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Sexualidad y lenguaje.
Signo y significante.
Clínica médica y clínica
psicoanalítica. La metapsicología.
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Como punto de ingreso podemos tomar la revisión que produce Lacan
con respecto al signo de F. de Saussure.
Ustedes saben que Ferdinand De Saussure es un lingüista que la historia
colocó en el lugar del fundador del estructuralismo. De allí Lacan toma estas
nociones de signo, las toma y evidentemente las deforma.
Entonces, cuando nosotros nos preguntamos acerca del lenguaje nos
vamos a preguntar no por la información sino por cómo se va a producir el
deseo a través de ese lenguaje subvertido.
Nuestra pregunta es diferente, radicalmente, a la del lingüista. De allí
que se puede empezar a explicar ese cortocircuito que vamos a mostrar entre
el signo De Saussure y el signo de Lacan. Es un modo de aproximarse a los
problemas del lenguaje y, de un modo más amplio, a los problemas del
sentido, es decir, a eso que el psicoanálisis fue poniendo en tela de juicio,
escuchando sus pacientes.
Allí ustedes en el pizarrón tienen cuatro gráficos. Sepárenlos de a dos, a
la izquierda y a la derecha.
El de la izquierda es de Lacan y el de la derecha de F. De Saussure.
En el primero se lee: Caballeros - Damas, dos barras, y abajo dos puertas
gemelas. Abajo de éste se lee: Significante (el signo de la diferencia), “no es
igual a”, otro significante. Debajo de la barra, significado y significado. En el
dibujo: el significante, -la diferencia con otro significante y, abajo, significado
y significado.
El otro dibujo, el del árbol (un árbol rodeado por una elipse) y dos flechas
a los costados, una para arriba y otra para abajo. El dibujo de abajo, el
significante, la barra, y el significado. Convendría que a éste también la
hagan la elipse y las dos flechas
Ahora bien. De Saussure agrega otro aspecto: dirá que para entender el
problema de la significación no nos será suficiente la relación entre
significante y significado, sino que vamos a tener que tomar también una
relación horizontal, de varios signos. Da el ejemplo de una moneda que puede
cambiarse por determinadas cosas, pero, para saber el valor de una moneda
tenemos que incluirla en el sistema monetario, en una correlación de
monedas, y comparar estos cincuenta pesos con estos cien pesos.
O sea que no ha de ser suficiente una relación vertical sino que vamos a
necesitar de lo que se conoce con el nombre de “valor" del signo lingüístico.
Allí ustedes tienen junto con la idea de significación, con la idea de valor,
de signo, la idea de que tanto el significante como el significado son entidades
materiales, podríamos decir, casi sustanciales.
Podríamos ubicar todo un grupo de significantes, todas las palabras que
se nos ocurran, pero también deberíamos ubicar todo un grupo de
significados.
Esta Idea del significado como algo material, como algo pasible de ser
agrupado, es la idea que estalla en el contrapunto que Lacan establece con
respecto a la generación del sentido.
Estalla de la siguiente forma. En Lacan no aparece la intención de
oponerse a De Saussure. No. Lacan toma a un signo, y en el trabajo sobre
ese signo, en el interior del campo del psicoanálisis, comienza a funcionar de
otra forma.
Uno podría recordar como se “tradujo” al español el título del Escritos 1
de Lacan, hace muchos años. Se lo tituló así: "Lectura estructuralista de
Freud". Y se lo tituló así equivocadamente, porque la lectura estructuralista
de Freud sería tomar este signo y leer y operar con este signo, en la órbita
del sueño, en el orden de la “Psicopatología de la vida cotidiana”, en el
inconciente freudiano, a la manera de un modelo. El estructuralismo
modelaría así al inconciente freudiano. El título debería ser exactamente al
revés: “Lectura freudiana del estructuralismo". La “herramienta” es
“Psicopatología de la vida cotidiana", todos esos “ejemplos” que da Freud,
sobre el signo de F. De Saussure. ¿En qué estado va a quedar el signo de F.
De Saussure? Con el sueño de la inyección de Irma, con el ejemplo de
Signorelli, de Boltraffio, con esos relatos, ¿cómo vamos a poder entender el
estructuralismo de Saussure?
Por empezar, con los gráficos, con esos signos, tenemos una especie de
efecto paródico, casi burlón, porque cuando nosotros decimos “Caballeros”
y ponemos una puerta, y decimos “Damas” y ponemos otra puerta, si
nosotros queremos entender en qué puerta debemos ingresar, tendremos
que poner atención en la cara superior solamente, establecer una
conexión allí, porque si dependemos de la conexión vertical nada
podríamos sacar. El signo, en sí mismo, es una respuesta nula. Allí
dependemos de un efecto de la diferencia de los significantes. En ese
ejemplo el significado se convierte en un efecto de la diferencia de esos dos
significantes. Sin esa diferencia no podríamos saber ningún significado.
Esto nos lleva a direcciones distintas de las que nos conduciría la
lingüística.
En primer lugar, el significado no sería una instancia positiva.
¿Qué quiere decir eso? No elevar el significado como aquello que nos
da la sensación de encarnar la Cosa, de que en él se consolida el Ser,
se ontologiza el Lenguaje. Como lo historiza Foucault en “Las palabras
y las cosas”: “La tarea fundamental del “discurso” clásico es atribuir
un nombre a las cosas y nombrar su ser en este nombre. Durante dos
siglos, el discurso occidental fue el lugar de la ontología”. La Cosa
encuentra, en el artificio del verbo “ser" un sustituto que la prolonga,
imaginándola en el significado y nominándola en el significante: el
signo es allí el desarrollo externo de lo Real.
Existe un ejercicio lingüístico, bastante conocido, consistente en el
intento de definir exactamente un objeto. El Diccionario es en ese alarde una
verdadera institución del fracaso semántico. Podríamos recorrer todas sus
páginas, con todas sus definiciones y, de las cosas que amarran el mundo,
del "cuerpo” unívoco del sentido sólo obtendremos una remisión incesante.
Evoquemos el ejercicio, casi el juego, que consiste en poder escuchar que
cuando decimos, por ejemplo, diario, para asir con él cierto tipo de objeto,
la fragilidad denotativa de la palabra nos expone al abanico de desvíos (en
principio los que ya convencionalmente se alojan en la lengua) que pendulan
desde “la salida diaria del sol" hasta llegar al periódico, pero con él, si
queremos reforzar esta cuerda, apelaremos al matutino y podremos llegar al
Clarín, a La Capital, etcétera, donde la cosa ya se empeora. En el recorrido
de sinónimos forjaremos una significación pero perderemos lo Real. La
Cosa se resiste a la cobertura de las palabras. Como lo escribe Borges:
“es el hecho de que nadie crea en la realidad de los sustantivos lo que
hace paradójicamente, que sea interminable su número. Entonces, la
idea de este ejemplo del diario, el periódico, el matutino, el Clarín y lo que se
les ocurra, apunta a darnos de un modo bastante patético y evidente la
sensación de que desde el orden del lenguaje no podemos atrapar la Cosa, la
Cosa en tanto Real: el significado ha de ser un efecto de la diferencia de
significantes y nunca una sustancia que nos permita encapsular al referente,
a la Cosa Real. Sólo obtendremos el perímetro de un hueco.
La idea sería, desde ese punto de vista, que el lenguaje no funciona de un
modo nominal. ¿Qué quiere decir esto? Que no tenemos la Cosa y la etiqueta
de la Cosa, el nombre. No tenemos tampoco las cosas con un sentido interior,
preexistente a las que les ponemos un nombre sino mas bien que a partir de
los nombres vamos recortando lo real, hacemos descifrable lo Real, lo
arrancamos de una suerte de amorfo puro, en donde se movería "antes" de
ser nombrado. Lo Real, antes de ser nombrado, aunque perturbe, no es.
(Perturbación que nos preserva del idealismo). Hay siempre algo que, en esta
perspectiva del lenguaje, nos previene contra cualquier recaída en la órbita
de la omnipotencia del lenguaje. Nunca el lenguaje puede atrapar lo Real sino
que siempre persevera un obstáculo, una zona donde el lenguaje no podrá
morder, siempre habrá, en los términos de Freud, un ombligo del sueño, un
límite.
El lenguaje recorta, funda lo real, pero no lo cubre, no lo hace
transparente, siempre lo dirá a medias.
Piénsenlo en un sentido más clásico: la postura heiddeggeriana o los
ejemplos antropológicos de Heiddegger, que es una teoría del lenguaje que
pesa en Lacan y en el psicoanálisis. Podríamos decir que esta silla que hoy
en nuestra cultura tomamos como una silla, a partir de los símbolos que le
dan esa condición, si la arrojamos en medio de una tribu del Matto Grosso
se puede convertir en un tótem, como en cualquier otra cosa. Ha de ser el
montaje de símbolos que posibilita que ese real de la silla se instituya. El
aparato de los significantes, del sentido (por el momento usamos términos
un poco generales), que apoderándose de eso, le confiere existencia.
Desde ese punto de vista, entonces, subrayaría varias características que
hacen al lenguaje, que le dan al lenguaje una especie de poder estructurante.
En primer lugar la diferencia. No podríamos ingresar en la interpretación
de un sueño sino a través de las diferencias que se producen entre una
palabra y la otra, entre una asociación y la otra, entre un término y el otro.
La secuencia discursiva, los pliegues de la palabra que en su vacilación,
en su incertidumbre, produce diversas significaciones y, en el mejor de los
casos, significaciones nuevas.
Por otra parte, la característica transindividual del lenguaje. Con esto
queremos decir que la estructura del lenguaje funciona en una dirección
estrechamente vinculada con la prohibición del incesto, también del orden
transindividual. La prohibición del incesto es una estructura (después
veremos en qué sentido decimos estructura, pero anticipemos que no se
apoya obligatoriamente en lo atemporal) que ha de ser condición fundante y
determinante del sujeto. Lo mismo en cuanto a los fantasmas originarios.
Son originarios según Freud porque poseen la universalidad de lo
transindividual. Freud los nombró con lo filogenético. Convendría pensar que
es del orden de la lengua, porque esos fantasmas originarios se transmiten
la cultura, a partir de la novela familiar, a partir de esas condiciones que
están a la espera y que envuelven los nacimientos y la existencia.
Alguien nace ya siendo hablado por una lengua, siendo fantaseado por
los duendes de esa novela familiar que habita en los padres, siendo tocado
por la prohibición del incesto, mediada por esa novela, edípica sin duda.
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Tenemos entonces diferencia y transindividualidad. Convendría
sugerir, aunque no se entienda muy bien por ahora, lo que toca al lenguaje
por el costado de la pulsión, supongo que ya tendrán los oídos
acostumbrados porque es una muletilla que se usa cotidianamente: la
pulsión no tiene objeto.
Voy a tratar de decirlo de la forma más sencilla posible porque nos
estamos anticipando a ciertos temas. La cuestión sería así: si la pulsión a
diferencia del instinto no tiene un objeto predeterminado para la satisfacción,
no hay un encuentro armónico con el objeto conveniente; se fabrica así un
calidoscopio que va de lo homosexual a lo heterosexual, a un pedazo de tela
en el fetiche (o como lo muestra Woody Alien), a las “posibilidades” de la
zoología y seducirse con una oveja. Si tenemos esa cantidad de matices
inherentes a la sexualidad humana; si eso nos empuja a pensar que la carne
del objeto no se hace del instinto sino de otra cosa... bueno, de qué se hace?
Se hace del orden del símbolo. Es lo que nos determina de qué forma
intentaremos llenar el blanco del objeto, lo que nos determina de qué modo
intentaremos cubrir e inventar algún objeto para ese objeto en hueco, no
garantizado de la pulsión, ese objeto que falta.
Lo que nos determina tendrá que ver ya no con el orden estricto de
la pulsión sino con el orden de los representantes, con el orden de los
símbolos, del lenguaje. Un fetiche se construye a partir de símbolos, a
partir de sustitutos. El lenguaje, viene aquí a suplir lo que en la pul-
sión falta. Eso es lo que quiero subrayar. El lenguaje tiene con respecto
al sexo una relación de suplencia: lo que falta en un lado, y
precisamente porque falta en ese lado, es que aparece el dispositivo
del lenguaje. Si allí no faltara, si la pulsión se satisfaciera, si
estuviéramos justamente en el campo del instinto, difícilmente po-
dríamos hablar, difícilmente podríamos contar chistes.
Desde ese punto de vista, la sexualidad no se expresa por el lenguaje.
Con esto quiero decir que eso que está en la sexualidad no aparece extendido
positivamente del lado del lenguaje. Esa sería la definición de fantasía en
Klein: la fantasía, expresión mental de los instintos; vamos de las pulsiones,
de los instintos (en la definición se confunden estos términos), al registro de
las fantasías: lo que está en un lado ahora lo encontramos exactamente igual
pero en otro lado.
Esta idea, insisto, es compleja, la vamos a repasar, la vamos a ver más
detenidamente cuando veamos la relación entre pulsión y representante.
Esta idea, desde Freud y desde Lacan, no sería de expresión, sino que,
porque falta en un lado es porque está lo otro. Sería de suplencia y no de
expresión. Entenderemos mejor más adelante. Háganse la idea de que
fundamentalmente el lenguaje será la forma que se le ofrece al sujeto para
satisfacer lo que no se satisface en el orden de la pulsión, lo cual no quiere
decir que se satisfaga a través del lenguaje. Estamos ya decididamente en el
orden de los sustitutos, resueltamente identificamos sustitutos con este
montaje de lenguaje, y lo que involucra la teoría del inconciente freudiano.
Ustedes saben que para Freud los sueños, los lapsus, los síntomas, las
lagunas del discurso, son sustitutos. Decir sustitutos es identificar un
terreno marcado por el orden del lenguaje. Esto quiere decir lo siguiente: que
el psicoanálisis no se va a plantear en un funcionamiento del lenguaje que
encuentre su clave en la comunicación. No se va a tratar de que se le
“informe” al analista lo que padece o siente. No se trata de preguntarle al
paciente por sus representantes, que exprese sus representantes, sino de
hacer hablar a esos representantes para ver de qué sujeto se trata, de
preguntarles a los representantes, a los síntomas, por ese paciente. No se
trata de comunicación porque lo que hace girar el análisis es justamente el
malentendido. Es justamente esto que repentinamente se toma distinto de
cómo se había querido decir. Es eso que se ordena en un chiste, es eso a lo
que el lenguaje animal no puede dar cabida. Tenemos el lenguaje animal y
tenemos el lenguaje animal de los humanos, el esperanto, una lengua
artificial, una especie de lengua prefabricada para que todos nos
entendamos. Una lengua que murió antes de nacer.
El lenguaje nos da posibilidades de que se produzcan esos fenómenos
que el psicoanálisis privilegia, los malentendidos, los contrasentidos, las
connotaciones, toda esa zona infectada por la vacilación, por la ambigüedad,
por lo impredecible, por lo no calculable. Zona de fastidio para el esquema
lingüístico de la comunicación.
En psicoanálisis no se trata de la comunicación, de un emisor y de un
receptor que comparten el mismo código (ese es diagrama para la
comunicación), sino que el receptor, el analista, tiene que estar en un lugar
que dé posibilidades al emisor de recibir su propio mensaje en forma
invertida. Una frase, por la forma en que será escuchada, por el lugar en el
que se coloca ese otro que es el analista, por el modo en que va a acentuar
una palabra o cortarla, por la conexión con otras cosas que ese mismo
paciente dijo, ha de posibilitar que ese mensaje retome, aunque ya quebrado
del sentido intencional que lo dirigía. Un paciente que diga “Me excitan las
fotos de una mujer bien dotada en pelotas”. Hay allí ciertas puntuaciones,
comenzamos a escuchar qué pasa con “una mujer bien dotada en pelotas",
qué sucede con una mujer que nos puede hacer suponer algo en otra
resonancia. Una "mujer bien dotada en pelotas” no estaba en el querer decir
del paciente sino que retorna y puntúa de una manera diferente, ese
significante, esa palabra mujer. De fotos de una mujer pasamos a
preguntamos allí qué pasa con el registro de la mujer que surge a través de
esa puntuación, qué pasa con las mujeres a las que este paciente exije que
tengan pelotas.
Les digo entonces esto, que no sólo nos permite considerar que se trata
del derrumbe de la comunicación sino que nos permite suponer que una
cadena significante (tendríamos que pensarlo ahora con la frase en cuestión)
irá tomando posiciones, en cuanto al sentido, de una manera no lineal.
Digamos, el sentido de "me excitan las fotos de una mujer ...”, ese sentido se
instala recién después, cuando se puntúe el final de la frase. Existe un
diagrama de Lacan que puede ilustrarlo.
En esos dos vectores, el primero, el que va de la izquierda a la derecha,
lo consideramos el de la frase: y el segundo, el que retoma en una curva, de
derecha a izquierda, y que corta al primero lo podemos entender como la
puntuación de esa frase. El lugar, la significación que adoptará el primer
significante, la primera S. se va a generar recién cuando retome desde la
segunda S', o sea, recién cuando situemos allí “en pelotas”, aparecerá este
segundo vector que coloca la significación de esas primeras palabras. La
significación depende de una cadena y de la forma en que esa cadena se
articula en un tiempo, porque aquí necesitamos irremediablemente, de un
determinado tiempo para poder ajustar la noción de inconciente y la idea de
interpretación.
Este tiempo que está marcado por estas dos líneas, la primera de
anticipación, en donde se enuncia la frase, y la otra de retroacción, se funda
a partir de Lacan con el nombre de tiempo lógico; concepto que habría que
argumentar bastante y argumentar por qué Lacan habla de tiempo. No es el
trabajo de hoy, pero lo que sí podemos sugerir es que ese tiempo está
recorriendo toda la reflexión freudiana. Yo diría que sin esa noción de tiempo
que ahora vamos a ahondar un poco más, no entenderíamos nada del
psicoanálisis.
Por las siguientes razones: si bien en Freud no aparece conceptualizada
esa noción del tiempo, aparece dicha: aquí tenemos un funcionamiento del
tiempo distinto a la noción de tiempo que estamos acostumbrados a pensar,
distinto a la noción de tiempo cronológico, lineal, de antes y después, de
pasado, presente y futuro.
Lo vamos a encontrar en el acto de la escritura de Freud, en cómo Freud
va estructurando, modelando sus conceptos. En todos los conceptos de
Freud reencontraremos el problema del tiempo. Piénsenlo como una
especie de primer ejemplo bastante claro, ya desde la teoría del trauma.
Ustedes saben que la teoría del trauma tiene varios momentos antes de ser
“reemplazada” por la teoría del fantasma. Inclusive podríamos pensar que la
teoría del fantasma no reemplaza absolutamente a la teoría del trauma.
Podemos pensar que la lógica del trauma, que vamos a tratar de comentar
ahora, ha de persistir en la teoría del fantasma y en muchos sectores de la
obra de Freud.
En un principio Freud identificaba al trauma con el suceso, con el hecho
empírico: lo traumático lo situamos allí. Aquel hecho donde esa niña fue
seducida, se vio “violada” por un adulto: la masturbaron, le hicieron cosas
que no estaba en condiciones de tramitar y en ese acontecimiento se produce
la ruptura del equilibrio, de la homeóstasis de su aparato psíquico. Ese
exabrupto energético es lo que Freud denomina trauma.
Ahora bien, rápidamente Freud empieza a distinguir dos tiempos en el
trauma y empieza a decir esas cosas de las cuales habla la histérica de lo
que le han hecho, esas cosas que sitúa en algún momento de su vida, que
las recorta muy empíricamente; - acaso allí vamos a situar el trauma? Y
Freud dirá que no, que el trauma lo tenemos que colocar recién cuando a
partir de la reminiscencia, ese hecho cobra vida psíquica.
Si la seducción o la masturbación se registró en tal momento, en tal fecha
(piénsenlo como quieran porque se van a dar cuenta que eso es lo más
contingente), el valor de ese hecho lo va a adoptar por la forma en que esté
combinado posteriormente. Si ustedes quieren, para hacer el ejemplo más
sencillo, cuando ese hecho se transcriba en el campo del Edipo y cobre,
aquella masturbación por parte de un adulto, una dimensión fuertemente
incestuosa.
El hecho en sí ha de quedar perdido, lo único que va a considerar Freud
es la reminiscencia. Es más, con lo único que podrá instalar una escucharen
el modo en que es formulado ese recuerdo en el momento del síntoma, en el
momento en que es relatado, en el momento en que es soñado. Lo traumático
está en el segundo tiempo, es aquella reminiscencia. Dirá en definitiva, la
histérica sufre de reminiscencias.
Entonces, tenemos dos tiempos, pero tenemos la determinación
retroactiva a partir del segundo tiempo. Tenemos allí una noción del
tiempo para nada cronológica, en absoluto causal, sino rotundamente
circunscripta en esta cadena retroactiva de anticipación y retroacción
Esto ustedes pueden tomarlo al modo de un átomo lógico y pensar muchas
zonas del psicoanálisis que, como les decía, involucra a la asociación libre,
a la teoría del trauma, al síntoma, en definitiva a la teoría del inconciente.
Porque vamos a ir pensando que este inconciente no está hecho en algún
lugar, en cierta zona infantil y que se expresa ahora, sino que el hecho de
que este inconciente hable en este acto constituirá en él su vigencia. No es
contingente que alguien hable para dar cuenta de su inconciente. Esto es
absolutamente nuclear: el inconciente se pone en acto y en este acto se
constituye. Si no se habla no podríamos plantear la existencia del
inconciente: la represión, la condensación, el desplazamiento. El inconciente
es la puesta en acto de esa memoria. Pero no una memoria que tendríamos
que envolver o colocar en un receptáculo. Cuando veamos el artículo “Lo
inconciente” de la metapsicología, trataremos de ahondarlo, de rasparlo
hasta sus consecuencias clínicas. Fundamentalmente, cuidarnos de pensar
al inconciente como una cápsula sustancial: tratar de ver en cambio cómo
se juegan las marcas, las anticipaciones, la memoria y el relato, esa especie
de destiempo.
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De acuerdo a cómo nosotros concibamos el funcionamiento del
significante podremos establecer discriminaciones entre lo que es la
medicina y lo que puede ser la psicología. El funcionamiento del significante
en el saber médico no ha de ser el mismo, que en el orden del psicoanálisis.
Cuando planteamos la relación de los síntomas con la enfermedad, posee en
este caso la consistencia del significado, no ha de prevalecer la connotación,
o la multiplicación del sentido que caracteriza al psicoanálisis. En el campo
del saber médico reconocemos también el problema del significante pero de
otra forma. En primer lugar, yo les decía, cuando pensamos la naturaleza de
la enfermedad en medicina surge un acompañamiento biunívoco entre la
cadena de los significantes y la cadena de los significados. Por ejemplo,
determinados síntomas, la tos, el dolor izquierdo en un pulmón, problemas
al respirar, esos significantes señalan la pulmonía: un núcleo de sentido, el
orden de los signos con cierta transparencia. Para el saber médico los sínto-
mas son significantes que ponen en escena, de un modo muy visible, los
significados. Los síntomas son la vía para hacer visible lo invisible y con esto
quiero decir que allí lo que dirige al significante, en la medicina, es el ojo, la
mirada clínica: el trayecto en la historia de la clínica médica, que va desde
una capa de signos denotativos del cuerpo enfermo, pasando por el
auscultar, el palpar como “miradas" opacas mediadas por el oído y el tacto,
pero que buscan en última instancia el dominio del ojo: llegando finalmente
a la posibilidad de abrir los cadáveres para mirar en ellos, en la muerte, la
verdad de la vida.
Con el tacto, con el auscultar, lo que se quería era mirar, rendirse al justo
lugar de la mirada como estructurante del saber mismo, y eso supone un
funcionamiento distinto del significante.