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DEL SENTIMIENTO
TRÁGICO DE LA VIDA
RENACIMIENTO
SOCIEDAD ANÓNIMA EDITORIAL
Calle de Pontejo?, núm. 3, 1.*
MADRID
ES PROPIEDAD
es el hombre. '
16 MIGUEL DE UNAMUNO
2
18 MIGUEL DE UNAMUNO
EL PUNTO DE PARTIDA
3
—
34 MIGUEL DE UNAMUNO
cia, «esto es», that is, que es una ciencia cuyo fin, et-
cétera. Y esta ciencia, que no es propiamente una
ciencia, tiene su fin en sí, en la gratificación y edu-
cación de los espíritus que la cultivan. ¿En qué, pues,
quedamos? ¿Tiene su fin en sí, o es su fin, gratificar
y educar a los espíritus que la cultivan? ¡O lo uno o
lo otro! Luego añade Hodgson que el fin de la meta-
física no es propósito alguno externo, como el de fun-
dar un arte conducente al bienestar de la vida. Pero
es que la gratificación del espíritu de aquel que cul-
tiva la filosofía, ¿no es parte del bienestar de su vida?
Fíjese el lector en ese pasaje del metafísico inglés, y
dígame si no es un tejido de contradicciones.
Lo cual es inevitable, cuando se trate de fijar hu-
manamente eso de una ciencia, de un conocer, cuyo
fin esté en sí mismo, eso de un conocer por el cono-
cer mismo, de un alcanzar la verdad por la misma
verdad. La ciencia no existe sino en la conciencia
personal, y gracias a ella; la astronomía, las mate-
máticas, no tienen otra realidad que la que como co-
nocimiento tienen en las mentes de los que las apren-
den y cultivan. Y si un día ha de acabarse toda con-
ciencia personal sobre la tierra; si un día ha de vol-
EL HAMBRE DE INMORTALIDAD
t
morir y el enigma de lo que habrá después, es el latir !
;
rhismo de mi conciencia. Contemplando el sereno
i
campo verde o contemplando unos ojos claros, a que
; se asome un alma hermana de la mía, se me hinche i
I
po en vida ambiente, y creo en mi porvenir; pero al |
'
punto la voz del misterio me susurra ¡dejarás de ser!, i
i gre de divinidad.
-
44 MIGUEL DE UNAMUNO
rón, el más
desprendido, al parecer, de vanidad te-
rrena, del Pobrecito de Asís cuentan los Tres Socios
que dijo: adhuc adorabor per totum miimdumf ¡Veréis
como soy aún adorado por todo el mundo! (II Cela-
no, 1, 1). Y hasta de Dios mismo dicen los teólogos f
56 MIGUEL DE UNAMUNO
y lo que sigue.
J ^T¿g^jp
pecado acaso el pecado contra el Es-'
,
LA DISOLUCIÓN RACIONAL
82 MIGUEL DE UNAMUNO
88 MIGUEL DE UNAMUNO
90 MIGUEL DE UNAMÜNO
KnovAedge comeSy
— hut wisdom ——
lingers, and he bears a laden*
[breast,
Full of sad experience, moving toward the
j
Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si tú existieras
existiría yo también de veras.
130
VII
Caín,
Let me, or happy or unhappy, learn
To anticípate my inraortality.
Lucifer. Thou didst before I carne upon thee.
Cain. How?
Lucifer, By suffering.
(Lord Byron: Cain, act. II, scene 1.)
'
Todo lo cual se siente más clara y más fuertemente
aun cuando brota, arraiga y crece udo de esos amo-
res trágicos que tienen que luchar contra las diaman-
tinas leyes del Destino, uno de esos amores que nacen
a destiempo o desazón, antes o después del momenta
o fuera de la norma en que el mundo, que es costum-
bre, los hubiera recibido. Cuantas más murallas pon-
gan el Destino y el mundo y su ley entre los aman-
DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA 137
*
* *
DE DIOS A DIOS
lib. Vil, cap. VII); eso probaría sólo que hay un mo-
tivo que lleva a los pueblos y los individuos sean to- —
dos o casi todos o muchos —
a creer en un Dios. Pero,
¿no es que hay acaso ilusiones y falacias que se fun-
dan en la naturaleza misma humana? ¿No empie-
zan los pueblos todos por creer que el Sol gira en
torno de ellos? ¿Y no es natural que propendan^ os to-
dos a creer lo que satisface nuestro anhelo? ¿Diremos
con W. Hermann ¡v. ChrístUch systematische Dogma—
tikf en el tomo Systematische christliche Religión, de la
colección Zí/e Kultur der Gegemcart, editada por P. Hin-
neberg), «que si hay un Dios, no se ha dejado sin in-
dicársenos de algún modo, y quiere ser hallado por
nosotros?»
Piadoso deseo, sin duda, pero no razón en su es-
tricto sentido, como no le apliquemos la sentencia
agustiniaua, que tampoco es razón, de «pues que me
buscas, es que me encontraste», creyendo que es Dios
quien hace que le busquemos.
Ese famoso argumento del consentimiento supuesto
unánime de los pueblos, que es el que con un seguro
instinto más emplearon los antiguos, no es, en el fon-
do y trasladado de la colectividad del individuo, sino
la llamada prueba moral, la que Kant, en su Cri-
tica de la razón práctica, empleó, la que se saca de
nuestra conciencia —
o más bien de nuestro senti-
miento de la divinidad —
y que no es una prueba es-
,
,
tra labor, la labor que lleva el sello de nuestra per- \
[
sena, si esa humanidad hubiera de legar a su vez su j
r£|^.as.
El amor nos hace creer en Dios, en quien espera- jj
^
mos, y de quien esperamos la vida futura; el amorM
nos hace creer en lo que el ensueño de la esperanza/ ^
nos crea.
La fe es nuestro anhelo a lo eterno, a Dios, y la
esperanza es el anhelo de Dios, de lo eterno, de nues-
tra divinidad, que viene al encuentro de aquélla y
nos eleva. El hombre aspira a Dios por la fe, y le
dice: «Cr^p, jdame, Señor en qué creer!» Y Dios, su
divinidad, le manda la esperanza en otra vida para
que crea en ella. La esperanza es el premio a la fe.
SólQel^211£^£^5£>¿^^í^ verdad, y sólo el que de fj
verdad espera, cree. No creemos sino lo que espera- 1^
mos, ñi'eSperamos sino lo que creemos.
Fué la esperanza la que llamó a Dios Padre, y es
ella la que sigue dándole ese nombre preñado de con-
suelo y de misterio. El padre nos dió la vida y nos da
el pan jtara mantenerla, y al padre pedimos que nos
la conserve. Y si el Cristo fue el que a corazón más
lleno y a boca más pura llamó Padre a su padre y nues-
tro, si el sentimiento cristiano se encumbra en el sen-
timiento de la paternidad de Dios, es porque en el
Cristo sublimó el linaje humano su hambre de eter-
nidad.
Se dirá tal vez que este anhelo de la fe, que esta
esperanza es, más que otra cosa, un sentimiento esté-
tico. Lo informa también acaso, pero sin satisfacerle
del todo.
En el arte, en efecto, buscamos un remedo de éter-
200 MIGUEL DE UNAMUNO
friente, compadecerle. |
*
* *
Platón. Fedón
MIGUEL DE ÜNAMUNO
el —
mar. Comprenderemos entonces prosigue dicien-
do —
que todo era necesario, que cada ñlosoíía o cada
religión tuvo su hora de verdad, que a través de
nuestros rodeos y errores y en los momentos más som-
bríos de nuestra historia, hemos colambrado el faro
y que estábamos todos predestinados a participar de
la Luz Eterna. Y si el Dios que volveremos a encon-
trar posee un cuerpo —
y no podemos concebir Dios
vivo que no le tenga — seremos una de sus célulasr
,
* *
EL PROBLEMA PRÁCTICO
—
L'homrae est périssable. II se peut;
mais périssons en résistant, et, si le
néant nous est reservé, iie faisons pas
que ce soit une justice.
Séxancour: Obermann, lettre XC.
I
í
—
ne y descubrirla obrando.
Hace ya más de un siglo, en 1804, el más hondo
y más intenso de los hijos espirituales del patriarca
Rousseau, el más trágico de los sentidores franceses,,
sin excluir a Pascal, Sénancour, en la carta XC de
las que constituyen aquella inmensa monodia de su
Oberrnann escribió las palabras que van como lema a
f ia cabeza de este capítulo: «El hombre es perecedero.
I Puede_ser^_mas^
Lfo que nos esláTreservado, no^iiagainosjqi^
g j&5TicTa »7"^mbiad esfáT sentencia de su forma nega-
ptiva en la positiva diciendo: «Y si es la nada lo ^ue
|nos e^tá reservado, hagamos que sea'^TíIS'Injusticia
t esto» , yTeS'd^éT^ la más'fír'me' BasF'ae'iTccT^^^^^
líJtrtBH no pueda o no quiera ser un dogmático.
* Lo irreligioso, lo lo que incapacita
demoniaco,
para la acción onos deja sin defensa ideal contra
nuestras malas tendencias, es el pesimismo aquel que
DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DE LA VIDA 259
manente.
Y no estaría acaso de más decir aquí algo de esa
distinción, una de las más confusas que hay, entre lo .
Acudamos a lo eterno
que es la fama vividora
donde ni duermen las dichas
ni las grandezas reposan.
"^''^
'íescamente.
Y no sólo se pelea contra él anhelando lo irracio-
nal, sino obrando de modo que nos hagamos insusti-
tuibles, acuñando en los demás nuestra marc^i y
<:ifra, obrando sobre nuestros prójimos para dominar-
los; dándonos a ellos, para eternizarnos en lo posible.
Ha de ser nuestro mayor esfuerzo el de hacernos
insustiuíbles, el de hacer una verdad práctica el he-
<:ho teórico —
si es que esto de hecho teórico no en-
vuelve una contradicción in adiecto —de que es cada
uno de nosotros único e irreemplazable, de que no
pueda llenar otro el hueco que dejemos al morirnos.
Cada hombre es, en efecto, único e insustituible;
otro yo no puede darse; cada uno de nosotros nues- —
tra alma, no nuestra vida— vale por el Universo todo.
Y digo el espíritu y no la vida, porque el valor, ridí-
264 MIGUEL DE UNAMUNO
alcance de todos. ^
^ ' ^^-"^'
cámi)] a rlo^'O^r^o^^
'
" "
I
Y donde se nos dijo: ¡no matarás!, entender: ¡darás
I vida y la acrecentarás! Y donde: ¡no hurtarás!, que
I dice: ¡acrecentarás la riqueza pública!. Y donde: ¡no
> cometerás adulterio!, esto; ¡<iarás a^tu tierra y al
•
cielo hijos sanos, fuertes y buenos! Y así todo lo
demás.
I
El que no pierda su vida, no la logrará. Entrégate, r
j
•.
nálB3''íi'ñ*óaér5'. 'f^ues no cabe dominar sin ser domi— /
DEL SENTIMIENTO TRÁGICO DK LA VIDA 273
"
el sacrificip^.'?mia. '
esta obra. ^
Lo que llamo el sentimiento trágico de la vida en
los hombres y en los pueblos es por lo menos nuestro
sentimiento trágico de la vida, el de los españoles y
«l pueblo español, tal y como se refleja en mi con-
ciencia, que es una conciencia española, hecha en
España. Y este sentimiento trágico de la vida es el
sentimiento mismo católico de ella, pues el catoli-
cismo y mucho más el popular, es trágico. El pueblo |
aborrece la comedia. El pueblo, cuando Pilato, el í
'
la pasión y muerte del pueblo español. Su muerte y ^
19
CONCLUSIÓN
DON QI/IJOT£ EN LA TRAGI-COMEDIA EUROPEA
CONTEMPORÁNEA
Isaías, XL. 3.
vive!...» Y
de hecho es así; se vive, vivimos tanto-
como demás. ¿Y qué más puede pedirse? ¿Y quién,
los
no recuerda lo de la copla? «Cada vez que considero
que me tengo de morir —tiendo la capa en el suelo
,
—
padece persuadir que no son tales.» Y además, «a
un corazón no habla sino otro corazón» según fray
,
I
«ofía.
'
Pues abrigo cada vez más la convicción de que
imestra filosofía, la filosofía española, está líquida y
difusa en nuestra literatura, en nuestra vida, en
naestra acción, en nuestra místic^;~3obre-ieéü; y no
^*Tr~ststemas filosóficos. Es concreta. ¿Y es que acaso
DO hay en Goethe, v. gr., tanta o más filosofía que en
Ilegel? Las coplas de Jorge Manrique, el Romancero,
-el Quijote. La vi.da es sueño, la Subida al Monte Carmelo,
'
ten él.
Aquel trágico suicida portugués, Anthero de Quen-
tal, de cuyos ponderosos sonetos os he ya dicho, do-
lorido en su patria a raíz del ultimátum inglés a ella
en 1890, escribió (1): «Dijo un hombre de Estado in-
glés del siglo pasado, que era también por cierto ui:
perspicaz observador y un filósofo, Horacio Walpole,
que la vida es una tragedia para los que sienten y
una comedia para los que piensan. Pues bien; si he-
mos de acabar trágicamente, nosotros, portugueses,
que sentimos^ preñram.os con mucho ese destino terri-
ble, pero noble, a aquel que le está reservado, y tal
vez en un futuro no muy remoto, a Inglaterra que
piensa y calcula^ el cual destino es el de acabar mise-
rable y cómicamente» Dejemos lo de que Inglaterra
.
-con otro?
Para Windelband, como para los kantianos y neo-
kantianos en general, no hay si no tres categorías
normativas, tres normas universales, y son las de lo
verdadero o falso, lo bello o Jo leo, y lo bueno o lo
malo moral. La filosofía se reduce a lógica, estética
y ética, según estudia la ciencia, el arte o la moral.
Queda fuera otra categona, y es la de lo grato y lo
ingrato —
o agradable y desagradable — esto es, lo
;
lativo.
Es, pues, la religión una economía trascendente, o
;i se_ quiere, metaüsTcaT EinJmverso^
'
—
ben sop'asanno »
Peio Bruno creía en el triunfo de sus doctrinas, o
por lo m.enos al pie de su estatua, en el Campo dei
Fiori, frente al Vaticano, han puesto que se la ofrece
el siglo por él adivinado, il secólo ¿a lui divinaio. Mas
nuestro Don Quijote, el redivivo, el interior, el con-
ciente de su propia comicidad, no cree que triunfen
sus doctrinas en este mundo porque no son de él. Y
es mejor que no triunfen. Y si le quisieran hacer a
320 MIGUEL DE UNAMÜNO
I muerte.
*
* *
— —
Y con esto se acaban ya ¡ya era hora! por aho-
ra al menos, estos ensayos sobre el sentimiento trá-
gico de la vida en los hombres y en los pueblos, o
—
por lo menos en mí que soy hombre —
y en el alma
de mi pueblo tal como en la mía se refleja.
/
Espero, lector, que mientras dure nuestra tragedia,
'
en algún entre-acto, volvamos a encontrarnos. Y nos
'
reconoceremos. Y perdona si te he molestado más de
i
lo debido e inevitable, más de lo que, al tomar la
'
pluma para distraerte un poco de tus distraciones,
I me propuse. ¡Y Dios no te dé paz y sí gloria!
21
OBRAS DEL AUTOR
PESETAS
0,75
De mi país (descripciones, relatos y artículos de cos-
tumbres.—Madrid, Fernando Fó, 1903 3,00
Tida de Don Quijote y Sandio según Miguel de
Cervantes Saavedra, explicada y comentada. Ma- —
drid, Fernando Fó, 1905 (agotada). 4,00
—
Poesías. Fernando Fó, Victoriano Suárez, Madrid,
1907 3,00
Recuerdos de niñez y de mocedad. —Madrid, Fer-
nando Fó, V. Suárez, 1908 3,00
—
311 religión y otros ensayos. «Biblioteca Renaci-
mientO", V. Prieto y Compañía, Madrid, 1910 3,50
Por tierras de Portugal y de España. «Biblioteca —
Renacimiento» V. Prieto y Compañía, Madrid, 1911. 3,50
—
,