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VOLCAN DE AGUA
EL QUETZAL
Pequeño, su cuerpo propiamente dicho, no mide un espacio
mayor que el que una dama abarca con su mano buscando la octava en
el teclado de marfil. Predomina en su regio plumaje el color verde, pero
no el verde regular y corriente en la pluma. Es un verde metálico,
resplandeciente, con relampaguear de gemas E pecho, rojo se diría que
sangra como una herida recién abierta. Bajo esta cascada de purpura, se
extiende una mancha que cob jan las alas, de un azul obscuro profundo
y cambiante que recuerda, superándolo, al que ostenta en igual región el
opulento pavo-real sobre su cabeza, muy redonda, s alza una coronita
que va del pico al cuello como diminuto abanico desplegado. Pero lo
que sobre todo es clásico e incomparable en este prodigio de la
naturaleza, es su cola, su larga y deslumbrante cola. La forma un manojo
de plumas que miden a veces casi un metro, del ancho de una espada,
arqueada con gallarda curvatura de un alfanje, hecha de hebras finas,
movibles, ligeras, como facturadas por manos milagrosas. Hay algo
más. Tiene un brillo áureo todo él, como si lo hubieran rociado de polvo
de oro, o en sus incursiones, a plena luz, ropaje se hubiera empapado de
átomos del sol.