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Esta es la tercera serie del Mundo Centinela. Para comprender la historia
general y algunos de los personajes que se presentan en este libro, es
necesario haber leído primero las series La centinela perdida y Alas
sombrías. Si no ha leído las dos primeras series del Mundo Centinela, le
recomiendo encarecidamente que lo haga antes de empezar La Caza.
Este libro contiene referencias y descripciones de abuso infantil, agresión
física, secuestro, violencia gráfica y otros elementos que los lectores pueden
considerar desencadenantes. Aunque no se describen en detalle ni en las
páginas, también hay inferencias de agresión sexual y embarazo forzado.
Luchar, ganar, avanzar en la agenda de mi alfa y mantener a mi familia a
salvo. Simple. Hasta que se llevan a mi hermana pequeña y todo a mi
alrededor se derrumba.
Traicionada por la manada a la que juré lealtad, corté los lazos y empiezo
a buscar a Harlow por mi cuenta.
No sabía que mi búsqueda me pondría en curso en colisión con todo lo
que he estado huyendo.
Me he estado escondiendo durante años, protegiendo mis secretos y a mi
familia a toda costa mientras acecho en las sombras donde es seguro. Ahora
estoy atrapada con un grupo de Caballeros cambia formas con armadura
brillante que creen que pueden ayudarme.
Empiezo a pensar que tal vez puedan hasta que mi pasado finalmente me
alcanza y me encuentro con una Centinela. Ella no es a la primera que envían
para eliminarme, y no será la última. Necesito matar a la Centinela antes de
que pueda decirles a lo demás donde estoy luego deshacerme de los
caballeros, sin importar cuanto quiera mi Loba retenerlos, para poder
encontrar a mi hermana y desaparecer nuevamente.
Lo bueno es que lo que hago bien es pelear.
No sé cómo rendirme o dar marcha a atrás, y cuando se trata de Harlow.
Hare lo que sea necesario. A la mierda las consecuencias y a cualquiera que
se interponga en mi camino.
Un par de fuertes brazos me rodean el pecho y la cintura por detrás. Con
un suave tirón, me empujan hacia atrás contra un cuerpo grande y musculoso.
El calor me envuelve. Estoy flotando en un mar de satisfacción, pero hay algo
amargo y frío que presiona los bordes de esta serenidad.
Una palma callosa me sube por las costillas, dejando tras de sí un profundo
y sensual zumbido de aprobación a su paso. Sus dedos rozan burlonamente
el borde exterior de mi pecho. La necesidad parpadea en mi vientre.
Somnolienta, inclino la cabeza hacia atrás, permitiendo el acceso a mi cuello
mientras una mano grande me rodea la garganta. Me aprieta con suavidad,
posesivamente, y unos labios carnosos rozan el lóbulo de mi oreja en una
insinuación íntima. Un escalofrío me recorre la espalda, pero es más una
advertencia cautelosa que una anticipación placentera.
—Ahí estás —susurra una voz ronca.
El leve roce de su aliento es cálido contra mi mejilla a pesar de la gélida
alarma que de pronto me salpica el pecho como un inoportuno chorro de
aguanieve. En un suspiro, su agarre en mi garganta se convierte en una
amenaza y su susurro se transforma en un gruñido de odio.
Es la última voz del mundo que quiero oír.
Empiezo a forcejear contra su agarre, desesperada por escapar, pero él se
ríe. Siempre pensó que esto era solo un juego.
—Te encontré —arrulla amenazador antes de pellizcarme el lóbulo de la
oreja—. Y ahora nunca volverás a escaparte de mí.
Con un grito ahogado, me siento en la cama, con el corazón
martilleándome en el pecho tan fuerte que parece que intenta liberarse de la
prisión de mis costillas. Tengo la piel pegajosa por el miedo y respiro
frenéticamente, demasiado rápido y superficialmente. Trato de ralentizarlo
mientras miro a mi alrededor, anclándome en el aquí y ahora.
Me miro las manos y recorro los dedos con la mirada, pero mis runas
siguen ocultas y no percibo ni una pizca de magia en ningún lugar donde no
debería estar.
Fue sólo un sueño... sólo un sueño.
Al otro lado de la puerta de mi habitación suenan unos golpes y doy un
respingo sobresaltada. El pomo se sacude, pero no gira, la cerradura hace su
trabajo.
—Savy, olvidaste poner el despertador —llama Harlow desde el otro lado,
con tono impaciente—. Los alfas vuelven a reunirse en una hora. Levanta el
culo y métete en la ducha a menos que quieras ofenderlos con tu hedor post-
entrenamiento. —Vuelve a llamar.
—Estoy despierta —grito, con la voz aturdida a pesar de la adrenalina que
me recorre.
—Sólo ha sido un sueño. —Me recuerdo de nuevo, apartando las sábanas
que me llegan a la cintura y saliendo de la cama.
—¿Realmente estás despierta, o sólo lo dices para que te deje en paz?
—Las dos cosas —respondo, frotándome el malestar y el cansancio de la
cara mientras me estiro y me dirijo al baño.
Harlow suelta una risita mientras se aleja de la puerta y yo agarro el
teléfono de la mesilla para mirarlo. Efectivamente, he puesto la alarma para
la mañana en vez de para la tarde.
Menos mal que mi hermana estaba en casa. Ilaria se habría cabreado si
me hubiera perdido la última reunión, sobre todo si esta noche va como ella
predice que irá con los otros alfas y el desafío.
Entro en el cuarto de baño y me doy una ducha fría. Maldigo cuando el
gélido aguacero me pincha dolorosamente la piel, pero necesito que el shock
me ayude a despertarme. Me lavo el cabello y me froto con fuerza el cuerpo
con la esperanza de que se vaya la inquietud que me ha dejado la pesadilla.
Hacía tiempo que no tenía una y me sentía tan agitada. Pero también hacía
tiempo que no me sentía tan agotada.
He estado quemando la vela por los dos extremos durante demasiado
tiempo. Me iba a pasar factura en algún momento. Menos mal que la Cumbre
Alfa de Norteamérica está a punto de terminar. Una noche más y podré
desmayarme durante una semana y la vida volverá a la normalidad... bueno,
todo lo normal que puede ser para alguien como yo. Me enjuago, respiro
hondo varias veces y suelto el aire lentamente mientras me centro y dejo que
los últimos vestigios de ansiedad se vayan por el desagüe con el agua
jabonosa.
Hubo un tiempo en que un sueño así me habría hecho salir corriendo. Lo
habría tomado como una señal, un presagio para alejarme lo más posible de
donde estaba. Quemé muchos puentes cuando Harlow y yo empezamos a
correr. Escuché cada preocupación o punzada de alarma, confiando
demasiado en ellas.
Ahora lo sé mejor. Es estrés, no precognición. Resulta que es una de las
pocas habilidades que no tengo. El jurado no se decide si eso es una bendición
o una maldición.
Cierro la ducha y me escurro el exceso de agua del pelo, más que
preparada para que acabe el día. Después de las fiestas de esta noche, las otras
manadas volverán a sus territorios y las cosas aquí podrán calmarse. No más
alfas rivales y sus séquitos. No más hacer de niñera de manadas de lobos
desconocidos e impredecibles.
Puedo volver a escabullirme entre las sombras mientras sigo órdenes y
hago todo lo posible por mantenernos ocultas a Harlow y a mí. Al salir de la
ducha, uso una magia que no debería tener y lanzo aire a mi alrededor para
secarme el cabello y el cuerpo. Luego cepillo mi espesa melena caoba oscura
hasta que queda brillante y parece que me la acabaran de secar
profesionalmente. Como me apetece protegerme un poco más con la cortina
de capas largas, me lo dejo suelto en lugar de echármelo hacia atrás como
hago normalmente.
Con un suspiro, me agarro a la encimera del tocador y me inclino hacia el
espejo, estudiando los inquietantes ojos cetrinos que me devuelven la mirada
en el reflejo. Me sorprende no tener ojeras ni bolsas por haber dormido tan
poco durante tantas noches. Mi rostro está sorprendentemente libre de arrugas
de preocupación, aunque eso es lo único que hago ya. Preocuparme, vigilar
y esperar mientras hago todo lo que puedo para eliminar cualquier potencial
amenaza.
Me asalta un bostezo y sacudo la cabeza. No sé qué esperaba de una siesta
rápida; fuera lo que fuese, no ha funcionado. Sigo sintiendo una pereza de
cojones. Por suerte para mí, nunca lo sabrías por el saludable brillo de mi
cutis. Juro que pareceré recién salida de la playa y radiante incluso en mi
lecho de muerte.
Pero no me quejo. La bonita máscara me sirve bien la mayor parte del
tiempo, e Ilaria necesita que yo cumpla esta noche, como siempre. Está harta
de dejarme jugar en la sombra; quiere dar a los otros alfas algo por lo que
recordarla. Me molestaría, pero estoy segura de que esto me favorecerá más
a mí que a ella, y las opciones nunca son malas.
Suena mi teléfono, pero ignoro el familiar número mientras me pongo
unos vaqueros negros desgastados y una camiseta térmica ajustada de manga
larga del mismo color. Mi teléfono deja de chirriar cuando empiezo a atarme
mis zapatos de mierda, los que tienen un tacón grueso y una plataforma de
bebé que me proporciona unos centímetros extra. Joder, necesito la altura
extra para enfrentarme a los monstruosos ejecutores que vigilan a sus alfas
en esta cumbre.
Con mi metro sesenta y cinco de estatura, parezco realmente débil en
comparación con las bestias que me rodean constantemente. Pero me gusta
dejar que la desventaja percibida juegue a mi favor. Pequeña no significa
débil.
Deslizo el dedo en mi teléfono para descartar la notificación de llamada
perdida, me lo meto en el bolsillo trasero y corro a la cocina con la
desesperada necesidad de tomar un café antes de que llegue la hora de irme.
—Qué guapa —le digo a Harlow al pasar por donde está sentada en un
taburete junto a la isla, comiendo los últimos restos de la comida china del
otro día.
Se ha enfundado en un ceñido vestido gris tormenta de manga larga y tan
corto que le llega hasta el trasero. Lleva un maquillaje impecable y el cabello
castaño rojizo pulido suelto a la perfección. Nuestra madre nos bendijo a las
dos con ese color, mientras que nuestros padres, diferentes entre sí,
reclamaron nuestros ojos: los suyos son de un celeste claro, mientras que los
míos son de un cetrino cálido, pero a las dos se nos vuelven de un dorado
brillante cuando cambiamos.
Parpadeo y, de repente, es la niña delgada y larguirucha que encontré
escondida en un armario. Temblaba y estaba traumatizada, pero seguía siendo
tan pura y confiada. Otro parpadeo y la joven hermosa y segura de sí misma
en la que se ha convertido está de vuelta, e intenta inhalar un cartón entero
de fideos de un bocado.
—¡Me adelante! —bromea antes de meterse un tenedor bien lleno en la
boca—. Te he preparado unos chupitos de expreso —murmura entre dientes,
inclinando la cabeza en dirección a la lujosa cafetera que nos compramos
hace un par de meses. A la que ambas llamamos cariñosamente "novio".
—Eres una diosa entre los hombres —le ronroneo a mi hermana mientras
saco mi taza de viaje favorita de un armario y cojo mi combinado de cremas
de la nevera—. ¿Adónde vas esta noche? —pregunto, señalando con la
barbilla su atuendo.
—Delaney quiere ir a Ruination. Con toda la carne fresca que hay en la
ciudad para la cumbre, ella está a la caza. —Se ríe.
—No bebas hasta vomitar —instruyo, llenando mi taza—. Y pon un
calcetín en la puerta principal si embolsas a alguien en el club y necesito
dormir en otro sitio esta noche.
—Lo mismo te digo a ti —replica Harlow moviendo las cejas, pero yo
niego con la cabeza.
—Alpha Ramsey me hará pelear esta noche, o al menos ella cree que
llegará a eso. —Doy un sorbo a mi café, hago una mueca de dolor y añado
más crema de vainilla—. Nada acaba más rápido con mis posibilidades de
ligar que un grupo de idiotas inseguros viéndome darles una paliza a unos
tipos mejores y más grandes. —Levanto una ceja y Harlow suelta una
carcajada burlona.
—Entonces no se lo merecen.
—Por supuesto que no —le doy la razón.
Unos golpes rítmicos en la puerta interrumpen nuestras risas. Las dos nos
giramos cuando se abre y entra un metro ochenta y cinco de malota y
encantadora masculinidad.
—Hola, Tree. —Saluda Harlow mientras Tree cierra la puerta tras él.
—Hey, enana —contesta, entrando en la cocina, quitándome mi café
perfectamente hecho y dándole un buen trago.
Cabrón.
Su pelo rubio sucio está húmedo, lo bastante oscurecido para hacer juego
con su barba bien recortada, hasta que se seque y salgan a saludar todos sus
mechones dorados. Se lo ha peinado perezosamente hacia atrás, resaltando la
nítida decoloración de los lados, pero me doy cuenta de que se ha pasado los
dedos por la parte más larga de arriba. Tiene un mechón que cuelga en una
onda perfecta sobre la frente. Sus ojos azul pizarra me absorben.
—¡Pareces una mierda! —exclama antes de arrugar la nariz y mirar mi
bebida—. Demasiado dulce —refunfuña, devolviéndome la bebida antes de
abrir la nevera y rebuscar en el contenido.
—Gracias, gilipollas —gruño, mirando desde donde está agachado,
moviendo cosas por las estanterías, hacia mi café mancillado.
Hago una mueca.
Quién sabe dónde ha estado su boca. Estaba persiguiendo a alguna colita
esponjosa de la manada Porter esta mañana antes de que tuviéramos un
descanso, y no parece que pasara nuestra breve pausa durmiendo como yo.
—No parezco una mierda. Solo te ves reflejado —me defiendo, tirándole
de la oreja. Miro a Harlow para que me apoye, pero de repente está muy
concentrada en el cartón de fideos que tiene en la mano.
Grosero.
Recurriendo a mis runas, me paso una mano por el rostro, conjurando un
maquillaje que haría que una drag queen me dijera: ¡Chica, eso es demasiado!
—¿Mejor? —pregunto, y me parto de risa cuando Tree me mira y casi
escupe el zumo de manzana que acaba de beberse directamente del cartón.
Animal.
Si no lo quisiera tanto, lo desterraría de nuestra cocina.
—Por favor, mantenla así. Quiero ver la cara de Alpha cuando entres
pareciendo una marioneta de un programa de terror —me suplica, y yo me
río mientras me paso la mano por la cara, dándome una ilusión de maquillaje
mucho más tenue.
—¡No es justo! Quiero poder hacer eso —se queja Harlow—. Me he
pasado una hora haciéndome esto —gruñe, señalando su rostro perfectamente
contorneado, sonrosado y con pestañas.
Le guiño un ojo con suficiencia y le lanzo un beso al aire. Ella resopla
antes de enseñarme el dedo corazón.
—¿Lista? —me pregunta Tree, y yo asiento con la cabeza mientras envío
un mensaje rápido y cojo mi zumo de la encimera.
—Te asigno a Pax esta noche —le digo a Harlow.
El hecho de que ni siquiera ponga los ojos en blanco demuestra lo
acostumbrada que está a mi actitud sobreprotectora. Nos hemos enfrentado
varias veces por el tema de la guardia. Trato de ceder cuando puedo, pero con
todos los metamorfos nuevos y desconocidos deambulando por nuestro
territorio durante esta cumbre, es imposible que no la vigile cada vez que sale
de casa.
—Llegará en diez minutos, así que no te vayas antes o enviaré a Matt para
que te vigile en su lugar —le advierto.
Esto le provoca un gemido, y me obligo a no reírme a su costa. De los
agentes que suelo asignarle, Paxton es el más discreto y relajado. La dejará
hacer lo suyo sin intervenir a menos que esté realmente en apuros.
Matt es exactamente lo contrario. Tiene muchas opiniones sobre el lugar
de una hembra en la manada, y siempre se apresura a dejar que su misoginia
y su naturaleza controladora arruinen un buen momento. Si supusiera una
mínima amenaza, acabaría con él para librarme de su molestia, pero el alfa
de la manada Bryant es su tío, así que todos tenemos que jugar limpio y
esperar que encuentre una pareja que aguante su mierda en una manada muy,
muy lejana.
—De acuerdo, me portaré bien —concede ella.
Le lanzo una mirada cómplice.
—Mantente alerta —le ordeno con el peor acento escocés del mundo.
—Sí, capitana —responde con un apropiado acento pirata mientras me
saluda perezosamente.
—¡Calcetín en el pomo! —grito por encima del hombro—. No necesito
el trauma de encontrarte chocando con un culo peludo.
—Bien. Primero lo depilaré —responde.
Me río y Tree me empuja hacia la puerta antes de que Harlow y yo
podamos empezar lo que a él le gusta llamar ponerse raras, que normalmente
consiste en soltarnos citas de películas y acentos malos en un esfuerzo por
decir la última palabra antes de tener que irnos corriendo a algún sitio.
—Las dos estáis locas —anuncia él con una risita mientras nos dirigimos
a su camioneta.
Una ráfaga de viento nos envuelve juguetonamente antes de alejarse y
robarme parte de mi calor. Cada vez hace más frío y estoy deseando que
llegue la primera nevada de la temporada.
—Todas las mejores lo están, amigo mío —le respondo y me subo a su
elevada bestia de vehículo—. Joder, Tree, ¿puedes dejar ya de sobre
compensar tu micro-pene y conducir algo en lo que sea fácil entrar y salir?
—No puedo evitar que seas diminuta, Savoy. Cualquier cosa más grande
que un coche de Hot Wheels1 y lo vas a tener complicado —incita.
Lo fulmino con la mirada mientras intento llegar como puedo hasta el
asiento del copiloto.
—Ese es tu problema —me dice mientras se sienta en el asiento del
conductor y arranca la camioneta.
—Ya te enseñaré a ti tu problema —refunfuño mientras me abrocho el
cinturón—. ¿Rafe llega tarde? ¿Le recogemos de camino?
—No. Trinity lo tiene ayudándola con la comida.
Me río y niego con la cabeza.
—Ella nunca va a dejar de encontrar formas de pasar tiempo con él,
aunque él le haya dejado más que claro que no le interesa.
—Desde luego —asiente Tree, y entonces ambos nos partimos de risa—.
No hay muchos lugares donde esconderse cuando ella es el enlace de la
manada. Él podría alejarla a golpes con un palo, y ella volvería a aparecer en
el siguiente evento, necesitando ayuda con algo y metiéndole en el ajo.
—Una verdadera lucha —bromeo, repitiendo una de las frases favoritas
de Tree cuando se queja.
—La más auténtica —asiente, sin darse cuenta o ignorando el hecho de
que me estoy burlando totalmente de él.
Enseguida llegamos a la casa de reuniones que Alpha Ilaria Ramsey ha
construido para esta reunión especial de las manadas. Es un edificio de diez
plantas con aires de piedra rojiza, como si no pudiera decidir si iba a ser un
edificio de oficinas o una casa, así que parece ambas cosas. Me preguntaba
qué haríamos con todos los edificios y alojamientos recién construidos una
vez terminada la cumbre. Sin embargo, con todos los intercambios y alianzas
que se han negociado y puesto en marcha, está claro que la manada de
Ramsey va a crecer en estas nuevas instalaciones más rápido de lo que me
imaginaba en un principio.
No estoy segura de qué pensar al respecto. Desde que la conocí supe que
Ilaria Ramsey era ambiciosa. Quería más para su manada y para sí misma, y
estaba decidida a conseguirlo. Solía admirar eso, pero últimamente me
inclino más hacia ser cautelosa al respecto.
Aparcamos en la parte de atrás y suspiro interiormente mientras asimilo
el ajetreo del edificio mientras me tomo mi café. No sé hasta qué punto es
eficaz el estimulante para los cambia formas. Probablemente quemamos la
cafeína más rápido de lo que pueda hacer efecto, pero... no me importa.
Incluso si todo está en mi cabeza, fingir que ayuda es mejor que nada.
—Sólo tenemos que aguantar hasta esta noche —canturrea Tree mientras
ambos permanecemos sentados un rato, ninguno con prisa por salir de la
camioneta y entrar en la refriega—. Una noche más y los alfas se irán, todos
estos lobos extra desaparecerán, y las cosas podrán volver a la normalidad.
—Yo digo que cambiemos de manada si Ilaria vuelve a ofrecerse para
organizar una cumbre. —Suelto, y él suelta una carcajada incrédula.
—Como si fuera a dejarte ir sin luchar —argumenta—. Pensándolo mejor,
amenázala con eso. Tal vez le impida ofrecerse como anfitriona en el futuro.
Sabes que ella elegiría a su Sombra en lugar de todo este circo. Le gusta
presumir, pero le gusta aún más estar en la cima.
Con un resoplido incrédulo, salgo de vehículo. Prácticamente necesito un
paracaídas para caer con seguridad desde el asiento de esta monstruosidad
elevada hasta el suelo.
—Eh, holgazanes —grita Rafe desde detrás de nosotros, y echo un vistazo
para verle haciendo malabares con dos grandes tablas de madera cubiertas de
carnes y quesos que parecen más arte que algo que los alfas puedan picar.
Ambas están bien envueltas con celofán, lo cual es bueno porque, con la
forma tan precaria en que Rafe las está equilibrando, el contenido estaría por
todo el pavimento.
Sus gruesos rizos negros están hoy sueltos y le cuelgan maravillosamente
por encima de los hombros. Harlow y yo solíamos tener envidia de su cabello
cuando lo conocimos, pero ahora que sabemos lo que hay que hacer para
cuidar esos rizos, puede quedárselos. Lleva unos vaqueros negros y una
camiseta blanca que resalta especialmente con su tez de sándalo. Sus ojos
castaños se desvían hacia Trinity y me lanza una mirada que grita ayuda.
Suelto una risita silenciosa mientras observo al enlace de la manada y la
forma en que forcejea con las fuentes que tiene en las manos. No ayuda el
hecho de que no deje de mirar a Rafe con ojitos de cachorrito y, cada vez que
lo hace, pierde el equilibrio.
—Te llamé antes —anuncia Rafe mientras se acerca.
—Sí, lo ignoré —respondo sin disculparme—. Me imaginé que intentabas
meterme en alguna mierda como ésta. —Hago un gesto hacia las tablas de
embutidos mal equilibradas que tiene en las manos.
Su mirada me confirma que tenía razón. Tree y yo nos apiadamos de ellos
y ambos reclamamos una bandeja antes de dirigirnos a las instalaciones. El
trayecto en ascensor hasta la gran sala de conferencias es silencioso e
incómodo. Rafe intenta alejarse de Trinity tanto como le permite el reducido
espacio, pero ella no lo consiente y se las arregla para acercarse cada vez más
a él a medida que subimos a la planta requerida. Hago todo lo que puedo para
no echarme a reír cuando las puertas por fin se abren y respira aliviado cuando
Trinity se ve obligada a salir antes que nosotros.
La seguimos a la enorme sala de reuniones y me sorprende ver que la
mayoría de los alfas ya están presentes. Parece que no somos los únicos listos
para terminar con esto de una vez. Deslizo mi bandeja sobre la larga mesa
ovalada y dejo que Trinity se ocupe de la comida mientras me dirijo al
perímetro de ejecutores que montan guardia contra los muros circundantes.
—Cariño —me grita un hombre, agarrándome del brazo para
detenerme—. Tráeme un café, ¿quieres? Un chorrito de leche y medio de
azúcar —ordena.
Miro hacia abajo, donde su mano está en mi bíceps, y luego poso una
mirada poco divertida en el macho que se ha pasado la cumbre esperando
conseguir la aprobación para empezar una nueva manada. Aún no ha
conseguido el respaldo de la mayoría alfa, pero está cerca. Me pregunto por
un momento lo enfadada que se pondría Ilaria si las posibles relaciones de la
manada se vieran comprometidas porque yo le rompiera la cara.
—Te recomiendo encarecidamente que quites la mano —le digo
rotundamente—. Te prometo que no quieres que lo haga por ti. Mis
soluciones tienden a ser más... permanentes.
—Se lo traeré, señor; ¿ha dicho leche y azúcar? —interviene sabiamente
Trinity, y fulmino con la mirada al macho cuando aparta la mano y se centra
en el enlace de la manada.
Me limpio el lugar que acaba de tocar el capullo presumido como si ahora
estuviera cubierto de piojos y me uno al resto de mi equipo contra la pared,
justo detrás de Alpha Ramsey. Lleva su traje favorito de color crema, los
labios impecablemente pintados de rojo rubí y el cabello rubio recogido en
una coleta que no acepta tonterías. Está cerca de los trescientos, pero no
aparenta más de treinta y cinco. Siento sus ojos clavados en mí, pero no cedo
a la exigencia silenciosa de mirarla. No me interesa la censura que estoy
segura de que flota en su mirada.
Es una línea fina y precaria sobre la que bailamos las dos. Yo, ejerciendo
dominio sobre mi alfa, cuando normalmente ese tipo de comportamiento no
se tolera. Y ella, fingiendo que no es un problema, siempre y cuando haga lo
que ella quiere. Le gusta fingir que puede mantenerme en mi lugar, y yo lucho
contra el impulso de demostrarle que no tengo ninguno.
La mayoría de los días soy buena cumpliendo las órdenes de Ilaria. Estoy
contenta de ayudar a mantener a su manada en lo alto de la cadena
alimenticia. A cambio, no hace demasiadas preguntas sobre mí ni sobre nada
de lo que hago y nos ofrece ciegamente a Harlow y a mí protección total para
que podamos escondernos a plena vista. Es un trueque que ha funcionado
bien durante siete años y medio, pero puedo sentir que las cosas van de mal
en peor.
Nos estamos desgastando, e Ilaria se está volviendo demasiado codiciosa,
a pesar del poder que ya ha acumulado.
Sé muy bien lo mala que es esa combinación.
El alfa Silas es el último en llegar, con su contingente de ejecutores y betas
a cuestas. No es la primera vez que me doy cuenta de que su segundo, Mateo
Torrez, aún no está con él. Al principio no le di mucha importancia, pero se
rumorea que ha abandonado la manada de Silas.
Según las malas lenguas, Torrez y Silas mantenían una profunda amistad,
por eso las ausencias del beta está causando tanto revuelo. Los conocí hace
poco en un acuerdo comercial, y con conocí me refiero a que los observé a
ellos y a los demás asistentes mientras me mantenía al margen, pero esta
sacudida en la jerarquía de la manada Silas tiene a muchos boquiabiertos con
las especulaciones.
Alfa Silas toma asiento y yo lo estudio como si la respuesta al misterio de
Torrez estuviera oculta en la forma en que apoya las manos en los
reposabrazos y coloca un tobillo sobre la rodilla contraria. Irradia una fuerza
serena pero innegable, su piel oscura, sus ojos negros y su sonrisa Colgate no
delatan nada. Se pasa una mano por su negra barba corta y se acomoda en su
silla, con sus competentes e intimidantes matones y betas formando un muro
de apoyo detrás de él.
Ilaria se aclara la garganta y llama al orden a la última reunión. Dejo de
mirar a los alfas que no son los míos y fijo la vista en un punto en blanco de
la pared. No tardó mucho en desconectar. Estoy demasiado cansada y
desinteresada para escuchar al Contingente Alfa de Norteamérica mientras
reestructuran territorios, negocian los últimos acuerdos comerciales, hacen
trueques por hembras o más músculos para sus manadas y hacen lo que mejor
saben hacer: discutir por el simple hecho de discutir.
Toda esta dominación en un espacio reducido me produce picores. Puedo
decir por el nerviosismo de los demás ejecutores y betas de la sala, sé que
sienten lo mismo. Agradezco que las cumbres sólo se celebren cada cinco
años. En la última, a la que asistió Ilaria, no se me exigió que asistiera, porque
prefería pasar desapercibida, pero este año, como la manada es la anfitriona,
no tenía escapatoria.
—¡No es suficiente! —exige el Alpha Weston, sus rasgos de halcón se
ven aún más afilados mientras su puño cae sobre la mesa en una muestra de
frustración.
—Y, sin embargo, es lo único que conseguirás —responde el Alfa Paté,
reclinándose en su silla, con un tono tan aburrido como yo me siento ahora
mismo.
—Ella tiene tierra de sobra; ¿por qué debería recibir el nuevo terreno con
el lago? —argumenta Weston.
Su territorio limita con el de nuestra manada, e Ilaria y él llevan un año
discutiendo por la invasión del otro.
—Puede que yo me quede con un lago, pero tú te quedas con los dos ríos;
no seas avaricioso, Weston —argumenta Ilaria con ecuanimidad—. Sólo
aléjate con la victoria... mientras puedas.
Los ojos de Weston se encienden con furiosa ofensa. Su boca se frunce
como si estuviera masticando su no tan sutil amenaza y no le gustara su sabor
agridulce. Ya veo que las cosas van a ir exactamente como Ilaria esperaba.
A la menor provocación por parte de ella, él está listo para jugar. Weston
es demasiado impulsivo para ver la trampa cuidadosamente tendida en la que
está a punto de caer. Después de esta noche, le doy seis meses antes de que
Ilaria Ramsey se apodere completamente de todo lo que él tiene, vida y
manada incluidas.
—Te desafiaré por eso —advierte Weston, y es todo lo que puedo hacer
para no poner los ojos en blanco mientras los otros alfas de la sala se ponen
tensos.
Ilaria junta las manos sobre la mesa y se echa hacia atrás en su asiento,
estudiando al otro alfa como si lo estuviera considerando detenidamente en
lugar de alegrarse internamente de que Weston juegue exactamente como ella
esperaba.
—Soy la anfitriona de la cumbre, Weston. Aunque normalmente estaría
más que encantada de aceptar cualquier invitación para arrancarte la
garganta, si quieres un desafío como es debido, tendrá que esperar unos días
hasta que todo esto termine. —Señala, haciendo un gesto alrededor de la sala.
Él se ríe, y si no lo hubiera observado con tanta atención, no habría notado
el trasfondo de inquietud que esconde su risa.
—No te estoy retando por tu manada, Ilaria. No creo que esta
insignificante disputa de tierras justifique la muerte de ninguno de los dos.
De hecho, juguemos por poderes —sugiere mientras adopta una actitud más
relajada y se acomoda perezosamente en su silla de cuero. Quiere parecer
imperturbable y razonable, pero estoy bastante segura de que todo el mundo
percibe el olor a goma quemada del rápido retroceso que acaba de ejecutar.
Oh, sí. Alfa Ramsey se revolcará en el olor de su debilidad y lo tomará
todo. Me hace preguntarme cómo se adjudicó una posición tan poderosa en
su manada en primer lugar. Ilaria se ha quejado de chantaje o influencia de
los Caster de algún tipo, pero ella no puede probar nada, lo que significa que
la acusación no tiene fundamentos.
Con todo lo que está pasando en la comunidad sobrenatural estos días,
nadie va a ir husmeando en los asuntos de los demás basándose en las
acusaciones infundadas de un alfa hambriento de poder. Los metamorfos han
tenido la cumbre en sus platos, y algo tiene a los Casters y a los Lamia
zumbando como abejas inquietas últimamente. Aparte de eso, siempre hay
muchos otros dramas sobrenaturales que mantienen a todo el mundo más que
ocupado.
—Bien, ¿cuáles son las condiciones? —concede Ilaria, como si un desafío
por poderes realmente la molestara.
Weston responde con una sonrisa altiva.
—Si mi hombre gana, nos quedamos con toda la nueva adquisición, cada
acre, lago y pico. Si ganas tú, lo mismo. E incluso te dejaré elegir tu
representante después de echarle un buen vistazo al mío.
Ella rechaza su oferta como si su hedor fuera un insulto a sus delicados
sentidos.
—Puedes elegir a mi hombre, Weston. A diferencia de ti, estoy bastante
segura de que cualquiera de los miembros de mi manada limpiaría el suelo
con el tuyo en un día cualquiera.
Una onda de conmoción recorre la sala ante su declaración, y todos los
ojos se vuelven hacia ella. Sus miradas son expectantes, calculadoras,
esperando a que se retracte de lo que ha soltado tan descuidadamente de sus
labios pintados de rojo.
Acaba de darle a un oponente una invitación abierta para apilar un desafío
a su favor. Ha abierto la puerta para que el Alfa Weston elija al lobo más
débil que pueda encontrar en su manada.
Es un farol, pero uno bien jugado.
Weston puede elegir una opción débil y garantizarse la victoria, pero a la
larga, los otros alfas no respetarán una jugada así. Sin embargo, si a Weston
no le importa eso, Ilaria acaba de darle una victoria fácil y mucho territorio.
Ella está apostando por el deseo de Weston de establecerse un nombre por sí
mismo. Es un líder novato que quiere ser un jugador con una pieza ganadora
en el tablero. Ilaria acaba de darle una. O más bien, la ilusión de una. Un lobo
inteligente se daría cuenta.
Weston no es un lobo inteligente.
La alfa Ilaria Ramsey sonríe al inexperto metamorfo que está claramente
fuera de su liga, y su sonrisa tiene un destello de colmillo. Weston cree que
está jugando con los grandes en la parte más profunda de la piscina, pero el
chico todavía lleva manguitos para niños en la infantil.
—¡De acuerdo! —estalla él, prácticamente tropezando sobre sí mismo
para aceptar la oferta antes de que alguien se la arrebate—. Tengo a un nuevo
transferido de manada de la península de Tymyr, y se muere por demostrar
su valía —presume.
Un murmullo de sorpresa se expande por la sala como ondas en un
estanque, la declaración de Weston es la roca que perturba las tranquilas
aguas. La península de Tymyr es conocida por sus matones. Las manadas de
allí los crían grandes y fuertes, con una buena dosis de despiadados y una
pizca de psicópatas. Las manos de Tree se cierran en puños y yo inspiro
profundamente y suelto el aire despacio.
Esto va a ser interesante.
—¿Y su oponente? ¿A quién de la manada de la Alfa Ramsey eliges como
representante? —pregunta el Alfa Pate, con una fisura excitada zigzagueando
a través de su habitualmente desinteresado semblante.
La sonrisa de Weston se ensancha aún más y sus ojos revolotean detrás
de Ilaria, buscando entre los betas y los ejecutores hasta que su mirada se
posa en Tree. El alfa estudia por un momento su corpulencia gigantesca y
luego vuelve a mirar a Ilaria con un sorprendente filo de acero en sus ojos.
—Creo que es hora de que todos conozcamos a la misteriosa Sombra de
la que tanto hemos oído hablar. Veamos de primera mano de qué es capaz
realmente tu escurridizo Castigador.
Miro al arrogante alfa y evito negar con la cabeza.
Oh, Weston. Deberías tener cuidado con lo que deseas.
Le echo un vistazo a mi teléfono y veo un mensaje de texto de Harlow a
la hora programada de chequeo con la contraseña del día. Siento la tentación
de enviarle un mensaje a Pax para ver cómo van las cosas por su parte, pero
dejo que la pantalla parpadee en negro y lo guardo en mi taquilla. Es hora de
quitarme el sombrero de madre gallina y ponerme el que me permite hacer lo
que mejor sé hacer... joder la mierda.
—Creía que la Alfa Ramsey había dicho que iba a mantener este desafío
privado y tranquilo. No me gusta la fanfarria en torno a esto —refunfuña Rafe
mientras se pasea por la habitación.
—¿De verdad la creíste? —le cuestiona Tree, con la mirada en su rostro
diciendo bueno, eso fue estúpido.
Suelto un bufido divertido. Mi reflejo en el espejo magnético que hay en
el interior de la puerta de mi taquilla me sonríe y empiezo a trenzarme el
cabello para apartarlo de la cara.
—Para la Alpha Ramsey, esto es discreto y tranquilo. Es algo intermedio.
Si fuera a lo grande, sería televisado para todos los supes2 que existen.
—¿Estás de acuerdo con esto? —me pregunta Rafe.
Se ha recogido el cabello negro y rizado detrás de la cabeza como si
también se estuviera preparando para cualquier cosa que se nos viniera
encima. Es más delgado que Tree y unos cinco centímetros más bajo, lo que
lo deja en la categoría de macizo.
Estar aquí, en este vestuario, preparándome para hacer lo que hago, me ha
hecho sentir nostalgia de cómo nos cruzamos en la vida. Casi puedo oír los
gritos del público en las peleas de aquella noche. Oler el sudor, la agresividad
y la desesperación como si estuviera allí otra vez. Rafe subió al ring invicto,
pero desde luego no salió así.
Sonrío al recordarlo y luego me encojo de hombros, sin estar segura de
cómo responder a su pregunta.
—Creo que todo irá bien. Hace tiempo que sé que Ilaria y los demás no
me iban a permitir escabullirme en la oscuridad para siempre.
—Pero, ¿y si esto te detecta en su radar? —cuestiona Rafe, y puedo ver
la preocupación agitándose en su rica mirada marrón junto con el impulso de
agarrar nuestras bolsas de supervivencia y salir corriendo.
Mi pesadilla de antes vuelve de golpe, trayendo consigo una creciente
oleada de aprensión. Contengo un escalofrío.
—Dudo que De… —Casi estoy a punto de pronunciar su nombre en voz
alta, pero me detengo, no quiero que surja ni siquiera una chispa de su
recuerdo. No cuando he luchado tanto para escapar de él—. Él cazó a todos
los demás. Lo que significa que destruyó cualquier posible conexión con las
manadas o con cualquier otro supe. Se aisló a sí mismo cuando eliminó a
todos los híbridos.
—Tal vez, pero sabes que está buscando y, con sus habilidades, es sólo
cuestión de tiempo. Podría tener espías en cualquier parte. —Señala Tree,
con los músculos de la mandíbula tensos.
—Si nos estuviera buscando por ahí, habría un rastro de cuerpos. No lo
hay. Estoy siendo cuidadosa —aseguro a mis Escudos—. Tengo señuelos
saltando por Sudamérica y distracciones de apoyo que pueden activarse en
Australia y en el norte con una llamada telefónica. Si me equivoco y nos
encuentra aquí, huiremos. Pero hoy no se trata sólo de los juegos de poder de
Ilaria. No estoy haciendo esto por ella o para mantenerme en su gracia. Si los
otros alfas ven de lo que soy capaz, puede que nos reciban con los brazos
abiertos cuando tengamos que huir en el futuro. Esto podría darnos opciones.
—O te cortarán el cuello a la primera oportunidad que tengan. Supones
que te verán como un activo, pero podrían decidir fácilmente que eres una
amenaza —insiste Rafe cauteloso.
Me encojo de hombros e ignoro la mirada adusta que me dirigen mis dos
Escudos.
—Tendremos que cruzar ese puente si llegamos a él.
Rafe, frustrado, levanta las manos y gruñe.
—Preferiría no cruzar ningún puente que atraviese un río de tu maldita
sangre, Savoy.
Se me escapa una burla y trato de no poner los ojos en blanco.
—Probablemente sobreviviría a eso, así que ¿cuál es el problema? —me
burlo, levantando rápidamente una mano para detener la discusión que ambos
están a punto de iniciar—. ¡Estoy de broma! Los dos necesitáis echar un
polvo.
Le lanzo una mirada fulminante a Tree para detener la ingeniosa réplica
de sabelotodo que veo brillar en sus ojos azul pizarra.
—Hemos tenido cuidado, pero sí de algún modo he juzgado mal la
situación, nos iremos. Estamos preparados. Estaremos bien —afirmo,
sintiéndome también fortalecida por la afirmación.
Ellos asienten con la cabeza, pero sé que a ninguno de los dos les gusta.
Está bien, no tienen por qué. Los he mantenido a salvo durante casi diez años,
a Harlow y a mí durante aún más tiempo, y soy la única que sabe realmente
de qué es capaz Deveraux, a qué nos enfrentamos.
Desde el momento en que mi magia se salió del guion y marcó a Rafe y
Tree con runas de Escudo, he intentado prepararlos. Sé que nada de esto ha
sido fácil. Sé que sólo intentan protegernos a Harlow y a mí, pero mi instinto
me dice que aún estamos bien, y hasta que no me grite ¡largaos de aquí!, nos
quedaremos tranquilos.
Estiro el cuello y empiezo a aflojar los músculos. Una cálida calma se
apodera de mi pecho, y por un momento me pregunto si Ilaria bajará a
impartirme algunas palabras de sabiduría alfa. Rápidamente desecho la idea.
No. Estará en el palco con los demás alfas, con cara de seguridad y serenidad,
intentando no revelar lo ansiosa que está por lo que está a punto de ocurrir.
No siempre estamos de acuerdo, pero en este caso no le envidio nada. El
mundo sobrenatural está dominado por hombres que sólo ven a las mujeres
como propiedad, accesorios o algo peor. Hay un tipo de satisfacción aguda e
incomparable en mostrar a nuestros homólogos lo equivocados que están.
Compruebo mi teléfono por última vez en busca de mensajes de Harlow
o Pax, veo que todo está tranquilo y cierro mi taquilla. Echo un vistazo a la
habitación, con el leve rastro de pintura fresca oculto bajo el aroma cítrico de
los productos de limpieza. Es la primera vez que entro en la arena que Ilaria
construyó para la cumbre. Dijo que se utilizaría para diversos eventos y
entrenamientos diarios, pero me pregunto si esta noche era realmente de lo
que tenía en mente.
A la perra le encanta el espectáculo.
—Muy bien, ¿qué te apetece? —pregunta Tree mientras saca su teléfono
del bolsillo—. ¿Screamo?3 ¿Emo?4 ¿O lo que sea, siempre que la batería
suene fuerte?
Considero la pregunta, mi pesadilla de antes una vez más se desliza sin
querer en mis pensamientos antes de alejarla.
—¿Like a Storm?5
—No digas más, conozco la perfecta. —Toca algunas cosas en su teléfono
y la música llena la habitación.
Con una sonrisa, cierro los ojos y apoyo la cabeza contra el frío metal de
la taquilla que tengo a mi espalda. Respiro hondo y me dejo llevar por la
batería, el bajo, la guitarra y la resonante voz del cantante.
Mientras me repongo, busco el hilo mágico que utilizo para ocultar mis
runas y compruebo que está activado y es fuerte. Últimamente lo uso casi sin
pensar, pero esta noche no hay lugar para el error. Lo último que necesito es
perder la concentración y cometer un error. Que me salgan marcas extrañas
por todo el cuerpo en medio de un desafío no es algo que pase desapercibido.
Por suerte, mi habilidad para enmascararme hace lo que debe, me sacudo las
manos y me concentro.
El segundo estribillo de "Love the Way You Hate Me"6 resuena por los
altavoces conectados al vestuario de aspecto industrial, cuando un golpe seco
resuena en la puerta del vestuario, anunciando que ha llegado la hora.
Inmediatamente me coloco detrás de Rafe y Tree y suelto una profunda
exhalación.
Allá vamos.
Sus enormes cuerpos me impiden verlos cuando salimos de los vestuarios
y nos dirigimos hacia el gran estadio. Las nuevas instalaciones son
inmaculadas, de primera categoría en todos los sentidos. Está muy lejos de
los sórdidos almacenes y las jaulas de alambre donde Ilaria y yo nos
conocimos.
Cuando me encontró por primera vez abriéndome camino en un circuito
de lucha clandestino, no tenía ni idea de que la necesitaba tanto como ella a
mí. Había estado ganando cuidadosamente durante años. Primero en la costa
este, luego en la oeste, pero estaba empezando a llamar demasiado la
atención, lo que era peligroso en más de un sentido.
Deveraux seguía persiguiéndome, y mi situación era jodidamente
arriesgada. Estaba desesperada por encontrar un lugar seguro donde aterrizar,
un lugar donde pudiera esconder a Harlow, Rafe y Tree. Necesitaba un
momento para respirar, un lugar donde pudiera sentarme e intentar curarme
un poco.
Entró Alpha Ramsey. Diría que estaba destinado si creyera en ese tipo de
cosas, pero mi corta lista de confianza no incluye a la caprichosa fortuna ni a
la perra de su hermana, el destino.
El leve sonido de los vítores y la algarabía general de los metamorfos
aumenta a medida que Rafe, Tree y yo nos acercamos a unas puertas dobles.
Por lo que parece, hay muchos espectadores. Inspiro por la nariz y exhalo por
la boca para sofocar el parpadeo de ansiedad que bulle en mi pecho. Esperaba
que todo el mundo estuviera de fiesta y desahogándose después de las
semanas de cumbre. Está claro que subestimé el valor del entretenimiento.
Supongo que más gente de la que pensaba quiere echar un vistazo al
escurridizo Castigador de Ilaria. Por supuesto, todos esperan que sea un
hombre. Típico.
Los cambia formas tienden a valorar más la fuerza física que cualquier
otra cosa. Siempre creen que el mayor depredador de la sala será justamente
eso, el más grande. Están a punto de aprender una valiosa lección sobre
suposiciones. No sólo te convierte en un idiota a ti y a mí, sino que puede
hacer que te entreguen el culo en bandeja.
Hay una parte de mí que disfruta del impacto sorpresa de lo que está a
punto de suceder. El lado subestimado, el lado de mí que es pasado por alto
como una amenaza y al que se le pide que traiga el café de un alfa en lugar
de ser reconocido como la fuerza que soy, ese lado se deleita con todo esto.
Y, sin embargo, hay otra parte de mí que sabe lo peligroso que puede ser el
atractivo del poder. Lo rápido que todo puede volverse en tu contra si no
tienes cuidado.
Espero estar siendo lo suficientemente cuidadosa.
El aire cálido del anfiteatro me invade cuando Tree y Rafe abren de un
empujón las puertas dobles. Todas las miradas se centran en ellos mientras
nos dirigimos al claro del centro del estadio. No puedo evitar sonreír cuando
nos lanzan abucheos y ánimos. Voy detrás de mis Escudos, más o menos
perdida en sus sombras, fácilmente desestimable y absorbiendo las oleadas
de intimidación y agresividad que desprenden.
Mis Escudos son fuerzas a tener en cuenta por derecho propio, y sé que
les encanta esta mierda tanto como a mí.
El alfa Weston no está en el palco con los otros alfas como esperaba. En
su lugar, está hablando con su luchador, riendo y despreocupado como si su
victoria ya fuera un hecho. Mira a Tree, con un brillo en los ojos y una sonrisa
socarrona que se extiende por los duros ángulos de su rostro.
El representante de Weston es exactamente lo que espero de un
metamorfo de Tymyr. Es casi de la altura de Tree e igual de musculoso y
definido. Su cara es cuadrada y parece hecha para dar puñetazos, su nariz
plana y los ángulos de sus rasgos afilados. Su cuello es tan grueso y con tantas
cuerdas que probablemente despedace a sus oponentes cuando intentan
morderlo. Un gruñido curva su labio mientras observa a Rafe y Tree
acercarse, con sus ojos oscuros, astutos y evaluadores.
Es un lobo. Puedo sentir la energía de su animal desde aquí, y la sed de
sangre que desprende. Apuesto a que su bestia es un gran hijo de puta. Me
pregunto qué pensará de la mía. Eso sí me molesto en transformarme.
Veremos si me hace trabajar tanto.
Un graznido lobuno que suena casi como una risita reverbera en mi mente;
mi propio monstruo interior encuentra divertido ese pensamiento.
Normalmente está callada, pero nuestro vínculo empieza a zumbar con
impaciencia. No sé si es porque quiere salir a jugar o porque se contenta con
mirar desde la barrera.
Por lo que parece, estoy a punto de averiguarlo.
Alpha Silas entra en el claro ovalado del tamaño de una pista de patinaje
sobre hielo. Debe de haber sacado la paja más corta a la hora de arbitrar este
combate. Su andar es suave, seguro. Su piel oscura adquiere un aspecto
satinado bajo las luces brillantes que se dirigen hacia nosotros. Su mirada
profunda no admite tonterías, su semblante es honorable, y sé de inmediato
que no tendré que preocuparme por un árbitro parcial.
Un punto para mí.
Weston, su representante y beta se acercan al centro de la arena cuando
Alfa Silas nos llama a todos. El público se calla, ansioso por escuchar las
instrucciones de Silas y cualquier posible discusión entre los apoderados.
Weston y su séquito se pavonean con arrogancia. Ninguno de ellos me ha
visto.
Oigo algunos gritos de "chica del ring" y "ven a sentarte conmigo, nena"
mientras nos dirigimos al centro de la pista. Para ellos, no soy más que un
accesorio de boxeo que está aquí para sostener las tarjetas de los asaltos
mientras camino por el borde del ring en bikini de tiras. Idiotas.
—¡Avancen, luchadores! —grita Silas, listo para empezar.
El apoderado de Weston se adelanta, con la mirada clavada en Tree, como
si la parte del combate en la que se miran fijamente ya hubiera comenzado.
Él sonríe y le guiña un ojo antes de hacerse a un lado para que yo pueda
ocupar mi lugar. El Goliat al que me enfrento está tan obsesionado con Tree
que ni siquiera registra mi existencia. Pero percibo el momento en que la
multitud lo hace. La pausa colectiva que se propaga por el público cuando
doy un paso adelante y mis Escudos retroceden es alimento para mi pequeña
alma rota.
El ceño de Weston se frunce inmediatamente de confusión. Ni siquiera el
Alfa Silas puede ocultar el destello de sorpresa que ensancha sus ojos durante
un segundo antes de volver a encerrarlo todo bajo una profesional máscara
de indiferencia. No puedo ver a Ilaria, pero sé que su sonrisa es más amplia
que el Gran Cañón. Simplemente me quedo ahí, sin emociones, esperando la
inevitable pregunta que sé que se está acumulando en la cabeza de Weston
como una olla a presión.
—¿Qué coño es esto?
Ahí está.
Su demanda flota entre los grupos colectivos como una molesta mosca
que no encuentra donde posarse.
—La Sombra, como solicitó —anuncia Tree, y no se me escapa la
diversión en su voz.
Weston balbucea y su débil cerebro entra en cortocircuito. Los sonidos
acaban por darle una pista a su luchador de que algo no va bien, porque los
ojos oscuros del apoderado se mueven por primera vez de Tree a mí. La
perplejidad se arremolina en su profunda mirada marrón, seguida de cerca
por un bufido incrédulo mientras permite que sus ojos me evalúen durante
apenas unos segundos.
—¿Nombres? —pide Silas, ignorando por completo el colapso de su
compañero alfa justo al lado.
—Yery —declara el representante.
—Savoy —ofrezco uniformemente.
—No va a luchar contra ella. ¡Va a luchar contra él! —exige Weston,
haciendo un gesto a Tree como si esto fuera obvio.
—Puedes elegir a otro representante si tienes miedo, Alpha —ofrezco
mientras me examino las cutículas de una mano—. Sin embargo, solicitaste
específicamente al Castigador de Ilaria, y esa soy yo —le digo al títere
tartamudo, con la apatía goteando de cada sílaba como miel caliente.
Un agudo jadeo se abre paso entre la multitud ante la revelación. Mis
palabras surten el efecto deseado, y Weston retrocede como si mi silenciosa
insinuación de cobardía acabara de arañarle la cara. La ira arde en sus ojos,
que saltan de mí a Tree, al Alfa Silas y viceversa.
Te tengo, hombrecillo.
Poco a poco, controla su sorpresa y permite que su chovinismo confiado
resplandezca. Una vez más, todas las banderas rojas que deberían estar
ondeando como señal de alarma para este alfa le pasan volando sin que lo
note, me sonríe y sacude la cabeza.
—Es tu funeral —me escupe con desprecio.
—Este desafío no es un combate a muerte —le recuerda rápidamente Silas
a Weston.
—No se supone que lo sea, pero si Ilaria quiere jugar rápido con las
hembras de su manada, mi apoderado no puede hacerse responsable de lo que
pueda pasar. Mírala comparada con él —defiende Weston, como si nuestra
diferencia de tamaño fuera toda la prueba que necesita de que mi inminente
final es inevitable.
—A muerte está bien —le digo a Silas encogiéndome de hombros
imperturbable—. Vivir o morir no me importa mucho.
Silas me mira a mí y luego a Yery. El gran metamorfo parece incómodo
por un momento, pero sus ojos vuelven a Tree y asiente una vez. Es casi como
si pensara que esto es una especie de artimaña y que, si me hace daño, Tree
finalmente dará un paso adelante y aceptará la pelea que Yery y Weston
pensaban que iban a tener.
Mamones.
—Está bien —concede el Alfa Silas, con una voz clara como el agua.
Un murmullo dudoso toma el lugar de los vítores y la emoción que
llenaron el edificio cuando entramos por primera vez.
—Todo vale mientras se quede entre vosotros dos —instruye Silas, su
astuta mirada rebota hacia Rafe y Tree y luego a Weston y su beta—.
Cualquier interferencia externa resultará en una pérdida inmediata, y la
oposición será declarada ganadora. ¿Entendido?
Yery y yo asentimos.
—Representantes, tomen su lugar. Todas las demás partes salgan del ring.
El anuncio resuena en el anfiteatro y algunos de los espectadores pasan de
estar confusos y sorprendidos a ansiosos y despiadados. A los que no les
gusta que esté aquí se vuelven ruidosos. Sus gritos y amenazas dejan claro
que nunca debería haberme atrevido a ocupar el lugar de un retador, mi mero
sexo y tamaño me hacen instantáneamente indigna a sus ojos. Me lanzan
burlas e insultos como si sus palabras miopes e ignorantes fueran puñales
capaces de cortarme. Se lo toman a broma.
Para mí, todo es combustible para el fuego.
Crecí con cosas mucho peores que me lanzaban cada segundo de mi
existencia, esto no es nada. Vivo para esta mierda. La burla baja como un
buen vino. Soy una puta profesional en recoger todo el odio, cubrirlo con una
pequeña cucharada de "jódete" y servírselo de vuelta para que puedan
atragantarse con él.
Comed, cabrones.
Cuando Yery y yo nos hemos colocado en lados opuestos del claro, Silas
nos mira a cada uno antes de comprobar que no hay nadie más en la arena.
Cuando ve que ambos séquitos se han replegado tras la barrera de hormigón
que los rodea, asiente una vez y levanta los brazos.
—¡Que gane el mejor lobo! —grita, soltando las manos, sus palabras son
el pistoletazo de salida que me libera.
Como un toro, Yery embiste, con la mirada fija en mí y ardiente de
malicia. Camino hacia él, invocando en silencio la magia de mis miembros.
Mis runas me alimentan, vertiendo poder en mí igual que un grifo llena una
bañera. Menos mal que mi magia enmascaradora, la habilidad que oculta mis
runas, también enmascara el olor de lo que estoy haciendo cuando me cargo
de energía.
Yery, junto con todos los demás, excepto mis Escudos, no detecta nada.
Así que cuando está a pocos metros de mí y se abalanza sobre mí para intentar
separarme la cabeza del cuerpo, no se da cuenta de que todo ha terminado
hasta que lo hace.
Esquivo el golpe de sus garras y le doy un puñetazo en el pecho. Su grito
ahogado es música para mis oídos e inmediatamente se desploma contra mí.
La gravedad lo arrastra rápidamente hacia abajo, liberando mi brazo y mi
mano de la jaula de su esternón destrozado. Sangre y trozos de él gotean de
mi puño, con el corazón de Yery entre mis dedos. El músculo bombea dos
veces más antes de detenerse, como si acabara de darse cuenta de que no está
donde debería estar.
Su cuerpo cae al suelo a mis pies, con los ojos vacíos, un gruñido feroz
aún dibujado en sus finos labios antes de que la muerte relaje sus facciones.
Encuentro la amplia mirada de Weston en medio de su séquito de
ejecutores y betas, que parecen todos igual de sorprendidos, horrorizados y
recelosos.
El estadio enmudece de confusión y asombro.
—Upss —arrullo a Weston antes de tirar al suelo el corazón de su
representante—. Supongo que era más frágil de lo que pensaba.
Él mira desde el pecho destrozado de su campeón hacia mí, el miedo y la
comprensión brillan finalmente en su mirada azul.
Ahora lo entiende. Por fin me ve.
La satisfacción canta en mi sangre cuando da un paso atrás, como si 101
pasos entre nosotros le mantuvieran a salvo, en lugar de los míseros cien que
había antes.
El silencioso estadio se llena poco a poco de susurros preocupados y
exclamaciones atónitas que aumentan de volumen a medida que el shock
empieza a desaparecer. Me vuelvo hacia Rafe y Tree, que sonríen de oreja a
oreja y se enorgullecen. Empiezo a caminar hacia ellos, pero el Alfa Silas
aparece de repente con una toalla en la mano.
—Ha sido... un espectáculo digno de ver —me dice, con su rica mirada
castaña buscando algo en mi rostro.
—Mi objetivo es entretener —bromeo, le quito la esponjosa toalla blanca
de las manos y me limpio a Yery del antebrazo y los dedos.
Sus fosas nasales se abren y aspira profundamente, lo que hace que se me
erice el vello de la nuca. La confusión recorre sus facciones. Me esfuerzo por
no mostrar alivio cuando es obvio que solo huele lo que yo quiero que huela:
loba, y nada más.
Es una ilusión, una fachada, igual que mis runas ocultas y el maquillaje
de mi rostro que en realidad no está ahí. Mi habilidad para engañar a la mente,
para cambiar u ocultar lo que realmente está viendo u oliendo, no tiene rival.
Es la razón por la que he sobrevivido tanto tiempo.
—¿Hay algo mal, Alfa? —pregunto inocentemente mientras evalúo al
poderoso metamorfo que tengo ante mí con más cautela que antes.
—No, no mal, sólo... interesante —observa, sus ojos bajan a mis brazos y
luego a mi torso, buscando algo en la piel y los músculos allí expuestos—.
Me recuerdas a alguien —murmura casi para sí mismo.
No puedo evitar tensarme y quedarme completamente inmóvil ante esa
afirmación. Su inquisitivo escrutinio se detiene y sus ojos oscuros se clavan
en los míos.
—¿Y a quién podría ser? —pregunto con cautela, conteniendo el gruñido
que mi loba hace retumbar en mi interior.
Joder. ¿Es uno de los espías de Deveraux?
—La compañera de mi segundo —responde Silas—. Ex-Segundo ahora.
Torrez. Hace poco encontró a su pareja y se unió a su... eh, manada —explica,
y el pánico que me atenazaba el pecho cede de inmediato.
No es un espía. Me tranquilizo mientras lleno discretamente mis
pulmones de alivio y exhalo la alarma que crecía en mi pecho. Estoy a salvo.
Deveraux no sabe dónde estamos.
Mi mirada se desvía inmediatamente hacia Tree y Rafe, necesitando la
seguridad de que están ahí, de que están bien. Rafe saca el teléfono del
bolsillo y contesta. Me froto la mano limpia por la cara y estiro el cuello
rígido. Necesito dormir. Primero el sueño de esta tarde y ahora veo fantasmas
y espías donde no los hay.
—Bueno, mándale recuerdos a Torrez —ofrezco distraídamente—.
Espero que tenga un feliz apareamiento y encuentre un buen lugar en su
nueva manada.
—Lo haré —afirma, y justo cuando paso a su lado, inhala profundamente
mi aroma.
Hago todo lo que puedo para no fulminarle con la mirada y decirle que lo
deje. Sabe que aquí pasa algo. Es una lástima para él, tengo un firme control
sobre lo que es eso. El hecho de que esté mirando es preocupante, aunque
fácilmente podría estar viendo zorros por hurones. No sería la primera vez
que mi paranoia me hace pensar en el peor de los casos. Podría estar buscando
talismanes o alguna otra mejora que me hubiera permitido hacer trampa y
hacer lo que acabo de hacer. Su sospecha y examen no significa que
realmente sospeche lo que soy.
Aun así, no me gusta.
Antes de que pueda seguir cuestionándome las cosas, Tree y Rafe están
delante de mí. La expresión de sus caras hace que el corazón se me desplome
en el pecho.
—¿Qué ocurre? —exijo, con el miedo inundando mis venas.
—Sienna de Ruination llamó. Ha pasado algo. Encontraron a Paxton en
el callejón detrás del club, inconsciente. —El corazón me da un vuelco en el
pecho y el miedo me aprieta la garganta. Miro de Rafe a Tree y viceversa.
Los ojos de Rafe se oscurecen de angustia—. Y nadie puede encontrar a
Delaney... ni a Harlow.
—Responde, Harlow. ¡Contesta! —rujo al teléfono, la línea suena una y
otra vez hasta que contesta su buzón de voz. Con un gruñido, cuelgo y apenas
puedo evitar arrojar el teléfono al otro lado del coche.

Quiero gritar, pero sé que no servirá de nada. Perder los papeles nos hará
perder tiempo, y ahora no nos sobra.
—La localización de su teléfono sigue situándolo en el club —anuncia
Tree.
—Dime otra vez todo lo que han dicho —gruño mientras me subo los
vaqueros por las caderas y me apresuro a abrocharme la cremallera y el botón.
Rafe me pasa la camisa y yo me la pongo, golpeándome contra la
ventanilla del copiloto cuando Tree gira bruscamente a la izquierda y tiene
que esquivar a un coche que va lento para no chocarle por detrás. No me
quejo de que me zarandeen; nada es más importante que llegar a Pax y
encontrar a Harlow.
Apaciguo el terror que burbujea en mi pecho y me niego a dejar que mis
pensamientos se desvíen a todos los lugares horribles a los que quieren ir.
Nada de eso ayudará. No la encontrará, y ni siquiera sabemos aún si las cosas
son tan graves. Mi instinto grita lo contrario, pero acallo la alarma que
martillea en mi cabeza y me centro en lo que Rafe está diciendo.
—Uno de los camareros estaba sacando la basura y se tropezó con Pax
boca abajo en un charco de sangre. Julio está sacando las imágenes de las
cámaras. Sienna dijo que tendrán todo listo cuando lleguemos.
Los neumáticos chirrían cuando Tree toma otra curva e intento respirar
entre la rabia y la preocupación que amenazan con ahogarme.
¿Qué me he perdido?
¿Cómo la encontraron?
¿Por qué se la llevaría y no vendría a por mí también?
Sé inmediatamente la respuesta a esa. Deveraux sabe que haría cualquier
cosa por Harlow.
Iré a todas las trampas y fosos de víboras, sin hacer preguntas, por ella.
Lo he hecho antes y no dudaré en volver a hacerlo. Apoyo la cabeza en el
reposacabezas y cierro los ojos cuando la emoción empieza a escocerme.
¿Era el sueño una advertencia? ¿Me he vuelto demasiado cómoda,
demasiado engreída, y he pasado por alto todas las señales? ¡Joder!
Mi loba me araña por dentro, quiere salir, quiere destrozarlo todo hasta
que encontremos a nuestra hermanita. Por suerte, ella sabe que necesitamos
que yo esté al mando en este momento. Tenemos que estudiar y planificar,
averiguar qué coño está pasando. Entonces podrá salir a jugar y arrasar todo
a su paso hasta que recuperemos a nuestra familia.
Vuelvo a comprobar mi teléfono en busca de llamadas o mensajes, pero
no hay nada. Una vez más, abro mi aplicación de rastreo, con la desesperada
esperanza de que aparezca otra señal del teléfono de Harlow o del rastreador
oculto en su par de pendientes favoritos. Nada ha cambiado desde la última
docena de veces que lo comprobé. El teléfono sigue en el club y sus
pendientes no funcionan. O han sido destruidos o algo está ocultando su
señal.
No es propio de Deveraux comprobar esas cosas, nunca ha sido un experto
en tecnología, pero tal vez alguien de su equipo se haya adaptado a los
tiempos y no subestime la tecnología moderna como él siempre hizo. La idea
me hace palpitar la cabeza y el miedo me aprieta la garganta.
—Ya casi llegamos —anuncia Tree mientras levanto la mano para
deshacerme la trenza y recogerme el cabello en una coleta.
—Rafe y yo revisaremos Ruination —le digo—. Tú ve a buscar todo lo
que necesitemos a la casa y luego ve al Warren. Puede que algo haya asustado
a Harlow y se haya escondido allí —le ordeno, y él asiente con la cabeza,
apretando con fuerza el volante—. Llama a Pinky, que me deje la moto y el
equipo en el club. Me pondré en contacto a través de las runas si todo se
tuerce, ¿vale?
Tanto Rafe como Tree asienten solemnemente, sus miradas decididas y
furiosas.
—La encontraremos —me asegura Tree, con ojos brillantes de promesa.
Asiento con la cabeza, tragándome la emoción que me oprime la garganta.
Todos hemos planeado escenarios como este, pero ahora que ha llegado,
nunca he estado más agradecida de que estén a mi lado. Podemos cubrir más
terreno, averiguar a quién matar mucho más rápido, y sé que no se detendrán
hasta que tengamos a Harlow de vuelta. Para ellos, ella también es su familia.
Tree pisa el freno y nos detenemos delante del popular bar y club de supes,
Ruination. Rafe y yo salimos de la furgoneta en menos de lo que canta un
gallo, y Tree se aleja a toda velocidad antes de que Sienna y Julio nos reciban
en la puerta.
Julio, un antiguo matón ahora beta, con el cabello rubio y una perilla a
juego, nos hace pasar inmediatamente, seguido de su ágil jefa de seguridad,
con su característico traje de gata y corte pixie. Agradezco que hayan cerrado
el jolgorio y despejado el camino para nosotros.
Todos los clientes del bar han sido apartados a los lados. Sienna tiene a
sus porteros rodeándolos y asegurándose de que nadie salga hasta que lo
autoricen los guardias de la manada, que también están en camino. La música
está apagada, las luces encendidas y a todo volumen, y todos los empleados
de Julio están de pie esperando a ser interrogados o a que su jefe les encargue
alguna otra tarea.
Estoy impresionada por su rápida y concienzuda actuación. No sé si es
porque Julio ocupa un lugar destacado en la manada y es consciente de mi
posición y de lo importante que es Harlow para mí, o si es el hecho de que
los metamorfos no se toman este tipo de cosas a la ligera. En cualquier caso,
ha hecho que esto sea mucho más fácil y eficiente de lo que esperaba, y estoy
más que agradecida por ello.
—Sienna, ¿podrías llevar a Rafe con Paxton? —pregunto, pero todos
sabemos que en realidad es una orden.
—Por supuesto, Castigadora —responde cariñosamente antes de
marcharse a grandes zancadas, Rafe la sigue de cerca.
—Julio, ¿te importa si hablo con el camarero que encontró a Pax?
—Ya tengo a Hardy en el callejón esperando. Sígueme.
Julio se da la vuelta y me lleva más allá de la barra y las cocinas hasta una
salida trasera. Estudio todo lo que me rodea, percibo los olores, busco algo
que me parezca raro, pero solo parece la zona trasera de un bar y también
huele como tal. El camino por el que me lleva es demasiado transitado y no
puedo percibir ni el más leve rastro de Harlow o incluso de Pax. No estoy lo
bastante familiarizada con el edificio ni con el bar como para saber si algo
está mal o fuera de lugar.
Pasamos por la zona de descanso y los vestuarios de los empleados, y
Julio abre de un empujón una gran puerta. El aire frío de la noche me recibe
al salir y enseguida me invade un olor abrumador a alcohol rancio y basura.
El callejón es lo bastante ancho para que quepa el camión de la basura que
vacía los dos grandes contenedores de la izquierda, las paredes de ladrillo que
delimitan el espacio están libres de pintadas y el suelo de hormigón está
relativamente despejado.
Un charco oscuro mancha el cemento a unos cuatro metros de la puerta
trasera. Sangre. Puedo ver que Pax se dirigía hacia la abertura del callejón
cuando cayó. Me sorprende que alguien fuera capaz de llevárselo. Pax es uno
de los mejores de Ilaria, por eso siempre es mi elección para cuidar de
Harlow.
Contra una pared, hay una gran caja eléctrica y un nudo de tuberías que
podrían haber servido de cobertura para que alguien se escondiera. Supongo
que alguien lo tomó por sorpresa o que lo superaban en número en una pelea.
Aunque si ese hubiera sido el caso, esperaría encontrar algo más que un
charco de sangre.
Olfateo el aire, intentando cortar el olor a basura, buscando el aroma
inconfundible de la magia, o más concretamente, el innegable aroma de un
Centinela.
Todo lo que huelo es cambiante, pero no todos son lobos. Catalogo el
aroma de... oso... tal vez, podría ser tigre; es difícil de distinguir bajo el fuerte
olor a alcohol. Me vuelvo hacia Hardy y el joven junto al que está.
—¿Estás bien? —le pregunto al chico, que no puede tener unos meses
más de dieciocho. Es larguirucho y un poco nervioso, pero no dispara
ninguna alarma de sospecha. Asiente y se traga un poco su aprensión—.
¿Puedes decirme lo que sabes?
Empieza a hablar de limpiar las mesas y comprobar la lista de tareas de
su turno. No presto atención a los detalles innecesarios y escucho lo que me
dice entre las palabras que salen de su boca. No detecto ningún engaño; no
huele a mentira ni a omisión. Su ritmo cardíaco se mantiene ligeramente
acelerado pero constante. No sabe nada más allá de encontrar a Pax.
Definitivamente no estaba dentro de ningún plan para raptar a Harlow. Si
Deveraux estuviera trabajando a través de él, ya estaría muerto. Es sólo un
chico en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Julio hace algunas preguntas aclaratorias mientras me dirijo lentamente
hacia el charco de sangre seca del suelo. Observo todo a mi alrededor, con la
esperanza de que haya alguna pista, pero no hay más que tierra, cemento,
ladrillos y la sangre de Pax.
—Sigue inconsciente —anuncia Rafe al entrar en el callejón desde la
puerta trasera del club—. Un sanador está de camino, pero lo que le golpeó
le hizo un grave daño.
Cierro los ojos, una punzada me atraviesa al oír la noticia. Rafe no cree
que Pax vaya a sobrevivir; puedo oírlo en su tono, claro como el cristal.
—Aquí no hay nada —le digo a mi Escudo mientras me agacho junto a la
sangre.
Le miro fijamente y Rafe asiente una vez, sabiendo exactamente lo que le
estoy pidiendo. Echa un vistazo alrededor del callejón una vez antes de
exhalar ruidosamente y luego me da la cobertura que necesito disparando
preguntas a Julio, Hardy y el chico.
—Sienna dijo que las cámaras de aquí atrás han estado apagadas todo el
día. ¿Alguna señal de manipulación? —pregunta, pero yo ignoro la respuesta.
Mientras están distraídos, mojo discretamente un dedo en la sangre de Pax
y me lo llevo rápidamente a la boca. De pie, de espaldas a los demás y con la
mirada fija en el extremo abierto del callejón, pruebo la sangre del ejecutor y
espero a ver qué evoca. Respiro hondo cuando me sacan de la visión del
callejón que tengo delante y me dejan caer justo en medio de un ajetreado y
bullicioso Ruination.
La música suena a todo volumen, con un bajo intenso que atrae a los
bailarines desde sus taburetes y sillas hasta el centro de la pista. Harlow y
Delaney están en el meollo, su grupo de chicas bailando con uno de chicos a
los que claramente han cazado en el fulgor de la batalla. Delaney se está
besando con su pareja de baile, y el chico que se está frotando contra Harlow
se agacha y le susurra algo al oído. Ella se ríe y gira en sus brazos hasta
quedar frente a frente, con las manos de él rozándole la cintura hasta el culo.
Ella le dice algo que Pax está demasiado lejos para oír, y luego le toma de la
mano y se dirige a la barra, tocando el hombro de Delaney al pasar.
Como buena amiga que es, Delaney aparta los labios de su conquista de
la noche y lo saca de la pista de baile, siguiendo a Harlow. Piden bebidas y
se sientan junto a la barra, riendo, hablando y bailando al ritmo de la música.
Pax observa a su alrededor, con la cabeza girando mientras vigila a mi
hermana.
Lanzo una esperanza silenciosa de que, de algún modo, el ejecutor estará
bien, que sobrevivirá a lo que sea que le haya pasado.
Su mirada se posa en un hombre de pelo castaño desgreñado y ojos
oscuros que observa atentamente a las chicas, y luego Pax mira y descubre a
otro hombre, rubio y con gafas, de pie entre la multitud, con la mirada fija
también en el mismo lugar. No puedo sentir sus emociones cuando evoco,
sólo ver lo que sea que su sangre quiera mostrarme, pero tengo la impresión
de que Pax ha pillado a esos hombres observando a las chicas más de un par
de veces a lo largo de la noche.
El miedo me acelera el corazón mientras estudio a los dos tipos. No
reconozco a ninguno de los dos, pero eso no significa nada. Deveraux
siempre está reclutando, y estos dos podrían haber entrado fácilmente en el
redil después de que yo me marchara. Busco runas en ambos, pero o tienen
la rara habilidad de enmascararse como yo o no tienen ninguna marca visible
de Centinela.
Se produce una pelea u otro tipo de refriega cerca de la puerta principal.
No puedo ver de qué se trata porque Pax nunca mira. En cambio, se acerca a
las chicas cuando los otros dos hombres que las vigilan parecen intentar
aproximarse. Llega rápidamente hasta Harlow y Delaney, pero lo que sea que
haya empezado en la puerta principal hace que la tensión y la agresividad
aumenten rápidamente en el bar. No es ninguna sorpresa; agarra a cualquier
grupo grande de cambia formas, mézclalo con mujeres elegibles y alcohol, y
no hace falta mucho para cambiar el interruptor de una noche divertida a una
pelea en toda regla.
—Es hora de irnos —le dice a Harlow, y mi pecho se calienta cuando
ninguna de las chicas discute. Se limitan a asentir y se apartan de la barra
para seguirle.
Se me hace un nudo en la garganta. Siempre me preocupa estar asfixiando
a Harlow. Que mi miedo a lo que pueda pasarle esté aplastando lo que podría
ser y destruyendo la vida que se merece, pero cuando la veo ponerse en fila
detrás de Pax sin animosidad ni resentimiento en su rostro, algo se alivia
dentro de mí. Ella lo entiende. Lo entiende y lo acepta... y todavía así le he
fallado.
—Quietos —ladra Pax a los dos chicos con los que bailaban las chicas
cuando se mueven para seguirlas. Los dos parecen sorprendidos por la orden,
pero hacen lo que se les dice.
Él busca entre la inquieta multitud a los varones que hicieron saltar sus
alarmas, pero no están a la vista. Lleva a Harlow y Delaney más allá del bar
y la cocina, y por el pasillo trasero. Es el mismo camino por el que Julio acaba
de guiarme. Hace salir a las chicas por la puerta trasera y mira detrás de él
para asegurarse de que no las siguen antes de salir él también. Cuando van
por la mitad del callejón, una furgoneta negra se detiene bloqueando la salida
y alguien lo golpea por detrás.
Había un tercer cómplice. Alguien a quien Pax no etiquetó. Es la
explicación más lógica. Mis instintos eran correctos; quienquiera que fuese
se escondió en las sombras de la caja eléctrica y la fontanería expuesta. El
abrumador olor a basura y licor agrio cubrió fácilmente el olor del atacante.
El ejecutor nunca lo vio venir.
Pax cae inmediatamente, su visión parpadea mientras gritos ahogados y
el sonido de una pelea llenan el callejón. Intenta levantarse, moverse, ayudar,
pero está demasiado herido y le cuesta mantenerse despierto. Lo último que
veo antes de que él pierda el conocimiento es cómo meten a Harlow y
Delaney en la furgoneta. Harlow sangra y está inconsciente, y Delaney parece
a punto de desmayarse, con lágrimas rodándole por la cara mientras lucha
por mantener los ojos abiertos.
La sangre de Pax me suelta, y vuelvo a estar en el callejón, mirando hacia
la salida, la furgoneta negra hace tiempo que desapareció, pero ahora tenemos
un punto de partida.
Deveraux no se habría llevado a Delaney también. Tal vez me equivoque,
pero no concuerda con lo que sé de él. Él no necesitaría a nadie para ayudar
a controlar a Harlow; ella no es su objetivo final, lo soy yo.
Mis pensamientos son arrastrados a una habitación gris mientras un eco
de dolor irradia por todo mi cuerpo. El sonido de los puños golpeando mi piel
y la sensación de las botas pisoteando mi maltrecho cuerpo abruman mis
sentidos, pero esta vez no es una visión en la sangre de alguien la que me
arrastra, sino mi pasado, que clava sus garras y se niega a dejarme marchar.
—Kelton, tu turno —ladra Fausto, justo cuando Deveraux me asesta una
última patada en las costillas. Intento protegerme, pero tengo el brazo roto
y no puedo moverlo lo bastante rápido para bloquear el golpe.
Me gotea sangre de la nariz y la boca mientras me sostengo el brazo roto
contra el pecho e intento ponerme en pie. Deveraux retrocede y se aparta los
mechones oscuros y sudorosos de la cara; sus ojos ocres brillan de
satisfacción. Se pone en fila con los demás, con su deber cumplido por ahora.
Me muerdo un grito y aprieto los dientes contra la agonía cuando intento
apoyar el brazo menos dañado, pero descubro que la muñeca debe de
habérseme roto en algún momento, dejándome las dos extremidades más o
menos inutilizadas.
Tengo un ojo hinchado, lo que dificulta mi percepción de la profundidad,
pero consigo incorporarme y concentrarme en Kelt, que se acerca a grandes
zancadas. Lleva el pelo largo y sucio hacia atrás y sus ojos verde-pera están
huecos. Sé por la mirada vacía en su rostro que no voy a encontrar piedad
de él. No tiene elección, soy demasiado consciente de ello y, sin embargo, me
encuentro deseando que se dirija a Fausto y le diga que no. Los golpes de
Kelt siempre llegan con más fuerza, se hunden más y dejan cicatrices en
partes de mí que me esfuerzo por proteger.
Me duelen las costillas con las respiraciones rápidas que inhalo mientras
Kelt se acerca. El dorso de su mano se estrella contra mi mandíbula, y siento
cómo se me fractura el hueso mientras la angustia me atraviesa. Me
concentro en la risa de Fausto mientras Kelton sigue las órdenes y ejecuta
cada golpe, patada, y latigazos mágicos con todo su poder. La paliza, o el
temple, como a Fausto le gusta llamarlo, termina, mientras yo me aferro a
la consciencia. Mi loba hace tiempo que aprendió sus propias lecciones
dolorosas sobre sentarse en silencio durante estas sesiones de
acondicionamiento. Pero en cuanto termina, me presta su fuerza mientras
nuestro cuerpo inicia el proceso de curación de todo el daño que le acaban
de hacer. Otra vez.
Las brillantes botas marrones de Fausto se detienen a escasos
centímetros de mi cara y se agacha frente a mí, con su fría mirada cetrina
recorriéndome.
—Tengo la prueba perfecta para ti —me dice con calma, como si todo
hasta ahora no hubiera sido ya una prueba tras otra. Todo para que pueda
romperme y luego reformarme a la imagen que él considere digna para que
por fin se acabe todo este temple—. ¿Qué tienes que decir? —exige, con la
impaciencia y la crueldad afilando los bordes de su pregunta.
Me concentro a través del dolor y trato de encontrar mi voz.
—Gracias... —jadeo, con la mandíbula en llamas mientras me esfuerzo
por formar las palabras con los labios partidos y ensangrentados—.
Gracias... Faus… Padre —me apresuro a corregir, sabiendo que habrá oído
el lapsus y esperando que lo ignore, solo por esta vez.
Se pone en pie, y sé que tendré que hacerlo mejor la próxima vez cuando
la suela de su bota destella hacia mi cabeza. Ojalá supiera que ser noqueada
por una patada es un alivio bienvenido.
El recuerdo me abandona tan rápido como me atrapó y vuelvo a
encontrarme en el callejón, con las ondas del tormento del pasado
arremolinándose con mi miedo actual. Me sacudo el flash e intento
deshacerme rápidamente del emocional recuerdo antes de centrarme en
Harlow y en lo que está ocurriendo ahora.
—Julio, ¿puedo ver lo que has grabado con la cámara? —pregunto,
dándome la vuelta e interrumpiendo lo que sea que Rafe esté hablando con él
mientras me sacudo discretamente el dolor fantasma de mis extremidades.
Sienna se adelanta y me entrega una tablet con las grabaciones cargadas
y listas para reproducirse.
—Esto es todo lo que hemos podido obtener de donde aparecen las chicas
—me dice, con sus ojos azules llenos de preocupación y empatía—.
Seguiremos escaneando todo lo demás en busca de algo que hayamos podido
pasar por alto. Si encontramos algo, te lo enviaré enseguida. Quédate con esto
todo el tiempo que necesites. —Se toca la oreja un momento y luego asiente
a lo que le dicen a través del auricular que lleva ahí—. La Alpha Ramsey y
otros ejecutores acaban de llegar —me informa, y yo asiento con la cabeza,
paso junto a ella y dirigiéndome de nuevo al interior.
—Sienna, ¿puedes enviarme imágenes de la puerta? Me gustaría ver a
todos los que entraron en el club desde la apertura hasta que cerrasteis —digo
por encima del hombro mientras me abro paso por el laberinto de la parte
trasera del club hacia la parte delantera.
—Por supuesto, Castigadora.
—Si necesitas algo más, no dudes en decírnoslo —me ofrece Julio, y con
un gesto de la cabeza, salgo de nuevo a la planta principal y me abro paso
entre el grupo de ejecutores que se ha reunido allí.
—Buscaré el teléfono de Harlow y haré que esos tipos empiecen a
interrogar a todos los que están aquí —me dice Rafe, y yo asiento con la
cabeza antes de dirigirme a las puertas principales.
Empieza a ladrar órdenes, pero sus demandas se pierden en la distancia
que pongo entre nosotros mientras salgo de Ruination y encuentro a Ilaria
esperando fuera. El Alfa Paté y el Alfa Silas están con ella, y contengo un
gruñido ante la presencia del último alfa.
¿Por qué parece que no puedo deshacerme de este tipo esta noche?
El Alpha Pate lo entiendo; él y la Alpha Ramsey se enrollan. Creen que
son discretos al respecto, pero todo el mundo lo sabe. Pate también es un
viejo aliado de la Manada Ramsey. Silas, sin embargo, no tiene vibraciones
de un amante secreto, así que no está aquí por eso, y su manada nunca ha
estado alineada con la de Ramsey.
¿Está involucrado en esto de alguna manera?
Un todoterreno gris oscuro se detiene justo cuando me acerco al trío de
alfas, y el Alfa McMillian y su segundo, Rory, salen del coche. Parecen padre
e hijo, aunque, según Ilaria, no tienen ningún parentesco. Rory es más
delgado y bajo que McMillian, pero ambos parecen leñadores corpulentos,
con el cabello ámbar, barba enjuta y predilección por la franela.
—He venido en cuanto me he enterado —me dice Ilaria, con mirada
preocupada—. El sanador está con Paxton en este momento. ¿Qué sabemos?
A lo lejos, veo a Pinky de pie, despreocupada, junto a mi moto en el
aparcamiento, con mi equipo en una mochila a sus pies. Ha llegado rápido.
—Te pondré al día cuando sepa más, pero ahora tengo que irme —le
contesto a Ilaria distraídamente y me dirijo a la colección de alfas.
—Así no es cómo funciona esto, Savoy —declara ella mientras se cruza
en mi camino, reclamando mi atención—. Tenemos que investigar, recoger
pruebas y luego reunir un grupo de trabajo.
—Genial. Hazlo —le digo e intento esquivarla de nuevo.
El Alpha Pate se mueve para acorralarme, y un gruñido de advertencia
sale de mis labios.
—Savoy —me reprende Ilaria, y dirijo mi ira contra ella.
—Haz lo que necesites, Alfa. Pero no me quedaré aquí perdiendo un
tiempo precioso mientras lo haces. Alguien tiene a mi hermana. Sentarme
aquí mientras reúnes un grupo de trabajo no va a ayudarme a encontrar y
matar a esa persona antes. Tengo que irme.
—No puedes matarlos sin más. Tenemos que encontrar a las otras chicas
primero —interviene Rory, el grupo se mueve para rodearme como si yo
fuera el problema prioritario aquí y no quien se llevó a Harlow y Delaney.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué otras chicas? —exijo, con mi control
sobre la ira y la dominación resbalando.
—Las que se llevaron de los otros territorios —responde Rory como si
me estuviera recordando algo que ya debería saber.
—¿De qué coño estás hablando? —gruño, a punto de perder los estribos.
Mi loba prácticamente saliva ante la idea de destrozarlos a todos. Nuestra
hermana ha desaparecido, está herida, ¿y ahora quieren interponerse en
nuestra búsqueda?
El Alfa McMillian se aclara la garganta.
—Se avisó a todos los territorios de Norteamérica —responde,
mirándome a mí y a la alfa Ramsey, con un brillo de confusión en los ojos—
. Cuando nos dimos cuenta de que los secuestros no eran incidentes aislados,
que estaban ocurriendo en todas partes, se corrió la voz a las manadas para
que estuvieran alerta.
Retrocedo como si acabara de recibir un golpe brutal. La furia se enciende
en mi pecho y miro a Ilaria en busca de respuestas.
—¿Qué advertencia? ¿Qué secuestros?
—Las cambia formas femeninas están siendo secuestradas. A veces
individualmente. A veces se las lleva de dos en dos o de tres en tres un grupo
de hombres no identificados. Nadie ha recibido ninguna petición de rescate
ni ha recuperado ningún cuerpo. No sabemos exactamente qué está pasando
—responde Rory con toda naturalidad.
Miro fijamente a los ojos de Ilaria, buscando algo, cualquier cosa que
contradiga lo que me están diciendo o que me ayude a entender qué coño está
pasando. Pero nada de lo que debería flotar en su mirada marrón está ahí. No
hay ni rastro de confusión. Ni un atisbo de sorpresa o disculpa. Y esa falta,
esa ausencia de reacción, me lo dice todo. Ella lo sabía.
Sabía que había una amenaza y no me lo dijo.
Abro la boca para preguntarle por qué, y luego la cierro porque ya lo sé.
La cumbre.
La pelea.
No quería distraerme. No quería arriesgarse a que yo no bailara a su son
ni acudiera cuando me llamara.
Los bordes de mi visión se oscurecen, mi creciente rabia chamusca las
lindes de mi vista como una cerilla encendida en el papel. La presión de las
garras desenvainadas me pincha las yemas de los dedos, y mis caninos se
afilan y descienden ligeramente por mi boca. Se me eriza el vello de la nuca,
mi cuerpo espera en estado de pre-cambio, listo para convertirse en un
monstruo al menor impulso.
Me recorre un pequeño hilillo de alivio. Es lo único que me ayuda a
contener mi creciente necesidad de desbocarme.
Deveraux no se la llevó.
No le importan una mierda los cambia formas y no los secuestraría. No,
esto es otra cosa... otra persona. Y eso simultáneamente me hace sentir mejor
y peor.
Este no es el diablo que conozco. Es uno que no conozco. Pero siempre
he sido buena cazando a las cosas que se mueven en la oscuridad y luego
mostrándoles que yo soy más aterradora.
Mi mirada hacia Ilaria es mordaz. Harlow está en peligro y es culpa de
esta zorra codiciosa.
El aire entre nosotras se llena de tensión. Sus hombros se endurecen, sus
instintos le advierten por fin de que está en peligro. Sabe exactamente lo que
Harlow y su seguridad significan para mí y, sin embargo, esta puta intrigante
no quería arriesgar su poder. No quería decirme que había una amenaza,
porque eso significaría que me habría centrado en proteger a mi hermana en
lugar de entretener a sus enemigos.
La Alfa Ilaria Ramsey acaba de jugar con la persona más importante de
mi mundo... y ha perdido.
—Acabas de firmar tu propia muerte —le digo rotundamente.
—¿Cómo te atreves? —gruñe el Alfa Paté, acercándose.
Vuelvo mi ahora dorada mirada hacia él, mi loba pasea ansiosa bajo la
superficie, el sabor de la muerte y la destrucción es un grato recuerdo en su
lengua.
—Cuidado —ronroneo—. Sé que te la estás tirando y eso te hace sentir
todo caballeroso, pero ella no va a impedir que te arranque la cabeza. No
querría manchar de sangre su traje favorito.
—Tú no sabes nada —argumenta, pero suena más a petulancia que a
confianza.
—Acércate un paso más y lo averiguaremos —le advierto.
Me mira fijamente, pero se queda exactamente dónde está.
—Nuestra seguridad ya estaba reforzada debido a la cumbre. —Se
defiende Ilaria, cuadrando los hombros como si se convenciera a sí misma de
que puede recuperar el control de la situación.
Lástima que nunca lo tuvo en primer lugar.
Se pasa las manos por delante de la chaqueta de color crema como si
estuviera alisando arrugas que no existen.
—Asigné a Mark, Troy y varios otros para manejar este posible problema.
Se estaba gestionando.
Sus palabras resuenan en mi mente, pinchando mi furia como un torero
provocando a un toro con banderillas. Respiro hondo por la nariz para
calmarme.
Todo esto sucedió porque ella quería un espectáculo. Me pregunto qué le
parecería ser la estrella principal. Las posibilidades pasan rápidamente por
mi mente. En dos pasos, podría atravesarle el pecho con la mano, igual que
hice con Yery. El Alpha Pate se lanzará hacia mí, pero puedo arrancarle la
garganta fácilmente.
Es el Alfa Silas, el Alfa McMillian, y su segundo, Rory, quienes serán un
problema. Estoy segura de que puedo abrirme paso a través de ellos, pero no
será rápido. Si voy por ese camino, no sólo Deveraux y sus lacayos me
perseguirán, cada una de las manadas de estos alfas querrá un pedazo de mí
también.
Mi hermana cuenta conmigo. Tengo que irme.
—No había nada más que se pudiera hacer, Savoy.
Esta perra no sabe cuándo callarse.
La temperatura a mi alrededor se enfría, enviando una onda de advertencia
a través de la colección de alfas que me rodean.
—Te equivocas —gruño—. Y todos lo sabemos.
—Como tú alfa, es mi responsabilidad tomar decisiones...
—Deberías darle las gracias a tu buena estrella de que encontrar a mi
hermana sea más importante que arrancarte miembro a miembro —le digo, y
con eso, le doy la espalda a Ilaria, el gesto es un grave insulto en la cultura
de los cambiantes.
Inhala bruscamente, sorprendida, y suelta un gruñido ofendido.
Me importa una mierda.
Pronto descubrirá que no se juega con monstruos y se sale ileso. Me
encantaría enseñarle lo que es la miseria sin remedio... pero hoy no.
Miro fijamente a Rory hasta que se aparta, y esta vez, cuando me alejo del
grupo, nadie intenta detenerme.
—Savoy, deja que tu manada y tu alfa te ayuden —me llama Silas
mientras me dirijo a mi moto.
Pinky se ha ido, pero mi Ninja 650 y mi mochila siguen exactamente
donde las dejó. Rafe está de repente detrás de mí. No estoy segura de cuándo
terminó con los ejecutores o cuánto acaba de oír, pero me alegro porque
hemos terminado aquí... permanentemente.
—Ya no tengo manada, Silas —digo por encima del hombro—. Esa puta
codiciosa te puedo asegurar que ya no es mi alfa. Renuncio formalmente a la
manada de Ramsey y a mi lugar en ella.
La sorpresa aparece en las caras de los alfas.
—No querrás convertirme en tu enemiga —gruñe Ilaria, pero su gruñido
no tiene más peso que el de un cachorro.
Saco una chaqueta de motorista blindada de la mochila que hay en el suelo
y me la pongo. Rafe encuentra la suya en la bolsa y hace lo mismo, deslizando
la tablet dentro de un bolsillo seguro antes de ponerse las correas.
—Te equivocas otra vez —informo a mi ex alfa, agarrando mi casco y
entregándole a Rafe el suyo—. Ambas sabemos que esto te va a doler más a
ti que a mí.
Balanceo una pierna sobre la moto, montándome a horcajadas, mientras
Rafe se acomoda en el asiento trasero detrás de mí. Nos ponemos los cascos
y miro a Ilaria mientras me aseguro la correa de la barbilla y arranco la moto.
—Vigila tu espalda y tu frente, Alpha Ramsey —grito, usando magia para
proyectar mi voz por encima del fuerte estruendo del motor de la moto—.
Cuando vaya a por ti, no será desde las sombras. —Dejo caer la visera del
casco y salgo del aparcamiento.
Ahora, a encontrar a mi hermana.
La puerta principal del Warren cruje y gime cuando la empujo para
abrirla. Suena como una vieja bruja cansada, cabreada de que la molesten a
estas horas. No la culpo.
El aire viciado me hace cosquillas en la nariz cuando entro a grandes
zancadas en el piso franco y dejo caer el casco y la chaqueta sobre la mesa
de centro del pequeño y raído salón. Inmediatamente busco en la modesta
casa de estilo rancho cualquier rastro de Harlow. Tree ya ha estado aquí y ha
confirmado que no hay rastro de ella, pero no puedo evitarlo.
Vi la evocación de lo que le pasó en la sangre de Pax, pero hay una
pequeña esperanza irracional de que tal vez me equivoqué. O tal vez, ella se
despertó en esa furgoneta, mató a esos hijos de puta, y ahora ella y Delaney
se dirigen hacia aquí. Es posible, pero por mucho que odie admitirlo, no
probable. Si Harlow hubiera podido con ellos, no habría acabado en esa
furgoneta en primer lugar.
Me saco el cabello de la coleta desordenada y me paso bruscamente los
dedos por él. Pensaba que era tan lista, que tenía a Ilaria y esta situación justo
donde quería... qué jodida imbécil fui. Quiero gritar y arrancarme el pelo
antes de destrozar todo lo que me rodea, pero una rabieta no va a arreglar
esto. Perder los papeles no va a traer a Harlow a casa.
—Lo subiré todo a los monitores —me dice Rafe, sacando la tablet de la
mochila y dirigiéndose por un pasillo a la instalación de seguridad que
tenemos en una de las salas traseras.
Saco mi teléfono y veo un mensaje de Tree.
Casi he terminado de recoger las casas.
Y sí, agarré a tu novio. Vuelvo en 30.
Me desplazo por mis contactos hasta que encuentro al que busco y pulso
llamar. Suena la línea y empiezo a caminar mientras me desenredo con los
dedos el cabello. La adrenalina y el miedo se agitan en mis venas como aguas
bravas. Intento calmarme. No funciona.
Soy una bola de rabia desenfocada que necesita un objetivo para toda esa
furia. Por desgracia, no lo hay, al menos por ahora. Así que me siento como
un caballo de carreras atrapado en la puerta de salida, esperando ansioso a
que se dispare la pistola y empiece la carrera. Sólo que, ahora mismo, no hay
una pista delante de mí, sólo hay un puto precipicio. Un movimiento en falso
y podría perder a Harlow para siempre. No puedo dejar que eso suceda.
Al sexto timbrazo, contesta Fia.
—¿Qué pasa? —exige, pero un fuerte gemido me hace hacer una pausa.
Una mujer al fondo empieza a jadear un entusiasta "¡Sí, justo ahí!"
mientras un hombre le pregunta sensualmente si su polla se siente bien. El
sonido de piel chocando con piel me hace mirar el teléfono para confirmar
que, efectivamente, he llamado a mi amiga.
Definitivamente es su nombre el que sale en la pantalla.
—Savoy, ¿qué pasa? —Vuelve a preguntar Fia, justo cuando el hombre
del fondo exige que alguien le meta algo en el culo.
—¿Contestaste el teléfono en medio de un trío? —pregunto,
conmocionada.
Fia resopla.
—No, he venido accidentalmente a una orgía —susurra.
—¿Cómo puede ocurrir eso accidentalmente? —indago, desconcertada.
—Es una larga historia. Espera, déjame encontrar un lugar más tranquilo.
La ruidosa escena porno al otro lado de la llamada empieza a
desvanecerse. Escucho el traqueteo de unos tacones contra el duro suelo
durante un minuto antes de oír el inconfundible chasquido de una puerta al
cerrarse.
—Sólo llamas los domingos, Savoy. No es domingo, ¿qué pasa? —
pregunta, con la voz más alta y el entorno ya libre de folleteo.
La pregunta me tranquiliza y me concentro.
—Es Harlow —le digo, con la devastación fracturando mi voz—. Alguien
se la ha llevado.
Duele decirlo en voz alta, como si hacerlo lo hiciera más real y aún más
horrible.
—Joder. ¿Cómo te encontró Deveraux? Lo último que supe de él es que
estaba en Europa del Este husmeando sobre un nido de Lamias.
—No creo que sea Dev —le explico—. No a menos que haya cambiado
drásticamente su forma de hacer las cosas.
—¿Quién entonces? —exige, conmocionada y furiosa.
—No lo sé exactamente, por eso te llamo.
—Joder. Vale, vale. Dame un segundo, encenderé a Spartacus, y
resolveremos esto. La encontraremos, Savoy.
Asiento con la cabeza, aunque ella no pueda verlo, y parpadeo para
contener las lágrimas que de repente me escuecen en los ojos.
—¿Te has llevado el ordenador a una orgía? —pregunto para distraerme.
No sé si eso me impresiona o me preocupa.
—No salgo de casa sin mi hombre, Sav. Sería como si tú salieras por la
puerta sin tus runas... no pasa.
Niego con la cabeza, con un tic de diversión en la comisura de los labios.
Algo en mi pecho se afloja y siento que puedo respirar por primera vez desde
que Rafe recibió la llamada sobre Harlow. Dejo que Fia me ayude a encontrar
un momento de calma en medio de la pesadilla que estoy viviendo. Siempre
ha tenido ese don.
—Muy bien, Sav, ¿qué estoy buscando?
Cierro los ojos y repaso rápidamente todo lo que he estado catalogando
desde el momento en que entramos en Ruination hasta ahora, pensando en
cómo priorizar la información para Fia.
—Buscamos una furgoneta negra grande. De un modelo nuevo, alta, con
aspecto de caja, y esta tiene ventanas oscuras y llantas negras. Podría haber
salido del territorio de la manada en cualquier momento entre las nueve y
media y las diez y media de la noche. La manada de Ramsey no tiene una
vigilancia adecuada, pero la ciudad de Caster, Metier, está al norte de aquí, y
podrían tenerla. Hay establecimientos humanos al sur y al oeste, y ya sabes
cómo vigilan cada movimiento que hacen sus ciudadanos. Hacia el este les
situaría en territorio de la Manada Weston, lo que podría ser un problema.
—¿Por qué? —pregunta, y oigo sus dedos volar sobre el teclado de su
portátil.
—Digamos que Weston no es mi mayor fan ahora mismo. Dudo que me
encuentre con una cálida bienvenida si tengo que cruzar a su territorio pronto.
Fia suelta un bufido divertido.
—¿Lo sabría quien se llevó a Harlow? ¿Lo usarían en su beneficio?
—No lo sé. Creo que la secuestraron antes de que ocurriera, pero no puedo
estar segura. Aparentemente, ha habido secuestros de hembras cambia formas
por todo el país. Parece que Harlow y su amiga Delaney son sólo las víctimas
más recientes, pero las manadas no ven un patrón o motivo definitivo de por
qué está sucediendo esto. No sabía nada de eso hasta hace veinte minutos, así
que me sirve cualquier cosa que puedas averiguar sobre las otras víctimas. —
Me golpeo el muslo con los dedos con impaciencia.
—¿Algo más? —pregunta Fia. Me doy cuenta de que ya está metida de
lleno en el pirateo de varios sistemas para ver qué puede reunir.
—Al menos dos de sus atacantes están en cámara. Estoy a punto de revisar
las imágenes. Te enviaré las fotos por correo electrónico tan pronto como las
tenga.
—Bien. Este es un comienzo realmente sólido, Savoy. Todo lo que
necesitamos está aquí. Sólo tenemos que averiguar cómo encaja todo.
Llamaré tan pronto como tenga algo.
Se me vuelve a hacer un nudo en la garganta, pero trago saliva.
—Gracias, Fia, estoy en deuda contigo.
—Nada de esa mierda ahora. Yo podría ayudarte a rescatar a Harlow todos
los días del resto de mi existencia y seguiría en deuda contigo, así que unta
la galleta de otro con esas tonterías. Recuperaremos a nuestra chica.
No espera a que discuta o acepte, simplemente cuelga. Respiro aliviada y
me guardo el teléfono en el bolsillo trasero.
—Ya voy, hermanita —susurro—. Aguanta hasta que te encuentre.

Agarro un gran recipiente de sal de la anticuada cocina y me dirijo por el


pasillo a la sala de seguridad. El bajo zumbido de los monitores parece tener
esta noche un trasfondo de frustración, como si ellos también estuvieran
cabreados porque alguien tocara a nuestra familia.
Rápidamente, escaneo todas las cámaras de la pared que muestran todos
los ángulos que rodean el piso franco.
Todo parece irritantemente normal.
—¿Algo? —le pregunto a Rafe, dirigiéndome a los tres grandes
televisores montados en la pared izquierda. En cada uno de ellos se están
emitiendo las diferentes grabaciones que Ruination me ha entregado.
Escritas en un papel y pegadas en la parte inferior del televisor central
están las descripciones que le di a Rafe cuando veníamos hacia aquí de los
dos tipos que vi cuando evocaba la sangre de Pax.
—Todavía nada. Es como si supieran dónde estaban las cámaras y se
mantuvieran lo más lejos posible de ellas. Veo mucho a Harlow y Delaney
en el bar y en la pista de baile, pero no veo que nadie con esas descripciones
se les acerque nunca. Tampoco los he visto merodeando por el fondo
vigilando a las chicas —me dice, con la mirada fija como un halcón en las
grabaciones que tiene delante—. Estoy esperando a que Sienna envíe todas
sus grabaciones de la puerta principal. A menos que estos gilipollas se colaran
por detrás, quizá podamos identificarlos así.
—Es posible que exploraran el bar otra noche y descubrieran dónde
estaban los puntos ciegos de la seguridad. Puede que tengamos que revisar
días o semanas de grabaciones si no encontramos nada aquí —le digo a Rafe,
arrancando la parte superior del cubo de sal y tirando el contenido al suelo.
Con un movimiento de mis dedos, lanzo aire. La magia elemental
responde rápidamente a mi llamada y levanta los granos salinos del suelo.
Dos pequeños ciclones giran ante mí, transformándose rápidamente en
nebulosos bustos de sal de los hombres que vi en la sangre de Paxton.
Ambos son guapos, pero de una manera elegante. No son tan atractivos
como para que te olvides de cómo respirar a su alrededor, pero lo
suficientemente monos como para que las mujeres desprevenidas estén
dispuestas a hablar con ellos o se sientan intrigadas por su acercamiento en
un bar en lugar de amenazadas o recelosas.
No me cabe duda de que es por diseño.
Muevo la otra mano sobre los rostros blancos y granulados, utilizando mi
habilidad para enmascarar y añadir una ilusión de color y afinar los detalles
de los dos bastardos que tienen los días contados.
Uno tiene el cabello desgreñado de color marrón algarrobo y los ojos
oscuros a juego. Tiene un ligero rastro de barba y la cara triangular. El otro
es el típico nerd7 lindo, con el pelo corto rubio claro y ojos azules ocultos tras
unas elegantes gafas redondas. Está bien afeitado y tiene la cara en forma de
diamante, la mandíbula más cuadrada y los pómulos más altos que su
compañero.
Rafe saca unas cuantas fotos de los bustos mientras yo busco cualquier
parecido entre los dos varones, memorizando cada detalle de sus rostros.
Cuanto más los estudio, más dudo de que haya alguna relación entre los dos.
Mi teléfono suena justo cuando el ordenador recibe un correo electrónico
de Sienna. Rafe lo abre y empieza a descargar las imágenes que ha enviado,
y yo miro el teléfono y veo el nombre de Fia.
Gracias a Dios, es rápida.
—¿Qué has encontrado? —pregunto, poniéndola en el altavoz para que
Rafe pueda oírla también.
La anticipación me recorre y me empuja a la acción. Quiero acechar.
Quiero matar. Quiero hacer cualquier cosa que no sea sentarme aquí y esperar
información, pero dejo todo eso a un lado y me centro en Fia.
—A simple vista, Harlow y Delaney son las víctimas veintiséis y
veintisiete. Las demás han sido secuestradas en varios territorios de EE.UU.
sin motivo aparente. Las manadas de lobos parecen ser el objetivo más
frecuente, pero eso podría deberse a que aquí hay más cambia formas de lobo
que de otro tipo. Un puñado de tigresas y osas han sido capturadas, junto con
una zorra y algunas jaguares. Dos territorios han sido los más afectados: la
manada Vorenno en Montana y la manada Estes en Colorado. Pero aquí es
donde se pone interesante, tanto la manada Vorenno como la manada Estes
fueron atacadas más de una vez.
—¿Quieres decir que se llevaron chicas y luego volvieron y se llevaron
más? —pregunto, sorprendida.
—Exacto —responde, con el ratón haciendo clic en segundo plano como
si estuviera consultando algo en su ordenador—. La manada Vorenno ha
perdido cinco hembras en tres incidentes distintos. Y la manada Estes ha
perdido siete en cuatro secuestros diferentes. Los secuestros ocurrieron con
semanas de diferencia, el último tuvo lugar poco más de un mes después de
que la víctima anterior fuera secuestrada. Y quienquiera que sea se las lleva
de todas partes: bares, clubes, tiendas de comestibles, rutas de senderismo y
también de sus casas, pero siempre de noche —explica.
—¿Por qué demonios volverían a un territorio para raptar más hembras?
Es un riesgo tremendo —observa Rafe, concentrado en los monitores
mientras avanza rápidamente por todos los metamorfos que han entrado en
Ruination esta noche.
—Sospecho que puede haber más víctimas —añade Fia—. No todos los
metamorfos forman parte del Contingente Alfa Norteamericano. Los grupos
más pequeños de cambia formas no informarían de este tipo de cosas al
NAAC8. Estos lo verían como una debilidad y lo utilizarían en su contra.
Mantendrían cualquier ataque o secuestro en secreto y tratarían de manejarlo
por su cuenta.
—¿Tienes una cronología de los incidentes y sus ubicaciones? —le
pregunto.
—Acabo de enviártelo.
Rafe abre el correo electrónico y despliega un mapa en el televisor del
extremo izquierdo. Fia ha codificado por colores cada secuestro por especie
de cambia formas y los ha numerado cronológicamente.
Observo fijamente cada chincheta digital, buscando algún patrón o
imagen que ayude a dar sentido a este caos. Me atraen las agrupaciones de
Montana y Colorado, esas zonas están más iluminadas que las demás, y luego
mi mirada se desvía hacia las zonas del mapa que están en blanco.
—Han golpeado ambas costas. —Señalo. Rafe y Fia pueden ver lo mismo
que yo, pero me ayuda hablar las cosas—. Parece que se están abriendo
camino.
Hago gestos a los marcadores separados a cada lado del país y a la forma
en que los ataques forman un ángulo hacia el interior y luego ligeramente
hacia el norte.
—¿Algún otro supe ha sido capturado? ¿Los Paladines han informado de
algo o alguno de los Lamia? —pregunta Rafe.
—Nada que haya aparecido cuando estaba hurgando, pero de nuevo, eso
no significa nada definitivamente. Estoy buscando, pero los Hechiceros son
un coñazo de jaquear. Estoy intentando colarme a través de algunos canales
secretos de los Lectores9, pero todavía no estoy dentro —afirma Fia, mientras
de fondo se la oye teclear y hacer clic cada vez más rápido—. Descubrí
algunas conversaciones sobre su asentamiento, Solace, en otras vías que
estaba siguiendo. Parece que algo ha estado pasando allí, pero aún no he
podido descubrir qué. Podría valer la pena investigarlo si nada más resulta.
Suena una alarma de movimiento y dirijo mi atención a la pared de
monitores en busca de la fuente. La camioneta de Tree se ilumina en verde al
pasar por delante de una de las cámaras de la entrada; la función de visión
nocturna hace que todo parezca cubierto de bioluminiscencia.
La decepción me atraviesa, esperaba que de alguna manera fuera Harlow
la que subía por el camino. Me la guardo y regreso a las grabaciones en los
monitores justo a tiempo para ver una cara conocida.
—Rafe, para. —Ladro, acercándome a grandes zancadas a la pantalla del
centro.
Detiene la grabación y la rebobina hasta que el rubio con gafas pasa junto
al portero de la puerta principal. El melenudo entra después. Los hombres se
dicen algo antes de que Shaggy10 se gire y hable con otros dos hombres, que
se acercan detrás de él. Uno es alto, de piel marrón leonada y cabello negro
azabache hasta los hombros. El otro es un poco más bajo, pero musculoso.
Su piel es de un tono dorado que hace pensar que acaba de volver de unas
agradables vacaciones en la playa. Lleva la cabeza afeitada y su mirada es
penetrante.
Me acerco a la pantalla cuando el grupo entra en Ruination. Mi mirada se
fija en una figura más pequeña que apenas puedo distinguir entre el grupo de
hombres. Sea quien sea, parece como si estuviera custodiada. ¿Tal vez sea
otra víctima? El tipo más corpulento se inclina y le dice algo a quienquiera
que sea, justo cuando el de las gafas se hace a un lado, dándole a la cámara
la visión perfecta de una mujer.
Es de aspecto frágil, estatura media, pero complexión delgada y
desgarbada. Su cabello rubio ceniza es largo y liso, su vestido corto y
elegante, y parece tranquila. Mira a su alrededor como si tratara de descubrir
algo, pero la mujer no parece estar en peligro. La tacho inmediatamente de la
lista de posibles víctimas.
El fornido le pone la mano en la espalda y ella le sonríe antes de que el
grupo se adentre en el club y se aleje de la cámara frontal. Busco runas o
marcas de cualquier tipo en cada uno de ellos, pero no veo ninguna. Mi
instinto me dice que no son centinelas, pero no sé si eso me tranquiliza o me
indigna.
—Ellos. —Señalo la pantalla, un gruñido se cuela por mi garganta al
identificar a los cinco cabrones que se llevaron a mi hermana.
—Fi, te estoy enviando fotos. Esto es lo que estamos buscando. Estos son
los que se llevaron a Harlow —anuncia Rafe, sus dedos trabajan rápidamente
sobre el teclado para rebobinar la señal antes de empezar a hacer zoom y
capturas de pantalla de los cinco cabrones que voy a destrozar con mis
propias manos.
Mi adrenalina aumenta.
La puerta principal del Warren cruje y los pasos de Tree se mueven en
dirección a la sala de seguridad.
—Tengo todo lo que necesitamos de tu casa y de la nuestra. Pinky está
llevando el remolque al centro de detención mientras hablamos —anuncia al
entrar en la habitación y dejar dos grandes bolsas a un lado—. ¿Alguna pista?
—pregunta, sus ojos azul pizarra saltan a los televisores y observan el mapa
y las caras ampliadas que Rafe está etiquetando y enviando a Fia.
—Los tenemos.
Hiervo, mi sangre empieza a calentarse cuando Loba comienza a agitarse
de nuevo.
Todavía no, imploro a la bestia que acecha en mi interior. Pero pronto,
lo prometo, y ella retrocede con un rugido impaciente.
Miro fijamente la imagen de la mujer en la pantalla. No sé cómo encaja
ella en todo esto, pero es la clave para entenderlo. Puedo sentirlo.
—La hembra es la prioridad —le digo a Fia—. ¿Puedes usar los recursos
de reconocimiento facial de los humanos en Dakota, Minnesota y Iowa? Son
los estados más cercanos en los que hay asentamientos de supes, pero no se
ha informado de víctimas. Podemos empezar por ahí.
—Estoy en ello —contesta.
—Hablaré con mi contacto paladín para que también analice estos rostros
en su sistema. Los marcará en su lado, pero creo que merece la pena correr el
riesgo —declara Tree.
Asiento con la cabeza.
—Cuando termines, dirígete a las manadas Tilford y Grindon. Rafe, tú ve
a Inswood y yo iré al norte, a Mooring. Eso cubre las manadas y
asentamientos más cercanos, y podemos dispersarnos desde allí. Estamos
buscando a esos cinco cabrones —gruño, señalando las capturas de pantalla
congeladas en uno de los monitores—. Fia, ¿puedes conseguirnos una lista
de objetivos? ¿Lugares donde es más probable que busquen víctimas en
función de dónde se han llevado a las demás?
—Los bares y discotecas son los lugares más comunes de secuestro, así
que recomendaría comprobarlos primero —ofrece ella—. No obstante,
buscaré cualquier otro patrón y te avisaré cuando consiga algo, Sav.
Cuelga y yo miro a Rafe, con determinación en la mirada.
—Es hora de cazar a los cazadores.
Doy un sorbo a mi coca-cola e intento parecer despreocupada mientras
observo el abarrotado bar de cambia formas. Es una mezcla de lobos, pumas
y osos negros, con algunas razas más.
Ninguno de ellos es lo que estoy buscando.
Quizá debería haber elegido el otro club de la ciudad. Vial & Vines sonaba
demasiado pijo e inclinado hacia Caster, y por eso vine al Buzzed Buzzard,
pero el refrán "buscar una aguja en un pajar" está empezando a cobrar un
significado demasiado real y molesto para mí.
Inquieta, termino los últimos sorbos de mi bebida, me alejo de la barra y
empiezo a caminar lentamente por el perímetro de la bulliciosa multitud.
Menos mal que hay mucha gente, porque estoy segura de que estoy haciendo
un trabajo de mierda intentando pasar desapercibida.
Han pasado tres días. Tres días horribles y desgarradores desde que se
llevaron a Harlow y Delaney. Estoy haciendo todo lo que puedo para
encontrarlas, pero no parece suficiente. No importa lo que haga, no puedo
evitar que mi mente divague hacia todas las cosas atroces que pueden estar
pasándoles mientras bebo bebidas sin alcohol en varios lugares de moda y
bares, esperando a que el grupo que estamos cazando entre por la puerta. Eso
me hace cuestionarme todo lo que estoy haciendo y me pone los nervios en
carne viva.
Espero que Rafe y Tree estén teniendo más suerte en sus territorios, que
esta noche sea la noche en que uno de nosotros encuentre a esos gilipollas.
Cuando nos separamos, Tree se fue al sur, a Nebraska, y Rafe a Dakota del
Norte, pero hasta ahora... nada. Odio que estemos separados, pero todos
sabemos que es nuestra mejor oportunidad de encontrar una pista, y eso es
todo lo que necesitamos.
Se oye una fuerte ovación junto a las tres mesas de billar del fondo de la
sala y, al mirar, veo a un grupo de hombres riéndose y dándose palmadas en
la espalda. Ignoro la celebración y continúo mi recorrido por el amplio
espacio.
Paseo la mirada por encima de las mesas altas y la pared de cabinas de
madera a la derecha de la larga barra, y me abro paso por los bordes de la fila
de bailarines que hay en el centro de la pista. Una canción country que nunca
he oído suena a todo volumen en los altavoces de alrededor, pero para mí es
más ruido de fondo que otra cosa mientras echo un vistazo hacia la puerta
principal.
Todavía no hay rastro del grupo de secuestradores, y se está haciendo
tarde.
Me escabullo por la parte trasera del bar, donde las mesas de billar,
futbolín y hockey de aire entretienen a grupos de cambiantes, y me cuelo
entre la multitud que merodea, compuesta por supes que buscan a alguien con
quien bailar, hablar o llevarse a casa.
Por suerte, no se me han acercado mucho esta noche. Estoy bastante
segura de que estoy irradiando un flujo constante de vete a la mierda, o tal
vez mis vaqueros negros, camiseta de tirantes gris, y una camisa de franela a
cuadros púrpura abierta no son suficientes en Knightsroost11, Dakota del Sur.
En cualquier caso, me alegro.
Mi teléfono zumba en el bolsillo trasero, me apresuro a sacarlo y abro el
mensaje de grupo. Es de Rafe.

Este lugar está casi vacío.


Estoy buscando otro sitio.
Me comunicaré a las 12.
Estudio el mensaje como si fuera una prueba más de mi fracaso. La
desesperación se filtra por las fisuras que se forman en mi resolución. ¿Y si
me equivoco? ¿Y si estamos buscando en el lugar equivocado o en la
dirección equivocada?
Miro fijamente los dedos que aferran mi teléfono, estudiando la ilusión de
piel clara que oculta las runas grabadas en mis dedos. La angustia se apodera
de mi pecho.
Debería haber marcado a Harlow.
No quería atarla a mí como Escudo y condenarla a lo que pasara cuando
Deveraux me alcanzara algún día. Me preocupaba que cualquier runa que
llevara hiciera lo contrario de protegerla y la convirtiera en un objetivo, pero
si las tuviera ahora mismo, podría localizarla y esta mierda del gato y el ratón
se acabaría. Pensé que los rastreadores y las protecciones serían suficientes.
Creí que no marcarla era lo mejor, pero ahora todo lo que veo es imprudencia
y arrepentimiento cuando miro atrás y recuerdo esa elección.
Mi teléfono vuelve a vibrar, esta vez por una llamada entrante. El nombre
de Fia aparece en la pantalla. Contesto, con la adrenalina por las nubes.
—¿Encontraste algo? —respondo con impaciencia, abandonando mi
paseo perimetral y atravesando la pista de baile en dirección a la puerta
principal. Me invaden la esperanza y la expectación. Debe de tener una pista.
—Todavía nada. Tenía el presentimiento de que el mensaje de Rafe te
haría caer en espiral, así que pensé en ver cómo estabas.
Sus palabras se hunden en mí interior, haciendo que se me revuelva el
estómago y me duela el pecho más de lo que ya lo hace. Mi silencio debe de
ser todo lo que ella necesita para saber que tiene razón. Suspira y está cargado
de cansancio. Creo que ninguno de nosotros ha dormido desde que se llevaron
a Harlow.
—Tenemos que ser pacientes —me asegura suavemente—. Aparecerán
en algún lugar.
Un gruñido retumba en mi interior y un hombre que camina delante de mí
se sobresalta antes de mirarme de reojo y alejarse a toda prisa.
—Te quiero, Fia, pero juro por Dios que si me dices que tenga paciencia
una vez más...
—Lo sé, lo sé —gime—. Quiero patearme el culo cada vez que se me
escapa, pero no sé qué más decir, y no por eso es menos cierto.
Me froto el puente de la nariz y respiro hondo para intentar calmarme. Por
muy cabreada que esté conmigo misma y con nuestra falta de progreso, Fia
no se merece que lo pague con ella.
—¿Y si lo interpreté mal, Fi? Podrían estar moviéndose hacia el sur, no
hacia el norte. ¿O tal vez están retrocediendo a lugares donde han estado antes
para pasar desapercibidos?
Confieso que odio que haya tantas posibilidades e incógnitas. Estamos
luchando en la oscuridad y siento que Harlow se aleja cada vez más a cada
segundo que pasa. Pensé que identificar a los secuestradores sería todo lo que
necesitaríamos para encontrarla, pero con cada hora que pasa, me doy cuenta
de que encontrarla y encontrarla rápidamente son dos cosas muy diferentes.
—Joder —gruño, y la pareja que gira a mi lado en la pista de baile tropieza
ante mi arrebato.
El macho evita a duras penas que su pareja de baile tropiece con sus pies
y se caiga de bruces. Ambos se estabilizan y me lanzan una mirada fulminante
antes de reanudar el baile.
—Lo siento. —Les hago un gesto con la mano, salgo de la pista de baile
y me acomodo en un sitio vacío contra la pared, detrás de una gran cabina.
—¿Deberíamos comunicar lo que sabemos a la NAAC? —pregunta Fia,
dubitativa.
Me apoyo en la pared y cierro los ojos.
—No lo sé —admito—. Sigo diciéndome que más ojos ayudándonos a
rastrear a esos cabrones sería algo bueno. Pero mi instinto me dice que la
cagarán de algún modo y echarán a perder la única pista que tenemos, y
entonces ¿dónde estaremos? Simplemente ya no sé cuál es la decisión
correcta. No quiero que algo que yo haga sea la razón por la que nunca...
—No pienses así, Sav. Sé que esto te está matando, pero tienes que confiar
en ti misma. Nos has traído a todos hasta aquí —insiste—. Harlow sabe que
vienes a por ella.
Intento que su convicción me ancle, con la esperanza de que pueda
fortificar las partes de mí que siento que se están resquebrajando.
—Están tomando riesgos innecesarios para atrapar a estas chicas, Fia. No
tiene ningún sentido. Apuntar a alguien como Harlow, que obviamente estaba
siendo protegida. Había objetivos más fáciles en Ruination esa noche, así que
¿por qué ella y Delaney? Quiero decir, están regresando a ciudades ya en
alerta máxima por secuestros anteriores, y raptando a más mujeres... es
contradictorio, para alguien que está tratando de no ser atrapado. Me estoy
perdiendo algo aquí, pero no puedo averiguar qué carajo es.
—Pero lo haremos, Sav —me asegura con firmeza—. Estamos ante un
rompecabezas infernal, y a primera vista parece imposible. Pero no lo es.
Ahora mismo estamos encontrando las piezas de los bordes y uniéndolas. Es
tedioso y difícil, pero es importante. Porque en cuanto tengamos los bordes
hechos, podremos empezar a añadir las partes centrales. La próxima vez que
lo mires, veras la imagen completa clara como el día y colocaras la pieza final
del rompecabezas en su lugar. Ahora mismo solo estoy de limitando la línea
del bikini12, eso es todo.
Suelto una carcajada y sacudo la cabeza.
—Eso no significa lo que tú crees —le digo, y ella se ríe.
La sonrisa se me borra rápidamente de la cara, pero me siento un poco
más ligera, y por eso estoy agradecida.
—Descansa —le digo, frotándome la sien para evitar el dolor de cabeza
que siento.
—Tú también, y lo digo en serio, Savoy. Necesitas dormir, aunque sea
unas horas.
Suspiro, sabiendo que tiene razón, pero odiándolo. ¿Cómo puede seguir
la vida si Harlow no está a salvo? ¿Cómo puedo comer o dormir cuando no
sé si ella puede hacer lo mismo? Todo se siente tan mal, tan jodido, como si
hacer algo remotamente normal fuera una especie de traición. Si ella está
sufriendo, yo también debería.
—Sav —me amonesta Fia, como si pudiera leerme la mente—. Tienes
que cuidarte para poder cuidarla a ella. Ninguno de nosotros servirá de nada
a esas chicas si estamos medio muertos de agotamiento cuando las
encontremos... y las encontraremos.
Las dos nos quedamos en silencio mientras sus palabras se asientan, la
verdad en ellas me pesa y es irrefutable.
—De acuerdo —acepto, la palabra es como una medicina amarga en mi
lengua. Sé que me ayudará a largo plazo, pero ahora mismo me sabe a mierda
y me quema la derrota.
—Llamaré si algo cambia —me promete, con un tono lleno de consuelo
y comprensión.
Cuelgo sin decir nada más y exhalo un suspiro de cansancio. Sin nuevas
pistas ni novedades, tengo tiempo para llegar a un nuevo asentamiento antes
de que los clubes abran mañana por la noche. Lo que significa que puedo
encontrar un motel cercano y dormir un par de horas sin retrasarme ni
postergar nada importante.
Cuando vuelvo a meterlo en el bolsillo y miro a mi alrededor, mi teléfono
marca las once menos cuarto. Me quedaré una hora más, por si acaso.
Salgo de la esquina y me dirijo a por otra bebida. Al pasar junto a una de
las cabinas, una mano serpentea y me agarra de la muñeca.
—¿A dónde vas con tanta pri…
Sin pensármelo dos veces, retuerzo el brazo para romper el agarre del
gilipollas y, con un gruñido me vuelvo hacia él.
—¡Guau! —exclama el hombre, con los ojos castaños entrecerrados
mientras la sonrisa de su rostro se transforma en una mueca de desprecio. Se
agarra la mano, con la mirada ofendida por mi reacción y mi trato brusco. El
hecho de que no vea la hipocresía en ello me dice todo lo que necesito saber
sobre ese capullo—. Relájate, sólo llamaba tu atención.
—Ya la tienes. ¿Seguro que aún la quieres? —desafío, mis ojos se vuelven
dorados mientras suelto la férrea correa que mantengo sobre mi dominio.
Tengo ganas de pelea.
El idiota manoseador mueve la cabeza de tal forma que se aparta parte de
su cabello rubio de la cara. Me mira fijamente, con una mirada que emite una
sólida vibración de ¿sabes quién soy? Es de complexión media y de rasgos
suaves. Dudo que sea un gran desafío, pero no me siento demasiado exigente.
—Parece que has encontrado más mujer de la que puedes manejar, Hobbs
—le dice una voz ahumada desde detrás de mí—. Pero eso no es una
verdadera sorpresa, ¿verdad?
Me giro y me encuentro con una montaña de hombre alto, moreno y guapo
que avanza hacia mí. Tiene dos copas en sus grandes manos, una de las cuales
me tiende. La acepto, confusa.
—Lo siento —declara, dirigiendo toda la fuerza de sus pálidos ojos verde
jade hacia mí—. Esta noche hay mucho trabajo. En el bar tardaron una
eternidad. —Se acerca y me ofrece una cálida sonrisa, como si nos
conociéramos.
Es fácilmente una cabeza y media más alto que yo, de piel bronce dorada
envuelta en músculos gruesos y duros. Su pelo negro es demasiado largo para
llamarlo corto y demasiado corto para clasificarlo como largo. Está
desgreñado y texturizado en el cuello y alrededor de las orejas, y despeinado
y voluminoso en la parte superior. Es el tipo de cabello que una mujer sólo
puede conseguir con la ayuda de un estilista y un montón de productos, pero
que los hombres logran con un champú y un acondicionador dos en uno y
una pizca de audacia.
Antes de que pueda responder, el hombre se vuelve hacia el capullo de la
cabina.
—¿Tenemos que hablar de tocar cosas que no te pertenecen? —pregunta,
con un tono tan frío que casi puedo ver cómo se forma escarcha en sus
palabras.
Hobbs enrojece de ira, pero baja los ojos.
—No sabía que estaba contigo, Brae.
—Entonces que esta sea una importante lección sobre el uso de las
palabras y no de las manos. A menos que no te guste tener manos —le
informa Brae con indiferencia antes de apoyarme la palma de la mano en la
espalda y guiarme.
Nos dirigimos a una mesa alta antes de que mi cerebro y mi boca se den
cuenta de lo que acaba de ocurrir. Giro y me coloco frente a Grande, Brillante
y Presuntuoso. El movimiento hace que su mano pase de mi espalda a mi
costado, y las yemas de sus dedos me calientan como si no tuviera dos capas
de tela entre mi piel y la suya. Le miro ahora que estamos frente a frente, o
más bien cara a cara.
—No necesitaba que me salvaran. —Señalo irritada.
Esos ojos verde-claro me miran y una pequeña sonrisa se dibuja en sus
labios carnosos.
—No. —Asiente, su mirada recorre mi rostro antes de posarse de nuevo
en mis ojos—. Pero él sí. —Mueve la cabeza en dirección a la cabina, ahora
oculta tras la multitud de cuerpos que nos separan.
—¿Este es tu truco? —le pregunto, mirándole de arriba abajo y
apartándome cuando me doy cuenta de lo cerca que estamos. Demasiado
cerca. Su mano cae de mi cadera cuando pongo distancia entre nosotros. Le
hago un gesto con la mano—. Rescatas a la damisela y ella te lo agradece con
un polvo rápido en el aparcamiento.
Su sonrisa se ensancha e inesperadamente siento calor en el vientre.
—Si quieres follar, no tengo nada que objetar, pero no puedo prometer
que sea rápido. —Su tono es práctico, como si acabara de decirme qué hora
es en lugar de admitir que le gustaría estar dentro de mí.
Me desconcierta por completo.
—Eso es coca-cola, por cierto. —Señala la bebida que olvidé que tenía en
la mano—. Y no, para responder a tu pregunta, no tengo un truco. Pero tengo
un nombre, Brae. Y tú eres...
Bebe un sorbo de la botella de cuello largo que tiene en la mano, con su
mirada de jade pálido expectante mientras espera que yo le corresponda.
Observo la discreta bebida que tengo en la mano, la misma que he pedido
toda la noche. La dejo en la mesa de al lado y lo estudio con más
detenimiento.
—¿Me has estado observando?
Ese atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios aparece de nuevo, y mi
estómago se revuelve como si fuera un golden retriever esperando un masaje.
—Tú no eres de por aquí.
—No. —Le doy la razón—. Responde a mi pregunta.
—¿Respondes primero a la mía? —replica.
Le miro perpleja y entonces recuerdo que me ha preguntado mi nombre.
Me debato un segundo en decírselo, pero decido no hacerlo. No estoy aquí
para lo que sea esta toma y daca. No sé por qué se metió en algo que no le
incumbía ni por qué su sonrisa me hace cosas raras, pero es hora de irse.
—Mucha suerte con tu búsqueda de damisela —ofrezco, alejándome.
—Soy más un tipo duro que un perseguidor de damiselas —contesta, con
sus ojos brillantes siguiéndome atentamente, pero no hace ningún
movimiento para impedir que me vaya—. Nos vemos —me dice mientras me
dirijo a la puerta.
—No es probable —murmuro mientras salgo del Buzzed Buzzard y me
adentro en la noche.
Aquí reina el silencio y las estrellas están en todo su esplendor. Serpenteo
entre varios coches en dirección a mi moto. Un destello de magia púrpura me
recorre el antebrazo y me detengo a medio paso.
¿Pero qué coño...?
Un escalofrío me atraviesa la espalda y la ansiedad me aprieta el pecho.
El pánico hace que mi respiración se entrecorte y se acelere. Me apresuro a
reforzar el control sobre mi magia y me miro el brazo con nerviosismo para
ver si se me escapa algo más.
No pasa nada.
Despreocupadamente, miro a mi alrededor para ver si hay testigos de mi
fuga de poder. Afortunadamente, no los hay.
Respiro aliviada, me sacudo las manos y me deshago de la sorpresa y la
preocupación. Llego a mi moto, desbloqueo el casco y me acomodo en el
asiento. El motor ruge cuando arranco la Ninja y busco una lista de moteles
en el GPS de mi teléfono. Encuentro lo que necesito, salgo del aparcamiento
y me dirijo a la autopista.
Por primera vez en mucho tiempo, me siento agitada. Primero Harlow, y
ahora mi férreo control acaba de tambalearse por primera vez en.… ni
siquiera sé cuánto tiempo.
No me equivoco.
Yo no la cago así.
Fia tiene razón, necesito dormir. Estaba esforzándome demasiado antes
de que se llevaran a Harlow, y apenas me he permitido dejar de moverme
desde entonces. Me recargaré y me pondré las pilas. Y luego las fugas
mágicas y los intercambios raros con bellos desconocidos en los bares pueden
irse al carajo, porque no hay tiempo para ocuparse de ninguna de esas
mierdas. Ahora no... ni nunca.
La brillante y tintineante risa de Harlow rebota a mi alrededor mientras
la persigo por la escasa y anticuada caravana que alquilamos desde hace
unos meses. Chilla y da vueltas alrededor de la mesa, manteniendo la madera
desconchada y el juego de comedor pegado con cinta adhesiva entre nosotras
mientras finjo no ser lo bastante rápida para atraparla.
—Es hora de dormir, chiquilla —le ordeno riendo mientras me mira
fijamente, con los ojos encendidos de alegría y una risita contagiosa
brotando de sus labios.
—Bien, pero tienes que contarme la historia de la princesa que se escapa
del rey malvado y salva a los aldeanos oprimidos —insiste.
Gimo y sacudo la cabeza.
—¿Dónde aprendiste la palabra oprimido? —interrogo y le hago un
gesto con la mano—. ¿No estás cansada de esa? Llevas haciéndome contarte
la misma historia todas las noches, desde siempre.
Se ríe y pone los ojos en blanco.
—No desde siempre. Pero esta vez, ¿podrá la princesa encontrar el amor
verdadero? Todas las mejores historias tienen un amor verdadero.
Me burlo.
—¿Quién necesita amor verdadero cuando tienes una princesa salvadora
de aldeas impresionante?
—Todos, Savy —argumenta y luego chilla cuando vuelvo a perseguirla
por la mesa. Canta—: ¡Quiero un príncipe! ¡Quiero un príncipe! —Como
una manifestante en un piquete13, mientras lucha por mantenerse fuera de mi
alcance.
Su sonrisa es enorme y su risa contagiosa, y no puedo evitar sonreírle. A
los once años, sé que está a punto de ser demasiado mayor y guay para
cuentos antes de dormir y juegos tontos, así que disfruto de su desbordante
alegría salvaje y tontorrona mientras puedo.
Un largo y lastimero aullido atraviesa la habitación, procedente de algún
lugar lejano. Probablemente sea el perro del otro lado del parque de
caravanas, enfadado porque nadie le deja entrar, pero el sonido le quita
ligereza a nuestra persecución y la cara de Harlow se desmorona.
—Echo de menos a mamá —confiesa en voz baja, con un hipo de pérdida
ya formándose entre sus palabras mientras sus ojos se llenan de lágrimas.
Abro los brazos y la estrecho en un abrazo para el que casi es demasiado
alta. Sabía que esto iba a ocurrir. Nos acercamos a otro aniversario sin
nuestra madre y, aunque he intentado ayudarla con este dolor, me siento
lamentablemente incapaz.
—Yo también la extraño —le digo, besándole la coronilla y apretándola
más fuerte.
Sé que mi extrañar a Jade es tremendamente distinto al de Harlow, pero
es lo único que se me ocurre decir. Siento que apenas conocí a la mujer que
nos dio la vida a las dos. Tengo trozos de recuerdos, pequeños fragmentos
de mi madre a los que he conseguido aferrarme a pesar de los esfuerzos de
Fausto por borrarla, pero no la conocí como la conoció ella. Creí que había
muerto durante años, hasta que me di cuenta de que era mentira.
Mi vida con Fausto me ha dejado tantos bordes afilados que me preocupa
no ser nunca lo bastante suave para consolar a mi hermana pequeña como
ella necesita, pero ahora solo nos tenemos la una a la otra, y nos las
apañamos. De alguna manera, contra todo pronóstico, Harlow es brillante y
alegre. Es pura luz y amor, y no sé qué haría sin ella.
—Bien —concedo con un resoplido burlón—. Dejaré que la princesa
encuentre el amor verdadero.
Ella me mira y sus ojos color avellana vuelven a brillar de alegría. Una
sonrisa luminosa se dibuja en su rostro, ahuyentando la melancolía, aunque
solo sea por un rato. Le limpio las lágrimas de las mejillas y vuelvo a
abrazarla.
—La última en llegar a la cama lava los platos durante una semana —
grito con una risa malvada, y Harlow se ríe a carcajadas, me empuja y corre
hacia su dormitorio, chillando de alegría mientras cierra la puerta para
impedirme entrar.
Me despierto sobresaltada, con el corazón martilleándome en el pecho.
Mi sueño, o más bien el recuerdo, se aleja flotando rápidamente, disipándose
a mi alrededor como una nube de niebla fresca en un día caluroso. Intento
aferrarme a él, pero desaparece demasiado rápido.
Sigo tumbada en la cama, escuchando, intuyendo, intentando averiguar
qué me ha arrancado sin contemplaciones de las pocas horas de descanso que
necesito desesperadamente. La habitación del motel está en silencio. El
zumbido de la mini-nevera bajo el escritorio destartalado llama mi atención.
Un coyote aúlla en algún lugar a lo lejos, pero nada más destaca de inmediato.
Un fuerte golpe rompe el plácido silencio de la habitación. Miro el reloj
de la mesilla. Los números rojos me señalan las 4:43. Miro hacia la puerta.
Otra serie de golpes martillean la frágil barrera que separa el interior de este
cuarto del exterior, me quito de encima el fino edredón y me incorporo.
Mi teléfono es brillante y cegador cuando lo enciendo. Entrecierro los ojos
en la pantalla, comprobando si hay algún mensaje o llamada que me explique
quién puede estar fuera de mi habitación de motel, pero no hay nada.
Descalza y en silencio, me dirijo con cautela hacia la puerta. Llevo una
daga larga y afilada en la mano y me asomo por la mirilla. Un hombre
corpulento está al otro lado. Lleva un chubasquero negro, pero no oculta su
físico esbelto y musculoso. Lleva la cabeza rapada. Tiene la mandíbula
cuadrada y una barba oscura, como si no se hubiera afeitado en varios días.
Sus ojos verde oliva miran fijamente la barrera que nos separa, la impaciencia
centellea en su mirada mientras levanta la mano y golpea con fuerza la puerta.
La madera tiembla bajo su fuerza, estremeciéndose como si me suplicara
que la salvara de la ira injustificada de este extraño.
Un movimiento de pies a la izquierda me indica que hay alguien más con
mi misterioso visitante, pero la mirilla de mierda sólo me permite ver al tipo
que llama a la puerta. Lo examino en busca de runas, pero está abrigado
contra el frío de la mañana y no enseña mucha piel. Estudio su rostro para
ver si me resulta familiar, pero creo que nunca lo he visto. Puedo ser bastante
despistada, pero hasta yo recordaría una cara así.
Las sospechas de un centinela revolotean por mi mente para volver a salir
disparadas. Si fuera uno de los lacayos de Deveraux, no estaría llamando a la
puerta. Habría pateado la puerta y yo ya tendría una cuchilla atravesándole la
garganta. Dev nunca fue sutil o educado. Prefiere la ventaja táctica de la
sorpresa y tal como le enseñó Fausto, siempre piensa que una demostración
de fuerza es el camino que seguir.
Me hago a un lado y me quedo mirando la puerta, contemplando mis
opciones. La pintura granate se está desprendiendo de la madera, y la puerta
parece estar a un golpe más de convertirse en astillas.
Si ignoro a mis visitantes, ¿se irán? ¿Esperarán a que me vaya, o tirarán
la puerta abajo y empezarán algo que tendré que terminar?
No creo que sean Centinelas. El grupo que se llevó a Harlow no tiene ni
idea de que les estoy buscando, así que dudo que sean los que están ahí fuera
a las tantas de la mañana. No tengo la menor idea de lo que quieren estos
visitantes, y por desgracia, sólo hay una manera de averiguarlo.
Me crujo el cuello y deslizo el cerrojo. Abro la puerta justo cuando el tipo
del otro lado levanta el puño para llamar de nuevo. Me apoyo en el lateral del
marco, utilizándolo junto con la pared que lo une para mantener la mano con
la daga fuera del campo visual directo de cualquiera.
—¿Qué coño quieres? —refunfuño somnolienta, mirando a la alta figura.
Da un paso atrás. Sospecho que el movimiento pretende darme espacio y
demostrarme que no es una amenaza, pero acaba de joderme un sueño muy
necesario, así que es un problema haga lo que haga ahora para neutralizar su
presencia. Ni si quiera ha salido el sol todavía.
El olor a pino blanco y ámbar me hace cosquillas en la nariz. Me relajo
un poco ante los familiares aromas y observo a los otros dos gigantes que
puedo ver ahora que la mirilla no los tapa. Flanquean al tipo con el corte de
pelo al cero, lo que denota que tiene un rango superior en los juegos de
dominación a los que les gusta jugar a los metamorfos. Son lobos, todos ellos.
También son ejecutores; reconocería la postura delatora y el trasfondo
subyacente de agresión en cualquier parte.
—Alfa Dewei desea hablar contigo —anuncia el ariete, y su mirada verde
oliva me recorre rápidamente antes de posarse de nuevo en mi rostro.
Extrañamente, sus mejillas se tiñen de rosa. ¿Se está sonrojado?
Miro hacia abajo en busca de lo que le hace ponerse tan tímido y me doy
cuenta de que he abierto la puerta en ropa interior y camiseta de tirantes.
Probablemente no ayude el hecho de que no lleve sujetador y haga un frío del
carajo.
Intento no poner los ojos en blanco. Es imposible que alguien con su
apariencia no haya visto una buena cantidad de pezones duros o piernas
desnudas, probablemente envueltas alrededor de su cabeza perfectamente
formada. Qué Boy Scout más recatado.
Busco en mi memoria un Alfa Dewei, pero no aparece nada.
—Gracias por la oferta, pero dile a tu alfa que no, gracias. —Me dispongo
a cerrar la puerta.
Desde un lado, una mano carnosa se extiende para impedir que se cierre,
y exhalo un suspiro exasperado mientras miro a un bárbaro de pelo castaño
miel, que acaba de entrar en el marco de la puerta.
Este nuevo metamorfo tiene una bonita barba poblada, ojos azules y una
nariz recta y preciosa que claramente necesita que le rompa. Lleva la cabeza
rapada por los lados y el cabello largo por arriba. Se ha peinado la melena
castaña hacia atrás, como suelen hacer los chicos malos. Sus vaqueros
abrazan sus gruesos muslos y la cazadora que lleva es una de esas de cuero
marrón de la vieja escuela con cuello y puños de borreguito. Lleva un look
de piloto de combate, leñador y vikingo que le sienta de maravilla.
—El alfa Dewei ha solicitado tu presencia —repite el bárbaro, con una
voz grave que encaja perfectamente con su tamaño. Sus duros ojos se clavan
en los míos, y me pregunto qué haría falta para derretir esa gélida mirada.
Ignoro ese ridículo pensamiento y le ofrezco a Thor el Top Gun14 una
sonrisa que dista mucho de ser cálida y amistosa.
—Sí, lo pillo. —Miro al bruto con el ceño fruncido: odio cuando los
imbéciles intentan intimidarme con su tamaño—. Como dije, gracias por la
oferta, pero estoy bien aquí.
—No es una oferta, es una orden —me informa el ariete con el corte
rapado.
—¿Y quién es él, o tú para el caso, para darme órdenes? —pregunto, a
punto de terminar con todo este intercambio.
—Soy Jury15, y como he mencionado antes, el Alfa Dewei quiere hablar
contigo.
—Déjame adivinar, tú eres el Juez y tú el Verdugo —bromeo, señalando
desde el bárbaro encajado en la puerta al tercer miembro de esta fiesta de
bienvenida.
Es más delgado que los otros dos, pero sigue siendo alto y musculoso. Su
corte de pelo negro es tan limpio que parece recién salido de la peluquería.
Está peinado con algún tipo de producto para que parezca un poco despeinado
en la parte superior, como si intentara comunicar que es divertido, pero de
forma ordenada. Sonríe ante mi burla, mostrando unos hoyuelos que
enmarcan sus labios carnosos. Sus rasgos tienen un toque de ascendencia
asiática y sus ojos marrones brillan con diversión.
A Jury, sin embargo, no le hace ninguna gracia.
Levanto una ceja. Está claro que no ha entendido el chiste.
—Juez, jurado y verdugo —intento de nuevo, saludando a los tres. Jury
frunce el ceño, claramente no aprecia mi ingenio. Lamentable.
—Este es Ledger —me dice Jurado, asintiendo en dirección al bárbaro—
. Y éste es Gage. —Señala con el pulgar a los hoyuelos—. Ahora que eso ya
ha quedado claro, ¿nos acompañarías a hablar con nuestro alfa? Te damos
nuestra palabra de que estarás a salvo y te devolveremos aquí cuando
termines.
Me parece raro que no me pregunte mi nombre, pero lo archivo y me
centro.
—¿Y si me niego? —presiono, conteniendo un bostezo. Esperaba dormir
un poco más antes de conducir las seis horas que me separan de Aegis, mi
próxima parada.
—No hay razón para complicar las cosas. Nuestro alfa quiere hablar con
una loba solitaria que está en territorio de la manada. Nada más, nada menos
—declara Jurado.
—No estoy en territorio de la Manada Dewei —argumento. Me aseguré
de alojarme en un motel en territorio humano para evitar problemas como
este.
—La reclamación de Dewei se ha ampliado recientemente. Estás en
nuestra tierra y, por tanto, sujeta a nuestras leyes —insiste Jury. Suspiro.
Bueno, mierda.
Podría desafiar su palabra. Podría empezar una pelea, terminarla y seguir
mi camino, pero eso me pondría definitivamente en la lista negra de otra
manada, y ese es un obstáculo que no necesito ahora mismo. Encontrar a
Harlow es la prioridad, lo que significa que debo tener cuidado de no
incendiar puentes que pueda necesitar cruzar en el futuro.
Es un desvío molesto, pero lo más rápido y sensato es ver qué demonios
quiere ese tal Dewei y seguir mi camino.
Libero la magia que mantiene mi daga en la mano y salgo por la puerta.
—Bien, vamos, pero más vale que sea rápido.
Gage se aclara la garganta y su sonrisa se ensancha, resaltando aún más
sus hoyuelos.
—Quizá quieras ponerte unos pantalones.
Cierto. Pantalones.
Giro sobre mis talones y entro en la habitación del motel a grandes
zancadas. Saco un par de vaqueros, me los pongo y me calzo las botas,
atándomelas mientras los tres ejecutores me observan. Agarro la franela
morada de anoche del respaldo de una silla de madera, me la coloco y cojo la
llave de la habitación del escritorio rayado.
Ledger y Jury retroceden cuando salgo de nuevo de la habitación, y cierro
y atranco la puerta tras de mí. Me conducen a la puerta trasera de un Suburban
gris carbón. Me debato si lanzar la idea de ir en mi moto y ofrecerme a
seguirles, pero sé que la respuesta va a ser un puto no. Por no mencionar que
he aparcado en la parte trasera del motel, cerca de la ventana del baño de mi
habitación, por si necesitaba hacer una escapada rápida. Es más, un hábito
que otra cosa, pero quizá sea mejor que estos tipos no lo sepan.
Probablemente plantearía un montón de preguntas que no tengo ningún
interés en responder.
Gage me abre la puerta del coche mientras Jury sube al asiento del
copiloto. Ledger se acerca a una preciosa moto negra en la que no me había
fijado hasta ahora. Abandonando la puerta abierta del coche, sigo a Ledger
hasta su moto. Es una Indian Scout Rogue, nueva por lo que parece, y es tan
grande y robusta como su piloto.
—¿Qué haces? —pregunta cuando se da cuenta de que estoy detrás de él.
—Esto parece más divertido —respondo, esperando a que se suba para
ponerme detrás de él.
Mira a Gage sin saber qué hacer. Jury asoma la cabeza por la puerta
abierta del pasajero, con la irritación dibujada en su bonito rostro.
—¿Has montado alguna vez? —me desafía Ledger, señalando su preciosa
moto, y mirándome dubitativo con sus ojos azules.
—Una o dos veces. —Suelto indecisa.
—Te vas a resfriar —argumenta Jurado desde el todoterreno.
—Soy más caliente de lo normal —le aseguro.
—Ya lo creo —murmura Gage, y Jury le lanza una mirada de
desaprobación.
—Tengo claustrofobia. Esto es mejor. —Miento a medias, haciendo señas
a la moto.
Jurado parece estreñido de fastidio mientras debate los méritos de intentar
obligarme a subir a su coche.
Me gustaría verle intentarlo.
—Bien —concede Jury, la palabra suena como un ladrido contrariado.
Su cabeza desaparece de nuevo dentro del todoterreno y cierra la puerta
tras de sí. Gage rodea el vehículo por el lado del conductor y sube. Ledger
vuelve a mirarme y suspira.
—No tengo cascos —anuncia mientras sube a su moto.
—No necesito uno —le digo, balanceándome sobre el respaldo, con
cuidado de no tocarle.
Tree y Rafe nunca dejarán de quejarse si saben que voy por ahí sin la
protección adecuada, pero no están aquí, y lo que no saben no les hará daño.
—Puedes agarrarte a mí sí lo necesitas —refunfuña Ledger, y yo lucho
contra una sonrisa burlona.
—Ya te gustaría —me burlo.
Sacude la cabeza.
—Como quieras, pero si te caes y te haces daño, es cosa tuya.
Le hago un saludo de sabelotodo, pero no muerde el anzuelo.
Arranca la moto y, a mi pesar, se me dibuja una sonrisa en la cara. Hay
algo en tener potencia y velocidad entre los muslos. Nunca pasa de moda.
Ledger el Bárbaro sale disparado como un tiro, pero yo estoy preparada.
Me imaginé que intentaría algo para ponerme en mi lugar, así que uso un
poco de magia para mantenerme en mi asiento. Ni siquiera me tambaleo ni
retrocedo cuando acelera, y por la forma en que mira por encima del hombro
me doy cuenta de que está sorprendido.
Mi cabello vuela por todas partes, así que me lo enrollo en un moño
apretado e invoco algo de magia para evitar que se convierta en un nido de
pájaros. Sea quien sea el Alfa Dewei, no voy a encontrarme con él por
primera vez luciendo despeinada y de aspecto trágico.
Ledger avanza a toda velocidad por la autopista, llevándonos de vuelta a
Knightsroost, y yo pienso en lo que sé de la manada local y en lo que podría
querer el alfa. Lo último que supe es que este era territorio de la manada
Taylor, así que o bien ha habido un cambio reciente en el poder o el alfa
Dewei no titula su manada con su apellido, como es costumbre.
No he conocido oficialmente a muchos alfas, pero con la reciente cumbre,
he observado más de la cuenta a los miembros de la NAAC. Todos parecen
ser un puñado de gilipollas pendencieros y ávidos de poder. Hay algunas
excepciones, pero me hace pensar que la manada Taylor ha tenido un reciente
cambio de régimen.
No recuerdo que nadie lo mencionara en la cumbre, pero según el registro,
la manada Taylor no forma parte de la NAAC, así que quizá no importe, o tal
vez no esté en el radar de ninguno de los grandes peces gordos. En cualquier
caso, dudo que este alfa tenga vínculos con Ilaria, o al menos este tal Dewei
no los tenía antes de que me fuera.
Espero que esto no sea una especie de juego de poder por su parte, pero
hasta que no lo sepa con seguridad, tengo que andarme con cuidado. Ilaria
está cabreada y querrá que sienta su ira y vuelva arrastrándome con el rabo
entre las piernas. No creo que intente matarme todavía, pero no es cuestión
de si tomará represalias, sino de cuándo.
Lanzo una tupida barrera de aire a mi alrededor, calentándolo hasta que
parece que estoy flotando en un manantial de aguas termales en lugar de estar
siendo azotada por el viento glacial a lomos de una motocicleta. Ledger no
tarda mucho en desviarse de la autopista y adentrarse en las llanuras, en
nuestro camino paralelo al río Misuri.
Un hormigueo de poder protector recorre mi piel cuando pasamos una
barrera mágica inesperada. Menos mal que mi fuente no reacciona. Lo último
que necesito es que mi magia centinela estalle y lo estropee todo. Los
hechiceros casters casi nunca protegen los territorios de otros supes. O bien
el Alfa Dewei tiene un montón de dinero y ha comprado la protección extra,
o su territorio incluye ahora un santuario de Caster que desconozco. Ambas
opciones me hacen sentir mucho más tensa y cautelosa que hace cinco
minutos.
Las barreras de los hechiceros pueden quebrar incluso el control del
Centinela más fuerte. Hay algo en nuestras defensas innatas que necesita
fortificar la magia ajena y crear una capa extra de protección. Puede suceder
contra nuestra voluntad, y hace que nuestras reacciones mágicas sean
impredecibles. Una razón por la que suelo evitar los santuarios, porque
sobrepasar una barrera puede ser una tarjeta de visita para otros centinelas, y
estoy completamente segura de que no pretendo llegar a ninguno de ellos.
Fausto solía predicar que la respuesta errática era la magia Centinela que
reivindicaba legítimamente su dominio sobre especies inferiores, pero los
megalómanos tienen tendencia a pensar locuras como ésa.
El todoterreno se mueve delante de nosotros y aminora la marcha, y me
doy cuenta de que nos acercamos a una verja perimetral. Los guardias nos
hacen señales para que pasemos y observo a varios lobos de gran tamaño
correr a lo largo del límite de la frontera. La inquietud me invade el pecho.
Se está empleando mucho músculo y esfuerzo en proteger a esta manada
aleatoria. Esperaría ver este nivel de coordinación y esfuerzo en manadas más
grandes, pero normalmente tienen más razones para ser paranoicos.
Quizá debería haber llamado a Rafe y a Tree para contarles lo que estaba
pasando. Decidí no hacerlo porque no quería que abandonaran sus búsquedas
y volvieran corriendo aquí por algo que quizá no fuera gran cosa, pero ahora
me estoy replanteando esa decisión. Sé que siempre puedo alertarles a través
de las runas, pero se van a cabrear si tienen que venir a jugar a rescatar a la
Centinela todo porque la he cagado y no les mantuve informados.
La tensión se asienta sobre mí como una densa niebla. No me gusta
adentrarme en un terreno desconocido, que parece mucho más formidable de
lo que anticipaba.
Astuto alfa.
Un punto para la manada Dewei. Esperemos que pueda igualar el
marcador y salir de aquí con todas mis partes exactamente donde se supone
que deben estar.
Ledger se detiene detrás del Suburban gris que está parado delante de un
gran edificio de piedra roja y enormes ventanales. Parece un centro de
visitantes, de esos en los que te detienes antes de entrar en un parque estatal
o de ir a ver algún lugar turístico, solo que aquí no hay más que unos cuantos
edificios.
A lo lejos, puedo ver un resplandor de luz que indica que ahí es donde se
encuentra el resto de la manada. Sin embargo, el mensaje es claro: para llegar
a ellos, tendrías que pasar por este edificio y por todos los que están dentro.
Un leve hilillo de respeto se abre paso a través de mi aprensión. Se puede
saber mucho sobre una manada y su líder por la forma en que está
estructurado un pueblo. El pueblo de la manada Ramsey gira en torno a la
casa del alfa, el cuartel general de los ejecutores y otros edificios que son
fundamentales para la protección y el bienestar de la manada. Todo lo vital
está seguro en el centro, mientras que aquí, el alfa y los ejecutores son la
primera línea de defensa.
Me bajo de la parte trasera de la moto y libero la magia que me mantiene
caliente y mi cabello bonito y ordenado. Me lo saco del moño en el que me
lo he enredado y me peino con los dedos los largos mechones mientras
Ledger se baja de su bestia de moto. Me observa con expresión perpleja, sin
saber qué pensar de mi aspecto imperturbable y la ausencia de congelación
por el viaje.
Me dan ganas de sonreír, pero contengo mi diversión.
Jury y Gage salen de su todoterreno, ambos me miran a mí, a Ledger y
viceversa, como si trataran de averiguar por qué el tercer miembro del equipo
de recogida me observa como si fuera a entrar en combustión espontánea o a
cagar un arco iris o algo así. Tontainas.
Jurado, como buen líder, es el primero en salir de su perplejidad.
—Por aquí —ordena, señalando las puertas de cristal que conducen al
interior del edificio.
Los dos guardias situados a ambos lados de la entrada abren las puertas
cuando nos acercamos. Jury les hace un gesto con la cabeza, pero ellos no
muestran ningún signo externo de agradecimiento, su comportamiento
militar es inquebrantable.
Me entretengo contando guardias y salidas mientras me adentran en el
edificio. La luz en el interior es tenue y el ambiente es tranquilo. Es como si
se caminaran con cuidado para dejar dormir al edificio.
Ojalá hubieran sido tan considerados conmigo.
Me conducen por un pasillo ancho que termina en otro par de puertas con
inserciones de cristal muy esmerilado que hacen un buen trabajo en difuminar
lo que hay al otro lado. Otro par de guardias las abren y descubren una gran
mesa de conferencias ovalada de madera clara con sillas de ante gris
alrededor.
Jury se desvía hacia la izquierda de la mesa, donde de repente se abre un
panel en la pared revestida de madera. Les sigo a él y a Gage hasta un
espacioso despacho masculino. Es de madera oscura con detalles en crema y
verde bosque. No hay ventanas, pero el espacio sigue siendo luminoso y
aireado. La pared del fondo es una gran estantería que va del suelo al techo,
con coloridas filas de libros en cada balda. Incluso hay una escalera de esas
que se sujetan a una barandilla para poder deslizarse hacia delante y hacia
atrás.
Ledger me pisa los talones mientras todos entramos en la oficina, como si
previera que voy a salir corriendo en cualquier momento y estuviera
dispuesto a detenerme. Pero no soy idiota. La seguridad y la tecnología de
este edificio son de primer nivel. Si voy a escaparme, lo haré porque no hay
otra opción. No hemos llegado a ese punto... todavía.
Hasta entonces, se me ocurren todo tipo de ideas de lo que puedo mejorar
en la próxima guarida que organicemos cuando Harlow, Rafe, Tree y yo
encontremos un lugar seguro donde aterrizar de nuevo.
Me duele el pecho al pensar en mi hermana y me lo froto. Tengo que
darme prisa con lo que sea que quiera este alfa y volver a la carretera cuanto
antes.
Frente a mí, Jury y Gage se separan y toman posiciones frente a la pared
de libros. El Alfa Dewei está sentado en la perfecta posición de poder tras un
gran escritorio de madera oscura bellamente tallado. Está recostado en una
silla de oficina acolchada, con un par de duros ojos color avellana fijos en mí.
Al instante, veo un parecido entre él y Jury. Dewei tiene unas líneas más
finas en la cara y un toque plateado a los lados de su corte de pelo de estilo
militar. Todo su aspecto me recuerda al hermano mayor sargento instructor.
Supongo que podría ser el padre, pero yo apuesto por el hermano.
Ni un mechón de su oscuro cabello está fuera de lugar, y parece recién
afeitado. Me lo imagino en este mismo despacho, con algún subordinado
aplicándole crema de afeitar tibia y limpiándole con una afilada navaja de
afeitar. Seguro que después le depilan sus perfectas cejas oscuras.
—Sra. Bardot, me alegro mucho de que haya venido. —Me saluda
formalmente, su poderoso cuerpo se levanta fácilmente de su alta silla y me
tiende la mano para que se la estreche.
Me burlo internamente del apellido falso que llevo usando desde que
conocí a Ilaria. Fui una estúpida al principio, cuando empecé a luchar.
Accidentalmente di mi verdadero nombre de pila, así que no había vuelta
atrás sobre eso. Afortunadamente, arreglé la situación sobre el resto de mi
identidad, y desde entonces soy Savoy Bardot. Aunque ahora, supongo que
esa identidad tendrá que morir y tendré que convertirme en otra persona
durante un tiempo para mantener a Deveraux, y ahora a Ilaria, lejos de mí.
Ignorando su mano extendida, tomo asiento en uno de los dos sillones de
cuero marrón caramelo que hay a este lado del imponente escritorio. Dewei
no parece ofendido por mi desaire, sino todo lo contrario. Yo diría que le
divierte, incluso que lo aprueba.
—Soy Justice Dewei, alfa de la manada Taylor —me dice, ocupando su
asiento.
—¿Justice y Jury? —Levanto una ceja y le dirijo una mirada dudosa.
Supongo que no soy la única que tiene un nombre falso.
Miro del alfa al ejecutor que me recogió, que ahora monta guardia en la
esquina trasera izquierda de la sala. La atención de Jury está fija en la pared
opuesta, como un soldado curtido.
El alfa Dewei se ríe y se echa hacia atrás en la silla, apretando los dedos
delante de él.
—Nuestros padres tenían firmes ideas sobre la igualdad en el mundo
sobrenatural, y querían que sus hijos llevaran esos ideales a lo largo de su
vida, de una forma u otra.
Ding, ding, ding, son Hermanos. Lo sabía.
—Qué tierno —bromeo, imitando su postura.
Su sonrisa se ensancha aún más y sus ojos color avellana centellean con
interés. Compruebo si hay un anillo morado alrededor de su iris, que indicaría
que no es el único a cargo de ese cuerpo, pero solo hay un remolino de verde
y marrón con diminutas motas doradas.
Entonces no es uno de los de Dev.
Observo al atractivo alfa. Es joven para su posición, lo que significa que
es poderoso, y no me cabe duda de que es un Dom16 en todos los sentidos de
la palabra. No se me escapa que el nombre de la manada no es el suyo, pero
por mucha curiosidad que sienta por eso y por este montaje tan exagerado
que no puedo evitar admirar, no tengo tiempo para esta mierda.
Sea quien sea Justice Dewei, ha estado hablando con alguien, y es hora de
averiguar con quién.
—Entonces —empiezo, ansiosa por seguir mi camino—, ¿qué puedo
hacer por ti, Alfa?
Me estudia por un momento como si intentara resolver algo.
—No sabía muy bien qué esperar cuando me pidieron que te vigilara
mientras viajabas por mi territorio —me dice Dewei, con una sonrisa astuta
en la comisura de sus regordetes labios.
Debato durante un segundo cuál es la mejor manera de jugar a esto:
callarme y ver qué disparates salen de su boca para llenar el silencio o ir
directa al grano. Decido que es el tipo de persona que aprecia un enfoque
sincero.
—¿Y quién te pidió exactamente que me vigilaras? —pregunto, con un
trasfondo de advertencia.
Jury cambia su peso de un pie a otro.
—Un viejo amigo. Servimos juntos hace mucho tiempo —responde
crípticamente.
—Ah, ¿sí? —arrullo y pongo los ojos en blanco—. Supongo que
simplemente aflojaré el culo y respiraré hondo ahora que lo has aclarado.
La mirada profesionalmente distante de Gage es traicionada por una
pequeña sonrisa que se desliza por su rostro, la pequeña sonrisa que hace
aparecer sus hoyuelos.
Se oye un suave silbido a mi espalda, pero no aparto la mirada del alfa
Dewei para ver quién atraviesa el panel secreto de atrás. Los ojos avellana de
Dewei se apartan de los míos y siguen al recién llegado mientras se une a
nosotros.
Estoy jodidamente tensa, pero intento parecer imperturbable. No sé si
funciona.
La magia crepita como estática en mis venas, mi poder responde a mi
creciente angustia. Cierro las escotillas de mi control, asegurándome de que
no se escape nada involuntariamente.
Por el rabillo del ojo, veo a un macho sorprendentemente familiar
pavonearse hacia el alfa, sus ojos verde jade centellean cuando se posan en
mí.
Es Brae el Guapísimo del bar de anoche.
Se pasa una mano bronceada por el cabello de chico follador y yo lo miro,
confusa. Es imposible que este tipo sea el contacto del alfa. Ni siquiera lo
conozco, pero ahora veo que no fue una coincidencia que se me acercara en
aquel bar. Tenía la sensación de que me había estado observando, y ahora
puedo confirmar que definitivamente así fue.
—Y aquí estaba yo pensando que eras un lobo —le digo a Brae mientras
deja caer su enorme cuerpo en el asiento de cuero a mi lado, con una sonrisa
de suficiencia en la cara—, y resulta que eres una pequeña rata. Es bueno
saberlo —le suelto con sorna.
Y la trama se complica. Otro punto para el alfa.
—Hola de nuevo, Cookie. —Saluda Brae, como si fuéramos viejos
amigos y no completos desconocidos.
Le dirijo una mirada poco divertida que, a juzgar por cómo crece su
sonrisa, sólo sirve para entretenerle.
Imbécil.
Vuelvo a centrarme en el alfa, ya harta de esta inoportuna reunión
improvisada.
—Si estamos aquí para jugar una partida del Cluedo17, mi suposición es:
Hoyuelos, en los barracones de los ejecutores, con el hermano del alfa,
usando un candelabro —Lanzo, haciendo un gesto a Gage y luego a Jury—.
Si eso es todo, tengo otras mierdas que hacer hoy que no incluyen
interminables rondas de Adivina el Narco.
Me pongo en pie y Ledger se acerca en toda su gloria de bárbaro vikingo,
dispuesto a convertirse en un grano en el culo a la menor indicación de su
alfa.
—Nuestro amigo en común el Alfa Silas me pidió que te ayudara en lo
que pudieras necesitar. Me puso al corriente de la situación con tu hermana.
Le dije que te ayudaría si cruzabas por mi territorio —explica finalmente
Dewei.
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Bueno, eso es muy presuntuoso por su parte, dado que no somos
amigos. Nunca he pasado más de diez minutos con él.
—Parece que has dejado huella.
Sacudo la cabeza y exhalo un suspiro de fastidio.
Arrancas un corazón delante de un tipo y de repente se mete en tu
mierda. ¿Pero qué coño...?
—¿Qué tienes para mí? —pregunta el Alfa Dewei, pero sus ojos se
apartan de mí y se posan en Brae.
—No mucho. Me echó una buena bronca en el bar, e indagando entre
bastidores descubrí un montón de nada. Ella es prácticamente un fantasma,
pero si así fuera, lo sabríamos —responde Brae. El alfa Dewei frunce el
ceño—. Savoy Bardot es todo lo que pude confirmar. Edad indeterminada,
lugar de nacimiento indeterminado, padre y madre desconocidos. Afirma que
una tal Harlow Bardot es pariente suya, es la chica que se llevaron, pero
tampoco puedo encontrar nada sobre ella más allá de un nombre. Silas dice
que Savoy acaba de renunciar a la manada Ramsey, pero sólo lo sabe porque
estaba allí cuando ocurrió. Lo que es aún más extraño es que no pude
encontrar nada sobre su ingreso en la manada Ramsey, y no parece que sea
su manada de origen porque, de nuevo, no hay registros de nacimiento de ella
o de la hermana.
Brae y Dewei me miran.
—Si no estuviera ahí de pie, diría que no existe —concluye Brae,
volviéndose hacia su alfa.
Internamente, quiero alegrarme. Ramsey mantiene la boca cerrada sobre
lo poco que sabe de mí, y los esfuerzos de Fia por borrar cualquier huella que
haya dejado obviamente están funcionando. Pero hay algo en la forma en que
Brae dice fantasma que me da la clara impresión de que no está hablando de
espectros espeluznantes.
Por no hablar de la mirada de confianza del Alfa Dewei cuando se volvió
hacia Brae y le preguntó qué había encontrado. Esperaba que su ejecutor
supiera todo lo que había que saber sobre mí, como si fuera una conclusión
inevitable y todo esto fuera una demostración de poder. Es evidente que esta
manada y este alfa son el epítome de más de lo que parece, y eso es lo último
que necesito olfateando mis patas.
La mirada de Alfa Dewei se vuelve aún más intensa.
—¿Le importaría rellenar las lagunas en nuestra información, Srta.
Bardot?
Miro fijamente a Dewei.
—No —contesto, pronunciando la n con énfasis y me giro sutilmente
hasta que hay una pared a mi espalda y puedo seguir fácilmente a todos los
demás en la habitación.
Él me dedica una sonrisa cómplice, como si mi reacción acabara de
confirmarle algo.
—No podemos ayudarte si no sabemos a qué nos enfrentamos —insiste,
y su postura rígida se relaja un poco mientras sus ojos se suavizan.
No me creo lo del hermano mayor protector ni por un segundo.
Claro, probablemente sea un gran proveedor y protector de su manada,
pero yo no soy de la manada. Soy un olor interesante con el que se ha topado,
y ahora quiere rastrearlo y cazarlo hasta que averigüe qué coño significa.
Que te jodan, Alfa Silas, por echarme a este cabrón encima.
Respiro hondo y hago lo que puedo para disuadir a Dewei y acallar su
interés.
—Nunca he pedido ayuda y no la necesito, así que considérate absuelto
—le digo firmemente.
—Silas dijo que podrías ser cautelosa, pero en realidad sólo queremos
ayudar. Tenemos habilidades y recursos que podrían marcar la diferencia a
la hora de encontrar a tu hermana. —Lanza, impertérrito.
La irritación me invade. ¿Cautelosa? ¿Quiere llamarme cautelosa? ¡Olla,
te presento a la tetera!
Dewei es de lo más críptico con su manada de cambia formas de
operaciones especiales. Sigo sin tener ni idea de en qué me he metido aquí, o
en este caso en qué me han metido, por cortesía del Alfa "Cabrón
Entrometido" Silas.
Mi mirada se desvía hacia cada uno de los cinco hombres de la sala,
evaluándolos. Por mucho que quiera aceptar la oferta de ayuda, si lo que dice
Dewei es cierto, sus recursos y habilidades especiales podrían resultar muy
peligrosos para mí en el futuro. Quiero encontrar a Harlow por encima de
todo, pero no puedo descubrir nuestra tapadera en el proceso e invitar a toda
una nueva serie de problemas. El hecho de que ahora esté en el radar de este
tipo dispara mis alarmas.
—Lo tengo cubierto, pero gracias. Y ahora que hemos aclarado eso, si
puedes llevarme de vuelta a mi habitación, sería genial.
—¿De qué tienes miedo? —exige Jury, abandonando su personalidad de
chico bueno y dirigiendo un montón de juicios hacia mí.
Observo la determinación de su mirada verde oliva y la irritación de su
mandíbula ligeramente afeitada. ¿Por qué este rudo boy scout quiere
ayudarme tanto? Ignoro la pregunta y lo miró fijamente.
—De ninguna maldita cosa.
—Entonces, ¿por qué estás siendo tan difícil? —replica.
—¿Difícil? —exijo, incrédula—. Te presentas en mi puerta, sin
invitación. Exiges que vaya contigo sin decirme una mierda de por qué.
Juegas a tus jueguecitos de dominación y me haces perder el tiempo, sabiendo
que estoy buscando a mi hermana. Me ofreces ayuda cuando no sabes una
mierda de lo que está pasando, y porque no caigo de rodillas y te chupo la
polla completamente agradecida, ¿soy difícil?
Permito que un poco de oro entre en mis ojos para enfatizar y me enfrento
al GI18 Jury desde el otro lado de la habitación.
—Aclaremos algunas cosas. No te conozco a ti, ni a tu hermano, ni al Alfa
Silas. Lo último que necesito es un puñado de caniches demasiado confiados
jugando a ser soldados metamorfos, entrando y jodiendo las cosas. La vida
de mi hermana depende de mí habilidad para cazar a los hijos de puta que se
la llevaron de forma rápida y discreta. No tengo tiempo de tomaros de la
mano ni de poneros al corriente de lo que ya se está haciendo para encontrar
a Harlow y a las chicas. No estoy siendo recatada o coqueta cuando te digo
que no necesito tu ayuda. Estoy siendo sincera.
—¿Caniches? —refunfuña Ledger, claramente ofendido, cruzando sus
grandes brazos de bárbaro sobre su ancho pecho como si su solo tamaño
demostrara que me equivoco.
—Escucha, Libreta —le desafío, equivocándome de nombre a
propósito—. ¿O era Cuaderno? No, tu nombre empezaba por L, ¿verdad?
¿Libro de Literatura? —pregunto, aumentando la tontería de mis preguntas
hasta que su ceja muestra un tic de fastidio.
—Ledger —corrige irritado.
—Eso es. —Le señalo como si fuera el ganador del ridículo juego de los
nombres—. Si realmente quieres ayudar, llévame de vuelta al motel y déjame
seguir mi camino. Ninguno de vosotros tiene un lobo en esta pelea. Prometo
que es mejor dejarlo así.
—Podríamos mantenerte aquí, Cookie... por tu seguridad —amenaza
Brae, pero lo dice con tanta suavidad que casi suena como una cálida
invitación.
Nos miramos fijamente durante un rato, sus ojos verde-claro centellean
con un desafío tácito. Es como si quisiera retarme, no porque quiera que me
someta, sino porque cree que será divertido cuando no lo haga.
—Podrías intentarlo —replico, igual de dulce y confiada—. ¿Pero no me
dio uno de vosotros su palabra de que me llevaría sana y salva al motel? ¿Era
mentira? —Fijo la mirada en Jury.
Aumenta la tensión en la sala. Intento no contener la respiración mientras
espero a ver cuál será su próximo movimiento. No entiendo qué ganarían
empleando la fuerza contra mí en este momento. Me ofrecieron ayuda, la
rechacé, no veo por qué tiene que ser algo más que eso. El estómago se me
revuelve de inquietud.
—Muy bien —declara el Alfa Dewei al cabo de un rato.
Todos los presentes, excepto yo, se relajan.
—Te llevaremos de vuelta al motel y te dejaremos seguir tu camino —
concede, sacando un teléfono de su bolsillo y acercándoselo a la oreja—. Sí,
Trent, ¿acompañas a nuestra invitada de vuelta al Lazy Paw y te ocupas de
que llegue sana y salva a su habitación?
Entorno los ojos hacia Alfa Dewei. ¿Por qué sus instrucciones suenan
como un código siniestro? ¿Y por qué me lleva de vuelta Trent y no los tres
que vinieron a buscarme en primer lugar? Deberían devolverme al lugar
donde me encontraron. Sacudo la cabeza.
¿Por qué me importa?
Esta reunión ha terminado. Me voy. Y nadie tuvo que morir, lo cual es
genial.
El Alfa Dewei se levanta, abre un cajón de su escritorio y saca una tarjeta.
Camina alrededor del escritorio hacia mí, con el pequeño rectángulo negro
entre los dedos. Es alto, pero Jury le gana por unos centímetros y unos kilos
de músculo.
Sus ojos color avellana me miran por última vez y adopta una actitud
resignada.
—Si cambias de opinión, llama. Te ayudaremos en lo que podamos —me
dice, ofreciéndome la tarjeta.
Asiento una vez, cojo el pequeño rectángulo negro y me lo guardo en el
bolsillo trasero.
—Ha sido un placer conocerla, Srta. Bardot. Debo decir que estoy de
acuerdo con mi amigo Silas, deja usted huella.
Mi respuesta es una sonrisa vacía.
—Sí, esa soy yo, todo sol cegador y arcoíris brillante.
Jurado resopla y sacude la cabeza, y eso, por alguna razón, me hace
sonreír de verdad. Dewei me mira a mí y a su hermano, con un brillo de
consideración en los ojos que no me gusta nada.
El panel corredizo que da acceso a la oficina se abre de repente, y al
asomarme me encuentro con otro soldadito. Saluda al Alfa con la cabeza, y
este se lo devuelve.
—Trent te llevará de vuelta. Espero sinceramente que encuentres a tu
hermana. —Con eso, el misterioso Alfa Dewei vuelve a su escritorio.
Echo un último vistazo a todos los presentes y sigo a Trent fuera del
edificio hasta el todoterreno gris. Me siento extrañamente en conflicto
mientras veo hacerse el edificio cada vez más pequeño en el espejo lateral del
coche. Las preguntas sobre lo que acaba de ocurrir y sobre esta manada y lo
que sucede tras sus muros me asaltan como medusas de colores brillantes.
Siento la tentación de extender la mano y explorar, escudriñar lo que tengo
delante en busca de algunas respuestas, pero sé que sólo acabaré picada y
lamentando haberme metido en cosas que no son de mi maldita incumbencia.
Sólo espero que Alfa Dewei se dé cuenta de lo mismo cuando se trata de
mí. Él no es el único que puede picar.
El pomo de la ducha chirría cuando lo giro. El débil chorro de agua tibia
del motel se apaga y salgo de la ducha sobre una toalla raída que he colocado
en el suelo. Empiezo a secarme por arte de magia. El espejo del cuarto de
baño tiene una capa de vapor adherida y limpio una franja con la mano.
Mi mente se agita con pensamientos sobre Harlow. ¿Tiene frío? ¿Tiene
hambre? ¿Tiene miedo? Hemos pasado por mucho para llegar a donde
estamos hoy. La idea de fallarle, después de todo lo que hemos hecho para
sobrevivir, se siente como una púa afilada, que se me clava dolorosamente
con cada respiración.
Resisto el impulso de golpear el espejo para que su estado destrozado
refleje realmente cómo me siento por dentro. Oigo la risa de Fausto en mi
cabeza, como si mi miseria resucitara de algún modo el escalofriante sonido.
Intento deshacerme del recuerdo, pero mis agotados pensamientos quieren
llevarme de vuelta a la última vez que la oí. Debería luchar contra ello, pero
hoy no tengo fuerzas para hacerlo, y recordarlo me parece un castigo que
merezco por dejar que las personas que me importan se me escapen de las
manos.
Con un gruñido, Deveraux me empuja a los pies de Fausto. Hago todo lo
que puedo para no chocar con él, pero de algún modo lo consigo mientras la
rabia y la vergüenza luchan en mi interior.
La sala del trono está en silencio, nadie se atreve a respirar demasiado
fuerte o a moverse y arriesgarse a que la ira de Fausto se redirija hacia ellos.
—Tu mestiza falló. No quiso hacerlo y él se escapó.
Las palabras de Deveraux cuelgan como una soga alrededor de mi cuello,
una que puedo sentir cómo se aprieta rápidamente contra mi garganta, y sin
embargo estoy que hiervo de furia casi hasta el punto de no importarme.
—Awlon el Oscuro se encuentra a este lado de la puerta, ¿y tú
simplemente... lo dejas ir?
El tono de Fausto es uniforme y comedido, pero conozco los oscuros
pozos de crueldad que se esconden bajo la superficie de su pregunta, y se me
eriza el vello de los brazos.
—¿Conoces la amenaza que supone para mi reinado, y, aun así, sigue
respirando a pesar de la orden que te di?
Cierro los ojos contra la ira que me taladra con cada palabra que sale
de su boca. El rostro de mi objetivo aparece en mi mente. Su cabello negro y
sus ojos verde lima, unos ojos llenos de amor y calidez cuando mira a la niña
que está a su lado. Estoy segura de que era la hija del Centinela Oscuro.
Estaban cogidos de la mano, riendo y hablando. Ella tenía un cucurucho de
helado, y algo en ellos dos me hizo vacilar.
Nunca vacilo.
Tengo que matarlo. Es lo que hago, pero no pude... no con ella aquí.
Deveraux gruñó amenazas, pero yo no me moví. Ni siquiera la idea de
fallarle a Fausto y lo que me haría por eso, podía hacerme dar un paso hacia
ellos o levantar una mano en señal de amenaza contra el padre y su hijita.
En lugar de eso, me limité a observarlos y me encontré extrañamente
anhelando lo que ellos parecían tener. Satisfacción.
Fácil aceptación.
Una relación padre e hija que nunca podré tener.
—¡Respóndeme! —brama Fausto, y yo me estremezco, sin saber qué me
ha preguntado.
Me agarra el pelo con las manos, me pone de rodillas y me echa la cabeza
hacia atrás para que me vea obligada a mirarle. Una locura despiadada flota
en sus ojos cetrinos. Su boca se tuerce en un gruñido mientras me empuja
dolorosamente hacia un lado. Loba gruñe en mi mente, pero la hago callar
y me concentro en el hombre que me ha destrozado de tal manera que no hay
esperanza de que vuelva a recomponerme.
—¿Por qué? ¡Chucho inútil! —me grita en la cara, la saliva volando de
su boca y salpicando mis mejillas.
Algo abrasador e indignado hierve a fuego lento en mi estómago, pero no
puedo fijarme demasiado en lo que es.
—Había una niña —le digo débilmente, y su palma conecta con mi mejilla
antes de que apenas pueda pronunciar las palabras.
El dolor me desgarra, pero somos viejos amigos y hemos recorrido juntos
este camino muchas veces.
—¿Una niña? —ruge como si fuera el detalle más insignificante que
jamás ha oído. Como hija de este monstruo, me doy cuenta de que sin duda
lo es.
—Era sólo una niña —murmuro, apenas por encima de un susurro, como
si mi escaso volumen ocultara de algún modo la rebeldía que asoma a través
de mis palabras.
Algo extraño y feroz me recorre como un dragón dormido que ha decidido
despertar. No es Loba, ella está tan acobardada y acorralada como yo, pero
sea lo que sea, me encuentro buscándolo como si de algún modo fuera a
ayudarme a superar lo que sé que se avecina.
—¿Qué dices, Chucho? —gruñe mientras me acerca bruscamente.
La ira me hace ampollas por dentro, pero por fuera, mi cara está
cuidadosamente inexpresiva.
—Siempre he hecho todo lo que me has pedido. He matado bajo tus
órdenes. He elegido a tu mandato. Me he doblegado y roto a tu voluntad.
¿No es suficiente? —pregunto, sabiendo con aplastante claridad que nada
de lo que haga lo será.
Ya no importa porque he tenido suficiente.
No me importa lo que me haga ahora.
Fausto me suelta y vuelvo a caer sobre mis manos. Una risa despiadada
resuena en la habitación.
—¿Me desafiarías por una niña? —pregunta con una risa peligrosa.
—No los mataré —afirmo, sabiendo lo que me costará.
Mis ojos se fijan en Deveraux, pero puedo ver a todos los demás de pie
detrás de él, cada uno ansioso por presenciar mi inminente castigo. Kelt está
aquí, pero no lo veo. No importa, no va a hacer nada para detener esto de
cualquier manera.
Tal vez me maten esta vez.
Quizá les deje.
—Nuestra perra chatarrera cree que tiene elección —declara Fausto a la
sala, riendo aún más fuerte como si la sola idea de que yo pueda tener mente
propia fuera lo más gracioso que ha oído nunca.
Otros se ríen con él, con sus carcajadas como el canto de los pájaros a
primera hora de la mañana. Estoy acostumbrada. En todo caso, sus crueles
burlas me animan. Me recuerda que superaré esto, como he superado todo
lo demás.
—Kelton, ve a cazar al Ouphe19 Oscuro y termina lo que el chucho no
pudo. Deveraux, tú vienes conmigo —ladra Fausto mientras se cierne
amenazador sobre mí—. Vamos, Mestiza. ¿Crees que tienes elección? Tengo
a la persona perfecta para demostrarte lo equivocada que estás. Dos
personas en realidad.
Cierro los ojos de golpe y me alejo de adonde me lleva el resto de ese
recuerdo. Respiro entrecortadamente mientras me aferro al presente y dejo
que la oscuridad de mi pasado se filtre en mí y se asiente. De repente suena
el teléfono, sacándome de mis pensamientos, y salgo corriendo del baño y
prácticamente salto sobre la cama de matrimonio para coger el aparato de la
mesilla y contestar. La decepción me invade el pecho cuando en la pantalla
no aparece el nombre de Harlow. Es una reacción estúpida. Lógicamente, sé
que no tiene su teléfono; si llamara, no lo haría desde un número guardado
en mi lista de contactos, pero aun así mi estúpido corazón da saltos de
esperanza.
—Hola —respondo mientras me recompongo y termino de secarme con
aire mágico.
—¡Los tenemos! —Prácticamente grita Fia en el teléfono, sus palabras
son como una inyección de adrenalina fundida en mi perezoso sistema.
—¿Dónde? ¿Cómo? —exijo, corriendo para sacar la ropa de mi bolsa de
lona.
—Dos furgonetas negras pararon en una gasolinera junto a la I-35 en
Minnesota. El reconocimiento facial atrapó a la mujer cuando entró a usar el
baño. Están cerca de la frontera con Iowa, pero tenías razón, parece que se
dirigen al norte.
—Joder, sí —gruño. Pongo el teléfono en altavoz y empiezo a ponerme
la ropa interior—. ¿Puedes rastrearlos?
—Estoy trabajando en ello mientras hablamos —me asegura, con el
sonido de una furiosa mecanografía llenando el fondo.
—¿Puedes añadir a Rafe y Tree a esta llamada? —pregunto, luchando
contra mi sujetador deportivo mientras me lo paso por encima de la cabeza y
lo fuerzo para contener mis tetas.
—¡En ello!
La línea se queda en silencio y yo termino de vestirme con mi ropa de
motera y me calzo las botas, atándomelas. Busco un mapa en mi teléfono
centrándome en la carretera que mencionó Fia, en la frontera entre Iowa y
Minnesota. Repaso mentalmente los asentamientos supe cercanos.
—Todos estáis aquí —anuncia ella cuando vuelve a la línea—. Ahora
estoy investigando las cámaras de tráfico, pero diría, basándome en la última
visual que tuve, que se dirigen a Farrowbrook, Aegis o Sigil.
Busco cada una de esas ubicaciones y observo sus coordenadas.
—El territorio del clan Diaburg linda tanto con Farrowbrook como con
Sigil. —Señala Tree—. La manada Zeten está cerca de Aegis.
—¿Qué es lo que tenéis más cerca? —pregunto mientras meto
frenéticamente la ropa sucia y el cargador en la mochila y busco en la
habitación cualquier otra cosa que haya podido olvidar—. Tenía pensado
dirigirme a Aegis, pero si eso está más cerca de alguno de vosotros, puedo ir
más lejos.
—Me quedo con Farrowbrook —declara Rafe—. Puedo estar allí en ocho
horas.
—Aegis es probablemente mi mejor opción. Puedo llegar allí con tiempo
suficiente para lavarme antes de visitar sus puntos calientes —responde Tree.
—Espera —anuncio, me cierro la cremallera de la chaqueta y me coloco
el casco. Conecto la llamada al casco y guardo el teléfono en un bolsillo
lateral del pantalón. Agarro el petate, dejo la llave del motel en el escritorio
y salgo por la puerta a grandes zancadas.
Fuera, los pájaros pían alegremente en señal de saludo y hace más calor
que hace una hora, cuando Trent me dejó en casa. El sol empieza a subir por
el cielo y no hay ni una nube en su camino.
—Bien, eso me deja a Sigil...
—Pequeña Minx20 —acusa una voz grave y molestamente familiar.
Miro y encuentro nada menos que a Ledger. Sentado en su Indian Scout
Rogue en el aparcamiento como si no tuviera una sola preocupación en el
mundo. Todavía lleva puesta esa cazadora de cuero y piel de oveja, y su pelo
castaño brilla sano bajo el sol de la mañana.
—¿Has montado en moto alguna vez? —canturrea repitiendo la pregunta
que me hizo justo antes de subirme a lomos de su moto—. Una o dos veces
—parodia, alzando la voz para imitar la mía. Sus ojos azules se entrecierran
al ver la equitación negra que me sienta como un guante y el casco que llevo
en la cabeza con la visera levantada—. ¿Dónde está? —mira alrededor del
solar vacío en busca de la moto que ahora sabe que tengo.
Le fulmino con la mirada. Debería haber salido por la ventana del baño.
Era muy probable que el Alfa Dewei no se retirara tan fácilmente, pero no
creí que fuera tan descarado desde el principio. Pensé que haría que algunos
de sus soldados intentaran seguirme desde la distancia para ver qué
información podían obtener antes de que intentara volver a meterse en mis
asuntos.
Me equivoqué.
—¿Quién es ese? —pregunta Tree con recelo, atrayendo mi atención de
vuelta a la llamada y a la tarea que tengo entre manos.
—Sólo una plaga. No te preocupes, me ocuparé de eso —le aseguro,
escudriñando a mi alrededor en busca de los demás. Sé que tienen que estar
por aquí.
—Para y agarra un collar antipulgas, eso le funciona a Rafe cuando atrapa
bichitos indeseados —se burla Tree.
—Vete a la mierda —refunfuña Rafe, y yo suelto una risita.
—Parece que el Alfa Silas hizo algunas llamadas a sus amigos y están
muy dispuestos a ayudarnos. Manteneros alerta por si alguien os vigila
cuando salgáis por ahí —les explico mientras me alejo de Ledger y me dirijo
a la parte trasera del motel.
—Oh, no, de eso nada —declara Ledger, y oigo cómo se baja de la moto
y me sigue a grandes zancadas.
Si su moto no fuera tan bonita, usaría un poco de magia y la empujaría
para darle una lección a ese bruto, pero no me atrevo a hacerlo. Acelero el
paso y rodeo el edificio antes de que pueda alcanzarme.
—Savoy, ¿me estás escuchando? —gruñe Tree, y vuelvo a centrarme en
él.
—¿Qué?
—¿Tienes problemas con un alfa y qué, decides que no necesitamos
saberlo? —repite.
Suspiro. Mierda.
—No había nada que necesitarais saber. Estoy bien. Lo tengo controlado
—les aseguro, pero ya sé que ni él ni Rafe van a dejar pasar esto.
—Savoy, ¿qué demonios? —exige Rafe.
—Podemos discutir esto más tarde —les digo a todos, frenando los
argumentos que sé que están preparando—. Después de que encontremos
Harlow.
—¿Estás bien, Savoy? —pregunta Fia. No puedo decir si está preocupada
o se lo está pasando divinamente por lo que está sucediendo en mi extremo
de la llamada.
—Estoy bien. Lo prometo —les aseguro a todos—. Perderé a estos
velcros, no te preocupes. Centrémonos únicamente en los cabrones que se
llevaron a Harlow. Si podemos localizar a dónde van, podemos reunirnos allí.
Si aparece algún otro idiota con complejo de salvador, Tree y Rafe pueden
enseñarles donde está la puerta.
Fia se ríe.
—Haré lo que pueda para reducirlo.
Tanto Tree como Rafe sueltan un resoplido de fastidio.
—¿Ya hemos terminado con la línea del bikini? —le pregunto a Fia,
conteniendo una sonrisa.
Tenemos una sólida ventaja, y ardo de esperanza y retribución.
—¿Qué demonios? —Jadea Rafe al mismo tiempo que Tree gime—: ¡Mis
oídos! —¡Mis oídos!
—Oh, sí —ríe ella—. Estamos en medio de esta puta, y esos cabrones no
tienen ninguna oportunidad.
—No, no la tienen —acepto y cuelgo.
La venganza arde en mis venas y loba aúlla ansiosa en mi cabeza. Veo mi
moto mientras corro hacia la parte trasera del motel. Ledger por fin me
alcanza, pero ignoro su imponente presencia.
Un silbido impresionado suena a mi lado.
—Eso es mucha moto para una cosita tan pequeña como tú. ¿Puedes
siquiera tocar el suelo cuando estás encima?
Me debato entre enseñarle el dedo del medio o ponerle la zancadilla y ver
cómo su culo se estampa en el suelo. Decido señalarme el casco y encogerme
de hombros como si no oyera nada de lo que dice.
—¿Adónde vas con tanta prisa? ¿No quieres esperar a tus otros
acompañantes? Están a solo unos minutos —se burla.
Bufo mientras sujeto mi petate a la moto.
Bien. Los demás no están aquí todavía, lo que significa que sólo tengo
que darle una paliza a este cabrón.
—Esto no va a acabar bien para ti —le digo mientras subo a mi moto y la
arranco.
El motor ronronea debajo de mí, coloco el teléfono en el soporte y
empiezo a conectar cosas y a comprobar que tengo lo que necesito para
largarme de aquí.
—No tienes ni idea de a quién te enfrentas —me informa Ledger, con el
rostro cincelado de confianza y orgullo.
Me río.
—Oh, Librito, tú tampoco.
Pone los ojos azules en blanco.
—Ledger, me llamo Ledger.
—¿De veras? —bromeo.
—Es inevitable, Minx. Ahórrate la molestia y cede ya.
Sus palabras encienden un destello de calor, pero lo apago rápidamente.
Saco los guantes de montar del bolsillo y me los pongo. Guiñándole un ojo a
Ledger, extiendo la mano y le doy una palmadita en el estómago. El gesto
condescendiente sería más eficaz si pudiera dárselo en la mejilla mientras lo
miro, pero pedirle que se agache para que yo pueda hacerlo, en cierto modo
frustra un poco el propósito.
—Realmente te trabajas ese estereotipo de grandullón tonto, ¿no? —Le
arrullo con voz dulce.
Frunce el ceño y yo contengo una carcajada.
—Estamos sólo tú y yo aquí, Ledger, y yo estoy sentada en 649 ccs,
mientras que tú... no. No hay nada inevitable en ti, cariño. Porque todo lo que
eres es una mancha en mi retrovisor mientras comes mi polvo.
Dejo caer la visera rosa y naranja espejada de mi casco y me alejo de la
parte trasera del motel, dejando a mi paso una encantadora nube de polvo a
mi estela.
No leo los labios, pero estoy casi segura de que Ledger pronuncia un
divertido ¡maldita Minx! antes de salir corriendo hacia la puerta del motel,
donde tiene aparcada la moto.
Aprieto el acelerador y mi querida Ninja me da todo lo que tiene.
Pandemonium de NF empieza a sonar en mi casco, y la sonrisa se dibuja
en mi cara mientras me alejo de Knightsroost y me dirijo hacia Sigil. Me
imagino acercándome a Harlow con cada kilómetro que pasa.
—Ya voy, Harlow —susurro una y otra vez mientras los minutos se
convierten en horas, Dakota del Sur se desvanece en Minnesota y mis
palabras pasan de ser una súplica desesperada a una profecía.
Dejo caer la barbilla y miro al espejo a través de las pestañas. Le ofrezco
a mi reflejo una pequeña sonrisa coqueta y desvío los ojos hacia otro lado
como si algo en la habitación me llamara la atención.
Las risitas de mi teléfono se convierten rápidamente en aullantes
carcajadas, resoplo molesta y gimo.
—Parece que quieras apuñalar a alguien —rebuzna Tree, lo que hace que
Rafe se ría aún más, y entonces los dos se lanzan de lleno al modo hiena.
—Probablemente porque sí quiero apuñalar a alguien —refunfuño,
sacudiendo la cabeza.
Miro a Fia, esperando algún consejo o crítica, pero tiene los ojos cerrados
y se tapa la boca con una mano para contener la risa.
—Tú también no —gimoteo—. Esto fue idea tuya.
—Lo sé —intenta asegurarme, pero la risita se interpone—. Lo siento,
pero empiezo a preguntarme si este plan va a funcionar.
—Puedo parecer divertida y coqueta —declaro ante mi reflejo, casi como
si me estuviera dando una charla de ánimo—. Puedo —me reafirmo mientras
una nueva carcajada estalla en mi teléfono.
—Os voy a colgar, gilipollas, si seguís así —le gruño a mis Escudos, que
se están secando las lágrimas.
Estoy bastante segura de que Tree se detuvo en algún sitio para partirse
de risa a gusto, porque no parece que siga en la autopista.
—En vez de divertida y coqueta, prueba con sexy y distante. Los tíos
también se tragan esa mierda —me anima Fia.
—Bien, enséñamelo —gruño, seleccionando su recuadrito en el teléfono
para que ocupe toda la pantalla.
Ella deja el teléfono sobre un objeto y se aleja de él mientras se despeina
los rizos negros que le rodean la cabeza hasta que están bonitos y
voluminosos, como a ella le gusta. Su piel marrón nuez es impecable mientras
mira fijamente a la cámara de su teléfono y la nivela con una mirada que me
hace abanicarme. Camina hacia su teléfono, con sus ojos negros confiados y
fríos, y sus labios carnosos ladeados en una mueca que dice: desearías ser
yo. Luego relaja el cuerpo y me sonríe dulcemente.
—Ahora inténtalo tú.
—No puedo hacerlo —argumento, pero ella asiente con la cabeza,
tranquilizadora, como si fuera fácil.
Respiro hondo y me giro hacia el espejo. Me ahueco los largos rizos
sueltos que me he peinado y cuadro los hombros. Entrecierro ligeramente los
ojos, tratando de captar esa mirada sexy que Fia hace tan bien. Frunzo los
labios y levanto la barbilla mientras intento pensar en cosas sexys y
misteriosas.
Del teléfono salen carcajadas ahogadas, gruño y abandono este ejercicio
inútil. Por lo visto, tengo el rostro configurado en "te apuñalaré". No sé cómo
voy a hacer para que me funcione esta noche, pero lo averiguaré, encontrar a
Harlow depende de ello.
—Bueno, el ambiente va a estar oscuro y malhumorado ahí dentro. Estarás
bien —me anima Fia, moviendo una mano hacia la cámara como si no pasara
nada—. ¿Qué vas a ponerte, lo has decidido?
Arranco el teléfono de la encimera y apunto la cámara hacia la cama del
motel.
—Compre este vestido negro, es algo sencillo, y uno verde que es de dos
piezas. La vendedora dijo que estaba hecho para mí. Signifique lo que
signifique.
—El negro siempre es sexy —asegura.
Me encojo de hombros.
—¿Se sabe algo de Pax?
—Hablé con Rose justo antes de que llamaras y me dijo que Pax está
aguantando —responde Tree—. Todavía no se ha despertado, y el sanador
piensa que podría ser por algo más que sus heridas. Van a traer a alguien para
una segunda opinión en los próximos días.
—¿Necesitan algo Rose y los niños? —pregunto, sintiéndome a la vez
agobiada y esperanzada por esta noticia.
—No, ella dijo que estaban tan bien como podían estar. Le dije que nos
avisara si eso cambiaba.
Asiento con la cabeza y respiro hondo.
—¿A qué distancia estáis? —pregunto a mis Escudos.
—A otra hora más o menos. Voy a parar y recoger a Rafe para que sólo
tengamos que preocuparnos de un vehículo. Estos cabrones suelen esperar
hasta bien entrada la noche para hacer algo cuando se llevan a la gente de los
clubes, así que deberíamos estar allí antes de que pase nada, pero si no,
muéstranos a través de las runas y te rastrearemos por ahí.
—¿Estamos seguros de que ésta es la mejor opción? —pregunta Fia, con
la preocupación grabada en el rostro.
—No me secuestrarán de verdad, Fi. Y esta sería definitivamente la forma
más fácil y rápida de llegar a Harlow. Si los emboscamos, no hay garantía de
que hablen.
—¿No puedes hacer lo tuyo? —pregunta enseñando los dientes y luego
poniendo cara de estar mordiendo algo.
Me río.
—Puedo, si es necesario, pero ¿y si su sangre no muestra nada útil? —
contraargumento—. Evocar no es una ciencia exacta.
—Bien —concede—. Buena suerte si te secuestran. Rastrearé tu teléfono,
pero probablemente se desharán de él como hicieron con el de Harlow y
Delaney.
—Te quiero —canturreo.
—Sí, sí —gruñe antes de colgar.
—Adiós, cabrones. No tardéis mucho en llegar —les digo a Tree y Rafe.
—Adiós, Stabby McGee21, intenta no apuñalar a nadie antes de que
aparezcamos —se burla Rafe, y yo les cuelgo justo cuando Tree empieza a
reírse de nuevo.

Entro en un gran aparcamiento, buscando el mejor sitio para una


emboscada. Elijo la opción más alejada del club y, en contra de toda
intuición, me detengo allí. Estoy justo fuera del alcance de las farolas que
iluminan el estacionamiento asfaltado, junto a un campo de hierba alta.
Se siente mal a todos los niveles tratar activamente de buscarme
problemas. Paso mucho tiempo haciendo todo lo que puedo para evitarlos a
toda costa, pero esta noche no. Después de repasar todos los planes y
escenarios posibles con Fia, Tree y Rafe, todos estamos de acuerdo en que la
forma más rápida de llegar a Harlow es intentar que el grupo que se la llevó
también me lleve a mí. Todavía no sabemos exactamente por qué la eligieron
objetivo, pero voy a hacer todo lo posible esta noche para convertirme en la
presa perfecta y esperar lo mejor.
Me bajo de la moto y me despeino. No me he molestado en ponerme casco
ni ningún otro equipo de protección para venir hasta aquí, sino que me he
rodeado de un escudo de aire para el rápido trayecto desde el motel que está
a sólo unos kilómetros.
Los graves de la música de la discoteca me llegan hasta el aparcamiento
y observo el edificio mientras me aseguro de que mi atuendo cubre todo lo
que se supone que debe cubrir, que no es mucho. Llevo un top verde
esmeralda con escote en pico y mangas largas, y una falda ajustada a juego
que me llega a medio muslo. Tengo el escote, los abdominales y las piernas
a la vista, y más vale que sirva para algo más que para que me acosen
sexualmente esta noche. Necesito ser secuestrable.
La Manzana Envenenada es el único club de supes en esta parte del estado.
Hay un bar al otro lado de Sigil que ya he visto antes, pero entre las dos
opciones, este lugar es el sueño húmedo de cualquier depredador.
Un letrero de neón verde y morado parpadea tentador sobre un gran
edificio de estuco blanco. Es de una planta, casi un almacén, con cuatro
grandes patios y suficientes salidas para que un secuestrador se sienta muy
cómodo con sus opciones de escape. La Manzana Envenenada tiene
suficiente tráfico como para que una cara nueva y desconocida no llame la
atención, y es el principal lugar de reunión de todo tipo de sobrenaturales, no
sólo de cambia formas.
Saco el teléfono del soporte de la moto y compruebo la hora. Son más de
las nueve. Rafe y Tree deberían llegar en menos de una hora, lo que me da
tiempo de sobra para ponerme en posición. En el peor de los casos, o, mejor
dicho, en el mejor de los casos en esta situación, si consigo que me atrapen
antes de que lleguen, les señalaré con sus runas de escudo y me rastrearán de
ese modo.
Envío un mensaje de texto rápido para que todos sepan que voy a entrar y
me guardo el teléfono en la bota izquierda.
Un gorila bajo pero fornido me mira cuando me acerco a la entrada. La
música amortiguada del interior aumenta cuanto más me acerco.
No espero con impaciencia el dolor de cabeza que sé que voy a tener en
unos treinta minutos. No soy de las que se sueltan y salen de fiesta, nunca
me ha resultado seguro bajar la guardia así, pero juro que cuando todo esto
acabe, si no vuelvo a ver nunca un bar o un club, será demasiado pronto.
El portero me hace una seña con la cabeza y me abre la puerta. Respiro
hondo al cruzar el umbral y exhalo lentamente mientras dejo de lado mi
semblante estoico y cauteloso y adopto una actitud que irradia ganas de
pasarlo bien. Mi sonrisa es amplia y amistosa cuando entro en el club,
bailando al ritmo de la música a todo volumen mientras observo el interior.
Hay una enorme barra ovalada en el medio del club. En el centro hay una
pared circular de espejos cubierta de estantes de cristal repletos de botellas
de licor. La pared de espejos tiene vetas patinadas que la atraviesan, haciendo
que parezca cristal de mercurio. Más de una docena de camareros atienden a
los clientes que se agolpan alrededor de la brillante barra de mármol negro.
Camareros y camareras ataviados con pantalones negros y camisetas de
tirantes se mueven entre la barra y una amplia pared de reservados oscuros
situada al fondo. Las pistas de baile a derecha e izquierda del bar ya están
llenas y se extienden por los grandes patios a ambos lados del edificio.
Me acerco a la barra y espero pacientemente mi turno para pedir.
—Elige tu veneno —anima la guapa camarera con una sonrisa amable.
—Sólo una cerveza por ahora, pero me encantaría abrir una cuenta para
mí y mis amigos —le digo, entregándole una tarjeta de crédito.
Comprueba el amuleto de su muñeca para ver si tengo edad suficiente para
beber. El brazalete de piedra lunar no empieza a brillar ni a hacer nada que
pueda negarme el servicio.
—Claro que sí... —dice, mirando el nombre de la tarjeta y luego a mí—.
¿Qué tipo de cerveza te puedo ofrecer, Bambi? —Sus fosas nasales se
encienden al olerme—. Tenemos cervezas locales que elabora Heron Pride y
que te harán sentir muy bien en un santiamén, algunas porquerías que piden
los Casters y todas las marcas populares humanas.
Me río ante el comentario de porquerías.
—La cerveza local suena perfecta.
Me da una botella azul de cuello largo y se apresura a servir al siguiente
cliente. Me abro paso entre el enjambre que rodea la barra y me dirijo a los
reservados del fondo.
Este lugar está sorprendentemente concurrido. Hay un buen número de
guardias repartidos a lo largo de las paredes, una mezcla de metamorfos y
unos cuantos Casters. Observan a la bulliciosa multitud, buscando cualquier
cosa extraña que pueda llamar su atención.
Con confianza, me acerco a una cabina oscura que promete darme una
buena vista del club y, lo que es más importante, una línea de visión directa
a la entrada principal. No puedo ver quién está dentro hasta que me acerco,
pero me alegro de encontrar a un grupo de hombres jóvenes que están
pasándola bien y observan la sala señalándose unos a otras posibles parejas
para la noche. Uno a uno, sus ojos se fijan en mí mientras me acerco al final
de la mesa.
—¿Puedo quedarme con esta cabina? —pregunto dulcemente.
Dudo que acepten, pero vale la pena intentarlo. Una cara bonita y un par
de tetas pueden llegar muy lejos a veces.
—Estaría encantado de que te sentaras aquí —ofrece un rubio con cara de
niño, dando palmaditas en su regazo.
Todos sus amigos se ríen y se dan codazos. Apenas parecen tener edad
para beber. Definitivamente, aún no tienen edad para que le crezca una barba
poblada.
—Te diré una cosa —propongo, mezclando mi tono con un ronroneo
seductor—. Me das esta mesa, te aseguras de que nadie me moleste mientras
estoy sentada en ella y os pago todas las copas de la noche. —Hago un gesto
con la mano hacia el grupo de hombres con los que está, para indicar que
todos están incluidos en la oferta.
El rubio resopla como si creyera que estoy bromeando, pero cuando mi
mirada se mantiene firme y mi sonrisa fija en su sitio, sus cejas se levantan
sorprendidas.
—¿De verdad? —pregunta—. ¿Lo que queramos toda la noche?
—El cielo es el límite —aseguro—. Compruébalo tú mismo. Tus amigos
pueden ir a comprar una ronda para probarlo. Cuando te traigan la bebida, me
das la mesa.
El rubio le lanza una mirada significativa a un chico alto de cabello
castaño que está en el extremo. Este sale de la cabina arrastrando los pies y
algunos otros del grupo se apresuran a seguirle.
—Que lo pongan en la cuenta de Bambi —les grito mientras corren
ansiosos en dirección al bar.
Doy la espalda a los chicos que quedan en la mesa mientras escudriño el
club en busca de grupos de mujeres de los que pueda fingir que formo parte
si surge la necesidad. Intento ver a los ocupantes de las demás mesas que me
rodean, pero no puedo distinguir nada ni a nadie más allá del velo tenebroso
que cubre a propósito las demás mesas de esta parte del club.
El pequeño grupo de chicos no tarda en volver dando tumbos con varias
botellas y vasos en las manos.
—Es de fiar. Es de primera —cacarea uno de ellos, levantando una lujosa
botella que parece tener incrustaciones de piedras preciosas.
El grupo grita en señal de celebración y todos se apresuran a salir de la
cabina para cumplir su parte del trato.
—¿Seguro que no quieres unirte a nosotros? —pregunta el rubio.
Levanto una ceja incrédula ante la invitación antes de descartarlo en
silencio. Puede que dentro de quince años tenga algo de fanfarronería, pero
le queda mucho camino por recorrer.
—¡A brindar! —animo con un guiño, despidiendo al grupo y metiéndome
en la cabina.
Ladeo intencionadamente mi cerveza sobre la mesa, derramando un poco
de líquido para ver si el club tiene activo algún amuleto anti-derrame. Los
locales de alterne de los grandes territorios no discriminan con las
herramientas mágicas que tienen a su disposición, pero no estoy segura de
cómo funcionan las cosas en un lugar más pequeño y remoto como éste. El
chorrito de cerveza desaparece de la mesa y yo asiento con la cabeza en señal
de aprobación antes de tirar la mitad de mi bebida y ver cómo la magia del
club la elimina.
En la cabina hay un hechizo para amortiguar el ruido que agradezco de
inmediato. La magia bloquea gran parte del bullicio y la atronadora música,
lo que permite a los ocupantes conversar sin gritar. Es bastante impresionante
para un club en medio de la nada en Minnesota. Desde luego, me facilita las
cosas esta noche.
Me pongo cómoda y observo mi entorno con ojos de cazadora.
Ahora toca convertirme en presa.
Me asalta un bostezo mientras veo a un grupo de mujeres Caster chillando
y entonando algún tipo de canción a una miembro de su grupo. No logro
entender lo que dicen gracias al hechizo que amortigua el ruido de la cabina.
A juzgar por la forma en que levantan los puños, están animando a su amiga
para que beba o haga algo caliente en la pista de baile.
Me pregunto cómo sería ser tan despreocupada e inconsciente. No parecen
darse cuenta de la pequeña manada de cambia formas coyote que no deja de
observarlas. O los tres Lamia en la esquina junto a los baños, que están
mirando al grupo de mujeres como si estuvieran en el menú de bebidas de
esta noche.
También hay dos tipos de seguridad vigilándolo todo. Supongo que eso
cuenta, pero me sorprende que las Casters estén de fiesta, totalmente seguras
de que los extraños empleados del club les están cuidando las espaldas, y eso
les parece suficiente.
Locas.
Aparto mi atención y mi juicio de la estridente pandilla de usuarias de la
magia y alcanzo mi teléfono en la bota para comprobar la hora. Mis dedos
apenas rozan el borde del dispositivo cuando un destello de cabello rubio
ceniza me llama la atención.
La respiración se me entrecorta en los pulmones y centro toda mi atención
en la delgada mujer que se encuentra justo en la entrada. Estudio los delicados
rasgos del rostro que me ha perseguido desde la noche en que se llevaron a
Harlow. Los pómulos altos, los labios carnosos y los ojos grises claros que
parecen demasiado tranquilos y despreocupados, hacen que se me ponga la
piel de gallina.
La violencia me recorre y los bordes de mi visión se oscurecen de rabia.
Siento un hormigueo en las extremidades debido al aumento de la magia, y
el pecho se me aprieta cuando mi loba se estira ansiosa dentro de mí. Una a
una, atrapo la avalancha de emociones dentro de una caja hasta que todo lo
que queda es determinación y concentración.
Es hora del espectáculo.
Inmediatamente, busco entre la gente a su alrededor al resto de la banda
que se llevó a mi hermana.
Uno a uno, entran en la Manzana Envenenada. Al primero que reconozco
es al fornido con el bronceado dorado y cabeza rapada. El nerd rubio con
gafas es el segundo. Luego se les une el cabrón alto con el pelo negro hasta
los hombros y la mirada furiosa, seguido por el bastardo que Pax vio por
primera vez en Ruination, el hombre con el pelo desgreñado de color marrón
algarrobo y los ojos a juego... ojos que ya están buscando en el club a su
próxima víctima.
Mi loba surge con fuerza y me veo obligada a bajar la mirada y jadear por
la necesidad de transformarme y desgarrar gargantas. La venganza entona un
canto de sirena en mis venas, y el corazón me golpea el esternón, la violenta
percusión suena claramente matar, matar, matar.
Sigo prometiéndole a mi loba que pronto, rogándole que me dé el margen
que necesito para que ella pueda salir a jugar. La tirantez de mi piel y el
estremecimiento de poder que me recorre me dicen que está a punto de
agarrar la paciencia por el cuello y hacerla trizas.
Ya casi estamos. Unas horas más y podrás tenerlos todos.
Transcurre un momento tenso y prolongado antes de que una onda de
desagrado me recorra y finalmente ceda. Abro los ojos, el oro de mi loba se
destiñe en mi mirada mientras observo a los secuestradores adentrarse en el
concurrido club.
Parecen cualquier otro grupo que sale a divertirse una noche por la ciudad.
Hablan, se ríen, se toman el pelo, hacen todo lo que les ayuda a pasar
desapercibidos. Pero si sabes qué buscar, revelan sutilmente la verdad de lo
que han venido a hacer.
Está en la astucia con la que observan a la gente que les rodea. Cómo se
colocan expertamente mientras se unen a la multitud, tejiendo entre la gente
con la cabeza gacha o inclinada de forma que las cámaras situadas por encima
de nosotros no puedan captarlos de frente. Se contonean y bailan como si
vivieran para la música que suena, pero es una rutina cuidadosa y practicada
que les mantiene convenientemente a la sombra y ocultos a plena vista.
Hay una fluidez, una belleza gélida en sus movimientos y en su farsa, una
belleza que quiero romper en mil pedazos desgarrándolos... lenta, meticulosa,
dolorosamente. Me trago el gruñido que empieza a subirme por la garganta y
envío un mensaje de grupo rápido y conciso.

Están aquí.

Vuelvo a meter el teléfono en la bota, sin molestarme en leer las respuestas


que me llegan de inmediato. Mentalmente, empiezo a urdir un plan, una
forma de acercarme, de llamar su atención y preparar el escenario para una
actuación épica, una que les dé vértigo por la necesidad de raptarme. Pero
ocurre algo extraño y mis maquinaciones se detienen de inmediato.
El tipo moreno y fornido se inclina frente a la rubia ceniza y le roza el
cuello con los labios en un gesto íntimo. Ella se estremece al contacto, cierra
los ojos como si se deleitara con ello, pero cuando vuelve a abrirlos, el gris
de su iris y el negro intenso de su pupila desaparecen, y todo lo que queda es
una mirada blanca. Una mirada que rápidamente comienza a observar el club.
Los hombres de su grupo siguen su mirada lechosa como discípulos
devotos, ahora hambrientos y ansiosos. Utilizan sus cuerpos para ocultar lo
que ella está haciendo, moviéndose íntimamente a su alrededor y
manteniéndola a salvo entre ellos mientras sigue sondeando a los clientes del
club con su mirada blanquecina.
Sus labios se mueven mientras dice algo a su equipo, pero el hombre de
cabello negro mueve su cuerpo hasta bloquear mi visión de la mujer. Lo miro,
preocupada por si me han pillado mirando, pero su atención no está en mí,
sino en una Caster que baila con dos hombres y se ríe mientras un tercero
hace un movimiento extraño junto a ellos que se asemeja a un gallo cantando
mientras sufre algún tipo de convulsión.
El grupito es completamente ajeno a la nefasta atención que ahora reciben.
Estudio al nuevo objetivo de la banda desde las oscuras profundidades de
mi cabina, intentando averiguar qué tiene que la ha marcado como su próxima
víctima, pero no veo nada obvio. De hecho, si yo fuera un secuestrador, la
descartaría inmediatamente como opción porque está claro que está aquí con
un aquelarre, uno con el que está emparejada o por el que está siendo
cortejada. Eso la saca de la categoría de presa fácil que un cazador inteligente
consideraría, pero al igual que con Harlow, parece que no les preocupa los
potenciales obstáculos en su camino.
Esto, sin embargo, confirma una cosa que nos preguntábamos. Esta banda
está secuestrando todo tipo de supes, no sólo cambia formas. Lo que significa
que tenemos más víctimas que contabilizar que las veintisiete que
conocemos.
El hombre de cabello negro se acerca a la distraída Caster, y vuelvo a tener
una visión clara de la mujer de ojos blancos, con la mirada perdida
revoloteando de una persona a otra, buscando.
La intuición me recorre y me apresuro a abandonar la seguridad de la
cabina y salir al bullicio del club. No me acerco al grupo. En su lugar, me
dirijo a un trío de lobas bailando que había visto antes. Me acerco a ellas
fácilmente, como si fuera la cuarta de su grupo.
No dejo que mis ojos se desvíen hacia dónde quieren ir. Va en contra de
todos mis instintos, pero le doy la espalda a la peligrosa banda mientras
empiezo a bailar cerca del grupo de metamorfas del que de repente finjo
formar parte.
Puede que esté interpretando mal esta situación, pero algo en lo más
profundo de mis entrañas no lo cree así. No puedo dejar de pensar en el
extraño fenómeno de que este grupo se lleve a gente de una zona determinada
y vuelva más tarde para llevarse a más. Ha sido una pieza contradictoria del
rompecabezas que nunca ha tenido sentido para mí. Pero si conecto esa pieza
con lo que acabo de ver, las cosas empiezan a encajar.
La mujer de la banda ve algo a través de esa bruma blanca de magia.
Las víctimas no son aleatorias. Hay algo específico en cada una de ellas,
un hilo conductor que las une de algún modo. Todavía no tengo ni puta idea
de lo que es, pero sí estoy en lo cierto, Harlow lo tenía, lo que significa, como
su hermana, que hay una posibilidad de que yo también lo tenga. Y si ese es
el caso, no necesito hacer algo que les diga elígeme. Simplemente necesito
que esa zorra de ojos blancos me eche un buen vistazo, y entonces esos
cabrones harán exactamente lo que necesito que hagan y me marcarán como
otra víctima.
Si me equivoco, todo lo que tengo que hacer es esperar mi momento hasta
que hagan un movimiento contra la desprevenida Caster, y entonces estos
hijos de puta serán míos.
—¿Eres de aquí? —le pregunto a la morena de piernas largas del trío de
lobas que he estado observando. Ha sido la más sonriente y amable del grupo,
así que supongo que es mejor opción que las otras dos. Me mira con
escepticismo.
Me río inocentemente y levanto una mano para calmar la incomodidad
que se dibuja en su rostro.
—Eso ha sonado como si te estuviera tirando los tejos. Te juro que no es
así —le aseguro con una risita que me hace poner los ojos en blanco—. Estoy
aquí con mis hermanos, y si tengo que pasar un segundo más escuchándolos
eructar o eligiendo a quién se van a llevar a casa esta noche, me voy a volver
loca. —Hago un gesto hacia la oscura cabina que he abandonado como si en
sus profundidades se escondiera una turba de hermanos molestos.
—Uf, sé exactamente lo que quieres decir —gime la metamorfa rubia
fresa con cara de perra seria—. Tengo dos hermanos mayores y dos menores,
y es una pesadilla.
—Yo tengo que lidiar con cuatro gilipollas mayores —me compadezco—
. No quería estropearos la noche; simplemente necesito desesperadamente un
rato con chicas. Soy Bambi. —Saludo con la mano y me encojo de hombros.
—Maldita sea, ¿tus padres te odiaban o algo así? ¿Quién llama Bambi a
su hija loba? —se burla la chica con curvas y melena castaña.
La morena de piernas largas jadea y le da una palmada en el hombro en
señal de reproche.
Me río.
—Mi madre pensaba que me haría delicada y femenina. Culpo a mis
hermanos por volverla un poco loca antes de que yo entrara en la familia. —
Miento.
—Soy Noel —ofrece la morena—. Esta es Rylee. —Señala a la rubia
fresa—. Y Piper. —Hace un gesto hacia su descarada y curvilínea amiga.
Sonrío y vuelvo a saludar con la mano. Y así, sin más, me incorporan al
redil. Formamos un pequeño círculo de baile, riendo y bromeando mientras
las chicas se contonean en busca de personas que despierten su interés.
Siento que me observan, pero no miro a mi alrededor para confirmar si se
trata de la banda o de alguien con un interés más inocente. En lugar de eso,
bailo como si no me importara nada, fingiendo pasármelo bien, como un
pájaro libre que vive su mejor momento con su grupo de amigas.
—Alerta de bombón a las nueve en punto. —Chismea Piper después de
unas cuantas canciones.
Noel y Rylee se asoman discretamente para espiar a quién está mirando,
pero yo no me molesto. No describiría a ninguno de los secuestradores como
buenorros, y no creo que hicieran evidente que me están siguiendo, si es que
lo hacen. En cualquier caso, si no son ellos de los que habla Piper, no podría
importarme menos.
—Mierda, ¡viene hacia aquí! —chilla Rylee—. Bambi, si ese es uno de
tus hermanos, considérame tu nueva mejor amiga.
El trío se estremece y entra medio en pánico cuando el hombre misterioso
se acerca. Como mis hermanos no son más que un producto de mi
imaginación, no tengo ni idea de por quién se están alterando tanto.
¿Quizás Tree y Rafe están aquí?
Noel se agita el pelo frenéticamente, y yo finalmente muerdo el anzuelo,
girándome para ver de quién demonios están hablando. Espero ver a uno de
mis Escudos, pero no es ninguno de los dos quien me acecha directamente...
es Gage.
A la mierda mi vida. ¿Cómo me encontraron?
La sorpresa y la rabia me calientan cuando acorta la distancia. Sus ojos
castaños se clavan en mí, una sonrisa de suficiencia se extiende lentamente
por su rostro e invita a sus hoyuelos a unirse a la fiesta. Como si hubiéramos
planeado un atuendo de pareja, lleva una camiseta verde oscura que se ajusta
perfectamente a su ancho pecho, las mangas cortas abrazando sus
impresionantes brazos. Tiene una manga de tatuajes que estaban ocultos bajo
la chaqueta que llevaba esta mañana, y hay un indicio de más tatuajes
asomando justo por encima del cuello de la camiseta. Sus vaqueros le quedan
como si estuvieran hechos para él, y se mueve con una gracia depredadora
que ha despertado el interés de mi loba.
Dejo de bailar cuando el imponente cuerpo de Gage invade mi espacio.
Está jugando a un molesto juego de dominación mientras se presiona contra
mí, utilizando su tamaño para intentar obligarme a someterme de algún modo,
pero me niego a retroceder y a ceder ni un solo paso a su inoportuna intrusión.
Cargo un reproche cáustico en la lengua, pero antes de que pueda lanzarlo,
Gage se inclina y me susurra al oído.
—Antes de que me arranques la cabeza delante de todos, deberías saber
que ahora mismo te están cazando. Soy la distracción para que los demás
puedan buscar una buena posición para vigilar.
Me he quedado muda de rabia. No sé si me había pasado antes, pero me
está pasando ahora.
Se me cae el estómago como un ladrillo de cemento que se desmorona en
una furia pulverizada al darme cuenta de que estos gilipollas no sólo me han
seguido hasta aquí después de decirles que no lo hicieran, sino que hay una
clara posibilidad de que Gage y su grupito de alegres compinches lo jodan
todo.
Quiero golpearle, darle una paliza a este imbécil presuntuoso que acaba
de entrar aquí como si fuera a salvar el día. Es tan tentador, pero sé que un
solo puñetazo no será suficiente. Si abro esa caja ahora mismo, no voy a poder
contenerme, y creo que podría enviar algunas señales de alarma a los
secuestradores si mando a Gage volando por la sala de una rápida patada en
las pelotas.
Reprimo todo lo que siento y, por algún milagro, mantengo el rostro
neutro. No reacciono ni lo detengo cuando me rodea con sus brazos y me
acerca. Ni le doy una bofetada por rozar con sus grandes palmas la piel
desnuda de mi espalda.
El contacto me produce un escalofrío, pero no sé si es por cómo me está
tocando o porque estoy reprimiendo la necesidad de romperle todos los
huesos.
Desde fuera, parece que estamos bailando... muy íntimamente. Por dentro,
estoy tramando múltiples asesinatos.
—¿Qué haces aquí?
Gage empieza a movernos al ritmo de la música, y por mucho que no
quiera seguirle la corriente, no se equivoca, hacer una escena ahora mismo
sería de miopes. Me guste o no, acaba de insertarse en mi plan, y ahora tengo
que improvisar.
—¿Quién es tu amigo? —pregunta Noel con dulzura, batiendo las
pestañas y sacando un poco más el pecho.
—Por favor, dime que no es uno de tus hermanos —dice Piper con una
ceja levantada mientras mira fijamente el pulgar de Gage y la forma en que
recorre mi columna vertebral, de arriba abajo y de nuevo arriba.
Con un suspiro de disgusto, giro en brazos de Gage, dándole la espalda y
encarándome a las chicas. No me quita las manos de encima.
—No. Desgraciadamente, recogí a este pequeño acosador en
Knightsroost —refunfuño.
—¿Pequeño? —desafía Noel.
—¿Espera? ¿Knightsroost? —pregunta Piper, que de repente lo observa
con mucho menos interés y mucha más inquietud. Comparte una mirada
cargada con Rylee.
—A la mierda la luna, ¿eres un Caballero? —Medio susurra Rylee
asombrada.
Suelto una carcajada, sacudiendo la cabeza ante la ridícula idea, pero las
tres mujeres metamorfas nos observan a Gage y a mí, y parecen muy serias
y.… cautelosas. Piper y Rylee dan un paso atrás.
—Vamos —bromeo, tratando de que las tres vuelvan al estado de ánimo
lleno de diversión en el que estaban antes; realmente necesito que sigan así
durante el resto de mi plan—. Es sólo un nombre raro de pueblo —descarto,
mirando de las chicas a Gage, esperando que esté de acuerdo.
—No. La ciudad lleva su nombre —responde Rylee con naturalidad. La
confusión surca mi frente.
¿De qué demonios están hablando?
Frustrada, me giro y miro a su estúpida y sonriente cara con hoyuelos.
—En serio, ¿por qué estás aquí?
Él se inclina para acercar su boca a mi oído.
—Realmente necesitas prestar más atención, Savoy...
Mi nombre resbala de sus labios como una dulce caricia, y la piel de
gallina me sube sin querer por los brazos. Intento poner algo de distancia
entre nosotros, pero sus manos en mis caderas no me dejan moverme ni un
milímetro.
—A mí alfa se le pidió ayuda, y cuando Justice acepta algo, nos
comprometemos... completamente.
—Sí, pero pensé que ya habíamos establecido que yo no os pedí ayuda.
Así que, vete a casa.
Sus ojos castaños centellean divertidos, mi evidente furia no lo acobarda
lo más mínimo. Estoy a una sonrisa de perder la cabeza.
—Bueno, ahora mismo, estamos vigilando y evaluando a un grupo de
supes sospechosos que te han estado observando como un halcón desde hace
un buen rato —responde, malinterpretando a propósito mi pregunta.
Mi rosto es gentil y coqueto, aunque mi tono es mordaz y estoy
exasperada. Levanto la mano y paso los dedos por su cara, manteniendo la
fachada de que su tacto y su atención son bienvenidos.
—¿Y no se te ha ocurrido pensar que podría querer que ese sospechoso
grupo de cambia formas me vigilara? ¿Que podrían ser la clave para
encontrar a mi hermana? Y todo lo que estás haciendo ahora mismo es
interponerte en el trabajo preliminar que he hecho, jodiendo el plan que está
en marcha.
La sonrisa de Gage vacila infinitesimalmente antes de recuperarse. Me
acerca más a él y, con una mano, juega con las puntas de mi melena mientras
busca mi mirada.
—¿Dónde están tus refuerzos? —pregunta, con un tono desafiante, o tal
vez no le gusta la idea de que pueda no tenerlos.
—Escondidos. Como debe ser.
No me molesto en explicarle que técnicamente deberían llegar en
cualquier momento, porque, con refuerzos o sin ellos, no necesito que un
puñado de Caballeros, o lo que quiera que sean Gage y su grupito de amigos,
se interpongan en lo que está ocurriendo aquí.
Miro y me doy cuenta de que el trío de chicas en el que me estaba
infiltrando se apresura hacia la puerta principal.
Genial. Jodidamente perfecto.
—Acabas de espantar mi tapadera —refunfuño, haciendo un rápido
barrido de mi entorno para tratar de localizar al coñazo de su pandilla. Me
sorprende que no estén ya todos respirándome en la nuca.
Sorprendentemente, no los veo merodeando como esperaba. Lo que sí
capto, sin embargo, es al tipo rubio con gafas. El que ayudó a llevarse a
Harlow, y está vigilándome sutilmente desde lejos.
Quizá mi plan no esté completamente jodido.
Quiero señalar al resto de los secuestradores entre la multitud, por la única
razón de no perderlos de vista, pero me detengo y vuelvo a centrarme en
Gage, pensativa. Tendré que deshacerme de él para animar a los
secuestradores a hacer un movimiento, pero podría ser útil durante un rato
hasta entonces.
—Bueno, has metido las narices donde no te llaman... otra vez, así que
haz algo útil y baila —le ordeno, dándome la vuelta de nuevo hasta que mi
espalda queda apretada contra su pecho.
No responde de inmediato, así que le agarro las manos, me rodeo con ellas
y empiezo a moverme contra él al compás de los estruendosos graves de la
música. Al cabo de un rato, me agarra por las caderas y sigue mi ritmo sin
esfuerzo. Vuelvo a apretarme contra él, consolidando la treta de que me gusta
esto.
Porque definitivamente no me gusta.
Los acosadores molestos con complejo de salvador no son mi tipo.
Incluso cuando son montañas de músculos y sus manos abarcan casi la mitad
de mi cintura.
Nop.
—¿Qué decían esas chicas de ti y de tu manada? —pregunto cuando el
silencio entre nosotros empieza a pesar demasiado—. ¿De verdad sois un
grupo de súper soldados secretos de los que nunca he oído hablar?
Me siento como una imbécil incluso preguntando. Si la acusación tuviera
algún fundamento, la NAAC lo sabría y yo habría oído algo. Una manada
como esa habría estado en el radar de todos los grandes alfas, y sin embargo
nunca ha habido la más mínima mención de Knightsroost o del Alfa Dewei.
La manada Taylor estaba en el registro, pero no decía una mierda de que
fueran una mini milicia de entrometidos bienhechores.
La vibración de la risa de Gage me recorre antes de que realmente oiga la
profunda carcajada.
—No somos súper soldados secretos, no.
—Soldados no. ¿Vale, mafia?
Sus hoyuelos se burlan de mí.
—Lo clavaste. Ven conmigo si quieres vivir.
Pongo los ojos en blanco.
—Eso es de Terminator.
—Él tampoco —se burla, con sus ojos oscuros brillando de alegría. Baja
las palmas de las manos en mis caderas y me roza el hombro con la punta de
la nariz—. Dime, Savoy. ¿Cómo es que una criaturita tan despampanante
como tú se ha metido en todo este lío? —retumba contra mi oído—. ¿Y por
qué no dejas que nadie te ayude a salir de él?
Sus labios me rozan el cuello y me quedo paralizada, insegura de repente
de si quiero inclinarme hacia su toque o alejarme de una puta vez. Hay un
destello de interés que intenta encenderse en lo más profundo de mi vientre,
pero es rápidamente sofocado por el peso de todos mis problemas. Problemas
desgarradores y peligrosos que nunca desaparecerán ni permitirán que algo
tan simple como un baile con un desconocido en un club se convierta en algo
más que eso.
Me alejo de él y me muevo hasta que sus manos se separan de mi cuerpo.
Me quedo allí, mirando su rostro repentinamente serio. No sé qué pensar de
la intensidad grabada en sus cincelados rasgos ni de las preguntas que rebosan
en su mirada.
Mi teléfono zumba en mi bota, sacándome de lo que sea esto, y volviendo
a centrarme. O es Tree o Rafe diciéndome que están aquí o cerca, lo que
significa que es hora de dejar de jugar. Es hora de actuar.
—Si te digo que te quedes aquí, ¿me harás caso? —le pregunto a Gage
con sinceridad, terminando ya con las máscaras y los juegos por esta noche.
Me estudia un momento, pero no responde.
—Si te digo que la vida de mi hermana depende de ello, ¿te retirarás?
—Podemos ayudarte, Savoy. Sea lo que sea lo que está pasando aquí,
podemos ayudarte —implora, frustrado, mirando a su alrededor como si
tratara de entender por qué estoy siendo tan terca.
Mi risa es hueca y mi sonrisa quebradiza.
—Ojalá pudierais —confieso, sintiendo exactamente eso.
Si no tuviera que ser así, no lo haría. Es agotador vivir al límite cada
momento de cada día. Nunca puedo bajar la guardia. Nunca apartar los ojos
de la pelota, o mi hermana será secuestrada. Nada me gustaría más que
alguien apareciera y levantara la pesada carga de responsabilidad de mis
hombros.
Pero ese alguien no existe.
Gage quiere confianza y vulnerabilidad, pero yo no puedo darle eso,
porque en mi mundo las cosas frágiles se rompen.
Se acerca a mí, da un paso para borrar el espacio que nos separa y, por un
momento, me pregunto cómo sería que me abrazaran, compartir toda esta
mierda con alguien, aunque sólo fuera por un rato. Pero ya no soy la niña
débil que espera y desea que alguien venga a rescatarme.
Me salvé a mí misma, y lo he estado haciendo conmigo y con los que me
importan cada día desde entonces. Me alejo de su alcance, resignada.
—Savoy... —apela.
Pero niego con la cabeza, cerrándole la boca a lo que quiera decir. Hay
demasiada gente que cuenta conmigo como para enamorarse de un par de
hoyuelos y un puñado de promesas vacías.
Voy a rodearle, pero me bloquea. Doy un paso hacia el otro lado, pero
también me intercepta ahí. Le fulmino con la mirada.
Y piensa que yo soy testaruda.
—Esto no es un juego, Gage. Se trata de mi hermana —le reprendo.
—Lo sé. Si tan sólo escucharas... —argumenta, intentando acercarse de
nuevo a mí.
Harta de esta mierda y fuera de tiempo, tomo las riendas de la situación.
Usando una magia que él no puede percibir ni detener, extraigo el aire de su
cuerpo y sus pulmones tan rápido que le obliga a desmayarse al instante.
Cae como una tonelada de ladrillos.
Me doy la vuelta y me alejo entre los jadeos y los gritos, aprovechando la
distracción. Pero me apresuro a devolverle todo el aliento que le he robado
para que no quede ningún daño duradero. La gente pasa corriendo a mi lado
para ayudar al metamorfo inconsciente en la pista de baile mientras yo me
dirijo hacia la salida.
La culpa me corroe, pero me la quito de la cabeza. Se trata de Harlow y
de recuperarla, y me niego a dejar que nada se interponga en mi camino.
Firme y despreocupada, me encamino a la puerta principal. Por el rabillo
del ojo, veo a Jury y Brae apresurándose para llegar hasta su amigo. No me
molesto en buscar a Ledger; probablemente esté corriendo hacia Gage desde
algún otro punto del club. Con la Patrulla Canina fuera de mi camino, salgo
por la puerta que da al aparcamiento. Un escalofrío me envuelve de
inmediato, y un temblor me recorre en un esfuerzo por sacudirme el frío tacto
nocturno.
Alejo la punzada de culpabilidad que siento por haber dejado a Gage
tirado en el suelo. No pedí que estos alborotadores me siguieran hasta aquí.
Tienen suerte de que lo que acaba de suceder no lo haya arruinado todo.
Hay una luna gibosa creciente en lo alto del cielo, pero sólo puedo
concentrarme en los débiles pasos que oigo detrás de mí. El alivio se filtra a
través de mi fastidio y sutilmente aminoro el paso.
Por fin, los problemas que esperaba esta noche están pisándome los
talones.
El sonido de mis botas contra el pavimento del tranquilo estacionamiento
es un ominoso traqueteo que coincide con el cauteloso latido de mi corazón.
La música apagada del interior del club sirve de perfecta banda sonora a mi
siniestro aprieto mientras me palpo distraídamente en busca de las llaves y
sigo fingiendo que ignoro el peligro que me acecha.
Puedo sentir cómo se acercan, y es mucho más difícil de lo que pensaba
luchar contra la abrumadora necesidad de defenderme. Dejar que esto ocurra
va en contra de todo lo que soy ahora. Me transporta a una época en la que
no quiero pensar, en la que era débil y sufría por ello.
La anticipación se filtra en mi pecho, acumulándose en un charco de
suspense que me pone nerviosa. Mi oído se agudiza y mi entorno se vuelve
más nítido a medida que la adrenalina corre por mis venas. Siento la tentación
de activar alguna de las runas que aumentarán aún más mis sentidos, pero
estoy segura de que la mayoría de esta banda son Casters, lo que significa
que podrían ser mucho más sensibles a los cambios mágicos de la atmósfera,
así que no puedo arriesgarme.
Estoy a medio camino de mi moto cuando sucede. A varios coches de
distancia, una figura sombría sale de la oscuridad y se enfrenta a mí.
Damas y caballeros, hemos entrado en la fase de joderles la fiesta de
esta noche.
Me obligo a congelarme a medio paso. Mi loba se eriza en mi interior y
aprieto los puños en señal de anticipación antes de soltarlos y enviarle toda
la tranquilidad que puedo. Canalizo toda mi energía de damisela y emito un
chillido asustado, que es cuando el cabrón que tengo detrás se abalanza sobre
mí.
Una mano me agarra el hombro por detrás y me hace girar. Enseguida me
doy cuenta de que es el rubio gilipollas de las gafas y me echa un polvo
brillante a la cara.
Así es como las atraparon.
Tropiezo y me dejo caer, utilizando el movimiento como distracción para
poder lanzar una pequeña ráfaga de aire que me ayude a diluir el hechizo que
acaban de lanzarme. Por suerte, no inhalo toda la nube como estoy segura de
que pretendían, pero aun así inspiro lo suficiente como para marearme y
sentirme un poco aturdida.
Estoy bastante segura de que esperan que esta cosa me deje
completamente inconsciente, así que finjo luchar contra los efectos durante
tres segundos y luego fuerzo a mi cuerpo a relajarse y a mi respiración a
volverse más lenta y uniforme.
Unas manos comienzan inmediatamente a recorrer mi cuerpo y lucho
contra el instinto de separarlas del cuerpo de mi atacante. Buscan y se
deshacen de todo lo que no quieren que tenga. En cuestión de segundos, me
arrancan la otra tarjeta de crédito que llevaba guardada en el sujetador y la
tiran al suelo. Luego me quitan las llaves de la moto, y el teléfono que llevaba
en la bota y escucho cómo se desliza por el aparcamiento.
El chirrido de los neumáticos y el olor a goma quemada invaden mis
sentidos. Me levantan del suelo y me cuelgan bruscamente sobre hombro de
alguien. Quienquiera que sea me da una fuerte palmada en el culo antes de
reírse y llevarme hasta lo que estoy segura de que es una furgoneta negra.
En silencio, me juro a mí misma que le cortaré las manos a este
desgraciado antes de que acabe la noche.
Las puertas del coche se abren cerca de mí y me entregan a alguien que
me deposita con cuidado en el suelo de un vehículo.
—¡Alto! —ordena una voz atronadora desde algún lugar lejano, o tal vez
sean los efectos del hechizo los que hacen que lo parezca. Estoy mareada y
siento la cabeza como si estuviera rellena de algodón. Entre eso, el trato
brusco y el hecho de obligarme a no reaccionar ante nada, estoy
desorientadísima.
—Mierda. ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos! —grita alguien dentro de la
furgoneta.
Las puertas se cierran de golpe y salimos del aparcamiento. Un silencio
tenso se instala a mi alrededor como una espesa niebla, y por un momento
me preocupa que el hechizo me esté arrastrando antes de que alguien del
coche hable.
—¿Nos están siguiendo? —pregunta ansioso un tipo.
Sólo puedo distinguir el sonido de tela rozando contra tela, y me da la
impresión de que quien está hablando se está girando en su asiento para seguir
lo que ocurre detrás de nosotros.
—No veo a nadie —observa un varón que intuyo justo encima de mí.
El aire que me rodea se agita cuando se inclina hacia mí y, entonces, sus
manos me tocan el costado y me tumba boca arriba. Me aseguro de mantener
los ojos cerrados y cualquier otra reacción a su tacto y su presencia bajo llave.
Se oye un extraño clic que no puedo identificar, pero luego me ata los tobillos
con unas bridas de plástico y eso resuelve el misterio.
—¿La habéis registrado? —pregunta el hombre que me está atando.
—Sí, está limpia —declara alguien desde la parte delantera de la
furgoneta.
—¿Alguna joya? —indaga, y me pasa algo por encima, pero no puedo
distinguir qué es.
—No, y tiré todos sus efectos personales en el aparcamiento —responde
alguien de delante.
—¿Bryce atrapó a la Caster?
—Los demás aún no se han reportado, así que puede que aún estén
trabajando en eso. Le dije a Paisley que los compañeros de la zorra iban a ser
un problema, pero nadie me escucha.
—Cierra el pico, Will. Estoy harto de tus lloriqueos —espeta el conductor.
Una gran mano agarra la tela de mi falda y, con un fuerte tirón, empieza
a arrancármela. Se me revuelve el estómago de miedo y la furia se me agolpa
en la garganta. Se me viene a la cabeza la cara de Harlow. Me la imagino en
esta misma situación, inconsciente, y hago todo lo que puedo para mantener
la respiración uniforme mientras pienso en todas las formas en que voy a
hacer sufrir a estos imbéciles.
Si este cabrón intenta hacerme daño, lo detendré. Pero odio que esta
jodida situación me obligue a plantearme hasta dónde dejaré que lleguen las
cosas antes de que eso ocurra. No quiero tener que elegir mi seguridad por
encima de la de Harlow, y si tengo que renunciar a mi treta, echaré por tierra
la única pista que tenemos para encontrarla.
Me tiran lejos los restos de la falda destrozada antes de ponerme boca
abajo. La fría hoja de un cuchillo me presiona la columna vertebral. La
furgoneta da una sacudida hacia un lado antes de enderezarse, y el tipo que
va detrás de mí grita sus objeciones. Yo, por mi parte, doy gracias a mi buena
suerte porque la mierda de conducción no ha hecho más que disimular la
forma en que me estremecí al sentir el cuchillo sobre mi piel.
Me recompongo, y cuando el beso de metal comienza a deslizarse
cuidadosamente por mi espalda, no reacciono. Me corta el top. Empiezo a
prepararme para destripar a todo el mundo en este coche si se mueve para
cortarme también el sujetador.
Mi loba está totalmente de acuerdo, y comienzo a introducir sutilmente
poder en mis runas, lista para invocar mi propio cuchillo y mostrarles a estos
bastardos cómo es el karma.
—Barrett, ¿qué estás haciendo? —protesta el conductor—. Sabes que no
puedes meterles mano. A ellos no les gusta.
—Vete al carajo, Cole. No lo hago. —Suelta indignado el tipo detrás de
mí. Me lleva las manos a la espalda y me las ata con otra brida.
—Podría llevar rastreadores en la ropa —se defiende Barrett—. No
deberíamos arriesgarnos.
—No lleva rastreadores en la ropa —se mofa el conductor, Cole.
—Tiene razón —argumenta el tercero, Will—. Ya no pasamos
desapercibidos como al principio. Las manadas y los aquelarres se están
dando cuenta. Tenemos que cuidarnos las espaldas y calmarnos un poco antes
de que Paisley haga que nos maten a todos.
—Te juro que si no cierras la boca de una vez...
Algo golpea con fuerza la furgoneta. El inconfundible sonido de metal
crujiendo y neumáticos chirriando me envuelve antes de que la furgoneta
empiece a dar coletazos por todas partes. De repente, me veo arrojada de un
lado a otro de la furgoneta hasta que choco con algo rígido. Abro los ojos y
veo al conductor, que se esfuerza por recuperar el control del vehículo.
Will, el pasajero, le grita, y este responde también a gritos. Empezamos a
dar vueltas y a derrapar, y todos somos zarandeados. Aprovecho el caos y
rompo las ataduras de mis tobillos y muñecas, pero cuando intento
levantarme, soy lanzada contra la parte trasera de la furgoneta, que cae por
una pendiente.
Gritos de rabia y quejidos de dolor llenan el aire.
—¿De dónde han salido? —chilla Will.
Al instante tengo la sospecha de quiénes son.
Chocamos con algo y nos detenemos violenta y bruscamente. Salgo
despedida hacia el lateral de la furgoneta, mi cabeza y mi hombro chocan con
el implacable metal antes de que la gravedad me haga caer al suelo.
El fuerte estampido del impacto resuena en todo el coche, seguido de un
gemido ahogado y el tintineo de los cristales rotos al caer al suelo.
Un zumbido me llena la cabeza. Me la sacudo para intentar despejar la
confusión que siento, pero solo parece empeorarlo.
Will gimotea en el asiento delantero y empieza a tirar de la manilla de la
puerta del pasajero. No se abre. Su pánico crece hasta hacerse prácticamente
palpable. Empieza a empujar la puerta con el hombro y el pelo castaño le cae
sobre la cara mientras le gotea sangre de un corte en la mejilla.
Es el del cabello desaliñado que Pax notó primero que vigilaba a Harlow
la noche que se la llevaron. Con un grito asustado, empuja la puerta una vez
más, y finalmente se abre de un chirrido, tirándolo al suelo.
Me obligo a concentrarme y rápidamente veo a los demás. El rubio con
gafas está en el asiento del conductor, pero está inconsciente y no se mueve.
Me duele el hombro cuando me levanto con cuidado del suelo de la
furgoneta, pero ya noto que se me está curando. La cabeza aún me da vueltas,
ya sea por el golpe o por la poción, pero parpadeo, porque necesito ir a por
ese cabrón de Will.
Barrett gime a mi lado y levanta la cabeza justo cuando me incorporo. No
lo reconozco del grupo que estaba dentro del club. Lleva tatuadas llamas y
manos esqueléticas alrededor de la garganta, y tiene una gran cicatriz antigua
que le atraviesa la mejilla y le llega hasta el mentón. Sus ojos negros se cruzan
con los míos e inmediatamente se llenan de confusión.
—No deberías estar despierta —murmura estúpidamente, y entonces su
cerebro se da cuenta de la situación y sus ojos se abren de par en par mientras
se levanta.
Salta hacia mí para darme un puñetazo en la cara mientras me apresuro a
ponerme en pie. Le golpeo en el antebrazo, desviando el golpe, y sus ojos
oscuros se abren como platos.
—Te até —insiste mientras se aleja de mí.
Se me queda mirando, perplejo durante un instante, antes de conjurar
frenéticamente una bola de fuego en una mano y lanzármela.
La atrapo, aplastando las llamas en la palma de la mano con una mirada y
un gruñido de advertencia.
—¿Qué cojones? —balbucea, alcanzando la puerta lateral de la furgoneta.
Está doblada hacia dentro, así que dudo que consiga abrirla, pero eso no
le impide intentarlo. La satisfacción me embarga mientras el miedo se filtra
en sus oscuros ojos.
—¿Dónde las tienes? —exijo, cargando contra él—. Las chicas que te
llevas, ¿dónde coño están?
—Yo no las tengo —insiste al mismo tiempo que las llamas parpadean
sobre sus manos.
Intenta empujarme, pero no me muevo. Tampoco me quemo, que era
claramente su objetivo.
—Sorpresa —le gruño en la cara antes de romperle la mejilla con el
puño—. ¿Dónde están? —rujo y vuelvo a golpearle.
—Las recogieron, eso es todo lo que sé —grazna entre golpe y golpe.
Una gran sombra pasa junto a la agrietada ventanilla lateral, seguida del
sonido de pasos pesados. Barrett se abalanza aprovechando mi momentánea
distracción y me ataca. No caigo, pero su sorprendente impulso nos estrella
contra el lateral de la furgoneta.
Le doy un violento codazo en el hombro y me deleito con el sonido de los
huesos al romperse. Su agónico grito rasga el aire e intenta apartarse de mí,
pero ya estoy detrás de él y le rodeo la garganta con el brazo. Tengo cuidado
de no ejercer demasiada presión; lo necesito fuera de juego, pero vivo. Tengo
que formar un plan B ahora que el plan A está literalmente destrozado, lo que
significa que no puedo arrancarle la cabeza, por muy tentador que sea.
—¿Quién viene a buscarlas? —exijo, aplicando más presión alrededor de
su garganta.
Un feroz gruñido retumba en el exterior un segundo antes de que las
puertas traseras de la furgoneta sean arrancadas de cuajo. Un Ledger,
enfurecido, echa un vistazo al interior y sus lívidos ojos azules se posan en
mí. Su mirada rebosa furia y, en menos de un parpadeo, arranca a Barrett de
mi lado y lo saca de la furgoneta.
—No lo ma...
Ledger le arranca la garganta a Barrett. Suelta un rugido victorioso
mientras lanza el cuerpo del bastardo contra un bosquecillo de árboles como
si estuviera clavando un balón tras un touchdown ganador.
—...tes —Termino impotente.
¡Este hijo de puta!
Un familiar todoterreno gris se detiene en el arcén y Jury, Brae y Gage
salen corriendo. Sus largas piernas superan con facilidad la ligera pendiente
por la que se deslizó la furgoneta. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de
que la moto de Ledger está de lado, retorcida y destrozada, a unos seis metros
de donde estamos.
Supongo que eso explica lo que nos golpeó. Qué desperdicio de una
buena moto.
La ira se apodera de mí y comienza a desbordarse. Quiero gritar de
frustración, pero me calmo y pienso en cómo salvar este desastre. Frenética,
corro hacia la parte delantera de la furgoneta, apuntando al conductor
inconsciente. Me detengo en seco cuando veo que una rama atraviesa el
parabrisas delantero. Me da un vuelco el corazón cuando miro dentro. Las
gafas del conductor están rotas y torcidas sobre su rostro sin vida. La misma
rama que ha atravesado el parabrisas está clavada en su pecho. La desolación
me invade y no sé si quiero gritar o llorar.
¡Qué carajo han hecho!
Estuve tan cerca.
Me paso los dedos por el cabello y miro a mi alrededor. El fuerte gruñido
de un motor llama mi atención, y una enorme y familiar camioneta se detiene
en la carretera. Rafe y Tree empiezan a salir. Les hago señas para que se
acerquen, aliviada de verlos.
—Uno de ellos huyó —grito mientras rodeo la furgoneta y señalo en la
dirección en la que se escabulló el cabrón de Will—. Nos lleva un par de
minutos de ventaja, pero está herido y sangrando. Le necesitamos.
La mirada interrogante de Rafe es respondida con un movimiento
negativo de mi cabeza, y vuelve al coche en vez de quedarse conmigo. Tree
me examina de arriba abajo, con un tic de rabia en la mandíbula, pero debe
de ver la desesperación en mi rostro, porque asiente una vez y luego se van.
—¿Quiénes eran esos? —exige Ledger, devolviéndome al absoluto
desastre que me rodea.
Furiosa, me acerco a él y a los demás.
—Esos eran mi apoyo —ladro, dirigiéndole una mirada mordaz a Gage
mientras me enfrento a Ledger, el bruto estúpido que acaba de arruinar mi
plan de todas las formas posibles.
—¿En qué coño estabas pensando? —exijo, señalando su moto destrozada
y la furgoneta destruida.
—Te estaba salvando. De nada —responde.
Me trago un chillido frustrado e intento no arrancarme el pelo de raíz de
pura ira.
—¡No necesitaba que me salvaran, Ledger! ¡Necesitaba que me llevaran!
¡Ese era el maldito plan!
—¿Este era el plan? —gruñe, señalándome a mí y al hecho de que no
llevo más que las botas y la ropa interior. Se fija en los moratones que ya se
están curando en mi costado y en la sangre que me salpica el pecho. Ni
siquiera sé de quién es.
Su pecho se hincha de indignación y en sus ojos destella un brillo plateado
que me indica que su lobo está peligrosamente cerca de la superficie.
—¡Sí! —grito, sin importarme una mierda si eso le lleva al límite—. Me
cago en la mismísima luna, ¿sois incapaces de escuchar? Os dije que tenía
las cosas bajo control, que tenía un plan, y ahora habéis venido y os habéis
meado encima.
—¿Llamas a esto un plan? —desafía Jury, acercándose a mí—. ¿Esto? —
Echa humo, su mirada enfurecida se centra en mi escasez de ropa, como si
fuera la pieza más importante de este puzle de mierda—. ¿Quién te ha tocado?
¿Quién hizo esto?
La furia que desprende parece exagerada. Parece dispuesto a despedazar
a todo el mundo hasta encontrar al culpable. Lástima que llegue un minuto
tarde. Su ira es desconcertante. Es a mí a la que han jodido. ¿Por qué se
enfada él?
—Ese bestia ya lo mató —grito, señalando a Ledger—. Gracias por eso,
por cierto. —Lo fulmino con la mirada.
—De nada. —Vuelve a gruñir, y juro que veo rojo.
—Tenía información, bola de demolición con garras. ¿Cómo se supone
que voy a sacarle algo ahora? ¡Esta banda era nuestra única pista!
Me acerco a él, Loba aullando dentro de mí para poner al gran bárbaro en
su lugar.
Brae se interpone cautelosamente entre nosotros y, con un movimiento
fluido, se lleva la mano a la espalda y se quita la camiseta. La piel bronceada
y los músculos esculpidos consumen de repente mi atención, y Loba,
sorprendentemente, empieza a aullar pidiendo otra cosa. Me aparto del
estruendo sonido de sus instintos y fuerzo los ojos hacia arriba, hacia arriba,
hasta que me fijo en la cara de Brae y no en su pecho y sus abdominales.
—¿Te ha comido la lengua el gato, Cookie? —pregunta, con un destello
de picardía en sus ojos verde jade.
Más bien un lobo, pienso inmediatamente, pero me callo antes de soltarlo.
La sonrisa de Brae se hace más amplia y señala con la cabeza su mano.
Me doy cuenta con un sobresalto de que me está dando su camiseta. Miro la
ofrenda como si fuera una serpiente que pudiera desenrollarse y morderme
en cualquier momento. Le hago un gesto para que se aleje.
—Estoy bien.
Lo juro, ¿estos gilipollas forman parte de alguna manada de puritanos
remilgados?
Sé que a Jurado casi le da algo cuando nos conocimos y yo no llevaba
pantalones. Pero actúan como si no fueran metamorfos que han estado
desnudos toda su vida. Todas mis partes importantes están cubiertas, así que
no veo cuál es el problema, pero aparentemente ellos sí.
—De todos modos, tómala —replica Brae, apretando la tela contra mi
estómago.
Como no quiero perder el tiempo discutiendo, agarro la prenda. Sus
nudillos me rozan el abdomen al apartar la mano, y juraría que sus pupilas se
dilatan y percibo a su lobo asomando la cabeza en su mirada, aunque el color
nunca cambia. Pero cuando me pongo la camiseta, ese brillo depredador
desaparece y su mirada vuelve a la normalidad.
Siento un hormigueo en el estómago donde me ha tocado, pero lo ignoro
y me saco el cabello largo y enmarañado del cuello de la suave tela. Huele de
maravilla y tengo que luchar contra el repentino deseo de hundir la cara en la
tela gris y aspirarla a fondo.
¿Qué había en esa poción que me dieron los Casters?
Le doy una patada mental a la extraña sensación y me alejo de Brae sólo
para chocar con otra persona. Levanto la vista y veo a Gage mirándome con
furia. Así que igualo esa energía y le devuelvo la mirada con algunas dagas
más.
El brillo coqueto y despreocupado que suele tener en los ojos está ausente.
Tampoco hay rastro de sus alegres hoyuelos, ni siquiera un atisbo de sonrisa.
—¿Qué me hiciste? —acusa con calma.
Ah. Eso.
Aprovecho para fingir confusión y parpadeo inocentemente.
—No sé de qué me estás hablando.
—Savoy —me advierte, como si fuera una cachorra descarriada que
necesita disciplina.
Le fulmino con la mirada y no se me escapa que los cuatro se ciernen
sobre mí, con rostros autoritarios y cabreados. La dominación que
desprenden me hace mostrarme desafiante, y aunque Loba mira a muchos de
ellos con un extraño interés, enseguida volvemos a ponernos de acuerdo en
que hay que enseñarles a esos gilipollas con quién se están metiendo.
Actúan como si yo fuera una muñeca recatada que debería caer rendida
ante su oferta de protección. Pero no soy una doncella indefensa, soy el
monstruo de esta historia, y es hora de que estos caballeros empiecen a
entenderlo.
Los miro con el ceño fruncido y luego le doy a Gage un encogimiento de
hombros.
—Te desmayaste. Puede que se te bajara el azúcar o algo así. ¿Cuándo
comiste por última vez?
—¿Todo esto es una broma para ti? —exige Ledger, acercándose una vez
más en lo que parece claramente un desafío.
Llamo a Loba y ella se desliza lentamente hacia la superficie, el dorado
de mi cambio centelleando en mi mirada.
—No, desde luego que esto no es una broma —le gruño, señalando la
furgoneta destrozada y los cadáveres—. Te dije que la vida de mi hermana
dependía de que te mantuvieras al margen —recrimino, dirigiendo mi ira
hacia Gage.
Se enfrenta a ella con la suya propia.
—Lo hiciste, y luego me noqueaste antes de que pudiera decirles nada a
los demás.
Su ira me penetra y sus palabras resuenan en mi cabeza.
Joder, tiene razón. Lo dejé cao antes de que pudiera llamar a los otros.
Mi temperamento se dispara y la frustración me invade, sólo que esta vez
no va dirigida a ellos, sino a mí. He metido la pata.
—Vamos a respirar y calmarnos —ordena Jury.
Lástima que nunca se me haya dado bien jugar a seguir al líder.
—¿Que me calme? —Me burlo indignada—. Acabas de echar por tierra
la mejor oportunidad que tenía de encontrar a mi hermana, todo porque no
podías entender que quizá no necesitara tu ayuda. —Doy un paso amenazador
hacia él—. No pude haber sido más clara al decir que quería que te fueras a
la mierda. Deberías haberme escuchado.
Jury resopla, acorta la distancia entre nosotros y me fulmina con la
mirada.
—Lo único claro de todo esto es que estabas metida hasta el cuello en
algo demasiado grande para ti. Si nos hubieras dicho lo que estaba pasando,
tal vez esto podría haberse evitado.
Su pecho roza el mío y un molesto calor empieza a crecer.
Afortunadamente, lo apaga la fría furia que provocan sus palabras.
—No respondo ante ti —le gruño—. No te conozco y no te debo una
mierda. ¿Por qué coño iba a tomarte de la mano y guiarte en un plan que no
es de tu maldita incumbencia? Por el amor de Dios, ¿hay algo en esa cabeza
tuya que no sea ego y arrogancia?
—Hay otra cosa, pero ya hablaremos de eso cuando estés menos fogosa
—replica, con un destello de calor en su mirada mientras me mira de arriba
abajo.
¿Está flirteando conmigo ahora mismo?
Un gruñido exasperado se apodera de mi pecho, pero antes de que pueda
averiguar qué demonios está pasando, la camioneta de Tree se detiene detrás
de nosotros. Me doy la vuelta y salgo a empujones del círculo de intimidación
que se ha erigido a mi alrededor. Frenéticamente, busco a Will en la parte de
delante, pero sólo están Tree y Rafe al otro lado del parabrisas.
En cuatro zancadas, me subo al capó de la camioneta, salto por encima
del parabrisas y trepo por la cabina hasta que puedo ver en la caja. Está vacía.
—¿Qué eres? ¿Una salvaje? ¡Quítate de encima de mi bebé! —me grita
Tree, y Rafe abre la puerta, se encarama y me levanta de la pintura
personalizada, dejándome caer de pie.
Los otros chicos emiten unos gruñidos y yo los fulmino con la mirada.
—No me digas que se ha escapado —le rujo a Rafe mientras baja de la
camioneta. Tree salta del lado del conductor y me fruñe el ceño. Sé que se
trata de su preciado vehículo, así que lo ignoro.
—Encontramos al cobarde. Pero cuando se dio cuenta de que nos
acercábamos, se suicidó —explica Tree con un gruñido.
La devastación y el agotamiento guerrean en mi interior, apagando al
instante mi ira.
Rafe me agarra por los hombros y me examina, asintiendo satisfecho al
no encontrar nada sangrando ni roto. Se queda mirando la camisa de Brae un
instante, con una sonrisa burlona dibujándose en su cara, pero le doy un
tortazo en el estómago antes de que pueda abrir su molesta boca al respecto.
—¿Estás seguro de que realmente estaba muerto y no era un hechizo o
una ilusión?
—Bueno, si se estaba haciendo el muerto, ahora ya no lo está —responde
Tree—. Rafe como que le arrancó la cabeza cuando nos dimos cuenta de lo
que había hecho.
Echo la cabeza hacia atrás, exasperada.
—Vamos —me quejo—. No te pongas tú también en plan cavernícola,
por favor.
—No te preocupes. Te he traído un regalo —me dice Rafe, dándome su
cuchillo, cuya punta está bañada en sangre fresca.
No es lo que esperaba, pero es mejor que nada.
Tree se une a nosotros, y me tomo un momento, aliviada de que estemos
todos juntos de nuevo. Nuestro plan se ha ido al garete, pero al menos están
aquí, donde puedo mantenerlos a salvo.
—¿Qué pasa con el club de fans? —bromea Tree, señalando con la
barbilla a los que están detrás de mí.
Mi Escudo parece afable y despreocupado mientras les echa un vistazo,
pero sé que tanto él como Rafe pueden darse la vuelta en un abrir y cerrar de
ojos y empezar a romper cráneos si les doy alguna indicación de que eso es
lo que necesito que hagan.
—Estos son los imbéciles de Knightsroost. No les gusta que les digan que
no.
—¿Es eso cierto? —gruñe Rafe, echándose las mangas hacia atrás, con
una sonrisa amenazadora dibujándose en su rostro.
—¿Son tus compañeros? —pregunta Jurado, con rasgos arrugados de
desaprobación.
Tree se ríe.
Pongo los ojos en blanco.
Decido que la entrometida pregunta no merece respuesta y me alejo. Gage
intenta seguirme, pero Rafe y Tree se interponen deliberadamente en su
camino. Todos se cuadran de esa forma silenciosa y amenazadora que tan
bien se les da a los machos, con la testosterona subiendo a un nivel peligroso.
Pero decido que eso es un problema de ellos. Ahora mismo necesito ver
si puedo sacar alguna pista de entre los muertos.
Rodeando la parte delantera de la furgoneta destrozada, vuelvo a
comprobar que estoy fuera de la vista de miradas indiscretas. Para estar más
segura, le doy la espalda al concurso de medir pollas antes de llevarme el
cuchillo de Rafe a los labios y lamer la sangre. Un sabor cobrizo llena mi
boca, y enseguida me veo arrastrada a un eco de lo que la sangre quiere
mostrarme.
Troncos de árboles pasan volando mientras yo los atravieso. Estoy
corriendo, con fuerza, y los quejidos brotan de mí mientras boqueo en busca
de un escondite. Me alejo de la evocación de la sangre, esperando a ver si me
muestra algo más que los últimos momentos de Will, pero eso es todo lo que
hay. Sólo él corriendo y llorando, el miedo y la desesperación arañándolo
cuando se da cuenta de que lo están rastreando. Era un maldito cobarde para
ser alguien que tomó parte activa en el secuestro de personas. Es un callejón
sin salida, para él y para mí.
Abandonando por completo la visión, limpio el resto de su sangre del
cuchillo de Rafe. Pasando por debajo de la rama de árbol que sigue clavada
en el parabrisas y del cabrón rubio que se llevó a Harlow, me dirijo a la puerta
del conductor. Me cuesta un poco abrirla, pero cuando lo consigo, mojo
rápidamente un dedo en la sangre que gotea por el pecho del tipo y me lo
llevo a la boca.
De repente, Cole se encuentra en un pasillo oscuro, espiando por una
rendija de la puerta. Un gemido prolongado y sensual proviene de la
habitación que está espiando, y se mueve silenciosamente para intentar ver
mejor lo que ocurre dentro. La rubia ceniza de la tripulación aparece en su
campo de visión y él recorre con avidez cada centímetro de su cuerpo
desnudo.
Ella está a cuatro patas, sus pequeñas tetas se balancean mientras un tipo
de larga melena oscura la penetra por detrás. Docenas de velas parpadeantes
se extienden por la habitación y las sombras bailan eróticamente entre los
amantes como si también se unieran a la diversión.
—Sí, maestro. Así, justo así —jadea la hembra, retorciéndose mientras
los dedos del macho se clavan dolorosamente en sus caderas.
Empieza a follársela con más fuerza, sin darse cuenta o sin importarle que
sus dedos están haciéndola sangrar.
—Préñame, maestro. Lléname con tu semilla y bendíceme. —Maúlla la
mujer.
Me estremezco ante el extraño lenguaje obsceno, y luego me quedo
inmóvil de asombro cuando el tipo de pelo largo la atrae de nuevo hacia su
pecho y le hunde los colmillos en el hombro. Ella grita de puro placer,
retorciéndose contra él. Sus embestidas empiezan a hacerse más superficiales
mientras vacía sus pelotas en ella al tiempo que bebe su sangre.
La visión termina de repente y vuelvo a estar al lado de la furgoneta
siniestrada, sólo que ahora respiro con dificultad y me tambaleo. Se estaba
follando a un Lamia. Este rubio imbécil estaba obviamente celoso, pero tal
vez hay algo más en lo que vi que él simplemente siendo un pervertido.
Tiro de su cuello hacia un lado, buscando marcas de mordiscos. Si estos
cabrones están enredados con Lamias, es muy probable que trabajen como
cajas de zumo, pero no veo cicatrices ni mordiscos recientes. Compruebo sus
muñecas y la parte interior de sus brazos, pero tampoco tienen marcas. El
árbol de su pecho me impide registrarlo más a fondo, así que doy un paso
atrás, irritada, con mis pensamientos revoloteando.
¿Esto está relacionado o simplemente significó algo para él y es por eso
por lo que lo vi? Lo considero un momento, y luego meto la mano en la
furgoneta con el cuchillo de Rafe y le corto las manos al muerto. Estoy segura
al noventa por ciento de que fue el imbécil que me dio la palmada en el culo.
Dudo que el tal Will tuviera agallas para eso, y Barrett estaba en la furgoneta.
Dejo caer los apéndices seccionados al suelo y me dirijo al último cadáver.
Por el rabillo del ojo, veo a Rafe y Ledger, pecho con pecho. Parece que
están a punto de llegar a las manos. Tree parece encantado con lo que sea que
esté pasando allí, a juzgar por la sonrisa comemierda de su cara antagonista.
—Deberíais haberla protegido, no utilizarla como cebo —le ladra Ledger
a Rafe, y Tree suelta una profunda carcajada.
Su reacción sólo parece indignar aún más al grupo de GI Payasos, pero
no es de extrañar; todos tienen palos metidos en el culo y un sentido de la
importancia seriamente inflado.
—¿Necesitas que te protejan, Sav? —me grita Rafe.
Cuatro cabezas me miran cuando me agacho junto al cuerpo de Barrett y
empiezo a examinarlo.
—Sí, estoy totalmente indefensa —digo en tono sarcástico antes de
levantarle la camisa a Barrett para poder examinarlo.
El daño que Ledger le hizo al arrancarle la garganta hace difícil discernir
algo alrededor de sus hombros y lo que queda de su cuello. Típicamente, ese
es el lugar favorito de los Lamias para alimentarse, pero gracias al exaltado
vikingo, tendré que buscar en otra parte.
Me agacho y empiezo a desabrocharle los pantalones. Una sombra se
mueve sobre mí, pero no levanto la vista para ver quién es.
—¿Qué estás haciendo, Cookie? —pregunta Brae, con un deje de
preocupación en el tono.
Ignorándole, me concentro en bajarle los vaqueros al bastardo muerto. Me
balanceo hacia atrás ante el olor que me golpea, tapándome la nariz y la boca
con una mano. Parece que la muerte hizo que se cagara y meara encima.
Sin dejarme disuadir, uso el cuchillo de Rafe para angular el muslo
interno, otro punto de alimentación favorito de los chupasangres y poder
verlo mejor.
Bingo.
El idiota tiene al menos media docena de marcas de mordiscos
cicatrizadas y algunas que parecen relativamente recientes.
—Me debes un cuchillo nuevo. Ahora no quiero ese —refunfuña Rafe
malhumorado cuando ve lo que estoy haciendo.
—Son Bolsas de Sangre —murmuro para mis adentros, usando el apodo
despectivo para los supes que dejan que los Lamias se alimente de ellos.
Compruebo el otro muslo, para asegurarme, y encuentro aún más cicatrices.
—Tree, llama a Fia —ordeno, apartándome del cuerpo de Barrett, pero no
sin antes rozar discretamente con el dedo un poco de la sangre de su cuello.
Una vez más, les doy la espalda a todos y adopto una actitud pensativa
mientras miro a lo lejos como si estuviera sumida en mis pensamientos. Tomo
una muestra de la sangre, y rápidamente me sacan del arcén y me dejan caer
en medio de una lúgubre habitación.
—Aléjate de ellas. No hay que tocarlas —le grita el fornido del equipo.
Dos mujeres sollozan en silencio en un rincón. No las reconozco, pero
están acurrucadas, abrazadas para protegerse la una a la otra.
Barrett se agacha, se abotona los vaqueros con rabia y se abrocha el
cinturón.
—¿Qué sentido tiene raptarlas si no podemos obtener una recompensa?
—espeta.
—Tu recompensa es que te paguen —se queja el tipo corpulento. Lanza
una mano hacia las asustadas hembras, que se estremecen y gritan—. No son
tuyas. Si vuelvo a verte por aquí, se lo diré a Caplan.
La furia se apodera de Barrett y mira fijamente al otro hombre.
—¿Qué coño crees que están haciendo los monstruos con colmillos con
ellas? ¿No quieres saber cuál es el problema? —insiste, probando una táctica
diferente con la esperanza de conseguir lo que quiere.
—No. No quiero. Ahora lárgate.
Barrett les frunce el ceño una última vez a las mujeres y luego al tipo
fornido antes de salir furioso de la habitación. Con un grito ahogado, la visión
se desvanece, dejándome la piel erizada y el estómago revuelto.
Maldito pedazo de mierda.
Miro al muerto, de repente no tan enfadada con Ledger por matarlo. En
todo caso, debería haberlo hecho más despacio y de una forma infinitamente
más dolorosa. Me sacudo el asco y me giro para ver a Jury observándome
atentamente. Su mirada verde oliva es astuta y demasiado sagaz para mi
comodidad.
—¿Capturó el resto de su banda a la Caster que estaban vigilando? —le
pregunto, apuntando con el cuchillo al bastardo muerto que merecía sufrir
mucho más de lo que lo hizo.
El desconcierto se instala en el rostro de Jurado.
—¿Qué quieres decir?
—Los otros tres que estaban con ellos en el club tenían como objetivo a
otra mujer, una hechicera. Llama al club y averigua si alguien más
desapareció cuando Gage se desmayó.
—Nunca me he desmayado en mi vida —argumenta Gage.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo —lo provoco, dándole
una palmadita en el brazo con cara de preocupación—. Deberías hacerte un
chequeo, asegurarte de que no es algo serio.
Gage me mira fijamente, sus ojos marrones estudian mi rostro y luego mi
cuerpo mientras se cruza de brazos.
Sorprendentemente, Jury saca su teléfono y se aleja para hacer la llamada.
Supuse que discutiría conmigo por darle órdenes, pero en cambio, ha dejado
su ego atrás y se ha centrado en lo que hay que hacer. Me quedo absorta
viéndole alejarse con paso seguro antes de darme una patada a mí misma y
dirigir mi atención a otra parte.
—¿Qué sabes tú que nosotros no sabemos? —pregunta Gage,
repentinamente concentrado en el cuerpo semidesnudo, como si fuera capaz
de deducir todos los secretos del bastardo de un vistazo.
—Probablemente donde está el clítoris, para empezar —replico
automáticamente.
Gimo para mis adentros.
No te burles de los soldados, Savoy.
Brae echa la cabeza hacia atrás y se ríe, mientras a Gage se le ilumina la
cara por el desafío. Por suerte, Fia contesta al teléfono antes de que yo tenga
que dirigirme al brillo desafiante que ahora centellea en su mirada.
—Hola, grandullón, ¿cómo está nuestra chica? —Saluda mi amiga a Tree.
—Está aquí mismo. Estás en altavoz —advierte, acercándose con el
teléfono para que ella pueda oírme.
—Fi, ¿puedes buscar qué nidos hay en la zona? —pregunto, y tanto Brae
como Gage me estudian durante un instante antes de volver a examinar el
cadáver ahora que tienen una pista de lo que están buscando.
Jury se acerca y se guarda el teléfono en el bolsillo trasero.
—Se han llevado a una chica Caster —anuncia, con cara de cabreo.
Asiento con la cabeza, esperándolo, y entonces me inclino y empiezo a
cortar las manos de Barrett. Nadie dice nada mientras trabajo. Cuando
termino, limpio la hoja del cuchillo de Rafe en la camisa del cabrón muerto
y me pongo de pie.
Gage se inclina hacia Jury y dice algo, pero es demasiado bajo para que
yo lo oiga. Invoco unas runas que me ayudarán a resolver ese problema. De
repente, su conversación se amplifica.
—¿Por qué tengo la sensación de que acabamos de meternos en un tipo
diferente de problemas? —le susurra a Jury.
—Porque lo hicimos, con P mayúscula —contesta Jurado, frotándose una
mano por el pelo alborotado y por la cara, exhalando un suspiro exasperado—
. O con S de Savoy.
—Con problemas o sin ellos, eso ha sido bastante sexi —les susurra Brae
a ambos, señalando con la cabeza el cadáver y luego el cuchillo que aún tengo
aferrado en la palma de la mano.
—¿Qué, lo de la mano? —pregunta Gage.
Brae asiente.
—Supongo que es una lección sobre no tocar cosas que no te pertenecen
—les dice, y sus palabras me recuerdan algo que le dijo a un chico la primera
noche que le conocí.
Los ojos verde oliva de Jury se dirigen a mí con seria consideración. Su
intensa mirada me produce un cosquilleo en la nuca. Hago caso omiso de ella
y de él, fingiendo que no estoy pendiente de cada una de sus palabras como
una maldita fan.
Ledger emite un sonido sordo. Suena extrañamente como una aprobación
o tal vez que está de acuerdo.
—Muy bien, Sav —repica la voz de Fia, y vuelvo a concentrarme en
ella—. No hay nidos designados cerca, pero el nido de Auclair posee una
propiedad a sesenta kilómetros al este de donde estás. Parece que es un lugar
que usan cuando están de paso, pero no puedo asegurarlo.
—¿Sabemos ya dónde se produjeron los primeros secuestros? —
pregunto.
—Fue a la manada de Estes, en Colorado, es de donde eran las dos
primeras víctimas.
—Envíame todo lo que puedas sobre cada nido en un radio de 160 km de
esa manada. A ver si encuentras algo interesante sobre el nombre Caplan.
—¿Es un nombre o un apellido? —pregunta.
—No estoy segura —admito, sabiendo que es una posibilidad remota—.
Sospecho que son Caster o Lamias, pero no puedo asegurarlo.
—En ello. Si hay algo que encontrar, lo encontraré.
—¿Tienes algo? —pregunta Rafe, con un brillo cómplice en los ojos.
—Tal vez —contesto, cauta—. Lo sabremos en las próximas horas.
—Hazlos sangrar —implora Fia y luego cuelga.
Asiento con la cabeza.
—Hasta que supliquen la muerte.
—¿Qué has encontrado? —solicita Jury, como si fuera una conclusión
inevitable que va a ser incluido en lo que está a punto de suceder.
Rafe se ríe al ver mi cara de fastidio y Tree observa a los demás con una
ceja levantada y una atención que no consigo descifrar, lo cual ya es mucho
decir, porque conozco todas las miradas de mis Escudos.
Adopto mi mejor porte de Comandante y me giro hacia Jurado,
dirigiéndole un apretado saludo.
—Eso es todo, soldado. Excelente trabajo aquí —ladro, poniendo los ojos
en blanco por la última parte y señalando con la cabeza hacia el coche
destrozado y el muerto—. Puedes retirarte. —Dejo caer el saludo y me doy
la vuelta para marcharme.
—Buen intento, Pastelito —me contesta, y oigo cómo se mueve para
seguirme.
—¡Ohhhh! —exclaman Tree y Rafe al unísono, como si Jury acabara de
sufrir una dulce quemadura. En realidad, es porque ambos saben que estoy a
punto de prenderle fuego literalmente al molesto culo de Jurado.
Excepto que se supone que debo mantener un perfil bajo, así que en lugar
de encenderlo como a una vela de cumpleaños, respiro hondo y me vuelvo
hacia él.
—¿No te gusta Pastelito? —pregunta inocentemente, con un hilillo de
burla en su sonrisa—. Está bien, ya se me ocurrirá algo más apropiado.
—Genial —le ánimo, con el sarcasmo extendiéndose por esa palabra
como espesa mantequilla de cacahuete casera—. Hazlo. Desde la seguridad
de tu casa. Donde deberías irte... ya. —Le hago un gesto con las manos para
que se vaya.
Gage suelta una carcajada y sacude la cabeza, y Brae inserta su propio
ohhhh. Ledger tiene una expresión en la cara que no logro discernir.
—No —rechaza Jury fácilmente, cruzando los brazos delante del pecho y
ensanchando la postura como si me desafiara a hacer algo ante su negativa—
. Creo que nos quedaremos por aquí. Es obvio que te vendrían bien unas
cuantas personas más cubriéndote las espaldas.
—Oh, no, no lo necesita —gruñe Tree, y Rafe extiende una mano para
impedir que el gran Escudo dé más de un paso hacia Jurado, mientras dirige
una mirada fulminante al engreído metamorfo.
La mirada de Jury no se aparta de la mía, y hay algo en ella que no quiero
interpretar. Reprimo el cosquilleo de conciencia que empieza a agolparse en
mi vientre.
—Hay una diferencia entre cuidarle la espalda a alguien y mirarle el
trasero.
—¿La hay? —cuestiona con tono bajo y ojos brillantes.
Frunzo el ceño con toda la mala leche que tengo ahora mismo.
—No nos vamos. Nos necesitas —insiste, acercándose.
—¿Por qué? —pregunto confundida, mientras una innegable presión
empieza a crecer entre nosotros—. ¿Por qué no podéis simplemente largaros?
—Digamos que tenemos un interés personal... ahora.
Un rubor cálido me recorre cuando su mirada parece volverse más intensa.
—¿Ahora? —le cuestiono, perpleja por la palabra.
Una sonrisa perversa inclina los labios de Jury.
—Definitivamente ahora —afirma crípticamente, y yo suspiro,
renunciando a intentar interpretar lo que está pasando aquí.
Me giro hacia Tree y Rafe y extiendo las manos como si ellos supieran de
qué demonios está hablando. Me aparto un mechón rebelde de la cara y veo
que mis dos Escudos están sonriendo.
—¿Qué queréis hacer al respecto? —pregunto, perdida.
Una parte de mí quiere que estos cuatro se larguen por las mismas razones
por las que no quería que se involucraran. Pero hay algo en el fondo de mi
mente que me dice que vamos a necesitar toda la ayuda que podamos
conseguir, y a pesar de mis esfuerzos por hacer que estos caballeros se vayan
a la mierda, no parecen muy interesados en hacerlo, lo que es a la vez molesto
y extrañamente atractivo.
Rafe me saluda con la mano, el gesto me dice que es mi decisión. Tree se
limita a sonreír como el idiota que es, sabiendo perfectamente cuánto odio
verme obligada a depender de nadie. Pero... si existe la posibilidad de que
eso nos ayude a llegar a Harlow y a las demás más rápido, me tragaré mi
orgullo por muy desagradable que sea la sensación o por mucho que me
arrepienta a la larga.
En un abrir y cerrar de ojos, lanzo el cuchillo de Rafe contra Jury. Con
una habilidad practicada, lo arrebata del aire antes de que pueda golpearle.
Aprieta el puño alrededor de la empuñadura y me mira con el ceño fruncido.
Ignoro cómo se me tensan los muslos ante su exhibición de destreza, y
descarto la chispa de calor que me produce su mirada desencajada. Bueno, al
menos no es completamente inepto. Tal vez puedan ser útiles.
—¿Te sientes mejor ahora? —me pregunta con frialdad.
—En realidad, no.
Le doy la espalda y empiezo a caminar hacia la camioneta de Tree.
—Entonces, venga, vámonos —llamo por encima del hombro.
—¿Esa es tu forma de pedirnos ayuda? —pregunta Gage, con sus ojos
marrones provocadores y sus hoyuelos en plena exhibición.
—Yo no iría tan lejos. Sobre todo, porque toda tu ayuda hasta ahora ha
consistido en interponerte en mi camino y matar a todas mis pistas.
Llamémoslo una prueba. Pero no jodas nada más —refunfuño.
—Me encanta cuando me hablas dulcemente, Problemas. Me hace sentir
un hormigueo en mis partes sensibles —bromea Gage.
—Mantén tus partes sensibles lejos de mí —murmuro malhumorada,
ignorando la pequeña parte de mí que se levanta con interés junto a Loba
mientras consideramos las cositas de Gage.
Se ríe.
—¿Está abierto a discusión? Porque tengo algunas ideas que podrían
hacerte cambiar de opinión al respecto.
—¿Adónde vamos, Cookie? —pregunta Brae, trotando para alcanzarme,
con su cuerpo tan cerca que puedo sentir el calor que irradia. Se aparta el
cabello oscuro de chico follador de la cara con un movimiento de cabeza y
sus ojos verdes me miran con un fervor perverso.
Le miro, una sonrisa cruel se extiende lentamente por mi cara.
—De caza.
El barrio que atravesamos es tranquilo y oscuro, la mayoría de los
humanos duermen profundamente a estas horas. A medida que avanzamos,
más grandes se hacen las casas, hasta que cada vez hay más terreno entre ellas
y las unifamiliares se convierten en mansiones. Es una comunidad, pero
privada. Un pequeño escondite perfecto para el elemento sobrenatural que se
cuela... aquí.
Los limpiaparabrisas de la camioneta emiten un pequeño chirrido
mientras despejan las gotas de lluvia de nuestra vista. Está lloviznando
ligeramente, pero las turbulentas nubes grises del cielo nos advierten de una
tormenta en cualquier momento.
Tree gira en un camino lúgubre que está a un par de manzanas de nuestro
destino final.
Hay dos casas en lados opuestos del callejón sin salida en el que
aparcamos. Ambas no son más que estructuras de madera y contrachapado,
armazones de mansiones que estoy segura algún día serán opulentas y
grandiosas. Ahora mismo no son más que esqueletos de edificios, todos
sumidos en sombras y besados por la lluvia.
Un todoterreno gris se detiene detrás de la camioneta de Tree. Los faros
se apagan rápidamente, pero sus ocupantes no parecen tener ninguna prisa
por salir y plantarse bajo el aguacero. El constante repiqueteo de las gotas de
lluvia invade el silencio en la cabina del vehículo. Me inclino hacia delante y
miro por el parabrisas, intentando ver a través de la penumbra como si fuera
a abrirse como una cortina y mostrarme a qué nos enfrentamos.
—¿Seguro que estás preparada para esto? —pregunta Rafe, con los ojos
fijos en el espejo lateral y el reflejo del todoterreno gris allí enmarcado.
—Ni siquiera un poco —confieso, y él se ríe.
—Me sorprende que los hayas traído —me dice Tree, sus ojos azul pizarra
buscan respuestas en los míos.
Suspiro y me encojo de hombros.
—No me mires así, no tengo ni idea de por qué. Al menos ahora puedo
vigilarlos y tratar de eludir cualquier tontería que puedan hacer en nombre de
ayudar.
—Seguro que ayuda que sean agradables para la vista —bromea Tree,
moviéndome las cejas sugestivamente—. Si lo mío fueran los hombres, no
sabría con cuál quedarme.
—Cállate —refunfuño, golpeándole el pecho con el dorso de la mano
cuando empieza a hacer gestos de besos.
Me encojo cuando las caritas besuconas se transforman en todo un beso
imaginario.
—Si así es como lo haces, es un milagro que alguna vez tengas sexo.
—Así que lo admites, piensas que son guapos —me dice Rafe. La sonrisa
de su rostro es la que pone cuando cree que me ha pillado haciendo alguna
travesura y quiere participar.
—Os juro que sois peores que un par de abuelas cotillas —resoplo—.
¿Queréis que vaya a repartir unas mordidas de apareamiento ahora mismo?
¿Eso os haría felices, viejas chismosas?
—No te atrevas a burlarte de tus mayores —bromea Rafe, con su
inesperada imitación de anciana.
—Escucha, estoy totalmente a favor —declara Tree magnánimamente—.
Ese tipo es un cabrón engreído, pero tiene razón. Cuanta más gente te cubra
las espaldas, mejor. Y ellos parecen realmente ansiosos por vigilar tu
espalda... y tu trasero.
—Ja, ja, ja. —Suelto sin gracia—. No son más que unos tipos
exageradamente protectores con grandes egos. Al final se aburrirán y
desaparecerán.
—Solías decir lo mismo de nosotros. —Se ríe Tree, acercándose por
detrás para darle una palmada en el hombro a Rafe.
Los dos se ríen a carcajadas y yo me quedo con la cara seria, mirando por
la ventana hasta que consiguen recomponerse. Tree se seca una lágrima y yo
suspiro. No era tan divertido.
—Es evidente que les gustas. Te observan como si fueras a la vez el
depredador y la presa, y hacen esa extraña cosa de inclinarse cuando te
acercas a ellos. Es como si fueras un imán o algo así —observa Rafe.
Mis mejillas se calientan mientras me mofo.
—Sí, un imán para los putos problemas.
—Ese tipo destrozó una moto en perfecto estado para salvarte. ¿No es eso
como una declaración de amor para vosotros los moteros? —pregunta Tree,
acariciando el volante de su camioneta como si le estuviera prometiendo en
silencio que nunca le haría eso a ella.
Pobre moto.
—Sólo soy un juguete brillante, uno envuelto en misterio y peligro. Eso
es como una puta hierba gatera22 para tipos así —descarto.
Rafe levanta las manos, exasperado, mientras Tree pone los ojos en blanco
y me menea la cabeza.
—Tus problemas de confianza no tienen parangón —refunfuña Rafe,
abriendo la puerta de la camioneta y bajándose.
—Gracias por darte cuenta —le digo mientras sujeta la puerta para que
pueda salir tras él.
—¿Quieres algo de ropa? —pregunta Tree, cambiando de tema. Enarca
una ceja al ver la camiseta demasiado grande que llevo puesta y señala las
nubes de tormenta que hay sobre nosotros. La idea de quitarme la camiseta a
Brae me molesta de repente, pero no lo digo.
—No, nos cambiaremos pronto —respondo en su lugar.
Mi loba chufla su aprobación dentro de mí.
Al vernos salir de la camioneta, Jury, Ledger, Brae y Gage bajan de su
todoterreno. Todos nos juntamos entre los dos vehículos en un pequeño e
incómodo grupo. La llovizna se convierte en una niebla que se nos pega
rápidamente al pelo y a la piel de todos. Me doy cuenta de que Brae lleva una
camiseta nueva, pero no le doy importancia.
No.
No me decepciona en absoluto que haya cubierto sus abdominales.
—¿Qué tenemos? —pregunta Jury, con rostro pensativo mientras mira a
su alrededor.
Me vuelvo hacia todos y empiezo a trazar el plan.
—Rafe y Tree van a explorar la propiedad primero. Desgraciadamente,
está demasiado lejos como para que pasemos en coche y lo comprobemos. Si
vamos por buen camino, nos darán una señal y entraremos todos.
No pido la opinión de nadie, más que nada porque no me importa, pero
veo que unos cuantos tienen algunas ideas sobre lo que acabo de decir. Jury
me mira fijamente, como si esperara que de mi boca saliera más de un plan.
—¿Qué? —le pregunto cuando no deja de mirarme—. Eso es todo.
—Nada. Me sorprende que no vayas tú. No creía que fueras partidaria de
no intervenir —observa Jury.
Sigue mirándome como si se preguntara si vengo con un manual, uno que
le explique los entresijos de cómo funciono.
Buena suerte con eso. Aunque viniera con instrucciones, estarían en un
idioma que nadie conoce... ni siquiera yo.
—No se puede confiar en que Savoy no entre sola. Perdió sus privilegios
de vigilancia hace tiempo —les informa Tree innecesariamente. Le miro con
el ceño fruncido.
—Eso suena mejor —murmura Ledger.
Cruzo los brazos delante del pecho y fulmino a todos con una mirada
asesina.
—Por muy divertido que sea esto... Harlow está esperando. Así que
vámonos.
Mi orden devuelve la seriedad a mis Escudos, que se enderezan y se
vuelven unos hacia otros. Extienden los puños hacia delante. Y a la de tres,
Rafe hace la señal del papel y Tree la de la piedra.
Rafe levanta los brazos en señal de victoria, mientras el otro gime y se
pasa una mano por la cara.
—Yo te llamo piel, lo que significa que eres piel, chico —se burla Rafe,
golpeándole en el pecho.
Rafe empieza a desnudarse y se gira para meter la ropa en la camioneta
mientras todos esperamos. Gage le echa un vistazo y suelta un silbido
sorprendido.
—Maldita sea, eso debió ser malo si se curó así —comenta, señalando las
brutales cicatrices que recorren el costado de la espalda de mi Escudo.
Él mira por encima del hombro como si se hubiera olvidado por completo
de las tres profundas hendiduras talladas allí de forma permanente.
—No me tocó la columna vertebral por milímetros —le dice a Gage,
aumentando el dramatismo de esa forma que le hace parecer aún más malote
por haber sobrevivido—. Pero me dio una buena lección sobre cómo
subestimar a un oponente. Nunca me habían pateado el trasero tan fuerte —
añade con una amplia sonrisa antes de mirarme y guiñarme un ojo.
Me río entre dientes y pienso en la noche en que le hice esas cicatrices.
Me estaba abriendo camino en un circuito de lucha en Nevada cuando me
enfrenté a él y a su inmaculado historial. Era muy arrogante y bocazas, y se
ofrecía una prima a quien hiciera sangre primero. Aún no sé qué quería más
aquella noche: callarle o reclamar esa prima.
El crujido de huesos me saca de mis recuerdos y miro a Rafe, que ha
empezado a cambiar. En menos de un parpadeo, un lobo gris como el
pedernal se sacude el pelaje junto a la camioneta gigante de Tree. Bosteza y
hace un satisfactorio estiramiento lobuno, mientras Tree sale corriendo en
dirección a la propiedad de los Auclair.
—Aquí, chico —le llama Tree, dándose palmaditas en la pierna y
emitiendo insultantes sonidos de beso.
Rafe responde con un gruñido grave y amenazador, y se lanza tras su
compañero Escudo. Con demasiada rapidez, la oscuridad y la neblina de la
lluvia se los tragan, y una punzada de aprensión me recorre como siempre
que salen a hacer algo peligroso.
Son mis Escudos y, sin embargo, desde el momento en que los marqué,
he sentido una responsabilidad y una necesidad abrumadoras de mantenerlos
a salvo. Algo que les resulta increíblemente molesto y de lo que se quejan a
menudo, pero es lo que hay.
Gage y Ledger me observan atónitos. No dicen nada, así que me vuelvo
hacia Jury y Brae para ver si saben por qué los otros dos están tan
desconcertados, sólo para descubrir que también me están frunciendo el ceño.
—¿Qué? —Suelto bruscamente, automáticamente a la defensiva.
Me paso los dedos por el cabello, la lluvia no ayuda al trágico estado en
que ya se encontraba por el accidente.
—¿Tú le hiciste eso en la espalda? —me pregunta Ledger, la duda
nadando en sus ojos azules.
No es la primera vez que alguien me mira así, ni será la última. Ha llegado
a encantarme y odiarlo a la vez. Lo odio, porque es insultante de cojones, y
me encanta, porque ciertamente es gratificante cuando se la quitas a alguien
de la cara de un puñetazo.
Me encojo de hombros.
—Tendrías que haber visto lo que le hice en la cara —bromeo, pero nadie
se ríe.
—Creo que es hora de que tengamos una pequeña charla —decreta
Jurado, volviéndose hacia mí. Cruza sus enormes brazos delante del pecho,
que es aún más grande, en un movimiento de poder que apostaría que
aprendió de su hermano—. ¿Quién eres? ¿Quiénes son ellos? ¿Y qué
demonios está pasando?
Reprimo una carcajada ante la sospecha que se dibuja en sus facciones.
—No actúes como si te estuvieran engañando. Te metiste en mis asuntos,
varias veces, no al revés.
—De acuerdo. Te lo concedo, pero ahora que estamos aquí, creo que
tenemos derecho a algunas respuestas —sostiene.
—¿Qué pasó con tu interés personal? —desafío.
Él sonríe y ladea la cabeza, con la intriga brillando en su mirada verde.
—Oh, todavía es personal, sólo quiero saber qué es qué.
Un revoloteo de emoción se agita en mi pecho. Intento ahuyentarlo, pero
es una pequeña molestia persistente. Miro a Jury, a Brae y a Ledger, y cada
uno de ellos me observa con la misma intensidad. La atención de Gage se
desplaza sobre mí como si las respuestas que busca estuvieran estampadas en
mi cuerpo... si él lo supiera.
—Bien —concedo después de un rato—. Responderé a algunas preguntas
porque soy así de amable.
—Todo sol y arco iris, ¿verdad? —desafía Jury con descaro.
Gage resopla y cruza los brazos sobre el pecho.
—Sol y arco iris mezclados con un poco de jódete —observa mientras
levanta la mano y se pasa el pulgar por la suave piel de la barbilla.
Le señalo con una sonrisa orgullosa.
—Ves, lo estás entendiendo.
Sacude la cabeza, como si no supiera qué hacer conmigo, pero veo un
atisbo de hoyuelo antes de que intente ocultarlo mirando hacia la noche.
—Esos tipos son mi familia. Primos lejanos. —Miento a medias,
señalando con el pulgar la dirección por la que mis Escudos acaban de
desaparecer—. No sé qué esperáis encontrar aquí —les digo, señalando mi
cuerpo.
Ledger emite un zumbido apreciativo y yo le miro, sorprendida. Se queda
mirándome fijamente, con sus ojos azul tormenta sin disculpas, y yo lucho
contra la necesidad de retorcerme.
—No soy más que una loba muy cabreada que intenta recuperar a su
hermana. —Vuelvo a medio mentir.
Su mirada hace tambalearse de algún modo la convicción que yo quería
poner en esa afirmación, y suena más entrecortada y dubitativa de lo que
pretendía. Hace un gesto despectivo con la mano.
—Ya sabíamos la mitad de eso. Dinos algo que no sepamos, Minx.
Pongo los ojos en blanco y ladeo la cabeza pensativa.
—Soy Cáncer. Soy anti-pepino. No puedo dormir con calcetines ni
pantalones, aunque, técnicamente, eso ya lo sabíais también. Tengo debilidad
por las tazas, como las grandes que son básicamente cuencos, me encantan
—les digo, levantando las manos formando un círculo del tamaño de mi
cabeza—. No tengo un color favorito; me gustan todos por igual, aunque
Harlow os dirá que es el negro.
Me quedo helada, su nombre y la manera casual en que acaba de salir de
mi boca me roba la vida y me devuelve dolorosamente a la realidad. Cierro
los ojos mientras la angustia me atraviesa. Se me hace un nudo en la garganta
y me escuecen los párpados, pero no dejaré que caiga ni una puta lágrima.
No lloraré como si se hubiera ido, porque no es así. Voy a encontrarla y va a
estar bien. No aceptaré ninguna otra posibilidad.
Alguien tira de mí hacia ellos y me tenso por el contacto. Debería
apartarme, no alentar lo que sea que estén pensando estos caballeros. Pero
una parte de mí a la que no escucho muy a menudo necesita esta pequeña
oferta de consuelo. Me hace sentir bien, y maldita sea, me vendría bien un
poco de amabilidad en medio de la crueldad a la que siempre me enfrento.
—La recuperarás —retumba Ledger contra mí, y me doy cuenta de que
es él quien me está abrazando. Me gusta... aunque no debería.
Si supiera que soy una maldición andante y parlante. Seguro que entonces
no me consolaría.
Ese pensamiento me tranquiliza, abro los ojos y me separo de él. Me suelta
sin decir una palabra ni objetar nada. No puedo decir lo mismo de Loba; me
gruñe como si pensara que el mejor sitio para nosotras es metidas bajo sus
brazos. La miro de reojo y respiro con fuerza, diciéndome a mí misma y a
ella que basta de debilidades.
Sí, es agradable tener una pizca de consuelo y tranquilidad, pero estos
chicos no tienen ni idea de en qué se están metiendo cuando se trata de mí.
Debo tenerlo muy presente, por su bien y por el mío.
—¿Para quién trabajas, Cookie23? —pregunta Brae suavemente, con una
sonrisa encantadora extendida por todo su rostro, como si eso fuera todo lo
que necesita para desarmarme y cautivarme y que derrame todos mis
secretos.
Es una buena sonrisa, no lo suficientemente buena como para hacerme
soltar algún chisme, pero no me enoja el esfuerzo.
—Conocemos a todos los peces gordos del juego, pero a ti no te
conocemos, y está claro que tienes aptitudes —añade, mirándome de arriba
abajo, como si la forma en que estoy de pie fuera a insinuar la respuesta.
—No trabajo para nadie —le digo con sinceridad, preguntándome de
repente quiénes son esos peces gordos.
La encantadora mirada de Brae se vuelve incrédula. Le tiendo el brazo
para que lo vea.
—Olfatéame bien si crees que miento. Te prometo que no olerás ni un
tufillo a engaño —le desafío.
No descubrirían una mentira, aunque eso fuera todo lo que saliera de mi
boca, pero no necesitan saberlo. Estoy segura como el infierno que no voy a
educarlos.
Brae no toma mi mano y la dejo caer.
—¿Para quién solías trabajar? —contraataca Gage, con un brillo
arrogante en sus ojos marrones.
Cree totalmente que acaba de encontrar la laguna en mi historia.
Qué lindo.
—Nadie —respondo, ofreciendo esta vez mi otro brazo para que lo huela
Jurado.
Lo que hice para Fausto fue un lavado de cerebro, no trabajo. No cuenta.
La gran mano de Jury envuelve la mía y tira de ella hacia él, haciéndome
tropezar más cerca. Me pasa ligeramente la punta de la nariz por el dorso de
la mano, y el contacto me pone la piel de gallina. Inhala profundamente, sus
labios apenas rozan mi piel mientras atrae a sus pulmones una pizca de mí.
Es extrañamente cautivador y no puedo apartar los ojos ni la mano de lo
que está haciendo. Me mira, con un brillo pícaro en sus ojos verde oliva, y
me doy cuenta de que está jugando conmigo.
Había oído que las mujeres usaban sus artimañas femeninas, pero no sabía
que los hombres también podían "embrujar". Lo fulmino con la mirada, ahora
entendiendo su juego.
—¿Cuál era tu posición en la manada? —pregunta con suavidad. No tan
suavemente como Brae, pero más de lo que creía que el puritano era capaz
de hacer.
Dejo mi mano en la suya para que no haya duda de la verdad mientras le
miro a los ojos con satisfacción.
—Castigadora. —Vuelvo a responder honestamente, decidiendo que no
importa si lo saben. No es que fuera un secreto en mi anterior manada, una
manada de la que ya no soy miembro y de la que nunca volveré a serlo.
Las cejas castañas de Ledger saltan de una forma cómica que sólo he visto
en los dibujos animados que Harlow veía cuando era más joven. Brae
empieza a ahogarse con el aire, y Gage retrocede un poco y luego me estudia
con un nuevo aprecio.
—Mi turno —gorjeo, apartando la mano de Jurado e ignorando el
hormigueo que me sube por la extremidad—. ¿Quiénes sois y para quién
trabajáis? Sé que sois Caballeros, pero ¿qué demonios significa eso, y por
qué nunca había oído hablar de ustedes?
Las variadas expresiones de cada uno de sus rostros caen, y lo encuentro
ligeramente divertido. Es bueno saber que no soy la única que puede ponerse
nerviosa por una nariz entrometida. Ledger mira a Jury y yo reprimo una
sonrisa. No hay forma de que su pequeño grupo de Rol en Vivo sea un
secreto, al menos no uno muy bien guardado. Los metamorfos de la Manzana
Envenenada etiquetaron a Gage como Caballero sólo por el nombre de la
ciudad de la que procedía. Si querían que fuera alto secreto, fracasaron
estrepitosamente.
Miro a Gage y veo que se está frotando la nuca. Supongo que entre que lo
noqueé y arruinó mi secuestro, se olvidó de decirles que el gato está fuera del
saco, o en este caso, el Caballero ha abandonado la mesa redonda.
Antes de que nadie pueda decir nada, las runas de mi dedo corazón se
calientan y un cosquilleo me recorre la columna vertebral hasta llegar a las
piernas. Una repentina urgencia me aprieta el pecho para que localice mis
Escudos.
Esa es nuestra señal.
Es hora de irse.
—Vamos al lio —ordeno, quitándome la camisa de Brae y apresurándome
a desatar mis botas.
—¿Al lio? —pregunta Jurado, su mirada se vuelve instantáneamente
ardiente al verme, pero su tono está teñido de confusión.
—A irrumpir en la casa —le recuerdo, perpleja.
¿De qué otra cosa iba a hablar?
—Espera. ¿Qué? —tartamudea Gage—. Creía que tus primos nos iban a
dar la señal. —Mira a su alrededor expectante.
—Lo hicieron —les digo apresuradamente, sin querer entrar en los
complicados detalles de exactamente cómo.
Él mira a Ledger.
—No he visto una mierda. ¿Viste alguna señal?
Ledger niega con la cabeza ante la pregunta, pero en lugar de observar a
su alrededor como él para ver si descubre lo que sea que yo vi, mantiene su
intensa mirada azul clavada en mí.
Todos están ahí parados, con los ojos rebotando de mí a nuestro entorno,
pero nadie se prepara para cambiar y es hora de irse.
—Vamos —animo apresurándoles—. Desnudaos y cambiar ya.
Me acaloro ante mi orden poco elocuente, pero lo ignoro.
—Me quedaré en mi forma humana para comunicarme con Tree —
anuncia Brae.
Los demás asienten rápidamente, sus ojos se dirigen a él y luego desvían
la mirada. Hay algo raro en el intercambio, pero no tengo tiempo de
examinarlo.
Apresuradamente, me desabrocho el sujetador y me lo quito. Después van
mis bragas. Algunos de los chicos respiran con dificultad y otro gruñe por lo
bajo. Pero no es el momento de regodearme en sus miradas. Rápidamente
cierro los ojos y llamo a mi loba.
Tu turno.
Aparece en primer plano como un Tsunami, arrasando todo a su paso. Me
desgarra hasta que me hago añicos y me transformo en ella. De repente,
somos la misma y a la vez no lo somos. Dos seres distintos que existen dentro
del cuerpo de la otra. Estamos conectadas de una forma única que nos hace
más poderosas juntas de lo que podríamos ser por separado. Es una relación
inusual y extraordinaria. He aprendido que es característica de los híbridos
centinelas.
Normalmente, los metamorfos son sus animales. Sus instintos y sentidos
pueden agudizarse durante un cambio, y su cuerpo ciertamente se transforma,
pero sigue existiendo una sola conciencia dentro de ellos. La magia centinela
altera de algún modo la fusión natural del hombre y la bestia. No sé por qué,
y Deveraux siempre mataba a los híbridos metamorfos que cazábamos antes
de que pudiera preguntar.
Fausto solía decirme que era porque la magia centinela no estaba hecha
para ser corrompida, que hacerlo fracturaba la pureza del poder y creaba
abominaciones. Pero donde él y los demás veían una atrocidad, yo aprendí a
ver belleza y fuerza. Y cuando me hice mayor y me di cuenta de que podía
extirpar la intolerancia de ese bastardo, encontré un poder ilimitado en
aceptar quién y qué soy.
Loba sacude su pelaje de ónice y contempla el mundo a través de sus ojos
muy superiores. Mis emociones se embotan y nuestros sentidos se agudizan.
Nuevos olores danzan tentadoramente a su alrededor, y ella los absorbe,
categorizándolo y considerándolo todo.
—No jodas. —Suena Gage desde detrás de nosotras, sobresaltado.
Las orejas de Loba se agitan en señal de aviso, pero sus ojos permanecen
fijos en la oscuridad, escudriñando más allá de los arbustos planos y la hierba
salvaje que crece entre las dos casas palaciegas que se están construyendo.
—Es más grande que tú, Ledger —señala Brae, con tono anonadado.
—¿Cómo coño es posible? Ella es diminuta en su forma humana, y tú eres
la loba más grande que he visto nunca —cuestiona Jurado, asombrado.
Gage suelta una burla desconcertada.
—Es tan alta como el puto Suburban.
Loba se ríe y se enorgullece de la admiración y el respeto que recibe.
La llamada de Rafe y Tree me atraviesa de nuevo. Harta de esperar a que
estos tipos cambien, Loba responde de inmediato, saliendo disparada hacia
la hierba alta y la maleza. El barro y el agua se levantan detrás de nosotras
mientras aumentamos la velocidad. Un trueno retumba en lo alto del cielo y
una corriente eléctrica zumba en el aire como advertencia. La tormenta que
se ha estado fraguando en las nubes ya está aquí.
El sonido de varios cambios llena el aire cargado detrás de nosotras. Pero
Loba ya está cazando y no le interesa aminorar la marcha para que los demás
puedan alcanzarla. Tienen que ser más rápidos si quieren correr a nuestro
lado.
Ella acorta rápidamente la distancia que nos separa del resto de la manada.
Avanzamos en silencio a través de la noche y divisamos al lobo oscuro de
Rafe y a un empapado y embarrado Tree agazapado tras un montículo de
tierra.
—Hola, Loba. Hola, Sav. ¿Esos tipos se tragaron la lengua cuando te
vieron? —habla mentalmente Rafe, la alegría colorea sus pensamientos.
Ella resopla y yo me río.
—Estaban apropiadamente alucinando —admito, incapaz de ocultar mi
alegría.
Él se acerca furtivamente cuando nos acercamos, lame el hocico de Loba
y frota su cabeza en su barbilla y garganta en un saludo lobuno. Tiene
cuidado de no hacer ruido al saludarnos, permaneciendo agachado y oculto
de nuestras presas cerca de la casa.
El cielo se abre con un relámpago y un trueno agudo. Comienza a llover
a cántaros y el diluvio ayuda a disimular nuestra aproximación, al tiempo que
amortigua nuestros sentidos.
—Hola, Loba. —Saluda Tree en voz baja, pero mantiene la mirada fija en
la casa.
Ella le da con el hocico en el costado una vez y se vuelve para rastrear la
casa.
Brae aparece sigilosamente de la oscuridad y se acerca, tirándose al suelo
y arrastrándose como una foca los últimos tres metros hasta estar junto a Tree.
Tres grandes lobos se aproximan silenciosamente detrás de él. Parece que han
superado su sorpresa y se han transformado.
Loba los observa con ardiente interés y, sorprendentemente, me encuentro
haciendo lo mismo. Gage es blanco como la nieve recién caída y el más
delgado de los tres. Jury es de un gris y blanco confiable, y Ledger, cuyo lobo
es tan grande como el de Tree, y casi tanto como el mío, es de un color rojizo
impresionante.
—Vaya, estás llena de sorpresas —me dice Gage, su rica voz resuena a
través de nuestro repentino vínculo mental y me enciende como si fuera un
cable de alta tensión.
Joder, que potente.
No tengo ni idea de por qué oírle en mi cabeza me produce una sensación
tan íntima, pero así es. Loba prácticamente vibra de excitación y no sé qué
pensar.
—Esa es nuestra Savy. Es un regalo que no se acaba nunca —dice Rafe,
y Jury suelta una risita.
Un gruñido bajo, casi inaudible, sale de Ledger. Su mirada de lobo azul
plateado está clavada en Rafe, como si no estuviera de acuerdo con algo que
ha dicho mi Escudo.
Rafe parece extrañamente divertido y frota su costado contra el mío, lo
que provoca otro gruñido de disgusto, sólo que esta vez proviene de los tres
Caballeros… cuatro, me doy cuenta, cuando veo a Brae mirándome a mí y
frunciéndole el ceño a él también.
—Basta ya —les digo a todos, pero Loba, sorprendentemente, retumba su
aprobación. Malditos lobos territoriales. Te pones la camiseta de un
metamorfo y de repente todos sus amigos piensan que hay algún tipo de
reclamación.
Típico.
—Definitivamente hay algún tipo de reclamo; sólo que no estás
preparada para reconocerlo —rebate Gage.
Sus palabras me hacen tambalear y dirijo una mirada fulminante a Loba.
—Se suponía que no tenías que oír eso. —Muerdo antes de acorralar a mi
furtiva bestia, que al parecer cree que será divertido hacer públicas todas
nuestras conversaciones privadas—. ¿Quieres jugar? —La desafío.
—Ahora no es precisamente un buen momento, pero definitivamente estoy
listo para más tarde —declara Brae, y yo me atraganto con el aire.
¡Joder!
La diversión florece en el grupo, y los Caballeros nos miran a Loba y a
mí, estudiándonos tan agudamente como ella los está estudiando a ellos.
—Concentraos todos —ordeno, necesito acabar con lo que sea esto, y por
suerte, ella vuelve su atención a Tree.
Él se da por aludido.
—Hay una patrulla de seis —susurra, su voz apenas perceptible por
encima de la lluvia torrencial—. Hemos detectado movimiento sobre todo en
el nivel principal. —Señala una pared de ventanas que revelan una cocina
poco iluminada y lo que parece ser una sala de estar o un gran salón más
allá—. Y aquí. —Su brazo se desplaza en dirección a unas cuantas
habitaciones iluminadas de la segunda planta.
Las cortinas del piso superior están echadas, así que no puedo ver lo que
hay arriba, pero lo descarto y me concentro en las siluetas que puedo
distinguir abajo.
—Te va a encantar esta parte, Sav. Loba, ¿estás escuchando? Ya sabes
que a nuestra chica le encanta cuando tiene razón —bromea Tree, y ella
levanta las orejas en su dirección, mientras yo me quedo inmóvil ante su
metedura de pata. Mierda. ¿Se ha vuelto loco?
Él nos habla a ella y a mí como lo hace normalmente, lo que no sería un
problema si no tuviéramos un público entrometido. Intento observar
discretamente a los Caballeros, buscando cualquier indicio de que hayan
captado la forma en que Tree se dirige a Loba y a mí como si fuéramos
entidades separadas. Pero sus ojos están tranquilamente clavados en mi
Escudo, y espero que eso signifique que la cagada les ha pasado
desapercibida.
—Los Lamias y el grupo están definitivamente conectados —continúa,
sin perder un segundo—. Mientras acechaba el perímetro, Rafe vio a un
guardia entrar en el garaje. Hay una furgoneta negra aparcada dentro.
Exactamente la misma marca y modelo que la que él destrozó. —Hace un
gesto hacia Ledger.
—Podía oler la mancha de la magia desde la línea de árboles —dice
mentalmente Rafe. A Loba se le ponen los pelos de punta, y su mirada recorre
la parte de la casa que Rafe señala con el hocico.
—Hay guardias apostados en cada esquina, con uno recorriendo un
estrecho perímetro alrededor de la propiedad cada ocho minutos —continúa
Tree—. Si cada uno de ustedes toma una esquina, podemos empezar aquí. —
Señala la parte sureste de la casa—. Loba, tú te encargas del guardia que hace
la ruta una vez que haya completado su circuito y esté de vuelta en la parte
delantera de la casa. Los otros se ocuparán de su guardia estático, y una vez
que el perímetro esté despejado, entraremos en la casa.
Brae asiente, y Gage, Ledger y Jury bajan la cabeza en señal de acuerdo.
—Crearé un punto de entrada aquí. —Tree levanta la barbilla hacia el
porche trasero que da a la cocina—. Y, Brae, puedes dejarles entrar aquí. —
Señala una puerta lateral que da al garaje—. Tu guardia tiene que ser el
último, ¿entendido Loba? Y necesito que crees tanta distracción en el frente
como puedas. Atrae la atención de los cabrones de dentro, y el resto de
nosotros los flanqueamos.
—Deja que uno de nosotros haga eso —interviene Brae, y todos los
Caballeros gruñen su acuerdo lobuno.
Tree nos mira a nosotras de reojo, su sonrisa me dice que sabe
exactamente lo irritadas que estamos por la insinuación de que no podemos
soportar un poco de calor de Lamia.
—Esa mierda caballerosa es adorable —se burla de Brae—. Pero créeme
en esto, Loba es la mejor bestia para el trabajo.
—¿Por qué sigue llamándote Loba? —pregunta Jury, y yo contengo un
gemido.
—Es un apodo —se apresura a contestar Rafe, pero suena forzado incluso
para mis oídos.
¿Qué están haciendo mis Escudos? Si no lo supiera, pensaría que están
tratando a propósito de revelar el pastel.
Loba enseña los dientes a los Caballeros, pero ni siquiera yo sé si su gesto
es tranquilizador o amenazador.
—Confía en mí —insiste Tree cuando Brae aún parece querer discutir—.
Esta no es una batalla que quieras ganar.
Brae nos mira a nosotras mientras se aparta de la cara unos mechones
mojados de pelo negro. Sus pálidos ojos verde jade nos estudian como si
buscara la forma de intervenir y salvar el día sin cabrearnos. Debe de darse
cuenta enseguida de que no la hay, y al cabo de un segundo resopla resignado
y asiente.
—Por lo que sabemos, había seis miembros en la banda que se llevó a
Harlow y a las demás. Tres de ellos ahora están muertos, y queremos a los
otros tres vivos. Sabemos que al menos dos son hechiceros, y creo que uno
es un Oso pardo, pero eso no ha sido verificado. No sabemos a qué tipo de
magia nos enfrentamos, así que tened cuidado con el pelaje y mantened un
ojo y los dos oídos atentos a las trampas —explica Tree.
—Todos los demás son presa fácil para encontrarse con su creador esta
noche, pero si alguien se rinde, dejadle —añade Rafe—. Aunque yo, por mi
parte, espero que no lo hagan. —Se ríe y puedo sentir su sed de sangre
zumbando a través de nuestro enlace. Llama a la mía y a la de Loba, y al
instante estamos listas para partir.
—No te mueras —se burla Tree, y a juzgar por las miradas lobunas de los
Caballeros, no le encuentran la gracia. Loba, por otro lado, piensa que es
divertidísimo, y se ríe con deleite.
Rafe me lame el hocico una última vez y se dirige a la esquina de la casa
que le han asignado. Los Caballeros me observan por un momento, y algo se
acumula en sus miradas. Ledger se acerca un paso y luego se detiene, con sus
ojos de lobo azul plateado fijos en mí. Una sutil tensión empieza a crecer
entre nosotros mientras nos observamos, pero entonces él deja de mirarme y
lo que sea se desvanece.
Uno a uno, se alejan sin hacer ruido, y una extraña sensación de decepción
recorre a Loba al verlos marchar. Se lo quita de encima, pero noto una
renovada determinación brotando en ella antes de que se adentre en la noche,
mezclándose perfectamente mientras caminamos hacia la entrada de la gran
casa.
No hay farolas por aquí, y aparte de unas pocas luces encendidas dentro
de la propiedad, está perfectamente oscuro. Los Lamias tienen una vista
excelente, sólo superada por los cambia formas, pero esta noche los guardias
exteriores tendrán la dificultad añadida de que el clima ayudará a amortiguar
nuestra aproximación. Su vista se verá afectada por las fuertes gotas de lluvia.
En cuanto a ataques sorpresa, no hay nada mejor que esto. Los truenos
retumban entre las nubes, casi como si el mismísimo Zeus estuviera allí arriba
observando, deseoso de que nos pongamos manos a la obra.
Como la experta cazadora que es, Loba observa sabiamente la dirección
de la lluvia, posicionándose disimuladamente para atacar en el ángulo
adecuado que le ayude a ocultar sus movimientos. Una vez que estamos en
un lugar privilegiado, se agacha en el barro y la maleza, y entonces todo lo
que queda por hacer es esperar.
Sentidos en alerta. Ritmo cardíaco constante. Músculos tensos y listos
para la acción. La venganza hierve en nuestra alma. Estos cabrones no sabrán
lo que les golpeó hasta que sea demasiado tarde. Van a pagar por joder a
nuestra familia. Es hora de hacerlos sangrar a todos.
Nuestro ataque es tan silencioso y letal, como debe ser. Antes de que mi
guardia pase por la esquina derecha de la casa, veo un destello del pelaje gris
de Rafe emergiendo de la oscuridad mientras derriba a su objetivo en el
extremo izquierdo. Luego, el lobo blanco de Gage y la bestia gris y blanca de
Jury atraviesan la noche para acabar rápidamente con sus objetivos.
Es silencioso y rápido y sucede sin problemas.
Tan pronto como veo a mi chico rodear al frente, el lobo de Ledger derriba
silenciosamente al último guardia de la esquina detrás de él. Todo sucede en
cuestión de segundos, tan fácil como respirar... y ahora es nuestro turno.
Como si hubiéramos ensayado el movimiento, Ledger da un gruñido de
advertencia, llamando la atención del último guardia rotatorio. El Lamia se
gira con un grito de sorpresa, sacando una espada de su cadera preparándose
para el ataque del gran lobo que tiene en frente. Lo que debería haber estado
haciendo era vigilar su espalda. Antes de que el guardia pueda hacer algo más
que soltar una maldición apresurada, Loba se le echa encima.
Agarra el hombro del Lamia con sus mandíbulas y luego lo arroja como
un muñeco de trapo. En dos saltos, lo enjaula entre sus patas, mordiéndole
los brazos hasta que los huesos ceden entre sus poderosas mandíbulas. La
espada en sus manos cae al barro con un chapoteo sordo y nuestra nariz se
llena del olor de su terror.
Ahora a seguir con la distracción. Decidimos que la mejor opción es que
los bastardos de dentro escuchen a uno de los suyos chillar de dolor y pánico
mientras lo mantenemos fuera de su alcance.
El Lamia nos sisea e intenta liberarse con las piernas, pero nosotras somos
demasiado grandes y formidables. Su desafío dura poco, sus gruñidos y
silbidos son sustituidos bruscamente por los gritos agónicos que necesitamos
cuando empezamos a destriparlo con nuestras garras.
Durante unos largos minutos, su tormento llena el aire, y Loba añade sus
gruñidos y rugidos a su canción de muerte. Se oyen gritos en el interior de la
casa. Nuestro plan funciona, pero muy pronto mi chica se aburre de su juguete
y decide cazar una nueva presa. No estoy segura de sí hemos dado a los demás
tiempo suficiente para entrar y flanquear a los ocupantes de las casas, pero
espero que estén en posición, porque a ella no le importa un carajo.
A toda prisa, le arranca la cabeza a nuestro guardia y se abalanza sobre la
puerta principal de la casa. La madera y el cristal explotan a nuestro alrededor
mientras entramos como una bola de furia y pelaje. Los lamias se mueven
para atacar mientras un Caster nos lanza magia ofensiva. La magia roja y
brillante rebota en nuestras barreras naturales, provocando una onda púrpura
que se desplaza sobre nosotras mientras nuestra magia centinela neutraliza el
ataque.
Una deliciosa oleada de miedo y rabia recorre la habitación, y nosotras
nos deleitamos con ella.
Los gritos y las órdenes son música para nuestros oídos cuando los lamia
se acercan a nosotras. Loba se abalanza, muerde, desgarra y araña en su
camino a través del enjambre. Demasiado rápido para su gusto, sus gruñidos
enfurecidos se convierten en el único sonido de la habitación. Miramos
alrededor, ella gruñe desafiante, pero todo lo que vemos son partes de cuerpos
y sangre por todas partes. Somos las únicas que seguimos vivas en la
habitación.
Con un resoplido y sacudiendo la cabeza, ella intenta despejar el hedor a
pánico y miedo de nuestra nariz.
—Creo que me acabo de enamorar —murmura Brae desde un amplio
pasillo a un lado, su mirada verde jade observando la carnicería de la
habitación con un aprecio desenfrenado.
Loba se pavonea justo cuando un Lamia se abalanza sobre Brae por detrás.
Una rabia desenfrenada se apodera de nosotras al ver cómo el chupasangre
se ensaña con el Caballero, pero enseguida nos damos cuenta de que Brae no
es una pobre criatura indefensa que necesita que la salven.
Fluye ágilmente alrededor del ataque, como si supiera exactamente hacia
dónde se moverá su oponente. Las dos espadas de estilo katana que tiene en
las manos no son más que un borrón mientras él juega con su objetivo.
Loba ronronea de admiración por la forma despiadada en que Brae corta
y golpea al Lamia hasta que el jodido colmilludo jadea por aire y se queda
sin aliento. El Caballero está jugando con él, y ella no podría aprobarlo más.
Brae ni siquiera ha sudado cuando atraviesa con su espada el cuello del
vampiro, arrancándole la cabeza de un solo tajo.
Unos cristales estallan en algún lugar del interior de la casa, seguidos de
más gritos y alaridos, y él se lanza en esa dirección, con nosotras pisándole
los talones.
Nos detenemos en seco para presenciar una pelea que se está produciendo
en un enorme estudio. Brae carga contra un Lamia que se arrastra hacia el
lobo gris y blanco de Jury y corta al chupasangre en pedazos en tres
movimientos precisos. Supongo que no quería jugar con ese.
Los dos Caballeros forman una impresionante formación, cada uno
protegiendo los puntos ciegos del otro mientras destruyen a todos los
atacantes a su alrededor. Es casi hermosa la forma en que se mueven, como
si fueran extensiones el uno del otro. Son la personificación de la gracia
líquida y la aniquilación despiadada.
Parece que pueden hacer algo más que joder las cosas.
Loba y yo sentimos un extraño anhelo mientras observamos a los
Caballeros. Siento una necesidad aguda de ella que nunca había sentido antes,
y al instante me siento tensa e insegura.
Un grito espeluznante recorre la casa, y nosotras abandonamos la
menguante lucha en el estudio y nos lanzamos por el pasillo. Ella galopa por
la mansión en busca de Harlow. Despejamos una habitación, luego otra,
buscando rastros de nuestra hermana y de alguna presa escondida.
Olfateamos, escudriñamos y escuchamos, pero con cada minuto que pasa y
cada habitación que recorremos, se hace más y más obvio que Harlow no está
aquí y que nunca ha estado.
Intento no sentirme demasiado devastada por eso. Sabía que existía la
posibilidad de que se la hubieran llevado a otra parte y que no estaría aquí
sólo porque el grupo que la secuestró lo está, y sin embargo, de repente me
siento tan jodidamente hueca, como si alguien me hubiera metido la mano en
el pecho y me hubiera arrancado todo lo que importa.
Sigo sintiendo que estamos muy cerca y, sin embargo, nunca puedo llegar
a ella.
—Comedor —dice Rafe mentalmente, mostrándome una imagen rápida
de dónde está en la enorme casa.
Empaqueto la pérdida y la devastación que siento, colocándola en un
estante donde pueda bajarla más tarde, y me centro en lo que hay que hacer
aquí y ahora.
Loba nos hace trotar en la dirección que Rafe nos mostró. Pasamos junto
a unas escaleras ornamentadas que suben y se dividen por la mitad antes de
desviarse en otra dirección. De la nada, un cuerpo cae por las escaleras de la
derecha y Tree desciende tras él. Mi Escudo recoge el cuerpo inerte donde se
detuvo en el rellano superior y lo lanza hacia abajo hasta que aterriza a
nuestros pies.
Inmediatamente reconozco a uno de los chicos de Ruination. El pelo
negro que le llega hasta los hombros le cubre la cara, pero tiene la misma tez
marrón leonado, y estoy segura de que, si le despego uno de los párpados,
encontraría los mismos ojos negros y furiosos del macho que vi en la
Manzana Envenenada. Sin mediar palabra, Tree levanta al metamorfo apenas
consciente como si no pesara nada y se dirige hacia el comedor.
Loba percibe un fuerte olor a riolita24 fría y tierra húmeda, lo que confirma
que el cambia formas es sin duda un oso pardo. Sigo a Tree y me doy cuenta
de que sus vaqueros están rotos por varios sitios y de que tiene un corte en la
mejilla que le sangra bajando por la garganta hasta el cuello de la camisa
destrozada.
—¿Necesitas que te cure? —pregunto a través de nuestro enlace,
preocupada por si tiene heridas que no puedo ver, pero él se limita a
ignorarme con un bufido divertido.
Nos conduce al comedor, donde una larga mesa ovalada está partida en
dos trozos. La han arrinconado contra la pared lateral, pintada de un azul
cálido que parece más morado debido a la salpicadura de sangre que la
atraviesa. Si había cadáveres aquí, los han retirado, y media docena de sillas
de comedor de aspecto incómodo están colocadas en una fila desordenada,
como si estuvieran esperando algo.
Tree deja caer al oso en uno de los duros asientos de aspecto gótico. El
cambiante gruñe dolorosamente, pero eso no impide que mi Escudo arranque
una cuerda que hay sobre una pieza de la mesa rota y lo ate.
Un relámpago destella en el exterior, haciendo que la habitación parpadee
con luz antes de volver a ensombrecerse. Un trueno sacude la casa de forma
premonitoria, justo cuando Rafe lleva al fornido miembro de la banda a la
habitación. El musculoso hechicero sangra por varias partes y gruñe cuando
Rafe le da una patada antes de levantarlo por el cuello y dejarlo caer en una
silla que Tree desliza hacia él.
Loba sigue cada respiración, cada parpadeo, cada movimiento que hacen,
aprendiendo de su presa, buscando pistas ocultas y tácitas en su semblante
que podrían ayudarnos. El aroma carbonizado de la magia elemental se
adhiere a la piel del fornido tipo. Es un lanzador de fuego, como lo era el
imbécil de Barrett, pero por el olor también sabemos que no es uno fuerte.
En el mundo de los Casters, la magia es un juego de azar. Algunos la
tienen a raudales y otros apenas nacen con una gota. Les gusta fingir que, con
suficiente trabajo duro y determinación, cualquier Hechicero puede
compensar una fuente débil, pero es mentira. Pocos tienen el cerebro y las
conexiones necesarias para desenvolverse en su sociedad sin un poder
formidable.
Me sorprendería que alguno de los de este equipo tuviera más de un dedal
de habilidad. Si la tuvieran, no estarían secuestrando Supes para ganarse el
pan. Estarían disfrutando de la buena vida en los escalones superiores de la
sociedad Caster, parte de algún aquelarre que piensa que su mierda no apesta.
El oso gime como si empezara a volver en sí. No sé cómo Tree evitó que
se transformara; si lo hubiera hecho, habríamos tenido que matarlo entre casi
todos. Los osos metamorfos no son ninguna broma. Son prácticamente del
tamaño de un elefante y tienen la potencia de un cohete. Afortunadamente,
este maldito no podrá cambiar hasta que se cure un poco. En su estado actual,
enviará a su animal en estado de shock si lo intenta, lo que lo dejaría
vulnerable y débil.
El imbécil intentó enfrentarse a mi Escudo y ahora está pagando las
consecuencias. Tree se asegura de que el animal de este tipo no salga a la
superficie pronto rompiéndole las piernas. El crujido del hueso astillándose
rebota en las paredes antes de ser ahogado por el rugido de dolor del oso
pardo. Otro crujido resuena en el espacio, y ahora las dos patas del oso se
doblan por donde no deberían.
El semblante del metamorfo está verde y la agonía se ha grabado en sus
rasgos sudorosos. Parece medio incoherente, pero tengo que reconocer que
no se ha desmayado, y eso es impresionante. Sé que yo lo hice la primera vez
que me rompieron las piernas. Además, me sobresalían todos los huesos y
perdía mucha sangre.
Suavemente empujo a la vanguardia de mi conexión con Loba. No está ni
cerca de estar satisfecha con su actual recuento de muertes, pero de momento
nos hemos quedado sin gente a la que destrozar, y necesitamos que yo tome
el control para esta siguiente parte.
A regañadientes, se retira, su cuerpo se encoge y colapsa, hasta que el
pelaje da paso a una piel suave, las cuatro patas se convierten en dos y nuestro
rostro se aplana y se transforma del de ella al mío. Miro hacia abajo y veo
que mi cuerpo está salpicado de sangre y barro seco.
Ella se ríe con admiración ante la evidencia de su trabajo y luego se
acomoda para un merecido descanso.
—¿La hembra? —pregunto a mis Escudos, señalando con la cabeza a los
dos miembros de la banda ahora atados a sillas.
—Está acorralada arriba. Iré a ayudar —anuncia Rafe antes de volver a
transformarse en lobo y salir corriendo de la habitación.
—¿Y la Caster que secuestraron en el club? —Verifico, conteniendo la
respiración.
No la han tenido mucho tiempo, y basándome en las visiones que he visto
en la sangre de los otros, no creo que le hicieran daño, pero podría
equivocarme. Si lo estoy y ella no está bien, sé que me imaginaré a esos
cabrones lastimando a Harlow de la misma manera, y no sé si mantendré la
compostura si ese es el caso. Me siento como si estuviera colgando de un
hilo.
—Gage y Ledger están con ella. Tienen algunos contactos Paladín a los
que están llamando. —Tree no dice más que eso, y no sé si eso es bueno o
malo. Quizá sea mejor no saberlo.
Asiento y él agarra el respaldo de la silla en la que está sentado el macho
Caster, haciéndolo girar hasta que está frente a mí. Echa la silla del
metamorfo hacia atrás para que los dos machos no puedan mirarse ni
comunicarse de ninguna forma. El oso aprieta los dientes con angustia y jadea
con la mandíbula fuertemente apretada. Sus ojos giran un poco como si fuera
a desmayarse, pero una vez más aguanta al final.
Tomo nota de no acercarme a él más de lo necesario por si vomita. Mi
situación ya es bastante desagradable sin añadir eso a la mezcla.
El fornido hechicero me observa, sus ojos añiles inyectados en sangre se
detienen intencionadamente en mis tetas y luego en mi entrepierna. Su mirada
tiene un brillo imperioso, como si creyera que verme desnuda le ha dado
algún tipo de poder sobre mí.
Una sonrisa ladeada se dibuja en mi boca.
Los arrogantes siempre se rompen primero.
No puedo esperar para hacerle gritar al Sr. Alto y Poderoso.
Por fin me mira a la cara. Sus facciones me reconocen antes de bloquear
sus reacciones tras una máscara inexpresiva y una mirada vacía.
—Hace cuatro días en Ashrun, Wyoming, os llevasteis a dos chicas de
Ruination. Su alfa las quiere de vuelta —anuncio uniformemente, quiero ver
hasta dónde me llevará el acto de "Sólo hago mi trabajo".
Ninguno de los dos muestra el menor indicio de haberme oído.
—Los dos sabéis lo que va a pasar ahora —continúo, con mi tono
aburrido, pero la mirada astuta—. Hago una pregunta. Creéis que guardar
silencio significa que vais ganando. Os hago daño hasta que consigo lo que
quiero, y entonces morís. Sin embargo, estoy dispuesta a hacer las cosas de
otra manera para uno de vosotros, y no volveré a haceros esta oferta, así que
no la desaprovechéis. La primera persona que me diga ahora mismo lo que
quiero saber puede levantarse y salir de aquí. No volverá a verme ni a mí ni
a mi gente.
El Caster resopla burlón.
—Lo entiendo, crees que voy a matarte de todos modos en cuanto me lo
digas. Pero estaré encantada de jurarlo. Incluso haré que todos mis hombres
lo juren también.
—Si no nos matas, ellos lo harán, así que estás perdiendo el tiempo. Solo
acaba de una vez —se queja el oso pardo.
El Caster entrecierra los ojos y mira al suelo. No le gusta que el osito
hable.
—Ya veo —ronroneo, asintiendo con la cabeza como si acabara de
recordar algo—. El amo os tiene bien atados, ¿verdad?
El fornido hechicero intenta ocultarlo tras un muro de indiferencia, pero
no está lo bastante curtido como para disimular su estremecimiento cuando
pronuncio la palabra amo.
—Normalmente, diría que tienes razón. Incluso si te dejo ir, él
definitivamente va a cazarte y hacerte pagar, pero aquí está la cuestión... ¿qué
pasa si lo mato por ti? Quiero decir, para ser completamente honesta, no sería
exactamente por ti; mi alfa ha solicitado que envíe un cierto tipo de mensaje
a la persona responsable de llevarse a los miembros de su manada. Pero si tu
amo está muerto y su nido destruido, ¿quién vendrá por ti entonces? Desde
luego, yo no. Tendríamos un trato.
Por primera vez desde que he empezado a hablar, el oso pardo me mira.
Sus ojos marrones sepia no recorren mi cuerpo como los de su amigo. No,
tiene cosas más importantes en la cabeza. Cosas como sobrevivir.
Eso es, Yogi, muerde el anzuelo.
—Una palabra de tu boca y tu familia sufrirá por ello —dice una voz
plateada desde detrás de mí.
La ira hierve dentro de mí cuando me doy la vuelta para encontrarme con
el tercer miembro de esta banda, la perra Caster, Paisley, con una predilección
por los Lamias, siendo escoltada por Brae. Su paso es seguro. Su mirada se
estrecha sobre el oso pardo, y hay una advertencia ácida en sus ojos gris
paloma.
—Maldita sea, Cookie —ladra Brae—. ¿Tienes algo en contra de la ropa?
¿Por qué parece que siempre estás sin ella?
Lanzo una mirada fulminante al Caballero. Por supuesto que tenía que
traer a esa zorra aquí ahora mismo. Justo cuando Teddy Ruxpin25 estaba a
punto de develar todos sus secretos. Juro que estos gilipollas tienen una
extraña habilidad innata para hacer añicos un plan en un abrir y cerrar de ojos.
Me retracto de todo lo que pensaba acerca de que no joden las cosas.
Tree empuja a Paisley hacia una silla, y ella se sienta como si se uniera a
nosotros para tomar el maldito té.
—No va a matarnos, idiota. Hay demasiado en juego. Mantén la boca
cerrada o se enterarán. No olvides a quién has jurado lealtad —le cacarea al
oso antes de que Tree empiece a atarla.
—Toma —me ofrece Brae, tendiéndome de nuevo su camiseta.
El recuerdo de su aroma masculino y limpio me hace mirar la tela con
interés, pero me doy cuenta de que no está mucho más limpia que yo y está
húmeda. Me estremezco y niego con la cabeza, volviéndome hacia Paisley.
Su postura es perfecta, su mirada brilla con arrogancia. Es una chica que
cree que el mundo no puede tocarla. No percibo mucha magia en ella, y no
huele como si la hubiera usado para defenderse cuando irrumpimos.
Obviamente cree que saldrá ilesa de esta habitación simplemente por ser
quien es.
Conozco muy bien a este tipo de personas.
De los que llevan el desprecio impregnado en el semblante. A los que les
gusta tener la nariz en alto para poder mirar por encima del hombro a todos
los que les rodean.
Fausto era el rey de esa puta mirada. Sabía que era superior y que todos a
su alrededor debían inclinarse, arrastrarse y besar su culo de centinela. Se
abría paso por la vida a costa de los demás, retorciendo el mundo a su
alrededor para adaptarlo a sus jodidos y delirantes puntos de vista.
Paisley observa al cambia formas con la misma sensación de supremacía,
como si supiera algo que los demás desconocemos y le encantara estar al
tanto del secreto.
—Cookie, tómala —insiste Brae, sacándome de mis observaciones.
Miro hacia abajo, confusa, mientras él intenta meterme su asquerosa
camiseta entre los brazos.
—No puedes andar por ahí así —insiste, y yo me retuerzo ante sus
palabras.
—¿No puedo?
Levanto las cejas, sorprendida, y pongo cara de incredulidad mientras me
giro e invado su espacio, bajando el tono de voz a un gruñido bajo que sólo
él puede oír.
—Aclaremos algunas cosas, ya que una vez más interrumpes algo
importante con estupideces. Primero, puedo hacer lo que quiera. Segundo, no
sé cuál es tu problema con mi cuerpo, pero si no quieres mirarlo, ahí está la
puerta. Estoy desnuda. Sucede después de un cambio. Nadie en la habitación
tiene un problema con eso excepto tú. Madura o vete a la mierda. De
cualquier manera, estoy trabajando aquí y sería genial si me dejaras hacerlo.
¿Te queda claro?
Él me observa fijamente, su mirada feroz escudriña mi rostro. Sus fosas
nasales se abren ligeramente y el negro de sus pupilas empieza a sobrepasar
el verde claro de sus iris. Se acerca hasta que casi estamos nariz con nariz.
Un mechón de su desgreñado cabello negro le cae sobre la cara y percibo su
aroma a ciprés empapado por la lluvia, pero me niego a dejar que me
distraiga.
—¿Quieres tener esta conversación ahora mismo? Bien. ¿Por qué no te
acercas un poco más, Cookie, ¿y sientes exactamente cuál es mi problema
con que andes por ahí desnuda? Te daré una pista: está por debajo de mi
cintura, es duro, y este no es el momento ni el lugar para hacer nada al
respecto, aunque en realidad, realmente, me gustaría mucho.
Su aliento me hace cosquillas en la cara y de repente soy muy consciente
de lo cerca que estamos. El calor me recorre y siento un cosquilleo en el
cuerpo.
—Sí, puedes hacer lo que quieras, pero toda acción tiene una reacción, y
ésta resulta ser la mía. ¿Quieres centrarte en lo que necesitas hacer? Yo
también. Pero cuando andas por ahí así, lo que necesito empieza a perderse
en lo que quiero, y hay muchas cosas que quiero ahora mismo. Nos
involucran a ti y a mí y...
Le tapó la boca con la mano para evitar que salga nada más. Mis pezones
están duros, la lava se acumula en mi vientre y un escalofrío de expectación
me recorre la espalda.
Que no es el momento ni el lugar es un puto eufemismo.
Se me escapa un suspiro tembloroso y noto cómo Brae sonríe contra la
palma de mi mano. Le fulmino con la mirada.
—Vale —siseo, soltando la palma de la mano de su boca y cogiendo la
camiseta mientras un rubor me recorre las mejillas y el pecho—. La próxima
vez, di que se te ha puesto dura. No tienes por qué hacer todo esto —digo,
más ladrando que mordiendo, mientras retrocedo y me pongo la camiseta
húmeda y sucia.
Joder, todavía huele bien.
Algo que debería ser imposible porque está cubierta de barro y sangre... y
Brae, suministra mi mente desordenada.
—Buena chica —ronronea en señal de aprobación, y yo le gruño mientras
Loba, molesta, empieza a jadear.
—Te cortaré la lengua si vuelves a decirme eso —le advierto, nada
partidaria de esa vida sumisa.
Puede ponerme cachonda, pero ahí se acaba.
Su sonrisa es de satisfacción y su mirada es burlona, pero sabiamente,
mantiene la boca cerrada.
Respiro hondo y me sacudo el efecto Brae mientras intento
recomponerme. Miro por última vez al Caballero y me giro hacia los
miembros de la banda. Tree está de pie al fondo de la sala, haciendo un
trabajo de mierda tratando de ocultar una sonrisa. Se tapa la boca con la mano,
pero las arrugas de su sonrisa alrededor de los ojos le delatan.
Suspiro.
Seguro que usó sus runas para espiar.
Definitivamente vamos a tener otra charla sobre las formas apropiadas
e inapropiadas de usar la magia Centinela, por no hablar de todos los
deslices fuera de lugar sobre Loba.
Busco en mis reservas toda la paciencia que me queda. Las estrellas saben
que voy a necesitarla. No tengo ni idea de cómo he perdido el control de la
situación tan rápido, pero es hora de volver a encarrilar este tren. Algo más
fácil de decir que de hacer, porque me siento como si me acabara de atropellar
un Amtrak26 de la lujuria, y no tengo ni idea de cómo librarme de él.
No necesito esta mierda. Necesito encontrar a Harlow, y cada vez que me
distraen, sé que la estoy fallando, y aun así sigo desviándome del camino. No
sé por qué estos cabrones me afectan como lo hacen, pero necesito algún tipo
de repelente. Normalmente, mi personalidad hace el trabajo, pero no parece
funcionar aquí.
Miro a Brae y le dirijo mi mejor mirada de piérdete. Él simplemente
camina hacia la pared que hay detrás de mí, apoya un hombro en ella, se
acomoda y sonríe.
Sí. Mi perra está rota... en más de un sentido.
Internamente gimo y me echo un vistazo de reojo, pero por fuera, dejo
caer una perfecta máscara de indiferencia en su sitio y vuelvo a lo mío.
Quiero respuestas, lo que significa que uno de estos gilipollas tiene que
empezar a hablar. Podría obligarles, pero la tortura no es un proceso rápido,
y no dispongo de los días y semanas que podría llevarlos doblegarles hasta
que estén dispuestos a soltarlo todo. Tampoco sé cuánto tardará la persona
para la que trabajan en darse cuenta de que sus peones ya no están en el
tablero de juego. No puedo arriesgarme a que trasladen a Harlow y a las
demás o a que se deshagan de ellas cuando esté claro que algo ha salido mal.
Paisley parece creer que va tres pasos por delante de nosotros, ya sea
porque es así o porque es la típica mujer Caster malcriada que piensa que
siempre habrá alguien que salve el día. Necesito saber a qué me enfrento,
pero la única forma de conseguirlo es hacer que hablen.
Podría ver lo que su sangre quiere mostrarme, pero esa afinidad es un poco
arriesgada. No tengo control sobre lo que veo cuando evoco, lo que significa
que podría obtener las respuestas que necesito, o podría verme obligada a
presenciar como ella se folla a otro Lamia o algo peor. Probablemente debería
usar ese pequeño truco como último recurso, especialmente con Brae
vigilándome como un halcón.
El Caster se remueve en su asiento, atrayendo mi atención hacia él. Finge
rascarse la mejilla con el hombro, pero sus ojos se clavan detrás de él en busca
de Paisley.
Interesante.
Está tenso mientras intenta mirarla a hurtadillas, pero Tree la ha colocado
demasiado atrás a propósito. Dudo que el tipo pueda ver más que sus pies o
piernas, que ahora están atados a una silla. Mi Escudo termina de asegurarla
y se mueve de nuevo al fondo de la habitación.
El tipo se relaja instantáneamente cuando Tree se aleja de ella. Es sutil.
Podría habérmelo perdido si no le estuviera mirando fijamente, pero su pecho
se desinfla un poco, como si respirara hondo. Vuelve a mirar hacia delante,
la línea de sus hombros no está tan rígida ni tensa como antes.
Recuerdo las veces que los vi a los dos en el club, tanto en cámara como
en persona. La forma en que el hechicero se movía a su alrededor, la tocaba,
le susurraba al oído. Al principio pensé que era una actuación para ayudarles
a pasar desapercibidos entre la multitud mientras cazaban, pero ahora me lo
cuestiono.
Veamos qué se desenreda cuando tiremos de este hilo.
Camino junto al tipo de delante. Creo que su nombre podría ser Bryce, ¿o
tal vez ese es el nombre del oso pardo? Los cabrones de la furgoneta lo usaron
al hablar de este grupo, pero no sé a quién pertenece. Bryce, o tal vez No-
Bryce, mantiene sus reacciones bajo control cuando paso junto a él. Lástima
que ya se haya delatado.
Espero hasta que estoy fuera de su periferia y no puede ver lo que estoy
haciendo, y luego, rápida como un rayo, arrebato el respaldo de la silla de
Paisley y la inclino hacia un lado.
La cuerda que la sujeta impide que se caiga, pero da un chillido de
sorpresa, que fácilmente podría confundirse con miedo, cuando la
desequilibro. Quizás-Bryce empieza a girarse en su asiento para ver lo que le
hago.
¡Te tengo, imbécil!
Satisfecha, dejo caer las cuatro patas de la silla de Paisley al suelo con un
ruido sordo. Las patas chirrían contra el suelo de madera mientras la arrastro
hacia delante y la pongo en el campo visual de Quizás-Bryce. La hembra
Caster emite otro chillido de sobresalto cuando giro su silla para que los dos
queden frente a frente, y luego vuelvo a pasearme por la habitación y los
observo un momento.
Quizás-Bryce respira con más dificultad que antes. Tiene las manos atadas
y la mandíbula apretada.
Paisley está mirando en mi dirección como si fuera muy dura. Realmente
chilla y grita mucho para alguien que se cree intocable. Cualquier otro día,
podría encontrarlo divertido, pero ahora mismo estoy soñando despierta con
arrancarle la cabeza por meterse con Harlow, así que mi sentido del humor
es un poco escaso.
—¿Dónde están las chicas que os habéis estado llevando? —pregunto con
calma—. Y antes de que perdáis el tiempo profesando vuestra inocencia,
Cole, Will, y Barrett ya os delataron.
Eso definitivamente provoca una reacción en cada uno de ellos. El oso
pardo se queda quieto, su jadeo dolorido se detiene mientras parece asimilar
lo que acabo de decir.
Quizás-Bryce deja de mirar a su enamorada y fija la vista en el suelo. Y
Paisley parece querer incinerarme sólo con la mirada.
—Os prometo que voy a averiguar lo que quiero saber de una forma u
otra. Todo esto será mucho más fácil para vosotros si aceptáis esa realidad
cuanto antes.
Miro fijamente al metamorfo. El eslabón débil estaba a punto de hablar,
pero no levanta la vista hacia mí. La amenaza de Paisley hizo lo que ella
quería, y el tipo mantiene la barbilla apoyada en el pecho mientras respira a
través de su agonía.
—Está bien —resoplo, como si su silencio no fuera más que un pequeño
inconveniente.
En un abrir y cerrar de ojos, estoy junto a Paisley, y mi repentina aparición
hace que de un respingo por la sorpresa. Sin previo aviso, le doy un revés con
la mano abierta añadiendo un poco más de mi fuerza centinela. Tanto ella
como la silla caen estrepitosamente, y el sonido se oye con fuerza en la
silenciosa habitación. Incapaz de frenar su caída o detener su impulso, se
golpea la cabeza contra el suelo y su grito de dolor se convierte en un gemido
lastimero.
—Maldita zorra. —Suelta Quizás-Bryce mientras intenta romper sus
ataduras para poder ir hacia ella.
Lo miró fijamente durante un momento, con el rostro impasible.
—¿De verdad creías que esto iba a salir de otra manera? —pregunto
despreocupada, sacándome un poco de barro seco de debajo de una de las
uñas—. No puedes ser tan jodidamente estúpido. Quiero decir, has estado
secuestrando hembras a un montón de supes sobreprotectores que guardan
rencor como nadie mientras viven sus largas y despiadadas vidas dedicados
a cazar y destruir a sus enemigos. —Me encojo de hombros—. En realidad,
quizá tú sí seas así de jodidamente estúpido.
Me agacho y levanto de un tirón el respaldo de la silla de Paisley,
poniéndola de nuevo en posición vertical frente a Quizás-Bryce. Le gotea
sangre de la nariz y de un pequeño corte en el labio inferior. También tiene
un buen golpe en la cabeza, donde perdió la batalla contra el suelo, y veo que
ya se le están formando moratones alrededor y en el rabillo del ojo. Las
lágrimas le resbalan por la cara y parpadea como si intentara enfocar la vista.
—¿Lista para otra? —pregunto educadamente, como si ofreciera un
tentempié o una bebida refrescante en lugar de una paliza—. ¿Le digo a mi
amigo que saque los cuchillos?
En ese momento, Quizás-Bryce pierde la cabeza. Intenta saltar hacia mí,
cayendo al suelo en el proceso. Desde su incómoda posición en el suelo, de
su boca salen todo tipo de coloridas amenazas y combinaciones únicas de
palabrotas. Mi favorita es Truenocoño, sólo porque un trueno retumba en la
casa justo cuando la dice. Por alguna razón que sólo ellos conocen, Tree y
Rafe se divierten con la puta malabarista. Brae, sin embargo, no parece
encontrarle la gracia a nada de eso.
El Caster se retuerce y se sacude en el suelo como un pez enganchado, y
los demás nos quedamos sentados observándole, esperando pacientemente
hasta que se cansa y se da cuenta de que su rabieta no tiene sentido. Tree
vuelve a sentarlo cuando empieza a cansarse, con el pecho agitado y su
vitriolo ya no es un río, sino más bien un goteo.
—Tu amo estaría muy orgulloso. Estás haciendo un gran trabajo
protegiendo a su mascota —me burlo de Quizás-Bryce, lista para repartir
algunos golpes y empezar a investigar lo que saben.
Alargo la mano y paso los dedos por el cabello rubio de Paisley. Agarro
un buen mechón y lo uso para echarle la cabeza hacia atrás. Da un respingo,
pero no hace ni dice nada que pueda provocar que la golpeen de nuevo. Sus
manos empiezan a temblar con más fuerza mientras me quedo allí de pie
dejando que Quizás-Bryce la vea bien.
—Y tú eres una buena mascota, ¿verdad, Paisley? —le pregunto a la
hechicera, con una clara insinuación.
Un destello de veneno se enciende en su mirada, pero es el rosa que
florece en sus mejillas lo que me hace detenerme.
¿Está avergonzada por eso?
Miro de ella a Quizás-Bryce y viceversa, con los pensamientos revueltos.
Pero cuando Paisley baja la mirada al suelo como si no quisiera que viera lo
que hay escrito allí, caigo en la cuenta.
Obviamente sabía que se follaba a un Lamia, y está claro que a él ella le
gusta, pero no sabía cuál era la dinámica exacta entre todos ellos. Ella podría
estar haciendo las rondas como mejor le parezca, o el sentimiento de Quizás-
Bryce podría ser unilateral. Por lo que sé, todos podrían ser compañeros. No
es el escenario más probable, pero tampoco es totalmente descartable.
Los lanzadores comparten a sus mujeres, normalmente sólo con su
aquelarre, pero otros supes podrían estar metiéndose en eso. Sin embargo, lo
que no tuve en cuenta es que Paisley estaba metiendo los pies en el estanque
de muchas personas sin decírselo a nadie.
Astuta.
Mi sonrisa es despiadada y ella se estremece.
Que empiece la telenovela.
—Paisley —gimo, con un tono que combina a la perfección asombro y
deleite.
Me llevo una mano al pecho y le sonrío como la zorra que es. Sus ojos
miran a Quizás-Bryce antes de volver a posarse en mí, con sus profundidades
grises llenas de ira y preocupación.
—No puedo decir que te culpe. El cabello largo y negro, el cuerpo
cincelado, esa piel cremosa y perfecta. Tiene toda la pinta de empotrador —
canto con aprobación como si fuéramos un par de amigas cotillas que se están
poniendo al día tomando un café—. Es enorme, ¿no? —insisto con descaro,
haciendo que la pregunta salga entrecortada y femenina.
Me alejo de ella para poder observarlo a él en busca de señales.
—¿Sabías que Cole espiaba? —susurro escénicamente, estudiándolos a
ambos con atención—. Me lo contó todo. No tenía ni idea de qué pensar.
Porque, joder, qué maldito pervertido, ¿verdad? A menos, claro, que te guste.
No estoy aquí para fastidiarte, todos tenemos nuestras cosas, pero no sabría
decir si es cosa suya o de los dos.
—Esto no va a funcionar —gruñe Quizás-Bryce, con su confiada mirada
índigo clavada en mí—. Sé lo que intentas hacer y estás perdiendo el tiempo.
Mi sonrisa de respuesta es inquebrantable, y eso o le molesta o le inquieta,
porque mira a Paisley en busca de confirmación.
Niego con la cabeza, decepcionada, mientras observo a la chica.
—Oh, él no lo sabe —canturreo, dando un paso atrás para visualízalos a
los dos, fingiendo un shock exagerado.
Él me fulmina con la mirada, pero el más mínimo destello de duda
atraviesa su mirada porque ella está completamente callada.
—¿A cuánta gente te estás tirando, Pais? —pregunto como si fuéramos
amigas—. Estoy a favor de tener varias parejas, pero se supone que debe ser
consentido. Creía que a los Casters les gustaba el sexo en grupo. ¿Cuál es el
problema? —Lanzo un pequeño grito de sorpresa—. Es un Lamia, ¿no?
Brae parece confundido por la falta de reacción o negación de Paisley.
Sinceramente, estoy de acuerdo con él. Supuse que a estas alturas me
mandaría a la mierda o algo así, pero se limita a mirar melancólicamente
hacia la ventana. Sé que no viene nadie; Tree y Rafe están de guardia, lo que
significa que todas las runas están activadas y percibirían si hubiera alguien
ahí fuera.
—Definitivamente parece del tipo al que no le gusta compartir. Por la
forma en que Cole te ha descrito follando, me sorprendería que se molestara
en compartir un orgasmo —me burlo.
¿Quizás hablar mal del Lamia que se estaba tirando es la forma de llegar
a ella?
—No te preocupes, Bryce. Cada vez que me follaba a Paisley, ella
también dejaba que Cole nos mirara —dice el metamorfo gris desde detrás
de mí, y me vuelvo hacia él, estupefacta.
Bueno, mierda. Esto no me lo esperaba.
—¡Vete a la mierda, Zach! —le gruñe ella al oso.
Eso la despertó y resolvió el misterio de Bryce.
La mirada que Zach le dirige a la rubia es cruel y despiadada. Tiene una
fina capa de sudor en la cara y empieza a no tener muy buen aspecto. Está
más pálido que hace cinco minutos y tengo la repentina sensación de que
podría tener alguna hemorragia interna.
—Oh, vamos, Paisley, no gritabas 'jódete' cuando estaba hasta las pelotas
dentro de ti. No. Todo era '¡Fóllame! ¡Fóllame más fuerte, Zach! ¡Fóllame
mejor de lo que lo hace Bryce!' —se burla el cambia formas grisáceo, su
imitación de la voz de ella suena pornográfica y venenosa.
—Cierra la puta boca, mentiroso —gruñe definitivamente Bryce.
—La tenía gritando mi nombre cada vez que nos dejabas solos, Bryce —
presume Zach—. No juraría lealtad por nada menos.
Ella levanta el labio superior en un gruñido despectivo que parece más
insolente que intimidatorio.
—No vuelvas a amenazar a mi familia, zorra —le espeta el oso antes de
que una tos desgarradora lo silencie—. No va a venir a rescatarte; sólo dijo
eso para que le dejaras que te diera por el culo.
Zach se agita y forcejea y, al cabo de un minuto, echa la cabeza hacia atrás
en evidente agonía. La boca y el pecho se le salpican de sangre. Cierra los
ojos, con la respiración agitada y entrecortada. Tree debe de haberle
perforado el pulmón con una costilla.
Paisley observa su lucha, y en su mirada brilla una satisfacción enfadada
y enfermiza.
—Está mintiendo —murmura Bryce para sí, con los ojos clavados en el
suelo mientras sacude la cabeza en evidente negación—. Dime que está
mintiendo —murmura de nuevo, pero ella no parece oírle. Sus despiadados
ojos están clavados en el oso y en la agonía por la que obviamente está
pasando, en lugar de centrarse en su otro novio, que está claramente
tambaleándose al borde del abismo.
—¿Te follaste a Zach? ¿Y a Carlos? —exige, su dura mirada índigo se
eleva para observar a la chica frente a él como si la viera por primera vez. Su
rostro se arruga de furia cuando se da cuenta de dónde está su atención—.
¿Cómo has podido dejar que esa inmundicia te tocara? —grita, con la boca
llena de saliva y la cara enrojecida por la indignación.
Les echo un vistazo a Tree y a Rafe, para ver si acaban de captar el nombre
que se le ha escapado.
Tree ya está al teléfono, enviando el nombre de Carlos a Fia.
—Oh, ella hizo más que eso —le digo a Bryce, echando leña al fuego—.
Le suplicó a Carlos que la preñara.
No estoy segura de qué reacción esperaba cuando revelé ese pequeño
detalle. Supuse que Bryce se pondría furioso y empezaría a soltar pistas. Lo
que no esperaba era la devastación y la angustia que se reflejan en su rostro.
—¿Dejarías que te hiciera eso? —le pregunta a Paisley con la voz
entrecortada por la pena.
—Es mucho más que eso —suplica Paisley, inclinándose hacia delante en
su silla, como si pudiera convencer al otro Caster de que todo esto está bien
si se acerca lo suficiente—. Las cosas están cambiando, Bryce. No tienes ni
idea. Lo que Vittorio encontró... —Cierra la boca de golpe y de repente se
queda quieta.
La observo como un depredador que detecta una debilidad.
Discretamente, me echa un vistazo como si intentara ver si he pillado su
desliz sin mirarme directamente.
Buen intento, pero escuché cada palabra.
Ledger entra en la habitación en ese momento y se dirige directamente
hacia Brae. Le susurra algo al oído y este frunce el ceño. Mira a Ledger como
preocupado o perplejo por lo que le dice. El gran metamorfo melancólico
asiente una vez, el gesto es una especie de confirmación. Después de eso,
Brae me mira, sus ojos verde jade nadan con algo que no puedo discernir
antes de que ambos se den la vuelta y salgan de la habitación.
Qué extraño.
Observo por un momento la puerta por la que acaban de salir, sintiendo
una pizca de curiosidad, pero la aparto y vuelvo a concentrarme en la rubia.
—No son más que un puñado de adictos —gime Bryce, con el asco
marcando sus facciones—. Encuentran su dosis, eso es todo. ¡Por eso él te
quiere!
—Viene a por nosotros, Bryce. Somos importantes, me necesita —insiste
ella, y la cara de él se arruga con desdén.
—No, eso son solo mierdas que dicen los imbéciles para meterse en tus
pantalones. —Suelta.
El rostro de ella se endurece, pero no lo reconoce ni discute. La furia se
dibuja en el de Bryce, que me mira con expresión amotinada.
—Bien, ella cree que es muy importante. Que alguien viene a rescatarla.
Veamos si le gusta esto. Las chicas que estamos raptando, su sangre droga a
los Lamia. Es especial, sólo Paisley puede ver por qué, pero a los
chupasangres les encanta.
—¡Cierra la boca, Bryce! —grita—. Si alguna vez me quisiste, no dirás
ni una palabra más —ordena, con puro pánico estampado en la cara.
—Carlos Vittorio es a quien buscas —continúa él, enfurecido—. Su nido
está en Rose Lake. Su segundo es Caplan Whitney. Recoge a las chicas y se
las lleva a Carlos. Es como un puto antro de drogas para chupasangres.
Paisley está llorando y mirando alrededor de la habitación como si alguien
acabara de susurrar Bloody Mary27 tres veces en el espejo y ahora está
aterrorizada de que la perra aparezca y se la lleve primero.
El alivio me invade y no sé si quiero gritar o llorar de alegría. Tenemos
un nombre y una jodida ubicación. Quiero cambiar ahora mismo y esprintar
hacia dondequiera que esté Rose Lake, pero primero tenemos que sacar la
basura.
Zach, el oso pardo, se ha quedado callado. Le miro y veo que se ha
aflojado en la silla y que ya no ve nada.
La muerte es muy oportuna.
Rafe se mueve para liberar a Bryce de su silla, y luego hace lo mismo con
Paisley. Él parece enfadado pero resignado. Ella parece confundida.
—¿Nos dejas marchar? —pregunta, con un poco de ese brillo arrogante
regresando a sus enrojecidos ojos.
Bryce sacude la cabeza, como si no pudiera creer que sea tan estúpida.
Pero sigue sin levantarse.
—No —respondo—. Me gusta matar a gente indefensa. Simplemente que
no es tan satisfactorio.
Tree bloquea la entrada al comedor para que nadie pueda ver el interior,
e invoco las runas ocultas de mi espalda. La magia púrpura brilla en mis
manos hasta que cierro las palmas en torno a la sólida empuñadura de una
espada Claymore28.
—¿Qué coño? —grita Bryce, saliendo disparado de su silla tan rápido que
la hace retroceder con un sonoro crujido. Estaba a punto de morir, pero sus
ojos pasan del arma a mi cara con total desconcierto y una nueva oleada de
miedo se instala en sus facciones.
Cargo contra el cabrón y le atravieso el estómago con la larga hoja de mi
espada, que sale por su espalda en menos de un parpadeo. Le abro en canal
desde el ombligo hasta la nariz, y el jadeo que emite al morir es un bálsamo
para la rabia que me hierve por dentro.
—Eso es por tocar a mi hermana —gruño mientras le quito la espada de
una patada.
Su cuerpo cae pesadamente al suelo y me vuelvo hacia Paisley. La
sorpresa y el terror son todo lo que veo en su rostro mientras la Claymore se
esfuma y llamo a una daga más pequeña a mis manos.
—¿Qué eres? —grita mientras se aleja de mí. Sus piernas se enredan con
la silla a la que estaba atada y cae de culo hacia atrás.
Se queja cuando me acerco, el miedo la hace tan estúpida como su novio.
No levanta una mano para intentar defenderse. La agarro del pelo y me
inclino sobre ella para gruñirle la respuesta en la cara.
—Soy tu jodido ajuste de cuentas.
—¡No, ya viene! —suplica—. ¡Viene a por mí!
Sacudo la cabeza ante la estúpida zorra mientras acerco la hoja de mi daga
a su ojo.
—¿Puedes usar esa vista especial para ver lo que viene? —me burlo.
Grita mientras se lo saco. Hago un trabajo rápido en el segundo ojo y
luego la degüello. Se ahoga en silencio y jadea en busca de un aire que nunca
volverá a llegar a sus pulmones. Invoco fuego en mi palma y quemo sus
globos oculares hasta reducirlos a cenizas, destruyendo la magia que utilizó
para cazar a mi hermana y a tantas otras.
Coloco mis manos sobre su cuerpo y luego escupo sobre ella.
—Descansa en el infierno, perra. Te veré allá abajo y podremos hacer esto
de nuevo.
—¿Ha encontrado ya algo Fia? —pregunto, rodeando la macabra escena
y dirigiéndome a Tree.
—Todavía no, pero seguro que pronto lo hará. Reconoció el nombre del
nido, y ya sabes cómo le gusta que no quede piedra sin remover.
Rafe se une a nosotros y todos salimos del comedor hacia la cocina,
dirigiéndonos a la pared de ventanas y puertas del fondo. Pasamos por encima
de cadáveres de Lamia, evitando cristales rotos y charcos sospechosos que
nadie quiere pisar. No veo a los Caballeros pululando por ninguna parte, y no
puedo decidir si eso me decepciona o me alivia.
Estoy nerviosa, inquieta de una forma que no puedo explicar, y necesito
salir de aquí. Por fin tenemos todas las piezas del rompecabezas, y no quiero
esperar ni un segundo más antes de hacer algo al respecto.
Tree abre la corredera trasera y salimos a la terraza. El aire de la noche
me pica, su mordedura es gélida a estas horas. Ha dejado de llover, pero aún
se oyen truenos a lo lejos, como si la tormenta nos advirtiera de que aún no
ha terminado.
—¿Vas a dejar a tus novios sin siquiera despedirte? —me ortiga Tree,
señalando con el pulgar por encima del hombro la casa de la que nos alejamos
a trompicones.
Le frunzo el ceño, pero él se limita a dedicarme su característica sonrisa
molesta, la que no se inmuta ante mi irritación. El barro se me cuela entre los
dedos de los pies y, de repente, no me siento tan mal por el hecho de que vaya
a meterme en su precioso camión cubierta de mugre y sangre.
—¡Tenemos una fugitiva! —grita Rafe en la noche, y me apresuro a
callarlo.
—¿Qué carajo haces? —le regaño—. La gente está durmiendo.
Él mira a su alrededor dramáticamente.
—¿Qué gente? Todos los de esa casa están muertos y no hay nadie más
en kilómetros a la redonda.
Pongo los ojos en blanco.
—Vale, como quieras, pero cállate.
—Está huyendo totalmente —coincide Tree, y yo gruño molesta.
—No estoy huyendo. Solo... me voy —me defiendo sin fuerzas.
—Oh, bien entonces, me alegro de que lo hayamos aclarado —arremete
Rafe.
Giro sobre mis Escudos, con las manos levantadas por la exasperación y
el pecho apretado por la vergüenza.
—¿Qué se supone que tengo que hacer con ellos? —exijo, señalando la
casa de la que acabamos de salir—. Porque no tengo ni puta idea —admito,
sintiéndome frustrada y enredada.
—No nos mires. ¿Nos ves a mí ni a Rafe liados con ningún compañero?
Somos como las últimas personas que deberían dar consejos sobre eso.
Tree se encoge de hombros. Resoplo.
—No son mis compañeros. Soy una loba metamorfa; no hacemos eso de
tener multi compañeros.
—No son vitaminas —se burla Tree, articulando con disgusto—. Y tú no
eres una cambia formas, Sav, eres una Centinela, y ellos pueden tener tantas
parejas como quieran, y a menudo lo hacen, así que no digas gilipolleces.
Rafe me rodea el hombro con un brazo y choca con mí, su cara irradia
seguridad.
—Estás interesada, no hay nada malo en eso. Estoy bastante seguro de
que así es como se supone que tiene que funcionar.
Sacudo la cabeza y salgo de debajo de su brazo.
—No, lo que soy es una puta mala hermana, porque sigo dejándome
distraer. Estoy aquí, olisqueando sus camisetas y escuchando a escondidas
sus conversaciones, mientras Harlow está allí, siendo usada de alimento y
vete a saber qué más. ¿Qué clase de persona se encapricha de un puñado de
extraños mientras su familia sufre? Míranos ahora —grito, con la voz
entrecortada—. Hace cinco minutos que tenemos un nombre y una ubicación,
y estamos aquí hablando de ellos en vez de ir a buscarla. ¡Es una mierda!
Tree me envuelve en un abrazo tan fuerte que apenas puedo respirar, pero
no es lo bastante fuerte para evitar que me desmorone en pedazos. Las
lágrimas que he estado conteniendo durante días rompen los diques de mis
decididos muros, y siento cómo Rafe se une a nuestro pequeño y disfuncional
abrazo familiar.
—No eres una mala hermana. Sé lo que tu padre y Dev intentaron
imponerte, pero no eres nada mala, Savoy. Tienes que dejar de tratar de
patearte el trasero. No habríamos llegado antes si hubieras empezado a
incendiar estados uno a uno para rescatar a Harlow —me asegura Tree.
—Podrías haberte puesto en plan Liam Neeson en Taken, y la verdad es
que lo hiciste, pero, aun así, habríamos acabado aquí —asiente Rafe, con la
voz un poco apagada por el lugar donde debe de estar aplastado contra Tree.
—Piénsalo —anima Tree—. Esos tipos te hicieron ir a hablar con su alfa,
y tú estabas cabreada porque eso te retrasó, pero Fia no consiguió la pista
hasta después de que hubieras terminado con ellos y estuvieras de nuevo en
tu habitación. —Señala.
—Sí, tus novios estropearon el secuestro, pero no era exactamente un plan
infalible para empezar. Además, todavía estamos aquí, que es exactamente
donde estarías ahora, esperando que algún Lamia te recoja y te lleve hasta
Harlow. Quieres salir corriendo ahora mismo, pero todavía estamos
esperando información de Fia, y a menos que tengas una runa de
teletransportación que no conocemos, todavía vamos a tener que llegar a
Rose Lake. ¿Estás viendo el patrón?
—No —contesto obstinadamente mientras me limpio las lágrimas de la
cara.
—Está bien encontrar un poco de felicidad en toda la tristeza. Está bien
ser un poco blanda en todo lo fuerte, porque te lo mereces todo, Sav, y si
Harlow estuviera aquí, te diría lo mismo.
Rafe asiente, sus ricos ojos marrones son amables y comprensivos.
—Pelear contra lo que sea que tengas con esos guaperas no va a hacer que
nuestra hermana regrese más rápido. Estás haciendo todo lo que puedes para
encontrarla, y si encuentras un poco de amor por el camino...
Suelto una carcajada y sacudo la cabeza.
—Los conozco desde hace veinticuatro horas. Creo que llamarlo amor es
precipitarse. —Les doy a los dos un último apretón antes de apartarme,
secándome la cara y aspirando profundamente.
Tree aplaude, con la cara demasiado alegre.
—Entonces, ¿vamos a por ellos? —pregunta, señalando la casa con el
pulgar.
—No, pueden alcanzarnos.
Suspira y yo me río entre dientes mientras sigo caminando hacia la
camioneta.
—Creía que la habíamos convencido —gruñe, y Rafe se ríe.
—No van a dejar que te les escapes tan fácilmente de las manos, Sav —
sermonea Rafe, escudriñando nuestros alrededores a medida que nos
acercamos al callejón sin salida donde está aparcado el vehículo.
—No intento escabullirme de nadie —les aseguro—. Sólo creo que no
deberíamos estar aquí cuando lleguen los Paladines.
Ninguno de ellos discute, sabiendo perfectamente de lo que estoy
hablando. Algunos paladines son agradables, pero la gran mayoría son unos
arrogantes sabelotodo, y si puedo evitar un encuentro con esa clase de gente,
lo haré encantada.
—Los Caballeros pueden jugar a los Rangers Rescatadores29, limpiar aquí
y recibir una palmadita en la espalda, y nosotros iremos a algún sitio donde
podamos lavarnos la sangre y esperar a Fia... Además, si soy la fuerza
magnética que crees que soy, sabrán perfectamente dónde encontrarnos —
añado con indiferencia.
—¡Ahí está! —grazna Rafe, señalándome como si me hubiera pillado
haciendo algo in fraganti—. Si hay algo que nuestra Savy va a hacer, es poner
a prueba a estos hijos de puta.
—¡Oh, por favor! —exclamo—. ¿Actúas como si no estuvieras a punto
de tirarte con ellos a un lado de la carretera sólo para ver si puedes vencerles?
Rafe se encoge de hombros demasiado despreocupadamente y se hincha,
haciéndose el machote.
—Está claro que podría —declara con toda naturalidad.
Reprimo una risa y le sonrío.
—No sé, hombre, ¿has visto cómo peleaban ahí dentro? —Señalo hacia
la casa que ya no podemos ver—. Son bastante buenos.
—No son completamente inútiles —asiente Tree, lo que hace que Rafe
chisporrotee de indignación.
—Vale, de acuerdo, distinguen su culo de sus colmillos, lo reconozco,
pero ¡vamos! —exclama dramáticamente—. Ellos no son nosotros —
argumenta, haciéndome un gesto a mí y a Tree como si fuera uno de esos
modelos de concurso que tienen que saludar a los premios con aire soñador.
Me río cuando veo la camioneta y la noche empieza a alcanzarme. Me
invade un profundo cansancio, me paso una mano por la cara y contengo un
bostezo.
—Si crees que te vas a meter en mi bebé cubierta de Lamia y Caster, lo
llevas claro —me reprende Tree.
Mi cabeza gira en su dirección, con cara de incredulidad y ofensa.
—Vamos, Tree —me quejo—. Estoy cansada. He matado con eficacia a
muchos cuerpos. Ahora necesito mimos y comida.
—No cuando pareces algo que ha tosido un gato metamorfo. ¿Y qué es
ese olor? —me pregunta, agitando una mano delante de la nariz mientras se
aleja de mí.
Me olisqueo, pero solo huelo a Brae. Miro el estado en el que me
encuentro, y por mucho que quiera discutir con él y burlarme de su extraña
obsesión con su camioneta, Carrie en la noche del baile no tiene nada que ver
conmigo ahora mismo. Una ducha estaría bien, pero la limpieza en el pasillo
Savoy30 va a tener que esperar hasta que no estemos sentados en medio de la
nada.
—Pagaré para que la cepillen —ofrezco.
—¿Cepillar? —se burla—. Vas a tener que pagar para que la retapicen si
te dejo entrar así.
—De acuerdo. Haré que la retapicen. —Me rindo.
Tree se cruza de brazos y cede.
—Límpiate todo lo que puedas y Rafe te dará ropa nueva. Tal vez eso
ayude.
—¿Yo? —protesta Rafe—. ¿Por qué siempre sacrificas mi ropa?
—Ambos sabemos que yo visto mejor. Mi estilo es una inversión; el tuyo
es un buffet de polillas en el mejor de los casos.
Suelto una carcajada e inmediatamente los ignoro. Sé que no debo
meterme en medio de esa discusión. Empezarán hablando de vaqueros y
luego se convertirá en un combate sobre deportes antes de transformarse en
una discusión sobre estadísticas de peleas y quién es el más malote.
—No os acerquéis a mi chica hasta que os hayáis lavado la sangre, los dos
—ladra Tree, señalando un lugar alejado de su bebé—. Tengo que acordarme
de traer más lonas y paños —murmura para sí mismo mientras empieza a
rebuscar en la caja de suministros que siempre lleva consigo.
Rafe saca su bolsa de viaje de la parte de atrás y empieza a colocar la ropa
al lado. Tree me acerca unas cuantas jarras de agua y yo miro al cielo,
deseando de repente que empiece a llover de nuevo... podría ayudarme con
el estado en que me encuentro.
Agarro el agua y me dirijo al todoterreno de los Caballeros en busca de
un poco de intimidad. Miro la sucia camiseta de Brae y me pregunto cómo
quitármela sin mancharme más de sangre y mugre. Me encojo de hombros,
agarro el cuello con las dos manos y lo rasgo. Por mucho que la lave, no podrá
volver a ponérsela, así que espero que no tenga un extraño apego sentimental
como Tree a su ropa.
—¿Creéis que hay alguna buena hamburguesería abierta por aquí? —grito
a los chicos, pero siguen discutiendo y me ignoran.
Arrojo la asquerosa camiseta al coche de los Caballeros. La tela
ensangrentada cae sobre el capó con una bofetada húmeda que resulta
asquerosa y extrañamente divertida. Estoy bastante segura de que estoy
entrando en una fase de agotamiento que me hace sentir feliz con un lado de
juicio cuestionable, porque la idea de que Brae encuentre su asquerosa prenda
y se pregunte si he vuelto a pasear por ahí desnuda me resulta de repente
hilarante.
Le va a fastidiar, y siento una gran satisfacción en el pecho. Con una risita
malvada, echo la cabeza hacia atrás y vuelco la jarra de agua sobre mí.
Joder, está helada.
Mis pezones se vuelven puntiagudos y se me pone la piel de gallina por
todo el cuerpo. Empiezo a temblar de frío y me froto rápidamente la sangre
y la suciedad.
—Maldito Tree y su preciosa camioneta. No pasa nada si me da
hipotermia, pero que el cielo no permita que su princesita tenga que mirar
una partícula de tierra —murmuro enfadada mientras me vacío el agua glacial
por encima.
Dejo la jarra en el suelo y agarro la segunda cuando, de la nada, un par de
grandes brazos me rodean por detrás.
—¿Vas a alguna parte?
Sobresaltada, mi cuerpo toma el control y, antes de que pueda darme
cuenta de que conozco esa voz, ya tengo una daga en la mano y estoy girando
hasta que la hoja presiona la garganta de Ledger.
Todo sucede tan rápido que nos pilla a los dos por sorpresa y nos
quedamos paralizados.
Unos gruesos brazos me aprisionan mientras mi mente se pone al día
con mis movimientos.
Mierda, ¿de dónde ha salido?
La sorpresa de Ledger se convierte rápidamente en cautelosa sospecha.
—¿De dónde has sacado el cuchillo? —pregunta, como si ésa fuera la
preocupación más acuciante y no dónde se encuentra dicho cuchillo en ese
momento.
—¿Qué haces aquí? —exijo, con el corazón latiéndome en el pecho
mientras mi instinto de lucha o huida me pide que lo apuñale.
—Espiando, igual que tú, Minx —gruñe—. ¿De verdad creías que te
íbamos a dejar escapar?
Le fulmino con la mirada, mientras mis pensamientos dan vueltas.
¿Cómo diablos se acercó tan sigilosamente a mí?
—Mira —Nos arrulla Rafe como si fuéramos adorables nutrias cogidas
de la mano en el zoo—. Enviaron a Tanque tras de ti. Definitivamente ya no
te subestiman. Eso es emocionante.
Ledger suspira.
—Tengo un nombre.
—Eso es culpa mía, no nos han presentado adecuadamente —reconoce
mi Escudo. Y entonces el descarado bastardo se acerca con la palma de la
mano extendida—. Soy Rafferty, pero todo el mundo me llama Rafe. —
Saluda, estrechándole la mano.
—Hola, yo soy Tree. —Mi otro Escudo saluda desde el otro lado de la
cabina—. Tanner, técnicamente, pero... déjalo en Tree.
—Ledger —gruñe el cabrón presionado contra mí.
Mis ojos revolotean hacia cada uno de mis Escudos, la conmoción y el
enfado luchan por la supremacía en mi cabeza.
—No vais a crear un vínculo mientras tenga un cuchillo en su garganta —
acuso, mirándolos a todos como si hubieran perdido la cabeza.
—Oh, por favor, Sav, si fueras a matarlo, ya estaría muerto. —Se
desentiende Tree, echando su ropa sucia en una bolsa y luego colocándola en
la caja de su camioneta.
—¿Están los demás listos para irse, o les esperamos? —le pregunta Rafe
a Ledger, como si nos dirigiéramos a una reserva para cenar y no
abandonando el escenario de una masacre.
No sé si es posible tener un cortocircuito con ¿qué carajo?, pero si lo es,
creo que me puede estar pasando a mí.
Ledger asiente hacia la casa.
—Los Paladínes acaban de llegar, así que pueden tardar un poco. Dijeron
que nos alcanzarían cuando terminaran.
—Me parece bien. —Asiente Rafe y entonces, sin más, él y Tree suben a
la camioneta.
El motor ruge cuando Tree lo arranca. Las luces de freno nos bañan a
Ledger y a mí en un resplandor rojo brillante, y el vehículo gira al ralentí
mientras mis Escudos se calientan en su interior.
Me giro hacia Ledger, con la frente fruncida por la consternación mientras
lo observo. Tiene la barba más desaliñada que antes y el pelo castaño claro
algo ondulado, probablemente por la lluvia. Sus ojos azules me miran con
enfado y él mueve su peso hacia un pie, mientras los músculos de su torso
me acarician los pezones y cambia su postura de preparado para luchar a
relajado.
No lleva camisa, me doy cuenta distraídamente, pero noto la textura
áspera de los vaqueros contra mi estómago y mis muslos. Loba emite un
graznido de aprobación y pongo los ojos en blanco. Primero mis Escudos y
ahora ella. Hoy no tengo un respiro.
—Ya puedes soltarme —le digo, demasiado consciente de sus grandes
manos sobre mí.
—Tú primero —replica, con un destello de algo en su mirada.
Debería retroceder. El shock de que me sorprendiera así ya ha pasado.
Realmente no hay necesidad de seguir amenazándolo, y, sin embargo, parece
que no puedo parar. No sé si es la dominación que desprende y a la que no
quiero ceder. O tal vez sea la forma en que se siente, apretado contra mí, sus
grandes manos recorriéndome la cintura y la espalda, su suave piel
calentándome donde nos tocamos.
Él parece contentarse con simplemente quedarse aquí. Mi cuerpo frío,
húmedo y algo mugriento no parece disuadirle lo más mínimo mientras me
estudia, silencioso y melancólico como siempre, y me pregunto qué estará
pasando detrás de su mirada tormentosa.
Tiene un tatuaje en el pecho. Le cubre todo el pectoral y el hombro
derecho, desciende por el brazo y se detiene dónde lo haría la manga de una
camiseta. Es un árbol, con el tronco en la parte superior del brazo y las hojas
y ramas de color negro oscuro repartidas por el hombro.
Líneas de runas vikingas salen de las ramas como rayos de sol.
No sé qué me llama la atención de ellas; no me resultan familiares ni
sobrenaturales, pero antes de darme cuenta de lo que hago, levanto la mano
y paso los dedos por uno de los símbolos, comprobando si es mágico. Trazo
la línea con cuidado hasta su pezón, siguiendo el remolino de tinta que bordea
el pequeño capullo marrón. La magia no pellizca mis dedos. Los símbolos
siguen siendo negros, sin ningún atisbo de brillo púrpura delator, pero no
puedo dejar de tocarlos.
Un profundo gruñido vibra a través de su pecho, el sonido me devuelve a
la realidad. Con un sobresalto, me doy cuenta de lo que estoy haciendo y
aparto la mano de su piel como si hubiera tocado algo ardiendo. Me sacudo
el extraño trance en el que me encontraba y retrocedo, dejando que
desaparezca el cuchillo que presiono contra su garganta.
Ledger se inclina de repente y, lo siguiente que se es que sus palmas me
tocan las nalgas y me levanta en lugar de dejarme retroceder. Completamente
desconcertada por el inesperado movimiento, me agarro a sus hombros para
estabilizarme y automáticamente le rodeo la cintura con las piernas.
Lanzo un graznido de sorpresa cuando me acomoda contra él.
Interiormente, gimo. Sé que oiré ese ruido repitiéndose en mi cabeza cuando
sea tarde y no pueda conciliar el sueño por la pura mortificación.
—¿Qué haces? —jadeo, un rubor de vergüenza recorre mi pecho ante
nuestra nueva posición y la forma en que mi cuerpo reacciona a ella.
—Pensé que estábamos avanzando las cosas a segunda base ya que
estabas frotando mi pezón y todo eso.
—No te estaba frotando el pezón —replico.
Totalmente lo estaba haciendo.
Le empujo los hombros para que me baje, pero no se mueve.
—No podemos pasar a segunda base cuando nunca cruzamos la primera
—argumento, como si eso tuviera algún sentido.
Resopla, con una sonrisa descarada en la comisura de los labios y un brillo
alegre en la mirada.
—Eso tiene fácil remedio.
—Estoy desnuda, Ledger —protesto.
—Soy consciente —bromea, y su sonrisita se transforma en una bien
amplia mientras sigue estrechándome contra él.
Loba me envía una vez más sus ánimos, pero yo la bloqueo.
—¿Qué os pasa, Caballeros? —le acuso—. ¿Matáis a unos cuantos
Lamias, y ahora necesitáis follaros a todo lo que veis?
—No a todo —contesta.
Le miro con el ceño fruncido, nuestros rostros ahora están al mismo nivel.
—¿Vas a bajarme? ¿O tengo que cortarte el cuello de verdad?
—Si eso me permite ver de dónde apareció y a dónde desapareció ese
cuchillo, no me opongo del todo a la idea. —Se me escapa una carcajada,
pero rápidamente la sofoco y la silencio—. Vamos, Minx, ríndete —
ronronea, y joder, es letal.
—Nunca lo diré —respondo, intentando sonar firme y decidida, pero me
sale más como un desafío.
Él se encoge de hombros y eso mueve partes de él contra partes de mí de
una forma que me gusta mucho. La necesidad me estremece.
—Puedo ser persuasivo.
—Bájame. —Vuelvo a exigir, solo que esta vez es más un susurro
jadeante que una orden.
—¿Y si no quiero? —pregunta, su tono todo grava y empapado de deseo.
Nos miramos fijamente, mi pulso se acelera mientras sus manos me
aprietan el culo. Sus fosas nasales se abren ligeramente y respira hondo, sin
duda oliendo mi deseo. Mi coño palpita contra sus abdominales, retiro las
manos de sus hombros y me doy permiso para explorar su rostro.
Su barba es más suave de lo que esperaba. Le paso los dedos por los labios
y descubro que son más carnosos de lo que parecen a primera vista. Recorro
sus pómulos altos y su nariz recta y masculina. Sus largas pestañas me hacen
cosquillas en la palma mientras le paso un dedo por la ceja.
—Sigue tocándome así y nos llevaré a una de esas casas vacías y te follaré
hasta dejarte sin aliento —ruge.
Retiro las manos y le miro fijamente, sin saber qué quiero en este
momento. Me hace sentir tan bien y, sin embargo, sé que no está bien.
—No puedo —susurro, me cuesta expresar la objeción.
—Puedes —replica él, frotando la punta de su nariz contra la mía.
—No, no puedo, Ledger —afirmo, esta vez más resignada—. No mientras
Harlow pueda estar sufriendo. No hasta que mi hermana esté a salvo.
Él tararea, pero no puedo decir si es un ruido de aquiescencia o de debate.
—Hasta que esté a salvo, entonces. —Asiente, cerrando los ojos como si
las palabras le dolieran.
Y que me jodan si a mí no me duelen también.
Le empujo los hombros, reacia a bajar, pero no podemos quedarnos así
toda la noche. Sus ojos se abren, y juro que parecen un poco más brillantes
que antes.
—Ya puedes bajarme —le recuerdo, empujando de nuevo para que me
suelte y me deje caer de nuevo al suelo.
—No, gracias —suple, como si nada.
—Ledger —le regaño—. ¿Qué? ¿Ahora vas a llevarme en brazos a todas
partes?
—Se encoge de hombros.
—Hay peores formas de pasar el día.
Joder.
Bueno, no quiere dejarme bajar, así que tendré que subir.
Aprieto los muslos contra su cintura y me agarro a sus enormes hombros,
elevándome, tirando de mí misma y zafándome de su agarre. Deja que sus
manos rocen mis muslos mientras lo atravieso, pero no me detiene,
probablemente porque prácticamente le estoy poniendo las tetas en la cara
mientras me arrastro por encima de su hombro. Con un rápido movimiento
de caderas, me doy la vuelta sobre su espalda, aterrizando de pie detrás de él,
y luego me acerco a la pila de ropa que Rafe dejó para mí en la parte trasera
de la camioneta.
Ledger me observa mientras me coloco la camiseta grande y me pongo
unos pantalones de chándal enormes, y me encuentro deseando que fueran
suyos y no de Rafe.
—¿Así que vas a hacer de perro guardián hasta que acaben tus colegas?
—bromeo, asintiendo con la cabeza en dirección a la casa que acabamos de
destruir.
Me sonríe con picardía, y ahora que sé a cierto nivel como se siente su
boca, su sonrisa hace todo tipo de cosas rara en mi vientre enviándolo a dar
volteretas y revolcarse.
—El plan era esperar a que terminaran y luego salir juntos, pero creo que
cuanto más rápido nos pongamos en marcha, mejor. Pueden alcanzarnos
luego.
Resoplo una carcajada ante su repentina urgencia, pero no recibirá quejas
de mí parte.
—Además, tenemos el avión, y es la forma más rápida de llegar a Rose
Lake, Colorado.
Se me abren mucho los ojos y se me atraganta el aire. No sé qué
información supera a la otra. Que saben dónde está Rose Lake o que tienen
un puto avión.
—Bueno, mierda, Libreta, si tú y los otros Caballeros hubierais empezado
con eso, nos habríamos ahorrado un montón de discusiones. —Señalo,
moviendo la cadera y conteniendo una sonrisa.
Me dirijo a la camioneta y abro la puerta trasera. De repente, me rodea la
cintura con sus enormes manos y me sube al alto asiento. Antes de soltarme,
se inclina hacia mí, me mordisquea el lóbulo de la oreja y susurra.
—Es Ledger, Minx, pero no te preocupes, pronto te haré gritarlo. —Acto
seguido, me mete en la cabina y cierra la puerta.
Joder, creo que me acabo de derretir.
A Tree seguro que no le va a gustar que haga eso en su camión.
Normalmente me ofendería por la lona que colocó en la parte de atrás, pero
probablemente fue una sabia elección. Especialmente si tengo que sentarme
aquí atrás con el bárbaro que habla sucio.
La cabina del camión es cálida y acogedora, y tanto Rafe como Tree
parecen dormitar. Ledger sube a la parte trasera por el otro lado, y mis
mejillas se calientan al instante... las cuatro.
—¿Listo, Tanque? —pregunta Tree, y Ledger gime.
Estira el brazo sobre el respaldo del asiento y la envergadura del
desgraciado ocupa el ancho de la cabina y algo más. Me agarra un mechón
de cabello mojado y empieza a jugar con él entre los dedos. Me mira con un
brillo perverso en los ojos.
—No sé, Minx, ¿estás lista?
La insinuación de la pregunta es risible, pero hay algo en ella que me hace
reflexionar.
¿Estoy lista?
Mis preocupaciones y temores siguen ahí, pero algo que dijeron mis
Escudos me ha hecho preguntarme si mi caos personal es tan insuperable
como pensaba. Quizá pueda permitirme esto, o al menos ver a dónde me
lleva, porque un poco de amabilidad, diversión y emoción no es el fin del
mundo. Joder, ya he tenido mi buena ración de brutalidad, dureza y crueldad
para equilibrar un poco de bondad. Respondo con una sonrisa tímida.
—Sí... hagámoslo.
Fausto nos introduce en una calle con varias casas modestas bordeando
cada lado. El calor irradia en ondas visibles desde el pavimento negro, y el
aire es seco y arenoso. El sudor se me acumula en la nuca mientras mi
mirada lo recorre todo con cautela.
No sé dónde estamos. En algún lugar árido y desértico, con árboles
espinosos y grandes mesetas planas que se perfilan en la distancia. Un cartel
en la esquina me hace pensar que estamos en América, pero no estoy segura.
Sea donde sea, está muy lejos de la Ciudad de la Oscuridad, con sus guardias
y centinelas.
La calle está en silencio y apenas puedo distinguir el sonido de unos niños
jugando en algún lugar a lo lejos. Me quedo quieta con inquietud,
escudriñando a mi alrededor, pero no veo a nadie.
La mirada ocre de Deveraux es reservadamente curiosa mientras mira a
su alrededor. Su indumentaria táctica negra tiene que estar incomodándole
tanto como la mía con este calor, pero ninguno de los dos se atrevería a
quejarse de ello. La mirada de Fausto es crítica mientras observa la calle, y
un atisbo de disgusto curva sus labios en un pequeño gruñido. Tengo la
impresión de que ninguno de los dos ha estado aquí antes, y eso aviva aún
más mi inquietud.
Quiero saber por qué estamos aquí y a quién va a traer Fausto para
castigarme por mi fracaso y mi rebeldía, pero tengo la sensación de que esas
respuestas ya están respirando en mi espalda. Intento pensar en las trampas
y artimañas de la brutalidad de Fausto, pero siempre ha poseído una vileza
que nunca he podido comprender y un rencor del que nunca he podido
escapar.
—Así que, mi hija mestiza. ¿Crees que ahora las órdenes son opcionales?
—pregunta, con su tono burlón mientras invoca su magia y establece una
gran protección alrededor de la pacifica calle.
Intento no estremecerme ante el torrente de su poder, sabiendo lo rápido
y a menudo que le gusta volverlo contra mí. Fijo la mirada en la casa
amarillo pálido que tengo delante y guardo silencio. En realidad, no me está
haciendo una pregunta. A él nunca le ha interesado nada de lo que tengo que
decir. Así es como le gusta poner a la gente en su sitio, con un dramatismo y
un estilo propios del Soberano de la Oscuridad.
La magia púrpura, tan oscura que es casi negra, se eleva por encima de
nosotros, ondulando el poder hasta que se asienta y se vuelve sólida. La
sombría jaula bloquea rápidamente el sol, y la luminosa calle se vuelve
sombría y ominosa en cuestión de segundos.
—Enmascáranos —ordena Fausto, y yo hago inmediatamente lo que me
dicen, con el impulso de obedecer grabado a fuego en todo lo que soy.
Internamente, me encojo mientras él sonríe como si mi falta de obediencia
fuera simplemente un interruptor defectuoso que él acaba de arreglar.
Me aterra que así sea.
Nunca le he desafiado. Nunca me he opuesto. He aceptado cada
contundente golpe, cada palabra cortante, cada despiadada orden y le he
dado exactamente lo que quería... hasta ahora.
Ya no me interesa someterme a todos y cada uno de sus despiadados
caprichos y, sin embargo, llevo tanto tiempo haciéndolo que no sé si podré
parar.
Las puertas de las casas que nos rodean se abren y la gente empieza a
asomarse cautelosamente para ver quién ha arrancado el sol de su cielo.
Todavía no sé qué pensar de todo esto hasta que la puerta azul oscuro de la
casa que tengo delante se abre de golpe y la veo.
Durante treinta y cuatro años, me han condicionado a guardar silencio.
No grito ni me quejo cuando me torturan. Me callo las palabras y las
declaraciones más viles que me lanzan a la cara. Acepto silenciosamente las
órdenes y mato sin chistar. No tengo voz en ningún sentido y, sin embargo,
nada de ese adiestramiento o disciplina impide el grito ahogado que emerge
de mi boca cuando mi madre sale por la puerta.
El caos y el desorden se arremolinan en mi cabeza mientras intento dar
sentido a lo que estoy viendo. Mi corazón deja de latir y se rompe en mil
pedazos, cada uno de ellos atravesándome el pecho en un esfuerzo por llegar
hasta ella. Cada bocanada de aire que introduzco en mis pulmones está
cargada de las lágrimas y los sollozos que solía llorar por ella, lamentos que
tuve que aprender a atrapar en mi interior porque Fausto no quería ser
perturbado por el desgarrador desconsuelo de mi alma. El último recuerdo
que tengo de mi madre está muy desgastado y desvaído en mi mente, pero
verla ahí, delante de mí, agudiza la imagen y vuelve a llenarla de color.
Parece exactamente la misma, y de algún modo no lo es.
Su cabello caoba oscuro es del mismo color que el mío, pero es más corto
de lo que recordaba y le llega justo por encima de los hombros. Sus labios
carnosos no forman la sonrisa con la que solía soñar antes de aprender que
es mejor no soñar. Sus ojos marrones son cautelosos y alertas cuando
observa a su alrededor, su mirada pasa por encima de mí como si yo no
estuviera aquí. Es pequeña como yo, su cuerpo carece de la definición que
se ha forjado en el mío.
La traición me martillea por dentro, pulverizándome pedazo a pedazo. Mi
mirada se dirige a Fausto, y se me revuelve el estómago ante el brillo
maligno de su mirada, que se alimenta de mi dolor y se deleita con mi
devastada conmoción.
—¿Cómo? —pregunto, abandonando una vez más las estrictas reglas con
las que he vivido durante años, las que me mantuvieron viva, me ayudaron a
sobrevivir.
Dijo que la había matado, pero ahí está ella, mirando al cielo púrpura
oscuro, con la preocupación grabada en sus facciones mientras busca
entender qué está pasando.
—A estas alturas ya deberías saber, Chucho, que todo el mundo tiene su
utilidad —se burla Deveraux, y yo me sobresalto, habiendo olvidado que
estaba allí.
Vuelvo a mirar a mi madre y siento pavor al saber por qué estamos aquí.
Pensé que no tenía nada que perder.
Pensé que mi negativa, mi desobediencia, sólo recaería sobre mis
abatidos hombros.
Y ahora mi padre ha demostrado una vez más lo equivocada que estoy.
—No —susurro, mi negación se transforma en súplica mientras miro a
Fausto.
Su sonrisa es fría, sus ojos crueles.
—Oh, sí —responde con frialdad, y el pánico se apodera de mí—. Pero te
propongo un trato, mestiza. Veo que quieres protegerla, aunque ella se haya
olvidado de ti. Mírala, viviendo en su dulce casita de su tranquila callecita
como si nunca hubieras existido. Incluso te ha sustituido —me dice, y yo
retrocedo ante el brutal golpe que acaba de asestarme.
Mi mirada rebota de Fausto a mi madre mientras intento recuperar el
control de la confusión y la angustia que me invaden.
—Así es —confirma, deleitándose con mi angustia—. Tiene otra hija. Una
que no es mucho mayor que tú cuando te encontré. Ahora escucha con
atención, mestiza, porque no voy a repetirme. Alguien de aquí va a morir
hoy, y tú decidirás quién.
Empiezo a negar con la cabeza, pero me hace un gesto de desaprobación
y me quedo inmóvil.
—Mataré a la zorra que te trajo a este mundo, o puedes salvarla haciendo
lo que deberías haber hecho antes... —Se inclina para que su cara esté a la
altura de la mía, su poder me escuece la piel—. Matarás. A. La. Jodida. Niña
—me gruñe, y yo retrocedo sólo para que Deveraux me agarre por el cuello
y me obligue a quedarme donde estoy—. Cumplirás mis órdenes de una
forma u otra. Ahora, ¿cuál será?
Jadeo y me incorporo en la silla, sobresaltando a Rafe. Se vuelve hacia
mí, alarmado, mientras un avión despega más allá de la ventana detrás de él.
—Eh, estás bien —me tranquiliza, levantando las manos para demostrar
que no es una amenaza.
Respiro entrecortadamente mientras lo asimilo y mi mirada recorre el
salón privado en el que nos encontramos. Mi acelerado corazón empieza a
ralentizarse cuando recuerdo dónde estamos.
—¿Estás bien? —pregunta Rafe, sus ojos marrones me miran
preocupados.
Asiento con la cabeza y me incorporo, haciendo una mueca de asco
mientras me limpio más de mi asquerosidad en la silla de felpa verde pavo
real en la que estoy. El aeropuerto privado va a tener que limpiar esto con
vapor, o más probablemente quemarlo, después de que me levante, pero
nuestro ayudante privado o conserje, me han dicho que se llama, me ha
asegurado que "no hay ningún problema". Aunque dice eso de muchas cosas,
así que no sé si es verdad o sólo lo que les dicen los conserjes a los cabrones
ricos que hacen destrozos.
—Me quedé dormida —le murmuro a Rafe, como si no lo supiera ya, pero
él me ofrece una sonrisa tranquilizadora y vuelve a sentarse en su silla—.
¿Cómo está Tree? —pregunto, necesitando pensar en otra cosa para que mi
sistema nervioso y mis emociones se calmen de una puta vez—. ¿Sigue
haciendo pucheros por dejar a su camioneta?
Él se ríe, pero suena cansado. Los dos Escudos han sufrido tanto como yo
desde que se llevaron a Harlow. Les gusta enmascarar su preocupación y su
rabia con humor, pero sé que todo esto les está pasando factura. A estas
alturas, todos funcionamos a base de humo y furia.
—Ya ha llamado a Pinky para que venga a buscarla. Llorará en la ducha
y esta noche estará bien —responde, y yo sonrío.
Se siente un poco quebradizo.
Miro a Ledger, que se pasea junto a otra ventana, todavía hablando con su
alfa. Suspiro. No sé si es una exhalación aprensiva o cansada. Quizá un poco
de ambas cosas.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunta Rafe, señalando mis manos.
Miro hacia abajo y veo que aprieto los dos puños con los nudillos blancos,
y al instante me obligo a relajarme.
—No, estoy bien —le digo, no cien por cien segura de que sea verdad,
pero él no insiste.
Se abren las puertas dobles de nuestra exclusiva habitación especial de
aeropuerto para perras ricachones y entra Reggie, el conserje, con varias
bolsas en la mano. Se dirige directamente hacia mí y podría besar su hermosa
calva. Estoy tan asquerosa que ni siquiera me hace gracia. He alcanzado un
nuevo estado de repugnancia que es a la vez pegajoso y rígido, y me niego a
vivir así un momento más si no es necesario.
—He encontrado algunas cosas que le ayudarán a refrescarse, señorita
Bardot —me dice Reggie amablemente, con su amplia sonrisa y sus ojos
cálidos y amistosos—. Si me acompaña, le mostraré su ducha privada.
—Eres mi nueva persona favorita —le digo mientras me levanto.
Él me guía por un pequeño pasillo de baldosas hasta un acogedor cuarto
de baño que hay a un lado. Está decorado en tonos beige y tiene un aire cálido
y limpio. Definitivamente, no parece algo que encontrarías en un aeropuerto.
Por otra parte, no sabía que existieran suites privadas en aeropuertos
privados, y mucho menos con spas, camas y duchas en las que cabrían doce
personas.
No soy una indigente. Tengo dinero e inversiones y una vida cómoda,
pero no tanto dinero como para un avión privado, eso seguro.
El hombre deja las bolsas sobre la encimera y se gira, señalando las
toallas. Jadea, se lleva una mano al pecho y suelta una risa nerviosa mientras
mira detrás de mí.
Rápidamente, giro para enfrentarme a quienquiera que esté allí, pero es
sólo Ledger. El muy cabrón está demostrando ser mucho más silencioso de
lo que creía. Creo que al retorcido bastardo le gusta acercarse sigilosamente
por detrás, pero es difícil leerlo en un buen día, así que no estoy segura al
cien por cien.
—Mis disculpas, señor Sissero, no le había visto. —Le hace una pequeña
reverencia y luego continúa dirigiéndose a las toallas como el profesional que
es—. Todos los artículos de aseo que pueda necesitar han sido colocados
aquí. ¿Puedo traerle algo más, Srta. Bardot?
—No, gracias, Reggie —le aseguro, y se apresura a salir de la habitación.
Noto que no le dice una mierda a Ledger sobre que esta es la ducha
privada de las mujeres. Aunque, en el lugar del conserje, probablemente yo
tampoco diría nada, especialmente porque Ledger y sus chicos están pagando
la cuenta.
El gran bárbaro echa un vistazo a su alrededor, decide que no hay peligro,
o más bien, ningún lugar del que pueda escapar, y vuelve al pasillo. Se sienta
en el suelo, y todo lo que puedo ver son sus largas y gruesas piernas estiradas
delante de él bloqueando la entrada.
Espero que Reggie no le pille sentado así. Al pobre hombre
probablemente le daría un ataque e insistiría en que Ledger se sentara en su
propia espalda.
Me encojo de hombros y me meto en la ducha, enciendo los mandos de
todos los cabezales y me quito la ropa de Rafe mientras el agua se calienta
rápidamente. Tiro las prendas al suelo del baño y comienzo a
descontaminarme.
—Entonces, Sra. Bardot, háblame de ti —dice Ledger.
Su voz profunda resuena en la habitación de azulejos de una forma que
me hace sentir como si me estuviera envolviendo en un manto de calor
resonante. La tensión remanente de mi flashback empieza a desaparecer y
mis músculos comienzan a relajarse.
—¿Qué, estamos en una cita? —me burlo.
—Bueno, ya hemos llegado a la segunda base, así que probablemente sea
hora —responde, y una sonrisa se dibuja brevemente en mi rostro antes de
que la ahuyente.
—Deberías contarme todo sobre ti entonces. ¿No es eso lo que pasa en
este tipo de cosas? El tipo no para de hablar de sí mismo y de lo que quiere,
y la chica se limita a asentir y escuchar y a contar los segundos que faltan
para que pueda escapar ¿verdad?
Él gruñe.
—¿Con qué clase de idiotas sales?
Se me escapa una carcajada y, antes de que pueda contenerme, suelto:
—Yo no salgo con nadie.
El silencio invade el cuarto de baño mientras me lavo el cabello, echo la
cabeza hacia atrás y me reprendo internamente.
Bien, Savoy, qué manera de parecer patética.
—Probablemente sea mejor así —murmura finalmente.
—¡Grosero! —exclamo antes de enjuagarme el champú del pelo.
—Menos cabrones a los que localizar y matar después de que sucumbas
a nuestros encantos —añade rotundamente, y me tapo la boca para no soltar
una carcajada.
¿Qué coño? ¿Quién dice eso y por qué me gusta?
—¿Nuestros? —dudo, comenzando la segunda ronda de champú.
—Ah, ¿quieres hacerte la tonta, Minx?
—Pero sois metamorfos. —Señalo—. Los metamorfos no comparten.
—Pueden —refunfuña al cabo de un rato—. Con la correcta, pueden.
Abro la boca para preguntar cómo demonios pueden saber que soy la
correcta, pero me detengo. Esto se parece mucho a la situación de "el carro
antes que el caballo". Me dejo llevar por lo que está pasando y, aunque no lo
odio, sé que es una mala idea.
Alguna que otra vez me he metido de cabeza en una mala idea, pero sólo
cuando me afecta a mí. Esto, sea lo que sea, es un completo lío de
proporciones épicas, que podría matarme a mí, a ellos o a todos nosotros.
Me recorre el temor de la pesadilla que acabo de tener, y el recuerdo me
demuestra lo peligroso que puede ser si no lo pienso todo detenidamente. Sé
que Rafe y Tree quieren que encuentre un poco de felicidad y dulzura entre
tanta tristeza y dureza, pero ¿a qué precio? Por muy fácil que me resultara
decir que me importa un carajo, no puedo ser tan egoísta, y ahora mismo no
estoy en condiciones de sentar a los Caballeros y hablarles de mi herencia
centinela y de todas las complicaciones que conlleva ese fenomenal poder
cósmico.
Casi he terminado la ronda 749 de lavar, aclarar y repetir, cuando la
profunda voz de Ledger vuelve a resonar en el cuarto de baño.
—Dejaste tu anterior manada. —Señala, pero no es exactamente una
pregunta, así que no digo nada—. ¿Por esta mierda con tu hermana?
Cierro el grifo y compruebo que estoy fuera de la vista antes de recurrir a
la magia del aire para un secado rápido.
—Qué puedo decir, me tomo muy en serio la protección de mi familia.
—¿Cómo es ella, tu hermana?
Sonrío.
—Es divertidísima e inteligente. Probablemente sea la persona más fuerte
y resistente que conozco. Tiene la extraña habilidad de hacer que todo
parezca más fácil. No se toma las cosas demasiado en serio, pero no de forma
ingenua. Es como si supiera que el mundo es una mierda, pero podemos
reírnos y pasarlo bien antes de que todo arda. ¿Sabes?
Él se ríe.
—¿Supongo que erais íntimas de pequeñas?
Mi sonrisa se atenúa y exhalo un profundo suspiro.
—No crecimos juntas. Ni siquiera supe que Harlow existía hasta que
cumplió nueve años. Tenemos la misma madre, pero diferentes padres. Yo
fui... —Hago una pausa por un segundo, luchando por encontrar la palabra
adecuada—. Criada por mi padre y, resumiendo, creía que mi madre había
muerto hasta que descubrí que no era así. Fue entonces cuando me enteré de
que existía Harlow.
—Maldita sea —gruñe, y yo suelto una carcajada.
Casi suena tan conciso y normal cuando lo pongo todo junto así. Ojalá
fuera tan sencillo.
—Estamos muy unidas desde entonces, así que supongo que eso es lo
único que importa —añado, intentando aligerar un poco la pesadez que acabo
de verter sobre toda esta conversación—. ¿Y tú? ¿Tienes hermanos?
—Una, una hermana mayor, vive en Irlanda con la manada de su
compañero. Tiene un par de cachorros. Voy a verlos cuando puedo.
—Ohh, Irlanda, he oído que aquello es hermoso.
—Realmente lo es, tendrás que venir a verlo alguna vez. Hay unos
acantilados cerca del territorio de su manada que me encantan. Puedes
sentarte allí durante horas escuchando las olas chocar con las rocas. El sol se
pone y desaparece y entonces salen las estrellas, es increíble. Es como si
pudieras oír al mundo susurrarte sus secretos si escuchas lo suficientemente
cerca.
Miro fijamente la pared que me separa de él y siento un claro deseo de
precisamente hacer eso. Nunca he querido sentarme en un acantilado y
escuchar los secretos del mundo, pero ahora sí.
—Me gustaría —susurro, tan bajo que no sé si puede oírme.
—¿Qué vas a hacer después? —pregunta, rompiendo el largo rato de
cómodo silencio que se ha formado entre nosotros.
—¿Después? —pregunto, rebuscando en las bolsas para ver qué ha
encontrado Reggie para mí.
¿Cómo demonios encontraron lencería de alta gama en un aeropuerto
y, mejor aún, cómo sabía mi talla?
Estudio fijamente el sujetador y las bragas rosa maquillaje durante un
momento antes de arrancar las etiquetas con un encogimiento de hombros y
ponérmelos.
—¿Qué harás cuando recuperes a tu hermana? ¿Adónde irás? —reformula
Ledger, y yo dejo de hacer lo que estoy haciendo y miro en su dirección.
Sus palabras me producen una cálida ternura. Ha dicho que cuando
recupere a Harlow, no si la recupero, y yo necesitaba oír eso ahora mismo.
Me apoyo en la encimera de mármol y dejo caer la cabeza mientras intento
dominar mis emociones. He estado corriendo a toda velocidad hacia
cualquier cosa que me llevara hasta mi hermana.
No he pensado mucho en lo que viene después.
—No estoy segura —respondo con sinceridad—. ¿Por qué?
Saco unos leggings de piel sintética, una sudadera negra con capucha, una
camiseta de tirantes y un gorro del mismo color tinta. No puedo evitar sonreír
porque Reggie me entiende.
—Los Caballeros podrían ser una opción para ti y tu familia. Aunque no
nos elijas... románticamente hablando —ofrece, y yo me quedo quieta.
Vuelvo a mirar sus piernas, aún estiradas en el extremo del cuarto de baño,
y mi ceño se frunce considerándolo.
¿Me querría en su manada, aunque yo no le quisiera?
Su tono tiene un ligero tono de vacilación, y me pregunto si es porque no
está seguro de cómo recibiré todo esto.
—¿Y qué implica todo eso? —pregunto con cautela, sintiendo, por alguna
razón, que me estoy adentrando en aguas peligrosas. No sé si es porque no
quiero ilusionarme o porque no quiero ilusionarlo a él.
Me pongo un par de calcetines limpios y me calzo mis botas favoritas, que
por suerte aún no he perdido. Mi moto sigue en el aparcamiento de la
Manzana Envenenada. No tengo ni idea de dónde han ido a parar mi teléfono
o mis tarjetas de crédito. Por lo que sé, todo sigue debajo de algún coche
pasando el rato con mi moto. Sin embargo, tengo mis botas y mi mochila del
motel, así que al menos no todo está perdido.
—Depende. Para algunos es un lugar agradable para aterrizar, para otros
puede ser más.
Me cepillo el cabello, me pongo el gorro y me miro en el espejo para
admirar el atuendo completo. Es oficial, Reggie es un mago.
Recojo las etiquetas y las bolsas, guardo una y todo lo demás lo tiro a la
basura. Meto la ropa sucia de Rafe en la bolsa que he guardado y salgo del
baño. Por alguna razón, siento que es importante mirar a Ledger a los ojos
para esta conversación.
Paso por encima de sus largas piernas al salir del baño y él me mira
sorprendido. No es el único que puede ser sigiloso.
—Ese complejo de salvador que tienes te va a traer problemas un día de
estos —le digo, agachándome para darle dos palmaditas en la mejilla antes
de dar un paso atrás—. Créeme, no me quieres en tu manada.
Él arquea las cejas, perplejo.
—¿Por qué? —me pregunta, con sus ojos azules escrutando mi rostro. Se
desvían hacia mi cabello y parece aún más confuso.
—No he oído un secador —murmura casi para sí mismo.
Bueno, mierda.
Me doy la vuelta y empiezo a caminar por el pasillo.
—¿Cómo lo sabes? Los de lujo son realmente silenciosos —le digo por
encima del hombro, como si no pasara nada.
—Brae usa uno. Es de gama alta, e incluso ese no es completamente
silencioso —argumenta.
Lanzo una carcajada.
—Claro que usa secador. No debería sorprenderme. ¿También se cepilla
el cabello boca abajo para conseguir esa textura despeinada perfecta? —
bromeo.
Ledger no contesta y me volteo hacia él. Su mirada es un estudio de
contrastes: contemplativa y acalorada a la vez que dudosa, como si supiera
que hay algo más en la ecuación, pero no pudiera averiguar qué es ni
encontrar la respuesta correcta.
Joder, es una melena seca, no un cuchillo en la espalda, Grandote.
Me encojo de hombros y hago lo que puedo por parecer lo más relajada
posible.
—Nunca he tenido que usar nada parecido. El mío se seca superrápido
solo. Pero me aseguraré de burlarme de Brae la próxima vez que le vea.
Me doy la vuelta y hago una mueca de dolor, maldiciéndome a mí misma.
Debo tener más cuidado. Sabía que era observador, pero estoy tan
acostumbrada a que nadie se dé cuenta de nada de lo que hago que no me lo
pensé dos veces antes de secarme el cabello con magia.
Por supuesto que se dio cuenta, aunque empiezo a preguntarme si hay
mucho que él no note.
Ledger y yo salimos a la sala de estar principal y suspiro aliviada cuando
Rafe y Tree me esperan, limpios y relucientes. Me apresuro a sentarme justo
cuando entran Gage, Jury y Brae.
—Hola, habéis venido. —Saludo inocentemente, deseando al instante
poder callarme.
Sueno demasiado chillona y llamativa. No saben que me acaban de pillar
usando una magia que se supone que no debo tener, o que me acurruqué
desnuda con Ledger después de restregarme desnuda con Brae, pero de
repente siento que pueden ver todas mis transgresiones escritas en mi rostro.
—¿Todo bien con la Paladina? —pregunta Ledger, salvándome el culo
sin saberlo.
Jurado asiente, ajustándose una mochila al hombro.
—Trajo a sus compañeros para ayudarla. Está mejorando. Pero tampoco
tenían ninguna pista sobre la guardería.
Mi cabeza se gira hacia Jury.
—¿La qué? —pregunto, inclinándome hacia delante porque es imposible
que le haya oído bien.
—Arriba había una gran habitación infantil —me dice, observándome. Se
pasa una mano por la cabeza rapada y suelta un suspiro cansado—. No
pudimos encontrar ninguna prueba de que hubiera habido un bebé allí. Todo
era nuevo y seguía oliendo como tal. Cualquier Lamia en esa casa que podría
habernos dado algunas respuestas está muerto. Es simplemente... extraño.
Vuelvo a sentarme, inquieta, pero sin saber qué significa todo esto. Me
viene a la cabeza la evocación de la sangre de Cole y oigo gemir a Paisley.
Préñame, Amo. Lléname con tu semilla y bendíceme.
Una sensación de inquietud se instala en mis entrañas. ¿Están
secuestrando niños? ¿Planean hacerlo? Los Lamia no nacen, se crean con
magia y sangre. Entonces, ¿por qué coño un nido necesitaría una guardería,
y por qué coño Paisley se cepillaría su perversión reproductiva con un Lamia?
Rafe y Tree se levantan y su movimiento capta mi atención. Me doy
cuenta de que una mujer vestida con un traje pantalón azul marino está
hablando con Jury. Él dice algo que a ella le hace gracia, y la mujer le toca el
brazo mientras cacarea como un molesto pajarillo.
Un gruñido recorre la sala y todo el mundo se vuelve hacia mí cuando el
gruñido se intensifica. La trabajadora aparta la mano de su brazo y, cuando
miro a mi alrededor, todo el mundo me observa fijamente. Tree y Rafe tienen
los ojos muy abiertos. Jury y Gage están contemplativos, y Brae y Ledger
parecen engreídos como una mierda moteada.
Con un sobresalto, me doy cuenta de que la resonante advertencia está
vibrando plena y libremente fuera de mí, y vuelvo a bajar los labios sobre los
dientes, cierro la puta boca y me giro hacia Loba, que se eriza y se pasea
dentro de mi pecho.
—¿Qué coño pasa? —exijo, pero se tranquiliza al instante ahora que la
mujer ha puesto unos metros entre ella y los chicos y no está tocando a nadie.
—Estamos... listos para embarcar —anuncia Jury, y no me gusta la
complacida inclinación de sus labios, como si intentara resistirse a una
sonrisa o, peor aún, a una carcajada.
Me dan ganas de meterme en un agujero, pero soy una maldita malota, así
que hago como si no hubiera nada que ver y levanto la barbilla, siguiendo al
grupo fuera de la suite.
Mis pensamientos vuelven rápidamente a la guardería y al misterio que la
rodea. El rostro de Bryce desde el comedor me observa mientras salimos del
edificio y nos dirigimos al asfalto. Parecía muy afectado cuando le mencioné
la extraña manía de criar de Paisley. Pensé que su reacción era extraña, pero
¿por qué? ¿Podría estar relacionado?
Reviso cualquier otra rareza que haya observado desde que empezamos a
cazar a los secuestradores de Harlow, pero no encuentro nada más que
parezca encajar con este extraño conjunto de circunstancias, y no se me
ocurre nada que ayude a dar sentido a una guardería en un nido.
Sigo a mis Escudos por un pequeño tramo de escaleras hasta un avión
muy bonito y personalizado. Intento no mirar todo con los ojos muy abiertos
como una novata que nunca ha visto un avión privado, pero es difícil cuando
se es una novata que nunca ha visto un avión privado.
Tree da un silbido bajo impresionado mientras lo asimila todo.
—Así que así es como vive la otra mitad.
Resoplo una carcajada, pero no puedo decir que esté en desacuerdo.
A la izquierda, hay cuatro asientos altos enfrentados, dos a cada lado, con
una mesita en medio. Parecen más como cómodos sillones reclinables que
asientos de avión, y mi espalda se estremece de placer con sólo mirarlos.
Justo detrás hay otro conjunto de cuatro sillones reclinables y una mesa, y a
la derecha hay un sofá largo con reposabrazos de felpa que indican que es
para tres personas. En la esquina derecha del fondo hay dos sillas una enfrente
de otra, y yo me dirijo a la del rincón más alejado.
El interior es una colección de colores neutros complementarios que no
son del todo beige o gris, sino una combinación de ambos. Los sillones
reclinables son de cuero o algo parecido, y todo lo demás es una especie de
tela afelpada que probablemente cueste más que la camioneta de Tree, junto
con mesas de madera con bordes crudos que, de alguna manera, aportan un
toque de bosque.
—¿Alguno de nuestros invitados quiere pillar la cama de atrás? —grita
Jury, y mi cabeza se mueve en su dirección.
¿Hay una cama?
Todos me miran, pero yo me limito a negar con la cabeza. Me gusta estar
donde estoy.
—¡Me la pido! —gritan Rafe y Tree al mismo tiempo y luego se miran
fijamente.
—Es de tamaño Queen, así que puede que quepáis los dos si estáis
dispuestos a acurrucaros —bromea Brae.
—¡Yo soy el cucharón grande! —grita Rafe, y ambos corren hacia la parte
trasera al mismo tiempo. El avión es más grande y espacioso de lo que
pensaba que podría ser, pero dos enormes cambia formas intentando caber en
el mismo estrecho pasillo no va a ser posible.
—Si lo rompes, lo pagas —advierto a mis dos Escudos que están
peleándose, inclinándome en mi silla y observándoles mientras se van.
Inmediatamente dejan de dar por culo y uno a uno desaparecen por una puerta
que da a un dormitorio.
Que locura.
—Estas muy guapa.
Me doy la vuelta y veo a Jurado dejando su bolsa en la silla de enfrente.
Mierda.
Le miro fijamente como si fuera una araña venenosa que acabo de ver en
un rincón mientras él saca un portátil y lo mete en un pequeño bolsillo oculto
en el lateral del asiento. Miro hacia abajo y veo que yo tengo el mismo
compartimento escondido en el mío y me siento mejor sabiendo que somos
iguales.
—Veo que no te gustan mucho los cumplidos —observa mientras deja
caer su corpulento cuerpo en el asiento. Sus rodillas tocan las mías. Espero a
ver si Loba dice algo al respecto, pero vuelve a acomodarse e ignora todo.
Debe ser agradable agitar un montón de mierda y luego desaparecer y
dejar que tu otra mitad se ocupe de ello.
Miro rápidamente a mi alrededor, preguntándome si es demasiado tarde
para cambiar de asiento. No quiero pasarme todo el vuelo concentrada en los
roces accidentales de las rodillas. Necesito dormir, o simplemente mirar por
la ventanilla, para recargar energías.
—No te tenía por una fugitiva —desafía—. Al menos no porque tengas
miedo.
Mi mirada se desvía hacia él y entrecierro los ojos ante la dulce sonrisa
de chico de al lado que se dibuja en su cara demasiado bonita.
Sonrío.
—No es mi miedo el que estás oliendo, Boy Scout. ¿Seguro que no es el
tuyo?
Sus ojos verde oliva irradian dominación, y Loba resopla como si pensara
que eso es bonito. La barba oscura de esta mañana en su mandíbula y barbilla
es un poco más espesa. Sospecho que es el tipo de hombre que podría
afeitarse la cara por la mañana y seguir teniendo una ligera barba por la
noche. Su pelo rapado parece engañosamente suave, y me pregunto qué haría
ahora mismo si me acercara y se lo frotara.
Aparentemente, me gusta mucho tocar a estos tipos.
Mentalmente, me doy una palmada en la mano e intento relajarme en la
silla, aceptando mi destino y su compañía para este rápido vuelo.
—He pensado que podríamos aprovechar esta oportunidad para hablar —
me ofrece mientras me estudia detenidamente.
—Oh, qué bien.
Su sonrisa se ensancha.
—Seguro que no te gusta hacer las cosas fáciles, ¿verdad?
Le miro con recelo.
—¿Debería?
Se encoge de hombros y se acomoda en su cómodo sillón.
—Me parece justo. Has preguntado un par de veces quiénes somos y qué
hacemos, y no hemos tenido ocasión de hablar de eso.
La sorpresa me recorre y le estudio, preguntándome por qué ahora.
—¿No habéis tenido ocasión o no habéis querido? —presiono.
—¿Importa?
Al cabo de un rato, hago un gesto de desdén porque tiene razón, no
importa.
—¿Has oído hablar de las dimensiones de bolsillo31? —empieza, y yo me
ahogo con el bufido de asombro que casi me sale por la boca.
¿Qué coño? No es hacia donde pensé que iría esta conversación.
Molesta, busco en su rostro alguna señal de que me está tomando el pelo
o simplemente es un nerd de corazón que quiere hablar de cosas extrañas sin
sentido. Pero parece completamente tranquilo y serio.
—Si me dices que eres extraterrestre y luego me pides que examine, te
destripo —advierto tajante.
—Sin exploraciones, entendido —confirma con cara seria.
Los dos nos quedamos en silencio y yo lucho contra la necesidad de
moverme o retorcerme. Levanta las cejas como si esperara algo de mí, y tardo
un minuto en darme cuenta de que me estaba preguntando de verdad si había
oído hablar de las dimensiones de bolsillo.
—Oh, cierto. Um. No. Nunca he oído hablar de ellas —respondo
torpemente.
—La mayoría de la gente tampoco —me asegura, pero yo me siento
cualquier cosa menos segura—. No te levantes de la silla, Sunshine32. Nunca
he estado en una y esto no es una charla sobre extraterrestres. Pero antes de
que descartes esta conversación como una gilipollez desquiciada, quiero que
pienses en toda la gente que hay ahora mismo en el mundo que no cree en la
magia, en los Lamias, en los cambia formas ni en nada que no sea humano y,
sin embargo, tú y yo sabemos que existen. ¿verdad?
De acuerdo, puedo concederle eso.
Intento apartar un poco mi juicio y escuchar.
—Preguntaste quiénes eran los Caballeros, y ahí es donde empieza todo,
con un grupo de guerreros a los que se les encomendó la tarea de vigilar algo
que ahora llamamos puerta —explica, con su mirada sagaz estudiando cada
movimiento, respiración y trago que hago.
—Vale —digo cuando no continúa inmediatamente.
—Sé que suena un poco exagerado, pero hay lugares en nuestro mundo
que conectan con otros. Algunos creen que son reinos mágicos que se crearon
originalmente para servir de santuarios. Otros piensan que son un fenómeno
natural que ocurre cuando ciertas magias están presentes o se mezclan. En
general, no lo sabemos, pero hace mucho tiempo, estas puertas estaban
activas y, de vez en cuando, cosas peligrosas vagaban de un reino a otro. De
ahí los guerreros encargados de impedirlo.
Una onda de consternación me recorre. Me gustaría descartar a Jurado y
decir que está loco. Sería fácil. Pero mientras me explica lo que hacen él y
los otros Caballeros, recuerdo algo.
No es la primera vez que oigo hablar de un portal.
Fausto hablaba de los Centinelas y de cómo abandonaron su hogar y
establecieron uno nuevo aquí. Para mí siempre fue una historia cualquiera,
que no tuvo mucha repercusión en mi vida. Pero recuerdo que más de una
vez se refirió a una puerta y contó cómo los Centinelas Oscuros la
destruyeron para evitar que alguien los siguiera a través de ella, pero sólo
mencionó una. Jury habla de varias.
—Marius Taylor fue el primer comandante que reunió guardias, o
Caballeros, como se les llamaba en ese entonces. Y desde entonces, las
tradiciones y los roles se han transmitido de generación en generación.
Se señala a sí mismo y luego a los demás, que están sentados cerca de la
parte delantera del avión charlando.
—Muchas de las puertas se rompieron o quedaron inactivas. Los
Caballeros siguen teniendo la tarea de vigilarlas y garantizar su seguridad,
pero sin que ocurriera mucho en ese frente, los Caballeros, con el tiempo, se
han transformado en lo que somos ahora. Somos una fuerza neutral de
guerreros que vigilan las puertas y también ayudan a otros supes y humanos
cuando lo consideran oportuno.
—¿Eso es todo? —bromeo, sin saber si estoy impresionada o preocupada
por el bonito lacito que acaba de atar alrededor de ese paquete de ¿qué coño?
Su sonrisa de respuesta es un poco demasiado deslumbrante para ser de
fiar, y me encuentro preguntándome si acabo de abrir una lata de gusanos
para toda mi vida, ya de por sí plagada de gusanos.
—Si esto es una de esas cosas de si te lo digo, tendré que matarte,
realmente deberías empezar con esa advertencia y no terminar con ella.
Se ríe y sacude la cabeza.
—No, no lo es. No vamos por ahí anunciando todo lo que hacemos y por
qué, pero tampoco estamos acechando en la oscuridad y fingiendo que no
existimos.
La mirada que me dirige es penetrante, y no puedo evitar sentir que
insinúa algo con ella. Su mirada cómplice no vacila. Y me encuentro
repasando todas las estupideces que he cometido delante de él y de los demás.
Uso de la magia. Más uso de magia. Mi loba anormalmente grande. Una
puta tonelada más de uso mágico.
Pensé que me había salido con la mía, pero estoy aquí sentada,
sintiéndome de repente como una sospechosa bajo los focos y
preguntándome si realmente lo hice.
Dijo que vigilan las puertas, y sé que los Centinelas salieron a raudales de
al menos una de esas puertas. ¿Eso significa que lo saben?
La pregunta se asienta en mi lengua, pesada y algo ácida. Lo miró
fijamente, preguntándome si puedo escupirla, pero algo me detiene. Si me
equivoco, se joderá todo, y no puedo permitírmelo hasta después de que
tengamos a Harlow. Como si pudiera leer mi mente y el debate que se está
produciendo en ella, habla.
—¿Alguna pregunta? —Se frota las palmas de las manos en la parte
superior de los muslos, como si el movimiento le tranquilizara de alguna
manera.
—Entonces, ¿tú y los demás sois legítimos Caballeros que protegéis las
puertas del reino y salváis a la gente en vuestro tiempo libre?
—Sí, más o menos.
—¿Es por eso por lo que Ledger me propuso unirme a tu manada? ¿Él
pensó que yo sería un excelente material para convertirme en súper soldado?
Jury se sorprende.
—¿Ledger qué? —pregunta, mirando de mí a su compañero, que ahora
dormita en su asiento.
Sigo su mirada, sintiéndome igual de confusa. ¿Se suponía que Ledger no
debía hacer eso?
—¿Y qué le dijiste? —pregunta, volviéndose hacia mí.
—Que no era una buena idea —respondo con sinceridad.
—¿Y eso por qué?
—¿Es siquiera una manada? —pregunto, captando su uso de la fuerza
neutral de los guerreros.
¿Realmente pueden ser neutrales si todos son metamorfos?
—Lo es y no lo es. La jerarquía de la manada y la jerarquía militar no
están tan alejadas. Técnicamente, Justice es el Alto Comandante, pero ajusta
ese título según sea necesario cuando trata con otros. Tenemos todo tipo de
supes en nuestras filas, y todo tipo de equipos. Aunque parece más una
manada que otra cosa.
Asiento con la cabeza y miro por la ventana pensativa.
—Buen intento, Sunshine. Ahora responde a mi pregunta.
Maldita sea.
Finjo una inocente confusión.
—¿Qué pregunta?
Pone los ojos en blanco.
—¿Por qué no sería buena idea que te unieras a nuestra manada?
Encajarías bien, y resulta que actualmente no tienes manada. Parece algo
obvio.
Le miro fijamente, con la respuesta bombardeándome de golpe.
¿Por qué?
Porque soy una híbrida de Centinela. Un ser infinitamente más
poderoso que cualquier cosa que se haya visto antes. Porque mi especie es
perseguida y masacrada antes de que podamos suponer ningún tipo de
amenaza. Porque fui criada por un fanático loco que me atormentó, templó
y perfeccionó hasta convertirme en un arma flexible en sus malvadas
manos. Porque he matado y arruinado más vidas de las que puedo contar,
y ahora estoy huyendo, escondiéndome e intentando mantener a salvo a mi
familia mientras hago todo lo posible por compensar los horrores que he
cometido de alguna pequeña forma imposible. Porque soy una maldición
para cualquiera que se atreva a amarme.
Pero no puedo decir nada de eso. Así que, en su lugar, le dirijo una sonrisa
pícara y un movimiento coqueto de cabeza. No parece apaciguarlo.
Se inclina hacia delante y sus ojos verde oliva se clavan en mi alma.
—¿Cuál es tu verdadera historia, Savoy?
No dice mi apellido, y sospecho que es porque sabe que no es real. Lo
miró fijamente durante un largo momento, sin querer retroceder ante el
guante que veo que me está lanzando con su mirada. Pero no me queda más
remedio.
—¿Creías que, si me enseñabas la tuya, yo te enseñaría la mía? —Casqueo
la lengua— Eso es adorable, pero si te la contara, realmente tendría que
matarte.
Jury me frunce el ceño, pero no dice nada más mientras yo me giro para
ver el cielo pasar por la ventana, con el corazón un poco roto.
Porque la otra cosa que no puedo decir, ni a él ni a nadie, es que quiero
desesperadamente lo que ellos tienen. Quiero un hogar, y una manada, y un
lugar donde no tenga que esconderme o tener miedo. Quiero algo más que
huir, esconderme y acechar en las sombras.
Los quiero a ellos. Lo que tienen juntos. Lo que podríamos tener juntos.
Pero la gente como yo no consigue lo que quiere, porque el karma siempre
viene a cobrarte, y le debo la vida a esa zorra.
Chasqueo los dedos al ritmo de la batería de "If I Were" de Nothing More.
Tengo los ojos cerrados y me relajo en el asiento del copiloto mientras la lista
de reproducción de Rafe acalla mis pensamientos y me transporta lejos.
Llevamos horas conduciendo y, aunque debería descansar, no consigo apagar
el cerebro el tiempo suficiente para hacerlo.
La voz robótica del GPS interrumpe la canción para anunciarnos que
debemos abandonar la autopista en la siguiente salida. Me incorporo y miro
a mi alrededor, observando nuestro entorno. Las imponentes montañas besan
el cielo a nuestro alrededor. Álamos desnudos y pinos robustos asoman entre
un manto de nieve en polvo. La autopista por la que llevamos un rato parece
haber sido tallada en los picos circundantes y luego enrollada a su alrededor
como una serpiente ondulante que se desliza entre ellas.
—¿Cómo de cerca estamos? —le pregunto a Rafe mientras aminora la
marcha y sigue la instrucción femenina de "usar el carril derecho para salir
de la autopista".
Un fuerte ronquido retumba detrás de mí y le echo un vistazo a Tree, que
está desmayado en su asiento reclinado con un pañuelo alrededor de la
cabeza.
—Faltan otros treinta minutos hasta Rose Lake, pero tenemos que parar a
repostar, y Jury quiere que decidamos el mejor punto desde el que acercarnos
al recinto.
—¿Esto es Whitvale, entonces? —pregunto, recordando el pequeño punto
en el mapa antes de que la carretera en la que estamos se desvíe hacia Rose
Lake.
—Sí —responde Rafe mientras miro detrás de nosotros.
Gage conduce el otro todoterreno y Jury va en el asiento del copiloto.
Apenas distingo que están hablando mientras Gage asiente con la cabeza a
Jury.
—Probablemente no sea una mala idea intentar planificar las cosas —
admito mientras miro hacia delante—. Quiero decir, lo que solemos hacer
parece funcionar bastante bien, pero no veo que ellos estén de acuerdo con
eso.
Rafe se ríe entre dientes y mira por el retrovisor para asegurarse de que el
otro coche le sigue el ritmo mientras él cambia de carril.
—¿Qué? ¿Nuestro típico no-plan de aparecer, patear algunos culos, y
esperar lo mejor? Sí, no veo que estén de acuerdo con eso.
Suelto una risita y me acomodo en el asiento. Unos cuantos copos de nieve
descienden de las nubes gris claro que nos cubren. Toman una ruta
panorámica, bailan con el viento y giran por todas partes antes de caer al
suelo. Llevan así desde que empezamos a atravesar las estribaciones.
Me encantan las primeras nevadas del año, pero esta me preocupaba
porque nos estuviéramos adentrábamos directamente hacia una tormenta de
nieve. Por suerte, esta tormenta resultó ser perezosa. No quería sacarnos de
la carretera mientras nos arrojaba metros de nieve en polvo. De momento,
sólo le interesa espolvorear nuestro entorno y esparcir sus fractales aquí y
allá, lo cual me parece bien.
Whitvale se ve encantadora desde la distancia. El registro indica que el
territorio de la manada Blackwood limita con ella, y con Rose Lake y los
Lamias al otro lado, sospecho que esta pintoresca ciudad tiene una interesante
mezcla de supes y humanos que la llaman hogar.
Nos adentramos en la ciudad, nos detenemos en un semáforo en rojo y
tanto Rafe como yo empezamos a echar un vistazo a las tiendas que bordean
la calle y a las casas que se divisan en la siguiente vía.
—Maldita sea, ¿qué le dan de comer a la gente aquí? —anuncia Rafe con
un silbido bajo—. Esos tipos son enormes.
Hace un gesto con la cabeza hacia la izquierda, y yo miro y veo a tres
figuras corpulentas abrigadas contra el frío y juntas frente a un edificio de
ladrillo en cuyo letrero pone Griffin Automotive. Una mujer sale por la puerta
principal y se acerca corriendo a las tres montañas. Su pelo blanco brillante
contrasta impactantemente con su tez morena, y algo en ella me hace observar
al grupo con más atención.
De sus bocas salen nubecitas blancas mientras hablan. No tengo ni idea
de lo que dicen, pero la mujer señala un Range Rover negro y los tres hombres
gigantes parecen estar discutiendo con ella sobre algo. Casi estoy tentada de
despertar a Tree para que vea a estos tipos, porque no se va a creer lo grandes
que son a menos que lo vea por sí mismo.
Mientras observamos, una cuarta figura se escabulle de Griffin
Automotive. Es alto, pero no tan corpulento como sus compañeros. Lleva el
cabello corto de un blanco brillante y se pone rápidamente una gorra mientras
se acerca a los demás.
—Esperemos que el nido de Vittorio no esté repleto de Lamias con ese
aspecto, o puede que tengamos que pedir más refuerzos —murmuro mientras
nos acercamos sigilosamente al grupo.
El último tipo de la gorra levanta de repente la vista y unos ojos del color
del champán se cruzan con los míos. El semáforo cambia a verde y nos
ponemos en marcha, dejando atrás al grupo.
Observo a los habitantes de Whitvale con más detenimiento a medida que
nos adentramos en la ciudad. Espero que no hayamos tropezado
accidentalmente con la tierra de los gigantes, pero hasta ahora, todos los
demás que veo parecen relativamente normales.
Entramos en una gasolinera y Gage aparca detrás de nosotros. Me doy la
vuelta y despierto a Tree para que pueda mear y comer algo antes de salir
pitando hacia Rose Lake.
La expectación y la preocupación se apoderan de mí, sacudo las
extremidades y respiro por la imperiosa necesidad de irnos, irnos, irnos.
Estamos tan cerca y a la vez tan lejos que me pone nerviosa. Apenas
mantengo la compostura, pero sé que tenemos que ser inteligentes al respecto.
Sólo vamos a tener una oportunidad en el nido de Vittorio, y cagarla no es
una opción.
Bajo del asiento del copiloto y estiro la espalda y los hombros.
—Sunshine, ¿por qué no viajas con nosotros en la segunda etapa? Justice
acaba de enviar algunas imágenes e información que podrían ser útiles.
Podemos preparar un plan de ataque —me dice Jury mientras salta de su
todoterreno y se acerca.
Le arqueo una ceja.
—¿Sunshine?
No es la primera vez que utiliza el apodo, y no sé si me ofende o me
preocupa que piense que me queda bien.
Sonríe complacido y tiene un brillo de humor en los ojos. Finge
perplejidad, pero no puede mantener la farsa demasiado tiempo antes de que
la engreída satisfacción empiece a asomarse.
—Pensé que Sunshine era mejor que Sparkles33, pero si no te gusta...
—Podrías usar mi nombre.
—Podría. Pero ¿dónde está la gracia? —pregunta antes de pasar a mi lado
y dirigirse a la gasolinera.
—Sabes que esto significa la guerra, ¿verdad? —Suelto después de él—.
Acabas de dejar la puerta abierta para el peor apodo posible en la historia de
los apodos.
—Haz lo que puedas, Sunshine. —Hace un gesto por encima del hombro,
despreocupado.
Pero debería estarlo.
Un brazo grueso me rodea el hombro y Gage me atrae hacia él antes de
llevarnos a los dos a la gasolinera.
—Vamos, Trouble34, compremos algo de picar para nuestro viaje por
carretera.
Me encojo de hombros y le empujo ligeramente para que se aleje de mí
mientras suena una campana sobre la puerta.
—No es un viaje por carretera, es una misión de rescate —murmuro
mientras me dirijo al dependiente—. Y que todos me pongáis motes tontos
no hace que quiera unirme a vuestra alegre banda de inadaptados.
Gage se agarra el pecho como si le acabara de herir.
—¡Pero viene con muy buenos beneficios!
—Tu compañía no es un beneficio.
—Sí, lo es —argumenta, sin que le quepa la menor duda de que es cierto—
. Y espera a ver nuestra colección de armas. Tengo la sensación de que eres
el tipo de chica que sabe apreciar un arsenal bien surtido.
Suelto una carcajada, incapaz de contenerla lo bastante rápido. La forma
en que dice colección de armas y mueve las cejas me hace preguntarme si es
algún tipo de insinuación. Lo que me inquieta aún más es que no estoy del
todo segura de a cuál de ellas espero que se esté refiriendo.
—Ohhhh, me has pillado. Enséñame toda tu artillería pesada, Gage —le
digo con picardía, lanzándole un guiño travieso como medida adicional.
Se le ilumina la cara, pero me giro con una sonrisa burlona y me dirijo
hacia la señora del mostrador. La anciana empleada levanta la vista cuando
me detengo ante ella y me ofrece una cortés sonrisa.
—¿Puedo ir al baño? —le pregunto.
—Por supuesto querida, adelante.
—¿Necesito una llave o algo?
La anciana se ríe y sacude la cabeza.
—Ustedes los de la gran ciudad y sus llaves. Eso no lo encontraréis aquí
en Whitvale. Aceptamos visitas, no les cerramos con llave —declara
afectuosamente, y yo le dedico una sonrisa tímida y me doy la vuelta para
seguir sus indicaciones hacia el baño.
Dos grandes todoterrenos negros se acercan a los surtidores, al otro lado
del nuestro, y unos cuantos tipos se bajan riendo y bromeando mientras abren
sus depósitos y empiezan a repostar. Me meto en el baño mientras Jury busca
bebidas en la nevera y Gage se prepara un café.
Me echo agua en la cara e intento respirar a través de un nuevo ataque de
inquietud. Algo grande parece estar en el horizonte y solo espero que
podamos llegar a Harlow antes de que se convierta en algo enorme y malo.
Me meto en uno de los retretes y cierro la puerta justo cuando la puerta
principal del baño se abre con un chirrido.
—Bas, ya basta. No voy a follar en un baño público. No me importa si te
lo has pedido —declara una suave voz femenina, con un toque de alegría en
su reprimenda.
—Vamos, Bruiser, haré que merezca la pena —contraataca una voz
burlona y resonante.
—Fuera de aquí, y llévate mi abrigo —ordena la mujer, cerrándole el
paso, y entonces oigo un susurro de telas antes de que la puerta se cierre y el
cuarto de baño se quede en silencio.
Debato por un momento si debiese fingir que no estoy aquí. Pero descarto
esa idea casi tan rápido como la tengo. Si está avergonzada porque alguien
ha oído esa conversación, es asunto suyo. Agradezco que no le haya dicho
que sí.
La puerta del retrete contiguo se cierra con un chasquido cuando tiro de
la cadena y salgo a lavarme las manos. El reflejo en el espejo hace un
excelente trabajo ocultando la agitación que bulle en mi interior. La mujer
que me devuelve la mirada parece sana y fuerte, segura de sí misma y capaz,
pero todo es una máscara para el revoltijo de ira, miedo y desolación que se
agita dentro de mí cada día.
Me observo, preguntándome si alguna vez seré capaz de quitarme todas
las máscaras. Si alguna vez seré capaz de dejar de hacer malabarismos con
todo y ponerlo todo en un lugar seguro.
Oigo que tiran de la cadena en el otro cubículo, termino de lavarme las
manos y cierro el grifo.
Una mujer alta y despampanante se acerca al lavabo contiguo al mío. Se
sube las mangas de su jersey verde oscuro y abre el grifo.
Nuestros ojos se cruzan en el espejo, los suyos son de un verde espuma
de mar único, enmarcados por largas pestañas negras. Su espesa melena
oscura le cae sobre la espalda, y de pronto entiendo por qué su novio quería
colarse aquí con ella.
Es preciosa.
Nos sonreímos cortésmente y cojo una toalla de papel del dispensador
mientras ella empieza a lavarse las manos.
Me quedo helada cuando veo lo que lleva en los brazos.
Se me seca la boca y los pulmones se me agarrotan en el pecho, negándose
a inflarse o desinflarse mientras mi mente se acelera y el miedo me invade.
Allí, en el lateral de su antebrazo, hay una línea de símbolos que van desde
la muñeca hasta el brazo. Las marcas desaparecen bajo la tela de su jersey
verde y, a diferencia de las runas que vi en el tatuaje de Ledger, conozco
todas las marcas del cuerpo de esta mujer.
Es una Centinela.
Como si de un interruptor se tratara, mi entrenamiento anula el miedo que
de repente me invade. Mis movimientos se suavizan, recojo la toalla de papel
y retrocedo despreocupadamente para adoptar una posición más defendible
en el pequeño cuarto de baño.
El aroma floral y cítrico de Centinela me abofetea en la cara. Músculos
delgados se desplazan bajo el cálido tono de su piel trigueña. Sus
movimientos son suaves y seguros. Todo en ella grita peligro, y todo dentro
de mí grita corre... o arráncale el corazón, porque si pertenece a Deveraux,
prefiero morir a que me arrastre de vuelta a él.
Lo único que tengo a mi favor ahora mismo es que, sea quien sea, no me
reconoce. Intento sutilmente pasar desapercibida mientras me seco las manos
con cuidado. Aunque mire, no verá ninguna marca en mi cuerpo que le
advierta de lo que soy. Mi olor está enmascarado, como siempre. Y no estoy
dejando escapar ningún rastro de magia.
Por fuera, parezco como cualquier otra loba metamorfa. Pero no sé con
qué grupo de cazadores está. Si se trata de Kelt o el Aetren, estoy jodida. Me
pondrán un collar en menos tiempo del que se tarda en jadear, y así como así,
todo habrá terminado.
El pensamiento de Kelt casi me hace tambalearme. Nunca dejo que mi
mente se acerque a mis recuerdos de él. Mi respiración comienza a ser
entrecortada, y me apresuro a apagar todo pensamiento de él y mantenerme
bajo control.
El gruñido de Loba en mi mente es amenazador, y la silenciosa
declaración me ayuda a tranquilizarme.
No. No permitiré que nadie me ponga un collar. Ya no soy la perrita
chatarrera de nadie. Ya no soy la criatura rota que una vez mendigó las sobras,
dispuesta a soportar las patadas y los puñetazos por la más mínima pizca de
consideración. No soy débil y me niego a tener miedo.
Me viene a la mente la cara de Harlow y sé exactamente lo que tengo que
hacer. Tiro la toalla de papel a la basura, contengo la respiración, abro la
puerta del baño y salgo. Un hombre corpulento está apoyado contra la pared
y casi choco contra él cuando entro tranquilamente en el pequeño pasillo.
—Mierda, lo siento —dice, moviéndose para apartarse de mi camino.
Sus labios carnosos se inclinan hacia arriba en una sonrisa
devastadoramente atractiva. Su piel morena dorada y sus ojos color avellana
me hipnotizarían si no supiera lo que es. Lleva el pelo ondulado de color
chocolate oscuro recogido en un moño y en el arco exterior de la oreja veo
un conjunto de runas que me resultan familiares.
El corazón me martillea en el pecho y un escalofrío me recorre la espina
dorsal mientras me muevo a su alrededor. La magia me hormiguea en las
venas como preparación, pero mantengo la respiración calmada y mi poder
firmemente bloqueado.
Casi abro mi enlace para poder avisar a mis Escudos, pero me preocupa
que los Centinelas perciban la más mínima pizca de magia y decidan que no
merece la pena arriesgarse. Tendré que hablar con Rafe y Tree cara a cara.
Tengo que ponerlos a salvo para que puedan rescatar a Harlow, y luego tengo
que lidiar con los sabuesos de Deveraux.
Me dirijo directamente a la puerta y, a través de la ventana, veo al menos
a seis hombres grandes alrededor de los todoterrenos que se detuvieron justo
antes de que yo entrara en el cuarto de baño.
Joder. ¿Cuántos hay?
Mis pensamientos son una maraña de: ¿Cómo me han encontrado? ¿Es
una partida de caza al azar? ¿Saben que estoy aquí? ¿Está Deveraux detrás
de quien se llevó a Harlow en primer lugar?
Descarté la posibilidad desde el principio, pero ¿y si me equivocaba?
Me alejo de la salida, pues necesito evaluar la situación antes de lanzarme
de cabeza. Los dos centinelas con los que me he topado hasta ahora no
parecen saber quién soy, y si puedo evitar que alguien más me reconozca,
podré sacar a los demás de aquí.
—¿Qué haces, Trouble? —me susurra Gage al oído, y yo apenas contengo
un chillido de sorpresa mientras me inclino despreocupadamente alrededor
de un estante de bebidas energéticas para observar a los Centinelas afuera.
Me cago en la puta, olvidé que Gage y Jury vinieron aquí conmigo.
—¿Qué? —replico inocentemente mientras me enderezo y me dirijo a
grandes zancadas hacia la estación de café, cogiendo distraídamente una taza
del soporte y fingiendo mirar las opciones que ofrece la máquina.
—¿Qué pasa? —pregunta Gage inmediatamente, con tono bajo y
peligroso.
Me da un vuelco el corazón cuando se da cuenta de que me pasa algo. Es
increíblemente halagador que me conozca tan bien ya. Por desgracia, si no
consigo que se relaje, esa atención al detalle podría hacer que nos mataran.
Sus cálidos ojos castaños se achinan cuando empieza a escudriñar en
busca de peligro. Su mirada se posa en los dos centinelas cuando la mujer
sale del baño y el hombre la ayuda a ponerse el abrigo.
Mierda.
La centinela le dice algo a su compañero, y él se ríe entre dientes y le
acaricia el cuello. Me obligo a apartar la mirada y elijo un café.
Joder. Joder. Joder.
—¿Pasó algo en el baño? —pregunta Gage, suave y bajo para que sólo yo
pueda oírle. El problema es que, cuando se trata de Centinelas, nunca se sabe
quién está escuchando realmente.
Observo las amenazas por el rabillo del ojo para ver si le han oído, pero o
son muy buenos disimulando sus reacciones e intenciones o son cazadores
perezosos.
Deveraux debe estar decayendo si esto es lo que está enviando al campo
en estos días.
Me obligo a adoptar una actitud calmada y miro al Caballero, que sigue
observando al dúo.
—No, ¿Por qué lo dices? —contesto inocentemente.
Veo a Jury en la esquina. Parece que está decidiendo qué patatas comprar,
pero le sorprendo lanzando una mirada a la pareja. Quiero gritar. No sé cómo
Gage le ha hecho una señal, pero por la forma en que está observando
sutilmente a los demás, está claro que lo hizo.
Me acerco más a Gage, necesito que me preste atención. No puedo
permitirme que alerten a estos dos. Todo depende de que salgamos de aquí.
—¿Estás bien? —chirrío, batiendo mis pestañas como si él fuera el raro.
Choco ligeramente con él, con la esperanza de que un pequeño contacto
coqueto lo mantenga centrado en mí, pero sigue mirándolos y empiezo a
asustarme.
Joder. ¿Qué puedo hacer? Parecen muy distraídos cuando estoy desnuda,
pero no es como si pudiera desnudarme ahora mismo o exhibirme ante él y
gritar miradme todos, chicos. Le tomo la mano por instinto, entrelazo mis
dedos con los suyos y sus ojos se clavan en los míos.
—Quería hacerte unas preguntas sobre tu manada —me apresuro a
decir—. Estuve pensando durante el viaje y...
—No —me interrumpe en voz baja, con los ojos duros—. No juegues
conmigo. No hagas eso —reprende, y una oleada de vergüenza me recorre—
. No necesitas manipularme, Savoy. Sea lo que sea que está pasando, dímelo
y te ayudaré.
Miro fijamente sus cálidos e inquebrantables ojos, y tengo segundos para
tomar una decisión que podría hacer o deshacer todo.
¿Confío en él... en ellos? ¿O lo hago sola?
Como si percibiera mi dilema y viera las dudas que se agolpan en mi
mirada, levanta la mano y me roza ligeramente la mejilla con los nudillos.
Me aparta suavemente el cabello del cuello y se inclina, rozándome con los
labios la concha de la oreja mientras me susurra.
—Déjanos ayudarte.
Cierro los ojos, sintiéndome de repente como si estuviera de nuevo en la
Manzana Envenenada con la música a todo volumen a nuestro alrededor
mientras Gage acaricia mi cuerpo mientras bailamos. Entonces me dijo
exactamente lo mismo, y yo me alejé para estrellarme de inmediato contra
los problemas... literalmente.
Su súplica vuelve a hundirse en mí y se me pone la piel de gallina. Se me
hace un nudo en la garganta mientras lo considero. Se me escapa un suspiro
tembloroso cuando sus dedos me acarician la garganta antes de rodearme
posesivamente la nuca con la mano y apretarme.
Abro los ojos y él me mira expectante, implorándome en silencio que le
deje entrar.
No sé si sé cómo.
Pero por primera vez en mucho tiempo, quiero hacerlo.
Respiro profundamente y asiento con la cabeza, y su sonrisa es
deslumbrante. Por un breve instante, me pregunto si él y los demás podrían
arreglarlo todo. Quizá no por fuera, pero sí por dentro.
Alargo la mano y paso la yema del dedo por uno de sus hoyuelos,
dándome un capricho. No sé qué pasará después de ponerlos a salvo, y tocarlo
de repente me parece tan vital como respirar.
Acerco su rostro, sujetando sus mejillas y acercándolas aún más a las
mías.
—Necesito que tú y Jury os vayáis —le confieso en voz baja al oído—.
Necesito que pagues el café y luego salgas de aquí con calma y
despreocupación. No podéis ser obvios. Y no podéis alertar a los extraños de
fuera de que algo va mal.
Él me rodea con sus brazos como si fuéramos una pareja dándonos un
tierno achuchón junto al café. Siento que asiente y respiro entrecortadamente.
—Acércate a Tree o Rafe y diles la frase 'Perro de raza pura', y luego diles
que les ordeno que se suban al coche con vosotros y se vayan. Van a discutir.
Pero diles que Harlow está esperando. Y luego haz que te acompañen, ¿de
acuerdo? —le digo, con la voz entrecortada al darme cuenta de que, si las
cosas salen mal aquí, puede que no vuelva a ver a mi hermana ni a ninguno
de ellos.
Él echa la cabeza hacia atrás para poder verme la cara, y sus ojos buscan
los míos mientras controlo mis emociones. Veo que quiere expresar su
desacuerdo, pero niego con la cabeza para silenciarlo.
—Me pides que confíe en ti, Gage. Lo estoy intentando. Pero tú también
tienes que confiar en mí.
Se le nota en la cara que no le gustan las reglas con las que juego. Pero
está bien, sólo necesito que las siga esta vez.
—¿Tiene esto que ver con aquello de lo que huyes? —me pregunta, con
mirada y tono conflictivos.
Me tomo un segundo para responder, debatiendo si debo hacerlo, antes de
asentir una vez.
La calma se apodera de su rostro.
—De acuerdo, Trouble. Lo haremos a tu manera. Pero cuando esto
termine, vamos a hablar.
Vuelvo a asentir, necesito que se ponga en marcha para poder hacer lo que
hay que hacer. Me frota una vez la espalda con la palma de la mano, una
caricia cálida para tranquilizarme y darme ánimos, y luego se endereza y
agarra su taza de café. Antes de que pueda marcharse, lo detengo y vuelvo a
acercar su cara a la mía. Aprieto mis labios contra los suyos, con suavidad,
tentativamente, queriendo saborear y sentir cómo sería ceder.
El fuego ruge en mis venas, e inmediatamente quiero más. Más besos,
más caricias, más de todo lo que es Gage. Me alejo rápidamente, negándome
a permitir que la necesidad anule lo que tenemos entre manos. Todo ha
terminado antes de que tuviera tiempo de empezar, y entonces doy un paso
atrás, me doy la vuelta y me concentro en lo que tengo que hacer a
continuación.
Gage se queda ahí parado un momento, y luego otro, con la mirada
clavada en mi nuca mientras finjo prepararme una taza de café. Me obligo a
no moverme ni a mirarle, pero se me revuelven las tripas de preocupación
por si no se va, por si no me escucha.
Suelto un suspiro inaudible cuando sus pasos se dirigen hacia el mostrador
y el dependiente le saluda alegremente. Paga su bebida y lo que Jury tira sobre
el mostrador cuando se reúne con él. El líder de los Caballeros me dirige una
mirada, pero, por suerte, sus ojos no se detienen. Entonces suena el timbre de
la puerta y ambos salen.
El alivio me inunda y busco una tapa en un montón que hay al lado y la
pongo encima del café que no tengo intención de beberme. Me acerco
despreocupadamente a un pasillo de golosinas, donde puedo vigilar
discretamente a los Centinelas mientras observo a los Caballeros y a mis
Escudos a través de la cristalera.
Jury les dice algo a Brae y Ledger mientras se acerca a ellos, y Brae suelta
una carcajada ante lo que sea. Sin embargo, la ligera rigidez de los hombros
de Ledger me dice que tienen su propia palabra clave.
Gage se acerca a Rafe, que está limpiando el parabrisas trasero con una
escobilla. Le hace una señal a mi Escudo y luego parece ponerle al corriente,
inclinándose ligeramente hacia él. Rafe asiente una vez como si no le
importara nada. El único indicio de que algo ha cambiado es la forma en que
su mirada se desvía hacia el grupo al otro lado del surtidor antes de volver a
ignorarlos.
Hemos hablado muchas veces sobre algo así. Lo hemos planeado lo mejor
que hemos podido y hemos repasado hasta la saciedad los peores y los
mejores escenarios. En teoría, estábamos preparados para el día en que
Deveraux me alcanzara, pero ahora que está ocurriendo, todo parece
demasiado pronto y demasiado rápido.
En un momento somos una familia con futuro, y ahora puede que todo
haya desaparecido.
Aparto ese pensamiento, sin dejar que la emoción que me oprime el pecho
me afecte aún más.
Esto no es un adiós, me digo.
No me permitiré pensar así. Puedo despachar a esta partida de caza como
he entrenado para hacerlo, y luego me reuniré con mis Escudos y los
Caballeros y recuperaremos a Harlow.
Yo me encargo.
Sutilmente, Rafe activa las runas de Escudo en su dedo corazón,
señalando silenciosamente a Tree y haciéndome saber que han captado el
mensaje. Deja la escobilla de goma en un cubo junto al surtidor, y Tree y él
se dirigen al otro todoterreno y suben.
Dejo de mirar lo que ocurre fuera y cojo unas cuantas chocolatinas. Los
Centinelas están cargando bebidas para el grupo de fuera, y el hombre toma
unas patatas fritas y una mezcla de frutos secos y los añade al montón que
hay en el mostrador. La dependienta se encarga de empaquetarlo todo y mira
con ojos alegres al apuesto hombre.
Mis pensamientos son un revoltijo de qué hacer a continuación. Podría
seguirles en el coche que mis Escudos dejaron atrás. Podría buscar un lugar
más discreto para tenderles una emboscada, pero eso les daría tiempo para
descubrirme. Podría atacar aquí, poner una barrera alrededor del edificio
mientras me encargo de estos dos, pero eso daría tiempo a los otros para pedir
refuerzos. No, tengo que alejarlos de aquí y llevarlos a algún lugar apartado,
pero ¿cómo?
La canción de Harry Potter empieza a sonar en el bolsillo del Centinela.
Se ríe y luego niega con la cabeza, saca el teléfono y lo mira como si el tono
de llamada fuera una sorpresa para él.
—Maldito lobo —refunfuña antes de responder a la llamada—. Hola,
Wekun, estamos a punto de dirigirnos hacia ti. —Saluda jovialmente.
Su sonrisa vacila y frunce el ceño mientras escucha a quien está en la otra
línea.
—¿Cómo que no suben al coche? Creía que estaba arreglado.
El Centinela le tiende una mano a la mujer y sale de la gasolinera gritando
algo a uno de los otros.
Por un momento, me cuestiono mi buena suerte. Es imposible que eso
haya pasado. Pero entonces decido tomarlo como una señal y aprovecho la
oportunidad... literalmente.
La campana de la puerta ni siquiera ha dejado de tintinear cuando dejo
caer mi café, extraigo el aire del cuerpo de la dependienta hasta que se
desmaya, y entonces salto sobre la espalda de la Centinela, haciéndole una
llave en la cabeza.
—¿Qué coño? —gruñe, sorprendida.
El factor sorpresa juega a mi favor, y uso la magia del aire para amortiguar
la caída de la empleada y volar con la Centinela más allá de los baños y por
la salida de emergencia. Salimos volando por la puerta trasera y nos elevó
hacia el cielo como un cohete, alejándonos de la ciudad y volando hacia el
bosque circundante.
La Centinela no tarda mucho en salir de su estado de shock y empezar a
luchar contra mí. La consideraba una cazadora perezosa, pero da unos
puñetazos de la hostia. Me da varios codazos en el costado, pero cuando eso
no me derriba, intenta sacarme de encima, lo que nos hace dar una voltereta
brutal.
Utilizo su lucha contra ella, maximizando nuestra velocidad inducida por
la magia y la torsión que creamos al pelear, para mantenerme pegada a su
espalda y mi brazo alrededor de su garganta. Cuando se da cuenta de que no
puede hacer la palanca que necesita para derribarme, abandona sus esfuerzos
y recurre a su magia. No me sorprende sentir su hechizo, pero sí percibir las
runas exactas a las que recurre. De algún modo, sé que está invocando una
larga daga en su mano.
Antes de que pueda usarla conmigo, la dejo caer.
Como dos cazas derribados, ambas caemos del cielo. Me imagino un
aterrizaje fácil, y floto hasta el suelo como la mismísima Mary Poppins. Para
mi sorpresa, la Centinela no se estrella contra los árboles como esperaba. Eso
significa que también tiene afinidad con el aire, pero no se ha molestado en
usarlo hasta ahora. Por lo que parece, no es tan hábil como yo en este
elemento, pero tampoco se queda atrás.
Se detiene en el suelo, agazapada y preparada. Sus ojos verdes turquesa
escudriñan en nuestro pequeño claro hasta que se posa en mí. Su mirada es
potente, y me preparo para la verdadera batalla que está a punto de comenzar.
—¿Vas por ahí saltándole encima a cualquiera, o yo soy especial? —
pregunta, sonando extrañamente tranquila, su tono lleva un trasfondo de
fastidio donde yo esperaba oír rabia.
Hay algo en ella que me resulta extrañamente familiar, pero no sé qué. No
creo que estuviera en el aquelarre de Dev cuando me fui. Cualquiera de los
suyos con los que me he cruzado desde entonces está muerto, y sin embargo
no puedo evitar la sensación de haber visto antes a esta Centinela.
Se desabrocha el abrigo y lo tira junto con el jersey a un lado,
preparándose para el enfrentamiento que se avecina entre nosotras. Tiene
muchas marcas en los brazos, en la parte superior de los hombros y veo la
punta de lo que creo que es una estrella justo encima del escote de su camiseta
de tirantes. Probablemente esté acostumbrada a que otros centinelas se
resistan al arsenal de poder que lleva estampado, pero yo también tengo mi
propio arsenal intimidatorio.
Dejo caer todas las máscaras que me envuelven y permito que las runas y
cicatrices que siempre mantengo ocultas afloren a la superficie de mi piel
como el aceite en el agua. Rebusco en mi interior, en la fuente inagotable de
mi poder, hasta que todas las runas están cargadas y listas para funcionar, y
resplandezco con un poder púrpura brillante.
Jaque mate, perra.
—Deveraux no se va a alegrar cuando sepa que te tomé por sorpresa —
me burlo.
—Oh, sí —responde sarcásticamente—. Eres una auténtica malota,
cargándote a una anciana y atacando a una desconocida desprevenida.
Cuidado, mundo, tenemos una verdadera supervillana entre nosotros.
—¿Cómo me encontraste? —exijo, aprovechando su naturaleza
charlatana.
Normalmente, no puedo sacar una mierda de los secuaces de Dev antes
de que mueran. Diría que está raspando el fondo del barril con esta Centinela,
excepto que puedo sentir lo poderosa que es... y yo no debería poder hacer
eso. La magia puede sentirse como magia, pero eso no es lo que está pasando
aquí; puedo sentir su maldita fuente, y estoy bastante segura de que ella puede
sentir la mía también.
—Escucha, estas hasta arriba de bocadillos de cacao, tú empezaste esta
pequeña pelea, no al revés. Creo que eso significa que me encontraste tú. De
cualquier manera, sigue con lo que empezaste o vete a la mierda. Hace frío y
tengo otras cosas que hacer hoy.
Una espada se materializa en sus manos, y una igual aparece en las mías.
Ambas cargamos contra la otra al mismo tiempo. Nuestras espadas se
conectan en una explosión de poder que sale de nosotras como si fuéramos
dos bombas atómicas chocando. Golpeamos y giramos, doblamos y
presionamos. El estruendo de nuestros golpes rebota en los troncos de los
árboles que nos rodean y parece que estemos luchando en medio de un
campanario. Con saltos, volteretas y patadas, nuestros movimientos se
vuelven borrosos mientras atacamos y nos defendemos por turnos, sin que
ninguna de las dos gane terreno a la otra y sin perderlo tampoco.
Es alarmante lo igualadas que estamos. Si no lo supiera, pensaría que
Fausto la entrenó personalmente.
Dejo caer la magia sobre mi espada para poder escabullirme bajo su
guardia y placarla. Está claro que necesito acercarme para causarle daño.
Absorbe mi carga con facilidad, nos hace rodar hacia atrás y usa sus
poderosas piernas para patearme por encima de ella. Salgo volando, pero uso
magia de aire para redirigir mi caída y lanzarme hacia ella. Me apunta con
varias bolas de fuego, pero no son más que una pantalla para las enormes
rocas que ha llamado en su ayuda.
Joder, ¿tiene todas las afinidades que existen? Y yo que pensaba que
era especial.
Las rocas se abalanzan sobre mí como si fuera Pedro Martínez, lanzador
de los Red Sox, pero yo las bateo todas con la ayuda de algunos troncos
caídos.
Los Cullen no tienen nada contra mí.
Ambas llamamos a nuestros cuchillos arrojadizos, lanzándolos la una
contra la otra como si fuésemos un número de circo para maravillar con
nuestras acrobacias que desafían a la muerte. Esquivamos y bloqueamos
antes de volver a atacar a corta distancia, intentando apuñalarnos y mutilarnos
mutuamente. Ambas recibimos algunos golpes, pero nada más grave que un
corte con un papel, así que cambiamos a las hachas y tratamos de convertirnos
en astillas de Centinela por pura fuerza.
El poder se acumula en nuestro interior y a nuestro alrededor hasta que
las hebras de nuestro cabello flotan con él. Las dos invocamos nuestra magia
Centinela al mismo tiempo, pero en lugar de que una domine a la otra, nos
separamos en un estallido de luz púrpura. Es como si la polaridad de nuestro
poder fuera la misma y no nos dejara usarlo la una contra la otra.
¿Qué coño?
—¿Qué carajo ha sido eso? —gime, y hacemos contacto visual, nuestras
miradas se estrechan hasta convertirse en torvas ranuras, como si lo que
acabara de pasar fuera culpa de la otra.
Nos levantamos a la vez, como si bailáramos la misma coreografía. Me
apresuro a quitarme la sudadera para poder moverme con más facilidad y
refrescarme mientras empezamos a acecharnos en círculo, dos leonas en
busca de un hueco por el que arrancarle la garganta a la otra.
Loba está sorprendentemente tranquila en mi pecho. Esperaba que echara
espumarajos por hincarle el diente a esta zorra, pero parece que se contenta
con observar en lugar de involucrarse.
—¿Dónde está Harlow? —ladro mientras caminamos otro circuito
alrededor de la otra.
—¡Ni puta idea! ¿Dónde está Wally? —replica mientras agita las manos.
Todos los cortes y golpes que le he propinado están curados, y ella observa
lo mismo en mí. Sus ojos se detienen en algunas de mis cicatrices, pero no
hay piedad ni compasión en su mirada.
Me doy cuenta de que hay algo en esta situación que no está bien, pero no
tengo ni idea de qué.
Respiro hondo y me concentro en mis sentidos. Antes dejé que mis ojos
guiaran mis acciones y sólo utilicé la nariz para confirmar la presencia
Centinela. Pero ahora me pregunto si me he perdido algo. Una vez más,
percibo de inmediato notas florales y cítricas, pero cuando examino las capas
bajo el aroma de Centinela, capto sutiles tonos terrosos de lobo y un fuerte
sabor a Caster. Estudio las runas de su hombro con más detenimiento y me
doy cuenta de que tiene una mordedura de compañero rúnica. Estoy a punto
de preguntarle qué demonios está pasando cuando algo me aborda con fuerza
por detrás.
—¡Torrez, no! —grita la mujer, pero yo me pierdo en una furia de pelaje,
colmillos y músculos.
El rugido que me atraviesa sacude el suelo mientras envío volando por el
aire a un enorme lobo gris. Loba sale a la superficie, pero no le entrego
nuestro cuerpo por completo. Nos encierro en un estado intermedio que la
mayoría de los metamorfos no pueden mantener.
Loba y yo estamos ahora en el asiento del conductor, prestándonos
mutuamente nuestra fuerza y creando un híbrido de terror que no liberamos
a menudo. Unas garras despiadadas emergen de la punta de mis dedos y
atraviesan las botas de mis pies. Una corta pelusa negra se extiende por mi
piel, pero no es el largo pelaje que ella tiene cuando estamos en su cuerpo, ni
la piel que tenemos en el mío. Es algo en el medio. Los colmillos caen en
nuestra boca, y los huesos de nuestro rostro cambian ligeramente pero no se
desplazan del todo.
Bajé la guardia con la Centinela, lo que fue estúpido. No volveré a
cometer ese error. Es hora de terminar con esto.
Hay una grieta en la tierra desde donde el otro lobo se abalanzó sobre mí
y nos hizo derrapar. Se pone en pie desde donde lo arrojé y me mira con
recelo mientras me acerco. La bestia no ataca, pero se mueve de lado en
dirección a donde está la hembra, como si supiera que necesita mucho más
apoyo cuando se trata de mí.
Mordiste más de lo que podías masticar, ¿no, lobo?
El inconfundible sonido de la lucha nos alcanza a medida que nos
acercamos al claro, y de repente el lobo que tengo delante no es mi principal
objetivo, porque no debería haber nadie con quien luchar por aquí excepto
yo.
No. No. NO. ¡NO!
El corazón me salta a la garganta. Esos malditos no lo harían. No
arriesgarían a Harlow así. Loba y yo aullamos de incredulidad y miedo,
mientras la furia nos recorre el pecho. Abandonamos al lobo gris que
estábamos cazando y corremos en dirección a una batalla que no debería estar
ocurriendo.
Soltamos nuestra parcial transformación mientras me lanzo a la refriega,
derribando al macho de la gasolinera mientras echa un brazo hacia atrás para
golpear a Tree en la cara.
—¿Qué coño haces aquí? —le gruño a mi Escudo, la rabia me abrasa por
dentro.
Utilizo el aire para alejar al otro Centinela y dirijo una mirada furiosa al
hombre que ha desobedecido una orden directa. Veo a Rafe luchando contra
un tipo grande, y el dolor y la ira se disputan el dominio de mi pecho.
Arriesgaron el salvar a Harlow, y no sé cómo sentirme al respecto.
Todos los Centinelas de la gasolinera están aquí luchando. Los Caballeros
y mis Escudos se están enfrentando y resistiendo, pero es solo cuestión de
tiempo que eso cambie.
Para mi sorpresa, la Centinela con la que estaba luchando grita a su grupo.
—¡Dejad de pelear, chicos! Bajad las armas —ordena.
Pero lo que más me sorprende es que empiezan a obedecerla y sus espadas
y cuchillos desaparecen tan rápido como los llamaron.
¿Por qué no tratan de matarnos?
Aprovechando la pausa en la acción, Tree llama a su gran espada
claymore en sus manos y se abalanza sobre la hembra. Mi corazón se
desploma.
Es demasiado buena. Ella lo matará.
Un grito se construye en mi garganta, y la energía se carga en mi núcleo
mientras apunto magia bruta a mi Escudo, desesperada por desviarlo del
camino para poder interceptar lo que sea que la Centinela vaya a lanzarle.
Un chirrido ensordecedor desciende del cielo, el sonido me destroza los
tímpanos y me hace caer al suelo para taparme los oídos. De la nada, una
enorme bestia cae de los cielos y aterriza con un estruendo que sacude la
tierra en medio del combate. El impacto hace estallar tierra y rocas, y cuando
el polvo empieza a asentarse, la criatura que ocupa el centro del cráter recién
formado es blanca como la nieve y amenazadora. Miro con los ojos muy
abiertos sus alas de ónice, su pico y sus garras del mismo color. Unas garras
afiladas se clavan en el suelo y me doy cuenta de que las patas delanteras del
monstruo son como las de un pájaro, mientras que las traseras son como las
de un gran felino.
¿Eso es un... Grifo?
Me quedo boquiabierta ante la impresionante criatura.
¿Los Grifos son reales?
—¡Ya basta! —brama un hombre mientras todos luchan por levantarse de
donde fueron derribados por el impacto de la bestia.
La magia transporta la advertencia del macho más allá de mí, hacia los
árboles, y puedo sentir una extraña ondulación de exasperación en el poder.
Es entonces cuando veo a un hombre a lomos de la bestia. El mismo hombre
con el pelo blanco recortado y los extraños ojos color champán que vi antes
delante del taller mecánico.
Golpea su mano en el aire de una manera muy enfadada.
—No sé qué os pasa a todos, pero así no se comporta un Sept.
Otros tres gigantescos grifos caen del cielo, lanzando un rugido
amenazador por la boca mientras aterrizan y rodean al grupo. Todos se
quedan estupefactos, con las miradas parpadeando de un feroz depredador a
otro, sin dejar de observar a los enemigos que tienen cerca y al hombre de
ojos extraños que se encuentra en el centro de todo.
—Dejad de pelearos inmediatamente —ordena el tipo del cabello blanco,
lo que parece un poco inútil porque todos estamos demasiado ocupados
preguntándonos si estamos a punto de convertirnos en comida para grifos
como para seguir peleándonos.
—Buscad a vuestra Centinela e iros con ella mientras resolvemos todo
esto. No más puñaladas, golpes ni mordiscos, en serio. —Vuelve a gritar el
tipo, como si fuéramos niños revoltosos en un viaje por carretera y nos
amenazara con dar la vuelta si no empezamos a comportarnos.
Para mi sorpresa, los otros Centinelas escuchan. Todos se levantan y se
acercan a la hembra de pelo oscuro. Incluso los Grifos se acercan unos a otros,
aunque el grande y negro todavía parece querer hacer de alguien su juguete
masticable.
Lentamente, Tree y Rafe se ponen en pie y se mueven en mi dirección.
Los Caballeros les siguen rápidamente y retroceden hacia mí como si yo fuera
la jefa de esta excursión infernal.
Sigo muy cabreada con todos ellos, pero los observo mientras se acercan,
aliviada de no ver ninguna herida grave.
Bien, estarán frescos como margaritas cuando los machaque por no
escuchar.
—¿Qué coño pasa, Wekun? —exige la mujer con la que estaba luchando
mientras se sacude el polvo. Mira con el ceño fruncido al tipo de cabello plata
y ojos extraños.
—No me jodas, Vinna —dice Wekun, agitando el brazo en mi
dirección—. ¿No te has parado a pensar ni por un segundo que la Centinela
con la que estás luchando podría ser el miembro del Sept que necesitamos
encontrar?
Se encoge de hombros.
—Lo consideré.
Él espera a que continúe, pero no lo hace. Se pasa una mano por la cara y
juro que le oigo murmurar algo sobre pastorear gatos antes de mirar
fijamente a la mujer.
—¿Y qué, querías ver de qué estaba hecha? —La acusa, mirándola como
si ya supiera la respuesta y no le impresionara.
Vinna cruza los brazos sobre el pecho y patea la suciedad a sus pies,
haciendo que se arremoline alrededor de sus botas negras de combate. Miro
hacia abajo y veo que mi calzado favorito está destrozado. El grandullón de
pelo negro corto y ojos grises con el que luchaba Rafe empieza a reírse entre
dientes, y Vinna le frunce el ceño.
—Tal vez —admite, y algunos de los otros chicos gimen o sonríen ante
su respuesta.
El grifo blanco que está a espaldas de Wekun se aleja de él y empieza a
rozarse con los otros tres monstruos que están juntos. Wekun lanza una bolsa
en su dirección, y un grifo blanco y gris la arrebata del aire con el pico y la
deja caer en algún lugar en medio del grupo de bestias.
—¿Qué coño está pasando? —murmura Rafe a mi lado, expresando lo
mismo que yo estaba pensando.
—No estoy contenta contigo, eso es lo que pasa —le contesto
fulminándole con la mirada.
—Bueno, ya somos dos —refunfuña.
—Tres —interviene Jury.
—Cuatro —añade Gage, seguido del cinco de Ledger y el seis de Brae.
Tree no dice nada, pero no hace falta; cuando le miro, su cara dice siete.
Las miradas ardientes de los Caballeros se clavan en mí cuando me
observan sin todas las ilusiones con las que suelo envolverme. Tengo miedo
de lo que veré en sus ojos si los miro. Así que no lo hago.
Es una cobardía, lo sé, pero estoy aquí de pie, con todas mis cicatrices y
mis marcas, y me siento más desnuda que cuando lo estoy de verdad. Una
parte de mí quiere volver a cerrar de golpe todas mis barreras y ocultarlo todo,
pero no tiene sentido, es demasiado tarde. El secreto de los Centinelas ha
salido a la luz. Y por mucho que me preocupe lo que eso significa ahora para
todos nosotros, no quiero esconder quién soy tras otro truco visual.
No quiero esconderme... no de ellos.
—¡Ha sido divertido! —anuncia una mujer de pelo blanco y piel
bronceada mientras sale de debajo de una enorme ala negra de Grifo—.
Paloma dice que sois sus nuevos favoritos.
¿De dónde demonios ha salido?
Apenas se me pasa por la cabeza cuando las tres bestias que hay detrás de
ella empiezan a encogerse y a transformarse en mini montañas de machos
malhumorados.
Observo boquiabierta a los tres hombres, que sacan ropa de la mochila
que les han tirado y empiezan a vestirse. La ropa no parece sentarles muy
bien, pero eso no es asunto mío.
Aparto la mirada antes de que mi asombro pueda confundirse con otra
cosa.
Metamorfos de Grifos.
No me lo esperaba. Por otra parte, no hay mucho en esta situación que
viera venir.
—Son esos tipos del taller mecánico —susurra Rafe, pero si es para mí o
para sí mismo, no lo sé—. Sé que lo he dicho antes, pero vale la pena
repetirlo: ¿Qué coño está pasando?
Miro a mi alrededor para ver si alguna otra criatura sobrenatural sale
saltando de los árboles o cae del cielo, tal vez un dragón o un unicornio, pero
seguimos estando solos en este claro. Los cambia formas, los centinelas y los
grifos.
Me pregunto qué pasará cuando todos entremos en un bar.
Wekun les dice algo a las dos hembras que no capto, y ambas miran antes
de empezar a caminar en nuestra dirección. Invoco dos dagas, sólo para estar
segura... y tal vez comunicar un poco de no queréis meteros con esto.
—Así que ahí es de donde sacaste ese cuchillo —murmura Ledger desde
algún lugar detrás de mí.
Quiero sumergirme en su voz y ahuyentar el matiz de dolor que oigo en
ella, pero no sé si me dejaría, aunque pudiera.
—Hola. —Me saluda Wekun cuando los tres se detienen a metro y medio
de distancia. Su sonrisa es radiante y amplia cuando me estudia.
Un gruñido grave comienza a mi izquierda, y miro para encontrar a Jury
con los labios retraídos y la mirada fija en el macho de pelo blanco.
Reprimo la sonrisa que se me dibuja en la cara. Supongo que estamos en
paz. Yo asusté a una azafata y Jury saca la artillería pesada para el Centinela.
Una parte de mí quiere ver esto como una buena señal. No pueden odiarme
completamente si aún quieren protegerme, ¿verdad? Pero sé que no debo
hacerme ilusiones.
Wekun exhala un profundo suspiro.
—Siempre son los compañeros.
—¿Tienes tu runa activa? —pregunta Vinna, mirándole—. A nadie le
gusta ser sex-deslumbrado, Wekun.
—¿Es como excitarse? —pregunta la bella mujer de larga melena blanca.
—Más o menos, sólo que, en lugar de una vagina reluciente, sólo tienes a
Wekun haciéndote enloquecer porque cree que no intentarás matarlo si te
gusta —responde Vinna.
—¿Puedes hacer eso? —Suelto, atónita.
Rápidamente cierro de golpe la puta tonelada de preguntas que me
inundan.
No.
La curiosidad no va a matar a esta loba.
No sé quiénes son estas personas, por qué están aquí o si alguno de
nosotros está a salvo. Hasta que tenga respuestas a esas preguntas, voy a
mantener la boca cerrada y mis sentidos en alerta máxima.
Wekun parece a la vez orgulloso y ligeramente avergonzado.
—Sí, puedo hacerlo. Sólo lo uso en contadas ocasiones, y no, no lo voy a
usar ahora. Así que dile a tu compañero —hace un gesto inocente hacia
Jurado—, que sólo estoy aquí para ayudaros a las tres, ni más ni menos.
No corrijo lo del compañero, y eso o lo que ha dicho Wekun tiene a Jury
dándole al botón de silencio de su gruñido posesivo.
—Soy Wekun, ella es Vinna y ella es Falon —dice Wekun, señalando
primero a la mujer morena con la que luché y luego a la metamorfa grifo—.
Son tu Sept o clan... ¡sorpresa! —canta, como si fuera una fiesta sorpresa y
el invitado de honor acabara de entrar por la puerta.
Su sonrisa se atenúa lentamente cuando no reacciono, y prácticamente
puedo oír el canto de grillos imaginarios en el silencio que de repente llena
el claro.
Miro a Falon, preguntándome si sabe de qué demonios está hablando ese
tal Wekun. Tiene unos ojos lila-púrpura sorprendentemente brillantes. Su tez
bronceada, sus pestañas oscuras y sus cejas hacen que su cabello blanco
parezca aún más oscuro en comparación.
Curiosa, capto su aroma, queriendo memorizar a qué huele un grifo.
Encuentro notas de aire fresco de montaña y cedro, pero es el revelador aroma
del jazmín y la naranja lo que me hace estremecerme de repente.
Mierda... es una híbrida.
Escudriño la camisa de manga larga y los pantalones de Falon, sabiendo
que debe llevar runas ocultas debajo. Vuelvo a centrarme en Vinna,
catalogando una vez más el aroma de Caster y el trasfondo de lobo, y lo veo
todo bajo una nueva luz.
No me jodas. Ambas son híbridas.
Examino sus rostros, buscando anillos morados alrededor del iris o
cualquier otra cosa que me indique que se trata de una trampa, pero no hay
ninguno de los signos evidentes. Supongo que eso responde a la pregunta
sobre Deveraux. Si él supiera de ellas, estarían muertas o cerca de estarlo.
Eso sólo deja al varón de sangre pura, Wekun, con el que lidiar.
Fácilmente podría tener lazos con Deveraux.
—¿Conoces al Soberano de los Centinelas Oscuros? —pregunto
directamente al tipo.
—No, no sabía que el resto de los Marcados Oscuros tuvieran uno —
responde de manera uniforme.
La energía me recorre mientras activo mis runas y escucho atentamente
su ritmo cardíaco y cuento los segundos que transcurren entre sus
respiraciones. Sus pupilas no se dilatan por el interés y su semblante está
tranquilo. El hedor putrefacto de la mentira o la omisión no inunda el aire
entre nosotros. Podría estar diciendo la verdad, o podría estar enmascarando
algo.
—¿Nunca has oído hablar de Deveraux Malik? —Presiono, una vez más
escuchando atentamente, observando y tratando de percibir mágicamente
cualquier atisbo de deshonestidad o amenaza.
—¿Quién es? —pregunta Vinna con cautela.
—Caza híbridos por deporte. —Asiento tanto a ella como a Falon, y un
murmullo de agitación e inquietud recorre a todos en el claro.
Wekun ladea la cabeza pensativo y luego la sacude lentamente.
—Estoy seguro de que a la Soberana de la Luz le interesaría saberlo.
El pánico se apodera de mí y levanto las manos como si eso fuera a
detenerlo.
—No. Mantente a ti y a tu Soberana lo más lejos posible de él —me
apresuro a advertirle, con el corazón galopándome en el pecho como si
estuviera a punto de salir corriendo.
Mierda, ¿qué acabo de hacer?
Lo último que necesito es a alguien husmeando en el nido de avispas que
es Deveraux y su legión.
Él me estudia durante un rato.
—¿Fue él quien te las hizo? —pregunta en voz baja, señalando con la
cabeza mis cicatrices.
Miro hacia abajo y observo los daños en mi piel, ligeramente elevados,
que parecen rayos que me recorren los brazos. El daño me atraviesa parte del
pecho, me sube por un lado de la garganta, me cubre toda la espalda y me
estropea la parte exterior del muslo izquierdo. La salvaje tormenta a la que
he sobrevivido está permanentemente grabada en todo mi cuerpo.
Mantengo las cicatrices ocultas, no porque me avergüence de ellas. Sé lo
que representan, y si pudiera llevarlas como una insignia de honor, lo haría.
Pero me hacen muy identificable, y eso no es algo que quieras cuando te estás
escondiendo del hombre del saco.
Antes de que pueda responder, mis Escudos y mis Caballeros empiezan a
gruñir, claramente no les gusta esa pregunta. Wekun levanta inmediatamente
las manos en señal de disculpa y baja la mirada, como si supiera que la
situación acaba de pasar de tensa a volátil y quisiera demostrar que no
pretendía hacer daño.
Es extrañamente considerado para un Centinela, o al menos lo que sé de
ellos.
Por otra parte, empiezo a preguntarme cuánto sé sobre la especie
sobrenatural culpable de la mitad de mi existencia. Todo lo que me enseñaron
sobre los Centinelas vino de Fausto y sus súbditos. He oído hablar de los
Marcados de la Luz y los Marcados de la Oscuridad mientras crecía, pero
después de huir, lo último que iba a hacer era enredarme con alguien que
tuviera runas.
—Tienes razón, he sido presuntuoso. Lo siento. —Se disculpa
rápidamente.
Me encojo de hombros y señalo mis Escudos.
—Hemos tenido malas experiencias con los Centinelas —admito.
—Yo igual —chirrían al unísono Falon y Vinna.
Se miran entre ellas y luego a mí, y todas soltamos una carcajada cargada
de comprensión y teñida de una pizca de tensión. Me doy cuenta de que el
resto de los cambia formas grifos se están acercando a Falon, al igual que el
grupo de Centinelas de Vinna, como si quisieran proteger e incluirse en lo
que sea que esté ocurriendo aquí, pero les han dicho que se queden atrás.
Es bueno ver que no sólo mis Escudos parecen tener problemas para hacer
lo que se les dice.
Miro las manos de Falon. En el dedo corazón no tiene runas, pero en el
anular tiene cuatro. La de arriba es su marca personal, un símbolo de aspecto
floral con cuatro pétalos, y las otras runas me indican que tiene tres
compañeros. A juzgar por los tres cabrones gigantes que la observan como
un halcón, supongo que son los que están detrás de ella.
Vinna tampoco tiene las runas del Escudo, pero en su dedo anular tiene
estampadas muchas runas, siete malditos Elegidos. Su marca personal es una
estrella de ocho puntas, y miro detrás de ella para ver a los siete hombres que
deben de ser sus compañeros.
—Maldita sea, siete Elegidos, eso sí que es un puñado. —Suelto antes de
poder contenerme.
Se ríe y una sonrisa de felicidad se dibuja en su rostro mientras mira a sus
chicos. El amor que veo en sus ojos, y en los de ellos, es asombroso. Es como
un golpe en el pecho que me deja dolorosamente consciente de lo que me
falta y de lo que apenas puedo admitir que quiero.
Algo en la forma en que mira a sus Elegidos y en la forma en que ellos la
miran a ella me ha relajado inesperadamente. Es como si supiera en mis
entrañas que, sea quien sea la tal Vinna, no quiere hacerme daño a mí ni a
nadie que me importe. Alguien que puede amar como ella no es alguien de
quien deba preocuparme.
Hay que tener cuidado de los que tienen los ojos muertos. Los que viven
para odiar y les encanta hacer daño nunca pueden ocultarlo durante mucho
tiempo. Siempre acaban mostrando su verdadera cara, y no son capaces de
sentir la adoración que Vinna siente por sus compañeros.
—Tienes dos Escudos y un Elegido, ¿verdad? —pregunta Falon,
señalando mis manos.
Se me hace un nudo en la garganta y sacudo rápidamente la cabeza. Parece
confusa y sus ojos lila-púrpura vuelven a posarse en mis dedos.
—Tengo dos Escudos, ningún Elegido —corrijo, flexionando los dedos y
luchando contra el impulso de esconderlos detrás de la espalda—. Y.…
algunos Caballeros —añado, sin saber exactamente cómo cuantificar a Jury,
Brae, Ledger y Gage, pero sin que me guste la idea de dejarlos fuera.
—¿Cómo te llamas? —pregunta Falon, cuyo tono se suaviza un poco
cuando le explico que no tengo ningún Elegido a pesar de la runa de uno que
hay bajo las dos lunas crecientes invertidas, que es mi marca.
—Savoy —le ofrezco, devolviéndole torpemente la amable sonrisa que
me dedica.
—¿Por qué siento que te conozco? —interviene Vinna, con el ceño
fruncido mientras sus ojos verdes como el agua me miran a la cara.
—Qué raro, yo pensaba lo mismo cuando peleábamos —confieso, igual
de desconcertada.
—¿Hemos luchado antes? ¿Formabas parte de El Circuito? —pregunta
pensativa, refiriéndose al conducto de lucha clandestino o ilegal de los supes.
Mis ojos se abren un poco al oír el nombre.
—Sí, de hecho, desde hace unos tres años. Pero a menos que puedas
enmascarar tus runas como yo, no creo que nos hayamos enfrentado; me
habría acordado de alguien como tú —le digo, señalando sus marcas.
Más bien la habría evitado a toda costa. Desde lejos, no habría tenido
forma de saber que era una híbrida, y nunca me habría acercado lo suficiente
para averiguarlo. Todos los centinelas son peligrosos y, sin embargo, hay
algo en Falon y Vinna que me parece inesperadamente... seguro.
No me salta ninguna alarma. Mis tripas no me gritan. Ningún escalofrío
me recorre la espalda. Me siento extrañamente asentada, como si hubiera
encontrado una pieza de algo importante que no sabía que me faltaba hasta
ahora.
—¿Enmascarar? —interviene Wekun, con interés en su mirada color
champán—. ¿Por eso no pude verte? —pregunta, casi para sí mismo, con cara
de preocupación—. Tengo que hablar con alguien —murmura, y desaparece.
Un rápido sonido marca su salida, y todos los Caballeros empiezan a mirar a
su alrededor, confusos.
—¿Qué cojones? ¿Dónde se ha metido? —pregunta Brae, girando en
círculo detrás de mí como un perro que se persigue la cola.
—Ya te acostumbrarás —dice Vinna tímidamente.
—Sí, puede ser críptico, pero tiene buenas intenciones —añade Falon
encogiéndose de hombros.
Uno de los cambiantes de grifo ruge algo. Es el más grande de los tres,
con el pelo negro hasta los hombros y ojos color miel. Creo que dice "jodido
ouphe", pero no estoy completamente segura.
—Bueno, ahí va el plan de juego. —Vinna hace un gesto con la mano al
lugar vacío donde Wekun estaba de pie—. Se suponía que iba a explicar todo
esto del Sept, porque ninguna de las dos tiene ni idea.
—Nosotras también acabamos de conocernos —explica Falon, asintiendo
a Vinna—. Lo único que sabemos es que cada una de nosotras tiene esto. —
Echa la cabeza hacia atrás y me enseña la runa que tiene grabada. Es el
contorno negro y grueso de un círculo.
Me froto la barbilla y la runa a juego que apareció de la nada hace unos
seis meses. No tenía ni idea de por qué había aparecido ni de lo que hacía, y
no he querido meterme con ella sin saber qué podía pasar.
—Se supone que nos vincula de algún modo, pero no sabríamos decirte
cómo ni por qué, aparte de que ocurre con los Centinelas que tienen Magia
Vinculante.
Falon se encoge de hombros.
—¿Magia Vinculante? —pregunto, nunca había oído ese término.
—Sí, supongo que todas somos pequeños copos de nieve especiales.
De repente, la voz de Falon se desvanece y mi visión se hace un túnel, y
ya no estoy en el claro con todos, sino acurrucada en un rincón, aterrorizada
y gimoteando mientras Fausto se enfurece.
—Creyó que podría esconderte de mí —ruge, y yo intento atrincherarme
más contra la pared para alejarme del extraño que acaba de arrancarme de
los brazos de mi madre y traerme aquí pataleando y gritando—. Eres una
abominación —gruñe, acercándose con un paso amenazador, y yo grito, con
todo el cuerpo temblando de miedo—. Sabía que tenía que haber por medio
magia cuando me sentí atraído por la puta de tu madre. ¿Y ahora ha traído
a una mestiza a este mundo? —grita, tirándose de su brillante cabello rubio,
con los ojos amarillos inyectados en sangre y enloquecidos.
Coge un cuadro de la pared y lo lanza con estrépito. Los cristales estallan
por todas partes y yo me sobresalto y me cubro la cabeza.
—Los puros no se mezclan con los sucios. ¡No lo toleraré! —brama,
arrancándome del rincón por el brazo.
Grito y él me abofetea, el dolor me estalla en la cara mientras los sollozos
me sacuden el pecho. De repente, las manos de Fausto me rodean la
garganta, apretando, lastimándome, silenciándome.
Pataleo y araño, intentando luchar como lo hace la loba de mamá, pero
aún no tengo mi loba y no puedo respirar.
El pánico y el terror me ahogan mientras algo caliente y abrasador se
apodera de mi pecho. Mis inútiles manos se separan de los brazos del
hombre, mis músculos se relajan mientras unos puntos negros manchan mi
visión. Entonces, de la nada, una brillante luz púrpura sale disparada de mí
y el hombre vuela por los aires.
Caigo al frío y duro suelo, tosiendo mientras mis pulmones se esfuerzan
desesperadamente por tomar aire. Un dolor abrasador me envuelve los
brazos y grito de agonía por el tacto fundido que me quema.
Anillos de marcas negras aparecen en mi piel uno a uno, y el dolor
empieza a desaparecer.
—Imposible. Eres demasiado joven —jadea el hombre, tirando de mi
brazo hacia él para poder observar las marcas—. Eso sólo les pasa a los...
pero esa magia está muerta... —susurra para sí antes de volver a empujarme
el brazo. Intento alejarme de él, pero todo me duele. Quiero a mi mamá.
Su mirada se transforma lentamente de cruel a codiciosa, y una sonrisa
perversa ladea un lado de su boca.
—Interesante —murmura, ensimismado—. Puede que todavía me sirvas
de algo, chucho.
Unas manos cálidas me acarician suavemente el rostro, me sacan
bruscamente del recuerdo y me devuelven al claro. Respiro sobresaltada y
me doy cuenta de que Jury está delante de mí, con su corpulento cuerpo
tapando todo lo demás.
—Ahí estás —anuncia suavemente cuando mis ojos se centran en él. Su
mirada verde es cálida, pero también tiene algo de preocupación.
Recorro con la vista el incipiente vello de su cara y su cabeza e intento
orientarme. Me alejo de él, esperando que me suelte, pero no lo hace. Su boca
llena se aplana con preocupación, como si pudiera verme luchando por
sacudirme la abrumadora emoción del recuerdo, pero tiene sus garras
clavadas en mí.
Magia Vinculante. Eso debe haber sido lo que Fausto vio ese día, por lo
que me mantuvo cerca.
—¿Estás bien? —pregunta, sus ojos buscan los míos mientras sus
pulgares acarician sin cesar mis mejillas.
Su tacto es agradable, como un salvavidas que no sabía que necesitaba y
que ahora no quiero soltar nunca.
Hago todo lo posible por poner los pies en la tierra y liberar mi cuerpo del
pánico que mi yo de siete años sintió la primera vez que conocí a mi padre.
Jadeo a través del eco del terror que me aprieta la garganta y el pecho,
aplastándome hasta que me cuesta respirar.
—Se me pasará pronto —le digo a Jurado, y una pequeña sonrisa se
desliza por sus labios, pero no paso por alto la línea tensa de sus hombros ni
la preocupación en su mirada.
—¿Me estás tranquilizando en medio de un ataque de pánico, Sunshine?
¿No se supone que ése es mi trabajo? —bromea ligeramente.
—No es un ataque de pánico —explica Tree desde algún lugar detrás de
mí—. Es un recuerdo emocional, o al menos así es como lo llamamos. Sea lo
que sea lo que acaba de recordar, su cuerpo está pasando por las emociones
como si estuviera ocurriendo de nuevo.
—¿Fausto? —pregunta Rafe con conocimiento.
Asiento con la cabeza.
—Cuando me raptó —elaboro mientras lucho con mis pulmones por una
bocanada completa de aire—. Solo necesito que mi cuerpo se ponga al día
con mi cerebro y se dé cuenta de que no tenemos siete años y nos están
estrangulando —añado tranquilizadora, pero la oscura tormenta que recorre
el rostro de Jury me dice que he errado el tiro.
—Voy a necesitar que me digas quién es para poder ir a cazarlo en cuanto
recuperemos a tu hermana —afirma uniformemente, como si ya fuera un
hecho.
Le acaricio la mano y cierro los ojos, deseando sentirle un segundo más
antes de separarnos y volver a la realidad y a toda la locura que nos rodea en
este momento.
—Está muerto. Pero si te hace sentir mejor, estaba aterrorizado y
agonizando cuando ocurrió.
Él emite un profundo ronroneo de aprobación y la necesidad se apodera
de mi vientre. Abro los ojos y su mirada está cargada de calidez y deseo. Se
toma un momento para estudiar mi rostro, como si lo viera por primera vez,
y en cierto modo es así.
Hago todo lo posible por no rehuir su mirada, pero es difícil. Hace tanto
tiempo que no dejo que nadie me vea de verdad. Se toma su tiempo para
memorizar mis rasgos y, poco a poco, mis pulmones vuelven a funcionar y
mi cabeza se despeja.
—Estoy bien —le tranquilizo cuando por fin puedo respirar hondo.
—Pues yo no —replica mientras sus ojos rebotan entre los míos.
Lentamente, Jury pasa la punta de sus dedos por mi mejilla y baja por mi
nariz. Su tacto suave como una pluma me acaricia los labios y su mirada se
posa en mi boca. Mi respiración se acelera de nuevo y siento que el corazón
me pesa en el pecho, la distancia que nos separa de repente es demasiado
estrecha y no lo bastante. Traga saliva y asiente un poco con la cabeza, como
si estuviera convenciéndose a sí mismo de algo, y luego retrocede, llevándose
consigo su tacto tranquilizador y su presencia reconfortante.
Me siento a la deriva mientras él pone espacio entre nosotros, pero anclada
por la veneración que arde en su mirada. Lo guardo todo para después y
vuelvo a centrarme en lo que hemos venido a hacer.
—Tenemos que llegar a Rose Lake —le digo, como si ambos
necesitáramos el recordatorio, y él asiente.
—¿Conoces a alguien que se llevaron? —pregunta Vinna, y yo me
sobresalto.
Jury me quita las manos de la cara y se aparta para que pueda ver a la
Centinela.
—Sí, mi hermana —le contesto, y sus ojos verdes como el agua se abren
un poco.
—Nosotros también vamos para allá. O al menos íbamos antes de que me
asaltaras en la gasolinera —me dice, y su sonrisa me hace saber que todo está
perdonado—. La manada Vorenno nos contrató para encontrar a unas chicas.
Las rastreamos hasta Rose Lake, por eso estamos aquí.
El shock resuena en mi mente como un gong y me llevo una mano al
pecho.
¿Cuáles son las probabilidades de que tres híbridas Centinela estén tras
la pista de las mismas Supes desaparecidas?
—Tenemos una entrada en el complejo de los Lamias donde creemos que
están retenidas... —explica Vinna, asintiendo a uno de sus compañeros—.
Siah iba a hacer un reconocimiento para saber cómo están las cosas, pero
entre todos quizá podamos saltarnos eso y usar el poder.
Sus palabras son como leña para mi vacilante fe. La pequeña llama de
determinación y esperanza que he estado alimentando desde que se llevaron
a Harlow arde en mi interior, incinerando cualquier duda y miedo persistente.
—Nos alojamos en una posada local. Allí tenemos una especie de sala de
guerra con mapas y planos. Podemos reunirnos allí y elaborar un plan ", —
ofrece uno de sus compañeros.
Algo rasca en el fondo de mi mente y lo estudio. Pelo corto y negro, ojos
castaños y una tez cobriza que deja entrever raíces latinas, pero no es hasta
que esboza una sonrisa descarada que me estremezco al reconocerlo.
—¿Torrez? —pregunto atónita.
Su cabeza gira en mi dirección.
—¿Te conozco?
Me encojo de hombros.
—Mantuve un perfil bajo en el consejo comercial al que asististe con
Silas. Estuve allí con la Manada Ramsey.
Torrez me observa con más atención.
—Oh mierda, eres el Castigador de Ramsey, ¿no?
—Lo era.
—Lo sabía. El Tercero y el Cuarto de Silas estaban convencidos de que
era ese grandullón, pero había algo en ti. Se van a volver locos cuando se lo
diga. —Se ríe y entonces sus ojos se abren de par en par—. ¡Tienes que venir
a la noche de lucha! Los vas a masacrar y no lo van a ver venir. Será
divertidísimo.
—Creo que nos estamos adelantando un poco —dice Vinna, y Torrez
suelta una risita tímida y deja de hablar.
—¿Esta es tu nueva manada? —pregunto al antiguo beta, mirando a Vinna
y luego a sus otros Elegidos.
¿Esto es de lo que Silas estaba hablando en la cumbre?
Mi mente se agita con todo tipo de preguntas relacionadas con el Alfa
Silas y el Alfa Dewei y cuánto saben realmente sobre las puertas y lo que
entró por ellas, pero me las guardo para tratarlas más tarde.
—Muy bien, ¿entonces nos dirigimos a la posada? —pregunta Falon, y
Vinna se encoge de hombros antes de volver a dirigir sus ojos hacia mí.
Los míos revolotean entre las dos mujeres y me invade una extraña
sensación de conexión y significado. La convicción se instala en mis entrañas
y respiro profundamente.
—Nos apuntamos —acepto—. Nos encontraremos allí.
—Solo tenemos un coche, así que vas a tener que sentarte en un regazo
—gruñe Tree mientras nos acercamos al todoterreno.
Está aparcado en un camino de servicio de tierra. Al parecer, siguieron a
los Elegidos de Vinna por él cuando salieron chillando de la gasolinera.
—Puede sentarse en el mío —retumban cuatro voces diferentes al mismo
tiempo.
Rafe suelta una carcajada a pesar del cabreo que lleva mostrando desde
que nos alejamos del claro y de los demás Centinelas. Es el mayor ruido que
ha hecho desde que acordamos reunirnos con los demás en la posada en la
que se alojan.
Los Grifos decidieron volar hasta allí. Parece que hay un problema entre
ellos y los coches, o cocchhheees, como lo pronunció uno de ellos. Podría ser
de Boston. Creo que todos son mecánicos, así que podrían tener opiniones
obstinadas sobre en qué sentarán sus gigantescos traseros. No estoy muy
segura.
Al final, no importa, porque además de tener un animal increíblemente
perverso, pueden cambiar parcialmente las alas en su forma humana.
Estoy cien por cien celosa, y puedo usar mi magia aérea para volar... pero
no son alas. Los Grifos salieron disparados del claro como misiles alados.
Incluso Loba pensó que valía la pena ver eso.
Tree se sienta en el asiento del conductor y Rafe en el del copiloto. Ambos
cierran las puertas sin mediar palabra y nos dejan a mí y a los Caballeros
pensando en la disposición de los asientos traseros.
Gage y Jury se apretujan en la tercera fila, dejando a los dos más grandes,
Ledger y Brae, para reclamar las sillas en el centro.
—Al lio —murmuro mientras subo—. Puedo sentarme en el suelo —
anuncio, apuntando al espacio del tamaño de una Savoy entre los dos asientos
centrales. Unas manos fuertes me agarran por las caderas y, de repente, estoy
sentada en el regazo de Brae, que nos abrocha el cinturón en silencio.
Bien, de acuerdo entonces.
Intento no ponerme cómoda. No estoy segura de sí me quiere aquí o si es
sólo su complejo de salvador. Nadie dice nada y no sé cómo romper el abismo
que sé que he abierto entre nosotros.
Me cabrea mucho que estén aquí, pero también me alivia que estén a salvo
y me alegra que estemos todos juntos. De algún modo, esta mierda con los
Centinelas parece estar funcionando de un modo inesperado, pero soy muy
consciente de que podría haber perdido a todos los Caballeros en ese
enfrentamiento, y me siento muy confusa al respecto.
Tree da la vuelta al todoterreno y volvemos por el camino de tierra hacia
la ciudad, con una nube de polvo a nuestro paso. Recorremos un kilómetro y
medio hasta que llego al límite de mi silencio.
—¿Qué carajo, os pasa a vosotros dos? —chasqueo con la lengua a mis
Escudos.
La reprimenda sale un poco más dura de lo que pretendía, pero soy como
una tetera olvidada en el fuego. Todo lo que puedo hacer ahora es gritar y
silbar hasta que me vacíe o alguien apague el fuego.
—Os di la orden directa de ir a buscar a Harlow, y en vez de eso, acabáis
en medio de todo con los Caballeros a cuestas. ¿Cómo coño sucedió?
Tree niega con la cabeza y puedo ver que se está preparando para tener su
pequeño momento tetera.
—Gracias por preguntar —replica Rafe, girándose para fulminarme con
la mirada—. Nos diste una orden directa y la seguimos lo mejor que pudimos.
¿Quieres saber quién no lo hizo? Te daré cuatro pistas. —Hace un gesto a los
que están detrás de él, pero nadie dice nada.
—Pues los detienes —argumento yo, que no me trago el argumento de
tenía las manos atadas.
—Genial, qué excelente sugerencia. ¿Cómo, sugieres que lo hagamos,
porque nosotros no conducíamos, sino ellos? —espeta antes de volverse hacia
delante.
—¿Debería haberle sacado una daga a Gage? ¿Amenazarle con cortarle
el cuello si seguía a los dos todoterrenos que salieron disparados en tu
dirección? —pregunta Tree, demasiado tranquilo para la tormenta que se
avecina en su rostro—. ¿Deberíamos haber protagonizado una pelea sin
cuartel en el asiento trasero para obligarles a escuchar? Entonces ninguno de
nosotros habría ido a por Harlow... ni a por ti.
—Así que bájate de ese pedestal tuyo y da las gracias por evitar que tus
novios encuentren el extremo equivocado de la espada de un Centinela —
declara Rafe con altivez.
El calor me sube por el cuello y aprieto los puños para contener mi
temperamento. Odio cuando Rafe se pone así, pero por mucho que quiera ser
una mierda y desatarme contra él, tienen razón, hicieron lo que pudieron.
Cruzo los brazos sobre el pecho y miro fijamente a mis Escudos.
—Gracias, Rafe y Tree, por salvarme el día. Mis héroes. —Me desmayo
de una forma exageradamente femenina que sé que les saca de quicio.
Tragaros eso, imbéciles.
Conducimos otro medio kilómetro antes de que Tree esté completamente
hirviendo y listo para estallar.
—¿Qué cojones, Savoy? —ladra, finalmente estallando—. ¿En qué
estabas pensando?
—Pensaba que nos habíamos topado con una partida de caza y que tenía
que sacaros de allí —le grito.
—Y ese es el problema. Ese es el puto problema —gruñe Tree—. Tú eres
nuestra Espada, nosotros somos tus Escudos; se supone que debemos trabajar
juntos. En el peor de los casos, somos nosotros los que recibimos el golpe
inevitable, no tú. Así es como funcionan los Escudos. ¡Se supone que
debemos protegerte! Pero en vez de eso, quieres sacrificarte porque crees que
te ayudará a expiar una mierda que ni siquiera es tuya para empezar.
Un gruñido de advertencia se desliza por mi garganta, pero él lo ignora.
—Eras una niña cuando Fausto te raptó. ¡No podías haber hecho nada!
La conmoción y la rabia me invaden ante sus palabras. No puedo creer
que vaya allí, sabiendo que los Caballeros están escuchando cada palabra. Mi
gruñido se convierte en un rugido.
—Te lavó el maldito cerebro, Savy. Te torturó. No tuviste elección. No
eres responsable de lo que hiciste para sobrevivir a ese puto monstruo y a la
pesadilla que te hizo pasar.
—Sí. Soy —rujo, sintiendo que me rompo en mil pedazos por la culpa y
la vergüenza que me invaden.
—¡No, joder! —grita, con la voz quebrada—. Tu muerte no arregla nada,
Savoy. Nos deja a todos solos y no resuelve una mierda.
—No estaba tratando de morir, Tree. ¡No me estaba sacrificando!
Él golpea con rabia el volante con la mano.
—Me detendré ahora mismo, y tú y yo pasaremos a las manos si vuelves
a decir eso, porque sí, lo estabas, Sav. Sí, ¡lo estabas, joder! Puedes mentirte
a ti misma, pero yo te conozco, hermanita, no lo olvides.
Su tono airado y condescendiente es como una bofetada en mi cara, y la
furia me invade.
—Si quieres que te parta la cara, sólo tienes que decirlo, Tanner.
—Ohhhh, te acaba de llamar por tu nombre. ¡La cosa se puso seria! —
exclama Rafe, como si estuviera sentado con un bol de palomitas y esta
discusión fuera el entretenimiento de la noche.
—Cierra la puta boca, Rafe. —Soltamos Tree y yo al mismo tiempo.
El coche vuelve a quedarse en silencio, pero la tensión que se acumula en
mi interior me hace sentir como si viajara en una olla a presión. Aprieto la
mandíbula y sacudo la cabeza, más cabreada de lo que he estado en mucho
tiempo.
—Bien —ladro—. Si necesitas tener razón, si eso es lo que importa aquí,
te la daré. Tienes razón. ¿Eso te hace sentir mejor? —acuso, la burla goteando
de cada palabra—. Estaba dispuesta a sacrificarme, un poco, pero ¿qué
demonios se suponía que tenía que hacer, Tree? Una centinela entró en el
baño de la nada; no tenía mucho tiempo para idear un plan infalible. Alguien
tenía que rescatar a Harlow. No viviré en un mundo sin ella.
—¡Y yo no viviré en un mundo sin ti! —Truena Tree, y Rafe alarga la
mano y la pone en su hombro, tanto para consolarlo como para decirle basta.
Como una densa niebla, el silencio envuelve a todo el mundo hasta que es
difícil ver a través de él e imposible escapar.
Noto que Brae me frota la espalda con círculos relajantes. No sé cuánto
tiempo lleva haciéndolo mientras lucho contra las lágrimas que me brotan de
los ojos. No quiero pelearme con mis Escudos. Los quiero, pero siento que
acabamos de recibir unos golpes brutales que nos han dejado sangrando y
expuestos, y no sé cómo curarlos.
—Vale —ronco, con la garganta apretada por la emoción y el corazón
oprimido.
Siento las miradas sobre mí, pero me niego a mirar a nadie. Deshago la
necesidad de hacer un último comentario mordaz para ganar una pelea que
nunca podría tener un verdadero vencedor. Me quito de encima el escozor de
las palabras de Tree y disipo el antagonismo que bombea por mis venas.
Quiero proteger a mi familia, no hacerles daño, pero veo que, a pesar de mis
esfuerzos, he fracasado y ahora tengo que arreglarlo.
—Rafe y tú sois familia... mis hermanos. —Me limpio las lágrimas que
me resbalan por las mejillas y respiro profundamente estremecida—. Te
quiero, y tampoco quiero un mundo sin ti... Encontraré una forma mejor de
hacer las cosas la próxima vez.
Él no dice nada durante un buen rato, pero al final asiente con la cabeza,
que es la forma que tiene Tree de decir vale, estamos bien, sigo enfadado,
pero todo irá bien.
Vuelvo mi atención a la ventana y a la pequeña ciudad que se ve desde
fuera mientras trabajo para reconstruir las fortificaciones interiores que Tree
acaba de destruir. Brae me atrae hacia sí y, por mucho que intento ser fuerte
y recomponerme, dejo que me rodee con sus brazos y me ayude a no
desmoronarme.
Llegamos a la posada antes de que haya conseguido recomponerme. Los
Caballeros siguen tranquilos, pero sé que eso no va a durar para siempre. No
puedo decidir si arrancarme la tirita y acabar de una vez o ignorar al gran
centinela de la habitación todo el tiempo que pueda.
—Vamos a dar un paseo —anuncia Rafe, dándole una palmada en el brazo
a Tree—. ¿Os ocupáis? —pregunta, mirando de nuevo a los Caballeros.
—No soy una niña pequeña —refunfuño mientras me bajo del regazo de
Brae y salgo del todoterreno.
—He visto algunas rabietas épicas que dirían lo contrario —argumenta
Rafe, y luego, con una sonrisa de satisfacción, él y Tree desaparecen por la
esquina.
Vinna me echa un vistazo y se le cae la cara de vergüenza.
—Parece que tu discurso ha sido más duro que el mío —bromea, y yo
suelto un bufido divertido.
—¿También se enfadaron contigo? —pregunto, señalando con la cabeza
a sus Elegidos mientras entran en una habitación.
—Esta vez no ha sido tan malo. Técnicamente no empecé yo, así que no
tenían mucho en qué apoyarse, pero ha habido veces en que sí.
Se acerca más a mí y baja la voz para que sólo yo pueda oírla.
—Sé que acabamos de conocernos, pero si quieres que joda a alguien, me
apunto, sólo tienes que decirlo.
Lanzo una carcajada sorprendida y niego con la cabeza.
Me cae bien.
—Lo mismo digo —responde encogiéndome de hombros, e
intercambiamos una sonrisa malévola.
—Vamos a arreglarnos y mover los muebles para hacer espacio para que
todos puedan verlo todo. La última habitación de la izquierda está vacía.
Reservamos todo el lugar mientras estamos aquí. Ve a sacudirte el polvo y
vendré a buscarte cuando estemos listos.
Asiento con la cabeza, le doy las gracias y me marcho con cuatro
silenciosos caballeros detrás de mí. Los invade una inquietud nerviosa, y no
es difícil imaginar lo que debe estar pasando por sus cabezas. Nada de lo que
acaba de ocurrir, ni nada de lo que me rodea, es bonito, se mire como se mire.
Tengo que afrontar lo que les he ocultado, y me siento destrozada y aliviada
al mismo tiempo.
Llego a la puerta indicada por Vinna, la empujo y entro. No hay
escapatoria a lo que sé que se avecina. Es hora de la segunda ronda de
joderme la vida. Sólo espero poder salir de esta de una pieza.
Echo un vistazo a la habitación y sé de inmediato que esta posada está
regentada por supes. En la cama cabría un aquelarre, o al menos dos de los
tres grifos de Falon. Las paredes y la ropa de cama son de un blanco nítido.
Una alfombra azul añade un toque de color, al igual que el arte natural de las
paredes. Hay una pequeña zona de estar con una mesa y dos sillas cómodas
frente a una ventana.
Parece un lugar encantador para que te echen la bronca los cuatro tipos
a los que has estado mintiendo.
Tomo aire y me doy la vuelta, dispuesta a aceptar lo que estos Caballeros
tengan que decir.
La puerta se cierra con un chasquido detrás de Brae, que se apoya en ella
como si quisiera hacerme saber que no hay ningún sitio al que huir. Los
cuatro me miran fijamente, y me impresionarían sus caras de póquer si no me
dieran ganas de abrirlos como huevos para ver a qué me enfrento.
El estómago se me revuelve por los nervios y un sudor frío me amenaza
la nuca. Echo un vistazo a la habitación, el silencio entre nosotros se hace
más incómodo y apremiante a cada segundo que pasa. Lucho contra la
urgencia de moverme y, tras otro latido de creciente tensión, me digo a mí
misma que me arme de valor y me ponga manos a la obra.
Aquí vamos.
—Seguro que tenéis preguntas...
De repente, Jury está frente a mí con sus manos sujetando mi rostro. El
olor a pino blanco y ámbar invade mis sentidos mientras me echa lentamente
la cabeza hacia atrás. Su intensa mirada se clava en mí, marcándome con
anhelo y ferviente deseo... y entonces sus labios están sobre los míos.
Sabe cómo un río de montaña en primavera, relajante, poderoso,
peligroso. Se abre paso a través de mí con cada mordisco, chupada y
lengüetazo. Su beso es hambriento, urgente, y va creciendo hasta que el calor
y la pasión me invaden. Tira de mí para que me acerque y lo hago de buena
gana, con un gemido necesitado escapando de mí mientras mi boca se
sincroniza rápidamente con la suya.
Su hábil lengua y sus suaves labios me arrebatan. Sus manos se separan
de mi cara y caen hasta mi cintura, rodeándome con sus brazos como si no
quisiera volver a soltarme. Se retira y yo persigo sus labios, necesitando más,
deseando todo lo que tiene para dar.
Jury aprieta su frente contra la mía, respira con dificultad y su mirada
verde oliva arde con la misma profundidad de emoción que yo siento.
—No vuelvas a hacerlo —jadea, cerrando los ojos como si estuviera
reviviendo lo ocurrido en la gasolinera, con la preocupación y el dolor
pesando en sus facciones. Me pasa los dedos por el cabello y yo reprimo un
pequeño maullido de lo bien que me siento.
—No puedo prometerlo —le contesto sinceramente.
Me refería a lo que le dije a mis Escudos en el coche: encontraré una forma
mejor en el futuro. No los voy a excluir ni a despreciar, pero todo esto es
complicado. Más de lo que cualquiera de ellos se da cuenta.
—Estar conmigo es peligroso, y los cuatro tenéis que entenderlo.
El gruñido que sale de él envía chispas de fundida necesidad hasta mi
núcleo. Me tira del cabello, me echa la cabeza hacia atrás de nuevo y sus
labios son aún más abrasadores cuando reclama mi boca por segunda vez.
Este beso se siente castigador, pero de una forma deliciosamente
tentadora. Es como si Jury estuviera enredado y la única forma de deshacer
los nudos fuera con su lengua girando y jugueteando con la mía, y sus labios
mordisqueando y chupando mientras yo le sigo con avidez brazada a brazada.
—Nunca he sido un mirón, pero ahora veo el atractivo —murmura Gage
con voz ronca, y Ledger gruñe de acuerdo.
Abro los ojos para buscarlos, pero unas manos me tiran de repente de la
cintura y me libero bruscamente del abrazo de Jury. Gruñe una objeción, pero
Brae le responde con un rugido de advertencia mientras me da la vuelta para
mirarle. Estoy tambaleándome y un poco desorientada.
Nunca pensé que alguien pudiera besarte y hacer que te tiemblen las
piernas, pero Jurado acaba de demostrar que estaba equivocada.
—No seas avaricioso, hermano —le regaña Brae juguetonamente
mientras me aparta un mechón de la cara.
Mi pecho sube y baja rápidamente cuando le miro e intento orientarme.
El espeso almizcle del deseo perfuma el aire que nos rodea, y todas mis zonas
erógenas hormiguean y ansían ser exploradas. Tengo los labios hinchados por
el beso, los pezones duros y la piel exquisitamente sensible.
Unos pálidos ojos verde jade recorren mi rostro y una pequeña sonrisa
ladea una comisura de la boca de Brae.
—Veo que una vez más has perdido parte de tu ropa —observa, y yo le
echo un vistazo a la camiseta de tirantes que llevo, más parecida a un
sujetador.
Me quité la sudadera mientras luchaba contra Vinna y debí de dejármela
en algún lugar del claro.
Mierda.
—Esta vez no estoy desnuda —contraataco sin aliento, como si eso fuera
un progreso del que debería estar orgulloso.
—Mmmm —tararea—. Veamos qué podemos hacer al respecto —
murmura socarrón, con una sonrisa diabólica mientras se inclina y me muerde
los labios.
No va directo al grano y me besa, y no sé si eso me gusta o lo odio. En
lugar de eso, me acaricia con la boca y la lengua, me mordisquea el lóbulo de
la oreja, me chupa un lado del cuello, me pasa su vello espinoso por la
mandíbula. Sus fuertes manos me acercan y me frotan la espalda, las puntas
de sus dedos se meten bajo mi camiseta de tirantes para provocarme. Luego
vuelve a acariciarme hasta el trasero, provocándome y excitándome hasta que
me quedo sin aliento y demasiado tensa.
Me recorre un dolor impaciente y siento que me voy a incinerar por dentro
si no deja de joderme. Aprieto la tela de su camisa y tiro con fuerza hasta que
sus labios por fin se encuentran con los míos, reclamando su boca con un
gruñido posesivo que Loba aprueba plenamente.
Me trago su risita descarada, silenciándola con la lengua hasta que se
transforma en un gruñido posesivo. Alguien me aprieta la espalda y me aparta
el cabello del cuello mientras Brae y yo nos devoramos mutuamente.
Unos labios suaves me besan el hombro mientras unos dedos hábiles me
quitan los tirantes del sujetador y la camiseta de tirantes para tener acceso a
mi piel.
—Ahora eres nuestra, Sunshine. Lo entiendes, ¿verdad? —me susurra
Jury al oído, sus palmas se deslizan por mi estómago mientras me aprieta
algo grande y duro en la parte baja de la espalda.
Me muerde con firmeza en la parte superior del hombro, un gesto que
subraya su pretensión dominante. No perfora la piel, pero su intención es
clara. Quiere hacerlo.
Me sorprende la feroz necesidad que me invade de que él, de ellos, de que
me reclamen adecuadamente y me cubran de mordiscos. Los labios de Brae
se posan en las cicatrices de mi garganta y un zumbido eléctrico me recorre
la piel. Sus bocas y sus manos me hacen sentir tan jodidamente bien que estoy
a punto de correrme.
Cierro los ojos y me deleito con las sensaciones que me asaltan. El
cargado cosquilleo en mis extremidades y en mi núcleo empieza a crecer.
Quiero que Gage se una al grupo y me ponga las manos encima. Quiero
sustituir nuestro beso de gasolinera por uno que nos una tan estrechamente
que sea imposible separarnos. Quiero tomarme mi tiempo para aprender que
le hace gemir, jadear y suplicar, y quiero que él haga lo mismo conmigo.
Mis ojos también buscan a Ledger, necesito que termine lo que
empezamos anoche, pero antes de que pueda hacer señas a alguno de ellos
para que se nos una, oigo un grito ahogado.
—¿Qué es eso? —pregunta Gage.
Miro hacia abajo cuando me toma del brazo, y el pánico se apodera de mi
pecho.
La magia púrpura me atraviesa la piel como un rayo y me sube por el
brazo con un movimiento nervioso y parpadeante. La mano de Gage está a
centímetros de tocar una hebra brillante, y el horror me hace invocar mi magia
y apartarlos bruscamente a los tres de mí con una gélida ráfaga de miedo y
aire.
Los Caballeros gritan y salen volando por la habitación. Gage se estrella
contra la pared junto a la puerta, Jury rebota contra los pies de la cama y Brae
golpea el cabecero antes de caer sobre el colchón.
Ledger se levanta de la silla en la que estaba sentado, con un enorme bulto
en los pantalones, mientras su mirada ardiente me recorre, con la
preocupación escrita en su rostro duro y hermoso. Da un paso hacia mí y yo
retrocedo, levantando las manos para repelerlo. Se detiene a medio paso, con
el ceño fruncido por la confusión.
—¿Qué ha pasado? —retumba, mirando a los otros tres mientras se ponen
en pie.
—No me toques. No te acerques a mí —ordeno mientras otro rayo de
magia púrpura se arrastra por mi piel como si fuera una bola de plasma
viviente.
—¿Por qué? —pregunta Gage, sus ojos marrones fijos en el parpadeo
púrpura mientras desaparece alrededor de mi pecho.
—Os marcaré —advierto, el pánico me aprieta el pecho y mi voz se vuelve
estridente.
—¿Qué significa eso? —pregunta Brae desde un lado de la cama mientras
se frota la cadera.
Hay una abolladura en el cabecero que va a tener a quien limpie esta
habitación cotilleando y tocando las sábanas con guantes y un juego de
pinzas.
Más magia recorre mi piel expuesta, como si el poder se burlara de los
chicos, desafiándolos a jugar. Respiro hondo varias veces, intentando calmar
mi fuente y enfriar mi ardiente libido.
¿En qué coño estaba pensando?
Estúpida, estúpida. ¡Eres estúpida, Savoy! ¡Piensa con la cabeza, no
con el clítoris!
Tenemos que hablar y poner mucho sobre la mesa antes de que las cosas
se nos vayan de las manos. Y aquí estoy, tirándomelos como una perra en
celo, mientras mi taser interior decide que quiere añadir algunos Elegidos al
gigantesco lío que es mi vida ahora mismo.
Me paso una mano por la cara. No podemos andarnos con tonterías si mi
magia va a empezar a volverse posesiva, y menos cuando no tienen ni idea
de dónde se están metiendo.
—¿Estáis bien? ¿He hecho daño a alguien? —pregunto, estudiando a los
tres que lancé al otro lado de la habitación.
—Haría falta más que eso, Trouble. —Sonríe Gage mientras se sacude el
polvo.
Brae me guiña un ojo.
—Nunca he sido de los que rehúyen el juego duro, Cookie.
El calor me recorre las mejillas y, al mismo tiempo, desciende hasta mi
vientre.
Estoy bastante segura de que las elegantes bragas que Reggie adquirió
para mí en el aeropuerto acaban de estallar en llamas.
—Explícate, por favor —me anima Jury, con su acalorada mirada
rastreando otro rayo de magia mientras baila por mi garganta. Parece como
si estuviera sopesando los riesgos y estuviera a punto de mandarme a la
mierda y tirarme a la cama.
Doy un paso atrás por precaución, por si acaso. Respiro hondo y me
pellizco el puente de la nariz.
—Vale, ¿por dónde empiezo? —murmuro para mis adentros.
Me duele un poco justo debajo del esternón y ojalá Tree y Rafe estuvieran
aquí para ayudarme a explicarlo. Solo he tenido que hacerlo con ellos, y
nunca hemos tenido que lidiar con la complicación añadida de los
sentimientos románticos.
Me preocupa que, diga lo que diga, los Caballeros declaren que están a
bordo porque sus pollas están duras, sus pupilas están hinchadas de lujuria y
pueden oler mi necesidad. Es una mezcla potente para cualquier supe, pero
especialmente para los cambia formas. A los nuestros les gusta caer rápido y
duro, pero eso puede ser un cóctel volátil, y cuando le añades una cazadora
Centinela, puede ser aún más peligroso.
—Soy una híbrida —empiezo, pensando que un rápido resumen de lo que
eso significa es probablemente el mejor lugar para empezar—. Soy mitad
loba metamorfa y mitad Centinela. Los Centinelas son una raza de usuarios
de la magia que llevan mucho tiempo ocultos. Han tenido algunos problemas
al ser cazados, ya sea por sus habilidades o porque suponen una amenaza. En
parte es culpa suya, pero lo esencial es que hay Centinelas marcados con la
Luz y Centinelas marcados con la Oscuridad a los que les gusta mantenerse
en secreto. Viven en ciudades separadas que son invisibles para cualquiera
que no tenga runas. Yo crecí en Dreger, el hogar de los Oscuros.
Miro a cada uno de ellos para asegurarme de que me siguen antes de
continuar.
—Los híbridos son raros. Hay varias razones por la que esto es así. Una
es que algunos Centinelas tienen opiniones muy firmes sobre mantener puras
sus líneas mágicas; se niegan a mezclar razas y no aprueban a quienes lo
hacen. Otra razón, según descubrí, es que a menudo los híbridos que
sobreviven hasta cierta edad son fuertes, muy fuertes. Y hay gente en el poder
a la que eso no le gusta, tanto en las comunidades Centinelas como en otros
supes. Lo que significa que los híbridos son perseguidos activamente y
eliminados cuando son descubiertos.
—De eso es de lo que huyes —murmura Jury, con el rostro pensativo.
Asiento con la cabeza.
—Un cabrón despiadado llamado Deveraux Malik. Ha convertido en la
misión de su vida acabar con los de mi especie. Es poderoso, cruel y bueno
en lo que hace. Eso es lo que pensé que me encontré en la gasolinera. No el
propio Dev, sino una de sus partidas de caza —explico.
—¿Y qué hace la marca? —pregunta Gage, y miro hacia abajo para ver
que mi magia empieza a calmarse y a chisporrotear.
Gracias, joder.
—Los Centinelas marcan por varias razones, pero las dos principales son
para protegerse...
Levanto el dedo corazón y señalo las runas de Rafe y Tree. Brae se ríe a
carcajadas mientras yo básicamente lo ignoro.
—Se llaman runas Escudo y otorgan ciertas habilidades a la persona que
está marcada con ellas. Esas habilidades varían según el Centinela -o la
Espada, como se les llama a veces- que marca el Escudo. En mi caso, Tree y
Rafe llevan marcas diferentes para armas —les digo, señalando las bandas de
runas alrededor de mis bíceps y antebrazos—. También tienen runas que
ayudan a aumentar sus sentidos, les dan la capacidad de hablar mentalmente
en cualquier momento y pueden rastrearme a cualquier parte.
—¿Así que eso es con lo que nos marcarías? ¿Nos convertiríamos en
Escudos? —pregunta Gage, sin que parezca que se oponga en absoluto a la
idea.
—No exactamente —coqueteo, el calor floreciendo en mis mejillas
mientras bajo la mirada, mis botas arruinadas de repente son muy interesantes
para mí—. Los Centinelas también marcan a sus parejas.
—¿Qué dijiste? —exige Ledger, acercándose.
Suspiro.
Que se jodan. Si van a alucinar, mejor ahora que después de llevar
runas que no quieren... yo jodidamente querría saberlo.
—Los Centinelas marcan a sus compañeros —les digo más alto,
enunciando cada palabra para los abuelitos sordos de la sala—. Los llaman
Elegidos. Es algo importante, porque cuando un Centinela toma pareja, su
Elegido recibe las mismas runas y habilidades que su Centinela. Y es para
siempre. No hay vuelta atrás una vez que el Elegido está completamente
unido. La guinda del pastel es que los Centinelas viven mucho tiempo y, por
extensión, sus Elegidos también.
—Así que los Grifos... ¿Falon es la Centinela principal, y los otros tres
son sus Elegidos? —pregunta Ledger, y yo asiento con la cabeza.
—Sí, y Vinna tiene siete —añado, todavía preguntándome si me
impresiona ese número o me preocupa.
—¿Así que quieres marcarnos como Elegidos y no como Escudos? —
indaga Gage como si estuviera probando las palabras para ver si son de su
gusto.
—Mi magia sí —admito torpemente, pasándome los dedos por el cabello.
El recuerdo de Jury haciendo lo mismo hace menos de diez minutos y la
forma en que tiró de él antes de besarme me calientan el estómago. Las fosas
nasales de él y Ledger se encienden y me doy cuenta al instante de lo que
están captando. Intento apagar mi almizcle, pero es demasiado tarde.
—Pero tú eres tú magia, asíííí que realmente eres tú —responde Gage,
con un brillo coqueto en sus ojos verdes.
Le hago un gesto despectivo con la mano.
—A veces la fuente de un Centinela puede tener mente propia —evado,
sin querer entrar en qué significa eso exactamente ni en cómo me ha jodido
ese hecho.
—Entonces, ¿cómo funciona? —pregunta Ledger—. Si nos marcas, ¿qué
pasa?
Lo estudio, tratando de calibrar lo que piensa de todo esto, pero sus
emociones y reacciones están bien contenidas.
—Bueno, hay una especie de periodo de prueba. —Suelto una risita
ahogada por mi extraña descripción, pero técnicamente encaja—. Hay una
marca inicial, normalmente provocada por ponerse... bueno... caliente y
juguetón. —Les señalo a ellos, a la habitación y luego a mí misma—. Eso te
da algunas marcas, y luego obtienes el resto cuando el vínculo está completo.
—¿Cómo se completa? —Presiona Jury.
—Follando. —Suelto.
El viejo enfoque de la tirita.
Clavado.
—Si follamos mientras nos ponemos calientes y juguetones, ¿es un trato
hecho y derecho? —pregunta Brae, acercándose.
Ledger empieza a hacer lo mismo y Gage se aparta de la pared. Jury ladea
la cabeza y me estudia como si esperara que huyera para poder perseguirme.
Un escalofrío de deseo me recorre la espina dorsal, pero empiezo a retroceder
y vuelvo a levantar las manos en señal de precaución.
—Ahora, esperad un segundo, chicos. Mantengamos las pollas en los
pantalones. Sé que las emociones están a flor de piel, pero esta no es una
decisión para tomar a la ligera —espeto—. Os convertirá en un objetivo, y
no sólo porque estaréis marcado por una híbrida, sino por muchas otras
razones de las que deberíamos hablar antes —suplico mientras me alejo de
ellos.
—¿Nos quieres? —pregunta Jury, como si fuera así de sencillo.
—No se trata sólo de eso —afirmo, con la espalda golpeando la encimera
del baño y atrapándome entre ella y los cuatro Caballeros que me acechan
lentamente.
Cinco metros.
—No soy una buena persona —argumento, intentando que se paren dónde
están.
Ledger suelta un bufido incrédulo, y Brae y Jury sacuden la cabeza como
si creyeran que mi intento es lamentable. Gage me mira como si pensara que
soy adorable.
Tres metros y medio.
—He matado a mucha gente —protesto mientras siguen avanzando.
—Únete al club, Cookie —dice Brae.
Dos metros.
—Maté a mi propio padre —declaro, lanzándoles mi Ave María de la
cagada, esperando ver cómo la pifian.
—Bien —gruñe Jury, y pongo los ojos en blanco.
Un metro y medio.
—¿Ni siquiera estás enfadado? —acuso, sin saber cómo tomarme esta
aceptación incondicional.
Se detienen, aparentemente sorprendidos por la pregunta, y yo exhalo un
suspiro de alivio.
—Ni siquiera un poco —retumba Jury, y el calor de sus ojos me dice que
no necesito molestarme en olfatear por si es mentira.
—Escucha, Cookie, cuando saliste del bar aquella primera noche, si
pensabas que de verdad iba a dejarte marchar, es que no estabas prestando
atención —me dice Brae, con una risita profunda y suave—. Entonces vi lo
nerviosos que estaban estos tres después de su primer encuentro contigo, y
supe que teníamos algo especial entre manos. Hemos sido un equipo, una
banda de hermanos, durante mucho tiempo. Nunca imaginé en mis sueños
más salvajes que alguien podría encajar en eso, y entonces ahí estabas tú.
Nuestra compañera... y todos lo sabíamos.
—Sin duda —asiente Jury.
—Eras nuestra —retumba Ledger.
—Sabíamos que ocultabas algo, Trouble. Era obvio que huías, sólo que
no sabíamos de qué. Ahora lo sabemos. Misterio resuelto —declara Gage con
un indiferente encogimiento de hombros.
—¿Entonces por qué estabais tan enfadados en el claro? —pregunto,
confusa.
—Porque alguien te hizo daño —retumba Ledger—. Y alguien te hizo
tener tanto miedo que no pudiste mostrarnos quién eras desde el principio.
Por supuesto que estábamos cabreados, pero no contigo, Minx. Queremos
destrozar a quien te hizo esto. —Señala mis cicatrices.
Estudio a cada uno de los Caballeros por turnos, intentando entender qué
demonios están diciendo. Estaba tan convencida de que se sentían
traicionados o engañados, que nunca se me pasó por la cabeza que pudieran
estar cabreados por mí en vez de conmigo. El calor se extiende lentamente
por mi pecho y mis ojos empiezan a pinchar de emoción. Querían hacer lo
que han estado intentando hacer desde que los conocí... protegerme.
Un fuerte golpe hace que todos miren hacia la puerta.
—Estamos listos —declara una voz masculina, y entonces quienquiera
que sea camina en dirección a la habitación de Vinna.
No sé si estoy aliviada o decepcionada.
—Esto no ha terminado, Sunshine —me dice Jury, como si pudiera leer
mis revueltos pensamientos—. Tú eres nuestra, nosotros somos tuyos, y esto
va a suceder —continúa de esa manera dominante y sin tonterías que me sacó
de quicio cuando nos conocimos—. Estamos todos dentro.
Ahora, puedo ver cómo tiene su ventaja.
—Te estamos reclamando, Savoy, asúmelo. —Me guiña un ojo, con su
sonrisa pícara antes de ponerse serio de repente—. Ahora, vamos a buscar a
tu hermana.
—Esto no me gusta —refunfuña Tree mientras aliso las manos por el
vestido negro en el que me acabo de meter.
—Esto es todo lo que han podido encontrar —anuncia Rafe, entrando por
la puerta con un par de tacones negros en la mano.
Gimo y miro fijamente los dispositivos de tortura.
—¿No había botas? —pregunto, encogiéndome al tomarlos de su mano—
. ¿Ni siquiera unas bailarinas35?
—No sé qué es eso —murmura Rafe mientras retrocede para apoyarse en
la pared junto a donde Ledger y Brae están sentados y observando.
Jury tiene la espalda recostada contra la pared del otro lado de la
habitación, con los brazos cruzados, y Gage está encaramado a una esquina
de la cama. Con todos ellos aquí dentro, esta gran habitación ya no parece tan
espaciosa como al principio.
—Estoy de acuerdo con Tree. No me gusta esto —declara Jury, con su
mirada verde oliva fija en el ajustado vestido negro de manga larga que llevo.
Falon lo sacó de su armario y, aunque probablemente sea un vestido más
corto y sexy en su metro ochenta, a mí me llega justo por debajo de las
rodillas. Pero me queda bien en todo lo demás, así que me lo quedo.
—Prefiero que uno de nosotros te respalde. Esto te deja vulnerable en más
de un sentido —continúa.
—Estoy de acuerdo, pero culpa a los putos bromistas de allí por sugerir a
todo el mundo que jueguen a piedra, papel o tijera para el puesto —le digo,
lanzando una mirada molesta a mis Escudos.
—Es lo que hacemos —se defiende Rafe, y luego gruñe cuando Ledger le
da un revés en el estómago.
—Está bien, de verdad, probablemente sea mejor así —les aseguro a
todos—. Sus Elegidos obviamente estarán cerca y saben lo que hacen.
—Sí, ¿pero te dejarán colgada si las cosas se tuercen? —pregunta Gage.
Me encojo de hombros.
—No lo sé, probablemente. Pero su plan resuelve lo único que el nuestro
no, si las chicas están allí, nos da la oportunidad de asegurarlas y protegerlas
antes de que empiece la lucha. Creo que vale la pena el riesgo.
Todos parecen pensativos y en conflicto, está claro que mis garantías no
calman su preocupación. Suspiro mientras me calzo los malvados zapatos de
tacón.
—Por mucho que me gustaría tener a uno de vosotros cubriéndome las
espaldas, no puedo permitirme agotarme demasiado rápido enmascarándonos
a tres. Sabemos que vamos a tener que luchar para salir, y es una mala idea.
Podéis monitorear la situación desde este lado, y si algo os parece raro o
sospechoso, Rafe y Tree pueden advertirme a través de las runas.
—Queremos poder advertirte también a través de las runas —murmura
Ledger, y yo sacudo la cabeza, negándome a morder el anzuelo.
Ya tuvimos esta discusión después de terminar la sesión de planificación
con Vinna y Falon. No voy a marcar a nadie, no así. Sé que piensan que están
todos dentro, pero esto se parece demasiado a tomar una gran decisión bajo
coacción, y eso no me parece bien a ningún nivel.
—Este es el plan, chicos. Tuvisteis la oportunidad de expresar vuestras
objeciones ahí dentro —les recuerdo, señalando en dirección a la habitación
de Vinna.
—¿Y no te parece nada sospechoso que casualmente ella tenga un Elegido
que es un Lamia, y él casualmente tenga contactos que le preparen una
reunión privada con ese cabrón de Carlos Vittorio? —pregunta Tree.
Me rio.
—Claro que sí, pero eso no cambia el hecho de que esta es nuestra única
forma de entrar. No estoy indefensa, lo sabes mejor que nadie, así que
¿podemos dejar de quejarnos de una vez? Lo entiendo, no es un plan perfecto,
pero eso no existe, no en una situación como esta. Voy a recuperar a mi puta
hermana, pase lo que pase, y así es como vamos a hacerlo.
La habitación se queda en silencio, la aprensión y el nerviosismo se
asientan sobre todos nosotros como sombras de las que no podemos librarnos.
—¿Qué piensas de ellas de todos modos? —pregunta Rafe, rompiendo el
silencio después de un rato.
—¿De Vinna y Falon?
Asiente con la cabeza.
Respiro hondo y busco en mi nudo de emociones una respuesta a su
pregunta.
—No lo sé. Me impresiona cómo han localizado a las otras chicas.
Parecen motivadas para ayudar y obviamente tienen las habilidades para
respaldarlo, pero las conocí hace cinco minutos, así que me reservo mi juicio
por el momento.
—¿Qué te dice tu instinto? —Presiona Tree, conociéndome lo suficiente
como para saber que hay más.
Me pellizco el puente de la nariz y cierro los ojos.
—Que algo grande se acerca —confieso tras un tenso momento—. Llevo
días sintiéndolo respirar en mi nuca. Pensaba que era sólo esta mierda con
Harlow, pero ahora no estoy tan segura.
—¿Crees que es Deveraux? —pregunta Rafe, apretando las manos y
poniéndose un poco más recto.
—Con la forma en que Vinna ha estado viviendo su vida, con las runas en
plena exhibición, era sólo cuestión de tiempo antes de que alguien de su
círculo lo notara. Aunque no lo sé. Podría ser eso, o podría ser muy bien esta
mierda con Harlow, o, quién sabe, tal vez sea algo más, simplemente lo
siento.
Suenan voces desde fuera y oigo a los demás salir de sus habitaciones y
dirigirse a los coches.
Ya es hora.
—¿Crees que nos necesitan? —observa Tree, siguiendo mi mirada por la
ventana hacia donde se reúnen los otras híbridas y sus Elegidos.
—No sólo eso, tengo la sospecha de que también los necesitamos a ellos.
La confesión flota por la sala y la veo rebotar de persona en persona
mientras todos la absorben.
No me gusta necesitar a nadie y, sin embargo, aquí estoy, rodeada de
Caballeros, Escudos, híbridas y Elegidos, y hay una inmensa sensación de
significado y conexión que no me puedo quitar de encima, pero, lo que, es
más, no quiero hacerlo. No quiero huir ni esconderme de lo que sea esto. No
me esconderé en las sombras ni esconderé la cabeza en la arena esperando
que todo desaparezca. No estoy segura de lo que significa todo esto, pero
estoy dispuesta a afrontarlo, a ver adónde me lleva.
Respiro con fuerza, cuadro los hombros y me dirijo a la puerta.
—Pero primero, Harlow. Así que vamos.
Salgo de la habitación, Caballeros y Escudos a remolque, hay un aire
solemne en el grupo, no sólo en el nuestro sino también en el de las otras
híbridas y sus Elegidos.
Siah, el compañero Lamia de Vinna, viste un traje negro con camisa y
corbata negras. El contraste oscuro con sus ojos azules cristalinos, su tez
aceitunada y su cabello castaño arenoso es sorprendente. Knox, el mayor
Elegido de Vinna, lleva un traje gris grafito que combina perfectamente con
sus ojos, su piel marrón moca es de un tono similar a la de Rafe, y sospecho
que podría ser mitad negro y mitad blanco como mi Escudo.
Knox congenió de inmediato con Rafe y Tree, algo que me parecería
entrañable si no me preocuparan todos los problemas en los que podría
meterse ese trío. Mis chicos ya son bastante peleones, pero sospecho que no
hay forma de evitar ese floreciente bro-mance.
Me dirijo al Range Rover negro que me han designado para esta noche.
Knox y Siah me saludan con la cabeza y Vinna me mira con ojo crítico.
—Sé que Siah dijo que lo mejor es un vestido, pero ¿puedes luchar así?
—me pregunta preocupada. Me miro a mí misma.
—Con los tacones no, pero el vestido es lo bastante elástico. En el peor
de los casos, puedo cortármelo.
Brae gime detrás de mí.
—Joder, Cookie.
Me río sin poder evitarlo y le guiño un ojo.
Vinna sonríe cuando me vuelvo hacia ella.
—¿Estas segura de que puedes hacerlo? —pregunta, lanzando una mirada
ansiosa a su Elegido.
Abro mi fuente, activo las runas de la parte superior de mis brazos e
invoco mi habilidad para enmascararme. Mis marcas y cicatrices de Centinela
desaparecen bajo una ilusión de piel suave y sedosa. El engaño mágico es tan
fuerte que alguien podría rastrear cada cicatriz de mi cuerpo con los dedos,
pero en realidad no las sentiría. Elimino cualquier rastro de mi olor híbrido
hasta que lo único que se percibe es el aroma de Lamia. Hago lo mismo con
Knox, añadiendo un sutil anillo rojo alrededor de sus ojos grises, señal de que
un chupasangre se ha alimentado recientemente.
—Ya está hecho —le digo, asintiéndole a Knox.
Ella jadea al mirarlo, y él sonríe, abriendo los brazos para abrazarla. Su
sonrisa muestra un par de colmillos blancos que en realidad no están en su
boca, pero nadie más que él se dará cuenta.
—Maldita sea, sé que dijiste que podías, pero esto es una locura —dice
Vinna, alargando la mano para pinchar uno de los colmillos de Knox. Retira
la mano y se queda mirando el dedo, atónita—. Está afilado. ¿Cómo es
posible si no es real?
Muevo las cejas y encorvo la espalda como una vieja bruja antes de mover
los dedos en su dirección.
—Magiaaaa —respondo, intentando sonar lo más espeluznante posible, y
ella se ríe.
Incluso Siah sonríe antes de negar con la cabeza, y eso es mucho decir,
porque sin duda es el más callado y serio de sus Elegidos.
—¿Todo listo? —pregunta Falon mientras se acerca, con sus compañeros
pisándole los talones.
La forma en que los tres grifos la siguen me hace preguntarme si alguna
vez fueron sus guardias o algo así. Vigilan todos sus movimientos como si
les preocupara que se levantara y desapareciera y tuvieran que agarrarla y
sujetarla por si acaso. Es extraño y adorable al mismo tiempo.
—Tanto como puedo estarlo ¿y tú? —respondo, celosa de las botas que
lleva en los pies y de los cómodos vaqueros y jersey que viste.
Se pasa los dedos por su cabello blanco y sus ojos lilas brillan divertidos.
—Sólo vamos a recoger a gente del cielo. Paloma podría hacerlo mientras
duerme —contesta con una sonrisa y un gesto despreocupado.
—¿Paloma?
Ella se ríe, el sonido es un poco tímido.
—Sí, mi Grifo, se llama Paloma.
Empiezo a reírme y me tapo la boca con una mano, no quiero ofender a
Falon ni a su... Paloma.
—No te preocupes —me asegura—. Hasta a mí me pareció raro al
principio, pero así es Paloma, totalmente una locura. Tienes una loba,
¿verdad? Cómo la llamas, o eso, o quizá para ti es diferente y no estás
dividida como parece que lo estoy yo.
—No, yo también estoy dividida con mi animal. Estoy bastante segura de
que es algo de híbridos. Pero a mi chica la llamo Loba —admito, dándome
cuenta por primera vez de lo cutre que suena—. Nunca he pensado en ponerle
un nombre de verdad.
—Bueno, si lo haces, asegúrate de sugerir una opción con la que puedas
vivir o, si tu loba es como mi Grifo, elegirá algo ridículo como Cerdita o
Ardilla.
Me río de nuevo, pero me vuelvo internamente hacia Loba.
—¿Cerdita? —le pregunto, intentando no encogerme ante la sugerencia.
Loba me gruñe. Divertida, me aparto de nuestra conexión y vuelvo a
centrarme en Falon—. Cerdita ha sido vetado —le digo con una risita.
—Qué suerte —resopla—. Tu animal parece perfectamente razonable y
cuerda. Estoy deseando conocerla. Quizá pueda hacer entrar en razón a la
mía. —Se encoge y se agacha como si estuviera evitando un golpe que no
puedo ver—. Y ahora me está chillando.
Falon me lanza un rápido saludo y se marcha, haciendo una mueca de
dolor de vez en cuando, como si el sermón que tiene en la cabeza fuera épico.
He estado en su lugar con Loba una o dos veces; no envidio a la híbrida que
tiene que enfrentarse a su Grifo.
Una cálida sensación se filtra a través de mí. Es agradable hablar con
alguien que lo entiende. Nunca había conocido a nadie que entendiera mi
doble naturaleza y lo bueno y lo malo que conlleva. Una sonrisa se dibuja en
mi rostro, y me encuentro emocionada por conocer a la Paloma de Falon y
aprender más sobre ellas.
—Esto sigue sin gustarme —gruñe Ledger mientras él y los demás
Caballeros se mueven para rodearme.
Rafe y Tree me hacen un gesto de solidaridad y me chocan los nudillos.
Les devuelvo la inclinación de cabeza y aprieto mi puño contra los suyos
antes de que se vayan a hablar con Knox y Siah, sospecho que para
amenazarlos si me ocurre algo.
Suspiro y vuelvo a mirar al irritado Caballero. Se ha estado pasando los
dedos por el pelo, y ha desplazado unos cuantos mechones castaño claro que
ahora cuelgan sobre los lados rapados de su cabeza. Sus ojos azul tormenta y
sus rasgos masculinos vuelven a parecer melancólicos. Se alisa la barba corta
con la palma de la mano y me estudia con atención.
—¿Y qué te gustaría, Libreta? ¿Envolverme en plástico de burbujas y no
perderme de vista nunca más? ¿Quieres encerrarme en una habitación y tirar
la llave? ¿Qué te haría sentir mejor? —pregunto, un poco molesta por lo
pesimistas que están siendo él y los demás.
Entiendo sus reservas, pero ninguno de ellos ha sugerido una opción
mejor, porque no la hay. Tienen que superar su descontento y subir a bordo.
Aparentemente, las frustraciones sexuales ponen de mal humor a los
Caballeros. Es bueno saberlo.
—Podría aceptar lo de encerrarte en una habitación, pero sólo si estoy ahí
dentro contigo, haciéndote gritar mi nombre hasta que te quedes sin voz —
me dice con naturalidad, y el deseo inunda inmediatamente mis bragas.
Maldito bárbaro deslenguado.
—Debería haberlo visto venir. Me he metido de lleno, ¿no? —le pregunto,
y su sonrisa me hace respirar entrecortadamente.
No las reparte a menudo, pero cuando Ledger me lanza una sonrisa, me
siento como un mosquito que acaba de caer en las garras de una chancleta.
Probablemente al final me va a doler, pero valdrá la pena si puedo tocar la
luz una sola vez.
Se inclina y frota la punta de su nariz contra la mía.
—No voy a besarte, porque dije que esperaría hasta que recuperáramos a
tu hermana. Pero que sepas que, en cuanto lo hagamos, se acabaron la
contención y la paciencia. Esta es tu única advertencia.
Con eso, el enorme bárbaro se aleja, y que me aspen si no me deja
mirándole el culo y tambaleándome mientras se va.
Brae se ríe, se inclina y me planta un beso rápido en los labios. Se aparta
antes de que apenas lo haya probado.
—Procura no estar herida ni desnuda para cuando lleguemos. No me haré
responsable de lo que ocurra si te descubro en cualquiera de los dos estados
—advierte, y luego, al igual que Ledger, se aleja para reunirse con su
compañero Caballero y los otros Elegidos de Vinna.
—La próxima vez que te bese, no será corto y dulce, y no nos diremos
adiós —declara Gage mientras presiona sus labios enérgicamente contra los
míos.
—De acuerdo —ronroneo contra su pecho mientras me envuelve en un
fuerte abrazo.
Miro a Jury mientras Gage se une a los demás. Me mira a la cara y me
pasa los nudillos por la mejilla.
—¿Cuál es tu verdadero nombre? —pregunta en voz baja.
—Savoy —respondo, inclinándome hacia su tacto.
—¿Me refería a tu apellido? Sé que no es Bardot.
Resoplo divertida y considero al Caballero. Veo que esto le importa, que
es un trocito de mí que le gustaría tener antes de que se desate el infierno.
Pero lo que pide es mucho más grande de lo que cree.
Paso los dedos por su corta barba, admirando su precioso rostro y la forma
en que me está mirando.
—Malik —confieso por fin, apenas por encima de un susurro, sin querer
que nadie más lo sepa, pero dispuesta a decírselo por mucho que me duela
pronunciarlo.
Sus ojos se oscurecen cuando se da cuenta de la conexión, y luego vuelven
a suavizarse cuando me asimila.
—Vuelve con nosotros, ¿vale? —ruega, y yo asiento con la cabeza.
No me besa ni dice nada más antes de marcharse, y no sé qué pensar de
eso. La inquietud se apodera de nuevo de mi pecho, y no sabría decir si se
debe a mi revelación de hace un momento, a la expectación por lo que está a
punto de ocurrir, o si se trata de esa ominosa sensación que llevo días
eludiendo. Sea lo que sea, puede unirse a la fila de todos mis otros problemas.
Ya voy, hermanita. Te veré pronto.
Esta noche, la venganza es mía, y mi ira no será negada ni un segundo
más.
Cuerpos. Hay cadáveres por todas partes. Sus gritos y llantos resuenan
en mi mente a pesar del silencio que vuelve a cubrir la calle. El olor de la
magia y el hedor de la muerte obstruyen el aire y prácticamente me ahogan
mientras aspiro desesperadamente en mis maltrechos pulmones.
Mi visión se desvanece mientras subo a trompicones los escalones de la
casa de color amarillo pálido. Me niego a mirar el cadáver de mi padre
mientras paso por encima de él, y no dejo que mis ojos se desvíen hacia mi
madre ni hacia el charco de sangre que la rodea.
Mis pies flaquean y tropiezo al subir los pocos escalones, me agarro a la
barandilla de madera y hago que mis pies luchen contra el cansancio que los
agobia. Estoy casi exhausta y necesito salir de aquí antes de que Deveraux
vuelva con refuerzos.
Abro de un empujón la puerta azul marino, prácticamente me arrastro
hasta el interior de la casa y me detengo en medio del acogedor salón. Ignoro
los cuadros de la pared y los toques hogareños que hacían de este lugar el
santuario de mi madre, y me obligo a escuchar.
Sé que está aquí en alguna parte.
Calmo la respiración y recurro a los últimos restos de mi agotada magia,
en busca de los latidos de su corazón o de cualquier otro sonido que me
ayude a localizar su paradero. Un ruido sordo procede de la cocina, el roce
apenas perceptible de la tela contra algo duro es música para mis oídos.
Me trago un sollozo mientras entro en silencio en la estancia. Está limpia
y ordenada, con armarios blancos y encimeras de piedra moteada. Hay una
mesa de madera oscura en un rincón, con las sillas bien colocadas contra
ella, y me imagino las comidas, las risas y el amor de los que esta habitación
ha sido testigo y que ahora ya no volverá a serlo.
Me detengo de nuevo, balanceándome sobre mis pies mientras intento
percibirla. La aprensión y la abrumadora necesidad de salir de aquí se
apoderan de mis sentidos, pero me obligo a mirar más allá de mis gritones
instintos y a concentrarme.
Mi mirada se desvía hacia un mueble bajo, situado entre la cocina y una
pila de cajones, cuando oigo un leve resoplido. Me acerco y me agacho. Me
limpio la cara de lágrimas y suciedad, inspiro hondo y agarro el tirador de
la pequeña puerta blanca del armario que tengo delante.
Se abre silenciosamente y me asomo al interior. Me duele el pecho y me
da un vuelco el corazón cuando veo un par de ojos color avellana que me
miran aterrorizados. Las lágrimas descienden silenciosamente por sus
mejillas mientras se abraza con sus delgados brazos, rodeando con fuerza
sus rodillas y encajándose lo más atrás posible.
—No estoy aquí para lastimarte —le digo en voz baja, con el alma
rompiéndoseme en mil pedazos solo para reformarse y volver a romperse
una y otra vez mientras miro a mi hermana pequeña por primera vez—. Me
llamo Savoy. ¿Cómo te llamas tú? —le pregunto suavemente, sonriendo a
través de las lágrimas que empiezan a derramarse por mi cara.
Sus ojos color avellana se abren un poco y levanta la cabeza de donde
estaba apoyada contra la jaula de sus brazos.
—¿Savoy? —susurra, como si hubiera oído ese nombre antes—. Mamá te
ha estado buscando durante mucho tiempo —me dice, y una emoción
abrumadora me invade mientras asiento con la cabeza ante la pequeña niña
que se esconde en el armario. —Os he encontrado a los dos —le aseguro,
haciendo todo lo posible por contener los sollozos desgarradores que
amenazan con vencerme.
—Soy Harlow —dice tras una breve pausa.
Le sonrío, y la pequeña sonrisa que me devuelve cura instantáneamente
cosas en mí que creía que nunca podrían repararse.
—Hola, Harlow.
—El hombre malo hizo daño a nuestra mamá —susurra mientras aprieta
los ojos y nuevas lágrimas resbalan por sus mejillas.
Me limpio la cara y lucho por mantener la compostura.
—Lo hizo —admito con un jadeo estrangulado que silencio
rápidamente—. Pero hice que se fuera, y no podrá volver jamás —le
prometo, y ella me hace un pequeño gesto con la cabeza.
Harlow abre los ojos y me mira a la cara.
—¿Ya estamos a salvo? —pregunta tímidamente, y mi pecho y mi
garganta se tensan y se vuelven pesados.
—Todavía no, pero lo estaremos —le aseguro, ofreciéndole una sonrisa
tranquilizadora y extendiendo hacia ella la palma de la mano abierta.
La mira un momento y luego desliza lentamente su pequeña mano en la
mía. La ayudo a salir del armario y odio que esté temblando de miedo.
—Me protegerás, ¿verdad, Savoy? —pregunta mientras se aprieta contra
mí y sus ojos asustados recorren la habitación.
Le doy un fuerte abrazo a mi hermana pequeña y le retiro el cabello
castaño oscuro de la cara.
—Siempre, Harlow. Siempre te protegeré.
Observo por la ventanilla trasera, un mar de troncos de árboles que pasan
a toda velocidad, mientras mis pensamientos se agitan y revuelven dentro de
mi cabeza.
—A diez minutos —anuncia Knox desde el asiento del conductor, y la
sed de sangre me recorre.
La promesa que le hice a mi hermana pequeña resuena en mi mente como
una banda sonora vengadora que he puesto en bucle. Loba está lista y
esperando bajo mi piel. La idea de atacar a la gente en cuanto salgamos del
coche es jodidamente tentadora, pero no lo haremos. Mantendremos la
compostura hasta que encontremos a Harlow y a las otras chicas, y entonces
se acabaron las apuestas.
Siah me mira mientras exhalo un profundo suspiro. Sus ojos azules como
el cristal me estudian como si tratara de averiguar si puedo hacer todo lo que
dije para que Knox y yo vayamos a este recinto con él. Parece como si
estuviera tratando de anticipar todas las formas en que esto podría salir mal
y pensar en contingencias.
Ya somos dos, sólo que no dudo de mis habilidades, sino de las suyas.
—¿Deberíamos repasar el plan una última vez antes de llegar?
¿Comprobar cuatro veces que todos estamos de acuerdo? —le ofrezco,
necesitando hacer algo para salir de mi propia cabeza y esperando que eso
haga que deje de observarme como lo está haciendo.
Me recuerda un poco a Ledger por la forma en que observa todo lo que le
rodea. No le culpo necesariamente por su escepticismo, a pesar de que nos
olfateó a mí y a Knox y nos examinó antes de aceptar que no podía encontrar
defectos en mi ilusión. No me conoce mejor que yo a él. Al igual que los
Caballeros y mis Escudos estaban preocupados, me parecería extraño que no
le pasara lo mismo.
La confianza cuesta ganársela y ninguno de nosotros la ha alcanzado
todavía.
—Mi contacto en el nido es Caplan Whitney, el segundo de Carlos
Vittorio. Nos criamos juntos en el nido de Adriel, pero Caplan se marchó
cuando Adriel empezó a desmoronarse —relata, como si estuviéramos
estudiando para un examen.
Asiento con la cabeza y mantengo la vista fija en la oscura carretera que
serpentea de un lado a otro entre interminables hileras de altísimos pinos y
álamos temblones.
—Caplan y tú conocéis a Dej Kaur, que es el Lamia que os habló de este
lugar. Él hizo la llamada para que os reunierais con Caplan y Carlos, porque
Vittorio quiere el apoyo de otros Lamias poderosos —digo, recitando todo lo
que Vinna y sus Elegidos nos contaron sobre cómo organizaron esta reunión.
Al parecer, el mundo es un pañuelo cuando se trata de los Lamias; o estás
conectado a los poderes fácticos o no lo estás, y por suerte para nosotros, Siah
lo está.
—Lo que sea que Vittorio esté haciendo aquí parece ser secreto y sólo con
invitación. Acabas de perder tu nido, así que traes unos cuantos
guardaespaldas, ahí entramos Knox y yo, escenario izquierdo.
Knox se echa hacia atrás y me ofrece sus nudillos, como hacen siempre
mis Escudos antes de lanzarnos a algo peligroso. Sonrío mientras pego los
míos a los suyos, y él coloca la mano en el volante y vuelve a centrarse en la
carretera.
—Mientras podáis mantener el aspecto y el olor de Lamia, estaremos bien.
Como mis guardias, no se espera que habléis, y podéis vigilar los alrededores
como si estuvierais haciendo vuestro trabajo. —Señala Siah, y yo intento no
tomármelo como una indirecta.
—Knox lo sabe —comienza Siah, las sombras oscuras de las ramas
pasando por su rostro hacen que su mandíbula cuadrada parezca más afilada
y que el castaño medio de su cabello parezca más ceniciento y oscuro—. Pero
antes de que mataran a mi anterior Señor y destruyeran el nido, yo también
trabajaba de incógnito en él. Me consideraban muy frío y calculador. Sólo lo
sacó a colación porque volveré a ponerme esa máscara mientras estemos en
el recinto, y no quiero que eso te alarme.
Le hago un gesto para tranquilizarlo.
—Soy la reina de las máscaras, así que no te preocupes.
Damos la vuelta a una curva cerrada y, de repente, el recinto del nido
aparece a lo lejos. Está escondido detrás de un alto muro de piedra que parece
rodear toda la propiedad. Inmediatamente me hace pensar en una prisión de
alto nivel, y definitivamente no en una casita feliz que casualmente está
escondida en medio de la nada.
El coche frena cuando un guardia sale a la carretera al acercarnos al primer
control de seguridad.
—¿Nombre? —pregunta en tono monótono otro guardia mientras Siah
baja la ventanilla.
—Siah Aylin, antiguo Cuarto de la Casa Adriel, para ver a su amo y a su
Segundo.
El guardia asiente y hace una señal al otro para que salga de la carretera.
Continuamos en silencio mientras nos acercamos a la enorme verja. El
personal de seguridad no nos detiene, sino que nos hace señas para que
avancemos. Un fuerte zumbido eléctrico llena el aire antes de que la sólida
verja metálica que tenemos delante comience a girar hacia un lado para
permitirnos la entrada.
Lo primero que me llama la atención al entrar en la finca es el gigantesco
edificio que tenemos delante. Parece sacado de "Cadena perpetua"36. Lo
segundo que me llama la atención es la cantidad de guardias que hay. Veo
varias patrullas a lo largo del muro de piedra y recorriendo un estrecho
perímetro alrededor del edificio. Hay torres de vigilancia en los lados este y
oeste de la propiedad, y los focos iluminan casi todo el recinto.
Un visitante desprevenido podría pensar que Vittorio no quiere que entren
visitantes no deseados, pero yo apostaría porque no quiere que salga nadie.
Lo que no veo en absoluto es la guarida de drogas que Bryce, el Caster
muerto, describió. Tal vez esa mierda esté ocurriendo a puerta cerrada dentro,
pero fuera no detecto música ni sonidos de jolgorio. Nadie se tambalea por la
propiedad tan colocado de sangre especial que no pueda mantener los pies o
el sentido común. De hecho, ocurre exactamente lo contrario, hay un aura
tensa dentro de la puerta y una seriedad sombría que inmediatamente me pone
aún más nerviosa.
—Allá vamos —murmura Siah, y damos la vuelta a un enorme camino
circular, deteniéndonos frente a unas escaleras que parecen pertenecer al
decorado de algún drama de época británico.
Sólo que en lugar del Sr. Darcy37 en la cima de ellas, hay una belleza de
pelo caramelo que es el vivo retrato de Brad38 no sé qué, en esa película de
vampiros que podría haber sido buena, pero no lo fue.
Salgo del coche y me aliso el vestido negro mientras observo el entorno
con ojo crítico pero profesional. Knox abre la puerta de Siah y el Elegido sale
del coche con su máscara fría, tranquila y serena en su sitio. Se pasa una mano
por la corbata y mira al Lamia que nos observa desde lo alto de la escalera.
—Siah —canturrea el Lamia, abriendo los brazos en señal de saludo como
si estuviera esperando un gran abrazo o haciendo algún gesto extraño para
mostrar la prisión-mansión que tiene detrás.
Siah sube los grandes escalones de dos en dos, al igual que Knox, que es
muy corpulento. Yo, en cambio, tengo las piernas cortas, así que subo escalón
a escalón, con la cabeza girando como si mi lentitud fuera estratégica y no un
problema de piernas cortas.
—¿Qué es eso que he oído de un nuevo apellido? ¿Era Aylin? ¿Hay un
nuevo nido que desconozco? —pregunta el chupasangre mientras Siah se
acerca a él.
—Caplan, ha pasado demasiado tiempo. —Saluda él, abrazando al Lamia
antes de que se besen las mejillas—. No un nuevo nido, una nueva
compañera. Acordamos intercambiar apellidos cada cincuenta años. Ella
ganó el primer tramo —explica, como si estuviera hablando del clima, con el
brillo y el amor que suelen acompañar a cualquier mención de Vinna ausente
en sus ojos y en su tono.
Y el Oscar es para...
—Parece que Adriel por fin ha cabreado al jefe equivocado —empieza
Caplan, metiéndose de lleno en los cotilleos como Siah dijo que haría.
—Se enfrentó al Paladín y perdió. Yo también sería ceniza si no estuviera
en Londres comprobando nuestros asuntos.
—Bueno, por mi parte me alegro de que estés a salvo, y aún más
encantado de tenerte aquí. ¿Tenía razón Dej al decirme que aún no te has
unido a otra casa? —Un trasfondo de excitación resuena en el tono de
sorpresa de Caplan.
Siah se encoge de hombros, con una mueca de suficiencia en los labios.
—Me están cortejando. Ya veremos dónde aterrizo.
Finalmente empezamos a movernos hacia las elevadas puertas delanteras,
y pongo en práctica todos mis sentidos mientras seguimos al Lamia al
interior. Hago una rápida comprobación mágica para asegurarme de que no
hay nada que interfiera con nuestras máscaras, pero todo está como debería.
El interior es tan frío como el exterior. Ha quedado atrapado en una
especie de túnel del tiempo en el que Vlad el Empalador estaba de moda. Las
altas paredes están decoradas con armas antiguas y hay varios tapices que
representan a mujeres que están siendo penetradas de múltiples formas
diferentes mientras un Lamia, o varios de esos mismos, beben su sangre.
Acogedor.
Por alguna razón, sólo puedo pensar en la persona que creó el tapiz. Me
lo imagino tejiendo la parte de la polla con gran atención al detalle, y me
pregunto cómo alguien descubre que tiene talento para plasmar esas escenas
a través de los tejidos.
Atravesamos un vestíbulo y pasamos por delante de una gran sala con un
fuego crepitante y un montón de muebles rígidos en los que no se sienta
nadie. Dentro hay tantos guardias como fuera. Todos visten uniforme militar
negro y permanecen inmóviles en todos los rincones de la sala, con dos
guardias al principio y al final de cada pasillo y escalera.
Tengo ganas de empezar a buscar a Harlow. No veo a ninguna hembra
entre todos los machos que hay aquí, y se me eriza la piel por las miradas que
siento clavadas en mí.
Hay un aire depredador en este lugar, como si los machos no hubieran
visto una mujer en mucho tiempo, o tal vez han visto muchas, pero no se les
permite tocarlas, y ahora ven una que creen que pueden.
Por un lado, me da esperanzas de que quizá Harlow y las demás no estén
siendo tan maltratadas como nos habían dicho, pero eso suponiendo que esta
extraña sensación que tengo sea correcta, y no lo sabré hasta que las
encuentre. Me aterra tener esperanzas y, sin embargo, tampoco me permito
considerar lo peor. Es un horrible estado de limbo en el que vivir, y estoy más
que preparada para que se acabe.
El impulso de abandonar esta treta y empezar a destrozar este lugar en
busca de mi hermana es abrumador. Me siento como si hubiera entrado en un
nido de avispas, y quiero empezar inmediatamente a aplastar y matar, pero
tengo que ser paciente y debo tener cuidado.
Caplan hace un gesto alrededor del gran espacio.
—Dices que estás siendo cortejado, pero espero que me dejes hacer una
propuesta para Vittorio. Estoy seguro de que después de ver lo que hemos
descubierto, estarás de rodillas, jurando lealtad en menos de una hora. Pero
vamos a hablar con el señor de la casa antes de mostrarte el lugar.
Caplan ni siquiera nos mira mientras nos adentramos en la espeluznante
casa. El pasillo por el que caminamos está oscuro y me arriesgo a echar un
vistazo a Knox por primera vez desde que salimos del coche. Parece tan
tranquilo y confiado como siempre, pero aprieta las manos una vez, como si
intentara liberar la tensión. Él también debe sentirlo. Hay algo increíblemente
malo en este lugar.
Caplan abre la puerta al final del pasillo y entramos en una habitación en
penumbra que es una extraña combinación de despacho y dormitorio. Es
lúgubre y la decoración al estilo Vlad el Empalador continúa, con pesadas
telas rojas que gotean de una enorme cama de cuatro postes, sillas y
almohadas de terciopelo carmesí amontonadas aquí y allá, mientras que todos
los demás muebles son de una madera tan oscura que casi parece negra.
Siah entra y se congela de repente, pero hasta que no me muevo a su
alrededor no veo por qué. En un amplio banco a los pies de la cama está el
Lamia que vi en la visión que evoqué en la sangre de Cole. Tiene el cabello
largo, oscuro y liso como un alfiler. Su piel es pálida y cremosa, y al igual
que en la visión, se está follando a una hembra mientras ella maúlla y pide
más.
Carlos Vittorio no lleva camisa, y puedo ver sus músculos flexionarse y
soltarse con cada embestida. Sus pantalones de traje de ónice caen por debajo
de sus caderas, como si acabara de bajarse la cremallera antes de meter la
polla dentro de la mujer que jadea.
Su actuación deja mucho que desear, y no hay duda de que es una
actuación, por parte de ambos. Este es exactamente el tipo de juego mental
por el que su especie es notoria. No sé si está intentando excitar con este
pequeño espectáculo o demostrar lo jodidamente semental que es, o tal vez
es sólo un ninfómano. En cualquier caso, he visto demasiado de las
habilidades de este cabrón en la cama, y acabo de conocerlo.
Siah cruza los brazos sobre el pecho y observa, como se espera de él. Eso
significa, por desgracia, que Knox y yo debemos hacer lo mismo, porque así
es como funciona su cultura. Siah es nuestro amo mientras estamos en esta
casa. Lo que significa que vamos donde él va y hacemos lo que él hace, y en
este caso, eso significa ver el porno vampírico y tratar de no vomitar.
Knox toma posición junto a la puerta por la que acabamos de entrar y yo
me coloco detrás de Siah. Lo suficientemente cerca como para llegar a él en
un instante si lo necesito, pero lo suficientemente lejos como para dejarle algo
de espacio.
Por suerte, al más puro estilo megalómano, el show porno no dura mucho
más. Estoy en ochenta y cinco botellas de cerveza en la pared en mi cabeza
de los noventa y nueve con los que empecé, cuando el bueno de Carlos ruge
como si acabara de ganar un combate a muerte en un foso de gladiadores al
correrse.
Me doy cuenta de que no bebe la sangre de esta mujer como hizo con
Paisley; simplemente se retira y vuelve a meterse en los pantalones,
agarrando la toalla que Caplan le tiende alegremente como si fuera un día
más en la oficina.
Carlos se vuelve para saludar a Siah, pero mis ojos se clavan en la hembra
del banco cuando se levanta, y se me revuelve el estómago al verla. Mis
sentidos se agudizan y soy capaz de detectar el inconfundible olor a cambia
formas. Pero también emana algo más... una extraña mezcla de lobo y Lamia,
demasiado fuerte para ser el resultado de la follada que acaba de protagonizar.
Discretamente, inhalo profundamente, persiguiendo la confusión que me
invade mientras trato de encontrarle sentido a lo que estoy oliendo. Coge una
bata del suelo y se estira para envolverse en ella.
El horror se apodera de mí al ver el ligero abultamiento de su vientre.
De algún modo, no reacciono ante la conmoción y el miedo que gritan en
mi mente en este momento. Me obligo a respirar con regularidad y evito que
la rabia me haga cerrar las manos hasta convertirlas en puños. Un escalofrío
me recorre la nuca.
Esta mujer está embarazada.
Y su bebé huele como un híbrido de lobo y lamia. Lo cual no es
jodidamente posible.
Todo a mi alrededor se vuelve nebuloso y amortiguado. Mi mente da
vueltas, mis emociones se agitan en mi pecho. Por fuera soy un muro de hielo,
pero por dentro me rompo en mil pedazos.
Los Lamias no se reproducen. No pueden. Y aun así esta metamorfa y su
cachorro me están diciendo lo jodidamente equivocada que estoy. Una parte
de mi mente intenta convencerme de que sólo estoy oliendo el semen de
Carlos mezclado con los aromas naturales del embarazo de una cambia
formas, pero otra parte me está mostrando la visión de Paisley suplicando ser
preñada y la forma en que Bryce se quedó con la cara desencajada cuando
solté esa bomba. Luego está la guardería que ninguno de nosotros podría
explicar.
La indignación y la conmoción se agitan en mis entrañas cuando veo salir
a la mujer por una puerta lateral. Hago todo lo que puedo para no correr tras
ella. Me apresuro a hojear el catálogo de víctimas que he memorizado,
tratando mentalmente de comparar el rostro de esta mujer con alguno de los
suyos. Nadie destaca, pero eso no significa nada, no cuando sé que hay
víctimas que aún no hemos identificado.
—Ooh, bien hecho, Siah el Frío. —Felicita Carlos, y yo fuerzo mi
atención a apartarla de la puerta por la que desapareció la hembra y me centro
en el chupasangre responsable de que se llevaran a Harlow.
El fuego me sube por la garganta y los bordes de mi visión se tiñen de
rojo, pero me niego a ceder a la furia que arde en mis venas. No hasta que
encuentre a mi hermana.
Los ojos color avellana de Carlos Vittorio están fijos en mí, y me doy
cuenta con un sobresalto de que parece intrigado. No tengo ni idea de lo que
se ha dicho mientras yo me centraba en la metamorfa embarazada, pero está
claro que me he perdido algo.
—¿Y qué he hecho exactamente? —pregunta Siah rebosante de apatía.
—Parece que tu despampanante guardiana se ha dado cuenta de mi
sorpresa —observa, con una mirada que me eriza la piel—. Es buena, Siah.
La mayoría no se dan cuenta hasta que prácticamente les meto la cara.
Carlos cruza la habitación en mi dirección y necesito todo lo que hay en
mí para no invocar una espada y arrancarle la cabeza de cuajo. Se acerca,
inspira profundamente y me dan ganas de ponerme en guardia, pero
mantengo mis reacciones bajo llave.
—¿En qué me ha metido exactamente mi buen amigo Dej? —pregunta
Siah, mirando de Carlos a Caplan como si esperara que éste respondiera a la
pregunta.
En ese momento, la atención de Carlos se desplaza hacia Siah y una
sonrisa arrogante se dibuja en su rostro.
—¿Quieres la versión larga o la corta? —pregunta, moviéndose detrás de
mí y fuera de mi campo de visión.
Maldito asqueroso.
Siah suelta un pequeño resoplido que no es ni divertido ni burlón, pero de
alguna manera ambos.
—Ya estoy aquí, así que aceptaré cualquier versión que quieras darme,
Vittorio.
Knox permanece de pie como una antigua estatua de piedra inamovible
junto a la puerta, con la mirada lejana, pero está claro que capta todo lo que
hay en la habitación.
—Bueno, dado que tu chica ya me ha estropeado la diversión, que te lo
cuente ella, ¿quieres? —ordena Carlos mientras aparta mi cabello hacia un
lado.
Loba gruñe en mi cabeza, pero la tranquilizo mientras me esfuerzo por
permanecer totalmente inmóvil e imperturbable.
Juro que, si intenta morderme, destripo a este cabrón.
—Adelante —me anima mientras pasa la nariz por la fina tela negra que
cubre mi hombro.
Siah asiente con la cabeza como si me diera permiso para hablar, y yo
hago todo lo posible por actuar como una buena perrita faldera.
Lo odio.
—La invitada del señor está encinta —anuncio robóticamente, orgullosa
de no atragantarme con la palabra señor y de que mi voz no tiemble de rabia.
—Venga, Muñequita, puedes hacerlo mejor; sé que lo sabes —me arrulla
Carlos mientras me tira de nuevo contra él.
Su tacto es frío y su aliento huele a cobre. Reprimo un escalofrío de
repulsión.
—Está embarazada, y el niño es a la vez metamorfo y Lamia.
Siah se echa a reír, con un sonido altivo y censurador.
Carlos parece contentarse con esperar, esperando esta reacción, lo que me
hace preguntarme cuántas veces ha montado este pequeño espectáculo y ha
revelado esta imposibilidad. ¿Cuántos otros Lamias saben este secreto? Si
acabo con este nido, ¿saldrán de la nada y volverán a atacar a Harlow y a las
otras mujeres? Porque no tengo ninguna duda de que todo esto está
conectado. Por eso se llevaron a todas esas mujeres. De alguna manera este
maldito descubrió una forma de reproducirse, y lo que sea que lo haga
posible, Paisley pudo verlo.
Carlos chasquea dos veces los dedos, y la puerta lateral por la que salió la
hembra se abre y ella vuelve a entrar, como si hubiera estado esperando justo
al otro lado para ser convocada exactamente con este propósito.
—Compruébalo tú mismo, viejo amigo —anima Caplan, y tras un
pequeño momento de vacilación, Siah se acerca a la cambiante.
—Confirma lo que quieras, Siah el Frío. Pero no te alimentes de ella.
Hemos descubierto y está demostrado que crea complicaciones —dice Carlos
desde detrás de mí, y de repente me siento mal.
¿Lo han descubierto? ¿A cuántas mujeres han hecho esto?
El horror por Harlow, por las demás, me invade, y tengo que tragarme la
bilis que me quema la garganta.
Me obligo a cerrar inmediatamente esa línea de pensamiento. No nos
llevará a ninguna parte buena, y todavía tengo que encontrar a las mujeres
desaparecidas. Me ocuparé de lo que encontremos cuando lo encontremos,
no antes.
Siah se inclina y olfatea cerca del abdomen de la mujer. Sus ojos se
agrandan de asombro, y es la primera grieta en su máscara desde que
entramos en esta zona de penumbra.
Un destello de alarma brilla en su mirada azul cristalina, pero rápidamente
lo cubre con asombro, y entonces todo su semblante se vuelve codicioso. Es
difícil decir si Siah realmente se siente así. Espero que jodidamente esto sea
parte de su actuación, o podría estar en problemas aquí.
—Esto es imposible —argumenta, como si tuviera miedo de creer lo que
le dicen sus sentidos. Carlos se ríe.
—Era imposible, pero ya no.
—¿Cómo? —exige Siah, su tono es la combinación perfecta de
escepticismo y ansia.
Carlos se lo traga.
—Venid. Te lo explicaré mientras bajamos a reunirnos con ellas.
Siah de repente parece apropiadamente confundido.
—¿Ellas?
—Nuestra salvación y exaltación, hermano —ronronea Carlos, y luego
rodea los hombros de Siah con un brazo y los guía a ambos hacia la puerta.
Caplan le sigue y Knox y yo nos quedamos en la retaguardia. Knox se da
un golpecito en el pecho y luego en la barbilla, señal de que está informando
a Vinna y a los demás de lo que ocurre a través de sus vínculos emocionales
y mentales.
De repente me gustaría poder hacer lo mismo. Estaba tan en contra de
arrinconar a los Caballeros en una esquina de la que podrían querer salir que
descarté por completo las ventajas de ser capaces de comunicarnos entre
nosotros pase lo que pase. Las malditas estrellas saben que me vendría bien
que alguien me sacara del precipicio en este momento. Podría contactar con
mis Escudos, pero me preocupa lo que esta información pueda hacerles.
Harlow es su hermana pequeña tanto como lo es mía, y sé que yo apenas
puedo hacer frente a las horribles implicaciones que me pasan por la cabeza.
—Descubrimos la anomalía por casualidad —declara Carlos, y su tono
entusiasta resuena en las paredes de piedra de la gran sala—. Se trajo nuevo
ganado para alimentarnos, como es habitual, y no le dimos importancia.
Entonces, una mujer de Whitvale que mi comandante se estaba follando se
quedó embarazada. Él, por supuesto, pensó que su mascota le había
traicionado, y por desgracia sólo después de matarla pudimos discernir que
no lo había hecho. De alguna manera se había producido un milagro, y
estuvimos dando vueltas en círculos durante bastante tiempo hasta que
descubrimos cómo.
Nos dirigimos hacia la parte trasera de la casa, y puedo ver otro gran
edificio a través de las ventanas, uno que no se puede ver desde la entrada
principal.
Mi corazón quiere acelerarse, pero mantengo los latidos uniformes y
firmes, negándome a dar el más mínimo indicio de que algo aquí no es lo que
parece.
—Pensábamos que la pieza que nos faltaba estaba en la mujer que mi
comandante masacró, pero resulta que no era especial en absoluto. El milagro
estaba en la sangre de uno de los comederos de los que había estado bebiendo.
Contenía una llave que abría lo que a nuestra especie se le ha negado durante
demasiado tiempo.
—¿Qué hay en la sangre? —pregunta Siah casi con reverencia, y un brillo
codicioso relampaguea en los ojos avellana de Carlos.
—Espero compartir muchas cosas contigo Siah, pero no compartiré esa
respuesta todavía. Sólo unos pocos en mi círculo íntimo conocen esa
respuesta, y tuvieron que ganársela.
Salimos de la casa y pisamos un ancho camino de ladrillos. Se me escapa
el aliento y noto el sabor de la nieve en el aire, pero las nubes blancas que
cubren el cielo nocturno se aferran de momento a sus copos helados.
—Pero... —dice Caplan, llamando la atención del Elegido sobre esta
presentación perfectamente orquestada—. Podrías tener una oportunidad,
Siah. Vamos a celebrar una subasta. Sólo unos pocos muy selectos serán
invitados a la puja. Puedes comprar el Recipiente que necesitas para
desbloquear tu propio milagro... —Deja que su frase cuelgue—. Por un precio
y un juramento.
Tengo que respirar con cuidado por la rabia que me abrasa por dentro.
Juro que, si exhalo demasiado fuerte, saldrá fuego rugiendo de mi boca. Estos
putos proxenetas, están jugando con las vidas de las mujeres como si no
fueran más que peldaños para llegar a las alturas a las que creen que tienen
derecho.
—Nuestro pueblo lleva demasiado tiempo dividido —declara regiamente
Carlos—. Nuestras casas se pelean, nos eliminamos unos a otros, y si no lo
hacemos nosotros, lo hacen los otros supes que nos rodean. Mira lo que les
acaba de pasar a tu sire y al Paladín. ¿Qué posibilidades tenemos cuando nos
superan en número cincuenta a uno? Lo que esto podría hacer es inclinar la
balanza a nuestro favor. Podríamos unir las casas, construir un ejército,
engendrar herederos, y el mundo sería nuestro.
Puedo oír la risa maníaca que está conteniendo mientras juega a ser el rey
de los Supes. No ha dicho abiertamente que eso es lo que pretende, o que eso
es lo que incluirá el importantísimo juramento, pero es tan obvio que da risa.
Carlos quiere dominar el mundo, hacer que todos los demás doblen la
rodilla ante su grandeza y gloria. Lástima que ya lo haya oído todo antes de
un Centinela que quería lo mismo. Maté a ese cabrón, y estoy deseando hacer
lo mismo con este.
Llegamos al edificio y él se adelanta y presiona una mano sobre una
almohadilla antes de que otro sensor escanee su rostro. El corazón me da un
vuelco cuando la gruesa puerta se desbloquea con un ruido sordo y Caplan
tira de ella.
Loba está preparada dentro de mí, ambas captamos cada detalle mientras
extendemos nuestros sentidos e intentamos oír y oler lo que hay dentro.
Busco indicios de Harlow o de las demás, pero lo único que huelo son
patrullas de Lamias y los dos Elegidos cerca de mí.
Intento no sentirme decepcionada, pero mi inquietud de repente se
tambalea.
Carlos se gira hacia Siah con altivez.
—Sólo puedes llevar a un guardia dentro, y antes de que discutas, tienes
suerte si consigues siquiera eso. Tu historia con mi Segundo te concede cierto
favor, al igual que tu reputación, pero no tientes a la suerte.
Knox se tensa cuando Siah se vuelve hacia nosotros dos. En mi cabeza, le
grito que me lleve, que me lleve, pero por fuera estoy tranquila y serena. Me
duele el pecho cuando sus ojos azules como el cristal se posan en Knox.
Joder, se va a llevar a su compañero. No confía en mí y no quiere que le
cubra las espaldas, pero mi puta hermana podría estar dentro de ese edificio,
y juro por Dios que si no...
—Quédate fuera —le ordena a Knox, y luego hace un gesto en mi
dirección—. Tú, conmigo.
Todo dentro de mí canta de alivio mientras sigo a los tres Lamias al
interior de lo que Caplan llama burlonamente los establos.
Voy a ensartar a ese cabrón y lo voy a asar sobre una hoguera.
Loba se desplaza en mi interior, me estira y me araña por dentro. Estamos
cerca, ambas podemos sentirlo.
Alguien que no puedo ver nos hace pasar a través de otra gruesa puerta de
seguridad y nos conduce a un enorme espacio acondicionado como un establo
de verdad. En lugar de pesebres para animales, hay celdas. Paredes de piedra
conforman la parte trasera y los laterales de lo que parece ser un espacio de
diez por diez. La pared frontal es transparente como el cristal, pero seguro
que está hecha de algo más impenetrable. Y dentro de cada jaula hay una de
las mujeres desaparecidas que hemos estado buscando.
Se me seca la boca y mis ojos lo recorren todo, tomando nota de todas las
mujeres atrapadas, con un empalagoso olor a miedo y desesperación.
He visto animales ser tratados mejor que esto.
Carlos y Caplan guían a Siah por la fila, pero no puedo concentrarme en
lo que dicen. Observo los familiares rostros. Algunas están sentadas en los
catres dentro de su celda, otras acurrucadas en un rincón del fondo como si
trataran de no ser vistas.
Activo mis runas de Escudo para que Rafe y Tree sepan exactamente por
dónde venir, y me trago la angustia que me consume lentamente mientras
paso despreocupadamente por delante de cada lúgubre jaula. Tiene que haber
al menos treinta en total, quince a cada lado del pasillo. Encima hay una
pasarela de plataformas con guardias que caminan sobre ellas, observándolo
todo desde arriba como si fueran los señores de esta tierra. Llevan espadas
atadas a la espalda y pistolas en las manos, algo que no veo muy a menudo.
Las armas no matan a los Supes; se consideran toscas y lentas comparadas
con la velocidad que algunas razas pueden alcanzar. Miro más de cerca y me
doy cuenta de que hay dardos tranquilizantes enganchados al cinturón del
guardia más cercano, y entonces entiendo que esta precaución es para las
cautivas.
—¿Qué es lo que te tiene embelesada, Muñequita? —pregunta Carlos, de
repente a mi lado. Me congelo a medio paso y miro de él a Siah, notando la
preocupación que se aprieta alrededor de los ojos del Elegido.
—Sus guardias —admito, tratando de obligarme a relajarme—. Sus armas
me llamaron la atención.
El cabrón se acerca y respira hondo otra vez.
—¿Sabes lo que me parece interesante? —pregunta.
Quiero decirle que me importa un carajo, pero me muerdo la lengua.
—Es sutil, la mayoría no pensaría nada al respecto a menos que sepan lo
que yo sé, pero está ahí, oculto bajo el ramillete de Lamia —susurra,
apretando su nariz contra mi cabello.
A pesar de mí misma, mi corazón empieza a martillear y la magia
comienza a hincharse en mis venas.
—Es una dulzura que he llegado a reconocer, una pizca de otra oculta en
tu sangre. Hueles a salvación, Muñequita. Y no creo que sea una
coincidencia.
Bueno, mierda.
Suspiro, como si me hubieran pillado con las manos en la masa. Giro la
cabeza y le miro a los ojos.
—Supongo que se acabó la fiesta.
Invoco mi espada, pero apenas empieza a materializarse en mis manos
cuando una fuerza brutal e invisible me golpea y me arroja hacia atrás contra
una de las celdas. Veo manchas negras y me zumban los oídos por el impacto
de la cabeza contra la barrera transparente. Los sonidos de lucha y los gritos
me rodean de repente, pero no puedo moverme, la fuerza invisible me
presiona brutalmente contra la pared, haciéndolo imposible.
Bueno, doble mierda.
Parece que Carlos nos estaba ocultando algo.
Este hijo de puta tiene magia.
Aprieto los dientes contra la presión que me aplasta contra el cristal,
obligándome a girar la cabeza. Carlos está a menos de metro y medio, con
los brazos extendidos por el esfuerzo de inmovilizarme con una magia que
no debería tener.
Hago caso omiso de las partes de mi cerebro que gritan que esto no es
posible y descarto el dolor que me recorre por su uso brutal y poco hábil del
aire como arma. El corazón me palpita con fuerza en el pecho y Loba aúlla
en mi cabeza, pero controlo mi propia magia y no lucho contra lo que está
ocurriendo. Es difícil, pero tengo que ser paciente. Este cabrón me dará una
oportunidad, siempre lo hacen, y entonces me bañaré en su puta sangre.
Siah está luchando contra Caplan en algún lugar fuera de mi campo de
visión, y espero que pueda aguantar un poco más hasta que pueda liberarme.
—¿Se me olvidó mencionar que hemos descubierto otros efectos
secundarios de beber de los Recipientes? —pregunta, con un brillo maníaco
en sus ojos marrones-verdosos—. Algunos Recipientes despiertan nuestra
semilla, mientras que otros nos permiten no sólo alimentarnos de la magia de
la sangre de alguien, sino también cosechar su poder durante un tiempo. ¿No
es maravilloso?
Su ceño se frunce por la tensión de retenerme aquí, y su labio se levanta
en un gruñido decidido.
—Prepárale una cápsula —ordena imperiosamente, pero no presto
atención a los guardias que empiezan a corretear para seguir sus órdenes.
Carlos se acerca un paso, con la lucha por mantener su magia robada
evidente en las tensas líneas de su rostro.
—Prepárate para lanzarle un dardo —grita, dando otro paso pesado y
acortando aún más la distancia entre nosotros.
Eso es, arrogante de mierda, ven a mí.
Otro paso.
Empieza a chillar por el esfuerzo de mantenerme aquí, su magia prestada
disminuye.
—A mí señal —brama, como un alto señor en un antiguo campo de batalla
jugando a la guerra y acaba de decirles a sus arqueros que tensen una flecha.
Sólo un paso más...
—Ahora —grita, soltando sus manos temblorosas, y en esa fracción de
segundo, lanzo una barrera a nuestro alrededor, un muro translúcido de color
púrpura resplandeciente de magia mientras absorbe el impacto de múltiples
disparos.
La gravedad me reclama y me deslizo por la pared lisa a la que estaba
inmovilizada, aterrizando en cuclillas frente a la celda. La mujer que está
detrás de la barrera llora y se hace un ovillo en el catre, con la raída manta
puesta sobre ella como si fuera a protegerla.
Los guardias siguen disparándole a mi barrera. Algunos de ellos
desenvainan sus espadas y empiezan a intentar cortarla antes de que Siah
salga de la nada y empiece a cargárselos.
—¿Qué es esto? —balbucea Carlos, su frenética mirada examinando su
nueva prisión mágica mientras me alzo a mi altura completa y finjo
sacudirme el polvo.
—Oh —digo inocentemente, haciendo un gesto a nuestro alrededor—.
¿Se me olvidó mencionar que tengo algunos trucos propios?
Con eso, dejo caer mi máscara y mis runas y cicatrices vuelven a reclamar
su lugar en mi cuerpo. Sus ojos se abren de golpe. Se aleja de mí, echando
las manos hacia delante como si intentara lanzar más aire, pero no ocurre
nada. Su espalda choca con el muro de mi magia que tiene detrás y sus ojos
se mueven frenéticamente en busca de una salida por donde escapar.
No encontrará ninguna.
Con cada alocada respiración, empieza a darse cuenta de la realidad, y
observo su rostro en busca de ese momento satisfactorio en el que se da
cuenta de que... es mío.
Ahí está.
La alarma en su mirada crece cuando entrecierra los ojos con una
despiadada fiereza. Levanta las manos lentamente y percibo el sutil zumbido
de la magia a mi alrededor. La afinidad con el aire que tomó prestada está
agotada, pero está claro que ha estado bebiendo sorbos de algunos Casters, y
no sé qué más podría tener en su arsenal.
Me tenso cuando sus ojos enloquecidos empiezan a brillar de júbilo. De
repente, no puedo respirar. Mis pulmones se agarrotan y toso para despejar
las vías respiratorias mientras se llenan de... agua.
Bueno, dos pueden jugar a ese juego.
Carlos se ríe mientras mis ojos se abren de golpe y empiezo a vomitar
chorros de agua.
—¿Qué tenemos aquí? —ronronea, alejándose de mi barrera y
acercándose.
Doy un buen espectáculo. Carraspeo, balbuceo y me rodeo la garganta
con las manos, como si eso pudiera impedir que me ahogara de dentro afuera.
—Nunca he visto nada que se parezca a ti. Vamos a divertirnos mucho
juntos. Ahora, desmáyate como una buena chica...
Se acerca a una distancia de apuñalamiento y yo invoco una larga daga al
mismo tiempo que contrarresto su magia elemental con la mía. Golpeo con
mi espada al arrogante cabrón mientras mis pulmones y mis vías respiratorias
se vacían de líquido y respiro hondo. Mi daga le corta desde el estómago
hasta el hombro y, entonces, sus reflejos de Lamia entran en acción y se aleja
de mí como un rayo.
Se golpea contra la barrera aún sólida que nos rodea y me sisea como un
gato salvaje. Me río y pido aire para secarme.
—Tendrás que hacerlo mejor, gilipollas —gruño—. Me han estado
ahogando desde que tenía ocho años, y tú no eres nada comparado con el
cabrón que solía hacérmelo.
Invoco otra daga en mi mano y me abalanzo sobre él. En el último
segundo, utiliza mi barrera como palanca y salta sobre mí para evitar mi
ataque. Consigo clavarle una hoja en el hombro, pero me clava las garras en
el brazo antes de agacharse y rodar lejos de mí. Me giro justo cuando se lleva
una garra a la boca y lame mi sangre.
Joder.
Se sobresalta y levanta la cabeza, sus ojos se abren de par en par al verme.
—¿Qué eres? —pregunta en un susurro reverente.
Se abalanza sobre mí, con un brillo codicioso en la mirada, mientras sus
labios se separan de los colmillos en un gruñido amenazador. Le clavo mis
dagas al chocar, pero las heridas y el dolor no le disuaden. Se abalanza sobre
mí como una bestia rabiosa e intenta morderme, pero de las runas de mi brazo
sale un pequeño escudo que le hace retroceder.
Suelto la magia que sujeta las dagas y golpeo a Carlos con fuerza en las
costillas. Oigo y siento cómo crujen contra mis nudillos, y entonces él vuelve
a alejarse de mí. Camina contra la barrera, sin quitarme la vista de encima y
frustrado mientras brama de rabia.
Le respondo con un rugido, he terminado con esta mierda.
Como la bestia acorralada y presa del pánico que es, se abalanza sobre mí.
Veo en su cara que ya no le interesa intentar atraparme viva; ahora busca
sangre en más de un sentido.
La esencia y el poder de Loba me llenan, nuestros sentidos se agudizan y
nuestro cuerpo se une y se resquebraja en nuestra forma combinada. Las
garras emergen de los dedos de mis manos y de mis pies. Mis caninos se
alargan y se afilan, y mis ojos brillan con un oro fundido.
El cambio dura menos de un segundo, y puedo ver el terror sobresaltado
en el rostro de Carlos Vittorio mientras carga, sus últimos pasos acercándole
a su ineludible final. Chilla como una maldita Banshee39, golpeándome con
sus garras inferiores que no hacen más que rebotar en mi gruesa piel.
Loba y yo agarramos su mandíbula, amortiguando su grito mientras
sujetamos la parte superior de su boca con la otra mano... y luego tiramos.
Su grito de agonía y terror es música para mis oídos mientras le partimos
la cara por la mitad y luego le arrancamos la parte superior de la cabeza.
Loba ruge su triunfo, retrocediendo para darme de nuevo el control total
de nuestro cuerpo, y rápidamente invoco una espada y separo lo que queda
de la cabeza del Lamia de su cuello, deleitándome en el momento en que su
cuerpo comienza a desmoronarse en polvo.
—¡Viva el rey! —me burlo antes de escupir sobre el montón de ceniza.
Miro a mi alrededor y veo que Siah está resistiendo con creces a un grupo
de guardias que se dirigen a la puerta principal. Golpea y esquiva sin
esfuerzo, sin desperdiciar ningún movimiento ni esforzarse demasiado. Es un
segador en su elemento, y no puedo evitar admirar su habilidad.
No veo a Caplan en la refriega, pero hay montones de ceniza alrededor
del Elegido más silencioso de Vinna, y sospecho firmemente que el Segundo
de Carlos es uno de ellos.
Recurro a varios cuchillos arrojadizos, dejo caer la barrera protectora que
me rodea y se los lanzo a los guardias que pasan corriendo a mi lado para
atacar a Siah. Rápidamente sigo con mi espada, cortando al puñado de
guardias que tengo alrededor. La ceniza se esparce y cae por la sala como la
nieve mientras gritos y chillidos resuenan por todas partes, creando una
cacofonía de caos que tengo que filtrar.
No sé si Knox puede oírnos a través de las dos gruesas puertas de
seguridad, o a qué se enfrenta fuera, pero espero que los demás lleguen
rápido.
La urgencia se apodera de mí mientras vuelvo a concentrarme en las
celdas.
—¡Harlow! —grito con todas mis fuerzas y empiezo a correr por los
pasillos, buscando en cada una de ellas. Siento que el corazón se me va a salir
del pecho por la desesperada necesidad de encontrar a mi hermana—.
¡Harlow! —Vuelvo a gritar, angustiada y decidida—. Respóndeme —
suplico, con los ojos llenos de lágrimas mientras avanzo más y más por el
bloque de jaulas y sigo sin verla.
El pavor me picotea las entrañas como un buitre, y el miedo hace brotar
espinas en mi pecho.
—¡Harlow! —rujo, desamparada y angustiada a medida que me acerco al
final.
No está aquí. ¿Cómo puede no estar aquí?
Y entonces lo oigo, un golpeteo desesperado de puños contra el cristal,
seguido del sonido más dulce que he oído en mi vida...
—¡Savoy! —grita con todas sus fuerzas.
Me doy la vuelta y allí está ella, con lágrimas cayendo por su hermoso
rostro mientras golpea con las manos la barrera que nos separa para intentar
llegar hasta mí.
Una mirada a mi hermana y sé que maté a Carlos demasiado rápido. Ojalá
pudiera resucitar al cabrón y destrozarlo una y otra vez.
Sus ojos color avellana se abren de pánico y alivio, las ojeras evidencian
la pesadilla por la que ha pasado. Tiene el cabello castaño rojizo, sucio y
enmarañado, y la tez cetrina. Lleva una bata negra que le queda grande y en
sus rasgos y movimientos se percibe un profundo cansancio.
El alivio me invade con tanta fuerza que casi me tambaleo. Aprieto las
manos contra el cristal y me caen lágrimas calientes mientras apoyo la frente
en él.
—Lo siento mucho —grito una y otra vez mientras la abrumadora
emoción me arrastra.
—Me encontraste —gimotea desde su lado, repitiéndolo sin cesar
mientras se asegura a sí misma que este horrible calvario ha terminado.
Por fin ha terminado.
Respiro entrecortadamente y la alejo del cristal.
—Puedes fundirlo —me grita a través de la barricada translúcida—. Eso
es lo que hacen los Caster cuando quieren sacar a una de nosotras.
Asiento con la cabeza y ella se va a la esquina del fondo. Llamo al fuego,
las llamas consumen mis manos y brazos hasta que empiezan a presionar la
pared transparente frente a mí. Introduzco más llamas en la estructura y veo
cómo se propagan rápidamente y el cristal empieza a gotear hasta caer al
suelo como melaza.
Con una rápida combinación de agua y aire, enfrío los bordes calientes de
la celda, y entonces Harlow se abalanza sobre mí, rodeándome con sus brazos
con tanta fuerza que mis costillas se retuercen en señal de protesta y mis
pulmones luchan por inflarse.
Está a salvo. La tengo y está a salvo.
Cierro los ojos y siento que puedo respirar por primera vez desde que se
la llevaron. Le paso la mano por la nuca, le aliso el cabello y acallo
suavemente sus gritos como solía hacer cuando era niña.
—Estoy aquí. —Nos tranquilizó a las dos mientras nos aferramos la una
a la otra, los sollozos sacuden nuestros cuerpos y la tristeza se mezcla con el
alivio y la felicidad mientras se derrama por nuestros ojos y gotea por
nuestras mejillas.
Tras un largo momento, se retira y se limpia la cara y la nariz. Veo las
marcas de colmillos en su muñeca y su brazo y me quedo paralizada.
—¿Estás herida? —le pregunto en voz baja, mi tono en guerra con la
angustia y la rabia que vuelven a supurar en mi interior.
Quiero gritar. Quiero arrasar este lugar y convertir cada piedra en polvo.
Quiero desgarrar miembro por miembro a cualquiera que esté involucrado en
lo que les pasó a estas chicas, y lo haré. Pero primero abrazaré a mi hermana
y me aseguraré de que esté bien.
—Me curaré. —Me tranquiliza, su mirada acuosa de repente dura y
furiosa.
Quiero preguntarle más, pero no ahora. Ya me lo dirá cuando esté
preparada. Vuelvo a abrazarla e inhalo profundamente. Casi me ahogo en un
sollozo cuando huele a ella y a nada más. Sigue siendo lluvia fresca, tierra
fértil y geranios.
Tengo que sacarla a ella y a las demás de aquí.
—Delaney está en la celda de al lado —dice con un hipo, y yo asiento con
la cabeza, tirando de ella detrás de mí mientras nos apresuramos a buscar a
su amiga.
Delaney se aprieta contra la esquina más alejada, como si no estuviera
segura de lo que ocurre fuera y quisiera alejarse todo lo posible. Sus asustados
ojos azules se posan en Harlow y luego en mí, y esconde el rostro entre las
manos y empieza a sollozar de alivio.
Una vez más, llamo al fuego y empiezo a derretir el muro que nos separa.
Delaney me mira, con lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras sus
ojos se abren de sorpresa. Me doy cuenta de que me he quitado la máscara y
está viendo mis cicatrices, mis runas y la magia que... no debería ser capaz
de esgrimir como metamorfa loba. Está agradecida de verme, pero también
aterrorizada al verme derretir la barrera de cristal.
La preocupación me recorre mientras trabajo. Llevo mucho tiempo
escondiéndome, sin dejar entrar a nadie a menos que me obliguen, como me
pasó con Rafe y Tree. He pasado toda mi vida obligada a enterrar diferentes
partes de mí misma. Pero tal vez ya no tenga que hacerlo. Tal vez por fin
pueda recomponerme y descubrir quién soy cuando por fin me aleje de la
oscuridad y dé un paso hacia la luz.
Los vidrios gotean y se encharcan en el suelo de piedra, y Harlow y
Delaney se agarran mientras se abrazan y lloran. Odio que esta horrible
experiencia las una para siempre, pero también me siento aliviada de que así
sea. Que haya alguien más que quiera a Harlow y pueda entender por lo que
ha pasado, y que mi hermana pueda hacer lo mismo por ella. Tengo la
sensación de que van a necesitarse la una a la otra más de lo que imaginan
mientras buscan la forma de curarse.
Un enorme rugido hace vibrar el edificio a nuestro alrededor, y erijo una
barrera protectora alrededor de las tres antes de antes de colocar una sobre
Siah mientras una esquina del tejado es arrancada de cuajo. Un feroz Grifo
gris y blanco emite un sonido aterrador que me recuerda a un grito de guerra,
y oigo un rugido de respuesta en la distancia y me doy cuenta de que uno de
los compañeros de Falon está pidiendo refuerzos.
Harlow y Delaney miran fijamente a la criatura, con los ojos muy abiertos
y aterrorizados.
—Está de nuestro lado —les grito, mi voz apenas audible por encima de
los chillidos de los grifos. Los ojos avellana de Harlow se vuelven hacia mí,
confusos y preocupados—. Han pasado muchas cosas desde que te raptaron.
Te pondré al corriente, pero si es volador, peludo o rúnico, ¡están conmigo!
Y gracias a Dios por eso.
Comienzo por guiar a Harlow y Delaney hacia Siah, que está terminando
con el último de los guardias Lamia.
De la nada, alguien aparece a un par de metros de distancia y yo invoco
una espada, girando para enfrentarme a él. La piel dorada de Wekun y su
corto cabello blanco me hacen contener mi ataque y soltar la espada.
Desaparece mientras él mira a su alrededor, sus ojos color champán se llenan
de alivio cuando me ve.
—Gracias a Dios que te he encontrado —resopla, como si hubiera estado
jugando al escondite—. Tengo que sacarte de aquí —insiste, acercándose a
mí.
Esquivo su mano.
—No me iré hasta que todas las chicas hayan salido, pero puedes llevarlas
a las habitaciones de la posada —le ofrezco, señalando con la cabeza a
Delaney y Harlow.
—No —objeta mi hermana al instante—. Me quedo contigo, Sav. Por
favor, no me obligues a irme —suplica, y se me encoge el corazón al ver el
miedo y la ansiedad en su mirada.
—De acuerdo —le aseguro, tomándole la mano cuando me la tiende y
apretándosela para reforzar mi promesa.
Wekun se pasa los dedos por su corto cabello plata con su mirada
escudriñándolo todo ansiosamente mientras gira en círculos lentamente,
visiblemente angustiado.
—Lo digo en serio, Savoy, algo aquí va mal. Está perturbando todos los
hilos que veo, enredando y ocultando cosas que no debería. Necesito poneros
a salvo a ti y a tu Sept —suplica, tendiéndome de nuevo la mano.
—Wekun, no sé lo que significa, pero no puedo dejar a estas chicas aquí
y tampoco Vinna o Falon. Si quieres que salgamos de aquí rápido y a salvo,
entonces ayúdanos. Tenemos que sacar a todas estas chicas de sus celdas, y
hay otras en la casa que tenemos que encontrar también.
Recorro con un gesto la hilera de celdas que se extiende a lo largo de todo
el edificio. Hay muchas. No sé si están todas llenas, pero tengo la sensación
de que aquí hay más víctimas de las que pensábamos.
Él me observa intensamente.
Me mantengo firme, con la mirada dura e inquebrantable. Sé lo que es
estar enjaulada y ser tratada como un animal. Lo que se siente al estar a
merced de personas que no tienen ninguna humanidad. Lo que es ser utilizada
y vista como nada más que una mercancía mágica. No abandonaré a nadie a
ese destino, no me importa lo que diga Wekun.
Exhala un suspiro resignado y asiente con un movimiento de cabeza.
—Si tienes magia de fuego, puedes ayudarme a empezar a derretir el
cristal —le pido, y él dirige una mirada de consideración a las celdas y a las
mujeres que hay en su interior.
Las runas de su cuerpo parpadean con luz púrpura cuando levanta las
manos. Luego, tan fácil como respirar, las suelta, y todas las paredes de cristal
que siguen intactas se derraman como el agua.
Bueno, a tu manera entonces, fanfarrón.
—No pasa nada, valientes, estamos aquí para ayudar —anuncia Wekun,
su voz es tranquilizadora y calmada mientras la amplifica con magia para que
todos en el edificio puedan oírla—. Vamos a llevaros a todas a un lugar
seguro y luego os llevaremos a casa. Podéis salir.
Algunas de las chicas gritan cuando una familiar Grifo blanca de pico
negro asoma la cabeza por el agujero del techo que ha creado uno de sus
compañeros. Paloma hace un pequeño graznido, gorjeando y trinando
dulcemente a las asustadas hembras como si intentara consolarlas. Sólo
parece asustar más a las mujeres.
Se mueve despacio, como si quisiera que todos los presentes supieran que
no es una amenaza, mientras trepa por el techo desgarrado y, con un delicado
aleteo de sus alas de ébano, flota ligeramente hasta el suelo. Aterriza como
un delicado pétalo, con una gracia de la que no creía que la gigantesca bestia
fuera capaz. Y entonces Paloma debe devolver las riendas de su cuerpo a
Falon, porque el Grifo empieza a retroceder hasta que la híbrida de pelo
blanco y ojos lilas ocupa su lugar.
—Hola, Wekun, has llegado. —Saluda al Centinela mientras se acerca a
grandes zancadas.
Él conjura un montón de ropa de la nada, y ella le dedica una sonrisa
mientras la toma y empieza a ponérsela. Intento ver sus runas sin parecer una
acosadora, pero se mueve demasiado rápido para que pueda calcular mucho
más allá del hecho de que está tan marcada como Vinna y yo.
Harlow y Delaney dan un grito de asombro y empiezan a susurrar entre
ellas. Otros jadeos de sorpresa resuenan a nuestro alrededor cuando Falon
hace su debut sobrenatural.
—Sí, y como le decía a Savoy, tengo que sacaros a las tres de aquí cuanto
antes —le dice Wekun.
Falon frunce el ceño con preocupación mientras le escucha.
—Los terrenos son seguros. Sólo tenemos un grupo de rezagados en la
casa del que Vinna y los demás se están ocupando mientras hablamos.
Podemos irnos en cuanto terminen y las chicas estén a salvo.
Antes de que Falon pueda decir una palabra más, una oscuridad familiar
me engulle por completo y mi estómago se sacude como si estuviera en una
montaña rusa que acaba de superar la cima e inicia un espeluznante descenso
hacia el suelo. La incómoda sensación se detiene antes de que pueda siquiera
gemir una objeción y, de repente, con un estallido que parece el de un avión
al aterrizar, el establo y las celdas desaparecen y todos los que estaban dentro
se encuentran ahora fuera, en el jardín delantero.
Gritos de alarma y quejidos asustados llenan el aire y me apresuro a
acercar a Harlow y Delaney para asegurarme de que están bien. Ambas miran
a su alrededor como si no tuvieran ni idea de cómo procesar nada, y no puedo
culparlas. Deslizarse de un lugar a otro puede ser jodidamente desorientador.
—¿Qué demonios, Wekun? —le reprocha Falon, golpeándole el brazo
con el dorso de la mano mientras lo acorrala—. La próxima vez estaría bien
una pequeña advertencia. ¡Éstas pobres chicas han sufrido mucho!
Algunas de las mujeres que me rodean tiemblan de frío. Todas no llevan
nada más que batas negras mal ajustadas, y rápidamente lanzo una gran bolsa
de aire alrededor del grupo y la caliento para ayudar a combatir el frío.
Observo a mi alrededor y tiene que haber más de treinta mujeres aquí, todas
ellas en un estado similar de trauma y suciedad como lo están Harlow y
Delaney.
Wekun empieza a discutir con Falon sobre los hilos y no ver las cosas,
pero Harlow me atrae hacia ella y centro toda mi atención en mi hermana.
Una vez más, el alivio se apodera de mí mientras la examino. No sé si
alguna vez dejaré de sentirme agradecida por tenerla de vuelta y a salvo.
—Joder —jadea mientras mira a Wekun y Falon—. ¿Os habéis hecho
amigos de un panteón de dioses mientras yo no estaba? ¿Qué demonios está
pasando? —exige, y a mí se me escapa una carcajada porque no va del todo
desencaminada.
—¡Chiquitina! —brama Tree desde detrás nuestra, saliendo por la puerta
principal de la mansión y corriendo hacia nosotras, con el rostro marcado por
el alivio.
Rafe viene corriendo tras él, pero eso es todo lo que veo antes de que Tree
esté envolviendo a Harlow en sus brazos del tamaño de un tronco de árbol.
—Gracias a la puta luna que estás bien —resopla en su cabello, las
lágrimas derramándose libremente por su barbilla—. Estás bien, ¿verdad?
Ella solloza sobre su gran hombro, con los brazos alrededor de su cuello
y los pies colgando en el aire. Mis ojos se desorbitan de emoción y Rafe se
detiene a mi lado. Y así, mi familia vuelve a estar junta, abrazada, llorando y
a salvo. Me vienen a la cabeza pensamientos sobre los Caballeros y, de
repente, deseo que también estuvieran aquí. Vuelvo la vista hacia la casa,
esperando en silencio que salgan corriendo por la puerta como hicieron mis
Escudos, pero la entrada está vacía. Deben de estar ayudando a Vinna y a los
demás.
—Delaney, ¿estás bien? —demanda Rafe mientras corre hacia ella, y ella
se lanza sobre él. Él se apresura a atraparla, tirando de ella para darle el abrazo
que tanto necesita—. Te tenemos —le dice en voz baja—. Se acabó, te
tenemos.
—Necesito llamar a mis padres —murmura ella mientras lo suelta.
Tree deja a Harlow en el suelo y Rafe vuelve a cargarla. Tree saca su
teléfono del bolsillo y se lo entrega a Delaney.
—¿Están bien los Caballeros? —le pregunto a mi Escudo, cuando se gira
para darle intimidad a Delaney.
Él me dedica una sonrisa cómplice y mueve las cejas.
—Mejor que bien, son muy hábiles con la espada. Letales y protectores,
son perfectos para ti —bromea.
—¿Quién es perfecto para ti? —pregunta Harlow, la sonrisa en su rostro
por este reencuentro ya ahuyenta algunas de las sombras que había en sus
ojos.
—Oh, sólo son los...
—Hola, soy Falon. Sé que todo esto es mucho ahora mismo, pero estamos
aquí para ayudaros a todas a volver a casa —anuncia a todas las mujeres,
haciendo un gesto hacia mí y a Wekun, su declaración interrumpe a Rafe
antes de que pueda decir algo que haga que le den un puñetazo.
Le lanzo una mirada cautelosa, y él me sonríe mientras los grupos de
mujeres secuestradas se vuelven hacia Falon.
—La Manada Anders está cerca, y el Alfa nos ha dado permiso para
llevaros allí. Los Paladines estarán allí en breve, pero tendremos que
transportaros a la casa de la manada. Se sentirá exactamente igual que cuando
os trajimos aquí, y terminará en cuestión de segundos, ¿está bien? —pregunta
Falon.
—Sabes que en algún momento tendrás que contarle lo de tus Caballeros,
¿verdad? —me pregunta Rafe, usando nuestro enlace mental—. ¿O ya estás
planeando otra escapada?
Pongo los ojos en blanco.
—No voy a huir, y por supuesto que se lo diré, sólo que no en este
momento. Deja que las cosas se calmen un minuto, chismoso exagerado.
Él se ríe y cierra nuestro enlace.
—¿Tú y tu hermana queréis venir a la casa de la manada con las demás?
—pregunta Falon, apareciendo a mi lado.
Miro a la escultural híbrida, sus ojos lilas son amables mientras me
observa.
—No, Harlow y yo estamos bien aquí, pero...
Me giro para buscar a Delaney y la encuentro agarrada de la mano de
Harlow, con sus ojos azules fijos en mí. Le sonrío.
—Puedes quedarte con nosotras o ir con las otras a la casa del Alfa
Ander...
—Me quedaré contigo y con Harlow —responde antes de que pueda
formular la pregunta completa.
El miedo y la cautela que vi en los ojos de Delaney cuando me vio derretir
la puerta de su celda han desaparecido. Ha vuelto a mirarme como siempre,
y un hilillo de alivio me recorre por dentro.
—De acuerdo —le digo, volviéndome hacia Falon.
—Vale, volveremos cuando las chicas se hayan instalado en casa del Alfa
Anders —declara mientras se acerca a Wekun.
—Allá vamos, señoritas —grita él, y lo siguiente que recuerdo es que se
han ido, al igual que todas las mujeres que estaban aquí en el césped con
nosotras.
—Joder, sé que hablasteis de que el cabrón de Fausto y algunos de los
Centinelas podían teletransportarse así, pero oírlo y verlo son dos cosas muy
distintas —proclama Tree mientras mira a su alrededor, al patio ahora vacío.
Delaney se inclina hacia Harlow.
—¿Qué es un Centinela? —susurra.
Me pierdo la respuesta de mi hermana cuando Knox se detiene de repente
delante de mí.
—¿Estáis todas bien? —pregunta, examinando a cada una de nosotras,
hasta que se asegura de que no hay heridas u otras lesiones de las que tenga
que preocuparse.
—Sí. ¿Y tú? —contesto, conteniendo una risita cuando asiente y le cae un
poco de ceniza del pelo.
—La casa es segura. Algunos lamias atrincheraron al resto de las hembras
en el ala este. Nos encargamos de ellos, pero ahora estamos derribando todos
los muebles y la mierda que los chupópteros apilaron frente a las puertas para
impedirnos el paso. Vinna quiere que Falon y tú estéis con ella cuando por
fin pasemos.
Hace un gesto detrás de él hacia la casa y yo asiento con la cabeza,
sabiendo exactamente lo que dice sin decirlo. No sabemos qué tipo de trauma
han sufrido las mujeres de arriba ni cómo reaccionarán a todo lo que está
ocurriendo, especialmente las embarazadas. Tenemos que ser delicados en
cómo nos acercamos a ellas y en cómo abordamos la imposible situación a la
que todos nos enfrentamos. Y, en este momento, probablemente se sentirán
más cómodas lidiando con todo eso cerca de mujeres que de hombres.
Miro a Harlow y a Delaney, no quiero dejarlas aquí fuera ni conducirlas
a la casa de los horrores. Como si pudiera leerme el pensamiento, Harlow
respira hondo y cuadra los hombros.
—Nos quedaremos contigo. Estaremos bien —me asegura, pero su mano
se estrecha en torno a la de Delaney, y eso me da que pensar.
—Estaremos allí para protegerlas —me dice Rafe, acercándose a las
chicas, y Tree lo imita.
—Vale —concedo después de un momento, odiándolo, pero sin tener
mucha elección.
Tomo la mano de Harlow y entrelazo mis dedos con los suyos. Juntas, nos
volvemos hacia la casa, y ella da un pequeño suspiro antes de que empecemos
a caminar hacia la entrada principal.
—Sacaremos al resto de las mujeres y luego quemaremos esta mierda
hasta los cimientos —le prometo, y ella me hace un gesto decidido con la
cabeza.
—Bien —asiente Delaney desde el otro lado de Harlow—. Este lugar
merece convertirse en ceniza, igual que sus amos, y entonces todos podremos
bailar sobre sus putas tumbas.
La gigantesca mansión-prisión me parece aún más tétrica la segunda vez
que entro en ella. Todo está extrañamente quieto y silencioso. La ceniza cubre
el suelo y los muebles como una gruesa capa de polvo, haciendo que todo
parezca abandonado desde hace años en lugar de una hora o así que ha llevado
matar a casi todo el mundo dentro.
Rápidamente nos dirigimos hacia el ala este, la urgencia aumenta nuestra
velocidad. Subimos unas escaleras y me mantengo alerta ante cualquier
peligro potencial. Siento que mis escudos y Knox hacen lo mismo.
Mis pensamientos se dirigen a las mujeres de arriba y a las otras que se
llevan a la manada. Me preocupa qué les deparará el futuro o quién más
podría cazarlas por lo que corre por sus venas. Carlos nunca dijo lo que
pensaba que era. Cuando olió algo diferente en mí en los establos, tuve un
momento en el que pensé que tal vez eran rastros de Centinela lo que estaba
detectando. Pero al recordar a Harlow y Delaney, sé que no puede ser eso. Es
algo más, sólo que no sé qué.
Siento que estamos sentados sobre un polvorín híbrido de Lamias, y no se
puede confiar en la mayoría de la gente cerca de algo tan peligroso. Si pudiera
enterrar los secretos que Carlos descubrió aquí y garantizar que nadie los
descubriera jamás, lo haría. Pero algunos de esos secretos son personas.
Mujeres inocentes que nunca pidieron esto, que llevan niños híbridos que
algunos verán como una abominación, mientras que otros los verán como su
salvación. Y, por desgracia, demasiados no verán en ellos más que un arma
para ser utilizada o destruida.
Yo lo sé muy bien.
Lo ideal sería poder llevar a todas las mujeres embarazadas a un lugar
seguro y apartado donde puedan guardar sus secretos, criar a sus hijos en
relativo anonimato y enseñarles a esconderse y protegerse. No es una vida
fácil, pero podría darles una oportunidad, una que de otro modo no tendrían.
Una que yo desearía haber tenido.
Resulta que conozco un lugar donde otros híbridos están aprendiendo a
esconderse a plena vista. Es posible que esas mujeres no quieran ir, pero al
menos yo lo habré intentado. Que es más de lo que puedo decir que nadie
hizo por mí.
Recurro a mi vínculo mental con Rafe y Tree.
—¿Puede uno de vosotros llamar a Fia? Ella querrá saber que Harlow y
las otras están bien, y pedidle que reúna un equipo de rescate y los envíe
hacia nosotros.
—Estoy en ello —contesta Rafe, y veo de reojo cómo saca el teléfono y
empieza a teclear en la pantalla.
Knox se echa hacia atrás para ayudar a cubrir a las chicas mientras Rafe
divide su atención, y mi pecho se calienta de gratitud. Observo si la presencia
del Elegido molesta a Harlow o a Delaney, pero no tienen ninguna reacción
externa hacia él. Eso me ayuda a relajarme un poco más.
Entramos en un pasillo del segundo piso que es más grande que algunas
de las casas en las que Harlow y yo hemos vivido. Vinna y sus Elegidos, los
Caballeros y los Elegidos de Falon están transportando muebles y grandes
vigas de madera desde unas imponentes puertas dobles situadas en el otro
extremo del inmenso vestíbulo. Observo la enorme barrera de zarzas que se
ha erigido.
Joder. ¿El nido compró una tienda entera de muebles y apiló todo
contra esas puertas?
Veo varios somieres, más sofás de los que debería haber en una casa,
incluso en una tan grande, y varias vigas colosales que parecen más bien
árboles recién talados, todos apilados en un montón y alejándonos de las
mujeres que necesitan nuestra ayuda.
Se me revuelve el estómago al pensar en lo que encontraremos al cruzar
esas puertas, pero alejo la aprensión. Me giro hacia Harlow y los demás y los
dirijo hacia un gran ventanal lateral.
—Quiero que todos os quedéis aquí —les digo, y Rafe y Tree asienten
con la cabeza. Mi hermana parece querer protestar y yo la atraigo para
abrazarla—. Estaré justo ahí. —Señalo, haciendo un gesto hacia el montón
de basura que los demás están desalojando y apartando—. Puedo verte y tú
puedes verme, pero no quiero que ni tú ni Delaney os acerquéis a esas puertas,
no cuando no sabemos exactamente qué hay al otro lado.
Estudia la habitación un momento y asiente con la cabeza. La abrazo otra
vez.
—Ahora vuelvo —le prometo, y Tree le pasa un brazo por los hombros
mientras Knox y yo nos dirigimos hacia los demás.
Me da un vuelco el corazón cuando veo a los Caballeros. Están sacando
cosas del montón y ayudando a pasarlas por una pequeña cadena de montaje
donde pueden apartarlas del camino. Ledger se acerca y nuestras miradas se
cruzan. Nos estudiamos fervientemente, nuestros ojos ansiosos por
asegurarse de que el otro está a salvo e ileso. Quiero correr hacia los
Caballeros, pasarles las manos por todo el cuerpo para asegurarme de que
están bien, pero al mismo tiempo soy consciente de que Harlow está aquí y
observando, y de repente no sé cómo manejar esa situación.
Sé que se alegrará por mí y que encajará perfectamente en este variopinto
grupo de locos, y no me cabe duda de que los Caballeros serán igual de
protectores y cariñosos con ella, porque así es como son. Pero han sucedido
tantas cosas en tan poco tiempo, y no quiero presionarla demasiado. Ya ha
sufrido bastante.
Por otra parte, acabamos de ser rescatados por Grifos y teletransportados
a un lugar seguro. No ha dicho nada sobre las runas de Wekun y Falon ni
sobre el hecho de que yo no oculte las mías, algo que nunca hago, así que
puede que un puñado de Caballeros no sea lo que la lleve al límite.
—Hola, Sept-hermana —me grita Vinna cuando me ve caminar hacia
ellas. Me río entre dientes y sacudo la cabeza—. He oído que te divertiste
destrozando a esos cabrones colmilludos con tus propias manos —bromea,
con un brillo impresionado en sus ojos verdes como el agua y una gran sonrisa
dibujada en el rostro.
Miro a Siah, sabiendo que es el único que podría haberle contado ese
pequeño detalle, y él se limita a encogerse de hombros. No se me escapa la
sonrisita que empieza a dibujarse en su rostro mientras me giro hacia Vinna.
Utiliza el antebrazo para limpiarse una mancha de ceniza de la mejilla,
pero eso no hace más que empeorar la situación. Knox se ríe y se acerca para
ayudarla.
—¿No me guardaste ningún Lamia para matar aquí arriba? —Me burlo, y
la sonrisa de Vinna crece.
—Nop —responde ella, haciendo incisión en la p—. Tampoco te guardé
ningún Caster.
Esa pequeña información me pone en alerta. Sospechaba que
encontraríamos a otros Supes implicados en esto, después de todo, Paisley y
la mayoría de su equipo eran Casters, pero no me gusta. Quiero poder atar
todos los cabos sueltos en torno a este espectáculo de mierda, pero cada vez
parece menos probable que todo esto vaya a ser un secreto que arderá hasta
los cimientos cuando este lugar lo haga.
—¿Encontraron algún metamorfo oso? —pregunto, cuestionándome si la
participación del cambia formas oso en los secuestros fue algo aislado o si
hay una conexión mayor.
—¿El recuento de muertes aún no es lo suficientemente alto, Sunshine?
—bromea Jury mientras se acerca.
—Ni por asomo —bromeo mientras lo observo.
Salpicaduras oscuras estropean su camiseta verde bosque, y puedo oler
que es sangre. Una fina capa de ceniza le cubre los hombros y el cabello,
haciendo que sus oscuras trenzas parezcan más claras en algunas partes, casi
como las de su hermano. Sus impresionantes ojos verde oliva recorren mi
cuerpo y luego vuelven a subir mientras busca su propia certeza de que estoy
bien. Su escrutinio constante casi se siente tangible en mi piel, el calor
acumulado en su mirada como una cálida caricia.
—No, aquí no hay otros cambia formas aparte de tus chicos —responde
Vinna, con un brillo cómplice en los ojos mientras nos observa a Jury y a mí
prácticamente devorándonos con los ojos—. Sólo un gran nido de Lamias y
un aquelarre de Casters.
—La próxima vez, guárdame algunos Casters, no seas avariciosa —
bromeo, y ella se ríe.
—Nos vamos a divertir mucho entrenando juntas, ya lo sé.
Detrás de Vinna, Zeph, el compañero de Falon, lleva una grana viga lejos
de la puerta, dejándola caer al final de la gran sala con un estruendo que hace
vibrar la habitación.
—Falon y sus Elegidos ya han aceptado venir a casa con nosotros
mientras resolvemos todo este asunto del Sept. ¿Tú y tu familia os apuntáis?
—pregunta, mirando a la ventana del fondo, donde están Harlow, Delaney y
mis Escudos.
—¿Dónde está tu casa? —indago, no aceptando nada, pero tampoco
rechazándolo. Tengo que consultarlo con varias personas antes de darle una
respuesta definitiva.
—Solace.
Mis cejas se alzan sorprendidas.
—¿Cómo acabaste con los Casters?
Sonríe, pero no llega a sus ojos.
—Es una larga historia, pero es donde mi tío y su aquelarre vivían cuando
me encontraron. Pensaron que yo era una Hechicera como ellos, y el resto es
historia.
La estudio por un momento y tengo la sensación de que hay mucho más
en esa historia, pero como alguien que guarda ferozmente sus propios
secretos, no insisto más de lo que ella está dispuesta a contarme en este
momento.
—¿Siguen pensando que eres una Hechicera?
—Oh, no, ese barco zarpó hace tiempo.
—¿Y te dejan quedarte en su santuario? —pregunto, sorprendida.
Vinna resopla, con una sonrisa pícara.
—Aunque quisieran que me fuera, saben quién ganaría esa pelea. —Se
ríe, y yo también.
Miro hacia las puertas y frunzo el ceño. No oigo ningún golpe procedente
del otro lado ni ningún otro indicio de que alguien esté intentando salir, y no
sé si eso es bueno o malo.
Valen y Bastien, los Elegidos gemelos de Vinna, pasan junto a nosotros
cargando un gran sofá. Uno de ellos grita "¡me lo pido!" a su paso, y ella se
ríe mientras Knox empieza a discutir que eso va contra las normas. Observo
a los gemelos, preguntándome cómo los distingue Vinna, porque no veo
ninguna diferencia que los identifique. Son altos y delgados, pero
musculosos, con ojos color avellana y piel morena dorada. Los dos llevan el
cabello ondulado y castaño como el cacao recogido en moños desordenados,
y juraría que los mismos rizos sobresalen en los mismos sitios en ambos,
como si incluso su desorden tuviera que encajar a la perfección.
El sonido de la madera astillándose llama mi atención, y miro para ver a
dos de los compañeros de Falon, Ryn y Treno, arrancar otra gruesa viga de
madera de la barricada levantada a toda prisa como si no pesara nada.
Ryn es moreno como los gemelos, pero tiene el cabello castaño, los ojos
grises claro y unos rasgos masculinos y bonitos a la vez. Treno tiene un
precioso pelo liso y blanco que le cae por encima de los hombros y unos ojos
fuera de lo común: uno es del color de la amatista y el otro de un azul verdoso
que no llega a ser turquesa o cerceta40, sino algo intermedio. Miden
fácilmente dos metros, quizá incluso más en el caso de Treno y Zeph, y son
jodidamente enormes, con músculos duros por todas partes.
¿Hacen pesas con árboles de secuoyas adultos en su tiempo libre?
Los observo trabajar un momento, levantando grandes vigas y múltiples
camas y sillas como si no pesaran nada, y me encuentro de repente
compartiendo el sentimiento de Vinna sobre el entrenamiento. Quiero
enfrentarme a estas montañas de grifos y ver quién sale victorioso. Estoy
bastante seguro de que van a ser ellos, ya que soy del tamaño de una de sus
piernas, pero podría ser un combate épico.
Vinna suelta una risita y la miro para descubrir que me está observando.
—Tú también quieres luchar contra ellos, ¿verdad? —susurra
conspiradora menté, con un brillo emocionado en los ojos que estoy segura
de que yo también tengo.
—¿Te imaginas lo fuerte que deben pegar? —le susurro, completamente
entusiasmada—. Quiero decir, ese tal Ryn arrancó un tejado como si
estuviera abriendo una lata de refresco.
—¡Lo sé! —exclama—. También son increíblemente rápidos, al menos
sus grifos. Te lo estoy diciendo, tienes que venir con nosotros. Incluso si es
sólo para que te de una paliza un Grifo, valdría la pena.
—¿Acabas de emocionarte por ser golpeada por un Grifo? —pregunta
Sabin mientras deja caer una pila de leña cerca de nosotras.
Se quita el polvo de las manos y los árboles tatuados en su brazo se agitan
con el movimiento. Se inclina hacia Vinna y la besa rápidamente; sus ojos
verde bosque brillan de amor y humor cuando se retira.
—¿No quieres saber qué se siente? —le pregunta entusiasmada.
Sabin mira a los grifos y hace una mueca.
—No, a diferencia de vosotras, yo no deseo morir —bromea, y ella sonríe.
—Que aburrido —canturreo antes de poder contenerme, y Vinna suelta
una carcajada. Sabin se ríe y niega con la cabeza mientras se aleja,
murmurando sobre Sept desquiciados.
—Él se lo pierde —suspira ella al verle marchar. Loba retumba su acuerdo
en mi pecho, y yo me río entre dientes—. Así que, si Falon dice que podemos
luchar contra sus compañeros, ¿te apuntas? ¿Vendrás a Solace? —insiste
mientras mueve las cejas y golpea juguetonamente su hombro contra el mío.
—Obviamente —bromeo mientras golpeo su hombro también.
—Esto va a ser épico —promete, frotándose las manos con entusiasmo
mientras se dirige al montón para ayudar a terminar de limpiarlo.
No puedo evitar sonreír. Ella lo entiende. Entiende ese extraño impulso
que hay dentro de mí que necesita luchar y ganar a toda costa. Nadie lo
entiende, pero de alguna manera, ella sí.
Brae se interpone en mi camino y yo me detengo, buscando en su rostro
y su cuerpo algo que deba preocuparme. Por alguna razón, su cabello de niño
bonito sigue perfecto, sin un mechón fuera de lugar. Sus pálidos ojos verdes
me estudian de arriba abajo y sus labios se abren en una sonrisa
devastadoramente atractiva. Me dan ganas de desmayarme, y eso es algo que
nunca pensé que haría.
—Bueno, al menos estás casi vestida —observa, y yo suelto un bufido
incrédulo y abro la boca para discutir mientras me miro.
—Bueno, mierda. ¿Cuándo pasó eso? —me pregunto a mí misma,
sorprendida de encontrar una larga raja en la tela de mi falda.
Mi muslo lleno de cicatrices y parte de mi nalga están a la vista, y no
sabría decir cuándo ocurrió ni cuánto tiempo hace que me está así. Miro a
Brae y le sonrío coquetamente.
—Uy.
Unas manos grandes me aprietan los hombros y empiezan a bajar por mis
brazos. Miro hacia atrás para encontrar a Gage.
—¿Tu hermana está bien? —pregunta, asintiendo en su dirección.
Miro y la veo conversando con Rafe y Tree, mientras Delaney habla por
teléfono un par de pasos más allá. No sé de qué están hablando, pero Rafe
abre los brazos y ella entra en ellos, y la envuelve en un fuerte abrazo. Se me
hace un nudo en la garganta, miro a Brae y me encojo de hombros.
—No del todo, pero lo estará —respondo, sintiendo la verdad en lo más
profundo de mis huesos.
—¿Qué tal tú, Trouble? ¿Estás bien? —me pregunta, con sus ojos
castaños estudiando atentamente mi rostro.
Le sonrío.
—No del todo, pero lo estaré.
La sonrisa que me dedica me revuelve las entrañas, que empiezan a
revolotear como si no supieran qué hacer con ellas mismas ante la primera
señal de sus hoyuelos.
—Así será —acepta dulcemente, pasándose los dedos por su espeso pelo
negro y desprendiendo una pequeña nube de ceniza.
—Tienes algo ahí. —Señalo, haciendo un gesto hacia todo su cuerpo y
toda la sangre y el polvo que hay por todas partes.
Se ríe y pone una cara juguetona como si estuviera debatiéndose en
restregarse sobre mí.
Zeph me salva pidiendo ayuda con dos vigas que parece que van a
necesitar una grúa para levantarlas. Gage me aprieta el hombro cuando va a
echar una mano, y Brae le sigue. Doy un paso en su dirección antes de que
alguien me agarre por la nuca y me haga girar hacia él.
Me estrello contra el pecho de Ledger, que rápidamente me estabiliza, sus
brillantes ojos azules examinan todo mi cuerpo.
—La has recuperado —retumba, inclinando la cabeza hacia Harlow, con
una sonrisa de oreja a oreja. Hay orgullo y felicidad flotando en su mirada, y
los ojos me escuecen de emoción.
—La he recuperado. —Asiento con la cabeza, mi voz se quiebra bajo el
peso de lo profunda que me parece de repente esa afirmación, y una lágrima
resbala por mi mejilla.
Él la atrapa con el nudillo, limpiando el pequeño reguero de emoción de
mi mejilla, y luego me pasa los dedos por el cabello y me besa.
El sabor de su alivio y su necesidad es una potente mezcla de la que no
tengo suficiente. Le rodeo el cuello con los brazos y lo beso con avidez. Me
agarra el culo, igual que aquella noche en la que me hizo desearlo más que
mi próximo aliento. Me levanta hasta que enredo las piernas alrededor de su
cintura y me aprieta contra su duro cuerpo como si un centímetro de espacio
entre nosotros fuera demasiado. Le acaricio la cara, le paso los dedos por la
barba y le chupo la lengua. Gruñe su necesidad en mi boca y yo me deleito
con ella, besándolo con salvaje abandono ahora que toda esta mierda ha
terminado y por fin puedo permitírmelo.
Me aprieta las nalgas con las manos y me pega contra él hasta que se traga
mis gemidos de necesidad. La falda de mi vestido se rasga un poco más, pero
no me importa un carajo, todos mis sentidos están concentrados en el bárbaro
que besa como un puto dios.
—Esto no es lo que esperaba encontrar cuando regresáramos aquí. —Nos
regaña Wekun, y Ledger y yo nos separamos rápidamente como si nos
acabaran de pillar en la cama y estuviéramos a punto de meternos en un lío.
A juzgar por la expresión del rostro de Wekun, eso es exactamente lo que
estaba a punto de ocurrir. Falon aparece de repente a su lado, y Ledger se
sobresalta sorprendido.
—¿Acaba de...?
—Sí —respondo—. Se llama deslizarse. Es cosa de los Centinelas.
—¿Sabes hacerlo? —pregunta, con sus brillantes ojos azules
recorriéndome.
Suelto un pequeño suspiro de fastidio.
—No. No tengo esa habilidad.
Me mira a la cara un momento y su sonrisa se ensancha aún más.
—Los cuchillos mágicos molan un huevo —me tranquiliza, y yo me río.
—Abramos estas puertas y salgamos de aquí; quiero presentaros a ti y a
los demás a mi hermana —le digo, y él me suelta el trasero a regañadientes,
y yo me deslizo lentamente por su cuerpo.
Su sonrisa es pícara cuando nos separamos, y niego con la cabeza, incapaz
de evitar que mi sonrisa se me dibuje en la cara. Jury levanta la vista cuando
nos reunimos con él y los demás. Han sorteado rápidamente los obstáculos y
sólo quedan unas pocas vigas en el camino.
—¿Sabemos a lo que nos enfrentamos cuando abramos estas puertas? —
pregunta Ryker.
Se me cae el estómago e inmediatamente me pongo seria.
—Lo más probable es que sean mujeres embarazadas. No tengo ni idea
de cuántas —respondo, con un dolor en el pecho—. Algunas podrían estar
aquí porque quieren formar parte de esto... pero tengo la sensación de que
podría haber más mujeres que fueron raptadas y no tuvieron elección.
Se me hace un nudo en la garganta mientras pronuncio esas palabras que
desearía que no fueran ciertas, y todo el mundo se agita un poco más.
—Deberíamos entrar primero —anuncia Falon, haciéndonos un gesto a
Vinna y a mí.
—Estoy de acuerdo. Tengo una idea sobre dónde pueden ir estas mujeres,
dónde pueden estar a salvo, pero primero tendremos que ver a qué nos
enfrentamos —les explico a todos, sus rostros están sombríos mientras Zeph,
Treno y Ryn apartan el último obstáculo de las puertas.
—Hay una barrera protectora. Yo la elimino —observa Wekun,
acercándose.
Retrocedemos para dejarle espacio, y él levanta las manos y las presiona
contra la barrera mágica. Una onda azul sale de sus palmas al entrar en
contacto con la magia protectora de los Caster, y Wekun frunce el ceño,
concentrado.
Un fuerte crujido resuena en la habitación y una luz púrpura brota de sus
brazos extendidos, cubriendo las puertas que tiene delante hasta que la propia
madera parece absorber la luz. Parpadeo para evitar los puntos brillantes de
su destello mágico y estudio la barrera, ahora desprotegida.
—Tened cuidado las tres —advierte, volviéndose hacia mí, Vinna y
Falon—. Sé que tenemos que ser sensibles y cautelosos, pero cuanto más
rápido podamos...
Las puertas de la habitación se abren de repente y un grito salvaje rasga
el aire. Wekun se gira justo cuando una mujer se abalanza sobre él. La energía
me recorre, y siento que hace lo mismo en Falon y Vinna, pero antes de que
podamos siquiera gritar una advertencia o levantar las manos para intentar
detenerla, la espada que empuña la mujer atraviesa el pecho de Wekun y sale
por su espalda.
Por instinto, Vinna, Falon y yo lanzamos magia Centinela pura contra la
mujer, con la intención de alejarla de Wekun, pero éste bloquea nuestros
esfuerzos, presa del pánico, mientras se retuerce para evitar que nuestro poder
la toque. Se agacha para proteger a la mujer que acaba de apuñalarle en el
pecho, y puedo distinguir su vientre redondo y prominente, y de repente
entiendo por qué Wekun intenta impedir que le hagamos daño.
Falon emite un grito atormentado y desgarrador, y miro justo a tiempo
para ver a otra mujer embarazada blandir su espada contra el cuello de
Wekun.
La cabeza del Centinela abandona su cuerpo como un lamento de
negación abandona el mío, y entonces todo explota en caos.
El shock es todo lo que puedo procesar mientras el cuerpo sin cabeza de
Wekun cae al suelo. De la mano de Vinna sale un cordón de luz que envuelve
la espada de la segunda mujer y se la arranca de las manos. Jury se mueve
para interceptar a la primera mujer, y eso me saca de mi aturdimiento.
Doy dos pasos para intentar ayudar a mi Caballero cuando una brillante
luz blanca estalla del cuerpo de Wekun y se propaga por la habitación. Salgo
despedida contra la pared, rompiendo la piedra con el impacto, y gimo
mientras lucho por mantenerme en pie. Los cuerpos vuelan por todas partes,
y el horror se apodera de mí cuando veo a las dos mujeres embarazadas caer
hacia atrás por el impacto de lo que coño sea eso.
—¿Vinna? —grita alguien, con el miedo y el dolor resonando en su
interior.
—Estoy bien —ronca a más de seis metros de distancia.
Empieza a levantarse y veo a Treno corriendo hacia donde Falon se
estrelló contra una silla.
—¿Harlow? ¿Caballeros? ¿Delaney? —grito, de repente aterrorizada.
No son Centinelas, no tienen las mismas protecciones que nosotros, y esa
explosión no fue una puta broma.
Veo que Rafe y Tree están inclinados sobre Harlow y Delaney, y Tree
levanta la mano y grita que están bien.
—¡Caballeros! —grito de nuevo, buscándolos frenéticamente.
—Aquí —grazna Gage, levantando el puño, y voy a trompicones hacia él,
con la cabeza zumbándome y un cuestionable equilibrio. Jury está a su lado
y veo a Ledger a unos tres metros de donde aterrizaron.
—Brae —grito, sin verlo cerca.
Giro, buscándole desesperadamente, pero antes de que pueda encontrarlo,
un dolor cegador me golpea como un camión, y todo lo demás se pierde de
repente en una agonía blanca y caliente.
Gritos espeluznantes desgarran la noche, pero ni siquiera puedo procesar
quién más está gritando mientras la angustia me abruma rápidamente.
—¿Qué coño está pasando? —brama alguien, y entonces su voz queda
ahogada por el tormento que recorre cada célula de mi cuerpo.
Siento que mi cuerpo se eleva del suelo, o tal vez es mi conciencia
intentando desatarse de la tortura. El dolor se graba en mi piel, abrasando
todas mis terminaciones nerviosas. Mi grito finalmente desgarra mi garganta,
la sangre llena mi boca, pero la habitación se queda en silencio mientras
empiezo a desvanecerme dentro y fuera de la pura agonía.
—Son las runas. Están recibiendo nuevas runas —grita una voz
aterrorizada.
—Prepárate para atraparlas cuando caigan —ordena otra persona.
Algo me atraviesa el pecho y siento que mi cuerpo empieza a apagarse, el
dolor y el trauma son demasiado.
—¿Qué coño es esa luz que las conecta? ¿Podemos detenerla?
Un peligroso entumecimiento me recorre. Sé que debería luchar contra él,
pero me duele tanto que sólo quiero que se acabe. La nada susurra una dulce
liberación a través de mi maltrecho cuerpo y, por mucho que lo intento, no
tengo fuerzas para detenerla. Presiona contra todo lo que soy, y me veo
obligada a hacer lo único que juré que nunca volvería a hacer... Me someto.
Lo único que veo al volver en mí es oscuridad. Un profundo dolor me
recorre, pero la agonía abrasadora parece haberse retirado, y espero que esa
zorra se largue definitivamente.
—Ah, mierda. ¿Estamos muertas? —pregunta Vinna a mi lado, y me giro,
sorprendida de verla.
—No lo creo. Aunque podríamos estar inconscientes —responde Falon,
y yo me giro para encontrarla de pie a mi otro lado.
—Gracias, joder. Ha sido horrible, el peor episodio que he tenido hasta
ahora —gime Vinna, frotándose los brazos.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunto mientras exhalo un largo
suspiro cansado.
Me siento extraña, como si mi fuente de poder empujara contra mis
entrañas, exigiendo más espacio, pero mi armazón es demasiado pequeño
para albergarla. Me paso una mano por la cara y me quedo inmóvil antes de
volverme hacia Falon y Vinna, con la boca abierta mientras asimilo todas
nuestras nuevas marcas.
Bueno, supongo que eso explica la jodida tonelada de dolor.
Nuevos brazaletes de runas envuelven los bíceps y antebrazos de todas,
las marcas son una combinación de las de Falon y las mías. Me miro la parte
exterior del brazo y, efectivamente, las marcas de Vinna también están
grabadas en mi piel.
Todas estamos cubiertas de las runas Centinelas de las demás, pero a
juzgar por cómo se siente mi fuente, los cambios en nuestros cuerpos no
empiezan y terminan sólo con estas marcas.
—Os siento a las dos —susurra Falon, frotándose el pecho, y me
encuentro imitando el movimiento.
—Vaya. —Se maravilla Vinna—. Puedo sentiros como lo hago con mis
Elegidos, pero es diferente.
Falon asiente, con sus ojos lilas llenos de asombro, y yo busco de qué
están hablando.
No tardo en encontrar el hilo cegador que siento que nos conecta. Brilla
con más intensidad en el centro de mi pecho, pero se extiende por distintas
partes de mí. Hay una innegable sensación de cohesión en él, como si por fin
encajáramos como siempre debimos hacerlo. Donde antes éramos tres, ahora
somos de alguna manera una, y extrañamente se siente bien.
—¿Qué significa esto? —pregunta Vinna, y yo me encojo de hombros,
bajando la mirada hacia mi brazo para estudiar las singulares runas más
grandes que veo allí.
Vinna y Falon nunca tuvieron estas marcas, pero Wekun sí.
—¿De esto hablaba Wekun? ¿Por qué insistió tanto en que nos fuéramos?
Dijo que estábamos en peligro, ¿es esto? —pregunto, señalando sus runas,
runas que cada una de nosotras lleva ahora también en su cuerpo.
Falon sacude la cabeza.
—Esto no parece peligroso ni amenazador. Me siento bien. —Hace un
gesto entre nosotras—. Como si ahora estuviéramos completas. No creo que
esto sea lo que Wekun nos estaba advirtiendo.
—Estoy de acuerdo. Dijo que un Sept compartía sus habilidades, que la
conexión los haría más fuertes. No sabía que se refería a esto, pero tiene
sentido cuando lo piensas —añade Vinna—. Él pensó que algo malo iba a
suceder, pero creyó que éramos nosotras las que estábamos en peligro. No se
dio cuenta... —La pérdida se instala en sus ojos.
Falon se seca una lágrima de la mejilla.
—No puedo creer que se haya ido —susurra, y sufro por ambas por la
muerte de su amigo.
La pérdida y yo nos conocemos desde hace mucho, y a diferencia del dolor
finito de las nuevas runas, perder a alguien que te importa es un tipo de dolor
que nunca desaparece del todo. No conocía bien a Wekun y, sin embargo, el
dolor que siento de repente parece magnificarse y aumentar con cada
respiración.
—Maldita sea, ¿sientes eso? —pregunta Vinna, su tono triste y pesado.
Confundida, miro hacia ellas, con los ojos ardiendo por las lágrimas.
—¿Podemos sentir el dolor de la otra? —murmura Falon, con lágrimas
cayendo por su rostro—. ¿Cómo es posible?
—Es un mecanismo de seguridad —responde Vinna casi
distraídamente—. Tengo uno con Suryn que funciona así.
Abro la boca para preguntar quién es Suryn, pero de la nada, la oscuridad
en la que hemos estado sentadas empieza a desvanecerse, y miro a mi
alrededor para ver qué ocurre. Hay un pequeño tirón en el hilo que me une a
Vinna y Falon, y las cosas empiezan a afinarse y materializarse a nuestro
alrededor.
Una pared de ventanas a nuestra izquierda da a una ciudad dormida, con
luces parpadeantes que brillan en la oscuridad mientras las líneas de
carreteras separan los edificios circundantes en una cuadrícula familiar muy
por debajo. Nos rodean altas paredes de color gris oscuro, y una gran cama
de plataforma baja descansa contra la pared más larga a nuestra derecha.
—¿Ahora estamos muertas? —pregunta Vinna, con la voz apenas por
encima de un susurro, mientras un cuerpo se agita en sueños bajo las sábanas
gris oscuro que cubren ordenadamente la amplia cama.
—Mierda, creo que podría ser yo —murmura Falon, y miro hacia ella para
ver sus grandes ojos llenos de pánico—. Puedo hacer una especie de paseo
onírico. No tengo ni idea de cómo controlarlo, pero no creo que este sea mi
sueño —confiesa.
—No es mi sueño —declara Vinna con calma mientras mira a su
alrededor.
Se me seca la boca.
—Joder.
El corazón se me desploma en el estómago al darme cuenta de por qué
este lugar me resulta familiar. Empiezo a retroceder, con el pulso acelerado
por la urgente necesidad de largarme de aquí.
—Tenemos que irnos. Ahora —susurro a las otras dos, pero el cuerpo de
la cama se incorpora de repente y mira somnoliento a su alrededor.
Las tres nos quedamos paralizadas y me olvido de cómo respirar cuando
la mirada del hombre recorre la habitación. Sus ojos nos miran varias veces,
pero por algún milagro no nos ve aquí, en la esquina de su dormitorio.
Debería sentirme aliviada, pero siento más pánico.
Tenemos que largarnos de aquí.
—Falon —le suplico.
—Lo intento —boquea.
—Te siento, pequeña Elegida —declara el Centinela de la cama, con su
tono meloso y grave por el sueño.
La piel se me pone de gallina y el miedo me recorre la espalda.
—Deprisa —susurro, y Falon aprieta los ojos cerrados mientras intenta
averiguar cómo revertir lo que sea que haya hecho para traernos aquí.
El hombre se pasa una mano por el pelo revuelto por el sueño; la tenue
luz de la ventana hace que el rubio dorado casi resplandezca. No tiene nada
en el pecho, excepto sus runas, y sé que está desnudo bajo las sábanas que le
llegan a la cintura. Nunca le gustó dormir vestido.
Se pasa el pulgar por el dedo anular y siento que la runa del mío se calienta
mientras me hace señas. Hace mucho que no lo hace. Sabe que nunca vendré.
—Estamos cerca, Botones —ronca en el oscuro dormitorio, como si
estuviera compartiendo sus secretos con las sombras. Me estremezco al oír el
apodo, el miedo y la rabia me revuelven el estómago.
—Espera, creo que lo tengo —murmura Falon.
—Deprisa —imploro.
De repente se vuelve y me mira directamente, sus ojos azules se clavan en
los míos, aunque sé que no puede verme.
—Ya voy, mi Elegida. Vamos a arreglar lo que rompiste. Te veré pronto.
—Lo logré —jadea Falon.
Algo se engancha alrededor de mi estómago y me saca de la habitación, y
la promesa del Centinela resuena en mi mente hasta que la oigo como la
amenaza que es. No sé por qué la magia de Falon me trajo hasta él ni cómo
me percibió. Pero sé lo que significa la runa ardiente en mi dedo anular.
Ya vienen...
Y no estoy preparada.
1: Hot Wheels: Es una marca de línea de automóviles de juguete a escala 1:64, son un pilar de la
infancia americana, (firma juguetes Mattel).

2: Supes: Sobrenaturales.

3: Screamo: Es considerado un subgénero del Emo. La palabra Screamo viene de scream (grito).
Básicamente es una fusión rock duro caótico lleno de letras que tratan temas existenciales.

4: Emo: También llamado emocorea es un estilo de música rock caracterizado por un énfasis en
la expresión emocional, a veces a través de letras confesionales.

5: Like: Guerrero, alusión al luchador profesional mexicano – estadounidense Eddie Guerrero,


para importantes empresas de lucha libre.

Storm: Mezcla de género heavy y psicodélica abarca estilos que realza las experiencias con drogas
psicodélicas & alucinógenas.

6: Love the Way You Hate Me: Amo la forma en que me odias. Es una canción de Like a Storm.

7: Nerd: Empollón, estudioso, cerebrito.

8: NAAC: Siglas Contingente Alfa Norteamericano. Se mantiene un registro de todo lo que sucede
en las manadas, territorio, disputas, acuerdos….

9: Lectores: aquellos que se les encomienda llevar los registros y las crónicas del árbol genealógico
de los Centinelas. (los conocimos en Los Perdidos y Los Elegidos).

10: Shaggy: Melenudo & lanudo, es el apodo que le pone en este momento Savoy.

11: Knightsroost: El pueblo se llama algo así como Morada o Refugio de Caballeros.

12: Línea del bikini: Acotando una zona.

13: Piquete: Es una forma de protesta de un grupo de personas. Su objetivo es intentar convencer
al resto de personas de sus propuestas.

14: Top Gun: Piloto.

15: Jury: Jurado. Savoy juega con el significado de su nombre. Él es el Jurado y los otros dos son
el Juez y el Verdugo.
16: Dom: Persona con mayor poder de mando en una organización.

17: Cluedo: Juego de mesa de detectives y misterio, 6 sospechosos, diferentes escenas y armas con
las que se cometen un crimen, el jugador que acusa y resuelve correctamente quien, donde y con qué
se cometió el delito gana.

18: GI: Soldado americano de las Fuerzas Especiales.

19: Ouphe: Criaturas que a menudo se asocian con el mundo natural verde (natural), son criaturas
de estatura pequeña y apariencia humana.

20: Minx: Descarada (apodo que le pone Ledger a Savoy)

21: Stabby McGee: Personaje principal, ficticio de la serie con el mismo nombre, su referencia es
porque este personaje siempre lleva en su mano un cuchillo, de aquí sale la referencia de Rafe con que
Savoy no apuñale a nadie.

22: Hierba Gatera: Savoy se compara con este tipo de hierba que es muy preciada por los gatos,
ya que una de sus tantas propiedades es la de mantenerse activos y entretenidos y no olvidar sus
instintos de caza.

23: Cookie: Galletita (apodo que le pone Brae.a Savoy)

24: Riolita: Roca volcánica de granos finos y una composición química muy parecida a la del
granito.

25: Teddy Ruxpin: Juguete animatrónico con la forma de una criatura parecida a un oso parlante
llamada ‘Illiop’. La boca y los ojos se mueven mientras recrea historias.

26: Amtrak: Red nacional interurbana de transporte ferroviario de pasajeros de los Estados Unidos.

27: Bloody Mary: Mary no soportaba verse en el espejo porque se sentía fea, por lo que terminó
suicidándose. Dice la leyenda que, si te colocas frente a un espejo y pronuncias su nombre tres veces
‘Bloody Mary’, una aparición ensangrentada acudirá a tu llamada.

28: Claymore: Tipo de espada ancha cuyo uso precisa de las dos manos para ser bandida.

29: Rangers Rescatadores: Serie de animación estadounidense, Chip y Dale dos ardillas con olfato
para los problemas abren una agencia de detectives, nuestros chicos los Caballeros pueden jugar a
solucionar los problemas e intentar rastrear la.

30: Pasillo Savoy: cuerpo de Savoy.

31: Dimensiones de Bolsillo: Estas dimensiones se encuentran dentro de las Dimensiones Oscuras,
consiste en una serie de misiones que requieren personajes concretos.

32: Sunshine: Rayo de Sol (apodo que le pone Jury a Savoy)

33: Sparkles: Destellos


34: Trouble: Problemas (apodo que le pone Gage a Savoy)

35: Bailarina: Zapatillas planas, muy sencillas y con escote redondeado. Su origen se encuentra en
el calzado usado por las bailarinas de ballet.

36: Cadena Perpetua: Película de 1994.

37: Sr. Darcy: Personaje principal e la novela Orgullo y Prejuicio.

38: Brad: Brad Pitt, se refiere a la película Entrevista con el Vampiro.

39: Banshee: Son espíritus femeninos, que según la leyenda se aparecen a una persona para
anunciar con sus llantos o gritos la muerte de un pariente cercano.

40: Cerceta: Canela, castaño.

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