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Acompañamiento Terapéutico Rol o función

Autor: Graciela Bustos – San Luis- Argentina

Las primeras menciones del A.T. en la Argentina aparecen en la década de


los ’70; fue un aporte personal del médico psiquiatra Eduardo Kalina,
quien puso en funcionamiento este recurso para el trabajo con pacientes
adictos. En sus inicios, el A. T. fue pensado como una función; algunos
estudiantes avanzados de carreras como medicina o psicología
acompañaban a pacientes difíciles que no adherían a tratamiento.
La experiencia se fundaba en el valor terapéutico de la presencia de Otro,
y se tomaban como marcos referenciales la teoría psicoanalítica, el
psicodrama y las teorías de la comunicación humana. En el nacimiento del
A.T. hay una multi-referencialidad teórica que a veces se desconoce. Kalina
dice:
… nos pareció enriquecedor ampliar la comprensión con aportes de
la psiquiatría comunitaria, algunas ideas de la antipsiquiatría, la
riqueza del modelo interaccional; la teoría de los sistemas
completaban el bagaje teórico que me guiaba en aquella “aventura”
científica (Kalina, 2003)

En esa época la tarea que se instaló desde la necesidad, fue un abordaje


creativo, que intentaba dar respuestas a las adicciones desde otro lugar, el
acompañar hombro a hombro al paciente; esta experiencia mostró que
podía imprimirse otra dinámica a los tratamientos y afianzar el proceso de
recuperación del sujeto.
Una década después, en 1984, en un texto publicado en la revista Acta
psiquiátrica y psicológica de América Latina, Beatriz Lerner (Médica
psiquiátrica y psicoanalista) traza el perfil del A.T.

Un A. T. es una persona que ha recibido una instrucción especial


acerca de la psicopatología de los pacientes psiquiátricos y de la
técnica de la interacción con los mismos. Para poder desempeñar
adecuadamente su tarea es preciso que posea un yo fuerte como
para tolerar la ansiedad, la frustración y el asedio a su integridad
física y psíquica a la que se expone al entrar en contacto con
personas ansiosas, faltas de discriminación y/o control de los
impulsos. Debe tener una fuerte vocación de maternaje, junto a una
saludable curiosidad y capacidad lúdica, amen de una buena dosis de
reverie (Bion). Estos rasgos trazan un perfil de persona con bajo
narcisismo patológico y alta capacidad de empatía, tacto e intuición
(Lerner, 1984)

Enfatiza en este texto que el A.T. debe recibir una formación especial y
remarca:

El A. T. debe estar formado especialmente para esta tarea, pues aún


el psicólogo profesional no recibe una educación oficial específica
que capacite para ello. En este sentido, ser psicólogo no molesta,
mas tampoco basta… porque esta tarea exige moverse en un nivel
exclusivamente fenoménico y entrar en alianzas útiles para crear una
atmósfera de confianza y reciprocidad con el paciente (Lerner, 1984)

En este mismo escrito la autora plantea el rol del A.T. de manera


incipiente:

El A. T. debe estar en condiciones de contener los estallidos de


ansiedad, encauzar las agresiones sin reciprocarlas y, más allá,
convivenciar situaciones desde una posición de “inmersión completa”
en la cotidianeidad del paciente durante el tiempo comprendido
entre las sesiones psicoterapéuticas (Lerner, 1984)

Al finalizar el artículo diferencia claramente la tarea del A.T. de la del


terapeuta:

…la experiencia del A.T. transita por múltiples canales, entre los que
adquieren privilegio los no verbales y paraverbales, en
contraposición a la labor del terapeuta que es eminentemente
verbal. El prestar al paciente una atención sostenida y hacer de él el
centro de interés del A.T. provee una base firme para la apertura del
canal desde el que el A.T. podrá intervenir. La relación humana a
nivel cuasi-simétrico forma parte de una metodología de trabajo
diferente a la del terapeuta y apunta, además a aspectos diferentes
del paciente y de la transferencia (Lerner, 1984)
Los A.T. deben tener una seria formación clínica y conocer
exhaustivamente las técnicas de interacción con sujetos profundamente
perturbados. Necesitan entrenarse en el manejo de situaciones puntuales
que les permitan superar situaciones conflictivas y dilemáticas, contar con
recursos y técnicas de trabajo corporal que les permitan intervenir desde
la acción cuando se producen desbordes que ponen en riesgo al paciente.
Los psicólogos están entrenados para trabajar con el relato de la crisis, no
con la acción y la crisis puesta en escena.
En menos de una década hubo una demanda masiva desde diversos
ámbitos (salud, educación, justicia) solicitando A.T. para acompañar
sujetos siempre vulnerables: discapacidades motoras, sensoriales,
simbólicas y sociales; se convirtió además en una táctica fundamental para
llevar adelante procesos de transformación institucional y
desinstitucionalización de pacientes crónicos en instituciones de
características manicomiales.
El rol y la función crecieron desmesuradamente. Algunos autores postulan
que este crecimiento y demanda del A.T. está vinculado con el
desfondamiento de las instituciones y la ruptura del lazo social, que han
obligado a la emergencia de un nuevo actor en el campo de la Salud
Mental.
A partir de la inclusión del A.T. en los tratamientos, los profesionales
ampliaron la mirada sobre los sujetos atendidos y su entorno; estas
intervenciones hacen posible detectar, registrar y comprender qué está
perturbando al sujeto en su vida cotidiana y cómo esto incide en su
subjetividad; su tarea es apuntalar y sostener al paciente en el momento
de mayor desestructuración o de crisis y potenciar los recursos con que
cuenta para transformar ese sufrimiento.
El Acompañamiento Terapéutico es una práctica muy particular. Algunos
autores como Maximiliano Peverelli sostienen:

Su alto nivel de aceptación entre los profesionales de la salud mental


y su correlativa inclusión al interior de los tratamientos fue
propiciando una masificación de su práctica, desfasada respecto de
su desarrollo conceptual. Los actores que mayormente ejercen esta
práctica son estudiantes avanzados de la carrera de psicología o
psicólogos recién recibidos. Esta realidad ha atentado y afectado la
delimitación del campo conceptual del Acompañamiento Terapéutico
en la medida en que se ha constituido en una práctica de tránsito
para muchos profesionales de la salud mental en su camino hacia la
inserción profesional para la que se formaron como
psicólogos.(Peverelli, 2010)

Esta masificación de la demanda del A.T. de sectores como Salud,


Educación y Justicia, ha implicado en nuestro país la necesidad de regular
el campo del A.T. y dos hechos trascendentes han dejado marcas para
delimitar el Rol del A.T. El primero es el reconocimiento por parte del
Ministerio de Ciencia y técnica de la Nación, a través de las tecnicaturas
universitarias de A.T. que lo ubican dentro de la formación oficial. El
segundo es que este título habilita para obtener la matriculación en el
ámbito de la Salud Pública como una profesión.
Es decir que el ejercicio de la profesión está regulado por parte del Estado
Nacional y de los Estados Provinciales. Esta realidad es innegable y
alentadora, pero no ha resuelto el problema de la construcción conceptual
que nos ayude a delimitar definitivamente el rol y la función de los A.T. Por
esta razón planteamos que es un Rol en Construcción y son precisamente
estos espacios y estos encuentros los que nos permiten poner en tensión
el concepto y realizar nuevas síntesis.
Más allá de las definiciones que se fueron construyendo en las décadas
pasadas y de los deseos de algunos analistas, el A.T. tomó vuelo propio y
comenzó a perfilarse como un rol (un papel, una actuación), Rol en
construcción deberíamos remarcar, que implica el ejercicio de diversas
funciones y un campo propio de trabajo que exige repensar su encuadre
de trabajo, sus técnicas, sus intervenciones.
A la psicología le llevó varios siglos separarse de la Filosofía, al trabajo
grupal hubo que repensarlo desde múltiples ángulos para no trasvasar la
teoría psicoanalítica del abordaje individual al grupal, de modo que no
debemos preocuparnos por el tiempo que lleve delimitar este nuevo rol en
el campo de la salud Mental, aunque sí asumir que será una construcción
lenta en la que todos realizaremos nuestros aportes desde nuestra
experiencia y nuestros diferentes ámbitos de trabajo.

Bibliología:
Kalina E. (2003) Entrevista al Dr. Eduardo Kalina. En Kuras y Resnizky,
Acompañantes Terapéuticos. Buenos Aires. Letra Viva.

Lerner B. (1984) El Acompañamiento terapéutico. En Actas de Psiquiatría y


Psicología de América Latina. Buenos Aires. Linotipia Roberttazzi.

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