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Abrí a mi amado,
pero mi amado se había ido, ya había pasado,
y tras su voz se me salió el alma.
Lo busqué, mas no lo hallé;
lo llamé, y no me respondió.
Personalmente creemos que hay muchísimos cristianos que han hecho una
de dos cosas; han entristecido al Espíritu Santo por causa de pecado en sus
vidas. o han apagado al fuego del Espíritu al no ser obedientes a El. Esto
rompe la comunión y el compañerismo con Cristo y hace que perdamos
nuestra alegría. Ahora, eso no quiere decir que nosotros perdemos la
salvación, pero seguramente perderemos la alegría de nuestra salvación.
Tampoco quiere decir que hemos perdido al Espíritu Santo. El aun habita
en el creyente, Podemos causarle tristeza, pero no podemos alejarle de
nuestra vida. Sin embargo, sin duda alguna, podemos perder la relación de
comunión con El, y muchos cristianos están en esa condición.
Así es que, aquí en la historia que estamos leyendo, la esposa había perdido
la comunión que tenía con el esposo. Estimado oyente, si usted no está
haciendo nada hoy para el Señor, usted no ha perdido su salvación, pero
usted está perdiendo una dulce comunión con Él. Ahora, en el versículo 7,
de este capítulo 5, leemos:
7
Me encontraron los guardias que rondan la ciudad;
me golpearon, me hirieron,
me arrebataron el manto
los guardias de las murallas.
Sin embargo, es cierto que existe una oposición a la Palabra de Dios, que a
veces proviene de donde nunca la hubiéramos esperado. Y aquí nosotros
nos damos cuenta que proviene de lugares de los cuales no se espera. En
este pasaje de nuestra historia, la esposa relató lo siguiente: Me
encontraron los guardias que rondan la ciudad; me golpearon. Aquella
joven estaba pasando momentos difíciles. Estaba siendo herida por quienes
debían haber estado protegiéndola. Aquí la amada había respondido muy
tarde al llamado del esposo. En su primer sueño, los guardias le habían
ayudado a encontrar a su amado (3:3) pero en esta ocasión la confundieron
con un criminal. Estas dificultades que tuvo aquí pueden enfatizar su
culpabilidad por haberse separado de su amado. Así que el sueño simboliza
el dolor de la separación, causada por su egoísmo, y dramatizó la necesidad
de la compañía de su esposo para su bienestar y protección.
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Yo os conjuro, hijas de Jerusalén,
si halláis a mi amado,
hacedle saber que estoy enferma de amor.
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¿Qué es tu amado más que otro amado,
tú, la más hermosa entre las mujeres?
¿Qué es tu amado más que otro amado,
para que así nos conjures?
líderes religiosos. ¿Por qué piensan ustedes que Jesús es diferente a ellos?
¿Por qué creen ustedes que El es quien alega ser? Jesús era simplemente un
hombre.” Esta es la clase de escepticismo que escuchamos en la actualidad.
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Mi amado es blanco y sonrosado,
distinguido entre diez mil;
¡Tal es mi amado, tal es mi amigo,
hijas de Jerusalén!
lavara sus pies, pero después quiso que sus manos y su cabeza fueran
incluidas en ese lavado. Los discípulos le hicieron preguntas insensatas, le
reprendieron, le veneraron, le adoraron, y todo ello en el mismo momento.
Y Él los llamó a ellos por sus nombres de pila, les dijo que no tuvieran
temor, y les dio la seguridad de Su amor. Y en todo ello El fue totalmente
encantador. Hasta aquí, las palabras del Dr. Scofield.
“La santidad de Jesucristo es tan cálida y humana que atrae e inspira. Jesús
recibió a los pecadores y comió con ellos – con toda clase de pecadores;
Nicodemo, era un pecador moral religioso, y María de Magdala, de quien
Él expulsó siete demonios, era la clase de pecador que nos impacta. Él
entró a las vidas pecaminosas, como una corriente clara, cristalina, diáfana
entra a un estanque de aguas estancadas. Esa corriente no le teme a la
contaminación, pero su dulce energía limpia ese estanque. Nuevamente
debemos destacar, y es en relación a esto, que Su simpatía es encantadora.
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“. . . los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas”. Pero él no había oído de Jesús una palabra áspera, una
expresión que pudiera herir su dignidad.
Cuando Él habló con aquella mujer silenciosa y desesperada, después que
sus acusadores se habían ido marchado uno por uno, usó la misma palabra
“mujer” que Él usaría cuando se dirigiera a Su madre desde la cruz.
Sígale usted hasta el pozo de Jacob en el calor del mediodía y escuche Su
conversación con la mujer de Samaria. ¡Con qué paciencia desarrolló El
las más profundas verdades! ¡Con qué delicadeza y, sin embargo, con que
fidelidad el señaló e insistió en la gran úlcera de pecado que estaba
corroyendo el alma de esta mujer. Y tampoco pudo ser más respetuoso con
María de Betania.
Aun en las agonías de la muerte, Él pudo escuchar el clamor de una fe
desesperada. Cuando los conquistadores regresaban de las guerras en
lejanas guerras, traían a sus principales cautivos como trofeo. Para Cristo
fue suficiente llevar de regreso al cielo el alma de un ladrón.
Sí, todo en El es encantador. Y ahora me he quedado sin espacio para
hablar de Su dignidad, de Su hombría varonil, de Su perfecta valentía. En
Jesús hay un perfecto equilibrio de variadas perfecciones. Todos los
elementos de un carácter perfecto están en un hermoso equilibrio. Su
mansedumbre nunca fue débil. Su valor nunca fue brutal. Sígale por todas
las escenas de atrocidades e insultos en la noche y en la mañana de Su
arresto y juicio. Contémplele allí ante el sumo sacerdote, ante Pilato, ante
Herodes. Véale allí herido, intimidado, azotado, golpeado en el rostro,
escupido y convertido en objeto de burla. ¡Cómo sobresale su inherente
grandeza! Ni una sola vez Él perdió Su compostura, Su alta dignidad.
Permítame pedirle a algún pecador que no sea salvo que le siga aún más
lejos en los acontecimientos de Su pasión. Vaya con esa multitud burlona
fuera de las puertas de la ciudad. Véale allí tendido sobre esa cruz grande y
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