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Jennifer Duke

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ÉSTAS SON SUS ARMAS
Esta chica que dice llamarse Jennifer es otro
de los magníficos ejemplares del género más
femenino que existe. Y todas, más o menos,
adoptan o tienen nombres exóticos: Jennifer,
Vanesa, Dorothy, Lilian, etcétera. No se
concibe a una heroína de filme romántico, con
muerte final, llamándose Enmergarda, Dorotea
o Felisa. Ella no es heroína más que de las
pasarelas, y norteamericana por más señas.

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Gusta mucho de
tumbarse a la bartola
fingiendo el cansancio
de una batalla
interminable

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Jennifer Duke
U
bre musical.
n matisse o un
renoir deben
orlarse con un
magnífico mar-
co; una her-
mosa cabeza,
con un bonito peinado; y un cuer-
po modélico debe llevar un nom-

Nuestra Jennifer de hoy, tanto


monta, como las demás (seguro
que montan igual), también
adopta esa postura de mostrarnos
el final de la espalda torciendo la
cabeza hasta casi el desnuca-
miento. Porque la lógica, en la
exhibición de la belleza, no tiene
sentido. Sería más natural que el
fotógrafo se pusiera delante de la
bella, la bella mirara al fotógrafo,
y en tal talante saliera el pajarito
que nunca sale. También gustan
mucho de tumbarse a la bartola

fingiendo el cansancio de una ba-


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Nos muestra el final de la


espalda torciendo la

talla interminable, lo que debe de


ser cierto en la mayoría de los ca-
sos, ya que el hombre, como na-
die ignora, es incansable en las cabeza casi hasta el
batallas con otros hombres, pero
se agota y derrumba si la batalla
es con fémina de duros y prolon-
desnucamiento, porque la
gados propósitos.
—Jennifer, me altera tu carne
lógica no tiene sentido en
embustera.
—Ya empezamos.
la exhibición de la belleza
—Ah, ¿quieres que empecemos
ya?
—¿Pero es que los hombres no
sabéis hablar de otra cosa? Per-
dón, ¿no sabéis hacer otra cosa?

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—Los hombres, cuando esta-
mos con vosotras, parecemos

turbados. Y después de haber

Jennifer Duke
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Jennifer El hombre se agota y se


derrumba en lides con
Duke féminas de duros y
prolongados propósitos
como ésta

estado con vosotras, parecemos


aún más turbados.
—Los hombres os enfadáis con
nosotras sólo por un quítame allá
estas pajas.
—Preferimos enfadarnos a ma-
taros.
—A veces nos matáis.
—Sólo para quedar en paz.
—Si tenéis tan mal concepto de
nosotras, ¿por qué nos buscáis?
—Porque no hay otra cosa me-
jor
—¿Y peor?
—Cualquier cosa.
—¿Por qué no nos dejáis en paz
de una vez?
—Porque no nos gusta veros
llorar.
—Tú eres un cínico estúpido y
gilipollas.
—Las dos últimas cosas te las
perdono.
—En fin, con vosotros no hay na-
da que hacer.
—Y lo que hacéis, lo hacéis con
nosotros.
—Será mejor que
nos callemos.
—Sí, será mejor.
JOSÉ LUIS COLL

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