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LA ECONOMÍA RIOPLATENSE LUEGO DE LA

REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA
EL PESO DE LAS GUERRAS SOBRE LAS FINANZAS
ESTATALES Y LAS ACTIVIDADES PRODUCTIVAS
▪ La revolución y las guerras no podían sino introducir cambios radicales en la economía del ex virreinato. El impacto
de la militarización fue sumamente profundo especialmente en la economía. La movilización permanente de las
tropas restó mano de obra a las estancias y debilitó a las economías campesinas, que no consiguieron
recuperarse por varias décadas.
Pero la guerra en los distintos frentes de lucha no
solo significada una tremenda punción de
hombres y una pesada carga para auxiliar a
los ejércitos, sino que adoptó la forma de una
“guerra de recursos” de tremenda capacidad
destructiva de las economías rurales y
campesinas que convertía al alistamiento en un
medio de subsistencia mientras erosionaba las
bases de las relaciones de poder y hacía
aflorar las tensiones que contenía la sociedad.
Las dificultades financieras hicieron que muchas
veces se complicara el pago de los sueldos,
incrementando el malestar de los soldados y
oficiales. Por ende, los ejércitos revolucionarios
debieron obtener lo que necesitaban del
territorio por el que pasaban o en el que se
asentaban, como por ejemplo comida, ropa y
medios para movilizarse (caballos, mulas,
carretas).
El costo de las guerras lo pagaron
principalmente los vecinos de los
territorios que fueron escenarios de las
batallas hasta 1820.

La secuela inmediata de esta serie de


sucesos fue una década en la que la
economía rioplatense estuvo marcada por la
inseguridad, el saqueo y la destrucción de
los recursos.
LA CRISIS DEL SISTEMA MONOPÓLICO: EL COMERCIO
LIBRE Y LA REDEFINICIÓN DE LOS CIRCUITOS
MERCANTILES
Durante la colonia, buena parte del comercio y de la producción se
encontraban organizados en torno al eje potosino que hacía circular parte
de la plata en el mercado interno, articulando espacios productivos
especializados. Otro eje, que cobró mayor relevancia con las reformas
borbónicas, era el atlántico. Como se anticipó, desde fines del siglo XVIII
también Buenos Aires se convirtió en un polo de atracción y un mercado
de consumo importante.
Entre las producciones regionales más relevantes destinadas a estos dos
grandes mercados consumidores de Buenos Aires y Potosí se encontraban:
▪ Mulas (Buenos Aires, Santa Fe, Salta, entre otras)
▪ Vinos y aguardientes (Cuyo)
▪ Carretas (Tucumán)
▪ Yerba mate (misiones jesuíticas)
▪ Textiles rústicos (tolderías indígenas pampeanas y de los hogares
campesinos de Córdoba, Santiago del Estero o San Luis).
▪ Producción agrícola (trigo consumido a nivel doméstico o bien se
destinaba al abasto de las ciudades) (Buenos Aires)
▪ Producción pecuaria (cueros y carne salada) (Banda Oriental) (Brasil y
Europa)
Entre las producciones regionales más relevantes
destinadas a estos dos grandes mercados
consumidores de Buenos Aires y Potosí se
encontraban:
▪ Mulas (Buenos Aires,Santa Fe, Salta, entre otras)
▪ Vinos y aguardientes (Cuyo)
▪ Carretas (Tucumán)
▪ Yerba mate (misiones jesuíticas)
▪ Textiles rústicos (tolderías indígenas pampeanas y
de los hogares campesinos de Córdoba, Santiago
del Estero o San Luis).
▪ Producción agrícola (trigo consumido a nivel
doméstico o bien se destinaba al abasto de las
ciudades) (Buenos Aires)
▪ Producción pecuaria (cueros y carne salada)
(Banda Oriental) (Brasil y Europa)
En consonancia con este sistema económico, eran los
comerciantes –y muy especialmente los llegados desde
la península a partir de las reformas– quienes
dominaban las elites urbanas. Para cubrir sus riesgos –
muy altos en las frecuentes coyunturas de guerras
europeas–, estos comerciantes solían diversificar sus
inversiones, aunque sólo secundariamente las
orientaban hacia la producción agraria.
El quiebre del vínculo colonial implicó el derrumbe de
esta estructura doblemente centenaria y forzó una
recomposición de las elites. Una vez que el Alto Perú se
perdió definitivamente, la plata potosina dejó de bajar
y por lo tanto también de nutrir los circuitos regionales
que dependían de ella. Pero la plata implicaba también el
80% de ingresos financieros de la caja de Buenos
Aires que, ante la desaparición de este rubro de
importación, debió modificar su estructura de entradas.
Por otro lado, los comerciantes peninsulares se
convirtieron en el blanco privilegiado de los gobiernos
revolucionarios, imperiosamente urgidos de recursos
para sustentar la guerra: se hicieron usuales las
expropiaciones y los préstamos forzosos que en
principio afectaron a los españoles y a los
contrarrevolucionarios. No pocos de ellos perdieron sus
antiguas fortunas; algunos buscaron inversiones más
seguras en otros rubros como la tierra. Fue este el caso
de la familia Anchorena que de grandes comerciantes
monopolistas pasaron a ocupar uno de los primeros
lugares entre los estancieros del siglo XIX.
En cualquier caso, el antiguo sistema monopólico –filtrado de hecho por el contrabando y la virtual ausencia de la
metrópoli desde 1793– estaba herido de muerte en un contexto internacional dominado por el nuevo “taller del
mundo”: Inglaterra. Fueron justamente los comerciantes de aquella nación los que vinieron a reemplazar a los
antiguos emisarios de las casas peninsulares caídos en desgracia, trayendo consigo nuevos productos y novedosos
métodos. Ya en la segunda invasión de 1807, el mercado porteño se había visto inundado por las telas inglesas,
atractivas y baratas; a partir de 1809, el avance de las importaciones británicas no habría de detenerse.
La liberalización del comercio generó efectos múltiples:
▪ Ciertas producciones locales se resintieron, aunque los
resultados sólo terminarían de apreciarse en la década siguiente.
▪ Las pocas regiones que pudieron escapar a la crisis fueron
aquellas que reorientaron sus producciones a los mercados de
ultramar o Chile: Salta y algunas regiones de Tucumán, La
Rioja y Cuyo dirigieron su producción hacia la agricultura y
ganadería, producciones que encontraron destino en los
mercados trasandinos. Córdoba reorientó su producción hacia
la cría de vacunos y lanares para la exportación de cueros y
cera a Buenos Aires.
▪ El Litoral fue la región del ex Virreinato que mejor pudo
preservarse de los perjuicios de la guerra y dentro de ella,
Buenos Aires fue la que menos afectada se vio por los cambios.
Los impuestos a las importaciones fueron creando
gradualmente una fuente de reemplazo para los recursos que la
minería altoperuana había dejado de proveer. Además, su
situación estratégica y las nuevas demandas de los mercados
europeos facilitaron su ascenso y profundizaron la atlantización
de la economía posrevolucionaria. Cueros, carne salada y
grasas serían los nuevos rubros exportables, pero la producción
conseguiría estabilizarse sólo superada la década de 1810.
EN SÍNTESIS:
▪ El proceso revolucionario e independentista
(1810-1820) produjo cambios en la economía que
llevarían a una dinámica de modernización en clave
liberal.
▪ Si se debiera definir el eje del cambio económico
que se produce en estas primeras décadas de siglo
XIX se podría sintetizar como la transición entre un
sistema económico centrado todavía a fines de la
colonia en el mercado interno –motorizado por los
centros mineros de plata del alto Perú– y los
inicios de un modelo agroexportador que va a
encontrar su nuevo motor en el comercio
atlántico.
▪A principios del siglo XIX se consolidó el
librecambio que convirtió a Inglaterra en la nueva
metrópoli comercial, pero sus efectos más
importantes en este sentido recién se produjeron a
partir de la década de 1820.
BUENOS AIRES: AVANCE EN LA ECONOMÍA PORTEÑA
Durante la década 1820 se inició, la reorientación económica de
la provincia de Bueno Aires, que tuvo como uno de sus ejes la
expansión de la frontera sur, con el propósito de incorporar
nuevas tierras para la explotación ganadera. Esta novedad era
la consecuencia de un conjunto de razones que se combinaron
para poner en marcha un proceso de crecimiento territorial y
económico sin precedentes en el territorio provincial:
▪ La pérdida del Alto Perú dejó a los grandes comerciantes de la
ciudad sin la posibilidad de beneficiarse de los metales
preciosos que fluían hacia el puerto de Buenos Aires. Luego de la
Revolución las formas tradicionales del comercio local se
vieron trastocadas y los circuitos de intercambio afectados.
▪ Desde fines del siglo XVIII, el litoral –especialmente Entre Ríos y
la Banda Oriental– se había integrado al comercio Atlántico por
medio de la exportación de productos derivados de la
ganadería y habían logrado una notable expansión. Este
desarrollo se vio afectado, después de 1810, como consecuencia
de las guerras civiles y de las reiteradas invasiones portuguesas
al territorio oriental, justo en el momento en que se
incrementaba la demanda externa.
De este modo, se abrió para Buenos Aires
una oportunidad de reconversión
económica que captó la atención de la elite
porteña. Representante de la misma, Martín
Rodríguez llegó al gobierno provincial
luego de conducir una campaña militar
que corrió la línea de frontera hacia lo
que hasta entonces era territorio indígena.
Su gobierno fijó en esta política de defensa
de la frontera frente a la resistencia
indígena que afectaba tanto al ejército de
línea como a las milicias una de sus
prioridades y el gobernador se ocupó de
ello personalmente. Posteriormente, Juan
Manual de Rosas continuaría esta política
con la operación militar que dirigió en 1833
denominada Campaña al Desierto.
Durante la gestión de Bernardino Rivadavia como ministro de
interior, el Estado porteño se ocupó de garantizar la ocupación
de las nuevas tierras a bajo costo mediante el sistema de
enfiteusis, convertido en ley por el Congreso de1826. La ley de
enfiteusis dispuso la entrega en arriendo de la tierra pública.
Esta siguió siendo propiedad del Estado, que la usó como garantía
para el empréstito contratado con la casa Baring Brothers. El
canon establecido para las tierras de pastoreo se fijó en el 8% de
su valor y para las tierras de agricultura en el 4%. Por este
sistema se entregaron aproximadamente 2.500 leguas entre 1823
y 1840, más de la mitad durante la primera década. Así, grandes
extensiones –cuyo destino fue la ganadería– fueron a engrosar el
patrimonio de los sectores altos de Buenos Aires.
Después de la caída de Rivadavia, los enfiteutas obtienen de
inmediato una fuerte reducción del canon anual y luego la
exención. A partir de 1832 Rosas cede tierras enfitéuticas e
inaugura una política de venta de tierras fiscales que alcanza su
pleno desarrollo después de la campaña de 1833. También se
entregan tierras en recompensas a los oficiales de las
expediciones realizadas contra los pueblos originario, en forma
de "acción". Estos podían transformarse en propietarios si poseían
tierras enfitéuticas o de un lote puesto en venta por la
provincia. Pero también podía revender estas "acciones", de ese
modo especuladores lograron adquirir numerosas "acciones"
que derivarían en tierra, primitivamente destinada a los militares.
▪ La estancia ganadera se convirtió en una unidad productiva que se
extendió en las tierras ganadas a los indios, sobre todo en la frontera sur,
creando nuevas relaciones sociales y laborales en el medio rural. La
escasez de mano de obra, agravada por el reclutamiento militar y por la
posibilidad de vivir sin trabajo permanente, dio lugar a una serie de decretos
y reglamentos a través de los cuales el Estado se proponía combatir lo que
llamaba “la vagancia”. En tanto las grandes estancias destinaban sus
productos al mercado externo, el abastecimiento interno era cubierto por
huertas y quintas del área cercana a la ciudad y por chacras cerealeras
que se distribuían en zonas un poco más alejadas y bien provistas de agua.
▪ En la zona norte de la campaña, de más antiguo poblamiento, eran
comunes las explotaciones mixtas. El crecimiento económico y la escasez de
mano de obra estimularon las constantes migraciones desde el interior y el
asentamiento de labradores pobres dentro y fuera de las estancias,
configurando un territorio que se caracterizó por la amplia movilidad y el
mestizaje de la población.
▪ Por otra parte, el saladero, cuyos antecedentes se remontan a la primera
década posrevolucionaria, suministró el complemento adecuado y se
convirtió en una industria rentable porque sumó a la ganadería el
aprovechamiento total del la exportación. Junto al cuero, que siguió
siendo el rubro principal, se vendía el tasajo o carne salada con destino a
los esclavos de Brasil y del Caribe, así como también sebo, grasa, cerdas y
pezuñas. Si bien los saladeros nunca fueron muy importantes en cuanto a
valores de importación, puede considerarse a los mismos como las primeras
industrias, donde se llegaron a pagar salarios, es decir como el primer
modo de producción capitalista.
EL LITORAL
▪ Mientras Buenos Aires orientó su economía a la expansión
ganadera y se benefició del crecimiento de las exportaciones
en un momento en el cual los términos de intercambio
resultaban favorables a las materias primas y a los alimentos,
frente a las manufacturas importadas, otras regiones
encontraron dificultades para encauzar su economía.
▪ El Litoral, que tenía condiciones propicias para la actividad
ganadera, no tuvo beneficios inmediatos a causa de la
devastación causada por las guerras, la inestabilidad de la
frontera indígena del Chaco y, también, por la
competencia de ciertos productos extranjeros.
▪ La provincia de Corrientes, con una producción más
diversificada, veía perjudicada su economía por las
importaciones que entraban por el puerto de Buenos Aires y
crecían al ritmo del aumento de las exportaciones. Los
productos brasileños, tales como yerba mate y tabaco, que
competían con la producción local, crearon el marco de una
oposición persistente a la política librecambista de Rosas
en Buenos Aires por parte de los gobernantes correntinos
(Pedro Ferré a la cabeza), y acicatearon el debate por la libre
navegación de los ríos interiores.
El resto de las provincias del litoral, sobre todo Entre Ríos y en menor medida Santa Fe, compartían
las ventajas naturales de clima y cercanía para el desarrollo de la actividad pecuaria y fueron
recomponiendo su riqueza ganadera a partir de 1820.
EL INTERIOR
Desde 1820, las economías del Interior reorientaban
sus actividades productivas de acuerdo con los cambios
que ocasionó la pérdida del Alto Perú y el giro hacia el
Atlántico o el Pacífico de los circuitos comerciales.
En Salta se dio cierta recuperación con la apertura del
mercado chileno después de la campaña de San Martín
en 1817 y del boliviano en 1825, aunque hacia 1830 una
parte de su producción se orientó hacia Buenos Aires.
En Jujuy las cosas fueron aún más difíciles por la
fragmentación del espacio en el que producía la
población de la puna.
Para el caso de Catamarca, la producción textil junto al
aguardiente, se vio fuertemente afectada por la pérdida
de los mercados del litoral y Buenos Aires abiertos a la
competencia extranjera. Este fue también el caso de
Cuyo que, a pesar de la apertura de la ruta andina hacia
Chile, no logró por varias décadas reponerse de la
pérdida del mercado porteño y del litoral para sus vinos
y aguardientes.
El resto de las provincias interiores –es
decir, Tucumán, Santiago del Estero,
La Rioja cada una con sus
peculiaridades– fueron desarrollando
su sector ganadero con destino a otros
mercados, junto a la agricultura de
consumo local y la producción
artesanal.
Córdoba vio trabada su recuperación
en el nuevo escenario, una vez perdido
definitivamente el mercado
altoperuano, al cual destinaba su
actividad más rentable que era la cría
de mulas. La producción artesanal,
especialmente textil, destinada al
mercado local no iba a compensar esa
pérdida ni resistiría por mucho tiempo
la competencia de los textiles
importados.
En líneas generales, el interior recompuso los
circuitos de intercambio, pero los flujos eran escasos
y las penurias era más la norma que la excepción. Ello
obedecía, en parte, a la competencia de las
importaciones y la escasez de recursos fiscales.
En líneas generales, el interior recompuso los circuitos de
intercambio, pero los flujos eran escasos y las penurias era
más la norma que la excepción. Ello obedecía, en parte, a la
competencia de las importaciones y la escasez de
recursos fiscales.
Como una respuesta a estas dificultades, y como
consecuencia de los acuerdos alcanzados a partir de 1831
con la firma del Pacto Federal al que fueron adhiriendo
todas las provincias, en 1835 la Sala de Representantes
porteña sancionó la Ley de Aduana a pedido de Juan
Manuel de Rosas.
La ley pretendía mejorar la posición de los productos
locales en el mercado porteño y generar cierto equilibrio
en la balanza de pagos entre las provincias, dado que las
compras de productos ingresados desde Buenos Aires
superaban ampliamente a las ventas y la diferencia solía
arrastrar el metálico de las economías provinciales. Se
fijaron aranceles para los productos ultramarinos que iban
desde el 25 al 40% y se establecía la prohibición de
importar algunos productos que la confederación podía
proveer.
Se ha llamado la atención sobre la ineficacia de la ley para
cumplir con su objetivo económico, entre otras razones porque,
como consecuencia de las crisis y los bloqueos, su texto
original fue modificado varias veces, reduciendo los
aranceles que debían amparar a los productos locales.
Sin embargo, más allá de la viabilidad del desarrollo industrial
de aquellos productos, un factor sobre el cual es necesario
llamar la atención es que en la disputa por los recursos
fiscales las provincias dependían de los flujos comerciales
con Buenos Aires que nunca se interrumpieron y reclamaban
la fijación de mayores aranceles para poder repartir las
rentas. Así, mientras que la postergación indefinida del debate
constitucional posponía también la discusión de fondo sobre
las rentas de la aduana, la ley de 1835 fue una condición
necesaria para sostener los acuerdos interprovinciales que
dieron sustento a la Confederación.
También insuficiente, si atendemos a las persistentes tensiones
que se volvieron críticas cuando se desencadenó la rebelión
de Entre Ríos contra Buenos Aires de la mano de Justo José
de Urquiza. Sin embargo, tampoco de esa crisis surgió la
solución. El desequilibrio económico y fiscal entre Buenos
Aires y el Interior se arrastraría por varias décadas.
EN SÍNTESIS
Hacia 1820, las diferentes regiones corrieron distinta suerte en el reordenamiento económico
que resultó tanto de las transformaciones que se venían dando en el mercado internacional como
de la desestructuración del territorio del ex Virreinato del Río de la Plata a causa de la revolución,
la guerra y la ruptura del eje que unía el centro minero de Potosí con el puerto de Buenos Aires.
La orientación exportadora del Litoral se fue perfilando en estos años. La ganadería vacuna,
que se ha recuperado con rapidez luego de las perturbaciones de la independencia, gracias a la
demanda del mercado externo, se transforma en la actividad dominante y más sólidamente
estructurada.
Si bien la ganadería, que suministraba los principales productos exportables, era una actividad
común a toda la región, la provincia de Buenos Aires fue la más beneficiada. La expansión de la
frontera sur y la disponibilidad de tierras permitió el crecimiento extensivo: tierra abundante y
relativamente barata compensaban la escasez de mano de obra y de capital que, por eso,
resultaban relativamente caros.
Los demás espacios del Litoral, así como los del Interior, fueron readecuándose en función de su
articulación con los mercados chileno y atlántico, aunque algunas actividades sufrieron la
inevitable competencia con Buenos Aires, que concentraba los recursos fiscales del comercio
exterior por medio del control exclusivo de la aduana y permitía el ingreso de productos
extranjeros. La ley de Aduanas rosista no haría sino agravar esta situación.

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