Está en la página 1de 6

OMR

En su más reciente exposición, la galería OMR resume 25 años de historia del arte en
México.
Por Adriana Herrera

La exhibición OMR 25 con la que la galería OMR celebra 25 años de


exhibiciones ininterrumpidas, es una retrospectiva a un periodo crucial en el
cual el arte en México destruyó, reasumió, se alejó primero y luego se
reapropió de las fuentes vernáculas, burlando las demarcaciones entre lo
culto y lo popular tanto como replanteándose su naturaleza. La opción de
realizar una exhibición inclusiva, organizada cronológicamente, concebida
prácticamente como una puesta en escena que permite documentar ese
período en el que no faltaron los anatemas ni las contradicciones, pero que
finalmente marcó el retorno del país a las redes mundiales del arte, está sin
duda ligada a la concepción de una galería que cumplió un papel clave en la
transición hacia el arte contemporáneo y en su posicionamiento, sin perder
nunca una perspectiva histórica. De hecho, mientras la fundadora de la
galería, Patricia Ortiz Monasterio, se declaró “incapaz” de hacer una
selección curatorial de los artistas más significativos en la historia de la
galería, entre las 244 exhibiciones, las primeras que destaca son justamente
propuestas que incorporaron la tradición a lo contemporáneo. Raíces
populares del arte mexicano actual, con artistas como Sergio Hernández,
Miguel Ángel Ríos, Adolfo Riestra, Germán Venegas y Nahum B. Zenil,
Alberto Montaño, entre otros, permitió presentar de qué modo esos creadores
reasumían la tradición, y desmitificándola la recuperaban para la vertiginosa
posmodernidad. La muestra colectiva de obras como el óleo expresionista de
la calaca en la palma de una mano hecha por Zenil; o la deidad femenina de
la falda… no de serpientes, sino de monedas, de Riestra; o los bestiarios
pintados sobre amate y cera, de Hernández, son el tipo de obras que cuando
ya se avecinaba el estallido que tendría el arte en México en los noventa, y la
tradición parecía haber llegado al límite de sus posibilidades, propiciaron una
reflexión sobre el modo de trasponer las barreras de lo ancestral, de las
iconografías populares y reinventarlas. En ese sentido, como Patricia
sostiene, “la exhibición fue un parteaguas”. Ahí adquirió la conciencia del
papel que una galería puede tener no sólo como un espacio que permite vivir
a los artistas y desarrollarse como tales, sino como un lugar que propicia
pensamiento en torno a la escena del arte. OMR se ha definido por su
preocupación por indagar colectivamente lo que pasa en el panorama del arte
mexicano no sólo en espacios distantes como el DF, Oaxaca o Monterrey,
sino en términos de desplazamientos temporales y de preguntas por los –a
menudo desconcertantes– hilos de continuidad. Siguiéndolos, en 1989
realizaron Retratos mexicanos: 150 años de fotografía, que obtuvo el premio
a la Mejor Exposición del Año y marcó una de las fortalezas de la galería: su
acervo en la fotografía como arte. La muestra les abrió los ojos al prodigioso
legado de los fotógrafos anónimos que en el siglo xix se apropiaron en
México del invento de la fotografía, y les permitió reunir a la grandes figuras
que instauraron una tradición insuperable, desde José María Lupercio o
Romualdo García, Tina Modotti, Manuel y Lola Álvarez Bravo, Héctor García,
Graciela Iturbide, hasta artistas más jóvenes como Mariana Yampowlsky,
Gerardo Suter, Flor Garduño, Laura Cohen, Gabriel Figueroa Flores, entre
muchos otros. Esa opción de indagar en lo histórico de cara a lo
contemporáneo en un momento en que la velocidad del mercado del arte es
tal que no permite mirar atrás marca una clave de identidad de OMR.

UNA HISTORIA DEL ARTE EN CONSTRUCCIÓN


Después de haber trabajado estrechamente con Fernando Gamboa en el
sector público del arte, Patricia, museógrafa de profesión, abrió en 1983 OM
(por Ortiz Monasterio), una galería que contenía la misma intención de un
espacio creativo que Virginia Woolf asignaba a “una habitación propia”. Al
año siguiente, su esposo Jaime Riestra, arquitecto y cineasta, dejó su trabajo
en el Instituto Nacional Indigenista, para hacer parte de lo que a partir de
entonces sería OMR: una galería en donde proyectarían de manera
ininterrumpida escenas claves para el arte contemporáneo en el país: la
película de la historia del arte en construcción. La mayoría de los artistas que
participaron en las primeras muestras eran cercanos amigos convocados por
el entusiasmo. Como se advierte en la primera de las siete salas de la
exhibición, en muestras como Bestiario, no había aún una propuesta
curatorial con un estricto criterio selectivo y tal como ocurría a comienzos de
los ochenta convergían maestros ya clásicos de la fotografía como Manuel
Álvarez Bravo con otros artistas en plena exploración pictórica. Hay nombres
que se consagraron y otros que desaparecieron. Pero incluso esos tanteos
reflejan un momento de transición fundamental. Lo que para Patricia significó
el montaje de esta exhibición: “Ver físicamente 25 años de vida”, puede
atribuirse también a lo colectivo: son 244 exposiciones en las cuales puede
rastrearse la trayectoria de muchos artistas. A Rubén Ortiz Torres, por
ejemplo, lo han representado desde 1988, cuando ya trabajaba con
reapropiaciones de la historia del arte y alteraba los formatos del retrato; y es
posible ver las transformaciones de Yishai Jusidman, o de una artista como
Mónica Castillo en óleos de enorme fuerza como Coronación mística o su
serie de autorretratos con distorsiones. O las de Luis Ortiz Monasterio y
Laura Cohen, Laureana Toledo, Dulce María Núñez o Paul Nevin. En el inicio
de la galería, en las exhibiciones anuales que convocaron bajo el título Viejos
problemas, nuevas soluciones, donde quisieron plantear una línea curatorial
que mantuvieron hasta 1985, participaron varios de los artistas de la ruptura
como José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Juan Soriano y Alberto Gironella, y
también el neo-mexicanista Adolfo Riestra –uno de los artistas fundadores de
OMR, al que siguen representando después de su muerte– y los maestros de
la tradición oaxaqueña fundada por Tamayo: Sergio Hernández y Francisco
Toledo, entre otros artistas como Alejandro Arango, Roberto Cortázar,
Georgina Quintana, Eloy Tarsicio, Pablo Rulfo o Mary Stuart. En 1985, vino
un momento difícil que fue la profesionalización de la galería, el definir el tipo
de arte que querían promover y eso significó separarsede los artistas amigos,
con quienes –independientemente del respeto por su trabajo– no
identificaban el proyecto que querían definir, y empezar a trabajar con artistas
que no eran cercanos, pero que sí respondían a la visión que deseaban de
una escena que a lo largo de esa década iba a gestar el estallido de los
noventa. Desde el primer año, con la exhibición Cuatro extranjeros en México
se había marcado un interés de la mirada por lo que en la década siguiente
iba a constituir una de las fuentes claves de la renovación de la escena del
arte mexicano, como lo atestiguan las obras que incluyen de Francis Alyïs o
Santiago Sierra y Melanie Smith, a quien le organizaron su primera
presentación individual, en el tiempo de su serie Orange Lush y a quien aún
representan. A mediados de los noventa mostraron a brasileños claves como
Pablo Herkenhoff, Edgard de Souza, Leda Catunda y Adriana Varejao,
señalando más allá de las fronteras. De hecho, un momento clave tanto para
la galería como para el arte mexicano fue Parallel Project, en colaboración
con Galería de Arte Mexicano y Galería Arte Actual Mexicano. De forma
paralela a la exhibición oficial México, esplendor de 30 siglos, que se detenía
en 1950, se propusieron mostrar el México moderno y contemporáneo con
unas exposiciones colectivas e individuales que hicieron en Nueva York entre
septiembre de 1990 y enero del año siguiente, y que continuaron en San
Antonio, Texas, y Los Ángeles durante todo 1991. “Perdimos dinero –evoca
Patricia– pero ganamos todo lo demás: el conocimiento del mercado
internacional del arte y la satisfacción de haber complementado la
comprensión de la escena nacional”. Títulos de las exhibiciones integrantes
como Fuerzas de la historia, símbolos de deseo (Alfredo Castañeda,
Alegrando Colunga, Julio Galán, Rocío Maldonado, entre otros); o La cultura
popular y lo imaginario, señalan los derroteros. En ese mismo año, hicieron
una exhibición lúdica, El arte de la suerte, con la participación de artistas
como Damian Ortega, Miguel Castro Leñero, Arturo Elizondo, Eniac Martínez,
Ray Smith, Diego Toledo y la chilena Eugenia Vargas que justamente
exploraban las intersecciones entre el imaginario popular y el arte
contemporáneo. Entre las obras que la reconstruyen en la sala cuatro de la
galería, hay dos piezas fantásticas de estos últimos: una fotografía sin título
de Vargas y el collage sobre tela, de Toledo, Y sin embargo se mueve.

DE LOS PODEROSOS AÑOS NOVENTA A LA PLENITUD


En los noventa, a esa presencia de los artistas estadounidenses y europeos
que se rehicieron en el contacto con el caos y las hibridaciones culturales del
DF, se sumaron la de los cubanos que llegaban ya con un nombre, como
José Bedia o Alonso Mateo, y la de los grupos informales que al margen del
mercado exploraban sus propias vanguardias, con obras como las de artistas
claves de La Quiñonera, el enclave alternativo al sur del DF, con los que
montaron Somos o nos parecemos. Exhibiciones como Neo?, de 1994,
integraban un grupo heteróclito de artistas como Alyïs y Bedia, Néstor
Quiñones, Takako Yamaguchi, Francisco Ochoa, Javier de la Garza, Jaime
Palacios, entre muchos otros. Al año siguiente, en La demanda está barata
(It´s my life, I´m going to change the world) con algunos de los anteriores, y
artistas como Eduardo Abaroa, Garret Keith, Ortíz Torres, Smith, Pablo
Vargas Lugo y Daniela Rossell, ya era completamente claro el rol de OMR en
el arte contemporáneo que se fue afianzando durante toda esa década –un
momento en que las ferias ya tenían un papel predominante–. Se hicieron
presentes en ARCO, Madrid, y Art Chicago, con varios de los artistas
anteriormente mencionados y otros como Xawery Wolski, y Daniel García,
Abraham Cruz Villegas o Cisco Jiménez –de quienes en la sala seis exhiben
respectivamente un dibujo en lápiz y pastel, el humorístico díptico Flebitis,
con zapatos y peras de box y una caja de cereales intervenida que dan
cuenta de lo contemporáneo–, y comenzaron a participar en la FIAC de París,
en Art Forum, de Berlín, y a integrar a los nombres representados otros
artistas consagrados como Paul McCarthy, Beatriz Milhazes, Felix Curto o
Bonnie Seeman. La poderosa serie de exhibiciones fotográficas que década a
década ha realizado OMR, la ha convertido en la galería nacional más
destacada en relación con la comprensión de la vigencia de los maestros de
este medio y sus ilimitadas posibilidades de exploración en lo
contemporáneo. Imposible no mencionar muestras como Situacionismo: un
grupo de fotografías, con artistas como Erwin Wurm, Philip- Lorca diCorcia,
Andreas Grusky, Rossel; o Nostalgia, otro grupo de fotografías, donde
mostraron el trabajo de artistas como Mauricio Alejo con su magistral poética
de los objetos cotidianos, Cándida Höfer y sus arquitecturas de la ausencia,
Vik Muniz y sus duras fotos de niños hechos en azúcar o sus imágenes
lúdicas de la Monalisa en chocolate, y sus ilimitadas visiones, entre un listado
amplio y riguroso de creadores. La aceptación de la galería en la prestigiosa
Art Basel, Suiza, en 2002, fue una consagración de los derroteros de OMR,
que le permite mostrar a Mauricio Alejo o Iñaki Bonillas, junto con Guy
Limone –que también representa Emmanuele Perrotin– Sebastián Romo o
Stephen Bankenhol, en un momento en que las fronteras en el arte se están
disolviendo. El último quinquenio ha incluido no sólo un listado clave de
publicaciones, de exhibiciones individuales como La gran noche mexicana,
de Daniel Lezama, sino la significativa selección de Rafael Lozano Hemmer,
como el artista que representará por primera vez a México en el año 52
(número de la plenitud para los mayas) de la Bienal de Venecia. La elección
de los artistas que llevaron a Femaco 08 –que además de Glassford,
Gillmore, Bonnie Seeman, incluye a mexicanos como Gabriel de la Mora, con
sus rigurosas obras hechas con cabellos humanos; o a Torolab, con sus
delirantes trajes para pasar la frontera en Tijuana y sus mapas aéreos y sus
árboles de vigilancia, y a otros creadores nacionales que las están cruzando
vertiginosamente, como Jorge Méndez Blake y Jishaí Jusidman– señala que
al menos para OMR 25 años también es una cifra de plenitud.

Referencia Revista Poder:


http://www.poder360.com/article_detail.php?id_article=281&pag=2#ixzz12yYvu8Xt

También podría gustarte