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El modelo espacial lo que nos va a permitir es un esquema donde podamos representar cómo
funciona la democracia, el modelo asume que los actores van a actuar siguiendo preferencias.
1- Introducción
Los economistas teóricos casi siempre han considerado las decisiones como fruto de mentes
racionales, esto es imprescindible para poder predecir el comportamiento. Ahora bien, solo
pueden preverse las acciones humanas que se ajustan a algún patrón, y sólo pueden someterse
a análisis las relaciones entre esta clase de acciones. De ahí que los economistas hayan de
suponer la existencia de algún orden en el comportamiento.
El análisis económico consta de dos fases principales: el descubrimiento de los objetivos que
persigue el sujeto de decisión y el análisis de los medios más razonables para conseguirlos, es
decir, de los que exigen menor empleo de recursos escasos.
Racional: eficiente, es decir, que maximiza el producto como un insumo dado o que minimiza
el insumo para un producto dado.
Hombre racional: hombre que aspira a sus objetivos de tal manera que, de acuerdo con sus
conocimientos, usa la menor cantidad posible de recursos escasos por unidad de producto.
Es racional todo aquel que: 1) es capaz de adoptar una decisión siempre que se enfrenta con
cierta gama de opciones;
2) ordena todas las opciones con que se enfrenta de acuerdo con sus preferencias, de modo
que cada una de ellas es preferida, indiferente o inferior a las demás;
4) Siempre elige entre las opciones la de orden superior dentro de su escala de preferencias;
5) adopta la misma decisión siempre que se enfrenta con las mismas opciones.
Vamos a centrar nuestra atención únicamente en los objetivos económicos y políticos de los
distintos individuos o grupos del modelo. La función política de las elecciones en las
democracias consiste, suponemos en elegir el gobierno. Por tanto, en relación con las
elecciones solamente es racional el comportamiento que apunta a este objetivo y no a otro.
Así pues, prescindimos de la gran variedad de objetivos que persiguen sus distintos actos, de la
complejidad de sus motivos, del modo en como cada parte de su vida está íntimamente ligada
a sus necesidades emocionales, y tomamos de la teoría económica tradicional la idea del
consumidor racional.
Para los fines limitados de este modelo, la posibilidad de rectificación constituye un criterio
mucho mejor de distinción entre errores y comportamiento irracional. El hombre racional que
sistemáticamente incurre en determinado error se corrige: 1) si descubre el error; 2) si el coste
de eliminarlo es menor que el beneficio. En esas mismas condiciones, el hombre irracional no
rectifica su error a causa de su propensión ilógica de repetirlo.
Hay un solo aspecto de la irracionalidad que hay que analizar. Cuando un sector significativo de
un grupo político organizado se comporta de manera irracional, al hombre racional se le
plantea un difícil problema: ¿cómo debe actuar? Y la respuesta depende de si la irracionalidad
con que se enfrenta es encajable en patrones previsibles de comportamiento. En tal caso
puede, a pesar de todo, seguir comportándose racionalmente.
El comportamiento racional exige, pues, un orden social previsible. Lo mismo que el productor
racional ha de ser capaz de prever con razonable precisión su demanda y costes para invertir
inteligentemente, así también el hombre racional en política ha de ser capaz de prever con
cierta aproximación el comportamiento de los demás ciudadanos y del gobierno. El
comportamiento racional es imposible sin la estabilidad ordenada que proporciona el
gobierno. La racionalidad política es, por consiguiente, condición necesaria de todas las formas
de comportamiento racional.
Planteando que el objetivo primario del gobierno es la reelección y que el objetivo de los
partidos fuera del poder es conseguirlos. Una vez fijado el objetivo, podemos descubrir los
medios más eficientes para lograr su propósito. En otras palabras, podemos construir un
modelo que indique cómo se comporta el gobierno racional dentro de un sistema democrático
del tipo antes esbozado.
III. Relaciones entre nuestro modelo y anteriores modelos económicos del gobierno
El análisis es deductivo, ya que postula un principio básico y de él extrae sus conclusiones. Es,
sin embargo, positivo, ya que tratamos de describir lo que sucederá en ciertas condiciones, no
lo que debe suceder.
IV. Resumen
Aun cuando los gobiernos tienen una importancia crucial en toda economía, la teoría
económica no ha definido una regla satisfactoria de comportamiento de los mismos
comparable a las utilizadas para predecir las acciones de los consumidores y de las empresas.
El objetivo entonces es definir dicha regla dentro del supuesto de que los gobiernos
democráticos actúan racionalmente con el fin de maximizar su base de apoyo político. El
gobierno persigue su objetivo bajo tres condiciones: una estructura política democrática que
permite la existencia de partidos de oposición, una atmósfera con diversos grados de
incertidumbre y un electorado de votantes racionales.
En resumen, se pretende descubrir cuál es la forma racional de comportamiento político del
gobierno y de los ciudadanos en las democracias.
“Los gobiernos son organizaciones que posee poder de monopolio suficiente para imponer
coactivamente una ordenada solución de los conflictos con otras organizaciones de la misma
zona. Quien controla el gobierno, normalmente tiene la “última palabra” sobre cualquier
cuestión; quien controla el gobierno puede imponer sus decisiones a las demás organizaciones
de la zona.”
Esta definición implica dos cosas en relación con la función del gobierno en la división del
trabajo. En primer lugar, que el gobierno es el centro del poder último en la respectiva
sociedad, es decir, que puede obligar a todos los demás grupos a acatar las decisiones. Por
tanto, su función social ha de incluir al menos su actuación como garante último de cualquier
uso de la coacción en la solución de conflictos.
Podemos concluir que: 1) el gobierno es un sujeto social distinto y único; 2) tiene una función
especializada en la división del trabajo.
Según esta definición, cada partido actúa como si fuera una sola persona; podría, pues, creerse
que nos hallamos ante una falsa personificación. No obstante, no incurrimos en falsa
personificación, ya que no afirmamos que se trate de una entidad suprahumana. Simplemente
suponemos un completo acuerdo en relación con los objetivos entre los miembros de la
coalición que aspira al poder.
En el modelo planteado reconocemos tres tipos de sujetos de decisión política: los partidos
políticos, los ciudadanos individuales y los grupos de intereses.
Comportamiento racional: los hombres actúan con fines egoístas, anteponiendo sus propios
fines ante que el de los demás. De esto se deduce que los políticos del modelo nunca buscan
los cargos como medio para practicar determinada política; su único objetivo es obtener las
ventajas a que da lugar el cargo per se. La política es para ellos un simple medio de conseguir
sus fines privados, que solo alcanzan siendo elegidos.
Ese razonamiento lleva a la hipótesis fundamental del modelo: los partidos formulan políticas
que les permitan ganar las elecciones en lugar de ganar las elecciones con el fin de formular
políticas.
En este modelo se tiene en cuenta los objetivos formales de los partidos políticos, es decir, la
formulación y práctica de determinada política desde el poder, y la estructura informal, es
decir, la estructura centrada en torno a los motivos privados de quienes dirigen el partido.
Además, plantea que los partidos tienen como objetivo primario ser elegidos, lo que significa
que cada partido trata de obtener más votos que los demás, y que el partido manipula su
política y sus acciones de tal manera que consiga el máximo de votos sin violar las normas
constitucionales.
Entonces la política según esta teoría es un medio para que los individuos lleguen a sus fines
privados. Los partidos existen como maquinarias electorales, para maximizar sus votos y
garantizar a los políticos cargos para satisfacer sus fines privados. ¿Cómo pueden ganar las
elecciones? Debido a que conocen las preferencias de los individuos, entonces saben que
decir a los individuos para obtener el apoyo en las elecciones y así ganarlas.
Los individuos votarán según la renta de utilidad que les otorga el gobierno o el partido de
oposición.
Cada ciudadano del modelo vota por el partido que en su opinión le proporcionará mayor renta
de utilidad durante el próximo período electoral. Para descubrir de qué partido se trata,
compara entre las rentas de utilidad que a su juicio obtendría según el partido que ocupara el
poder. La diferencia entre estas dos rentas esperadas de utilidad la denominamos diferencial
esperada de partido del ciudadano. Si es positiva, vota por el gobierno; si es negativa, vota por
la oposición; si es nula, se abstiene.
Además, el votante tiene que proceder al examen de los resultados de los gobiernos pasados.
En el modelo, cada votante obtiene el propio criterio de su experiencia con otros gobiernos.
Calculando sus tasas de éxitos, crea una especie de vara de medir con la que puede descubrir si
los partidos han actuado en el poder, mal o de manera indiferente. Vota en favor de ellos si su
tasa comparativa es buena, en contra si es mala y se abstiene si es indiferente.
La incertidumbre permite a los partidos desarrollar las ideologías para servirse de ellas como
armas en la lucha por el poder. Para ello se les asignan funciones específicas que configuran su
naturaleza y desarrollo.
Por ideología entendemos la imagen verbal de la sociedad buena y el principal medio para
construirla.
Para el autor la ideología es un instrumento para conseguir el poder. Sin embargo, en el modelo
los partidos políticos no son agentes de grupos o clases sociales concretas, sino equipos
autónomos que buscan el poder per se y utilizan el apoyo de los grupos para conseguirlo.
En un mundo de certezas todos los partidos toman una política que desea gran cantidad del
electorado, y luego tratan de diferenciarse. Estas diferencias son estrictamente a nivel político,
ya que los programas de los partidos no contienen en absoluto elementos ideológicos. Los
electorales según el autor lo que valoran son las posiciones para resolver problemas prácticos.
Pero la incertidumbre altera por completo la situación al incapacitar a los votantes para
relacionar competentemente las diferentes decisiones de los partidos con la propia ideología.
En estas condiciones son muchos los votantes para los que resultan útiles las ideologías de los
partidos por librarles de la necesidad de relacionar cada cuestión con la propia filosofía. Las
ideologías les ayudan a centrar la atención en las diferencias entre los partidos; pueden pues,
utilizarlas a modo de muestra de las diferencias de posición.
Por otra parte, el ciudadano puede adoptar su decisión de votar de acuerdo con la ideología de
los partidos y no con su pasado. En ese caso estaría votando sobre la competencia ideológica y
no sobre cuestiones concretas.
Cuando los partidos notan que las ideologías son útiles, los partidos proponen ideologías que,
a su juicio, atraerán la mayor cantidad de votos.
Cabe agregar que cada partido resulta ideológicamente seductor solo para ciertos grupos
sociales, ya que su atractivo para unos significa implícitamente repulsión para otros. Ahora
bien: la incertidumbre hace que no sea evidente qué combinación de grupos da el máximo de
votos. Además, la sociedad es dinámica, por lo que la combinación correcta en unas elecciones
puede dejar de serlo en las próximas.
Las ideologías de los partidos serán diferentes solo si ninguna de ellas demuestra ser más eficaz
que las demás. Pues, si se supiera que ideología es más eficaz, todos optarían por elegirla y la
diferenciación se establecería a niveles más sutiles.
En resumen:
La incertidumbre restringe la capacidad de los votantes para relacionar cada acto del gobierno
con la propia opinión sobre la sociedad ideal. Por tanto, el conocimiento de la opinión de los
distintos partidos sobre la sociedad ideal, es decir, su ideología le ayuda a tomar su decisión
sobre cómo votar sin conocer el alcance de la política en cuestión. Así, pues, los votantes
recurren a las ideologías para reducir sus costes de información.
También los partidos consideran las ideologías útiles para ganar el apoyo de diversos grupos
sociales y para simplificar las decisiones acerca de qué política les reportará más votos. La
existencia de ideologías de partidos diferentes se debe únicamente a que la incertidumbre
impide demostrar que una de ellas es superior. Si esto ocurriera, otros partidos la imitarían y la
diferenciación se daría a niveles más sutiles.
En el modelo planteado es preciso que la ideología de cada partido guarde una relación
congruente con sus acciones y que evolucione sin repudiar su actuación pasada. Cualquier otro
procedimiento hace imposible la votación racional, por lo que los votantes valoran más los
partidos que se distinguen por estos rasgos. Para ganar votos, los partidos se ven obligados por
la competencia a ser relativamente honrados y responsables en relación con su política y con
su ideología.
Pero la ideología si tiene raíces lógicas e institucionales, puede dar lugar a desfasajes y
discontinuidades que pueden hacer perder votos a los partidos. Surgen así conflictos entre el
mantenimiento de la pureza ideológica y la aspiración a ganar las elecciones. El primero de
estos objetivos quizá tenga en ocasiones prioridad sobre el segundo, pero el autor mantiene la
hipótesis de que los partidos se comportan como si la elección fuera el objetivo primario.
Este trabajo desarrolla una perspectiva teórica para entender el comportamiento partidista
bajo regímenes autoritarios que sostienen elecciones competitivas y bajo democracias frágiles.
En estos contextos, el comportamiento de los partidos está determinado por la posibilidad de
un cambio de régimen. La posibilidad de tal cambio puede existir en dos direcciones: a) existe
un régimen democrático o semidemocrático en el cual algunos actores creen que los militares
u otro actor podrían conspirar exitosamente contra la democracia, conduciendo a su quiebre; o
b) existe un régimen autoritario que podría sostener elecciones limpias en un futuro próximo,
conduciendo a la posibilidad de la transición del régimen. Ambas representan situaciones de
incertidumbre con respecto al régimen, existiendo actores que creen que hay una posibilidad
real de un cambio de régimen, y no sólo de un cambio dentro del régimen.
En algunos momentos claves de la historia de AL, los juegos en torno al régimen han destacado
de manera prominente en el comportamiento de los partidos. Han intentado preservar un
régimen democrático en riesgo o impulsar un cambio de régimen del autoritarismo a la
democracia o viceversa. Me refiero a esta situación como un juego dual en el que,
simultáneamente, compiten con otros partidos y entran en un juego en torno al régimen.
Es imposible entender a muchos de los partidos latinoamericanos sin tomar en cuenta ambos
objetivos (ganar elecciones y ganar en conflictos relativos al régimen) y ambos juegos (el
electoral y el juego en torno al régimen).
El libro de Downs combina una teoría del comportamiento electoral con una teoría de la
competencia partidista. Según su versión más simplificada, presentada en la primera parte del
libro, el único objetivo de los partidos es ganar las elecciones.
Los estudiosos del tema que han cuestionado el supuesto de que los partidos maximizan votos
han ido en tres direcciones. Algunos autores asumen que los partidos, más que maximizadores
de votos, tienen preferencias en materia de políticas públicas. Wittman ha planteado que los
votos son medios para implementar políticas que los partidos defienden sinceramente.
Kitschelt propone que algunos activistas y líderes partidistas están profundamente
comprometidos con una ideología o una posición política, mientras que otros se aproximan al
modelo de maximizadores de votos. Según su señalamiento, la existencia de individuos
orientados ideológica o políticamente impacta el grado en el que los partidos participan en la
maximización de votos. Przeworski y Sprague establecen que los partidos cuentan con base de
electores duros y que los vínculos entre partidos y electores frecuentemente condujeron a los
partidos socialdemócratas a la adopción de estrategias electorales que mantuvieran esos
vínculos más que a la maximización de votos. Strom argumenta que los partidos tienen tres
objetivos: buscar votos, buscar puestos públicos y tener influencia en las políticas
gubernamentales.
Una segunda postura parte de que los objetivos partidistas dependen del contexto
institucional. Plantean que la maximización de los votos puede no ser racional en términos
instrumentales. En algunos contextos, la maximización de las posiciones o el rango (llegar a la
cúspide) es decisivo, mientras que la maximización de votos puede no ser importante. Aunque
esta línea acepta la tesis de Downs.
Una tercera línea de análisis se ha centrado en el juego intrapartidista, esto es, en la lucha
entre facciones dentro de los partidos.
Parte del supuesto de Downs que, la mayoría de los partidos tienen por objetivo fundamental
ganar elecciones, para complementar:
Sim embargo, el autor toma la propuesta de Downs de que el objetivo de los partidos es ganar
votos y escaños como una restricción de su campo de acción, esto, como un supuesto que
aplica a algunos, pero no a todos los regímenes políticos. Específicamente reconoce esta
premisa en las democracias consolidadas.
En situaciones de incertidumbre acerca del régimen, en lugar de entrar en un solo juego, los
partidos entran en un doble juego. En un plano, compiten con otros partidos por votos; a esto
se le llamo el juego electoral. Este es el juego que los partidos deben jugar cuando la
democracia es el único juego admisible.
En el otro plano, el comportamiento de los partidos no está orientado hacia la obtención de
votos sino hacia la preservación o alteración del régimen político existente. A esto lo llamo un
juego en torno al régimen. En éste, los partidos son fundamentalmente actores racionales,
pero actúan para asegurar diferentes beneficios de los votos, escaños o influencia en las
políticas públicas.
En contexto de autoritarismo:
Juegos duales
Cuando los partidos entran en un juego en torno al régimen también se involucran en el juego
electoral y estas organizaciones emplean una estrategia para obtener beneficios de ambos
juegos. Por juego dual se entiende la situación en la cual los partidos entran simultáneamente
en el juego electoral y en el juego en torno al régimen.
Bajo el autoritarismo, el juego dual es dominante cuando la política electoral llega a ser
importante, lo cual ocurre bajo dos condiciones. La primera es cuando el régimen autoritario
empieza a erosionarse, conduciendo a la percepción de que una transición es posible. Cuando
hay una expectativa razonable de transición del régimen, los partidos pueden empezar a
posicionarse como miras a una elección, aunque el régimen autoritario no haya sostenido
elecciones en el pasado. Segundo, algunos regímenes tienen elecciones significativas. Estos son
los regímenes que Sartori llamó “sistemas de partido hegemónico”. En estos sistemas, el
partido oficial siempre gana las elecciones importantes pero el o los partidos opositores
pueden triunfar en algunos comicios locales y elegir miembros del Congreso nacional y
congresos locales.
De una manera importante, bajo el autoritarismo el juego en torno al régimen tiene prioridad
sobre el juego electoral para los partidos de oposición. Éstos no pueden competir con la
intención de gobernar si no hay un juego electoral limpio.
Los militares tienen que decidir sobre cuatro aspectos: primero, permitir o no que continúe la
campaña; segundo, permitir o no la realización de elecciones libres una vez que se decidió que
se celebrarían elecciones; tercero, permitir o no que el gobierno electo tome el poder una vez
que inició el conteo de votos; cuatro, permitir que el gobierno electo implemente su política
contrariamente a una estrategia que intentaría subvertir dicha política a través de una variedad
de mecanismos de presión o de un golpe postelectoral.
Aquí A tiene como incentivo adicional para moverse hacia la derecha, reducir la posibilidad de
exponerse a la represión; mientras más se coloquen a la izquierda del punto de preferencia de
los militares, los líderes partidistas tienen más probabilidades de ser reprimidos.
Alternativamente, el partido A podría fijarse en su posición de 5.5 puntos por principios.
Independientemente de lo que haga A, sus opciones son escasas. En estas circunstancias, A
tiene más incentivos que B para hacer ajustes estratégicos sustantivos de su escenario de
preferencia. Aun si B tuviera información incompleta acerca del punto en el cual los militares
usarían su poder de veto, la necesidad de B de adoptar una posición distinta a la de su
escenario de preferencia se ve disminuida de manera importante por la seguridad que tiene de
que los militares vetarán una amplia gama de posiciones políticas a la que B se opondría.
Luego de nombrar un ejemplo con un partido de extrema izquierda, el autor señala que se abre
la puerta a dilemas de coordinación estratégica que confrontan los partidos de oposición bajo
un régimen autoritario. Los partidos de oposición enfrentan una situación difícil si dan
prioridad al juego en torno a la transición democrática cunado se ven forzados no sólo a
competir electoralmente contra el régimen sino también contra otros partidos de oposición. El
gobierno puede emplear estrategias diseñadas para incrementar los problemas de
coordinación que enfrenta la oposición.
Así, los juegos duales no sólo afectan los objetivos partidistas sino también la estrategia. En los
modelos espaciales de competencia electoral, los objetivos partidistas directamente moldean
la estrategia. De forma similar, la existencia de juegos en torno al régimen afecta tanto a los
objetivos partidistas como a la estrategia. En los juegos duales, los partidos algunas veces
adoptan estrategias que no son las mejores en términos electorales.
Esta discusión tiene dos implicaciones para el uso de modelos espaciales de Downs, para
entender el comportamiento partidista en contexto de incertidumbre en torno al régimen y de
autoritarismo. Primero, no son capaces de percibir que los partidos se involucran tanto en
juegos en torno al régimen como en juegos electorales. Los modelos espaciales downsianos
sirven para captar un conflicto entre un valor autoritario contra uno democrático en la
competencia electoral, pero no perciben que los partidos pueden adaptar un juego que eclipse
o altere dramáticamente la manera en la cual se desempeñan en el terreno electoral. Segundo,
debido a que no toman en cuenta los juegos en torno al régimen, los modelos downsianos
pueden hacer abstracción del hecho de que algunos partidos adopten estrategias que no son
óptimas desde el punto de vista electoral.
El juego dual requiere repensar los objetivos partidistas y las estrategias tal como eran
entendidas no sólo por los modelos espaciales downsianos sino, además, por prácticamente
toda la literatura sobre los partidos.
El autor toma a los partidos democratacristianos de América Latina, ya que la mayoría de ellos
han entrado en este doble y simultáneo juego, y en todos los casos, éste ha moldeado
profundamente la identidad, el comportamiento y la trayectoria partidista.
Cuando nos movemos de contextos de democracias estables, a los regímenes políticos que no
forman parte de las democracias industriales avanzadas, los objetivos y las estrategias
partidistas deben entenderse con relación al juego en torno al régimen y al juego electoral.
Por ejemplo, en El Salvador y Guatemala, los juegos duales afectaron a los partidos
democratacristianos a lo largo de su trayecto de vida. Ambos partidos fueron creados bajo
regímenes autoritarios que ocasionalmente celebraron elecciones. De aquí que los dos
trabajaran para atraer apoyo popular y a la vez intentaran asegurar la celebración de elecciones
limpias y competitivas.
Desde el momento de la creación de sus partidos hasta mediados de los ochenta, los
democratacristianos en ambos países combinaron estrategias para alentar una transición
democrática y para deslegitimar al régimen. A menudo ello implicó lógicas contradictorias. El
tratar de convencer a los militares y a la oligarquía de que la celebración de elecciones libres y
competitivas no erosionaría radicalmente el orden establecido, tuvo prioridad sobre el juego
electoral. Para los democratacristianos, la competencia con otros partidos en el terreno
electoral era subsecuente a un juego en torno al régimen; es decir, el convencimiento a los
militares y a la oligarquía de que podrían celebrarse elecciones. Líderes partidistas racionales
no harían de la maximización de votos su prioridad si los votos no presentaran la fuente
primaria de la política.
En México, el comportamiento del PAN durante periodos prolongados de tiempo no puede ser
entendido a partir de una estrategia de maximización del voto. Aquí también el régimen
autoritario es crucial para entender los objetivos de un partido de oposición. Hasta 1988, los
panistas no se posicionaron de manera prioritaria para derrotar al PRI. Reconocieron que las
reglas del juego no permitirían vencer al PRI y en algunas ocasiones ni siquiera presentaron
candidatos. Su técnica estaba subordinada al juego de sobrevivencia y a obtener legitimidad en
el contexto de un régimen autoritario.
El juego dual que realizaron los democratacristianos se diferenció del caso mexicano en
aspectos importantes: los socialdemócratas lucharon por desarmar a los regímenes autoritarios
a través de una combinación de juegos de transición democrática y deslegitimación. En cambio,
en México el jugador de veto no eran los militares sino el PRI, régimen de partido de Estado; en
El Salvador y Guatemala, los militares constituían el principal jugador con capacidad de veto. En
México el arsenal de veto incluía el fraude, la intimidación y la represión, pero no incluía los
golpes militares o el control de áreas de la política no militares. En tercer lugar, el régimen
priísta celebró selecciones, pero no permitió a los partidos opositores ganar
independientemente de qué tan lejos estuvieran del PRI en términos ideológicos. De manera
distinta, los regímenes reaccionarios de El Salvador y Guatemala, que literalmente mataron al
centro y a la izquierda civil, pero toleraron a la derecha civil.
En Venezuela, la COPEI adoptó una estrategia intransigente conservadora entre 1945 y 1948.
En vez de moverse hacia el centro, subordinó el juego electoral al juego del quiebre
democrático y polarizó la situación política. Su principal objetivo fue detener a Acción
Democrática y estaba dispuesto a terminar con el juego electoral para favorecer un golpe de
Estado dentro del juego en torno al régimen.
En Chile, el Partido de la Democracia Cristiana (PDC) entró al juego electoral en 1970. Sin
embargo, después de la elección de Allende, de 1970 a 1973, el PDC entró a ambos juegos, el
electoral y el de la ruptura del régimen democrático. SI el partido se hubiera concentrado
exclusivamente en la obtención de votos, probablemente hubiera mantenido la posición
centro-izquierda.
Después de los golpes militares, tanto la COPEI como el chileno PDC entraron a juegos que
combinan la deslegitimación, la transición democrática y las elecciones. La diferencia principal
con respecto a las situaciones de El Salvador y Guatemala, es que los regímenes militares en
Venezuela y Chile desparecieron formalmente la arena electoral. El esfuerzo para provocar una
transición democrática tuvo abierta preferencia. Sólo cuando llegó a ser claro que existía una
posibilidad realista de celebrar elecciones limpias y competitivas los partidos se interesaron en
el posicionamiento estratégico y en el juego electoral.
Estas ejemplificaciones muestran que el juego dual enfrenta a los partidos de oposición con
dilemas de coordinación estratégica bajo regímenes autoritarios, deben competir en torno al
régimen, pero compitiendo con otros partidos.
Conclusiones
En este trabajo he argumentado que las estrategias y los objetivos partidistas en contextos de
regímenes autoritarios que sostienen elecciones, regímenes autoritarios en los cuales la
oposición cree que hay una posibilidad realista de que se producirá una transición democrática
en el corto plazo, y en contextos de democracia frágiles, son muy diferentes. En estos contextos
de incertidumbre en torno al régimen, los partidos entran en dos juegos, el electoral y el juego
en torno al régimen. Es imposible entender las estrategias de muchos partidos sin poner
atención a la existencia de estos juegos duales.
El panorama político mexicano ha sido alterado en forma significativa en años recientes por el
desarrollo y fortalecimiento de las oposiciones. El monótono paisaje tricolor característico del
pasado, dominado por el Partido Revolucionario Institucional, ha sido sustituido por una
composición polícroma que muestra la presencia de los diferentes partidos de oposición en
gobiernos estatales y municipales.
EN 1995 se llevaron a cabo diferentes procesos electorales en once estados para la renovación
de autoridades y congresos locales. El resultado general confirmó la tendencia hacia el
pluralismo político y un sistema multipartidista construido en torno a tres grandes
organizaciones nacionales, el PRI, PAN Y PRD. Los procesos electorales, en particular las tasas
de participación, han demostrado que el voto se ha convertido en un recurso político eficaz
para muchos mexicanos; también que la alternancia partidista es vista como una posibilidad
normal, de la misma manera que cada vez es más frecuente que el gobernador de un estado
tenga que trabajar con un Congreso dominado por la oposición.
El efecto de cambio se ve reflejado en una nueva relación del gobierno con partidos políticos
en general y con los de oposición en particular, tal y como lo sugieren las relaciones entre la
presidencia de la República y el congreso.
Estudia el rol Partido Acción Nacional previo a que se termine la hegemonía del Pri:
Los otros dos factores que han intervenido en el progreso del PAN: 1) La imagen positiva del
partido y su clara identidad de organización opositora, 2) la estrategia de cooperación con el
gobierno que adoptó la dirigencia partidista en 1988. De manera que puede afirmarse que la
principal fuerza del PAN reside en el papel de oposición leal que ha jugado tradicionalmente
en el sistema político al mantener un compromiso sin ambigüedades con un régimen
constitucional que se funda en los principios del liberalismo político: el sufragio universal, el
pluripartidismo, las elecciones y la división de poderes.
Una oposición leal es una referencia tranquilizadora para una sociedad confusa e irritada.
La oposición semileal
La importancia de que Acción Nacional sea una oposición leal en los términos arriba definidos
debe ser calibrada tomando en consideración que su firme creencia en que las elecciones son
el único medio para alcanzar el poder y el inequívoco rechazo a la violencia le atribuyen rasgos
distintivos muy precisos frente a otras fuerzas antigobiernistas.
Las críticas de la oposición semileal tiene por lo menos dos implicaciones importantes para la
consolidación de un sistema político moderno en México, sostienen que las elecciones no
garantizan el gobierno de los mejores y usan esto como un argumento en contra del cambio
político. La segunda implicación de las críticas de este tenor es que en México el poder de facto
es la única fuente posible de legitimidad de largo plazo.
Para ganar elecciones un partido en la oposición puede elegir entre dos estrategias posibles:
cooperar con el partido en el poder o enfrentarse a él. Los resultados que obtuvo el PAN se
deben a una estrategia de cooperación con el gobierno de Salinas, demostrando que el partido
surgió de una oposición leal.
En 1988 con los votos obtenidos el PAN adquirió un poder de negociación, y una relevancia
política que fueron el primer paso hacia la constitución de una oposición efectiva. La buena
disposición del liderazgo panista a establecer el diálogo con el gobierno y con el candidato
priista fue decisiva para legitimar y estabilizar la agitación que se había apoderado de los
medios políticos y de los amplios sectores de opinión pública.
Así pues, al cooperar con el candidato oficial, Acción Nacional tuvo la oportunidad de
presentarse ante la opinión pública como un vehículo confiable para el cambio político gradual
y como alternativa moderada en tiempos de crisis e incertidumbre. Al mismo tiempo el
candidato Salinas adquirió una pesada deuda con Acción Nacional.
La estrategia de la cooperación fue severamente criticada por muchos que vieron en ella, una
traición a los principios del partido. Los críticos tenían razón hasta cierto punto, porque al
contribuirá la legitimación de la elección de Carlos Salinas el PAN reconocía una situación de
facto y al hacerlo, el liderazgo panista estaba rompiendo sus propias reglas, puesto que el
partido se fundó para defender el régimen constitucional.
Luego, como partido en el poder el PAN ha demostrado que puede gobernar con estilo y
prioridades muy distintas al PRI, pero sin alterar los equilibrios fundamentales del orden social
y político. Los panistas también han podido dar muestra de sus habilidades administrativas y
políticas en asuntos ajenos a los meramente electorales. La ventaja de la estrategia de la
cooperación puede medirse comparando el desempeño del PAN con el PRD, que tomó la
intransigencia democrática y obtuvo la mitad de votos.
El rompecabezas panista
El Pan siempre se ha presumido por el único partido político que tiene una doctrina y un
conjunto claro de valores que son la base de una identidad partidista bien definida, pero a
partir de 1995 esto no se sostiene más. El PAN según el autor es más un rompecabezas que una
fuerza coherente, debido a que se lo conoce más por las funciones que desempeña que por sus
políticas o programas de gobierno. Tal es así porque las posiciones de gobierno estaban fuera
de los panistas.
Esta situación se modificó de forma significativa desde principios de los años ochenta, cuando
empezaron a lloverle votos a Acción Nacional, entonces se convirtió en una alternativa de
gobierno viable y sus plataformas políticas ganaron precisión e incluyeron asuntos que
demandaban atención concreta e inmediata. El cambio hacia plataformas de gobierno más
precisas se aceleró por efecto del acceso al poder.
Algunos ven a la falta de programa como una debilidad, pero las propuestas programáticas del
PAN son escasas simplemente, porque el partido cree, que mejor gobierna quien menos
gobierna. El antiestatismo ha sido una constante en la doctrina del partido. Acción Nacional
siempre ha sostenido que el E debe limitarse a cumplir funciones de vigilancia y orientación
general. También han combatido la participación del E en la educación y han defendido
consistentemente las pretensiones de la iglesia católica de ejercer un liderazgo social amplio.
Mientras en materia económica o política eran liberales, para normas asociadas al catolicismo,
justifican la intervención de las autoridades.
Por el otro lado, la relación entre el PAN y los intereses locales es en sí misma una definición en
relación con lo que es una línea crucial de política: la descentralización. Es decir, la relación
entre el nivel local y el gobierno federal es el tema general que le imprime una cierta
coherencia nacional al comportamiento panista. De hecho, la movilización electoral de 1985,
que fue el punto de partida del ascenso de Acción Nacional como una oposición relevante para
el funcionamiento del sistema político, puede también ser leída como una rebelión, una fronda
de la provincia en contra de la capital republicana, que protestaba por los excesos del
centralismo político y económico.
El PAN se ha convertido en el campeón de la autonomía local y ha servido también como un
poderoso trampolín para figuras y fuerzas locales que gracias al partido han adquirido
relevancia nacional.
Teniendo en cuenta las características mencionadas Acción Nacional requiere de una fuerza
unificadora.
Conclusiones
Estos cambios pueden significar un paso hacia la modernización política del país por dos
grandes elementos que aparecen para la institucionalización del conflicto político: una
oposición relevante y elecciones competitivas.
Existe la oportunidad de que los partidos sean una proyección auténtica de los clivajes
sociales que hay en México, lo que permite integrar el conflicto al funcionamiento normal del
sistema político.
Premisa metodológica: Cuando Sartori formula esta tipología lo piensa en el plano de los tipos
polares (extremos dentro de un continuum) o ideales (del tipo weberiano).
Ningún sistema de contar funciona sin un criterio para contar, debemos saber como contar. El
número de votos y de escaños que cada partido obtiene es nuestra base de datos mejor y más
segura.
¿Qué partidos importan? Criterio importante: Cuánta fuerza tienen, ¿cuánta fuerza hace que
un partido sea importante?
La importancia de un partido no está solo en función de la distribución relativa del poder, sino
también en función de la posición que ocupa en la dimensión izquierda-derecha.
La fuerza de un partido es, en primer lugar, su fuerza electoral. Los votos se traducen en
escaños, por lo que analizamos la fuerza del partido parlamentario. La fuerza del partido
parlamentario se indica por su porcentaje de escaños en la Cámara Baja.
Se puede no tener en cuenta por no ser importante a un partido pequeño siempre que a lo
largo de un cierto periodo de tiempo siga siendo superfluo en el sentido de que no es
necesario ni se lo utiliza para ninguna mayoría de coalición viable. A la inversa, debe tenerse
en cuenta a un partido, por pequeño que sea, si se halla en posición de determinar a lo largo
de un periodo de tiempo y en un momento como mínimo una de las posibles mayorías
gubernamentales.
Esta norma tiene una limitación, puede excluir partidos que se encuentran en la oposición
permanentemente, como los antisistemas, por lo que hay que complementarla.
Esto lleva a formular una segunda norma anclada en las posibilidades de chantaje de los
partidos orientados a la oposición:
Norma 2: Un partido cuenta como importante siempre que su existencia, o su aparición, afecta
la táctica de la competencia entre los partidos y en especial cuando altera la dirección de la
competencia-al determinar un peso de la competencia centrípeta a la centrífuga, sea hacia la
izquierda, hacia la derecha o en ambas direcciones- de los partidos orientados hacia el
gobierno.
Como norma general, la existencia de pocos partidos indica poca fragmentación y viceversa. Al
contar los partidos también podemos buscar su fuerza. Allí donde un partido cuenta el solo y
durante mucho tiempo con la mayoría absoluta: sistema de partido predominante. Esto puede
suceder cuando los partidos de la oposición se encuentran demasiado fragmentados, sin
embargo, esto no se traduce en un sistema de partidos fragmentados. Un sistema de partidos
está fragmentado únicamente cuando tiene muchos partidos, ninguno de los cuales se acerca
al punto de la mayoría absoluta.
Por otro lado, dentro de los sistemas no competitivos es posible encontrar comunidades
políticas con más de un partido en las cuales los partidos secundarios no se pueden dejar de
lado como fachadas, sin embargo, son partido periféricos que cuentan menos, se encuentran
subordinados. Sistemas de partido hegemónico.
Criterio numérico:
1. De partido único
2. Partido hegemónico
3. partido predominante
4. bipartidista
5. pluralismo limitado
6. pluralismo extremo
7. atomización.
Contar, aunque sea de manera inteligente, nunca es suficiente para analizar la totalidad de los
sistemas de partido. El motivo es que cuando entramos en el terreno de la fragmentación- por
ej a partir de 5 partidos- esta fragmentación puede ser resultado de una multiplicidad de
factores causales, y solo se puede apuntalar habida cuenta de esos factores. La fragmentación
del sistema de partidos puede reflejar una situación de segmentación o una situación de
polarización, esto es, de distancia ideológica. Esto equivale a decir que debemos pasar de una
clasificación a una tipología, aplicando el criterio numérico utilizando la ideología como
variable adicional.
1. Partido único.
2. Hegemónico.
3. Predominante.
4. Bipartidista.
5. Pluralismo moderado.
6. Pluralismo polarizado
7. Atomizado (llega a un punto en que el número de partidos exacto es irrelevante, sean
10, 20 o más).
Cuando se clasifican los sistemas de partidos conforme al criterio numérico se clasifican
conforme a su formato: Cuántos partidos tienen. Pero el formato no interesa sino en la medida
en que afecta a la mecánica: cómo funciona el sistema. El formato es interesante en la medida
que contiene predisposiciones mecánicas, en que contribuye a determinar un conjunto de
propiedades funcionales del sistema de partidos en primer lugar, y de todo el sistema político
como consecuencia.
Pluralismo polarizado.
Los sistemas pluralismo extremo y polarizado han sido los sistemas más ignorados por los
análisis. Esto se debe a 2 motivos, primero la tendencia a analizar con un sesgo dualista,
explicando todos los sistemas de partidos mediante la extrapolación del sistema bipartidista.
Sartori plantea que la inexistencia de un partido de centro es probable que genere una
tendencia de centro. Y segundo, que es difícil aislar estos casos si no hay reglas claras sobre
cómo contar los partidos.
El punto crítico se encuentra entre cinco y seis partidos importantes, utilizando la variable de
control de la distancia ideológica.
Esta cuestión trata sobre la posibilidad del sistema político de sobrevivir lo suficiente como
para absorber a esos partidos en el orden político vigente.
Existe una integración positiva que se caracteriza por la absorción de los partidos antisistemas,
que se convierten en actores reformistas, y una negativa, que le da capacidad de veto a estos
actores y lleva al inmovilismo (esta última más probable).
Por una parte, gran parte del proceso político escapa a la visibilidad porque es demasiado
pequeño. Por otra parte, la política invisible se esconde deliberadamente y consiste en su parte
desagradable y corrompida. La política visible corresponde a las palabras y las promesa
destinadas a los medios de comunicación social mientras que la segunda corresponde a los
tratos y las palabras para el consumo privado.
Como norma general, cuanto menor sea la inclinación ideológica, menos irresponsable la
oposición y menores las superofertas, mayor será la proximidad y la convertibilidad entre la
oratoria y la viabilidad. A la inversa, cuanto más se abandone una comunidad política a las
superofertas, a la oposición irresponsable y al establecimiento de metas ideológicas, mayores
serán la inconvertibilidad y el abismo entre la política visible y la invisible.
Cuando una sociedad se alimenta de credos ideológicos, es muy posible que la política invisible
se convierta en el factor de contrapeso de la política visible. Pero, incluso en este caso, el peso
de lo que se promete visiblemente delimita y condiciona mucho lo que se puede hacer de
modo invisible.
El pluralismo limitado y moderado está entre medio de los sistemas bipartidistas y del
pluralismo extremo y polarizado. La clase abarca de 3 a 5 partidos importantes.
Con respecto al pluralismo polarizado las diferencias son más marcadas. En primer lugar, el
pluralismo moderado carece de partidos antisistemas importantes. En segundo lugar, carece
de oposiciones bilaterales. En este sistema todos los partidos se orientan hacia el gobierno, es
decir, están disponibles para coaliciones gubernamentales. Por todo esto podemos concluir
que este sistema no se encuentra polarizado.
Si aumenta el número de partidos y, sin embargo, todos los partidos siguen perteneciendo al
mismo mundo (no son antisistema), entonces la fragmentación del sistema no se puede
atribuir a la polarización ideológica. En este caso, es de suponer que la fragmentación guarda
relación con una configuración multidimensional: una sociedad segmentada, pluriétnica y/o
multiconfesional. A la inversa, cuando el número de partidos pasa el umbral crítico y si que nos
encontramos con partidos antisistemas y con oposiciones bilaterales, entonces cabe suponer
sin peligro que más de cinco partidos reflejan un grado de distancia ideológica que hace que
resulte imposible una mecánica bipolar.
Existe un formato bipartidista siempre que la existencia de terceros partidos no impide que los
partidos principales gobiernen solos, esto es, cuando las coaliciones resultan innecesarias. El
bipartidismo debe medirse en número de escaños, no en resultados electorales.
Un partido gobierna solo, pero lo hace indefinidamente (en el sentido que no sabe cuánto se
mantendrá en el poder). La alteración en el poder es la señal característica de la mecánica del
bipartidismo. No es tanto una cláusula fija, más bien debe existir expectativa de alteración. O
sea, que la alteración no significa, sino que el margen entre los dos partidos principales es lo
bastante estrecho, o que la expectativa de que el partido en la oposición tiene una
oportunidad de echar al partido gobernante es lo bastante creíble. El concepto de la alteración
se funde con el de la competitividad.
La norma de gobernar solo también debe flexibilizarse: la alteración puede ser de ‘uno’ contra
‘dos’, siempre que ‘dos’ no sea una simple coalición, sino una coalescencia (que la alianza entre
estos partidos sea algo dado, que incluso no compitan entre sí en ciertas circunscripciones,
caso Australia)
Las condiciones para el Bipartidismo serían las siguientes: I) dos partidos se hallan en
condiciones de competir por la mayoría absoluta de los escaños; II) uno de los dos partidos
logra efectivamente conseguir una mayoría parlamentaria suficiente; III) este partido está
dispuesto a gobernar solo; IV) la alteración o la rotación en el poder sigue siendo una
expectativa creíble.
El modelo de Downs predice que en un sistema bipartidista, los partidos competirán de forma
centrípeta, moderando las divisiones y jugando la partida política con una moderación
responsable, La competencia centrípeta resulta rentable porque los propios votantes son
moderados, es decir, se hallan entre los dos partidos en algún punto en torno al centro del
espectro de opiniones. Es decir que el bipartidismo funciona cuando las diferencias de opinión
son pequeñas y su distribución no tiene más que una cima. La mecánica centrípeta del
bipartidismo abre el camino al consenso, en el sentido que tiende a minimizar los conflictos.
Es erróneo afirmar que los sistemas bipartidistas funcionan siempre. Más bien, esos sistemas
no representan una solución óptima más que cuando funcionan, esto es, siempre que
presuponen y/o producen una sociedad política muy consensual caracterizada por unas
distancias ideológicas mínimas.
Siempre que encontramos en una comunidad política un partido que deja atrás a todos los
demás, este partido es dominante en el sentido de que es considerablemente más fuerte que
los otros.
Pero ¿Hasta qué punto son libres las elecciones en este tipo de sistema? Es cierto que el fraude
es algo difícil de demostrar, pero hay un elemento indispensable de información que es al
mismo tiempo fácil de obtener y de interpretar: si el recuento de los votos está o no
controlado, o es o no controlable. En qué medida un partido que saca constantemente una
mayoría electoral muy fuerte está jugando o no un juego democrático.
Lo primero que hay que destacar en relación a los sistemas de partido predominante es que
pertenecen a la zona de pluralismo de partidos. No solo se permite la existencia de partidos
distintos del principal, sino que estos existen como legales y legítimos competidores del partido
predominante. Por tanto, el sistema de partido predominante es de hecho un sistema de más
de un partido en el que la rotación no ocurre en la práctica. El mismo partido se las arregla
para ganar, a lo largo del tiempo, una mayoría absoluta de los escaños en el parlamento.
¿Cuánto tiempo debe ser predominante un partido para que el sistema exhiba esta
característica?
Tres mayorías absolutas pueden constituir indicación suficiente, siempre que el electorado
parece estar estabilizado, que el umbral de la mayoría absoluta sobrepase con calidad y/o
que el intervalo sea amplio.
El sistema de partido predominante es un tipo, no una clase. Esto es recordar que en este caso
el criterio no es el del número de partidos, sino una distribución concreta del poder entre ellos.
Así, un sistema de partidos predominante puede ser el resultado o bien de un formato
bipartidista o de un formato muy fragmentado, como ocurría particularmente en el caso del
Partido del Congreso de la India hasta que se escindió con sus enormes consecuencias en 1977.
Desde sus primeros días, a mediados del siglo XIX, los partidos políticos de Chile se dividieron
en tres diferentes tendencias ideológicas.
¿Cómo llegó a constituirse el peculiar sistema tripartito de partidos chileno? La evolución del
sistema de partidos chileno en el siglo XIX y XX puede entenderse parcialmente como un
legado de la manera en que tres fisuras sociales básicas –el conflicto religioso, el de la clase
urbana y el de la clase rural- se polarizaron en tres momentos históricamente distintos.
Siguiendo la tradición de Lipset y Rokkan, llamo “coyunturas críticas” a los períodos en los que
estas tres fisuras sociales se tradujeron en alternativas concretas de partido. El análisis se
centra en el problema clave de cómo los conflictos sociales fueron traducidos por los políticos
desde la esfera de la sociedad civil a la esfera de la sociedad política, esto, la esfera de los
partidos y del estado.
A través del examen de la manera en que las fisuras sociales y políticas se tradujeron en
alternativas concretas de partidos a lo largo del tiempo, me propongo mostrar cómo un
sistema de partidos puede asumir su identidad propia. En un nivel analítico más general, este
estudio explora un conjunto de proposiciones acerca de la forma cambiante adoptada por el
conflicto político dentro de sistemas multipartidarios, y sus implicaciones para la estabilidad de
la política competitiva. El argumento de que el conjunto de clases precipitó la reorganización
de la arena política chilena en dos coyunturas históricamente diferentes es crítico para mi
análisis. Durante las primeras décadas del siglo XX el conflicto de clases desplazó la disputa
clerical-anticlerical como eje primario de competencia política en Chile. Durante este primer
período las elites tradicionales de los partidos lograron limitar la movilización política según
líneas de clase al sector urbano. Sólo a partir de la década de 1950, con la erosión en el campo
de formas de control de antigua data, y la difusión de nuevas formas de organización política y
social en el sector rural, pudieron los partidos que tenían una agenda de clase trabajadora
penetrar el electorado rural. Por lo tanto, puesto que el conflicto de clases dentro del sector
urbano y rural representa dos etapas diferentes del desarrollo político de la misma amplia
fisura social, trata estas etapas separadamente.
En cada uno de los tres períodos que he identificado como coyunturas críticas en la
redefinición de la forma que tomó el conflicto político dentro del sistema de partidos, se
reconstituyó el centro político del sistema de partidos. Primero, este lugar lo ocupó el partido
Liberal, a mediados del siglo XIX; más tarde lo ocuparon los radicales, en las primeras décadas
del siglo XX; finalmente lo hicieron los democratacristianos a mediados del mismo siglo.
Argumenta el aturo que la evolución de la política de partidos en Chile puede ser en gran parte
entendida sobre la base de tres coyunturas críticas. 1) Un examen ceñido del conflicto
clerical-anticlerical tal como se fue desplegando en Chile en el siglo XIX arroja un cuadro
sorprendente coherente de la cristalización inicial de la política de partidos. 2) Su posterior
desplazamiento por el conflicto de clases a comienzos del siglo XX realineó a los principales
contenedores dentro del sistema de partidos, reorganización política marcada especialmente
por el surgimiento de partidos políticos de clase obrera en las zonas urbanas. 3) La expansión
de la movilización política de la clase obrera al sector rural, en un contexto de amplias
transformaciones sociales y políticas, precipitó una tercera coyuntura crítica durante la década
de 1950.
Aplicando el modelo de Lipset y Rokkan a Chile, se pueden plantar varias cuestiones. En primer
lugar, las diferencias obvias entre las circunstancias históricas del desarrollo de la nación Estado
en América Latina cuando se las compara a las que rigieron en Europa sugieren que el modelo
aludido debe usarse con cuidado. Las consecuencias políticas de las fisuras sociales y políticas
relevantes que dieron forma a los partidos de Europa no son las mismas que en AL.
Además, la distinción trazada pro LYR respecto de la fisura religiosa en Europa occidental es la
que se da entre los países que experimentaron la Reforma y los que no lo hicieron. Pero
América Latina no experimentó la Reforma.
A partir de tener en cuenta esto, la aplicación del modelo de Lipset y Rokkan, necesita dos
importantes modificaciones: primero, en el caso del desarrollo de los partidos en Europa,
Lipset y Rokkan presumen que la fisura de clase se tradujo políticamente en el sector urbano y
en el rural conjuntamente. Sin embargo, en el caso de Chile, hay que hacer una distinción entre
la politización de la fisura de clase en sector urbano en contraposición al sector rural, para el
autor la actividad movilizadora de los partidos de clase obrera estuvo mayormente restringida
al sector urbano y enclaves mineros hasta los años finales de la década de 1950. Fue sólo
entonces que la confrontación entre propietarios y campesinos llegó a reflejarse en un
conjunto concreto de alternativas de partido.
Por lo tanto, para el autor se puede entender mejor el desarrollo de los partidos en Chile en
términos de tres (no dos) fisuras generativas: la pugna clerical-anticlerical, en el siglo XIX, la
fisura de clases en el sector urbano y enclaves mineros en la primera parte del siglo XX, y el
conflicto de clases en el sector rural que llegó a su culminación en la década de 1950.
El análisis del papel de los partidos de centro ha sido tema de algún debate entre un pequeño
número de estudiosos. Entre ellos, Duverger, sostiene que toda política implica elecciones
entre dos soluciones que se inclinan a un lado u otro, por lo cual no existe el centro en la
política, puede haber un partido de centro, peor no hay una tendencia de centro.
Según Duverger el centro no es más que una colección artificial de fragmentos de dos
posiciones opuestas. Los sistemas multipartidistas, por lo tanto, surgen sólo como resultado de
lo que él llama “dualismo superimpuestos”. Es decir, cuando no hay una cuestión singular que
predomine, puede surgir múltiples posiciones como resultado de la interacción de diferentes
cuestiones la una sobre la otra. Y puesto que la tendencia natural es siempre dualista, hacia el
bipartidismo, el centro está separado en dos mitades: centroizquierda y centroderecha.
Sartori, por su parte trata de escapar la lógica dualista de Duverger, e insiste en distinguir dos
tipos de sistemas multipartidarios o “pluralistas”: los moderados y los polarizados. El
pluralismo moderado se caracteriza por 1) una “distancia ideológica” relativamente pequeña
que separa los partidos relevantes; 2) una configuración bipolar de coalición y una
competencia centrípeta. En contraste, el Pluralismo polarizado, se caracteriza por tener rasgos
opuestos, 1) una distancia ideológica más amplia entre los partidos relevantes; 2) una
configuración multipolar y una configuración centrífuga.
Al distinguir entre estos dos tipos de sistemas multipartidarios, Sartori hace una importante
contribución a la construcción de una teoría que dé cuenta de sistemas multipartidarios
estables en sociedades caracterizadas por fisuras sociales y políticas profundas. Según Sartori,
el pluralismo moderado debe su estabilidad al predominio de fuerzas centrípetas en el sistema
de partidos, debido a la ausencia de un partido de centro. Los partidos pueden competir los
unos con otros por votos en el centro. En contraste, la ocupación del centro por uno o más
partidos de centro coloca a los votantes moderados “fuera de la competencia” y por lo tanto,
fomenta una competencia centrífuga más bien que centrípeta en el sistema de partidos.
Para Scully, el caso chileno puede llevar a una conclusión opuesta a la de Sartori: en sistemas
multipartidarios, una configuración de coalición bipolar puede tender a aumentar más bien
que atenuar la polarización política. El centro puede actuar como mediador entre los extremos,
absorbiendo posibles perturbaciones del sistema que emanan de los dos polos. Cunado una
configuración de coalición multipolar da paso a una política bipolar, la tendencia de centro
tiene a dividirse en su interior, debilitando de esta manera el centro. La experiencia de Chile
sugiere que es precisamente la persistencia de un centro lo que ayudó a hacer viable la
competencia de partidos en ese país desde mediados del siglo XIX.
Duverger y Sartori tienen al menos un elemento en común que es de importancia crítica para el
presente análisis. Ambos tienden a subestimar la capacidad del centro para generar una
identidad política y un proyecto propio. Para Sartori el centro es caracterizado por una escasa
capacidad política y se ve como impugnado por dos extremos más dinámicos. Según la lógica
de Sartori, un partido de centro que intentara apoderarse de la iniciativa política para superar
los partidos a su derecha o a su izquierda, necesariamente contribuiría a un esquema mortal de
competencia centrífuga, a medida que sus oponentes se vieran forzados a moverse más hacia
los extremos.
Pero para el autor no hay una esencia o naturaleza inmutable del centro, ni siquiera una
tendencia inherente que perteneciera necesariamente al centro en un sistema multipartidario.
Lo que existe es la competencia de un partido por un lugar, que a su vez se caracteriza por el
cambio a través del tiempo, dentro de un espacio político intermedio que está siempre
cambiando. Por lo tanto, el papel que desempeña un partido de centro, como el de cualquier
partido, no puede ser determinado a priori por su posición relativa dentro del sistema de
partidos. Dependerá de su identidad, de su programa político específico, como de la naturaleza
de su interacción competitiva con otros partidos en el contexto de un conjunto dado de
preferencias de los votantes.
En el caso de Chile, el centro ha sido un protagonista principal desde los comienzos del sistema
de partidos, y a lo largo de su historia. A diferencia de Sartori, para el autor el centro puede
jugar un papel constructivo en la estabilización de sistemas multipartidarios polarizados
mediando entre oponentes extremos. La cuestión clave es la clase de partido de centro que
sea.
La experiencia de los partidos de centro en Chile sugiere que hay al menos dos tipos diferentes
de partidos de centro: los posicionales y los programáticos:
En cada coyuntura crítica, las fisuras de dos lados generan repetidamente una distribución
tripartita de alternativas políticas: dos polos que representan posiciones antagónicas respecto
de los ejes fundamentales de fisura, y un centro políticamente significativo que ocupa el
espacio que media entre ellos.
Al examinar el tenor del debate político en Chile en cada una de las tres coyunturas críticas se
hace evidente que el discurso político se recargó de pasión a medida que el electorado tomó
colocación a lo largo de sucesivas líneas de fisura. En la década de 1850 la explosión de la
disputa clerical-anticlerical desencadenada por la querella del sacristán desgarró la comunidad
en dos campos de guerra. De modo semejante, en el siglo XX la irrupción de la política basada
en clases sociales, primero en el sector moderno, y que luego se extendió al campo, inflamó a
grupos significativos del electorado. El conflicto social violento, que incluía a menudo una
represión brutal de parte de empleadores, terratenientes y Estado difundió el odio y la
desconfianza entre propietarios, trabajadores y campesinos. Esa conmoción derivó en una
intensa creación institucional, a medida que las elites políticas se esforzaban por recuperar la
iniciativa.
Puesto que los líderes de los partidos importantes advienen al poder demostrando su habilidad
para manipular los símbolos y el lenguaje de las líneas de fisura conocidas, tienen un interés
permanente en suprimir las fisuras que compiten con aquéllas, y en mantener vivos los temas
de discusión antiguos. No tendrá ningún interés en suscitar nuevas cuestiones y pasiones, cuyo
potencial electoral es una incógnita. Así, enfrentados con el surgimiento de un nuevo conflicto
potencialmente explosivo que se resiste a una solución fácil dentro del sistema de partidos tal
como existe, los líderes de partido que se han beneficiado del statu quo ordinariamente
contemporizarán y pospondrán el comprometerse de una u otra manera.
La indefinición táctica de parte de los líderes de partidos se revela dramáticamente previo a la
irrupción de partidos de clase trabajadora en los sectores urbano, primero, y luego rural. Los
líderes de partidos tradicionales procuraban posponer los dilemas sociales y políticos
planteados por el surgimiento de la clase trabajadora. Así, los líderes parlamentarios en las
primeras décadas del siglo XX trataron de ignorar las exigencias crecientemente militantes de
estos actores sociales nuevos. Esta estrategia, sin embargo, se hizo menos y menos plausible a
medida que la lucha de clases adoptó formas cada vez más dramáticas.
En realidad, durante las primeras décadas del siglo XX los líderes de partidos políticos
esperaron que la cuestión social encontrara su propia solución. Así el resultado final de
décadas de indefinición fue la desarticulación de la arena de partidos en 1924, y el surgimiento
de partidos fuertes de clase obrera fuera del territorio de la política de partidos tradicional.
Una situación similar se da a comienzos de la década de 1950. Los decenios de exclusión del
campesinado a la participación activa en la política de partidos resultaron en una explosión de
actividad social y política en el sector rural a fines de la década de 1950 y comienzos de la
década de 1960.
El desplazamiento de conflictos en los sistemas de partido tiene un carácter cíclico. Cuando los
sistemas de partidos están en trance de una transformación importante, el discurso político se
caracteriza por una profunda emoción, y las relaciones de los grupos políticos opuestos se
caracterizan a menudo por un abierto desprecio mutuo. Con el tiempo, la pasión cede, pero las
actitudes, creencias y lealtades básicas formadas durante el periodo de conflicto permanecen.
Así se contempla un ciclo: surge una nueva cuestión, la clase social en este caso, que divide a la
comunidad, reestructura el sistema de partidos, y la nueva cuestión, a su vez, pierde
gradualmente su fuerza. Los líderes profesionales de partidos se hacen más calculadores, a
emídida que la proporción entre las cuestiones debatidas y la posibilidad de adquirir beneficios
y cargos públicos se desplaza en favor de esta última.
Repensando el centro
En este análisis se ha presentado el centro más en términos de un espacio político creado por
la aparición de alternativas políticas fundamentales que como un punto geométrico intermedio
entre dos extremos. Cuando una nueva cuestión divide a los ciudadanos en dos polos
opuestos, no todos son igualmente atraídos por esta cuestión y entre ambos polos hay
votantes que no se han polarizado. Estos pueden ser llamados centristas.
En un contexto polarizado, según en qué nivel sea, los llamados a la moderación pueden ser no
escuchados. En este caso, el centro puede fácilmente hacer vulnerable a tironeos desde los
extremos. Pero, cuando el conflicto político deja un “espacio corto”, esto es, deriva en una
estrecha brecha que separa a los antagonistas situados en los polos, la aparición de un centro
político es poco probable. Después de todo, mientras más moderada sean la derecha y la
izquierda mismas, tiene menos sentido preocuparse en la moderación.
El relieve relativo de la línea de fisura predominante frente al partido de centro dará forma
decisivamente a las relaciones entre el centro y los partidos de cada lado de éste.
La aparición de los liberales en el centro del espectro inicial de partidos a mediados del siglo
XIX fue en gran parte el resultado de la manera en que una temprana lucha por los cargos
públicos, fue atravesada por el conflicto clerical-anticlerical. El conflicto clerical-anticlerical
precipitó partidos que se aglutinaron literalmente en polos opuestos sobre la cuestión, y
dejaron un espacio intermedio lo bastante extenso como para ser llenado por el partido de los
liberales.
Algo similar ocurrió respecto a la aparición de los radicales en el centro del espectro de
partidos, como consecuencia de la irrupción de la fisura urbana de clases en las primeras
décadas del siglo XX. Los radicales anticlericales habían surgido en gran parte como
consecuencia de un conflicto anterior, y fueron luego eclipsados en la izquierda por el
surgimiento de los partidos de clase obrera. Estos dos partidos de centro, los liberales y los
radicales, se formaron sobre la base de un conflicto que había precedido su ocupación de
centro.
En suma, la política democrática versa en medida importante sobre el compromiso, esto es, el
encontrar posiciones intermedias en relación a los conflictos importantes. El compromiso
implica a menudo la creación de una opción de centro.
En septiembre de 1973 un golpe militar llevó al poder el gobierno más largo y más represivo de
la historia chilena.
La pieza central institucional del esfuerzo del régimen para dar nueva forma a la política chilena
consistió en una Constitución cuidadosamente elaborada que obtuvo aceptación en un
plebiscito nacional estrechamente controlado en 1980.
Durante los años de Pinochet, en un grado creciente, el régimen militar aplicó severas políticas
de desarrollo a base del mercado, para forzar una reorganización a nivel de producción. Un
subproducto de estas políticas ha sido un cambio significativo en la estructura del empleo,
tanto en el sector rural como en el urbano.
Donde ocurrió un desplazamiento a largo plazo fue en la distribución del empleo; por ejemplo,
el crecimiento del tamaño del sector informal. El peso del modelo económico cayó de lleno
sobre los hombros de los pobres urbanos, especialmente los jóvenes. Como resultado, ha
crecido significativamente la distancia organizativa entre los partidos políticos y los
trabajadores sindicalizados, por una parte y este amplio estrato situado en el extremo inferior
del sector urbano informal, por otra. Tanto los dirigentes de los partidos como los sindicales se
ven enfrentados con el problema de cómo precisamente pueden organizarse estos
trabajadores de una manera que facilite la incorporación política y social de estos grupos
sociales y políticos marginales.
Además, el efecto del régimen autoritario en las condiciones de vida de grandes segmentos del
campesinado, y sobre la organización laboral rural, ha sido en general destructivo.
La tesis del autor es que, aunque el sistema de partidos ha sufrido cambios significativos como
consecuencia de la experiencia del autoritarismo, es poco probable que una nueva fisura
generativa haya reorganizado los contornos básicos del panorama político chileno. El carácter
básico de la política misma, y las cuestiones subyacentes que definen la agenda política,
permanecen las mismas que existían dentro del sistema de partidos anterior al golpe.
De hecho, a pesar de los efectos traumáticos del gobierno autoritario, hay dos líneas de fisura
fundamentales en Chile, la religión y la clase social, que continúan siendo las fuerzas
principales que dan forma a la estructura del conflicto dentro del sistema de partidos.
Para el autor, el eje principal de la fisura política que iba a definir el conflicto entre partido en la
década de 1990 continuará siendo el de clase –tanto en el sector rural como en el urbano. Esto
representa una fuente mayor de continuidad que subyace a la dinámica de la competencia de
partidos.
A partir del estallido de protestas organizadas a nivel nacional en 1983, y especialmente desde
el triunfo de la oposición a Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, los partidos
políticos han reasumido su papel de columna vertebral del proceso político chileno.
Los Partidos vuelven a la legalidad en 1987, y se forma una alianza con los partidos de
oposición a Pinochet, designada como “Concertación de Partidos por la democracia”. Esta
demostró gran agilidad política al ponerse de acuerdo sobre una lista completa de candidatos.
En cada distrito electoral la Concertación presentó dos candidatos, en términos generales
dividiendo su lista común de candidatos en dos entre las tendencias principales de la alianza: el
centro y la izquierda.
La concertación logra ganar las elecciones. Tal como en el sistema de partidos previo al
desmoronamiento que éste sufrió en 1973, es posible observar la reparación de básicamente
tres tendencias políticas subyacentes en Chile: la derecha, la izquierda y el centro.
d.La derecha
La derecha en Chile experimentó un renacimiento político considerable. Habiéndose disuelto
voluntariamente a sí mismos después del golpe, sectores importantes de la derecha se aliaron
con el régimen militar para asesorarlo en la formulación de las políticas económicas, social y de
organización política. La afinidad entre la derecha política y el régimen militar se hizo visible
después de 1975 con la adopción de una versión radical de políticas económicas orientadas al
mercado. La derecha se ha identificado como campeona de la iniciativa privada y del mercado
y, dentro del contexto más global del colapso del comunismo y el resurgimiento del liberalismo
en muchas partes del mundo, la derecha ha reaparecido como un actor político más fuerte,
con bastante mayor confianza en sí misma.
Con el retorno a la política competitiva en Chile, la derecha se vio divida en dos: la Renovación
Nacional y la Unión democrática independiente, creación de Jaime Guzmán y heredera política
directa del régimen militar. En las elecciones de diciembre de 1990 estos dos partidos políticos
se unieron para formar una única lista de candidatos bajo la bandera de “Democracia y
Progreso”.
e. La izquierda
Habiendo sufrido el embate de las políticas represivas del régimen militar, incluyendo la
tortura, la cárcel, el exilio y, los partidos y los jefes de partidos de la izquierda han surgido de la
experiencia del autoritarismo en gran parte transformados.
La izquierda se encuentra dividida en dos tendencias básicas. Los socialistas, que hasta poco
después de las elecciones de 1989 estaban dividida en dos tendencias básicas. Los socialistas,
que hasta poco después de las elecciones de 1989 estaban divididos en dos facciones
principales, se han apartado gradualmente de sus históricos aliados, los comunistas. Los
socialistas se unieron en el centro para formar un gobierno de coalición bajo la conducción de
Patricio Aylwin. Aunque compuestas de diferentes corrientes y tendencias ideológicas, ambas
facciones principales socialista se han sometido a una rigurosa autocrítica de su participación
en el gobierno de la Unidad Popular.
La división en el campo socialista hizo imposible que un único partido socialista coordinara sus
esfuerzos en las elecciones de diciembre. En vez de eso, los socialistas de centro junto con
varios grupos políticos más pequeños, crearon el Partido por la Democracia (PPD) como
instrumento electoral “cath all” para presentar sus candidatos a parlamentarios; y por el otro
lado, los socialistas de línea dura crearon una alianza electoral llamada Partido Amplio de
Izquierda Socialista (PAIS).
f. El Centro
De todos los actores partidarios que volvieron a la arena política en 1980 tal vez el principal
partido del centro, los democratacristianos, resurgieron como el más coherente desde el punto
de vista organizativo. En tanto que todos los partidos políticos habían sido proscritos durante
los años de gobierno militar, no todos los partidos fueron tratados de la misma manera. En
algunos aspectos, e pues, el partido de centro gozó de una ventaja comparativa, en términos
organizativos, en relación a los otros partidos durante los años de dictadura. El partido
Demócrata Cristiano volvió a la arena electoral en diciembre de 1989 con una demostración
impresionante de apoyo partidista. Además de ver a un miembro del partido, Patricio Aylwin,
elegido como presidente, los demócratas cristianos obtuvieron mayores representaciones
como partido en ambas cámaras del Congreso.
g. Esquemas futuros de conflicto y cooperación de partidos
Al discutir el centro dentro del contexto de la política chilena es importante distinguir entre el
partido de centro principal, en este caso los democratacristianos, y la tendencia política
subyacente que hace al centro electoral habitable. El sistema de partidos posterior a Pinochet
se caracteriza no sólo por tener un partido político fuerte en el centro, sino también, y esto es
tal vez más importante en términos de estabilidad política, por una tendencia de centro que
parece haber llegado a transformarse en la tendencia principal dentro del sistema de partidos.
Este desplazamiento hacia el centro fue parcialmente ratificado por los resultados de las
elecciones generales de diciembre de 1989. Candidatos de todo el espectro político rivalizaban
por identificarse con el “centro”, y disociaban conscientemente sus posiciones tanto de la
extrema derecha como las de la extrema izquierda.
Así, a pesar de la tesis de Duverger de que “no hay una tendencia, una doctrina de centro”, hay
fuertes indicaciones de que, dentro del reconstituido sistema de partidos, el centro ha
recobrado su predominio histórico. Esta conclusión está justificada sobre la base de que los
democratacristianos lograron reunir grupos políticos de la derecha, del centro y de la izquierda
socialista, para formar una alianza coherente, que se llamó la “Alianza Democrática”, la cual
luego gana las elecciones.
Fue en la década de los ochenta que la política electoral competitiva celebró su retorno en
América Latina. En toda la región las elecciones fueron convirtiéndose en el cauce principal
para acceder a los cargos políticos. En cada país, se da la reafirmación de las políticas
electorales en los años ochenta como modo legítimo para ocupar altos cargos, subrayó la
creciente importancia de analizar a los partidos y a los sistemas de partidos en los países de la
región.
Par hablar de SISTEMA de partidos deben competir por lo menos dos partidos.
El segundo criterio de institucionalización se centra en los vínculos entre los partidos, los
ciudadanos y los intereses organizados.
En Brasil, Bolivia y Ecuador, la mayoría de los ciudadanos no se identifica con los partidos y
tampoco según los lineamientos de los mismos, por lo cual los partidos no contribuyen a dar
forma a los resultados electorales como sucede en otros países.
El segundo criterio también sugirió que los intereses organizados deberían tener vínculos más
fuertes con los partidos en los sistemas de partidos institucionalizados.
Además, la capacidad de los partidos de sobrevivir un largo tiempo ofrece un indicio posible de
que han logrado captar las lealtades de más largo plazo de algunos grupos sociales.
El último criterio indicaba que las organizaciones partidistas deben ser relativamente sólidas
en países con sistemas de partidos institucionalizados. Destacan los autores que los partidos
más fuertes y más institucionalizados se encuentran en Venezuela, Costa Rica, Chile, Uruguay,
México y Paraguay. En todos estos países las élites políticas son fieles a sus partidos y la
disciplina partidista en el legislativo es razonablemente sólida. Los partidos están bien
organizados y, aunque están centralizados, tienen presencia en los niveles locales del poder, así
como en el nacional.
Las organizaciones partidistas son de algún modo más débiles en Colombia y Argentina que en
los mencionados anteriormente. En Colombia, los partidos tradicionales están divididos por
profundas divisiones en facciones que resultan de sistemas electorales que obligan a las
facciones partidistas a competir entre ellas. En Argentina, los dirigentes políticos se dedicaron
durante decenios a debilitar las organizaciones partidistas, especialmente al interior de los
partidos que representan al peronismo. Sólo en los años ochenta afloraron esfuerzos más
concertados para la construcción de partidos. Sin embargo, en Argentina hay legisladores
individuales leales a sus partidos, y la disciplina partidaria es alta al interior del congreso.
Las organizaciones partidarias son muy débiles en Bolivia, Brasil, Ecuador y Perú.
Venezuela, Costa Rica, Chile, Uruguay, Colombia y en menor grado, Argentina, satisfacen los
criterios de un sistema de partidos institucionalizado democrático delineado anteriormente. Si
bien las características del mismo varían de caso a caso, los partidos principales están
institucionalizados y su porcentaje de votos habitualmente es razonablemente estable de una
elección a otra.
En Perú pareció que de los años setenta en adelante Acción Popular y el APRA podrían llegar a
constituir la médula de un sistema de partidos institucionalizado. Pero a partir de 1980, las
elecciones peruanas comenzaron a relevar una extraordinaria volatilidad, indicando una
carencia de estabilidad en la competencia electoral. Fracasando desastrosamente en manejar
el doble desafío del colapso económico y de la insurgencia político-militar, Acción Popular y el
APRA sufrieron derrotas electorales consecutivas y desastrosas.
En Bolivia, Brasil y Ecuador los sistemas de partidos están débilmente institucionalizados. Las
organizaciones partidarias son débiles; la volatilidad electoral es alta; las raíces de los partidos
en la sociedad son exiguas; las personalidades individuales dominan los partidos y las
campañas. En los tres países la política guarda un resabio patrimonial, dado que el interés
individual, el partido político y los bienes públicos no son claramente distinguibles.
Los casos de México y Paraguay se sitúan de algún modo entre los sistemas de partidos
institucionalizado e incipiente. Están más cerca que otros países de tener un sistema de
partidos institucionalizado, aunque no todavía un sistema de partidos institucionalizado
democrático.
Los sistemas de partido hegemónico son “sistemas centrados en un solo partido”, ya que el
partido hegemónico no permite una competencia por el poder. Se permite la existencia de
otros partidos, pero de segunda clase, una suerte de partidos con licencia.
En México, el PRI ha dominado la arena electoral por más de seis decenios; en Paraguay, el
Partido colorado fue usado por (el presidente) Stroessner y sus sucesores políticos menos
autoritarios para manipular la arena política.
Allí donde el sistema de partidos se halla más institucionalizado, los partidos son actores claves
que estructuran el proceso político. En cambio, en ausencia de un sistema de partidos
institucionalizado, la política democrática es más errática, resulta más difícil establecer
legitimidad y resulta más difícil gobernar. Élites económicas poderosas tienden a tener un
acceso privilegiado a quienes deciden la política. En ausencia de controles y equilibrios
institucionales bien desarrollados muchas veces prevalen las prácticas patrimoniales. Más aún,
sin un sistema de partidos institucionalizado el legislativo tiende a ser más débil.
Sistema de partidos incipientes, populismo y democracia
Cuando hay un sistema de partidos incipiente hay mayor cabida para los populistas porque las
afiliaciones partidistas no estructuran el voto popular en un grado tan alto como en los
sistemas de partidos institucionalizados. Los electores con mayor probabilidad emitirán sus
votos sobre la base de atractivos personales que sobre aquella de la militancia de los
candidatos. El personalismo es más pronunciado, ya que los candidatos apelan directamente a
las masas, sin necesitar ser elegidos jefes de un partido a fin de llegar a encabezar el gobierno.
Debido a que descansan en llamamientos directos a las masas, los líderes populistas tenderán a
adoptar medidas políticas con un ojo puesto en la publicidad más que en el impacto a largo
plazo de su política.
Por un lado, allí donde existen sistemas de partidos institucionalizados: los partidos suelen
controlar la selección de los candidatos para presidir el gobierno y los candidatos fomentarán
las posibilidades electorales de sus partidos; contribuirán al proceso electoral al permitir a
ciertos grupos expresar sus interesantes mientras permiten gobernar a los gobiernos. Además,
los partidos institucionalizados canalizan demandas políticas y pueden amortiguar conflictos
políticos. En cambio, allí donde un sistema de partidos no está institucionalizado, habrá una
multitud de actores compitiendo por la influencia y el poder, recurriendo muchas veces a
medios no-democráticos.
En sociedades con participación política de las masas y con un sistema de partido incipiente,
los partidos son débiles y no canalizan la participación popular. La participación es menos
institucionalizada y con facilidad más amenazante para algunos actores. En lugar de dirigir sus
esfuerzos a ganar elecciones, los actores socavan el proceso electoral al cuestionar su
legitimidad y tomar parte en acciones que implican rechazar la legitimidad de los gobiernos.
La legitimidad democrática: “basada en la creencia de que, para ese país en particular, en esa
coyuntura histórica en particular, ningún otro tipo de régimen podría asegurar una obtención
más exitosa de los objetivos colectivos”. La legitimidad es importante porque crea una reserva
de apoyo y buena voluntad que no depende de retornos inmediatos. Esa reserva está
conectada con el régimen político (democracia), no con un gobierno en particular.
Mientras que, con un sistema institucionalizado, los partidos confieren a los ciudadanos un
modo de comprender quien es quien, en política, sin necesidad de leer toda la letra chica. En
los sistemas de partidos incipientes, el significado de las opciones puede ser confuso porque
los partidos carecen de un perfil claro, ya que se trata más de una opción entre líderes
individuales que entre partidos.
Si las elecciones son competencias personalistas, los individuos sufragan por líderes personales
más que sobre la base de un perfil de partido. Allí donde las disputas personalistas dominan y
son insignificantes las etiquetas de partidos, aquellos que ganan las elecciones se sienten
menos atados en cuanto a su forma de gobernar. Al margen de plataformas de partidos, las
opciones políticas tienden a ser de corto aliento y erráticas. Tienden más a la demagogia y al
populismo, que surten ambos efectos nocivos sobre la democracia.
Los sistemas de partidos institucionalizados facilitad la gobernabilidad, porque los lazos entre
el ejecutivo, los legisladores y los dirigentes partidistas son generalmente más fuertes en los
casos de sistemas de partidos incipientes. Un sistema de partidos institucionalizado no asegura
en modo alguno a los gobiernos el apoyo del legislativo, pero aumenta su probabilidad. Con
partidos indisciplinados, la mayoría de gobiernos no pueden contar con el apoyo de su propio
partido, ocasionando inmovilismo, parálisis política, y conflictos entre el ejecutivo y su partido.
Allí donde los partidos están institucionalizados, existe un grado considerable de certidumbre
relativa a la política democrática. Los resultados electorales quedan claramente establecidos.
Pero bajo condiciones de significativa incertidumbre, como aquellas que se dan donde hay
partidos incipientes, los actores se siente más atemorizados y muchas veces resultan
consecuencias perniciosas como resultados electorales erráticos. Como resultado, aquel que
gobierna es menos predecible y la continuidad de un gobierno en otro es improbable.
Conclusión
Institucionalizar un sistema de partidos es de gran importancia, es difícil que la moderna
democracia de masas funcione bien en el contexto de los sistemas de partidos incipientes.
Este ensayo examina los orígenes y los cambios subsecuentes del sistema partidario chileno
desde mediados del siglo XIX. Los partidos a partir de 1890 se desarrollaron plenamente. Fue
sólo entonces que se inició un sistema electoral libre de la interferencia gubernamental directa,
obligando a los partidos a maximizar sus esfuerzos para movilizar a los votantes. Esto significó
que los partidos tuvieran que fortalecer su red organizacional a lo largo del país y dar mayor
importancia dentro de ella a los líderes y los militantes locales.
El segundo nivel apunta a los recursos humanos y materiales requeridos para formar
organizaciones partidarias. La creación de nuevos partidos se ve facilitada cuando se tiene la
capacidad de obtener dichos recursos humanos y materiales de alguna matriz social y
organizacional de uno u otro tipo. Por esta razón, los clivajes sociales y las identidades
segmentarias que generan se transfieren mucho más fácilmente a los nuevos partidos cuando a
la vez están vinculados a alguna red social de cierta densidad. Ésta puede adoptar la forma de
organizaciones configuradas horizontalmente por gente que comparte las mismas condiciones
de vida o verticalmente como en el caso de las comunidades religiosas.
El tercer nivel es el del régimen político. Los partidos son el fruto del desarrollo de la llamada
política de masas, ya sea bajo regímenes democráticos u otros, que empieza a surgir en la
segunda mitad del siglo XIX. Los partidos alcanzan su expresión más sólida bajo las democracias
liberales.
El cuarto nivel se refiere a lo que puede denominarse “divisiones fortuitas generadoras de
partidos”. Los partidos pueden formarse, fusionarse o desaparecer a raíz de ciertas cuestiones
que no tienen relación con ninguna ruptura societal. Ello puede ocurrir por obra de
personalidades políticas dominantes que crean o dividen partidos, desacuerdos relativos a
cuestiones específicas, incluyendo los temas institucionales y constitucionales, crisis en las
organizaciones partidarias que desmoralicen y dispersen a sus militantes, y así sucesivamente.
Los partidos creados por estas razones pueden clasificarse en función de las posturas que
adoptan, del objetivo al cual apuntan sus propuestas electorales, de las coaliciones que forman
con otros partidos y/o de las organizaciones sociales con las que se relacionan o cuyo apoyo
buscan dentro de las tendencias existentes.
Fue bajo el gobierno de Montt que se creó el primer sistema de partidos chileno. Surgió de un
conflicto entre la Iglesia y el Estado. Del pasado colonial, Chile heredó una Iglesia íntimamente
ligada al funcionamiento del Estado. El rey de la lejana España estaba facultado pare ejercer el
llamado patronato, mediante el cual era, en la práctica, la cabeza administrativa de la Iglesia en
sus dominios. Pero luego de las guerras de independencia, los nuevos líderes gubernamentales
heredaron de la Corona las facultades de designación de la jerarquía católica.
Los acontecimientos que habrían de galvanizar la creación de un partido político dedicado ante
todo a defender las posiciones de la Iglesia en los asuntos nacionales ocurrieron en 1856. El
despido de un monaguillo asistente por el monaguillo mayor, llevó a un choque entre el
arzobispo y el presidente Manuel Montt.
Del conflicto entre la Iglesia y el Estado, surgen los antagonismos y cuatro partidos
fundamentales: el partido Conservador, en defensa de la autonomía y las prerrogativas
clericales y los regalistas (partido Nacional), y, por otro lado, los anticlericales agrupados en el
partido Radical y, en menor medida, en el Parido liberal. Los primeros chocaban con los
conservadores por rechazar la autonomía de la Iglesia, y los segundos por rechazar sus
prerrogativas, incluido su intento de tener una influencia rectora sobre la sociedad.
La oposición legislativa intentó a su vez reformar el sistema electoral y limitar el poder del
Ejecutivo por la vía de reforzar las libertades cívicas y fortalecer el papel del Congreso.
En 1891 aparece una mayor exigencia para crear un sistema electoral independiente de la
intervención gubernamental. Con este fin, la autonomía de las autoridades municipales a cargo
de organizar los procesos electorales se vio realzada. Y es allí donde las organizaciones
partidarias locales se convirtieron en instrumentos claves para la elección de todas las
autoridades, desde las municipales a las de alcance nacional.
Este cambio no sólo consolidó a las organizaciones partidistas, sino que las situó en el centro
del sistema político chileno. Las elecciones se volvieron altamente competitivas y los partidos
hubieron de desarrollar filiales locales en todo el territorio nacional con miras a captar el voto.
Acá las elecciones presidenciales siguieron siendo indirectas, debiendo el electorado escoger
entre 260 y 350 electores de todo el país.
El número de partidos aumentó más allá de los cuatro originales, a través de una división de los
liberales y la creación de nuevos partidos obreros. Los partidos liberales se escindieron en dos
grandes facciones, los que se oponían al anterior Presidente Balmaceda, el partido liberal
doctrinario y los que lo veneraban, el Partido Liberal democrático.
Durante casi tres décadas, después de 1894, la escisión de los liberales se convirtió en un factor
que complicaba las cosas a la hora de formar alianzas electorales y parlamentarias. Los pactos
para las elecciones presidenciales contaban con cuatro supuestos esenciales: 1) Los
conservadores y radicales nunca podía apoyar al mismo candidato, puesto que constituían aún
los “extremos” del sistema de partidos.
3)El Partido Conservador, a pesar de tener la misma o mayor fuerza electoral que cada uno de
los principales partidos liberales, estaba sin embargo impedido de tener un candidato
presidencial triunfante surgido de sus propias filas
4) Ambos partidos liberales no podían acordar apoyar a un candidato único. Esto los llevó a
buscar pactos, ya fuera con los radicales o conservadores, para conformar el bloque
fundamental de una coalición electoral triunfante.
Los liberales democráticos, a partir de 1896, se convirtieron en el principal partido del pacto
conocido como la Alianza Liberal, aunque los radicales resultaron ser los miembros más
consistentes de la Alianza a través de los años.
En suma, la dinámica de las divisiones y coaliciones partidarias durante este periodo tuvo que
ver con las ambiciones personales de los dirigentes políticos, especialmente de los liberales de
uno u otro signo.
Los partidos nuevos que se crearon en la época correspondieron a los que reflejaron la
importancia creciente que iba adquiriendo el conflicto de clases en la sociedad chilena. La
minería, la industria, la construcción y el transporte se desarrollaron todos fuertemente en las
décadas posteriores a la guerra del Pacífico. Los cambios en la fuerza laboral permitieron la
formación de sindicatos, sociedades de ayuda mutua y otras organizaciones de los sectores
populares. Allí surge como expresión de las bases trabajadoras el Partido Demócrata.
Los demócratas eran también anticlericales en grado variable, discrepaban con el énfasis casi
exclusivo que daban los radicales a cuestiones Iglesia-Estado. La mayoría de sus militantes y
líderes provenían de los sindicatos, las cooperativas, los centros culturales y las sociedades de
ayuda mutua del sector obrero. Ellos abogaron consistentemente a favor de la legislación
social, salud, sanitaria y relacionada con las condiciones de trabajo, todo ello favorable a los
trabajadores.
Fracaso del Partido demócrata: los demócratas compitieron contra los liberales democráticos,
los radicales e incluso los conservadores por mayor cantidad de votos. Pero al final fue más
fácil hacer pactos con esos partidos, pero, aunque era políticamente conveniente, esto tenía la
gran desventaja de focalizar una vez más los mensajes electorales dirigidos al electorado de la
clase obrera. En esas circunstancias, los demócratas no podían centrarse tanto como hubieran
querido en las demandas de la clase obrera. Además, puesto que el partido no podía captar la
parte del león dentro de la votación obrera, tampoco podía obtener, como en el caso de los
socialistas, los votos de intelectuales y de otros sectores de clase media e incluso de clase alta.
Para en 1920, los dirigentes sindicales estaban más bien ligados al partido socialista Obrero o al
anarco sindicalismo. Cuando el general Carlos Ibáñez del Campo asumió de forma irregular la
presidencia en 1927 y comenzó a reprimir a los dirigentes comunistas, anarco-sindicalistas y
trotskistas, los líderes demócratas cometieron el error fatal de aliarse al régimen. Así al caer el
régimen, los dirigentes quedaron en una posición fatal y, en consecuencia, el partido
demócrata casi desaparece.
A fines de la “República Parlamentaria” el sistema partidario era muy cambiante. Así y todo,
era muy claro que incluía un nuevo polo izquierdista cuya base social era una red bastante
extensa de sindicatos y otras organizaciones laborales. La formación del Partido comunista
brindó a una parte de la izquierda un modelo, el de la Unión Soviética, y un anclaje ideológico
en el marxismo.
En este período ocurren dos reformas constitucionales que llevaron a cambios fundamentales
en la composición y la dinámica del sistema de partidos: la vuelta a un régimen plenamente
presidencialista y la separación de la iglesia y el Estado. Un efecto significativo de la primera de
tales reformas fue la desaparición del Partido Liberal Democrático, dado que era la exigencia
programática fundamental del partido desde sus orígenes. La segunda reforma, al eliminar
muchos de los factores que alimentaban el conflicto clerical/anticlerical, ayudó a despejar el
camino para que las diferencias en torno a las políticas socioeconómicas se convirtieran en el
eje sobresaliente dentro del sistema partidario. Con el ascenso de los partidos Comunista y
Socialista en la izquierda y la prevalencia de las nociones liberal-capitalistas en la derecha, el
reformulado sistema multipartidista chileno recorría todo el espectro ideológico a lo largo de
este eje de conflicto.
Un tercer cambio, un nuevo régimen electoral, afectó a su vez a la composición del sistema
partidario. Ello ocurrió al ser abolido el colegio electoral para las elecciones presidenciales,
dejando la elección de los mandatorios directamente en manos del electorado. Además, para
las elecciones senatoriales, de la Cámara Baja y municipales, el voto acumulativo fue
remplazado por un método D´Hont modificado de representación proporcional, que renovó los
distritos electorales plurinominales. Tales cambios aumentaron sustancialmente los incentivos
para la formación de nuevos partidos y escisiones partidarias, ya que la nueva ley electoral no
les anteponía ninguna barrera. Bastaba con inscribir una denominación partidaria con una lista
de candidatos o una lista independiente de candidatos en la Dirección del Registro electoral,
dentro de los plazos especificados por la ley.
Muchas de las divisiones partidarias y los pactos locales ocurrieron porque las ambiciones
políticas personales adquirían prioridad sobre los intereses partidistas, porque determinados
segmentos del partido estaban en desacuerdo con apoyar u oponerse al gobierno, o porque no
había consenso respecto de los partidos con los cuales cabía forjar pactos o respecto de cuál
candidato presidencial apoyar. Sin embargo, los principales partidos obtenían, habitualmente,
cuando menos un 75% de la votación total en las elecciones parlamentarias.
Los radicales fueron los más rápidos en añadir la dimensión social a sus posturas y mensajes
programáticos. Sus alianzas electorales durante el período “parlamentario” con los partidos
Demócrata y socialista Obrero hacían que se las asociara más claramente con la marea
creciente de las demandas laborales. La nueva retórica de los radicales les permitió ganar
adherentes especialmente entre las categorías en rápido aumento y crecientemente
organizadas de los empleados de cuello blanco y los profesores de orientación laica, tanto en el
sector público como el privado. La calificación profesional de sus miembros les daba una
identidad colectiva propia que facilitaba su vinculación a un partido distinto. Dado estos nexos
con las asociaciones de cuello blanco el partido empieza a ser identificado como de “clase
media”, acompañada por la percepción de partido de centro.
Los liberales pasaron a de ser una fuerza de centro en el eje clerical/anticlerical entre radicales
y conservadores a ser el polo derechista del sistema partidario reformulado en torno a la
primacía de las cuestiones socioeconómicas.
El Partido Conservador se vio también afectado por la reestructuración del sistema partidario
en función de la dimensión socioeconómica. Se caracterizaba por un su vínculo con la iglesia,
sus líderes, sus militantes e incluso sus votantes estaban compuestos en grado significativo por
católicos comprometidos. Tenían contactos frecuentes con el clero y educaban a sus hijos
principalmente en instituciones administradas por la Iglesia. Dadas estas características, los
conservadores formaban una subcultura a la par que un partido político, la cual incluía a gente
de todos los niveles socioeconómicos, pese al hecho de que, dado el legado colonial católico de
chile, el liderazgo de esa subcultura y del partido incluía algunas de las familias más
acaudaladas del país. Este partido obtenía votos en las áreas con mayor densidad de población
católica activa. Este partido apoyó e incluso propuso una legislación social y laboral, aunque
tenía un enfoque claramente paternalista de las relaciones laborales y de los sectores
populares en general.
Para los Partidos de izquierda, el eje socioeconómico del sistema partidario fue siempre el más
importante, aunque eran a la vez anticlericales. La reestructuración del sistema de partidos en
función del eje socioeconómico los favoreció al reducir la influencia, que tanto afectó a los
demócratas, de los temas anticlericales en las campañas electorales. Por ende, es sólo a partir
de mediado de los años veinte que la izquierda chilena fue capaz de alcanzar su potencial
electoral.
Entre principios de los años veinte y mediados de la década subsiguiente, hubo cambios
fundamentales en la composición partidaria de la izquierda: se radicaliza el comunismo y se
funda el partido socialista en abril de 1933.
El partido socialista fue capaz de absorber a un segmento considerable de los líderes sindicales
entre sus filas, se enraizó en una base social sindical que le otorgó la legitimidad necesaria para
disputarles en la izquierda a los comunistas la pretensión de ser el único partido representante
de los intereses de los trabajadores.
Los demócratas, aunque eran una fuerza agotada dentro del sindicalismo organizado, siguieron
teniendo durante los años treinta y cuarenta una presencia electoral significativa,
especialmente en los sectores populares. Su potencial electoral se vio menguado, sin embargo,
por una división de partido que no sólo contribuyó a socavarlo, sino que, al final, lo destruyó
virtualmente.
Un partido importante que apareció en este período fue el partido Agrario Laborista. Creado
formalmente en 1945, se convirtió en el principal vehículo partidario de apoyo a Carlos Ibáñez
en su campaña a la presidencia en 1952.
Alianzas Partidarias
En la medida que ningún partido tenía la cantidad de votos necesaria, las alianzas partidarias
siguieron determinadas por la formación de coaliciones para las elecciones presidenciales. La
coalición presidencial triunfante habría de participar normalmente en el primer gabinete de los
nuevos presidentes y constituir el principal núcleo inicial de sus apoyos parlamentarios.
Las coaliciones de los partidos normalmente podían contar con que sumarian sus respectivos
electorados en las campañas presidenciales, y por lo tanto tenían mayores probabilidades de
elegir a sus candidatos. Pero tales coaliciones eran difíciles de establecer, ya que el sistema no
sólo contaba con tres tendencias fundamentales a lo largo de ese eje (izquierda, centro y
derecha), sino que presentaba además una división entre un componente católico y otro
secular o anticlerical dentro de cada tendencia.
Un factor de complicación para la formación de alianzas era que los partidos con posiciones
cercanas o las escisiones de un partido debían competir entre sí en un mismo universo, en
términos gruesos, de militantes, simpatizantes y electores.
Los partidos pequeños se vieron afectados por un cambio importante en la legislación electoral
en 1958 y 1962, a saber, la prohibición de los pactos electorales que habían generado las listas
híbridas de candidatos. Por ende, la mejor opción abierta a los militares de los partidos
pequeños era la de unirse a l partido mayor que pareciera más afín al suyo. Lo que llevó al
partido demócrata, a un pequeño Partido Nacional y el Partido Agrario Laborista optar
generalmente por la Democracia Cristiana.
Siendo el partido católico original que había provocado las escisiones centristas que generaron
la Democracia Cristiana. El partido conservador fue el que más perdió en favor de la
Democracia Cristiana en 1961. Pero los partidos conservadores perdieron mucho más que sólo
votos con el ascenso de la Democracia Cristiana. Perdieron el elemento esencial de su
identidad histórica, a saber, su conexión con la Iglesia Católica. Así el partido se convirtió en un
partido pura y simplemente de derecha. Su fusión con los liberales, quienes eran sus
adversarios en las discusiones sobre el rol de la Iglesia, confirmó ese vuelco, generando todo
ello incluso una nueva denominación partidaria.
Sin embargo, el nexo entre la Iglesia y el partido Demócrata Cristiano adquirió una forma
distinta a la que había tenido antes el vínculo entre la Iglesia y el Partido Conservador, puede
describírselo como una afinidad estrecha. La nueva relación era producto del hecho de que los
falangistas y social cristianos se habían desarrollado independientemente de la voluntad de la
antigua jerarquía, e incluso riñendo con ella. Por lo cual, la Democracia Cristiana no se sentía
obligada a implementar decisiones y opciones hechas por el arzobispo. El partido rehusó
identificarse como un partido “católico” e indicó explícitamente que era no-confesional,
aunque derivaba su inspiración de las doctrinas y pensadores cristianos.
Por lo tanto, aunque la Democracia Cristiana pudo apelar a la identidad católica para generar
una base de apoyo electoral dada su base doctrinaria y sus afinidades con la Iglesia, su
definición fundamental se convirtió en la de un partido de centro que ofrecía una alternativa
entre la derecha y la izquierda, abierta a cualquiera. Esto era una ventaja frente a los radicales,
que a pesar de ser una fuerza centrista nunca se despegaron de su identidad anticlerical.
Cuando los conservadores se debilitaron, cuando la iglesia cambió y cuando emergió un nuevo
partido desde el segmento católico, con enfoques socioeconómicos más progresistas y una
mayor distancia de la Iglesia, los radicales y los conservadores tuvieron dificultades para seguir
captando el voto de estos segmentos de su electorado cuyo apoyo era blando.
La Democracia Cristiana contaba con el espacio político del centrismo ligado a una identidad
católica abierto a ellos. Y, secundariamente, la distancia relativa de la iglesia hizo que pudieran
captar tanto no católicos como católicos moderados.
En suma, el ascenso de la Democracia Cristiana produjo una reestructuración del sistema
partidario que afectó a la composición de la derecha y del centro. Tales cambios, en los años
cincuenta y los setenta, ocurrieron al mismo tiempo que se dio una tremenda ampliación del
electorado. Las mujeres empiezan a votar en 1949 y en 1962 se hace el voto obligatorio.
El alza de los votos en el partido demócrata cristiano no se debió al aumento de electores, sino
a un realineamiento del apoyo electoral desde los partidos preexistentes hacia la Democracia
Cristiana. El ascenso de la Democracia Cristiana reflejaba una secularización de la política
chilena y en ese contexto un partido que hacía hincapié en el anticlericalismo, como el Radical,
perdía buen parte de su razón de ser.
Además, la Democracia cristiana tuvo éxito en forjar las bases dentro del movimiento sindical
urbano, en las organizaciones de trabajadores rurales, en las poblaciones marginales, los
sindicatos de empleados de cuello blanco y las asociaciones profesionales y estudiantiles. Entre
los trabajadores de cuello blanco, los democratacristianos desplazaron a los radicales como el
partido de mayor número de adherentes.
A fines de la década de los sesenta, una mayoría del Partido Radical se vio impulsada, por la
disminución de su votación, a aliarse con la izquierda para las elecciones presidenciales de
1970, en tanto la derecha optó por presionar a favor de la candidatura del antiguo presidente
Jorge Alessandri. El resultado fue el triunfo por estrecho margen de la candidatura de Salvador
Allende con una coalición cuyo núcleo estaba formado por los partidos socialistas y
Comunistas, a los cuales se había unido lo que quedaba del partido radical.
Allí los democratascristianos se vieron pronto impulsados a hacer una alianza electoral con la
derecha, en un intento por evitar un drenaje de los votos opositores a costa de su partido. El
objetivo del bloque opositor era el de conseguir una mayoría de dos tercios para destituir a
Allende, pero quedó muy lejos de esta meta, al obtener el 54,6% de los votos. En los meses
siguientes, se articuló el pronunciamiento militar que derrocó al gobierno e instauró un
régimen autoritario.
Aun cuando el gobierno militar de Augusto Pinochet prohibió toda actividad partidaria y las
elecciones, los partidos y el sistema partidario sufrieron cambios significativos, surgieron
nuevas denominaciones partidarias, las coaliciones de partidos se configuraron en función de
su apoyo o su rechazo al gobierno militar y su legado, y se desarrolló un consenso mucho más
amplio entre los dirigentes de los partidos y los militantes respecto a las políticas económicas y
el valor de la democracia. En consecuencia, se han incorporado fuerzas centrípetas, que
proyectan la imagen de moderación y se enfatiza la importancia de realizar cambios en forma
mensurada e incremental.
Las nuevas etiquetas partidarias
Alianzas Partidarias
Al comienzo, los dirigentes políticos tuvieron dificultades para asumir iniciativas. Sin embargo,
grupos de intelectuales de distintos partidos desarrollaron contactos a través de los múltiples
institutos de investigación, los expertos constitucionales se reunieron para debatir alternativas
a las iniciativas legislativas y constitucionales del gobierno y, con el inicio de las protestas
masivas en contra del ´régimen militar en mayo de 1983, los partidos de oposición comenzaron
a buscar activamente acuerdos de base amplia, incluso con grupos de derecha, para presionar
en favor de la democratización. Las iniciativas de la oposición democrática culminaron en la
creación de una alianza para derrotar a Pinochet en el plebiscito de 1988 y elegir a Aylwin
como presidente, al igual que en presentación de una lista común de candidatos
parlamentarios.
Conclusiones
Segundo, el fraccionamiento del sistema de partidos ha sido tal que en toda época se ha visto a
más de un partido, a menudo dos ramas de un mismo partido, compitiendo por el apoyo del
electorado y de varios grupos organizados correspondientes a cada tendencia.
Tercero, aunque el electorado chileno ha demostrado una lealtad considerable a las diversas
tendencias políticas, esa lealtad es menos intensa cuando se orienta a partidos específicos. En
consecuencia, aunque es infrecuente, puede haber virajes considerables en la suerte electoral
de las organizaciones partidarias en la medida que el electorado opte por apoyar a una nueva
denominación partidaria que parezca representar o articular en mejor forma los símbolos.
Cuarto, desde 1891 no ha habido mayorías absolutas, por lo cual es necesario formar
coaliciones para las elecciones presidenciales y para crear mayorías parlamentarias operativas.
Y Quinto, el número de votos fue reducido hasta que se introdujo el sufragio femenino luego
de 1949 y, sobre todo, hasta que se aprobó la ley del voto obligatorio en 1962, pero esto no
afectó al proceso de desarrollo de los partidos que reflejaban posiciones de todos los sectores
de opinión en la sociedad política nacional.
La política brasileña ha mantenido muchas de las características que hacían de ella un sistema
no institucionalizado, pero durante las últimas décadas mostrado patrones sorprendentes de
estabilidad política. Si bien el sistema de partidos no cumple con las 4 dimensiones de la
institucionalización ha venido desempeñando un sistema importante en la estabilización y
gobernabilidad del sistema político del país.
Pero estas dimensiones tienen 2 dificultades, pues la medición de cada una de ellas no es
sencilla y la conexión entre el concepto y las consecuencias políticas (practica) no es trivial.
Esto lo demuestra el sistema de partidos brasilero que pueden tener algunos de los beneficios
que se asocian a sistemas de partidos institucionalizados pese a la carencia de algunas de las
dimensiones del concepto. Por lo que es necesario desligar la necesaria relación entre las
dimensiones y el concepto de la institucionalización del sistema de partidos.
A como se creía anteriormente, hoy Brasil ya no es una democracia sin partidos sino más bien
un sistema de partidos sin raíces en la sociedad.
I.2 Legitimidad
El análisis muestra indicios de que la mayoría de los votantes brasileños no saben lo que están
respondiendo cuando tienen que posicionarse a la izquierda o derecha, lo que denota que los
posicionamientos izquierda-derecha no parecen tener un contenido tan definido para la
mayoría de los votantes. Finalmente, no hay una tendencia perceptible en el significado de la
escala ideológica en la población, y la correspondencia entre la percepción de la población de
los partidos entre la élite y la población, si es que existía, desde luego ahora es escasa.
En síntesis, los partidos brasileros hoy en día interactúan con un patrón estable con pocos
indicios de cambios importantes en los niveles de organización de partido y de legitimidad.
También con raíces débiles en la sociedad ya sea en términos de vínculos con la sociedad o que
los partidos no estructuran el electorado en términos ideológicos. Sin embargo, y pese a todo
eso, hay estabilidad en los resultados.