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El bosque encantado

By Clancy is dead

Había una vez un bosque antiguo, oculto entre las colinas y los arroyos. Sus árboles eran altos y retorcidos, con
hojas que susurraban secretos al viento. Los rayos del sol apenas lograban filtrarse a través del denso dosel, creando
manchas de luz en el suelo cubierto de musgo.

En ese bosque vivían criaturas mágicas: hadas, duendes, ninfas y espíritus de los árboles. Cada uno tenía su propio
papel en el equilibrio de la naturaleza. Las hadas danzaban en las noches de luna llena, sus alas brillando como
estrellas diminutas. Los duendes cuidaban de los arbustos y las flores, asegurándose de que crecieran fuertes y
saludables. Las ninfas protegían los arroyos y los manantiales, manteniendo el agua pura y cristalina. Y los espíritus
de los árboles vigilaban los robles centenarios y los abetos majestuosos.

Un día, un joven aventurero llamado Erik entró en el bosque. Buscaba respuestas a preguntas que ni siquiera sabía
cómo formular. Caminó por senderos estrechos, sorteando zarzas y raíces. El aire olía a tierra húmeda y a hojas
descompuestas.

En su camino, Erik se encontró con una anciana sabia. Su cabello era blanco como la nieve y sus ojos brillaban con la
luz de mil estrellas. La anciana le sonrió y le dijo: “Bienvenido, viajero. ¿Qué buscas en este bosque antiguo?”

Erik titubeó, pero finalmente respondió: “Busco conocimiento. Quiero entender el propósito de mi vida y encontrar
mi lugar en el mundo”.

La anciana asintió. “El bosque tiene respuestas para aquellos que saben escuchar. Pero ten cuidado, joven Erik. No
todos los secretos son agradables”.

Erik continuó su viaje, adentrándose más en el bosque. Escuchó el susurro de las hojas y el canto de los pájaros. Vio
destellos de luz entre los árboles y sintió la presencia de algo más grande que él mismo.

Una noche, mientras dormía junto a un arroyo, tuvo un sueño. En él, los árboles le hablaban en un lenguaje antiguo.
Le contaron historias de amor y pérdida, de ciclos de vida y muerte. Erik despertó con lágrimas en los ojos, sintiendo
que había tocado algo profundo y sagrado.

Con el tiempo, Erik aprendió a comunicarse con las criaturas del bosque. Las hadas le enseñaron a bailar bajo la luna.
Los duendes compartieron sus secretos sobre las plantas medicinales. Las ninfas le mostraron los lugares donde el
agua fluía con más fuerza y pureza. Y los espíritus de los árboles le revelaron los misterios de la vida y la muerte.

Erik nunca encontró respuestas definitivas, pero aprendió que la búsqueda en sí misma era valiosa. El bosque le
enseñó a apreciar la belleza en las pequeñas cosas y a respetar la interconexión de toda la vida.

Y así, el joven aventurero se convirtió en un guardián del bosque. Pasó sus días explorando sus rincones más oscuros
y sus noches escuchando las historias que los árboles le contaban al viento.

Y así continúa la leyenda de Erik, el buscador de secretos del bosque, cuyos pasos aún resuenan entre los árboles
antiguos y las criaturas mágicas que llaman a este lugar su hogar.

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