Está en la página 1de 8

NO TODO LO QUE DUELE ES UNA LECCIÓN

“Esto te lo ha puesto la vida para darte una importante lección” “Con el tiempo verás esto que ahora te
causa dolor como un aprendizaje” “puedes verlo como un problema o verlo como una enseñanza” y
otras frases de mierda similares se repiten en internet, libros de autoayuda y consultas llenas de
psicología de panfleto.

Es cierto que el ser humano, cuando vive algo duro y difícil, suele aprender lecciones valiosas de ello, a
no ser que seas imbécil. Es complicado experienciar algo de mucha intensidad emocional y relevancia en
nuestras vidas y no sacar algunas lecciones importantes de ello, y es que el aprendizaje humano está
mediado por el impacto de cómo nos hace sentir y nos afecta de forma directa lo que nos ocurre.
Vamos, que no aprender de experiencias intensas y duras es inevitable, lo cual está genial, pero creo
que eso es romantizar y deformar mucho el proceso de cómo vivimos algo doloroso y profundamente
desagradable.

Pedirle a alguien que lo vea como una oportunidad o como algo positivo, es sencillamente cruel y poco
empático por un lado, y reduccionista y simplista por otro, ya que sólo estamos quedándonos con la
parte del aprendizaje obviando su coste y malestar implícito en la misma experiencia. No sólo es
aprendizaje y ya, ni tampoco es la única forma de aprender: El amor o el vínculo seguro también es un
profunda enseñanza, o el profesor que te motiva fácilmente o sentirte comprendido y arropado por
alguien. No, no todas las enseñanzas van acompañadas de sufrimiento ni sólo aquello que es doloroso
es una lección importante o real.

¿Cuántas toneladas de autoayuda y mindfulness hemos tragado para engendrar esa necesidad maniaca
de encontrarle a todo una enseñanza? Creo que se trata de un mecanismo profundamente neurótico, ya
que trata de alguna manera de edulcorar los momentos difíciles de la vida y de automanipularnos
resignificando la realidad ante un miedo profundo a aceptar el dolor y el malestar que caracteriza a
muchas experiencias que también forman parte de la vida. No saber aceptar y reconocer el dolor, junto
con las emociones desagradables de tristeza, rabia, ansiedad, miedo o culpa que le acompañan, es no
saber aceptar la propia naturaleza de la existencia y de la vida.

El dolor a veces, es simplemente dolor, no purifica, no nos hace mejores, solo daña. Hay experiencias
que nos desbordan y nos quiebran en las que no podemos hacer nada con ellas en un primer momento
(el darle un sentido o recolocarlas es algo que viene después), como un niño abusado, la traición
profunda, la pérdida de un hijo o el sufrimiento de la enfermedad. También, a veces necesitamos ayuda
profesional para poder sacar esas lecciones y poder recolocarlas, por lo que no podemos hacerlo todo
solos. No todo depende de nosotros ni de cómo lo enfoquemos, hay veces, que la realidad es
simplemente, como es, y es aversiva y desgarradora en sí misma.

Las consecuencias colaterales de una experiencia no son lo que definen la propia experiencia en sí, y
desde luego, a alguien que está pasándolo mal pedirle que lo mire con una perspectiva alejada de su
propia vivencia es algo totalmente imposible. Es precisamente pasar por el dolor y superarlo, es
atravesar el malestar y luego poder verlo con perspectiva lo que nos permite aprender esas lecciones.
Necesitamos pasarlo para aprenderlo, pero mientras lo estamos haciendo, el dolor es tan intenso que
no hay espacio en nosotros para poder sentir otra cosa más allá del mismo.

Estos aprendizajes y lecciones tampoco evitan el dolor o el malestar, simplemente son otra cara de la
moneda, y no podemos negar una para quedarnos con otra, pues sería negar la mitad de la realidad.
Hay aprendizaje sí, pero también sufrimiento y jodienda a espuertas. Así que por favor, dejen de joder y
de decirle a gente cómo tiene que vivir las cosas. Dejen de retorcer la realidad desde el miedo o el deseo
infantil de control sobre cómo nos afectan las cosas. Dejen de culpabilizar a las personas por algo tan
normal como pasarlo mal cuando nos ocurren putadas.

“Lo que es, es” que decía Fritz Perls en su obra Sueños y Existencia, y a veces, el dolor y lo terrible, es
simplemente eso: brutal y descarnado. Y en esos momentos necesitamos más compasión y empatía que
lecciones, cuando pasemos la crisis, cuando curemos las heridas, ya habrá tiempo para aprender, y ni a
pesar de esos valiosos aprendizajes, difícilmente nos alegraremos al 100% de haberlo vivido, más de una
vez, le he pedido a Dios ser ignorante y no aprender una puta mierda, por una buena temporada.
ANHEDONÍA Y APATÍA

Levantarse sin ganas, no tener fuerzas, incapacidad para disfrutar, sentirse vacío, saber que algo te
gusta, pero ser incapaz de poder hacerlo, todo pesa, todo supone un esfuerzo, tanto, que incluso
cuando lo haces eres incapaz de disfrutarlo, aun sabiendo que eso que haces, te gusta.

Quizás esta es la mejor descripción que puede hacerse de la Anhedonia y la Apatía, síntomas
característicos de la depresión, pero que pueden darse sin el “paquete completo” (tristeza,
desregulaciones biológicas…). Concretamente, el significado de la palabra anhedonia es la de la
incapacidad de sentir placer o disfrute, y la apatía hace referencia a un cansancio general y una
sensación de falta de energía para poder desempeñar actividades y obligaciones.

También puede darse una “apatía emocional” basada en la incapacidad o disminución de la capacidad
de demostrar emociones, una especie de indiferencia y falta de empatía, que viene de ese cansancio,
para cualquier cosa, incluido sentir o preocuparse por algo.

Pero creo que este tipo de descripciones, frecuentes en la psicología imperante, y basadas en describir
qué es la apatía y la anhedonia (o el síntoma/diagnóstico que sea) nos ayuda poco a entender por qué
ocurren y cuál es su función, algo cuyo entendimiento es clave para poder plantear su tratamiento y
solución y también para no culpabilizarnos o estigmatizarnos por ello (algo que como veremos más
adelante, es un aspecto crucial)

Existen diferentes tipos de explicaciones, pues en este, como en tantos otros temas, las diferentes
corrientes de psicología presentan posturas distintas en función le den más valor a un aspecto u otro.
Así para los aspectos más psiquiátricos y biologicistas el aspecto fundamental es el déficit de serotonina,
una sustancia que tiene mucha importancia en la regulación del sueño, del deseo sexual, en la
motivación y en la energía que sentimos tener. Con todo, como en cualquier explicación de éste tipo, no
da una explicación clara de por qué aparece un descenso en esa sustancia, y es que es importante
entender que ver que algo ocurre no es saber por qué ocurre.

Es por esto por lo que, desde modelos más psicológicos o mentalistas, abogamos que el resultado de lo
que ocurre bioquímicamente en nuestro cerebro no es lo que determina la forma en la que
funcionamos, sino más bien al contrario, cómo vivimos la vida provoca cambios en nuestra química
cerebral (de la misma forma que cómo como provoca cambios en mi metabolismo y procesos
digestivos). Con todo, creo que es importante entender la influencia de los aspectos biológicos pero sin
caer en el reduccionismo de explicarlo todo en base a éstos, sino entenderlos sólo como un resultado de
un proceso más complejo o un modulador de algo que ocurre. También es importante a la hora de
entender el papel fundamental que pueden jugar los antidepresivos, que actualmente los más
frecuentes son los Inhibidores Selectivos de Recaptación de Serotonina (ISRS) como el Motiván, el
Prozac o el Escitalopra, que ayudan a aumentar los niveles de este neurotransmisor para que tengamos
más energía y ganas de hacer cosas, algo que puede ayudarnos a arrancar y ponernos en marcha, lo que
es muy positivo aunque no sea toda la solución del asunto.

Desde los modelos conductistas, que es el tipo de psicología más implementada en casi todos los países
del mundo, que todo lo que dice es cierto, pero, en mi humilde opinión peca de miope y de quedarse
sólo en la superficie de lo evidente y visible de procesos complejos, la apatía y la anhedonia vendrían
sobre todo como resultado de dejar de hacer cosas. Algo así como la “no actividad lleva a la no
actividad”, y que cuando una persona deja de verse activa y de disfrutar de cosas, de tener experiencias
agradables, poco a poco se va a apagando y parando, de forma que pierde esa inercia conductual que le
hacía moverse sin esfuerzo y cada vez todo le cuesta más y más. Siendo esto un fenómeno fácil de ver
en cualquier persona con depresión o que se va aislando, explican poco qué llevó a esa persona a ir
haciendo cada vez menos cosas (no creo que nadie decida tirarse en un colchón y mandar todo a tomar
por culo porque sí) y en su intento de solución, lo que denominan “activación conductual” y que
consiste en volver a hacer cosas y activarse, sea haciendo deporte o volviendo a hacer cosas, sobre todo
que antes me gustasen, aunque sean “sin ganas”, para sí, poco a poco volver a poner la cosa en marcha,
creo que no tienen en cuenta algo básico: ¿cómo me pongo a hacer cosas si no tengo energía? ¿Si no
disfruto con ellas porque las hago “obligado” tendré motivación para ello? ¿realmente recupero ese
“tener cosas agradables” en mi vida si estoy anhedónico?

No dudo tanto en que sea afectivo, sino en si una persona con una apatía y anhedonia grande, será
capaz de hacerlo. También, que volver a ponerse en marcha, me parece sólo paliar el síntoma, y no ir a
la raíz del asunto: lo que me hizo pararme.

Y es que, si bien algunas veces es circunstancial: un duelo, una baja médica o similares, la mayoría de las
veces las personas dejan de hacer cosas y se paralizan fundamentalmente por 3 motivos: falta de
sentido de vida, autoexigencia y autocrítica o autoabandono.

En la primera, como falta de un propósito vital aparece un vacío existencial en el que como nada tiene
un significado profundo paso a tener un desinterés y desgana con todo. Es importante por tanto no
poner a la persona a retomar las cosas que hace, porque rápidamente volveremos al mismo punto, sino
a ayudarle a buscar sus propias contradicciones y descubrir cuál es un sentido de vida honesto y
significativo para sí mismo y qué le da miedo de aplicarlo en su día a día.

En la segunda, que actualmente es la más frecuente, la persona está todo el día poniéndose estándares
que tiene que alcanzar, en búsqueda de una serie de logros con los que construirse una falsa y frágil
autoestima, a fin de tapar con esos éxitos y fortalezas lo que no acepta de sí mismo. Esto le lleva a una
gran presión en todo lo que hace y a un automachaque continuo que acaba destrozando a cualquiera y a
generar un miedo al fracaso que dejamos de intentar cualquier cosa, sabedores de que estaremos tan
pendientes de hacerlo bien que no disfrutaremos de la experiencia y se nos convertirá en un difícil y
estresante examen.

Para solucionar esto, desarrollar una serie de respuestas autocompasivas, frenar nuestra voz autocrítica
y entender por qué nos sentimos poco válidos para poder cambiarlo son elementos fundamentales en el
tratamiento.

En la tercera, la persona decide abandonarse, bien porque es consciente de que nunca conseguirá
hacerlo del todo bien en base a esos criterios perfeccionistas y exigentes, o bien porque ha sido una
persona poco cuidada a lo largo de su vida, lo que le lleva a no sentirse importante ni responsable de su
autonomía y dolor. Éste autoabandono le lleva a pasar de todo y no implicarse con nada, algo que sólo
se revertirá si aprende a ver su malestar y a conectar con su deseo y responsabilidad de hacerse cargo
de sí mismo.

ESOS CACHONDOS DE RECURSOS HUMANOS

Hace tiempo que llevo viendo algunas noticias que son para mear y no echar gota. Se trata de iniciativas
pioneras por parte de los departamentos de recursos humanos de empresas muy pioneras como
Amazon, cuyos operarios que trabajan a destajo tienen cada hora de trabajo un “descanso” de 60
segundos en el que su ordenador bloquea lo que esté haciendo y aparece una “afirmación positiva” de
60 segundos mientras se invita al empleado a respirar profundamente y repetir una serie de palabras
para reducir el estrés.

Otras, impulsadas por este nivel de creatividad, han postulado por la existencia de un nuevo puesto de
trabajo: El jefe del buenrrollo en la empresa. Te juro, querido lector que no te estoy vacilando, puedes
buscar la noticia en la web del diario El Economista, que fue donde yo la leí mientras se me quedaba el
culo torcido de la impresión, el caso es que se se trata de un cargo cuya función no es otra que la de
velar porque todo el mundo esté feliz en la empresa, haya risas, organizar eventos entre los empleados
y que haya buenas vibras.

En la misma línea y sin caer en lo ridículo, encontramos otras iniciativas frecuentes como las empresas
que organizan charlas con psicólogos, coachs y otros “expertos” de desarrollo motivacional para que
organicen talleres de mindfulness, charlas motivacionales y otro tipo de actividades para dotar a sus
empleados de herramientas para gestionar el estrés y la ansiedad.
Esta carrera de innovación laboral en pro del bienestar de los trabajadores es sin lugar a duda fascinante
y extrambótica para el espectador ajeno al mundo de la empresa, como es mi caso, que gestiono como
psicólogo en Marbella con un empleado y que formo parte de otra en la ciudad nazarí como trabajador
del psiquiatra en la clínica donde paso consulta.

Personalmente, creo que una empresa tiene una función, que no es otra que la de generar un negocio y
lucrarse por parte de quienes la montan, algo que me parece muy digno y positivo, siempre que se
cumplan las condiciones dignas de los empleados y se de un servicio justo al cliente. Lo que sí me parece
sorprendente, es cómo en esta época de incertidumbre laboral, de contratos temporales, de
hiperconectividad vía mail y grupos de whatsapp en la que es imposible desconectar del trabajo incluso
en vacaciones o de pérdida de poder adquisitivo por los empleados promedios, las empresas, estén
poniendo tanto el foco en todo este tipo de acciones y mamarrachadas, como si nada de lo que acabo
de citar tuviera que ver con los problemas de estrés y anímicos de sus empleados y la cuestión fuese que
no saben meditar (cosa que no creo que nuestros padres y abuelos de 1960 o 1970 supiesen hacer y sin
embargo había menores niveles de ansiedad y mayor satisfacción laboral).

Me parece genial que en las empresas se preocupen por el bienestar o la motivación de los empleados
(lo que puede repercutir en beneficios para la empresa), y la incorporación de los psicólogos a los
departamentos de recursos humanos creo que fue, sin lugar a dudas un paso acertadísimo, pero que se
ponga el foco en estas acciones cuando los aspectos más básicos como el salario, la estabilidad laboral,
la conciliación de horarios o la desconexión del trabajo fuera de la jornada brillan por su ausencia,
parece que es ya restregarle a la gente por la cara un chiste de muy mal gusto.

Estaría bien que le echasen un vistazo a la Pirámide Motivacional de Maslow (o a otras tantas
investigaciones científicas), donde queda claro que la clave para el bienestar humano y la ausencia de
ansiedad y estrés tiene que ver con la sensación de seguridad material y estabilidad por encima de
hábitos, herramientas y similares.

En esta época de postureo, de buenrrollismo, de lo políticamente correcto, todo se convierten en gestos


vacíos pero vistosos de cara a la galería, donde parece que se quiere aparentar más que se hace que lo
que se consigue realmente y no, la empresa no está para ser mega guay y colegui contigo, pero sí para
dar una condiciones laborales dignas y respetuosas. Ahora, en esta sociedad postmodernista y
esquizofrénicamente contradictoria, se pone el foco en la guinda del pastel, cuando nos falta la masa del
bizcocho…

Como no todo es criticar por mi parte, aunque a veces pueda parecer que sí, no puedo finalizar este
artículo, sin mencionar también el conocido como “salario emocional” (aunque este sí me parece una
iniciativa más seria) que consiste en recompensar también al empleado con otros beneficios no
económicos como mayor flexibilidad laboral, reconocimiento por el esfuerzo y el mérito, programas de
formación continua, implementación si se desea de teletrabajo y otras medidas para conseguir que los
empleados se sientan mejor, algo que sí me parece una aplicación seria y respetuosa (siempre y cuando
el salario emocional no sea sustituto del monetario) entre tanta acción instagrameable, en la que parece
que nos mean en la cara, y nos dicen que llueve.

LA ADDICCIÓN BIEN VISTA: EL TRABAJO

Normalmente cuando pensamos en adicciones lo que suele venir a nuestra mente son las drogas y el
alcohol, pero la realidad es que el ser humano puede volverse adicto a cualquier cosa, ya que más allá
del componente químico y biológico que sí encontramos en el consumo de sustancias, el factor clave es
el de la funcionalidad, es decir, qué función cumple el hábito al que nos volvemos adictos, vamos, para
qué lo hacemos.

Cuando exploro estos para qué en consulta suelen aparecer temas repetitivos: no estar triste ni tener
mucha consicencia de sus sentimientos, tapar el vacío existencial, buscar la sensación de control y
seguridad, darle salida a partes propias que reprimen… Esta es la razón por la que esa adicción coge
fuerza, ya que nos protege o ayuda de un tema que nos es especialmente amenazante.
Por eso podemos volvernos adictos a casi cualquier cosa, incluidas aquellas que no tienen ese
componente químico tan evidente: las redes sociales, las compras, el deporte, el sexo… y, por supuesto,
el trabajo.

¿Por qué una persona puede volverse adicta a trabajar? ¿Qué tiene de agradable currar horas y horas?
¿Currar menos no es acaso lo que todos queremos?

En el trabajo, las personas suelen experimentar la sensación de alejarse de sus propios problemas. Por
un rato, eso que te atormenta queda atrás, lejano y desdibujado, fuera de ese micromundo que es el
laboral, y así, el curro, se convierte en un oasis en el desierto de tu problema, donde no tienes que
conversar con una pareja que no soportas, unos problemas familiares que no sabes abordar y ante los
que te sientes impotentes, no suele hacer falta hablar de uno mismo de sus emociones sino del
contenido del trabajo…

Esta posibilidad de huir de los problemas es tremendamente agradable, y adquiere mucha fuerza
porque escapar del peligro es algo tan primario como biológico. Pero es que, además, suele haber otro
componente además del evitativo, y es el de la compensación: en el trabajo la persona suele tener un
alto grado de control sobre aquello que hace y ocurre, y, si le pone especial interés y empeño (algo que
le suele ocurrir a las personas adictas a currar) suele acabar desarrollando un alto nivel de valía y
eficacia.

Así que pensémoslo por un momento: resulta que en una faceta de su vida privada siente que tiene un
problema donde es profundamente inválido e incompetente, y que no sabe manejar en absoluto,
sintiéndose atrapado, frustrado y vulnerable, tiene otra faceta, la laboral, donde tiene el control de lo
que pasa y lo hace de puta madre. ¿quién no iba a ver entonces el trabajo como un paraíso?

Además, muchos tipos de trabajo, especialmente si te gusta el tuyo, te abstraen que te cagas,
absorbiendo tu mundo mental de forma que durante las horas de curro casi que no hay nada más en tu
vida. Por eso se vuelve tan jodidamente calmante, casi como un opiáceo que te coloca y te aleja de tu
propio dolor, hasta casi olvidarte del mismo,

Esta idea de la competencia y que te guste tu trabajo es importante, ya que una persona tiende a sentir
placer y ver especialmente atractivo aquellas cosas donde se siente competente, que le nacen de forma
natural y que las disfruta. Así es más difícil (aunque posible…) volverse adicto a la fiesta a quien nunca le
ha gustado trasnochar y lo social o al deporte a quien siempre ha sido torpe y no se siente cómodo con
su cuerpo. Así las personas vocacionales, competentes y con un buen desempeño laboral, tendrían más
potencial en desarrollar una adicción al trabajo.

Otras veces, este problema viene por una cuestión instrumental, es decir, como medio para alcanzar un
fin: El deseo de ganar mucho dinero, de ser importante y escalar socialmente o en la empresa, de tener
prestigio o reputación, de alcanzar poder… Aunque estas cosas gustan a casi todos, suelen ser un factor
motivacional más importante en quien se ha sentido vulnerable, poco válido y digno de amor, ha sido
abandonado o atacado, de forma que alcanzar cualquiera de estas variables le da una fantasía de
protección y seguridad neuróticas muy agradables y potentes al calmar un miedo profundo.

La adicción al trabajo no sería tan diferente a muchas otras (funcionalidad, evitación, compensación…),
sin embargo, el componente descrito en el párrafo anterior junto con otra anomalía en las adicciones, la
de estar socialmente bien vista, la hacen especialmente peligrosa y menos evidente.

Y es que si una persona está todo el día de bares, rápidamente lo ve mal todo el mundo y el propio
consumidor es consciente de que algo de lo que está haciendo no está muy bien. Todos reaccionamos
con cierto rechazo o malestar (aunque a la vez nos despierte cierta pena) del borracho pesado del bar
que huele fatal y apenas vocaliza o del farlopero pesado que te da un palique de la hostia y es
pesadísimo… Sin embargo, del trabajador que está hasta tarde en la oficina, de camisa y con buena
pinta, con el cansancio esculpido en el rostro por muchas horas de curro, nadie tiene un mal comentario
o una mala mirada, por mucho que el hecho de estar ahí implica que, probablemente, está ausente para
sus seres queridos o él mismo.
Desde luego, no es la peor de las adicciones posibles, ya que trabajar mucho no tiene los efectos
devastadores de otro tipo de adicciones, pero su carácter sutil y que se vea recompensada a tantos
niveles (económico, prestigio, valor social, buena consideración…) la hace especialmente peligrosa.
Tampoco hemos de olvidar el impacto que tiene el cansancio y el estrés laboral en la salud, que puede
ser tan peligroso como fumar o que potencie otros factores de riesgo como el sedentarismo o la
soledad…

Aunque el término workalholic (que podemos traducir por “alcohólico al trabajo”) existe y se popularizó
en Estados Unidos en los 90 y 2000, tengo la sensación (aunque no datos) de que es algo que vuelve a
estar en desuso, o cuando menos, ha perdido pegada. Y eso que éste país sea, probablemente después
de los asiáticos (Japón, Corea o China tienen un desfase con esto que flipas…) el más afectado, en gran
medida porque la religión Protestante, fomenta como valor cultural el trabajo y el éxito.

En la cultura actual, con una meritocracia totalmente deformada en una horrible caricatura, donde se ha
promulgado la horrible idea de que el valor de las personas depende de sus características, cualidades,
atractivo, desempeño y rendimiento (y lo que tiene más cojones es que la psicología imperante
promueva esa visión del ser humano) de la misma forma que el ganado, donde una vaca que produce
más leche vale más que la que no lo hace, tenemos totalmente normalizada una visión de las cosas y
una narrativa que fomentan tanto este problema de la misma forma que la sociedad de culto al cuerpo y
la imagen los trastornos de alimentación.

El boom de “la cultura del emprendimiento”, el éxito del coaching y la psicología de panfleto con sus
exhortaciones a “ser tu mejor versión” o la idea de que la realización personal viene a través de lo
laboral y la vocación o el proyecto económico están haciendo un daño que flipas, y creo que tras estos
discursos lo que hay es más un miedo a no ser válidos y narcisismos heridos que ambición real y sincera
(contra la que no tengo nada en contra y me parece muy buena siempre que no sea desmedida,
exactamente lo mismo que el trabajo y el esfuerzo).

Quiero terminar este artículo diciendo que me siento un poco hipócrita escribiéndolo, porque la verdad
es que, aunque le voy poniendo coto y quitando horas, la última década me he hinchado a currar, de
más la verdad, y estoy haciendo un importante esfuerzo por reducir mis horas de curro, pero no me es
fácil, sospecho que porque mi padre tenía mucho de adicto al trabajo, porque me apasiona la psicología,
y sobre todo, porque tiendo a olvidarme de mí para atender a otras cosas, y que, a pesar de la terapia,
todavía asoma de vez en cuando mi parte más neurótica que quiere hacer casi cualquier cosa, con tal de
ser mirado y querido.

¿QUÉ PROBLEMA HAY CON SER INTROVERTIDO?

Mi novia, Siita, me recomendó una charla TedTalk de una tal Susan Cain, y yo me sorprendí, porque las
charlas TED les pasa que hay de todo y cuesta separar el grano de la paja, pero me fío enormemente del
criterio de mi chinorri favorita, que es más inteligente que Einstein la muy hija puta.

El caso es que en la charla en cuestión, la conferenciante hablaba de su experiencia como persona


introvertida y hablaba de por qué el mundo está hecho para los extrovertidos y qué virtudes residían en
el hecho de ser introvertido.

Bastante interesante y con algunos datos o líneas argumentales muy buenas. Como voy a hablarte del
tema en parte en base a lo que dice esta señora, puedes ver la charla aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=c0KYU2j0TM4

Tras verla me quedé pensando en lo que decía. Por un lado había muchas cosas típicas de éstos tiempos
y más en el enfoque de un norteamericano: Una evaluación de qué es bueno o mejor en el hecho de ser
introvertido (lo importante es producir y evaluar, hay que ser pragmáticos como buen yanqui) y un
cierto discurso de visibilidad/victimismo de lo injusto que es un mundo hecho para extrovertidos poco
sensible con las virtudes o necesidades de los introvertidos, que no es que tengan un problema o valgan
menos, es que son diferentes.
Libranos Señor, de toda posibilidad de rechazo y redefínenos en positivo.

Me gustaría destacar especialmente la reflexión que hace sobre el valor de la reflexión individual y de
los espacios de soledad como forma de tener una autonomía interna alejada de la influencia y del
arrastre del grupo. Me recordó la expresión del rapero Nach cuando dice: “Ahora todo es trabajo en
grupo, y del pensamiento único jamás se supo”.

Sin embargo, la reflexión en la que me quedé enganchando, es por qué sobredimensionamos o vemos
como algo tan positivo la extroversión. La señora Cain asegura que tiene mucho que ver con cómo
funciona el trabajo en grupo en las grandes empresas y ciudades.

Puede que tenga sentido (incluso en una cultura como la norteamericana donde todo se ve desde una
perspectiva individualista, sobre todo en lo económico y aunque ahora haya una guerra cultural que se
está yendo al otro extremo) pero yo creo que sobre todo tiene que ver con el hecho de gustar y el
miedo al rechazo que son el valor imperante en la sociedad moderna. A fin de cuentas, los extrovertidos
somos una gente que sobre todo nos sentimos cómodos con los demás y hacemos que la gente se sienta
cómoda, que sabemos leer a los otros.

Tiene mucho de empatía, desde luego, también de comunicación, pero creo que, en el fondo, en la
sociedad del yoísmo, los “me gusta” en redes, de ver al otro como alguien para que nos admire,
sobrevaloramos la extroversión por su componente de seducción (en el sentido más amplio, no sólo
romántico-sexual).

Los extrovertidos gustan más, por eso los extrovertidos son mejores.

Así de sencillo, así de triste, y en parte, así de cierto en la sociedad moderna.

Dándole vueltas y masticando el tema como una cabra con un cardo borriquero, he caído en la cuenta
de que el valor del intelectual que en su soledad y la introspección se percibía una garantía de sabiduría
e inteligencia (muchas veces infundada y con todo lo que tiene esto de estereotipo) que era tan
valorado y que vemos en figuras como Diógenes, los ermitaños retirados o los místicos contemplativos
en su versión antigua o en los pensadores románticos del XIX, los lobos esteparios de Hesse o los
intelectuales atrincherados en sus bibliotecas ha ido devaluándose y ahora nos gustan más los
pensadores que quieren comunicar, que son divulgadores, influencers con muchísimos seguidores y casi
estrellas del pop y creo, que en parte, les pedimos no sólo ser listos, sino sobre todo, o a por encima de
ello (o a pesar de), les pedimos gustar.

También podría gustarte