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SAN IGNACIO – MÁXIMO ARGENTINO ROCA – OBRAJE

Papá conoce a Don Máximo, poseedor por herencia de miles de hectáreas de selva

virgen. Don Máximo vivía a orillas del Paraná en Puerto Chuño, a unos 5 Km. Del

pueblo, a pesar de tener una fortuna de tierras, vivía humildemente con sus hijos. Su

casa estaba rodeada de altos pajonales donde tenía muchos chanchos que con el

tiempo quedaron salvajes, cuando venía al pueblo tenía que pasar frente a la casa de

piedras de dos pisos donde vivíamos, al preguntar quienes éramos, le dijeron que en

ella vivía un señor brasileño que había llegado de obrajes ubicados en la costa del Río

Uruguay. Don Máximo le propuso explotar los montes de su propiedad, papá acepto y

se dedicó a mejorar todo lo que pertenecía a Don Máximo, vestimenta, casa, etc.

Para comenzar a explotar el obraje se necesitaba dinero, papá le propone vender lotes

de 50 hectáreas, para ello Don Máximo firmó boletos de compra venta en blanco y

talonarios de pagares muy usados en la época como compromiso de pago, bancos

había en Posadas a 65 Km. La madera se sacaba con alzaprimas hasta la planchada

tirada por yuntas de enormes bueyes, después llegaron contratistas con mulas, de gran

alzada y pelaje oscuro, muy peligrosas, pues pateaban y mordían, algunas las usaban

como montados para trasladar a los dueños de los obrajes al pueblo, eran encerradas

en potreros hechos con vara que se ataban de árbol en árbol con isipó, en las

planchadas los camiones cargaban los rollos para llevarlos a Puerto Oasis, en las

cercanías de Jardín América, todos los caminos, incluida la ruta nacional 12 eran de

tierra y los días de lluvia era una odisea viajar. Los grandes cerros con un camino

Colorado y liso, dificultaban el tránsito, los puentes bajos con el crecimiento de los

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arroyos que se convertían en torrentes, no permitían el paso, se esperaba a que pasen

dos o tres días según la intensidad de las lluvias. Los rollos eran subidos a las

carrocerías de los camiones con una catraca, un engranaje con traba, dónde se

enroscaba un cable de acero, se colocaban dos o tres varas gruesas, una punta en el

suelo y la otra sobre el camión, los troncos iban rodando sobre el cable de acero de la

catraca que giraba, en uno de los extremos tenía una palanca que al levantarla y

bajarla ponía en marcha ese rudimentario malacate, los troncos Iban rodando sobre

las varas impulsadas por el cable de la catraca, sobre la carrocería se colocaban cuatro

rollos grandes y sobre estos, dos más, el camión tenía detrás a unos cuantos metros

un cachapé con dos ruedas en un eje y una plataforma sujeta al camión por una gruesa

vara, para para poder llevar rollos muy largos se ataban los rollos con una cadena que

era tensada con una vara, tiempo más tarde compraron un tractor con orugas, hay

fotografías de Tito Lescar, un pelirrojo fornido que hacía de tractorista y pagador al

personal. Construyó en el obraje una casa que era la administración, elevada del suelo

unos 2 metros detrás de un mostrador, pagaba al personal parado en el último

escalón de la escalera, sobre el escritorio una pistola Ballester Molina era el sistema de

seguridad que tenía, la discusiones eran permanentes, pues los rolliseros y

descubierteros marcaban los cedros, lapachos, guataembues, etcétera de gran porte,

cortaban los árboles con hachas y troceadoras, medían las circunferencias con cáscara

y el largo con las pencas qué son las terminaciones de las raíces en el tronco, la

administración media según la legislación vigente descontando el grosor de la cáscara

y las pencas, esto provocaba grandes discusiones en el momento del pago, pues no

coincidían los metros cúbicos. A los más violentos se les pagaba lo que correspondía y

se los echaba del obraje. Había bandas de maleantes que se hacían pasar como

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personal de monte para después asaltar la administración, el personal de confianza,

estaba armado para disuadirlos. La carne que se comía era de venado, pecaríes, pacas,

etc. Los pecaríes invadían las pequeñas plantaciones de maíz, mandioca, porotos,

etcétera.

A Misiones mucho tiempo después comenzaron a llegar tropas de ganado vacuno,

arriadas por jinetes desde el norte de la vecina provincia de Corrientes, se compraban

grandes fardos de machetes y hachas, el jabón se hacía con soda cáustica y grasa para

formar los panes.

Una mañana en la pared de madera de la casa veo el cuero de un puma o León vayo de

gran tamaño, el puma había matado una mula, la saco del corral, hecho en la selva y la

metió en una coivara (qué significa un lugar en el monte con ramas y vegetación casi

impenetrable).

A la noche siguiente con parte de la mula como señuelo ya que el puma regresaría

para comer un cazador del obraje subido a un árbol lo mató.

Los camiones eran viejos, un Studebaker, un GMC y un Ford, papá viajó a Buenos

Aires y compró en el IAPI dos camiones Ford Canadá y dos Jeeps Willis remanentes de

la Segunda Guerra Mundial, cuando los vimos llegar nos asombramos, la potencia de

los motores, las carrocerías de hierro, tenían adentro un cajón, cada camión que

decía USA ARMY, con los Jeep Willis, apoyados sobre sus cuatro ruedas igual que los

camiones tenían tracción en las cuatro ruedas, alta y baja, cinco ruedas pantaneras, a

su costado un bidón de 20 litros de acero y una pala, con este equipo se facilitó el

trabajo de papá en la selva.

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A los camiones se le sacó la carrocería de hierro para poner una de madera y un

cachapé para cargar los rollos.

Los fines de semana nos íbamos del picnic al arroyo Yasebiry o río de las rayas,

teníamos que tener mucho cuidado al entrar al agua, el ataque se produce al pisarla,

en la cola tiene uno o dos aguijones acerados con una gelatina venenosa que produce

un dolor intenso, la forma de entrar al agua es arrastrando los pies en el fondo, al

hacer contacto con el borde de las aletas se aleja rápidamente.

Los habitantes de la zona hacían una muralla de piedra de orilla a orilla dejando una

abertura por donde pasaba el agua y los peces con una red en forma de embudo eran

atrapados, a este sistema para pescar se lo llamaba “Paris”. En las siestas calurosas

corríamos los 5 km. hasta el río Paraná para meternos al agua, el camino hacia el río

cruzaba la selva y altos pajonales donde había gran cantidad de cuises o apereas, lo

que atraía a las víboras, grandes yararás, tratando de atrapar a los cuises, con

cuidado pasamos entre ellas, recorriendo senderos de la selva encontramos al oeste

del pueblo una pileta de mampostería, todos nos tiramos al agua contentos de

nuestro hallazgo, todo termina cuando al poco tiempo del escuadrón 11 de

Gendarmería los citan a nuestros padres para comunicarles que sus hijos nadaban en

la pileta que proveía potable al escuadrón, la Comisión de Fomento en una vertiente,

había construido un cajón de madera con tapa para mantener el agua limpia, a pocos

kilómetros del pueblo estaban los Cerros del Teyú Cuaré, como no había escalinatas,

trepábamos a la alta meseta por la pared de piedra, luego cansados nos metíamos a

las frescas aguas del río.

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Puerto Insua

Una casa de espaldas a la selva, a muchos kilómetros al norte de Alba Posse y al sur del

puerto Londero mirando el río alto Uruguay y a los cerros de la costa brasileña, si bien

había grandes extensiones de selva, sobre la costa del río se veían pequeñas áreas

desmontadas; los brasileños cruzaban el un río, hacían un rozado, una precaria casa y

plantaban poroto negro, banana, ananá, mandioca, etcétera. Cuando la tierra se

agotaba, cortaban otra parcela de la selva quemaban las hojas y madera y plantaban

nuevamente, al dejar la chacra abandonada crecían los matorrales, llamados

“capuera”.

Los frutales y algunas otras plantas seguían produciendo, detrás de la casa que sería

nuestro hogar, había plantas de banana y ananás que seguían produciendo, así que

teníamos frutas en el lugar que pensábamos que solo había selva.

Papá frecuentemente hacia viajes en lancha a Alba pose. para traer Kerosene, comida,

herramientas, recién comenzaba a organizar y el obraje.

Relato de mi madre

Sady tenía mucho trabajo, contratar hombres, cachapes, comprar o arrendar bueyes,

mulas, instalar en campamento, provistas, conseguir personal, descubiertero,

encargado de marcar en la selva las especies de árboles que debían ser derribados.

Durante el verano salíamos en bote por el río, admirando sus márgenes, donde los

enormes árboles sumergían sus ramas con el empuje de la fuerte correntada.

Innumerables pájaros multicolores pasaban rozando el agua con sus alas, sus cantos

eran devueltos por el eco de los cerros, los peces plateados saltaban en las aguas y las

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flores exóticas de las enredaderas y plantas parásitas coloreaban junto a las mariposas,

las ramas de los árboles. De pronto en una rama que arrastraba la corriente, un

Martín pescador descansaba picoteando un pececito que había pescado, y luego

llegamos a nuestra isla, era una roca plana gris de 5 x 4 m. que emergía del agua, en la

costa brasileña, no servía de mesa y lugar para tostarnos al sol, después del

refrescante baño yo apilaba la ropa recién lavada en el canasto.

Siempre combinaba el placer con las tareas, Sady me ayudaba con sus grandes y

hermosas manos llenas de espuma, riéndose tiraba copos de espuma a los chicos que

nadaban a nuestro alrededor, bajo su mirada vigilante; Al atardecer regresabamos a

casa cansados y felices, recuerdo anécdotas que ahora son risueñas, una mañana llegó

una lancha de Alba posee que traía un socio de Sady, venía con revistas para mí y los

chicos, dulces y noticias.

Luego del café salieron a ver la madera, al rato regreso el señor B con una gallina

colgando de sus patas atadas. Señora, aquí le traigo esta gallina para el almuerzo me

dijo sonriendo, y la dejo en el suelo, Gracias, le dije, un poco desorientada y allí

quedamos mirándonos las dos, el salió pensando que me dejaba muy agradecida, la

gallina aleteaba sobre el piso tratando de huir, yo jamás había matado una gallina, ni

ningún otro animal y allí estamos mirándonos, ella asustada y yo sin saber que hacer,

pensé en llamar a Sady, pero no estaba la vista, los peones tampoco estaban,

prepare una sopa y unos un bifes con ensalada mientras la gallina y yo cruzamos

miradas de desconfianza, serían las 12 cuando regresaron mis comensales, entraron a

lavarse y luego el señor B me preguntó ¿cómo preparo la gallina señora?, yo enrojecí y

tartamudeando iba a contestar cuando Sady preguntó intrigado, - Ahh, No te dije, - le

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traje hoy a tu señora una Gallina para el almuerzo, - ¿la trajiste viva?, - sí, ¿Por qué?-

Sady lanzó una carcajada y entre risas explicó, pero si mi mujer no puede ver nada con

plumas, ni gallina, ni patos, y menos vivos, ¿qué hiciste de comida querida?, sopa,

milanesa y ensalada dije bajando los ojos, Sady no podía parar de reír ante el asombro

del señor B, quien quedó algo asombrado, disculpe señora, yo no sabía, pero al fin

terminamos riéndonos los tres. Para la noche la gallina desplumada, lavada y cortada

en trozos por Sady esperaba que yo la convirtiese en un exquisito manjar. Al día

siguiente el señor B regreso hacia Alba Posee, esa tarde después del almuerzo, Sady

me invitó a ir al monte en bote hasta el obraje, donde estaban volteando los árboles y

haciendo jangadas, yo siempre había deseado acompañarlo, pero en los otros lugares

había que atravesar a pie largas distancias y peligrosas picadas, pero ahora estaba

cerca y se podía ir por el río, partimos en un bote dejando a los chicos al cuidado de

una señora que me ayudaba, Iba remando un peón y Sady me mostraba las diversas

especies de árboles, hermosos cedros. Inciensos, petiribis, guataembues, timboes,

anyicos, lapachos, canelos, caña fistolas, loros, guayubiras, entre ellos asomaban los

penachos de los altos Pindos de hasta de 40 metros, el canto de los pájaros

atronaban el aire de la siesta, más o menos a un kilómetro de viaje, llegamos a un a

una pronunciada curva del río en cuya margen derecha se erguía a bastante altura una

especie de promontorio cubierto de exuberante vegetación, en cuya cima achatada en

de meseta se divisaba una selva de enormes y añosos árboles, al doblar la curva del río

vimos una vertiginosa rampa de tierra roja, que bajaba de la alta meseta hasta la orilla,

por la cual se deslizaban rodando enormes troncos que caían al río estrepitosamente y

emergían mostrando sus oscuros lomos chorreantes, como grandes monstruos

prehistóricos, 10 o 12 hombres semidesnudos se mantenían en increíble equilibrio

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sobre los troncos, mientras otros nadaban llevando largas lianas de corteza de isipó

trenzado, los que se mantenían sobre los troncos, los alineaban con largas pértigas y

los que estaban en el agua los ataban alternando los troncos con grandes lazos de

gruesas tacuaras, para darle mayor flotación a la jangada.

Los enormes troncos al chocar y deslizarse por la pendiente hacían temblar el suelo

con un ruido parecido al tronar de una gran tormenta, luego venía el chapuzón

levantando cataratas de agua y espuma en medio de este caos el Sapucay y las risas,

los gritos de los hombres eran una escena grandiosa y bárbara, como una ceremonia

primitiva festejando un sacrificio, la muerte de gigantes de la selva. Estamos un rato

mirando la extraña y salvaje escena, mientras Sady revisaba el trabajo, luego trepamos

por el borde de la rampa hasta la alta meseta, allí, el ruido era diferente, unos 20

hombres trabajaban en ese lugar. Altas alzaprimas de enormes ruedas estaban

cargadas en un extremo del tronco, que se alzaban por medio de un macaco y se

ataba con cadenas al eje sujeto entre las ruedas, entonces varias parejas de mulas

arrastraban hasta colocar el tronco en posición, al borde de la rampa, allí lo soltaban y

hombres con palancas lo empujaban pendiente abajo, desde la selva por una picada

maestra, llegaban las yuntas de bueyes, arrastrando los cachapés, que traían los

troncos desde las profundas picadas, donde habían sido hachadas. Tomamos por una

picada que se internaba sinuosamente entre los árboles, nunca había visto una selva

igual, mi pensamiento voló hasta las extrañas leyendas de la selva, allí si podría

deslizarse desde atrás de un tronco de grandes y retorcidas raíces, sin asombrarme, el

Yasi – yateré, el rubio duende de las selvas misioneras con su sombrero de hojas y un

bastón de oro, el pombero que aparece de noche y está cubierto de espeso pelo

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negro muy suave, el lobizón, enorme perro negro de ojos fosforescentes, los duendes

verdes.

Ese bosque era un lugar mágico y la mano del hombre iba a destruir como una

profanación.

PUERTO INSUA

Al caer la tarde y en ausencia de papá, mamá se preparaba para defender su hogar,

dándonos instrucciones y poniendo armas a mano, puertas y ventanas bien cerradas,

yo para esa época era un pequeño cazador, remador y nadador, tenía una escopeta de

avancarga que me gustaba, había que poner la espoleta dentro del caño, la pólvora, un

cartón redondo, la munición y otro cartón, con cada paso, con una baqueta se socaba

bien para apretar toda la carga, Luego se levantaba el percutor y se daba el tiro, y se

comenzaba de nuevo la ceremonia de la carga del arma, había armas modernas como

escopetas, calibre, 16 y 12 Winchester y revólveres, pero está escopeta de avancarga

era mía.

El río Uruguay quedaba unos 100 metros de la casa, un día sentado en la costa veo

pasar a la deriva, una pequeña canoa cerca de la costa y a mucha velocidad por la

fuerte correntada, me tiré el agua nadando, conseguí subir y llevarla a la costa, por

suerte tenía un pequeño remo, no obstante, el agua me llevó como a 100 metros de

nuestro puerto.

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En la temporada de creciente el río encajonado entre cerros corría a gran velocidad

produciendo remolinos y borbollones, en el centro hacia una comba debido a la

presión del agua contra los cerros, muchos kilómetros aguas arriba.

El río Uruguay que nace en Brasil, sale de tierras brasileñas y comienza a correr entre

tres países hasta desembocar en el río de la Plata, tiene muchas correderas muy

importantes y saltos de agua dentro de los Estados Unidos del Brasil, hoy República

Federativa, había aserraderos de araucarias, La extensión de araucarias comprendía

Norte, Este de Misiones, parte de los estados de Paraná y Santa Catarina de Brasil,

eran de unos 40 metros de altura y más de un metro y medio de circunferencia, los

planchones de araucaria tenían un largo de aproximadamente 7 metros y 60 o 70 cm

de ancho por 15 de espesor, con ellos formaban jangadas, apilaban uno sobre otro,

como la madera flotaba cargaban hasta tener un Calado de unos 2 metros bajo el

agua, en la superficie solo se veían aproximadamente 15 metros de frente por unos 35

de largo que sobresalían del agua, allí se instalaba una carpa donde dormía y comía la

tripulación, ya que solo se navegaba de día, pues iban a la deriva.

En la parte posterior un gran remo de unos 7 metros de largo, en un extremo tenía

una gran pala, en el centro del remo, pivoteaba sobre un soporte de madera quedando

el remo en perfecto equilibrio, era usado para las direcciones y aproximarse a la costa,

al atardecer o al comenzar el viaje acercaba al canal donde en época de creciente

corría el agua a mucha velocidad. Al pasar sobre las correderas y saltos provocaban

olas y remolinos, algunas de ellas no aguantaban el movimiento del río y se

desarmaban por completo. Yo desde la costa siempre veía pasar innumerables,

planchones, amarillos, ramas y árboles, ahora con mi pequeña canoa podría traer los

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que pasaban cerca de la costa, debido a la fuerte correntada tenía que remar aguas

arriba hasta que el arrastre de la corriente y me empuje me dejaran en nuestro

puerto, Si me pasaba Lo dejaría ir para volver por otro, como ya tenía varios armados

en la costa, le pedí a papá que los sacarán del agua y cortar tablas para hacer una

canoa más grande con buenos remos. Los cortadores pusieron varas gruesas en forma

de tijeras, sus extremidades enterradas en la tierra, a unos 2 metros de altura, se

colocaba el planchón, luego marcaban cuidadosamente el espesor de la tabla arriba y

abajo, luego un hombre se colocaba sobre el planchón que tenía unos soportes

laterales para pisar el otro debajo, con una trozadora de grandes dientes comenzaban

lentamente, uno tirando hacia arriba y el otro hacia abajo, el trabajo era lento y

agotador, tardaron varios días en acerrar el planchón. Una vez cortadas las tablas, las

curvaron poniendo los extremos sobre tacos de madera, en el centro cargaban pesos

derramando agua caliente y la madera iba cediendo, quedo fuerte, pero un poco

pesada, la ventaja es que sí es pesada, al levantar los remos sigue avanzando un

trecho, con la nueva canoa comencé a cruzar al Brasil luego, de llegar a la costa

brasileña donde solo había un sendero que descendía del cerro entre grandes piedras

y raíces, yo quería saber que había en la cima, pues de mi casa solo veía las copas de

grandes árboles en el horizonte. Luego de salir de la parte boscosa, encontré una

chacra con gallinas. chanchos maíz y tabaco, era en ucraniano, tenía un hijo de mi

edad, los padres me atendieron muy bien. con Tasio nos hicimos amigos y nos

visitamos mutuamente. Yo tenía que cruzar el río para traerlo, mamá, que tenía la

cocina con un ventanal, que daba al río, me decía, te llama Tasio, pues el grito de

llamada retumbaba en los cerros y producía un eco bastante fuerte.

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Para llegar a la canoa tenía que correr 100 metros ya que los pastos cubrían el sendero

haciendo un túnel y debajo podría haber Yaracuzúes que abundaban en toda la zona,

yo creía que al correr cuesta abajo no le daría tiempo a atacarme, un día que lo fui a

buscar me trajo un cortaplumas, y un trozo de tabaco y diez pedacitos de chalas de

maíz cuidadosamente cortadas según él aprendió como fumaba el hermano mayor y

su papá, tosimos mucho y no fumamos más. Un día también probamos cachaza que le

quitó al Padre, nos quemó la boca, nunca más.

Cuando las grandes crecientes del río en una noche subía de a diez a catorce metros

por supuesto mi canoa era arrastrada hacia abajo hasta hundirse, como el pino flota,

la popa queda hacía arriba, Tasio a los gritos me avisaba de la novedad, para llegar al

árbol donde estaba amarrada tenía que nadar unos 10 metros, luego descendía

agarrado de la canoa y luego de la cadena hasta el candado, dos o tres veces salía a

respirar hasta que metía la llave en el candado, salíamos hacia arriba la canoa y yo,

tenía que atarla rápidamente para que no la arrastre el agua.

En esa zona y época había pocos argentinos, los gendarmes de Puerto Londero, todos

brasileños, ucranianos, polacos y alemanes - brasileros, así identificaban su

nacionalidad, también nosotros, un brasileño y tres uruguayos, yo cruzaba el río cada

tres o cuatro días a visitar a Tasio y comprar algo del almacén, ya que en la Argentina

no había nada, yo sabía que no era lugar para pasar a otro país, esperaba que cruzara

una patrulla, de mañana iba aguas abajo, a la tarde regresaba a Puerto Londero,

cuando la lancha se perdía en la curva del río yo iniciaba el cruce al Brasil, siempre en

las dos costas cubiertas de árboles y vegetación transitaba con precaución pues sabía

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que estaba rodeado de extensas selvas, hacia el Norte, Sur y Este dónde podía

encontrarme con animales peligrosos

Un hombre llamado Brizuela, tenía un carro tirado por un buey y un toro, Lucero y

Pampa al carro lo llamaban “Gaiota o Gaiola”, acostumbraba viajar por un sendero

hasta colonia Aurora, había unos claros en el monte desde donde Partía la picada,

llena de piedras y raíces descubiertas por la erosión del agua, salíamos a las cuatro de

la mañana, había pedido permiso a papá, quién le dio una serie de recomendaciones,

dando grandes saltos, La gaiola avanzaba, las estrellas se veían entre las ramas de los

altos árboles de la selva, el toro olfateaba y bramaba cada tanto, en esta época el

contrabando de harina al Brasil daba buenos dividendos, ya que no tenían harina de

trigo, las bolsas de una gruesa tela y de 50 kg de peso, la harina cruzaba Levemente

la tela, dónde se apoyaba dejaba un lamparón blanco, había contrabandistas que

cruzaban grandes cantidades de bolsas, los detenidos eran castigados con trabajos en

las chacras y macheteadas cercanas al lugar de detención.

Una noche salimos a pescar con chuzas y machetes, las ramas de los árboles caían

sobre el agua, en los claros el barro era blando, se acumulaba y quedaba con una

consistencia de flan profundo, uno de los peones llevaba un farol Petromax a

kerosene, torales, así se llamaba, nos acompañaba de obraje en obraje, el fondo se

veía ya que el agua era cristalina, cada tanto con la chuza sacaban peces, en una de

esas ensenadas barrosas, muy cerca del agua había una yararacuzú de gran tamaño,

es considerada la más grande y agresivas de las yarará, tendría unos 2 metros, podría

estar cazando ranas que abundaban en la costa, el remero con la pala del remo, la

hunde en el barro, al verse atacada, con gran velocidad se tira al agua con la

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intención de subir a la canoa, salpicándonos agua, con los remos se la mantenía en el

agua, papá ordena remar para atrás, sin advertir que a flor de agua había una rama

detrás de la canoa, la empujamos hacia atrás, luego al enderezarse nos envió hacia la

enfurecida víbora, la mantuvimos a raya, hasta que llegamos a aguas profundas, poco

tiempo después un “Negrao” brasileño, le decían así, pues era enorme, me regaló una

piragua hecha con un tronco ahuecado a hacha y fuego, tendría unos 6 metros de

largo, en la popa tenía una plataforma donde me paraba para remar con un solo remo,

que impulsa y timonea a la vez, en guaraní se llama Pirá ro guay) cola de pescado, el

Negrao, me enseño todos los trucos para manejar la embarcación, en la proa tenía otra

plataforma donde se colocaba la cuerda, para amarrarla había que aprender a

equilibrarla, pues se movía hacia un lado y luego hacia el otro, así que ahora tenía dos

embarcaciones, pues la canoa chica que venía a la deriva, desapareció una noche.

Mi amigo Tasio me dijo que si le llevaba harina nos harían pan, con la ayuda de un

peón pusimos la bolsa en la canoa y empezamos el cruce hacia la costa brasilera,

tuvimos que fraccionarla, pues el cerro de enfrente era muy escarpado, cada dos o tres

días iban a buscar pan, un día ya cerca de la costa brasilera, siento ladridos, Tom,

nuestro perro era arrastrado por la corriente, me había seguido hasta el medio del río,

reme con fuerza hasta alcanzarlo y subirlo a la canoa, ese día no comimos pan, la

corriente nos había llevado lejos, al enterarse de mis andanzas papá mandó a construir

un horno de barro para hacer pan, en latas de dulce de 5 kg., o de aceite Gallo de 5

litros se ponía la masa, yo traía la leña y prendía el fuego, un día de lluvia, mamá me

pide que me fije si el horno estaba caliente, se comprobaba con un papel, si se prendía

fuego estaba muy caliente, tenia que quedar negro y arrugado, al salir corriendo de la

casa me resbalo en una tabla mojada y me rompo el brazo izquierdo, a simple vista se

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veía la endidura de la piel, papá no estaba, mamá y mi hermano me apoyaron el brazo

sobre la mesa mientras mi hermano me sujetaba, mamá de un tirón puso el hueso en

su lugar, me entablillaron con vendas alrededor de un estirador de corbatas de

madera, pase toda la noche sentado apoyando el brazo en la mesa, me dolía mucho, al

amanecer tenia la cara negra del ollín de la lámpara, años después, los médicos dijeron

que el hueso se había soldado en el lugar.

La isla a la que se refiere mi madre, la encontré yo en mis andanzas, por la costa

brasilera, quería relatar, como papá hizo con latas de aceite gallo de 5 litros, soldando

con estaño los agujeros, agarrada con un arnés de lona a los flotadores que a la vez

sujetaban con una soga, dejábamos flotar a mi pequeña hermana.

En todos los obrajes tuvimos un hogar confortable, teníamos luz de unos faroles

Petromax y cocina a Kerosene, a los dos artefactos había que darles bomba cada tanto

para mantener la presión del combustible, a donde fuéramos a vivir llevábamos

inodoro y ducha, que eran instalados dentro de la casa, toda una rareza para la gente

de la zona que no conocían esos artefactos, sus baños estaban a 10 metros de la casa,

nuestra casa estaba elevada 1 metro del suelo con una galería que miraba al río y a

Brasil, desde allí veíamos frecuentemente a nuestro gato pelear con víboras que

cansadas de la agilidad para esquivar sus colmillos, se fugaban hacia el matorral.

Después de unos años la picada por donde transitábamos con los bueyes, se fue

transformando en una senda mas transitable, pero las piedras y zanjas dejadas por los

torrentes en las lluvias seguían allí.

Por ese camino llegó un día un hombre a caballo, bien vestido y armado, lo cual era

común en la selva, el caballo bien aperado, le pregunta a papá en portugués si le

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podíamos dar comida y agua, se quedó como una hora, luego siguió un sendero que

iba hacia el Norte cerca del río, a la mañana siguiente cuatro gendarmes a caballo

preguntaron por él, papá les indicó para donde había ido, a la media hora regresaron

diciendo que habían perdido las huellas en la costa, como si hubiera cruzado el río, en

tiempo de bajante en algunos lugares se podía cruzar a pie.

Una vez que papá tardó muchos días en regresar a casa, comenzaron a escasear las

provisiones, le dije a mamá que aguas arriba había visto muchas palomas grandes, con

mi escopeta, una bolsita de pólvora, espoleta, cartones y municiones, luego de

caminar largo rato, cerca de la costa veo una tapera, sobre ella había varias palomas

enormes, me escondí y fui acercándome, apunte, disparé, cayo una, permanecí en

silencio y escondido, cargué la escopeta con mucho cuidado, apreté el gatillo y otra

cayo muerta, entre tiro y tiro todas levantaron vuelo en círculos sobre la casa, luego se

posaron, yo quería cazar una más y regresar, logre matar una más.

Al recorrer el lugar me di cuenta que estaba caminando entre plantas de poroto negro,

todavía con chauchas, regresé a casa a buscar a mamá y unas bolsas para traer el

poroto, ya teníamos palomas y porotos para varios días, a la mañana siguiente llegó

papá con provisiones, el motor de la lancha se había descompuesto.

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