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FdV 774

EL CANTAR DE LOS CANTARES 5:6—16

Comenzamos hoy un párrafo que podríamos titular

LA TRISTE BUSQUEDA DEL AMADO

Hemos llegado a la quinta canción. Recordemos que en esta historia de


amor el rey Salomón había traído esta humilde joven Sulamita desde la
zona montañosa de Efraim hasta el palacio en Jerusalén. En estas canciones
la esposa reveló cuan impresionada estaba por todo lo que la rodeaba allí,
el palacio, el trono y la mesa de banquetes del rey. Su canción incluyó su
adoración al rey.

Pero cuando Él llegó para despertarla, para que lo acompañara en su trabajo


como pastor, buscando a las ovejas que estaban perdidas, ella no quiso
levantarse de su lecho. Cuando ella finalmente llegó hasta la puerta, El ya
se había ido. Entonces ella abrió la puerta y le llamó, saliendo fuera a
buscarlo.

Leamos entonces el versículo 6 de este quinto capítulo,

6
Abrí a mi amado,
pero mi amado se había ido, ya había pasado,
y tras su voz se me salió el alma.
Lo busqué, mas no lo hallé;
lo llamé, y no me respondió.

Como vemos aquí se había roto la comunicación entre ellos.


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Personalmente creemos que hay muchísimos cristianos que han hecho una
de dos cosas; han entristecido al Espíritu Santo por causa de pecado en sus
vidas. o han apagado al fuego del Espíritu al no ser obedientes a El. Esto
rompe la comunión y el compañerismo con Cristo y hace que perdamos
nuestra alegría. Ahora, eso no quiere decir que nosotros perdemos la
salvación, pero seguramente perderemos la alegría de nuestra salvación.
Tampoco quiere decir que hemos perdido al Espíritu Santo. El aun habita
en el creyente, Podemos causarle tristeza, pero no podemos alejarle de
nuestra vida. Sin embargo, sin duda alguna, podemos perder la relación de
comunión con El, y muchos cristianos están en esa condición.

Así es que, aquí en la historia que estamos leyendo, la esposa había perdido
la comunión que tenía con el esposo. Estimado oyente, si usted no está
haciendo nada hoy para el Señor, usted no ha perdido su salvación, pero
usted está perdiendo una dulce comunión con Él. Ahora, en el versículo 7,
de este capítulo 5, leemos:

7
Me encontraron los guardias que rondan la ciudad;
me golpearon, me hirieron,
me arrebataron el manto
los guardias de las murallas.

¿Se da usted cuenta de cuan impotentes somos cuando intentamos andar


por nuestra cuenta? Podemos salir con mucho entusiasmo, pero este
entusiasmo nunca reemplazará la comunión con Cristo. Algunos cristianos,
impulsados por esa actitud impulsiva han salido a presentar el testimonio
de su fe, pero con poco tacto y actitudes ofensivas. Con esa forma de hacer
las cosas se han enfrentado con el rechazo de la gente. Ese rechazo se debe
a la forma de presentar el mensaje y no a la oposición de los demás.
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Recordemos la forma en que el Señor Jesús presentó su testimonio a la


mujer que se encontraba junto al pozo. Aquella samaritana una de las
personas más hostiles a las que el Señor se acercó. Ella estaba con una
actitud desafiante. Pero ¿recuerda usted cómo El planteó la conversación
con ella? No comenzó a hablar de una forma agresiva, tratando de
imponerle el tema de la conversación. Simplemente le pidió que le dejase
beber un poco de agua. Adoptó una actitud humilde, pidiéndole que le
hiciera un favor. Entonces, con mucha cortesía le dijo: “Ah, yo podría
haberte dado el agua de vida, si tu me la hubieras pedido”. Finalmente, ella
se la pidió, pero el Señor no se la ofreció hasta que ella se la pidió.

En vez de intentar forzar conversación con alguien, lo primero que debe


hacer es despertar el interés de las personas. Ellas deberían ver algo en
nuestras vidas que les impulsara a querer saber acerca del Señor Jesús.

Sin embargo, es cierto que existe una oposición a la Palabra de Dios, que a
veces proviene de donde nunca la hubiéramos esperado. Y aquí nosotros
nos damos cuenta que proviene de lugares de los cuales no se espera. En
este pasaje de nuestra historia, la esposa relató lo siguiente: Me
encontraron los guardias que rondan la ciudad; me golpearon. Aquella
joven estaba pasando momentos difíciles. Estaba siendo herida por quienes
debían haber estado protegiéndola. Aquí la amada había respondido muy
tarde al llamado del esposo. En su primer sueño, los guardias le habían
ayudado a encontrar a su amado (3:3) pero en esta ocasión la confundieron
con un criminal. Estas dificultades que tuvo aquí pueden enfatizar su
culpabilidad por haberse separado de su amado. Así que el sueño simboliza
el dolor de la separación, causada por su egoísmo, y dramatizó la necesidad
de la compañía de su esposo para su bienestar y protección.
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Ahora, esta joven, la esposa, se encontró con las hijas de Jerusalén y se


produjo un canto antifonal. La esposa cantó una parte y las hijas de
Jerusalén cantaron una respuesta, como podríamos escuchar en una
zarzuela o en una ópera. Y aquí tenemos algo antifonal. Eso quiere decir,
que ella canta una parte y las muchachas cantan otra. Parecería que fuese
una ópera, ¿verdad? En el versículo 8, leemos el canto de la esposa:

8
Yo os conjuro, hijas de Jerusalén,
si halláis a mi amado,
hacedle saber que estoy enferma de amor.

Aquí podemos ver como le echaba le amaba y le echaba de menos. Todo


su ser le estaba añorando. El jardín había perdido su fragancia; la mirra y el
incienso ya no significaban mucho para ella; y la belleza de las flores se
había marchitado.

Ahora en esta antífona respondieron las hijas de Jerusalén. Leamos el


versículo 9:

9
¿Qué es tu amado más que otro amado,
tú, la más hermosa entre las mujeres?
¿Qué es tu amado más que otro amado,
para que así nos conjures?

La respuesta de ellas sonó un poco escéptica. Fue como si le hubieran


dicho: “Este que según tu significa tanto para ti, ¿por qué crees que es más
para ti que lo que esperas que otro sea para nosotras? ¿En qué es tu amado
más que cualquier otro amado? Esas preguntas nos las pueden formular
otras personas en el día de hoy. “Por cierto, ¿quién es Jesús? ¿Qué les hace
pensar que Jesús es diferente a cualquier otra persona? Han existido otros
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líderes religiosos. ¿Por qué piensan ustedes que Jesús es diferente a ellos?
¿Por qué creen ustedes que El es quien alega ser? Jesús era simplemente un
hombre.” Esta es la clase de escepticismo que escuchamos en la actualidad.

Debemos decir que se ha discutido mucho sobre Jesús. Ha habido más


controversia sobre él que sobre cualquier otra persona que jamás haya
vivido. El es el personaje más polémico de la historia. Su historia ha sido el
argumento de grandes producciones cinematográficas, novelas, en muchas
de las cuales se ha negado su divinidad, tratándole simplemente como un
ser humano, y su persona y su obra han sido analizados en todos los medios
de difusión. Resulta interesante que Dios nos obliga a tomar una decisión
en cuando a Su Hijo. El no permitió que Pilato se evadiera de la situación
de definir su postura. Pilato intentó evitar su implicación en el problema y
pidió una vasija de agua, se lavó las manos y dijo (en Mateo 27:24)
Inocente soy yo de la sangre de este justo. ¡Cuán equivocado estaba! El
credo más antiguo de la iglesia, que fue recitado por multitudes de personas
durante más de 2.000 años, incluye estas palabras: “crucificado bajo Poncio
Pilato” Así que a Poncio Pilaro no le sirvió de nada lavar sus manos, El sí
hizo una decisión. Dios lo obligó a tomar una decisión. Pilato pensó que él
era el juez y que Jesús era el prisionero. EL no se dio cuenta de que Cristo
era el juez y él era el prisionero. E incluso en nuestra sociedad
contemporánea, cada persona tiene que tomar una decisión.

Volvamos a la pregunta del versículo 9: ¿Qué es tu amado más que otro


amado? De acuerdo con el testimonio de Tertuliano, uno de los llamados
padres de la iglesia, los cristianos de la iglesia primitiva habrían escogido la
muerte antes que poner a Jesús en el mismo nivel de las deidades paganas
del Imperio Romano. Incluso se negaron a tomar un poco de incienso para
colocarlo ante la imagen del César, Ellos no lo habrían hecho, porque
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consideraron que su amado Señor era diferente. El era Dios.

Ahora llegamos a un párrafo centrado en

LA BELLEZA DEL AMADO

en el que la esposa iba a responder al escepticismo de aquellas mujeres.


Uno pensaría que de una forma u otra ellas habrían logrado que el
entusiasmo de la esposa se calmara y que ella moderara lo que decía sobre
su amado. Fue más al contrario, porque su elocuencia al hablar de su
amado amentó. Los versículos 10 al 16 nos presentan una descripción
minuciosa del amado. Leamos los versículos 10 y parte del 16:

10
Mi amado es blanco y sonrosado,
distinguido entre diez mil;
¡Tal es mi amado, tal es mi amigo,
hijas de Jerusalén!

Si usted lee el pasaje completo, verá que ella describió a su amado


minuciosamente. ¿Y sabe usted lo que significa esto? Quiere decir que ella
le conocía, que le conocía íntimamente.

Y estimado oyente, si usted va a defender al Señor Jesucristo hoy, si usted


va a testificar sobre Él, tiene que conocerle, No solo tiene que saber quién
es El, pero tiene que conocerle lo suficiente como para poder se elocuente a
favor de El. Y cuando decimos “elocuente”, no nos estamos refiriendo
necesariamente a ser elocuente en el uso del lenguaje. Nos referimos a que
tiene que estar lleno de entusiasmo, emoción, amor y celo por su persona.
Usted y yo no solo necesitamos conocerle, sino que también tenemos que
amarle. Ese es el desafío, el reto que encontramos aquí; ¡la esposa le
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conocía verdaderamente; ella le conocía y le amaba! Ella le consideraba


inconfundible entre miles de hombres.

Muchos han escrito acerca de la persona de Cristo, porque El es una


completa expresión de amor, aun en Su humanidad. Quisiéramos compartir
ahora lo que otras personas han dicho acerca de la persona de Cristo.

El Dr. Scofield escribió sobre El lo siguiente. “Todas las otras grandezas


humanas han sido arruinadas por pequeñeces. Todas las otras sabidurías
han evidenciado defectos a causa de la insensatez. Todas las otras
bondades han sido manchadas por la imperfección. El Señor Jesucristo
permanece como el único ser de quien se puede decir, sin halagos
inaceptables, que es total y realmente encantador.
En primer lugar, me parece a mí que esta hermosura de Cristo consiste en
su perfecta humanidad. . . . El era perfectamente humano.
En todos los aspectos, excepto en nuestros pecados y en nuestra naturaleza
pecaminosa, El fue y es uno de nosotros. Él creció en estatura y en gracia.
Él trabajó, lloró, oró y amó. Él fue tentado en todas las áreas en que
nosotros somos tentados, pero en El no había pecado. Con Su discípulo
Tomás, nosotros le confesamos como Señor y Dios; le adoramos y le
veneramos. No hay ningún otro que haya establecido en nosotros tal
intimidad, que se acerque tanto a estos corazones humanos nuestros; no hay
nadie, en este Universo, de quien nos sintamos tan poco atemorizados. Él
entra de una manera sencilla y natural en nuestras vidas en este siglo XXI,
como si Él hubiera se hubiera criado en la misma calle que nosotros. Él no
es uno de los antiguos. ¡Cuán saludable y genuinamente humano es Él!
Marta le regañó. Juan, que le ha visto resucitar a los muertos, calmar las
tempestades y hablar con Moisés y Elías en el Monte, no vaciló en reposar
su cabeza sobre Su pecho durante la cena. Pedro no le permitió que le
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lavara sus pies, pero después quiso que sus manos y su cabeza fueran
incluidas en ese lavado. Los discípulos le hicieron preguntas insensatas, le
reprendieron, le veneraron, le adoraron, y todo ello en el mismo momento.
Y Él los llamó a ellos por sus nombres de pila, les dijo que no tuvieran
temor, y les dio la seguridad de Su amor. Y en todo ello El fue totalmente
encantador. Hasta aquí, las palabras del Dr. Scofield.

Pero, estimado oyente, quisiéramos preguntándole: ¿Es el atractivo,


encantador para usted? ¿Puede usted hablar de El con la emoción y el
entusiasmo que en el relato del Cantar de los Cantares la esposa demostró
por el esposo? Tenemos que conocerle personalmente si hemos de testificar
sobre El. Y tenemos que amarle. Cuando uno viene a Cristo no tiene lugar
una transacción humana, de carácter material. El es maravilloso y creemos
que no le alabamos, damos gloria, adoramos y nos inclinamos ante El con
gratitud tanto como debiéramos. El es especial y único desde cualquier
punto de vista en que le contemplemos. Realmente, merece la pena iniciar
una relación con Dios para que el Señor Jesucristo entre a formar parte de
nuestra vida.

Citaremos nuevamente un de un escrito del Dr. Scofield:

“La santidad de Jesucristo es tan cálida y humana que atrae e inspira. Jesús
recibió a los pecadores y comió con ellos – con toda clase de pecadores;
Nicodemo, era un pecador moral religioso, y María de Magdala, de quien
Él expulsó siete demonios, era la clase de pecador que nos impacta. Él
entró a las vidas pecaminosas, como una corriente clara, cristalina, diáfana
entra a un estanque de aguas estancadas. Esa corriente no le teme a la
contaminación, pero su dulce energía limpia ese estanque. Nuevamente
debemos destacar, y es en relación a esto, que Su simpatía es encantadora.
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Él siempre se caracterizó por la compasión; por la multitud sin pastor, la


afligida viuda de Naín, la hija pequeña del gobernante que había muerto, el
endemoniado de Gadara, la multitud de cinco mil personas hambrientas.
Todos aquellos que sufrían, tocaban el corazón de Jesús. Aun su misma
ira contra los escribas y los fariseos, no fue otra cosa sino el exceso de Su
compasión por aquellos que sufrían bajo su propia dura justicia.
Él sanaba a todos los enfermos, y ¡qué gracia la que demostraba en Su
simpatía y compasión! ¿Por qué tocó a ese pobre leproso? Él lo podía
haber sanado simplemente con Su palabra, como hizo con el hijo del
noble. Bueno, por muchos años ese infeliz había sido un desterrado,
separado de todos sus familiares y amigos, deshumanizado. Él había
perdido toda la sensación de ser un hombre. El acercarse a él era
considerado como una contaminación. Bueno, el toque del Señor
Jesucristo lo convirtió nuevamente en un ser humano, y al mismo tiempo le
sanó.
Él, el único que jamás pudo elegir el lugar y cómo iba a nacer, entró a esta
vida como una persona más. ¡Qué humildad! Una vez dijo Yo estoy entre
vosotros como el que sirve. (Luc. 22:27b) Él fue quien lavó los pies de los
discípulos. Cuando Él fue insultado, no respondió a los que le ultrajaban.
Como una oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, no abrió su
boca. (Isa. 53:7) ¿Puede usted imaginarse a Jesús exigiendo Sus derechos?
Pero es en Su trato con los pecadores que la suprema humildad de Cristo se
muestra con más dulzura. ¡Cuán tierno es Él! Y, sin embargo, ¡cuán fiel!
¡Cuán considerado! ¡Cuán respetuoso! Nicodemo, que era sincero, pero
estaba orgulloso de su posición como maestro en Israel; y tímido, por
miedo de ponerse en peligro, vino a Jesús de noche. Antes de irse, este
maestro llamado Nicodemo se había dado cuenta de su total ignorancia
acerca del primer paso hacia el reino y se alejó para pensar en cuanto a la
aplicación personal de la frase, registrada en el mismo Evangelio de Juan
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“. . . los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas”. Pero él no había oído de Jesús una palabra áspera, una
expresión que pudiera herir su dignidad.
Cuando Él habló con aquella mujer silenciosa y desesperada, después que
sus acusadores se habían ido marchado uno por uno, usó la misma palabra
“mujer” que Él usaría cuando se dirigiera a Su madre desde la cruz.
Sígale usted hasta el pozo de Jacob en el calor del mediodía y escuche Su
conversación con la mujer de Samaria. ¡Con qué paciencia desarrolló El
las más profundas verdades! ¡Con qué delicadeza y, sin embargo, con que
fidelidad el señaló e insistió en la gran úlcera de pecado que estaba
corroyendo el alma de esta mujer. Y tampoco pudo ser más respetuoso con
María de Betania.
Aun en las agonías de la muerte, Él pudo escuchar el clamor de una fe
desesperada. Cuando los conquistadores regresaban de las guerras en
lejanas guerras, traían a sus principales cautivos como trofeo. Para Cristo
fue suficiente llevar de regreso al cielo el alma de un ladrón.
Sí, todo en El es encantador. Y ahora me he quedado sin espacio para
hablar de Su dignidad, de Su hombría varonil, de Su perfecta valentía. En
Jesús hay un perfecto equilibrio de variadas perfecciones. Todos los
elementos de un carácter perfecto están en un hermoso equilibrio. Su
mansedumbre nunca fue débil. Su valor nunca fue brutal. Sígale por todas
las escenas de atrocidades e insultos en la noche y en la mañana de Su
arresto y juicio. Contémplele allí ante el sumo sacerdote, ante Pilato, ante
Herodes. Véale allí herido, intimidado, azotado, golpeado en el rostro,
escupido y convertido en objeto de burla. ¡Cómo sobresale su inherente
grandeza! Ni una sola vez Él perdió Su compostura, Su alta dignidad.
Permítame pedirle a algún pecador que no sea salvo que le siga aún más
lejos en los acontecimientos de Su pasión. Vaya con esa multitud burlona
fuera de las puertas de la ciudad. Véale allí tendido sobre esa cruz grande y
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rústica. Escuche el terrible sonido del martillo hundiendo los clavos a


través de Sus manos y Sus pies. Vea, mientras la multitud vociferante
retrocede, como aquella cruz que sostenía al hombre más tierno, más
valiente, y más encantador, fue primero levantada y luego dejada caer en el
agujero preparado en la roca. Y el Evangelio nos contó que la multitud se
sentó allí a mirarle. Y contémplele usted también. Escúchele pedir al Padre
que perdone a Sus asesinos, y todos los demás clamores que pronunció
desde la cruz. ¿Puede usted ver su hermosura, su encanto? ¿Y qué quiere
decir todo esto?
Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero. (1 Pedro
2:24) Todos aquellos que creen en Él son justificados ante Dios. Y El
también dijo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (Juan 6:47) Termino
con una palabra de testimonio personal. Este es mi Amado, y este es mi
Amigo. ¿No quisiera usted, estimado oyente, aceptarle como su Salvador,
su amado y su Amigo?” Aquí finaliza el escrito del Dr. Scofield.

¿Fue simplemente el hijo de José y María la persona que cruzó el horizonte


de este mundo hace más de 2000 años? ¿Fue sólo sangre humana la que se
derramó en el monte Calvario para la redención de los pecadores? ¿Qué
puede impedir que una persona que hoy examine su vida y su muerte
exclame: ¡Señor mío y Dios mío!?

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