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Desperté de madrugada con ganas de ir al baño y me levanté con cuidado, esquivando

cuerpos amontonados en el cuarto de papá. Volver a la cama fue más difícil, porque tuve
que hacer equilibrios para no pisar a Barie.
Michael estaba con el móvil. No sabía cuanto llevaba despierto, pero sospechaba que un
buen rato. Nadie más parecía desvelado así que me esforcé por no hacer ruido. Observé
a Dean con una mezcla curiosa de emociones. Se me hacia raro verle allí durmiendo con
nosotros, pero al mismo tiempo la imagen parecía absolutamente normal y correcta,
como las piezas de un puzzle que encajan a la perfección.
- Ted – me llamó Michael al cabo del esto, con un susurro.

- Mmm – respondí, para indicar que estaba despierto.

- ¿Puedo preguntarte algo? No estoy buscando pelear de nuevo, ni nada, pero…

Se quedó callado inseguro de cómo continuar.

- ¿Qué quieres saber? - le animé con algo de cautela, porque esa forma de
empezar no auguraba nada bueno.

- Antes…. Tú…. Es decir…. ¿Por qué le preguntaste a Dean si nos iba a castigar?
¿Es que no sabes que en una situación así lo mejor es quedarse callado y no dar
ideas?

- Solo quería saber qué esperar – me defendí.

- Entiendo que estás acostumbrado a ser el hijo perfecto de papá. No es un


reproche, solo constato un hecho, de verdad que no quiero discutir….

- Vale – respondí, intentando no ofenderme.

- Sé que tu mayor objetivo es agradar a Aidan y en realidad no me parece mal.


Entiendo cómo te sientes cuando crees que se ha enfadado contigo. Pero Dean
no es papá.

- Vaya, no me había dado cuenta – repliqué con sarcasmo.

- Lo que intento decir es que… no puedes ser tan sumiso, tío. ¿Y si hubiese
respondido que sí te iba a castigar? ¿Le hubieses dejado? ¿Tan necesitado estás
de agradarle a él también?

- ¿Estás seguro de que no quieres discutir? - le pregunté. - Porque me está


resultando un poquito difícil no sentirme atacado.
- No, Ted. Solo quiero entenderlo… - le miré y vi como apretaba la manta en un
gesto que se me antojó al tierno. – Escucha… Dean… Dean y Sebastian son las
primeras personas de esta familia a las que no conozco después que todos. No
teníais una relación con ellos antes de llegar yo. No he tenido que buscar un
lugar para mí y… A Dean le caigo bien. Pero si tú empiezas a competir por el
puesto de sobrino favorito, no tengo nada que hacer.

Parpadeé durante unos segundos procesando lo que me quería decir. Después,


sin poderlo evitar, me reí.

- ¡Oye! No he dicho nada gracioso….

- Michael, es que no sé ni por dónde empezar. En primer lugar, en ningún


momento he pretendido ganarme a Dean, como si fuera un premio o algo. No
sabía que estuviéramos en una competición. Si le pregunté eso…. – suspiré.
Michael había sido sincero conmigo así que yo debía serlo con él. – Si le
pregunté eso no fue ninguna clase de estrategia para caerle bien o porque
“necesite agradarle”. Solo me sentía culpable por haberle enfadado y además
tenía algo de miedo. ¿Viste con qué facilidad nos arrastró a los dos? Es tan
fuerte como papá, puede que más. Hasta ayer me había parecido inofensivo,
pero resulta que también tiene carácter. Yo… últimamente tiendo a evaluar a la
gente que conozco, es como un ejercicio mental de autoprotección. Categoría
uno: “Podría vencerle”. Categoría dos: “Sería una lucha igualada”. Y después
está: “Me vencería sin problemas, no tengo nada que hacer”. Dean entra en esta
última categoría y Aaron también, por eso no termino de confiar en él. Porque
podría hacerme daño si quisiera y yo volvería a estar indefenso una vez más.

- No dejaré que nadie te haga daño – me aseguró Michael. Me sentí conmovido


por su deseo de protegerme. – No me gusta que vivas con ese miedo y cada vez
que recuerdo lo que te hizo Aaron le… le… Pero Dean no es como él. Es como
comparar un cachorro con un tigre adulto…

- Un cachorro de tigre podría destrozar animales de su mismo tamaño – repliqué.


– Pero no se trata de cómo sean ellos, ya te he dicho que es como un ejercicio
mental, una costumbre que he cogido desde que estuve en el hospital. Si le
pregunté a Dean si nos iba a castigar no fue por darle ideas, sino con la
esperanza de que dijera que no, para tranquilizar a mi instinto de
autopreservación. Tal vez incluso pretendiera manipularle un poco, para que me
perdonara. Respecto a lo de no tener miedo, no es algo que pueda evitar, te lo
aseguro. Últimamente me asusto por todo. También me asusté cuando golpeaste
la pared esta tarde. Tú entrarías en la categoría dos - bromeé y pensé que me iba
a seguir el juego y a responderme algo así como “más quisieras, ganaría yo, sin
dudarlo”. Pero Michael ni siquiera sonrió, sino que me miró con culpabilidad.
- Lo siento. No pretendía asustarte. Perdóname, por favor.

Michael jamás se disculpaba así. No era mala persona y, aunque podía ser muy
cabezota, era capaz de reconocer cuándo actuaba mal, pero nunca se había
disculpado con tanta intensidad.

- Claro. Y tú perdóname por robarte a tu tío favorito. No lo puedo evitar, soy


irresistible – le chinché. Me costaba creer que fuera yo el que estuviera
rebajando el tono de la conversación, pero todo se había puesto demasiado denso
de pronto.

Michael rodó los ojos.

- Irresistiblemente insoportable – replicó.

- No te he robado nada, para que conste. Dean tiene energía suficiente para
favorecernos a todos a la vez, aunque creo que claramente hemos perdido la
batalla contra Barie. Quiero decir, el tipo va a donar parte de su hígado solo para
hacerla feliz.

- Bfff. La princesa siempre es la favorita de todos.

- En dura competencia con Kurt – dije. Al nombrarle, los dos nos sumimos en un
largo silencio, preocupados por nuestro hermanito ausente.

- ¿Puedo preguntarte otra cosa? – me dijo, después de un par de minutos.

- ¿No puede esperar hasta mañana?

- Es corto…

- Está bien.

- ¿No te duele la cara… de ser tan feo?

Se tapó con la manta, anticipando que le iba a dar un almohadonazo. Solté una
carcajada por lo estúpido que era, pero debía reconocer el éxito de la sencillez:
nuestra pequeña pelea de almohadas había conseguido ponernos de mejor humor
a ambos.

- ¿Queréis hacer el favor de dormiros de una vez? – preguntó Dean.

- ¿Cuánto llevas despierto? – jadeé.


- Lo suficiente como para escucharos decir tonterías. No tengo la menor
intención de comprobarlo, pero claramente serías categoría dos, no creo que te
hayas mirado en el espejo últimamente. Y ya os he dicho varias veces que tengo
doce sobrinos favoritos, panda de celosos.

- Doce, eso quiere decir que estamos por encima de Olie - dijo Michael.

- Sigue soñando, ese mocoso es adorable – replicó Dean.

- Ajá, le gana a Barie – apuntó mi hermano. – Ya sabemos a quién hay que


eliminar primero, Ted.
Me reí. Me gustaba ese lado payaso de Michael, era algo que compartíamos, aunque a
mí me salía sobre todo con papá.
Dean se rio también y sacudió la cabeza.
- Sois tontísimos - nos informó, con una voz llena de cariño.

- Gracias, es una cualidad entrenada con los años – respondió Michael.

- Qué vergüenza, tío Dean. No se suponía que escuchases esa conversación –


protesté.

- Nah, Ted. Con el tío hay confianza. Aunque eso de “tío” sigue sonando raro.

- Anda, intentad dormir algo más – nos pidió Dean. - Vuestro padre me matará si
os ve todo ojerosos y ahora mismo necesito ganar puntos con él.

- Hablando de ganar puntos, no le vas a contar lo de esta tarde, ¿verdad? – dijo


Michael.

- No soy un chivato. Os encubriré siempre de todo lo que no sea peligroso.

- ¿Lo ves? Es el mejor.

Respondí con un ruidito incoherente y me acomodé para descansar mejor. Ahora


que estaba despierto, sin embargo, me era imposible volver a conciliar el sueño.
Antes me había dormido por puro cansancio, porque llevaba días durmiendo mal
por el resfriado, pero no podía evitar pensar en Kurt y en si ya habría despertado
y en lo mal que tenía que estarlo pasando papá. Además estaba solo en el
hospital… me pregunté si se enfadaría si iba a verle en lugar de ir al colegio.
Dean podría encargarse de mis hermanos… Pero ellos no iban a querer ir a clase
tampoco… Y aún tenía que encontrar la forma de animar a Madie y Barie para
que no pasasen su cumpleaños tristes y preocupadas.
- No podéis dormir, ¿no? – preguntó Dean.

- No – respondí.

- ¿Kurt? – me preguntó Michael.

- Sí…

- El pequeño va a estar bien – dijo Dean.

- Eso no puedes saberlo.

- Lo peor ha pasado ya. Ahora solo tiene que recuperarse.


Eso coincidía con lo que nos había contado Michael, pero no me tranquilizaba
demasiado.
Barie se revolvió a mi lado. Me sorprendía que hasta entonces no se hubiera despertado,
por más que hubiésemos intentado hablar en susurros. Le acaricié en pelo, tratando de
que no llegase a abrir los ojos o ella también se desvelaría, después del día que había
tenido.
- Duerme, Bar, todo está bien – murmuré.

- Mmmm – respondió ella, con una respiración profunda.

- Pues eso, todo está bien, así que duérmete tú también – gruñó Alejandro. ¿Había
alguien descansando de verdad en aquel cuarto abarrotado?

- Eso intento.

- ¿Te canto una nana? – bufó Jandro. Claramente no estaba de humor. Odiaba que
le despertaran.

- Por favor, eso quiero oírlo – le chinchó Michael.

- Mira, aquí la tienes - replicó Alejandro y levantó el dedo corazón.

- Muy conmovedora.

Les contemplé con afecto. Por lo menos, no estaba solo. Todos en aquel cuarto
sentíamos lo mismo, sufríamos lo mismo, y éramos tan cabezotas que no íbamos
a dejar que nada malo le pasara a nuestro hermanito
Me costó un rato, pero al final debí de dormirme, porque me desperté con un
rayo de sol que entraba por la ventana del cuarto de papá. Aún era pronto, no
había sonado el despertador, pero empecé a planificar el levantarme para poder
hacer un desayuno especial por el cumpleaños de mis hermanas. Que papá no
estuviera no quería decir que no pudiéramos continuar con la tradición.

Desperté a Michael con una sacudida suave.

- Mmmffg. ¿Qué pasa? ¿Ya es la hora?

- No, pero necesito ayuda.

- ¿Para qué?

- Para hacer un desayuno digno de dos princesas.


Michael se estiró y se sentó sobre el colchón. Fui a despertar a Jandro también. No
había mucho tiempo y había mucho que hacer.
Debí imaginarme que Michael despertaría a Dean. La idea de preparar una sorpresa le
encantó y recordé que había pensado en hacerle encargado de la diversión por aquel día.
A quién pretendía engañar: Dean iba a ser el encargado de la diversión para siempre.
- ¿Creéis que existe alguna posibilidad de que Aidan deje que vuestras hermanas
hoy no vayan al colegio? Tranquilos, ya aprendí de ayer, pienso preguntarle
primero… - nos dijo.

- ¿Por qué? ¿Qué tienes pensado?

- Eso es un secreto. Pero creo que les gustará.

- El lado estricto solo le sale con nosotros, por lo visto – me dijo Michael.

- Papá dirá que sí – afirmó Jandro. Yo no lo tenía tan claro, no después del susto
que nos habíamos llevado el día anterior.

- No le quiero molestar, ni poner más cosas en su plato…

- Si es para malcriar a las princesas, dirá que sí – insistió Alejandro. - Puedes


preguntarle de paso si nosotros también podemos faltar.

- Buen intento. Aún no estoy tan loco como para hacer un plan yo solo con
vosotros doce.

- No estás solo, estamos nosotros – se indignó Michael, señalándonos a los tres.


- Sois los que más me preocupáis – dijo, y se rio. – En otra ocasión planifico una
escapada grupal, pero lo de hoy es una sorpresa de cumpleaños.

- Vaya morro – bufó Alejandro.

- Dijo el que acaba de recibir un cochazo como regalo – le recordó Michael.

- Touché.
Cuando llegamos al piso de abajo, me quedé mirando la cama de Aarón. Aún no me
acostumbraba a que estuviera en medio del salón. A él no se le veía por ningún sitio,
debía de estar en el baño. Pensé en pedirle que se nos uniera. Era el tipo de cosa que él
haría de buen grado y que le podría ayudar a ir encajando en mi familia.
- Bueno, ¿qué hay que hacer? – preguntó Dean.

- Napolitanas, para empezar. Es una especie de tradición familiar – le expliqué y


noté cómo su rostro adquiría cierto matiz solemne. En seguida supe por qué: le
debía de parecer extraño e importante empezar a formar parte de nuestras
tradiciones.

Nos pusimos manos a la obra y entonces se escuchó la puerta principal. Me


asomé a tiempo para ver a Aarón entrando. ¿Cuándo había salido? ¿A dónde
había ido?

Él levantó las manos, casi como si lo hubiera pillado en medio de un atraco.

- Tu padre me dejó sus llaves – me dijo, quizás esperando alguna clase de reclamo
sobre cómo había podido abrir la puerta.

- ¿Has estado con papá? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Kurt está bien? – me
alarmé.

- Todo está bien. No podía dormir y decidí acercarme al hospital.


No supe por qué, pero aquello me sonó como una verdad a medias.
- ¿Qué hacéis despiertos tan temprano? - me preguntó antes de dejarme seguir
indagando.

- Preparamos un desayuno de cumpleaños. Es una….

- Tradición familiar. Lo que significa que no estás invitado a participar – me cortó


Michael.
- ¡Michael! No le hagas caso, claro que estás invitado – dije yo. - Necesitamos
toda la ayuda posible, tenemos muy poco tiempo. Además Barie querría que tú
participaras. Y el enano considera que tú eres su tío y, como ya te dije el otro día,
tu opinión no cuenta absolutamente nada al respecto, así que esta tradición
familiar te incluye.

Michael resopló a mi derecha, pero los ojos de Aarón brillaron un poquito y


estaba tan acostumbrado a verlos fríos y carentes de vida que casi fue como ver
despertar a un robot. Algo dentro de mí me dijo que deberíamos haberle invitado
a dormir con nosotros aquella noche, aunque entonces no hubiera habido nadie
que le hiciera compañía a papá.

- AIDAN’S POV-

La visita nocturna de Aarón me pilló totalmente desprevenido. Verle aparecer en


la puerta de la habitación con un “No podía dormir” como toda explicación me
trajo a la mente a cualquiera de mis hijos tras una pesadilla, mirándome desde el
umbral con su almohada o su peluche en la mano. Ya había perdido la cuenta de
todas las veces que Aarón me había recordado a un niño desamparado y
necesitado de afecto.

¿Por qué había venido a buscarme? Llegué a la conclusión de que se sentía solo.
Por alguna razón, me alegró que pensase en mí para aliviar su malestar, aunque
no creo que fuera una decisión consciente, sino que yo era su último -y único-
recurso. Sentí lástima, que no es un sentimiento que tuviera a menudo hacia
nadie, excepto hacia él. Me daba lástima su triste pasado. Me daba lástima que
no hubiera conocido el amor de sus padres, sino un mundo de dolor, vejaciones
y maltrato. Me daba lástima que su principal figura masculina le hubiera
distorsionado lo que debía ser la relación padre-hijo. Me daba lástima
comprender lo mucho que nuestros inicios en la vida se parecían, pero que aún
así él lo había tenido mucho peor que yo. Me daba lástima que la mujer a la que
amaba y su hijo hubieran fallecido. Me daba lástima que cargase con la culpa de
lo que le había pasado a su sobrino. Y me daba lástima que hubiese dañado la
relación con la única familia que le quedaba por no poder superar esas tragedias.

La culpa y el autodesprecio que sentía hacia sí mismo le hacían incapaz de ser


un adulto funcional. Sus tendencias suicidas así lo demostraban, así como su
inflexibilidad y su intolerancia para cualquier cosa que se saliera de la norma;
esa norma que le proporcionaba una falsa sensación de seguridad.

- Tienes que perdonarte – insistí, presintiendo que estaba logrando llegar hasta él
y que mis palabras le estaban calando aunque solo fuera un poco. – Hacer las
paces con lo que pasó y seguir adelante. Con una pizarra limpia. Con el amor
sano que tu hermana y tus sobrinos se merecen, pero que te mereces tú también.
Le vi apretar los puños y desviar la mirada. Estaba estresado.

- Quiero a mis sobrinos. No sé por qué te ha dado por insinuar lo contrario. Que
sea duro con ellos no quiere decir que no les ame, a ellos y a Holly – replicó, en
un susurro.

- Ya sé que les quieres. Pero a veces te olvidas de eso cuando les regañas. Tienes
que desprenderte de la culpa y del miedo y de la rabia para ser capaz de
corregirles desde el afecto. Para eso estás en casa, entre otras cosas. Para que
observes un ambiente sano y cariñoso. Mi relación con mis hijos está lejos de ser
perfecta, pero intento ponerles límites con amor. No bloqueo mis emociones ni
me endurezco cuando tengo que regañarles; al contrario, es el mejor momento
para recordarme y recordarles lo mucho que les quiero. Antesdeayer, con Kurt,
te extrañó que le mimara después de que se metiera en la cocina y cogiera el
cuchillo. Te perdiste la parte en la que le advertí que tendría un castigo si volvía
a hacerlo. Le regañé, pero fue un regaño cariñoso porque ni él tuvo mala
intención ni la advertencia iba a ser más efectiva por entregarla con frialdad. Mi
hijo necesitaba contención, asustado por la operación a la que iba a someterse –
recordé, acariciando la mano de Kurt mientras hablaba. La visita de Aaron había
sido una distracción necesaria, porque si mi pequeño no despertaba pronto iba a
perder la cabeza. – El hecho de que te pareciera mal que mimara a un niño de
seis años que estaba llorando debería indicarte hasta qué punto tienes
distorsionadas las dinámicas familiares.

Aaron siguió sin mirarme, con las manos apretadas y los hombros tensos.

- No pretendo soltarte un sermón. Sé que no has venido aquí de madrugada para


escuchar uno. Pero en estos días he podido darme cuenta del estado de absoluta
soledad en el que vives, incluso aunque estés rodeado de gente. Eres incapaz de
relacionarte plenamente y, aunque mis hijos han empezado a colarse entre las
grietas, no dejas que penetren del todo. Perdóname por la cursilada, pero tienes
el corazón roto, Aaron, y en lugar de estar en proceso de repararlo te has
limitado a ponerle cinta aislante.

- Tienes razón: no he venido a escuchar un sermón – replicó. Sonó a la defensiva,


como Michael cuando le decía algo que no quería escuchar y entonces buscaba
la forma más cortante de responder. Y así, una vez más, volví a verle como un
muchacho indefenso.

- Ya, pero yo no estoy para decirte siempre lo que quieres oír, sino lo que
necesitas. Es el trabajo de los hermanos mayores. Al menos eso creo, la verdad
es que no tengo mucha experiencia en el campo, todavía. Hasta el último mes
nunca había actuado realmente como uno.
Sus ojos se abrieron al máximo por el asombro. Le había llamado “hermano”, y había
sido totalmente un impulso. Quizá, si no acabara de conocer a Dean y a Sebastian la
palabra no me habría salido con tanta facilidad. Pero ya estaba, ya la había dicho, y
ahora los dos tendríamos que vivir con las consecuencias.
- Ya veo… - carraspeó, con la voz algo tomada, como si tuviera un nudo en la
garganta. – Ya veo de dónde lo han sacado tus hijos. Lo de ir adoptando gente
como familia, quiero decir.

- Hombre, yo soy el patrón de esa sana costumbre: empecé con Ted, y ya has
visto. Pero debo decir a mi favor que familia vamos a ser lo quieras o no, porque
pienso casarme con tu hermana. No voy a pedirte su mano ni nada de eso, pero
este me parece un buen momento como cualquier otro para preguntarte qué te
parece, ahora que estamos a solas.

Se tomó unos segundos antes de contestar.

- Pienso que es una locura. Tenéis demasiados hijos. También pienso que mi
hermano haya sufrido demasiado y que si esto no sale bien no sé cómo podría
afectarla ni si podría superarlo. Y pienso que os vais a casar de todas maneras y
que tal vez no sea tan mala idea.

Fue mi turno de sorprenderme. ¿Así que contaba con su aprobación? Me levanté


de la silla y le di un abrazo, y enseguida noté cómo se envaraba.

- Vale… bueno… Ya, está bien – balbuceó, visiblemente incómodo. Le hice sufrir
por dos segundos más y luego le solté. Enseguida dio un paso hacia atrás, por si
acaso cambiaba de opinión. – Deberías… deberías intentar dormir algo. Ese sofá
de ahí parece cómodo.

- No podría conciliar el sueño. No hasta que Kurt despierte. Pero tú sí deberías


tumbarte. ¿Vas a ir mañana a trabajar? ¿Puedes seguir faltando?

- No debería. Tres son ya muchos días y además se me va a acumular el trabajo.

- Pues entonces con más razón deberías tratar de dormir. Falta poco para que
amanezca, de todas formas – le insistí.

- … No tienes que cuidar de mí, ocúpate de tu hijo.

- Entonces no te pongas difícil y ve a tumbarte – repliqué, pero al ver que no se


movía, suspiré. - Puedo ocuparme de los dos. Le prometí a Holly que te cuidaría,
no me hagas faltar a mí palabra.
- Pero qué mandón – resopló, pero le vi caminar hacia el sofá, así que me di por
satisfecho.

No sé durmió, pero al menos estuvo tumbado y en silencio, intentando


descansar. Yo me quedé agarrando la mano de Kurt, velando si sueño. No
entendía por qué no despertaba, pero al parecer mientras lo hiciera en las
próximas horas no debía preocuparme. Bien intento: casi había visto morir a mí
bebé sin poder hacer nada. Preocupado se quedaba corto.

Por la mañana, cuando los enfermeros empezaban a entrar a las habitaciones


para hacer una ronda, Aaron me dijo que se tenía que ir. Pasaría por casa a
arreglarse e iría a trabajar.

- Llama a Holly – le pedí.

- ¿Por qué?

- Porque uno debería llamar a su madre todos los días y hablar con ella te hará
bien.

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