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LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA.

- Florece ya tempranamente con


Clemente de Alejandría y Orígenes, y logra una síntesis de “cultura y
santidad” que consolida el proceso de helenización. Se trata de un
pensamiento que va de “arriba abajo” en el desarrollo de sus especulaciones.
En cristología puso muy de relieve el aspecto pasible. Con Atanasio, esta
escuela fue la que preparó la fórmula de la identidad de la naturaleza del
Hijo con el Padre (“homousios”) triunfante en el Concilio Ecuménico de
Nicea. También fue muy brillante su papel en los Concilio Ecuménicos de
Éfeso y Calcedonia. Al relievar ese lado de la divinidad, algunos teólogos de
esta Escuela (Apolinar y Eutiques) cayeron en el monofisismo, lo que empaña
mucho su imagen en la clásica rivalidad con la Escuela de Antioquía. Prestó
un gran servicio al desarrollo de la Teología Espiritual.

LA ESCUELA DE ANTIOQUÍA.- Se movía más bien dentro de los


términos filosóficos de Aristóteles. Su pensamiento va “de abajo arriba”,
insistiendo mucho en los hechos experimentales como punto de partida del
método en teología. En el uso de la Escritura prefirió el método histórico
gramático (más que la exégesis espiritual) y la tipología (más que la
alegoría). En cristología acentuó más la humanidad de Cristo que su
divinidad deslizándose hacia el nestorianismo y el arrianismo. Dado que para
esta Escuela el fin de la redención es la divinización del hombre (y no
precisamente su salvación), insistió mucho en las prácticas ascéticas (hacia
el pelagianismo). En su rivalidad con la Escuela de Alejandría salió
triunfadora en pocas ocasiones, y no sobrevivió a las herejías a las que dio
lugar ocasionalmente (Arrio y Nestorio).

La importancia del área griega ha sido muy importante en la


antigüedad cristiana. Todos los Concilios Ecuménicos hasta el IV de
Constantinopla (año 870), ocho en total, se celebraron en la Iglesia griega
pero su periodo más fecundo fueron los cinco primeros siglos. Terminada la
época de los Padres de la Iglesia, su teología cae en la forma rígida
bizantina. En el siglo VI el distanciamiento es perceptible; la “regla
pastoral” de Gregorio Magno es la última obra latina importante que se
traduce al griego, y las del Pseudo-Dionisio son las últimas que son acogidas
con entusiasmo en el área latina.

b) EL ÁREA LATINA.- Los teólogos del área latina son los discípulos
jóvenes de la teología griega por lo menos hasta el siglo IV; traducen al latín
y bajo formas quizás nuevas, reproducen el fondo doctrinal griego. Además,
Occidente sólo produjo un genio: Agustín de Hipona cuya originalidad
determinó enseguida el destino de la teología occidental hasta Lutero y
Calvino.

El área latina tenía, sin embargo, algo propio de importante; el latín


que fue prestado poco a poco una terminología y una acogida especial;
serena, severa y con interés moral (Ambrosio de Milán, Gregorio Magno). La
teología latina era menos especulativa que la griega; pero también estaba
peor articulada, lo que provocó un gran esfuerzo, por cierto exitoso, de
sistematización. Además la sobriedad y el legalismo del temperamento
romano le hicieron comprender de una manera menos apasionada lo que en
realidad exigía el Evangelio.

Temas centrales de esta teología fueron las cuestiones del pecado, la


redención de la culpa, la santificación, la cooperación de la libertad con la
gracia y el contraste entre fe y ley. También les preocupó las cuestiones de
la reconciliación de loa apóstatas, el rebautizo de los herejes y la cuestión
de los “sacerdotes santos” (donatismo) en el Norte de África.

La eclesiología fue un tema de constante consideración; madura


pronto la idea de una Iglesia a la vez santa y pecadora; santa por la Palabra
y los sacramentos cuyo origen y principal ministro es Cristo; pecadora
porque los hombres no dejan de pecar. Santa e invisible por la comunión de
los santos, pecadora y visible por la deficiencia en el manejo de los
instrumentos.

A la teología latina le tocó también la empresa de reelaborar y


superar las ideas neoplatónicas; uno de los puntos interesantes de fricción
ha sido este: no a la fuga neoplatónica hacia arriba mediante un total
desprendimiento, sino un descenso hasta el nivel de “Cristo Humilde” en el
servicio de los hermanos. El conocimiento de Dios en el almo no es tampoco,
al modo plotiniano, una preparación a la total identidad, sino simplemente
indica esto: mediante el conocimiento de Dios se produce en el alma cierta
semejanza con Él.

Por herencia y por temperamento, la teología y la espiritualidad del


Occidente actual despende casi exclusivamente de la teología latina.

10. LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS, LAS GRANDES HEREJÍAS, A


PARTIR DEL SIGLO CUARTO

I CONCILIO ECUMÉNICO DE NICEA (325).- Arrio, discípulo de


Luciano de Antioquía, comenzó a enseñar su doctrina en Alejandría. El
Concilio, convocado por el Emperador Constantino y ratificado por el Papa
Silvestre, condenó y depuso a Arrio, proclamando que el Verbo (Cristo) es
consustancial (“homousios”) al Padre. El documento emanado de aquí se
conoce con el nombre de “Símbolo de fe de Nicea”; al Concilio asistieron más
de 300 obispos. Se determinó también la precedencia de las Sedes
principales: Roma, Alejandría, Antioquía y Jerusalén.

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