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El Género - Irene Meler
El Género - Irene Meler
II) El género
Publicado en el Libro Recomenzar. Amor y poder después del divorcio, Cap. 5, Irene
Meler, Buenos Aires, Paidós, 2013
II-1) Introducción
Este estudio sobre familias ensambladas se inscribe dentro del campo interdisciplinario
de los Estudios de Género. Por tal motivo resulta adecuado realizar una actualización
acerca de esta herramienta teórica.
Asimismo, se requieren algunos comentarios sobre el modo en que funciona el sistema
de géneros, entendido como un dispositivo de regulación social, como un organizador
mayor del orden simbólico vigente y como una poderosa usina de construcción
subjetiva.
orden natural. Esta tendencia naturalista dentro del psicoanálisis fue discutida con
mucha eficacia por Gerard Mendel (1990), autor que cuestiona el recurso a una
pseudo biología, de carácter imaginario y alejada de los avances de las ciencias
biológicas contemporáneas, de lo que da testimonio la persistencia freudiana en
sostener la herencia de los caracteres adquiridos, una hipótesis hoy caduca. También
cuestiona la tendencia universalista de muchos trabajos psicoanalíticos y su referencia
a una supuesta naturaleza humana. Asimismo plantea objeciones al determinismo
estricto, que, de ser tomado a la letra, pondría en cuestión el sentido de la terapia
psicoanalítica.
La opción por la eficacia de los factores adquiridos es entonces una elección que no se
limita al campo de las ideas, sino que adquiere connotaciones políticas, ligadas a las
propuestas feministas a favor de un cambio social que promueva la equidad entre los
géneros. Si la posibilidad de transformaciones en el orden simbólico ancestral y en las
prácticas e instituciones sociales básicas, tales como las familias, el mercado de trabajo
y la participación política, es amplia, el camino para las transformaciones sociales de
las relaciones de género queda abierto. Por el contrario, si se tiende a naturalizar
determinados arreglos colectivos y referirlos a un ordenamiento simbólico que
responde a estructuras invariantes, concebidas de modo descontextualizado con
respecto de las prácticas económicas y políticas, surgen, como ha ocurrido al interior
del campo del psicoanálisis, posturas que se enrolan en un conservadorismo social.
La tensión entre el psicoanálisis y los estudios sociales deriva en buena medida de una
inevitable tendencia reduccionista, ya que los expertos en un campo de estudios
tienden a considerar que los otros niveles de análisis de los procesos que toman como
objeto son subsidiarios con respecto de aquel en el que han formado su pensamiento y
desarrollan su tarea. Sin embargo, esta dificultad puede superarse si nos planteamos
una discusión sobre la índole de lo inconsciente. Si lo concebimos estructurado como
un lenguaje, y olvidamos que los lenguajes son un producto cultural elaborado a través
de la historia social, o si lo pensamos como habitado por pulsiones que no acceden a la
representación por causa del conflicto entre instancias, estamos pensando un
inconsciente endógeno, biológico y/o estructural - atemporal. Por el contrario, si
tomamos del campo de las ciencias sociales el concepto bourdiano de inconsciente
social (Bourdieu, 1991), y del campo de la escuela psicoanalítica de las relaciones de
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Esta postura contradice de modo explícito la aspiración freudiana, expresada en el Esquema de
Psicoanálisis (1938), de lograr que la psicología se convirtiera en una ciencia natural.
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II-3) Los sistemas de género, y la forma en que organizan la vida privada y la vida
pública
“El sistema género-sexo es la red mediante la cual el self desarrolla una identidad incardinada,
determinada forma de estar en el propio cuerpo y de vivir el cuerpo. El self deviene yo al
tomar de la comunidad humana un modo de experimentar la identidad corporal psíquica,
social y simbólicamente. El sistema de género-sexo es la red mediante la cual las sociedades y
las culturas reproducen a los individuos incardinados”. Pág 125.
Esta identidad no se plasma solo sobre la ubicación del sí mismo en una de las
categorías disponibles en la diferencia sexual binaria, sino que implica diferencias en el
poder que el sujeto se atribuye y en su actitud con respecto de los otros. La
subjetividad varía de acuerdo a muchos factores, entre los cuales pertenecer al género
dominante o al subordinado, es uno de los de mayor eficacia.
La historia humana se ha caracterizado por la dominación social masculina (Badinter,
1987; Bourdieu, 1998; Lerner, 1990). Cada período histórico, a partir del neolítico, ha
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otorgar legitimidad a los nuevos modos de vida y a las subjetividades alternativas que
fueron surgiendo.
Los movimientos sociales feministas, y sus desarrollos académicos representados por
los Estudios de las Mujeres y por los Estudios de Género, constituyen una
manifestación de este proceso de cambio cultural y social, que puede ser considerado
como uno de los avances más logrados hacia la democratización que se han producido
durante el siglo XX y hasta la actualidad.
El feminismo es un movimiento social, pero también una teoría social y una postura
filosófica. El proceso de transformación de los roles de género implica búsquedas y
dificultades. Se trata de la creación de nuevas regulaciones legales e institucionales, de
modos alternativos de vincularidad y de subjetivación. Por ese motivo, más que una
teoría monolítica, al estilo moderno, podemos considerarlo como un campo de
debates en el cual dialogan diversas corrientes teóricas.
Los diversos órdenes de dominación y subordinación han caracterizado la historia
humana a lo largo de los siglos. De hecho, el relato de los sucesos históricos se realiza
habitualmente en clave de las luchas por el poder político y el control de los recursos.
Solo en las últimas décadas han surgido corrientes historiográficas alternativas, que
enfocaron el relato histórico sobre la existencia cotidiana (historia de la vida
cotidiana), los modos de percibir y valorar la experiencia (historia de las mentalidades),
la existencia femenina (historia de las mujeres), etcétera.
En ese contexto, las mujeres hemos sido consideradas como, un objeto de deseo, un
bien supremo, como lo ha expresado Lévi Strauss (1945), pero no como sujetos
participantes en las luchas y tampoco como suscriptoras del pacto social.
El concepto mismo de pacto o contrato social, que podemos remitir al pensamiento de
Hobbes (1651) y al de Rousseau (1762) (citados en Benhabib, ob.cit.), ha sido
cuestionado, en tanto supone la existencia de individuos aislados que suscriben de
forma autónoma un convenio de convivencia. La individualidad solo se hace posible
como producto de un vínculo, y el vínculo primario es aquél que el infante establece
con su madre. Por lo tanto la pretensión ilusoria de individualidad, exacerbada en
nuestro tiempo, implica una denegación de la deuda con la madre y de la inevitable
interdependencia entre los seres humanos. Se trata entonces de un relato
androcéntrico, cuya perspectiva no representa la experiencia social femenina. El pacto
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social, modelo al que Freud recurrió en su obra Tótem y tabú (1913), no es más que la
regulación de la mortífera rivalidad característica del narcisismo fálico.
El feminismo ha planteado una situación que en principio puede caracterizarse como
una ampliación de la democracia, una genuina universalización del sistema. Pero al
poco tiempo de producirse las transformaciones relacionadas con el voto femenino, la
incorporación de las mujeres a los trabajos remunerados y el acceso a la educación, se
hizo evidente que no bastaba con incorporarse a una cultura creada por los varones,
sino que era necesario reestructurar las instituciones, las normas y valores y los modos
de crear sentidos que estuvieron vigentes por largos siglos.
¿Cómo hacerlo? ¿En qué dirección debemos marchar? Las diversas corrientes del
pensamiento feminista buscan respuestas a estos interrogantes.
Las propuestas del feminismo de la igualdad se sustentan en el supuesto cultural
hegemónico durante la Modernidad, acerca de la predominancia del ámbito público y
del carácter subsidiario de la esfera privada, o sea del ámbito familiar. Por ese motivo,
el propósito organizador de esa corriente de pensamiento ha consistido en lograr la
incorporación de las mujeres al mundo público. Sin embargo, existen estudios dentro
de las teorías feministas, que cuestionan o matizan esta asunción.
Linda Nicholson (1990), es autora de un trabajo donde analiza el modo en que las
diversas teorías económicas han replicado la separación de la economía con respecto
del parentesco y del Estado, sin tener en cuenta que no se trata de una invariante
transcultural, sino que este ha sido un proceso histórico característico de los siglos
XVIII y XIX. Los autores que han construido el campo de las teorías económicas, Smith,
Ricardo y Marx, presentan diferencias entre sí. Marx, según expresa la autora, era
consciente de los nexos existentes entre familia, Estado y economía, pero su teoría no
sostuvo de modo cabal esta percepción inicial, lo que generó un economicismo que
podemos considerar de algún modo, como un vicio epistemológico. El modo de
producción económico, considerado como el sustrato de las modalidades de
organización social y política, habría sido considerado sobre el modelo industrial, lo
que de hecho, produjo la exclusión de la producción económica doméstica, y ocultó la
importancia de la familia y el parentesco. El modo de producción de la vida material, se
tornó sinónimo de la producción de mercancías. Nicholson considera, en cambio, que
la familia debiera contar como un componente de la “economía”. Expresa que según
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(…) las prácticas de la crianza de los hijos, las relaciones sexuales y lo que denominamos
actividades “productivas” son organizadas conjuntamente mediante el parentesco”, pág: 47.
que afecta también a las generaciones de niños y jóvenes, que quedan a cargo de las
mujeres cuando las parejas conyugales se rompen. Aún cuando el vínculo marital esté
vigente, esta perspectiva gravita como una amenaza implícita sobre las mujeres e
influye en sus actitudes emocionales y aún sexuales. Se trata de uno de los modos
sutiles en que la subordinación femenina se recicla y a la vez, se mistifica disfrazándose
con la apariencia de los sentimientos amorosos.
En varias de las parejas conyugales de este estudio, las mujeres no producen ni poseen
recursos propios, lo que las ubica en una situación de dependencia material y
simbólica con respecto de sus compañeros. En otros casos, su aporte es
complementario, con lo cual el poder masculino se morigera pero la titularidad de la
jefatura del hogar continúa en manos del varón. Existen algunas situaciones de relativa
paridad, y en algunos casos, las relaciones de dominio se han invertido. Veremos esta
situación a través del análisis de los estudios de caso, en el acápite dedicado al
trabajo.
Dado que los efectos subjetivos y vinculares del sistema sexo-género, o sistema de
géneros, no se limitan a los aspectos relacionados con la división sexual del trabajo, las
actitudes sexuales, el desarrollo de afectos en el seno de la relación de pareja, y las
modalidades de desempeño y vivencia de los roles parentales resultan profundamente
influidos por los modos diferenciales de socialización y subjetivación de género.
Veremos estos aspectos en los apartados dedicados al estudio de la sexualidad y de la
parentalidad.
Wainerman (ob. cit.) cita a Potuchek (1997), autora que desplaza el énfasis acerca de la
construcción del género en la socialización temprana, (período en que se produce el
troquelado subjetivo), hacia un proceso constante de construcción del género a lo
largo del ciclo vital. En los estudios realizados por el Programa de Estudios de Género y
Subjetividad de UCES4, dedicados al tema de género, trabajo y familia, y al análisis de
los aspectos subjetivos de la precariedad laboral masculina, hemos podido comprobar
la adecuación de este modelo para captar el dinamismo constante de la construcción
del género. Veremos la forma en que las modificaciones familiares han afectado de
modos diversos los desempeños laborales, así como también el modo en que los
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Este programa está dirigido por la Dra. Mabel Burin. Me desempeño en el mismo como coordinadora
docente e investigadora principal.
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El debate entre ambas corrientes del pensamiento feminista no debe ser resuelto, sino
que, a la manera winnicotiana, considero que debe mantenerse como una paradoja
irresoluble, cuya tensión resulta necesario mantener.
El debate se torna más complejo debido a que, en la medida en que las teorías
feministas han ganado adeptas entre las mujeres provenientes de sectores sociales
subordinados y de etnias minoritarias, así como entre mujeres cuya orientación
homosexual resulta discriminada, fue posible advertir la forma en que las posiciones
de poder se establecen al interior del sistema de géneros, de acuerdo con las otras
variables en juego, tales como la etnia, la edad, la clase social y la orientación sexual.
Sin embargo, esta complejidad no debe oscurecer el hecho de la persistencia y
continuo reciclado de la dominación social masculina. Veremos en el análisis de
algunos casos de este estudio, donde el poder está mayormente en manos de las
mujeres de la pareja, los modos sutiles en que sin embargo, los varones conservan
parte de su poder material y simbólico.
Las consideraciones teóricas acerca de las corrientes feministas han dado origen a una
bibliografía muy prolífica de considerable sofisticación teórica. Como hemos visto, a la
tensión planteada entre las corrientes que enfatizan la igualdad y aquellas que exaltan
la diferencia, se agrega la existencia de corrientes feministas que son tributarias de las
diversas teorías sociales, tales como el feminismo liberal, el marxista y el socialista.
Existe también un feminismo cultural, que asigna gran importancia explicativa a la
sexualidad y la reproducción en la comprensión de la subordinación social femenina.
Ciertas corrientes de feminismo radical, son separatistas con respecto de los hombres,
situación considerada como inaceptable por las feministas de la diferencia, que, como
en el caso de Luce Irigaray (ob. cit.), consideran que el desafío cultural contemporáneo
reside en la creación de una ética que regule la relación entre los sexos.
Excede los propósitos de esta tesis adentrarse en un análisis pormenorizado de lo que
constituye un campo de estudios en sí mismo, pero a la vez, no resulta posible evitar
una mención de estas cuestiones. Esto es así porque de las corrientes teóricas del
feminismo se derivan modelos para el cambio social, que afectan las propuestas
respecto de la legislación, en este caso sobre cuestiones de familia. Para dar un
ejemplo, recordemos que Luce Irigaray plantea la creación de una ciudadanía
femenina que implicaría derechos especiales para las mujeres, entre los cuales aparece
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una cierta prioridad respecto de los hijos. Ese tipo de postura ha sido discutida por las
asociaciones de padres divorciados, que acusan a los jueces de sexismo, esta vez a
favor de las mujeres. La asignación a las madres de la crianza de los niños, ha llevado a
considerar que los hijos les pertenecen, supuesto cuestionado por los “nuevos padres”
(Sullerot, 1993). De modo que, como se ve, es necesario tomar en cuenta las diversas
corrientes feministas y su influencia en los debates actuales acerca de los derechos de
los diversos actores sociales, tanto en el ámbito familiar como en el espacio público,
para la discusión de cuales serían nuevos caminos hacia las formas de familia que
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