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Arte venezolano del siglo XX


La megaexposicion
Por: Pablo Villamizar

ArtNexus 53
Arte en Colombia 99
Jul - Sep 2004

Mario Abreu. Mujer vegetal, hacia 1954. Óleo sobre tela. 97 x 194,5 cm (38 x 76 ½ pulgadas). Colección GAN. Exhibida en el Museo de Bellas Artes.
Décadas 1950-1969.

Un cúmulo interminable de luminosos cables se conectan —desde diversas


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direcciones— en un rígido y perfecto mástil de tierra. La imagen, en blanco y negro,
mantiene embelesada, con todas y cada una de sus líneas de eternidad, a una
espectadora que, apenas, se ha iniciado en el recorrido de una de las propuestas
expositivas más recientes y con mayor número de imaginarios, en la Venezuela del
joven siglo XXI.

La foto, perteneciente al artista Carlos Herrera, se llama Poste brillante. Fue


tomada en 1943 y es, sin querer serlo y por esas cosas del destino de la belleza, una
de las metáforas más precisas que pueden emplearse para definir la esencia de lo
que exhibe, a grandes rasgos, Arte venezolano del siglo XX. La megaexposición,
muestra que reúne más de 3.000 obras entre 1901 y 2001, en 66 espacios de toda
Venezuela.

Por un lado, en el caso de Caracas, se trata de un montaje organizado


cronológicamente en cinco grandes bloques que, a su vez, se concentran en cinco
significativos núcleos expositivos de la ciudad: Galería de Arte Nacional (1900-
1952); Museo de Bellas Artes (1950-1969); Museo Jacobo Borges y Museo de la
Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Díez (1970-1979); Museo Alejandro Otero y
Museo Arturo Michelena (1980-1989); y Museo de Arte Contemporáneo de
Caracas Sofía Imber, Salas Cadafe e Ipostel y Centro de Estudios Latinoamericanos
Rómulo Gallegos (1990–2000).

Juan Manuel Echeverría. Dracula Nosferatu, de la serie Corte de florero, 1998. Dibujo. 50,8 x 40,6
cm (20 x 16 pulgadas).

Por otro, representa una gran sala, a través de la cual es posible mirar y admirar las
innumerables representaciones de un conjunto de soportes artísticos que van
desde la tradicional pintura, la escultura y el grabado, pasando por las instalaciones
y la fotografía, hasta el diseño gráfico y el videoarte.

Sin duda alguna, hablamos —tal y como lo sugirió alguna vez el crítico venezolano
Roberto Guevara— de la historia alternativa de un país, presentada bajo el matiz
blanquecino de la belleza que, dicho sea de paso, siempre ha tenido, en estas tierras
mestizas, usuales y a la vez extrañas maneras de manifestarse.
También nos referimos a la centuria de una Venezuela que se construyó a partir de
la luz y la sombra, de la forma y el espacio, del punto y la línea, sobre la base de
lápices, pinceles, buriles, cámaras fotográficas y de video o cualquier herramienta
que sirva para crear. Arte venezolano del siglo XX. La megaexposición podría
definirse, en palabras de Guevara, como una suerte de “recuento encendido por la
imaginación, que termina por ser el más verídico, la síntesis más significativa y
reveladora” de una época.

Santiago Pol. V Salón Nacional de Jóvenes Artistas, 1977. Impresión de Editorial Génesis para el
CONAC. 87 x 98,5 x cm (34 ⅕ x 38 ¾ pulgadas). Foto: Sebastián Garrido. Exhibido en el Museo de
la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez. Década 1970-1979.

Bellas décadas

El primer período presentado a los ojos del espectador transcurre de 1990 hasta
1952 y expone cinco grandes momentos que van desde las pinceladas del realismo
de principios de siglo, la fundación del Círculo de Bellas Artes, el desarrollo de la
Escuela de Caracas, el realismo social de la década de 1940, hasta las propuestas
del Taller Libre de Arte. Su curador: el Profesor Francisco Da Antonio.

Es así como destacan, pared a pared, en las salas de la Galería de Arte Nacional,
óleos sobre tela como Fin de jornada (1912) de Emilio Boggio; Camino de cotiza
(1920) de Antonio Alcántara; las creaciones de Manuel Cabré; El playón (1942) de
Armando Reverón; Retrato de la tía Loló (1942) de Armando Barrios; Cometas y
papagayos (1951) de Alirio Oramas —obra trabajada en óleo con grafito y tinta
china sobre tela—; La bruja (infante) (1952) de Oswaldo Vigas, y Mujer vegetal
(hacia 1954) de Mario Abreu. Por supuesto, también están presentes creaciones de
Federico Brandt, Antonio Edmundo Monsanto, Marcos Castillo, Rafael
Monasterios, Héctor Poleo y César Rengifo, entre otros.

Seguidamente, aparece en escena el Museo de Bellas Artes, institución que exhibe


obras fechadas entre 1950 y 1969, es decir, 19 años en los cuales se plantearon,
básicamente, el conflicto entre la abstracción y la figuración; los primeros asomos
del cientismo, y la relación entre movimientos artísticos y posiciones ante la
sociedad. María Luz Cárdenas tuvo la responsabilidad de esta curaduría.

Luis Lizardo. Pasan y arden, 1988. Óleo sobre tela. 170 x 400 cm (67 x 157 ⅖ pulgadas). Donación
Fundación Mendoza. Colección GAN. Exhibida en el Museo Alejandro Otero. Décadas 1980-1989.

Durante esta etapa nacieron obras como Dos figuras (1951) de Héctor Poleo; la
serigrafía sobre plexiglás y madera Espiral (1954) de Jesús Soto; el óleo sobre tela
Tejedora de nubes (1956) de Manuel Quintana Castillo; Barcos y grúas (1958) de
Hugo Baptista; Muertecito (1961), en bronce patinado, de Cornelis Zitman; El
castillo del Sol (1964) de Elsa Gramcko, elaborada con materiales diversos sobre
cartón piedra; El coto de caza (1967) de Régulo Pérez; el óleo sobre tela Ha
comenzado el espectáculo (1964) de Jacobo Borges; el revelador ensamblaje de
objetos y múltiples materiales Homenaje a Matthias Grünewald (1968-1970) de
Miguel von Dangel; y las esculturas de Víctor Valera.

El Museo Jacobo Borges y el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Díez —


dedicados a presentar lo más selecto de la estética propuesta en la década de 1970
—, enfatizan en el afianzamiento de la nueva figuración, el resurgimiento del dibujo
y de las artes gráficas y las manifestaciones del conceptualismo y el arte
geométrico. Xiomara Jiménez se encargó de la curaduría de artes visuales para
ambos museos. La esencia de esta etapa se define a partir de una “eclosión de
experiencias artísticas de variada índole y a una hibridación de estilo y técnicas”,
como se apunta en uno de los catálogos de Arte venezolano del siglo XX. La
megaexposición.

En relación con el diseño, cabe destacar —como logro positivo— la investigación


integral sobre el diseño gráfico, tridimensional y digital durante la centuria, algo
inédito antes de la inauguración de este montaje. La curadora responsable, Susana
Benko, afirma que otro resultado significativo de este esfuerzo es el hecho de que
los museos (usualmente dedicados a las artes visuales) integrasen esta disciplina en
sus espacios.

Sandra Vivas. Brillar en la oscuridad, 2000. Video Escultura. Cuatro monitores. Colección Museo
de Bellas Artes. Foto: Daniel Hernández. Exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de
Caracas MACCSI. Década 1990-2001.

La heterogénea década de 1970 está representada, en ambos museos, por más de


90 artistas y 215 obras en las que hay pintores, escultores y fotógrafos, pero
también diseñadores gráficos (Jesús Emilio Franco, Alvaro Sotillo, Santiago Pol,
Gerd Leufert y Nedo M. F.) y ceramistas (Tecla Tofano, Seka Severín y Cándido
Millán).

Los nueve creativos años presentados entre 1980 y 1989, en el Museo Alejandro
Otero y el Museo Arturo Michelena, ofrecen al visitante “una exuberante y versátil
muestra plástica de estilos superpuestos, grandes formatos, lenguaje corporal,
manchas y chorreadas en el lienzo —o sobre superficies menos convencionales—,
fotografías documentales, pantallas de televisión; obras abiertas en toda su
dimensión físico-lírica. Es una época abigarrada, individualista, de profundos
cambios en la manera de vivir del venezolano medio”, se puede leer en uno de los
desplegables informativos que reparten en las dos instituciones antes
mencionadas. Dentro de este tiempo son célebres Así yo pinto para ti (1984) de
Ernesto León; El cuadro rojo (1986) de Eugenio Espinoza, y Pasan y arden (1988)
de Luis Lizardo. Diego Casanovas fue el responsable de esta curaduría.

La instalación Verde por fuera, rojo por dentro (1993) de Meyer Vaisman funge
como estandarte del último período reflejado en la megaexposición, es decir, desde
1990 hasta 2000. Nos referimos al grupo de obras que se encuentran en el Maccsi,
las salas Cadafe e Ipostel y el Celarg bajo la tutela curatorial de Luis Ángel Duque.

Luego de recorrer las salas de estos lugares, resultan impactantes a la vista la


instalación Un brindis al universo (1992) de Nan González; la escultura con video
Baños de sangre (1993) de Nela Ochoa; Fiesta en la instalación. La extracción de la
piedra de la locura (1996) de Javier Téllez; la instalación Armas caseras y objetos
de escape (1995-1997) de Sara Maneiro, y el carro Surara diseñado por los
alumnos del Instituto de Diseño de Caracas. No hay que olvidar que, durante esta
década, el arte en Venezuela exhibió un espíritu revisionista, en el cual
sobresalieron las instalaciones, el video y la fotografía.

Postes y sombras

Si bien la megaexposición representa un espacio positivo donde la diversidad es


posible, en un país que actualmente lucha por aceptarse desde la pluralidad social y
política, existen ciertos detalles conceptuales y estructurales que ensombrecen la
idea de “acercar las masas al arte” y que, además, reclaman mayor seriedad desde
el punto de vista museográfico.

En este sentido, Perán Erminy, crítico y artista venezolano, afirma que no puede
observarse el arte de la Venezuela del siglo XX como una estructura lineal. “La
clasificación cronológica causa confusión y da cabida a omisiones graves”, comenta.
“Lo lógico —agrega— hubiese sido facilitar los ejes en los cuales gravitó nuestra
creación durante ese período”.

No obstante, lo más luminoso de la propuesta son los suaves hilos de belleza que,
en conjunto, percibe el ojo del visitante una vez concluido el recorrido. Apreciarla,
sala a sala, y pared a pared, resulta muy similar a quien contempla, en la soledad de
una calle, la naturaleza de un Poste brillante: uno de los tantos objetos que hace
posible, como el arte, el milagro de la luz.

PABLO VILLAMIZAR

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