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Había una vez en un tranquilo pueblo rodeado de verdes praderas y montañas, un

árbol mágico llamado Alondra. Este árbol tenía hojas de colores brillantes que
parecían bailar con el viento y un tronco robusto que se erguía con orgullo.

Alondra vivía en el corazón del bosque, donde los animales del lugar se congregaban
para escuchar sus susurros llenos de sabiduría. El árbol tenía el don de conceder
un deseo especial a aquellos que demostraran ser dignos de su magia.

Un día, tres amigos curiosos llamados Tomás, Julia y Mateo decidieron aventurarse
en el bosque en busca del legendario Árbol Mágico del que tanto habían oído hablar.
Armados con valor y determinación, se adentraron en el frondoso bosque, siguiendo
un antiguo sendero.

Tras horas de caminata, divisaron a lo lejos una luz resplandeciente que emanaba de
entre las ramas de un árbol majestuoso. Era Alondra, el Árbol Mágico, que brillaba
con un resplandor dorado bajo el sol del atardecer.

Los amigos se acercaron con cautela, maravillados por la belleza del árbol. Alondra
los recibió con una voz suave y cálida, invitándolos a expresar sus deseos más
profundos.

Tomás, el más aventurero del grupo, deseó ser capaz de volar como un pájaro. Julia,
la más generosa, deseó que todos los niños del mundo tuvieran suficiente comida y
amor. Y Mateo, el más curioso, deseó aprender todos los secretos del universo.

Al escuchar los deseos de los niños, Alondra sonrió y agitó sus ramas con suavidad.
De repente, Tomás se sintió ligero como una pluma y levitó en el aire, rodeado por
una bandada de pájaros que lo guiaban en su vuelo. Julia vio cómo una lluvia de
alimentos y amor caía sobre los niños de todo el mundo, llenándolos de alegría y
esperanza. Y Mateo, sentado junto al árbol, absorbía conocimientos de los libros
que parecían surgir de la nada, sintiéndose más sabio con cada palabra.

Los amigos se miraron entre sí, asombrados por la magia que habían presenciado.
Agradecieron al Árbol Mágico por cumplir sus deseos y prometieron cuidar y proteger
la naturaleza que los rodeaba.

Con el corazón lleno de gratitud, regresaron al pueblo para compartir su aventura


con los demás. Desde ese día, Tomás surcaba los cielos como un pájaro, Julia
ayudaba a los necesitados con su generosidad y Mateo seguía explorando los
misterios del universo con su insaciable curiosidad.

Y así, gracias al Árbol Mágico llamado Alondra, los niños descubrieron que los
verdaderos deseos se cumplen cuando se hacen con el corazón lleno de bondad y amor.

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