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Retiro Gogoak

(Anderaz, 1-3 de noviembre)


Lurberri
Introducción

La afectividad es uno de los temas importantes que siempre


debemos tratar y hablar en grupo. Tanto es así, que nunca podemos darlo
por acabado o por asumido (como otras muchas cosas…). Siempre nos
quedarán pasos por andar, etapas que estrenar, criterios que madurar y
limar… Es un campo en el que vamos avanzando conforme nos vamos
haciendo personas.

Para muchos expertos, en la afectividad reside en núcleo de la


persona, de todo lo que somos cada uno de nosotros/as. Efectivamente,
es algo central, que abarca muchas y variadas cuestiones o facetas (la
búsqueda y deseo de amor, la forma de compartirlo, la sexualidad y su
problemática, las relaciones con la pareja, con los amigos y “cuadrillas”,
con el grupo; y la fe, puesto que el ser creyente implica “sentir” a Dios, y
por tanto, toca nuestro “corazón”, lo más profundo de nuestras
emociones y afectos…). “Afectividad” viene de “afecto”, de aquello que
nos importa, que nos deja “huella” en la vida… También podríamos hablar
de “emotividad”, que se relaciona con lo que nos “mueve”, nos anima a
comportarnos de una determinada manera, a tomar una serie de
decisiones… Así que, como se ve, la afectividad es algo que abarca toda
nuestra persona y además no es algo fácil, sino que a veces puede ser
complicado; es un aspecto donde nos la jugamos y donde siempre nos
debemos estar revisando…

Empecemos con un poco de teoría: ¿qué es una emoción, un


sentimiento? Una buena definición podría ser ésta: una emoción es un
estado afectivo, que puede ser agradable o desagradable, que incluye una
reacción “neurofisiológica” (no te asustes, ahora os lo explicamos) y una
actividad “cognitiva”, y que se traduce en gestos, actitudes o cualquier
otra forma de expresión, por lo que tiene también una dimensión
“comportamental” o “conductual”.

Parece algo complicado, pero no lo es tanto. Cualquier emoción


concreto (alegría, tristeza, amor, nostalgia, empatía…) es un estado de
nuestro interior que nos agrada más o menos y que produce una cierta
respuesta involuntaria de nuestro organismo (es respuesta
“neurofisiológica”: sudoración, rubor, latidos más rápidos del corazón…).
También es algo “cognitivo”, porque este estado emocional es algo que se
traduce en una vivencia subjetiva (muy personal), es decir, en un
sentimiento. Esto permite, además, que podamos ponerle un nombre a
esa emoción (cada una de ellas es como un “color”, que tiene su nombre
concreto; así como el rojo no es igual al magenta, no es lo mismo sentir
euforia que alegría…).Finalmente, todo sentimiento tiene una repercusión
“conductual”, puesto que nos hace actuar de una determinada manera.

Un sentimiento sólo se puede conocer si la persona que lo siente


nos lo explica (de ahí lo de subjetivo). Por ello, es importante aprender a
hablar sobre las propias emociones, saber darles un nombre y darnos
cuenta de su surgimiento, percibiéndolas en el momento en el que
aparecen. Una vez que controlemos esto, llegará lo verdaderamente
importante: la comprensión y regulación emocional, lo que se llama la
inteligencia emocional.

También es importante saber reconocer las emociones de los demás


(es lo que llamamos empatía). Para algunas personas, esto será más difícil,
para otras más fácil, pero es algo que siempre se puede aprender.

El aprender a regular las emociones propias es uno de los signos de


madurez. Pero no hay que confundir la regulación emocional con la
represión emocional, que se traduciría en un control excesivo. Las
personas que intentan reprimir sus emociones normalmente consiguen el
efecto contrario, experimentarlas con más intensidad, viendo afectadas su
salud física y mental. Por ello, la clave está en el equilibrio necesario que
hay entre represión y el descontrol emocional (dejarse llevar totalmente
por ella), llegando a una auténtica canalización de esa “energía afectiva”.

Represión emocional Inteligencia emocional Descontrol emocional

¿Y cómo conseguir esta inteligencia emocional? En parte, ya lo


hemos la tenemos y la cultivamos. Estando en grupo, siendo monitores,
teniendo que afrontar las tensiones y “estreses” de la vida, de los
exámenes… y también relacionándonos con los demás, con nuestra
familia, amigos, pareja… Todos hemos ido aprendiendo a regular nuestro
propio mundo emocional, a saber empatizar con la persona que tienes
delante, con el chaval que te necesita… Pero también todos seguimos en
camino, necesitamos seguir aprendiendo a canalizar nuestras emociones,
a quedarnos con lo mejor de ellas y a saber “construir” desde ellas.
Sabiendo que el “equilibrio emocional” total no existe, que siempre nos
quedan cosas por aprender y que las personas somos un poco vasos
comunicantes, que nos podemos ayudar a expresar nuestras emociones,
especialmente en el grupo…

En resumen, todo este mundo afectivo que todos/as tenemos es


algo central en la persona y uno de los temas obligados para un grupo de
Lurberri… Si queremos ser hombres y mujeres que vivamos la vida en
plenitud, personas felices que contagiemos felicidad, debemos conocer y
trabajar toda esta dimensión afectiva…
La afectividad conmigo mismo/a

Mi equilibrio personal…

Como ya hemos dicho, cada etapa de nuestra vida descubrimos una


faceta nueva en este ámbito afectivo (a veces, nos importan mucho
nuestros amigos/as y relaciones, en otro momento, nos enamoramos de
alguien, también podemos redescubrir las relaciones familiares, etc.).
Sería triste que nos ancláramos en una de ellas, ya que el verdadero
equilibrio se logra cuando se ensaya o se intenta dar una respuesta
coherente a todas ellas a la vez. Esto es algo de lo que vamos a intentar
en este retiro.

Además, por encima de todas estas facetas particulares, hay un


tema que condiciona nuestra respuesta y vivencia ante todos ellos:
nuestro equilibrio personal; la madurez que demostramos en nuestras
reacciones y en la vida, nuestra forma de situarnos como personas, como
hombres y mujeres, con todo lo que ello significa: sentimientos y
racionalidad, impulsos y proyectos, instintos y criterios... todo ese mundo
de tensiones internas, de aparentes contradicciones a las cuales a veces es
difícil dar respuesta...

El reto consistirá en saber conjugar, combinar todos los elementos,


los “ingredientes” de un verdadero equilibrio, de una vida afectivamente
llena, humana.

Y como en toda vivencia seria, nuestra experiencia de fe marcará


nuestro desarrollo con unos valores y actitudes determinadas.

Para empezar a pensar…

¿Cuáles son los puntos esenciales de este equilibrio? ¿En qué


consiste? ¿Qué etapa estoy viviendo actualmente? ¿Cómo me han
marcado las pasadas? ¿Sabré afrontar las futuras? ¿Me habré anclado en
alguna? ¿Qué aspectos me debo trabajar? ¿Cuáles son mis vivencias y mis
sueños acerca de la amistad, el amor, la sexualidad, la soledad?...
La emotividad: mis emociones…

Como ya hemos dicho, uno de los


“termómetros” de la madurez de una
persona está en su inteligencia emocional.
Las emociones surgen, en realidad,
automáticamente ante los estímulos
internos o externos; lo que nos vamos
encontrando y también aquello que nos
sucede en el interior… Podemos aprender a
regularlas aprendiendo a reconocerlas,
sabiendo percibirlas e intentando comprenderlas. Uno de los principales
problemas es que muchas veces no hemos aprendido y no sabemos
regular la emoción que estamos sintiendo, es decir, dejamos actuar a la
“parte emocional” del cerebro automáticamente, sin utilizar la “parte
racional”. Se actúa de una manera impulsiva, sin reflexionar sobre lo que
está pasando ni sobre los efectos de nuestra actuación, tanto para
nosotros mismos como para los demás.

Lo ideal sería que cuando parece una emoción, en lugar de dar


respuestas impulsivas, fueras capaz de pasar la emoción por el “filtro” de
la razón. Sólo con pararte a pensar y a intentar comprender lo que te está
pasando, ya disminuirás la intensidad de la respuesta emocional que des,
porque la adaptarás a la situación. De ahí el buen consejo que nos dice
que cuando estemos a punto de estallar (por la ira, la rabia, la
frustración…), contemos hasta diez antes de hacer nada. Es una manera
de ir aprendiendo que si no respondemos enseguida, la respuesta
tampoco será tan fuerte. Esta habilidad, además, cuanto más se practica,
más se adquiere, hasta llegar a ser algo automático en la persona.

¿Cómo vamos de inteligencia emocional? ¿Saber poner nombre a


tus sentimientos y expresarlos adecuadamente? ¿Con qué persona o
personas tienes más confianza en el contar lo que sientes y lo que te pasa?
¿Con quién crees que deberías tener más? ¿Cómo vas en eso de empatizar,
de conectar con los sentimientos de los demás? Y lo último, ¿piensas que
sabes canalizar bien tus emociones o hay cosas que aún te cuestan?
¿Cómo podrías dar más pasos en eso?...
La aceptación de uno mismo/a:

Otro síntoma de madurez es la


aceptación de uno/a mismo/a, con
sus limitaciones y sus virtudes.
Aceptar no sólo el físico, el propio
cuerpo, sino también la propia
manera de ser. Además, es
precisamente entre los 16 y los 19
años cuando más problemáticamente
se vive todo esto.

A veces, cuando se es más


adolescente, mareamos mucho a
nuestra madre comprándonos ropa,
nos pasamos horas delante de un
espejo, porque pensamos que lo
importante para ser un chico/a
guapo/a es el “look”. Nos vamos acostumbrando a esa contradicción de
saber que no somos así por dentro pero tenemos que “dar una imagen”.

Muchas veces, respondemos a unos estereotipos que la TV ha


universalizado, y que en nuestros ambientes se convierten en normas
sociales, tan rígidas como las que criticamos en la sociedad. Así, muchas
personas están muy preocupadas por la línea, el gimnasio, el aparentar (el
maquillaje en las chicas, la ropa y el estilo en los chicos…), llegando a caer
en comportamientos que nos deshumanizan más que hacernos auténticas
personas.

También en los comportamientos con los demás nos medimos hasta


el extremo: controlamos perfectamente las reacciones de los demás
respecto de lo que hacemos, mucho antes de mirar si lo que he hecho me
ha satisfecho o no personalmente. Necesitamos el aplauso de la gente
significativa (especialmente del otro sexo) y hacemos lo que haga falta
para conseguirlo.

Sin embargo, no siempre nos vemos guapos/as o nos aceptamos a


nosotros/as mismos/as. En cantidad de ocasiones, nos cambiaríamos por
otro/a, o vemos en nosotros defectos que aumentamos hasta
obsesionarnos, o los ocultamos tras una fachada de aparente seguridad
que hace que se nos noten todavía más. Son esos ratos que tenemos de
“mini-frustraciones”, ratos de agobio, que cada uno vivimos a nuestra
manera: nos solemos poner esas “gafas oscuras” desde la que vemos todo
negro, con cabreos, melancolías… esas pequeñas espinas que no nos
dejan sentirnos pletóricos/as, felices…

En el fondo, es que necesitamos que alguien nos pase la mano por


la espalda y nos sintamos acogidos y queridos, para así estar más seguros
de nosotros mismos. Nuestra felicidad
depende del cariño que recibimos ¡y
cuántas veces dar muestras de cariño nos
parece una ridiculez! Si lo que queremos
es cariño de verdad, tendremos que ser
nosotros también de verdad,
transparentes: el que necesita ese cariño
eres tú, no tu fachada.

Bueno, como veis, esto no es fácil…


Lo bonito es que todos/as estamos en esta misma aventura y que lo que
sientes en este tema, también lo sienten los demás, a su manera… Nadie
somos “bichos raros” y todos tenemos pequeñas heridas y complejos que
sanar… El grupo para esto tiene que ser también importante.

Respecto a la aceptación de ti mismo/a, ¿crees que has dado pasos


en estos años para conseguirlo? ¿Qué temas te cuestan más aceptar,
podrías “ponerles nombre”? ¿Piensas que te importa mucho la imagen que
proyectas a los demás o lo que piensen de ti? En esta cuestión, ¿algo que
mejorar? ¿Pasas momentos de “mini-frustración”? ¿Con quién los hablas,
cómo los superas? ¿Qué te parece lo del cariño a los demás y la necesidad
que tienen los demás de nosotros? ¿Vivimos eso en el grupo o vez que hay
cosas que nos “frenan”?
Mi afectividad con los demás

Las relaciones con “mi gente”:

Todo lo anterior influye también en la manera de


relacionarte con la gente que te rodea. Cómo te vives a ti mismo/a va a
condicionar en cómo vives tu relación con los demás. Y aquí puede pasar
de todo. A veces, normalmente cuando nuestra afectividad personal pasa
por horas bajas y necesitamos demasiado la aprobación de los demás,
tendemos a buscar esta aprobación incluso a costa de renunciar un poco a
nosotros mismos. ¿Cuántas veces habrás tenido la sensación de que una
reacción que has tenido, o una iniciativa que has mostrado, no eran
verdaderamente tuyas, como si les faltase tu sello personal, y
dependieran mucho más del aplauso o la burla de esas personas que te
parece que tienen más derecho a juzgarte que tú mismo/a?

Esto puede ocurrir incluso dentro de tu grupo de amigos/as y a


veces vuelves a casa con la sensación de que al único que estás
engañando es a ti mismo/a.

¿Cómo buscar la manera en la que conjugar lo que tú eres y tus


relaciones con los demás? ¿Cómo encontrar la confianza para ser tú
mismo, y estar a gusto, y a la vez poder discrepar, opinar distinto sin
miedo al rechazo, a la burla, a quedar mal?

Pues nunca hay una receta sencilla, pero yo te señalaría dos


ingredientes. El primero, no te conformes, sueña alto. Créete que amigos
de verdad son posibles, que es posible unas relaciones donde puedes ser
tú mismo, donde no tengas que disimular, donde te quieran cómo eres y
no por la imagen que das. Espera de los demás lo mejor y por supuesto,
esfuérzate tú también en darles lo mejor de ti. Créete que tú también
puedes ser un amigo de verdad y cuida los pequeños detalles para llegar a
eso. ¿No has percibido nunca que en según qué grupos la amistad está de
rebajas? ¿Qué la relación entre las personas está de rebajas? Ningún
esfuerzo, ningún trabajo, solo lo que “me apetece”. No, tú tienes que
soñar con otra cosa, con que lo mejor es posible, que tienes que seguir
creciendo tú y hacer crecer a los de tu alrededor.
El segundo ingrediente de la receta parece que es contrario al
primero, pero si aprendes a mirarlo bien es como la levadura que le hace
crecer. Tú has soñado mucha veces son ser un buen amigo/a, un buen
hijo/a. Te esfuerzas en serio cada día por conseguirlo. Pero también
sientes que no siempre lo consigues, que no siempre estás ahí, que
también metes la pata. A todos los demás nos pasa lo mismo. La idea es
buena, el esfuerzo sincero, el corazón noble… pero nadie es perfecto.
Aprende a perdonar, a disculpar, a entender que no siempre lo mejor es
posible. Ponte en el lugar del otro todo lo que puedas para entender que
en este camino necesitamos apoyarnos unos en otros. Aprender a pedir
perdón y a perdonar, es el segundo ingrediente de la receta. Sueña con
llegar a lo máximo, pero perdónate y perdona a otros los tropiezos del
camino.

Y esto no solo para tus amigos. También tus padres que te conocen
bien, aunque a veces parezca que no. Tus padres se empiezan a encontrar
con un hijo/a con ciertas dosis de adultez con el que empiezan a poder
hablar de tú a tú. Alguien que no monte su vida “por libre” sino que sepa
ser cercano, escucharles y animarles también a ellos (cosa que ellos han
hecho contigo muchas veces). Vais notando ya que en casa os toca
“animar” y llevar adelante muchas cosas. El día en que serás un adulto y
tendrás tu lugar en la vida. Ellos sueñan con ese día y esperan haberte
dado todo lo que necesitabas para ser alguien que mereciera la pena, que
se encaminara a la vida con ilusión y fuerza. A veces tendemos a pensar
que ese cariño que recibimos en casa “no vale” tanto, es de segunda
categoría. Es normal que los padres quieran y se preocupen por sus hijos.
Pero no nos vendría mal aprender a valorar el cariño de casa un poco más.

También con ellos hay que emplear los dos ingredientes anteriores.

En esta parte, leemos bien lo que aparece en el texto, las preguntas que
propone… Dejamos que resuene en nuestro interior e intentamos
responderlas en la medida que podamos…
El amor en pareja

A veces da la sensación de que todo el tema afectivo en la sociedad


se reduce a esto. Sin embargo, en todo lo que llevamos de folleto se
puede observar que no es así: existen muchos “previos” antes de tratar
este tema, que es uno más de los importantes dentro de la emotividad
humana. Antes de empezar a detallarlo, estaría bien dejar claro algunas
cosas:

Este es un más amplio de lo que parece: se refiere a las


relaciones con las personas del otro sexo, con cómo vives tus
necesidades afectivas, con todo el tema de la sexualidad… Por
tanto, no es sólo “si tienes novia/o” o no sino que es algo más
profundo: a quién quieres dar todo el amor que tienes para
regalar, dónde va a “descansar” tu corazón y, también, por quién
te vas a “desvivir”, a quién te quieres entregar…
Es algo serio y no fácil. Tenemos que olvidarnos un poco de los
prejuicios sociales, que a veces nos lo venden o como algo “de
color de rosa” (en todas las películas “romanticonas” o de
domingo a la tarde), o que lo trivializan, relacionándolo
totalmente con el sexo (porque, aunque el tema sexual esté aquí
especialmente candente, ni se puede identificar con él, ni
podemos vivirlo con los “modelos” que nos propone la
sociedad…). Tener pareja no es la “panacea” y tampoco es una
desgracia no tenerla. Por tanto, intentaremos siempre ir “más
allá” y enfocarlo todo desde una perspectiva lo más profunda
posible.

El enamoramiento…

Como ya hemos dicho, la afectividad se relaciona con el


enamorarse, el dar tu amor a alguien a quien consideras especial.

En eso, el primer amor es todo un descubrimiento. Todo se pone


patas arriba porque en tu vida ha aparecido alguien que no es como los
demás. Es la chica/el chico, que cumple todas tus expectativas, y en él/ella
volcamos todas nuestras ganas de amar y de ser amados.

Prescitamente porque es un descubrimiento, suele ser también algo


intensamente vivido que nos paraliza para cualquier otra cosa: estudios,
padres, amigos… Y ése es un primer inconveniente del primer amor, que
todos vemos a la primera. A quién no le han dicho, “¿qué te pasa? ¿Es que
estás enamorado/a?”

Cuando esa persona no se fija en ti, nos quedamos “hechos polvo”,


dudamos de todo, pero sobre todo de nosotros/as mismos/as, y durante
un tiempo pensamos que no valemos para nada más. Cuando nos hace
caso, estamos tan “flipados” que durante un tiempo no pisamos tierra
firme y tampoco valemos para nada más. Luego esto es un lío.

Y es que en el primer amor hay mucho más de ilusión, de fantasía,


de “jugar a ser mayor”, de probarse a uno/a mismo/a, de necesidad de
que alguien te comprenda de verdad, de “chulear de rubia” o de
“morenazo” ante los amigos/as, de cumplir un rito social… que de
verdadero amor. En un primer amor, poca gente se preocupa de dar y
mucha gente se preocupa de recibir todas las cosas ya dichas.

El hechizo termina cuando comenzamos a descubrir que la chica/el


chico no es perfecta/o, y que ese lunar que tiene en la boca en el fondo es
una verruga. El análisis que hay que hacer es que éramos cada uno los que
necesitábamos esa persona ideal para llenar nuestro vacío. Por eso, tiene
que pasar ese primer desencanto para encontrar a la persona que había
debajo de tanto ideal y amarla de verdad. Eso es fenomenal, pero supone
también unas dosis de esfuerzo.

En resumen, no se trata de jugar a enamorarse. Ya sabemos que al


principio se es un poco novato/a en este tema, pero no por ello hay que
acabar “haciendo el tonto”. Y esto, por ejemplo, es: pasear a la persona
recién “conquistada” para exhibirla como trofeo frente a las amistades
propias para que se mueran de envidia…; morirse de amor en una
esquina, pensando que el que fulanita/o no te haga caso es lo más
horrible que te podía pasar…; sentir envidia del “Don Juan” de turno por el
que se mueren todas, porque esas chicas suelen tener bastantes dosis de
inmadurez…; o ir de duro/a por la vida, tratando a las personas del otro
sexo como una chaqueta que aquí me la quito, allí me la pongo…; o vivir
una experiencia de “ligue” como en una burbuja, en la que no existe nadie
ni nada más que esa persona y tú…

Por último, decir que no podemos absolutizar tampoco la relación


de pareja. Muchas personas viven su afectividad de un modo pleno sin
tenerla: los grandes científicos/as, que se entregan apasionadamente a
sus investigaciones; los artistas que encuentran en sus composiciones la
fuente y el sentido de sus vidas; los misioneros/as que se dan plenamente
a los demás… o, sin ir tan lejos, seguro que personas que conocéis, que no
han tenido pareja, pero que se relacionan con los demás y viven
plenamente. Cada uno/a tiene que hacer su opción en este tema y tiene
que vivir sus circunstancias, en este tema, de la mejor manera posible.

¿Cómo vives tú este tema? ¿Qué interrogantes, cuestiones te


plantea? ¿Estás contento/a con la situación que tienes o te gustaría
cambiar? ¿Qué cosas de las que habla el texto las has vivido ya y cuáles te
faltan por vivir? Si tienes pareja, ¿piensas que te va bien con ella, que
tenéis una relación fuerte, que os hace crecer, o crees que hay cosas que
mejorar? Y si no la tienes, ¿cómo lo vives: con alegría, conformismo,
tranquilidad, ansiedad, pena…? ¿Cómo podríamos hablar de este tema
más en el grupo?
La sexualidad

Por si fueran pocos todos nuestros líos mentales con estos temas,
viene a sumarse el sexo: hablemos de “eso”. Pues es un lío, porque por un
lado sirve para quererse; por otro, nos afecta en
todo lo eu es nuestra emotividad y por otro,
también sentimos que no siempre va
relacionado con el cariño, sino que se nos
convierte en un impulso difícil de controlar.

La sexualidad nos produce inseguridad: no


encontramos la manera de vivirla con
tranquilidad. Todavía no sabemos transformarla
en amor. De ahí que nos sea más fácil hacer chistes con el tema, que
hablarlo en serio. Y así, se va quedando relegada su importancia al plano
del mayor de los secretos.

Es cierto que no hemos recibido una buena educación siempre, que


el ambiente nos ofrece el sexo comercializado y trivializado, pero tampoco
somos unos/as salidos/as que no piensan más que en “eso”. También aquí
tenemos que buscar lo auténtico, lo que nos ayude a ser más persona.
Sabiendo que somos un poco “animales” todos, que tenemos nuestra
fisiología y sus necesidades, que no podemos evadir las funciones sexuales
de nuestro cuerpo, podemos sin embargo aprender a distinguir lo que nos
ayuda a darnos, lo que es puro egoísmo y lo que es natural.

Y así, podremos convertir esta arma de doble filo que es el sexo en


algo fundamentalmente positivo para nuestra vida en el encuentro con
nosotros mismos, en la relación, en la proyección del futuro…

De nuevo, podemos preguntarnos ¿cómo vivimos este tema? ¿Qué


interrogantes, cuestiones nos plantea? ¿Crees que lo sabes todo en esto o
hay cosas que aún no? La sexualidad es un tema para hablar con una
persona o personas de confianza. ¿Con quién lo hablas? ¿Qué papel puede
jugar aquí el grupo…? ¿Algo más que se te ocurra decir?
La afectividad con Dios

Dios: fuente de amor…

Porque no puede ser de otro modo, la afectividad también se


relaciona con Dios y con su amor. Como dice una canción preciosa de
Taizé: “Dios no puede más que darnos su amor; nuestro Dios es ternura”.
El Dios de Jesús, el que Él nos enseña a llamar “Abba”, “papá”, es Alguien
que nos quiere infinitamente, que nos ha llamado a la vida y que nos está
siempre buscando, quiere siempre encontrarse con nosotros…

Éste es el Dios de la Biblia, del Antiguo Testamento, el que se


apareció a Moisés en la zarza ardiendo y ante el que no nos queda otra
cosa que “descalzarnos”… Esto aparece en muchos textos:

Decía el pueblo de Israel: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño se


ha olvidado de mí. –“¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de
querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te
olvidaré. Mira, en llevo tu nombre tatuado en la palma de mi mano…”
(Isaías 49, 16).

Y ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob; el que te formó,


Israel: “No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres
mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te
anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te
abrasará. Porque yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador.
Porque te aprecio y eres valioso y yo te quiero: no temas, que contigo estoy
yo (Isaías 43, 1-5).

El cristiano de hoy también puede sentir estos textos dichos para él


porque Dios nos acompaña cada día, nos quiere, ha soñado con nosotros y
ha sembrado lo mejor que hay en nosotros…

Jesús, “el señor de los amigos”…

Y sobre todo esto lo vemos con Jesús. También Jesús nos puede
enseñar mucho sobre la afectividad, tal y como se ve en el Evangelio, en
sus gestos con los más pobres, en su relación con los enfermos, y sobre
todo con sus discípulos… Esto se ve en muchos textos:
Antes de la fiesta de Pascua, Jesús, sabiendo que se
acercaban los últimos días de su vida, y después de haber
querido mucho a sus amigos, los quiso hasta el final. En la
Cena de Pascua, se levantó de la mesa, se quitó el manto,
tomó una toalla y se la ciñó. Después, echó agua en la
jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a
secárselos con la toalla que llevaba ceñida…Cuando les
hubo lavado los pies, se reclinó y les dijo:
¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis
maestro y señor, y decís bien. Pues si yo, que soy maestro
y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis
lavaros mutuamente. Os he dado ejemplo para que hagáis
lo que yo he hecho. Si lo sabéis y lo cumplís, seréis
verdaderamente felices.
Y añadió:
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como
yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que
da la vida por sus amigos. No os llamo ya siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os llamo
amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he
dado a conocer (Juan 15).
Aquí se ve un Jesús que nos llama amigos y amigas, un Jesús que
está siempre con nosotros, que le podemos sentir en el corazón… Y que
nos llama a amar con su mismo amor… Como decía San Pablo, hay que
tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús… Y es que ser cristiano es
un poco eso, amar a su manera. Y también aprender a quererle a Él, a
tenerle en el corazón…

Cuando terminaron de comer, dice Jesús a Simón Pedro: ---Simón,


hijo de Juan, ¿me quieres más que éstos? Le responde: ---Sí, Señor, tú
sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta mis corderos. Le pregunta
por segunda vez: ---Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Le responde: ---Sí,
Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta mis ovejas. Por
tercera vez le pregunta: ---Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se
entristeció de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le dijo: ---
Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: ---Apacienta
mis ovejas. Al final añadió: -Sígueme… (Juan 21, 15-19).
Sentir a Dios en el corazón…

Porque se trata de eso, de seguirle…


De vivir como Él y de aprender a sentirle, a
verle en mitad de nuestra vida, de nuestras
relaciones con los demás, en el grupo y con
los chavales… Como decía San Agustín, “nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no
descansará hasta que descanse en ti…”.
Porque también Dios puede llenar los
“huecos” que a veces tenemos y nuestro
corazón llegar a descansar en él… Hasta así, poder decir, con el Salmo…

Señor, tú estás dentro de mí y me conoces.


Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto.
Conoces mis pensamientos.
Si estoy de camino o acostado, Tú lo sabes.
Aún no ha llegado a mi lengua la palabra y Tú, Señor, ya la sabes
toda.
Tú me sostienes con tu mano.
¿Adónde iré yo lejos de ti…?
(Salmo 139)

¿Qué te parece todo lo anterior? ¿Lo vas


viviendo? ¿O te suena raro aún? ¿Cuándo han sido
los momentos en los que más has sentido a Dios en
tu vida? ¿Dónde le sueles “ver”, en qué momentos,
con qué personas, qué te hace sentirlo más…?
Podríamos dedicar un tiempo especial para
contárnoslos en el grupo… ¿Cómo crees que puedes
llegar a sentir más a Dios?
Nuestra opción: Lurberri, Gogoak…

Todo lo que la afectividad tiene de lioso, lo tiene de bonito: de posibilidad de abrirnos


al otro, de sentirnos vibrar con la gente que pasa a nuestro lado, de ofrecer lo mejor
de nosotros a fondo perdido… Y si Dios lo ha puesto en nosotros, por algo será. Y es
que Él, como ya hemos dicho, es puro amor y lo derrocha con nosotros. Quizá lo único
que tenemos que hacer es canalizar todo nuestro cariño como Él lo hizo y lo sigue
haciendo con cada uno de nosotros, escribiendo así esta hermosa historia de amor que
es mi vida. Y eso, hacerlo en el grupo.

Ser cristiano no es algo marcado por el deber, por la imposición… Se trata de sentirnos
intensamente amados por Dios. También nuestra confianza con Él es una cuestión de
amor. Un amor cuya fuente brota del mismo corazón de ese Dios que nos amó
primero…

Dios nos ama tal y como somos, tal y como nos encontramos: nos comprende, nos
busca como la oveja perdida, nos perdona como el hijo pródigo saliendo cada mañana
al camino, para ver si volvemos… también nosotros seríamos capaces de hacer todas
estas cosas por alguien que queremos. Sólo tenemos que atrevernos a ser un poco
más auténticos.

A pesar de nuestras limitaciones y debilidades, el sigue esperando en mí, porque el


amor “todo lo espera”. Dios nos ama no a pesar de nuestros fallos sino precisamente
por ellos, por ser débiles, limitados, por meter la pata… Porque también yo soy uno de
esos perdidos de los que hablaba la parábola de Jesús, a los que Dios busca con tanto
interés y se alegrará con su encuentro. Y nunca dejará de amarme.

Si esta es nuestra opción, si esto es lo que los cristianos pensamos y sentimos. ¿Cómo
lo vivieron los primeros cristianos, esas primeras comunidades del tiempo de Jesús?

Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el


partir el pan, y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios
y señales que los apóstoles realizaban. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en
común: vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno.
A diario frecuentaban el templo en grupo; partían el pan en las casas y comían juntos alabando a
Dios con alegría y de todo corazón, siendo bien vistos por todo el pueblo; y día tras día el Señor
iba agregando al grupo a los que se iban salvando.…. En el grupo de los creyentes todos
pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo todo lo que
tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucha eficacia;
todos ellos eran muy bien mirados porque entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que
poseían tierras y casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles;
luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno. (Hechos 2 y 4).

Y como sintetiza bien el texto de San Pablo, así es el amor de Jesús, el amor cristiano…
“Aun cuando yo hablara todas las lenguas de los hombres y el lenguaje de los ángeles, si no
tengo amos, vengo a ser como un metal que suena o campana que retiñe.”

“Y aun cuando tuviese el don de profecía, y penetrase todos los misterios, y poseyese todas las
ciencias, y si tuviera toda la fe posible, de manera que trasladase de una parte a otra los montes,
si no tengo amor, no soy nada.”

“Aunque diese todos mis bienes a los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas, si me falta el
amor, todo lo dicho no me sirve de nada.”

“El amor es paciente, es dulce y bienhechor; el amor no tiene envidia, no se ensoberbece, no es


ambicioso, no busca sus intereses, no se irrita ni se deja llevar por la ira, no piensa mal, no se
alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo perdona, todo lo excusa, a todo se
acomoda, no piensa mal, todo lo espera y lo soporta todo.”

“El amor nunca muere; en cambio las profecías se terminarán y cesarán las lenguas, y se
acabará la ciencia. Porque ahora nuestro conocimiento es imperfecto e imperfecta la profecía.
Pero cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto.”

“Así cuando yo era niño, hablaba como un niño, juzgaba como un niño, discurría como niño.
Pero cuando fui ya hombre hecho, abandoné las cosas de niño.”

“En el presente no vemos a Dios sino como un espejo y bajo imágenes oscuras, pero entonces
lo veremos cara a cara.”

“Ahora permanecen estas tres virtudes, la fe, la esperanza y el amor; pero de las tres, el amor es
la más excelente.”

¿Cómo traducir todo esto a nuestra vida en Gogoak? Algunos puntos que podríamos
trabajarnos (podemos pensar cada uno/a cómo nos vemos en esto y un compromiso
concreto a adoptar a partir de este retiro):

- Convertir el grupo en el centro de la vida, creando las condiciones necesarias


para ello:
o Sentir el día de reunión como un día especial,
o Prepararlo antes: corresponsabilidad en el grupo, especialmente en
oraciones, temas, retiros…
- Fomentar la relación y comunicación auténtica:
o Reuniones suficientemente amplias y serenas
o Tipo de conversaciones y temas
o Compartir más momentos juntos (cena de gogoak!!)
o Cuidar la amistad, descubrir a la gente del grupo.
o Papel del grupo en otras relaciones…
- Revisar nuestra fe, nuestra relación con Jesús.
- Importancia del compromiso como grupo e individual: Mikel Gurea, Bidean,
Ikaskide… revista Lurberri…
- Comprometernos a seguir avanzando en el tema de la afectividad (avances,
baches, relaciones de pareja dentro y fuera del grupo…).

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