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CARMEN LAGOS

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Un monumento vivo
De niña prefería refugiarse en el estudio de un
escultor genial a enfrentarse a las áridas
materias colegiales. Aquel artista le enseñó a
dar forma con sus manos a su ideal de belleza,
sin ser consciente de que ella era el modelo
perfecto. Ahora, su cuerpo ya acabado de mujer
provoca revoluciones en los hombres.

92 interviú
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Es uno de
e llamas Carmen, co-
esos contados
mo la Virgen María, y ejemplos del

T
Lagos, como el de Sa-
nabria. Te llamas Car-
men, como los de Gra- buen gusto
nada, y Lagos, casi co-
mo Zilahy. Te llamas
Carmen, como tú mis-
físico, de la
ma. Y Lagos, como los
rodeados de tierra por todas partes.
paz y
De cualquier manera, Carmen, eres
un monumento a lo bien hecho, lo bienestar que
bien construido y bien acabado,
aunque seas tú quien pueda acabar
con cualquiera. Uno, que sufre to-
da su sola
dos los días la visión cercana de los
abundantes feos y feas; uno, que no
presencia
puede evitar el casi contacto coti-
diano de los muchos Picios que

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existen; uno, que va por la vida
buscando la belleza y sólo encuen-
tra, de cuando en cuando, retazos
de ésta; uno, que ya está harto de
arriesgar el ritmo cardiaco al trope-
zarse con la legión interminable de
los malhechos; uno, que ya no sabe

dónde meterse para huir de las infi-


CARMEN LAGOS

94 interviú
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Siempre mira a los


ojos como si fuera


nitas legiones de los deficiente-
un espejo lo que mente construidos; uno, digo y re-
pito, se siente aliviado y compen-
sado ante la presencia de tu anda-
tiene delante, mio y los bonitos detalles de tu
cabeza. Porque tú, Carmen, eres
porque a ella uno de esos contados ejemplos
del buen gusto físico, de la escul-

también le gusta turalidad elogiable, de la paz y


bienestar que da tu sola presen-
cia. Aunque, a decir verdad, no es
mirarse: sabe lo siempre paz lo que da tu figura,
sino una inevitable revolución in-
que tiene y cómo terna de todas las cavernas, volca-
nes y partes candentes que nos
acompañan. Da gusto mirarte. Es
lo tiene benéfico contemplarte y a la vez
notar la catastrófica revolución
que se va operando en los intesti-

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nos del paciente que te mira.
Carmen, eres Lagos, tía. Perte-
neces a uno de esos objetos que
nunca cansan la mirada. Lo mis-
mo da con poca ropa negra que
con poca roja. O hasta sin ropa. Y
otra cosa que me gusta de ti es que
siempre miras a los ojos. Pero mi-
ras como si fuera un espejo lo que
tienes delante, porque también a ti
te gusta mirarte, porque sabes lo
que tienes y cómo lo tienes. Me
encantaría saber cuál es tu com-
portamiento cuando estás sola.
¿Te miras? ¿Te hablas? ¿Qué te di-
CARMEN LAGOS

ces? ¿Te gustas? ¿Arreglarías de


alguna manera tu fachada? ¿Qui-
tarías o pondrías?
—Carmen, encantado de haber-
te conocido.
—Me encantaría poder decir lo
mismo.
—Dilo.
—No me gusta mentir.
—Entonces, ¿cómo vives?
—Como puedo, pero más como
quiero.
—La verdad es que si te miro fi-
jamente, me pongo nervioso.
—No eres el único.
—Pues estaba equivocado.
—Los hombres siempre os equivo-
cáis. Y cuando queréis rectificar,
os equivocáis
—¿Estás enamorada?
—No encuentro de qué.
—Hablas como una experta en
amargura.
—Soy mujer.
—Pues no dejes de serlo nunca.
—Así lo haré, con
vuestro permiso.
—Lo tienes.
—Gracias.

JOSÉ LUIS COLL

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