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RELATORÍA 1 – HISTORIA Y TEORÍA DEL ACTOR

El actor profano
Leonel Muñoz
En Roma, los actores eran esclavos y la fama de las actrices, mujeres, era de
prostitutas. A los juglares y las juglaresas del medioevo se les tildaba de profanos. De
acuerdo con Barba (2020) “la marginalización social de los actores no es consecuencia
de su profesión. Su profesión es marginada porque selecciona a sus miembros entre
los marginales”i. Pero, más allá del relegado destino, al parecer inevitable, del actor y la
actriz, voy a detenerme en su reputación de profanos. Según lo abordado en clase, lo
profano es un concepto que instaura el medioevo. Como los juglares y las juglaresas se
presumían politeístas entonces se les acusaba de profanos, pues el politeísmo fue de
los primeros saqueos que hace la religión judeocristiana.

Pero, ¿qué significa lo profano? De acuerdo con Agamben, lo profano es "aquello que,
habiendo sido sagrado o religioso, es restituido al uso y a la propiedad de los
hombres"ii. ¿Qué es entonces lo que profanaban los juglares y las juglaresas con su
particular forma de hacer teatro en el medioevo? ¿Qué es lo que les devuelven a los
hombres a través de su presunto politeísmo? ¿La conversación, sin intermediarios, con
los dioses? ¿La inexistencia del pecado en concordancia con la imperfección moral de
los dioses grecolatinos? Todas estas no son más que hipótesis atrevidas. Sin embargo,
hay una en particular que pienso con especial atención y que coincide con el tema de
los textos introductorios abordados en el curso, aquellos de Buenaventura, De la Parra
y Contreras. Lo que se encargan de profanar los actores y las actrices del medioevo,
aquello que, habiendo sido sagrado, es devuelto por ellos a la propiedad de los
hombres, es el cuerpo. El templo del Dios bíblico. Ese rostro que no podía ser ocultado
a través de ese artificio pagano que es la máscara. Ese cuerpo que debía ser cuidado
para el culto a Dios y para la entrada triunfal al paraíso. Ese rostro y ese cuerpo,
constituyen lo profanado por los juglares y las juglaresas, en función del acontecimiento
teatral.
Finalmente, me pregunto si los actores y las actrices siguen siendo profanos. Y si es
así… ¿qué es lo que se encargan de profanar en la actualidad? Voy a tomar el
concepto de W. Benjamin (citado en Agamben, 2005) cuando habla del capitalismo
como religión en tanto 1) Es una religión cultual (…) todo en ella tiene significado sólo
en referencia al cumplimiento de un culto; 2) Este culto es permanente; y, 3) El culto
capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa
misma. En el capitalismo como religión el cuerpo es incapaz de salir de la perpetuidad
de la culpa, es dividido de sí mismo en una esfera separada que imposibilita su uso: el
consumo. Aun así, retomando la idea de Barba con respecto a la marginalidad de los
actores y actrices, ¿será que elegir la profesión/oficio de la actuación no es una
respuesta en contra de la lógica del consumo? ¿No sería este un intento válido de
profanar lo improfanable? ¿O será que el cuerpo del actor o la actriz está, en la misma
medida de otros cuerpos, bajo el látigo del consumo y la culpa?
i
Barba, E. (2020). La transmisión de la herencia. New Theatre Quarterly, 63. Cambridge.

ii
Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora S.A

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