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Sentido de la Revista
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
ÍNDICE
ARTÍCULOS
Estado constitucional y producción normativa ............................................. 17
Constitutional state and normative production
FCO. JAVIER ANSUÁTEGUI ROIG
El derecho y el castigo: De la injusticia penal a la justicia social .............. 37
Law and punishment: from criminal injustice to social justice
ROBERTO GARGARELLA
Derechos de las mujeres y derechos humanos: un camino entre
igualdad y autonomía......................................................................................... 55
Women’s rights and human rights: a path between equality and autonomy
ALESSANDRA FACCHI
Bioética y autonomía a partir del caso Perruche. Formas de
discriminación entre procreación y diagnóstico prenatal ........................... 87
Bioethics and autonomy from Perruche case. Forms of discrimination
between procreation and prenatal diagnosis
MARINA LALATTA COSTERBOSA
La libertad de expresión en el cine ................................................................ 115
Freedom of speech in the cinema
BENJAMÍN RIVAYA
Garantismo y neoconstitucionalismo............................................................ 145
Guarantism and neo-constitutionalism
ADRIÁN RENTERÍA DÍAZ
Las virtudes cívicas y la cuestión de la estabilidad.
¿Hacia un perfeccionismo liberal? ................................................................. 179
Civic virtues and the question of stability. Towards a liberal perfectionism?
FRANCESCO BIONDO
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
8 Índice
RECENSIONES
Saskia Sassen, Territorio, autoridad y derechos: De los ensamblajes
medievales a los ensamblajes globales ................................................................... 347
RAFAEL RAMIS BARCELÓ
Martha C. Nussbaum, Sin fines de lucro. Por qué la democracia
necesita de las humanidades.................................................................................. 353
GREGORIO SARAVIA
Pérez de la Fuente, Oscar; Oliva Martínez, J. Daniel (eds.),
Una discusión sobre identidad, minorías y solidaridad ........................................ 359
ANDRÉS MURCIA GONZÁLEZ
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
Índice 9
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
NOTA DEL DIRECTOR
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
12 Nota del Director
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
Nota del Director 13
DERECHOS Y LIBERTADES
Número 25, Época II, junio 2011
ARTÍCULOS
ESTADO CONSTITUCIONAL Y PRODUCCIÓN NORMATIVA
1. PREMISA
2
Vid. A. E. PEREZ LUÑO, El desbordamiento de las fuentes del Derecho, Real Academia
Sevillana de Jurisprudencia y Legislación, Sevilla, 1993.
3
A. E. PEREZ LUÑO, “La metamorfosis del sistema de los derechos fundamentales y la
crisis del positivismo jurídico”, en J. A. RAMOS PASCUA, M. A RODILLA GONZALEZ
(eds.), El positivismo jurídico a examen. Estudios en Homenaje a José Delgado Pinto, Ed. Universi-
dad de Salamanca, 2006, p. 650.
4
A. E. PEREZ LUÑO, “La metamorfosis del sistema de los derechos fundamentales y la
crisis del positivismo jurídico”, cit., p. 651.
tado, sino una instancia ontológicamente previa a éste: es, más bien, el ori-
gen del auténtico Poder5. Como el mismo La Torre reconoce, el constitucio-
nalismo constituiría un nuevo paradigma en relación con la comprensión y
con la conceptualización del Derecho. Y en ese paradigma, y de acuerdo con
la propuesta de la Constitución de los modernos, la función principal de és-
ta ya no sería exclusivamente la de ser la referencia normativa máxima en el
sistema de fuentes, sino que tendría un significado político y moral que tras-
cendería en su caso a una teoría de la producción normativa, al menos tal y
como ésta ha venido siendo considerada tradicionalmente por parte del po-
sitivismo, y en particular del positivismo kelseniano.
Conocida es también la diferencia, asumida por Robert Alexy (aunque
pensada anteriormente, como el propio Alexy refiere, por Dreier), entre lega-
lismo y constitucionalismo como dos concepciones básicas del sistema jurídi-
co. Frente al legalismo, que entre otras cosas desconfía de las consecuencias
que se puedan derivar de la interpretación de los valores de la Constitución y
que reivindica la pertinencia del desarrollo de una inferencia silogística como
elemento nuclear de la aplicación del Derecho, el constitucionalismo subraya
la dimensión axiológica de la Constitución, con las consecuencias que en rela-
ción a la interpretación y aplicación del Derecho se derivan de ello y que se es-
pecifican en la importancia del juicio de proporcionalidad y de la pondera-
ción. En todo caso, Alexy resume de manera explícita y gráfica las diferencias
entre ambos modelos: “1) norma en vez de valor; 2) subsunción en vez de
ponderación; 3) independencia del derecho ordinario en vez de la omnipre-
sencia de la Constitución; 4) autonomía del legislador democrático dentro del
marco de la Constitución en lugar de la omnipotencia judicial apoyada en la
Constitución, sobre todo del Tribunal Constitucional Federal”6.
Pero también nos encontramos con posiciones, como la de Francisco La-
porta, que critican la excesiva “condescendencia” de algunos autores res-
pecto a “ciertos ingredientes que se estiman novedosos de los órdenes jurí-
dicos presididos por una Constitución”7. A partir de ahí se recuerda que las
5
Vid. M. LA TORRE, Constitutionalism and Legal Reasoning. A New paradigm for the Con-
cept of Law, Springer, Dordrecht, 2007, pp. 1-41.
6
R. ALEXY, El concepto y la validez del Derecho, trad. de J. M. Seña, Gedisa, Barcelona,
1994, p. 160.
7
Vid. F. J. LAPORTA, “Imperio de la ley y constitucionalismo. Un diálogo entre Ma-
nuel Atienza y Francisco Laporta”, El Cronista del Estado Social y Democrático de Derecho, Iustel,
núm. 0, octubre 2008, p. 48.
8
F.J. LAPORTA, El imperio de la ley. Una visión actual. Trotta, Madrid, 2007, p. 167.
9
Vid. M. ATIENZA, J. RUIZ MANERO, “Dejemos atrás el positivismo jurídico”, en J.A.
RAMOS PASCUA, M. A. RODILLA GONZALEZ (eds.), El positivismo jurídico a examen. Estu-
dios en Homenaje a José Delgado Pinto, cit., pp. 765 y ss. Vid también G. ZAGREBELSKY, El De-
recho dúctil, trad. de M. Gascón, Trotta, Madrid, 1995.
10
Vid. E. DIAZ, “Estado de Derecho: exigencias internas, dimensiones sociales”, Siste-
ma, núm. 125, 1995.
11
Vid. G. PECES-BARBA, “Desacuerdos y acuerdos con una obra importante”, en G.
ZAGREBELSKY, El Derecho dúctil, cit., pp. 157 y ss.; J.J. MORESO, “Sobre ‘La teoría del dere-
cho en el sistema de los saberes jurídicos’ de Luigi Ferrajoli”, en L. FERRAJOLI, J.J. MORESO,
M. ATIENZA, La teoría del derecho en el paradigma constitucional, Fundación Coloquio Jurídico
Europeo, Madrid, 2008, p. 119.
12
Es la posición de F.J. LAPORTA, “Imperio de la ley y constitucionalismo. Un diálogo
entre Manuel Atienza y Francisco Laporta”, cit., p. 53.
13
Vid. V. VILLA, Il positivismo giuridico: metodi, teorie e giudizi di valore, Giappichelli, To-
rino, 2004, pp. 264-273. En el genérico marco del positivismo, la propuesta referida al soft o al in-
clusive positivism está acompañada por otras, con las que comparte un cierto aire de familia. Entre
nosotros, Gregorio Peces-Barba ha defendido en este sentido un positivismo corregido (vid. G. PE-
CES-BARBA, “Desacuerdos y acuerdos con una obra importante”, cit.; del mismo autor se
puede consultar, “Sobre el positivismo jurídico”, ID., Derechos sociales y positivismo jurídico,
Dykinson-IDHBC, Madrid, 1999, pp. 83 y ss.
14
Vid. al respecto. P. CUENCA GÓMEZ, El sistema jurídico como sistema normativo mixto.
La importancia de los contenidos materiales en la validez jurídica, Dykinson, Madrid, 2008.
17
H. KELSEN, “La garantía jurisdiccional de la Constitución (la justicia constitucional)”,
en Escritos sobre la democracia y el socialismo, selección y presentación de J. Ruiz Manero, Deba-
te, Madrid, 1988, p. 110. Vid. también ID., Teoría Pura del Derecho, trad. de la segunda edic. en
alemán por R. J. Vernengo, UNAM, 1982, pp. 244-245.
18
Vid. H. KELSEN, “La garantía jurisdiccional de la Constitución (la justicia constitucio-
nal)”, cit. p. 141.
19
H. KELSEN, “La garantía jurisdiccional de la Constitución (la justicia constitucional)”,
cit. p. 143.
20
M. C. BARRANCO AVILES, “”El papel del juez en el Estado constitucional”, Anuario
de Filosofía del Derecho, XXII, 2005, p. 119.
21
Vid. H.L.A. HART, “El nuevo desafío al positivismo jurídico”, Sistema, núm. 26, 1980,
p. 4.
22
H. L. A, HART, “El nuevo desafío al positivismo jurídico”, cit., p. 5.
gen, del pedigree, no funcionaría con aquellas normas, los principios, cuya
existencia no se puede explicar exclusivamente como el resultado de un pro-
ceso de toma de decisiones ordenadas jerárquicamente. Los principios com-
parten esa dimensión material o sustancial con determinadas normas consti-
tucionales a través de las cuales se completan las exigencias formales,
añadiendo otras materiales, del concepto de validez.
Sin embargo, Hart afirma que no hay ningún obstáculo para que el crite-
rio último de validez incluya aspectos sustanciales, morales en definitiva.
Esta posibilidad fue reconocida en El Concepto de Derecho23, y abordada des-
pués en el Postscript, en donde defiende un positivismo suave (soft positi-
vism)24 que puede asumir perfectamente la inclusión de contenidos morales
en los criterios últimos de reconocimiento del sistema: “… el criterio último
de validez jurídica puede incorporar explicitamente junto al pedigree, prin-
cipios de justicia o valores morales sustantivos, y estos pueden constituir el
contenido de restricciones constitucionales”25.
A partir de esta afirmación, Hart se enfrenta a dos críticas principales de
Dworkin26. Por una parte, Dworkin se refiere a la contradicción entre el positi-
vismo suave y lo que se podría considerar el modelo general del positivismo.
Este propone la identificación cierta y segura de modelos de conducta, las
normas, no dependiente de controversias morales, mientras que aquel pro-
pondría una identificación del Derecho afectada por esa controvertibilidad de
los argumentos morales que en el primer caso se pretende evitar. El positivis-
mo suave implicaría una incertidumbre que el positivismo genéricamente
considerado pretendió evitar, produciéndose por tanto una flagrante contra-
dicción con los aspectos básicos del programa positivista. Hart se refiere a esta
crítica subrayando su carácter exagerado. Para él, Dworkin exagera tanto en
lo que se refiere al grado de certeza o seguridad con el que el positivismo pre-
tende identificar los modelos de comportamiento, como en lo que se refiere al
23
“In some systems, as in the United States, the ultimate criteria of legal validity explicity incor-
porate principles of justice or substantive moral values; in other systems, as in England, where are no
formal restrictions on the competence of the supreme legislature, its legislation may yet no less scrupu-
lously conform to justice or morality”, The Concept of Law, second edition with a Postscript ed. by
Penelope A. Bulloch and J. Raz, Clarendon Press, Oxford, 1994, p. 204.
24
H.L.A., HART, The Concept of Law, cit., pp. 238 y ss.
25
H.L.A. HART, Postscript, cit, p. 247.
26
Vid. R. DWORKIN, “A Reply by Ronald Dworkin”, M. COHEN (ed.), Ronald Dworkin
& Contemporary Jurisprudence, Duckworth, London, 1984, pp. 245 y ss.
ra que los jueces ‘creen’ Derecho de acuerdo con la moral”29. Creo que es tam-
bién interesante recordar que Hart reacciona contra la crítica dworkiniana
según la cual la estructuración positivista de los criterios de validez es insufi-
ciente respecto a los principios. En primer lugar, señala Hart, los principios
también se pueden reconocer de acuerdo a su pedigree, “pues es evidente que
una de las disposiciones que se encuentran en una Constitución escrita o en
una enmienda o una ley puede ser comprendida como algo que opera a la ma-
nera no concluyente característica de los principios, como algo que suministra
razones para la decisión que pueden ser derrotadas cuando otra regla o princi-
pio presenta razones más fuertes a favor de la decisión contraria”30. En segun-
do lugar, continúa Hart, hay principios a los que se puede aplicar el test del pe-
digree desde el momento en que “han sido consistentemente invocados por los
jueces en una diversidad de casos diferentes como algo que suministra razones
para la decisión adoptada, que deben ser tomados en cuenta, aún cuando son
susceptibles de ser derrotados en algunos casos por razones que hagan preva-
lecer la decisión contraria. (…) Ningún argumento que afirme que la inclusión
de principios como parte del Derecho implica el abandono de la regla de reco-
nocimiento sería válido”31. En definitiva, el reconocimiento de la presencia de
dimensiones sustanciales en el Ordenamiento jurídico no impide al positivis-
mo jurídico superar el test de los límites del Derecho, referido a la posibilidad
de distinguir entre lo que es el Derecho y lo que no lo es32.
29
H. L. A. HART, Postscript, cit., p. 254.
30
H. L. A. HART, Postscript, cit., p. 264. En este punto Hart se alinearía con aquellos que
mantienen que la diferencia entre reglas y principios no es estructural, sino que depende de
la función que las normas desarrollan en los momentos interpretativo y aplicativo. Vid. al
respecto PRIETO, L., Sobre principios y normas. Problemas del razonamiento jurídico, Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1992; ID., “Diez argumentos a propósito de los princi-
pios”, ID., Ley, principios, derechos, IDHBC-Dykinson, Madrid, 1998, pp.47 y ss.
31
H. L. A. HART, Postscript, cit., p. 265. El subrayado es mío.
32
No obstante, el mantenimiento de esta tesis, conduce a la tesis social, considerada por
Raz, la tesis “más fundamental” del positivismo jurídico, según la cual “lo que es y lo que no es
derecho es una cuestión de hechos sociales” (vid. J. RAZ, La autoridad del Derecho. Ensayos sobre
Derecho y moral, trad. y notas de R. Tamayo, UNAM México, 1982, p. 55). Dicha tesis es la que le
va a permitir a Dworkin identificar el positivismo como una plain-fact theory (Vid. R. DWOR-
KIN, Law’s Empire, Harvard University Press, 1986, pp. 6 y ss). Sobre la crítica de Dworkin a las
tesis básicas del positivismo, puede consultarse, entre otros muchos, el trabajo de Giorgio
BONGIOVANNI, “La teoria ‘costituzionalistica’ del diritto di Ronald Dworkin”, en G. ZANET-
TI (ed), Filosofi del diritto contemporanei, Raffaello Cortina Editore, Milano, 1999, pp. 247 y ss.
33
Vid. G. BONGIOVANNI, Costituzionalismo e teoría del diritto, Laterza, Roma-Bari, 2006,
pp. 45 y ss.
34
Sobre la tensión entre ambas dimensiones, vid. A. RODENAS, “¿Qué queda del posi-
tivismo jurídico?”, Doxa, núm. 26, 2003, pp. 417 y ss.
35
“But I certainly wish to confess now that I said far too little in my book about the topic of adju-
dication and legal reasoning and, in particular, about arguments from what my critics call legal prin-
ciples. I now agree that it is a defect of this book that principles are touched upon only in passing”,
Postscript, cit., p. 259.
36
Vid. L. PRIETO SANCHIS, “Sobre el neoconstitucionalismo y sus implicaciones”, ID.,
Justicia constitucional y derechos fundamentales, Trotta, Madrid, pp. 131 y 133.
37
N. BOBBIO, L’analogia nella lógica del diritto, Memorie dell’Istituto Giuridico, Serie II,
Memoria XXXVI, Torino, 1938 (ahora publicado a cargo de P. Di Lucia en el Dipartamento di
Scienze Giuridiche e Politiche, Università di Camerino, Giuffrè, Milano, 2006).
40
L. FERRAJOLI, Principia Iuris. Teoria del diritto e della democracia. I. Teoria del diritto., La-
terza, Bari, 2007, p. 486.
41
Vid. L. FERRAJOLI, Principia Iuris. Teoria del diritto e della democracia. I. Teoria del di-
ritto., cit., pp. 908-912.
42
V. VILLA, Il positivismo giuridico: metodi, teorie e giudizi di valore, cit., p. 272.
43
Vid. L. FERRAJOLI, “La teoría del derecho en el sistema de los saberes jurídicos”, en
L. FERRAJOLI, J.J. MORESO, M. ATIENZA, La teoría del derecho en el paradigma constitucional,
cit., pp. 64-66.
44
Además de El Derecho dúctil, ya citado, pueden consultarse las reflexiones de G.
ZAGREBELSKY en La virtù del dubio. Intervista su ética e diritto, a cura di G. Preterossi, Later-
za, Bari, 2007, pp. 89-106.
45
Vid al respecto, F.J. LAPORTA, El imperio de la ley. Una visión actual, cit. El argumento re-
lativo a la vinculación entre la certeza del Derecho y la autonomía es formulado, en una época
turbulenta (1940), por Piero CALAMANDREI en Fede nel Diritto, a cura di Silvia Calamandrei,
con saggi di G. Alpa, P. Rescigno e G. Zagrebelsky, Laterza, Roma-Bari, 2008, pp. 61 y ss.
ROBERTO GARGARELLA
CONICET/UTDT/CMI
Abstract: The main idea of the article is that in situations of profound inequality and
social injustice, the State’s authority to exercise its coercive powers in the area
of Criminal Law is undermined. The author suggests examining the State’s
coercive capacities with a negative presumption, assuming that the State in
principle lacks those powers, as far as the situations of deep social injustice
remained basically unmodified.
Palabras clave: justicia social, coerción penal, alienación legal, republicanismo,
deliberación
Keywords: social justice, penal coercion, legal alienation, republicanismo,
deliberation
1. INTRODUCCIÓN
habla y cuando habla, no lo hace como todos nosotros –no es nuestro par, no
es un igual– sino que, reclamando nuestra representación, se auto-asigna el
poder de poner en marcha el aparato de la coerción estatal. Y no se trata sólo
de que el derecho se encuentra investido de dicho poder excepcional. Ocurre,
además, que tal ejercicio de la coerción es el único que, en principio, y salvo
contadas excepciones, consideramos ejercicio legítimo de la fuerza.
Es, entre otras razones, por tal circunstancia –por esa capacidad que tie-
ne para hacer uso legítimo de la coerción– que debemos exigirle al derecho
que piense y justifique bien cada uno de sus movimientos. Es por ello, ade-
más, que las acciones que emprende o deja de lado merecen el máximo es-
crutinio de nuestra parte. Y es este hecho, entre otros, el que justifica deposi-
tar en los ciudadanos los más amplios poderes de control y reclamo: aquí
reside, sin dudas, la defensa más importante de los derechos cívicos a la ex-
presión crítica y la protesta.
La discusión anterior, referida al ejercicio legítimo de la coerción, resulta
fascinante, en sus diversas facetas, y constituye sin dudas una de las más im-
portantes (la más importante, según John Rawls) de las que ha abordado la fi-
losofía política contemporánea1. Sin embargo, en este escrito quiero concen-
trar mi atención sobre situaciones mucho más específicas, pero no por ello
menos habituales. Me refiero, en primer lugar, a un uso particular de la coer-
ción, que es el que aparece cuando el derecho causa daño (en un sentido no
trivial del término) o inflige dolor sobre particulares individuos y grupos, es
decir, cuando el derecho (penal) habla para disponer un castigo, contra
quien(es) ha(n) cometido una cierta falta, y merecen ser reprochados por su
omisión o conducta. Este tema nos refiere a una complejísima cuestión, como
lo es la que se relaciona con la justificación del castigo2. Es la cuestión que H.
1
J. RAWLS, A Theory of Justice, Harvard University Press, Cambridge, 1971.
2
Si definimos el castigo como la intención de causar sufrimiento como una consecuen-
cia de algo que estuvo mal hecho, o si al menos aceptamos que el daño es un elemento esen-
cial del castigo, entonces podremos comprender por qué es tan difícil justificar esta extendida
práctica. H. HART, Punishment and Responsibility, Oxford University Press, Oxford, 1968; H.
BEDAU, “Punitive Violence and Its Alternatives”, en J. BRADY and N. GARVER (eds.), Jus-
tice, Law, and Violence, Philadelphia, Temple University Press, 1991, pp. 193-209. Tal y como lo
ha manifestado Nicola Lacey, el castigo “coloca la carga de la justificación sobre el Estado”
porque es una práctica que es “costosa tanto en términos humanos como financieros, además
de una práctica cuyas ventajas prácticas y morales son usualmente inciertas”. N. LACEY,
“Social Policy, Civil Society and the Institutions of Criminal Justice”, Australian Journal of Le-
gal Philosophy, núm. 26, 2001, p. 12.
Hart resumió canónicamente al señalar que era “el rasgo (de la justicia crimi-
nal) que requiere justificación es la imposición deliberada de sufrimiento”3.
La situación sobre la que me interesa concentrarme, sin embargo, es aún
más específica. No pretendo pensar sobre el uso de la coerción en general, o
el castigo en particular. Me interesa reflexionar sobre aquellos casos en los
que el derecho habla, imponiendo su fuerza, en el marco de un contexto de-
finido por la pobreza y desigualdad –un contexto que, llamaré aquí, de in-
justicia social extrema. En estas situaciones tan comunes, de profunda injus-
ticia social, los problemas generales que encontramos para justificar el
castigo se tornan mucho más serios, y nos obligan a preguntarnos sobre la
validez misma de las normas –o la estructura de normas– vigentes, que se
nos presentan como legítimas4.
En casos de fuerte injusticia social, corremos el serio riesgo de que el Es-
tado comience a mimetizarse con –o a representar exclusivamente– a los sec-
tores más favorecidos por la desigualdad, a asumir su voz y a hablar como
ellos. Esta era la posibilidad que anticipaba y rechazaba Rousseau, quien
imaginaba y deseaba un derecho que la comunidad pudiera reconocer como
propio, y en el que pudiera sentirse reflejada. Para él, en situaciones de fuer-
te desigualdad, las personas iban a dejar de compartir visiones, necesidades
e intereses comunes. En tal situación, por tanto, iba a ser imposible alcanzar
algo así como la “voluntad general,” y el derecho ya no iba a poder consti-
tuirse en reflejo de las aspiraciones de todos. En dicho contexto, podríamos
concluir, la ciudadanía comienza a perder identificación con la ley, al tiem-
po que se diluyen sus razones para sentirse obligado por ella.
Me concentro entonces, a continuación, en esta reflexión sobre la vali-
dez del derecho en situaciones de profunda injusticia social.
Pocos autores como Antony Duff han abrazado tan claramente una pre-
ocupación de naturaleza republicana como la manifestada originariamente
por Rousseau, y expuesta de modo breve en la introducción de este trabajo.
3
H. HART, Punishment, cit., p. 2.
4
Para un análisis contemporáneo, interesante e informado, sobre las dificultades pro-
pias de la justificación del castigo, ver M. BERMAN, “Punishment and Justification”, Ethics,
vol. 118, núm. 2, 2008, pp. 258-290.
5
A. DUFF, Punishment, Communication, and Community, Oxford University Press, Ox-
ford, 2001, pp. 195-6. Para él, “[n]o podemos decir, al menos sobre muchos criminales, que
ellos se han apropiado de modo indebido de ciertas ventajas, por medio de sus crímenes”. En
muchos casos, los castigos no pueden ser vistos como un modo de “restablecer un balance
equitativo de cargas y beneficios, pero ese balance no existía de antemano”. Ver A. DUFF,
Trials and Punishments, Cambridge University Press, Cambridge, 1986.
rentes, que no solían encontrarse, y que hasta hace pocos años resultaba
inimaginable hallar en el ámbito de la reflexión penal –un ámbito que, se-
gún entiendo, no se ha mostrado especialmente abierto y sensible frente a
las teorías provenientes de la filosofía política y la teoría sobre la democra-
cia. La confluencia teórica a la que me refiero incluye, de modo muy particu-
lar, a la filosofía política de tipo republicana, y a teorías de la democracia co-
mo las vinculadas con la democracia deliberativa.
Del pensamiento republicano, sus fundamentos, principios y posibles
implicaciones institucionales me he ocupado en otros trabajos6. De dicha
tradición rescato, por el momento, la tríada básica de valores normalmente
asociados con dicha filosofía libertad, igualdad, fraternidad, expresados en
el compromiso con los ideales del autogobierno colectivo, las políticas igua-
litaristas, y la vida en comunidad. De la teoría de la democracia deliberativa,
por el momento, recojo la idea según la cual la justificación de las normas
públicas se fortalece en la medida en que las mismas resulten de un proceso
de toma de decisiones i) inclusivo, del que toman parte todos los potencialmente
afectados por las normas del caso; y ii) dialógico, en tanto aquellos participan-
tes discuten entre sí el mejor modo de dar forma a dichas normas; y iii) lo
hacen en condiciones de relativa igualdad.
A esta altura de mi escrito sólo me interesa decir que estas dos tradicio-
nes de pensamiento se han acercado en los últimos años, y expresado, por
caso (y en lo que nos interesa en este punto), en reflexiones relacionadas con
el derecho penal. El trabajo de Carlos Nino, según entiendo, representa un
buen y reciente antecedente en este intento por conectar a la reflexión penal
con la filosofía política y la teoría de la democracia7. Nino suscribía explíci-
tamente una teoría de la democracia asociada con la democracia deliberati-
va, y una filosofía política vinculada con el liberalismo igualitario. Más re-
cientemente, autores como Pablo De Greiff han desarrollado abierta y
productivamente aquellos vínculos teóricos que Nino había dejado apenas
sugeridos antes de su temprano fallecimiento8. A la vez, otros autores, han
venido a anudar, de modo muy firme y explícito, los lazos que vinculan a la
6
R. GARGARELLA, Las teorías de la justicia después de Rawls, Paidós, Barcelona, 1999.
7
C. NINO, “A Consensual Theory of Punishment”, Philosophy and Public Affairs, núm.
12, 1983, pp. 289-306; “Does Consent Override Proportionality”. Philosophy and Public Affairs,
núm. 15 vol.2, 1986, pp. 183-187 y Fundamentos de derecho penal, Gedisa, Buenos Aires, 2008.
8
P. DE GREIFF, “Deliberative Democracy and Punishment”, Buffalo Criminal Law Re-
view, núm. 5 vol. 2, 2002, pp. 373-403.
9
Véase, por caso, P. PETTIT, “Republican Theory and Criminal Punishment”, Utilitas,
núm. 9 vol. 1, 1997; J. BRAITHWAITE y P. PETTIT, Not Just Deserts: A Republican Theory of
Criminal Law, Clarendon Press, Oxford, 1990.
10
A. DUFF, “Authority and Responsibility en International Criminal Law”, en S. BES-
SON y J. TASIOULAS (eds.), Philosophy of International Law, Oxford University Press, Oxford,
2008.
11
Por supuesto, una buena manera de rechazar la plausibilidad de este análisis comien-
za con la afirmación según la cual en muchas sociedades marcadas por la pobreza y la des-
igualdad, los pobres no se encuentran privados del derecho al voto –y, lo que es todavía peor,
en muchos casos votan mayoritariamente por partidos que luego terminan trabajando contra
sus intereses. Esta idea, muy repetida en círculos académicos y políticos, encierra una noción
muy degradada de obligación política, que parece legitimar medidas violatorias de derechos
fundamentales por la sola existencia del voto periódico. Dicha noción se desentiende de los
obvios problemas que marcan a los sistemas representativos modernos, vinculados con la in-
fluencia del dinero en política; la carencia de instrumentos institucionales suficientes para
controlar a los representantes; la carencia de voz pública que suele afectar a sectores amplios
de la población; la sistemática represión de la protesta política; etc. La consciencia de estos
problemas nos permite mantener intacta esta preocupación muy especial acerca de los mo-
dos en que el Estado ejerce sus poderes de coerción.
12
A. VON HIRSCH, Doing Justice, Hill and Wang, New York, 1976.
sibles de superar15. Todos estos autores, creo, parecen estar preocupados por
lo que Duff ha llamado las precondiciones de la responsabilidad criminal. En pa-
labras de este autor, “[…] cualquier explicación del castigo que pretenda
darle un lugar central a la reflexión sobre la justicia de la pena que se le im-
pone al ofensor debe enfrentar el problema de si podemos castigar de modo
justo a sujetos cuyas ofensas se encuentran íntimamente asociadas con injus-
ticias sociales serias que ellos han sufrido16.
Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, acerca de las dificultades de justifi-
car el castigo en situaciones de grave injusticia social, quisiera proponer a conti-
nuación algunos criterios sobre cómo operar jurídicamente en dicho contexto.
En primer lugar, y como regla general de actuación, sugeriría para estos
casos adoptar un principio de presunción inverso al que hoy parece prevale-
ciente. Diría entonces que en situaciones de sistemática violación de dere-
chos fundamentales debe presuponerse la existencia de condiciones de alie-
nación legal, que socavan la autoridad de todo o parte del derecho vigente.
Esta presuposición nos insiste en que pongamos bajo sospecha la validez de
las normas penales vigentes en sociedades socialmente injustas.
Los motivos de tal presunción son los siguientes: como (el solo reconoci-
miento del derecho al voto muestra que) asumimos que la gente no es irra-
cional lo que es decir, en este caso, que asumimos que las personas no con-
sienten situaciones en donde son privadas de sus derechos más básicos
(alimentación, vivienda, salud y educación básicas) entonces, si la ciudada-
nía es sistemáticamente privada de aquellos derechos, debemos suponer
que ella está siendo excluida de la creación de la ley. El carácter sistemático
de las ofensas sustanciales que ciertas personas o grupos afrontan refiere a
la existencia de falencias procedimentales graves, propias de un sistema ins-
titucional incapaz de reparar los males existentes. De hecho, estas ofensas
sistemáticas sugieren que los sectores afectados experimentan problemas
15
Duff ha asumido esta visión en los últimos años, después de un largo período en donde
según su testimonio no se animaba a dar semejante paso. Esto sería así porque la mayoría de los
individuos y grupos que comparecen ante la justicia criminal “han sufrido formas de exclusión
tan severas que las precondiciones esenciales de la responsabilidad criminal no resultan suficien-
temente satisfechas” (A. DUFF, Punishment, Communication, and Community, cit., Cap. 5.3 y nota 5,
p. 196). Entonces, y en la medida en que esas condiciones injustas sigan intocadas concluye Duff,
los que cometen ofensas no podrían ser juzgados justamente, condenados o castigados.
16
A. DUFF, “Law, Language and Community: Some Preconditions of Criminal Liabili-
ty”, Oxford Journal of Legal Studies, núm. 18, 1998, p. 197.
17
La presunción general que propongo presunción según la cual esta privación es pro-
vocada por el orden legal predominante debe encontrarse obviamente abierta a revisión. En
muchas ocasiones, en efecto, no sería razonable culpar al Estado por la miseria de los más
desfavorecidos. Sobre todo, puede suceder que el Estado no encuentre ninguna alternativa
mejor a su disposición para asegurar que ningún grupo sea sistemáticamente privado de
ciertos bienes básicos, incluso a pesar de hacer sus mejores esfuerzos por remediar tales si-
tuaciones desesperantes. Si éste fuera el caso, el Estado no debería ser considerado injusto, y
sus órdenes no deberían ser resistidas. Además, puede resultar que ciertos grupos caigan
debajo de la línea mínima de bienestar exclusivamente a consecuencia de sus errores (por
ejemplo, a consecuencia de su obsesión con las apuestas y los juegos de azar), teniendo bue-
nas opciones alternativas a su disposición. Una pregunta diferente es cómo deberíamos ac-
tuar en todos estos casos (es decir, si deberíamos hacer aún todo lo que es posible para ase-
gurar la satisfacción de las necesidades elementales de estos individuos). Teniendo estas
consideraciones en cuenta, puede ser razonable calificar la presunción arriba mencionada,
considerándola una presunción general pero refutable. En la idea de delitos como “actos de re-
sistencia o autodefensa contra un sistema injusto y opresivo”. Véase A. DUFF, Trials and Pu-
nishments, cit., p. 229.
18
Tratando de encontrar algún estándar más objetivo para describir una situación como
de “alienación legal”, podemos pensar en la adopción de algunos que se han utilizado inter-
nacionalmente para definir situaciones de exclusión social extrema, como la línea de pobreza
internacional. El índice de pobreza utilizado internacionalmente resulta relevante, en todo
caso, porque nos ayuda a señalar la existencia tanto de “una masiva insatisfacción de dere-
chos humanos sociales y económicos” como de “insatisfacción de derechos humanos, civiles
y políticos asociados al gobierno democrático y el Estado de derecho.” Ver T. POGGE, “Prior-
ities of Global Justice”, en T. POGGE (ed.), Global Injustice, Blackwell, Oxford, 2001, p. 8 y
también T. POGGE, World Poverty and Human Rights, Polity Press, Cambridge, 2003. O bien, al-
ternativamente, podríamos pensar en el foque defendido por Martha Nussbaum y Amartya
Sen sobre las capacidades humanas, y examinar la situación de aquellos grupos que caen por
debajo de la línea de lo que ellos llaman capacidades humanas básicas. M. NUSSBAUM,
Women and Human Development, Cambridge University Press, Cambridge, 2000.
20
R. DWORKIN, Los derechos en serio, Ariel, Barcelona, 1977, pp. 317-324.
5. ALGUNOS EJEMPLOS
21
Distinguidos filósofos del derecho como H. L. Hart parecen compartir tal visión. En
opinión de este autor, “debemos incorporar como condición de excusa la presión ejercida por
las formas más groseras de la necesidad económica”. H. HART, Punishment, cit., p. 51.
22
Ver A. DUFF, “I Might me Guilty, But You Can’t Try Me: Estoppel and Other Bars to
Trial”, Ohio St. J. Crim. L., núm. 1, 2004, p. 258 y G. FLETCHER, Rethinking Criminal Law, Bos-
ton, Little, Brown, 1978. De modo más fuerte Duff sostiene que, a la hora de pronunciarse en
un caso, los jurados o jueces deben no sólo determinar si hay pruebas suficientes para definir
si alguien es culpable o inocente, sino también pensar si tienen o carecen de el “standing legal
o moral” para juzgar al que ha cometido una ofensa. La pregunta debe ser si nosotros, como
miembros del sistema de gobierno que hoy debe decidir en este caso, “no hemos tratado al
ofensor como a un ciudadano. Las dramáticas condiciones sociales que afectaron el derecho
de alguien de vivir una vida decente, no necesariamente exculpan al ofensor, pero pueden
condicionar la posición del Estado para condenarlo”. Para Duff, “nosotros mismos, que man-
tenemos o toleramos un sistema social y legal que perpetra groseras injusticias, difícilmente
podemos alegar el derecho de castigar a aquellos que actúan injustamente”. Aquí hay una
discusión importante por desarrollar, respecto a si estas justificaciones o excusas cubren sola-
mente a aquéllos más directamente ofendidos por el Estado, o también a aquellos que actúan
en nombre de los primeros, afirmando (razonablemente) que también se consideran ofendi-
dos por la actitud irrespetuosa del Estado. A. DUFF, Trials and Punishments, p. 229.
cuestionables por parte de los funcionarios públicos actuantes –es decir, de-
cisiones que deberían y podrían haberse tomado de un modo distinto, en la
práctica. Dicho esto, debo aclarar que estos ejemplos no sugieren que los
problemas que tenemos frente a nosotros son de exclusiva competencia ju-
dicial. Por el contrario, he tratado de sugerir a lo largo de todo este trabajo
que la responsabilidad del Estado en estas situaciones alcanza a todos sus
funcionarios, políticos y no políticos, en sus distintos niveles.
El primer grupo de casos que quisiera examinar se relaciona con un te-
ma del que pude ocuparme en algunos trabajos recientes me interesó man-
tener que los molestos y reiterados “cortes de ruta” promovidos por desocu-
pados argentinos, luego de la gravísima crisis política-económica del 2001,
no merecían ser leídos del modo en que fueron leídos por una mayoría de
los operadores jurídicos locales (incluyendo, especialmente, a jueces y teóri-
cos del derecho)23. El hecho es que, luego de perder su trabajo de un día para
el otro, miles de ex trabajadores de empresas del Estado (entonces privatiza-
das), quedaron sin sustento, sin seguro social, sin atención médica, etc. Fren-
te a ello, muchos de estos nuevos desocupados se movilizaron a las rutas
principales de su comunidad, cortándolas para así llamar la atención a las
mismas autoridades políticas y judiciales que se habían negado a prestar
atención a sus reclamos más formales. Para muchos miembros de la comu-
nidad jurídica, tales acciones no revestían ninguna complicación interpreta-
tiva: ellas eran, simple y obviamente, expresión de violaciones flagrantes de
las normas penales, las cuales impedían obstaculizar el transporte de merca-
derías y personas. Frente a dichos criterios, y siguiendo a Ronald Dworkin,
me interesó insistir en que estábamos frente a un conflicto que nos exigía le-
vantar la cabeza de las “normas locales,” para prestar atención a los valores
constitucionales y derechos fundamentales entonces puestos en crisis: de-
bíamos iniciar un camino de “ascenso teórico” desde el “derecho local” o
más específico, hacia los valores constitucionales en juego24. Sostuve enton-
ces que cualquier resolución del problema resultaba inapropiada si no era
capaz de poner en primer plano la violación de derechos constitucionales
sufridas por los manifestantes, y no reconocía los aspectos expresivos inclui-
dos en tales protestas, que implicaban a miles de personas procurando co-
23
Ver, R. GARGARELLA, El derecho a la protesta. El primer derecho, Ad Hoc, Buenos Ai-
res, 2005 y R. GARGARELLA, Carta abierta sobre la tolerancia. Notas sobre derecho y protesta, Si-
glo XXI, Buenos Aires, 2006.
24
R. DWORKIN, Justice in Robes, Belknap Press, Londres, 2006.
cabo, desde hace décadas, tomas de tierra pacíficas. Las tomas de tierra del
caso aparecen dirigidas a asegurar, en los hechos, parte de la justicia social
que el Estado se muestra incapaz de garantizar, mientras apoya con su fuer-
za policial una extrema concentración de la propiedad, favorece el manteni-
miento de vastas tierras improductivas, y permite la subsistencia de un con-
texto de extendida pobreza, hambre y miseria. Reflexionando sobre dicha
situación, Ronald Dworkin dio –prima facie– respaldo a dicha toma de tie-
rras del MST, bajo un paraguas teórico marcado por la idea de la desobe-
diencia civil. Para él, “[Nos encontramos aquí con] una historia de injusticia
que creó gran pobreza para millones de pequeños agricultores, y proporcio-
nó poder político vasto e injusto para los grandes propietarios, que hoy uti-
lizan ese poder para evitar o retardar reformas...Habiendo evidencias ...para
demostrar que el grupo no es tratado como participante, en igualdad de
condiciones, en la ventura política de una nación, la democracia falló y, en
esa medida, hasta que cambie la actitud del gobierno, los actos no violentos
deben ser comprendidos dentro de la honrosa tradición de la desobediencia
civil”25.
Por último, señalaría que en muchos casos –que no excluyen a los cita-
dos– corresponde directamente desafiar el contenido, modo de aplicación o
interpretación habituales de ciertas normas que aparece comprometidas con
el agravio constitucional a determinados individuos o grupos. Para dar al-
gún ejemplo sugeriría que, a primera vista, me resulta evidente que, en Bra-
sil, muchas de las normas civiles que protegen la propiedad, tanto como
muchas de las normas penales que castigan cualquier interferencia con ella,
deben ser desafiadas, ya sea por su contenido, ya sea por el modo en que
ellas ganan vida jurídica en la práctica. Del mismo modo, me resulta claro,
merecen ser desafiadas las normas e interpretaciones de normas que, en la
Argentina o Uruguay, permiten tratar como sediciosos a individuos que de-
safían a ciertas reglas vigentes (por caso, reglas sobre el orden público o la
limpieza de las calles), con el objeto de hacer conocer sus demandas y quejas
–demandas y quejas que los canales institucionales “oficiales” no logran re-
25
“La democracia genuina implica la participación en un proceso de autogobierno, en el
que la ley trata a los ciudadanos con igual consideración y respeto, de modo que la propia de-
mocracia queda en peligro cuando cualquier gobierno, aún se trate de uno salido de eleccio-
nes justas, falla en corregir la injusticia profunda y manifiesta contra un grupo. En esas cir-
cunstancias, la desobediencia civil no es necesariamente errada...” R. DWORKIN, “Os sem-
terra vistos de fora”, O Estado de São Paulo. 24/05/1997, A2, p. 14.
ROBERTO GARGARELLA
Universidad Torcuato Di Tella
Miñones 2159
1428 C.Fed., Argentina
e-mail: robert@utdt.edu
ALESSANDRA FACCHI
Università degli Studi di Milano
Resumen: La consolidación de los derechos de las mujeres exige una profunda revisión
de dos nociones determinantes en la fundación antropológica y filosófica de
los derechos humanos: la idea de autonomía individual y el principio de
igualdad. Dos nociones que en la interpretación tradicional liberal favorecie-
ron la exclusión de las mujeres del discurso de los derechos y del ámbito pú-
blico, y las dejaron recluidas en el espacio de la irracionalidad
Aunque el sufragismo del siglo XIX y el feminismo liberal favorecieron su acce-
so a la ciudadanía y la igualdad ante la ley, y el feminismo socialista, fusionó su
liberación con la de la clase, ninguno de estos movimientos pudo acabar con las
estructuras de dominación y con la marginación que las mujeres sufrían. Sólo a
partir de los años sesenta, las mujeres conquistan la posibilidad de pensarse a sí
mismas independientemente de los varones, reformulando en clave de género las
categorías masculinas con las que habían sido concebidas, y planteando, por esta
vía, una filosofía para los derechos más incluyente y liberadora.
Abstract: The consolidation of the rights of women requires a deep and profound
review of two concepts crucial to the anthropological and philosophical
foundation of human rights: the idea of individual autonomy and the
principle of equality. Two notions that in the traditional liberal
interpretation favoured the exclusion of women from rights speech and the
public sphere, and confined them to the space of irrationality.
Although the nineteenth-century suffrage and liberal feminism favoured
access to citizenship and equality before the law, and socialist feminism
merged its release with the class, none of these moves could end the structures
of domination and marginalization that women suffered. Only after the decade
of the sixties, the women acquired a chance to think of themselves
independently from males, reformulating in terms of gender the categories
with which had been conceived, and raising, in this way, a philosophy for
rights more inclusive and liberating.
PUNTO DE PARTIDA
1
La Declaración de Pechino, adoptada como conclusión de la V Conferencia mundial
de las Naciones Unidas sobre mujeres se dirige, entre otras cosas, a “ensure the full implemen-
tation of the human rights of women and of the girl child as an inalienable, integral and indivisible
part of all human rights and fundamental freedoms”.
2
C. MACKINNON, “Rape, Genocide and Women’s Human Rights”, Harvard Women’s
Law Journal, núm. 17, 1994, p.5.
3
Este esquema histórico es sólo aplicable a los países occidentales, más allá de los cua-
les, si bien en algunos contextos se han verificado movimientos feministas inspirados en los
europeos y norteamericanos, los derechos de las mujeres han seguido un recorrido distinto y
heterogéneo, tanto en el plano jurídico, como en la reflexión teórica.
1. LA EXCLUSIÓN
gos que son apreciados socialmente en las mujeres son los de la dedicación,
la capacidad afectiva, la comprensión, mientras que el conocimiento, el ra-
zonamiento, el juicio moral, son valorados en ellas negativamente.
La dependencia de la mujer es también material y económica. Es el hom-
bre quien accede al mercado de trabajo y quien gana dinero. A la mujer se le
reserva el trabajo doméstico, el cuidado de los familiares y de la casa, la edu-
cación de los hijos, la asistencia a los ancianos, las relaciones sociales: todas la
actividades no remuneradas, que no son consideradas propiamente “trabajo”
y cuyo valor depende de la discrecionalidad de los hombres que la rodean.
La erradicación de los vínculos colectivos y de la moral comunitaria que
caracteriza al individuo moderno y la paralela afirmación de la familia mo-
nonuclear son procesos que, por un lado, exaltan la interdependencia del
hombre, padre, marido, “trabajador”, y, por otro, requieren de la actividad
doméstica de la mujer, esposa y madre12.
En el orden económico, cultural y político burgués los papeles que des-
empeñan hombre y mujeres son distintos y complementarios, pero son los
masculinos los que componen el eje en torno al que se construye la comple-
mentariedad femenina. La diferencia de roles asigna a los hombres la esfera
pública y a las mujeres la esfera privada. Los derechos de libertad, propie-
dad y participación política se ejercen en la esfera pública, derechos que el
individuo hace valer esencialmente frente al Estado y, así entendidos, tienen
muy poca incidencia en la esfera privada.
La división-complementariedad entre esfera pública masculina –el espa-
cio de los derechos, de la razón y la autonomía– y la esfera privada femenina –
el lugar del cuidado, las necesidades, la dependencia, se institucionaliza con
el proceso de positivación de los derechos: mientras las Declaraciones del si-
glo XVIII hablan de hombres y ciudadanos, dejando indeterminada la posibi-
lidad de incluir a las mujeres y las ciudadanas, en el siglo siguiente el discurso
de los derechos jurídicamente reconocidos comprende disposiciones explíci-
tas de exclusión de las mujeres. Si en un nivel abstracto se podía mantener
una aparente neutralidad y universalidad de los derechos, en el momento en
el que los derechos del hombre se convierten en derechos del ciudadano, o
sea, los derechos naturales se convierten en derechos positivos, se hace nece-
sario formalizar las diferentes categorías de sus titulares.
12
Cfr. sobre este asunto, J. TRONTO, Moral Boundaries. A Political Argument for an Ethic
of Care, Routledge, New York, 1993.
bien de los hijos, o sea, de los valores centrales de la ética burguesa del siglo
XIX: las mujeres casadas eran de hecho las que sufrían las mayores limita-
ciones16.
La familia, sujeto colectivo, se construye como una entidad autónoma,
un sujeto individualizado al que se le atribuyen intereses y derechos pro-
pios. Quienes forman parte de ella, en particular, el marido y la esposa, tie-
nen intereses diversos y a menudo en conflicto: para reconducirlos a un in-
terés único, el de la familia (y por tanto a sus derechos correspondientes) es
necesario un compromiso, y en este compromiso se han sacrificado históri-
camente los intereses de la esposa17. Así, durante mucho tiempo (y todavía
hoy) se ha legitimado la discriminación en nombre de la familia y se han in-
terpretado los derechos de las mujeres, únicamente, en cuanto esposas y
madres. La separación entre la esfera pública y la privada ha tenido como
consecuencia, entre otras cosas, que la familia se ha constituido como una
jurisdicción autónoma, protegida de la ingerencia del Estado y gobernada
por las costumbres, por la ética tradicional y religiosa, y por los equilibrios
del poder patriarcal18.
Durante, al menos, dos siglos, movimientos y teoría feminista se orien-
taron esencialmente a conquistar la ciudadanía, a remover las normas que
impedían que las mujeres fueran tratadas como hombres. Así, la “primera
ola” del feminismo estuvo ligada a la consecución de la igualdad ante la
ley, o sea, de aquella igualdad que se expresaba ya en la Declaración de los
derechos del hombre y del ciudadano de 1789, y según la cual las diferencias,
16
En el Código Civil italiano de 1865 las esposas no tienen libertad de movimiento,
dado que deben acompañar al marido al lugar en el que él decide vivir (art. 131), y tienen me-
nos poder por lo que hace a los hijos: la potestad es “patria”. Sus derechos de propiedad es-
tán también fuertemente limitados, en cuanto que no pueden “donar, alienar bienes inmue-
bles, ceder o rescatar capitales, contratar seguros, ni disponer de bien alguno o intervenir en
un juicio en relación a tales actos, sin autorización del marido” (art. 134).
17
Este mecanismo fue ya señalado por J. Bentham (cfr. A. FACCHI, “Culturas, género,
orientación sexual. Derecho y diferencias en la obra de Jeremy Bentham”, en El Derecho en
Red. Estudios en Homenaje al profesor Mario G. Losano, Madrid, Ed. Dykinson, 2006). Bentham
justifica la preeminencia jurídica del marido con base en la necesidad de atribuir a una de
las dos partes mayor poder que a la otra y así evitar una situación de conflicto perjudicial
para los hijos y para la familia en su integridad. Un argumento que ha sido adoptado, de
hecho, por legisladores europeos para justificar las discriminaciones jurídicas entre cónyu-
ges.
18
Para una discusión, desde esta perspectiva, de la teoría política clásica y contemporá-
nea, cfr. S.M. OKIN Justice, Gender and the Family, Basic Books, 1989.
como rasgo colectivo, no existen para el derecho, que debe dispensar idén-
tico trato a todos los ciudadanos. Una igualdad indiferente a las diferen-
cias del grupo, para la que sólo es relevante una pertenencia, la de la na-
cionalidad.
Para conquistar la igualdad jurídica las mujeres exigen ser consideradas
iguales por naturaleza, iguales en valores y capacidad19, iguales para acce-
der a un status de racionalidad y responsabilidad, de independencia. En
otras palabras, para ser tratadas iguales las mujeres han de asumir los ras-
gos típico-ideales del individuo titular de derechos civiles.
Ya en la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana, de 1791,
Olympe de Gouges reivindicó a la mujer como persona, responsable e igual
al hombre en derechos y en deberes, con idéntica contribución al gasto pú-
blico e idéntica sujeción al rigor de la ley penal. El feminismo de la igualdad
se opuso al papel socialmente institucionalizado de la mujer, a la negación
de las diferencias entre los sexos, porque estas diferencias se traducían en
inferioridad, exclusión y subordinación. El objetivo fundamental de la pri-
mera fase del feminismo fue la constitución de las mujeres como sujetos au-
tónomos, responsables, “propietarias” de sí mismas, con plena capacidad de
decisión sobre su cuerpo, su vida, sus bienes, y por su sustracción a la defi-
nición que familiares e instituciones hicieran de sus intereses (padres, mari-
dos, legisladores, sacerdotes, etc.). En fin, la autonomía personal y la igual-
dad formal confirmaron su estrecha correlación histórica también en el
origen de los derechos de las mujeres.
2. EL ACCESO A LA CIUDADANÍA
19
“La teoría de la emancipación femenina surgió del tronco del determinismo sociológi-
co iluminista…asignar a la desigualdad un origen social y moral implicaba eliminar cual-
quier justificación para la discriminación”. N. URBINATI, Alle origini del femminismo teorico,
en J.S.MILL y H. TAYLOR, Sull’eguaglianza e l’emancipazione femminile, Einaudi, Torino, 2001.
De hecho Mill sostiene la igualdad de trato jurídico entre los sexos a partir de la imposibili-
dad de demostrar la desigualdad natural (The Subjection of Women, 1869).
25
Letizia Gianformaggio ha demostrado cómo en realidad sólo algunas de estas medi-
das comportan una violación del principio de igualdad formal, cfr. Eguaglianza, donne e di-
ritto, Il Mulino, Bologna, 2005.
26
En Norteamérica y no sólo allí, tuvo un fuerte impacto el libro de Betty Friedan, The
Feminine Mystique (1963) que a partir de la infelicidad del ama de casa modélica criticó a una
cultura que producía e imponía a las mujeres la valoración positiva de un conjunto de roles
femeninos.
32
Sobre la convergencia/incompatibilidad entre dos aproximaciones críticas al univer-
salismo de los derechos, cfr. los ensayos recogidos en Diritti delle donne tra universalismo e par-
ticolarismo, en Ragion Pratica, 2004.
33
Cfr. I.M. YOUNG, Justice and The Politics of Difference, Princeton U.P., 1990.
34
F. GOLDSTEIN (ed), Feminist Jurisprudence. The Difference Debate, Lanham, Rowman
and Littlefield, 1992.
35
C. PATEMAN, The Sexual Contract, Polity Press 1988; C. SHALEV, Birth Power, Yale U.P.,
1989.
36
Come subraya Pitch, la diferencia de fondo en la diversa noción de sujeto es que para
Shalev el sujeto del derecho y de los derechos, debe ser considerado en abstracto, mientras
que para Pateman, al contrario, la diferencia sexual debe tomarse en cuenta desde un punto
de vista jurídico. Un diritto per due, Il Saggiatore, Milano, 1998, p. 39.
37
D. MEYERS, “Feminist autonomy and the Paradox of Feminine Socialization”, en
Journal of philosophy, vol. 84, núm. 11, 1987, pp. 619-28; J. CHRISTMAN, “Feminism and Au-
tonomy”, en D. BUSHNELL (ed.), Nagging Questions, Rowman & Littlefield, 1995, pp.17-39.
Para un debate sobre las diversas nociones de autonomía, cfr. The Inner Citadel, Essays on Indi-
vidual Autonomy, J. Christman (ed.), Oxford U.P., 1989.
38
En el libro In a Different Voice, de 1982, Gilligan, utilizando varias entrevistas a hom-
bres y mujeres de edades distintas, reconstruye la concepción de la moralidad y las experien-
cias personales frente a conflictos y dilemas éticos. La particular configuración de la moral fe-
menina es para Gilligan una actitud digna de defensa y desarrollo en el campo de la ética,
que puede integrarse con e incluso sustituir a la masculina.
39
La obra de Gilligan ha saltado al plano jurídico en la búsqueda de modalidades alter-
nativas, a las institucionalmente consolidadas. Así, por ejemplo, la ética del cuidado ha inspi-
rado posiciones de apoyo a la mediación familiar, en cuanto modalidad negociadora, flexible,
capaz de tener en cuenta las situaciones particulares y de valorar las estrategias de la acción
femenina.
La teoría feminista se concentró en cuestiones que tenían que ver con la vida
y la discriminación, y las diferentes formas de opresión se sometieron al de-
bate público. De este modo, se buscaba una formulación nueva de normas y
principios que consiguiera reflejar el punto de vista de las mujeres.
En los países anglosajones y escandinavos se consolidan aproximacio-
nes como la Women´s law y la Feminist Jurisprudence cuyo presupuesto es que
el derecho no es constitutivamente masculino, o sea, sexista, sino que sólo lo
es en cuanto ha sido formulado por hombres. De aquí la necesidad de de-
construir categorías y normas jurídicas existentes que enmascaran las opcio-
nes ideológicas, para formularlas de manera que recojan los caracteres, la
cultura, los valores y las necesidades femeninas; para construir un derecho y
un sujeto de derechos que no se presente ya como neutral, sino explícita-
mente como sujeto sexuado42.
Catharine MacKinnon, jurista estadounidense exponente importante del
feminismo radical, es una de las principales representante de aquella parte de
la teoría jurídica feminista43 que adopta y reformula principios y derechos de
la tradición liberal para utilizarlos en batallas políticas orientadas a eliminar
comportamientos opresivos y discriminatorios contra las mujeres. MacKin-
non considera la sexualidad como un ámbito privilegiado de opresión mascu-
lina que aglutina, si bien de distintas formas, a todas las mujeres en el mundo.
El problema para el derecho no es que se deba tratar a las mujeres de la misma
o de diferente manera que a los hombres, sino más bien que hay que evitar su
transformación en un instrumento de subordinación y opresión. La atención
de la reflexión femenina debe pasar de la diferencia a la opresión, sin abando-
nar el debate público, la arena política, la elaboración jurídica44.
Es notablemente conocida la apuesta que MacKinnon hace en sus escritos
por la ley contra el acoso sexual en el trabajo, la prohibición de la pornografía,
42
Este tema lo he tratado más extensamente en A. FACCHI, “El pensamiento feminista
sobre el derecho: un recorrido desde Carol Gilligan a Tove Stang Dahl”, Academia, núm. 6,
2005, pp. 27-47.
43
Cfr. C. DALTON, “Where We Stand: Observations on the Situation of Feminist Legal
Thought”, en Berkeley’s Women’s Law Journal, núm. 3, 1988, pp. 1-13, C. BROOKS WHITMAN,
“Review Essay: Feminist Jurisprudence”, en Feminist Studies, vol. 17, 1991, pp. 493-507 y J.
MORGAN, “Feminist Theory as Legal Theory”, en Melbourne University Law Review, 1988,
vol. 16, pp. 743-759. Los tres se recogen también en F. OLSEN (coord.), Feminist Legal Theory,
Dartmouth, 2 vols., 1995.
44
Para un análisis del concepto de opresión referido a los movimientos estadounidenses
de los años sesenta, cfr. I.M. YOUNG, Justice and the Politics of Difference, 1990.
48
Cfr. Encountering Human Rights: gender/sexuality, activism and the promise of law, espe-
cialmente, “Feminist Legal Studies”, 2008, 16, editado por E. GRAHAM y R. HUNTER.
49
Entre tales instrumentos destaca la aproximación a las capacidades de Martha Nuss-
baum, que se propone como fundamento de una teoría normativa de la justicia social aplica-
da a las mujeres, y que aspira a tener validez universal y a orientar el comportamiento de los
gobiernos y las instituciones supranacionales. M.C. NUSSBAUM, Women and Human Develop-
ment. The Capabilities Approach, Cambridge, Cambridge U.P, 2000.
zada por la filósofa Susan Moller Okin según la cual el extremo “respeto por
la diferencia” mostrado por el feminismo ha producido “mucho daño a las
mujeres en el mundo”, ha roto la alianza entre feminismo y multiculturalis-
mo; una alianza que se había consolidado en nombre de las políticas de la
diferencia y de la crítica a la neutralidad del Estado53.
Si es verdad que la pertenencia al grupo, a la familia, a la comunidad, ha
sido siempre y es todavía, una fuente de violencia, de opresión y de discri-
minación contra las mujeres, también es cierto que la pertenencia compren-
de una dimensión de adhesión subjetiva y que a menudo las dos dimensio-
nes están indisolublemente unidas. Cada mujer está determinada por sus
pertenencias y por ello es imposible crear un modelo universal de bienes-
tar54. Las construcciones identitarias, sobre todo las identidades/pertenen-
cias incompatibles, son por lo general construidas desde el exterior, etique-
tas que no se corresponden con la percepción de los miembros del grupo,
sino sólo de una minoría instrumentalizada. La pluripertenencia de las per-
sonas y la formación de la identidad “mestiza” alimentada por el fenómeno
de la globalización, la migración y la transmigración, han venido siendo su-
brayadas desde hace tiempo por la literatura sociológica. Poner el acento en
la incompatibilidad entre diferentes pertenencias resulta cómodo, por diver-
sas razones, para muchos sujetos, pero raramente para los más directamente
interesados que tienden más bien a mezclarlas, a conciliar sus distintas per-
tenencias más que a tratarlas como fuente constante de conflicto.
Si, como ya es opinión extendida, en la conversión de los derechos de
las mujeres en derechos humanos: “The real questions are: Who defines legiti-
mate human rights issues and who decides where the state should enter and for
what purposes?“55, también la conciliación entre pertenencia de género y per-
tenencia religiosa y cultural tiene que confiarse a la interpretación que las
mujeres ofrezcan de sus derechos así como de los instrumentos más adecua-
dos para defenderlos.
En esta dirección van las voces cada vez más numerosas del feminismo
internacional, que pretende desvincularse de la hegemonía del feminismo
occidental buscando nuevas alternativas frente a la opresión, sea en el plano
53
S.M. OKIN and others, Is Multiculturalism Bad for Women?, Princeton U.P., 1999.
54
En este sentido, me permito reenviarles a A. FACCHI, I diritti nell’Europa multicultura-
le, Laterza, Roma-Bari, 2007 (3ª ed).
55
C. BUNCH, “Transforming Human Rights from a Feminist perspective”, en Women’s
Rights, Human Rights, J. PETERS and A. WOLPER (eds.), Routledge, New York, 1995.
56
Cfr. C.E. BUNCH, “Women’s Rights as Human Rights. Toward a Re-vision of Human
Rights”, en Human Rights Quarterly, 1990, núm. 12, pp. 486-498.
57
Su reivindicación es un elemento esencial de los derechos. Joel Feinberg capta plena-
mente este rasgo cuando escribe: “´it is claiming that gives rights their special moral significance
[…] Having rights enables us to “stand up like men”, to look others in the eye and to feel in some fun-
damental way the equal of anyone” (J. FEINBERG, “The Nature and Value of Rights”, en Rights,
Justice and the Bounds of Liberty, Princeton U.P, Princeton, 1980, p. 151).
Los derechos antes de ser normas jurídicas son elementos culturales for-
mados por un conjunto de creencias, valores, comportamientos y prácticas.
Se puede decir, modelos de comportamiento que se corresponden con es-
pectativas legitimadas social y moralmente. Si estos modelos faltan, si no
hay una cultura de los derechos, es difícil que las normas que los reconocen
y garantizan puedan ser efectivas. La fuerza de los derechos depende no só-
lo de su reconocimiento en documentos internacionales, sino también de la
existencia de esta cultura de los derechos58.
Me parece difícil que los derechos humanos puedan mantenerse en el mun-
do negando sus presupuestos teóricos y antropológicos; parece difícil que una
cultura, incluso antes que una praxis de los derechos, pueda expandirse sin
apoyarse en alguna idea de igualdad jurídica y de autonomía del sujeto59. Esto
afecta en particular a los derechos de las mujeres: la posibilidad de delegar el
ejercicio de los derechos propios y de trato desigual no puede sino perjudicar a
los sujetos con menos poder, como es el caso, todavía hoy, de las mujeres.
Si igualdad jurídica y autonomía personal son dos principios ineludibles
si se pretenden afirmar los derechos de las mujeres, la reflexión crítica a la que
han sido sometidas estas dos nociones por parte de la teoría feminista, y no
sólo feminista, en las últimas décadas, nos ha llevado a delinearlas de una for-
ma nueva. Como se ha dicho, forma parte de la tradición feminista la crítica a
un titular de los derechos entendido como sujeto autónomo, aislado, guiado
esencialmente por una racionalidad económica, al que se contrapone, en cam-
bio, un sujeto con necesidades, dependiente, inmerso en un contexto racional,
pero determinado por las emociones. La apertura a las diferencias, a la dife-
rencia de género primero y a las diferencias entre las mujeres después, nos ha
llevado a una noción concreta de sujeto, anclada en la especificidad indivi-
dual: “Women in feminist theory are concrete; they are not abstract. […] Fe-
minism does not “assume” but rather builds, its “women” from women who
socially exist”60. La crítica a la subjetividad abstracta y la contextualización del
sujeto no ha supuesto, sin embargo, la infravaloración de la autonomía y de la
responsabilidad de la persona, sino una reformulación de estas nociones en el
58
Cfr. A. FACCHI, Diritti, en E. SANTORO (a cura di), Diritto come questione sociale,
Greffichelli, Torino, 2010.
59
Cfr. T. PITCH, “L’antropologia dei diritti umani”, en I diritti: fondamentali: differenze
culturali, disuguaglianze sociali, dfferenza sessuale, Giappichelli, Torino, 2004.
60
C. MACKINNON, “Postmodernism and Human Rights,” en Are Women Human?, cit.,
p. 51.
sentido de una mayor atención a los vínculos concretos, a los intereses en jue-
go y a su representación por parte de los sujetos implicados.
Cuando se trata de derechos fundamentales como los que tenemos so-
bre nuestro propio cuerpo, sobre la propia vida, la salud propia, la elección
personal es el punto de referencia principal al que, tanto desde una perspec-
tiva liberal como feminista, no es posible sustituir61. En varios ámbitos, en
particular en los de la bioética y el pluralismo cultural, el intento de superar
las tensiones entre las diferentes visiones del bien no puede sino pasar por
de la valoración de la elección y, por tanto, de la autonomía del titular de los
derechos, pero en estos ámbitos la capacidad de elegir lo mejor para cada
uno, no se entiende como un punto de partida sino como un objetivo.
La autonomía del citado titular no se entiende entonces como un factor
descontextualizado: la lectura feminista ha prestado atención a los procesos
que construyen la autonomía así como a los factores que la obstaculizan,
proponiendo nociones complejas, en las que se considera la influencia de las
relaciones sociales y culturales62. Desde un punto de vista político-jurídico,
esta reconsideración de la idea de autonomía personal exige verificar la vo-
luntad de los sujetos implicados, el apoyo a la formación y elaboración de
una elección consciente, de una elección lo más libre posible de limitaciones
externas y no deseadas, materiales y morales. Así pues, se traduce en mayo-
res garantías del derecho a la autodeterminación, a la libertad personal, a la
libre disposición del propio cuerpo, del presente propio y del futuro. Garan-
tías que no pueden derivar sólo de prohibiciones y amenazas de sanción, es
decir, de un uso represivo del derecho, sino que deben traducirse también
en oportunidades reales, en un uso promocional del derecho, que incluya el
acceso efectivo a los principales derechos económico-sociales.
Un sujeto situado y concreto, que sustituye al sujeto abstracto y universal,
una idea de la autonomía como objetivo, que tiene en cuenta los vínculos y los
límites de cada uno, no encuentran su adecuada correspondencia en la noción
61
El acento puesto sobre la autonomía y la voluntad del titular reenvía a una concepción
del derecho como elección-voluntad (will-choice theories), que se ha contrapuesto siempre a la
del derecho como interés (interest theories). En mi opinión, los derechos de las mujeres, para
poder realizarse, deben orientarse hacia la primera más que hacia la segunda, cfr. A. FAC-
CHI, “Diritti fantasma? Considerazioni attuali sulla proliferazione dei soggetti”, Ragion prati-
ca, núm. 31, 2008, pp. 313-336.
62
Cfr. C MACKENZIE y N. STOLYAR (coords.), Relational Autonomy: Feminist Perspecti-
ves on Autonomy Agency, and the Social Self, Oxford University Press, New York, 2000.
de igualdad formal, esto es, en la versión clásica de la igualdad ante la ley, in-
diferente a las diferencias. Para tutelar los derechos de este sujeto no es sufi-
ciente ni siquiera una visión de igualdad sustancial que se limite a poner re-
medio a las diferencias, entendidas como factores negativos de desigualdad63.
La reflexión feminista se ha centrado, en efecto, en la búsqueda de una
nueva noción de igualdad fundada en las diferencias entre las personas64,
que tome en consideración las pertenencias, al menos, las esenciales para su
bienestar, como la pertenencia de género, cultura y religión. Una igualdad
que no se traduce en el tratamiento especial que podría exigir la derogación
de la igualdad formal, atribuyendo ventajas a los desaventajados, sino en un
tratamiento diferenciado que se apoye en una visión pluralista de la socie-
dad, en la que no existe un modelo dominante de valores y prácticas consi-
derado normal, respecto al que los demás sean especiales. Una versión de la
igualdad que en última instancia aparece como el verdadero contenido de
una igualdad efectiva ante a la ley.
En concreto, esto puede significar, por ejemplo, que ciertos derechos
sociales como la asistencia sanitaria, la organización del trabajo y la educa-
ción, no sean ya pensados y ejercidos como neutrales respecto al género, a
la religión, a la cultura de los sujetos; se puede traducir en la persecución
de un comportamiento percibido como lesivo desde un punto de vista par-
ticular (como en el caso del acoso sexual en el trabajo o los discursos racis-
tas) pero puede significar también que el mismo comportamiento pueda
ser objeto de un tratamiento jurídico distinto en relación a las característi-
cas del grupo –consideradas relevantes– de quien actúa65.
63
En esta dirección se sitúa también la Carta de derechos fundamentales de la Unión
Europea que bajo el título « Igualdad » plantea también en el artículo 2 : « La unión en la di-
versidad cultural, religiosa y lingüística ».
64
En Italia, puede verse: L. FERRAJOLI, “La differenza sessuale e le garanzie dell’ugua-
glianza”, en Democrazia e diritto, núm. 2, 1993 y L. GIANFORMAGGIO, que reconduce esta
forma de igualdad a la igualdad sustancial entendida como “consideración de las diferencias”,
o sea, como el fundamento de las normas jurídicas diferenciadas por categorías de individuos,
en “L’eguaglianza e le norme”, Eguaglianza, donne e diritto, Mulino, Bologna, 2005, pp. 141-2.
65
El ámbito de los derechos económicos y sociales es aquel en el que son más demanda-
das formas de actuación diferenciadas en razón de sus destinatarios, dado que en ellos se
afrontan diferentes visiones del cuerpo, de la familia, del trabajo y del papel de la mujer en la
sociedad, de las relaciones entre individuos y grupos, de la religión, etc. Para ser efectivos,
para ser “iguales”, estos derechos no pueden ignorar las diferencias de género, cultura y reli-
gión, basta pensar en el derecho a la salud o a la educación.
ALESSANDRA FACCHI
Università degli Studi di Milano
Dipartimento giuridico-politico,
via Conservatorio, 7
20121 Milano
e-mail: alessandra.facchi@unimi.it
66
Se puede mencionar aquí el cuarto modelo de configuración jurídica de las diferencias
delineado por L. FERRAJOLI en Principia Juris, cit., vol. I, pp. 795 y ss.
Abstract: Starting from the premise that the binomial discrimination-procreation is not a
new phenomenon, we could affirm that actually it had acquired more vigour
thanks to the applications of new biomedical techniques such as genetic
1. INTRODUCCIÓN.
1
Sobre este argumento específico véase O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nasce-
re, Milano, Guiffrè, 2004; E. PICKER, Il danno della vita, Milano, Guiffrè, 2004; P. RESCIGNO,
Danno da procreazione, Milano, Guiffrè, 2006 y M.G. BERNARDINI, “Wrongful life action:
l’azione in tema di nascita indesiderata”, Annali dell’Università di Ferrara, Sez. V., vol. XXII,
2008, pp. 233-256, al cual reenviamos incluso para las ulteriores referencias bibliográficas.
Una primera versión de esta contribución, ahora profundamente revisada e ampliada apare-
ce en Notizie di politeia, núm. 96, 2009, pp. 103-112.
2
P. RESCIGNO, Il danno da procreazione, cit., p. 53.
3
Ibidem.
4
R. TONG, Feminist Approaches to Bioethics. Theoretical Reflections and Practicals Applica-
tions, Boulder/Col.-Oxford, Westview Press, 1997, pp. 51 y ss.
5
Más concretamente, no obstante la escasa homogeneidad de las posiciones finales, son
relevantes las contribuciones que se atienen al diagnóstico prenatal y al screening genético.
Respecto a esto se subraya el riesgo de presión social que puede derivarse para las mujeres
tras un screening genético favorecido rápidamente por la opinión pública, y que tal vez venga
acompañada de un juicio negativo, al que las mujeres se verían sometidas en caso de que no
hubieran optado por la interrupción voluntaria del embarazo tras un diagnóstico infausto.
Entre paréntesis, parece evidente que este tipo de reflexiones, presentadas por Rosemarie
Tong respecto a la sociedad americana, no sirven por ejemplo para la sociedad italiana, don-
de es inverosímil este riesgo, si acaso es difundido, entre otros, el perjuicio moral contrario.
11
Es manifiesto que, aunque de forma auxiliar y un tanto retórica, Habermas hace referen-
cia al argumento de la pendiente resbaladiza, con la idea de que nos puede servir para estar en
guardia ante posibles consecuencias indeseables, aunque no puede tener la fuerza propia del
argumento moral (J. HABERMAS, Die Zukunft der menschlichen Natur. Auf dem Weg zu einer libe-
ralen Eugenik?, Suhrkamp, Frankfurt a. M. 2002, pp. 16-45; véase también la entrevista a Haber-
mas de E. Pedemonte en L’espresso del 19 de septiembre de 2002). E incluso parece tratar de evi-
tar una referencia al argumento naturalista, atribuyendo valores morales a la espontaneidad y a
la naturalidad de la reproducción en contra de su artificialidad.
12
J. HABERMAS, Die Zukunft der menschlichen Natur. Auf dem Weg zu einer liberalen Euge-
nik?, cit., pp. 44-45.
13
Idem, pp. 54-55.
de una característica o de otra, como tener el pelo rubio o los ojos azules.
Ello apela al carácter de inviolabilidad que solo un reconocimiento interper-
sonal e igual puede atribuir. Es decir, el individuo es para Habermas inme-
diatamente individuo en sociedad.
No es necesario definir una modalidad de screnning genético prenatal y
preimplantacional, y eventualmente de la eugenesia, que no sea autoritario,
que no choque con la libertad de los concebidos y que no sea expresión de
un modelo centralizado (de Estado) de vida buena. Entonces, el objetivo teó-
rico pasa a ser la justificación no de una eugenesia permisiva (o liberal) pero
tampoco de lo opuesto, es decir, de una eugenesia autoritaria. Cada inter-
vención en esta perspectiva está condenada, si bien haya que adoptar caute-
las en el caso de intervenciones negativas, dirigidas a impedir ésta o aquélla
patología genética. La cuestión es delicada y sus límites no están definidos.
Se pregunta en efecto Habermas si la intervención misma no entra “quizá en
colisión con la autopercepción del interesado”14. El problema moral de fon-
do es que “al transformarse en expectativas dentro de la historia-de-vida del
interesado, estas intenciones de los progenitores se presentan como un ele-
mento normal constitutivo de la interacción, y sin embargo no se someten a
lo prerrequisitos de reciprocidad de la acción comunicativa”15. En definitiva,
para él, no nos sustraemos del ámbito del mero arbitrio (y por lo tanto de
una potencial actitud autoritaria) si no nos ponemos, al ponderar los intere-
ses en juego, en la perspectiva de la persona implicada. Es este el sentido del
imperativo kantiano. “El Si de “fin en sí” que se debe siempre respetar en el
otro se expresa sobre todo en la posibilidad de ser considerado el autor de
una conducta de vida orientada por pretensiones propias […]”. En Kant, ya
la “fórmula del fin” del imperativo categórico contiene en sí el paso a su
“fórmula de ley”. En efecto (…) en cada persona tratada como fin-en-sí de-
bemos respetar la humanidad”. Es éste el paso decisivo de la interpretación
habermasiana del principio de Kant: es el paso a la dimensión pública, co-
municativa, a la comunidad moral. Aquí “la idea de humanidad nos obliga
a asumir la perspectiva-del-nosotros, en base a la cual nos consideramos re-
cíprocamente miembros de una comunidad incluyente que no deja fuera a
ninguna persona”16.
14
Idem, p. 89.
15
J. HABERMAS, Die Zukunft der menschlichen Natur. Auf dem Weg zu einer liberalen Euge-
nik?, cit., p. 90.
16
Idem, pp. 96 y ss.
20
J. HABERMAS, Die Zukunft der menschlichen, natur, cit., p. 68.
21
Para un estudio más detallado véase M. LALATTA, “Clonazione umana”, en M. LA
TORRE, M. LALATTA y A. SCERBO, (Coords.), Questioni di vita o di morte, Giappichelli, Tu-
rín, 2007, cap. V.
22
O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nascere, cit., p. 156.
23
E. PICKER, Il danno della vita, cit., pp. 10-12.
24
P. P. VERSPIEREN, “Une éthique sans príncipes”, en Journal français de psychiatrie, vol.
17, núm. 3, p. 26.
25
O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nascere, cit., p. 33.
6. CONTRAARGUMENTOS
26
H. LECLERC, “Interrogations autor de l’arrêt Perruche”, en Journal français de psychia-
trie, vol. 17, núm. 3, 2002, p. 26.
27
O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nascere, cit., p. 10.
28
Idem, p. 88.
29
O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nascere, cit., p. 94.
30
E. PICKER, Il danno della vita, cit., p.155.
31
D. WALTON, Slippery Slope Argument, Oxford, Clarendon Press, 1992, pp. 15 y 28.
32
B. WILLIAMS, Which Slopes Are Slippery?, en Id., Making Sense of Humanity and Other
Philosophical Papers, 1982-1993, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, p. 222
33
Idem, pp. 213-223: 218.
34
Idem, p. 220. Sobre este tema véase W. VAN DER BURG, “The Slippery Slope Argu-
ment”, en Ethics, vol. CII, 1991, pp. 42-65; G. DEN HARTOG, “The Slippery Slope Argu-
ment”, en H. KUHSE y P- SINGER (Coords.), A Companion to Bioethics, Oxford, Blackwell,
2001, pp. 280-292; E. LECALDANO, “L’argomento del “pendio scivoloso” e l’insegnamento
della bioetica”, en Bioetica, núm. 2, 2000, pp. 295-303.
35
D. LAMB, Down the Slippery Slope, Croom Helm, London, 1988, p. 53.
bre tiene sobre sí mismo. Sin embargo para Habermas es susceptible de con-
dena también desde el plano moral.
El argumento de la autocomprensión ética del género humano, así defi-
nido, no parece que se encuentre implicado en el caso Perruche. Ningún jui-
cio sobre la naturaleza humana, tampoco parece que pueda emerger implí-
citamente, a menos que, de nuevo, no se interprete el texto de la sentencia
como volver a promover un parecer sobre el valor de la vida de Nicolás sino
mas bien –como nosotros creemos– a reconocer el valor de la soberanía de
Nicolás con respecto del valor de su existencia.
De rechazar también es la quinta objeción, según la cual hay un mensaje
político en la base de la sentencia de la Corte francesa. Laurent Aynes sus-
tenta esta posición, ya que cree que en lugar de indagar si se puede estable-
cer cierta relación de causalidad entre el error del médico y la condición de
Nicolás Perruche, parece que la sentencia haya querido denunciar un “lacu-
ne grave du système social de traitement de ce malheur”42. Básicamente habría
una intención de “provoquer un réaction du législateur”. Esto no es aceptable.
“C’est un élément du débat important, cet aspect politique des choses n’est pas à né-
gliger, maíz je ne crois pas qu’on puisse rendre nosotros genre de décision unique-
ment à des fins de provocation du législateur”43. A nuestro juicio, la sentencia
contiene un mensaje político, pero sostenido sobre una base jurídica. Que la
sociedad sea suficientemente solidaria para lograr proteger y ayudar a Nico-
lás no cambia nada en términos del daño causado. Eventualmente sería un
argumento para la madre: para no abortar incluso pudiendo elegir en tal
sentido. La cuestión de la responsabilidad civil es independiente de esta cir-
cunstancia social y sostenible desde una visión del derecho y la moral y de
su conexión basada en el principio de autonomía.
Pasamos a la primera objeción antiperruche que consideraremos junto a
la tercera (son aquellas concernientes, respectivamente, al valor de la digni-
dad humana y a la posible discriminación padecida por Nicolás, o bien el
juicio negativo expresado respecto a la condición existencial del niño, inde-
bidamente generalizado). Detengámonos sobre estas dos objeciones, porque
son las que más directamente conciernen al tema de la discriminación y en
particular a la implicación del principio de autonomía. En el primer punto
42
L. AYNES, “Malheur et préjudice”, en Journal français de psychiatrie, vol. 17, núm. 3,
2002, p. 6.
43
Ibidem.
44
JEAN, T., “Question d’actualité”, en Journal français de psychiatrie, vol. 17, nº 3, 2002, p. 3
45
AYNES, L., “Malheur et préjudice”, cit., p. 8.
46
TONG, R., Feminist Aproaches to Bioethics. Theoretical Reflections and Practical Applicatio-
ns, cit., p. 235.
47
J. TESTART, “À la recherche de la norme”, en Journal français de psychiatrie, vol. 17,
núm. 3, 2002, p. 55.
48
C. LABRUSSE-RIOU, “L’arrêt Perruche consacre-t-ill’eugenisme?”, en Journal français
de psychiatrie, vol. 17, núm. 3, 2002, p. 20.
no es quizás posible interpretar este juicio como un juicio que mueve a la au-
topercepción de Nicolás y de él por su madre, y por tanto de ninguna mane-
ra generalizable, si acaso al contrario, o incluso a afirmar la inmunidad del
juicio del sujeto con respecto a su vida ya sea en sentido positivo o negativo?
Por el contrario, aquí se propone sin miedo la posibilidad de una deriva eu-
genésica: “Je pens que ce risque n’est pas nul, et qu’il est non seulement injustifié,
mais aussi dangereux d’avoir admis que l’enfant a un intérêt à ne pas naître en liant
el naissance handicapée et l’interruption de grossesse”49.
El punto en cuestión es si estas dos objeciones son acertadas y suficien-
tes para denegar el presunto “derecho a no nacer” reivindicado por Nicolás
y pisoteado por el error del médico que ha impedido y perjudicado la posi-
ble elección abortiva de la madre, elección que, en el momento preciso, la
mujer declaró que habría tomado. Se sustenta que el Tribunal de casación
con la misma sentencia habría expresado indirectamente un juicio sobre la
dignidad de la vida humana de Nicolás y, por consiguiente, de todos. En-
tonces el desconcierto y la repulsa. A nosotros nos parece que ésta no es la
única respuesta plausible.
La expresión “vida indigna” (en alemán: lebensunwertes Leben) se emplea
no en referencia al enfermo, sino a la comunidad. El paciente en cuestión no
se encuentra a la altura, por así decir, de la comunidad, su vida no es digna
de ser vivida, es decir es indigna, vergonzosa para la sociedad. El interés ex-
clusivamente defendido es el de la comunidad. Totalmente distinto es el sen-
tido de la expresión “vida que no merece ser vivida”50. El paciente debería ser
juez único e instancia última de un ideal tribunal moral. Aquí el punto de vis-
ta es el del paciente. El interés tutelado parece aquel del individuo condena-
do a su patología. Dicho de otro modo, ‘vida indigna’, en el primer sentido
considerado, no es la negación de ‘vida digna’, la cual puede entenderse a la
luz del segundo sentido destacado, donde dignidad quiere decir kantiana-
mente dignidad moral, respecto de la cual sí hay responsabilidad. El término
de referencia cambia radicalmente si se adopta un sentido u otro de la expre-
sión considerada. ¿Se trata de una vida indigna o digna con respecto a qué?
En el primer caso con respecto de la comunidad de pertenencia, en el segun-
do con respecto de la integridad de la persona y a su percepción de sí misma.
La actitud moral que implican las dos posiciones es, pues, opuesta. Por ello
49
C. LABRUSSE-RIOU, “L’arrêt Perruche consacre-t-ill’eugenisme?”, cit., p. 20.
50
Sobre este particular insiste extensamente Singer en su obra “Euthanasia. Emerging
from Hitler`s Shadow”, en Writing on an Ethical Life, New York, Ecco, 2000.
51
O. CAYLA y Y. THOMAS, Il diritto di non nascere, cit., p. 54.
52
L. AYNES, “Malheur et préjudice”, cit., p. 8.
BENJAMÍN RIVAYA
Universidad de Oviedo
Abstract: The freedom of speech is the human right characteristic of the artistic creation
and, therefore, of the cinema, but the cinematograph has also shown,
“visualized”, the freedom of speech, raising in many movies the question of the
limits of this human right, as well as that of his basis, and the criticism to the
freedom speech really well-established.
Entre los derechos humanos, el que más relación guarda con el cine es
sin duda el de la libertad de expresión, toda vez que el cine es obra artísti-
ca y medio de comunicación al mismo tiempo, por lo que parece que el ci-
neasta ha de valorar que su creación no esté sometida a más límites que
los que él, soberanamente, establezca. Desde un principio se observa que
el derecho a la libertad de expresión, a manifestar tanto ideas de valor co-
1
Valga como introducción al tema el capítulo XII, “La libertad de expresión e informa-
ción”, del libro de L. M. DÍEZ-PICAZO, Sistema de derechos fundamentales, Thomson-Civitas,
2ª ed. Madrid, 2005, pp. 319-348.
2
R. GUBERN, La censura. Función política y ordenamiento jurídico bajo el franquismo (1936-
1975), Península, Barcelona, 1981, pp. 8, 12-13.
3
Por tanto, se trata de un estudio de un sector del cine de los derechos humanos. Vid.
B. RIVAYA, “El cine de los derechos humanos”, en VV.AA., Teoría de la justicia y derechos fun-
damentales. Estudios en homenaje al profesor Gregorio Peces-Barba, vol. III, Universidad Carlos III-
Editorial Dykinson- Banco de Santander, Madrid, 2008, pp. 1059-1081; M. A. PRESNO LINE-
RA, “¿De qué hablamos cuando hablamos de Derecho Constitucional”, en VARIOS, Una in-
troducción cinematográfica al Derecho, ed. de Miguel Ángel Presno Linera y Benjamín Rivaya,
Tirant lo Blanch, Valencia, 2005, pp. 30-51.
4
N. CHOMSKY, Los guardianes de la libertad, Crítica, Barcelona, 1990, p. 341.
respeta por igual todo credo político, toda opinión política, cuya expresión
es la voluntad política. Por ello brinda a toda convicción política la posibili-
dad de manifestarse y de ganarse el ánimo de los hombres en libre concu-
rrencia”5. Lo mismo cabría decir de quienes asumen una teoría liberal del
Estado, dado que para ésta “el Estado debe entrometerse lo menos posible
en la esfera de acción de los individuos”6, con lo que para aquéllos resultaría
intolerable que se entrometiera en la esfera de la conciencia o la expresión.
Vinculado precisamente al argumento de la democracia se halla el otro
de la ciencia, precisamente porque el científico es el conocimiento más de-
mocrático que cabe. Si se admite ahora que la ciencia es una tarea humana
fundamental de la que no se debe prescindir; es más, en la que todos debe-
mos participar, entonces se sigue –otra vez– que hay que reconocer el dere-
cho humano a la libertad de expresión. De nuevo, si se acepta el sistema
científico como el mejor sistema de conocimiento o, al menos, como una for-
ma de conocimiento deseable, entonces se ha de reconocer necesariamente
la libertad de expresión como derecho humano fundamental. Lo que sería
absurdo sería el caso de una ciencia que no reconociera ese derecho; senci-
llamente, no sería ciencia. La libertad de expresión es requerida por la cien-
cia para que los científicos puedan confrontar sus afirmaciones con las afir-
maciones de otros, para que las teorías se puedan contrastar con otras
teorías, para elaborar hipótesis que luego se sometan a confirmación. En fin,
el método científico, método de conocimiento antidogmático, requiere el di-
senso y, por tanto, la libertad de expresión7.
Evidentemente, el problema básico de la libertad de expresión es el de
sus límites, el de las fronteras que circundan el territorio legítimo de ésta y
convierten en ilegítimo cualquier otro uso que se escape de ellas. A primera
vista, el principio típicamente liberal que vale tanto para conductas como pa-
ra expresiones, formulado por Mill, resulta claro: se puede decir todo aque-
llo que no perjudique a los demás. Con sus propias palabras: “siempre que
existe un perjuicio definido o un riesgo definido de perjuicio, sea para un in-
dividuo o para el público, el caso se sustrae al campo de la libertad y entra en
el de la moralidad o la ley”. Con otras palabras del mismo Mill: “Que la úni-
5
H. KELSEN, De la esencia y valor de la democracia, trad. de Juan Luis Requejo Pagés,
KRK ediciones, Oviedo, 2006, pp. 226-227.
6
N. BOBBIO, Liberalismo y democracia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1992,
p. 22.
7
M. BUNGE, La ciencia: su método y su filosofía, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1973, pp. 51-98.
ca finalidad por la cual el poder puede, con plena derecho, ser ejercido sobre
un miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es evitar que
perjudique a los demás”8. Hay, sin embargo, una versión que podríamos de-
nominar conservadora del principio de libertad y que, al igual que la ante-
rior, tanto vale para conductas como para comunicaciones. La formulación
canónica es de Burke: “El hombre tiene derecho a hacer lo que pueda hacer
cualquier individuo sin molestar a los demás”9. Obviamente, aplicada esa re-
gla a la expresión significa que se puede decir todo aquello que no ofenda a
los otros. Entre ambos, el perjuicio y la ofensa, se mueve el espacio de la li-
bertad de expresión, aunque no sea fácil delimitarlo. Parece obvio que un ar-
tículo periodístico que atribuye la autoría de un delito a quien no lo ha come-
tido debe ser inaceptable, precisamente porque le causa un perjuicio a quien
le es imputado. En cambio, ¿debe ser reprimida toda declaración que ofenda
sentimientos de una persona? Sentirse ofendido tiene un innegable carácter
subjetivo y así puede ocurrir que alguien se sienta insultado por una expre-
sión que otros, en cambio, tolerarían sin otorgarle mayor importancia. El
ejemplo del caso de las caricaturas de Mahoma resulta ilustrativo y plantea
un desafío a la libertad de expresión10. En el cine, puede cumplir parecida
(no idéntica) función Fitna (2008), una película que no llega a los veinte mi-
nutos de duración, difundida por internet, del político holandés Geert Wil-
ders, representante sin duda de las políticas radicales antiislamistas. Así,
Wilders presenta un Islam radical y violento, iniciándose la película precisa-
mente con una de las caricaturas de Mahoma, aquella en la que sobre su ca-
beza lleva un turbante-bomba. Junto a imágenes del 11-S o del 11-M apare-
cen versículos del Corán como éstos: “A quienes no crean en nuestros signos
les arrojaremos al fuego. Siempre que se les consuma la piel, se la repondre-
mos para que gusten del castigo. Alá es poderoso y sabio”. Rápidamente la
película fue condenada por diversas organizaciones islamistas, no siempre
radicales, pero también por la Organización de Naciones Unidas o por el
Consejo de Europa. La polémica está servida, pues mientras para el director
se trataba del legítimo ejercicio de la libertad de expresión, para muchos mu-
8
J. S. MILL, Sobre la libertad, trad. por Pablo de Azcárate, Alianza Editorial, Madrid,
2001, pp. 68 y 161-162.
9
E. BURKE, Reflexiones sobre la revolución francesa, ed. y trad. de Esteban Pujals, Rialp,
Madrid, 1989, p. 89.
10
Vid. VV.AA., Democracia y responsabilidad. Las caricaturas de Mahoma y la libertad de ex-
presión, ed. de Sami Naïr, Galaxia Gutenberg/ Círculo de lectores, Barcelona, 2008.
autoridades del momento, esto es, por ejercer la libertad de expresión. La ci-
ta corresponde al mejor representante del liberalismo: “El hombre cuya
grandeza moral dejó tal impresión en todos aquellos que fueron testigos de
su vida y conversación, que dieciocho siglos le han rendido homenaje como
la omnipotencia en persona, fue ignominiosamente muerto, ¿como qué? Co-
mo un blasfemo”14. En efecto, por apuntar sólo una narración cinematográfi-
ca de la biografía de Cristo, la de Intolerance, Intolerancia (David Wark Griffi-
th, 1916), en ella se muestra a un Jesús que critica la tradición: ante la ley de
Moisés que ordena que la mujer adúltera sea apedreada hasta morir, él res-
ponde que quien “esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. No ex-
traña que un fariseo le acuse de “glotón, borracho y amigo de los pecado-
res”, ni que al final (la historia es conocida y representada en el cine cientos
de veces) se le ejecute.
Pero para comprender qué es la libertad de expresión y cuáles son sus
contornos conviene que nos acerquemos a un conjunto de películas norte-
americanas muchos más cercanas en el tiempo que podríamos calificar de li-
berales y que tratan expresamente la cuestión.
Una las películas que ha de aparecer necesariamente en este capítulo es
Lenny (Bob Fosse, 1974), biopic en blanco y negro de Lenny Bruce (Dustin
Hoffman), irreverente humorista norteamericano que fue perseguido preci-
samente por la irreverencia de sus shows. Película de éxito entonces, sigue
valiendo hoy día como ejemplo del cine liberal estadounidense comprome-
tido con la defensa de los derechos humanos. Nos interesa especialmente,
además, porque plantea alguna de las cuestiones claves del derecho a la li-
bertad de expresión. En concreto, Lenny va a ser detenido varias veces por
sus comentarios obscenos. Éste fue el comentario que, en una ocasión, pro-
pició la detención:
¿Habéis leído lo de las dos maestras que fueron detenidas por lesbianas? Va-
mos a ver. Éste es el editorial de un periódico, y leo textualmente… La última
frase: “Debemos asegurarnos de que estas perversiones sexuales no vuelvan a
ser permitidas en el interior de nuestras aulas”. No es justo; sobre todo porque
fueron detenidas por lo que hacían a siete kilómetros del cole. Sin embargo en
el juicio se dijo que eran buenas maestras. ¿Y sabéis cuánto tiempo lleva pre-
parar una buena maestra? Diré algo más. Ni un solo niño o niña dijo al llegar
a su casa: “Hoy en el cole hemos tenido clase de geografía y diez minutos de
mamadas”.
14
MILL, Sobre la libertad, cit, p. 87.
permite que haya publicaciones de ese tipo. Toda la argumentación, por tan-
to, gira en torno al principio de separación del Derecho y la moral: cualquier
comportamiento o expresión inmoral, por el simple hecho de serlo, no ha de
ser constitutivo de delito. De nada valdrán esos argumentos porque Larry
será condenado a ¡veinticinco años de reclusión! Tras una campaña de la
Asociación por la Libertad de Prensa, sin embargo, el tribunal de apelación
le absolverá de los cargos imputados.
El segundo proceso se abre a consecuencia de la información sobre la
corrupción política y los manejos del FBI que una empresa de comunica-
ción ha propagado, información que le ha vendido Larry Flynt. A las pre-
guntas del juez por la fuente de información, Larry se niega a declarar,
amparándose otra vez en la Primera Enmienda: ni el juez ni nadie tiene
derecho a preguntarme por la fuente de la información, arguye. Esta vez
será condenado a quince meses de internamiento en un hospital psiquiá-
trico, debido al comportamiento irrespetuoso y absurdo que muestra ante
el tribunal.
El tercer proceso, quizás el de mayor interés, se abre a consecuencia de
la denuncia de un reverendo, por difamación y provocación intencional de
daños emocionales, que ha sido acusado en Hustler de comportamiento de-
pravado (de haber cometido incesto en el pasado). Larry seguirá compor-
tándose de forma grosera ante el tribunal, al que le grita: “¡La libertad de ex-
presión es absoluta!”. De nuevo, en primera instancia será condenado. Pero
el caso llega al Tribunal Supremo, que realiza un ejercicio de ponderación
de la libertad de expresión y otros derechos con los que aquélla puede coli-
sionar. La absolución se fundamentará en el principio de minimización de
las restricciones a la liberta de expresión, en el mismo sentido en que lo hace
en España el Tribunal Constitucional:
En el ánimo de la Primera Enmienda está el reconocimiento de la importancia
fundamental del libre flujo de ideas. La libertad de expresar la propia opinión
no es sólo un aspecto de la libertad individual sino que es esencial para la bús-
queda de la verdad y la vitalidad de la sociedad. En el mundo del debate sobre
los asuntos públicos muchas cosas se hacen por motivos menos admirables y
sin embargo están protegidas por la Primera Enmienda
La película, por tanto, plantea varios asuntos relacionados con la libertad
de expresión, si bien todos giran en torno a los límites de ésta. El caso de la
pornografía resulta de especial interés cuando, hace pocos años, parte del
movimiento feminista dirigió una agresiva campaña contra ella, en el enten-
dimiento de que no podía cobijarse tras la bandera de la libertad de expresión
instrumento de protección de ésta, pues podía hacer lo que de otra forma se-
ría poco menos que imposible, alumbrar las zonas oscuras del sistema. En
este punto no puede dejar de recordarse una obra clásica de la cinematogra-
fía política norteamericana; me refiero a All the King´s Men (véase de donde
se tomó el título original de Todos los hombres del presidente), titulada en Espa-
ña El político (Robert Rossen, 1949), que narra el ascenso y la caída de un po-
lítico que comienza defendiendo los principios más sublimes y acaba practi-
cando los más abyectos, entregado a la corrupción. Para hacer política en un
Estado democrático, parece que viene a decirnos el filme de Rossen, resultan
necesarios los periodistas, que en gran medida son los que aúpan a los can-
didatos al poder. Una vez instalados en éste, continúa, los periodistas si-
guen siendo necesarios porque son quienes pueden mostrar al pueblo lo que
de otra forma quedaría oculto, y la política hay que hacerla a la luz pública.
Al poco tiempo de haber alcanzado el protagonista el cargo de gobernador,
uno de los personajes de la narración se preguntará que por qué lo primero
que hizo fue controlar la prensa y la radio. “¿Por qué teme tanto la crítica?”,
se preguntará. En efecto, en un sistema democrático la crítica (y la libertad
de expresión, por tanto) resulta fundamental, hasta el punto de que sin ella
el sistema deja de ser democrático.
Esta función de la libertad de expresión resulta fundamental y fundan-
te: la mejor forma de protección de la democracia y los derechos humanos,
que se encuentran indisolublemente unidos, son unos medios de comunica-
ción vigilantes, que informen de cualquier violación que se produzca tanto
del procedimiento democráticos como de los derechos humanos. Esto se ob-
serva claramente en algunas películas que tratan del crimen de genocidio.
Que ahora recuerde, tanto en Hotel Rwanda (Terry George, 2004) como en
Shooting Dogs, Disparando a perros (Michael Caton-Jones, 2005), películas am-
bas que versan sobre el genocidio que radicales de la etnia hutu perpetraron
sobre la tutsi, resulta claro y así lo expresan los protagonistas de ambas que
sólo la actuación de unos medios de comunicación que presenten al mundo
lo que está ocurriendo es capaz de detener la barbarie, porque puede ser fá-
cil matar sin que nadie lo sepa, pero más difícil resulta hacerlo con la luz y
los taquígrafos de los medios. No hace falta decir que ninguno de los mu-
chos genocidios que se perpetraron en el siglo XX se cometió ante las cáma-
ras. Los medios de comunicación y la libertad de expresión, así, se convier-
ten en una garantía imprescindible para la defensa de la democracia y los
derechos humanos.
Precisamente por eso, en este capítulo hay que hacer referencia a la cir-
cunstancia vivida en los países del llamado socialismo real, en los que la li-
bertad de expresión, una libertad liberal, se encontró (y aún se encuentra en
los Estados que se siguen llamando socialistas: China, Corea del Norte, Cu-
ba) duramente reprimida. No es difícil de entender: si la sociedad es básica-
mente guerra, lucha de clases, entonces legítimamente se puede censurar la
expresión del pensamiento del enemigo. A título de ejemplo baste citar al-
gunas películas representativas que denunciaron esa situación: L´Aveu, La
confesión (Constantin Costa-Gavras, 1970), Otac na sluzbenom putu, Papá está
en viaje de negocios (Emir Kusturika, 1985) y Das Leben der Anderen, La vida de
los otros (Florian Henckel-Donnersmarck, 2006). La confesión no trata expre-
samente sobre la libertad de expresión pero no hay que olvidar que al prota-
gonista se le acusa, se le somete a unas brutales sesiones de interrogatorio y,
por fin, se le condena por traidor, troskista, titista, sionista, nacionalista,
burgués y enemigo del pueblo, calificativos que hacen referencia en muchos
casos a ideas y a la expresión de esas ideas. En cuanto a la lírica película del
aclamado Kusturika, Palma de Oro en el festival de Cannes de 1985, Otac na
sluzbenom putu, Papá está en viaje de negocios (1985), narra el castigo (trabajos
forzados, destierro, resocialización) a que se somete al protagonista, que pa-
rece que no vio con buenos ojos un dibujo que se publicó en el periódico y
que describía bien el momento por el que pasaba el socialismo yugoslavo en
1950: Marx sentado en su despacho y, tras él, un retrato de Stalin. Cuando
haya pasado todo el calvario le preguntará al hermano de su mujer, que fue
precisamente quien le denunció: “Dime cuñado: ¿me empaquetaste por lo
que dije o por lo que pensaba?”. Por fin, la deliciosa cinta que entre otros
premios ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera en 2006, La vida de los
otros, no sólo es una condena sin paliativos del régimen de la llamada Repú-
blica Democrática Alemana sino también un canto a la libertad de pensa-
miento, de expresión y de creación artística. La película se abre con un inte-
rrogatorio que el protagonista, Gerd Wiesler (magistralmente interpretado
por Ulrich Mühe), miembro de la Stasi, la policía secreta del régimen, realiza
a un detenido. Cuando éste le asegura que no ha hecho nada ni sabe nada, la
respuesta del que le interroga muestra la perversidad del sistema político al
que sirve. Le dice que entonces cree que se le detiene sin motivos, y luego
realiza una deducción: “Sólo por tener esa opinión de nuestro sistema, su
arresto estaría justificado”. La bella película trata de un caso de espionaje
que, en 1984, en Berlín este, se lleva a cabo sobre un dramaturgo, lo que vale
para que se muestren las muchas formas que hay de conculcar este derecho.
El ambiente general queda bien caracterizado por la existencia de listas ne-
gras, listas que, aunque las autoridades nieguen que las hay, todos saben
que funcionan y que quien figura en ellas no podrá trabajar (de escritor, de
director, de actor). El ambiente general queda perfectamente reflejado en la
escena en la que un funcionario comienza a contar un chiste sobre Honec-
ker, el presidente de la República, chiste que interrumpe cuando se da cuen-
ta de que se encuentra ante dos policías de la Stasi. Acabará contándolo, sin
embargo, y expresando un miedo atroz en su rostro cuando uno de los poli-
cías le pida su nombre, rango y departamento. De nuevo se enseña el per-
verso funcionamiento de un sistema que ahora permite que el policía se
eche a reír y le diga que sólo se trata de otro chiste más. Realmente toda la
trama gira en torno a la necesidad de los artistas de estar a bien con las auto-
ridades políticas para que éstas permitan la creación artística e intelectual,
que inevitablemente requiere unos anchos márgenes de libertad. Escribir un
artículo sobre el suicidio en la Alemania democrática, como ocurre en la pe-
lícula, puede ser suicida para la carrera de quien lo haga. ¿Por qué los Esta-
dos que se integraban en el bloque socialista reprimieron la libertad de ex-
presión? Porque les caracterizó el desprecio y el “rechazo en bloque de
todos los principios teóricos y de todas las conquistas políticas y jurídicas de
la tradición liberal”20.
Parece que lo que narran esas películas no está muy lejos de lo que
cuentan las más famosas distopías, que tuvieron un origen literario y luego
dieron el salto a la gran pantalla. Pienso en Fahrenheit 451, la novela de Ray
Bradbury llevada al cine por Francois Truffaut (1966), o en 1984, de George
de Orwell, llevada al cine en dos ocasiones: por Michael Anderson (1956) y
por Michael Radford (precisamente en 1984). Este género distópico en el que
se dan la mano la literatura y el cine merecería un detenido análisis ideológi-
co que ahora no se puede hacer, aunque debamos fijarnos, aun mínimamen-
te, en las dos obras citadas. En cuanto a Fahrenheit 451, “la temperatura a la
que el papel de los libros comienza a arder”, interesa enormemente, ya no
por la magnífica presentación que hace del positivismo ideológico, esa teo-
ría que dice que la ley es la ley y que hay que cumplirla diga lo que diga, ni
porque el régimen político establecido sea totalitario y tenga absolutamente
20
L. FERRAJOLI, Derecho y razón. Teorías del garantismo penal, trad. de Perfecto Andrés
Ibáñez, Alfonso Ruiz Miguel, Juan Carlos Bayón, Juan Terradillos y Rocío Canterero, Trotta,
Madrid, 2001, p. 891.
21
J.S. MILL, Sobre la libertad, cit., pp. 127-128
gado de la otra parte, a la gente la fe le resulta útil para vivir y por eso hay
que respetarla. Quienes no lo hacen, la “enseñanza atea”, los “científicos ag-
nósticos”, deben ser castigados. Pero si al final es la Biblia el argumento últi-
mo, se plantea un problema de comprensión, un problema típicamente jurí-
dico, por lo demás. Cuando la Biblia permite varias lecturas, ¿por qué
interpretación ha de optarse? El originalismo de los tradicionalistas es radi-
cal: ¡la Biblia ha de interpretarse literalmente! La palabra de Dios no puede
comprenderse de otra forma que literalmente, pues hay que suponer que di-
jo estrictamente lo que quería decir. Curiosamente, el fiscal no defiende los
postulados del iusnaturalismo sino del positivismo, aunque su positivismo
sea teónomo: las leyes naturales han sido legisladas por Dios y sólo Él pue-
de cambiarlas. Por eso, la razón no puede enfrentarse a la verdad revelada,
por eso “el camino de la ciencia es el camino de las tinieblas”.
Frente a la posición tradicionalista, conservadora, hay que pararse en la
otra, la del liberal abogado defensor, que aparece a los ojos del pueblo con
imagen de racionalista, descreído y escéptico. La argumentación que irá hi-
lando a lo largo del proceso, sin embargo, será problemática, incluso contra-
dictoria. Por una parte, al inicio afirma que está allí para defender el “dere-
cho a ser diferente”; más tarde se convertirá en “el derecho al libre
pensamiento” y, por fin, asegurará que lo que defiende es la verdad pues las
tesis de Darwin “no son un crimen” –dice– sino la verdad. Por otra parte, el
defensor se queja de que el fiscal y los que piensan como él quieran “organi-
zar la vida de los demás”, con lo que deja claros sus postulados liberales. Pe-
ro no debiera ser eso lo que se discute. El problema que se plantea no es, co-
mo pretende la defensa, el de la contradicción entre la libertad de
pensamiento y la palabra de Dios, sino el de los límites de la libertad de cá-
tedra. ¿Puede un profesor explicar lo que quiera y justificar su explicación
en virtud de la libertad de pensamiento? En absoluto; precisamente, diría-
mos hoy día, la libertad de cátedra no puede amparar la validez del relato
de El Génesis como explicación del origen del hombre, sencillamente.
una prensa libre e independiente, podríamos decir, pero qué difícil es que
exista ésta.
“Así –en palabras de Shlomo Sand–, antes de que los medios de comunicación
de masas vivieran su época dorada en la televisión, Hollywood ya había sabido
presentar los aspectos negativos de los mismos y poner sobre aviso al especta-
dor acerca de sus peligros. Por vez primera, gracias a Juan Nadie y a Ciudada-
no Kane, los sistemas de difusión de la información, de cuya independencia
política se enorgullece todo liberal que se precie, fueron objeto de una dura crí-
tica que ponía de manifiesto el carácter altamente relativo de su autonomía. El
lugar cada vez más importante que ocupó la televisión a partir de los años cin-
cuenta dio un nuevo impulso a la producción de un cine que retomaba los
mensajes de Capra y de Orson Welles. Un rostro en la multitud, de Elia Ka-
zan, rodada en 1957, Medium Cool, dirigida por Heskel Weskler en 1969, y
Network. Un mundo implacable, filmada por Sidney Lumet en 1976, son las
películas más representativas de esta tendencia”22.
A mi juicio, como en otras muchas ocasiones, será el último director ci-
tado por Shlomo Sand, Sidney Lumet (recuérdese la extraordinaria Twelve
Angry Men, Doce hombres sin piedad, de 1957) quien consiga destacar con una
impactante película crítica contra la empresa periodística y, por tanto, con-
tra la libertad de expresión realmente implantada. Network. Un mundo impla-
cable (1976), que obtuvo cuatro Oscar aquel año, relata la historia de Howard
Beale, un locutor de televisión que, a lo largo de su vida profesional, pasó
tanto por momentos de éxito como por otros de fracaso y decepción, pero
ahora, tras anunciar en su programa que se va a suicidar ante las cámaras,
obtendrá unos índices de audiencia que lo convertirán en la estrella de su
cadena, la ficticia UBS. La triste sátira de la sociedad de la información que
es Network refleja el carácter empresarial de los medios, que buscan “progra-
ma fuertes” para aumentar sus beneficios económicos, hasta el punto, en el
caso que narra la película, de llegar a contratar a un grupo terrorista para
realizar una serie televisiva para la cadena. Por una parte, por tanto, la liber-
tad de información no sería más que el velo ideológico que oculta el ansia de
las grandes empresas televisivas, pero vale para las periodísticas en general,
por aumentar las ganancias a cambio de lo que sea. Por otra, una televisión
así genera ciudadanos acríticos, fácilmente manejables, con lo que resulta
que la pretendida libertad de expresión consigue justo lo contrario de lo que
22
S. SAND, El siglo XX en pantalla. Cien años a través del cine, trad. de Ferrán Esteve, Críti-
ca, Barcelona, 2005, p. 48.
24
N. CHOMSKY e I. RAMONET, Cómo nos venden la moto, Icaria, Barcelona, 2007, pp. 9,
14, 18, 29 y 31.
25
“El derecho a informar y sus enemigos”, en VV. AA., Problemas contemporáneos de la li-
bertad de expresión, ed. de M. Carbonell, Porrúa, México, 2004, p. 105.
26
M. SAAVEDRA, La libertad de expresión en el Estado de Derecho. Entre la utopía y la reali-
dad, Ariel, Barcelona, 1987, pp. 77-92.
27
K. MARX y F. ENGELS, El Manifiesto Comunista, ed. de Alberto Sanjuán, Alhambra,
Madrid, 1985, p. 80.
28
F. J. ANSUÁTEGUI ROIG, Orígenes doctrinales de la libertad de expresión, Universidad
Carlos III de Madrid y Boletín Oficial del Estado, Madrid, 1994, p. 451.
BENJAMÍN RIVAYA
Departamento de Ciencias Jurídicas Básicas
Universidad de Oviedo
Campus de El Cristo s/n
33006 Oviedo
e-mail:rivaya@uniovi.es
Abstract: Having generalized for some years, both in Legal theory and in Political
philosophy, the term ‘guarantism’, the aim of the author is to contribute to
individualize its linguistic uses consolidated so much in its penal meaning, the
most reputable one, as in its meaning more general of guarantism of the
Rights, from the exam of the writings of Luigi Ferrajoli and of Norberto
Bobbio, scholars to whom are attributed them the paternity, respectively, of an
and another guarantism meaning. A more ambitious objective, besides, is to
identify –with the intention to present the garantismo as a general idea of Law
and of the Politics– the links between both notions of the garantismo and what
has been given in calling neoconstitutionalism, i. e. the theoretical movement –
but also its consolidation in the constitutional specific praxis– that from the
Second postwar period has modified radically the structures of the State
through rigid constitutionalism and control of constitutionality. The author’s
purpose, clearly normative, is to provide reasons in favour of the idea that the
theoretical connection between guarantism and neoconstitutionalism has
fundamental importance for a better guarantee of the rights as for the
consolidation of the constitutional Rule of Law.
1. PREMISA GENERAL
aun en el contractualismo del siglo XVII como teoría del nacimiento del Es-
tado moderno. El contractualismo hobbesiano que encuentra su expresión
más acabada en el Leviatán y en el De cive, si se le considera fuera de los es-
quemas más comunes, es decir como una teoría del absolutismo político, en
efecto posee algunos elementos, por ejemplo su raíz iusnaturalista6, que evi-
dencian cómo a pesar de todo la construcción artificial que es el Estado, a la
cual acceden los hombres mediante el contrato social, por ello mismo obede-
ce a intereses que no se dejan del todo en manos del Estado sino que perma-
necen en la esfera de las personas. El derecho a la vida, dice Hobbes, denota
una instancia del interés de las personas, las cuales están autorizadas, por
las condiciones del contrato social, a rebelarse contra el Estado cuando éste
no se los garantice7. Primero en Hobbes, quien abandona toda forma de jus-
tificación teológica del Estado, al contrario de Jean Bodin, pero también des-
pués en Locke y en toda la tradición contractualista, se coloca entonces en el
centro de la esfera de la política una situación de ventaja de las personas que
no es posible conculcar, so pena de venir a menos las condiciones que per-
miten la existencia del mismo Estado.
El largo recorrido que tiene inicio con la perspectiva que no ve más al
hombre como un animal social por naturaleza, según la idea que se suele atri-
buir a Aristóteles, sino como un individuo que vive en sociedad porque consi-
dera que tal estructura le garantiza de mejor manera su propia existencia, lle-
ga a una suerte de conclusión ideal cuando el Estado, como institución
política, asume la forma de, y se consolida como, un Estado de Derecho, por
allá en la segunda mitad del siglo XIX. Es entonces, sin lugar a dudas, cuando
la larga serie de reivindicaciones de los individuos, comenzando por el dere-
cho a la vida, encuentra su expresión político-jurídica e institucional más aca-
bada, en la cual el imperio de la ley, y por consiguiente del poder legislativo,
encarnan la idea máxima de evolución jurídica, capaz de garantizar los dere-
chos de las personas y, por consiguiente, también la paz social con todos sus
efectos benéficos sobre el cuerpo social. El derecho a la vida en todas sus ex-
presiones, así como el derecho a la propiedad, a la libertad religiosa, a la re-
presentación política, constituyen formas jurídicas de protección de una esfe-
6
Cfr. T. HOBBES, Leviathan, or the matter, form and power of the commonwealth laws of En-
gland (1651). trad. it. Leviatano, (a cargo de T. Magri), Riuniti, Roma,1976, p.181.
7
Cfr. Leviatano, cit., pp. 154, 209-20. Y también Elementha Philosophica De Cive (1642).
Uso la trad. it. a cargo de T. Magri, De Cive, Riuniti, 2a. ed., Roma, 1981, pp. 131-132, 154, 209-
210.
ra de las personas que a partir del nacimiento del Estado moderno pueden
verse como el resultado de un lento pero constante proceso mediante el cual
el naciente individualismo pone frenos al inicial absolutismo estatal.
Sin embargo, como es sabido, si por un lado el Estado legislativo (o libe-
ral) de Derecho –de esto estamos hablando– constituye históricamente un
punto de llegada fundamental en la reivindicación de derechos por parte de
los individuos, por otra parte, paradójicamente, el momento de su consoli-
dación coincide con la conjunción de los elementos que le decretarán su caí-
da. Y su caída se comienza a preparar precisamente cuando asistimos a un
ulterior cambio de paradigma en lo que respecta a la idea de individuo co-
mo actor en la esfera política. La idea de individuo en el Estado legislativo
de Derecho es la representación sustancial de un equilibrio perfecto entre
los principales actores políticos en la sociedad de fines del siglo XIX, o sea la
de un individuo que tanto si es el representante de la voluntad popular
cuanto si es el representado (quien elige el primero) tiene exactamente los
mismos intereses. En el Estado legislativo de Derecho, cuyas expresiones ju-
rídico-institucionales son las Constituciones flexibles de ese período, repre-
sentantes y representados constituyen, en efecto, una voluntad común, en
cuanto –es evidente– los derechos políticos están reservados a un cierto tipo
de individuo: hombre, alfabetizado, con una renta suficiente para colaborar
con el funcionamiento estatal. De suerte tal, dadas estas condiciones, que, a
fortiori, el representante, quien debe tomar las decisiones jurídicas vinculan-
tes para toda la colectividad social, no puede decidir contra sus propios inte-
reses, pues éstos coinciden exactamente con los intereses de quienes lo han
elegido y con sus propios intereses y con sus propios intereses.
Es por eso8 que el período histórico caracterizado por esta sustancial coin-
cidencia, la cual por otra parte determina que la posibilidad de ejercitar algu-
na forma de control sobre la actividad del legislador no fuera ni siquiera ima-
ginada, genera, en el terreno jurídico-político, la consolidación de una
importante fase de la vida humana y de la formación de los derechos, y, en el
terreno histórico-cultural, después de las guerras europeas de los primeros
años de la segunda mitad del siglo XIX, una fase de relativa estabilidad, de
tranquilidad, de paz. Tranquilidad y paz que sin embargo, en el mismo tiem-
po en que se consolidan, por las mismas razones están destinadas a terminar,
8
Naturalmente junto con otras causas, como la revolución industrial, la fe en el progre-
so, etc.
9
Luigi Ferrajoli da buena cuenta de esta fase de la historia humana, en lo que hace a las
reinvindicaciones que luego se convierten en derechos reconocidos jurídicamente, en “El
principio de igualdad y la diferencia de género” en J.A. CRUZ PARCERO; R. VÁZQUEZ
(eds.), Debates constitucionales sobre derechos humanos de las mujeres, Suprema Corte de Justicia-
Fontamara, México, 2010 (trad. del italiano de A. Rentería Díaz).
10
Cfr. F. FUKUYAMA, “The End of History”, en The National Interest, 1989, republicado,
ampliado, en 1992 como The End of History and the Last Man, Free Press, New York, 1992.
3. LA IDEA DE GARANTISMO
15
Cfr. Derecho y razón, cit., p. 21.
16
Ibid, p. 10.
17
Ibid, p. 23.
18
Ibid, p. 851.
19
Ibid, pp. 851 y ss.
20
Ibid, p. 894
28
Cfr. P. ANDRÉS IBAÑEZ, “Garantismo: una teoría crítica de la jurisdicción”, cit. So-
bre ésto véase también L. FERRAJOLI, Principia iuris, Principia iuris. Vol I. Teoria del diritto, cit.,
p. 214, nota 8.
29
Cfr. N. BOBBIO, L’età dei diritti, Einaudi, Turín, 1990, p. 16 (hay trad. cast. de R. De
Asis Roig, El tiempo de los derechos, Sistema, Madrid, 1991). Naturalmente, hay una infinidad
de posiciones críticas acerca de esta afirmación de Bobbio. Paradigmática, porque resume
buena parte de las razones que se utilizan para afirmar que es insostenible, es la opinión de
Atienza, para quien no habría que tomar del todo en serio el dictum bobbiano pues «el proble-
ma de la fundamentación de los derechos humanos parece un problema inesquivable, entre
otras cosas porque influye en la cuestión del concepto y también en el de la protección de los
derechos». Cfr. M. ATIENZA, “Sobre Ferrajoli y la superación del positivismo jurídico”, en L.
FERRAJOLI– J.J. MORESO – M. ATIENZA, La teoría del derecho en el paradigma constitucional,
Fundación Coloquio Jurídico Europeo, Madrid, 2008, pp. 133-165, pp. 159-60.
30
Cfr. L. FERRAJOLI, Principia iuris. Vol I. Teoria del diritto, cit., p. 214, nota 8. Ferrajoli se
refiere a lo que ha expresado en Derecho y razón, cit., Cap. 13, pp. 851 y ss. Al respecto véase
también la reconstrucción de M. GASCÓN ABELLÁN, “La teoría general del garantismo:
rasgos principales”, en M. CARBONELL – P. SALAZAR (eds.), Garantismo. Estudios sobre el
pensamiento jurídico de Luigi Ferrajoli, cit., pp. 21-39. Ferrajoli parafrasea aquí a Luhmann,
quien usa el vocablo ‘autopoiesis’ para designar el carácter autorreferencial de los sistemas
políticos, estableciendo una distinción entre las filosofías políticas que fundan los sistemas
políticos en si mismos, como bienes y/o valores intrínsecos, a las que llama doctrinas auto-po-
yéticas, y las que los fundan, por el contrario, en la consideración del Estado ya no como un
fin sino como un medio que se legitima solamente si tutela y garantiza los derechos funda-
mentales de los individuos (Cfr. L. FERRAJOLI, Derecho y razón, cit., pp. 880-881). De N. Luh-
mann véase al menos Soziale Systeme. Grundriß einer allgemeinen Theorie (1984), trad. cast. Siste-
mas sociales. Lineamientos para una teoria general, Anthropos, Barcelona, 1998. Id., Essays on Self-
Reference, Columbia University Press, New York, 1990. ‘Autopoyesis’ es un neologismo crea-
do por los neurobiólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco J. Varela en los años 70as.
Cfr. Autopoiesis and cognition; the organization of the living. Boston: Reidel, 1980. Tal obra, escrita
en inglés, fué publicada primero en español (De máquinas y seres vivos. Una teoría sobre la orga-
30
nización biológica, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1973). véase además El árbol del
conocimiento, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1984. Prefiero la expresión ‘hetero-
poiética’ a la que usa el traductor español en Derecho y razón, pues considero que de ese modo
conserva mejor sus lazos con el contexto donde se genera la palabra de la que deriva.
31
Cfr. Derecho y razón, cit., p. 891.
32
Ibid, p. 854.
33
Cfr. “Derechos fundamentales” (1998), en L. FERRAJOLI (edición y traducción de A.
De Cabo y G. Pisarello, Los fundamentos de los derechos fundamentales, Trotta, Madrid, 2001, pp.
19-56.
34
Como hace notar Ferrajoli, estas corrientes de pensamiento, que no son necesariamen-
te heterogéneas entre sí, terminan por no ser completamente liberales: un ejemplo es el iuspo-
sitivismo como concepción del derecho, que si por un lado es funcional para fundar el princi-
pio de estricta legalidad, «por el otro también permite modelos penales absolutistas
caracterizados por la ausencia de límites al poder normativo del soberano, al igual que es en
todo caso por completo neutral respecto de todas las demás garantías penales y procesales».
Cfr. L. FERRAJOLI, Derecho y razón, cit., Cap. I, p. 33. Un ejemplo más claro aun de los resul-
tados contrapuestos lo ofrecen las corrientes de pensamiento contractualistas «que han servi-
do de base por igual a la teoría hobbesiana del estado absoluto, a la lockeana de los derechos
naturales y del estado de derecho, a la fichteana del estado pedagogo y a la rousseauniana de
la democracia directa». Ibid, pp. 33-34.
35
Cit., pp. 23-25 y Segunda Parte, Cap. IV.
36
Cit., Cap. 10.
37
Cfr. L. FERAJOLIi, Principia iuris. Vol I. Teoria del diritto, cit., 668.
40
Op. cit., pp. 25-26.
41
Op. cit., p. 26.
42
Op. cit.
43
Derecho penal italiano sobre todo pero, y esto explica la gran difusión de Derecho y ra-
zón, que podemos encontrar en muchos de nuestros sistemas penales. Además, denotan, más
que una divergencia entre el deber ser y el ser jurídicos, una deriva iliberal.
44
Véanse por ejemplo pp. 27-28 de Derecho y razón.
45
En Jueces para la democracia, 1992, 2/3, pp. 61-69, trad. del it. de P. Andrés Ibáñez (pu-
blicado también en A. RENTERÍA DÍAZ, (ed), Filosofía analítica y filosofía del derecho en Italia,
Editorial Cajica, Puebla (Méx.), 2005, pp. 83-102. 1993. El original es Il Diritto come sistema di
garanzie, Ragion Pratica, 1 pp. 143-162.
46
Cit. Publicado originalmente en Teoria politica, 1998, 2, pp. 3-33.
47
Cfr. L. FERRAJOLI, “Filosofia analitica del diritto e dimensione pragmatica della
scienza giuridica”, en L. GIANFORMAGGIO - M. JORI (a cargo de), Scritti per Uberto Scarpe-
lli, Giuffrè, Milán, 1997, pp. 354-372.
48
A este aspecto de Principia iuris he dedicado algunas observaciones en “Normativismo e
giusrealismo nella teoria del diritto di Luigi Ferrajoli” en P. DI LUCIA (a cura di) Assiomatica
del normativo. Filosofia critica del diritto en Luigi Ferrajoli, LED, Milan, 2011, pp. 199-222.
5. EL NEOCONSTITUCIONALISMO
veritas non autoritas facit legem (es la verdad la que hace la ley)50. Para otros
estudiosos, en realidad no se trata de ningún nuevo paradigma pues, se sos-
tiene, las dos características de alguna manera estaban ya plasmadas en
Constituciones anteriores a ese período51. Ejemplos evidentes de estas Cons-
tituciones los podemos encontrar en la Constitución austríaca de 1920 en cu-
ya construcción fue determinante la influencia de Hans Kelsen precisamente
en la parte en la que instituye un Tribunal Constitucional52, pero también en
la Constitución republicana española de 1931, la cual preveía un Tribunal de
Garantías Constitucionales competente para conocer acerca de la inconstitu-
cionalidad de las leyes, los recursos de amparo y los conflictos de competen-
cia legislativa53. Otro precedente del control jurisdiccional de la ley, si bien
diferente en cuanto a sus modalidades prácticas de funcionamiento, es la
Constitución estadounidense, la cual a partir de la sentencia Marbury vs. Ma-
dison (1803) atribuye a la Corte Suprema tal función.
Constituya o no la Segunda guerra mundial un parteaguas, un cambio de
paradigma entre las Constituciones anteriores y las Constituciones del
neoconstitucionalismo, lo importante es sin duda, más allá de una disputa un
tanto estéril y tal vez carente de sentido, que nuestras Constituciones son rígi-
50
Por ejemplo L. FERRAJOLI, Derechos fundamentales (original en italiano Diritti fondamen-
tali, en Teoria politica, 1998, 2), en L. FERRAJOLI, Los fundamentos de los derechos fundamentales,
cit. (es la versión castellana, con ligeras diferencias del volumen editado por E. VITALE Diritti
fondamentali. Un dibattito teorico, Laterza, Roma-Bari, 2001). El principio auctoritas non veritas facit
legem se afirma con el nacimiento del Estado moderno, cuando, en pocas palabras, una inci-
piente forma de monismo iuspositivista comienza a “triunfar” sobre el dualismo iusnaturalista,
que llama en causa un momento histórico en el que la ley positiva es tal sólo si coincide con la
ley natural (o sea el principio veritas non auctoritas facti legem). Se comprende así, con esta preci-
sión, el hecho de que algunos autores (cfr. p. ej. M ATIENZA, nota 29, supra) considera que ha
llegado el momento de tocar las campanas a muerte en relación al iuspositivismo.
51
Cfr. J. J. MORESO, “Sobre «la teoría del derecho en el sistema de los saberes jurídicos»
de Luigi Ferrajoli”, en L. FERRAJOLI – J.J. MORESO – M. ATIENZA, La teoría del derecho en el
paradigma constitucional, cit., pp. 117-132. Además, con otros argumentos, más bien relativos
al uso del término ‘paradigma’, cfr. M. JORI, “Ferrajoli sui diritti”, en Teoria politica, 1999, 1
(ahora en L. FERRAJOLI, Diritti fondamental. Un dibattito teorico, cit. Trad cast. en L. Ferrajoli,
Los fundamentos de los derechos fundamentales, cit., pp. 105-137).
52
La literatura sobre este aspecto de la vida intelectual de Kelsen es muy amplia. Me li-
mito a recordar: R. A. MÉTALL, Hans Kelsen vida y obra, Instituto de Investigaciones Jurídicas
(UNAM), México, 1976. Tít. orig. Hans Kelsen, Leben und Werk, Franz Deuticke, Viena, 1969.
53
Véanse las consideraciones de N. ALCALÁ ZAMORA, Los defectos de la Constitución de
1931 y tres años de experiencia constitucional, Civitas, Madrid, 1981.
ivi, pp. 159-186. Del mismo tenor “La ciencia jurídica ante el neoconstitucionalismo” de S. SAS-
56
TRE ARIZA (ivi, pp. 239-258. R. Guastini, por otra parte, es muy crítico del neoconstitucionalis-
mo, que considera como una tendencia que «impregna» el ordenamiento jurídico con normas
constitucionales: cfr. “La «constitucionalización» del ordenamiento jurídico”, ivi, pp. 49-73). So-
bre la idea de neoconstitucionalismo véase también S. POZZOLO, Neoconstitucionalismo e positi-
vismo giuridico, Giappichelli, Turín, 2001. M. CARBONELL; L. GARCÍA JARAMILLO (eds.), El
Canon neoconstitucional, Instituto de Investigaciones jurídicas (UNAM), Trotta, Madrid, 2010.
57
Coincido en este sentido con L. FERRAJOLI, “Norberto Bobbio, teórico del derecho y
de la democracia”, Conferencia magistral en el Seminario Democracia, paz y derechos: ejes de un
pensamiento ilustrado. En el centenario del nacimiento de Norberto Bobbio, Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas-UNAM, México, 2-4 Febrero 2010.
62
Aquí son fundamentales las observaciones que desarrolla Kelsen acerca del dualismo,
para él ideológico, entre Derecho privado y Derecho público, que termina en práctica por ha-
cer de este último una esfera de poder que produce normas vinculantes para toda la colectivi-
dad pero que no está sujeto a ninguna forma de control. Cfr. H. KELSEN, Reine Rechtslehre
(2ª. Ed., Verlag Franz Deuticke, Viena, 1960). Uso la edición italiana de M. G. LOSANO, La
dottrina pura del diritto, Einaudi, Turín, 1966, pp. 313-316.
63
L. FERRAJOLI, “Norberto Bobbio, teórico del derecho y de la democracia”, cit.
64
Lo que no nos debe sorprender, pues el mismo Bobbio es consciente de que durante
su vida intelectual ha abierto muchos senderos, seguido muchos caminos, pero no ha llegado
al término de ninguno de ellos casi nunca. Palabras pronunciadas en un programa de la radio
italiana en 1972, publicadas en el volumen AA. VV., La filosofia dal ’45 ad oggi, a cargo de V.
Verra, Edizioni RAI-Radio Televisione Italiana, Turín, 1976, p. 475. Cfr. al respecto A. RUIZ
MIGUEL, “Estudio preliminar. Bobbio y el positivismo jurídico italiano”, en N. BOBBIO,
Contribución a la teoría del derecho (1980), ahora en Editorial Cajica, Puebla (Méx), 2006.
65
Expresamente prohibida, como sabemos, en muchos ordenamientos, precisamente
con la finalidad de garantizar el principio de taxatividad.
estamos examinando, no son menos fundamentales que los derechos a los que
se suele llamar precisamente derechos fundamentales; todos, ésta es mi tesis,
son derechos fundamentales, pues todos por lo general se refieren a la esfera
de la autonomía y de la libertad de los individuos. Pero, quizá, lo que distin-
gue unos y otros es la relativa novedad de la inclusión de los últimos en un ca-
tálogo de los derechos, y una prueba fehaciente de ello es tal vez, por ejemplo,
que el sufragio universal, primero masculino y después femenino, constituye
una conquista reciente en la historia de la cultura: el producto de una reivindi-
cación que inicia, por lo que hace al Occidente, en la segunda mitad del siglo
XIX y se concluye después de la segunda guerra mundial.
En las Constituciones del neoconstitucionalismo, luego, el garantismo
asume una valencia muy amplia, tan amplia y tan exigente en el plano polí-
tico-jurídico, que encuentra innumerables adversarios66. Y no podía ser de
otra manera, en efecto, en cuanto uno de sus corolarios, quizá el más impor-
tante, tiene repercusiones sobre uno de los conceptos centrales tanto de la fi-
losofía jurídica como de la filosofía política: el concepto de democracia.
El concepto tradicional de democracia, el más acreditado en la cultura
político-jurídica general, es aquel que concibe ésta como un método para to-
mar decisiones públicas vinculantes para la colectividad mediante el princi-
pio de mayoría67. Pues bien, de acuerdo con tal idea lo que hace de una deci-
sión pública una norma jurídica válida, con la cual se pretende imponer una
normatividad a la colectividad, es simplemente el hecho de que haya sido
creada respetando requisitos de mera forma (el quién y el cómo): nada se dice
acerca del contenido de la norma (el qué). Esta idea formal (o mínima o pro-
cedimental) de democracia funciona perfectamente como concepto explica-
tivo del liberalismo decimonónico, en el cual la ley, la voluntad del legisla-
dor, es la fuente suprema de normatividad. Para entendernos, en la
sociedad en la que la Constitución flexible responde a las necesidades orga-
nizativas de las instituciones de un Estado monolítico, en el que coinciden
los intereses de quien –el legislador– es llamado a tomar decisiones públicas
vinculantes para todos con los intereses de quienes los eligen, resulta del to-
66
Una de ellas, en mi parecer quizá la más radical, es la de A. Pintore. Cfr. nota 72, infra.
67
Es la idea mínima, formal, de democracia que está presente en las reflexiones de Nor-
berto Bobbio (cfr. p. ej. su El futuro de la democracia), y que con pocas diferencias corresponde
a las concepciones de Hans Kelsen, Joseph Schumpeter, Giovanni Sartori y, tal vez, hasta de
Robert Dahl. Para una visión acerca de ello me permito reenviar a mi Costituzione e democra-
zia. Limiti e vincoli, Giuffrè, Milán, 2005.
71
Cfr. A. M. BICKEL, The Least Dangerous Branch. The Supreme Court at the Bar of Politics,
Bobbs-Merrill Educational Publishing, Indianapolis, 1962. J. H. ELY, Democracy and Distrust.
A Theory of Judicial Review, Harvard University Press, Cambridg (Mass.)-London, 1980. Pero
véase la opinión crítica al respecto de L. H. TRIBE, American Constitutional Law, The Founda-
tion Press, New York, 1988. También C. S. NINO, La constitución de la democracia deliberativa,
Gedisa, Barcelona, 2001. Un buen punto de equilibrio, en mi parecer, lo ofrece F. J. LAPOR-
TA, “El ámbito de la constitución”, Doxa, núm. 24, 2001, pp. 459-484.
72
Cfr. A. PINTORE, I diritti della democrazia, cit., Id., Democrazia e diritti. Sette studi analiti-
ci, ETS, Pisa, 2010.
73
Recuerdo aquí los estudios que ponen en evidencia lo que se ha dado en llamar in-
constitucionalidad por omisión. Cfr. C. BÁEZ SILVA, “Inconstitucionalidad por omisión”, en M.
CARBONELL (coord.), Diccionario de derecho constitucional, Porrúa-UNAM, México, 2005. L.
BULNES ALDUNATE, “La inconstitucionalidad por omisión”, en Estudios constitucionales.
Revista del Centro de Estudios Constitucionales, núm. 1, 2006, pp. 251-264.
indica no solo lo que no debe hacer sino lo que debe hacer. La segunda, que
se puede adscribir ya sea a una parte de la clase política ya sea a una nutrida
“tropa” de constitucionalistas, teóricos del derecho y politológos, pone en
evidencia, como ya se ha esbozado, todas aquellas dificultades que la idea
de democracia sustancial parece llevar consigo, por un lado la de imaginar
una Constitución impermeable a las transformaciones que nacen en el seno
de la sociedad, constituyéndose como una normatividad en la que las gene-
raciones sucesivas al poder constituyente no tienen nada más qué decir. Y,
por otro lado, juega con la idea, corolario de la anterior, de que toda genera-
ción tiene el derecho inalienable de darse las reglas de convivencia que de-
see, sin que para ello le sea de obstáculo lo que hayan decidido en tiempos
anteriores personas que, por lo general, han dejado de existir hace ya mucho
tiempo74.
Tomar partido en esta disyuntiva, de la que es claro el aspecto práctico
además del perfil teórico, no es tarea sencilla, habida cuenta de la relevancia
de lo que está en juego. Pero considero que a pesar de las dificultades para
tomar partido, la cosa más importante es, quizá, tomar plena conciencia del
problema teórico-conceptual que se presenta ante nuestros ojos. De ahí, des-
pués, cada quien puede tomar el sendero que mejor se acomode con su pro-
pia perspectiva, jurídica, política, ética, pero a sabiendas de lo que está en
juego, sin esconderse detrás del cómodo paraviento de la ignorancia o, peor,
de la conveniencia. Y lo que está en juego, obviamente, es el papel de los de-
rechos de las personas en el Estado constitucional de Derecho, así como su
gestión en la arena de la política: es decir, por una parte, su reconocimiento
y, por la otra, su garantía, primaria o secundaria. La cuestión es, pues, de
cuál es la instancia en quien dejar tal gestión. O en manos de las contingen-
tes mayorías políticas elegidas por los individuos titulares de los derechos,
si bien no siempre con métodos que garantizan una representación univer-
sal, y que, además, en determinadas situaciones pueden tener la tentación
74
Aquí la referencia obligada va al pensamiento de Rousseau (El contrato social. Publica-
do en francés en 1762: Du contrat social: ou principes du droit politique). Sobre la disyuntiva en-
tre una Constitución rígida, no susceptible de ninguna reforma, y una que por el contrario
pueda ser modificada en cualquier momento, cfr. S. HOLMES, Passions and Constraint: On the
Theory of Liberal Democracy, University of Chicago Press, Chicago, 1995, en modo particular
“Precommitment and the paradox of democracy” en la versión española “El precompromiso
y la paradoja de la democracia”, en J. ELSTER y R. SLAGSTAD (est. intr. de Alejandro Herre-
ra M.), Constitucionalismo y Democracia, FCE, México 1999 (el original es de 1988, Constitutio-
nalism and Democracy, Cambridge etc., Cambridge University Press).
75
Cfr. L. FERRAJOLI, Principia iuris, vol. I, cit., p. 35. Si bien, a decir verdad, se debe de-
cir que en un reciente trabajo, todavía inédito, Ferrajoli utiliza el término ‘constitucionalismo’
(costituzionalismo) para referirse a lo que habitualmente se designa en la literatura iusfilosófi-
ca, y que aquí mismo he utilizado, con el vocablo ‘neoconstitucionalismo’. Cfr. L. FERRAJO-
LI, “Costituzionalismo principialista e costituzionalismo garantista”, en Giurisprudenza Costi-
tuzionale, 2010, 3, pp. 2771-2770. Al respecto también L. PRIETO SANCHÍS, Constitucionalismo
y garantismo, Fontamara, México, 1997.
FRANCESCO BIONDO
Università di Palermo
Resumen: En este trabajo intentaré explicar por qué las virtudes cívicas constituyen una
condición necesaria para la estabilidad de las instituciones en un Estado libe-
ral. Sin embargo, este punto pone en entredicho algunas de las coordenadas de
la topografía moral de Rawls. Por esta razón, presentaré una interpretación de
las últimas obras de Rawls que pueda tener en cuenta el papel de las virtudes
cívicas en el fortalecimiento de las instituciones en una comunidad “político-
liberal”. Finalmente, expondré por qué una cierta versión del perfeccionismo
liberal es coherente con la doctrina rawlsiana y puede a la vez tomar en serio el
papel de las virtudes cívicas sin constituir una forma de paternalismo legal.
Abstract: In this paper I will try to show why civic virtues are a necessary condition for
the stability of liberal institutions. However, this point compromises some of
the coordinates of Rawls’ moral topography. Therefore I will present an
interpretation of the last Rawls’ production that can give a better
understanding of the role of civic virtues in strengthening the stability of
political institutions in a political liberal community. Finally I will show why
a certain form of liberal perfectionism is coherent with Rawls’ doctrine and can
take the role of civic virtues seriously without falling into unacceptable forms
of legal paternalism.
cluyen en la definición del concepto de sociedad justa6, sino sólo en sus con-
diciones de hecho que pueden ser necesarias para su estabilidad7. Se trata
entonces de instrumentos no de fines.
Siguiendo el magisterio de Rawls, se podría decir que la justicia no tiene
por objeto las virtudes de los ciudadanos, es decir sus méritos (TJ pp. 273-
277)8, sino las instituciones básicas, sus características y sus límites (TJ p. 6-8,
TF pp. 10-11)9. Las virtudes son la consecuencia del buen funcionamiento de
las instituciones en cuanto que, los ciudadanos tienen la capacidad de reco-
nocer que son tratados de forma equitativa por los poderes públicos y este
reconocimiento refuerza las relaciones cooperativas reciprocas entre los pro-
pios ciudadanos (TJ pp. 347-350; JF pp. 121-122). Las virtudes son unas con-
diciones que favorecen la justicia, proporcionan unas motivaciones, pero no
constituyen parte de su definición ni objeto de la estructura básica de la so-
ciedad. Por el contrario, las doctrinas del bien están limitadas por la doctri-
na de la justicia (TJ pp. 349-350).
6
No me voy a detener a criticar definiciones de hechos sociales, como son los valores,
que se fijan solo en sus características, sin tener en cuenta sus finalidades o sus condiciones
de existencia. Está claro que presentar una teoría de la democracia que define este régimen
como el poder de participación de los ciudadanos y no se pone la cuestión de los poderes
de las mayorías contra las minorías, o de la posibilidad de vetos por parte de las minorías
en contra de la decisiones de la mayoría, es simplemente una teoría defectuosa, porque se
dirige solo a ofrecer un nombre, una definición, pero no ofrece razones para elegir esta de-
finición a costa de otras a partir exactamente de la determinación de las condiciones de
existencia de la institución que pretende definir. Y esto creo es el riesgo al que se exponen
las teorías “mínimas” de la democracia, como la que es ofrecida por parte de PINTORE, op.
cit., pp. 15-23.
7
P. VAN PARIJS, Real Freedom for All. What (if anything) can justify Capitalism. Claren-
don Press, Oxford,1995 expresa perfectamente esta tesis, a través de tres argumentos: 1) que
aunque sean las virtudes una precondición fáctica de la sociedad libre no forman parte de su
definición (p. 17), 2) que no hay una relación necesaria (pero puede haber una relación instru-
mental) entre virtudes y libertad, en cuanto somos libres de hacer algo malo (pp. 18-19), 3)
que el Estado debe ser neutral ante las distintas doctrinas del bien si quiere expresar un igual
respeto hacia las diversas doctrinas del bien, y esto es necesario en cuanto que la sociedad no
puede realizar una concepción perfeccionista de la justicia (p. 28). Vease también, por último
J. TENA SANCHEZ, “El papel de la virtud cívica en el liberalismo Igualitarista”, Isegoria,
núm. 41, 2009, pp. 163-180.
8
Vease también J. RAWLS, Justice as fairness. A restatement, E. Kelly (ed.), Belknap Press
of Harvard University Press, 2001, (desde ahora JF) pp. 72-73.
9
Vease también J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York,
1993, desde ahora PL, p. 11.
13
Vease también J. RAWLS, “The idea of Public Reason revisited” (1997), en id. Collected
Papers, S. Freeman (ed.), Harvard University Press, 2001, desde ahora IPRR, pp. 588-589.
14
Esta división ha sido criticadas por parte de autores liberales, pero perfeccionistas,
como J. RAZ, Morality of Freedom, Oxford University Press, 1986, p. 4, que niegan que se pue-
da separar entre morales políticas y morales individuales. Tal y como veremos, no estoy en
desacuerdo con el intento de producir unas doctrinas morales “políticas” (que tienen como
objeto principal las relaciones entre los ciudadanos y las instituciones) y no “comprehensi-
vas”, sino con la idea de que éstas no tengan en cuenta los deberes que los ciudadanos tienen
hacia ellos mismos, tal y como el perfeccionismo afirma (S. WALL, “Perfectionism in Moral
and Political Philosophy”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2008 Edition), Edward
N. Zalta (ed.), URL = http://plato.stanford.edu/archives/fall2008/entries/perfectionism-moral/, par.
2.3). Hay quien afirma que la idea de deberes hacia sí mismo es el resultado de una concep-
ción “religiosa” de la moral (B. GERT, “The Definition of Morality”, The Stanford Encyclopedia
of Philosophy (Fall 2008 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = http://plato.stanford.edu/archives/
fall2008/entries/morality-definition/). Pero, como veremos, se puede hablar de unos deberes de
los ciudadanos de cuidar de sus virtudes y que estos deberes son una condición para el man-
tenimiento de las instituciones, y su desarrollo.
15
Se puede apreciar una diferencia entre TJ y PL acerca de la cuestión de la aplicación
de los principios de justicia en los diferentes niveles de producción de las normas jurídicas (lo
que en otros lugares de la obra de Rawls, se conoce como cuestión del “aumento del espesor
del velo de ignorancia”, o “Thickening of veil of ignorance”). Mientras en TJ pp. 171-176 se re-
suelve la cuestión a través de la secuencia en cuatro estadios, en PL ni siquiera se encuentra
este concepto. Parece que la cuestión en PL sea sólo que ciudadanos con diversas creencias
acepten la misma concepción de justicia, no importa como ésta pueda desarrollarse en los di-
versos estadios. Lo único que parece importar es que se esté de acuerdo en el nivel de los ele-
mentos constitucionales esenciales que justifican las leyes, en cuanto sólo en este nivel se
aplica la razón pública (PL, p. 214) y el deber de civismo de los ciudadanos (PL, pp. 217-219).
16
“By the way of comment, these principles and priority rules are no doubt incomplete. (…)
Thus the ranking of the principles of justice in ideal theory reflects back and guides the application of
these principles in nonideal situations. It identifies which limitations need to be dealt with first. In the
more extreme and tangled instances of nonideal theory this priority of rules will no doubt fail; and in-
deed, we may be able to find no satisfactory answer at all” (TJ, p. 267).
pública expuesta en PL pp. 247 sgg). Por el contrario, no son posibles formas
de acuerdos razonados entre las doctrinas comprehensivas que se dirigen a
descubrir “la” verdad moral (y no la legitimidad como razonabilidad), en
cuanto que la verdad de unas implica la falsedad de las demás. En socieda-
des con instituciones liberales, además es inevitable que se desarrollen con-
cepciones diferentes del bien. Por lo tanto, la naturaleza completa de la doc-
trina de la justicia se presenta como una condición necesaria para la
justificación en un entorno pluralista (PL pp. 125-129, y p. 144).
Finalmente, hay otra coordenada. El ámbito de la justicia es el ámbito de
la aplicación justificada de las sanciones legales (PL, pp. 139-140). Las virtu-
des no son objetos de justicia en cuanto que el uso de la fuerza para su de-
fensa no está justificado, así como no se puede imponer a los ciudadanos
que mantengan en su vida unas concepciones morales determinadas. Y el
uso de la fuerza es necesario para que las doctrinas comprehensivas puedan
mantenerse dado el “hecho del pluralismo” (es el “hecho de la opresión”,
PL p. 37, JF pp. 33-34). Por esta razón, el ámbito del político, y de la justicia,
está separado del ámbito de las doctrinas comprehensivas y de las virtudes
que estas doctrinas pretenden desarrollar. Si no fuese así, se abriría el cami-
no al uso de las sanciones en todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos
limitando consiguientemente sus libertades y violando el principio de legiti-
midad democrática que impone que los ciudadanos sean tratados como li-
bres e iguales participantes en la cooperación.
La topografía moral de Rawls se resume en la idea de que las institucio-
nes justas son neutrales en los fines, en el sentido de que en su funciona-
miento las instituciones políticas no reconocen un valor moral superior a
una determinada concepción razonable del bien a costa de otras y su labor
puede ser aceptada por parte de ciudadanos en un plano de igualdad17. Sin
embargo, aunque la neutralidad en los fines afirma la superioridad de algu-
nas formas de vida e insta al ejercicio de algunas virtudes necesarias para la
estabilidad de las instituciones políticas, esto no significa que se acepten for-
mas de perfeccionismo moral propias de las doctrinas comprehensivas, en
cuanto se trata de doctrinas que son legítimas en el ámbito privado (como
las asociaciones, por ejemplo), pero no pueden proporcionar una justifica-
ción política (PL pp. 193-195, JF pp. 153-154 n. 28).
17
La crítica a la neutralidad es una constante de las diferentes doctrinas perfeccionistas.
Vease entre muchos J. RAZ, op. cit., pp. 110-121, y G. SHER, Beyond Neutrality. Perfectionism
and Politics, Cambridge University Press, 1997.
18
Hay que subrayar que Rawls en PL p. 143 n. 9 cita el capitulo VIII de TJ capítulo que
previamente, en la p. XVII había considerado parte de una doctrina “irrealista”. Esto conside-
ro, aumenta las dudas acerca de la coherencia del concepto de sentido de la justicia en la doc-
trina de la estabilidad al menos en PL.
19
Tal y como temen G. A. COHEN, Incentives, Inequality, and Community, in G.B. PE-
THERSON (ed), Tanner Lectures on Human Values,, University of Utah Press, Salt Lake City,
1992, y VAN PARIJS op. cit. pp. 226-227: es decir aceptamos no tocar el patrimonio de los ri-
cos, para no empeorar todavía más la situación de los pobres.
20
Me parece que en este punto, la educación al mantenimento y a la formación de un
sentido de la justicia como condición necesaria para que se desarrolle y se mantenga una so-
ciedad justa hace que la posición de Rawls resulte bastante similar al ethos igualitario del que
habla G. A. COHEN, If you are an egalitarian, how come you are so rich?, Harvard University
Press, Cambridge Mass., 2000, pp. 128-133.
21
Este punto podría constituir una premisa de un argumento que justifique la idea de
Rawls según la cual debemos, en el constructivismo político, asumir, como medio de repre-
sentación, que las sociedades son cerradas (PL p. 12). Solo de este modo se podría pensar que
la educación funcione y que los más aventajados no puedan tener la oportunidad (o mejor
aún considerar justo lo) de sacar los beneficios de la cooperación y llevarlos a otros sitios, tal
y como hoy pasa. Hay quien, como Van Parjis, no comparten estas premisas en cuanto afir-
man que las sociedades no son cerradas, y la circulación de los capitales lo confirma, y por es-
to, necesitamos una doctrina de la justicia de alcance global. Sin embargo, se podría argu-
mentar que la propuesta de Van Parijs del patriotismo de los consumidores –para minimizar
las consecuencias del capitalismo global hace falta poner aranceles sociales para que los con-
sumidores no compren bienes producidos a través de la explotación, VAN PARIJS op. cit.,
pp. 231-233– asume el mismo punto de partida que Rawls: debemos limitar la posibilidad de
21
que cada uno pueda elegir el sitio donde más le conviene poner en marcha sus negocios. En
este caso, yo creo que se pueda afirmar que, igual que la posición originaria es un medio de
representación, la idea de las sociedades cerradas expresa la intuición moral de que para re-
solver problemas de coordinación debemos asumir unas limitaciones de las libertades de cir-
culación de los bienes y capitales, en cuanto que esos recursos son el fruto de una coopera-
ción entre libres e iguales. Por lo tanto, no hay contradicción entre la idea que las sociedades
deben ser imaginadas como “cerradas” y el desarrollo de una doctrina de la justicia interna-
cional.
22
El papel de la educación en el liberalismo ha sido objeto de amplia discusión entre los
partidarios de interpretaciones perfeccionistas del liberalismo. Vease, W.A. GALSTON, Liber-
al purposes. Goods, virtues, and diversity in the liberal state, Cambridge University Press, 1991 pp.
242-255, S. MACEDO, Liberal Virtue. Citizenship, Virtue, and Community in Liberal Constitution-
alism, Oxford, Clarendon Press, 1990, pp. 98-99, 273-274. Sobre la “civic education” veáse, entre
muchos, S. MACEDO, Diversity and distrust, Civic education in multicultural democracy, Har-
vard, Harvard University Press, 2000 y en último J. CRITTENDEN “Civic education”, in The
Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2009 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL= http://
plato.stanford.edu/archives/spr2009/entries/civic-education/
30
En este caso, creo que Rawls no puede escapar de la crítica de indeterminación de su
doctrina acerca de las necesidades de los ciudadanos. Especialmente si se afirma que “below a
certain level of material and social well-being and of training and education, people simple cannot take
part in society as citizens, much less equal citizens”. PL p. 166. Está, sin duda, claro que la deter-
minación de estas necesidades es dependiente de las concepciones del bien de los ciudada-
nos. La imagen del ciudadano libre e igual parece depender de estas concepciones, a pesar de
que se presupone que esta imagen constituya la idea de reciprocidad que evalúa las doctrinas
comprehensivas. Es decir la legitimación es circular, y no fundacional. Sobre el tema del
carácter circular de la argumentación de Rawls vease SHER, op. cit., pp. 89-92 y B. CELANO,
“Ragione pubblica e ideologia”, en I. TRUJILLO, F. VIOLA (a cura di), Identità, diritti, ragione
pubblica in Europa, il Mulino, Bologna, 2007, pp. 369-373.
31
Sobre la imposibilidad de proteger el debate polìtico de la influencia de las doctrinas
comprehensivas en el momento de interpretar los elementos constitucionales essenciales,
vease Greenawalt op. cit., pp. 115-119 y S. WALL, Liberalism, Perfectionism and Restraint, Cam-
bridge, Cambridge University Press 1998, pp. 41-42, 48-50, 215.
32
De este modo, creo que se reduce la distancia entre la doctrina de la justicia, el liberalis-
mo político de Rawls y las doctrinas de la “virtue ethics”, en cuanto que parece que este autor
acepte 1) la importancia de la formación del carácter de los ciudadanos a través de la educación
en las virtudes, 2) el carácter incompleto de las doctrinas normativas, 3) la necesidad de parti-
culares aptitudes para la producción, interpretación y aplicación de las normas morales. Sobre
la virtue ethics vease, como primera introducción R. HURSTHOUSE, “Virtue Ethics”, The Stan-
ford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2009 Edition), Edward N. Zalta (ed.), URL = http://pla-
to.stanford.edu/archives/spr2009/entries/ethics-virtue/, y sobre la noción de “moral character” M.
HOMIAK, “Moral Character”, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2009 Edition), Ed-
ward N. Zalta (ed.), URL = http://plato.stanford.edu/archives/spr2009/entries/moral-character/.
33
J.S. MILL, On liberty, (1st ed. 1859), Ware, Wordsworth, 1996 p. 19. y J. WALDRON,
“Mill and the Value of Moral Distress” (1st ed. 1987), en J. WALDRON, Liberal Rights, Cam-
bridge University Press, 1993 pp. 120-124.
ras. Pero esto significa no tomar en serio la idea (sociológica) del razonamiento
por la conjetura que usa Rawls (IPRR, pp. 590-591) para explicar como, de hecho,
los partidarios de diferentes doctrinas aceptan los mismos derechos de libertad.
Entonces, me parece que la idea del “hecho de la opresión” como tesis sociológi-
ca es contraria a la teoría del razonamiento por conjetura (a menos que no se asu-
ma que también que los partidarios de las doctrinas comprehensivas rechazarán
la idea del hecho de la opresión, pero esto significaría rechazar la idea del hecho
de la opresión, o asumir que los liberales á la Mill son unos ingenuos).
En primer lugar, hay que reconocer que la doctrina perfeccionista que in-
tento esbozar rechaza la idea de que se pueda sancionar a los que no desean
ejercitar las virtudes cívicas, o los que no participan en la vida política36. Sobre
este punto, considero que hay mucha incertidumbre en el pensamiento político
hoy en día. Hay quien, como Robert P. George, bajo la idea de que hay que de-
fender la “ecología moral” de una comunidad, afirma que se pueden sancionar
los vicios, como por ejemplo el consumo de drogas o de pornografía, el hecho
de tener relaciones homosexuales o adulteras37. Hay también quien afirma, co-
mo Raz38, que no hay elecciones autónomas si éstas tienen como objeto elemen-
tos que no son evaluables, y, por lo tanto, argumentan que el principio del daño
se aplica también a los mismos agentes, con lo cual nadie tiene derecho a hacer-
se daño (aunque no consideran justificada la coerción para que los agentes no se
dañen a sí mismos39). Por el contrario, he argumentado que es posible una for-
ma de perfeccionismo de corte milliano que no sólo rechaza la coerción sino
también considera un valor, aunque sea limitado, el derecho de los ciudadanos
a equivocarse en las decisiones que afectan a su propio bienestar40.
En segundo lugar, se ha producido en los últimos años un largo debate
acerca de la legitimidad de medidas de “arquitectura de las elecciones” por
parte de agencias públicas, cuando están en juego elecciones privadas de gran
relevancia (como en la elección de un plan de pensiones). Sunstein y Thaler ha-
blan de una forma justificada de “paternalismo liberal” cuando se pueden de-
tectar casos de asimetría informativa entre los actores. En el caso de una gran
oferta de fondos de pensiones, los ciudadanos acaban por elegir las alternati-
vas equivocadas, o peor aún, aceptando unas condiciones demasiado onero-
sas, y casi siempre con grandes ventajas para los gestores de los fondos41. Es
decir, no es verdad que la simple presencia de un número de alternativas ma-
36
GALSTON, op. cit., 224-225. Pero hay liberales no perfeccionistas como C.S. NINO,
Ética de los derechos humanos, Ariel, Barcelona, 1989, pp. 417-418 que consideran la participa-
ción como un deber legal.
37
R. P. GEORGE, Making men moral: Civil liberties and Public Morality, OUP 1993, pp. 203-213.
38
J. RAZ, op. cit., pp. 411-412.
39
Ivi, pp. 412-421; como ejemplos de perfeccionismo no coercitivo vease también GALS-
TON, op. cit., pp. 178-179, J. CHAN, “Legitimacy, unanimity and perfectionism”, Philosophy
and Public Affairs, núm. 29, vol. 1, 2000 pp. 14-16.
40
F. BIONDO, “Two Types of liberal perfectionism”, Ratio Juris, vol. 18, núm. 4, 2005, pp.
519-535.
41
C. SUNSTEIN, R. THALER, Nudge. Improving Decisions About Health, Wealth, and Hap-
piness, Yale University Press, New Haven 2008, cap. 9.
yores produzca siempre una maximización de la utilidad de los que tienen que
decidir. Depende de las condiciones del mercado, y por ello, es legitimo que el
Estado, o, mejor, algunas de sus agencias puedan ofrecer una arquitectura (por
ejemplo que se imponga un plazo de tiempo antes de decidir) para que los ciu-
dadanos tengan menos riesgo de equivocarse, aunque estas elecciones tengan
como objeto la esfera privada. Por lo tanto, la idea de que todos los ciudadanos
sean destinatarios de formas de educación (sobre todo en materia de econo-
mía) no parece sólo una idea de los filósofos morales, sino una necesidad de re-
ducir los riesgos de asimetría informativa y de conseguir el ideal de transpa-
rencia en el ejercicio de todos los poderes, públicos y privados.
La obligación del Estado de informar a los ciudadanos y de convertirlos en
miembros plenamente cooperantes de la comunidad política en un plano de re-
ciprocidad, tal y como lo explica magistralmente Rawls, implica un deber corre-
lativo por parte de los ciudadanos de cuidar de las virtudes necesarias para que
las instituciones sigan siendo estables. Esto puede parecer una evidente viola-
ción del principio de no superar los “strains of commitments”, de no imponer
unos excesos en las obligaciones que el ciudadano puede tener hacia la comuni-
dad política (TJ pp. 153-154; PL p. 17, TF pp. 128-129). Pero no creo que lo sea,
en primer lugar, porque no se trata de conseguir al ciudadano “excelente”, sino
simplemente consciente de los costes que suponen los servicios que el Estado
ofrece (por ejemplo la sanidad, o la educación), como se financian (si a través de
los impuestos o de la contribución individual), y de las consecuencias que sus
elecciones pueden tener (por ejemplo, fumar o descuidar su salud). Esto no im-
plica realizar una comunidad de santos, o de sabios, sino reducir el riesgo de
“moral hazard” (moral azar), es decir dejar que sean otros los que paguen los
costes de nuestras elecciones. Y el deber de cuidar de las virtudes cívicas no
conlleva el riesgo de una sociedad totalitaria, más bien lo contrario, es decir una
sociedad de ciudadanos responsables42. Si pensamos que, después de más de
42
Este punto implica, creo, una preferencia, prima facie, de los modelos condicionales
de ayudas públicas a costa de los modelos universalistas (Sobre los modelos de políticas so-
ciales vease, entre muchos, M. FERRERA, Modelli di solidarietà, Mulino, Bologna 1993), y de
formas de prestaciones in kind y no in-cash. Sobre el tema vease S. KELMAN, “A Case for In-
Kind Transfers” en Economics and Philosophy, vol. 2, 1986, pp. 55-73, y L.A. JACOBS, Rights
and Deprivation, Oxford, Clarendon Press, 1993, pp. 104-110. Esta preferencia estaría justifica-
da, siempre prima facie, por la idea de que las intervenciones públicas no son “neutrales” en-
tre los estilos de vida de los ciudadanos, en el sentido de que el Estado tiene el deber de evitar
que los ciudadanos despilfarren los recursos de los que son beneficiarios (como por ejemplo,
dos décadas de discurso público acerca de los vicios del welfare state, hemos
sufrido la más grande redistribución a la inversa de la historia, o una forma
monstruosa de “socialismo de los ricos”, precisamente porque nadie ha querido
darse cuenta de cómo se producía o cómo se distribuía la riqueza en nuestras
sociedades, creo que hablar del deber de la ciudadanía de informarse y partici-
par en los asuntos públicos es no tanto un deber moral sino más bien una forma
de lograr las bases sociales del “auto-respeto”.
Finalmente, quiero aclarar que mi propuesta no se dirige a conseguir
una perfección de los ciudadanos a costa de otros valores que ellos puedan
realizar en sus ámbitos privados. No hay un primado lexicográfico de la
participación política a costa de otros valores, como la religión, o la produc-
ción artística o la vida familiar. Ni siquiera estoy afirmando que los ciudada-
nos no tengan derecho a equivocarse (por ejemplo estudiar la carrera equi-
vocada y quedarse con muy pocas salidas laborales), siempre que no dejen
que sean otros los que paguen los costes, ni estoy argumentando que siem-
pre haya una respuesta correcta a los conflictos entre valores (como en el ca-
so del conflicto entre el derecho al honor y el derecho a la libertad de expre-
sión, o entre el derecho a la intimidad y el derecho a la libertad de
información, etc.)43. Por el contrario, se debe tener en cuenta que las inter-
venciones públicas tienen un margen inevitable de ineficacia que depende
1) del derecho que tienen los ciudadanos a equivocarse y a no reconocer que
es lo mejor para ellos (por ejemplo, no se reconoce que existe una necesidad
de inmigrantes por lo tanto, se ponen en marcha medidas irracionales), 2) de
las asimetrías informativas entre los que deciden y los que se benefician de
las medidas, 3) del conflicto entre valores constitucionales. Siendo el perfec-
cionismo, que considero compatible con la idea de virtudes cívicas en una
comunidad liberal, una forma de pluralismo “razonable”, no se podrá esca-
usar bonos de comida para comprar bebidas alcohólicas) y que se pueda producir un “moral
42
hazard”. Es decir, creo que en un Estado que sigue el perfeccionismo liberal las prestaciones
deben depender de la subsistencia de desventajas de las que no sean responsables los benefi-
ciarios, siempre que 1) la desventaja no afecte a niveles esenciales de bienestar, 2) el beneficia-
rio no sufra de formas de discapacidad física o psíquica. En estos dos casos los beneficiarios
no podrían participar de forma recíproca en la cooperación social y por esto tendrían unos
derechos a prestaciones, no importa que sean o no responsables de estas desventajas.
43
Muchos de los perfeccionistas ponen de relieve la incommensurabilidad de los valo-
res (RAZ, op. cit, pp. 360-366, GALSTON, op. cit, pp 176-177) y el carácter incompleto de las
doctrinas morales (CHAN, op. cit., p. 13).
FRANCESCO BIONDO
DPDS “Dipartimento Studi su Politica, Diritto e Società”
Università di Palermo
Piazza Bologni 8
90134 Palermo
Italia
e-mail: biondo@unipa.it
44
F. BIONDO, “Due problemi della teoria della democrazia deliberativa”, Ragion Prati-
ca, núm. 32, 2009, pp. 233-240.
45
F. BIONDO, “Ética de las capacidades e interpretación de los principios de justicia”,
Quaderns de filosofia i ciència, núm. 38, 2008, pp. 94-98.
46
Creo que hay al menos dos circunstancias, entre las muchas que caracterizan esta crisis, que
hacen que nazcan muchas dudas acerca de la posibilidad de que las instituciones democráticas, tal y
como las hemos conocidas, puedan mantenerse estables. En primer lugar, el enorme aumento de los
índices de desigualdad en los países ricos junto con la libre circulación de los capitales y la reducción
del tamaño de los sistemas públicos de seguridad social, ha producido una concentración del poder
financiero, de tal forma que no hay manera institucional eficaz de restablecer las relaciones en un
plano de reciprocidad entre los ciudadanos. En otras palabras, se ha producido un sistema de incen-
tivos, de tal forma que los que más se han aprovechado de las ganancias en estos últimos años no
pagarán los costes de la crisis. En segundo lugar, las amenazas a nuestro bienestar y la conciencia de
la injusticia en la distribución de los sacrificios aumentan la desconfianza hacia la vida pública, y
esto reduce la eficacia y la legitimidad de las eventuales medidas para salir adelante. A esta encruci-
jada no se escapa ni siquiera haciendo un llamamiento a unas soluciones comunes en sede suprana-
cional. En particular pensamos al argumento, tal y como ha señalado Habermas en un reciente artí-
culo (El País, domingo 23 de mayo 2010), que debemos aceptar la idea, si queremos salvar a nuestras
instituciones, que formamos parte de una comunidad supranacional con un común destino: Euro-
pa. Pero ¿Quién nos dice que esta comunidad pondrá remedio a las causas del desastre? ¿Cómo po-
demos seguir teniendo confianza en instituciones tan lejanas y que se rigen a través de normas muy
a menudo incomprensibles para los ciudadanos comunes (como es el caso del Tratado de Lisboa)?
En este sentido, aunque yo tenga esperanza que todos podemos ser virtuosos, y siga pensando que
debemos instar a los gobiernos nacionales a que se desarrollen autoridades supranacionales que re-
gulen las transacciones financieras y consiguen eliminar los paraísos fiscales, no creo que tenga ar-
gumentos para convencer a los demás de que esto pueda conseguirse.
Resumen: Es objetivo del presente artículo el tratamiento del debate filosófico norteame-
ricano en torno al uso de la argumentación religiosa en el espacio público. Se
propone una evaluación de la posiciones nucleares de este debate tomando en
consideración la jurisprudencia constitucional y el desarrollo doctrinal con ba-
se en la public reason rawlsiana. La llamada neutralidad liberal, las pretensio-
nes de establecer una equivalencia epistemológica entre argumentos religiosos
y seculares y la apuesta por garantizar la estabilidad institucional a través del
reconocimiento religioso, son consideradas las principales claves interpretati-
vas desde la que enjuiciar con solvencia las posiciones contemporáneas sobre
este controvertido tema.
Abstract: The aim of this paper is to address the American philosophical debate
regarding the use of religious argumentation in the public sphere. Taking into
account constitutional case-law, and built upon rawlsian public reason, an
evaluation of core positions within this debate is proposed. The so-called liberal
neutrality, the pretensions to equate secular and religious arguments from an
* Esta investigación ha sido realizada en el marco de las actividades científicas del Pro-
grama CONSOLIDER “El tiempo de los derechos” (HURI-AGE). Quisiera expresar mi agra-
decimiento a los profesores V.J. Vázquez Alonso y D. Moreno Rodríguez- Alcalá por sus co-
mentarios y sugerencias.
1. INTRODUCCIÓN
5
La religiosidad del pueblo americano fue uno de los elementos configuradores que
más llamaría la atención de Tocqueville. Vid. A. DE TOCQUEVILLE, La democracia en Améri-
ca, Alianza, Madrid, 2002, esp. pp. 422-425.
6
H. KELSEN, Teoría pura del Derecho, (4ª ed. cast. de la 1ª ed.), Eudeba, Buenos Aires,
1999, pp. 55 ss.
7
Este parece ser el sentido del famoso pasaje tomista que tacha a la ley contraria al de-
recho natural de “corruptio legis”. Autores como Fassò, han venido, sea como fuere, a denun-
ciar esta lectura del Aquinate como excesivamente simplificadora. Vid. G. FASSÒ, Storia della
filosofía del dirittto, vol. I, il Mulino, Bologna, 1966, p. 263.
15
Suele entenderse que la obra más representativa a estos efectos es M. DE WOLFE
HOWE, The Garden and the Wilderness: Religion and Government in American Constitutional His-
tory, University of Chicago Press, Chicago, 1965. Para una lectura diversa, vid. D. BLÁZ-
QUEZ MARTÍN, Locura de libertad: Roger Williams en la Norteamérica colonial, CEPC, Madrid,
2006, esp. pp. 159-205.
16
Vid. L. R. CORD, Separation of Church and State. Historical fact and Current Fiction, Carl-
son Pub., New York, 1982.
17
Puede hallarse una prolija y clarificadora exposición de los tests en V.J. VÁZQUEZ
ALONSO, “El concepto de neutralidad religiosa en la Primera Enmienda de la Constitución
de los EEUU”, Laicidad y Constitución Española de 1978, Tesis doctoral, Universidad de Sala-
manca, en prensa, pp. 51 ss.
18
Cfr. Lemon v. Kurtzman, 403 U.S. 602 (1971). Vid. D. O’CONKLE, Constitutional Law: the
Religious Clauses, Foundation Press, New York, 2003, pp. 114 ss.
35
J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York, 1993, pp. 54 ss.
36
“To check whether we are following public reason we might ask: how would our argument
strike us presented in the form of a supreme court opinion?”. Ibid., p. 254, vid. también pp. 231-
232; vid. M. A. RODILLA, Leyendo a Rawls, Ediciones Universidad de Salamanca, 2006, p 302;
A. GREPPI, “Límites a la razón pública en derecho”, en A. SQUELLA (ed.), John Rawls. Estu-
dios en su memoria, Revista de Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, 2002, pp. 533-534.
37
J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York, 1993, p. 213.
Para una explicación en términos de autoevaluación ciudadana, vid. L. B. SOLUM, “Cons-
tructing an Ideal of Public Reason”, en San Diego L. Rev., núm. 30, 1993, p. 65.
38
J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York, 1993, p. 247.
39
Ibid., p. 248, 252. Vid. M. C. MELERO DE LA TORRE, “La razón jurídica como mode-
lo de razón pública: Rawls, Dworkin y el Derecho”, Enrahonar, núm. 43, 2009, pp.97-98.
una doctrina comprehensiva religiosa, sólo puede situarse por encima de los
valores políticos so pena de salir del cerco de lo razonable43. Siguiendo en
esta línea, podría ponerse en cuestionamiento qué elementos de un sistema
religioso y en qué medida se someten a las cargas del juicio, especialmente
cuando se trata de expresiones meramente voluntaristas de verdades revela-
das. A todo ello debe unirse la nada desdeñable consecuencia lógica implíci-
ta en el esquema rawlsiano de que, situadas las doctrinas religiosas necesa-
riamente en el plano del background socio-cultural, la razón pública es de
suyo secular.
De esta forma, la única vía de entrada para el argumento religioso en el
espacio público se cifra en la invocación de doctrinas comprehensivas de
apoyo en el marco de la visión amplia sobre la cultura política pública. Sur-
ge aquí el problema de la determinación del status y peso argumentativo
que tales doctrinas, seculares o religiosas, presentarían en el espacio públi-
co. Rawls advierte de que el contenido y la justificación de la razón pública
no se ve afectado por las doctrinas comprehensivas de apoyo, al tiempo que
posterga como problema contextual “los detalles acerca del cumplimien-
to”44. ¿Cuál es, entonces, su papel? La lectura de los ejemplos de los que se
vale el autor hace surgir la sospecha de que aquel es mucho más modesto de
lo que se podría haber intuido con el mero análisis del cuadro formal. Rawls
menciona el papel de Luther King en la defensa de los derechos civiles; el
debate entre Henry y Madison sobre la oración en las escuelas o la oposición
católica al aborto. En tales casos, se resalta que el debate se ha presentado o
resulta planteable en términos de concepciones razonables de la justicia po-
lítica, actuando el factor religioso principalmente como sustrato socio-cultu-
ral, no como fundamento dirimente45. Tal vez convendría entonces entender
que el espacio público que se reserva para la religión sólo supone un ejerci-
cio de reconocimiento de la pluralidad de elementos que otorgan legitima-
ción al sistema46 y de visibilización de las identidades ciudadanas.
43
J. RAWLS, “The Idea of Public Reason Revisited”, en S. FREEMAN (ed.), John Rawls.
Collected Papers, Harvard University Press, Cambridge, 1999, p. 609.
44
Ibid., p. 592.
45
Ibid., pp. 593, 602-607.
46
Entiéndase legitimación como noción descriptiva de apoyo al régimen sin derivarse,
necesariamente, cualidad ética en sentido crítico. Tomo la caracterización formulada por Gar-
zón Valdés principalmente en E. GARZÓN VALDÉS, El concepto de estabilidad de los sistemas
políticos, CEC, Madrid, 1987, esp. pp. 6-9.
Paidós, Barcelona, 2005, p. 134. Ya anunciaba Dworkin que “los liberales no lograrán que los
52
creyentes dejen a un lado sus convicciones religiosas cuando asumen el papel de ciudadanos.
Este papel requiere sinceridad y autenticidad, lo cual es imposible para esas personas a me-
nos que mantengan sus creencias religiosas en mente”. R. DWORKIN, “Religión y dignidad”
en La democracia posible. Principios para un nuevo debate político, trad. cast. de E. Weikert García,
Paidós, Barcelona, 2008, p. 89.
53
P. J. WEITHMAN, ult. op. cit., pp. 156-157.
54
La distinción de estos dos planos sería, por otra parte, el origen de una las perplejida-
des confesadas por R. Dworkin: “I have great difficulties with the distinction between political va-
lues on the one hand and comprehensive moral convictions on the other”; lo que le lleva a descartar
el artificio de la public reason, al que contrapone su conocida propuesta del derecho como in-
tegridad. Probablemente la presentación del núcleo de lo político en términos supra-morales
de neutralidad, sea el origen de este desencuentro. Habré de expresarme sobre este extremo
en sede de conclusiones. De todas formas, no debe obviarse que la formulación de Dworkin
implica igualmente restricciones argumentativas y que llega a acercase, a pesar de la denun-
ciada divergencia, significativamente al pensamiento de Rawls. Esto es así al punto de que se
declara expresamente deudor de sus ideas: “we are only just beginning to grasp how much we
have to learn from that man”. R. DWORKIN, Justice in Robes, Harvard University Press, Lon-
don, 2006, pp. 253-254, 261.
64
Ibid., p. 106.
65
K. GREENAWALT, Religion and the Constitution. Vol.2. Establishment and fairness, Prin-
ceton University Press, 2008, pp. 509-510, 524.
66
Ibid., p. 505.
67
Ibid., pp. 523-524.
68
Ibid., p. 535.
69
Ibid., pp. 526-527.
70
Baste a modo de ejemplo el posicionamiento de Finnis sobre la cuestión del aborto:
“Every human being is entitled to an equal right to life; unborn children, even in the first three months
of their life, are human beings (as any medical textbook shows); therefore unborn children are entitled
to the protection of the law against being deliberately killed even in the first three months of their life;
and so I should vote for a law or constitutional amendment which recognizes that right”. J. FINNIS,
“Abortion, Natural Law and Public Reason”, en R. P. GEORGE & C. WOLFE (eds.), Natural
Law and Public Reason, Georgetown University Press, Washington D.C., 2000, p. 82.
73
J. RAWLS, “Una revisión de la idea de razón pública”, en El derecho de gentes, trad.
cast. de H. Valencia Villa, Paidós, Barcelona, 2001, p. 198, nota 20.
74
S. MULHALL Y A. SWIFT, El individuo frente a la comunidad: el debate entre liberales y co-
munitaristas, trad. de E. López Castellón, Temas de Hoy, Madrid, 1996, pp. 290-291
75
J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York, 1993, p. xvi.
76
La distinción entre aquellos bienes necesarios para cualquier plan de vida, o como in-
dica Rawls, aquellos que se presupone que querrá ver protegido cualquier actor racional, y
aquellos correspondientes a planes de vida individuales o contextos socio-culturales específi-
cos, ha dado lugar a la distinción entre “bienes primarios y secundarios”. Vid. J. KEKES, The
Morality of Pluralism, Princeton University Press, 1996, p. 18; J. RAWLS, A Theory of Justice,
Harvard University Press, Massachusetts, 1971, pp. 61, 395 ss; O. J. GRUNEBAUM, “What
ought the representative represent”, en N. E. BOWIE (ed.), Ethical issues in Government, Tem-
ple University Press, Philadelphia, 1981, pp. 54-67. La correspondiente necesidad de otorgar
un status jurídico-político diferenciado para estos dos ámbitos justifica la asimetría que la
teoría constitucionalista establece en favor de los derechos fundamentales, fundamento y a la
vez límite del juego democrático. Autores como Garzón Valdés han generado su propia ter-
minología para dar cuenta de la necesidad de un espacio que debe ser un “coto vedado” para
el legislador ordinario por consagrar los valores mínimos comunes, más allá del cual podrán
expresarse las opciones relativas a bienes secundarios en términos de preferencias de la ma-
yoría. Vid. E. GARZÓN VALDÉS, “Representación y democracia”, en Doxa, núm. 6, 1989, pp.
143-163; E. GARZÓN VALDÉS, “Algo más acerca del “coto vedado”, en Doxa, núm. 6, 1989,
pp. 209-213; E. GARZÓN VALDÉS, “What is Wrong with the rule of Law”, en SELA 2000, Es-
tado de derecho y democracia. Un debate acerca de la rule of law, Editores del Puerto, Buenos Aires,
2001, pp. 61-83.
sobre las exigencias éticas al poder, desde que San Agustín abriera la posibi-
lidad a salir del voluntarismo con su célebre ratio divina vel voluntas Dei, ordi-
nem naturalem conservari iubens, perturbari vetans83. Como ha indicado Pérez
Luño, son precisamente las características que el Aquinate establece para el
derecho natural las que fundamentan la categoría nodal del paradigma jurí-
dico-político de la modernidad: los derechos humanos84. Y este tránsito no
hubiera sido posible si la remoción del elemento ultraterreno significara el
derrumbe de todo el edificio iusnaturalista.
c) Los límites de las concesiones a la estabilidad. La principal motivación que
se ha tenido ocasión de detectar en los esfuerzos por dar cabida al argumen-
to religioso se cifra en la profunda y plural religiosidad constatable en la so-
ciedad que acoge el debate: la norteamericana85. Admitir este tipo de argu-
mentos supondría tanto un principio de prudencia política como un
ejercicio de realismo social a la hora de constatar las verdaderas creencias
ciudadanas y hacerlas visibles. Dado que todo sistema jurídico-político pre-
cisa de un notorio grado de adhesión fáctica o legitimación, asumir la reli-
giosidad social sería una sensata apuesta por la estabilidad institucional.
Es bien sabido que la estabilidad es elemento de suma importancia en el
desarrollo de todo el pensamiento rawlsiano, en la medida en que se espera
que los modelos no sólo sean éticamente plausibles sino capaces de generar
el apoyo necesario para proporcionar la adecuada estabilidad estructural86.
83
Como señala Fassò, la definición agustiniana de la lex aeterna mediante alusión indefe-
renciada a la voluntad divina o la razón de Dios, habría permitido el desarrollo dual del ius-
naturalismo cristiano posterior antendiendo a su orientación voluntarista o racionalista. G.
FASSÒ, Storia della filosofía del dirittto, vol. I, il Mulino, Bologna, 1966, pp. 198-199.
84
A.E. PÉREZ LUÑO, Derechos humanos, Estado de derecho y Constitución, 8º ed., Tecnos,
Madrid, 2003, pp. 41-44. Este tipo de argumentación subyace al debate entre Pérez Luño y
Laporta, en el que el catedrático de la hispalense señala las concomitancias y continuidad ar-
gumentativa de la propuesta conceptual de Laporta sobre los derechos humanos y la tradi-
ción iusnaturalista. Vid. F. LAPORTA, “El concepto de derechos humanos”, en Doxa, núm. 4,
1987, pp. 23-46; F. LAPORTA, “Respuesta a Pérez Luño, Atienza y Ruiz Manero”, en Doxa,
núm. 4, 1987, pp. 71-77; A. E. PÉREZ LUÑO, “Concepto y concepción de los derechos huma-
nos (Acotaciones a la ponencia de Francisco Laporta)”, en Doxa, núm. 4, 1987, pp. 47-66.
85
Aparte de las referencias contenidas en los trabajos ya aludidos, de manera específica,
destacan las aportaciones desarrolladas en P. J. WEITHMAN, Religion and the obligations of ci-
tizenship, Cambridge University Press, 2002.
86
Cfr. J. RAWLS, A Theory of Justice, Harvard University Press, Massachusetts, 1971, Part
3, esp. chap. 8; J. RAWLS, Political Liberalism, Columbia University Press, New York, 1993,
esp. pp. 140 ss.
91
E. GARZÓN VALDÉS, El concepto de estabilidad de los sistemas políticos, CEC, Madrid,
1987, pp. 27 ss. He tenido ocasión de analizar in extenso esta cuestión en M. ÁLVAREZ ORTE-
GA, La Filosofía del Derecho de Ernesto Garzón Valdés, Dykison, Madrid, 2008, pp. 172-186.
92
E. GARZÓN VALDÉS, El concepto de estabilidad de los sistemas políticos, CEC, Madrid,
1987, pp. 8-9, 17.
93
Artículo traído a colación por Habermas, publicado el 4 de noviembre de 2004 en el
New York Times, y expresivamente titulado “The Day the Enlightment went out”. J. HABER-
MAS, “La religión en la esfera pública. Los presupuestos cognitivos para el “uso público de
la razón” de los ciudadanos religiosos y seculares”, en Entre naturalismo y religión, Paidós,
Barcelona, 2005, p. 124.
94
I. KANT, “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?”, en En defensa de la Ilustra-
ción, trad. cast. de J. Alcoriza y A. Larza, Alba editorial, Barcelona, 1999, esp. pp. 63 ss.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Abstract: This article takes as its starting-point the fact that although the Organic
Gender Violence Act has been on the statute book for some time, the problem
of gender violence still persists. With that in mind, the regulatory process is
reviewed in order to reassess certain aspects which might have contributed
to a higher quality act. The analysis attends to regulatory impulses, the
definition of the problem, the possible routes towards a solution, the human
and material resources required for implementing the act, and its forecast
costs.
1. INTRODUCCIÓN
Derechos Humanos. Al menos en parte, podría decirse que estamos ante im-
pulsos jurídicos3 (alguna de las referencias consideradas tiene la condición
de Tratado Internacional).
Desde la perspectiva social (en esta ocasión cabría hablar de impulsos
sociales), merecen especial mención los esfuerzos realizados por las organi-
zaciones de mujeres, para luchar contra todas las formas de violencia de gé-
nero. En el mismo ámbito nos encontramos también con el clamor de la pro-
pia ciudadanía, la alarma social. La aprobación de la norma cerraba un año
en el que se habían contabilizado noventa y cuatro víctimas de violencia de
género. En el periodo anterior fueron noventa y ocho4. No hay duda de que
el deseo de terminar con el problema estaba presente en la ciudadanía, aun-
que, paradójicamente, existía un total desconocimiento de su origen5.
Por último, podríamos hacer referencia a determinados impulsos políti-
cos, resultado en definitiva de las anteriores manifestaciones. La preocupa-
ción por el estado de la cuestión quedó reflejada en el Programa de Gobier-
no del Partido Socialista, presentado para las elecciones celebradas en 2004.
En él se recogen algunas propuestas de carácter normativo. Concretamente,
se menciona en varias ocasiones una norma enunciada literalmente como si-
gue: Ley Orgánica Integral contra la Violencia de Género. Iba a ser el primer pro-
yecto de ley, una alternativa a otras políticas parciales. Con ella se pretendía
garantizar los derechos de las víctimas, para que no quedaran en un docu-
mento meramente formal. Desde entonces, y como así se señala en el pro-
grama electoral, se previó que la tramitación de la norma sería con carácter
de urgencia6.
3
M. MARTÍN CASALS, “Planificación de la intervención legislativa”, en Curso de Téc-
nica Legislativa GRETEL, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, p. 235. En ade-
lante, seguimos a este autor en cuanto a la denominación de los impulsos.
4
A. RUBIO, “La capacidad transformadora del derecho en la violencia de género”, en II
Congreso sobre la violencia doméstica y de género, Consejo General del Poder Judicial, Madrid,
2006, p. 64.
5
Una encuesta del Parlamento Europeo en el año 2000 descubría que la inmensa mayo-
ría de la sociedad achacaba las causas de la violencia contra las mujeres al alcohol o la toxico-
manía, al tiempo que se acusaba a las mujeres como causantes de los actos violentos. Vid. In-
forme Anual del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer, Ministerio de Trabajo y Asuntos
Sociales, Madrid, 2007, p. 17. En http://www.observatorioviolencia.org/upload_images/File/
DOC1204104737_InformeAnualInternet. pdf. Consultada el 27/10/08.
6
Merecemos una España mejor. Programa Electoral. Elecciones Generales 2004. En http://
www.psoe.es/download.do?id=37214. Consultada el 3/6/08.
10
“Memoria Justificativa del Proyecto de Ley Orgánica de Medidas de Protección Inte-
gral contra la Violencia de Género”, en Leg. N.º 013239, Exp. Único.
11
Vid. “Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”, en Diario de Sesiones del Congreso de los
Diputados, 19 de julio de 2004, núm. 64, p. 9; y “Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”, en
Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, 7 de septiembre de 2004, núm. 69, p. 2.
12
De Miguel Rodríguez afirmó que no se trataba de una cuestión de igualdad, pues en
nuestros días tenemos más igualdad que nunca y más violencia doméstica que nunca. Por
otra parte, centró la atención en extranjeros/as, parejas de hecho, delincuencia habitual, alco-
holismo, drogas, desempleo, guetos, pobreza y “conciencia religiosa debilitada”. Vid. “Comi-
sión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 64, cit., pp. 12 y 13.
13
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, pp. 42166 y 42167.
14
V. ZAPATERO y M.ª I. GARRIDO GÓMEZ, El Derecho como proceso normativo, cit., p. 132.
15
Vid. sobre monocausalismo V. ZAPATERO, El arte de legislar, Thomson Aranzadi, Na-
varra, 2009, p. 92.
16
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42168.
17
M. MAQUEDA ABREU. “1989-2009: veinte años de desencuentros entre la Ley Penal
y la realidad de la violencia en la pareja”, en REDUR, núm. 7, 2009, pp. 25-36, p. 30; M. L.
MAQUEDA ABREU, “La violencia contra las mujeres…”, cit., p. 177; M. L. MAQUEDA
ABREU, “¿Es la estrategia penal una solución a la violencia contra las mujeres? Algunas res-
puestas desde un discurso feminista crítico”, en InDret. Revista para el análisis del Derecho,
núm. 4, 2007, pp. 1-43, p. 22; y E. LARRAURI PIJOAN, “El género de la violencia: la visión de
la Ley orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género”, en Revista
Catalana de Seguretat Pública, núm. 16, 2006, pp. 159-171, p. 166. Esta autora sitúa una de las
causas en la intención de poner el énfasis en la mujer, respondiendo así a las sucesivas am-
pliaciones del delito de violencia doméstica. La reflexión, no obstante, pensamos que no su-
pera el test que se ofrece en este estudio.
25
M. SÁNCHEZ MORÓN, “Contenido de las normas, principio de homogeneidad, es-
tructura formal”, en SÁINZ MORENO, F. y DA SILVA OCHOA, J. C. (Coords.), La calidad de
las leyes, Parlamento Vasco, Vitoria, 1989, p. 109.
26
Ibid., p. 110.
27
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”, en Diario de Sesiones del Congreso de los Di-
putados, 22 de julio de 2004, núm. 67, p. 70.
28
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 69, cit., p. 4.
29
V. ZAPATERO y M.ª I. GARRIDO GÓMEZ, El Derecho como proceso normativo, cit., p. 146.
gunta merece seria reflexión. En todo caso, los contenidos posteriores ofrece-
rán más datos para elaborar una respuesta suficientemente fundamentada.
Paradójicamente, aunque quizá no se estaba teniendo conciencia de ello
durante el año 2004, el ambiente suscitado a consecuencia de la elaboración
de la LOVG en las Cámaras, contribuiría a la obtención de buenos resulta-
dos a corto plazo30.
4. OBJETIVOS Y MEDIDAS
La necesidad de una norma viene determinada por la intención de con-
seguir unos objetivos31, es decir, un conjunto de consecuencias que se pre-
tenden provocar en la sociedad; el estado de cosas al que se trata de llegar
con la norma32. En nuestro caso, las consecuencias que se persiguen con la
LOVG quedan sintetizadas en su Título Preliminar. Por un lado, nos encon-
tramos con una finalidad global: actuar contra la violencia de género. Mas
concretamente, se establecen los objetivos de prevenir, sancionar y erradicar
dicha violencia, además de ofrecer asistencia a las víctimas33. Para su conse-
cución se recogen las medidas que se exponen en la siguiente relación.
— Título I. Medidas de sensibilización, prevención, detección e inter-
vención en diferentes ámbitos (educación, publicidad, medios de
comunicación y sanidad).
— Título II. Derechos de las mujeres víctimas de la violencia (derecho
a la información, asistencia social integrada, asistencia jurídica gra-
tuita, protección en el ámbito social y apoyo económico).
— Título III. Tutela institucional (creación de la Delegación Especial
del Gobierno contra la Violencia sobre Mujer y el Observatorio Es-
tatal de Violencia sobre la Mujer).
30
A lo largo del año 2004, los análisis sobre la violencia de género propiciaron que el ni-
vel de sensibilización social experimentara un aumento (del 2,7% al 6,7%). Esta variación
vino acompañada de un descenso del número de mujeres asesinadas en el año siguiente (de
72 a 58). Vid. Informe Anual del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer…, cit., pp. 76 y 77;
y M. LORENTE ACOSTA, “Violencia de género, educación y socialización: acciones y reac-
ciones”, en Revista de Educación, núm. 342. Enero-abril, 2007, pp. 19-35, p. 31.
31
F. SÁINZ MORENO, “Antecedentes necesarios para pronunciarse sobre un proyecto
de ley (art. 88 C. E.)”, en SÁINZ MORENO, F. y DA SILVA OCHOA, J. C. (Coords.), La cali-
dad de las leyes, Parlamento Vasco, Vitoria, 1989, p. 35.
32
V. ZAPATERO, El arte de legislar, cit., p. 95.
33
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42168.
34
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 67, cit., p. 70. Sobre esta reflexión,
trasladada a las medidas sancionadoras, puede consultarse M. L. MAQUEDA ABREU, “¿Es
la estrategia penal una solución…?”, cit., p. 31; P. LAURENZO COPELLO, “La violencia de
género en la Ley Integral…”, cit., pp. 21 y 22.
35
Es la opción que se contempla en la Circular 4/2005 relativa a los criterios de aplicación de
la ley orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género, p. 10. En http://
www.ajuntament.gi/policia/arxius/legislacio/CIRCULAR_4_2005.pdf. Consultada el 31/10/08.
36
E. ARANDA ÁLVAREZ, “Objeto y principios rectores de la Ley Integral”…, cit., pp.
27 y 36.
37
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42168.
38
E. ARANDA ÁLVAREZ, “Objeto y principios rectores de la Ley Integral”…, cit., p. 36.
39
Se trata de una opción que contempla la STC 59/2008, de 14 de mayo de 2008, p. 14.
En http://www.tribunalconstitucional.es/jurisprudencia/Stc2008/STC2008-059.html. Consultada el
15/12/08.
40
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, pp. 42174 y 42175.
41
E. ARANDA ÁLVAREZ, “Objeto y principios rectores de la Ley Integral”…, cit., p. 37.
42
M. L. MAQUEDA ABREU, “La violencia de género…”, cit., pp. 5-7 y 11; M. L. MA-
QUEDA ABREU, “La violencia contra las mujeres…”, cit., pp. 178-180.
59
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 64, cit., p. 14.
60
E. MARTÍNEZ GARCÍA, La Tutela Judicial de la Violencia de Género, Ministerio de Tra-
bajo y Asuntos Sociales, Madrid, 2008, p. 31.
61
M. MARTÍN CASALS, “Planificación de la intervención legislativa”, cit., p. 243.
62
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 69, cit., p. 9; y “Comisión de Tra-
bajo y Asuntos Sociales”…, núm. 64, cit., pp. 9 y 13.
63
“Medidas para un tratamiento adecuado de la violencia de género en televisión”. En
http://www.amecopress.net/spip.php?page=imprimir_articulo&id_article=772. Consultada el 7/7/08.
niendo logros parciales. Quizá, en el contexto que nos ocupa puedan tener lu-
gar determinados estímulos fiscales positivos64, tales como subvenciones, des-
gravaciones o premios. Dicho sea de paso que estas opciones podrían
trasladarse también a otros ámbitos desde los que es posible encauzar la sen-
sibilización (en este punto la sociología puede resultar determinante). Pense-
mos, por ejemplo, en la música (no es la primera vez que con ella se ha logra-
do en problemas sociales lo que no consiguieron las normas), un contexto
desde donde se están apreciando recientemente iniciativas interesantes (festi-
vales, por ejemplo), y que podría ofrecer buenos resultados si cuenta con un
respaldo económico adecuado. Lo mismo podría decirse de la literatura (ima-
gínese la posible repercusión de un best seller).
Por otra parte, y volviendo al caso de los medios de comunicación, no
parece fuera de lugar pensar en salidas alternativas a la intervención estatal,
tales como la autorregulación65, o la elaboración de códigos éticos de la pro-
fesión66 (ambas opciones se sopesaron en sede parlamentaria, e incluso se
pueden observar reflejos de alguna de ellas en la LOVG, pero únicamente
centrados en el entorno publicitario).
No quisiéramos concluir este apartado sin antes señalar que es posible
manejar varios indicadores que pueden ser de utilidad, a la hora de estable-
cer el debate sobre posibles vías de solución67. Por una parte, la historia. Los
problemas se repiten en el tiempo, y dependiendo de las circunstancias se
dan diferentes soluciones. La violencia de género no es un problema de
nuestros días, aunque es ahora, de unos años a esta parte –desde la muerte
de Ana Orantes en 1997–, cuando se está haciendo especialmente visible.
Pues bien, como la propia LOVG indica existía normativa anterior que, en-
tre otros aspectos, había tenido incidencia en materia penal. De otro lado,
también era conocido que determinadas medidas en este ámbito estaban re-
sultando incluso contraproducentes68, y lo más importante: que las muertes
64
M. MARTÍN CASALS, “Planificación de la intervención legislativa”, cit., p. 249.
65
Nunca es tarde para retomar aquellas declaraciones que proponían un pacto entre los
medios que reflejase ciertas pautas. Vid. “Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm.
69, cit., pp. 9 y 13.
66
“Comisión de Trabajo y Asuntos Sociales”…, núm. 67, cit., p. 68.
67
Tenemos en cuenta el trabajo de V. ZAPATERO, El arte de legislar, cit., p. 102.
68
Por ejemplo, la tipificación de conductas leves como delito estaban dando lugar al au-
mento de sentencias absolutorias, dado que ante las dudas de veracidad, cuando la pena es
elevada por un hecho leve, quien juzga tiende a absolver. Vid. M. SANAHUJA, “Juzgados de
violencia sobre la mujer”, cit., pp. 58 y 62.
69
No hay excusa [Violencia de género en el ámbito familiar y protección de los derechos humanos
de las mujeres en España], Amnistía Internacional, [s. l.], 2002, p. 29.
70
La LOVG considera en su artículo 35, a propósito de la sustitución de la pena, que “…
el Juez o Tribunal impondrá adicionalmente […] la sujeción a programas específicos de reeducación y
tratamiento psicológico”. Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42174. Sin embargo, pare-
ce que estas medidas raramente se aplican, siendo lo esencial en estos casos evitar los aspec-
tos más nocivos de la estancia en prisión, y no el tratamiento en sí. Vid. J. MEDINA ARIZA,
“El tratamiento al maltratador en el contexto comunitario como respuesta penal: Considera-
ciones político criminales”, en La Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Gé-
nero, Publicaciones de la Universidad de Deusto, Bilbao, 2005, pp. 188 y 189. Otras referencias
posteriores ofrecen porcentajes más alentadores en lo que a la aplicación se refiere, pero que
en modo alguno llegan al 100%. Así, en el siguiente trabajo centrado en el entorno catalán,
donde se considera un porcentaje de aplicación del 76,6%: E. LARRAURI, “Los programas
formativos como medida penal alternativa en los casos de violencia de género ocasional”, en
Revista Española de Investigación Criminológica, núm. 8, 2010, pp. 1-26, pp. 7 y 8. Resulta tam-
bién interesante la propuesta que esta autora expone, relativa a la imposición directa de los
programas formativos, sin vinculación a la prisión (p. 20). Sobre la cuestión puede consultar-
se también P. LAURENZO COPELLO, “La violencia de género en la Ley Integral…”, cit., p.
9; y E. LARRAURI PIJOAN, “El género de la violencia…”, cit., p. 170.
dos, aun sin ser una panacea, ofrecen buenas razones para promocionar esta
opción (quizá resulte alentador el dato de que 48 meses después del trata-
miento, más del 90% de los asistentes no han vuelto a cometer actos violen-
tos)71.
6. LA PRACTICABILIDAD DE LA NORMA
76
Ibid., p. 37.
77
Encuentro “Ley contra la Violencia de Género: dos años después las víctimas siguen enfren-
tando obstáculos”, Secretariado Estatal, Madrid, 2007, p. 17.
78
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42173.
79
Obstinada realidad, derechos pendientes…, pp. 27 y 33. La cuestión puede verse conside-
rada también en M. MAQUEDA ABREU. “1989-2009: veinte años de desencuentros…”, cit.,
p. 32.
87
Pongan todos los medios a su alcance, por favor…, cit., p. 21; y Obstinada realidad, derechos
pendientes…, cit., p. 24.
88
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42169.
89
Informe Anual del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer…, cit., p. 95.
tán teniendo una acogida muy escasa y que, en todo caso, el porcentaje de
hombres matriculados es muy bajo y, en ocasiones, inexistente90.
Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de valorar la viabilidad de la
norma es el incremento de la actividad judicial que va a suscitar, y las previ-
siones que este hecho conlleva91. En nuestro caso la estimación resulta espe-
cialmente complicada, pues como sabemos la LOVG establece la creación de
nuevos juzgados, la conversión de algunos de los ya existentes y la asunción
de casos de violencia de género por parte de Juzgados de Instrucción o Pri-
mera Instancia. Cabe decir en principio que a la hora de hacer un cálculo so-
bre el número de juzgados necesarios, en la propia norma92 y en su Memoria
Económica se tiene en cuenta el criterio de cargas de trabajo por partido ju-
dicial. Incluso se hace referencia a la toma en consideración de un mapa de
riesgo que refleja las zonas de mayor conflictividad, durante el periodo
2003-2004, en atención a las denuncias, ordenes de protección y procesos ini-
ciados en dicho periodo93. Sin embargo, este parámetro no deja de ser cues-
tionable, por cuanto principalmente tiene en cuenta circunstancias pretéri-
tas, pero no determinadas evidencias científicas y otras previsiones
razonables, ineludibles de cara a establecer una acertada previsión de futu-
ro. Así, v.gr., se sabía que la violencia de género integraba un conjunto de
delitos de los cuales, en un porcentaje del 90% no habían sido denuncia-
dos94. Del mismo modo, se tenía constancia de que el número de denuncias
había aumentado en los últimos años95 y que, en buena lógica, era previsible
que con la LOVG se incrementaran aún más.
Con todo, cabe señalar que aun cuando se establece el criterio de carga
de trabajo como leitmotiv de la creación y adaptación de juzgados, lo cierto
es que en los cálculos finales se estiman 21 juzgados de nueva creación y 396
partidos judiciales necesitados de adaptación96. Esta relación pone en entre-
dicho los parámetros de partida (la estimación parece realizarse a razón de
un juzgado por cada partido judicial), y en modo alguno resulta congruente
90
Ibid., p. 96.
91
F. SÁINZ MORENO, “Antecedentes necesarios…”, cit., p. 39.
92
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42177.
93
“Memoria Económica del Proyecto de Ley Orgánica…”, cit.
94
Más derechos, los mismos obstáculos…, cit., p. 43.
95
47.165 en 2002 y 56.484 en 2003. Vid. Informe Anual del Observatorio Estatal de Violencia
sobre la Mujer…, cit., p. 43.
96
“Memoria Económica del Proyecto de Ley Orgánica…”, cit.
97
M. SANAHUJA, “Juzgados de violencia sobre la mujer”, cit., p. 64.
98
Más derechos, los mismos obstáculos…, cit., pp. 44, 45 y 50.
99
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42181.
100
“Memoria Económica del Proyecto de Ley Orgánica…”, cit.
6.2. Costes
101
Encuentro “Ley contra la Violencia de Género…”, cit., p. 18; Más derechos, los mismos obstá-
culos…, cit., pp. 43 y 49; y M. MAQUEDA ABREU. “1989-2009: veinte años de desencuen-
tros…”, cit, p. 32.
102
Más derechos, los mismos obstáculos…, cit., p. 50.
103
M. SANAHUJA, “Juzgados de violencia sobre la mujer”, cit., p. 61; y Obstinada reali-
dad…, cit., p. 38.
104
En la estructura de este punto seguimos varios aspectos recogidos en F. SÁINZ MO-
RENO, “Antecedentes necesarios…”, cit., p. 43.
105
“Memoria Económica del Proyecto de Ley Orgánica…”, cit.
tor directo, en el caso de que éste no pueda realizar el pago110. Pues bien, la
LOVG no establece nada en este sentido en el ámbito de la tutela judicial. En
definitiva, ello supone un agravio económico para la víctima. Es cierto que
contamos con la Ley 35/1995 de Ayudas a Víctimas de Delitos Violentos y contra
la Libertad Sexual, pero resulta evidente que muchos casos de violencia de
género quedan fuera de sus límites (dicha norma exige haber sufrido lesio-
nes graves, es decir, las que en el ámbito de la Seguridad Social comportan
“invalidez permanente en cualquiera de sus grados o una situación de incapacidad
temporal superior a seis meses”111).
Además de los anteriores análisis, un examen de costes debe tener en
cuenta también los posibles gastos que pueda conllevar la elaboración de la
norma (sobre los que nada se señala en nuestro caso), y aquellos que pudie-
ran derivarse del control112 del cumplimiento de determinados aspectos de
la misma. Es cierto que en la LOVG no encontramos previsiones de control
en cuestiones que, entendemos, podría resultar muy propicio (es el caso de
la ausencia de estimaciones en relación a un seguimiento en la ejecución de
centros de acogida y de emergencia). En tales supuestos lo que resulta cues-
tionable en primera instancia es la ausencia de una estimación enunciada en
la línea descrita, como ya se dijo. No obstante, en varias ocasiones nos en-
contramos con que en la LOVG sí se consideran tareas de control. Se señala,
por ejemplo, que los servicios de inspección educativa “velarán por el cum-
plimiento y aplicación de los principios y valores recogidos” (artículo 9),
que las Administraciones Públicas velarán por el cumplimiento estricto de
la legislación en lo relativo a derechos fundamentales (artículo 13.1), o que
promoverán por medio de diferentes acciones el cumplimiento de la legisla-
ción publicitaria (artículo 13.2)113. Cabe, no obstante, cuestionarse si estamos
de nuevo ante manifestaciones simbólicas; porque, ¿es posible asumir las
cargas que comportan las labores anteriores a coste cero?
Quisiéramos por último señalar que en el cálculo del coste de la norma,
pueden ser también muy recomendables los exámenes tendentes a estable-
cer una proporción adecuada entre coste y beneficio y, a propósito de ellos,
110
España: Recomendaciones de Amnistía Internacional al Proyecto…, cit., p. 13; y Obstinada
realidad, derechos pendientes…, cit., p. 40.
111
Ley 35/1995, de 11 de diciembre de ayudas y asistencia a las víctimas de delitos violentos y
contra la libertad sexual, en BOE núm. 296, Martes 12 diciembre 1995, p. 35578.
112
F. SÁINZ MORENO, “Antecedentes necesarios…”, cit., p. 44.
113
Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre,…, p. 42170.
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Resumen: El derecho de asilo (art. 13.4 CE), ha operado una cierta evolución a la par que
el fenómeno de la inmigración y el tratamiento jurídico de la extranjería, tanto
en nuestro país como en los de nuestro entorno. Además, el incremento de los
flujos migratorios en Europa ha condicionado las respuestas estatales sobre la
política de asilo y refugio, que han experimentado desde la década de los años
ochenta del siglo pasado una considerable restricción. Desde la opción inicial
del constituyente en torno a su configuración legal, hasta la proliferación de
instrumentos de protección temporal por causas humanitarias, la actual regu-
lación de asilo y refugio y sus carencias, es consecuencia de nuestra adaptación
a la política común de asilo de la Unión Europea, si bien cada sistema, es obvio,
presenta características específicas. Así, en nuestro caso el sistema de asilo está
vinculado al incremento de flujos inmigratorios de carácter mixto, como a con-
sideraciones de política migratoria. La nueva regulación en materia de asilo y
protección subsidiaria aquí comentada precisará de desarrollo reglamentario,
así como de aplicación administrativa e interpretación jurisprudencial para
evidenciar todas sus potencialidades, ya que su reciente entrada en vigor sólo
nos ha permitido una evaluación teórica, en la que debemos destacar el esfuer-
zo garantista en los procedimientos, la concreción conceptual y la casi comple-
ta equiparación entre asilo y protección subsidiaria.
Abstract: The right of asylum (art. 13.4 Spanish Constitution), has undergone an
evolution like immigration and the legal treatment of foreigners, both at our
country and in other European countries. Moreover, the increase of migration
flows in Europe has conditioned state responses on asylum and refugee policy,
which have experienced since the early eighties of last century a considerable
restriction. Since the initial choice of constituents around legal settings of the
right to the proliferation of temporary protection instruments for
humanitarian reasons, the current asylum and refugee regulations and
shortcomings is a consequence of our adaptation to the common asylum policy
of the European Union, although each country system has obviously special
features. Thus, in Spain the asylum system is linked to increased mixed
migratory flows in nature, and to immigration policy considerations as well.
The new regulation on asylum and subsidiary protection discussed here will
require enabling legislation and administrative implementation and judicial
interpretation to show its full potential, since its recent enforcement only has
allowed a theoretical evaluation, which highlights safeguarding effort in
procedures, conceptual clarification and almost complete equivalence between
asylum and subsidiary protection.
2
Para el reconocimiento del derecho de asilo por razones humanitarias, la jurispruden-
cia había señalado la concurrencia de una “especial cualificación” de las razones invocadas
por el solicitante que justificasen su reconocimiento a la luz del principio de solidaridad in-
ternacional “proyectada sobre el valor fundamental de la dignidad de la persona humana”;
de tal manera que, solamente con la presencia de estos valores resultaría fundamental la exis-
tencia de razones humanitarias para su concesión (STS 30.3.1993).
4
La presencia de conceptos jurídicos indeterminados en la norma no presupone, en
ningún caso, la discrecionalidad de la Administración en su actuación. Bien es cierto que, su
ubicación en la órbita de la soberanía del Estado y su exclusión de la vía de amparo constitu-
cional, pueden acentuar su perfil de derecho “debilitado”, pero en todo caso “sujeto al con-
trol jurisdiccional de las acciones gubernamentales”. D. LÓPEZ GARRIDO, op. cit, p. 176.
5
La jurisprudencia ha huido de establecer criterios de general aplicación o interpreta-
ción complementaria de la norma, “para atender a las características especificas de cada si-
tuación, con sus peculiaridades, y así obtener la convicción precisa y necesaria para otorgar el
régimen solicitado” (SSTS 28.91988, 4.3.1989, 20.1.1992 y 30.3.1993 entre otras).
6
“(...) es cierto que el asilo es una protección graciable que dispensa el Estado, mas esto
no significa que en los casos en que se den los supuestos en que por las circunstancias del so-
licitante y del país perseguidos no haya de otorgarse el asilo; se reconoce un área de discre-
cionalidad, no de arbitrariedad, y siempre existe control judicial sobre el uso de dichas facul-
tades” (STS 4.3.1989).
7
STS 30.3.1993.
sona humana, de tal manera que, solamente con la presencia de estos valo-
res resultaría fundamentada la existencia de razones humanitarias para su
concesión. Cabe decir, que tras las sucesivas reformas legales ha permane-
cido la consideración de las razones humanitarias como vía para autorizar
la permanencia en el territorio aun cuando no se concediese la protección
solicitada.
Ahora bien, los perfiles confusos que delimitaban ambas figuras8, la
pluralidad de consecuencias derivadas de su reconocimiento y la necesidad
de homogeneizar nuestro sistema de asilo con los de los Estados de nuestro
entorno, entre otros, obligó a abordar una reforma a fondo del mismo9.
13
Reglamento 343/2003 y su Reglamento 1560/2003 de aplicación por el que se estable-
cen los criterios y mecanismos de determinación del Estado miembro responsable del exa-
men de una solicitud de asilo presentada en uno de los Estados miembros por un nacional de
un tercer país.
14
Reglamento 407/2002 por el que se establecen determinadas normas de desarrollo del
Reglamento 2725/2000 de creación del sistema Eurodac para la comparación de las impresio-
nes dactilares para la aplicación efectiva del Convenio de Dublín.
15
“(...) el hecho de ser mujer soltera y madre de dos hijos ha sufrido en su país de origen
discriminación social y postergación laboral. (...) pudiéramos hallarnos ante una persecución
por razón de género, incardinable entre las persecuciones sociales”(STS 15.02.2007).
16
Quizá uno de los casos que ha alcanzado más relevancia mediática ha sido el resuelto
por la SAN 23.3.2006 que si bien no constató la persecución por razón de sexo, si resolvió la
concesión por razones humanitarias, tras haber sufrido ablación del clítoris una mujer en Ni-
geria, aplicándose la doctrina de la STS 28.10.2005 a través de la existencia de “circunstancias
incompatibles con el disfrute de los derechos que son inherentes a la persona para el caso de
que ésta hubiera de retornar a su país”. La apreciación de la concesión por razones humanita-
rias se fundamentó en la consideración de que si “la demandante volviese a su entorno social,
se encontraría razonablemente en una situación de rechazo o al menos incomprensión fami-
liar por no aceptar pautas de comportamiento familiares y sociales que la condujeron a la
ablación, acreditada en autos”.
18
“(...) para denegar dicha admisión a trámite la Administración se ha limitado a aducir
que los hechos alegados por el interesado no se corresponden o contradicen la información
disponible sobre su país de origen, pero no se concreta en el acto recurrido ni en ningún do-
cumento de los que integran el expediente (...) y en qué consiste la información disponible de
la que supuestamente se derivaría la falta de verosimilitud de los hechos alegados por el re-
currente” (SAN 24.11.2000). En cuanto a la necesidad de probar las alegaciones, en esta fase el
Tribunal Supremo entiende que “basta con comprobar si lo alegado puede incardinarse o no
entre los motivos que teóricamente podría dar lugar al asilo, sin que en fase de admisión
haga falta probar nada sobre los hechos alegados” (STS 22.6.2004).
22
En este sentido la reforma operada por el Real Decreto 2939/2004, de 30 de diciembre,
que modifica el contenido del artículo 31 del Reglamento de desarrollo.
23
Aunque la valoración de esta fase debe ser ponderada a lo largo de la vigencia de la ley,
no es menos cierto que se pudo constatar “una excesiva aplicación de un procedimiento de algu-
na manera excepcional”. P. SANTOLAYA MACHETTI, El derecho de Asilo….op. cit., pág., 69.
miento del derecho de asilo no se exigía una prueba absoluta y plena de los
hechos alegados, siendo suficiente la aportación de indicios que hicieran
“verosímil el hecho de la persecución o el temor fundado a padecerla”, en el
caso de la inadmisión a trámite “la exigencia probatoria” debería ser más
flexible, ya no se trataba en esta fase del procedimiento “de resolver sobre el
fondo de la solicitud sino sobre su admisión a trámite”24. En concreto, ha co-
rrespondido a la administración llevar a cabo la investigación de las circuns-
tancias objetivas alegadas por el solicitante y la valoración de su trascenden-
cia a los efectos del asilo, así como la carga de justificar que la solicitud en
cuestión se subsumía en una de las causas de inadmisión. Ahora bien, he-
mos de recordar que ni la ley ni los tribunales han exigido una prueba abso-
luta y plena de los hechos alegados, siendo suficiente la aportación de indi-
cios que hiciesen verosímil el hecho de la persecución o el temor fundado a
padecerla. Por tanto, en este trámite la exigencia probatoria debía ser más
flexible. En términos acuñados por la jurisprudencia del Tribunal Supremo
la administración no debía pronunciarse sobre el fondo de la solicitud en es-
ta fase, sino constatar que existía una base mínima suficiente para la tramita-
ción de la misma25.
Desde la perspectiva material de la aplicación práctica de las garantías
contenidas en el procedimiento y su efectiva aplicación cabe decir que en los
sucesivos informes emitidos por CEAR, ACNUR y el Defensor del Pueblo26
se ha constatado la comisión de diversos incumplimientos de las previsio-
nes normativas en torno a la asistencia letrada a los inmigrantes. En efecto,
se pudo constatar la insuficiente respuesta por el Estado español para ga-
24
“para denegar dicha admisión a trámite la Administración se ha limitado a aducir que
los hechos alegados por el interesado no se corresponden o contradicen la información dispo-
nible sobre su país de origen, pero no se concreta en el acto recurrido ni en ningún documen-
to de los que integran el expediente (...) y en qué consiste la información disponible de la que
supuestamente se derivaría la falta de verosimilitud de los hechos alegados por el recurren-
te” (SAN 24.11.2000). En cuanto a la necesidad de probar las alegaciones, en esta fase el Tri-
bunal Supremo entiende que “basta con comprobar si lo alegado puede incardinarse o no en-
tre los motivos que teóricamente podría dar lugar al asilo, sin que en fase de admisión haga
falta probar nada sobre los hechos alegados” (STS 22.6.2004).
25
En la fase de admisión a trámite “no se trata de acreditar que concurren las causas, si-
no, más bien, de analizar si las alegadas son de aquéllas que pueden dar lugar al reconoci-
miento de la condición de refugiado” (STS 7.6.2004).
26
Comparecencia del Defensor del Pueblo en la Comisión Mixta de relaciones con las
Cortes BOCG 22.11.2005 así como el Informe sobre Asistencia Jurídica a los extranjeros en España,
Madrid, 2005.
33
No presenta ninguna duda para Sánchez Legido que los nuevos supuestos que se con-
tienen en esta regulación otorgan un amplio margen de maniobra a la administración al obje-
to de poder llevar a cabo el rechazo de solicitudes “por razones no expresadas (..) de orden
público o seguridad pública“. A. SÁNCHEZ LEGIDO, “Entre la obsesión por la seguridad y
la lucha contra la inmigración irregular: a propósito de la nueva ley de asilo”, Revista Electró-
nica de Estudios Internacionales, núm. 18, 2009, p.. 12.
3.2. El Procedimiento
En cuanto a las novedades que presenta el procedimiento, hemos de re-
ferirnos en primer lugar, a la supresión de la presentación de la solicitud en
los Consulados y Misiones Diplomáticas34. Hemos de recordar que aun
cuando la Directiva que aquí se traspone excluye expresamente su aplica-
ción a las solicitudes presentadas en embajadas, no constituye óbice alguno
para suprimir esta posibilidad presente en nuestro ordenamiento hasta la
aprobación de esta norma. Si bien el legislador ha previsto la posibilidad de
que se pueda evaluar la necesidad de traslado a España de solicitantes de
protección internacional que acudan a Embajadas y Consulados en países
de los que no sean nacionales y “corra peligro su integridad física” (art. 38).
No se alcanza la razón de ser de esta previsión que, si bien fue objeto de in-
corporación al texto durante la tramitación parlamentaria, sin duda en el fu-
turo desarrollo reglamentario de la misma hemos de esperar que se pueda
concretar35. La cuestión que inmediatamente surge ante la lectura de este
precepto es la del amplio margen de discrecionalidad de que dispone el res-
ponsable de la representación diplomática española, aunque la remisión al
reglamento de desarrollo pospone la regulación del procedimiento “para
evaluar las necesidades” que justifiquen el traslado a nuestro país para for-
malizar la solicitud. Subsisten además dos obstáculos añadidos para la efec-
tividad de este precepto, la inexistencia de legaciones españolas en numero-
sos países de origen de los posibles solicitantes de asilo y la exigencia de que
34
La Ley 9/1994 preveía la posibilidad de presentar la solicitud de asilo fuera de nues-
tro país ante las Misiones Diplomáticas y Oficinas Consulares que enviaban dicha solicitud a
la Oficina de Asilo y Refugio a través del Ministerio de Asuntos Exteriores. Se exigía al solici-
tante el abandono del territorio nacional de origen y la formulación de la solicitud fuera del
mismo.
35
Entiende García Mahamut que con la previsión legal del reasentamiento de refugia-
dos se “permite satisfacer nuestro compromiso con la protección internacional más allá de
nuestras fronteras”. R. GARCÍA MAHAMUT, y J. GALPARSORO, Régimen jurídico del dere-
cho de asilo en La Ley 12/2009, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid 2010, p.
82.
como a las consecuencias que se puedan derivar de las mismas. En todo ca-
so, la tramitación de las solicitudes formuladas en frontera presenta dos no-
vedades que implican un mayor rigor para el solicitante en la nueva regula-
ción, de un lado la posibilidad de que por parte del Ministro del Interior
mediante resolución motivada se lleve a cabo, junto a la inadmisión a trámi-
te por falta de competencia o de requisitos, la denegación de la solicitud di-
rectamente cuando se planteen cuestiones no relacionadas con el examen de
requisitos para el reconocimiento de la protección internacional, el solicitan-
te proceda de un país de origen considerado seguro o que concurran en el
solicitante alguna de las causas de denegación previstas en la propia ley, así
como cuando se trate de solicitud manifiestamente infundada. No parecen
sin embargo suficientemente concretados por el legislador los supuestos en
los que debe proceder la denegación y los supuestos en los que procederá al
examen de la admisión a trámite. Con todo, el mayor riesgo que implica la
incorporación de este procedimiento recae en la posible confusión entre las
causas de inadmisión a trámite de la solicitud de protección y el juicio de
fondo sobre la pertinencia de la concesión de la protección. La experiencia
ha demostrado como en numerosas ocasiones no parece que la administra-
ción lleve a cabo un discernimiento claro entre los requisitos para la conce-
sión de protección y aquellos otros precisos para que la solicitud de protec-
ción sea admitida a trámite. A tenor de la jurisprudencia recaída en
aplicación de la anterior ley 9/1994 tras la impugnación de las resoluciones
de inadmisión, los órganos jurisdiccionales han podido constatar en diver-
sas sentencias el error de apreciación en que ha incurrido la propia adminis-
tración. Reiteramos en este aspecto el riesgo de confusión que se puede pro-
ducir en virtud de la nueva norma entre el análisis liminar de la solicitud y
el procedimiento de denegación directa de la solicitud, en detrimento de la
jurisprudencia comentada, que fija con claridad hasta el momento, cual ha
de ser el alcance de la consideración inicial relativa a la admisibilidad, que
no implica en ningún caso un juicio sobre el fondo de los motivos del funda-
do temor a sufrir persecución. El precedente del procedimiento de inadmi-
sión a trámite que permitió eludir el estudio a fondo de más del 50% de las
solicitudes durante la vigencia de la Ley 9/1994 debe actuar como adverten-
cia. En todo caso, se podrá formular petición de reexamen que paraliza los
efectos de la inadmisión o denegación y tras la resolución de la misma el re-
curso potestativo de reposición o interponer un recurso contencioso-admi-
nistrativo.
o que, habiendo sido condenado por sentencia firme por delito grave, cons-
tituya una amenaza para la comunidad (art. 44). Hemos de reproducir aquí
cuanto se ha indicado al respecto en las causas de exclusión o denegación,
insistiendo en la importancia que reviste el estándar probatorio para calcu-
lar el riesgo que se puede derivar de la revocación. Por cuanto respecta a los
procedimientos previstos para el cese y la revocación el legislador ha esta-
blecido un conjunto de garantías durante la tramitación del procedimiento
administrativo como el recurso contencioso-administrativo ante el órgano
jurisdiccional frente a la resolución administrativa que ponga fin al mismo.
La tramitación del procedimiento principiará en la Oficina de Asilo y Refu-
gio que remitirá el expediente correspondiente a la Comisión Interministe-
rial de Asilo y Refugio que, cuando proceda, elevará la propuesta al Minis-
tro del Interior que resolverá sobre el cese o revocación.
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Resumen: El objetivo de este artículo es aportar algunas reflexiones en torno a los moti-
vos que podrían subyacer en la ineficacia de las medidas adoptadas por los go-
biernos contra la discriminación racial y étnica. Con ese objetivo, la atención
se dirige hacia las políticas de inmigración. La justificación para la elección de
este enfoque radica en que esas políticas se sustentan sobre criterios discrimi-
natorios entre personas, fundamentalmente según la nacionalidad. Surge, así,
una contradicción: se prohíbe ciertas formas de discriminación entre personas,
una de las cuales sí que puede ejercerla el estado de forma legítima. Las políti-
cas contra la xenofobia y el racismo se podrían interpretar, desde este enfoque,
como medidas dirigidas a gestionar ese monopolio en el derecho a discriminar.
Abstract: The aim of this article is to set out some thoughts around the reasons that may
underlie in the ineffectiveness of the measures adopted by the Governments
against ethnic and racial discrimination. With this purpose in mind, the
attention is directed towards immigration policies. The reason to this choice is
that the backgrounds of those policies are discriminatory, as long as they are
based on nationality to distinguish between individuals. Due to that, one
contradiction arises: despite some forms of discriminatory behavior are
forbidden to individuals, one of those forms is allowed to the state. From this
viewpoint, anti-discriminatory policies can be understood as measures
directed to manage that monopoly on the right to discriminate.
INTRODUCCIÓN
1. PODER DE DISCRIMINACIÓN
Conviene, en primer lugar, establecer qué se entiende por “políticas de
inmigración”. Respecto a los objetivos a alcanzar, éstos han sido de carácter
1
Sobre este tema puede leerse J. DE LUCAS, “La herida original de las políticas de in-
migración. A propósito del lugar de los derechos humanos en las políticas de inmigración”,
Isegoría, núm. 26, junio 2002, pp. 59-84; J. DE LUCAS, “Algunas tesis sobre el desafío que
plantean los actuales flujos migratorios a la universalidad de los derechos humanos”, en I.
CAMPOY. (ed.), Una discusión sobre la universalidad de los Derechos Humanos y la inmigración,
Dykinson, Madrid, 2006, pp. 59-128, así como a A. SOLANES, “La apertura selectiva: nacio-
nalidad y mercado frente a la movilidad humana”, en J. DE LUCAS y A. SOLANES (eds.), La
igualdad en los derechos: claves de la integración, Dykinson, Madrid, 2009, pp. 67-96.
salista resulta incompatible con los criterios particularistas del segundo mo-
delo. Segunda: el modelo universalista establece límites al ámbito legítimo
de instrumentalización de las personas por su nacionalidad; en cambio, los
criterios racistas o de otra índole pueden confundirse con el de nacionali-
dad, reforzando la legitimación del trato desigual dado a nacionales y ex-
tranjeros. Tercera: sea cual sea la combinación, el empleo del criterio de la
nacionalidad es consustancial a esas políticas.
Conviene añadir que la condición de posibilidad para que las políticas de
inmigración resulten discriminatorias radica precisamente en el empleo de ese
criterio. Así, por ejemplo, respecto al derecho de movimiento, las personas tie-
nen el derecho de entrada al país del cual se es nacional, y de salida de cualquier
estado. Correlativamente, los estados tienen el deber de permitir la salida de
cualquier persona, sin poder distinguir según su nacionalidad, pero únicamen-
te respecto a sus nacionales tiene el deber de permitir la entrada a su territorio.
Conviene también destacar que no es inusual que esa clasificación según la na-
cionalidad se relacione simultáneamente con otros criterios. En este sentido, la
raza, la religión o la etnia suelen vincularse con la nacionalidad de la persona.
La cuestión, entonces, radica en determinar cuál el núcleo de derechos conside-
rados indisponibles por parte del estado (conforme al primer modelo), y cuáles
pueden ser modulados y de acuerdo con qué criterio (universalista o no).
Finalmente, vale la pena resaltar que es inherente a las políticas de inmi-
gración el generar situaciones de irregularidad, pues la existencia de una
norma que regula conductas implica la posibilidad de su incumplimiento4.
Las consecuencias son el no otorgamiento de aquellos derechos que, no con-
siderándose universales y de obligado respeto para los estados, están vincu-
lados a la entrada conforme a la normativa vigente. En ese sentido, la entra-
da irregular puede contemplarse como otra manera de modular los
derechos de los extranjeros a través del criterio de la nacionalidad.
5
Sobre este tema, y también sobre cómo perdura esa confusión, si bien reformulada en
la pareja etnia-nacionalidad, incluso con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, se pue-
den leer las siguientes obras: 1) N. MacMASTER, Racism in Europe, Palgrave, Hampshire,
2001. 2) B. BOWLING y C. PHILLIPS, Racism, crime and justice, Longman, Essex, 2002; 3) A.M.
LÓPEZ SALA, Inmigrantes y estados: la respuesta política ante la cuestión migratoria, Antrhopos,
Rubí, 2005. A través del criterio de la nacionalidad, la actividad pública halla una manera de
racializarse o etnificarse.
11
M. WIEVIORKA, El espacio del racismo, trad. Isidro Chias, Paidós, Barcelona, 1992.
La creencia en que los intereses y las demandas sociales pueden ser alte-
rados por la élite dirigente implica defender que los valores sociales se confi-
12
G. SARTORI, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, trad.
M.A. Ruiz de Azúa, Taurus, Madrid, 2001, pp. 108.
guran de arriba a abajo. Bajo esta concepción, la sociedad carece de una diná-
mica autónoma de la esfera política, sino que las masas gobernadas necesitan
de dirigentes que les guíen y articulen sus intereses. Esa teoría sobre las rela-
ciones entre clase dirigente y sociedad gobernada sólo tiene sentido en esta-
dos modernos, en que el grado de concentración del poder político y de orga-
nización burocrática posibilita una acción pretendidamente eficaz.
Esa concentración del poder político en las instituciones estatales se ha
acelerado desde finales del siglo XIX, gracias a los sucesivos avances tecno-
lógicos. Esos sucesivos avances han permitido que los recursos y el poder de
los estados para poder hacer efectivas sus decisiones se hayan incrementado
enormemente. Pero si bien es cierto que los estados han ido ganando paula-
tinamente capacidad de gobierno, simultáneamente también lo habrían ido
perdiendo. En este sentido, ese mismo desarrollo ha conllevado que fenó-
menos que suceden fuera de las fronteras estatales puedan repercutir de
manera considerable dentro de las mismas. Así, los estados parecen actuar
reactivamente incidiendo sobre las consecuencias sobrevenidas, pero sin ca-
pacidad de intervención sobre las causas que impulsarían actualmente las
grandes transformaciones políticas, sociales y económicas.
Ese proceso histórico consiste en que la actividad de la economía ha sobre-
pasado el ámbito de decisiones políticas. Es por ello que el funcionamiento de
la economía se puede presentar como autónomo de la actividad estatal y que
es, si acaso, esa actividad la que debe adecuarse a la marcha de la economía. En
el discurso legitimatorio de las políticas públicas se deben distinguir, pues, tres
elementos distintos: un actor, los estados que toman decisiones y legitiman su
actuación; y las dos caras del discurso, por un lado, una realidad que se pre-
senta como regulada por sus propias reglas, y, por otro lado, el ámbito en el
cual aquellos sí tienen la capacidad para actuar eficazmente, actividad que se
legitimaría en base al deber de adaptación a las leyes de esa realidad.
Concretando lo anterior en el caso de las migraciones internacionales se
tendría: en primer lugar, un sistema económico cuya dinámica provoca flujos
migratorios internacionales de escala global. En segundo lugar, los estados re-
ceptores que pretenden dar respuesta mediante sus políticas de inmigración.
Estas políticas no deben, cuanto menos, contravenir las normas que rigen el
propio crecimiento económico del país que es causa de esas migraciones. Es
más, se afirma que esos mismos procesos económicos impulsarán las transfor-
maciones que resuelvan las causas que subyacen en y generan esas migracio-
nes. El desarrollo económico y tecnológico serían, simultáneamente, la causa
y la solución del problema. Pero eso implica que se deben descartar aquellas
políticas que pretendan abordar la solución al problema de las migraciones
atacando directamente las causas de las mismas, pues irónicamente impedi-
rían su solución. Una segunda implicación sería que, en el interim, las políti-
cas migratorias deben estar subordinadas al objetivo del crecimiento econó-
mico. En tercer lugar, la discriminación ejercida por el estado se justifica en
base a ese deber de adaptación a la realidad, que constriñe el conjunto de al-
ternativas en políticas de inmigración a aquellas que sean realistas.
A continuación, se profundiza en cada uno de esos elementos que se re-
ferirían al sujeto y la lógica del discurso legitimatorio de las políticas de in-
migración.
alcanzar un determinado fin dado. En tanto que no se plantea los fines a al-
canzar, sino que se centra en la elección de los medios, las propuestas de los
expertos pueden presentarse como valorativamente neutrales y objetivas17.
La pretendida objetividad de sus decisiones se deriva del hecho mismo de
que no se cuestiona la bondad o maldad del objetivo planteado, sino única-
mente la eficacia de los medios para alcanzarlo. A la racionalidad práctica
propia de la ciencia se la denomina “racionalidad instrumental”18. En caso
de que se pueda hablar de la existencia de valores científicos, la eficacia sería
el valor defendido por la racionalidad instrumental. Pero ese valor tendría
una peculiaridad: la constatación de la presencia de esa cualidad en un de-
terminado medio podría ser verificada (o falsada, si se prefiere) empírica-
mente, al contrario de lo que sucedería con otros valores empleados por las
“ciencias normativas”, como son los de libertad, justicia, bien, equidad, etc.
La derivación lógica de un saber práctico a partir de un enunciado teóri-
co sería como sigue. El conocimiento científico se caracteriza por establecer
relaciones de causalidad entre fenómenos empíricos19. El esquema lógico-
analítico de la relación de causalidad puede expresarse de la siguiente ma-
nera: “Si sucede A, entonces sucede necesariamente Z”. De este conocimiento
teórico puede derivarse enunciados prescriptivos que pueden resultar útiles
para la práctica, pues “si se quiere Z, entonces se debe A”. La causa se equipara
a un medio para conseguir un fin, que es el efecto. Bajo esta lógica, se puede
establecer una cadena de fines y medios, en que el conocimiento científico
aporta un conocimiento de los medios eficaces para alcanzar un fin dado.
Las instituciones públicas han depositado su confianza en la efectividad de
esta lógica. El conocimiento científico posibilitaría no sólo la predicción de
las consecuencias y la anticipación en caso de que no sean deseadas, dada
una situación, sino también el poder transformar la realidad conforme a
unos objetivos dados, de forma que si se dispone de la tecnología adecuada
para propiciar unas determinadas circunstancias, entonces se conseguirían
unas determinadas consecuencias.
17
F. FISCHER, op. cit., nota 16.
18
Sobre la racionalidad instrumental, véanse las obras de C.G. HEMPEL, La explicación
científica. Estudios sobre la filosofía de la ciencia, trad. M. Frassineti, N. Mínguez, I. Ruiz Aused,
Paidós, Barcelona, 1979; M. WEBER, Economía y sociedad, FCE, trad. J. Medina, 2ª ed. en esp.
de la 4ª en alemán, Madrid, [1922] 2002.; y J. ELSTER, El cambio tecnológico. Investigaciones so-
bre la racionalidad y la transformación social, trad. M. Mizraji, Gedisa, 3ª ed., Barcelona, 1997.
19
J. ELSTER, op. cit., nota 18.
que sólo se conceden créditos si se ha liberalizado el mercado financiero, pero ello no necesa-
21
riamente implica que el fin perseguido llegue a realizarse. La confusión entre eficacia y efecti-
vidad es el resultado de asumir un determinado paradigma que establece una relación causal
entre medio y fin. De esta forma, cuando aquel se aplica eficazmente, necesariamente debe
resultar efectivo; entonces es cuando se puede afirmar que el medio ‘es eficaz’ (por tanto, y en
caso de no realizarse el fin, la causa debe buscarse en una incorrecta aplicación de esas medi-
das).
22
L.L. HIERRO, Justicia, igualdad y eficiencia, CEPC, Madrid, 2002, pp. 20.
23
Algunas definiciones dadas de eficiencia serían las siguientes. Samuelson: “Más
concretamente, la economía produce eficientemente cuando no puede producir una ma-
yor cantidad de un bien sin producir una menor del otro” (P.A. SAMUELSON y W.D.
NORDHAUS, Economía, trad. L. Toharia y E. Tabasco, McGraw-Hill, 13ª ed., Madrid, 1990,
pp. 32). Krugman-Wells-Olney: “Los economistas afirman que los recursos de una econo-
mía se están utilizando de forma eficiente cuando todo el mundo ha aprovechado todas
las posibilidades de mejorar que existen. En otras palabras, una economía es eficiente si no
hay ninguna posibilidad de que alguien mejore sin que otro empeore” (P.R. KRUGMAN,
R. WELLS y M. OLNEY, Fundamentos de economía, trad. G. Pérez Apilanez, Reverté, Barce-
lona, 2008, pp. 14). A los efectos de este trabajo, la definición de eficiencia paretiana resul-
ta operativa, en tanto que fundamento mismo de cualquier posterior definición dada. Con
todo, esa definición ha sido revisada; sobre la evolución de ese concepto, puede leerse a
R.O. ZERBE Jr., Economic efficiency in law and economics, Edward Edgar, Cheltenham, 2001,
pp. 1-13.
dose en el fin mismo que justifica la elección. En ese caso, eficacia y eficien-
cia, medio y fin se confundirían24.
En tanto que se considera como un criterio para la elección entre me-
dios, “eficiencia” significa elegir el medio en el que se obtiene un fin dado
mediante la mejor distribución de los recursos disponibles. En cuanto se le
considera un fin en sí mismo, entonces “eficiencia” significa ulteriormente
crecimiento económico. En este segundo sentido, “eficiencia” significa tener
como fin de la actividad productiva el aumento de los recursos productivos.
Llamo “eficientismo” a la corriente de pensamiento que sitúa la eficiencia
como el fin jerárquicamente supremo.
El tema de la eficiencia como fin de la actividad económica se puede tra-
ducir en la cuestión planteada por la filosofía política actual acerca de si la efi-
ciencia es un componente o no de la justicia (en otras palabras, si el crecimien-
to económico es o no un componente de la justicia), discusión que gira en
torno a la cuestión de si una sociedad más desarrollada económicamente tiene
la posibilidad de ser más justa que otra debido a eso. Hierro25 distingue tres
posiciones distintas. Por un lado, algunos, entre los cuales sitúa como figura
destacada a Posner, reducen la justicia a la eficiencia, de manera que la socie-
dad más eficiente es la más justa, y, más cuanto más eficientemente esté orga-
nizada. En segundo término, otros defenderían que la eficiencia forma parte
del contenido de la justicia, pero no el único, de manera que debe conjugarse
con otros elementos, como serían el respeto a los procedimientos democráti-
24
Pondré un ejemplo simplificado de lo expuesto hasta el momento. Supongamos que
un estado quiere X (“impulsar el uso de tecnologías renovables”). Para conseguirlo, sabe que
debe A (“invertir en la formación de personal altamente cualificado”), pero no B (“formar
personal especializado en energía nuclear”). Entonces, hacer A es racional, y hacer B es irra-
cional. Ahora, supongamos que también podría conseguirlo haciendo C (“incentivar la llega-
da y establecimiento de profesionales extranjeros altamente cualificados”). Para elegir entre
A y C, un posible criterio es el de la eficiencia. Supongamos que, después de realizar los cál-
culos oportunos, C es un medio más eficiente. Entonces, C es una elección más racional que
A, pero siempre teniendo en cuenta que lo que se pretende conseguir es X de manera incues-
tionable. Ahora bien, cuando el principio de eficiencia se prioriza a cualquier otro, X pasa a
ser cuestionable. Puede que haya otro fin Z (“impulsar el uso de la energía nuclear”), alcan-
zable mediante B (“formar personal especializado en energía nuclear”), y que, en un cálculo
de eficiencia, esta alternativa resulte más eficiente que C y, por transitividad, que A. El fin a
realizar se elige en función de la eficiencia del medio para conseguirlo. Entonces, la consecu-
ción del fin Z reportaría más utilidad que la consecución del fin X, por lo cual elegir Z y hacer
B sería la alternativa de acción racional.
25
L.L. HIERRO, op. cit., nota 22.
solución de conflictos, sino de un valor superior que abarca a todos los de-
más. Ello es así porque, en último término, todo valor es traducible en y
reducible a términos de utilidad, funcionando éste último a modo de len-
guaje universal. De esta forma, la utilidad de las diferentes opciones se pue-
de calcular conforme a la lógica de costes y beneficios. La elección racional
consistiría en la elección de la alternativa maximizadora de la utilidad entre
las distintas alternativas posibles28. El fundamento de la elección radica en
las consecuencias de la conducta de cada una de las acciones alternativas.
Mediante esa externalización y objetivación de las motivaciones, se buscaría
obviar el análisis de los elementos normativos de la subjetividad, lo cual po-
sibilitaría el tratamiento científico de la elección humana.
Para los seguidores del paradigma neoliberal, los fracasos en las políti-
cas de inmigración se deben achacar a dos posibles motivos. En primer lu-
gar y partiendo de la suposición de que los destinatarios de la norma han ac-
tuado racionalmente, esto es, escogiendo la opción más útil para ellos, dicho
fracaso puede deberse a la incorrecta evaluación de los costes y beneficios
asignados en cada supuesto. La solución sencillamente pasaría por una re-
forma de la legislación que modulase correctamente la asignación de dere-
chos y obligaciones, de forma que los individuos, al realizar su cálculo de
utilidad, actuaran de conformidad a las previsiones gubernamentales. El se-
gundo motivo consiste en que los inmigrantes extranjeros actúen irracional-
mente. “Actuar irracionalmente” significa, en este contexto, no considerar
en la toma de decisiones los premios y castigos que el legislador correcta-
mente haya podido establecer o, en otras palabras, romper con el sentido de
arriba a abajo, de manera que el individuo no adecúa su conducta a la lógica
del legislador. Cabe destacar que el problema en ningún caso se atribuye a
lo erróneo del paradigma mismo empleado para configurar esas políticas.
Si se vuelve la mirada hacia los nacionales, esta misma lógica es aplica-
ble. Ello permite afrontar el objetivo que se planteaba en este artículo: cómo
las políticas de inmigración legitimadas en argumentos economicistas pue-
den acabar generando actitudes xenófobas y/o racistas.
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2008.
Saskia Sassen es no sólo una célebre socióloga, sino una verdadera ciu-
dadana del mundo, que ha vivido y ha estudiado en diversos países, asimi-
lando sus contrastes sociales, culturales y políticos. Goza de una amplia y ri-
ca formación en ciencias sociales (sociología, ciencias políticas, economía) y
filosofía. Sus obras1 han alcanzado una merecida notoriedad gracias su tra-
bajo de teorización sobre datos empíricos. La lectura de algunos trabajos de
Sassen recuerda, en el sentido más elogioso, a los padres fundadores de la
sociología, que sabían moverse con la misma facilidad en el plano experi-
mental que en el teórico, y que permitían un diálogo con las diferentes ra-
mas del saber.
Durkheim o Weber son recordados (más desde fuera de la sociología
que desde dentro) por sus abstracciones y su capacidad de explicación de
los fenómenos de profundo espectro. Al combinar la base empírica con la
capacidad para explicar y teorizar, Sassen propone en este libro un nuevo
modelo de articulación de tres elementos que afectan directamente a la esfe-
ra jurídica: territorio, autoridad y derechos (en su manifestación subjetiva y,
por ende, moderna). La autora analiza desde la sociología empírica, llega
hasta la filosofía a partir de una explicación histórica.
La escritura de Sassen es precisa y cortante. No se anda con rodeos y sus
vastos conocimientos le sirven para moverse con comodidad en diferentes
ámbitos, sin refugiarse en la vacua erudición. Por eso, no es difícil extraer las
1
En particular The global city: New York, London, Tokyo, Princeton University Press, 2001.
Una de las preguntas que genera el libro de Sassen es saber si, en efecto,
en la globalización se ha producido una pérdida de los derechos y un refor-
zamiento de una autoridad no territorial. Capella indicaba el transvase de
poder estatal a otras instancias difusas, mientras que Sassen cree que el Esta-
do es cómplice de este proceso de globalización, ya que coopera con los
mercados financieros a través de una creciente desregulación. Capella alude
a las dos esferas (ámbito público y ámbito privado) como uno de los rasgos
más característicos de la Modernidad. Según Sassen, en los tiempos actuales
ha desaparecido esta dicotomía, ya que la intimidad es cada vez más de do-
minio público y que el Estado y los poderes privados van de la mano.
El trabajo de esta autora ayuda a comprender que los tiempos y los es-
quemas de distribución física del poder han cambiado, pero que la autori-
dad como forma de ese poder sigue primando. Y pese a los continuos anun-
cios, no se ha abierto una “época de los derechos”. Las temporalidades no
son lineales y los territorios no son superficies, sino que el poder se ha vuel-
to difuso y que ha acabando por doblegar al Estado Nacional, que coopera
con la globalización que une lo local y lo mundial. Tal vez la explicación de
Sassen sea la más ajustada a la realidad y, tal vez el derecho, pese a los con-
tinuos reconocimientos y a la abundante legislación, esté en manos de una
autoridad deslocalizada.
Ciertamente, para que exista derecho debe haber autoridad, pero si ésta
se esconde en una incognoscible maraña de poderes, ¿a quién se deben pe-
dir los derechos? ¿dónde queda el derecho como límite a los abusos de la
autoridad? Sassen describe el río revuelto de nuestros días y también la ga-
nancia de los pescadores. Si el retrato es fidedigno –y me temo que sí– espe-
ro que los juristas no hayan dicho aún su última palabra y que ejerzan su
fuerza crítica frente a una situación que, pese a su complejidad, no tiene por
qué acabar con una derrota de los derechos.
GREGORIO SARAVIA
Universidad Carlos III de Madrid
En los últimos dos o tres años, muchas de las principales ciudades euro-
peas han sido escenario de movilizaciones o manifestaciones de docentes,
estudiantes y otros sectores de la sociedad civil que se oponen ferviente-
mente a que la Universidad se convierta en un simple nicho mercantil del
que sólo se espera obtener beneficios económicos. En la medida en que las
instituciones educativas deben ajustarse a las duras presiones y condiciones
impuestas por los mercados, se ha extendido en el pensamiento crítico la
utilización teórica de un concepto: el capitalismo cognitivo. Dicha denomina-
ción sirve para dar cuenta de un sistema de acumulación en el que predomi-
na el trabajo científico-intelectual valorado a través del control y transfor-
mación del conocimiento en una mercancía. En este panorama se pueden
distinguir dos procesos concomitantes que no pueden ser obviados en una
evaluación rigurosa de la crisis que atraviesa el sistema educativo en su con-
junto y, en particular, la Universidad. Por un lado, la tendencia expansiva y
constante del capitalismo hacia el área de producción del saber –tanto la que
se desarrolla en el ámbito público como en el privado– para que éste se or-
ganice de acuerdo con parámetros propiamente capitalistas y, por otro lado,
el contexto de aguda crisis económica que define dichos parámetros me-
diante un aparato de reformas que incluiría dos ejes: flexibilidad/precarie-
2
Al respecto, ver M. C. NUSSBAUM, El Cultivo de la Humanidad. Una defensa clásica de la
reforma en la educación liberal, traducción de Juana Pailaya, Editorial Andrés Bello, Barcelona,
2001, pp. 37-77.
3
Para Nussbaum el espíritu de las humanidades es el que se manifiesta a través de la bús-
queda del pensamiento crítico, las fuentes de la imaginación y el acceso a la comprensión em-
pática de experiencias humanas diversas que caracterizarían al complejo mundo contempo-
ráneo. El rechazo generalizado de este modelo de educación para la democracia está, en buena
medida, basado en una contraposición ficticia o artificial que mantendría con la educación
científica y con el logro de prosperidad económica.
4
Al tema del proceso de aprendizaje y maduración en los niños, Nussbaum ha dedica-
do su ensayo El ocultamiento de lo humano: repugnancia, vergüenza y ley, traducción de Gabriel
Zadunaisky, Katz Editores, Buenos Aires, 2006.
5
Nussbaum ha desarrollado una sugestiva y original argumentación filosófica acerca
de las emociones, en la que confluyen la ética, la política y la estética, en su obra Paisajes del
pensamiento: la inteligencia de las emociones, Traducción de Araceli Maira, Ed. Paidós, Barcelo-
na, 2008.
6
M. C. NUSSBAUM, Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades,
op. cit., p. 132.
7
M. C. NUSSBAUM, Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades,
op. cit., p. 189.
1
M. NUSSBAUM, El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educa-
ción liberal, Andrés Bello, Barcelona, 2001, pp. 28 y ss.
2
P. FREIRE, Pedagogía del oprimido, Siglo XXI Editores, Madrid, 1970, pp. 78, 89 y 94.
igualitaria de la 40ª enmienda que sigue los criterios de las “bases raciona-
les”, el “escrutinio estricto” y, más recientemente el “escrutinio intermedio”,
para, a continuación, proponernos una clasificación de las reivindicaciones
de las minorías nacionales.
Estas reivindicaciones pueden referirse a “asuntos de territorio”, “de-
mandas culturales” o de “justicia compensatoria”. La clasificación tiene co-
mo finalidad “categorizar los discursos y aportar un aparato normativo ana-
lítico para decidir los méritos de ciertos argumentos planteados en la vida
real en los tribunales y asambleas legislativas”. Adicionalmente, se señala la
relevancia de que las demandas se valoren a partir de la muy importante
distinción socioteórica entre “agravios materiales” y “agravios simbólicos”.
En el artículo, tras la valoración crítica de las aportaciones de teóricos de
la justicia como Brian Barry4, James Tully5 o Iris Marion Young6, los autores,
considerando que dichas aportaciones no ofrecen soluciones satisfactorias,
nos proponen su propia teoría a través de su aplicación a casos especialmen-
te controvertidos como el de los quebequeses en Canadá o los catalanes en
España.
Los criterios que siguen los profesores para establecer el derecho prima
facie, se refieren, primero, a que el grupo nacional minoritario haya sido víctima
demostrable de una opresión simbólica en el pasado y, en segundo lugar, a que es-
tos grupos tendrían que estar materialmente en desventaja en el presente. Para de-
terminar esta eventual desventaja presente, recomiendan una aproximación
mixta que atienda a dos criterios: uno de naturaleza objetiva, el monto del
PIB nacional per cápita de la minoría nacional; y otro, el de la privación rela-
tiva que, aunque tiene un componente subjetivo, puede ser reconducido a la
posición de la minoría nacional dentro de la propia estructura de clases de la
región.
El planteamiento resulta, sin duda, interesante y es deseable que, a par-
tir de su análisis, se discuta sobre tres cuestiones fundamentales: (i) La posi-
bilidad de que los agravios simbólicos de los que haya sido objeto la minoría
se subsanen a través de remedios redistributivos; (ii) los criterios para valo-
rar las reivindicaciones de estos colectivos, en sí mismas, más allá de la eva-
4
B. BARRY, Culture and Equality. An Egalitarian Critique of Multicluturalism, Polity Press,
Cambridge, 2001.
5
J. TULLY, Strange Multiplicity. Constitutionalism in an Age of Diversity, Cambridge Uni-
versity Press, New York, 1995.
6
I.M. YOUNG, La justicia y la política de la diferencia, Cátedra, Madrid, 2000.
Inmigrante A
Aprender No aprender
Clave; puntuaciones: “4”: el mejor resultado; “3”: bastante bueno; “2” regular; “1”: el peor
resultado.
En cada casilla, el primer número representa el resultado, leído por filas (jugador o inmi-
grante B) y el segundo número representa el resultado, leído por columnas (jugador o inmi-
grante A).
“son las dinámicas políticas las que explican la estructura de los microincen-
tivos para la asimilación”.
de los salarios de los puestos dominados por mujeres en mayor medida que
en aquellos dominados por hombres; (ii) la reducción e, incluso, eliminación
de los complementos salariales basados en los años de servicio; y (iii) lo con-
versión de una porción significativa de los contratos temporales en perma-
nentes; pues, la perspectiva del autor puede resultar útil para iniciar una re-
flexión en relación con el estatuto de los sindicatos que, si bien cuentan con
amplias competencias para el desarrollo de sus funciones, son, al mismo
tiempo, dependientes de un sistema que vincula sus privilegios institucio-
nales a las elecciones del comité de empresa.
En este condicionamiento electoral podríamos identificar una de las
causas que dificultan que los representantes de los trabajadores promuevan
los intereses de los marginados del mercado laboral si ello comporta riesgos
para la seguridad de aquellos integrados en el sistema productivo.
Palabras clave: Historia del pensamiento jurídico, teoría del Estado, usos socia-
les, raciovitalismo, Nación, Derecho romano
Keywords: History of legal thought, State theory, social customs, ratiovita-
lism, Nation, Roman law
En cierta ocasión, el jurista Josef Kohler escribió una frase que, pese a su es-
píritu lapidario, debería constituirse en una máxima fundamental de la filosofía
jurídica: “toda filosofía del derecho que no se apoye en la historia del derecho es
una ciencia que no tiene de tal más que el nombre”1. Quitando el exceso de dra-
matismo esta declaración, y aligerando el tono exaltado que caracterizó toda la
obra y la personalidad de Kohler, se trata de una consideración absolutamente
certera respecto a la filosofía del Derecho nacida al amparo del iuspositivismo.
Y es que, de forma explícita o implícita, la conciencia de la historicidad es un
rasgo que rezuma de todas las aportaciones de pensamiento que se han dado
sobre el Derecho a partir del siglo XIX. En este sentido, la historia del pensa-
miento jurídico constituye uno de los filones de reflexión más importantes den-
tro del acervo de la filosofía del Derecho contemporánea, una tarea irrenuncia-
ble para cualquiera que pretenda dilucidar los problemas actuales del Derecho
desde una perspectiva teórica. Incluso aunque nos situemos en un nivel de pen-
samiento analítico, conceptual o sincrónico, esa conciencia de la historicidad ha-
brá de presidir la meditación como referencia tácita, como un telón de fondo in-
eludible en el que se inscribe el quehacer iusfilosófico contemporáneo.
Ahora bien, más allá de afirmaciones retóricas y manifestaciones progra-
máticas, todo trabajo que se inscriba en el ámbito de la historia del pensa-
miento jurídico debe contar con alguna justificación que vaya más allá del
1
J. KOHLER, cit. en F. TOMÁS Y VALIENTE, “Historiografía jurídica en la Europa
Continental (1900-1975)”, en Historia. Instituciones. Documentos, núm. 5, 1978, p. 453.
3
En este sentido, vid. A. E. PÉREZ-LUÑO, Kelsen y Ortega. Positivismo jurídico y raciovi-
talismo desde la cultura jurídica actual, Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Lima (Perú),
2009.
4
A. CASTRO SÁENZ Y F. LLANO ALONSO (Eds.), pról. De Miguel Ortega Spottorno,
Meditaciones sobre Ortega y Gasset, Ed. Tébar, Madrid, 2005.
5
A. POSADA, Ciencia política, Manuales Soler, Barcelona-Buenos Aires, s. f., pp. 19 y ss.
6
M. ZAMBRANO, Persona y democracia, 2ª ed., Siruela, Madrid, 2004, p. 182.
inútil7. En síntesis, creo que este texto de Fernando Llano merece ser valo-
rado muy positivamente, tanto por lo cuidadoso de la reconstrucción teóri-
ca, como por lo desenvuelto de la exposición.
Hechas estas consideraciones generales respecto a las virtudes historio-
gráficas y literarias del libro, así como respecto a su estructura y sus ideas
principales, me centraré en destacar tres aspectos que considero especial-
mente interesantes para los potenciales lectores, uno por cada bloque de la
monografía. En primer lugar, es muy recomendable –y ciertamente refres-
cante– acercarse a la discutida cuestión sobre la génesis del Estado desde
una aproximación como la de Ortega. Frente al apriorismo conceptual pro-
pio de las teorías contractualistas, y frente a explicaciones basadas en la es-
casez y en el cálculo de beneficio de los utilitaristas, el punto de vista orte-
guiano resulta original y, al menos en algunos extremos, mucho más
convincente desde la óptica antropológica. De hecho, su explicación “depor-
tiva” de los orígenes del Estado ha encontrado defensores en el marco de la
antropología desde el mismo siglo XIX. Así es como el propio Llano señala
la concomitancia de dicha teoría con los puntos de vista de Engels o de Mor-
gan respecto al origen del Estado, sin ser consciente de que, incluso hoy en
día, las explicaciones más modernas tienden a asemejarse más al modelo
propuesto por Ortega que a las teorías contractualistas o utilitaristas8. En es-
te sentido, quizá la lectura de esta obra no sólo esté justificada para el públi-
co iusfilosófico, sino también para historiadores, sociólogos o antropólogos
con sensibilidad por la pregunta sobre los orígenes del Estado como forma
de organización política.
En segundo lugar, creo que merece la pena destacar el planteamiento de
Ortega en relación con los usos. La concepción del Derecho como uso social
entronca con una poderosa veta de corrientes filosófico-jurídicas que, sobre
todo durante el primer tercio del siglo XX, pugnaron por realizar una crítica
en profundidad al formalismo jurídico. No obstante, se trata de una corrien-
te de pensamiento subterránea y recurrente a lo largo de la historia del De-
recho, que en toda época y lugar ha hecho valer sus credenciales: la idea de
que el Derecho, antes que norma abstracta, decisión gubernativa o principio
de índole formal, es vida práctica asentada en comportamientos, institucio-
7
S. ZWEIG, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, trad. de J. Fontcuberta y A. Orzes-
zek, El Acantilado, Barcelona, 2002, pp. 404-406.
8
Vid. por ejemplo J. H. REICHHOLF, La invención de la agricultura. Por qué el hombre se
hizo sedentario, trad. de Sandra del Molino, Crítica, Barcelona, 2009.
nes y prácticas. Ahora bien, más allá de esta concomitancia entre la teoría
orteguiana del Derecho y los antiformalismos, lo interesante a nuestros efec-
tos es subrayar la inclusión del Estado en esta órbita. Y es que, más allá del
Derecho, también el Estado es concebido como uso social fuerte, como una
prolongación de la vida en sociedad. Resulta interesante, porque enlaza la
teoría jurídica y la teoría política sin solución de continuidad, un paso que,
lamentablemente, les cuesta dar a la mayoría de juristas y filósofos del Dere-
cho. Además, y en relación con su filosofía lato sensu, este paso era una for-
ma elegante de ligar los principios del raciovitalismo con la reflexión jurídi-
ca. Lo importante de todo ello, al igual que ya sucedía en sistemas como el
hegeliano, era mantener el equilibrio entre la sociedad, fuerza originaria de
lo político, y el Estado, un lecho de acogida potencialmente anquilosante.
Este entrelazamiento de perspectivas hace que el presente libro no sólo deba
tenerse en cuenta por la comunidad de filósofos del Derecho, sino también
por filósofos de la política o filósofos especializados en otras ramas del pen-
samiento. Además, como ya se dijo antes, también los sociólogos podrían
encontrar acicates interesantes para la reflexión.
En tercer y último lugar, merece la pena destacar algunas de las cuestio-
nes de historia política española que se desarrollan a lo largo de toda la
obra, pero que están especialmente presentes en el apéndice ya citado. Lejos
de plantear la historia de las ideas como un regreso hacia el pasado, el pro-
pio Ortega concibió la historia como un artilugio destinado a pensar sobre el
presente. En este sentido, tanto sus consideraciones sobre la Roma imperial,
como sus ideas acerca de la génesis primigenia del Estado, se vertieron en el
seno de las disputas políticas de su época. Imbuido por ese espíritu que ya
se encontraba en el pensador madrileño, el Profesor Llano se preocupa por
enmarcar su estudio en relación con la política española contemporánea.
Aun sin dar saltos hacia delante de manera injustificada, sí se siente el pálpi-
to de preocupaciones políticas que hoy siguen aquejando a España. Así, to-
da la última parte sobre el Estatuto de Cataluña, el problema de los naciona-
lismos o la prefiguración del mapa autonómico actual –según Llano, Ortega
previó y proyectó un modelo de organización territorial que se asemeja en
parte a nuestro esquema contemporáneo– puede ser leída en clave absoluta-
mente presente. Desde este punto de vista, por consiguiente, también los
politólogos, interesados en la política y público español en general, podrían
encontrar aspectos de interés en la obra del Profesor Llano.
ANTONIO PELE
Universidad Carlos III de Madrid
En The Illusion of Free Markets. Punishment and the Myth of Natural Order,
Bernard E. Harcourt realiza un tour de force intelectual cuestionando varios
fundamentos ideológicos de la sociedad norteamericana actual: ¿cómo he-
mos llegado a considerar que el Estado no debe intervenir en la esfera eco-
nómica, pero sí en la esfera penal? ¿ Qué relaciones históricas y conceptuales
existen entre ambos ámbitos ? o parafraseando al propio autor, cómo “la ilu-
sión de los libres mercados ha hecho posible la expansión de nuestro Le-
viatán penal”? (p. 208). La pregunta misma es desafiante, y ello por dos ra-
zones principales: primero, intenta explicar las relaciones que reúnen dos
ámbitos (lo económico y lo penal) que aparecían (hasta ahora) como desco-
nectados y opuestos. Segundo: cuestiona las propias categorías intelectuales
que nos permitían entender y descifrar dicha realidad. En este sentido, de-
muestra cómo la creencia engañosa en unos mercados supuestamente auto-
regulados donde el Estado no debe (ni puede) intervenir, ha hecho que se le-
gitimase también la intervención estatal en el ámbito penal. La obra de Har-
court debe verse primero como una crítica y un primer paso hacia una re-
conceptualización de nuestros modos de entender los mercados, el
intervencionismo estatal, y la esfera penal. Demuestra, por un lado, cómo el
neoliberalismo económico ha facilitado la expansión de este “Leviatán pe-
nal”. Por otro, revela cómo conceptos tales como “libertad”, “disciplina”,
“seguridad”, “libres mercados”, “eficiencia”, “orden natural” y “regula-
ción”, son categorías que no sólo no permiten aprehender una realidad com-
pleja y sutil sino que han sido utilizadas (de forma consciente e inconscien-
ANTONIO PELE
Universidad Carlos III de Madrid
e-mail: antonio.pele@uc3m.es
ALESSANDRA FACCHI
Professore ordinario de Filosofia del Derecho y Teoría de los Derechos Fundamentales
en la Facultad de Ciencia Política de la Università degli Studi di Milano. Ha realizado estu-
dios en el Instituto Internacional de Sociología del derecho de Oñati y en el Centre de Philo-
sophie et Theorie du Droit, Université de Paris X. En los ultimos años, se ha ocupado princi-
palmente de la historia de los derechos fundamentales y los derechos de las mujeres. Sobre
estos tema ha publicado el volumen I diritti nell’Europa multiculturale, (2001); Breve storia dei
diritti umani, (2007) y Diritti delle donne tra particolarismo e universalismo, (2004) y con A. Besus-
si, S.M. Okin et al., Diritti delle donne e multiculturalismo, (2007).
ROBERTO GARGARELLA
Abogado y sociólogo (UBA, Buenos Aires). Doctor en Derecho (UBA), LlM y Jurispru-
dence Doctor (Univ. Chicago). Ha sido investigador en las Universidades de Oxford, Har-
vard, NYU y Columbia. Ha publicado recientemente The Legal Foundations of Inequality (2010),
y De la Injusticia Penal a la Justicia Social (2008).
BENJAMÍN RIVAYA
Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad de Oviedo. Es autor de cerca
de cien obras, entre libros y artículos, de las siguientes líneas de investigación: historia del
pensamiento jurídico español, antropología jurídica, Derecho y Política, y Derecho y Cine. De
estos trabajos cabe destacar: Filosofía del Derecho y primer franquismo (1937-1945), (1998); junto
con Pablo de Cima, Derecho y Cine en 100 películas. Una guía básica; El materialismo jurídico. La
presunta teoría del Derecho de Marvin Harris (2007); Una historia de la filosofía del Derecho española
del siglo XX,(2010).
FRANCESCO BIONDO
Doctor en Derechos Humanos por la Universidad de Palermo. Funcionario Investigador
en Filosofía del Derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad de Palermo y profesor
contratado en Teoría y metodología del Derecho, Sociología del Derecho, Teoría general del
Derecho en la Universidad de Enna durante los últimos 8 años. Es autor de las monografías
Tra diritto e morale. Saggio sulla disobbedienza civile (2008) y Benessere, Giustizia e Diritti Umani
nel pensiero di Amartya Sen (2003). Entre sus artículos destacan: “Due problemi della teoria de-
lla repubblica deliberativa”, Ragion Pratica, 29 (2009); “Cittadinanza europea e post-democra-
zia”, en Rassegna di diritto pubblico europeo, a. VII, n.1, (2008); “Ética de las Capacidades e In-
terpretación de los Principios de Justicia” Quaderns de Filosofia i Ciència, 38 (2008); “Is Martha
Nussbaum really political liberal?”, Archiv für Rechts- und Sozialphilosophie, 94, (2008);
“Poverty as failed exercise of rights? Some theoretical problems”, en J. Ferrer Beltrán, S. Poz-
zolo (eds.), Law, Politics and Morality: European Perspectives III, (2007); Two Types of Liberal
Perfectionism”, Ratio Juris, 18, 4(2005); -“La disobbedienza civile tra testimonianza ed effica-
cia”, Ragion Pratica, 24 (2005).
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de A. García Posada, en VV.AA., Orígenes de la Declaración de Derecho del hombre y del ciudadano, edición de J. González Amu-
chástegui, Editora Nacional, Madrid, 1984, pp 57-120; L. FERRAJOLI, “La semantica della teoria del diritto” en U. SCARPE-
LLI (ed.), La teoria general del diritto. Problemi e tendenze attuali. Edizioni di Comunità, Milano, 1983, pp. 81-130.
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Anuario de derechos humanos, núm 1, 1981, pp. 2-28; F. LAPORTA, L. HIERRO y V. ZAPATERO, “Algunas observacio-
nes sobre la situación de la Filosofía del Derecho en la actualidad” en VV.AA., La Filosofía del Derecho en España, Anales
de la Cátedra Francisco Suárez, núm. 15, 1975, pp. 93-120.
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