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LOS LÍMITES DEL GÉNERO

EN LA PRÁCTICA POLÍTICA FEMINISTA Y EN LAS VISIONES


ACADEMICAS1

Ochy Curiel2

En los últimos tiempos el tema del género ha estado presente en los análisis
teóricos y políticos del feminismo, no solo en los espacios académicos, sino
también en los espacios en donde se construye movimiento social. Han sido
varias las publicaciones que nos ofrecen muchas feministas de diferentes
corrientes y posturas en torno a este debate. Lo han abordado las materialistas,
las estructuralistas y postestructuralistas, las desconstruccionistas, las
psicoanálistas, las del black feminism, las chicanas, las postcolonialistas etc, sin
embargo parece que sigue siendo necesario profundizar en el tema como una
forma de consolidar nuestras propuestas de cara a fortalecernos como
movimiento social así como a las teorías que sostienen nuestro accionar político.

Si bien la categoría género ha sido significativa para analizar la subordinación de


las mujeres en la década de los 70 y aportó nuevas teorizaciones, en el proceso
de revisión a que se somete, como toda propuesta teórica, epistemológica y
política; hace ya mas de veinte años, comenzó a ser cuestionada, al ser una
categoría limitada para explicar todos los fenómenos que tienen que ver con
nuestra subordinación.

1
Conferencia presentada en el Coloquio “El género. ¿Una categoría útil para las ciencias sociales?
Organizado por la Escuela de Estudios de Género y el Centro de Estudios Sociales de la Universidad
Nacional de Colombia. Abril, 2006. Bogotá.
2
Ochy Curiel nació en Dominicana. Luego de vivir en Brasil, México y Buenos Aires reside actualmente
en Bogotá, Colombia. Feminista, especialista en Ciencias Sociales. Investigadora y Consultora
independiente. Docente de la Universidad Nacional de Colombia. Contacto: ochycuriel@yahoo.com

1
En las próximas líneas me propongo aportar algunas ideas que sirvan para el
debate en este Coloquio, no como un simple ejercicio académico, el cual creo
importante y fundamental para saber cómo y desde dónde elaboramos nuestros
discursos políticos, con cuales perspectivas analizamos nuestras realidades,
sino también como una llamada de atención a la pérdida de horizontes políticos
feministas.

He dividido este trabajo en varias partes.

El origen de la categoría “género”

Hay que establecer una diferencia entre término y categoría El término es una
definición de un vocablo que se podría encontrar en cualquier diccionario,
puede hacerse desde el punto de vista gramatical, lingüístico, psicológico, social
etc. La categoría es un mecanismo heurístico, es decir, de producción de
conocimiento que tiene funciones ya sean estas positivas o negativas en el
campo de la investigación. Estas funciones sugieren hacer preguntas,
problematizar, explorar (Hawkesworth, 1999).

Como término, el género viene del latin genus y tiene diferentes definiciones
según el idioma. En inglés gender se relaciona con sexo, en francés genree, en
castellano género y en italiano, genere, refiere a clasificación de especies,
clases de cosas. Como sugiere Mary Hawkesworth habría que analizar si las
diferencias del término en los diferentes idiomas, de sus diversas acepciones
gramaticales y lingüísticas tienen algo que ver con los orígenes del simbolismo
de género. Lo que si se ha podido identificar, según las investigaciones de la
autora, es que desde el punto de vista gramatical hay un denominador común en
muchos idiomas y es la concordancia: adjetivos, adverbios, sujetos y verbos
definen los géneros gramaticales por su concordancia. (Hawkesworth, 1999).

2
Podría parecer un poco anacrónico hacer un paralelo entre esta relación de
concordancia gramatical y lingüística con lo que propone la teoría de los
géneros, sin embargo sería interesante profundizar por qué hay tantas
concordancias entre sexo y género, hombre y mujer, masculino y femenino,
categorías que en la teoría feminista han estado relacionadas al análisis del
género, pero estas cuestiones no serán abordadas por mí en esta presentación,
me interesa más que todo hacer un análisis del género como categoría analítica
y como herramienta teórica para el feminismo.

El concepto de género aparece por primera vez en las ciencias sociales en los
años 50 en Estados Unidos en el ámbito de la psicología. Robert Stoller en su
texto Sex and Gender utilizó la oposición sexo/género en su estudio de los
transexuales para distinguir entre la identidad sexual (gender) y el sexo biológico
(sex). Stoller analizó la diferencias de estos conceptos en casos más
individuales (Friaisse, 2002),

Ya en la década de los 70 la investigación feminista se adentra en el análisis de


las estructuras sociales explicitando cómo las desigualdades entre hombres y
mujeres no pueden explicarse por la diferencia biológica, así se recurre a la
oposición sexo y género, como un medio para analizar las relaciones entre los
sexos con el objeto de distinguir lo biológico y lo social rechazando así el
determinismo biológico y demostrando que lo que define la sociedad como el ser
mujer: madres, cuidadoras, ubicadas en el espacio privado, abnegadas, ligadas
a la naturaleza y los hombres: seres racionales, inteligentes, con poder y fuerza
ligados al ámbito público, era producto de la cultura, por tanto no eran esencias
naturales.

De las primeras que retomó el género, como categoría analítica en el feminismo


fue la antropóloga norteamericana Gayle Rubin. Rubin denominó “sistema sexo-
género” al conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la
sexualidad biológica en productos de la actividad humana”(1975). El

3
planteamiento de Gayle Rubin apuntaba a que el sexo humano es moldeado por
intervención social, en ese sentido la subordinación de las mujeres es producto
de las relaciones que organizan y producen la sexualidad y el género. Analizó
cómo el matrimonio está articulado con arreglos políticos y económicos. Abordó
cómo el parentesco asigna un espacio determinado a las mujeres en tareas de
género, reglamenta las funciones reproductivas de las mujeres y restringe sus
áreas productivas y su participación pública3.

Ya mucho antes, en 1949, Simone de Beauvoir, en su obra “el Segundo Sexo”,


obra pionera para el feminismo mundial, sin utilizar el concepto de género, había
ya cuestionado la naturalización de las diferencias entre hombres y mujeres y que
se recoge en su famosa frase: “no se nace mujer, se llega a serlo” (Beauvoir,
1949).

Margaret Mead en 1935 también había explicado en Sex and Temperament in


Three Primitive Societies (‘Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas’),
la jerarquización entre hombres y mujeres y exponía su crítica al determinismo
biológico4

3
El famoso e histórico ensayo de Gayle Rubin publicado en 1976: El tráfico de mujeres: notas sobre la
economía política del sexo”, puede leerse en castellano en: Marta lamas (comp.), El género: la construcción
cultural de la diferencia sexual, Miguel Angel Porrúa. PUEG, México, 1996, pp. 35-96
4
Margaret Mead desde la antropología en su famoso ensayo titulado Sex and Temperament in Three
Primitive Societies—analizó cómo la división sexual del trabajo y las estructuras de parentesco explicaban
los distintos papeles de género de las etnias arapesh, mundugumor y tchambouli, diferentes a los de las
sociedades occidentales. Según lso estudios de Mead hombres y mujeres asumían practicas consideradas
masculinas en occidente pro ejemplo, la guerra.
Para profundizar sobre este tema consultar: Mead, Margaret. Sex and temperament in three primitive
societies, Mentor Book, USA (1950).

Otras visiones las podemos encontrar en Colette Guillaumin y Paola Tabet. Guillaumin ha profundizado en
cómo la ideología naturalista ha legitimado la apropiación de las mujeres en su interesante trabajo Práctica
de Poder e Idea de la Naturaleza (1978). Tabet en su trabajo titulado Las manos, los instrumentos, las
armas ( 1998) demuestras cómo las sociedades de caza y recolección no son menos igualitarias que las
sociedades agrícolas demostrando cómo la división sexual del trabajo entre los sexos esta basado en los
diferentes accesos que hombres y mujeres han tenido a las herramientas, a las armas y al conocimiento.
Ambos trabajos se encuentan publicados al español en: O. Curiel y J. Falquet.(comps) (2005) El
Patriarcado al Desnudo. Tres Feministas Materialistas. Brecha Lésbica. Buenos Aires.

4
Independientemente de que tanto Beauvoir, Mead, y otras más, habían ya
abordado en sus análisis la construcción social de los roles de sexo, es a partir
de los años 70 influenciado por el feminismo anglosajón, que el género se
convirtió en una categoría importante en los análisis teóricos y en las prácticas
políticas feministas. Los estudios de género sustituyeron los estudios de la
mujer, cuya razón fundamental fue que el género era más amplio para analizar
la situación de las mujeres, se asumía como más “científico”, no obstante, como
dice Joan Scott el género no nombra el mando oprimido, hasta entonces
invisible. Incluye a las mujeres sin nombrarla y así no parece plantear amenazas
críticas. Desde estos años, la acogida del tema también tuvo que ver con la
necesidad de legitimación de muchas feministas tanto en los espacios
académicos como en otros institucionales, pues los términos feministas, estudios
feministas, perspectivas feministas sonaban y aún suenan como dice la autora,
estridentes. (Scott, ). Es desde mediados de los años 80, que el género se
populariza. Su entrada de lleno en el ámbito político tiene lugar en la
Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín en 1995.

Encontramos estudios de género en las ciencias humanas y sociales: en


disciplinas como la historia, la antropología, en la literatura, también en Naciones
Unidas, en las agencias de cooperación y hasta en muchos movimientos
sociales mixtos, lo que ha permitido visualizar algunos aspectos de la historia y
experiencias de las mujeres.

El género, fue la clave para que el tema de “la mujer”, pasara sin problemas y
llegara a formar parte de los discursos oficiales, que parte de las
reinvindicaciones de las mujeres estuvieran hoy en espacios institucionales y
que desde esta perspectiva se crearan hasta Ministerios de la Mujer en muchas
partes del planeta. Hoy quien no asume la perspectiva de género, a pesar que
aún hay resistencias por parte de muchos sectores, se ve mal, desactualizada-
o, poco moderna-o y antidemocrática-o. Es innegable que como categoría
teórica ha logrado desafiar supuestos andrócéntricos, el sesgo sexista de las

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instituciones y relaciones sociales y la construcción de identidades individuales
enmarcadas en la masculinidad y feminidad .pero en medio de este boom del
género, de la perspectiva de género, ¿podríamos nosotras, feministas estar
satisfechas con su acogida? ¿Hasta dónde sí, hasta dónde no? ¿cuáles son las
limitaciones teóricas y políticas de género?

La confusión entre género y sexo

Como parte de la influencia del feminismo anglosajón marcado en muchos


sentidos por una visión funcionalista, el género ha estado ligado al sexo. La
mayor tendencia es a asumir que el sexo es igual a lo biológico y el género es la
construcción cultural del sexo.

Nicole Claude Mathieu, feminista francesa materialista a principios de los años


80 ya explicaba cómo ha habido tres modos de conceptualización de la relación
sexo/género5 (Mathieu, 2004)

Un primer modo que ella llama identidad sexual, basado en la conciencia


individual que supone una vivencia sico-sociológica del sexo biológico. En este
modo se asume la identidad sexual como algo que lo otorga la naturaleza, por
tanto implica una serie de comportamientos y prácticas sexuales. En ese sentido
hay una tendencia determinista ya que el sexo se asume como algo dado. Ej. La
mujer es sinónimo del sexo femenino= hembra que menstrúa, que tiene ovarios
y por tanto procrea. Su referente es la heterosexualidad que se asume también
como algo natural. Se entiende de forma determinada que la feminidad es para
las mujeres y la masculinidad para los hombres. Entre sexo y género se
establece una relación homológica. La diferencia entre los sexos se establece

5
Para profundizar sobre este interesante análisis recomendamos el trabajo de esta autora titulado
¿Identidad sexual/ sexuada/ de sexo?. Tres modos de conceptualización de la relación sexo y género. En O.
Curiel y J. Falquet (comps). ( 2005). El Patriarcado al Desnudo. Tres feministas materialistas, Brecha
Lésbica. Buenos Aires

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como la fundadora de la identidad personal, del orden social y también
simbólico. Aquí se adecua el género al sexo o lo contrario ( Ibid, 135-141)

Muchas de las tendencias del psicoanálisis que entienden la homosexualidad o


el lesbianismo como anomalías o perversión se asumen en esta lógica. También
los transexuales en la medida en que el sentimiento de sentirse mujer u hombre
implica cambiarse de sexo.

El segundo modo de conceptualización es lo que Mathieu llama identidad


sexuada que refiere a la incidencia de lo social en lo biológico y que crea dos
categorías sociales de sexo. A diferencia del primer modo, el sexo no es vivido
como algo anatómico, individual, sino que está vinculado a la conciencia de
grupo. El género por tanto es percibido como un modo de vida colectivo dando
lugar a grupos de hombres y grupos de mujeres. El sexo y el género tienen una
correspondencia analógica. Existe una elaboración cultural de la diferencia en
torno a la complementariedad social y cultural que se asume deben tener los
sexos en base a roles de uno y otro. De este modo se fundamentan los estudios
sociológicos, antropológicos y lo que se ha llamado el feminismo cultural. Se
asume que las mujeres no son suficientemente reconocidas y valoradas, en ese
sentido debe haber justicia para que tengan las mismas oportunidades que los
hombres. Como todas sabemos, es el fundamento de la política de la igualdad.
Pero desde estos mismos supuestos parte el feminismo de la diferencia al
impulsar una política de develar los supuestos poderes de las mujeres que la
ciencia masculina ha ocultado como diosas, madres, defender la existencia de
un supuesto matriarcado originario y la relación directa de las mujeres con la
naturaleza. Este modo también lo sostiene el lesbianismo cultural: se asume la
cultura lésbica como autoidentificación de las mujeres fuera de las definiciones
masculinas, por tanto existe una identidad lésbica. La política del orgullo que han
desarrollado muchas lesbianas es un indicador de este modo de
conceptualización, pues la homosexualidad y el lesbianismo se plantean como

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un modo de vida, un asunto de preferencia sexual. A esta política Mathieu llama
la “anatomización de lo político”. (Ibid, 141-157)

En esta conceptualización a pesar de que se cuestiona el orden biológico


continúa en la lógica de la bipartición biológica. Hay un reconocimiento de que
los grupos de sexos son socializados injustamente, pero siempre habrá dos
sexos y dos géneros.

El tercer modo, la autora lo llama Identidad “de sexo” refiriéndose a “clase de


sexo”. Desde esta concepción la relación entre sexo y género es sociológica y
política, antinaturalista, contiene un análisis materialista de las relaciones
sociales de los sexos. La bipartición de los géneros no tiene nada que ver con lo
biológico sino con una definición ideológica. Estas relaciones se enmarcan en
relaciones de desigualdad, jerarquías y es explicada a través de la opresión,
dominación y explotación de las mujeres por los hombres. Este modo da
respuesta a la pregunta ¿quiénes son las mujeres y quienes son los hombres?
Estas categorías son enmarcadas en un sentido histórico, no vistas como
identidades.

En este último modo de conceptualización la diferencia no es diferencia, sino


como le llama la Mathieu, diferenciación, es decir la construcción social de la
diferencia que más que ver la construcción cultural del género evidencia la
construcción cultural del sexo y la sexualidad. Es decir las sociedades utilizan la
ideología para hacer una jerarquización del sexo y la sexualidad basada en la
opresión de un sexo por otro y esto se hace a través de la división del trabajo, de
la familia, del matrimonio y por supuesto de la reproducción. Desde esta visión
se asume que existe una domesticación de la sexualidad y la imposición de la
heterosexualidad obligatoria normatizada.

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El género, ya no es un marcador simbólico de la diferencia natural, sino que es
un operador de poder de un sexo sobre otro, la relación entre sexo biológico y
sexo social es un hecho social, histórico.

En este modo se ubican las feministas radicales y lesbianas políticas, o como


muchas nos denominamos, las lesbianas feministas. Se asume la feminidad
como algo construido y que debe desaparecer.. La homosexualidad y el
lesbianismo no son concebidas como un accidente individual ni como una
identidad que habría que reinvindicar, diferentes a los modos I y II, sino como
una posición y actitud política en contra de la imposición de la heterosexualidad
o lo heterosocial, asumiendo que en estos fenómenos descansa la opresión de
las mujeres.

Estos tres modos expuestos por N.C. Mathieu nos ubican en el tipo de política
que hoy tanto el feminismo como los movimientos socio-sexuales han asumido
en torno a la relación sexo –género. Lamentablemente lo que más encontramos
son los dos primeros modos, los cuales implican varios peligros.

Si bien la idea de género hasta ahora mayormente asumida por los espacios
académicos y el movimiento social de mujeres, desnaturaliza los roles de sexo,
sigue dejando intacta la idea funcionalista de complementariedad entre los sexos
y pasa por alto las dimensiones políticas y las relaciones de poder que
estructuran los roles de sexo y que contribuyen a su reproducción. Ambas
tendencias además tienen como base la diferencia sexual como aquello que
organiza el género.

Teresa de Lauretis ha analizado profundamente las implicaciones


epistemológicas y políticas que ha tenido analizar la diferencia sexual como
fundamento del género. Según la autora, esta visión reproduce una oposición
universal de sexo. Es decir, la mujer como diferencia del hombre, reduce las
propuestas feministas a las lógicas del sujeto ilustrado masculino, lo legitima.

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(Lauretis, 2000) Es actuar en las mismas lógicas del amo y como nos dijo la
afroamericana Audre Lorde: “las herramientas del amo nunca desmontan la casa
del amo” (Lorde, 2003:115). Para Lauretis el género es una representación que
tiene implicaciones concretas sociales y subjetivas en la vida material de los
individuos y la representación del género es su construcción y esta se realiza a
través de su propia destrucción. Es decir, debemos entender que la
masculinidad y la feminidad son mecanismos por los cuales se imponen roles,
estereotipos y funciones impuestos por una ideología de supremacía masculina
por lo tanto deben desaparecer.

En ese sentido para nuestra política, como feministas, mantener un discurso y


una práctica con base al género como sinónimo de diferencia sexual tiene las
siguientes implicaciones:

1- Asume la existencia de dos sexos y dos géneros. Visión dicotómica,


binaria y negadora de otras realidades sexuales y genéricas. En esta
visión no aparecen los transexuales ni los transgéneros por ejemplo. En
otras sociedades no hay una correspondencia entre sexo y género. Por
ejemplo los berdaches , poblaciones indígenas de los llanos del norte del
continente americano a pesar de haber nacido hombres o mujeres
socialmente son consideradas como pertenecientes al género opuesto y
buscan pareja del mismo sexo. (Falquet, 2004), lo que quiere decir que el
género no tiene carácter universal ni tampoco es invariable. El hecho
mismo de generizar es ya una construcción social y cultural, es un hecho
intencional y esa intensionalidad parte de bases patriarcales que las
feministas hemos querido combatir por tantos años. Se parte de lo que la
cultura entiende como sexo, cuerpo, corporeidad y de ahí definir lo que es
masculino y lo que es femenino.
2- Por anterior, refuerza la feminidad y la masculinidad, lo cual nos lleva a la
trampa de no poder derrumbar aquello que nos oprime.

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3- No evidencia las relaciones de poder, jerarquías, dominación, opresión
que ejercen los hombres hacia las mujeres, sea en el orden material o
simbólico, sea que nosotras mismas reproduzcamos roles de género en
cualquier relación social.
4- Asume la heterosexualidad como la única posibilidad de establecer
relaciones erótico-amorosas. No se cuestiona por ejemplo la construcción
del deseo sexual como un mecanismo del patriarcado, ni se analiza como
un sistema que explota a las mujeres, que las hace depender de los
hombres económica, emocional y sexualmente. En esta visión las
lesbianas no existimos ni los gays tampoco.
5- Fortalece la política de la igualdad en el marco de las lógicas masculinas
sin cuestionar de fondo las estructuras que le sostienen. Ejemplo de ello
son los Planes de Igualdad de Oportunidades, el sistema de cuotas, las
acciones afirmativas, que más que cuestionar por ejemplo los sistemas
políticos jerárquicos y verticales, hacen que las mujeres se incluyan en
esos planes, se promueve la representación por la representación y no
cuestiona de fondo las desigualdades políticas, económicas y sociales ni
promueve otras formas de la política no jerarquicas ni desiguales. Esto
hace que nos quedemos con la política de lo posible, con las reformas, lo
cual es sabido que no desconstruye las bases del Patriarcado.

El género, una categoría que se pretende universal.

Otra de las limitaciones que ha tenido el género como categoría analítica, teórica
y política teórica es su carácter universal, como si esa categoría analizara todo
lo que tiene que ver con las mujeres. No evidencia en cuáles contextos se
ubican y cuál ha sido su experiencia concreta, por tanto el género se hace
ahistórico. Si el género es visto como un sistema de relaciones sociales que se
crea en base a relaciones históricas y no solo en base a diferencias sexuales, no
puede por sí mismo explicar todas las subordinaciones que sufren las mujeres,

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sino que es sólo una categoría entre otras como la raza, la clase, la sexualidad.
Las condiciones históricas y socio-económicas, incluso las subjetivas no pueden
ser entendidas en polaridades u oposiciones fijas que generen universalidad y
esencialismo.

Si bien el feminismo criticó el carácter universal de “hombre-masculino” producto


de la Ilustración, ha reproducido esta misma universalización cuando se refiere a
las mujeres. Su asume que “mujeres” es lo que a todas nos articula sin importar
quienes son esas mujeres. Ciertamente dentro del orden patriarcal a las mujeres
se nos asigna papeles, funciones, roles, estereotipos en muchas sociedades,
pero no a todas nos afecta igual y no entender esto significa que es imposible
crear solidaridades políticas entre nosotras, mucho menos hacer alianzas y
articulaciones. Las palabras solidaridad y sororidad muchas veces han sido
mitos que no han reflejado las desigualdades entre las mujeres. Como dijo
Audre Lorde “la palabra hermandad lleva implícita una supuesta homogeneidad
de experiencias que en realidad no existe” (Lorde, 2003: 124).

A continuación voy a recoger algunas de las propuestas de feministas que han


aportado significativamente a ampliar los análisis teóricos en torno a la
subordinación de las mujeres más allá del género, con lo cual me parece que
esta categoría se pone a tambalear en su carácter universal que le han querido
imprimir: las afrodescendientes, las multiculturalistas, las lesbianas feministas y
las postcolonialistas han abierto el abanico teórico y analítico que creo todas
debemos asumir, pues nos permite analizar las realidades de las mujeres de
forma integral y considerando el entrecruzamiento de diversas categorías.

La “raza”: otra categoría que explica la subordinación de las mujeres.

Las feministas afroamericanas, las negras británicas y luego las afrolatinas y


afrocaribeñas cuestionamos la limitación de la teoría de los géneros desde un
análisis de la “raza” no como identidad biológica, sino como categoría de poder.

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Las afronorteamericanas desde lo que denominaron “el feminismo negro” en los
70 fueron de las primeras que evidenciaron el problema de la universalidad entre
las mujeres y por ende el racismo que traspasaba las teorías feministas y sus
prácticas políticas y cotidianas.

Patricia Hill Collins, feminista afroamericana refiriéndose a este tema señalaba:

“La supresión histórica de las ideas de las mujeres negras ha tenido una
marcada influencia en la teoría feminista. Vistas más de cerca, las teorías
presentadas como universalmente aplicables a las mujeres como grupo resultan,
en buena medida, limitadas por los orígenes blancos y de clase media de
quienes las propusieron” (Hill Collins. 1998:259).

bell hooks, en los 70 ya evidenciaba también este problema. Basándose en la


obra de Betty Friedan, La Mística de la Feminidad, texto que de alguna manera
se convirtió en un referente teórico y político para el feminismo de la segunda ola
en Estados Unidos, criticó la visión racista y clasista del feminismo de la época
argumentando que lo que proponía Friedan de que las mujeres se liberaran del
trabajo doméstico para profesionalizarse igual como lo hacían los hombres
blancos, no consideraba a las mujeres afrodescendientes, que siempre
trabajaron fuera del hogar como fuerza de trabajo en las calles y en la casa de
los y las blancas, fruto de la herencia de la esclavitud (hooks, 2004). que Sueli
Carneiro , afrobrasileña nos ofrece un análisis en la misma dirección que bell
hooks:

“Nosotras -las mujeres-negras- formamos parte de un contingente de mujeres,


probablemente mayoritario, que nunca reconocieron en sí mismas este mito,
porque nunca fueron tratadas como frágiles. Somos parte de un contingente de
mujeres que trabajaron durante siglos como esclavas labrando la tierra o en las
calles como vendedoras o prostitutas. Mujeres que no entendían nada cuando

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las feministas decían que las mujeres debían ganar las calles y trabajar. Somos
parte de un contingente de mujeres con identidad de objeto. Ayer, al servicio de
frágiles señoritas y de nobles señores tarados, hoy, empleadas domésticas de
las mujeres liberadas” (Carneiro, 2005)

Así como Hill Collins, hooks, Angela Davis, Barbara Smith, Audre Lorde, entre
muchas otras han producido una serie de obras que analiza la subordinación de
las mujeres considerando el racismo en el contexto norteamericano.

Desde Gran Bretaña Avtar Brah, Julia Sudbury, Margaret Cooulson, Kum Kum
Bhavnani, entre muchas otras, también aportan análisis interesantes parándose
también desde el feminismo negro. A diferencia de las afroamericanas lo negro
en Gran Bretaña. “Mujeres negras” ha sido una categoría diversa que refiere a
cuestiones de clase, raciales, y género e incluye a mujeres que han migrado de
Africa, Asia y El Caribe.

Desde Latinoamérica y El Caribe tenemos diferentes textos que nos ofrecen


también interesantes perspectivas. Los trabajos de Jurema Wernerck, Lelia
González, Edna Roland, Sueli Carneiro. Wndy mateo, Epcy Cambell han
abordado cuestiones de la relación género y raza que tocan un sinnúmero de
temas: situación de las mujeres en la esfera laboral, el manejo de los
estereotipos en los medios de comunicación, la exclusión en la educación, en la
vivienda, la imposisión de la estética blanca en los cuerpos de las mujeres, entre
muchos otros. En Colombia por ejemplo muchas afrodescendientes han
evidenciado cómo la guerra afecta a las mujeres afrodescendientes e indígenas.
Y eso nos plantea un reto en el análisis y en las prácticas políticas. La
perspectiva de género probablemente nos diga como afecta a las mujeres la
guerra en relación a los hombres, el famoso análisis diferencial, pero eso no es
suficiente, un análisis feminista nos debe contestar la pregunta: ¿qué relación
tiene la guerra con el racismo estructural, institucional y cotidiano y con la vida

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de estas mujeres? Es necesario entender los procesos de colonización y
postcolonización conjuntamente con un análisis de las políticas neoliberales y su
relación con la guerra y cómo eso tiene efecto sobre las mujeres en el plano
material, social y en la subjetividades para las mujeres afrocolombianas y para
las indígenas.

El multiculturalismo: ubicando la experiencia de las mujeres en contextos


culturales.

Otra de las corrientes que en los últimos años ha aportadointeresantes análisis


al feminismo son las multiculturalistas al ubicar el género en las culturas
particulares en que se ubican las mujeres, han contextualizado la subordinación
a partir de experiencias y cosmovisiones étnicas. Estos aportes han evidenciado
por ejemplo la lucha de las mujeres indígenas por el reconocimiento de sus
pueblos, el derecho a una cultura propia y a la autodeterminación y al mismo
tiempo su lucha en torno a transformar tradiciones y costumbres de sus propias
culturas que las oprimen (Hernández, 2001). Estos esfuerzos nos llaman la
atención sobre el etnocentrismo que reproduce la sociedad y que también
nosotras mujeres, feministas, reproducimos en el movimiento.
No obstante los grandes aportes, el multiculturalismo puede implicar algunos
peligros. Uno de ellos es lo que Nancy Fraser, feminista norteamericana llama
pluralista, que considera la diferencia como algo meramente cultural sin
interrogarla con relación a la desigualdad, es decir no se relacionan las
diferencias con los sistemas de dominación y subordinación de clase, sexo,
raza sexualidad en ese sentido tiene a “balcanizar” la cultura, provocando una
separación entre grupos al mismo tiempo que no concibe su interacción, por
tanto hay una comprensión unilateral de la diferencia. (Fraser,1997)

Este multiculturalismo pluralista que define Fraser, generalmente no reconoce


que esta necesidad de reactivar las diferencias ha sido un producto mismo del
capitalismo neoliberal en tanto devora el Otro (sic) (hooks, 1996) cuando lo hace

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mercancía potable, tolerante, pues hay una tolerancia a lo diferente siempre y
cuando esto no modifique el statu quo.

Tenemos que tener claro que en la reinvindicación de la diferencia no se actúa


sobre las bases reales de los sistemas de dominación que producen esas
diferencias, como bien lo señala Yuderkys Espinosa: “lo mismo ocurre con la
forma de pensar el problema cultural de la misoginia, el androcentrismo, el
eurocentrismo, la heterosexualidad obligatoria, la violencia, el racismo, la
xenofobia, entre otros. Lo primero que se hace es fraccionar la mirada a cada
uno de estos problemas de manera que se ven desarticulados; lo segundo y
como derivado de la acción anterior, se pasa al desarrollo de estrategias
fragmentadas de solución, que en realidad no van a mirar a la causa, sino las
consecuencias observables. Así se verá que hay una cantidad de grupos
excluidos en la sociedad que antes de acudir a un análisis acerca del porque
esto ocurre y buscar respuestas adecuadas, se definirán acciones de políticas
para contrarrestar, minimizar y superar esa falta de “integración” (Espinosa,
2003).

La sexualidad: Cuestionando heteronormatividad

Las lesbianas feministas han sido otro de los sectores que también cuestionaron
la universalidad del género y sus limitaciones para explicar los sistemas de
opresión en los que nos encontramos las mujeres, como es el caso de la
heterosexualidad obligatoria.

Judith Buttler, filosofa lesbiana feminista desde una visión postmodernista es en


los últimos tiempos la más famosa teórica del tema y una de las más admirada
para el movimiento Queer. En su trabajo El Género en Disputa expone las
limitaciones de la categoría y perspectiva del género. Para ella género es un
performance, una representación, que se fabrica a través de actos repetidos,

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una especie de trasvestismo, una parodia. Tener un género significa haber
establecido ya una relación heterosexual de subordinación. Buttler intenta
mostrar que lo que consideramos una esencia interna del género se fabrica
mediante un conjunto sostenido de actos de estilización del cuerpo basada en el
género” (Butler. 2000:16).

A pesar de los elementos que aporta Bultler en su obra hemos expuesto en un


trabajo anterior (Curiel, 2003) que el problema de la teoría de la performatividad
y en muchos casos en donde se basa la política Queer es que si bien puede
transgredir elementos simbólicos del género (cuerpos, atuendos, apariencias,
gestualidades. lenguajes) no toma en cuenta la clase social, ni la raza, ni
contextos geopolíticos. Al contrario, hay incluso un retorno al género (masculino
o femenino) que los y las Queer con el propósito de “jugar” con los géneros no
los desconstruye, sino que los reproduce.

Sheila Jeffreys en su maravilloso texto La Herejía Lesbiana critica severamente


la propuesta de Butler por varias razones: a) el concepto de género de Butler se
encuentra alejado de todo contexto respecto a la relación de poder. b)
considerar el trasvestismo como un acto revolucionario implica entender el
género como una manera de sostener el cuerpo, lo cual no toca otras maneras
de subordinación de las mujeres: “No hay razón por la que los varones tengan
que ceder todas las ventajas económicas sexuales y emocionales que les brinda
el sistema de supremacía masculina, solo por descubrir que pueden llevar faldas
(Jeffreys: 1996:156). c) La postura de Butler de asumir toda identidad como una
esencia implica una incertidumbre total para las lesbianas, en el sentido que
hace perder una identidad política conciente para diferenciarse de los varones
gays en la mayoría de los casos misóginos y machistas. d) las ideas de Butler
son liberales e invididualistas (Jeffreys, 1996).

Otro de los aportes teóricos desde el lesbianismo feminista fueron los de


Monique Wittig. La frase que ha hecho famosa a esta francesa fue: “las

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lesbianas no son mujeres” que cuestiona profundamante el trasfondo de la de la
categoría género. Dijo Wittig esta frase revolucionaria, porque ser mujer en esta
sociedad patriarcal se define en torno a los hombres, como categorías de sexo e
implica una dependencia económica, emocional y social de ellos. Las lesbianas
salen de esta lógica, por tanto para ella no son mujeres. En palabras de Wittig:

“El lesbianismo ofrece, de momento, la única forma social en la cual podemos


vivir libremente. Lesbiana es el único concepto que conozco que está mas allá
de las categorías de sexo (mujer y hombre), pues el sujeto designado (lesbiana)
no es una mujer, ni económicamente, ni políticamente, ni ideológicamente. Pues
lo que hace una mujer es una relación social específica con un hombre, una
relación que hemos llamado servidumbre, una relación que implica una
obligación personal y física y también económica ('residencia forzosa', trabajos
domésticos, deberes conyugales, producción ilimitada de hijos, etc.), una
relación a la cual las lesbianas escapan cuando rechazan volverse o seguir
siendo heterosexuales. Somos prófugas de nuestra clase, de la misma manera
en que los esclavos americanos fugitivos lo eran cuando se escapaban de la
esclavitud y se liberaban. Para nosotras esta es una necesidad absoluta; nuestra
supervivencia exige que contribuyamos con toda nuestra fuerza para destruir la
clase de las mujeres en la cual los hombres se apropian de las mujeres. Esto
puede ser alcanzado sólo por la destrucción de la heterosexualidad como un
sistema social basado en la opresión de las mujeres por los hombres y que
produce la doctrina de la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión.”
(Wittig:1980).

Esta posición de Monique Wittig si bien esperanzadora para muchas de


nosotras, en el sentido que nos hace salir de las lógicas masculinas y negarnos
a las asignaciones de la feminidad y del ser mujer, fue criticada por muchas
feministas en el sentido que si bien las lesbianas salen de esa dependencia
cotidiana con los hombres, en el ámbito colectivo aún sufrimos las
discriminaciones desde la construcción de mujeres que se asume que somos.

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No obstante, esta frase de Wittig, simboliza todo un movimiento de lesbianas
políticas que cuestionamos la heterosexualidad como un sistema que explota,
excluye y discrimina a las mujeres, que no aceptamos la definición de la
feminidad y la masculinidad y que asume el lesbianismo no como una cuestión
ni de preferencia ni orientación sexual, ni tampoco una identidad como bien
puede entenderse desde el género, sino como una pocisión política.

Como lesbianas políticas pensamos que es necesario la solidaridad política


entre todas las mujeres sean lesbianas o no, asumiendo ese continum lesbiano
propuesto por Adrienne Rich cuando dice: “es fundamental que entendamos el
feminismo lesbiano en su sentido más profundo y radical como es el amor por
nosotras mismas y por otras mujeres, como un compromiso con la libertad de
todas” ( Rich, )

Ubicando la experiencia de las mujeres en contextos postcoloniales:

Las poscolonialistas cuestionan una visión feminista centralizada en la relación


centro-periferia, ubicando a las mujeres del Tercer Mundo siempre en la periferia
y al margen. Ubican la experiencia de las mujeres reaccionándolas con el
colonialismo, el imperialismo, el heterosexismo y el racismo analizando las
políticas neoliberales, de control poblacional, las políticas migratorias, la
represión, la división internacional del trabajo en las sociedades
contemporáneas.
La mayoría de las postcolonialistas son migrantes del sur insertas en la
academia de países del norte. .Chandra Mohanty, Jackie Alexander, Gloria
Anzaldúa, Cherry Morraga, Gayatri Spivak han propuesto marcos de análisis que
consideran las políticas globales y su relación con las mujeres.

Chandra Mohanty, nacida en la india residente en Estados Unidos, en su


famoso articulo De vuelta a los Ojos de Occidente propone la necesidad de un
feminismo transnacional anticapitalista a partir de las experiencias de las

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mujeres considerando criterios raciales, de clase, situación migratoria, etc, a lo
cual que denomina política de ubicación. Plantea la necesidad de conocer,
estudiar y comprender las experiencias y epistemologías marginalizadas y desde
allí poder explicar las características de la sociedad capitalista contemporánea.
(Mohanty : 19)

Para Mohanty necesitamos continuamente una relación entre lo micropolítico


con lo macropolítico, entre lo local y lo global, lo que permitiría entender los
efectos reales de la sociedad capitalista de hoy y sus efectos sobre las mujeres.
Así se lograría un feminismo transnacional, coaliciones y solidaridades entre
mujeres más allá de las fronteras, la cual ve una necesidad urgente ante la
brulatidad del capitalismo global.

Para Jackie Alexander feminista de Bahamas, migrante de Estados Unidos en


un trabajo compartido con Mohanty propone que es necesario profundizar cómo
afectan las regulaciones del Estado y los gobiernos en la sexualidad de las
mujeres, comprender las jerarquías de dominio socioeconómicas, ideológicas,
culturales y psiquicas (clase, género, la raza, la sexualidad, la nación) sus
interlocuciones y efectos en las personas oprimidas vía una practica política
organizada y colectiva de transformación, y hacer una teorización del sujeto
“mujeres” no desde la victimización o dependencia, sino como agentes de sus
propias vidas. (Mohanty, Alexander, 2004)

Todas estas propuestas, la de las afrodescendientes, las de las


multiculturalistas, las de las lesbianas feministas, las postcolonialistas, las
materialistas, nos ofrecen visiones feministas más amplias que solo pararse
desde el género como perspectiva política. Creo que se hace urgente retomar
sus aportes para poder comprender las realidades complejas, múltiples y
variadas que atañe a la vida de las mujeres a las que le atraviesan diversas
situaciones y experiencias para poder lograr solidaridades políticas entre
nosotras y lograr que desaparezcan todos los sistemas de opresión que nos

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afectan. Esta perspectiva de análisis articulada se logra siempre y cuando nos
paremos desde el feminismo como teoría política, como propuesta filosófica,
como propuesta de transformación del mundo, como movimiento social y
político. No debemos dejar que el género, una categoría analítica con tantas
limitaciones, sea sinónimo del hacer y pensar feminista y de todo lo que tiene
que ver con las mujeres. Creo que nosotras tenemos una responsabilidad
histórica de transformar de fondo este mundo que en tantas épocas ha sido tan
cruel y nefasto para las mujeres. El feminismo, a pesar de la resistencia de
tantos y tantas sigue siendo una de las propuestas más transformadoras de la
vida humana, no dejemos transformar nuestros discursos y prácticas políticas
por las propuestas más potables para el sistema patriarcal.

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en francés en 1980 bajo el título : “La pensée straight”. Questions Féministes n°7, 1980, Du
mouvement de libération des femmes, Tierce, y « On ne naît pas femme », Questions Féministes
n°8, 1980.

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