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Por su parte los filósofos idealistas afirman que la conciencia se desarrolla de sus
fuentes internas y que por ello puede ser comprendida exclusivamente a partir de sí
misma. El materialismo dialéctico, por el contrario, parte de que la conciencia no
puede ser considerada aisladamente de los demás fenómenos de la vida social. La
conciencia no está encerrada en sí misma, sino que se desenvuelve y cambia en el
proceso de evolución histórica de la sociedad; aunque la conciencia se remonta en
su genealogía a las formas biológicas de la psique, no es un producto de la
naturaleza, sino un fenómeno socio-histórico. No es en el cerebro como tal donde
radican las causas por los que surgen en el hombre las sensaciones, los
pensamientos y los sentimientos. Por sí mismo, y como órgano independiente, el
cerebro no puede pensar. Le enseña a hacerlo la sociedad. El cerebro deviene en
órgano de la conciencia solo cuando el hombre se ve arrastrado en la vorágine de la
vida social; cuando actúa en condiciones que nutren al cerebro con los jugos de la
cultura, que lo obligan a funcionar en una dirección determinada por las demandas
de la vida social y le orientan cómo plantear y resolver los problemas del individuo,
y de la sociedad. El materialismo dialéctico expone que la conciencia es una
propiedad no de cualquier materia, sino de la materia altamente organizada, y que
está vinculada a la actividad del cerebro humano.
Como subrayan los fundadores del marxismo, la conciencia jamás puede ser otra
cosa que la existencia hecha conciencia, y la existencia (el ser) de los hombres es
un proceso real de su vida. La concepción materialista dialéctica de la conciencia se
basa en el principio reflejo, es decir, de la reproducción psíquica del objeto en el
cerebro humano en forma de sensaciones, percepciones, representaciones y
conceptos. El contenido de la conciencia está determinada, a fin de cuentas, por la
realidad circundante, y su sustrato material, su portador, es el cerebro.
Es evidente que no puede existir ninguna vida espiritual sin el cerebro, sin los
conductos que lo vinculan al mundo. Por consiguiente, el análisis del problema de la
conciencia, de sus peculiaridades y su origen, de su conexión con el cerebro,
confirma la justeza del postulado marxista-leninista sobre la esencia del reflejo y el
carácter socio-histórico de la conciencia.2
Se conoce también que las leyes de Esparta y de la Antigua Roma, incluían medidas
sobre el exterminio durante la infancia de los niños severamente retrasados. En
contraste con esta actitud, los líderes religiosos asiáticos, de los que son
exponentes el reformador de la religión persa Zoroastro (628-551 a.n.e.) y el
filósofo chino Confucio (551-479 a.n.e.), abogaban en sus enseñanzas por un
tratamiento humano para los retrasados mentales.
Hacia finales del siglo XIV y principios del xv, se conjugaron una serie de factores
que contribuyeron a incrementar el desarrollo científico frenado durante tantos
años, y se inició la época del Renacimiento. Entre esos factores está el comercio
entre los pueblos de la cuenca mediterránea, que contribuyó al fácil acceso de
información y al inicio del movimiento humanista. Todo esto se unió a la posterior
aparición de la imprenta, el descubrimiento de nuevos continentes, el surgimiento
de la clase media y el movimiento de la reforma (Lutero y otros) –que desafió la
autoridad de la iglesia católica- brindaron nuevos horizontes para la ciencia, donde
el ser humano se constituye en objeto de estudio, a partir de las propias
observaciones y experiencias del hombre.
El RM era considerado como una forma de locura o insania hasta 1689, en que John
Locke (1632-1704), filósofo y médico inglés, establece por primera vez una clara
distinción entre esta y otras enfermedades mentales, lo cual contribuyó
naturalmente a la profundización del conocimiento.
El siglo XVII se caracterizó por una serie de logros sin precedentes en el campo de
la literatura, las artes, la filosofía y la ciencia, consecuencia de la interrelación entre
los numerosos factores señalados anteriormente (humanismo renacentista,
descubrimiento del nuevo mundo, la reforma). Esto hizo posible que durante ese
período, el enfoque de las enfermedades mentales comenzara a despojarse de la
superstición y de los enfoques dogmáticos. Se sentaron así las bases para la ciencia
moderna.
La Revolución Francesa (1789) con su proclamación de igualdad, libertad y
fraternidad entre los hombres, constituyó un acontecimiento de gran importancia.
Sus ideas humanistas alcanzaron a los enfermos mentales, pues a partir de este
momento comenzó a considerárseles como pacientes desde el punto de vista
médico y a tratárseles como tales. Quien inició esta transformación fue el médico
francés Philipe Pinel (1745-1826), cuando liberó de sus cadenas a los pacientes del
hospital de Bicetré en 1793, elevándolos a la categoría de enfermos. (En relación
con este hecho existen discrepancias. El historiador de la
psiquiatría Schmitz plantea que los primeros en desencadenar a los pacientes e
iniciar un tratamiento adecuado fueron los médicos de Valencia en 1409, donde
predominaba una tradición más humanitaria en cuanto al trato de los pacientes.)
Schmitz refiere que el manicomio de Valencia, construido a principios del siglo xv,
gozaba de prestigio por su excelente dirección y métodos clínicos. Este manicomio
fue destruido por un incendio en 1545, y posteriormente, se construyó un nuevo
hospital, donde incluso había un departamento especial para niños. Sin embargo,
para no iniciar polémicas, lo generalizado en Europa hasta la época de Pinel, era la
represión y segregación de los enfermos mentales y no su tratamiento.
Como consecuencia del auge científico y del status que comienza a otorgársele a
estos enfermos, hacia finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, se conocen
numerosos intentos de clasificar las enfermedades mentales (Boisser de Sauvages,
1763; Cullen, 1777; Esquirol, 1838; Morel, 1862; Kalbhaum, 1863), hasta llegar a
las clasificaciones modernas.4
Pero antes de llegar a esas clasificaciones, es necesario mencionar numerosos
aportes al pensamiento científico durante el siglo XIX, que de una u otra forma,
contribuyeron al esclarecimiento de las enfermedades mentales.
Uno de los aportes más importantes fue el del médico francés Antoine Boyle (1799-
1858), quien descubrió que la parálisis general progresiva tiene una causa
orgánica, al hallar lesiones anatomopatológicas en los cerebros de los pacientes
afectados por esa enfermedad.4
Por otra parte, hacia finales del siglo XIX surge la psicología como ciencia
experimental con el alemán Wlhelm Wundt (1832-1920). Al margen de la
psiquiatría y de la neurología como ciencias se produjeron otros avances científicos
que contribuyeron también a la profundización del conocimiento sobre el ser
humano, entre ellos: la teoría de la evolución de las especies, el naturalista
inglés Charles Darwin (1809-1882); el perfeccionamiento de las técnicas
microscópicas que contribuyó al desarrollo de la microbiología; la histología y la
embriología; los progresos de la química, que permitieron el desarrollo de la
bioquímica; el desarrollo de la neurología, y muchos otros.
Como ya se señaló, a finales del siglo XIX y principios del XX, se sentaron las
pautas para el surgimiento de la era moderna de la ciencia. La gran abundancia de
los datos existentes creó la necesidad de hacer una clasificación y generalización de
las numerosas formas de descripción de las enfermedades mentales. La tarea fue
abordada por Emil Kraepelin (1856-1926), psiquiatra alemán. En relación con el RM
la importancia de su trabajo es fundamental, ya que fue él quien introdujo en 1915
el término de oligofrenia; denominación bajo la cual agrupó esta anomalías de
diferentes etiologías y cuadros clínicos, cuyo denominador común radica en el
insuficiente desarrollo de la psique en general, asociado a un insuficiente desarrollo
intelectual de diferentes grados de profundidad.5
Así a finales del siglo XIX después del fracaso de las pobres tentativas de
optimismo filantrópico y humanitario con respecto a la educación y a la reinserción
de los discapacitados a esta; cuando la expresión del individualismo más tenaz, el
conservadurismo, el fariseísmo social, la moral del éxito y la apología del poder
físico alcanzan su cuota más alta, a partir de 1870, los disminuidos mentales son
recluidos en instituciones de asilo y custodia. Para unos, se trataba de preservarles
de las atrocidades derivadas de la competitividad y de la guerra social; para otros,
de proteger a la sociedad de la presencia de los discapacitados, ya que la falta de
control proveniente de su debilidad mental constituía en los hombres una
permanente amenaza de degradación y degeneración y, en las mujeres, una
continua ocasión de extender el vicio y mala moral. En las actas de las Conferencias
Nacionales de EE.UU. sobre obras de caridad y corrección, y en los informes de la
Real Comisión Británica de principios de siglo,5 hasta la primera guerra mundial,
referencias de este tipo son frecuentes y reiteradas. Esta solución se prolonga, más
o menos, hasta la segunda mitad del siglo XX, donde en América, bajo la iniciativa
de John F Kennedy, a través del comité presidencial para el RM, y en Europa, bajo
el influjo de los renovadores modelos escandinavos, se reorienta el problema de la
deficiencia mental hacia una filosofía normalizadora y de integración. Y es aquí, de
nuevo, en el marco de orientación acerca de qué caminos seguir, donde resurge,
aunque desdibujada, la esperanza. Por primera vez aparece el deficiente mental,
como tal deficiente pero en su condición general de hombre, exigiendo desde esa
condición, las conclusiones prácticas que corresponden a su dignidad humana. La
preocupación por los programas de contenido social, la extensión de la seguridad
social, la amplitud de los servicios sociales desde la segunda guerra mundial, etc.,
de un lado, y últimamente la evolución de la doctrina de los derechos humanos por
el otro, han venido a reforzar esta concepción.
La vida del discapacitado mental debe discurrir por una vía más natural, como la
del resto de sus conciudadanos, lo menos restrictiva y lo más enriquecedora
posible. Los servicios especiales, de naturaleza y orientación segregadora, deben
ser eliminados o reducidos al mínimo indispensable.
El primer intento en este sentido data de finales del siglo XVIII. En 1798 un grupo
de cazadores encontró en las proximidades de Aveyron (Francia), a un niño
adolescente en estado salvaje, el cual fue enviado a Jean Itard (1775-1838) médico
jefe de la institución para sordomudos de París. Durante 5 años Itard trabajó
pacientemente con el niño y pudo demostrar un mejoramiento en su conducta
social. Esta experiencia constituye el eslabón inicial en el intento de educar a un
deficiente mental.
Si bien durante el siglo XIX se dieron los primeros pasos en el intento de educar en
circunstancias de RM, estos esfuerzos hacia la segunda mitad de este siglo
perdieron auge, ya que las promesas iniciales de Guggenbuhl y Seguín, acerca de la
total recuperación de esos individuos, decepcionaron a muchos. Esto hizo que el
interés inicial por crear instituciones con el fin de rehabilitar y educar a los sujetos
portadores de esta discapacidad cambiaran, y esas instituciones se vieran más bien
como vías para aislarlos de la vida de la comunidad.
Jean Ettiene Esquirol (1772-1840), médico francés trató de construir algún sistema
o método que le permitiera clasificar los diferentes grados y variedades del RM.
Llegó a la conclusión de que el criterio más confiable era el uso que el individuo
hiciera del lenguaje y a partir de esa idea hizo su clasificación que, lógicamente no
es válida, pues no siempre un trastorno del lenguaje tiene que ir asociado a una
deficiencia intelectual.
Seguín, ideó el llamado método fisiológico; creó una serie de técnicas que
constituían una ejercitación intensiva acerca de la discriminación sensorial y del
desarrollo del control motor. Posteriormente algunas de sus técnicas pasaron a
formar parte de pruebas, como es el caso del conocido Tablero de Seguín.6
Quedaría sin dudas endeble esta ilustración si no hiciéramos referencia a uno de los
científicos más connotados en el campo de la psicología y la defectología, LS
Vigotski. Creó a partir de una base marxista-leninista una escuela que constituye el
soporte de la enseñanza especial en el mundo. Indiscutiblemente, sus criterios y
puntos de vista, lo identifican como uno de los pensadores más claros y
progresistas en esta disciplina; y lo convierten en un precursor de los logros, y de
la evolución hacia formas de trabajo más optimistas en la educación de niños
deficientes, que garanticen el cumplimiento efectivo del fin fundamental de la
educación especial en nuestros días: lograr la total, plena y activa integración social
de las personas deficientes.
Por otra parte, la propia acción del defecto siempre resulta ser secundaria, indirecta
o refleja, el niño no siente directamente su defecto, él percibe las dificultades que
resultan del defecto. La consecuencia directa del defecto es el descenso de la
posición social del niño; el defecto se realiza como “una luxación social”. La
minusvalía de los órganos, que conduce a la compensación, crea una posición
psicológica peculiar para el niño. A través de esta posición y sólo a través de ella el
defecto influye en el desarrollo del niño. Este complejo psicológico se denomina,
sentimiento de minusvalía. Dentro del “defecto-compensación” se incluye un tercer
miembro, el sentimiento de minusvalía. El defecto da lugar a la compensación no
directa, sino indirecta, a través del sentimiento de minusvalía originado por ella.
Por eso, la lucha contra el sentimiento de minusvalía es el punto primero y
fundamental de toda la educación.(sic) 10
Vigotski, señaló además que la voluntad, esta palanca de todas las capacidades,
está ausente en el niño retrasado mental. Ninguna de las capacidades intelectuales
puede considerarse absolutamente ausente en ellos; pero no tienen la habilidad de
aplicar libremente sus capacidades a los fenómenos de carácter moral y abstracto.
Les falta la libertad de la cual se origina la libertad moral. Físicamente él no puede;
intelectualmente él no sabe; psíquicamente él no desea. Él podría y sabría si solo
quisiera, pero todo el infortunio reside en que él, ante todo no quiere. La segunda
diferencia cualitativa consiste en que el niño deficiente mental piensa de un modo
más concreto y visual que el niño normal.8
A modo de conclusión planteó que la educación en estos niños entraña las mayores
dificultades en comparación con los ciegos y los sordos. En los niños con RM está
dañado el aparato central, su fondo de compensación es pobre y las posibilidades
del desarrollo, con frecuencia, están muy limitadas en comparación con los niños
normales, para la educación del retrasado mental ligero es necesaria la variación
cualitativa del propio contenido del trabajo de enseñanza. El proceso de
compensación puede tener una salida diferente que depende de la gravedad del
propio defecto, del fondo de compensación, es decir de las riquezas de los órganos
y funciones del organismo incorporados para compensar el defecto, y por último de
la educación, es decir, de cualquier dirección consciente dada a este proceso. Si la
compensación no se logra, tenemos generalmente ante nosotros a un niño muy
enfermo, ostensiblemente anormal y gravemente deficiente. Si la compensación se
logra, esta puede llevar a la formación de las funciones compensadoras y a la
manifestación de las capacidades. Con mucha frecuencia observamos los grados
medios de la compensación y un mayor o menor acercamiento al tipo social
determinado de la personalidad; en este caso tenemos un niño normal socialmente
válido y apto para el trabajo.
En relación con la filogénesis Vigotski vuelve a señalar que está totalmente claro
que las funciones psíquicas superiores (el pensamiento conceptual, el lenguaje
racional, la memoria lógica, la atención voluntaria, etc.) se formaron en el período
histórico del desarrollo de la humanidad y que deben su surgimiento no a la
evolución biológica que formó el biotipo del hombre, sino a su desarrollo histórico
como ser social. Solo en el proceso de la vida social colectiva se crearon y
desarrollaron todas las formas superiores de la actividad intelectual propias del
hombre. De este modo, de la conducta colectiva, de la colaboración del niño con las
personas que lo rodean y de su experiencia social, surgen las funciones superiores
de la actividad intelectual.8
Marco teórico
Este primer enfoque tenía orientación estadística innegable, ya que la presencia del
RM se daba cuando existían dos desviaciones típicas por debajo de la norma en la
sociedad -aproximadamente un cociente de inteligencia (CI) por debajo de 70. Esto
suponía, en su época un avance importante; se podía disponer de herramientas que
objetivaran lo que a “ojos de vista” era evidente como limitación de una persona.
En esos momentos no se podía plantear objeciones de tipo cultural, social o
educativo a este revolucionario enfoque. En el desarrollo evolutivo de la definición y
clasificación del RM, podemos destacar algunos hitos de especial interés.
Solo dos años después (1959),11 la quinta edición incluye otro notable avance en
el concepto. La introducción formal de un criterio de conducta adaptativa en la
definición, supone el cambio hacia las nuevas concepciones, en las que el
desempeño personal ya no se ubica exclusivamente en el rendimiento ante pruebas
estandarizadas y de una etiología determinada; sino que comienza a tenerse en
cuenta la capacidad personal de adaptarse a las condiciones que le impone el medio
en que se desenvuelve. Podríamos decir que se le imprime un carácter “ecológico”
a la definición del retraso mental.
Esta definición supone tres cambios fundamentales con respecto a las anteriores:
Esta nueva definición nos sugiere una serie de reflexiones que favorecen una mejor
comprensión del cambio en el concepto de RM.
En primer lugar hay que destacar el tiempo que se ha invertido para llegar a la
actual definición y que la propia AARM no da como cerrada y válida, sino que abre
un período de transición para una nueva definición, que ajuste positivamente los
claroscuros de la actual. Esto nos revela nuestra propia incapacidad, lo que nos
sitúa en la misma circunstancia de las propias personas sobre las cuales queremos
definir un estado que los “diferencia del conjunto social”. En segundo lugar, no se
encuentran los términos que designen satisfactoriamente al individuo; ya que el de
RM, posee un matiz estigmatizante; actualmente se emplean términos como los de
discapacidad psíquica, deficiencia mental o de la inteligencia. Además la propia
dimensión de la definición se expande cada vez más, por la intención de
esclarecerlo; esto conlleva una complejidad mayor, en la que intervienen matices
que entorpecen la comprensión.13
El nuevo paradigma del RM así como otras visiones de la discapacidad, que imperan
en los países latinoamericanos y que podríamos denominar como teorías que
mediatizan la realidad, no se pueden apreciar en su justa influencia sin analizar la
realidad socioeconómica de América Latina, continente de enormes contrastes
físicos, culturales, sociales y económicos. Aunque es arriesgado generalizar,
recientes estudios de la realidad americana hablan de porcentajes elevados de
desocupación, pobreza y miseria, de incremento de los índices de analfabetismo, de
aumento de la migración del campo a las urbes, del retroceso en el porcentaje de
servicios públicos cubiertos para las poblaciones urbano-marginales y rurales, y
esta tendencia no parece corregirse a corto plazo. La situación se va agravando por
la introducción de la corriente de globalización mundial y de libre comercio, según
este panorama la realidad de las discapacidades conlleva que algunos gobiernos
releguen a segundo o tercer plano las inversiones necesarias para enfrentarlas,
porque siempre habrá otros temas que consideren más prioritarios. Cuando se
escucha en países nórdicos que la visión de normalización es la más adecuada para
personas con discapacidad y que esto requiere de atención individualizada
generalizada o intermitente, y se compara ese postulado con la realidad de una
escuela especial en zona, rural, de los países latinoamericanos donde una profesora
atiende a más de 27 alumnos especiales como regla general, no queda más que
esbozar una sonrisa, y repensar en cómo los paradigmas se pueden adaptar de
manera eficaz y práctica a la realidad latinoamericana, contando con las
potencialidades de la propia comunidad. Esto no representa un desconocimiento de
la validez y necesidad de las visiones teóricas, sino un estímulo para aunarlas, con
un adecuado desarrollo social y una mayor solidaridad Norte-Sur.13
Ahora especificaremos cómo han sucedido los cambios con algunos ejemplos
después de la última definición realizada en 1992 (Concepciones, paradigmas y
evolución social de las mentalidades sobre la discapacidad.[Ponencia], Madrid: II
Seminario sobre discapacidad e información. Documento 14/92, Real Patronato;
1992. p.77):
México, separado por el Río Grande de los EE. UU., tiene más contacto y
relación con el coloso del Norte, que otros países americanos. Esto explica la
influencia del nuevo paradigma en la Confederación Mexicana. CONFE
considera que este paradigma dinamiza y dignifica a las personas con
discapacidad intelectual, y que les permite unificar criterios para el
diagnóstico, identificando claramente las capacidades y debilidades de estas
personas para prestarles los apoyos necesarios. La federación ha realizado
una difusión nacional del nuevo concepto a través de los distintos medios de
información. Es importante apreciar cómo han coordinando este paradigma
con el concepto de integración.