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LA PUERTA ESTRECHA

Mateo 7:13-14:
"Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son
los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
hallan."

Si quisiéramos resumir en una sola palabra la filosofía, la forma de pensar dominante de nuestra generación, podríamos
usar uno de estos dos términos: relativismo o pluralismo. Vivimos en una época en la que todo vale: todas las ideas,
todas las teorías, todas las religiones, todos los sistemas filosóficos, porque todo es relativo. Lo que es verdad para ti no
necesariamente tiene que ser verdad para mí. Lo que para ti es bueno puede que para mí sea malo. Cada cual tiene
derecho a creer lo que quiera porque no hay verdades absolutas, ni en el terreno de la filosofía, ni en el religioso, ni en el
ético o moral.

Por eso, uno de los grandes obstáculos que la gente hoy en día encuentra en el evangelio es su exclusividad o
absolutismo. Nosotros predicamos a Cristo como el único Salvador y proclamamos el evangelio como el único mensaje
que contiene la verdad de Dios sobre la salvación, y esa exclusividad molesta.

“Está muy bien que sigan a Cristo y que traten de vivir conforme a sus enseñanzas, pero ¿por qué el exclusivismo?
¿Acaso no existe la posibilidad de otras doctrinas, incluso de otras religiones?” "Todos los caminos llevan a Roma", como
dice un antiguo dicho.

Escuchaba la historia de un pastor y una señora que asistía a su iglesia y que tenía esta filosofía religiosa: "Todos los
caminos llevan a Roma". Un día, el pastor y esta señora se encontraron en el edificio de correos, y ella aprovechó para
darle una lección espiritual. Le dijo: "Fíjese, pastor, usted entró por esa puerta, yo entré por aquella otra, pero los dos
estamos en el correo." El pastor, entendiendo perfectamente la moraleja, le respondió: "Sí, señora, pero cuando yo
muera, no quiero llegar al correo, sino al cielo. Y para llegar al cielo, no hay muchos caminos; no todos los caminos llegan
allí. Hay un solo Dios y él tiene una sola forma de pensar."

Si la Biblia es su revelación y Jesucristo es su Hijo, entonces no existe otro mensaje ni otra persona que pueda salvar a
los pecadores. En cierta ocasión, Jesús dijo a su auditorio: "Yo soy la puerta; yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que
vinieron antes de mí son ladrones y salteadores. Yo soy la puerta; el que por mí entre, será salvo." Y en otro lugar
afirmó: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 14:6).

Fuera de Cristo, no hay otra puerta, no hay otra luz. "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida", dicen las Escrituras. Nadie
viene al Padre sino por Él. La exclusividad absoluta de Cristo es una afirmación clara de que no existe nadie más fuera
de Él que pueda salvar a los pecadores. Absolutamente nadie.

Él es la segunda persona de la Trinidad encarnada que, siendo inocente, murió en una cruz para saldar la deuda de todos
aquellos que no podían pagarla por sí mismos. Solo Él podía pagar ese precio, y de hecho, solo Él lo pagó.

Por eso, Pedro dice en Hechos, capítulo 4, versículo 12, que "en ninguna otra hay salvación, porque no hay otro
nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos".

Mi amigo, nosotros predicamos a Cristo como el único Salvador, porque no existe otro. No existe otro. Pero la
exclusividad del evangelio no termina ahí. El evangelio no solo proclama un solo Salvador, sino también un solo método
por medio del cual podemos ser salvos: un solo Salvador, un solo medio. Es seguir a Cristo en sus términos, no en los
nuestros.

En el texto que leímos al principio, el Señor pone delante de nosotros una elección que hacer, porque no todos los
caminos conducen al cielo. En Mateo, capítulo 7, versículos 13 y 14, Cristo nos presenta dos opciones que se excluyen
entre sí, dos opciones totalmente opuestas: hay dos puertas, dos caminos, dos grupos de personas, dos destinos. Solo
dos.
Por un lado, tenemos una puerta estrecha que lleva a un camino angosto, por el cual caminan pocas personas,
relativamente, pero cuyo destino es vida eterna en eterna comunión con Dios. Por el otro lado, hay otra puerta, dice el
Señor, bien ancha, que lleva a un camino espacioso, por el cual transitan muchas personas, pero que conduce a un lugar
de miserias sin fin.

Dos puertas, dos caminos, dos grupos, dos destinos.

Hay solo dos posibilidades para escoger, y, por lo tanto, una sola elección. La puerta que escojas te llevará a un camino,
y ese camino te llevará a un destino.
Tu decisión tiene consecuencias, consecuencias que tendrán resultados por toda la eternidad.

No existe nada más importante en la vida de una persona que elegir una de esas puertas.

Mi amigo, tienes que tomar una decisión, y lo que tenemos en nuestro texto es la invitación amorosa de Cristo a tomar
la decisión correcta: entrar por la puerta estrecha. Y hay tres elementos en esta invitación que nos hace Jesús que yo
quiero resaltar en esta mañana.

En primer lugar, LA INVITACIÓN DE CRISTO ES UNIVERSAL EN SU ALCANCE.

"Entrad por la puerta estrecha."

No se dirige a ningún tipo de persona en particular; todos son invitados porque todos necesitan entrar. El moralista y el
depravado, el religioso y el profano, el rico y el pobre, el niño, el joven, el adulto, el anciano; no existe una sola persona
en el mundo que no tenga la necesidad de entrar alguna vez por esa puerta.

Mi amigo, yo no conozco tu trasfondo familiar o religioso, no conozco el estilo de vida que has vivido hasta ahora, pero si
estás interesado en el destino eterno de tu alma, escucha lo que Cristo le dijo a Nicodemo: "El que no nazca de nuevo
no puede ver el reino de Dios, no puede entrar en el reino de Dios, no puede, pues es necesario nacer de nuevo".

Mira, si tú no has pasado por esa experiencia de transformación espiritual que la Biblia describe como un nuevo
nacimiento, no has entrado aún por la puerta estrecha, no tienes parte ni suerte en el reino de Dios. No eres parte del
reino de Dios, no eres un hijo de Dios.

Para algunos, esta invitación es una ofensa porque creen que ya están dentro.

Cristo fue crucificado por la provocación de un grupo de hombres que se sintió profundamente ofendido y humillado por
esta invitación. “Como si tuviéramos que entrar por la puerta estrecha.”

Pero hay otras personas que no reaccionan así. Para aquellos que están conscientes de su condición espiritual delante
de Dios, los que saben que han pecado y merecen ser condenados por sus pecados, es un motivo de gran gozo y alegría
saber que son invitados por Cristo.

Cuán diferentes son las reacciones de las personas a la misma invitación. Unos se ofenden, otros reciben la invitación
con gozo.

Mira, Cristo dice aquí que la puerta está abierta para todos los que quieran; es universal, y es responsabilidad de cada
hombre y mujer responder a ese llamado.
Eres tú el que debe entrar por la puerta estrecha; nadie puede hacerlo por ti. Podemos predicar el evangelio,
presentarte la invitación, incluso podemos orar por ti, pero no podemos entrar por esa puerta en tu lugar. No se puede;
es tu responsabilidad y solo tuya. Porque a menos que el pecador responda a ese llamado, se quedará fuera y eso tendrá
consecuencias eternas.
Hay que responder a ese llamado. Cristo nos invita porque todos debemos venir y entrar. "A todos los sedientos: Venid
a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.”
Isaías 55:1

Y en otro lugar dice el mismo Cristo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, yo os haré descansar". Y
casi al final del Nuevo Testamento, en Apocalipsis, capítulo 22, versículo 17, leemos estas palabras de invitación: "Y el
Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la
vida gratuitamente".

El que quiera. ¿Quiénes son invitados? Todos: los sedientos, los que no tienen dinero, los que están trabajados y
cargados, todos los que quieran. Esa es la invitación de Cristo, el Rey, y es tu deber responder a ella.

Si tocas la puerta y pides misericordia, te aseguro, con toda la autoridad que me confiere la palabra de Dios, que
encontrarás misericordia.

Nadie va a llegar al día del juicio diciendo: "Yo toqué y toqué y toqué, y no me abrieron". Nadie. El que a mí viene, dice
el Señor, yo no lo echo fuera. Entonces, toca la puerta con un corazón contrito y humillado, y se te abrirá. Porque todo
el que pida perdón y misericordia, alcanzará misericordia y perdón.

Pero esta invitación no solo es universal en su alcance, sino también, en segundo lugar,

HONESTA EN SU DEMANDA.
Veamos otra vez nuestro texto: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a
la vida, y pocos son los que la hallan".

El Señor es honesto en su invitación. Él no nos engaña para que le sigamos. No. Hay una sola puerta que es estrecha y un
solo camino que es angosto. La puerta ancha y el camino espacioso, donde cada cual piensa y vive como quiera, ese es el
camino que lleva a la perdición, dice Cristo.

Algunos no se sienten cómodos con tanta estrechez, con lo angosto del camino, y saben lo que hacen. Intentan
remodelar la puerta y ampliar el camino. Se consideran cristianos, profesan seguir a Cristo, tal vez hasta son miembros
de una iglesia, pero hacen todo lo posible por hacer el camino más ancho y más cómodo. Quieren inventar un
cristianismo a su medida.

Hermanos, la puerta que lleva a la salvación es estrecha. Es estrecha, y el camino que se encuentra detrás de esa puerta
es angosto. También es angosto. El Señor dijo en una ocasión: "Todo el que procure salvar su vida, la perderá; y el que
pierda su vida, la salvará". Para salvar la vida, hay que perderla primero. Hay que entrar por la puerta estrecha. No es
tu opinión lo que manda, sino lo que dicen las Escrituras.

Lo que estamos diciendo es que, para ser salvos, debemos venir a Cristo con la disposición de divorciarnos de nuestra
vida de pecado y entregarnos por completo a Él. Eso es lo que estamos diciendo.

En otras palabras, debemos venir a Cristo en arrepentimiento y fe. Eso es entrar por la puerta estrecha. El hombre que
ha sido iluminado por el Espíritu de Dios adquiere una nueva comprensión de lo que es el pecado, de las consecuencias
del pecado. De tal manera que ahora, ese hombre aborrece lo que antes amaba.

Este hombre se da cuenta de que ha vivido una vida egocéntrica y miserable, donde el motivo principal de su existencia
no era la gloria y la honra de Dios. Pero ahora, está dispuesto a cambiar de rumbo, amparado en la gracia y el poder del
Espíritu Santo. Este hombre está dispuesto a vivir en el contexto de una nueva obediencia que antes le era extraña.

Pero el hombre que no posee esa disposición de obedecer a Dios, de hacer Su voluntad, de imitar Su carácter santo,
revelado en su palabra, se engaña a sí mismo si cree que va camino al cielo. ¿Deseas entrar en el reino de Dios? Ahí está
la puerta abierta para todo el que quiere entrar, pero es una puerta estrecha. Es estrecha. La mayoría camina por el
camino espacioso, excepto el cristiano. Excepto el cristiano, porque él es distinto. Dios lo hizo distinto.

El cristiano no hace necesariamente lo que todo el mundo hace. Él no va por dónde va la mayoría. Por eso, el estilo de
vida del cristiano nunca ha sido popular y nunca podrá serlo. Nunca podrá serlo.

El cristiano viaja por un camino angosto, y por ese camino, no va mucha gente.

Y hermanos, si hay algo patético, es ver a una persona que profesa ser cristiana, preocupándose por las mismas cosas
que se preocupan los demás, viviendo el mismo estilo de vida, usando las mismas modas, sin importarle si pasa la
prueba de la modestia cristiana o no, visitando los mismos lugares, hablando el mismo lenguaje. En pocas palabras,
deseando ser aceptado por todo el mundo.

Hay iglesias hoy que quieren tanto ser aceptadas por el mundo que se ven como el mundo, parecen discotecas y no
iglesias. La moda es más importante que la Biblia. Parecerse al mundo es más importante que parecerse a Cristo.

Alguien dijo una vez: "Todos nosotros somos esclavos de lo que se hace.”

Estamos en un mundo lleno de tradiciones, hábitos y costumbres a los cuales tenemos que conformarnos. Y se puede
decir de la mayoría de nosotros que no hay nada que odiemos tanto como el ser diferentes. No nos gusta ser diferentes.

Pero la verdad es que muchos que están convencidos de que el evangelio es la palabra de Dios, se han vuelto atrás por
cobardía, porque no quieren ser distintos.

Por eso dice en Apocalipsis que los cobardes no entrarán en el reino de los cielos. No entrarán. Eso es imposible. Si
quieres alcanzar la vida eterna, tienes que entrar por esa puerta.

Pero esa puerta es estrecha, tan estrecha que no se puede entrar cargado de paquetes. Muchas cosas tienen que
quedarse fuera. Una de esas cosas es el mundo y su sistema de valores, un sistema de valores que es contrario a Dios y a
Su palabra.

Por eso dice Pablo en Gálatas capítulo 6, versículo 14: "Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí y yo al mundo".
Por eso dice el apóstol Juan: "No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, no se
engañe; el amor del Padre no está en él".

Si entras por esa puerta estrecha, tienes que dejar el mundo fuera. Tienes que dejar fuera también tus pecados
favoritos. Estoy hablando aquí de una disposición de corazón a divorciarte de tu vida de pecado, a darle la espalda. Es
tomar la determinación de vivir para Dios, de vivir para Su gloria, no para ti mismo.

Por esa puerta estrecha tampoco se puede entrar con el orgullo inflado. No cabemos. No podemos entrar por esa puerta
estrecha llevando con nosotros nuestra propia justicia, creyendo que merecemos algo, que podemos contribuir en algo
para nuestra salvación. No, por esa puerta hay que entrar agachado.

Si quieren ponerlo de otra manera, hay que entrar gateando. Por esa puerta, humillado delante de Dios, con un sentido
tan grande de indignidad que no nos permita ni siquiera levantar la cabeza, como aquel publicano que se paraba lejos y
decía: "Ay, Dios, sé propicio a mí, que soy pecador. Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador".

Así que aquí tenemos una invitación que es universal en su alcance (todos están invitados); una invitación que es
honesta en su demanda (La puerta es estrecha). Pero en tercer lugar, también tenemos:

UNA INVITACIÓN QUE ES REALISTA EN SU EXPECTATIVA.


Como dice el texto: "Entrad por la puerta estrecha, porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida,
y pocos son los que la hallan". Pocos.

Cristo es realista en su expectativa. Él sabía que, en comparación con los que entran por la otra puerta, en comparación
los que aceptan su invitación, son pocos. ¿Saben por qué? Precisamente porque es una puerta estrecha y un camino
angosto.

Muchos quisieran obtener el resultado de la puerta estrecha entrando por la puerta ancha y caminando por el camino
espacioso, pero eso es imposible.
No puedes ir por el camino espacioso y entrar por la puerta estrecha.

El que esté caminando hoy por el camino ancho, por el más popular, el más chévere, el más bonito, seguramente no
entró por la puerta estrecha y, si sigue por ese camino, terminará en destrucción.

Tenemos razones legítimas, de peso para sospechar si es verdadera la fe de aquellos que en su estilo de vida reflejan esa
debilidad, esa comodidad espiritual de los que transitan por el camino ancho. Nosotros tenemos derecho a dudar de que
esa persona sea cristiana.

La puerta que conduce al camino que lleva a la vida es estrecha, y el camino mismo es angosto, lleno de luchas, de
sufrimientos, de persecuciones. Dice el Señor en Mateo capítulo 5, versículo 10 al 12: "Bienaventurados los que
padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando
por mi causa os vituperen y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque aunque no
sois populares, nuestro galardón es grande en el reino de los cielos. Porque así persiguieron a los profetas que fueron
antes que vosotros".

Por eso es que pocos entran por esa puerta, porque no quieren pagar el precio.

El Señor dijo en una ocasión que el reino de los cielos se hace fuerte y solo los violentos lo arrebatan. O sea, la vida
cristiana exige coraje y determinación.
Por eso dice en Apocalipsis capítulo 21, versículo 8, que los cobardes no entrarán en el reino de los cielos. No entrarán.

Ahora saben algo, aunque la puerta de la salvación es estrecha y el camino es angosto, no hay mayor privilegio ni
dicha más grande que caminar por él.

La anchura de la otra puerta y del otro camino no solo es transitoria y temporal, es ilusoria. Es una ilusión. No hay nada
más terrible que ser esclavo del pecado. No hay nada más terrible que ser un hijo del diablo. No hay nada más terrible
que vivir sin esperanza y sin Dios en este mundo. No hay nada más terrible.

La puerta ancha y el camino espacioso no solo conduce a la destrucción final en el infierno, sino también a una vida
miserable y sin sentido aquí y ahora.

Y ahora yo te pregunto, ¿has entrado por esa puerta y estás caminando por ese camino angosto? ¿Alguna vez has
reconocido tu pecado delante de Dios, tu miseria, tu indignidad, y le has pedido que tenga misericordia de ti, que
perdone tus pecados, que te conceda la gracia de vivir para Él? ¿Alguna vez lo has hecho?

¿Alguna vez en tu vida te has despojado de toda confianza en ti mismo, te has despojado de tu decencia, te has
despojado de toda confianza en tu iglesia, en tu religión, y has descansado únicamente en Cristo, en su justicia perfecta,
en su muerte en la cruz, en su resurrección?

¿Alguna vez has renunciado de todo corazón a una vida centrada en ti mismo, donde lo más importante eras tú y tus
deseos, tú y tu voluntad, tú y tus planes, y has tomado la determinación de vivir para la gloria de Dios y cumplir su
voluntad revelada en su palabra, cueste lo que cueste? ¿Alguna vez has hecho eso?
¿Mantienes todavía el día de hoy esa determinación de tal manera que cualquier mandamiento de Dios en su palabra es
más importante que cualquier opinión tuya, Que es más importante Su palabra que tu opinión, aunque no te guste?

Si no has hecho eso, esta invitación es para ti. O si crees que lo has hecho, pero has estado engañado, viajando por el
camino ancho que lleva a la destrucción, esta invitación es para ti: entra por la puerta estrecha.

Ahora está abierta para todo el que quiera entrar, pero algún día se cerrará para siempre, y habrá terminado para ti toda
esperanza.

Ven a Cristo, ven a Cristo. Pídele que perdone tus pecados, pídele que transforme tu corazón, pídele que tenga
misericordia de ti, pídele que ponga en ti un nuevo deseo de hacer su voluntad, pídele que te dé un corazón obediente.

No rechaces esta invitación de amor y de gracia que el Rey de los Cielos te extiende por medio de su palabra en esta
mañana, porque no tienes certeza alguna de que esta invitación se extenderá otra vez. No tienes la menor certeza.

Esta puede ser la última vez que el Rey de los Cielos decida tener misericordia de ti.

¿Sabes una cosa? Permanecer indiferente es rechazar la invitación. Puedes pensar, "No, yo simplemente estoy aquí,
pasivo, escuchando. Yo he decidido no hacer nada." Ya estás decidiendo algo. Estás decidiendo no entrar por la puerta
estrecha.
Estás decidiendo rechazar la invitación del Rey de reyes y el Señor de señores. Estás decidiendo continuar por el camino
ancho que lleva al infierno.
Ya estás tomando una decisión.

Tú necesitas el perdón de Dios. Tú necesitas ser reconciliado con él, y para eso vino Cristo al mundo, para morir por
pecadores, para pagar la deuda de ellos en la cruz del Calvario.

Y ahora, basado en esa obra redentora, el Evangelio de Cristo anuncia salvación completa y gratuita por medio de la fe
en ese glorioso mensaje. Pero debes entrar por la puerta estrecha. Debes entrar por la puerta estrecha del
arrepentimiento y la fe.

Ven a Cristo y pídele que tenga misericordia de ti, porque solo él puede salvarte en este día, en esta misma hora, y Él se
deleita en perdonar pecadores. Cristo se deleita en perdonar a pecadores.

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