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Cuando a los 15 años ¿tarde? descubrí el poema “If” (Si) de R. Kiplig, quedé
prendido y prendado por sus “condicionales”; lo aprendí de memoria y me lo recitaba a
mí mismo mientras subía y bajaba en bicicleta al colegio. Era tan iluso o más que ahora.
Fue uno de esos poemas en lo que yo creí y sobre los que intentaba forjar mi
personalidad incipiente. Y lo que es peor ¿o mejor?: sigo creyéndomelo.
Después, cuando supe más inglés, me di cuenta de que la traducción no era muy
exacta, aunque se parecía bastante al original. Tardé tiempo también en aprender que
“traduttore, traditore”. Pero quedaba su música; su música condicional y condicionante.
Doy por supuesto -¿o es mucho suponer?- que los lectores de la revista conocen
el poema, síntesis de muchas actitudes que te llevarán al “fracaso” de ser hombre.
Maravilloso fracaso éste que ya solo parece tener cabida en espíritus románticos y
soñadores de una “humanidad nueva”; sino nueva del todo, sí algo mejorada. De hecho,
matamos con más sofisticación, curamos tras haber experimentado en muchos coñejillos
de indias y ratas blancas de laboratorio, por no decir en muchos seres humanos, en
países enteros. Explotamos sin piedad a millones de niños por salarios ridículos;
matamos de hambre a millones de personas, hacemos guerras con “efectos colaterales”
donde ya solo mueren civiles y apenas hay desgaste militar, salvo en armamento;
plantamos transgénicos y desertizamos la tierra, producimos cambios climáticos con
una inteligencia productiva, sagaz y economicista… en fin, la “nueva humanidad” que
inventa gripes, vacunas, enfermedades y más remedios curativos, carísimos, alarmantes.
¡Éxito, éxito, éxito! ¡Calma! me digo a mí mismo, que yo también soy un
colaboracionista de medio pelo, sí; pero, abstencionista al fin y al cabo en muchos
momentos y situaciones.
Por eso hablar del fracaso escolar tiene un no sé qué de “éxito”. Está de moda.
Se escribe mucho sobre el tema, hay estudios comparativos en % de países y sistemas
educativos; se envidia a Finlandia -¡ah Finlandia, quién no se quedaría en casa a leer o a
estudiar o a…, con el frío que hace! ¡ah Finlandia y países limítrofes, cuánto alcohol,
cuánta violencia en alumnos, cuántos suicidios; lean, lean la literatura negra tan de
moda y verán que los idílicos países nórdicos lo son menos o son igual que todos…!;
¡ah la maravillosa educación nórdica!-; y se envidia a y nos comparamos con...
Comprenderán que si yo tuviera las respuestas a los porqués del fracaso escolar
estaría de ideólogo ministerial o más modestamente de las escuelas llamadas católicas.
Una vez socializada la enseñanza y con ella su intento de socializar la educación, somos
conscientes de lo que ha supuesto ampliar la edad de escolarización, y a cuyo logro ya
no podemos ni debemos renunciar; ampliada la enseñanza universitaria a cotas jamás
antes soñadas, siendo más extensibles los conocimientos de toda índole a través de la
mundialización de los conocimientos, teniendo unos acceso a saberes antaño reservados
a unos pocos…¿por qué el fracaso escolar es tan significativo? Sin duda, han cambiado
los estímulos y los intereses. Ya no estamos en una “sociedad en cambio” vertiginoso,
sino en un “cambio de sociedad” que no sabe muy bien hacia dónde se dirige. La
incertidumbre y (des)valoración ponderativa de lo que sabemos se ha inscrito en
nuestras vidas. El caldo de cultivo de dicha incertidumbre deja en suspenso el ánimo y
al ánima para aprender, para crecer, para buscar nuevas salidas al desarrollo personal y
social. ¡Total, ¿para qué...?!, dicen muchos jóvenes y no tan jóvenes.
Si por fracaso escolar entendemos tan solo no haber obtenido un título que te
abre puertas -a veces las cierra; cuántas veces hemos oí: “es que su currículo es superior
a lo que necesitamos”, cuando esa persona lo que necesita es trabajar de forma
inmediata para vivir de forma mediata- entonces sí que hay mucho fracaso del sistema
educativo o de los profesores (pocas veces o nunca se habla del fracaso de los
profesores) Si por fracaso escolar entendemos no haberle dotado de las herramientas, de
las habilidades o de las estrategias necesarias para abrirse paso en la vida, en la suya
propia, entonces sí que existe muchísimo fracaso porque los métodos no han cambiado,
porque los profesores siguen enseñando lo mismo que hace montones de años y no se
enteran o más bien no se quieren enterar de que la “fiesta vital, socio-laboral ha
cambiado”, porque la innovación pedagógica sigue siendo algo ajeno a la escuela que
dice tener muy claro lo que hay que enseñar y transmitir.
Tengo para mí que “la cosa, el asunto del exitoso/estrepitoso fracaso” no está
tanto en los alumnos apáticos, desmotivados, que no quieren aprender (que sin duda los
hay, a montones, como los hubo antaño) cuanto en unos profesores (no todos, ni estoy
diciendo educadores) que siguen aún creyendo que “el siempre se ha hecho así o que
todo es lo mismo pero con distinto collar o envoltorio” tiene un valor de experiencia
incuestionable.
¿Por qué nuestra sociedad no valora la labor docente y educativa como ese
trabajo imprescindible, vicario de familias y estado, y sin los cuales no podrían
construirse personas y ciudadanos con el suficiente grado de satisfacción y dicha? Un
día oí a un profe (él no sabía que estaba más que oyéndole, escuchándolo) muy
“bocacionado” él, por no decir muy bocazas: “Si a mí me llevasen el sueldo a casa,
protestaría, me parecería fatal, ¡quiénes se han pensado que son ellos para interrumpir
mi vida privada!” ¡Ah la vida privada de los profesores! ¡No hay derecho, oiga, no hay
derecho a pedirles uno o dos fines de semana al año para aprender algo! ¡Su vida
privada…! ¡Su sagrada vida familiar...! cuando no hay nada más público, más de todos
y para todos que ser profesor, que “profesar” unas firmes convicciones para ser
transmitidas, compartidas; pero, en fin, eso debe ser asunto de los que se siente y se
viven como educadores no más. Ser y sentirse y vivirse como educadores es otra cosa;
no escatiman esfuerzos, todo les parece poco y están dispuestos a la entrega y servicio
más apasionados... con derecho a quejarse también, claro. Quizás más que nadie.
Algún día les copiaré palabras y textos de Gabriela Mistral, que enseñaba
mucho y bien, que educaba mejor. Hoy déjenme que le transcriba un texto que he leído
hace poco de Ralph Waldo Emerson:
- Pero es que aún no has dicho cómo combatir -¿combatir?, ¡qué palabra, qué
lucha!- el fracaso escolar.
Cierto. Mi método (camino) no tiene nada que ver con las competencias al uso
(aunque si lo pienso y lo cotejo con las llamadas competencias actuales requeridas, sí
que tiene que ver, y mucho) porque va parejo al “inspirar confianza”. Si no se inspira
confianza ya puedes enseñar conocimientos fabulosos, técnicas practiquísimas y hacer
evaluaciones clarificadoras. Nada. Este pensamiento de B. Flanklin (1706-1790) me
parece de lo más certero:
Como profesor, como educador, y, sobre todo, como persona: inspire confianza
y lo demás se le dará por añadidura. Pero tampoco espere que todos confíen en usted.
Tendrá muchos detractores, sobre todo entre sus colegas de claustro; no suelen soportar
muy bien que alguien “inspire confianza” y se lleve el reconocimiento de sus
alumnos/as y de las familias; el mejor antídoto contra esto es “crear comunidad
educativa”, que el proceso sea un propuesta “entre todos”, no vaya de “free lance”, no
se lo perdonan, justo por esto, porque la confianza que inspira les resulta muy molesta a
la desconfianza habitual, ontológica, en que ellos viven. No en todos, claro; siempre hay
que decir “no todos” porque generalizar no es justo...