Está en la página 1de 17

CLASE 2.

Sexualidad y lenguaje.
Signo y significante.
Clínica médica y clínica
psicoanalítica. La metapsicología.

En la problemática de la lectura es posible oponer dos criterios acerca


del sentido y su funcionamiento. Uno de ellos, (en otra época nombrado como
lectura "sintomal”), donde el texto no establecía ni la preexistencia ni la
expresividad del sentido sino que nos conducía a un laborioso trayecto en
red, a un paseo por las sobredeterminaciones y a un relevamiento de las
transacciones, es decir, un trabajo que aspiraba seguir el ritmo de las
formaciones del inconciente, del síntoma. Recuerden el artículo mencionado
en clases anteriores, el ensayo de Foucault sobre “el autor": allí encontrarán
una disposición de estos mismos elementos cuando se aproxima a la
cuestión del "Retorno a" como figura de activación de los textos fundantes de
un discurso. Se puede oponer, les decía, con otro carácter de, lectura, una
lectura de orden exegético o hermenéutico. Con esto queremos decir una
lectura que supone un sentido preexistente, oculto en el texto. Ese
sentido oculto en el texto tendría "lectores autorizados" que los descifrarían
adecuadamente.
Históricamente, la ortodoxia analítica se fue encargando de establecer
cuáles eran los patrones de lectura de Freud. El otro criterio, que también
puede correr el riesgo de hacerse ortodoxo, supone no una sustancia de
sentido preexistente, sino la posibilidad de que al ir confrontando los
distintos textos, las distintas épocas, las distintas traducciones, los blancos
en un libro de Freud, las cosas que Freud no dice pero que aparecen
recortadas, las cosas que con el tiempo, a partir de ciertos indicios, se ponen
a la vista, que estaba allí pero que sin embargo no se veía. Toda una serie de
movimientos que nos permitiría pensar que el texto no se plantea como una
lengua muerta, como un "esperanto" del psicoanálisis, sino que hay allí un
trabajo de producción, una violencia del lector sobre el texto a partir de los
recortes, las selecciones, las direcciones que toma en su lectura. Esto supone
entonces, no solamente un criterio distinto de lectura, sino un criterio
distinto del problema del sentido. Hoy vamos a trabajar acerca de eso.
El punto “C” de la primera unidad se llama “Campo Freudiano”
sexualidad y lenguaje”. Este punto trata de poner el énfasis en lo que
suponemos ordena el campo freudiano y nos ha de servir de puente para
entrar en la segunda unidad.
Es lo que rige, por lo menos, en dos aspectos. Por un lado ustedes van a
reconocer con el simple hojear las obras de Freud una temática persistente
en él: “Tres ensayos” “Pulsiones y sus destinos", el complejo de Edipo, la
etiología sexual de las neurosis, las perversiones, el fetichismo: un registro
que alude directamente al orden de la sexualidad,
Pero, en solidaridad con esto, lo que ustedes encuentran es:
“Psicopatología de la vida cotidiana”, plagada de lenguaje. “El chiste y su
relación con el inconciente”, también inundado por el lenguaje, el relato de
los sueños, el relato de los casos clínicos, de lo que los pacientes dicen.
Es decir, hay toda una órbita que alude a cómo el lenguaje va a funcionar
de un modo solidario con esta otra constelación de la sexualidad.
Sencillamente, todo lo que tiene que ver con el problema del sentido, es decir
del lenguaje (por ahora lo identificamos), se lee en Freud anudado, invadido,
por lo que es de la sexualidad, de la pulsión, del cuerpo erótico. Eso lo tienen
que pensar ustedes como un nudo, nudo freudiano.
El modo de iluminar la cuestión hace a la forma que toma en Freud la
consideración de la sexualidad humana. Una sexualidad que, para ser
humana, necesita estar determinada, articulada, enjaulada por leyes, por
reglas. Esas reglas tendrán mucho que ver con las estructuras del lenguaje,
con estructuras, digamos por ahora así, muy generalmente, del orden de los
símbolos, de prohibiciones. La sexualidad humana no puede entenderse sin
esa arquitectura, sin estar atravesada por ese orden de prohibiciones. Allí
también tienen a la vista, nuevamente, el nudo que recién comentábamos.
Que el Edipo aparezca como estructura fundante del sujeto, es casi el
concepto que condensa esos dos ejes. Está allí la sexualidad con la forma de
un mito, está la sexualidad, allí con el imperio de los símbolos. Ahí también
el campo freudiano reafirma su identidad entre el lenguaje y la sexualidad.
En cuanto a la bibliografía, que ha de aparecer más detalladamente con
el programa, la que corresponde a la primera unidad se refiere
fundamentalmente al sueño de la inyección de Irma y al primer capítulo de
“Lo inconciente” de Freud, que se llama “Justificación del concepto de lo
inconciente”.
Hay otros textos que conviene que tengan en cuenta. Dos de ellos por lo
menos los habíamos comentado, de los que hacen al punto A de la primera
unidad: los dos capítulos del Seminario 2 de Lacan sobre el sueño de la
inyección de Irma y el artículo de Foucault “Qué es ser un autor?”, de la
Revista “Conjetural”, número 4.
Dos textos de bibliografía complementaria que no habíamos mencionado:
“El descubrimiento del inconciente” de O. Mannoni, los tres primeros
capítulos, y de Masotta, “Lecciones de introducción al psicoanálisis”, el
capítulo uno.
Paso a las dos unidades que siguen. En la segunda unidad se pretende
establecer un nexo entre dos temas del psicoanálisis. Por un lado, la
Metapsicología, con la que queremos nombrar los siguientes conceptos: la
represión originaria, el problema del representante, de la representación-
cosa, de la representación-palabra lo que hace a la diferencia entre
necesidad y deseo, la cuestión de la vivencia de satisfacción como enlace
y ruptura entre necesidad y deseo; todo un grupo de conceptos apiñados
alrededor de lo que habíamos definido como metapsicología, de esos tres
niveles, lo económico, lo tópico y lo dinámico. En definitiva, se trata de
ver qué es el aparato psíquico a partir de esos conceptos.
La idea sería, no identificarlo a una zona de abstracción, que es
probablemente el prejuicio que pesa sobre la metapsicología, sino tratar de
producir una lectura de la metapsicología infiltrada por la temática del
Edipo. Es decir, plantear cómo es la constitución del sujeto a través de la
estructura edípica y la represión originaria en tanto acontecimiento fundante
del aparato psíquico.
Plantear de qué forma se puede anudar la experiencia de satisfacción, la
constitución del deseo con la zona del narcisismo, reubicada por Lacan en el
primer tiempo del Edipo. Ver como pueden entrar por el mismo riel los
fantasmas originarios que, como saben, coinciden con las cicatrices del
Edipo: los tres fantasmas originarios no son sino otra forma de indicar la
estructura del Edipo: seducción, castración, escena primaria.
Por el acceso de la transferencia, poder situar en qué consiste la clínica
psicoanalítica a diferencia de la clínica médica. Ver allí la relación que puede
haber entre el sufrimiento y el goce como una dimensión particular de esa
clínica. Y establecer, de algún modo, las cuestiones éticas inherentes a la
práctica psicoanalítica, inherentes al deseo.
Lo que interesa subrayar hoy, también con el objetivo de la introducción,
de que consigamos una especie de vista aérea de los problemas del
psicoanálisis, es la constelación de problemas que alberga el lenguaje.
En la reunión anterior habíamos quedado con el sueño de la inyección
de Irma (*) y allí habíamos mencionado, en un punto, lo que hace a la puesta
en funcionamiento de la condensación y el desplazamiento y en la asociación
de Freud del término “propileno". Al final del sueño Freud establece el nexo
entre propileno - después hay un agregado en el capítulo seis - y el término
“propileo”, que lo remitía a ciertos pórticos que él había encontrado no sólo
en Atenas sino en Munich. Allí conecta este término con el amigo que le
garantiza, que lo autoriza, que lo disculpa de su transgresión: con Fliess. En
Munich lo había atendido a Fliess y éste estaba en estrecha relación con la
fórmula final del sueño, con la trimetilamina. Era una fórmula que lo
conectaba a Fliess, ustedes recuerdan, porque desde allí aparecía el vector
sexual de todo el sueño, la trimetilamina como un componente químico de
la sexualidad, que parecía explicar el drama, el vértigo del descubrimiento
del inconciente.
(*) Falta en las desgrabaciones.
Enlazar a través del propileo a Fliess, según Freud, era poner en el sueño
el grupo de asociaciones que le daban razón a su descubrimiento de la
etiología sexual de la neurosis.
Pero el propileo derivaba del propileno y éste había nacido del olor de ese
licor bastante horrible que le había regalado Otto, desde donde surgían las
críticas más severas, el que le había comunicado lo mal que andaba Irma.
Freud indicará que en esa palabra, propileo, se juega una condensación,
una transacción. Allí se recubren, entran en intersección, la órbita de Otto
con todo el grupo de acusaciones, de sanciones, y la órbita de Fliess, que le
autoriza el privilegio de la sexualidad como razón de las neurosis.
Esa condensación en esa palabra supone algo del funcionamiento del
lenguaje. Allí nosotros habíamos dicho junto con la fórmula escrita, la
trimetilamina, esos tres carbonos con los tres hidrógenos, que se revelaba
como la arquitectura última del sueño. En ese punto habíamos leído una
cita de Lacan en donde la idea que era desde allí desde donde Freud podía
hablar sin culpa. Lo que descubría el inconciente era esa fórmula, allí donde
ya no hablaba él, era eso que estaba escrito, trimetilamina, provenía desde
un lugar impersonal. Lacan señala que hay allí algo que está en Freud pero
que está más allá de Freud, y ubica en ese escrito de la fórmula, en esa
escritura, al inconciente. Distinguiendo así al yo del sujeto del inconciente.
Tanto por el lado de la fórmula, de esa escritura, como por el lado del
propileo, pondremos el acento en la pregunta acerca de qué funcionamiento
de la palabra hay allí para que algo del inconciente haga su aparición, para
que algo del inconciente produzca una chispa. En la fórmula habló no se
sabe quién, este Otro, del que está hecho Freud pero que sin embargo no es
el yo de Freud.

1
Como punto de ingreso podemos tomar la revisión que produce Lacan
con respecto al signo de F. de Saussure.
Ustedes saben que Ferdinand De Saussure es un lingüista que la historia
colocó en el lugar del fundador del estructuralismo. De allí Lacan toma estas
nociones de signo, las toma y evidentemente las deforma.
Entonces, cuando nosotros nos preguntamos acerca del lenguaje nos
vamos a preguntar no por la información sino por cómo se va a producir el
deseo a través de ese lenguaje subvertido.
Nuestra pregunta es diferente, radicalmente, a la del lingüista. De allí
que se puede empezar a explicar ese cortocircuito que vamos a mostrar entre
el signo De Saussure y el signo de Lacan. Es un modo de aproximarse a los
problemas del lenguaje y, de un modo más amplio, a los problemas del
sentido, es decir, a eso que el psicoanálisis fue poniendo en tela de juicio,
escuchando sus pacientes.
Allí ustedes en el pizarrón tienen cuatro gráficos. Sepárenlos de a dos, a
la izquierda y a la derecha.
El de la izquierda es de Lacan y el de la derecha de F. De Saussure.
En el primero se lee: Caballeros - Damas, dos barras, y abajo dos puertas
gemelas. Abajo de éste se lee: Significante (el signo de la diferencia), “no es
igual a”, otro significante. Debajo de la barra, significado y significado. En el
dibujo: el significante, -la diferencia con otro significante y, abajo, significado
y significado.
El otro dibujo, el del árbol (un árbol rodeado por una elipse) y dos flechas
a los costados, una para arriba y otra para abajo. El dibujo de abajo, el
significante, la barra, y el significado. Convendría que a éste también la
hagan la elipse y las dos flechas

Comencemos por el de la derecha. Para explicar la significación


produciéndose en la relación de las dos caras del signo, tiene que formali-
zarse con la imagen acústica (árbol) y la imagen conceptual (el significado).
La relación entre esas dos caras ha de producir la significación.

Ahora bien. De Saussure agrega otro aspecto: dirá que para entender el
problema de la significación no nos será suficiente la relación entre
significante y significado, sino que vamos a tener que tomar también una
relación horizontal, de varios signos. Da el ejemplo de una moneda que puede
cambiarse por determinadas cosas, pero, para saber el valor de una moneda
tenemos que incluirla en el sistema monetario, en una correlación de
monedas, y comparar estos cincuenta pesos con estos cien pesos.
O sea que no ha de ser suficiente una relación vertical sino que vamos a
necesitar de lo que se conoce con el nombre de “valor" del signo lingüístico.
Allí ustedes tienen junto con la idea de significación, con la idea de valor,
de signo, la idea de que tanto el significante como el significado son entidades
materiales, podríamos decir, casi sustanciales.
Podríamos ubicar todo un grupo de significantes, todas las palabras que
se nos ocurran, pero también deberíamos ubicar todo un grupo de
significados.
Esta Idea del significado como algo material, como algo pasible de ser
agrupado, es la idea que estalla en el contrapunto que Lacan establece con
respecto a la generación del sentido.
Estalla de la siguiente forma. En Lacan no aparece la intención de
oponerse a De Saussure. No. Lacan toma a un signo, y en el trabajo sobre
ese signo, en el interior del campo del psicoanálisis, comienza a funcionar de
otra forma.
Uno podría recordar como se “tradujo” al español el título del Escritos 1
de Lacan, hace muchos años. Se lo tituló así: "Lectura estructuralista de
Freud". Y se lo tituló así equivocadamente, porque la lectura estructuralista
de Freud sería tomar este signo y leer y operar con este signo, en la órbita
del sueño, en el orden de la “Psicopatología de la vida cotidiana”, en el
inconciente freudiano, a la manera de un modelo. El estructuralismo
modelaría así al inconciente freudiano. El título debería ser exactamente al
revés: “Lectura freudiana del estructuralismo". La “herramienta” es
“Psicopatología de la vida cotidiana", todos esos “ejemplos” que da Freud,
sobre el signo de F. De Saussure. ¿En qué estado va a quedar el signo de F.
De Saussure? Con el sueño de la inyección de Irma, con el ejemplo de
Signorelli, de Boltraffio, con esos relatos, ¿cómo vamos a poder entender el
estructuralismo de Saussure?
Por empezar, con los gráficos, con esos signos, tenemos una especie de
efecto paródico, casi burlón, porque cuando nosotros decimos “Caballeros”
y ponemos una puerta, y decimos “Damas” y ponemos otra puerta, si
nosotros queremos entender en qué puerta debemos ingresar, tendremos
que poner atención en la cara superior solamente, establecer una
conexión allí, porque si dependemos de la conexión vertical nada
podríamos sacar. El signo, en sí mismo, es una respuesta nula. Allí
dependemos de un efecto de la diferencia de los significantes. En ese
ejemplo el significado se convierte en un efecto de la diferencia de esos dos
significantes. Sin esa diferencia no podríamos saber ningún significado.
Esto nos lleva a direcciones distintas de las que nos conduciría la
lingüística.
En primer lugar, el significado no sería una instancia positiva.
¿Qué quiere decir eso? No elevar el significado como aquello que nos
da la sensación de encarnar la Cosa, de que en él se consolida el Ser,
se ontologiza el Lenguaje. Como lo historiza Foucault en “Las palabras
y las cosas”: “La tarea fundamental del “discurso” clásico es atribuir
un nombre a las cosas y nombrar su ser en este nombre. Durante dos
siglos, el discurso occidental fue el lugar de la ontología”. La Cosa
encuentra, en el artificio del verbo “ser" un sustituto que la prolonga,
imaginándola en el significado y nominándola en el significante: el
signo es allí el desarrollo externo de lo Real.
Existe un ejercicio lingüístico, bastante conocido, consistente en el
intento de definir exactamente un objeto. El Diccionario es en ese alarde una
verdadera institución del fracaso semántico. Podríamos recorrer todas sus
páginas, con todas sus definiciones y, de las cosas que amarran el mundo,
del "cuerpo” unívoco del sentido sólo obtendremos una remisión incesante.
Evoquemos el ejercicio, casi el juego, que consiste en poder escuchar que
cuando decimos, por ejemplo, diario, para asir con él cierto tipo de objeto,
la fragilidad denotativa de la palabra nos expone al abanico de desvíos (en
principio los que ya convencionalmente se alojan en la lengua) que pendulan
desde “la salida diaria del sol" hasta llegar al periódico, pero con él, si
queremos reforzar esta cuerda, apelaremos al matutino y podremos llegar al
Clarín, a La Capital, etcétera, donde la cosa ya se empeora. En el recorrido
de sinónimos forjaremos una significación pero perderemos lo Real. La
Cosa se resiste a la cobertura de las palabras. Como lo escribe Borges:
“es el hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos lo que
hace paradójicamente, que sea interminable su número. Entonces, la
idea de este ejemplo del diario, el periódico, el matutino, el Clarín y lo que se
les ocurra, apunta a darnos de un modo bastante patético y evidente la
sensación de que desde el orden del lenguaje no podemos atrapar la Cosa, la
Cosa en tanto Real: el significado ha de ser un efecto de la diferencia de
significantes y nunca una sustancia que nos permita encapsular al referente,
a la Cosa Real. Sólo obtendremos el perímetro de un hueco.
La idea sería, desde ese punto de vista, que el lenguaje no funciona de un
modo nominal. ¿Qué quiere decir esto? Que no tenemos la Cosa y la etiqueta
de la Cosa, el nombre. No tenemos tampoco las cosas con un sentido interior,
preexistente a las que les ponemos un nombre sino mas bien que a partir de
los nombres vamos recortando lo real, hacemos descifrable lo Real, lo
arrancamos de una suerte de amorfo puro, en donde se movería "antes" de
ser nombrado. Lo Real, antes de ser nombrado, aunque perturbe, no es.
(Perturbación que nos preserva del idealismo). Hay siempre algo que, en esta
perspectiva del lenguaje, nos previene contra cualquier recaída en la órbita
de la omnipotencia del lenguaje. Nunca el lenguaje puede atrapar lo Real sino
que siempre persevera un obstáculo, una zona donde el lenguaje no podrá
morder, siempre habrá, en los términos de Freud, un ombligo del sueño, un
límite.
El lenguaje recorta, funda lo real, pero no lo cubre, no lo hace
transparente, siempre lo dirá a medias.
Piénsenlo en un sentido más clásico: la postura heiddeggeriana o los
ejemplos antropológicos de Heiddegger, que es una teoría del lenguaje que
pesa en Lacan y en el psicoanálisis. Podríamos decir que esta silla que hoy
en nuestra cultura tomamos como una silla, a partir de los símbolos que le
dan esa condición, si la arrojamos en medio de una tribu del Matto Grosso
se puede convertir en un tótem, como en cualquier otra cosa. Ha de ser el
montaje de símbolos que posibilita que ese real de la silla se instituya. El
aparato de los significantes, del sentido (por el momento usamos términos
un poco generales), que apoderándose de eso, le confiere existencia.
Desde ese punto de vista, entonces, subrayaría varias características que
hacen al lenguaje, que le dan al lenguaje una especie de poder estructurante.
En primer lugar la diferencia. No podríamos ingresar en la interpretación
de un sueño sino a través de las diferencias que se producen entre una
palabra y la otra, entre una asociación y la otra, entre un término y el otro.
La secuencia discursiva, los pliegues de la palabra que en su vacilación,
en su incertidumbre, produce diversas significaciones y, en el mejor de los
casos, significaciones nuevas.
Por otra parte, la característica transindividual del lenguaje. Con esto
queremos decir que la estructura del lenguaje funciona en una dirección
estrechamente vinculada con la prohibición del incesto, también del orden
transindividual. La prohibición del incesto es una estructura (después
veremos en qué sentido decimos estructura, pero anticipemos que no se
apoya obligatoriamente en lo atemporal) que ha de ser condición fundante y
determinante del sujeto. Lo mismo en cuanto a los fantasmas originarios.
Son originarios según Freud porque poseen la universalidad de lo
transindividual. Freud los nombró con lo filogenético. Convendría pensar que
es del orden de la lengua, porque esos fantasmas originarios se transmiten
la cultura, a partir de la novela familiar, a partir de esas condiciones que
están a la espera y que envuelven los nacimientos y la existencia.
Alguien nace ya siendo hablado por una lengua, siendo fantaseado por
los duendes de esa novela familiar que habita en los padres, siendo tocado
por la prohibición del incesto, mediada por esa novela, edípica sin duda.

2
Tenemos entonces diferencia y transindividualidad. Convendría
sugerir, aunque no se entienda muy bien por ahora, lo que toca al lenguaje
por el costado de la pulsión, supongo que ya tendrán los oídos
acostumbrados porque es una muletilla que se usa cotidianamente: la
pulsión no tiene objeto.
Voy a tratar de decirlo de la forma más sencilla posible porque nos
estamos anticipando a ciertos temas. La cuestión sería así: si la pulsión a
diferencia del instinto no tiene un objeto predeterminado para la satisfacción,
no hay un encuentro armónico con el objeto conveniente; se fabrica así un
calidoscopio que va de lo homosexual a lo heterosexual, a un pedazo de tela
en el fetiche (o como lo muestra Woody Alien), a las “posibilidades” de la
zoología y seducirse con una oveja. Si tenemos esa cantidad de matices
inherentes a la sexualidad humana; si eso nos empuja a pensar que la carne
del objeto no se hace del instinto sino de otra cosa... bueno, de qué se hace?
Se hace del orden del símbolo. Es lo que nos determina de qué forma
intentaremos llenar el blanco del objeto, lo que nos determina de qué modo
intentaremos cubrir e inventar algún objeto para ese objeto en hueco, no
garantizado de la pulsión, ese objeto que falta.
Lo que nos determina tendrá que ver ya no con el orden estricto de
la pulsión sino con el orden de los representantes, con el orden de los
símbolos, del lenguaje. Un fetiche se construye a partir de símbolos, a
partir de sustitutos. El lenguaje, viene aquí a suplir lo que en la pul-
sión falta. Eso es lo que quiero subrayar. El lenguaje tiene con respecto
al sexo una relación de suplencia: lo que falta en un lado, y
precisamente porque falta en ese lado, es que aparece el dispositivo
del lenguaje. Si allí no faltara, si la pulsión se satisfaciera, si
estuviéramos justamente en el campo del instinto, difícilmente po-
dríamos hablar, difícilmente podríamos contar chistes.
Desde ese punto de vista, la sexualidad no se expresa por el lenguaje.
Con esto quiero decir que eso que está en la sexualidad no aparece extendido
positivamente del lado del lenguaje. Esa sería la definición de fantasía en
Klein: la fantasía, expresión mental de los instintos; vamos de las pulsiones,
de los instintos (en la definición se confunden estos términos), al registro de
las fantasías: lo que está en un lado ahora lo encontramos exactamente igual
pero en otro lado.
Esta idea, insisto, es compleja, la vamos a repasar, la vamos a ver más
detenidamente cuando veamos la relación entre pulsión y representante.
Esta idea, desde Freud y desde Lacan, no sería de expresión, sino que,
porque falta en un lado es porque está lo otro. Sería de suplencia y no de
expresión. Entenderemos mejor más adelante. Háganse la idea de que
fundamentalmente el lenguaje será la forma que se le ofrece al sujeto para
satisfacer lo que no se satisface en el orden de la pulsión, lo cual no quiere
decir que se satisfaga a través del lenguaje. Estamos ya decididamente en el
orden de los sustitutos, resueltamente identificamos sustitutos con este
montaje de lenguaje, y lo que involucra la teoría del inconciente freudiano.
Ustedes saben que para Freud los sueños, los lapsus, los síntomas, las
lagunas del discurso, son sustitutos. Decir sustitutos es identificar un
terreno marcado por el orden del lenguaje. Esto quiere decir lo siguiente: que
el psicoanálisis no se va a plantear en un funcionamiento del lenguaje que
encuentre su clave en la comunicación. No se va a tratar de que se le
“informe” al analista lo que padece o siente. No se trata de preguntarle al
paciente por sus representantes, que exprese sus representantes, sino de
hacer hablar a esos representantes para ver de qué sujeto se trata, de
preguntarles a los representantes, a los síntomas, por ese paciente. No se
trata de comunicación porque lo que hace girar el análisis es justamente el
malentendido. Es justamente esto que repentinamente se toma distinto de
cómo se había querido decir. Es eso que se ordena en un chiste, es eso a lo
que el lenguaje animal no puede dar cabida. Tenemos el lenguaje animal y
tenemos el lenguaje animal de los humanos, el esperanto, una lengua
artificial, una especie de lengua prefabricada para que todos nos
entendamos. Una lengua que murió antes de nacer.
El lenguaje nos da posibilidades de que se produzcan esos fenómenos
que el psicoanálisis privilegia, los malentendidos, los contrasentidos, las
connotaciones, toda esa zona infectada por la vacilación, por la ambigüedad,
por lo impredecible, por lo no calculable. Zona de fastidio para el esquema
lingüístico de la comunicación.
En psicoanálisis no se trata de la comunicación, de un emisor y de un
receptor que comparten el mismo código (ese es diagrama para la
comunicación), sino que el receptor, el analista, tiene que estar en un lugar
que dé posibilidades al emisor de recibir su propio mensaje en forma
invertida. Una frase, por la forma en que será escuchada, por el lugar en el
que se coloca ese otro que es el analista, por el modo en que va a acentuar
una palabra o cortarla, por la conexión con otras cosas que ese mismo
paciente dijo, ha de posibilitar que ese mensaje retome, aunque ya quebrado
del sentido intencional que lo dirigía. Un paciente que diga “Me excitan las
fotos de una mujer bien dotada en pelotas”. Hay allí ciertas puntuaciones,
comenzamos a escuchar qué pasa con “una mujer bien dotada en pelotas",
qué sucede con una mujer que nos puede hacer suponer algo en otra
resonancia. Una "mujer bien dotada en pelotas” no estaba en el querer decir
del paciente sino que retorna y puntúa de una manera diferente, ese
significante, esa palabra mujer. De fotos de una mujer pasamos a
preguntamos allí qué pasa con el registro de la mujer que surge a través de
esa puntuación, qué pasa con las mujeres a las que este paciente exije que
tengan pelotas.
Les digo entonces esto, que no sólo nos permite considerar que se trata
del derrumbe de la comunicación sino que nos permite suponer que una
cadena significante (tendríamos que pensarlo ahora con la frase en cuestión)
irá tomando posiciones, en cuanto al sentido, de una manera no lineal.
Digamos, el sentido de "me excitan las fotos de una mujer ...”, ese sentido se
instala recién después, cuando se puntúe el final de la frase. Existe un
diagrama de Lacan que puede ilustrarlo.
En esos dos vectores, el primero, el que va de la izquierda a la derecha,
lo consideramos el de la frase: y el segundo, el que retoma en una curva, de
derecha a izquierda, y que corta al primero lo podemos entender como la
puntuación de esa frase. El lugar, la significación que adoptará el primer
significante, la primera S. se va a generar recién cuando retome desde la
segunda S', o sea, recién cuando situemos allí “en pelotas”, aparecerá este
segundo vector que coloca la significación de esas primeras palabras. La
significación depende de una cadena y de la forma en que esa cadena se
articula en un tiempo, porque aquí necesitamos irremediablemente, de un
determinado tiempo para poder ajustar la noción de inconciente y la idea de
interpretación.
Este tiempo que está marcado por estas dos líneas, la primera de
anticipación, en donde se enuncia la frase, y la otra de retroacción, se funda
a partir de Lacan con el nombre de tiempo lógico; concepto que habría que
argumentar bastante y argumentar por qué Lacan habla de tiempo. No es el
trabajo de hoy, pero lo que sí podemos sugerir es que ese tiempo está
recorriendo toda la reflexión freudiana. Yo diría que sin esa noción de tiempo
que ahora vamos a ahondar un poco más, no entenderíamos nada del
psicoanálisis.
Por las siguientes razones: si bien en Freud no aparece conceptualizada
esa noción del tiempo, aparece dicha: aquí tenemos un funcionamiento del
tiempo distinto a la noción de tiempo que estamos acostumbrados a pensar,
distinto a la noción de tiempo cronológico, lineal, de antes y después, de
pasado, presente y futuro.
Lo vamos a encontrar en el acto de la escritura de Freud, en cómo Freud
va estructurando, modelando sus conceptos. En todos los conceptos de
Freud reencontraremos el problema del tiempo. Piénsenlo como una
especie de primer ejemplo bastante claro, ya desde la teoría del trauma.
Ustedes saben que la teoría del trauma tiene varios momentos antes de ser
“reemplazada” por la teoría del fantasma. Inclusive podríamos pensar que la
teoría del fantasma no reemplaza absolutamente a la teoría del trauma.
Podemos pensar que la lógica del trauma, que vamos a tratar de comentar
ahora, ha de persistir en la teoría del fantasma y en muchos sectores de la
obra de Freud.
En un principio Freud identificaba al trauma con el suceso, con el hecho
empírico: lo traumático lo situamos allí. Aquel hecho donde esa niña fue
seducida, se vio “violada” por un adulto: la masturbaron, le hicieron cosas
que no estaba en condiciones de tramitar y en ese acontecimiento se produce
la ruptura del equilibrio, de la homeóstasis de su aparato psíquico. Ese
exabrupto energético es lo que Freud denomina trauma.
Ahora bien, rápidamente Freud empieza a distinguir dos tiempos en el
trauma y empieza a decir esas cosas de las cuales habla la histérica de lo
que le han hecho, esas cosas que sitúa en algún momento de su vida, que
las recorta muy empíricamente; - acaso allí vamos a situar el trauma? Y
Freud dirá que no, que el trauma lo tenemos que colocar recién cuando a
partir de la reminiscencia, ese hecho cobra vida psíquica.
Si la seducción o la masturbación se registró en tal momento, en tal fecha
(piénsenlo como quieran porque se van a dar cuenta que eso es lo más
contingente), el valor de ese hecho lo va a adoptar por la forma en que esté
combinado posteriormente. Si ustedes quieren, para hacer el ejemplo más
sencillo, cuando ese hecho se transcriba en el campo del Edipo y cobre,
aquella masturbación por parte de un adulto, una dimensión fuertemente
incestuosa.
El hecho en sí ha de quedar perdido, lo único que va a considerar Freud
es la reminiscencia. Es más, con lo único que podrá instalar una escucharen
el modo en que es formulado ese recuerdo en el momento del síntoma, en el
momento en que es relatado, en el momento en que es soñado. Lo traumático
está en el segundo tiempo, es aquella reminiscencia. Dirá en definitiva, la
histérica sufre de reminiscencias.
Entonces, tenemos dos tiempos, pero tenemos la determinación
retroactiva a partir del segundo tiempo. Tenemos allí una noción del
tiempo para nada cronológica, en absoluto causal, sino rotundamente
circunscripta en esta cadena retroactiva de anticipación y retroacción
Esto ustedes pueden tomarlo al modo de un átomo lógico y pensar muchas
zonas del psicoanálisis que, como les decía, involucra a la asociación libre,
a la teoría del trauma, al síntoma, en definitiva a la teoría del inconciente.
Porque vamos a ir pensando que este inconciente no está hecho en algún
lugar, en cierta zona infantil y que se expresa ahora, sino que el hecho de
que este inconciente hable en este acto constituirá en él su vigencia. No es
contingente que alguien hable para dar cuenta de su inconciente. Esto es
absolutamente nuclear: el inconciente se pone en acto y en este acto se
constituye. Si no se habla no podríamos plantear la existencia del
inconciente: la represión, la condensación, el desplazamiento. El inconciente
es la puesta en acto de esa memoria. Pero no una memoria que tendríamos
que envolver o colocar en un receptáculo. Cuando veamos el artículo “Lo
inconciente” de la metapsicología, trataremos de ahondarlo, de rasparlo
hasta sus consecuencias clínicas. Fundamentalmente, cuidarnos de pensar
al inconciente como una cápsula sustancial: tratar de ver en cambio cómo
se juegan las marcas, las anticipaciones, la memoria y el relato, esa especie
de destiempo.

3
De acuerdo a cómo nosotros concibamos el funcionamiento del
significante podremos establecer discriminaciones entre lo que es la
medicina y lo que puede ser la psicología. El funcionamiento del significante
en el saber médico no ha de ser el mismo, que en el orden del psicoanálisis.
Cuando planteamos la relación de los síntomas con la enfermedad, posee en
este caso la consistencia del significado, no ha de prevalecer la connotación,
o la multiplicación del sentido que caracteriza al psicoanálisis. En el campo
del saber médico reconocemos también el problema del significante pero de
otra forma. En primer lugar, yo les decía, cuando pensamos la naturaleza de
la enfermedad en medicina surge un acompañamiento biunívoco entre la
cadena de los significantes y la cadena de los significados. Por ejemplo,
determinados síntomas, la tos, el dolor izquierdo en un pulmón, problemas
al respirar, esos significantes señalan la pulmonía: un núcleo de sentido, el
orden de los signos con cierta transparencia. Para el saber médico los sínto-
mas son significantes que ponen en escena, de un modo muy visible, los
significados. Los síntomas son la vía para hacer visible lo invisible y con esto
quiero decir que allí lo que dirige al significante, en la medicina, es el ojo, la
mirada clínica: el trayecto en la historia de la clínica médica, que va desde
una capa de signos denotativos del cuerpo enfermo, pasando por el
auscultar, el palpar como “miradas" opacas mediadas por el oído y el tacto,
pero que buscan en última instancia el dominio del ojo: llegando finalmente
a la posibilidad de abrir los cadáveres para mirar en ellos, en la muerte, la
verdad de la vida.
Con el tacto, con el auscultar, lo que se quería era mirar, rendirse al justo
lugar de la mirada como estructurante del saber mismo, y eso supone un
funcionamiento distinto del significante.

En medicina esta estructura semiológica (la semiología, el saber


sobre el síntoma), esta estructura semiológica es externa a lo que se
está estudiando. Quiero decir lo siguiente: son enfermedades leídas
desde el código de los significantes: un montaje formado con estos
cuatro síntomas que remiten a tal significado, a tal enfermedad. Es
un modo de leer el cuerpo enfermo. Yo tomo ese código, ese esquema y
leo el cuerpo. La enfermedad no tendría nada que ver con esos
significantes, es un modo de operar, de leer. Y la terapéutica en su
base tampoco va a tener que ver con esos significantes.

En el psicoanálisis la enfermedad está hecha, su misma tela, su


sustancia si se quiere, está hecha de lenguaje. El enfermo está allí
enfermo del aparato de símbolos. Puede resultarles raro escuchar que está
enfermo de lenguaje. El enfermo está en esa misma tela con la que se lo
escucha. O sea que eso que se pone en marcha en el trabajo analítico,
escuchar esas palabras, esos significantes, de eso mismo, es de lo que está
hecha esa enfermedad. La relación entonces es bastante distinta. Me
gustaría que nos dediquemos ahora a aclarar cosas que quedaron
pendientes.
Pregunta.: -Vos dijiste algo así como que al inconciente había que
pensarlo no como un receptáculo con sustancias. De qué manera tendríamos
que pensarlo?
-También había dicho, para ampararme, que esa cuestión tiene cierto
punto en el programa muy específico, pero sin embargo no quiero que
renunciemos a la pregunta, cuando yo me referí a sustancial me refería por
lo menos a dos cosas. Por un lado, a no situar el inconciente en términos de
un tesoro de imágenes, aún del código, como una habitación que retiene en
sí un grupo de imágenes, un grupo de significados. No pensar que la
interpretación es descubrir el sentido oculto, que nos lleva al mecanismo de
la traducción, nos lleva a que todo lo alargado es pene y todo lo agujereado
es vagina, aunque haya traducciones más sofisticadas. Eso por un lado. Por
otro lado, una cuestión que está en Freud (las dos están en realidad en
Freud), la tópica. La idea de tópica alude a una teoría de lugares. A ese
esquema del capítulo siete de “La interpretación de los sueños” en donde
Freud divide el aparato en lugares y a cada lugar le adjudica un
funcionamiento, es decir, un sistema.
La idea de tópica es imprescindible, para Freud y para nosotros también,
para permitimos construir la noción de un aparato psíquico dividido, para
darle una realidad más fuerte, el inconciente no puede ser disuelto, tragado
por la duración-conciencia. Freud le quiere dar una realidad tan positiva
como al preconciente y al conciente, y una de las mejores formas de hacerlo
es plantearlo en una teoría de los lugares virtuales, de esas cosas que están
allí pero que no están, no están de un modo real, no están en el cerebro, pero
se pueden localizar: ahí tenemos un sistema. Entonces lo dibuja.
Ahora bien, eso no podríamos divorciarlo de lo económico y lo dinámico,
no podríamos entender la tópica separada. Si cargamos excesivamente las
tintas en la tópica vamos a recaer, a volver a introducir la idea de un
inconciente como receptáculo, una habitación repleta de presencias. La
regresión sería allí un “regresar a" un lugar y un tiempo. Cuando, en
realidad, la regresión es un "regreso de" estilos, de palabras, ciertos retornos,
puntos de traspié en la vida del sujeto. Si bien en el sujeto hay una historia
de marcas, esas marcas no tienen un sentido preexistente y, segundo, sin
que sean cargadas, sin que sean activadas, habladas, no podríamos saber
nada de ellas.
Es más, no estaríamos frente a la existencia de lo inconciente sino
cuando se plantean por lo menos, dos cosas: una, que sea una combinación
de elementos sin sentido previo: la marca, la huella, esos significantes, y no
en el “significado inconciente”, pero que por combinación producen una
significación nueva y no un sentido que ya estaba cocinado en la "etapa"
infantil,
Y, además, ese relate siempre va dirigido a otro, sin el otro que escucha
no podemos plantear el inconciente. Y que lo escucha de determinada
manera, porque si alguien escucha desde el nivel comunicacional
difícilmente podrá instaurar lo inconciente. Si lo escucha como lo
escucharon siempre o lo escucha como lo escuchó mamá, entonces entrará
en el mismo circuito de comunicación que confabuló lo imaginario del
síntoma. Deberá escuchar desde otro sitio. Ese otro sitio es inherente a la
noción de inconciente, está hecho de la misma pasta: no podríamos separar
el inconciente de ese Otro que escucha: el analista es parte del concepto
de inconciente. De acuerdo a cómo esté ese Otro situado para escuchar, de
acuerdo a cómo se construya ese Otro al cual va dirigido mi mensaje, podrá
producirse o no algo de lo inconciente.
No es la actualización aristotélica, algo que estaba y que se pone
ahora en acto: ese acto no es contingente con respecto al inconciente.
A saber, que alguien lo diga, que alguien produzca un síntoma, no es
accesorio para que se plantee la estructura de lo inconciente.
P.: -Vos dijiste que no se podía identificar al lenguaje con lo sexual y que
en el lenguaje aparecen expresiones de deseos sexuales. ¿Cómo se podrían
diferenciar estas dos ideas?
-Yo traté de aludir a que en el campo freudiano tenemos dos ejes: lenguaje
y sexualidad, que se anudan, que no son excluyentes pero que son
diferenciables. Cuando digo sexualidad me refiero fundamentalmente a la
cuestión de la pulsión, el cuerpo erótico, pero que ese cuerpo erótico no
ingresa en el aparato, al orden de los significantes, no ingresa plenamente.
Esto quiere decir que para que la pulsión meta su cuña en el aparato necesita
de un agente que la represente, de un mediador. Concretamente. Freud dice
que no podemos hablar de pulsiones inconcientes, de pulsiones reprimidas.
Lo reprimido, lo inconciente es el representante de la pulsión. La pulsión está
allí en el límite, no entra en el aparato, está en la frontera del aparato,
insistiendo. De esa insistencia, de esa carga, nosotros vamos a tomar por la
vía del representante, que es lo que se inviste, y lo que trata de dar cuenta
de la pulsión. El representante suple la falta de objeto de la pulsión, toma la
insistencia, el empuje de esa pulsión, pero lo toma ya en el orden de los
representantes, en la dimensión de los destinos.
Ya en ese campo tenemos que pensar que la pulsión es una historia, una
novela; que esa pulsión ha de estar tramada, sometida por los hilos de esa
novela. El cuerpo erótico se irá moldeando, marcando en puntos voluptuosos
a partir del tejido de la novela, de los fantasmas del lenguaje, se anudan:
pero uno señala algo que está más allá del aparato o en el límite y lo otro es,
justamente, el aparato psíquico afectado por un más allá.
Debemos observar qué quiere decir Freud cuando dice “la pulsión es un
concepto límite entre lo somático y lo psíquico”. Con esa localización
introduce una diferencia: la pulsión no es expectante del orden de los
representantes. Los representantes son también la sexualidad porque
representan a la pulsión, pero aquí es indispensable incluir el término deseo.
El deseo, aunque emisario de la pulsión, ya es del aparato psíquico. La
pulsión es eso que está en el límite: cuando nosotros decimos que el sueño o
el síntoma son realizaciones de deseos, ¿cómo se realizan, cómo se cumplen
esos deseos? Se realizan o se cumplen con representantes: con propileo en
enlace con amilo y con propileno, con esos elementos se constituye el deseo.
Hablar de deseo ya es hablar de la sexualidad en el campo de lo simbólico.
A diferencia de pulsión, que es hablar de la sexualidad en la frontera del
aparato, la sexualidad como aquello crudo, insistente, desnudo y,
fundamentalmente, con un elemento que es un agujero. Insisto, tu pregunta
me lleva un poco a eso, trato de aclararlo en lo posible pero necesitarnos ir
un poco más adelante.
4
P -Con respecto a esto de la comunicación, cómo se maneja la verdad
en el ámbito psicoanalítico, en esa relación donde el que recibe el mensaje
es el mismo sujeto que lo emitió, pero está puntualizado por el analista?
-Tu pregunta parece plantear de qué forma se puede manejar la verdad
en el contexto del psicoanálisis, desde dónde se parte en la idea de mensaje
invertido, que el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma
invertida, a saber, puntuado de un modo distinto, produciendo un
descentramiento de la significación.
Me conformaría con dar una respuesta en negativo, por ahora, es decir,
la verdad que no es la del psicoanálisis. Esta verdad, que obviamente
responde a la intersección de la verdad con el deseo, no es una verdad
pensada en los términos clásicos o positivistas (para dar una sola referencia):
la armonía entre el sujeto y el objeto. Qué es una verdad? Poder establecer
una idea, llevarla hasta la coincidencia con el objeto y reencontrar en sus
movimientos la confirmación en la representación. Una identidad entre la
idea y la naturaleza del objeto, allí situamos la verdad.
En psicoanálisis la verdad que se pone en juego tendrá que situarse en
dependencia de la novela del sujeto, cuando algo, a través del error, atrapa,
en su retomo algún efecto de verdad. Con esto quiero decir: el sujeto será el
eco de una verdad al retomar el sedimento de su mensaje, a través de sus
asociaciones.
Ese arrastre alude a una verdad que nos plantea el deseo de ese sujeto.
Es una verdad definida en la órbita de la singularidad de una historia, no
buscando la coincidencia con el objeto exterior sino creciendo en el modo en
que es dicho algo, cómo produce ese sujeto el objeto que le falta, la verdad
del fetiche, por ejemplo, ha de tener que ver con la escena del horror a la
castración de la mujer. Esa es una verdad, o el velo de la verdad del
fetichista. Pero de esa escena no obtenemos ninguna verdad objetiva ni
absoluta. Recibiremos chispas, efectos, insinuaciones de esa verdad a partir
del fetiche. De cómo alguien necesita para llevar a cabo su acto sexual un
pedazo de una corbata en su mesita de luz. De cómo ese sustituto encamado
nos reenvía a una “escena” en donde se configura la verdad del fetichista.
Pero siempre vamos a estar planteando (no creo que sea una respuesta muy
satisfactoria porque es necesario recorrer una multiplicidad de matices) una
verdad singular y, segundo, siempre en plus o como efecto de verdad.
Obtendremos un relámpago de la verdad, siempre ha de aparecer esa
verdad en el tejido sinuoso de las asociaciones y nunca, (a excepción de la
angustia) la plena desnudez del objeto. Ese saber del fetiche (porque de algún
modo el fetiche “sabe" de qué forma se accede al goce) nos sugiere una
verdad, nos indica más una verdad de la fe que un resultado gnoseológico.
P: -Yo lo pensaba desde las distintas órbitas que hay en el psicoanálisis, las distintas líneas:
análisis kleiniano, lacaniano, etc. Por qué lado aparece el efecto de la verdad, lo que nos haga decir
que sí, que es así. Estamos trabajando en algo que no nos viene puramente desde la teoría, como el
caso de la medicina que vos decías. En uno tenemos una cadena de significantes y en otro una cadena
de significantes.
-Claro, entiendo que va más allá a la cuestión de lo objetivo de la interpretación, o del requisito
de verdad de una teoría o el criterio de verdad de una teoría.
P: -O de una interpretación.
P.: -De la efectividad del análisis, me parece.
-Puede tener que ver, pero no son exactamente lo mismo.
P.: -Esa sintomatología que se da en el fetiche, por ejemplo, puede ser revertida por el análisis?
-No quiere decir que allí disolvamos la estructura perversa que sostiene ese fetiche. Se puede
disolver al fetiche como montaje, pero es indispensable señalar el espesor de la estructura perversa
que está constituyéndose con el fetiche.
P.: -Creo que él se refería antes a saber cómo se determina si una interpretación es verdadera o
no. válida o no.
P.: -Yo lo pregunto desde la teoría, más allá de que el analizado sienta que el análisis o la
interpretación es válida.
-No hay teoría de la interpretación, es decir que no podríamos calcular la verdad de la
interpretación. Probablemente, los indicios los siembre la práctica, justamente cuando esa práctica
impacta en el saber teórico del analista.
Pero si nosotros nos preguntamos desde una teoría de la interpretación de qué modo procurar
una verdad o cómo podemos de antemano saber que eso que se interpreta toca una verdad, la
respuesta es negativa. En principio porque no podemos plantear una teoría de la interpretación, no
podemos plantear que haya una teoría de la técnica que nos indique cómo, cuándo y qué interpretar.
Sí tenemos una teoría del inconciente y desde allí probablemente nos podamos aproximar a una
noción de verdad a partir de considerar las lagunas del discurso, a partir de privilegiar la negación,
los lapsus en un discurso. Pero no desde una teoría de la interpretación; lo veremos, cuando al final
del programa nos encontremos con la práctica analítica, pero ... la introducción tiene ese carácter,
de ser general y anticipar un poco todo: éste es el precio que pagamos.
De algún modo, en el campo de la interpretación, esa falta de teoría es causa de teoría. Sí
tuviésemos una teoría de la interpretación que nos pudiera indicar en dónde opera la verdad
técnicamente, probablemente no habría psicoanálisis.
Desde ese punto de vista no sería entonces por el lado de una teoría de la interpretación sino más
bien por el lado de una teoría del inconciente.
P.: -Yo lo planteaba por la gente que, como nosotros, no se analiza.
Por lo tanto, no tenemos esa práctica. Desde la teoría, cómo podía marcarse un cierto criterio de
verdad?
-Se trata de una teoría del inconciente que permita situar de qué tipo de verdad se trata en la
práctica. Por eso me cuesta dejar al margen la cuestión de la práctica. Inclusive hay una serie de
referencias históricas, una “teoría" de la sorpresa, de Theodor Reik, que plantea esto como índice de
verdad en cuanto al inconciente, el impacto de la sorpresa. Lo que indica la torpe confianza en la
complementariedad teoría-práctica, revestir al paciente con la teoría del Edipo, meterlo en un cofre
de semantemas preexistentes. ¿Qué vamos a escuchar? el narcisismo, la castración, el Edipo. etc.
Encontrar teoría contradice a la teoría.
P: -En ese sentido ahí está lo peligroso, porque la interpretación puede ser algo que ya viene de
antes de que el paciente emita su mensaje.
-Sí, pero esos peligros dejan sus “síntomas” en un análisis. Si alguien interpreta desde ese lugar,
a pesar de él, podemos estar frente a la irrupción de algo, de un acting-out: ese lugar de maestro en
un análisis se paga.
P.: -¿Por qué el lenguaje se le ofrece al sujeto como satisfacción de la pulsión?
-Bien, empiezo con una aclaración: buscará la satisfacción en el lenguaje, lo cual no supone que
allí la encuentre. En el orden de la pulsión, por ahora, ponemos el acento solamente en la falta de
objeto, como una especie de punto teleológico de descarga. La falta de objeto nos reenvía a otro orden,
distinto al del saber de la naturaleza, de los ciclos sexuales, donde hay ciertas señales, hay un
acoplamiento, una resolución armónica de la tensión.
Este otro campo viene a pagar el precio de la falta de objeto. Esos representantes que se eligen
para satisfacer la pulsión, han de ser, paradójicamente, no una descarga de la pulsión, sino que
serán carga, investidura. Para que haya representante tiene que haber carga. O sea que el
representante toma la posta de la pulsión pero no la descarga sino que él mismo se convierte en una
carga y en una cadena asintótica, metonímica, de derivación de esa carga que responde, en definitiva,
a las formaciones del inconciente. Las formaciones del inconciente son el trabajo de derivación de
esa carga pero sin llegar a la descarga: el inconciente no se disuelve, ni con el final del análisis, ni
con la interpretación, ni con nada. Es constitutivo. Entonces es la vía por la cual se busca la
satisfacción pero con una carga en derivación perpetua. Desde este punto de vista, se subraya que
lo que se transmite de la pulsión al aparato es algo indescargable, es fundamentalmente algo
bastante difícil de ser encontrado, como el nombre del film, “Ese oscuro objeto del deseo”.
P. : -¿Qué papel juega el psicoanálisis dentro de la psicología?
-Claro, eso yo lo anuncié pero no llegué, es lo que voy a retomar en la próxima reunión.
De todos modos ya te contestaría con otra pregunta: el psicoanálisis, - está dentro de la
psicología? El psicoanálisis es una psicología más? El psicoanálisis es una escuela
psicológica dentro de las psicologías? Entonces tenemos la psicología conductista, Piaget,
la psicología experimental y el psicoanálisis? O tendremos que suponer otra cosa?
P.: -Cuando hablaste de la teoría del trauma dijiste que lo traumático está en la reminiscencia.
Entonces, el hecho empírico cobra calidad de trauma en el relato o está mezclado ahí el hecho y el
discurso del sujeto?
-Para ese momento de la teoría de Freud cobra calidad de trauma en la transcripción, en un
segundo momento.. Eso es lo más notable: que el trauma justamente esté en un lugar donde no es
empírico. No está en el lugar donde pasó, sino en el lugar donde se transcribió. Por lo cual uno puede
suponer que si el hecho se hubiera reordenado de otra forma probablemente no hubiese hecho
síntoma, es decir, no hubiese sido traumático.
Entonces lo que es determinante es la transcripción y no el hecho. El hecho queda perdido, queda
desecho en el tiempo lógico.
P.: -En la pulsión, como ausencia de significante, se podría hablar de significado? No del lado de
la pulsión sino del lado del lenguaje, o sea cuando estructura al lenguaje.
-No entiendo bien dónde localizás el significado en relación a la pulsión.
P.: -Con la ausencia de significante.
-No sé, si te referís a que la pulsión no tiene un significante, lo cual no quiere decir que queda
desligada de significante. La pulsión no va a tener un significante que la represente: va a tener, en
cambio, una consecuencia de fundamento sobre los significantes.
Para poner en marcha a la pulsión oral no necesariamente se recurre a los términos que
semánticamente hablan de comida, o de la boca. Hay en cambio besos del significante, tensiones,
investiduras de una historia que acuñan la pulsión oral. Pero no sería un significado, sino que sería
un grupo de significantes que permite que crezca allí la pulsión. Si el significante está en el lugar del
objeto de la pulsión no es un significado, no la satisface, la deriva.

También podría gustarte