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significa, en general, una serie de actos concatenados y condicionados entre sí para alcanzar
un fin determinado, y en este sentido podría hablarse de proceso químico, biológico o
histórico. Según esto, al hablar de proceso en el ámbito jurídico nos referimos a “la serie de
actos sucesivos y dependientes recíprocamente, sometidos a determinadas normas que los
regulan (leyes procesales) y encaminados al reconocimiento o realización en justicia de un
derecho.”
También el término “procedimiento” deriva del verbo latino procedere, y se utiliza
normalmente como sinónimo de proceso, aunque en sentido estricto alude más bien “al orden
de proceder en el proceso.” Nosotros los tomaremos como sinónimos.
Recordemos en este punto, que una de las grandes clasificaciones que se hace del
derecho objetivo es la que distingue entre:
a) Derecho sustancial (o de fondo o sustantivo):
“Es el conjunto de normas que establecen y regulan los derechos
subjetivos de las personas.” Por ejemplo: derecho civil, derecho laboral, derecho penal, etc.
b) Derecho procesal (o de forma o adjetivo):
1º) En un sentido restringido “es el conjunto de normas que regulan las
formalidades que se deben seguir para someter una pretensión a la justicia, a efectos de lograr
el restablecimiento de los derechos subjetivos vulnerados.” Por ejemplo: derecho procesal
civil, derecho procesal laboral, derecho procesal penal, etc.
2º) En un sentido amplio “es el conjunto de normas que regulan la
actividad jurisdiccional del Estado; es decir, la organización judicial, la competencia, los
trámites de los juicios y la ejecución de las decisiones de la justicia.”
Tengamos presente que el término “jurisdicción” viene del latín iurisdictio, que
significa “administración del derecho”; por lo que hace referencia a la función específica de
los jueces, es decir, la acción de administrar y aplicar el derecho objetivo; no la de
establecerlo o crearlo.
Autodefensa: concepto
La “autodefensa” o “autoayuda” es el primer medio de protección de los derechos
subjetivos que se dio en la historia del hombre.
“Consiste en el empleo de la fuerza propia del sujeto al que se le ha vulnerado un
derecho subjetivo (en principio, el Jefe de familia), o el empleo de la fuerza propia y de la
fuerza de su grupo familiar, para reestablecer el derecho subjetivo violado.”
determinado derecho no tenía protección a través de una acción específica, era el magistrado,
quien, haciendo uso de su iurisdictio, creaba la acción para el caso concreto. Con lo cual, si
bien se seguía dentro del ámbito de pluralidad de acciones para proteger a cada derecho
subjetivo, todos estos gozaban de protección.
C) En la época del derecho justinianeo, si bien siguen subsistentes los sistemas
anteriores, comienza muy lentamente a abrirse paso la “teoría de la acción” como un concepto
“general” y “abstracto”, que sirve para tutelar todos los derechos subjetivos; constituyendo el
antecedente de las doctrinas modernas y contemporáneas sobre la acción.
Conceptos
Dice Celso (Digesto 44, 7, 51) y confirma Justiniano en sus Instituciones, que “la
acción no es otra cosa que el derecho de perseguir en juicio aquello que se nos debe.” Si
bien es muy valiosa como antecedente jurídico, se dice que técnicamente es una definición
incompleta.
Por tal motivo, son los comentaristas del derecho romano quienes se han encargado de
elaborar adecuadas definiciones sobre la acción. Los podemos agrupar en dos grandes
categorías:
a) Ius Publicistas: la acción “es la facultad que tiene el sujeto al que se le ha
vulnerado un derecho subjetivo, de recurrir ante el órgano jurisdiccional del Estado, el que
previa vista al otro sujeto, dictará una sentencia restableciendo el orden jurídico vulnerado.”
Se dicen ius publicistas, porque la relación jurídico – procesal se da entre el sujeto
cuyo derecho se ha violado, el Estado que es quien ejerce la función jurisdiccional, y el sujeto
contra el que se dirige la acción. Es decir que el Estado, sujeto eminentemente público, forma
parte de la relación procesal (sujeto – Estado – sujeto).
b) Ius Privatistas: la acción “es la facultad que tiene el sujeto al que se le ha
vulnerado un derecho subjetivo, de dirigirse al otro sujeto quien supuestamente lo ha
vulnerado, todo esto frente al órgano jurisdiccional del Estado, quien a través de una sentencia
restablecerá el orden jurídico vulnerado.”
Se dicen ius privatistas, porque la relación jurídico – procesal se da de un sujeto
privado a otro sujeto privado, y ante el Estado, que si bien dicta el pronunciamiento final no
forma parte de la relación jurídico – procesal (sujeto – sujeto – frente al Estado).
Cátedra:
Procedimiento: concepto
La acción como derecho subjetivo es una pura esencia, y como tal carece de forma.
Pretensión: concepto
La acción como derecho subjetivo es una pura esencia, y como tal no tiene límites.
En una primera aproximación, podríamos decir que la pretensión “es el límite o el
cuantum de la acción.”
En forma más precisa, sostenemos que la pretensión “es la que fija los límites dentro
de los cuales la acción debe ser ejercitada frente a cada caso concreto; límites que surgen de la
medida en que ha sido vulnerado el derecho subjetivo sustancial.”
Ejemplo: si el acreedor debía cobrar 1000 pesos por alquileres, y dicha suma no le era
cancelada, su derecho subjetivo había sido vulnerado en esa cantidad. Luego podría demandar
su restablecimiento mediante el ejercicio de la acción correspondiente, la que debía contener
necesariamente una pretensión de 1000 pesos.
Si el actor, al interponer la demanda, no ajustaba debidamente su pretensión a la
medida en que había sido vulnerado el derecho subjetivo sustancial, podía incurrir en lo que
se denominaba plus petitio o minus petitio, debiendo soportar los efectos que se establecieron
según las épocas.
Competencia: concepto
La competencia “es el ámbito dentro del cual el órgano jurisdiccional del Estado
puede ejercer su función de administrar justicia.”
Salvo acuerdo de las partes, el magistrado competente está determinado por el lugar de
origen o de residencia (domicilium) del demandado, a elección del demandante.
Aparte esta regla general, aparecieron tardíamente otras especiales para determinar la
competencia. Y así, en ciertos casos, fue determinante el lugar donde había de cumplirse el
contrato o donde se había perpetrado el hecho punible que determinaba la demanda, o bien la
competencia venía impuesta por la localización de la cosa litigiosa.
No hay que olvidar, además, que ciertas controversias fueron ya sometidas en época
clásica a magistrados especiales, como las relativas a fideicomisos y tutelas atribuidas a
Pretores creados al efecto, o las que surgían en las transacciones de los mercados, de las
cuales conocían los Ediles Curules.
Tiempo
En el ámbito del derecho procesal, solamente se considera el tiempo hábil para la
administración de justicia (días fastos), y por el sistema de la computatio civilis, donde la
unidad mínima es el día. En consecuencia, se excluye de cualquier plazo procesal a lo días
inhábiles.
El antiguo calendario a cargo de los pontífices, que se conoce por documentos de fines
de la República, señalaba los días con siglas que indicaban su idoneidad o inidoneidad para
funciones religiosas, políticas y judiciales. La actividad jurisdiccional sólo podía desarrollarse
en los días “F” (fastos), que eran unos cuarenta (40). Posteriormente, Marco Aurelio señaló
doscientos treinta (230) días judiciales, y en tiempos de Justiniano llegaron a doscientos
cuarenta (240).
En la actualidad, tenemos aproximadamente unos doscientos treinta (230) días hábiles
para la administración justicia. Recordemos que además de los días sábados, domingos y
feriados, también son inhábiles los períodos de “receso judicial” del mes de enero y dos
semanas de julio, durante los cuales se suspenden todas las actividades jurisdicciones y los
plazos procesales.
Ejemplo, supongamos que durante el transcurso de un día miércoles se nos notifica
una resolución judicial, dándonos el plazo de tres (3) días para concretar determinado acto
procesal. El plazo nos comenzará a correr a partir del jueves (ya que el “día” es la unidad
mínima de tiempo), el viernes será el segundo día y el lunes el tercer día (sábado y domingo
son inhábiles). Como el Poder Judicial finaliza la atención al público a las 13.30 horas, y el
plazo vence al finalizar el día correspondiente, se planteó un inconveniente. En su momento,
se resolvió abriendo una Secretaría de 22.00 a 24.00 horas, donde se recibían en término todos
los escritos que vencían ese día (Secretaría Nocturna). Posteriormente, como ese horario
generaba algunas dificultades prácticas, directamente se pasó a las dos primeras horas del día
hábil siguiente (de 7.30 a 9.30); debiendo aclararse que el escrito se presenta por Secretaría
Nocturna (mantuvo la denominación), para que al cierre, se lo incluya en una lista especial
que se confecciona y se exhibe.
Las partes
“Parte es quien pretende y frente a quien se pretende, o más ampliamente, quien
reclama y frente a quien se reclama la satisfacción de una pretensión.”
De acuerdo al principio sentado por el Jurisconsulto Gayo de que “nadie puede litigar
contra sí mismo”, en todo proceso civil romano las partes intervinientes debían ser por lo
menos dos, el demandante (accionante o actor) y el demandado (accionado). El primero era el
que ejercita la acción, interponiendo la demanda ante el órgano jurisdiccional. El segundo era
aquel contra el cual se dirigía la acción y la demanda.
Para poder actuar en justicia, en Roma era indispensable que el titular del derecho
gozara tanto de la capacidad de derecho como de la de hecho, es decir, que en un principio
sólo tenían aptitud para accionar los paterfamilias, porque la litis constituye un acto jurídico
de trascendental importancia.
En el primitivo sistema procesal de las legis actionis se manifestó también en este
aspecto la repugnancia del Derecho Romano hacia la representación. Los litigantes debían
comparecer personalmente, tanto ante el magistrado (in iure) como ante el juez (in iudicio).
Sin embargo, existían algunas excepciones: pro tutela (en representación del pupilo), pro
libertate (el adsertor en una causa liberalis), ex Lege Hostilia (cuando el ausente rei publicae
causa sufría un hurto) y pro populo (cuando cualquier ciudadano ejercitaba una acción
popular).
En épocas del procedimiento formulario, nos encontramos dos tipos de representante
procesal: el cognitor, designado con palabras solemnes estando presente la adversaria, y el
procurador, que era primitivamente aquel administrador general de toda casa romana
acomodada, el cual, por el simple hecho de su designación en tal administración, podía
representar al paterfamilias. Poco a poco, el procurator procesal se transformó en un
mandatario ex profeso.
Al procurador del demandante se le exigía una fianza. La razón de tal exigencia era
que la designación del procurador siempre resultaba más incierta que la del cognitor, y
además, dada la defectuosa manera de concebir la representación, como el procurador no
agotaba la actio del representado, el cual podía intentarla nuevamente por sí mismo; había que
asegurar al demandado contra ese peligro. Andando el tiempo, la jurisprudencia clásica fue
asimilando al cognitor ciertos procuradores (el de un dominus presente, el registrado en un
protocolo, el confirmado por carta), respecto de los cuales consideró improcedente la
exigencia de la fianza. Se fue preparando el camino para llegar finalmente a sentar la regla
general de que todo procurator investido por un mandato consumaba la actio del dominus
como si la hubiese entablado éste mismo, haciendo siempre innecesaria en tal caso la fianza
referida.
Cuando el que litigaba por representación era el demando, el demandante exigía
también una fianza para asegurar los resultados del juicio. La prestaba el demandado mismo,
si el representante de que se valía era un cognitor, o el procurador, cuando era de esta clase la
representación. Además, la responsabilidad asumida podía reforzarse con fiadores.
La representación judicial no es, en un principio, directa o inmediata. La ejecución de
la sentencia se daba primitivamente a favor o en contra del representante, no del representado.
Los actos necesarios para el traspaso de los efectos del pleito a este último eran extraños y
posteriores al proceso. Tal sistema primitivo fue también modificado, y el referido traspaso se
operó dentro del ámbito procesal, en virtud de las medidas tomadas por el pretor, el cual
denegaba la acción para ejecutar la sentencia a los representantes o contra ellos, y la concedía
a favor o contra el representado.
En el procedimiento extraordinario, desaparece el cognitor, quedando sólo el
procurador.
A la par de los anteriores mandatarios, se admitió en el procedimiento formulario que
otras personas participaran en los juicios en cualquiera de sus instancias, con el objeto de
ayudar a defender a alguna de las partes, sin que tuvieran el carácter de representantes de las
mismas. Ellos fueron los oradores y los abogados. El orador tenía la misión de perorar
(hablar, exponer, argumentar) la causa a favor de la parte a quien asistía, acompañando al
litigante o a su representante en el pleito, con el fin de exponer sus razones y convencer de
ellas al juez mediante la elocuencia. Los abogados eran las personas que, dotadas de amplios
conocimientos jurídicos, concurrían al tribunal al solo efecto de asesorar a uno de los
litigantes o a sus representantes ante el juez o magistrado, valiéndose de su especial versación
en derecho, pero sin participar en el debate. Con el andar del tiempo, ambos jugaron un
mismo papel.
No era posible que en el transcurso de veintitrés siglos que abarca nuestro estudio del
Derecho Romano, con las transformaciones que en todos los órdenes fueron sufriendo la
sociedad y el Estado Romano, se tramitasen los pleitos civiles del mismo modo en todos los
tiempos.
Debe tenerse presente que el paso de un sistema procesal a otro no se dio en fecha fija,
a partir de la cual cesara en absoluto el que venía rigiendo y fuera totalmente sustituido por el
nuevo. Hay periodos intermedios, de subsistencia de los dos sistemas: el que iba a desaparecer
y el que tendía a suplantarlo.
juez o árbitro), legis actio per condictionem (acción de la ley por requerimiento), legis actio
per manus iniectionem (acción de la ley por aprehensión corporal) y legis actio per pignoris
capionem (acción de la ley por toma de prenda).
Las tres primeras eran declarativas, es decir, encaminadas a la declaración
(reconocimiento) de un derecho que se discute, nombrando un juez. Las dos últimas eran
ejecutivas, esto es, utilizadas para ejecutar un derecho previamente reconocido en juicio.
1º) Fase in iure: (de ius, entendido como el lugar donde el magistrado tenía
establecido el tribunal).
Llamada también etapa preparatoria del proceso. Se desarrollaba ante un magistrado
(funcionario estatal) que ejercía la iurisdictio, es decir, no juzgaba la causa sino que sólo se
circunscribía a instruirla o prepararla. Esto significa que fijaba los límites de la cuestión y,
sobre todo, determinaba si existía acción y, en caso afirmativo, cual era esa acción. Es decir,
que el magistrado examinaba el contenido y el fundamento de la demanda, y en consecuencia
concedía o denegaba la acción para litigar. Al final de esta fase y bajo la autoridad del
magistrado, las partes, de común acuerdo, elegían un juez que había de resolver el litigio.
2º) Fase in iudicio o apud iudicem: (delante del iudex o juez particular).
También denominada etapa de sentencia. Tenía lugar ante el juez particular
(unipersonal o colegiado) elegido por las partes, que ejercía la iudicatto, es decir, examinaba
la verosimilitud de los hechos invocados por las partes, valoraba las pruebas, los alegatos y
dirimía la controversia dictando la sentencia.
Así pues, en estas dos épocas del proceso romano, magistrado y juez no eran términos
equivalentes, como ocurre en el proceso moderno, sino que tenían diferentes funciones y
facultades: el magistrado, autoridad que representaba al Estado y ejercía la iurisdictio, y el
juez, un ciudadano privado encargado de pronunciar la sentencia.
Es importante destacar, que el paso de una fase a la otra se producía a través de un
acto procesal expresamente previsto por la ley, denominado litis contestatio; que tenía, entre
sus efectos más importantes: trabar el litigio y otorgarle facultades jurisdiccionales al juez
particular designado (cátedra).
B) Procedimiento Extraordinario:
Todo el proceso se desarrolla frente a un magistrado (funcionario del estado), incluso
la decisión final. No existe aquí la bipartición o separación expresa en dos fases o etapas.
El magistrado no se limita ahora a preparar la contienda y fijar sus términos,
enviándola después para su decisión a un juez privado. Por el contrario, todo el curso del
pleito se sigue ante dicho magistrado, emanando también de él la sentencia.
La eliminación de la división en fase in iure y fase apud iudicem, obedece,
fundamentalmente, al hecho de que el proceso continúa hasta el final a cargo del mismo
magistrado, sin que sea necesario pasarlo a un juez particular. No obstante, para la cátedra en
todo proceso puede diferenciarse una etapa preparatoria y otra de sentencia, auque la ley no
las indique expresamente.
En este proceso tampoco existe el trascendental y solemne momento procesal de la
litis contestatio. Ahora surge en forma tácita, con la sola reclamación del actor y la
contestación contraria del demandado. En ese momento se traba el litigio, ya que quedan
fijadas las respectivas posiciones del actor y del demandado, dejando definidos los términos
de la controversia.
El modo o la herramienta que tiene el actor para generar la traba del litigio, es la
citación o notificación al demandado. A partir de ese momento, comienza a correr el plazo
para que el accionado conteste la demanda. Si vence dicho plazo y no se presenta o no
contesta, el demando será declarado en rebeldía, generándose una presunción iuris tantum a
favor del actor. En este caso, el litigio se traba a partir del vencimiento del plazo otorgado
para contestar la demanda, siendo materia de decisión para el magistrado, los hechos y la
pretensión del demandante, en su relación con la prueba que se logre concretar.