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Un año antes de su muerte, Franz Kafka vivió una De repente, viendo a una rana que estaba

experiencia muy insólita. Paseando por el parque tomando el sol, una idea hizo mella en su mente.
Steglitz, en Berlín, encontró a una niña llorando Decidió formularle su propósito preguntándole:
desconsolada: había perdido su muñeca.
– Oye rana, ¿ podrías llevarme a la otra orilla
Kafka se ofreció a ayudar a buscar a la muñeca y nadando conmigo en la espalda ?
se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en
el mismo lugar. La rana le contestó:

Incapaz de encontrar a la muñeca compuso una – ¿ De verdad me crees tan idiota ? Sé muy bien
carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando que una vez subido en mi espalda me clavarás tu
se reencontraron: aguijón matándome.

- “Por favor no me llores, he salido de viaje para – No seas tonta -replicó el escorpión- ¿ cómo
ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis podría hacerte eso ? ¿Acaso no sabes que
aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas nosotros no sabemos nadar y que si yo te matase
cartas. moriría contigo ?

Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas La rana, reasegurada por este razonamiento
cartas cuidadosamente compuestas de aventuras lógico pensó: ” Es verdad. Si me matara, él
imaginarias sobre la querida muñeca . La niña fue también se moriría y no creo que esa idea le
consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, guste.
Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente se
– De acuerdo, sube. Te llevaré -dijo el batracio.
veía diferente de la muñeca original . Una carta
adjunta explicó: El escorpión se acomodó en la espalda de la rana
y ésta empezó a cruzar el río. Una vez llegados a
-" ‘mis viajes me han cambiado … “ -
la mitad del torrente, en el punto más profundo,
Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, el escorpión levantó su pincho y, de un rápido
encontró una carta metida en una grieta golpe, lo clavó en la cabeza de la rana. Esta,
desapercibida dentro de la muñeca . En resumen, agonizando atónita, apostrofó:
decía: -" Cada cosa que amas, es muy probable
– ¿ Qué has hecho, imbécil ? ¡ Ahora te vas a
que la pierdas, pero al final, el amor volverá de
morir tú también, cretino !
una forma diferente“- .
– Lo sé – contesto el alacrán – pero soy un
Kafka y la Muñeca... la omnipresencia de la
escorpión y esta es mi naturaleza.
pérdida.
LA HISTORIA DEL MIAU.....
NATURALEZA......
Un samurai pescaba apaciblemente a la orilla de
Un chiquillo, reiteradamente decepcionado y
un río. Pescó un pez y se disponía a cocinarlo
traicionado por alguien que él creía amigo, se lo
cuando un gato, oculto bajo una mata, dio un
contó a su padre preguntándole por qué pasan
salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el
estas cosas. El padre le respondió contándole
samurai se enfureció, sacó su sable y mató al
esta historia:
gato. Este guerrero era un budista ferviente y el
Un día un escorpión llegó a la orilla de un río y, remordimiento de haber matado a un ser vivo no
teniendo que pasar al otro lado, empezó a buscar le dejaba luego vivir en paz.
un medio que le llevase sin riesgo de ahogarse.
Al entrar en su casa, el susurro del viento en los – Entonces, si han desaparecido, no es necesario
árboles murmuraba miau. Las personas con las que mueras. Veo que has comprendido que los
que se cruzaba parecían decirle miau. La mirada problemas que nos preocupan no tienen la
de los niños reflejaba maullidos. Cuando se importancia que les otorgamos, son como ese
acercaba, sus amigos maullaban sin cesar. Todos miau que te acompañaba.
los lugares y las circunstancias proferían miaus
lacerantes. De noche no soñaba más que miaus.
De día, cada sonido, pensamiento o acto de su
vida se transformaba en un miau. Él mismo se
había convertido en un maullido.

Su estado no hacía más que empeorar. La


obsesión le perseguía, le torturaba sin tregua ni
descanso. No pudiendo acabar con los maullidos,
fue al templo a pedir consejo a un viejo maestro
zen.

– Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.

El maestro le respondió:

– Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan


bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus,
mereces la muerte. No tienes otra solución que
hacerte el harakiri. Aquí y ahora.

Y añadió:

– Sin embargo, soy monje y tengo piedad de ti.


Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré
la cabeza con mi sable para abreviar tus
sufrimientos.

El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la


muerte, se preparó para la ceremonia. Cuando
todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus
rodillas, tomó su puñal con ambas manos y lo
orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el
maestro blandía su sable.

– Ha llegado el momento – le dijo -, empieza.

Lentamente, el samurai apoyó la punta del


cuchillo sobre su abdomen. Entonces el maestro
le preguntó:

– ¿Oyes ahora los maullidos?

– Oh, no. ¡Ahora no!

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