¿Quién es mi prójimo? Un “prójimo” se define como alguien a quien hemos visto o conocido personalmente. Esto podría incluir a aquellos que viven literalmente al lado nuestro, o aquellos que hemos conocido de pasada. Muchos cristianos hablan de la importancia de amar a Dios y a los demás, y con toda la razón. Jesús afirmó que estos son los mandamientos más importantes (Marcos 12:28- 31, “Acercándose uno de los escribas, que los había oído discutir y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primero de todos los mandamientos es: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” Éste es el principal mandamiento. El segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mayor que estos.”). El concepto de que debemos amar a los demás a veces se expresa de forma más específica como el llamado a amar al prójimo como a uno mismo. "¿Quién es mi prójimo?" llega a ser una pregunta natural. El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo tiene su origen en Levítico 19:18, que dice: "No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo el Señor". Los judíos de la época de Jesús habrían entendido en gran parte que su "prójimo" era su compañero israelita. Sin embargo, Dios tiene en mente una definición más amplia. Amar al prójimo es algo más que amar a aquellos que son como nosotros y que a su vez pueden amarnos. “Prójimo”, por lo tanto, designa a la persona que está cerca de uno, la que está próxima. Prójimo es, en primer lugar, el que convive con uno en la misma casa, la persona que tiene con uno cercanía de parentesco, de sangre. Mi prójimo es el que me está cerca porque es mi pariente o mi paisano o correligionario. En el significado usual de “prójimo”, la cercanía está establecida por factores como los vínculos familiares o de comunidad de origen o de religión o ideología. Por eso, el precepto contenido en el libro del Levítico del Antiguo Testamento, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, se entendió como un mandamiento que fomentaba la solidaridad familiar y comunal. El amor y el favor se debían a los próximos, a los cercanos por lazos de sangre o de religión o de nacionalidad. Y esta manera de entender el precepto se ajusta al sentimiento humano. Primero debo atender a los míos, luego, y si acaso, a los demás. Mientras más extraña me sea la persona, menos obligación tengo hacia ella. Jesús, sin embargo, introdujo una transformación radical, y lo hizo a través de una parábola singular, donde nos habla sobre el perdón y amor hacia nuestro prójimo. ¿Qué es el perdón? Perdonar significa disculpar a alguien que nos ha ofendido o no tener en cuenta su falta. En la Biblia, la palabra griega que se traduce “perdonar” significa literalmente “dejar pasar”, como cuando una persona deja de exigir que se le pague una deuda. Mateo 18: 15, 21-22, “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” Por medio de este pasaje encontramos como nuestro Señor nos enseña a perdonar. ¿Cómo respondió Jesús cuando Pedro le preguntó cuántas veces debía perdonar? No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Jesús nos enseña que siempre debemos perdonar a los demás. ¿Por qué a veces es difícil perdonar? ¿Qué bendiciones han recibido al perdonar a otros o al ser perdonados por ellos? Mateo 23–35. Por medio de la parábola del siervo que no tuvo misericordia, Jesús enseña acerca del perdón. Un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdoné la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mí Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” Aunque Dios es misericordioso para con nosotros, también es justo en perdonar, si un hombre recibe perdón de Dios, tiene la obligación de extender perdón a su hermano. Jesús enseñó que perdonar es un deber. Ninguna ofensa es tan grande o es cometida con tanta frecuencia que pase de lo perdonable. “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” ¿Qué es el amor? Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno. Lucas 10:25–37. Por medio de la parábola del buen samaritano, Jesús enseña acerca del amor. La historia del buen samaritano fue contada como respuesta a una pregunta. De un cierto intérprete de la ley, quien parecía estar interesado en saber los límites de sus obligaciones morales, le preguntó a Jesús, “¿Quién es mi prójimo?”. La respuesta del Señor Jesús fue la parábola conocida como “el que cayó en manos de ladrones”, quien fue herido, despojado, y dejado “medio muerto”. Sucedió que dos hombres del mismo lugar viajaban por allí, pero, al verlo herido, ambos “pasaron de largo” (sacerdote y levita). Después, un tercer viajero se acercó, un samaritano. Lleno de misericordia, “vendó sus heridas… le llevó al mesón y cuidó de él”. Al día que él tenía que partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. El término prójimo es considerado sinónimo de cercano. Pero en la parábola del buen samaritano, Jesús amplió esa definición, enseñando que debemos considerar prójimo a todo ser necesitado. Habrá quienes quizá nos parezcan distantes en cultural, política o socialmente, pero todos son suficientemente cercanos para recibir nuestra amistad, atención, ayuda y apoyo. Jesús, el inmigrante El hecho de que Jesús viniera a este mundo como un judío galileo es significativo. Dios no se encarna como alguien de la élite religiosa y política de su época, sino que viene al mundo en la periferia de la existencia romana y judía. Es concebido en el vientre de una mujer joven, María, que todavía no está casada. Junto a José su prometido, fueron forzados a huir de su ciudad natal hacia una nación vecina como inmigrantes, y así escapar de la persecución y el genocidio. Y, al igual que la mayoría de los inmigrantes, no pudieron encontrar una vivienda adecuada en su momento de transición y crisis, para dar a luz a su hijo. Simplemente al dar un vistazo al ministerio de Jesús en los Evangelios, vemos en Él una preocupación constante por aquellos que son rechazados por el sistema. La viuda, el cojo, el extraño y el pobre parecen ser el objetivo principal de sus encuentros y actividad ministerial. Cuando ministra a los ricos y a los poderosos como Zaqueo, parece guiarlos hacia una oportunidad redentora que incluye hacer las cosas bien con los pobres, como una expresión de verdadero arrepentimiento. Su enseñanza y parábolas también ponen gran énfasis en una correcta comprensión del Reino, en relación con aquellos que están en los márgenes de la sociedad. Al describir el mandamiento más importante de todos, “amar a Dios y amar a nuestro prójimo”, como ya lo vimos en la parábola donde nuestro Señor nos habla del amor hacia nuestro prójimo. Él cuenta la historia de un hombre golpeado y lastimado que queda tirado al costado del camino, quien no recibe ayuda de la gente religiosa, pero que recibe amor, bondad y misericordia de parte de un extraño, que es el que demuestra lo que realmente significa amar a nuestro prójimo. Cuando hagas una fiesta, dijo Jesús, no hagas como la mayoría que sólo invitan a quienes pueden devolverles el favor. En cambio, inviten al forastero, al débil, al quebrantado y al pecador que normalmente no serían invitados a una fiesta. El Reino de Dios es como ese tipo de fiesta, dice Jesús. En Mateo 25, Jesús nos recuerda que cuando nosotros amamos y nos ocupamos de los pobres, los desprotegidos, los hambrientos y los forasteros, en realidad, lo que estamos haciendo es ocuparnos de Él mismo. Jesús vive una vida perfecta y sin pecado para la redención del mundo entero, vivió en lugares despreciados, en los márgenes del poder religioso y político, y de lo que se consideraba respetable. Dios permite que su Hijo unigénito sea asesinado y crucificado junto a criminales, para que todos podamos comprender que nadie está más allá de la redención o más allá de la inclusión en su Reino. Cuando reflexionamos sobre las últimas horas de la vida de Jesús antes de su crucifixión, se destaca la forma en que fue insultado y burlado por las multitudes. La Biblia dice que le lanzaron todo tipo de insultos terribles. Este abuso verbal que sufrió Jesús, está conectado de una manera significativa con el sufrimiento de muchos que hoy a nuestro alrededor son indocumentados. Asombra y horroriza escuchar la manera en que muchas veces, son tratados hombres, mujeres y niños, que si bien han infringido las leyes para estar en el país que se encuentran, a menudo han sido contratados, utilizados y abusadospor empleadores y un sistema económico que necesitan mano de obra barata. Son personas en una situación de vulnerabilidad, a las que se insulta, sin tener en cuenta que son seres humanos creados a imagen de Dios. Han dejado sus lugares en busca de un futuro mejor para ellos y sus familias, en muchos casos nobles y trabajadoras. Es doloroso cuando este maltrato viene de personas que dicen ser seguidores de Jesús. En la injusta sentencia y condena de Jesús, en los latigazos, en los padecimientos, en los sufrimientos de toda clase de insultos y en su muerte brutal, su gracia perdonadora y su redención eran para todos, independientemente de la gravedad de las transgresiones y pecados pasados. Cuando hablamos del amor de Dios por el extranjero, no se trata de una conversación fundamentada en un verso particular extraído aleatoriamente de un texto antiguo, sino de una verdad que está arraigada en toda la revelación de la actividad salvadora de Dios que culmina en la cruz. Esta es, de hecho, buenas noticias para los pobres y para todos los creyentes redimidos por el amor radical de Jesús. Nuestra cita base dice: “Cuando el extranjero habite con vosotros en vuestra tierra, no lo oprimiréis. Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios.” Levítico 19:33-34 Por ese motivo se hacen esfuerzos voluntarios para abrigar al que tiene frío y alimentar al hambriento. Por tal razón se proveen productos de higiene y se enseñan destrezas básicas a refugiados; y es por eso que miles de misioneros predican la buena palabra de Dios, a menudo lejos de su hogar y haciendo grandes sacrificios. Todos ellos tratan de vivir el gran mandamiento de “amar a su prójimo”, aun a quienes ni siquiera conocen. ¡Haz Algo! La iglesia “Cristo es el Rey” había sido siempre una iglesia modelo, de unos 300 miembros estables, con una gran entrada de dinero gracias a la buena posición social en la que estaban sus miembros. De todas maneras, pasados los años, el barrio alrededor de la hermosa iglesia comenzó a cambiar. Inmigrantes de todos los países limítrofes llenaron el área cambiando por completo la situación de aquella ciudad. Cortinas de hierro reemplazaron los carteles de “Bienvenidos” en los mercados. Se podían encontrar pordioseros mendigando en cada calle. Esta situación hacía sentir a los miembros de aquella iglesia bastante incómodos. Usualmente trataban de evitar pasar por la zona, excepto los domingos. Un domingo, después de haber escuchado la predicación del nuevo y joven pastor, se juntaron todos a compartir café y postres. Durante la primavera les encantaba reunirse en el jardín que rodeaba el templo. Siempre se llenaba de flores y viñedos que cubrían las arcadas de aquel lugar. Mientras los elegantes miembros compartían café y charlaban plácidamente en el jardín, un pordiosero se escabulló sigilosamente en el jardín. Atravesando el patio sin mirar a nadie, aunque todos lo miraban a él, silenciosamente caminó derecho hacia la mesa donde los más caros postres se exhibían en bandejas de plata finamente decoradas. El pordiosero tomó una porción y de una sola mordida la comió. Tomó otra porción y la metió en su bolsillo. Luego, moviéndose lento como para que nadie lo vea, tomó otra porción y la colocó en el mismo bolsillo. El jardín se llenó de murmullo agitado. Finalmente una de las mujeres se acercó al flamante pastor y le dijo: -“Bueno, ¡haz algo!” Sintiéndose un poco comprometido por su nueva posición, el joven pastor le entrega su taza de café a la mujer y se dirigió a la mesa y se paró al lado del pordiosero. Impredeciblemente comenzó a buscar debajo de la mesa donde las cajas de los postres habían sido guardadas. Entonces, agarró una de las bandejas llenas de esos postres y galletas y la vacíó dentro de la caja. Hizo lo mismo con la segunda bandeja de los carísimos manjares. Luego, cerró la caja y se la entregó al pordiosero diciendo: “Aquí estaremos todos los domingos” El hombre le sonrió al pastor, agarró la caja fuertemente entre sus brazos y silencioso salió del jardín. Entonces el pastor retornó por su taza de café, le sonrió a la mujer que sostenía su taza y le preguntó “¿A eso es a lo que se refería cuando me dijo – ¡haz algo!- no?” ¿A dónde llevarlo desde aquí? ¿Qué hubieras hecho en el lugar del pastor? Esta es una importante pregunta para cada uno de nosotros. Jesús mira hacia fuera de la iglesia y ve a los pobres y desahuciados y nos dice “¡Haz algo!” Seguramente si Jesús hubiera estado allí en carne y hueso hubiera hecho algo similar a lo que hizo aquel pastor. Pero… ¡Un momento!, Jesús está aquí en carne y hueso. ¡Para eso está la Iglesia! ¡De eso se trata la Iglesia! Nosotros somos el cuerpo de Cristo, las manos y los pies de Jesús en la tierra hoy. (1° Corintios 12, donde nos habla de los dones espirituales) Tenemos tarea que hacer: amar como amó Jesús. Ocuparnos de los más vulnerables y de aquellos que están en los márgenes de nuestra sociedad.