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Oración de Jesús por sus discípulos.

Juan 17:6-19.
Introducción:
Te imaginas que, en medio de necesidades, de problemas, te llame muy preocupado
por ti el rey de Inglaterra. Sería algo inimaginable para simples mortales como nosotros, que no
tenemos ningún contacto con la realeza. Imagino esto mismo, pero en un grado superlativo al pensar
en el texto de Juan 17. Es la oración de nuestro Señor Jesucristo por sus discípulos, Él está
intercediendo antes el Padre por nosotros, horas antes de pagar el precio de nuestra maldad.
Estar frente a la Palabra de Dios, es estar frente a Dios. Por eso debe haber reverencia. Y esta
oración es reverente, es entre las personas de la Trinidad; y es algo maravilloso. Ryle comenta:
“Esta fue una oración después de un sermón, una oración después de un sacramento, una oración
familiar, una oración de despedida, una oración antes de un sacrificio, una oración que ejemplificaba
la intercesión de Cristo.
Tenemos aquí la única oración larga del Señor Jesús de la que el Espíritu Santo ha considerado
oportuno dejar constancia para instrucción nuestra. Sabemos que oraba con frecuencia, pero esta es
la única oración que se documenta. Tenemos muchos de sus sermones, parábolas y
conversaciones, pero solo esta oración.
Tenemos aquí la oración de alguien que habló como jamás hombre alguno había hablado; la
oración de la segunda persona de la Trinidad al Padre: la oración de alguien cuyo oficio, en calidad
de Sumo Sacerdote, es interceder por su pueblo.
Presenciamos una oración del Señor Jesús en una ocasión especialmente señalada: justo
después de la Cena del Señor; justo después de un extraordinario sermón; justo antes de su traición
y crucifixión; justo antes de que sus discípulos le abandonaran y huyeran; justo al final de su
ministerio terrenal.
Tenemos aquí una oración repleta de expresiones particularmente profundas, insondables. Hasta
el más sabio de los cristianos reconocerá siempre que hay cosas que no puede entender
plenamente.”
Es una oración que la hemos dividido en 3 partes. Primero, la oración de Cristo por su glorificación
(Vv. 1-5). Segundo, la oración de Cristo por sus discípulos (vv. 6-19). Tercero, la oración de Cristo por
los que han de creer (vv. 20-26). Estos serán nuestros 3 sermones de este capítulo.
Hermanos, debemos agradecer a Dios por Su Palabra, y porque a través de ella somos
consolados. Hay un registro hermoso de que Jesús oró por nosotros, en esto estás incluido tú si eres
un creyente.
Aunque se aplica a nosotros tambien, esta oración fue echa por los 11, por los que se quedaban
ahora que Él partía al Padre. En los versos anteriores Cristo dijo que Él iba a dar vida eterna a todos
los que el Padre le dio, pero ahora va a decir que les daría a conocer al Padre a estos discípulos.
Primero veremos:
I.- Lo que Cristo recibe del Padre: Sus discípulos.
Es precioso ver cómo nuestro Señor ora por sus discípulos. En el capítulo 13, Juan nos dice que
Jesús había amado a sus discípulos y los amó hasta el fin.
Es tan grande el amor de nuestro Señor por los suyos, que eso también se refleja en Su oración en
Juan 17. Y les llama de una manera que para entenderlo, tenemos que ir a la eternidad. Tenemos
que ir al principio, a ese pacto intratrinitario, llamado el pacto de redención o pacto eterno; donde
Dios el Padre le da a Su Hijo un pueblo por el cual Él iba a dar Su vida.
V. 2. “A todos los que le diste”.
V. 6. “Los hombres que del mundo me diste”.
V. 9. “Los que me diste”.
V. 11. “A los que me has dado”.
V. 12. “A los que me diste”.
V. 24. “Aquellos que me has dado”.
Vemos mencionar a los discípulos en diversos pasajes como “Los que me diste”. En la eternidad
Dios le dio a Cristo un pueblo, sus discípulos, para que Él los salvará. Somos el regalo de Dios el
Padre para Dios el Hijo.
En Juan 6:37, 44 dice: Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo
fuera.
Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día
postrero.
Juan 10:27-30. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, 28 y yo les doy vida eterna; y
no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. 29 Mi Padre que me las dio, es mayor que
todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. 30 Yo y el Padre uno somos.
En este regalo de Dios el Padre los beneficiados somos nosotros, y el que recibe gloria es Dios.
Somos privilegiados hermanos.
Y esto también nos motiva a predicar el evangelio ya que todos los que el Padre le dio a Cristo se
van a convertir por la predicación de la Palabra.
Segundo:
II.- Lo que Cristo dice de sus discípulos.
Nuestro Señor dice en su oración que Él les manifestó el Nombre del Padre (v. 6), les comunicó las
palabras del Padre (v. 8), los guardó mientras estuvo en el mundo (v. 12),
Pero también, Cristo nos dice que esos disicpulos tienen ciertas características.
1.- Reciben y guardan la Palabra (v. 6, 8a). Esto implica creer que Él es la Palabra de Dios hecha
hombre que habitó entre nosotros. No hay punto medio: los discípulos de Cristo se reconocen
porque reaccionan ante la Palabra de Dios recibiéndola y guardándola. Quienes la rechazan, ya sea
demostrando una oposición activa o simplemente siendo indiferentes a ella, demuestran ser
reprobados delante de Dios y están caminando hacia la eterna destrucción.
El cristiano será un hombre de la Palabra: sus pensamientos están empapados de ella, su forma de
hablar reflejará que cree en esa Palabra, la conoce y la honra, y también sus acciones darán cuenta
de que vive según esa Palabra.
2.- Han conocido y creído en Cristo (v. 7-8). Esta es la parte central de la fe, contemplar la gloria
de Cristo, entender que el Padre está en Él y Él en el Padre, y que aun cuando estaba vestido de
humillación, todo lo que Él era y todas sus excelencias no eran terrenales, sino divinas.
Esta es la única forma correcta de entender a Cristo. No es sólo un profeta, o sólo un maestro de
moral, ni un simple ejemplo de vida, ni tampoco es meramente ‘un’ camino para llegar a Dios. La
única forma de conocer a Cristo que realmente nos salva, es aquella que nos lleva a confesar con
Marta, hermana de Lázaro: “yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al
mundo” (Jn. 11:27).
3.- Aunque están en el mundo, son distintos al mundo (v. 8, 25). Vemos que Cristo hace una
distinción clara entre aquellos que el Padre le dio, y el resto de los seres humanos, a los que llama
“el mundo”, es decir, la humanidad que no cree en su nombre y que vive en rebelión a su señorío.
Pero esa diferencia no es sólo que Dios haya escogido tratarlos distinto; sino que es algo apreciable
en las vidas de quienes han sido salvos.
Aquellos que son propiedad de Dios, mostrarán en sus vidas un reflejo del carácter del Señor. Ese
conocimiento personal que tienen de Dios, esa comunión viva con Él, los hará responder al mandato
que Dios hace: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:16). No vivirán buscando excusas para
adentrarse lo más que puedan en el pecado, ni para ser lo menos piadosos que pueden ser y aun
así ser llamados cristianos. No buscan simplemente aparentar ante otros cristianos, ni cumplir con un
mínimo de asistencia en la iglesia para no ser cuestionados, sino que se entregan al Señor de
corazón como sacrificios vivos, y se fijan como meta suprema de su vida el conocer a Cristo,
desechando como basura todo lo que les estorbe en ese esfuerzo.
4.- Perseveran en la fe (v. 12). La soberanía de Dios no es opuesta a la responsabilidad del
hombre. En el cap. 6 decía “todo lo que el Padre me da vendrá a mí…” (v. 37). El Padre regala los
creyentes a Cristo, pero ellos “van” a Él, ahí vemos soberanía divina y responsabilidad humana. En
este v. 12, cuando dice “yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió”. La evidencia de que has sido
guardado por Cristo, es que perseverarás hasta el fin. El que comenzó la buena obra en nosotros, la
perfeccionará hasta el día final (Fil. 1:6); y eso se traduce en un cristiano que se entregó como
sacrificio vivo al Señor hasta el último día.
Si estás coqueteando con el mundo, si estás entreteniendo en tu mente la idea de volver atrás, y
pretendes descansar en que Dios es misericordioso y te perdonará, debes saber que estás bajo el
más perverso de los engaños, y te deslizas peligrosamente hacia la ruina. Recuerda que dice
“ninguno de ellos se perdió”; y también dice: “Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará
a mi alma. 39 Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe
para preservación del alma” (He. 10:38-39).
5.- Hay Gozo (v. 13). A veces la ingratitud llena nuestro corazón, pero Cristo oró y murió por
nosotros para que nuestro gozo sea cumplido, estén llenos de gozo. Oró para Que la cruz no fuera
desalentadora, sino de gozo para ellos.
Cristo los amó perfectamente a pesar de que su obediencia fue imperfecta.
Tercero:
III.- Lo que Cristo pide para sus discípulos.
¿Qué pide Cristo por sus discípulos?
A.- Preservación o protección.
V. 9-11. Guárdalos en Tu Nombre.
El Señor está consciente de los peligros de los creyentes, porque el mundo aborrece el
cristianismo, aborrece a Cristo. Por eso Cristo le pide al Padre que los guarde.
¿Qué tipo de protección pide el Señor? Que nos mantengamos aferrados a Dios a pesar de
cualquier adversidad. Que seamos fieles y sigamos guardando Su Palabra.
De los apostoles el unico que se perdió fue Judas, pero él no era de ellos; no era oveja. Porque una
oveja nunca se va a perder. ¿Sabes porque no te has ido al mundo? Porque Cristo oró por ti, y Él
sigue orando, intercediendo por ti.

B.- Unidad.
V. 11, 21.
Que sean uno. Nosotros tenemos una inclinación a la división. Cuando hay un espíritu divisivo, es
señal de que no se está mostrando el Señor en mi vida. Cristo ora para que permanezcan unidos y
así reflejen el amor de Dios.
Compartimos muchas cosas hermanos, somos hermanos unidos por la sangre de Cristo. Tenemos
la fe, la Palabra, el mismo Dios, el mismo amor. Es maravilloso la unidad que Cristo ganó en la cruz.
Entonces, cuando tienes algo con tu hermano, cuando no lo soportas, no quieres tener relación,
estás menospreciando el sacrificio que Cristo hizo por todos nosotros. Es solo egoismo, arrogancia y
celo.
En medio de las luchas y conflictos, la iglesia no puede dividirse. Dios quiere que ricos y pobres;
ancianos y jovenes, hombres y mujeres, se unan para honrarle en un mismo sentir.
C.- Santidad.
V. 17-19.
Santifícalos en tu verdad. Ya no vivimos como el mundo, no lucimos como ellos, ni buscamos lo que
ellos buscan.
La razón de por qué la iglesia tiene tan poca influencia en el mundo, es porque el mundo tiene
mucha influencia en la iglesia. (Spurgeon)
El peor problema de la iglesia es la seducción, mundanalidad.
El texto dice que Él nos santifica. Y lo hace a través de Su Palabra. El Espíritu Santo nos habla,
siempre cuando hay Palabra de Dios en mí, ya que Él usa la semilla de la Palabra en el corazón del
hombre.
La palabra santificar quiere decir “apartado” “consagrado” para morir por nosotros en la cruz. Y en
esa santificación de Cristo, somos santificados nosotros. Cristo murió en la cruz para que seamos
santos, celosos de buenas obras.
Tito 2:14. quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí
un pueblo propio, celoso de buenas obras.
¿Cómo avanzamos en santificación?
Por la Palabra de Dios. Es por eso que debemos desearla como un niño recién nacido.
Nosotros tenemos ideas erradas en muchas cosas, y solo la Palabra de Dios puede ayudar a sacar
toda esa suciedad y error.
Cuando la Palabra toca tu corazón, es la respuesta a la oración de Jesucristo por nosotros.
D.- Misión.
V. 18-19. Tenemos una misión por la cual oró Cristo. Debemos ser santificados para ser enviados al
mundo.
Y en este mundo debemos vivir para Dios, siendo luz para la gente que está en tienieblas.
Conclusión:
Hermanos, somos el objeto del amor de Dios. Eso es algo maravilloso. Mira esta oración
cargada del amor trinitario.
Como ya hemos dicho, esta oración del cap. 17 nos da un vistazo a la gloria, al ministerio que
Cristo realiza como nuestro Gran Sumo Sacerdote. Por eso dice la Escritura: “[Jesús,] por cuanto
permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; 25 por lo cual puede también salvar
perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He.
7:24-25). En esto podemos estar agradecidos y confiados en nuestro Dios: “Esta intercesión especial
del Señor Jesús es el gran secreto de la seguridad del creyente. Aquél cuyo ojo nunca se cansa ni
duerme, lo observa diariamente piensa en él y le provee con amor infalible” J.C. Ryle.
¿Qué podría angustiarnos, qué calamidad sería suficiente para derribarnos si sabemos que Cristo
oró en la Tierra y sigue orando en el Cielo para que Dios nos guarde hasta el fin? ¿Qué podría
preocuparnos, si el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, está empeñado personalmente en
guardarnos? Es allí cuando la angustia puede transformarse en pecado: cuando refleja incredulidad,
cuando implica hacer a un lado estas hermosas promesas que Cristo nos entregó.
Por eso vemos que el deseo de Cristo al hablar estas cosas, es que seamos llenos de gozo (v.
13). Cristo, consciente de que se va de este mundo al Padre, quiere dejar su gozo como un legado,
tal como hizo con su paz. Pero es un legado atípico, ya que el legado se da al morir, pero Cristo lo
dio en la hora en que sería glorificado. Y dice que nos ha hablado estas cosas para que nuestro gozo
sea cumplido, es decir, perfecto, pleno, completo, para que seamos llenos de gozo, para que
desbordemos de alegría. Ese es su deseo para nosotros. ¿Lo valoramos? ¿Somos conscientes de la
gran misericordia de Dios hacia nosotros? ¿Tomamos este maravilloso regalo de Dios o más bien lo
despreciamos?
Muchos quisieran encontrar el secreto de la felicidad, el misterio del gozo, pero Cristo aquí lo ha
presentado claramente. Si tu Biblia está polvorienta y abandonada, no me digas que tienes un
corazón gozoso. Si no vas en oración a Dios, no me digas que disfrutas de la verdadera felicidad.
Persevera para hallar la verdadera alegría, esa que se encuentra como un tesoro únicamente en la
Palabra de Dios, y que viene de confiar en que el Señor es quien nos guarda, porque así lo ha
prometido.

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