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Título: Jesus se-revela a “dois devedores”

Texto: Lucas 7: 36-50 (encontro com o fariseu e a pecadora)

“Cuando vemos el pecado con ligereza, también veremos con ligereza al salvador. Solo quien
se sabe condenado y con la soga al cuello es quien llora de alegría cuando es perdonado.”

“Cuando veo mi pecado como una condición estándar, mi reacción al perdón será promedio.”

Veamos una historia que ilustra el tema. Dos deudores, dos reacciones.

Veamos esta gran realidad más claramente en el encuentro que Jesús tuvo con dos deudores.
Uno de ellos estaba completamente consciente de su gran deuda, lo cual le llevó a rendirse
completamente ante la gracia abundante que se encuentra en el Cristo. Sin embargo, el otro no
se reconoció a sí mismo como un deudor y esto le llevó a una relación fría y distante con el
Salvador.

Lucas describió a Jesús como el Hijo del Hombre, el Hombre ideal de Dios que ofrece la
salvación a toda la humanidad, tanto judíos como gentiles. La realidad es que Jesús no hacía
discriminación sobre con quién comía o no. Justamente, en el pasaje de hoy nos encontramos a
Jesús en una casa, invitado a comer por el fariseo Simón (Lucas 7:36).

Como saben, la relación de Jesús con los fariseos no era de lo más cordial que digamos, no
porque Él lo provocara, sino porque los fariseos no querían saber de Jesús y de Sus enseñanzas.
Sin embargo, es increíble cómo Jesús acepta comer con ellos en varias ocasiones (Lucas 7;
Lucas 11:39; Lucas 14:3-7). En la escena de Lucas 7, no hay hostilidad, pero sí hay reacciones
que muestran frialdad en el trato a Jesús por parte de Simón. Por otro lado, podemos ver un
amor extravagante por parte de una mujer sin nombre que era todo lo opuesto a Simón.

Él, un hombre respetado en la ciudad, reconocido por cumplir las normas y tradiciones
religiosas de su tiempo. Ella, una pecadora reconocida por todos en la ciudad, rechazada por
todos; no tenía reputación ni contaba con el respeto de nadie.

El fariseo definitivamente tenía un interés en Jesús que, aunque no es descrito directamente, no


parece ser porque genuinamente desea aprender de Él o conocer de sus enseñanzas. Por otro
lado, tenemos a la mujer pecadora. No conocemos su nombre, ni se nos detallan sus pecados y,
más importante aún, no se explica cómo conoció a Jesús. Solo sabemos que es una pecadora,
posiblemente una prostituta. A diferencia del fariseo, su expresión asombrosa y extravagante de
apreciación, honra y adoración por el Salvador rompió todos los parámetros de su época, y aún
de la nuestra.

Lo interesante sobre las acciones de esta mujer es que todo acerca de su comportamiento estaba
mal según todos los estándares aceptados en su tiempo. Ella entra al lugar como una intrusa no
invitada ya que las mujeres no compartían públicamente con hombres. En su contexto cultural,
especialmente con mujeres que han sido consideradas como tentadoras y/o objetos sexuales, y
mas aún dado su aparente reputación de ramera, sus acciones en conjunto pudieron haber sido
consideradas como eróticas.

Ella comienza a llorar, lloviendo lágrimas en los pies de Jesús, y soltó su cabello para secar Sus
pies, aun cuando soltarse el cabello en público era un gran ofensa. Luego ella le ungió con
perfume en un frasco de alabastro, algo que era parte de sus instrumentos de pecado y que fue
cambiado de propósito para adorar a Jesús. Ella actuó con total convencimiento de quien era
ella y quién era Cristo.

Lucas 7:39 dice, “Pero al ver esto el fariseo que lo había invitado dijo para sí: ‘Si Este fuera un
profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, que es una pecadora.’” Aquí
podemos ver con total claridad el corazón de Simón. Su reacción fue descalificar a Cristo como
profeta y re-enfatizar el título de pecadora a esta mujer. Para él, ella era un ser humano de muy
baja categoría y no era posible que un profeta se dejara tocar de alguien así. El desprecio de este
fariseo por esta mujer fue transferido a Jesús por dejar que ella continuara sin reprenderla.

Al ver lo que está ocurriendo, Jesús respondió contando una parábola, “Y respondiendo Jesús, le
dijo: Simón, tengo algo que decirte: Y él dijo: Di, Maestro. Cierto prestamista tenía dos
deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué
pagar, perdonó generosamente a los dos. ¿Cuál de ellos, entonces, le amará más? Simón
respondió, y dijo: Supongo que aquel a quien le perdonó más. Y Jesús le dijo: Has juzgado
correctamente.” (Lucas 7:40-43)

Es a través de las palabras de Jesús que nosotros podemos entender las intensiones de los
corazones de esta escena y la condición espiritual de cada uno. ¿Qué persona tiene más
problemas? ¿Aquel que está ahogándose a 50 pies de profundidad o el que está ahogándose a
500 pies? Sería ridículo que él que se está ahogando a 50 pies mirara al de los 500 y pensara:
“¡Al menos estoy mejor que ese pobre infeliz!” Mi hermano, ¡Los dos se van a ahogar! Ambos
están sin esperanza a menos de que alguien venga al rescate.

Jesús continuó diciendo en Lucas 7:44-48, “Y volviéndose hacia la mujer, le dijo a Simón: ¿Ves
esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con
sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no
ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ungió mis pies con
perfume. Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque
amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados han sido
perdonados.”

Jesús comparó los dos tratos que había recibido y los relacionó con expresiones de amor debido
al perdón recibido. Simón no cumplió ni con lo mínimo para recibir a un invitado lo cual
hablaba de su poco aprecio y valorización de la persona de Jesús. Por el otro lado, la mujer
pecadora se desbordó rompiendo toda barrera social y norma de comportamiento aceptada para
entregarlo todo. Muchos de nosotros somos como Simón; pedimos: “Jesús, ven a mi casa y
bendícela; ven a mi familia y arréglala; ven a mi trabajo y prospéralo." Pero otros, como esta
mujer, prefieren decirle: "Jesús, no es necesario que vengas, ¡Yo voy a donde Tú estés!”

Ambos el fariseo y la pecadora eran deudores que no podían pagar su deuda… pero había un
prestamista generoso que podía asumir la deuda de ambos. La pregunta es, ¿Qué tan agradecido
estaban por el perdón recibido? La respuesta a esa pregunta determinó su amor. Simón amó
poco porque entendió que había sido perdonado poco. La mujer pecadora amó mucho porque
estaba consciente de que había sido perdonada de sus muchos pecados.

El interés por Jesús no es suficiente; la prueba última de nuestra profesión como cristianos es
amor y para amar a Jesús fervientemente, debes saber que eres un deudor incapaz de pagarla.
Para amar a Jesús fervientemente, debes confiar totalmente en Su gracia para perdonar tu
impagable deuda de pecado.

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