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CAPÍTULO PRIMERO

DERECHO Y ARGUMENTACIÓN
I. EL ÁMBITO DE LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA
Se pueden distinguir tres distintos campos de lo jurídico en que se efectúan argumentaciones. El primero de ellos
es el de la producción o establecimiento de normas jurídicas. Aquí, a su vez, podría diferenciarse entre las
argumentaciones que se presentan en una fase pre legislativa y las que se producen en la fase propiamente
legislativa. Las primeras se efectúan como consecuencia de la aparición de un problema social cuya solución se
piensa que puede ser la adopción de una medida legislativa.

Un segundo campo en que se efectúan argumentos jurídicos es el de la aplicación de normas jurídicas a la


resolución de casos, bien sea esta una actividad que llevan a cabo jueces en sentido estricto, órganos
administrativos en el más amplio sentido de la expresión o simples particulares. Aquí, a su vez, cabría distinguir
entre argumentaciones en relación con problemas concernientes a los hechos, o bien al derecho.

Finalmente, el tercer ámbito en que tienen lugar argumentos jurídicos es el de la dogmática jurídica. La dogmática
es, desde luego, una actividad compleja en la que cabe distinguir esencialmente estas tres funciones: 1)
suministrar criterios para la producción del derecho en las diversas instancias en que ello tiene lugar; 2)
suministrar criterios para la aplicación del derecho; 3) ordenar y sistematizar un sector del ordenamiento jurídico.

III. CONTEXTO DE DESCUBRIMIENTO Y CONTEXTO DE JUSTIFICACIÓN: EXPLICAR Y


JUSTIFICAR
En la filosofía de la ciencia se suele distinguir entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación
de las teorías científicas. La distinción se puede trasladar también al campo de la argumentación en general, y al
de la argumentación jurídica en particular. Así, una cosa es el procedimiento mediante el cual se llega a establecer
una premisa o conclusión, y otra cosa el procedimiento que consiste en justificar dicha premisa o conclusión. Los
órganos jurisdiccionales o administrativos no tienen, por lo general, que explicar sus decisiones, sino justificarlas.

En todo caso, la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación nos permite, a su vez,
distinguir dos perspectivas de análisis de las argumentaciones. Por un lado está la perspectiva de deter- minadas
ciencias sociales que han diseñado diversos modelos para explicar el proceso de toma de decisiones al que se
llega. En el campo del derecho, uno de esos modelos es el de la información integrada, elaborado por Martín F.
Kaplan. Según él, el proceso de toma de decisión de un juez o un jurado es el resultado de la combinación de los
valores de información y de impresión inicial. El modelo no sólo pretende explicar cómo se decide, sino que
sugiere también qué se podría hacer para reducir el peso de los prejuicios o bien bajo qué condiciones los juicios
con jurado podrían ser tan fiables como los juicios con jueces profesionales.

Por otro lado, está la perspectiva de otras disciplinas que estudian bajo qué condiciones un argumento puede
considerarse justificado. Aquí, a su vez, cabría hablar de una justificación formal de los argumentos y de una
justificación material. Es imposible que las decisiones se tomen como ellos sugieren, es decir, que el proceso
mental del juez vaya de la conclusión a las premisas e incluso que la decisión sea, sobre todo, fruto de prejuicios;
pero ello no anula la necesidad de justificar la decisión, ni convierte tampoco esta tarea en algo imposible. En otro
caso, habría que negar también que se pueda dar el paso de las intuiciones a las teorías científicas o que, por
ejemplo, científicos que ocultan ciertos datos que no encajaban bien con sus teorías estén, por ello mismo,
privándolas de justificación.

IV. EL CONCEPTO DE VALIDEZ DEDUCTIVA


El argumento lógico que puede definirse de la siguiente manera: “Tenemos una implicación o una inferencia lógica
o una argumentación válida (deductivamente), cuando la conclusión necesariamente es verdadera si las premisas
son verdaderas”. La lógica, la lógica deductiva, puede presentarse en forma axiomática o como un sistema de
reglas de inferencia, pero esta segunda forma de presentación es la que mejor se ajusta a la manera natural de
razonar. Ello es así porque mientras que en el modo axiomático de deducir se parte de enunciados formalmente
verdaderos y se llega, al cabo de la deducción, a enunciados también formalmente verdaderos, en el modo natural
de hacer inferencias deductivas se puede partir de enunciados con valor de verdad indeterminado o incluso
declaradamente falsos, y se llega a enunciados que pueden ser verdaderos o falsos. Lo único que determina una

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regla de inferencia es que si las premisas son verdaderas, entonces también tienen que serlo necesariamente la
conclusión.

V. CORRECCIÓN FORMAL Y CORRECCIÓN MATERIAL DE LOS ARGUMENTOS


La caracterización de un argumento deductivo presenta diversos motivos de insatisfacción si se traslada al campo
de los argumentos que se realizan normalmente en el campo del derecho o en el de la vida ordinaria. Un primer
motivo de insatisfacción deriva precisamente de que la lógica deductiva sólo nos suministra criterios de corrección
formales, pero se desentiende respecto de las cuestiones materiales o de contenido que son relevantes cuando
se argumenta en contextos que no sean los de las ciencias formales. Así, por un lado a partir de premisas falsas
se puede argumentar correctamente desde el punto de vista lógico; y, por otro lado, es posible que un argumentos
sea incorrecto desde el punto de vista lógico, aunque la conclusión y las premisas sean verdaderas o, por lo
menos, altamente plausibles. En otros casos, es posible que la lógica deductiva no permita ni siquiera establecer
requisitos necesarios en relación con lo que debe ser un buen argumento; un argumento no lógico puede ser, sin
embargo, un buen argumento.

Naturalmente, la lógica formal deductiva sólo nos provee instrumentos plenamente adecuados para hacer frente
a las falacias formales.

VI. SILOGISMO TEÓRICO Y SILOGISMO PRÁCTICO


Otro de los posibles motivos de insatisfacción proviene de que la definición de argumento válido deductivamente
se refiere a proposiciones, premisas y conclusiones que pueden ser verdaderas o falsas. Las reglas de la lógica
se aplican al silogismo teórico, que se basa en un acto de pensamiento, pero no al silogismo práctico que se basa
en un acto de voluntad en una norma.

Tenemos una implicación o una inferencia lógica o una argumentación válida (deductivamente), cuando la
conclusión necesariamente es verdadera (o bien, correcta, justa, válida, etc.)

VII. ARGUMENTOS DEDUCTIVOS Y NO DEDUCTIVOS


A este tipo de argumentos en los que el paso de las premisas a la conclusión no se produce necesariamente se
les llama a veces argumentos inductivos o no deductivos. Por lo demás, los argumentos de este tipo son buenos
argumentos, pues hay muchas ocasiones en que nos encontramos con la necesidad de argumentar y en las que,
sin embargo, no es posible utilizar argumentos deductivos.

En un ejemplo que se muestra el argumento no tiene carácter deductivo, pues el paso de las premisas a la
conclusión no es necesario, aunque sí altamente probable. Si se acepta la verdad de las premisas, entonces hay
una razón sólida para aceptar también la conclusión aunque, desde luego, no puede haber una certeza absoluta.

VIII. EL SILOGISMO JUDICIAL Y SUS LÍMITES


Este tipo de razonamiento es todavía un razonamiento no deductivo, pues el paso de las premisas a la conclusión
no tiene carácter necesario. Podría considerarse, sin embargo, como deductivo si se entiende incorporada en la
anterior argumentación una premisa del tenor siguiente:
La escasa gravedad del hecho y la personalidad no especialmente peli- grosa del delincuente hacen que se deba
imponer el mínimo de la pena permitido por la ley.

Esta última premisa no enuncia ya una norma del derecho vigente ni supone la constatación de que se ha
producido un hecho, sino que el fundamento de la misma está constituido, más bien por juicios de valor, pues
gravedad del hecho y personalidad del delincuente no son términos que se refieran a hechos objetivos o
verificables de alguna manera; en el establecimiento de esta premisa podríamos decir que el arbitrio judicial juega
un papel fundamental. Pero ello quiere decir que el silogismo judicial no permite reconstruir satisfactoriamente el
proceso de argumentación jurídica, porque las premisas de que se parte pueden necesitar, a su vez, justificación,
y porque la argumentación jurídica es normalmente entimemática. Un argumento entimemático puede expresarse
siempre en forma deductiva, pero ello supone añadir premisas a las explícitamente formuladas, lo que significa
reconstruir, no reproducir un proceso argumentativo.

IX. ASPECTOS NORMATIVOS Y FÁCTICOS DE LA ARGUMENTACIÓN JURÍDICA


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El establecimiento de la premisa menor del silogismo judicial, la premisa fáctica, podría ser el resultado de un
razonamiento de tipo no deductivo. Otro tanto puede ocurrir en relación con el establecimiento de la premisa
mayor, de la premisa normativa.

Otro de los argumentos que se utiliza con cierta frecuencia para establecer la premisa normativa cuando no puede
partirse simplemente de las normas fijadas legalmente es la reducción al absurdo. Este argumento tiene una
forma deductiva pero, tal y como lo utilizan los juristas, la reducción al absurdo suele ir más allá de una simple
deducción, por dos razones: en primer lugar, porque con frecuencia hay que entender que determinadas premisas
están simplemente implícitas; y, en segundo lugar, porque la noción de absurdo que manejan los juristas no
coincide exactamente con la de contradicción lógica, sino más bien con la de consecuencia inaceptable. El
argumento por analogía también puede considerarse que tiene una forma deductiva una vez que se ha
reformulado la norma establecida legalmente para incluir el nuevo caso.

XI. LÓGICA JURÍDICA Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA


Por un lado, puede decirse que la argumentación jurídica va más allá de la lógica jurídica, los argumentos jurídicos
se pueden estudiar también desde una perspectiva psicológica o sociológica, o bien desde una perspectiva no
formal, que a veces se denomina lógica material o lógica informal, y otras veces tópica, retórica, dialéctica,
etcétera. Por otro lado, la lógica jurídica va más allá de la argumentación jurídica, en el sentido de que tiene un
objeto de estudio más amplio.

La lógica jurídica estaría constituida por la lógica del derecho, que se centra en el análisis de la estructura lógica
de las normas y del ordenamiento jurídico, y por la lógica de los juristas, que se ocupa del estudio de los diversos
razonamientos o argumentaciones de los juristas teóricos o prácticos. Naturalmente, estos dos campos de estudio
no pueden separarse de manera tajante.
Kalinowski considera como razonamientos jurídicos aquellos que vienen exigidos por la vida jurídica, y presenta
de ellos una doble clasificación. Por un lado, distingue entre razonamientos de coacción intelectual (lógicos), de
persuasión (retóricos) y propiamente jurídicos. Por otro lado, separa los razonamientos normativos de los no
normativos.

Los argumentos estrictamente lógicos están regidos, sin embargo, tanto por reglas lógicas en sentido estricto
como por reglas extralógicas, esto es, por reglas jurídicas de interpretación del derecho. Además, Kalinowski
considera que el primer tipo de reglas están subordinadas a las segundas, lo que podría entenderse en el sentido
de que la justificación interna depende de la justificación externa o es un momento lógicamente posterior al de
esta.

2DA TAREA
“EL DERECHO COMO ARGUMENTACIÓN”
Frente a las concepciones del Derecho como norma, como hecho o como valor, se propone aquí un cuarto
enfoque que consiste en ver el Derecho como argumentación. Sin embargo, no hay una única forma de entender
la argumentación jurídica. Aunque conectadas entre sí, en el trabajo se distinguen tres concepciones: la formal,
la material y la pragmática o dialéctica; muchas cuestiones que se plantean en el ámbito de la teoría de la
argumentación jurídica pueden resolverse teniendo en cuenta esa triple perspectiva.

En el marco de nuestra cultura jurídica tres de esos enfoques han tenido, y siguen teniendo, una especial
relevancia teórica. Al primero de ellos se le puede llamar estructural y da lugar a las diversas formas de
normatívismo jurídico.

El segundo de los enfoques, el realista o sociológico, pone el énfasis en mostrar que el Derecho no es
simplemente lenguaje, normatividad, sino también el comportamiento humano y, en particular, comportamiento
judicial.

Desde la tercera perspectiva, lo que se destaca es lo que podría llamarse la idealidad del Derecho. Quien elige
ese punto de vista se sitúa frente al Derecho, en general, como el crítico que evalúa una determinada obra de
acuerdo con los anteriores cánones de idealidad y, en ocasiones, también como el arquitecto que proyecta un
edificio, pero se desentiende de las cuestiones de detalle y de los problemas de su ejecución.

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Un cuarto enfoque que presupone, utiliza y, en cierto modo, da sentido a las anteriores perspectivas teóricas y
que conduce, en definitiva, a ver el Derecho como argumentación. El punto de partida consiste en considerar al
Derecho como una técnica para la solución de determinados problemas prácticos. Se trata, por tanto, de una
visión pragmática, dinámica y, en cierto modo, instrumental del Derecho, pero que no contempla el Derecho como
un instrumento que pueda ser utilizado para cualquier fin, sino, para decirlo con cierta solemnidad, como un
instrumento de la razón práctica. Lo que la dota de sentido es la idea de que el Derecho es un medio poderoso
para lograr objetivos sociales valiosos y para hacer que se respeten los principios y valores de una moral
racionalmente justificada.

El Derecho, en todas sus instancias puede verse como un entramado muy complejo de decisiones vinculadas
con la resolución de ciertos problemas prácticos. Pero en el Derecho de las sociedades democráticas, lo que
importa no son sólo las decisiones, sino las razones que pueden darse en favor de las decisiones.

En relación con las decisiones pueden distinguirse dos tipos de razones: explicativas y justificativas. Las primeras
tratan fundamentalmente de dar cuenta de por qué se tomó una determinada decisión y de para qué. Las
segundas, las razones justificativas, están dirigidas a lograr que la decisión resulte aceptable o correcta.

El razonamiento jurídico es justificativo, pero eso no quita para que las razones explicativas jueguen un papel
importante e, incluso, decisivo en muchos casos. Así, motivar una sentencia significa ofrecer una justificación de
la decisión en cuestión, pero eso, en cierto modo, sólo puede hacerse a partir de un esquema, una de cuyas
premisas es un enunciado empírico para cuyo establecimiento se necesita contar con razones explicativas
adecuadas.

Una decisión puede entenderse justificada de tres maneras: apelando a la autoridad, al procedímiento y/o al
contenido. Justificar una decisión en razón exclusivamente de la persona que la dicta tiene el inconveniente de
que es escasamente controlable: el único posible objeto de discusión es si la dictó quien podía dictarla. Si al
requisito de la persona se le añade un determinado procedimiento, las posibilidades de discusión aumentan,
siempre que se trate de procedimientos controlables racionalmente.

En una argumentación y en un argumento, existen siempre, cuando menos, estos elementos: 1) un lenguaje; 2)
una conclusión; 3) una o varias premisas, y 4) una relación entre las premisas y la conclusión. A pesar de la
existencia de estos elementos comunes, no hay una única forma de entender lo que son las argumentaciones y
los argumentos.)

Puede hablarse de tres concepciones distintas que llama: concepción formal, material y pragmática o dialéctica.
La concepción formal es característica de los lógicos, los cuajes definen un argumento, una inferencia, como un
encadenamiento de proposiciones: en un argumento deductivamente válido, si las premisas son verdaderas,
entonces también lo es necesariamente la conclusión.

La segunda concepción de la argumentación, concepción material, es la que puede encontrarse, referida al


razonamiento jurídico, de alguna forma, en la concepción de la tópica jurídica de Viehweg, en la distinción usual
entre justificación interna y justificación externa, o en la teoría de Raz. Lo que importa en la argumentación jurídica
no es el ars iudicandi, esto es la técnica consistente en inferir unas proposiciones de otras, sino el ars inveniendi,
el descubrimiento y examen de las premisas.

La justificación interna se refiere a la validez de una inferencia a partir de premisas dadas; se reduce, pues, a una
cuestión de lógica deductiva. Mientras que la justificación externa se refiere a la justificación de las premisas, lo
que no puede hacerse sin recurrir a teorías que no pueden ser ya meramente formales.

Las premisas no son ya simplemente enunciados, sino razones, y las razones son hechos: una razón es un hecho
que por sí mismo basta para imponer cierto curso de acción, siempre que no haya otros factores que la derroten.
Un razonamiento no sería puramente una inferencia regida por reglas formales, sino un procedimiento para
resolver un conflicto de razones.

Finalmente, la tercera concepción, la concepción pragmática o dialéctica, considera la argumentación como un


tipo de acción ingüística. La argumentación es un acto de lenguaje complejo que tiene lugar en situaciones
determinadas; en general, podrá decirse que en el contexto de un diálogo cuando aparece una duda o se pone
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en cuestión un enunciado y se acepta que el problema ha de resolverse por medios lingüísticos. La argumentación
es, pues, vista aquí básicamente como una actividad, como un proceso, cuyo desarrollo está regido por
determinadas reglas de comportamiento de los sujetos que intervienen en la misma.

La distinción entre el contexto de descubrimiento y el contexto de justificación procede del ámbito de la teoría de
la ciencia pero se ha trasladado al campo de la argumentación jurídica y, en particular, al de la decisión judicial.
Así, una de las características de lo que en ocasiones he llamado «teoría estándar de la argumentación jurídica
es que reduce el estudio al contexto de la justificación.

En el ámbito de la teoría de la ciencia, la distinción estaría entre lo que son criterios de validación de una teoría
científica y el proceso mediante el que se llega a formular, a descubrir, una determinada teoría. De lo que se trata
es de trazar un criterio de delimitación entre el análisis lógico de una teoría científica y las investigaciones
empíricas de carácter psicológico, sociológico o histórico.

La distinción se ha utilizado para oponerse a ciertos teóricos del Derecho que consideran que las decisiones
jurídicas no pueden ser justificadas, ya que los jueces toman esas decisiones en forma irracional; motivación de
las sentencias no sería más que una racionalización de una operación que no obedece en absoluto al esquema
de la lógica, al silogismo judicial. Quienes sostienen esto último, se dice, estarían confundiendo el contexto de
descubrimiento y el contexto de justificación.

Finalmente, la distinción prácticamente desaparece si la argumentación se contempla desde la tercera


perspectiva: la concepción pragmática o dialéctica. El criterio de evaluación de los argumentos es aquí
inseparable del propio comportamiento de los participantes y/o de los destinatarios. La distinción que cabe trazar
aquí entre lo empírico y lo normativo tiene lugar en el plano del comportamiento, entre el comportamiento real y
el ideal de los sujetos; de esta forma, se podrá distinguir entre un argumento persuasivo y un argumento
convincente o, dicho de otra manera, entre un argumento que es eficaz, que es aceptado, de hecho, y un
argumento que debería ser eficaz, que debería ser aceptado.
3RA TAREA
“APRENDER A RAZONAR”
RESUMEN

Cuando queremos describir el mundo que nos rodea o comunicar a otros cierto conocimiento
sobre el estado o situaciones en que se encuentran los objetos externos, e incluso los que son
internos al sujeto que habla, utilizamos el lenguaje en su función informativa. Esto lo llevamos
a cabo por medio de la enunciación de oraciones que tienen un carácter o bien afirmativo, o
bien negativo.

El lenguaje también desempeña una función informativa cuando con él presentamos una serie
de pensamientos que constituyen un razonamiento acerca del mundo o sobre nosotros
mismos.

La descripción que hacemos del mundo puede ser verdadera o falsa, y de la misma manera
nuestros razonamientos pueden ser correctos o incorrectos, pero, en cualquier caso, estamos
dando información o conocimiento, y por ello el lenguaje cumple una función informativa.

Otra manera de utilizar el lenguaje consiste en comunicar sentimientos, emociones o estados


de ánimo. Decimos entonces que el lenguaje desempeña una función expresiva, porque
nuestro interés no se centra tanto en informar sobre procesos anímicos como en manifestar
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emociones o incluso también en provocarlas en los demás. No podemos juzgar el uso
expresivo del lenguaje en términos de verdad o falsedad, como hacemos con el que tiene una
función informativa. Si lo que se desea es comunicar estados de ánimo, hemos de ver si el
lenguaje usado cumple esa misión, es decir, si es el apropiado o no para llevar a cabo ese fin.

Otro tercer uso del lenguaje se da cuando se pretende motivar o causar una acción de un tipo
determinado, es decir, cuando, sin desear ofrecer información alguna, ni provocar o manifestar
ningún sentimiento, se quiere lograr que el oyente se comporte de una manera determinada.

En la comunicación efectiva se da una mezcla de estas tres funciones antes vistas. Esta
mezcla de funciones es la que hace que el lenguaje sea un instrumento de comunicación tan
rico y sutil como complejo. Es precisamente esta complejidad la que nos obliga a diferenciar
los distintos usos que del lenguaje hacemos todos aquellos que trabajamos con él. Los
razonamientos tienen que ver con la función informativa del lenguaje, y, por tanto, es preciso
que sepamos distinguir esta función de las otras.

Sería un error pretender identificar estas funciones por la forma gramatical en que se presentan
las oraciones. Podemos hacerlo pero esto no sería válido como regla general, pues jugamos
con el lenguaje de muy distintas maneras para manifestar nuestras intenciones.

Aunque muchas veces la forma gramatical nos sirva de señal para determinar la función que
tiene un determinado pasaje, no debemos confiar en ella como el medio propio para valorarlo.
La función de una expresión o de un texto depende exclusiva- mente de la intención de la
persona que hable o escribe, independientemente si tal intención es reconocida o no por otros.
Muchas veces no sabremos a ciencia cierta cuál es esa intención, ni, por tanto, cuál es la
función de una expresión que alguien ha dicho o escrito.

No existen técnicas para distinguir el discurso informativo de los otros tipos de discurso. Sólo
podemos ayudarnos de nuestro conocimiento, sensibilidad y práctica para con los distintos
usos del lenguaje, que aparecen habitualmente mezclados.

4TA TAREA
“ESTUDIOS SOBRE LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA”
CAPÍTULO 1
LA INTERPRETACIÓN: OBJETOS, CONCEPTOS Y TEORÍAS

Muchas cosas heterogéneas pueden ser objeto de interpretación, y los significados parecer depender
principalmente del tipo de objeto sobre el que la actividad interpretativa versa.

OBJETOS DE LA INTERPRETACIÓN

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Interpretar un hecho, en el discurso jurídico, significa incluir ese hecho dentro de otros hechos,
subsumirlo dentro de una norma o calificarlo bajo el esquema de clasificación que ofrece una norma
para aplicarle así una consecuencia jurídica que esa norma prevé.

Interpretar un acontecimiento social o histórico, interpretar significa, conjeturar una relación de


causa-efecto entre un hecho condicionante y un hecho condicionado.

Interpretar un texto, significa atribuir sentido o significado a un determinado fragmento del lenguaje.
La interpretación jurídica pertenece a este tipo de interpretación. Cuando se habla de interpretación de
fuentes de derecho “interpretar” significa clarificar el contenido o el campo de aplicación de una norma.
La norma constituye el producto de la actividad interpretativa.

CONCEPTOS DE INTERPRETACIÓN JURÍDICA

En sentido estricto, interpretación significa decisión en torno al significado no de un texto cualquiera en


cualquier circunstancia, si no de un texto oscuro en una situación dudosa. En este sentido no se puede
ni se da ocurrir interpretación siempre que un texto sea claro y no deje lugar a dudas o controversias.

No se da “verdadera” interpretación sin argumentos: una interpretación en favor de la que no se


necesite aducir argumentos no es una verdadera interpretación.

En sentido amplio, interpretación se emplea para referirse a cualquier atribución de significado a una
formulación normativa, independientemente de dudas o controversias. Aquí se produce interpretación
en presencia de cualquier caso; la interpretación es el presupuesto necesario de la aplicación.

LOS ENUNCIADOS INTERPRETATIVOS


La interpretación es el discurso del intérprete y este está constituido por enunciados que adscriben significado al
discurso de las fuentes y por enunciados que constituyen argumentos para justificar la interpretación preescogida.

Los enunciados interpretativos son aquellos que adscriben significado a un texto normativo y la disposición
es todo enunciado perteneciente a una fuente de derecho y reserva el nombre de norma para designar el
contenido de sentido de la disposición, su significado, que es una variable dependiente de la interpretación. La
disposición constituye el objeto de la actividad interpretativa y la norma, su resultado. La disposición es un
enunciado del lenguaje de las fuentes del sujeto a interpretación y todavía por interpretar. La norma es la
disposición interpretada y reformulada por el intérprete.

USOS DE LOS ENUNCIADOS INTERPRETATIVOS

Los enunciados interpretativos son usados de dos modos: a) puede ser utilizado para adscribir significado a un
texto normativo ó b) para transmitir una información en torno al significado adscrito al texto en cuestión. En un
caso tenemos que ver un discurso interpretativo y en el otro tenemos un discurso descriptivo de interpretaciones.

Se concluye que quien describe las interpretaciones de otros cumple un acto lingüístico descriptivo. Por el
contrario, quien interpreta un texto lleva a cabo el acto lingüístico llamado “interpretación”.

TEORÍAS DE LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA


Tres diversas teorías se confrontan en la literatura jurídica moderna: una teoría cognitiva, una teoría escéptica
y una teoría intermedia entre las dos precedentes.

La teoría cognitiva o formalistica de la interpretación sostiene que la interpretación es una actividad de tipo
cognoscitivo: interpretar es verificar el significado objetivo de los textos normativos o la intención subjetiva de los
autores. Los enunciados de los intérpretes son del discurso descriptivo pues puede comprobarse la veracidad o
falsedad. Se entiende que el objetivo de la interpretación es simplemente descubrir este significado objetivo o

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esta voluntad objetiva, preexistentes. Además admite que todo texto normativo tiene sólo una interpretación
verdadera.

La teoría escéptica de la interpretación sostiene que la interpretación es una actividad de valoración y decisión.
No existe el significado propio de las palabras. Todo texto puede ser entendido en una pluralidad de modos
diversos y las diversas interpretaciones dependen de las distintas posturas valorativas de los intérpretes. Los
enunciados interpretados no son ni verdaderos ni falsos.

La teoría intermedia sostiene que la interpretación es aveces una actividad de conocimientos, y aveces, una
actividad de decisión discrecional. Esta teoría subraya la vaguedad de casi todos los textos normativos, que son
habitualmente formulados en lenguaje natural por medio de términos clasificatorios generales.

Las tres teorías parecen descuidar la posibilidad de que exista una multiplicidad de juegos interpretativos. La
teoría cognitiva e intermedia asume el punto de vista del juez “fiel a la ley”; mientras que la teoría escéptica asume
el punto de vista del abogado o del consultor legal “fiel a los intereses del cliente”.

Un juez es fiel, legalitario, devoto a la aplicación y observación de la ley; en cambio, los abogados aplican un
juego interpretativo distinto: se preguntan ¿como puedo yo interpretar o manipular las formulaciones normativas
existentes en vista de los objetivos de mi cliente?

VARIEDAD DE INTÉRPRETES
En correspondencia con las diversas figuras de los intérpretes, suele distinguirse entre interpretación auténtica,
oficial, judicial y doctrinal.

Por interpretación auténtica se entiende, en un sentido amplio, la realizada por el mismo autor del documento
interpretado; en sentido estricto, es la interpretación de la ley realizada por el mismo legislador mediante otra ley
sucesiva.

Por interpretación oficial se entiende la interpretación realizada por un órgano del estado en ejercicio de sus
funciones.

Por interpretación judicial se entiende la realizada por un órgano jurisdiccional.

Por interpretación doctrinal se entiende la que lleva a cabo los juristas; sobre todo, los profesores de derecho en
obras académicas.

INTERPRETACIÓN DOCTRINAL E INTERPRETACIÓN JUDICIAL

La interpretación doctrinal puede ser entendida como una recomendación, dirigida a los jueces, para atribuir a
una disposición un determinado significado. Los profesionales del derecho pueden hacer solamente sugerencias
o propuestas. Sus propuestas pueden ejercer influencias sobre las orientaciones jurisprudenciales de los
tribunales pero no tienen efectos jurídicos.

La interpretación judicial puede ser entendida como decisión en torno a esa disposición. Las decisiones
interpretativas de los jueces producen efectos jurídicos.

La interpretación doctrinal puede caracterizarse como una interpretación orientada a los textos; por el contrario,
la interpretación judicial puede definirse como una interpretación orientada a los hechos. El juez no puede limitarse
a la interpretación textual. La aplicación del derecho requiere la interpretación de las fuentes y la clasificación del
supuesto de hecho. A su vez, la clasificación del supuesto hecho presupone la verificación de los hechos de la
causa.

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5TA TAREA
CAPÍTULO PRIMERO
INTERPRETACIÓN, APLICACIÓN Y ARGUMENTACIÓN
I. HERMENÉUTICA E INTERPRETACIÓN
La interpretación, y no sólo la jurídica, es parte de lo que se conoce en la filosofía como hermenéutica. La
hermenéutica se caracteriza por:
a) Su antipositividad, en cuanto considera que el derecho es una práctica social que se entiende necesariamente
desde su interpretación y aplicación.
b) La precomprensión, es la relación con un texto jurídico depende del contexto en el que se inscribe, necesita
de experiencias previas, de “prejuicios”.
c) La interpretación, que es una actividad circular entre el texto normativo, el caso, el ordenamiento y el contexto.
d) El sujeto de la interpretación, este siempre está situado en una determinada perspectiva; el conocimiento
jurídico es al mismo tiempo comprensión y praxis.

En la hermenéutica jurídica que utilizan los aplicadores del derecho, la búsqueda de la solución es la
determinación de la norma correcta en un sentido formal y material a ciertas circunstancias de hecho, para que
esa decisión normativa sea complementaria o perfeccionadora del derecho. En la interpretación jurídica no sólo
se determina el significado de los textos normativos sino también de los hechos que se conectan con esos textos.
Es una forma de interpretar los sucesos a través, en una vía de ida y vuelta, de los textos y las instituciones
jurídicas.

El concepto “interpretación” no es tampoco fácilmente asible. Existen por lo menos dos ambigüedades. La primera
relativa a cuál es el objeto de la interpretación: para algunos puede ser objeto de la interpretación cualquier entidad
capaz de transmitir un sentido; para otros, sólo se interpretarían entidades lingüísticas. La segunda ambigüedad
confunde el proceso y el producto; en ocasiones se habla de interpretación para referirse a un proceso, a la
actividad interpretativa, y en otros al producto, al resultado de esa actividad.

La interpretación jurídica puede entenderse en un sentido amplio a cualquier atribución de significado a una
formulación normativa, tomando en cuenta el contexto cultural jurídico del intérprete y en su caso las
circunstancias de los hechos por lo que cualquier texto en cualquier situación requiere interpretación. En un
sentido restringido, “interpretación” se emplea para referirse a una formulación normativa en presencia de dudas
o controversias en torno a su campo de aplicación. En este sentido se dirá que no en todos los casos se requiere
interpretación en un sentido discursivo-argumentativo, lo que no es totalmente correcto.

En las interpretaciones literales, que suponen producir un texto distinto que exhibirá el mismo sentido y significado
del texto del cual partimos, se llega a señalar que no existe proceso discursivo-argumentatuvo, pues constituyen
una suerte de traducción. En ellas, sin embargo, no se trata simplemente de traducir, sino de alcanzar una nueva
versión que exprese con mayor claridad el significado del texto interpretado para que sea mejor entendido. En
general, podemos decir que existen dos tipos de teorías interpretativas: las formalistas y las escépticas, y las
objetivistas y las subjetivistas. Las formalistas entienden la labor interpretativa como una manera de desentrañar
el significado de la norma, esto es, una función meramente cognoscitiva. Las escépticas consideran que la
interpretación es siempre una creación del juez, es decir, producto de un acto de voluntad y no de conocimiento.
Las objetivistas entienden la interpretación como una expresión de la voluntad de la ley, y las subjetivistas la
conciben como una manifestación de la voluntad del legislador.

II. LA APLICACIÓN DEL DERECHO


La aplicación del derecho ha sido confundida por algunas escuelas con la interpretación. Los juristas
decimonónicos sostenían que los códigos no dejaban nada al arbitrio del intérprete, pues éste no tenía por misión
hacer el derecho, dado que el derecho ya estaba hecho. Identificar interpretación con aplicación significa asumir
que el único con capacidad creadora es el legislador. El resto debemos conformarnos con cumplir sus mandatos
y aplicar las normas cuando se tiene competencia jurídica para ello.

Las versiones más contemporáneas distinguen con precisión la actividad interpretativa y el producto interpretado
con el que la autoridad determina la norma con sentido prescriptivo para el caso concreto.
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La labor de aplicación queda supeditada a la interpretación como actividad y como producto de carácter previo.
La aplicación es una tarea exclusiva de las autoridades, no tiene por objeto textos normativos sino normas.

La aplicación tiene relación con otras dos cuestiones: el deber de resolver los casos y el deber de aplicar el
derecho. Ambos temas nos confrontan con el dogma de la integridad del derecho que se expresa conforme a
estas dos reglas: 1) el juez está obligado a juzgar todas las controversias que se le presentan a examen, y 2) está
obligado a juzgarlas con base en una norma que pertenezca al sistema. El dogma de la integridad no puede
aceptar las deficiencias en el ordenamiento jurídico porque ello sería tanto como admitir que existen otras fuentes
diversas a los órganos del Estado que producen normas jurídicas.

El deber de aplicar el derecho que tiene que ver con el dogma de la integridad alude, por una parte, a los criterios
de pertenencia de las normas al ordenamiento y, por otra, a problemas como los de aplicación y aplicabilidad de
la norma.

III. LA ARGUMENTACIÓN
Atienza presenta tres concepciones sobre argumentación: la lógica formal, la material y la pragmática o dialéctica.
La concepción formal define al argumento y la argumentación como una inferencia, un encadenamiento de
proposiciones. Lo que caracteriza a esta posición es el elemento formal, esto es, la corrección de las conclusiones
no depende del contenido de verdad de las premisas sino del cumplimiento de ciertas reglas formales.

La concepción material, se preocupa de descubrir y examinar las premisas. Se trata de justificar las premisas
mediante buenas razones que permitan determinar la corrección del razonamiento. El razonamiento no es una
inferencia regida por reglas formales sino un procedimiento para resolver un conflicto entre razones.

La concepción pragmática o dialéctica considera a la argumentación como interacción lingüística. La


argumentación es un proceso dialógico cuyo desarrollo está regido por reglas de comportamiento lingüístico. En
esta argumentación tiene un lugar destacado el aspecto pragmático del lenguaje, por lo que es inconcebible hacer
abstracción de los sujetos que argumentan. Inferir consiste en el paso de unos enunciados a otros mediante la
aceptación, el consenso para cada participante en el proceso argumentativo.

En las teorías de la argumentación importa cómo se argumenta, cómo se motiva, cómo se descubren los
argumentos, cuáles son sus tipos y cómo se puede evitar la manipulación de los instrumentos retóricos. Se debe
intentar darle un carácter de racionalidad a la argumentación.

Las teorías contemporáneas de la argumentación hacen hincapié principalmente en la parte justificativa de la


decisión. Es importante dar razones para sostener nuestras pretensiones, y las razones que debemos dar no sólo
implican apelar a el contenido para que mediante la ponderación sea posible escoger las más convincentes.

El discurso jurídico, para algunos, es un caso especial del discurso moral, ello significa la obligación de razonar
las decisiones en términos de derecho vigente, vinculando el juicio particular al sentido de
justicia del ordenamiento jurídico. El juez y la autoridad están vinculados jurídica y moralmente por el orden
jurídico este complejo se integra por reglas y principios, al conformarse de esa manera, los principios, determinan
el sentido y orientación de las reglas, con lo que la carga axiológica del derecho es evidente y la labor de jueces
y autoridades menos simple y más comprometida con su contexto normativo e histórico. La labor interpretativa
es más ardua, menos simple, ya que exige un conocimiento profundo del ordenamiento jurídico y de los valores
que lo orientan.

El discurso jurídico es un tipo del discurso práctico que tiene frente a éste la posibilidad de resolver los problemas
de conocimiento y cumplimiento, pero se encuentra condicionado por la estructura del derecho.
Las tareas y objetivos más importantes de las teorías de la argumentación jurídica son: establecer las
posibilidades de una racionalidad práctica diferenciada de la teórica; determinar mecanismos y criterios para el
control racional de la interpretación; distinguir entre justificación interna y externa de la decisión y el papel que
ambas deben jugar en el derecho; responder a la inquietud sobre si la respuesta judicial es descubierta o
construida; señalar los elementos de objetividad o intersubjetividad de la dimensión axiológica de las resoluciones
judiciales; profundizar en el tema de la legitimidad democrática y el carácter contramayoritario de la función
judicial, y abundar sobre las razones explicativas y justificatorias en el razonamiento jurídico. La argumentación
está vinculada íntimamente al Estado de derecho, a su concepto, funcionamiento y fines.

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Lo fundamental en todas estas teorías es el reconocimiento de que el razonamiento jurídico no es un proceso
mecánico ni el derecho un sistema axiomático. El derecho no sólo se conforma por reglas sino por principios,
directrices y argumentación. Esta nueva realidad obliga a los jueces y a las autoridades a comprometerse con el
contexto normativo e histórico. La labor interpretativa es más exigente y requiere de un conocimiento profundo
del ordenamiento y de los valores que lo orientan.

6TA TAREA
ATIENZA MANUEL “MANUAL DE ARGUMENTACIÓN JURÍDICA”
CAPÍTULO 3
LA CONCEPCIÓN FORMAL: LAS INFERENCIAS Y SUS CLASES

e) LA FORMA DE LOS ARGUMENTOS

Todos los argumentos tienen una determinada forma y de ello es de lo que se ocupa la lógica en sentido
estricto. Se trata de la forma del producto o resultado de la misma, del argumento, que consta de tres
elementos: las premisas, la conclusión y la relación que se establece entre esos dos elementos, la
inferencia.

Se puede considerar como la forma de un argumento aquello que queda del mismo cuando se hace
abstracción del significado concreto de las proposiciones que lo componen y del contexto en el que se
argumenta. La validez de la inferencia viene dada por una regla de inferencia llamada modus ponens
y que justifica el paso de las premisas a la conclusión; se formula precisamente así: a partir de un
enunciado condicional y de la afirmación de su antecedente se puede derivar la afirmación del
consecuente. Es más o menos obvio que hay un número infinito de argumentos que satisfacen la forma
que fija esa regla y que, por lo tanto, serían válidos desde un punto de vista formal. Se podría decir que
la lógica estudia las inferencias desde un punto de vista formal, general y sistemático.

La formalización es un recurso sumamente útil, pues con él se logran evitar los problemas de
imprecisión (de ambigüedad y vaguedad) característicos del lenguaje natural. Además, nos permite
traducir los argumentos que efectuamos en un lenguaje natural a ese lenguaje artificial y manejarlos
con mayor comodidad, ya que resulta más simple entender y analizar su estructura. Pero tiene también
sus inconvenientes que consisten, fundamentalmente, en que la lógica, la lógica estándar, puede no
ser capaz de captar toda la riqueza de los lenguajes naturales y, en ese sentido, puede resultar un
modelo inadecuado.

El modus ponens es una regla de inferencia de carácter formal. En sentido estricto nos ofrece la
garantía de que el paso de unos enunciados a otro es válido, formalmente válido; pero como se hace
abstracción de los elementos materiales y pragmáticos, la validez o corrección formal de un argumento
no dice nada (o dice muy poco) sobre su posible solidez y carácter persuasivo.

2. INFERENCIA E INFERENCIA DEDUCTIVA

Inferir consiste en pasar de unos enunciados a otros; es una acción o una actividad. Una inferencia es
el resultado de esa actividad. Y la relación de inferencia es la que se establece entre las premisas o
premisas y la conclusión. La lógica en sentido estricto se ocupa de las inferencias. Hay diversos tipos
de inferencias. Unas de ellas tienen carácter deductivo, y otras no.

Según Alchourrón, una relación de inferencia deductiva se caracteriza por las propiedades de
reflexividad, monotonía y transitividad. La propiedad de reflexividad supone que la conclusión no
contiene nada que no estuviera ya en las premisas; la monotonía, que si un enunciado se infiere de un
conjunto de premisas, entonces seguirá infiriéndose, aunque se añadan nuevas premisas a las
iniciales; y la transitividad, que las conclusiones se deducen exclusivamente de las premisas, de
11
manera que las consecuencias de las consecuencias de un conjunto de enunciados siguen siendo
consecuencias del conjunto de partida.

Esa caracterización de la lógica deductiva supone reconocer que la misma es improductiva, puesto que
al inferir así no estamos obteniendo un nuevo conocimiento; digamos, es la contrapartida de la
seguridad que ofrece. Pero, además, no refleja tampoco la manera como de hecho argumentamos en
el Derecho o en la vida cotidiana. El razonamiento jurídico parece no ser monótono, en el sentido de
que el añadir nuevas premisas puede hacer que retiremos la conclusión a la que previamente habíamos
llegado. Las premisas justifican la conclusión pero si a las anteriores premisas añadiéramos una nueva,
entonces probablemente tuviéramos que revisar la conclusión. Y se puede hacer de dos maneras. Una
de ellas consiste en modificar una de las premisas, la última. La otra manera es construir una lógica
alternativa o divergente de la lógica deductiva estándar, en la que no funcione la monotonía y donde,
por consiguiente, pueda derivarse la conclusión sin necesidad de sustituir una de las premisas iniciales;
el procedimiento técnico que se usa para ello es reducir el alcance de algunas de las reglas de
inferencia de la lógica deductiva estándar.

3. LÓGICA Y LÓGICAS

Los problemas que plantea la lógica para dar cuenta de los argumentos jurídicos significa que no es un
instrumento suficiente para el estudio y el manejo de los argumentos.

No hay una única lógica, sino muchas, de las cuales unas vienen a ser una extensión de la lógica
deductiva estándar a campos no considerados tradicionalmente por esta disciplina, y otras suelen
llamarse lógicas divergentes, en cuanto suponen una alternativa a esa lógica estándar.

Tradicionalmente, la lógica se había ocupado de los enunciados descriptivos o apofánticos y la


definición que suele darse de una inferencia válida hace referencia a ello: “si las premisas son
verdaderas, entonces lo es también necesariamente la conclusión”. Ahora bien, una norma no parece
que pueda calificarse de verdadera o falsa: será válida o inválida, eficaz o ineficaz, etc.; y, si esto es
así, entonces surge el problema de si se puede aplicar la lógica a las normas. Una opción consiste en
construir la lógica de las normas como una lógica pero ocurre que no es así como los jueces justifican
sus decisiones; lo que aparece en la premisa mayor y en la conclusión de un silogismo judicial son
normas, no enunciados que hablan de normas. Otra opción consiste en definir la inferencia deductiva
en términos abstractos, de manera que a partir de esa noción, que preserva las tres características
antes señaladas: reflexividad, monotonía y transitividad, cabría hacer diversas interpretaciones: una
sería en términos de verdad/falsedad y otra, por ejemplo, en términos de corrección/incorrección. En
definitiva, en el razonamiento con normas, una inferencia deductivamente válida significaría que si la
premisa normativa es correcta, entonces la conclusión es también correcta.

Las lógicas paraconsistentes tratan de hacer posible efectuar deducciones con enunciados
contradictorios evitando que ocurra que a partir de una contradicción se siga cualquier cosa. También
es ésta una situación con la que nos podemos encontrar a menudo en contextos jurídicos.

Las lógicas de la relevancia tratan de evitar que puedan considerarse como válidas inferencias que nos
resultan intuitivamente inaceptables porque la conclusión es irrelevante en relación con las premisas.

4. DEDUCCIÓN, INDUCCIÓN Y ABDUCCIÓN

La diferencia entre un argumento deductivo y otro inductivo es que sólo en relación con los primeros
puede decirse que es imposible que las premisas sean verdaderas y la conclusión no lo sea. En el
caso de las inducciones, lo que queremos decir es que es probable que si los enunciados fácticos son
verdaderos, entonces lo sea también la conclusión. Así entendida, una inducción no es necesariamente
un argumento que va de lo particular a lo general, el paso se produce de lo particular a lo particular.
12
El esquema formal de una inducción nos dice muy poco a la hora de evaluar los argumentos inductivos;
lo que aquí importa son, sobre todo, cuestiones materiales y contextuales.

También son inducciones los argumentos de probabilidad, en el sentido cuantitativo de la expresión:


como frecuencia relativa de un fenómeno dadas ciertas circunstancias; en su sentido cualitativo, todas
las inducciones son argumentos de probabilidad.

Peirce habló de una tercera categoría de argumentos a los que llamó abductivos y que se diferenciarían
de los otros dos porque con la abducción surge una nueva idea. El argumento abductivo es una
inducción, que se caracteriza porque cumple una función heurística y porque tiene carácter derrotable,
revisable, pues a lo que se hace referencia cuando se habla de abducción es más a la actividad de
argumentar que al argumento visto como un resultado.

5. CLASES DE ARGUMENTOS JURÍDICOS

El argumento general que se usa en la aplicación del Derecho es el silogismo subsuntivo que tiene la
forma de un modus ponens pero en la motivación de un juez aparecen también muchos otros tipos de
argumentos dirigidos a la justificación externa de la decisión, bien a propósito de la premisa normativa,
bien de la fáctica.

El argumento a contrario sensu se utiliza para evitar extender una determinada consecuencia jurídica
a un caso no previsto explícitamente por una norma. Su estructura lógica parecería ser: “si p, entonces
q; no p; por lo tanto, no q”. Pero lo que importa no es tanto la forma lógica cuanto la interpretación de
una de las premisas del argumento.

En el argumento a pari, la forma del argumento sería: “si p, entonces q; p’ es semejante a p; p’; por lo
tanto, q”. Tampoco es una forma deductivamente válida, pero sí que lo sería si la reconstruyéramos de
manera que la primera premisa fuera ésta: “si p o p’, entonces q”.

Hay dos situaciones en las que puede decirse que se argumenta afortiori o a mayor abundamiento.
Una es para reforzar un argumento previo y la otra situación tiene lugar cuando un caso no ha sido
explícitamente previsto por una norma, pero las razones por las cuales se ha dictado la norma se
aplican incluso con mayor intensidad al nuevo caso.

Finalmente, el argumento por reducción al absurdo se usa, por ejemplo, para descartar una
determinada interpretación de una norma, pues la misma llevaría a tener que aceptar algo que se
considera absurdo. Ese argumento puede ir ligado a los otros. Repárese en que la reducción al absurdo
es una forma indirecta de argumentar: se parte suponiendo aquello que se va a negar en la conclusión.
Y en que la noción de absurdo que usamos en los argumentos de la vida cotidiana o en el Derecho se
interpreta en términos lógicos como si se tratara de una contradicción, pero, en realidad, muchas veces
lo que quiere decirse simplemente es que no resulta aceptable.

La distinción entre argumento deductivo e inductivo es relativa, en el sentido de que cualquier


argumento inductivo lo podemos convertir en deductivo si le añadimos o modificamos una de las
premisas.

6. SUBSUNCIÓN, ADECUACIÓN —ARGUMENTACIÓN FINALISTA— Y PONDERACIÓN

Suele decirse que el silogismo subsuntivo, la subsunción, es el esquema general de argumentación en


la justificación judicial.. Esto es aproximadamente cierto, en cuanto la premisa normativa del
razonamiento judicial es, en general, una regla de acción pero no siempre es así. En ocasiones, la

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premisa normativa del argumento judicial no es una regla de acción, sino una regla de fin que, bajo
ciertas circunstancias, ordena prohíbe o permite que alguien procure alcanzar un cierto fin.

El esquema finalista es más abierto, deja más discrecionalidad al juez: como las reglas de acción se
orientan al pasado, en la premisa fáctica del razonamiento subsuntivo o clasificatorio se trata de
establecer simplemente que ha tenido lugar un hecho; pero las reglas de fin miran al futuro, de manera
que en el correspondiente esquema argumentativo hay una premisa que enuncia un juicio predictivo
sobre lo que ocurrirá o no ocurrirá en el futuro; el futuro es más abierto y más complejo que el pasado.

Aunque a veces se contrapone de manera radical la ponderación a la subsunción, eso puede resultar
engañoso. La ponderación es, en realidad, un tipo de argumentación en dos pasos: el primero consiste
en pasar de los principios a las reglas; y el segundo es precisamente una subsunción.

La dificultad de este tipo de razonamiento se encuentra en la segunda premisa, la que establece que,
dadas determinadas circunstancias, un principio prevalece sobre otro. Para determinar que un principio
pesa más que el otro, deben considerarse una serie de factores: el grado de afectación de cada uno
de los principios en el caso concreto; el peso abstracto de los principios; la mayor o menor certeza que
se tenga en relación con las apreciaciones empíricas; y ciertas reglas sobre la carga de la
argumentación.

7. LOS LÍMITES DE LA LÓGICA

La principal limitación de la lógica, en relación con la argumentación jurídica, es su carácter formal. La


lógica no se ocupa propiamente de los argumentos, sino de los esquemas de los argumentos. Por ello,
por sí misma, la lógica no permite justificar nada. La lógica no es un instrumento suficiente, pero sí
necesario para la argumentación jurídica. Por eso, contra lo que hay que estar no es contra la lógica,
sino contra el imperialismo de la lógica, contra la pretensión de que donde se acaba la deducción
empieza la arbitrariedad.

7MA TAREA
ATIENZA MANUEL “MANUAL DE ARGUMENTACIÓN JURÍDICA”
CAPÍTULO 4
LA CONCEPCIÓN MATERIAL: PREMISAS Y RAZONES

1. EL ENFOQUE MATERIAL DE LA ARGUMENTACIÓN

Desde la perspectiva “material”, argumentar consiste en la actividad de ofrecer razones sobre cómo es el mundo
o sobre cómo debe alguien actuar en él. El centro se sitúa en las premisas y en la conclusión, pero no entendidas
en cuanto enunciados con una cierta forma, pues lo que interesa aquí es, precisamente, su contenido de verdad
y de corrección.

Una concepción material de la argumentación es menos general que una de tipo formal, en cuanto que el primer
enfoque es característicamente “sensible” a la materia sobre la que se argumenta: el que algo sea o no una buena
razón depende, por ejemplo, de que se trate de una argumentación judicial y no de carácter moral o político, de
que la enuncie un juez en materia penal y no sobre cuestiones civiles o administrativas, etc. Podríamos decir que
esta concepción de la argumentación vendría a corresponderse con lo que tradicionalmente se ha llamado “lógica
material”.

Ese enfoque consistente en ver la argumentación jurídica como una teoría de las premisas. Es el que cabe
encontrar en Viehweg y en la tradición de la tópica. Se dice que los tópicos son formas o esquemas de
argumentos, pero con ello se alude, en realidad, a la forma o a la estructura de una proposición; lo que quiere
decir, en definitiva, es que en un mismo tópico, en un mismo enunciado general puede basarse en un número

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indeterminado de argumentos. Se trata de una teoría acerca del papel argumentativo que desempeñan estos
diversos tipos de normas jurídicas, de premisas.

2. RAZONAMIENTO TEÓRICO Y PRÁCTICO

La diferencia estriba en que, en los argumentos teóricos, las premisas y la conclusión son enunciados
descriptivos, mientras que en los prácticos, una de las premisas y la conclusión son normas, o bien, sin ser normas
tienen una dimensión práctica, están de alguna manera volcados a la acción.

Es importante darse cuenta de que tanto los argumentos teóricos como los prácticos implican la idea de
compromiso. Las premisas son aquí simplemente enunciados, sino hechos que se expresan mediante enunciados
lingüísticos. El juez que efectúa esos razonamientos se está comprometiendo con la verdad o corrección de las
premisas y, por tanto, también con la de las conclusiones.

El razonamiento jurídico es un tipo de razonamiento práctico, aunque en el mismo figuren también fragmentos de
razonamiento teórico. El razonamiento práctico es el encaminado a justificar acciones. Pero hay aquí dos sentidos
de justificación. Uno es el de justificación instrumental o técnica: está justificado hacerlo en el sentido de que se
trata de un medio necesario para satisfacer un deseo o un interés. Otro es el de justificación en sentido estricto,
que se basa en normas o valores. La diferencia estriba en que las normas y los valores tienen una dimensión
objetiva, en el sentido de que respecto de ellas no se plantea únicamente la cuestión de su existencia, sino la de
su validez.

3. RAZONES Y TIPOS DE RAZONES

Las razones de los argumentos son, entonces, las premisas, pero no consideradas como simples enunciados
lingüísticos sino como aquello de lo que depende que los enunciados en cuestión puedan calificarse como
verdaderos o correctos.

Y eso no puede ser otra cosa que algún hecho, entendida la expresión en un sentido muy amplio: lo que tiene
algún tipo de existencia. De ahí que se pueda afirmar que las razones son hechos.

Hay distintos tipos de hechos y, por lo tanto, de razones. Hay hechos del mundo externo, hechos físicos, que
pueden ser independientes de la voluntad (sucesos naturales) o dependientes de la voluntad (acciones humanas).
Pero hay también hechos del mundo interno, hechos psicológicos, que pueden consistir en estados mentales o
hechos del mundo institucional. Y hechos generales o complejos que pueden verse como relaciones entre hechos
simples; es lo que ocurre con las normas, con las leyes científicas o con las máximas de experiencia.

De los anteriores hechos, unos son motivadores de la acción que se expresan en enunciados que tienen una
dirección de ajuste mundo-a-lenguaje y otros no, su dirección de ajuste es lenguaje-a-mundo. Raz, a las primera
las denomina “razones operativas”, y a las del segundo tipo, “razones auxiliares”. Dentro de las razones auxiliares,
unas permiten identificar cuáles son esas razones y otras ayudan a determinar qué razón tiene más peso y
desplaza a las otras. Una razón completa sería el conjunto de premisas no superfluas de un razonamiento práctico
válido

Hay razones teóricas y razones prácticas; o razones explicativas y justificativas. Otras clasificaciones relevantes
son las siguientes:
1) Como las razones pueden referirse a otras razones, hay razones de primer nivel, de segundo nivel.
2) Desde la perspectiva del peso o de la fuerza de las razones, unas son perentorias (cuando se aplican,
determinan por sí mismas un curso de acción) y otras no perentorias (contribuyen a la decisión, pero no la
determinan).
3) La fuerza es cosa distinta del alcance de las razones.
4) Hay razones que son independientes del contenido y otras que dependen del contenido.

4. RAZONES JURÍDICAS: SISTEMÁTICAS Y EXTRASISTEMÁTICAS

El Derecho puede verse como una práctica social compleja dirigida a satisfacer determinadas funciones utilizando
medios argumentativos. En los argumentos jurídicos algunas de las premisas que figuran en los mismos

15
provienen del propio sistema jurídico, son enunciados del sistema jurídico y otras son extrasistemáticas, aunque
los elementos del sistema también contribuyan a fijarlas.

Las premisas de carácter sistemático vienen a ser las normas válidas del sistema jurídico en cuyo contexto tenga
lugar la argumentación. El sistema contiene también enunciados que no son normas,
como las definiciones y los valores. Por otro lado, puede considerarse que también forman parte del sistema
jurídico normas que no son válidas ni inválidas e incluso normas inválidas.

Y dentro de las normas válidas, las hay de distinto tipo y que juegan roles diferentes en la argumentación. La
primera distinción por hacer aquí es entre normas regulativas y normas constitutivas. Las normas regulativas
tienen la forma y las constitutivas dan las condiciones de aplicación.

Todas las normas regulativas funcionan en la argumentación como razones operativas, pero con distinta fuerza:
las reglas son razones perentorias y los principios, razones no perentorias; además, las reglas son, básicamente,
razones independientes del contenido, razones formales o autoritativas; mientras que los principios son,
esencialmente, razones dependientes del contenido, razones sustantivas que, a su vez, pueden ser de corrección.
Por el contrario, las normas constitutivas tienen la forma: “si se dan las condiciones de aplicación X, entonces se
produce el resultado normativo R” y funcionan como razones auxiliares: tanto si se trata de reglas que confieren
poder como si son normas meramente constitutivas.

5. RELEVANCIA Y PESO DE LAS RAZONES

En la dimensión material de la argumentación que se está considerando, la relevancia y el peso o la fuerza de las
premisas son conceptos centrales.
La relevancia supone tres componentes, uno de los cuales tiene una naturaleza formal (es lo que cabría llamar
aplicabilidad).

Otro factor fundamental para juzgar acerca de la relevancia de las premisas es la interpretación, pues hay un paso
interpretativo, entre el material normativo en bruto y lo que constituye la premisa normativa de su razonamiento;
y lo mismo cabe decir entre lo manifestado por un testigo, un documento probatorio, un acontecimiento, etc. La
relevancia depende también de que lo enunciado en las premisas resulte válido, en cuanto a las premisas fácticas,
la validez hace referencia a criterios externos al sistema (criterios epistemológicos y de las normas probatorias).

En el razonamiento inductivo, el razonamiento probatorio en el Derecho suele esquematizarse mediante una


inducción que concluye no en un enunciado de carácter general.

La cuestión del peso se plantea en relación con los casos difíciles, esto es, cuando hay un vacío en el nivel de
las reglas del sistema o bien el caso no está adecuadamente resuelto en ese nivel porque hay un desajuste entre
el aspecto directivo y el justificativo de las reglas. En esos supuestos se necesita recurrir a los principios (que son
razones no perentorias), esto es, se necesita ponderar, sopesar, las diversas razones concurrentes para
determinar cuál tiene un mayor peso.

6. RAZONES JURÍDICAS Y RAZONES MORALES. LA UNIDAD DEL RAZONAMIENTO PRÁCTICO

El carácter institucional del Derecho pone de manifiesto una diferencia esencial entre el razonamiento moral y el
jurídico: el primero parece estar regido únicamente por razones sustantivas.

Las instituciones son invenciones humanas, artefactos diseñados para cumplir determinadas funciones. En el
caso del Derecho y de otras instituciones complejas, es posible distinguir entre funciones externas e internas: las
primeras se refieren al mundo exterior al Derecho y consisten en resolver conflictos, distribuir cargas y
responsabilidad, legitimar el poder, etc.; las segundas se refieren al sistema jurídico mismo: el funcionamiento
adecuado del Derecho tiene que ser preservado para poder asegurar el cumplimiento de las otras funciones, de
las funciones sociales.

Puede parecer paradójico que unas razones que están al servicio de otras puedan, sin embargo, prevalecer sobre
estas últimas; pero la paradoja se disuelve cuando se piensa que si un instrumento resulta necesario para la
consecución de un fin, entonces, en realidad, la misma distinción entre medios y fines desaparece.

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El razonamiento jurídico no es completamente independiente del de carácter moral; tiene una autonomía relativa,
en el sentido de que, aunque el razonamiento jurídico está sometido al moral, eso no quiere decir que sea un
caso especial del razonamiento moral; no lo es, porque las reglas de la argumentación moral no se aplican
siempre a la argumentación jurídica en sus diversos contextos. Los diversos ámbitos de la argumentación jurídica
tienen que poder derivarse de razones morales. A veces se afirma que un razonamiento jurídico justificativo no
tiene por qué contener premisas de carácter moral pero las razones que puedan darse para justificar que se debe
obedecer el Derecho no pueden ser otra cosa que razones morales.

8VA TAREA
“LAS FALACIAS”
FALACIAS

El término “falacia” se usa en situaciones en que alguien pretende realmente dar un argumento
en favor de una conclusión y quiere también que el argumento apoye lógicamente esa
conclusión, es decir, pretende, consciente o inconscientemente, que el argumento sea válido,
cuando en realidad no lo es, pero tiene algo que puede llevar a engaño a una persona poco
alerta.

TIPOS DE FALACIAS
FALACIAS FORMALES

Los argumentos deductivos y los argumentos condicionales tienen un fallo en su forma, lo que
hace que la inferencia sea incorrecta, es decir, las inferencias de una determinada forma no
eran válidas. A estas inferencias no válidas por su forma se las llama falacias formales, porque
aún teniendo un esquema muy parecido al de las argumentaciones deductivamente válidas,
es fácil que la gente piense, a falta de un examen detenido, que efectivamente son válidas.

FALACIAS NO FORMALES

Son aquellos argumentos falaces, cuya no validez no se debe a la incorrección de su forma


sino a otros motivos que pueden pasarle desapercibidos al oyente. Aristóteles dividido las
falacias no formales en falacias de ambigüedad y falacias materiales.

FALACIAS DE AMBIGÜEDAD

Son argumentos deductivos que parecen válidos pero no lo son porque hay en ellos un cambio
de significado en una palabra, expresión o en toda una oración

FALACIAS MATERIALES

Son aquellas en las que la incorrección surge por una falta de atención a la materia, es decir,
al asunto o tema del argumento, no siendo dicha falta de atención fácil de ser detectada por
aquellos que no dominan el tema. A las falacias materiales las dividió en: falacias de datos
insuficientes y falacias de pertenencia.

FALACIAS DE PERTENENCIA

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En esta, las premisas son apropiadas, si acaso, para otra conclusión, ya que la información
que aportan no es pertinente para la conclusión establecida, a pesar de que pueda parecer
apropiada a una persona poco atenta.

FALACIA AD HOMINEM

Es un argumento que, en lugar de presentar las razones adecuadas o pertinentes contra una
opinión determinada, pretende refutar tal opinión censurando a la persona que la sostiene.
Existen dos formas de argumentos ad hominem. A la primera se la reconoce con el nombre de
ad hominem ofensiva y a la segunda con el de ad hominem circunstancial.

FALACIA AD HOMINEM OFENSIVO

Son todos aquellos argumentos en los que se pretende demostrar que una afirmación es falsa
porque ha sido pronunciada y defendida por determinadas clases de personas. Es entonces el
carácter, la ideología, la profesión o cualquier característica importante de las personas lo que,
considerado como perverso o al menos reprobable en algún sentido, se usa para
desacreditarlas, y ese descrédito se hace pasar como la refutación oportuna de la verdad de
la afirmación realizada por tal persona

FALACIA AD HOMINEM CIRCUNSATANCIAL

Se dirige contra lo que afirma una determinada persona invocando que lo hace por hallarse en
determinadas circunstancias. La idea que se halla tras este tipo de argumentos es que, si
alguien tiene un interés particular en algo no puede decir cosas objetivas sobre ello, y, por
tanto, lo que afirma siempre está deformado. De ahí que no debamos considerar su afirmación
como verdadera. En estas, las circunstancias en cuestión no se encuentran reprobables.

FALACIA TU QUOQUE

El término significa “tú también”, y da nombre a todos aquellos argumentos en los que no se
presentan razones oportunas para replicar a una acusación, sino que en su lugar se devuelve
la ofensa al acusador. Puede considerarse este tipo de falacia como un caso particular de
falacia ad hominem.

FALACIA AD BACULUM

Son aquellos argumentos que apelan a la fuerza o poder de algo o de alguien como razón
conclusiva para establecer la verdad de la conclusión. Es frecuente usar este tipo de
argumento falaz cuando faltan o fracasan los argumentos racionales, y, naturalmente, quienes
lo practican son aquellas personas que detentan poder, ya sea económico, político, militar,
social, etc.

FALACIA AD POPULUM

Este argumento se dirige a un conjunto de personas con la intención de provocar en ellas


aquellos sentimiento que les hagan adoptar el punto de vista del hablante.

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FALACIA AD VERECUNDIAM

El término significa “apelación a la autoridad” se comete cuando se recurre al sentimiento de


respeto que se tiene hacia esa autoridad para conseguir así el asentirriento hacia una
conclusión.

Ocurre, sin embargo, que no todos los argumentos que se ajustan a este esquema son falacias.
Muchas veces, cuando hablamos sobre algo de lo que no tenemos una idea clara y precisa,
nos procuramos cierta ayuda citando a alguien que sí es un experto en la materia.

FALACIA AD IGNORANTIAM

Es característico de ellas el pretender que porque algo no se sepa o no se haya probado que
es verdad, entonces es falso. Cometen también esta falacia quienes nos argumentan que las
afirmaciones de la astrología o la parapsicología son verdaderas porque no se ha demostrado
que sean falsas.

El esquema general para la falacia “ad ignorantiam”


No hay prueba de que p es falso (o verdadero). De manera que p es verdadero (o falso).

FALACIA AD MISERICORDIAM

Misericordiam significa “piedad”, y esta apelación a la piedad son suficientemente


conmovedores como para lograr que el miembro de un jurado promedio deseara echar por la
ventana las cuestiones de prueba y de Derecho. El argumento falaz actúa atrayendo las
emociones del oyente en detrimento de su buen juicio.

FALACIA AD ODIUM

La mayor parte de estas son apelaciones a una u otra emoción específica, en este caso el
odio.

FALACIAS MATERIALES DE DATOS INSUFICIENTES

Son argumentos inductivos incorrectos, porque en ellos se presentan las premisas como si
aportaran una segura base para la conclusión, cuando en realidad sólo ofrecen escaso o nulo
apoyo.

Hay al menos tres tipos de esta clase de falacia: la generalización inadecuada, en la que se
construye la conclusión sobre una base de datos no apropiada para el caso; la falta de pruebas,
si cuando se supone que se están exponiendo todos los datos necesarios para demostrar o
refutar una conclusión, se omiten aquellos hechos desfavorables para la opinión mantenida, y,
por último, la falsa causa.

FALACIA DE FALSA CAUSA

Tiene lugar cuando un argumento presenta como causa de un hecho algo que no hay ninguna
verdadera razón (ninguna razón directa) para considerarlo como su causa real.
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FALACIA DE CORRELACIÓN ACCIDENTAL

Es aquella en la que se concluye que dos hechos Z e Y están relacionados causalmente porque
uno de ellos ocurre cuando el otro ocurre. Se diferencia este caso del anterior en que en la
premisa no se mantiene necesariamente que un hecho siga temporalmente al otro, la relación
temporal no es esencial.

FALACIAS POR AMBIGÜEDAD

Son argumentos no válidos porque contienen palabras o frases que se usan con más de un
sentido a lo largo de un mismo argumento.

FALACIA DE COMPOSICIÓN

Max Black la describe como aquella en la cual lo que es verdad de una parte es por ello
afirmado como verdadero del conjunto. Cohen y Nagel la consideran como una entre un cierto
número de formas especiales que resultan del uso ambiguo de las palabras.

FALACIA DE LA DIVISIÓN

La falacia de la división se supone que es el reverso de la falacia de la composición y surge


del reemplazo ilícito de un enunciado acerca del todo con un enunciado acerca de las partes
más que al revés. Dado que confundir A con B es la misma cosa que confundir B con A,
usualmente es sólo cuestión de una pequeña reformulación el convertir un ejemplo de
composición en uno de división, o viceversa.

FALACIA POR EQUÍVOCO

Evidentemente, la corrección de un argumento depende, entre otras cosas, de que en todas


las premisas se conserve el mismo significado, ya que si éste fluctúa de una a otra podemos
llegar a cualquier conclusión para la cual las razones aducidas en las premisas no son
suficientes.

FALACIAS ANFIBOLOGÍAS

Finalmente, hay falacias que no se originan de alguna palabra, sino en una ambigüedad
estructural, sintáctica, o quizás una ambigüedad semántica, pero de una parte estructurada de
la oración. Estas son las anfibologías.

FALACIAS DEL ACENTO

La falacia del acento se supone que surge de la confusión de palabras que tienen las mismas
letras, pero difieren en la acentuación hablada.

FIGURAS DE DICCIÓN

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Consiste en ser engañado por la estructura o etimología engañosa de una pala- bra. Pocos
escritores modernos se molestan en mencionarlo. Su dificultad, si lo hacen, es encontrar
ejemplos serios de ello.

FALACIAS DE ACCIDENTE

Estas falacias surgen de tomar una propiedad accidental como si fuera esencial, y esto es lo
que la mayor parte de los libros toma como el punto de partida.

FALACIA BLANCO O NEGRO


En esta se presentan dos alternativas como las únicas posibles en una cuestión que, por lo
demás, no se presenta como un dilema.

FALACIA IGNORATIO ELENCHI

El término significa ignorancia de refutación. Se refiere a casos en los que, por falta de agudeza
lógica, un argumentador cree que ha probado una cosa, pero, en el mejor de los casos, ha
probado otra distinta. Las premisas son pertinentes respecto de la conclusión, pero ésta no
tiene nada que ver con lo que está en cuestión.

FALACIA DE PETICIÓN DE PRINCIPIO

La falacia consiste en pedir que se conceda la cuestión en discusión que uno tiene que
disponerse a probar. El nombre se extiende frecuentemente a los casos en los que, aunque el
punto preciso en disputa no se toma como una premisa, en su lugar se toma algo igualmente
cuestionable.

FALACIA DE AFIRMAR EL CONSECUENTE

Esta falacia surge porque la gente supone que la relación de consecuencia es convertible.
Pues cuando, supuesto que A es, necesariamente es B, ellos suponen entonces que si es B,
necesariamente es A. Una relación es convertible si sus dos miembros pueden ser válidamente
intercambiados.

FALACIA SECUNDUM QUID

Esta significa “en un cierto respecto” y se refiere a las calificaciones que pueden ser adjuntadas
a un término o generalización. Son aquellas que envuelven una falta de necesarias
calificaciones.

FALACIA GENÉTICA

Argumentación que tiende a rechazar un concepto o noción por el mero hecho de que se
conoce su origen que de alguna forma los hace sospechosos; o cuando se juzga algo sólo
teniendo en cuenta su génesis.

FALACIAS BIOETICAS

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En la rama bioetica, algunos de estos errores o engaños, son de naturaleza formal o
pragmática, pero los más graves son materiales, como tesis falsas.

9NA TAREA

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KK
FF

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G

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10MA TAREA
“DEFINICIONES”
Las partes del discurso son:

El EXORDIUM, es la primera parte del discurso, y su objetivo es volver al auditorio atento,


benévolo y dócil. La extensión del exordio es muy variable (incluso su empleo dentro del
discurso) todo depende de la circunstancia, del contexto y del tipo de auditorio al que se
enfrente el orador. En ocasiones será recomendable omitirlo por completo, en otras extenderse
un poco más en él, en fin, no hay una regla valedera para todos los casos.

La NARRATIO, es una de las partes esenciales del discurso. La narración debe ser inteligible
y lúcida utilizando vocablos adecuados y expresivos tratando de evitar los rebuscados y los de
uso extraordinario. Debe de mostrar con el máximo de claridad los hechos, tiempos y motivos,
de manera que el juzgador comprenda fácilmente lo que se quiere explicar y significar.

La esencia de la narratio radica en que se debe ser breve, sí, pero sin descuidar nada de lo
que el Juez o el secretario debe conocer y sin decir nada que sea extraño o ajeno a la causa.
En suma, debe de narrarse sólo lo necesario y nada más.

La CONFIRMATIO, (argumentación). Es la parte central del discurso donde se exhibe el


dominio de la lógica que preside el razonamiento y que convence. Esta es la parte donde el
manejo de los conectores lógicos del lenguaje son el punto decisivo para plasmar una
argumentación sólida y coherente.

Es la parte que corresponde a los considerandos de las sentencias que elaboran todos los
órganos jurisdiccionales. El orden de los argumentos es fundamental, pues indica, de entrada,
la importancia de los mismos.

El EPILOGUS, es la recapitulación de los puntos esenciales del discurso, en este lugar se


repiten las ideas esenciales para ponerlas de nuevo en la mente del juez con el fin de que las
tenga a la vista y prevenir con ello los detalles que se hayan perdido por haber decaído la
atención a lo largo del discurso.

La REFUTATIO, es la contra argumentación mediante la cual se trata de destruir los


argumentos aducidos por la contraparte.

La CONCLUSIO, es la salida y terminación del discurso entero.

MOTIVAR: La motivación de una resolución judicial constituye el deber de fundamentación y


exteriorización de la razón de la decisión. Implica, por tanto, una explicación y argumentación
de lo que se resuelve en la misma.

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