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El éxito del fracaso escolar (*)

Sí, señor. Ha costado unos añitos, pero al fin se ha conseguido: en la sociedad


del conocimiento, el desconocimiento va en aumento Eso dicen. Parece que es un valor
en alza. Porque... hay que tener valor para no querer conocer/saber más. Si antes la
virtud educativa fundamental era “enseñar al que no sabe”, ahora, la virtud educativa
primordial es “enseñar al que no quiere aprender”. ¿O será que se sabe de otra forma y
otras cosas?

Cuando a los 15 años ¿tarde? descubrí el poema “If” (Si) de R. Kiplig, quedé
prendido y prendado por sus “condicionales”; lo aprendí de memoria y me lo recitaba a
mí mismo mientras subía y bajaba en bicicleta al colegio. Era tan iluso o más que ahora.
Fue uno de esos poemas en lo que yo creí y sobre los que intentaba forjar mi
personalidad incipiente. Y lo que es peor ¿o mejor?: sigo creyéndomelo.

“si te encuentras al triunfo y al fracaso


y a estos dos impostores los tratas de igual forma...”

Tras muchos “síes” (copio todo el poema al final) termina:

si... serás hombre, hijo mío”

Después, cuando supe más inglés, me di cuenta de que la traducción no era muy
exacta, aunque se parecía bastante al original. Tardé tiempo también en aprender que
“traduttore, traditore”. Pero quedaba su música; su música condicional y condicionante.

Doy por supuesto -¿o es mucho suponer?- que los lectores de la revista conocen
el poema, síntesis de muchas actitudes que te llevarán al “fracaso” de ser hombre.
Maravilloso fracaso éste que ya solo parece tener cabida en espíritus románticos y
soñadores de una “humanidad nueva”; sino nueva del todo, sí algo mejorada. De hecho,
matamos con más sofisticación, curamos tras haber experimentado en muchos coñejillos
de indias y ratas blancas de laboratorio, por no decir en muchos seres humanos, en
países enteros. Explotamos sin piedad a millones de niños por salarios ridículos;
matamos de hambre a millones de personas, hacemos guerras con “efectos colaterales”
donde ya solo mueren civiles y apenas hay desgaste militar, salvo en armamento;
plantamos transgénicos y desertizamos la tierra, producimos cambios climáticos con
una inteligencia productiva, sagaz y economicista… en fin, la “nueva humanidad” que
inventa gripes, vacunas, enfermedades y más remedios curativos, carísimos, alarmantes.
¡Éxito, éxito, éxito! ¡Calma! me digo a mí mismo, que yo también soy un
colaboracionista de medio pelo, sí; pero, abstencionista al fin y al cabo en muchos
momentos y situaciones.

Por eso hablar del fracaso escolar tiene un no sé qué de “éxito”. Está de moda.
Se escribe mucho sobre el tema, hay estudios comparativos en % de países y sistemas
educativos; se envidia a Finlandia -¡ah Finlandia, quién no se quedaría en casa a leer o a
estudiar o a…, con el frío que hace! ¡ah Finlandia y países limítrofes, cuánto alcohol,
cuánta violencia en alumnos, cuántos suicidios; lean, lean la literatura negra tan de
moda y verán que los idílicos países nórdicos lo son menos o son igual que todos…!;
¡ah la maravillosa educación nórdica!-; y se envidia a y nos comparamos con...

Mi pregunta constante es ¿de quién es la culpa de este exitoso fracaso escolar?


¿de los alumnos? ¿del sistema educativo? ¿del ministerio? ¿de los profesores? ¿de la
televisión’? ¿de la calle? ¿de las familias? ¿de internet? ¿mía tal vez? Demasiadas
preguntas para obtener pocas respuestas en la mayoría de los casos culpabilizadotas y
paralizantes. Karl Jaspers decía que “en filosofía, son más importantes las preguntas que
las respuestas”. Y si lo son en filosofía, ¡cómo no van a serlo en la vida, en la
educación! Lo triste es que las gentes buscan respuestas, a lo que sean, pero respuestas,
cuando a veces no se han preguntado nada. O muy poco.

Comprenderán que si yo tuviera las respuestas a los porqués del fracaso escolar
estaría de ideólogo ministerial o más modestamente de las escuelas llamadas católicas.
Una vez socializada la enseñanza y con ella su intento de socializar la educación, somos
conscientes de lo que ha supuesto ampliar la edad de escolarización, y a cuyo logro ya
no podemos ni debemos renunciar; ampliada la enseñanza universitaria a cotas jamás
antes soñadas, siendo más extensibles los conocimientos de toda índole a través de la
mundialización de los conocimientos, teniendo unos acceso a saberes antaño reservados
a unos pocos…¿por qué el fracaso escolar es tan significativo? Sin duda, han cambiado
los estímulos y los intereses. Ya no estamos en una “sociedad en cambio” vertiginoso,
sino en un “cambio de sociedad” que no sabe muy bien hacia dónde se dirige. La
incertidumbre y (des)valoración ponderativa de lo que sabemos se ha inscrito en
nuestras vidas. El caldo de cultivo de dicha incertidumbre deja en suspenso el ánimo y
al ánima para aprender, para crecer, para buscar nuevas salidas al desarrollo personal y
social. ¡Total, ¿para qué...?!, dicen muchos jóvenes y no tan jóvenes.

Si por fracaso escolar entendemos tan solo no haber obtenido un título que te
abre puertas -a veces las cierra; cuántas veces hemos oí: “es que su currículo es superior
a lo que necesitamos”, cuando esa persona lo que necesita es trabajar de forma
inmediata para vivir de forma mediata- entonces sí que hay mucho fracaso del sistema
educativo o de los profesores (pocas veces o nunca se habla del fracaso de los
profesores) Si por fracaso escolar entendemos no haberle dotado de las herramientas, de
las habilidades o de las estrategias necesarias para abrirse paso en la vida, en la suya
propia, entonces sí que existe muchísimo fracaso porque los métodos no han cambiado,
porque los profesores siguen enseñando lo mismo que hace montones de años y no se
enteran o más bien no se quieren enterar de que la “fiesta vital, socio-laboral ha
cambiado”, porque la innovación pedagógica sigue siendo algo ajeno a la escuela que
dice tener muy claro lo que hay que enseñar y transmitir.

Tengo para mí que “la cosa, el asunto del exitoso/estrepitoso fracaso” no está
tanto en los alumnos apáticos, desmotivados, que no quieren aprender (que sin duda los
hay, a montones, como los hubo antaño) cuanto en unos profesores (no todos, ni estoy
diciendo educadores) que siguen aún creyendo que “el siempre se ha hecho así o que
todo es lo mismo pero con distinto collar o envoltorio” tiene un valor de experiencia
incuestionable.

¿Saben dónde noto más el fracaso escolar…? Cuando voy a hoteles,


restaurantes, comercios y ves que el chico/a hace que toma nota y escribe sin saber muy
bien lo que hace y te trae las cosas equivocadas, tarda en darte una habitación porque se
le trastoca el ordenador y las letras, no sabe darte el cambio del dinero con agilidad, no
te atiende con atención y amabilidad porque “no está en lo que celebra”, tiene que
consultar a otro que está al lado y que parece un poquito más avispado; ese camarero,
cajera o dependiente que no sabe muy bien de qué le estas hablando o no entiende qué
le estás pidiendo porque la carta usa unas palabras que vaya usted a saber… Es entonces
cuando uno dice sottovoce: he aquí la muestra evidente de ese rampante fracaso
escolar…

Una clave para superar el éxito del fracaso

Por lo que me cuentan algunos venidos de la lejana Finlandia, allá el éxito


escolar o resultados positivos, no está tanto en la motivación maravillosa de los
alumnos, ni en la cantidad de ordenadores por aula, ni en una “ratio” baja de alumnos
por clase, ni en un sistema educativo (que también) que no ha cambiado en casi 40 años,
salvo las adaptaciones curriculares necesarias, pero que no está al socaire de los
vaivenes políticos..., sino en un sistema profesoral muy exigente, en unos profesores
que casi se molestan porque les paguen (y les pagan bien) por enseñar y de paso educar-
trabajar en algo que les gusta, para lo que se siente “vocados” y han sido
minuciosamente seleccionados. Hacen cursos, no ponen malas caras a propuestas
formativas nuevas, se organiza el sistema para que se renueven, no protestan porque un
viernes o un sábado tengan que ir desde Kiruna a Helsinki a hacer un curso; lo siente
como parte de su formación personal, de su trabajo bien remunerado ¡ah, he dicho la
palabra mágica: bien remunerado! Y que por todo ello tienen una consideración y
estima social magnífica, ganada a pulso.

Igualito, igualito que muchos que conozco...

¿Por qué nuestra sociedad no valora la labor docente y educativa como ese
trabajo imprescindible, vicario de familias y estado, y sin los cuales no podrían
construirse personas y ciudadanos con el suficiente grado de satisfacción y dicha? Un
día oí a un profe (él no sabía que estaba más que oyéndole, escuchándolo) muy
“bocacionado” él, por no decir muy bocazas: “Si a mí me llevasen el sueldo a casa,
protestaría, me parecería fatal, ¡quiénes se han pensado que son ellos para interrumpir
mi vida privada!” ¡Ah la vida privada de los profesores! ¡No hay derecho, oiga, no hay
derecho a pedirles uno o dos fines de semana al año para aprender algo! ¡Su vida
privada…! ¡Su sagrada vida familiar...! cuando no hay nada más público, más de todos
y para todos que ser profesor, que “profesar” unas firmes convicciones para ser
transmitidas, compartidas; pero, en fin, eso debe ser asunto de los que se siente y se
viven como educadores no más. Ser y sentirse y vivirse como educadores es otra cosa;
no escatiman esfuerzos, todo les parece poco y están dispuestos a la entrega y servicio
más apasionados... con derecho a quejarse también, claro. Quizás más que nadie.

Algún día les copiaré palabras y textos de Gabriela Mistral, que enseñaba
mucho y bien, que educaba mejor. Hoy déjenme que le transcriba un texto que he leído
hace poco de Ralph Waldo Emerson:

“Ganarse el respeto de las personas inteligentes y el cariño de los niños.


Apreciar la belleza de la naturaleza y de todo lo que nos rodea. Buscar y
fomentar lo mejor de los demás. Dar el regalo de ti mismo a otros sin pedir nada
a cambio, porque es dando donde recibimos. Haber cumplido una tarea, como
salvar un alma perdida, curar a un niño enfermo, escribir un libro o arriesgar tu
vida por un amigo. Haber celebrado y reído con gran entusiasmo y alegría, y
cantado con exaltación. Tener esperanza incluso en tiempo de desesperación,
porque mientras hay esperanza hay vida. Amar y ser amado. Ser entendido y
entender. Saber que alguien ha sido un poco más feliz porque tú has vivido. Este
es el significado del éxito”.
*

- Pero es que aún no has dicho cómo combatir -¿combatir?, ¡qué palabra, qué
lucha!- el fracaso escolar.

Cierto. Mi método (camino) no tiene nada que ver con las competencias al uso
(aunque si lo pienso y lo cotejo con las llamadas competencias actuales requeridas, sí
que tiene que ver, y mucho) porque va parejo al “inspirar confianza”. Si no se inspira
confianza ya puedes enseñar conocimientos fabulosos, técnicas practiquísimas y hacer
evaluaciones clarificadoras. Nada. Este pensamiento de B. Flanklin (1706-1790) me
parece de lo más certero:

“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo,


involúcrame y lo aprendo.”

Decir/olvidar. Enseñar/recordar. Involucrar/aprender. Uno se siente involucrado


cuando alguien te ha inspirado la suficiente confianza y seguridad vital para llevar a
cabo cualquier aprendizaje por arduo que sea. Cuando te involucran (experiencia) en el
aprendizaje, las garantías de éxito son mayores. Uno se ve comprometido, hacedor de su
propio aprendizaje, de su propia construcción personal, mental, psicológica y espiritual.

- Oiga, pero cómo voy a involucrarles en el aprendizaje del principio de


Arquímedes, la guerras púnicas, la lectura Quijote, la colonización o la función
de la fotosíntesis...
- ¡Ingéniatelas! Hazles cómplices, involúcrales; no seas tú el protagonista de ese
lento proceso del aprender/enseñar.

Lo demás, monsergas profesoriles, conocimientos que caen en mentes pre-ocupadas


en otros intereses, que parece escucharte sin oírte siquiera. Involúcrales, repito, y ya
verás qué pronto el fracaso deja de ser un éxito y cada pequeño triunfo termina siendo
un éxito pleno, generalizado. ¡Vaya, inscríbase, por lo que más quiera, a algún curso de
competencias, vaya a algún curso para aprender a aprender… de ellos, de sus
alumnos/as también! Si no hay una nueva actitud en los profesores, no podrá haber una
nueva aptitud en los alumnos. Esto es más cierto de lo que imaginarse pueda. Después
ya podremos hablar de otras cosas: de valores, de la personalidad, de la autoestima, de
inteligencia emocional, de competencia espiritual., de las diferentes inteligencias y
capacidades, de evaluación, de…

Como profesor, como educador, y, sobre todo, como persona: inspire confianza
y lo demás se le dará por añadidura. Pero tampoco espere que todos confíen en usted.
Tendrá muchos detractores, sobre todo entre sus colegas de claustro; no suelen soportar
muy bien que alguien “inspire confianza” y se lleve el reconocimiento de sus
alumnos/as y de las familias; el mejor antídoto contra esto es “crear comunidad
educativa”, que el proceso sea un propuesta “entre todos”, no vaya de “free lance”, no
se lo perdonan, justo por esto, porque la confianza que inspira les resulta muy molesta a
la desconfianza habitual, ontológica, en que ellos viven. No en todos, claro; siempre hay
que decir “no todos” porque generalizar no es justo...

Siempre me resultó muy consoladora la afirmación de Martín Buber: “Éxito no


es uno de los nombres de Dios”. Y si El no es capaz conseguir el éxito suficiente en
muchas situaciones, pudiendo, ¡cuánto menos yo que aún estoy en camino de aquello
que Jesús decía: sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto; qué osadía la mía!
Decidido: no aspiro al éxito total; a lo sumo me gustaría conseguir algunos pequeños
triunfos pasajeros, que quizá sumados, al final de los días, me den el éxito que ya no
saborearé.

José Antonio Solórzano Pérez


_____________

(*) Mi colega , la directora de la revista de Escuelas Católicas, Viky Moya, me


dice a cada nº que sale que esto que escribo no es una “editorial” al uso. Siempre le
respondo lo mismo:
- ¿Quién pretende escribir una editorial? Esta es una revista menos seria que la
tuya, por eso podemos permitirnos ciertas libertades.
Y reímos ambos.

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