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Sinopsis
La prisión es un lugar oscuro y desolado.

Pero Clare me trae luz.

Mi dulce pajarito será mi boleto hacia la libertad.

La primera vez que la vi, supe que debía tenerla.

Desde sus grandes ojos oscuros, hasta las curvas que no puede
ocultar...

La forma en que solo puede sostener mi mirada durante un tiempo.

La forma en que tiembla cada vez que me muevo dentro de estas


cadenas.

Y, sobre todo, la forma en que infringirá las reglas cuando se lo


ordene...

Reconozco a una sumisa natural cuando la veo.

Sus grados y títulos no cambian quién es: una mujer que se doblegará
a mi voluntad.

Ella no lo sabe aún, pero Clare es mía.

Mía para entrenarla, mía para protegerla, y mía para controlarla...

Serie Underworld Kings


Nota
The Bratva’s Heir es parte del Universo de Underworld
Kings.
Una serie de libros independientes de varias autoras llenos de familias
de la mafia que libran la guerra, el peligro y la violencia, matrimonios
arreglados y forzados, angustia, amor y todo lo demás.

Claro u oscuro.
Retorcido o dulce.
Underworld Kings tiene algo para cada lector.
1
Constantine
He estado encerrado en confinamiento solitario durante tres semanas.

Los guardias ya no lo llaman “confinamiento solitario” ahora es


“vivienda restringida” que se supone que suena más humano. Aún así,
estoy atrapado en mi celda las veinticuatro horas del día, sin llamadas
telefónicas o visitas, así que tal vez deberían llamarlo “muerte lenta por
aburrimiento”.

Me arrojaron aquí después de que los irlandeses intentaran cortarme el


hígado en el patio, ahí es donde ocurren la mayoría de las peleas. Esto no
pretendía ser una pelea, sino un asesinato. Tres de esos bastardos
bebedores de whisky me acorralaron con unos cuchillos improvisados
(unas hojas de afeitar fundidas en mangos de cepillos de dientes) y no
necesité que me lo dijeran para saber lo que estaba pasando.

―Esto es por Roxy ―dijo uno de ellos.

―No me digas ―le respondí.

Luego lo agarré por la muñeca y le di un cabezazo en la nariz.

Ellos me hicieron algunos buenos cortes, me cortaron el hombro y la


espalda, incluso me apuñalaron en el muslo.

Pero por lo que puedo decir, ellos se fueron con una nariz rota, un
hombro dislocado y una rodilla que nunca volverá a ser la misma.

He sido el principal ejecutor de mi padre desde que tenía quince años,


así que sé cómo derribar a un hombre para que no se vuelva a levantar.
Es en lo único en lo que soy bueno: en la violencia.

Si Connor Maguire quiere vengarse por su hija, tendrá que enviar a


muchos más hombres con algo mejor que cepillos de dientes con hojas de
afeitar.

Se las arreglaron para romper un trozo de esa navaja en mi muslo. El


médico de la prisión tuvo que desenterrarlo y coserme la espalda también.
Tan pronto como terminó, los guardias me arrojaron a la “vivienda
restringida”, y aquí es en donde he estado desde entonces, aburrido de
mis pensamientos.

Por eso no discuto cuando el guardia me dice que estoy listo para una
reunión obligatoria con una psiquiatra.

No tengo ningún interés en la terapia, pero no me importaría ver un


nuevo conjunto de paredes.

Dejo que me esposen las manos y los tobillos, y salgo arrastrando los
pies de mi celda que es del tamaño de un ascensor, a través de los
numerosos puntos de control y puertas cerradas que conducen desde el
Bloque 8 hasta la enfermería.

Giramos bruscamente a la derecha para entrar en una serie de oficinas


que nunca había visitado.

Me sientan en una silla de madera enfrente de una mesa sencilla y


sujetan una cadena anclada entre mis puños para que solo pueda mover
mis manos hasta un pie, más o menos, en cualquier dirección. Luego me
siento ahí y espero exactamente ocho minutos.

El tiempo en la prisión está marcado según el reloj. A las 6:00 am las


luces se encienden, sacándote del sueño de una sacudida, si es que estabas
dormido. A las 6:05 los guardias se acercan para contar a los presos. A las
7:00 am, hora del desayuno, espero que les guste la avena. Tiempo
asignado para las comidas, las duchas, el ejercicio, las reuniones de AA…
y así sucesivamente durante el día, con cada minuto contabilizado, hasta
que llega la hora de dormir y empezar de nuevo.
Me he vuelto bastante bueno contando los minutos que pasan, tanto si
quiero contarlos como si no.

Entonces sé exactamente cuánto tiempo ha pasado cuando la puerta se


abre y una mujer entra detrás de mí.

Puedo oler su perfume antes de poder verla, es sutil y cálido, con notas
de rosa y anís.

Me pega directamente en la nariz, lo que dilata mis pupilas y hace latir


mi corazón. Después de todo, han pasado tres meses desde que vi a una
mujer, y olí a una.

La maldita prisión apesta, huele a detergente industrial, comida


institucional, células enmohecidas y cuerpos húmedos.

Por el contrario, el olor de la piel de esta mujer me hace la boca agua


antes de que pase un pie por la puerta. Es como oler el paraíso desde las
entrañas del infierno.

La vista de ella es igual de buena.

Deja un amplio espacio, bordeando la mesa, dando la vuelta al otro lado


para sentarse directamente frente a mí.

Ella es delgada y pequeña, de cabello y ojos oscuros. Puede que tenga


unos treinta años, pero parece más joven por el puñado de pecas en sus
mejillas que me recuerdan a un cervatillo moteado.

Intenta ser profesional con su traje y sus lentes de montura oscura, pero
se ha dejado el pelo suelto, y no puede ocultar la tensión en sus hombros,
o el leve temblor de sus manos mientras coloca su carpeta y su bolígrafo
frente a ella.

―Buenas tardes ―dice cortésmente―. Mi nombre es Clare


Nightingale, soy la psiquiatra dentro de la correccional y te han asignado
como mi... como uno de mis pacientes.

Su voz es más baja de lo que esperaba, es suave, pero clara. Mientras


apoya una mano pálida sobre la carpeta, veo que se ha tomado la molestia
de hacerse la manicura solo para pintarse las uñas con esmalte
transparente. No hay ningún anillo en su mano izquierda, y ninguna
marca de uno recientemente removido.

Ella espera a que yo responda.

No digo nada.

Así que se aventura a hacer una pregunta que cree que seguramente
responderé.

―Tu nombre es Constantine Rogov, ¿correcto?

La miro en silencio.

Como sospechaba, cuanto más se prolonga el silencio, más rosadas se


vuelven sus mejillas. Ella se mueve en su silla.

Después de casi un minuto completo, dice:

―¿No piensas hablar conmigo? Los guardias dijeron que consentiste en


esta reunión.

Respondo al fin.

―¿Qué espera lograr, señorita Nightingale?

A pesar de que estaba tratando de provocarme para que respondiera,


la aspereza de mi voz en este pequeño espacio la hace saltar. Está enojada
consigo misma por sobresaltarse, y sus mejillas se sonrojan más brillantes
que nunca.

―Estoy aquí para ayudarte en el proceso de rehabilitación ―dice―. Al


reunirte conmigo con regularidad, espero ayudarte a pasar tu tiempo aquí
de manera más efectiva y prepararte para un regreso exitoso a la vida
normal.

“Regresar a la vida normal”. Como si alguno de mis hermanos o yo alguna vez


tuviéramos ese lujo.

Ella es una idealista.

Una de esas mujeres que cree que puede hacer un cambio en el mundo,
y cuanto más dramático sea el cambio, más satisfactorio será para ella.
Podría estar vacunando a huérfanos en Guatemala o sacando plástico del
océano, pero en vez de eso, está aquí tratando de rehabilitar la escoria de
la tierra.

Miro sus zapatos relucientes, su maletín de cuero y su traje a medida.


Todo es deliberadamente sencillo y sin adornos, pero visiblemente caro,
al fin y al cabo.

―¿Qué hace una niña rica como tú en un lugar como este? ―le
pregunto―. Seguramente hubo mejores opciones una vez que te
graduaste de... Columbia, ¿supongo?

Sus labios se vuelven blancos mientras los aprieta con fuerza.

Esto es demasiado fácil.

―No estamos aquí para hablar de mí ―dice.

―Pero crees que yo debería desnudar mi alma con una extraña. ¿Quién
no quiere responder a una simple pregunta sobre sí misma?

Puedo ver su pecho subiendo y bajando bajo la sencilla chaqueta y noto


el aleteo de su pulso en el delicado hueco de su garganta.

―Todo lo que me digas es confidencial ―dice―. No se puede utilizar


en tu contra en procedimientos legales.

―Eso es cerrar la puerta del granero después de que el caballo huyó


―digo―. Estoy sentenciado a veinticinco años de prisión.

―Sí ―dice Clare, flexionando ligeramente las yemas de sus dedos


sobre la carpeta manila que seguramente contiene un registro de todas
mis fechorías, o todas las que conocen, al menos―. Por el asesinato de tu
prometida, Roxanne Maguire.

―No quiero hablar de eso ―digo bruscamente, más brusco de lo que


pretendía.

―No tenemos que hablar de eso hoy ―dice, con un ligero énfasis en la
palabra hoy, lo que implica que es un tema al que seguramente volverá
en el futuro.
No le gustará la respuesta que recibirá si lo intenta.

Irresistiblemente, sus ojos se dirigen a mis dos manos enormes


cruzadas sobre la mesa, a mis dedos gruesos y callosos, las uñas
desafiladas, los tatuajes en mis nudillos y el dorso de mis manos. Sus ojos
recorren mis antebrazos llenos de venas y luego mis bíceps, que están
forzando los límites del uniforme de prisión talla XXXL que aún así
apenas me queda.

Las palabras en esa carpeta deben estar resonando dentro de su cabeza.

Abusada sexualmente…

Cráneo fracturado con una botella de vino...

Causa de muerte: estrangulamiento...

―¿No es un impedimento para tu trabajo que seas hermosa? ―le


pregunto.

Ella deja escapar una bocanada de aire, medio incrédula, medio


nerviosa.

―No lo soy, por favor, no intentes manipularme con halagos.

―No te estoy halagando. Eres una mujer deslumbrante tratando de


trabajar con asesinos y violadores. ¿Me estás diciendo que eso no es una
distracción?

Ella frunce el ceño.

―No es un problema.

―Eso es imposible.

Ahora parece casi enojada.

―No soy nada especial ―dice sin rodeos.

No sé por qué está tan decidida a considerarse una mujer simple; puede
que no tenga la ostentación obvia de cierto tipo de mujer, pero su belleza
es aún más poderosa por su sutileza. La delicadeza y luminiscencia de su
piel, como si el más leve toque la lastimara... y esos ojos grandes y oscuros,
tan líquidos que casi parecen llorosos...

Su fragilidad me hace querer hacerle cosas terribles.

Y, sin embargo, casi quiero protegerla también... como un pajarito que


podría caber en el hueco de mi mano... un ruiseñor, cantando solo para
mí...

―No seas modesta, has visto cómo te miran los hombres. Dime la
verdad, Clare.

Se muerde el borde del labio, irritada porque le estoy hablando por su


nombre de pila y por mi tono autoritario.

Aún así, veo la forma en que ese tono se apodera de ella, obligándola a
responderme.

―Los hombres siempre miran a las mujeres ―dice.

―Pero a ti te miran más... ¿cómo no podrían?

―Señor Rogov ―dice con brusquedad―. Ya te dije que no estamos


aquí para hablar de mí.

―Lo recuerdo ―digo.

Pero creo que hablará de sí misma si la presiono, porque no importa lo


mucho que la señorita Nightingale intente ser dura para mantener el
profesionalismo, veo la verdad detrás de su delgada fachada. Veo cómo
se estremece cuando ladro y cómo se retuerce bajo mi mirada. Cómo sus
ojos se mueven rápidamente para encontrarse con los míos cuando uso
un tono más suave, y cómo sus mejillas se sonrojan cuando la halago.
Clare ha sido educada para respetar a la autoridad, anhelarla, incluso...

―¿Cómo exactamente planeas rehabilitarme? ―pregunto.

La punta de su lengua sale como una flecha, humedeciendo esos labios


pálidos.
―A menudo es útil examinar si existe un problema psiquiátrico
subyacente que pueda contribuir a conductas negativas. Podemos hacer
pruebas para determinar si la esquizofrenia o la depresión podrían...

―No estoy loco ―digo rotundamente.

―La salud mental es un espectro ―dice―. No hay una línea clara entre
las enfermedades mentales y las mentes sanas y racionales, y en cualquier
caso, incluso sin una afección diagnosticable, aún puedo ayudarte a
comprender tus factores desencadenantes y corregir tu comportamiento.

―De verdad ―digo―. ¿Y a cuántos presos has ayudado de esta


manera?

Ella se mueve en su asiento.

―Eso no es realmente...

―¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? ―exijo.

La escuché tropezar mientras se presentaba. Estoy jodidamente seguro


de que estaba a punto de admitir que yo era su primer paciente.

―Soy nueva en esta prisión ―dice, con un valiente intento de


dignidad―. Pero te aseguro que soy una psiquiatra con licencia completa
con...

―¿Sí? ―Me río―. ¿Cuándo obtuviste esa licencia? ¿Está seca la tinta?

Clare respira lentamente, tratando de deshacerse de mis burlas.

No funciona. Mientras se mueve para abrir mi expediente, su mano se


sacude, tirando su bolígrafo al suelo.

Cae entre nosotros.

Se inclina mucho más lejos de su silla para recuperarlo, y esa larga


cortina de cabello oscuro y brillante se desliza sobre su hombro y cuelga
hacia la alfombra sucia.

Ella toma el bolígrafo y vuelve a levantarse.


Mientras se levanta, me lanzo hacia adelante, hasta el final de mi
cadena, agarro ese mechón de cabello y lo envuelvo con fuerza alrededor
de mi mano, sacándola de la silla hacia mí. No tengo mucho espacio para
maniobrar, pero incluso encadenado la domino con facilidad.

La empujo hasta dentro del círculo de mi brazo derecho, con mi mano


envuelta en su cabello, y mis dedos sujetando la base de su cuello. La
empujo contra mí hasta que su pequeño cuerpecito se presiona contra mi
pecho. Estamos cara a cara, nariz con nariz y, con mi otra mano le tapo la
boca.

En esta posición podría besarla o estrangularla con el mismo mínimo


esfuerzo.

―Así es como sé que eres una maldita novata ―gruño, mirando esos
ojos aterrorizados―. Porque una profesional sabría que no debe llevar el
pelo suelto, ni siquiera levantar el bolígrafo. Demonios, dudo que traigan
un bolígrafo a treinta metros de un hombre como yo. Sabrían que puedo
apuñalarlos entre los ojos más rápido de lo que podrían parpadear.

Todo su cuerpo está temblando y las lágrimas brillan en las esquinas de


esos grandes ojos oscuros.

Para su crédito, ella no grita ni trata de pelear, sabe que sería inútil.

Puede sentir mi brazo a su alrededor, y sabe que podría romperle la


columna antes de que los guardias pudieran atravesar esa puerta.

Ella me mira a los ojos, buscando algo, quizás alguna chispa de


humanidad, o tal vez algún indicio del horrible destino que le aguarda.

No encontrará lo que busca. En lugar de eso, le gruño:

―Considérate advertida. No soy un maldito experimento social. No me


reformaré. Soy un criminal. Un monstruo. Un asesino. Siempre lo he sido
y siempre lo seré.

Respira con dificultad, incapaz de enmascarar la forma en que tiembla


y jadea en mis manos. Está aterrorizada, humillada, luchando por no
romper a llorar.
Cree que puede hacerme pruebas. Bueno, yo le estoy haciendo una en
este momento, y habrá muchas más por venir si se atreve a visitarme de
nuevo. Tengo mis sospechas sobre Clare, una condición que podría
diagnosticarle con la misma facilidad con la que ella podría etiquetarme
como un sociópata y un criminal.

Tomo una última inhalación de ese perfume celestial.

―Vete a casa, Clare. Encuentra un buen corredor de bolsa, y únete a un


club. Esta es tu única advertencia.

La suelto, dejándola alejarse de mí tropezando.

Está temblando con tanta fuerza que apenas puede levantar la carpeta
y el maletín.

Me lanza una última mirada horrorizada, y luego sale corriendo de la


habitación.

Pasan veinte minutos hasta que vuelven los guardias.

Espero que me golpeen por poner mis manos sobre la pequeña y bonita
psiquiatra, o que al menos me arrojen a la celda de castigo.

En vez de eso, me llevan de vuelta a la soledad como si nada hubiera


pasado.

Lo que me dice todo lo que necesito saber sobre mis futuras


interacciones con Clare Nightingale.
2
Clare
Las luces en el baño del personal parpadean y luego se apagan, y por
un momento salvaje y aterrador, me temo que se apagarán por completo.

Nunca le he tenido miedo a la oscuridad, pero después de hoy...

Las luces parpadean y se vuelven a encender, inundando la habitación


con una luz tan brillante que es cegadora. Parpadeo y veo alrededor de la
pequeña habitación.

Aunque hay varios puestos aquí y la entrada debería permanecer


abierta, la empujo de una patada y la cierro. Apoyo el antebrazo contra el
frío acero, pego la frente, luego cierro los ojos y respiro profundamente.

Inhala.

Exhala.

Inhala.

Exhala.

Inhala- Todavía puedo olerlo. Crudo y terroso, como una piedra recién
cortada y desnuda por un deslizamiento de tierra. Limpio, con el más
mínimo toque de pino. Indiscutiblemente masculino.

Exhala.

Estoy bien.

Estoy bien.
Me pongo de pie e imagino lo que diría mi madre si supiera que me
acabo de apoyar contra la puerta del baño de una prisión. Probablemente
me haría bañarme con desinfectante de manos y hacerme una prueba de
ETS.

Está sorprendentemente limpio aquí, a diferencia del resto de la prisión.


Como la sala de profesores en una escuela de mala muerte, es una
pequeña porción de normalidad en un entorno por lo demás lúgubre.

Gracias a Dios por eso, necesito algo limpio en este momento, algo
normal y predecible.

Debería haber presentado un informe. Él podría tener serios problemas


por lo que hizo, y es mi deber informar a las autoridades sobre cualquier
incidente de abuso o mala conducta, y si mi padre se entera... esto le daría
la razón de una manera espectacular.

Normalmente soy seguidora de las reglas... pero solo por esta vez, no
puedo hacerlo. No cometeré el mismo error dos veces.

Me veo en el espejo sobre el fregadero, medio esperando ver moretones


donde me agarró por el cuello, pero no dejó ninguna marca. Inclino mi
cabeza hacia la izquierda, luego hacia la derecha, hay un leve tinte de rosa,
pero nada más. Trago, viendo mi garganta trabajar.

Estoy extrañamente decepcionada de que no me haya ninguna marca,


como si necesitara una insignia por lo que he pasado, pero no hay nada.
Estoy bien.

Mi cabello, por otro lado, es otra historia, me lo alacié hoy y trabajé duro
para asegurarme de alcanzar el acabado profesional que buscaba, pero
gracias a ese puño carnoso suyo, mi cabello perfecto está desordenado.

Nunca me habían tocado unas manos como esas. Ni una sola vez.

Ninguna mujer podría ser tocada por manos como esas y olvidarlas.

Son manos grandes y competentes con dedos gruesos y ásperos,


endurecidos por años de arduo trabajo y marcados con tinta descolorida.
Todavía puedo verlos, retorcidos alrededor de mi cabello y sobre mi boca
con una fuerza impactante. Un control experto que me mantuvo inmóvil
pero que prometía violencia si desobedecía, como un poder inactivo que
se agitaba bajo la superficie, listo para destruir.

Estoy tan sorprendida por lo que hizo, que no puedo recordar el color
de sus ojos. Estoy medio tentada a verlo de nuevo para poder reconstruir
su imagen en mi mente. Sus ojos, duros y despiadados, se entrecerraron
con furia ante la audacia de mis afirmaciones, mi propósito. Como
muchos presos, no cree en la rehabilitación, o eso dice él. Supongo que si
pensara que rehabilitarse era posible, tendría que admitir que estar
encerrado tiene un propósito.

Cuadro mis hombros e intento arreglar mi cabello. Tengo lugares a


donde ir y no dejaré que ningún criminal indecente e inmoral me espante.

Sin embargo, su voz. Dios, su voz, teñida con el borde áspero de un


acento ruso, y un barítono profundo que resuena con autoridad. Todavía
puedo oírlo.

Una profesional sabría que es mejor no llevar el pelo suelto.

Escupió las palabras como para golpearme con ellas.

Me estremezco.

Él estaba en lo correcto. Es la primera regla de autodefensa de las


mujeres. Nunca, nunca uses tu cabello suelto. La segunda cosa más
estúpida que puedes hacer es ponerlo en una cola de caballo, que es un
asa ya hecha que prácticamente invita a alguien a agarrarlo y asaltarte.

Yo sabía eso. Yo sé eso. Y, sin embargo, hoy, para mi primera visita a la


infame DesMax, la Instalación Correccional de Máxima Seguridad de
Desolation, tenía que ser completamente profesional y estar concentrada.

Frunciendo el ceño, busco en mi bolso hasta que encuentro una cinta


para el pelo y unas horquillas. Rápidamente trenzo mi cabello, luego lo
giro en un moño en la nuca. Antes me veía normal, ahora me veo poco
atractiva.

Todo sobre mí es absolutamente, perfectamente promedio.


Pelo castaño. Ojos cafés. Labios medios. Nariz estándar. Pecas

Sé que sus comentarios sobre mi “belleza” fueron solo una burla,


tratando de meterse debajo de mi piel. Fui a la escuela con los miembros
de la alta sociedad más impresionantes de la ciudad. Nunca me he
destacado, y eso me parece bien.

Con una floritura rebelde, agarro mi brillo de labios del fondo de la


bolsa, le quito la tapa y me lo paso por los labios.

Oh, claro. Este era el color nude, mis labios son del mismo tono, solo
que ahora están pegajosos.

Yo suspiro.

Mi teléfono suena con el tema de Cruella de Vil, y hago una nota mental
para decirle a mi mejor amiga Felicity que deje de cambiar los tonos de
llamada de mi madre. Uno de estos días, ella se enterará, y prefiero no
lidiar con ese drama. Lo silencio, agradecida por la distracción
momentánea.

―Sí, mamá ―murmuro para mí―. Soy muy consciente de que mi fiesta
de cumpleaños es en treinta minutos. Discúlpame mientras me arreglo
después de ser agredida por mi último cliente, que está cumpliendo
cadena perpetua por asesinato.

Imaginar la expresión de horror en su rostro en realidad me anima un


poco.

Veo mi ropa, y no hay nada roto, nada está siquiera fruncido o


arrugado. La prisión tiene reglas muy claras sobre lo que los visitantes
pueden usar, pero los profesionales que trabajan aquí reciben un poco
más de indulgencia. Elegí este traje a propósito: un clásico blazer gris
carbón cruzado con falda lápiz a juego, es profesional y cualquier cosa
menos sexy. Tal vez sean los años de miedo a los hombres que mi padre
me inculcó, pero por alguna razón, sentí que no podía mostrar ni un
destello de piel o feminidad al entrar en una prisión de máxima seguridad
para hombres.

Pero eso no le impidió encontrar lo más femenino de mí y violarlo.


Imbécil.

¿Por qué hice esto de nuevo?

Porque creo que pueden rehabilitarse.

Porque creo que todos los humanos somos capaces de alcanzar la grandeza.

Porque creo en el poder de la redención.

Alguien de mi familia tiene que hacerlo.

Mi teléfono suena de nuevo, y esta vez miro hacia abajo para ver no a
mi madre sino a mi padre en la línea. Niego con la cabeza, suelto un
suspiro y lo tomo. Tengo veintinueve años y mi madre aún acude a mi
padre para hacer que me comporte cuando ella no se sale con la suya de
inmediato. Es encantador, de verdad.

―¿Hola?

―Clare, tu madre está desesperada. ―Por el sonido amortiguado de su


voz, supongo que está sentado junto a la barra en nuestra terraza trasera,
rodeado de sus conocidos, el lugar trazado para hablar de política durante
unas horas, mientras comienzan a beber―. ¿Estás en camino? ―Está
intentando sonar casual, pero casi puedo verlo hacer la pregunta con los
labios apretados y prácticamente lo siento hirviendo porque ella lo está
acosando frente a sus amigos. De alguna manera esto es culpa mía.

―Me voy ahora, estaré ahí en unos treinta minutos.

Estoy a solo diez minutos de distancia, pero el tráfico de la ciudad de


Desolation es conocido por volverse lento durante las horas pico.

Me dará tiempo suficiente para serenarme, pero primero necesito


prepararme para la fiesta. No puedo usar este traje para una fiesta de
cumpleaños. También podría llevar un letrero en la frente que diga
Terapeuta autorizado. Pregúntame sobre mi trabajo.

Aunque me preguntarán de todos modos.

Apoyo mi bolso en la encimera y saco el vestido que traje para


cambiarme, específicamente para coordinar con mi abrigo y diseñado
para no arrugarse. Felicity dijo que era “el mini vestido con hombros
descubiertos más lindo, con pliegues fruncidos” pero yo lo llamaría un
elegante vestido de verano. Con la puerta cerrada, tengo suficiente
privacidad para cambiarme rápidamente y luego ponerme el abrigo del
traje.

Estupendo. Las pequeñas cintas atadas en la parte superior del vestido


hacen que los hombros del abrigo de mi traje se levanten como si
estuvieran llenos de hombreras, o salgo de aquí con esta vista ridícula, o
salgo de aquí mostrando la piel.

Elijo parecer ridícula, es la opción más segura.

Hago una mueca ante mi imagen. Mi madre tendría un infarto.

Antes de irme, me pongo jabón en las manos y me las lavo con el agua
más caliente que puedo, como para borrar de mi mente el recuerdo del
asalto de hoy.

No funciona.

Abro la puerta, me pongo el bolso al hombro y camino con


determinación hacia el estacionamiento.

Casi espero gritos o un alboroto en la prisión detrás de mí cuando me


voy. Se oye el sonido metálico del metal y el murmullo de voces en una
habitación, pero el resto está en silencio.

Miro por encima del hombro, a solo unos metros de las celdas donde
tienen a los presos.

¿Dónde está él ahora?

¿Porqué me importa?

Mi pulso se acelera.

Después de que me fui, ¿cuánto tiempo estuvo sentado en la


habitación?

¿Qué se imaginaba haciéndome?


Leí el archivo. Sé lo mucho que lastimó a la mujer que asesinó.

A veces, ves a un criminal y no puedes imaginarlo cometiendo el


crimen por el que fue condenado. ¿Chicos guapos de aspecto juvenil
culpables de tiroteos en la escuela? Nunca.

Pero una mirada a sus ojos y estoy segura de que Constantine Rogov es
absolutamente capaz de cometer un asesinato.

Al día siguiente, me despierto al amanecer. Como la fiestera que soy,


llegué a casa de mi fiesta de cumpleaños a las diez, me quité el maquillaje
y terminé mi rutina de cuidado de la piel a las diez y cuarto, y me puse la
mascarilla para dormir a las diez y media.

Cuando me fui, mi mamá estaba ebria y se tambaleaba sobre sus


tacones de aguja de diez centímetros, y mi padre había roto sus puros. La
ironía del fiscal de distrito de Desolation fumando de forma recreativa no
se me escapa, pero no es una fiesta de los Nightingale hasta que no
llegamos a lo que yo llamo cariñosamente el escenario de los platos y los
halagos, que es cuando mi madre saca las bandejas de pastelitos y tragos,
y los amigos de mi padre comienzan a sacarle brillo a sus halos en mutua
admiración.

No es mi escena.

Me estiro y me quito el antifaz, parpadeando para ver la hora en mi


teléfono.

5:45.

No tengo que trabajar hasta el mediodía, así que tengo algo de tiempo
para mí esta mañana, y sé exactamente cómo lo gastaré.

Me preparo una taza de café, me siento frente a la computadora y


escribo su nombre.
Constantine Rogov

Hay menos artículos de lo que había anticipado, específicamente dos,


ya que la siguiente docena más o menos son todos los perfiles de LinkedIn
de cualquier persona menos del hombre que conocí en la cárcel ayer.

Hago clic en el primer artículo y mi café se enfría mientras leo.

Constantine Rogov, de 34 años, originario de Moscú, condenado por asesinato


en primer grado. Rogov tiene un historial de condena por delitos de violencia. El
cráneo de su víctima fue fracturado con un objeto contundente, aunque la causa
de la muerte fue estrangulamiento. Aunque Rogov se declaró inocente, el jurado
lo declaró culpable por unanimidad. Rogov cumplirá cadena perpetua.

Bebo mi café frío, con mi mente tratando de reconstruir esto. Ayer


pensé para mí misma que era un hombre capaz de violencia.

¿Pero violencia contra alguien a quien amaba?

Sigo leyendo.

“Su relación era volátil, por decir lo menos” dijo una fuente “Peleaban
constantemente, y el año pasado, el día de San Valentín, ella le cortó los
neumáticos cuando sospechó que le había sido infiel. Las fuentes dicen que el suyo
iba a ser un matrimonio concertado destinado a formar una alianza entre la mafia
irlandesa y los rusos”.

Entonces la golpeó. La golpeó con una botella de vino y luego la


estranguló hasta la muerte. En mi mente, lo imagino envolviendo mi
cabello alrededor de mi cuello y tirando.

¿Podrías matar a alguien estrangulándolo con su propio cabello?


Trago la bilis que sube por la parte de atrás de mi garganta, cuando
suena mi teléfono.

No reconozco el número en el identificador de llamadas.

―¿Hola?

Clic. Clic. Clic. Una voz masculina enérgica entra en la línea.

―Centro correccional de la ciudad de Desolation, estoy buscando a la


señorita Nightingale.

―Ella habla.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral, haciendo que los pequeños


vellos de mis brazos se ericen. Este no es el número que usa mi supervisor.

―Tiene una llamada solicitada de un preso llamado Constantine


Rogov. ¿Acepta esta llamada?

Mis rodillas se debilitan y me hundo en una silla. Pongo toda mi energía


en fingir que de alguna manera no estoy paralizada por el miedo y con la
boca seca por la anticipación.

―Acepto.

Acepto, como los votos matrimoniales.

Cierro los ojos al oír más clics.

Entonces es él. Su voz es más profunda de lo que recuerdo y más ronca,


y su acento es más pronunciado.

―Hola, señorita Nightingale. ―Hace una pausa y realmente puedo


escuchar la burla en su tono―. Doctora.

―No es habitual que los reclusos llamen a sus médicos, señor Rogov.

―Aceptaste mi llamada.

Trago, y mi mano en el teléfono tiembla.

―Lo hice.
Acepto. Lo hice. ¿Tengo un doctorado para esto?

―No te retendré mucho, señorita Nightingale. Solo me gustaría darte


una advertencia.

Mi pulso se acelera.

―Debes venir esta tarde, pero eso no sucederá. A las diez de la mañana,
descubrirán que el médico que está programado para el turno de la
mañana está, lamentablemente, incapacitado y no podrá asistir como
estaba previsto. Te llamarán, señorita Nightingale y te pedirán que vengas
temprano.

Obligo todo el aire a salir de mis pulmones solo para responder.

―Oh, ¿lo harán?

Ni siquiera se molesta en responderme.

―Vendrás para el turno de la mañana, lo aceptarás, y entonces te


asegurarás de venir a verme.

Clic.

―¿Hola?

La línea está muerta.

Dejo mi teléfono con cautela en la mesa de noche y me veo, sin


pestañear, en el espejo. No sé si me amenazaron o me acosaron, pero sé
que no tengo elección.
3
Constantine
Después de regresar a mi celda, paso mucho tiempo pensando en la
señorita Nightingale.

La prisión es tortuosamente tediosa, por lo que el simple hecho de


pensar en otra persona no es, en sí mismo, significativo.

Aún así, paso un tiempo inusualmente largo recordando los detalles


específicos de su persona. Las franjas espesas de sus pestañas y la forma
en que se movían hacia arriba y abajo como una señal de socorro. La
constelación de sus pecas que sin éxito intentó ocultar con polvos, y el
tono exacto del jadeo que hizo cuando la agarré.

Tantos sonidos que hacen las mujeres son inherentemente sexuales, sin
importar las circunstancias.

A veces, las circunstancias violentas solo las vuelven más sexuales...

Me acuesto de espaldas, mi polla comienza a endurecerse dentro de los


pantalones sueltos del uniforme de la prisión hasta que se pone tensa. Me
llevo la mano a la cara, inhalando el aroma persistente del perfume de
Clare de mis dedos.

Ahora mi polla palpita con fuerza, cada latido pulsa hasta la cabeza.

Esta es una distracción bienvenida de la profunda depresión que se ha


aferrado estos últimos seis meses.

Busco dentro de mis pantalones con mi otra mano, acariciando


suavemente mi eje. Me imagino su mano delgada y pálida envuelta
alrededor de mi polla y cómo sus dedos apenas se encuentran. Me
imagino sus uñas sencillas pintadas con esmalte transparente, su delicado
color rosa y la suavidad de su piel que experimenté cuando puse mi mano
alrededor de su garganta.

Me imagino poniendo mi pesada mano sobre su hombro y


empujándola hasta las rodillas. Casi puedo verla mirándome con esos
grandes ojos oscuros. Aterrada sobre todo, pero con un toque de algo más
en su mirada… Curiosidad. Fascinación…

Lo vi cuando nos conocimos.

Ella me tiene miedo.

Pero yo también la intrigo.

Ha leído sobre hombres como yo, o al menos cree que lo ha hecho.

Ella eligió trabajar con criminales por una razón.

Se emociona al pensar que puede ayudarnos, rehabilitarnos.

Clare está a punto de aprender una dura lección.

No se me puede ayudar y no se me puede cambiar.

Clare, por otro lado, es arcilla blanda, sin forma... no sabe lo que ella es
en realidad, pero yo si…

Me equivoqué al pensar que era un cervatillo.

Sintiendo su corazón frenético latiendo contra mi pecho, me di cuenta


de que se adapta perfectamente a su nombre: un pajarito, fácilmente
atrapado para que no pueda volar...

Un ave que se puede capturar y entrenar.

De todas las cosas que observé sobre ella, la que más me interesó fue lo
que sucedió después de que desapareció de la vista.

No informó sobre nuestro encuentro.

Lo que me da una información muy útil sobre la doctora que es.


Aunque puede parecer pulida y seria, la chica buena consumada,
parece que Nightingale no se opone a doblar las reglas. Especialmente
bajo presión.

Y da la casualidad de que soy la puta Fosa de las Marianas de la presión.

Me imagino diciéndole que abra la boca. Cómo se abren esos labios


suaves, y se extiende esa pequeña lengua rosada...

Luego imagino poniendo mi polla encima, deslizando la cabeza


completamente dentro de su boca, con mi mano envuelta en su cabello,
justo como cuando la agarré en esa pequeña habitación, abrazándola
fuerte para que no pueda escapar y bombeando en su boca una y otra vez
hasta explotar...

Con un gemido, estallo por todo el dorso de mi mano, imaginándome


que entra directamente en la boca de la pequeña doctora.

El semen fluye chorro tras chorro, en un volumen sorprendente


acumulado en mis bolas por la hora que pasé en su presencia.

Me acuesto de espaldas, agotado pero no satisfecho, porque quiero lo


que estaba imaginando. Quiero a Clare de rodillas frente a mí.

Y empiezo a planificar cómo haré que eso suceda.

A la mañana siguiente, realizo un segundo experimento.

Utilizo mi única hora fuera del encierro para hacer un reconocimiento


de nuestra nueva psiquiatra. Descubro su número de teléfono, la
dirección de su casa, la universidad en la que se graduó (Columbia, por
supuesto, como supuse) y la marca y modelo de su automóvil.

Y luego la llamo.
La primera parte de la prueba es ver si responde.

La segunda es tenderle el anzuelo: le doy una orden. Una orden simple


y aparentemente inofensiva.

Le digo que acepte un turno en el trabajo esta mañana.

Probablemente habría aceptado con o sin mi llamada telefónica.

Pero quiero ver si lo hará después de que yo se lo diga.

¿Llegará a las 11:00, como le ordené?

¿O esto la inclinará a denunciarme a las autoridades de la prisión?

Necesito saber exactamente hasta dónde se puede empujar a mi


pajarito.

Porque si tiene curiosidad...

Si es terca...

Si viene picoteando tras mis migas de pan...

Ella podría serme muy útil.

A menudo pienso que no poseo la gama habitual de emociones


humanas, tantas experiencias aparentemente comunes me son
completamente ajenas. Nunca sentí la necesidad de usar un disfraz de
Halloween, visitar Disneylandia, arrullar a un bebé o ver un reality show
de televisión.

Incluso en situaciones que se supone que provocan una emoción


extrema, como la primera vez que apreté el gatillo de una pistola mientras
el cañón apuntaba al pecho de un hombre, simplemente no sentí... nada.
Cuando experimento una emoción, es tan brillante y afilada como la
hoja de un cuchillo. Me atraviesa, sin dejar ninguna duda de lo que siento.

Oigo el ruido metálico de la puerta de mi celda al abrirse y los guardias


gritan:

―Rogov... cita psicológica.

Y me golpea un rayo de pura emoción eléctrica.

Ella me está esperando.

Efectivamente, cuando entro una vez más al estrecho y gris espacio de


la oficina, Clare Nightingale ya está sentada con su costoso maletín junto
a su silla y su carpeta manila dispuesta en un perfecto ángulo de 90 grados
con el borde de la mesa.

Ella me enfrenta audazmente, desafiante.

Cree que está aquí para reclamar su poder.

Hoy lleva una camisa y unos pantalones oscuros, todos


impecablemente confeccionados. Está cubierta desde la muñeca hasta el
cuello y el tobillo y, sin embargo, este no es un atuendo tan sencillo como
ayer, está tratando de proyectar una imagen de dominio. Su cabello es un
moño brillante en la base de su cuello.

Tan pronto como me encadenan en mi lugar en la mesa, ella dice:

―¿Cuál es tu intención al manipular la hora de nuestra reunión? ¿Al


llamarme a casa? ¿Estás tratando de amenazarme?

―Clare ―le digo―. Yo nunca intentaría amenazarte, simplemente lo


haría, y no tendrías ninguna duda del mensaje.

La veo estremecerse ante el uso de su nombre de pila, aunque intenta


reprimirlo.

Yo soy el que está encadenado a la mesa, pero ella parece apenas capaz
de moverse mientras mis ojos la inmovilizan.

―¿Por qué querías reunirte conmigo hoy? ―ella persiste.


―Quiero que nos conozcamos ―le digo―. Eso es lo que tú también
quieres, ¿no?

Esas pestañas gruesas y oscuras se enredan juntas mientras me mira


con los ojos entrecerrados.

―No vas a controlar estas sesiones.

―¿Crees que tú eres la que tiene el control? ¿Aquí y ahora? ―le


pregunto.

Toco el escritorio con un dedo pesado, haciendo un sonido hueco que


parece extraordinariamente fuerte en el espacio cerrado.

Un escalofrío recorre su delgado cuerpo.

―Puedes cooperar conmigo, o puedes volver a tu celda ―dice


fríamente.

Ella es terca hoy. Está a la ofensiva.

Ojalá no estuviera encadenado a esta mesa para poder hacerla pagar


por su tono insolente.

En vez de eso, me veo obligado a negociar.

―La cooperación implica un arreglo mutuo ―respondo.

―¿Qué quieres decir con eso?

―En nuestra última reunión, te negaste a responder cualquier pregunta


sobre ti. ¿Cómo esperas que conversemos para construir una relación, si
esperas que yo te cuente todo mientras tú eres un libro cerrado?

―No es necesario conocer personalmente a tu psiquiatra ―dice


Clare―. De hecho, es mejor si no lo haces.

―¿Según quién?

―Décadas de investigación clínica ―responde con aspereza.

―No estoy escribiendo un libro de texto, te estoy diciendo mis


condiciones.
Clare considera esto, su cerebro está trabajando rápidamente detrás de
la máscara inmóvil de su rostro.

―¿Quieres un intercambio de información? ―ella dice―. ¿Una


pregunta por una pregunta?

Asiento, reprimiendo mi sonrisa.

―Eso es correcto.

Ella golpea ligeramente la mesa con la yema del dedo, en una imitación
inconsciente de mí, entonces dice.

―¿Por qué no vas primero?

Ah, la señorita Nightingale prefiere jugar al negro, ¿verdad?

―Por supuesto ―respondo―. ¿Cuándo es tu cumpleaños?

Sus ojos oscuros se abalanzan sobre mi rostro y comienza a decir:


“¿Cómo supiste...?” Antes de interrumpirse.

Se necesitó una llamada desde un teléfono celular de contrabando para


obtener una verificación básica de antecedentes de Clare Nightingale. Mi
obshchak 1 Yury buscará más información durante el fin de semana, pero
por ahora, ya sé que Clare ganó un premio de Investigación de Estudiante
Distinguido en la escuela, que vive en un apartamento elegante muy por
encima del presupuesto de un recién graduado, y que cumplió
veintinueve hace apenas cuatro días.

―Mis padres organizaron una fiesta para mí ―dice con rigidez.

No hay afecto en su tono, no hay gratitud. No creo que sea por irritación
por mí.

―¿Qué hiciste en la fiesta?

―Eso es más de una pregunta ―dice.

1
Recaudador.
―Vamos, no querrás hacer cumplir esa regla; estoy seguro de que
tendrás tus propias preguntas de seguimiento.

Frunce los labios ligeramente, considerándolo, y luego asiente.

―Jugamos a las cartas y al póquer.

―¿Te gustan las cartas y el póquer?

―No particularmente.

―¿Por qué jugaste, entonces?

Ella frunce el ceño.

―¿Supongo que nunca haces nada que no quieras hacer?

―No muy a menudo... hasta que vine aquí.

Ambos nos damos cuenta, una vez más, de dónde estamos sentados, de
las cadenas en mis muñecas, de nuestras posiciones relativas en esta
habitación. Por un momento, esos elementos parecieron disolverse a
nuestro alrededor, volverse pálidos y brumosos, mientras que el rostro de
Clare y el mío resaltaban con gran detalle. Ahora todo vuelve a enfocarse
rápidamente.

―Mi turno ―dice Clare, con firmeza.

Espero que pregunte por Roxy, mi estómago se aprieta de anticipación.


En cambio, Clare dice:

―¿Llegaste a Desolation cuando tenías dieciséis años?

―Así es.

―¿Dónde vivías antes?

―Moscú.

―¿Pero eres ciudadano estadounidense?

―Mi madre era estadounidense.


Clare se sienta ligeramente hacia atrás en su silla, sus ojos oscuros
revolotean sobre mi corpulenta persona.

―¿Cómo era ella? ―me pregunta.

Estoy seguro de que se está preguntando qué clase de mujer hace que
un hijo sea como yo. Podría estar imaginando a una adicta, una prostituta,
una stripper...

El impulso de corregir esa suposición es abrumador.

―Ella era chef de repostería ―le digo―. Trabajaba en un restaurante


con una estrella Michelin. Sus pasteles eran arte literal: la gente odiaba
comerlos, ella era educada y culta, habría encajado muy bien en tu fiesta
de cumpleaños. ―Le doy una pequeña sonrisa―. A diferencia de mí.

Puedo ver la curiosidad en su rostro. Se pregunta cómo una mujer así


se convirtió en la esposa de uno de los jefes de la Bratva más notorios de
Desolation.

Pero ese es un tema que no deseo discutir.

Entonces digo bruscamente.

―¿Qué hay de tu madre?

Ya inferí que Clare Nightingale tiene una relación tensa con sus padres.
Efectivamente, se pone rígida mientras intenta responder de la manera
más suave posible.

―Supongo que diría que es una socialité. Ella está en los consejos de
administración de varias organizaciones benéficas, y es una excelente
tenista también.

La pobre Clare no es una jugadora de póquer. Tiene “problemas con


mamá” escrito por todas partes, y posiblemente también “problemas con
papá”.

Es hora de presionar sobre la herida.

―Las expectativas deben ser altas en la casa de los Nightingale


―digo―. Las niñas ricas no se convierten en doctoras a menos que estén
tratando de impresionar a alguien. Y, sin embargo, este es el último lugar
donde un padre querría ver a su hija trabajando. ¿Es posible someterse y
rebelarse al mismo tiempo?

Me inclino hacia adelante en la mesa, mientras las cadenas se mueven


con un silbido. Coloco mis dedos debajo de mi barbilla, mirando a Clare
de cerca.

―¿Qué hace papá? ―reflexiono.

―Es banquero ―dice Clare, con los labios pálidos.

Está mintiendo.

Archivo esa pequeña inconsistencia para referencia futura.

―¿Cuándo empezaste a trabajar para tu padre? ―Clare exige.

―Joven ―digo, lo cual es cierto. Tenía doce años la primera vez que
me puso una pistola en la mano.

Podría mentirle a cambio de su mentira, pero a pesar de todos mis


defectos y todos los pecados que he cometido, tengo una línea que nunca
cruzo: siempre cumplo mi palabra. Para bien o para mal, si digo que haré
algo, también podrías grabarlo en malditas tablas de piedra.

―Dijiste que no creías en la rehabilitación ―dice Clare―. No crees que


la gente pueda cambiar.

―Sé que no pueden ―gruño―. Los mentirosos mienten. Los ladrones


roban. Los jugadores tiran su dinero. La naturaleza de un hombre es su
destino.

―¿Cómo sabes que tu naturaleza es la de ser un criminal, solo porque


naciste en una familia de la Bratva? ―pregunta Clare, con sus ojos oscuros
y penetrantes fijos en mi rostro―. ¿Y si hubieras nacido en mi familia?
¿No estás simplemente describiendo los efectos del entorno? Y después
de todo, el entorno puede cambiar... las circunstancias cambian...

―Si mi padre fuera banquero ―digo―, entonces yo no sería yo. Lo que


nace de un gato se come ratones.
―Te equivocas ―dice.

Su contradicción me produce un agradable estremecimiento de


molestia.

Más bien disfruto de cómo este pajarito argumenta directamente en mi


cara, como si yo no pudiera partirla en dos si me llegar a irritar.

Pero no quiero partirla en dos, quiero enseñarle mejores maneras.

Quiero apretarla... torcerla... inclinarla sobre esta mesa...

Quiero poner mis huellas dactilares en toda esa piel pálida y ver si tiene
moretones del mismo color que esas pecas...

Hasta que se rinda ante mí. Como se muere por hacer, en el fondo...

―Me sorprende que un hombre como tú ceda tanto de su poder al


'destino' ―dice Clare―. ¿No tienes el control de ti mismo? Yo elijo lo que
quiero ser, no mi familia, no mis circunstancias.

―Te gusta pensar eso, Clare ―digo en voz baja―, pero dale un año,
dale cinco años. Este fuego cruzado morirá dentro de ti sofocado por la
horrible realidad de este lugar, por tu total incapacidad para marcar la
diferencia en la vida de alguien. Con el tiempo, volverás a la comodidad
de las fiestas y las juntas benéficas, a personas como tú. Te mirarás en el
espejo y la persona que te mire te resultará demasiado familiar.

Mis palabras traen una especie de miedo nauseabundo a su rostro.

Ella responde obstinadamente:

―Verás por ti mismo que estás equivocado. Todavía estaré aquí en un


año, o en cinco años, y tú también. Espero que no te lleve tanto tiempo ver
la posibilidad de un camino diferente delante de ti.

Aprecio su espíritu.

Incluso aprecio su preocupación equivocada por mí.

Pero no hay forma de que vaya a estar en DesMax dentro de un año.


4
Clare
Recojo mis papeles y los golpeo sobre la mesa, e intento usarlos para
calmar el temblor de mis manos, pero no funciona. Espero poder al menos
ocultar el temblor, pero la mirada de complicidad en los ojos de
Constantine me dice que no se lo pierde.

Él nota todo sobre mí... o lo que él puede ver, al menos, y por alguna
razón, me pregunto si nota cosas que no puede, como si de alguna manera
tuviera un sexto sentido o un poder de percepción afinado.

Mis notas me dicen que es un ejecutor de la Bratva y heredero del trono


de su padre, Artyom Rogov.

Los ejecutores son los que hacen que otros paguen, eso lo sé.

Los hombres de su calibre en la Bratva no llegan ahí siendo buenos


chicos y manteniendo el status quo.

No me gusta la facilidad con la que me afecta. He vertido sangre, sudor


y lágrimas en mis títulos, en abrirme camino hacia una carrera prestigiosa,
y un alfa caliente y cargado de testosterona me deshace con una sonrisa
torcida.

No... no, es mucho más que su sonrisa.

Tengo que tener sexo, o algo. Quizás emborracharme, o posiblemente


incluso drogarme. Estoy segura de que Felicity tiene una buena tienda de
comestibles que compartiría conmigo si se lo pidiera. Lo que sea que esté
en mi sistema necesita ser erradicado y rápido, para que pueda retomar
una conducta profesional cuando trabaje con Constantine.

Veo el reloj.

―Nuestro tiempo se acabó por ahora, señor Rogov, pero antes de que
te vayas me gustaría que tomaras este formulario, lo llenarás y lo firmarás
antes de nuestra próxima sesión.

―Llámame Constantine, Clare.

El calor arde en mis mejillas y mi corazón se acelera.

―Preferiría que me llamaras doctora Nightingale.

Sus ojos se entrecierran ligeramente.

―No conozco a ningún Nightingale en Desolation ―dice.

Trago saliva.

―Como te ha gustado señalar, no corremos exactamente en los mismos


círculos.

―Sí ―dice, en esa voz baja y retumbante―. Y, sin embargo, no hay


mucho que escape a mi atención...

Intento aplastar el pánico que quiere distorsionar mis rasgos.

―¿Dijiste que tu padre es banquero?

¿Por qué tuve que elegir banquero?

―Sí.

Otro largo silencio se extiende entre nosotros.

Empiezo a preguntarme si “ejecutor” implica interrogar. Constantine


podría haber tenido una carrera en Quantico, en un universo alternativo.

Me obligo a permanecer perfectamente quieta. A no hablar, no


moverme, ni siquiera respirar.
Finalmente, niega con la cabeza como desechando el pensamiento,
frunciendo el ceño al papel frente a él.

―¿Qué es esto?

―Un formulario de admisión simple para detectar enfermedades


mentales.

Se ríe sin alegría, es un sonido que me congela hasta la médula.

―Piensas que estoy loco.

―No, no lo sé. ―Juro que es la primera protesta que hace cada uno de
mis pacientes cuando hago su admisión.

―Este formulario me pregunta si escucho jodidas voces.

―Sí.

―Solo un loco oiría voces, Clare.

―Constantine, la mayoría de nosotros se beneficiaría de la ayuda


profesional en un momento u otro, este formulario solo me dice por
dónde debemos comenzar.

Me estremezco cuando alcanza el papel. Hace una pausa, levantando


esos ojos oscuros y acalorados hacia los míos.

―Eres como un ratoncito asustado, ¿sabes? Te asustas tan fácilmente.


―Libera un suspiro mientras desliza el papel―. Me gusta eso de ti.

Me ha llamado ratón y pajarito, imágenes que huelen a sumisión y


miedo.

Trago saliva. ¿Le gusta la facilidad con la que me asusto?

Definitivamente a mí no.

Observo mientras echa un vistazo al formulario de admisión. Su ceño


se profundiza y sus ojos se entrecierran.

Me estremezco cuando ladra una risa.


―Esto es una mierda. ―Dios, ahí voy otra vez asustándome como una
jovencita aterrorizada―. ¿Crees que estas pequeñas marcas de
verificación en un papel indicarán si soy un enfermo mental?

Cuando inclina la cabeza hacia un lado, casi parece un niño, por una
mínima fracción de segundo.

―No, realmente no. Solo nos da un punto de partida.

―Los verdaderos y auténticos locos saben mentir, Clare, tan bien que
nunca detectarías el más mínimo indicio de falsedad. Los verdaderos
locos justifican el mal tan a fondo que han silenciado la apariencia de
conciencia antes de graduarse de la escuela primaria. La gente realmente
loca se deleita con el dolor y equipara el poder con el placer. ―Se burla
del papel―. Ningún recuento de marcas de verificación en una hoja te
diría eso.

Ya me cansé de su actitud de sabelotodo y su desprecio por mi campo


de estudio, ya me cansé de la forma en que me hace temer el próximo
aliento que tomo.

Me pongo de pie, me inclino sobre la mesa y alcanzo el papel. Rápido


como un relámpago, él agarra mi muñeca, con su pulgar presionando mi
pulso. Al sentir sus dedos cálidos y ásperos sobre mi piel, mi corazón da
un vuelco, mi piel arde con su toque, y estoy consumida por una irracional
y abrumadora necesidad de correr.

―Ah, ah ―dice con un chasquido de la lengua―. Lo hiciste de nuevo,


Ptichka.

Mi voz es un mero susurro.

―¿Ptichka?

Sosteniendo mi mirada con la suya, arrastra su pulgar áspero y


masculino sobre mi pulso, casi con suavidad.

―Es un término ruso para pajarito.

―Ah ―digo, fingiendo valentía―. ¿El ruso grande y malo usa términos
de cariño?
Una lenta y malvada sonrisa se extiende por su rostro. Dios, no puedo
apartar la mirada. Un destello de dientes blancos y perfectamente rectos
y labios carnosos me hace temblar, tiene la inconfundible promesa de
destrucción escrita en sus rasgos. Él es del tipo que ganaría tu corazón y
luego lo rompería en pedazos y lo esparciría como si fuera confeti.

No lo dejaré hacerlo.

Parpadeo y aparto mi brazo de él, e inmediatamente siento frío sin su


toque, como si alguien apagara el fuego y me dejaran en una habitación
fría y oscura.

Me hace querer que me toque de nuevo, y lo odio.

―Estabas diciendo que lo hice de nuevo. ¿Qué hice exactamente?

Se inclina sobre la mesa, tirando de sus cadenas.

―Acertarte lo suficiente como para que pueda tocarte.

―Te estás sobrepasando, Constantine. Soy tu doctora.

―No, Clare. Yo no te contraté, no pregunté por ti, nunca firmé en la


maldita línea de puntos, no eres mi doctora.

No respondo, no estoy segura de cómo hacerlo.

―Te diré lo que eres ―dice, con una nota de desdén con la que estoy
muy familiarizada.

Mi temperamento se enciende y mis manos se aprietan en puños. El


calor me atraviesa el pecho y respiro furiosamente. Me siento lo
suficientemente cerca de él para que pueda verme, así que tiene que
mirarme a los ojos, pero no tan cerca como para que pueda tocarme. He
pasado toda mi vida siendo juzgada por la élite adinerada por no cumplir
con sus criterios perfectos, o rechazada por todos los demás por ser de
una élite adinerada. Es un lugar triste y solitario para estar, no dejaré que
este idiota me juzgue.

―Adelante, Constantine. Aquí sentado frente a mí durante una hora de


tu vida, sin saber literalmente nada más sobre mí que mi cabello y el color
de mis ojos, tienes todo resuelto acerca de mí. Vamos a oírlo. ¿Qué soy
yo?

Observo el pulso de una vena en su sien y cómo sus fosas nasales se


dilatan. Tendría miedo al asalto si él no estuviera encadenado. Demonios,
aún le tengo miedo incluso ahora.

―O eres virgen o eres una chica que nunca ha estado con un hombre
que sabe qué hacer con un cuerpo como el tuyo.

Parpadeo, demasiado sorprendida para responder. El miedo y el deseo


se conocen tan íntimamente que no sé cuál está echando raíces en mi
estómago, pero sé que soy impotente para detenerlo.

Lo escucho, mi boca se abre y mis dedos se aprietan en garras sobre la


superficie de la mesa mientras continúa.

―Eres una buena chica, sigues las reglas, eres encantadora y creativa,
y trabajas duro. Eres ingeniosa y entusiasta, atrayendo a muchos como
amigos, pero solo unos pocos están en tu círculo íntimo. Cruzas cada 't' y
punteas cada 'i'. No te estacionas en espacios de estacionamiento para
discapacitados y no has realizado un pago atrasado en tu vida. Tu papá
pagó tu universidad, así que no tienes préstamos estudiantiles.

¿Soy tan predecible?

Él se inclina más cerca, y gracias a Dios está encadenado. La distancia


entre nosotros es lo único que ahora mismo me impide quemarme.

Cuando baja la voz a un estruendo, necesito inclinarme más cerca para


escucharlo y un brillo maligno aparece en sus ojos, y se lame los labios.

―Has llegado al clímax, pero nunca has tenido un orgasmo que te deje
sin aliento, que te haya dejado agotada y destrozada. Nunca has tenido
las piernas abiertas y te han lamido el coño haciéndote gritar hasta quedar
ronca. ―Traga―. ¿Verdad, doctora?

Estoy de pie. No recuerdo estar parada, pero acerco una mano


temblorosa a mi maletín y me enderezo.
―Te sobrepasaste, Constantine. ―Respiro profundamente y lo suelto
de nuevo―. Y si crees que soy tan fácil de leer, estás muy equivocado.

Tomo el papel y lo guardo en mi carpeta. Lo coloco en mi bolso, y luego


busco el bolígrafo.

El bolígrafo se ha ido.

Mierda.

Maldita sea.

Oculto mi miedo para que no sepa lo asustada que estoy y me reprendo


mentalmente. Él me lo advirtió. Él me lo advirtió, y como una idiota, dejé
el bolígrafo ahí mismo sobre la mesa para que él lo tomara.

Debo informarle directamente a mi supervisor, o como mínimo, debería


mencionarle al guardia que Constantine pudo haber tomado mi bolígrafo,
pero entonces sabrían que fui yo la negligente que lo dejó donde él
pudiera tomarlo.

El idiota habló de sexo, me puso nerviosa y usó ese tiempo para


aprovecharse de mí y tomó el bolígrafo cuando ni siquiera estaba
mirando.

¡Argh!

Me alejo de él con la cabeza en alto, agradecida de que no pueda saber


que mi vientre todavía tiembla de deseo. Niego con la cabeza en la puerta.

―Esto no se trata de mí, se trata de ti, se trata de encontrar el camino


de regreso a quien se supone que debes ser. ―Me giro para mirarlo y noto
la sorpresa en sus ojos. Sosteniendo su mirada, alcanzo las pinzas que
sujetan mi cabello en su lugar y las suelto. Mi cabello pesado se balancea
desde el clip hasta mis hombros, burlándose de él―. Las cosas no siempre
son lo que parecen.

Giro sobre mis talones y salgo por la puerta.

Estoy temblando tanto que me siento mareada.


Fue un engaño, por supuesto. Mentí entre dientes, él tenía razón en
todo.

¿Qué tan jodida estoy por dejar que me afecte?

¿Tiene mi bolígrafo?

Revuelvo mi bolso en la sala del personal, esparciendo papeles y


carpetas sobre la mesa. Mis dedos encuentran el cañón del bolígrafo y doy
un suspiro de alivio.

Cuando suena mi teléfono, lo contesto con las manos temblorosas.

―Hola.

Es Felicity.

―Hola, cariño. ¿Estás bien? Te envié mensajes de texto como diez veces
y no tenía respuesta tuya. ―Incluso Felicity no sabe sobre mi trabajo en la
prisión. Nadie lo sabe.

―Oh, sí, estoy bien. Perdón. Acabo de terminar el trabajo.

―Está bien, chiqui, solo estaba checando.

Continúa sobre lo mucho que disfrutó la fiesta de cumpleaños, cómo


Spurgeon McDowell le pidió una cita y cómo Gideon Benedict quiere mi
número.

Mis pensamientos están con el hombre sentado en la otra habitación.

Nunca has tenido las piernas abiertas y te han lamido el coño haciéndote gritar
hasta quedar ronca.

¿Spurgeon McDowell y Gideon Benedict sabrían cómo hacer eso? Me


pregunto ociosamente.

No.

¿Constantine?

¡No! Dios, no. ¡No, no, no, no, no!


Debo estar totalmente loca para siquiera empezar a pensar en esto, pero
hay algo en un tipo grande y musculoso con tatuajes que te dice que es un
hombre que no es amable en la cama. Este es un hombre que sabe qué
hacer con una mujer.

El hombre me da una pequeña muestra de atención, y lo siguiente que sé


es que me estoy imaginando exactamente cómo sería hacer las cosas que
él... me dijo que me haría.

Me concentro en el sonido de mis tacones haciendo clic en el cemento


mientras camino hacia la salida.

Debería presentar mi renuncia. Tengo que completar mi residencia,


pero tiene que haber otra vacante en alguna parte. En cualquier sitio.

Estar cerca de Constantine será mi perdición.


5
Constantine
Clare sale apresuradamente de la habitación, tocando el timbre al salir
para que los guardias sepan que es hora de llevarme de regreso a mi celda.

Estoy de vuelta en el pabellón general ahora, mi tediosa etapa en


solitario ha llegado a su fin. Prefiero la comodidad de reunirme con mis
compañeros Bratva en persona, poder acceder a los teléfonos móviles de
contrabando y pasar instrucciones con facilidad. El único problema es que
los irlandeses no estarán satisfechos con nuestro encuentro en el patio.
Roxy está muerta, y van a exigir mi muerte a cambio, o como mínimo, un
daño físico severo. Un poco de polvo no será suficiente, atacarán de
nuevo.

Sin embargo, esa no es la razón por la que necesito largarme de aquí.

Necesito salir porque los irlandeses no son los únicos que quieren
venganza.

Roxy me volvía jodidamente loco a veces, nosotros íbamos a tener un


matrimonio arreglado, pero no habíamos salido tanto cuando planeamos
la alianza. Cuando planeamos cómo los Bratva y los irlandeses
compartiríamos territorio alrededor de Brighton Beach, en cómo nosotros
les daríamos acceso a nuestros casinos y ellos le venderían su producto
con impunidad a nuestros jugadores, dividiendo las ganancias 50/50.

Me agradaba Roxy, incluso la respetaba, pero nunca estuvimos


enamorados y ella me provocaba querer estrangularla la mitad del
tiempo. Era salvaje, irresponsable, olvidadiza, descuidada con el dinero
hasta el punto de parecer que le prendía fuego deliberadamente.
Peleábamos constantemente.

Aún así, nunca le puse la mano encima.

Hicimos agujeros en la pared, sí.

Una vez le lancé un jarrón que le pasó rozando la oreja, después de que
ella cortó los neumáticos de mi Maserati.

Pero nunca la lastimé, nunca le hice daño a un solo cabello de su cabeza,


eso no formaba parte de nuestro acuerdo.

La noche en que la mataron es un misterio tanto para mí como para


todos los demás. Me desperté en el piso de nuestro baño cubierto con su
sangre, la botella de vino rota contra las baldosas, y mis manos a
centímetros de su garganta hinchada.

Fue el peor momento de mi vida. No por Roxy, lo lamenté por ella, pero
como dije, nunca estuvimos enamorados.

Lo que me arrancó las entrañas fue la pérdida de nuestro bebé, ella solo
tenía ocho semanas de embarazo, era del tamaño de mi pulgar, pero había
escuchado su corazón latir, fuerte y persistente dentro de ella.

Él me importaba de una manera que nada lo había hecho antes, me dio


algo que casi se parecía a la esperanza.

Y luego murió dentro de ella, se apagó antes de que pudiera ver su


rostro.

Puede que me haya desmayado, pero sé que yo no la maté.

Sé lo que haría y lo que no haría.

He matado a mucha gente en mi vida... pero nunca a una por accidente.

Nunca habría perdido los estribos hasta el punto de perder la cabeza.

Pero si tenía alguna duda sobre el tema, la velocidad con la que mi


arresto y condena fueron introducidos en el sistema legal fue toda la
prueba adicional que necesitaba. El Fiscal Valencia atacó el caso con una
intención y ferocidad que demostró meses de anticipación. La “evidencia”
se materializó entre la policía con tal detalle y consistencia que no podría
haber sido simplemente el resultado de un poco de dinero y unos brazos
torcidos en cuestión de días. Hubo planificación en esto, habilidad,
sutileza.

Me metieron en la cárcel con una convicción sólida y real. Este no fue


un trabajo fácil del fiscal de distrito, diseñado para mantenerme en la
cárcel un par de meses para ser liberado fácilmente con una apelación,
este tipo realmente tiene la intención de encerrarme de por vida.

Obviamente, no voy a caer sin luchar.

Si cree que me voy a pudrir aquí, esperando a que mi abogado golpee


las puertas cerradas de la institución legal, está muy equivocado.

Saldré de DesMax.

Averiguaré exactamente quién me metió aquí, y haré que paguen por


eso. Cada minuto que pase en este agujero se pagará con un galón de
sangre vertido por la garganta a través de una boquilla. Se ahogarán con
la sola idea de que pensaron que podrían poner un cuchillo en mi espalda
sin siquiera ensuciarse las manos.

Y, sobre todo, pagarán por mi hijo.

¿Creen que los irlandeses acabarán conmigo antes de que pueda buscar
mi venganza? Los quemaré a todos. Me agradaba Roxy, pero sin nuestro
matrimonio, la alianza está rota. Me abriré paso a través de todas las
personas que se interpongan en mi camino, incluidos los irlandeses.

Todo esto es para explicar que tengo que cuidarme la puta espalda
mientras hago los preparativos para salir de aquí.

Preparativos que conciernen íntimamente a mi pequeña ptitsa2 Clare.

Clare, maldita Nightingale, ¿no?

2
Pájaro.
Eso es muy interesante, considerando que cuando me incliné cerca de
ella, cuando mi boca estaba a centímetros de esa garganta delicada, cálida
y dolorosamente vulnerable, vi algo que nunca había notado antes.

La ropa elegante y cara de Clare tiene un monograma.

Hay unos diminutos monogramas de seda, metidos en las etiquetas y


cosidos en hilo del color exacto de la ropa, es posible que la propia Clare
ni siquiera sepa que están ahí.

De hecho, es casi seguro que no lo sepa, porque asumo que sería lo


suficientemente inteligente como para usar el mismo alias que en todos
sus documentos profesionales.

Su costurera piensa de manera diferente.

Clare Nightingale es en realidad alguien más.

Ella es Clare “V”.

Tengo un indicio de a quién podría referirse esa maldita “V”.

Llamo a Yury desde un teléfono celular de contrabando para que no se


pueda rastrear ni grabar la llamada.

―¿Qué encontraste? ―le pregunto.

―No te va a gustar esto, jefe ―dice―. O tal vez si...

―Continúa.

―Nightingale es el apellido de soltera de su madre, tu pequeña niña


rica está mucho más conectada de lo que parece.

―¿Quién es? ―gruño.


No tengo tiempo para las bromas de Yury, necesito que llegue al puto
punto.

―Ella es Clare Valencia, la hija del fiscal del distrito.

―Mierda, lo sabía ―respiro.

Valencia fue parte de la conspiración para incriminarme, sé que lo fue.


Envió a su hija aquí para intentar entrar en mi cerebro.

Pensó que ella podría ganarse mi confianza, sacarme información bajo


el disfraz de “confidencialidad médico-paciente”.

Bueno, va a pagar el precio por poner a su pajarito a mi alcance.

―Prepara todo ―le digo a Yury―. El viernes es el día.

Clare viene a visitarme a las 2:00 de la tarde del viernes.

Tengo curiosidad por ver cómo se vestirá después de nuestra última


conversación.

La última vez que nos vimos, le dije que tenía que inclinarse, abrirse y
follar.

Si ese pensamiento la aterrorizó y la disgustó, entonces supongo que


entrará aquí armada con el atuendo más aburrido de su armario.

En lugar de eso, entra en la habitación con un vestido con una falda


hasta la rodilla con una abertura en la parte de atrás, tacones altísimos y
el pelo largo, suelto y brillante alrededor de los hombros.

Es una burla deliberada.

Una invitación incluso...


Mis manos se aprietan involuntariamente al verla y las cadenas hacen
un ruido como un suspiro.

Clare no se da cuenta de que estoy acalorado, con mi piel enrojecida


por una doble capa de ropa.

Tampoco se da cuenta de que mientras mis manos todavía parecen


esposadas, ya no estoy atado a la mesa.

En los siete minutos que estuve esperándola, aproveché el clip que le


robé el otro día a su bolígrafo. Las cerraduras mecánicas son fáciles de
abrir; solo las cerraduras electrónicas de la prisión plantean un problema.

O al menos lo hicieron antes de hoy.

Ella deja su maletín frente a mí.

Tiro hacia adelante su ridículo formulario completado, se desliza por la


mesa y se abre como un abanico.

La idea de que alguna vez me puedan cuantificar con preguntas tan


básicas me resulta ofensivo.

Preguntas escritas por académicos que no saben ni la primera maldita


cosa sobre lo que significa ser un asesino real, un hombre libre de los
límites de mierda de la moralidad convencional.

―¿Qué crees que obtendrás de eso? ―le pregunto, sin molestarme en


ocultar mi burla.

―No sé si obtendré algo ―responde ella con frialdad―. Ni siquiera sé


si respondiste honestamente.

―Yo no miento ―gruño―. Si dije que hice algo… lo hice. Si digo que
haré algo... sabes que lo digo en serio.

―¿De verdad? ―dice ella―. ¿Qué le dijiste a Roxy Maguire que ibas a
hacer? Porque según testigos, dijiste que la ibas a matar.

La veo con los ojos entrecerrados y la temperatura del aire entre


nosotros desciende veinte grados. Ahora son las 2:12, según mi
estimación.
―Estoy seguro de que estás familiarizada con la conversación ―gruño.

―¿Ustedes dos tuvieron una relación tumultuosa? ―dice, tomando mi


formulario y pretendiendo leer las respuestas.

No quiere mirarme a los ojos, hay un filo en su pregunta.

¿Tiene miedo de caminar sobre la fina capa de hielo de este tema? ¿O


es posible que mi pajarito esté un poco celosa?

¿Se pregunta cómo se sintió Roxy cuando puse mis manos por todo su
cuerpo? ¿O si alguna vez agarré su cabello y la acerqué como lo hice con
ella?

―¿Quieres saber si la amaba? ―le pregunto.

―¿Lo hiciste? ―Clare murmura.

Sabe que está cruzando una línea, haciendo una pregunta no como
doctora, sino como ella misma.

―Nunca he amado a una mujer ―digo.

Ahora sus ojos se mueven rápidamente hacia arriba, fijándose en los


míos.

―¿Crees que incluso podrías llegar a hacerlo? ―pregunta.

2:14 ahora.

―No lo sé ―gruño―. ¿Qué crees que tendría que hacer una mujer para
cautivarme? ¿Para complacerme? ¿Para satisfacerme?

―Pensé que eras tú quien sabía cómo satisfacer a una mujer ―dice―.
¿No es eso lo que me dijiste el otro día? ¿Crees que eso es lo que les gusta
a las mujeres? ¿Brutos que las amenazan?

La miro por debajo de las cejas.

―Oh, sé lo que a ti te gusta ―le aseguro―. Te conozco mejor de lo que


te conoces a ti misma. ¿Crees que quieres un caballero? ¿Un príncipe azul?
¿Alguien que te compre flores y te frote los pies?
Su pequeña lengua rosada se abre para humedecer el centro de su labio
inferior. Ella está esperando hipnotizada, realmente quiere que le diga.

―Quieres autorización ―le digo―. Para ser tan mala como quieres ser.
Quieres que te digan que te pongas de rodillas, que abras la boca, y hacer
lo que te dicen... para no tener que sentirte culpable, porque solo estás
haciendo lo que papi dijo...

Apenas se ha dado cuenta de que me he inclinado mucho más sobre la


mesa de lo que habría sido capaz de hacerlo si estuviera bien esposado.
Estamos a solo un pie de distancia.

2:16.

―Yo no me pongo de rodillas ―dice.

―Pero abrirás la boca...

Sus labios se abren, probablemente para discutir conmigo.

No importa. Me lanzo hacia adelante, agarrando su rostro entre mis


manos, levantándola de la silla y metiendo mi lengua en su boca. La beso
como un conquistador, como un ejército invasor sin fronteras y sin
piedad. Saboreo su dulce boca y le robo el aliento y me compro los
segundos que necesito para envolver mis manos alrededor de su garganta
antes de que ella pueda gritar, o siquiera parpadear.

2:18.

La veo a los ojos y le digo:

―¿Por qué te envió Valencia aquí?

Sus ojos se agrandan y ahora intenta gritar, pero le corto el aire con un
apretón de manos.

―Ni siquiera lo pienses ―siseo―. Vas a responder a mis preguntas,


nada más y nada menos. Si intentas pedir ayuda, o incluso si piensas en
mentirme, ese será el último sonido que hagas.

Su pulso se acelera bajo mis dedos como si ese pobre corazón pudiera
explotar.
―¿D-de qué estás hablando? ―jadea, contra la presión de mis manos.

―No juegues conmigo ―gruño, frente a frente, nariz con nariz con
Clare. Ella está de puntillas, esos tacones caros apenas tocan el suelo, y
sus delgados dedos se aferran a mis manos mucho más grandes tratando
desesperadamente de soltar mi agarre, que para el caso, sería como si
intentara doblar los barrotes de una de estas celdas de la prisión―. Sé que
tu padre es el fiscal del distrito. ¿Por qué te envió aquí? ¿Con quién
trabaja? ¿Qué quiere saber?

―Él... no... sabe... que estoy aquí... ―Clare jadea, su cara está roja, sus
labios se oscurecen.

Me inclino a pensar que sé que eso es una mierda.

Pero si Clare va a seguir mintiéndome dadas las circunstancias,


significa que necesitará un nivel de persuasión imposible de aplicar
dentro de la prisión.

2:20.

Las luces se apagan con el estallido de las bombillas halógenas.

La pequeña habitación sin ventanas se sumerge en la oscuridad.

Envuelvo mi brazo alrededor de su garganta, la tiro de su lado de la


mesa y comienzo a arrastrarla hacia la puerta.

Es ridículamente fácil llevarla conmigo, no puede pesar más de 50 kilos,


y yo soy más del doble de ese tamaño en músculos y huesos puros. Está
pateando, arañando, haciendo todo lo que puede para romper mi agarre.
También podría luchar contra un roble, ni siquiera es competencia.

No me preocupan los guardias. Cuando se corta la energía, los


generadores se activan y sellan automáticamente todas las puertas
perimetrales. Yo estoy atrapado en el bloque D, pero ellos también están
atrapados fuera de estas oficinas.

Afortunadamente, no estoy tratando de salir de esa manera.

Solo quiero pasar de las oficinas de psiquiatría a la enfermería.


Y para hacer eso, necesito la tarjeta de identificación de Clare.

2:21.

La arrastro hasta la puerta de la enfermería, pasando su tarjeta sin


molestarme en quitarla del cordón que cuelga de su cuello.

Está pateando con tanta fuerza que pierde uno de sus zapatos, pero se
las arregla para conectar el otro tacón con mi espinilla, jodidamente duro.
Yo aprieto mi antebrazo alrededor de su cuello, gruñendo en su oído.

―Ya basta. Cada moretón que me dejes, te lo cobraré en el trasero.

Cuando la puerta de la enfermería se abre con un clic, la arrastro.

Una enfermera regordeta nos ve y chilla escondiéndose detrás de su


escritorio.

No tiene nada de qué preocuparse, ya tengo todo lo que necesito en su


lugar.

2:22.

Empujo a Clare al conducto de lavandería más cercano y la arrojo de


cabeza. Me deslizo tras ella, bajando por el tobogán de metal oscuro hasta
que aterrizamos en una enorme pila de sábanas sucias. Nikita y Erik nos
están esperando vestidos con overoles oscuros, botas de goma y guantes
gruesos que todos los trabajadores de la lavandería usan para protegerse
las manos de los químicos industriales agresivos.

―¡Rápido! ―Erik me sisea.

Ver a mis dos hermanos de la Bratva exalta a Clare. Se da cuenta de que


el apagón no fue una coincidencia y que no estoy actuando simplemente
por impulso. Ella salta de las sábanas, tratando de gritar y alejarse de
nosotros al mismo tiempo.

Pongo mi mano sobre su boca, levantándola corporalmente y


metiéndola debajo de mi brazo como un niño rebelde.

Nos apresuramos hacia el camión de transporte de prisioneros vacío


que se detuvo en el muelle.
El conductor nos mira con expresión horrorizada.

―Estuvimos de acuerdo en una persona ―farfulla―. No dos. ¡Y no una


maldita rehén!

Empujo a Clare en los brazos de Erik, me quito la ropa de la prisión,


dejando al descubierto el uniforme del guardia robado debajo.

―Entonces duplica la tarifa ―le digo―. Nos sacarás de cualquier


manera, toma la zanahoria antes de que tenga que usar el palo.

Nikita me pasa una gorra de guardia.

Erik está amordazando a Clare, atando sus manos frente a ella.

Cuando está atada como un pavo, el conductor levanta a regañadientes


el panel falso en el piso del camión que los guardias usan para
contrabandear drogas y otras cosas dentro de la prisión. El espacio era
demasiado pequeño para mi volumen, pero Clare encaja perfectamente
dentro.

Mientras tanto, yo tomo asiento en el lado del pasajero.

2:24

―Date prisa ―dice el conductor, nervioso―. Si no estamos en las


puertas a las 2:25...

―Nos vemos en un par de meses, jefe ―sonríe Erik.

Él está dentro por un pequeño cargo de hurto, saldrá de nuevo muy


pronto.

A Nikita le falta otro año, él mira la camioneta con su rostro hosco


transformado por un anhelo infantil.

―¿No podrías haberme puesto en el manifiesto también? ―él


refunfuña.

―No te preocupes, hermano ―le digo―. Es posible que ambos salgan


antes de lo que creen.
Las luces del techo se encienden detrás de nosotros y se restablecerán a
plena potencia en menos de cinco minutos.

No se informa nada que pase dentro de esos cinco minutos.

No se puede desencadenar un bloqueo completo.

Cierro la puerta del camión y el conductor enciende el motor,


dirigiéndose hacia las puertas donde los centinelas están reanudando el
protocolo normal después de la breve falla.

En uno o dos minutos, los guardias del bloque D irán a revisar el


espacio de la doctora Nightingale, verán que la oficina de psiquiatría está
vacía y descubrirán que los dos hemos desaparecido.

Con las puertas abiertas, la enfermera de la enfermería dará la alarma.

El Bloque D se apagará por completo, y los guardias totalmente


armados buscarán habitación por habitación.

Pero aquí y ahora, ya estoy atravesando los tres juegos de puertas, el


conductor está saludando a sus amigos, con mi cabeza agachada debajo
de la gorra robada, y los tatuajes en mi cuello cubiertos por el cuello alto
del uniforme.

Debajo de mis pies, puedo distinguir el golpe sordo de Clare golpeando


sus rodillas atadas contra las paredes del compartimiento falso.

Le doy un fuerte golpe con el talón para decirle que se calle.

Se pondrá mucho peor si no empieza a decirme la verdad.


6
Clare
Grito tan fuerte como puedo, en la remota posibilidad de que estemos
en un lugar donde alguien pueda oírme, pero eso resulta infructuoso. En
primer lugar, estoy amordazada para que mis gritos se ahoguen. En
segundo lugar, definitivamente no hay nadie aquí para ayudarme.

En cambio, me empujan a este compartimento diminuto, sucio y


húmedo donde imagino que traen contrabando o algo así.
Definitivamente no es lo suficientemente grande para una persona, pero
por suerte para mí, soy una persona pequeña, por lo que funcionó
perfectamente para sus propósitos.

Odio los lugares pequeños. Los odio. Cuando tenía cinco años, me quedé
atrapada en un ascensor con mi madre y estuvimos ahí tres horas antes
de que los bomberos pudieran rescatarnos. Todavía puedo oler el aroma
empalagoso de su perfume, todavía siento el aire húmedo que me hizo
sentir como si estuviera en un ataúd. Soy claustrofóbica desde entonces.

Las lágrimas mojan mis mejillas haciéndome cosquillas en la nariz,


estoy sudando y temblando, la temperatura de mi cuerpo oscila entre
sofocos y escalofríos. Intento tomar aire y no puedo, mis pulmones se
sienten constreñidos, como si alguien los apretara tan fuerte como él
apretó mi cuello. Si mis manos no estuvieran atadas, comprobaría para
ver qué me estaba asfixiando, pero en mi mente, lo sé.

Es solo el miedo.

Miedo. Algo que puedo controlar.


Cierro los ojos y me susurro a mí misma. El sonido de mi voz ronca
hace que mi corazón acelerado se ralentice un poco.

―Estás a salvo ―me susurro alrededor de la mordaza―. No te estás


asfixiando.

Todavía puedo sentir sus manos en mi garganta, todavía siento la


sensación de ardor. Mis mejillas están demasiado calientes y mi piel está
irritada.

Mi pecho se siente demasiado apretado, y no ayuda el hecho de que no


puedo respirar profundamente.

Tengo que esforzarme para estar tranquila.

―Estás segura, no te estás asfixiando ―susurro de nuevo. Poco a poco,


mi pulso comienza a disminuir.

Dejo de patear después de unos minutos, y cuando mi voz comienza a


volverse ronca, recuerdo lo que él me dijo.

Nunca has tenido las piernas abiertas y te han lamido el coño haciéndote gritar
hasta quedar ronca.

No voy a gritar hasta quedarme ronca y darle ideas.

No es que él necesite ayuda con eso.

No le di suficiente crédito, pensé que sabía de lo que era capaz... leí los
archivos, sé cómo mató a su prometida, pero puse demasiada fe en
DesMax y muy poca en Constantine.

Él orquestó su escape con precisión militar, ha tenido esto planeado


durante semanas, o meses, incluso. Sabía exactamente a dónde ir, cuándo
y cómo. Todo lo que necesitaba era una pequeña pieza del rompecabezas
para que todo encajara: yo.

¿Cómo averiguó quién es mi padre? Mi corazón se acelera cuando


pienso en el venenoso sonido de su voz, goteando odio y furia. Odia a mi
padre, la mayoría de los reclusos lo odian. Por eso asumí un seudónimo
cuando vine aquí a trabajar.
Mis ojos se llenan de lágrimas porque la vergüenza me invade.
Admiraba tanto el valor de mi trabajo, pensé que tenía un buen plan...
pero subestimé el peligro en el que estaba.

Le temía cuando estaba encadenado. ¿Qué podría hacerme ahora?

Dios.

Tendré que tener cuidado, tendré que jugar bien mis cartas.

Estamos conduciendo a gran velocidad, lo puedo decir incluso desde


donde estoy. Él habla por teléfono en un ruso rápido y furioso, no sé nada
de ruso, pero algunas palabras son claras.

Petrov.

Yama.

Valencia.

He oído hablar de Petrov, su nombre me resulta familiar por la


investigación que hice sobre Constantine. Es el Jefe de la Bratva de Nueva
York, y es conocido por llevar a cabo juegos de azar y peleas ilegales. No
estoy segura de dónde ni cómo, pero sé cómo él y su grupo de la Bratva
ganan la mayor parte de su dinero. Constantine es de la Bratva, así que
tarde o temprano tendrá algo que ver con Petrov.

Mi mente comienza a volverse confusa y se me seca la boca. Me


sobresalto cuando una fuerte patada golpea justo al lado de mi cabeza.

―¿Sigues viva?

Reconozco el gruñido familiar de Constantine y mentalmente le hago


una seña con el dedo medio, estoy conservando energía y me gusta la idea
de que él piense que estoy muerta. Razono que si no respondo de
inmediato, él podría asumir que estoy muerta y dejarme salir de aquí más
temprano que tarde.

Entonces no respondo.

Él maldice en voz baja en ruso, y siento que conducimos a una


velocidad más lenta.
―Si abro esto y descubro que me estás jodiendo... ―su voz se reduce a
una cadena de maldiciones rusas.

¿Qué? ¿Qué vas a hacer, secuestrarme?

Estúpido.

En mi cabeza, sé que probablemente sea más sabio seguirle el juego y


no incitarlo. Jugaré bien, pero solo para salirme con la mía. Quiero salir
de este maldito espacio ahora.

Escucho voces y cierro los ojos, concentrándome. Si estas voces son


policías... si nos detienen... tendré que usar la poca energía que me queda
y gritar como una loca.

Mi corazón se hunde cuando escucho un ruso gutural. Constantine


suena casi... amistoso.

Genial.

Empezamos a movernos de nuevo, hay un crujido en mi cuello y mis


muñecas me duelen por las ataduras.

―Toma el túnel. ―Está hablando con su conductor.

Por un minuto, casi me alegro de estar encerrada donde estoy, porque


los túneles casi me asustan más que los espacios reducidos. Me imagino
que estoy en otro lugar, cualquier lugar excepto aquí.

Hacemos una parada rápida y mi cabeza golpea contra la pared.

Hay voces de nuevo. Suena áspero, molesto, luego un ladrido de risa


que hace que mi pulso se acelere. Estamos avanzando ruidosamente,
probablemente todavía en el túnel. No hay tantos túneles en Desolation,
así que voy por alguno que conozco.

Hay algunos túneles en Nueva York y también algunos puentes. Si solo


está usando el túnel como señuelo para evitar que lo sigan, usando su
oscuridad para esconderse, es posible que haya regresado al otro lado.

Podríamos estar en cualquier parte del estado ahora mismo, y el tiempo


pasa tan lentamente que apenas puedo respirar.
Finalmente, finalmente, hacemos un alto. Hay voces de nuevo, algunos
golpes más, puedo escuchar la voz de Constantine por encima de todos.

Escucho con tanta atención como puedo, pero no puedo distinguir nada
entre los sonidos apagados y los fuertes acentos rusos. Me sobresalto
cuando el panel sobre mí se abre y parpadeo bajo la cegadora luz del
techo.

―Sal. ―Constantine me alcanza mientras me ordena y reprimo un


gemido. Sus carnosos puños se cierran alrededor de mi antebrazo,
jalándome mientras me saca, me aleja de la camioneta y me pone en el
suelo. Mis pies temblorosos tocan el suelo y siento como si me fuera a
caer. Él saca un cuchillo de su bota, corta las ataduras de mis rodillas y
tobillos, y luego me atrapa cuando tropiezo.

Quiero maldecirlo, pero todavía estoy amordazada y parece que no


planea cambiar eso pronto. Aún así, respiro profundamente para calmar
mis nervios. Se siente bien volver a respirar aire fresco, pero no me he
calmado, siento que he ido directamente de la sartén al fuego.

Mis ojos aún no se han adaptado a la iluminación, así que al principio,


no noto a los otros hombres ahí hasta que uno de ellos habla. Miro hacia
arriba y reprimo un jadeo de sorpresa.

Estamos en un almacén viejo y abandonado, probablemente todavía en


Desolation.

No... no es un almacén, es un matadero. Unos enormes ganchos para


carne cuelgan del techo y el piso de concreto está manchado de sangre. A
través de las ventanas rotas, veo una valla de tela metálica oxidada que
rodea los potreros afuera. Mis ojos se posan en los suelos manchados de
sangre.

No me gusta pensar de quién podría ser esa sangre.

Con mis ojos acostumbrados a la luz, reprimo otro grito ahogado. Hay
decenas y decenas de hombres alrededor. Hombres grandes,
voluminosos, tatuados, algunos blandiendo cuchillos y otros, pistolas.
Algunos usan arneses con múltiples pistolas aseguradas en su lugar. Se
paran en pequeños grupos, vestidos con ropas descoloridas y capuchas,
como para hacer una escapada rápida u ocultar su identidad si es
necesario.

Una cosa me queda muy clara, están aquí por una razón y no están
contentos de que yo esté con Constantine. Lanzan miradas furiosas en mi
dirección, y si Constantine no estuviera junto a mí, ya estaría muerta, o
algo peor. Estoy segura de que algunos de ellos estarían felices de usarme
bien antes de matarme.

Constantine habla en ruso palabras que no entiendo, pero escucho mi


nombre y dice también el nombre de mi padre.

No. Oh, Dios. Si saben quién soy... y lo saben. Puedo decir por las
miradas en sus ojos que probablemente la mitad de ellos han tenido un
encontronazo con mi padre y no se separaron como amigos.

Estoy mareada de miedo. Mis ojos se posan en una enorme mesa de


metal y aparto la mirada. Me imagino cuando esto era un matadero, y
para qué usaban esa mesa. Puedo imaginarme para qué la usan ahora.

Veo a Constantine cuando me doy cuenta de que está hablando en


inglés de nuevo. ¿Es para mi beneficio? Pero no, no todos los hombres
aquí son rusos. Por alguna razón, quiere que escuche esto.

―Nadie tocará a Clare. Ella es mía para tratar con ella, y mía para
negociar. Quiero que su padre sepa que me la llevé y por qué, porque él
responderá por lo que ha hecho.

¿Qué ha hecho mi padre?

―¿Estamos claros?

Un hombre corpulento con cabello largo y canoso se acerca a él y le da


un enorme abrazo de oso, luego le golpea la espalda con tanta fuerza que
me estremezco.

―Bienvenido de nuevo, hermano.

Constantine le devuelve el abrazo en un abrazo feroz y varonil que me


hace un nudo sorprendente en la garganta. Ha estado separado de estos
hombres... sus hermanos... ¿cuánto tiempo? Es como si fuera un
prisionero de guerra regresando a casa. Saluda a todos, y alguien saca una
caja de cerveza. Hacen estallar las tapas, golpeando las latas entre sí en
una ovación, y la cerveza y la espuma caen al suelo. Constantine cierra los
ojos, echa la cabeza hacia atrás y traga como si se estuviera muriendo de
sed. Imagino que es su primera cerveza en mucho, mucho tiempo.

―Petrov está en Yama ―le dice a Constantine un hombre ruso rubio y


delgado―. Ha mantenido a los irlandeses fuera de ahí desde que te
encerraron.

―Sí, hermano ―dice un hombre con la cabeza rapada, desde la parte


de atrás del lugar―. Todos sabíamos que te incriminaron. Todos, excepto
los irlandeses, lo sabíamos.

Ahora hay una posibilidad en la que aún no había pensado.

¿Les está diciendo que fue incriminado?

Es la primera vez que considero el hecho de que es posible que él no


haya cometido el delito por lo que fue condenado y piensa que de alguna
manera… mi padre… está involucrado.

Un hombre pesado, de cabello oscuro con tatuajes en todas partes, da


unos pasos al frente de la multitud.

―Tu nombre es Clare ―dice, frunciendo el ceño―. ¿Tienes relación


con el fiscal Valencia?

Asiento temblorosamente.

Él sacude la cabeza de un lado a otro y sus ojos se reducen a rendijas.

―¿Sabes quién es tu padre, perra?

Constantine se aprieta a mi lado, su agarre en mi brazo es


dolorosamente fuerte.

Yo no respondo, no respiro.

El hombre da un paso hacia mí, nunca había visto tanta furia en los ojos
de alguien.
―Tu padre mató a mi hermano.

¿Qué?

Mi padre no mató a nadie, por supuesto que no lo hizo. No puedo


responder o defender su honor por la mordaza, pero aparto la mirada
como para desechar su comentario. Con un gruñido, levanta la mano, da
un paso hacia mí y me estremezco preparada para el golpe. Constantine
gira y me arropa contra él, poniéndose entre el puño del otro hombre y
yo.

―Tócala y perderás esa puta mano.

El otro hombre retrocede.

―Ella es mía para negociarla. Quieres llegar a Valencia, encuentra a tu


propia jodida hija. ―Hay un silencio tenso, luego el hombre canoso suelta
una carcajada. El hombre que me amenazó sacude la cabeza y se aleja. En
la distancia, veo a un hombre más joven con los ojos muy abiertos y
vacíos, mirándome. Lo miro hasta que se da la vuelta.

Constantine termina su cerveza como si estuviera en una pausa para el


almuerzo, aplasta la lata y luego la arroja a una pila de latas detrás de una
de las paredes de ladrillo. Los hombres se dispersan con promesas de
encontrarse en un lugar llamado Yama esta noche después de que se
ponga el sol.

―Me da mucho tiempo ―me dice Constantine mientras me arrastra


hasta un pequeño auto negro estacionado en las sombras.

¿Mucho tiempo para qué? Quiero preguntarle, pero la verdad es que es


tiempo de sobra para hacer cualquier cosa. Estoy completamente a su
merced y el hombre está empeñado en vengarse.

Intento ver dónde estamos, pero no puedo. Nunca he visto este lugar
en mi vida y tiene la sensación distintiva de estar desolado y abandonado.
Mientras nos dirigimos al auto, veo un cartel de acero viejo y destartalado.

Carnicero e hijo

Recordaré eso.
Hasta ahora, he reconstruido que probablemente haya pedido favores
para escapar. Él piensa que yo tenía algo que ver con mi padre y trabajé
con él para poder encontrar información. Algo me dice que no cree la
verdad, que mi padre ni siquiera sabía que yo estaba ahí. Se ha reunido
con sus hermanos Bratva y probablemente con algunas alianzas neutrales
o amigos que también le deben favores. ¿Y va a hacer algo con Petrov?

¿Qué hará conmigo?

Abre la puerta del elegante auto negro. No sé la marca del automóvil,


pero huele a lujo y gracia, con un interior de cuero color marfil mate,
detalles cromados relucientes y un interior espacioso. Sin embargo, no
estoy aquí para admirar el auto. Me deja caer sin ceremonias en el asiento
del pasajero.

Miro mientras camina alrededor del auto y abre la puerta del lado del
conductor. Dobla su gran volumen en el asiento del conductor con un
suspiro de satisfacción. Apuesto a que se siente bien volver a sentarse en
el asiento del conductor. El motor cobra vida y ronronea cuando gira la
llave.

Aún así, no habla. Tengo tantas preguntas y tan pocas respuestas.

Observo como saca algo de su bolso, se acerca y lo ata como una venda
alrededor de mis ojos. Estoy sumida en la oscuridad. Esto lo puedo
manejar mejor que en lugares pequeños, pero todavía odio la sensación.
Supongo que no se me permite ver a dónde vamos ahora. Al igual que el
almacén, probablemente sea un lugar seguro para hombres como él.

Me sobresalto al oír su voz porque no espero que hable.

―Puedes decir que eres inocente, Clare. Podrías decirme que tu padre
no es el fiscal del distrito, o que lo es, pero no tienes idea de lo que está
planeando. ―Me sobresalto al sentir su mano en mi pierna―, pero quiero
que sepas que soy muy, muy versado en el arte del interrogatorio de
rehenes. De hecho, mi hermandad a menudo me llama solo para realizar
ese trabajo, incluso se podría decir que es mi especialidad.

Lo sabía. Podía decirlo solo por su mirada, incluso cuando él era el que estaba
encadenado al otro lado de la mesa.
Mi estómago se aprieta. Puede interrogarme todo lo que quiera, pero
no le daré la respuesta que quiere porque no puedo.

Me congelo cuando su mano viaja más arriba por mi pierna y aparta mi


vestido a un lado.

―Te pusiste esto para burlarte de mí, ¿no? ―No respondo y salto
cuando me da un fuerte golpe en la pierna―. Contéstame cuando te haga
una pregunta. Ahora déjame preguntarte de nuevo. Hiciste esto a
propósito. El vestido. Tu cabello. Todo el atuendo, solo para mostrarme
que puedes, ¿no?

Absolutamente lo hice como un juego de poder.

Pienso antes de responder, pero finalmente asiento con la cabeza. Sí. Si,
lo hice.

―Eso fue algo muy de una niña traviesa. ¿Tienes fantasías de niña
traviesa, Clare?

¿Fantasías de niña traviesa? Ni siquiera sé qué es eso.

Niego con la cabeza de un lado a otro.

Cuando chasquea la lengua, me sobresalto.

―Vamos, Clare, no mientas, o tendré que castigarte por eso también.


¿Me estás mintiendo?

Niego con la cabeza con vehemencia de un lado a otro. No tengo


fantasías de niña traviesa o lo que sea.

―¿Estás segura de eso? ―dice en un tono de burla que casi ronronea―.


¿No te mojas cuando piensas en ser castigada?

Jadeo alrededor de la mordaza cuando su pulgar viaja al interior de mi


pierna, mis sentidos aumentan con mis ojos todavía vendados. Pasa un
dedo grande y calloso a lo largo de la tierna piel.

―No te interrogaré de la forma en que interrogaría a un hombre, Clare.


―Casi puedo escuchar la sonrisa en su voz―. No, pequeña ptichka. Tengo
en mente métodos muy diferentes para ti.
Amenazó con lastimar al hombre que quería lastimarme. ¿Qué quiere
decir entonces?

¿Estoy a salvo de todos, menos de él?


7
Constantine
Se siente muy bien estar de nuevo entre mis hermanos.

Tenía amigos en el interior de DesMax, pero nada se compara con mi


círculo íntimo de soldados, los hombres que darían sus vidas por mí, los
que me obedecen sin rechistar, a quienes les puedo confiar incluso mis
órdenes más oscuras.

Querían caer sobre Clare como los lobos sobre la carne fresca.

Ellos jodidamente desprecian a su padre, especialmente Yury. Valencia


le ordenó a la policía que golpeara a su hermano durante un
interrogatorio, y o la policía fue demasiado lejos, o hicieron exactamente
lo que Valencia pidió, pero de cualquier modo, le partieron el cráneo y
murió de un ataque en su celda esa misma noche. El Ayuntamiento dijo
que el hermano de Yury tenía una “condición preexistente” y la policía
nunca fue acusada por el asesinato, y mucho menos el propio Valencia.

A Yury le encantaría hacer lo mismo con Clare: esposarle las manos a


la espalda, golpearla hasta dejarla llena de moretones y tirarla en la puerta
de su padre.

Pero nadie va a poner un maldito dedo sobre ella.

Nadie excepto yo.

Decidí que Clare me pertenecía en el momento en que entró en esa


habitación, cuando se sentó a la mesa frente a mí, cuando la escuché decir
mi nombre con esa voz baja y clara suya.
La deseé tan pronto como la vi.

El hecho de que su padre sea mi enemigo solo hace que esto sea aún
más delicioso. Añade maldad a mi lujuria, como pimienta en un bistec.

En este mismo momento, estoy seguro de que Valencia ya fue


informado de la desaparición de su hija, y que yo me la llevé.

Enviará una flota de policías a Desolation para intentar cazarnos.

Arrasará mis casinos, mis clubes de striptease y mis almacenes.

Pero no va a encontrarla.

Porque la llevaré a un lugar mucho más seguro que ese.

A algún lugar en donde los dos realmente podamos llegar a


conocernos. Como quería mi pajarito.

Enciendo el motor del Bentley de Yury. Me encantaría volver a


sentarme al volante de mi Maserati, pero desafortunadamente es
demasiado reconocible, tendrá que permanecer almacenado un poco más.

Clare está acurrucada contra la puerta, con la boca partida por la


mordaza y esos grandes ojos marrones con los ojos vendados. Se ve tan
indefensa y vulnerable. Mi polla es una barra de hierro que corre por la
pierna de este detestable uniforme.

Conduzco hacia el corazón de Desolation: a Warren, la parte más densa,


violenta y destruida de la ciudad, donde incluso la policía tiene miedo de
entrar, donde los letreros de neón antiguos zumban y parpadean, donde
las ventanas tapiadas superan en número a los cristales, donde la mitad
de los negocios son fachadas de algo que solo se puede encontrar
entrando por una puerta sin letrero en el callejón...

Como el Emporium.

Desde el exterior, parece nada más que un hotel antiguo, con la fachada
desgastada y los escalones agrietados.

Por dentro, tiene todo lo que necesito...


Me estaciono detrás del hotel y me acerco a la puerta de Clare como el
caballero que soy. La abro de un tirón, agarrando su brazo antes de que
pueda caer sobre el cemento.

Le tiemblan tanto las piernas que apenas puede ponerse de pie. Le bajo
la venda de los ojos para que pueda caminar sin tropezar.

―Si prometes mantener la boca cerrada, también te quitaré la mordaza


―le digo.

Ella me mira fijamente por un momento, con esos ojos oscuros brillando
con rebelión. Luego, lentamente, asiente.

Saco la tela de entre sus dientes y hace una mueca como si quisiera
morderme.

―¿En dónde estamos? ―me exige.

―¿Nunca has estado aquí antes? ―digo, sabiendo muy bien que nunca
ha estado a veinte millas de este lugar. No hay posibilidad de que Clare
haya pisado las calles de Warren―. Creo que lo encontrarás
increíblemente... educativo.

Tomando un firmemente su brazo, la conduzco por la entrada trasera.

El gorila me da un gesto de reconocimiento con la cabeza.

―Es bueno tenerlo de regreso, señor Rogov ―dice.

No se inmuta al verme llevando a una mujer al club con las manos


atadas frente a ella. Eso es positivamente dócil en comparación con lo que
ve entrar y salir por estas puertas.

Entrar en el Emporium es como entrar en otro mundo.

La luz es baja y violeta, emana hacia arriba desde los rodapiés. Las
gruesas alfombras, los muebles de terciopelo y las paredes empapeladas
de color oscuro dan una sensación de silencio como las habitaciones
acolchadas de un manicomio. El latido sordo de la música palpita como
el latido de un corazón.
Incluso a esta hora en la tarde, el Emporium está lleno. Este es el club
de sexo más popular de Desolation. A cada hora del día los solitarios, los
cachondos y los depravados buscan alivio en sus fantasías más
prohibidas.

En el escenario principal, tres rubias deslumbrantes se bañan juntas en


una bañera con patas. Una de las chicas está estirada en el agua, con las
piernas abiertas de modo que las rodillas se doblan sobre el borde de la
bañera con los pies colgando a ambos lados y el grifo vertiendo
directamente sobre su coño expuesto.

La segunda rubia se arrodilla junto a la bañera, chupando los dedos de


los pies de la primera chica.

La tercera rubia se sienta en el borde, enjabonándose los senos de


proporciones extravagantes para el disfrute de los hombres sentados
directamente alrededor del escenario.

Clare mira el espectáculo con los ojos muy abiertos, luego vuelve a
mirarme a mí. No hace falta ser un genio para ver que se está preguntando
qué le haré, o qué he planeado.

―¿Quieren un trago? ―nos pregunta una mesera.

La mesera está vestida con ropa fetiche: con un complicado arnés de


correas de cuero que deja sus senos completamente desnudos. Tiene
perforaciones en los pezones, así como en la ceja, la nariz, el labio inferior
y la lengua.

―Tomaré un trago de Stoli ―digo―. Ella tomará lo mismo, con limón


y soda. Llévalo a nuestra habitación.

La mesera asiente y se pasea con sus tacones de veinte centímetros para


buscar nuestro pedido.

Clare me mira como si estuviera loco.

―No quiero beber ―dice.

―Vas a necesitar un trago ―le informo.


―¿Por qué diablos me trajiste aquí? ―me sisea, con sus ojos mirando a
los clientes sentados en sus cabinas, algunos ya en camino a la satisfacción
mientras las cabezas se balancean en los regazos y las putas semidesnudas
se retuercen en el regazo de hombres poderosos, y mujeres poderosas
también.

Las chicas go-go bailan en jaulas. Las meseras usan pintura corporal y
tangas. Clare no es la única persona con las manos atadas.

Disfruto de su malestar, y disfruto aún más del destello de curiosidad


que no puede ocultar del todo.

―Estamos aquí para que podamos tener una pequeña charla ―le digo,
mientras mis dedos se clavan en su brazo―. No puedo registrarme en
ningún hotel en este momento.

―Mi padre me encontrará ―gruñe, tratando de soltar su brazo de mi


agarre.

―Oh, tengo la intención de que lo haga ―le grito―. Pero no todavía.

La arrastro hacia arriba, a la suite privada en el piso más alto.

He usado esta sala antes, aunque solo con profesionales. Nunca con
alguien a quien conocía de manera más… personal.

Siempre he tenido ciertas inclinaciones.

Es por eso que nunca tuve una relación seria antes de Roxy.

No me gusta besar, no me gusta abrazar, no me gusta murmurar dulces


palabras de cariño en la oscuridad.

Lo que me gusta es la obediencia total, el control absoluto y la forma


más fácil de obtener exactamente lo que quiero es pagar por ello.

Prefiero profesionales, las mujeres que sonríen y posan para mi


atención en la vida diaria no tienen ni idea de cómo complacerme.

Pero Clare... Clare es algo diferente.


Ella ha estado sobreprotegida, eso es evidente. Es tentador presentarle
lo que el mundo tiene para ofrecerle fuera de esas vallas blancas.

He visto la forma en que responde cuando le doy una orden. Quiere


resistirse, pero no puede. Cuando la toco, no importa cuán bruscamente,
sus pupilas se dilatan, su piel enrojece y sus muslos tiemblan.

Puede decirse a sí misma que me odia, que está aterrorizada.

Pero la verdad es… que a ella le gusta.

La suite tiene todas las herramientas que necesito para hacer cantar a
este pajarito.

La habitación es grande y majestuosa, con el mismo estilo antiguo y


ornamentado que el resto del hotel. La cama con dosel está cubierta con
polvorientas cortinas carmesí. Las cortinas opacas en las ventanas
impiden que entre el más mínimo rayo de luz del día, y las gruesas
alfombras amortiguan las gastadas tablas de madera. Aquí arriba la luz
tiene un tinte rojizo, templado por las pantallas antiguas.

―Siéntate ―le digo, señalando la cama con la cabeza.

Ella mira el colchón con cautela.

―Siéntate ―ladro.

Sus rodillas se doblan sin pensarlo conscientemente. Se hunde en el


borde de la cama, con las manos atadas descansando en su regazo.

Me doy la vuelta para ocultar mi sonrisa.

Un ligero golpe en la puerta señala la llegada de la mesera. Tomo las


bebidas de su bandeja, cierro y pongo seguro a la puerta.

Clare se estremece al oír el cerrojo girando.

―Escucha ―comienza a llorar―, ya te lo dije, no tengo ni idea de


ningún rencor entre tú y mi padre. Él no me cuenta nada, ni siquiera
somos unidos. En realidad, creo que me desprecia... si crees que va a pagar
un rescate...
―Silencio ―digo.

Ella se queda en silencio, y su garganta convulsiona mientras traga.

Llevo las bebidas hacia ella.

―¿Tienes sed? ―pregunto en voz baja.

Yo sé que tiene.

La adrenalina te deshidrata como ninguna otra cosa. Puedo ver cuán


pálidos y parecidos al papel se han vuelto sus labios, y cuán difícil es para
ella tragar.

Ella levanta las manos atadas para tomar la bebida.

―No ―digo―. Abre la boca.

Ella me mira, y sus cejas oscuras se juntan en una línea irritada.

―Ábrela ―gruño.

Lentamente, sus labios se abren.

Mojo los dedos en el vodka con soda. Luego, trazo mis dedos húmedos
alrededor de sus labios, humedeciéndolos.

Ella se estremece con mi toque.

Inconscientemente, sus labios se abren aún más y su lengua se desliza


hacia afuera, buscando hidratación, pero se desliza contra las yemas de
mis dedos, enviando una sacudida hasta mi brazo.

Eso fue solo una pequeña muestra.

Se lame los labios, queriendo más.

―Abre la boca ―digo de nuevo.

Esta vez, Clare la abre más.

Tomo un sorbo de su bebida, luego lo escupo directamente en su boca.

Ella retrocede, horrorizada, farfullando.


―¿Qué diablos estás haciendo? ―chilla.

Agarro su barbilla entre mi pulgar y mi dedo índice, abrazándola con


fuerza y taladrándola con mi mirada.

―¿Tienes sed o no?

―No soy... ni siquiera pienses en... ―balbucea.

―Parece que no entiendes tu posición, Clare ―gruño―. Yo te robé, y


cuando los Bratva robamos algo… no lo devolvemos. Me perteneces
ahora. Si quieres comer, comerás de mi mano, si quieres beber, beberás de
mi boca. Vas a responder a mis preguntas y vas a hacer lo que yo diga, o
sufrirás las consecuencias.

―¿Qué consecuencias? ―chilla.

Ignorando eso, tomo otro sorbo de la bebida, saboreando la dulce


frescura de la lima y el vodka contra mi lengua. Luego la beso, dejando
que el licor se mezcle entre nuestras bocas.

Esta vez, Clare no retrocede. De hecho, cede al beso, como si esta bebida
estuviera drogada con mucho más que un trago de vodka. Mi boca es la
droga, y mi aliento en sus pulmones el anestésico irresistible.

Clare es una verdadera sumisa.

Ella simplemente nunca lo supo hasta este momento.

Ella me besa, y traga.

―Buena chica ―le digo.

Clare se sonroja.

―Levántate ―ordeno.

Clare se pone de pie, tropezando levemente.

―Quédate quieta...

Sacando un cuchillo de mi bolsillo, abro la hoja. Antes de que Clare


pueda alejarse, le corto el vestido del cuerpo con cinco rápidos cortes.
Hago los cortes rápidos y brutales, pero soy más cuidadoso de lo que ella
podría imaginar para proteger esa piel suave como la de un bebé.

Ahora Clare está de pie en sujetador y bragas, negras y compuestas de


una tela fina y vaporosa. Puedo ver sus pezones a través del sostén,
destacándose como puntos duros y oscuros.

Ella mira a los pies, incapaz de verme a los ojos.

―Date la vuelta ―le digo―. Muéstrame lo que robé.

Ella gira lentamente, dándome una vista de trescientos sesenta grados


de su cuerpo. Su figura es suave y sorprendentemente llena. Sus pechos
son más grandes de lo que esperaba, están bien equilibrados con un
trasero blanco regordete. Su cintura se estrecha para formar una
agradable forma de reloj de arena, y sus muslos son suaves y cremosos.
Cada parte de ella se ve gentil, vulnerable, y exquisitamente suave. Parece
como si nunca la hubiera tocado una mano humana.

Quiero tocarla.

Quiero marcarla.

Quiero hacerla mía y solo mía.

―¿Usaste esa ropa interior negra para mí? ―gruño―. No mientas...

Sus mejillas se encienden y sus piernas tiemblan debajo de ella.

―Sí ―sisea―. Antes de que supiera lo idiota que ibas a ser.

La agarro por la cara, levantando su barbilla, obligándola a mirarme.

―Sabías exactamente lo que era ―le digo―. Te lo advertí desde el


principio.

―Sí ―susurra. ―Dijiste que eras un asesino, pero ahora estás diciendo
que te incriminaron...

―Fui incriminado ―gruño, y mis dedos se hunden en la suave piel de


su mandíbula. ―Por tu maldito padre.
―¿Por qué tendría que hacer eso? ―pregunta, con sus ojos oscuros
muy abiertos y de aspecto inocente.

Ella parece genuinamente confundida, pero le he dado la vuelta a la


manzana demasiadas veces como para enamorarme de una dulce cara de
bebé.

―Eso es lo que me vas a decir ―le informo.

―¡Pero yo no sé nada!

Su voz es prácticamente un gemido.

Suelto su rostro.

―Puede ser ―digo―. Pero solo hay una forma de averiguarlo...

Clare espera que la empuje hacia abajo en la cama, pero en vez de eso,
la empujo contra la pared, donde un grupo de grilletes y ataduras cuelgan
del techo, con esposas atornilladas directamente al yeso a cada lado.

Si ella fuera un hombre, estaríamos manejando esto de manera muy,


muy diferente.

Quizás incluso si fuera un tipo de mujer diferente.

Pero hay algo en Clare que me da una nueva creatividad: el genio de


un torturador. Ella es mi musa, y su cuerpo es un lienzo impecable que
pide ser pintado en todos los tonos de rosa, rojo y morado.

Levanto sus manos atadas por encima de su cabeza, sujetándolas en su


lugar. Luego separo sus pies con un pie, agachándome para sujetar cada
tobillo en una posición extendida. Finalmente, agarro la venda de
alrededor de su cuello, cubriéndole los ojos una vez más.

―¿Qué estás haciendo? ―Clare llora, volviendo la cabeza impotente


para seguir mi movimiento, aunque ya no puede ver nada―. ¿Qué me
vas a hacer?

―No te preocupes ―le digo―. Tengo la sensación de que vas a


disfrutar esto...
Abro el cofre al pie de la cama, examinando las herramientas que tengo
a mano.

Clare se estremece cuando las bisagras crujen al abrirse y sus senos


suben y bajan rápidamente en las endebles copas de su sostén. Sus
pezones están más duros que nunca, por miedo o anticipación.

Saco una varita vibrante.

Enciendo el interruptor, el zumbido es como de una colmena agitada.

Clare deja escapar un chillido y sus brazos se tensan por encima de su


cabeza. Intenta cerrar las piernas pero es imposible con los tobillos
encadenados a la pared.

―Ahora dime, Clare ―digo, haciéndola saltar cuando se da cuenta de


lo silenciosamente que he cruzado la habitación y lo cerca que estoy de
ella―. Dime con quién se ha estado reuniendo tu padre. Dime quién lo
visita en su casa.

―¡Ni siquiera vivo con él! ―ella llora.

―No te hagas la tonta, has visto algo. ¿Quién fue a tu fiesta de


cumpleaños?

―Uh... mmm... ―ella jadea, hiperventila, sin saber qué herramienta


tengo en la mano y qué le haré si no obtengo las respuestas que necesito.

Golpeo su pezón con la varita, haciéndola sacudirse como si estuviera


electrocutada.

―¡El jefe Parsons! ―ella chilla―. ¡Fue a la fiesta! Lo vi entrar en la


oficina de mi padre...

―Buena chica ―digo de nuevo.

Luego presiono la varita contra su coño.

―Ohhhh, Diooos... ―Clare gime.

La vibración es intensa; al principio, es demasiado y ella trata de


apartarse, pero presiono la varita implacablemente contra su clítoris,
frotándolo de un lado a otro con movimientos lentos. Pronto, Clare cuelga
flojamente de sus ataduras, girando sus caderas contra el vibrador,
haciendo un sonido profundo, como un gemido diferente a todo lo que
haya pasado antes por esos hermosos labios rosados.

Veo que su ritmo se acelera, ella está follando la varita. Su respiración


también se acelera, su pecho se sonroja, y sus pezones prácticamente
cortan la fina tela del sujetador.

Le quito la varita de un tirón.

―¡No! ―jadea, mirando a su alrededor a ciegas con los ojos todavía


cubiertos.

―Ahora dime el código de seguridad de la casa de tus padres.

Ella cierra la boca con fuerza, sacudiendo la cabeza obstinadamente.

―De ninguna maldita manera.

Agarro su seno derecho, apretando con fuerza, retorciendo el pezón.

―Respóndeme.

―¡Ay! ¡Vete a la mierda! ¡No! ―ella llora.

Deslizo mi mano por la parte delantera de sus bragas, sintiendo el


intenso calor de su coño, y lo mojado y resbaladizo que se ha vuelto. Su
clítoris está hinchado y palpitante, mis dedos se deslizan fácilmente a
través de sus pliegues.

Sus rodillas se doblan debajo de ella y se apoya en mi hombro, jadeando


y tratando de no rogar por más.

―Dime ―le susurro al oído―. No les haré daño, solo quiero echar un
vistazo a su oficina. Ni siquiera estarán en casa...

―No puedo ―murmura Clare.

Froto mis dedos hacia adelante y hacia atrás por su clítoris, sintiendo
su corazón martilleando contra mi torso, escuchándola jadear
desesperadamente en mi oído.
―Dime ―ordeno.

―Prométeme que no lo lastimarás...

―Ya te lo dije, ni siquiera estarán en casa.

―4719 ―Clare jadea.

―Muy bien ―sonrío.

―Ahora por favor... por favor... ―jadea.

―Pídeme que te haga correrte.

―¡Por favor, haz que me corra, Constantine!

Presiono el vibrador contra ella de nuevo y lo masajeo en círculos lentos


alrededor de su clítoris, permitiendo que el clímax se desarrolle y
aumente, luego lo presiono en el lugar correcto, hasta que todo su cuerpo
comienza a temblar, y está gritando hasta quedarse ronca, tal como le
prometí.

Observo cómo las olas de placer la atraviesan.

Una vez que se derrumba, colgando sin fuerzas de sus ataduras, le doy
un breve descanso. Me paso ese minuto o dos admirando la luminiscencia
de su piel, y la forma en que brilla levemente rosa, como flores de cerezo,
después de su orgasmo.

Le quito la venda de los ojos.

―Una pregunta más, Clare. La respondiste antes, pero quiero que me


mires a los ojos y me respondas ahora. Con toda la puta verdad.

Lentamente, levanta la cabeza y se encuentra con mi mirada, su


expresión está aturdida y desenfocada, drogada por el placer.

―¿Quién te envió a reunirte conmigo?

―Nadie ―murmura―. Fue solo que… me asignaron una pila de


reclusos y tu archivo fue el primero que tomé.

―Mmm ―le digo, sin dejar que ella vea que realmente le creo.
Presiono la varita contra su clítoris de nuevo, girando la potencia hasta
el máximo.

―¡No! ―ella jadea―. ¡Es demasiado!

No es mucho.

Ya está empezando a correrse de nuevo, implacable e impotente, todo


su cuerpo se estremece como si estuviera atada a una silla eléctrica.

No me detengo hasta que ella se corre tres veces más, hasta que me
ruega que pare con lágrimas corriendo por sus mejillas.

Solo cuando está completamente exhausta, flácida e indefensa como un


bebé recién nacido, la desato y la pongo en la cama.
8
Clare
Me despierto de un coma inducido por el sexo, ni siquiera sabía que eso
era una cosa.

La habitación es oscura, lujosa, imbuida del dulce y seductor olor del


sexo. Me toma un momento recordar dónde estoy, y cuando vuelve a mí,
me muevo bruscamente hacia arriba. No puedo moverme, mis muñecas
están atadas con ataduras, y mis pies esposados y separados con una...
barra.

Nunca me había gustado nada como esto. Nunca había visto algo así en
mi vida.

Y aún así…

Me lamo los labios y recuerdo el sabor de su boca, el sabor del vodka


empapado de lima en sus labios y en los míos. Respiro roncamente y trato
de quedarme quieta.

Necesito saber dónde está mi captor, necesito prepararme para lo que


me hará a continuación.

Hago un recuento mental de mi cuerpo.

Estoy débil por lo que me hizo, pero no estoy herida. Miro hacia abajo
a mi cuerpo, medio esperando moretones o evidencia de que él me obligó,
pero no.

Cierro los ojos y escucho. Se oye el sonido del agua corriendo, luego el
fuerte acento ruso de Constantine. Miro alrededor de la habitación
mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad. Una franja de luz amarilla se
asoma por el marco de una puerta. Hay un baño pequeño, la puerta está
entreabierta y él está llenando lo que parece una tetera con agua.

Cuando vuelve a entrar en la habitación, sus ojos se encuentran con los


míos. Está duchado, y usando solo una toalla alrededor de su cintura. Yo
lo miro, nunca he visto a un hombre como él desnudo de cerca y en
persona. Nunca.

¿Cuánto pesa?

Es enorme y voluminoso, pero no parece tener una onza de grasa en él.


El músculo sólido de su cuello y sus hombros son tan fuertes que me
imagino que puede hacer ejercicios de barra con todo el peso de mi
cuerpo. No, más. Recuerdo la forma en que me metió bajo el brazo y me
cargó como a un niño. La tinta se desliza por su cuello, sus hombros, sus
brazos, y cuando se gira hacia una mesa con la tetera que sostiene, veo
que su espalda también es un patrón de tatuajes.

La toalla está ajustada alrededor de su cintura esbelta.

Dice algo en ruso y luego cuelga el teléfono.

―Así que te has despertado, pajarito. ¿Estás lista para nuestra próxima
conversación?

Algo me dice que nuestra próxima “conversación” involucra algunos


de los accesorios que yacen como serpientes en mesas y estantes cercanos:
látigos, una cadena flexible, una varita delgada, algo que parecen tiras de
cuero recogidas, una máscara de algún tipo.

―No.

Su risa baja y oscura me hace temblar de anticipación a lo que hará a


continuación. No está divertido ni feliz, me pregunto si es el sonido de un
hombre loco.

Deja la tetera en una mesa a unos metros de mí y, dejando caer la toalla,


alcanza un conjunto de ropa limpia. Yo lo observo, mirando con asombro
descarado cada centímetro musculoso y cincelado de su cuerpo antes de
que se vista.

―¿No? ―Sacude la cabeza y enchufa la tetera. Hay una bandeja


plateada sobre la mesa que no vi antes. Se me hace agua la boca. Dios, me
muero de hambre―. ¿Aún no has aprendido lo que te pasa cuando me
desobedeces?

¿Desobedecer? ¿Está delirando? ¿De dónde se saca este que está bien
hablarme así?

Entonces recuerdo que me secuestró, me ató, me arrastró a este club y


me hizo llegar al clímax hasta el punto en que me quedé exhausta y le
supliqué que se detuviera.

En este punto, la forma en que me habla es casi discutible. Me trata


como si fuera mi dueño, y quizás él piensa que lo es.

Vive una forma de vida tan extraña para mí, y no me refiero solo a ser
la cabeza de la Bratva. No sé que esperar.

No me gusta eso.

―¿Hambrienta, pajarito?

Mi estómago gruñe como si quisiera traicionarme.

Cuando recuerdo cómo me alimentará... cómo me dio de beber... decido


que tal vez no tengo tanta hambre después de todo. Giro la cabeza lejos
de él y no respondo, pero eso no le gusta. En el momento siguiente, la
cama cruje, se inclina bajo su peso y sus dedos se envuelven alrededor de
mi mandíbula.

―Harías bien en recordar tu lugar, Clare ―dice con esa voz profunda
teñida con acento ruso, algo que siempre asociaré con el peligro―. Si me
desobedeces, te castigaré, y no siempre seré tan amable como para hacerte
llegar al orgasmo como castigo.

Ya me ha amenazado con castigarme antes, y una pequeña parte loca


de mi cerebro está curiosa y horrorizada. Nunca me di cuenta de que
llegar al clímax pudiera ser doloroso y punitivo. Supongo que, como
cualquier apetito, hay incomodidad cuando se excede.

―Ahora ―dice, como si lo hubiéramos resuelto―. Te hice una


pregunta, contéstame o te pondré directamente sobre mi rodilla para
enseñarte modales.

En ese mismo momento. Eso es lo que hará.

―No tengo hambre. ―Mi estómago gruñe de nuevo.

―Mentirosa. ―Entrecierra los ojos, alcanzando la bandeja a su lado,


levanta una taza humeante y la agita. Observo, hipnotizada, cómo sus
grandes dedos entintados levantan una bolsita de té y luego la colocan en
una taza pequeña. Es sorprendentemente gentil para un hombre tan
grande y rudo. Observo cómo un chorrito de té dibuja un patrón en la
pequeña taza. Levanta una pequeña jarra de acero y vierte leche, luego
toma un largo trago antes de soltar un suspiro de satisfacción.

―Oh. Christos, esto es bueno. Deberías hablar con tu padre sobre la


basura que llaman té en las cárceles de Desolation. ―Su tono tiene un
toque de burla. Realmente desearía que dejara de mencionar a mi padre.

Se me hace la boca agua cuando coloca una gruesa rebanada de queso


sobre una rebanada de pan crujiente. Se ve deliciosa.

Sus ojos se cierran cuando le da un mordisco, mastica, traga y luego se


limpia la boca con una servilleta. Estoy un poco sorprendida por sus
buenos modales en la mesa.

―También está delicioso.

Hace un buen trabajo con los pequeños bocadillos, la fuente de


antipasto, un montón de aceitunas y algunas uvas y bayas. Parece que
esta ubicación, en el sucio vientre de Desolation, solo sirve para despistar
a la gente, o tal vez sea Constantine quien es todo humo y espejos. Parece
que tiene conexiones en todos los rincones de la ciudad.

―Esa es una comida elegante para un tipo como tú, ¿no?

Me desmayo de hambre, mi vientre me muerde.


Una comisura de sus labios se arquea hacia arriba.

―¿Qué sabes realmente de mí, Clare? Por lo que sabes, soy un


conocedor del buen vino y los quesos.

―Quizás, y tienes razón, aunque dijiste que tu madre era pastelera.


Parece que sus finos pasteles no fueron los únicos manjares que te
gustaron.

Se inclina y me quita un mechón de pelo de la frente, su tierno toque


me pone nerviosa, parece muy diferente de él, pero recuerdo la forma en
que me protegió frente a los demás. Parece que Constantine es un hombre
complicado.

―Tengo gusto por muchas cosas buenas ―dice en voz baja y ronca.
Arrastra la yema de su pulgar por mi pómulo, es cálido y calloso, pero el
toque es tan íntimo que un escalofrío de miedo recorre mi espalda.
Sosteniendo mi mirada, traza el borde de mis labios con su pulgar.

Quiero besarlo, no estoy segura de por qué.

Toma mi cara, pero sus ojos están entrecerrados.

―¿Por qué mi padre te incriminaría?

No estaré acostada aquí en la cama, desnuda y a su merced, charlando


de queso y aceitunas.

Se sienta más derecho, en un recordatorio instantáneo del desequilibrio


de poder aquí.

―¿Me crees, entonces?

―No creo que estés mintiendo.

―¿No crees que estoy mintiendo, pero no puedes decir que me crees?

―¿Por qué iba a creerle a un hombre que escapó de la cárcel y me


secuestró antes que al hombre que me crio?

Necesito más evidencia, más pruebas.


Había demasiada verdad en el tono de su voz cuando me amenazó, con
su mano en mi cuello. No lo he sorprendido en una sola mentira.

No diré que me está mintiendo, pero necesito mucha más evidencia


como prueba.

Sus ojos sostienen los míos durante largos momentos antes de


responder.

―Porque de nosotros dos, solo uno te protegerá.

―¿Por qué me protegerías tú? ―Yo susurro. Niego con la cabeza. Para
mí está bastante claro que si lo incriminaran, querría salir y está claro que
tiene el poder y las conexiones para hacerlo. También está claro que yo
era un blanco fácil de usar para que él saliera, y al menos inicialmente
creyó que yo tenía algo que ver con una conspiración en su contra.

Pero no está claro por qué le importo en absoluto.

No responde a mi pregunta.

―No soy un buen hombre, Clare. Decirte eso sería una mentira, y yo
no miento, y te digo la verdad cuando te repito: tu padre es un mentiroso
y te haría daño. La mujer con la que estaba comprometido murió por su
culpa. ¿Por qué? No lo sé. ―Se inclina―. Lo averiguaré, y será mucho
más fácil para ti si me ayudas en lugar de obstaculizarme esto.

Es una especie de propuesta, lo sé. Quiere saber si puede apoyarse en


mí, si soy alguien en quien puede confiar. No sé cómo responder al
principio, porque necesito obtener más información, pero también estoy
desnuda y atada a su cama en un club de sexo, así que no estoy en
condiciones de negociar nada.

―Me estás pidiendo que traicione a mi padre.

―No te pedí que traicionaras a nadie, te pido que me ayudes a


encontrar respuestas.

―Pero me exigirás cosas y usarás lo que encuentres para llegar a él y lo


matarás.
Al principio, no responde, pero no aparta la mirada. Se inclina más
cerca de mí, apoyándose en su mano a mi lado. Puedo oler el aroma
masculino del jabón que usa. Como él, es fuerte y poderoso, y le hace
cosas inesperadas a mi cuerpo.

Trago saliva, mi respiración es dificultosa y mi pulso se acelera.

―Matar a tu padre sería una misericordia, Clare.

Entonces no lo mataría, primero lo torturaría.

Lo miro con la boca abierta, sin saber qué pensar. Mi mente está llena
de pensamientos que me ponen nerviosa, y la menor de mis
preocupaciones es mi estado actual.

Si lo que me dice es cierto... aunque no tiene pruebas de la culpabilidad


de mi padre y yo no tengo pruebas de su inocencia... mi padre mató a una
mujer inocente. Brutalmente. Es un pecado imperdonable, uno por el que
merece ser castigado.

No puedo asociar al padre que conozco, al miembro de la élite


profesional que juega al golf los fines de semana, como el hombre detrás
del asesinato. Él usa calcetines de rombos, por el amor de Dios.

No puede ser posible.

No puede.

Pero, ¿por qué más insistiría Constantine en su propia inocencia? ¿Por


qué si no me sacaría de la cárcel y asumiría que estaba confabulado con
mi padre?

No puedo ceder tan fácilmente, no debería creer lo que dice tan


fácilmente.

―¿Cómo te trata tu padre, Clare?

Lo miro, sorprendida por la pregunta.

―¿Qué?

―¿Te lastima? ¿O eres especial para él?


Aparto la mirada. No me gusta este tema de conversación, pero no tiene
sentido quedarme callada ahora.

Si no estuviera esposada, me encogería de hombros. Intento parecer


indiferente.

―No es un mal padre. Él no... me lastima. Bueno, no físicamente al


menos.

Una calma mortal se apodera de Constantine.

―¿Cómo te lastimó?

―Bueno, él simplemente... espera muchas cosas de mí. Tengo que lucir


perfecta, portarme perfectamente. Tenía que sacar notas perfectas,
conducir un auto perfecto. Cualquier cosa que no sea la perfección
mancha su reputación y, en más de una ocasión, me reprendió por no ser
la hija que esperaba que fuera.

Para mi sorpresa, se me forma un nudo en la garganta. Odio pensar en


esto, he ido a terapia durante años para lidiar con esto, pero
aparentemente, no lo he superado del todo.

―Ya veo, así que esta es la razón por la que le ocultaste tu trabajo.
Nunca aprobaría que su hija perfecta se ensucie trabajando en una prisión.

¿Entonces él me cree? Asiento con la cabeza.

―Sí. ¿Por qué quieres saber?

―Es simple, si él también te lastimó, lo recordaré cuando le ponga las


manos encima.

Lo miro fijamente. ¿Él... se vengaría por mí? No sé cómo responder.

Intento reprimir un bostezo, exhausta por todo lo que ha pasado. Los


ojos de Constantine van a los grilletes sobre mi cabeza.

―Es difícil dormir esposada. Puedo quitártelas, pero si intentas algo


remotamente estúpido, te ataré y te azotaré. ¿Me entiendes?
Una sacudida de miedo me atraviesa, no tengo ninguna duda de que él
lo haría.

Asiento con la cabeza.

―Fuera de esta puerta hay tres hombres armados. Todos obedecen mis
órdenes. He pagado un buen dinero por una buena noche de sueño y he
esperado demasiado tiempo como para poner en peligro eso.

Asiento de nuevo.

―Primero, come.

Abro la boca y le permito que me alimente. Quesos ricos, pequeñas


mordidas de bocadillos delicados que encontrarías en una fiesta y
aceitunas, seguidas de agua que, afortunadamente, me lleva a la boca.
Aparto la boca de su mano cuando he tenido suficiente, y él no presiona
el tema.

Cuando termino de comer, me desabrocha las esposas y mis muñecas


se liberan.

―Tengo que usar el baño.

―Iré contigo.

Hago una mueca, pero él solo se ríe.

―Puedes tener un poco de privacidad, pajarito, pero no te equivoques,


no confío en ti.

Me obligo a ponerme de pie y estiro mis miembros adoloridos. Daría la


mitad de mi herencia por un masaje ahora mismo.

Estoy de mal humor después de todo lo que sucedió, así que lanzo por
encima del hombro:

―Tú eres el que escapó de la cárcel, me empujó debajo de las tablas del
piso del vehículo de escape, me llevó a un matadero repugnante y luego
me interrogó, ¿y yo soy en quien no confías?
Jadeo cuando su palma se estrella contra mi trasero con tanta fuerza
que casi tropiezo. Lo miro boquiabierta, pero él está detrás de mí,
claramente preparado para dar otro golpe si le respondo.

―Cuidado con ese tono de voz, ptitsa. Harás lo que yo te diga.

Mis mejillas se encienden. Camino al baño en ascuas, asustada de lo que


me hará a continuación, pero él solo me sigue y espera afuera de la puerta.
Me miro en el espejo, mi cabello está salvaje e indómito, mi maquillaje
hace tiempo que se desvaneció, tengo ojeras debajo de los ojos y pequeñas
marcas rojas a lo largo de los hombros y el pecho, probablemente por estar
encadenada y ser arrastrada como una muñeca de trapo.

Parezco salvaje y temerosa, y no me gusta eso. Me paro más derecha,


me salpico agua en la cara y paso mis dedos por mi cabello.

Mis padres deben estar desesperados, no puedo imaginar por lo que


están pasando, pero si mi padre hizo lo que Constantine dice que hizo...
podría tener miedo por una razón completamente diferente.

Necesito dormir, necesito dejar esto a un lado por ahora, necesito


pensar qué hacer a continuación y prepararme para lo que hará
Constantine.

Cierro la puerta, me pongo derecha y camino de regreso a su guarida.


9
Constantine
Tengo que dejar a mi pajarito enjaulada en el Emporium mientras me
ocupo de algunos asuntos personales. Ella está cuidadosamente
custodiada por tres de mis soldados, pero aún así, siento una extraña
sensación de inquietud por dejarla, incluso después de ladrarle a Yury
cuando salía del club.

―Nadie entra en mi suite y nadie sale. No hables con ella. No la mires.


Mantén esa puerta cerrada.

―Sí, jefe ―dijo Yury, humildemente.

El pensamiento de Clare, con el cabello desordenado, los ojos


somnolientos y desnuda en esa cama arrugada, está constantemente en
mi mente cuando me encuentro con Emmanuel, poniéndome al día con el
estado de cada uno de mis muchos negocios.

Emmanuel es mi primo y uno de mis amigos más cercanos.

Nuestros padres son hermanos.

El tío Ivo no se parece en nada a mi padre, a él le encanta la comida, el


vino y las mujeres, generalmente en ese orden. Le gusta bromear sobre lo
agradable que es ser el hermano menor, sin ninguna de las
responsabilidades del liderazgo y con todas las recompensas que lo
acompañan.

―Probablemente más recompensas ―se burla de mi padre―, ya que


soy el único que tiene tiempo para disfrutarlas.
Emmanuel es tan irreverente como su padre y una de las únicas
personas que realmente puede hacerme reír. Es un buen avtoritet3, alguien
en quien siempre puedo confiar, siempre y cuando no se haya estado
complaciendo demasiado. Al igual que su padre, a Emmanuel le gusta
probar las mercancías del inframundo con demasiada frecuencia.

Él se parece a su madre en apariencia: es de complexión delgada,


cabello y ojos oscuros, y tez cetrina. Aunque es alto y razonablemente
guapo, no es el favorito de las mujeres. A Roxy nunca le agradó,
probablemente porque hizo demasiadas bromas a costa de ella.

―Simplemente habla demasiado ―le dije.

Él está hablando a una milla por minuto en este momento, diciéndome:

―La policía está buscándote por todas partes. Arrasaron en el casino


Bleak Street y destrozaron un montón de máquinas tragamonedas.

Aprieto los dientes, furioso por lo caro que es arreglar esas máquinas.

El jefe Parsons se ha vuelto jodidamente audaz si le ordenó a sus


oficiales que atacaran mi casino.

Por otra parte, ya era bastante atrevido cuando ayudó a Valencia a


incriminarme.

La admisión de Clare de que su padre es amigo personal de Parsons no


me sorprende; la evidencia falsa era demasiado buena. Es una
conspiración que llega hasta la cima, como dicen.

¿Pero con qué propósito?

Antes de mi alianza con los irlandeses, habría dicho que Connor


Maguire era mi enemigo número uno. Él es quien se beneficiaría más si
me metieran en la cárcel por el resto de mi vida.

Pero creo que él estaba contento con nuestro arreglo, y de ninguna


manera en la tierra verde de Dios permitiría que mataran a su amada hija
como daño colateral.

3
Capitán a cargo de un pequeño grupo de hombres.
No necesito los furiosos intentos de asesinato de los irlandeses para
asegurarme que están jodidamente enojados porque Roxy está muerta.

Hablando de eso…

―Los irlandeses también te están buscando ―dice Emmanuel―. Le


están diciendo a todo el mundo cómo van a arrancarte el corazón y
dárselo a Chopper.

Chopper es el pitbull de Roxy.

―No hay forma de que ese perro sarnoso siquiera me lama ―gruño―.
Odiaba a ese maldito perro.

―¿No te gustaba compartir la cama con él? ―Emmanuel se ríe.

―Su aliento es peor que el tuyo ―le respondo―. Además, me parece


bastante extraño que ni siquiera ladrara la noche en que mataron a Roxy.
No hizo una mierda para salvarla, un perro guardián malo no sirve para
nada.

―Sí, eso es raro ―dice, sin mucho entusiasmo para discutir más el
tema.

Todos mis hombres me apoyan, pero a veces creo que uno o dos de ellos
tal vez no crean que yo no estallé en rabia y maté a Roxy con la botella de
vino. Como ahora, algo en el tono de Emmanuel me hace pensar que él
cree que la razón por la que Chopper no atacó es porque conocía al
atacante de Roxy a nivel personal... como porque vivíamos juntos en la
misma maldita casa.

―Programa una reunión con Maguire ―le digo―. Tenemos que poner
fin a esta mierda, yo no maté a Roxy y quiero saber quién lo hizo tanto
como él.

Emmanuel levanta una ceja oscura.

―No sé si estarán de acuerdo con eso ―dice―. E incluso si lo hacen...


podría ser solo para que puedan arrancarte el corazón.

―Hazlo de todos modos ―ordeno.


Había planeado hablar con mi padre a continuación, pero sigo teniendo
la molesta sensación de que no debería dejar a Clare sola por más tiempo.
Conduzco de regreso al Emporium y prácticamente corro escaleras arriba
hacia la suite.

―¿Ella todavía está ahí? ―le pregunto a Yury.

―Por supuesto ―dice, juntando sus manos fuertemente tatuadas


frente a él y mirando nerviosamente hacia el pomo de la puerta como si
lo estuviera haciendo dudar de sí mismo.

Entro en la habitación, sobresaltando a Clare, que está de pie junto a la


ventana mirando hacia la aburrida vista del estacionamiento.

―¿Estás pensando en saltar? ―le digo.

―O echar a alguien ―responde, frunciendo el ceño y cruzando los


brazos sobre el pecho.

Ja. Ella ha recuperado un poco de ánimo en la hora que me fui.

―No podrías levantar uno de mis dedos aunque quisieras ―digo.

―Crees que puedes hacerme lo que quieras solo porque tienes la


constitución de un gorila ―gruñe.

―Oh, no lo creo ―digo―. Sé que puedo.

Está tan enojada que todo su cuerpo está rígido como un recorte de
cartón.

―¿Cuál es tu plan para mí en este momento? ―ella exige.

―Vendrás conmigo.

―¿A dónde?

―A la casa de mi padre.

Eso parece sorprenderla. Sus hombros caen involuntariamente y su


boca se abre en una cómica forma de “o”.

―No tengo ropa limpia ―balbucea.


―Toma.

Le lanzo un paquete de ropa directamente a su pecho. Ella lo atrapa a


la ligera, con una mano.

Mientras desenvuelve la camiseta descolorida y los jeans, frunce


ligeramente el ceño.

―¿Estos pertenecían a...?

―No ―digo con brusquedad―. Es ropa de la hermana de Yury.

¿Está… celosa? ¿Le desagrada la idea de llevar la ropa de una mujer que me
importa?

―Ah ―dice, aliviada y un poco avergonzada.

Nunca vestiría a Clare con la ropa de Roxy. Ya siento que Roxy es un


fantasma enojado, siguiéndome a donde quiera que vaya, constantemente
me tiene mirando por encima de mi hombro.

Pero sé que ella no está enojada conmigo. Si los espíritus existen, Roxy
sería la única criatura en este planeta que sabe con certeza que yo no la
maté. Bueno, ella y Chopper, y quien sea que lo haya hecho realmente.

Aún así, esa pequeña irlandesa furiosa nunca estará tranquila hasta que
la persona responsable de su muerte, y la muerte de nuestro hijo, haya
pagado un alto precio por su crimen. Cuanto más sangriento y
prolongado sea su sufrimiento, más feliz será Roxy.

Clare se pone los jeans, los calcetines, la camiseta y los tenis que Yury
le proporcionó con tanta amabilidad. No puedo evitar sonreír al verla: la
hermana de Yury solo tiene quince años y la camiseta está adornada con
la portada de un álbum de K-Pop de color rosa brillante.

―¿Hablas en serio? ―dice Clare.

―Es eso o puedes ir desnuda ―le digo―. Estoy seguro de que puedes
adivinar cuál prefiero.

Ruborizándose, mete los pies en los tenis y me sigue.


Honestamente, se ve muy linda con la camiseta, y esos jeans se pegan a
su trasero de una manera que nunca podrían hacerlo en una adolescente.
No me interesan las adolescentes, me gusta una mujer con forma, y ella
tiene más curvas que una autopista. Me gustaría pasar mi lengua por cada
centímetro de ellas.

Pero no hay tiempo para eso en este momento.

La llevo a la ornamentada casa de estilo rococó de mi padre en las


afueras de Blackwood Park.

Este vecindario de majestuosas mansiones está a menos de siete


minutos en automóvil desde Warren, pero bien podría haber cruzado a
otro país. En Desolation, la riqueza y el poder residen a pocas calles de la
pobreza extrema. Mi padre se encuentra a horcajadas en la frontera;
invadiendo las galas de la élite cuando conviene a sus propósitos, pero
más cómodo entre los desesperados y depravados, la gente que te cortaría
el cuello por cincuenta dólares en un callejón oscuro.

Mi padre es la definición de codicia despiadada, no hay nada que no


haga para conseguir lo que quiere.

Solía poder lograr sus objetivos con los puños. Era un hombre tan
enorme y brutal como yo, un luchador feroz conocido como el dentista
por la cantidad de dientes que le había arrancado de la boca a la gente.
Aprendí del mejor. Podría tener el mismo apodo ahora, por razones
ligeramente diferentes...

Sus hombres le temían y lo adoraban. A veces, cuando estaban todos


borrachos, él boxeaba con ellos por diversión. Era una forma eficaz de
recordarle incluso a los más atrevidos por qué estaba en la cima del
montón.

Hasta que un grupo de armenios le disparó en un auto en Moscú.


Recibió ocho balas, incluida la que se alojó en la base de su columna
vertebral.

Los otros siete disparos apenas le molestaron más de lo que le tomó al


médico sacar el metal de su cuerpo.
Pero esa última bala le cortó la médula espinal y no hubo recuperación
de eso.

Ha estado en silla de ruedas desde entonces, incapaz de pararse,


caminar o incluso follar.

Como es de imaginarse, eso no ha mejorado su temperamento.

Soy el heredero de su imperio, el segundo al mando, y quien me puso


tras las rejas probablemente lo sepa.

Quien fue el autor intelectual del asesinato bien podría haber sido un
enemigo de mi padre. Saben que yo soy su músculo y su sucesor.
Demonios, incluso podrían haber sabido sobre el embarazo de Roxy. Solo
le habíamos dicho a nuestro círculo íntimo, pero ningún barco está a salvo
de las fugas. Si querían acabar con la línea Rogov, estuvieron muy cerca
de lograr su objetivo.

Mi padre sabía lo del bebé, y hasta el momento no me ha ofrecido ni


una palabra de consuelo. No es su estilo, nunca he escuchado palabras
cariñosas de él, ni siquiera cumplidos. Aún así, la pérdida de su nieto
debería haberlo marcado de alguna manera.

Mi resentimiento por esa omisión, incluso después de todos estos


meses, me sorprende.

No me alegro de estar de vuelta en esta casa. De hecho, lo detesto.

Lo único que no odio en este momento es a la mujer que sale del auto
detrás de mí.

Clare mira con asombro la enorme fachada de la casa, aunque debe


estar acostumbrada a mansiones más grandiosas que ésta. Probablemente
se esté preguntando en qué se diferencia el interior de la casa de un
gánster de las que ha visto antes.

Ella me sigue al interior, permaneciendo muy cerca y ligeramente


detrás de mi brazo derecho como una sombra desplazada.

Me gusta cómo se aferra a mí.


Probándola, me detengo un momento en la entrada. Efectivamente, ella
también se detiene, como un perro bien adiestrado que se pone de pie.

Mi polla se pone rígida en mis pantalones.

Me gustaría entrenarla para hacer tantas cosas...

Pero por ahora, se avecina un encuentro menos placentero.

La llevo directamente al estudio de mi padre.

Dado que estuve encerrado durante casi seis meses, uno pensaría que
mi padre podría mostrar un poco de emoción a mi regreso. En lugar de
eso, apenas levanta la vista del libro de contabilidad abierto en su
escritorio, solo me da una mirada de pasada y a Clare una mirada dura y
oscura, antes de escribir unas pocas líneas más y luego dejar su bolígrafo.
Él dice:

―¿Ésta es la hija de Valencia?

―Así es.

―¿Qué planeas hacer con ella?

―Usarla como ventaja ―le respondo.

Esto es parcialmente cierto, pero tengo muchos otros planes para ella,
antes de que siquiera piense en devolvérsela a su padre...

Mi padre parece intuir algo en ese sentido, porque me mira con sus ojos
azul pálido entrecerrados y el labio superior fruncido en una mueca de
disgusto.

―Secuestrarla fue... impulsivo ―dice―. Está atrayendo demasiada


atención de la policía.

―Me habrían buscado de todos modos ―digo―. Valencia no se tomó


la molestia de tirarme en ese maldito agujero solo para dejarme escapar
de nuevo.
―Rompió ocho de nuestras máquinas tragamonedas ―dice mi
padre―. Deberíamos enviarle su meñique para recordarle que tenga
cuidado con sus jodidos modales.

Clare se encoge aún más cerca de mí, tan cerca que puedo sentir sus
suaves senos presionando contra la parte posterior de mi brazo, e incluso
sentir el aleteo de su corazón mientras mira a mi padre, con los ojos muy
abiertos y aterrorizada.

Mi propio estómago hace una revolución larga y desagradable ante la


idea de sostenerla de la muñeca contra una mesa mientras uno de los
hombres de mi padre balancea un cuchillo en su mano.

Ella tiene unas manos hermosas, de color crema con uñas translúcidas
y dedos largos y elegantes.

De ninguna maldita manera, nadie los tocará, o cualquier otra parte de


ella.

Ella es mía para hacer con ella lo que desee.

Mía y de nadie más.

―Tengo mejores usos para ella ―digo, brevemente.

Mi padre guarda silencio, por su expresión está juzgándome.

―Hay una pelea en Yama esta noche ―dice―. Ilya estará ahí.

Ilya es una especie de corredor. De hecho, jugó un papel decisivo en la


intermediación de la alianza entre nosotros y el clan Maguire.

Curiosamente, ha sido muy difícil localizarlo desde que me encerraron


en la cárcel.

Puede esquivar mis llamadas telefónicas, pero no mi mano alrededor


de su garganta.

―Perfecto ―asiento con la cabeza―. Ahí estaré.

Con eso, cierro mi mano sobre la muñeca de Clare y la saco de la oficina.


Puedo sentir su alivio cuando dejamos la severa presencia de mi padre
y la opresiva penumbra de la casa repleta de obras de arte, alfombras,
estatuas y muebles. Los gánsteres siempre decoran demasiado, el impulso
de transformar la riqueza ilícita en pertenencias ostentosas es demasiado
fuerte para resistirse. Los jarrones y los cuadros son los adornos de una
vida legítima, más difíciles de recuperar que un montón de dinero en
efectivo.

―Así que no me vas a cortar el meñique ―dice en voz baja, una vez
que salimos de la casa.

―No.

Hace una pausa y luego pregunta:

―¿Por qué no?

Me doy la vuelta para verla, sus grandes ojos oscuros que me miran con
algo más que miedo… con genuina curiosidad. Esta jodida loca
psiquiatra, no puede dejar de analizarme ni por un segundo.

―Porque no quiero ―digo con brusquedad. Luego agrego―: Tengo


usos mucho más interesantes para esas manos.

La declaración sale brusca, como una amenaza.

Clare no se inmuta. De hecho, su pequeña y suave exhalación conlleva


más que alivio, tal vez, posiblemente, una pizca de emoción.

Ella está en silencio siguiéndome al auto, y luego dice:

―¿Qué le pasó a tu padre?

―Un disparo de un rival ―digo.

―¿Cuándo? ¿Estando en Moscú?

Asiento con la cabeza.

Casi tan pronto como mi padre se recuperó, en sentido figurado, por


supuesto, comenzó a llevarme a trabajar con él.
―Necesitaba que yo fuera sus ojos, sus oídos, y sus piernas ―le digo―.
Estaba paranoico, pensó que había un topo entre sus hombres.

Alguien que avisó a los armenios en dónde estaría el día que pasaron
por el mercado de Danilovsky en su Cadillac descapotable, disparándole
con dos ametralladoras.

Su reducción física lo enloqueció.

Necesitaba a alguien que actuara como su avatar, y aunque yo todavía


no había alcanzado toda mi fuerza o altura, sabía que pronto lo haría.

―¿Cuántos años tenías? ―pregunta Clare.

―Doce.

Ella retrocede, horrorizada.

―Ya medía casi dos metros ―le digo, como si mi mente hubiera crecido
junto con mi cuerpo. Como si no fuera todavía un niño por dentro―. Me
puso una pistola en la mano. Comenzó a capacitarme en su negocio,
primero con los conceptos básicos de extorsión, robo y vicio, luego me
llevó a sus prostíbulos, sus droguerías, los almacenes donde le rompió las
rodillas de los hombres que le debían dinero por deudas de juego.

Clare parece enferma, su reacción está agitando algo dentro de mí.


Escucho mi voz salir de mi boca sin pensar, sin un plan. Decirle cosas que
me decía que estaba bien, que eran aceptables, que era un buen negocio,
una buena crianza para un mafioso.

―Yo aún tenía doce años cuando me hizo estallar la cereza ―digo―.
No respecto al sexo, eso vino uno o dos años después con una de sus
putas. No, quería romper la gran barrera del mundo criminal, diciéndome
que cuanto antes lo superara, mejor. Quería que matara a un hombre.

Sus hermosas y pálidas manos se retuercen en su regazo. Ella me mira


de cerca, pero no dice una palabra para interrumpirme o desanimarme.

―Esperó a un buen candidato, alguien del vecindario que se convirtió


en un soplón de la policía. Sus hombres lo llevaron al mismo almacén,
donde el piso ya estaba manchado y los contenedores de basura en la
parte de atrás a menudo contenían partes de cuerpos envueltos en bolsas
de basura negras.

《El hombre era delgado, más bajo que yo, pero era un adulto con patas
de gallo alrededor de los ojos y cabello ralo, él estaba aterrorizado. Nunca
había visto a un hombre adulto suplicar y llorar, gimió como una niña,
sollozó, nos ofreció cualquier cosa si le perdonábamos la vida. A decir
verdad, me molestó.

Clare me mira, su pecho apenas sube y baja con su respiración.

―Mi padre dijo: 'Dispárale'. Apunté el arma y apreté el gatillo. Me


sorprendió el pequeño agujero que hizo en su pecho, pensé que eso no lo
mataría, que tendría que hacerlo de nuevo, pero se desplomó hacia
adelante y después de unos minutos murió.

Clare finalmente exhala, un suspiro largo y similar al último suspiro del


moribundo, recuerdo ese sonido claramente. Además de los zapatos
desgastados que llevaba en los pies, y cómo tenía un corte en la barbilla,
como si se hubiera cortado al afeitarse esa mañana.

―Eras un niño ―dice Clare―. No tenías elección.

La miro a los ojos, sin pestañear.

―Tenía una opción ―le digo―. Solo había un dedo en ese gatillo.

Su cabeza da una sacudida casi imperceptible.

―¿Lo odias? ―me pregunta.

Ella se refiere a mi padre.

―Por supuesto que no.

Frunce levemente el ceño.

―Dijiste que mi padre era un mentiroso y un asesino, que él causó la


muerte de Roxy.

―¿Qué hay con eso?

―¿No es tu padre lo mismo?


Resoplo, poniendo en marcha el motor del auto.

―Ésta no es una batalla del bien contra el mal, Clare. No hay bien ni
mal. Están todos conmigo o todos en mi contra. Puedes adivinar de qué
lado cae tu padre. En cambio, te estoy dando la oportunidad de estar
conmigo porque no quieres estar junto a tu padre cuando le ponga
napalm en la cabeza.
10
Clare
Constantine está absolutamente convencido de que mi padre mató a
Roxy, no tiene ninguna duda de que él es culpable. Yo, en cambio, no
estoy convencida.

Me digo a mí misma que no va a lastimar a mi padre, en realidad no.


Descubriremos quién la mató y por qué, y cuando lo hagamos, tendrá que
renunciar a su implacable persecución y su deseo de venganza contra mi
padre.

Constantine hace una llamada telefónica y, aunque habla en ruso


rápido, estoy bastante segura de que está conversando con uno de sus
soldados, escucho ese tono que tiene cuando ladra órdenes.

Produce un rubor en mi pecho y cuello que me avergüenza y me


alarma. ¿Por qué demonios tiene este efecto en mí, cuando no lo quiero,
cuando intelectualmente lo odio? Es un criminal, un bruto, me ha hecho
cosas escandalosas y me ha amenazado con cosas peores. Debería
despreciarlo.

Sin embargo, me encuentro presionando mis muslos con fuerza para


tratar de aliviar el latido entre ellos, girando mi rostro hacia la ventana
para que él no vea el color en mis mejillas.

―Nos vemos ahí ―dice Constantine en inglés, finalizando la llamada.

Conducimos por las concurridas calles de Desolation en otro auto


prestado, este con vidrios polarizados. Me pregunto cómo es vivir así día
tras día, la vida de un nómada. Sin ningún lugar en donde echar raíces,
ningún lugar real al que llamar hogar. Esta noche, podría volver al club
de sexo o acampar en la casa de un amigo, o probablemente tenga una
casa de seguridad o algún lugar a donde podamos ir. Está claro que no le
faltan recursos a su disposición, pero , ¿alguna vez tendrá un lugar donde
realmente pueda establecerse? ¿Podrá volver a caminar por las calles a
plena luz del día?

¿Yo lo haré?

―¿Alguna vez has estado en una pelea, pajarito? ―me pregunta.

―¿Una pelea? ¿Qué quieres decir?

Sus labios se arquean como lo hacen a veces cuando digo o hago algo
que lo divierte, lo que honestamente sucede con bastante frecuencia.

―Una pelea, Clare. Como personas que se golpean.

―¿Como deporte?

Se encoge de hombros, claramente indiferente al concepto de personas


que se golpean entre sí por otras razones. Esto no me sorprende, pero
sigue siendo inquietante. Su visión casual de la violencia me pone
nerviosa.

―No ―digo honestamente―. Nunca había visto ningún tipo de pelea


antes, en un ring o de otra manera. ―Me acaricio la barbilla
pensativamente, escudriñando mis recuerdos―. Bueno... quiero decir,
una vez cuando estaba en séptimo grado, algunos chicos se pelearon por
algo y se agarraron a golpes, pero se disolvió antes de que alguien
realmente se lastimara.

―¿Se pelearon por ti?

Lo miro, boquiabierta.

―¿Por mí?

Da un giro, con los ojos todavía en la carretera, pero se pone un poco


tenso.

―Actúas como si el concepto mismo fuera absurdo.


―Porque lo es.

Él alcanza mi rodilla y me da un apretón no muy suave.

―Ya es suficiente.

¿De qué? Quiero preguntarle, pero no lo hago. Se me atasca en la


garganta y me hormiguea la nariz, y no sé exactamente por qué.

No tiene que decirlo en voz alta, pero él lucharía por mí, no hay duda.
Ya amenazó a uno de los hombres y me defendió frente a su padre.

¿Por qué?

―Has vivido una vida sobreprotegida, pajarito.

Miro por la ventana y asiento.

―Lo he hecho.

Conducimos en silencio durante largos momentos. Las diferencias


entre nosotros parecen abismales.

Tomo un mechón de mi cabello, todavía mirando por la ventana,


cuando finalmente habla de nuevo.

―Esta noche, verás una pelea diferente a todo lo que hayas visto antes.

Me giro hacia él y parpadeo.

―¿Atacarás a alguien?

Una triste sonrisa cruza sus rasgos antes de volver a endurecerlos.

―No, Clare. Si estuviera planeando un ataque, no vendrías conmigo.

¿Por qué?

La pregunta vuelve a aparecer en mi mente, pero no puedo decirla en


voz alta. Estoy en un lugar con él donde necesito mirar y escuchar,
observar. Algo me dice que me llenaré de respuestas, y pronto.
―Esta noche irás conmigo a Yama. En inglés, significa 'el pozo'
―continúa, dando un giro por una calle estrecha y poco iluminada llena
de autos.

―Está bien, entonces ese no suena como un lugar agradable,


podríamos comprar algunos cócteles ―murmuro, para cubrir el martilleo
de mi corazón. ¿El pozo?―. El pozo me hace pensar en Edgar Allen Poe.

―El Pozo y el Péndulo ―dice en voz baja―. Mi favorito.

Él sigue sorprendiéndome. Primero, su borde sorprendentemente


suave, su aprecio por la buena comida. Y ahora, ¿es un aficionado a Edgar
Allen Poe?

―¿Te gusta Poe?

―Por supuesto. ¿Porqué no habría de gustarme? ―Gira por otra calle


y los autos estacionados pasan a nuestro lado tan rápido que mi estómago
se aprieta y se revuelve. Nos adentramos en el corazón del centro de la
ciudad y nunca había estado cerca de este lugar, incluso me sorprendo a
mí misma cuando me doy cuenta de que en realidad me siento aliviada
de que él esté conmigo. Este no es un lugar donde una chica como yo
debería caminar sola, pero junto a él, nadie me tocará.

Me encojo de hombros.

―Dicen que no debes juzgar un libro por su portada, pero te he juzgado


mal.

―Qué vergüenza, doctora. Deberías saber que no es bueno sacar


conclusiones precipitadas. ―Por alguna razón que no puedo descifrar, su
tono de regaño me hace sentir un poco tímida y me retuerzo.

―Ah, el sonrojo de una verdadera sumisa ―murmura, casi para sí


mismo.

―No me estoy sonrojando ―protesto, dándome la vuelta por completo


para que no vea la forma en que mis mejillas se encienden. No sé si me
gusta que me llame sumisa, no estoy del todo segura de saber lo que eso
significa, pero no suena como algo con lo que me identifique.
―Lo haces, pajarito. Me encanta la forma en que tus mejillas se colorean
así. Espero saber que yo soy la razón por la que te sonrojas.

Mi cuerpo se enciende, consumido por el pensamiento de él haciendo...


lo que sea que haga para hacerme sonrojar. Dios.

―Habla libremente, Constantine.

―Digo la verdad, Clare.

Tengo que cambiar de tema.

―¿Qué has leído de Poe?

―Todo, y repetidamente.

―Oh, wow.

Reduce la velocidad y se detiene en un semáforo.

―Tenía una niñera que me dio las obras recopiladas en una versión
encuadernada cuando tenía diez años. Entonces era demasiado joven para
apreciar lo brillantes que eran.

―Yo igual.

―En DesMax, los descubrí en inglés y fue casi como leerlos todos por
primera vez.

―Oh, wow. ¿Las traducciones son tan diferentes?

―Hay muchas traducciones, pero la mayoría carecen de... matices, creo


que dirías.

Miro por la ventana y murmuro en voz baja para mí misma:

―'Las palabras no tienen poder para impresionar la mente...

―…sin el exquisito horror de su realidad' ―él termina. Una cita de Poe.

Estoy en un auto con un convicto fugitivo, como su prisionera, teniendo


una conversación más entretenida que la que he tenido en cualquier cita.
La ironía es sorprendente.
Conducimos en silencio durante largos minutos. Cuando él habla, casi
salto, pero me detengo justo a tiempo. Ya me dice su pajarito, no me
asustaré como uno.

―Yama es el ring de combate subterráneo dirigido por Petrov.


Probablemente no hace falta decir que las peleas clandestinas se llevan a
cabo sin aprobación legal, y la gente las realiza en una propiedad privada
de manera ilegal.

―¿Quién hace las reglas?

Un músculo hace tic en su mandíbula.

―Por lo general, no hay reglas. Los luchadores llegan y no saben a qué


oponente se enfrentarán.

―Entonces, sin su legalidad, no hay impuestos... ni nadie para regular


el flujo de dinero.

―Precisamente. Grandes sumas de dinero cambian de manos.

―¿La gente muere ahí?

Hace una pausa antes de responder. Frunciendo el ceño, miro mientras


pasa fácilmente por las estrechas filas de autos y gira bruscamente a la
izquierda antes de estacionar el auto.

―Sí.

―Guau, y estamos aquí porque...

―Por muchas razones. Eres una chica inteligente. Tienes doctorado,


¿no? Escuchemos tus teorías.

No sé si me siento halagada o insultada. Respiro, luego lo dejo salir de


nuevo.

―De acuerdo, te dijeron que Petrov mantuvo alejados a los irlandeses


de aquí, y ellos fueron los únicos que te creyeron culpable del asesinato
de Roxy.

―Sí.
―Así que aquí estás a salvo del contragolpe de los irlandeses. Es
probable que sea el lugar más seguro, porque las únicas personas que
podrían causarte un daño real serían... bueno, las autoridades legales.
¿No?

―Correcto.

―Y como crees que fue mi padre quien te incriminó, vas a querer


empezar a hacer algunas preguntas.

―No lo creo, Clare. Lo sé.

No respondo a eso, está mucho más seguro que yo. Me gusta pensar
que mi padre sigue siendo inocente y pensar que tenemos la posibilidad
de que no muera a manos de Constantine, el solo pensamiento me
enferma.

―¿Has venido a hacer preguntas o algo así, supongo?

―Sí, tengo que demostrarles a los irlandeses más de lo que tengo que
demostrarle al sistema judicial que yo no fui el responsable de la muerte
de Roxy. Los irlandeses me matarán antes de que me vuelvan a poner bajo
custodia.

―Entonces, ¿qué pasa si... si obtienes la... justicia que buscas? ―Mi
estómago se revuelve―. Y eres reivindicado por lo que sea que el crimen
organizado te amenace.

―¿Sí?

―¿Entonces qué?

El niega con la cabeza.

―Deberías saber una cosa que nos diferencia a los dos, Clare. Gente
como tú: acomodada, rica, nacida con una cuchara de plata en la boca.

Me encojo interiormente.

―Sus vidas están planeadas. Sus padres saben a qué escuelas irán antes
de que ustedes nazcan. Saben que irán a la universidad y, en algunos
casos, con quién se casarán, y la lista continúa. ¿La gente como yo? ―El
niega con la cabeza―. Vivimos el día a día. No he pensado en lo que
sucederá a continuación, porque la luz frente a mí solo llega hasta mi
próximo paso. Mi siguiente paso es entrar en ese club y reivindicarme.

Cualquier día podría ser el último día que viva, me pregunto si


encuentra el concepto aterrador o liberador. Quizás ambos.

―Quédate en el auto hasta que yo vaya a tu lado a buscarte.

Guau. ¿Ni siquiera quiere que abra la puerta y salga del vehículo sola?
Encantador.

Ni siquiera pienso en desobedecerlo. En este momento, mi propia vida


depende de obedecerlo.

Me estremezco cuando se abre la puerta del pasajero.

―Te asustas tan fácilmente, pajarito ―dice con un triste movimiento


de cabeza―. ¿No sabes que estás a salvo conmigo?

―¿A salvo con el hombre que me secuestró? No.

Pero estoy mintiendo, nunca me había sentido tan segura en mi vida.


Caminar al lado de Constantine es como caminar al lado de un semidiós:
nunca he visto a alguien de su tamaño y fuerza, su ferocidad. Aunque es
un imán para el peligro, no puedo imaginarlo herido o muerto. Por
extensión, me siento igual de invencible.

Disminuye el ritmo para que yo pueda seguirle el paso; de lo contrario,


casi corro porque es mucho más alto que yo.

―Quédate a mi lado y no hables a menos que te hablen.

―Eso suena muy medieval. ¿Soy tu siervo?

―Eres adorablemente nerd, eso es lo que eres.

―Aww, nadie me había llamado así antes.

Me da una sonrisa torcida, y un destello brillante de dientes antes de


que rápidamente se ponga serio.
―Lo digo en serio, Clare. Quédate a mi lado, no hables con nadie, y no
respondas preguntas, me seguirás para que pueda mantenerte a salvo.

Asiento con la cabeza.

―Entiendo.

El pozo tiene la misma vibra que el club de sexo, solo que cuando
entramos, no es tan opulento. En cambio, está tan sucio por dentro como
por fuera. Con poca luz, huele levemente a sudor y goma, como un
gimnasio muy usado. La gente pasa a nuestro lado ajena a quiénes somos,
vestida con todo tipo de ropa, desde jeans rotos y camisetas descoloridas
hasta tacones y minifaldas.

―Jesús, hijo de puta. ―Alguien se acerca a Constantine y le golpea la


espalda―. ¿Escuché que te escapaste y que te llevaste a la hija de
Valencia? Es jodidamente increíble.

Constantine golpea el puño del tipo y luego me arrastra. Supongo que,


como hija de Valencia, podría no ser la persona más popular aquí.

A nuestro alrededor, la gente lo felicita, lo saluda, lo recibe como si


fuera un soldado de la guerra. Es un poco impresionante, es claramente
un hombre de relevancia aquí.

―Señor Rogov, Petrov envía sus más cálidos saludos ―dice un tipo
rubio corpulento y fornido cuando llegamos a uno de los rings
abarrotados―. Está ocupado esta noche, pero dice que pronto te
alcanzará.

Constantine asiente.

―Dile a Petrov que eso me gustaría.

La expresión de su rostro me dice que es mentira, y no hace falta ser un


científico espacial para averiguar por qué. Cualquier hombre que dirija
un lugar como este debe ser cruel y despiadado.

Pero ahí voy a hacer juicios de nuevo, y hasta ahora, he sido una jueza
realmente mala.
Hay un snack bar a lo largo de una pared con grandes recipientes de
palomitas de maíz y cervezas espumosas, y a lo largo de otra pared, una
barra larga donde los meseros sirven bebidas.

―¿Dónde están los luchadores? ―Prácticamente tengo que gritar por


encima del ruido de la multitud.

―Estamos entre peleas. Espera y verás.

Parpadeo, sorprendida de encontrarnos en una habitación diferente a


la arena principal. Escucho a algunos hombres y mujeres hablar ruso en
un rincón y en otro, palabras en italiano. Me imagino que este es un lugar
de encuentro para la red clandestina de criminales.

La gente vitorea cuando entra Constantine y alguien vuelve a golpearlo


en la espalda. Yo estaría amoratada después de todos esos golpes en la
espalda, pero él solo sonríe y saluda a todos, quienes parecen
genuinamente felices de tenerlo de vuelta.

―Me alegro mucho de que te escaparas ―dice una pequeña rubia con
tacones que desafían a la muerte―. Sabía que eras inocente.

Constantine asiente.

―Gracias.

―Le hemos dicho a todos los que conocemos ―dice un tipo alto,
delgado, pero de aspecto letal, de otra esquina―. Estamos difundiendo la
palabra de tu inocencia.

―A los únicos a los que tienes que ver son a los malditos irlandeses
―dice un tipo corpulento con una cicatriz blanca en la barbilla―. Están
dispuestos a matarte, hermano.

―Lo sé.

―Tendrás que llegar a ellos primero ―dice alguien más―. Estás a


salvo aquí.

―Escuché que Petrov mantuvo fuera a los irlandeses.


―A algunos irlandeses. McCarthy tiene permitido entrar cuando visita
Estados Unidos.

Constantine asiente.

―Por supuesto.

Así que parece que hay buenos irlandeses y malos irlandeses, a sus ojos.
A los ojos de todos ellos, realmente.

―Lamento lo que le pasó a Roxy ―dice una bonita pelirroja―. Eso fue
horrible.

―Lo fue ―responde Constantine―. Y el responsable pagará.

Las reafirmaciones vienen por todas partes, los aplausos y acuerdos de


todos lados.

Mi estómago se aprieta.

Si lo que dice es correcto... que mi padre, el hombre probablemente


responsable de enviar a algunas de estas personas aquí a la cárcel... ¿es
realmente culpable de incriminar a Constantine? Él está muerto, no hay
forma de que escape de un anillo literal de vigilantes clandestinos.

―Ahí estás, jefe ―dice uno de los hombres de Constantine,


alcanzándonos. Es Yury, el que está prácticamente empapado en tinta, el
que me odió por su hermano. Estaba aterrorizada cuando Constantine lo
dejó encargado de protegerme, pero no debería haberme preocupado, sus
hombres parecen demasiado leales y demasiado bien entrenados para
desobedecer sus órdenes, y dejó en claro que nadie me va a poner la mano
encima.

Un segundo soldado se une a nosotros un momento después, éste es


alto y de cabello oscuro. Me lanza una mirada evaluativa que no disfruto
particularmente, sus ojos se arrastran por mi cuerpo dentro de la ridícula
camiseta rosa.

―Oh, primo ―se ríe―. Ahora entiendo por qué tuviste que llevarte a
la chica contigo en tu fuga...
Constantine frunce el ceño, apoyando una pesada mano en la parte baja
de mi espalda. El gesto posesivo me hace sentir extrañamente
reconfortada en esta apretada presión de criminales y gánsteres.

―Silencio ―le dice a su primo―. No quiero llamar la atención sobre


ella.

Una mirada irritada cruza por el rostro del primo, pero Constantine no
la ve o no le importa. Su atención se ha centrado en un hombre fornido
con un traje de raya diplomática y una cabeza calva tan pulida como una
bola de boliche.

―Cuídala por un momento ―le dice Constantine a Yury.

Sin esperar una respuesta, se abre paso entre la multitud, plantándose


frente al hombre calvo antes de que pueda escapar, y escapar es
precisamente lo que el hombre parecía tener la intención de hacer: veo la
sorpresa, la ansiedad y la desesperación pasar por su rostro, antes de
suavizar esas emociones y saludar a Constantine con una sonrisa falsa.

―¡Ahí estás, amigo mío! No esperaba verte por aquí, con todos los
policías de la ciudad buscándote.

―Estoy seguro de que no ―gruñe Constantine―. Me has estado


evitando, Ilya.

―¡Para nada, mi amigo! Pero ya sabes, las cosas están muy delicadas
en este momento con los irlandeses y...

―Soy perfectamente consciente de lo delicado que es, lo que quiero


saber es por qué. ¿Quién sabía de nuestro trato? ¿Quién preguntó por ahí?
Todo el mundo viene a ti, Ilya, no me bloquees...

―Sabes que nunca le diría una palabra de tus asuntos a nadie...

―A menos que el precio sea el correcto ―gruñe Constantine.

No soy testigo de las continuas protestas de Ilya, porque el primo de


Constantine se para delante de mí, cortándome la vista. No ayuda que la
primera pelea aparentemente haya comenzado en la habitación contigua;
por encima de los gritos y aullidos de la multitud, ya no puedo escuchar
a escondidas.

―Entonces eres loquera ―dice el primo.

―Soy psiquiatra, sí ―respondo brevemente.

―Entonces, analízame.

―Emmanuel... ―Yury dice en un tono de advertencia.

Emmanuel lo ignora, sus ojos oscuros están fijos en mi rostro con burla
y desafío a partes iguales. Su rostro está sonrojado, y creo que veo una
pequeña capa de polvo blanco alrededor de sus fosas nasales. Sé lo que
eso significa: dar un golpe en el baño era tan común como cambiar un
tampón con las chicas con las que crecí.

―El análisis psicológico no es un truco de fiesta ―digo―. Puede llevar


años profundizar en la psique de alguien, y eso es con la total cooperación
del paciente.

―Eso es gracioso ―dice Emmanuel―. Porque yo puedo evaluarte en


cinco minutos. Supongo que debería haber sido psiquiatra.

―¿Oh, en serio? ―digo, con frialdad, tratando de mirar alrededor de


su hombro para ver si Constantine regresa. No me gusta lo cerca que está
Emmanuel, o la forma en que sonríe maliciosamente mientras me mira.

―Reconozco a una niña rica y malcriada cuando la veo ―dice


Emmanuel―. Tratando de alejarse de mí, deseando no tener que respirar
el mismo aire que nosotros los campesinos. Bueno, ahora estás en nuestro
mundo, princesa, y aprenderás por las malas que somos más inteligentes
que tú, más fuertes que tú, y podemos hacer lo que queramos contigo...

Yury se aclara la garganta, otra advertencia que Emmanuel ignora.

Constantine todavía está hablando con Ilya.

Es gracioso, a Constantine le gusta recordarme que estoy mimada, pero


no me molesta tanto viniendo de él. Tal vez porque no me vilipendia
como una de la élite, mientras que Emmanuel parece que le gustaría
pelarme la piel con las uñas.

Tomando una respiración profunda, cuadro mis hombros y miro


directamente a su cara.

―Si eso es lo mejor que puedes hacer, será mejor que te ciñas a tu
trabajo diario ―le digo―. Estoy perfectamente feliz de estar aquí esta
noche, de hecho, lo estoy disfrutando bastante. Desde una perspectiva
médica, se muestra una fascinante variedad de comportamientos socio-
divergentes. Tú, por ejemplo, pareces estar compensando en exceso los
sentimientos de insuficiencia física, lo cual es comprensible con todos
estos hombres poderosos que te rodean. Sin embargo, vuelves esa
agresión hacia mí, una de las únicas mujeres presentes, lo que me hace
pensar que también puedes estar compensando la insuficiencia sexual.

Su rostro se pone rígido y pálido con cada palabra que sale de mi boca,
y no ayuda que Yury deje escapar un suave pero perceptible bufido de
diversión.

―Tú, pequeña perr… ―empieza a decir Emmanuel, antes de que


Constantine se nos vuelva a unir y se quede instantáneamente en silencio.

―¿Qué dijo Ilya? ―le pregunta Yury, cambiando rápidamente de tema


antes de que Constantine pueda notar la tensión cargada como resorte
entre nuestro pequeño grupo.

―Un montón de mierda ―dice Constantine―. Llama a Remo, dile que


venga aquí y lo siga a donde quiera que vaya, que se pegue a él como una
sombra. Si se encuentra con alguien, si hace una llamada telefónica,
incluso un mensaje de texto, que robe su maldito teléfono y que vea a
quién le advierte. Ya sacudí el árbol, y va a dejar caer algunas jodidas
manzanas.

―De acuerdo, jefe ―dice Yury, agachándose para llamar a esta persona
Remo.

Constantine lanza una mirada aguda a Emmanuel, como si tal vez no


se hubiera perdido la tensión entre nosotros después de todo.
―Ve a traernos algunas bebidas ―ordena.

Puedo decir que a Emmanuel no le gusta que le ordenen como un


mesero ni un poco, pero él simplemente asiente y se dirige hacia la barra.

―Mis disculpas ―dice Constantine―. Nos perdimos la primera pelea.


No te preocupes, tengo excelentes asientos para...

Se corta cuando alguien lo golpea por detrás, se mueve sobre sus pies
pero no pierde el equilibrio. Empieza a balancearse, luchando contra los
hombres que se le abalanzan desde todas las direcciones.

Antes de que pueda gritar, o de que pueda siquiera abrir la boca,


Constantine me empuja con fuerza hacia la multitud, fuera de peligro.

El movimiento le cuesta un momento de atención que paga con un


brutal corte de un cuchillo en su bíceps y la sangre salpica el suelo de
cemento como un cuadro de Pollock.

―¡Constantine! ―grito salvajemente, tratando de ver a través de la


masa de cuerpos mucho más altos que yo.

No puedo decir quién está peleando con él, quién lo está ayudando y
quién está tratando de escapar antes de ser atrapado el filo de un cuchillo.
Veo al menos tres cuchillos, atacándolo desde todas las direcciones.
Constantine patina y rueda con una agilidad que difícilmente parece
posible para un hombre de su tamaño.

Uno de los hombres lo corta en la cara, aullando maldiciones, y


Constantine golpea con fuerza el brazo del hombre con la mano, haciendo
que el cuchillo caiga por el suelo con estrépito.

―Maldito Rogov ―gruñe uno de los atacantes. ¿Es irlandés? ¿Se han
infiltrado los irlandeses en el ring de lucha?

Constantine lanza a uno de sus atacantes contra otro, pero dos más
avanzan, aullando como demonios. Dios, son implacables.

En cualquier momento, espero que los mate. Que les dispare, o que les
corte la garganta, o al menos asestarles un golpe.
Pero no lo hace.

Desvía cada golpe, esquivando y golpeando expertamente, con sus ojos


apartándose de sus atacantes una vez más para encontrarme entre la
multitud.

Estoy bien, quiero decirle. Concéntrate en ti.

Esquiva de nuevo, luego rueda por el suelo justo cuando el más joven
de los hombres le clava el cuchillo en el pecho.

―¡Constantine! ―Yury grita, abriéndose paso a empujones a través del


cuerpo a cuerpo y embistiendo al atacante. Yury lo golpea desde un
costado y lo derriba al suelo. Constantine se lanza sobre él, envolviendo
su grueso brazo alrededor del cuello del hombre, haciéndole una llave en
la cabeza.

En este punto, varios tipos más corpulentos y con aspecto de gorila


irrumpen, gritando:

―Malditos irlandeses. ¡Alerten a Petrov!

Los atacantes se dispersan. Me imagino que estarán muertos si Petrov


los atrapa aquí. Hay tanta gente aquí, tanto ruido, que casi todos escapan,
excepto el que fue atrapado colgando como un ratón en una trampa por
el fornido brazo de Constantine.

Solo entonces Emmanuel vuelve a unirse a nosotros, sosteniendo una


botella de cerveza en cada mano.

―¿Qué demonios? ―él dice―. ¿Qué pasó?


11
Constantine
Arrastro a Niall Maguire hacia las puertas, con mi brazo envuelto
alrededor de su cuello en una llave.

Petrov y cuatro de sus hombres nos interceptan.

En todo caso, Petrov está más furioso que yo, su rostro está
congestionado de sangre y sus dientes al descubierto mientras le gruñe a
Niall.

―¿Te atreves a intentar matar a un Bratva en mi club? Le dije a tu padre


que todos ustedes estaban expulsados.

Petrov no me defiende simplemente porque los dos somos Bratva. Él


tiene sus propios problemas con los Maguire de todos los combates que
han arreglado con los luchadores irlandeses. En estos días, los únicos
irlandeses que permitirá pasar por la puerta son a los McCarthy.

Niall no le responde a Petrov. Sus ojos están fijos solo en mí, inyectados
en sangre y furiosos, mientras gira su rostro hacia arriba para gritarme.

―Te seguiremos a donde sea que vayas. Nunca estarás a salvo, incluso
después de que mueras, Roxy te encontrará en el otro mundo y te hará
pedazos el alma…

Lo interrumpo apretando mi brazo alrededor de su garganta,


convirtiendo sus amenazas en un gorgoteo ahogado.

―Yo me ocuparé de él ―le digo a Petrov.


Petrov reflexiona, con la mandíbula crispada de ira. Por un lado, este es
su ring, y los Maguire lo transgredieron en contra de su advertencia. Por
otro lado, tenerlo conmigo me da el noventa por ciento del derecho y
tendrá que sacarlo de mis manos si quiere castigarlo él mismo.

Además, la pelea principal está por comenzar. Petrov tiene apuestas


que tomar, bebidas que vender y muchos otros conflictos potenciales que
resolver en la arena.

―Puedes usar el sótano ―ofrece a regañadientes.

―Perfecto.

Bajo a Niall por los escalones de cemento tenuemente iluminados,


seguido de cerca por Yury y Emmanuel, que está escoltando a Clare con
nosotros. Por primera vez desde que nos saqué de la prisión, sus ojos se
mueven rápidamente en busca de las salidas, como si quisiera escapar.

El sótano es un lugar sombrío y húmedo, tan sucio y oscuro que casi


hace que Yama parezca lujoso en contraste. El espacio sin ventanas está
iluminado por una sola bombilla, la luz gira hacia la izquierda y hacia la
derecha mientras la bombilla se balancea de su cable, lo que hace que se
sienta como si toda la caja de concreto se balanceara.

―Párate ahí ―le digo a Clare, señalando el rincón más alejado―. No


te muevas y no hables.

Pálida y asustada, camina obedientemente hacia la esquina, con


Emmanuel a su lado.

Dejo a Niall en una silla plegable de metal, las patas oxidadas casi
colapsan bajo su peso.

―Jodidamente te atraparemos ―gruñe Niall, con saliva saliendo de sus


labios―. No me importa si me matas. Mi padre vendrá por ti, mis tíos y
mis primos... hay cientos de nosotros y nunca nos detendremos...

―Soy muy consciente de que los irlandeses se reproducen como


conejos ―me burlo, molesto por el corte profundo en mi bíceps cortesía
del cuchillo de Niall.
Por otro lado, siento algo cercano a la lástima, fue una jodida locura que
me atacara. Niall es un luchador decente, pero apenas mide un metro
ochenta, es de complexión delgada y solo tiene veinte años. Es el hermano
pequeño de Roxy, y nos conocemos lo suficiente como para que él sepa
que sus posibilidades en una pelea contra mí son jodidamente nulas.

A pesar de su fanfarronería, puedo decir que está aterrorizado,


temblando como una hoja en el viento. Él absolutamente debería tenerlo.
Estos malditos irlandeses han sido como una manada de ratas
rodeándome por todas partes. Debería retorcerle el cuello ahora mismo,
pero Roxy siempre defendió a su hermano pequeño, incluso cuando
actuaba como un idiota total, ella no querría que lo lastimara.

―Escúchame ―le digo, mi tono es más serio que nunca―. Yo no maté


a Roxy.

Niall hace un sonido de burla.

Antes de que pueda decirle algo, Yury lo golpea en la mandíbula con


un puñetazo que empuja la silla hacia atrás, y la base del cráneo de Niall
conecta con el cemento.

Clare grita:

―¡Detente! ¡Es solo un niño!

Se separa de Emmanuel corriendo hacia mí, prácticamente tirándose


encima de Niall para protegerlo.

―Aléjate de él ―le gruño.

―¡No! ―Clare llora―. ¡No voy a quedarme aquí y ver cómo lo torturas!

La agarro del brazo y la levanto de un tirón, haciéndola girar para


mirarme. Apunto mi dedo directamente a su cara, siseando:

―No interfieras en mis asuntos.

Clare retrocede, aterrorizada por la expresión de mi rostro. Emmanuel


vuelve a agarrarla más bruscamente de lo necesario y la arrastra de vuelta
a la esquina y no lo reprendo.
Ella necesita aprender su lugar, no porque hayamos hablado de libros,
le da margen para desafiarme.

También le lanzo una mirada a Yury, diciéndole en silencio que se


tranquilice. No por Clare, sino porque no tengo ninguna intención de
romperle el cráneo a Niall, al menos no en este momento.

Apesadumbrado, Yury vuelve a enderezar la silla. Niall se desploma


hacia adelante con una expresión aturdida y sangre corriendo por un lado
de su boca. Su cabello color arena le cae sobre la cara y sus ojos azules
están desenfocados.

―No te lo voy a decir de nuevo ―le digo a Niall, en voz baja―. Yo no


lastimé a Roxy, y se lo demostraré a tu padre, pero necesito tiempo, e
información.

Niall parpadea hacia mí, no puedo decir si está medio consciente por el
golpe en la cabeza o si está considerando mis palabras.

―¿Roxy seguía viendo a Evan Porter? ―le pregunto ―. No me importa


si lo hacía, pero necesito saber la verdad.

Evan es el ex novio de Roxy. No estaba nada feliz cuando ella rompió


su relación para aceptar los términos de nuestro contrato matrimonial. Es
solo un estafador de poca monta, nadie a quien Connor Maguire le
hubiera permitido casarse con su hija ya estando yo o no en la foto, pero
es violento, y puede haber estado lo suficientemente enojado como para
descargar su rabia contra Roxy y conmigo.

―No ―murmura Niall a través de los labios hinchados, después de un


momento―. Ella sabía que mi padre no lo habría permitido.

Posiblemente es cierto. Connor Maguire es un hombre intimidante,


severo y autoritario con sus dos salvajes hijos. Aún así, no habría sido la
primera vez que Roxy lo desafiara.

―¿Viste a Roxy la semana antes de su muerte? ―le exijo a Niall.

Está empezando a recuperar su ingenio y, con eso, su oposición a


ayudarme de cualquier forma.
―No me vas a engañar haciéndome pensar que te importa una mierda
―se burla―. Esta mierda del inspector Clouseau no está engañando a
nadie...

Yury da un paso adelante de nuevo y hago un silbido para recordarle


que retroceda, Yury me mira confundido. Por lo general, este sería el
punto del proceso en el que le arrancaríamos las uñas con unos alicates.

Bueno, tiene razón.

Avanzando, agarro a Niall por el cuello y lo levanto de la silla, con los


pies colgando en el aire.

―Puede que no haya matado a Roxy, pero te romperé el maldito cuello


si no me respondes ―gruño, directamente en su cara―. Estoy tratando
de hacerle una cortesía a tu familia. Si me obligan, los masacraré hasta el
último de ustedes, a cada tío, y cada primo.

Niall farfulla algo que no puedo distinguir, porque su rostro está


morado, y sus labios se vuelven azules. Aflojo mi agarre una fracción.

―Sí ―jadea―. La vi tres días antes.

―¿De dónde sacó el vino? ―exijo.

―¿Qué... qué vino? ―jadea, con los dedos de los pies arañando el suelo
mientras lo mantengo en alto con un brazo, mi mano sigue sujetando su
garganta.

―¡El vino que bebimos esa noche! ¿Dónde lo consiguió? Era caro, un
Chateau Margaux. ¿Fue del sótano de tu padre?

―Él no, no bebe…

Lo dejo en el suelo para que pueda hablar un poco más claro, pero no
aparto la mano de su garganta.

―¡Él no bebe vino! ―Niall jadea―. Solo whisky.

Suelto a Niall, permitiéndole colapsar hacia atrás en la silla.


Puedo oír el gemido de alivio de Clare al otro lado de la habitación,
aunque no la miro.

―Llévalo a casa ―le digo a Yury.

―¿No deberíamos quedarnos con él? ―dice Yury―. ¿En caso de que
Maguire vuelva por ti?

―Creo que deberíamos matarlo ―dice Emmanuel rotundamente―.


No se puede razonar con ellos, y a Petrov no le gustará que lo dejes ir tan
fácilmente.

―No me importa lo que quiere Petrov ―digo―. Esto es entre los


Maguire y yo. ―Luego, frente a Niall, agrego―: Dile a tu padre que si yo
hubiera matado a Roxy, también te habría matado a ti. Le dices que quien
quiera que haya hecho esto quiere una guerra entre nosotros y que él está
cayendo en su juego. No les voy a dar lo que quieren.

Muevo la cabeza hacia Clare.

―Tú. Aquí. Ahora.

Está pálida y enferma, mirando entre el rostro golpeado de Niall y mi


mano derecha, brillando de color rojo en los nudillos por donde corría la
sangre de Niall.

―¡Ahora! ―ladro, haciéndola saltar.

A regañadientes, se une a mí, aunque no está tan cerca como antes.

Estoy igualmente irritado con ella.

Agarrándola del brazo, la arrastro bruscamente hacia el auto.

―¡Suéltame! ―ella llora―. Puedo caminar.

―No harás una maldita cosa sin mi permiso ―le susurro―. Y seguro
que no interferirás cuando estoy trabajando.

―¿Eso funciona? ―ella llora―. ¿Golpear a un chico de veinte años que


acaba de perder a su hermana?

Me giro sobre ella.


―¿Crees que hay un límite de edad para blandir un cuchillo o apretar
un gatillo? Te dije que jodidamente maté a un hombre cuando era niño.
Niall me habría clavado ese cuchillo en el corazón si le hubiera dado la
oportunidad.

―Nunca se acercó ―dice Clare.

―Esto no es un juego, y si lo fuera, sería yo quien entendiera las reglas,


no tú. No tienes idea de con quién estamos tratando y de lo que son
capaces de hacer.

Abro de un tirón la puerta trasera de la camioneta y prácticamente la


tiro en el asiento trasero, luego subo tras ella.

―¿Ves algún periódico con tu cara en ellos? ―le exijo―. ¿Escuchaste


tu nombre en las noticias?

―No ―balbucea―, pero no he estado viendo exactamente...

―Puedes verlas todo el maldito día y no oirás ni un pío sobre Clare


Nightingale, o Clare Valencia, o como diablos te quieras llamar. Tu padre
lo silenció todo. Prefiere arriesgarse a que te meta en una maleta y te
entierre en el bosque con tal de evitar la publicidad negativa del secuestro
de su hija, por no mencionar el foco de atención que pondría en mi
sentencia.

Clare traga saliva y mira mi rostro furioso.

―Estás mintiendo ―dice ella.

―¿Cuándo te he mentido? ―gruño―. Di una puta vez que lo haya


hecho.

Su boca se abre pero no sale ningún sonido.

―¿Quieres saber qué está pasando realmente? ―exijo―. ¿De verdad


quieres saber la verdad?

―Sí ―susurra.

―Entonces trabajarás conmigo, me ayudarás, y no interferirás con mis


métodos.
―Está bien ―dice, tan bajo que apenas puedo oírla―. Entiendo.

―Todavía no lo haces ―digo, desabrochándome el cinturón.

―¿Qué estás haciendo? ―chilla.

―Te dije que si me desobedecías, habría consecuencias.

―Yo no...

―¿No te dije que te quedaras en un rincón y mantuvieras la boca


cerrada? Nunca hubiera matado a Niall, pero si decidía hacerlo, sería la
maldita decisión correcta, y de cualquier manera, no te corresponde a ti
cuestionarme.

―Lo siento ―dice Clare, sus ojos van de mi cara al cinturón y viceversa.

―Aún no, no lo haces ―le respondo―. Pero pronto lo harás.

Clare intenta salir disparada hacia la puerta, con sus dedos escarbando
salvajemente con la manija.

Desafortunadamente para ella, las puertas de la SUV solo pueden ser


desbloqueadas por el conductor. Bien podría estar en la parte trasera de
un auto de policía, y al igual que un policía, tengo gusto por el castigo.

Agarrándola por el cuello, la tiro sobre mi regazo y bajo sus jeans


alrededor de sus rodillas. Su ropa interior va con ellos, dejando al
descubierto ese trasero blanco lechoso que prácticamente pide una paliza.

―¡Suéltame, animal! ―grita, pateando y retorciéndose y tratando de


escapar―. ¡Jodidamente no te atrevas!

Esa es la primera vez que la escucho maldecir.

―Cuida tu boca, pajarito ―le digo―, o te lavaré la boca con algo que
no disfrutarás. Acepta tu castigo y lo tomaré con calma. Di: 'Lo siento
papi, por favor perdóname'.

―¡Déjame ir en este maldito instante! ―Clare chilla.

―Respuesta incorrecta.
Balanceo el cinturón, dejándolo caer con fuerza sobre su trasero.

¡Crack!

Su piel se ondula bajo el impacto, y una franja de color rosa brillante


marca su carne nevada.

Clare aúlla.

―¡Oww! ¿Qué…?

¡Crack!

Golpeo la otra mejilla, aún más fuerte.

―¡Owww! ―Clare llora de nuevo, y ahora hay un tono de sollozo


distintivo en su voz.

Un tono que aún no es lo suficientemente bueno.

¡Crack!

Esta vez golpeo la parte de atrás de sus muslos, y su chillido es lo


suficientemente alto como para romper un vidrio.

―¡Detente, por favor, lo siento! ―ella lloriquea.

¡Crack!

―Eso no fue muy convincente, hazme creer que lo sientes.

―¡Lo siento, papi! ―ella llora.

―Un poco mejor, pero te dije que no maldijeras.

―¡Tú maldices todo el tiempo!

¡Crack!

―¡Ay! Hijo de pu...

¡Crack! ¡Crack! ¡Crack!

Ahora ella realmente está llorando, y no solo un poquito.


Dejo caer el cinturón, luego abro la cremallera de mis pantalones,
dejando que mi polla salte libre, pesada e hinchada.

―Ruega por perdón ―le digo.

No fuerzo su cabeza hacia mi polla.

Espero a que ella envuelva esa pequeña mano delgada alrededor del eje
y se lleve la cabeza a su boca cálida y húmeda.

Aún sollozando suavemente, toma mi polla en su boca y comienza a


chupar.

―Buena chica ―gruño.

Siento un escalofrío de placer recorriendo su espalda ante mi cumplido.

Paso mis gruesos dedos por su cabello, masajeando suavemente su


cuero cabelludo.

Su garganta se relaja y su boca se hunde más en mi polla, con su lengua


sedosa bailando alrededor de la cabeza.

Su técnica es vacilante, poco experimentada, pero está tan ansiosa por


complacerme como sabía que estaría. Ella se pone a trabajar en mi polla,
lamiendo y chupando, escuchando atentamente mis gemidos de aliento
que la estimulan a un entusiasmo aún mayor.

Así como odia ser disciplinada, le encanta ser recompensada. Como la


buena sumisa que es.

―Más profundo ―le ordeno.

Obedientemente, intenta forzar mi polla más en su garganta, aunque la


hace sentir arcadas.

Me agacho y empiezo a masajear su trasero, rojo y palpitante por los


latigazos.

Ella gime un poco cuando toco la piel cruda, y el gemido se convierte


en un gemido de placer mientras deslizo mi mano hacia abajo, ahuecando
su coño.
Está más mojada que un derrame de petróleo, mis dedos se sumergen
en ella con facilidad.

Ella gime alrededor de mi polla, arqueando la espalda, rogando por


más.

La follo con mis dedos, empujándolos dentro y fuera de ella al mismo


tiempo que mi polla entra en su boca. Cuanto más profundo toma mi
polla, más duro la toco.

Ella está jadeando alrededor de mi polla, montando mis dedos, con


toda su espalda enrojecida casi tan roja como su trasero.

Su ansiosa mamada amateur es más placentera que la mamada de


cualquier puta profesional, quiere complacerme desesperadamente. Está
intentando todo lo que se le ocurre, esforzándose más y más rápido para
ganarse mi toque en su coño, para convencerme de que la haga correrse.

―Es hora de lavar esa boca sucia ―gruño.

Empujo mi polla por su garganta, bombeando con fuerza.

Al mismo tiempo, empujo dos dedos dentro de ella y froto mi dedo


índice contra su clítoris.

Clare deja escapar un gorgoteo angustiado cuando comienza a correrse


y siento su coño apretarse y retorcerse alrededor de mis dedos.

Descargo mis bolas en su boca, en una ráfaga caliente de semen


directamente baja por su garganta. Clare ni siquiera parece darse cuenta:
está perdida en la agonía de su propio orgasmo, insensible al gusto o al
sonido o la necesidad de respirar.

Todo mi cuerpo tiembla mientras sigo corriéndome, en el orgasmo más


largo que he experimentado. Parece interminable, ola tras ola de placer
palpitando a través de mí mientras logro exactamente lo que me había
imaginado en esa celda de la prisión.

La realidad es mucho mejor que la fantasía.


Nunca podría haberla imaginado tan ansiosa, tan complaciente y tan
vergonzosamente ruborizada cuando finalmente se sienta y se limpia la
boca.

Está avergonzada de lo fuerte que se corrió y de cómo se inclinó ante


mis demandas, ni siquiera puede mirarme a los ojos.

La acerco más a mí, acariciando su cabello de nuevo.

―No te avergüences, pajarito ―le susurro al oído―. No puedes pelear


conmigo. Ve lo bien que se siente someterse...

Y aunque no me responde, aunque no lo admite en voz alta, siento


cómo su cuerpo se relaja contra el mío, y se hunde en el calor de mi pecho.
12
Clare
De alguna manera, estoy de vuelta en mi asiento. Asegurada. Miro el
cinturón de seguridad abrochado en un aturdimiento, todo se siente
irreal.

Todavía puedo sentir el fiero latigazo de cuero en mi trasero y muslos,


pero de hecho, el dolor del castigo que me dio ha comenzado a
desvanecerse hasta convertirse en un cálido rubor.

Estoy segura de que la forma en que me llevó al orgasmo tuvo algo que
ver con eso.

Ha envuelto un vendaje alrededor del corte en su brazo que ya ha


comenzado a sanar, como si tuviera algún tipo de fuerza sobrehumana.
Yo, por otro lado, todavía estoy cuidando mis heridas.

―¿Esto es lo que haces? ―pregunto en un murmullo bajo. Trato de


mantener el puchero fuera de mi voz.

No sé a dónde vamos, pero este camino no me resulta familiar. Tiene


sentido, aunque estoy segura de que le encantaría arrastrarme de regreso
al club de sexo, él está siendo atacado y no puede regresar al mismo lugar
dos veces.

―¿Qué quieres decir? ―pregunta. En el exterior, el cielo se desvanece


hasta el anochecer en un azul grisáceo claro con un borde melancólico. Su
mano grande y áspera, la misma que me hizo llegar al clímax hace unos
momentos, se posa en mi muslo izquierdo mientras libera un suspiro. Me
pregunto si se da cuenta de que lo hizo.
―Cuando estás en una relación. Ella te desafía y la castigas, la dominas,
y la haces llegar al clímax. Así es como la metes en cintura.

Qué expresión tan divertida, meter a alguien en cintura. Lo leí en línea


una vez y pensé que era extraño, pero por alguna razón parece encajar
bastante bien ahora.

¿Por qué estamos hablando de esto? ¿Por qué mencioné esto? No quiero
hablar de lo que hizo con otra mujer más de lo que quiero volver a sentir
ese implacable golpe de su cinturón.

Por ahora.

Él sonríe. Amo esa sonrisa.

―No.

―Constantine, no me mientas. Eres mejor que eso.

―Ya te lo dije, pajarito, no te he mentido. Lo que te digo es la verdad.


¿He dominado a las mujeres? Sí. ―El borde áspero de su acento hace que
cada palabra se corte bruscamente y, por alguna razón, parecen tener más
énfasis de esa manera.

Se encoge de hombros antes de girar a la izquierda y ascender una


pequeña colina.

―¿He azotado a una mujer antes? También, sí. Me gustan las cosas
pervertidas y me gusta tener el control, probablemente eso ya esté claro
para ti.

Oh, sí. Podría decirse que si.

―Pero no tengo relaciones con mujeres, Clare. Entonces, no. Sabes que
Roxy y yo estábamos comprometidos por un matrimonio concertado sin
amor de por medio. Lo que hicimos aquí, tú y yo, fue entre nosotros. ―Se
detiene en un estacionamiento y se acomoda en el primer piso en un
espacio marcado como estacionamiento privado. Hay una mirada
contemplativa en su rostro, como si quisiera decir algo más, pero no se
atreve a hacerlo.
Se gira completamente hacia mí, con toda la fuerza de su mirada
penetrante.

―Hemos tenido unos días muy largos. Por una noche más, estamos
libres de los perros del infierno pisándonos los talones, por así decirlo.
―Reprime un suspiro, pero noto el cansancio que cruza sus rasgos.

Tocando mi mejilla con sorprendente dulzura, dice:

―Esta noche, descansaremos.

Asiento con la cabeza, la idea de escapar o llegar a mi familia se ha


vuelto distante y débil. Siento en mi corazón que él fue incriminado, y que
no mató a Roxy. Había una autenticidad en la forma en que interrogó al
hombre en el sótano antes que no se puede negar, pero hay más. La forma
en que se ha comportado, las preguntas que ha hecho.

Si él fue el culpable de su asesinato, ¿por qué pasaría su tiempo tan


cerca del lugar de su escape? Si él fuera culpable de su asesinato, ahora
estaría tan lejos de aquí que nunca lo encontrarían. Tiene el dinero, las
conexiones y los recursos, pero aquí está, recorriendo el corazón de
Desolation en busca de la persona responsable de la muerte de Roxy,
porque él sabe que es un hombre inocente.

Le creo a Constantine. De hecho, incluso creo que soy especial para él,
y aún así…

―¿Qué? ―dice, al ver instantáneamente la confusión que estoy


tratando de ocultar―. Habla, Clare. Dime qué te preocupa.

Tomando una respiración profunda, admito.

―Sé que era un matrimonio arreglado el que habrías tenido con Roxy,
pero pareces... muy decidido a vengarla.

Constantine suspira. Por primera vez veo más que cansancio grabado
en su rostro, veo un profundo dolor y me corta hasta la médula.

―No estoy vengando a Roxy ―admite―. Estoy vengando a nuestro


hijo.
Mi corazón se hunde como una roca.

―Estaba embarazada ―le susurro.

―Sí. Solo tenía dos meses, pero llevaba a mi hijo y heredero.

―Lo siento mucho, eso no estaba en el informe...

Se ríe amargamente.

―No me acusaron de ese asesinato, y nadie pagará por eso, a menos


que yo les haga pagar.

Mi simpatía es como un remolino en mis entrañas, colapsando por


dentro. No sé qué decirle, no hay nada que pueda decirle para consolarlo.

En vez de eso, simplemente deslizo mi mano en la suya y la aprieto con


fuerza.

Constantine me devuelve el apretón, lo suficientemente fuerte como


para aplastarme los dedos.

―No dejes que esto te moleste, pajarito ―dice―. Esta es mi carga.

Las ventanas grandes y abiertas nos dan una vista desde el


estacionamiento a los edificios que nos rodean. Llegamos a un edificio de
tal tamaño y grandeza que levanto la vista, sorprendida.

―¿En dónde estamos? ―pregunto, saliendo lentamente del vehículo.


Mi voz se silencia de asombro mientras veo la entrada más exquisita que
he visto en mi vida. He viajado mucho con mi familia y nunca había visto
una opulencia como esta. Los pisos tienen incrustaciones de mármol
brillante acentuado en oro, se escuchan cuerdas de música suave en los
altavoces del techo y las puertas del ascensor brillan. Grandes jarrones de
flores fragantes y frescas de color rosa y blanco se sientan en las mesas, y
los guardias uniformados se inclinan cuando entramos.

―Por aquí, señor ―le dice uno de los guardias.

Con un movimiento de su mano, el ascensor se abre silenciosamente,


revelando una lujosa alfombra color burdeos e iluminación empotrada,
nuevamente forrada con espejos. Es la imagen del lujo.
―¿Le gustaría una escolta o un paseo privado, señor? ―El rostro
demacrado del hombre no muestra ninguna emoción, o ignora quién es
Constantine y lo que hace, o tiene una excelente manera de ocultarlo.

―Privado, gracias. ―Me doy cuenta de que le desliza unos billetes


doblados al guardia antes de que entre al ascensor. La puerta se desliza
hasta cerrarse frente a nosotros. Parpadeo, mirando un brillante reflejo de
mí misma. Mis mejillas están rosadas y mis ojos brillantes. Al recordar lo
que me hizo sonrojar, mi rubor se profundiza.

―Este es un ascensor privado en un hotel ―dice Constantine en mi


oído. Ah, una entrada privada que podrían usar políticos o músicos
famosos. Ancla sus manos en mi cintura, acercándome a él. Siento su
longitud presionada contra mi trasero.

―¿Azotarme te excitó? ―pregunto, con una voz ronca que no


reconozco como mía.

―No tienes ni puta idea, pajarito. Dominarte, castigarte, la forma en


que luchaste y te retorciste, me puso duro, pero ver cómo abrías la boca
cuando te corriste me acabó... he estado dolorosamente duro desde
entonces.

Yo fluyo.

―Eso no parece del todo justo.

―Nunca dije que lo fuera.

La puerta del ascensor se abre, revelando un lujoso pasillo similar al de


la planta baja, equipado con opulencia y acabados dorados. Mármol
reluciente, alfombra gruesa y lujosa, flores en jarrones grandes y
generosos, y su fragancia encantadora.

Quiere una noche libre.

Una noche libre de pelear contra la gente, de esconderse de la


persecución y descubrir quién es el responsable de la muerte de Roxy y la
terrible pérdida de su hijo. Una noche libre de cargar con el peso de todo.
Su mano grande y áspera encuentra la mía mientras caminamos por el
pasillo. Cada paso hace que me duela el trasero golpeado, todavía no
puedo creer que haya tenido la audacia de azotarme así, y todavía no
puedo creer que… ¿me haya gustado? ¿Me gustó? Bueno, no. Fue
demasiado doloroso para que realmente me gustara, sin embargo... la
forma en que llegué al clímax después es otra historia.

Es imposible saber dónde estoy. He viajado, pero nunca en Desolation,


y fuera de la ciudad propiamente dicha, hay demasiados hoteles para
contar. Sin embargo, la pregunta permanece. Si supiera dónde estoy,
¿trataría de escapar? No. Estoy demasiado lejos de eso ahora, tengo que
ayudarlo a encontrar al asesino de Roxy, y si es mi padre… no puedo
pensar en eso.

Con un rápido destello de una tarjeta, la puerta se abre, la empuja hacia


adentro y me jala detrás de él.

―Oh, Dios ―respiro cuando me deja entrar. He viajado antes, incluso


he vivido en el regazo del lujo antes, pero esto es asombroso. El mobiliario
es confortable, sencillo con líneas limpias y contornos suaves, la
habitación está decorada en tonos tierra con grandes detalles. Tiene que
haber al menos cinco habitaciones más adyacentes a esta, una con un baño
tipo spa y otra con un jacuzzi completo y un bar que conduce a un balcón.

―Wow. Esto es increíble. ¿Has estado aquí antes?

Mira a su alrededor y se encoge de hombros.

―No, vine aquí porque el padre de Emmanuel es el dueño.

―Ah. ¿Entonces estás a salvo aquí?

Sus cejas se arquean un poco.

―Nosotros estamos a salvo aquí, sí. Los hombres de la puerta que me


dejaron entrar son hombres armados de la hermandad. Nadie llegará a
ninguno de nosotros antes de que los atraviesen.
Noto un cansancio en él. Sus nudillos todavía muestran leves rastros de
sangre de su interrogatorio a Niall Maguire, y hay algunas laceraciones
que no vi antes.

―Ven, Clare. ―Me tiende una mano, con su gran palma hacia arriba,
esperándome.

Doy un paso hacia él y deslizo mi palma contra la suya. Suavemente,


tan gentilmente que apenas me doy cuenta de lo que está haciendo al
principio, me tira hacia él y me besa en la mejilla.

―Dulce niña ―murmura en mi oído―. Dulce, hermosa, y encantadora


niña.

No sé qué le fascina tanto de mí.

Todavía no veo nada más que a una chica promedio que está un poco
demacrada después de todo lo que ha sucedido, no soy alguien en quien
debería estar interesado o sentirse orgulloso. Soy tan sencilla como puedo
serlo, y sin embargo, cuando me mira...

Doy un paso hacia él. Me enmarca entre sus piernas, y sus pesados
brazos descansan suavemente sobre mis hombros.

―Pareces perpleja, Clare. ¿Qué pasa? ―Frunce el ceño mientras espera


una respuesta y me estremezco al recordar lo que hizo la última vez que
tuve una mirada tan severa como esa.

Niego con la cabeza, pero me hace mirarlo agarrándome la barbilla.

―Ah, ah, pajarito. Te hice una pregunta.

Hay una suave corrección en su tono que hace que mi corazón lata más
rápido, todavía estoy en carne viva por el castigo que recibí por mi
desobediencia.

―Es que eres un enigma para mí ―le digo sin rodeos. Es la verdad. Es
tan brutalmente violento y brutal, sin embargo, hay un lado tierno que
apuesto a que muy, muy pocos han visto alguna vez...
No me pregunta por qué ni cuestiona mi afirmación, solo suspira y
asiente.

―Ah, entiendo.

―¿Lo haces?

―Por supuesto. Cada relación en mi vida, desde mis padres hasta mis
amigos ha sido complicada, exactamente por la misma razón.

No lo cuestiono, yo le creo.

Su teléfono vibra en su bolsillo.

―Quédate ahí. ―No me muevo, casi no respiro. Creo que soy


físicamente incapaz de desafiarlo después de hoy.

Y así, el lado amable de Constantine desaparece y el asesino despiadado


ocupa su lugar. Él maldice en ruso, luego hace algunas preguntas con una
voz profunda y áspera que suena con autoridad. No hablo su idioma, pero
estoy temblando.

Me alejo del sonido áspero de sus palabras mordaces, pero él agarra la


parte de atrás de mi camisa y me jala hacia él. Mi cuerpo choca contra el
suyo, apaga el teléfono y lo arroja. Yo jadeo, pero aterriza sobre una pila
de cojines en el sofá grande y mullido y se traga mi jadeo con un beso.

Con un gemido áspero, su lengua azota la mía, y mi cuerpo da un


espasmo de placer, como si recordara el eco del orgasmo no hace mucho.
Sus dedos se enredan en mi cabello y me dan un tirón erótico y doloroso
que viaja hasta mi centro. Gimo, y eso solo lo anima más.

Con los dedos apretados, tira de mi cabeza hacia atrás, y cuando mi


boca se abre en un jadeo, profundiza el beso. Constantine puede tener un
lado amable, pero el otro lado se desata en este beso. Sus labios muerden,
sus dedos tiran, su cuerpo presiona el mío contra el suyo como si quisiera
tragarme entera y la forma en que mi cuerpo responde es como si supiera
intuitivamente a dónde va esto ahora.

Su boca viaja desde mis labios hasta mi mandíbula, sin prisa pero
insistente, mientras que al mismo tiempo me desnuda rápidamente.
―Te quiero desnuda, pajarito. Quiero verte, quiero saborearte, y luego,
quiero devorarte.

Casi gimo solo con sus palabras, mientras rápidamente lo ayudo a


desnudarme. Mi ropa se acumula a mis pies desechada, y cuando me paro
frente a él desnuda, se toma un minuto para admirarme.

―Eres jodidamente hermosa ―dice, mientras sus ojos se iluminan con


asombro y lujuria. Yo jadeo cuando sus enormes manos ahuecan mi
adolorido trasero y lo aprietan―. ¿Todavía te duele, Clare? Di que no y
volveré a encender el fuego por ti ―advierte.

―Oh, absolutamente estoy muriendo por aquí ―murmuro, lo que me


hace ganar una sonrisa torcida. Me siento extraña desnuda mientras él
todavía está completamente vestido, como si eso enfatizara nuestro
desequilibrio de poder.

Estrella su palma contra mi trasero, lo que duele como el infierno, luego


toma mi trasero y me jala hacia arriba, mis piernas lo rodean por instinto,
con mi cuerpo en llamas. Mi cabeza cae hacia atrás y él lame a lo largo de
mi cuello y mis senos, sus enormes manos sosteniéndome son firmes pero
suaves. Caminamos así hasta el dormitorio, y soy vagamente consciente
de una gran ventana de vidrio y unas luces parpadeantes, y cuando
entramos en la habitación, es la cama más grande que he visto en mi vida.

Con desgana, me desliza fuera de su cuerpo y me deja en el suelo. Su


voz retumba sobre mí como vidrio roto.

―Desvísteme, ptitsa.

Tomo su camisa y la abro, la tela se amontona en mis dedos mientras lo


desnudo desesperadamente, su camisa cae al suelo. Nunca he estado tan
cerca de él teniéndolo desnudó así, y no puedo evitarlo. Con la boca
abierta, paso mis dedos por su tinta, sus hombros cincelados, y por esos
brazos poderosos y musculosos tan grandes como árboles pequeños. Me
apoyo en sus hombros, envuelvo mis manos a su alrededor, doblo mi boca
hacia su pecho y arrastro mi lengua a lo largo de su pezón.
―Khristos―maldice. Sonrío para mí misma cuando sus pantalones se
estiran con el poder de su erección. Aprieto mis muslos, y mi núcleo duele
por querer sentirlo dentro de mí.

Me lamo los labios y me bajo lentamente al suelo, la alfombra suave y


aterciopelada me golpea las rodillas. Mis dedos tiemblan cuando alcanzo
la hebilla de su cinturón, entonces recuerdo cómo le gustó cuando lo
chupé y estoy ansiosa por probarlo de nuevo. Nunca había hecho eso por
un hombre antes, y me mojé con solo escucharlo gemir de placer. Le
desabrocho el cinturón lo más rápido que puedo, luego lo paso a través
de las presillas de tela. Voy a tirarlo sobre la cama para poder trabajar en
sus pantalones, pero él me quita el cinturón de la mano.

―Ah, ah, Clare. Dámelo.

Me congelo. ¿Me va a pegar ahora? Pero, no. Con un brillo maligno en


sus ojos, lo desliza sobre mi cabeza y lo sujeta alrededor de mi cuello. Mi
pulso se acelera. ¿Qué está haciendo?

―Quítamelos.

Con las manos temblorosas, desabrocho sus pantalones y los bajo por
sus piernas. Su erección brota y trago saliva, superada por una lujuria
absoluta. Tomo sus bóxers y los empujo hacia abajo, luego ahueco sus
bolas, rodeo su eje grueso y veteado y me inclino más cerca. Arrastro mi
lengua por la punta, y luego gimo en voz alta ante el sabor salado de su
líquido pre seminal.

Cierro los ojos y lo tomo completamente en mi boca, justo cuando


aprieta el cinturón alrededor de mi cuello. Puedo respirar, pero tengo que
concentrarme. Estoy embriagada por la excitación y ligeramente afectada
por la sensación de asfixia, pero lo único que puedo sentir en este
momento es una lujuria salvaje e incomparable mientras fluye a través de
mi cuerpo como una corriente. Succiono y lo provoco, antes de empujar
mi boca a lo largo de su eje, una y otra vez.

Me encanta la forma en que aprieta la soga improvisada alrededor de


mi cuello, es una advertencia de lo peligroso que es y de lo cerca que
patinamos del borde de la locura. Me encanta sentir su mano libre en mi
cabello, tejiendo, tirando y guiando mi cabeza para complacerlo.

―Eso es suficiente ―rechina―. Quiero estar en tu coño cuando me


corra.

El cinturón se afloja a mi alrededor, y él hace un trabajo rápido para


quitármelo y arrojarlo a un lado.

―Levántate ―ordena, poniéndome en pie de un tirón. Impaciente con


mi lentitud para sostener mis piernas temblorosas, me levanta y me lleva
a una habitación pequeña. no, ¿Es un clóset? Enciende una luz y un tenue
resplandor de marfil ilumina la habitación y jadeo, es una especie de
vestidor, decorado con espejos. No hay paredes, ni ventanas, solo espejos.

Sin decir una palabra, toma mis manos y las presiona en uno de los
espejos mientras se para detrás de mí. La superficie está fría bajo mi toque.
Con uno de sus pies, empuja suavemente mi pantorrilla interior.

―Ábrete para mí. ―Mi coño se aprieta. Mierda.

Me veo en el espejo mientras él se coloca detrás de mí, sus enormes


dedos entintados contrastan con el blanco cremoso de mis caderas. Todo
mi cuerpo encaja dentro del suyo en nuestro reflejo. Estoy completamente
alineada con un macho alfa crudo, musculoso y entintado, Y. Estoy. Lista.
Para. Esto.

Con mis manos frente a mí y mis piernas abiertas, alinea su polla en mi


entrada. Su profundo y masculino gemido me pone increíblemente más
mojada que nunca. No puedo respirar No puedo pensar. Solo puedo
sentir y ver.

Sus ojos sostienen los míos en el espejo cuando se desliza dentro de mí.
La sensación es exquisita, como nada que haya sentido antes. Estoy tan
llena. Tan perfecta y felizmente llena.

―Oh, Dios ―murmuro cuando empuja sus caderas. La felicidad


perfecta atraviesa mi cuerpo y eso que aún no he llegado al clímax. Hay
algo en el ángulo, su tamaño y mi cuerpo increíblemente excitado que
hace que cada embestida se sienta como un mini orgasmo.
―Quédate ahí ―ordena, con una palmada de advertencia en el muslo.

Gimo en respuesta, justo cuando empuja de nuevo. Una y otra vez,


dispara escalofríos de euforia a través de mis miembros, sin romper mi
mirada ni una sola vez.

―Eres mía ―rechina, con un feroz empuje que me lleva al límite―.


Jodidamente mía.

Sostiene mi mirada con la estocada final que casi me astilla. Grito, la


intensidad de mi orgasmo es demasiado para soportarlo. Mi cuerpo se
fragmenta en un éxtasis absoluto pintado a través de cada nervio. Él gruñe
su liberación; sus dedos apretando mis caderas es doloroso, pero no
quiero que se detenga. Es todo lo que no sabía que necesitaba.

―Sí ―gimo, mientras mi cuerpo se sacude con espasmos de felicidad


pura y total resonando a través de mí―. Constantine, sí.
13
Constantine
Me pregunto qué quiso decir Clare cuando dijo “sí”.

¿Estaba de acuerdo en que me pertenece, o simplemente estaba perdida


en su clímax?

Tenía planes para ella, tenía la intención de usarla como arma en contra
de su padre.

Pero cuanto más tiempo paso con ella, menos quiero comerciar o
canjear por su vida.

No quiero entregarla en absoluto.

Nunca sentí una atracción como esta.

Su piel no se siente como la piel humana normal, su textura sedosa es


tan diferente a la de otras mujeres como el terciopelo de la lana. Su olor
me embriaga, y el agarre de su coño alrededor de mi polla, es jodidamente
hecho a mi medida, como si estuviera hecho para mí.

Su obstinación natural contra su necesidad de complacerme es una


deliciosa dicotomía que no puedo evitar explotar. Me encanta cómo
intenta resistirse, solo para hundirse impotente en un deseo que es igual
al mío.

La dejo dormir todo el tiempo que necesita, mirando la inocente


inexpresividad de su rostro adormecido, y el subir y bajar de sus
delicados hombros.
Ella está desnuda debajo de la sábana.

Ya anhelo tirarla hacia atrás de nuevo, revelando ese cuerpo que hace
que la sangre corra a mi polla antes de que siquiera le ponga una mano.

Se necesita cada gramo de fuerza de voluntad que poseo para dejarla


en paz.

En cambio, reflexiono sobre mi próximo movimiento.

Yury localizó al proveedor de ese vino caro. Aparentemente, fue


entregado en nuestra casa el día en que Roxy lo descorchó. Ella fue una
tonta al aceptar un regalo sin confirmar el remitente, y yo fui un tonto al
beberlo con ella, sin considerar que Roxy nunca habría gastado tanto de
su propio dinero en algo que no tuviera incrustaciones de diamantes.

Obviamente, necesito encontrar al remitente del vino. Al remitente real,


no el nombre de mierda que esté escrito en la factura o el recibo.

Le explico esto a Clare cuando finalmente se despierta.

―Voy contigo ―dice rápidamente.

―¿Crees que un prisionero decide cuándo se va y cuándo se queda?


―yo digo―. ¿Fue ese el caso cuando estaba en DesMax y tú estabas al
otro lado de la mesa?

Clare frunce el ceño.

―No es mi culpa que estuvieras en prisión ―dice―. Y aún así, ¿no


quieres mi ayuda? ―Ella vacila―. Pensé que por eso me tenías contigo...

Veo el miedo en sus ojos. Me doy cuenta de que podía tener muchas
razones para retenerla, la mayoría de ellas desagradables.

―Nadie te va a hacer daño ―le digo con brusquedad.

―Nadie más que tú ―dice, con las marcas de mi cinturón aún visibles
en su trasero y muslos.

―Haz lo que te digo y no habrá más ocasión de castigo ―gruño.


―Lo haré ―dice Clare, con el ánimo en alto de nuevo―, pero quiero ir
contigo.

―¿Por qué?

―Quiero saber la verdad ―dice con firmeza―. Si mi padre realmente


es el tipo de persona que pone a un hombre inocente en prisión... entonces
quiero saberlo.

―Bueno ―digo―. Inocente es una exageración.

―Inocente de este crimen en particular ―dice Clare, con el fantasma


de una sonrisa en los labios.

―Crees que quieres saber, Clare… pero la verdad puede ser dolorosa.
Puede ser destructiva, no solo mata el futuro... diezma incluso los
recuerdos agradables en tu mente, cambiando el color de todo lo que
estuvo antes.

Clare considera esto, su rostro es tenso y sombrío.

―Entiendo ―dice―. Pero aún así quiero saber.

―Puedes venir conmigo ―estoy de acuerdo―. Pero sin interferencias


esta vez.

Después de un momento de vacilación, asiente.

Nuestra suite está equipada con artículos de tocador y ropa limpia, esta
vez, ropa comprada para Clare, no prestada por la hermana de Yury.

Abro el agua de la ducha, los cinco grifos. La caja de cristal se llena de


vapor, el agua cae desde arriba y retumba por ambos lados.

Tenía la intención de dejar que Clare se duchara primero, pero en


cuanto veo su cuerpo desnudo y resbaladizo por el jabón, me uno a ella.

Está marcada por todas partes, no solo en su trasero. No fui amable con
ella anoche.
Quizás recordando esto, enjabona la toallita y comienza a lavar mi
cuerpo, suave y cuidadosamente, como una sirvienta. Esperando
complacerme.

Su toque delicado, combinado con el agua caliente, es fenomenalmente


relajante. Me apoyo en el cristal frío, dejándola enjabonar mi pecho, mi
abdomen e incluso mi polla, que se hincha mientras me lava las bolas,
colgando pesadamente sobre el dorso de su mano.

Clare se arrodilla en la ducha para lavarme las piernas e incluso la parte


superior de los pies.

Hay algo increíblemente erótico en su cabeza inclinada, sus hombros


delgados, y su toque atento. Se muerde el borde del labio, estoy seguro de
que si tocara sus labios vaginales, los encontraría mojados con mucho más
que agua de la ducha. Ella disfruta de esto tanto como yo, hace que su
corazón se acelere, arrodillándose ante mí.

Ahora mi polla sobresale hacia afuera, lo suficientemente rígida como


para partir la piel.

Clare me mira, esperando la orden de llevársela a la boca.

En vez de eso, le digo:

―Ve a sentarte en ese banco.

Confundida, Clare se levanta y toma una nueva posición en el banco de


la ducha.

Ahora soy yo quien se arrodilla ante ella, algo nuevo en mi experiencia.

Clare ha sido una chica tan buena que se merece una recompensa.

Y yo también quiero algo, el sabor de ese dulce coño en mi boca.

Le separo las rodillas, dejando al descubierto su coño.

Utilizo mis dedos para separar sus labios, examinando sus partes más
íntimas y privadas.
Clare se sonroja y levanta la mano como si quisiera alejarme, pero sabe
que no debe intentar detenerme.

Con los labios de su vagina separados, puedo ver la pequeña


protuberancia suave de su clítoris, diminuto y exquisitamente sensible.
Lo froto con la yema del pulgar. Sus rodillas intentan unirse, pero están
separadas por el ancho de mis hombros, le tiemblan los muslos y apoya
la cabeza contra la pared de la ducha, jadeando suavemente.

Sus pezones se destacan rígidos en su pecho.

Me inclino hacia adelante, presionando mi boca contra su coño. Aspiro


su aroma, apenas perceptible a través del vapor jabonoso, pero presente
de todos modos: un almizcle dulce y rico, más fino que cualquier perfume.

Paso mi lengua por su abertura, bailando con la punta a través de su


clítoris expuesto.

Ahora no puede evitarlo; sumerge su mano en mi cabello y gime


impotente, presionando mi cara contra su coño.

Lamo su clítoris con movimientos largos y planos, extendiendo mi


mano para acariciar sus senos enjabonados. Anoche fui duro con sus
pezones, mordisqueándolos y tirando de ellos hasta que ella gritó una y
otra vez.

Hoy masajeo sus senos suavemente, pasando mis palmas sobre sus
pezones, haciéndola gemir profundamente e impotente, como si hiciera
cualquier cosa mientras yo continúe.

Pongo sus muslos sobre mis hombros, mis manos debajo de su trasero,
y en un movimiento me levanto, levantándola en el aire.

Ahora está completamente indefensa, atrapada sobre mis hombros, con


sus manos agarrando mi cabello. Hundo mi lengua profundamente
dentro de ella, con su clítoris rechinando contra mi cara.

Sus jadeos son vertiginosos y asustados. Estoy seguro de que está


mareada por el calor de la ducha, el agua golpea directamente sobre su
cabeza, y el vapor le llena los pulmones.
Aún así, ella rueda sus caderas contra mi cara, y mis dedos se hunden
en la suave piel de sus nalgas mientras la follo con mi lengua.

Ella comienza a correrse. Puedo saborear la ráfaga de feromonas, y la


deliciosa alquimia de su clímax. Lamo contra su clítoris, bebiendo cada
gota de su dulzura, comiéndola viva.

Cuando pasa la primera ola, agarro su cintura y la deslizo por mi


cuerpo, bajándola sobre mi rabiosa polla. Ella jadea cuando penetro su
hinchado y sensible coño, sus muslos envuelven mi cintura, y sus brazos
se posan alrededor de mi cuello.

Estamos cara a cara ahora, algo que hago casi tan raramente como
comer coños. Yo la beso, dejándola saborear su propia dulzura en mi boca.
Sus labios están suaves e hinchados, y su lengua más caliente de lo que la
había sentido antes.

Ella comienza a correrse de nuevo, casi sin interrupciones entre un


orgasmo y otro, y yo también me corro, sin previo aviso, y sin control.

Normalmente tengo que trabajar para correrme, tengo que follar duro
y agresivo, pero este clímax se apodera de mí sin mi consentimiento.
Exploto dentro de ella antes de saber qué está pasando, su fuerza es tan
poderosa que mis piernas se debilitan y apenas puedo sostenernos a los
dos.

Bombeo y bombeo dentro de ella, todavía besándola, todavía mirando


esos ojos grandes y oscuros.

Un sentimiento familiar me invade, como cuando visito el océano o


logro una meta imposible. Una sensación de grandeza y plenitud que
nunca había experimentado durante el sexo.

Casi me asusta.

La dejo, separándonos, con todo mi cuerpo todavía temblando.

―¿Qué pasa? ―dice Clare―. ¿Qué ocurre?

―Nada ―digo con brusquedad.


No puedo verla a la cara, sonrojada por el calor y el placer. Ella brilla
como una diosa. No puedo verla.

―Vístete ―le ordeno―. Es hora de irnos.

Clare está tranquila de camino a la bodega.

Sé que está preocupada por mi abrupto cambio de humor, y


posiblemente también por el sexo. ¿Ella también lo sintió? ¿Ese momento
en que la vi a los ojos y sentí que mi pecho se abriría si no apartaba la
mirada?

La bodega está en la parte elegante de Desolation, es un área a la que


realmente no debería ir dadas las circunstancias, debería enviar a Yury o
Emmanuel para que se encarguen de este asunto, pero no quiero hacer
eso, estoy empezando a tener una extraña sensación de paranoia
apretándose a mi alrededor con respecto al círculo de personas en las que
puedo confiar.

Me siento claramente fuera de lugar estacionándome frente al toldo


verde bosque con su escritura ornamentada en donde se lee Fine Wine and
Florals de Baldacci.

La camioneta de reparto también está estacionada en el frente, la misma


camioneta verde oscuro que Yury dice que fue vista deteniéndose afuera
de mi casa el día en que murió Roxy.

Me abro paso a través de la puerta principal y las campanas plateadas


tintinean en lo alto alertando al dueño de la tienda que sale por la parte
de atrás, vistiendo un delantal blanco impecable, con su cabello oscuro
cuidadosamente peinado y un par de lentes posados en su nariz. El aroma
de las flores frescas se mezcla con los olores más intensos del vino tinto y
los chocolates.
―¡Bienvenido! ―nos dice―. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

Sus ojos trazan la tinta en mi piel expuesta, me pregunto si sabe que soy
Bratva.

―Puedes decirme quién envió una botella de Chateau Margaux a mi


casa el 5 de marzo.

El dueño de la tienda frunce el ceño, sus espesas cejas negras se juntan


en una línea sólida sobre su nariz puntiaguda.

―Me temo que eso es casi imposible, señor...

En un movimiento lo agarro por el cuello y lo golpeo contra la estantería


más cercana. Varias botellas caen en picado de sus literas, rompiéndose
en el piso de baldosas, enviando un torrente de vino acre a través de
nuestros zapatos.

Puedo sentir a Clare tensándose detrás de mí, pero esta vez no intenta
intervenir.

―Vas a decirme exactamente lo que quiero saber, o voy a romper cada


maldita botella en esta tienda sobre tu cabeza y prenderle fuego a todo el
lugar ―gruño.

―¡Pero nosotros, nosotros, no vendemos Chateau Margaux!


―balbucea, su rostro rápidamente se pone azul.

―Constantine ―murmura Clare, tirando de mi brazo.

Me doy la vuelta, justo a tiempo para ver a un chico delgado con un


delantal blanco a juego deslizándose por una puerta lateral.

Dejo caer al dueño de la tienda y salgo corriendo tras el chico. Está


tratando de insertar su llave en la puerta de la camioneta de reparto, pero
cuando me ve corriendo detrás de él a toda velocidad, deja caer las llaves
en la cuneta y corre por la acera. Corro tras él, mis botas golpean el
pavimento corriendo con la velocidad y la fuerza de un apoyador de
fútbol.
Alcanzo al chico a cuatro cuadras de distancia, chocando contra él y
derribándolo con fuerza.

Ya está llorando y suplicando antes de golpear el cemento, con las


manos levantadas en señal de rendición.

Desafortunadamente, aquí no es Warren, en donde nadie se atrevería a


intervenir en una confrontación física como esta: sus gritos sacan a los
compradores de las tiendas vecinas. Puedo ver a varias personas
marcando frenéticamente tres dígitos que seguramente son el 9-1-1 en sus
teléfonos celulares.

En ese momento, la camioneta verde oscuro chirría hasta la acera, y


Clare se inclina por la ventana del lado del conductor para gritar:
“¡Sube!”.

Agarro al chico por la camisa y lo meto en la parte trasera de la


camioneta, entre media docena de ramos de flores sin entregar y varias
cajas de vino.

―¡Conduce! ―le digo a Clare.

―¿Hacia dónde?

―¡A cualquier sitio!

Me giro hacia el chico.

―Tienes una puta oportunidad, exactamente una, de decirme quién te


contrató para llevar una botella de Chateau Margaux a mi casa.

El chico está temblando con tanta fuerza que sus dientes castañetean,
tiene un largo rasguño en el costado de su cara donde se encontró con el
cemento en la culminación de mi ataque.

―No sé su nombre, lo juro, trajo el vino, y me pagó doscientos dólares


para que lo llevara, lo siento mucho, hombre, no tenía idea de que estaba
envenenado o lo que sea, vi la noticia después sobre la chica, ella fue muy
amable cuando lo dejé, incluso me dio una propina, nunca lo habría hecho
si lo hubiera sabido, ¡lo siento mucho!
Miro a este chico con total incredulidad, dándome cuenta de que debe
haber visto cómo me declararon culpable por lo que él creía que era el
asesinato que cometió sin saberlo.

Me gustaría retorcerle el cuello escuálido.

Pero se equivocó en los hechos: el vino estaba drogado, no envenenado.


Yo me desmayé en el suelo, y Roxy murió de una manera mucho más
horrible que por una botella de vino contaminado.

―Quién te pagó ―gruño―. Dime todo lo que sabes.

―Tenía el pelo oscuro, uh, tal vez como treinta años, vistiendo como
un abrigo, un tipo normal de abrigo negro...

―¿Un abrigo normal? ―siseo.

Realmente, realmente quiero asesinar a este chico. Esa es la descripción


más inútil que he escuchado.

En cambio, saco mi teléfono de mi bolsillo y abro el Instagram de Roxy.

Detesto las redes sociales y nunca permití que Roxy publicara una sola
foto mía o de nuestra casa.

Pero si retrocedo lo suficiente, hay muchas fotos de Evan Porter.

―¿Es él? ―le exijo, empujando el teléfono en la cara del chico.

Examina al ex novio de Roxy, entrecerrando los ojos como si tratara de


estar absolutamente seguro.

―No... ―admite, en un tono torturado―. No es él.

Puedo decir que consideró mentir solo para que lo soltara, pero estaba
demasiado asustado para hacerlo.

Quiero arrojar mi propio teléfono contra el piso de la camioneta. ¿Cómo


diablos se supone que voy a encontrar a un tipo con el pelo oscuro y un
puto abrigo normal?

―¿Viste su auto? ―le pregunto―. ¿Algo más sobre él?


―No ―gime―. Nada.

Clare ha estado conduciendo por los vecindarios pastorales de clase alta


de Desolation, observando cuidadosamente el límite de velocidad para
evitar llamar la atención mientras realizo mi interrogatorio en la parte de
atrás.

―Detente ―le digo.

Ella se acerca a la acera.

Abro la puerta trasera.

―Vete a la mierda ―le digo al chico―. Y toma... ―Empujo una tarjeta


blanca con el número de Yury en su mano―. Si piensas en algo útil, llama
a este número. No hables con nadie más que conmigo, ¿entiendes?

El chico asiente con fervor.

―Si descubro que me estás mintiendo, te encontraré y te mataré ―le


prometo.

Mientras lo empujo y le cierro la puerta en la cara, puedo escucharlo


gritar:

―Espera, ¿cómo voy a entregar esas flo… ―Antes de que Clare se aleje.

Subo al frente y me dejo caer pesadamente en el asiento del pasajero.

―Lo siento ―dice Clare, con simpatía.

―Bueno, fue bueno que vieras a ese chico. Sabemos más de lo que
sabíamos antes.

―Supongo ―dice ella, poco convencida―. ¿Qué sigue?

―Ahora hablaremos con los irlandeses.

Clare suspira.

―Porque la última vez salió muy bien.


14
Clare
Está exhausto. Lo puedo ver en sus rasgos, está escrito en su rostro
como un mapa de carreteras.

Abandonamos la camioneta y nos dirigimos a otro hotel. Llamó a sus


hermanos, una especie de equipo de limpieza, supongo. Limpiaron la
camioneta, le quitaron las huellas y la tiraron. Nos llevó a otro hotel
elegante.

―¿Por qué no pudimos volver al hotel en el que nos quedamos anoche?


―pregunto, mientras cierra y echa el cerrojo a la puerta de una habitación
más a la que se accede desde una entrada privada.

―Es más difícil acertar en un objetivo en movimiento, ptitsa.

―Ah, por supuesto. ―Mis mejillas se sonrojan un poco, pero me alejo


de él para que no me vea. Debería haberlo sabido.

Aún así, siempre en movimiento, siempre en la carrera. No puedo


evitar preguntarme si eso pasa factura.

Tengo muchas preguntas, él ha sido franco conmigo, y espero que


continúe siéndolo, pero ambos estamos tan cansados después de todo lo
que hemos hecho.

Cuando la puerta está lo suficientemente cerrada a su satisfacción, con


sus guardias discretamente estacionados afuera de nuestra puerta y
nuestras ventanas, así como en la entrada y salida de cada
estacionamiento, se gira hacia mí.
Incluso exhausto y cansado, se mantiene erguido. Poderoso. Podría
poner una espada en su mano y colocarlo en la primera línea de batalla, y
atacaría con el poder de un verdugo, pero no hay necesidad de eso. Ahora
no.

Se apoya en la puerta y me hace señas con uno de sus dedos gruesos y


entintados.

―Ven aquí, Clare.

Me estremezco ante el bajo mando en su voz, incluso en el poco tiempo


que hemos estado juntos, mi cuerpo está comenzando a condicionarse
para él. Me castigó cuando lo desobedecí y me hizo llegar al clímax
cuando terminó, recompensándome con los mejores, más experimentados
y poderosos orgasmos de mi vida. Por eso, cuando me llama, el deseo me
atraviesa como una corriente eléctrica. Palpitando. Caliente.
Emocionante.

Camino hacia él a través de la alfombra gruesa y acolchada, y cuando


lo alcanzo, él apoya sus manos en mis caderas. Me da el rastro de una
sonrisa y mi corazón se acelera.

―Buena niña, a papi le gusta eso.

Tan perverso. Tan incorrecto. Y, sin embargo, el calor líquido se


acumula entre mis piernas ante las palabras tabú.

Me lamo los labios y hago lo que toda chica quiere hacer cuando ve a
un hombre tan fuerte y poderoso como Constantine. Descanso mi cabeza
en su pecho.

Sus brazos se aprietan a mi alrededor, abrazando completamente cada


centímetro de mí, estoy completamente envuelta y me encanta. Respiro
profundamente y lo suelto. Aspiro su aroma, si el olor de un macho alfa
pudiera ser embotellado, olería así: vigoroso e indomable, limpio y
amaderado.

―Tú me reconfortas, Clare.


Sus palabras me sorprenden. ¿Él me sostiene como si fuera preciosa
para él, y soy yo quien lo reconforta a él?

―¿Ah?

A veces, decir muy poco es el mejor enfoque. No quiero alejarlo, quiero


saber por qué.

Sus hombros tiemblan con una risita.

―Ah.

Sonrío contra su pecho y él pasa sus dedos por mi cabello, suavemente.

―Nunca había abrazado a una mujer.

Sobresaltada por esto, me aparto de él y le lanzo lo que debe ser una


mirada de perplejidad, porque se inclina y besa mi frente.

―No parezcas tan sorprendida.

―Lo estoy. No eres virgen y estabas comprometido para casarte.


¿Nunca has abrazado a una mujer?

Mi corazón se hunde cuando niega con la cabeza.

―Nunca.

―¿Nunca te has... acurrucado?

Él resopla.

―Ni siquiera sabría cómo hacerlo.

¿Cómo puede alguien tan fuerte e inteligente ignorar una de las


interacciones humanas más básicas? La suya debe haber sido una infancia
miserable, y no es que la mía fuera mucho mejor. Me duele el corazón.

―Yo podría mostrarte cómo.

Mi corazón da un pequeño salto mortal cuando me sonríe.

―Cuento con eso. Por ahora, ordenemos la cena. Tengo que hacer unas
llamadas.
Iremos a ver a los irlandeses, eso lo sé, pero ir desprevenidos sería como
firmar nuestras sentencias de muerte.

Tomándome de la mano, me lleva a una gran mesa de cristal reluciente


en la esquina de la habitación y saca una silla.

―Siéntate.

Lo obedezco sin pensar.

Cuando estaba en la escuela de posgrado, estudiamos el


comportamiento y el condicionamiento humanos, y sé exactamente lo que
me está haciendo. Ni siquiera sé si lo hace todo conscientemente o por
instinto, pero soy tan maleable para él como un caramelo caliente. Podía
girarme y tirarme de cualquier forma.

No sé si eso me gusta.

―¿Esperas obediencia ciega? ―Escucho el borde en mi tono y lo siento


en mi pecho, un leve cosquilleo en la piel y los nervios.

Hay un tono de advertencia en su tono cuando responde, su acento es


más grueso.

―¿Sientes el pinchazo de mi látigo y aún me preguntas, pajarito?

Yo trago saliva.

¿Por qué eso me excitó? ¡Gah!

―Solo quiero decir, todo el tiempo, de todas las personas. Sé que hay...
momentos... en los que lo esperas de mí.

Observo cómo saca una silla frente a mí y dobla su pesado cuerpo en


ella, antes de alcanzar un menú doblado con la etiqueta Servicio a la
habitación en grandes letras doradas.

―¿Tienes hambre?

Mi estómago gruñe en respuesta, ganándome otra sonrisa de él. Dios,


me encanta cuando sonríe.

―Lo tomaré como un sí.


―Sí. Muero de hambre, y no respondiste a mi pregunta.

―Estaba pensando en cómo formular mi respuesta.

Ah. Entonces, ¿es una de esas preguntas que merece una respuesta
calculada? Interesante.

―De mis hombres, no espero nada menos que una obediencia ciega.

―Entonces, ¿también los castigas si te desobedecen?

―Por supuesto, pero de una manera muy diferente a como lo haría


contigo.

Trago saliva, tratando de concentrarme en el menú. Las palabras nadan


frente a mí.

Es difícil no sentirse atraída por él. No se parece en nada a ningún


hombre con el que haya salido, pero es exactamente por eso que no puedo
dejar de pensar en él. Todos los hombres con los que he salido no
alcanzaron lo que yo quería. Lo que necesitaba, pero Constantine...

¿Estoy loca por ir ahí mentalmente?

―Bacalao relleno al horno con una guarnición de arroz y ensalada, por


favor, y pastel de chocolate sin harina de postre. ―Doblo el menú
elegantemente, satisfecha.

Asiente, toma el teléfono y hace el pedido. Agrega un bistec, una orden


de antipasto, una botella de vino y agua con gas.

―Así que tiene sentido que esperes que tus hombres te obedezcan.

Él asiente.

―Es la forma de la Bratva. Funcionamos dentro de una jerarquía sólida.


Hay hombres en la cima y hombres que se esfuerzan por estar, así como
los que nos sirven y a los que les pagamos.

Tengo miedo de preguntar, pero necesito saberlo.

―¿Y tus mujeres?


Una sombra cruza sus rasgos.

―¿Qué hay de ellas?

―¿Todos ustedes... también esperan obediencia?

Un músculo hace tic en su mandíbula.

―Eso depende del hombre.

Interesante.

―Ya veo.

Se inclina sobre la mesa, su cuerpo grande y voluminoso se presiona


contra sus antebrazos mientras junta los dedos.

―¿Tú, Clare? ¿Lo ves?

No, en absoluto.

Yo no respondo.

―Exijo obediencia a quienes están bajo mi cuidado ―dice en un tono


más suave de lo que esperaba―. De mis hombres y los que están debajo
de mí, y ya que tú estás a mi cuidado, también la espero de ti. No puedo
proteger a nadie que me socave o busque quitarme la capacidad de
hacerlo de alguna manera.

Para él, el concepto es claro como el día. Asiento con la cabeza.

―Si estoy dispuesto a dar mi vida para proteger la vida de otro, es


natural que me otorguen el don de la obediencia a mi mandato. ¿Lo
entiendes?

¿Espera, qué? ¿Dar su vida?

Incómoda con la dirección de la conversación, murmuro entre dientes:

―Bueno, eso se puso muy intenso muy rápido.

Salto ante el sonido de su fuerte ladrido de risa y parpadeo. Nunca lo


había escuchado reír antes, y el sonido hace cosas extrañas y maravillosas
en mi cuerpo. Aprieto mis piernas mientras el calor pulsa a través de mi
centro.

Me pongo de pie, no tengo ningún plan o curso de acción en mente,


solo me paro. Cuando estoy de pie, es tan grande que, incluso sentado, es
solo unos centímetros más bajo que yo.

Camino hacia él y me deslizo sobre su regazo.

―Clare ―murmura, con su voz llena de excitación. Me siento a


horcajadas sobre él, con mis piernas a cada lado de las suyas, grandes y
sólidas, y lo veo. Pongo su rostro entre mis manos, con la sensación de la
barba incipiente picándome las palmas. Sin una palabra, me inclino y rozo
mis labios contra los suyos.

El sonido que hace es pasión pura y de macho crudo envuelto juntos, y


me lo trago entero, aprieta su agarre en mi cintura, golpeándome contra
él, y cuando estoy al ras contra su cuerpo, me clava los dedos en el cabello
y me jala más cerca.

Le lamo la lengua y él gime. Libera su mano en mi cintura solo para


pasar un pulgar a lo largo de mi pecho. Mis pezones forman un guijarro
y libero un gemido que rápidamente absorbe.

Suena un golpe seco en la puerta y nos alejamos con un gemido


compartido.

―Si esa no es nuestra maldita comida, los mataré. ―Algo me dice que
no está bromeando.

Suspiro, me levanto de su regazo y cruzo la habitación pisando fuerte


para abrir la puerta.

―No. ―Me congelo ante el sonido autoritario de su voz. Miro por


encima del hombro―. Párate detrás de mí, no abras esa puerta.

Una aguda punzada de miedo se apodera de mi corazón. Hay largos


momentos en los que olvido con quién estoy y cuáles son los riesgos y qué
podría suceder a continuación. Lo observo mientras saca una pistola de la
funda como si fuera lo más natural del mundo y mi pulso se acelera.
Un golpe suena de nuevo, ahora más fuerte.

―Servicio a la habitación.

Yo suspiro, gracias a Dios. Tengo tanta hambre que se me revuelve el


estómago.

Constantine niega con la cabeza, frunce el ceño y saca su teléfono. Lo


golpea y luego murmura algunas palabras en un ruso rápido y denso.
Observo como sus ojos se oscurecen. Saca un cuchillo de su bota y me lo
entrega.

―Ve al baño ―dice en voz baja―. Cierra la puerta y espérame ahí. Si


alguien intenta lastimarte, lo apuñalas, y si eso no funciona, pateas sus
pelotas tan fuerte como puedas.

¿Qué?

Él me gruñe.

―Ahora.

Corro para obedecerlo. Con las manos temblorosas, cierro y bloqueo la


puerta con llave, sostengo el cuchillo frente a mí, y escucho como si mi
vida dependiera de ello.

Quizás sí.

Pero no hay sonido, no hay nada. El cuchillo se desliza en mi mano


contra mi palma sudorosa y mi pulso se acelera. ¿Cuánto tiempo espero?
Ya sé que ir en su contra sería un terrible error. No solo provocaría su ira,
sino que él sabe más sobre este mundo que yo por mucho. No sé qué
esperar ni cómo actuar, ni quién podría estar en la puerta. Él es el que
tiene experiencia en esto.

Me llama la atención entonces que mis años de estudio, el número de


mis títulos, todos los ceros en mi cuenta bancaria y mi lugar en la
sociedad… no significan absolutamente nada en un momento como este.
Toda mi vida, mi familia me dijo lo importante que era educarme,
asegurar mi estatus en la vida. Cuán crucial era ser rico y elitista, pero
todo eso no significa nada frente al peligro, y menos que nada frente a la
muerte.

Y esta es la vida cotidiana de Constantine.

Esta es la vida que abraza.

La única que conoce.

Casi sollozo de alivio cuando escucho un suave golpe en la puerta.

―Abre.

Es Constantine.

Mi mano tiembla en la manija de la puerta mientras abro suavemente


la cerradura. Él se desliza silenciosamente, una hazaña difícil para un
hombre de su tamaño, se lleva un dedo a los labios y asiente con la cabeza,
sus ojos van a la ventana detrás de mí, y luego rápidamente de vuelta a
mí. Miro por la ventana, es grande y aireada con un generoso alféizar de
azulejos, enmarcado por una cortina blanca de gasa, con un pestillo a la
derecha para abrirlo. Detrás de la ventana está el borde superior de la
barandilla de un balcón.

Pero espera, no teníamos balcón.

Mi corazón cae al suelo cuando me doy cuenta de que el balcón está un


piso debajo de nosotros.

Oh, no. No, no, no, no, no. ¿Quiere que salga por la ventana?

Miro hacia él, presa del pánico, y niego con la cabeza salvajemente de
un lado a otro. No hay forma de que salga por esta ventana.

Se inclina y acerca su boca a mi oído.

―Mis hombres en la puerta vieron entrar cuatro autos blindados. La


policía nos ha encontrado. Necesitamos escapar, y esta es la única salida.
Mis hombres me han asegurado un automóvil debajo de este balcón, y
debemos irnos.

Niego con la cabeza.


―No puedo ―le susurro.

Sus ojos se entrecierran peligrosamente.

―Tienes que hacerlo.

―No puedo.

Él tiembla de furia mientras sus dedos agarran la parte de atrás de mi


cuello.

―Estamos fuera de tiempo, esta discusión se terminó. Lo harás, o te


noquearé, te cargaré, y cuando despiertes te daré el castigo de tu vida,
¿me entiendes?

Estoy temblando tanto que me castañetean los dientes. Me atrae hacia


su pecho y me da un abrazo rápido con tanta fuerza que no puedo
respirar.

―No te caerás, Clare. Yo te protegeré.

Yo le creo, tengo que.

Asiento, temblando, mientras camino hacia la mesita debajo de la


ventana. Me subo con cautela encima y se tambalea debajo de mí. No hay
forma de que sostenga ni la mitad de su circunferencia.

―¿Cómo vas a…

Sin decir una palabra, se para en el costado de la bañera, ancla las


palmas de las manos en la repisa de azulejos debajo de la ventana y se
sube. Lo miro, pero no por mucho tiempo, porque tan pronto como está
ahí, abre la ventana y sale. Inclinándose hacia atrás, mitad adentro, mitad
afuera, extiende sus brazos hacia mí, y antes de que pueda siquiera
pensarlo dos veces, me arrastra hacia arriba y hacia la cornisa con él.

Oh, Dios. Oh, Dios. Las estrellas brillan en el azul profundo del cielo
nocturno. Es hermoso y glorioso y tan abierto y libre aquí, pero no estamos
cerca del suelo, gimo y me alejo del abismo viendo el pavimento que parece
estar a millas por debajo de nosotros.
―Súbete a mi espalda ―grita y cae sobre una rodilla y se dobla,
dándome el ancho de su espalda. Sin abrir la boca subo, envuelvo mis
brazos alrededor de su cuello y coloco mi cuerpo sobre el suyo. Estoy
sollozando, las lágrimas mojan mis mejillas por el miedo, pero parpadeo
con impaciencia mientras él se agacha como un resorte y nos lanza.

Un grito se arranca de mis pulmones antes de que pueda detenerme, y


olvido la necesidad de estar en silencio, pero el aire y el viento de la noche
rápidamente se tragan el sonido. Aterrizamos con un ruido sordo, me baja
al suelo y luego me arrastra hasta una escalera de incendios del balcón.

Apenas me he recuperado de la conmoción y el susto de nuestra loca


carrera cuando escucho el sonido de disparos.

En lugar de salir disparado, Constantine mira hacia la fuente de ese


sonido, entrecerrando los ojos como si reconociera a alguien.

―Rápido, Clare. Nos vieron.

La escalera de incendios gime con nuestro peso, balanceándose de un


lado a otro. Las luces brillantes inundan el cielo nocturno, iluminando la
escalera de incendios y cegándome.

―¡Quietos! ¡Policía! Quietos o disparamos.

―Sigue moviéndote ―gruñe―. Están demasiado lejos para


detenernos.

Un auto en marcha aguarda debajo de nosotros.

―¡Salta! Te atraparé.

Me quedo congelada, estamos a dos pisos del suelo. ¿Quiere que salte?

¿Qué?

Con sorprendente gracia, se balancea desde el balcón y aterriza en el


suelo como una pantera.

―¡Salta!

Me tiende los brazos. Oh, Dios.


Suena un disparo y suena la escalera de incendios justo encima de mi
cabeza. Con un grito de terror, salto. Creo que cierro los ojos, sé que no
veo hacia dónde voy, pero en una fracción de segundo caigo en sus
brazos, él ni siquiera pierde el equilibrio.

Se abre la puerta del auto, saltamos y el auto despega.


15
Constantine
Pongo a Clare en la parte trasera del auto de Yury, y él aprieta el
acelerador antes de que la puerta trasera se cierre detrás de nosotros.
Varias balas pegan contra el panel lateral, ruidosas como fuegos
artificiales dentro de una lata.

―¡Aghh! ―Clare chilla, probablemente nunca le habían disparado.

―No te preocupes ―dice Yury, amablemente―. Agregué


modificaciones después de comprarlo; ahora es mayormente resistente a
las balas.

―¿Mayormente resistente a las balas? ―Clare chilla, sin consuelo en lo


más mínimo.

―Claro ―dice Yury―. Te da mejores probabilidades de que no te


golpeen.

―¿Cuánto mejor?

―Mmm... cincuenta y cincuenta.

―¡Cincuenta, cincuenta!

Otro chorro de balas ataca la parte trasera del auto como avispones
furiosos. Yury gira bruscamente en una esquina cerrada, y por poco
golpea los espejos retrovisores laterales de varios autos estacionados a lo
largo de la calle.
Los autos de la policía chillan detrás de nosotros, las sirenas son
inquietantemente silenciosas. Ambos son autos furtivos, negros sobre
negro, sus calcomanías son invisibles en la noche.

―¿Ves eso? ―le murmuro a Yury.

―Sí ―dice―. Y no son tan cuidadosos donde disparan.

―¿Qué quieres decir? ―Clare exige, con los ojos muy abiertos.

―Significa problemas en el paraíso ―le digo. Estoy seguro de que su


padre le dijo al jefe Parsons que tuviera cuidado con su bebé, pero no está
siendo muy cuidadoso. Valencia y Parsons pueden haber estado mano a
mano mientras colaboraban para meterme en la cárcel. Ahora, no tanto.

El parabrisas trasero se rompe. Clare se agacha y trozos de vidrio son


esparcidos por su cabello como diamantes. Yo cepillo el cristal con la
mano, sin importarme si me corta los dedos.

―¿Estás diciendo que a Parsons no le importa si me disparan? ―ella


pregunta.

Puedo ver la conmoción en su rostro.

Conoce personalmente al jefe de la policía. Asistió a su fiesta de


cumpleaños. Probablemente bromeó y se rio con ella, incluso podría
haberla llamado uno de esos estúpidos apodos que tanto aman los
estirados.

Una semana después, le importa una mierda si sus oficiales


clandestinos la matan a tiros junto con Yury y conmigo.

No perderá ni un momento de sueño mientras la evidencia de toda esta


debacle muera junto con nosotros.

―Nunca es agradable saber quiénes son tus verdaderos amigos ―le


digo.

Me ha pasado demasiadas veces para contarlo.

Por otro lado, sé a quién puedo confiar mi vida. Es una lista corta, pero
inmensamente valiosa para mí. Yury, por ejemplo. Como le dije a Clare,
pondría literalmente mis pulmones en sus manos para mantenerlos a
salvo y no me preocuparía ni un momento.

Inconscientemente, la pequeña mano de Clare se mete en la mía.

Quiere sentirse protegida, mientras el hombre contratado por la ciudad


para preservar la vida de sus ciudadanos intenta arrancarle la cabeza de
los hombros.

Aprieto su mano con fuerza, haciéndole saber en silencio que nunca


dejaré que eso suceda.

―Cambiemos de auto aquí ―gruñe Yury, girando el volante hacia la


derecha, llevándonos por un callejón lateral.

Mis bratoks Czar y Remo ya están esperando. Tan pronto como nuestro
auto pasa, empujan un contenedor de basura al callejón, encajando el
contenedor de metal oxidado en su lugar. Los autos de policía frenan con
fuerza, sus puertas se abren de par en par y otra ráfaga de balas golpea el
contenedor de basura, pero no importa: el contenedor está encajado en el
callejón como un corcho en una botella. Los policías no pueden pasar,
tendrán que irse. Los escucho maldecir, volver a subir al interior de sus
vehículos y dar marcha atrás a toda prisa.

Ya estoy subiendo a Clare a la parte trasera de la moto deportiva de


Czar.

―¡Espera, espera, espera! ―Clare llora, mirando la Kawasaki como si


fuera un caballo salvaje―. Nunca me había subido en una motocicleta.

―Estarás bien ―le digo, brevemente―. Yo soy el que conduce,


simplemente pon tus brazos alrededor de mi cintura, agárrate fuerte e
inclínate conmigo en los giros.

La agarro por la cintura, la levanto y la dejo físicamente en el asiento


como una niña pequeña discutiendo, luego tomo el único casco y se lo
pongo en la cabeza, silenciando cualquier otra protesta.
Tomo mi posición frente a ella. Sus brazos se envuelven alrededor de
mi cintura, su cabeza gira para poder presionar todo su cuerpo contra mi
espalda, agarrándose fuerte.

Bueno. Con ese agarre aterrorizado, no hay forma de que se caiga.

―Los sacaré, jefe ―me asegura Yury, quedándose al volante del Benz.

―Ten cuidado ―le digo―. Parsons no está jugando.

―Ya me di cuenta ―sonríe.

―¿Deberíamos seguirte, jefe? ―dice el Czar. Se está subiendo a la parte


trasera de la moto de Remo ahora que he tomado la suya.

―No ―le digo, sorprendiéndolo―. Reúnete conmigo en la próxima


casa de seguridad en una hora.

Clare y yo salimos al final del callejón primero, girando a la derecha.


Yury se dirige en la dirección opuesta, donde los policías darán la vuelta
a la esquina en cualquier segundo, tratando de alcanzarnos después de su
desvío inesperado.

Puedo sentir las yemas de los dedos de Clare clavándose en los duros
músculos de mi abdomen mientras me agarra con cada giro y balanceo de
la moto.

Estamos rugiendo por las calles oscuras de la ciudad, las farolas se


difuminan en un flujo constante de color.

Con cada curva que tomo, Clare me pelea un poco menos, aprendiendo
a inclinarse junto con la motocicleta, de modo que ella, yo y la furiosa
máquina nos movemos como uno solo.

Estoy impresionado por la rapidez con que lo capta, ella puede


refugiarse y asustarse fácilmente, pero tiene valor en lo más profundo de
sí. Cuando le rasco lo suficientemente profundo, el acero brilla.

Lentamente, su agarre mortal se relaja y se sienta un poco más alta,


mirando a su alrededor mientras aceleramos por la ciudad.
Finalmente, se agarra con una sola mano, levantando la visera para
poder gritarme:

―¿Por qué no trajiste a tus hombres?

―Porque no les gustará a dónde vamos ―gruño.

―¿Por qué tengo la sensación de que a mí tampoco me va a gustar?


―me dice.

Ella tiene razón en eso.

Dejo la motocicleta frente al pub de los Maguire, justo en el corazón de


la Pequeña Dublín.

Maguire's no es un bar de esquina sucio. Es un establecimiento de tres


pisos, recién pintado y reluciente, todo de rica madera oscura, toldos a
rayas bien estirados y fotografías de irlandeses famosos en cada pared.

Por lo general, está lleno de gente, pero las ventanas están oscuras una
hora después de cerrarse. Las letras doradas del otro lado del vidrio dicen:
Local Original en Desolation, desde 1829.

De hecho, los Maguire han estado dirigiendo este lugar durante casi
dos siglos. Es posible ser perdonado por pensar que el viejo Cian Maguire,
el bisabuelo de Roxy, ha estado ocupando su habitáculo en la ventana
durante todo ese tiempo; parece más antiguo y arraigado que la barra de
roble, que presumen fue sacada del casco del barco que trajo a los
primeros Maguire al puerto de Nueva York.

Hoy no habrá alarde ni narración de historias, tan pronto como paso un


pie por las puertas del pub con Clare a mi lado, Cian da un silbido agudo
y cuatro irlandeses enojados salen en tropel del almacén. Niall Maguire
está a la cabeza, con la boca todavía magullada por nuestro último
encuentro. Parece altivo y furioso como un gallo diminuto. Justo a su lado
está Chopper, el pitbull de Roxy, que parece que no puede decidir si
gruñirme junto con todos los demás o correr y lamerme la cara. Connor
Maguire aparece en la retaguardia, con las mangas de la camisa
enrolladas hasta el codo y la cara casi tan roja como su cabello ralo.
―Tienes el puto descaro, ¿no es así, chico? ―gruñe tan pronto como
me ve.

―Así es ―le gruño de vuelta―. Y seguiré dando vueltas hasta que te


quites la cera de los oídos y me escuches.

―Oh, escucharé cada palabra que digas ―se burla―. Cuando estés
atado a una silla y te golpeen con un puto tubo como lo hiciste con mi hijo.
Entonces tendremos mucha conversación.

Dos de sus matones dan un paso hacia adelante, moviéndose para


flanquearme, con las manos buscando sus armas.

Empujo a Clare detrás de mí con brusquedad y sin ceremonias, tocando


mi propia Glock, fácilmente accesible en las fundas dobles dentro de mi
chaqueta. Estoy esperando a ver si ellos sacan las suyas o si pretenden
derribarme a mano.

―Tu chico llegó a casa muy bien ―le digo a Connor, manteniendo mis
ojos en sus hombres―. Te lo envié de vuelta con apenas una marca,
incluso después de que me arrancó un trozo del brazo.

Giro mi antebrazo hacia mi cuerpo, mostrándole a Connor el feo corte


en el costado de mi bíceps.

―¿Crees que entraría aquí si hubiera matado a Roxy? ¿Lo crees?

La duda brilla en sus ojos.

El hombre de la izquierda, un ogro alto y desgarbado con una cabeza


maciza y patillas demasiado largas, se lanza hacia mí. Yo empujo sus
brazos a un lado con un brazo rígido hasta la articulación del codo,
evitando romperle la mandíbula por si acaso.

―¡Tranquilo! ―le ladro, y luego le digo a Connor―. Tengo una


grabación para ti. Si quieres saber quién es el responsable de su muerte,
trabajarás conmigo.

Connor lo considera, haciendo un silbido a través del espacio entre sus


dientes frontales para decirles a sus hombres que retrocedan un
momento.
Niall no ha cometido el mismo error de apresurarse de nuevo. Está
observando todo este intercambio en silencio, con la mano descansando
ligeramente sobre la cabeza de Chopper, su expresión es oscura y
resentida.

Saco el teléfono del bolsillo y escuchamos la grabación que hice de mi


entrevista con el repartidor de la floristería.

Su frenético farfullar y suplicar, aunque caótico en la cinta, suena a


autenticidad cuando admite el soborno y la entrega del vino.

―¿Y qué? ―Connor escupe, poco convencido―. Ese podría ser


cualquiera.

―¡Yo estuve ahí! ―Clare llora―. El chico estaba aterrorizado, estaba


diciendo la verdad.

Connor se gira hacia ella, sus ojos azules tan apagados que no parecen
más que pupilas negras como pinchazos en un mar de blanco grisáceo.

―No creas que no sé exactamente quién eres, pequeña ―dice, en su


tono amargo y suave―. La putita de Valencia que se supone que nadie
debe saber que fue secuestrada, pero que todo el mundo lo sabe. ¿Qué
tipo de favor crees que me debería tu padre si te dejara en su puerta,
esposada al cuerpo de tu secuestrador? Qué gran regalo sería ese.

―Constantine no me secuestró ―Clare miente con una facilidad que


me asusta―. Estoy con él de buena gana, porque le creo. Él no mató a
Roxy, todo lo que ha hecho desde que salió de DesMax es intentar
averiguar quién lo hizo.

Se sonroja levemente en esta última frase, como si recordara que nos


hemos tomado unos descansos para otras actividades...

Connor Maguire entrecierra los ojos, viéndola de cerca.

―¿Y porqué te preocupa todo esto? ―dice, baja su ritmo hasta


convertirse en un siseo ahora.
―No todo el mundo en Desolation está podrido por dentro ―le digo a
Connor, cortando lo que sea que Clare hubiera respondido―. Ella es una
buena chica y quiere justicia.

No puedo permitir que Connor sospeche de Valencia en esto, todavía


no, no con Clare a mi lado. Si Valencia estuvo involucrado en la muerte
de Roxy, la forma más segura de que Connor vengara a su hija sería matar
a la hija de Valencia aquí y ahora. Algo que no puedo permitir.

Al captar la indirecta, Clare cierra la boca ocultando cuidadosamente el


temblor de sus manos metiéndolas en sus bolsillos. Está desarrollando
una mejor cara de póquer, mi pajarito. No muestra tanto sus emociones
en su rostro, habiéndolo aprendido en el poco tiempo que la conozco.

Yo, sin embargo, todavía puedo leer sus pensamientos, con la claridad
de un titular de periódico en primera plana.

Ella está aterrorizada, piensa que esta apuesta no vale la pena,


marchando directamente al pub de Maguire, tratando de demostrar
nuestra inocencia exponiendo nuestras gargantas a sus cuchillos.

―Mátalos a los dos ―grazna el viejo Cian Maguire, junto a la


ventana―. Haz que todo este problema desaparezca de una vez por
todas.

Uno de los matones irlandeses habla, rompiendo el frágil silencio. Lo


reconozco de Yama, todavía tiene un moretón de mi puño en el lado
derecho de su cara.

―Él podría estar diciendo la verdad, apenas intentó defenderse en el


ring de Petrov.

Connor resopla como si esto no significara nada, pero puedo decir por
su ceño fruncido que le molesta, ha notado mi comportamiento en cada
paso del camino. Sabe que nunca usé fuerza letal contra sus hombres,
incluso cuando intentaban matarme. Sabe que interrogué a su hijo con
solo una fracción de la crueldad que normalmente empleaba.

―La alianza aún podría salvarse ―digo en voz baja.


―¡De ninguna manera! ―Connor aúlla―. ¡No después de lo que le
pasó a Roxy! ¡Tú no la protegiste!

Y ahora, por primera vez, veo la verdad; Maguire sabe que yo no maté
a su hija.

De todos modos está enojado porque murió justo a mi lado, a un pie de


mi cara, mientras yo no pude detenerlo.

―Tienes razón ―le digo en voz baja―. Y por eso estoy profundamente,
profundamente apenado.

Connor escucha mi sinceridad. Me mira, frunciendo el ceño levemente.

Nunca amé a Roxy. Aún así, la mayor vergüenza de mi vida es que


acepté cuidarla y no lo hice.

Me desperté con sus ojos muy abiertos mirándome, horrorizada, con


reproche y sin vida. Rogándome que la ayudara, mientras iba a un lugar
donde no hay ayuda posible.

Nunca dejaré que eso vuelva a suceder.

Especialmente no a Clare.

―Ayúdame a encontrar quién hizo esto ―le digo a Maguire―. Trabaja


conmigo, no contra mí. Ambos podemos tener nuestra venganza.

―¿Qué hay de ella? ―pregunta Connor, asintiendo con la cabeza hacia


Clare sin mirarla―. Tus prioridades están divididas, Constantine.

―No, no lo están ―digo rotundamente―. Tengo un solo propósito:


matar a cada persona que participó en esta conspiración.

En mi visión periférica, veo a Clare estremecerse.

Ella sabe que creo que eso incluye a su padre.

―¿Qué quieres de nosotros? ―Niall exige.

Es rápido en la asimilación, al igual que su padre.


―Quiero que consigas el expediente policial del caso ―le digo―. El
jodido expediente completo, no la mierda que Valencia llevó a juicio. Sé
que puedes conseguirlo: la mitad del cuerpo de policías son irlandeses, y
quiero tener acceso a sus imágenes de seguridad antes y después de su
muerte, en particular si se trata de una posible intrusión en mi propiedad.

―La policía puede ser irlandesa, pero no son Maguire ―dice Connor,
cruzando sus fornidos antebrazos rojos sobre su pecho.

―Pero siguen siendo jodidamente irlandeses, puedes conseguirlo


―digo con fuerza.

Connor no está de acuerdo, pero tampoco discute.

―Estaré en contacto ―digo, tomando el brazo de Clare y retrocediendo


hacia la puerta.

Ninguno de los irlandeses se mueve, mirándonos partir con sus ojos


pálidos y desconfiados fijas en nuestros rostros, solo Chopper se despide
de mí con un suave gemido.

Tan pronto como estamos afuera, Clare se pone delante de mí.

―¡Tú me usaste! ―ella llora.

―Silencio ―le digo, arrastrándola de vuelta hacia la motocicleta―. Te


escucharán.

―¡No me importa si lo hacen! ―grita, tentándome dolorosamente a


poner una mano sobre su boca, o tal vez darle la vuelta sobre mi rodilla
otra vez.

―Les va a importar una mierda ―gruño―. No cometas el error de


pensar que están de tu lado.

―Oh, entiendo exactamente lo que pasó ―me susurra―. Estabas


jugando con el hecho de que ellos no querrían matarte delante de mí, por
eso me trajiste. Aunque sabes muy bien que también estarían felices de
dispararme a mí, si compartieran tu opinión sobre mi padre.
―Bueno, todavía no lo hacen ―le gruño―, y me gustaría mantenerlo
así, así que baja tu maldita voz.

―No voy a quedarme al margen y ver cómo lo asesinas ―dice―. Sigue


siendo mi padre, no importa lo que haya hecho.

―¿Ah sí? ―Me burlo―. ¿Y qué crees que debería pasar? ¿Quieres que
le entregue las pruebas a la policía? Están en eso, ¿recuerdas? E incluso si
existiera la justicia y lo metieran en DesMax, no duraría ni una puta
semana. El resultado es el mismo de cualquier manera.

Clare me mira fijamente, realmente pensando en esto por primera vez.

Dijo que quería la verdad, pero no quiere lo que sigue.

Ella no quiere las consecuencias.


16
Clare
Debería haber sabido que no debía confiar en él. Debería haber sabido
que me usaría, que había una razón por la que me sacó de esa prisión.

Sé que es capaz de una violencia indescriptible. Lo he visto con mis


propios ojos, sé que está planeando aún más, y aún así…

Cuando me mira de esa manera… con ese brillo en sus ojos que me dice
que soy especial, comencé a creer que era verdad.

Cuando me sostiene de esa manera... con esa feroz posesividad que solo
él ha mostrado a mi alrededor, comencé a creer que lo decía en serio.

Me hace sentir cosas que nunca he sentido, me hace tener esperanza y


soñar y anhelar mucho más, e hice lo que nunca hago, dejo que mi cerebro
lógico sea silenciado por lo que quiere mi corazón.

No me convertí en quien soy al permitir que las emociones me


dominaran, y no voy a empezar ahora.

―Súbete a la motocicleta ―gruñe, con una voz aún teñida de ira. Pongo
el casco en mi cabeza.

―Bien ―digo bruscamente. Estoy a punto de gritarle que me lleve a


casa donde pueda cuidar mis heridas, hasta que recuerde que no estamos
en una cita.

Sus ojos se entrecierran en mí mientras sostiene la moto firme para mí


y luego señala con la barbilla hacia ella para decirme que suba. Paso la
pierna por el costado y cruzo los brazos sobre el pecho, se balancea un
poco, pero él rápidamente lo endereza y me relajo cuando soporta el peso.

―¿Te vas a subir o qué? ―Mi voz tiembla de ira y él me lanza lo que
podría llamar una mirada de advertencia, algo que me dice que no lo
presione demasiado. Sería inteligente si dejara que las cosas se
desvanezcan en este momento, para hacer lo que en el mundo académico
llamamos distensión.

Todavía puedo verlo en mi libro de texto.

Distensión: el acto de reducir o disminuir la intensidad de un conflicto o


situación potencialmente violenta.

Aún puedo ver las imágenes de policías, socorristas y personal médico


que reducen la escalada de una situación, todavía puedo escuchar a mi
profesor recordándonos cuán importante es cuando se trata de personas
con enfermedades mentales o que están angustiadas, permanecer
calmados, tranquilos y serenos, para que no arrojemos leña al fuego, por
así decirlo.

Pero todo mi entrenamiento, mi experiencia y mi educación no


significan nada en este momento, y parece que no puedo controlar mi ira.

El aire crepita entre nosotros, potente con chispas eléctricas.

―¿Vas a quedarte ahí parado y mirarme con el ceño fruncido? La


última vez que lo comprobé, no sé cómo conducir esta cosa, y dudo
mucho que sea una de esas piezas de maquinaria autónomas.

¿Piezas de maquinaria autónomas? Dios, ¿en qué estoy pensando?

Su espalda se pone rígida y, al principio, no responde. Justo cuando me


harto de que esté haciéndome la ley del hielo o lo que sea que esté
haciendo, y abro la boca, él abre la suya y comienza a hablar.

―No es así, y sí, me voy a subir.

―Entonces, ¿por qué la vacilación? ―Chasqueo, mi sangre hierve.


Un músculo se contrae en su mandíbula y mi corazón late
involuntariamente.

―Estoy tratando de decidir si necesito ponerte sobre mi rodilla aquí,


ahora mismo, o esperar hasta que lleguemos a la casa de seguridad.

Mi mandíbula se abre y lo veo, con los ojos muy abiertos. Quiero


protestar, pero no sé qué decir ni cómo responder. Lo dice... con total
naturalidad. Como si prender fuego a mi trasero fuera algo que tiene que
suceder, la única pregunta es dónde y cuándo.

―¿Disculpa? ―Finalmente farfullo, antes de mirar frenéticamente a mi


alrededor para ver si alguien nos escuchó―. No recuerdo haber estado de
acuerdo en...

―Y eso me da mi respuesta. ―Sosteniendo la motocicleta con firmeza,


tiene cuidado al levantar la pierna y ocupar su lugar frente a mí. Cuando
enciende el motor, acelera debajo de mí. Aprieto mis piernas para detener
el estallido de la necesidad erótica, pero es inútil.

Las motocicletas me excitan.

Constantine me excita.

Que me amenace con darme una paliza me excita.

A la mierda mi vida.

―¿Qué respuesta? ―pregunto, pero tan pronto como lo hago, el viento


se traga mis palabras y me agita el pelo.

En contra de mi buen juicio, envuelvo mis brazos alrededor de su


cintura, me acomodo en mi lugar y él avanza.

El motor ronronea como un semental. Entre el zumbido entre mis


piernas, su robusta y musculosa espalda contra mi pecho, y el miedo de
lo que suceda cuando este viaje termine, soy un maldito desastre cuando
se mete en el camino de entrada de una casa que de alguna manera me
parece vagamente familiar.

Se detiene y apaga el motor. El silencio resuena entre nosotros.


Miro a nuestro alrededor, tratando de contextualizar nuestra ubicación,
pero aquí está demasiado oscuro para saber realmente dónde estamos.

―¿En dónde estamos?

Él gruñe en respuesta, como si esperara que yo lo aceptara.

Sin explicación. Sin razonamiento.

Todo esto, la forma en que se comporta, la forma en que habla, la forma


en que toma decisiones sin pensarlo dos veces, me recuerda quién es él:
un hombre que está acostumbrado al liderazgo y no conoce otra manera.
Un hombre acostumbrado a la responsabilidad, a estar al mando. Él es
quien es, hasta los dedos de los pies.

No puedo proteger a nadie que me socave.

Y por alguna razón, ese conocimiento, esa comprensión real de quién


es y qué hace, me calma un poco.

―Quédate ahí, ptitsa. Es importante bajar con cuidado para no


lastimarse. ―Un minuto, está escupiendo órdenes que son difíciles de
tragar y me pregunto quién es y... además, quién soy yo para él. Al
siguiente, está siendo amable y cuidadoso conmigo. Protector.

Lo veo poner la moto en punto muerto y mantenerla firme para que


pueda bajarme. Sostengo sus hombros para estabilizarme antes de mover
la pierna por el costado.

Incluso ahora, no quiere que me caiga o me lastime. Incluso ahora, me


está cuidando, y por alguna razón, eso me hace sentir un poco triste por
dentro.

No sé qué va a pasar con él, no sé a dónde iremos desde aquí. Sé que la


idea de que lo atrapen y lo arrastren de regreso a DesMax, ese lugar
lúgubre y desesperanzado, me hace un nudo en la boca del estómago.
También sé que ser atrapado y devuelto a prisión podría ser un final feliz
en comparación con los otros resultados que podría enfrentar.

No es hasta la mitad de las escaleras de la casa que me doy cuenta de


dónde estamos: en una calle que solía frecuentar con mis padres cuando
era más joven, un lugar de casas de vacaciones de verano y un paseo
marítimo, a una buena distancia, lejos de la prisión, pero lo
suficientemente cerca de la casa de mi infancia como para poder llegar ahí
en un abrir y cerrar de ojos. A mi padre le gustaba venir de vacaciones a
la zona en caso de que tuviera que regresar rápidamente, y mi madre
estaba aterrorizada por los vuelos largos, por lo que fue una decisión fácil
para ellos.

Casi le digo que conozco esta calle, no estoy segura de que nos hayamos
quedado en esta casa exacta, pero he estado cerca. Entonces me doy
cuenta de que sabe dónde estamos, eligió este lugar a propósito. Aunque
puede que no sepa que yo estuve de vacaciones aquí cuando era niña, es
muy consciente de lo cerca que estamos de la casa de mi infancia.

Y en ese momento, con las dudas de todo ante nosotros, la tristeza de


quién es y lo que lleva pesando sobre mí… quiero irme a casa. Quiero mi
propia cama de nuevo, volver a ser quien era antes de todo esto: una
mujer fuerte e independiente, que sabía lo que quería y hacia dónde iba
en la vida.

Sé que no puedo tener eso, no puedo ir ahí. Ahora sé que quien era
nunca volverá a ser la misma.

¿Y en este punto? No estoy segura de querer volver a como eran las


cosas.

Es el trabajo de mi vida ayudar a otros a aprender a manejar las


enfermedades mentales, a aprender a manejar el trauma, pero en este
momento, ni siquiera estoy segura de cómo comenzar.

Con la cabeza inclinada, caminamos rápidamente hacia la puerta


principal. Él desliza un teclado numérico en la puerta y la cerradura se
abre con un silencioso chasquido. Los músculos de sus brazos se tensan y
se abultan cuando la abre y me hace un gesto para que entre.

Es un lugar moderno y lujoso, impecablemente limpio con muebles de


aspecto cómodo, específicamente diseñados para la comodidad y la
relajación. Jadeo cuando miro por la ventana al cielo nocturno, con las
estrellas parpadeando como diamantes en el valle de abajo.
Abro la boca para hablar con él cuando ladra una orden.

―Desnúdate.

Me congelo y no respondo de inmediato.

―Tienes treinta segundos, Clare, antes de que empiece a contar.

―Contar... ¿qué? ―pregunto en un susurro, al mismo tiempo excitada


y aterrorizada.

―¿Cuántos strikes más te has ganado con tu desobediencia?

¿Lo imaginé, o sus ojos se veían acalorados hace un momento?

¿La mía?

―Quince segundos.

No es suficiente tiempo para pensar o planificar. Con mis ojos en los


suyos, empiezo a desnudarme.

Tan pronto como la tela de mi ropa se acumula alrededor de mis pies,


veo que lo estoy afectando y me doy cuenta... que puedo recuperar el
control, quizás nunca lo perdí para empezar.

Podría haberle exigido que me llevara a casa, quizás incluso podría


haber escapado, no tenía que hacer lo que me dijo, no necesitaba dejar que
me hiciera correrme.

No tenía que disfrutarlo.

Cuando me paro frente a él en nada más que un sostén y bragas, sé que


lo he afectado, su nuez de Adán se mueve hacia arriba y hacia abajo, y su
erección se ve limpia a través de la tensión de sus pantalones. Cuando
sostengo su mirada, sus pupilas se dilatan.

―Tan hermosa ―murmura, antes de hablar en ruso desigual.

―¿Qué fue eso? ―pregunto, mi propia voz llena de excitación.

Un brillo maligno ilumina sus ojos.


―Dije Yebat 'yego konem. Traducido literalmente significa 'deja que el
caballo se joda’.

―¿Qué?

―En inglés podrías decir maldita sea.

Mi corazón late con fuerza.

―Oh. Bueno, eso es mejor que... caballos... joder. ―Yo fluyo.

―Eres un tesoro, Clare.

―¿Ah? ―pregunto en un tono burlón―. Entonces, ¿por qué debes


castigarme?

En un paso, se cruza hacia mí y sus dedos se enredan en mi cabello.


Jadeo cuando tira de él, y mi boca se abre cuando el dolor se dispara por
mi cuero cabelludo y hormiguea en mi columna. Antes de que me
recupere, palmea mi trasero y me empuja contra él. Gimo justo antes de
que tome mi boca, con sus labios presionados contra los míos con una
marcada intensidad.

Toco mi lengua con la suya, saboreando el sonido bajo y sexy de su


gruñido. Mis senos se sienten pesados y llenos, su mano en mi trasero se
aprieta dolorosamente y, sin embargo, de alguna manera, anhelo más.

―¿Por qué te castigo? ―rechina contra mi oído―. Porque te encanta.

―No ―miento, negando con la cabeza, pero no puedo evitar la lenta


sonrisa que se extiende por mis labios―. A nadie le gusta ser castigado.

Es un baile que hacemos, pero al final, sabemos dónde terminaremos.

―Mientes, dulce niña ―dice arrastrando las palabras, con su acento


espesándose―. Abre las piernas y muéstrale a papi lo mojada que estás.

Obedezco tan rápido que se ríe, el sonido profundo y oscuro se derrite


directamente entre mis muslos. Pasa sus dedos más allá de la cintura de
mis bragas y se burla de mí. Jadeo, mis piernas se tambalean cuando él
toca mis pliegues hinchados y resbaladizos.
―Khristos. Tan jodidamente mojada. Muy preparada. Debería
castigarte más por mentir.

―¿Y si digo que no? ―No puedo evitar bromear.

―Si fuera tú no me pondría a prueba ahora mismo ―dice en un tono


de advertencia que solo me hace temblar más―. Ve, termina de
desvestirte. Cuando entre, espero que tengas las piernas abiertas para mí,
inclínate sobre el costado de la bañera y acaríciate a ti misma mientras me
esperas, pero no tienes permitido correrte.

¿Sobre... el costado... de la bañera?

Acaríciate a ti misma.

Y luego se va. Su calor, sus gloriosos dedos y ese tono de voz tan sexy
como la mierda en mi oído. Su olor y la sensación de él y la forma en que
me moja con una simple mirada. Lo veo levantar un pequeño control
remoto y presionar un botón. El sonido de los chorros de agua llenando
una bañera hace eco detrás de mí, lo veo salir de la habitación y me doy
diez segundos para estar aturdida antes de empezar a moverme.

Desvestirme. Bueno, esa parte es bastante fácil. Segundos después,


estoy en el baño, mirando la bañera. Esta no es una simple bañera, es
enorme, lo suficientemente grande como para que los dos nos bañemos
juntos. Ubicada en un rincón embaldosado de la habitación, está
retroiluminada con un resplandor azul claro, y las luces azules y blancas
brillan como gemas resplandecientes. Los chorros impulsan el agua hacia
la bañera y el vapor se eleva. Es más baja en la parte delantera,
elegantemente curvada para permitir que uno se recueste y disfrute del
calor, con un respaldo más alto junto a un pequeño conjunto de escalones.

Presiono la tina fría contra mi vientre, con mi trasero a la vista. Con


cautela, separo mis piernas y deslizo mis dedos donde estaban los suyos.
Los míos son demasiado pequeños, demasiado cortos. Quiero sus dedos
más fuertes y más grandes dentro de mí tanto que podría llorar.

Recuerdo la forma en que me puso sobre sus rodillas, la forma en que


su cinturón aterrizó en mi trasero, la forma en que me hizo correrme. Me
imagino su lengua entre mis piernas, llevándome al clímax contra su boca,
y me siento cada vez más cerca de liberarme, cuando lo escucho entrar.

―Para. ―Mis dedos se congelan, muriendo por terminar lo que


comencé, pero lo quiero más a él.

Sin estar preparada, jadeo cuando su palma golpea mi trasero. Me


apoyo en el borde de la bañera con mi mano libre, justo antes de que otro
golpe siga al primero. El calor atraviesa mi piel y mi clítoris palpita. Oh,
Dios, lo que me hace cuando me castiga...

Gimo y me retuerzo cuando él toca mis pliegues, extendiendo mi


excitación resbaladiza a lo largo de mi abertura y luego a mi trasero. No
podía haber imaginado a nadie haciéndome algo así antes, pero ahora
mismo, no puedo imaginarlo deteniéndose. Lo quiero todo, y lo quiero
jodidamente ahora.

―Tócate a ti misma ―gruñe. Mis dedos se mueven cada vez más


rápido, me siento al borde. Si me dijera que me detuviera ahora mismo,
no estoy segura de poder hacerlo.

《Te gusta presionar, ¿no es así, Clare? ―pregunta antes de aterrizar


otra bofetada dura y abrasadora donde mi trasero se encuentra con mi
muslo―. Te gusta ver lo que hará papi, ¿no?

Oh, Dios, mi clítoris palpita bajo mis dedos mientras trabajo más duro,
más rápido, en círculos rítmicos. Gimo cuando el dolor de su palma se
derrite para calentarse de nuevo.

Siento su polla gruesa y caliente en mi entrada, deslizándose entre mis


pliegues, y me preparo con fuerza. Lo necesito tanto en mí que estoy
temblando, agradecida por el contraste de la porcelana fría y resistente
bajo mi mano. Algo cálido y líquido se desliza entre mis mejillas. ¿Es
lubricante? Tiemblo cuando la cabeza de su polla me separa.

¿Él está...? No.

Su enorme cuerpo me atrapa debajo de él, con sus robustas piernas a


cada lado de mí y su enorme pecho presionado contra mi espalda. Él está
completamente vestido y yo estoy completamente desnuda, el contraste
de alguna manera me pone aún más caliente.

―Soy tu dueño, mujer ―gruñe en mi oído―. Soy dueño de esa boca,


de ese coño rosado y caliente, y ahora seré dueño de este culo. Pase lo que
pase, quiero que me sientas, que recuerdes, que sepas que estás marcada
por mí porque eres mía. ―Su polla se burla de mi culo y me tenso, pero
él extiende una mano para ahuecar mi pecho y todo mi cuerpo se relaja.

《Relájate, pajarito, confía en mí. Confía en mí, Clare, y deja que tu


cuerpo se haga cargo. ―Cierro los ojos y hago lo que dice. El miedo se
filtra fuera de mi cuerpo como humo que se eleva, se va tan rápido como
llegó, mientras él, lenta y perfectamente, entra en mí y me llena hasta el
fondo. Se queda quieto, sosteniéndome contra él, antes de que lentamente
construya un ritmo que me haga gemir de necesidad y deseo.

Mierda, sí. Nunca había tenido sexo así. Nunca volveré a ser la misma.

Constantine me ha arruinado para otros hombres, para cualquier otro


tipo de sexo.

Para todo.

―Oh, Dios, oh, Dios ―le susurro al mismo tiempo que él maldice.

―Khristos, Clare. Eres tan jodidamente perfecta. Jesús, mujer.


―murmura en ruso, y no sé si está rezando o maldiciendo, pero no
importa, su voz profunda y la aspereza de sus palabras me empujan
directamente al borde de la dicha.

Estoy tan llena, tan malditamente llena que voy a morir, pero moriré
como una mujer feliz. No puedo contenerme mientras sus flancos chocan
contra mi trasero, y todo el dolor se desvanece en un éxtasis perfecto. Mi
clítoris late y mis muslos se aprietan. Sus dedos se envuelven alrededor
de mi garganta cuando nos acercamos a la liberación.

―Córrete, pajarito ―susurra contra el caparazón de mi oído. Su mano


se flexiona como un collar, recordándome el poder que ejerce y cómo soy
suya, y al sentir las puntas de sus dedos contra mi piel, me rompo.
El éxtasis me ciega y olvido cómo respirar. Lloro y me retuerzo, los
espasmos rebotan a través de mí. Él se corre con un rugido que resuena a
mi alrededor, y su semilla me azota con insistencia. No reconozco mi
propia voz cuando grito su nombre.

Estoy ronca cuando vuelvo a la tierra. Estoy jadeando, desplomada


sobre el costado de la bañera. Él se inclina y besa mi hombro y murmura
algo una vez más en ruso.

Yo imagino que me dice te amo.


17
Constantine
Llevo a Clare a la gran cama tamaño king de la suite principal.

Esta casa es una de las muchas propiedades en común de los Bratva, a


veces es utilizada como casa de seguridad, a veces para amantes de
mierda, a veces simplemente para un descanso.

Incluso los gánsteres se cansan de vez en cuando.

Incluso los gánsteres quieren relajarse.

No es una coincidencia que estemos a poca distancia de la casa de la


familia de Clare. La llevé al corazón de mi mundo: clubes de sexo,
territorio de pandillas y bandas de lucha clandestinas.

Ahora quiero estar en su mundo.

Quiero mostrarle que puedo habitar un palacio de mármol reluciente y


madera pulida. Podría usar un traje, si quisiera, y viajar en la parte trasera
de una limusina. Podría colocarle diamantes alrededor del cuello y bailar
con ella.

O al menos, quiero creer que podría.

Quiero creer que Clare y yo no somos tan diferentes.

He robado una princesa y ahora quiero quedarme con ella, pero ¿qué
tipo de vida podría ofrecerle?
Clare está profundamente dormida, acurrucada contra mi pecho. Está
agotada por todo este correr y esconderse, todo este buscar y luchar. No
está acostumbrada a esta existencia desesperada.

Tan exhausto como estoy, no puedo quedarme dormido junto a ella. Mi


mente está corriendo, tratando de encontrar alguna solución que pueda
resolver todos nuestros problemas. Eso podría hacer posible lo imposible.

No importa en qué dirección gire, queda un problema evidente.

Tengo que matar al Valencia.

Sé que él está en el corazón de esto. Él lo orquestó todo. Mató a Roxy y


me incriminó por ello. Tiene la intención de conquistar a los Bratva y a los
irlandeses, para poner bajo sus talones a los criminales de esta ciudad.

Sus acciones requieren venganza; los irlandeses lo esperan, y mi propia


furia lo exige.

Debe ser castigado, torturado, aniquilado.

¿Cómo diablos puedo hacer eso, mientras conservo algún tipo de


relación con Clare?

Ella me ha seguido en cada paso del camino. La secuestré, escapé de la


prisión, la arrastré en esta loca carrera. Nos han amenazado, disparado, y
casi asesinado.

Pero tiene que haber una línea en la que la perderé.

Valencia es su padre. Si le corto el cuello delante de ella, nunca me


perdonará.

La devastará.

La conozco lo suficientemente bien ahora que puedo imaginar


perfectamente el horror en esos hermosos ojos oscuros, la culpa y la
miseria que le causaría.

No quiero lastimarla, no puedo soportar la idea de eso. Puede que le


haya puesto el cinturón en el trasero, pero el castigo no es una herida.
Ella es una buena persona, realmente buena. Fue a esa prisión para
tratar de ayudar al peor tipo de hombres, hombres como yo. Ella no me
vio como un monstruo en una celda, sino como un ser humano con fuerza
e inteligencia, con la capacidad de cambiar y crecer.

Nunca me he visto a mí mismo como alguien que pueda cambiar.

Creí que había nacido lobo, viviría lobo y moriría lobo. Sujeto a las leyes
de los depredadores, no de los filósofos.

Ahora mi propia visión de mí mismo se está partiendo hasta la médula


y me pregunto qué podría ser con una mujer como ella a mi lado. Lo que
podríamos lograr juntos.

¿Pueden coexistir la misericordia y el poder? ¿Pueden hacerlo el amor


y la dominación?

Clare está desnuda en la cama, con su cuerpo suave y sensual pegado


al mío. Sus piernas están envueltas alrededor de uno de mis muslos
parecidos a un tronco, su coño desnudo está ranurado contra mi piel.

Mientras sueña, gime suavemente y sus caderas se balancean muy


suavemente, con su coño moliendo mi muslo.

Siento que sus pezones se ponen rígidos contra mis costillas.

Esta pequeña zorrita traviesa... nunca está satisfecha. No importa cuán


bruscamente la trate, cuán profundamente la folle, ella todavía anhela
más.

Cuando aparto mi muslo de su dulce y pequeño coño, deja escapar un


suspiro triste, sus pestañas oscuras revolotean contra su mejilla, y las
yemas de sus dedos me alcanzan.

La empujo sobre su espalda.

Sus rodillas se abren, su coño se abre como una flor para mí.

Acaricio con las yemas de mis dedos la protuberancia expuesta de su


clítoris, hinchada y caliente por presionarse contra mí.

Ella gime y sus piernas tiemblan ante mi toque.


Nunca había sentido una suavidad tan aterciopelada, nunca he
conocido a una mujer tan receptiva. Hundo un dedo dentro de ella,
sintiendo cómo se aprieta alrededor de él, mirándola mecer las caderas de
nuevo, suplicándome que la penetre más profundamente, que la frote más
fuerte.

Podría pasar horas tocándola así.

Este coño es tierra inexplorada, y mis dedos, Magallanes. Quiero


explorar hasta el último detalle de ella. Deslizo mis dedos hacia arriba y
hacia abajo por sus pliegues, ahueco su coño en mi palma, y luego uso su
humedad para tocar su trasero de nuevo, tan apretado que no puedo creer
que haya encajado toda mi polla ahí solo una hora antes.

Mi polla palpita ante el recuerdo.

No hay acto más dominante que el sexo anal, requiere sumisión total
de la mujer, tiene que estar en un estado de completa aceptación donde
todo su cuerpo se relaje, donde se vuelva suave y flexible como un
caramelo caliente. Lo que en un principio parece imposible e incluso
doloroso se convierte en un placer profundo y desesperado tan intenso
que al final Clare me suplicó que la follara más fuerte, y que explotara
dentro de su culo.

Ella está gimiendo ahora, sus piernas se abren más, y su coño duele por
ser llenado.

En vez de eso, me deslizo debajo de las sábanas, inhalando el cálido y


dulce aroma de su piel hasta la delicada curva de su ombligo, sobre la
cresta de su cadera, hasta mi lugar favorito.

Empujo mi lengua dentro de ella.

Clare jadea, presionando su clítoris contra mi labio superior.

La follo con mi lengua, frotando la yema de mi pulgar sobre su clítoris.

Medio dormida y medio despierta, se agacha para pasar sus dedos por
mi cabello, rascándome el cuero cabelludo con las uñas. Cada punto de
fricción envía deliciosas chispas de placer por mi columna vertebral. Su
aroma llena mi nariz y mi boca, es rico y embriagador. Su coño es
irresistible y estoy jodidamente drogado.

Ella rueda sus caderas contra mí, toda mi cara está húmeda y
resbaladiza. Yo quiero más, más y más.

Me la follo con dos dedos, lamiendo mi lengua contra su clítoris. Nunca


había estado tan hinchado. Lo chupo suavemente, revoloteando con la
parte plana de mi lengua.

Clare comienza a correrse, todavía sin despertar del todo. Sus gemidos
son profundos y guturales, borrachos de sueño.

Ella se corre contra mi lengua, con sus muslos apretando mis oídos.

Antes de que los últimos golpes la atraviesen, la monto y sumerjo mi


polla dentro de ese coño dolorosamente sensible.

Ahora sus ojos se abren rápidamente y me mira como si hubiera


entrado en su sueño, en lugar de al revés.

―Dime que te pertenezco ―se queja.

―Eres mía ―gruño―. Nunca te dejaré ir.

―Dime que soy tu buena chica...

―Eres mi princesa, mi reina. Mataré a cualquiera que te ponga un dedo


encima. Solo yo te toco, solo yo te miro. Eres mía y solo mía.

Me jala hacia abajo sobre ella, clavando sus uñas en mi espalda,


sosteniéndome fuerte contra su cuerpo.

Ella ya se está corriendo de nuevo, su coño está teniendo espasmos


alrededor de mi polla.

Mientras lo hace, suspira en mi oído.

―Oh... Constantine...

El sonido de mi nombre en su lengua me hace estallar dentro de ella. El


orgasmo es tan poderoso, tan exhaustivo, que la habitación se convierte
en un mar de oscuridad a mi alrededor y toda la conciencia se desvanece.
Cuando me despierto Clare se ha levantado de la cama.

Esta es la única vez en mi vida que una mujer se ha despertado antes


que yo. Por lo general, el menor sonido, el menor movimiento, me
despierta de un tirón.

Dormí muy profundamente.

Todo mi cuerpo se siente pesado y cálido, todavía drogado de placer.

Clare está sentada en el asiento de la ventana, mirando hacia afuera,


vestida con mi camisa, que le cuelga casi hasta las rodillas como un
vestido, con las piernas desnudas metidas debajo de ella. Su cabello está
despeinado, su rostro adorablemente hinchado por el sueño.

No se ha dado cuenta de que estoy despierto; estoy capturando una


mirada cuando cree que no la observan.

Veo su tristeza.

Se levantó inquieta, infeliz. Tal vez ni siquiera recuerde lo de anoche.

Cuando me incorporo, ella se sobresalta y se gira hacia mí.

―Buenos días ―me dice.

La formalidad del saludo está muy lejos de lo que gimió en mi oído


cuando se corrió por toda mi polla.

Ya siento que mi rostro se pone rígido, las contraventanas dentro de mí


se cierran de golpe. Nunca había sido vulnerable al dolor; todo dentro de
mí se rebela contra él.

―Casi puedo ver la casa de mis padres desde esta ventana.

―Lo sé.
Mi voz sale más fría de lo que pretendía.

―Me preguntaba... ―duda.

Ya sé lo que está a punto de decir, pero me quedo en silencio, jugando


con la cuerda. Algo perverso dentro de mí quiere verla ahorcarse.

―Quieres pruebas de tu caso ―dice Clare. Su voz es suave pero directa,


sus ojos están fijos en mi rostro―. Sé la contraseña de mi padre para la
computadora en su oficina. Podría revisar sus archivos, y entonces ambos
sabríamos la verdad.

―Quieres irte a casa ―le digo rotundamente.

Clare se estremece.

―No quiero, no es así. Es solo que... tengo que saberlo, Constantine.


Tengo que saberlo con certeza.

―Te lo he dicho con certeza.

―¡No es lo mismo! ―Sus mejillas se están poniendo rosadas, y sus ojos


brillan. Aún así, ella está luchando por el control, luchando por que la
entienda.

No puedo entenderla, porque no puedo aceptar esto.

―¿Y anoche? ―ladro―. Cuando dijiste que me pertenecías.

Estoy torciendo sus palabras de la manera más fea. Su pecho sube y baja
rápidamente debajo de mi camisa. Sé que la estoy molestando, pero
parece que no puedo detenerme.

―Constantine... yo... me preocupo por ti, por lo que te pasa...

―Por supuesto que sí ―me burlo―. Eres una idealista, querías


salvarme desde el momento en que nos conocimos, o incluso antes de que
nos conociéramos. A mí y a todas las demás almas perdidas.

―¡No! Eso no es lo que yo...

―No necesito tu maldita lástima ―gruño―. No te necesito en absoluto.


Puedo encontrar la evidencia con o sin tu ayuda.
―Pero yo quiero…

―Me importa una mierda lo que quieras.

Clare retrocede como si la hubiera abofeteado.

Pero yo nunca la abofetearía.

Pero haría esto... la alejaría, ruda y dolorosamente.

Porque Clare está destinada a traicionarme. En el momento en que


regrese a esa casa, a salvo con sus padres, y esté instalada en su vida de
privilegios y seguridad, esta cosa entre nosotros se evaporará como el
rocío sobre el pavimento caliente.

La absorbí en este loco asunto, esto nunca fue lo que ella quería para sí
misma: una criminal. Un asesino.

Perdió la cabeza por un momento y se aferró a mí en su locura.

Pero ella no me ama, ¿cómo podría?

Quiere irse a casa, su antigua vida la llama.

Quizás la mía también lo haga.

Era mucho menos complicado cuando solo tenía que preocuparme por
mí mismo. Cuando podía cortar, golpear y quemar a cualquiera en mi
camino sin una pizca de remordimiento.

―Tienes razón, Clare ―digo, levantándome de la cama, desnudo y frío


como una piedra sólida―. Es hora de que te vayas a casa.
18
Clare
Veo por la ventana del dormitorio y me obligo a dejar atrás la enfermiza
y retorcida sensación de náuseas en mi estómago. La fría sensación de
hormigueo en la parte posterior de mi cuello que me dice que algo está
terriblemente mal.

No me gusta la mirada fría en los ojos de Constantine cuando se


encuentran con los míos. Decirme que me vaya a casa se siente como el
más frío de los rechazos. Como un hueso revelado por el corte más
profundo de una hoja, se siente como si se revelara la dolorosa verdad:
venimos de dos mundos diferentes y nunca podríamos estar juntos.

Sin embargo, rechazo esta verdad, la rechazo con todo mi ser porque sé
que no es cierto. He visto la mirada en sus ojos cuando no está a la
defensiva, encajamos como si estuviera tallada en él, y estar juntos nos
complementa a los dos. Su pasión salvaje y ardiente me alimenta, y mi
firmeza calma su fuego.

Yo lo sé, aunque no estoy segura de que él lo haga. Sin embargo, no


puedo pensar en eso ahora, si lo hago, el peso apremiante de nuestro
futuro juntos podría astillarme, y la idea de no volver a estar con él nunca
más podría destrozarme.

Así que me controlo.

Dejo que sus ojos se vuelvan negros.

Soporto el dolor de la frialdad en su mirada.


Y me hago un voto a mí misma: defenderé a Constantine Rogov porque
se merece la verdad, y lo amo.

Así que sigo la farsa, le permito que me aleje de él, tengo que hacerlo…
por ahora. Hasta que arroje luz sobre la verdad, eso debe suceder.

Recojo las pocas pertenencias que tengo mientras él habla por teléfono
en ruso, sin duda orquestando los planes que me liberarán, y por enésima
vez, desearía hablar su lengua materna. Puedo decir por el puño apretado
y el tono tenso y acalorado de su voz que está enojado.

Cuando cuelga la llamada, avienta el teléfono contra las almohadas de


la cama con tanta fuerza que se voltea en el aire y aterriza ileso a unos
metros de distancia, al pie de la cama. Se sienta en el borde de la cama y
suspira, incapaz de ocultar la resignación en sus rasgos. Mirándome,
mueve un dedo.

―Ven aquí, Clare.

Mis pies se mueven por sí solos, como si mi cuerpo supiera la verdad


instintivamente.

Yo le pertenezco.

Yo soy suya y él es mío.

Una parte de mí quiere detenerse a unos metros de distancia,


mantenerme alejada de él porque si me acerco demasiado, sé que me
tocará. Tengo que mantenerme fuerte, necesito estar segura de no dudar
de lo que debo hacer a continuación, porque si me toca...

Me quedo a unos metros de él, pero no es suficientemente.

―No, pajarito ―dice, y por un minuto, creo que quizás me imaginé el


frío rechazo en su voz cuando me dijo que me fuera a casa―. Acércate.

Delibero de un lado a otro entre obedecerlo y no, insegura de lo que


debo hacer, entonces él se inclina hacia adelante y me toma la mano. Estoy
más cerca de lo que pensaba porque en el momento siguiente, me sube a
su regazo y mi pulso se acelera cuando me ancla a él con un brazo
alrededor de mi espalda baja, con mi mandíbula atrapada cuando su
mano libre me agarra.

―No importa qué ―dice, con acento fuerte―. No importa lo que pase,
siempre serás mía.

Abro la boca para hablar y él lo toma como una invitación a besarme.


Mi cabeza se inclina hacia atrás, su boca está sobre la mía, caliente e
insistente. Gimo y él se traga cada sonido que hago. Su agarre se mueve
desde mi mandíbula hasta mi garganta, en una suave flexión para
recordarme su poder, pero confío en este hombre, no me lastimará. Su
lengua lame la mía, y lo último de mi resistencia desaparece, soy como
masa en sus manos.

Un destello de dolor me muerde el cuello. Estoy demasiado aturdida


para reaccionar, todavía atrapada en la red de la excitación y la necesidad.
Mis ojos se cierran, nuestros labios se abren y me desplomo contra él. El
mundo se desvanece en la oscuridad.

El canto de los pájaros, los neumáticos de autos acercándose, un lento


goteo de lluvia golpeando el techo. Intento abrir los ojos, pero los
párpados me pesan demasiado.

¿Dónde estoy?

Los olores me son familiares... el más mínimo indicio de vainilla y


lavanda, al igual que en mi...

Empujo mis párpados para abrirlos con enorme esfuerzo y parpadeo en


la oscuridad de mi dormitorio. Miro a mi alrededor, desorientada e
incómoda, pero ni siquiera tengo fuerzas para obligarme a sentarme.
¿Estoy sola?
Mi teléfono está a mi lado, enchufado a la base de carga. Mis zapatos
están prolijamente alineados junto a mi puerta. Las persianas están
entreabiertas, revelando un tinte azul del anochecer o del amanecer.

Es como si nunca me hubiera ido.

Estoy en mi habitación, como si todo lo que pasó fuera solo un sueño.

Intento sentarme de nuevo. Necesito ver qué día es, qué hora es.
Necesito demostrarme a mí misma que todo sucedió. Cierro los ojos y
evalúo mi situación.

No hay otros sonidos en mi apartamento.

Recuerdo... estar sentada en el regazo de Constantine. Me estaba


besando, luego me dolió el cuello y... él me drogó.

¿Me drogó para traerme a casa? ¿Por qué haría algo así?

¿Tenía miedo de que yo peleara con él? ¿Qué corriera por mi cuenta?

¿Necesita hacer que parezca legítimo, y drogarme y tirarme en mi


propia cama hace que se vea de esa manera?

¿O tenía miedo de que no me fuera?

¿Me está viendo ahora?

Mis dedos se sienten como salchichas regordetas, mis articulaciones


crujientes e hinchadas también. No tengo idea de cuánto tiempo he estado
dormida y no recuerdo cómo llegué aquí.

Tengo que llegar a mi padre.

Tomo mi teléfono, mis dedos se sienten torpes, y lentamente lo deslizo.


Escribo el nombre de Constantine.

Asesino condenado secuestra a la hija del fiscal.


El artículo tiene dos días, aunque todavía son dos días después de que
me secuestraran de la prisión. Constantine tenía razón: mis padres
intentaron silenciarlo todo, hasta que no pudieron más.

Mi madre dio una declaración:

Pragmática y sencilla, María Valencia habla claramente sobre el secuestro de


Clare Valencia.

―Quiero a mi hija de vuelta. Utilizaremos todos los recursos disponibles para


garantizar que nuestra hija regrese a casa sana y salva, y que el criminal
responsable de su secuestro sea castigado con todo el rigor de la ley.

Siento como si fuera a vomitar, y no estoy segura de si son los efectos


de los sedantes o no.

No hay ninguna mención de su preocupación por mí, nada más que


una dedicación a la justicia y la aplicación de la ley. En otras palabras, lo
típico en ella.

Mi cerebro se siente pesado, incluso mis pensamientos se arrastran.

Me siento, me froto la frente con una mano y, con esfuerzo, me levanto


de la cama. Miro alrededor de mi apartamento, todo parece intacto. Mis
zapatos están ordenados en el armario, mi ropa ordenada por color y
temporada. Mi computadora portátil yace intacta sobre mi escritorio, sin
un clip o una mota de polvo descarriada.

¿Me trajo aquí él mismo? ¿Me cargó? ¿Miró alrededor de mi casa?

¿Fue difícil para él dejarme?

Está limpio y organizado, como lo dejé. El manto sobre mi chimenea


estaba desnudo, excepto por algunos pequeños adornos tallados a mano
que coleccioné cuando mi familia estaba de vacaciones en Martha's
Vineyard.

Espera.
Mi mirada se vuelve de nuevo al manto, e ignoro el espasmo de dolor
por el movimiento repentino.

Había seis adornos cuando me fui, ahora hay cinco. A través de la nube
de niebla mental, recompongo lo que había antes de irme y trato de
recordar lo que falta, cuando me doy cuenta con vívida claridad. Un
pájaro. Un ruiseñor de cristal. Ya no está.

¿Él lo tomó?

Cierro los ojos ante la oleada de emoción que me inunda. Constantine


estuvo aquí, sé que estuvo, aquí mismo, en mi apartamento. Se llevó el
pajarito como recuerdo.

Tengo que reivindicarlo.

Tengo que saber si mi padre hizo lo que Constantine dijo que hizo.

Mi boca se siente como si estuviera rellena de algodón. Me dirijo a la


cocina tropezando para tomar una botella de agua del refrigerador. Me
apoyo en el mostrador para sostenerme, pero estoy demasiado débil para
siquiera quitarle la tapa. Maldiciendo en voz baja, odiando lo débil e
indefensa que me siento, me concentro. Respiro hondo, giro la tapa y bebo
media botella.

Me dejo caer contra el mostrador, tratando de armar el siguiente paso.

Tengo que llegar a la casa de mis padres, ese podría ser el paso más fácil
de todos.

Sosteniendo la botella de agua como si fuera mi salvavidas, camino


torpemente de regreso a la cama. Colapsando, caigo y dejo que mis
miembros pesados se hundan en el colchón.

Ok, muy bien.

Primer paso, llamarlos.

Volver a la casa de mamá y papá.

Evadir a la policía.
Fingir confusión.

Colocarme en la computadora portátil de papá.

Revisarla.

Tomo otro sorbo de agua y lo derramo torpemente sobre mí. Me lo


limpio de las mejillas, sorprendida de encontrarlas más húmedas de lo
que esperaba. ¿Estoy llorando? Estoy llorando. No me molesto en limpiar
las lágrimas, solo se sumarán a mis súplicas de ayuda cuando llame.

Toco el teléfono.

―Llama a mamá.

El teléfono suena y mi madre responde al segundo timbre.

―¿Clare?

―Soy yo ―digo, con mi voz oxidada y desigual.

Su tono es agudo.

―¿Dónde estás?

―En casa.

―¿Estás aquí?

No seas tan estúpida, quiero decirle.

―En mi apartamento.

―¿Estás sola?

―Sí.

―Alguien irá a buscarte de inmediato―. Hay una pausa―. ¿Estás


herida? ―Lo dice como si fuera una ocurrencia tardía, y eso duele.

Recuerdo cómo Constantine me abrazó, habría sido la primera


pregunta que me habría hecho.

No puedo pensar así.


Empujo mi mano con la palma hacia abajo sobre mi vientre e ignoro el
dolor de mi corazón.

―No ―miento.

A ella no le importa si estoy herida, tal vez incluso preferiría que no


regresara para que tenga una interminable gama de atención, una
tragedia para llevar como una capa. Se me forma un nudo en la garganta
y trago saliva.

Tengo que mantenerme concentrada.

Incluso si nunca lo vuelvo a ver.

Incluso si todo lo que sentí no fuera más que una farsa.

Incluso si todo lo que esperaba estuviera solo en mi mente.

Él no mató a Roxy, y ahora lo sé.

Lo ayudaré a encontrar a quién lo hizo.

El tiempo pasa lentamente mientras me tambaleo por mi apartamento


tratando de recuperarme. No hay tiempo para una ducha, así que paso
mis dedos por mi cabello y casi puedo escucharlo. Te ves hermosa, así de
simple.

Un hombre como él no miente. Puede que sea un criminal, y puede que


haya hecho cosas terribles, pero mentirme nunca fue una de ellas, a menos
que... no, no pensaré en eso ahora. Nunca me hizo una promesa, y ahora
no puedo cuestionar nada de eso.

Me salpico agua en la cara y me lavo los dientes, imaginé que se sentiría


bien estar de nuevo en casa en mi propio santuario privado. He trabajado
durante años para asegurarme de que mi hogar fuera un lugar de confort
y lujo, un lugar para descansar y relajarme, pero ahora no se siente así.
Ahora me siento sola y aislada. Mi piel se eriza con la necesidad de irme,
y vagamente me pregunto si serán los efectos de la medicación que me
dio.

Mi corazón dice que es otra cosa.


Me río sin alegría para mí misma cuando recuerdo las palabras de mi
madre. Alguien irá a buscarte.

Si Constantine hubiera temido por mi seguridad y luego lo hubiera


llamado, no enviaría a nadie, vendría él mismo. Aunque me pregunto si
alguna vez me dejaría fuera de su vista para empezar. Aquí estoy ahora.

¿Me está viendo?

Veo alrededor de mi apartamento, preguntándome si me observa con


una cámara.

Él me dijo que me fuera.

Cierro los ojos, deseando concentrarme en lo que debe suceder a


continuación. No puedo permitir que mi corazón y mi cerebro peleen
entre sí y me hagan perder la concentración. No puedo.

Tomo algunos tragos más de agua, me paro derecha y tiro de mis


hombros hacia atrás.

No me veo igual, parezco… mayor, más preocupada, casi atormentada.

Suena un golpe en la puerta y por un minuto loco y salvaje, imagino


que es Constantine.

―¿Hola?

―Estoy aquí para llevarla a la casa de su padre, señorita Valencia.

Yo suspiro. Es alguien que trabaja para mis padres, entonces. Con


cautela, me aparto del tocador y me dirijo a la puerta. Miro por la mirilla
y veo a un conductor uniformado esperándome. Con otro suspiro
forzado, abro la puerta.

Él me sonríe, luego me da un breve asentimiento.

―Es bueno ver que está a salvo, señorita. Sus padres me han dado
instrucciones para llevarla a casa.

―Esta es mi casa ―le digo, pero estoy hablando a su espalda, y mis


protestas probablemente no significan mucho para él de todos modos. La
casa de mis padres no es mi casa. He trabajado demasiado y durante
demasiado tiempo para tener la casa que me hice. No estoy segura de por
qué ahora, de todos los tiempos, es una distinción importante para mí.

Me siento en la parte trasera del auto, me abrocho el cinturón y cierro


los ojos. Todavía estoy mareada, casi como si tuviera resaca. Sostengo mi
cabeza mientras conducimos por las calles que me llevarán de regreso a
la casa de mis padres.

Ojalá Constantine estuviera conmigo, nunca les había tenido miedo a


mis padres, no estoy segura de por qué lo tengo ahora. Quizás tengo
miedo de que vean la verdad sin que yo diga una palabra, que sepan que
follé con Constantine, que me tocó, que me hizo correrme, una y otra y
otra vez, que grité su nombre, que me puso sobre su rodilla mientras me
azotaba y luego me llevó al clímax.

Nunca me he sentido más viva que en el poco tiempo que pasé con él,
y ahora todo lo demás parece tan aburrido y silencioso que quiero llorar.

Cuando estaba con Constantine, finalmente, por primera vez en mi


vida, sentí que pertenecía a algún lugar.

―Se ha alertado a la prensa, señorita ―dice el conductor con orgullo―.


Sospecho que tendremos algunos reporteros en casa listos para su
declaración. Qué bueno tenerla en casa, señorita Valencia.

Ni siquiera recuerdo su nombre.

―Gracias. ―Miro por la ventana, mientras los autos y las calles pasan
como si estuviéramos en un carrusel―. ¿Cómo está mi padre?

―Ha estado angustiado por su secuestro, señorita, pero por lo demás


goza de buena salud. Su madre igual.

No pregunté por mi madre.

El viaje es corto y llegamos a la casa de mis padres poco después del


anochecer. Me siento desorientada y confundida, mi cerebro está tan
revuelto como unos huevos revueltos. Tomo el resto del agua de la botella
que traje conmigo y la agito para que me humedezca los labios y la boca.
Mi estómago da un vuelco cuando llegamos a la entrada de la propiedad
de mis padres.

Las luces intermitentes rojas y azules iluminan el cielo nocturno.

Reprimo un gemido.

Esta será una noche muy, muy larga.


19
Constantine
Dejé a Clare profundamente dormida en su cama.

Cuando se despierte en su propia casa, rodeada de todas las cosas que


conoce y ama, nuestro interludio juntos puede parecer nada más que un
mal sueño.

Caminar por su apartamento fue mucho más doloroso de lo que


esperaba. Fue como meterme dentro de su piel. El aroma de su perfume
me envolvió en el momento en que entré por la puerta, con Clare acunada
en mis brazos. Todo el interior, desde la alfombra hasta los cojines, era
suave y de textura delicada, en tonos crema, azul pálido y gris paloma.

Retiré la colcha y la dejé en la cama, acurrucándola como a una niña.


Ella estaba caliente y dormida en mis brazos, con su mejilla apoyada
contra mi pecho.

Tenía la intención de irme de inmediato, pero me quedé en su sala de


estar, examinando las ordenadas filas de libros en sus estantes y las
plantas en macetas cuidadosamente cuidadas a lo largo del alféizar de la
ventana.

El apartamento estaba ordenado y bien organizado, sencillo y cómodo.


Acogedor y sin complicaciones, como la propia Clare.

Aparte de algunas acuarelas y un paisaje marino al óleo, los únicos


adornos eran las delicadas figurillas de vidrio colocadas en el manto de la
chimenea. Sentado en el mismo borde, como si estuviera a punto de
emprender el vuelo, estaba un ruiseñor.
Lo levanté y el fino cristal descansaba ingrávido en mi palma. Si cerraba
mis dedos alrededor de él, podría aplastarlo hasta convertirlo en polvo.

En cambio, lo deslicé con cuidado en mi bolsillo.

Me encuentro tocándolo ahora, obteniendo un extraño consuelo del


vidrio frío, como un talismán.

Aparte de eso, me siento como una mierda.

No esperaba extrañarla tanto, solo hemos estado separados medio día


y ya me siento… vacío.

Así tiene que ser. No podemos estar juntos, así que es mejor que nos
separemos más temprano que tarde.

Y sin embargo… por primera vez en mi vida desearía ser otra persona.
Alguien sin antecedentes penales, sin una larga historia de
derramamiento de sangre y un futuro destinado a ser aún más violento.

Clare es una buena mujer, y un hombre como yo no se merece una


buena mujer.

Basta con verme ahora, estoy a punto de hacer algo que la enfadaría
mucho, incluso podría hacer que me desprecie. Si ella estuviera aquí, de
hecho intentaría detenerme, razón por la cual no está conmigo.

Estoy de pie en el viejo matadero de Division Street, con las


herramientas de mi oficio colocadas frente a mí sobre una tela de seda
negra.

Siempre he tenido la habilidad de obtener lo que quiero de la gente. Usé


estas mismas técnicas con ella, aunque con mucha más suavidad. Toqué
y jugueteé con su cuerpo, la acaricié y la manipulé, la hice sentir
exactamente lo que yo quería que sintiera. La convencí de hacer cosas que
nunca imaginó que aceptaría, y mucho menos disfrutaría...

La tortura es lo mismo.

Es llevar a un hombre al borde, una y otra vez, hasta que su mente


comienza a fracturarse, hasta que olvida todo lo que creía sobre sí mismo.
Hasta que su voluntad se dobla a la mía y me dice todo lo que quiero
saber.

Fui fácil con Niall Maguire, porque aún esperaba salvar el acuerdo
entre su familia y la mía.

Hoy no ofreceré tal indulgencia a mi sometido.

El oficial Wicker se sienta en la silla plegable frente a mí, con las manos
atadas a la espalda y una capucha sobre la cabeza.

Lo reconocí esa noche afuera del hotel de mi tío cuando seis oficiales
intentaron convertirnos a Clare y a mí en un suflé de balas. De todos los
sucios policías corruptos, este es uno de los más sucios. Ya sea que el jefe
Parsons se lo haya confiado o no, es un hijo de puta astuto con el oído en
el suelo, y sabrá algo.

Lo encontré debajo del puente, recibiendo una mamada de una


prostituta adolescente. Los policías toman su parte de las chicas, al igual
que los proxenetas.

Wicker estaba en un automóvil sin distintivos, y la chica era lo


suficientemente joven como para no saber que los Crown Vics siempre
son autos de policía, tengan luces en la parte superior o no. Supongo que
Wicker se enroló, dejó que la chica hiciera su oferta, luego la agarró, la
esposó y la arrojó por la espalda. La llevó por debajo del puente en lugar
de a la estación para que pudiera “solucionar su infracción” sin ser
fichada.

Todo eso sería bastante rutinario, pero Wicker es un hijo de puta sádico.
Maltrató a la chica a pesar de que ella estaba cooperando, manteniéndole
las manos esposadas a la espalda mientras le hacía una mamada. Ella
sollozaba y resoplaba, con la sangre goteando por su nariz.

Rompí la ventana del lado del conductor con un palo de golf,


arrastrando a Wicker por el cuello antes de que pudiera sacar su arma de
la funda y bajarla alrededor de sus rodillas. Lo arrojé al cemento y le di
una patada en la cara por si acaso.

La chica estaba gritando. Le dije:


―Cierra la puta boca antes de llamar a todos sus amigos.

La chica cerró la boca rápidamente. Tenía grandes ojos azules, el cabello


sucio y algunas pecas. Me di cuenta de que se estaba preguntando si
acababa de caer de la sartén al fuego.

Yury encontró las llaves de sus esposas y la abrió.

―Registra el auto ―le dije a Emmanuel.

Encontró un kilo de coca en el maletero, así como un sobre lleno de


dinero en efectivo.

―¿Soborno? ―dijo Yury, hojeando los billetes con curiosidad.

―Eso es un jodido soborno considerable ―dije, contando diez mil


dólares de un vistazo.

Le quité el dinero a Yury, el sobre grueso casi desapareció en mi mano,


y se lo empujé a la chica.

―Tómalo ―le ladré cuando ella vaciló―. Vete de Desolation. Ve a la


escuela. No dejes que te vuelva a ver aquí.

La chica agarró el sobre, mirándonos de un lado a otro como si no lo


creyera. Luego, con una última mirada venenosa a Wicker que gemía en
el suelo, giró y echó a correr tan rápido como se lo permitían sus tacones
de aguja y su falda ceñida.

―¿Comenzando una beca para prostitutas? ―Emmanuel se rio,


arqueando una ceja con incredulidad.

A decir verdad, las pecas de la chica me recordaron a Clare, aunque el


resto de ella no tenía ningún parecido. Es por eso que pateé a Wicker más
fuerte de lo estrictamente necesario, pero no iba a decirle eso a Emmanuel,
ni tampoco a Yury.

Yury podría haberlo adivinado de todos modos, estaba evitando


mirarme a los ojos mientras levantaba a Wicker y lo tiraba en la parte
trasera del Escalade de Emmanuel.

―Vamos ―dijo Emmanuel, alegremente.


―Solo un segundo ―dije, caminando de regreso al maletero del Crown
Vic. Emmanuel había dejado el ladrillo de cocaína donde lo encontró,
debajo de la llanta de refacción.

―¿Para qué quieres eso? ―preguntó Emmanuel―. Probablemente


simplemente lo sacó del casillero de pruebas.

Tomé el ladrillo y lo levanté en mis manos. Estaba empaquetado


densamente, envuelto profesionalmente y sellado al vacío, con un sello de
cera negra sobre la costura.

―¿Alguna vez has visto uno como este? ―le pregunté a Yury.

Él sacudió la cabeza lentamente.

―¿Qué pasa con eso? ―dijo Emmanuel, nervioso y mirando en


dirección a las trabajadoras sexuales que quedaban vendiendo sus
productos a lo largo de Joy Street.

El ladrillo parecía profesional a un nivel que nunca había visto antes en


Desolation, esta no era una bolsa Ziplock llena de talco para bebés.

―Llévatelo con nosotros ―le dije, lanzándoselo a Yury.

Una vez que regresamos al matadero, le dije a Yury que hiciera una
prueba de cocaína.

―Podemos probarlo nosotros mismos ―dijo Emmanuel, dándole al


ladrillo una mirada hambrienta.

―No seas idiota ―le dije―. ¿Vas a meterte algo en la nariz cuando no
tienes idea de lo que contiene? Si eso es cien por ciento puro, también
podrías dispararte con un .45 ahí mientras lo haces.

Emmanuel se giró para ocultar su irritación, pero la vi de todos modos.

―Prepara al policía ―le ordené.

Antes de que Yury pudiera irse, lo agarré del brazo.

―Mira a Clare ―dije.

―Lo he estado haciendo.


―Sigue haciéndolo. Quiero que la vigilen en todo momento.

―Czar está afuera de la casa de sus padres en este momento. Está a


salvo ―prometió Yury.

Asentí con la cabeza, tratando de ignorar la opresión en mi pecho.

Ahora estoy de pie frente a Wicker, esperando a que se adapte a la tenue


luz del matadero después de que le quité la capucha.

Me mira, gruñendo como un perro de depósito de chatarra. Tiene una


cara grande y fornida, uno de esos estúpidos cortes de pelo de policía
demasiado cortos y ojitos de cerdo que ya estaban inyectados en sangre
antes de que yo lo tocara.

―Estás en un gran jodido problema ―sisea―. Parsons te arrancará la


cabeza por esto.

―Bueno, ese es el problema si le das a alguien una cadena perpetua,


¿no? ―digo, con calma, tomando una cuchilla y pasando una piedra de
afilar suavemente por el borde de la hoja. Emite un sonido agudo y
metálico, como un patín deslizándose sobre el hielo. Los ojos de Wicker
se ven atraídos hacia él involuntariamente, y su labio superior se
contrae―. Hace que la muerte parezca atractiva en contraste.

Dejo la cuchilla y tomo un picahielos en su lugar, girando el mango


lentamente entre el pulgar y el índice, de modo que la punta brille a la luz
de la bombilla del techo.

Wicker mira la cruel punta, hipnotizado.

Siempre comienzan desafiantes, fanfarroneando.

Y luego todos se rompen.

Nunca he tenido un hombre que dure más de una hora.

―De hecho ―digo en voz baja―, cuando tus amigos me dispararon


fuera del hotel, estaban disparando a matar, así que supongo que Parsons
ya está buscando mi cabeza.

Su mandíbula se aprieta, ambos sabemos que tengo razón.


―Bueno, no sé qué piensas que te voy a decir ―se burla―. Solo soy un
tonto soldado.

―Oh, creo que me vas a contar todo lo que sabes ―le digo―. Útil, o no.
Tus secretos más oscuros y la mierda que escribes en Facebook. Lo que te
dijo tu madre cuando tenías cuatro años, e incluso lo que le gusta a tu
esposa en el dormitorio... Una vez que me ponga a trabajar contigo, bien
podría estar revolviendo tu cerebro. No me ocultarás nada porque no
quedará nada. Porque, a diferencia de ti, soy muy bueno en lo que hago.

Wicker traga saliva, su garganta se contrae, y sus ojos comienzan a


entrar en pánico.

Paso las yemas de mis dedos por la línea de herramientas, mirando para
ver cuál provoca la respuesta más fuerte.

Él está congelado en su lugar, tratando de no emitir ningún sonido.

Hasta que mi dedo índice roza el taladro dental.

Luego escucho el pequeño y convulsivo sonido de asfixia que intenta


ocultar.

Tomo el taladro y lo enciendo para asegurarme de que esté


completamente cargado. El sonido agudo y quejumbroso perfora
nuestros oídos, haciendo que mis propios dientes se muevan.

El efecto sobre Wicker es instantáneo.

Empieza a tartamudear.

―No hay… no tienes que… tú, jodido…

―Sujeta su cabeza ―le digo a Emmanuel.

Emmanuel lo agarra por detrás, pellizcando su nariz y boca, privándolo


de aire, de modo que cuando Emmanuel lo suelta, respira
profundamente.

Le meto el separador en la boca y lo abro.


Las puntas de metal mantienen su boca abierta de par en par, sin
importar cuánto intente sacudir su cabeza para soltarla del agarre de
Emmanuel.

Dejo el taladro momentáneamente, aunque lo dejo funcionando para


que el agudo e insistente sonido continúe enterrándose en el cerebro de
Wicker, enloqueciéndolo como un toro que no puede escapar de una
mosca zumbadora.

En su lugar, agarro un par de alicates y, con un movimiento rápido, los


cierro alrededor del molar inferior derecho de Wicker.

―¿Quién mató a Roxy? ―le pregunto.

Deja escapar un grito balbuceante, agitándose lo mejor que puede, que


apenas está dentro de los estrechos lazos.

―¡No lo sééééé! ―grita.

―Respuesta incorrecta ―le digo, arrancando el diente de su cavidad


con una salvaje flexión de mi brazo.

―¡Arghhhhhhhh! ―grita.

Sostengo el diente a contraluz para que él pueda verlo, de color marfil


con raíces largas y ensangrentadas.

―Ahora ―digo en voz baja―. Sé que piensas que eso duele, pero
déjame asegurarte que el dolor que acabas de sentir no es nada
comparado con la agonía que experimentarás mientras repito este
ejercicio y lo aplico a tu nervio abierto y en carne viva. Los hombres se
han suicidado por un dolor de muelas, ¿lo sabías? Se han volado los sesos
cuando no había un dentista que los aliviara. Yo no soy dentista... pero sé
exactamente dónde poner esto...

Tomo el taladro del dentista y lo acelero como el motor de un auto.

Oigo sus chirridos, ha pasado de la negación, a la negociación, hasta la


pura desesperación.

―¿Quién mató a Roxy? ―digo, una vez más.


―¡No sé! ―grita, sus palabras son blandas ya que sus labios no se
pueden unir―. ¡Pero espera, espera, espera! Escuché algo.

―¿Qué? ―digo con impaciencia.

―No era un policía, era un abogado. Un fiscal superior.

―¿Qué? ―digo, incluso menos paciente esta vez.

―Le oí decir algo sobre una alianza. Con los rusos y los irlandeses. Y
de cómo no podía que... no podía dejar que pasara.

Arrugo la frente.

―¿Cuándo fue eso?

―No recuerdo exactamente... ¡noviembre! Sé que fue noviembre


―agrega apresuradamente mientras mis dedos se aprietan alrededor del
taladro.

Intercambio una mirada con Emmanuel, que se ve aturdido y tenso.

Nadie debería haber sabido de la alianza desde noviembre,


definitivamente nadie en la oficina del fiscal, mi compromiso con Roxy ni
siquiera se había formalizado todavía.

Veo a Wicker, blandiendo el taladro.

―Eso no tiene sentido. ¿Cómo lo supieron?

―Realmente no lo sé ―gorjea, con la sangre goteando por su


mandíbula―. Dijo que había una fuente, pero juro por Dios que no dijo
quién.

―¿Qué pasa con la cocaína? ―digo, cambiando rápidamente de


táctica―. ¿De dónde sacaste eso?

Él se mueve en la silla, sin querer responder. Un movimiento rápido del


taladro hacia su boca abierta lo hace hablar muy rápido.

Después de varias repeticiones causadas por la dificultad de hablar


alrededor del separador, deduzco que Wicker descubrió que los
superiores estaban escondiendo algo jugoso en la bóveda de la policía.
Irrumpió con una llave robada, con la esperanza de liberar algo del botín
para él y se sorprendió al encontrar sesenta kilos de coca, un volumen
inusualmente grande incluso en Desolation. Solo pudo sacar de
contrabando un solo ladrillo, y cuando regresó por otro, el resto había
desaparecido. Nunca se anotó nada en el registro de pruebas.

Nunca había visto ese sello negro antes, y lo habría escuchado si


hubiera un proveedor tan grande en la ciudad, especialmente si perdieran
un envío tan grande con la policía.

―¿No tienes idea de dónde vino? ―pregunto.

Wicker niega con la cabeza, haciendo saltar saliva y sangre de su boca.

―Te creo ―le digo en voz baja―. Pero solo hay una forma de estar
seguro.

Con eso, meto el taladro en su cabeza y aprieto con fuerza.

Los gritos sacuden el matadero hasta sus cimientos.

Una hora más tarde, me lavo las manos en el fregadero.

Emmanuel me mira, pálido y ligeramente alterado.

―Ha pasado un tiempo desde que te vi trabajar ―dice.

Me seco las manos con una toalla blanca y esponjosa.

―¿Pensaste que había perdido mi toque? ―pregunto.

Emmanuel se estremece.

―Obviamente no.

Yury abre la puerta trasera y la atraviesa con el ladrillo bajo el brazo.


―Lo probé, es el producto más puro que he encontrado ―dice.

―¿Como puede ser? ―Arrugo la frente―. ¿Cómo puede haber un


nuevo proveedor en Desolation con sesenta kilos de cocaína de primera
calidad incautadas por la policía y no escuchamos nada al respecto?

Yury niega con la cabeza, igualmente desconcertado.

No entiendo qué diablos está pasando.

Pero no hay manera de que todo esto sea una coincidencia.


20
Clare
Odio este lugar. ¿Cómo este fue un lugar al que llamé hogar? Me parece
imposible ahora.

Un césped delantero perfectamente cuidado y recortado a una pulgada


de altura me da la bienvenida. Una corona grande y casi ostentosa adorna
la puerta de entrada, en un intento patético de hacer que la casa estéril sea
acogedora. La cortina se mueve, diciéndome que mi madre ha reanudado
su típica vista furtiva del jardín delantero y el vecindario.

Y, por supuesto, los equipos de cámara ya están aquí también.

Cuando era más joven y asistía a una escuela privada, ocasionalmente


tuve amigos. Cuando era mucho más joven, por lo menos. “Oh, me
gustaría vivir aquí” decían, mirando la piscina reluciente junto a la terraza
y las tumbonas, o mi enorme habitación decorada en rosas y púrpuras,
con el tocador en forma de corazón frente al que me sentaba, pero las
apariencias engañan y no sabían lo miserable que yo era en realidad.

Mi infancia fue sofocante y mis amigos que envidiaban el patio y la


terraza no sabían lo que era vivir aquí. Cómo mi madre me regañaba y
molestaba si una sola cosa estaba fuera de lugar, una sola mancha en un
vaso o una miga en el piso. Su interminable frenesí por la limpieza antes
de que llegaran las tintorerías, y la forma en que ella y mi padre peleaban
por el dinero que gastaba en el mantenimiento de la casa. Para mi madre,
las apariencias lo son todo.
Cuando era niña, eso me resultaba sofocante. Cuando me convertí en
adulta, sentí náuseas físicas. ¿Y ahora? Quiero abofetearla.

Sin embargo, me siento aliviada cuando ella sale al porche delantero y


espanta a las cámaras.

―Se supone que no deben estar aquí hasta dentro de una hora. No
responderemos ninguna pregunta hasta entonces.

Algunos acampan y otros se van, pero se quedan lo suficiente como


para que cuando salgo del vehículo, las luces parpadeen a mi alrededor.

―¡Váyanse! ―mi madre chilla. Me suena a clavos en una pizarra. Ella


me ve venir por el camino con el ceño fruncido, luego fuerza sus labios
hacia arriba―. Hola, Clare. ―Cuando me acerco, su voz se reduce a un
susurro―. Entra a la casa rápidamente para que podamos limpiarte antes
de que regresen las cámaras.

―Oh, sí, por supuesto ―digo con una voz llena de sarcasmo―. Me
alegro de estar viva también. Tiene perfecto sentido que tu primera
prioridad es cómo aparezco en la pantalla.

Abre la boca para protestar, pero paso junto a ella. Nunca le respondí
antes, nunca le hice frente. Mi silenciosa victoria llegó cuando encontré
mi propio lugar personal y éxito en este mundo, cuando no me incliné
ante sus caprichos ni atendí sus peticiones.

Las cosas son diferentes ahora... desde Constantine. No tengo paciencia


para sus tonterías. Siento que la comisura de mis labios se arquea cuando
me pregunto si él se sentiría de la misma manera, antes de darme cuenta
de que nunca volveré a verlo.

Hay una sensación punzante en mi boca del estómago, un anhelo que


no puedo identificar del todo. Me toma un minuto comprender realmente,
comprender totalmente que a la única persona que quiero en este
momento, a la única persona que necesito ahora mismo... no puede estar
aquí. Se siente como un duelo.

Constantine no aguanta las tonterías de nadie, y no lo haría ahora.


Estaría orgulloso de mí por enfrentarme a mi madre y sus formas de
intimidar, pero algo me dice que si él estuviera conmigo, ella ni siquiera
lo intentaría.

Sin embargo, es un punto discutible. No importa.

Estoy aquí por una razón, incluso si él nunca sabe qué pasará después,
incluso si nunca lo vuelvo a ver. Trago la punzada de dolor que amenaza
con asfixiarme.

Paso por las puertas dobles de la entrada y escucho la voz de mi padre


en la distancia. En el ojo de mi mente, esto habría sucedido de manera
muy diferente, me imaginé que volvería aquí y que se alegrarían de
verme, aliviados de los temores que tenían en torno a mi secuestro y mi
seguridad. En cambio, mi madre quiere asegurarse de que me cepille el
pelo, y mi padre está al teléfono, probablemente para otra conferencia de
prensa, sus favoritas sin duda.

Incluso el ama de llaves se mantiene alejada de mí, probablemente mi


madre le advirtió que me dejara en paz. No querríamos a ninguno de ellos
en una entrevista, ¿verdad?

Después de que mi madre se aseguró a sí misma de que nadie se fugó


con su hija ni tomó fotografías, se apresura a entrar en la casa y cierra la
puerta.

―Oh, Clare ―dice con voz compasiva―. Eres un desastre.

―¿Yo? No puedo imaginar por qué. ―El sarcasmo seco parece perdido
en mi madre mientras frunce el ceño, reflexionando sobre el mechón
suelto de mi cabello que retuerce entre sus dedos.

―¿Qué podemos hacer en tan poco tiempo? ―murmura para sí


misma―. El cabello no tiene remedio, pero al menos podemos recortarlo
y aplicar un poco de maquillaje decente.

Ignoro el hormigueo en la nariz y el ardor en mi vientre. Su rechazo


arde, pero ya he pasado por esto antes, me ha rechazado alguien que
realmente me amaba.
Sobreviviré de nuevo.

Hay tan pocas cosas bajo mi control en este momento, es enloquecedor,


pero tengo algunas.

En la parte superior de la lista, necesito ver qué demonios tuvo que ver
mi padre con la aprehensión de Constantine, si es que tuvo algo. Desearía
que mi instinto dijera que es inocente, pero por alguna razón, estar aquí,
en la casa de mi infancia, está haciendo que mis dudas se evaporen. Odio
eso.

Se oyen pasos pesados detrás de mí y me doy la vuelta justo a tiempo


para ver a mi padre, con los brazos extendidos hacia mí.

―¡Clare! Llegaste a casa sana y salva ―dice, metiéndome contra su


pecho―. Dios, nos diste un susto. ―Cierro los ojos y, por un breve
momento, me dejo sentir su abrazo. Huelo el aroma con el que estoy tan
familiarizada que podría distinguirlo en una fila, bourbon y humo de
cigarro y un toque de colonia. Me aferro a una candidez a la que tengo
que renunciar.

Si hizo lo que Constantine dijo que hizo...

Respiro profundamente y lo suelto lentamente, recordándome a mí


misma mi propósito.

Estoy aquí por una razón, no importa si alguna vez vuelvo a ver a
Constantine, ahora no, lo que importa es que averigüe la verdad.

Sobre quién mató a Roxy.

Sobre quién incriminó a Constantine.

Y por qué.

―Necesita refrescarse ―dice mi madre―. Déjala ir. Clare, querida, ve


a lavarte las manos y la cara y cepillarte el pelo. ―Como si tuviera cinco.

Me alejo de mi padre y me giro hacia mi madre.

―Estoy bien, madre. Gracias por preguntar. No, no creo que necesite
ver a un médico. De hecho, fue una situación traumática, pero
imagínense, de hecho sobreviví por mí misma. Ahora, si me disculpan,
necesito algo de comida y agua.

Antes de que pueda responderme, me dirijo a la cocina. La escucho


hablar con mi padre en voz baja.

―Solo dale tiempo ―dice, pero siento que ambos me miran como si
fuera una bomba a punto de estallar... y tal vez lo sea.

Extraño a Constantine.

Extraño todo sobre él: su ferocidad y valentía. Su feroz dedicación a los


que están en su círculo íntimo: su hermandad, su familia... y, a veces... yo.

Yo lo reivindicaré.

Mientras me dirijo a la cocina, me divierte imaginar su reacción si entro


en esta habitación sosteniendo el brazo de Constantine. Su gran e
imponente estructura apenas entraría por esa puerta. Mi madre tiene
“opiniones” sobre los hombres con tatuajes, y mi padre, por supuesto, no
pasaría por alto el hecho de que es un criminal.

Constantine y yo vivimos en dos mundos diferentes. Dos mundos tan,


tan diferentes.

Eso no significa que no estemos juntos. A veces, cuando dos fuerzas de


la naturaleza chocan... crean algo nuevo.

Algo hermoso.

Yo decido en ese mismo momento que lucharé por él, lucharé por
nosotros.

Segura de que mis padres no me han seguido, tomo un sándwich y una


botella de agua de la cocina. Afortunadamente, es el día libre del personal
de la cocina, así que puedo deambular sin problemas, sin miradas de
miedo ni preguntas indiscretas. Necesito respuestas y necesito encontrar
un camino hacia la computadora portátil de mi papá.

Mis padres están teniendo una discusión acalorada en la sala de estar


cuando regreso. Mi padre se pone de pie, con la cara sonrojada.
―¿Fuiste o no secuestrada por ese hombre en la cárcel, Clare?
―pregunta, sus ojos se abren peligrosamente con la mirada que conozco
muy bien, la señal de advertencia de que va a explotar.

―Por supuesto que si. Viste las noticias. ―Aparto la mirada, no quiero
hablar con él. Sin querer siquiera mirarlo, odio referirme al único hombre
que me ha importado como “ese hombre”.

Después de un segundo, me obligo a mirar hacia atrás porque tengo


preguntas que él puede responder, pero antes de hacerlo, finjo que soy
más débil de lo que aparento. Pongo mi mano en mi frente y suspiro.

―Me duele la cabeza. ¿Por qué me preguntas?

―No soy yo quien lo cuestionó ―dice con una mirada enojada a mi


madre.

Mi madre se lanza a su hazaña, sonrojándose.

―¡Nunca dije que mintió!

―Te preguntaste por qué estaba ahí para empezar, dijiste que fue su
maldita culpa.

Ella no niega esto. Una sensación enfermiza y retorcida se arraiga en la


boca de mi estómago. No debería sorprenderme, ese comportamiento es
terriblemente constante en mi madre, pero , ¿y si me hubieran abusado y
herido? ¿Tendría que defender mis elecciones incluso entonces?

Mi madre se vuelve hacia mí.

―¿Porque estabas ahí?

―¿En la prisión? ―pregunto, con el pulso acelerado. No quiero


responder a sus preguntas. No quiero que ella vea a través de nada.

Ella pone los ojos en blanco.

―Por supuesto, en la prisión. ¿Dónde más?


Decido que no se merece mi respuesta. Soy una mujer adulta que ha
sido independiente de sus padres durante años, no les debo el
razonamiento completo.

―Sabes, no creo que te deba una explicación. Me secuestró un convicto.


Fui utilizada como un medio para lograr un fin. Por lo que sabes,
pudieron haberme violado.

Todavía puedo sentir sus manos en mis caderas y su boca sobre la mía. Todavía
siento sus poderosos dedos clavándose en mis muslos, anclándome en mi lugar
antes de que él...

―Clare ―dice mi madre con un grito ahogado, sus ojos se agrandan


ante la sola idea de que su preciosa hija fuera violada por un prisionero.

―Madre ―digo en el mismo susurro ofendido―. Ni siquiera me


preguntaste si estaba herida, ni siquiera te importa. ―No tengo que
esforzarme mucho para infundir dolor en mi tono antes de irme. No tengo
que esforzarme mucho para que me salgan las lágrimas, ni para secarlas
con rabia mientras me dirijo a la habitación de invitados.

―Clare, vuelve aquí.

La ignoro. Esto es parte de mi plan. Que piensen que estoy herida,


delicada, y me dejen en paz. Siendo difícil no querrán ponerme en el foco
de atención.

Mi mente da vueltas, tratando de captar la forma más efectiva de llegar


a la computadora de mi padre para averiguar lo que necesito, para
reivindicar a Constantine.

Tendré que ir a la oficina de mi padre.

―Oh, no te preocupes. Me aseguraré de estar aquí cuando los


reporteros estén listos para mí.

Subo las escaleras pisando fuerte, sintiéndome un poco como la


adolescente caprichosa criada bajo este techo. Puedo imaginar la
expresión del rostro de Constantine ante mi comportamiento, con los
brazos cruzados sobre el pecho. Esa mirada implacable que da cuando se
vuelve todo hombre de las cavernas alfa sobre mí.

Lo extraño.

Tengo que dejar de pensar en él.

Entro a la habitación de invitados y cierro la puerta con fuerza, y


escucho. No hay pasos detrás de mí.

Bueno, estoy sola por ahora. La habitación de invitados está al lado de


un baño compartido con una segunda habitación de invitados que mi
padre usó como su oficina durante años. Mi madre nunca viene a este
piso, y tendré al menos unos minutos de silencio mientras los dos
discuten.

Enciendo un reloj despertador junto a la cama en una estación de jazz


discreta que alguien traumatizado podría escuchar, luego pongo los ojos
en blanco ante mi dramatismo intencional. Entro al baño y abro la ducha.
El agua caliente humeante golpea la pared y los lados de la bañera, las
oleadas de vapor nublan mi visión, cierro los ojos cuando me asalta otro
recuerdo del gran cuerpo de Constantine empequeñeciendo el mío
mientras estoy inclinada sobre la bañera...

Mantente concentrada.

Me tiembla la mano en el pomo de la puerta de la oficina de mi padre.


Respiro hondo y la abro.

Las cortinas están corridas, sumiendo la habitación en total oscuridad.


Yo parpadeo, tratando de ajustar mis ojos a la luz tenue y rápidamente
enciendo la linterna de mi teléfono para que brille. Muevo la luz por la
habitación hasta que lo veo: su escritorio, abarrotado y desordenado, el
que “manda a la mierda" a la dedicación compulsiva de mi madre por la
pulcritud, es el único espacio que ella no toca.

Hay papeles arrugados y cuadernos sobre el escritorio, pero no hay una


computadora portátil a la vista.
―Mierda ―murmuro para mí misma, escaneando todo lo que puedo
para encontrar lo que necesito. La ducha corre de fondo y suena la música.

Solo saca su computadora portátil de la oficina cuando está en la corte.


Ahora está en casa, así que está aquí en alguna parte. Corro hacia el
escritorio y pruebo los cajones, todos están abiertos excepto el de abajo,
que está extrañamente cerrado con seguro, no recuerdo que haya tenido
un cajón cerrado antes. Curioso.

La computadora portátil no se encuentra por ningún lado.

Me pongo de pie, en parte para ver mejor la oficina, y en parte porque


mis nervios están en llamas. Cada segundo que pasa se siente cargado,
pesado, como si tuvieran un significado mayor de alguna manera.
Necesito encontrar respuestas, y necesito encontrarlas ahora.

Veo el cajón cerrado con llave y me pregunto... ¿es ahí donde está?
¿Dónde está la llave?

Cuando era pequeña, mis padres tenían un escondite secreto de galletas


y chocolate. A mi madre no le gustaba que tomara azúcar y restringía la
comida chatarra, pero yo encontré su alijo, “escondido” a la vista, justo en
el armario de la oficina de mi padre.

En otras palabras, mi padre no es demasiado inteligente ni conspirador.


Levanto el candado, frunzo el ceño y giro el dial hacia el cumpleaños de
mi papá.

Nada.

Pruebo el aniversario de mis padres. Otra vez, nada.

Por capricho, giro el dial hasta mi propio cumpleaños. Cuando la


cerradura se abre con un suave clic, se me hace un nudo en la garganta.
Con manos temblorosas, abro el cajón, sabiendo lo que encontraré dentro.

Veo el portátil. Delgado y plateado, se asienta sobre una pequeña pila


de papeles entre otras cosas. Temblando, lo levanto, lo abro y
rápidamente lo enciendo.
La contraseña de la computadora portátil también es mi cumpleaños,
como era de esperar. La pantalla cobra vida y me desplazo rápidamente.

Su historial está lleno de artículos de noticias, incluidas algunas


búsquedas recientes que involucran a Constantine. Un gélido hilo de
miedo y aprensión recorre mi espalda cuando reduzco la búsqueda a
fechas y encuentro el nombre de Constantine en la lista mucho antes de
que lo encarcelaran.

Heredero de la Bratva

Cierro los ojos contra la embriagadora oleada de emoción al ver esas


palabras. No se necesita mucho para imaginarse a Constantine sentado en
un trono.

Realmente no he procesado todavía lo que eso significa. Trago, con las


manos temblorosas mientras surgen algunos historiales de búsqueda más
que me dan una pausa.

Alianza entre los irlandeses y la Bratva.

Drogas ilícitas.

Nada demasiado incriminatorio para un fiscal del distrito, me digo.


Hasta que llego a su correo electrónico.

Las carpetas estándar están llenas de tantas minucias, no las veo al


principio, pero cuando lo hago, la realidad se me hace tan fuerte que no
puedo respirar. Hay una carpeta encriptada en su escritorio con un
candado al lado.

Para cualquier otra persona, eso no parecería fuera de lo común. Para


mi padre, que considera que su cumpleaños es una contraseña segura y
todavía lleva un teléfono plegable... es una señal de alerta.

Hago clic en el archivo. Destellos encriptados en amarillo. Sin embargo,


he estado aquí antes, sé cómo hacer esto. Rápidamente, hago clic con el
botón derecho en el archivo y abro la selección del menú hasta que veo
“propiedades”. Navego hasta “avanzado” luego vuelvo a desplazarme
hasta que aparezcan los detalles. Temblando, elimino el cifrado y respiro
pesadamente cuando el archivo se abre.

Cada correo electrónico aquí es del jefe de la policía.

Me desplazo, leyendo lo más rápido que puedo mientras copio el


archivo en una unidad flash, cuando suenan voces en el pasillo exterior.
Miro a mi alrededor, presa del pánico, mientras las voces se acercan. Leo
lo que puedo lo más rápido posible, temblando como un papel en el
viento cuando la unidad flash termina de copiar, y escucho a alguien en
la puerta.

Me muerdo el labio, todo mi cuerpo tiembla ahora mientras saco la


unidad flash, dejo caer la computadora portátil como si estuviera hecha
de fuego, cierro el cajón, vuelvo a cerrar la cerradura y revuelvo los
números. Corro hacia el baño compartido justo cuando la manija de la
puerta de la oficina gira.

Estoy en la ducha, completamente vestida, cuando lo escucho entrar a


su oficina. Afortunadamente, está hablando por teléfono y no parece
sospechar nada. La ducha enjuaga mis lágrimas.

Constantine tenía razón.

Mi padre estuvo involucrado.

Mi padre estaba detrás de todo.


21
Constantine
He estado cazando por toda la ciudad. Nadie sabe de un nuevo
proveedor que tenga un producto de alta calidad. Sin embargo, de alguna
manera, las calles están llenas de drogas.

Sacudo a los distribuidores, exigiendo saber de dónde obtienen su


producto. Lenta pero seguramente, Yury, Emmanuel y yo rastreamos la
fuente hasta un almacén en el antiguo distrito textil.

El almacén está en un hueco de Desolation aislado del resto de la ciudad


por la nueva ruta de la autopista. Estos ocho bloques son como una rama
cortada de un árbol, dejada para que se pudra. La mayoría de las
empresas han cerrado sus ventanas con tablas, y algunas se han quemado
hasta los dientes, ya sea por vándalos o propietarios desesperados que
esperan cobrar el dinero del seguro.

Aún así, noto cámaras de seguridad nuevas montadas en las esquinas


del almacén, una señal segura de que alguien piensa que vale la pena
proteger el contenido.

Yury se estaciona en una calle y nos acercamos por la parte trasera del
edificio, entrando por las puertas del muelle de carga.

Pilas de cajas envueltas en plástico llenan el espacio oscuro y enorme


del interior.

Yury se mueve para abrir una, pero le levanto una mano para detenerlo.

―¿No quieres ver lo que hay en ellas? ―murmura.


―Ese no es el producto real ―le digo―. Mira…

Paso el dedo por la parte superior de la caja más cercana, dejando un


rastro a través del polvo espeso. Nadie ha movido estas cajas en meses.

Emmanuel mira a su alrededor a través de la penumbra, nervioso y


excitado.

―Tal vez fue una pista de mierda ―dice.

―No ―niego con la cabeza―. Este es el lugar.

Puedo sentirlo, hay una energía silenciosa y vibrante que me dice que
el almacén no está tan desierto como se supone que debe parecer. La gente
ha estado pasando por aquí recientemente.

De hecho, puedo ver huellas en el polvo del suelo. Siguiendo las huellas
más adentro del almacén, llegamos a varias cajas que parecen mucho más
frescas que las otras.

Las tapas ya han sido levantadas, los clavos esparcidos y hay una
palanca descansando junto a las cajas.

Levanto la tapa y veo docenas de paquetes de cocaína colombiana pura


cuidadosamente envueltos. Todos están empaquetados al vacío y sellados
con los mismos sellos de cera negra.

―Supongo que encontramos el escondite perdido del casillero de la


policía ―sonríe Yury.

―¿Qué vamos a hacer con él? ―Emmanuel dice, mirando hacia abajo
a todo ese hermoso polvo blanco como si abriéramos una veta de oro puro
en el corazón de una montaña.

Antes de que pueda responder, una voz ronca ladra:

―No se muevan.

Cuando alguien te dice que no te muevas, lo peor que puedes hacer es


quedarte quieto. Te das la vuelta con las manos en alto, y también podrías
arrodillarte y pegarte un tiro en la nuca, ahorrándoles el problema.
Yury y Emmanuel también lo saben, así que en el mismo instante, los
tres nos separamos, zambulléndonos detrás de las cajas.

Las balas vuelan a nuestro alrededor, arrancando trozos de madera de


las cajas y haciendo volar astillas por el aire.

Ya estoy sacando mi propia Glock para devolver el fuego.

―Mierda ―sisea Yury―. Es la policía.

Efectivamente, cuando asomo la cabeza alrededor de la caja más


cercana, veo a dos oficiales uniformados agachados, disparándonos.

Tres más corren por los estrechos pasillos, tratando de rodearnos.

Le disparo al más cercano, golpeándolo por encima de la rodilla. Su


pierna se dobla debajo de él y cae. Emmanuel dispara y falla. Yury golpea
a un policía en el hombro, pero está usando un Kevlar completo y apenas
lo frena.

Las balas se hunden en las cajas a centímetros de mi cara mientras la


policía dispara de manera imprudente e implacable, haciéndonos
retroceder por donde venimos. Todavía puedo ver a Yury a mi izquierda,
pero he perdido de vista a Emmanuel.

Los disparos resuenan en el almacén y el aire ya polvoriento se llena de


humo. El humo se oscurece y escucho un crujido, un calor vertiginoso
golpea un lado de mi cara.

―¡Fuego! ―alguien grita.

El almacén es un polvorín con las viejas cajas más secas que el polvo y
el aire lleno de diminutas partículas inflamables. El fuego se propaga
rápidamente, el aire es tan denso y negro que la tos abruma el sonido de
los disparos.

Yury y yo retrocedemos hacia la salida, pero todavía no veo a


Emmanuel. No puedo llamarlo, por razones obvias.

Tampoco puedo irme sin él. Yury y yo nos detenemos junto a las
puertas del muelle de carga, mirando a través de la penumbra.
Veo un destello de metal y Yury grita: “¡Jefe!” El arma dispara más
fuerte que un cañón mientras que Yury se lanza hacia mí, golpeándome
de lado y la bala lo golpea, justo debajo de las costillas. Ambos caemos, y
él cae pesadamente sobre mis piernas. Me pongo de pie de un salto,
levantándolo también, pasando su brazo por encima de mi hombro. Yury
se agarra el costado, con la sangre filtrándose por sus dedos.

―Mierda, siempre olvido cuánto duele esto ―gime.

Todavía estoy buscando a Emmanuel, maldiciendo en voz baja.


Escucho los gritos de los policías que nos buscan entre las cajas. Yury se
tambalea, su rostro está pálido y tiene vetas de humo.

Finalmente, Emmanuel sale disparado desde el pasillo más alejado, sus


botas golpean el cemento polvoriento, disparando por encima del hombro
a los dos policías que le pisan los talones. Proporciono fuego de cobertura,
haciéndolos retroceder mientras Emmanuel agarra el otro brazo de Yury
y salimos del almacén, corriendo de regreso al auto con Yury cojeando y
tambaleándose entre nosotros.

Emmanuel conduce esta vez, mientras yo me saco la camisa por la


cabeza y la presiono con fuerza contra el costado de Yury.

―¿Cómo llegaron los policías exactamente al mismo tiempo que


nosotros? ―Yury gime.

―No lo hicieron ―digo, negando con la cabeza con seriedad.

Emmanuel mira hacia atrás por encima del hombro, con una ceja
levantada en confusión.

―Ese es su maldito alijo ―digo―. No fue robado del casillero de la


policía. Ellos lo movieron.

La boca de Yury hace una cómica “o” de sorpresa mientras la


comprensión recorre su rostro.

Lo digo en voz alta de todos modos, solo para que estemos todos en la
misma página.
―No pudimos encontrar al nuevo proveedor, porque no hay uno. La
policía es el proveedor.

Llevo a Yury a la casa de mi padre para que su médico privado pueda


sacarle la bala en el costado.

―Tú de nuevo ―dice el Doctor Bancroft, con brusquedad―. ¿Qué es


esto, la cuarta vez?

―Solo la tercera ―gime Yury, suspirando agradecido mientras el


Doctor rocía una gran cantidad de Demerol4 en su brazo―. Pero la
segunda vez no cuenta, solo fue una ex novia.

―Esa es la bala que casi te mata ―le recuerdo.

―Sí, bueno ―Yury se encoge de hombros―. Ella estaba bastante


enojada.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo.

Cuando veo el nombre en la pantalla, mi corazón se acelera como si lo


hubieran golpeado con un desfibrilador. Es Clare.

El mensaje es breve y directo.

Tenías razón. Lo siento.

Yo le escribo en respuesta, todavía estoy tan emocionado al ver su


nombre que mis manos tiemblan levemente.

4
Medicamento que se usa para tratar el dolor que va de moderado a grave. Se une a los receptores de
opioides del sistema nervioso central.
¿Qué encontraste?

Espero, mi boca está demasiado seca para tragar el nudo en mi


garganta.

Puedo ver los tres puntitos que significan que está escribiendo su
respuesta. Por fin leo:

Correos electrónicos. Muchos de ellos.

Santa mierda. Clare encontró la evidencia que podría exonerarme. El


problema es que no solo busco limpiar mi nombre. Estoy buscando
limpiar la pizarra, eliminando a su padre y a todos los demás que
conspiraron contra mí.

Ella todavía está escribiendo. En un momento, aparece otro mensaje:

Yo los tengo guardados en una unidad flash. Te los daré, pero tienes que
prometerme que no lo matarás.

Yo lo pienso por un momento.

No quiero lastimar a Clare, pero Valencia robó seis meses de mi vida.


Él orquestó la muerte de Roxy, o al menos colaboró en ella. Los Maguire
no estarán satisfechos con nada menos que su cabeza en una bandeja.

Y sobre todo, mató a mi hijo. Eso nunca se puede olvidar ni perdonar.


Ni siquiera por Clare.

Escribo de nuevo:
No puedo prometer eso.

Un momento después:

Entonces no recibirás los correos electrónicos.

Quiero estrangularla, sin embargo, no puedo evitar sonreír. A mi


pajarito le han crecido bastante las alas desde que la conozco.
Inconscientemente, mi mano se mete en mi bolsillo para sentir el cristal
frío del ruiseñor. Yo tecleo:

¿Dónde estás? Quiero hablar en persona.

Ella responde:

¿Tengo que ser secuestrada o drogada para reunirme contigo?

Oh, definitivamente está de un humor luchador.

Lo siento. Eso fue para tu propia protección.

Eso es lo más cerca que he estado de mentirle. La verdad es que no pude


soportar despedirme de ella, no quería que ella viera mi cara cuando la
dejara en esa cama en el apartamento que olía como mi cosa favorita en el
mundo.

Tal vez Clare lo sepa porque no presiona sobre ese punto en particular.
En cambio, después de una pausa más larga, responde:

Esta noche no puedo. Mi padre me hará desfilar en una estúpida gala.

Casi puedo escuchar la irritación en su voz, y puedo imaginarme


perfectamente el adorable ceño fruncido que arruga su rostro cuando está
molesta.

He visto el circo mediático desde que Clare regresó a casa. Sus padres
han estado dando fragmentos cuidadosamente seleccionados sobre ‘la
falta de seguridad adecuada en el sistema penitenciario” la “necesidad de
privatización” y “las raíces profundas del crimen organizado que el fiscal
de distrito arrancará de esta ciudad”. Les he escuchado decir de todo,
excepto lo felices que están de tener a su hija de regreso.

No aprecian a Clare. No la merecen.

Ella está hablando de la Gala de los Policías, supongo. Es un evento


anual, una oportunidad para que los policías gasten su presupuesto
restante en brochetas de camarones y champán para poder brindar por
ellos mismos toda la noche.

―¿A quién le escribes? ―exige Emmanuel.

En lugar de responder, le digo:

―¿Tienes un esmoquin?

―Sí ―dice―. ¿Por qué?

―Porque esta noche iremos a una fiesta.

―¿Que fiesta? ―frunce el ceño, ya sospechando.

―La Gala de los Policías.

Emmanuel sacude la cabeza hacia mí, asombrado más allá de las


palabras.
―¿Has perdido la cabeza? Todos los policías de la ciudad te están
buscando.

―Lo sé. No va a ser un problema.

―¿Cómo te imaginas eso?

Yo sonrío.

―Es un baile de máscaras.

La gala no es solo para los policías, todos los ciudadanos más ricos e
influyentes de Desolation están aquí, las mujeres están vestidas con
vestidos extravagantes y con volantes como pasteles de boda en colores
claros, los hombres con esmoquin oscuros. Cada rostro está enmascarado
y cada persona que atraviesa las puertas lleva una pesada invitación
dorada.

Conseguí las invitaciones para Emmanuel y para mí a un precio muy


alto y sin pequeñas molestias.

El precio vale la pena cuando pasamos hacia adentro con un


respetuoso, “Disfruten su velada, caballeros” de parte de los guardias en
la puerta.

Emmanuel lleva una máscara de color blanco pálido con una sonrisa
diabólica que cubre todo su rostro. La mía es negra y cubre solo la mitad
superior, dejando mi boca al descubierto.

No importará, todo el mundo ya va camino a embriagarse y está mucho


más interesado en charlar que en tratar de adivinar la identidad de dos
hombres de traje oscuro más entre una multitud de doscientos.

Yo, por otro lado, estoy buscando cuidadosamente a la única persona


que quiero ver.
Enmascarada o no, sé que reconoceré a Clare.

Efectivamente, solo me toma un minuto distinguir su inconfundible


figura deslizándose por la pista de baile.

Lleva un vestido plateado, más ligero que una nube, que parece flotar
a su alrededor, brillando suavemente bajo las docenas de candelabros que
bordean el pasillo. Su cabello está recogido en un elegante peinado, las
ondas oscuras se mantienen en su lugar con dos peinetas enjoyadas. Su
máscara plateada parece las alas abiertas de un cisne.

Ella nunca se ha visto más deslumbrante.

Con solo verla, me volvería a llenar de pura y brillante felicidad.

Excepto que está bailando en los brazos de otro hombre.

En lugar de alegría, estoy lleno de celos ardientes e hirvientes. Todo en


un instante, olvido por qué estoy aquí, olvido que esta habitación está
llena de cien policías y que ya soy un hombre buscado.

Todo lo que veo es a ese hijo de puta suicida con las manos alrededor
de la cintura de Clare. La está tocando, abrazándola, mirándola a los ojos,
y decido en ese momento que voy a romper todos los dedos que la tocan,
y luego voy a romperle el cuello por si acaso.

Ya estoy atravesando la pista de baile, haciendo a un lado a cualquiera


que se interponga en mi camino.

Lo agarro por el hombro, esperándolo y diciendo: “Disculpa” en el tono


de voz que realmente significa: “Vete a la mierda ahora mismo si sabes lo
que es bueno para ti”.

―¡Oye! ―dice el tipo, indignado.

―No digas una palabra más si quieres mantener esa lengua pegada a
tu cabeza ―gruño.

El tipo me da una mirada de asombro a través de su máscara torcida,


luego ve la mirada enloquecida en mis ojos y en su lugar se apresura hacia
la barra libre.
―Una decisión inteligente ―gruño, y ya llevo a Clare a mis brazos,
donde pertenece.

Su indignado balbuceo se convierte en un silencio atónito tan pronto


como me reconoce. Ahora su mano está temblando dentro de la mía
mientras me mira, chillando.

―¿Estás loco?

―Te dije que quería verte.

―¡Y yo te dije que tendrías que esperar hasta mañana! ¡Todos los policías
aquí te están buscando!

―No quiero esperar.

Sus ojos se mueven salvajemente detrás de la máscara mientras nota lo


cerca que estamos del alcalde y el jefe de policía.

―¡Esto es una locura! ―ella sisea―. ¡No puedes estar aquí!

Me encojo de hombros.

―Obviamente que puedo.

―¡Te van a atrapar!

―Definitivamente lo harán si sigues bailando como una rehén en lugar


de mi cita.

La hago girar, llevándola expertamente a través de los pasos del vals


tocado por una orquesta de ocho músicos.

―¡No puedo creerte! ―Clare murmura, todavía enrojecida bajo su


máscara―. ¿Y cómo es que sabes bailar?

―Sé cómo hacer muchas cosas.

Después de un momento, Clare dice en voz baja:

―Supongo que tu madre te enseñó.

Asiento, complacido de que ella adivine.


―Le habrías gustado ―le digo.

―¿En serio? ―dice Clare. Luego, riendo suavemente―: A mi mamá no


le vas a agradar en absoluto, pero si lo hicieras, probablemente a mí no.

Resoplo.

―¿Planeas presentármela?

―No ―dice Clare, sin sonreír más―. Pero solo porque nunca te
impondría a mis padres.

Sin embargo, es otra barricada de cemento contra la posibilidad de que


alguna vez estemos juntos.

Me importa una mierda. Quiero a Clare. De hecho, la necesito.

―¿Quién era ese tipo? ―gruño.

―Fuimos a la escuela juntos, y es gay, así que no había necesidad de


amenazar con arrancarle la lengua. No está interesado en mí.

―Realmente me importa una mierda ―le digo―. Las únicas manos


que tocan esta cintura son las mías.

―¿Hablas en serio? ―Clare se burla―. ¡Me drogaste y me dejaste en


mi casa! No somos exactamente exclusivos.

Mis manos se aprietan alrededor de ella, recordándole mi fuerza,


recordándole que se rinda a mí.

―Eres mía, pajarito. No me hagas quitarme este cinturón y recordarte


ese hecho.

―¡Increíble! ―Clare llora.

Ella está seriamente molesta conmigo. No me importa, estar así de cerca


de ella de nuevo, abrazarla, ver el fuego en esos brillantes ojos oscuros,
oler el cálido y dulce aroma de su perfume… es una combinación
irresistible.
Quiero secuestrarla de nuevo, quiero echarla sobre mi hombro y sacarla
de este lugar, justo debajo de las narices de Valencia y Parsons y de todas
las personas que la conocen.

Vine aquí para conseguir la memoria USB de Clare, pero ahora que la
veo en persona, me importa una mierda la evidencia. La quiero mil veces
más de lo que quiero esos correos electrónicos.

―Vamos ―gruño, agarrándola del brazo y sacándola de la pista de


baile.

―¿A dónde vamos? ―ella sisea.

La saco por las puertas laterales del salón de baile, hacia los jardines
botánicos adyacentes al hotel.

Los jardines están encerrados dentro de un gran invernadero de vidrio,


el aire es húmedo y huele a clorofila y flores de fresia. Las guirnaldas de
luces brillan en la vegetación, iluminando los caminos ahogados por las
hojas a través de los árboles.

―Constantine, no voy a... ―comienza Clare.

La silencio con mi boca sobre la suya, besándola salvajemente como si


no la hubiera visto en años en lugar de en cuestión de días. La presiono
contra el tronco de un cerezo ornamental, las ramas caídas nos protegen
de la vista. Tocando su cuerpo a través del vestido vaporoso, siento su
piel cálida y firme. Muerdo un lado de su cuello para poder saborear la
sal ligera de su piel.

Ella solo se resiste por un momento antes de hundirse contra mí


impotente, dejando escapar un gemido mientras paso mi lengua por su
mandíbula, antes de hundirla en su boca.

Soy adicto a esta mujer.

Entré en abstinencia sin ella.

Estoy empezando a darme cuenta de que nada me importa junto a


Clare, ni mi negocio, ni los Maguire, ni siquiera limpiar mi nombre. La
quiero más que cualquier otro objetivo. Cualquier logro parece inútil sin
ella.

―Te voy a secuestrar ―le digo―, y esta vez no te voy a devolver.

Ella se echa hacia atrás, mirándome a los ojos.

―¿Qué pasa con lo que yo quiero? ―me dice.

La agarro por el cuello, levantando la falda de su vestido, y meto mi


mano debajo, sintiendo sus suaves labios de terciopelo, cálidos y mojados,
listos para mí.

―Ya sé lo que quieres ―le digo, metiendo dos dedos dentro de ella―.
Tú quieres esto.

Clare gime, con la cabeza inclinada hacia atrás, y su garganta expuesta.

Beso un lado de su garganta mientras la follo con mis dedos, sintiendo


su cálido y suave agarre, sintiendo cómo se cierra y aprieta con cada
embestida.

―Oh, Dios. Oh, Dios… ―jadea.

―Dime que eres mía ―gruño.

―Soy tuya…

―Dime que irás conmigo, a donde quiera que vaya...

Sus ojos se cruzan con los míos.

―Lo haré ―dice ella―. A cualquier sitio.

La beso de nuevo, desabrochando los pantalones de mi esmoquin


negro, luego saco mis dedos de ella y empujo mi polla en su lugar. La follo
contra el árbol, las flores de cerezo caen a nuestro alrededor con cada
embestida. El aire es dulce con el aroma de los pétalos triturados, pero la
boca de Clare es aún más dulce cuando la beso una y otra vez.

La fiesta continúa detrás de nosotros, con todos mis enemigos reunidos


en un solo lugar.
No estoy pensando en ninguno de ellos.

Todo lo que me importa en este momento es el ajuste perfecto del coño


de Clare apretándose alrededor de mi polla, la sensación de su cintura
apretada entre mis manos y su lengua lamiendo mis labios.

Así es como se siente enamorarse.

Es un delirio.

Despojar tus preocupaciones de todo lo que te importaba antes y


envolverlas alrededor de una persona en su lugar.

Nada se ha sentido tan bien como mi polla deslizándose dentro y fuera


de ella. Estoy drogado con su sabor y olor, con mi cabeza flotando, y mi
cuerpo empapado de felicidad.

Ella es mía y nadie me la va a quitar.

Con ese pensamiento, exploto dentro de ella.

Clare también se corre, gritando tan fuerte que tengo que ahogar su
boca con mi mano.

Incluso mientras me corro, sigo follándola, porque no quiero parar


nunca.
22
Clare
Sé que no es seguro aquí, no con todos los oficiales de Desolation a solo
unos pasos de distancia. No con mi padre cerca, pero aún así no puedo
evitar tomarme un minuto para descansar mi cabeza contra Constantine.

Estoy llena de él. Marcada por él. No sabía cuánto necesitaba su cuerpo
duro y firme contra mí, su pasión cruda y honesta, tenerlo dentro de mí
hasta que volvimos a estar juntos. No debería sorprenderme que no
pudiera soportar ver las manos de otro chico sobre mí. Es más, no debería
sorprenderme que tuviera que dejarle muy claro a todos que yo le
pertenecía. Me ha dejado jadeando y marcada, saciada y... viva. Tan
malditamente viva.

Demasiado pronto, me aparto.

―Mi cabello debe estar hecho un desastre ―le digo en un susurro. La


comisura de su boca hacia arriba me hace sonreír―. Oh, estás orgulloso de
ti mismo, ¿no?

―¿Orgulloso? ―dice con ese fuerte acento suyo que hace que mi
corazón se altere―. De lo único de lo que estoy orgulloso es de ti. ―Me
atrae hacia su pecho en un abrazo feroz y planta un beso acalorado en mi
frente―. Encontraste lo que necesitábamos, te metiste en una cueva de
víboras y saliste ilesa. ―Su voz se quiebra en la última palabra y me besa
de nuevo―. Cuéntamelo todo.

Y eso hago. De espaldas a los demás, en un susurro rápido le hablo de


los correos electrónicos, la correspondencia con la policía. Le hablo del
cajón cerrado con llave, los archivos encriptados, y las pruebas que
encontré mal escondidas en la computadora portátil de mi padre.

―Una alianza entre mi familia y los irlandeses habría sido una fortaleza
inquebrantable ―dice Constantine, casi con tristeza, como si todavía
estuviera de luto por la pérdida de lo que debería haber sido―. Tu padre
lo sabía. No podría haber tenido éxito con sus planes si hubiera tenido
que derrotar el poder de las dos familias unidas.

Constantine me explica lo que encontró en el almacén: las cajas de


cocaína introducidas de contrabando por la policía, que ahora se
distribuyen por todo Desolation.

―Tu padre llega a parecer un héroe, derrotando a la Bratva, y Parsons


consigue sacar a los irlandeses del negocio convirtiéndose él mismo en el
maldito capo de la droga ―se burla.

Asiento con la cabeza. Él tiene razón, ahora lo sé. Completo fácilmente


los espacios en blanco.

―La forma más fácil para él de romper esa alianza era pintarte como el
asesino de Roxy. Sabía que si podía hacer que los irlandeses creyeran esa
historia y llevarte a la cárcel...

Constantine asiente.

―Él podía hacer lo que necesitaba. La única pregunta es... ―La voz de
Constantine se va apagando, como si estuviera pensando en un acertijo.

―¿Qué? ―Yo susurro. Mi corazón golpea en mi pecho. La única


pregunta es... ¿cómo lidiar con mi padre? ¿Cómo sacar a la luz la verdad?

O cómo acabar con la vida de mi padre.

Constantine niega con fuerza con la cabeza.

―Clare, no quiero que te lastimes, lo que ocurra a continuación no será


fácil, será sangriento y violento.

Levanto el pecho y cuadro los hombros.

―Lo sé.
No puedo ver su rostro completo debido a la media máscara que usa
sobre su nariz y ojos, pero puedo ver la batalla que se desata en su mirada.

―Quiero protegerte de esto ―dice en un susurro feroz―. No se


suponía que supieras nada de esto.

Niego con la cabeza.

―Y se suponía que yo no debía enamorarme.

Mi corazón se tambalea en mi pecho. Soy un manojo de nervios después


de mi declaración, más de lo que era incluso cuando estaba mirando a
través de la computadora portátil de mi padre.

Acabo de confesarle mi amor a la persona más peligrosa que conozco.

No sé muy bien cómo sentirme al respecto.

Abro la boca para hablar, pero no sé qué decir. Él necesita responder.

¿No es así?

Oigo voces por encima del hombro y me doy cuenta, con una repentina
punzada de miedo, de que es mi padre, nada menos que con el propio jefe
de la policía.

―Debes irte ―susurra Constantine en mi oído. Exactamente lo que


todas las chicas quieren escuchar cuando le acaban de declarar su amor a
un hombre.

Asiento, mi garganta se aprieta y mi nariz hormiguea.

―Déjame escuchar a escondidas ―le susurro―. Si me atrapan, las


consecuencias para mí son mucho menos peligrosas.

―No ―sisea en un susurro vehemente―. Ya hiciste suficiente. Esta es


mi batalla ahora, Clare. ―Me atrae hacia él, y acerca su boca a mi oído―.
Y antes de que tengas otro pensamiento en tu cabeza, debes saber esto. Yo
también te amo. Eres mi luz, brillando como un faro, tú me sacaste de la
oscuridad. ―Sus brazos a mi alrededor me aprietan como un cinturón
tensado mientras trato de recomponerme―. Ahora vete, pajarito. Vuela.
No lo haré. No lo haré.

Niego con la cabeza con vehemencia de un lado a otro.

―Clare ―dice en tono de advertencia. Conozco muy bien esa mirada


en sus ojos, pero me mantengo firme.

―No ―repito―. Es inevitable, soy parte de todo esto tanto como tú,
ahora.

Su mandíbula se aprieta, mientras sus ojos miran a mi padre y al jefe


compartir una bebida.

Detrás de mi padre, veo a un mesero uniformado con cabello rubio


arena pasar entre los jardines y el acceso trasero a las cocinas.

―Constantine ―jadeo―. Es Niall Maguire...

―Lo sé ―murmura en respuesta―. Traje a los irlandeses. Ahora vete


Clare, no me obligues. Te necesito a salvo.

―Me mantendré a salvo ―digo, mientras aparto la mano y lo miro por


encima del hombro―. Mírame, cuento contigo para que me mantengas a
salvo.

Intenta alcanzarme, pero salgo de donde estoy. Lo escucho maldecir, y


luego lo veo sacar un teléfono celular en mi visión periférica mientras me
doy la vuelta. Mi madre me ve a unos pasos y me saluda con la mano. Me
alegro de tener la máscara puesta para ocultar las lágrimas en mis ojos, el
pánico que se apodera de mí como una cascada.

Se sentía mucho más seguro a su lado. Mucho más seguro.

Su olor todavía se adhiere a mí, la presión de sus dedos aún persiste en


mis costados, y llevo las marcas de su forma perfectamente salvaje de
hacer el amor en mi cuerpo.

Me aseguro de saludar a mi padre mientras veo a Constantine, el


misterioso extraño encapuchado, solo uno de los muchos en el baile de
máscaras, caer en las sombras a mi derecha. Algunos de los hombres
enmascarados parados contra la pared lo siguen casualmente. Sus
hombres, o quizás más irlandeses.

―Clare, me gustaría presentarte a algunos de mis amigos ―dice mi


madre. Sus amigos, tan vulgares como ella, me preguntan de mi secuestro
por “ese monstruo”. Escuchan con los ojos muy abiertos y la boca abierta
incluso antes de que yo hable.

―Fue terrible ―les digo―. Era tan fuerte y feroz que lo vi arrancar la
puerta de un auto sin sudar. ―Me estoy divirtiendo con esto. Casi puedo
imaginarme a Constantine negando con la cabeza, y esa sonrisa en su
rostro antes de golpearme el trasero por ser tan descarada.

―¿Estabas asustada?

―Aterrada ―digo en un susurro entrecortado. Me estremezco cuando


pasan los hombres de máscaras oscuras―. Pero él nunca me lastimó
―miento. Nunca olvidaré esos latigazos mientras estaba tendida sobre su
regazo en el auto y desearía poder entender por qué mi cuerpo se calienta
al recordarlo―. Solo me usó para salir de la cárcel, así es como escapé tan
fácilmente. ―Mi voz suena un poco hueca cuando termino mi historia―.
Nunca fui parte de su plan.

Él me acaba de decir que me ama.

Tengo que mantenerme fuerte.

Cuando veo a mi padre y Parsons yendo a un lugar más privado, finjo


que tengo un nudo en la garganta y no es muy difícil de hacer.

―Ahora, si me disculpan, voy a comer un poco.

La comida está en el patio abierto al que se dirige mi padre.

El terror se acumula en mi pecho; el latido de mi corazón espera lo que


vendrá a continuación. Aquí es donde la mierda golpea el ventilador.
Necesito escuchar lo que estos dos se dirán el uno al otro, cuando crean
que están a salvo detrás de sus máscaras y con su multitud de personas
cerca. Necesito registrar esto como prueba y averiguar si hay alguien más
implicado en algo de esto. Veo salvajemente a mi alrededor durante un
segundo para tratar de llamar la atención de Constantine, pero no se
encuentra por ninguna parte.

Un grupo ruidoso de gente joven en edad universitaria, se pone frente


a mí. Los dejo ir para que me camuflen. Afortunadamente, el color de sus
vestidos, trajes y máscaras es similar al mío. Me dirijo directamente hacia
la multitud, permitiendo que su bullicioso entusiasmo me mantenga a
flote hasta que los veo, a mi padre y a su amigo, en la barra, cada uno con
una bebida en la mano.

Incluso hace un día, hubiera querido llorar pensando en mi papá


envuelto en algo de esto.

Pero vi el interior de esa prisión.

Sé que mi padre no es inocente.

Pero Constantine si lo es.

Me deslizo casualmente hacia un lado, justo cuando uno de los hombres


de Constantine pasa cerca de mí. Lo veo con sorpresa, pero ya se ha ido.

A la izquierda, no hay ninguna de las guirnaldas de luces parpadeantes


que iluminan el jardín, solo hay una pareja hablando en voz baja entre sí,
pero nadie más.

Mi teléfono suena.

Miro la pantalla y veo un texto de Constantine.

Constantine: Eres una mocosa terca.

Yo: Y amas eso de mí.

Constantine: Dile a una chica que la amas UNA VEZ...

Yo agacho la cabeza y sofoco una sonrisa.


Constantine: Hablaremos de tu terquedad más tarde, a solas.

Yo: ¿Desnudos?

Constantine: Absolutamente.

Ahora que estamos juntos, siento como si mi mundo volviera a ser más
brillante, más vívido. Siento que puedo sonreír y que todo estará bien,
incluso si todavía tenemos que caminar sobre brasas para llegar ahí.

Constantine: Clare, encontrarás un pequeño dispositivo de grabación en tu


bolsillo. Está diseñado para parecerse a una roca. Ábrelo y haz clic en él. Gíralo
suavemente debajo de la silla de tu papá, y luego te alejas. Nos haremos cargo
desde ahí.

Yo: Entendido.

Ah, entonces eso es lo que estaba haciendo su amigo.

Con las manos temblorosas, busco en el bolsillo vaporoso de mi disfraz.


Oh. Ni siquiera sabía que tenía bolsillo, pero Constantine estaba un paso
por delante de mí.

Le doy la espalda a todo el mundo y lo veo. Obviamente es algo de alta


tecnología y más allá de mis capacidades, similar a una cámara de
vigilancia escondida en una roca. Cuando lo sostengo en la palma de mi
mano, se ve como una piedra vieja, pero cuando le doy la vuelta, puedo
ver un pequeño cableado de filigrana y un micrófono diminuto.

De acuerdo.

Respiro hondo, camino hacia el jardín donde hay una variedad de


rocas, y me pregunto cómo les haré llegar esto sin que nadie se dé cuenta.

Tengo que hacerlo.


Parece casi irreal que después de todo lo que ha sucedido, la brutal
muerte de Roxy y el encarcelamiento de Constantine, las muertes sin
nombre y los crímenes cometidos, la revelación de la verdad se reduce a
una piedra falsa que se rueda debajo de los asientos de los culpables.

Afortunadamente, la multitud ruidosa regresa a mi camino justo a


tiempo. Finjo tropezar, caigo de rodillas y hago rodar la piedra mientras
ellos caminan a mi lado. Contengo la respiración, ni siquiera había ideado
un plan B, y luego la libero con una emoción silenciosa de victoria. Ahí
está.

Cayó.

Me levanto, fingiendo que no solté un micrófono oculto que


probablemente firmó la sentencia de muerte de mi propio padre.

Sin embargo, ahora soy una mujer diferente, he visto el lado más crudo
de la humanidad y lo que la gente malvada es capaz de hacer. No soy tan
inocente como antes. Ahora, he elegido el lado de los hombres que
conocen el significado de lealtad y honor.

Cuando llego al rellano, veo al primo de Constantine, Emmanuel,


parado a mi lado. Lo veo confundida, no esperaba que él fuera al que
enviara Constantine para esperarme.

―Por aquí, sígueme. ―Con su mano en mi codo, me guía sin


demasiada suavidad a un pasillo que conduce a la salida. Él acelera el
paso y busco a Constantine con la mirada desesperada.

―¿Dónde está Constantine?

―Esperándonos.

Algo no va bien. Algo está mal, lo sé.

―No te creo ―le digo. Me detengo en la puerta, sacudiendo su mano


y negándome a dar un paso más.

Se gira hacia mí con los ojos furiosos e intenta agarrarme, pero no dejo
que me toque. Esquivo su brazo y, por instinto, lo pateo directamente
entre las piernas, justo cuando una enorme sombra se levanta detrás de
él.

―De todas las personas que pudieron haberme traicionado ―dice


Constantine en un susurro furioso. Emmanuel está en el suelo,
maldiciéndome y agarrándose las bolas. Estoy temblando de nervios y
rabia, pero Constantine está dispuesto a matar.

―¡Te atreves a tocar a mi mujer!

―¡Yo no… no… la toqué! ―Emmanuel jadea.

―Lo intentaste, y eso es lo mismo ―gruñe. Le da una patada en el


vientre y luego lo levanta por el pelo―. Pagarás por eso.

Lo empuja hacia dos de sus hombres detrás de él.

―Tráiganlo con nosotros para escuchar la grabación. Déjenme su


castigo a mí.

Constantine se da la vuelta hacia mí.

―Bien hecho, pajarito ―dice con una voz afectada por la emoción―.
Ven conmigo ahora, mereces escuchar la verdad tanto como cualquiera
de nosotros.

Me lleva a una habitación con él, y nunca quita los ojos de mí, sus manos
están encima de mí en todo momento.

―Te perdí una vez ―dice en un susurro acalorado―. No quiero


perderte nunca más.

Emmanuel está maldiciendo detrás de nosotros. Constantine se gira


hacia él y lo maldice.

―Ojalá supiera ruso ―murmuro.

Yury se ríe a mi lado.

―Esas no son las palabras que te gustaría escuchar. Sería difícil


imaginar a tu amante besándote con esa boca.

Los ojos de Constantine brillan.


Me maravillo de su alegría. Después de todo lo que ha pasado, ¿cómo
puede sonreír así?

Tal vez sea porque por primera vez en mucho tiempo... está a punto de
ser libre. Libre de los lazos que lo retenían y de las acusaciones de los
irlandeses.

Quiero que todo esto termine ahora, que todo esto quede atrás.

Se siente irreal estar sentada en lo que parece una sala de reuniones,


con Constantine a mi lado y sus hombres a nuestro alrededor. Alguien
toca un altavoz y la voz de mi padre se oye alta y clara, junto con la del
jefe de policía.

―¿Qué pasó en el almacén? ―exige mi padre.

―Fue Rogov. No importa, volvimos a mover el producto.

―Deberíamos haberlo matado ―dice mi padre, molesto.

Un escalofrío baja por mi columna vertebral, incluso después de todo


lo que he visto, no puedo creer que mi padre esté hablando de asesinato
con el mismo tono de voz que emplea cuando instruye a nuestro
jardinero.

La mandíbula de Constantine está apretada, él pasa su pulgar por la


parte superior de mi mano, pensativo.

―Eras tú el que querías la condena ―responde Parsons con un gruñido―.


Tenías que tener todo el circo mediático, como de costumbre.

―Ese 'circo' me hizo reelegirme ―dice mi padre con frialdad―. Pero ha


sobrevivido a su utilidad. No habrá más juicios, dile a tus oficiales que lo ejecuten
en cuanto los vean.

―Ya lo hice ―dice Parsons.


Siento como si no estuviera en mi cuerpo, como si estuviera suspendida
sobre la habitación mirando y escuchando como otra persona. Todo es tan
surrealista. Nunca me hubiera imaginado en esta posición hace una
semana. ¡Este hombre estaba en mi fiesta de cumpleaños! Me dio una
tarjeta con destellos morados en todo el frente. Dios, fui tan ingenua.

―¿Los irlandeses retrocederán una vez que hayamos castrado a los Bratva?
―pregunta mi padre.

―Ellos quieren venganza, creo que ya no creen que haya sido Constantine.

Hay una pausa mientras mi padre reflexiona, y luego dice:

―Entonces tendremos que encontrar un chivo expiatorio.

―Otro, quieres decir ―se ríe Parsons.

―¿Quién?

Es el turno de Parson de hacer una pausa.

―El primo ―dice al fin―. También ha sobrevivido a su utilidad.

Miro a Constantine, pero sus ojos están clavados en los de Emmanuel.

―Tú eras la fuente ―dice con una voz fría y despiadada que me hace
temblar―. Les hablaste de la alianza, y ordenaste el vino.

Emmanuel agacha la cabeza y no habla.

Constantine le dice a Yuri:

―Tráeme a Parsons. Yo me ocuparé de Emmanuel. ―Él mira en mi


dirección―. Por respeto a Clare, dejaré el ajuste de cuentas de Valencia a
los irlandeses.

Yury asiente, lanzándole una última mirada a Emmanuel, dividido


entre la repulsión y el dolor.
―Lleven a Clare a una casa de seguridad ―dice Constantine,
poniéndose de pie―. No la quiero herida.

¡No, no!

―Constantine, quiero quedarme contigo. ―Me pongo de pie, no lo


dejaré de nuevo.

Se gira hacia mí.

―No me desafíes delante de mis hombres, Clare.

Habrá reglas en este nuevo mundo mío, y si me quedo, elijo esa vida.

Pongo mis manos sobre sus hombros.

―¿Me quieres en este mundo, Constantine?

Él asiente.

―Sabes que no hay nada que quiera más.

―Entonces déjame quedarme.

Lentamente, niega con la cabeza y ahueca mi mandíbula, inclinándose


más cerca para que solo yo pueda escucharlo.

―Cuando te toque, no quiero que sepas lo que han hecho mis manos.
No quiero que lo que hay entre nosotros se vea contaminado por mi
trabajo y la vida que vivo. ―Traga saliva―. Quiero que nuestra vida
juntos sea toda nuestra.

Asiento, y una emoción repentina se apodera de mí.

―Estoy de acuerdo con eso ―le susurro.

Constantine abre la boca para decir algo más, pero sus palabras se
ahogan con una explosión que nos ensordece a todos.
23
Constantine
Una explosión atraviesa el hotel y sacude el edificio.

Instintivamente, me lanzo encima de Clare, tirándola al suelo, y


cubriéndola con mi cuerpo.

Este momento de distracción es todo lo que Emmanuel necesita para


escapar. Él se lanza en dirección a las cocinas, corriendo como si su vida
dependiera de eso, lo cual es jodidamente cierto.

Los irlandeses también se han desvanecido, con una coordinación y


rapidez que me dicen que no les sorprende en absoluto la explosión
repentina. De hecho, apostaría mi dedo meñique a que ellos son los que
la provocaron.

Los Maguire nunca han tenido paciencia. Aparentemente, Connor no


tiene intención de ver a Valencia tras las rejas antes de exigir su venganza;
lo quiere aquí y ahora, esta noche.

Cuando parece que no hay una segunda explosión inminente, levanto


a Clare del suelo, le aparto el pelo de la cara y se la sostengo entre las
manos para poder mirarla a los ojos y asegurarme de que no está herida.
Sus ojos están muy abiertos y aterrorizados, pero las pupilas están
uniformes, sin signos de conmoción cerebral a pesar de la fuerza de la
explosión que nos golpeó como una mano invisible.

El aire está lleno de humo y gritos.

Sosteniendo su mano con fuerza, murmuro:


―Sígueme.

La gente huye en todas direcciones, caótica y frenética. Un hombre


choca contra Clare y casi la derriba. Lo agarro por la solapa y lo arrojo
lejos de ella, gruñendo: “¡No la toques!” Pongo el brazo rígido a las
siguientes dos personas antes de que puedan derribarla. Mi pequeña
pajarito sería pisoteada en minutos sin mí a su lado. La pongo debajo de
mi brazo, cerca de mi costado, mientras nos abrimos paso entre la
multitud.

Se oyen disparos en el jardín donde Clare y yo estuvimos hace tan poco


tiempo. Tirando de ella hacia las ventanas, miro a través de ellas, los
irlandeses están disparando contra el jefe Parsons y varios oficiales
vestidos de etiqueta. Están tratando de llegar a Valencia, pero como es
una anguila resbaladiza, se arrastra de regreso a través de un laberinto de
rosales, con el esmoquin desgarrado por las espinas y la pajarita torcida.
Connor Maguire ruge de rabia, solo para recibir una bala en el hombro un
momento después, dejándolo fuera de la vista.

Valencia huye en la misma dirección que Emmanuel. Estoy dividido


entre mi deseo de poner a Clare a salvo y mi necesidad de terminar con
esto de una vez por todas.

Clare me mira.

―Quiero estar contigo ―dice en voz baja―. A donde sea que vayas y
lo que sea que estés haciendo.

Solo dudo lo suficiente para sacar una de las Glocks de las fundas
ocultas debajo de mi chaqueta.

―¿Sabes disparar? ―le pregunto.

Ella asiente, tomando el arma en su pequeña y delgada mano.

―Mi padre me enseñó.

―Quédate detrás de mí, y si te digo que te escondas, te escondes.

Ella asiente de nuevo.


Con la segunda pistola apretada con fuerza en mi propia mano, me
dirijo hacia las cocinas. Abriendo mi camino a través de las puertas dobles
batientes, veo una escena de caos total: platos rotos, agua desbordándose
del fregadero al suelo, sartenes humeantes que están ardiendo en la
estufa. El personal de la cocina huyó al oír la explosión, pero tengo la
sensación de que Clare y yo no estamos solos aquí.

Un momento después, una bala rompe las copas de vino directamente


detrás de mi oreja derecha.

―¡Agáchate! ―le grito, siguiendo ese consejo yo mismo mientras me


sumerjo detrás de un carrito cargado de pasteles. Dos balas más rebotan
en la campana de ventilación cuando Clare se agacha dentro de un
gabinete inferior. Empujo el carrito frente a ella, cubriéndola de la vista,
mientras corro agachado entre las atestadas estaciones de servicio.

Valencia sigue disparándome, explotando platos y una enorme


vinagrera de aceite de oliva. El aceite se cae al piso y se agrega al pantano
resbaladizo que ya cubre las baldosas.

Le devuelvo el fuego, obligándolo a retroceder hacia el congelador. Soy


mejor tirador que él, podría terminar esto ahora mismo, pero todavía no
sé quién mató a Roxy. Valencia no tendría las pelotas para hacerlo él
mismo, ni Parsons tampoco. Necesito saber de quién son las manos que
le rodearon el cuello, quien apagó su vida y la vida de mi hijo.

Así que en lugar de dispararle una bala justo entre sus ojos, agarro un
plato de peltre pesado y se lo arrojo a la cabeza, golpeándolo en la sien.
Se resbala en el suelo mojado y tropieza, perdiendo el agarre de la pistola.
Rugiendo, me lanzo hacia él, lo agarro por la cintura y lo empujo hacia
atrás. Le pego en la cara, una, dos, tres veces, hasta que le rompo la nariz
y tiene la boca llena de sangre.

Las sartenes humeantes finalmente activan la alarma de incendios, o tal


vez fue la bomba en sí. Con un silbido frenético, los aspersores se activan
y el agua empieza a caer del techo. Me empapa en segundos, y a Valencia
también, la sangre se escapa de él en hilos largos y sinuosos.

Agarrándolo por el cuello, gruño:


―¡Se acabó! Tengo tus drogas, tengo tus correos electrónicos, te tengo
grabado admitiendo todo. Lo único que te queda es tu vida, y te la quitaré
a menos que me digas ahora mismo a quién contrataste para matar a
Roxy.

Valencia se ríe, con el pelo pegado a la cabeza, y los dientes hechos un


desastre ensangrentados y rotos.

―No contraté a nadie ―se atraganta.

Resisto la abrumadora necesidad de arrancarle la laringe con mis


propias manos.

―¿Qué diablos significa eso? ―gruño.

―No contraté a nadie. Él mismo se ofreció como voluntario.

―¿¡Quién!?

Valencia me mira a los ojos.

―Su hermano ―dice―. Niall Maguire.

Lo miro, sin comprender, incrédulo.

Luego, las últimas piezas caen en su lugar y lo veo todo con claridad.
Por qué el perro no ladró. Por qué las puertas no fueron forzadas. Por qué
Roxy no se defendió del hombre al que recibió en nuestra casa como
amigo y familia. Su propio hermano pequeño.

―No éramos los únicos descontentos con tu alianza ―dice Valencia, su


voz está estrangulada pero es sorprendentemente tranquila―. Tan pronto
como Connor Maguire se enteró del embarazo, comenzó a planificar un
nuevo sucesor. Lo que, por supuesto, disgustó a su hijo. Niall estaba muy
feliz de ayudarnos a deshacernos de todos ustedes. Nadie quería un
heredero.

―Yo si lo quería ―digo, furiosamente.

Con eso, levanto una enorme bandeja de cobre sobre mi cabeza,


planeando derribarla en su cráneo.
―¡Constantine! ―Clare llora, con una nota aguda de súplica en su voz.

Me giro para verla.

Ella no me pide que pare.

Ella se queda ahí parada, con el agua corriendo por su rostro, y esos
grandes ojos oscuros llenos de lágrimas.

Y en ese momento me doy cuenta de que si bien puede que haya


perdido a mi hijo, Valencia me ha dado algo más. Sin pretenderlo, sin
quererlo, me dio a Clare, y la amo con una intensidad que puede, con el
tiempo, eclipsar incluso las heridas más profundas.

Lentamente, dejo la bandeja.

En ese momento, la puerta del congelador se abre de golpe y Emmanuel


sale disparado. Agarra un cuchillo de carnicero, su rostro es una máscara
de rabia. Corre hacia mí, la hoja se balancea hacia mi cara. Todo lo que
puedo hacer es levantar mi antebrazo para bloquearlo.

Pero Emmanuel no me está apuntando. Entierra el cuchillo hasta la


empuñadura en el pecho de Valencia y lo apuñala una y otra vez mientras
el grito de Clare perfora el aire.

Luego, sollozando, Emmanuel se sienta sobre sus talones y dice:

―¡Izvini, kuzen! Lo siento mucho, primo. Me agarraron en un bar de la


zona alta. Me golpearon y me torturaron, estaba tan drogado que no sabía
lo que estaba diciendo, nunca quise decirles. Debí haberme confesado al
principio cuando el error era pequeño, cuando tú podrías haberme
perdonado, no tenía idea de lo que habían planeado. Pedí el vino, pero lo
juro por Dios, no sabía para qué era... nunca pensé que se atreverían...

Se arrodilla ante mí con la cabeza inclinada.

―Acepto cualquier castigo ―dice―. Incluso si tengo que pagar con mi


vida.

Esta vez, lo comprendo en un instante.


Emmanuel derramó información sobre la alianza, probablemente
borracho y drogado, como dijo, luego Parsons y Valencia usaron eso para
chantajearlo, pero él no mató a Roxy. No me traicionó intencionalmente.

Antes de que pueda abrir la boca para hablar, suena un disparo y la


expresión de contrición de Emmanuel se convierte en una leve sorpresa.
Él mira su pecho donde la sangre se esparce por su camisa de vestir blanca
en una mancha oscura.

Volteo hacia la puerta, y el jefe Parsons se encuentra entre las puertas


dobles abiertas, con el cañón de su arma todavía humeando suavemente.

―De nada ―me dice.

Luego me apunta con el arma a la cara.

―Desafortunadamente, no tendrás mucho tiempo para disfrutarlo.

Su dedo se enrosca en el gatillo.

Levanto la barbilla, listo para enfrentar el destino que se encuentra al


final del camino para todos los hombres como yo.

Suena el segundo disparo y, extrañamente, es Parsons quien tropieza.


Se agarra el costado, girando en estado de shock y horror.

Clare le dispara dos veces más en el pecho.

Él cae al suelo, su arma se desliza por las baldosas y desaparece debajo


de la estufa en la que finalmente se ha extinguido el incendio.

Clare todavía sostiene la pistola con ambas manos, con los brazos
rígidos y los dientes al descubierto.

Tengo que quitarle la pistola de las manos y empujarla contra mi pecho


antes de que pueda respirar por completo, mientras sus dientes crujen
como castañuelas.

―¡Oh, Dios, oh, Dios! ―ella llora―. ¿Qué hice?

―Me salvaste la vida ―le digo.


Puedo escuchar sirenas acercándose por todos lados. Ya no escucho a
los irlandeses disparar en el jardín. No sé si los mataron a todos, si
huyeron o si todavía están cazando por los terrenos a la gente de Valencia.

En este momento, realmente no me importa. Todo lo que me preocupa


es sacar a Clare de aquí.

Rápidamente, limpio las huellas de su arma y luego, con una servilleta


envuelta alrededor de mis propios dedos, la presiono contra la mano
inerte de Emmanuel y disparo dos veces más. Los aspersores pueden
eliminar los residuos de los disparos, pero no quiero correr ningún riesgo.

Luego agarro a Clare del brazo y echamos a correr.


Epilogo
Clare
El tiempo disminuye el dolor, y mi ruptura con mi pasado y todo lo que
ocurrió no es una excepción. Con la muerte de mi padre vino el
desmoronamiento de mi madre. Ella jugó el papel de la víctima del duelo
durante todo el tiempo que pudo, hasta que simplemente se detuvo.

Creo que la verdad sobre la culpabilidad de mi padre y su falta de


preocupación por nadie en su vida excepto él mismo ayudó. Con su fría
despedida de su pasado, y la forma en que casi sin dolor asumió la
siguiente etapa de su vida, no pude evitar preguntarme si ella sabía lo que
él estaba haciendo todo el tiempo.

Si tan solo yo hubiera sido más inteligente.

―¿En qué estás pensando, ptitsa?

Miro la vista de la montaña humeante afuera de nuestra ventana,


jugando con el grueso anillo en mi dedo. Hace solo una semana hicimos
nuestros votos, un año después del escándalo que rompió a mi familia. Le
rogué a Constantine que nos llevara a su tierra natal para comenzar una
nueva vida juntos, y no fue necesario que se lo pidiera dos veces. Estoy
apoyada contra su cuerpo grueso y musculoso, reconfortada por el peso
de su brazo sobre mí.

―Me pregunto cuánto sabía mi madre sobre los planes de mi padre.

―Supongo que bastante, si me preguntas. ―No cambia de tema ni me


reprende por sacar esto a colación por enésima vez. Me permite todo el
tiempo que necesito para procesar y llorar. Constantine comprende las
complejidades de un pasado doloroso.

Ruedo hacia él, hacia su pecho desnudo, y sonrío.

―Gracias.

Una comisura de sus labios se arquea y pasa la yema de su pulgar por


mi mejilla.

―¿Por qué?

―Por dejarme hablar de esto donde y cuando lo necesite. Por no


decirme que lo deje pasar.

―No lo haría ―dice simplemente―. Tu pasado es quien eres, y no


tengo por qué temerle.

Su visión pragmática de la vida es una de las cosas que más me gustan


de él.

―Lo haré ―dice, con un tono de voz burlón―, sugeriré una forma de
distracción de vez en cuando.

―Mmm ―digo con un gemido, mientras me inmoviliza debajo de su


cuerpo grande y pesado y comienza a besar su camino por el costado de
mi mandíbula hasta mi cuello―. Y yo puedo... ooh. ―Yo jadeo―. Estar de
acuerdo con eso.

Mis ojos revolotean cerrados cuando aprieta su boca en mi pezón


desnudo y lo succiona. Me muerdo el labio para no jadear mientras él
ahueca mi trasero con tanta fuerza que me duele. La sesión sexy sobre su
rodilla de la noche anterior no ayuda. Todavía estoy en carne viva,
todavía me duele gracias a él, incluso cuando anhelo más.

Se traga mi jadeo con un beso que me hace gemir, arrastrando su polla


ya dura entre mis piernas. Mis muñecas están atrapadas entre sus dedos
mientras se desliza dentro de mí.

Gimo, la sensación de él en mí es tan perfecta. Me estira y me llena, y


mi mente se queda en blanco. Todo lo que quiero es sentir, deleitarme con
mi piel contra la suya, y mientras empuja hacia adentro y hacia afuera,
tira casi por completo de mí, solo para astillarme con sacudidas de éxtasis
cuando vuelve a entrar.

Él suelta mis muñecas y automáticamente tiro mis brazos alrededor de


sus hombros gruesos y musculosos. Cuando empuja e inclina su cabeza
hacia la mía, beso su hombro. Con una sonrisa maliciosa que no puede
ver, hundo mis dientes en el músculo ahí, saboreando su sabor salado.

―¡Khristos! ―maldice, aquietando sus embestidas. Gimo con la


necesidad de más. Con sorprendente gracia, se da la vuelta y me lleva con
él. Cuando estoy bien situada sobre su polla, me da una de sus raras
sonrisas―. Qué chica tan traviesa eres ―dice, antes de darme una
palmada burlona. Muerdo mi labio y él me levanta por las caderas, luego
me golpea contra su polla―. Solo por eso, tendrás que hacer el trabajo.

Le devuelvo la sonrisa, moviendo mi cuerpo en perfecto tiempo con el


suyo. Este ángulo me da una vista perfecta de él, y hago una pausa en
nuestro hacer el amor lo suficiente para pasar mis dedos por su cabello
oscuro.

―Te amo, Constantine.

Sus manos viajan por mis costados, luego vuelven a bajar, como si se
estuviera asegurando a sí mismo de que realmente está aquí.

―Y yo te amo a ti, Clare. ―Su voz se convierte en un gruñido―. Ahora


fóllame, mujer.

Me pone de espaldas de nuevo, impaciente por estar sobre mí,


inmovilizándome debajo de él y golpeándome hasta que creo que me voy
a romper.

―Oh, Dios ―me quejo―. Constantine, mierda. ―Mis ojos se cierran


cuando mi cuerpo se estremece bajo el suyo. Con otro fuerte empujón, se
corre dentro de mí. Lo tomo todo mientras mi cuerpo se rinde por
completo. La felicidad me inunda de la cabeza a los pies, hasta que su
frente cae sobre la mía y estamos jadeando juntos.

―Ahí, ahora ―dice con una sonrisa burlona―. ¿Estabas diciendo algo?
Murmuro algo incoherente y confuso.

―¿Qué fue eso? ―Todavía está sonriendo, solo que ahora tiene los ojos
entrecerrados―. ¿Decías algo?

―Café. Quiero café.

Se aparta de mí con una sonrisa y se dirige al baño a buscar una toallita.

―Permanece ahí, te lo traeré.

Miro por la ventana a las montañas, el brillante azul del cielo, y en la


distancia, los majestuosos edificios que salpican su tierra natal en un
impresionante horizonte de pálidos azules y rosas. Yo suspiro.

―No iré a ninguna parte.

Constantine
Llevo a Clare a Karelia, el lugar al que solía ir con mi madre cuando era
niño. Aquí los árboles alcanzan proporciones prehistóricas, creciendo
sobre rocas más grandes que una casa, mientras que las cascadas
resplandecientes caen en piscinas sin fondo. Es la parte más hermosa de
Rusia. Después de toda la fealdad que soportó en Desolation, quiero
mostrarle que el mundo sigue siendo hermoso y seguro para ella.
Mientras esté conmigo.

Cada vez que me acerco a ella, apoyo mi mano posesivamente sobre la


suya, tocando el anillo de oro en su dedo, el grillete que nos une para
siempre. Este es el único encarcelamiento del que nunca deseo escapar.
Ella es mía y yo soy de ella hasta que no seamos más que átomos... y tal
vez incluso más allá de eso.
Estoy lleno de una profunda satisfacción que nunca creí posible para
mí.

Clare me trae paz, a cada minuto, a cada hora.

Su aroma cálido y dulce y su voz baja y suave se han convertido en la


piedra angular de mi vida. Las cosas por las que vivo ahora.

Pensé que volveríamos a Desolation una vez que la locura de la gala


hubiera amainado. Publiqué los correos electrónicos, las grabaciones y
todas las pruebas que tenía sobre Valencia y Parsons. Mi abogado anuló
mi condena en ausencia y mi padre negoció un trato con el nuevo jefe de
la policía que permitió que la Bratva funcionara con bastante comodidad
como siempre lo habíamos hecho.

En cambio, me encuentro en las primeras vacaciones de mi vida,


recorriendo con Clare Moscú, San Petersburgo, Sochi y ahora Karelia. Mis
preocupaciones comerciales parecen distantes y como un sueño, solo me
interesan Clare y el aquí y ahora.

Niall Maguire huyó a Dublín y Connor Maguire se lo permitió. Estoy


seguro de que la rabia de Connor lo consume y, sin embargo, no se atrevió
a castigar a su hijo de la manera que se merecía.

Planeaba cazar a Niall yo mismo y matarlo. Sin embargo, incluso para


eso, detesto dejar a Clare. Incluso por un solo día, incluso por una sola
hora.

No me he vuelto un hombre más misericordioso, pero quizás me he


vuelto más paciente.

Sus ligeros pasos se arrastran detrás de mí, a través de las antiguas


alfombras orientales que tapizan la casa de campo. Puede que sea tan
callada como siempre, pero nunca podrá acercarse sigilosamente a mí. Me
doy la vuelta y la agarro, balanceándola por el aire y besándola con fuerza.

―¡Cuidado! ―dice, sin aliento.

La dejo en el suelo, mirando sus ojos brillantes y sus mejillas sonrojadas.


―¿Cuándo me has dicho que tuviera cuidado? ―yo exijo―. ¿O que
fuera más suave contigo?

Clare intenta ocultar su sonrisa, pero es imposible.

―Algunas cosas cambian ―dice.

―¿Qué cosas?

―El número de personas en nuestro grupo, tal vez... ―dice.

Ahora mi corazón está acelerado, y una rara emoción me golpea: tengo


miedo. Miedo de no entenderla correctamente.

―¿Me estás diciendo lo que creo que me estás diciendo?

Ella asiente, ruborizándose graciosamente.

―Creo que sucedió hace unas semanas, en la parte trasera de ese


convertible...

Un grito de alegría brota de mí, sobresaltándonos a los dos. Quiero


volver a levantarla en mis brazos, pero en lugar de eso, hago acopio de
cada gramo de autocontrol que poseo para poner mi mano suavemente
sobre su vientre.

―¿Sientes que se mueve? ―pregunto.

―Todavía no ―me dice―. Es demasiado pronto, pero definitivamente


me siento... diferente.

Ambos estamos en silencio por un momento, escuchando, como si


pudiéramos oír el pequeño latido del corazón bajo mi mano.

―Yo también soy diferente ―le digo―. Me has cambiado. Nunca me


habría sentido así antes.

―¿Cómo? ―pregunta Clare.

―Feliz. Yo soy muy, muy feliz.

Fin.

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