentos sustanciales para su solución. Si queremos predecir el
clima, tomaremos datos del pasado y del presente para concluir algo sobre el futuro, razón por la cual será
imposible que la conclusión esté incluida en las premisas. Pero este no es un problema de la argumentación
en el terreno de la meteorología, sino producto del tipo de problema que se intenta resolver. No tiene
ningún sentido evaluar las virtudes de una argumentación en el campo de la meteorología con los cánones
apropiados para el campo de la matemática.
Supongamos que nuestro problema fuese cómo distribuir ingresos y riquezas en una sociedad.
Entre las posibilidades que se han presentado tenemos la posición utilitarista, que considera que debe
distribuirse de manera tal que se maximice el bienestar, posiciones que consideran que debe distribuirse de
manera tal de lograr la igualdad de recursos, o de capacidades, etc. Nadie se pone a evaluar como posible la
distribución en función de la cantidad de mascotas que posea una persona. Y no es que sea lógicamente
imposible, sino que no es una verdadera propuesta de solución. En el marco de la filosofía política es una
propuesta imposible, pero sólo si definimos imposible de una manera diferente a la que adoptan los lógicos.
Y lo mismo ocurrirá con los otros términos modales. Cuando en el terreno de la física digamos que una
conclusión es necesaria, no lo será por los criterios propuestos por los lógicos, pero eso no implica que el
uso del término sea erróneo.12 Hipótesis como las de Descartes, de que podemos engañarnos con respecto
a los sentidos, suelen basarse en posibilidades lógicas. Para Toulmin, “podemos responderle a Descartes
que no hay colección de datos sobre nuestras experiencias sensoriales que pudiera o debiera implicar
conclusión alguna sobre el mundo que nos rodea –usando el término “implicar” con el significado de
“implicar analíticamente” –. La pregunta que hacemos en ese caso -si cualquier colección de datos
sensoriales nos justifica al pretender un conocimiento sobre el mundo- no requiere en absoluto de
implicaciones: la pregunta sería más bien si la evidencia de nuestros sentidos es, de hecho, siempre
refutable –si las presunciones que crea están siempre, de hecho, sometidas seriamente a discusión– y a esta
pregunta la respuesta es, ciertamente, “No”. Muy frecuentemente dichas presunciones son de lo más
sólidas, de tal manera que (…) “Es más irrazonable dudar sobre ciertas cosas que creerlas””.13
En conclusión, la validez de los argumentos deberá determinarse al interior de cada campo, según
los criterios propios del mismo. La fuerza de los argumentos no depende del campo, como dijimos la clase
pasada. Sherlock Holmes puede decir correctamente que dedujo la conclusión, que la misma se siguió
necesariamente de sus premisas, etc. Estará afirmando que sólo es posible considerar una única propuesta
de solución al problema, al igual que cuando se utiliza necesariamente en otro campo. Luego se evaluará si
su argumento realmente permite sostener eso, pero no según los criterios del campo de la matemática,
esto es, no se evaluará si esa propuesta es la única lógicamente posible.
Ahora bien, abandonada la empresa de los lógicos teóricos, ¿en que devendrá la teoría de la
argumentación? Toulmin responderá lo siguiente:

Es posible que existan amplias semejanzas entre los argumentos de campos diferentes, tanto en las fases
principales de la argumentación (estudiadas en el capítulo 1) como en su microestructura (como vimos
en el capítulo 3): sin embargo, nuestra tarea no consiste en empeñarnos en encontrar esas semejanzas
cueste lo que cueste, sino en permanecer lo más atentos posible a las posibles diferencias […] Es posible
que la lógica así concebida tenga que convertirse en una disciplina menos a priori de lo que ha sido en
tiempos recientes, borrando de esta manera la distinción entre la propia lógica y las disciplinas cuyos
argumentos analiza el lógico.14

12
Obviamente, no podrá darse una contradicción lógica entre los datos, respaldos y conclusión, esto es, no puede
afirmarse y negarse una misma proposición en un argumento, pero éstas “son consideraciones que tienen que ver con
las formalidades preliminares de la expresión de un argumento y no con los méritos reales de argumento o proposición
alguna. Una vez dejadas atrás las formalidades preliminares, la cuestión de la coherencia y la contradicción sigue
siendo relevante sólo para la clase sumamente limitada de los argumentos analíticos” (ibid., p.224).
13
Ibid., p. 315.
14
Ibid., p. 323.
La teoría de la argumentación tendrá, entonces, un carácter empírico. Pero además, deberá tener
una perspectiva histórica, ya que los modos de argumentar en un campo se han establecido en virtud de
que han funcionado en un momento histórico en tal campo.
Dejaremos aquí la exposición de la primera perspectiva contemporánea, en teoría de la
argumentación, que intenta romper con el predominio de la lógica formal. A partir de la próxima clase
comenzaremos a ver la perspectiva que se conoce como nueva retórica.

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