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Génesis 18,20-32
INTERCESION/ORACION:
Para introducir el fragmento evangélico sobre la oración, el leccionario nos ofrece esta
primera lectura sobre la oración intercesora de Abrahán en favor de Sodoma. Gn 19 cuenta
que, pese a ello, Sodoma y Gomorra fueron destruidas, pero permanece el hecho de que la
oración de Abrahán había sido escuchada cuando intercedía por la ciudad pecadora y
obtenía que fuese perdonada por cincuenta justos, por cuarenta y cinco, por cuarenta, por
treinta, por veinte e incluso por diez. Siempre generoso y caballero en sus negocios,
Abrahán sólo regatea cuando pide a Dios perdón por el pueblo pecador. Pero no se atreve a
pasar más allá de diez justos. Por boca del profeta Jeremías (5,1) y Ezequiel (22,30), Dios
asegura que si hubiera en Jerusalén un solo justo, la perdonaría. Se afirma, pues, la fuerza
salvífica de los santos, en virtud de una solidaridad que hace que todos sus compatriotas se
beneficien de sus méritos ante Dios. El caso límite será la salvación de toda la humanidad
por un hombre solo, como por uno solo también se extendió el pecado a todos los hombres.
Pero junto a los méritos de los santos o justos, está también la fuerza de la oración que los
presenta delante de Dios. En el caso de la intercesión de Moisés por la apostasía del pueblo,
no apela a los méritos de ningún israelita, sino a la bondad de Dios y a la gloria de su
Nombre.
COLOSENSES 2,12-14
Nos encontramos ante un texto capital para la comprensión del bautismo cristiano,
comprendido como participación en la muerte y la resurrección de Cristo. En Rom 6, la
participación en la muerte estaba formulada en pasado (muertos con Cristo) y la de la
resurrección abría un porvenir común con Cristo (viviremos con él). En este texto se
establece un paralelismo más estrecho si cabe: nosotros hemos sido sepultados y
resucitados con él mismo.
De aquí que el cristiano se sienta libre de toda potencia extraña (contra la superchería de los
colosenses). Una fe recia es capaz de engendrar, en uno mismo y en los demás, un estado
de liberación de gran calidad.
No hay posibilidad de confusión: nosotros no somos igual a Cristo, sino que de él, de su
cruz, hemos recibido la vida. La muerte que para él fue vida, se transmite a nosotros como
vida.
Sabemos que los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que
somos sepultados con Cristo; y, por otra parte, también es como la madre que engendra a la
vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y
esta resurrección realizándola concretamente, sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en
Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos.
Pecado y muerte (una muerte que es resurrección con Cristo), fe y bautismo, son
correlativos que Pablo nos recuerda en un admirable fragmento sumamente sugestivo. Pero,
en coherencia con su perspectiva cristiana, añade: el perdón del pecado es liberación de la
ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado,
como nos enseña en su carta a los Romanos (Rm 7, 7-9). Aquí, la imagen empleada por San
Pablo alcanza el máximo de expresividad: la Ley ha sido clavada en la cruz.
LUCAS 11,1-13
Lucas ha querido enseñarnos lo que debe caracterizar a los cristianos en estos últimos
domingos:
El cristiano debe caracterizarse por ser un hombre orante. El discípulo de Jesús le pide al
maestro le enseñe a orar. El Evangelio de hoy nos deja tres enseñanzas sobre la oración:
Los discípulos quieren una oración que los distinga de los otros: ¡Enséñanos a orar! Jesús
entonces da a conocer la oración que tiene el sello de Él. Hay tantas formas de oración hoy,
palabras, gestos, posiciones… con esto no digo que no sea válido orar de tal forma o tal
manera, pero un cristiano debe orar a la manera de Jesús.
Los católicos debemos entender la manera en que oramos. Cuidado con las influencias de
hoy, no podemos cambiarlo, pues tiene valores y maneras que es la manera de Jesús.
Se nos olvida que esta oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge
lo que él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus verdaderos
discípulos. De alguna manera, ser cristiano es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por
eso, en las primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio
reservado únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.
Por eso, es bueno que nos detengamos de vez en cuando a reflexionar sobre esta oración en
la que se encierra toda la vida de Jesús. Quizás, necesitamos «aprender» de nuevo el
Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos tan rutinariamente nazcan con
vida nueva en nosotros y crezcan y se enraícen en nuestra existencia. Pronto nos daremos
cuenta de que sólo pueden rezar el «Padre nuestro» quienes viven con su Espíritu.
Y es nuestro, de todos. No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos, somos nosotros los
que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Un grito en plural, al que es Padre de
todos. Imposible invocarle sin que crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.
Está en los cielos como lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra
mirada en medio de las luchas de cada día.
«Santificado sea tu Nombre». El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del
que viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea en todas
las conciencias y allí donde late algo de vida. Esta primera petición no es una más. Es el
alma de toda esta oración de Jesús, su objetivo y su aspiración suprema. Que el «Nombre»
de Dios, es decir, su misterio insondable, su amor y su fuerza salvadora se manifiesten en
toda su gloria y su poder. Y esto dicho no desde la pasividad o la indiferencia, sino desde el
deseo y el compromiso de configurar nuestra propia vida desde esa aspiración de Jesús.
«Venga a nosotros tu Reino». No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el
Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de justicia y
fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.
Que no reinen en el mundo la violencia y el odio destructor. Que reine Dios y su justicia.
Que no reine el Primer Mundo sobre el Tercero, los europeos y norteamericanos sobre los
africanos y los latinoamericanos, los poderosos sobre los débiles. Que no domine el varón a
la mujer, ni el rico al pobre. Que se adueñe del mundo la verdad. Que se abran caminos a la
paz, al perdón y a la verdadera liberación. Yo reconozco que no hay otro por encima de ti,
que seas el dueño de mi vida.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». Que no encuentre tanto obstáculo y
resistencia en nosotros. Que la humanidad entera obedezca a la llamada de Dios que, desde
el fondo de la vida, invita al hombre a su verdadera salvación. Que mi vida sea hoy mismo
búsqueda de esa voluntad de Dios. No pedimos que Dios adapte su voluntad a la nuestra.
Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y hermanar a los hombres. La
oración cristiana es quien se descubre hijo, amado por Dios como sus hijos.
Miro a Dios como mi padre para reconocer su gloria y luego miro mis necesidades y se
las comunico.
1. «Danos el pan de cada día».
Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos lo necesario para vivir, sin
pretender acaparar lo superfluo e innecesario que pervierte nuestro ser y nos cierra a los
necesitados. El pan y todo lo que necesitamos para vivir de manera digna, no sólo los del
Primer Mundo, o los pudientes, sino todos los hombres de la Tierra. Y esto dicho no desde
el egoísmo acaparador o el consumismo irresponsable, sino desde la voluntad de compartir
más lo nuestro con los necesitados. Me doy cuenta de que por mí mismo no puedo
sostenerme y que él no deja morir a sus hijos de hambre.
2. «Perdónanos».
En la antigüedad los deudores terminaban como esclavos de sus acreedores. El perdón del
Padre satisface al pecador porque nos libera de la posibilidad de ser sus esclavos. Cómo
pagamos lo que Dios ha hecho por nosotros? En Cambio, nos perdona, pero quiere que
tratemos a los demás como él nos trata. El mundo necesita el perdón de Dios. Los hombres
sólo podemos vivir pidiendo perdón y perdonando. Sólo quien renuncia a la venganza
desde una actitud abierta de perdón puede hacerse cada día más humano. Perdónanos
nuestras deudas, egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender ese perdón que
recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal. Quien no perdona es
porque se cree bueno, pero quien se siente malo perdona porque necesita perdón.
Y líbranos del mal. De todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos
víctimas constantes. Orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad. Presérvanos en tu
seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.